modos de producción y uso del conocimiento científico. Ciencia

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FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES
-Sede académica Argentina-
PROGRAMA DE DOCTORADO EN CIENCIAS SOCIALES
En cotutela con:
UNIVERSITE SORBONNE – PARIS IV
-École Doctorale V: “Concepts et Langages”-
DOCTORAT EN SCIENCES SOCIALES
Título de la Tesis:
Agricultura transgénica: modos de producción y uso del conocimiento
científico. Ciencia, Estado e Industria en los cultivos transgénicos en la
Argentina.
Autor: Mg. Pablo Ariel Pellegrini
Director: Dr. Pablo Kreimer
2011
Resumen
Los cultivos transgénicos constituyen uno de los desarrollos científico-tecnológicos con
mayor repercusión en la actualidad. En la Argentina, su uso en la agricultura desde 1996
es masivo, y hay numerosas empresas y centros públicos de investigación desarrollando
o utilizando cultivos transgénicos. También hay organismos encargados de su
regulación y controversias respecto a su uso. Los transgénicos movilizan distinto tipo de
actitudes y posiciones, pues suponen un cruce entre el conocimiento científico y un
espacio tradicional como la agricultura.
Esta tesis busca dilucidar los modos en que la producción y utilización del
conocimiento científico en transgénesis vegetal en la Argentina se vinculan con el
desarrollo que opera a nivel internacional en dicha área. Para ello, se realiza un trabajo
empírico que busca explicar cómo se fue desarrollando la producción y utilización de
conocimientos científicos vinculados a la biotecnología vegetal. Indagando a los
distintos sectores involucrados (empresas privadas, centros públicos de investigación,
organismos estatales de regulación, ONGs, productores agropecuarios) y a partir de
fuentes documentales se propone reconstruir el escenario actual de la agricultura
transgénica en el país, mediante un análisis inscripto en la sociología de la ciencia. En
algunos aspectos, sobre todo en lo que se relaciona con la controversia pública sobre los
transgénicos, se llevan a cabo comparaciones con la situación en otros países, en
particular con Brasil y Francia.
En líneas generales, la tesis apunta a describir los procesos singulares que adoptó
la transgénesis vegetal en la Argentina, pero dando cuenta, a la vez, de fenómenos
sociales más amplios en los que dicho desarrollo científico-tecnológico está
involucrado.
2
Abstract
Transgenic crops are one of the scientific-technological developments with the greatest
impact in the present. In Argentina, its use in agriculture is massive since 1996, and
there are numerous enterprises and public research centres developing or using
transgenic crops. There are also organizations in charge of its regulation, and
controversies about its use. Transgenic crops mobilize different sort of attitudes and
stands, as they imply a cross between scientific knowledge and a traditional space as
agriculture.
This thesis seeks to elucidate the ways in which scientific knowledge production
and utilisation in vegetal transgenesis in Argentina, relates with the developing at the
international level in the area. For that purpose, an empirical work it’s realize searching
to explain how it was developed the scientific knowledge production and utilisation
related with vegetal biotechnology. A reconstruction of the actual scenario of transgenic
agriculture in the country is proposed, through an analysis from the sociology of
science, inquiring the different sectors involved (private enterprises, public research
centres, state regulatory organisms, NGOs, farmers) and through documentary sources.
In some aspects, mainly in what is related to the public controversies about transgenic
crops, comparisons with the situation in other countries are carried on, in particular with
Brazil and France.
Overall, the thesis aims to describe the singular process that vegetal transgenesis
adopted in Argentina, but considering, at the same time, broader social phenomena in
which this scientific-technological development is involved.
3
Résumé
Les
cultures
transgéniques
constituent l’un
des
développements
scientifico-
technologiques de plus grand impact dans l’actualité. En Argentine, leur utilisation dans
l’agriculture depuis 1996 est massive, et il y a plusieurs entreprises et centres publics de
recherche qui développent ou utilisent des cultures transgéniques. Il y a aussi des
organismes chargés de leur régulation et des controverses vis-à-vis de leur utilisation.
Les transgéniques mobilisent différentes attitudes et positions puisqu’ils supposent un
croisement entre les savoirs scientifiques et un espace traditionnel comme l’agriculture.
Cette thèse cherche à élucider les modes dans lesquels la production et
l’utilisation du savoir scientifique en transgénèse végétale en Argentine sont liés au
développement qui opère à échelle internationale dans ce domaine. Pour cela, on réalise
un travail empirique qui cherche à expliquer comment la production et l’utilisation de
savoirs scientifiques liés à la biotechnologie végétale se sont développées. En fouinant
les différents secteurs impliqués (entreprises privées, centres publics de recherche,
organismes de régulation de l’Etat, ONGs, producteurs agricoles) et à partir de sources
documentaires, elle se propose de reconstruire la scène actuelle de la agriculture
transgénique dans le pays, à travers une analyse qui s’inscrit dans la sociologie de la
science. Dans quelques aspects, surtout en ce qui est lié à la controverse publique sur les
transgéniques, on établit des comparaisons avec la situation dans d’autres pays,
particulièrement au Brésil et en France.
En termes généraux, la thèse vise à décrire les procès singuliers que la
transgénèse végétale a adoptés en Argentine, mais en montrant à la fois de larges
phénomènes sociaux dans lesquels s’insère ce développement scientifico-technologique.
4
Agradecimientos
Lo que he aprendido y crecido durante esta tesis, se debe a la colaboración y el apoyo de
muchas personas e instituciones, con quienes tengo una deuda que rebalsa los márgenes
de estos agradecimientos. Algunos nombres, sin embargo, han incidido tanto que no
quiero dejar de mencionarlos.
En primer lugar, agradezco a Pablo Kreimer por haberme recibido hace ya varios
años, cuando me acerqué con más ganas que conocimientos al campo de los estudios
sociales de la ciencia y la tecnología, y desde entonces, por alguna razón, me ayudó a
encontrar las herramientas para defenderme en este campo. También a Terry Shinn,
quien al poco tiempo de conocerme empezó a confiar en mí, y a darme fuerzas y
desplegar oportunidades para que pueda desarrollarme.
Aportes indudables y cotidianos recibí del grupo de estudios sociohistóricos de
la ciencia de la Universidad Nacional de Quilmes: Juan Pablo Zabala, Lucía Romero,
Luciano Levin, Gabriel Matharan, Victoria Ugartemenía, Adriana Feld, Marina Rieznik,
José Buschini, Federico Briozzo, Paula Bilder, Manuel González y Bárbara Tagliaferro.
En las discusiones e intercambios que compartí con ellos se fue forjando un análisis
crítico mordaz que, para bien o para mal, ya forma parte de mí. También agradezco a
Leonardo Vaccarezza y a Hernán Thomas, por brindarme una cálida colaboración cada
vez que lo necesité. Con los compañeros del Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la
Tecnología he compartido charlas que también me han servido mucho: a Mariano
Fressoli, Guillermo Santos, Facundo Picabea, Mariana di Bello, Santiago Garrido, Ariel
Vercelli y Alberto Lalouf, mi agradecimiento por ello.
Mis padres, estando cerca o lejos, me han dado un apoyo magnífico sin el cual
hubiera sido difícil llevar a cabo esta aventura. Aún más: me han llenado con deseo y
palabras que estuvieron en mí desde mucho antes de esta tesis, y que seguirán estando
después.
Sobre todo, agradezco a Flavia por haberme abrigado con su amor. Por haberme
acompañado a través de océanos y tierras lejanas, cuando yo era poco más que un
advenedizo cazador persiguiendo por doquier una fiera misteriosa que, de a poco, iba
tomando la forma de una tesis. Incluso en los extraños momentos que se presentan en la
vida de un tesista, cuando la realidad parece ser algo de dudosa existencia que persiste
más allá de la Tesis, ella estuvo ahí para acercarme su incondicional cariño.
A todos ellos, todas las gracias.
5
ÍNDICE
Presentación……………………………………………………………………..
De qué hablamos cuando hablamos de biotecnología………………..............
Abordaje metodológico…………………………………………....................
Naturaleza de esta investigación y estrategias de recolección de datos….
Estructura de la tesis…………………………………………….....................
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Introducción: Biotecnología y sociedad………………………………..………
Esencialismos………………………………………………………………...
La naturaleza como problema……………………………………………
Distopías intelectuales……………………………………………………
La sociedad del riesgo…………………………………………………...
La biotecnología desde perspectivas esencialistas………………………
Perspectivas divergentes…………………………………………………….
Ciencia, tecnología y sociedad……………………………………………...
Determinaciones y contingencias………………………………………..
Ciencia e intereses………………………………………….....................
Sobre el estudio de las relaciones sociales en la biotecnología……………...
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PARTE I: La construcción de los transgénicos
1. Orígenes de la transgénesis vegetal………………………………....................
1.1. Mejoramiento vegetal……………………………………………………….
1.2. La información genética…………………………………………………….
1.2.1. Genes……………………………………………………...................
1.3. La búsqueda de conocimiento y de utilidad…………………......................
1.3.1. Los inicios del ADN recombinante…………………………………..
1.4. Atravesando el muro vegetal……………………………………………….
1.4.1. Hacia la primera planta transgénica………………………………..
1.5. La biotecnología o el vellocino de oro……………………………………..
1.6. El silencio interior de las plantas…………………………………………...
1.6.1. Reinterpretando la transgénesis……………………………………..
1.6.2. Herramientas conceptuales: genes y epigenética……………………
1.7. Intereses entre las plantas: industria y nichos del conocimiento……….......
1.8. Después de la primera planta transgénica………………………………….
2. Búsquedas y posibilidades en los orígenes de un campo de conocimiento.
Primeros pasos de la biotecnología vegetal en la Argentina (1986-1991)…..
2.1. Los comienzos: reinventando trayectorias……………………...................
2.2. Contexto político e institucional…………………………………………..
2.2.1. La “generación de los ‘70”…………………………………………
2.2.2. Políticas de promoción de la biotecnología…………………………
2.2.3. Los espacios de la biología molecular y la investigación
agropecuaria…………………………………………………………..
2.3. La papa, un cultivo popular en el laboratorio………………………………
2.3.1. Del problema social al laboratorio…………………………………
2.3.2. Definiendo las líneas de investigación……………………………..
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2.3.3. Aspectos concretos del trabajo de laboratorio………………………
2.4. Las primeras plantas transgénicas de Sudamérica………………………....
2.4.1. Recursos y redes…………………………………………………….
2.4.2. Dominar a los virus…………………………………………………
2.4.3. Aprender a transformar…………………………………………….
2.5. División del trabajo científico dentro del laboratorio……………………..
2.6. La función del modelo: estandarización del trabajo científico……………
2.7. Entre la voluntad de poder y las determinaciones materiales……………..
3. Estabilización y adaptación en un campo de conocimiento. Segunda etapa
de la biotecnología vegetal en la Argentina (1991-2010)……...…………….
3.1. Nuevos contextos para la biotecnología…………………...........................
3.1.1. Espacios para la investigación……………………………………..
3.2. Las semillas y los genes: conflictos y equilibrios entre la agronomía
y la genética………………………………………………………………..
3.3. Proyectos con cultivos transgénicos……………………………………….
3.3.1. Con los virus de la papa……………………………………………
3.3.2. ¿Qué fue de la papa?.........................................................................
3.3.3. Cambiando de cultivos……………………………………………...
3.3.3.1. Soja transgénica……………………………………………….
3.3.3.2. Maíz resistente al Mal de Río Cuarto………………………….
3.3.3.3. Transgénesis y herbicidas………………………………………
3.4. En los márgenes de la transgénesis………………………………………..
3.4.1. Marcadores moleculares……………………………………………
3.4.2. La planta como fábrica de proteínas………………………………..
3.5. Explotando un beneficio de la desconfianza a los transgénicos……………
3.6. La transgénesis como espacio de producción de conocimiento original…..
3.7. Otros grupos de investigación en biotecnología vegetal…………………..
3.7.1. El Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos……………….
3.7.2. En la Universidad Nacional del Litoral…………………………….
3.8. Menor libertad en un campo estabilizado………………………………….
3.8.1. Privatización del conocimiento público…………………………….
3.9. ¿Regímenes de conocimiento?.....................................................................
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PARTE II: La mercantilización de los transgénicos
4. El capital y la biotecnología vegetal. Trayectorias y estrategias de
innovación en la Argentina…………………………………………………...
4.1. Situación internacional de las empresas de biotecnología vegetal………...
4.2. Empresas multinacionales…………………………………………………
4.2.1. Estrategias de innovación en Monsanto……………………………
4.3. Un caso particular: una empresa multiplicadora de semillas referente
de la biotecnología local…………………………………………………..
4.3.1. Estrategias de innovación en Nidera………………………………
4.4. El capital nacional en transgénesis vegetal……………………………….
4.4.1. Bio Sidus y su acercamiento a la transgénesis vegetal…………….
4.4.2. Bioceres: los productores agropecuarios y la transgénesis…..……
4.4.3. Estrategias de innovación en Bioceres…………………………….
4.5. Un caso europeo…………………………………………………………..
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4.5.1. Estrategias de innovación en Biogemma…………………………...
4.5.2. Mudanza de los centros de I+D…………………………………….
4.6. Los científicos y los cultivos: elecciones cognitivas y comerciales……….
4.7. Algunas consideraciones sobre la biotecnología y el capital……………...
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5. La construcción de un orden. Las regulaciones sobre los transgénicos…...
5.1. La primera (auto)regulación de la biotecnología…………………………..
5.2. Biotecnología y patentes…………………………………………………..
5.3. Propiedad intelectual sobre las semillas……………………………………
5.3.1. Legislación sobre variedades vegetales en la Argentina……………
5.4. El marco regulatorio de la agrobiotecnología en la Argentina…………….
5.4.1. El entramado de relaciones de actores en la regulación……………
5.4.2. Cómo se efectúa la regulación………………………………………
5.5. Intervenciones de la CONABIA…………………………………………...
5.6. Los costos del sistema regulatorio………………………………………….
5.7. Conflictos y regulaciones…………………………………………………..
5.7.1. El Protocolo de Cartagena………………………………………….
5.8. La relación entre las controversias y las formas de regulación…………….
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PARTE III: Las controversias sobre los transgénicos
6. De las controversias científicas al problema público………………………..
6.1. Discusiones sobre la clausura de una controversia………………………...
6.2. Discusiones sobre la percepción pública de la ciencia…………………….
6.2.1. Modelo de déficit cognitivo…………………………………………
6.2.2. Modelos constructivistas…………………………………………….
6.3. Dentro de las controversias científicas…………………………………….
6.3.1. El affair Pusztai……………………………………………………..
6.3.2. El promotor CaMV35S……………………………………………..
6.3.3. La mariposa Monarca………………………………………………
6.3.4. El maíz mexicano……………………………………………………
6.4. Algunos puntos en común…………………………………………………
6.5. Después de la clausura……………………………………………………..
6.6. Legitimidad e intereses en la construcción del problema público………….
6.7. En la construcción del problema público de los transgénicos……………..
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7. Controversias sobre los transgénicos…………………………………………
7.1. Los cultivos transgénicos en Brasil………………………………………...
7.1.1. El rechazo a los transgénicos……………………………………….
7.1.2. Un actor central: el Movimiento Sin Tierra………………………..
7.1.3. Agroecología………………………………………………………..
7.1.4. Condicionamientos en la realidad del MST………………………...
7.1.5. Una historia de conflictos con la modernización tecnológica……...
7.1.6. Lucha entre el campesino y la máquina……………………………..
7.2. Los cultivos transgénicos en Francia………………………………………
7.2.1. Los agricultores frente a los transgénicos…………………………..
7.2.2. Las empresas de biotecnología en Francia…………………………
7.2.3. Los científicos frente a los riesgos en Francia……………………..
7.2.4. La metáfora del vino………………………………………………..
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7.2.5. Algunas consideraciones sobre la controversia en Francia……….. 353
7.3. Controversia en la Argentina……………………………………………… 354
7.4. Comparando la estructura agrícola en Francia, Brasil y Argentina……….. 358
Conclusiones…………………………………………………………………... 363
El recorrido de esta tesis…………………………………………………… 363
Aportes conceptuales………………………………………………………. 371
Nuevas preguntas…………………………………………………………... 374
Entrevistas……………………………………………………………………..
376
Fuentes documentales…………………………………………………………
379
Bibliografía…………………………………………………………………….
399
Anexos…………………………………………………………………………. 419
Anexo I. Comparación entre INTA, INGEBI, Nidera y Syngenta………… 420
Anexo II. Mapa de los principales actores en biotecnología vegetal
en la Argentina. Sus relaciones institucionales (2010)…………….. 421
Anexo III. Solicitudes de experimentos ante la CONABIA……………….. 422
9
ÍNDICE DE GRÁFICOS Y CUADROS
Gráfico 1. Evolución de la superficie cultivada con OGMs en la Argentina….
Cuadro 1. Publicaciones realizadas durante el período 1986-1991……………
Cuadro 2. Comparación entre las dos etapas de investigación en biotecnología
vegetal en la Argentina..………………………………………….……….........
Cuadro 3. Esquema general comparativo entre el campo inicial y el campo
estabilizado.…………………………………………………………………….
Cuadro 4. Usos de los OGMs según tipo de empresa.………………………...
Cuadro 5. Primera conformación de la CONABIA (1991)…………………...
Cuadro 6. Conformación de la CONABIA desde 2008………………………
Cuadro 7. Eventos con evaluación favorable de la CONABIA y con permiso
de comercialización.……………………………………………………………
Cuadro 8. Características generales del funcionamiento de EFSA, CTNBio y
CONABIA.……………………………………………………………………
Cuadro 9. Relación entre la estructura agrícola y la controversia sobre los
transgénicos……………………………………………………………………
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ÍNDICE DE ILUSTRACIONES
Figura 1. Portada de la revista Cell de abril de 1983.…………………………
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Figura 2. Esquema con algunas de las vías de silenciamiento génico
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dentro de la célula vegetal…..……………………………..…...........................
Figura 3. Ganancias de Monsanto según área de productos………………….. 229
10
Agricultura transgénica: modos de producción y uso del conocimiento
científico. Ciencia, Estado e Industria en los cultivos transgénicos en la
Argentina.
11
La tecnología nos descubre la actitud del hombre ante la
naturaleza, el proceso directo de producción de su vida, y, por
tanto, de las condiciones de su vida social y de las ideas y
representaciones espirituales que de ellas se derivan.
Karl Marx
12
Presentación
Esta tesis está habitada por múltiples intersecciones. Entre el conocimiento científico y
el desarrollo industrial; entre la naturaleza y la cultura; entre empresas y movimientos
sociales; entre laboratorios y campos de cultivo. Dimensiones en apariencia disímiles
encuentran aquí un espacio de articulación. La biotecnología es un ámbito
particularmente fértil para estudiar los cruces entre aspectos cognitivos, económicos,
políticos y sociales. Se trata, además, de cruces problemáticos: en las plantas
genéticamente modificadas se pone en cuestión aquello que es deseable, lo que se
considera saludable, e incluso lo que es posible. En efecto, qué se puede hacer con los
cultivos es una pregunta que se expande a partir de la transgénesis, y al hacerlo,
despierta deseos, conflictos e intereses de todo tipo. El desarrollo de la transgénesis
vegetal lleva a una doble reconfiguración: la de las prácticas asociadas a la agricultura y
la innovación vegetal, y también la de un conjunto de representaciones sobre los modos
de producción y de intervención en la naturaleza. En los cultivos transgénicos se
agudiza la tensión entre la dimensión económica y simbólica de la producción agrícola,
entre la modernización y la tradición, entre las identidades territoriales y la
globalización de los intercambios (Joly y Paradeise, 2003).
Hablar de una agricultura transgénica permite poner en evidencia la fusión entre
mundos que parecían seguir caminos alejados: el espacio de la ciencia moderna por
excelencia, el laboratorio, se ha mezclado con el refugio de lo tradicional y lo bucólico,
con el campo. ¿Cómo se han originado estos cruces? ¿En qué medida se producen
colaboraciones y conflictos entre estos espacios? ¿Cómo se ha desarrollado el
conocimiento científico y cómo han intervenido los investigadores en la producción de
cultivos transgénicos? ¿Qué rol han jugado las empresas biotecnológicas, químicas y
semilleras? ¿Cómo se ha involucrado el Estado, y qué posición han tomado diversos
movimientos sociales? Cuestiones simbólicas y materiales, aspectos técnicos,
trayectorias individuales y colectivas, son algunas de las dimensiones que se irán
desplegando en las páginas de esta tesis.
La Argentina constituye un lugar particularmente interesante para el análisis de
estas cuestiones. Fue uno de los primeros países en el mundo en adoptar los cultivos
transgénicos, en 1996, y se ubica desde entonces entre los países que mayor cantidad de
hectáreas le dedica a esta agricultura. Ha sido pionero en materia de regulación en
13
bioseguridad sobre biotecnología agropecuaria. Además, tiene científicos e instituciones
públicas de investigación que han desarrollado plantas transgénicas, poco tiempo
después de que se hubiera obtenido la primera a nivel mundial, en 1983. Hay también
diversas empresas que participan en el entramado de la biotecnología vegetal a nivel
local. En fin, hay una cantidad de actores y acontecimientos que ubican a la Argentina
como un lugar de intensa actividad en lo que se refiere a los cultivos transgénicos. En
cambio, hay un aspecto que no ha aparecido aquí como sí ha ocurrido en otros países:
no ha habido una controversia sobre el uso de los transgénicos que haya tomado la
magnitud que tomó en otros sitios. Por eso, y con el objeto de contrastar con otros
escenarios y destacar, de este modo, las condiciones particulares en las que se desarrolla
la agricultura transgénica, habré de comparar la situación que al respecto atravesaron
Brasil y Francia.
Sin embargo, los cultivos genéticamente modificados exceden el contexto local:
se emplean en diversas regiones del mundo, y el comercio de semillas transgénicas
opera, básicamente, a nivel mundial. En ese sentido, cabe destacar que, aunque no son
pocos en cantidad absoluta, es muy reducido el perfil de los cultivos transgénicos que
circulan en el mercado global, en cuanto al tipo de plantas transgénicas: soja, maíz y
algodón resistentes a herbicidas o a insectos. Allí se concentra prácticamente la
totalidad de cultivos transgénicos que circulan en el mundo. La Argentina, a pesar de la
diversidad de actores vinculados a la biotecnología vegetal y de sus vastas trayectorias,
no presenta un perfil distinto. O más bien: no produce comercialmente semillas
transgénicas distintas a las que se usan internacionalmente.
En términos generales, esta tesis plantea indagar los modos en que la producción
y utilización del conocimiento científico en transgénesis vegetal en la Argentina se
vinculan con el desarrollo que opera a nivel internacional en dicha área.
Los interrogantes que abro al inicio de esta tesis apuntan a dilucidar qué tipo de
conocimiento es el que se inscribe en la transgénesis vegetal, qué tipo de actores
producen los cultivos transgénicos, cuáles son las diferencias y los vínculos en la
investigación y la innovación entre el sector privado y el público, dónde se realiza cada
etapa del desarrollo, qué tipo de relación se establece entre las casas matrices de las
empresas de biotecnología y sus filiales en Argentina, cómo se regulan los cultivos
transgénicos, qué tipo de riesgos y qué tipo de beneficios se asocian a los cultivos
transgénicos.
14
El trasfondo de la pregunta respecto a las razones por las que la biotecnología
vegetal en la Argentina tiende a reproducir el desarrollo que presenta a nivel
internacional, puede generalizarse a una preocupación por la dinámica de la ciencia y la
tecnología en términos más amplios. En ese sentido, si en la Argentina se comercializa
el mismo tipo de semillas transgénicas que en los países centrales, comprender por qué
ocurre esto genera preguntas tan vigentes como acuciantes. ¿Quiénes se benefician y
quiénes se perjudican con esa dinámica? ¿Qué posibilidades hay para desarrollar una
ciencia y una tecnología orientada a las necesidades locales? Aún cuando se centra en
los cultivos transgénicos, y en particular en las razones que llevaron a que éstos se
hayan desarrollado en la Argentina de un modo similar al que se desarrollaron a nivel
global, esta tesis espera contribuir también a esas preguntas generales.
De qué hablamos cuando hablamos de biotecnología vegetal
La biotecnología puede remitir a un escenario donde los científicos utilizan técnicas de
ingeniería genética para manipular con precisión los genes de diversos organismos. Pero
en su origen, etimológicamente, al menos, la biotecnología emerge de un modo más
nebuloso, mucho más cercano a la alquimia que a la ciencia.
Transcurría la Primera Guerra Mundial y Europa se hundía en la muerte y la
desolación. En Hungría, Karl Ereky se dedicaba a la cría de cerdos, pero también era un
ingeniero inclinado a generar emprendimientos en la agricultura y la alimentación (Fári
y Kralovánszky, 2006). Ereky dispuso un modo intensivo de criar cerdos, para lo cual
utilizó nada menos que 50.000 animales a los que alimentó sistemáticamente con
remolacha (Bud, 1991). En 1917 publicó un artículo en el que dio a conocer su forma de
producción, para la cual acuñó un nuevo término: biotecnología. Ereky quería dar
cuenta de que la tecnología aplicada a los seres vivos podía dar resultados
sorprendentes. Su concepción del término tenía un matiz claramente mágico: con las
remolachas se podía convertir a los cerdos en carne. En 1919 publicó un libro que tuvo
considerable repercusión, y donde sostenía que con la biotecnología se podrían
transformar los modos tradicionales de producción agropecuaria. Añadía que los
conocimientos de bioquímica y fisiología, que mostraban que los ácidos nucleicos eran
comunes tanto a animales como a plantas, podían ser muy útiles a tales efectos.
Paralelamente, a comienzos del siglo XX, comenzaron a surgir términos
similares. En Dinamarca, por ejemplo, comenzó a designarse como “química
15
biotécnica” a la articulación entre los conocimientos de nutrición y fisiología de la
fermentación con la industria de la alimentación (Bud, 1991).
Se trata de términos nuevos que intentaban reflejar la importancia que podía
tener el uso de los conocimientos científicos y técnicos aplicados sobre los seres vivos
para industrializar y transformar la producción agropecuaria. Habrían de pasar varias
décadas para que la palabra “biotecnología” cobrara un nuevo impulso, manteniendo
algunas de sus características generales, pero en un contexto muy distinto donde nuevos
sentidos se asociarían al término.
Con el desarrollo de la biología molecular, que a su vez se nutrió de la génetica, la
microbiología y la bioquímica, la modificación de las características de los seres vivos
se abrió a nuevas perspectivas. Definida ya en estos nuevos contextos, la biotecnología
se basa en la manipulación de la información genética para obtener nuevos productos
que se vuelcan al mercado. El vínculo entre la biología molecular y la ingeniería
genética y los impactos económicos y sociales de las mismas es central a esta noción de
biotecnología. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico,
la biotecnología es “la aplicación de los principios de la ciencia y la ingeniería al
tratamiento de materias por agentes biológicos en la producción de bienes y servicios”
(OCDE, 1982).
Una definición similar, que le otorga a la biotecnología un espectro muy amplio,
la concibe como el uso de organismos o partes de los mismos para obtener o modificar
productos, mejorar plantas y animales, o desarrollar microorganismos para usos
específicos (OTA, 1984). Aunque esto permite englobar bajo el rótulo de
“biotecnología” a un conjunto de procesos productivos muy diversos –donde se incluye
hasta la antiquísima producción de cerveza– se entiende que la biotecnología moderna
se basa fundamentalmente en el uso de la ingeniería genética, y también en la
microbiología y la bioquímica. De este modo, la biotecnología moderna debe sus inicios
a los desarrollos en la biología molecular del ADN de la segunda mitad del siglo XX. El
estudio de los genomas (la totalidad de la información genética de una célula u
organismo) y en particular de los genes (mínimas unidades de ADN donde se encuentra
la información que codifica, por lo general, para una proteína), se vio claramente
facilitado cuando Watson y Crick describieron, en 1953, la estructura de doble hélice
del ADN. El momento decisivo, sin embargo, se dio entre 1972 y 1974, cuando en una
serie de experimentos –desarrollados fundamentalmente en la Universidad de Stanford y
16
en la Universidad de California, ambas en Estados Unidos– se logró cortar un
fragmento de ADN de una especie e integrarlo en la secuencia genética de otra.
Naturalmente, dentro de una misma especie, los genes se intercambian
continuamente, a través de la reproducción sexual. Pero la aparente imposibilidad de
intercambiar genes entre especies es lo que se consideraba una barrera evolutiva y en
eso, básicamente, se basan las clasificaciones que separan a una especie de otra. Los
experimentos de los años ’70 trastocaron estas nociones, generando un nuevo concepto:
el ADN recombinante (nombre que designa a una secuencia genética que contiene a un
gen propio de otra especie). Al desarrollar un organismo que contiene ADN
recombinante, lo que se obtiene es un organismo transgénico, que es, en definitiva, un
organismo genéticamente modificado.1
El ADN recombinante pronto evidenció una gran potencialidad económica. El
campo de la salud es donde primero se reflejaron estos vínculos, obteniéndose en 1978
el primer producto biotecnológico que se comercializó: la insulina humana
recombinante. La biotecnología vegetal habría de emerger un tiempo después.
En 1992, China se convirtió en el primer país en comercializar semillas
transgénicas (James, 1997). La República Popular de China había desarrollado una
planta de tabaco resistente a virus, y comenzó a utilizarla en sus campos. Sin embargo,
al cabo de unos años, China prohibió a sus agricultores que utilicen plantas de tabaco
transgénicas en su producción. Al parecer, compañías tabacaleras transnacionales
presionaron a China para que así lo hiciera (Huang et al., 2002a; 2002b).
Probablemente, el aumento en la productividad del tabaco transgénico chino
perjudicaba
los
intereses
de
las
compañías
tabacaleras
transnacionales.
Lamentablemente, es demasiado poco lo que se sabe sobre la experiencia de este primer
cultivo transgénico en China, a punto tal que es frecuente escuchar decir, erróneamente,
que los transgénicos comenzaron a comercializarse en Estados Unidos.
Fue un tiempo después, en 1994, cuando la compañía biotecnológica Calgene
obtuvo el permiso para comercializar en Estados Unidos su tomate Flavr SavrTM (James,
1997). No se trató de una planta transgénica, pues no tenía incorporado ningún gen de
1
En rigor, no son sinónimos. Todo organismo genéticamente modificado, como su nombre da a entender,
contiene una manipulación genética. Si ésta consiste en la introducción de un gen de otra especie,
entonces es, también, un organismo transgénico. Pero pueden realizarse otro tipo de manipulaciones
genéticas que no impliquen la introducción de transgenes. A lo largo de esta tesis hablaré indistintamente
de plantas transgénicas o genéticamente modificadas, pero el lector está avisado de que me referiré
siempre a las que son efectivamente transgénicas.
17
otra especie. Lo que tenía era bloqueada la expresión de uno de sus genes, evitando que
el fruto se ablandara.
Hacia 1996, comenzaron a venderse semillas transgénicas en Estados Unidos y
en la Argentina.
En cuanto a las condiciones macroeconómicas, para los productores agrícolas
argentinos la incorporación de la soja transgénica resolvía una serie de problemas del
momento. Durante la década de 1990, en el país se habían dispuesto una serie de
medidas que desregulaban los mercados y estimulaban las importaciones. La
combinación entre desregulación y tipo de cambio (sobrevaluación de la moneda local)
redujo el precio de algunos insumos relevantes (tractores, maquinarias, biocidas,
fertilizantes). De este modo, la mejora en los precios relativos generó expectativas de
alta rentabilidad, lo cual condujo a su vez a un proceso de reequipamiento basado en
nuevas tecnologías (tractores de alta potencia, equipos de fumigación, etc.) y a la
necesidad de un mayor capital de trabajo. Todo esto llevó a que, a mediados de los ’90,
el sector en su conjunto exhiba, en simultáneo, modernización tecnológica,
concentración productiva y un creciente endeudamiento (Bisang, 2003a). En ese
entonces, se produjo una desmejora en los precios relativos (y una abrupta caída de los
precios internacionales de la soja), lo cual, sumado a los altos niveles de endeudamiento
de los productores que, sin embargo, contaban con maquinaria agrícola instalada, llevó
a orientar sus estrategias tanto a la reducción de costos como al incremento de los
volúmenes producidos. En este contexto, la disponibilidad comercial de la soja
resistente al glifosato aparece como una tecnología que resuelve varios problemas
simultáneos, en particular un aumento en la productividad y reducción de costos de
herbicidas (Bisang, 2007; Albrieu y Corso, 2009).
En 2006, apenas diez años después de haberse iniciado la incorporación de las
semillas transgénicas en el mercado local, prácticamente el 100% de la superficie
sembrada con soja en la Argentina era transgénica, y cerca del 70% del total de maíz
correspondía a distintos tipos de maíz genéticamente modificado, lo cual representa un
proceso de adopción de una tecnología agrícola a una tasa casi sin precedentes (Trigo y
Cap, 2006). Las variedades de algodón transgénico, luego de unos primeros años de
escasa difusión, también alcanzaron altas tasas de adopción (ver Gráfico 1) (Qaim y
Janvry, 2003). De todos modos, debe tenerse en cuenta que toda la superficie sembrada
en el país con algodón transgénico ronda las 450.000 hectáreas, y la del maíz se ubica
en las 2.500.000 hectáreas, mientras que la de la soja supera las 18.000.000 de
18
hectáreas.2 Si bien el incremento de la superficie dedicada al cultivo de soja se
registraba antes del uso de las semillas transgénicas, con la incorporación de éstas la
expansión se desarrolló a grandes pasos, desplazando a otro tipo de cultivos que
arrojaban menor rentabilidad (Bisang, 2003a, 2003b, 2007; Albrieu y Corso, 2009).
Gráfico 1. Evolución de la superficie cultivada con OGMs en la Argentina (como % del total de cada
cultivo).
Fuente: Levitus, 2010.
Por otro lado, cabe recordar que la Argentina es un país que históricamente ha sostenido
buena parte de su economía en la producción agropecuaria. Aún continúa siendo de ese
modo, pues en la primera década del siglo XXI, más de la mitad de las divisas que
ingresan por exportaciones se deben al sector de agroalimentos (Bisang, 2007).3 La
incidencia de la agricultura transgénica en la economía del país es mayúscula.4
En términos globales, la superficie cultivada con OGMs (organismos genéticamente
modificados, o transgénicos) a nivel mundial aumenta año a año desde que comenzó la
comercialización en 1996, pero el perfil de plantas sobre las que se emplea la
transgénesis a nivel comercial se mantiene: 52% soja, 31% maíz, 12% algodón y 5%
2
Las cifras corresponden a la cosecha 2009/2010. Fuente: ArgenBio, 2010.
3
La participación del sector de agroalimentos en las exportaciones totales incluye no sólo a los productos
primarios, sino también a las manufacturas de origen agropecuario (tales como harinas y aceites).
4
En el año 2009, por ejemplo, las exportaciones que se deben exclusivamente a la soja (granos y
productos derivados), representan el 23,3% del total de ingresos registrados por las exportaciones. Unos
12.989 millones de dólares ingresaron ese año debido al complejo sojero, mientras que el total de
exportaciones arrojó 55.669 millones de dólares de ingresos. Datos extraídos del INDEC (Instituto
Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina).
19
canola.5 Asimismo, el tipo de transgenes que se inserta en las plantas no se ha
modificado: el 62% de la superficie cultivada con transgénicos tiene genes de tolerancia
a herbicidas, el 15% tiene genes de resistencia a insectos, y el 21% está sembrado con
semillas que combinan dos o tres genes del tipo de los anteriores. Los principales
productos sobre los que están trabajando las empresas multinacionales, y que se espera
que vuelquen al mercado en los próximos años, consisten en transgenes apilados de
resistencia a plagas y herbicidas (mediante la incorporación de varios genes que
otorguen resistencias a insectos y/o tolerancia a herbicidas en una misma semilla) y en
cultivos tolerantes a sequía y condiciones de salinidad (James, 2008). A su vez, las
empresas multinacionales no sólo venden semillas, sino que también desarrollan
productos agroquímicos, de modo que lo que se termina ofreciendo al productor
agropecuario es un paquete agronómico donde se asocia una determinada variedad de
semilla transgénica a un tipo de agroquímico específico (Bisang y Varela, 2006).
Desde 1996 se registra una expansión en el uso de semillas transgénicas a nivel
global en cuanto a la superficie cultivada. En 2008, Estados Unidos alcanzó una
superficie de 62,5 millones de hectáreas con cultivos transgénicos, seguido por
Argentina (21 millones) y Brasil (15,8 millones).6 En 2009, por primera vez, Brasil
habría desplazado a la Argentina del segundo puesto, con una superficie estimada de
cultivos transgénicos de 21,4 millones de hectáreas, contra las 21,3 de la Argentina
(James, 2009).
El mercado mundial de semillas transgénicas se encuentra, además, fuertemente
concentrado en pocas compañías. De hecho, son seis empresas las que se reparten el
mercado mundial de semillas transgénicas: Monsanto, Syngenta, DuPont, Bayer
CropScience, BASF y Dow AgroSciences (Larach, 2001; Varela y Bisang, 2006).
Este es el escenario que, a grandes trazos, presenta la agricultura transgénica, y sobre el
cual se asienta la investigación de esta tesis. Como el lector habrá advertido, la
biotecnología moderna puede involucrar una gran variedad de cuestiones distintas. Esta
tesis se ocupa, no obstante, de la biotecnología de plantas. Dentro de la biotecnología
vegetal, esta investigación se centra en la producción y uso de conocimiento científico
5
Las cifras corresponden a la adopción de cultivos transgénicos en 2009 (James, 2009). En 1996 había
apenas 1,7 millones de hectáreas con cultivos transgénicos en el mundo, mientras que en 2008 llegó a 134
millones de hectáreas (Muñoz de Malajovich, 2006: 239; James, 2009).
6
El cuarto lugar está compartido por India y Canadá (cada uno con 7,6 millones de hectáreas), luego
viene China (3,8 millones) y Paraguay (2,7 millones). Ver: James (2008).
20
vinculado a las técnicas de transgénesis en plantas, lo que implica la casi totalidad de la
biotecnología vegetal.7
Abordaje metodológico
La tesis propone hacer una reconstrucción del escenario actual de los cultivos
transgénicos en la Argentina. Eso implica trazar un recorrido en la producción de OGMs
desde el laboratorio hacia el mercado y analizar los distintos contextos en que se
desarrollan y utilizan. Indagaré en las trayectorias de las principales instituciones
públicas y privadas que desarrollan plantas transgénicas, y las características y
dinámicas de los actores implicados no sólo en su desarrollo, sino también en su
utilización y en el debate en torno a su uso.
En este sentido, el presente trabajo prevé un conjunto de abordajes
metodológicos que se articulan para dar cuenta de las condiciones sociales,
institucionales, cognitivas y políticas, así como de la dinámica de relaciones entre los
diferentes actores que participan de estos procesos.
La tesis plantea la realización de estudios de caso para abordar el problema de
investigación. Esto resulta de la necesidad de dar cuenta de las dinámicas que se
presentan dentro de escenarios particulares, tal como caracteriza Eisenhardt (1989) a los
estudios de caso. Además, se pretende estudiar las distintas aristas que componen la
trayectoria de estos casos particulares, por lo que se concuerda con Stake (1995) en la
importancia de relevar la complejidad del caso particular. Cabe señalar que el estudio se
concentra “en un fenómeno contemporáneo dentro de un contexto de la vida real” como
señala Yin (1984), lo que se torna evidente si se tiene en cuenta que los organismos
vegetales genéticamente modificados se encuentran en el mercado desde hace
relativamente poco tiempo, pero incidiendo, por diversas cuestiones, en la cotidianeidad
de buena parte de la sociedad. También es preciso señalar que esta investigación no se
encuadra necesariamente en la dicotomía planteada por Stake, acerca de que los
estudios de caso pueden ser intrínsecos o instrumentales. Es que, por un lado, pretende
efectivamente dar cuenta de los procesos específicos que intervienen en el caso
particular (lo que caracteriza a un estudio intrínseco), pero también procura comprender
7
Para simplificar la lectura, me referiré indistintamente a “transgénesis vegetal” o “biotecnología
vegetal”. No obstante, nuevamente le aclaro al lector que, en rigor, no son sinónimos. Pues pueden
emplearse, por ejemplo, técnicas de biología molecular sobre las plantas, lo que podría considerarse
biotecnología vegetal, sin que necesariamente deriven en plantas transgénicas.
21
el modo en que dinámicas globales intervienen en estos casos particulares (lo que podría
enmarcarse dentro de los estudios instrumentales).
Según Wright Mills, el hecho de que se trate de una investigación empírica
implica que tiende a resolver desacuerdos y dudas acerca de los hechos, pero junto con
ello la imaginación sociológica debe esforzarse en otorgarle un sentido particularmente
inteligible a esa investigación (Wright Mills, 1986). Esa búsqueda también está presente
en esta tesis, en el esfuerzo por atraer la atención del lector en una escritura que vuelva
accesibles y cercanos temas que pueden parecer intrincados por la especificidad del
tema.8
Decía que en este trabajo se realizan estudios de caso. Sin embargo, es preciso
indicar algunas particularidades acerca de estos casos. En primer lugar, no pretendo
cerrar la investigación en torno a un solo caso, sino que apelaré a distintos casos para
ilustrar la dinámica general que gira en torno a la producción y uso de conocimientos en
los cultivos transgénicos. De este modo, abordaré a los principales centros de
investigación públicos en biotecnología vegetal en la Argentina, así como algunos casos
que resulten emblemáticos de las empresas que operan con plantas transgénicas. En
cuanto al primer grupo, tomo un laboratorio del INTA Castelar y uno del INGEBI,
debido a que estos dos grupos de investigación fueron los primeros en introducir la
transgénesis vegetal en el país. Luego, se constituyeron en los laboratorios de referencia
en el área. De modo que en una primera etapa fueron los únicos laboratorios, y luego
fueron los más representativos en la materia. En cuanto a las empresas locales que
hacen transgénesis, tomó a Bio Sidus y a Bioceres, por motivos muy similares a los
anteriores: son las únicas empresas locales que apuntan a desarrollar transgénicos
propios. En cambio, empresas transnacionales de biotecnología vegetal hay unas seis:
en este caso, tomo a Monsanto como representativa de ellas. Otro tipo de empresas del
sector son las semilleras que no producen transgénicos propios sino que adaptan los de
las transnacionales. Son actores más simples y, aquí, tomo a Nidera por ser un caso muy
singular dentro de estas empresas: es quien se quedó con gran parte del mercado local
8
El sociólogo Richard Sennett propone un abordaje metodológico similar. Considera que la sociología
debe articularse con registros literarios para poder transmitir con éxito las circunstancias que rodean a los
sujetos que se estudian. Sennett explica esto con un ejemplo propio de un ámbito científico-técnico. Dice
que si uno pretende mostrar las particularidades que rodean al trabajo de un programador informático,
debe hacerlo en una narración que le permita al lector captar el mundo que quiere analizar (Del Olmo,
2006). Pues es a través de la escritura que el investigador tendrá finalmente éxito o no a la hora de volver
comprensible y convincente su estudio. Los recursos narrativos que se encontrarán en esta tesis no son,
por ende, simplemente recursos estilísticos, sino también metodológicos.
22
de soja transgénica, y abrió un departamento propio de investigación y desarrollo en
biotecnología. En cuanto a los organismos de regulación, tomo a la CONABIA por ser
el principal encargado de los asuntos regulatorios de OGMs del país, así como en Brasil
es la CTNBio y en Europa es EFSA. En el análisis de las controversias examino a los
principales actores involucrados en cada caso, ya sean sindicatos de agricultores,
movimientos campesinos o determinados científicos. Estos son los actores que forman
parte de esta tesis. Como se ve, los tomo por ser los actores centrales de esta trama, los
que me permiten representar la dinámica que interviene en estos asuntos.
El interés en abordar esta diversidad de casos radica en la necesidad de describir
dinámicas distintas, con problemas específicos, conflictos públicos divergentes, pero al
mismo tiempo con algunas propiedades comunes y, sobre todo, porque por momentos
las dinámicas de estos actores se cruzan entre sí.
Por lo demás, introduciré también una dimensión comparativa, en particular en
lo que se refiere a la controversia pública sobre el uso de cultivos transgénicos,
mostrando así el escenario desarrollado en Brasil, Francia y Argentina. Si bien queda
claro que la comparación en sí misma, tal como la concibe Ragin (1987), no es el
propósito general del proyecto, resulta indudable que será empleada para dar cuenta de
las diferencias y similitudes entre los casos, de cómo diferentes condiciones se amoldan
en un escenario pero difieren de otro. Esto hace que algunas características de los
estudios comparativos aparezcan en el trabajo, como el interés en el cómo y el porqué
varía un fenómeno, aunque esto es compartido, como señala Valenzuela (1998), por
diversos tipos de estudios. Por lo demás, el hecho de que se tengan en cuenta los
distintos contextos en que se desarrollan los cultivos transgénicos es, según Miles y
Huberman (1994), una de las virtudes de los estudios cualitativos, junto con las
posibilidades de entender lo que se encuentra latente en el objeto estudiado.
Esta combinación que plantea la tesis, en cuanto a recurrir tanto a estudios de
caso específicos como a categorías explicativas y dinámicas macrosociales, puede
resolverse dentro de lo que Burawoy (1991) denomina “estudio de caso extendido”. En
este sentido, Burawoy sostiene que examinando las especificidades del caso particular,
es posible al mismo tiempo comprender las fuerzas globales que lo moldean. Mediante
este planteo, Burawoy logra dar respuesta a algunas críticas que comúnmente se
efectúan frente a los estudios de caso tradicionales. Se cuestiona en estos abordajes la
incapacidad para generalizar y el hecho de que se vuelve un enfoque intrínsecamente
micro y a-histórico. Por cierto, se trata de críticas dirigidas a casos que presentan
23
cualidades estrictamente singulares, pero que no resultan representativos de la dinámica
general del tema de estudio. Burawoy sostiene que mediante el caso extendido se logra
conectar lo micro con lo macro y puede así arribar a generalizaciones. Al observar las
fuerzas globales que moldean el caso específico, Burawoy procura encontrar las
determinaciones específicas que subyacen en el mundo micro. Esto lo distingue de otros
abordajes, como el denominado grounded theory, el cual no considera la dimensión del
poder en una dimensión micro, y además no llega a generalizaciones a partir de
abstracciones, sino reformulando teorías pre-existentes en función de las situaciones que
analiza.
Por cierto, la pertenencia histórica de los casos analizados será incluida al
considerar los desarrollos científicos e institucionales que llevaron al desarrollo de los
artefactos estudiados. Además, lo micro y lo macrosocial serán vinculados a partir de
las tensiones que se encuentran en la estructura social a analizarse en los casos
mencionados. De este modo, se considerarán los intereses que se involucran en el
accionar de los sujetos sociales, sean estos empresarios, científicos, productores rurales,
etc., así como el contexto económico y político en el cual se desenvuelve la producción
y comercialización de dichos cultivos biotecnológicos. También se reconstruirán
dimensiones tales como la ideología y los aspectos culturales involucrados en la
representación que cada actor se formula en relación a los artefactos estudiados.
Este abordaje permitirá realizar interpretaciones acerca del papel de los
diferentes factores sociales, culturales, históricos y económicos que inciden en la
representación que cada actor se formula sobre la agricultura transgénica. En este
sentido, se pretende dar respuesta a los siguientes interrogantes: ¿A qué se debe la
representación de cada actor? ¿Qué condicionamientos tiene su representación del
objeto? ¿Cómo inciden los OGMs en las prácticas habituales de los actores?
Naturaleza de esta investigación y estrategias de recolección de datos
Esta tesis privilegia los abordajes cualitativos. Se han utilizado entrevistas, no de un
modo estructurado, sino más bien cualitativas, es decir, flexibles y dinámicas, abiertas a
las características que presenta cada actor (Taylor y Bodgan, 1990), pues no interesa
realizar un relevamiento estadístico que justifique el empleo de un cuestionario
estandarizado que se replique en cada entrevista. Se trata entonces de entrevistas
cualitativas en profundidad, entendidas como los “encuentros cara a cara entre el
investigador y los informantes, encuentros éstos dirigidos hacia la comprensión de las
24
perspectivas que tienen los informantes respecto de sus vidas, experiencias o
situaciones, tal como las expresan en sus propias palabras” (Taylor y Bodgan, 1990:
101). Para esto es indispensable insistir en que se trata de una investigación cualitativa,
la cual “constituye una tradición particular en las ciencias sociales que depende
fundamentalmente de la observación de la gente en su propio territorio y de la
interacción con ellos en su propio lenguaje y en sus propios términos” (Kira y Miller,
1991: 2). Siguiendo a Wengraf, las entrevistas permiten obtener información sobre el
discurso del entrevistado, sobre referentes objetivos y sobre su subjetividad (Wengraf,
2004).
Las entrevistas las realicé a científicos, personal de las empresas de
biotecnología, grupos opositores a los transgénicos, organismos estatales encargados de
la regulación de los OGMs y asociaciones de productores agropecuarios que emplean
los cultivos transgénicos.
El enfoque cualitativo está basado en un trabajo empírico fundamentado en el
estudio de casos, siguiendo el método de caso extendido de Burawoy, lo que implica
salir de una mera descripción empírica hacia una convergencia dinámica entre la teoría
y los datos, donde “la recolección de datos, el análisis y la teoría están en relación
recíproca unos con otros” (Strauss y Corbin, 1998).
Como señala Eisenhardt (1989), los estudios de caso suelen combinar diversos
métodos de recolección de datos, lo cual se aplica también a este proyecto. Es posible
señalar dos estrategias generales de recolección de datos como las principales
herramientas que empleo en esta investigación: el trabajo documental y las entrevistas
en profundidad.
En cuanto al trabajo documental, he recopilado datos a partir de materiales de
archivo, tales como memorias institucionales, leyes, reglamentaciones, folletos
institucionales, páginas web, comunicados, notas periodísticas, relevamientos
estadísticos, publicaciones científicas y de divulgación y fuentes secundarias.
En relación a las entrevistas en profundidad, éstas se inscriben dentro de lo que
Kirk y Miller (1991) llaman el contacto cara a cara con la población estudiada en el
período de trabajo de campo, lo que constituye una de las características de la
investigación cualitativa, al permitir testear continuamente las hipótesis emergentes.
Articulando estas herramientas, he abordado una serie de preguntas, tales como:
¿Cuáles son los actores sociales que participan en el desarrollo de los cultivos
transgénicos? ¿Cuál es el papel del Estado en la regulación de los OGMs? ¿Cuál es el
25
papel de los laboratorios públicos? ¿Qué tipo de innovaciones persiguen? ¿Qué ocurre
con el sector privado? ¿Cómo se relacionan los laboratorios públicos con el sector
privado? ¿Qué vínculos tienen las empresas de biotecnología agrícola con sus casas
matrices? ¿En qué medida los cultivos transgénicos constituyen desarrollos locales y en
qué medida son adaptaciones de desarrollos realizados en países centrales? ¿Qué
conflictos sociales suscitaron los transgénicos? ¿Quiénes se oponen a su uso? ¿Qué
acciones realizaron los actores para difundir o cristalizar su posición frente a los
OGMs? ¿Qué representaciones acerca de los transgénicos se tornaron hegemónicas?
¿Qué sentido le adjudica cada actor a los transgénicos? ¿Cuál es el papel del saber
experto en cada representación? ¿Qué acciones realizan los actores para difundir su
posición frente a los OGMs? ¿Qué modos de participación encuentra cada actor para
difundir su posición en la esfera pública, en qué instancias de decisión se ven
involucrados? ¿Qué tipo de relaciones establecen con otros actores (universidades,
disciplinas afines, grupos opositores)?
Estructura de la tesis
Esta tesis se encuentra organizada en tres “partes”, en las que se engloban varios
capítulos. En primer lugar, a continuación de esta presentación, el lector encontrará un
capítulo de introducción –titulado “Biotecnología y sociedad”–, dedicado a la discusión
teórica. Aquí muestro los principales abordajes que por lo general forman parte de los
trabajos que analizan los fenómenos vinculados a la agricultura transgénica. Expongo
mis puntos de diferencia con estos abordajes, discuto con ellos. Finalmente, explico las
perspectivas teóricas que nutren mi propia aproximación al tema.
Luego se abre la “Parte I”, titulada “La construcción de los transgénicos”. Aquí
se suceden tres capítulos, los cuales se centran en las condiciones de producción de
plantas transgénicas dentro de los laboratorios. El primero de ellos trata de los inicios de
la biotecnología vegetal a nivel internacional. Es decir, aquí se introduce al lector en los
principales acontecimientos históricos que dieron origen a la transgénesis vegetal. Se
trata, mayormente, de laboratorios situados en los Estados Unidos. Analizo los intereses
que comenzaron a tejerse en estos momentos iniciales: la relación entre los científicos y
la incipiente industria de biotecnología, así como también los nichos de conocimiento
en los que los científicos buscan hacerse de un lugar.
En la “Parte I” siguen otros dos capítulos, dedicados a analizar la producción y
utilización de las plantas transgénicas en los centros públicos de investigación en la
26
Argentina. En primer lugar, presento un capítulo donde expongo una etapa inicial para
esta área en el país, que sitúo entre 1986 y 1991. Luego, presento una etapa que
caracterizo como de mayor estabilidad, y donde los científicos se adaptan a las
relaciones sociales que aparecen ya como consolidadas, y que restringen lo que resulta
posible hacer en materia de cultivos transgénicos.
La “Parte II” de la tesis está dedicada a la mercantilización de los transgénicos.
En esta sección busco analizar qué se hace con los transgénicos en los organismos
estatales de regulación de bioseguridad, y en las empresas de biotecnología. Si bien me
centro en las condiciones propias de la Argentina, recurro a comparaciones con otros
países. Así es que analizo también un caso de una empresa de biotecnología vegetal
europea, lo cual me permite ilustrar algunas semejanzas y diferencias con los casos
nacionales.
La última sección de la tesis, la “Parte III”, consiste en un análisis de las
controversias sobre los cultivos genéticamente modificados. Aquí expongo otra
dimensión de la agricultura transgénica, que se sitúa en el plano de los problemas
sociales, de los debates públicos, que involucra a científicos pero también a
movimientos sociales de diversa índole. En el primer capítulo de esta sección analizo el
modo en que se construyeron las principales controversias científicas sobre los cultivos
transgénicos a nivel internacional, aquéllas que sentaron los argumentos básicos sobre
los que se apoyan las nociones de riesgo de los transgénicos, mostrando el modo en que
se vincula la controversia científica con el problema público de los transgénicos.
Después, presento el modo en que se han desarrollado las controversias públicas en
Brasil y en Francia, a fin de establecer luego una comparación con el caso argentino.
Esto se debe a que, como ya señalé, en la Argentina no hubo –al menos, no en la
magnitud que presentó en otros países– una controversia sobre los cultivos transgénicos.
El caso brasileño y el francés permiten mostrar dos contextos distintos donde la
controversia se ha desarrollado con notable intensidad.
Finalmente, la tesis se cierra con las conclusiones de este trabajo de
investigación.
La organización de la estructura de la tesis no responde a una supuesta
separación taxativa entre los elementos de cada capítulo y de cada “parte”. De hecho,
buena parte de la perspectiva desde la que se ha realizado este trabajo tiene como punto
de partida la noción de que los espacios en los que se mueven los científicos están
atravesados, mezclados y en permanente interacción con espacios y actores de diversa
27
naturaleza. Entonces, el hecho de que haya una “Parte” de la tesis dedicada a la
construcción de los cultivos transgénicos y otra centrada en la mercantilización de los
mismos, por ejemplo, no significa que en el primer caso analizaré lo que ocurre en los
laboratorios sin tener en cuenta a las empresas y luego haré lo inverso. Por el contrario,
en esta tesis pretendo mostrar cómo dentro de los laboratorios de transgénesis vegetal
están presentes, de alguna u otra manera, diversos actores. Y a su vez, las acciones de
los organismos de regulación de bioseguridad no pueden entenderse sin las actividades
de los científicos y de las empresas, entre otros actores. Por supuesto, lo mismo vale
para las controversias sobre los cultivos transgénicos, pues precisamente en esa “Parte”
de la tesis muestro los vínculos que se tejen entre científicos y movimientos sociales, los
intereses múltiples que se articulan en la agricultura transgénica. De modo que, en
definitiva, en todo momento está presente la permanente fluidez entre prácticas y
actores diversos, que constituyen la trama compleja de la realidad científico-tecnosocio-económica, por mencionar sólo algunos epítetos.
Entonces, ¿a qué responde la división que muestra la estructura de la tesis?
Fundamentalmente, a intentar hacerle la vida un poco más fácil al lector, ya que siempre
es más agradable y fácil una lectura organizada y separada en secciones, que verse
obligado a atravesar un extenso monocapítulo de cientos de páginas. Así es que dentro
de este esfuerzo de organización, he dado lugar a las tres “Partes” recién mencionadas.
La clave es tener presente que la división a la que toda separación analítica lleva, es
momentánea y frágil, y que dentro de cada capítulo se hará mención a los múltiples
vínculos que articulan a sus componentes con los del resto de la tesis. Cada sección de
la tesis privilegiará un espacio distinto, pero cada espacio, de todos modos, tiene
fronteras circunstanciales y analíticas, que serán –y así lo mostraré– continuamente
atravesadas por diversos actores. No obstante, hay una particularidad que se presenta en
este objeto de estudio que, en cierta forma, ha hecho más fácil esta organización. Como
verá el lector, en la Argentina los centros públicos de investigación en biotecnología
vegetal tienen escasa capacidad de lograr que sus desarrollos lleguen al mercado, las
empresas que se mueven en el país no tienen laboratorios aquí, y prácticamente no ha
habido una controversia pública respecto a los cultivos transgénicos. En otros países
esto es diferente, los debates públicos son intensos, y los vínculos entre empresas y
centros públicos de investigación son habituales. El hecho de que no ocurra eso en la
Argentina, constituye una razón más para presentar esta estructura de tesis.
28
Introducción
Biotecnología y sociedad
La biotecnología no sólo es un campo científico-tecnológico reciente que produce
significativos cambios en diversos ámbitos sociales, sino que además es objeto de
acaloradas controversias, sobre todo en el área de la agricultura. En cierta forma, nadie
es ajeno a los cultivos transgénicos. No sólo los científicos en los laboratorios o los
agricultores en los campos trabajan con ellos. Cualquiera en un supermercado puede
encontrarse con un producto derivado de cultivos transgénicos, o al abrir un periódico, o
en la plataforma de algunos partidos políticos, o en los reclamos de movimientos
ecologistas. Sea en su realidad material o en su dimensión discursiva, para emplearlos o
para rechazarlos, los cultivos transgénicos forman parte de la arena pública. Esto le
imprime un indudable atractivo al estudio de las relaciones entre la biotecnología
vegetal y la sociedad, pues es meterse en un tema candente y abierto, donde se respiran
prácticas enérgicas y desafiantes en la ciencia, la tecnología y la sociedad en su
conjunto. Pero por esa misma razón, es un tema incómodo. La proximidad –temporal y
física– de los cultivos transgénicos, hace que todos tengan una opinión al respecto. A
pesar de lo cual, hay mucho más que se puede encontrar y analizar en el tema de lo que
se ha hecho, y ello depende, creo, del modo en que se aborda la cuestión. ¿Desde dónde
estudiar las relaciones múltiples entre biotecnología vegetal y sociedad? A esa reflexión
teórica apunta el presente capítulo.
A mediados del siglo XX, John Bernal señalaba que la ciencia se estaba
desarrollando rápidamente, transformando totalmente a la sociedad. En particular,
sostuvo que la agricultura, hasta entonces una actividad tradicional, se estaba
convirtiendo en una industria con un carácter cada vez más científico (Bernal, 1954a).
En todo caso, ello parece evidenciarse en la biotecnología moderna, con la capacidad de
reconfigurar la naturaleza reescribiendo el código genético. El conocimiento del
lenguaje genético permite escribir nuevas palabras, frases y discursos que, dejando de
lado la metáfora lingüística, implica crear nuevos seres vivos a partir de los elementos
que se encuentran disponibles pero dispersos. En el campo de la agricultura, la
biotecnología habilita a que los cultivos, diseñados en el laboratorio, tengan las
características deseadas: pueden crearse cultivos más grandes, más nutritivos, más
resistentes; pueden usarse a las plantas para expresar vacunas, o para producir en ellas
29
materiales de distinto tipo. Con la agricultura transgénica, las plantas pueden llegar a
producir cosas de las más diversas para el hombre. En principio, cualquier gen podría
introducirse en una planta, de modo que las características finales de la misma
dependerían de la imaginación.
Pero en los hechos, esto no ocurre así. Los cultivos transgénicos no tienen
cualquier característica, sino unos pocos rasgos. Como he dicho, las semillas
transgénicas que se comercializan en el mundo tienen un perfil muy similar entre sí.
Soja, maíz y algodón son básicamente las únicas especies vegetales que se emplean en
la agricultura transgénica, y los genes que se les insertan son de tolerancia a herbicidas o
de resistencia a insectos.
La biotecnología vegetal manifiesta así una notable dualidad: por un lado, posee
una extraordinaria potencialidad abstracta, por el otro, tienen un limitado desarrollo
concreto. Esta dualidad constituye el marco primario desde donde se formulan las
inquietudes de esta tesis. El acotado espectro de cultivos transgénicos que se ha
desarrollado, ¿se debe a limitaciones técnicas de la biotecnología? ¿Se debe a
restricciones sociales? ¿De qué tipo? ¿Qué rol juegan los científicos en estos
desarrollos? ¿Qué intereses movilizan las empresas? ¿Cómo interviene el Estado en
estos procesos? ¿Qué hay del resto de los actores sociales, cómo participan y se
posicionan en este escenario?
Estas preguntas iré respondiendo a lo largo de la tesis, en función, lógicamente,
del marco conceptual que engloba mi análisis. En este capítulo pretendo dar un marco
general del mismo, pues más adelante, en otros capítulos de la tesis, iré presentando y
discutiendo conceptos más específicos. Así, el lector podrá encontrar que en los
capítulos referidos a las controversias sobre los transgénicos presentaré y discutiré
conceptos propios de los estudios sociales de las controversias científicas, o que en el
análisis del desarrollo de la investigación en transgénesis vegetal en la Argentina
exploraré la noción de “regímenes de conocimiento”, por ejemplo. De modo que aquí
presentaré el marco general en el que se inscribe este estudio de las relaciones entre la
biotecnología y la sociedad. Pero antes de continuar desarrollando el mismo, quisiera
exponer otros marcos teóricos, los que usualmente se encuentran empleados en la
vorágine de debates sobre el uso de los transgénicos, a fin de mostrar enfoques
alternativos al mío y señalar algunos problemas que encuentro en ellos.
30
Esencialismos
Hasta mediados del siglo XX, la ciencia y la tecnología eran depositarias de un
optimismo desbordante. Desde círculos académicos hasta cierto sentido común, el
positivismo lo inundaba todo. A la ciencia se le atribuía los signos de la objetividad y la
racionalidad. La Verdad, patrimonio último asignado a la ciencia, parecía resistir
también los vaivenes de la sociedad. El sociólogo Robert Merton escribió, a mediados
del siglo XX, que los científicos se comportan de acuerdo a un ethos particular,
compuesto por cuatro valores: universalismo (la verdad emerge mediante la aplicación
de criterios impersonales), comunalismo (los resultados de la ciencia son bienes
públicos), desinterés (lo que motiva a los científicos es la búsqueda de la verdad) y
escepticismo organizado (los científicos son críticos frente a todos los descubrimientos
y teorías) (Merton, 1964). Ese ethos era el garante de las virtudes de la ciencia. Aún
más: las expectativas de bienestar se depositaban en los desarrollos científicos. Cuanto
más avanzara la ciencia, mayores las capacidades de riqueza, salud y comodidad que
cabía esperar.
Estas expectativas comenzaron a colapsar con la Segunda Guerra Mundial. El
Proyecto Manhattan –la gran ciudad científico-tecnológica que dio lugar a la bomba
atómica– mostraba sin concesiones una faceta oscura de la ciencia. La imagen de
bienestar comenzaba a trocarse por la de escepticismo, o incluso temor. Para el filósofo
Karl Jaspers, la bomba atómica constituye “un acontecimiento fundamentalmente
nuevo”, pues “ella enfrenta a la humanidad con la posibilidad de su total
autodestrucción” (Jaspers, 1961). Ya no se trataba de esperar la creación de felicidad,
pues la ciencia podía traer la destrucción más descarnada. En las décadas siguientes, de
alguna u otra manera la ciencia se ve involucrada en acontecimientos que le suman
cuestionamientos, como el uso de agentes químicos durante la guerra de Vietnam. Si
bien las disciplinas más vinculadas a estos acontecimientos eran la química y la física,
los cuestionamientos se hacían extensivos hacia la idea de la ciencia en general.
La naturaleza como problema
En 1962, una bióloga, Rachel Carson, publicaba un libro considerado el origen del
movimiento ambientalista: Primavera Silenciosa. El libro señalaba que la industria
química, y en particular los pesticidas, tendrían efectos desastrosos sobre el medio
ambiente. Advertía que un escenario apocalíptico se cernía sobre la humanidad si
continuaba de este modo, utilizando estos productos de la química: el cielo se vaciaría
31
de pájaros y el cáncer alcanzaría al 100% de la población. El libro fue un resonante
éxito, y su principal objeto de crítica, el pesticida DDT, se convirtió en la primera
bandera de lucha del movimiento ambientalista. En ese marco, durante la década de
1970 surgen movimientos sociales cuya preocupación central giraba en torno a
cuestiones ambientales. La organización ecologista Greenpeace se crea en 1971, y en
Inglaterra se funda el primer Partido Verde, en 1973. Hay muchos otros datos que
podrían agregarse para señalar esta tendencia. Por ejemplo, en 1970 se conmemoró por
primera vez el “Día de la Tierra”, para llamar la atención sobre la situación del medio
ambiente. También en 1970 entró en vigor, en Estados Unidos, la National
Environmental Policy Act, considerada la primera ley dedicada específicamente a fijar
un marco normativo para promover el cuidado del medio ambiente. En 1972 se lleva a
cabo la Conferencia de Estocolmo, que constituye la primera reunión de la ONU
dedicada al tema del medio ambiente, y como resultado de la cual se redactó la
Declaración de Estocolmo, que podría considerarse la primera normativa internacional
sobre medio ambiente.
El “ambiente” como problema, es decir, las preocupaciones hacia el cuidado de
los recursos naturales y la naturaleza, surge en este contexto. Por supuesto que los usos
y reflexiones sobre los elementos de la naturaleza son tan antiguos como el hombre,
pero la idea generalizada de que éstos constituyen un problema en sí mismo, y de que el
hombre a través de sus actividades (en particular, a través de algunos desarrollos
científico-tecnológicos) pondría en peligro a la naturaleza, es un fenómeno reciente.
A diferencia de las distintas ramas de la ecología, cuyo objeto de estudio está
dado por la interrelación entre organismos y elementos de su entorno, lo ambiental
presenta un objeto de estudio mucho más difuso. Así, el medio ambiente puede
asumirse como el conjunto de factores físicos y biológicos sobre los que el hombre
actúa y que a su vez actúan sobre él, o es directamente identificado con una naturaleza
disociada del hombre y a la que se debe preservar, o a las condiciones del hábitat que
inciden sobre la salud de las personas, o como una relación dinámica entre el medio
natural y el subsistema social (Vigil, 1994). El medio ambiente es también presentado
como “el entorno vital, o sea el conjunto de factores físico-naturales, estéticos,
culturales, sociales y económicos que interaccionan con el individuo y con la
comunidad en que vive” (Conesa Fernández-Vítora, 1997: 21). Hay siempre una
pretensión de totalidad en la noción de medio ambiente, aún cuando se la use para
analizar fenómenos locales. Es así que esta idea de totalidad que presenta el medio
32
ambiente, al ser inabordable como tal, permite que distintos actores la resignifiquen
introduciendo cada cual una serie de filtros sobre lo que consideran relevante analizar y
cómo debe analizarse dentro de esa totalidad. Gallopín señala que el concepto de
ambiente excede al de ecología en dos aspectos: presenta un contenido mucho más
amplio (abarca “tanto las relaciones de los hombres con los hombres, como de los
hombres con las cosas y de las cosas entre sí”); y tiene un claro componente normativo,
usualmente definido a través de la “calidad ambiental” (Gallopín, 2000). En cuanto a
este segundo aspecto, efectivamente la noción de medio ambiente encubre una
disposición a establecer qué cosas del entorno preservar y qué cosas descartar; es decir,
la noción de medio ambiente es un espacio donde lo que se disputa es “lo que debe ser”
el medio ambiente. Dentro de este espacio necesariamente valorativo y normativo que
supone el medio ambiente, la tecnología con frecuencia es percibida como una
presencia hostil, toda vez que aparece como un riesgo para aquello que se pretende
preservar del ambiente.
