Paso a la Libertad Archivo General de la Nación Volumen CCXLI Paso a la Libertad Darío N. Meléndez Santo Domingo 2015 Cuidado de edición y diagramación: Juan Francisco Domínguez Novas Diseño de portada: Engely Fuma Santana Ilustración de portada: Composición fotográfica que muestra una panorámica de los sucesos ocurridos durante la Revolución de Abril de 1965 en la ciudad de Santo Domingo. Fuente: AGN, Área de Fotografías, colección Milvio Pérez (Guerra de Abril) y colección Donaciones (Misceláneas). Primera edición, 1965 Segunda edición, 2015 © Darío N. Meléndez, 2015 De esta edición © Archivo General de la Nación (vol. CCXLI), 2015 Departamento de Investigación y Divulgación Área de Publicaciones Calle Modesto Díaz no. 2, Zona Universitaria, Santo Domingo, República Dominicana Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110 www.agn.gov.do ISBN: 978-9945-586-33-6 Impresión: Editora Búho, S.R.L. Impreso en la República Dominicana • Printed in the Dominican Republic Capitán Darío N. Meléndez, comandante de la Compañía del Cuartel General Constitucionalista, en 1965. La paz, la armonía entre las personas, se mantiene cuando se observa un mudo respeto a sus correspondientes derechos y deberes. Cuando estos se desconocen o se violan sobreviene la guerra. Esta nunca resuelve nada, en cambio, viola y destruye todo. Es inexorable juez que confisca los derechos que en ella se disputan. (Santo Domingo, 1965) Índice Presentación a la segunda edición................................................ 11 INTRODUCCIÓN Causas de la guerra................................................................................ 19 LA REVOLUCIÓN Los preparativos..................................................................................... 45 El golpe................................................................................................... 49 Armas al pueblo..................................................................................... 56 Invasión de los Estados Unidos............................................................. 81 Batalla de la zona norte......................................................................... 85 Preso....................................................................................................... 95 Ciudad Nueva......................................................................................... 102 Otros acontecimientos........................................................................... 112 Renuncia de la Junta de Reconstrucción............................................. 118 CONCLUSIÓN......................................................................................... 139 REFERENCIAS......................................................................................... 145 9 Presentación a la segunda edición L a guerra civil que comenzó el sábado 24 abril de 1965 y que se prolongó hasta el viernes 3 de septiembre del mismo año, marcó un hito en la historia dominicana del siglo xx. Nunca antes, desde la Restauración de la República de 1863, los dominicanos se habían unido, motivados por un acontecimiento político y de contenido democrático, y en estrecha vinculación entre civiles y militares, con el objetivo común de reponer al profesor Juan Bosch en la presidencia y restituir la constitucionalidad sin elecciones. Han pasado cincuenta años de aquel suceso que se nos entró por la puerta de la historia en una tarde de abril, cambiando el futuro político de la República Dominicana. La nación había conocido dictaduras, innumerables golpes de Estado y sustituciones de gobiernos por intereses de grupos nacionales o por decisiones conectadas con embajadas extranjeras. Desde aquella guerra de 1965 nunca más se ha recurrido a la idea de la asonada militar y solo las elecciones prevalecen como método para el ejercicio de la gobernabilidad. De modo que aquel acontecimiento, que con lujo de detalles narra el capitán Darío Meléndez en Paso a la libertad (1965), mostró a los que participaron en él que en medio de los disparos y las bombas a los que se enfrentaban los dominicanos, estaban en el campo de batalla tanto los que defendían provechos empresariales y comerciales, como los que luchaban por la preservación de la Patria y la instauración de la democracia. Pero ambos bandos 11 Darío N. Meléndez sabían que tarde o temprano serían juzgados por la historia y que debían hacer lo suyo para explicar razones y narrar detalles de lo que había acontecido en los seis meses de guerra civil. Del lado vinculado al gobierno de Reconstrucción Nacional que presidió el general Antonio Imbert Barrera y que tuvo como líder militar al coronel Elías Wessin y Wessin, se ha escrito poco, pues los actores del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA), y la oficialidad incondicional a sus propósitos, prefirieron callar, al parecer afectados por la derrota militar-popular y la humillación recibida en el campo de batalla, aminorada solo por la intervención de los Estados Unidos y la presencia de 42 mil soldados norteamericanos. Que se tenga noticia, en coincidencia con los «militares de San Isidro» solo apareció, recién terminado el conflicto, el libro de Danilo Alfau Brugal Tragedia en Santo Domingo: documentos para la historia (1966), que pretendía justificar, desde la óptica de los que se opusieron a la constitucionalidad, sus posiciones antidemocráticas. Años después, se exhibió el documental 24 de Abril, al parecer patrocinado por los wessinistas de San Isidro. En el año 2002 se organizó el seminario sobre la Revolución de 1965 «Guerra de abril. Inevitabilidad de la historia», en el que participaron algunos militares que no estuvieron con los constitucionalistas, entre ellos José de Jesús Morillo López, Ramiro Matos González, Robinson Brea Garó y Pedro Bartolomé Benoit. Este último responsable de la solicitud formal a los Estados Unidos para que interviniera militarmente en la guerra. Del sector constitucionalista circularon impresos relacionados con la Revolución cuando todavía no había terminado la conflagración cívico-militar y el gobierno provisional del doctor Héctor García Godoy no se había consolidado como tal. Uno de los primeros en circular fue el opúsculo La revolución contra los politiqueros: Mi homenaje a los que murieron por el retorno a la legalidad constitucional, de Porfirio Agramonte Mazara (1965). El profesor Juan Bosch fue el autor de Tres artículos sobre la revolución dominicana (1965), que se distribuyó en México, y Julio Cesar Estrella publicó La Revolución dominicana y la crisis de la O.E.A (1965), mientras que 12 Paso a la libertad Ubi Rivas escribió Agresión (1965). Además, en octubre de 1965 vio la luz el libro Paso a la libertad, del militar Darío Meléndez. Estas publicaciones tenían el propósito de exponer las razones de la guerra civil y la inconsecuencia de la Organización de Estados Americanos (OEA) y, al mismo tiempo, criticar la intervención militar norteamericana. De estos, solo Paso a la libertad se puede considerar el primer libro en que se narra de manera condensada la historia de la Revolución de Abril; sin embargo, no aparece en las bibliografías que se han publicado sobre ese acontecimiento, cuando en justicia debería encabezar la lista de manera especial. Tomando como referencia la Bibliografía de la historia dominicana, publicada en tres tomos por el historiador Frank Moya Pons, se comprueba la importancia que en el mundo académico e intelectual se ha dado al tema de la Revolución de Abril: de 172 títulos publicados desde 1965 hasta el 2013, 22 corresponden al año 1965 y, de ellos, solo 5 son de autores dominicanos. Los demás libros fueron escritos principalmente por académicos y periodistas extranjeros, entre los que se destacan El Diario de la guerra de abril de 1965, de Tad Szulc (1965); Santo Domingo: la revuelta de los condenados (1965), de Dan Kurzman, y La crisis dominicana, 1965 (1965) de Piero Gleijeses. También El Pueblo en armas: revolución en Santo Domingo (1970), de José A. Moreno, y El destino americano: The dominican intervention (1977), de Abraham F. Lowenthal. Entre los libros de autores dominicanos que salieron durante los meses finales de 1965, se encuentran: Agresión, de Ubi Rivas; La revolución dominicana y la crisis de la O.E.A., de Julio C. Estrella; Tragedia en Santo Domingo: documentos para la historia, de Danilo Alfau Brugal; La revolución contra los politiqueros, de Porfirio Agramonte Mazara, y Paso a la libertad, de Darío Meléndez. El capitán Meléndez, quien participó directamente en la Revolución de Abril de 1965, nos entrega en la obra un trozo de su memoria, cuando todavía estaban frescos detalles, actores y situaciones de aquella coyuntura histórica. El hecho de que haya elaborado su narración al calor de los propios acontecimientos, le añade un valor extraordinario, y convierte en irrefutables sus argumentos y testimonios, que pudieron ser rebatidos por los que 13 Darío N. Meléndez participaron en aquella jornada de lucha por la libertad y la soberanía y, sin embargo, no sucedió así. Por esa razón, estas memorias, caracterizadas por su pasión, se convirtieron en la primera historia de la Revolución de Abril, contada por quien desempeñó importantes responsabilidades en los sucesos, puesto que, habiendo sido militar, llegó a ocupar durante la guerra la jefatura de la Compañía del Cuartel General Constitucionalista. Además, Meléndez integró, con anterioridad, el grupo de civiles vinculado al Movimiento Revolucionario 14 de Junio. En esa última condición, y aún sin ser miembro de la organización, estuvo relacionado con los preparativos y la conspiración que, desde dentro de las Fuerzas Armadas, desarrolló un selecto grupo de oficiales, entre los que se encontraban el capitán Manuel A. García Germán y los coroneles Héctor A. Lachapelle Díaz y Juan María Lora Fernández. La primera edición de Paso a la libertad data de octubre de 1965, en los inicios del gobierno provisional de Héctor García Godoy, y estuvo a cargo de la Editorial La Nación. Consta de 112 páginas, y aunque en el colofón se consigna que tuvo una tirada de 3,000 ejemplares, se debe suponer que fue menor, pues son muy contados los ejemplares que aparecen en bibliotecas públicas o privadas. Darío Meléndez se adentra en detalles desconocidos hasta ahora, importantísimos para el conocimiento de la conspiración, el golpe de Estado que depuso al gobierno del Triunvirato, la forma en que el pueblo se convirtió en estructura armada y organizada de la Revolución, la invasión norteamericana, la batalla en la zona norte de la ciudad de Santo Domingo —bautizada por el Gobierno de Reconstrucción Nacional y los militares del CEFA como «operación limpieza»—, la manera en que él fue mantenido como prisionero por aquellos militares y cómo se organizó la defensa de Ciudad Nueva, que en realidad abarcaba toda la Zona Colonial, parte de los sectores de Gascue, San Carlos, Villa Francisca y Borojol. Por último, dedica varias páginas al Gobierno de Reconstrucción Nacional que presidía el general Antonio Imbert Barreras. 14 Paso a la libertad En Paso a la libertad, su autor trata de demostrar que la corrupción administrativa fue una de las causas que provocaron el levantamiento armado de una parte de la oficialidad contra un gobierno cuyo principal cabecilla se aprovechaba de la importación de «automóviles exonerados de impuestos que no cabían en sus garajes y tenía que mandarlos a una finca que poseía en los alrededores de la ciudad», y con unos militares que se beneficiaban del contrabando a través de las famosas «cantinas militares y policiales», convertidas en verdaderos supermercados que se nutrían de mercancías importadas de manera ilegal a través de los puertos y aeropuertos que estaban bajo su control. Por otro lado, se ha comentado mucho sobre la falta de información y compromiso de los principales grupos de izquierda en la conspiración de los militares honestos contra el Triunvirato. Meléndez aporta datos de que el Movimiento Revolucionario 14 de Junio conocía los planes del golpe de Estado para restablecer la constitucionalidad, y cuenta sus vínculos con ese partido de izquierda y el hecho de que se utilizaron pertrechos militares de esa organización para armar una parte de los complotados. Otro aspecto que trata es su relación con el capitán Manuel A. García Germán y los planes originales para iniciar el golpe de Estado contra Donald J. Reid Cabral. Estos planes incluían la toma del Palacio Nacional, lo cual no fue posible de la manera en que estuvo concebida por el rumbo que tomaron los acontecimientos el 24 de abril y los bombardeos de los aviones P-51 y «vampiros» contra el puente Duarte y la sede de gobierno. En cuanto al acceso de la población a las armas, lo cual dio un vuelco decisivo a la lucha, el autor relata la manera en que fusiles y pertrechos militares fueron extraídos de los arsenales del Palacio Nacional, así como en la toma de la Fortaleza Ozama. Encontramos en el libro informaciones poco conocidas, como la participación, junto a los miembros del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA), de «cubanos y mercenarios de los centros de entrenamiento existentes en el país conforme el plan de ataque que se preparaba contra Cuba»; el efecto desmoralizante que la intervención extranjera produjo sobre los militares 15 Darío N. Meléndez y los civiles constitucionalistas, y cómo una orden del alto mando militar «rebelde» de que no se disparara a los soldados norteamericanos permitió la ocupación de gran parte de la ciudad sin que se ofreciera resistencia. El libro de Darío Meléndez finaliza con la firma del acta de reconciliación y la renuncia del Gobierno de Reconstrucción Nacional, y con una conclusión valorativa de lo que fue la Revolución de Abril de 1965: La lucha que se inició el 24 de abril de 1965 es una lucha santa, es una lucha digna, es por el respeto a la Constitución de la República, por el respeto a la ley, por el deber y el derecho de cada dominicano. Quien luche [en] contra de estos sagrados principios está perdido, no importa que sea fuerte y poderoso, contra la verdad nadie puede. […] Debemos evitar una nueva guerra que sería peor y más sangrienta que esta. Más devastadoras y más cruel y al final, con toda la destrucción, con todo el dolor y toda la sangre derramada, seguiremos convencidos de que contra la verdad, contra la razón, contra el deber, contra el derecho, contra la Constitución y contra las leyes del país nadie puede luchar. El Archivo General de la Nación, al publicar Paso a la libertad, del capitán Darío Meléndez, cumple con el objetivo de facilitar el conocimiento de la historia dominicana y a la vez conmemorar los 50 años de lo que fue el evento histórico más importante del siglo xx: la Revolución de Abril, para honrar y recordar a todos los caídos en esta inolvidable epopeya del pueblo dominicano. Alejandro Paulino Ramos 16 INTRODUCCIÓN Darío N. Meléndez Coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó. 18 Causas de la guerra El respeto al derecho ajeno es la paz. Benito Juárez (1806-1872). E n la República Dominicana, el derecho es indefinido por la ignorancia o desconocimiento del mismo. El nivel educacional es extremadamente bajo e irregular, siendo común y corriente que alumnos o estudiantes de las escuelas y de las dos universidades que tenemos, demuestren un criterio mejor formado que sus profesores. Estos, para mantener los puestos que les representan precarios medios de subsistencia, tienen que ser conservadores en sus enseñanzas a fin de no colidir con el sistema socio-político imperante. Naturalmente, este estado de cosas engendra una efervescencia en el estudiantado que ve frustradas sus aspiraciones de conocer la verdad y de dar libre expansión a sus inquietudes. Donde más se manifiesta este lastre es en la administración de la justicia. Este sagrado ministerio se ejerce en el país, siguiendo normas consuetudinarias que datan de la época colonial y conforme el criterio de jueces que no toman en cuenta las reglas establecidas por las leyes ni los principios de una ética sana y consciente, sino conforme a su simpatía o deseo de favorecer o ayudar a una de las partes. Esto siempre que algún jerarca o magnate no esté involucrado en el asunto que pueda mediante soborno, alguna llamada telefónica o mediante carta-esquela, recomendar el fallo. Naturalmente, en un sistema como este, quien cae en manos de 19 Darío N. Meléndez la justicia siendo «hijo de Machepa», como suelen llamar a los de origen humilde, siempre sale perjudicado. Si se tiene en cuenta que los humildes son una abrumadora mayoría en nuestro país, el resentimiento que ha ido creando la justicia es una fuerza arrolladora, capaz de destruir y acabar con cualquier sistema por fuerte que este parezca. Las personas que poseen una capacidad intelectual más avanzada que la corriente, sostienen la tesis de que el sistema para mantenerse, se basa en la ignorancia del pueblo, ya que si se diera a conocer a cada ciudadano sus derechos y deberes, los influyentes no tendrían cabida en la interpretación de los principios, siendo inevitable la correcta aplicación de las leyes. Las leyes en nuestro país son más numerosas que en cualquier otro y en general están bien concebidas, pero de nada valen si no existe un organismo serio capaz de hacerlas cumplir. Solo las cumplen aquellos que se opongan al régimen, los que no tengan influencia o los que caigan en las garras tendenciosas de la prensa, que explota con singular sensacionalismo todo lo que se pueda capitalizar en beneficio de cualquier interés creado. Maliciosamente, en las escuelas se ha suprimido la enseñanza sobre la moral y el civismo que es la base de todo sistema pedagógico. A pesar de los insistentes reclamos y sugerencias hechos por todos los medios, incluyendo los órganos de prensa y difusión de ideas, que se han aventurado a enfocar este espinoso asunto, nada se ha hecho. El mal data desde la época colonial, pero estuvo en su apogeo durante la tiranía de Trujillo, con la cual se creó una mística alrededor del tirano y su sistema que dio origen por decirlo así, a una especie de sofisma, base de la doctrina o sistema trujillista. Este sistema, bien organizado e inteligentemente dirigido, constituía un bastión inexpugnable, siendo realmente un régimen feudal adaptado a la época moderna. Basado en el control económico y en el terror, el macabro mecanismo de Trujillo, tenía pleno apoyo del sistema americano de política exterior. 20 Paso a la libertad Desacreditado Trujillo, el mismo sistema que él sustentaba decidió eliminarlo, considerando que no era ya necesario el «líder» al estar bien organizado y establecido el sistema feudal, el cual la oligarquía se encargaría de mantener. Así fue. Muerto el tirano, se formó la organización oligárquica llamada Unión Cívica Nacional que ahogó con su potencial económico el incipiente brote democrático que emergía después de romperse las tiránicas cadenas que oprimían al país. La pugna política desorganizada y sin experiencia, una aventura extraña para los dominicanos que por treinta años habíamos estado ajenos a esos problemas, fue un verdadero desastre. En menos de un año se formaron más de veinte partidos políticos, de los cuales el de menor doctrina carecía de líder y aquel que tenía líder no tenía doctrina. Las elecciones celebradas el 20 de diciembre de 1962 las ganó el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), el cual tenía por líder a Juan Bosch, uno de los intelectuales más destacados de América. Bosch, hombre serio, de principios claros y bien definidos, carecía de asesores técnicos para administrar su gobierno y, sobre todo, no desplegaba la energía necesaria para hacer caer sobre los delincuentes todo el peso de la ley. En las grandes libertades existentes, se apoyaban los anarquistas opositores para abusar de la magnanimidad del gobierno. Los militares conspiraban abiertamente y los civiles lanzaban por la prensa y la radio los más procaces ataques. El gobierno, consciente de los problemas del país, preparaba el desarrollo de grandes tareas económicas, lo que hacía pensar a la oligarquía que con el éxito que de seguro alcanzaría el recién instalado sistema democrático, se crearía una confianza popular en este sistema, el cual suplantaría para siempre el arcaico feudalismo existente. Así se gestó y llevó a cabo el denigrante golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963, que puso fin al mejor gobierno que ha tenido la República Dominicana a todo lo largo de su tortuosa historia. Este gobierno, basado en una constitución sana, moderna y justa, fue tronchado para desgracia de uno de los más sufridos pueblos de América. 21 Darío N. Meléndez Sin embargo, la Constitución de 1963, establecida para el gobierno de Bosch, fue bastante difundida, especialmente, a través de la radio y a pesar de que muchos oportunistas trataron de opacar su verdadero sentido e importancia, en el pueblo prendió la idea de un principio o estatuto que sirviese de guía a toda autoridad, especialmente en lo tocante a la administración de la justicia. Los intereses creados y los grupos componedores de la situación, queriendo desvirtuar el sentido del principio constitucional, prometían elecciones en breve y llamaban a una unidad basada en el interés común de sacar el país de la ruina económica en que se encontraba, aun cuando todo el mundo estaba consciente de que a la caída de Bosch la economía nacional era realmente pujante. Los que trataban de imponer soluciones, intentaban hacer valer sus ideas pero sin establecer ni seguir principios, considerando que los gobernantes de facto eran gente seria de buenas familias y, por ende, capaces de encauzar el país por el mejor bienestar económico y social que pudiera esperarse. Acostumbrado como estaba el pueblo a las soluciones pacíficas de sus problemas y viendo los políticos una nueva oportunidad para sacar partido de las elecciones, aceptaban la componenda del conflicto sin tener en cuenta que ese era un mal grave que veníamos soportando desde la colonia. Yo me resistía a aceptar esa situación y mucho menos a que continuara indefinidamente. Por tanto, cada vez que podía escribía a los periódicos cartas públicas, en las que exponía mi criterio ante aquella lastimosa situación. Pocos meses después del golpe de Estado que derrocó el gobierno de Bosch, el Partido 14 de Junio que agrupa la mayoría de la juventud dominicana honesta y progresista, propició el levantamiento de guerrillas en las montañas, pero sin tener preparación para una empresa así, en un país como este, dominado por una potencia como Estados Unidos de Norteamérica. Yo no militaba en el Partido 14 de Junio, pero simpatizaba sinceramente con la firmeza y el heroísmo de aquellos muchachos que sin una preparación adecuada, se lanzaban a la muerte sin miramiento alguno. Como yo tenía algunos amigos en el Comité 22 Paso a la libertad Central de ese partido, traté de disuadirlos de esa idea, pero uno de los más influyentes en el comité me dijo: —Ya es tarde, no podemos volver atrás. Yo dije: —Vamos a realizar esa lucha en las ciudades donde es más efectiva. A lo que contestó: —Se ve que tú no sabes nada de guerrillas ni conoces nuestra organización, ya verás que triunfaremos. De nada me valió tratar de disuadirlos, así que para no sentirme culpable de indiferencia ante una lucha tan digna, colaboré lo más que pude con ellos. Cuando me enteré de la masacre hecha a esos heroicos luchadores en Las Manaclas y otros lugares del país, escribí al periódico Listín Diario, la siguiente carta: Santo Domingo, R. D., 21 de diciembre de 1963. Señor director del Listín Diario, Ciudad. Señor director: Su periódico merece mi respeto y reconocimiento por los principios que sustenta; por tanto, le agradeceré publicar en sus páginas esta carta. La observancia de la dignidad y la justicia salvaguardan la existencia de la Patria e impiden que sus hijos se destruyan entre sí. Llena de espanto la imaginación el ver que prestigiosos órganos de cultura, famosos defensores de la dignidad y la justicia como The New York Times, inexplicablemente violan en sus editoriales tradicionales principios de ética. El fanatismo ideológico que impera en nuestro desgraciado país, excitado por inconfundibles intereses mezquinos, se está cebando en la sangre de la Patria, madre y hogar 23 Darío N. Meléndez de todo dominicano. Ella a imagen y semejanza del reino de Dios sobre la tierra, alberga a todos sus hijos, buenos y