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Paso a la
Libertad
Archivo General de la Nación
Volumen CCXLI
Paso a la
Libertad
Darío N. Meléndez
Santo Domingo
2015
Cuidado de edición y diagramación: Juan Francisco Domínguez Novas
Diseño de portada: Engely Fuma Santana
Ilustración de portada: Composición fotográfica que muestra una panorámica
de los sucesos ocurridos durante la Revolución de Abril de 1965 en la ciudad
de Santo Domingo. Fuente: AGN, Área de Fotografías, colección Milvio Pérez
(Guerra de Abril) y colección Donaciones (Misceláneas).
Primera edición, 1965
Segunda edición, 2015
© Darío N. Meléndez, 2015
De esta edición
© Archivo General de la Nación (vol. CCXLI), 2015
Departamento de Investigación y Divulgación
Área de Publicaciones
Calle Modesto Díaz no. 2, Zona Universitaria,
Santo Domingo, República Dominicana
Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110
www.agn.gov.do
ISBN: 978-9945-586-33-6
Impresión: Editora Búho, S.R.L.
Impreso en la República Dominicana • Printed in the Dominican Republic
Capitán Darío N. Meléndez, comandante de la Compañía del Cuartel General
Constitucionalista, en 1965.
La paz, la armonía entre las personas,
se mantiene cuando se observa un mudo
respeto a sus correspondientes derechos y deberes.
Cuando estos se desconocen o se violan
sobreviene la guerra.
Esta nunca resuelve nada, en cambio, viola
y destruye todo. Es inexorable juez que confisca
los derechos que en ella se disputan.
(Santo Domingo, 1965)
Índice
Presentación a la segunda edición................................................ 11
INTRODUCCIÓN
Causas de la guerra................................................................................ 19
LA REVOLUCIÓN
Los preparativos..................................................................................... 45
El golpe................................................................................................... 49
Armas al pueblo..................................................................................... 56
Invasión de los Estados Unidos............................................................. 81
Batalla de la zona norte......................................................................... 85
Preso....................................................................................................... 95
Ciudad Nueva......................................................................................... 102
Otros acontecimientos........................................................................... 112
Renuncia de la Junta de Reconstrucción............................................. 118
CONCLUSIÓN......................................................................................... 139
REFERENCIAS......................................................................................... 145
9
Presentación a la segunda edición
L
a guerra civil que comenzó el sábado 24 abril de 1965
y que se prolongó hasta el viernes 3 de septiembre del
mismo año, marcó un hito en la historia dominicana del siglo xx.
Nunca antes, desde la Restauración de la República de 1863, los
dominicanos se habían unido, motivados por un acontecimiento
político y de contenido democrático, y en estrecha vinculación
entre civiles y militares, con el objetivo común de reponer al profesor Juan Bosch en la presidencia y restituir la constitucionalidad
sin elecciones.
Han pasado cincuenta años de aquel suceso que se nos entró
por la puerta de la historia en una tarde de abril, cambiando el
futuro político de la República Dominicana. La nación había conocido dictaduras, innumerables golpes de Estado y sustituciones
de gobiernos por intereses de grupos nacionales o por decisiones
conectadas con embajadas extranjeras. Desde aquella guerra de
1965 nunca más se ha recurrido a la idea de la asonada militar y
solo las elecciones prevalecen como método para el ejercicio de
la gobernabilidad.
De modo que aquel acontecimiento, que con lujo de detalles
narra el capitán Darío Meléndez en Paso a la libertad (1965), mostró a los que participaron en él que en medio de los disparos y las
bombas a los que se enfrentaban los dominicanos, estaban en el
campo de batalla tanto los que defendían provechos empresariales y comerciales, como los que luchaban por la preservación de
la Patria y la instauración de la democracia. Pero ambos bandos
11
Darío N. Meléndez
sabían que tarde o temprano serían juzgados por la historia y que
debían hacer lo suyo para explicar razones y narrar detalles de lo
que había acontecido en los seis meses de guerra civil.
Del lado vinculado al gobierno de Reconstrucción Nacional
que presidió el general Antonio Imbert Barrera y que tuvo como
líder militar al coronel Elías Wessin y Wessin, se ha escrito poco,
pues los actores del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas
(CEFA), y la oficialidad incondicional a sus propósitos, prefirieron callar, al parecer afectados por la derrota militar-popular y
la humillación recibida en el campo de batalla, aminorada solo
por la intervención de los Estados Unidos y la presencia de 42 mil
soldados norteamericanos.
Que se tenga noticia, en coincidencia con los «militares de San
Isidro» solo apareció, recién terminado el conflicto, el libro de
Danilo Alfau Brugal Tragedia en Santo Domingo: documentos para la
historia (1966), que pretendía justificar, desde la óptica de los que
se opusieron a la constitucionalidad, sus posiciones antidemocráticas. Años después, se exhibió el documental 24 de Abril, al parecer patrocinado por los wessinistas de San Isidro. En el año 2002
se organizó el seminario sobre la Revolución de 1965 «Guerra de
abril. Inevitabilidad de la historia», en el que participaron algunos
militares que no estuvieron con los constitucionalistas, entre ellos
José de Jesús Morillo López, Ramiro Matos González, Robinson
Brea Garó y Pedro Bartolomé Benoit. Este último responsable
de la solicitud formal a los Estados Unidos para que interviniera
militarmente en la guerra.
Del sector constitucionalista circularon impresos relacionados con la Revolución cuando todavía no había terminado la
conflagración cívico-militar y el gobierno provisional del doctor
Héctor García Godoy no se había consolidado como tal. Uno de
los primeros en circular fue el opúsculo La revolución contra los
politiqueros: Mi homenaje a los que murieron por el retorno a la legalidad
constitucional, de Porfirio Agramonte Mazara (1965). El profesor
Juan Bosch fue el autor de Tres artículos sobre la revolución dominicana
(1965), que se distribuyó en México, y Julio Cesar Estrella publicó
La Revolución dominicana y la crisis de la O.E.A (1965), mientras que
12
Paso a la libertad
Ubi Rivas escribió Agresión (1965). Además, en octubre de 1965
vio la luz el libro Paso a la libertad, del militar Darío Meléndez.
Estas publicaciones tenían el propósito de exponer las razones de
la guerra civil y la inconsecuencia de la Organización de Estados
Americanos (OEA) y, al mismo tiempo, criticar la intervención
militar norteamericana. De estos, solo Paso a la libertad se puede
considerar el primer libro en que se narra de manera condensada
la historia de la Revolución de Abril; sin embargo, no aparece en
las bibliografías que se han publicado sobre ese acontecimiento,
cuando en justicia debería encabezar la lista de manera especial.
Tomando como referencia la Bibliografía de la historia dominicana, publicada en tres tomos por el historiador Frank Moya
Pons, se comprueba la importancia que en el mundo académico
e intelectual se ha dado al tema de la Revolución de Abril: de 172
títulos publicados desde 1965 hasta el 2013, 22 corresponden al
año 1965 y, de ellos, solo 5 son de autores dominicanos. Los demás
libros fueron escritos principalmente por académicos y periodistas extranjeros, entre los que se destacan El Diario de la guerra de
abril de 1965, de Tad Szulc (1965); Santo Domingo: la revuelta de los
condenados (1965), de Dan Kurzman, y La crisis dominicana, 1965
(1965) de Piero Gleijeses. También El Pueblo en armas: revolución
en Santo Domingo (1970), de José A. Moreno, y El destino americano:
The dominican intervention (1977), de Abraham F. Lowenthal.
Entre los libros de autores dominicanos que salieron durante los meses finales de 1965, se encuentran: Agresión, de Ubi
Rivas; La revolución dominicana y la crisis de la O.E.A., de Julio C.
Estrella; Tragedia en Santo Domingo: documentos para la historia, de
Danilo Alfau Brugal; La revolución contra los politiqueros, de Porfirio
Agramonte Mazara, y Paso a la libertad, de Darío Meléndez.
El capitán Meléndez, quien participó directamente en la
Revolución de Abril de 1965, nos entrega en la obra un trozo de
su memoria, cuando todavía estaban frescos detalles, actores y
situaciones de aquella coyuntura histórica. El hecho de que haya
elaborado su narración al calor de los propios acontecimientos,
le añade un valor extraordinario, y convierte en irrefutables sus
argumentos y testimonios, que pudieron ser rebatidos por los que
13
Darío N. Meléndez
participaron en aquella jornada de lucha por la libertad y la soberanía y, sin embargo, no sucedió así.
Por esa razón, estas memorias, caracterizadas por su pasión,
se convirtieron en la primera historia de la Revolución de Abril,
contada por quien desempeñó importantes responsabilidades
en los sucesos, puesto que, habiendo sido militar, llegó a ocupar
durante la guerra la jefatura de la Compañía del Cuartel General
Constitucionalista. Además, Meléndez integró, con anterioridad,
el grupo de civiles vinculado al Movimiento Revolucionario 14
de Junio. En esa última condición, y aún sin ser miembro de la
organización, estuvo relacionado con los preparativos y la conspiración que, desde dentro de las Fuerzas Armadas, desarrolló un
selecto grupo de oficiales, entre los que se encontraban el capitán
Manuel A. García Germán y los coroneles Héctor A. Lachapelle
Díaz y Juan María Lora Fernández.
La primera edición de Paso a la libertad data de octubre de
1965, en los inicios del gobierno provisional de Héctor García
Godoy, y estuvo a cargo de la Editorial La Nación. Consta de 112
páginas, y aunque en el colofón se consigna que tuvo una tirada
de 3,000 ejemplares, se debe suponer que fue menor, pues son
muy contados los ejemplares que aparecen en bibliotecas públicas
o privadas.
Darío Meléndez se adentra en detalles desconocidos hasta
ahora, importantísimos para el conocimiento de la conspiración,
el golpe de Estado que depuso al gobierno del Triunvirato, la
forma en que el pueblo se convirtió en estructura armada y organizada de la Revolución, la invasión norteamericana, la batalla
en la zona norte de la ciudad de Santo Domingo —bautizada por
el Gobierno de Reconstrucción Nacional y los militares del CEFA
como «operación limpieza»—, la manera en que él fue mantenido como prisionero por aquellos militares y cómo se organizó
la defensa de Ciudad Nueva, que en realidad abarcaba toda la
Zona Colonial, parte de los sectores de Gascue, San Carlos, Villa
Francisca y Borojol. Por último, dedica varias páginas al Gobierno
de Reconstrucción Nacional que presidía el general Antonio
Imbert Barreras.
14
Paso a la libertad
En Paso a la libertad, su autor trata de demostrar que la corrupción administrativa fue una de las causas que provocaron el
levantamiento armado de una parte de la oficialidad contra un
gobierno cuyo principal cabecilla se aprovechaba de la importación de «automóviles exonerados de impuestos que no cabían en
sus garajes y tenía que mandarlos a una finca que poseía en los
alrededores de la ciudad», y con unos militares que se beneficiaban del contrabando a través de las famosas «cantinas militares
y policiales», convertidas en verdaderos supermercados que se
nutrían de mercancías importadas de manera ilegal a través de los
puertos y aeropuertos que estaban bajo su control.
Por otro lado, se ha comentado mucho sobre la falta de información y compromiso de los principales grupos de izquierda
en la conspiración de los militares honestos contra el Triunvirato.
Meléndez aporta datos de que el Movimiento Revolucionario 14
de Junio conocía los planes del golpe de Estado para restablecer
la constitucionalidad, y cuenta sus vínculos con ese partido de izquierda y el hecho de que se utilizaron pertrechos militares de esa
organización para armar una parte de los complotados.
Otro aspecto que trata es su relación con el capitán Manuel
A. García Germán y los planes originales para iniciar el golpe de
Estado contra Donald J. Reid Cabral. Estos planes incluían la toma
del Palacio Nacional, lo cual no fue posible de la manera en que
estuvo concebida por el rumbo que tomaron los acontecimientos
el 24 de abril y los bombardeos de los aviones P-51 y «vampiros»
contra el puente Duarte y la sede de gobierno.
En cuanto al acceso de la población a las armas, lo cual dio un
vuelco decisivo a la lucha, el autor relata la manera en que fusiles
y pertrechos militares fueron extraídos de los arsenales del Palacio
Nacional, así como en la toma de la Fortaleza Ozama.
Encontramos en el libro informaciones poco conocidas, como
la participación, junto a los miembros del Centro de Enseñanza
de las Fuerzas Armadas (CEFA), de «cubanos y mercenarios de los
centros de entrenamiento existentes en el país conforme el plan
de ataque que se preparaba contra Cuba»; el efecto desmoralizante que la intervención extranjera produjo sobre los militares
15
Darío N. Meléndez
y los civiles constitucionalistas, y cómo una orden del alto mando
militar «rebelde» de que no se disparara a los soldados norteamericanos permitió la ocupación de gran parte de la ciudad sin que
se ofreciera resistencia.
El libro de Darío Meléndez finaliza con la firma del acta de
reconciliación y la renuncia del Gobierno de Reconstrucción
Nacional, y con una conclusión valorativa de lo que fue la
Revolución de Abril de 1965:
La lucha que se inició el 24 de abril de 1965 es una lucha
santa, es una lucha digna, es por el respeto a la Constitución
de la República, por el respeto a la ley, por el deber y el
derecho de cada dominicano. Quien luche [en] contra de
estos sagrados principios está perdido, no importa que sea
fuerte y poderoso, contra la verdad nadie puede.
[…] Debemos evitar una nueva guerra que sería peor y
más sangrienta que esta. Más devastadoras y más cruel y al
final, con toda la destrucción, con todo el dolor y toda la
sangre derramada, seguiremos convencidos de que contra
la verdad, contra la razón, contra el deber, contra el derecho, contra la Constitución y contra las leyes del país nadie
puede luchar.
El Archivo General de la Nación, al publicar Paso a la libertad,
del capitán Darío Meléndez, cumple con el objetivo de facilitar el
conocimiento de la historia dominicana y a la vez conmemorar
los 50 años de lo que fue el evento histórico más importante del
siglo xx: la Revolución de Abril, para honrar y recordar a todos los
caídos en esta inolvidable epopeya del pueblo dominicano.
Alejandro Paulino Ramos
16
INTRODUCCIÓN
Darío N. Meléndez
Coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.
18
Causas de la guerra
El respeto al derecho ajeno es la paz.
Benito Juárez (1806-1872).
E
n la República Dominicana, el derecho es indefinido
por la ignorancia o desconocimiento del mismo. El nivel
educacional es extremadamente bajo e irregular, siendo común y
corriente que alumnos o estudiantes de las escuelas y de las dos
universidades que tenemos, demuestren un criterio mejor formado que sus profesores. Estos, para mantener los puestos que
les representan precarios medios de subsistencia, tienen que ser
conservadores en sus enseñanzas a fin de no colidir con el sistema
socio-político imperante.
Naturalmente, este estado de cosas engendra una efervescencia en el estudiantado que ve frustradas sus aspiraciones de conocer la verdad y de dar libre expansión a sus inquietudes.
Donde más se manifiesta este lastre es en la administración de
la justicia. Este sagrado ministerio se ejerce en el país, siguiendo
normas consuetudinarias que datan de la época colonial y conforme el criterio de jueces que no toman en cuenta las reglas establecidas por las leyes ni los principios de una ética sana y consciente,
sino conforme a su simpatía o deseo de favorecer o ayudar a una
de las partes. Esto siempre que algún jerarca o magnate no esté
involucrado en el asunto que pueda mediante soborno, alguna
llamada telefónica o mediante carta-esquela, recomendar el fallo.
Naturalmente, en un sistema como este, quien cae en manos de
19
Darío N. Meléndez
la justicia siendo «hijo de Machepa», como suelen llamar a los de
origen humilde, siempre sale perjudicado.
Si se tiene en cuenta que los humildes son una abrumadora
mayoría en nuestro país, el resentimiento que ha ido creando la
justicia es una fuerza arrolladora, capaz de destruir y acabar con
cualquier sistema por fuerte que este parezca.
Las personas que poseen una capacidad intelectual más avanzada que la corriente, sostienen la tesis de que el sistema para
mantenerse, se basa en la ignorancia del pueblo, ya que si se diera
a conocer a cada ciudadano sus derechos y deberes, los influyentes
no tendrían cabida en la interpretación de los principios, siendo
inevitable la correcta aplicación de las leyes.
Las leyes en nuestro país son más numerosas que en cualquier otro y en general están bien concebidas, pero de nada
valen si no existe un organismo serio capaz de hacerlas cumplir.
Solo las cumplen aquellos que se opongan al régimen, los que
no tengan influencia o los que caigan en las garras tendenciosas de la prensa, que explota con singular sensacionalismo todo
lo que se pueda capitalizar en beneficio de cualquier interés
creado.
Maliciosamente, en las escuelas se ha suprimido la enseñanza
sobre la moral y el civismo que es la base de todo sistema pedagógico. A pesar de los insistentes reclamos y sugerencias hechos por
todos los medios, incluyendo los órganos de prensa y difusión de
ideas, que se han aventurado a enfocar este espinoso asunto, nada
se ha hecho.
El mal data desde la época colonial, pero estuvo en su apogeo
durante la tiranía de Trujillo, con la cual se creó una mística alrededor del tirano y su sistema que dio origen por decirlo así, a una
especie de sofisma, base de la doctrina o sistema trujillista.
Este sistema, bien organizado e inteligentemente dirigido,
constituía un bastión inexpugnable, siendo realmente un régimen
feudal adaptado a la época moderna.
Basado en el control económico y en el terror, el macabro mecanismo de Trujillo, tenía pleno apoyo del sistema americano de
política exterior.
20
Paso a la libertad
Desacreditado Trujillo, el mismo sistema que él sustentaba decidió eliminarlo, considerando que no era ya necesario el «líder»
al estar bien organizado y establecido el sistema feudal, el cual la
oligarquía se encargaría de mantener.
Así fue. Muerto el tirano, se formó la organización oligárquica
llamada Unión Cívica Nacional que ahogó con su potencial económico el incipiente brote democrático que emergía después de
romperse las tiránicas cadenas que oprimían al país. La pugna política desorganizada y sin experiencia, una aventura extraña para los
dominicanos que por treinta años habíamos estado ajenos a esos
problemas, fue un verdadero desastre. En menos de un año se formaron más de veinte partidos políticos, de los cuales el de menor
doctrina carecía de líder y aquel que tenía líder no tenía doctrina.
Las elecciones celebradas el 20 de diciembre de 1962 las ganó
el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), el cual tenía por
líder a Juan Bosch, uno de los intelectuales más destacados de
América. Bosch, hombre serio, de principios claros y bien definidos, carecía de asesores técnicos para administrar su gobierno y,
sobre todo, no desplegaba la energía necesaria para hacer caer
sobre los delincuentes todo el peso de la ley.
En las grandes libertades existentes, se apoyaban los anarquistas opositores para abusar de la magnanimidad del gobierno. Los
militares conspiraban abiertamente y los civiles lanzaban por la
prensa y la radio los más procaces ataques.
El gobierno, consciente de los problemas del país, preparaba
el desarrollo de grandes tareas económicas, lo que hacía pensar a
la oligarquía que con el éxito que de seguro alcanzaría el recién
instalado sistema democrático, se crearía una confianza popular
en este sistema, el cual suplantaría para siempre el arcaico feudalismo existente.
Así se gestó y llevó a cabo el denigrante golpe de Estado del
25 de septiembre de 1963, que puso fin al mejor gobierno que ha
tenido la República Dominicana a todo lo largo de su tortuosa historia. Este gobierno, basado en una constitución sana, moderna
y justa, fue tronchado para desgracia de uno de los más sufridos
pueblos de América.
21
Darío N. Meléndez
Sin embargo, la Constitución de 1963, establecida para el gobierno de Bosch, fue bastante difundida, especialmente, a través
de la radio y a pesar de que muchos oportunistas trataron de opacar su verdadero sentido e importancia, en el pueblo prendió la
idea de un principio o estatuto que sirviese de guía a toda autoridad, especialmente en lo tocante a la administración de la justicia.
Los intereses creados y los grupos componedores de la situación, queriendo desvirtuar el sentido del principio constitucional,
prometían elecciones en breve y llamaban a una unidad basada en
el interés común de sacar el país de la ruina económica en que se
encontraba, aun cuando todo el mundo estaba consciente de que
a la caída de Bosch la economía nacional era realmente pujante.
Los que trataban de imponer soluciones, intentaban hacer valer
sus ideas pero sin establecer ni seguir principios, considerando
que los gobernantes de facto eran gente seria de buenas familias
y, por ende, capaces de encauzar el país por el mejor bienestar
económico y social que pudiera esperarse.
Acostumbrado como estaba el pueblo a las soluciones pacíficas
de sus problemas y viendo los políticos una nueva oportunidad
para sacar partido de las elecciones, aceptaban la componenda
del conflicto sin tener en cuenta que ese era un mal grave que
veníamos soportando desde la colonia.
Yo me resistía a aceptar esa situación y mucho menos a que
continuara indefinidamente. Por tanto, cada vez que podía escribía a los periódicos cartas públicas, en las que exponía mi criterio
ante aquella lastimosa situación.
Pocos meses después del golpe de Estado que derrocó el gobierno de Bosch, el Partido 14 de Junio que agrupa la mayoría de
la juventud dominicana honesta y progresista, propició el levantamiento de guerrillas en las montañas, pero sin tener preparación
para una empresa así, en un país como este, dominado por una
potencia como Estados Unidos de Norteamérica.
Yo no militaba en el Partido 14 de Junio, pero simpatizaba sinceramente con la firmeza y el heroísmo de aquellos muchachos
que sin una preparación adecuada, se lanzaban a la muerte sin
miramiento alguno. Como yo tenía algunos amigos en el Comité
22
Paso a la libertad
Central de ese partido, traté de disuadirlos de esa idea, pero uno
de los más influyentes en el comité me dijo:
—Ya es tarde, no podemos volver atrás.
Yo dije:
—Vamos a realizar esa lucha en las ciudades donde es más efectiva.
A lo que contestó:
—Se ve que tú no sabes nada de guerrillas ni conoces nuestra
organización, ya verás que triunfaremos.
De nada me valió tratar de disuadirlos, así que para no sentirme culpable de indiferencia ante una lucha tan digna, colaboré lo
más que pude con ellos.
Cuando me enteré de la masacre hecha a esos heroicos luchadores en Las Manaclas y otros lugares del país, escribí al periódico
Listín Diario, la siguiente carta:
Santo Domingo, R. D.,
21 de diciembre de 1963.
Señor director del
Listín Diario,
Ciudad.
Señor director:
Su periódico merece mi respeto y reconocimiento por los
principios que sustenta; por tanto, le agradeceré publicar
en sus páginas esta carta.
La observancia de la dignidad y la justicia salvaguardan la existencia de la Patria e impiden que sus hijos se destruyan entre sí.
Llena de espanto la imaginación el ver que prestigiosos
órganos de cultura, famosos defensores de la dignidad y la
justicia como The New York Times, inexplicablemente violan
en sus editoriales tradicionales principios de ética.
El fanatismo ideológico que impera en nuestro desgraciado país, excitado por inconfundibles intereses mezquinos,
se está cebando en la sangre de la Patria, madre y hogar
23
Darío N. Meléndez
de todo dominicano. Ella a imagen y semejanza del reino
de Dios sobre la tierra, alberga a todos sus hijos, buenos y
malos, feos y hermosos, ricos y pobres, justos y pecadores;
que en uso del «libre albedrío» divino legado del Cielo,
deben convivir con los que en privilegiada profesión de la
«ideología bendita», disfrutan a plenitud de los derechos
que a ellos y solamente a ellos, ofrece la REPÚBLICA que ha
creado la DEMOCRACIA que nos gobierna.
Es desconcertante ver nuestro país en el ocaso del siglo
veinte sumido en las negras noches de la inquisición.
¿Cuándo se dejarán oír las voces de San Juan Crisóstomo
condenando los crímenes que se cometen «en nombre de
Dios y de la democracia»?
¿Tendremos los dominicanos alguien que como San
Martín, San Leo y San Ambrosio desafíen la excomunión
y nos defiendan por considerar que somos hijos de Dios,
hechos por Él a su imagen y semejanza; católicos como
protestantes; ateos como creyentes?
¿Llegarán algún día a cristalizarse los eternos ideales de
Duarte, Sánchez y Mella, que lucharon hasta morir por
una Patria libre para todo dominicano, sea cual fuere su
raza, credo o ideología política?