No sólo la tecnología puede entrar en conflicto con el problema ambiental, sino
también la ciencia. Según Funtowicz y De Marchi, el ambiente implica un espacio
donde lo que prima es la complejidad de los elementos que lo componen, una
complejidad que sería irreductible. De este modo, sugieren que la ciencia es incapaz de
lidiar con esa complejidad, y que debe dar lugar a un tipo distinto de ciencia,
profundamente transdisciplinaria, a la que llaman “ciencia posnormal”, que pueda lidiar
con la incertidumbre de la complejidad ambiental desde una perspectiva holística
(Funtowicz y Ravetz, 1993; Funtowicz y De Marchi, 2003).
Si a fines de la década de 1960 comenzó a tomar lugar en la arena pública el
debate sobre la problemática ambiental, también comenzaron a evidenciarse algunas
diferencias en su interior. Así, algunos consideraban que había que disminuir el uso de
las tecnologías y hasta la cantidad de población humana, mientras otros abogaban por
un cambio en el tipo de tecnologías (Feenberg, 1999). Es evidente entonces que existen
diversas posturas dentro de lo que se llama ambientalismo, y no me es posible
detenerme aquí a examinar esas variantes. No obstante, Tesh sostiene que las ideas
ambientalistas encuentran su expresión más concisa en Barry Commoner, quien
enumera cuatro principios generales que hacen al ambientalismo (Tesh, 2000). El
primero es que todo se conecta con todo, y el segundo es que nada se sale, sino que todo
termina en algún lugar. Estos dos principios dan cuenta de una complejidad que no
debería pretender reducirse. El tercer principio sostiene que la naturaleza sabe más y
33
que no es mejorable. El cuarto, alude a que todo lo que produce el hombre tendrá
efectos sobre el ambiente, de modo que todo lo que extraiga deberá ser reemplazado. En
estos principios generales se encontrarían rasgos comunes a las perspectivas
ambientalistas.
Más allá de la diversidad de corrientes ambientalistas, considero que por lo
general hay un elemento que podría catalogarse como fetichista en ellas, toda vez que
conciben al ambiente como un espacio que debe ser protegido en sí mismo, lo que lo
presenta como un espacio separado del hombre y de sus actividades, y por ende
encuentra en la tecnología un elemento de riesgo y sospecha.
¿Pero en qué medida puede aseverarse que las preocupaciones por las cuestiones
ambientales se consolidaron en esa época a nivel general, que penetraron en cierto
sentido común, y que implicaron una concepción distinta sobre el papel de la ciencia y
la tecnología? En una serie de trabajos que comenzaron a publicar en 1978, los
sociólogos Dunlap y Van Liere sostuvieron que se había producido un cambio en el
paradigma reinante en la opinión pública. Este cambio consistiría en que el “paradigma
social dominante” (caracterizado por la creencia en el progreso y el desarrollo que
traerían la ciencia y la tecnología) habría sido desplazado por el “nuevo paradigma
ambiental”, que hace énfasis en la protección ambiental y en la conservación de los
recursos naturales. Más tarde, los autores redefinirían la conceptualización en términos
del “nuevo paradigma ecológico”, donde la visión “ecocéntrica” se preocupa por
problemas ambientales globales y ambiguos en cuanto a su origen (Dunlap et al., 2000).
El eje de este cambio de paradigma sería la relación entre el hombre y la naturaleza.
Mientras que desde una visión antropocéntrica el hombre está en la escala más alta de
valoración, con la capacidad y necesidad de utilizar la naturaleza en su beneficio, desde
una visión ecocéntrica los valores se modifican y la naturaleza es vista como algo ajeno
al hombre, en pie de igualdad con éste o incluso por encima suyo9. Desde luego, estas
perspectivas coexisten en la sociedad, pero la última, en todo caso, habría adquirido un
carácter masivo en las últimas décadas.
Sea para venerarla, sufrirla o rechazarla, la ciencia se mantiene como referente
de saber y poder, pero en un marco de expectativas, deseos y temores, distinto al que
reinaba años atrás. Con una aproximación similar al problema, Touraine sostiene que en
vastos sectores de la sociedad se observa un cambio en la creencia frente a la ciencia. La
9
Respecto a estos cambios de actitudes, ver, por ejemplo, Berenguer Santiago (2000).
34
idea de progreso, antes asociada a la ciencia, ha entrado en crisis: “aún creemos en la
ciencia, pero ya no en el progreso” (Touraine, 1997).
Este escenario sería reforzado por una serie de accidentes ocurridos durante la
década de 1980. El primero fue el desastre de Bhopal, en India. Allí, en una planta de
pesticidas norteamericana, una fuga de gas tóxico provocó una nube letal que causó la
muerte de miles de personas. El segundo fue el de Chernobil, conocido por constituir el
accidente nuclear más grave de la historia.
Todos estos acontecimientos fueron cambiando el modo de ver a la ciencia y la
tecnología, y valorizando otras cuestiones: en particular, el medio ambiente. No sólo se
trata de un cambio en el sentido común y en las organizaciones sociales (al comenzar a
definirse no ya como movimientos sociales y políticos, sino más explícitamente como
movimientos y partidos ambientalistas). También ocurrió un cambio en los ámbitos
intelectuales.
De este modo, la desacralización de la ciencia y la tecnología que, a muy
grandes rasgos, se produjo luego de la Segunda Guerra Mundial, habilitó la posibilidad
de pensar relaciones más complejas entre la ciencia, la tecnología y la sociedad, por
fuera de un marco netamente positivista. Pero con frecuencia, esa sacralización
simplemente se desplazó hacia otros ámbitos, a los que la ciencia pasaba ahora a poner
en peligro. En una obra compilada por Hilary y Steven Rose y dedicada a la “Economía
política de la ciencia”, Ciccotti et al. despliegan una certera crítica a la noción de
neutralidad en la ciencia, al señalar que “el concepto de neutralidad no es otra cosa que
una forma específica de fetichismo, que atribuye una propiedad intrínseca objetiva a un
producto de la actividad humana del trabajo que realmente se deriva de las relaciones
sociales que intervienen entre ellos” (Ciccotti et al., 1979: 88). Así, los autores
desenmascaran la falsedad de sostener la ida de una “ciencia pura”, ajena al conjunto de
las relaciones sociales. Sin embargo, estos mismos autores, apoyándose en Commoner,
sugieren que hay tecnologías inherentemente contaminantes: “…el vínculo crucial entre
contaminación y lucro parece ser la tecnología moderna, que es al mismo tiempo la
fuente principal de los recientes incrementos en la productividad –y por ende de las
ganancias– y de los recientes ataques contra el medio ambiente” (Commonner, citado en
Ciccotti et al., 1979: 88). De este modo, le volvieron a imputar "una propiedad
intrínseca objetiva...”, sólo que en lugar de hacerla inherentemente neutral la volvieron
inherentemente contaminante, a tono con las tendencias ecologistas que se manifiestan
ya en la década de 1970. Esto permite señalar que si la crítica a la neutralidad de la
35
ciencia-tecnología no se inscribe en el análisis del desarrollo de artefactos tecnológicos
bajo determinadas relaciones sociales, políticas y económicas, sino que se limita a
señalar el carácter intrínsecamente contaminante o inherentemente dominante de una
tecnología, entonces simplemente se ha desplazado a la ciencia de un fetiche a otro. La
única diferencia sería entonces que ha dejado de ser un fetiche cargado de optimismo
para ser un fetiche del que hay que temer, pero la matriz de pensamiento no habría
cambiado significativamente.10
Distopías intelectuales
Hasta comienzos del siglo XX, la literatura fantástica era rica en un género que
inauguró Tomás Moro (1516). Las utopías imaginaban futuros ideales para la sociedad.
Eran ejercicios de crítica social combinados con fantasías sobre un orden social
igualitario; ejercicios que tomaban la forma de novelas, ensayos o hasta experimentos
sociales en pequeñas comunas, y sus referentes principales se sitúan en los siglos XVIII
y XIX, como Robert Owen, Saint-Simon, Charles Fourier, Pierre Leroux o Víctor de
Considerant. Marx y Engels (1848) consideraban que la literatura utópica reflejaba un
momento inicial y rudimentario de la lucha de clases en la sociedad industrial.
Reconocen un elemento de crítica social en esos autores, pero advierten que son más
bien críticas instintivas repletas de descripciones fantasiosas, y sostienen que, a medida
10
Uno de los pocos autores que han intentado mostrar las determinaciones estructurales y
superestructurales que operan en los desarrollos científico-tecnológicos sin caer en una nueva
fetichización de la ciencia, es Richard Lewontin, quien advierte que:
“Tenemos que descartar la noción de que allí afuera hay un mundo constante y fijo que sólo los
humanos están perturbando y destruyendo. Indudablemente lo estamos cambiando, como lo
hacen todos los organismos, y ciertamente tenemos un poder que otros organismos no tienen,
tanto de cambiar el mundo extremadamente rápido y, mediante la actividad consciente, de
cambiar el mundo en modos que consideramos beneficiosos. Sin embargo, no podemos vivir sin
cambiar el ambiente” (Lewontin, 1993: 115).
Lewontin se opone así a la reificación del medio ambiente, argumento empleado para cuestionar las
tecnologías por degradar al ambiente:
“Es enteramente correcto que los seres humanos quieran hacer un mundo en el que puedan vivir
felices, saludables y con vidas razonablemente largas. Pero no podemos hacer eso bajo la
consigna 'Salvar al Medio Ambiente', porque este eslogan asume que hay un medio ambiente que
fue creado por la naturaleza y que nosotros, en nuestra tontera, estamos destruyendo” (Lewontin,
1993: 118).
36
que se vaya desarrollando la lucha de clases y tomando formas más definidas, las
utopías habrán de perder su valor.
Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XX, las utopías fueron
desplazadas por su reverso igualmente fantasioso, por escenarios imaginarios donde lo
que priman son futuros adversos para el hombre, proyecciones devastadoras: las
“distopías” (Nuñez Ladeveze, 1986).11 La imaginación crítica se impregnó de
pesimismo, lo que se puso de manifiesto en la literatura y en el cine de ciencia ficción.
Las distopías tienen como uno de sus elementos centrales a las tecnologías, concebidas
ahora como instrumentos que habrán de desplegar la opresión, infelicidad y destrucción.
Los círculos intelectuales también se identificaron con estas perspectivas.
Uno de los exponentes más notorios de esta tendencia lo constituyó la Escuela
de Frankfurt, entre los que cabe destacar a Marcuse y Habermas. Varios de sus filósofos
sostuvieron que la racionalidad y eficacia que desplegaban la ciencia y la tecnología
daban lugar a un mundo de opresión y alienación. Para estos autores, las formas de
dominación en las sociedades contemporáneas son básicamente tecnológicas. Herbert
Marcuse considera que “hoy, la dominación se perpetúa y se difunde no sólo a través de
la tecnología sino como tecnología, y la última provee la gran legitimación del poder
político en expansión, que absorbe todas las esferas de la cultura” (Marcuse, 1964: 175).
La dominación como tecnología (la itálica en la cita anterior es del propio Marcuse)
refleja esta convicción de que la tecnología en sí misma es la que produce y expande la
dominación. Este peso que se le atribuye a lo científico-tecnológico como portador de
valores y prácticas que definen en gran medida a las relaciones sociales, es lo que el
filósofo de la tecnología Andrew Feenberg denomina perspectivas “sustantivistas”, cuya
característica más singular es que identifican la tecnología en general con formas
particulares de tecnologías occidentales (Feenberg, 2000).
Uno de los filósofos que ha mantenido estas posiciones con más vehemencia es
Heidegger (maestro de Marcuse, por otro lado). Como señala Feenberg, el punto de
vista de Heidegger es que la tecnología está apoderándose de nosotros cada vez más
(Feenberg, 2000: 295). Pero hay algo todavía más interesante en el pensamiento de
11
En realidad, Marx no preconiza el fin de los relatos utópicos, sino que advierte que el carácter
revolucionario que había en sus primeros referentes se perdía en sus discípulos, pues al mantener las
concepciones de sus maestros en situaciones históricas de mayor desarrollo del proletariado, caían en
posiciones siempre reaccionarias (Marx y Engels, 1848). Esa observación permite encontrar un hilo de
continuidad entre ciertos discursos utópicos y las distopías contemporáneas. No obstante, la particular
preponderancia de las distopías en los relatos fantásticos es un fenómeno reciente.
37
Heidegger al respecto. Considera que la tecnología moderna se diferencia
profundamente de las tecnologías pasadas, por cuanto éstas apenas si aprovechaban lo
que la naturaleza ofrecía, mientras que ahora la tecnología extraería energías ocultas en
la naturaleza (Heidegger, 1954).12 La idea de que la tecnología cruza una frontera al
sumergirse en “lo oculto” de la naturaleza acarrea un evidente pensamiento místico, que
implica una suerte de acusación a la tecnología por meterse en zonas en las que no
debería ingresar, trastornando la naturaleza. Así, contrapone la imagen arcaica del
campesino que no desafía a la tierra, con la moderna agricultura mecanizada por la
industria alimentaria. El peligro, según Heidegger, radica en que la tecnología desafía lo
oculto en la naturaleza, lo que, a su vez, forzaría los “límites” de ésta y del hombre
(Mitcham y Casey, 1992). No es difícil observar que, desde este planteo, se termina
considerando a la “tecnología moderna” como fuente del Mal absoluto. De hecho,
Heidegger sostuvo que “la agricultura es ahora la industria mecanizada de la
alimentación, en esencia lo mismo que la manufactura de los cuerpos en las cámaras de
gas y los campos de exterminio, lo mismo que el bloqueo y la privación de alimentos a
las naciones, lo mismo que la producción de la bomba de hidrógeno” (citado en
Rockmore, 1992: 241). Es un planteo metafísico que no atiende a las particularidades de
los contextos en los que se produce cada tecnología, sino que encuentra una “esencia”
en la tecnología moderna (Ihde, 2010).13
Hay una perspectiva esencialista toda vez que se asienta una explicación en base
a supuestas características intrínsecas de una cosa, en lugar de atender al contexto
histórico que define a la cosa de un modo concreto. Para el esencialismo, las
singularidades de cada tecnología se deben, a lo sumo, a meras contingencias, pero es su
naturaleza primaria, su esencia, lo que define lo que “es” la tecnología en sus rasgos
principales. Donde hay una “esencia” es porque se atribuye una naturaleza intrínseca
que explica al objeto más allá de lo que le infrinja la realidad externa. Un abordaje
12
El texto de Martin Heidegger al que me refiero es Die Frage nach der Technik. La palabra alemana
“technik” puede significar tanto “tecnología” como “técnica”. En el sentido que le atribuye Heidegger,
prima claramente la idea de “tecnología”, y así lo entendieron las traducciones inglesas, que publicaron su
trabajo como “The Question Concerning Technology”. Por alguna razón, la traducción española optó por
considerarlo “La pregunta por la técnica”.
13
También Feenberg critica este “alto nivel de abstracción” de Heidegger, que no le permite discriminar
entre las técnicas agrícolas, la electricidad y el Holocausto (Feenberg, 2000). Creo, sin embargo, que el
mayor inconveniente no es su nivel de abstracción, sino el hecho de que Heidegger le adjudica una
esencia a lo que llama “tecnología moderna”, y por ende ve cada tecnología particular como una simple
expresión de una esencia común; esencia que, por lo demás, considera peligrosa y amenazante.
38
asociado a éste es el de determinismo tecnológico, el cual le otorga a la tecnología una
primacía sobre cualquier otro factor en la explicación de la realidad social.14
Las diferencias pueden ser sutiles, y se debe a que hay autores que no se
identifican fácilmente con una u otra perspectiva, pues hay matices. Marcuse, por
ejemplo, considera que la ciencia y la tecnología someten al hombre a un estado
opresivo, pero sostiene que es posible desprenderse del sistema social que da origen a
esa dominación científico-técnica. Foucault, por su parte, argumenta que es posible
desarrollar luchas locales contra los dispositivos opresivos.15 En cambio, Jacques Ellul
representa una visión fatalista de la opresión tecnológica. Para empezar, Ellul considera
que la tecnología es completamente autónoma, y que vivimos en una sociedad
tecnológica con valores y dinámicas propias. Ante la pregunta –que él mismo se
formula– respecto a si el hombre puede tener el control de esa tecnología, Ellul es
abiertamente pesimista (Ellul, 2004).
Habermas, por su parte, se inscribe entre quienes sostienen que la ciencia y la
tecnología imprimen una lógica cultural opresiva, al entender la “ideología de la
tecnología” como una identificación masiva con la racionalidad tecnológica (Habermas,
1992). Aggazi tiene una concepción similar de lo que denomina “ideología
tecnologista”, considerándola una visión totalizante de la realidad en la cual la
tecnología abandona las especificidades de su campo bajo la “confianza de que los
problemas de la totalidad se pueden afrontar y resolver” con ella (Agazzi, 1996: 119).
Esto se acerca más a una crítica de la tecnología en tanto cultura tecnocrática, es decir,
en función del lugar privilegiado que se le da para la resolución de problemas.16
Las distintas manifestaciones de temor o preocupación hacia la ciencia y la
tecnología modernas que reseñé aquí, forman parte de un modo de pensar que encuentra
en los desarrollos científicos una fuente intrínseca de problemas sociales. Ellul, por
ejemplo, afirma que la tecnología moderna –en la que incluye a la ingeniería genética–
genera más problemas que soluciones, y que los desastres que estos desarrollos pueden
14
La discusión sobre el determinismo tecnológico excede los alcances de este capítulo. Al respecto,
puede consultarse Smith y Marx (1994).
15
El hecho de que conciban que la dominación técnica depende de la organización social, entra en
contradicción con una idea esencialista de la tecnología. Es por eso que Feenberg prefiere denominar a
Marcuse y a Foucault como “distopianos de izquierda” (Feenberg, 1999). En todo caso, estos autores le
asocian un lugar privilegiado a la tecnología en las relaciones sociales, y un lugar netamente opresivo.
16
Hay también en Marcuse y en Habermas una intención de criticar la cultura tecnocrática, es decir, la
idea de que sólo desde el saber científico-tecnológico se abordan las problemáticas sociales. Sin embargo,
la “ideología tecnocrática” que cuestionan suele estar investida por estos autores de una gran autonomía,
de modo tal que actuaría como un poder dominante en sí mismo (Katz, 1997).
39
acarrear resultan impredecibles (Ellul, 1990). Esto nos remite directamente a una
corriente de pensamiento que surgió hacia la década de 1980, y que se concentra en la
idea de los riesgos de la tecnología.
La sociedad del riesgo
El máximo referente de lo que se conoce como la “sociedad del riesgo”, es el sociólogo
alemán Ulrich Beck. Para él, el riesgo que se desprende de los desarrollos tecnológicos
ha redefinido todas las relaciones sociales. Según Beck, hasta Chernobil la sociedad
podía ubicar sus conflictos en torno a la desigual distribución de riquezas, a las
injusticias sociales y la miseria, pero a partir de ese momento quedaría claro que los
riesgos tecnológicos se volverían el principal problema social17. El riesgo tecnológico
pasa a ser la razón estructural de la sociedad contemporánea. De acuerdo a Beck, la
sociedad del riesgo tiene una lógica nueva, pues “las sociedades del riesgo no son
sociedades de clases; sus situaciones de peligro no se pueden pensar como situaciones
de clases, ni sus conflictos como conflictos de clases” (Beck, 1998: 42). Apelando a esta
perspectiva, el sociólogo de la tecnología Wiebe Bijker considera que “en lugar de la
distribución de bienes, como ocurría en la sociedad de clases, la distribución del riesgo
es lo que hoy determina las relaciones sociales y de poder” (Bijker, 2006: 693).
Además, el riesgo así entendido tiene una carga de inconmensurabilidad, pues no
se sabe cuán grande podría llegar a ser la magnitud del desastre. No hay una idea clara
sobre la naturaleza del riesgo, pero hay una certeza sobre su inminencia. De esta
manera, Beck sostiene que “una característica de la sociedad del riesgo global es una
metamorfosis del peligro que es difícil delinear o controlar”, pues “las amenazas
globales han tenido como resultado un mundo en el que los fundamentos de la lógica
establecida de los riesgos son minados e invalidados, en el que sólo hay peligros de
difícil control en lugar de riesgos calculables” (Beck, 2002: 211-242). En términos
similares se expresa Giddens, para quien los peligros catastróficos que se estarían
afrontando en la actualidad se miden “no en términos de probabilidad de suceder sino en
términos de amenaza generalizada a la vida humana” (Giddens, 1999: 128).
17
Así explica el propio Beck este cambio, que según su criterio marca un alejamiento de los problemas
típicos de la modernidad: “Se puede dejar fuera la miseria pero no los peligros de la era atómica. Ahí
reside la novedosa fuerza cultural y política de esta era. Su poder es el poder del peligro que suprime
todas las zonas protegidas y todas las diferenciaciones de la modernidad” (Beck, 1998: 11).
40
Este tipo de perspectivas sobre los riesgos de las nuevas tecnologías implican un
abordaje esencialista, por cuanto consideran que el riesgo es inherente a estas
tecnologías, que está en su naturaleza. La biotecnología se asocia como una de esas
nuevas tecnologías que, en particular a través de la ingeniería genética, sumiría a la
sociedad en situaciones de riesgo.
Además de Ulrich Beck, hay otros autores que abordan temáticas similares,
como Niklas Luhmann, y también podría mencionarse el trabajo de Funtowicz y Ravetz.
Desde un enfoque similar al de Beck, Funtowicz y Ravetz (1993) plantean que la
tecnología está destruyendo la naturaleza. Advierten que los nuevos problemas
ambientales tienen diferencias significativas con los problemas científicos tradicionales,
y por eso se los puede distinguir con claridad: son globales en su escala, su impacto es
de larga duración y son complejos y dinámicos, es decir, se vuelven impredecibles, y su
control, incompleto. Afirman que ninguna tradición cultural del pasado puede prever
todas las respuestas que exigen los problemas del planeta, y por eso llaman a la
conformación de una ciencia nutrida de una pluralidad de perspectivas. Como he
mencionado anteriormente, la denominan “ciencia posnormal” para diferenciarla de la
ciencia normal (en el sentido kuhniano), ya que mientras ésta habría sido exitosa en
extender la resolución de problemas desde el laboratorio hasta la conquista de la
naturaleza, no lo sería en cambio para la resolución de los nuevos problemas
ambientales globales.
Estas perspectivas comparten la caracterización del riesgo como el elemento
central de la sociedad actual, el cual redefiniría las relaciones sociales (obviando o no
las relaciones de clases), y esto permite clasificarlas como una misma corriente de
pensamiento. En tal sentido es que se considera que “estamos en el siglo XXI y las
opciones teóricas que encontramos más apropiadas a la descripción de nuestro sistema
social son las referidas a la Sociedad del Riesgo para caracterizar la estratificación
social en términos de vulnerabilidad” (González, 2003), lo que pone en evidencia el
lugar central que se le otorga al riesgo en la sociedad actual, tanto desde la perspectiva
de Beck como de algunas perspectivas críticas. Además, y en función del rol central
concedido al riesgo, ambas concuerdan en la necesidad del incremento de la
participación pública en el control de los riesgos tecnológicos, ya que “la
democratización de los riesgos, obliga a las ciencias a democratizar la regulación del
riesgo” (Gutiérrez, s./f.). El hecho de que algunos autores busquen controlar los riesgos
de las tecnologías modernas, no necesariamente los aleja del esencialismo. Hay quienes
41
pretenden contener las cualidades esenciales de las cosas, y quienes afirman que es
imposible hacerlo. Pero son abordajes esencialistas toda vez que atribuyen cualidades
esenciales a las cosas, en lugar de considerar esas cualidades como construidas en un
contexto social particular.
La biotecnología desde perspectivas esencialistas
Si he mostrado cómo en las últimas décadas del siglo XX se fue consolidando una
corriente esencialista frente a la tecnología moderna, es porque eso se refleja luego en el
modo de aproximarse a los cultivos transgénicos. La biotecnología es uno de los más
claros exponentes de la “ciencia moderna”, además implica una manipulación del ADN,
y en particular la biotecnología vegetal supone una irrupción de la ciencia y la
tecnología en el mundo de la agricultura y de los alimentos. Cada uno de esos aspectos
son refugios de discursos esencialistas, de modo que resulta muy habitual que, al
referirse a los cultivos transgénicos, se lo haga desde posiciones esencialistas.
Así, los problemas sociales que se ubican en ámbitos agrícolas, por ejemplo,
encontrarían su explicación en los transgénicos. No en el contexto particular en el que
se desarrollan y usan, sino en sí mismos. En esa perspectiva, el Grupo de Reflexión
Rural sostiene que “la biotecnología, el agronegocio, los transgénicos, los agrotóxicos,
destruyen la biodiversidad, envenenan los ecosistemas e impactan severamente sobre
nuestras poblaciones” (GRR, 2010). También en el sentido de adjudicarle a los
transgénicos los males sociales, Marie-Monique Robin relata que “150.000 campesinos
dejaron su actividad entre 1991 y 2001, de los cuales 103.000 lo hicieron después de la
llegada de la soja transgénica” (Robin, 2008: 279). El economista Miguel Teubal señala
que existe una relación causal entre la soja transgénica y la pobreza y el hambre en la
Argentina (Teubal, 2006).18 Así las cosas, pareciera que esta tecnología encierra una
siniestra caja de Pandora que, al abrirse, despliega dramáticos males sociales. Una de las
características de la idea de riesgo de las nuevas tecnologías es la certeza de que
acarreará catástrofes pero dentro de una gran incertidumbre respecto a las características
de las mismas. Así es como se concibe a la biotecnología al definir, por ejemplo, a los
transgénicos como “mutantes presuntamente amables pero de comportamiento en gran
18
Aunque en general el análisis de Teubal se despliega en torno a diversas variables, que enmarca en lo
que llama un “modelo agroalimentario”, luego desliza su causa hacia “la aparición de la soja transgénica”.
Estos deslizamientos no son casuales, sino que responden a la presencia de una concepción esencialista de
la tecnología. Así, termina señalando que es una tecnología (la soja transgénica) lo que causa pobreza y
hambre.
42
medida imprevisible” (Bartra, 2008). Por su parte, Jeremy Rifkin comulga con muchas
de las perspectivas esencialistas, desde las ideas del riesgo de las nuevas tecnologías,
hasta la noción de sacralidad, complejidad y sabiduría de la naturaleza, pues al referirse
a la agricultura transgénica sostiene que:
“La nueva siembra del planeta con un segundo Génesis de laboratorio tendrá seguramente
envidiables éxitos a corto plazo en el mercado, sólo para, finalmente, fracasar a manos de una
naturaleza impredecible e implacable. Las técnicas genéticas que hemos inventado para
recolonizar la biología del planeta son imponentes, pero nuestra ignorancia supina de los
intrincados mecanismos de la biosfera con los que estamos experimentando supone una
limitación aún más imponente. La aparición de nuevas herramientas de la ingeniería genética y la
apertura de un comercio mundial permitirán a una naciente ‘industria de la vida’ ‘reinventar’ la
naturaleza y manipularla a escala universal. Pero la nueva colonización no tiene brújula. No hay
una ecología predictiva que ayude a guiar este viaje, y seguramente nunca la habrá, porque la
naturaleza está demasiado viva, es demasiado compleja y variable para que los científicos
puedan hacer alguna vez modelos que la predigan. Puede que al final nos veamos perdidos y a la
deriva en este nuevo mundo artificial que nos estamos creando para el siglo de la biotecnología.”
(Rifkin, 1999: 116)
Bajo esta perspectiva, la naturaleza es un espacio sagrado que el hombre está
vulnerando con la biotecnología y, al hacerlo, despertará grandes males: “lo cierto es
que, cuanto más poderosa sea una tecnología por lo que se refiere a alterar y transformar
el mundo natural –es decir, a reordenar el entorno con fines inmediatos, eficaces y a
corto plazo–, tanto más probable será que se quiebren y socaven las viejas redes de
relaciones y se creen desequilibrios en alguna parte del medio circundante” (Rifkin,
1999: 218).19
19
Las similitudes entre el discurso de Jeremy Rifkin y el de Ulrich Beck son notables. Considérese, por
ejemplo, el siguiente pasaje en el que Rifkin alude a los OGMs: “Cada nueva introducción sintética viene
a ser como jugar a la ruleta ecológica. Es decir, aunque haya sólo una pequeña posibilidad de que dispare
una explosión ecológica, si lo hace, las consecuencias podrían ser importantes e irreversibles” (Rifkin,
1999: 80). Ahora compárese con estas observaciones de Beck: “…se está jugando una especie de ‘ruleta
rusa’ tras las paredes, cada vez más delgadas, del ‘medio ambiente’ (…) No importa cuán abstractas
puedan ser las amenazas; en último término, su concreción es igualmente irreversible e identificable
regionalmente” (Beck, 2002: 100). A pesar de las similitudes, Rifkin no cita ni una sola vez, en su obra El
siglo de la biotecnología, a Ulrich Beck. Es probable, entonces, que no lo haya leído. Lo que ponen de
manifiesto estas coincidencias es una forma de pensar común, plagada de esencialismos, que se ha
extendido en lo que se refiere al modo de ver las nuevas tecnologías. En esta forma de pensar, abunda la
idea de los efectos irreversibles de las tecnologías, de la fragilidad y complejidad del ambiente, de la
enorme magnitud de los riesgos con los que estaría, inconscientemente, jugando el hombre al desafiar la
naturaleza con sus desarrollos científicos.
43
Las proyecciones distópicas suponen, necesariamente, un pasado donde las
tecnologías eran más amables y controlables. En fin, que si el problema está en la
naturaleza de ciertas tecnologías modernas, la ausencia de esas tecnologías resuelve un
problema. Este es el sentido del razonamiento de Marie-Monique Robin:
“Las técnicas de manipulación genética no tienen nada que ver con la selección genealógica que
practican los seleccionadores (…) desde el advenimiento de la agricultura en la Mesopotamia
hace 10.000 años, dirigida a guardar las más bellas espigas de sus cosechas para la siembra del
año siguiente. Ese procedimiento agronómico no puede ser asimilado a las técnicas de
manipulación genética, las cuales, lejos de respetar las leyes naturales del desarrollo vegetal,
buscan por el contrario destruirlas por todos los medios.” (Robin, 2008: 150-151)
Dicho de otro modo, si los problemas sociales están originados en una tecnología, la
solución es tan simple como deshacerse de esa tecnología:
“Las denominadas tecnologías de punta en el campo de los recursos naturales (…) desplazan
masivamente tanto a trabajadores rurales, al campesinado, a la agroindustria en general, como a
pobladores cordilleranos; significan la depredación, el saqueo y la contaminación de recursos
naturales esenciales (…) y, por último, aunque parezca extraño, no son esenciales para la vida de
las comunidades, o del mundo en general. Podemos vivir sin oro y también sin soja.” (Teubal,
2009a)
Siguiendo esta línea se puede llegar a encontrar autores que proponen directamente una
nueva forma de luddismo (Bartra, 2008).20
Perspectivas divergentes
Las diversas expresiones reunidas aquí tienen el propósito de mostrar diferentes
perspectivas sobre la agricultura transgénica con componentes esencialistas.
En el Capítulo 7 mostraré la posición que asumieron diversos grupos sociales –
sobre todo, movimientos campesinos– antes los cultivos transgénicos. En general, éstos
se ven afectados por la creciente tecnificación e industrialización de la agricultura, entre
otras cosas porque lógicamente resultarán perjudicados ante el aumento de
productividad de quienes incorporan esas tecnologías. Su propia agricultura de pequeña
escala se ve así amenazada, y es por lo tanto comprensible que salgan públicamente a
20
El luddismo es un movimiento obrero de principios del siglo XIX en Inglaterra, es decir, en los
comienzos de la revolución industrial. Se caracterizó por la destrucción de máquinas, a las que
responsabilizaba de sus miserias.
44
oponerse a los transgénicos y tratar de sostener sus prácticas agrícolas, bajo la
reivindicación de una “agricultura orgánica”, “agroecología”, etc. Pero lo que quiero
señalar aquí es que hay otro tipo de actores, que en principio no se ven directamente
afectados por la industrialización de la agricultura, y que expresan puntos de vista
similares. Me refiero a los discursos que he mostrado en este capítulo bajo el rótulo de
“esencialismos”. Estas perspectivas intelectuales se explican por otras razones,
relacionadas con un avance en las posiciones esencialistas frente a las nuevas
tecnologías.
¿Por qué no coincido con estas perspectivas? Porque las miradas esencialistas
consideran que los problemas sociales se originan en la naturaleza de las cosas (que son
“inherentemente contaminantes”, “insustentables”, que “sólo favorecen a los
poderosos”, etc.). En cambio, yo pretendo realizar un abordaje relacional de la ciencia y
la tecnología, que apunte a comprender el desarrollo y funcionamiento concreto de una
tecnología en relación al contexto particular en el que se desenvuelve. Las miradas
esencialistas pueden resultar más fáciles, pues pretenden que el orden social depende de
la naturaleza de las cosas, y creen entonces que cambiando la ciencia y la tecnología se
obtendrá una sociedad distinta. Mi perspectiva es la inversa.
En algún punto, estas discusiones resultan similares a las que se daban en el
siglo XIX cuando el comienzo de la industrialización ponía en serios aprietos al
campesinado. Ante los avances de la producción fabril y del desarrollo de máquinas
para la fabricación de mercancías, numerosos intelectuales ponían el grito en el cielo,
clamando lo innecesario de esas máquinas que acabarían simplemente por arruinar a los
campesinos. Lenin tildaba a esos lamentos de utopías pequeñoburguesas. Lo interesante
es que Lenin terminaba por considerar reaccionarias a tales doctrinas, toda vez que no
valoraban el elemento progresivo de esas máquinas:
“En el reemplazo del trabajo manual por el de las máquinas no hay nada de ‘absurdo’; al
contrario, en eso precisamente reside toda la labor progresista de la técnica humana (…) La
incapacidad de explicar el capitalismo y la preferencia por las utopías en lugar del estudio y la
comprensión de la realidad, conducen a negar el significado y la potencialidad del capitalismo.”
(Lenin, 1893-1899)
Detrás de muchas de las posiciones que glorifican una idea de agricultura tradicional, y
separan lo “natural” de la actividad del hombre, suele haber en juego identidades locales
que se ven amenazadas por el avance de la industrialización y la modernización de las
45
prácticas agrícolas. Tales representaciones reificadas sobre las actividades del hombre y
la naturaleza, son comprensibles en función de esas identidades, relacionadas con las
prácticas concretas de producción agrícola que acompañan a esos grupos sociales, y
sobre ello me extenderé en el Capítulo 7. Pero otra cosa muy distinta es que esas
mismas posiciones sean abonadas desde los estudios sobre las relaciones entre la ciencia
y la sociedad. Frente a ellas, creo conveniente desplegar una perspectiva más dialéctica,
que perfore las reificaciones que se construyen en torno a la naturaleza, la cultura, la
ciencia y la tecnología. Al respecto, Marx sostenía que:
“Los animales y las plantas, que solemos considerar como productos naturales, no son solamente
productos del año anterior, supongamos, sino que son, bajo su forma actual, el fruto de un
proceso de transformación desarrollado a lo largo de las generaciones, controlado por el hombre
y encauzado por el trabajo humano.” (Marx, 1867: 134)
En ese marco de imbricación entre el trabajo humano y la naturaleza, el estudio de la
biotecnología puede mostrar los aspectos concretos en que se desarrollan nuevos modos
de producción, las formas en que diversos actores se involucran en esos procesos, y las
reconfiguraciones de las relaciones sociales que se llevan a cabo.
Habiendo aclarado mis diferencias con los abordajes esencialistas, a continuación
mostraré los elementos conceptuales generales que orientan un análisis contextual de los
desarrollos científico-tecnológicos.
Ciencia, tecnología y sociedad
Diversos aspectos materiales y simbólicos son puestos en tensión en relación con la
biotecnología, y diversos actores se involucran en su desarrollo. Científicos,
funcionarios, empresas, movimientos sociales, asociaciones de productores rurales, son
actores sociales que parecen transitar espacios distintos, y sin embargo, todos ellos se
involucran, de algún modo u otro, con los cultivos transgénicos. Dar cuenta de esas
interacciones supone un esfuerzo por reunir en un mismo estudio cuestiones técnicas,
políticas, económicas y sociales. Estos cruces entre aspectos que tradicionalmente
pertenecen a campos de estudios distintos, aparecen aquí reunidos bajo un mismo
análisis en buena medida debido al desarrollo de un campo disciplinar singular: el de los
estudios sociales de la ciencia y la tecnología.
46
Robert Merton aparece como una de las primeras figuras de este campo
mediante su tesis doctoral, titulada Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del
siglo XVII, la cual fue publicada en 1938.21 Allí, Merton analiza el surgimiento de la
investigación científica en relación con las transformaciones generales que ocurrían en
la sociedad. Se trataba de un estudio que no indagaba en la producción del conocimiento
científico por cuanto consideraba que eso era de interés epistemológico y no
sociológico. El propósito de Merton era analizar cuestiones externas a la producción de
conocimiento. En tal sentido, señala que, al respetar una serie de normas de conducta, la
comunidad de investigadores garantiza el normal funcionamiento del método científico
(Merton, 1938). Merton es reconocido como uno de los pioneros en los estudios sociales
de la ciencia, pero con el tiempo su abordaje va a ser cuestionado, en particular, en lo
que se refiere a la producción del conocimiento científico –que Merton resguardaba bajo
una esfera de autonomía– y que va a pasar a ser analizado, también, en términos
sociológicos. La ruptura la produce Kuhn (1962), quien –en La estructura de las
revoluciones científicas– plantea que la propia dinámica de producción de
conocimientos científicos está relacionada con la organización social. Los criterios
metodológicos de la ciencia se sustentan en presupuestos que van cambiando, conforme
cambian las ideas sobre lo que es un problema relevante o una solución aceptable. Kuhn
no ve en la historia de la ciencia un proceso continuo de acumulación de conocimientos,
sino que ve estadios de estabilidad y de cambio en el proceso científico, relacionados
con situaciones de consenso y quiebres del mismo.22 Se trata de un consenso acerca de
una trayectoria científica previa. Esto lo explica Kuhn a través de la noción de
paradigma, que engloba un conjunto de realizaciones científicas pasadas que no son
cuestionadas y que definen los problemas y métodos legítimos de un campo de
investigación.23 El paradigma define el tipo de problema a analizar. La ciencia que se
21
Por cierto, hay autores contemporáneos a Merton que también estudiaron estos temas. Uno de ellos es
Ludwik Fleck, quien, en muchos aspectos, fue más lejos que Merton en la indagación de la ciencia. En
particular, Fleck se interesó por el modo en que se desarrollan los hechos científicos, y consideró que
resultaba crucial analizar los “estilos de pensamiento”, pues sostuvo que no había vínculos lógicos
formales entre las concepciones y las pruebas que las justificaban, y por eso debía prestarse atención a
cómo circulan las ideas y concepciones dentro de los estilos de pensamiento (Fleck, 1937).
22
Según Prego, “el recurso a la noción de consenso aparece en la obra de Kuhn como piedra angular en la
construcción de la idea de ciencia normal, y de la comunidad científica misma, entroncando con la teoría
del cambio científico a través de los poco elaborados mecanismos de desaparición y reconstrucción del
acuerdo comunitario” (Prego, 1992: 32).
23
Al mismo tiempo, estas realizaciones científicas pasadas deben ser lo suficientemente incompletas
como para dejar que muchos problemas sean resueltos posteriormente bajo ese paradigma. De hecho, “el
47
realiza en tales condiciones –es decir, al amparo de un paradigma dominante– es
denominada ciencia normal. Las realizaciones científicas pasadas que constituyen un
paradigma son relatadas en los libros de texto científicos. Mientras un paradigma se
encuentre vigente, la ciencia se desarrollará de modo acumulativo, es decir, se
considerará que los conocimientos se van agregando y perfeccionando unos a otros.
Pero eventualmente un paradigma puede entrar en crisis y dar lugar a otro paradigma, lo
que se define como una revolución científica. En los cambios revolucionarios
intervienen realizaciones científicas cuya asimilación implica una alteración de los
modos de pensar y describir una serie de fenómenos naturales (Kuhn, 1962). En tales
circunstancias, surgen teorías que compiten entre sí y cuya resolución depende de la
construcción de un nuevo consenso. En los paradigmas más recientes –Kuhn hace
referencia, en 1962, a la biología hereditaria– la construcción de un consenso todavía se
percibe como un proceso arduo.
En base a la obra de Kuhn –y, en particular, a su ambigua definición de
paradigma– se generaron nuevas formas de desplegar una sociología del conocimiento
(Kreimer, 1999). Sobre todo, se destaca la emergencia de una corriente según la cual el
conocimiento es concebido como el resultado de una construcción social, razón por la
que se la denomina constructivismo. La tesis constructivista, según Callon y Latour
(1991), consiste en considerar que los conocimientos no se obtienen por el mero registro
de los resultados proporcionados por los experimentos, sino que intervienen diversas
acciones, conflictos y negociaciones entre los actores que le permite a los científicos
finalmente hablar en nombre de la naturaleza y construir así el hecho científico. Esto no
significa que los conceptos desarrollados por Kuhn hayan sido aplicados
sistemáticamente por autores posteriores.24 En todo caso, su influencia se destaca de un
modo general en la apertura del hecho científico a la sociología. De allí en más, diversas
corrientes se abrieron camino dentro del campo de los estudios sociales de la ciencia y
la tecnología.25 En todo caso, mientras que la sociología clásica concibe a la ciencia
paradigma obliga a los científicos a investigar alguna parte de la naturaleza de una manera tan detallada y
profunda que sería inimaginable en otras condiciones” (Kuhn, 1962: 53).
24
De hecho, los conceptos de paradigma, ciencia normal y ciencia revolucionaria resultan bastante
difusos y poco operacionalizables (Pinch y Bijker, 1984: 407).
25
La heterogeneidad de abordajes que se sucedieron desde la década de 1970 se parecen
fundamentalmente en su oposición a la sociología normativa de Merton. Por lo demás, su diversidad se
explica porque el legado de Kuhn no fue tanto una teoría, sino más bien la formulación de una
problemática (Prego, 1992: 28). No desplegaré aquí una descripción de cada una de esas corrientes que
fueron emergiendo dentro de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, sino sólo algunos aspectos
48
como una esfera autónoma de operaciones intelectuales, para la nueva sociología de la
ciencia tal autonomía no existe, sino que la ciencia –como toda actividad humana– está
atravesada por relaciones sociales que son las que le dan forma.
Según Michel Dubois (2001), a partir de la década de 1970 se pueden distinguir cuatro
tendencias en los estudios sociales de la ciencia. Una se caracteriza por un abordaje
relativista, según la cual toda investigación científica se realiza dentro de sistemas
sociocognitivos cerrados e irreductibles entre sí. Esta tendencia se encontraría
particularmente referenciada en el “Programa Fuerte”. En Conocimiento e imaginario
social, Bloor (1976) se propone demostrar que toda forma de conocimiento está
socialmente determinada. Para ello establece cuatro principios programáticos que
deberían guiar la sociología del conocimiento: Causalidad (ocuparse de las condiciones
que dan lugar a las creencias), Imparcialidad (respecto a lo que se considera verdadero o
falso), Simetría (los mismos tipos de causas deben explicar las creencias falsas y las
verdaderas), y Reflexividad (los patrones de explicación deberían ser aplicables a la
sociología misma). Estos serían los cuatro pilares del Programa Fuerte en sociología del
conocimiento, cuyo origen institucional se sitúa en la Universidad de Edimburgo, de
donde provienen no sólo David Bloor, sino también Barry Barnes, Steven Shapin y
Donald MacKenzie.
Otra tendencia dentro de los estudios sociales de la ciencia se orienta a mostrar
la interdependencia de los diversos factores que convergen en la práctica científica. Una
interpretación radical de la idea de interdependencia sería aplicada por los
socioconstructivistas referenciados en Latour, Callon, Woolgar, Knorr-Cetina y Michael
Lynch. Éstos sostendrían que las dimensiones técnicas, sociales, económicas y
cognitivas –constitutivas de toda práctica científica– son indiscernibles. Shinn y
Ragouet (2005) cuestionan las corrientes antidiferenciacionistas (que reducen la
diferencia entre ciencia, sociedad, naturaleza y cultura), por considerar que, en función
de esa no diferenciación entre distintas categorías, terminan por realizar siempre un
enfoque más descriptivo que explicativo.
Las dimensiones sociales más amplias –las consecuencias sociales de la ciencia,
su ideología– en relación a la ciencia constituirían el eje de otra tendencia que, según
Dubois, sólo habría sido desarrollada por el grupo PAREX, donde incluye a Terry
de éstas. Para un acercamiento más detallado de estos diversos abordajes, ver, por ejemplo, Kreimer
(1999) y Thomas y Buch (2008).
49
Shinn, Lemaine, Mulkay, Whitley y Weingart.26 Observan el rol de las políticas
científicas en el desarrollo de las organizaciones científicas. Buscan comprender las
estrategias de los científicos en relación a sus normas y valores.
La tendencia que atravesaría a todas las corrientes emergentes en los estudios
sociales de la ciencia es la de observar empíricamente las acciones y prácticas
científicas. Esto implica un desplazamiento metodológico hacia el entorno del actor
estudiado. Esta microsociología tiene, según Knorr-Cetina, dos vertientes. Por un lado,
están los estudios sobre controversias científicas, encabezados por Harry Collins, que
buscan describir los mecanismos por los cuales las propuestas cognitivas logran
establecerse como verdaderas y formar un consenso. La otra vertiente estaría
representada por los estudios de laboratorio, que implican una observación directa de las
prácticas científicas en el lugar de trabajo de los investigadores.
En América Latina, los estudios sociales de la ciencia datan de la década de 1950, con
investigaciones en historia de la ciencia, y luego con el análisis de las dimensiones
políticas de la ciencia, a través de los trabajos de Oscar Varsavksy, Amílcar Herrera,
Jorge Sábato y otros. Es a partir de la década de 1980 que comienza a consolidarse el
campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología en América Latina (Kreimer
y Thomas, 2004). El contexto particular que suponen los países latinoamericanos en
relación a los desarrollos científicos, comenzó a ser problematizado. Hebe Vessuri, por
ejemplo, desarrolló a principios de los años ’80 un intento por comprender la naturaleza
periférica del conocimiento científico. La sociología constructivista había comenzado a
mostrar que la ciencia no es una esfera autónoma de operaciones intelectuales, y por lo
tanto el contexto socio-político debía ser considerado un factor de suma importancia
para dar cuenta de la ciencia periférica. Así, Vessuri señala que no existe una ciencia
abstracta y universal, sino que lo que hay es una ciencia en la historia: la ciencia es
desarrollada por personas singulares, en condiciones particulares, en momentos
específicos. Vessuri sugiere que las comunidades científicas de los países periféricos
tienden a ser más conservadoras que las de los países centrales. Porque desarrollar una
teoría novedosa implica una serie de riesgos, en términos financieros e intelectuales,
26
La Asociación PAREX (contracción de “París-Sussex”) se creó en 1970 bajo el amparo institucional de
la Maison de Sciences de l’Homme, en París. El objetivo de la Asociación era promover la colaboración
entre los grupos franceses e ingleses que se desenvolvían en los estudios sociales de la ciencia. En base a
esta asociación se creó luego la EASST (European Association for the Study of Science and Technology).
50
bastante elevados para ser encarados con perspectivas de éxito desde América Latina.
De este modo, las comunidades científicas de los países periféricos tienden a trabajar
dentro de los parámetros de la ciencia “normal”, a resolver problemas cuyas ideas
centrales fueron establecidas en otro lugar. Vessuri reconoce que hay disciplinas donde
se pueden explotar circunstancias locales en términos cognitivos, y por lo tanto habrá
que ver las particularidades que presenta cada disciplina, pero en términos generales
enfatiza que resulta difícil que aparezca un desarrollo conceptual nuevo en América
Latina (Vessuri, 1983). Por su parte, Kreimer propone un concepto, al que denomina
“integración subordinada”, para explicar un fenómeno bastante común de la dinámica
de grupos de investigación de países periféricos. Sostiene que las tradiciones científicas
locales construyen, por lo general, vínculos más o menos fuertes con las tradiciones
científicas propias de países centrales. De este modo, observar el vínculo entre los
grupos locales y los de los países centrales resultaría revelador para entender el carácter
de la ciencia periférica. Con frecuencia, los investigadores locales más prestigiosos
logran integrarse dentro de la ciencia internacional. Pero el vínculo que se va generando
no es simétrico, la integración entre los pares no es pareja. Aquellos grupos de
investigación que han establecido vínculos con pares de países centrales, pueden
“integrarse” en ciertas prácticas científicas (inclusión en publicaciones de primer orden
internacional, financiamiento internacional), pero a riesgo de realizar una ciencia
“hipernormal”, donde trabajan sobre la misma temática que sus homólogos de los países
centrales, pero proveyendo información sólo en cuestiones hiper-específicas del tema.
Es una integración subordinada, por cuanto la elección de las líneas de investigación, la
perspectiva global del problema conceptual y hasta sus potenciales utilidades dependen
fuertemente de los centros de referencia, localizados en países centrales. De este modo,
se va generando una división de tareas bastante clara: en los países periféricos se trabaja
a un nivel muy específico y acotado, mientras que en el país central se integra esa
información en el marco de un desarrollo conceptual novedoso (Kreimer, 2000; 2006).
En definitiva, el carácter periférico de la ciencia y la tecnología en América
Latina fue un rasgo a tener en cuenta en los estudios locales. En algunos casos, lo
periférico fue considerado como sinónimo de atraso, de ciencia marginal, sobre todo
para perspectivas lineales y difusionistas. Pero en general, dentro del campo de los
estudios sociales de la ciencia y la tecnología, el carácter periférico de la ciencia en
estas sociedades fue un llamado para estudiar el contexto particular de la misma, las
51
dinámicas, necesidades e intereses concretos dentro de las cuales se desarrolla, sin
pretender que la ciencia es una y universal.
Esta caracterización difícilmente retrate los distintos abordajes en el campo de estudios
sociales de la ciencia, tanto a nivel local como internacional, pues los autores
mencionados como referentes de una tendencia suelen, en realidad, hacer uso de
elementos que corresponderían a otras tendencias; de modo que es una caracterización
muy esquemática. Pero su utilidad aquí responde a un doble propósito: ejemplifica la
heterogeneidad del campo y permite señalar algunas de las ideas principales que
intervienen en el mismo.
Determinaciones y contingencias
El interés que desplegó esta nueva sociología de la ciencia por mostrar cómo los hechos
científicos eran construidos en estudios de caso generalmente microsociológicos, tuvo
como resultado una escasa referencia a los factores externos al mundo científico. El
espacio mismo que debía analizarse fue conceptualizado de modos distintos. La pacífica
idea de “comunidad científica” que era común en Merton, fue desplazada por nociones
que reflejaran la mayor complejidad y tensiones que se veían en las prácticas de los
científicos. Así, Bourdieu propone el término de “campo científico”. Para Bourdieu, el
espacio que comparten los científicos no se caracteriza por una competencia pura en
términos de una carrera por la verdad. En tanto campo de acción social, la ciencia es un
espacio de luchas, de intereses, de estrategias, de relaciones de fuerza, como cualquier
otro campo. Lo específico de la lucha en el campo científico, es que la disputa se da por
el monopolio de la autoridad científica, por poder hablar e intervenir legítimamente en
lo que a ciencia se refiere. Para Bourdieu, la separación entre un análisis al interior de la
ciencia (epistemología) y un análisis externo, es un mero artificio que hay que rechazar.
Todo conflicto epistemológico es, al mismo tiempo, un conflicto político (Bourdieu,
1976).
Por su parte, Karin Knorr-Cetina propone analizar las relaciones de recursos en
lo que llama “arenas transepistémicas de investigación” (Knorr-Cetina, 1982). Lo que
enfatiza Knorr-Cetina, es que en estos espacios las relaciones entre científicos son tan
asiduas como las relaciones entre científicos y otros actores.
Estos autores apuntan a señalar que no hay significativas diferencias entre los
factores externos e internos en la producción de conocimiento científico. Si bien abren
52
el juego a actores y recursos que no son propios del laboratorio, con frecuencia los
análisis de este tipo quedan estrechamente ligados a las estrategias o a las prácticas
aleatorias de los actores, sin demasiadas explicaciones exteriores sobre el accionar de
los mismos. Se evidencia así una fuerte presencia de lo contingente en estos estudios.
Harry Collins buscó aunar las descripciones contingentes con las explicaciones
exteriores, en su Programa Empírico del Relativismo. Plantea que en una primera etapa
del estudio de la producción de conocimiento científico debe mostrarse la flexibilidad
interpretativa de los datos experimentales, es decir, cómo un mismo fenómeno es
interpretado de modos distintos. Luego, se deben describir los mecanismos por los
cuales estos debates sobre lo que significa un experimento son llevados a una clausura,
estabilizándose uno de los sentidos atribuidos al fenómeno. Finalmente, Collins señala
que deberían relacionarse los mecanismos de clausura con la estructura social y política
más amplia, para entender así las restricciones que operan desde el mundo exterior
(Collins, 1981). Sin embargo, en la práctica la mayor parte de los estudios sobre la
producción de conocimiento científico no incorporan el tercer estadio, sino que se
concentran en los procesos sociales al interior de la comunidad científica (Pinch,
1986).27 Al no mostrar cómo los factores externos determinan las ideas y las prácticas
científicas, éstas aparecen flotando en un mar de contingencias.
Barry Barnes cuestiona el modo en que la epistemología tradicional ha abordado
el estudio de la ciencia, pero también se distancia de la forma en que el constructivismo
social lo ha encarado. Considera que la sociología constructivista tiene el mérito de
haber depuesto la descripción de la ciencia que estaba implícita en la epistemología
tradicional (dentro de la que podría citarse a Merton), al haber mostrado que el
individualismo, el realismo y el racionalismo son bases inadecuadas para caracterizar el
conocimiento científico. Según Barnes, la epistemología tradicional coloca al individuo
por encima de lo social, lo real sobre lo convencional, y lo racional sobre lo contingente
(en la medida que supone que la racionalidad está garantizada en la ciencia a través de
la demostración deductiva y las pruebas empíricas). El constructivismo invierte la visión
tradicional, pero conserva el patrón de oposiciones propio de la epistemología
27
Pierre Bourdieu le adjudica a Collins el mérito de recordar que el hecho científico es una construcción
colectiva, donde es central la interacción entre quien produce y quien recibe el hecho. No obstante,
Bourdieu señala que en el interaccionismo de esta perspectiva se encuentra también su debilidad, pues al
limitarse a las acciones entre los agentes ignora las estructuras que dan lugar a las interacciones. Es decir,
Bourdieu sostiene que deben abrirse los límites analíticos del laboratorio, e interrogarse sobre las
condiciones estructurales en que se producen los hechos científicos (Bourdieu, 2003).
53
tradicional (Barnes, 1993-4). Los dualismos individuo/colectivo, real/convencional y
racional/contingente son comunes a ambos enfoques. El marco evaluativo de la
epistemología tradicional sigue siendo aceptado. Barnes propone trascender este marco
de trabajo a través de un enfoque monista, escapando así a la necesidad de posicionarse
en uno de los polos del modo dualista. Por ejemplo, en cuanto a la racionalidad del
conocimiento científico, el constructivismo sostiene que las inferencias científicas se
deben más bien a fenómenos empíricos contingentes, pero Barnes propone que
igualmente pueden existir formas de racionalidad. Frente al dualismo real/convencional,
Barnes advierte que los sociólogos del conocimiento no deberían minimizar el rol del
mundo real. Hay un trasfondo eminentemente dialéctico en la perspectiva de Barnes, al
sostener que los dualismos que mantiene el constructivismo estarían en realidad mucho
más entremezclados.
Ciencia e intereses
Dentro de los abordajes ligados al constructivismo en los estudios sociales de la ciencia
y la tecnología, hay una corriente que me interesa rescatar, pues recupera buena parte de
las explicaciones socio-históricas amplias. Se trata de una corriente, si así se puede
llamar al abordaje que propusieron básicamente dos autores, Donald MacKenzie y
Barry Barnes, que ha tenido un muy escaso desarrollo en estos estudios, y que se centró
en la noción de “interés”. En pocas palabras, se trataba de mostrar que los hechos que
producían los científicos respondían a intereses sociales más amplios.
Esta perspectiva se mostró sobre todo en los inicios de la nueva sociología de la
ciencia y la tecnología, a fines de la década de 1970, originó un debate en el seno de
estos nuevos estudios, y al poco tiempo salió de escena. No porque haya sido refutada o
“superada”, sino simplemente porque la gran mayoría de las investigaciones en este
campo privilegiaron otros abordajes.
Donald MacKenzie es un matemático de la Universidad de Edimburgo, que se
orientó a la sociología de la ciencia bajo la supervisión de Barry Barnes. En 1978
culminó su doctorado sobre el desarrollo de la teoría estadística en Gran Bretaña desde
una perspectiva sociológica, y ese mismo año publicó un artículo que resumía su
investigación.28 Su objetivo era mostrar las relaciones entre las teorías estadísticas que
estaban en disputa hacia el año 1900, y los aspectos sociales e ideológicos en un sentido
28
En los siguientes párrafos, me baso precisamente en el trabajo de MacKenzie (1978) para explicar su
perspectiva.
54
amplio. Si consideramos entonces que para explicar las ideas, posiciones y desarrollos
que llevan a cabo los científicos es necesario encontrar factores externos, MacKenzie
sugiere que los intereses podrían estar entre estos factores. Distingue, por un lado, entre
“intereses cognitivos” e “intereses sociales”.
Los “intereses cognitivos” estarían dados por las posibles aplicaciones de las
teorías científicas (recordemos que MacKenzie estaba analizando el desarrollo de las
teorías estadísticas, pero lo mismo podríamos hacer extensivo no sólo a las teorías, sino
a las diversas prácticas que llevan, también, al desarrollo de artefactos científicotecnológicos, por lo que hablaré del “trabajo” de los científicos a fin de englobar esos
diversos aspectos). Es decir, el modo en que el trabajo del científico podría llegar a
aplicarse, incide en el desarrollo concreto de ese trabajo. Los fines a los que se orienta el
trabajo del científico repercuten, a su vez, en el modo en que el científico desarrolla ese
trabajo. Así, MacKenzie considera que Pearson desarrolló su particular teoría de la
estadística en función de su compromiso con una visión eugenésica, que por entonces,
hacia el 1900, era una ideología que tenía bastantes adeptos en Gran Bretaña.29,30
Sugiere que Pearson buscaba construir una teoría matemática predictiva sobre la
descendencia, y que ese interés condicionó la naturaleza de la teoría de Pearson.
Pero MacKenzie también señala que hay otro tipo de intereses que intervienen, a
los que llama “intereses sociales”. Se trata de intereses que provienen de la estructura
social. MacKenzie explica que en la Gran Bretaña de fines del siglo XVIII y principios
del XIX se había desarrollado una clase de trabajadores no-manuales, de profesionales
que diferenciaban su posición social en base al conocimiento que se acreditaban. En ese
contexto, la eugenesia era una ideología que pretendía naturalizar la división entre el
trabajo intelectual y el manual. De este modo, la teoría estadística de Pearson expresaba,
en última instancia, los intereses de un sector social propio de la Gran Bretaña de
aquella época.
Como si supiera que su abordaje no iba a ser del todo bien recibido en los
estudios sociales de la ciencia y la tecnología, MacKenzie introdujo una serie de
aclaraciones y matices en su trabajo. Señala que el hecho de asociar unos intereses a un
grupo social no implica que todos sus individuos habrán de comportarse del mismo
29
No explicaré aquí el contenido técnico de las teorías estadísticas que estaban en disputa por entonces. A
tal efecto, recomiendo al lector remitirse al trabajo original de MacKenzie (1978). Mi objetivo aquí es
mostrar el abordaje teórico que desplegaba el análisis de MacKenzie.
30
Respecto a las ideas eugenésicas en Gran Bretaña, y a los vínculos con la estadística y la antropometría
que tejió, sobre todo, sir Francis Galton, puede verse el trabajo de Hacking (1990).
55
modo, ni que la noción de “interés” sea suficiente para explicar todo el trabajo científico
y las creencias de individuos particulares. En todo caso, su abordaje implica un
razonamiento estructural, donde se considera que las elecciones y creencias de esos
individuos no se toman en el vacío, sino en un determinado contexto histórico y social.
En realidad, estas consideraciones teóricas sobre el rol de los intereses en la
producción del conocimiento habían sido recientemente elaboradas por Barry Barnes en
Interests and the Growth of Knowledge (Barnes, 1977). En ese libro, advierte que el
modo en que los pensamientos y creencias pueden asociarse a estructuras sociales tales
como clases u otras formaciones, constituye el problema central de la imputación en la
sociología del conocimiento. De hecho, la articulación entre el conocimiento y la
estructura social es un tema de particular interés para el materialismo histórico, de lo
que da cuenta, en particular, la obra de Lukács. A diferencia de las perspectivas
idealistas, que pretenden entender la historia en función de las ideas que profesan los
hombres, Barnes se inscribe en el materialismo histórico –que busca analizar las
actividades sociales y las condiciones de existencia– descartando desde luego las
corrientes mecanicistas que conciben al conocimiento como una simple manifestación
lineal de la estructura económica. De este modo, Barnes toma como su objeto de estudio
al conocimiento, pero desde una posición ligada al materialismo histórico, de donde
provienen los conceptos de interés y estructura social (Barnes, 1977).
Dentro de los estudios sociales de la ciencia se desató una controversia cuando
Steve Woolgar publicó un artículo cuestionando el uso del “modelo de intereses”,
haciendo referencia en particular a Barnes y MacKenzie (Woolgar, 1981a).31 Entre otras
cosas, Woolgar cuestiona que al hablar de intereses se toma a los científicos por idiotas,
pues estarían meramente respondiendo a intereses al producir conocimiento; que los
intereses se toman como algo dado; y que este modelo ignora que son los propios
científicos los que construyen y asignan intereses.
Las respuestas no se hicieron esperar. MacKenzie advierte que los conceptos de
intereses –cognitivos y sociales– no son entidades empíricamente observables, sino
31
Si bien Steve Woolgar fue, junto con Bruno Latour, uno de los pioneros en los estudios etnográficos de
laboratorio, su abordaje se fue orientando hacia una crítica de los estudios sociales de la ciencia, por
considerar que no eran lo suficientemente relativistas. Woolgar advierte que la primera corriente,
representada por Merton, consideraba tanto a la ciencia como a los estudios sobre la ciencia desde una
perspectiva realista. Luego, una segunda corriente, representada por el Programa Fuerte, supo considerar
a la ciencia de un modo relativista –abriendo la caja negra que suponía el modo en que se producían los
hechos científicos– pero siguió considerándose a sí mismo con criterios realistas. Woolgar propone dar
lugar a una nueva corriente, en la cual todo sea relativizado, incluyendo la perspectiva del propio analista,
de modo que éste debería estar permanentemente cuestionando su propio abordaje. Ver: Kreimer (1999).
56
construcciones teóricas del analista que le permiten ilustrar una coherencia en el
comportamientos de los actores sociales que estudia. Además, insiste en señalar que la
noción de interés implica un abordaje sobre la estructura social, que da cuenta de un
patrón en el comportamiento de los actores, que por ende no se considera azaroso, pero
que eso no significa que todos los miembros de ese grupo social se van a comportar
mecánicamente igual.
Por su parte, Barnes sostiene que los intereses son una entidad teórica, así como
en la física pueden serlo las fuerzas, los campos o las partículas fundamentales, y que
pueden ser empleados como causas aún cuando sólo son inferidos a partir de sus
efectos. Enfatiza nuevamente que los intereses son una construcción teórica pero que
resulta útil, y que si uno encuentra patrones en la actividad social y no sólo expresiones
del azar, entonces es necesario desplegar la curiosidad sobre lo que sostiene esos
patrones (Barnes, 1981).
Finalmente Woolgar replica que la comprensión de la ciencia se ve limitada por
este tipo de esquemas analíticos (Woolgar, 1981b).
Me ha parecido oportuno traer a colación este debate en torno a la noción de interés,
porque fue una discusión que podría considerarse propia de las ciencias sociales en
general, pero que se reprodujo en los estudios sociales de la ciencia en particular. Lo
que pudo, al menos, ser una corriente dentro de los estudios sobre la ciencia y la
tecnología, no lo fue. No porque Barnes y MacKenzie se hayan desdicho, sino porque,
en los hechos, los abordajes como los de Woolgar se volvieron mucho más frecuentes
que otros. No obstante, las perspectivas que tienen en cuenta la estructura social a modo
de explicación de las dinámicas que se encuentran al interior de la ciencia pueden
arrojar luz en muchos aspectos. Por cierto que es posible realizar algunas críticas al
trabajo de MacKenzie, aunque no necesariamente las mismas críticas de Woolgar. En
particular, podría señalarse que si bien MacKenzie analiza dos posiciones en la
controversia sobre las teorías estadísticas –representadas por Pearson y Yule–, la carga
explicativa la concentra sólo en una de las partes. Mientras Pearson habría desplegado
su teoría estadística en función de su interés cognitivo en la eugenesia, que a su vez
forma parte de su interés social por una clase que se adjudicaba el privilegio del trabajo
intelectual, los intereses que tendría Yule a la hora de desplegar su propia teoría
estadística no están tan claros. De hecho, MacKenzie sostiene que Yule tenía un
objetivo más difuso, y que sus intereses cognitivos eran de una naturaleza más
57
genérica.32 De este modo, la explicación sobre el trabajo científico de Yule es menos
convincente, pues pareciera adjudicarle menos intereses y de este modo, indirectamente,
aparece como una teoría más neutra. Eso no invalida el abordaje en función de los
intereses, sino que simplemente hubiera sido conveniente señalar los intereses
particulares que se expresaban en la otra parte de la controversia.
Sobre el estudio de las relaciones sociales en la biotecnología
En una de las primeras entrevistas que realicé a un ingeniero agrónomo de una empresa
semillera nacional, éste me explicaba la importancia que tenía para ellos el
mejoramiento continuo de las semillas, a través de sucesivas cruzas, a fin de aumentar
su rendimiento y poder luego introducir el transgén en una semilla con alto rendimiento.
Pero no fueron esos los términos que usó. Me decía que era importante “ajustar el chasis
de las semillas todos los años”. Hasta donde yo sabía, el chasis es el armazón metálico
que sostiene la carrocería de un vehículo, no entendía qué tenía que ver eso con las
semillas. El entrevistado me explicó que era una jerga de los ingenieros agrónomos, que
con ello se refería al mejoramiento que mencioné.33 Sin embargo, la metáfora del chasis
que empleó el ingeniero agrónomo es bastante reveladora. Para él, los cultivos
transgénicos son máquinas que requieren de un ajuste ocasional para continuar con su
marcha. Es la prolongación de la metáfora del reloj del siglo XVII. En ese entonces, la
ciencia era totalmente mecanicista: concebía a la naturaleza como una máquina, el
funcionamiento de los organismos se explicaba en función de los engranajes de un reloj
(Thuillier, 1995). Pero no es éste el único discurso mecanicista sobre los transgénicos
que encontré. Desde una posición completamente opuesta, campesinos de Brasil que
rechazaban tenazmente el uso de semillas transgénicas me comentaban que los europeos
estaban en lo cierto al considerar a los cultivos transgénicos como “Frankenfood”.34 Ese
término, contracción evidente entre “alimentos” y “Frankenstein”, también refleja una
mirada mecanicista sobre la relación biotecnología-sociedad. En el primer discurso, los
cultivos transgénicos serían máquinas precisas a las que ocasionalmente hay que darles
un ajuste de cuerda para que sigan funcionando. En el segundo relato, los cultivos
32
En ese sentido, el propio MacKenzie señala que los intereses de cada uno eran distintos, pero mientras
que “un estadista cuyo compromiso primario era con un programa de investigación en eugenesia”, por
otro lado había otro “estadista que carecía ese tipo de compromisos específicos” (MacKenzie, 1978: 71).