malos, feos y hermosos, ricos y pobres, justos y pecadores; que en uso del «libre albedrío» divino legado del Cielo, deben convivir con los que en privilegiada profesión de la «ideología bendita», disfrutan a plenitud de los derechos que a ellos y solamente a ellos, ofrece la REPÚBLICA que ha creado la DEMOCRACIA que nos gobierna. Es desconcertante ver nuestro país en el ocaso del siglo veinte sumido en las negras noches de la inquisición. ¿Cuándo se dejarán oír las voces de San Juan Crisóstomo condenando los crímenes que se cometen «en nombre de Dios y de la democracia»? ¿Tendremos los dominicanos alguien que como San Martín, San Leo y San Ambrosio desafíen la excomunión y nos defiendan por considerar que somos hijos de Dios, hechos por Él a su imagen y semejanza; católicos como protestantes; ateos como creyentes? ¿Llegarán algún día a cristalizarse los eternos ideales de Duarte, Sánchez y Mella, que lucharon hasta morir por una Patria libre para todo dominicano, sea cual fuere su raza, credo o ideología política? ¿Por qué ha de ser prohibido en nuestro país el libre juego de ideas cuando Dios, Sumo Hacedor de todo lo creado, engendró a Lucifer para ser en su esencia perfecto, justo, omnipotente y santo? ¿Cuántos índices necesitará la mano de nuestra historia para señalar los nuevos Santanas que con tanto ardor defienden la libertar? Y finalmente: ¿Cuántos laureles tendrá que otorgar la gloria a los nuevos Francisco del Rosario y María Trinidad que para «preservar la paz» habrá que fusilar? ¡Salve Patria! ¡Los que van a morir!... Darío Meléndez (Copia a: The New York Times) 24 Paso a la libertad Esta carta produjo muchos comentarios, especialmente entre los fanáticos defensores de los intereses materiales de la Iglesia y entre los que con el manto sagrado cubrían sus fechorías. En medio del repudiable acto cometido en las personas de los patriotas, con un ambiente cargado de protestas clandestinas, la carta cayó como una bomba de alto poder explosivo. A consecuencia de las críticas por el crimen cometido, el Triunvirato formado por la oligarquía se tambaleó y el individuo que utilizaron como presidente renunció al cargo, viniendo a sustituirle Donald Reid Cabral, quien luego fue derribado por el Movimiento Constitucionalista. A los hechos que culminaron con la muerte de los principales dirigentes del Partido 14 de Junio, siguió un derroche de la economía nacional en un desorden insólito, que podría llamarse «la danza de los milloncitos», pues se produjo tal descalabro del erario público que en los círculos económicos internacionales no se cotizaba nuestra moneda. Aún así, a uno de nuestros embajadores en los Estados Unidos, se le pagaba un sueldo mayor que el que recibía el presidente norteamericano. Este derroche lo encabezaba el Triunvirato con su presidente que importaba tantos automóviles exonerados de impuestos que no cabían en sus garages y tenía que mandarlos a una finca que poseía en los alrededores de la ciudad; por su parte, cada funcionario se aprovechaba del derroche y se dedicaba a cuanto negocio turbio pueda imaginarse. Más tarde, durante la invasión, la OEA se hizo cargo de pagar a los empleados públicos y comprobó que la nómina oficial, la cual ascendía a más de ocho millones de pesos, estaba alterada, al punto que con solo cuatro millones de pesos la OEA pagó todos los sueldos. El resto eran fraudes administrativos. Uno de los negocios más productivos y realizados en mayor escala fue el contrabando. Este negocio estaba casi totalmente en manos de los jerarcas militares, los cuales a través de una llamada Cantina de las Fuerzas Amadas sin pagar impuesto alguno importaban millones de pesos en wisky, joyas, cosméticos, mercancías y gran cantidad de zapatos, camisas y demás artículos que se producían en el país, lo que obligó a muchas empresas a declararse en 25 Darío N. Meléndez quiebra. Llegó a tal extremo el cinismo de estos señores, que el 30 de junio de 1964 el jefe de la Policía formó una compañía por acciones que se denominó «Cantina Policial, C. por A.», de la cual él era presidente y así se publicó en el diario El Caribe. Ante tanta desvergüenza escribí nuevamente al Listín Diario la siguiente carta, a pesar de que ya había escrito otras que no quisieron publicar: Santo Domingo, R. D., 2 de julio de 1964. Señor director de El Listín Diario, Ciudad. Señor director: «Ninguna institución puede ser estable si no radica en la moral». Las instituciones sociales, desde la familia hasta los gobiernos, necesariamente han de regirse por esta norma, de no hacerlo, provocan sobre sí graves consecuencias. Los miembros de la sociedad dominicana estamos en gran mayoría conscientes de esto y, ante la evidencia de los hechos anárquicos precursores de regímenes que, carentes de bases lógicas se han ido y se irán cayendo a pedazos, se impone una acción unánime, definitiva y tajante que establezca de una vez y para siempre legítimo respeto a los principios de ética. «Respetar la moral no es virtud de unos: es deber de todos». Por consiguiente, quien esté con la moral ha de demostrarlo, quien esté con el fraude ha de demostrarlo también. ¡Nada de hipocresía, hay que dar la cara! El Listín Diario, El Caribe y La Información, son diarios que se autoproclaman dominicanos e independientes; por tanto, al igual que todos los demás órganos de prensa y difusión 26 Paso a la libertad de ideas, están en la ineludible obligación de pronunciarse escuetamente en favor de la verdad: amarga o dulce, pero, la verdad. Si la voz pública nacional no se alza decidida y enérgica contra el insensato y caótico drama que aflige al país, los periodistas se hacen culpables de felonía. Acuso a los pusilánimes que no protestan, a los humildes que no se quejan, a los intelectuales que no opinan, a las asociaciones que no se pronuncian, a los oportunistas que se aprovechan, al clero que apoya, a los políticos que proponen fórmulas, a los opositores que se esconden, a los soldados que traicionan su noble misión de defender con su sangre los sagrados intereses de la Patria. Culpa de ellos son los males que sufrimos, culpable de alta traición es todo dominicano que acepta impávido estos ultrajes a la Nación. Solicito formalmente al Listín Diario dar publicidad a esta carta en su sección «Cartas al Listín» o en espacio pagado para lo cual le anexo mi cheque Nº 125 por valor de $20.00 certificado por el Banco de Reservas de la República. Sinceramente, Darío Meléndez, Céd. 51842-S-1ª Anexo: Cheque Nº 125. Copia a: El Caribe La Información Radio Cristal. Como era de esperarse esta fue otra bomba de TNT. Los comentarios llovían por lo bajo, pero nadie se aventuraba a criticar públicamente mis cartas. Una vez Bernardo Pérez escribió también al Listín solidarizándose con mi postura. Sin embargo, la situación seguía. Suspendieron un poco los desfalcos, o al parecer los ocultaron un poco, a causa de las críticas que se les hacían. 27 Darío N. Meléndez Entre tanto, los partidos democráticos y de izquierda moderada, parecían estar de acuerdo con que se llevaran a cabo otras elecciones en las que como es natural, ellos tendrían oportunidad de beneficiarse o salir ocupando algún cargo público. Por eso, en sus críticas al gobierno de facto, incluían que fuera un hecho y no una simple promesa las prometidas elecciones. Aquella actitud, de simple aceptación de los hechos, me parecía tan vil, que no dejé de criticarla y totalmente contrario a acatar los hechos sencillamente porque eran hechos consumados, escribí al diario El Caribe, ya que el Listín no publicaba más mis cartas por razones obvias, la siguiente carta: Santo Domingo, R.D., 5 de marzo de 1965. Señor director de El Caribe Ciudad. Señor director: Es inexplicable que un portavoz del intelecto nacional como es El Caribe, propicie la celebración de «otras elecciones» para restablecer la Constitución. Convencidos estamos todos de que los comicios del 20 de diciembre de 1962 fueron libres, limpios y legales. ¿Qué concepto se tendría de un pueblo que, habiendo depositado conscientemente su voto confiado de que tendría algún valor su voluntad formalmente expuesta; a los pocos meses ve volcadas y pisoteadas las sagradas urnas que recibieron su sufragio y, con la mayor naturalidad, se dispone a depositar nuevos votos para que se repita la cínica comedia? Es obvio que una vez elegido el nuevo gobierno, van a volver los traidores a pisotear la soberanía popular y entonces no habrá duda de que, el pueblo y solo el pueblo, es el culpable de sus propias desgracias. 28 Paso a la libertad ¿Quién garantiza que el drama no se repetirá, toda vez que en este desgraciado país es una costumbre traicionar la Constitución y un honor ser «ayudado» por una potencia extranjera? No señor, el dominicano votó y no se respetó su voto. Todo el que propicie «otras elecciones» carece de civismo y está dando su aprobación a los fatídicos golpes de Estado. Como dominicano, pido formalmente el retorno del Presidente Bosch y de su gobierno, de lo contrario que siga la fiesta. Sinceramente, Darío Meléndez Dadas las condiciones existentes, el conformismo reinante y las ansias de los políticos porque se celebraran elecciones; esta carta hubo de producir reacción y la produjo. El Dr. Delgado B. escribió una carta a El Caribe donde me mencionaba, deplorando mi actitud, la cual a su juicio debía ser más comprensiva y enderezada hacia una mejor orientación del pueblo que podría ver en mis pronunciamientos algo más beneficioso para la solución de su problema, no una simple intransigencia para no aceptar un «hecho consumado» como se solía llamar al fatídico golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963. La carta del Dr. Delgado B. produjo en mí al leerla, el mismo efecto que produce un acicate en un caballo brioso y sin reparar en los resultados remití al periódico El Caribe la siguiente: Señor director de El Caribe. Ciudad. Señor director: ¡Qué siga la fiesta! ¡Qué ahora es cuando comenzamos a bailar pegao! 29 Darío N. Meléndez Y, a menos que algunos militares dominicanos —que los hay— «paren la música», la fiesta debe continuar. Odio las polémicas, pero el Dr. Delgado B. ha hecho alusión a mi criterio, y debo aclararle en contradicción a su tesis, que ya no es hora de aprender lecciones tan elementales como las que él dice que han aprendido los militares. Fui militar durante la tiranía y recuerdo muy bien las lecciones que me fueron dadas en el comedor de alistados del Aeropuerto Miraflores, entre ellas: Son deberes fundamentales del soldado: defender la Patria, defender la Constitución y preservar el Gobierno legalmente constituido. Esta lección la aprendí en el año 1947 siendo recluta estudiante de aviación. Los asuntos patrios son cosas sagradas, son asuntos muy serios y a quienes les toque manejarlos, deben saber muy bien lo que hacen. Es hora ya de que nos demos cuenta de que nuestra crisis no es crisis de ideología ni es crisis de partidos, sino, crisis de dominicanidad. Tenemos un Escudo, una Bandera y una Patria. Patria que debe ser respetada y ese respeto a su soberanía radica en el mantenimiento de un gobierno legal popular e inviolable. ¡Qué venga Bosch o que siga la fiesta! Sinceramente, Darío Meléndez Copia a: Radio Cristal Radio Comercial. 30 Paso a la libertad Los comentarios que suscitó esta carta, especialmente entre los militares fueron inimaginables. Y dadas las condiciones existentes entre ellos que estaban viviendo una vergonzosa corrupción, se originó en los cuarteles una serie de contradicciones que culminaron en una marcada inclinación hacia sus deberes cívicos hasta entonces desnaturalizados por un sistema a todas luces corrupto y bochornoso. Con esos ataques tan directos a los «electores», se dejó de hablar por unos días de elecciones, a pesar de que de inmediato se volvió a tratar el tema, pero con marcada indecisión y posturas muy inseguras. Una noche, Eliseo de Peña me llamó para proponerme que formáramos una asociación patriótica que llenara el vacío que dejó la Unión Cívica que se creó a raíz de la caída de Trujillo, la cual defraudó a tantos dominicanos de buena voluntad. Me gustó la idea y comenzamos a trabajar organizando primero, un comité de treinta y seis miembros que se encargó de redactar unos estatutos esencialmente democráticos. Había un gran entusiasmo de parte de muchas personas deseosas de pertenecer a la recién formada organización, la cual dado su carácter puramente apartidista, ofrecía gran confianza a sus seguidores. Se hablaba insistentemente de que de un momento a otro se producirían grandes cambios en el país, que las Fuerzas Armadas estaban resueltas a cambiar el gobierno y una serie de cosas más. Los miembros de la naciente asociación que se llamó Movimiento Nacional Apartidista, estaban desesperados por lanzar un manifiesto al país, tendiente a unificar a los dominicanos patriotas y de buena voluntad, de suerte que se pudiera hacer una organización capaz de disponer los destinos nacionales de manera que se pusiese término a tantas calamidades. Existía alguna disparidad de criterio en este sentido y el manifiesto nunca llegó a publicarse. Cundió el descuido en los miembros de la asociación, lo que la sumió en un letargo. D. M. Septiembre de 1965. 31 Paso a la libertad Puente Duarte en la ciudad de Santo Domingo, símbolo de la resistencia. Fue notoria la unidad de civiles y militares en el reclamo de la constitucionalidad. 33 Darío N. Meléndez Coronel Caamaño acompañado de Antonio Guzmán Fernández, Luis Manuel Bordas, coronel Jorge Gerardo Marte Hernández, Pedro Germán Ureña, Héctor Aristy, entre otros. El humorista Freddy Beras Goico, combatiente constitucionalista. 34 Paso a la libertad Miembros del Comando del Sindicato de Trabajadores Portuarios de Arrimo (POASI). Ciudadanos de la Capital, pueblos y provincias formaron comandos constitucionalistas. 35 Darío N. Meléndez El coronel Caamaño junto a Jorge Gerardo Marte Hernández, Pedro Santiago Rodríguez Echavarría, Héctor Aristy, entre otros. Capitán Manuel Ramón García Germán. 36 Paso a la libertad Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, líder de los militares constitucionalistas. 37 Darío N. Meléndez Coronel Juan María Lora Fernández. Manuel Agustín Núñez Noguera. 38 Paso a la libertad Héctor Sucre Félix Rodríguez. Capitán Mario Peña Taveras. 39 Darío N. Meléndez Unidad móvil del Comando Pedro Mena de la barriada de Villa Francisca. Combatientes operando un cañón durante la guerra civil. 40 Paso a la libertad Capitán Héctor Lachapelle Díaz. Capitán Alfredo Alcibíades Hernández. 41 Darío N. Meléndez Combatientes operando una ametralladora. 42 LA REVOLUCIÓN Darío N. Meléndez Un combatiente con ametralladora se mantiene alerta en la trinchera. 44 A Los preparativos quella mañana después de llamarme por teléfono, vino a verme García. Le había dicho que estaba en cama con fiebre muy alta a consecuencia de una inflamación glandular. Aprovechó su visita para ponerme al día de los adelantos logrados en los preparativos para el movimiento revolucionario que desde hacía tiempo se estaba gestando. A pesar de que me sentía muy mal, me interesé sobremanera en las informaciones que García me daba y de ahí en adelante, con todo y quebranto, me iba al teléfono para comunicarme con los compañeros de ideales e informarles acerca de la situación en que se encontraban las cosas. Tan pronto como entré en convalescencia, me vi con él de nuevo y me dijo: —Estamos contando los días hacia atrás. Con esto me dejaba dicho que el día para la acción había sido fijado ya y que dentro de esa misma semana se produciría el levantamiento. Al día siguiente me llamó por teléfono Durán, otro compañero que había regresado de Miami para unirse al movimiento. Nos entrevistamos esa noche en la casa de Angélica y él me pidió que le conectara con la dirigencia del Movimiento para él ofrecer sus servicios y de ser posible encargarse de preparar el plan táctico. A su juicio, el objetivo más importante era el Palacio Nacional y me pidió que lo pusiera en contacto con algún oficial del Movimiento que prestara servicios en el Palacio. No hubo inconveniente en efectuar esa conexión y así Durán quedó integrado en el grupo. Una noche vinieron a verlo Nene 45 Darío N. Meléndez y Hernando, este último se mencionaba como el jefe del grupo militar. Acordaron algunos aspectos de las acciones que se debían llevar a cabo pero de una manera independiente y a mi juicio algo vaga. Hernando siendo jefe del grupo militar no estaba bien informado acerca del Movimiento en sí, debido a que él mismo no tenía una cabeza definida en el país o si la tenía, por otro lado, se ordenaban disposiciones o se hacían planes no coordinados con los demás. Esta situación era algo confusa y desorientadora. En una ocasión, después de una conversación que sostuve con García le dije a Durán que a Hernando se le iba a desplazar, pues no actuaba con la prontitud y decisión que se esperaba. Durán comunicó eso a Hernando y este dijo aceptar cualquier decisión de la superioridad, estando siempre dispuesto a colaborar con cualquiera que se designara en su lugar. Aquello fue solo un mal entendido, pues ni García me dijo que se iba a sustituir a Hernando ni tal cosa se había considerado. El error se debió a una mala interpretación de mi parte, pero confirmaba mis presunciones de que el Movimiento carecía de dirigencia efectiva, ya que uno de los líderes principales no tenía una idea clara de quién tenía que recibir órdenes o instrucciones. Comenzaban a recogerse las armas disponibles para distribuirlas entre los que debían tomar parte activa en las acciones iniciales: los militares activos que tenían a su cargo arsenales o tenían bajo su control algunas armas, se preparaban para sustraerlas, pero aguardaban el último momento, en razón de que ya se habían convenido otras fechas para llevar a cabo acciones y no se había hecho nada. Así que algunos estaban escépticos con los preparativos y no estaban por decidirse hasta no ver más seguridad en el asunto. Sin embargo, algunas armas que se recogieron fueron distribuidas inmediatamente, para evitar tenerlas almacenadas con riesgo de que el gobierno las encontrara. Yo tenía un fusil M-1, un revólver calibre 38 y diecinueve granadas de fragmentación, en su mayoría sobrantes de la rebelión que llevó a cabo el grupo del 14 de Junio en diciembre de 1963. 46 Paso a la libertad García me dijo que yo debía ceder algunas de esas armas a compañeros que no tenían ninguna. Al principio no estuve de acuerdo, porque, a excepción del revólver, esas armas no eran mías y cuando yo hablaba a los directivos del 1J4 sobre el Movimiento, ellos se mostraban escépticos y poco inclinados a apoyarlo. Sin embargo, a pesar de esto, accedí ante la insistencia de García y le entregué sin autorización del Comité Central del 14 de Junio, cinco granadas de fragmentación. Al día siguiente me informó que todas habían sido distribuidas, que consiguiera más. Viendo que las cosas iban avanzando y todo me parecía formal y serio, le entregué a García diez granadas más y conservé cuatro para mí además del fusil M-1 y el revólver calibre 38. El jueves 15 de abril de 1965 por la noche vino a verme García acompañado de Lachapelle y un ex oficial del batallón blindado llamado Antonio González que se había especializado en el extranjero, en el manejo de los tanques que poseía el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA). García me preguntó si yo estaba dispuesto a entrar en acción, pues se había decidido que a las 2:00 a. m. de esa misma noche se iniciaría la lucha. Le manifesté mi disposición y convinimos en reunirnos a las 10:00 p. m. en su casa. Me pidió que llevara todas las armas que tuviera. Mientras tanto en el interior del automóvil esperaban Lachapelle y Antonio González. Cuando salimos de la casa hasta el automóvil, conversando sobre el asunto, convinimos en que era mejor que yo cediera el fusil al oficial tanquista ya que era necesario que él participara en el asalto de los tanques que estaban estacionados en el Palacio Nacional y a la fecha no se había conseguido ninguna arma para él. —De todos modos —les dije— nos reuniremos a las diez de la noche en la casa de García. Cuando llegué al lugar convenido había allí tres de los compañeros que estaban dispuestos a participar. Luego fueron llegando más automóviles y en cada uno de ellos había algunas armas, entre las que se contaban ametralladoras, fusiles, etc. Una vez que el grupo destinado al asalto del Palacio Nacional estuvo provisto de armas, partieron en automóvil para un local 47 Darío N. Meléndez contiguo al Palacio donde esperarían orden de actuar, la cual se le transmitiría por teléfono. García, Durán y yo nos dirigimos en mi automóvil a la casa de un capitán del ejército que vivía en el barrio en que residía García. Allí había un grupo de no menos de veinte militares reunidos que componían una especie de guarnición al mando del capitán, provistos de armas automáticas. Era aproximadamente la media noche. El teléfono de la casa del capitán sonaba cada dos o tres minutos, pues de allí debía partir la orden de actuar. El grupo reunido allí esperaba la llegada de Hernando y de otros altos oficiales que debían dar la orden y al mismo tiempo dirigir las operaciones. Allí esperamos hasta las 2:20 de la madrugada, hora en que aparecieron Hernando y los demás oficiales que componían el Alto Comando. Se inició la reunión y Hernando explicó que aún no se habían podido ultimar los arreglos, que si se quería podía ordenarse la acción, pero que faltaban detalles importantes, como los servicios de transporte, el Campamento 16 de Agosto y otros que no habían podido ser confirmados; por tanto, él opinaba que el asunto debía posponerse hasta prepararlo para no caer en errores como en otras ocasiones. La reunión terminó a las tres y media de la madrugada. A esa hora nos retiramos a dormir, malhumorados y decepcionados. Muchos nos disgustamos y consideramos un fracaso el Movimiento. Algunos tildaron de charlatanes a los principales dirigentes y otros abandonaron las filas rehusando continuar. Aquello fue realmente una decepción, especialmente para los grupos militares, pues muchos de ellos habían abandonado los cuarteles con el deliberado propósito de no regresar si no era con un gobierno serio. Algunos habían sacado armas de los arsenales, habían desertado o se habían comprometido seriamente de algún modo, así que para ellos el aplazamiento era realmente desconcertante. Dejé a García en su casa y mientras llevaba a Durán a la suya le dije: 48 Paso a la libertad —No quiero que me hablen más de preparativos ni de nada. No voy a participar más en planes con personas irresponsables. Durán me dijo: —No te desanimes que esto es algo así como un rodillo sin frenos descendiendo por una pendiente. Nadie puede detenerlo. Es posible —continuó Durán— que yo tenga que irme antes de que se inicie esta revolución, pero puedes estar seguro que esta se da. Me fui a dormir algo más tranquilo con lo que Durán me dijo. El golpe El miércoles 21 de abril de 1965 por la noche fui a ver a Durán quien me manifestó que había decidido regresar a Miami, pues había dejado allí su familia sin apoyo económico. Me pareció que a pesar de sus alentadoras palabras de noches anteriores, él no confiaba en la realización del Movimiento y se iba desilusionado. Esa noche fuimos a ver a García. Un tanto defraudado le manifesté que no podíamos continuar en esa inseguridad, que tal actitud de parte de los dirigentes era informal y que se hacía necesario tomar medidas decisivas encaminadas a formalizar la situación. Le expresé que el hecho de no estar determinada una cabeza responsable de la acción, siendo necesario depender de las conclusiones acordadas en grupo, no nos llevaría a ninguna parte y todo se iba a quedar en los planes sin lograrse ningún resultado positivo. Le propuse que convocáramos una reunión para que se estableciera formalmente la situación presente y futura del Movimiento y que en caso de que no hubiera un plan estratégico bien formulado, se encargara a Durán para que lo preparara y que al mismo tiempo se le hiciera responsable de coordinar y dar la orden de actuar, que a mi juicio era lo que había fallado. Esa noche, después de serias deliberaciones, fuimos a ver a un alto dirigente del Partido Revolucionario Dominicano que reside por los alrededores del hotel Hispaniola. Allí había varios miembros del PRD y además un ex oficial del ejército. 