¿Por qué ha de ser prohibido en nuestro país el libre juego
de ideas cuando Dios, Sumo Hacedor de todo lo creado,
engendró a Lucifer para ser en su esencia perfecto, justo,
omnipotente y santo?
¿Cuántos índices necesitará la mano de nuestra historia
para señalar los nuevos Santanas que con tanto ardor defienden la libertar?
Y finalmente: ¿Cuántos laureles tendrá que otorgar la gloria a los nuevos Francisco del Rosario y María Trinidad que
para «preservar la paz» habrá que fusilar?
¡Salve Patria! ¡Los que van a morir!...
Darío Meléndez
(Copia a: The New York Times)
24
Paso a la libertad
Esta carta produjo muchos comentarios, especialmente entre
los fanáticos defensores de los intereses materiales de la Iglesia y
entre los que con el manto sagrado cubrían sus fechorías. En medio del repudiable acto cometido en las personas de los patriotas,
con un ambiente cargado de protestas clandestinas, la carta cayó
como una bomba de alto poder explosivo.
A consecuencia de las críticas por el crimen cometido, el
Triunvirato formado por la oligarquía se tambaleó y el individuo
que utilizaron como presidente renunció al cargo, viniendo a
sustituirle Donald Reid Cabral, quien luego fue derribado por el
Movimiento Constitucionalista.
A los hechos que culminaron con la muerte de los principales
dirigentes del Partido 14 de Junio, siguió un derroche de la economía nacional en un desorden insólito, que podría llamarse «la
danza de los milloncitos», pues se produjo tal descalabro del erario público que en los círculos económicos internacionales no se
cotizaba nuestra moneda. Aún así, a uno de nuestros embajadores
en los Estados Unidos, se le pagaba un sueldo mayor que el que recibía el presidente norteamericano. Este derroche lo encabezaba
el Triunvirato con su presidente que importaba tantos automóviles
exonerados de impuestos que no cabían en sus garages y tenía que
mandarlos a una finca que poseía en los alrededores de la ciudad;
por su parte, cada funcionario se aprovechaba del derroche y se
dedicaba a cuanto negocio turbio pueda imaginarse.
Más tarde, durante la invasión, la OEA se hizo cargo de pagar
a los empleados públicos y comprobó que la nómina oficial, la
cual ascendía a más de ocho millones de pesos, estaba alterada, al
punto que con solo cuatro millones de pesos la OEA pagó todos
los sueldos. El resto eran fraudes administrativos.
Uno de los negocios más productivos y realizados en mayor
escala fue el contrabando. Este negocio estaba casi totalmente en
manos de los jerarcas militares, los cuales a través de una llamada
Cantina de las Fuerzas Amadas sin pagar impuesto alguno importaban millones de pesos en wisky, joyas, cosméticos, mercancías y
gran cantidad de zapatos, camisas y demás artículos que se producían en el país, lo que obligó a muchas empresas a declararse en
25
Darío N. Meléndez
quiebra. Llegó a tal extremo el cinismo de estos señores, que el
30 de junio de 1964 el jefe de la Policía formó una compañía por
acciones que se denominó «Cantina Policial, C. por A.», de la cual
él era presidente y así se publicó en el diario El Caribe.
Ante tanta desvergüenza escribí nuevamente al Listín Diario
la siguiente carta, a pesar de que ya había escrito otras que no
quisieron publicar:
Santo Domingo, R. D.,
2 de julio de 1964.
Señor director de
El Listín Diario,
Ciudad.
Señor director:
«Ninguna institución puede ser estable si no radica en la
moral».
Las instituciones sociales, desde la familia hasta los gobiernos, necesariamente han de regirse por esta norma, de no
hacerlo, provocan sobre sí graves consecuencias.
Los miembros de la sociedad dominicana estamos en gran
mayoría conscientes de esto y, ante la evidencia de los hechos anárquicos precursores de regímenes que, carentes
de bases lógicas se han ido y se irán cayendo a pedazos,
se impone una acción unánime, definitiva y tajante que
establezca de una vez y para siempre legítimo respeto a los
principios de ética.
«Respetar la moral no es virtud de unos: es deber de
todos». Por consiguiente, quien esté con la moral ha de
demostrarlo, quien esté con el fraude ha de demostrarlo
también. ¡Nada de hipocresía, hay que dar la cara!
El Listín Diario, El Caribe y La Información, son diarios que se
autoproclaman dominicanos e independientes; por tanto,
al igual que todos los demás órganos de prensa y difusión
26
Paso a la libertad
de ideas, están en la ineludible obligación de pronunciarse
escuetamente en favor de la verdad: amarga o dulce, pero,
la verdad. Si la voz pública nacional no se alza decidida y
enérgica contra el insensato y caótico drama que aflige al
país, los periodistas se hacen culpables de felonía.
Acuso a los pusilánimes que no protestan, a los humildes
que no se quejan, a los intelectuales que no opinan, a las
asociaciones que no se pronuncian, a los oportunistas que
se aprovechan, al clero que apoya, a los políticos que proponen fórmulas, a los opositores que se esconden, a los
soldados que traicionan su noble misión de defender con
su sangre los sagrados intereses de la Patria. Culpa de ellos
son los males que sufrimos, culpable de alta traición es todo
dominicano que acepta impávido estos ultrajes a la Nación.
Solicito formalmente al Listín Diario dar publicidad a esta
carta en su sección «Cartas al Listín» o en espacio pagado
para lo cual le anexo mi cheque Nº 125 por valor de $20.00
certificado por el Banco de Reservas de la República.
Sinceramente,
Darío Meléndez,
Céd. 51842-S-1ª
Anexo: Cheque Nº 125.
Copia a: El Caribe
La Información
Radio Cristal.
Como era de esperarse esta fue otra bomba de TNT. Los comentarios llovían por lo bajo, pero nadie se aventuraba a criticar
públicamente mis cartas. Una vez Bernardo Pérez escribió también al Listín solidarizándose con mi postura.
Sin embargo, la situación seguía. Suspendieron un poco los
desfalcos, o al parecer los ocultaron un poco, a causa de las críticas
que se les hacían.
27
Darío N. Meléndez
Entre tanto, los partidos democráticos y de izquierda moderada, parecían estar de acuerdo con que se llevaran a cabo otras
elecciones en las que como es natural, ellos tendrían oportunidad
de beneficiarse o salir ocupando algún cargo público. Por eso, en
sus críticas al gobierno de facto, incluían que fuera un hecho y no
una simple promesa las prometidas elecciones.
Aquella actitud, de simple aceptación de los hechos, me parecía tan vil, que no dejé de criticarla y totalmente contrario a
acatar los hechos sencillamente porque eran hechos consumados,
escribí al diario El Caribe, ya que el Listín no publicaba más mis
cartas por razones obvias, la siguiente carta:
Santo Domingo, R.D.,
5 de marzo de 1965.
Señor director de
El Caribe
Ciudad.
Señor director:
Es inexplicable que un portavoz del intelecto nacional
como es El Caribe, propicie la celebración de «otras elecciones» para restablecer la Constitución.
Convencidos estamos todos de que los comicios del 20 de
diciembre de 1962 fueron libres, limpios y legales.
¿Qué concepto se tendría de un pueblo que, habiendo depositado conscientemente su voto confiado de que tendría
algún valor su voluntad formalmente expuesta; a los pocos
meses ve volcadas y pisoteadas las sagradas urnas que recibieron su sufragio y, con la mayor naturalidad, se dispone a
depositar nuevos votos para que se repita la cínica comedia?
Es obvio que una vez elegido el nuevo gobierno, van a volver los traidores a pisotear la soberanía popular y entonces
no habrá duda de que, el pueblo y solo el pueblo, es el
culpable de sus propias desgracias.
28
Paso a la libertad
¿Quién garantiza que el drama no se repetirá, toda vez que
en este desgraciado país es una costumbre traicionar la
Constitución y un honor ser «ayudado» por una potencia
extranjera?
No señor, el dominicano votó y no se respetó su voto. Todo
el que propicie «otras elecciones» carece de civismo y está
dando su aprobación a los fatídicos golpes de Estado.
Como dominicano, pido formalmente el retorno del Presidente
Bosch y de su gobierno, de lo contrario que siga la fiesta.
Sinceramente,
Darío Meléndez
Dadas las condiciones existentes, el conformismo reinante y
las ansias de los políticos porque se celebraran elecciones; esta
carta hubo de producir reacción y la produjo. El Dr. Delgado B.
escribió una carta a El Caribe donde me mencionaba, deplorando
mi actitud, la cual a su juicio debía ser más comprensiva y enderezada hacia una mejor orientación del pueblo que podría ver en
mis pronunciamientos algo más beneficioso para la solución de su
problema, no una simple intransigencia para no aceptar un «hecho consumado» como se solía llamar al fatídico golpe de Estado
del 25 de septiembre de 1963.
La carta del Dr. Delgado B. produjo en mí al leerla, el mismo
efecto que produce un acicate en un caballo brioso y sin reparar
en los resultados remití al periódico El Caribe la siguiente:
Señor director de
El Caribe.
Ciudad.
Señor director:
¡Qué siga la fiesta! ¡Qué ahora es cuando comenzamos a
bailar pegao!
29
Darío N. Meléndez
Y, a menos que algunos militares dominicanos —que los
hay— «paren la música», la fiesta debe continuar.
Odio las polémicas, pero el Dr. Delgado B. ha hecho alusión a mi criterio, y debo aclararle en contradicción a su
tesis, que ya no es hora de aprender lecciones tan elementales como las que él dice que han aprendido los militares.
Fui militar durante la tiranía y recuerdo muy bien las lecciones que me fueron dadas en el comedor de alistados del
Aeropuerto Miraflores, entre ellas:
Son deberes fundamentales del soldado:
defender la Patria,
defender la Constitución y
preservar el Gobierno legalmente constituido.
Esta lección la aprendí en el año 1947 siendo recluta estudiante de aviación.
Los asuntos patrios son cosas sagradas, son asuntos muy
serios y a quienes les toque manejarlos, deben saber muy
bien lo que hacen.
Es hora ya de que nos demos cuenta de que nuestra crisis
no es crisis de ideología ni es crisis de partidos, sino, crisis
de dominicanidad.
Tenemos un Escudo, una Bandera y una Patria. Patria que
debe ser respetada y ese respeto a su soberanía radica en el
mantenimiento de un gobierno legal popular e inviolable.
¡Qué venga Bosch o que siga la fiesta!
Sinceramente,
Darío Meléndez
Copia a:
Radio Cristal
Radio Comercial.
30
Paso a la libertad
Los comentarios que suscitó esta carta, especialmente entre los
militares fueron inimaginables. Y dadas las condiciones existentes
entre ellos que estaban viviendo una vergonzosa corrupción, se
originó en los cuarteles una serie de contradicciones que culminaron en una marcada inclinación hacia sus deberes cívicos hasta
entonces desnaturalizados por un sistema a todas luces corrupto
y bochornoso.
Con esos ataques tan directos a los «electores», se dejó de hablar por unos días de elecciones, a pesar de que de inmediato se
volvió a tratar el tema, pero con marcada indecisión y posturas
muy inseguras.
Una noche, Eliseo de Peña me llamó para proponerme que
formáramos una asociación patriótica que llenara el vacío que
dejó la Unión Cívica que se creó a raíz de la caída de Trujillo, la
cual defraudó a tantos dominicanos de buena voluntad.
Me gustó la idea y comenzamos a trabajar organizando primero, un comité de treinta y seis miembros que se encargó de
redactar unos estatutos esencialmente democráticos. Había un
gran entusiasmo de parte de muchas personas deseosas de pertenecer a la recién formada organización, la cual dado su carácter
puramente apartidista, ofrecía gran confianza a sus seguidores.
Se hablaba insistentemente de que de un momento a otro se
producirían grandes cambios en el país, que las Fuerzas Armadas
estaban resueltas a cambiar el gobierno y una serie de cosas más.
Los miembros de la naciente asociación que se llamó
Movimiento Nacional Apartidista, estaban desesperados por lanzar un manifiesto al país, tendiente a unificar a los dominicanos
patriotas y de buena voluntad, de suerte que se pudiera hacer una
organización capaz de disponer los destinos nacionales de manera
que se pusiese término a tantas calamidades. Existía alguna disparidad de criterio en este sentido y el manifiesto nunca llegó a
publicarse. Cundió el descuido en los miembros de la asociación,
lo que la sumió en un letargo.
D. M.
Septiembre de 1965.
31
Paso a la libertad
Puente Duarte en la ciudad de Santo Domingo, símbolo de la resistencia.
Fue notoria la unidad de civiles y militares en el reclamo de la constitucionalidad.
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Darío N. Meléndez
Coronel Caamaño acompañado de Antonio Guzmán Fernández, Luis Manuel
Bordas, coronel Jorge Gerardo Marte Hernández, Pedro Germán Ureña, Héctor
Aristy, entre otros.
El humorista Freddy Beras Goico, combatiente constitucionalista.
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Paso a la libertad
Miembros del Comando del Sindicato de Trabajadores Portuarios de Arrimo
(POASI).
Ciudadanos de la Capital, pueblos y provincias formaron comandos
constitucionalistas.
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Darío N. Meléndez
El coronel Caamaño junto a Jorge Gerardo Marte Hernández, Pedro Santiago
Rodríguez Echavarría, Héctor Aristy, entre otros.
Capitán Manuel Ramón García Germán.
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Paso a la libertad
Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, líder de los militares constitucionalistas.
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Darío N. Meléndez
Coronel Juan María Lora Fernández.
Manuel Agustín Núñez Noguera.
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Paso a la libertad
Héctor Sucre Félix Rodríguez.
Capitán Mario Peña Taveras.
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Darío N. Meléndez
Unidad móvil del Comando Pedro Mena de la barriada de Villa Francisca.
Combatientes operando un cañón durante la guerra civil.
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Paso a la libertad
Capitán Héctor Lachapelle Díaz.
Capitán Alfredo
Alcibíades
Hernández.
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Darío N. Meléndez
Combatientes operando una ametralladora.
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LA REVOLUCIÓN
Darío N. Meléndez
Un combatiente con ametralladora se mantiene alerta en la trinchera.
44
A
Los preparativos
quella mañana después de llamarme por teléfono, vino
a verme García. Le había dicho que estaba en cama
con fiebre muy alta a consecuencia de una inflamación glandular.
Aprovechó su visita para ponerme al día de los adelantos logrados
en los preparativos para el movimiento revolucionario que desde
hacía tiempo se estaba gestando.
A pesar de que me sentía muy mal, me interesé sobremanera
en las informaciones que García me daba y de ahí en adelante,
con todo y quebranto, me iba al teléfono para comunicarme con
los compañeros de ideales e informarles acerca de la situación en
que se encontraban las cosas.
Tan pronto como entré en convalescencia, me vi con él de
nuevo y me dijo:
—Estamos contando los días hacia atrás.
Con esto me dejaba dicho que el día para la acción había
sido fijado ya y que dentro de esa misma semana se produciría el
levantamiento.
Al día siguiente me llamó por teléfono Durán, otro compañero que había regresado de Miami para unirse al movimiento. Nos
entrevistamos esa noche en la casa de Angélica y él me pidió que
le conectara con la dirigencia del Movimiento para él ofrecer sus
servicios y de ser posible encargarse de preparar el plan táctico. A
su juicio, el objetivo más importante era el Palacio Nacional y me
pidió que lo pusiera en contacto con algún oficial del Movimiento
que prestara servicios en el Palacio.
No hubo inconveniente en efectuar esa conexión y así Durán
quedó integrado en el grupo. Una noche vinieron a verlo Nene
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Darío N. Meléndez
y Hernando, este último se mencionaba como el jefe del grupo
militar.
Acordaron algunos aspectos de las acciones que se debían llevar a cabo pero de una manera independiente y a mi juicio algo
vaga.
Hernando siendo jefe del grupo militar no estaba bien informado acerca del Movimiento en sí, debido a que él mismo no
tenía una cabeza definida en el país o si la tenía, por otro lado, se
ordenaban disposiciones o se hacían planes no coordinados con
los demás. Esta situación era algo confusa y desorientadora. En
una ocasión, después de una conversación que sostuve con García
le dije a Durán que a Hernando se le iba a desplazar, pues no
actuaba con la prontitud y decisión que se esperaba. Durán comunicó eso a Hernando y este dijo aceptar cualquier decisión de
la superioridad, estando siempre dispuesto a colaborar con cualquiera que se designara en su lugar. Aquello fue solo un mal entendido, pues ni García me dijo que se iba a sustituir a Hernando
ni tal cosa se había considerado. El error se debió a una mala
interpretación de mi parte, pero confirmaba mis presunciones de
que el Movimiento carecía de dirigencia efectiva, ya que uno de
los líderes principales no tenía una idea clara de quién tenía que
recibir órdenes o instrucciones.
Comenzaban a recogerse las armas disponibles para distribuirlas entre los que debían tomar parte activa en las acciones
iniciales: los militares activos que tenían a su cargo arsenales o
tenían bajo su control algunas armas, se preparaban para sustraerlas, pero aguardaban el último momento, en razón de que ya se
habían convenido otras fechas para llevar a cabo acciones y no se
había hecho nada. Así que algunos estaban escépticos con los preparativos y no estaban por decidirse hasta no ver más seguridad en
el asunto. Sin embargo, algunas armas que se recogieron fueron
distribuidas inmediatamente, para evitar tenerlas almacenadas
con riesgo de que el gobierno las encontrara.
Yo tenía un fusil M-1, un revólver calibre 38 y diecinueve granadas de fragmentación, en su mayoría sobrantes de la rebelión
que llevó a cabo el grupo del 14 de Junio en diciembre de 1963.
46
Paso a la libertad
García me dijo que yo debía ceder algunas de esas armas a
compañeros que no tenían ninguna. Al principio no estuve de
acuerdo, porque, a excepción del revólver, esas armas no eran mías
y cuando yo hablaba a los directivos del 1J4 sobre el Movimiento,
ellos se mostraban escépticos y poco inclinados a apoyarlo. Sin
embargo, a pesar de esto, accedí ante la insistencia de García y
le entregué sin autorización del Comité Central del 14 de Junio,
cinco granadas de fragmentación. Al día siguiente me informó
que todas habían sido distribuidas, que consiguiera más.
Viendo que las cosas iban avanzando y todo me parecía formal
y serio, le entregué a García diez granadas más y conservé cuatro
para mí además del fusil M-1 y el revólver calibre 38.
El jueves 15 de abril de 1965 por la noche vino a verme García
acompañado de Lachapelle y un ex oficial del batallón blindado llamado Antonio González que se había especializado en el
extranjero, en el manejo de los tanques que poseía el Centro de
Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA). García me preguntó si
yo estaba dispuesto a entrar en acción, pues se había decidido que
a las 2:00 a. m. de esa misma noche se iniciaría la lucha. Le manifesté mi disposición y convinimos en reunirnos a las 10:00 p. m.
en su casa. Me pidió que llevara todas las armas que tuviera.
Mientras tanto en el interior del automóvil esperaban Lachapelle
y Antonio González. Cuando salimos de la casa hasta el automóvil,
conversando sobre el asunto, convinimos en que era mejor que
yo cediera el fusil al oficial tanquista ya que era necesario que él
participara en el asalto de los tanques que estaban estacionados en
el Palacio Nacional y a la fecha no se había conseguido ninguna
arma para él.
—De todos modos —les dije— nos reuniremos a las diez de la
noche en la casa de García.
Cuando llegué al lugar convenido había allí tres de los compañeros que estaban dispuestos a participar. Luego fueron llegando
más automóviles y en cada uno de ellos había algunas armas, entre
las que se contaban ametralladoras, fusiles, etc.
Una vez que el grupo destinado al asalto del Palacio Nacional
estuvo provisto de armas, partieron en automóvil para un local
47
Darío N. Meléndez
contiguo al Palacio donde esperarían orden de actuar, la cual se le
transmitiría por teléfono.
García, Durán y yo nos dirigimos en mi automóvil a la casa de
un capitán del ejército que vivía en el barrio en que residía García.
Allí había un grupo de no menos de veinte militares reunidos que
componían una especie de guarnición al mando del capitán, provistos de armas automáticas.
Era aproximadamente la media noche. El teléfono de la casa
del capitán sonaba cada dos o tres minutos, pues de allí debía
partir la orden de actuar.
El grupo reunido allí esperaba la llegada de Hernando y de
otros altos oficiales que debían dar la orden y al mismo tiempo
dirigir las operaciones.
Allí esperamos hasta las 2:20 de la madrugada, hora en que
aparecieron Hernando y los demás oficiales que componían el
Alto Comando. Se inició la reunión y Hernando explicó que aún
no se habían podido ultimar los arreglos, que si se quería podía
ordenarse la acción, pero que faltaban detalles importantes, como
los servicios de transporte, el Campamento 16 de Agosto y otros
que no habían podido ser confirmados; por tanto, él opinaba que
el asunto debía posponerse hasta prepararlo para no caer en errores como en otras ocasiones.
La reunión terminó a las tres y media de la madrugada. A esa
hora nos retiramos a dormir, malhumorados y decepcionados.
Muchos nos disgustamos y consideramos un fracaso el Movimiento.
Algunos tildaron de charlatanes a los principales dirigentes y otros
abandonaron las filas rehusando continuar.
Aquello fue realmente una decepción, especialmente para
los grupos militares, pues muchos de ellos habían abandonado
los cuarteles con el deliberado propósito de no regresar si no era
con un gobierno serio. Algunos habían sacado armas de los arsenales, habían desertado o se habían comprometido seriamente
de algún modo, así que para ellos el aplazamiento era realmente
desconcertante.
Dejé a García en su casa y mientras llevaba a Durán a la suya
le dije:
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Paso a la libertad
—No quiero que me hablen más de preparativos ni de nada.
No voy a participar más en planes con personas irresponsables.
Durán me dijo:
—No te desanimes que esto es algo así como un rodillo sin
frenos descendiendo por una pendiente. Nadie puede detenerlo.
Es posible —continuó Durán— que yo tenga que irme antes de
que se inicie esta revolución, pero puedes estar seguro que esta se
da. Me fui a dormir algo más tranquilo con lo que Durán me dijo.
El golpe
El miércoles 21 de abril de 1965 por la noche fui a ver a Durán
quien me manifestó que había decidido regresar a Miami, pues
había dejado allí su familia sin apoyo económico. Me pareció que
a pesar de sus alentadoras palabras de noches anteriores, él no
confiaba en la realización del Movimiento y se iba desilusionado.
Esa noche fuimos a ver a García. Un tanto defraudado le
manifesté que no podíamos continuar en esa inseguridad, que
tal actitud de parte de los dirigentes era informal y que se hacía
necesario tomar medidas decisivas encaminadas a formalizar la
situación. Le expresé que el hecho de no estar determinada una
cabeza responsable de la acción, siendo necesario depender de las
conclusiones acordadas en grupo, no nos llevaría a ninguna parte
y todo se iba a quedar en los planes sin lograrse ningún resultado
positivo.
Le propuse que convocáramos una reunión para que se estableciera formalmente la situación presente y futura del Movimiento
y que en caso de que no hubiera un plan estratégico bien formulado, se encargara a Durán para que lo preparara y que al mismo
tiempo se le hiciera responsable de coordinar y dar la orden de
actuar, que a mi juicio era lo que había fallado.
Esa noche, después de serias deliberaciones, fuimos a ver a un
alto dirigente del Partido Revolucionario Dominicano que reside
por los alrededores del hotel Hispaniola. Allí había varios miembros del PRD y además un ex oficial del ejército.
49
Darío N. Meléndez
Nuestro interés era definir la responsabilidad en la dirección
del Movimiento y después de intercambiar algunas palabras sobre
el caso, nos convencimos de que aquel señor no era tampoco el
director intelectual del asunto. Presumíamos que el presidente
Bosch debía ser el principal promotor, pero de todos modos debía
haber un representante suyo en el país, el cual debía tener a su
cargo la responsabilidad de coordinar el Movimiento.
El ex oficial presente, después de oír nuestras informaciones y
opiniones, nos manifestó que todos esos detalles estaban previstos
y que no había que temer acerca de los planes y actividades, pues
cada paso había sido bien planificado y se tenían todos los contactos necesarios con las distintas ramas de las Fuerzas Armadas,
especialmente con la Aviación, la cual, a nuestro juicio, constituía
la fuerza decisiva y debía ser la facción que llevara la iniciativa
en la acción, a fin de paralizar cualquier intento de los militares
reaccionarios y también cualquier posible intervención de fuerzas
extrañas en el Movimiento.