33
Un empleo similar del término puede encontrarse en Alfaro et al. (2010).
34
La metáfora de los “Frankenfood” fue acuñada en 1992, y a fines de esa década había ganado gran
popularidad de la mano de organizaciones anti-OGM (Hellsten, 2003).
58
transgénicos serían máquinas fuera de control a las que hay que destruir porque se
vuelven contra el hombre. En ambos casos, el lugar de las relaciones sociales en la
configuración de un desarrollo científico-tecnológico en un contexto histórico
determinado, queda completamente relegado.
Desde luego, la ciencia y la tecnología no son neutras, sino que son construidas
con fines e intereses concretos. Pero ante la observación de que se incrementa el
monocultivo, la concentración de la tierra, etc., se puede identificar como causa a los
cultivos transgénicos, o quizás a los modos de regulación de esas tecnologías, al
desarrollo de las relaciones sociales en la estructura social agrícola, etc. Sumado a esto,
se encuentra la ambigüedad con la que se emplea el término de “tecnologías modernas”
–o, en este caso, de “transgénicos”– como causante de los males sociales. ¿Remite al
maíz Bt propiedad de Syngenta, o a los cultivos transgénicos en general? ¿Se refiere al
glifosato que desarrolló Monsanto, o a los herbicidas de cualquier tipo y sin importar
cómo son empleados? Mientras que el desarrollo y el uso concreto de una tecnología
particular puede servir más a unos intereses que a otros, la generalización en torno a los
efectos de las “tecnologías modernas” es un razonamiento esencialista y reaccionario,
por cuanto oculta las relaciones concretas en las que opera un desarrollo científicotecnológico particular. Por el contrario, en la elaboración y uso de una planta
transgénica se le va dando un sentido particular. Pues hay distintos niveles de clausura
del sentido de un desarrollo científico-técnico.35 No es lo mismo la soja RR –que
pertenece a Monsanto, que tiene incorporado un gen que es de su propiedad y que sirve
sólo si se la utiliza junto con un herbicida que la misma empresa ha desarrollado– que
otros cultivos transgénicos, o que la transgénesis vegetal en general. Hay distintos
niveles de estabilización del sentido de un desarrollo científico-tecnológico y, por lo
demás, nunca una clausura es total, siempre puede reconfigurarse una tecnología y
35
Terry Shinn observa la presencia de artefactos genéricos en los regímenes de investigación
transversales. Se trata de tecnologías que producen algunos científicos-ingenieros y que sirven para fines
muy diversos (Shinn, 2000). Las características de los regímenes transversales (bajo la denominación de
comunidades “research-technology”) las discuto en el capítulo 4, pero quiero llamar la atención aquí
sobre la noción de tecnologías genéricas. Sin caer en un discurso sobre la neutralidad de la ciencia, Shinn
muestra que hay artefactos que sirven a fines muy diversos. Una de las cualidades más notables de los
artefactos genéricos, según Shinn, es que son potencialmente adaptables a distintas aplicaciones
particulares. En principio, la transgénesis sirve a fines muy diversos, sirve tanto para hacer soja RR, como
para desarrollar una papa resistente a virus que les permita a los agricultores pobres liberarse de las
semilleras y de los laboratorios de diagnóstico vegetal. En cambio, la soja RR, tal como fue diseñada y
patentada por Monsanto, no parece una tecnología genérica. En todo caso, me parece interesante este
concepto –más allá de su utilización en los “regímenes transversales”– para vincularlo al distinto nivel de
definición que pueden tener las tecnologías, siendo algunas más genéricas y otras más acotadas.
59
volver a orientar así su sentido. En las páginas que siguen, habrá científicos,
empresarios, funcionarios y movimientos sociales, pugnando por darle un sentido a la
biotecnología vegetal. Porque, en última instancia, están tratando de definir qué cultivos
transgénicos hay que producir. La biotecnología es, ante todo, un espacio más de lucha
social.
Una de las pocas voces que ha buscado analizar las dinámicas sociales de la
biotecnología sin caer en posturas esencialistas, es Donna Haraway. La autora se
manifiesta en contra de las invocaciones que, para manifestar su oposición a los
transgénicos, mezclan en un solo sentido a la explotación, la biotecnología, el negocio y
la biología molecular, o mismo a quienes recurren a argumentos sobre “lo natural” o
sobre la importancia de mantener “la pureza de lo orgánico”, argumentos a los que tilda
de tener una matriz similar a los discursos racistas (Haraway, 1999). Esto no le impide,
por cierto, rechazar el patentamiento de los recursos genéticos. Pues son cuestiones
distintas que implican usos concretos en contextos particulares.
Por otro lado, existen estudios previos que dan cuenta de algunos aspectos
relacionados con la biotecnología vegetal en la Argentina, y desde luego son tenidos en
cuenta en esta tesis. De hecho, un acercamiento al estado de la biotecnología en la
Argentina ha sido realizado por Bisang et al. (2006), quienes muestran la cantidad de
empresas de biotecnología que se encuentran operando en la Argentina, así como la
promoción pública de las actividades de investigación y desarrollo en biotecnología en
el país. Hay algunos trabajos que abordan las condiciones políticas, económicas e
institucionales en las que se implementaron los cultivos transgénicos (Vara, 2004; Trigo
et al., 2002; Teubal, 2003; Brieva, 2006), y también existen estudios acerca de la
trayectoria de algunas instituciones abocadas al desarrollo de biotecnología agrícola en
el país (Rossini, 2004; Stagnaro, 1999). Si bien esto constituye un importante punto de
partida para la presente investigación, es de destacar que existe una relativa ausencia de
trabajos que, desde la sociología de la ciencia, abarquen las relaciones entre la
producción de cultivos transgénicos y las dinámicas sociales que envuelven a los actores
involucrados en esos desarrollos, que indaguen en las interacciones que los cultivos
transgénicos implican entre los científicos, los productores agrícolas, las empresas de
biotecnología y otros actores sociales.
En todo caso, en mi análisis no le asignaré a las tecnologías la capacidad de
definir el entorno social, ni dicho poder descansará en la voluntad aleatoria de los
actores sociales, incluidos los científicos. Por el contrario, el abordaje de esta tesis se
60
centra en las determinaciones histórico-sociales que configuran el marco de lo que es
posible o no realizar en determinado contexto, incluso en materia científico-tecnológica
(Katz, 1998). Lefèvre distingue así entre el análisis de la ciencia como “práctica social”
(que supondría que la misma es apenas el resultado de las interacciones entre los actores
involucrados) del estudio de la ciencia en tanto una forma de trabajo, pues el trabajo
científico implica considerar las relaciones sociales de producción en las que interviene
la ciencia, de modo que ésta estaría condicionada no sólo por la actividad de los
científicos sino también por la base material de la que disponen (Lefèvre, 2005). En
definitiva, la ciencia, como parte del proceso productivo económico de una sociedad,
implica un proceso de trabajo y de valorización. Se trata de dos aspectos del mismo
proceso productivo, pues al transformar la naturaleza a través del trabajo humano, al
mismo tiempo, en el capitalismo, se obtiene un producto de mayor valor. A corto plazo,
la tecnología permite acumular una ganancia absoluta, por ejemplo, al crear nuevos
mercados. A largo plazo, contribuye al proceso de valorización a través de una ganancia
relativa, al disminuir la cantidad de trabajo humano necesario. Si bien hay autores que
han identificado al marxismo como una perspectiva de determinismo tecnológico, tal
caracterización se logra considerando que la tecnología es sinónimo de fuerzas
productivas.36 Lukács cuestiona el fetichismo al que arriba Bukharin (uno de los
referentes del determinismo tecnológico), producto de atribuirle a la tecnología el factor
determinante de la sociedad, en lugar de tomar las relaciones sociales de los procesos de
producción en su totalidad (Lukács, 1966). MacKenzie retoma los argumentos de
Lukács y señala que para Marx las fuerzas productivas están constituidas tanto por la
tecnología como por el trabajo humano, lo cual hace desvanecer al determinismo
tecnológico, pues la historia es hecha tanto por los hombres como por las máquinas
(MacKenzie, 1984).
El desafío es analizar la producción y el uso de conocimientos científicotecnológicos concretos, pudiendo dar cuenta de los múltiples vínculos entre la estructura
social amplia y las trayectorias de actores y artefactos específicos. Un poco en el sentido
36
En realidad, quienes caracterizan al marxismo como determinismo tecnológico se apoyan casi siempre
en una frase de La miseria de la filosofía de Marx, en la cual dice que “el molino movido a brazo nos da
la sociedad de los señores feudales; el molino de vapor, la sociedad de los capitalistas industriales”. Frase
de indudable determinismo tecnológico. Pero como suele pasar, el modo en que uno interpreta a Marx, o
lo que uno selecciona de su obra, habla más de uno que de Marx. En todo caso, la frase que sirve como
epígrafe de esta tesis es elocuente respecto a una forma distinta de tomar al marxismo, donde el estudio de
la tecnología requiere del análisis de las condiciones materiales en las que se desarrolla, pero donde
también se articulan ideas y representaciones en función de ella.
61
que procuraba darle Wright Mills al estudio sociológico, que se preguntaba por los
modos en que los rasgos particulares del objeto de estudio afectaban al período histórico
y, a la inversa, cómo las características principales de ese momento histórico incidían en
su objeto de estudio. A la capacidad de articular entre la biografía singular de un
individuo y la estructura social amplia, Wright Mills la llamó “imaginación
sociológica”, una de cuyas cualidades más destacadas sería la de pasar de una
perspectiva a otra, de las acciones más específicas a las relaciones sociales más
generales, “de las transformaciones más impersonales y remotas a las características
más íntimas del yo humano, y de ver las relaciones entre ambas cosas” (Wright Mills,
1959: 27).
Para ello seguiré la trayectoria de los principales actores sociales vinculados a la
biotecnología de plantas, me sumergiré en algunos aspectos técnicos que hacen a la
transgénesis vegetal, pero también veré la dinámica de las empresas biotecnológicas, las
controversias sobre el uso de los cultivos transgénicos, teniendo en cuenta siempre los
contextos en los que se sitúan los distintos actores implicados. El resultado será un
análisis de las diversas facetas en las que se ve involucrada la producción y el uso de los
cultivos transgénicos, articulando entre la especificidad del objeto de estudio y sus
relaciones con la estructura social.
62
PARTE I
La construcción de los transgénicos
63
Capítulo 1
Orígenes de la transgénesis vegetal
Entender cómo se fue desarrollando la biotecnología vegetal en la Argentina y en otros
lugares, los modos en que se articula el conocimiento científico, la industria y el Estado
para producir y utilizar plantas transgénicas, requiere de un análisis sobre los orígenes
de este campo. En efecto, los procesos de conformación del campo de la biotecnología
vegetal a nivel internacional repercuten en las dimensiones locales de esta área, tanto
por la incidencia que tienen los aspectos cognitivos, técnicos, socio-institucionales y
productivos, como por las tensiones que se producen entre los diferentes contextos en
los que se desarrolla la biotecnología. De modo que en los inicios de la transgénesis
vegetal a nivel internacional hay claves que permiten entender su posterior desarrollo a
nivel local.
La historia de la agricultura encierra tanto la modificación de las cualidades
productivas de las plantas como el conocimiento sobre diversas cuestiones que hacen a
su biología. En particular en la agricultura transgénica, la manipulación de los genes y la
investigación sobre su funcionamiento se desarrollan conjuntamente. Uno y otro aspecto
están entrelazados. Desde luego, se necesita algún conocimiento sobre los genes para
poder modificar la genética de las plantas, pero también es cierto que en la búsqueda por
modificar las plantas se conoce cómo funcionan sus genes. En todo caso, para
comprender el modo en que se desarrolló la agricultura transgénica es necesario mostrar
los antecedentes en transgénesis, los modos en que se fueron articulando el
conocimiento y la intervención sobre la genética de las plantas.
En este capítulo presentaré los orígenes de la transgénesis vegetal, lo que
permitirá, en definitiva, comprender qué es una planta transgénica. Comenzaré
mostrando el desarrollo de los primeros conocimientos en genética de plantas, para
concentrarme luego en lo que hace a la biotecnología moderna. El centro de este
capítulo lo tienen los experimentos que llevaron a la obtención de la primera planta
transgénica. Aquí se entrecruzan actores, prácticas e intereses que resultan
emblemáticos de la biotecnología. Se trata, además, de un caso donde se pone en juego
el consenso sobre el sentido de experimentos fundamentales. Estos sucesos permiten
ilustrar parte de los conflictos en los que se involucran los organismos genéticamente
modificados, pues en torno a estos primeros experimentos los científicos articularán
64
representaciones distintas, es decir, se pondrá en evidencia que hay diferentes modos de
entender de qué hablamos cuando hablamos de una planta transgénica, incluso dentro
del conocimiento científico.
La intención de este capítulo, entonces, es analizar algunos aspectos
fundamentales de los primeros pasos en la producción de conocimientos en transgénesis
vegetal a nivel mundial. La trayectoria de conocimientos en mejoramiento vegetal, los
vínculos entre la investigación científica en transgénesis vegetal y el sector privado, la
formación de consensos entre los científicos, y el rol que los diversos tipos de intereses
tuvieron en esta etapa inicial constituyen los aspectos centrales de este capítulo.
1.1.
Mejoramiento vegetal
John Bernal, en La ciencia en la historia (1954b), sostiene que la agricultura, cuyo
origen se sitúa hace unos 10.000 años, habría de dar lugar a los fundamentos de la
ciencia. Se trata de una observación sin dudas muy general, pero que pone de relieve un
hecho central: el conocimiento sobre la reproducción y el desarrollo de las plantas
cobraría una extraordinaria utilidad para el mejoramiento de la producción y de las
condiciones generales de vida. Durante mucho tiempo, el mejoramiento vegetal
consistió simplemente en la selección, es decir, en la discriminación entre las variedades
de plantas existentes buscando las cualidades deseables. La selección se hacía
exclusivamente en base a las características que se podían observar de las plantas,
tomando las semillas de las que se consideraban las mejores. Este mejoramiento
artesanal de los cultivos produjo, con el tiempo, notables modificaciones en el perfil de
las plantas existentes, domesticándolas.37 De hecho, el maíz moderno se habría
originado hace unos 5.000 a 10.000 años, siendo mucho más grande que sus
predecesores, que fueron relegados por los antiguos agricultores.38
Lo que diferencia al mejoramiento vegetal antiguo del moderno, es que éste
emplea técnicas de biología molecular para crear nuevas variedades de cultivos, pero en
términos generales, el desarrollo de plantas que antes no existían en la naturaleza es un
37
La domesticación es el proceso que hace que una planta deje de ser silvestre, a través de la selección
realizada por el hombre. Ello implica seleccionar las plantas que presentan cualidades de interés,
utilizando sus semillas para las siguientes siembras (Cubero, 2003).
38
Respecto a la remota domesticación de los principales cultivos, y en particular del maíz, ver, por
ejemplo, Smith (1995), Staller (2010), Cubero (2003), Wang y otros (1999) y Vollbrecht y Sigmon
(2005).
65
trabajo arcaico. Ciertos hallazgos arqueológicos indican que los asirios y babilonios
polinizaban artificialmente ejemplares de palmera hacia el 700 a.C. (Acquaah, 2007).
Los registros más contemporáneos indican que en 1694 Camerarius descubrió
que el contacto con el polen de las plantas masculinas era indispensable para que las
plantas femeninas desarrollaran semillas, y sugirió que el cruzamiento con polen podía
utilizarse para generar nuevas variedades (Isely, 1994; Mayr, 1986; Acquaah, 2007).
Así, en un texto llamado De sexu plantarum epistola, Camerarius sostuvo que las
plantas se reproducían sexualmente. Esto puede parecer una trivialidad hoy en día, pero
en su momento era un planteo sumamente polémico.39 La perspectiva de Aristóteles de
considerar a las plantas como entidades asexuadas tenía aún considerable apoyo, de
modo que el descubrimiento de Camerarius es asumido como un evento copernicano
(Zárský y Tupý, 1995). Por entonces, también eran hegemónicas las ideas creacionistas,
las cuales consideraban que cada especie había sido creada por un acto divino, y eso
tenía como consecuencia que los cruces entre especies eran infértiles, por no ser
naturales. Otra consecuencia de esa perspectiva era considerar las variaciones de
características entre miembros de una especie como efectos menores producidos por el
ambiente. El sistema de clasificación taxonómico de Linneo se basó en la sexualidad de
las plantas, lo que evidencia cierta penetración de los descubrimientos de Camerarius
(Isely, 1994). Sin embargo, Linneo adscribía, en principio, a las ideas creacionistas;
estaba convencido que Dios había creado cada especie que existía. Pero la otra premisa
creacionista –la que auguraba la infertilidad de los cruces entre especies– presentaba
algunos inconvenientes en las investigaciones de Linneo. Usando las técnicas que había
empleado Camerarius, Linneo hacía polinizaciones cruzadas, y algunos de los híbridos
resultaban fértiles.40 Linneo observó así que la hibridación de plantas parecía dar lugar a
nuevas especies, y éstas entonces no serían algo fijo e invariable, sino que –sugirió–
algunas especies podrían haber sido creadas por hibridación.
En el siglo XVIII, los híbridos aparecían como una curiosidad que amenazaba
desestabilizar una naturaleza impregnada de religión. Fue otro naturalista alemán,
Joseph Kölreuter, quien entre 1761 y 1766 publicó una serie de resultados que
reivindicaban la obra de Camerarius y, al mismo tiempo, criticaban a Linneo. Kölreuter
39
De hecho, la idea de que las flores eran una manifestación de la creación divina, impregnó buena parte
del modo habitual de referirse a las plantas durante mucho tiempo. Tal es así que por ejemplo Goethe, a
principios del siglo XIX, todavía rechazaba la idea del sexo en el reino vegetal (Lorch, 1978).
40
Un híbrido es la descendencia originada por el cruce de dos variedades o especies diferentes.
66
experimentó con la polinización y, al cruzar especies distintas, generó numerosos
híbridos. Es así que Kölreuter, el primer investigador sistemático de los híbridos
vegetales, se alegraba de que éstos resultaran infértiles, pues así, opinaba Kölreuter, se
garantizaba la sabiduría de Dios al mantener la estabilidad de las especies, pues
consideraba que si fueran fértiles la naturaleza entraría en una gran confusión (Mayr,
1986). No escapaba a la observación de Kölreuter el hecho de que varios híbridos
podían dejar descendencia y manifestar gran variedad de características, pero
consideraba que éstas eran excepciones producidas por la interferencia del hombre. Su
objetivo era demostrar que en condiciones naturales no podían surgir nuevas especies
(Bowler, 1989).
Además de su incidencia en la comprensión de la naturaleza, los híbridos iban a
tener una creciente importancia productiva. Si bien los híbridos vegetales serían
explotados comercialmente a gran escala recién a comienzos del siglo XX, estos
primeros intentos no pasaban inadvertidos. En 1743, el botánico del rey Luis XV abrió
un negocio de plantas y semillas en París. A mediados del siglo XIX, esta empresa,
Vilmorin, se había convertido en la principal compañía semillera del mundo, asociando
su actividad económica a la investigación en plantas (Gayon y Zallen, 1998). Como
veremos en el capítulo 4, esta empresa continúa hasta el día de hoy, en que incursiona
en la biotecnología. Otra de las primeras empresas en producir semillas es Veitch,
creada en Inglaterra a fines del siglo XVIII. Con las empresas surge una nueva
profesión: el mejorador vegetal (plant breeder), que se diferencia claramente del
agricultor, por cuanto su función es la de desarrollar nuevas variedades de cultivos. Pero
además, la hibridación iba a dar lugar a un fenómeno de gran importancia productiva: al
cruzar dos líneas de plantas distintas, se podía llegar a obtener una variedad que
sobreexpresara ciertas cualidades de sus parentales (altura, rendimiento, etc.), lo que se
conoce como “vigor híbrido”. A comienzos del siglo XX, se establecerían las bases
genéticas del vigor híbrido (o heterosis), lo que produciría un aumento notable en la
productividad de la agricultura, sobre todo en el maíz (Kloppenburg, 1988; Dutfield,
2007).
El conocimiento sobre la reproducción y los mecanismos hereditarios en las
plantas, de gran importancia para el mejoramiento vegetal, cobran un giro notable con el
redescubrimiento de las leyes de Mendel en 1900.
67
1.2.
La información genética
El origen mismo de la genética está estrechamente unido a la manipulación de las
plantas. Por haber sentado las reglas básicas mediante las cuales se heredan los
caracteres biológicos, Mendel es considerado el padre de la genética. Gregor Mendel era
un monje que nació en 1822 en lo que hoy es República Checa. Una vez finalizados sus
estudios de seminarista, Mendel se formó en los conocimientos de filosofía natural de la
época, para lo cual tomó cursos de física y química. Luego, empezó a hacer una
metódica investigación con una planta –el guisante de jardín (o arveja)– en el jardín del
monasterio 41, investigación que publicó en 1866.42
Al introducir el polen de una planta en los óvulos de otra, Mendel obtenía
híbridos en los cuales investigaba la herencia de los rasgos. Estos híbridos no
presentaban pérdida de fertilidad, una cualidad que Mendel quería garantizar a fin de
poder realizar sucesivos cruces. Pero además, las plantas podían autofecundizarse. Esto
era importante, porque al repetir varias autofecundaciones se obtenían plantas con
características muy similares entre sí (en algún punto, semejante a lo que hoy
llamaríamos “clones”), y esto le permitía repetir los ensayos cuantas veces quisiera.
Para analizar cómo se transmitían los rasgos biológicos, Mendel consideró
características fácilmente observables a simple vista; en total, observó siete caracteres,
que se encontraban en la forma o color de la semilla, vaina o tallo de la planta. Puso en
marcha, entonces, numerosas cruzas entre distintas variedades del guisante de jardín.
Observó que había ciertos rasgos que se manifestaban en uno solo de los progenitores,
pero que sin embargo, aparecían en todos los descendientes. Llamó a estos rasgos
caracteres dominantes. También observó que otros caracteres sólo se manifestaban en
la descendencia si estaban presentes en ambos progenitores. Llamó a éstos caracteres
recesivos. Luego realizó un hallazgo notable. Comprobó que si cruzaba una planta que
presentaba un carácter dominante para un determinado rasgo con otra que presentaba un
carácter recesivo para el mismo rasgo, en la primera generación filial (llamada F1)
desaparece la forma recesiva. Pero al cruzar las plantas F1 entre sí, el carácter recesivo
reaparecía en la segunda generación (F2). Esta desaparición y reaparición de los
41
En realidad, Mendel habría comenzado su investigación con animales, pero el obispo puso fin a esto
por considerar impropio hacer experimentos cruzando animales. Entonces Mendel pasó a investigar en
plantas, que a los ojos del obispo no tenían sexo (Isely, 1994; Marantz Henig, 2001).
42
Los resultados de sus experimentos fueron presentados a comienzos de 1865 en la Sociedad de Historia
Natural de Brno (República Checa), y fueron publicados en alemán un año después en la revista de dicha
sociedad. Ver: Bateson (1913).
68
caracteres a lo largo de las generaciones, llevó a Mendel a considerar que cada
individuo, en realidad, portaba dos unidades hereditarias para cada rasgo, y estas
unidades se separaban al formarse los gametos (óvulos o polen). Así, cada grano de
polen u óvulo recibía sólo una de las unidades paternas. Esto es lo que se conoce como
la primera ley de Mendel. Además, observó que los distintos caracteres se distribuían de
forma independiente entre la descendencia. Es decir, la forma y el color de la semilla,
por ejemplo, se heredaban de manera independiente. Esto es lo que se denomina la
segunda ley de Mendel. En conjunto, estos principios de Mendel constituyen la base de
la genética, por cuanto establecieron las reglas mediante las cuales se transmite la
información hereditaria.43
1.2.1. Genes
Si bien Mendel fijó las bases de la transmisión hereditaria, había algunas cuestiones
fundamentales que quedaban sin resolver. En primer lugar, encontrar dónde estaban
esas unidades hereditarias, en qué consistían. Desde la segunda mitad del siglo XIX, la
idea de que había algún tipo de unidad orgánica que contenía los elementos hereditarios
estaba bastante generalizada, pero embebida en un marco muy difuso. De hecho, ni
siquiera el nombre de esas “unidades hereditarias” estaba claro, cada uno sugería un
nombre distinto. Los libros de texto actuales aseguran que Mendel describió el
comportamiento básico de las “unidades hereditarias”, pero eso constituye un grave
anacronismo, pues ni siquiera ese concepto se encuentra firme en la obra de Mendel. En
su célebre trabajo de 1866, Mendel habla de “caracteres” (Merkmale) para referirse
tanto a los rasgos observables de la planta como a los determinantes subyacentes de la
43
La obra de Mendel había sido originalmente publicada en 1866, y es usual considerar que sólo fue
valorada, redescubierta, en 1900. Los libros de texto de genética y biología molecular sostienen, de un
modo notablemente unánime, que este lapso de 35 años entre la publicación y la valorización de la obra
de Mendel se debe a que “se hallaba muy por delante de la mentalidad de sus contemporáneos”. Este tipo
de afirmaciones refleja el modo en que la comunidad científica suele entender sus propias prácticas, esto
es, como un proceso lineal de acumulación de conocimientos que se destacan cuando un genio hace un
aporte brillante, y que el resto estará o no a la altura de asimilar ese aporte. Sin embargo, los contextos en
los que fueron recibidos la obra de Mendel habrían tenido una notable incidencia en su valoración. Hasta
mediados del siglo XIX, como vimos, era usual experimentar con híbridos, y el trabajo de Mendel parece
haber sido considerado, inicialmente, como un ejemplo más de esa tradición y, en buena medida,
efectivamente lo era. Pero hacia fines del siglo XIX, la biología pasaba a estar dominada por el influjo de
la obra de Darwin, de modo que la teoría de la evolución ocupaba el centro de la escena. Investigadores
como De Vries buscaban mostrar el modo en que intervenía la información genética en la formación de
nuevas especies, y es entonces cuando es movilizado el trabajo de Mendel como un argumento para
mostrar cómo se transmitía la información genética. De modo que al ser publicada por primera vez, la
obra de Mendel fue leída en clave de la tradición en el campo de la hibridación; pero hacia 1900, fue leída
dentro de la problemática de la teoría de la evolución, permitiendo entonces entender el modo en que se
transmitía la información genética (Brannigan, 1979).
69
herencia (Westerlund y Fairbanks, 2004). Es decir, aunque analíticamente los
diferenciaba, empleaba el mismo término para aludir a lo que hoy llamamos gen y
rasgo. Recién en las conclusiones de su trabajo, Mendel introduce la noción de
“elementos” (Elemente) para referirse a las entidades que transportaban los caracteres
hereditarios que luego se manifestaban en la planta.44 Darwin se refería a dichos
elementos como “gémulas”. Weismann los llamó “determinantes”, porque quería
significar a los elementos que determinaban las propiedades del organismo. También el
botánico De Vries sostenía que debía haber unidades hereditarias elementales, a las
cuales llamó “pangenes”. La idea de que la biología debía tener unidades elementales,
así como la física y la química tenían sus átomos y moléculas, era común a estos
investigadores, pero era una idea que aún no se estabilizaba. Recién en 1909, Wilhelm
Johannsen acuñó la palabra gen para referirse a esas unidades hereditarias, y delimitó la
diferencia entre “genotipo” (que se refiere a los pares de unidades hereditarias) y
“fenotipo” (que se refiere a los caracteres visibles de un organismo).45
En 1928, Frederick Griffith, mientras intentaba desarrollar una vacuna, demostró
que una cepa bacteriana podía transmitirle información genética a otra para volverla
patogénica (aún cuando no se sabía qué era y dónde estaba esa información genética; de
hecho, Griffith llamó a esta substancia “factor de transformación”), y a esta transmisión
de información la denominó “transformación” (Kreuzer y Massey, 1996). Más adelante,
con el advenimiento de la ingeniería genética, se utilizaría este mismo término –
transformación– para indicar la introducción de material genético en células
procariotas.46
En 1941, Beadle y Tatum postularon la hipótesis que a cada gen correspondía
una enzima, pero todavía no se conocía el modo en que se regulaba ese vínculo ni la
naturaleza de los genes. Finalmente, en 1944 se demostró que el factor de
44
Mendel utiliza la palabra Merkmale más de 150 veces, pero sólo se refiere a los Elemente en 10
ocasiones. Ver Marantz Henig (2001).
45
Ver: Morange (1994) y Fox Keller (2000).
46
Los procariotas son un tipo celular muy simple; todas las bacterias son procariotas. Las células
eucariotas, en cambio, son mucho más complejas; los animales y vegetales tienen células eucariotas. En
ingeniería genética, la inserción de material genético en células eucariotas se denomina en rigor
transfección, para diferenciarlo de la transformación, que involucra a procariotas. Sin embargo, este
último término resulta más popular, y con frecuencia se lo emplea para hacer referencia a la introducción
de material genético externo en todo tipo de células. En lo sucesivo, y en aras de una mayor
simplificación, a lo largo de esta tesis hablaré de “transformación”, aún cuando me refiera a la
introducción de material genético en células vegetales.
70
transformación, vale decir, el material genético que las bacterias podían transmitirse, era
ADN.47
En 1953, Watson y Crick describen la estructura de doble hélice del ADN,
produciéndose así un paso fundamental en la caracterización del material genético. Poco
tiempo después, Francis Crick (1958) resumiría el estado de la cuestión respecto a la
genética, al establecer el “dogma central de la biología”, según el cual la información
genética se almacena en el ADN, el cual luego se transcribe a ARN, y finalmente éste se
traduce en proteínas.
1.3.
La búsqueda de conocimiento y de utilidad
Desde los primeros experimentos con ADN recombinante (unión de fragmentos de
ADN de distinto origen), los científicos apuntaban a dos fines simultáneos: uno
cognitivo y el otro práctico. Conocer cómo los organismos regulan el funcionamiento
del ADN y desarrollar terapias para curar enfermedades genéticas, eran argumentos
empleados al mismo tiempo para justificar sus investigaciones (Wright, 1994). Joshua
Lederberg –discípulo de Tatum y quien en 1958 había recibido el premio Nobel por
demostrar que existía intercambio de información genética entre las bacterias– afirmaba
que los estudios del ADN iban a permitir desarrollar terapias para enfermedades virales,
autoinmunes, para transplantes y para el mejoramiento de cultivos (Lederberg, 1969).
Sin embargo, la capacidad para manipular el ADN era muy limitada. Los experimentos
usuales hacia fines de la década de 1960 consistían en ver lo que ocurría al introducir
virus enteros en células con algún defecto. En un caso, se tomaron células de un
paciente con galactosemia (incapacidad para digerir azúcar por falta de una enzima), e
in vitro se las infectó con un virus que naturalmente poseía el gen para dicha enzima, y
se constató que esas células humanas comenzaban a producir la enzima (Merril et al.,
1971). La falta de herramientas para manipular el ADN hacía que los experimentos
47
Hasta entonces, los mayores candidatos a ser los portadores de la información genética eran las
proteínas, el ARN y el ADN. Avery, MacLeod y McCarty (1944) encontraron que era el ADN. En
realidad, el factor de transformación que habían aislado era en un 99% ADN; pero cuando lo sometían a
degradación de proteínas y ARN, el factor de transformación no se veía afectado, mientras que si
degradaban el ADN, el factor de transformación se destruía (Morange, 1994). A pesar de este
descubrimiento, durante algunos años buena parte de la comunidad científica siguió considerando que las
proteínas debían ser las portadoras de la información genética. Esto se debe a que sólo hay cuatro tipos de
subunidades distintas de ADN, mientras que las proteínas tienen 20 tipos de subunidades distintas. Así,
no resultaba fácil aceptar que con apenas 4 letras se podía dar lugar al lenguaje que recorre la genética de
todos los seres vivos. El experimento definitivo lo realizaron Hershey y Chase en 1952 marcando el ADN
y las proteínas de un bacteriofago con distintas sustancias radioactivas, y constatando que era el ADN
radioactivo el que se transmitía a la progenie del bacteriofago (Kreuzer y Massey, 1996).
71
carecieran de precisión, y se limitaran a la introducción de grandes secuencias de ADN
(como un virus entero) en células.
La manipulación genética adquirió un gran nivel de precisión a través del uso de
las enzimas de restricción. Las enzimas son proteínas que pueden disparar una reacción
química específica. Las enzimas de restricción se caracterizan porque cortan el ADN.
La existencia de las enzimas de restricción fue demostrada en 1965, y las primeras
fueron aisladas en 1968. Sin embargo, estas primeras enzimas aisladas tenían la
característica de reconocer al ADN pero cortarlo en algún sitio inespecífico (hoy se las
conoce como enzimas de restricción tipo I). Esto hacía que no fueran muy útiles para la
ingeniería genética. No obstante, en 1970 se descubrió otro tipo de enzimas de
restricción (que se conocen como tipo II), las cuales sí cortan al ADN en determinados
sitios específicos. Esto permitía disponer de unas “tijeras” sumamente precisas para
cortar el ADN, y así quedarse con el fragmento de información genética de interés.48
Herbert Boyer, de la Universidad de California, estudiaba los mecanismos por
los cuales las bacterias se protegían del ADN extraño. Las bacterias agregan una
modificación química a su ADN, lo que evita que su propio ADN sea reconocido por
sus enzimas de restricción. En sus investigaciones, Boyer aisló una enzima de
restricción que pasaría a ser emblemática en la biología molecular: EcoRI.49 Pronto,
Boyer dejaría de estudiar los mecanismos de regulación del ADN en bacterias para
dedicarse al desarrollo de bacterias recombinantes.
1.3.1. Los inicios del ADN recombinante
Paul Berg, de la Universidad de Stanford, fue el primero en obtener una molécula de
ADN híbrido (ADN de dos orígenes distintos). Utilizó dos virus: virus lambda y SV40.
El primero es un virus que infecta bacterias, mientras que el segundo es un virus
oncogénico de monos. Berg cortó ambos virus con la recientemente aislada EcoRI,
luego degradó los extremos de ambos ADN con una exonucleasa, y finalmente agregó
en los extremos nucleótidos de adenina y de timina, buscando forzar así la unión entre
48
En 1978 se les otorgó el premio Nobel a Arber, Nathans y Smith por su descubrimiento de las enzimas
de restricción.
49
Las primeras tres letras de una enzima de restricción hacen referencia a la bacteria de la cual provienen:
en este caso, Escherichia coli. Luego se agrega una letra para designar la cepa bacteriana (EcoRI
proviene de la cepa RY13 de E. coli). Finalmente se agrega un número que designa el orden en el que
fueron identificadas las enzimas de restricción de una misma cepa.
72
ambas moléculas de ADN.50 Berg obtuvo con éxito su molécula de ADN hibrido.51 El
siguiente objetivo de Berg era utilizar esta molécula de ADN híbrido como un doble
vector: podía utilizarla para introducir ADN foráneo en bacterias (pues en definitiva su
molécula contenía al virus lambda, lo que le permitiría ingresar a las bacterias) o en
monos (porque su molécula híbrida tenía el virus SV40). Pero el propio Berg su
autoimpuso una moratoria hasta que se definieran algunas normas respecto a la
experimentación con ingeniería genética.52 En 1980, Paul Berg recibió el premio Nobel
por sus estudios sobre ADN recombinante.53
En 1972, Boyer y otros investigadores de la Universidad de Stanford,
descubrieron que EcoRI cortaba al ADN dejando cadenas cortas de ADN de una sola
hebra en los extremos del fragmento; esto quiere decir que el ADN, que es una doble
hélice, es cortado en un determinado lugar en una de las hebras, y cuatro nucleótidos
más adelante en la hebra complementaria. Esta nueva característica facilitaba mucho los
experimentos de ingeniería genética. Las moléculas de ADN cortadas con EcoRI tienen
extremos complementarios, de modo que pueden volver a unirse espontáneamente. Se
denominaría “cohesivos” a los extremos de estas moléculas de ADN.54 Ahora se sabía
que el experimento de Berg se podía haber hecho de un modo más simple: no hacía falta
modificar los extremos de los virus cortados con EcoRI, pues podían unirse
espontáneamente.
Boyer se juntó con Stanley Cohen para desarrollar una molécula de ADN
recombinante. Cohen trabajaba en la Universidad de Stanford investigando los
mecanismos de replicación y transferencia de un tipo singular de molécula de ADN
descripto hacía poco tiempo: los plásmidos. Además de su ADN cromosomal, las
bacterias tienen una molécula de ADN circular (llamada “plásmido”), que pueden
traspasarse entre sí y en las cuales suelen encontrarse genes que le otorgan a la bacteria
50
Las exonucleasas son enzimas de restricción que eliminan uno a uno los nucleótidos de un extremo del
ADN (o ARN). Las enzimas de restricción que cortan dentro de una cadena de ADN (o ARN), como
EcoRI, se denominan endonucleasas.
51
En realidad, además de Paul Berg había también otros investigadores que estaban realizando
experimentos similares al mismo tiempo, como es el caso de Peter Lobban (Wright, 1994: 72).
52
Paul Berg pasaría a ser el mayor referente en materia de regulación del ADN recombinante en Estados
Unidos durante la década del ’70 (ver capítulo 5).
53
La mitad del premio Nobel de Química de ese año correspondió a Paul Berg, y la otra mitad fue para
Walter Gilbert y Frederick Sanger, por haber desarrollado métodos para secuenciar el ácido nucleico.
54
Así como EcoRI deja moléculas de ADN con extremos cohesivos (sticky ends), otras endonucleasas
dejan extremos romos, o sea, una doble hélice de ADN pareja. Estas últimas resultan más difíciles de
unir.
73
resistencia a algunos antibióticos. En su investigación, Cohen había llegado a armarse
de una considerable colección de plásmidos. Cuando Boyer solicitó su ayuda para
desarrollar un ADN recombinante, Cohen propuso utilizar uno de los plásmidos que
había aislado, que parecía adecuado para el emprendimiento: tenía un gen de resistencia
a tetraciclina, y era cortado en un solo lugar por EcoRI. Boyer y Cohen aislaron –con
EcoRI– un gen de resistencia a kanamicina de otra bacteria, y lo insertaron en el
plásmido (al que previamente habían cortado con EcoRI). Introdujeron el plásmido
modificado genéticamente en distintas especies de bacteria. En todos los casos, el éxito
fue evidente: las bacterias con el plásmido genéticamente modificado expresaban
resistencia a tetraciclina y kanamicina (Wright, 1986a). Hacia 1973, habían obtenido el
primer organismo genéticamente modificado de la historia.
Experimentar con genes de distintas bacterias había sido un primer desafío
exitoso, pero un objetivo mucho más interesante eran los organismos más complejos.
De modo que el siguiente paso de Boyer, Cohen y sus equipos fue introducir ADN de
organismos superiores en bacterias. Así es que aislaron un gen de la rana Xenopus
laevis, y mediante un plásmido lo introdujeron en E. coli. El éxito del experimento fue
cubierto por los periódicos más importantes de Estados Unidos (Wright, 1994: 77;
Smith Hughes, 2001: 544-545).
1.4.
Atravesando el muro vegetal
Uno de los problemas fundamentales a resolver si se quería obtener una planta
transgénica, era lograr introducir el ADN en la célula vegetal. Esto no era difícil de
conseguir cuando se trataba de hacerlo en una bacteria, pues bastaba con agregar
algunas sales al tubo de ensayo y producir un shock térmico para que la bacteria abra los
poros de su membrana y el ADN ingresara. Pero la estructura vegetal es completamente
distinta. La célula es la unidad estructural primordial de la biología, y hay básicamente
dos tipos de células: células procariotas y células eucariotas. Todas las bacterias son
procariotas. Se trata de una estructura celular mucho más simple y antigua que la
eucariota. La célula procariota tiene una envoltura denominada pared celular, dentro de
la cual hay una membrana que contiene a un único compartimiento donde se encuentra
el ADN, ARN, proteínas y otras pequeñas moléculas. Eso es todo. Las células
eucariotas, en cambio, son mucho más grandes y complejas. Tienen estructuras
intracelulares, como el núcleo (donde se replica el ADN y se transcribe a ARN), y
diversas organelas especializadas fuera del núcleo (donde se producen las proteínas,
74
donde se genera energía, etc.). Además, las células vegetales en particular, están
recubiertas por una rígida capa, denominada pared celular vegetal.
El fragmento de X. laevis que Boyer y compañía habían introducido en E. coli
era rADN, es decir, el producto final era ARN ribosomal, no una proteína. De modo que
el experimento demostró, en rigor, que el ADN eucariota podía replicarse y transcribirse
en células procariotas. Pero no podían demostrar si era posible la traducción, es decir, si
el ARN eucariota podía traducirse a proteínas en una célula procariota. Los autores del
experimento justifican la elección del rADN aduciendo simplemente que el mismo era
un fragmento muy caracterizado y fácil de aislar en buenas cantidades (Morrow et al.,
1974). El hecho tiene su importancia, pues las proteínas eucariotas no podían expresarse
fácilmente en procariotas. Las dificultades con que se toparon los posteriores
experimentos encontraron su explicación en una conferencia científica en 1977, cuando
se mostró que la información genética en eucariotas no se organizaba del mismo modo
que en procariotas. Mientras que en procariotas el ADN tenía una organización simple y
secuencial (cada gen era seguido por otro gen), en los eucariotas había regiones de ADN
que no codificaban para ninguna proteína. Walter Gilbert, de la Universidad de Harvard,
llamó a estas secuencias nucleotídicas “intrones”, mientras que los “exones” pasaron a
ser las secuencias que sí codificaban a proteínas.55 A partir de entonces quedó claro que
si se quería expresar una proteína eucariota en una bacteria, era necesario remover las
secuencias “silenciosas” (los intrones) del ADN eucariota, pues las bacterias no podían
procesarlo. Por entonces, Gilbert también desarrolló un método bastante simple para
secuenciar el ADN, lo que permitía estudiar y manipular el ADN con mayor facilidad.56
En 1977, Boyer logró expresar la primera proteína recombinante.57 Un año
después, Genentech comenzó a comercializar por primera vez una proteína
biotecnológica: la insulina humana recombinante. A ello le siguió la hormona de
crecimiento recombinante y, en 1980, el interferón; todos expresados en procariotas.
Los primeros animales transgénicos se obtuvieron poco tiempo antes que las
plantas, entre 1981 y 1982. El primer ratón transgénico se logró al microinyectar la
55
Claramente, esta distinción no tenía sentido para el ADN de procariotas, cuyas secuencias nucleotídicas
siempre se expresan en proteínas.
56
Mientras Walter Gilbert desarrolló un método para secuenciar ADN en la Universidad de Harvard
(Maxam y Gilbert, 1977), simultáneamente Frederick Sanger desarrolló un método similar en la
Universidad de Cambridge (Sanger y Coulson, 1975). Ver nota 48.
57
Se trata de la somatostatina, una pequeña hormona ubicada en el cerebro humano. Para poder
expresarla, Boyer sintetizó el ADN del gen de la somatostatina químicamente (así evitaba incluir a los
intrones), y lo introdujo en E. coli.
75
secuencia de ADN manipulada en un embrión, y luego introduciendo el embrión en un
ratón hembra (Hanahan et al., 2007). Sin embargo, trasladar la técnica de
microinyección a plantas resultaba muy difícil, pues había que emplear protoplastos
(células vegetales desprovistas de pared celular) que –a diferencia de las células
animales, que se adhieren a la superficie– no se podían inmovilizar y por lo tanto era
complicado introducir el ADN (Lawrence y Davies, 1985). También se obtuvo una
mosca transgénica, pero empleando una técnica distinta: el ADN manipulado se
introdujo mediante transposones, que son secuencias de ADN que pueden moverse e
integrarse dentro del genoma. Los transposones fueron descubiertos por primera vez
estudiando el maíz, en la década de 1940. Sin embargo, pronto pasó a emplearse a la
mosca Drosophila melanogaster como el modelo en el cual estudiar a los transposones.
En consecuencia, el transposón más estudiado es una secuencia de Drosophila conocida
como “transposón P” (Darbani et al., 2007). En la primera mosca transgénica, el ADN
recombinante se introdujo mediante el transposón P (Kaiser, 1997).
Para obtener una planta transgénica era necesario que la construcción genética a
introducir atraviese la pared celular, la membrana plasmática y la membrana nuclear;
todo eso, por supuesto, sin destrozar la célula vegetal, y regenerando luego una planta
entera. Llevar un gen al núcleo de una célula vegetal era mucho más complicado que a
otros tipos celulares. La solución fue utilizar un sistema biológico que infecta a las
plantas, y fue una herramienta que se desarrolló una vez que existía el interés en obtener
una planta transgénica.
En 1907, se encontró que los tumores que desarrollaban algunas plantas,
conocidos como corona de gallo (crown gall), estaban originados por la presencia de
una bacteria (Smith y Townsend, 1907). Los investigadores que describieron este
fenómeno bautizaron al agente oncogénico como “Bacterium tumefaciens” (bacteria que
hace tumores), que luego sería popularizado como Agrobacterium tumefaciens. Se
consideró que la bacteria debía estar transfiriéndole algo a la planta que le causaba el
tumor, alguna especie de principio inductor de tumores, pero no estaba claro de qué se
trataba (Braun, 1958). En 1970, se postuló que podía haber unos genes de la bacteria
involucrados en la generación del tumor.
En la Universidad de Gent, en Bélgica, el grupo de Jeff Schell y Van Montagu se
dedicaba a estudiar las interacciones entre las plantas y las bacterias del suelo. En 1974,
describieron que un plásmido de Agrobacterium, al que se llamó plásmido Ti, era el
responsable de causar el tumor en plantas (Zaenen et al, 1974). Luego buscaron diseñar
76
métodos para modificar Agrobacterium y convertirla así en un vehículo para la
transformación genética de plantas. En este laboratorio se integró Luis Herrera-Estrella,
un ingeniero bioquímico de México que fue a Gent a realizar su doctorado y postdoctorado entre 1981 y 1986. Herrera-Estrella pasó a ser uno de los pioneros en
transformación de plantas, y participó luego en una red de investigación y desarrollo en
el tema con científicos de Argentina.
Quien dominara Agrobacterium, dominaría la transgénesis vegetal. De modo que
se desplegó una suerte de competencia por ver quién lograba manipular el plásmido Ti
de Agrobacterium (Vasil, 2008). Por entonces, Mary-Dell Chilton, investigadora de la
Universidad de Washington, se dispuso a encontrar cuáles eran los genes del plásmido
que causaban el tumor; cuál era, en definitiva, el principio inductor de tumor de
Agrobacterium (Chilton, 2001).
Chilton puso a todo su laboratorio a trabajar en una misma misión: encontrar las
regiones del plásmido involucradas en la inducción del tumor. Encontró que una
secuencia específica del plásmido, a la que se llamó T-ADN, estaba presente en los
tumores (Drummond et al., 1977). Luego, se encontró que el T-ADN del plásmido Ti se
insertaba en el núcleo de las células tumorales, donde se mantiene establemente y se
transcribe (Chilton et al., 1977, 1980; Willmitzer et al., 1980). En 1977, Chilton viajó a
Nueva York para ver a Armin Braun –uno de los más reconocidos biólogos de plantas,
quien hacía 20 años había postulado que a causa de Agrobacterium las plantas
desarrollaban tumores– y mostrarle que ella acababa de encontrar que una porción del
ADN de Agrobacterium era el causante de los tumores (Park, 2002). El T-ADN, además
de sus propiedades oncogénicas, dispone de genes para la síntesis de una serie de
metabolitos que sirven de nutrientes para la bacteria (Amasino y Miller, 1982; Guyon et
al., 1980; Van Montagu et al., 1980).
El funcionamiento de Agrobacterium tumefaciens presentaba una curiosa
novedad: una bacteria le transfiere su ADN a una planta, que incorpora ese ADN en su
propio genoma y desarrolla un tumor que produce nutrientes para la bacteria. Es decir,
el resultado de la interacción entre Agrobacterium y la planta es una planta
naturalmente recombinante. Agrobacterium pasó a ser la herramienta por excelencia de
la emergente biotecnología vegetal. Rediseñando el T-ADN (extrayendo los genes
oncogénicos, e insertando genes de interés), se lo podría usar como un vector para llegar
a desarrollar plantas transgénicas.
77
1.4.1. Hacia la primera planta transgénica
Habiendo definido cuál sería el vector biológico para trasladar el ADN de interés a la
planta, el trabajo consistía en extraer los genes oncogénicos del T-ADN (pues de lo
contrario no se obtendría una planta, sino una masa tumoral) e insertarle los genes de
otra especie; luego habría que introducir el T-ADN modificado en el plásmido Ti, el
cual a su vez se introduciría en Agrobacterium tumefaciens, que finalmente se pondría
en contacto con la célula vegetal. Chilton llevó a cabo esto en un experimento
considerado clave en el desarrollo de la biotecnología vegetal: insertó genes de bacteria
y de levadura en el plásmido Ti, obteniendo una planta que contenía esas secuencias
nuevas en su genoma (Barton et al., 1983). Esta planta transgénica fue la portada de la
prestigiosa revista científica Cell de 1983 (ver Figura 1).
La factibilidad de obtener una planta transgénica radicaba en la superación de
dos problemas que se presentaban a principios de 1980, y que el experimento de Chilton
lograba solucionar. Por un lado, lograr obtener una planta entera luego de haberla
infectado con Agrobacterium, y por otro, que esa planta expresara los genes foráneos
que se había introducido.
Figura 1. Portada de la revista Cell de abril de 1983, mostrando la planta transgénica obtenida por
Chilton y su grupo.
78
Obtener una planta entera luego de haberla expuesto a Agrobacterium no era simple,
precisamente porque Agrobacterium provocaba en la planta una masa tumoral. El
plásmido Ti de Agrobacterium tiene genes que codifican para proteínas que le permiten
introducir su T-ADN en el núcleo de la célula vegetal; tiene también genes que expresan
hormonas, las cuales provocan el crecimiento tumoral del tejido vegetal; y tiene genes
que codifican para metabolitos que sirven como nutrientes para Agrobacterium.
Funciona así como un colonizador biológico: pone a las células vegetales a trabajar para
satisfacer las necesidades de Agrobacterium. De modo que usar el plásmido Ti
implicaba que las células vegetales se transformaran en un tejido vegetal tumoral, no en
una planta entera. En realidad, durante 1981 y 1982 se habían hecho algunos
experimentos que indicaban que introduciendo mutaciones en el T-ADN se podía alterar
su capacidad oncogénica (Yang y Simpson, 1981; De Greve et al., 1982). En el
experimento que estoy analizando, Chilton y su grupo introducen genes de levadura y
de bacteria dentro del T-ADN, irrumpiendo en las secuencias donde estarían genes
oncogénicos. Al poder regenerar una planta entera, el problema queda solucionado.
Por otro lado, lograr que el gen foráneo se integre con éxito en las células
vegetales era también un desafío. Unos años antes, Boyer y Cohen habían demostrado
que podían expresar genes de distintas especies en bacterias. Pero las plantas disponen
de sistemas de regulación y expresión de la información genética mucho más complejos
que las bacterias. Chilton insertó un gen de levadura y uno de bacteria en el plásmido
Ti, que se introdujo en Agrobacterium tumefaciens. Esta bacteria con el plásmido
recombinante se puso dentro de un cultivo in vitro con tejido de células de tabaco. De
este tejido se regeneró la planta, y de esta planta, por auto-polinización, se obtuvo otra.
Esta última planta de tabaco tenía, en su genoma, las secuencias de los genes de
levadura y de bacteria. Esto demostraba que el ADN foráneo se había introducido con
éxito y se había mantenido estable dentro del genoma de la planta. También se verificó
que estos genes transcribían su correspondiente ARN dentro de las plantas. No se
registró, sin embargo, presencia de las proteínas –de levadura y bacteria– en los tejidos
de la planta. Los autores del experimento manifiestan que “la aparente falta de
expresión es desilusionante pero no sorprendente”, pues admiten que “los
requerimientos precisos para la expresión de secuencias de ADN en varios estadios de
desarrollo en las plantas no se conocen”. El artículo finaliza diciendo que estas
79
dificultades serán subsanadas si se continúa con el mismo tipo de experimentos, es
decir, a medida que se avance con la transgénesis vegetal.58
1.5.
La biotecnología o el vellocino de oro
La planta transgénica resultaba un anhelo por las oportunidades que ofrecía. Si los
primeros organismos genéticamente modificados habían sido bacterias, su interés era
más que nada como un primer modelo, ya que su explotación comercial era bastante
limitada. Pero las plantas transgénicas tenían por delante al mundo de la agricultura, y
otra escala de producción se atisbaba. El interés comercial por la biotecnología, entre
fines de la década de 1970 y principios de la siguiente, había explotado. Ser un experto
en ingeniería genética durante esos años –y sobre todo en Estados Unidos– equivalía a
recibir jugosos ingresos del sector privado. Todo científico que manejaba técnicas de
ADN recombinante tenía vínculos con empresas (Wright, 1994: 107). Con el ADN
recombinante se abrió la posibilidad de un nuevo mercado mundial, y con ello estalló
una lluvia de contratos, dinero y ofertas para posicionarse en el desarrollo de productos
biotecnológicos. La explosión de recursos ocurrió fundamentalmente en Estados Unidos
–y en menor medida en Inglaterra– que era donde se había concentrado la investigación
en ADN recombinante, y donde había recursos disponibles para ser volcados a este
nuevo campo.
Los científicos que habían desarrollado las técnicas de corte y ligazón de ADN,
los pioneros en ADN recombinante, se habían convertido también en exitosos
empresarios. Una de las primeras empresas que emergió en el área fue Cetus, en 1971.
Pronto, los directivos de la firma incorporaron a Joshua Lederberg a sus filas, y en 1975
reclutaron a Stanley Cohen. Paul Berg fue contratado como presidente del comité
científico de Genex, creada en 1977. Biogen contó con varios científicos entre sus
directivos, como Walter Gilbert. Sydney Brenner –uno de los máximos referentes en
investigación en biología molecular en Inglaterra– pasó a ser miembro del directorio de
la flamante compañía británica Celltech. Por su parte, Herbert Boyer fundó –juntó con
Swanson, un inversor capitalista– la empresa Genentech en 1976. Genentech se creó
58
Textualmente, el artículo afirma que: “The general approach used here to insert the ADH I DNA into
the genome of intact plants should afford access to such information [El abordaje general que se empleó
aquí para insertar el ADN ADH I en el genoma de plantas intactas, debería permitir el acceso a esa
información]” (Barton et al., 1983).
80
con apenas 1000 dólares; 4 años más tarde, la empresa valía más de 500 millones de
dólares.
En 1974, la Universidad de Stanford inició una solicitud de patentamiento por la
metodología del ADN recombinante desarrollada por Boyer y Cohen. En 1980, la
patente fue concedida.59 Todo aquel que quisiera utilizar ADN recombinante con fines
comerciales, debía pagar royalties. La patente incluía desde los plásmidos hasta la
replicación y expresión de ADN foráneo en microorganismos. En los primeros cuatro
meses desde que la Universidad de Stanford empezó a hacer uso de la patente, 72
compañías adquirieron las licencias para explotar la tecnología de Boyer y Cohen. La
patente expiró en 1997.60 Durante todos esos años, la Universidad de Stanford encontró
en el ADN recombinante una inigualable mina de oro: las ganancias por la explotación
de la patente se sitúan en el orden de los 250 millones de dólares (Smith Hughes, 2001).
La investigación con ADN recombinante también se disparó. En 1975 la NIH61
financiaba apenas 2 proyectos vinculados al tema, a los que destinaba 20.000 dólares.
En 1982, estaba financiando 1.588 proyectos de investigación, por un total de 185
millones de dólares.
De este modo, junto con el ADN recombinante, un nuevo mercado empezaba a
desarrollarse, y lo hacía a pasos agigantados.
El primer producto biotecnológico que se lanzó al mercado fue la insulina
recombinante, producida por Genentech en 1978 utilizando una bacteria genéticamente
modificada. Para entonces, el ADN recombinante había conquistado a las bacterias. Las
ganancias de esas primeras experiencias biotecnológicas, sin embargo, no residían tanto
en las proteínas recombinantes en sí mismas, sino en las expectativas que generaban
sobre nuevos mercados para la biotecnología. De hecho, por ejemplo, la insulina
humana recombinante resultaba más cara de obtener que la que se venía produciendo a
partir de las glándulas de los cerdos. Si las nuevas empresas biotecnológicas eran
exitosas, se debía a los contratos millonarios que obtenían por parte de las grandes
compañías multinacionales, que se habían consolidado en el área de la química y la
farmacéutica y comenzaban a invertir ahora en un terreno desconocido para ellas. El
59
United States Patent 4237224.
60
En realidad, eran tres patentes vinculadas.
61
El National Institutes of Health es una de las principales agencias de promoción de la ciencia, en áreas
biológicas, de Estados Unidos.
81
repentino éxito comercial de la biotecnología se debía, por tanto, a las expectativas que
despertaba.
Las grandes transnacionales no tenían la menor experiencia en estas nuevas
cuestiones de la ingeniería genética. Entonces, generaban contratos con las flamantes
empresas que creaban científicos y emprendedores con el fin de no quedar al margen del
potencial nuevo mercado que generaría la biotecnología, y de ir alcanzando un
conocimiento mínimo en estos temas. A tal efecto, también realizaron convenios con las
universidades, que era al fin y al cabo donde se había desarrollado el conocimiento en
torno al ADN recombinante. Es así que durante estos años transnacionales como
DuPont, Monsanto, Lilly, Merck o Upjohn, hicieron fluir millones y millones de dólares
hacia los laboratorios de ingeniería genética de las universidades y hacia las nuevas
empresas de biotecnología que se habían creado. Poco a poco, estas grandes compañías
de la industria química, petrolera o farmacéutica fueron incorporando conocimiento
sobre ADN recombinante. Hacia 1982, aproximadamente, el escenario comenzó a
cambiar. Las transnacionales ya podían manejar las técnicas de ADN recombinante por
sí mismas, y no necesitaban seguir transfiriendo recursos hacia otros sitios. DuPont
anunció la apertura de su propio departamento dedicado a la investigación en
agricultura, con una cifra récord de 85 millones de dólares (Wright, 1994: 98-103). A
partir de entonces, unas pocas empresas comenzaron a afianzarse como los actores
dominantes en el mercado de la biotecnología, con lo cual disminuyeron los nuevos
emprendimientos que habían caracterizado la dinámica del sector apenas unos años
atrás. La explosión de recursos duró poco tiempo, pero fue muy intensa.
Durante unos pocos años, los laboratorios de ingeniería genética de las
universidades norteamericanas habían nadado en dólares y los científicos que habían
hecho emprendimientos en biotecnología se habían convertido en millonarios de la
noche a la mañana, pero eso ya no volvería a ocurrir, al menos no en el área de la
biotecnología: el mercado se había abierto y los actores que iban a participar en él ya se
habían definido. En esta nueva fase, la carrera en biotecnología comenzaba a hacerse
puertas adentro de las grandes transnacionales.
¿Por qué las empresas estaban tan interesadas en hacer transgénesis vegetal? La
pregunta no es trivial, pues durante buena parte del siglo XX, las tareas de innovación
en mejoramiento vegetal recayeron sobre el sector público. En particular en los Estados
Unidos, la investigación agrícola reposaba en buena medida en los esfuerzos del sector
público, y esto se había acentuado después de la Segunda Guerra Mundial (Murphy,
82
2007). Las empresas privadas innovaban sólo en nichos específicos, como lo fue, en
particular, el desarrollo de maíz híbrido.62 Luego, en la década de 1960, se generó un
marco legal que dio lugar a una fuerte protección legal de las nuevas variedades
vegetales, lo cual estimuló el desarrollo del mejoramiento vegetal por parte del sector
privado (Murphy, 2007). Algo similar ocurrió en la Argentina. En 1959, la Secretaría de
Agricultura estableció una norma según la cual el sector privado podía mantener en
secreto sus desarrollos en mejoramiento vegetal, mientras que el sector público estaba
obligado a mostrar y ceder sus propios desarrollos a quien lo solicitara (Rossi, 2007).
De este modo, se generó un marco de fuerte apropiación privada de los desarrollos de
nuevas variedades vegetales (Katz y Bercovich, 1988). Al desarrollarse la transgénesis,
ya en la década de 1980, en la agricultura se abría la posibilidad de generar semillas con
nuevas características y extraordinarios niveles de productividad. Pero para el sector
privado, además, era la oportunidad de hacer un fantástico negocio, por cuanto existía la
posibilidad de apropiarse de esas nuevas semillas.
Es en estos años de explosión de las oportunidades en ADN recombinante (entre
fines de los años ’70 y comienzos de los ’80) que se desata el interés en obtener una
planta genéticamente modificada. Mary-Dell Chilton fue la primera en obtener una
planta transgénica, pero en el podio de la ingeniería genética vegetal también había
otros dos grupos. A comienzos de 1983, en un simposio sobre ingeniería genética de
plantas, Schell y Van Montagu (de la Universidad de Gent), Rob Horsch y Fraley (de
Monsanto) y Chilton (de Washington University), anunciaron resultados similares: los
tres grupos habían logrado expresar con éxito genes de antibióticos en células vegetales
(Newton, 2010). Los tres grupos se habían propuesto encontrar un método para
transferir genes a plantas, y lo habían logrado.63
Fraley y Horsch continuaron trabajando para Monsanto, llegando ambos a ser
vice-presidentes de la compañía.64 Schell y Van Montagu crearon su propia empresa en
62
Como mencioné anteriormente, el “vigor híbrido” permite resaltar ciertas cualidades en los cultivos.
Sin embargo, no todas las plantas pueden cruzarse generando variedades híbridas. El maíz sí, razón por la
cual se constituyó en un cultivo sobre el que las empresas semilleras volcaron sus esfuerzos de
innovación para generar nuevas variedades híbridas. La clave del negocio, además, está dado por el hecho
de que el vigor híbrido se pierde en las siguientes generaciones. Esto obliga a los agricultores a comprar
nuevas semillas híbridas cada año. De este modo, sin necesidad de que existiera un marco legal que
volviera a los agricultores dependientes de las semillas de las empresas, este fenómeno se producía
igualmente debido a las propias características de la hibridación del maíz.
63
Ver Fraley et al. (1983), Herrera-Estrella et al. (1983a; 1983b), Bevan et al. (1983) y Chilton (2001).
64
Robert Fraley se doctoró en la Universidad de Illinois y luego continuó sus investigaciones en la
Universidad de California. Por su parte, Robert Horsch se doctoró en la Universidad de California, y
83
la localidad de Gent, en Bélgica, llamada Plant Genetic Systems Inc., que años más
tarde sería absorbida por Bayer CropScience. Por su parte, Mary-Dell Chilton sería
rápidamente reclutada por Ciba-Geigy, empresa que luego devendría en Syngenta, una
de las mayores compañías de biotecnología vegetal del mundo.
He mencionado a unos cuantos científicos en este capítulo que han hecho
aportes significativos en el área del ADN recombinante desde los años ’70. Todos ellos
han pasado a ocupar cargos importantes en empresas de biotecnología. Aportar al
conocimiento en el incipiente campo de la biotecnología era también asegurarse un
lugar en su naciente industria.
Desde luego, que un nuevo campo científico se articule con una incipiente
industria asociada no es ninguna novedad, y más bien sería sorprendente encontrar que
tales vínculos no existieran. Un caso ejemplar es la industria química en la segunda
mitad del siglo XIX en Alemania, donde se concentraron científicos notables, en una
época en que se descubrieron muchos compuestos químicos, y donde surgieron
compañías como Bayer, BASF y AGFA (Aftalion, 1991). Pero la comparación sería
demasiado general, pues lógicamente se trata de contextos muy distintos, y no sería
razonable comparar la masa de científicos y de capital que circulaban en la industria
química en el siglo XIX con la biotecnológica de fines del siglo XX. Probablemente un
contexto más similar se encuentre en la naciente nanotecnología. Sin embargo, aquí la
comparación debería contemplar importantes diferencias. Pues a diferencia del ADN
recombinante, la nanotecnología no se caracteriza ni por una técnica, ni por un elemento
en particular; más bien, es un concepto general: el desarrollo tecnológico de lo
extremadamente pequeño.65 En todo caso, entre fines de la década de 1970 y principios
de la siguiente, los conocimientos sobre el ADN recombinante concitaron un enorme
interés del sector industrial, materializándose eso en nuevas empresas biotecnológicas,
contratos con las mismas e inversiones masivas. Había, claro, una gran masa de
científicos y un considerable capital acumulado en empresas provenientes de la
luego fue a realizar un postdoctorado en genética de plantas a la Universidad de Saskatoon, en Canadá. A
comienzos de los años ’80, ambos fueron reclutados por Monsanto para integrar su nueva división de
desarrollo de plantas transgénicas.
65
En rigor, la nanotecnología implica el trabajo con materiales a nano escala, es decir, en torno a la mil
millónesima parte de un metro. Todo lo que se desenvuelva en esa escala podría considerarse
nanotecnología. Existen trabajos que comparan la biotecnología con la nanotecnología; sin embargo, se
trata de estudios que se limitan a mostrar las diferencias y similitudes que podría haber en torno a la
percepción pública y la controversia en uno y otro campo. Al respecto, ver David y Thompson (2008) y
Sandler y Kay (2006).
84
industria química y farmacéutica, de modo que el mercado de productos biotecnológicos
se expandió vertiginosamente. Luego, unas pocas empresas comenzaron a posicionarse
como los actores dominantes, y entonces la fiebre de contratos, inversiones y nuevas
compañías se aplacó. Así las cosas, los vínculos entre el conocimiento y la producción
hacen a la biotecnología, pero nunca esos vínculos fueron tan fuertes y extensos como
en esta etapa inicial.
1.6.
El silencio interior de las plantas
El experimento de Chilton abría una nueva época, la de la biotecnología vegetal. ¿Era
posible, con los resultados de su experimento, interpretar que se estaba frente a la
primera planta transgénica? Desde luego que sí, pero también era posible interpretar
cosas muy distintas. El hecho de que los genes foráneos no se expresaran en proteínas
podía entenderse como una manifestación del complejo sistema de regulación y
expresión de los genes que tienen las plantas, y en consecuencia podía deducirse que era
muy difícil llegar a obtener una planta transgénica que funcionara como se quería. Esto
no constituye una interpretación anacrónica: desde 1941 se sabía que cada gen
especifica la estructura de una proteína, y desde los ’50 estaba claro que la secuencia
consiste en que el ADN se transcribe a ARN y luego a proteínas. En la planta de
Chilton, había ADN y ARN de los transgenes, pero no estaban sus proteínas. Esto podía
entenderse como una muestra del problema que se abría ante la transgénesis, o como un
avance en su solución. El hecho de que el campo científico hubiera adoptado esta última
posición, no era algo obvio.66
Así como la primera planta transgénica, obtenida por el laboratorio de Chilton en
Washington, no lograba expresar la proteína recombinante, intentos parecidos de otros
grupos de investigación presentaron dificultades similares. En muchos experimentos
posteriores, se obtuvo expresión de proteína recombinante pero en niveles muy
variables. Resultaba muy frecuente que las plantas transgénicas presentaran muy poca
cantidad de proteína recombinante, mucho menos de lo esperado. En estos casos,
simplemente se descartaban estas plantas transgénicas y se continuaba con las que
66
Como mencioné en el capítulo anterior, la noción de “campo científico” proviene de Bourdieu, quien
buscaba desligarse de la idea pacífica y estrecha que arrastraba el concepto de “comunidad científica”. A
lo largo de esta tesis, muestro la diversidad de actores, conflictos, cooperación e intereses que se articulan
en el campo de la biotecnología. Pero respecto a estos hechos que estoy relatando ahora, sobre los
consensos formados en torno a los primeros experimentos en transgénesis vegetal, el campo científico
está más bien ligado a los científicos vinculados a esta área de investigación, o más bien a los
investigadores y a las revistas científicas donde se publicaban estos experimentos.