49 Darío N. Meléndez Nuestro interés era definir la responsabilidad en la dirección del Movimiento y después de intercambiar algunas palabras sobre el caso, nos convencimos de que aquel señor no era tampoco el director intelectual del asunto. Presumíamos que el presidente Bosch debía ser el principal promotor, pero de todos modos debía haber un representante suyo en el país, el cual debía tener a su cargo la responsabilidad de coordinar el Movimiento. El ex oficial presente, después de oír nuestras informaciones y opiniones, nos manifestó que todos esos detalles estaban previstos y que no había que temer acerca de los planes y actividades, pues cada paso había sido bien planificado y se tenían todos los contactos necesarios con las distintas ramas de las Fuerzas Armadas, especialmente con la Aviación, la cual, a nuestro juicio, constituía la fuerza decisiva y debía ser la facción que llevara la iniciativa en la acción, a fin de paralizar cualquier intento de los militares reaccionarios y también cualquier posible intervención de fuerzas extrañas en el Movimiento. Los resultados demostraron que no existía tal planificación ni se habían previsto muchos de los detalles básicos. El dirigente del PRD viendo que nosotros éramos ex oficiales aviadores, se interesó en nuestros puntos de vista y me pidió que preparara un plan de acción basado en mi tesis y que concertara una entrevista con Nene para formalizarlo. Quedamos en que yo trataría de preparar la entrevista con Nene lo más pronto posible. Pero un poco de negligencia de mi parte y un poco confiado de lo que afirmara el ex oficial, quien aseguró que todo estaba bien planificado, contribuyeron a que la entrevista no se realizara y la integración activa de la Aviación no se consiguió. El día 24 de abril, estando aun sentado en la mesa terminando de almorzar, vino a verme un vecino y me dijo que acababan de anunciar el derrocamiento del Triunvirato por la radio. Momentos después, sonó el teléfono y otro amigo me llamaba para informarme que había caído el gobierno y que todo el pueblo estaba en la calle loco de júbilo. Los asuntos se habían precipitado inesperadamente. La abierta conspiración entre militares había sido varias veces delatada 50 Paso a la libertad por oficiales a los que se había tratado de enrolar. En ocasiones el triunviro principal llamó a Hernando para carearlo con algún oficial delator, pero no tomaba ninguna medida disciplinaria, posiblemente porque la conspiración había llegado a difundirse de tal manera en las Fuerzas Armadas que era prácticamente imposible sofocarla y el gobierno, sabedor de esa situación, trataba de echar agua al vino con amonestaciones amistosas o con designaciones en el exterior que generalmente nadie aceptaba. Ese día, sábado 24 de abril de 1965, el jefe del Ejército trató de arrestar a unos oficiales que fueron acusados de estar conspirando y haciendo preparativos para la rebelión que era un secreto a voces. Los oficiales se rebelaron e hicieron prisioneros al jefe del Ejército y a otros oficiales que le acompañaban. Una vez desatado el motín, continuó como reguero de pólvora y a mediodía ya el Triunvirato había sido derrocado. Tan pronto terminé de hablar por teléfono, sintonicé la Radio Santo Domingo en el momento en que García anunciaba públicamente que el gobierno había sido derrocado, e invitaba al pueblo a lanzarse a la calle. Un grupo de constitucionalistas había asaltado la radioemisora y anunciaba por ella la caída del gobierno al mismo tiempo que recababa el apoyo del pueblo. Mi amigo y yo nos dirigimos en mi automóvil a la emisora. Allí una multitud de personas rodeaba el edificio tratando de entrar para hacer declaraciones y pronunciamientos a favor del Movimiento. Nos costó un gran trabajo ganar la puerta de la emisora. Cuando logramos llegar a ella estaba prohibida la entrada por militares armados que apoyaban la rebelión. En el tumulto perdí de vista a mi amigo y cuando me dispuse a buscarlo se armó un corre corre. Militares del CEFA provistos de armas automáticas se presentaron en forma amenazante y agresiva diciendo que nos ametrallarían si no nos retirábamos de inmediato y mientras hablaban manipulaban violentamente sus fusiles. Algunos líderes sindicales trataban de mantener los grupos con la consigna de apoyar a los locutores y demás integrantes del grupo que había ocupado la emisora y no 51 Darío N. Meléndez permitir que los militares del CEFA los apresaran y maltrataran. Se notaba gran decisión en el grupo; pero tan pronto como nos acercábamos, los militares apuntaban amenazadoramente con sus armas y nos obligaban a detenernos. Minutos después aparecieron los macabros y odiosos camiones de los policías «cascos blancos» denominados «Fuerza de Choque». Llegaron disparando granadas de gases lacrimógenos y repartiendo macanazos a diestra y siniestra. Concomitantemente aparecieron también contingentes de policías montados a caballo quienes lanzaban al galope contra la multitud y sables en mano repartían mandobles sin miramiento alguno. Uno de los caballos tropezó y cayó cerca de mí recibiendo el jinete fuertes golpes al caer. Poco rato después una ambulancia recogía los heridos resultantes de este suceso. La multitud no se dispersó, por el contrario, aumentó considerablemente llegando a ocupar varias cuadras en los alrededores de la emisora. El gentío se mantenía por los alrededores mientras del interior del edificio sacaban los locutores y los subían a un vehículo para llevarlos al Palacio de la Policía. Entre tanto, a los micrófonos de la estación de radio estaba un empleado sin conocimientos de oratoria, anunciando que el coronel tal le ordenaba decir al público que no era cierto lo del golpe de Estado, que cada quien debía regresar a su casa, etc., etc. La torpeza con que el empleado lo hacía, indujo al oficial de la policía a tomar el micrófono y despacharse una arenga llena de epitetos y acusaciones sin ton ni son contra los locutores que habían anunciado el levantamiento. Esto causó gran desilusión en el grupo que de inmediato comenzó a dispersarse pese a que algunos más optimistas les alentábamos a que continuáramos la lucha. Fui a ver a García por si había escapado y llegado a su casa, pero su esposa no sabía de él. Ella me comentó que después del anuncio que hizo el oficial de la policía, parecía como si al pueblo se le hubiese echado un balde de agua fría. Alrededor de las cinco de la tarde ya la emisora estaba rodeada por militares del CEFA fuertemente armados, con ametralladoras emplazadas en distintos sitios del edificio y tanques en las bocacalles. 52 Paso a la libertad Media hora más tarde, aparecieron por la carretera Duarte dos camiones conduciendo unos cien soldados aproximadamente, los cuales saludaban a los grupos dispersos levantando sus brazos armados en señal de triunfo. El público jubiloso siguió los camiones que se dirigían a Radio Santo Domingo y una vez allí se encontraron con la fuerte custodia mantenida por los soldados del CEFA, los que no hicieron caso alguno al pelotón de soldados que al mando de un capitán se desplegaron sin seguir ningún orden táctico, mezclándose con la multitud que los vitoreaba y aplaudía. El capitán llamó la atención de la multitud desde un montículo formado por bloques de cemento cercano al edificio de la emisora, lanzando una arenga que no pude oír, pero me pareció que era algo así como una declaración en la que anunciaba que habían venido a apoyar al pueblo y estaban dispuestos a defenderlo. El grupo se enardeció y militares y civiles mezclados marchamos sobre Radio Santo Domingo. Al llegar a la esquina formada por las calles Francisco Henríquez y Carvajal con Charles Piet, nos encontramos con un grupo de policías montados. Algunos de la multitud sintiéndose apoyados les gritaron que ya no les tenían miedo, pues estaban respaldados por el «ejército del pueblo» que había venido a liberarlos. El oficial que comandaba el pelotón de jinetes policiales, con dramática calma y parsimonia, dio una última bocanada a su cigarrillo, luego lo tiró al suelo con decisión y con lentitud teatral desenvainó el sable. Los demás policías que le acompañaban le imitaron y en un dos por tres comenzaron a repartir mandobles. Un soldado que se encontraba mezclado con la multitud y que mantenía su fusil en alto porte, aparentemente dispuesto a hacer frente a los agresores, fue arrollado por un caballo. Nuestro grupo con su «ejército liberador» se vio una vez más obligado a dispersarse. A pesar de esto, la multitud continuó enardecida y formaba grupos que coreaban consignas. Al oscurecer me retiré a mi casa defraudado y desilusionado. Me bañé y encendí el televisor. A los pocos minutos se anunciaba que Donald Reid, el presidente del Triunvirato se dirigiría a la Nación. Pensé que eran inciertos los rumores que aseguraban que 53 Darío N. Meléndez estaba preso o asilado, pero cuando pronunció su discurso no apareció su figura en la pantalla, solo se oyó su voz. Minutos más tarde, la Radio Santo Domingo repitió el discurso mediante una película en la cual aparecía en persona dirigiendo su alocución. Aquello me pareció un truco. Pero con todo, produjo un gran efecto. El público ávido de informaciones, cuando Donald Reid anunció que ya la rebelión había sido sofocada con excepción de dos campamentos que se negaban a deponer las armas, sacó en conclusión que el derrocamiento del gobierno era un hecho consumado y ante tal situación los ánimos volvieron a surgir con más intensidad. Esa noche se declaró el toque de queda y me resigné a acostarme temprano, pero antes, llamé por teléfono a varias personas tratando de hacer pesquisas acerca de la verdadera situación. Conforme me informaron algunos compañeros de lucha, el derrocamiento del gobierno se había realizado y la única resistencia que se mantenía, era la del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas y la de la Fuerza Aérea, ambas facciones se hallaban alojadas en la base de San Isidro, la cual comandaba Elías Wessin, quien había patrocinado el odioso golpe del 25 de septiembre de 1963. La resistencia de Wessin era férrea. Apoyada por la aviación que comandaba Juan de los Santos Céspedes la cual contaba con varios pilotos corrompidos por las orgías y la vida licenciosa, se convirtió en la más sangrienta lucha que cuenta la historia dominicana. Wessin, Santos Céspedes y los demás que les seguían, consideraban que la lucha por la Constitución y el retorno del Gobierno legalmente constituido, era un brote de comunismo y apoyándose en el respaldo que les daban los norteamericanos, se lanzaron a la más antipatriótica y condenable agresión contra los principios fundamentales que rigen nuestra República. Muchos oficiales fueron arrestados por su postura nacionalista. Algunos que no estaban dispuestos a bombardear la ciudad, volaron a Puerto Rico y un grupo de cadetes del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA), desertaron y se fueron a San Pedro de Macorís. 54 Paso a la libertad El domingo 25 de abril, temprano por la mañana, traté de orientarme. Me dirigí al centro de la ciudad y pude observar que todas las calles estaban cerradas por barricadas de todos los tipos. Obstáculos y basura habían sido colocados en todas las esquinas y bocacalles. Algo avanzada la mañana, se vio movilización de tropas constitucionalistas que se posicionaban en las entradas de la ciudad y en las cabezas de los puentes. Se notaba un jubileo enorme de parte del pueblo que armado de piedras y palos respaldaba a los militares que se notaban algo indecisos y desorientados. Antes del mediodía se recuperó sin lucha la emisora Radio Santo Domingo, anunciándose por ella el restablecimiento del Gobierno Constitucional bajo la presidencia provisional del Dr. Rafael Molina Ureña, presidente de la Cámara de Diputados, quien según la Constitución debía presidir el Gobierno hasta que llegara el presidente Bosch. Por la radio se invitaba al pueblo a asistir a la juramentación en el Palacio Nacional en horas de la tarde. Entre tanto, las fuerzas comandadas por Wessin (CEFA), precedidas por tanques, atacaban las posiciones constitucionalistas del puente Duarte y eran rechazadas por la artillería del Ejército Constitucionalista, las cuales bien emplazadas y dirigidas, apoyadas a su vez por una inmensa muchedumbre, mantenían a raya a los traidores. Esas escaramuzas permitieron que el público enardecido se apoderara de algunos tanques y de varias armas. Por la tarde me dirigí al Palacio, donde se juramentaba Molina Ureña como Presidente Provisional de la República. Había una buena cantidad de personas, pero en el ambiente se notaba cierta discrepancia de parte de los promotores de la rebelión en cuanto a la instalación del gobierno; unos se oponían al restablecimiento del Gobierno Constitucional, abogando por la instalación de una junta de gobierno, mientras que el pueblo y los dirigentes serios exigían el retorno a la constitucionalidad con Juan Bosch como presidente. La embajada de los Estados Unidos, manteniendo como siempre su consigna de tutela e intromisión en los asuntos de los países pequeños, ejercía una abrumadora influencia sobre la situación. 55 Darío N. Meléndez Las insistentes llamadas de alerta que hacía la Radio Santo Domingo en poder de la revolución ponían en guardia al pueblo acerca de la componenda que estaba por realizarse. A una llamada de la radio, una avalancha de personas se coló dentro del Palacio y ante la decisiva actitud de aquella turba, hubo que ceder a la juramentación de Rafael Molina Ureña como presidente provisional. Armas al pueblo Me encontraba aún en el Palacio Nacional cuando un avión Mustang P-51, irrumpió con fuertes descargas de su artillería sobre el Palacio y sus alrededores, con gran peligro para la multitud allí congregada. El avión continuó sus ataques hasta que descargó todas sus ametralladoras. La multitud por su parte, no se alejó ni pareció atemorizarse mucho. Yo me sentí altamente indignado por el criminal asalto de aquel avión y en uno de sus pasajes le disparé con mi revólver, aunque sabía muy bien que con ello no haría nada al aparato agresor. A un soldado que pasaba junto a mí le pedí que me prestara su fusil para dispararle al avión, pero rehusó mi petición alegando que esa arma no le haría nada al aparato. Comprendí que mis temores acerca de la posible conducta de la aviación ante el movimiento revolucionario, se estaban cumpliendo. La aviación, principal fuerza militar del país, se oponía abiertamente al restablecimiento del Gobierno Constitucional y el salvaje ametrallamiento que acababan de hacer al Palacio, dejaba ver claramente que los que allí se encontraban, estaban resueltos a realizar toda clase de acciones incluyendo el bombardeo masivo de la ciudad. Así fue. Al día siguiente, una radio emisora improvisada en San Isidro, base aérea principal, anunciaba a la población residente en los alrededores del puente Duarte, que debían desalojar sus casas cuanto antes, pues todo el sector sería arrasado. Allí se encontraban posicionadas nuestras tropas, rodeadas por una multitud de personas desarmadas que enardecidas y resueltas desafiaban cualquier peligro al lado de los militares combatientes. 56 Paso a la libertad No bien habían anunciado el bombardeo, al que el público no daba crédito, pues ni Trujillo había cometido semejante fechoría, varios aviones ametrallaban y atacaban con bombas y cohetes las posiciones ocupadas por las tropas constitucionalistas, durante este ataque murieron varios soldados y artilleros que se encontraban en la cabeza del puente Duarte, por el cual pretendían pasar las tropas del CEFA. La multitud que no temía a los ataques rodeaba artilleros y cañones con singular coraje y los aviones en sus ataques los diezmaban inmisericordemente. Era un espectáculo insólito ver hombres, mujeres y niños; rodeando los cañones como para acompañar y dar ánimo a los artilleros durante el combate. Parecía como si quisieran hacer alarde de coraje y denuedo y al mismo tiempo comprometer a los militares para que no flaquearan en sus correspondientes puestos de combate. El ataque aéreo se prolongó por bastante tiempo y los daños causados por las bombas y metrallas en la población civil fueron incalculables. Centenares de casuchas de madera y de construcción humilde que son las que siempre ha habido por aquella zona, fueron arrasadas y los muertos y heridos se contaban por millares. Las ambulancias no podían atender a tantos heridos y fue necesario que los automóviles y demás vehículos de uso corriente se prestaran masivamente para la recolección de las víctimas. En los hospitales no aceptaban más y fue necesario atender los casos menos urgentes en casas particulares que se improvisaron como clínicas. Aquello fue una hecatombe jamás imaginada. Detrás de los bombardeos venía el ataque de los tanques. Pero, nuestra artillería, frente a la avanzada de los tanques, cerraba fila y rechazaba al enemigo, manteniéndolo del otro lado del puente Duarte. Varias veces se pensó en dinamitar el puente para impedir nuevos intentos de avance por parte del enemigo, pero, se descartó la idea en razón de que era un daño muy costoso para el país, ya que el puente Duarte había costado varios millones de pesos construirlo. Sin embargo, hubiera sido menos costoso construir otro puente que las innumerables víctimas que para pasar por él sacrificaron la Aviación y el CEFA. En vez de destruirlo se construyó 57 Darío N. Meléndez frente a él una barricada de bloques de cemento, vehículos viejos, desperdicios, etc. Entre tanto la Radio Santo Domingo en manos del Gobierno Constitucional, presentaba por televisión a personas que se adherían al Movimiento y ofrecían su apoyo moral y material a los defensores de la Constitución. Ante esto, la radio emisora de San Isidro, amenazó con bombardear el edificio de nuestra emisora, lo que dio lugar a que los defensores de la Constitución tomáramos en rehenes a los familiares de los aviadores y los presentáramos por las cámaras televisoras anunciando así que si bombardeaban el edificio, perecerían en él los familiares de los agresores. La Aviación nos estaba creando un problema grave con sus arteros ataques. Indignado por la conducta de mis amigos y compañeros de aviación, me dirigí a la emisora, para hacer un llamado a la cordura de los aviadores que tan salvajemente masacraban la población civil. Cuando me acerqué a la puerta de la emisora un avión P-51 ametralló el edificio y distraído como estaba poco faltó para ser alcanzado por las balas que destrozaron la puerta de vidrio del local e hicieron otros daños en los alrededores. Me apresuré a penetrar al edificio llegando al estudio de televisión donde se encontraban varias personas, entre ellas García. Cambié algunas palabras con él, pues no le veía desde antes de iniciarse la revuelta y le dije que no se ausentara para que nos pusiéramos de acuerdo acerca de mis funciones en el Movimiento. Reinaba gran excitación en el estudio y era enternecedor ver algunos familiares rehenes llorando amargamente su desafortunada situación. Tan pronto se me permitió me presenté ante las cámaras televisoras y con toda la sobriedad de que fui capaz, pero también con vehemencia, hice un llamado a mis ex compañeros de aviación por quienes siempre he sentido un alto aprecio. Concluí mi discurso con estas palabras: «Hermanos, esta lucha es justa, la hemos iniciado porque era inevitable y continuaremos en ella hasta que la dignidad y los derechos de todos los dominicanos se respeten. Si mis compañeros, si mis hermanos de aviación están dispuestos a masacrarnos, si ellos están dispuestos a destruirnos, nosotros estamos dispuestos a resistir y resistiremos». 58 Paso a la libertad Después de mi arenga, con la cual me sentí más liviano, salí de la emisora en compañía de García. Nos dirigimos a casa a preparar nuestros planes de acción dentro de la Revolución que comenzaba. Las calles de Santo Domingo estaban atestadas de militares que apoyaban el Movimiento y junto a ellos gran parte de civiles que fanáticamente les acompañaban. En las esquinas se formaban grupos que se empeñaban en requisar los vehículos. Una vez en casa, hicimos algunos preparativos y nos dispusimos ir al Comando Superior a recibir órdenes y a obtener armas. Era el mediodía, almorzamos y luego salimos. García me pidió que pasáramos por su casa. Le dejé en ella y me dirigí al sitio donde había dejado guardada las granadas que me quedaban. De regreso a la casa de García me detuvo un grupo de civiles que se ocupaban de requisar vehículos en una esquina. Entre ellos había dos soldados armados de fusiles Máuser, los civiles solo tenían machetes, palos, piedras, cuchillos, cocteles molotov, etc. A una señal de ellos me detuve viniendo algunos a revisar el automóvil. Con marcada simpatía cooperé con el registro. Una vez que me pareció que habían terminado, arranqué mi auto y a pocos metros de distancia uno de los soldados me disparó con el fusil. Por suerte el proyectil no me hirió, pasó silbando al lado del automóvil y yo me detuve de nuevo asombrado y confuso. Tan pronto como abrí la puerta del auto, la multitud se me abalanzó en actitud beligerante y altamente hostil, como si yo fuese un enemigo peligroso. Comprendí que en ese momento me hallaba en una situación muy peligrosa y que era preciso actuar con cordura y coraje. Con decisión salté fuera del vehículo y me enfrenté con la multitud, con semblante resuelto. Esa actitud mía hizo cambiar momentáneamente la agresiva postura que mantenía el grupo contra mí, dándome oportunidad a dirigirle en tono ecuánime un par de frases oportunas. Yo tenía en el bolsillo un revólver S. & W. 38 Special, además en el asiento trasero del vehículo estaban las cuatro granadas de fragmentación, pero, ante aquella turba de por lo menos cien personas, entre los cuales había dos armados de fusiles, no podía pensar en intimidar, sino en convencerlos de que 59 Darío N. Meléndez estaban en un error. A pesar de mi sensatez y mi razonable actitud, aquel grupo ávido de acción y de aventuras, no me dio tiempo ni para respirar y en pocos segundos rodearon mi automóvil mientras ambos soldados me apuntaban con sus fusiles. En aquellos momentos era imprescindible mantener la serenidad y sobre todo hacer buen uso del sentido, de lo contrario, aquel traspié podía significar el término de la Revolución para mí. Con singular habilidad pude pronunciar unas breves, pero valiosas palabras que al igual que las frases anteriores me dieron una corta pero necesaria tregua en aquel brutal asalto. Uno de los civiles me ordenó groseramente que abriera el compartimiento de equipaje del automóvil lo cual realicé con significativa calma. Mientras tanto, uno de los civiles se apoderó del paquete que contenía las granadas y se dispuso a abrirlo, yo le signifiqué que eran granadas de mano para la revolución y que tuviera cuidado, pues eran muy peligrosas. En ese momento apareció en escena un oficial que al oír el disparo corrió al lugar de los hechos. Aproveché la llegada del oficial para demostrar que había llegado una reconocida autoridad, quien yo esperaba que me identificaría y me ayudaría a salir de aquel apuro. Le expliqué que yo era un ex oficial de la Aviación, que estaba actuando dentro de la revolución y que iba a reunirme con el ex teniente García para ponernos a las órdenes del Comando Superior. Me costó trabajo convencer al oficial, quien me despojó de mi revólver y me hizo acompañar de un soldado hasta la casa de García, para determinar si era cierto lo que yo decía. Una vez en la casa de García le relaté el incidente con gran inconformidad por aquel desorden con que comenzábamos. Él se rio a carcajadas pero a mí no me hacía gracia aquel atropello. En seguida salimos en pos del oficial para que me devolviese mi revólver y cuando llegamos al sitio del incidente nuestro hombre había desaparecido. Luego supe que era hijo del jefe del ejército del Triunvirato y que se había pasado al bando reaccionario esa misma tarde. De allí fuimos a la emisora Radio Santo Domingo donde estaba instalado el Cuartel General Constitucionalista. Un oficial y algunos soldados nos acompañaron al sitio del incidente. Allí 60 Paso a la libertad comenzamos a investigar el caso, pero mi revólver no apareció. Regresamos a la emisora donde dejamos los militares y de allí seguimos al Palacio Nacional, donde se encontraba el Alto Comando Constitucionalista. Allí me encontré con Hernando, intercambiamos un cordial saludo y él me felicitó por mi brillante alocusión de esa mañana por televisión. Lo encontré muy desgastado