Los resultados demostraron que no existía tal planificación ni
se habían previsto muchos de los detalles básicos.
El dirigente del PRD viendo que nosotros éramos ex oficiales
aviadores, se interesó en nuestros puntos de vista y me pidió que
preparara un plan de acción basado en mi tesis y que concertara
una entrevista con Nene para formalizarlo. Quedamos en que yo
trataría de preparar la entrevista con Nene lo más pronto posible.
Pero un poco de negligencia de mi parte y un poco confiado de
lo que afirmara el ex oficial, quien aseguró que todo estaba bien
planificado, contribuyeron a que la entrevista no se realizara y la
integración activa de la Aviación no se consiguió.
El día 24 de abril, estando aun sentado en la mesa terminando
de almorzar, vino a verme un vecino y me dijo que acababan de
anunciar el derrocamiento del Triunvirato por la radio. Momentos
después, sonó el teléfono y otro amigo me llamaba para informarme que había caído el gobierno y que todo el pueblo estaba en la
calle loco de júbilo.
Los asuntos se habían precipitado inesperadamente. La abierta conspiración entre militares había sido varias veces delatada
50
Paso a la libertad
por oficiales a los que se había tratado de enrolar. En ocasiones el
triunviro principal llamó a Hernando para carearlo con algún oficial delator, pero no tomaba ninguna medida disciplinaria, posiblemente porque la conspiración había llegado a difundirse de tal
manera en las Fuerzas Armadas que era prácticamente imposible
sofocarla y el gobierno, sabedor de esa situación, trataba de echar
agua al vino con amonestaciones amistosas o con designaciones
en el exterior que generalmente nadie aceptaba.
Ese día, sábado 24 de abril de 1965, el jefe del Ejército trató de
arrestar a unos oficiales que fueron acusados de estar conspirando y haciendo preparativos para la rebelión que era un secreto a
voces. Los oficiales se rebelaron e hicieron prisioneros al jefe del
Ejército y a otros oficiales que le acompañaban. Una vez desatado
el motín, continuó como reguero de pólvora y a mediodía ya el
Triunvirato había sido derrocado.
Tan pronto terminé de hablar por teléfono, sintonicé la Radio
Santo Domingo en el momento en que García anunciaba públicamente que el gobierno había sido derrocado, e invitaba al pueblo
a lanzarse a la calle.
Un grupo de constitucionalistas había asaltado la radioemisora y anunciaba por ella la caída del gobierno al mismo tiempo que
recababa el apoyo del pueblo.
Mi amigo y yo nos dirigimos en mi automóvil a la emisora.
Allí una multitud de personas rodeaba el edificio tratando de
entrar para hacer declaraciones y pronunciamientos a favor del
Movimiento.
Nos costó un gran trabajo ganar la puerta de la emisora. Cuando
logramos llegar a ella estaba prohibida la entrada por militares
armados que apoyaban la rebelión. En el tumulto perdí de vista a
mi amigo y cuando me dispuse a buscarlo se armó un corre corre.
Militares del CEFA provistos de armas automáticas se presentaron
en forma amenazante y agresiva diciendo que nos ametrallarían si
no nos retirábamos de inmediato y mientras hablaban manipulaban violentamente sus fusiles. Algunos líderes sindicales trataban
de mantener los grupos con la consigna de apoyar a los locutores
y demás integrantes del grupo que había ocupado la emisora y no
51
Darío N. Meléndez
permitir que los militares del CEFA los apresaran y maltrataran.
Se notaba gran decisión en el grupo; pero tan pronto como nos
acercábamos, los militares apuntaban amenazadoramente con sus
armas y nos obligaban a detenernos. Minutos después aparecieron
los macabros y odiosos camiones de los policías «cascos blancos»
denominados «Fuerza de Choque». Llegaron disparando granadas de gases lacrimógenos y repartiendo macanazos a diestra y
siniestra. Concomitantemente aparecieron también contingentes
de policías montados a caballo quienes lanzaban al galope contra
la multitud y sables en mano repartían mandobles sin miramiento
alguno. Uno de los caballos tropezó y cayó cerca de mí recibiendo
el jinete fuertes golpes al caer. Poco rato después una ambulancia
recogía los heridos resultantes de este suceso.
La multitud no se dispersó, por el contrario, aumentó considerablemente llegando a ocupar varias cuadras en los alrededores
de la emisora. El gentío se mantenía por los alrededores mientras
del interior del edificio sacaban los locutores y los subían a un
vehículo para llevarlos al Palacio de la Policía. Entre tanto, a los
micrófonos de la estación de radio estaba un empleado sin conocimientos de oratoria, anunciando que el coronel tal le ordenaba
decir al público que no era cierto lo del golpe de Estado, que cada
quien debía regresar a su casa, etc., etc. La torpeza con que el empleado lo hacía, indujo al oficial de la policía a tomar el micrófono
y despacharse una arenga llena de epitetos y acusaciones sin ton ni
son contra los locutores que habían anunciado el levantamiento.
Esto causó gran desilusión en el grupo que de inmediato comenzó
a dispersarse pese a que algunos más optimistas les alentábamos a
que continuáramos la lucha.
Fui a ver a García por si había escapado y llegado a su casa,
pero su esposa no sabía de él. Ella me comentó que después del
anuncio que hizo el oficial de la policía, parecía como si al pueblo
se le hubiese echado un balde de agua fría.
Alrededor de las cinco de la tarde ya la emisora estaba rodeada por militares del CEFA fuertemente armados, con ametralladoras emplazadas en distintos sitios del edificio y tanques en las
bocacalles.
52
Paso a la libertad
Media hora más tarde, aparecieron por la carretera Duarte dos
camiones conduciendo unos cien soldados aproximadamente, los
cuales saludaban a los grupos dispersos levantando sus brazos armados en señal de triunfo. El público jubiloso siguió los camiones
que se dirigían a Radio Santo Domingo y una vez allí se encontraron con la fuerte custodia mantenida por los soldados del CEFA,
los que no hicieron caso alguno al pelotón de soldados que al
mando de un capitán se desplegaron sin seguir ningún orden
táctico, mezclándose con la multitud que los vitoreaba y aplaudía.
El capitán llamó la atención de la multitud desde un montículo
formado por bloques de cemento cercano al edificio de la emisora, lanzando una arenga que no pude oír, pero me pareció que era
algo así como una declaración en la que anunciaba que habían
venido a apoyar al pueblo y estaban dispuestos a defenderlo. El
grupo se enardeció y militares y civiles mezclados marchamos sobre Radio Santo Domingo.
Al llegar a la esquina formada por las calles Francisco
Henríquez y Carvajal con Charles Piet, nos encontramos con un
grupo de policías montados. Algunos de la multitud sintiéndose
apoyados les gritaron que ya no les tenían miedo, pues estaban
respaldados por el «ejército del pueblo» que había venido a liberarlos. El oficial que comandaba el pelotón de jinetes policiales,
con dramática calma y parsimonia, dio una última bocanada a su
cigarrillo, luego lo tiró al suelo con decisión y con lentitud teatral
desenvainó el sable. Los demás policías que le acompañaban le
imitaron y en un dos por tres comenzaron a repartir mandobles.
Un soldado que se encontraba mezclado con la multitud y que
mantenía su fusil en alto porte, aparentemente dispuesto a hacer
frente a los agresores, fue arrollado por un caballo. Nuestro grupo
con su «ejército liberador» se vio una vez más obligado a dispersarse. A pesar de esto, la multitud continuó enardecida y formaba
grupos que coreaban consignas.
Al oscurecer me retiré a mi casa defraudado y desilusionado.
Me bañé y encendí el televisor. A los pocos minutos se anunciaba
que Donald Reid, el presidente del Triunvirato se dirigiría a la
Nación. Pensé que eran inciertos los rumores que aseguraban que
53
Darío N. Meléndez
estaba preso o asilado, pero cuando pronunció su discurso no
apareció su figura en la pantalla, solo se oyó su voz. Minutos más
tarde, la Radio Santo Domingo repitió el discurso mediante una
película en la cual aparecía en persona dirigiendo su alocución.
Aquello me pareció un truco. Pero con todo, produjo un gran
efecto. El público ávido de informaciones, cuando Donald Reid
anunció que ya la rebelión había sido sofocada con excepción
de dos campamentos que se negaban a deponer las armas, sacó
en conclusión que el derrocamiento del gobierno era un hecho
consumado y ante tal situación los ánimos volvieron a surgir con
más intensidad.
Esa noche se declaró el toque de queda y me resigné a acostarme temprano, pero antes, llamé por teléfono a varias personas
tratando de hacer pesquisas acerca de la verdadera situación.
Conforme me informaron algunos compañeros de lucha, el
derrocamiento del gobierno se había realizado y la única resistencia que se mantenía, era la del Centro de Enseñanza de las Fuerzas
Armadas y la de la Fuerza Aérea, ambas facciones se hallaban alojadas en la base de San Isidro, la cual comandaba Elías Wessin,
quien había patrocinado el odioso golpe del 25 de septiembre de
1963.
La resistencia de Wessin era férrea. Apoyada por la aviación
que comandaba Juan de los Santos Céspedes la cual contaba con
varios pilotos corrompidos por las orgías y la vida licenciosa, se
convirtió en la más sangrienta lucha que cuenta la historia dominicana. Wessin, Santos Céspedes y los demás que les seguían,
consideraban que la lucha por la Constitución y el retorno del
Gobierno legalmente constituido, era un brote de comunismo y
apoyándose en el respaldo que les daban los norteamericanos, se
lanzaron a la más antipatriótica y condenable agresión contra los
principios fundamentales que rigen nuestra República. Muchos
oficiales fueron arrestados por su postura nacionalista. Algunos
que no estaban dispuestos a bombardear la ciudad, volaron a
Puerto Rico y un grupo de cadetes del Centro de Enseñanza de
las Fuerzas Armadas (CEFA), desertaron y se fueron a San Pedro
de Macorís.
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Paso a la libertad
El domingo 25 de abril, temprano por la mañana, traté de
orientarme. Me dirigí al centro de la ciudad y pude observar que
todas las calles estaban cerradas por barricadas de todos los tipos.
Obstáculos y basura habían sido colocados en todas las esquinas y
bocacalles.
Algo avanzada la mañana, se vio movilización de tropas constitucionalistas que se posicionaban en las entradas de la ciudad
y en las cabezas de los puentes. Se notaba un jubileo enorme de
parte del pueblo que armado de piedras y palos respaldaba a los
militares que se notaban algo indecisos y desorientados.
Antes del mediodía se recuperó sin lucha la emisora Radio
Santo Domingo, anunciándose por ella el restablecimiento
del Gobierno Constitucional bajo la presidencia provisional del
Dr. Rafael Molina Ureña, presidente de la Cámara de Diputados,
quien según la Constitución debía presidir el Gobierno hasta
que llegara el presidente Bosch. Por la radio se invitaba al pueblo a asistir a la juramentación en el Palacio Nacional en horas
de la tarde.
Entre tanto, las fuerzas comandadas por Wessin (CEFA), precedidas por tanques, atacaban las posiciones constitucionalistas
del puente Duarte y eran rechazadas por la artillería del Ejército
Constitucionalista, las cuales bien emplazadas y dirigidas, apoyadas a su vez por una inmensa muchedumbre, mantenían a raya a
los traidores. Esas escaramuzas permitieron que el público enardecido se apoderara de algunos tanques y de varias armas.
Por la tarde me dirigí al Palacio, donde se juramentaba Molina
Ureña como Presidente Provisional de la República. Había una
buena cantidad de personas, pero en el ambiente se notaba cierta
discrepancia de parte de los promotores de la rebelión en cuanto a
la instalación del gobierno; unos se oponían al restablecimiento del
Gobierno Constitucional, abogando por la instalación de una junta
de gobierno, mientras que el pueblo y los dirigentes serios exigían
el retorno a la constitucionalidad con Juan Bosch como presidente.
La embajada de los Estados Unidos, manteniendo como siempre su
consigna de tutela e intromisión en los asuntos de los países pequeños, ejercía una abrumadora influencia sobre la situación.
55
Darío N. Meléndez
Las insistentes llamadas de alerta que hacía la Radio Santo
Domingo en poder de la revolución ponían en guardia al pueblo
acerca de la componenda que estaba por realizarse. A una llamada
de la radio, una avalancha de personas se coló dentro del Palacio y
ante la decisiva actitud de aquella turba, hubo que ceder a la juramentación de Rafael Molina Ureña como presidente provisional.
Armas al pueblo
Me encontraba aún en el Palacio Nacional cuando un avión
Mustang P-51, irrumpió con fuertes descargas de su artillería sobre
el Palacio y sus alrededores, con gran peligro para la multitud allí
congregada. El avión continuó sus ataques hasta que descargó todas
sus ametralladoras. La multitud por su parte, no se alejó ni pareció
atemorizarse mucho. Yo me sentí altamente indignado por el criminal asalto de aquel avión y en uno de sus pasajes le disparé con
mi revólver, aunque sabía muy bien que con ello no haría nada al
aparato agresor. A un soldado que pasaba junto a mí le pedí que me
prestara su fusil para dispararle al avión, pero rehusó mi petición
alegando que esa arma no le haría nada al aparato.
Comprendí que mis temores acerca de la posible conducta de
la aviación ante el movimiento revolucionario, se estaban cumpliendo. La aviación, principal fuerza militar del país, se oponía
abiertamente al restablecimiento del Gobierno Constitucional y el
salvaje ametrallamiento que acababan de hacer al Palacio, dejaba
ver claramente que los que allí se encontraban, estaban resueltos
a realizar toda clase de acciones incluyendo el bombardeo masivo
de la ciudad.
Así fue. Al día siguiente, una radio emisora improvisada en San
Isidro, base aérea principal, anunciaba a la población residente en
los alrededores del puente Duarte, que debían desalojar sus casas
cuanto antes, pues todo el sector sería arrasado. Allí se encontraban posicionadas nuestras tropas, rodeadas por una multitud
de personas desarmadas que enardecidas y resueltas desafiaban
cualquier peligro al lado de los militares combatientes.
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Paso a la libertad
No bien habían anunciado el bombardeo, al que el público no
daba crédito, pues ni Trujillo había cometido semejante fechoría,
varios aviones ametrallaban y atacaban con bombas y cohetes las
posiciones ocupadas por las tropas constitucionalistas, durante
este ataque murieron varios soldados y artilleros que se encontraban en la cabeza del puente Duarte, por el cual pretendían pasar
las tropas del CEFA.
La multitud que no temía a los ataques rodeaba artilleros y
cañones con singular coraje y los aviones en sus ataques los diezmaban inmisericordemente. Era un espectáculo insólito ver hombres, mujeres y niños; rodeando los cañones como para acompañar y dar ánimo a los artilleros durante el combate. Parecía como
si quisieran hacer alarde de coraje y denuedo y al mismo tiempo
comprometer a los militares para que no flaquearan en sus correspondientes puestos de combate.
El ataque aéreo se prolongó por bastante tiempo y los daños
causados por las bombas y metrallas en la población civil fueron
incalculables. Centenares de casuchas de madera y de construcción humilde que son las que siempre ha habido por aquella zona,
fueron arrasadas y los muertos y heridos se contaban por millares.
Las ambulancias no podían atender a tantos heridos y fue necesario que los automóviles y demás vehículos de uso corriente se
prestaran masivamente para la recolección de las víctimas. En
los hospitales no aceptaban más y fue necesario atender los casos
menos urgentes en casas particulares que se improvisaron como
clínicas. Aquello fue una hecatombe jamás imaginada.
Detrás de los bombardeos venía el ataque de los tanques. Pero,
nuestra artillería, frente a la avanzada de los tanques, cerraba fila
y rechazaba al enemigo, manteniéndolo del otro lado del puente
Duarte. Varias veces se pensó en dinamitar el puente para impedir
nuevos intentos de avance por parte del enemigo, pero, se descartó la idea en razón de que era un daño muy costoso para el país,
ya que el puente Duarte había costado varios millones de pesos
construirlo. Sin embargo, hubiera sido menos costoso construir
otro puente que las innumerables víctimas que para pasar por él
sacrificaron la Aviación y el CEFA. En vez de destruirlo se construyó
57
Darío N. Meléndez
frente a él una barricada de bloques de cemento, vehículos viejos,
desperdicios, etc.
Entre tanto la Radio Santo Domingo en manos del Gobierno
Constitucional, presentaba por televisión a personas que se adherían al Movimiento y ofrecían su apoyo moral y material a los
defensores de la Constitución. Ante esto, la radio emisora de San
Isidro, amenazó con bombardear el edificio de nuestra emisora, lo
que dio lugar a que los defensores de la Constitución tomáramos
en rehenes a los familiares de los aviadores y los presentáramos
por las cámaras televisoras anunciando así que si bombardeaban
el edificio, perecerían en él los familiares de los agresores.
La Aviación nos estaba creando un problema grave con sus
arteros ataques. Indignado por la conducta de mis amigos y compañeros de aviación, me dirigí a la emisora, para hacer un llamado
a la cordura de los aviadores que tan salvajemente masacraban
la población civil. Cuando me acerqué a la puerta de la emisora
un avión P-51 ametralló el edificio y distraído como estaba poco
faltó para ser alcanzado por las balas que destrozaron la puerta de
vidrio del local e hicieron otros daños en los alrededores.
Me apresuré a penetrar al edificio llegando al estudio de televisión donde se encontraban varias personas, entre ellas García.
Cambié algunas palabras con él, pues no le veía desde antes de
iniciarse la revuelta y le dije que no se ausentara para que nos pusiéramos de acuerdo acerca de mis funciones en el Movimiento.
Reinaba gran excitación en el estudio y era enternecedor ver
algunos familiares rehenes llorando amargamente su desafortunada situación. Tan pronto se me permitió me presenté ante las
cámaras televisoras y con toda la sobriedad de que fui capaz, pero
también con vehemencia, hice un llamado a mis ex compañeros de aviación por quienes siempre he sentido un alto aprecio.
Concluí mi discurso con estas palabras: «Hermanos, esta lucha es
justa, la hemos iniciado porque era inevitable y continuaremos en
ella hasta que la dignidad y los derechos de todos los dominicanos
se respeten. Si mis compañeros, si mis hermanos de aviación están
dispuestos a masacrarnos, si ellos están dispuestos a destruirnos,
nosotros estamos dispuestos a resistir y resistiremos».
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Paso a la libertad
Después de mi arenga, con la cual me sentí más liviano, salí
de la emisora en compañía de García. Nos dirigimos a casa a
preparar nuestros planes de acción dentro de la Revolución que
comenzaba.
Las calles de Santo Domingo estaban atestadas de militares
que apoyaban el Movimiento y junto a ellos gran parte de civiles
que fanáticamente les acompañaban. En las esquinas se formaban
grupos que se empeñaban en requisar los vehículos.
Una vez en casa, hicimos algunos preparativos y nos dispusimos
ir al Comando Superior a recibir órdenes y a obtener armas. Era el
mediodía, almorzamos y luego salimos. García me pidió que pasáramos por su casa. Le dejé en ella y me dirigí al sitio donde había
dejado guardada las granadas que me quedaban. De regreso a la
casa de García me detuvo un grupo de civiles que se ocupaban de
requisar vehículos en una esquina. Entre ellos había dos soldados
armados de fusiles Máuser, los civiles solo tenían machetes, palos,
piedras, cuchillos, cocteles molotov, etc. A una señal de ellos me
detuve viniendo algunos a revisar el automóvil. Con marcada simpatía cooperé con el registro. Una vez que me pareció que habían
terminado, arranqué mi auto y a pocos metros de distancia uno de
los soldados me disparó con el fusil. Por suerte el proyectil no me
hirió, pasó silbando al lado del automóvil y yo me detuve de nuevo
asombrado y confuso. Tan pronto como abrí la puerta del auto, la
multitud se me abalanzó en actitud beligerante y altamente hostil,
como si yo fuese un enemigo peligroso.
Comprendí que en ese momento me hallaba en una situación
muy peligrosa y que era preciso actuar con cordura y coraje. Con
decisión salté fuera del vehículo y me enfrenté con la multitud,
con semblante resuelto. Esa actitud mía hizo cambiar momentáneamente la agresiva postura que mantenía el grupo contra mí,
dándome oportunidad a dirigirle en tono ecuánime un par de
frases oportunas. Yo tenía en el bolsillo un revólver S. & W. 38
Special, además en el asiento trasero del vehículo estaban las cuatro granadas de fragmentación, pero, ante aquella turba de por
lo menos cien personas, entre los cuales había dos armados de
fusiles, no podía pensar en intimidar, sino en convencerlos de que
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Darío N. Meléndez
estaban en un error. A pesar de mi sensatez y mi razonable actitud,
aquel grupo ávido de acción y de aventuras, no me dio tiempo ni
para respirar y en pocos segundos rodearon mi automóvil mientras ambos soldados me apuntaban con sus fusiles. En aquellos
momentos era imprescindible mantener la serenidad y sobre todo
hacer buen uso del sentido, de lo contrario, aquel traspié podía
significar el término de la Revolución para mí. Con singular habilidad pude pronunciar unas breves, pero valiosas palabras que al
igual que las frases anteriores me dieron una corta pero necesaria
tregua en aquel brutal asalto. Uno de los civiles me ordenó groseramente que abriera el compartimiento de equipaje del automóvil
lo cual realicé con significativa calma. Mientras tanto, uno de los
civiles se apoderó del paquete que contenía las granadas y se dispuso a abrirlo, yo le signifiqué que eran granadas de mano para
la revolución y que tuviera cuidado, pues eran muy peligrosas. En
ese momento apareció en escena un oficial que al oír el disparo
corrió al lugar de los hechos. Aproveché la llegada del oficial para
demostrar que había llegado una reconocida autoridad, quien
yo esperaba que me identificaría y me ayudaría a salir de aquel
apuro. Le expliqué que yo era un ex oficial de la Aviación, que
estaba actuando dentro de la revolución y que iba a reunirme con
el ex teniente García para ponernos a las órdenes del Comando
Superior. Me costó trabajo convencer al oficial, quien me despojó
de mi revólver y me hizo acompañar de un soldado hasta la casa
de García, para determinar si era cierto lo que yo decía.
Una vez en la casa de García le relaté el incidente con gran
inconformidad por aquel desorden con que comenzábamos. Él
se rio a carcajadas pero a mí no me hacía gracia aquel atropello.
En seguida salimos en pos del oficial para que me devolviese mi
revólver y cuando llegamos al sitio del incidente nuestro hombre
había desaparecido. Luego supe que era hijo del jefe del ejército
del Triunvirato y que se había pasado al bando reaccionario esa
misma tarde.
De allí fuimos a la emisora Radio Santo Domingo donde estaba instalado el Cuartel General Constitucionalista. Un oficial
y algunos soldados nos acompañaron al sitio del incidente. Allí
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Paso a la libertad
comenzamos a investigar el caso, pero mi revólver no apareció. Regresamos a la emisora donde dejamos los militares y de
allí seguimos al Palacio Nacional, donde se encontraba el Alto
Comando Constitucionalista. Allí me encontré con Hernando,
intercambiamos un cordial saludo y él me felicitó por mi brillante
alocusión de esa mañana por televisión. Lo encontré muy desgastado físicamente, tanto, que le sugerí a uno de los soldados que
le acompañaban, que tratara de que se le permitiera descansar,
dormir y reponer sus energías.
En el arsenal del Palacio obtuvimos ametralladoras Cristóbal
para nosotros dos y para la tripulación de los tres tanques que
habían estacionados cerca del Palacio. Otra vez estaba con nosotros Antonio González, quien se encargó de los tanques. En los
pasillos palaciegos se respiraba el ambiente típico de una guerra.
Ministros y funcionarios de alto nivel se les veía tirados por doquier
descansando de las vigilias anteriores, corrillos de militares se formaban a cada paso para comentar la situación, y especialmente
se notaba en el ambiente la fuerte presión diplomática ejercida
abiertamente por los Estados Unidos, lo cual se ponía de manifiesto por la actitud de los militares. Según me informaron, momentos antes había estado allí, el embajador norteamericano W.