85
presentaban niveles de expresión más aceptables (Matzke y Matzke, 1995). Hubo de
pasar algún tiempo antes de que estas dificultades se transformaran en un problema de
investigación en sí mismo, y luego en todo un campo de investigación. En realidad, esto
ocurrió cuando aparecieron otros actores, con otros intereses, que fueron capaces de
redefinir las dificultades en la expresión en plantas transgénicas como un problema de
investigación. Dos de estos nuevos actores fueron, sin embargo, discípulos de Chilton.
Marjori y Antonius Matzke se conocieron mientras realizaban sus respectivos
post-doctorados en el laboratorio de Chilton, entre 1980 y 1982. De hecho, Antonius
formó parte de la publicación en Cell sobre la primera planta transgénica. Una vez que
terminaron su estadía post-doctoral, se fueron a Austria, donde establecieron su
laboratorio y de ahí en más continuaron trabajando juntos. Sus investigaciones en
Austria se diferenciaron de las de Chilton precisamente porque buscaron explorar las
dificultades que presentaba la transgénesis vegetal, convencidos que esas dificultades
permitirían dilucidar cuestiones vinculadas con la genética en general. Antonius afirma
que siempre estuvo interesado en utilizar la transgénesis vegetal para investigación
básica, es decir, no le interesaba obtener una planta transgénica como producto final,
sino que buscaba descubrir cuestiones vinculadas al funcionamiento de los genes en las
plantas.67 Una vez en Austria, entonces, los Matzke pusieron sus esfuerzos en estudiar
los problemas de expresión de los transgenes en plantas. Mostraron que el T-ADN con
el que estaban experimentando sufría una pequeña modificación química dentro de la
planta y que esto podía ser la explicación de por qué el gen no lograba expresarse
(Matzke et al., 1989).
Poco después, otro grupo de investigación confirmó los resultados de Matzke
con un experimento parecido, aunque con una salvedad: introdujeron un gen en una
planta que poseía ya un gen de esa familia. El objetivo era sobreexpresar esa proteína.
Pero el resultado fue inverso: no sólo no se expresó el gen introducido, sino que
tampoco se expresó el gen que la planta ya poseía. Esto se denominó co-supresión
(Napoli et al., 1990).
Un investigador que también habría de destacarse en el estudio de estos
fenómenos es Hervé Vaucheret, quien realizó su doctorado en un laboratorio de biología
celular del INRA, en Francia. Ya entonces su trabajo se orientaba claramente a la
ciencia básica: caracterizar un gen –el de nitrato reductasa– propio de las plantas. En el
67
Comunicación personal con Matzke (2010).
86
marco de esa investigación usó algunos transgenes de nitrato reductasa, pero sin lograr
que se expresaran. Una vez concluida su tesis de doctorado, en 1989, pasó a ser
investigador del INRA, y desarrolló su propia línea de investigación en base al estudio
de esos fenómenos que había observado durante su tesis.68 Así, Vaucheret fue
caracterizando diversas proteínas vegetales involucradas en la supresión de la expresión
de genes. Describió el modo en que una planta puede silenciar sistémicamente a un gen,
transmitiéndose pequeñas secuencias de ARN entre las células vegetales. Se especializó
también en caracterizar un tipo de proteínas, las Argonauta, que intervienen en el
silenciamiento génico post-transcripcional.
Pronto se hizo evidente que las plantas disponen de distintos mecanismos con
los que terminan evitando la expresión de un transgén. Se adoptó un término general
para agrupar a toda esta diversidad de mecanismos: silenciamiento génico. Por un lado,
puede ocurrir que se inhiba la transcripción de un gen, es decir, que el silenciamiento
opere bloqueando el ADN. Este se llama silenciamiento génico transcripcional. Pero
también puede ocurrir que el silenciamiento opere sobre el ARN, degradándolo (lo que
se denomina silenciamiento génico post-transcripcional). Pequeñas secuencias de ARN
juegan un rol importante al acoplarse con el ARN mensajero que luego será degradado.
A su vez, se empezaron a identificar diversas proteínas involucradas en fenómenos de
silenciamiento. Se consideró que las plantas usaban normalmente estos mecanismos
para defenderse de la infección de virus.
Las investigaciones se multiplicaron. Las vías por las cuales las plantas pueden
silenciar un gen son sumamente diversas (ver Figura 2). Distintas proteínas junto a
otras moléculas intervienen en estos mecanismos. Se encontró luego que el
silenciamiento génico no era exclusivo de las plantas: también en animales y en
bacterias ocurre. Comenzaba a desplegarse una rama del conocimiento vinculada a los
mecanismos que inhiben la expresión de los genes. Todo tuvo su origen en las
dificultades que presentaba la transgénesis vegetal para expresar las proteínas
recombinantes.
Mientras la transgénesis vegetal se desarrollaba rumbo a la producción de
plantas genéticamente modificadas, una disciplina comenzaba a surgir precisamente
sobre los problemas que los investigadores en transgénesis no se interesaban en
explorar. De hecho, estos otros científicos, los que se dedicaron a estudiar el
68
Hervé
Vaucheret
(16/06/2009),
perfil
disponible
http://www.inra.fr/les_hommes_et_les_femmes/portraits/tous_les_portraits/herve_vaucheret
en:
87
silenciamiento génico, observan la primera planta transgénica de un modo muy distinto.
Para ellos, la planta de Chilton de 1983 no era una prueba de la factibilidad de las
plantas transgénicas, sino que estaba evidenciando otra cosa: la importancia de los
fenómenos supragenéticos que operan sobre los transgenes. La primera planta
transgénica no sería, desde esta perspectiva, realmente transgénica, pues no podía
expresar los transgenes, ya que estarían operando mecanismos de silenciamiento de los
genes.
Figura 2. Esquema con algunas de las vías de silenciamiento génico dentro de la célula vegetal. Fuente:
Souza et al. (2007).
El modo común de interpretar el experimento de Chilton de 1983, era considerando que
las plantas transgénicas eran un hecho inminente, y que las pequeñas dificultades
técnicas que aún presentaban serían superadas con más transgénesis. La planta de
Chilton de 1983 era la prueba de la transgénesis vegetal. Pero había otra lectura que
comenzaba a surgir. Para esa otra lectura, no es de la transgénesis de lo que hablaba esa
planta, sino de su silencio interior.
1.6.1. Reinterpretando la transgénesis
En ningún momento el experimento de Chilton dejó de ser considerado como un
experimento competente. La razón radica en que había un acuerdo respecto a qué tipo
88
de experimentos podían funcionar y qué resultados podían esperarse. Esto es lo que,
según Harry Collins (1995), define a un experimento como “competente”.69 En efecto,
ya desde principios de la década de 1970 estaba claro que un gen de una especie podía
insertarse en el genoma de otra especie, y que ese gen podía mantenerse en el nuevo
genoma y expresarse. Como vimos anteriormente, esto ya había ocurrido así en
bacterias, y era de esperarse que pudiera lograrse en otros organismos. Chilton tuvo el
mérito de haber estado entre los primeros que dilucidaron un método para hacer ingresar
genes al genoma de una célula vegetal, y en lograr que esos genes se estabilicen y que la
planta pudiera crecer. De modo que su experimento fue un éxito, y la revista Cell lo
consagró como tal con su portada. Era de esperarse que se pudiera obtener una planta
transgénica, y Chilton la obtuvo. Es cierto, no logró que los transgenes se expresaran en
proteínas, y esto constituía una anomalía. Chilton reconoció que eso no se ajustaba a lo
esperado, pero destacó que el gran paso de obtener una planta completa que tuviera
genes de otra especie en su genoma se había logrado con éxito, y que con un poco más
de práctica se lograría que esos genes se expresen también. La anomalía, según la
perspectiva de Chilton, se resolvería dentro de los márgenes en que venía
desarrollándose la transgénesis.
Pero otros investigadores comenzaron a explorar la anomalía desde otra
perspectiva. Algunos consideran que la anomalía era el resultado de un mecanismo que
no había sido contemplado en la transgénesis: el silenciamiento génico. Aún más: la
anomalía podía extenderse y llegar a explicar la totalidad de la planta transgénica de
Chilton, desplazando a la transgénesis. Que la planta de Chilton fuera transgénica, era
algo que el silenciamiento génico podía llegar a cuestionar. Veamos cómo.
Hervé Vaucheret, quien como dije se fue especializando en los mecanismos de
silenciamiento génico desde fines de la década de 1980, considera que los estudios
sobre silenciamiento génico en plantas permiten dar una explicación lógica a la ausencia
de expresión de genes en la planta de Chilton.70 De hecho, Vaucheret sostiene que si
Chilton logró obtener una planta completa, se debe gracias a la acción del
silenciamiento génico.
69
Collins considera que, al haber un desacuerdo acerca de lo que cuenta como un experimento realizado
de manera competente, se abre un debate acerca de cuál es el resultado apropiado del experimento. Por
otro lado, un resulato anómalo puede dar lugar a una variedad de interpretaciones diversas. El debate sólo
termina con el control de la interpretación. Al respecto, ver Collins (1992). Esto no ocurrió con el
experimento de Chilton, por lo menos no en ese orden. Durante un tiempo, persistió un modo uniforme de
interpretar su experimento. Luego, al cabo de unos años, eso cambió.
70
Comunicación personal con Vaucheret (2010).
89
Es posible distinguir dos tipos de argumentos en esta posición. Por un lado, diré
que la explicación de la ausencia de expresión de los transgenes debido al accionar del
silenciamiento génico constituye un argumento fuerte; mientras que la atribución de la
capacidad de regeneración de la planta al silenciamiento génico es un argumento débil.
La explicación de que el silenciamiento génico habría provocado la ausencia de
expresión de los transgenes en la planta de Chilton es un argumento fuerte, porque no
aparece una explicación alternativa. Chilton, en 1983, reconoce la anomalía que supone
la ausencia de expresión de los transgenes, pero no ofrece una explicación, sólo confía
en que eso se resolverá con mayor experimentación. Luego no aparecieron tampoco
explicaciones alternativas a la anomalía, los desarrollos en transgénesis vegetal
simplemente descartaron las plantas con escasos niveles de expresión y se concentraron
en los resultados satisfactorios, sugiriendo que con algunas construcciones genéticas se
obtenían buenos niveles de expresión de proteínas.71
Por otro lado, Vaucheret sostiene que para transformar la planta de Chilton se
empleó un T-ADN no desarmado, que por lo tanto contenía secuencias que codificaban
para hormonas de crecimiento que generan tejidos indiferenciados (Comunicación
personal con Vaucheret, 2010). En consecuencia, argumenta que sólo la inactivación de
esos genes permitiría la regeneración de la planta. Podemos decir que se trata de un
argumento débil, en la medida que Chilton sí ofrece una explicación a la regeneración
que obtuvo de la planta, señala que sí desarmó el T-ADN inactivando los oncogenes, y
de hecho otros investigadores que trabajan sobre el silenciamiento génico no comparten
el argumento de Vaucheret. Matzke, quien estudia el silenciamiento génico pero además
participó del experimento de Chilton, considera que la planta se regeneró porque el gen
de resistencia a kanamicina se insertó en la secuencia de un oncogén del T-ADN,
inactivándolo.72
Si el silenciamiento génico surge como problema de investigación a partir de las
anomalías que presentaban las primeras plantas genéticamente modificadas, entonces el
modo de reconocer la primera planta transgénica supone un escenario de conflicto
simbólico: ¿qué es lo que debería reconocerse en esa primera planta, la posibilidad de la
transgénesis vegetal, o la importancia del silenciamiento génico?
71
Herrera-Estrella y el laboratorio de Gent, en particular, mostraron que utilizando genes quiméricos que
tuvieran secuencias promotoras de nopalina sintasa y secuencias que codifican para la octopina sintasa,
por ejemplo, se obtenía expresión en células de plantas (Herrera-Estrella et al., 1983a; 1983b).
72
Comunicación personal con Matzke (2010).
90
En este sentido, el segundo argumento de Vaucheret contiene una imagen de alto
impacto en este conflicto simbólico: si la planta transgénica se regeneró gracias a que
los mecanismos de silenciamiento génico bloquearon la expresión de los oncogenes del
T-ADN, ello implica que de no haberse producido el silenciamiento la célula
transgénica sólo hubiera generado una masa tumoral. No es difícil imaginarse que una
masa de tejido tumoral vegetal no hubiera constituido –aún si le ponían una bella
maceta debajo– la portada de la revista Cell. En consecuencia, según este razonamiento,
todo el mérito de ese experimento debería adjudicársele al silenciamiento génico, y no a
la transgénesis. O en todo caso, el mérito de la transgénesis se limitaría a poner en
evidencia los fenómenos de silenciamiento génico. Se entiende entonces la función
retórica de este argumento pero, como dijimos, no tiene más adherentes ni se afirma
sobre una sólida base empírica; por el contrario, la propia metodología empleada en la
transgénesis podía dar cuenta de la capacidad regenerativa de la planta.
Pero basta con considerar el argumento fuerte de Vaucheret para entender que de
la anomalía que presentaban las primeras plantas transgénicas fue surgiendo un campo
disciplinar nuevo. Los distintos niveles de expresión de los transgenes que presentaban
las plantas transgénicas constituían un problema para el que no había solución, más que
descartar los ejemplares que presentaban bajos niveles de expresión. En cambio, el
silenciamiento génico dio una respuesta a esos problemas, pero bajo una serie de
preceptos diferentes a los que guiaban los experimentos en transgénesis. Se trata de
preceptos que ubican en lo que rodea a los genes el eje de preocupación y no en los
genes mismos.
1.6.2. Herramientas conceptuales: genes y epigenética
Hay que tener en cuenta las herramientas conceptuales con las que venía trabajando la
ingeniería genética. La idea de que los genes contenían la información que define a un
individuo se había constituido en el dogma central de la biología. A encontrar la unidad
biológica que contenía la información genética se había dedicado buena parte de los
investigadores desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Luego, se demostró que
los genes se traducían de ADN a ARN y posteriormente se expresaban en proteínas, que
luego habrían de desempeñar las más diversas funciones en el organismo. Tal era la
cascada de información biológica: del ADN, al ARN, a la proteína. La hipótesis que
Beadle y Tatum habían propuesto en los años cuarenta (“un gen, una enzima”) había
dominado buena parte de la biología. De modo que, con el desarrollo de las técnicas de
91
corte y ligazón del ADN a principios de los ’70, la ingeniería genética encontró las
herramientas técnicas que le permitieron ensamblar con estas herramientas conceptuales
para modificar organismos interviniendo sobre sus genes. Al desarrollar las primeras
plantas transgénicas, la dificultad pasaba por encontrar el modo de llevar el transgén al
núcleo de la célula vegetal, y por lograr regenerar una planta entera a partir de esa célula
transformada. En cambio, conseguir que la planta transgénica expresara la característica
del organismo donante era algo completamente esperable, era algo que se consideraba
lógico y natural.
Si los genes eran el objeto determinante para la ingeniería genética –y por ende
para quienes desarrollaron la primera planta transgénica–, ¿de dónde sacaron las
herramientas conceptuales quienes desarrollaron la teoría del silenciamiento génico?
Que el gen se haya convertido en la unidad dominante dentro del discurso biológico no
significa que no haya habido tensiones y conflictos a propósito de esto. De hecho, ya en
los años treinta investigadores de algunas disciplinas biológicas –en particular, de la
embriología y de la fisiología– se quejaban del crecimiento de la genética, por cuanto
cada vez más se desplazaba su objeto de interés (los procesos de diferenciación celular,
el funcionamiento de los tejidos celulares, etc.) hacia el estudio de los genes y sus
efectos (Fox Keller, 2000). Por otro lado, las teorías que reivindican la complejidad
ambiental frente al reduccionismo genético fueron ganando terreno luego de la Segunda
Guerra Mundial y sobre todo a partir de la década del ’70, cuando comienzan los
movimientos ecologistas. No obstante, difícilmente esto sirva como explicación para el
caso que nos ocupa, y a lo sumo refleja cierto clima intelectual en el que podían
apoyarse quienes no compartían los postulados de la ingeniería genética. Pero la teoría
del silenciamiento génico, que comienza a fines de los años ’80, no tiene un cuerpo
conceptual muy distinto al de la propia genética. Se caracteriza por estudiar los
mecanismos que regulan la expresión de los genes, por analizar aquellos elementos
celulares que bloquean, permiten, disminuyen o aumentan la expresión de los genes.
Esto le dio un nuevo empuje a la epigenética, la cual estudia cambios en la expresión
genética debido a fenómenos externos a los genes. La epigenética había sido propuesta a
comienzos de los años ’40 por Waddington, un embriólogo que buscaba conciliar la
genética con la embriología. Su propuesta era estudiar los mecanismos por los cuales las
células de un organismo –que tienen los mismos genes– podían diferenciarse hacia
92
tejidos distintos. La epigenética estudia aquello que rodea a los genes.73 Waddington no
parece haber sido tenido muy en cuenta en su momento, pero con el silenciamiento
génico la epigenética rejuveneció. Claro que el silenciamiento génico no se explica por
una línea conceptual hostil a la genética que se habría mantenido latente durante
décadas hasta emerger con la primera planta transgénica. Quienes primero proponen los
mecanismos de silenciamiento génico son tan biólogos moleculares como los que
desarrollaron las primeras plantas transgénicas. El vínculo entre silenciamiento génico y
epigenética es posterior.74 En todo caso, el silenciamiento es un tipo de reacción contra
la genética, o más bien contra los postulados que sostienen que descifrando al gen se
deduce lo que lo rodea.75
1.7.
Intereses entre las plantas: industria y nichos del conocimiento
Volvamos al experimento de Chilton. ¿Cómo puede un mismo experimento ser
interpretado como la prueba del éxito de la transgénesis, y al mismo tiempo dar lugar a
una teoría distinta que se sustenta en los problemas de la transgénesis? Según Collins,
las interpretaciones heterodoxas de los datos se producen cuando no hay todavía un
acuerdo sobre lo que sería un resultado esperable del experimento (Collins, 1992). ¿Será
entonces que no había un acuerdo sobre si las proteínas de las plantas transgénicas
debían expresarse o no? Por supuesto que sí, todos los investigadores saben desde los
años ’40 o ‘50 que los genes se expresan en proteínas, y se esperaba que los transgenes
se expresaran en la planta. Había un firme acuerdo respecto a los resultados esperables,
y sin embargo se fueron abriendo interpretaciones divergentes sobre el experimento. El
punto está en que no había un único nivel de resultados esperables. Quizás sea
demasiado simplista suponer que los científicos sólo esperan un resultado de un
experimento. Por lo menos en este caso, quienes desarrollaron el experimento tenían
varias expectativas depositadas en los resultados. Por un lado, esperaban que al
73
El prefijo griego epi significa “sobre”. Es decir, la epigenética vendría a ser aquello que está sobre los
genes.
74
Según Andy Feinberg, director de un centro de investigación en epigenética de la Universidad Johns
Hopkins, hasta los ‘90 la epigenética se dedicaba al estudio de fenómenos extraños, era una ciencia
bizarra. Luego, con los estudios sobre la metilación del ADN y su vinculación con diversas proteínas, la
epigenética se consolidó en el estudio de la regulación de los genes (Rudacille, 2005).
75
En particular, los investigadores que se volcaron a la epigenética desde fines de la década de 1980
buscaron diferenciarse del mundo de la transgénesis, como explico a continuación. Pero en términos más
generales, y sobre todo en décadas más actuales, los científicos que estudian temas de regulación genética
no necesariamente se enfrentan con la ingeniería genética. Claro que se trata de contextos diferentes, con
intereses distintos a los que prevalecían entonces, como señalo en la sección que sigue.
93
introducir el transgén éste se transcribiera a ARN y se expresara en proteínas.
Reconocieron que esto último no ocurrió. Pero sí lograron introducir el transgén –que se
mantuviera en el genoma de la planta– y que se transcribiera a ARN. Por lograr esto, el
experimento fue considerado un éxito, y se le consagró la portada de la revista Cell.
La clave está en la distinta valoración que se hizo de ese fenómeno. Para
Chilton, que no se expresaran las proteínas era algo inesperado, pero en definitiva era
algo menor, era un dato marginal, no afectaba al conjunto del experimento, era una
cuestión técnica que se resolvería con un poco más de práctica en transgénesis. Por el
contrario, para quienes desarrollaron la teoría del silenciamiento génico, la ausencia de
expresión de proteínas en la planta transgénica era un fenómeno importantísimo, era
algo que permitía redescubrir lo que la biología sabía sobre el funcionamiento de los
genes. La pregunta es entonces por qué este fenómeno tuvo valoraciones tan distintas.
¿Qué es lo que estaba condicionando el marco conceptual de estos científicos, para que
algunos lo consideraran un fenómeno sumamente significativo, mientras que otros lo
caracterizaban como algo más bien insignificante?
Una perspectiva dentro de los estudios sociales de la ciencia sostiene que
aprender a distinguir lo que es significativo de lo que no lo es, supone una adquisición
cultural, que se podría denominar conocimiento tácito (Collins, 1992). Dentro de esta
perspectiva, que ciertas personas tiendan a darle la misma valoración a las cosas se
explica por una cuestión de socialización: la transmisión de ciertos códigos que hacen
que consideremos a algunas cosas como significativas y a otras como no significativas.
Pero esto no explica por qué existen esas valoraciones particulares y no otras. En
cambio, hay otras perspectivas que buscan explicar los marcos conceptuales que
emplean los científicos en función de la noción de interés (Barnes, 1977). Así, por
ejemplo, cuando analiza las teorías estadísticas que estaban en pugna a comienzos del
siglo XX, MacKenzie considera que el interés que tenían algunos científicos en
fundamentar las teorías eugenésicas los llevaban a reivindicar ciertos desarrollos
teóricos de la estadística y no otros (MacKenzie, 1978). De esta manera, los intereses
cognitivos se refieren a los usos que podrían derivarse de una teoría, y al modo en que
esto incide en la posición que toman los científicos en la valoración y desarrollo de la
teoría. El poder explicativo de la noción de interés radicaría en encontrar la finalidad a
la que aspiran los científicos con sus prácticas, para así darle un sentido a las mismas.
En el caso que nos ocupa, había un objetivo claro hacia el que se habían
embarcado algunos laboratorios a fines de los ’70, y era desarrollar plantas transgénicas.
94
Millones de dólares fluían desde las transnacionales químicas hacia la investigación en
ADN recombinante, buscando su lugar en el nuevo mercado de la biotecnología. La
transgénesis aplicada a la agricultura constituía uno de los objetivos más anhelados por
estas empresas (Kloppenburg y Kenney, 1984). Así como los científicos que habían
contribuido a desarrollar las primeras bacterias transgénicas pasaron al poco tiempo a
ocupar puestos importantes en empresas de ingeniería genética, las perspectivas no
tenían por qué ser distintas para quienes desarrollaran la primera planta transgénica. En
un momento en que las empresas invertían enormes cantidades de dinero para aspirar a
desarrollar productos biotecnológicos, siendo que nadie aún dominaba el conocimiento
al respecto, auguraba a quien lograra desarrollar una planta transgénica un lugar
anhelado por la expectativa comercial.76 Pero también era un lugar cargado de
recompensas
simbólicas:
obtenidas
ya las primeras
bacterias genéticamente
modificadas, un importante reconocimiento aguardaba aún a quien pudiera obtener una
planta transgénica. La revista Cell coronó a Chilton al publicar en la portada su planta
transgénica –reconocimiento al que también contribuyeron instancias tales como el
Simposio de 1983, donde Chilton, Schell y Horsch se mostraron como los iniciadores de
la biotecnología vegetal–, por cuanto pasó a ser reconocida como la figura principal del
campo 77. También por sus aportes pioneros en la biotecnología vegetal, Chilton recibió
la medalla Benjamin Franklin, galardón que se otorga desde 1824 a quienes realizan
aportes significativos a la ciencia o la tecnología, y que ya habían recibido, entre otros,
Thomas Edison, Niels Bohr, Max Planck, Albert Einstein, Stephen Hawking y Jonas
Salk.78
76
Así es que de inmediato, en 1983, apenas publicada la primera planta transgénica, Mary-Dell Chilton
fue reclutada por la empresa que luego se conocería como Syngenta. Al cabo de unos años, Syngenta se
convertiría en una de las pocas empresas en el mundo que comercializa semillas transgénicas propias. En
reconocimiento a las contribuciones de Chilton, en 2002 la empresa bautizó con su nombre a una de las
instalaciones del Centro de Investigación en Biotecnología Agrícola, donde Syngenta concentra sus
esfuerzos en innovación, ubicado en el polo tecnológico de Research Triangle Park, en Carolina del
Norte.
77
He aquí un (para nada sutil) modo de ilustrar este reconocimiento: “Cuando enciendes una luz,
probablemente no pienses en Thomas Edison, pero hasta los chicos en la escuela saben que es el hombre
que trajo la luz eléctrica al mundo. ¿Sabes quién le mostró por primera vez al mundo cómo hacer plantas
transgénicas como la soja Roundup Ready o el maíz Bt? Fue Mary-Dell Chilton” (Burchett, 2002).
78
El vice-presidente del Centro Franklin, que administra los premios, considera que Chilton “she not only
made the key discovery, but went on to use that mechanism to engineer that process” (Park, 2002).
Chilton también recibió otros reconocimientos institucionales, como el John Scott Award o la membresía
de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y de la Academia Americana de Artes y
Ciencias. La Universidad de Washington, donde Chilton desarrolló la primera planta transgénica, creó un
título académico llamado “Mary-Dell Chilton Distinguished Professor” (Rea, 2009).
95
Bourdieu (1976) señala que es habitual en los científicos la transformación de
capital científico en capital económico.79 Para quienes desarrollaron las primeras plantas
transgénicas, las dos formas de capital aparecían simultáneamente como posible
recompensa: el prestigio de ser quien hace un aporte científico tan importante que
inaugura un campo nuevo (la biotecnología vegetal), y el reconocimiento material que
otorgaban las empresas (deseosas de incorporar entre sus filas a quien dominara las
técnicas de este incipiente campo).
Esos intereses permiten explicar no sólo la conformación de una agenda de
investigación (el intento de obtención de una planta transgénica), sino también el modo
en que eran valorados los resultados de los experimentos. Es importante señalar que no
pretendo adjudicarle estos intereses a Chilton de modo individual, sino de un modo
general al conjunto de los actores vinculados al tema. En definitiva, fueron sus pares
quienes reconocieron su experimento concediéndole la portada de una de las revistas
más prestigiosas del área, y de hecho nadie –en ese entonces– cuestionó el experimento.
Dicho de otro modo: el campo científico vio los resultados tal como los vio Chilton, y
es precisamente por eso que recibe reconocimiento.
Recordemos que si la intención era obtener una planta transgénica, el desafío
pasaba por diseñar el vehículo que pueda transportar el ADN foráneo al núcleo de la
célula vegetal y poder obtener una planta con el transgén. Chilton había un hecho un
aporte sustancial a tal proyecto al contribuir a diseñar el vehículo del transgén
(caracterizando al plásmido Ti), y ahora daba un paso decisivo al mostrar que se podía
obtener una planta entera (no sólo una célula) que tuviera en su genoma al transgén.
¿Por qué no se consideró relevante que las proteínas no se expresaran? Por un lado,
porque quienes pertenecían a este nicho –al de los primeros científicos en biotecnología
vegetal, que tenían al prestigio y a las empresas aguardando por las primeras plantas
transgénicas– tenían un bagaje conceptual acumulado desde hacía muchas décadas en
gran parte de la biología que les indicaba que lo importante era el gen, y que la proteína
era, en todo caso, un subproducto del mismo. Por otro lado, su objetivo era obtener una
planta transgénica, no caracterizar algún fenómeno particular dentro de las plantas; no
79
La teoría de Bourdieu sostiene que los científicos aspiran a acumular capital científico. Esta forma
particular de capital simbólico estaría dada por el reconocimiento de los investigadores competidores. Es
por el reconocimiento, entonces, que se efectúan los intercambios entre los investigadores, lo que deriva
en luchas por la distribución del capital científico. Por otro lado, Bourdieu sostiene que el capital
científico puede ser reconvertido en otras especies de capital, es decir, que aquel científico que acumuló
cierto capital científico, puede trasladarse a otro campo y hacer uso allí de una posición privilegiada
(Bourdieu, 1976; 2003).
96
eran las proteínas, sino la planta transgénica la que permitiría inaugurar una nueva fase
de investigaciones y desarrollos. En definitiva, eran los usos que se le pretendía dar a
esa planta (como vehículo para alcanzar un gran prestigio en el campo científico y para
dar lugar a una etapa de desarrollos productivos que numerosas empresas aguardaban)
lo que condicionaba la lectura que se hizo de los resultados del experimento: lo
importante era que se había obtenido una planta que llevaba un transgén; lo que sucedía
con las proteínas era algo menor.
Pero entonces, ¿por qué otros investigadores sí dedicaron sus preocupaciones a
lo que ocurría con las proteínas en las plantas transgénicas? En primer lugar, es preciso
destacar la distancia temporal, los años que hubieron de pasar hasta que esto se
convirtiera en un problema de investigación. Obtener una planta transgénica era un
objetivo desde fines de la década del ’70, y que se consiguió a principios de 1983. En
cambio, los primeros estudios sobre el silenciamiento génico se publicaron en 1989, y
se desarrollaron en los años posteriores. Esta diferencia de algunos años entre un tema
de investigación y otro, tiene una razón de ser. Una vez desarrolladas las primeras
plantas transgénicas, los laureles correspondientes fueron entregados. Los primeros
científicos en alcanzar ese objetivo recibieron los premios simbólicos y materiales que
aguardaban. A los siguientes investigadores que trabajaban con plantas transgénicas no
les aguardaban las mismas recompensas. El capital científico y material fue acumulado
por los científicos pioneros en el área. Eso no significa que el incipiente campo de la
biotecnología vegetal ya estaba saturado; por el contrario, espacios para investigar y
desarrollar plantas transgénicas había y sigue habiendo. Pero la recompensa a la que
pueden aspirar esos investigadores ya no será la misma. Difícilmente el desarrollo de
una planta transgénica pueda suscitar un reconocimiento intelectual y un interés
comercial como el que concitaron esos primeros experimentos. En ese momento
histórico concreto, desarrollar una planta transgénica consagraba a quien lo lograba
como el poseedor de una habilidad y un conocimiento que nadie había conseguido
adquirir aún.
¿Qué les queda a los siguientes investigadores en biotecnología vegetal? Sólo
hacer sus aportes sobre la base de este conocimiento ya laureado. O bien, en términos de
Bourdieu, adoptar una estrategia de subversión, vale decir, salirse de los cánones de ese
campo, con los riesgos que ello implica pero también con la posibilidad de adquirir un
reconocimiento importante. Encontrar un mecanismo biológico completamente nuevo
97
en algo que a los ojos de la transgénesis vegetal era una pequeña anomalía, permitía
abrir un nuevo espacio de reconocimiento.
¿Es entonces el silenciamiento génico un paradigma científico distinto al que
encierra la transgénesis vegetal? Pues depende para quién. Para quienes desarrollan
plantas transgénicas, el silenciamiento génico pasó a ser una herramienta más. Conocer
estos mecanismos biológicos les permite a los investigadores evitar que sus transgenes
sean bloqueados y obtener así codiciados niveles de expresión de proteínas. En cambio,
para quienes buscaban ser los referentes en el silenciamiento génico, sí se trataba de
paradigmas distintos. Para ellos, el abordaje conceptual es distinto, los temas de
investigación son distintos, el entorno de la investigación es distinto. Es que para
conseguir un capital científico considerable, uno tiene que mostrar que lo que está
haciendo es completamente nuevo. Aún cuando todos estos investigadores (los que
desarrollaban plantas transgénicas y los que investigaban en silenciamiento génico) se
habían formado con las mismas técnicas de biología molecular, e incluso en algunos
casos habían trabajado en los mismos laboratorios, sus tradiciones disciplinares
comenzaron a mostrarse como distintas. Esa diferenciación implicó tanto una
conceptualización del silenciamiento génico en términos de “revolución científica” o de
“nuevo paradigma” (Matzke y Matzke, 2004), como en términos de una larga tradición
científica opuesta a la genética de la biotecnología. En esa búsqueda por manifestar una
tradición distinta, con su propia historia y orígenes ocultos, se llegó a decir que una
publicación de 1928 sobre infección en plantas de tabaco podía considerarse el primer
artículo sobre silenciamiento, aún cuando sus autores de entonces no lo supieran
(Baulcombe, 2004). Así, el silenciamiento génico fue incluido dentro de la epigenética,
una perspectiva que en los comienzos de la genética se había diferenciado de ésta, pero
que luego no había logrado consolidarse. Con la afirmación del silenciamiento génico
como un campo distinto a otros, se creó un espacio institucional propio, con centros de
investigación, publicaciones y financiamiento dirigidos a estudiar la epigenética. Un
nicho nuevo surgía para estos investigadores, pero sólo a condición de mostrarse como
claramente distinto al nicho de los biotecnólogos. Matzke, discípulo de Chilton y
pionero en el silenciamiento génico, definía así las diferencias entre un campo y otro:
“Mientras las compañías están luchando por encontrar medios para evitar el silenciamiento, unos
pocos científicos que hacen investigación básica se han fascinado con el fenómeno y están
analizando una variedad de sistemas de silenciamiento. Para este último grupo, el fenómeno del
98
silenciamiento representa más que una respuesta no deseada a genes exógenos; más bien, ha
abierto una puerta que podría llevar a una comprensión más profunda de mecanismos antes
insospechados por los cuales las plantas naturalmente usan secuencias de ácidos nucleicos
homólogas o complementarias (…) como un medio de control del exceso de producción de
mRNA o de la replicación de ARN patógeno.”80 (Matzke et al., 1995: 679)
Estas palabras, más allá de la descripción que pretenden efectuar de la biotecnología y
del silenciamiento génico, ponen de manifiesto la necesidad que portaban los
investigadores de este campo de diferenciar las áreas. En definitiva, que el
silenciamiento represente o no algo más que una respuesta no deseada a genes
exógenos, depende de quién y para qué lo utilice, pues para quienes buscan producir
plantas transgénicas, el silenciamiento es, efectivamente, un bloqueo de los transgenes;
y que las compañías biotecnológicas empleen el conocimiento sobre silenciamiento
génico para evitar que éste ocurra, evidencia que el silenciamiento también resultó ser
un aporte importante para las propias compañías. Así, las diferencias o solapamientos
entre la biotecnología y la epigenética dependen de dónde se ubique el actor que las
enuncie.
A principios de los años ’80, encontrar una planta transgénica era ganarse el
reconocimiento por algo que muchos anhelaban pero nadie aún había conseguido. A
fines de esa década, encontrar un mecanismo biológico oculto en la transgénesis era
ganarse un reconocimiento por un hallazgo completamente nuevo.
1.8.
Después de la primera planta transgénica
Una vez obtenidas las primeras plantas transgénicas, las empresas de biotecnología
pusieron a punto las técnicas de transformación, focalizándose en las plantas que tenían
interés comercial para ellas. En un principio, la dificultad para expresar proteínas en las
plantas transgénicas era parcialmente salvada descartando las plantas con poca
expresión, y conservando las que presentaban niveles de expresión más aceptables, en
un simple mecanismo de selección y descarte. Cuando los estudios en silenciamiento
génico dieron una explicación a estas dificultades, se diseñaron modos de evitar el
80
En términos similares, Vaucheret sostiene que: “Tras veinte años de investigaciones sobre este
fenómeno de silenciamiento, aún no hemos logrado comprender del todo cómo funciona pero, sobre todo,
no queremos aislarlo como rechazo respecto a los transgenes sino integrarlo en el funcionamiento normal
de la planta como manifestación de las reacciones de defensa. En efecto, se considera que un transgén o
un virus es un cuerpo extraño que ha sido introducido en la planta: ¿Qué es lo que hace la planta para
reconocer y degradar ese ‘ser ajeno’?” (Hervé Vaucheret, 16/06/2009, perfil disponible en:
http://www.international.inra.fr/es/unase_a_nosotros/gente_del_inra/herve_vaucheret).
99
silenciamiento, y así obtener buenos niveles de expresión de los transgenes. Pero estos
momentos iniciales de la transgénesis vegetal dejaron su impronta en los años venideros
de la biotecnología de plantas. Hay una serie de claves que se encuentran aquí y que
permiten entender algunas dinámicas de la investigación y desarrollo de plantas
transgénicas en las décadas siguientes.
En primer lugar, hay una notable tensión dentro de los usos que se le dan a la
transgénesis vegetal, ya sea como un objeto para ganar prestigio y posicionarse
académicamente, o para obtener plantas genéticamente modificadas que luego puedan
ser empleadas con fines productivos. Es decir, hay diferentes intereses cognitivos en
juego. Cuando todavía nadie había logrado obtener una planta transgénica, ambos usos
se presentaban como valiosos para los científicos. Pero cuando producir una planta
transgénica dejó de ser una novedad, los intereses cognitivos dentro del campo
científico en relación con la transgénesis se diferenciaron. Esto ocurrió de un modo
intenso en los comienzos del silenciamiento génico, cuando la búsqueda por encontrar
un espacio académico propio en las anomalías de la transgénesis se opuso a los usos
prácticos de la misma para obtener plantas transgénicas. Lo interesante es que más
adelante, una vez que las bases del silenciamiento génico también se consolidaron, los
científicos que trabajan en biotecnología vegetal buscan desarrollar plantas transgénicas
aspirando a un uso productivo de las mismas, pero al mismo tiempo buscan describir
aspectos cognitivos novedosos, como alguna proteína desconocida vinculada al
silenciamiento génico. Estos dos intereses cognitivos de la transgénesis se encontrarán
dentro de un mismo laboratorio, aunque en relación generalmente contradictoria, como
mostraré en el Capítulo 3.
Por otro lado, la habilidad para transformar una planta –entendida como la etapa
fundamental de la transgénesis–, relega cuestiones tales como los niveles de expresión
de proteínas o la variedad particular de la planta a un segundo plano. Esto, que se
relaciona con la problemática más amplia de la función del modelo en la investigación,
habrá de tener consecuencias muy distintas según el contexto en que se desenvuelve la
biotecnología. En un país periférico, enfrentar los inconvenientes de transformar una
variedad distinta al modelo empleado a nivel internacional, resultará en ocasiones fatal;
mientras que en países centrales, la mayor cantidad de recursos hace que esas
dificultades se subsanen con cierta rapidez.
Finalmente, hay una paradoja que merece destacarse. Cuando las plantas
transgénicas aún no existían, la certeza acerca de su factibilidad hizo que anomalías
100
como la falta de expresión de proteínas no fueran consideradas relevantes. En cambio,
años después, cuando las plantas transgénicas ya existían en laboratorios y en ensayos a
campo (e incluso, desde 1996, en el mercado de numerosos países), las anomalías de
estas plantas son con frecuencia consideradas como prueba de la inviabilidad de las
mismas. La primera planta transgénica no era, desde luego, todo lo que se esperaba que
fuera: no podía expresar las proteínas del transgén. En su realidad material, la planta era
un tanto defectuosa. Pero lo que consagró la portada de la revista Cell en 1983 fue otra
cosa: es la idea de una planta transgénica lo que en realidad se reconoció. Es
precisamente porque la idea de que una planta transgénica era algo sumamente factible
y cercano que las anomalías se consideraron algo menor. Chilton demostró que la idea
de una planta transgénica era un hecho admisible. Con esto no quiero sugerir que la
naturaleza no juega un rol en la producción de conocimientos científicos, planteo que
indicaría que el conocimiento queda entonces enteramente liberado a las estrategias de
los investigadores (Kreimer, 2003). El experimento de la primera planta transgénica no
permite interpretar cualquier cosa sobre la transgénesis, pero sí algunas cosas. Lo que
pretendo señalar es que los modos de representar los fenómenos naturales no son
unívocos, y que los conflictos comienzan a suscitarse precisamente porque hay sistemas
alternativos de representación (Hacking, 1983: 166). Es la maduración de un sistema de
representación de los fenómenos biológicos (que encuentra en los genes la unidad
determinante), junto con herramientas que permiten manejar esas unidades biológicas
(las enzimas de restricción, los plásmidos, Agrobacterium), lo que permitió diseñar y
darles sentido a los resultados de los experimentos.81 Pero cuando otras formas de
representación comienzan a imponerse, el sentido de las plantas transgénicas cambia. El
silenciamiento génico constituye una base técnica de esta forma alternativa de
representar la transgénesis. Como mostraré más adelante, formas alternativas de
representar las plantas transgénicas son desarrolladas por actores tan diversos como
científicos, agricultores o autoridades gubernamentales. No hay ninguna razón
puramente cognitiva por la cual estas formas alternativas de representar los transgénicos
81
Según Evelyn Fox Keller (1995), el discurso de la genética, desde la década de 1930, fue configurando
las cuestiones que se podían plantear o no de manera significativa, los organismos que habrían de
estudiarse, los experimentos que tenía sentido hacer y las explicaciones que resultaban aceptables o no.
Esta noción de “discurso” de Fox Keller tiene mucho en común con el concepto de “estilo de
razonamiento” de Hacking (2000), que a su vez se relaciona con la idea de “estilo de pensamiento” de
Ludwik Fleck (1935). En líneas generales, estas nociones buscan señalar que los marcos cognitivos
delimitan lo que es pensable y posible en determinado momento. Es decir, una vez que una pregunta de
investigación se impone, la respuesta que da un experimento está condicionada. Lo que pretendo añadir
aquí es el rol que juegan los intereses en la configuración de un estilo de pensamiento.
101
no pudieran haber coexistido al obtenerse la primera planta transgénica. En este sentido,
el experimento de Chilton podría haber sido considerado un éxito por conseguir una
planta entera que contuviera un transgén, o podría haber sido considerado un fracaso por
no haber podido expresar las proteínas del transgén. Si en su momento fue entendido en
el primer sentido, es porque entonces primaban entre los científicos los intereses por
conseguir el capital científico ligado a obtener una planta transgénica. Si al cabo de
unos años las teorías del silenciamiento génico se desarrollaron, es porque el capital
científico por la transgénesis ya había sido acumulado por otros investigadores, de
modo que los nuevos científicos en el área debían diferenciarse si querían aspirar a un
reconocimiento importante. Si a partir de los años ’90 las formas alternativas de
representar la transgénesis trascendieron los ámbitos de investigación y desarrollo, es
porque las plantas transgénicas –convertidas ya en mercancías concretas que circulan en
el mercado internacional– comenzaron a ampliar el tipo de intereses que afectan e
involucran.
Decía al comienzo de este capítulo que el objetivo del mismo era explicar qué es
una planta transgénica. El lector podría estar en su derecho de sentirse levemente
engañado, y quizás estaría agradecido si en lugar de este análisis hubiera dicho,
simplemente, que una planta transgénica es una planta que lleva un gen propio de otra
especie. Sin dudas hubiera sido más simple. Pero no hubiera sido del todo correcto, o al
menos, sería francamente incompleto. Ningún concepto aparece aislado, sino que su uso
está asociado a otros, inmerso en una red de conceptos (Hesse, 1974). Es decir, la idea
de planta transgénica está asociada a otras ideas. Investigadores en biotecnología
buscarán encontrar un gen de interés, que presente alguna novedad, para insertarlo en un
cultivo a fin de incidir en la trama productiva de la agricultura. Aquí, por ejemplo, la
planta transgénica aparece asociada a las nociones de agricultura y genes. En otros
casos, la transgénesis servirá para encontrar algo novedoso en lo que rodea a los genes,
distanciándose de la planta como producto final. Aquí la planta transgénica podría
asociarse a las ideas de complejidad y riesgo, por caso. En definitiva, que la
transgénesis vegetal tenga un sentido u otro depende de la situación de los actores
involucrados (de su historia, de sus intereses). Lo que mostré aquí fueron entonces los
sentidos concretos que tuvieron las plantas transgénicas en sus comienzos, los modos en
que fueron representadas y desarrolladas por los actores relevantes del momento.
Poco tiempo después de que la transgénesis vegetal diera sus primeros pasos a
nivel internacional, comenzaría a caminar también en la Argentina. Algunas dinámicas
102
generales pueden percibirse también aquí, tales como el vínculo entre los científicos y
las empresas biotecnológicas, o el interés de algunos investigadores por acercarse a
temas cercanos a la transgénesis pero distinta de ésta, como el silenciamiento génico.
Sin embargo, más allá de estos aspectos generales, el modo concreto en que se
desarrolló la transgénesis vegetal en la Argentina supone un recorrido muy singular.
103
Capítulo 2
Búsquedas y posibilidades en los orígenes de un campo de
conocimiento. Primeros pasos de la biotecnología vegetal en la
Argentina (1986-1991)
Las historias de científicos en países periféricos que producen innovaciones
ampliamente utilizadas son sin duda excepciones que, sin embargo, concentran gran
parte de la atención de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, como si allí se
encontrara alguna fórmula del éxito; aunque nunca termina de quedar claro para quién
es y en qué consiste ese “éxito”. Suele estar implicada una dudosa linealidad en esos
relatos, donde el desarrollo científico exitoso sería el determinante de la
industrialización. No es ésta una de esas historias. Acaso porque las investigaciones
científicas que finalmente no llegan a destino, que naufragan en sus intenciones, que se
aferran así a un notable fracaso, me resultan mucho más interesantes. Porque hay allí
una serie de claves sobre lo que es posible o no hacer en ciencia y tecnología en
determinados contextos.
La historia que comienza aquí trata de dos científicos que se proponen hacer una
papa transgénica para regalársela a los agricultores pobres de Argentina, evitando que
los virus afecten a este popular cultivo y cambiando entonces la suerte de los más
humildes. Le advertí tempranamente al lector que esto no va a terminar así. No va a
haber papas transgénicas creciendo libres y rozagantes en los campos más humildes.
Algunos dirán que la experiencia, no obstante, dejó unas cuantas enseñanzas, que
muchos conocimientos técnicos fueron incorporados durante este proceso, y sin dudas
así fue. Pero si se puede hablar de “fracaso”, es simplemente porque el proyecto tal
como fue concebido nunca se concretó. Los científicos obtuvieron la papa transgénica
tempranamente, pero los agricultores pobres nunca llegaron a tenerla en sus campos.
Más de veinte años después, esa papa transgénica sigue deambulando de un lugar a otro,
esperando ver el mundo de la agricultura. En su incierto devenir, ya ni siquiera es lo que
quiso hacerse con ella en un principio.
Las razones por las que la agricultura transgénica desarrolló un perfil distinto no
se concentran en este capítulo, sino que se encuentran todo a lo largo de la tesis. En las
empresas que se transformaron en actores dominantes, en los sistemas de regulación
estatales, en las controversias sobre los transgénicos y en los cambios en el trabajo
104
científico en transgénesis vegetal. A grandes rasgos, diré que es la emergencia de una
serie de condicionamientos sociales y económicos los que van modificando el contexto
de la agricultura transgénica, limitando el alcance del proyecto original de la papa
genéticamente modificada. Por el contrario, el inicio de ese proyecto gozó de una mayor
libertad, por cuanto no existían o no se habían desarrollado esas determinaciones socioeconómicas. En esta primera etapa en el país, no había empresas involucrándose
activamente en la biotecnología vegetal, no había que atravesar las exigencias de un
organismo estatal de bioseguridad, no existían controversias sobre el uso de los
transgénicos. En ese marco, no parecía haber mayores dificultades para que un centro
público de investigación obtuviera una planta transgénica para ser empleada en la
agricultura.
En este capítulo mostraré los primeros pasos de la biotecnología vegetal en la
Argentina, hasta la obtención en condiciones de laboratorio de las primeras papas
transgénicas resistentes a virus. Expondré las circunstancias en que esa relativa
autonomía incidió en este período de la biotecnología vegetal, a través de los siguientes
aspectos:
• La libertad con la que los científicos pudieron modificar sus propias trayectorias,
originando la biotecnología de plantas a nivel local desde disciplinas lejanas.
• La elección de los temas, los cultivos y los organismos modelo de investigación
y el tipo de vínculo que esto establece con las redes científicas internacionales.
• La elección del usuario que podría finalmente utilizar esa planta transgénica.
Decía que el cambio de contexto de la agricultura transgénica implicó también cambios
en el trabajo científico en transgénesis vegetal. Eso se evidenciará en el capítulo que
sigue, donde las dimensiones que aquí presento mostrarán su imagen especular. En el
presente capítulo, en cambio, las posibilidades que ofrecía la biotecnología parecían
poder explotarse sin grandes restricciones.
2.1.
Los comienzos: reinventando trayectorias
Como he mostrado en el capítulo anterior, en los Estados Unidos los primeros
científicos en realizar experimentos con ADN recombinante en bacterias se dedicaban a
la biología molecular de las bacterias. Poco tiempo después, los primeros en realizar
plantas transgénicas venían de trabajar en biología molecular de plantas, centrándose
siempre en el ADN. Podría suponerse que el comienzo de la transgénesis vegetal en la
Argentina siguió un recorrido similar. O bien, que se originó a partir de investigadores
105
que regresaron al país luego de capacitarse en este nuevo campo en el exterior. Nada de
eso fue lo que ocurrió. En la Argentina, la biotecnología de plantas tuvo su origen en
dos investigadores, Alejandro Mentaberry y Esteban Hopp, que se salieron de sus
disciplinas, reinventando sus propias trayectorias en función de una idea promisoria
sobre lo que podrían hacer.
Alejandro Mentaberry obtuvo su título de Bioquímico en la Universidad de
Buenos Aires en 1975. Luego ingresó a la Fundación Campomar, en el laboratorio de
Neuroquímica del Dr. Carminatti.82 Éste trabajaba desde 1957 junto a Luis Federico
Leloir, abocándose al estudio del metabolismo de los carbohidratos. En ese marco, el
tema de investigación de Mentaberry es la caracterización de las glicoproteínas en el
cerebro de embriones de pollo. En particular, Mentaberry se especializa en una parte del
ojo del embrión de pollo, el cristalino, para estudiar allí la formación y función de los
glicoproteínas. Con ese tema publicó algunos artículos y expuso en congresos de
bioquímica, concluyendo con éxito su doctorado en 1981. Se doctoró así en Ciencias
Químicas, teniendo a Leloir como jurado.
La incipiente carrera de Mentaberry parecía insertarse a la perfección en la
reconocida tradición biomédica de Argentina. Esto se hace más evidente aún en los años
posteriores, al realizar su posdoctorado en el laboratorio de David Sabatini, en Nueva
York. Sabatini es un médico de la Universidad del Litoral, que comenzó sus
investigaciones bajo la dirección de Eduardo de Robertis, antes de trasladarse, en 1960,
a los Estados Unidos. Allí se dedicó al estudio de la estructura intracelular, dirigiendo
desde 1972 el laboratorio de Biología Celular de la Universidad de Nueva York.
Sabatini dominaba tanto la bioquímica celular como los estudios de estructura
intracelular. Sus investigaciones iban desde desarrollos de metodologías para el análisis
bajo microscopio electrónico de tejido celular, hasta la postulación de la “hipótesis de
las señales”, según la cual las proteínas portan señales que les permiten ubicarse en
determinados
lugares
de
la
célula.
Todos
estos
trabajos
recibieron
gran
83
reconocimiento. Los campos que históricamente se fueron articulando para dar lugar a
la biología molecular son la biología estructural (la arquitectura de los compuestos
82
La Fundación Campomar fue creada en 1947 con el apoyo de Bernardo Houssay, y la dirección de la
institución quedó en manos de Luis Federico Leloir.
83
En realidad, el trabajo sobre las señales en las proteínas fue realizado conjuntamente con Blobel, en
1971. Por dicha investigación, Blobel recibió el premio Nobel en 1999, pero no así Sabatini (Kreimer,
2010a). Sin embargo, es reconocido el aporte de ambos a la hipótesis de las señales (Kreimer, 2010a;
Adesnik, 2002; Leslie, 2005).
106
intracelulares), la bioquímica (interacciones entre las moléculas biológicas) y la
genética (transferencia de información) (Kreimer, 2010a; Stent, 1968). Estos tres
campos suelen estar representados por actores distintos. Sin embargo, la escuela de la
biología estructural compartía muchos supuestos con la bioquímica (Stent, 1968). De
hecho, Sabatini había realizado aportes sustanciales en los dos campos. Luego, a
mediados de la década de 1970, comenzó a investigar los modos en que las proteínas
incorporaban esas señales, interesándose por el rol de la información genética en dichos
procesos, en particular a través del estudio de los genes y proteínas de la mielina
(Adesnik, 2002). En esas circunstancias es que ingresa al laboratorio Mentaberry. Entre
1981 y 1985, Mentaberry realizó su posdoctorado en dicho laboratorio de Nueva York,
estudiando las proteínas de la mielina del sistema nervioso. Los frutos de esa
investigación fueron publicaciones en revistas científicas de gran reconocimiento a nivel
mundial: Proceedings of the National Academy of Science y Journal of Neuroscience.
La biología molecular había impregnado al laboratorio de Nueva York (y también, en
realidad, a la Fundación Campomar), pero con un arraigo más fuerte en la bioquímica
que en la genética. Además, Mentaberry había desarrollado toda su actividad de
investigación (doctoral y posdoctoral) dentro de la neurobiología, trabajando primero
con cerebros de embriones de pollo, y luego con células de mielina. Siempre se trató de
investigaciones básicas, es decir, buscaba comprender fenómenos generales sobre su
objeto de estudio, muy alejado de cualquier eventual aplicación. En resumidas cuentas,
Mentaberry pertenecía al campo de la neurobiología con un enfoque más bien
bioquímico.
Es oportuno recordarle al lector que esta es una tesis sobre plantas transgénicas,
no sobre neurobiología. El punto es que uno de los fundadores de la biotecnología
vegetal en Argentina pertenecía a un campo disciplinar completamente distinto. Uno de
los artífices de ese salto entre disciplinas es el Dr. Héctor Torres, a quien Mentaberry
conocía de la Fundación Campomar. En 1982, Torres se aparta de Campomar y funda
otro instituto, con la decisión de impulsar la biología molecular en el país. Torres le
ofrece un lugar en el nuevo instituto a Mentaberry, el cual retorna en 1985, integrándose
al INGEBI (Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular).
Mentaberry afirma que al regresar a la Argentina él quería trabajar con algo que tuviera
“más impacto social” y que pudiera incidir en la propia economía del país:
107
“Cambiar de tema es riesgoso. Es tirar todo lo anterior por la borda y empezar de nuevo. Hasta
que esto empezó a fructificar pasaron unos años hasta que pudimos publicar algunas cosas. Fue
medio problemático empezar con un tema que lo inventás acá. Porque en general lo típico era
volver con un temita debajo del brazo –que era el que habías hecho en el exterior– y seguías con
eso. Eso en nuestra concepción era seguir atado como un satélite a los grupos centrales. Nunca
ibas a poder poner en un primer plano los problemas de la Argentina si venías con la
neurobiología del nervio óptico… que era lo que hacía yo. Eso no tenía ningún tipo de lógica.
Obviamente podías conseguir financiación, viajes, estadías y qué sé yo… Pero la decisión al
menos mía fue ‘yo tengo que meterme en la realidad social y económica de este país’.”
(Entrevista a Mentaberry, 2010)
La agricultura era un firme candidato, dada la magnitud de la superficie cultivable y el
tradicional perfil agroexportador de la Argentina. Según Mentaberry, Torres estaba de
acuerdo en que el campo vegetal, unido a la biología molecular, tenía mucho futuro,
pero eso de debía probablemente a que Torres estaba interesado en la expansión de la
biología molecular en el país más allá del tema en particular.
Durante un año, Mentaberry continuó trabajando en temas de neurobiología en
Argentina, mientras comenzaba, al mismo tiempo, a iniciarse en el campo vegetal.
Luego se pasó definitivamente a la naciente biotecnología de plantas.
Decía al comienzo de este capítulo que fueron dos los investigadores que dieron
inicio, en la Argentina, a la biotecnología vegetal. Uno fue Alejandro Mentaberry y el
otro fue Esteban Hopp. La formación inicial de éste aparece un poco más vinculada al
campo vegetal, aunque en principio en temas de investigación básica cercanos a la
fisiología. Concluidos sus estudios de biología en la Universidad de Buenos Aires,
Hopp ingresa en la Fundación Bariloche, donde estudia el metabolismo de
carbohidratos en algas. Concluye su doctorado rápidamente (teniendo también a Leloir
como jurado), y pasa los siguientes tres años en el INTA (Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria), estudiando la fisiología de la cebada bajo la dirección de
Ewald Favret. Recién en 1980 ingresa en el área de la genética de plantas, al conseguir
una beca posdoctoral para estudiar genes de cebada en el laboratorio Carlsberg de
Copenhague.
El Departamento de Fisiología del laboratorio Carlsberg había adquirido cierto
renombre en la manipulación genética de plantas, a través de los estudios de Diter von
Wettstein con mutantes de cebada. Allí, Hopp caracterizaba mutantes con alto contenido
108
de lisina, para lo cual realizaba clonaciones de genes de proteínas de reserva de la
cebada.
En 1984 regresa a la Argentina, incorporándose nuevamente al Instituto de
Genética del INTA. Allí se acopla a las líneas de investigación que mantenía el instituto,
sobre todo en el mejoramiento de variedades de cebada, pero pronto comienza su
inserción en la biotecnología vegetal, para lo cual se involucra en el Instituto de
Virología del INTA. Durante un breve tiempo mantendría ambas líneas de
investigación, hasta su inserción definitiva en la biotecnología, decidido a aplicar la
ingeniería genética en cultivos que tuvieran incidencia social. A partir de aquí comienza
una etapa de elección de cultivos y líneas de investigación, en estrecha colaboración con
Alejandro Mentaberry. Un aspecto clave en la reorientación de las trayectorias de estos
investigadores hacia la transformación genética de plantas radica en el contexto político
e institucional de la época, en el que manifiestan encontrar un compromiso ideológico
de incidir en el esquema productivo del país.
2.2.
Contexto político e institucional
El desarrollo de la transgénesis vegetal es posterior a la dictadura, pues las primeras
plantas transgénicas a nivel mundial se obtienen en 1983, y las investigaciones en este
campo en la Argentina comienzan un par de años después, cuando la dictadura militar
ya había dejado el poder. Sin embargo, una mirada al contexto político e institucional
previo a esos momentos es importante no sólo para comprender las características de los
espacios disponibles para la investigación en biotecnología vegetal, sino también para
acercarse a las motivaciones que tenían estos científicos. Al menos, en el sentido de
mostrar el modo en que éstos manifiestan identificarse con las búsquedas e ideales de
esa época.
2.2.1. La “generación de los ‘70”
Tanto Mentaberry como Hopp se reivindican, según sus palabras, como parte de la
generación de los ’70, involucrados con un proyecto socialista de país. Su compromiso
militante se remonta a sus años de adolescencia, que ambos transcurrieron en el Colegio
Nacional de Buenos Aires. De hecho, su experiencia militante se inscribe en el Partido
Comunista, al que se vinculaban desde que eran estudiantes del Colegio. Estas figuras
pioneras de la biotecnología vegetal manifiestan una clara identificación respecto a la
pertenencia a un grupo de jóvenes militantes que se conocían desde la década de 1960
109
en la juventud comunista del Colegio Nacional de Buenos Aires y que luego serían
destacados científicos, donde además de Esteban Hopp y Alejandro Mentaberry,
incluyen también a Alberto Kornblihtt, Mariano Levin y Gerardo Glikin, entre otros. En
realidad, hay una diferencia de cinco años entre Hopp y Mentaberry, por lo que Hopp
era más bien amigo del hermano menor de Mentaberry, Román, quien fue asesinado por
la dictadura militar en 1979.
Hopp termina sus estudios de biología en 1976 y consigue una beca de la
Fundación Bariloche para realizar su doctorado. En marzo de ese año, en Argentina se
produjo el golpe de Estado a manos de la junta militar que extendería su dictadura hasta
1983. La Fundación Bariloche era una institución privada donde se realizaban
investigaciones tanto biológicas como sociales. De hecho, el área de ciencias sociales de
la Fundación Bariloche había propuesto recientemente un modelo de desarrollo que
cuestionaba al que preconizaba el Club de Roma. Este último había publicado un
informe, Los límites del crecimiento (1972), que bajo una perspectiva malthusiana
sostenía que los recursos naturales no iban a dar abasto para cubrir las necesidades de la
creciente población mundial y que debía frenarse el crecimiento económico y
demográfico, o caso contrario se produciría un desastre en un lapso de 100 años. La
Fundación Bariloche respondió con su propio análisis, denominado Modelo Mundial
Latinoamericano, escrito, entre otros, por Amílcar Herrera, Enrique Oteiza y Gilberto
Gallopín. El Modelo de la Fundación Bariloche criticaba la estructura ideológica del
informe del Club de Roma, y promovía cambios radicales en la sociedad a fin de evitar
proyecciones catastróficas, cambios basados en la igualdad y la plena participación en
las decisiones sociales (Herrera, 1976). Evidentemente, la Fundación Bariloche iba a
verse seriamente comprometida una vez producido el golpe militar. Esteban Hopp llega
a la Fundación a mediados de 1976, consciente de que debía realizar su doctorado
extremadamente rápido, pues la institución tenía los días contados. La Fundación no fue
completamente eliminada –acaso por el prestigio internacional que poseía– pero sí fue
ahogada financieramente, por lo que debió desprenderse de la mayor parte de sus
miembros y de sus actividades. Hopp concluye su doctorado en 1978, y los últimos
experimentos debió realizarlos en el INTA. Ingresa allí con una beca de dicha
institución, y al regresar de su posdoctorado en Dinamarca se reincorpora al INTA.
En el recorrido de la ciencia bajo la dictadura hay un aspecto particularmente
interesante que se manifiesta en los cruces entre generaciones de investigadores que
110
poseen ideas claramente distintas sobre la actividad científica. En medio de la dictadura,
estas distancias coexistían con gestos de ayuda mutua. Leloir, por ejemplo, pertenecía a
la élite científica, no sólo por su prestigio, sino también por su concepción de la
actividad. Heredero de la tradición de Houssay y Braun Menéndez, Leloir tenía una
perspectiva cientificista, por cuanto consideraba que el científico debía procurar hacer
un aporte al conocimiento universal, no pensar en términos de las implicancias locales y
concretas de su actividad.84 En cambio, en las discusiones dentro de la Fundación
Campomar, Mentaberry habría argumentado a favor de una ciencia planificada,
pensando en los beneficios locales que podría generar. Leloir habría replicado que la
ciencia era un paseo por el camino de la serendipia, donde en la búsqueda del
conocimiento universal se producían descubrimientos inesperados. De hecho, las
investigaciones que se realizaban en la Fundación Campomar reflejaban esta
perspectiva, por cuanto eran investigaciones que apuntaban a describir ciertos aspectos
generales de la bioquímica. Incluso una vez finalizada la dictadura, cuando Mentaberry
manifestó su interés por las posibles implicancias socio-económicas de la biotecnología,
Stoppani y Leloir habrían replicado que se trataba de una simple moda pasajera, y que
los descubrimientos no se podían juzgar por su utilidad inmediata. Estas diferencias
ideológicas tuvieron su manifestación pública más evidente con los encuentros entre
Leloir y Videla, presidente de facto tras el golpe militar de 1976. Leloir, junto a otros
referentes del campo biomédico como Alfredo Lanari y René Favaloro, asistieron a un
almuerzo con Videla en mayo de 1976, y al año siguiente lo acompañaron en una gira
por Venezuela, en una serie de eventos que contribuyeron a construir la legitimación
interna y externa de la dictadura militar (Novaro y Palermo, 2003).85 No obstante, Leloir
también supo brindar ayuda a los jóvenes investigadores que la dictadura ponía en
peligro. Así, Mentaberry ingresa a la Fundación Campomar en marzo de 1976,
básicamente al mismo tiempo que ocurre el golpe militar en Argentina, y su trayectoria
84
Houssay es considerado, según Beatriz Sarlo, como el primer “cientificista”, pues así pasó a
denominarse a quienes pretendían cortar todo vínculo entre las políticas científicas y la política. En ese
sentido, Houssay sostenía que la investigación científica debía permanecer ajena a los avatares de la
sociedad (Sarlo, 2007). Fue Varsavsky quien popularizó el término “cientificismo” al publicar, en 1969,
su libro Ciencia, política y cientificismo. Varsavsky denuncia el cientificismo de los investigadores que
no se comprometen con las necesidades sociales de su época, y que sólo se preocupan por producir más
papers, sin siquiera contribuir con ideas nuevas. No obstante, el término “cientificista” fue usado, en otro
contexto, con un sentido distinto. Así, durante la Alemania nazi, se acusaba a científicos como Einstein de
ser cientificistas por no querer contribuir con las necesidades del régimen (Kreimer, 2010b).
85
Desde luego, no son estos los únicos modos en que la dictadura militar buscó legitimarse, ni pretende
esto definir a Leloir, Lanari o Favaloro como aliados de la dictadura. Más bien, intento mostrar la
variedad, complejidad y contradicción entre las acciones que asumían.
111
militante era bastante pública, por cuanto había sido vicepresidente de la Federación
Universitaria Argentina. Leloir habría manifestado que no le importaban las ideas que
tuvieran los estudiantes mientras trabajaran bien.86 De hecho, le otorgaron a Mentaberry
una beca de la propia Fundación Campomar (la primera que dio dicha institución), lo
que le evitó tener que recurrir a organismos estatales controlados por los militares.
Acaso el apoyo más importante que recibió Mentaberry de la generación de científicos
que presidía Campomar ocurrió en su peor momento. Asesinado su hermano, Alejandro
Mentaberry acude a Leloir para informarle de su situación. Leloir y Torres se encargan
de hacer las gestiones para que Mentaberry pudiera insertarse en el laboratorio de
Sabatini en Nueva York. Allí lo esperaría entonces un cargo de asistente de
investigación, sólo debía terminar su tesis e irse. Pero habrían de pasar algunos meses
antes de que Mentaberry pudiera culminar su tesis, en el medio de una trágica situación
familiar. Restablecida la democracia, Héctor Torres convocaría a estos investigadores –
Mentaberry, Kornblihtt, Levin, Glikin– para incorporarlos a su nuevo instituto.
Hay dos elementos de este contexto que parecen incidir en el modo particular en que
estos pioneros van a reconfigurar sus trayectorias para dar inicio a la biotecnología
vegetal en el país. El primero es un principio ideológico diseminado por entonces en la
militancia de izquierda, que establecía que la cadena de formación de cuadros
científicos y técnicos en el país no debía romperse.87 Se asumía así como un objetivo de
máxima importancia para estos jóvenes investigadores el poder contribuir a desarrollar
las fuerzas productivas científicas en el país, aún a pesar de la dictadura. El mandato era
quedarse, formarse como científicos y evitar que otros investigadores se fueran. Así es
que estos científicos se quedaron en el país durante la dictadura, o se fueron tardíamente
86
Alberto Kornblihtt, también militante de la juventud comunista, fue otro que ingresó a la Fundación
Campomar en plena dictadura. Para él, “Campomar era una especie de refugio intelectual para mucha
gente que en la Universidad hubiera sido imposible que se insertara” (Geller y Gómez Vecchio, 2006).
87
En esta época (fines de la década de 1970 y principios de la siguiente), sobre todo dentro del Partido
Comunista, se continuaba asignándole al desarrollo de la ciencia y la tecnología un lugar central, en
función de lo que se denominaba “revolución científico-técnica”. La idea general que transmite dicho
concepto es que la ciencia y la tecnología se encontraban en un momento excepcional para desarrollar la
producción económica (Negri, 1984). Dentro de esta lógica, se apostaba a que los científicos se quedaran
en el país para poder desarrollar así las fuerzas productivas asociadas a la ciencia. Se trataba de una suerte
de nacionalismo productivista, que permanecía como un mandato central en las filas del Partido
Comunista aún en tiempos de la dictadura militar. En ese sentido, el investigador Emanuel Levin (padre
de Mariano Levin, a quien mencioné hace pocas páginas como parte de la misma generación de Hopp y
Mentaberry) comulgaba con el ideario de la revolución científico-técnica y consideraba que uno de los
grandes males que había que evitar era la fuga de científicos al exterior: “lo que podríamos llamar
patriotismo en ciencia y tecnología, se refiere al esfuerzo y trabajo que se produce en nuestro país y para
nuestro país” (Levin, 1981).