físicamente, tanto, que le sugerí a uno de los soldados que le acompañaban, que tratara de que se le permitiera descansar, dormir y reponer sus energías. En el arsenal del Palacio obtuvimos ametralladoras Cristóbal para nosotros dos y para la tripulación de los tres tanques que habían estacionados cerca del Palacio. Otra vez estaba con nosotros Antonio González, quien se encargó de los tanques. En los pasillos palaciegos se respiraba el ambiente típico de una guerra. Ministros y funcionarios de alto nivel se les veía tirados por doquier descansando de las vigilias anteriores, corrillos de militares se formaban a cada paso para comentar la situación, y especialmente se notaba en el ambiente la fuerte presión diplomática ejercida abiertamente por los Estados Unidos, lo cual se ponía de manifiesto por la actitud de los militares. Según me informaron, momentos antes había estado allí, el embajador norteamericano W. T. Bennet, quien había ido a protestar aparatosamente por lo que él consideraba irresponsabilidad del gobierno en el mantenimiento del orden público, recalcando que los ciudadanos extranjeros (se refería a los norteamericanos) no eran respetados. Ante esto, el presidente Molina Ureña, apacible, pero autoritariamente, le recomendó que calmara los nervios y se pusiera más razonable en sus ademanes, si quería que él le prestara atención. Al parecer no llegaron nunca a ponerse de acuerdo. Esa tarde dejamos equipados y tripulados los tanques y al caer la noche nos fuimos a casa y comenzamos a hacer contactos telefónicos con los distintos puestos y con el Comando Superior, realizando así una labor informativa o de enlace de gran utilidad, pues reinaba gran confusión en las filas del Movimiento. En la Compañía de Transportación, aledaña a mi casa se estableció un reducto o refugio de militares «indecisos», el cual se 61 Darío N. Meléndez convirtió luego en un cuartel de grandes proporciones que, capitalizado por los reaccionarios, establecieron allí una «cabeza de playa», desde la cual se organizó luego el ejército que arrasó con la parte norte de la ciudad. Al día siguiente nos ocupamos de la inspección y coordinación de los comandos aislados que se habían formado a raíz de la situación imperante. Reinaba gran desorden y desorientación en la ciudad, los militares actuaban sectariamente con excepción de aquellos que habían sido colocados en determinadas posiciones estratégicas y al mando de algún conocido oficial superior. Los demás militares deambulaban por las calles en grupos o se arremolinaban en cualquier sector, plaza o solar yelmo, generalmente con un radio portátil, pendientes de los giros que diera la situación. Cuando oían pasar algún avión se escondían como gatitos cuando ven un perro, no existía en ellos el menor vestigio de convicción ideológica y, por tanto, no tenían ningún interés definido que no fuese su propia seguridad. Ante aquella lastimosa situación me dije: ¡Cuánta falta hace una buena dosis de educación cívica a nuestros hombres de armas! El grupo de San Isidro encabezado por Wessin, manejado por el embajador de los Estados Unidos, mantenía su firme postura de que el gobierno debía estar formado por una junta cívico-militar como de costumbre. La radio de San Isidro anunció un demoledor ataque si no se aceptaban sus proposiciones. Mientras tanto, las turbas se dedicaban a su consabida labor de saqueo; el pueblo enardecido en salvaje tropelía se dedicaba a destruir e incendiar los partidos políticos de tendencia derechista y las propiedades de los más importantes personeros del régimen caído. El Partido Unión Cívica, el Partido Liberal Evolucionista, Vanguardia Revolucionaria y el periódico Prensa Libre, todos derechistas, fueron quemados. La agencia de automóviles Austin, propiedad del triunviro Donald Reid Cabral, fue totalmente saqueada, igualmente la fábrica de refrescos Pepsi Cola y otras empresas más, propiedad de comerciantes e industriales que apoyaron el golpe de Estado que derrocó al presidente Bosch. 62 Paso a la libertad Recordé lo que tantas veces había vaticinado a Billy Reid, hermano de Donald Reid: —Billy —le decía. Aconseja a tu hermano, que no se meta en eso, que no se exponga a que le saqueen sus propiedades como sucedió a los familiares de Trujillo. Él me aseguraba que tal cosa no sucedería. No contaba con que este pueblo, desde la caída de Trujillo, ve con ojeriza todo lo que tenga el más ligero aspecto de oligarquía. Por la mañana del día siguiente se observaba ya la cruenta revolución que se avecinaba. Las turbas iban y venían de un lugar a otro buscando a los personeros más destacados, los que se decía que se habían asilado en algunas embajadas y otros se habían refugiado en el hotel El Embajador. Esa mañana se nos informó del Comando Superior que un avión procedente del interior del país, aterrizaría en una de las pistas del antiguo aeropuerto. No se precisaba si el avión era amigo o enemigo. Hicimos los preparativos para recibirlo y pusimos un tanque camuflageado cerca de la pista; colocamos también un carro de asalto a un lado de la pista, listo para bloquearla en caso necesario. Nos quedamos con los preparativos hechos, pues no vino ningún avión. Más adelante se comentó que el tal avión traía al presidente Bosch. Mientras esto se hacía, una inmensa multitud se dirigía en sucesivas avalanchas hacia el hotel El Embajador. Cuando indagamos nos dijeron que allí se escondía un comentarista radial apodado Bonillita, muy odiado por las gentes, en razón de que en sus alocuciones defendía el régimen caído y además fue el más cáustico atacante del régimen de Bosch. Aún no me explico cómo no sucedió un desastre allí. Entre tanto, la aviación bombardeaba salvajemente los alrededores del puente Duarte, donde estaban apostados los artilleros y demás defensores constitucionalistas. Jamás me imaginé que mis ex compañeros harían eso. Las bombas de alto poder explosivo arrasaban grupos de casitas donde se habían guarecido familias enteras huyendo del tiroteo, de suerte que, mezclados con bloques 63 Darío N. Meléndez de cemento, maderas y muebles, volaban por el aire miembros de seres humanos destrozados, a veces cuerpos enteros caían sobre otras casas aledañas, sobre escombros o en la calle. Era un espectáculo verdaderamente aterrador. Pero lo más patético era ver los puestos de defensa compuestos por militares y gente del pueblo, no se amedrentaban siquiera y en actitud desafiante se mantenían impávidos observando con naturalidad aquel desastre. Parecían realmente dispuestos a todo. Alrededor del mediodía se produjo un incremento del bombardeo. Nuevos tipos de aviones, seguramente enviados por los Estados Unidos en oleadas de mayor cantidad mantuvieron un continuo bombardeo hasta las tres de la tarde aproximadamente. Las bombas eran lanzadas en cualquier lugar de la ciudad, causando pavor en los grupos constitucionalistas, especialmente entre los militares dispersos. Oleadas de tanques y tropas seguían a los bombardeos pero la resistencia de la defensa unida a las fuertes barricadas colocadas por el pueblo, imposibilitaban el avance. Aquella era una verdadera guerra. Algunos cuarteles de la policía se mantenían indiferentes. En una ocasión, un grupo de civiles intentó requisar un jeep en que iban un oficial y varios policías. Esto produjo un desacuerdo y se originó un tiroteo en el que murieron tres civiles de manos de la policía; inmediatamente después le cayó una turba al jeep y lo hizo añicos conjuntamente con sus ocupantes. De ahí en adelante se desencadenó una feroz persecución contra la Policía y se fueron asaltando y destruyendo uno a uno todos los cuarteles policiales destacados en los barrios. Multitudes enormes armadas de palos, piedras, cuchillos, cocteles molotov y armas tomadas de otros cuarteles, hacían asalto propios de películas, matando o reduciendo a la impotencia a cuanto policía caía en sus manos. Igual hacían con todo vehículo policial que se aventurara a andar por las calles. En estas operaciones, se tomaron varias armas que los civiles portaban con singular ostentación y dramatismo. Mientras tanto, el bombardeo seguía. La más brutal destrucción y ola de muerte que ciudad alguna de América habrá 64 Paso a la libertad sufrido jamás azotó por varias horas el populoso barrio aledaño al río Ozama. El estruendo de las bombas, cohetes y metrallas ensordecía. Los habitantes de la ciudad emigraban masivamente en densas caravanas hacia el sector noroeste de la ciudad y hacia el interior del país. Centenares de vehículos de todo tipo desde bicicletas hasta camiones y tractores, transportaban familias enteras con sus bultos de ropas y efectos domésticos. Aquello era un verdadero jubileo de gente despavorida en desordenada avalancha. Al pasar uno de los automóviles cargados de familiares por el sitio donde me encontraba, uno de los combatientes le dijo: —Váyanse, pero no vuelvan. Queriendo significar con eso que todos debíamos resistir unidos si queríamos tener derecho a vivir en la ciudad. Alrededor de las tres de la tarde cesó el bombardeo y las tropas del CEFA iniciaron su más fuerte asalto a la ciudad. La emisora Radio Santo Domingo en poder de nosotros había sido silenciada por el bombardeo, sus trasmisores estaban averiados. Se notaba entre los constitucionalistas gran consternación y una marcada desmoralización. El pueblo aterrorizado había abandonado la ciudad o se había recluido en sus hogares y la ciudad que horas antes bullía en eufórica revolución, estaba ahora desierta, parecía muerta. Muy pocos nos aventurábamos a salir a las calles. Alrededor de las cuatro de la tarde se celebró una insólita reunión en la embajada de los Estados Unidos. Yo no asistí pero García asistió y me contó. El presidente provisional Rafael Molina Ureña fue intimidado y junto con un grupo de constitucionalistas fue obligado a asilarse en una embajada latinoamericana. Los militares, aún encabezados por Hernando no se dejaron intimidar. El embajador americano se valió de todos los medios posibles para convencerlos a que se rindieran. Entre sus manifestaciones expresó que todo el poderío militar de su gobierno respaldaba plenamente las tropas de Wessin y que si los constitucionalistas no se rendían dentro de la próxima media hora no habría perdón ni misericordia para nadie. 65 Darío N. Meléndez A pesar de este ultimátum, los militares patriotas dieron gallardamente la espalda al «señor embajador» y se retiraron a sus respectivos puestos resueltos a morir peleando. Me contó García que tan pronto como los militares constitucionalistas abandonaron la embajada, una bazooka le fue disparada al edificio, la que por suerte o por desgracia, no hizo blanco. Esa noche, el coronel Francisco A. Caamaño, hizo a la prensa viriles declaraciones en las que ponía de manifiesto el chantaje, la intimidación y las humillantes ofertas que se le hacían. García se reunió conmigo alrededor de las cinco y media de la tarde. Me dijo que debíamos ir al Comando Superior para orientarnos acerca del próximo paso a dar en tan grave situación. ¿De qué comando hablábamos? Si en el Palacio Nacional no había nadie, pues al asilarse el presidente todo se consideró perdido. Cuando fuimos al Palacio lo encontramos desierto. La situación se había tornado extremadamente adversa y a pesar del coraje y la decisión que nos mantenían en pie, veíamos claramente la tendencia a que se aceptara la Junta de Gobierno impuesta por la «embajada», cosa que era a todas luces inaceptable desde todo punto de vista. A pesar del convencimiento de que habíamos sido derrotados, yo mantenía un cierto optimismo que no me explico de dónde lo sacaba. Nos dirigimos a mi casa que era nuestro refugio y centro de orientación, cuando nos cruzamos de manos a boca con dos automóviles que conducían a varios oficiales del Comando Superior. Tan pronto como nos reconocieron nos dijeron que les siguiéramos y así lo hicimos hasta llegar a una vieja casa tipo colonial que se encuentra cerca de mi residencia. Allí nos bajamos, pero encontramos poca disposición a resistir, más bien notamos una marcada inclinación a aceptar la Junta de Gobierno. Aquello me pareció algo así como que estábamos escondiéndonos a ver qué pasaba. Dije a García que me aguardara allí mientras yo dejaba mi automóvil en casa. Así hice y regresé a los poco minutos. Cuando regresé García no estaba allí, había desaparecido y nadie supo decirme dónde fue. Aquello no me gustó, así que volví a buscar 66 Paso a la libertad mi auto y me dirigí nuevamente al Palacio a ver si por casualidad había ido allí. El Palacio continuaba desierto y no me detuve, seguí andando y al salir de allí encontré nuevamente a mi amigo. Subió al automóvil y me dijo que Caamaño y Montes Arache iban a dirigir personalmente la resistencia en el puente, que las tropas del CEFA habían penetrado ya y venían avanzando dentro de la ciudad. Nos dispusimos a ir hacia allá aunque teníamos que hacer grandes esfuerzos para mantenernos dispuestos a luchar en circunstancias tan adversas. Tomamos la calle Dr. Delgado y bajamos hasta Ciudad Nueva, allí García se desmontó en la casa de un amigo. Yo me quedé en el auto. Mientras estaba allí, vino a verme un soldado armado de un Máuser. Después de llamarme por mi nombre se me quejó de que a dos compañeros suyos los había desarmado un carro-patrulla de la Policía; se quejaba de que todavía la Policía tuviese fuerza para esas cosas. Yo le alenté y le dije que no se dejara desarmar, pues ya la Policía no tenía autoridad alguna. Eso le costó muy caro a la Policía. Esa misma tarde un grupo de muchachos armados se apostó en las esquinas formadas por las calles Arzobispo Nouel con Espaillat. Uno de ellos llamó por teléfono a la Fortaleza Ozama donde se encontraba la Policía de Choque, más bien conocida por «Cascos Bancos» y les informó que en esa esquina había un desorden. Al minuto, dos camiones blindados llenos de policías llegaron al lugar señalado, siendo recibidos con un diluvio de balas, granadas y cocteles molotov, quedando totalmente destruidos y muertos todos sus ocupantes. Allí murieron más de cincuenta policías. Uno de los participantes en la lucha dijo: —¿Esta no era la Fuerza de Choque? Pues, ya chocó. En seguida el mismo individuo volvió a llamar por teléfono pidiendo que mandaran más policías, pues el desorden continuaba. Esta vez vinieron cinco carros blindados, pero los muchachos en mayor número y con las nuevas armas tomadas a los vencidos, le salieron al frente obligándolos a dispersarse en desordenada carrera. Desde aquel día la Policía de Choque no volvió a salir de la Fortaleza Ozama ni para proveerse de alimentos. 67 Darío N. Meléndez Salimos de Ciudad Nueva cuando el sol ya se había puesto, pero la tarde se mantenía aparentemente clara. Cuando pasamos por el Parque Independencia, en la esquina formada por la calle Palo Hincado con Arzobispo Nouel, había un grupo de civiles armados entre los que se encontraba Héctor Aristy. Lo saludé desde el auto y me preguntó que hacia dónde iba, le dije que hacia el puente Duarte, y él me dijo que las tropas del CEFA venían entrando, a lo que yo le contesté a manera de chiste que íbamos a encontrarnos con ellas y aceleré mi auto calle abajo por la Arz. Nouel camino al puente. La ciudad estaba desierta, perecía más bien una ciudad fantasma. No se veía un alma en las calles y todas las casas tenían sus puertas y ventanas cerradas. Aquel era un espectáculo aterrador. Subimos por la calle Hostos hacia el sector de Villa Francisca, aledaño al puente. En la esquina formada por las calles Tomás de la Concha y París encontramos un grupo de militares que creíamos eran constitucionalistas. García los saludó cordialmente y les preguntó cómo estaba la situación por allí. Me pidió que estacionara el auto para él ver un amigo que vivía en una de las casas de esa calle. Todas las casas tenían sus puertas cerradas. Él dejó su ametralladora en el vehículo y fue a tocar insistentemente pero nadie contestaba. De repente una ráfaga de ametralladora irrumpió y los proyectiles fueron a estrellarse en la puerta contigua a la que García tocaba. Él se tiró al suelo y yo salté del automóvil con mi ametralladora en la mano dispuesta a disparar hacia el lugar de donde venían los disparos. Tomé además la ametralladora de García y se la tiré alcanzándola en el aire, pero para sorpresa nuestra al asomarnos a la bocacalle de donde provenían los tiros, solo pudimos observar algunos de los militares que parecían de los nuestros, en actitud más bien indiferentes. Fueran ellos o no los que dispararon, al parecer nuestra decisión los contuvo, pero como no conocíamos a ninguno de aquellos militares me pareció prudente dejar aquel sitio y así lo hice saber a García que estuvo de acuerdo conmigo. Nuestra situación era algo difícil, pues habíamos perdido contacto con nuestros compañeros y siendo ya de noche era algo 68 Paso a la libertad difícil poder unirnos a algún grupo de combatientes conocidos. De allí pasamos al parque Amado García Guerrero, donde encontramos otro grupo de militares al igual que los anteriores, recelosos y desconfiados de nosotros. Allí nos detuvimos también y detrás de nosotros se detuvo un camión cargado de cocteles molotov. En él venía un estudiante universitario que me reconoció y me dijo: ¡armas para el pueblo! Otros muchachos repartieron varias botellas inflamables entre los vecinos que aparecieron, bien pocos por cierto. El camión estaba repleto de botellas de este tipo. Mientras tanto, los tanques del CEFA ya atronaban los alrededores con sus cañones y ametralladoras. A nosotros nos pareció que no había resistencia aparente al avance de las tropas enemigas a pesar de que por algunos sitios se les contestaba el fuego con ametralladoras ligeras y pesadas. Nos sentimos realmente solos y con el temor de que cualesquiera de los militares de los alrededores nos confundieran y nos disparasen cuando no lo estuviésemos esperando. Moralmente derrotados mi amigo y yo nos retiramos a nuestras respectivas casas. Una vez en ella me despojé de los artefactos bélicos que tenía encima, oí fuertes resoplidos y en seguida el estruendo de las explosiones de grandes proyectiles. Me asomé a la puerta de la calle y comprobé que grandes proyectiles hacían impactos en los alrededores. Uno de esos proyectiles hizo impacto en el patio del hospital Salvador B. Gautier. Minutos después cesó el cañoneo que según informaciones posteriores fue hecho por unidades de nuestra Marina de Guerra siguiendo instrucciones de «la embajada». En toda la noche no cesó el bombardeo a la ciudad, bombas, cohetes, cañonazos y metralla llovían sobre la ciudad mientras sucesivas luces de bengala iluminaban aparentes objetivos. Así transcurrió toda la noche. Mientras esto sucedía, camiones constitucionalistas recorrían las calles repartiendo armas automáticas en cantidades industriales. La población alborotada había abandonado sus casas y echaba mano a las armas o se trepaban en los camiones vacíos para dirigirse a los lugares de donde provenían las armas. Esa noche se 69 Darío N. Meléndez armó gran parte de la población y al día siguiente la ciudad estaba convertida en un infierno de balas. Los cuarteles de la policía que aún quedaban fueron arrasados y de inmediato quedaron instalados en ellos comandos civiles constitucionalistas. Al mediodía ya toda la ciudad estaba dominada por los constitucionalistas. Por las calles algunos muchachos se me acercaban pidiéndome armas, yo les decía que tuviesen paciencia, pues a mi entender se distribuirían armas a todos. Otros se me quejaban de que los soldados no estaban en disposición de pelear, que no hacían nada con armas. A estos les decía que todo militar pusilánime que encontraran lo desarmaran sin contemplaciones. Gran parte de los militares fueron desarmados por los civiles y al día siguiente casi todos los combatientes eran simples civiles quedando escasos militares. La pequeña cantidad de militares que había se distribuyeron entre los comandos para que dieran instrucciones sobre el manejo de las armas a los civiles. En poco tiempo todo el mundo conocía a perfección su arma si bien no tenían nociones de puntería ni de la técnica de tiro, disparando ráfagas por cualquier motivo y desperdiciando gran cantidad de cartuchos. 70 Paso a la libertad Ceremonia de los oficiales de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP), en las proximidades del hotel El Embajador. Soldados de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP). 71 Darío N. Meléndez Solados norteamericanos en posición de combate durante la Guerra de Abril. Soldados norteamericanos tomando control de la zona constitucionalista. 72 Paso a la libertad Muestra parcial de una manifestación femenina que, finalizada la guerra, exige la desocupación militar del país y la liberación de los presos políticos. Tanque de guerra norteamericano se desplaza por la calle El Conde. 73 Darío N. Meléndez Tanque de guerra norteamericano frente a la Puerta de El Conde. Rafael, Fafa, Taveras, dirigente del 1J4, en una manifestación conmemorativa de las expediciones de junio de 1959. 74 Paso a la libertad André de la Riviere, instructor de la Escuela de hombres rana, muerto en combate en junio de 1965. Manuel Ramón Montes Arache, comandante de los hombres rana, acompañado de varios oficiales del cuerpo élite. 75 Darío N. Meléndez José Francisco Peña Gómez, dirigente del PRD, en el mitin del 25 de septiembre de 1965. Manuel Ramón Montes Arache, acompañado de oficiales del cuerpo de hombres rana. 76 Paso a la libertad La mujer dominicana apoyó la lucha constitucionalista. 77 Darío N. Meléndez Desfile por la calle El Conde conmemorando la gesta del 14 de junio de 1959. Funeral de Oscar Santana, asesinado el 16 de agosto de 1965. 78 Paso a la libertad Funeral de un combatiente en el cementerio de la avenida Independencia. Misa de cuerpo presente del instructor de hombres rana, André de la Riviere. 79 Darío N. Meléndez La mujer dominicana apoyó la lucha constitucionalista. Desfile de combatientes en el Malecón, Academia Militar 24 de Abril. 80 Paso a la libertad Invasión de los Estados Unidos Nuestra situación en la ciudad era formidable, si bien el enemigo insistía en sus ataques, estos eran cada vez más eficazmente rechazados y también se notaba en ellos una marcada decadencia. Yo insistía en que el objetivo inmediato debía ser la base de San Isidro, pues era prácticamente el único foco de resistencia y además constituía un peligro inminente como cabeza de playa para una intervención norteamericana. Mi tesis no prendió. La noche del día 28 de abril de 1965 el gobierno de los Estado Unidos anunció el desembarco de cuatrocientos soldados de infantería de marina. Por otra parte, ya sabíamos que aviones, aviadores y gran cantidad de combatientes del CEFA eran cubanos y mercenarios de los centros de entretenimiento existentes en el país conforme el plan de ataque que se preparaba contra Cuba. Aquel atropello nos indignó. Mis esfuerzos se redoblaron tratando de coordinar la resistencia de nuestro pueblo. Recibí varias llamadas telefónicas de amigos que alarmados y furiosos me comentaban aquel abuso. Algunos me ofrecieron sus casas para que me escondiera, yo le agradecí muy gentilmente su oferta participándoles que ya yo había quemado mis naves, pues ahora la lucha era contra los violadores de la soberanía nacional y que los que no lucharan contra eso no eran dominicanos. Dispuse todas mis cosas y me trasladé al Comando que estaba en la calle Juan de Morfa, cerca de Radio Santo Domingo, donde estaban muchos de los muchachos que con mayor arrojo luchaban. Esa noche me llamó uno de los dirigentes de un partido. Altamente apesadumbrado y colérico me comentó el desembarco de las tropas norteamericanas: —No importa cuántos sean —me dijo—; les haremos frente hasta el fin. Yo me sentía defraudado, indignado y dispuesto a todo, aunque sabía que haríamos un sacrificio inútil. Me pasé la noche al lado del teléfono recibiendo y dando informaciones. Alrededor de las dos de la madrugada me llamó uno de los muchachos, jefe de un comando. Por la forma en que me habló 81 Darío N. Meléndez me dio la impresión de que tenía mucho miedo, que a pesar de que hasta ese momento se había portado como un valiente, al parecer la idea de tener que enfrentarse a las tropas norteamericanas le aterraba. Me dijo que muchos de los militares que combatían en las filas con el pueblo se estaban desbandando y que los quedaban decían que no pelearían contra los yanquis. Me dio a entender que la opinión general era que no se debía combatir más, pues la lucha estaba perdida. Al oír aquel conformismo me enfurecí un poco, pero dado que la situación era grave y decisiva, actué con prudencia, le infundí ánimo y entusiasmo, diciéndole que nosotros estábamos en ventaja contra cualquier fuerza que nos atacara, pues les dispararíamos desde nuestras propias casas sin dejarnos ver y que el enemigo para vencernos tendría que demoler toda la ciudad, lo cual no iban a hacer. Que en cuanto a los militares ya no los necesitábamos, que les quitasen las armas a todos los que notaran titubeando, que los dejaran irse para sus casas y se quedaran solamente con los que por convicción patriótica estuviesen verdaderamente dispuestos a luchar. Le recalqué que si no luchábamos contra el invasor extranjero, no teníamos derecho a llamarnos dominicanos. Les prometí reunirme con ellos en las primeras horas de la mañana. A las cuatro de la madrugada aproximadamente me quedé dormido y a las ocho de la mañana me presenté al Comisionado Central de la zona norte. Allí había gran pasividad. Hablé con el jefe de ese comando, quien me enteró de los últimos pormenores de la noche anterior. Lucía cansado, al parecer no había dormido durante las noches anteriores. Le dije que estaba dispuesto a relevarlo mientras él dormía y descansaba algo, pero me dijo que no hacía falta, pues momentos antes había recibido una orden del Comando Superior para que se suspendiera el fuego y que si alguno de los combatientes era sorprendido por los norteamericanos con las armas en las manos, que se las entregara sin ninguna resistencia. Aquello me pareció una barbaridad, pero considerando que no todo estaba perdido. Llamé a García, quien había sido trasladado al Comando Superior y le pedí que me informara sobre la situación. 