T. Bennet, quien había ido a protestar aparatosamente por lo que
él consideraba irresponsabilidad del gobierno en el mantenimiento del orden público, recalcando que los ciudadanos extranjeros
(se refería a los norteamericanos) no eran respetados. Ante esto,
el presidente Molina Ureña, apacible, pero autoritariamente, le
recomendó que calmara los nervios y se pusiera más razonable en
sus ademanes, si quería que él le prestara atención. Al parecer no
llegaron nunca a ponerse de acuerdo.
Esa tarde dejamos equipados y tripulados los tanques y al caer
la noche nos fuimos a casa y comenzamos a hacer contactos telefónicos con los distintos puestos y con el Comando Superior,
realizando así una labor informativa o de enlace de gran utilidad,
pues reinaba gran confusión en las filas del Movimiento.
En la Compañía de Transportación, aledaña a mi casa se estableció un reducto o refugio de militares «indecisos», el cual se
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Darío N. Meléndez
convirtió luego en un cuartel de grandes proporciones que, capitalizado por los reaccionarios, establecieron allí una «cabeza de
playa», desde la cual se organizó luego el ejército que arrasó con
la parte norte de la ciudad.
Al día siguiente nos ocupamos de la inspección y coordinación de los comandos aislados que se habían formado a raíz de la
situación imperante. Reinaba gran desorden y desorientación en
la ciudad, los militares actuaban sectariamente con excepción de
aquellos que habían sido colocados en determinadas posiciones
estratégicas y al mando de algún conocido oficial superior. Los demás militares deambulaban por las calles en grupos o se arremolinaban en cualquier sector, plaza o solar yelmo, generalmente con
un radio portátil, pendientes de los giros que diera la situación.
Cuando oían pasar algún avión se escondían como gatitos cuando
ven un perro, no existía en ellos el menor vestigio de convicción
ideológica y, por tanto, no tenían ningún interés definido que no
fuese su propia seguridad.
Ante aquella lastimosa situación me dije: ¡Cuánta falta hace
una buena dosis de educación cívica a nuestros hombres de armas!
El grupo de San Isidro encabezado por Wessin, manejado
por el embajador de los Estados Unidos, mantenía su firme
postura de que el gobierno debía estar formado por una junta
cívico-militar como de costumbre. La radio de San Isidro anunció un demoledor ataque si no se aceptaban sus proposiciones.
Mientras tanto, las turbas se dedicaban a su consabida labor de
saqueo; el pueblo enardecido en salvaje tropelía se dedicaba
a destruir e incendiar los partidos políticos de tendencia derechista y las propiedades de los más importantes personeros
del régimen caído. El Partido Unión Cívica, el Partido Liberal
Evolucionista, Vanguardia Revolucionaria y el periódico Prensa
Libre, todos derechistas, fueron quemados. La agencia de automóviles Austin, propiedad del triunviro Donald Reid Cabral,
fue totalmente saqueada, igualmente la fábrica de refrescos
Pepsi Cola y otras empresas más, propiedad de comerciantes
e industriales que apoyaron el golpe de Estado que derrocó al
presidente Bosch.
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Paso a la libertad
Recordé lo que tantas veces había vaticinado a Billy Reid, hermano de Donald Reid:
—Billy —le decía. Aconseja a tu hermano, que no se meta en
eso, que no se exponga a que le saqueen sus propiedades como
sucedió a los familiares de Trujillo.
Él me aseguraba que tal cosa no sucedería. No contaba con
que este pueblo, desde la caída de Trujillo, ve con ojeriza todo lo
que tenga el más ligero aspecto de oligarquía.
Por la mañana del día siguiente se observaba ya la cruenta
revolución que se avecinaba. Las turbas iban y venían de un lugar
a otro buscando a los personeros más destacados, los que se decía
que se habían asilado en algunas embajadas y otros se habían refugiado en el hotel El Embajador.
Esa mañana se nos informó del Comando Superior que un
avión procedente del interior del país, aterrizaría en una de las
pistas del antiguo aeropuerto. No se precisaba si el avión era amigo o enemigo. Hicimos los preparativos para recibirlo y pusimos
un tanque camuflageado cerca de la pista; colocamos también un
carro de asalto a un lado de la pista, listo para bloquearla en caso
necesario.
Nos quedamos con los preparativos hechos, pues no vino
ningún avión. Más adelante se comentó que el tal avión traía al
presidente Bosch.
Mientras esto se hacía, una inmensa multitud se dirigía en
sucesivas avalanchas hacia el hotel El Embajador. Cuando indagamos nos dijeron que allí se escondía un comentarista radial
apodado Bonillita, muy odiado por las gentes, en razón de que
en sus alocuciones defendía el régimen caído y además fue el más
cáustico atacante del régimen de Bosch. Aún no me explico cómo
no sucedió un desastre allí.
Entre tanto, la aviación bombardeaba salvajemente los alrededores del puente Duarte, donde estaban apostados los artilleros y
demás defensores constitucionalistas. Jamás me imaginé que mis
ex compañeros harían eso. Las bombas de alto poder explosivo
arrasaban grupos de casitas donde se habían guarecido familias
enteras huyendo del tiroteo, de suerte que, mezclados con bloques
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Darío N. Meléndez
de cemento, maderas y muebles, volaban por el aire miembros de
seres humanos destrozados, a veces cuerpos enteros caían sobre
otras casas aledañas, sobre escombros o en la calle. Era un espectáculo verdaderamente aterrador.
Pero lo más patético era ver los puestos de defensa compuestos
por militares y gente del pueblo, no se amedrentaban siquiera y
en actitud desafiante se mantenían impávidos observando con
naturalidad aquel desastre. Parecían realmente dispuestos a todo.
Alrededor del mediodía se produjo un incremento del bombardeo. Nuevos tipos de aviones, seguramente enviados por los
Estados Unidos en oleadas de mayor cantidad mantuvieron un
continuo bombardeo hasta las tres de la tarde aproximadamente. Las bombas eran lanzadas en cualquier lugar de la ciudad,
causando pavor en los grupos constitucionalistas, especialmente
entre los militares dispersos. Oleadas de tanques y tropas seguían a los bombardeos pero la resistencia de la defensa unida
a las fuertes barricadas colocadas por el pueblo, imposibilitaban
el avance.
Aquella era una verdadera guerra. Algunos cuarteles de la
policía se mantenían indiferentes. En una ocasión, un grupo de
civiles intentó requisar un jeep en que iban un oficial y varios policías. Esto produjo un desacuerdo y se originó un tiroteo en el
que murieron tres civiles de manos de la policía; inmediatamente
después le cayó una turba al jeep y lo hizo añicos conjuntamente
con sus ocupantes. De ahí en adelante se desencadenó una feroz
persecución contra la Policía y se fueron asaltando y destruyendo
uno a uno todos los cuarteles policiales destacados en los barrios.
Multitudes enormes armadas de palos, piedras, cuchillos, cocteles
molotov y armas tomadas de otros cuarteles, hacían asalto propios
de películas, matando o reduciendo a la impotencia a cuanto policía caía en sus manos. Igual hacían con todo vehículo policial
que se aventurara a andar por las calles. En estas operaciones, se
tomaron varias armas que los civiles portaban con singular ostentación y dramatismo.
Mientras tanto, el bombardeo seguía. La más brutal destrucción y ola de muerte que ciudad alguna de América habrá
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Paso a la libertad
sufrido jamás azotó por varias horas el populoso barrio aledaño
al río Ozama. El estruendo de las bombas, cohetes y metrallas
ensordecía.
Los habitantes de la ciudad emigraban masivamente en densas
caravanas hacia el sector noroeste de la ciudad y hacia el interior
del país. Centenares de vehículos de todo tipo desde bicicletas
hasta camiones y tractores, transportaban familias enteras con sus
bultos de ropas y efectos domésticos. Aquello era un verdadero
jubileo de gente despavorida en desordenada avalancha.
Al pasar uno de los automóviles cargados de familiares por el
sitio donde me encontraba, uno de los combatientes le dijo:
—Váyanse, pero no vuelvan. Queriendo significar con eso que
todos debíamos resistir unidos si queríamos tener derecho a vivir
en la ciudad.
Alrededor de las tres de la tarde cesó el bombardeo y las
tropas del CEFA iniciaron su más fuerte asalto a la ciudad. La
emisora Radio Santo Domingo en poder de nosotros había sido
silenciada por el bombardeo, sus trasmisores estaban averiados.
Se notaba entre los constitucionalistas gran consternación y
una marcada desmoralización. El pueblo aterrorizado había
abandonado la ciudad o se había recluido en sus hogares y la
ciudad que horas antes bullía en eufórica revolución, estaba
ahora desierta, parecía muerta. Muy pocos nos aventurábamos
a salir a las calles.
Alrededor de las cuatro de la tarde se celebró una insólita
reunión en la embajada de los Estados Unidos. Yo no asistí pero
García asistió y me contó. El presidente provisional Rafael Molina
Ureña fue intimidado y junto con un grupo de constitucionalistas
fue obligado a asilarse en una embajada latinoamericana. Los militares, aún encabezados por Hernando no se dejaron intimidar.
El embajador americano se valió de todos los medios posibles
para convencerlos a que se rindieran. Entre sus manifestaciones
expresó que todo el poderío militar de su gobierno respaldaba
plenamente las tropas de Wessin y que si los constitucionalistas no
se rendían dentro de la próxima media hora no habría perdón ni
misericordia para nadie.
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Darío N. Meléndez
A pesar de este ultimátum, los militares patriotas dieron gallardamente la espalda al «señor embajador» y se retiraron a sus
respectivos puestos resueltos a morir peleando.
Me contó García que tan pronto como los militares constitucionalistas abandonaron la embajada, una bazooka le fue disparada
al edificio, la que por suerte o por desgracia, no hizo blanco.
Esa noche, el coronel Francisco A. Caamaño, hizo a la prensa
viriles declaraciones en las que ponía de manifiesto el chantaje, la
intimidación y las humillantes ofertas que se le hacían.
García se reunió conmigo alrededor de las cinco y media de la
tarde. Me dijo que debíamos ir al Comando Superior para orientarnos acerca del próximo paso a dar en tan grave situación.
¿De qué comando hablábamos? Si en el Palacio Nacional no
había nadie, pues al asilarse el presidente todo se consideró perdido. Cuando fuimos al Palacio lo encontramos desierto.
La situación se había tornado extremadamente adversa y a
pesar del coraje y la decisión que nos mantenían en pie, veíamos
claramente la tendencia a que se aceptara la Junta de Gobierno
impuesta por la «embajada», cosa que era a todas luces inaceptable desde todo punto de vista.
A pesar del convencimiento de que habíamos sido derrotados,
yo mantenía un cierto optimismo que no me explico de dónde
lo sacaba. Nos dirigimos a mi casa que era nuestro refugio y centro de orientación, cuando nos cruzamos de manos a boca con
dos automóviles que conducían a varios oficiales del Comando
Superior. Tan pronto como nos reconocieron nos dijeron que les
siguiéramos y así lo hicimos hasta llegar a una vieja casa tipo colonial que se encuentra cerca de mi residencia. Allí nos bajamos,
pero encontramos poca disposición a resistir, más bien notamos
una marcada inclinación a aceptar la Junta de Gobierno. Aquello
me pareció algo así como que estábamos escondiéndonos a ver
qué pasaba.
Dije a García que me aguardara allí mientras yo dejaba mi
automóvil en casa. Así hice y regresé a los poco minutos. Cuando
regresé García no estaba allí, había desaparecido y nadie supo
decirme dónde fue. Aquello no me gustó, así que volví a buscar
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Paso a la libertad
mi auto y me dirigí nuevamente al Palacio a ver si por casualidad
había ido allí. El Palacio continuaba desierto y no me detuve, seguí andando y al salir de allí encontré nuevamente a mi amigo.
Subió al automóvil y me dijo que Caamaño y Montes Arache iban
a dirigir personalmente la resistencia en el puente, que las tropas
del CEFA habían penetrado ya y venían avanzando dentro de la
ciudad.
Nos dispusimos a ir hacia allá aunque teníamos que hacer
grandes esfuerzos para mantenernos dispuestos a luchar en circunstancias tan adversas.
Tomamos la calle Dr. Delgado y bajamos hasta Ciudad Nueva,
allí García se desmontó en la casa de un amigo. Yo me quedé en el
auto. Mientras estaba allí, vino a verme un soldado armado de un
Máuser. Después de llamarme por mi nombre se me quejó de que
a dos compañeros suyos los había desarmado un carro-patrulla de
la Policía; se quejaba de que todavía la Policía tuviese fuerza para
esas cosas. Yo le alenté y le dije que no se dejara desarmar, pues ya la
Policía no tenía autoridad alguna. Eso le costó muy caro a la Policía.
Esa misma tarde un grupo de muchachos armados se apostó en
las esquinas formadas por las calles Arzobispo Nouel con Espaillat.
Uno de ellos llamó por teléfono a la Fortaleza Ozama donde se
encontraba la Policía de Choque, más bien conocida por «Cascos
Bancos» y les informó que en esa esquina había un desorden.
Al minuto, dos camiones blindados llenos de policías llegaron
al lugar señalado, siendo recibidos con un diluvio de balas, granadas y cocteles molotov, quedando totalmente destruidos y muertos
todos sus ocupantes. Allí murieron más de cincuenta policías.
Uno de los participantes en la lucha dijo:
—¿Esta no era la Fuerza de Choque? Pues, ya chocó.
En seguida el mismo individuo volvió a llamar por teléfono
pidiendo que mandaran más policías, pues el desorden continuaba. Esta vez vinieron cinco carros blindados, pero los muchachos
en mayor número y con las nuevas armas tomadas a los vencidos,
le salieron al frente obligándolos a dispersarse en desordenada
carrera. Desde aquel día la Policía de Choque no volvió a salir de
la Fortaleza Ozama ni para proveerse de alimentos.
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Darío N. Meléndez
Salimos de Ciudad Nueva cuando el sol ya se había puesto,
pero la tarde se mantenía aparentemente clara. Cuando pasamos
por el Parque Independencia, en la esquina formada por la calle
Palo Hincado con Arzobispo Nouel, había un grupo de civiles
armados entre los que se encontraba Héctor Aristy. Lo saludé desde el auto y me preguntó que hacia dónde iba, le dije que hacia
el puente Duarte, y él me dijo que las tropas del CEFA venían
entrando, a lo que yo le contesté a manera de chiste que íbamos
a encontrarnos con ellas y aceleré mi auto calle abajo por la Arz.
Nouel camino al puente.
La ciudad estaba desierta, perecía más bien una ciudad fantasma. No se veía un alma en las calles y todas las casas tenían sus
puertas y ventanas cerradas. Aquel era un espectáculo aterrador.
Subimos por la calle Hostos hacia el sector de Villa Francisca,
aledaño al puente. En la esquina formada por las calles Tomás de
la Concha y París encontramos un grupo de militares que creíamos eran constitucionalistas. García los saludó cordialmente y les
preguntó cómo estaba la situación por allí. Me pidió que estacionara el auto para él ver un amigo que vivía en una de las casas de
esa calle. Todas las casas tenían sus puertas cerradas. Él dejó su
ametralladora en el vehículo y fue a tocar insistentemente pero
nadie contestaba. De repente una ráfaga de ametralladora irrumpió y los proyectiles fueron a estrellarse en la puerta contigua a
la que García tocaba. Él se tiró al suelo y yo salté del automóvil
con mi ametralladora en la mano dispuesta a disparar hacia el lugar de donde venían los disparos. Tomé además la ametralladora
de García y se la tiré alcanzándola en el aire, pero para sorpresa
nuestra al asomarnos a la bocacalle de donde provenían los tiros,
solo pudimos observar algunos de los militares que parecían de
los nuestros, en actitud más bien indiferentes.
Fueran ellos o no los que dispararon, al parecer nuestra decisión los contuvo, pero como no conocíamos a ninguno de aquellos
militares me pareció prudente dejar aquel sitio y así lo hice saber a
García que estuvo de acuerdo conmigo.
Nuestra situación era algo difícil, pues habíamos perdido
contacto con nuestros compañeros y siendo ya de noche era algo
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Paso a la libertad
difícil poder unirnos a algún grupo de combatientes conocidos.
De allí pasamos al parque Amado García Guerrero, donde encontramos otro grupo de militares al igual que los anteriores,
recelosos y desconfiados de nosotros. Allí nos detuvimos también
y detrás de nosotros se detuvo un camión cargado de cocteles molotov. En él venía un estudiante universitario que me reconoció
y me dijo: ¡armas para el pueblo! Otros muchachos repartieron
varias botellas inflamables entre los vecinos que aparecieron, bien
pocos por cierto. El camión estaba repleto de botellas de este tipo.
Mientras tanto, los tanques del CEFA ya atronaban los alrededores
con sus cañones y ametralladoras.
A nosotros nos pareció que no había resistencia aparente al
avance de las tropas enemigas a pesar de que por algunos sitios se
les contestaba el fuego con ametralladoras ligeras y pesadas. Nos
sentimos realmente solos y con el temor de que cualesquiera de
los militares de los alrededores nos confundieran y nos disparasen
cuando no lo estuviésemos esperando.
Moralmente derrotados mi amigo y yo nos retiramos a nuestras respectivas casas. Una vez en ella me despojé de los artefactos
bélicos que tenía encima, oí fuertes resoplidos y en seguida el
estruendo de las explosiones de grandes proyectiles. Me asomé a
la puerta de la calle y comprobé que grandes proyectiles hacían
impactos en los alrededores. Uno de esos proyectiles hizo impacto
en el patio del hospital Salvador B. Gautier.
Minutos después cesó el cañoneo que según informaciones
posteriores fue hecho por unidades de nuestra Marina de Guerra
siguiendo instrucciones de «la embajada».
En toda la noche no cesó el bombardeo a la ciudad, bombas,
cohetes, cañonazos y metralla llovían sobre la ciudad mientras
sucesivas luces de bengala iluminaban aparentes objetivos. Así
transcurrió toda la noche.
Mientras esto sucedía, camiones constitucionalistas recorrían
las calles repartiendo armas automáticas en cantidades industriales. La población alborotada había abandonado sus casas y echaba
mano a las armas o se trepaban en los camiones vacíos para dirigirse a los lugares de donde provenían las armas. Esa noche se
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Darío N. Meléndez
armó gran parte de la población y al día siguiente la ciudad estaba
convertida en un infierno de balas. Los cuarteles de la policía que
aún quedaban fueron arrasados y de inmediato quedaron instalados en ellos comandos civiles constitucionalistas. Al mediodía ya
toda la ciudad estaba dominada por los constitucionalistas.
Por las calles algunos muchachos se me acercaban pidiéndome armas, yo les decía que tuviesen paciencia, pues a mi entender se distribuirían armas a todos. Otros se me quejaban de que
los soldados no estaban en disposición de pelear, que no hacían
nada con armas. A estos les decía que todo militar pusilánime que
encontraran lo desarmaran sin contemplaciones. Gran parte de
los militares fueron desarmados por los civiles y al día siguiente
casi todos los combatientes eran simples civiles quedando escasos
militares. La pequeña cantidad de militares que había se distribuyeron entre los comandos para que dieran instrucciones sobre el
manejo de las armas a los civiles. En poco tiempo todo el mundo
conocía a perfección su arma si bien no tenían nociones de puntería ni de la técnica de tiro, disparando ráfagas por cualquier
motivo y desperdiciando gran cantidad de cartuchos.
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Paso a la libertad
Ceremonia de los oficiales de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP), en las
proximidades del hotel El Embajador.
Soldados de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP).
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Darío N. Meléndez
Solados norteamericanos en posición de combate durante la Guerra de Abril.
Soldados norteamericanos tomando control de la zona constitucionalista.
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Paso a la libertad
Muestra parcial de una manifestación femenina que, finalizada la guerra, exige
la desocupación militar del país y la liberación de los presos políticos.
Tanque de guerra norteamericano se desplaza por la calle El Conde.
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Darío N. Meléndez
Tanque de guerra norteamericano frente a la Puerta de El Conde.
Rafael, Fafa,
Taveras, dirigente
del 1J4, en una
manifestación
conmemorativa de
las expediciones
de junio de 1959.
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Paso a la libertad
André de la
Riviere, instructor
de la Escuela de
hombres rana,
muerto en
combate en
junio de 1965.
Manuel Ramón
Montes Arache,
comandante de
los hombres rana,
acompañado de
varios oficiales
del cuerpo élite.
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Darío N. Meléndez
José Francisco Peña Gómez, dirigente del PRD, en el mitin del 25 de septiembre
de 1965.
Manuel Ramón
Montes Arache,
acompañado
de oficiales
del cuerpo de
hombres rana.
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Paso a la libertad
La mujer dominicana apoyó la lucha constitucionalista.
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Darío N. Meléndez
Desfile por la calle El Conde conmemorando la gesta del 14 de junio de 1959.
Funeral de Oscar Santana, asesinado el 16 de agosto de 1965.
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Paso a la libertad
Funeral de un combatiente en el cementerio de la avenida Independencia.
Misa de cuerpo
presente del
instructor de hombres rana, André
de la Riviere.
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La mujer dominicana apoyó la lucha constitucionalista.
Desfile de combatientes en el Malecón, Academia Militar 24 de Abril.
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Paso a la libertad
Invasión de los Estados Unidos
Nuestra situación en la ciudad era formidable, si bien el enemigo insistía en sus ataques, estos eran cada vez más eficazmente
rechazados y también se notaba en ellos una marcada decadencia.
Yo insistía en que el objetivo inmediato debía ser la base de San
Isidro, pues era prácticamente el único foco de resistencia y además constituía un peligro inminente como cabeza de playa para
una intervención norteamericana. Mi tesis no prendió.
La noche del día 28 de abril de 1965 el gobierno de los Estado
Unidos anunció el desembarco de cuatrocientos soldados de infantería de marina. Por otra parte, ya sabíamos que aviones, aviadores y gran cantidad de combatientes del CEFA eran cubanos y
mercenarios de los centros de entretenimiento existentes en el
país conforme el plan de ataque que se preparaba contra Cuba.
Aquel atropello nos indignó. Mis esfuerzos se redoblaron
tratando de coordinar la resistencia de nuestro pueblo. Recibí
varias llamadas telefónicas de amigos que alarmados y furiosos me
comentaban aquel abuso. Algunos me ofrecieron sus casas para
que me escondiera, yo le agradecí muy gentilmente su oferta participándoles que ya yo había quemado mis naves, pues ahora la
lucha era contra los violadores de la soberanía nacional y que los
que no lucharan contra eso no eran dominicanos.
Dispuse todas mis cosas y me trasladé al Comando que estaba
en la calle Juan de Morfa, cerca de Radio Santo Domingo, donde
estaban muchos de los muchachos que con mayor arrojo luchaban.
Esa noche me llamó uno de los dirigentes de un partido.
Altamente apesadumbrado y colérico me comentó el desembarco
de las tropas norteamericanas:
—No importa cuántos sean —me dijo—; les haremos frente
hasta el fin.
Yo me sentía defraudado, indignado y dispuesto a todo, aunque sabía que haríamos un sacrificio inútil. Me pasé la noche al
lado del teléfono recibiendo y dando informaciones.
Alrededor de las dos de la madrugada me llamó uno de los
muchachos, jefe de un comando. Por la forma en que me habló
81
Darío N. Meléndez
me dio la impresión de que tenía mucho miedo, que a pesar de
que hasta ese momento se había portado como un valiente, al
parecer la idea de tener que enfrentarse a las tropas norteamericanas le aterraba.
Me dijo que muchos de los militares que combatían en las
filas con el pueblo se estaban desbandando y que los quedaban
decían que no pelearían contra los yanquis. Me dio a entender
que la opinión general era que no se debía combatir más, pues la
lucha estaba perdida. Al oír aquel conformismo me enfurecí un
poco, pero dado que la situación era grave y decisiva, actué con
prudencia, le infundí ánimo y entusiasmo, diciéndole que nosotros estábamos en ventaja contra cualquier fuerza que nos atacara,
pues les dispararíamos desde nuestras propias casas sin dejarnos
ver y que el enemigo para vencernos tendría que demoler toda
la ciudad, lo cual no iban a hacer. Que en cuanto a los militares
ya no los necesitábamos, que les quitasen las armas a todos los
que notaran titubeando, que los dejaran irse para sus casas y se
quedaran solamente con los que por convicción patriótica estuviesen verdaderamente dispuestos a luchar. Le recalqué que si no
luchábamos contra el invasor extranjero, no teníamos derecho a
llamarnos dominicanos. Les prometí reunirme con ellos en las
primeras horas de la mañana.