112
a realizar un posdoctorado, alrededor de 1981, cuando la fase más represiva de la
dictadura estaba cesando. El otro elemento de este contexto que habrá de jugar un rol en
los inicios de la biotecnología vegetal en el país, es la idea que tenían estos jóvenes
investigadores de que la ciencia debía estar orientada hacia las problemáticas sociales:
no cualquier investigación era importante, sino sobre todo la que tenía incidencia social
y económica.88 Esta idea de una ciencia con implicaciones sociales y económicas no
aparece claramente definida, es decir, no se trata de una agenda donde se precisen qué
temas de investigación son los que tienen implicaciones sociales y económicas, o qué se
entiende por tales. Más bien, se trata de una intención general de desarrollar
investigaciones cuyo fin permita un desarrollo productivo local y beneficie sobre todo a
los sectores más carenciados de la sociedad. Ahora bien, esta concepción de la ciencia
que defendían evidentemente no se correspondía con la que ejercían: caracterizar a
ciertas moléculas cuya utilidad concreta no resultaba muy visible, pues se trataba de
“ciencia básica”. Esta contradicción la explican en función del primer mandato. Tanto
Hopp como Mentaberry accedieron a formarse en los centros científicos de mayor
excelencia en el país en ese momento (en particular, la Fundación Campomar); y en
esas instituciones, las investigaciones que se realizaban eran ésas, de corte claramente
básico. Una vez formados y en condiciones de dirigir sus propias investigaciones, el
objetivo de una ciencia “con implicancias sociales y económicas” habría de dejar su
huella en los inicios de la biotecnología vegetal.
2.2.2. Políticas de promoción de la biotecnología
A comienzos de la década de 1980 se vislumbran las primeras iniciativas de promoción
de la biotecnología. Desde ya, no eran políticas dirigidas a desarrollar un cultivo
transgénico en particular, ni siquiera a tener como uno de sus ejes a la biotecnología
vegetal, sino que eran más bien políticas que promovían la biotecnología a secas, es
decir, terminaba siendo la promoción de un campo científico nuevo y difuso, donde lo
importante era incentivar la investigación en ingeniería genética en general. Vale
recordar que los primeros productos biotecnológicos, obtenidos a fines de los ’70 se
88
Una vez más, esta idea también era propia de los debates de la época. Varsavsky, por ejemplo, criticaba
a los científicos que defendían la importancia de la investigación científica en general, pues para él lo
importante residía precisamente en la ciencia que tuviera en cuenta las características locales e incidiera
en la solución de sus problemas: “No todas las investigaciones tienen la misma importancia, y por lo tanto
la misma prioridad; ellas no pueden elegirse al azar. Y la importancia es algo esencialmente local; una
teoría sobre el petróleo no tiene el mismo interés en Suiza que en Venezuela” (Varsavsky, 1969: 131132).
113
enmarcan en el área de salud (insulina recombinante, hormona de crecimiento,
interferón), y recién en 1983 se obtuvo la primera planta transgénica en el mundo,
aunque su comercialización habría de demorarse muchos años más.
La Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (UNIDO)
realizó una serie de reuniones, hacia 1981, destinadas a la creación de un centro
internacional sobre ingeniería genética y biotecnología. El propósito era promover el
intercambio y el entrenamiento en técnicas de ingeniería genética.89 En ese marco, la
Subsecretaría de Ciencia y Técnica de la Argentina, en 1982, inicia un Programa
Nacional de Biotecnología, cuyo eje era la creación de un gran centro de investigación
que alojara la totalidad de la actividad del área (Vaccarezza y Zabala, 2002). Dicho
proyecto nunca se concretó. En cambio, con la asunción del gobierno democrático y la
presencia de Manuel Sadosky al frente de la Secretaría de Ciencia y Técnica, se
reformulan las perspectivas del Plan Nacional de Biotecnología. Ya no se pretende
construir un único centro, sino que se propicia la creación de varios institutos en el
interior del país, y se abren concursos públicos para proyectos de investigación.
Como decía, se trata de una política de promoción de la biotecnología muy
general, en cuya formulación participaron fundamentalmente investigadores del campo
de la salud. Tal es el caso de Alberto Díaz y Jorge Zorzópulos, de la empresa Bio Sidus,
que comenzaron a participar como asesores científicos en las reuniones de la SUBCYT
en 1982 y luego pasaron a ser miembros del Comité Asesor del Programa Nacional de
Biotecnología (Aguiar y Thomas, 2008). Otro miembro del Programa fue el Dr. Alberto
Mancipar, quien había realizado investigaciones sobre el Mal de Chagas, y en 1987 crea
el Instituto de Tecnología Biológica en la Universidad Nacional del Litoral (Matharan,
2007). En 1986 se crea el Foro Argentino de Biotecnología, dedicado a la promoción de
la misma, gracias a la iniciativa de tres empresarios del campo de la biotecnología
aplicada a la salud, y bajo el apoyo de Luis Federico Leloir. Un año más tarde,
comienza a funcionar el Centro Argentino-Brasileño de Biotecnología (CABBIO),
destinado al intercambio entre ambos países en materia de investigación y enseñanza en
biotecnología.
El hecho de que la promoción de esta área fuera más bien general y poco
orientada, permitió que los pioneros en la biotecnología vegetal en Argentina recibieran
algo de financiamiento a sus proyectos. Así es que tanto Esteban Hopp como Alejandro
89
Dicho centro, el International Centre for Genetic Engineering and Biotechnology, se crea en 1983 y
comienza a funcionar en 1987 en Trieste, Italia.
114
Mentaberry reciben sus primeros recursos financieros para investigar en el marco del
Programa Nacional de Biotecnología, entre 1985 y 1988.
Si bien la biotecnología vegetal en el país tuvo sus inicios tanto en el INTA
como en el INGEBI (adonde se incorporó Mentaberry), la institución a la que acudieron
estos investigadores para definir la línea de investigación (qué cultivos emplear y qué
tipo de modificaciones genéticas introducir) fue la primera. Esto se debe a que el
INGEBI recién se había creado en 1982 y con la misión de promover la investigación en
biología molecular, mientras que el INTA tenía la función específica de articulación con
el sector agropecuario.
2.2.3. Los espacios de la biología molecular y la investigación agropecuaria
El INTA es la institución que ha concentrado la mayor parte de las actividades de
producción y uso de conocimientos públicos en el área agropecuaria en Argentina,
desde que fuera creado en 1956. Hasta entonces, las instituciones de investigación
agropecuaria que había en Argentina se orientaban en función de un producto, y
básicamente se dedicaban a la fitotecnia. Se trata de la Junta de Granos, la Junta de
Carnes, o la Junta del Algodón, por ejemplo. El primer intento de reunir en una misma
institución todos los esfuerzos de investigación agraria se produjo en 1944, mediante la
creación del Ministerio de Agricultura y Ganadería. De ahí surgieron las Estaciones
Experimentales, que buscaban ubicarse en las principales área ecológicas del país, y
también el Centro Nacional de Investigaciones Agropecuarias en Castelar, Provincia de
Buenos Aires (López Saubidet, 1977; INTA, s./f.). El evento que terminó de darle
forma a lo que sería el INTA, fue un informe del economista argentino Raúl Prebisch,
por entonces secretario de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para
América Latina y el Caribe (CEPAL). En 1956, Prebisch le entrega un informe al
gobierno nacional donde sostiene que debía crearse un instituto “para la investigación
tecnológica en materia agropecuaria y la difusión práctica de los resultados” (INTA,
2006). En ese documento, Prebisch señala las características fundamentales que debía
tener la institución: “que la investigación y la extensión se realizaran en el mismo
instituto, que fuera autárquico y que los productores tuvieran participación activa en su
conducción” (INTA, 2006). La institución buscaría mantener esas cualidades a lo largo
de su trayectoria. A diferencia del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), el
cual se caracterizó históricamente por ser apenas un prestador de servicios, el INTA
tuvo un persistente rol como fuente de innovaciones tecnológicas (Nun, 1995).
115
Aún cuando no surgió por iniciativa o pedido de los productores agropecuarios,
sí logró al poco tiempo de su creación articularse con dicho sector (Nun, 1995). Durante
la década del ’60, el INTA desplegó más de 200 Agencias de Extensión Rural a lo largo
del país, alcanzando un plantel de 3.437 personas.90 Durante la dictadura militar, la
institución habría visto disminuida su capacidad de vinculación con los productores
agropecuarios.91 Esto volvería a reconfigurarse con el retorno de la democracia. Hasta
1983 la estructura organizacional del INTA estaba muy centralizada. Entonces, su
nuevo presidente, López Saubidet, dispuso una reestructuración que implicó una gran
descentralización de la institución: lo que hasta ese momento incumbía exclusivamente
a la Dirección Nacional del INTA (definición de prioridades y gestión del presupuesto),
pasó a quedar bajo el poder de decisión de cada Centro Regional. La implementación de
la descentralización se llevó a cabo entre 1984 y 1987, y esta transformación puede
comprenderse como una necesidad de modificar la gestión institucional en aras de
fortalecer el principio de vinculación con los usuarios de los conocimientos producidos
por el INTA, y en tal sentido se buscó reforzar la capacidad de gestión de cada región.
Probablemente sea una de las instituciones estatales con mayor presencia territorial,
como lo ilustra una autoridad de larga trayectoria en la institución, para quien “en la
Argentina, hay lugares donde sólo está el cura del pueblo y el INTA” (Entrevista a
Catullo, 2009).
Esta presencia territorial se vincula directamente con la actividad de extensión
de la institución, ya que la investigación, en gran medida, continuó focalizada en
90
De éstas, 925 habrían sido profesionales y técnicos, de los cuales 311 recibieron capacitación en el
exterior, sólo 3 con grado de doctor. Contaba además con 978 auxiliares de técnicos y administrativos,
más 1.534 obreros (INTA, 2006).
91
En realidad, no hay todavía estudios que describan de un modo detallado cómo ha impactado la
dictadura militar en el INTA. Algunos autores sugieren que el INTA habría mermado sus actividades más
aplicadas centrándose en cambio en investigaciones más básicas (Kreimer y Rossini, 2005; Gárgano,
2010). En cuanto al desarrollo de semillas híbridas, por ejemplo, se ha señalado que el rol del INTA se
vio modificado pero dentro de un período mucho más amplio, ya que fue en 1959 cuando se sanciona una
norma que protege a los criaderos privados, y desde entonces las empresas privadas comenzaron a
dominar el mercado de híbridos, destacándose entonces que entre 1976 y 1983 el INTA no inscribió
ningún híbrido (Katz y Bercovich, 1988). Por otro lado, tampoco hay datos sobre lo que ocurrió con los
investigadores y técnicos del INTA, a excepción de un estudio que muestra la emigración de 31
profesionales en 1976 (Trigo et al, 1982). Sobre todo, falta dilucidar cómo repercutió la dictadura en las
agendas de investigación del INTA. Por ejemplo, la fitotecnia es la segunda área del INTA –después del
área de economía y sociología– que más emigrados tuvo entre 1958 y 1978 (Trigo et al., 1982), pero el
período abarcado en dicho estudio es demasiado amplio e incluye fenómenos como los mencionados
respecto a la producción de híbridos. Al mismo tiempo, figuras destacadas del INTA –como el Ing. Ewald
Favret, director del Instituto de Genética del INTA– han permanecido en su cargo durante la dictadura, lo
que permite suponer que sus líneas de investigación no han variado significativamente. Así las cosas, aún
cuando una retracción de la institución hacia la investigación básica durante el período de la dictadura
militar suena plausible, faltan estudios que permitan corroborarlo.
116
Castelar (Provincia de Buenos Aires), donde se aglomeran la mayoría de los institutos
de investigación del INTA. La convivencia entre la investigación y la extensión dentro
de la institución siempre fue tensa. De un modo más general, la disputa está entre el
interés por producir conocimientos originales y la búsqueda de dar solución a las
necesidades inmediatas del sector agropecuario. Aún cuando los vínculos entre uno y
otro sector de la institución suelen ser exiguos, su coexistencia habilita, en principio, la
posibilidad de tener en cuenta los problemas y necesidades del sector agropecuario en la
formulación de las líneas de investigación, algo que resulta mucho más abstracto en
instituciones dedicadas exclusivamente a la generación de conocimiento.
Si bien el INTA tenía una extensa inserción en materia agropecuaria, la
investigación en temas vegetales estaba dominada por el fitomejoramiento, es decir, por
la modificación de variedades de cultivos a través de cruzamientos convencionales,
cuyos responsables eran los ingenieros agrónomos. El Instituto de Genética del INTA
había incursionado también en la inducción de mutaciones por rayos gamma, en el
cultivo de tejidos y en la micropropagación vegetal, pero la biología molecular
desarrollaría allí recién al concluir la década de 1980. Fue más bien el Instituto de
Virología el que comenzó a incorporar las técnicas de biología molecular en la
institución (Entrevista a Carrillo, 2009). La articulación con el INGEBI fue lo que
permitió que la biología molecular y la biotecnología de plantas desembarcaran de lleno
en el INTA. El vínculo inicial entre estas instituciones se dio a partir de un tema con
hondas raíces en la investigación agropecuaria argentina: la aftosa.
Medidas para combatir la fiebre aftosa, que afecta al ganado bovino, se habían
dispuesto en el país desde comienzos del siglo XX. En 1972, el INTA produjo un hecho
de gran relevancia al crear una vacuna contra la aftosa (Zabala, 2005). Unos años más
tarde, el INGEBI, como abanderado de la biología molecular en el país, hacía su
incursión en la aftosa. Una de las primeras tesis de doctorado que tuvo el INGEBI fue la
de Raúl Andino, en 1986, dedicada al clonado molecular del genoma del virus de la
fiebre aftosa. Así, la articulación en biología molecular entre el INTA y el INGEBI
estuvo mediada, en cuanto al tema de investigación, por el virus de la aftosa; y a nivel
institucional, por la colaboración entre Eduardo Palma (director del Instituto de
Virología del INTA) y Héctor Torres (director del INGEBI). De hecho, al poco tiempo
Eduardo Palma dejaría el Instituto de Virología para convertirse en el primer director
117
del Instituto de Biología Molecular del INTA, que luego se llamaría, directamente,
Instituto de Biotecnología.92
De modo que, cuando Hopp y Mentaberry comienzan sus investigaciones en
biotecnología vegetal, su estrecha articulación estuvo dada no sólo por el conocimiento
previo entre ambos, sino también por una vinculación institucional entre el INGEBI y el
INTA que ya había facilitado la entrada de la biología molecular a esta última
institución.
2.3.
La papa, un cultivo popular en el laboratorio
De regreso en el país, hacia 1986, Hopp y Mentaberry retoman contacto y coinciden en
el interés por desarrollar la biotecnología vegetal (que a nivel internacional, como se
señala en el capítulo anterior, recién había comenzado). En un campo todavía
inexistente y sin mayores conocimientos de las problemáticas agrícolas, carecían de
herramientas para definir qué tema en particular debían abordar. Su idea era
simplemente aprovechar las posibilidades que daba la biotecnología en un sector tan
importante para la Argentina como era la agricultura. De modo que consultaron dentro
del INTA y, en particular, en el INTA Balcarce.
Ubicado en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, el INTA Balcarce tiene
una larga trayectoria de investigación y extensión, desplegando su área de influencia en
todo el sur y centro de la provincia. Por entonces, allí trabajaban Américo Mendiburu y
Marcelo Huarte, Coordinador del Programa Papa y responsable de Mejoramiento
Genético de Papa, respectivamente, del INTA Balcarce (Mendiburu y Huarte, 1990).
Américo Mendiburu era ya una figura central en el conocimiento de la producción
vegetal en Argentina. Desde 1973 se desempeñaba como Jefe del Departamento de
Producción Vegetal del INTA Balcarce, y contribuyó al desarrollo de variedades locales
de papa (Huarte y Escande, 1991). Marcelo Huarte, discípulo de Mendiburu y también
92
En este entramado también participó Ewald Favret, director del Instituto de Genética del INTA. Tanto
Favret como Palma colaboraron en la creación del Programa de Biotecnología del INTA (Kreimer y
Rossini, 2005). La formulación del Programa implica un paso más en la consolidación de la biotecnología
dentro del INTA. Mientras que los Institutos del INTA tienen una delimitación física, los Programas
están más deslocalizados, atravesando transversalmente distintos laboratorios del INTA. Primero se
desplegó el Programa de Biotecnología del INTA, que provocó algunos debates y resistencias en la
institución (ver Capítulo 3), y luego, en 1988, se crea el Instituto de Biología Molecular (López Saubidet,
1988), que comenzaría a funcionar como tal en febrero de 1989. El origen “viral” de la biología molecular
en el INTA se registra no sólo por los vínculos entre el INGEBI y el Instituto de Virología del INTA, y
por la presencia de Palma como director de Virología y luego de Biología Molecular, sino incluso por un
aspecto físico: el Instituto de Biología Molecular comenzó a funcionar en un sector de lo que era el
Instituto de Virología del INTA.
118
ingeniero agrónomo, se especializó en el mejoramiento genético de plantas, en
particular de la papa. Ambos conocían la situación de la producción agrícola en
Argentina, y en particular la del cultivo de papa. De allí surgió el asesoramiento que
recibieron Hopp y Mentaberry respecto a qué cultivo presentaba un interés social, y qué
tipo de mejora, en líneas generales, podía aportarse desde la biotecnología para
solucionar un problema de dicho cultivo.93 Vale decir, acudieron adonde había un
acabado conocimiento sobre la situación agrícola del país, tanto en lo que respecta a los
usos de los cultivos como en las características técnicas de sus problemas. De ahí surge
la papa como potencial planta transgénica; no surge de la sola idea de un biólogo
molecular ni de una empresa semillera.
No significa esto que había un plan preciso para el desarrollo biotecnológico de
la papa, así como tampoco que la elección de dicho cultivo haya sido azarosa. Más bien,
ocurrió que aquellos investigadores que buscaban incursionar en la biotecnología
vegetal acudieron para asesorarse a un centro del INTA donde se conocían las
problemáticas asociadas a los cultivos de la zona, y donde uno de los principales objetos
de interés era la papa.
2.3.1. Del problema social al laboratorio
La papa es uno de los principales alimentos a nivel mundial, y es un cultivo cuya
producción se destina fundamentalmente al consumo interno en fresco.94 De hecho, el
comercio internacional de la papa es menor al 3% de su producción mundial (Larocca y
Baragiani, 2005). En los últimos años comenzó a crecer lentamente el cultivo de papa
93
Además, este proyecto de crear una papa transgénica contó con el apoyo de Guillermo Joandet, por
entonces Director Nacional del área de Investigaciones del INTA, respaldo que facilitó el inicio de las
investigaciones.
94
Originalmente, la papa proviene de Perú y Bolivia, donde se habría domesticada hace unos 8000 años.
Sin embargo, la producción de este tubérculo en Argentina data de 1870, cuando se cultivaron 2000
hectáreas de papa proveniente de Europa. La superficie dedicada al cultivo de papa en el país alcanzó su
período máximo entre la década de 1930 y 1960, cuando se mantuvo en 200.000 hectáreas por año. Luego
se estabilizaría en 80.000 hectáreas. Las principales zonas de cultivo son el sudeste de la Provincia de
Buenos Aires y Córdoba, aunque en un principio se cultivó en Santa Fe. La producción –con algunas
oscilaciones importantes– se ubica por encima de los 2 millones de toneladas por año. Esto da un
consumo de 55 kg de papa por habitante por año, siendo así la hortaliza más consumida. Por lo demás, la
producción de papa en la Argentina se utiliza casi en su totalidad en el consumo interno, pues suele
destinarse menos del 1% de su producción al mercado externo. Ver Mosciaro (2004), Huarte (2000),
Torrandell (2008), Larocca y Baragiani (2005) y Curcio y Colamarino (2009).
119
para uso industrial, pero sigue siendo menor en relación a la cantidad de cultivo que se
destina a consumo en fresco.95
La planta de papa puede desarrollarse a partir de una semilla o directamente
sembrando un tubérculo, dando resultados completamente distintos. Cuando se utiliza la
semilla (llamada “semilla verdadera” o “semilla-botánica”), lo que se obtiene es una
planta con una raíz principal y otras más delgadas, pero que, además, presenta una gran
variabilidad, lo que produce que los tubérculos de una misma planta se desarrollen y
distribuyan de forma irregular. En cambio, al emplear el tubérculo en la siembra
(denominado “tubérculo-semilla”), lo que se obtiene es un clon –en la medida que no
hay reproducción sexual previa, y por lo tanto, no hay variación en su perfil genético–,
que da lugar a una planta con muchas raíces similares y donde los tubérculos crecen de
forma pareja (Huamán, 1986; Cortaboui, 1988). La segunda alternativa es la que se
emplea en agricultura, pues permite estandarizar la recolección de tubérculos y
mantener las características propias de la variedad. Sin embargo, hay una importante
dificultad que surge al emplear tubérculo-semilla: es frecuente la infección y
acumulación de patógenos, a diferencia de la semilla-botánica (que posee una suerte de
barrera física que la protege). El principal problema son los virus (sobre todo, los virus
PVY y PRLV, y en menor medida PVX), aunque también hay hongos, bacterias e
insectos que atacan al cultivo. Esto no se soluciona seleccionando en la cosecha los
tubérculos aparentemente sanos, pues los virus pueden acumularse en los tubérculos sin
presentar síntomas. Estos virus llegan a la planta a través de pulgones, pero al
acumularse también en los tubérculos de la papa, su erradicación por medio de
insecticidas resulta relativamente ineficiente. Los virus pueden reducir entre un 40% y
un 80% la producción de la cosecha (Alonso Arce, 2002). De modo que el agricultor
debe asegurarse que su tubérculo-semilla esté libre de patógenos si quiere evitar
pérdidas importantes en la producción.
En condiciones de laboratorio, es posible someter los tubérculos a un tratamiento
con temperaturas elevadas y desarrollándolas in vitro, de modo tal de obtener
tubérculos-semillas libres de virus. Es un procedimiento que comenzó en forma
experimental en Inglaterra en 1957, y se perfeccionó en los años posteriores (Montaldo,
95
Los usos industriales de la papa incluyen la producción de papas fritas congeladas, snacks de papas
fritas, y una variedad de productos que se pueden obtener en base al almidón de la papa. En Argentina, el
uso industrial de la papa comienza a crecer lentamente desde 1991 (Mosciaro, 2004). Con anterioridad, el
destino exclusivo de la papa era el consumo fresco, y en menor medida su uso como semilla.
120
1984). La producción de tubérculo-semilla de papa en la Argentina comienza en la
década de 1960 (Huarte, 1989). Al combinar termoterapia con cultivo de tejidos, es un
procedimiento que sólo se puede realizar en laboratorio, y por lo tanto fueron surgiendo
empresas que proveen este servicio. En los países subdesarrollados, suele emplearse el
sistema tradicional de producción de semillas (sembrando tubérculos obtenidos en la
cosecha anterior), lo que conduciría a bajos rendimientos en la producción (Hidalgo,
1999). Argentina importaba tubérculos-semillas libre de patógenos de Holanda y
Canadá, hasta que en la década de 1970 y sobre todo durante la década siguiente, se
consolidó una industria local de producción de semillas certificadas, es decir, de
tubérculos-semillas de papa libre de patógenos. En cualquier caso, el agricultor debía
comprar esos tubérculos-semillas, o su producción podía mermar considerablemente a
causa de los patógenos.
Para nuestros investigadores, esta situación presentaba la oportunidad de realizar
una investigación que tuviera lo que entendían como un impacto social y económico, es
decir, que contribuyera a la economía local y que sirviera sobre todo a los sectores más
humildes de la sociedad. La obtención de una papa transgénica que tuviera resistencia a
virus permitía combatir enfermedades diseminadas en los cultivos, aumentar el
rendimiento de la producción agrícola, abaratar los costos –al disminuir la dependencia
de los agricultores respecto a la industria de producción de semilla de papa– y obtener
un desarrollo científico-tecnológico local.96 La idea que tenían era producir una papa
transgénica resistente a virus y liberar esa tecnología, de modo que los productores de
papa (muchos de ellos minifundistas y agricultores pobres) pudieran independizarse de
las empresas productoras de tubérculo-semilla certificada.97
96
En esta línea de argumentación, Hopp sostiene que: “Si obtenés una planta de papa transgénica con
resistencia a virus, entonces podés darle al agricultor la posibilidad de multiplicar su propia semilla,
porque el limitante para ellos es que no pueden reproducir su propia semilla porque está enferma y tienen
que comprarla a alguien que –por un proceso de termoterapia y cultivo de yemas– libera de virus a la
planta.” (Entrevista a Esteban Hopp, 2010)
97
Por cierto, no fue el único proyecto que buscó generar una papa transgénica resistente a virus en el
mundo, habida cuenta, en particular, de que el conocimiento para generar resistencias a virus en cultivos
era algo reciente. En Finlandia, por ejemplo, un grupo de investigación trabajó también para un desarrollo
de ese tipo. Sin embargo, este grupo comenzó explorando el genoma del virus sin tener como objetivo
hacer una papa transgénica. Fue en una fase posterior de la investigación, a mediados de la década de
1990, cuando orientaron la investigación en ese sentido (Tuunainen, 2001). El proyecto global del INTAINGEBI, que implicaba obtener una papa transgénica resistente a virus para beneficiar a los agricultores
pobres, es distintivo del caso en estudio.
121
2.3.2. Definiendo las líneas de investigación
Después del asesoramiento con el INTA Balcarce, la papa resistente a virus pasó a ser el
objetivo general de Hopp y Mentaberry. Pero había dos cuestiones a definir para poder
traducir ese proyecto en líneas de investigación en el laboratorio: qué variedad de papa
y con resistencia a qué virus. La definición de estos aspectos permitió que ambos
mantuvieran un trabajo estrechamente relacionado, pero al mismo tiempo diferenciado,
de modo tal de no competir entre sí.
Existen miles de variedades de papa, con distintos niveles de difusión. Como las
variedades empleadas en Argentina provenían de Europa –al menos, hasta mediados del
siglo XX–, periódicamente había que volver a importarlas para nuevas siembras
(Mendiburu y Huarte, 1990). Luego, y durante unas dos décadas, una variedad argentina
dominó la escena productiva local. Su historia está vinculada al INTA, y más
precisamente al INTA Balcarce. Como he dicho, el sudeste de la Provincia de Buenos
Aires era una de las zonas principales de cultivo de papa. En 1945, el Ministerio de
Agricultura y Ganadería crea la Estación Experimental de Balcarce, cuyo personal se
dedicaba en gran medida al cultivo de papa. El primer director de la Estación
Experimental, el ingeniero Roberto Millán, incorporó a la actividad papera la variedad
Huinkul, que desde 1948 comienza a difundirse ampliamente por el país, alcanzando en
1955 el 90% de la superficie sembrada con papa (Penna et al., 2000).98 Desde la década
de 1970 se impone la variedad Spunta, de origen holandés. Se trata de una variedad de
buen rendimiento, y que presenta un aspecto liso y alargado de fácil manejo, lo que se
supone que también juega un papel en su amplio consumo (Penna et al., 2000; Corvo
Dolcet y Ottone, 2006).
Alejandro Mentaberry tomó la variedad de papa Spunta, que era por lejos la
variedad más utilizada en el país. Esteban Hopp, en cambio, adoptó la variedad
Huinkul. Dentro de esta elección tuvo un rol la pertenencia institucional, pero no sólo
eso. Huinkul había sido desarrollada por la Estación Experimental de Balcarce, que pasó
a depender del INTA en marzo de 1958.99 Desde entonces se ha centrado allí el
mejoramiento de papa, tomando a Huinkul como una de sus máximas referencias. Pero
además, esta variedad tiene una ventaja: su mayor calidad. La materia seca de la papa es
98
Huinkul se desarrolló localmente a partir de unos especímenes que el Dr. Frederik Stevenson, genetista
del USDA, le donó al Ing. Roberto Millán en 1940, por entonces representante de un consorcio papero
argentino (Penna et al., 2000).
99
A esta misma Estación Experimental me he referido al decir, sintéticamente, “INTA Balcarce”.
122
un indicador de su calidad, pues da cuenta de la presencia de nutrientes (sobre todo de
almidón), mientras que el resto del peso de la papa es agua. Huinkul tiene un mayor
peso seco que Spunta. De modo que si Esteban Hopp, investigador del INTA, iba a
desarrollar una papa transgénica, no podía desentenderse de Huinkul, una variedad de
papa con fuertes lazos en la historia del INTA; pero además, una variedad que presenta
una calidad superior a las más difundidas.
En cuanto a los virus, los que más daño causaban en la papa eran el PRLV y el
PVY, y en menor medida el PVX. Hopp trabajó fundamentalmente con PLRV (aunque
también utilizó una variedad de PVX), y Mentaberry con PVX y PVY. Nuevamente,
este reparto permitía desplegar un abordaje conjunto, paralelo, pero cada uno con su
propio objeto de trabajo.
2.3.3. Aspectos concretos del trabajo de laboratorio
Cuando se habla de un gen que confiere resistencia a virus, se trata de un gen que
codifica para una parte de ese virus (la cápside viral). Este fragmento, al expresarse en
el organismo transgénico, funciona como un antígeno: el organismo produce
anticuerpos contra ese fragmento. De este modo, el organismo al cual se le insertó ese
gen tendrá anticuerpos contra virus que tengan ese fragmento. Este fenómeno se había
descripto poco antes de que Mentaberry y Hopp comenzaran sus investigaciones en
transgénesis. En 1986 se publicó en Science el experimento en cuestión: Roger Beachy,
de Washington University, en colaboración con Monsanto, expresó proteína de la
cápside del virus mosaico de tabaco en plantas de tabaco, dando como resultado una
planta transgénica resistente a dicho virus (Beachy, 1999).100
Para desarrollar una planta transgénica con resistencia a virus, previamente había
que caracterizar y aislar el fragmento viral que funcionaría como antígeno. Si se tiene en
cuenta que por entonces estos virus de papa no estaban (o sólo en forma parcial)
genéticamente caracterizados, su estudio suponía una primera etapa de escaso contacto
con plantas y mucho de genética de virus. Para Mentaberry en particular, que venía de
un campo ajeno a lo vegetal, el estudio del virus le permitía postergar el trabajo de
manipulación de plantas. Además, de estos virus, el PVX es el que resulta más fácil de
manipular: para infectar una planta, simplemente basta con frotar una hoja infectada con
100
Roger Beachy y su grupo de Washington University se encargaron de caracterizar y probar las
secuencias virales, mientras que Monsanto se ocupó de la transformación de las plantas con las
secuencias que le daba Beachy (Beachy, 1999).
123
PVX en otra sana, y el virus se propaga. Mentaberry optó por trabajar con PVX, y luego
incorporaría PVY.
El virus que presentaba una mayor dificultad en su manipulación, PLRV, quedó
en manos de Hopp. Para infectar una planta sana con PLRV, se necesita de un
intermediario, un áfido, de difícil manipulación.
La materia prima con la que realizar los trabajos de investigación era un
condicionante decisivo. Las plantas de papa no eran difíciles de conseguir. El INTA
generaba su variedad Huinkul, de modo que Esteban Hopp accedía a ella sin problemas.
La variedad Spunta, con la que trabajaba Mentaberry, era la más difundida en el país, y
la empresa local que producía tubérculos-semillas de papa fue también la proveedora
del laboratorio de Mentaberry.101 Obtener la materia prima de los virus, en cambio, era
más complicado. Por supuesto que una vez conseguido el virus de interés, era cuestión
simplemente de infectar nuevas plantas para seguir teniendo muestras del virus, pero
conseguirlo por primera vez no era fácil. El virus de partida debía estar bien aislado, a
fin de saber con seguridad que se estaba trabajando con la cepa de virus que se quería
trabajar. Había que conseguir una suerte de “virus-patrón”. Hopp obtiene las muestras
de PLRV de un grupo de investigación de la provincia de Córdoba, del IFFIVE, que
trabajaba con dicho virus. Además, obtiene muestras de PVX de otro grupo de Córdoba,
de la Facultad de Agronomía. Mentaberry obtendría PVX de una fuente distinta, a fin de
trabajar con una cepa distinta a la de Hopp y así evitar duplicar esfuerzos de
investigación.
El INTA Balcarce tenía una larga tradición en el trabajo con papas, pero en
América Latina también había surgido otro centro, de alcance multinacional: el Centro
Internacional de la Papa (CIP), con sede central en Perú. El CIP surge en 1971,
buscando promover investigaciones y diversas actividades relacionadas con la papa y
otros tubérculos, a fin de mejorar el rendimiento y uso de estos cultivos.102 El INTA
Balcarce trabajaba asiduamente en colaboración con el CIP, por ejemplo,
intercambiando muestras. Mentaberry necesitaba una muestra de PVX para comenzar
sus investigaciones, pero en Argentina no había una acumulación de conocimientos
sobre dicho tema, vale decir, no había muchos laboratorios a los que pedirles una
101
La empresa se llama Diagnósticos Vegetales S.A. Fundada en 1982 en Mar del Plata, fue pionera en la
producción local de tubérculos-semillas de papa con certificación de calidad (ausencia de patógenos).
102
El CIP es financiado por el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR),
el cual a su vez recibe fondos de diversos países y organizaciones multilaterales.
124
muestra aislada de PVX. En el INTA Balcarce, revolviendo en un refrigerador,
encuentran la solución: unas muestras de hojitas de papa infectadas con PVX que había
enviado en algún momento el Centro Internacional de la Papa. Aún a riesgo de que el
relato resulte poco fastuoso, hay que decir que la biotecnología vegetal en Sudamérica
se desarrolló, en cierta forma, a partir de estas hojitas escondidas en el fondo de un
refrigerador.103
2.4.
Las primeras plantas transgénicas de Sudamérica
Los laboratorios de Argentina obtuvieron las primeras plantas de papa genéticamente
modificada hacia 1990.104 El proceso implicó el manejo de recursos, aunque escasos,
para financiar las investigaciones, y dos etapas marcadas respectivamente por el estudio
de los virus y por la transformación genética de las plantas.
2.4.1. Recursos y redes
El hecho de que existiera, a mediados de la década de 1980, un Programa Nacional de
Biotecnología (PNB) desde la Secretaría de Ciencia y Técnica, no debe entenderse
como un flujo de recursos hacia el sector, pues en los hechos los proyectos que se
financiaban desde dicho Programa recibían sumas exiguas. En todo caso, reflejaba el
interés que Sadosky depositaba en sectores como la informática y la biotecnología, pero
sin que ello implicara una definición sobre las líneas de investigación pretendidas para
la biotecnología.105 El PNB le dio un marco institucional propio a la biotecnología por
103
Esas hojas de papa, como mencioné, venían del CIP de Perú, y tenían muestras de virus PVX. Si bien
la variedad del virus PVX que analizaron era propia del Perú, la resistencia a dicho virus mostró ser útil
para PVX en general.
104
A diferencia de la primera planta a nivel mundial, en este caso los logros no se plasmaron en
publicaciones científicas. Los registros con que se cuentan son presentaciones a congresos. El grupo de
Mentaberry acudió a un congreso en Costa Rica en noviembre de 1990, mientras que el de Hopp lo hizo
en un simposio en junio de 1991. Allí expusieron la obtención de plantas de papa con resistencia a virus.
Proclaman ser los primeros en Sudamérica en obtener plantas transgénicas. Aunque para corroborarlo
haría falta una reconstrucción de las experiencias en el resto de los países de Sudamérica, dicha
afirmación parece verosímil, habida cuenta, por ejemplo, que unos años más tarde y con apoyo de la
CABBIO, el conocimiento sobre transformación genética de papa para resistencia a virus sería trasladado
desde la Argentina a los laboratorios de Brasil, en Embrapa (Torres et al., 1997).
105
Tampoco existía, por cierto, una exigencia respecto a una mayor definición. En todo caso, era un
campo nuevo al que comenzaban a dedicarle atención de un modo general. Sadosky afirma haber puesto
el acento durante su gestión al frente de la Secretaría de Ciencia y Técnica en la informática y la
biotecnología, por ser dos puntos que se encontraban escasamente desarrollados en el país y que podían
resultar importantes (Bunge, 2005). Su trayectoria en informática era conocida, por cuanto en 1960 creó
el Instituto de Cálculo de la Universidad de Buenos Aires y trajo la primera computadora al país. Durante
su gestión como Secretario de Ciencia y Técnica bajo el gobierno de Alfonsín, creó la Escuela Superior
Latinoamericana de Informática.
125
primera vez en el país, y permitió que jóvenes científicos recibieran sus primeros
subsidios de investigación; pero no implicó una inversión de recursos que permitiera
desarrollar el sector. Se constituyó, en definitiva, como un difuso discurso de
legitimación desde el Estado. Prueba de ello es la diferencia entre los proyectos del
PNB que tenían Hopp y Mentaberry y los recursos que efectivamente manejaban.
En sus primeros años de investigación en biotecnología, Hopp participó en
cuatro proyectos del PNB, mientras que Mentaberry sólo en uno.106 Sin embargo, era
este último quien disponía de más recursos para investigación, por acceder a otras
fuentes. En primer lugar, el sólo hecho de que el INGEBI fuera un instituto adscripto al
CONICET presentó una ventaja, y era que podía disponer de personal de apoyo
financiado por el CONICET.107 Así es que Mentaberry tuvo un técnico en su
laboratorio, Silvia Cabral, quien dedicó buena parte de sus labores a poner a punto la
metodología de transformación de plantas. Además, Mentaberry recibió dos subsidios
de investigación del exterior108. Esto le permitió disponer de más recursos que Hopp,
que en su momento tuvo más dificultades para disponer de insumos y becas de
investigación.
La participación de Hopp en proyectos internacionales de biotecnología
comenzó en 1988, al convertirse en coordinador internacional del proyecto para
obtención de papas transgénicas del Programa Regional de Biotecnología de
PNUD/ONUDI/Naciones Unidas.109 Del proyecto participaron seis países.110 Fue en el
106
Hopp recibió un subsidio para su proyecto de “Biología molecular de luteovirus” (1986-1987) y otro
para el “Estudio de la replicación viral en protoplastos de genotipos susceptibles y resistentes a papa”
(1987-1989). Además, participó en otros dos proyectos del PNB, uno de los cuales pertenecía a Ewald
Favret y el otro a Sergio Fernando Nome. Por su parte, Mentaberry recibió un subsidio del PNB que
abarcó de 1985 a 1988 para el “Control de virosis vegetales por métodos biotecnológicos”.
107
Creado en 1958, el CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) es el
principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en la Argentina.
108
Uno de esos subsidios era del International Foundation for Science (IFS). Se trata de una organización
con sede en Suecia que financia investigaciones de países en vías de desarrollo. Fue una fuente de
financiamiento importante para quienes comenzaban a dirigir sus grupos de investigación en Argentina a
mediados de 1980, cualquiera sea su disciplina. Este financiamiento se cortó hacia el año 2000, cuando la
Argentina alcanzó un PBI per cápita que lo ubicó por encima del criterio de elegibilidad del IFS. El otro
subsidio internacional que recibió Mentaberry en esta época fue del PNUD (Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo). Por otro lado, el grupo de Mentaberry también mantuvo relaciones con un
grupo de Cuba, del Centro de Ingeniería Genética y Biotencología de La Habana, lo que le permitió a uno
de los estudiantes de Mentaberry realizar una breve estadía allí a fines de la década de 1980.
109
El Programa Regional de Biotecnología fue creado en 1987 por el Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD). En una primera fase, de 1987 a 1992, financió 9 proyectos, a los que destinó
3 millones de dólares (Programa regional de biotecnología PNUD/UNESCO/ONUDI para América
Latina y el Caribe, 1995).
126
marco de este convenio que Hopp envió a un estudiante al laboratorio de HerreraEstrella, en México, para que aprendiera la técnica de transformación de plantas. El
proyecto tenía el propósito de obtener plantas de papa con resistencia a los virus PVX,
PVY y PLRV. Esa era la agenda de investigación que tenían Hopp y Mentaberry, y que
reprodujeron del mismo modo en la formulación de este proyecto internacional. El
laboratorio de Luis Herrera-Estrella, en el Cinvestav-I, era una de las figuras principales
de la red, habida cuenta de su trayectoria en los orígenes de la transgénesis vegetal junto
a Schell y Van Montagu.111 Sin embargo, esta red latinoamericana habría de
desmantelarse tempranamente, debido al alejamiento del laboratorio de Herrera-Estrella
hacia 1991. Esto se debió a que el laboratorio del Cinvestav armó un convenio con
Monsanto para producir papa transgénica con resistencia a virus, por lo que abandonó la
red latinoamericana y devolvió las construcciones genéticas que habían sido
desarrolladas por los laboratorios argentinos. Las negociaciones entre Cinvestav y
Monsanto estuvieron mediadas por ISAAA, de cuyo Consejo Directivo era miembro
Luis Herrera-Estrella (González Aguirre, 2004).112
Monsanto tenía desarrollos propios en plantas de papa con resistencia a virus.
Nunca comercializó dichas plantas en México, pues su utilidad, en este caso, parece
haber sido otra; incluso representantes de Monsanto sostienen que para ellos la papa no
es un cultivo que tenga interés comercial. Distintos actores coinciden en señalar que el
interés de Monsanto en desarrollar la papa transgénica radicaba en ofrecerlo como una
tecnología útil para los países subdesarrollados, legitimando así su entrada en dichos
mercados, donde podría introducir luego otros cultivos que sí presentaban interés
comercial. Es decir, una vez abiertos los mercados para el comercio de semillas
transgénicos, Monsanto podría introducir cultivos que sí le resultaran interesantes en
términos comerciales. Una de las razones para esta suspicacia es que no resulta usual
110
Por Argentina participaron tanto Hopp como Mentaberry, y por México el laboratorio de HerreraEstrella. Estos eran los grupos principales de esa red, los que más conocimientos y experiencia tenían en
la manipulación genética de plantas. También participaron grupos de otros países, como Uruguay, Chile,
Cuba y Colombia.
111
“Cinvestav” es el acrónimo de Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto
Politécnico Nacional. Luis Herrera-Estrella regresó a México en 1986, luego de haber pasado casi cinco
años en el laboratorio de Schell y Van Montagu en Gent, Bélgica. La Unidad del Cinvestav en la que se
incorporó Herrera-Estrella es la de Irapuato.
112
ISAAA es el “International Service for the Acquisition of Agri-biotech Applications”. Es una ONG
que promociona la unión público-privada para el desarrollo de la biotecnología agrícola en los países en
vías de desarrollo. ISAAA está financiada por empresas (como Bayer CropScience y Monsanto), agencias
de investigación (como el IDRC de Canadá), organismos multinacionales (como UNESCO) y organismos
gubernamentales (como el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos).
127
que una empresa (y menos Monsanto) regale una tecnología que ha desarrollado, que
fue precisamente lo que hizo Monsanto. La empresa donó al Cinvestav las
construcciones genéticas que había desarrollado con resistencias a los virus PVX y
PVY, y entrenó al personal del Cinvestav no sólo en las técnicas de laboratorio sino
también en los ensayos a campo que realizaron en Estados Unidos (González y Chauvet,
1997; Casas, 2001; Qaim, 1999; Poitras, 2008; Ortega Ponce, 2010). Lo único que debía
hacer el Cinvestav era adaptar las construcciones genéticas de Monsanto a las
variedades de papa utilizadas en México. En este consorcio también se incluye la
Fundación Rockefeller, que aportó 440 mil dólares (González Aguirre, 2004; Arellano
Hernández et al, 2004; Commandeur, 1996).
Con la alianza entre el Cinvestav y Monsanto se interrumpe la red
latinoamericana de producción de papa transgénica, marcando un origen distinto para la
transgénesis vegetal en México respecto a lo que aconteció en Argentina.113 Mientras
que aquí las empresas de biotecnología no participaron en los primeros años de
investigación en el área, en México sucedió todo lo contrario. De hecho, algunos
estudios sobre la historia de la papa transgénica en México parecen olvidar los intentos
previos con la red latinoamericana, y señalan que la transgénesis en papa se habría
iniciado a partir de las negociaciones con Monsanto.114 De tal manera, esos estudios no
sólo ponen de manifiesto el rol de la empresa multinacional en la construcción material
de los cultivos transgénicos en México, sino que también –involuntariamente, quizás–
113
Existen interpretaciones levemente distintas a la que he ofrecido sobre este episodio. González
Aguirre, por ejemplo, considera que el “esfuerzo latinoamericano no avanzó lo suficiente por múltiples
problemas”, sugiriendo que “en esa época hubo muchos factores de tipo macroeconómico, tales como
devaluaciones frecuentes y altas tasas de inflación, comunes a los diferentes países que participaron en el
programa, que afectaron la marcha de los proyectos” (González Aguirre, 2004: 220). Indudablemente,
esos factores macroeconómicos estuvieron presentes en esos países, pero no queda claro cómo habrían
operado en concreto para frenar el esfuerzo. Además, debe considerarse que el organismo que financió
dicho proyecto (el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) continuó enviando dinero durante
el transcurso del mismo, hasta su culminación en 1993; y que los avances y experiencia que ya tenían los
laboratorios de la red latinoamericana no auguraban grandes problemas técnicos. A mi modo de ver, tiene
más sentido pensar que las condiciones de dinero y capacitación que Monsanto y la Fundación
Rockefeller le ofrecieron al Cinvestav en 1991, lo sedujo a éste más que la colaboración con laboratorios
sudamericanos.
114
Ver, en particular, Arellano Hernández et al. (2004: 154), quienes sostienen que “podemos ubicar el
inicio de la historia de la transgénesis en papa en una escala global [sic], a partir del establecimiento de
negociaciones de los diferentes actores interesados en la transferencia de una tecnología, cuando el
Interntional Service for the Acquisition of Agri-Biotech Applications (ISAAA, por sus iniciales en Inglés)
en 1990 convoca a la Compañía Monsanto y al gobierno mexicano a establecer un convenio de
transferencia de tecnología…”. El estudio en cuestión tampoco hace mención a la estadía que HerreraEstrella pasó en el laboratorio de Schell y Van Montagu entre 1981 y 1986, donde se formó en la
transformación genética de plantas. Curiosamente, el estudio tiene por objetivo central el indagar en las
tensiones locales-globales de la investigación científica.
128
reflejan la impronta que dejó Monsanto a nivel simbólico, como si fuera la iniciadora de
la historia de la transgénesis.
2.4.2. Dominar a los virus
La primera etapa en la investigación consistió en el estudio de los virus ante los que se
quería generar una resistencia. Esto arrojó beneficios tanto en términos de adaptación a
las técnicas del nuevo campo como en la generación de productos y resultados
intermedios.
Implicó una adaptación en tanto permitió ingresar en el proyecto de hacer una
planta transgénica postergando la transformación genética de las plantas, lo cual otorgó
más tiempo para familiarizarse con las técnicas de transformación vegetal. En esta
primera etapa, el trabajo era básicamente de biología molecular de virus, y en particular,
caracterizar la secuencia genética del virus.
A medida que los virus iban desnudando su secuencia genética, un nuevo
producto asomaba desde el laboratorio: los kits de diagnóstico molecular. Hasta
entonces, los métodos para diagnosticar una virosis en plantas iban desde la simple
observación de las hojas hasta técnicas inmunológicas, en particular, a través de
ELISA.115 Pero el despliegue de la genética molecular abría una nueva perspectiva:
diagnosticar la presencia de virus a partir de un análisis del ADN presente en las
plantas. La idea es detectar la presencia del virus mediante la unión de un fragmento del
ADN secuenciado con la muestra proveniente de la planta.116 Mentaberry y Hopp se
articularon para la realización de un kit de diagnóstico. Con las secuencias de PVX,
PVY y PLRV podían generar un kit que detectara la presencia de alguno de estos virus.
Para ello entraron en contacto con Almidar, una empresa creada en 1947.
El estudio de los virus, además, permitió generar algunas publicaciones
científicas, aunque no muchas. El desarrollo de la tecnología de la transgénesis vegetal a
nivel local no implicó un aporte sustancial a la producción de conocimiento general,
pues la obtención de plantas transgénicas, incluso con resistencia a virus, era algo que
115
La técnica ELISA (enzyme-linked immunosorbent assay) se basa en un anticuerpo asociado a una
enzima. El anticuerpo, en caso de unirse al antígeno, desencadenará una reacción enzimática,
evidenciando la presencia del antígeno. La técnica fue desarrollada en 1971 y se empleó en primer lugar
para detectar enfermedades infecciosas en humanos y animales. Su uso para la detección de virus de
plantas comienza en 1977 (Salazar, 1995).
116
Se utiliza ADN de cadena simple marcado mediante radioisótopos o por métodos químicos, lo que se
conoce como sonda de ADN. Así, si la sonda se une a una hebra complementaria, es porque había virus, y
esta presencia se vuelve visible porque la sonda está marcada. Ver, por ejemplo, Alberts et al. (1996).
129
ya se había publicado a nivel internacional. Por cierto, tampoco era el objetivo principal
de estos investigadores la producción de artículos científicos, por cuanto sabían que la
transgénesis vegetal era un fenómeno ya caracterizado, al menos en sus aspectos
principales. Su objetivo era el desarrollo de ese conocimiento a nivel local, apuntando a
beneficios sociales y económicos locales. Pero de todos modos eran investigadores
pertenecientes al sistema científico nacional, cuyas instituciones (CONICET, INTA,
INGEBI, etc.) evaluaban sus proyectos y desempeño periódico considerando, en gran
medida, las publicaciones que generaban. De modo que si bien la obtención de plantas
transgénicas a nivel local no se reflejó en la publicación de artículos científicos, sí lo
hizo el estudio de los virus. La mayoría de estas publicaciones fueron conjuntas –
aglutinando al grupo de Mentaberry y el de Hopp– y consistían en la descripción de la
secuencia genómica de los virus, o bien de su utilización como sondas para la
realización de kits de diagnóstico. De todos modos fueron pocas publicaciones, y no en
revistas de alto impacto.117
2.4.3. Aprender a transformar
En mayo de 1986, en el marco del Programa Nacional de Biotecnología y bajo el
auspicio del Dr. Manuel Sadosky, se organizó en Buenos Aires un encuentro francoargentino de biotecnología. Mentaberry aprovechó la ocasión para ponerse en contacto
con investigadores franceses que asistieron al encuentro. Pocos meses después, recibió
una carta de uno de ellos, la Dra. Francine Casse-Delbart, del Laboratorio de Biología
Celular del INRA Versailles. La Dra. Casse-Delbart invitó a Mentaberry a realizar una
estadía en su laboratorio. Fruto de esa colaboración, que se extendería por varios años,
Mentaberry habría de aprender algunas cuestiones de la metodología de transformación
de plantas.
El laboratorio del INRA Versailles tenía experiencia en el uso de
Agrobacterium, la bacteria utilizada como vehículo para transportar genes al genoma de
la planta. En efecto, en 1968 Georges Morel y su equipo del INRA Versailles habían
demostrado que Agrobacterium tumefaciens trasladaba muchos de sus metabolitos a los
tumores vegetales (Casse-Delbart, 1996; Chilton, 2001). Desde entonces, se había
117
El virus PLRV ya estaba secuenciado, por lo que en su investigación no se generaron publicaciones;
pero los virus PVY y PVX –tanto la variedad que utilizó Hopp como la de Mentaberry– hasta entonces no
estaban secuenciados. Las revistas en las que publicaron estas investigaciones son: Archives of Virology,
Nucleic Acid Research, Virus Research, Journal of Virological Methods, Plant Disease y Revista de
Investigaciones Agropecuarias.
130
convertido en un centro de referencia en el estudio de Agrobacterium y por lo tanto de
la biotecnología vegetal, por cuanto el comienzo de la biotecnología de plantas estuvo
vinculado a la utilización de Agrobacterium como vehículo para el transporte de genes
(ver Capítulo 1). De hecho, en 1982 Mary-Dell Chilton colaboró con Francine CasseDelbart y otros miembros de su grupo para estudiar el modo en que una especie de
Agrobacterium transfiere su ADN a las células vegetales (Chilton et al., 1982; CasseDelbart, 1996).
Pero la colaboración entre Mentaberry y Casse-Delbart no responde a una
búsqueda puntual planificada. En parte, se debe al encuentro promovido por Sadosky
para acercar a los investigadores franceses con los argentinos. Por otro lado, la
predisposición de Casse-Delbart se debería a circunstancias de su propia trayectoria. Al
parecer, Francine sería discípula de un investigador argentino emigrado tiempo atrás en
Francia, razón por la cual, según Mentaberry, ella “se consideraba en deuda con la
ciencia argentina”. Mentaberry no tenía nada que ver con esa historia en particular, pero
aprovechó el deseo de retribución de la investigadora francesa. En sus estadías en
Francia, que se desarrollaron entre 1987 y 1989, se inició en la experimentación con
protoplastos de tabaco –que era el modelo vegetal empleado en el INRA Versailles–
utilizando Agrobacterium.118 Luego, Mentaberry envió a sus estudiantes y técnicos al
laboratorio de Francia, para continuar con el aprendizaje. Ya en su propio laboratorio,
habrían de adaptar el método para transformar plantas de papa.
Este contacto con el Laboratorio de Biología Celular del INRA Versailles se
hizo extensivo a Esteban Hopp, quien a mediados de 1990 viajó allí para realizar
transformaciones de protoplastos de tabaco. Sin embargo, el aprendizaje en
transformación vegetal en el caso de Hopp habría de consolidarse por otra vía. En el
marco del programa bajo su cargo financiado por el PNUD, contactó al laboratorio de
Luis Herrera-Estrella, en México. Se trata del único investigador latinoamericano que
participó directamente en los experimentos que llevaron a la obtención de las primeras
plantas transgénicas en todo el mundo. Herrera-Estrella estuvo varios años en el
laboratorio de Schell y Van Montagu, en Bélgica, uno de los primeros grupos en
obtener una planta de tabaco transgénica.
118
Los protoplastos son células vegetales sin pared celular. Su uso en condiciones de laboratorio facilita
la experimentación, por cuanto los tiempos de los ensayos resultan muy breves. Sin embargo, para
obtener plantas enteras, utilizar protoplastos no resulta conveniente, por la dificultad que implica
regenerar plantas a partir de los protoplastos.
131
A fines de 1990, Hopp envió a uno de sus estudiantes a realizar una estadía de
tres meses en el laboratorio de Herrera-Estrella, con el fin de poner a punto la técnica de
transformación de plantas de papa, es decir, para aprender a introducir ADN foráneo en
tejidos vegetales. Allí aprendieron a transformar con las variedades de papa que
utilizaban en México, y luego lo adaptaron a Huinkul.119
El hecho de que ambos grupos hayan aprendido a transformar en lugares
distintos y luego hayan adaptado las técnicas en sus propios laboratorios, dejó sus
marcas en la metodología empleada en Argentina. El explanto, es decir, el tejido vegetal
que va a recibir el transgén, es distinto en cada grupo, y en consecuencia el protocolo de
transformación es distinto también. El grupo de Esteban Hopp aprendió a transformar
en el laboratorio de Herrera-Estrella en México, utilizando Agrobacterium sobre las
hojas de la papa. En cambio, el de Alejandro Mentaberry –que tomó sus primeras armas
en el tema en el Laboratorio de Biología Celular del INRA Versailles en Francia–
realiza la transformación sobre trozos de tubérculo. Esto no implica ninguna diferencia
en la planta transgénica final, pues se trata sólo del mecanismo por el cual se hace
ingresar el transgén, e incluso ambos grupos utilizan Agrobacterium. Pero explica que
se hayan desarrollado dos protocolos de transformación distintos que persisten a lo
largo del tiempo. Pues una vez que adquirieron una forma de transformación con una
eficiencia aceptable, en lo sucesivo la mantuvieron básicamente del mismo modo. Nadie
quiere modificar un protocolo una vez que funciona.
2.5.
División del trabajo científico dentro del laboratorio
La división del trabajo científico al interior del laboratorio reproduce jerarquías sociales
y cognitivas. De acuerdo al análisis planteado por Terry Shinn (1988), las jerarquías
sociales más altas en el laboratorio (investigadores formados y directores) tienden a
realizar investigaciones de carácter más asociativo, integrando conocimientos en la
búsqueda de nuevos modelos cognitivos. Tienen una relación más distante con el
fenómeno que se estudia en el laboratorio y no le dedican mucho tiempo a la práctica
experimental, su abordaje es en aras de la simplificación y la generalización del objeto
de estudio. Los investigadores en formación, en cambio, dedican la casi totalidad de su
tiempo al trabajo de mesada, a la experimentación, buscando caracterizar las
singularidades del fenómeno en estudio. El abordaje que realizan los investigadores en
119
Sobre el significado de la “transformación” en biotecnología, remito al lector a la nota 46, en el
Capítulo 1.
132
formación es más descriptivo, cuidando el detalle y la complejidad observada.
Siguiendo a Shinn, los resultados de las investigaciones producidas desde estas
jerarquías sociales conducen, a su vez, a distintas jerarquías cognitivas. Con frecuencia,
desde la jerarquía cognitiva de los investigadores en formación simplemente se
refuerzan las conclusiones de los escalafones más altos. Pero eventualmente ocurre que
los resultados producidos por las distintas jerarquías sociales del laboratorio están en
desacuerdo, lo cual puede llevar a tensiones y conflictos. En términos que podrían
parecer similares, Bourdieu (1976) sostiene que los recién llegados a un campo pueden
adoptar estrategias conservadoras o subversivas, según sea su intención de desafiar el
capital simbólico acumulado a fin de hacerse un lugar en dicho campo. Sin embargo, el
análisis de Bourdieu fusiona la autoridad social y la científica, de modo tal que deposita
buena parte de su explicación sobre las asimetrías sociales en la ciencia al capital
simbólico acumulado; mientras que Shinn le presta más atención a los puestos laborales
y en consecuencia al tipo de trabajo que realiza cada actor dentro del laboratorio.
Ahora bien, en los casos que presento aquí las jerarquías sociales al interior del
laboratorio habrán de cumplir un rol fundamental en la producción y uso de
conocimiento en biotecnología vegetal, pero sin reflejar ninguna de las dinámicas
planteadas por Shinn. Esto se debe a que el análisis de Shinn se basa en una premisa y
es que los resultados de las investigaciones producidas en los laboratorios deben
conducir a un conocimiento novedoso en la materia (ya sea un conocimiento
descriptivo, integrador, simple, complejo, asociativo, etc.). Esa premisa no se cumple en
los casos que aquí presento, por varias razones. En primer lugar, en los primeros años
de la investigación en transgénesis vegetal en la Argentina los investigadores formados
no se proponían como objetivo fundamental la producción de un conocimiento
universalmente novedoso en la materia, sino incorporar y reorganizar ese conocimiento
en una dimensión local, apuntando a un producto final que tuviera utilidad económica y
social más que a un conocimiento original a nivel internacional. En efecto, laboratorios
de Estados Unidos y Europa habían descripto por primera vez, hacia 1983, los
fenómenos de transformación genética de plantas, y hacia 1986 la utilización de
secuencias genéticas de virus para obtener plantas transgénicas resistentes a ellos.
Proponerse entonces, a partir de 1986, obtener una planta transgénica resistente a virus
en Argentina carecía de originalidad a nivel internacional, pero no localmente. Por otro
lado, los investigadores que dirigían los dos primeros laboratorios de biotecnología
vegetal de Argentina no tenían experiencia en el área, por lo tanto correspondió a sus
133
investigadores en formación incorporar el conocimiento experimental sobre el tema en
el laboratorio. Estas características –la emergencia de un nuevo campo por parte de
investigadores provenientes de otras áreas que pretendían obtener un producto de
utilidad local, y su impronta periférica en relación a los laboratorios de los países
centrales– habrían de configurar un modo particular de la división del trabajo científico
dentro del laboratorio.
Los dos investigadores que dieron origen a la biotecnología de plantas en la
Argentina pretendían desarrollar la investigación en transgénesis vegetal a fin de
obtener productos de utilidad social y económica local. Necesitaban incorporar las
herramientas técnicas y conceptuales básicas para poder desarrollar el campo a nivel
local, y al ser herramientas que ya existían a nivel internacional, carecían de
originalidad. Consideran que ese esfuerzo inicial implicaba un riesgo, incluso un
sacrificio, pues sabían que durante esos años no producirían un conocimiento novedoso
a nivel internacional. La cuestión es ver cómo ese sacrificio fue distribuido socialmente
dentro del laboratorio. Estos dos investigadores, cada uno responsable de su laboratorio,
no publicaron durante el período 1986-1991 ningún artículo científico sobre la
transformación genética de plantas, y sólo escasas publicaciones sobre la genética de los
virus de papa. Sin embargo, aunque esto implicó una disminución en la cantidad y
calidad de publicaciones que producían respecto a su propia trayectoria anterior a la
incursión en este campo, tenían otros medios para continuar publicando, y así mantener
cierta legitimidad en la arena científica. Estas publicaciones laterales las obtenían a
partir de las redes sociales que tejían estos investigadores. Por un lado, su colaboración
eventual con algún otro proyecto de investigación (no vinculado a la transgénesis
vegetal) les permitió figurar como autores de algunas otras publicaciones científicas.
Además, sus investigaciones de postdoctorado siguieron aportando sus frutos, bajo la
forma de publicaciones que continuaron apareciendo hasta el año 1988. Normalmente,
los investigadores formados dedican buena parte de su tiempo a la construcción de redes
sociales con otros científicos (Shinn, 1988). En estos casos, las redes tejidas antes o
durante su inserción en el campo de la biotecnología con investigadores de otras áreas,
les permitió amortiguar el sacrificio que implicaba incorporar un conocimiento ya
producido a nivel internacional. Los investigadores en formación, en cambio, no tienen
la misma facilidad para construir redes sociales. Así, los estudiantes de doctorado de
Mentaberry y de Hopp que se dedicaron a obtener las primeras plantas transgénicas del
país, tuvieron más dificultades para producir artículos científicos. El tema de doctorado
134
de ambos investigadores en formación era la obtención de papas transgénicas (cada uno
con resistencia a un virus distinto). Estos estudiantes, Fernando Bravo-Almonacid y
Mariana del Vas, debían asumir el rol de incorporar y estabilizar los conocimientos que
les permitieran realizar la transformación genética de plantas a estos laboratorios. Ellos
dedicaron su tiempo a la experimentación en transgénesis vegetal. El objetivo era
incorporar una plataforma tecnológica (la capacidad de transformación genética de
plantas). En consecuencia, la posibilidad de obtener un conocimiento novedoso a nivel
internacional, publicable como artículo científico, resultaba mucho más difícil para
ellos:
“Si otros publicaron que obtuvieron una planta transgénica que expresa parte de la cápside del
virus de papa y que eso le da resistencia al virus, ya está, eso ya es suficiente para que vos no lo
puedas publicar. Porque lo que vos hacés es lo mismo que lo que hicieron ellos, salvo que es un
cultivar local y un virus local. Pero el virus local no es tan distinto del virus que usaron ellos, y el
cultivar local tampoco es tan distinto como para que se justifique que te lo publiquen. Por ahí lo
podés publicar, pero en Billiken. Entonces yo eso no lo publiqué. Todavía estoy contestando
preguntas en la Agencia, en el CONICET, cuando pido promoción, tengo que explicar por qué
no publiqué, porque cualquiera que lea ese pedido se pregunta por qué no publiqué (…) Participé
de muchos proyectos que dieron lugar a transferencias tecnológicas, pero a eso no le dan mucha
importancia, ni la Agencia ni CONICET. Entonces eso curricularmente fue un agujero para mí
(…). Tengo un montón de años en los que no publiqué.” (Entrevista a Mariana del Vas, 2010)
Aún cuando estos investigadores en formación son quienes han conseguido realizar, en
gran medida, la transgénesis vegetal en Sudamérica, su arraigo en el sistema científico
resultó más traumático que el de sus directores, precisamente porque durante su etapa de
formación no pudieron publicar prácticamente ningún artículo científico que reflejara lo
realizado durante esos años, pues no era algo original a nivel internacional. En el
Cuadro 1 puede observarse la diferencia en las publicaciones conseguidas por los dos
investigadores y sus estudiantes entre 1986 y 1991, diferencia atribuible en gran medida
a las redes sociales tejidas por los investigadores formados antes o durante su
desempeño en la biotecnología vegetal.
135
Cuadro 1. Publicaciones realizadas durante el período 1986-1991 por Hopp, Mentaberry y sus
estudiantes, Mariana del Vas y Fernando Bravo-Almonacid.120
Artículos
sobre virus de
papa
Hopp
Mentaberry
Del Vas
Bravo-Almonacid
6
6
1
2
Artículos sobre
transformación
genética de
plantas
0
0
0
0
Otros artículos
Total
4
3
0
1
10
9
1
3
Fuente: elaboración propia en base a los curriculum vitae de los correspondientes investigadores y
estudiantes.
En tanto los organismos de promoción de la investigación en Argentina (sobre todo
CONICET y la Agencia Nacional de Promoción de la Ciencia y la Tecnología) valoran
la actividad de los científicos fundamentalmente a través de sus publicaciones, esta
ausencia de artículos publicados se volvió un obstáculo para los investigadores en
formación. Esto condujo, por otra parte, a una valoración ambivalente hacia sus
directores. Por un lado, quienes por entonces eran estudiantes les reconocen a sus
directores la capacidad para dar origen a un campo nuevo y su vocación social, entre
otras virtudes. Pero al mismo tiempo, se lamentan de haber tenido que cargar ellos con
la responsabilidad de incorporar un conocimiento ya producido a nivel internacional,
tarea que hubieran preferido que realizara un técnico y no un investigador en formación.
Al tratarse de un conocimiento que no es novedoso a nivel internacional, las
jerarquías cognitivas no resultan tan influyentes, siendo las jerarquías sociales dentro
del laboratorio las que definen las tareas a desarrollar. Sobre todo, la mayor capacidad
de generación de redes sociales que poseen los investigadores de las jerarquías
superiores les permitió en buena medida a éstos mantenerse dentro del campo científico
aún sin producir un conocimiento universalmente novedoso, mientras que a los
investigadores de jerarquías inferiores esto les resultó más difícil.
120
En todos los casos se consideran sólo los artículos publicados en revistas científicas. Se toma en
cuenta el período 1986-1991 por comprender los años de investigación hasta la obtención de las primeras
plantas transgénicas; no obstante, los estudiantes comenzaron sus investigaciones con posterioridad a
1986. De todos modos, los resultados de sus tesis de doctorado no se publicaron en los años siguientes.
Sólo se registra un artículo más, en 1992, relacionado con el diagnóstico viral en papa.
136
2.6.
La función del modelo: estandarización del trabajo científico
La pretensión de generalidad del conocimiento científico tiene un fuerte vínculo con el
uso de organismos modelo. La idea básica es que para investigar fenómenos biológicos
debe emplearse un organismo que resulte simple, accesible y fácil de manejar, y que
permita extrapolar sus resultados a otros casos. Cuando Mendel estudió los mecanismos
de la herencia, recurrió a una planta que crecía rápidamente, que podía cruzar con
facilidad, cuyos rasgos podía distinguir a simple vista, etc. Pero para que un organismo
se transforme en un modelo de investigación no sólo se requieren ciertas características
biológicas que lo hagan fácilmente manejable, sino que también debe intervenir un
proceso social en la construcción de un consenso respecto a qué organismo debe
emplearse. Pues algunas plantas, por ejemplo, pueden crecer más rápido y ser más
manejables que otras, pero no hay naturalmente una planta que resulte la más adecuada.