82 Paso a la libertad Las fuerzas norteamericanas compuestas por más de veinte mil soldados habían invadido la ciudad por todos los sectores donde dominaban las fuerzas del CEFA y una vez posicionadas en todos los frentes de resistencia de aquellas, habían negociado un cese del fuego, el cual no era otra cosa que una estratagema del gobierno de los Estados Unidos con el fin de ocupar fácilmente la ciudad evadiendo nuestra resistencia, así las tropas invasoras entraron a la ciudad en un aparatoso e insólito despliegue de poderío militar. Terminaba yo de colgar el teléfono cuando oí por las calles el ruido de los vehículos que se acercaban. Conté veinticinco jeeps al mando de un coronel. Este iba en el primer vehículo desde el cual se comunicaba por radio con los helicópteros que le indicaban dónde estaban apostadas nuestras fuerzas. La odiosa caravana se detuvo frente a la casa donde yo estaba y se mantuvo allí por más de media hora. Algunos de los soldados se bajaron de los vehículos y se sentaron en la acera; no se oía ni un solo disparo por los alrededores. En la casa donde estábamos había varias ametralladoras y fusiles, además algunas granadas. García me había confirmado la orden del Comando Superior de que no se le disparara ni un tiro a las tropas invasoras. Habíamos caído en la trampa de aceptar una tregua. Tregua impuesta a nuestras tropas para que los yanquis avanzaran sin resistencia y ocuparan la ciudad. Esta artimaña la habían negociado los yanquis a través de la Organización de Estados Americanos (OEA), organismo internacional que ellos manejan a su antojo. Encontré muy difícil nuestra situación y pensé que de un momento a otro iban a entrar en las casas a registrar. Oculté lo mejor que pude las armas que teníamos, me saqué del bolsillo una granada de fragmentación y me dispuse a acercarme a la cabeza de la caravana para ver si podía oír las órdenes que le daban por radio. Traté de salir por el patio de la casa, pero la cerca era muy alta y no había salida fácil. De todos modos escalé la valla y pasando de un patio a otro llegué a un callejón cercano al primer vehículo. Pero no se oía nada, el radio encendido emitía de cuando en cuando algunos ruidos estáticos. 83 Darío N. Meléndez De allí crucé a la otra calle donde estaba estacionado mi automóvil. Me encontré con mi primo Persio y lo invité a que entráramos al auto para ver si podíamos captar algunas noticias por el radio. Mientras estábamos tratando de obtener noticias vimos venir otra caravana de vehículos y tropas norteamericanas similar a la anterior. Un capitán le ordenó a dos infantes que examinaran mi auto. Nos hicieron salir, revisaron el interior, los asientos, el compartimiento de equipaje, etc. Después el capitán le ordenó que nos registrasen a nosotros y así lo hicieron. Un soldado al parecer paracaidista, comenzó a buscar en mis ropas para ver si tenía armas. Como veía que yo no cooperaba, sino que sin hacer resistencia le demostraba mi protesta, me dijo en inglés que levantara las manos y separaba los pies a lo que yo no hice caso como si no me importara. Él me miró de frente con cara seria, pero con ojos de gran simpatía. Después de comprobar que no teníamos armas se alejaron y nosotros volvimos al interior del auto a oír las noticias. Localizamos una estación clandestina, operada por uno de los partidos políticos, anunciaba que las tropas yanquis estaban cometiendo atropellos contra la ciudadanía, que estaban revisando casas, amarrando combatientes a los postes de luz y causando un sinnúmero de atropellos. La misma emisora en la cual hablaba una muchacha de voz enérgica, ordenaba no aceptar esos ultrajes del invasor y abrirle fuego dondequiera que se presentaran. Al punto nos dispusimos y pese a la orden del Comando Superior le abrimos un nutrido fuego de fusilerías, granadas y bombas molotov que se vieron obligados a replegarse a lo que ellos llamaban Zona de Seguridad. Por la tarde, el fuego estaba encendido por todas partes y esa noche un jeep con cuatro soldados yanquis entró en nuestra zona y fue aniquilado totalmente. Fue tan intenso y nutrido el fuego que se descargó sobre el vehículo y sus ocupantes, que el mismo quedó totalmente despedazado y gran parte de sus piezas dispersas por los alrededores. Esa noche el pueblo volvió a perder el miedo y su coraje se multiplicó. Todo el mundo estaba dispuesto a luchar hasta morir y sabía que había posibilidades de triunfo. 84 Paso a la libertad A pesar de su poderío y de las ventajosas posiciones obtenidas con la tregua, la situación de las tropas norteamericanas era muy embarazosa. El pueblo resuelto a luchar por su soberanía las hostigaba sin cesar obligándolas a mantenerse a raya dentro de sus zonas. Pero, la estrategia de los invasores había sido cuidadosamente concebida y muy efectivamente dirigida. Mediante una nueva tregua negociada por la OEA, establecieron un corredor con el cual unieron sus tropas del lado este con las del lado oeste, dividiendo la ciudad en dos y separando las fuerzas constitucionalistas en dos bandos, uno al sur de la ciudad, donde se concentró el mejor y más selecto equipo y otro al norte, compuesto más bien por civiles sin organización ni control, pues casi todos los militares participantes en este sector se habían retirado de la lucha, yendo a engrosar las filas del CEFA, especialmente la Compañía de Transportación y la Intendencia, situadas en la parte noroeste de la ciudad. La tregua o cese de fuego seguía establecida al parecer formalmente. Pero, las fuerzas invasoras que habían relevado a las del CEFA en todos los frentes, avanzaban lentamente, pero, avanzaban, cobraban pacíficamente una cuadra o un edificio cada vez que podían, aunque de vez en cuando se armaban tremendos tiroteos. Mientras tanto en el sector norte donde yo estaba, reinaba gran inquietud entre los civiles armados que a falta de actividades bélicas se dedicaban a atropellar a algunas familias de militares del otro bando que vivían en ese sector. Muchos civiles, especialmente aquellos que habían obtenido armas y no se habían afiliado en ningún comando, se dedicaban a hacer asaltos y robos a mano armada. Muchos abusos y atropellos fueron cometidos por individuos sin concepto, fuera del control de los comandos constitucionalistas que allí operaban. Batalla de la zona norte La tregua o cese de fuego fue solicitada formalmente por la Organización de las Naciones Unidas, cuyo secretario general 85 Darío N. Meléndez envió un representante al país para negociar la paz. El Congreso resolvió nombrar al coronel Francisco Caamaño Deñó presidente provisional, para sustituir a Rafael Molina Ureña, quien se asiló en una embajada. De ahí en adelante la tregua se mantenía formalmente con algunos pequeños tiroteos sin importancia, producidos por civiles inquietos a quienes se le solía llamar «gatillo alegre». El gobierno constitucional presidido por Caamaño llamó a los patronos y a los obreros que retornaran a sus labores para restablecer la normalidad en el país dar apoyo al gobierno legal. Por su parte, los norteamericanos y sus secuaces formaron otro gobierno tipo junta cívica-militar, con el fin de poder crear una pugna entre su bando derrotado y nosotros. Con todo y eso la paz se conservaba más o menos y yo opté por retirarme a mis actividades industriales en la fábrica que administraba. Así transcurrieron un par de semanas, durante las cuales no hubo actividades bélicas de importancia. Yo visitaba los comandos de nuestra zona y a veces iba a la otra zona donde me entrevistaba con García y los demás miembros del Estado Mayor como se llamaba ahora el Comando Superior. La emisora Radio Santo Domingo en poder de nosotros, transmitía en todas sus frecuencias estimulando a mantener la resistencia, lanzando consignas y criticando acremente al invasor. De ahí que el enemigo hacía toda clase de esfuerzos para silenciarla, pero tratando de que no se le acusara de violar el cese del fuego. En una ocasión le fue suspendido el servicio de electricidad y las transmisiones dejaron de oírse por algunos días. Eso causó gran desmoralización en los comandos y mediante un singular esfuerzo, los muchachos encargados de las comunicaciones improvisaron una emisora local que comenzó a transmitir. Pero, carente de protección militar fue asaltada por dos automóviles enemigos que con ametralladoras y granadas la destruyeron hiriendo al operador de turno. Este incidente me hizo pensar seriamente en la protección militar que debíamos dar a Radio Santo Domingo, la cual solo estaba guardada por un oficial y cinco o seis soldados. 86 Paso a la libertad Aunque estaba medio retirado de la lucha me trasladé a la Jefatura de Estado Mayor, cruzando el corredor norteamericano y discutí el asunto con Gacía, Lachapelle y Lora, este último era el jefe de Estado Mayor. Todos estuvieron de acuerdo conmigo, en que esa emisora había que protegerla a toda costa. Pero el equipo bélico pasado estaba en la zona sur. Les pedí dos bazookas, tres ametralladoras Cal 50, dos tanques y cinco ametralladoras Cal. 30, para encargarme de disponer una defensa efectiva. Se me prometió el suministro de ese equipo al día siguiente por la tarde a más tardar. Mientras tanto me encargaría de ir disponiendo el personal y las barricadas necesarias. La infantería norteamericana se había apostado a unas cinco cuadras de Radio Santo Domingo, pero, al ver el movimiento desplegado esa tarde por los alrededores de la emisora se movilizaron y llegaron hasta aproximadamente unos cien metros de nuestras barricadas con el pretexto de organizar y dirigir el tráfico de vehículos de esas calles. Dispusieron de tal forma el tráfico que obligaban los vehículos a transitar por las calles que pasaban cerca de la emisora con el fin de anular nuestras barricadas. Al día siguiente por la mañana noté que habían removido una de las barricadas y muchos de los automóviles del servicio público habían quedado embotellado en el frente de la emisora, produciéndose un estancamiento del tránsito. Nos costó gran trabajo sacar los automóviles de allí y reponer las barricadas. Cuando terminamos, un poco avanzada la mañana, las armas pedidas no habían llegado. Comprendí que aquella se iba a tornar una tarea ardua y antes de que los yanquis avanzaran más, reforzamos las barricadas con sacos de arena y pacas de algodón. En cada barricada pusimos seis muchachos con armas automáticas y granadas, pues era todo lo que teníamos. Por la tarde llegó un tanque de los dos que pedí y una sola ametralladora Cal. 50. La tripulación del tanque estaba disgustada, pues no quería prestar servicios al mando del oficial que comandaba la Radio Santo Domingo y al día siguiente abandonaron el tanque y se fueron al comando de donde habían venido. Lo mismo hicieron otros cinco militares que conseguí trasladar 87 Darío N. Meléndez de otro comando para reforzar el personal que escoltaba la radioemisora. Aquello era desconcertante. Fui a ver al comandante que había cedido el tanque y después de costarme gran trabajo apaciguarlo, pues el hombre alardeaba de valiente, lo conquisté para que él con su personal y equipo se hiciera cargo de la defensa de Radio Santo Domingo, mientras que el otro comando vendría a ocupar su sitio. Yo había propuesto antes el traslado a la Jefatura de Estado Mayor y se me había dicho que no era conveniente, que reforzara la defensa de la emisora manteniendo el personal que estaba allí. Pero, yo sabía que si insistía lograba el cambio, así que le dije al oficial que se preparara que yo iba a convencer al Estado Mayor. Así fue. Se hizo el traslado y la tripulación del tanque se alegró sobremanera, tanto que me saludaba con mucha cordialidad y simpatía, prometiéndome que lucharía hasta morir. A medida que se reforzaba la defensa, el personal técnico de la emisora sintiéndose más seguro, intensificaba sus ataques verbales contra los invasores yanquis, llegando a veces hasta excederse un poco, lo que dio lugar a que un día los norteamericanos cañonearan repetidas veces el edificio. Ese mismo día por la tarde volvieron a cañonear y al ver que no hacían mucho efecto sus disparos, sino que más bien producían mayores protestas y repulsas, iniciaron un asalto con dos jeeps y unos doce o quince soldados. Se produjo un intenso intercambio de disparos de fusilería entre nosotros y los soldados invasores. El ataque fue muy fuerte y algunos de nuestros muchachos retrocedieron, dejando libre la primera barricada. Uno de los muchachos al salir de la barricada fue alcanzando por una bala de fusil que le penetró por un ojo y le salió por la nuca, más tarde murió en un hospital. Estábamos en franca desventaja. El tanque no hizo nada; tampoco hizo nada el resto del personal del famoso comando que hice trasladar, nos dejaron solos a los de la barricadas, soportar aquella lluvia de plomo. Suerte tuvimos que tanto las pacas de algodón como los sacos de arena y demás efectos que utilizamos en las barricadas, detenían admirablemente las balas y que además los yanquis no pudieron o no le permitimos 88 Paso a la libertad acercarse lo bastante para tirarnos granadas, si no, nos hubieran aniquilado. Aquello parecía que no iba a terminar. De pronto un hombre rana, nombre que se daba a un grupo de marinos especialmente entrenados, que han dado muchas pruebas de valor en esta guerra, se nos unió con un fusil automático, arrastrándose por los contenes hasta llegar a una de las barricadas. Desde allí mató dos soldados yanquis e hirió cinco obligándolos a retirarse. El hombre rana resultó herido en un hombro. Cuando pregunté a los militares del comando y del tanque por qué no habían participado en la lucha, me contestaron que tenían órdenes de no disparar a los yanquis a menos que fuesen atacados. Esa misma tarde llamé a la Jefatura de Estado Mayor y les dije que era imprescindible que se destacara un oficial superior activo para que se hiciera cargo del mando de ese sector, de lo contrario la derrota era inminente. García me dijo: —te vamos a designar a ti con el grado de capitán para que te hagas cargo de ese frente—. Yo no era militar activo y había entre los combatientes de ese sector algunos capitanes activos; además yo tenía otros problemas. El personal de la fábrica que administraba, unos sesenta empleados, se empeñaban en trabajar y el Gobierno Constitucional seguía exhortando al comercio y a las industrias a que reiniciaran sus labores. Esta situación y la maliciosa tregua que nos habían impuesto los yanquis a través de la OEA, me inclinaban a pensar que mi dirección iba a ser poco efectiva y escasamente obedecida, a menos que tomara medidas drásticas, las cuales dada la situación existente no eran quizás justificadas y tal vez contraproducentes. Recalqué a la Jefatura que la situación no era para tomarla a la ligera, que era imprescindible establecer en este frente un orden de cosas que garantizara la seguridad del sector. Insistía en que el asunto había que considerarlo seriamente, de lo contrario nos exponíamos a un fracaso. Después de un poco de brega la Jefatura de Estado Mayor se dispuso a resolver el problema, para lo cual debía conjuntamente con el oficial superior y sus ayudantes, trasladar armas al sector, lo cual estaba impedido por el corredor que 89 Darío N. Meléndez tenían los norteamericanos. En conclusión, todo quedó igual; la tregua seguía. Al ver el personal de Radio Santo Domingo que la defensa era efectiva intensificó sus ataques. Trasmitía y trasmitía a todo vapor contra los invasores y sus secuaces. Utilizando el más cáustico lenguaje que se conoce, tanto que a veces consideré que se excedían, pero recapacitando me convencía que se merecían eso y más los intrusos invasores. Una tarde, los enemigos hicieron correr el rumor de que por la noche llevarían a cabo un ataque demoledor. Me fui a la emisora y conjuntamente con Franklin Domínguez, preparamos un comunicado estimulando a los combatientes a reforzar las defensas. Esa noche se realizó un insólito despliegue del pueblo unánime en pie de guerra. Los organismos internacionales continuaban sus discusiones tendentes a establecer una paz estable mientras se negociaba. Pero, existía una mal disimulada incertidumbre en nuestras filas, en razón de que estábamos convencidos de que los movimientos y nosotros por nuestra parte no nos íbamos a dejar dominar. Preferíamos que nos arrasaran. Pero, tampoco se notaba avance alguno en nuestra revolución y eso mantenía una efervescente inquietud entre los combatientes. Los comandos aledaños a las Compañías de Transportación e Intendencia, insistían en que esos focos enemigos eran una amenaza y que había que liquidarlos. Cada uno por separado presentaba un plan distinto y por su parte aseguraba que era capaz de realizarlo sin ninguna ayuda. Yo sabía que aquello no tenía sentido, pero ellos insistían y ante la indiferencia de la Jefatura que no tenía representación responsable en la zona, los gatillos alegres hacían por su cuenta incursiones nocturnas contra esas plazas enemigas, hostigándoles toda la noche con fuego de fusilería que no les hacía ningún efecto. Siguiendo instrucciones de la Jefatura de Estado Mayor, estudié la situación y preparé un croquis de esos alrededores con todos los datos importantes y le anexé un plan de ataque coordinado utilizando para ello los comandos aledaños con el apoyo de otros comandos mejor preparados que había en la zona. 90 Paso a la libertad Llevé personalmente el plan a Lachapelle, Lora y García, que componían la cabeza de la Jefatura de Estado Mayor. Después de una breve discusión en la que les recalqué lo incorrecto de los ataques que hacían por su cuenta los comandos aledaños, me dijeron que no podíamos violar el cese de fuego, que en caso de que fuera necesaria alguna acción me avisarían. Los norteamericanos aprovechaban el desorden existente en nuestros grupos de la zona norte, para acusar al gobierno de Caamaño de no tener control efectivo sobre sus combatientes y reportaban todo disparo loco que se produjera como violación del fuego. Los ataques contra las Compañías de Transportación e Intendencia, los denunciaban como violaciones graves. Entre tanto los ataques seguían y se iban haciendo cada vez más intensos, una vez llegaron hasta utilizar un tanque, el cual disparó varias veces, pero fue rechazado. Ante la situación existente el enemigo se preparaba y los norteamericanos veían en las violaciones del cese de fuego una puerta abierta para arrasar con el sector. Del Centro de los Héroes, los norteamericanos tendieron un cable telefónico directo hasta la Compañía de Transportación, pues casi todo el servicio telefónico estaba inutilizado. Se veía un constante trajinar de soldados dominicanos y yanquis, circulando en vehículos nuevos del ejército norteamericano, a los cuales se les había pintado las insignias dominicanas. Gran cantidad de soldados eran traídos del interior y alojados allí. Los muchachos, desconocedores del desastre que se cernía, mostraban gran entusiasmo en sus comandos, haciendo gala de su valor y disposición para el combate. Los nombres que ponían a los comandos eran originalísimos, Vampiro 777, Cucaracha 20, etc. Realmente había gran entusiasmo combativo y sin lugar a dudas los muchachos eran valientes. Una noche fui a ver a mis padres que viven por los alrededores de la Compañía de Intendencia. Me quedé a dormir con ellos y como hacía calor, salimos al frente de la casa a hablar, eran aproximadamente las nueve de la noche y por temor a los tiroteos todo el mundo se recluía temprano en su hogar. 91 Darío N. Meléndez Con nosotros estaba la cocinera de la casa, quien comentaba en voz baja el paseo que había dado esa tarde yendo a ver a sus familiares. En un momento dado, la cocinera llamó nuestra atención hacia unos hombres que se encontraban a unos cien metros de la casa, agachados en actitud de combate. Cuando los vi venían avanzando hacia nosotros agachados y con sus fusiles apuntando hacia la casa. Eran muchos. Comprendiendo lo peligrosa de la situación me dirigí en voz normal, con la mayor candidez a la cocinera, de manera que los soldados pudieron oír, para que me comentara cómo había encontrado a sus familiares. Siguió entonces una especie de diálogo entre nosotros, lo cual influyó a que los militares se movieran con menos cautela. Eran aproximadamente unos veinticinco hombres bien armados, portando cada uno un fusil automático. Cuando estuvieron frente a la casa un oficial preguntó en voz baja y sin abandonar su postura agachada, si nosotros vivíamos ahí, a lo que contestamos afirmativamente, después de lo cual, el oficial pidió que se acercara el dueño de la casa. Yo fui en lugar de mi padre, quien tiene casi ochenta años de edad; cuando estuve cerca, el oficial me pidió que abriera el porta —equipaje de mi automóvil, lo cual me dispuse hacer. Mientras yo introducía la llave en la cerradura, sentí a mi espalda que el oficial rastrillaba su fusil con fría suavidad. Dos militares más le imitaron y al abrir el porta equipaje, me rodearon apuntándome con los fusiles. Sin dejar de apuntarme y después de registrar el compartimiento, me pidió que abriera las puertas del vehículo y la cubierta del capó. Mientras él revisaba el automóvil, me escurrí hacia atrás buscando la cerca, haciendo alarde de asombro por suerte, no tenía armas en el auto. El cancel estaba cerrado con llave y al salir tuve que pasar por encima. Dispuesto ya a cruzar de nuevo, le dije en voz baja a uno de los militares que estaba agachando a mi lado, que cuando terminaran me hicieran el favor de cerrar el automóvil. Él me dijo en voz baja también y en tono amistoso, que cerrara mi automóvil antes de retirarme. Así lo hice y crucé la cerca entrando en la casa con mis padres. La columna de soldados siguió avanzando. Todos seguían agachados. La luna clara y sus siluetas se destacaban contra las blancas paredes de las construcciones. 