A las cuatro de la madrugada aproximadamente me quedé dormido y a las ocho de la mañana me presenté al Comisionado Central
de la zona norte. Allí había gran pasividad. Hablé con el jefe de ese
comando, quien me enteró de los últimos pormenores de la noche
anterior. Lucía cansado, al parecer no había dormido durante las
noches anteriores. Le dije que estaba dispuesto a relevarlo mientras
él dormía y descansaba algo, pero me dijo que no hacía falta, pues
momentos antes había recibido una orden del Comando Superior
para que se suspendiera el fuego y que si alguno de los combatientes era sorprendido por los norteamericanos con las armas en las
manos, que se las entregara sin ninguna resistencia. Aquello me
pareció una barbaridad, pero considerando que no todo estaba
perdido. Llamé a García, quien había sido trasladado al Comando
Superior y le pedí que me informara sobre la situación.
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Paso a la libertad
Las fuerzas norteamericanas compuestas por más de veinte mil
soldados habían invadido la ciudad por todos los sectores donde
dominaban las fuerzas del CEFA y una vez posicionadas en todos
los frentes de resistencia de aquellas, habían negociado un cese
del fuego, el cual no era otra cosa que una estratagema del gobierno de los Estados Unidos con el fin de ocupar fácilmente la ciudad
evadiendo nuestra resistencia, así las tropas invasoras entraron a la
ciudad en un aparatoso e insólito despliegue de poderío militar.
Terminaba yo de colgar el teléfono cuando oí por las calles el
ruido de los vehículos que se acercaban. Conté veinticinco jeeps al
mando de un coronel. Este iba en el primer vehículo desde el cual
se comunicaba por radio con los helicópteros que le indicaban
dónde estaban apostadas nuestras fuerzas.
La odiosa caravana se detuvo frente a la casa donde yo estaba
y se mantuvo allí por más de media hora. Algunos de los soldados
se bajaron de los vehículos y se sentaron en la acera; no se oía ni
un solo disparo por los alrededores. En la casa donde estábamos
había varias ametralladoras y fusiles, además algunas granadas.
García me había confirmado la orden del Comando Superior
de que no se le disparara ni un tiro a las tropas invasoras. Habíamos
caído en la trampa de aceptar una tregua. Tregua impuesta a
nuestras tropas para que los yanquis avanzaran sin resistencia y
ocuparan la ciudad.
Esta artimaña la habían negociado los yanquis a través de la
Organización de Estados Americanos (OEA), organismo internacional que ellos manejan a su antojo.
Encontré muy difícil nuestra situación y pensé que de un momento a otro iban a entrar en las casas a registrar. Oculté lo mejor
que pude las armas que teníamos, me saqué del bolsillo una granada de fragmentación y me dispuse a acercarme a la cabeza de la
caravana para ver si podía oír las órdenes que le daban por radio.
Traté de salir por el patio de la casa, pero la cerca era muy alta y no
había salida fácil. De todos modos escalé la valla y pasando de un
patio a otro llegué a un callejón cercano al primer vehículo. Pero
no se oía nada, el radio encendido emitía de cuando en cuando
algunos ruidos estáticos.
83
Darío N. Meléndez
De allí crucé a la otra calle donde estaba estacionado mi
automóvil. Me encontré con mi primo Persio y lo invité a que
entráramos al auto para ver si podíamos captar algunas noticias
por el radio. Mientras estábamos tratando de obtener noticias
vimos venir otra caravana de vehículos y tropas norteamericanas
similar a la anterior. Un capitán le ordenó a dos infantes que
examinaran mi auto. Nos hicieron salir, revisaron el interior, los
asientos, el compartimiento de equipaje, etc. Después el capitán
le ordenó que nos registrasen a nosotros y así lo hicieron. Un
soldado al parecer paracaidista, comenzó a buscar en mis ropas
para ver si tenía armas. Como veía que yo no cooperaba, sino que
sin hacer resistencia le demostraba mi protesta, me dijo en inglés
que levantara las manos y separaba los pies a lo que yo no hice
caso como si no me importara. Él me miró de frente con cara
seria, pero con ojos de gran simpatía. Después de comprobar que
no teníamos armas se alejaron y nosotros volvimos al interior del
auto a oír las noticias.
Localizamos una estación clandestina, operada por uno de los
partidos políticos, anunciaba que las tropas yanquis estaban cometiendo atropellos contra la ciudadanía, que estaban revisando
casas, amarrando combatientes a los postes de luz y causando un
sinnúmero de atropellos. La misma emisora en la cual hablaba
una muchacha de voz enérgica, ordenaba no aceptar esos ultrajes
del invasor y abrirle fuego dondequiera que se presentaran.
Al punto nos dispusimos y pese a la orden del Comando
Superior le abrimos un nutrido fuego de fusilerías, granadas y
bombas molotov que se vieron obligados a replegarse a lo que
ellos llamaban Zona de Seguridad. Por la tarde, el fuego estaba encendido por todas partes y esa noche un jeep con cuatro soldados
yanquis entró en nuestra zona y fue aniquilado totalmente. Fue
tan intenso y nutrido el fuego que se descargó sobre el vehículo
y sus ocupantes, que el mismo quedó totalmente despedazado y
gran parte de sus piezas dispersas por los alrededores. Esa noche
el pueblo volvió a perder el miedo y su coraje se multiplicó. Todo
el mundo estaba dispuesto a luchar hasta morir y sabía que había
posibilidades de triunfo.
84
Paso a la libertad
A pesar de su poderío y de las ventajosas posiciones obtenidas
con la tregua, la situación de las tropas norteamericanas era muy
embarazosa. El pueblo resuelto a luchar por su soberanía las hostigaba sin cesar obligándolas a mantenerse a raya dentro de sus zonas.
Pero, la estrategia de los invasores había sido cuidadosamente
concebida y muy efectivamente dirigida. Mediante una nueva tregua negociada por la OEA, establecieron un corredor con el cual
unieron sus tropas del lado este con las del lado oeste, dividiendo
la ciudad en dos y separando las fuerzas constitucionalistas en dos
bandos, uno al sur de la ciudad, donde se concentró el mejor y más
selecto equipo y otro al norte, compuesto más bien por civiles sin
organización ni control, pues casi todos los militares participantes
en este sector se habían retirado de la lucha, yendo a engrosar las
filas del CEFA, especialmente la Compañía de Transportación y la
Intendencia, situadas en la parte noroeste de la ciudad.
La tregua o cese de fuego seguía establecida al parecer formalmente. Pero, las fuerzas invasoras que habían relevado a
las del CEFA en todos los frentes, avanzaban lentamente, pero,
avanzaban, cobraban pacíficamente una cuadra o un edificio cada
vez que podían, aunque de vez en cuando se armaban tremendos
tiroteos.
Mientras tanto en el sector norte donde yo estaba, reinaba
gran inquietud entre los civiles armados que a falta de actividades
bélicas se dedicaban a atropellar a algunas familias de militares
del otro bando que vivían en ese sector. Muchos civiles, especialmente aquellos que habían obtenido armas y no se habían afiliado
en ningún comando, se dedicaban a hacer asaltos y robos a mano
armada. Muchos abusos y atropellos fueron cometidos por individuos sin concepto, fuera del control de los comandos constitucionalistas que allí operaban.
Batalla de la zona norte
La tregua o cese de fuego fue solicitada formalmente por la
Organización de las Naciones Unidas, cuyo secretario general
85
Darío N. Meléndez
envió un representante al país para negociar la paz. El Congreso
resolvió nombrar al coronel Francisco Caamaño Deñó presidente
provisional, para sustituir a Rafael Molina Ureña, quien se asiló en
una embajada.
De ahí en adelante la tregua se mantenía formalmente con
algunos pequeños tiroteos sin importancia, producidos por civiles
inquietos a quienes se le solía llamar «gatillo alegre».
El gobierno constitucional presidido por Caamaño llamó
a los patronos y a los obreros que retornaran a sus labores para
restablecer la normalidad en el país dar apoyo al gobierno legal.
Por su parte, los norteamericanos y sus secuaces formaron otro
gobierno tipo junta cívica-militar, con el fin de poder crear una
pugna entre su bando derrotado y nosotros. Con todo y eso la paz
se conservaba más o menos y yo opté por retirarme a mis actividades industriales en la fábrica que administraba. Así transcurrieron
un par de semanas, durante las cuales no hubo actividades bélicas
de importancia. Yo visitaba los comandos de nuestra zona y a veces
iba a la otra zona donde me entrevistaba con García y los demás
miembros del Estado Mayor como se llamaba ahora el Comando
Superior.
La emisora Radio Santo Domingo en poder de nosotros, transmitía en todas sus frecuencias estimulando a mantener la resistencia, lanzando consignas y criticando acremente al invasor. De
ahí que el enemigo hacía toda clase de esfuerzos para silenciarla,
pero tratando de que no se le acusara de violar el cese del fuego.
En una ocasión le fue suspendido el servicio de electricidad y las
transmisiones dejaron de oírse por algunos días. Eso causó gran
desmoralización en los comandos y mediante un singular esfuerzo, los muchachos encargados de las comunicaciones improvisaron una emisora local que comenzó a transmitir. Pero, carente de
protección militar fue asaltada por dos automóviles enemigos que
con ametralladoras y granadas la destruyeron hiriendo al operador de turno.
Este incidente me hizo pensar seriamente en la protección militar que debíamos dar a Radio Santo Domingo, la cual solo estaba
guardada por un oficial y cinco o seis soldados.
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Paso a la libertad
Aunque estaba medio retirado de la lucha me trasladé a la
Jefatura de Estado Mayor, cruzando el corredor norteamericano y
discutí el asunto con Gacía, Lachapelle y Lora, este último era el
jefe de Estado Mayor. Todos estuvieron de acuerdo conmigo, en
que esa emisora había que protegerla a toda costa. Pero el equipo
bélico pasado estaba en la zona sur. Les pedí dos bazookas, tres
ametralladoras Cal 50, dos tanques y cinco ametralladoras Cal. 30,
para encargarme de disponer una defensa efectiva.
Se me prometió el suministro de ese equipo al día siguiente
por la tarde a más tardar. Mientras tanto me encargaría de ir disponiendo el personal y las barricadas necesarias.
La infantería norteamericana se había apostado a unas cinco cuadras de Radio Santo Domingo, pero, al ver el movimiento
desplegado esa tarde por los alrededores de la emisora se movilizaron y llegaron hasta aproximadamente unos cien metros de
nuestras barricadas con el pretexto de organizar y dirigir el tráfico
de vehículos de esas calles. Dispusieron de tal forma el tráfico que
obligaban los vehículos a transitar por las calles que pasaban cerca
de la emisora con el fin de anular nuestras barricadas.
Al día siguiente por la mañana noté que habían removido una
de las barricadas y muchos de los automóviles del servicio público
habían quedado embotellado en el frente de la emisora, produciéndose un estancamiento del tránsito. Nos costó gran trabajo
sacar los automóviles de allí y reponer las barricadas. Cuando
terminamos, un poco avanzada la mañana, las armas pedidas no
habían llegado.
Comprendí que aquella se iba a tornar una tarea ardua y antes
de que los yanquis avanzaran más, reforzamos las barricadas con
sacos de arena y pacas de algodón. En cada barricada pusimos seis
muchachos con armas automáticas y granadas, pues era todo lo
que teníamos. Por la tarde llegó un tanque de los dos que pedí y
una sola ametralladora Cal. 50. La tripulación del tanque estaba
disgustada, pues no quería prestar servicios al mando del oficial
que comandaba la Radio Santo Domingo y al día siguiente abandonaron el tanque y se fueron al comando de donde habían venido.
Lo mismo hicieron otros cinco militares que conseguí trasladar
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Darío N. Meléndez
de otro comando para reforzar el personal que escoltaba la radioemisora. Aquello era desconcertante. Fui a ver al comandante
que había cedido el tanque y después de costarme gran trabajo
apaciguarlo, pues el hombre alardeaba de valiente, lo conquisté
para que él con su personal y equipo se hiciera cargo de la defensa
de Radio Santo Domingo, mientras que el otro comando vendría
a ocupar su sitio.
Yo había propuesto antes el traslado a la Jefatura de Estado
Mayor y se me había dicho que no era conveniente, que reforzara
la defensa de la emisora manteniendo el personal que estaba allí.
Pero, yo sabía que si insistía lograba el cambio, así que le dije al
oficial que se preparara que yo iba a convencer al Estado Mayor.
Así fue. Se hizo el traslado y la tripulación del tanque se alegró
sobremanera, tanto que me saludaba con mucha cordialidad y
simpatía, prometiéndome que lucharía hasta morir.
A medida que se reforzaba la defensa, el personal técnico de la
emisora sintiéndose más seguro, intensificaba sus ataques verbales
contra los invasores yanquis, llegando a veces hasta excederse un
poco, lo que dio lugar a que un día los norteamericanos cañonearan repetidas veces el edificio. Ese mismo día por la tarde volvieron
a cañonear y al ver que no hacían mucho efecto sus disparos, sino
que más bien producían mayores protestas y repulsas, iniciaron
un asalto con dos jeeps y unos doce o quince soldados.
Se produjo un intenso intercambio de disparos de fusilería
entre nosotros y los soldados invasores. El ataque fue muy fuerte
y algunos de nuestros muchachos retrocedieron, dejando libre la
primera barricada. Uno de los muchachos al salir de la barricada
fue alcanzando por una bala de fusil que le penetró por un ojo y
le salió por la nuca, más tarde murió en un hospital.
Estábamos en franca desventaja. El tanque no hizo nada;
tampoco hizo nada el resto del personal del famoso comando
que hice trasladar, nos dejaron solos a los de la barricadas, soportar aquella lluvia de plomo. Suerte tuvimos que tanto las
pacas de algodón como los sacos de arena y demás efectos que
utilizamos en las barricadas, detenían admirablemente las balas y que además los yanquis no pudieron o no le permitimos
88
Paso a la libertad
acercarse lo bastante para tirarnos granadas, si no, nos hubieran aniquilado.
Aquello parecía que no iba a terminar. De pronto un hombre
rana, nombre que se daba a un grupo de marinos especialmente
entrenados, que han dado muchas pruebas de valor en esta guerra, se nos unió con un fusil automático, arrastrándose por los
contenes hasta llegar a una de las barricadas. Desde allí mató dos
soldados yanquis e hirió cinco obligándolos a retirarse. El hombre
rana resultó herido en un hombro. Cuando pregunté a los militares del comando y del tanque por qué no habían participado en
la lucha, me contestaron que tenían órdenes de no disparar a los
yanquis a menos que fuesen atacados.
Esa misma tarde llamé a la Jefatura de Estado Mayor y les dije
que era imprescindible que se destacara un oficial superior activo
para que se hiciera cargo del mando de ese sector, de lo contrario
la derrota era inminente.
García me dijo: —te vamos a designar a ti con el grado de
capitán para que te hagas cargo de ese frente—. Yo no era militar
activo y había entre los combatientes de ese sector algunos capitanes activos; además yo tenía otros problemas. El personal de la
fábrica que administraba, unos sesenta empleados, se empeñaban
en trabajar y el Gobierno Constitucional seguía exhortando al
comercio y a las industrias a que reiniciaran sus labores. Esta situación y la maliciosa tregua que nos habían impuesto los yanquis
a través de la OEA, me inclinaban a pensar que mi dirección iba
a ser poco efectiva y escasamente obedecida, a menos que tomara
medidas drásticas, las cuales dada la situación existente no eran
quizás justificadas y tal vez contraproducentes.
Recalqué a la Jefatura que la situación no era para tomarla a la
ligera, que era imprescindible establecer en este frente un orden
de cosas que garantizara la seguridad del sector. Insistía en que
el asunto había que considerarlo seriamente, de lo contrario nos
exponíamos a un fracaso. Después de un poco de brega la Jefatura
de Estado Mayor se dispuso a resolver el problema, para lo cual
debía conjuntamente con el oficial superior y sus ayudantes, trasladar armas al sector, lo cual estaba impedido por el corredor que
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Darío N. Meléndez
tenían los norteamericanos. En conclusión, todo quedó igual; la
tregua seguía.
Al ver el personal de Radio Santo Domingo que la defensa era
efectiva intensificó sus ataques. Trasmitía y trasmitía a todo vapor
contra los invasores y sus secuaces. Utilizando el más cáustico lenguaje que se conoce, tanto que a veces consideré que se excedían,
pero recapacitando me convencía que se merecían eso y más los
intrusos invasores. Una tarde, los enemigos hicieron correr el rumor de que por la noche llevarían a cabo un ataque demoledor.
Me fui a la emisora y conjuntamente con Franklin Domínguez,
preparamos un comunicado estimulando a los combatientes a
reforzar las defensas. Esa noche se realizó un insólito despliegue
del pueblo unánime en pie de guerra.
Los organismos internacionales continuaban sus discusiones
tendentes a establecer una paz estable mientras se negociaba.
Pero, existía una mal disimulada incertidumbre en nuestras filas,
en razón de que estábamos convencidos de que los movimientos
y nosotros por nuestra parte no nos íbamos a dejar dominar.
Preferíamos que nos arrasaran. Pero, tampoco se notaba avance
alguno en nuestra revolución y eso mantenía una efervescente
inquietud entre los combatientes. Los comandos aledaños a las
Compañías de Transportación e Intendencia, insistían en que
esos focos enemigos eran una amenaza y que había que liquidarlos. Cada uno por separado presentaba un plan distinto y
por su parte aseguraba que era capaz de realizarlo sin ninguna
ayuda. Yo sabía que aquello no tenía sentido, pero ellos insistían
y ante la indiferencia de la Jefatura que no tenía representación
responsable en la zona, los gatillos alegres hacían por su cuenta
incursiones nocturnas contra esas plazas enemigas, hostigándoles toda la noche con fuego de fusilería que no les hacía ningún
efecto.
Siguiendo instrucciones de la Jefatura de Estado Mayor, estudié la situación y preparé un croquis de esos alrededores con todos
los datos importantes y le anexé un plan de ataque coordinado
utilizando para ello los comandos aledaños con el apoyo de otros
comandos mejor preparados que había en la zona.
90
Paso a la libertad
Llevé personalmente el plan a Lachapelle, Lora y García, que
componían la cabeza de la Jefatura de Estado Mayor. Después de
una breve discusión en la que les recalqué lo incorrecto de los ataques que hacían por su cuenta los comandos aledaños, me dijeron
que no podíamos violar el cese de fuego, que en caso de que fuera
necesaria alguna acción me avisarían.
Los norteamericanos aprovechaban el desorden existente
en nuestros grupos de la zona norte, para acusar al gobierno de
Caamaño de no tener control efectivo sobre sus combatientes y
reportaban todo disparo loco que se produjera como violación
del fuego. Los ataques contra las Compañías de Transportación e
Intendencia, los denunciaban como violaciones graves.
Entre tanto los ataques seguían y se iban haciendo cada vez
más intensos, una vez llegaron hasta utilizar un tanque, el cual
disparó varias veces, pero fue rechazado.
Ante la situación existente el enemigo se preparaba y los norteamericanos veían en las violaciones del cese de fuego una puerta
abierta para arrasar con el sector. Del Centro de los Héroes, los
norteamericanos tendieron un cable telefónico directo hasta la
Compañía de Transportación, pues casi todo el servicio telefónico
estaba inutilizado. Se veía un constante trajinar de soldados dominicanos y yanquis, circulando en vehículos nuevos del ejército
norteamericano, a los cuales se les había pintado las insignias
dominicanas. Gran cantidad de soldados eran traídos del interior
y alojados allí.
Los muchachos, desconocedores del desastre que se cernía,
mostraban gran entusiasmo en sus comandos, haciendo gala de su
valor y disposición para el combate. Los nombres que ponían a los
comandos eran originalísimos, Vampiro 777, Cucaracha 20, etc.
Realmente había gran entusiasmo combativo y sin lugar a dudas
los muchachos eran valientes.
Una noche fui a ver a mis padres que viven por los alrededores
de la Compañía de Intendencia. Me quedé a dormir con ellos y
como hacía calor, salimos al frente de la casa a hablar, eran aproximadamente las nueve de la noche y por temor a los tiroteos todo
el mundo se recluía temprano en su hogar.
91
Darío N. Meléndez
Con nosotros estaba la cocinera de la casa, quien comentaba en
voz baja el paseo que había dado esa tarde yendo a ver a sus familiares. En un momento dado, la cocinera llamó nuestra atención hacia
unos hombres que se encontraban a unos cien metros de la casa,
agachados en actitud de combate. Cuando los vi venían avanzando
hacia nosotros agachados y con sus fusiles apuntando hacia la casa.
Eran muchos. Comprendiendo lo peligrosa de la situación me dirigí en voz normal, con la mayor candidez a la cocinera, de manera
que los soldados pudieron oír, para que me comentara cómo había
encontrado a sus familiares. Siguió entonces una especie de diálogo
entre nosotros, lo cual influyó a que los militares se movieran con
menos cautela. Eran aproximadamente unos veinticinco hombres
bien armados, portando cada uno un fusil automático. Cuando
estuvieron frente a la casa un oficial preguntó en voz baja y sin abandonar su postura agachada, si nosotros vivíamos ahí, a lo que contestamos afirmativamente, después de lo cual, el oficial pidió que
se acercara el dueño de la casa. Yo fui en lugar de mi padre, quien
tiene casi ochenta años de edad; cuando estuve cerca, el oficial me
pidió que abriera el porta —equipaje de mi automóvil, lo cual me
dispuse hacer. Mientras yo introducía la llave en la cerradura, sentí
a mi espalda que el oficial rastrillaba su fusil con fría suavidad. Dos
militares más le imitaron y al abrir el porta equipaje, me rodearon
apuntándome con los fusiles. Sin dejar de apuntarme y después de
registrar el compartimiento, me pidió que abriera las puertas del vehículo y la cubierta del capó. Mientras él revisaba el automóvil, me
escurrí hacia atrás buscando la cerca, haciendo alarde de asombro
por suerte, no tenía armas en el auto.
El cancel estaba cerrado con llave y al salir tuve que pasar por
encima. Dispuesto ya a cruzar de nuevo, le dije en voz baja a uno
de los militares que estaba agachando a mi lado, que cuando terminaran me hicieran el favor de cerrar el automóvil. Él me dijo
en voz baja también y en tono amistoso, que cerrara mi automóvil
antes de retirarme. Así lo hice y crucé la cerca entrando en la casa
con mis padres. La columna de soldados siguió avanzando. Todos
seguían agachados. La luna clara y sus siluetas se destacaban contra las blancas paredes de las construcciones.
92
Paso a la libertad
Al día siguiente comenzó el ataque en forma. El enemigo desplegó sus fuerzas en un amplio frente, utilizando tres tanques y
algunos carros de asalto. Fue una lucha cruenta y larga. Cinco días
duró aquella batalla y al final del cuarto día, el enemigo solo había
podido avanzar unas dos o tres cuadras. La resistencia era feroz.
Los muchachos cansados, soñolientos y sin comer, pedían pastillas
para quitar el hambre y parque. Las municiones se estaban agotando y eso causaba gran desmoralización.
Un combatiente, mecánico de oficio, colocó una plancha de
acero en la parte trasera de un jeep a manera de mamparo y montó en el piso del vehículo una ametralladora Cal. 30, enfriada por
agua. Cuando entraba en la zona de combate, avanzaba dando
contramarcha, a fin de quedar apuntando su ametralladora al
enemigo. Era tan intenso el fuego enemigo que los impactos en la
plancha de acero hacían avanzar el vehículo hacia delante. Varias
veces le poncharon las gomas y muchos de los ocupantes del
vehículo que le acompañaban en sus incursiones perecieron. El
mecánico apodado «Motica» manejaba personalmente su jeep y lo
bautizó con el nombre de La Cucaracha. Era realmente asombroso ver aquel vehículo acribillado por las balas, mientras su chofer
seguía ileso. Como generalmente le mataban los acompañantes,
optó por andar solo, manejando el vehículo con una mano y con
la otra operando la ametralladora. Más adelante vi en la zona de
Ciudad Nueva muchos vehículos con blindaje improvisando que
se utilizaban con igual fin.
La avanzada de las fuerzas del CEFA fue apoyada por intensos
bombardeos diurnos y nocturnos que por tres días azotaron los
barrios pobres de la zona norte.