La consolidación de un organismo como modelo de investigación permite estandarizar
el trabajo científico: en laboratorios distintos que investigan sobre fenómenos similares
utilizarán las mismas herramientas de trabajo. A su vez, esto se realimenta en la
confianza sobre los resultados de la investigación: si alguien utiliza un organismo
exótico deberá hacer un esfuerzo adicional por justificar su elección, de lo contrario
quedará expuesto a críticas del tipo “¿por qué estudiarlo sobre ese organismo y no sobre
un modelo?”, “¿por qué no cotejó esos resultados haciendo los mismos experimentos
sobre un modelo?”, etc. No existe un solo organismo-modelo de investigación en el
laboratorio, pero sí es posible distinguir algunos organismos utilizados según el área de
estudio. La mosca Drosophila melanogaster, el gusano C. elegans, las células de
humano HeLa, la bacteria E. coli y, por supuesto, el ratón. En plantas, el modelo de
investigación habitual es tabaco, aunque desde fines de la década de 1980 comenzó a
imponerse el modelo de Arabidopsis thaliana (Echenique, 1999). El lector curioso
podrá volver al Capítulo 1 y comprobar que los primeros experimentos en transgénesis
vegetal en el mundo se hicieron sobre tabaco. El grupo de Chilton, el de Van Montagu,
el de Monsanto, todos hicieron sus experimentos de transformación genética sobre
plantas de tabaco. Unas páginas atrás mencioné que en 1986 se había obtenido por
primera vez una planta transgénica con resistencia a virus. El lector atento recordará que
la planta que se utilizó en aquel experimento era tabaco.
El auge de la biología molecular reestructuró el modelo de investigación en
plantas, poniendo en jaque la hegemonía del tabaco. En 1990, un grupo de
investigadores en genética molecular de distintos laboratorios de Estados Unidos se
137
articularon en un gran proyecto que buscaba estudiar el genoma de Arabidopsis. Es una
planta de escasa altura, rápido desarrollo y, sobre todo, con un genoma
extraordinariamente pequeño (Mahalakshmi y Ortiz, 2001). El objetivo de ese programa
–denominado Arabidopsis Genome Initiative– era decodificar el genoma de
Arabidopsis. Sus investigadores se definían como genetistas, sin grandes vínculos con la
biología de plantas (Leonelli, 2007). El genoma completo de Arabidopsis thaliana fue
finalmente secuenciado en el año 2000. Fue el primer genoma vegetal secuenciado.
Esta explicación sobre la función del modelo de investigación, y en particular en
plantas, apunta a comprender los orígenes de la investigación en biotecnología vegetal
en la Argentina. Si estos investigadores hubieran emprendido el salto de sus trayectorias
hacia la biotecnología vegetal con el fin de utilizar la transgénesis vegetal para
caracterizar nuevos fenómenos biológicos, hubieran empleado la planta de tabaco o, en
todo caso a Arabidopsis, si eran capaces de percibir la tendencia creciente del rol de ésta
en la genética de plantas. Esos son los modelos de investigación en plantas: tabaco y
Arabidopsis. Utilizaron papa.
La razón es que no aspiraban a generar un conocimiento universal o
extrapolable, sino que pretendían llegar a un resultado que fuera un producto útil
localmente. La investigación sobre transgénesis vegetal la hacían en papa porque
buscaban una papa transgénica:
“Para nosotros el modelo era la papa. En ese momento mi discurso era que, a diferencia de
Arabidopsis, la papa se come y tiene un impacto. Entonces nuestro modelo iba a ser la papa, que
servía como modelo y a su vez era un tema aplicado (…) En ese momento yo estaba muy
obstinado en que nuestro modelo tenía que ser algo que sirviera; no tenía que ser tabaco, que
nunca iba a tener una aplicación.” (Entrevista a Hopp, 2010)
En todo caso, se alejaban del modelo estandarizado de investigación en el trabajo
científico con plantas, con el consecuente riesgo de no acceder a posiciones
privilegiadas en las redes científicas de mayor prestigio. Una vez transformado el
explanto de papa (es decir, una vez insertado el transgén en una porción –hoja,
tubérculo, etc.– de la planta), hay que esperar alrededor de cinco meses para tener una
pequeña planta de tubo de ensayo, y habrá que esperar otro tanto para tener una planta
de papa en condiciones de ser testeada en invernadero. En cambio, la planta de tabaco
crece el doble de rápido, y con Arabidopsis se reducen aún más los tiempos. Si el
138
propósito era producir un conocimiento novedoso sobre algún aspecto general de la
transgénesis, hubiera sido conveniente recurrir a una planta de crecimiento rápido, en
lugar de tener que aguardar varios meses para poder testear los efectos de la
transformación genética en papa. Lo cual también parece afirmar que el propósito de
estos investigadores era obtener una papa transgénica y no simplemente producir
artículos científicos, y que en ese marco quisieron y pudieron alejarse de un organismo
modelo estandarizado en la investigación científica.
¿No podría argumentarse que el recurrir a un modelo exótico constituye un
diferencial para posicionarse dentro de una comunidad de investigación? Tal parecería
ser el comportamiento de los biólogos moleculares que investigan el Mal de Chagas en
la Argentina (Kreimer y Zabala, 2007a). El Trypanosoma cruzi (el parásito que
transmite el Mal de Chagas y que sólo existe en Sudamérica) sería así utilizado por los
biólogos moleculares del país para negociar con las redes internacionales más
prestigiosas de producción de conocimiento: ofrecen un “modelo biológico interesante”
a cambio de recursos y visibilidad (Kreimer y Zabala, 2007b). Esto no ocurre así con los
casos que describo aquí, no están investigando ningún proceso biológico básico y
novedoso en la papa. Estaban incorporando una plataforma tecnológica que consistía en
aprender a realizar la transformación genética, a fin de obtener la papa transgénica. Eso
no significa que no hayan publicado nada. Como señalé, han obtenido algunas
publicaciones caracterizando virus de papa locales. Pero eso es muy distinto a sostener
que están empleando un organismo local para describir un fenómeno universal. De
hecho, se limitan a mostrar la singularidad de ese organismo local. De modo que estas
publicaciones consisten, básicamente, en describir la secuencia genética del virus local
y sus eventuales diferencias con los de otras regiones. En la medida que no son
fenómenos biológicos extrapolables, generalizables o aplicables en otros contextos, no
se publican en revistas de alto impacto, no se ubican en la élite de las redes de
científicos, por así decirlo. Las revistas donde publicaron estos resultados tienen un
carácter más bien enciclopedista: acumulan la información genética de cualquier
organismo de cualquier procedencia. Publican sus investigaciones sobre organismos
locales, pero eso no les reporta un diferencial respecto a emplear un organismo modelo
estandarizado. Al contrario, los biólogos moleculares argentinos que se han insertado
con más éxito en las redes de científicos de mayor prestigio a nivel internacional, lo han
139
hecho investigando aspectos básicos de la genética en organismos modelo.121 Es que si
lo que se pretende es mostrar un fenómeno biológico general, el modelo sobre el que se
estudia tiene que pasar desapercibido, no debe suscitar dudas sobre los resultados,
cuanto más estandarizado esté, mejor.
Hay casos donde el material local sí ofrece una oportunidad de ocupar un lugar
relevante en las redes de mayor prestigio. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se
caracteriza una bacteria que vive en condiciones extremas (de temperatura, de
alcalinidad, etc.). Por lo general, hay un elemento extrapolable que presenta interés en
esas investigaciones, y no es ni la bacteria ni las condiciones en sí mismas: son las
enzimas que posee la bacteria las que presentan interés, en la medida que podrían
emplearse también en condiciones extremas. De modo que cuando un grupo de
investigación describe una bacteria que encontró en un glaciar o en la boca de un
volcán, sí puede estar negociando las características locales de esa bacteria en una red
de prestigio internacional, y seguramente publique en revistas de primer orden, pero lo
que está negociando a cambio de recursos y visibilidad es la posibilidad de usar las
enzimas de esa bacteria para diversos fines industriales. En cambio, el sólo hecho de
utilizar un organismo local como modelo de investigación no ofrece un valor adicional
para negociar posiciones en las redes científicas de mayor prestigio. Porque organismos
locales hay en todas las localidades del mundo. Para posicionarse en un lugar
privilegiado en las redes científicas en función del modelo de investigación, hay
básicamente dos caminos: o se aleja del modelo estandarizado mostrando cualidades de
interés muy fácilmente extrapolables en un organismo local, o bien se utiliza el modelo
estandarizado mostrando en él mecanismos biológicos novedosos.122
121
Tal es el caso, por ejemplo, de Alberto Kornblihtt, quien investiga los mecanismos de splicing del
ADN (es decir, las distintas formas en que se expresa un mismo gen) utilizando como modelo líneas
celulares humanas. Se ha convertido en uno de los científicos argentinos más reconocidos a nivel
mundial, al describir un nuevo modo de funcionamiento del ADN. Ese mecanismo general lo mostró
estudiando el gen de la fibronectina en células humanas. El tema de investigación lo comenzó en Oxford,
donde realizó su formación de postdoctorado, y luego continuó con el mismo tema de regreso en la
Argentina.
122
Esto permite cuestionar algunas aseveraciones sobre la investigación en biología molecular sobre el
Chagas. El hecho de que esos científicos hayan utilizado el Trypanosoma cruzi en sus investigaciones,
que hayan publicado artículos pero que no se haya producido ninguna solución a la enfermedad del
Chagas en función de ello, no significa que hayan aprovechado el exotismo de T. cruzi en las redes
científicas internacionales para posicionarse mejor allí. Incluso si en algún momento postularon la
necesidad de emplear T. cruzi como modelo de investigación al encontrar un fenómeno singular en dicho
parásito, claramente eso es una mera formulación retórica que no generó ningún consenso en las redes
internacionales.
140
Indudablemente, Hopp y Mentaberry pasaron a ser los referentes nacionales más
importantes en su área. Pero eso no se debe a las publicaciones que generaron, sino al
hecho de que iniciaron un campo a nivel local, formaron a las siguientes generaciones
de biotecnólogos, desarrollaron plantas transgénicas por primera vez en la región, se
vincularon con diversos actores, desde empresas hasta organismos de bioseguridad, y a
partir de allí se constituyeron en el punto de referencia de la investigación local en
transgénesis vegetal.
En definitiva, los pioneros en biotecnología vegetal en Argentina se alejaron,
durante sus primeros años, de los organismos modelo de investigación al utilizar la
papa, lo que implicó ensayos más largos y escasa capacidad de inserción en las redes
científicas de mayor prestigio. Pero no apuntaban a producir un conocimiento novedoso
sino a generar un producto con ciertas cualidades y utilidad local.
2.7.
Entre la voluntad de poder y las determinaciones socio-económicas
La capacidad de los científicos de reconstruir sus propias trayectorias, fijar su propia
agenda de investigación y orientarla de acuerdo a sus propios intereses, parece dar
cuenta de cierta “autonomía” en el trabajo científico.123 Esto fue efectivamente así, pero
sólo debido a circunstancias particulares. El trabajo científico, como parte del proceso
productivo, implica también un proceso de valorización, de modo que la transformación
de un insumo a través de la tecnología apunta a la obtención de un producto de mayor
valor.124 Así, en una sociedad capitalista, los procesos de trabajo deben funcionar como
proceso de valorización, lo que condiciona el desarrollo de las tecnologías en virtud de
dicho proceso (MacKenzie, 1984). ¿Cuál es el proceso de valorización en los orígenes
de la biotecnología vegetal en la Argentina? Salvo el kit de diagnóstico viral, no lo
hubo, pero no porque fuera una actividad que pudiera independizarse del proceso
productivo o porque no lo haya mostrado. No hubo un proceso de valorización en esos
momentos, pero sí lo hubo después, y eso llevó a un cambio en los propios procesos de
123
Según Castoriadis (1997), la autonomía consiste en la capacidad de darse su propia forma, en
contraposición a la clausura que establecen los distintos condicionamientos socio-históricos y que
restringen la posibilidad de cuestionar la validez de las instituciones y significaciones sociales.
124
En una sociedad capitalista, según Marx, el proceso productivo implica no sólo el proceso de trabajo,
en el cual la gente trabaja, usa instrumentos y transforma los materiales, sino también un proceso de
valorización, que apunta a obtener una mercancía cuyo valor cubra y rebase la suma de valores de las
mercancías invertidas (Marx, 1867: 138). MacKenzie (1984) retoma estas consideraciones al analizar los
desarrollos tecnológicos. En el mismo sentido, aquí me pregunto por los vínculos entre el trabajo
científico en el desarrollo de plantas transgénicas, y la producción de mercancías en el mercado de la
biotecnología.
141
trabajo científico vinculados. El trabajo científico puede gozar de una relativa
autonomía del proceso de valorización, es decir, puede desvincularse parcialmente de la
producción de mercancías, de modo tal que la investigación en un laboratorio puede
desarrollarse con mucha libertad, pero precisamente porque como resultado de esa libre
exploración se contribuye a la acumulación de conocimientos eventualmente útiles al
proceso productivo (Lefèvre, 2005). Los primeros años de la biotecnología vegetal en el
país gozaron de un gran margen de libertad respecto al proceso de valorización, lo que
les permitió a los científicos impregnar sus prácticas de investigación con su voluntad
de que tuvieran implicaciones sociales y económicas. No existía un proceso de
valorización porque aún no se habían terminado de definir las relaciones sociales que
permitían la explotación de la biotecnología vegetal. A nivel internacional recién
estaban comenzando las empresas a tratar de incorporar la biotecnología al proceso
productivo, lo que habría de demorar varios años, y en Argentina no había nada al
respecto. No había empresas, no había regulaciones estatales, no había otros científicos,
no había ningún otro actor involucrado en la biotecnología vegetal. La legitimación que
provenía desde el Estado –a través del Programa Nacional de Biotecnología– era difusa
y concebida fundamentalmente para el área de la salud. La biotecnología vegetal era un
campo virgen; o más bien, los pioneros le dieron forma a ese campo inicial. Eso les
permitió desarrollarse con relativa autonomía, pudiendo expresar su voluntad en sus
prácticas de investigación. Esa voluntad los llevó a pegar un salto en sus trayectorias, a
elegir un objeto de investigación que tuviera una utilidad local, a desechar los modelos
de investigación estandarizados a nivel internacional, a sacrificar publicaciones
científicas, a vincularse con productores de papa. Por cierto, también existieron
condicionamientos materiales: por un lado, escasos recursos para investigación, y
también, en definitiva, recibían su sueldo de agencias de promoción de la ciencia, por lo
que se esperaba que produjeran algunos artículos científicos.125 Pero eso no impidió que
pudieran desarrollar con cierta libertad su trabajo científico. Fue una autonomía
transitoria, que duró hasta que fueron emergiendo los condicionantes del proceso de
valorización, y entonces las prácticas de estos investigadores fueron perdiendo
125
Aún cuando resulta sólido sostener que el objetivo principal de estos investigadores era producir
papers, desde luego que no desdeñaban de la posibilidad de obtener algunas publicaciones, por menores
que fueran. No se trata de imputarles a los actores un interés puro, pues lo habitual es que tengan
conductas y motivaciones contradictorias. Pero no es a las meras acciones y motivaciones de los actores a
lo que me quiero circunscribir, sino a las posibilidades que ofrecía el campo de la transgénesis vegetal en
esta primera etapa en la Argentina.
142
márgenes de acción. Pero en esos breves años, que podría aproximar entre 1986 y 1991,
esa autonomía existió, por lo menos comparándola con otras dinámicas posteriores.
Analizar las distintas fases de un proceso de trabajo científico es crucial para
evitar interpretaciones ex post. Pues si uno se ubica en un escenario actual, sabiendo que
las papas transgénicas desarrolladas en la Argentina nunca fueron comercializadas, que
nunca pudieron ser utilizadas por los usuarios a los que se pretendía llegar, uno corre el
riesgo de imputarle el final de la historia a la voluntad inicial de los actores, y así
argumentar que en realidad no querían biotecnologías localmente novedosas para
beneficiar a los campesinos sino simplemente producir papers, o que su vocación social
era un mera retórica para justificar su inserción en un campo científico novedoso.126 Al
respecto, cabe señalar que los aspectos considerados aquí contradicen ese tipo de
interpretaciones: las publicaciones que consiguieron estos investigadores fueron en
revistas de menor prestigio que en las que publicaban antes de involucrarse con la
biotecnología; no abordaron modelos ni temas de investigación que tuvieran
originalidad a nivel internacional, sino que optaron por aquéllos que presentaban una
utilidad local, etc.
La objeción más importante que me suscitan estos abordajes no se circunscribe,
sin embargo, a una cuestión empírica. El problema principal es que se reduce el proceso
de trabajo científico a una supuesta estrategia de los actores, todo desarrollo científico
se explicaría meramente por la interacción entre los actores involucrados.127 La ausencia
de un producto científico tal como era concebido en los comienzos de la investigación
se adjudica así a la mala fe o poca disposición de los científicos: si no se produjeron
plantas transgénicas, o vacunas, o lo que fuere, se debería a que no era el verdadero
objetivo de los científicos. Este razonamiento, que le imputa el devenir de la ciencia al
individuo investigador, tiene dos inconvenientes. Por un lado, oculta los
126
En esta línea de argumentación, Vaccarezza y Zabala (2002: 63-64) sugieren que la elección del tema
de investigación de estos científicos estuvo dada por una estrategia de incursión en un medio científico
novedoso, donde el discurso de utilidad social queda inscripto sólo como justificación ideológica. Señalan
que la elección del producto a desarrollar no habría tenido claros criterios de utilidad extra-científica, sino
que habría estado signada por un gesto burocrático: el aval del INTA. Sobre esta cuestión, cabe destacar
que la elección del cultivo no respondió a un simple aval burocrático, sino que los expertos con los que
contaba el INTA Balcarce efectivamente tenían un vasto conocimiento de las problemáticas
agropecuarias locales. Aún más, la elección de las variedades del cultivo –Spunta y Huinkul– responde a
la búsqueda por trabajar sobre las variedades que tienen más difusión y calidad, respectivamente. Por el
contrario, las plantas normalmente empleadas como modelo de la investigación puramente científica son
otras: tabaco y Arabidopsis thaliana.
127
Sobre las visiones interaccionistas, que limitan las explicaciones a la conducta y acciones de los
actores, sin interrogarse por los condicionamientos de la estructura social, ver en esta tesis las críticas de
Bourdieu (nota 27 de la Introducción) y Lefèvre (página 61 de la Introducción).
143
condicionamientos que emergen en el propio trabajo científico y que son los que van
restringiendo las dinámicas de investigación y la utilización de sus resultados.128 Por
otro lado, aún cuando suele partir de una crítica social comprometida, tiene el efecto
inverso: convierte al científico en un potencial superhéroe, pues supone que, de haber
aplicado una estrategia sincera y correcta, podría haber transformado la realidad social
por sí solo.
Las papas transgénicas de los laboratorios públicos de Argentina nunca llegaron
a los agricultores. Sin embargo, cultivos desarrollados por poderosas empresas
biotecnológicas pudieron ser comercializados en la Argentina en relativamente poco
tiempo (ver Anexo I). Eso no significa que la papa haya sido utilizada por los
investigadores para canalizar otros objetivos, sino que fueron emergiendo restricciones
socio-económicas posteriores que resignificaron los esfuerzos de investigación del
sector público en transgénesis vegetal.
En los casos estudiados aquí, la estrategia de los científicos tuvo un rol
importante debido a la autonomía que presentaron los primeros años del campo de la
biotecnología vegetal, y sólo en esos primeros años. En ese marco, la trayectoria de los
pioneros en biotecnología vegetal en la Argentina contradice el modelo habitual en
países periféricos que se ha caracterizado como de “integración subordinada” (Kreimer,
1998). En esa dinámica, un investigador termina su formación en un laboratorio de gran
prestigio a nivel internacional, y luego regresa a su país iniciando un grupo de
investigación cuyo tema será una pequeña porción del que trabaja el laboratorio central.
Esto le permite al grupo periférico vincularse con las redes de mayor prestigio y
publicar juntos en revistas de alto impacto, pero la elección de las líneas de
investigación, la perspectiva global del problema conceptual y hasta sus potenciales
utilidades dependen fuertemente de los centros de referencia, localizados en países
centrales. En cambio, en los casos que describo en este capítulo no ocurre nada de eso,
sino que incluso estos científicos producen una ruptura en relación a los temas de
investigación abordados durante su etapa de formación (con una conciencia bastante
acabada sobre lo que la integración subordinada implica; ver al respecto la primera cita
de este capítulo). La voluntad de estos científicos de construir una forma de
investigación acorde a su ideología pudo desplegarse en proyectos que no eran ni
128
Como mostraré en el capítulo siguiente, para el caso que estudio estos condicionamientos aluden al
interés de las empresas en producir ciertos cultivos y no otros, a las barreras que imponen los sistemas de
bioseguridad, etc.
144
dependientes ni integrados, en un marco de relativa autonomía. Pero la autonomía varía
según la fase del desarrollo social. Sólo cuando la valorización del trabajo científico es
incierta e incipiente –es decir, en el caso en cuestión, cuando aún no estaba del todo
claro quiénes ni cómo podían explotar comercialmente a las plantas transgénicas– la
autonomía tiene mayor relevancia; luego permanece sólo como ilusión.
¿No eran acaso ingenuos estos científicos, no se adjudicaban una falsa
conciencia de sus posibilidades al pretender desarrollar papas transgénicas para
regalárselas luego a los campesinos? En el contexto de los primeros años de la
biotecnología vegetal en el país, no existía un marco regulatorio que determinara los
ensayos que debía cumplir el producto ni que impusiera una barrera económica por el
alto costo de esos ensayos, no existían actores dominantes que impusieron la lógica de
sus intereses, no había otros científicos que compitieran en el mismo campo, y no
existía una controversia acerca del uso de los transgénicos que hubiera cuestionado su
liberación y donación a los campesinos. Es decir, en ese contexto, desarrollar papas
resistentes a virus para que las usen los campesinos era un proyecto factible. No lo sería
años después, pero sí en ese momento.
Había cierta autonomía en los inicios de la biotecnología vegetal en la Argentina
en la medida que los científicos pioneros tenían amplia libertad para diseñar el sentido
que para ellos tenía la transgénesis vegetal. Poco tiempo después, comenzarían a aflorar
una serie de condicionamientos sociales que restringían el campo de lo posible en
biotecnología vegetal. Mostrar esa relativa autonomía es útil no sólo a efectos de
analizar los procesos del trabajo científico, sino también para evidenciar las
potencialidades de ese trabajo científico clausuradas por una serie de procesos sociales.
Seguramente, al comenzar sus investigaciones en papa transgénica en la Argentina, los
científicos no tuvieron en cuenta las dificultades posteriores que vendrían para poder
transformar ese desarrollo en un producto útil en la agricultura. Pero, nuevamente, eso
sería una imputación ex post, porque en ese entonces –mediados de la década de 1980–
en la Argentina aún no habían aflorado esas “dificultades”, es decir, no había grandes
razones por las cuales esas papas no pudieran emplearse efectivamente.
Lo interesante es que en esos momentos de relativa libertad, en los que parecía
posible desarrollar papas transgénicas para ser empleadas por los agricultores pobres,
los científicos aspiraron a un tipo de desarrollo que no volvería a formar parte de la
agenda de investigación en el campo. De hecho, las papas transgénicas que circulan
comercialmente fueron producidas por actores y con fines muy distintos a los que aquí
145
mostré. Monsanto fabricó una papa resistente a insectos que desde 1995 comercializó en
Estados Unidos y Canadá, destinada al mercado de comidas rápidas y papas fritas
congeladas, aunque las sacó de circulación pocos años después, cuando dichos usuarios
decidieron dejar de comprar la papa transgénica de Monsanto debido a presiones de
organizaciones ambientalistas. Por otro lado, BASF está realizando los últimos ensayos
a campo de una papa transgénica que se prevé salga al mercado a comienzos de la
década de 2010: se trata de una papa con alto contenido de amilopectina, para ser
empleada en la industria del papel. Ninguna de esas papas transgénicas se parece a la
que desarrollaron los institutos de investigación pública de la Argentina hacia 1990, la
papa resistente a virus que esperaban regalar a los agricultores pobres. La razón por la
que esa papa nunca llegó a destino es que fueron emergiendo una serie de
condicionamientos sociales que cambiaron el contexto de producción y uso de cultivos
transgénicos. Esos condicionamientos son complejos y variados, y a ellos se refieren los
capítulos sobre regulaciones, sobre empresas de biotecnología y sobre las controversias
respecto al uso de los transgénicos. Estos condicionamientos operan, a su vez, sobre la
propia dinámica del trabajo científico. Los investigadores se adaptaron a los márgenes
que el nuevo contexto social les impuso respecto a lo que pueden hacer en transgénesis
vegetal, cómo y con quién hacerlo. Cada una de las variables que estructuran la
dinámica del trabajo científico descriptas aquí habrán de cambiar drásticamente en ese
nuevo contexto: las trayectorias de los investigadores, los temas de investigación, los
modelos de investigación, los posibles usuarios de la biotecnología con los que se
vinculan, todo habrá de cambiar. Se estructura así una dinámica de trabajo científico
completamente distinta. Pero esa es otra historia. Es la historia del capítulo que sigue.
146
Capítulo 3
Estabilización y adaptación en un campo de conocimiento. Segunda
etapa de la biotecnología vegetal en la Argentina (1991-2010)
Luego de una primera etapa en la que la biotecnología vegetal comenzó como un campo
con escasas restricciones, donde los investigadores redefinían sus carreras en función de
un proyecto con el que aspiraban a resolver problemas sociales desde la transgénesis
vegetal, llegaría un período de mayor estabilidad. En esta etapa (mucho más extensa que
la primera), aparecen mayores restricciones en la producción y uso de conocimientos en
biotecnología de plantas. Mientras que la primera etapa comprende un período que he
situado entre 1986 y 1991, esta segunda etapa se extiende desde entonces hasta la
actualidad. Aquí, los roles de los actores sociales involucrados en este campo se definen
de un modo más preciso y acotado. Por todo esto, me refiero a esta etapa como a la
aparición de un campo estabilizado. Esto se debe a la consolidación de los actores
dominantes (las grandes empresas biotecnológicas, como describo en el Capítulo 4), la
construcción de un sistema de regulación de la bioseguridad (ver Capítulo 5), entre
otros aspectos.
En este capítulo describo la dinámica de la investigación en biotecnología
vegetal en el sector público durante este período. Mostraré los elementos presentes en
las prácticas de los investigadores que contribuyeron a la consolidación de un modo
distinto de producir y utilizar conocimientos en este campo, tales como las
configuraciones institucionales de los espacios de investigación y los efectos de la
competencia entre científicos. Pero los elementos que han contribuido decisivamente a
la configuración de esta segunda etapa de la biotecnología vegetal, son elementos
externos a las prácticas de laboratorio y sobre las que me explayo en los siguientes
capítulos (empresas de biotecnología, sistema regulatorio, controversias públicas). En el
presente capítulo mostraré sobre todo la adaptación de las prácticas de investigación a
este campo estabilizado. Analizaré cómo se redefinieron los conflictos entre las
disciplinas vinculadas a la transgénesis vegetal, de qué modo continuaron investigando
y qué cambios acontecieron en esas investigaciones. Discutiré, asimismo, las posibles
implicancias de estos cambios en un campo de conocimiento, respecto a las
conceptualizaciones en torno a los regímenes de conocimiento. Estos cambios son
147
significativos, pues, en cierto sentido, algunas de las posibilidades que ofrecía la
biotecnología vegetal en sus orígenes se han visto restringidas con el correr de los años.
Si bien en esta segunda etapa se despliegan numerosos grupos de investigación
en transgénesis vegetal, yo centraré mi análisis en el grupo de Esteban Hopp y en el de
Alejandro Mentaberry, por ser los referentes en el área, y porque en sus actividades se
reflejan las dinámicas de esta etapa. No obstante, también incluiré a algunos otros
grupos que han cobrado relevancia en este período, a fin de mostrar la diversidad de
actores que emergen y, al mismo tiempo, la similitud entre algunas de sus actividades.
Empezaré mostrando las características contextuales de este período, incluyendo
las de los espacios institucionales de investigación. Luego, analizaré el modo en que se
presentaron y resolvieron los conflictos principales entre las disciplinas afectadas por la
transgénesis vegetal. Estudiaré diversos proyectos de investigación vinculados a la
transgénesis que se han desplegado en este período. También incluiré un caso muy
singular, en el que la desconfianza hacia el uso de los transgénicos (que se generalizó en
este período, al menos en controversias que han tenido lugar, sobre todo, en Europa) fue
utilizada por un centro público de investigación en Argentina para producir,
paradójicamente, más cultivos transgénicos, a través del Laboratorio de Detección de
OGMs. Asimismo, analizaré el modo en que los científicos orientaron sus agendas de
investigación hacia los intereses de las empresas biotecnológicas, y también hacia las
posibilidades de obtener espacios de reconocimiento académico a través de la
producción de conocimiento original en temas relacionados con la transgénesis.
Finalmente, lo analizado hasta aquí me permitirá discutir el concepto de “regímenes de
conocimiento”, en la medida que mi análisis muestra, más bien, la existencia de etapas
en el proceso de producción del trabajo científico.
3.1.
Nuevos contextos para la biotecnología
La segunda etapa de la biotecnología vegetal en la Argentina comienza con un contexto
político caracterizado por una fuerte retracción del Estado, que se evidencia también en
cuestiones de política científica, en el marco del período neoliberal que arraigó en la
década de 1990. El período que abarca desde 1991 hasta 2001, comprende una
continuación de las políticas de liberalización económica que se habían manifestado
desde el golpe militar de 1976 (Arza et al., 2008). Se profundizó así un proceso de
desindustrialización y desmantelamiento del sector público (Thwaites Rey, 1999;
148
Azpiazu et al., 2001), disminuyendo también la participación de los programas
científicos en el presupuesto global (Oszlak, 2003).
Una coyuntura distinta comienza desde el 2002, destacándose una mayor
presencia de la iniciativa pública en política científica y tecnológica desde el gobierno
de Kirchner (Arza et al., 2008). Esta mayor presencia se evidencia en un aumento claro
del financiamiento de las actividades de investigación en instituciones públicas.129 No
obstante, en este capítulo mostraré que la dinámica de producción de conocimientos en
biotecnología vegetal, una vez estabilizada, se ha mantenido sin mayores cambios.
En cuanto a las políticas de promoción de la biotecnología, ésta ha pasado a
ocupar, desde el 2005, un lugar central en los planes oficiales. Sin embargo, se trata, en
general, de políticas muy amplias (la biotecnología, como tal, supone un abanico de
posibilidades extremadamente variado), no orientadas a obtener un producto en
particular. En ese sentido, en lo que se refiere al desarrollo de plantas transgénicas, el
sector público ha incrementado sus capacidades dentro de los laboratorios, pero en las
etapas de producción y regulación que siguen, la ausencia del Estado continúa vigente,
de modo tal que los investigadores generan vínculos con empresas para buscar una
salida a sus plantas transgénicas.
Respecto al financiamiento que provenía del exterior, también se han evidenciado
cambios, aunque en un sentido distinto. Los laboratorios que estudié tenían diversos
proyectos en colaboración con Francia, Alemania y España. Eran proyectos en los que
la parte argentina tenía una notoria incidencia, no sólo en la participación en lo que
refiere al trabajo, sino también en la formulación de la agenda de investigación. Sin
embargo, en los últimos años esto se ha modificado. La Unión Europea –a través de sus
Programas Marco– propició una política de grandes redes, que implica la articulación de
unos 15 laboratorios para poder obtener financiamiento. En esas grandes redes, la
capacidad de incidencia de uno o dos laboratorios argentinos se vuelve débil. De modo
que ya no participan en la decisión de la agenda de investigación de esas redes, sino que
sólo contribuyen con una sección del trabajo conjunto.
129
Mientras que en 2002 el gasto en actividades de ciencia y tecnología fue de 453 millones de dólares,
en 2008 estuvo alrededor de los 2.000 millones de dólares. Expresado en términos más relativos, en 2002
el gasto en ciencia y tecnología en la Argentina representaba el 0,44% de su PBI, mientras que en 2008
alcanzó el 0,6% del PBI. También aumentó la proporción de investigadores, pues si en 2002 había 2,78
investigadores por cada 1000 integrantes de la población económicamente activa, en 2008 esa cifra llegó
a 3,95. Los datos están extraídos de la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología
(RICYT).
149
Ese cambio es probablemente común a distintas disciplinas.130 Pero hay un
aspecto adicional en el caso de la biotecnología vegetal. En Europa se fueron
sucediendo distintas medidas que restringen el uso de los cultivos transgénicos (ver
Capítulo 7). Ello implicó una disminución en la inversión que Europa hizo para el
desarrollo de la biotecnología vegetal. En los proyectos de investigación financiados por
la Unión Europea, existe una “prohibición virtual” para realizar transgénesis vegetal –
debido a la posición contraria que mayoritariamente mostraron los países europeos
respecto a los cultivos genéticamente modificados–, de modo que los laboratorios
argentinos participan en esas redes con temas de investigación vinculados al
funcionamiento y caracterización de los genes, por ejemplo, pero no con el objetivo de
producir plantas transgénicas (Entrevista a Hopp, 2009).
De modo que la inversión pública en ciencia en general (y en biotecnología en
particular) siguió un rumbo distinto en la Argentina que en Europa. En cuanto a las
políticas dirigidas al sector biotecnológico conviene mencionar algunos los planes
gubernamentales que ha habido en la materia, aún cuando no definen, en sí mismos, la
situación en la que habrá de desenvolverse la biotecnología vegetal. El primero, como
señalé en el capítulo anterior, fue el Programa Nacional de Biotecnología, que se creó
en 1982 y en con el que se aspiraba a crear de un único instituto que concentrara las
principales líneas de investigación en el área. Poco después, con el gobierno
democrático, se reformularon estos objetivos, optándose por la estrategia de desarrollar
una red de laboratorios (Hurtado, 2010). En 1992 se creó el Programa Nacional
Prioritario de Biotecnología, que buscaba promover proyectos de investigación
concertados con el sector privado (MINCYT, 2010). En 2007 se promulgó una ley de
promoción de la biotecnología moderna, que concedió beneficios –de tipo fiscal– para
la investigación y producción en biotecnología (Ley 26.270). Hasta ahí, la biotecnología
ocupó un lugar central en la retórica de la política científica –junto a otras nuevas
tecnologías, como la nanotecnología–, pero de un modo inespecífico.131 Con un enfoque
130
En las últimas décadas se estaría registrando un cambio de escala en las formas de hacer ciencia, de
modo que las unidades de investigación están conformadas por grandes redes de cientos de
investigadores, y de ello dan cuenta los lineamientos que establece para financiar las actividades
científicas la Unión Europea, a través del Programa Marco (Kreimer, 2007)
131
La definición empleada en estos documentos respecto a la biotecnología es muy amplia. La
mencionada ley, por ejemplo, entiende por “Biotecnología Moderna” a: “toda aplicación tecnológica que,
basada en conocimientos racionales y principios científicos provenientes de la biología, la bioquímica, la
microbiología, la bioinformática, la biología molecular y la ingeniería genética, utiliza organismos vivos
150
más acotado aparece el “Plan Estratégico 2005-2015 para el desarrollo de la
Biotecnología Agropecuaria”, con la intención de promover la biotecnología en dicho
sector. Nuevamente, se trata de un programa amplio, que busca impulsar la
convergencia de esfuerzos público y privados en el desarrollo de la agrobiotecnología.
Es posible, en este sentido, que estos planes supongan una suerte de réplica más o
menos automática de una agenda internacional, particularmente europea, en la medida
que hace varios años que allí se impuso la necesidad de desarrollar tres nuevas grandes
áreas del conocimiento: biotecnología, nanotecnología y tecnologías de la
comunicación. Sin embargo, aún dentro de esta similitud, cabe destacar una diferencia.
Desde mediados de la década de 1990, la Unión Europea ha impuesto severas
restricciones a los cultivos transgénicos (ver Capítulo 7). Algunos países, en particular,
han continuado con una política de restricción de los OGMs. En ese sentido, los planes
de promoción de la biotecnología de la Unión Europea evitan promocionar directamente
el desarrollo de cultivos transgénicos, y en cambio, cuando se refieren a los mismos,
mencionan las acciones de reglamentación y evaluación de los mismos.132 El Plan para
la Biotecnología Agropecuaria argentino, en cambio, promueve explícitamente el
desarrollo de los cultivos genéticamente modificados, estableciendo así una clara
diferencia con las políticas europeas. De todos modos, he de insistir en que estos planes,
al menos en la Argentina, no determinan el modo concreto en que se habrá de
desarrollar la biotecnología, sino que establecen un marco, en todo caso, de legitimación
general de ciertas ramas del conocimiento desde el Estado.
Habiendo mencionado así los instrumentos normativos que han surgido en torno
a la biotecnología, a continuación analizo cómo fueron cambiando los espacios
principales de investigación en biotecnología vegetal, a fin de poner en evidencia cómo
operaron en concreto las coyunturas político-económicas.
o partes derivadas de los mismos para la obtención de bienes y servicios, o para la mejora sustancial de
procesos productivos y/o productos, entendiéndose por ‘sustancial’ que conlleve contenido de innovación
susceptible de aplicación industrial, impacto económico y social, disminución de costos, aumento de la
productividad, u otros efectos que sean considerados pertinentes por, la Autoridad de Aplicación”. Esta
amplitud incluye, por supuesto, a quienes desarrollen plantas transgénicas, pero también a quienes
desarrollan alimentos, medicamentos o materiales, recurriendo o no a la transgénesis. Esto no es un
problema en sí mismo, simplemente pretendo señalar la ausencia de una promoción específica de la
transgénesis vegetal.
132
Ver, por ejemplo: Ciencias de la vida y biotecnología - Una estrategia para Europa, Comunicación de
la Comisión al Consejo, al Parlamento Europeo, al Comité Económico y Social y al Comité de las
Regiones, 2002.
151
3.1.1. Espacios para la investigación
En los primeros años de la investigación en biotecnología vegetal, ésta se concentraba
en el INTA y el INGEBI. Con el tiempo, fueron surgiendo grupos de investigación en
otras instituciones, como mostraré más adelante. Aquí me detendré en particular en el
Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), para reflejar cómo operaron los
cambios generales en política científica durante este período, en un espacio fundamental
para la investigación agropecuaria.
En efecto, el INTA es la institución que concentra la mayor parte de la
investigación en temas agropecuarios en la Argentina, y fue uno de los espacios
principales donde se desarrolló la transgénesis vegetal. Se trata, como mencioné en el
capítulo anterior, de un centro público que se ha caracterizado por realizar tanto
investigación como extensión agropecuaria, con gran presencia territorial. Esta
estructura institucional fue la que evitó, en buena medida, su privatización durante la
década del ’90, acaso el período más incierto para el INTA. Durante esa década cambió
el modo de financiamiento de la institución, disminuyendo notablemente sus recursos,
lo que llevó a destinar la casi totalidad de los mismos hacia el pago de sueldos. El
mismo decreto-ley que establece la creación del INTA en 1956, fija el modo en que se
rige su financiamiento, al determinar que el INTA recibirá el 1.5 % del gravamen que se
impone a las exportaciones de productos agropecuarios. La lógica que yacía detrás de
este modo de financiamiento es que el INTA debía lograr un aumento de la
productividad agrícola, lo cual redundaría en un incremento en las ganancias de las
exportaciones del sector, y por ende un porcentaje de esas exportaciones debía volver al
INTA para continuar el ciclo. La autarquía con que es dotada la institución le permite
manejar libremente sus ingresos y darle otras ventajas, como la importación de equipos
libre de derechos. Sin embargo, este mecanismo de financiamiento habría de sufrir
serias modificaciones. Durante la última dictadura militar, un decreto-ley del año 1980
le quitó al INTA su financiamiento vía exportaciones, y pasó a depender de los aportes
que le otorgara el Tesoro Nacional (INTA, 2000). Restablecida la democracia, una
nueva legislación de 1984 le restituye al INTA su autarquía administrativa y financiera,
devolviéndole el gravamen del 1.5 % de las exportaciones (Ley 23.058). A fines de
1992, un decreto disminuye su fuente de financiamiento del 1.5% al 1%. Luego, en
1994, pasa a depender nuevamente del Tesoro Nacional. Durante esos años el INTA
atravesó una situación de ahogo financiero, donde el escaso presupuesto que recibía era
destinado casi en su totalidad al pago de salarios, con lo que prácticamente no quedaban
152
fondos para financiar la investigación.133 El mecanismo de financiamiento de la
institución cobró un nuevo giro en 2002. Luego de la crisis político-económica que
sacudiera al país en 2001, se abrió una nueva etapa para el INTA, marcada por una
significativa afluencia de recursos: de menos de 100 millones de pesos pasaría a tener
más de 1.000 millones de pesos.134 Pero junto con el monto total que recibe el INTA,
también cambió el mecanismo por el cual se financia. Una nueva ley del 2002 modificó
la adscripción original de su financiamiento, de modo que ya no dependería de las
exportaciones, sino de un porcentaje (alrededor del 0.5%) de las importaciones (Ley
25.641). Con este mismo mecanismo se financia el Instituto Nacional de Tecnología
Industrial (INTI), aunque éste recibe un porcentaje sustancialmente menor: el 0.05%.135
Este cambio de dependencia del financiamiento del INTA en principio resulta
paradójico, pues la lógica de que se financie a partir de las exportaciones del sector
agropecuario se explicaba porque es una función de la institución el aumentar la
productividad del sector. Sin embargo, este cambio en el mecanismo de financiamiento
no es azaroso, sino que responde a un conflicto de intereses propio del sector
agropecuario argentino y que se refleja en el INTA.
La estructura de gobierno en el INTA a nivel nacional (que se reproduce a nivel
de sus Centros Regionales) es de carácter mixto: hay 5 representantes del sector público
(de universidades nacionales y del Poder Ejecutivo Nacional) y 5 representantes del
sector privado (la Sociedad Rural Argentina, las Confederaciones Rurales Argentinas, la
Confederación Intercooperativa Agropecuaria Coop. Ltd., la Asociación Argentina de
Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola y la Federación Agraria
Argentina). La resistencia a que el INTA se financie con las exportaciones
agropecuarias venía de parte de organizaciones de productores que consideraban que
133
Su presupuesto por entonces era de alrededor de 100 millones pesos, de los cuales aproximadamente el
95% se destinaba a cubrir los sueldos del personal del INTA y mantener mínimamente la infraestructura.
No quedaba dinero para financiar investigaciones, ni para abrir nuevos cargos (Entrevista a Pensel, 2009).
134
En palabras de Carlos Casamiquela, presidente del INTA: “Desde 2003 a esta parte, el presupuesto
aumentó un 660%. Estoy hablando de masas globales: de unos cien millones de pesos en 2002 a mil
millones, en números redondos, en 2009/10” (INTA, 2010).
135
Ver Ley 26.422. El INTI también sufrió un ahogo financiero durante la década del ’90. Sin embargo,
su estrategia de adaptación a las circunstancias fue muy distinta a la del INTA. Éste mantuvo su perfil de
investigación y extensión, congelando su personal y actividades y desviando fondos de otros rubros; por
ejemplo, reduciendo los incentivos para la realización de convenios de vinculación tecnológica
(Moscardi, 2007). El INTI, en cambio, se orientó hacia un financiamiento mixto: mientras que sus
autoridades son nombradas por el Poder Ejecutivo Nacional, sólo una parte de sus recursos financieros
provienen del Estado, el resto se origina en el cobro de los servicios que presta a las empresas. Así, el
INTI está abocado en gran medida a prestar servicios a terceros, mientras que el INTA se dedica
fundamentalmente a la investigación y extensión.
153
este aporte le restaba competitividad, y que en definitiva el Estado podía financiar al
INTA sacando dinero de otro sector.136
Bajo el paradigma neoliberal de la década de 1990 –uno de cuyos ejes era que el
gobierno debía retirarse de la provisión de servicios allí donde pudiera hacerlo el sector
privado– a nivel global ocurrió que muchos de los centros de investigación sobre temas
agrícolas se desprendieron de sus sectores de extensión, pasando a constituirse como un
servicio privado (Zezza, 2002; Ardila, 2010; Pomareda y Hartwich, 2006). En tal
escenario se disponía a entrar el INTA, del que se consideraba que “resultaba ineficiente
tanto para transferir tecnología a los sectores productivos como para asociarse con el
sector privado en aquellas actividades en que éste era más competitivo”, y “en la
perspectiva de representantes del gobierno en el Consejo Directivo, de funcionarios del
Ministerio de Economía y de la Subsecretaría de Agricultura y de algunos consultores
vinculados organismos internacionales, era necesario privatizar el INTA, para lograr
mayor autonomía, celeridad y flexibilidad” (Calandra, 2007). Además, desde sectores
empresarios argumentaban que la institución se “estaba focalizando solamente en la
agricultura familiar, que el aporte que hace al desarrollo tecnológico no era suficiente,
que se fue orientando más hacia el desarrollo de programas sociales, agricultura
familiar…” (Entrevista a Cetrángolo, 2009). No obstante, el proyecto privatizador
encontró fuertes resistencias dentro del INTA. Los actores regionales se habrían opuesto
con vehemencia, puesto que “los modelos privados tenían la dificultad de que no podían
contener a los consejos regionales, con lo cual eliminaban una instancia de participación
y control que otorgaba beneficios a representantes regionales y directores de centro”
(Calandra, 2007). Esto sugiere que la propia presencia territorial del INTA, reforzada
por la descentralización operada en la década del ’80, habría sido uno de los factores
decisivos en el mantenimiento del perfil público de la institución. De este modo,
continuaría siendo un espacio de referencia para la investigación pública en
biotecnología vegetal durante los años siguientes.
136
Este conflicto se evidenció también en los ’90, momento en que la Federación Agraria (sector que
tradicionalmente representaba a los productores medianos) habría sido la única organización de
productores en argumentar a favor del financiamiento vía exportaciones agropecuarias: “El INTA tuvo
tradicionalmente un financiamiento dado por las exportaciones agropecuarias. Cavallo le saca esto, y ahí
la Federación Agraria fue la única entidad agropecuaria que salió a decir ‘nosotros queremos seguir
pagando esto, porque creemos que esto es una buena inversión’. Cavallo tenía la teoría de decir que había
que sacar todo aquello que le quitara competitividad a la exportación.” (Entrevista a Vueguen, 2009).
154
3.2.
Las semillas y los genes: conflictos y equilibrios entre la agronomía y la
genética
En lo que se refiere a los espacios disciplinares, el inicio de la biotecnología vegetal
desplegó en una primera etapa una gran inestabilidad entre las disciplinas, por cuanto se
sentían amenazadas por la expansión de las técnicas de la biología molecular. En una
primera etapa, entonces, los espacios propios de la biotecnología vegetal eran difusos y
se solapaba con otras áreas de la investigación vegetal, lo que generaba muchas
tensiones. De modo que allí donde comenzó la biotecnología vegetal, hubo una primera
etapa marcada por conflictos entre disciplinas.137 Esto no ocurrió tanto en el INGEBI, la
otra institución donde comenzaron las investigaciones en biotecnología vegetal, por
cuanto era un instituto reciente dedicado a la biología molecular, y no había allí otros
grupos trabajando en temas vegetales. Pero sí fueron notorios los conflictos en el INTA.
En 1987 se creó el Programa de Biotecnología del INTA, dando lugar a un
proceso de consultas entre los referentes de la institución, donde se observa un
despliegue de dudas en relación a los espacios disciplinares que ocuparía la
biotecnología. Uno de ellos, por ejemplo, señala que dicho Programa se superpone con
las áreas temáticas de Recursos Genéticos y de Producción Animal, observando que
“una misma área temática se encuentra abarcada simultáneamente en tres nuevos
Programas Nacionales” (INTA, 1987a). Otro advierte que “surge una evidente
confusión entre el contenido de los programas de Biotecnología, de Producción Vegetal
y la mayoría de los programas por producto” (INTA, 1987b). Lo que estaba en
discusión era el espacio que ocuparía la biotecnología y, por ende, el espacio que les
quedaría a las otras disciplinas afectadas. Si la biotecnología podía desplegar un
enfoque molecular y basado en técnicas de ingeniería genética sobre todo el ámbito de
la investigación agropecuaria, ¿qué sería de las otras disciplinas del sector que habían
mantenido su espacio de trabajo durante largos años? Eran disputas por un espacio
sobre todo cognitivo (los temas y técnicas de investigación en plantas), pero también
por el espacio de los recursos materiales.
137
Un conflicto de este tipo se dio también al intentar introducir los marcadores moleculares en la
industria del vino. Si bien los marcadores moleculares no implican el uso de la transgénesis, constituyen
otro desarrollo de la biología molecular. A mediados de la década de 1990, la empresa Bio Sidus había
avanzado en un proyecto para caracterizar las variedades de vid mediante marcadores moleculares, para
lo cual había generado un convenio con un instituto de vitivinicultura. Sin embargo, los ampelógrafos
temían ser desplazados mediante estas técnicas, y presionaron hasta frenar el proyecto (Entrevista a
Rudoy, 2010). La ampelografía es la disciplina que se ocupa de caracterizar a las variedades de vid
morfológicamente, es decir, mediante su aspecto.
155
Algo similar ocurrió en las relaciones con el Centro Internacional de la Papa.
Como mencioné en el capítulo anterior, se trata de un centro –con sede en Perú– de
referencia en el estudio de la papa, dominado por ingenieros agrónomos que realizaban
mejoramientos convencionales en los cultivos (recién a mediados de la década de 1990
el CIP comenzó a incursionar en la biotecnología138). Según Mentaberry, cuando los
científicos del INGEBI les comentaron a los investigadores del CIP que habían obtenido
una planta de papa transgénica gracias a una hoja de papa con virus PVX que había sido
donada originalmente por el CIP, éstos se sintieron sorprendidos y ofendidos, pues por
entonces en el CIP no veían con buenos ojos la modificación genética de la papa
(Entrevista a Mentaberry, 2009).
¿Por qué se producían estos conflictos y recelos? La transgénesis constituía una
amenaza indudable para el mejoramiento convencional (tarea que concierne a los
fitomejoradores), por varios motivos. En primer lugar, los métodos tradicionales son
mucho más lentos, pudiendo demorarse hasta 15 años en obtener una nueva variedad;
mientras que la transgénesis –al manipular directamente el rasgo de interés– disminuye
considerablemente los tiempos (Miranda, 1999). La especificidad, también, es una
cualidad que distingue a la biotecnología: se insertan sólo los genes de interés; en
cambio, con el cruzamiento convencional se selecciona en base a los caracteres de
interés pero arrastrando un gran conjunto de genes. Finalmente, la transgénesis expande
ilimitadamente la posibilidad de obtener plantas con nuevos rasgos, pues cualquier gen
puede –en principio– ser introducido en el genoma de la planta, mientras que el
mejoramiento convencional trabaja sólo con la variabilidad dentro de una misma
especie (o generando mutaciones mediante agentes físicos o químicos, lo que lleva a
que el gen finalmente seleccionado esté acompañado de muchos otros genes, deseados o
no) (Muñoz de Malajovich, 2006). Es decir, la manipulación genética permitía obtener
nuevas variedades vegetales traspasando las fronteras entre especies, algo que el
mejoramiento convencional no podía lograr. Con estas diferencias, la biotecnología
138
Hacia 1997, el 15% del personal del Centro Internacional de la Papa trabajaba en proyectos de
biotecnología (CIP, 1998). Aún cuando paulatinamente el CIP fue incorporando las herramientas
biotecnológicas, siguió siendo considerado como un centro de estudio y mejoramiento convencional de la
papa, incluso cuando también desarrolló papas transgénicas. De hecho, cuando la controversia sobre el
uso de los transgénicos se había expandido, el CIP salió a decir públicamente que sus papas transgénicas
eran “para desarrollar la capacidad científica de trabajo con esta nueva biotecnología” pero que no serían
sembradas (Anderson, 2007).
156
parecía tener armas suficientes para desplazar la forma convencional en la que se venía
manejando la producción de variedades de plantas.
Las labores de fitomejoramiento son normalmente desarrolladas por ingenieros
agrónomos en invernaderos y campos. La transgénesis vegetal, en cambio, es utilizada
por biólogos moleculares o biotecnólogos en laboratorios. El objetivo puede ser común:
obtener nuevas variedades de plantas. Pero esto evidencia que con el cambio cognitivo
cambian las disciplinas y cambian los espacios de intervención. La resistencia a la
biotecnología vegetal la encabezaban precisamente los ingenieros agrónomos, que
querían resguardar su dominio del mejoramiento vegetal. El arribo de la biotecnología
habría de trastocar este orden. El mundo de las semillas se trasladaría al de los genes. El
campo y el invernadero como espacios privilegiados para la actividad, serían
desplazados por el laboratorio. Los ingenieros agrónomos como dueños del
conocimiento en mejoramiento vegetal, serían relegados por biólogos moleculares. La
guerra era inminente.
La primera batalla la ganaron los ingenieros agrónomos. Su táctica fue esperar a
que el adversario se sintiera cómodo y se acercara imprudente al campo enemigo. Allí,
en su propio terreno, los ingenieros agrónomos asestaron un duro golpe. Hacia 1990 los
laboratorios del INTA y del INGEBI habían obtenido las primeras plantas transgénicas:
la papa resistente a virus. Luego generaron varias líneas distintas (es decir, plantas de
papa que portaban el mismo transgén, pero insertado en lugares distintos del genoma), a
fin de probar la que mejores resultados brindaba. Hasta entonces las actividades de
investigación en transgénesis vegetal habían tenido como lugar preponderante el
laboratorio. Pero en esta etapa necesitaron salir al campo para probar las plantas. Ése era
el terreno de los ingenieros agrónomos. Los pioneros en biotecnología vegetal
generaron algunos cientos de líneas de papa transgénicas resistente a virus, y las
llevaron al INTA Balcarce. Allí debían realizarse los ensayos a campo.139 Los biólogos
moleculares mostraron así su flanco débil: si querían fabricar una planta transgénica que
se insertara en la agricultura, necesitaban de los ingenieros agrónomos para los ensayos
a campo. Esta era la cuota de poder que les quedaba a los ingenieros agrónomos en la
139
Ninguno de los lugares donde se construyeron las papas transgénicas (ni el Instituto de Biología
Molecular del INTA ni el INGEBI) disponían de campos donde realizar estos ensayos. En Balcarce
fueron recibidos fríamente por un referente de la institución de muy larga trayectoria en mejoramiento
convencional de plantas: “Este hombre era muy conservador en ciencia. Recuerdo que fui hasta Balcarce,
le dije (…) que le traía las papas transgénicas, que yo quería darle una salida a eso. Este hombre me
recibió en un pasillo –después de hacerme los 400 km hasta Balcarce–, y me dijo que él no creía en la
biotecnología. Me fui con la cabeza baja.” (Entrevista a Mentaberry, 2010)
157
disputa por la manipulación de las plantas, y la hicieron valer. No se anduvieron con
sutilezas, y les pasaron por arriba a las papas transgénicas. En medio de tanta metáfora
bélica, conviene explicarle al lector que lo de “pasarles por arriba” no se trata de una
exageración retórica. Literalmente, las plantas transgénicas fueron masacradas por un
tractor. Se adujo un descuido a modo de explicación de lo sucedido; en las guerras entre
profesiones hay momentos para el desenfreno en el campo de batalla y momentos para
resguardar las formas de cortesía. Pero el mensaje había llegado con claridad. La
biotecnología tiene poderosas herramientas para transformar a las plantas en los
laboratorios, pero no puede ignorar a los ingenieros agrónomos, pues tarde o temprano
las plantas deberán llegar a los campos. Los pioneros en biotecnología vegetal en la
Argentina vieron con desasosiego cómo sus esfuerzos en construir cientos de plantas
transgénicas habían sido destruidos bajo el peso del tractor de los agrónomos. Los
emperadores del laboratorio eran mendigos en los campos.
Llegaría el tiempo del armisticio. Los agrónomos habrían de aceptar que un
nuevo actor había llegado con herramientas tan poderosas para transformar las plantas
que no se lo podía ignorar. Los biotecnólogos, por su parte, debían reconocer que era
necesario contar con los agrónomos como aliados, pues ellos aún gobernaban el mundo
de las plantas fuera del laboratorio. Esto no es otra cosa que una división del trabajo.
Los biólogos moleculares utilizando la biotecnología para modificar la estructura
genética de las plantas en el laboratorio, los agrónomos seleccionando las mejores
plantas genéticamente modificadas en los ensayos a campo. Al establecerse con claridad
los roles, cesaron las tensiones y comenzó la cooperación.
Aún si cada disciplina delimitó su campo de acción, la biología molecular se
consolidó como una disciplina dominante, por cuanto se impuso en muchas áreas de
trabajo en plantas y modificó su estructura.140 Esto se evidencia en los espacios
institucionales que en el INTA estaban gobernados por ingenieros agrónomos. El hecho
de que la biotecnología de plantas se haya desarrollado inicialmente en el Instituto de
Virología del INTA y no en el de Genética, responde en parte a los vínculos previos que
había entre la biología molecular y la virología, como explico en el capítulo 2. Pero
también se debe al peso que tenía el mejoramiento convencional de plantas en otros
espacios del INTA, como el Instituto de Genética. El fitomejoramiento es precisamente
la obtención de variedades de plantas con cualidades deseables, a través del cruzamiento
140
Por cierto, la expansión de la biología molecular, tanto a nivel internacional como a nivel local, ocurrió
no sólo en el área de plantas, sino en las ciencias biológicas en general (Kreimer, 2010).
158
convencional de plantas, a lo que luego se le fueron incorporando técnicas como la
generación de mutantes por radiación, con el fin también de encontrar nuevas
variedades de interés.141 En 1945 se crea el Instituto de Fitotecnia, como dependencia
del Ministerio de Agricultura, en el mismo lugar en el que años más tarde se crearía el
Centro Nacional de Investigaciones Agropecuarias del INTA, en Castelar. Luego, el
Instituto de Fitotecnia pasaría a llamarse Instituto de Genética. Era un espacio dominado
por los ingenieros agrónomos, pero con el tiempo, la biología molecular habría de
cambiar su estructura.142 Así lo ilustra el director del Instituto:
“En el principio, cuando yo entré [1977], éramos todos ingenieros agrónomos; ahora la mayoría
son biólogos moleculares, o biotecnólogos, o biólogos… Ahora hay muchas más actividades de
laboratorio que de campo… Los biólogos moleculares hasta el invernáculo van, pero ya hasta el
campo, no… El agrónomo se adaptó más al laboratorio que el biotecnólogo al campo.”
(Entrevista a Salerno, 2009)
Esta última frase ilustra la hegemonía de la biología molecular. El mejoramiento vegetal
pasó a depender de la manipulación genética, a través de la transgénesis o del uso de
marcadores moleculares. Sobre los ingenieros agrónomos recae luego la responsabilidad
de los ensayos a campo y de cruzar las plantas transgénicas de laboratorio con las
variedades comercialmente atractivas, de modo tal de incorporar el transgén en las
variedades de élite. Al afianzarse la división del trabajo, se entró en una etapa de mayor
armonía entre las profesiones, ya no tenían que temer por su propia existencia o probar
su utilidad; cada una se fue ajustando a su nuevo rol y comenzaron a cooperar entre sí.
3.3.
Proyectos con cultivos transgénicos
Si el primer período de la investigación en biotecnología vegetal en el país estuvo
centrado en el proyecto de la papa resistente a virus, con la intención de que esa papa
transgénica llegara directamente a los agricultores, durante esta nueva etapa se modificó
el propio proyecto de la papa (en cuanto a su destino, su forma de llegar al mercado, e
141
El prefijo “fito” deriva del griego “phyton”, que significa “vegetal”.
142
En 2010, el Instituto de Genética del INTA contaba con 30 ingenieros agrónomos, siendo la primera
minoría en cuanto al perfil de las carreras de los miembros del instituto. Pero los biotecnólogos,
genetistas, biólogos, bioquímicos y químicos sumaban 34. En el Instituto de Virología, donde, como he
dicho anteriormente, comenzó a consolidarse la biología molecular en el INTA, no contaban en 2010 con
ningún agrónomo, aunque había 18 veterinarios. En cambio, los biotecnólogos, biólogos, químicos y
bioquímicos sumaban 38. Datos extraídos del Departamento de Recursos Humanos del Centro de
Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas del INTA.
159
incluso en cuanto a sus características técnicas), así como también se desplegaron
proyectos que giraron en torno a otros cultivos transgénicos, como soja, maíz y girasol.
3.3.1. Con los virus de la papa
Aunque no se trata de un cultivo transgénico, el kit de diagnóstico de virus de papa
comenzó en la primera etapa de acercamiento a la biotecnología, cuando los
investigadores del INTA y del INGEBI estaban caracterizando a los virus de la papa,
hacia 1988. Fue una empresa la que se interesó en desarrollar el kit.
Almidar era una empresa que se dedicó en un principio a la comercialización de
químicos para la industria textil y del vidrio, y poco después amplió su mercado hacia
los químicos agropecuarios. Básicamente, Almidar se dedicaba a importar productos
químicos de una empresa israelí. En 1984 incorporó a su oferta vacunas avícolas y otros
productos terapéuticos agropecuarios. La principal fuente de ingresos de la empresa, sin
embargo, era la comercialización de productos químicos de firmas extranjeras (Correa,
1994). En 1988, la empresa abrió un departamento de biotecnología, denominado BioAlmidar, a cuyo frente puso al Dr. Moisés Burachik (FAB-IICA, 1993).143 El objetivo
era encontrar proyectos de interés para el incipiente mercado agropecuario de la
empresa. Burachik decide invertir en un kit de diagnóstico para virus de papas, en base a
los estudios genéticos de los virus que había hecho el grupo de Mentaberry en el
INGEBI y el de Hopp en el INTA. Se establece así un convenio que va desde 1988
hasta 1991. La empresa puso a una investigadora a desarrollar el kit en los laboratorios
del INGEBI y del INTA, a quienes se les pagó por la asistencia técnica (Entrevista a
Haim, 2010). Este kit sí habría de llegar al mercado, pero no en la Argentina. Dado su
estrecho vínculo y dependencia comercial con Israel, la empresa decidió abrir allí una
firma biotecnológica, Agrilab. Mandaron a su investigadora a entrenar al equipo de
Agrilab, y pronto generaron una patente para Europa.144 Almidar habría roto luego sus
vínculos con la empresa proveedora de Israel, lo que derivó en la venta de todos sus
activos, incluyendo Agrilab, y cerró Bio-Almidar. La patente del kit se realizó por el
proceso de detección de las secuencias genéticas de los virus de plantas, no por la
143
Burachik es doctor en Ciencias Químicas por la Universidad de Buenos Aires y postdoctorado en
Rockefeller University y New York Blood Center. En los años posteriores a la experiencia en BioAlmidar, Burachik jugaría un rol principal en la formulación de los marcos regulatorios de la
biotecnología agropecuaria en la Argentina (ver Capítulo 5).
144
European Patent 0 444 649 A2, a nombre de Agrilab, y como inventores figuran Moisés Burachik y
Liliana Haim.
160
naturaleza específica de esas secuencias. Es decir, lo que interesó a la hora de patentar
el desarrollo no fue la propia especificidad del virus, sino el procedimiento por el cual
se detectaba la presencia del virus. De hecho, las secuencias virales descriptas en
Argentina correspondían a variedades de virus latinoamericanos; una vez que el kit
demostró su funcionalidad, la empresa simplemente reemplazó las sondas de ADN por
las variedades de interés del lugar donde lo comercializó. El kit de diagnóstico se
comercializó en Europa. Los laboratorios argentinos sólo vieron como retribución los
honorarios por asesoramiento mientras duró el convenio.
3.3.2. ¿Qué fue de la papa?
Una vez obtenidas las papas transgénicas con resistencia a virus en los laboratorios del
INTA y del INGEBI, siguió una etapa de poner a prueba la tecnología en ensayos a
campo. La primera dificultad que enfrentaron entonces fue el rechazo que le
manifestaron los ingenieros agrónomos, y los ensayos a campo fueron boicoteados,
como mencioné anteriormente. Este celo entre las disciplinas fue superado, y las papas
pudieron ser probadas en ensayos a campo. Sin embargo, nuevos problemas habrían de
surgir.
Los usuarios que los científicos pretendían para su papa (los agricultores pobres)
no eran un actor poderoso ni visible. En cambio, había otros actores, con más poder de
lobby, a quienes esta papa les resultaba un inconveniente. Al salir del laboratorio, la
papa transgénica empezó a parecer una amenaza más próxima para estos actores, que
salieron a defender sus intereses. Se trata de las empresas que producen papa-semilla.
Como expliqué en el capítulo anterior, la papa transgénica resistente a virus suponía un
beneficio para el agricultor –si le era distribuida gratuitamente– porque lo liberaba de su
dependencia respecto a los productores de papa-semilla. Hasta ese momento, para poder
sembrar una papa que no contuviera virus había que comprarla a los productores de
papa-semilla, quienes sometían al tubérculo a un tratamiento que lo liberaba de virus. Si
la papa transgénica estaba en manos de los agricultores, no tenían necesidad de recurrir
a los productores de papa-semilla, por cuanto podían utilizar sus propios tubérculos para
sembrar nuevamente, a sabiendas de que no corrían riesgos de virosis, porque la papa
transgénica tenía incorporado en su genoma la resistencia a los virus. Esto iba a ser una
notable ventaja para los agricultores, pero no era una idea agradable para las empresas
productoras de papa-semilla el perder su negocio. También, indirectamente, la papa
transgénica afectaría a los laboratorios que hacían diagnóstico de virus, por cuanto los
161
agricultores no iban a tener necesidad de acudir a ellos. Estos actores comenzaron a
presionar para que la papa transgénica no llegara a los agricultores. Quienes debieron
evaluar los proyectos para expandir la experimentación a campo con las papas
transgénicas (economistas y colegas de la propia institución), consideraron que no era
beneficioso el perjudicar a un sector industrial como el de los productores de papasemilla. El propio equilibrio interno entre los intereses del INTA se ponía en cuestión.
Si la institución debía favorecer el desarrollo de los distintos actores vinculados a la
producción agropecuaria, este proyecto claramente beneficiaba a algunos pero
perjudicaba a otros. En consecuencia, proyectos de experimentación con la papa
transgénica a mayor escala no fueran financiados.
Esto limitaba la propia capacidad del INTA para llevar adelante los ensayos a
campo y demás requerimientos para que las papas transgénicas pudieran utilizarse en la
agricultura. Sobre todo si se tiene en cuenta que desde 1991 se constituyó, en la
Argentina, un organismo dedicado a la regulación de la biotecnología agropecuaria, la
CONABIA. Se fueron implementando requisitos específicos que implican la realización
de ensayos para verificar efectos ambientales y sobre la salud, muchos de los cuales
resultaban sumamente costosos y debían realizarse fuera del país, lo cual excedía las
capacidades financieras de un instituto público de investigación. Así las cosas, los
investigadores de los centros públicos comenzaron una etapa de convenio con empresas,
para que éstas se hicieran cargo de los costos de estos ensayos.
Hacia 1994, los investigadores del INTA y del INGEBI hicieron un convenio
con una pequeña empresa local productora de papa, para que se ocupe de los ensayos a
campo. Sin embargo, al poco tiempo estalló una crisis financiera en México
(denominada “el tequilazo”) que repercutió también en el país, provocando serias
dificultades en esta pequeña empresa, lo que culminó con el financiamiento del
proyecto (Rossini, 2004). A partir de entonces, los convenios que hicieron los
investigadores para tratar de que las papas transgénicas se utilizaran en la agricultura,
fueron con empresas de mayor capital.
Los contactos con Bio Sidus comenzaron alrededor de 1997. Se trata de una
empresa nacional de biotecnología, pero orientada sobre todo al área de salud. De
hecho, la empresa-madre, Sidus, es una farmacéutica. La incursión de la empresa en la
biotecnología vegetal es más tardía que en otras áreas, y recién al contactar al INTA y al
INGEBI empieza a abordar los cultivos transgénicos. Si bien en un comienzo la
empresa se acercó a ambos grupos de investigación, al poco tiempo se quedaría sólo con
162
la papa del INGEBI. Esto se debió, en parte, a que Bio Sidus se relacionó con tres
productores de papa de Córdoba para comenzar a realizar los ensayos a campo, y
observó que estos tres productores sólo utilizaban la variedad Spunta, por lo que la
empresa decidió desistir de utilizar la variedad del INTA, la Huinkul. Aquí se separan
los caminos de las primeras papas transgénicas. La del INGEBI seguirá vinculada a Bio
Sidus (ver Capítulo 4 y Anexo I), mientras que la del INTA permanecerá por un tiempo
sin encontrar aliados, hasta que luego retomó el intento con otro productor de papa.