92 Paso a la libertad Al día siguiente comenzó el ataque en forma. El enemigo desplegó sus fuerzas en un amplio frente, utilizando tres tanques y algunos carros de asalto. Fue una lucha cruenta y larga. Cinco días duró aquella batalla y al final del cuarto día, el enemigo solo había podido avanzar unas dos o tres cuadras. La resistencia era feroz. Los muchachos cansados, soñolientos y sin comer, pedían pastillas para quitar el hambre y parque. Las municiones se estaban agotando y eso causaba gran desmoralización. Un combatiente, mecánico de oficio, colocó una plancha de acero en la parte trasera de un jeep a manera de mamparo y montó en el piso del vehículo una ametralladora Cal. 30, enfriada por agua. Cuando entraba en la zona de combate, avanzaba dando contramarcha, a fin de quedar apuntando su ametralladora al enemigo. Era tan intenso el fuego enemigo que los impactos en la plancha de acero hacían avanzar el vehículo hacia delante. Varias veces le poncharon las gomas y muchos de los ocupantes del vehículo que le acompañaban en sus incursiones perecieron. El mecánico apodado «Motica» manejaba personalmente su jeep y lo bautizó con el nombre de La Cucaracha. Era realmente asombroso ver aquel vehículo acribillado por las balas, mientras su chofer seguía ileso. Como generalmente le mataban los acompañantes, optó por andar solo, manejando el vehículo con una mano y con la otra operando la ametralladora. Más adelante vi en la zona de Ciudad Nueva muchos vehículos con blindaje improvisando que se utilizaban con igual fin. La avanzada de las fuerzas del CEFA fue apoyada por intensos bombardeos diurnos y nocturnos que por tres días azotaron los barrios pobres de la zona norte. Las tropas atacantes avanzaban lentamente, protegidas por tres tanques que les quedaban, cuyos cañones nos aterraban con sus estampidos; más que bajas producían pánico y destruían edificaciones e instalaciones y destrozaban los postes y alambres del servicio eléctrico y telefónico. Los soldados en su precario avance, sembraban la muerte de la manera más aterradora, derribando las puertas de las casa ubicadas en las calles que ocupaban, entrando en ellas y ametrallando a todo ser viviente que encontraran. Se 93 Darío N. Meléndez decía insistentemente, que los soldados antes de entrar en combate eran emborrachados con ron mezclado con una droga que los enloquecía y esto es posible ya que aquellos infelices actuaban de la manera más brutal y enloquecida que imaginarse pueda. Esto hizo cundir el pánico en la aterrorizada población que se apresuraba a abandonar sus casas, las que al encontrar vacías, los soldados las sometían a un intenso saqueo. Si alguien quedaba rezagado o escondido en alguna casa era brutalmente masacrado. La resistencia se mantenía y cuando el avance de los soldados se hizo prácticamente imposible, les llegaron refuerzos. Bien organizados y dirigidos por los norteamericanos, con excelente equipo, entraron en acción a todo lo largo de la avenida Máximo Gómez, desde la avenida San Martín hasta la Fábrica de Cemento. Con buenos vehículos, iban recogiendo sus muertos y heridos, llevándolos a sus posiciones y hospitales de campaña. Se calcula que en esta operación murieron unos setecientos cincuenta soldados dominicanos y alrededor de doscientos norteamericanos. La batalla duró cinco días, durante los cuales no cesaron de oírse ni un segundo los fragorosos disparos, cual si fuera una interminable fiesta de Año Nuevo. No existen cifras exactas de nuestras bajas, pero estimamos que fueron notablemente altas, especialmente en la población civil no combatiente. Entre los combatientes estimados que no hubo más de doscientos o trescientas bajas, entre muertos y heridos. Durante los primeros cuatro días los soldados del CEFA apenas avanzaron unas cuadras. De los tres tanques que tenían, dos les fueron dañados y el tercero avanzó bastante por el borde del cordón que formaban las tropas yanquis. Llegó hasta la esquina formada por la avenida San Martín con la calle María Montez y allí se detuvo al parecer a causa de algún desperfecto en su funcionamiento. Los muchachos se empeñaban en no dispararle con bazookas para no dañarlo, pues la idea era capturarlo para nuestro bando. Era admirable aquello. Al tercer día de lucha, las tropas del CEFA ocuparon un edificio en construcción situado en la esquina formada por la avenida Máximo Gómez y San Martín; 94 Paso a la libertad alojándose en las primeras plantas de ese edificio, emplazaron ametralladoras y muchos soldados con armas automáticas que disparaban continuamente obligándonos a mantenernos dentro de las edificaciones. Un grupo de los nuestros, apostado en el local de una industria, estaba prácticamente copado por el fuego proveniente de aquel edificio. Los muchachos al no poder salir de la fábrica, dispararon sus armas hacia las trincheras norteamericanas que constituían el cordón, situando a unos quinientos metros al sur del edificio. Las tropas yanquis contestaron el fuego, barriendo los soldados que estaban parapetados en la segunda y tercera planta del edificio en construcción. El resto de los soldados abandonó el edificio a la carrera. Este ardid, permitió al grupo constitucionalista salir de aquel cerco. La avanzada siguió lenta pero tenazmente y al cuarto día estábamos exhaustos, carentes de municiones e impotente ante el arrollador avance de aproximadamente treinta tanques y más de mil soldados norteamericanos que vinieron a reforzar las maltrechas tropas del CEFA. Así fueron ocupando la zona hasta llegar a los últimos reductos constitucionalistas; fusilando, atropellando a la ciudadanía, violando mujeres y saqueando propiedades. Gran parte de los nuestros abandonaron las armas y lograron cruzar el cordón de los norteamericanos, pasándose hacia la zona Sur mejor conocida por Ciudad Nueva. Muchos fueron acorralados en la margen occidental del río Ozama, donde fueron exterminados una vez que se le hubo agotado las municiones. Otros fueron hechos prisioneros y algunos se lanzaban al río para bajar por él a nado. En su mayoría fueron cazados como animales. Preso Cuando decidieron tomar la zona, los norteamericanos establecieron un sistema de control para el paso de una zona a la otra. Pedían a todo el mundo su documentación y la confrontaban con una lista que tenían. Yo era uno de los anotados en esa y en otra 95 Darío N. Meléndez lista. Para aquellos que no tuviesen identificación, tenían personas que en general conocían a todo el mundo que figuraba en la lista. Por tal motivo no podía aventurarme a cruzar el cordón mientras se mantuviese ese control. Mi nombre y el de García estaban juntos en una lista de aproximadamente doce personas que éramos las más buscadas por el enemigo. A la zona de seguridad era posible pasar sin restricción, pero yo no quería acogerme a esa protección odiosa y me parecía una cobardía refugiarme bajo el manto de los invasores, así que opté por quedarme en casa de Angélica y esperar los resultados. Mi ametralladora la hice esconder conjuntamente con otras en los alrededores de Radio Santo Domingo. En la casa de Angélica pasé aproximadamente unos cinco días angustiosos y de continuos sobresaltos con el ir y venir de las tropas que se dedicaban a la «operación limpieza» como ellos la llamaban. Al cabo de los cinco días se había calmado un poco la represión y preocupado por la suerte de mi casa donde habían quedado mis tres perros, gallinas y otros animales, decidí ir a verlos. Pero, Angélica prudente y conocedora de la situación, me aconsejó que no fuera, que ella iría a ver cómo estaban la casa y los animales. Así hizo, yo la llevé en el estaban la casa y los animales. Así hizo, yo la llevé en el automóvil hasta cerca de la casa, pero una vez allí, tuve miedo de que le fuese a pasar algo por mi culpa y decidí acompañarla. Habíamos revisado todo y nos proponíamos salir cuando fui sorprendido de manos a boca por dos soldados armados de ametralladoras, las cuales rastrillaron violentamente apuntándome a boca de jarro exigiéndome que entregara las armas. Así sorprendido, me resigné a lo que pudiera suceder; con singular ecuanimidad les dije que no tenía armas, lo que, al parecer enfureció a los gendarmes, quienes hicieron ademanes de disponerse a dispararme. Pude mantenerme sereno, pese a la agresiva actitud de los soldados y con intenso temor, pero con bastante decisión, los invité a registrarme y a registrar la casa. Así pude cambiar algo su actitud, logrando poco a poco que fueran calmándose, hasta que 96 Paso a la libertad uno de los dos menos decidido a matarme convenció al otro diciéndole que éramos dominicanos y que debíamos tenernos alguna consideración, así que decidieron conducirme a la Compañía de Transportación, sede del Comando Superior enemigo. Allí estuve detenido aproximadamente media hora sin que nadie se ocupara de mí. Sentado frente al escritorio de un capitán había un muchacho a quien el capitán interrogaba. El muchacho había sido llevado bajo la acusación de ser hombre rana. Los cuales eran muy odiados por sus valientes actuaciones en la lucha. Concluyó el interrogatorio y el capitán ordenó a uno de los guardias llevárselo. Le dio unas instrucciones en voz que no pude oír, pero vi que el guardia tomó un Máuser que el capitán le señaló y un cabo de soga había sobre unas cajas de refrescos. Presentí que al muchacho lo llevaban a fusilar y me invadieron negros presentimientos. Después de esto llegó un capitán acompañado de otro oficial que me reconoció. El oficial me observaba de soslayo, hasta que se me acercó y me dijo: —¿Cómo te llamas? Le respondí: —Darío. —¿Tú eres Darío Meléndez? —Me preguntó. —Sí. —Le contesté. Con cierto aire de sarcasmo y diabólica satisfacción me volvió a mirar de soslayo y vi cuando se acercaba al capitán y le decía al oído que ahí estaba Darío Meléndez. El capitán al parecer escéptico, le preguntó que dónde y el oficial me señaló con una mirada porcina. El capitán preguntó que si yo estaba preso, a lo que respondió otro oficial que sí, entregándole mis documentos de identificación. Examinando mi cédula, el capitán me preguntó: —¿Usted es Darío Meléndez? Yo le respondí: —Sí, yo soy. —¿Dónde está García Germán? —Me preguntó. A lo que respondí que no sabía. —¿Cuántos días hace que no le ve? —Aproximadamente un mes—. Le dije. 97 Darío N. Meléndez —¿No sabes dónde está él ahora? —Me preguntó. —No sé. —Le contesté. —Pues enciérrenlo hasta que sepa dónde está García Germán, —dijo. Me llevaron a una celda y cuando me conducían, un sargento de servicio en un nido de ametralladoras ubicado en el techo del edificio, le dijo al soldado que me custodiaba: —Oye, José, ¿ese rubito era jefe de algún comando? A lo que el interpelado contestó: —Yo no sé. Preguntándome a renglón seguido: —¿Usted era jefe de comando? Yo le dije que no y el sargento me dijo: —Mire, vea bien, cuidado si usted era jede de comando y ahora lo niega. Yo no dije nada más y me encerraron junto otros quince que ya habían en la celda. Me preguntaban si era jefe de comando, porque la orden era fusilar a todos los jefes de comando que capturaran. En la celda me recibieron muy cordialmente. Éramos todos prisioneros por la misma causa. Allí me mantuvieron cuatro días. Nos trataron muy bien a todos; como prisioneros, no podíamos pretender estar mejor. A los dos días de haberme encerrado, llevaron a la celda al muchacho que creí que iban a fusilar. Al quinto día, nos subieron a un camión haciéndonos sentar en el piso del mismo, nos custodiaban seis soldados al mando de un sargento, quien según relató había sido prisionero nuestro y no había sido muy bien tratado. Decía que quería ver uno de los que había sido responsable de su captura y custodia, pues según afirmaba lo habían maltratado los constitucionalistas y lo habían puesto de cara a la pared rastrillándole fusiles como si fueran a fusilarle, individuos ineptos en el manejo de armas —decía— a quienes pudo habérseles escapado un tiro. Uno de los guardias identificó a un combatiente y le propinó dos trompadas que le hicieron sangrar una oreja. Durante la conversación, uno de los soldados que nos custodiaba preguntó: 98 Paso a la libertad —¿Quién de ustedes es Darío Méndez? Yo no respondí, me hice el desentendido. El soldado repitió dos veces más la pregunta y yo no contesté. Me imaginé que no era para nada bueno, que quería identificarme. Pero, uno de mis compañeros, ingenuamente me buscó con la mirada y me señalo, diciendo: —Ese es Darío Meléndez. A mí se me detuvo el corazón por unos segundos mientras esperaba determinar por la actitud del soldado, lo que pretendía hacer conmigo. El soldado dirigiéndose a mí me dijo: —La muchacha que le llevó el desayuno, me pidió que le preguntara dónde dejó los platos. Tomé un poco de aliento y con naturalidad le expliqué dónde estaban para que al regreso me hiciera el favor de entregárselos. El camión nos llevaba rumbo a la penitenciaría de La Victoria. Llegamos a la penitenciaría, un amplio edificio en forma circular con gran patio interior, construido por Trujillo para sus macabros fines. Allí nos colocaron en fila y nos registraron, nos hicieron entregar todos los llaveros o llaves sueltas que pudiéramos tener encima, así como cualquier pluma, lapicero, lápiz, etc., que se prestara para escribir. Luego nos condujeron a una celda común de aproximadamente doscientos cuarenta metros cuadrados, antihigiénica, sin agua, sin camas, con unos sanitarios espantosamente inmundos. En la penitenciaría había por lo menos unas diez celdas de ese tipo y todas estaban atestadas de presos recogidos en la zona norte. Antes de entrar en la celda, un amigo que encontré y que me habló a través de las rejas, me dijo que le entregara todo el dinero que tuviera, pues de lo contrario lo iba a perder cuando una vez dentro me revisasen los prebotes. Yo no tenía conmigo más que unos pocos pesos y le objeté a mi amigo entregárselos, pero él insistió y aunque no éramos amigos íntimos, yo le tengo en un alto concepto así que no titubeé más y le entregué el portamonedas con todo lo que tenía. Ya en el interior de la celda, nos condujeron los prebotes al sanitario, sitio extremadamente deprimente y poniéndonos en 99 Darío N. Meléndez fila comenzaron a registrarnos y a quitarnos todo lo que tuviésemos de valor. Hasta nos hacían quitar los zapatos y las medias para examinarlos, ya que algunos podrían esconder sus cosas allí. Por suerte, no me vieron mi anillo y pude conservarlo. Terminado el registro, mi amigo me devolvió el dinero. Nuestro mayor problema era la noche; para dormir teníamos que hacer malabares, unos sentados, otros de pie y algunos encima de otros. Todos comentaban y exponían con relatos vividos sus peripecias y aventuras. Mis trescientos y pico compañeros de celda admitían casi todos que habían sido combatientes, con muy raras excepciones y afirmaban que tan pronto como fueran puestos en libertad volverían a pelear, pues las armas las habían dejado en buen resguardo. Allí pasé unos diez días, al cabo de los cuales conseguí que me sacaran de esa celda y me pasaran a otra donde estaban los que debían ser interrogados por la «Comisión Depuradora» como solían llamar a un grupo de oficiales del otro bando, designados por cada una de las ramas de las Fuerzas Armadas. Todos los días sacaban algunos para «depurarlos» pero lo hacían de la manera más desordenada que pueda imaginarse. Me dio un gran trabajo salir de esa celda, pues cuando venían a buscar a un grupo, todos nos acercábamos a la puerta en tropel, queriendo salir, armándose un jaleo que los carceleros zofocaban a palos limpios. Esto sucedía todos los días hasta que logré ganarme la simpatía de uno de los carceleros el cual me prometió sacarme. Una mañana en medio del zafarrancho aquel sentí que un brazo fuerte me rodeaba la cabeza y me arrastraba a través del tumulto; luego me sentí lanzando por el aire y cuando pude recapacitar estaba fuera de aquella odiosa celda. Una vez fuera de la celda nos pusieron en fila, pero resultó que en un descuido de los carceleros se lograron pasar más del número establecido y yo viendo que la fila iba creciendo, aproveché una de esas movilizaciones para avanzar un poco mi posición en la fila. Entonces vino un oficial y dividió la fila retornando a la celda casi la mitad de nosotros, por suerte yo quedé entre los que no retornaban. Comenzó a avanzar la fila y en un recodo me moví hacia delante unos cuantos cuerpos. Luego integraron en la fila otros presos 100 Paso a la libertad que salían de una celda que llamaban enfermería y yo aproveché para correr un poco más hacia delante. Cuando salimos de los pasillos, nos detuvieron. El oficial contó desde la cabeza de la fila hacia atrás, veintitrés personas; yo era el número diecinueve. El excedente de los veintitrés fue devuelto a la celda. Nos llevaron a una oficina donde debían interrogarnos. Mientras esperábamos vino un oficial a buscarme y me presentó a la comisión, cuyo presidente era un coronel de la Aviación Militar viejo amigo mío. Se sorprendió al verme, me preguntó por qué me habían detenido y buscó solícito en los expedientes mi nombre sin encontrarlo. Luego me presentó a otro coronel de la comisión al cual yo no conocía y quien parecía tener a su cargo lo relativo a las investigaciones especiales. Este coronel tenía al frente una copia de una lista pequeña que contenía unos diez o doce nombres, entre los cuales estaban el de García y el mío. Al punto dijo: —¿Usted es Darío Meléndez? Yo le contesté que sí y observé que él con asombro anunciaba: —¡Este hombre está fichado! Mi amigo, con gran desparpajo le contradijo: —No puede ser, ese es otro Darío Meléndez, a este muchacho yo le conozco bien y no se ha metido en nada. Como mi amigo era el jefe de la comisión, procedió de inmediato a ponerme en libertad y en un momento me dejó libre. Al despedirme me preguntó en voz baja: —¿Quién es ese García que relacionan contigo? ¿Le conoces? —Sí —le dije—, es amigo mío. —Pues de seguro que ese que buscan ahí eres tú. ¡Vete! ¡Evapórate! Este amigo me hizo uno de esos servicios que nunca se pagan. 101 Darío N. Meléndez Ciudad Nueva De regreso a la ciudad, vimos debajo de un puente en un recodo del río un cadáver en estado de descomposición que había arrastrado la corriente. Al entrar a la ciudad nos detuvieron en un puesto militar que hay antes de pasar el puente de la Barquita. Nos hicieron bajar del automóvil y nos pidieron las identificaciones. Pidieron además que abriéramos el porta equipaje y el capó. Yo me porté muy cooperador abriendo el porta equipaje y demás compartimientos del vehículo, mientras ellos revisaban las cédulas y las comparaban con una copia de la misma lista que acababa de ver en el escritorio del coronel. Como llegaban más vehículos, no se detuvieron mucho con nosotros, así nos dejaron pasar sin pedirme documentación. Ya en la ciudad, después de saludar de mis padres y demás familiares, me retiré a la finca de mi hermano situada a unos veinticinco kilómetros de la ciudad. Allí me dispuse a descansar algo y olvidar un poco los sobresaltos y malos ratos pasados. Pero, al día siguiente, recibí un mensaje de García donde me decía que me necesitaban; que le enviara dos fotografías para hacerme una cédula con otro nombre de manera que pudiese cruzar el cordón de las tropas norteamericanas. Pasé a la zona de Ciudad Nueva y me presenté al edificio Copello donde tenía su asiento el Gobierno Constitucional. Allí el primero que me recibió fue Lachapelle que salía en esos momentos del edificio. Luego me fueron abrazando una multitud de amigos y compañeros de lucha que me acogieron de la manera más cordial y enternecedora que pueda imaginarse. Al ratito apareció en escena García, con quien me di un abrazo que me dejó sin respiración. Inmediatamente me dijo que me hiciera cargo de su puesto, delegando en mí funciones de oficial G-2, o sea, encargado de la inteligencia y seguridad Militar del Gobierno Constitucional. Él por su parte, pasó a ser ayudante del jefe de Estado Mayor. Entré en funciones de inmediato y en poco tiempo me vi agobiado de trabajo. Mi oficina era un hervidero de personas que traían uno u otro caso, a veces simples y otras veces complicados. 102 Paso a la libertad Una mañana uno de nuestros comandos hizo prisionero a tres norteamericanos, entre los que había un muchacho de origen hondureño. Me correspondía a mí hacer el interrogatorio y rendir un informe sobre la investigación del caso. Ellos estaban muy nerviosos, emocionados y temerosos; así que los dejé descansar el resto del día y los visité por la noche para interrogarlos. Cuando entré a la habitación donde se encontraban, estaban sentados charlando y fumando. Se turbaron un poco cuando entré, así que hice lo posible para parecerles amable y cordial. El de origen hondureño, un muchacho de unos veintidós años aproximadamente, hablaba un español perfecto y era al parecer el más seguro de sí mismo, otro de origen yanqui, tan joven como el anterior, se mostraba algo procaz e inconforme y el tercero de más edad, aproximadamente unos treinticinco años estaba sumamente asustado hasta el extremo que me resultaba embarazoso entrevistarle. Era el jefe del grupo y ellos pertenecían a una unidad de zapadores del ejército norteamericano que habían recibido órdenes de reparar una casa de la avenida Independencia, la cual había sido dañada por un vehículo del ejército invasor. Como la avenida Independencia cruza el cordón, ellos buscando la casa se internaron inconscientemente en la Zona Constitucionalista. Un combatiente el verlos los amenazó con una granada si no se rendían inmediatamente. Una vez que los hube entrevistado, les deseé buenas noches y les recomendé que durmiesen tranquilos, pues nada les pasaría, que al día siguiente serían entregados a la OEA para los condujeran a sus superiores. La OEA desplegaba toda clase de actividades a favor de los yanquis y de la facción enemiga. Me parecía incorrecto que aceptáramos esa organización como mediadora, cuando realmente no era otra cosa que una comisión compuesta por funcionarios de gobiernos sumisos a Estados Unidos. De aquí que nuestra lucha era contra tres enemigos poderosos: El ejército regular al mando de Imbert y Wessin que a su vez representaba la facción reaccionaria del pueblo y los intereses norteamericanos en el país, los 103 Darío N. Meléndez Estados Unidos que se creen amos de todos los países latinoamericanos y con derecho a inmiscuirse en sus asuntos internos para garantizar sus intereses y su influencia y por último, la OEA que como organismo al parecer internacional, pretendía legalizar la intervención norteamericana comprometiendo otros países en el conflicto. Las Naciones Unidas por su parte, demostraba una singular impotencia. La Unión Soviética presentó ante el Consejo de Seguridad una acusación formal contra los Estados Unidos por haber violado uno de los principios fundamentales de la carta de esa organización, al invadir la República Dominicana. El Consejo de Seguridad, supuesto a ser el máximo censor de los asuntos internacionales, especialmente en casos de conflictos como este, demostró ser un organismo inoperante, desde el momento que mientras se conocía la agresión hecha por los Estados Unidos contra la República Dominicana, Estados Unidos, país agresor, permanecía en el Consejo ocupando su asiento de juez en ese tribunal que lo juzgaba como el delincuente; mientras que la República Dominicana, país agredido, no tenía acceso al Consejo y solo podía ser oída como informante de su propia causa, sin voz ni voto, mientras los Estados Unidos no solo conservaba derecho a voz y a voto, sino también a veto. Es inexplicable que representantes de países que se suponen ser hombres serios se presten para semejantes farsa. Como era de esperarse la ONU no hizo nada concreto. A menudo recibíamos informes de movimientos de tropas enemigas, tanto norteamericanas como del CEFA. Innumerables llamadas telefónicas informativas a veces, llenas de pánico otras y hasta amenazantes algunas, las recibíamos a cada instante, dentro del vasto plan que para amedrentarnos y desorientarnos habían preparado los yanquis. Estos, fieles a su política, unas veces nos amenazaban, otras nos emulaban y las más de las veces nos enviaban emisarios para sobornarnos. Estos sobornos comenzaron siendo por miles de dólares, después por cientos de miles, luego subieron a un millón y últimamente supe que llegaron a ofrecerle a Caamaño seis millones de dólares para que abandonara la lucha. 