Las tropas atacantes avanzaban lentamente, protegidas por
tres tanques que les quedaban, cuyos cañones nos aterraban con
sus estampidos; más que bajas producían pánico y destruían edificaciones e instalaciones y destrozaban los postes y alambres del
servicio eléctrico y telefónico. Los soldados en su precario avance,
sembraban la muerte de la manera más aterradora, derribando las
puertas de las casa ubicadas en las calles que ocupaban, entrando
en ellas y ametrallando a todo ser viviente que encontraran. Se
93
Darío N. Meléndez
decía insistentemente, que los soldados antes de entrar en combate eran emborrachados con ron mezclado con una droga que
los enloquecía y esto es posible ya que aquellos infelices actuaban
de la manera más brutal y enloquecida que imaginarse pueda.
Esto hizo cundir el pánico en la aterrorizada población que se
apresuraba a abandonar sus casas, las que al encontrar vacías, los
soldados las sometían a un intenso saqueo.
Si alguien quedaba rezagado o escondido en alguna casa era
brutalmente masacrado.
La resistencia se mantenía y cuando el avance de los soldados se hizo prácticamente imposible, les llegaron refuerzos. Bien
organizados y dirigidos por los norteamericanos, con excelente
equipo, entraron en acción a todo lo largo de la avenida Máximo
Gómez, desde la avenida San Martín hasta la Fábrica de Cemento.
Con buenos vehículos, iban recogiendo sus muertos y heridos,
llevándolos a sus posiciones y hospitales de campaña. Se calcula
que en esta operación murieron unos setecientos cincuenta soldados dominicanos y alrededor de doscientos norteamericanos. La
batalla duró cinco días, durante los cuales no cesaron de oírse ni
un segundo los fragorosos disparos, cual si fuera una interminable
fiesta de Año Nuevo. No existen cifras exactas de nuestras bajas,
pero estimamos que fueron notablemente altas, especialmente
en la población civil no combatiente. Entre los combatientes estimados que no hubo más de doscientos o trescientas bajas, entre
muertos y heridos.
Durante los primeros cuatro días los soldados del CEFA apenas avanzaron unas cuadras. De los tres tanques que tenían, dos
les fueron dañados y el tercero avanzó bastante por el borde del
cordón que formaban las tropas yanquis. Llegó hasta la esquina
formada por la avenida San Martín con la calle María Montez y
allí se detuvo al parecer a causa de algún desperfecto en su funcionamiento. Los muchachos se empeñaban en no dispararle
con bazookas para no dañarlo, pues la idea era capturarlo para
nuestro bando. Era admirable aquello. Al tercer día de lucha, las
tropas del CEFA ocuparon un edificio en construcción situado en
la esquina formada por la avenida Máximo Gómez y San Martín;
94
Paso a la libertad
alojándose en las primeras plantas de ese edificio, emplazaron
ametralladoras y muchos soldados con armas automáticas que
disparaban continuamente obligándonos a mantenernos dentro
de las edificaciones.
Un grupo de los nuestros, apostado en el local de una industria,
estaba prácticamente copado por el fuego proveniente de aquel
edificio. Los muchachos al no poder salir de la fábrica, dispararon
sus armas hacia las trincheras norteamericanas que constituían el
cordón, situando a unos quinientos metros al sur del edificio. Las
tropas yanquis contestaron el fuego, barriendo los soldados que
estaban parapetados en la segunda y tercera planta del edificio
en construcción. El resto de los soldados abandonó el edificio a
la carrera. Este ardid, permitió al grupo constitucionalista salir de
aquel cerco.
La avanzada siguió lenta pero tenazmente y al cuarto día estábamos exhaustos, carentes de municiones e impotente ante el
arrollador avance de aproximadamente treinta tanques y más de
mil soldados norteamericanos que vinieron a reforzar las maltrechas tropas del CEFA. Así fueron ocupando la zona hasta llegar a
los últimos reductos constitucionalistas; fusilando, atropellando a
la ciudadanía, violando mujeres y saqueando propiedades.
Gran parte de los nuestros abandonaron las armas y lograron
cruzar el cordón de los norteamericanos, pasándose hacia la zona
Sur mejor conocida por Ciudad Nueva. Muchos fueron acorralados en la margen occidental del río Ozama, donde fueron exterminados una vez que se le hubo agotado las municiones. Otros
fueron hechos prisioneros y algunos se lanzaban al río para bajar
por él a nado. En su mayoría fueron cazados como animales.
Preso
Cuando decidieron tomar la zona, los norteamericanos establecieron un sistema de control para el paso de una zona a la otra.
Pedían a todo el mundo su documentación y la confrontaban con
una lista que tenían. Yo era uno de los anotados en esa y en otra
95
Darío N. Meléndez
lista. Para aquellos que no tuviesen identificación, tenían personas
que en general conocían a todo el mundo que figuraba en la lista.
Por tal motivo no podía aventurarme a cruzar el cordón mientras se mantuviese ese control. Mi nombre y el de García estaban
juntos en una lista de aproximadamente doce personas que éramos las más buscadas por el enemigo. A la zona de seguridad era
posible pasar sin restricción, pero yo no quería acogerme a esa
protección odiosa y me parecía una cobardía refugiarme bajo el
manto de los invasores, así que opté por quedarme en casa de
Angélica y esperar los resultados. Mi ametralladora la hice esconder conjuntamente con otras en los alrededores de Radio Santo
Domingo.
En la casa de Angélica pasé aproximadamente unos cinco
días angustiosos y de continuos sobresaltos con el ir y venir de las
tropas que se dedicaban a la «operación limpieza» como ellos la
llamaban.
Al cabo de los cinco días se había calmado un poco la represión y preocupado por la suerte de mi casa donde habían quedado
mis tres perros, gallinas y otros animales, decidí ir a verlos. Pero,
Angélica prudente y conocedora de la situación, me aconsejó que
no fuera, que ella iría a ver cómo estaban la casa y los animales.
Así hizo, yo la llevé en el estaban la casa y los animales. Así hizo,
yo la llevé en el automóvil hasta cerca de la casa, pero una vez
allí, tuve miedo de que le fuese a pasar algo por mi culpa y decidí
acompañarla.
Habíamos revisado todo y nos proponíamos salir cuando fui
sorprendido de manos a boca por dos soldados armados de ametralladoras, las cuales rastrillaron violentamente apuntándome a
boca de jarro exigiéndome que entregara las armas. Así sorprendido, me resigné a lo que pudiera suceder; con singular ecuanimidad les dije que no tenía armas, lo que, al parecer enfureció a
los gendarmes, quienes hicieron ademanes de disponerse a dispararme. Pude mantenerme sereno, pese a la agresiva actitud de
los soldados y con intenso temor, pero con bastante decisión, los
invité a registrarme y a registrar la casa. Así pude cambiar algo su
actitud, logrando poco a poco que fueran calmándose, hasta que
96
Paso a la libertad
uno de los dos menos decidido a matarme convenció al otro diciéndole que éramos dominicanos y que debíamos tenernos alguna consideración, así que decidieron conducirme a la Compañía
de Transportación, sede del Comando Superior enemigo.
Allí estuve detenido aproximadamente media hora sin que
nadie se ocupara de mí. Sentado frente al escritorio de un capitán había un muchacho a quien el capitán interrogaba. El muchacho había sido llevado bajo la acusación de ser hombre rana.
Los cuales eran muy odiados por sus valientes actuaciones en la
lucha. Concluyó el interrogatorio y el capitán ordenó a uno de
los guardias llevárselo. Le dio unas instrucciones en voz que no
pude oír, pero vi que el guardia tomó un Máuser que el capitán
le señaló y un cabo de soga había sobre unas cajas de refrescos.
Presentí que al muchacho lo llevaban a fusilar y me invadieron
negros presentimientos.
Después de esto llegó un capitán acompañado de otro oficial
que me reconoció. El oficial me observaba de soslayo, hasta que se
me acercó y me dijo:
—¿Cómo te llamas?
Le respondí: —Darío.
—¿Tú eres Darío Meléndez? —Me preguntó.
—Sí. —Le contesté.
Con cierto aire de sarcasmo y diabólica satisfacción me volvió a
mirar de soslayo y vi cuando se acercaba al capitán y le decía al oído
que ahí estaba Darío Meléndez. El capitán al parecer escéptico, le
preguntó que dónde y el oficial me señaló con una mirada porcina.
El capitán preguntó que si yo estaba preso, a lo que respondió
otro oficial que sí, entregándole mis documentos de identificación.
Examinando mi cédula, el capitán me preguntó:
—¿Usted es Darío Meléndez?
Yo le respondí:
—Sí, yo soy.
—¿Dónde está García Germán? —Me preguntó.
A lo que respondí que no sabía.
—¿Cuántos días hace que no le ve? —Aproximadamente un
mes—. Le dije.
97
Darío N. Meléndez
—¿No sabes dónde está él ahora? —Me preguntó.
—No sé. —Le contesté.
—Pues enciérrenlo hasta que sepa dónde está García Germán,
—dijo.
Me llevaron a una celda y cuando me conducían, un sargento
de servicio en un nido de ametralladoras ubicado en el techo del
edificio, le dijo al soldado que me custodiaba:
—Oye, José, ¿ese rubito era jefe de algún comando?
A lo que el interpelado contestó:
—Yo no sé. Preguntándome a renglón seguido:
—¿Usted era jefe de comando?
Yo le dije que no y el sargento me dijo:
—Mire, vea bien, cuidado si usted era jede de comando y ahora lo niega.
Yo no dije nada más y me encerraron junto otros quince que
ya habían en la celda.
Me preguntaban si era jefe de comando, porque la orden era
fusilar a todos los jefes de comando que capturaran.
En la celda me recibieron muy cordialmente. Éramos todos
prisioneros por la misma causa. Allí me mantuvieron cuatro días.
Nos trataron muy bien a todos; como prisioneros, no podíamos
pretender estar mejor. A los dos días de haberme encerrado, llevaron a la celda al muchacho que creí que iban a fusilar.
Al quinto día, nos subieron a un camión haciéndonos sentar
en el piso del mismo, nos custodiaban seis soldados al mando de
un sargento, quien según relató había sido prisionero nuestro y
no había sido muy bien tratado. Decía que quería ver uno de los
que había sido responsable de su captura y custodia, pues según
afirmaba lo habían maltratado los constitucionalistas y lo habían
puesto de cara a la pared rastrillándole fusiles como si fueran a
fusilarle, individuos ineptos en el manejo de armas —decía— a
quienes pudo habérseles escapado un tiro. Uno de los guardias
identificó a un combatiente y le propinó dos trompadas que le
hicieron sangrar una oreja.
Durante la conversación, uno de los soldados que nos custodiaba preguntó:
98
Paso a la libertad
—¿Quién de ustedes es Darío Méndez?
Yo no respondí, me hice el desentendido. El soldado repitió
dos veces más la pregunta y yo no contesté. Me imaginé que no era
para nada bueno, que quería identificarme.
Pero, uno de mis compañeros, ingenuamente me buscó con la
mirada y me señalo, diciendo:
—Ese es Darío Meléndez.
A mí se me detuvo el corazón por unos segundos mientras
esperaba determinar por la actitud del soldado, lo que pretendía
hacer conmigo. El soldado dirigiéndose a mí me dijo:
—La muchacha que le llevó el desayuno, me pidió que le preguntara dónde dejó los platos.
Tomé un poco de aliento y con naturalidad le expliqué dónde
estaban para que al regreso me hiciera el favor de entregárselos.
El camión nos llevaba rumbo a la penitenciaría de La Victoria.
Llegamos a la penitenciaría, un amplio edificio en forma
circular con gran patio interior, construido por Trujillo para sus
macabros fines. Allí nos colocaron en fila y nos registraron, nos
hicieron entregar todos los llaveros o llaves sueltas que pudiéramos tener encima, así como cualquier pluma, lapicero, lápiz,
etc., que se prestara para escribir. Luego nos condujeron a una
celda común de aproximadamente doscientos cuarenta metros
cuadrados, antihigiénica, sin agua, sin camas, con unos sanitarios
espantosamente inmundos.
En la penitenciaría había por lo menos unas diez celdas de ese
tipo y todas estaban atestadas de presos recogidos en la zona norte. Antes de entrar en la celda, un amigo que encontré y que me
habló a través de las rejas, me dijo que le entregara todo el dinero
que tuviera, pues de lo contrario lo iba a perder cuando una vez
dentro me revisasen los prebotes. Yo no tenía conmigo más que
unos pocos pesos y le objeté a mi amigo entregárselos, pero él
insistió y aunque no éramos amigos íntimos, yo le tengo en un alto
concepto así que no titubeé más y le entregué el portamonedas
con todo lo que tenía.
Ya en el interior de la celda, nos condujeron los prebotes al
sanitario, sitio extremadamente deprimente y poniéndonos en
99
Darío N. Meléndez
fila comenzaron a registrarnos y a quitarnos todo lo que tuviésemos de valor. Hasta nos hacían quitar los zapatos y las medias para
examinarlos, ya que algunos podrían esconder sus cosas allí. Por
suerte, no me vieron mi anillo y pude conservarlo. Terminado el
registro, mi amigo me devolvió el dinero.
Nuestro mayor problema era la noche; para dormir teníamos que
hacer malabares, unos sentados, otros de pie y algunos encima de
otros. Todos comentaban y exponían con relatos vividos sus peripecias y aventuras. Mis trescientos y pico compañeros de celda admitían
casi todos que habían sido combatientes, con muy raras excepciones
y afirmaban que tan pronto como fueran puestos en libertad volverían a pelear, pues las armas las habían dejado en buen resguardo.
Allí pasé unos diez días, al cabo de los cuales conseguí que
me sacaran de esa celda y me pasaran a otra donde estaban los
que debían ser interrogados por la «Comisión Depuradora» como
solían llamar a un grupo de oficiales del otro bando, designados
por cada una de las ramas de las Fuerzas Armadas.
Todos los días sacaban algunos para «depurarlos» pero lo hacían de la manera más desordenada que pueda imaginarse. Me
dio un gran trabajo salir de esa celda, pues cuando venían a buscar
a un grupo, todos nos acercábamos a la puerta en tropel, queriendo salir, armándose un jaleo que los carceleros zofocaban a palos
limpios. Esto sucedía todos los días hasta que logré ganarme la
simpatía de uno de los carceleros el cual me prometió sacarme.
Una mañana en medio del zafarrancho aquel sentí que un brazo
fuerte me rodeaba la cabeza y me arrastraba a través del tumulto;
luego me sentí lanzando por el aire y cuando pude recapacitar
estaba fuera de aquella odiosa celda. Una vez fuera de la celda nos
pusieron en fila, pero resultó que en un descuido de los carceleros
se lograron pasar más del número establecido y yo viendo que
la fila iba creciendo, aproveché una de esas movilizaciones para
avanzar un poco mi posición en la fila. Entonces vino un oficial y
dividió la fila retornando a la celda casi la mitad de nosotros, por
suerte yo quedé entre los que no retornaban.
Comenzó a avanzar la fila y en un recodo me moví hacia delante unos cuantos cuerpos. Luego integraron en la fila otros presos
100
Paso a la libertad
que salían de una celda que llamaban enfermería y yo aproveché
para correr un poco más hacia delante. Cuando salimos de los
pasillos, nos detuvieron. El oficial contó desde la cabeza de la fila
hacia atrás, veintitrés personas; yo era el número diecinueve. El
excedente de los veintitrés fue devuelto a la celda.
Nos llevaron a una oficina donde debían interrogarnos.
Mientras esperábamos vino un oficial a buscarme y me presentó a
la comisión, cuyo presidente era un coronel de la Aviación Militar
viejo amigo mío. Se sorprendió al verme, me preguntó por qué
me habían detenido y buscó solícito en los expedientes mi nombre sin encontrarlo.
Luego me presentó a otro coronel de la comisión al cual yo no
conocía y quien parecía tener a su cargo lo relativo a las investigaciones especiales. Este coronel tenía al frente una copia de una
lista pequeña que contenía unos diez o doce nombres, entre los
cuales estaban el de García y el mío.
Al punto dijo:
—¿Usted es Darío Meléndez?
Yo le contesté que sí y observé que él con asombro anunciaba:
—¡Este hombre está fichado!
Mi amigo, con gran desparpajo le contradijo:
—No puede ser, ese es otro Darío Meléndez, a este muchacho
yo le conozco bien y no se ha metido en nada.
Como mi amigo era el jefe de la comisión, procedió de inmediato a ponerme en libertad y en un momento me dejó libre.
Al despedirme me preguntó en voz baja:
—¿Quién es ese García que relacionan contigo? ¿Le conoces?
—Sí —le dije—, es amigo mío.
—Pues de seguro que ese que buscan ahí eres tú. ¡Vete!
¡Evapórate!
Este amigo me hizo uno de esos servicios que nunca se pagan.
101
Darío N. Meléndez
Ciudad Nueva
De regreso a la ciudad, vimos debajo de un puente en un recodo del río un cadáver en estado de descomposición que había
arrastrado la corriente. Al entrar a la ciudad nos detuvieron en un
puesto militar que hay antes de pasar el puente de la Barquita. Nos
hicieron bajar del automóvil y nos pidieron las identificaciones.
Pidieron además que abriéramos el porta equipaje y el capó. Yo me
porté muy cooperador abriendo el porta equipaje y demás compartimientos del vehículo, mientras ellos revisaban las cédulas y las
comparaban con una copia de la misma lista que acababa de ver
en el escritorio del coronel. Como llegaban más vehículos, no se
detuvieron mucho con nosotros, así nos dejaron pasar sin pedirme
documentación. Ya en la ciudad, después de saludar de mis padres y
demás familiares, me retiré a la finca de mi hermano situada a unos
veinticinco kilómetros de la ciudad. Allí me dispuse a descansar
algo y olvidar un poco los sobresaltos y malos ratos pasados.
Pero, al día siguiente, recibí un mensaje de García donde me
decía que me necesitaban; que le enviara dos fotografías para hacerme una cédula con otro nombre de manera que pudiese cruzar
el cordón de las tropas norteamericanas.
Pasé a la zona de Ciudad Nueva y me presenté al edificio
Copello donde tenía su asiento el Gobierno Constitucional. Allí
el primero que me recibió fue Lachapelle que salía en esos momentos del edificio. Luego me fueron abrazando una multitud de
amigos y compañeros de lucha que me acogieron de la manera
más cordial y enternecedora que pueda imaginarse.
Al ratito apareció en escena García, con quien me di un abrazo
que me dejó sin respiración.
Inmediatamente me dijo que me hiciera cargo de su puesto,
delegando en mí funciones de oficial G-2, o sea, encargado de la
inteligencia y seguridad Militar del Gobierno Constitucional. Él
por su parte, pasó a ser ayudante del jefe de Estado Mayor.
Entré en funciones de inmediato y en poco tiempo me vi agobiado de trabajo. Mi oficina era un hervidero de personas que
traían uno u otro caso, a veces simples y otras veces complicados.
102
Paso a la libertad
Una mañana uno de nuestros comandos hizo prisionero a tres
norteamericanos, entre los que había un muchacho de origen
hondureño.
Me correspondía a mí hacer el interrogatorio y rendir un informe sobre la investigación del caso. Ellos estaban muy nerviosos,
emocionados y temerosos; así que los dejé descansar el resto del
día y los visité por la noche para interrogarlos. Cuando entré a la
habitación donde se encontraban, estaban sentados charlando y
fumando.
Se turbaron un poco cuando entré, así que hice lo posible
para parecerles amable y cordial. El de origen hondureño, un
muchacho de unos veintidós años aproximadamente, hablaba un
español perfecto y era al parecer el más seguro de sí mismo, otro
de origen yanqui, tan joven como el anterior, se mostraba algo
procaz e inconforme y el tercero de más edad, aproximadamente
unos treinticinco años estaba sumamente asustado hasta el extremo que me resultaba embarazoso entrevistarle. Era el jefe del
grupo y ellos pertenecían a una unidad de zapadores del ejército
norteamericano que habían recibido órdenes de reparar una casa
de la avenida Independencia, la cual había sido dañada por un
vehículo del ejército invasor. Como la avenida Independencia
cruza el cordón, ellos buscando la casa se internaron inconscientemente en la Zona Constitucionalista. Un combatiente el verlos
los amenazó con una granada si no se rendían inmediatamente.
Una vez que los hube entrevistado, les deseé buenas noches y
les recomendé que durmiesen tranquilos, pues nada les pasaría,
que al día siguiente serían entregados a la OEA para los condujeran a sus superiores.
La OEA desplegaba toda clase de actividades a favor de los
yanquis y de la facción enemiga. Me parecía incorrecto que aceptáramos esa organización como mediadora, cuando realmente no
era otra cosa que una comisión compuesta por funcionarios de
gobiernos sumisos a Estados Unidos. De aquí que nuestra lucha
era contra tres enemigos poderosos: El ejército regular al mando
de Imbert y Wessin que a su vez representaba la facción reaccionaria del pueblo y los intereses norteamericanos en el país, los
103
Darío N. Meléndez
Estados Unidos que se creen amos de todos los países latinoamericanos y con derecho a inmiscuirse en sus asuntos internos para
garantizar sus intereses y su influencia y por último, la OEA que
como organismo al parecer internacional, pretendía legalizar la
intervención norteamericana comprometiendo otros países en el
conflicto.
Las Naciones Unidas por su parte, demostraba una singular
impotencia. La Unión Soviética presentó ante el Consejo de
Seguridad una acusación formal contra los Estados Unidos por
haber violado uno de los principios fundamentales de la carta de
esa organización, al invadir la República Dominicana.
El Consejo de Seguridad, supuesto a ser el máximo censor de
los asuntos internacionales, especialmente en casos de conflictos
como este, demostró ser un organismo inoperante, desde el momento que mientras se conocía la agresión hecha por los Estados
Unidos contra la República Dominicana, Estados Unidos, país
agresor, permanecía en el Consejo ocupando su asiento de juez en
ese tribunal que lo juzgaba como el delincuente; mientras que la
República Dominicana, país agredido, no tenía acceso al Consejo
y solo podía ser oída como informante de su propia causa, sin voz
ni voto, mientras los Estados Unidos no solo conservaba derecho
a voz y a voto, sino también a veto. Es inexplicable que representantes de países que se suponen ser hombres serios se presten para
semejantes farsa.
Como era de esperarse la ONU no hizo nada concreto.
A menudo recibíamos informes de movimientos de tropas
enemigas, tanto norteamericanas como del CEFA. Innumerables
llamadas telefónicas informativas a veces, llenas de pánico otras y
hasta amenazantes algunas, las recibíamos a cada instante, dentro
del vasto plan que para amedrentarnos y desorientarnos habían
preparado los yanquis. Estos, fieles a su política, unas veces nos
amenazaban, otras nos emulaban y las más de las veces nos enviaban emisarios para sobornarnos. Estos sobornos comenzaron
siendo por miles de dólares, después por cientos de miles, luego
subieron a un millón y últimamente supe que llegaron a ofrecerle
a Caamaño seis millones de dólares para que abandonara la lucha.
104
Paso a la libertad
Parece que para algunas personas los hombres de principios no
existen o creen que los principios son relativos.
Los días 12, 13 y 14 de junio fueron días de extraordinaria
tensión. Casi todas las llamadas coincidían en que se estaba preparando una violenta ofensiva contra nuestra zona. Nos informaban
constantemente de grandes movilizaciones de tropas yanquis y
del CEFA. Nos aseguraban que el día 14 de junio por la noche
realizarían un demoledor ataque para acabar con el resto de la
revolución.
El día 14 de junio, el partido que lleva este nombre celebró un
mitin apoteótico. Asistieron alrededor de cincuenta mil personas.
Se celebró en el parque Independencia y a pesar de las restricciones que impusieron los yanquis para que la gente no se colara por
el cordón, la afluencia fue enorme, tanto que las personas que no
cabían en la plaza se colocaban en las azoteas, balcones, etc.
Esa noche del día catorce fue pródiga en amenazas y llamadas
telefónicas, así como las propagandas que hacía la radio de San
Isidro, asegurándonos que esa sería la última noche.
La noche transcurrió sin incidentes, pero a las siete y media de
la mañana del día quince de junio de 1965, las tropas norteamericanas iniciaron una serie de movilizaciones que culminaron en
un tiroteo, en el cual perdieron la vida un coronel y un capitán
norteamericanos. Ahí comenzó el jaleo y de inmediato se desató
un fuerte ataque de parte de los norteamericanos con morteros y
cañones de grueso calibre que disparaban desde todo lo largo de
la línea yanqui.