Los ensayos a campo con las papas transgénicas y los demás requisitos exigidos
por la regulación estatal para los cultivos transgénicos fueron quedando en manos de las
empresas con las que los laboratorios generaron sucesivos convenios. Éstos, por su
parte, se fueron desligando del asunto. Sostienen que ellos ya cumplieron con su parte –
los desarrollos dentro del laboratorio– y que el resto es responsabilidad de otros actores.
Esta posición es constante durante este período de estabilización de la biotecnología
vegetal, pero no fue siempre así. Apenas tuvieron sus primeras plantas de papa
transgénica, buscaron que los siguientes desarrollos se realizaran dentro de los propios
organismos públicos de investigación, llevaron las plantas al INTA Balcarce, y se
involucraron con las incipientes instituciones estatales de regulación de la
biotecnología. Es decir, en los comienzos de la biotecnología vegetal en el país, se
mostraban muy activos e inmersos en lo que ocurría con sus plantas transgénicas una
vez que salían del laboratorio. La posición que asumieron luego refleja tanto las
dificultades para que un desarrollo de un laboratorio público llegue al mercado, como la
adaptación de esos laboratorios a las restricciones del campo de la biotecnología
vegetal. Durante la década de 1990, fueron creciendo las exigencias en materia de
regulación (más cantidad de costosos ensayos para desechar potenciales impactos sobre
la salud y el ambiente), y los laboratorios públicos y empresas pequeñas fueron
perdiendo capacidad para absorber por sí mismos los ensayos con plantas transgénicas.
A su vez, al adaptarse a esas restricciones que presentaba el campo de la biotecnología
ya estabilizado, los laboratorios públicos se fueron concentrando, en parte, en
investigaciones que reportaran alguna novedad en términos cognitivos, pero donde su
posible utilización ya no resultaba tan clara. Así, si los ensayos a campo de las empresas
con las que habían generado convenios se demoraban indefinidamente, desde la
perspectiva de estos investigadores era un problema de las empresas, no suyo.
En los organismos públicos de investigación se hicieron algunos experimentos
más con papa. Se trató de incorporarle resistencias a otro tipo de patógenos. A mediados
163
de la década de 1990, en el INGEBI comenzaron a desarrollar una “superpapa”, vale
decir, una papa resistente a virus, bacterias, insectos y hongos (Lorenzano, 1995). Hacia
2002, Goyaike S.A. firmó un convenio con el laboratorio para introducir resistencias
genéticas a bacterias y hongos en plantas de papa. Goyaike es una empresa agropecuaria
de Pérez Companc. La empresa trabajaba fundamentalmente en la reproducción de
ganado bovino, pero también comenzaba a incursionar en la agricultura y en ese marco
firmó el convenio con el INGEBI. Era la época en la que el país atravesaba una
profunda crisis económica, y los laboratorios no abundaban en recursos financieros.
Goyaike le habría dado unos 75 mil dólares al laboratorio para el proyecto con la papa
(Entrevista a Mentaberry, 2010). Al cabo de un tiempo, en el INGEBI obtuvieron las
papas con múltiples resistencias, pero la empresa decidió desistir del proyecto y no
avanzó con los ensayos a campo.145
3.3.3. Cambiando de cultivos
La papa no fue el único cultivo sobre el que se volcaron los esfuerzos en transgénesis
vegetal, sino que éstos se desplazaron hacia otro tipo de cultivos, evidenciando así otro
cambio significativo.
3.3.3.1. Soja transgénica
En 2002, una empresa que recién se había creado a partir de unos productores
agropecuarios argentinos, Bioceres, entabló un convenio con el laboratorio del INGEBI.
A la empresa le interesaban los desarrollos que había generado el laboratorio, pero no
quería saber nada con la papa, sino que deseaba obtener soja transgénica. Quería que el
INGEBI hiciera lo que había logrado en papa, pero en soja. El laboratorio puso manos a
la obra, pero después de un tiempo, la empresa desistió. Esta vez, el obstáculo principal
fue la falta de experiencia en el cultivo.
“Yo creo que ahí subestimé un poco el tema. De hecho, hicimos algo así como 17 construcciones
genéticas con Bioceres sobre esto, de distintos péptidos, proteínas antimicrobianas (…) pero no
podíamos transformar la soja. Eso fue un cuello de botella.” (Entrevista a Mentaberry, 2009)
145
Al parecer, a la empresa se le había reclamado desde el gobierno la falta de inversión en innovación, y
ésa habría sido la razón principal por la cual decidió armar un convenio con el INGEBI (Entrevista a
Mentaberry, 2010).
164
Según el director del laboratorio, la soja era mucho más difícil de transformar que la
papa, en la medida que la eficiencia de transformación de la soja resultaba sumamente
baja (por debajo del 1%).146 Tampoco disponían de invernaderos ni de diversidad en
cuanto a variedades de soja. Los intentos por realizar la transformación genética de la
soja fracasaban, y la empresa se cansó de esperar.
Aún cuando se trata de un intento fallido, revela un cambio importante en el
abordaje que se hacía de la transgénesis vegetal desde la investigación pública. La soja
representaba un cultivo muy atractivo en términos comerciales, al contrario de la papa,
cuyo interés radicaba en el beneficio que podía otorgarle a los agricultores humildes.
Como los intentos de los laboratorios públicos por completar ellos mismos el ciclo de
producción de un cultivo transgénico se veía cada vez más difícil, fueron ampliando sus
vínculos con empresas privadas, lo que modificó así los cultivos sobre los que se realizó
la transgénesis.
3.3.3.2. Maíz resistente al Mal de Río Cuarto
En el INTA, también el grupo de Esteban Hopp decidió dejar la papa y pasar a un
cultivo que tuviera más interés comercial: el maíz. Era un cultivo que podía presentar un
atractivo para las empresas, y que así podría llegar al mercado, y dentro de esta planta
eligieron trabajar sobre un tema que no había sido abordado por las empresas
multinacionales de biotecnología. El grupo de Hopp se puso a trabajar para desarrollar
un maíz transgénico resistente al Mal de Río Cuarto.
El Mal de Río Cuarto es la principal enfermedad del maíz en la Argentina
(Nyvall, 1999). Se reportó por primera vez a fines de la década de 1960, y es producido
por un virus cuya área de influencia se circunscribe básicamente a la región central de la
Argentina (Signoret, 2010).147 Las plantas de maíz atacadas por el virus se deforman,
resultan más pequeñas, e incluso las mazorcas presentan un tamaño reducido y con
escasos granos (Laguna y Giménez Pecci, 2004).
En este caso, la lógica de investigación resulta bastante similar a lo realizado en
papa, con la diferencia de que ya no se pretendía generar un cultivo transgénico para
146
Esto quiere decir que de cada 100 explantos de soja a los que se sometía a la transformación genética,
a lo sumo 1 terminaría incorporando efectivamente al transgén. Esa “eficiencia de transformación” varía
en las distintas especies vegetales (además, por supuesto, de las técnicas y metodologías de
transformación empleadas).
147
Si bien es un virus propio de la Argentina, pertenece a una familia de virus, los fijivirus, que producen
lo que se conoce como “enanismo rugoso del maíz”. Hay fijivirus emparentados en Europa y en China
(Louie, 2004; CIMMYT, 2004).
165
regalarlo a los agricultores pobres, sino que se esperaba tentar a productores
agropecuarios argentinos de cierto peso.
El grupo de investigación de Esteban Hopp comenzó realizando la
caracterización molecular del virus a mediados de la década de 1990. Luego debían
llevar a cabo la transformación genética del maíz, insertándole un fragmento del virus
para conferirle así resistencia a la planta, tal como habían hecho con papa. Pero al maíz
no lo podían transformar con Agrobacterium, se necesitaba por ende acceder a otro tipo
de tecnologías de transformación genética: la biobalística. Convocaron a empresas
semilleras que podían estar interesadas en participar del proyecto, para financiar así las
etapas posteriores del mismo. La idea era que la empresa que ofreciera las mejores
condiciones para continuar con el proyecto sería la beneficiada. Pero surgieron
objeciones a esto dentro del INTA. En el Consejo Directivo de la institución participan
representantes de las distintas asociaciones de productores agropecuarios, y éstos
habrían manifestado que, de quedar una empresa vinculada al proyecto, se le estaría
dando a ésta una ventaja competitiva por sobre el resto, al poder utilizar un maíz con
beneficios evidentes. En particular, las empresas semilleras pequeñas se sentían más
perjudicadas, porque no podían ofrecer las mismas condiciones que las más grandes. La
solución que encontró la institución fue armar un conglomerado de firmas, bajo la figura
legal de “Unión Transitoria de Empresas” (UTE), donde participaron 20 semilleras, vale
decir, todas las que trabajaban con maíz. De esta forma, el INTA pretendía evitar
conflictos y que todas las empresas del sector pudieran beneficiarse. La UTE se
conformó, pero el proyecto se estancó. Después de cuatro años de deliberaciones, se
disolvió (Entrevista a Lewi, 2009). Algunas empresas ya tenían sus propios desarrollos
para combatir al Mal de Río Cuarto (por mejoramiento convencional) y pretendían
explotar la ventaja que eso les daría frente a empresas que no tenían ningún desarrollo,
de modo que aspiraban a frustrar el proyecto del maíz transgénico:
“El objetivo de esa UTE fue que no saliera el proyecto, que no se hiciera. Las empresas chicas se
iban a ver desfavorecidas porque iban a tener que pagar algún tipo de royalties a las grandes, y
algunas de las grandes tenían genes de tolerancia al Mal de Rio Cuarto por genética
convencional. Eso lo supe porque una de las personas que estuvo en la UTE me dijo que su
misión era destruir el proyecto. Apostaban por esos genes convencionales, porque eso les daba
una ventaja de mercado. Todo eso sirvió para retrasar el proyecto. No podíamos buscar
asociarnos con ninguna otra empresa, y no recibimos plata.” (Entrevista a Hopp, 2010)
166
De modo que la UTE se disolvió. Pero en 2003, Bioceres, la misma empresa que
mencioné para el proyecto de la soja, se asoció al proyecto del INTA. Una investigadora
del grupo de Hopp se fue a la Universidad de Campinas, en Brasil, para aprender la
transformación genética por biobalística. El grupo de Brasil había construido su propio
cañón génico, lo que evitaba que tuvieran que pagar costosos derechos por el uso de la
tecnología. Una vez transformado el maíz, Bioceres se encargó de realizar, durante unos
tres años, los ensayos a campo. Al cabo de un tiempo, sin embargo, la empresa
disminuyó su interés en dicho proyecto. Consideraron que las dificultades que
presentaba el sistema regulatorio difícilmente podían zanjarse: en la medida que el
sistema de regulación en la Argentina evalúa los impactos en los mercados comerciales,
y el maíz se exporta a varios países, un maíz transgénico exclusivo de la Argentina no
iba a ser aceptado en otros países, y entonces no lo iba a aprobar el sistema regulatorio
argentino. En Bioceres afirman que las dificultades que hay para desregular el cultivo
frenaron el proyecto (Entrevista a Trucco, 2009).148 En cambio, por mejoramiento
convencional se había llegado a obtener algún tipo de resistencia al Mal de Río Cuarto,
quizás no tan contundente como con la planta transgénica, pero que resultaba mucho
más accesible en términos financieros que desregular un producto biotecnológico
(Entrevista a Trucco, 2009). Como mostraré en el Capítulo 5, el sistema de regulación
de los cultivos transgénicos supone una barrera de entrada muy alta para los desarrollos
nacionales.
3.3.3.3. Transgénesis y herbicidas
Un proyecto que se diferenciaría aún más de los que caracterizaron la primera etapa de
la biotecnología local, es el que llevó a cabo el INTA al intentar desarrollar girasol
resistente a herbicidas.
Dekalb es una empresa semillera transnacional, cuyo fuerte radica sobre todo en
el mercado del maíz. Se instaló en la Argentina en 1959, y algunos años más tarde
comenzó a incidir también en el mejoramiento local de trigo y girasol (Casas, 2006). En
1997, firmó un convenio con el Instituto de Biotecnología del INTA, con el fin de
obtener plantas transgénicas de girasol y alfalfa con tolerancia a glifosato e insectos
148
Por “desregulación” se entiende todo el proceso necesario para cumplir con las exigencias de las
agencias de regulación que evalúan las solicitudes de aprobación de OGMs.
167
(Heinz et al., 2002). El glifosato es un herbicida de amplio espectro desarrollado por
Monsanto.149
Las empresas transnacionales se interesaron desde un principio en utilizar la
transgénesis para asociarla al uso de agroquímicos, y así vender un paquete tecnológico
que incluye tanto la semilla como el herbicida. En una primera etapa, los organismos
públicos de investigación en biotecnología vegetal buscaron un perfil distinto, como
evidencia la papa resistente a virus, donde uno de los objetivos era independizar al
agricultor de las empresas semilleras, y no al revés:
“Una de las filosofías por las cuales era interesante la ingeniería genética es que (…) vos te
independizás de los agroquímicos. Por ejemplo, si hacés una planta Bt, que se defiende sola de
los insectos, no tenés que estar aplicando un insecticida químico porque la planta produce su
propio insecticida. Con los herbicidas la filosofía es distinta: no es que la planta produce un
herbicida que mata la maleza, sino que lo que tenés es una tolerancia a un herbicida, y después
tenés que usar el agroquímico. Entonces, en ese momento no me simpatizaba mucho.”
(Entrevista a Hopp, 2010)
Un punto claro en la adaptación de los laboratorios públicos de investigación a la
dinámica de este segundo período de la biotecnología vegetal, radica precisamente en la
pérdida de iniciativa propia y la aceptación de las agendas impuestas por las empresas
transnacionales de biotecnología. Desde luego, la justificación que se dan los propios
científicos responde a otro tipo de argumentos. Por ejemplo:
“Cambió mi filosofía cuando, charlando con un chino, me dijo que en China consideran
inhumano desmalezar a mano. Por eso les interesa la resistencia a herbicidas: porque prefieren
aplicar un herbicida químico para mejorar el nivel de vida de sus agricultores.” (Entrevista a
Hopp, 2010)
Más allá de los argumentos que se den para justificar sus investigaciones, es el cambio
en el tipo de prácticas de investigación lo que me interesa mostrar. Si antes estos
mismos investigadores buscaban producir un cultivo popular para independizar a los
agricultores de las empresas semilleras, ahora aceptan los proyectos de interés de éstas,
que implican un cambio en los cultivos y los tipos de transgénicos: de la papa con
resistencia a virus, a la soja y el girasol con tolerancia a herbicidas.
149
La trayectoria de Monsanto se explica en el capítulo siguiente, mientras que el análisis de una
controversia sobre el uso del glifosato se presenta en el Capítulo 7.
168
De todos modos, este proyecto tampoco llegó muy lejos. En mayo de 1998,
Monsanto compró Dekalb, como parte de su estrategia de crecimiento, y absorbió los
distintos eslabones de la cadena productiva de semillas. Eso marcó el fin del convenio
con el INTA, pues Monsanto tenía sus propios medios para realizar la transformación
genética de plantas.
En 2000 comenzó otro convenio para obtener girasol transgénico, esta vez entre el
Instituto de Biotecnología del INTA y la empresa Novartis. En 2003, sin embargo, la
publicación de un artículo científico habría de paralizar, al menos por un tiempo, los
desarrollos en girasol transgénico. El artículo mostró que el gen cry1Ac150 en girasol, se
transfería por medio del polen a una especie emparentada, otorgándole un aumento en
su fecundidad (Snow et al., 2003). Aún cuando esa situación no parecía poder darse en
la Argentina, el artículo tuvo repercusión en los organismos de bioseguridad (Fonseca et
al., 2004). En 2003, Novartis daría por finalizado el convenio con el INTA.
3.4.
En los márgenes de la transgénesis
Los laboratorios públicos que habían sido pioneros en la transgénesis vegetal en la
Argentina, en esta nueva etapa también abrieron líneas de investigación que se
vinculaban a las técnicas empleadas por la biotecnología, pero sin ser estrictamente
transgénesis. Esto se debió, también, a una forma de adaptación a los intereses de las
empresas del sector.
3.4.1. Marcadores moleculares
Uno de los usos más difundidos de la biología molecular de plantas es la identificación
y selección de variedades a través de marcadores moleculares. Se trata básicamente de
pequeñas secuencias de ácido nucleico “marcadas” de alguna manera (mediante su
unión a una molécula radioquímica, enzimática, etc.). El marcador debe tener una
secuencia característica de algo: por ejemplo, ser una secuencia propia de una
determinada variedad, o ser una secuencia propia de un gen de interés. El marcador
molecular se pone luego en contacto con el ADN de la planta, y se verifica si hay unión
entre ambos, pudiendo así constatar si se trata de la variedad de interés, o si tiene los
150
Las proteínas Cry son tóxicas para insectos, y provienen de la bacteria Bacillus thuringiensis. Es por
eso que a los cultivos transgénicos que tienen algún gen de la familia Cry, diseñados con el fin de evitar
que los insectos devoren los cultivos, se los denomina “Bt”, como el maíz Bt.
169
genes de interés, etc. Los marcadores moleculares, en rigor, no tienen que ver con la
transgénesis, pues no se está introduciendo un gen propio de otra especie en una planta.
Sin embargo, la transgénesis puede estar acompañada del uso de marcadores
moleculares, ya que una vez realizada la transformación genética los marcadores
moleculares permiten constatar rápidamente si la planta contiene el transgén, y sobre
todo es útil cuando se quiere trasladar el transgén hacia una variedad de élite.
De cualquier modo, el vínculo que me interesa señalar entre la transgénesis y los
marcadores moleculares no es tanto dentro de la cadena de producción de plantas
transgénicas, sino como prácticas diferenciadas pero realizadas por los mismos
científicos. Pues es un hecho que quienes han realizado investigaciones para obtener
plantas transgénicas, luego ofrezcan como servicio la utilización de marcadores
moleculares. Estos marcadores moleculares son luego empleados por empresas
semilleras para realizar mejoramiento convencional.
Esto comenzó a ocurrir en el Instituto de Biotecnología del INTA a partir de
1997.
Los marcadores moleculares son útiles especialmente para las empresas
semilleras, pues les permite ahorrar mucho tiempo en la selección de variedades.151 Pero
para poder obtener los marcadores moleculares, se necesita conocer las secuencias
genéticas de interés. Esto abrió espacio para una nueva división del trabajo en biología
molecular de plantas: los laboratorios de investigación se encargan de caracterizar las
secuencias de las plantas de interés y de generar los marcadores moleculares, que luego
serán empleados por las empresas semilleras.
El girasol es un cultivo importante en la Argentina (por los productos derivados
que se exportan), siendo habitualmente el primer exportador mundial de aceite y harina
de girasol (ASAGIR, 2010). En 1997, entonces, se firmó un convenio entre el Instituto
de Biotecnología del INTA y ocho empresas semilleras, las cuales aportaron el
financiamiento para que los investigadores desarrollen los marcadores moleculares
(Larreche, 1997).152
151
Hay un tipo de marcador molecular que sirve particularmente para identificar variedades, que se
denomina “microsatélites”. Son secuencias simples (de apenas dos, tres o cuatro nucleótidos) que se
repiten con frecuencia en el genoma. Se emplean también en medicina forense, en las llamadas “pruebas
de ADN”. Su uso permite detectar diferencias entre individuos genéticamente relacionados, de ahí su
interés para distinguir entre variedades de una misma especie vegetal (Heinz et al., 2002).
152
Las empresas semilleras involucradas en este convenio eran tanto nacionales como transnacionales:
Buck, Cargill, Dekalb, Mycoyen, Nidera, Novartis, Sursem y Zeneca. El presidente del INTA señaló que
con este proyecto se disminuirían los tiempos para obtener semillas de alto rendimiento: “de los 10 o 12
170
Con esto se ponen en evidencia dos fenómenos convergentes en la biotecnología
vegetal. El primero es la utilización, por parte de las empresas semilleras, de los
esfuerzos de investigación del sector público. Los propios científicos y autoridades de
los organismos públicos de investigación, justifican esto como un proceso de beneficio
general, en la medida que permite aumentar la productividad del sector agropecuario y
así la capacidad comercial del país; y también como un beneficio particular, por cuanto
se logra que el sector privado financie al menos parte de la investigación pública. Más
allá de estos discursos, quiero insistir en el cambio acaecido en las dinámicas de
investigación: en una primera etapa (primeros años de la biotecnología vegetal en el
país), los institutos públicos de investigación pretendían obtener por sí mismos
productos biotecnológicos para volcar a la agricultura favoreciendo a los pequeños
agricultores; en una segunda etapa (a partir de la década de 1990), los institutos públicos
de investigación en biotecnología vegetal se dedican a orientar sus investigaciones en
función de aquello que interesa a las empresas semilleras. Los marcadores moleculares
acentúan aún más esta lógica: si a las empresas semilleras no les interesa la transgénesis
(por ejemplo, porque la llevan a cabo en sus propios laboratorios radicados en otros
países), entonces los institutos públicos de investigación orientan la biotecnología
vegetal hacia otros aspectos, como los marcadores moleculares.
Desde ya, el uso de los marcadores moleculares no se volvió una práctica
exclusiva dentro del laboratorio. Es decir, los mismos científicos siguieron
paralelamente con sus proyectos en transgénesis vegetal. Pero esta nueva práctica
constituye un cambio significativo. Implica no sólo un desplazamiento en la
biotecnología desde la transgénesis a los marcadores moleculares, sino que ello va
asociado a un desplazamiento en el rol que los científicos del sector público asumen: de
la innovación a los servicios. Si bien los marcadores moleculares se pueden usar para
fines muy diversos, la transgénesis en la primera etapa que describo se enmarcaba en un
proyecto innovador, mientras que el uso de marcadores moleculares (por ejemplo, para
certificar variedades) implicó un rol de asistencia técnica a empresas.
3.4.2. La planta como fábrica de proteínas
A fines de la década de 1990, en el INGEBI comenzaron a explorar una línea de
transgénesis vegetal que creían podía tener interés comercial, en la medida que evitaba
años promedio en la obtención del híbrido, estaremos en condiciones de obtener una semilla de óptima
calidad en 4 o 5 años” (Larreche, 1997).
171
lidiar con buena parte del sistema regulatorio y del sector agrícola. Se trata de molecular
farming, es decir, de la utilización de la planta como una fábrica para producir proteínas
de interés. Mediante transgénesis, se introduce el gen que expresará la proteína de
interés en el genoma de la planta, buscando además que se exprese en grandes
cantidades. Luego se extrae esa proteína del tejido de la planta y se la purifica. Puede
utilizarse la planta, en principio, para producir cualquier tipo de proteína. Esto implica
el uso de la transgénesis vegetal, pero sin que el producto final sea una planta para
emplearse en la agricultura. Más bien, la planta ocupa un papel intermedio en la cadena
productiva, en calidad de “biorreactor”. En la medida en que no se libera la planta al
medio ambiente ni se destina para consumo, los requisitos de bioseguridad resultan más
accesibles. Además, permite involucrar a otro tipo de actores, no ya a los agricultores ni
a la industria semillera, sino más bien a la industria de la salud.
En el INGEBI comenzaron entonces a trabajar con la proteína EGF (epithelial
growth factor), buscando expresarla en plantas de tabaco. Hicieron un convenio con Bio
Sidus, empresa con la que ya estaban en contacto en función del proyecto de papa
transgénica.
Bio Sidus pertenece a un grupo empresario farmacéutico, y el uso de molecular
farming tenía más afinidad con el ámbito de la salud que la papa transgénica. De hecho,
recurrir a las plantas como pequeñas usinas para producir proteínas, se asemeja mucho
al desarrollo tecnológico que le dio gran prestigio y visibilidad a la empresa: la
obtención de la vaca “clonada”. En 1996, la empresa inició un proyecto para producir
una vaca que expresara una proteína recombinante en su leche.153 Recurrió a la
transgénesis de una célula de vaca para introducir el gen de la hormona de crecimiento
humano, y luego hicieron uso de la clonación para introducir el núcleo genéticamente
modificado en un óvulo.154 En 2002, la empresa obtuvo la primera vaca clonada, lo cual
153
El proyecto comenzó, en rigor, tanto con vacas como con cabras. Primero se dedicaron a producir
htPA (Activador del Plasminógeno Celular) y luego se volcaron a la obtención de la hormona de
crecimiento humano. Finalmente, el proyecto se concentró en la vaca para que exprese hormona de
crecimiento humano.
154
Si bien se habla de “clonación” para referirse a esta técnica que permite introducir un núcleo celular en
un óvulo carente de núcleo, hay que resaltar que es muy distinto a la acepción más común del término
“clonación”, que implica la obtención de dos individuos genéticamente idénticos. De hecho, la vaca
“clonada” es distinta a la vaca donante, precisamente porque expresa un transgén: la hormona de
crecimiento humano. Esta confusión respecto a la palabra “clonación” tiene su explicación. En principio,
utilizar la técnica que permite introducir un núcleo celular en un óvulo sin núcleo, da lugar,
efectivamente, a un clon, pues el embrión resultante tendría el genoma de quien donó el núcleo celular.
Pero si antes de fecundar el óvulo se modifica genéticamente al núcleo celular, entonces el resultado ya
no será un clon. Aquí, la palabra “clonación” remite simplemente a la técnica, no ya al producto final.
172
significó –más que la posibilidad de comercializar el producto– un aumento
significativo en su prestigio y en sus capacidades científico-técnicas (Thomas et al.,
2006).
Desarrollar una vaca transgénica para producir hormona de crecimiento humano
y desarrollar una planta transgénica para producir factor de crecimiento humano, son
dos proyectos que tienen mucho en común: ambos recurren a dos elementos
tradicionales del ámbito agropecuario para modificarlos genéticamente e introducirlos
en el sector de la salud humana. El ámbito farmacéutico, a su vez, responde a la
tradición de la empresa, a diferencia del agropecuario.
Luego se produjeron unos cambios en este proyecto. INDEAR es una empresa
que se crea en 2003 –y de la que participa, en un principio, Bio Sidus– con el objetivo
de explotar la biotecnología agrícola, y algunos de los proyectos de Bio Sidus se
reconfiguran en ese proceso. En INDEAR consideraron que tenía más sentido y era más
fácil para ellos producir una enzima de uso industrial –la quimosina, empleada en la
industria láctea– mediante molecular farming, en lugar del factor de crecimiento
epitelial (Entrevista a Welin, 2009).
Una vez más, este caso muestra cómo, a partir de la década de 1990, los
científicos de los centros públicos de investigación fueron orientando sus proyectos de
biotecnología vegetal hacia lo que consideraban un interés más comercial, que podía
involucrar a las empresas. De hecho, Mentaberry, director del laboratorio de
biotecnología vegetal del INGEBI, pasó luego a ser también el Director Científico de
INDEAR.
3.5.
Explotando un beneficio de la desconfianza a los transgénicos
Desde 1996, conforme comenzaron a comercializarse los cultivos transgénicos, se inició
una serie de controversias de alcance bastante masivo respecto al uso de los mismos
(ver Capítulos 6 y 7). Esto repercutió en las dinámicas de investigación dentro de las
instituciones públicas, pues entre otros efectos, los requisitos de bioseguridad se
incrementaron (lo que dificulta la llegada al mercado de desarrollos provenientes del
sector público, debido al alto costo de los numerosos ensayos de bioseguridad exigidos),
los posibles usuarios de los cultivos transgénicos se restringieron, e incluso, como he
mencionado anteriormente, algunas fuentes de financiamiento de la investigación se
redujeron. Es decir, el despliegue de las controversias tuvo efectos negativos en la
investigación pública que buscaba desarrollar cultivos transgénicos. Hay un caso, sin
173
embargo, completamente opuesto a esta dinámica. Es el caso que muestro a
continuación, el de un centro público de investigación que pudo utilizar la desconfianza
que generaron los cultivos transgénicos para desarrollar, paradójicamente, más cultivos
transgénicos.
La controversia sobre el uso de los transgénicos se desplegó con gran intensidad
en Europa, lo que llevó a ésta a adoptar una moratoria de hecho entre 1998 y 2004
(puesto que durante ese período la Unión Europea no autorizó ningún cultivo
transgénico). A su vez, Europa es un destino frecuente de los cultivos que se producen
en la Argentina. Esto condicionaba el mercado agrícola en la Argentina, y no sólo al de
los cultivos transgénicos. En efecto, una exportadora de granos podía venderle
tranquilamente a Europa, por ejemplo, maíz convencional, no transgénico. Pero ante la
creciente demanda de la Unión Europea de cultivos convencionales, y a sabiendas de
que en la Argentina sí circulaban algunos cultivos transgénicos, a las exportadoras de
granos se les exigía que comprueben que su producto no contenía transgénicos. Estas
empresas, a su vez, trasladaron la demanda al INTA (Entrevista a Tozzini, 2008;
Entrevista a Hopp, 2010).
Fue el propio Instituto de Biotecnología del INTA el que tomó cartas en el
asunto, pues allí desarrollaron un procedimiento para detectar la presencia de
transgenes. Utilizaron PCR, que es una técnica que permite multiplicar la cantidad de
fragmentos de ADN, y cuyo requisito principal es contar con un par de primers (que son
unas pequeñas secuencias nucleotídicas que sirven para marcar el inicio y el fin del
fragmento de ADN que se quiere amplificar). Comenzaron aprovechando una secuencia
genética que estaba presente en los transgenes, la secuencia 35S, que corresponde a un
promotor (es decir, una secuencia que activa la transcripción del gen que se encuentra
próximo a él) para generar los primers. Es decir, detectaban la presencia de transgenes
en función de la secuencia 35S. También armaron un protocolo para el tratamiento de
las muestras. Crearon así, en 1998, un Laboratorio de Detección de Organismos
Genéticamente Modificados, dependiente (y que operaba en las instalaciones del)
Instituto de Biotecnología del INTA (INTA, 2008).
Luego, el laboratorio incorporó una PCR en Tiempo Real, que permite no sólo
detectar sino también cuantificar fragmentos de ADN.155 Las demandas de la Unión
Europea en torno al umbral de permisibilidad de OGMs fueron variando. Al resultar
155
Fue el primer laboratorio del todo el INTA en contar con una PCR en Tiempo Real.
174
inviable exigir que una partida de granos fuera 100% convencional, lo que se pasó a
discutir fue el umbral de lo que se consideraba una ínfima presencia de OGMs. Así, por
ejemplo, una partida de granos convencionales podía llegar a contener hasta un 0.1% de
trazas de OGMs. La PCR en Tiempo Real permitía dar cuenta con mucha precisión y
rapidez de esas trazas de OGMs.
Las muestras no se toman sólo al momento previo a su exportación, sino que
suelen hacerse todo a lo largo de la cadena productiva, pues hay productos, como los
alimentos “orgánicos”, que requieren una certificación que demuestre que en todo
momento se ha respetado un determinado tipo de producción que implica, entre otras
cosas, la ausencia de transgenes. Surge así un mercado de productores y exportadores de
granos que estaban dispuestos a pagar para certificar que sus productos estaban libres de
OGMs. Este dinero, sobre todo en una época en la que el INTA recibía un
financiamiento sumamente escaso, fue muy provechoso para el Instituto de
Biotecnología.
Al comienzo, los investigadores y estudiantes del Instituto se quedaban fuera del
horario normal de trabajo para cumplir con los ensayos del servicio de detección de
OGMs. Los ingresos que proveía ese servicio eran utilizados para financiar parte de las
investigaciones, de las becas y de la infraestructura que permitía desarrollar,
curiosamente, los proyectos de transgénesis vegetal.156 El servicio comenzó a reportar
crecientes ingresos de dinero, pues era el único laboratorio del país en ofrecerlo:
“El laboratorio despegó. El primer año [ingresaron] 500 muestras, después 600, después se llegó
a las 3000 muestras por año.” (Entrevista a Tozzini, 2008)
Luego comenzaron a surgir otros laboratorios que ofrecían el servicio de detección de
OGMs.157 De todos modos, el laboratorio del INTA continuó creciendo y
profesionalizando su servicio. Logró la acreditación de sus ensayos y generó un espacio
y recursos humanos propios.158 Así, el laboratorio de detección de OGMs continuó
156
Algunas reformas edilicias importantes se han llevado a cabo en el Instituto de Biotecnología gracias a
los ingresos que provenían del laboratorio de detección de OGMs. Por ejemplo, se construyó una serie de
invernaderos, donde se experimenta con los cultivos transgénicos que desarrolla el Instituto (Entrevista a
Hopp, 2010).
157
En particular, la Bolsa de Comercio de Rosario y la compañía SGS abrieron sendos laboratorios de
detección de OGMs.
175
dependiendo del Instituto de Biotecnología, pero pasó a tener su propio personal,
administrativo y técnico, dedicados exclusivamente a las tareas de dicho servicio.
Si bien el Laboratorio de Detección de OGMs incorporó algunas otras
actividades (por ejemplo, la inspección de colza importada, el único cultivo transgénico
cuyo ingreso está prohibido en el país; ver Capítulo 5), la mayor parte de sus ensayos
continuaron dedicados a evaluar la presencia de OGMs por parte de quienes quieren
exportar productos libres de transgénicos:
“La mayor parte de nuestros clientes provienen del sector privado, pueden ser empresas
certificadoras de productos orgánicos, por ejemplo… Generalmente trabajamos sobre productos
que van a ser exportados. En algunos casos, son productos que van a salir con etiqueta de
‘orgánico’ u ‘OGM free’” (Entrevista a Pedroarias, 2010)
La paradoja es que el Instituto de Biotecnología del INTA supo aprovechar el mercado
anti-OGM para financiar el desarrollo de OGMs. Es un caso muy singular, y si bien por
un lado implica una adaptación a las necesidades del sector empresario que requería un
servicio de detección de OGMs, por otro lado le permitió mantener su perfil de
laboratorio que desarrolla transgénicos, a diferencia de lo que ocurrió en laboratorios de
otros países, sobre todo en Europa, que disminuyeron o dejaron de desarrollar cultivos
transgénicos. De modo que mientras la desconfianza a los cultivos transgénicos
aumentó, las moratorias a su uso se expandieron por Europa, los requisitos en materia
de bioseguridad se volvieron más exigentes y el mercado anti-OGM crecía, aquí ocurría
una reconversión de sentido bastante paradójica. Este laboratorio trabajó para un
mercado de productos libres de transgénicos, pero con ese trabajo financió el desarrollo
de nuevos cultivos transgénicos.
3.6.
La transgénesis como espacio de producción de conocimiento original
Además de un acercamiento a los intereses del sector privado, durante este período que
llamo “de estabilización y adaptación”, los laboratorios de biotecnología vegetal
también mostraron una inclinación hacia el uso de la transgénesis para producir
conocimiento novedoso. Estas dos tendencias no necesariamente son contradictorias
158
La acreditación es un mecanismo que suelen emplear los laboratorios que prestan servicios a terceros,
pues es una forma de garantizar la calidad de los mismos. Implica una inspección y control por parte del
organismo acreditador. En el caso del laboratorio de detección de OGMs, fue acreditado por la OAA
(Organismo Argentino de Acreditación).
176
entre sí. Más bien, ponen en evidencia la ruptura general respecto a la dinámica del
período anterior: ante la pérdida de un proyecto autónomo de utilización de la
transgénesis vegetal, las investigaciones en esa área queda a merced de lo que es posible
realizar en el nuevo contexto. Y lo que es posible viene definido por los intereses de las
empresas biotecnológicas en lo que se refiere a la utilización de los cultivos
transgénicos, y por los espacios de acumulación de capital simbólico en las redes
científicas. Este último sentido es el que desarrollaré ahora, mostrando cómo han
variado las redes en las que se involucran para publicar artículos científicos, los temas
de investigación que abordan a tal efecto, y las razones por las que lo hacen.
Si en la etapa inicial de la biotecnología vegetal en la Argentina los
investigadores publicaban sólo con colegas argentinos, luego se involucraron en redes
internacionales. Un científico de renombre internacional que colaboró en esta segunda
etapa es Robert Beachy, del Departamento de Biología Celular del Scripps Research
Institute, a quien ya mencioné por ser el primero en mostrar que se podían desarrollar
plantas transgénicas resistentes a virus. Tanto el grupo de Esteban Hopp como el de
Alejandro Mentaberry se pusieron en contacto con Robert Beachy para realizar
intercambios y publicaciones conjuntas.
En general, las colaboraciones con las redes científicas de mayor prestigio
internacional permiten acceder a espacios de mayor notoriedad, en particular a revistas
científicas de alto impacto. Pero a condición, usualmente, de que la investigación del
grupo periférico se circunscriba a un aspecto muy particular de la trama general que
interesa al laboratorio central.159 Esta lógica de “integración subordinada” no aparecía
en el primer período de la biotecnología vegetal en el país, pero sí tiene lugar después.
Discípulos de los pioneros de la biotecnología vegetal en la Argentina van a formarse a
esos laboratorios centrales y dan lugar a publicaciones conjuntas en revistas de gran
prestigio.160 Pero el tema de investigación varía en consecuencia. Así, estudian, por
ejemplo, el modo en que la transgénesis vegetal da lugar a fenómenos de silenciamiento
159
Según Kreimer (2006), los investigadores locales más prestigiosos logran establecer vínculos con los
laboratorios de países centrales. Sin embargo, dicho vínculo suele estar constituido por una “integración
subordinada”, por cuanto la elección de las líneas de investigación, la perspectiva global del problema
conceptual y hasta sus potenciales utilidades dependen fuertemente de los laboratorios centrales,
quedando para los periféricos las tareas de caracterización de fenómenos sumamente específicos y
acotados.
160
Una de estas publicaciones conjuntas, por ejemplo, tuvo lugar en la revista Proceedings of the National
Academy of Sciences. Allí, generaron una planta de tabaco transgénica que sobreexpresaba, adrede, un
virus, a fin de ver los efectos que esto causaba en la respuesta de la planta. Ver Bazzini et al. (2007).
177
génico. El lector recordará que en el Capítulo 1 mostré cómo la novedad científica que
reportaba la transgénesis a comienzos de 1980 al cabo de unos años se desplazó hacia el
uso de la transgénesis para describir mecanismos de silenciamiento génico. Es decir, si
uno trabaja con transgénesis vegetal, la posibilidad de obtener reconocimiento y
prestigio en función de la novedad científica se encuentra más en los efectos de la
transgénesis sobre los mecanismos del silenciamiento que en el desarrollo de cultivos
transgénicos. En la primera etapa de la biotecnología de plantas en la Argentina las
investigaciones se orientaban al desarrollo de nuevos cultivos; luego se fueron abriendo
líneas de investigación dedicadas más bien a la obtención de reconocimiento en función
de la novedad científica. No se trata sólo de los mecanismos involucrados en el
silenciamiento génico (área de estudio que comenzó a nivel internacional hacia 1989),
sino también de otros temas vinculados a la transgénesis pero cuyo objetivo era la
novedad más que el cultivo final.
Este es el caso, también, del laboratorio del INGEBI, que abrió una línea de
investigación basada en la transformación genética de cloroplastos. Lo más común, al
menos desde el inicio de la biotecnología, es realizar la transformación genética –es
decir, la introducción del ADN foráneo– en el núcleo de la célula huésped, que es donde
se encuentra el genoma receptor. Sin embargo, el núcleo no es el único lugar de la
célula que contiene secuencias hereditarias de ADN. Los cloroplastos (orgánulos –es
decir, subestructuras celulares– que se encuentran dentro de toda célula vegetal y que
permite la obtención de energía a través de la fotosíntesis) tienen su propio ADN, que
transmiten a las sucesivas generaciones celulares sin que intervenga el núcleo celular.
El origen de ese curioso fenómeno (la existencia relativamente autónoma de los
cloroplastos dentro de las células vegetales) se explica a través de la “Teoría
endosimbiótica”. Según esta teoría, las células eucariotas –que contienen núcleo y
conforman todos los organismos pluricelulares– se formaron mediante la incorporación
de células procariotas en su interior. Así, una bacteria aeróbica habría ingresado dentro
de otra célula estableciendo una relación simbiótica. Esta bacteria habría sido la
precursora de los actuales cloroplastos, y lo mismo habría ocurrido con las mitocondrias
(otro tipo de orgánulos que comparte esta característica con los cloroplastos). Es decir,
los cloroplastos son descendientes de antiguos organismos procarióticos, razón por la
cual estos orgánulos contienen su propio ADN.161
161
La Teoría Endosimbiótica se justifica, en realidad, por un conjunto más amplio de hechos. Por
ejemplo, que tanto los cloroplastos y mitocondrias como los procariotas tienen ADN de forma circular,
178
El hecho de que los cloroplastos tengan su propio ADN, habilita entonces la
posibilidad de que la transformación genética se realice, dentro de la célula vegetal, en
los cloroplastos en lugar del núcleo. ¿Cuáles serían las ventajas de esto? La bibliografía
especializada al respecto indica que la transformación genética de los cloroplastos
permite obtener altas cantidades de proteínas y que no hay riesgos de flujo génico a
través del polen (porque los cloroplastos no están en el polen), entre otras cuestiones
(Heifetz, 2000; Maliga, 2004). También pueden mencionarse algunas dificultades, como
el hecho de que hay enzimas en los cloroplastos que destruyen en parte a las proteínas
recombinantes. No obstante, no son éstos los beneficios y adversidades reales que
enfrentó el laboratorio del INGEBI cuando decidió incursionar en la transformación de
cloroplastos.
Por un lado, en cuanto a las adversidades concretas con las que tuvieron que
lidiar, se vieron en la necesidad de desarrollar un protocolo de transformación nuevo –
con la consecuente inversión de tiempo, trabajo y dinero–, mientras que ya tenían
totalmente dominado el protocolo de transformación en el núcleo celular. También
tuvieron que comprar un cañón para transformación mediante biobalística (porque los
cloroplastos no se pueden transformar con Agrobacterium), y aprovecharon que un
estudiante del laboratorio se encontraba realizando una estadía en Estados Unidos, en un
grupo que realizaba transformación de cloroplastos, lo que les permitió tener alguna
orientación en la ejecución de los ensayos. En cuanto a las razones por las cuales
decidieron pasar a realizar las transformaciones sobre cloroplastos, tenían una necesidad
de diferenciarse investigando en un espacio que nadie había colonizado aún:
“Es una forma de diferenciarme de otros grupos con una línea propia y encontrar un nicho… Si
sigo con los virus y demás, quedaría más pegado a muchos otros grupos que están haciendo lo
mismo. El hecho de transformar cloroplastos y hacer molecular farming me pone en una
situación, bueno, soy el único en el país que lo está haciendo; no molecular farming pero sí la
transformación de cloroplastos.” (Entrevista a Bravo-Almonacid, 2008)
Veinte años atrás, no existía competencia en el país en el campo de la biotecnología
vegetal. Hopp y Mentaberry inauguran el campo. Ser los únicos implicaba, desde luego,
una diferenciación dentro del ámbito científico, reinaban en soledad en su propio nicho.
Pero por ser un campo nuevo, podían diferenciarse hicieran lo que hicieran. Eso les
están filogenéticamente emparentados, tienen sus propios ribosomas, etc. Ver, por ejemplo, Madigan et
al. (1999).
179
daba más libertad para elegir su línea de investigación dentro de dicho campo. Así
utilizaran una técnica de transformación u otra, insertaran un tipo de transgén u otro,
trabajaran sobre un tipo de cultivo u otro, de cualquier modo era una novedad en el país.
Eso no quiere decir que todo daba lo mismo: había líneas que permitían integrarse con
las redes científicas internacionales de mayor prestigio mejor que otras, y las diversas
líneas de investigación posibles permitían abordar problemáticas sociales y potenciales
usuarios distintos. Pero no había competencia en el plano local. Podían entonces
disponer de espacios institucionales y algo de financiamiento para sus investigaciones
sólo por ser los primeros en un campo nuevo en el país. Como mostré en el capítulo
anterior, en el marco de esa relativa libertad pudieron desarrollar un tipo de agenda de
investigación muy singular, con una papa transgénica destinada a agricultores humildes.
Transcurridos unos quince o veinte años, la biotecnología de plantas se había
desarrollado en el país. Ya no eran los únicos que hacían transgénesis vegetal, había
muchos otros grupos de investigación que sabían transformar genéticamente a las
plantas, y lo hacían. La competencia se había desarrollado en el plano local. Ya nada
garantizaba que por el sólo hecho de hacer transgénesis vegetal iban a disponer,
siquiera, de las condiciones mínimas para llevar a cabo sus investigaciones. La
necesidad de diferenciarse dentro de la biotecnología vegetal se tornó un problema de
gravedad para estos científicos.
Cabe señalar que, en rigor, fueron los primeros discípulos de Hopp y de
Mentaberry –y no ellos mismos– quienes encabezaron esta búsqueda de diferenciación
meramente cognitiva, abriendo líneas de investigación en silenciamiento génico y
transformación de cloroplastos. Probablemente porque tanto Hopp como Mentaberry ya
gozaban de un reconocimiento como los fundadores del campo de investigación en
biotecnología de plantas en la Argentina, de modo que la competencia local y la
necesidad de diferenciarse pesó más sobre sus discípulos que sobre sus propias
espaldas. De todos modos, esto alimenta un cambio en la dinámica de la investigación:
ya no hay tanta facilidad para elegir qué hacer con la transgénesis vegetal, qué
productos desarrollar y para qué; la necesidad de diferenciarse comienza a jugar un rol
en la definición de las líneas de investigación en biotecnología de plantas, así como
ocurre con todos los campos científicos maduros.
180
3.7.
Otros grupos de investigación en biotecnología vegetal
Los cambios en las prácticas de investigación de los grupos de Hopp y de Mentaberry
me han permitido ilustrar dos dinámicas distintas, reflejadas en este capítulo y el
anterior. Con el tiempo, han ido surgiendo otros grupos de investigación en
biotecnología vegetal. Todos estos otros grupos, desde su comienzo, se alinean con la
dinámica de este capítulo, es decir, con investigaciones orientadas a las empresas
biotecnológicas y con la búsqueda de diferenciación en nichos académicos. Resumiré a
continuación las características principales de estos grupos.
3.7.1. El Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos
La provincia de Santa Fe se constituyó en otro sitio de anclaje de la biotecnología
vegetal, en parte debido a los vínculos que se fueron tejiendo con las universidades de la
región. Mediante un convenio entre la Universidad Nacional de Rosario y el CONICET,
se crea en 1976 el Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos (CEFOBI). Como
su nombre lo indica, el Centro comenzó sus actividades con proyectos de investigación
sobre la bioquímica celular y con estudios sobre la fotosíntesis en plantas. Esta última
línea de investigación estaba a cargo de Rubén Vallejos. Durante varios años, las
plantas fueron estudiadas en el CEFOBI exclusivamente desde la bioquímica, buscando
caracterizar distintos aspectos de las moléculas involucradas en la fotosíntesis.
En 1987 se crea el Centro Argentino Brasileño de Biotecnología (CABBIO), con
el objetivo de promover la interacción entre científicos de ambos países (MINCyT,
2010). Uno de los primeros proyectos apoyados por CABBIO involucró a un laboratorio
de genética de UNICAMP (Brasil), al CEFOBI, a una empresa semillera argentina y a
una brasileña, con el objetivo de utilizar la biología celular y molecular para mejorar al
maíz (Vallejos, 2006).
De este modo, el grupo comenzó su incursión en la biotecnología en función de
los intereses de empresas semilleras, orientándose desde el principio a los cultivos de
interés de éstas. Como las características del maíz impedían –en ese momento– la
utilización de Agrobacterium para la transformación genética, se dedicaron en una
primera etapa a diseñar un método de transformación. Recientemente John Sanford, de
la Universidad de Cornell, había descripto un método que le permitió ingresar
sustancias a las células mediante su bombardeo con partículas (Sanford et al., 1987).
Basados en esa metodología, en el CEFOBI desarrollaron una pistola génica que
permitía ingresar el transgén en la célula de interés (Vallejos, 2006).
181
Luego se incorporó otro grupo empresario en el proyecto, con la intención de
que se transformara maíz, soja y girasol. Pero como se continuó sólo con maíz (según
Vallejos, debido a que los evaluadores brasileños consideraron que los otros cultivos, en
particular la soja, podían generar competencias entre Argentina y Brasil en el comercio
internacional), la empresa se retiró. Hacia 1992, lograron transformar al maíz (Vallejos,
2006).
El grupo se enfocó en el desarrollo de metodologías de transformación genética,
lo que le permitió obtener una patente y numerosas publicaciones.162
3.7.2. En la Universidad Nacional del Litoral
Otro núcleo importante de biotecnología vegetal en la Provincia de Santa Fe, es el que
lideró la Dra. Raquel Chan.
Se doctoró en 1988 en la Universidad Nacional de Rosario, y pasó los siguientes
cuatro años investigando en el Instituto de Biología Molecular de Plantas de
Estrasburgo, en Francia, bajo la dirección del Dr. Jacques-Henri Weil (ILSI, 2009). Allí
se inició en la biología molecular vegetal, aunque orientada a la bioquímica de algas, en
particular en el estudio de sus mecanismos de fotosíntesis. Luego regresó a la
Universidad Nacional de Rosario. Los investigadores que allí trabajaban en temas
vegetales se articularon en el Programa Multidisciplinario de Biología Experimental,
que más tarde, en 1999, se conformó en el Instituto de Biología Molecular y Celular de
Rosario (IBR). Ese año, la Dra. Chan se trasladó a la Universidad Nacional del Litoral,
en la ciudad de Santa Fe.
Desde su regreso a la Argentina, la Dra. Chan comenzó a trabajar en la
caracterización de diversos genes vinculados a los factores de transcripción del girasol.
Los factores de transcripción son proteínas que participan en la transcripción del ADN a
ARN, por lo que constituyen elementos fundamentales en la regulación de la expresión
de respuestas vinculadas al crecimiento de la planta, a su desarrollo o a su capacidad de
lidiar con situaciones de estrés ambiental. Se trata así de investigaciones que en
principio podrían ser caracterizadas como “básicas”, en la medida que consisten en la
162
En este sentido, sus trabajos consisten en el desarrollo de métodos para la detección y cuantificación
de transgenes, la caracterización de marcadores de selección para la transformación genética, técnicas de
identificación de plantas transgénicas, métodos para aislar y caracterizar la expresión de genes, etc. Es
decir, aún cuando se trata de biotecnología vegetal, este grupo se ha orientado hacia el desarrollo y la
caracterización de las metodologías asociadas a la transgénesis, más que al desarrollo de plantas
transgénicas para su uso en la agricultura.
182
descripción de aspectos generales de la genética vegetal. Sin embargo, los estudios de la
Dra. Chan han dado lugar a convenios con empresas.
En sus trabajos, obtiene los genes vinculados a los factores de transcripción del
girasol, pero luego los expresa en Arabidopsis thaliana. Es decir, aísla los genes del
girasol, y luego comprueba su funcionamiento al insertarlos en Arabidopsis. Así
encontró un gen que otorga a la planta una mayor resistencia a condiciones de estrés
ambiental, en particular a sequía (Chan, 2005). Lo “encontró” en la medida que no era
una investigación dirigida a esa cualidad en particular, sino a los factores de
transcripción en general (Entrevista a Chan, 2009). La investigación la dieron a conocer
mediante un artículo científico (Gago et al., 2002). Pronto, la empresa Bioceres se
interesó por ese gen, por cuanto podía obtener cultivos que soportaran condiciones
climáticas adversas, de modo que rápidamente gestionaron una patente (dado que ya
habían publicado los resultados, disponían de poco tiempo para solicitar la patente).
Para la empresa, los cultivos de interés eran trigo, maíz y soja, por lo que generaron un
convenio con la Universidad Nacional del Litoral para insertar dicho gen en esos
cultivos (Pandolfo, 2009; ANPCyT, s./f.; Bioceres, s./f.a).
Al constatar el interés que despertó en las empresas este tipo de investigaciones,
en el laboratorio continuaron estudiando genes vinculados a respuestas a estrés hídrico.
Caracterizaron otro gen que otorgaba tolerancia a sequía (Fernández, 2010a). Esta vez,
hicieron un convenio con una empresa inglesa, Plant Bioscience Limited, que es una
intermediaria que se encarga de gestionar las patentes y luego transferir la tecnología a
grandes empresas:
“Después, nosotros aprendimos. Si teníamos algo que le veíamos alguna pinta biotecnológica,
esperábamos para patentar antes de publicar. Lo que pasa es que para patentar tenés que
conseguir un socio… La última patente la hicimos con PBL, de Inglaterra (…) lo que hacen ellos
es comprar proyectos biotecnológicos y salen a buscar clientes.” (Entrevista a Chan, 2009).
En el laboratorio, consideraron que los factores de transcripción pasaban a ser
interesantes, a partir de esa primera experiencia, porque permitían generar patentes
(Arce et al., 2008).
La solicitud de patentes es otro fenómeno –claramente vinculado al interés comercial–
que no se registró en la primera etapa de la investigación en biotecnología vegetal en el
país, sino a partir del 2000. Mentaberry solicitó una patente en 2005, para el método por
183
el cual le otorgó resistencia al virus PVY de la papa.163 Por su parte, Hopp solicitó tres
patentes entre 2001 y 2005, dos de ellas vinculadas a la planta de maíz resistente al Mal
de Río Cuarto.164
3.8.
Menor libertad en un campo estabilizado
Son numerosos los grupos de investigación que fueron surgiendo en biotecnología de
plantas, así como la diversidad de temas que fueron tratando. Pero comparten rasgos
generales que los diferencian de los que caracterizaron a la primera etapa de la
biotecnología vegetal. En los primeros años de actividad en el país la investigación
reflejaba una gran libertad de elección, que los científicos usaron para orientar sus
trabajos hacia lo que consideraban podía ser la solución a un problema social. Luego, el
campo ya estabilizado de la biotecnología vegetal habría de mostrar otras
características. En el Cuadro 2 muestro una comparación entre estas dos etapas de la
investigación pública en biotecnología de plantas.
El campo tuvo sus inicios en investigadores que provenían de disciplinas tan
alejadas de la ingeniería genética de plantas como era la neurobiología. En el campo ya
estabilizado, cuando ya existen investigadores formados específicamente en la
biotecnología o la biología molecular de plantas, no sería posible que un investigador
formado en otra disciplina alejada pueda dar el salto a la biotecnología de plantas
recibiendo un laboratorio a su cargo y demás recursos para la investigación, porque ya
existen científicos formados en esa área; ya no es un campo virgen sino con
investigadores compitiendo por espacios y recursos.165
163
Solicitud P020103173, INPI, Boletín de Patentes, N° 276, 1 de junio de 2005, p. 13.
164
En el 2005 solicitó una patente que incluye tanto el método como las construcciones genéticas que
permiten obtener una planta resistente al virus del Mal de Río Cuarto. Solicitud P040100887, INPI,
Boletín de Patentes, N° 295, 3 de agosto de 2005, p. 29.
165
A comienzos de la década de 1990 aparece la segunda generación de biotecnólogos vegetales, al
doctorarse los primeros discípulos de los investigadores pioneros. Al poco tiempo, además, se crean
carreras de grado específicamente dedicadas a la Biotecnología en la Universidad Nacional de Quilmes, la
Universidad Nacional del Litoral, y luego en la Universidad Nacional de Tucumán, en la de San Martín,
en la de Rosario y en la de La Plata. También se crearon numerosas maestrías y un doctorado específico
de biotecnología. Además, los laboratorios de biotencología también se nutren de biólogos moleculares,
es decir, de Licenciados en Biología que se especializan en el área molecular, lo cual es habitual desde
fines de la década de 1980.
184
Cuadro 2. Comparación entre la etapa inicial de la investigación en biotecnología vegetal en la Argentina
(1986-1991) y una segunda etapa, donde el campo ya se encuentra estabilizado (1991-2010).
Campo inicial
Trayectorias en
disciplinas
Centros públicos de
investigación
Vínculos con otras
disciplinas
Requisitos para liberar
OGMs
Neurobiología, fisiología,
bioquímica, biología
molecular / biotecnología
Campo estabilizado
Biología molecular /
biotecnología
INTA Castelar (varios grupos),
INTA, INGEBI
INGEBI, INTA Balcarce,
CEFOBI, UNL, entre otros
Conflictos entre biólogos
moleculares e ingenieros
agrónomos
División de tareas: biólogos
moleculares en el laboratorio,
ing. agrónomos en ensayos a
campo
Ensayos de bioseguridad
Ninguno
(CONABIA), percepción
pública de los OGMs
Vínculos para conocer
Actividades de los
investigadores
posibles necesidades sobre
Experimentos de laboratorio,
OGMs, experimentos de
gestiones en regulación de
laboratorio, gestiones para
OGMs
ensayos a campo,
Desarrollo de cultivos
Líneas de investigación
Desarrollo de cultivo
transgénicos, silenciamiento,
transgénico
transformación en cloroplastos,
molecular farming
Planta modelo
Papa
Arabidopsis, Tabaco
no
sí
Publicaciones con
investigadores en
laboratorios centrales
Patentes
Convenios con
empresas
Organismos financieros
0
4 (sólo considerando grupo
Hopp y Mentaberry)
1
múltiples
Estado, agencias
Estado, agencias
internacionales
internacionales, empresas
También cambió el uso de las plantas “modelo” en la investigación. En los primeros
años, los investigadores sólo querían emplear como modelo de investigación aquello
185
que también tuviera una aplicación como resultado de la investigación, de modo que
sólo utilizaron la planta de papa. Luego, en esta segunda etapa, incorporaron el uso de
Arabidopsis thaliana y de la planta de tabaco como modelos de investigación. Esto les
permitía acoplar sus investigaciones a los tiempos y modalidades de la investigación
estandarizada a nivel internacional en la materia. Lo cual se vincula con la inserción en
redes académicas de prestigio. Si al comienzo no realizaban investigaciones conjuntas
con laboratorios de países centrales, sí lo hicieron cuando el campo ya estaba
estabilizado. A su vez, estas relaciones con laboratorios centrales se desplegaron en un
marco de mayor competencia local. Es decir, al desarrollarse el campo y haber más
investigadores compitiendo por sus recursos, involucrarse en redes de prestigio a nivel
internacional es una forma de posicionarse mejor en esa competencia. Lo cual se
traduce también en la producción de más artículos científicos, y en líneas de
investigación (como el silenciamiento génico) orientadas a la producción de
conocimiento básico.
Cuadro 3. Esquema general comparativo entre el campo inicial y el campo estabilizado.
Campo inicial
•
Libertad en las líneas de investigación
(orientación hacia relevancia social)
•
Fluidez entre las disciplinas
•
Centros públicos de investigación
Campo estabilizado
•
Investigación orientada hacia empresas o
relevancia académica
•
Profesionalización
•
Empresas - Centros públicos de
investigación
En el Cuadro 3 pueden observarse las dinámicas y actores principales que se
encuentran en cada período del campo de la biotecnología vegetal.
3.8.1. Privatización del conocimiento público
Uno de los cambios centrales que operaron en el campo de la biotecnología vegetal
tiene que ver con el rol del sector privado. Éste comienza a volverse relevante a
mediados de la década de 1990, cuando comenzaron a comercializarse los cultivos
transgénicos. Las grandes compañías biotecnológicas pasaron entonces a dominar el
escenario de la biotecnología vegetal, y cualquier intento de desarrollo, así fuera en un
laboratorio público, tenía presente que el destinatario final debía ser una de esas
empresas.
186
Cuando el campo estaba dando sus primeros pasos, en cambio, el sector privado
no intervenía de ningún modo. Los investigadores del sector público realizaban sus
trabajos esperando que ese mismo desarrollo llegara a los agricultores sin mayores
dificultades, con ayuda eventualmente de otras instituciones públicas (para los ensayos a
campo, por ejemplo). Luego, a comienzos de la década de 1990, iniciaron contactos con
empresas locales, a fin de ver facilitados los ensayos a campo. A medida que los
requisitos de bioseguridad fueron aumentando, las relaciones pasaron a entablarse con
empresas cada vez más grandes, pues era necesario un mayor capital para absorber los
costos que los desarrollos implicaban.
Algunos autores dan cuenta de los beneficios que implicaría que las empresas se
vinculen con los centros públicos de investigación, por cuanto ello aumentaría la
capacidad de obtener innovaciones (Mowery y Nelson, 1999; Nelson, 1993). No
pretendo abordar aquí esa discusión, sino más bien los cambios en las agendas de
investigación del sector público producidos por los vínculos con el sector privado.
Valeria Arza señala tres aspectos controversiales de la vinculación entre las
organizaciones públicas de investigación y el sector privado (Arza, 2009). Uno de ellos
serían los costos de estos vínculos, en particular en términos de la dedicación que los
investigadores vuelcan a la construcción de esas relaciones, en detrimento de otras
actividades. Otro aspecto controversial sería el riesgo de privatización de los resultados
de la investigación, lo que iría en desmedro de la circulación y difusión de los
conocimientos producidos. Finalmente, Arza menciona que las metas de la
investigación pública podrían cambiar al vincularse con el sector privado. Es este último
aspecto el que pretendo explorar aquí para el caso que estudio.
A medida que se fueron incrementando los requisitos para poder introducir una
nueva planta transgénica en la agricultura (sobre todo, a partir de las crecientes
exigencias de bioseguridad), los centros públicos de investigación comenzaron a
mostrar algunas limitaciones. Los ensayos a campo para probar la papa transgénica se
articularon entonces con una pequeña empresa semillera local. Sin embargo, pronto se
mostró incapaz de afrontar los costos de los ensayos. Los convenios se hicieron a partir
de entonces con empresas de mayor tamaño. Esto condujo, a su vez, a un cambio en las
líneas de investigación. Las pocas empresas semilleras locales que se interesaron por
financiar parte de las innovaciones biotecnológicas, aspiraban a obtener un producto que
les fuera rentable. Los cultivos se orientaron así al maíz, la soja o el girasol. El proyecto
de la papa cayó entonces en un segundo plano; una empresa realizó cada tanto ensayos a
187
campo para dicho proyecto, pero promoviendo principalmente desarrollos en otro tipo
de cultivos. De modo que un cultivo transgénico que parecía haber sido diseñado por los
investigadores sobre todo en función de su utilidad social, fue desplazado por otros
cultivos cuyo diseño contenía claramente la utilidad que las empresas podrían sacarle.
Esto no quiere decir que el vínculo con empresas sea la única razón por la que cambió la
dinámica de investigación en biotecnología vegetal, pues he señalado ya que incidieron
otros factores, desde la búsqueda de inserción en redes de prestigio académico debido a
la mayor competencia local, hasta las exigencias en materia de bioseguridad y los
cambios en la percepción pública de la biotecnología. Tampoco supone que el cambio
haya sido unívoco: aún si muchas investigaciones se orientaron hacia los posibles
intereses de las empresas, en algunos casos incluyeron otros intereses también. En el
caso del maíz resistente al Mal de Río Cuarto, por ejemplo, se conjugó el interés por
resolver una problemática agrícola estrictamente local, con un cultivo de interés
comercial. De todos modos, esto evidencia que la creciente incidencia del sector privado
sobre los desarrollos biotecnológicos produjo un cambio en las agendas de investigación
del sector público, donde perdieron peso las motivaciones sociales y los potenciales
actores humildes, favoreciendo en cambio innovaciones de interés comercial y afín a
potenciales usuarios de mayor poder adquisitivo, como el caso de productores agrícolas
que comercian con soja o maíz, o incluso las empresas semilleras.
Este cambio fue naturalizado por los propios investigadores:
“La concreción de estos vínculos entre actores públicos y privados se basa en una conclusión
relativamente simple: en el contexto argentino, no es posible generar innovaciones tecnológicas
avanzadas sin el concurso protagónico de ambos sectores. Por un lado, para poder generar
riqueza basada en el conocimiento, el sector productivo requiere de la investigación
profesionalizada, la cual hoy está mayoritariamente concentrada en instituciones del sector
público. Por el otro, el sector de investigación público no puede incursionar en la producción de
tecnología sin el respaldo económico y la experiencia práctica del sector productivo.”
(Mentaberry, 2010)
Estos mismos científicos, veinte o veinticinco años atrás, diseñaron sus proyectos de
investigación considerando que el Estado, o a lo sumo con la participación de empresas
pequeñas, podía conseguir que sus desarrollos biotecnológicos se insertaran en la
agricultura. Luego, consideraron natural que el respaldo económico –al menos, en las
etapas finales de los desarrollos en plantas transgénicas– viniera del sector privado. He
188
de insistir en que ello no es un fenómeno natural, sino que se debe a un aumento en los
costos de liberación comercial de los cultivos genéticamente modificados, junto a una
fuerte retracción del Estado en materia de inversión científica, producida
particularmente en la década de 1990.
Así, en el campo de la biotecnología vegetal, los vínculos entre los centros
públicos de investigación y las empresas no ocurren directamente en la etapa de
experimentación dentro del laboratorio, sino fundamentalmente en las etapas
posteriores, es decir, en los ensayos a campo y en los procedimientos para cumplir con
los requisitos de bioseguridad. Es cuando la planta transgénica sale del laboratorio que
pasa a manos de las empresas para su adecuación posterior. Sin embargo, estos vínculos
operan, indirectamente, sobre las etapas iniciales de la investigación. ¿De qué modo lo
hacen? Desde el momento en que los científicos consideran que necesariamente habrán
de acudir a empresas de mediano o gran capital para poder concretar sus investigaciones
–es decir, para poder introducir las plantas transgénicas que desarrollan en la
agricultura–, producen un cambio en sus agendas de investigación. Con o sin necesidad
de que se lo pidan las empresas, dejan de trabajar con los cultivos y caracteres a
modificar con los que habían trabajado inicialmente, para pasar a desarrollar aspectos
que pudieran interesar a las empresas. Con evidentes matices en el medio, el pasaje del
proyecto de una papa transgénica para beneficio de los agricultores humildes, a los
proyectos con maíz, soja o girasol y los caracteres de tolerancia a herbicidas, es
paradigmático de este cambio.
Las restricciones que evidencian así los desarrollos públicos en transgénesis
vegetal no parecen ser exclusivos de la Argentina. En diciembre de 2009, la comisión de
bioseguridad de Brasil aprobó la liberación comercial de un cultivo transgénico
desarrollado por investigadores brasileños. El hecho parece contradecir lo que acabo de
afirmar. Sin embargo, el cultivo fue desarrollado por Embrapa junto con la
multinacional de la biotecnología BASF.166 Aún más: se trata de una soja transgénica
resistente a herbicidas. De modo que en el primer caso sudamericano de liberación
comercial de un desarrollo local, éste reúne los rasgos de los desarrollos globales:
pertenece (en parte, al menos) a una empresa multinacional, es un cultivo que se
comercializa globalmente y de especial interés para las empresas que venden
166
BASF proveyó el gen ahas (que otorga resistencia a imidazolinonas, un tipo de herbicida), mientras
que Embrapa se encargó de realizar la transformación genética en las variedades de soja que se
comercializan en Brasil (Fuck y Bonicelli, 2008; Tollefson, 2010).
189
agroquímicos; es decir, reproduce la lógica de los cultivos transgénicos que circulan en
el mercado.
3.9.
¿Regímenes de conocimiento o etapas de su proceso de producción?
Según el momento en que uno se detenga a observar la dinámica de la biotecnología
vegetal tal como la he mostrado hasta aquí, uno obtendría fotografías muy distintas
entre sí. ¿Es un campo donde la investigación pública está aislada, o en permanente
contacto con el sector privado? ¿Estos sectores aspiran a fines y productos distintos o
similares? ¿Los investigadores van cambiando de disciplinas, en trayectorias ubicuas, o
más bien delimitan su perfil en instituciones estables? En función del análisis que se
encuentra en estas hojas, el lector está en condiciones de asegurar que las respuestas a
estas preguntas varían, precisamente, según el momento histórico. He querido mostrar,
en todo caso, que las dinámicas de producción de conocimiento en biotecnología
vegetal han variado con el tiempo y que, al menos, es posible señalar dos períodos que
estructuran sus rasgos generales en el país. No obstante, lo aquí expuesto permite
ampliar la reflexión hacia los fenómenos de convergencia y diferenciación en ciencia y
tecnología, discusión de particular relevancia en las últimas décadas.