104 Paso a la libertad Parece que para algunas personas los hombres de principios no existen o creen que los principios son relativos. Los días 12, 13 y 14 de junio fueron días de extraordinaria tensión. Casi todas las llamadas coincidían en que se estaba preparando una violenta ofensiva contra nuestra zona. Nos informaban constantemente de grandes movilizaciones de tropas yanquis y del CEFA. Nos aseguraban que el día 14 de junio por la noche realizarían un demoledor ataque para acabar con el resto de la revolución. El día 14 de junio, el partido que lleva este nombre celebró un mitin apoteótico. Asistieron alrededor de cincuenta mil personas. Se celebró en el parque Independencia y a pesar de las restricciones que impusieron los yanquis para que la gente no se colara por el cordón, la afluencia fue enorme, tanto que las personas que no cabían en la plaza se colocaban en las azoteas, balcones, etc. Esa noche del día catorce fue pródiga en amenazas y llamadas telefónicas, así como las propagandas que hacía la radio de San Isidro, asegurándonos que esa sería la última noche. La noche transcurrió sin incidentes, pero a las siete y media de la mañana del día quince de junio de 1965, las tropas norteamericanas iniciaron una serie de movilizaciones que culminaron en un tiroteo, en el cual perdieron la vida un coronel y un capitán norteamericanos. Ahí comenzó el jaleo y de inmediato se desató un fuerte ataque de parte de los norteamericanos con morteros y cañones de grueso calibre que disparaban desde todo lo largo de la línea yanqui. Al bombardeo siguió una avanzada de las tropas norteamericanas que lograron ocupar a lo largo de dos o tres calles unas diez o veinte manzanas, a un costo bastante elevado de vidas yanquis. El cañoneo se extendió por toda la ciudad con una intensidad que ensordecía. Todo el día fue una lluvia de granadas de morteros y obuses de cañones que parecía un cataclismo. Las granadas empezaron a caer por los alrededores del edificio Copello que era el palacio presidencial donde me encontraba. Además toda la calle El Conde que pasa frente al edificio era fuertemente atacada con disparos de fusiles y ametralladoras. El automóvil 105 Darío N. Meléndez de Caamaño que estaba estacionado frente al edificio, era a cada instante perforado por las balas de fusil que los yanquis disparaban desde sus trincheras situadas en los Molinos Dominicanos, al otro lado del río Ozama. Una limusina de las Naciones Unidas fue acribillada por los impactos que le perforaban la carrocería y le ponchaban las gomas. Uno de los empleados del secretariado de la misión de la ONU llamó desde el hotel El Embajador pidiendo que le recogieran la bandera de la ONU que tenía el vehículo y quien le contestó de nuestro lado le dijo que viniera a buscarla. Mi oficina estaba ubicada en la segunda planta del edifico Copello con un amplio ventanal de cristal que daba a la calle El Conde, desde allí oía constantemente el silbar de las balas que pasaban unas veces otras se estrellaban en los postes de metal del alumbrado eléctrico, haciéndolos sonar como campanas y otras se estrellaban contra las paredes explotando, pues eran casi todas explosivas. Al lado de mi oficina estaba la Jefatura de Estado Mayor y yo iba y venía de mi escritorio al suyo en mis labores oficiales. Antes del anochecer se intensificó el cañoneo y el bombardeo con morteros. Cerca del edificio hizo impacto una granada de mortero que nos dio a entender que disparaban directamente contra nosotros. Una segunda granada de alto poder explosivo cayó momentos después aun más cerca del edificio y comenzó a reinar la intranquilidad entre nosotros. En mi oficina habían cuatro personas detenidas sujetas a investigación y aterrorizadas se me acercaron suplicándome que las dejara ir. Yo les dije que no podía dejarles en libertad, primero, porque si salían a la calle corrían grave peligro y segundo porque no estaba yo autorizado a dejarles libres, lo que podía hacer si se encontraban inseguros en mi oficina, era trasladarlos hacia el interior del edificio donde pudiesen estar más tranquilos. Así lo hice colocándolos en un rincón al final del pasillo interior del edificio donde al parecer quedaron más conformes aunque seguían muy nerviosos por las explosiones. Coloqué también dos centinelas para que los custodiaran. 106 Paso a la libertad Regresaba a mi oficina después de dejar los detenidos y cuando me disponía a abrir la puerta para entrar, me paralizó una tremenda explosión que estremeció todo el edificio. Los cuatro detenidos con sus custodias me pasaron por el lado a la velocidad del rayo y bajaron las escaleras a cual corriera más. Una poderosa granada había hecho impacto en un letrero lumínico que estaba instalado a la altura del segundo piso entre mi oficina y la del Jefe de Estado Mayor. Esto produjo una confusión enorme, la explosión rompió todos los cristales del edificio en sus cinco pisos, así como de los edificios vecinos. En la oficina del Jefe de Estado Mayor y en la mía derribó muebles, tabiques y esparció cascos y fragmentos por todas partes. Me imaginé que aquello habría dado muerte a más de un oficial superior que momentos antes había visto en la oficina del Jefe de Estado Mayor. El polvo de cemento y el humo daban la sensación de gran destrucción y confusionismo. Cuando entré en mi oficina vi varios impactos de fragmentos en la pared contigua a mi escritorio, uno a la altura de mi cabeza había roto parte del decorado. Si yo hubiese estado sentado allí, de seguro que me hubiera destrozado la cabeza. La oficina del Jefe de Estado Mayor quedó totalmente destruida, las paredes interiores fueron derribadas y casi todos los muebles destrozados. Por suerte, en el momento de la explosión no había nadie en ella. Por unos minutos reinó gran confusión en el edificio. Se hablaba de trasladar las oficinas a otro edificio, pero Caamaño permanecía inmutable en su oficina del tercer piso, mientras tanto los teléfonos sonaban insistentemente debajo de los tabiques derribados. La radio de San Isidro se desbordaba en dar noticias falsas entre ellas, la más insistente era que el Comando Superior Constitucionalista había abandonado el edificio Copello y se había dispersado por sitios desconocidos. Los norteamericanos habían puesto a funcionar ocho radioemisoras para hacer interferencia a la nuestra. Pedro Torres, técnico que operaba nuestros transmisores, rehuía los «abejones» cambiando la frecuencia constantemente. Después de varias horas 107 Darío N. Meléndez de brega, los norteamericanos se vieron obligados a desistir de su empeño y mandaron a felicitar a Pedrito por su eficiente labor. Entre tanto, los comandos llamaban por teléfono para pedir instrucciones y para cerciorarse si era cierto que estábamos en desbandada. Los infundios esparcidos por la radio de San Isidro, unidos a que no contestábamos los teléfonos, creaban gran inseguridad en los comandos, desmoralizándose los combatientes, pero, media hora más tarde estaban todos los teléfonos al alcance nuestro y por ellos impartíamos instrucciones a todo el mundo, volviendo la moral a elevarse a su nivel normal. Ese día fue pródigo en estragos, las bajas fueron numerosas y el combate no decayó en intensidad durante todo el día. Se decía que el general Palmer, comandante de las fuerzas de ocupación había recibido instrucciones de barrer con nosotros; pero, antes había sido consultado por su gobierno acerca del tiempo que necesitaría para exterminarnos sin utilizar la aviación ni la marina y él había dicho que en tres horas todo estaría resuelto. Aproximadamente a las diez de la noche amainó el fuego. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió de emergencia y pidió formalmente un cese total e inmediato del fuego. La misión de la ONU en el país negoció un cese del fuego para las ocho de la noche, el cual fue aceptado y cumplido por nosotros. Sin embargo, los norteamericanos, habiendo convenido también hicieron caso omiso al convenio y siguieron disparando sin cesar. Luego dijeron que ellos habían dicho aceptar el cese de fuego para las ocho y media; pero a las seis de la mañana del día siguiente aún seguían cayendo granadas y sonando disparos de parte de ellos. Según las informaciones el saldo de muertos de nuestro lado fue de veintiséis, de los cuales diecinueve eran combatientes y siete eran civiles, setenta y ocho heridos fueron registrados en nuestros hospitales, entre los que había combatientes y civiles. La radio de Puerto Rico informó que habían llegado a San Juan doscientos siete cadáveres de norteamericanos y el número de heridos en sus filas fue indeterminado. Al día siguiente muy temprano se presentaron los representantes de la OEA con su pliego de condiciones para negociar. 108 Paso a la libertad Propusieron que se formara un gobierno provisional, según un arreglo de los que se acostumbran en estos países, al cual ellos dieron el nombre de «acto institucional», una farsa más. Después de un jaque como el del día anterior, cualquiera negociaba aunque el negocio fuera con Lucifer. Nuestras tropas estaban amedrentadas y el enemigo había tomado posiciones de tal forma que podía dominar casi todas las boca-calles con sus emplazamientos de ametralladoras y cañones. Eran fuertes y estaban dispuestos a seguirlo demostrando. Lo que no nos explicamos era por qué esa fortaleza y ese poderío no lo alardeaban frente a los rusos o frente a los chinos, ya que en su lucha con esas potencias era más necesaria esa fortaleza y ese gran poder que ellos utilizaban contra nosotros, ciudadanos de un país pequeño y débil, que no contábamos con recursos para hacerles frente. Parece que la crítica internacional ante aquel abuso injustificable, los hizo cambiar de táctica. Comenzaron a estudiar la forma de rendirnos por hambre o por sed. Prohibieron todo paso de comida del otro sector hacia nuestra zona y comenzaron a cerrar todos los grifos matrices del acueducto con el propósito de rendirnos por inanición. Pero, la red de tuberías de Santo Domingo es una maraña tan enredada, debido a que después de construidas las tuberías principales le han ido sacando ramificaciones según las necesidades y sin obedecer a plano alguno, de suerte que tuvieron que admitir su fracaso en este intento. Con la comida les pasó algo parecido, el pueblo, que estaba de lleno con el Movimiento, se las agenciaba para pasar de mil maneras la comida y los víveres necesarios, además en nuestro sector estaban los depósitos de aduana repletos de comida, la cual había sido transportada a almacenes, de suerte que cuando en su brutal ataque del día quince de junio ellos quemaron los depósitos de la aduana ex profeso, con fuego de bazookas, ya se había retirado casi toda la comida de allí. Después les dio en averiguar cómo obteníamos gasolina para los vehículos y mandaron espías a averiguar dónde teníamos los depósitos de combustible. 109 Darío N. Meléndez Nuestro servicio de inteligencia era muy efectivo. Contaba con una buena red de informaciones que los simpatizantes del Movimiento mantenían al tanto de todo lo que ocurría o fuera a ocurrir. Como más del noventa por ciento de la población simpatizaba con el Movimiento y colaboraba con él, cuando algo se estaba gestando del otro lado, lo sabíamos al minuto y si era un asunto de importancia a veces nos lo informaban hasta diez y más fuentes distintas en menos de una hora. Casi todos los días recibíamos varios militares del otro bando que cruzaban el cordón para unirse a nosotros. Esto sucedía de una manera tan frecuente y en grupos tan numerosos que nos estaban ocasionando un gran problema, pues no teníamos alojamiento, comida ni ocupaciones para darle a cada nuevo adepto que se presentaba. Casi todos nos decían que no habían venido antes porque al otro lado les decían que todo militar del otro bando que se aventuraba a cruzar hacia la Zona Constitucionalista era fusilado por nosotros. Una mañana la Policía Militar Constitucionalista detuvo a un cadete de la Academia Naval que cruzó el cordón y andaba por la Zona. Cuando lo llevaron a mi oficina, me dijo que él había venido a la Zona a observar cómo era la cosa aquí, pues al otro lado le decían muchas cosas contradictorias y él venía a convencerse de cuál era la realidad del asunto. Cuando le pregunté si había decidido unirse a nuestro bando me contestó que no, que él solo había venido a observar. Viendo su sinceridad le hice conducir en un jeep por toda la zona para que observara todo lo que quisiera. Al medio día hice que le dieran comida de la nuestra y una vez que hubo comido le dije que estaba libre de ir por donde quisiera, ver todo lo que le interesara y que si quería quedarse era bienvenido; si quería irse era totalmente libre de hacerlo. Él decidió irse y así lo hizo. Al día siguiente pasaron hacia la Zona seis cadetes compañeros del primero, el cual no volvió. Luego siguieron pasando hacia la zona más y más cadetes, así como policías y militares de todas las ramas. Como podía prestarse para infiltrar tropas enemigas en el sector, manteníamos una estricta vigilancia y control sobre toda persona que siendo militar activo se uniera a nosotros. Nunca se dio el caso de una traición. 110 Paso a la libertad La OEA continuaba en sus «negociaciones» con el Gobierno Constitucional. Una comisión formada por un señor americano de apellido Bunker y dos representantes de gobiernos títeres, uno por el de Brasil, de apellido Penha y otro por El Salvador de apellido Clairmond, para hacerla aparecer internacional, se reunían entre días con nuestro gobierno para negociar. A mi juicio las tales negociaciones de la OEA no eran otra cosa que tácticas dilatorias de los Estado Unidos para ver cómo nos rendían por cansancio, por aburrimiento o por desmoralización de nuestros grupos. Pero parece que sus cálculos no eran muy buenos, pues cada día que pasaba, la voluntad de resistir crecía más y la conciencia constitucionalista era cada vez más clara en el pueblo, Se organizó en nuestra zona una escuela militar donde acudían a entrenarse miles de jóvenes con espíritu revolucionario y la mente fija en la idea nacionalista de liberar el país de su enemigo, claramente identificados con la abusiva invasión que sufríamos, la que a pesar de querer disfrazar, era claramente visible ante todos los dominicanos, aun los más entreguistas no podían dejar de reconocer el salvaje acto de agresión realizado por los yanquis contra nuestro pequeño país, por el solo hecho de exigir nuestra constitución y la vigencia de nuestras leyes. Ellos, prevaliéndose de su poderío, aplastaban un deseo sano y justo; eran fuertes y lo demostraban con nosotros; sin embargo, sus adversarios fuertes como Rusia, China y hasta Cuba, siendo pequeña y organizada, la respetaban por las armas que podían enfrentarle. Esa política, vil y cobarde, ha de tener consecuencias desastrosas para los Estados Unidos, cuyo prestigio se ha desmoronado como castillo de arena. El día 16 de agosto de 1965, aniversario de la Restauración de la República, se llevó a cabo una gran demostración de civismo. Una inmensa multitud de personas cruzó el cordón norteamericano y se unió a los que estábamos en la zona, celebrándose una manifestación en la Fortaleza Ozama, la cual se proclamó solemnemente «Plaza de la Constitución». Después de las ceremonias llevadas a cabo en esta plaza, se realizó un desfile a lo largo de la calle El Conde hasta el Altar de la Patria. Desfilaron más de ochenta mil personas, entre ellas 111 Darío N. Meléndez las nuevas tropas constitucionalistas que se entrenaban en la Zona. Mientras desfilaban, al ritmo de sus pasos coreaban en voz alta: «¡Fuera yanquis!» y a seguidas en voz moderada «¡Muerte al yanqui!». El desfile terminó sin incidente alguno, pero todo el mundo quedó impresionado por la gran cantidad de personas que asistió. Las discusiones con la OEA parecieron llegar a su fin y un documento llamado «Acto Institucional» que ellos impusieron a cañonazos y morterazos, en lugar de nuestra Constitución de 1963, fue al parecer aprobado por ellos y los representantes del Gobierno Constitucional, al cual no le quedaba otra alternativa. De repente, una tarde apareció un avión que esparcía unos panfletos conteniendo una llamada «Acta de Reconciliación», la cual no era otra cosa que el «Acta Institucional» enmendada en los puntos en que afectaba directamente a los órganos represivos de la reacción y a la llamada Fuerza Interamericana de Paz que cínicamente se mantenía alrededor de nuestra Zona formando el odioso cordón. Pretendían los norteamericanos con sus panfletos, obtener el apoyo popular, considerando que el público ya cansado de la situación, acogería el «Acto de Reconciliación», como fórmula salvadora. Pero el pueblo no hizo el menor asomo de aprobación al famoso acto y el mismo tuvo como única consecuencia que las Fuerzas Constitucionalistas se unificaran más, y como es natural, confiara más en sus dirigentes. Al llamado «Acto de Reconciliación» siguió una fuerte presión de parte de las fuerzas yanquis y el Gobierno se vio obligado a solicitar una nueva reunión del Consejo de Seguridad. Otros acontecimientos Mientras participaba o me mantenía en el sector norte de la ciudad, en otros sectores, especialmente en Ciudad Nueva se llevaban a cabo acciones dignas de mención; muchas de las cuales descuellan por su importancia en la revolución. 112 Paso a la libertad El jueves 30 de abril, los comandos constitucionalistas tomaron la Fortaleza Ozama, bastión que data desde la época de los españoles y del cual se dice que nunca había sido tomado. El ataque se originó aproximadamente a las tres de la tarde con dos tanques y varios grupos de combatientes. Según me informaron después, los policías de choque «cascos blancos» que se alojaban allí, al ser atacados no opusieron mucha resistencia a principios. La puerta de la fortaleza estaba cerrada y por la calle que desemboca en ella, se metió un tanque en el cual iban Lora y García. Manejaba el tanque un tanquista que habían hecho prisionero días antes y que pertenecía al bando contrario. Él se mostraba inseguro y daba muestras de miedo e indecisión, lo que entorpecía la operación del tanque cuyo cañón cuando disparaba a la puerta de la fortaleza erraba el tiro. Siendo esa la parte más vulnerable de la edificación, el acceso a la misma se demoró notablemente, hasta que el otro tanque con su cañón logró abrir una brecha a la pared por uno de los flancos. Al verse expuestos al asalto directo, los policías que hasta entonces no habían hecho gran resistencia, se dispusieron a pelear y echaron mano a todo el armamento que tenían. La lucha se prolongó por un par de horas al cabo de las cuales los constitucionalistas lograron penetrar masivamente y atacar intensamente por todos los flancos. Allí había más de mil policías y una vez que se vieron derrotados algunos se lanzaban al río Ozama aún cuando no sabían nadar. Muchos perecieron ahogados. Otros temerosos de perecer ahogados se escondían en los bultos y fardos de mercancías que había en el muelle, de donde eran luego sacados y ametrallados o hechos prisioneros. Algunos lograron escapar quedándose allí escondidos. Los que no murieron fueron hechos prisioneros y trasladados a la escuela Salomé Ureña y más tarde a las cárceles de la misma Fortaleza Ozama. Por otra parte, las tropas de Imbert ocuparon el Palacio Nacional, el cual, cuando los norteamericanos tendieron su fatídico cordón, quedó dentro del área sur constitucionalista. Los muchachos resolvieron tomar el Palacio y dispusieron el asalto, 113 Darío N. Meléndez pero, antes decidieron participarlo a los norteamericanos que componían el cordón con el fin de que estos, según dijeron, no pensaran que el ataque era contra ellos. Después de poner en conocimiento de los yanquis sus planes, los muchachos les dieron la espalda para dirigirse al Palacio, siendo pocos momentos después cobardemente ametrallados por la espalda por las tropas norteamericanas a las que momentos antes habían puesto al conocimiento sus planes. Esta bellaquería del invasor fue acremente criticada en la reunión que celebró al día siguiente el Consejo de Seguridad, pues en ella perdió la vida el coronel constitucionalista Rafael Fernández Domínguez, quien a la sazón desempeñaba el cargo de ministro de lo Interior del Gobierno Constitucional. Fernández Domínguez había estado en el extranjero, exiliado por el Triunvirato, con uno de esos cargos diplomáticos que los gobiernos títeres saben crear para sacar del país a los nacionalistas que abiertamente les crean problemas. Se comentó que él había sido traído por los norteamericanos desde Puerto Rico en un avión militar para que tratara de convencer a Caamaño de que se parcializara hacia los intereses norteamericanos y que en lugar de hacerlo se unió a los constitucionalistas y se dispuso a luchar a su lado. Al parecer esta actitud patriótica de Fernández, le ganó el odio del invasor que decidió eliminarlo. Cuando los norteamericanos desplazaron las tropas del CEFA de los alrededores del puente Duarte, desataron un fuerte ataque contra la planta eléctrica de Santo Domingo, con la intención aparente de tomarla para controlarla. Allí les ofrecieron resistencia los hombres rana al mando del capitán de navío Montes Arache, quien se distinguió por su valentía durante la lucha. Una noche, el barco Santo Domingo que estaba amarrado en el muelle trató de moverse río arriba, al parecer para atracar en algún punto del río Ozama donde estuviera al resguardo de los tiroteos. Las tropas yanquis tan pronto como vieron venir el barco parece que creyeron se trataba de un buque de guerra y lo cañonearon incendiándolo y hundiéndose poco después. En los encuentros con las tropas yanquis, los muchachos de Ciudad Nueva capturaron más de diez vehículos de la armada 114 Paso a la libertad norteamericana, entre ellos: jeeps, camiones, etc. Estos vehículos eran utilizados por los Comandos Constitucionalistas, sin borrarles las insignias. Uno de los asuntos más espinosos que ocurrieron durante la guerra constitucionalista fue el terror desatado por las tropas policiales del bando de Wessin e Imbert, apoyadas por las fuerzas invasoras. Un sinnúmero de personas fueron cobardemente asesinadas después de haber sido hechas prisioneras. La cantidad de personas de ambos sexos y de todas las edades que fueron criminalmente ultimadas, será muy difícil determinarla, toda vez que la mayoría de desaparecidos se consideran muertos en combate o durante los mismos; pero, la realidad es que una proporción bastante elevada de los muertos y desaparecidos, fueron ultimados una vez hechos prisioneros. Al comienzo de la lucha, un grupo de constitucionalistas, entre los que se encontraban dos periodistas, entre ellos una mujer, fueron hechos presos por militares bajo las órdenes del general Montás Guerrero, depuesto Jefe del Ejército. Los prisioneros fueron conducidos en un jeep a la casa del mencionado general y de allí partieron con ellos hacia una finca denominada Mata Redonda, donde los hicieron bajar del vehículo e inmediatamente ametrallados, después de hacerlos cruzar la alambrada de la finca. Uno de los prisioneros al oír los primeros disparos echó a correr desesperadamente y logró escapar. Más tarde, cuando llegué a Ciudad Nueva, le serví de intérprete en una entrevista que sostuvo con un corresponsal de los periódicos Washington Post y Californian Times. Una comisión de criminólogos enviados por la OEA, después que los crímenes no podían ocultarse más y algunos diplomáticos y periodistas consideraban escandalosa la situación, rindió un informe en el cual exponen unos cuantos casos aislados; pero, en realidad, los crímenes comprobados según el informe, resultan de una magnitud insignificante si se comparan con la realidad. Han sido tantos y tan variados los crímenes perpetrados por los órganos represivos del gobierno de Reconstrucción Nacional auspiciado y mantenido por los norteamericanos, que resulta desde todo punto de vista imposible tratar de describirlos. 