Al bombardeo siguió una avanzada de las tropas norteamericanas que lograron ocupar a lo largo de dos o tres calles unas diez
o veinte manzanas, a un costo bastante elevado de vidas yanquis.
El cañoneo se extendió por toda la ciudad con una intensidad
que ensordecía. Todo el día fue una lluvia de granadas de morteros y obuses de cañones que parecía un cataclismo. Las granadas
empezaron a caer por los alrededores del edificio Copello que
era el palacio presidencial donde me encontraba. Además toda
la calle El Conde que pasa frente al edificio era fuertemente
atacada con disparos de fusiles y ametralladoras. El automóvil
105
Darío N. Meléndez
de Caamaño que estaba estacionado frente al edificio, era a cada
instante perforado por las balas de fusil que los yanquis disparaban desde sus trincheras situadas en los Molinos Dominicanos,
al otro lado del río Ozama. Una limusina de las Naciones Unidas
fue acribillada por los impactos que le perforaban la carrocería
y le ponchaban las gomas. Uno de los empleados del secretariado de la misión de la ONU llamó desde el hotel El Embajador
pidiendo que le recogieran la bandera de la ONU que tenía el
vehículo y quien le contestó de nuestro lado le dijo que viniera
a buscarla.
Mi oficina estaba ubicada en la segunda planta del edifico
Copello con un amplio ventanal de cristal que daba a la calle El
Conde, desde allí oía constantemente el silbar de las balas que
pasaban unas veces otras se estrellaban en los postes de metal del
alumbrado eléctrico, haciéndolos sonar como campanas y otras
se estrellaban contra las paredes explotando, pues eran casi todas
explosivas.
Al lado de mi oficina estaba la Jefatura de Estado Mayor y yo
iba y venía de mi escritorio al suyo en mis labores oficiales.
Antes del anochecer se intensificó el cañoneo y el bombardeo con morteros. Cerca del edificio hizo impacto una granada
de mortero que nos dio a entender que disparaban directamente
contra nosotros. Una segunda granada de alto poder explosivo
cayó momentos después aun más cerca del edificio y comenzó a
reinar la intranquilidad entre nosotros.
En mi oficina habían cuatro personas detenidas sujetas a investigación y aterrorizadas se me acercaron suplicándome que las
dejara ir. Yo les dije que no podía dejarles en libertad, primero,
porque si salían a la calle corrían grave peligro y segundo porque
no estaba yo autorizado a dejarles libres, lo que podía hacer si se
encontraban inseguros en mi oficina, era trasladarlos hacia el interior del edificio donde pudiesen estar más tranquilos. Así lo hice
colocándolos en un rincón al final del pasillo interior del edificio
donde al parecer quedaron más conformes aunque seguían muy
nerviosos por las explosiones. Coloqué también dos centinelas
para que los custodiaran.
106
Paso a la libertad
Regresaba a mi oficina después de dejar los detenidos y cuando me disponía a abrir la puerta para entrar, me paralizó una
tremenda explosión que estremeció todo el edificio. Los cuatro
detenidos con sus custodias me pasaron por el lado a la velocidad
del rayo y bajaron las escaleras a cual corriera más.
Una poderosa granada había hecho impacto en un letrero
lumínico que estaba instalado a la altura del segundo piso entre mi oficina y la del Jefe de Estado Mayor. Esto produjo una
confusión enorme, la explosión rompió todos los cristales del
edificio en sus cinco pisos, así como de los edificios vecinos. En
la oficina del Jefe de Estado Mayor y en la mía derribó muebles,
tabiques y esparció cascos y fragmentos por todas partes. Me
imaginé que aquello habría dado muerte a más de un oficial
superior que momentos antes había visto en la oficina del Jefe
de Estado Mayor. El polvo de cemento y el humo daban la sensación de gran destrucción y confusionismo. Cuando entré en mi
oficina vi varios impactos de fragmentos en la pared contigua a
mi escritorio, uno a la altura de mi cabeza había roto parte del
decorado. Si yo hubiese estado sentado allí, de seguro que me
hubiera destrozado la cabeza.
La oficina del Jefe de Estado Mayor quedó totalmente destruida, las paredes interiores fueron derribadas y casi todos los
muebles destrozados. Por suerte, en el momento de la explosión
no había nadie en ella.
Por unos minutos reinó gran confusión en el edificio. Se
hablaba de trasladar las oficinas a otro edificio, pero Caamaño
permanecía inmutable en su oficina del tercer piso, mientras tanto los teléfonos sonaban insistentemente debajo de los tabiques
derribados. La radio de San Isidro se desbordaba en dar noticias
falsas entre ellas, la más insistente era que el Comando Superior
Constitucionalista había abandonado el edificio Copello y se había dispersado por sitios desconocidos.
Los norteamericanos habían puesto a funcionar ocho radioemisoras para hacer interferencia a la nuestra. Pedro Torres,
técnico que operaba nuestros transmisores, rehuía los «abejones»
cambiando la frecuencia constantemente. Después de varias horas
107
Darío N. Meléndez
de brega, los norteamericanos se vieron obligados a desistir de su
empeño y mandaron a felicitar a Pedrito por su eficiente labor.
Entre tanto, los comandos llamaban por teléfono para
pedir instrucciones y para cerciorarse si era cierto que estábamos en desbandada. Los infundios esparcidos por la radio
de San Isidro, unidos a que no contestábamos los teléfonos,
creaban gran inseguridad en los comandos, desmoralizándose
los combatientes, pero, media hora más tarde estaban todos
los teléfonos al alcance nuestro y por ellos impartíamos instrucciones a todo el mundo, volviendo la moral a elevarse a su
nivel normal.
Ese día fue pródigo en estragos, las bajas fueron numerosas y
el combate no decayó en intensidad durante todo el día. Se decía
que el general Palmer, comandante de las fuerzas de ocupación
había recibido instrucciones de barrer con nosotros; pero, antes
había sido consultado por su gobierno acerca del tiempo que necesitaría para exterminarnos sin utilizar la aviación ni la marina y
él había dicho que en tres horas todo estaría resuelto.
Aproximadamente a las diez de la noche amainó el fuego. El
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió de emergencia y pidió formalmente un cese total e inmediato del fuego.
La misión de la ONU en el país negoció un cese del fuego para las
ocho de la noche, el cual fue aceptado y cumplido por nosotros. Sin
embargo, los norteamericanos, habiendo convenido también hicieron caso omiso al convenio y siguieron disparando sin cesar. Luego
dijeron que ellos habían dicho aceptar el cese de fuego para las ocho
y media; pero a las seis de la mañana del día siguiente aún seguían
cayendo granadas y sonando disparos de parte de ellos. Según las informaciones el saldo de muertos de nuestro lado fue de veintiséis, de
los cuales diecinueve eran combatientes y siete eran civiles, setenta y
ocho heridos fueron registrados en nuestros hospitales, entre los que
había combatientes y civiles. La radio de Puerto Rico informó que
habían llegado a San Juan doscientos siete cadáveres de norteamericanos y el número de heridos en sus filas fue indeterminado.
Al día siguiente muy temprano se presentaron los representantes de la OEA con su pliego de condiciones para negociar.
108
Paso a la libertad
Propusieron que se formara un gobierno provisional, según un
arreglo de los que se acostumbran en estos países, al cual ellos
dieron el nombre de «acto institucional», una farsa más.
Después de un jaque como el del día anterior, cualquiera
negociaba aunque el negocio fuera con Lucifer. Nuestras tropas
estaban amedrentadas y el enemigo había tomado posiciones de
tal forma que podía dominar casi todas las boca-calles con sus emplazamientos de ametralladoras y cañones.
Eran fuertes y estaban dispuestos a seguirlo demostrando. Lo
que no nos explicamos era por qué esa fortaleza y ese poderío no
lo alardeaban frente a los rusos o frente a los chinos, ya que en su
lucha con esas potencias era más necesaria esa fortaleza y ese gran
poder que ellos utilizaban contra nosotros, ciudadanos de un país
pequeño y débil, que no contábamos con recursos para hacerles
frente.
Parece que la crítica internacional ante aquel abuso injustificable, los hizo cambiar de táctica. Comenzaron a estudiar la forma
de rendirnos por hambre o por sed. Prohibieron todo paso de
comida del otro sector hacia nuestra zona y comenzaron a cerrar
todos los grifos matrices del acueducto con el propósito de rendirnos por inanición.
Pero, la red de tuberías de Santo Domingo es una maraña tan
enredada, debido a que después de construidas las tuberías principales le han ido sacando ramificaciones según las necesidades y
sin obedecer a plano alguno, de suerte que tuvieron que admitir
su fracaso en este intento. Con la comida les pasó algo parecido,
el pueblo, que estaba de lleno con el Movimiento, se las agenciaba
para pasar de mil maneras la comida y los víveres necesarios, además en nuestro sector estaban los depósitos de aduana repletos
de comida, la cual había sido transportada a almacenes, de suerte que cuando en su brutal ataque del día quince de junio ellos
quemaron los depósitos de la aduana ex profeso, con fuego de
bazookas, ya se había retirado casi toda la comida de allí. Después
les dio en averiguar cómo obteníamos gasolina para los vehículos
y mandaron espías a averiguar dónde teníamos los depósitos de
combustible.
109
Darío N. Meléndez
Nuestro servicio de inteligencia era muy efectivo. Contaba
con una buena red de informaciones que los simpatizantes del
Movimiento mantenían al tanto de todo lo que ocurría o fuera a
ocurrir. Como más del noventa por ciento de la población simpatizaba con el Movimiento y colaboraba con él, cuando algo se estaba
gestando del otro lado, lo sabíamos al minuto y si era un asunto
de importancia a veces nos lo informaban hasta diez y más fuentes
distintas en menos de una hora.
Casi todos los días recibíamos varios militares del otro bando
que cruzaban el cordón para unirse a nosotros. Esto sucedía de
una manera tan frecuente y en grupos tan numerosos que nos
estaban ocasionando un gran problema, pues no teníamos alojamiento, comida ni ocupaciones para darle a cada nuevo adepto
que se presentaba. Casi todos nos decían que no habían venido
antes porque al otro lado les decían que todo militar del otro bando que se aventuraba a cruzar hacia la Zona Constitucionalista era
fusilado por nosotros.
Una mañana la Policía Militar Constitucionalista detuvo a un
cadete de la Academia Naval que cruzó el cordón y andaba por la
Zona. Cuando lo llevaron a mi oficina, me dijo que él había venido a
la Zona a observar cómo era la cosa aquí, pues al otro lado le decían
muchas cosas contradictorias y él venía a convencerse de cuál era la
realidad del asunto. Cuando le pregunté si había decidido unirse a
nuestro bando me contestó que no, que él solo había venido a observar. Viendo su sinceridad le hice conducir en un jeep por toda la
zona para que observara todo lo que quisiera. Al medio día hice que
le dieran comida de la nuestra y una vez que hubo comido le dije que
estaba libre de ir por donde quisiera, ver todo lo que le interesara y
que si quería quedarse era bienvenido; si quería irse era totalmente
libre de hacerlo. Él decidió irse y así lo hizo. Al día siguiente pasaron hacia la Zona seis cadetes compañeros del primero, el cual no
volvió. Luego siguieron pasando hacia la zona más y más cadetes, así
como policías y militares de todas las ramas. Como podía prestarse
para infiltrar tropas enemigas en el sector, manteníamos una estricta
vigilancia y control sobre toda persona que siendo militar activo se
uniera a nosotros. Nunca se dio el caso de una traición.
110
Paso a la libertad
La OEA continuaba en sus «negociaciones» con el Gobierno
Constitucional. Una comisión formada por un señor americano
de apellido Bunker y dos representantes de gobiernos títeres, uno
por el de Brasil, de apellido Penha y otro por El Salvador de apellido Clairmond, para hacerla aparecer internacional, se reunían
entre días con nuestro gobierno para negociar. A mi juicio las tales
negociaciones de la OEA no eran otra cosa que tácticas dilatorias
de los Estado Unidos para ver cómo nos rendían por cansancio,
por aburrimiento o por desmoralización de nuestros grupos. Pero
parece que sus cálculos no eran muy buenos, pues cada día que
pasaba, la voluntad de resistir crecía más y la conciencia constitucionalista era cada vez más clara en el pueblo,
Se organizó en nuestra zona una escuela militar donde acudían a entrenarse miles de jóvenes con espíritu revolucionario y la
mente fija en la idea nacionalista de liberar el país de su enemigo,
claramente identificados con la abusiva invasión que sufríamos,
la que a pesar de querer disfrazar, era claramente visible ante todos los dominicanos, aun los más entreguistas no podían dejar
de reconocer el salvaje acto de agresión realizado por los yanquis
contra nuestro pequeño país, por el solo hecho de exigir nuestra
constitución y la vigencia de nuestras leyes. Ellos, prevaliéndose
de su poderío, aplastaban un deseo sano y justo; eran fuertes y lo
demostraban con nosotros; sin embargo, sus adversarios fuertes
como Rusia, China y hasta Cuba, siendo pequeña y organizada, la
respetaban por las armas que podían enfrentarle. Esa política, vil
y cobarde, ha de tener consecuencias desastrosas para los Estados
Unidos, cuyo prestigio se ha desmoronado como castillo de arena.
El día 16 de agosto de 1965, aniversario de la Restauración de
la República, se llevó a cabo una gran demostración de civismo.
Una inmensa multitud de personas cruzó el cordón norteamericano y se unió a los que estábamos en la zona, celebrándose una
manifestación en la Fortaleza Ozama, la cual se proclamó solemnemente «Plaza de la Constitución».
Después de las ceremonias llevadas a cabo en esta plaza, se
realizó un desfile a lo largo de la calle El Conde hasta el Altar
de la Patria. Desfilaron más de ochenta mil personas, entre ellas
111
Darío N. Meléndez
las nuevas tropas constitucionalistas que se entrenaban en la
Zona. Mientras desfilaban, al ritmo de sus pasos coreaban en voz
alta: «¡Fuera yanquis!» y a seguidas en voz moderada «¡Muerte al
yanqui!».
El desfile terminó sin incidente alguno, pero todo el mundo
quedó impresionado por la gran cantidad de personas que asistió.
Las discusiones con la OEA parecieron llegar a su fin y un
documento llamado «Acto Institucional» que ellos impusieron
a cañonazos y morterazos, en lugar de nuestra Constitución de
1963, fue al parecer aprobado por ellos y los representantes del
Gobierno Constitucional, al cual no le quedaba otra alternativa.
De repente, una tarde apareció un avión que esparcía unos
panfletos conteniendo una llamada «Acta de Reconciliación», la
cual no era otra cosa que el «Acta Institucional» enmendada en
los puntos en que afectaba directamente a los órganos represivos
de la reacción y a la llamada Fuerza Interamericana de Paz que
cínicamente se mantenía alrededor de nuestra Zona formando el
odioso cordón.
Pretendían los norteamericanos con sus panfletos, obtener
el apoyo popular, considerando que el público ya cansado de la
situación, acogería el «Acto de Reconciliación», como fórmula
salvadora. Pero el pueblo no hizo el menor asomo de aprobación al famoso acto y el mismo tuvo como única consecuencia
que las Fuerzas Constitucionalistas se unificaran más, y como
es natural, confiara más en sus dirigentes. Al llamado «Acto de
Reconciliación» siguió una fuerte presión de parte de las fuerzas
yanquis y el Gobierno se vio obligado a solicitar una nueva reunión del Consejo de Seguridad.
Otros acontecimientos
Mientras participaba o me mantenía en el sector norte de la
ciudad, en otros sectores, especialmente en Ciudad Nueva se llevaban a cabo acciones dignas de mención; muchas de las cuales
descuellan por su importancia en la revolución.
112
Paso a la libertad
El jueves 30 de abril, los comandos constitucionalistas tomaron la Fortaleza Ozama, bastión que data desde la época de los
españoles y del cual se dice que nunca había sido tomado.
El ataque se originó aproximadamente a las tres de la tarde
con dos tanques y varios grupos de combatientes. Según me informaron después, los policías de choque «cascos blancos» que
se alojaban allí, al ser atacados no opusieron mucha resistencia a
principios. La puerta de la fortaleza estaba cerrada y por la calle
que desemboca en ella, se metió un tanque en el cual iban Lora
y García. Manejaba el tanque un tanquista que habían hecho
prisionero días antes y que pertenecía al bando contrario. Él se
mostraba inseguro y daba muestras de miedo e indecisión, lo que
entorpecía la operación del tanque cuyo cañón cuando disparaba a la puerta de la fortaleza erraba el tiro. Siendo esa la parte
más vulnerable de la edificación, el acceso a la misma se demoró
notablemente, hasta que el otro tanque con su cañón logró abrir
una brecha a la pared por uno de los flancos. Al verse expuestos
al asalto directo, los policías que hasta entonces no habían hecho
gran resistencia, se dispusieron a pelear y echaron mano a todo el
armamento que tenían.
La lucha se prolongó por un par de horas al cabo de las cuales
los constitucionalistas lograron penetrar masivamente y atacar
intensamente por todos los flancos.
Allí había más de mil policías y una vez que se vieron derrotados algunos se lanzaban al río Ozama aún cuando no sabían
nadar. Muchos perecieron ahogados. Otros temerosos de perecer
ahogados se escondían en los bultos y fardos de mercancías que
había en el muelle, de donde eran luego sacados y ametrallados
o hechos prisioneros. Algunos lograron escapar quedándose allí
escondidos. Los que no murieron fueron hechos prisioneros y
trasladados a la escuela Salomé Ureña y más tarde a las cárceles de
la misma Fortaleza Ozama.
Por otra parte, las tropas de Imbert ocuparon el Palacio
Nacional, el cual, cuando los norteamericanos tendieron su fatídico cordón, quedó dentro del área sur constitucionalista. Los
muchachos resolvieron tomar el Palacio y dispusieron el asalto,
113
Darío N. Meléndez
pero, antes decidieron participarlo a los norteamericanos que
componían el cordón con el fin de que estos, según dijeron, no
pensaran que el ataque era contra ellos. Después de poner en
conocimiento de los yanquis sus planes, los muchachos les dieron la espalda para dirigirse al Palacio, siendo pocos momentos
después cobardemente ametrallados por la espalda por las tropas
norteamericanas a las que momentos antes habían puesto al conocimiento sus planes. Esta bellaquería del invasor fue acremente
criticada en la reunión que celebró al día siguiente el Consejo de
Seguridad, pues en ella perdió la vida el coronel constitucionalista Rafael Fernández Domínguez, quien a la sazón desempeñaba
el cargo de ministro de lo Interior del Gobierno Constitucional.
Fernández Domínguez había estado en el extranjero, exiliado
por el Triunvirato, con uno de esos cargos diplomáticos que los
gobiernos títeres saben crear para sacar del país a los nacionalistas que abiertamente les crean problemas. Se comentó que él
había sido traído por los norteamericanos desde Puerto Rico en
un avión militar para que tratara de convencer a Caamaño de que
se parcializara hacia los intereses norteamericanos y que en lugar
de hacerlo se unió a los constitucionalistas y se dispuso a luchar a
su lado. Al parecer esta actitud patriótica de Fernández, le ganó el
odio del invasor que decidió eliminarlo.
Cuando los norteamericanos desplazaron las tropas del CEFA
de los alrededores del puente Duarte, desataron un fuerte ataque
contra la planta eléctrica de Santo Domingo, con la intención aparente de tomarla para controlarla. Allí les ofrecieron resistencia
los hombres rana al mando del capitán de navío Montes Arache,
quien se distinguió por su valentía durante la lucha.
Una noche, el barco Santo Domingo que estaba amarrado en
el muelle trató de moverse río arriba, al parecer para atracar en
algún punto del río Ozama donde estuviera al resguardo de los
tiroteos. Las tropas yanquis tan pronto como vieron venir el barco
parece que creyeron se trataba de un buque de guerra y lo cañonearon incendiándolo y hundiéndose poco después.
En los encuentros con las tropas yanquis, los muchachos de
Ciudad Nueva capturaron más de diez vehículos de la armada
114
Paso a la libertad
norteamericana, entre ellos: jeeps, camiones, etc. Estos vehículos
eran utilizados por los Comandos Constitucionalistas, sin borrarles las insignias.
Uno de los asuntos más espinosos que ocurrieron durante
la guerra constitucionalista fue el terror desatado por las tropas
policiales del bando de Wessin e Imbert, apoyadas por las fuerzas invasoras. Un sinnúmero de personas fueron cobardemente
asesinadas después de haber sido hechas prisioneras. La cantidad
de personas de ambos sexos y de todas las edades que fueron criminalmente ultimadas, será muy difícil determinarla, toda vez que
la mayoría de desaparecidos se consideran muertos en combate
o durante los mismos; pero, la realidad es que una proporción
bastante elevada de los muertos y desaparecidos, fueron ultimados
una vez hechos prisioneros.
Al comienzo de la lucha, un grupo de constitucionalistas, entre los que se encontraban dos periodistas, entre ellos una mujer,
fueron hechos presos por militares bajo las órdenes del general
Montás Guerrero, depuesto Jefe del Ejército. Los prisioneros fueron conducidos en un jeep a la casa del mencionado general y de
allí partieron con ellos hacia una finca denominada Mata Redonda,
donde los hicieron bajar del vehículo e inmediatamente ametrallados, después de hacerlos cruzar la alambrada de la finca. Uno
de los prisioneros al oír los primeros disparos echó a correr desesperadamente y logró escapar. Más tarde, cuando llegué a Ciudad
Nueva, le serví de intérprete en una entrevista que sostuvo con un
corresponsal de los periódicos Washington Post y Californian Times.
Una comisión de criminólogos enviados por la OEA, después
que los crímenes no podían ocultarse más y algunos diplomáticos
y periodistas consideraban escandalosa la situación, rindió un informe en el cual exponen unos cuantos casos aislados; pero, en
realidad, los crímenes comprobados según el informe, resultan
de una magnitud insignificante si se comparan con la realidad.
Han sido tantos y tan variados los crímenes perpetrados por los
órganos represivos del gobierno de Reconstrucción Nacional auspiciado y mantenido por los norteamericanos, que resulta desde
todo punto de vista imposible tratar de describirlos.
115
Darío N. Meléndez
Parece que con el fin de contrarrestar el levantamiento popular, los norteamericanos y sus servidores nacionales, quisieron
implantar nuevamente el sistema que tenía Trujillo, eliminando
físicamente a toda persona culpable o sospechosa que cayera en
sus manos. El Cemento Nacional, situado en la avenida Máximo
Gómez, fue ocupado militarmente por ellos y no permitían que
en él se enterrara a ninguna persona. La razón por la cual no se
permitía el acceso al cementerio era que nadie viera los centenares
de tumbas improvisadas en el mismo. Allí, según informaciones,
se evitaba matar por fusilamiento, a fin de que no se oyeran los
disparos, en cambio, se ultimaban las víctimas con armas blancas,
garrotes, ahorcamiento y medios similares.
Un día fue conducido a mi oficina un muchacho de unos catorce años, escuálido, de complexión y al parecer muy debilitado
físicamente. Según él mismo relató a un periodista de la NBC o
ABC, la noche anterior fue apresado por tropas del CEFA, mientras se dirigía a su casa y fue conducido en un jeep al Cementerio
Nacional, donde le ataron una soga al cuello y lo ahorcaron tirándolo conjuntamente con otros más en una fosa común. Al parecer
la operación de ahorcamiento no se realizó totalmente o no se
le dio suficiente tiempo a la estrangulación, por lo que la víctima
más tarde recuperó el sentido y logró escapar. Mientras era entrevistado por los periodistas, presentaba serias magulladuras en el
cuello, por las cuales tuvimos que hospitalizarlo.
A diario se presentaban a informarnos de estos y otros crímenes infinidad de personas, a las cuales teníamos que acoger en la
zona para protegerlas, pues si llegaba a oídos del grupo genocida,
que alguien osara delatarlos, lo perseguían incesantemente hasta
ultimarlo también. Por esto, muchos de los crímenes, se mantienen en secreto.