115 Darío N. Meléndez Parece que con el fin de contrarrestar el levantamiento popular, los norteamericanos y sus servidores nacionales, quisieron implantar nuevamente el sistema que tenía Trujillo, eliminando físicamente a toda persona culpable o sospechosa que cayera en sus manos. El Cemento Nacional, situado en la avenida Máximo Gómez, fue ocupado militarmente por ellos y no permitían que en él se enterrara a ninguna persona. La razón por la cual no se permitía el acceso al cementerio era que nadie viera los centenares de tumbas improvisadas en el mismo. Allí, según informaciones, se evitaba matar por fusilamiento, a fin de que no se oyeran los disparos, en cambio, se ultimaban las víctimas con armas blancas, garrotes, ahorcamiento y medios similares. Un día fue conducido a mi oficina un muchacho de unos catorce años, escuálido, de complexión y al parecer muy debilitado físicamente. Según él mismo relató a un periodista de la NBC o ABC, la noche anterior fue apresado por tropas del CEFA, mientras se dirigía a su casa y fue conducido en un jeep al Cementerio Nacional, donde le ataron una soga al cuello y lo ahorcaron tirándolo conjuntamente con otros más en una fosa común. Al parecer la operación de ahorcamiento no se realizó totalmente o no se le dio suficiente tiempo a la estrangulación, por lo que la víctima más tarde recuperó el sentido y logró escapar. Mientras era entrevistado por los periodistas, presentaba serias magulladuras en el cuello, por las cuales tuvimos que hospitalizarlo. A diario se presentaban a informarnos de estos y otros crímenes infinidad de personas, a las cuales teníamos que acoger en la zona para protegerlas, pues si llegaba a oídos del grupo genocida, que alguien osara delatarlos, lo perseguían incesantemente hasta ultimarlo también. Por esto, muchos de los crímenes, se mantienen en secreto. Recientemente (hoy es día 25 de agosto de 1965), vino a verme un chofer de carro público para informarme que a una distancia de aproximadamente dos y medio kilómetros del poblado de Villa Mella, tomando la carretera que conduce de allí a Yamasá, entrando a la izquierda una vez rebasado el puesto de la Policía, a unos doscientos metros aproximadamente, se toma la carretera 116 Paso a la libertad que conduce a la hacienda denominada La Rafaelita, donde hay un molino de viento que descarga en un aljibe. Dentro del aljibe, según el informador, hay once cadáveres correspondientes a diez hombres jóvenes y a una mujer que fueron llevados allí en un camión, ametrallados y tirados dentro del aljibe. Hice un informe de esta denuncia al Ministerio de Relaciones Exteriores para que lo refiriera a la comisión de la OEA que para proteger los derechos humanos estaba aquí. Vamos a ver qué resulta, pues según tengo informaciones, la tal comisión, antes de salir a investigar cualquier denuncia, tiene que pedir autorización al gobierno de Reconstrucción Nacional, exponiendo el caso que desea investigar y en qué sitio se encuentra. Si la Junta de Reconstrucción Nacional autoriza la investigación, entonces la OEA puede realizarla. Lector amigo, sea usted el juez. Es inexplicable que personas civilizadas pretendan mantener un estado de cosas como el que aquí se presenta. Es absurdo pensar que estas actuaciones puedan considerarse simples «hechos consumados»; las leyes naturales indican que a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud y de sentido contrario, por consiguiente, estos crímenes han de tener sus consecuencias y los responsables tendrán que purgar sus culpas, no importa si son o no dirigentes de la nación más poderosa del mundo o si simplemente son gendarmes de un gobierno improvisado. Quizás Hitler no pensó que algún día vendría la justicia a pedirle cuentas, tal vez vino un poco tarde, pero vino. Esa justicia que a veces se presenta como una dama y se desenvuelve como una ramera, es una cosa muy seria cuando se abusa de ella. Recuerdo que cuando estuve preso en la celda de la penitenciaría de La Victoria, fue a vernos un domingo el Nuncio del Papa acompañado de varios sacerdotes. Fue al parecer en visita rutinaria a los presos políticos, dado que los miles de prisioneros que allí habíamos constituíamos una fuerza social respetable. Uno de los sacerdotes que acompañaba al Nuncio nos dirigió algunas palabras diciéndonos que no nos preocupásemos por nuestros familiares, pues se les estaba repartiendo comida y que no nos 117 Darío N. Meléndez desesperáramos que en breve se ventilarían nuestros casos, que los no culpables serían puestos en libertad y los culpables serían puestos en manos de la justicia. Me dieron ganas de salirle al frente para preguntarle a cuál justicia se refería, pero me contuve. Uno de los peores males que tenemos en la República Dominicana en la humillante tutela que quiere mantenernos Estados Unidos con sus llamados programas de ayuda. Uno de esos programas llamado Care o Carita, consiste en distribuir gratuitamente entre las personas humildes alimentos importados de los sobrantes norteamericanos. Mediante ese denigrante procedimiento, para cuya ejecución utilizan el clero, están criando ejércitos de vagos e inútiles, los cuales no se preocupan en trabajar para ganarse el sustento, pues lo obtienen gratuitamente de manos de los curas. Este plan hace uno o dos años que se está llevando a cabo en el país y es a mi juicio, la más dañina intervención que nos ocasiona nuestro vecino del norte. Como esta son muchas las ayudas que recibimos. Renuncia de la Junta de Reconstrucción El Gobierno Constitucional que presidía Caamaño y la OEA representada por Bunker, Penha y Clairmond, llegaron al parecer a un acuerdo pero, por lo bajo se notaba que los intereses yanquis continuaban moviendo los hilos del gobierno de Reconstrucción Nacional, el cual estaba formado por Imbert y cuatro personas más: Seller, Grisolía, Benoit y Bernal. Estos, hacían sobrehumano esfuerzos para demostrar que ellos eran el Gobierno Provisional que el país necesitaba hasta que hubieran nuevas elecciones. El gobierno o Junta de Reconstrucción Nacional tenía el apoyo del Pentágono y de los órganos reaccionarios de los Estados Unidos, en cambio, la comisión ad hoc de la OEA que presidía Bunker, recibía instrucciones directas del Departamento de Estado y este a su vez de la Casa Blanca. Esta pugna interna de los principales organismos gubernamentales de los Estados Unidos, se manifestaba claramente en las negociaciones y en las actividades que se llevaban a cabo en Santo Domingo. 118 Paso a la libertad De ahí que, cuando se anunciaba que ya la OEA y el Gobierno Constitucional habían llegado a un acuerdo en sus negociaciones, la noche más tranquila se armaba un tiroteo y se lanzaban contra nuestra zona decenas de granadas de mortero, las cuales casi siempre cegaban la vida a varios ciudadanos indefensos que tranquilamente dormían. Una noche, alrededor de las diez, me dirigía al Palacio cuando fui sorprendido por fuertes explosiones. Apresuré el paso y cuando llegué a la Jefatura de Estado Mayor me informaron que estábamos siendo atacados con morteros de ochenta milímetros disparados desde la zona norte de la ciudad. Dos granadas acababan de hacer impactos en la iglesia de Las Mercedes, hiriendo a un sacerdote y a un monaguillo. Otras granadas habían hecho impactos por otros sitios hiriendo y matando algunas personas, entre ellas a una señora de corta edad. A pesar de las fuertes protestas del Gobierno y de las sucesivas comisiones de la ONU, OEA, etc., además de habérsenos informado que los disparos fueron hechos con un mortero que emplazaron esa noche en el patio del Liceo Secundario Juan Pablo Duarte las tropas del CEFA, no se hizo nada y los ataques esporádicos continuaron. La noche del 29 de agosto de 1965, se desató un tiroteo entre nuestros combatientes y las tropas paraguayas, hondureñas y brasileñas que duró más de media hora y fue de tal intensidad que parecía como si hubiesen iniciado un asalto total. Al parecer las únicas tropas que no dispararon fueron las norteamericanas, a pesar de que los nuestros no dejaron de dispararles algunos fogonazos. Esa noche nos dispararon con todas las armas incluyendo cañones, morteros y bazookas. Recogimos los cascos, espoletas y algunas bazookas que no explotaron. Al día siguiente vino una comisión de la ONU compuesta por el señor Mayobre, representante del secretario general, el coronel Rittey, hindú y un coronel canadiense cuyo nombre no recuerdo. Este último me mostró su boina azul aqua, la cual fue perforada por una bala la noche anterior mientras realizaba su misión de observador en el combate. La comisión tomó nota de la marca de las bazookas y granadas, así como de los impactos y procedencia de los proyectiles. 119 Darío N. Meléndez A pesar del fuerte ataque, nosotros tratamos de controlar nuestros combatientes ordenándoles que no disparasen a menos que el enemigo avanzara. Que trataran de guarecerse de los proyectiles enemigos y que economizaran las municiones, pues no teníamos reabastecimiento y nos podían hacer falta. Esto constituía nuestra principal preocupación. En la Fortaleza Ozama había una buena cantidad de municiones y de armas, las cuales fueron distribuidas inmediatamente después de tomada la fortaleza. Sin embargo, allí habían unos cuarenta o cincuenta cañones de setenta y cinco y ciento cinco milímetros, pero los mismos no tenían municiones. Se comentaba que en tiempos de Trujillo existían en la Fortaleza Ozama unos depósitos secretos de municiones, los cuales solo el tirano y contadísimos ayudantes suyos conocían. Cuando llegué a la zona, conocí a un señor francés de nombre Michel con quien hice amistad. Este señor, persona interesante por su cultura, fue hecho prisionero por los alemanes cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial. Logró escaparse de un campo de concentración y se unió a las tropas de la Resistencia Francesa, donde llegó a coronel. Vino al país durante el gobierno de Bosch, como representante de una compañía financiera franco-holandesa, de la cual es socio. Cuando los yanquis instalaron su cordón, él quedó en la zona y se dedicó a colaborar en todo lo que podía. Me informaron que los norteamericanos que habían avanzado hasta el Alcázar de Colón habían vaciado el agua de un pozo que hay en el Alcázar y habían removido una cubierta o puerta secreta que daba a un túnel o laberinto que comunica el Alcázar, la Fortaleza, la Catedral, la iglesia de Las Mercedes y el Convento de los Dominicos. Michel me dijo que posiblemente el tal túnel constituía el depósito secreto donde Trujillo escondía las municiones y que seguramente en él se encontraban las balas de los cañones que estaban en la Fortaleza. De inmediato nos dispusimos a trabajar; buscamos diez hombres, herramientas y comenzamos a hacer excavaciones en el patio de la Fortaleza donde suponíamos que podía estar la salida del famoso subterráneo. Michel se hizo cargo del trabajo y luchó por espacio de 120 Paso a la libertad dos o tres semanas sin ningún resultado. Todos los días venían los helicópteros norteamericanos a observar y tomar fotografías de los trabajos que allí se realizaban. Una tarde vino Michel a decirme que si volvían los helicópteros a observar los iba a derribar con una ametralladora. Yo le dije que no provocáramos al enemigo, que ya habían observado bastante y que no importaba que observaran, de todos modos íbamos a sacar las municiones si las había. No pudimos dar con nada, ni el túnel famoso ni las municiones. Pero, un día hice establecer un servicio especial para restringir el paso al lugar donde se estaban realizando las excavaciones y de inmediato cundió el rumor de que se había descubierto el depósito y que por tanto no se permitía el paso a nadie. Al asunto se le dio tanta trascendencia que al día siguiente la comisión de la OEA preguntó a Caamaño si él había autorizado emplazar los grandes cañones, lo cual ellos consideraban contraproducente para las negociaciones. Por otra parte, recibimos una oferta del lado enemigo de entregarnos una buena cantidad de balas para los cañones a cambio de algunos miles de pesos. Ya nosotros sabíamos dónde habían municiones y a cargo de cuántos guardias estaba la custodia de las mismas. El plan era asaltar en la madrugada la guarnición y cargar dos o cuatro camiones que luego pasarían a la zona como cargados de mercancías. Cuando propuse el asunto al Jefe de Estado Mayor encontró fantástica la propuesta y el asunto quedó así. De todos modos sacamos los cañones y los emplazamos en algunos sitios. Habían disponibles algunos cartuchos de salvas y para producir efecto psicológico colocamos los cañones como si estuviesen listos para disparar. La noche del 29 de agosto, poco después del combate, vino a la Jefatura el coronel Montes Arache y dijo que por la mañana ya estarían listos algunos de los cañones. Yo le dije que había algunos cartuchos de salva y le mostré uno de muestra que había encima del escritorio. El me dijo: —No. Eso no sirve. Mañana tú lo verás probar con balas de verdad. Voy a disparar unas cuantas hacia el mar, de manera que 121 Darío N. Meléndez se oiga claramente el disparo y luego la explosión cuando hagan impacto, para que el enemigo sepa lo que les espera si continúan molestándonos. Él había obtenido más de seiscientas balas de cañón y se iban sacando los cañones de la Fortaleza y disponiéndolos para la defensa. El día 30 de agosto de de 1965 por la noche me encontraba cenando con Michel, cuando anunciaban por televisión la renuncia masiva del gobierno de Imbert. Imbert y su gabinete se presentaron por televisión y después de un discurso breve en que pretendía justificar su renuncia, firmó Imbert y tras él todo su gabinete. Frente a las cámaras fueron estampando cada uno sus firmas en la hoja de renuncia colectiva. Después, un cubano de nombre Conte Agüero dijo un discurso a manera de panegírico y san se acabó. Al mismo tiempo la radio constitucionalista transmitía un breve discurso de Bosch, el cual comentaba el fin de la Junta, cuya actuación calificaba «Sin pena ni gloria». A continuación la radio de San Isidro amenazaba con atacar a las doce de la noche para acabar con los constitucionalistas de la zona. Toda la noche transcurrió oyéndose las interminables amenazas de la radio de San Isidro, pero el ataque lo esperamos aún. El día 31 de agosto de 1965 por la tarde, vino la OEA a ultimar las negociaciones. Estas se terminaron y alrededor de las siete de la noche se firmó el acta. Caamaño se dirigió al público aglomerado frente al Palacio diciéndole que había que mantenerse vigilante aun cuando ya las negociaciones habían finalizado y se había firmado el acuerdo. Dijo que el gobierno provisional presidido por Héctor García Godoy se juramentaría el viernes 3 de septiembre de 1963. Pidió un esfuerzo unánime para mantener la unidad a fin de obligar a las fuerzas extranjeras a que abandonen el país cuanto antes. En el acta se hizo constar que el gobierno provisional se encargaría de pedir a la X Reunión de Consultas de la OEA, el retiro de las llamadas Fuerzas Interamericanas de Paz. Al día siguiente, 1 de septiembre, se inició la demolición de la Fortaleza Ozama, para convertirla en plaza pública. Gran cantidad 122 Paso a la libertad de combatientes con picos, palas, martillos, etc., comenzaron a derribar muros, columnas y tabiques. Era una labor ardua y de seguro se tomaría algunos días realizarla. El día 3 de septiembre de 1965 por la mañana, renunció Caamaño a la presidencia de la República. La renuncia del Gobierno Constitucional con su gabinete en pleno, se llevó a cabo en la Fortaleza Ozama, ahora Plaza de la Constitución ante una enorme concentración de personas. Esa mañana se reunieron en la plaza y sus alrededores más de doscientas mil personas. Fue una manifestación sin precedentes. A las cuatro de la tarde de ese mismo día, se juramentó en el Palacio Nacional el presidente provisional impuesto por la OEA, doctor Héctor García Godoy. La juramentación se llevó a cabo frente a los embajadores extranjeros que allí estaban, sin que asistiera el Congreso ni ningún miembro representativo del pueblo. A pesar de haberse instalado el nuevo gobierno, los jerarcas militares que dirigían las fuerzas represivas, seguían haciendo fechorías, fusilando prisioneros e impartiendo órdenes arbitrarias a su antojo, declarando además públicamente que ellos no aceptaban el gobierno de García Godoy. Este comenzó a impartir leyes y decretos después de haber formado su gabinete y su primera disposición fue una ley de amnistía para todos los presos y detenidos políticos, pero sin mencionar los exiliados políticos que el régimen anterior había deportado. Reinaba en el ambiente gran expectación. Todo el mundo estaba pendiente de las nuevas medidas que tomaría el Gobierno Provisional para resolver la precaria situación. En nuestros comandos se notaba un gran desorden y abandono, se procedía a desmantelar las defensas, lo cual yo consideraba prematuro. El día 5 de septiembre de 1965 por la tarde, la radio de San Isidro estaba trasmitiendo consignas y declaraciones con las cuales desconocían tácticamente el nuevo gobierno. Se rumoraba que un grupo representativo de la oligarquía se proponía formar en Santiago un gobierno respaldado por las Fuerzas Armadas. Alrededor de media noche el nuevo gobierno dictó un decreto 123 Darío N. Meléndez ordenando el cierre temporal de las emisoras de radio con excepción de Radio Santo Domingo y la Voz de la OEA. Al día siguiente por la mañana la radio de San Isidro continuaba sus trasmisiones como el día anterior, no haciendo caso a la disposición gubernamental. La maniobra saltaba a la vista y el público no tardó en comentarla. Con el fin de justificar la permanencia de las Fuerzas Interamericanas de Paz, los norteamericanos creaban con los remanentes más comprometidos de las fuerzas armadas, un bando antagónico, el cual teniendo en sus manos la fuerza, ponía al nuevo gobierno en situación crítica, la cual solo podría resolver con la ayuda directa de las Fuerzas Interamericanas de Paz, cuya intervención y permanencia en el país se justificaría al hacerse necesarias para proteger el principio de autoridad en que debía descansar el nuevo gobierno. Con esta actitud los intervencionistas pretenden aparecer como salvadores de la crisis que ellos mismos han creado. El despertar dominicano está creando una situación muy embarazosa al sistema interamericano, nombre con el cual los Estados Unidos han querido encubrir el coloniaje a que estamos sometidos los países de América Latina. Hoy día la República Dominicana está sufriendo la más cruel intervención que registra su historia y a menos que los gobernantes de las grandes potencias mundiales no se convenzan de que los pueblos una vez que se sienten libres, aunque sea por poco tiempo, jamás pueden ser subyugados, «este paso al frente» que hemos dado los dominicanos en defensa de nuestros derechos lo volveremos a dar cuantas veces sea necesario. 124 Paso a la libertad Desfile de combatientes en el Malecón, Academia Militar 24 de Abril. Desfile militar en el funeral de Oscar Santana. 125 Darío N. Meléndez Tanque de guerra AMX en poder constitucionalista, se desplaza por la calle El Conde. Desfile de integrantes de comandos constitucionalistas por la calle El Conde. 126 Paso a la libertad Capitán José A. Noboa Garnes, acompañado de Amaury Germán Aristy, Amín Abel Hasbún y otros combatientes. 127 Darío N. Meléndez Integrantes del Comando Haitiano en el funeral del poeta Jacques Viau. Concentración constitucionalista frente a la Puerta de El Conde. 128 Paso a la libertad Teatro Independencia, escenario de actividades del Frente Cultural. 129 Darío N. Meléndez El intelectual Alberto Malagón. 130 Paso a la libertad «Doña Panchita», residente en barriada de Villa Duarte, reclamando la salida de «los yankis». Tanque de guerra AMX en poder constitucionalista frente a la Puerta de El Conde. 131 Darío N. Meléndez Barricadas de soldados norteamericanos en la avenida Duarte. Barricadas en la avenida Duarte. 132 Paso a la libertad Coronel Francisco A. Caamaño Deñó, acompañado del teniente coronel Dante Canela Escaño. 133 Darío N. Meléndez Junto al coronel Caamaño (de pie y de izquierda a derecha): Fico Orsini, coronel Jorge Gerardo Marte Hernández, Osiris, Dante Canela Escaño; en cuclillas: Gabriel, Fernando Pimentel, Vejé, Pedro Germán Ureña, entre otros. 134 Paso a la libertad Mitin en la Fortaleza Ozama el 3 de septiembre de 1965. 135 Darío N. Meléndez Manifestantes exigiendo la salida de las tropas norteamericanas, terminada la guerra. Profesor Juan Bosch y el coronel Caamaño acompañados, de izquierda a derecha, por: Ramón G. Ledesma Pérez, José Francisco Peña Gómez, Américo Lora Camacho, Dante Canela Escaño, José A. Noboa Garnes, Héctor Sucre, Félix Rodríguez, Barón Suero Cedeño y doña Zaida Ginebra de Lovatón. 136 Paso a la libertad Coronel Caamaño acompañado, de izquierda a derecha, de César Caamaño Grullón, Claudio Caamaño Grullón, César Caamaño, Alejandro Deñó Suero, Álvaro Caamaño y Fidencio Vásquez Caamaño. Coronel Caamaño en el mitin del 14 de Junio, acompañado del coronel Jorge Gerardo Marte Hernández, Héctor Aristy, entre otros. 137 Darío N. Meléndez Profesor Juan Bosch acompañado del coronel Caamaño y otros constitucionalistas en el mitin del 25 de septiembre de 1965. 138 CONCLUSIÓN E n el mundo no hay, no ha habido nunca ni habrá jamás dos personas iguales. Físicamente iguales parecen algunos gemelos, sin embargo, si se les compara minuciosamente, se nota en ellos gran diferencia. Mentalmente iguales no existen personas en el mundo, todos pensamos de distinta manera y tenemos un criterio, una personalidad diferente a la de los demás. Por tanto, podemos decir que no existe igualdad entre nosotros y que por esa razón, nunca estaremos conformes y siempre habrán divergencias. Sin embargo, a pesar de ser distintos, somos iguales en una cosa. Una cosa muy simple, al parecer, pero muy fundamental en la convivencia humana: A todos nos gusta que nos traten con justicia Todos queremos que se nos considere, que se nos trate humanamente y todos nos consideramos merecedores de bienestar, conforme a nuestra capacidad y a nuestras necesidades. En esto somos todos iguales. Para lograr esa igualdad se han creado las leyes. Para eso es la constitución de un país. Para eso son las normas de vida, las buenas costumbres, para eso se establecen los deberes y los derechos. 141 Darío N. Meléndez La lucha que se inició el 24 de abril de 1965 es una lucha santa, es una lucha digna, es por el respeto a la Constitución de la República, por el respeto a la ley, por el deber y el derecho de cada dominicano. Quien luche en contra de estos sagrados principios está perdido, no importa que sea fuerte y poderoso, contra la verdad nadie puede. Todos los dominicanos tenemos que conocer bien nuestros derechos y deberes para evitar que la ignorancia nos esclavice y los malvados se aprovechen de ella para mantenernos en la miseria. Todos nuestros derechos y deberes están contenidos en la CONSTITUCIÓN y en las leyes. En ningún hogar, taller u oficina deberá faltar estas normas fundamentales de la vida dominicana. Una copia de la Constitución puede obtenerse por muy poco dinero en cualquier librería, las leyes son publicadas en la Gaceta Oficial, que se vende por unos centavos para que todos podamos obtenerlas. No nos dejemos engañar. Conozcamos nuestros derechos y deberes No nos fiemos de los vivos, de los astutos, de los que hacen de la «mala fe» su herramienta de trabajo. Debemos evitar una nueva guerra que sería peor y más sangrienta que esta. Más devastadora y más cruel y al final, con toda la destrucción, con todo el dolor y toda la sangre derramada, seguiremos convencidos de que contra la verdad, contra la razón, contra el deber, contra el derecho, contra la Constitución y contra las leyes del país nadie puede luchar. Unámonos, constituyámonos eternos guardianes de nuestra Constitución y de nuestras leyes, trabajemos incansablemente para establecer: 142 Paso a la libertad L IBERTAD POLÍTICA sin influencias extrañas, sin oportunistas, sin demagogos, sin el dominio de los poderosos. I NDEPENDENCIA ECONÓMICA sin «ayudas» extranjeras, con «préstamos comerciales», con libre competencia de mercados, con libre comercio, con bancos criollos, con libre cambio de nuestra moneda. BIENESTAR SOCIAL con iniciativa privada, sin explotación humana, con bienes, salarios y beneficios justos. R ESPETO MUTUO con dignidad, sin sumisión, unánime acatamiento de las leyes, servicios públicos eficientes, protección a la propiedad, derecho a portar armas. E QUIDAD Y JUSTICIA con jurados imparciales, aplicación de los derechos y deberes del hombre, respeto a la dignidad humana. S OBERANÍA NACIONAL sin tutelaje, relaciones con todos los países, sin ingerencias extrañas, sin depender de nadie. Aunque digan lo contrario, podemos ser LIBRES si somos fuertes, y podemos ser fuertes si nos unimos y si nos organizamos en un solo ideal. La Constitución Estudiémosla, comprendámosla, apliquémosla y exijamos que todos los dominicanos la respetemos, convirtámosla en nuestro credo político, en nuestra norma de vida. Si conocemos y aplicamos nuestra Constitución, no habrá más guerra, habrá bienestar para todos los dominicanos y los buenos extranjeros que nos visiten. 143 Referencias García Capitán Manuel A. García Germán. Lachapelle Coronel Héctor A. Lachapelle D. Lora Coronel Juan M. Lora Fernández. Caamaño Coronel Francisco A. Caamaño D. Montes Arache Coronel Manuel R. Montes Arache. Angélica Angélica Mercedes Vda. Melenciano Durán Coronel Manuel R. Durán G. Hernando Coronel Ángel M. Hernando R. Nene Coronel Luis C. Tejada G. 145 Esta segunda edición de Paso a la libertad, de Darío N. Meléndez, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, S.R.L., en junio de 2015, Santo Domingo, R. D., con una tirada de 1000 ejemplares.