Recientemente (hoy es día 25 de agosto de 1965), vino a verme un chofer de carro público para informarme que a una distancia de aproximadamente dos y medio kilómetros del poblado de
Villa Mella, tomando la carretera que conduce de allí a Yamasá,
entrando a la izquierda una vez rebasado el puesto de la Policía,
a unos doscientos metros aproximadamente, se toma la carretera
116
Paso a la libertad
que conduce a la hacienda denominada La Rafaelita, donde hay
un molino de viento que descarga en un aljibe. Dentro del aljibe,
según el informador, hay once cadáveres correspondientes a diez
hombres jóvenes y a una mujer que fueron llevados allí en un
camión, ametrallados y tirados dentro del aljibe.
Hice un informe de esta denuncia al Ministerio de Relaciones
Exteriores para que lo refiriera a la comisión de la OEA que para
proteger los derechos humanos estaba aquí. Vamos a ver qué
resulta, pues según tengo informaciones, la tal comisión, antes
de salir a investigar cualquier denuncia, tiene que pedir autorización al gobierno de Reconstrucción Nacional, exponiendo el
caso que desea investigar y en qué sitio se encuentra. Si la Junta
de Reconstrucción Nacional autoriza la investigación, entonces la
OEA puede realizarla. Lector amigo, sea usted el juez.
Es inexplicable que personas civilizadas pretendan mantener
un estado de cosas como el que aquí se presenta. Es absurdo pensar que estas actuaciones puedan considerarse simples «hechos
consumados»; las leyes naturales indican que a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud y de sentido contrario,
por consiguiente, estos crímenes han de tener sus consecuencias
y los responsables tendrán que purgar sus culpas, no importa si
son o no dirigentes de la nación más poderosa del mundo o si
simplemente son gendarmes de un gobierno improvisado. Quizás
Hitler no pensó que algún día vendría la justicia a pedirle cuentas,
tal vez vino un poco tarde, pero vino.
Esa justicia que a veces se presenta como una dama y se desenvuelve como una ramera, es una cosa muy seria cuando se abusa
de ella.
Recuerdo que cuando estuve preso en la celda de la penitenciaría de La Victoria, fue a vernos un domingo el Nuncio del
Papa acompañado de varios sacerdotes. Fue al parecer en visita
rutinaria a los presos políticos, dado que los miles de prisioneros
que allí habíamos constituíamos una fuerza social respetable. Uno
de los sacerdotes que acompañaba al Nuncio nos dirigió algunas
palabras diciéndonos que no nos preocupásemos por nuestros
familiares, pues se les estaba repartiendo comida y que no nos
117
Darío N. Meléndez
desesperáramos que en breve se ventilarían nuestros casos, que
los no culpables serían puestos en libertad y los culpables serían
puestos en manos de la justicia. Me dieron ganas de salirle al frente para preguntarle a cuál justicia se refería, pero me contuve.
Uno de los peores males que tenemos en la República Dominicana
en la humillante tutela que quiere mantenernos Estados Unidos con
sus llamados programas de ayuda. Uno de esos programas llamado
Care o Carita, consiste en distribuir gratuitamente entre las personas
humildes alimentos importados de los sobrantes norteamericanos.
Mediante ese denigrante procedimiento, para cuya ejecución utilizan el clero, están criando ejércitos de vagos e inútiles, los cuales no
se preocupan en trabajar para ganarse el sustento, pues lo obtienen
gratuitamente de manos de los curas. Este plan hace uno o dos años
que se está llevando a cabo en el país y es a mi juicio, la más dañina
intervención que nos ocasiona nuestro vecino del norte. Como esta
son muchas las ayudas que recibimos.
Renuncia de la Junta de Reconstrucción
El Gobierno Constitucional que presidía Caamaño y la OEA
representada por Bunker, Penha y Clairmond, llegaron al parecer
a un acuerdo pero, por lo bajo se notaba que los intereses yanquis
continuaban moviendo los hilos del gobierno de Reconstrucción
Nacional, el cual estaba formado por Imbert y cuatro personas
más: Seller, Grisolía, Benoit y Bernal. Estos, hacían sobrehumano
esfuerzos para demostrar que ellos eran el Gobierno Provisional
que el país necesitaba hasta que hubieran nuevas elecciones.
El gobierno o Junta de Reconstrucción Nacional tenía el apoyo del Pentágono y de los órganos reaccionarios de los Estados
Unidos, en cambio, la comisión ad hoc de la OEA que presidía
Bunker, recibía instrucciones directas del Departamento de
Estado y este a su vez de la Casa Blanca. Esta pugna interna de los
principales organismos gubernamentales de los Estados Unidos,
se manifestaba claramente en las negociaciones y en las actividades que se llevaban a cabo en Santo Domingo.
118
Paso a la libertad
De ahí que, cuando se anunciaba que ya la OEA y el Gobierno
Constitucional habían llegado a un acuerdo en sus negociaciones, la noche más tranquila se armaba un tiroteo y se lanzaban
contra nuestra zona decenas de granadas de mortero, las cuales
casi siempre cegaban la vida a varios ciudadanos indefensos que
tranquilamente dormían. Una noche, alrededor de las diez, me
dirigía al Palacio cuando fui sorprendido por fuertes explosiones. Apresuré el paso y cuando llegué a la Jefatura de Estado
Mayor me informaron que estábamos siendo atacados con morteros de ochenta milímetros disparados desde la zona norte de
la ciudad. Dos granadas acababan de hacer impactos en la iglesia
de Las Mercedes, hiriendo a un sacerdote y a un monaguillo.
Otras granadas habían hecho impactos por otros sitios hiriendo
y matando algunas personas, entre ellas a una señora de corta
edad. A pesar de las fuertes protestas del Gobierno y de las sucesivas comisiones de la ONU, OEA, etc., además de habérsenos
informado que los disparos fueron hechos con un mortero que
emplazaron esa noche en el patio del Liceo Secundario Juan
Pablo Duarte las tropas del CEFA, no se hizo nada y los ataques
esporádicos continuaron.
La noche del 29 de agosto de 1965, se desató un tiroteo entre nuestros combatientes y las tropas paraguayas, hondureñas y
brasileñas que duró más de media hora y fue de tal intensidad
que parecía como si hubiesen iniciado un asalto total. Al parecer
las únicas tropas que no dispararon fueron las norteamericanas, a
pesar de que los nuestros no dejaron de dispararles algunos fogonazos. Esa noche nos dispararon con todas las armas incluyendo
cañones, morteros y bazookas. Recogimos los cascos, espoletas
y algunas bazookas que no explotaron. Al día siguiente vino una
comisión de la ONU compuesta por el señor Mayobre, representante del secretario general, el coronel Rittey, hindú y un coronel
canadiense cuyo nombre no recuerdo. Este último me mostró su
boina azul aqua, la cual fue perforada por una bala la noche anterior mientras realizaba su misión de observador en el combate.
La comisión tomó nota de la marca de las bazookas y granadas, así
como de los impactos y procedencia de los proyectiles.
119
Darío N. Meléndez
A pesar del fuerte ataque, nosotros tratamos de controlar nuestros combatientes ordenándoles que no disparasen a menos que el
enemigo avanzara. Que trataran de guarecerse de los proyectiles
enemigos y que economizaran las municiones, pues no teníamos
reabastecimiento y nos podían hacer falta. Esto constituía nuestra
principal preocupación.
En la Fortaleza Ozama había una buena cantidad de municiones y de armas, las cuales fueron distribuidas inmediatamente
después de tomada la fortaleza. Sin embargo, allí habían unos
cuarenta o cincuenta cañones de setenta y cinco y ciento cinco
milímetros, pero los mismos no tenían municiones.
Se comentaba que en tiempos de Trujillo existían en la Fortaleza
Ozama unos depósitos secretos de municiones, los cuales solo el
tirano y contadísimos ayudantes suyos conocían. Cuando llegué a
la zona, conocí a un señor francés de nombre Michel con quien
hice amistad. Este señor, persona interesante por su cultura, fue
hecho prisionero por los alemanes cuando comenzó la Segunda
Guerra Mundial. Logró escaparse de un campo de concentración
y se unió a las tropas de la Resistencia Francesa, donde llegó a
coronel. Vino al país durante el gobierno de Bosch, como representante de una compañía financiera franco-holandesa, de la cual
es socio. Cuando los yanquis instalaron su cordón, él quedó en la
zona y se dedicó a colaborar en todo lo que podía.
Me informaron que los norteamericanos que habían avanzado hasta el Alcázar de Colón habían vaciado el agua de un
pozo que hay en el Alcázar y habían removido una cubierta o
puerta secreta que daba a un túnel o laberinto que comunica el
Alcázar, la Fortaleza, la Catedral, la iglesia de Las Mercedes y el
Convento de los Dominicos. Michel me dijo que posiblemente el
tal túnel constituía el depósito secreto donde Trujillo escondía
las municiones y que seguramente en él se encontraban las balas
de los cañones que estaban en la Fortaleza. De inmediato nos
dispusimos a trabajar; buscamos diez hombres, herramientas y
comenzamos a hacer excavaciones en el patio de la Fortaleza
donde suponíamos que podía estar la salida del famoso subterráneo. Michel se hizo cargo del trabajo y luchó por espacio de
120
Paso a la libertad
dos o tres semanas sin ningún resultado. Todos los días venían
los helicópteros norteamericanos a observar y tomar fotografías
de los trabajos que allí se realizaban. Una tarde vino Michel a
decirme que si volvían los helicópteros a observar los iba a derribar con una ametralladora. Yo le dije que no provocáramos al
enemigo, que ya habían observado bastante y que no importaba
que observaran, de todos modos íbamos a sacar las municiones
si las había.
No pudimos dar con nada, ni el túnel famoso ni las municiones. Pero, un día hice establecer un servicio especial para restringir el paso al lugar donde se estaban realizando las excavaciones
y de inmediato cundió el rumor de que se había descubierto el
depósito y que por tanto no se permitía el paso a nadie. Al asunto
se le dio tanta trascendencia que al día siguiente la comisión de
la OEA preguntó a Caamaño si él había autorizado emplazar los
grandes cañones, lo cual ellos consideraban contraproducente
para las negociaciones.
Por otra parte, recibimos una oferta del lado enemigo de entregarnos una buena cantidad de balas para los cañones a cambio
de algunos miles de pesos. Ya nosotros sabíamos dónde habían
municiones y a cargo de cuántos guardias estaba la custodia de las
mismas. El plan era asaltar en la madrugada la guarnición y cargar
dos o cuatro camiones que luego pasarían a la zona como cargados
de mercancías. Cuando propuse el asunto al Jefe de Estado Mayor
encontró fantástica la propuesta y el asunto quedó así. De todos
modos sacamos los cañones y los emplazamos en algunos sitios.
Habían disponibles algunos cartuchos de salvas y para producir
efecto psicológico colocamos los cañones como si estuviesen listos
para disparar.
La noche del 29 de agosto, poco después del combate, vino a
la Jefatura el coronel Montes Arache y dijo que por la mañana ya
estarían listos algunos de los cañones. Yo le dije que había algunos
cartuchos de salva y le mostré uno de muestra que había encima
del escritorio. El me dijo:
—No. Eso no sirve. Mañana tú lo verás probar con balas de
verdad. Voy a disparar unas cuantas hacia el mar, de manera que
121
Darío N. Meléndez
se oiga claramente el disparo y luego la explosión cuando hagan
impacto, para que el enemigo sepa lo que les espera si continúan
molestándonos.
Él había obtenido más de seiscientas balas de cañón y se iban
sacando los cañones de la Fortaleza y disponiéndolos para la
defensa.
El día 30 de agosto de de 1965 por la noche me encontraba cenando con Michel, cuando anunciaban por televisión la renuncia
masiva del gobierno de Imbert.
Imbert y su gabinete se presentaron por televisión y después
de un discurso breve en que pretendía justificar su renuncia, firmó Imbert y tras él todo su gabinete. Frente a las cámaras fueron
estampando cada uno sus firmas en la hoja de renuncia colectiva.
Después, un cubano de nombre Conte Agüero dijo un discurso a
manera de panegírico y san se acabó.
Al mismo tiempo la radio constitucionalista transmitía un breve discurso de Bosch, el cual comentaba el fin de la Junta, cuya
actuación calificaba «Sin pena ni gloria».
A continuación la radio de San Isidro amenazaba con atacar a
las doce de la noche para acabar con los constitucionalistas de la
zona. Toda la noche transcurrió oyéndose las interminables amenazas de la radio de San Isidro, pero el ataque lo esperamos aún.
El día 31 de agosto de 1965 por la tarde, vino la OEA a ultimar
las negociaciones. Estas se terminaron y alrededor de las siete de la
noche se firmó el acta. Caamaño se dirigió al público aglomerado
frente al Palacio diciéndole que había que mantenerse vigilante
aun cuando ya las negociaciones habían finalizado y se había firmado el acuerdo. Dijo que el gobierno provisional presidido por
Héctor García Godoy se juramentaría el viernes 3 de septiembre
de 1963. Pidió un esfuerzo unánime para mantener la unidad a fin
de obligar a las fuerzas extranjeras a que abandonen el país cuanto antes. En el acta se hizo constar que el gobierno provisional se
encargaría de pedir a la X Reunión de Consultas de la OEA, el
retiro de las llamadas Fuerzas Interamericanas de Paz.
Al día siguiente, 1 de septiembre, se inició la demolición de la
Fortaleza Ozama, para convertirla en plaza pública. Gran cantidad
122
Paso a la libertad
de combatientes con picos, palas, martillos, etc., comenzaron a
derribar muros, columnas y tabiques. Era una labor ardua y de
seguro se tomaría algunos días realizarla.
El día 3 de septiembre de 1965 por la mañana, renunció
Caamaño a la presidencia de la República. La renuncia del
Gobierno Constitucional con su gabinete en pleno, se llevó a cabo
en la Fortaleza Ozama, ahora Plaza de la Constitución ante una
enorme concentración de personas. Esa mañana se reunieron en
la plaza y sus alrededores más de doscientas mil personas. Fue una
manifestación sin precedentes.
A las cuatro de la tarde de ese mismo día, se juramentó en
el Palacio Nacional el presidente provisional impuesto por la
OEA, doctor Héctor García Godoy. La juramentación se llevó a
cabo frente a los embajadores extranjeros que allí estaban, sin
que asistiera el Congreso ni ningún miembro representativo del
pueblo.
A pesar de haberse instalado el nuevo gobierno, los jerarcas
militares que dirigían las fuerzas represivas, seguían haciendo
fechorías, fusilando prisioneros e impartiendo órdenes arbitrarias
a su antojo, declarando además públicamente que ellos no aceptaban el gobierno de García Godoy. Este comenzó a impartir leyes
y decretos después de haber formado su gabinete y su primera
disposición fue una ley de amnistía para todos los presos y detenidos políticos, pero sin mencionar los exiliados políticos que el
régimen anterior había deportado.
Reinaba en el ambiente gran expectación. Todo el mundo
estaba pendiente de las nuevas medidas que tomaría el Gobierno
Provisional para resolver la precaria situación. En nuestros comandos se notaba un gran desorden y abandono, se procedía a
desmantelar las defensas, lo cual yo consideraba prematuro.
El día 5 de septiembre de 1965 por la tarde, la radio de San
Isidro estaba trasmitiendo consignas y declaraciones con las cuales
desconocían tácticamente el nuevo gobierno. Se rumoraba que
un grupo representativo de la oligarquía se proponía formar
en Santiago un gobierno respaldado por las Fuerzas Armadas.
Alrededor de media noche el nuevo gobierno dictó un decreto
123
Darío N. Meléndez
ordenando el cierre temporal de las emisoras de radio con excepción de Radio Santo Domingo y la Voz de la OEA.
Al día siguiente por la mañana la radio de San Isidro continuaba sus trasmisiones como el día anterior, no haciendo caso a la
disposición gubernamental.
La maniobra saltaba a la vista y el público no tardó en comentarla. Con el fin de justificar la permanencia de las Fuerzas
Interamericanas de Paz, los norteamericanos creaban con los
remanentes más comprometidos de las fuerzas armadas, un bando antagónico, el cual teniendo en sus manos la fuerza, ponía al
nuevo gobierno en situación crítica, la cual solo podría resolver
con la ayuda directa de las Fuerzas Interamericanas de Paz, cuya
intervención y permanencia en el país se justificaría al hacerse
necesarias para proteger el principio de autoridad en que debía
descansar el nuevo gobierno. Con esta actitud los intervencionistas pretenden aparecer como salvadores de la crisis que ellos
mismos han creado.
El despertar dominicano está creando una situación muy embarazosa al sistema interamericano, nombre con el cual los Estados
Unidos han querido encubrir el coloniaje a que estamos sometidos
los países de América Latina. Hoy día la República Dominicana
está sufriendo la más cruel intervención que registra su historia y
a menos que los gobernantes de las grandes potencias mundiales
no se convenzan de que los pueblos una vez que se sienten libres,
aunque sea por poco tiempo, jamás pueden ser subyugados, «este
paso al frente» que hemos dado los dominicanos en defensa de
nuestros derechos lo volveremos a dar cuantas veces sea necesario.
124
Paso a la libertad
Desfile de combatientes en el Malecón, Academia Militar 24 de Abril.
Desfile militar en el funeral de Oscar Santana.
125
Darío N. Meléndez
Tanque de guerra AMX en poder constitucionalista, se desplaza por la calle El
Conde.
Desfile de integrantes de comandos constitucionalistas por la calle El Conde.
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Paso a la libertad
Capitán José A. Noboa Garnes, acompañado de Amaury Germán Aristy, Amín
Abel Hasbún y otros combatientes.
127
Darío N. Meléndez
Integrantes del Comando Haitiano en el funeral del poeta Jacques Viau.
Concentración constitucionalista frente a la Puerta de El Conde.
128
Paso a la libertad
Teatro Independencia, escenario de actividades del Frente Cultural.
129
Darío N. Meléndez
El intelectual Alberto Malagón.
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Paso a la libertad
«Doña Panchita»,
residente en barriada
de Villa Duarte,
reclamando la salida
de «los yankis».
Tanque de guerra AMX en poder constitucionalista frente a la Puerta de El
Conde.
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Darío N. Meléndez
Barricadas de soldados norteamericanos en la avenida Duarte.
Barricadas en la avenida Duarte.
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Paso a la libertad
Coronel Francisco A. Caamaño Deñó, acompañado del teniente coronel Dante
Canela Escaño.
133
Darío N. Meléndez
Junto al coronel Caamaño (de pie y de izquierda a derecha): Fico Orsini, coronel Jorge Gerardo Marte Hernández, Osiris, Dante Canela Escaño; en cuclillas:
Gabriel, Fernando Pimentel, Vejé, Pedro Germán Ureña, entre otros.
134
Paso a la libertad
Mitin en la Fortaleza Ozama el 3 de septiembre de 1965.
135
Darío N. Meléndez
Manifestantes exigiendo la salida de las tropas norteamericanas, terminada la
guerra.
Profesor Juan Bosch y el coronel Caamaño acompañados, de izquierda a derecha, por: Ramón G. Ledesma Pérez, José Francisco Peña Gómez, Américo Lora
Camacho, Dante Canela Escaño, José A. Noboa Garnes, Héctor Sucre, Félix
Rodríguez, Barón Suero Cedeño y doña Zaida Ginebra de Lovatón.
136
Paso a la libertad
Coronel Caamaño acompañado, de izquierda a derecha, de César Caamaño
Grullón, Claudio Caamaño Grullón, César Caamaño, Alejandro Deñó Suero,
Álvaro Caamaño y Fidencio Vásquez Caamaño.
Coronel Caamaño en el mitin del 14 de Junio, acompañado del coronel Jorge
Gerardo Marte Hernández, Héctor Aristy, entre otros.
137
Darío N. Meléndez
Profesor Juan Bosch acompañado del coronel Caamaño y otros constitucionalistas en el mitin del 25 de septiembre de 1965.
138
CONCLUSIÓN
E
n el mundo no hay, no ha habido nunca ni habrá jamás dos personas iguales. Físicamente iguales parecen
algunos gemelos, sin embargo, si se les compara minuciosamente,
se nota en ellos gran diferencia. Mentalmente iguales no existen
personas en el mundo, todos pensamos de distinta manera y tenemos un criterio, una personalidad diferente a la de los demás.
Por tanto, podemos decir que no existe igualdad entre nosotros y
que por esa razón, nunca estaremos conformes y siempre habrán
divergencias.
Sin embargo, a pesar de ser distintos, somos iguales en una
cosa. Una cosa muy simple, al parecer, pero muy fundamental en
la convivencia humana:
A todos nos gusta que nos traten con justicia
Todos queremos que se nos considere, que se nos trate humanamente y todos nos consideramos merecedores de bienestar,
conforme a nuestra capacidad y a nuestras necesidades. En esto
somos todos iguales.
Para lograr esa igualdad se han creado las leyes. Para eso es la
constitución de un país. Para eso son las normas de vida, las buenas costumbres, para eso se establecen los deberes y los derechos.
141
Darío N. Meléndez
La lucha que se inició el 24 de abril de 1965 es una lucha santa, es una lucha digna, es por el respeto a la Constitución de la
República, por el respeto a la ley, por el deber y el derecho de
cada dominicano. Quien luche en contra de estos sagrados principios está perdido, no importa que sea fuerte y poderoso, contra
la verdad nadie puede.
Todos los dominicanos tenemos que conocer bien nuestros
derechos y deberes para evitar que la ignorancia nos esclavice y los
malvados se aprovechen de ella para mantenernos en la miseria.
Todos nuestros derechos y deberes están contenidos en la
CONSTITUCIÓN y en las leyes. En ningún hogar, taller u oficina
deberá faltar estas normas fundamentales de la vida dominicana.
Una copia de la Constitución puede obtenerse por muy poco dinero en cualquier librería, las leyes son publicadas en la Gaceta
Oficial, que se vende por unos centavos para que todos podamos
obtenerlas. No nos dejemos engañar.
Conozcamos nuestros derechos y deberes
No nos fiemos de los vivos, de los astutos, de los que hacen de
la «mala fe» su herramienta de trabajo.
Debemos evitar una nueva guerra que sería peor y más sangrienta que esta. Más devastadora y más cruel y al final, con toda
la destrucción, con todo el dolor y toda la sangre derramada, seguiremos convencidos de que contra la verdad, contra la razón,
contra el deber, contra el derecho, contra la Constitución y contra
las leyes del país nadie puede luchar.
Unámonos, constituyámonos eternos guardianes de nuestra
Constitución y de nuestras leyes, trabajemos incansablemente
para establecer:
142
Paso a la libertad
L IBERTAD POLÍTICA sin influencias extrañas, sin oportunistas, sin demagogos, sin el dominio de los poderosos.
I NDEPENDENCIA ECONÓMICA sin «ayudas» extranjeras, con
«préstamos comerciales», con libre competencia de mercados,
con libre comercio, con bancos criollos, con libre cambio de
nuestra moneda.
BIENESTAR SOCIAL con iniciativa privada, sin explotación
humana, con bienes, salarios y beneficios justos.
R ESPETO MUTUO con dignidad, sin sumisión, unánime acatamiento de las leyes, servicios públicos eficientes, protección
a la propiedad, derecho a portar armas.
E QUIDAD Y JUSTICIA con jurados imparciales, aplicación
de los derechos y deberes del hombre, respeto a la dignidad
humana.
S OBERANÍA NACIONAL sin tutelaje, relaciones con todos los
países, sin ingerencias extrañas, sin depender de nadie.
Aunque digan lo contrario, podemos ser LIBRES si somos fuertes, y podemos ser fuertes si nos unimos y si nos organizamos en
un solo ideal.
La Constitución
Estudiémosla, comprendámosla, apliquémosla y exijamos que
todos los dominicanos la respetemos, convirtámosla en nuestro
credo político, en nuestra norma de vida.
Si conocemos y aplicamos nuestra Constitución, no habrá más
guerra, habrá bienestar para todos los dominicanos y los buenos
extranjeros que nos visiten.
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Referencias
García Capitán Manuel A. García Germán.
Lachapelle Coronel Héctor A. Lachapelle D.
Lora Coronel Juan M. Lora Fernández.
Caamaño Coronel Francisco A. Caamaño D.
Montes Arache Coronel Manuel R. Montes Arache.
Angélica Angélica Mercedes Vda. Melenciano
Durán Coronel Manuel R. Durán G.
Hernando Coronel Ángel M. Hernando R.
Nene Coronel Luis C. Tejada G.
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Esta segunda edición de Paso a la libertad, de
Darío N. Meléndez, se terminó de imprimir
en los talleres gráficos de Editora Búho,
S.R.L., en junio de 2015, Santo Domingo, R.
D., con una tirada de 1000 ejemplares.
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