Gibbons et al. (1994), por ejemplo, consideran que frente a un modo clásico de
producción de saberes, basado en disciplinas bien diferenciadas, centrado en la
universidad, sostenido en el paradigma de una ciencia pura y autónoma, se habría
impuesto –luego de la Segunda Guerra Mundial– un nuevo modo de producción de
saberes organizado de forma mucho más flexible, donde no sólo interviene la
universidad sino también firmas innovadoras, y donde los saberes se hallan fuertemente
sometidos a demandas de regulación social.167 La biotecnología, en particular (pero
también otros campos novedosos, como los desarrollos de nuevos materiales o las
tecnologías de la comunicación), es un área donde las diferencias entre la ciencia y la
tecnología se desdibujarían, donde se expresaría una amalgama entre la industria, la
ciencia y sus instituciones (Gibbons et al., 1994; Leydesdorff y Heimeriks, 2001). Esa
pérdida de diferenciación entre distintos aspectos de la ciencia y la tecnología sería
vista, según estos autores, como un fenómeno estrictamente contemporáneo. La
biotecnología sería un exponente privilegiado de este fenómeno de interdependencia y
amalgama que algunos denominan “tecnociencia”, precisamente para enfatizar esa
167
Al mencionado texto de Gibbons et al. (1994) puede asociarse el de Nowotny et al. (2001), que sigue
la misma perspectiva.
190
indiferenciación (Olivé, 2003). Estos enfoques apuntan a señalar una pérdida de
diferenciación entre las formas de división del trabajo científico, entre la ciencia y la
tecnología, o incluso, en un plano más amplio, entre la naturaleza y la cultura. Algunos
autores hablan en términos de un “tejido sin costura” para referirse a la fluidez entre los
aspectos sociales, científicos y tecnológicos (Bijker et al., 1990).
Entre las críticas que han recibido estos enfoques, cabe destacar la de Dominique
Pestre, quien considera que, en realidad, los dos modos de producción de saberes a los
que alude Gibbons han coexistido siempre, y nunca de forma pura, pues las redes en las
que se desenvuelven los científicos siempre exceden las simples estructuras académicas
(Pestre, 2003). Terry Shinn, por su parte, sostiene que estas clasificaciones ignoran que
los cambios son constitutivos de la ciencia, y los cambios actuales podrían pensarse
como la articulación de principios básicos que ya se encontraban vigentes tiempo atrás,
como la integración conceptual, la distribución del trabajo científico y la búsqueda de
nichos donde desarrollarse (Shinn, 1999). En todo caso, la división del trabajo y la
diferenciación institucional operan, según Shinn, de un modo distinto en cada uno de los
tres regímenes de investigación científica y técnica que él propone (Shinn, 2000). El
régimen disciplinario se caracteriza por instituciones estables y fácilmente
identificables, con disciplinas bien delimitadas entre sí. En el régimen transitorio, en
cambio, los pasajes de un espacio institucional a otro son frecuentes, las fronteras entre
disciplinas son provisionalmente atravesadas en la búsqueda de técnicas, conceptos o
colaboraciones diversas. Finalmente, el régimen transversal presenta un grado de
libertad más grande, donde los investigadores mantienen escasas ataduras con sus
disciplinas, profesiones e instituciones, y se identifican sobre todo en función de los
proyectos. Lo que denomina “comunidades de investigación-tecnología” (researchtechnology communities) pertenecen a esta última categoría, pues se trata de una
configuración de la producción de conocimiento caracterizada por el diseño de
artefactos genéricos en torno a los cuales circulan actores que atraviesan las fronteras al
interior y exterior de la ciencia, en espacios, prácticas y trayectorias flexibles e híbridas
(Shinn, 1999; Joerges y Shinn, 2001).
La conceptualización de los tres regímenes le permite a Shinn cuestionar los
abordajes precedentes, en la medida que sostiene que la división del trabajo científico
está siempre presente, en cualquiera de los regímenes, aunque de modos distintos.
Además, estos regímenes coexisten en una misma época. Las comunidades de
“research-technology”, no obstante, desafiarían los modos clásicos de división del
191
trabajo. Su inherente transversalidad desarmaría en parte las fronteras entre el trabajo
intelectual y el manual, entre las disciplinas científicas, entre las instituciones, entre los
ámbitos tecnológicos, etc., pero coexistiendo, al mismo tiempo, con esferas de mayor
diferenciación (Shinn, 1997; 2005).
Cabe insistir en que estas categorías que propone Terry Shinn se enmarcan en la
crítica que realiza a los enfoques precedentes, se origina en la necesidad de mostrar
distintas formas de organización del trabajo científico, pues apunta a desarmar la desdiferenciación que proponen los abordajes del tipo “tejido sin costuras”, a los que Shinn
califica acertadamente como típicamente postmodernos (Shinn, 2008; Shinn y Joerges,
2005). No obstante, las categorías que Shinn propone se vuelven problemáticas en otro
sentido, pues tienden a aparecer como categorías a-históricas. Los regímenes
disciplinarios, transitorios y transversales, serían constitutivos de la ciencia moderna, y
la emergencia de una u otra categoría sería aleatoria, debiendo constatarse
empíricamente a qué régimen se adecua el objeto de estudio que a cada cual le toque
abordar. Así, estudios posteriores que se han basado en los aportes de Shinn, se han
limitado, en muchos casos, ha adecuar su objeto de estudio con uno de los tres
regímenes, proclamando “encontrar”, por ejemplo, un régimen transversal en tal o cual
espacio de producción de conocimientos. Si tomáramos la porción de producción de
conocimientos en biotecnología vegetal que corresponde al capítulo anterior, podríamos
llegar a inferir que se trata de un régimen transversal, pues los investigadores traspasan
continuamente
de
disciplinas
(neurobiología,
fisiología,
bioquímica,
biología
molecular), de instituciones (Fundación Campomar, New York University, INGEBI,
Fundación Bariloche, Carlsberg, INTA), e incluso asumen diversas tareas (ensayos de
laboratorio, viajes y relaciones para lograr ensayos a campo, vínculos con proveedores
de materia prima, relaciones con ingenieros agrónomos, con biólogos moleculares, con
diversas instituciones nacionales e internacionales, etc.). Si tomáramos una fotografía de
esas situaciones, parecería que estos investigadores se desenvuelven con total libertad y
atravesando todo tipo de fronteras, con el único objetivo de un proyecto común: la papa
transgénica.
Pero si exploramos las situaciones que presenta la biotecnología vegetal luego,
nos encontramos con un escenario completamente diferente: las disciplinas se
diferencian con nitidez (los biólogos moleculares o biotecnólogos son los únicos en
ocuparse de la transgénesis vegetal), las trayectorias se asocian a espacios
institucionales más estables (los investigadores permanecen casi toda su vida de
192
investigador formado en una misma institución), y las tareas se reparten claramente (los
biólogos moleculares realizan los experimentos de ingeniería genética en el laboratorio,
los ingenieros agrónomos se encargan de los ensayos a campo, las agencias estatales de
promoción de la ciencia financian los desarrollos de laboratorio y las empresas
gestionan y financian las actividades que prosiguen). Si nos quedáramos con esta
segunda fotografía, el régimen disciplinario resulta el más adecuado.
Si bien me he ocupado sólo de las actividades que se refieren a la biotecnología
vegetal, el caso permite aventurar algunas reflexiones sobre el tema más amplio, aunque
advirtiendo el carácter hipotético de las generalizaciones. Pues lo que muestro con este
caso, es que la biotecnología vegetal comenzó con un grado muy bajo de división del
trabajo, como suele suceder con un nuevo campo. Pero luego ese campo maduró, en el
sentido de que sus relaciones se normalizaron y se consolidó la división de tareas. En la
primera etapa, descripta en el capítulo anterior y caracterizada por una baja división del
trabajo, los actores tienen mayor libertad de acción y por eso circulan con mayor
flexibilidad entre disciplinas e instituciones, realizando múltiples tareas. En la segunda
etapa, descripta en este capítulo, se produce una mayor división del trabajo, de modo
que los actores se ajustan a su rol y pierden libertad de acción. Lo que sostengo es que
muchos de los intentos por describir regímenes transitorios o transversales, podrían no
ser más que las instancias iniciales de un nuevo campo de producción de saberes. Si ese
campo se estabiliza en el tiempo, seguramente dará lugar a una mayor división del
trabajo, pues surgirán y se consolidarán actores dispuestos a maximizar los beneficios
de cada una de las actividades involucradas.
Creo, incluso, que algunas consideraciones en la obra de Shinn y Joerges
permiten reforzar esta idea. Así, Shinn reconoce que “el régimen transitorio puede
conducir a la aparición de una nueva subdisciplina, como los casos de la físico-química,
la bioquímica, la biofísica, la astrofísica y la geofísica” (Shinn, 2000: 451). En un
trabajo que también pertenece a la compilación de Joerges y Shinn, Nevers et al.
estudian el mejoramiento genético de plantas como un régimen transversal, pero
admiten que a medida que se va estandarizando la tecnología, “su novedad y
consecuentemente el momentum del campo disminuye” (Nevers et al., 2001: 116).
Sugieren que al alcanzar este estadio, el campo habría de cambiar sus características,
pues sus integrantes no tendrían más opción que orientarse hacia una u otra de las tareas
que demanda el campo en esa nueva instancia. De este modo, los autores mantienen la
193
identidad del régimen transversal sólo a condición de no continuar el análisis cuando el
campo entra en una mayor división del trabajo.168
Tal es, al menos, la dinámica que atravesó la investigación en biotecnología
vegetal en la Argentina: después de una etapa inicial, donde los investigadores se
movían entre disciplinas y prácticas diversas en pos de un proyecto, el campo se
estabilizó en la atribución de roles más definidos y segmentados. Los investigadores
provienen ahora de disciplinas cercanas a la biotecnología, y su papel se limita a los
primeros desarrollos de laboratorio, para trasladar luego las plantas transgénicas a
manos de las empresas. Al adaptarse a la dinámica de ese campo ya estabilizado, la
investigación pierde grados de libertad: los científicos ya no piensan que ellos solos
podrán diseñar un cultivo transgénico para beneficio de los agricultores humildes, sino
que se ajustan a las posibilidades y roles que aparecen establecidos, y se dedican a
desarrollar plantas transgénicas que puedan ser de interés para las empresas semilleras o
biotecnológicas, así éstas se encargan de las etapas de desarrollo posteriores al trabajo
de laboratorio.
168
Las reflexiones que vertí en este apartado contienen algunas críticas a la noción de “researchtechnology”. Sin embargo, éstas no apuntan a la totalidad de los aspectos involucrados en el concepto. No
sólo permanece intacta la crítica que Shinn realiza a los enfoques des-diferenciacionistas del tipo “tejido
sin costuras”, como así también el análisis de espacios intersticiales en la ciencia, sino que, además,
deliberadamente he evitado referirme a uno de los aspectos que Shinn incluye en las comunidades
“research-technology”, que son los artefactos genéricos. Esto se debe a que considero que los artefactos
genéricos pueden surgir en espacios diferenciados o más transversales (o, para ponerlo en los términos
que vengo utilizando, pueden desarrollarse en campos estabilizados o no). Así, la idea de “artefactos
genéricos” la retomo en la Introducción de esta tesis (ver nota 35), en términos de artefactos con mayor o
menor grado de definición, al mostrar en particular la diferencia entre la tecnología de la transgénesis y
los diversos cultivos transgénicos.
194
PARTE II
La mercantilización de los transgénicos
195
Capítulo 4
El capital y la biotecnología vegetal.
Trayectorias y estrategias de innovación en la Argentina
A pesar de que hay numerosos centros públicos que hacen investigación en transgénesis
vegetal, la totalidad de las semillas transgénicas que se comercializan en el mundo
fueron desarrolladas por empresas. Resulta un tema de singular relevancia para América
Latina, por cuanto el producto final de este sector de la agroindustria, los cultivos
transgénicos, se expanden año a año en la región, cubriendo alrededor de un tercio de la
superficie mundial de cultivos transgénicos.169 Sin embargo, los trabajos que han
abordado el tema lo han hecho enfocándose en el contexto e impacto económico que
implicó su adopción por parte de los productores agrícolas, o bien centrándose en la
controversia que su uso despertó en vastos sectores de la población. Pero hay una
significativa ausencia de estudios que busquen desentrañar las dinámicas de innovación
que operan en las empresas que producen los cultivos transgénicos. El objetivo de este
capítulo es analizar las estrategias de innovación de dicho sector de la agroindustria.
Ello implica descubrir la diversidad de prácticas y actores que se encuentran detrás de la
categoría de “empresas de biotecnología vegetal”. En ese sentido, es usual asociar la
producción de semillas transgénicas a las grandes firmas multinacionales, y en
particular a una de ellas: Monsanto.170 Indudablemente, las empresas multinacionales
juegan un papel fundamental en la materia, pero hay una densidad de prácticas y actores
que componen una trama compleja en la biotecnología vegetal que no es posible
comprender si se mantiene el reduccionismo que lleva a igualar los cultivos
transgénicos con Monsanto. Así, pues, este capítulo abre en parte esa “caja negra”
compuesta por las empresas de biotecnología vegetal, al presentar tres tipos de actores:
las empresas multinacionales, las de capital nacional y las que, aún sin emplear ellas
mismas la transgénesis vegetal, han ocupado un lugar relevante en la comercialización
de semillas transgénicas en la Argentina. Para cada uno de estos actores considero dos
169
En el año 2009, la superficie global dedicada a la producción de cultivos transgénicos alcanzó las 134
millones de hectáreas; en América Latina, superó las 46 millones (James, 2009).
170
En realidad, los desplazamientos semánticos involucrados en las narrativas sobre los transgénicos
suelen ser de diversa índole, pero pueden esquematizarse como: OGM = riesgos varios = Monsanto.
Dentro de esa dinámica, Marie-Monique Robin presenta una síntesis de dudosa delicadeza conceptual:
afirma que dado que Monsanto fabricó el Agente Naranja durante la década de 1960, los OGM, que
también produce Monsanto, podrían ser el Agente Naranja del futuro (Robin, 2008).
196
dimensiones principales de análisis: su trayectoria y sus estrategias de innovación
propiamente (entendidas como las prácticas científico-tecnológicas orientadas a ofrecer
determinados productos en el mercado). La hipótesis que subyace es que ambas
dimensiones juegan un papel fundamental en el tipo de innovación que se produce, por
cuanto la acumulación previa de capital va a condicionar fuertemente la estrategia de
innovación que se despliega para producir semillas genéticamente modificadas.
Numerosos trabajos explican la adopción de los cultivos transgénicos en
Argentina en términos de “la soja transgénica ingresó a la Argentina luego de una
negociación entre las empresas norteamericanas Asgrow y Monsanto, que le permitió a
Asgrow acceder al gen para utilizarlo en sus variedades, y luego la semillera Nidera
adquirió Asgrow Argentina y amplió la difusión del gen en el país” (Lehmann y
Pengue, 2000; Bisang, 2003a, 2003b; Trigo y otros, 2002; Bárcena y otros, 2004;
Teubal, 2009b; Rossi, 2006; Vara, 2004; Valenzuela, 2005; Krakowiak, 2006;
Paarlberg, 2003; Vicién, 2003). En todos estos relatos, la empresa Nidera “aparece” al
momento de comprar Asgrow y su rol es el de difundir la semilla transgénica. Algunos
trabajos, en particular los de Bisang, explican detalladamente las condiciones de los
productores agrícolas en Argentina a mediados de los ’90, mostrando que poseían
maquinaria agrícola moderna pero también un alto endeudamiento, en un escenario de
cambio en la tendencia de los mercados mundiales al presentar una caída de los precios
internacionales de los principales cultivos (Bisang, 2007). Esto resulta sumamente útil
para comprender la rapidez y masividad con la que fueron adoptados los cultivos
transgénicos en Argentina por parte de los productores agrícolas.171 Pero deja sin
explicar cómo y porqué se desarrolló esta tecnología de transgénicos y no otra, en la
medida que no explora las condiciones de producción de conocimiento al interior de las
empresas biotecnológicas. En ese sentido, ¿por qué el transgénico que desarrollaron las
empresas de biotecnología era de tolerancia a un herbicida, y no otro? ¿Por qué las
empresas obtentoras (las que desarrollan un transgén) son tan pocas? ¿Por qué llega
Nidera a comprar una empresa multinacional que tenía el gen RR? ¿Cómo llega una
empresa local a ser quien “difunde” la soja transgénica en el país? Como vemos, ni
siquiera los análisis sobre el origen de los cultivos transgénicos en Argentina toman en
cuenta la trayectoria y las prácticas de innovación de las empresas de este sector de la
agroindustria. Por el contrario, sostengo que sólo incorporando dichas dimensiones al
171
El costo de la hectárea de soja convencional (con el paquete de herbicidas) costaba 115 dólares;
mientras que con las semillas RR y el glifosato se redujo a 90 dólares (Bisang, 2007: 205).
197
análisis es posible comprender por qué existen los cultivos transgénicos que existen hoy
en día y no otros (por qué llevan determinados genes y no otros, por ejemplo), y por qué
ocupan el lugar que ocupan las empresas dominantes del sector.
4.1.
Situación internacional de las empresas de biotecnología vegetal
El mercado mundial de semillas transgénicas está fuertemente concentrado en pocas
compañías, y esto es algo que diferencia al estado de la biotecnología vegetal actual de
los inicios de la biotecnología en general. En efecto, hacia fines de la década del ’70,
podían distinguirse tres tipos de empresas que invertían en el campo del ADN
recombinante: las nuevas firmas dedicadas a la ingeniería genética, los capitales de
riesgo, y las grandes corporaciones multinacionales (Wright, 1994: 87-93). Las primeras
eran las que se dedicaban plenamente a obtener productos nuevos.172 Las grandes
corporaciones multinacionales, en cambio, comenzaron a invertir en el área en términos
defensivos: para evitar que sus productos y mercados fueran desplazados por la nueva
tecnología. Varias firmas fueron creadas por audaces científicos que se embarcaron en
“aventuras biotecnológicas empresariales” (Kornberg, 2001: 292). Sin embargo, este
escenario de pequeños y exitosos emprendedores, que llevan sus propios desarrollos del
laboratorio al mercado, sólo puede explicarse por tratarse del inicio de una tecnología,
cuyo mercado es incipiente. En poco tiempo, las grandes firmas multinacionales
pasaron de tener una posición expectante, a asumir un rol dominante. En biotecnología
vegetal, al menos, el campo se encuentra fuertemente concentrado en la actualidad.
Además, la mayor parte de esas innovaciones se producen en los Estados Unidos.
La posición dominante que ocupa Estados Unidos en cuanto al desarrollo y
producción de OGMs, requiere la diferenciación de dos etapas: el origen y el
mantenimiento de esa posición dominante. En cuanto al origen, prácticamente la
totalidad de las investigaciones que llevaron al desarrollo del ADN recombinante, en la
década de 1970, se llevaron a cabo en los Estados Unidos. De las universidades
norteamericanas surgieron muchos emprendimientos empresarios que buscaban
producir proteínas recombinantes. Luego, las grandes multinacionales (del sector
farmacéutico y químico) generaron contratos con las universidades norteamericanas y
172
De hecho, como mencioné en el capítulo 1, Genentech es la primera empresa en producir una proteína
recombinante, la somatostatina, en 1977. Genentech había sido fundada en 1976 por Herbert Boyer –
científico de la Universidad de California que había participado en los primeros ensayos exitosos de ADN
recombinante– y Robert Swanson, un hombre de negocios.
198
con las empresas “start-up” de biotecnología, pasando posteriormente a ser los actores
dominantes del sector. Todo este proceso se llevó a cabo en Estados Unidos entre
mediados de los años ’70 y principios de los ’80 (Wright, 1994; Kenney, 1986;
Rabinow, 1996; Krimsky, 1991). Es decir, la posición dominante original de Estados
Unidos en el campo de la biotecnología se explica porque allí se concentraban las más
avanzadas investigaciones en biología molecular, y porque había una dinámica
empresaria que capitalizó rápidamente esos desarrollos científicos. Pero explicar el
mantenimiento de esa posición dominante en el campo de la biotecnología vegetal
resulta más complejo. Según Feldman, una vez que una región desarrolla una experticia,
otros actores que trabajan en el tema pueden verse atraídos por esa región (precisamente
por los beneficios de nutrirse de esa experticia), con lo cual las tecnologías, las firmas y
las regiones se determinarían mutuamente (Feldman, 2003). También hay que
considerar que una vez asumida una posición dominante en el campo, al resto de los
actores les resulta sumamente difícil lidiar con las condiciones del campo, condiciones
que despliego a lo largo de esta tesis.
En todo caso, es claro que las empresas multinacionales pasaron a adquirir una
posición dominante en el campo. Para Coriat et al. (2003), la biotecnología se definiría
como un régimen particular de innovación basado en la ciencia, pero donde la ciencia
sufre profundas modificaciones en lo que hace a la división de tareas entre el sector
público y el privado, y en la mercantilización del conocimiento. Las características más
distintivas de este régimen de innovación serían que la investigación básica es
conducida dentro de las firmas, y que éstas podrían desarrollarse aún sin contar con un
producto en el mercado, gracias a alianzas con grandes corporaciones farmacéuticas
(Coriat et al., 2003). Sin embargo, cabe señalar dos limitaciones de esta caracterización.
Por un lado, se trata de un modelo pensado para ilustrar los primeros momentos de la
biotecnología, pero ofrece pocas herramientas para caracterizar el estado actual de la
misma. A mediados de 1980 el escenario de la biotecnología en general estaba dado por
firmas más bien pequeñas y constituidas por científicos emprendedores, pero en la
actualidad, sobre todo en biotecnología vegetal y farmacéutica, el campo se encuentra
concentrado en pocas empresas multinacionales. Ese relato podría tener más pertinencia
en aquéllas áreas de la biotecnología que aún no se han desarrollado en el mercado,
como la utilización de plantas para fabricar proteínas (molecular farming), pero
difícilmente sirve para caracterizar el estado actual de la agrobiotecnología.
199
Por otro lado, se trata de análisis que no diferencian entre ramas de la
biotecnología, sino que la consideran un régimen homogéneo. Por el contrario,
Bonacelli y Salles-Filho observan que las estrategias innovadoras que despliegan las
compañías biotecnológicas están estrechamente relacionadas a las trayectorias
tecnológicas de cada sector, de modo que son diferentes las actividades biotecnológicas
en salud y en agricultura, lo que se refleja en la cantidad de inversiones y en la
intensidad de innovaciones (Bonacelli y Salles-Filho, 1998: 208). La biotecnología
vegetal pertenecería a un régimen de ganancia genética globalizada, donde los actores
dominantes son los oligopolios privados agroquímico-semilleros y la innovación es un
bien privado (Bonneuil y Thomas, 2008). Este régimen muestra el lugar dominante que
tienen las grandes empresas semilleras dentro de la biotecnología vegetal. En cierta
forma, las empresas han desplazado a las universidades, pues las inversiones en I+D
(investigación y desarrollo) de Monsanto y Syngenta han superado ampliamente a las
del sector público, y “esas dos firmas detentan más patentes de biotecnología vegetal
que todas las instituciones públicas y universitarias del mundo juntas” (Bonneuil y
Thomas, 2008: 127). En efecto, el mercado mundial de semillas transgénicas está
fuertemente concentrado en pocas compañías, y es un fenómeno que caracteriza al
sector ya desde fines de la década de 1990 a través de sucesivas fusiones y
adquisiciones de firmas (Oehmke y Wolf, 2003; Fulton y Giannakas, 2001; Lesser,
1998). Así es como apenas seis empresas se reparten el mercado mundial de semillas
transgénicas: Monsanto, Syngenta, DuPont, Bayer CropScience, BASF y Dow
AgroSciences (Larach, 2001; Varela y Bisang, 2006).173
Si bien la innovación en semillas transgénicas se encuentra fuertemente
concentrada en unas pocas firmas, y también está centralizada en pocos países (en
particular, en los Estados Unidos), en cada lugar se presentan escenarios peculiares. En
todo caso, las dinámicas de innovación en biotecnología vegetal no necesariamente son
las mismas en distintos contextos. Si se considera a la ciencia como parte del proceso
social de producción económica en lugar de entenderla como una mera interacción entre
los actores científicos, se vuelve necesario analizar los condicionamientos que operan en
la división del trabajo científico en cada contexto particular (Lefèvre, 2005). Los
173
Me refiero a empresas propietarias de construcciones genéticas, denominadas empresas obtentoras.
Luego estas empresas licencian sus construcciones genéticas a otras empresas semilleras que multiplican
esa construcción dentro de sus propias variedades vegetales (empresas adaptadoras). Es el mercado de
empresas obtentoras de construcciones transgénicas el que está fuertemente concentrado.
200
parámetros que se exploran en este capítulo abordan cuestiones tales como las
estrategias de las empresas, los modos de financiamiento de la investigación, las
condiciones del mercado y la opinión pública. Son estos factores los que determinan en
gran medida el modo en que se desarrollan las innovaciones en biotecnología vegetal en
distintos lugares, haciendo que la forma y la cantidad de estas innovaciones sea distinta
en los Estados Unidos, en Francia y en la Argentina.
Para lograr comprender las dinámicas de innovación en las empresas de
biotecnología vegetal es preciso saber qué rol juegan los actores que no son dominantes,
qué tipo de tareas hace cada actor, que limitaciones tienen los actores subordinados y
cómo mantienen su posición los actores dominantes. Así, pues, se vuelve
imprescindible describir casos específicos del funcionamiento de firmas biotecnológicas
para que finalmente sea posible describir una dinámica global del sector. Es decir, es
preciso realizar un análisis de los fenómenos concretos en los que opera la división del
trabajo científico en biotecnología. En este capítulo analizo las trayectorias, estrategias
de investigación y la localización de los centros de I+D de empresas de biotecnología
vegetal, ya que el tipo de organización está relacionado con el tipo de investigación
(Oehmke, 2001), donde el modo en que cada firma maneja su base de conocimiento
hace también a su organización (Nesta y Dibiaggio, 2003). Es decir, es posible
considerar, en principio, que el tipo de investigación desplegado está vinculado al tipo
de organización, pues las firmas multinacionales con grandes presupuestos para I+D
apuntan a cultivos donde puedan recuperar la magnitud de su inversión, mientras que
firmas más pequeñas podrían encontrar sus oportunidades de ganancia en mercados
diferenciados. La localización de los laboratorios de las empresas de biotecnología
vegetal es de particular importancia en la medida que la industria biotecnológica está
cada vez más concentrada geográficamente y altamente especializada en determinados
sitios (Feldman, 2003: 311).
En definitiva, el análisis de estas empresas implica una exploración de las
condiciones de innovación en un escenario de concentración y centralización del
conocimiento.
4.2.
Empresas multinacionales
Las grandes empresas multinacionales que hoy dominan el mercado global de
producción de semillas transgénicas no se han originado junto a las técnicas de
biotecnología moderna, sino mucho antes. Comprender esto es fundamental, pues es la
201
acumulación de capital previo en otro campo lo que les permite a estas empresas
posicionarse de un modo privilegiado en el naciente campo de la biotecnología vegetal
durante la década de 1980, y es uno de los factores que explica el perfil particular que
presentan las semillas transgénicas actuales. Efectivamente, las empresas que hoy
dominan el mercado mundial de producción de semillas transgénicas, han tenido su
origen en la industria química. Tomaré como modelo de este tipo de empresas a
Monsanto, pero una trayectoria similar puede observarse en las otras grandes compañías
del sector, como Syngenta, Bayer CropScience, Dow AgroSciences, DuPont o BASF.174
Las industrias semilleras, que hasta comienzos de la década de 1990 no estaban
muy concentradas, le dieron una importancia secundaria a la incipiente tecnología de la
transgénesis, lo que explica que hayan sido otros actores –las empresas de
agroquímicos– los pioneros en transgénesis vegetal (Joly, 1998).
Monsanto es fundada en Estados Unidos en 1901 como una empresa química, siendo su
primer producto la sacarina. Durante las décadas siguientes se afianza en el sector
químico con nuevos productos (vainilla, fenoles clorados, aspirina) y comprando
diversas empresas estadounidenses que producían compuestos químicos, incluyendo
goma, resinas fenólicas, plásticos y fosfatos (Aftalion, 1991: 176). En 1945 Monsanto
vende su primer producto químico destinado al sector agrícola: el 2,4D.
Durante los primeros años de 1940, numerosos grupos de investigación en el
mundo probaban los efectos de unos agentes químicos, las hormonas, sobre el
crecimiento de las plantas. Cuatro grupos de investigación –dos en Estados Unidos y
dos en Gran Bretaña– descubrieron simultáneamente los efectos de los ácidos
clorofenoxiacéticos (siendo el 2,4D uno de los principales) como herbicidas, que dieron
a conocer a partir de 1944 (Troyer, 2001). Su utilización en la agricultura fue inmediata,
pues en 1945 varias empresas se encontraban produciendo el primer herbicida químico
de uso masivo.175
En 1956 Monsanto abre su filial en Argentina, inaugurando una planta
productora de plásticos, su primera planta en América Latina. En 1960 Monsanto abre
en Estados Unidos una división especialmente dedicada al mercado agrícola, para el que
continúa desarrollando herbicidas. En 1976 comenzó a vender Roundup Ready, el
174
Para un análisis de la evolución de las grandes industrias semilleras, ver Fernandez-Cornejo (2004).
175
Luego, durante la guerra de Vietnam, este mismo compuesto sería empleado junto con el 2,4,5-T –un
agente cancerígeno y teratogénico– con fines militares, en la substancia conocida como “agente naranja”.
202
herbicida de amplio espectro basado en el principio activo glifosato, desarrollado por
Monsanto y cuya patente expiró en 2000. A mediados de 1970 su división agrícola
inició un programa de investigación en biología celular, y para 1983 los investigadores
de Monsanto están entre los primeros en obtener una planta genéticamente modificada
en condiciones de laboratorio. Pero de ahí a obtener una planta transgénica de interés
comercial hay un largo trecho. El paso fundamental está en poder transformar plantas de
interés comercial, o sea, en insertar la construcción genética en variedades de elite
(variedades vegetales que presentan características agronómicas mejoradas para las
condiciones locales); y por ese entonces, nadie, ni mucho menos Monsanto, era experto
en transformar plantas. De modo que Monsanto hizo un joint venture con otras dos
empresas: Asgrow proveería toda su experticia en genética de soja, y Agracetus
aportaría sus desarrollos en técnicas de biobalística.176 Años más tarde, Monsanto
compraría la empresa Agracetus, y lo mismo haría con Asgrow.
En 1996 comienza a vender en Estados Unidos semillas de soja resistente a
glifosato (soja RR, siglas que responden a Roundup Ready), a las que seguirán algodón,
canola y maíz, también resistentes al glifosato. Se trata de los primeros cultivos
transgénicos que entran al mercado, y el hecho de tener un gen de tolerancia al glifosato
le permite a Monsanto ofrecer un paquete tecnológico, compuesto por la semilla
transgénica y el herbicida. Esto resulta representativo de las empresas multinacionales
que no sólo venden semillas, sino que también desarrollan productos agroquímicos, de
modo que lo que se termina ofreciendo al productor agropecuario es un paquete
agronómico donde se asocia una determinada variedad de semilla transgénica a un tipo
de agroquímico específico (Bisang y Varela, 2006).
También en 1996 Monsanto adquiere una compañía que comenzaba a emerger
con éxito en el campo de la biotecnología: Calgene.177 Luego adquiere importantes
empresas semilleras –como Dekalb, una de las mayores semilleras de maíz del mundo–,
176
La biobalística es una técnica para transformar células. Se utilizan micropartículas de minerales densos
(oro o tungsteno) recubiertas con el ADN que se desea insertar. Las micropartículas son disparadas a gran
velocidad desde un cañón de modo que puedan atravesar la pared vegetal, y luego la membrana celular y
así llegar al núcleo, donde el ADN se desprende de las micropartículas y se integra al genoma celular.
177
Calgene, creada en 1980, fue la primera empresa en comercializar un alimento biotecnológico: el Flavr
Savr. Se trata de un tomate al que se le había incorporado un gen antisense, cuya función no es la de
expresar un carácter, sino bloquear la expresión de una proteína de la planta. En este caso, el tomate Flavr
Savr tenía inhibida la producción de la enzima polygalacturonasa, vinculada al ablandamiento de la fruta.
De este modo, los tomates son cosechados aún verdes y madurados mediante el uso de etileno. Este
procedimiento permitía que los tomates permanecieran frescos por más tiempo. Sin embargo, el producto
no resultó rentable, y al poco tiempo fue retirado del mercado.
203
y en 1998 compra el negocio internacional de semillas de Cargill (Kneen, 2005: 224225).178 En el año 2000 se produce una reestructuración que marca el pasaje definitivo
de Monsanto hacia el área agrícola: su sección química es absorbida por
Pharmacia&Upjohn (que luego sería absorbida por Pfizer) mientras que el sector
agrícola (semillas y herbicidas) pasa a denominarse Monsanto Company. Ese año, en
Argentina inaugura una planta destinada a la producción de glifosato, que antes debía
importar de los Estados Unidos.
4.2.1. Estrategias de innovación en Monsanto
Monsanto realiza las etapas de investigación en sus laboratorios centrales, en Saint
Louis, Missouri, Estados Unidos. Allí tiene alrededor de 200 PhD trabajando en
investigación básica (Entrevista a Álvarez Arancedo, 2008). La primera fase de la
investigación consiste en identificar el gen de interés, en función de las características
que se esperan obtener. En esta etapa, que dura de 2 a 4 años, Monsanto testea decenas
de miles de secuencias genéticas, y las probabilidades de éxito en esta fase se sitúan en
el 5%. Sin embargo, se trata de la fase que menor costo representa, entre 2 y 5 millones
de dólares. Luego será el turno de optimizar las construcciones genéticas seleccionadas,
transformar el cultivo y realizar ensayos en invernáculo. Posteriormente comienzan los
ensayos a campo, y luego el resto de los ensayos que demandan los organismos de
regulación. Finalmente se culminan las evaluaciones regulatorias y se produce
masivamente la semilla. En total, obtener una nueva semilla transgénica implica una
inversión de 100 millones de dólares, y un tiempo que varía entre 8 y 10 años (Ramsay,
2008). Es en realidad la última fase de desarrollo, donde se siguen los requisitos que
exige el sistema regulatorio, la que demanda el mayor capital. Pero el proceso integral
de desarrollo de un transgénico sólo se realiza en los laboratorios centrales en Estados
Unidos. Monsanto no tiene líneas de desarrollo específicas para Europa, América Latina
o África, sino que en sus laboratorios centrales planifica desarrollos de posible
aplicación global, tal como lo hacen las multinacionales farmacéuticas (Entrevista a
Kramer, 2009).
Cuando Monsanto quiere comercializar un producto en otro país, como en
Argentina, el desarrollo comienza a partir de los ensayos a campo. Las fases previas se
realizan en Estados Unidos, donde se arma la secuencia genética que contiene al
178
Por 1.400 millones de dólares, Monsanto compró las plantas de producción e investigación en semillas
de Cargill en numerosos países, exceptuando América del Norte y Reino Unido.
204
transgén que habrá de otorgar la característica de interés. En la Argentina, empiezan con
la integración de la secuencia genética –traída desde los Estados Unidos– en las
variedades de cultivos locales (Entrevista a Ovejero, 2008). Luego hacen los ensayos a
campo en gran escala, obtienen y presentan la información para las agencias
regulatorias, y finalmente producen la semillas a escala comercial (Entrevista a Álvarez
Arancedo, 2008).
Monsanto no posee laboratorios en Argentina, pues no los necesita en su
esquema de innovación. Sólo realiza en Argentina aquéllos procesos (de integración a
germoplasma y ensayos de regulación) que requieren considerar las características
locales. La integración del evento transgénico a las variedades locales se logra a través
de varias generaciones de cultivos, pues implica un proceso de retrocruzas a fin de que
en la planta final sólo quede el evento de interés y el resto sea el germoplasma de la
variedad local.179 Así, como los climas y los suelos varían según la ubicación, y las
variedades de cultivos están adaptadas a una determinada región en función de un
proceso de años de mejoramiento, “las variedades de cultivos tienen un fuerte sesgo
localista, mientras que los ‘genes’ son universales (Bisang et al., 2006: 146). En total,
este proceso supone realizar unas siete retrocruzas.180 Dependiendo del cultivo, esto
puede demorar siete años. Sin embargo, de este procedimiento, que en principio
presenta un sesgo necesariamente localista, las empresas multinacionales logran
desagregar una variable: el tiempo. En efecto, dadas las características globales de la
empresa, Monsanto realiza un primer cruzamiento entre la planta que lleva el transgén
(proveniente de Estados Unidos) y la variedad local en Argentina. Pero luego lleva la
planta a Hawai, o Estados Unidos, o Puerto Rico, donde realiza nuevas retrocruzas, y
así logra obtener más de una generación por año:
“Nosotros trabajamos ida y vuelta, haciendo hasta tres generaciones por año… Por ser
contraestaciones, usamos el verano de Argentina, de Hawai, de Estados Unidos… En cambio, si
179
Un “evento transgénico” o “evento de transformación” es la inserción en el genoma de la planta de uno
o más genes que forman parte de una construcción definida. Un mismo transgén puede integrarse en
distintos sitios del genoma, dando lugar a eventos distintos. Los eventos pueden variar en sus efectos,
sobre todo en cuanto pueden conducir a distintos niveles de expresión del transgén. Así es que en una
primera instancia se intenta producir muchos eventos a partir de una misma construcción genética,
continuando las investigaciones en una siguiente fase sólo con los eventos de mayor interés. Se buscará
comercializar, finalmente, el evento que mayores ventajas presente.
180
En realidad, al incorporar el uso de marcadores moleculares, las retrocruzas pueden resultar menos,
bastando con 5 o incluso 4 generaciones para garantizar la integración del evento en la variedad de
interés.
205
yo lo hago localmente, sólo puedo hacer una generación por año.” (Entrevista a Álvarez
Arancedo, 2008)
Al operar globalmente, Monsanto reduce el tiempo de integración del evento
transgénico en la variedad local, de 7 a 3 años.
Pero en lo que se refiere al desarrollo del evento transgénico, las grandes
empresas de biotecnología vegetal desarrollan las investigaciones en sus casas matrices
en los países centrales (fundamentalmente en Estados Unidos), y en definitiva esto
ratifica que la actividad tecnológica de las empresas multinacionales no está globalizada
(Patel y Pavitt, 1991). La investigación y el desarrollo para la obtención de semillas
transgénicas “se llevó adelante en laboratorios ubicados en los países centrales, mientras
fue quedando para el medio local la tarea de mejoramiento genético sobre la base de las
variedades mejor adaptadas a las condiciones regionales” Kreimer y Rossini, 2005:
111). De modo que en países periféricos (como en Argentina, a pesar de tener una de las
mayores superficies sembrada con transgénicos del mundo) estas empresas realizan
simplemente actividades de adaptación de sus construcciones genéticas a las variedades
locales, o licencian sus construcciones genéticas a otras empresas para que hagan lo
propio.181 De esta forma, opera una deslocalización del trabajo científico que es
subsidiaria de problemas científicos o productivos ya establecidos en países centrales
(Kreimer y Meyer, 2006).
4.3.
Un caso particular: una empresa multiplicadora de semillas referente de la
biotecnología local
Las empresas multiplicadoras (o “adaptadoras”) son las semilleras que se dedican a
producir nuevas variedades de semillas continuamente mejoradas en su rendimiento
(mediante mejoramiento convencional), y que simplemente incorporan los transgenes en
sus variedades adquiriendo para ello las licencias a las empresas transnacionales que
181
Por “construcciones genéticas” me refiero a la secuencia genética que contiene al transgén, y que es
patentada por las empresas. Para ser funcional, lógicamente esa construcción genética debe insertarse en
el genoma de una planta y expresarse (producir las proteínas correspondientes) en cantidades y lugares
adecuados. Pero además, para ser comercialmente viable, la construcción genética no puede insertarse en
cualquier planta, sino en las variedades de élite. Los cultivos son continuamente mejorados por empresas
semilleras para producir variedades especialmente adaptadas a las condiciones (clima, suelo) de una
determinada zona geográfica, que son las variedades de élite. Esto hace que una empresa obtentora (que
desarrolla y patenta una secuencia genética que contiene a un transgén) debe recurrir a las empresas
semilleras locales para ofrecer su construcción genética, mediante licencias. Por lo general, las mismas
empresas obtentoras abren filiales donde desarrollan sus propias variedades de elite. De este modo, en lo
que respecta a las semillas, las grandes empresas de biotecnología vegetal reciben ganancias por sus
propias ventas de semillas y por los royalties debido a las ventas de terceros.
206
tienen la propiedad de los transgenes. No obstante, hay una empresa local, Nidera, que
si bien pertenece a este grupo, ha adquirido una posición destacada en el escenario de la
biotecnología vegetal en el país.
Hacia 1920, un grupo de comerciantes de granos creó una compañía en Rotterdam, a fin
de expandir sus actividades comerciales. Con el tiempo, Rotterdam pasaría a ser el
puerto más importante de Europa, y el tráfico que presentan sus aguas sólo es superado
mundialmente por Shangai, desde hace pocos años. Las actividades de compra y venta
de granos de esta nueva compañía habrían de tener como base a los seis países que
mayor interés agrícola presentaban: Holanda, Italia, Alemania, Inglaterra, Rusia y
Argentina (países de cuyos nombres en inglés se obtiene el acrónimo “NIDERA”,
nombre de la compañía). Hacia 1929, algunos de los miembros fundadores de la
empresa emigraron a la Argentina, donde fundaron una empresa con el mismo nombre.
La interacción entre la empresa argentina y la original pasaría a ser fluida y permanente,
pero la autonomía también (Entrevista a Rossi, 2009).
En este marco de diferenciación local, a principios de la década de 1980, Nidera
Argentina entró en el negocio de los aceites vegetales y comenzó a incorporar los
distintos elementos de la cadena de producción agrícola, mientras que la empresa
multinacional seguiría, como en la actualidad, dedicada a la compra y venta de granos.
El elemento fundamental de esta cadena productiva es la semilla, pues de ella se
obtendrá el grano, o luego el aceite. Pero producir semillas que sean competitivas
implica disponer de un acervo de semillas (un banco de germoplasma) adaptadas a las
condiciones de los suelos y del clima donde se pretende producir, y someterlas a un
constante desarrollo a fin de obtener variedades con características distintivas a cada
temporada. Nidera Argentina decidió entonces adquirir los mejores bancos de
germoplasma para cada cultivo de interés. Es así que a mediados de los años 1980
instaló en Junín su propia planta de desarrollo de girasol, a partir de un grupo de
agrónomos que trajo de otra empresa. El ingeniero agrónomo Arnaldo Vázquez tenía
una vasta trayectoria en el desarrollo de variedades de girasol, y a mediados de los ’70
desarrolló el híbrido Contiflor, para la Compañía Continental, que fue una línea líder en
girasol. Nidera contrató al equipo de Vázquez, y desde entonces éste se dedicó a generar
variedades de híbridos de girasol para la empresa. Luego Nidera buscó hacerse de un
germoplasma para soja, maíz y sorgo, para lo cual entró en negociaciones con Asgrow
Argentina.
207
Asgrow era una empresa multinacional, que llegó a la Argentina en la década de
1960 comprando una empresa local.182 A su vez, Asgrow fue comprada por el grupo
Upjohn. El ingeniero agrónomo Rodolfo Rossi se incorporó a Asgrow Argentina en
1976, y comenzó a desarrollar variedades locales de soja. Para 1982, el grupo
encabezado por Rossi inscribió su primera variedad de soja.
En todo caso, los desarrollos en genética de soja eran el punto fuerte de Asgrow
a nivel internacional, y no sólo en la Argentina. Por esta razón, a mediados de los ’80
Monsanto estableció un acuerdo con Asgrow para introducir su evento transgénico de
tolerancia al glifosato en la soja. De modo que también el grupo de Rossi recibió los
eventos transgénicos de Monsanto para experimentar en soja.
Hacia fines de la década de 1980, la región se encontraba sumida en notorios
procesos inflacionarios, y la multinacional Upjohn decidió retirarse de los mercados que
presentaban inestabilidad, es decir, se desprendió de sus filiales en Argentina, Brasil,
Chile y Sudáfrica. Es en estos momentos que se cruzó con Nidera. Upjohn buscaba
retirarse de la Argentina y concentrarse en sus países centrales; Nidera Argentina se
encontraba, en cambio, en un proceso de expansión en el país y buscaba incorporar
desarrollos en semillas locales. Upjohn le vendió entonces a Nidera las plantas de
producción de semillas y sus marcas, lo que le permitió a ésta incorporarse en el
mercado local de semillas de soja, maíz y sorgo. Upjohn se desprendió de todo, salvo de
una cosa: el grupo de fitomejoramiento del Ing. Rossi; posiblemente porque Upjohn
consideraba que los desarrollos agronómicos de ese grupo significaban un capital
adicional. Pero el objetivo de Nidera era precisamente crecer como empresa semillera
en el país, para lo cual necesitaba un germoplasma local, y en consecuencia también
estaba interesada en el grupo de fitomejoradores de Asgrow. El resultado fue la firma de
un acuerdo decisivo:
“Entonces se firma un convenio por el cual nosotros [Asgrow] tenemos que suministrar
productos a Nidera hasta el año 2004, o sea por 15 años, donde toda la tecnología de Asgrow es
apropiable por Nidera como primera opción.” (Entrevista a Rossi, 2009)
Dos años después, en 1991, Upjohn finalmente se desprendió del grupo que permanecía
como Asgrow Argentina, vendiéndoselo definitivamente a Nidera. El grupo de
fitomejoradores continuó desarrollando la soja transgénica, pero ahora directamente
182
La empresa pertenecía a la familia Llorente, y pasó a denominarse por un tiempo “Asgrow-Llorente”.
208
para Nidera. En marzo de 1994 presentaron una solicitud para comercializar la soja RR
ante la CONABIA, y la autorización salió dos años más tarde, el 26 de marzo de 1996,
el mismo año que comenzó la venta en los Estados Unidos y que se aprobó la
comercialización en Europa.
Por entonces Monsanto se encontraba comprando semilleras, pues había
desarrollado un evento transgénico, pero no quería perderse ningún eslabón de la cadena
productiva, y así es que en 1996 compra Dekalb (para competir en maíz) y luego
compra Asgrow, para hacerse de una semillera en soja. Ahí descubre Monsanto que en
Argentina Asgrow tenía un convenio especial con una empresa, Nidera, que dificultaría
los futuros emprendimientos de Monsanto en el país, pues todo lo que hiciera Asgrow
hasta el 2004 podía usufructuarlo Nidera. De modo que Monsanto había comprado una
semillera de soja internacional, Asgrow, pero no tenía libertad para operar en la
Argentina. La primera reacción de Monsanto habría sido la de intentar comprar a Nidera
Argentina; pero ésta habría declinado la oferta. Entonces se produjo un nuevo contrato,
esta vez entre Nidera y Monsanto, donde la primera acuerda romper su contrato con
Asgrow:
“Monsanto le paga a Nidera porque quiere el negocio de Asgrow en Argentina, de la soja, de no
tener que darle la soja a otro (…) Monsanto compra el contrato que Asgrow había firmado con
Nidera de que hasta el 2004 toda la tecnología que desarrollara, la recibía Nidera, podía ser
opción de Nidera (…) Hubo un arreglo (…) El gen RR nos queda como propio, aunque no
tenemos la libertad para operar en el mundo. Para la Argentina y para Uruguay, sí.” (Entrevista a
Rossi, 2009)
Por este contrato (que se fundamenta, en buena medida, en la ruptura del contrato
anterior) Nidera tiene libertad para operar cuando vende su soja resistente a glifosato en
la Argentina. Pero cada vez que quiere vender semillas con el gen RR a Paraguay, a
Brasil u otro país, debe llegar a un acuerdo comercial con Monsanto, como hace
cualquier otra empresa. Además, Nidera deja de usar la marca “Asgrow” en sus semillas
de soja, que pasa a ser de Monsanto.
Nidera ocupa un lugar dominante en la venta de semillas en la Argentina. En
cuanto a la exportación de granos, a principios de los ’90 ocupaba el primer lugar, y
diez años después había sido desplazada al sexto lugar. Sin embargo, en todo momento
209
la compañía manejó el 10% de las ventas externas de granos; esto evidencia un notable
proceso de concentración del sector, en función de empresas como Cargill y Bunge.183
4.3.1. Estrategias de innovación en Nidera
Nidera es una empresa semillera, y su abordaje a la investigación proviene siempre de
cómo explotar necesidades que provienen del campo productivo, de cómo incrementar
el rendimiento de sus variedades. La empresa, como toda semillera local, adaptaba las
innovaciones producidas por las grandes multinacionales. Pero a mediados de la década
de 1990 su panorama había cambiado.
En 1997 Nidera se vio enfrentada a un nuevo escenario, luego de que pusiera en
el mercado argentino la primera semilla transgénica, y de que Monsanto firmara un
acuerdo mediante el cual Nidera dejaba de tener un acceso privilegiado a la genética de
Asgrow. Es así que la empresa se planteó la necesidad de generar sus propios recursos
biotecnológicos. Ese mismo año, entonces, Nidera abrió su propio Departamento de
Biotecnología. El perfil de este departamento de I+D se iba a diferenciar claramente de
sus homólogos de las compañías multinacionales. La diferencia fundamental radica en
que la empresa decidió no emplear sus esfuerzos en desarrollar eventos transgénicos
propios, sino en utilizar marcadores moleculares para asistir al mejoramiento de
variedades:
“Las razones de aquella época creo que continúan siendo las mismas. En aquel momento era tal
lo embarullado del tema de propiedad intelectual en todo lo que era transgénesis y métodos de
transgénesis y demás, que lo percibíamos como algo infranqueable desde la óptica de una
empresa de semillas argentina.” (Entrevista a Sala, 2009)
Hay que enfatizar aquí el carácter local de la empresa, más allá de que sus orígenes se
remonten a una multinacional con sede en Holanda. El hecho de que Nidera Argentina
fue fundada por parte de los mismos socios que crearon la holandesa, le dio a la
empresa local un fuerte sesgo de autonomía. En realidad, tiene más sentido pensarlas
como empresas distintas con un nivel de interacción privilegiado en el negocio de
comercio de granos. De hecho, el Departamento de Biotecnología de Nidera Argentina
se financiaría con los propios recursos que maneja la empresa local. La empresa no se
consideraba en condiciones de competir en investigación en transgénesis con
183
Ver Nidera: una multinacional con fuerte arraigo local, Infocampo, 04/10/2007.
210
multinacionales que hacía largos años estaban en el tema, mientras que el uso de
marcadores moleculares le resultaba más accesible (Entrevista a Sala, 2009).
Los marcadores moleculares se utilizan para acelerar los procesos de
mejoramiento convencional de variedades. Pero no se emplea la transgénesis, es decir,
no se insertan en una planta genes de otra especie. Se emplean pequeñas secuencias
genéticas (los marcadores moleculares) que corresponden a parte de los genes cuyas
características se desea que estén presentes en la planta. Los breeders (mejoradores)
hacen las cruzas entre plantas buscando mejorar sus características, y luego en
laboratorio se confirma la presencia de las características genéticas que se buscaba
tener, lo cual acelera considerablemente los tiempos de mejoramiento de variedades.
Esto es lo que se conoce como selección asistida por marcadores moleculares.
De un modo similar los usan cuando quieren incorporar un transgén (que compran a
otra empresa) a una línea propia:
“Hacemos la cruza, la retrocruza (es decir, volvemos a cruzar con la línea elite) y con los
marcadores vamos seleccionando los individuos más parecidos a la línea elite. De esa forma, en
vez de necesitar 6 generaciones de backcross [retrocruza], que es lo que dicta la teoría para
reobtener una línea elite con el carácter incluido, en 2 backcross y una autofecundación ya lo
tenemos.” (Entrevista a Sala, 2009)
De no utilizar los marcadores moleculares para asistir en la incorporación de un
transgén en sus propias líneas vegetales, tardarían varios años más en hacerlo. Entonces
llegarían al mercado con una variedad vieja que contiene un carácter nuevo. El
mejoramiento convencional supone un aumento en la productividad de la planta del
1,5% anual. De modo que el tiempo que ahorran utilizando marcadores para asistir en la
incorporación del transgén (unos 4 años) equivale a evitar llegar al mercado con una
variedad que produzca entre 5 y 7% menos que el de otras semilleras.
En 2003, Nidera incorporó una nueva estrategia de innovación basada en el uso
de mutagénesis. Esta técnica permite obtener características nuevas en la planta,
produciendo mutaciones al azar en su genoma. A diferencia de la transgénesis, que
implica insertar un gen específico en el genoma, la mutagénesis emplea algún agente
que cause mutaciones al azar a lo largo del genoma.184 Someten una importante
población de semillas al agente mutagénico, y después aplican presiones ambientales
184
En el caso de Nidera, utilizan un agente químico: etilmetanosulfonato. La mutagénesis inducida es una
técnica que comenzó a emplearse a mediados del siglo XX.
211
para saber qué individuos tienen las características buscadas. Luego cruzan el mutante
elegido con germoplasma convencional, a fin de obtener plantas que tengan el gen
mutado, pero buscando que el resto del genoma sea básicamente el de la variedad
convencional.
Así obtuvieron un mutante de girasol resistente a imidazolinonas (una familia de
herbicidas cuya patente detenta BASF), en una investigación conjunta con BASF (Sala
et al., 2008). Ésta financió parte del programa de desarrollo (como el alquiler de los
campos donde cultivar las plantas). En el 2005 patentaron en Estados Unidos el gen de
resistencia a imidazolinonas y luego tramitaron la patente internacional. En 2008
ofrecieron el gen –bajo licencia– a otras semilleras a nivel internacional.185
La razón por la cual Nidera emplea mutagénesis pero no transgénesis radica, en
buena medida, en el modo en que los Estados regulan los productos obtenidos por uno y
otro método, pues las variedades obtenidas por mutagénesis no se considera que sean
esencialmente distintas a las convencionales; a diferencia de los transgénicos, lo que
obliga a realizar numerosos ensayos para probar su inocuidad en el ambiente y para la
salud.186 Por otro lado, la estrategia general de Nidera siempre fue desarrollar un
germoplasma altamente competitivo, y en todo caso licenciar transgenes para
incorporarlos a sus variedades de elite. En ese sentido, Nidera afirma estar vendiéndole
genética a Brasil, Europa y Estados Unidos. A pesar de que las condiciones (climáticas
y de suelo) son distintas a las de Argentina, afirman que sus breeders logran desarrollar
variedades en condiciones similares, y así exportar su genética.
4.4.
El capital nacional en transgénesis vegetal
Las empresas de capital nacional que han intentado desarrollar cultivos transgénicos son
muy pocas. Aquí expongo los dos casos principales. La primera es una firma tradicional
del campo de la salud, que decide incursionar en la biotecnología de plantas. La otra,
una firma creada por productores agropecuarios para desarrollar específicamente la
biotecnología vegetal.
185
También disponen de semillas de trigo y de maíz resistentes a imidazolinonas. Sin embargo, la
resistencia en trigo fue desarrollada por un grupo canadiense, y en maíz lo hizo un grupo de Estados
Unidos. Nidera, a través de BASF, licenció esos genes. Por otro lado, con anterioridad al desarrollo de
Nidera-BASF ya existía el girasol resistente a imidazolinonas, pero éste no ofrecería elevados niveles de
resistencia al herbicida.
186
Un caso diferente plantea la regulación en Canadá. Allí, todo carácter nuevo debe ser evaluado, sea
obtenido mediante transgénesis, mutagénesis, hibridación, etc.
212
4.4.1. Bio Sidus y su acercamiento a la transgénesis vegetal
Sidus es una empresa farmacéutica creada en la Argentina en 1938 (Bercovich y Katz,
1990). En la década de 1980, Sidus incorporó la biotecnología a su perfil de desarrollo,
fundamentalmente a través de la producción de interferón y de eritropoyetina mediante
técnicas de ADN recombinante. La trayectoria de la empresa siempre había sido en el
área de salud, y su aproximación a la biotecnología también se llevó a cabo en ese
ámbito. En ese marco, en 1983 abrió una firma subsidiaria, llamada Bio Sidus, para el
área de la biotecnología farmacéutica. Su desempeño en el campo de la biotecnología
alcanzó repercusión internacional tras haber clonado una vaca transgénica en 2002, que
producía una droga recombinante (Thomas et al., 2006).
Hacia 1992, la compañía decidió abrirse camino en la biotecnología vegetal,
para lo cual compró una pequeña firma llamada Tecnoplant (Entrevista a Rudoy, 2010).
Así como la incursión de Sidus en la biotecnología farmacéutica se había dado a través
de la cooptación de recursos humanos de una empresa pequeña del sector, lo cual le
permitió ingresar en el mercado con bajos niveles de riesgo (Aguiar y Buschini, 2009),
en el caso de la biotecnología vegetal fue similar.
Tecnoplant era una pequeña empresa que se dedicaba a la micropropagación de
plantines.187 Durante unos años, Tecnoplant, ahora dentro del grupo Sidus, continuó
manteniendo su perfil, dedicándose exclusivamente a la micropropagación de plantas
ornamentales y frutales para un pequeño mercado local.188 Hacia 1994, comenzaron a
experimentar con la micropropagación de arándanos. Era un producto de gran consumo
en Norteamérica, pero con un mercado inexistente en la Argentina. Sin embargo,
durante el invierno del hemisferio norte había escasez de arándanos, por lo que en Chile
habían comenzado a cultivarlos en contraestación, para exportarlos. En Tecnoplant
tomaron la idea e incluyeron a los arándanos en sus desarrollos (Entrevista a Rudoy,
2010).
187
La micropropagación consiste en la producción de plantas en un ambiente controlado utilizando
medios de cultivo, a partir de explantos (partes de la planta). Esta técnica permite producir plantas de
calidad uniforme a escala comercial, a partir de un genotipo selecto y con una tasa de multiplicación
ilimitada (Olmos et al., 2010).
188
El personal de Tecnoplant se limitaba a unas seis personas, entre responsables de laboratorio, técnicos
para micropropagación y técnicos para elaborar medios de cultivo. Después se destinó una parte de un
predio que tenía Sidus para ser utilizado como vivero, de modo que allí se incorporaron dos agrónomos
más. Si bien los insumos necesarios para la micropropagación presentaban bajo costo, el mercado al que
destinaban los plantines resultaba muy pequeño (Rudoy, 2010).
213
Le empresa producía por micropropagación los plantines de arándanos, que
luego vendía a los productores agrícolas. Para la explotación de arándanos se podían
requerir pocas hectáreas, entre 5 y 15. El perfil del productor de arándano no era el
típico agricultor, sino que se generaron sociedades de pequeños inversores que rentaban
campos para sembrarlos con arándanos (Craviotti, 2007). Luego, estos productores
exportaban la cosecha de arándanos hacia Norteamérica. Tecnoplant comenzó
produciendo entre 50.000 y 100.000 plantines por año. Pero el mercado de arándanos
pronto creció a pasos agigantados. Entre 1999 y 2009, las exportaciones de arándanos
aumentaron un 5.432%, alcanzando los 82 millones de dólares y las 12.000 toneladas
(Alcover et al., 2010). En ese período, Tecnoplant pasó a producir un millón de
plantines por año (Entrevista a Rudoy, 2010).
Como la micropropagación implica la manipulación de tejidos vegetales para
producir bienes, en un sentido laxo podría considerarse que Tecnoplant estaba haciendo
biotecnología vegetal. Pero en un sentido más estricto, no estaban utilizando ninguna
técnica que se vinculara al ADN recombinante. Hacia 1997, cuando la empresa recién
comenzaba a consolidarse en función de los arándanos, se fue interesando por la
transgénesis vegetal. Entró en contacto con el grupo del INGEBI (donde Mentaberry
había desarrollado una papa de variedad Spunta resistente a virus) y con el del INTA
(donde Hopp había desarrollado una papa de variedad Huinkul resistente a virus).
Tecnoplant se vinculó con tres productores de papa, de las provincias de Córdoba,
Mendoza y Buenos Aires, para realizar los ensayos a campo con las papas transgénicas.
Sin embargo, estos productores estaban interesados en la variedad Spunta, que es la que
más circulación comercial tenía; por lo que Tecnoplant continuó el proyecto con el
INGEBI y no con el INTA (Entrevista a Rudoy, 2010).
La división de tareas se llevó a cabo del siguiente modo: en el INGEBI se
encargaban de generar los eventos de papa transgénica, y luego en Tecnoplant se hacía
la micropropagación, la selección de ejemplares y los ensayos que exigía la
regulación.189
Cuando Tecnoplant empezó a tener más ingresos gracias a la producción de
arándanos, decidió incluir toda la fase de desarrollo de la transgénesis dentro de la
empresa, pues con el proyecto de la papa todo lo que se refería a la ingeniería genética
189
En Tecnoplant afirman haber recibido más de 200 eventos transgénicos del INGEBI. Después la
selección que realizó la empresa en invernaderos y a campo, se quedaron con dos eventos transgénicos
(Entrevista a Rudoy, 2010).
214
lo hacía el INGEBI. Comienza así un nuevo proyecto, esta vez propio de Tecnoplant,
que consiste en desarrollar caña de azúcar con tolerancia a glifosato.190 Para ello,
incorporaron más personal, poniendo el proyecto a cargo de un investigador formado en
ingeniería genética en el exterior. Sin embargo, después de dos años de intentar
infructuosamente transformar la caña mediante Agrobacterium, decidieron probar con
biobalística. Para ello se pusieron en contacto con investigadores del INTA, que
disponían de un cañón de biobalística para transformación genética. No obstante, ese
cañón era para uso de los propios laboratorios del INTA. Tecnoplant les dio unos
insumos de laboratorio, a cambio de poder copiar el modelo de cañón. La empresa llevó
entonces varios técnicos para que estudien el aparato y lo reproduzcan (Entrevista a
Rudoy, 2010). Al poco tiempo lograron obtener caña de azúcar tolerante a glifosato.
Si bien Tecnoplant había logrado con estos proyectos incursionar en la
transgénesis vegetal, su fuerte seguía siendo la micropropagación.191 Bio Sidus creó
entonces otra empresa, llamada Bio Sidus AG, para que concentre los esfuerzos en
investigación en la biotecnología relacionada a la agricultura (Entrevista a Welin, 2009).
Tecnoplant seguiría más que nada con la micropropagación. Ese reordenamiento de la
firma respondía, en buena medida, a que en el 2004 se había iniciado un proyecto para
fusionarse con otra empresa y generar una nueva compañía de biotecnología vegetal.
Esa otra empresa con la que Bio Sidus AG se juntaría, es Bioceres (Criscuolo, 2007).
4.4.2. Bioceres: los productores agropecuarios y la transgénesis
Bioceres se creó el 12 de diciembre de 2001, una semana antes de que en Argentina
estallara una enorme crisis político-económica. La empresa surgió como una iniciativa
de un grupo de productores agropecuarios nucleados en AAPRESID192, que es la
asociación de productores en siembra directa, quienes se veían a sí mismos como un
190
El pedido para desarrollar caña de azúcar transgénica habría venido de Ledesma, una de las mayores
empresas de producción de azúcar del país. En este caso, Tecnoplant se encargaría de obtener la caña
transgénica, y luego Ledesma financiaría los ensayos exigidos por la regulación.
191
A comienzos de la década del 2000, el negocio de los arándanos había crecido tanto que Bio Sidus
decide crear nuevas firmas para acaparar toda la cadena de producción de arándanos. Inventa así la firma
Berries de Argentina S.A., la cual adquiere campos en la provincia de San Luis para cultivar los
arándanos que le provee Tecnoplant. Luego crea otra firma que es Tecnovital S.A., la cual se dedica a la
exportación de los arándanos (Cobelo, 2004).
192
“Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa” (AAPRESID), es una ONG formada en
1989 por productores agropecuarios interesados en promover la utilización de la siembra directa. Tiene su
sede central en Rosario, y cuenta con alrededor de 1500 socios. Para un estudio antropológico sobre
AAPRESID, ver Hernández (2007).
215
sector que se había desarrollado fuertemente a partir de los años ’90, pero cuyo vínculo
con
las
innovaciones
tecnológicas
dependía
exclusivamente
de
empresas
multinacionales. Estos productores consideraban que la competitividad del agro
argentino se debía a los cambios que el campo había hecho durante la década de 1990,
en torno a tres cuestiones (Entrevista a Giacobbe, 2008; Entrevista a Rabasa, 2009). Por
un lado, están los cambios que identificaban con cuatro innovaciones tecnológicas:
siembra directa, fertilizaciones, rotaciones e incorporación de la biotecnología
(básicamente la soja RR en el ’96). El segundo de los elementos que consideraban
crucial para entender la competitividad del sector tiene que ver con el modo de
organización que presentaba, basada en un armado en red, donde era frecuente encontrar
productores agropecuarios que no tuvieran una hectárea de campo ni maquinaria, pero
que al contar con el dinero suficiente podían contratar todo lo necesario. Se establecía
así un sistema de redes, donde se provee al financista de servicios especializados y deja
de prevalecer el emblema del productor que tiene todo armado, sino que emerge la
figura del capitalista que terciariza los servicios vinculados a la producción agrícola.
Finalmente, hay un tercer acontecimiento que estos productores asociaban a la
competitividad del sector: en el año 1991 se creó en la Argentina la CONABIA
(Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria), lo que constituyó uno de
los primeros organismos de regulación de la biotecnología a nivel mundial. A esto
habría que agregarle, como se ha dicho, que los productores agrícolas poseían
maquinaria agrícola moderna debido a las importaciones de la década de 1990, que
tenían un alto endeudamiento, que los mercados mundiales presentaban una caída de los
precios internacionales de los principales cultivos, y que en ese sentido la adopción de
los cultivos transgénicos se presentaba como una solución a sus crecientes problemas
(Bisang, 2007).
Pero dentro de este escenario, los productores recibían la biotecnología a partir
de desarrollos de empresas multinacionales. Es así que un grupo de estos productores
decide formar una empresa que busque generar innovaciones tecnológicas para las
necesidades del sector. Se trata de unos 23 inversores, entre los que figuran algunos de
los productores agropecuarios más grandes del país (ASA, 2009).193 Unos años después,
Bioceres tendría más de 190 accionistas (Bioceres, s./f.b). Si se sumara la cantidad de
193
El primer presidente de Bioceres fue Gustavo Grobocopatel, uno de los mayores productores de trigo y
de soja del país (Fainsod, 2007; Casas, 2007).
216
hectáreas que manejan los productores vinculados a Bioceres, se obtendría una cifra
cercana al millón y medio de hectáreas (Entrevista a Giacobbe, 2009).
Esta empresa, Bioceres S.A., surge entonces con una serie de objetivos precisos:
tener una estructura de organización abierta, y generar un fuerte vínculo con el sector
público. En cuanto al primer aspecto, sostienen que no podrían invertir en proyectos de
largo plazo y alto riesgo del mismo modo que una empresa multinacional, y por ende
crearon una estructura en red, donde la inversión es generada por los productores
agropecuarios. Se convencía a los productores para que abonen sumas pequeñas y a
cambio se les daba acciones en la compañía. En un principio, la inversión era en torno a
proyectos específicos: Bioceres decidía gestionar un proyecto de investigación para
obtener maíz transgénico resistente al Mal de Río Cuarto, por ejemplo, y conseguía
fondos de los productores interesados en ello. En cuanto al vínculo con el sector
público, los fundadores de Bioceres consideraban que el mismo tenía consolidadas
trayectorias en la investigación, mientras que ellos (el sector privado) debían aportar su
capacidad de gestión; de modo que no se propusieron disponer de laboratorios propios,
sino utilizar los del sector público.
En el 2004, Bioceres, junto a otra empresa –Bio Sidus– crearon INDEAR
(Instituto de Agrobiotecnología de Rosario). Bio Sidus es una empresa de biotecnología
de capital nacional, pero cuyo fuerte es la producción de medicamentos. Sin embargo,
su trayectoria en transgénesis vegetal es sumamente escasa, fundamentalmente a través
de algunos convenios que había realizado con el grupo de investigación en
biotecnología vegetal del INGEBI. No obstante, el propósito de Bioceres al unirse con
Bio Sidus no era tanto contar con su experiencia en el área específica, sino que Bioceres
necesitaba de un socio para no cargar con toda la inversión, y Bio Sidus aparecía como
una empresa nacional con capacidad innovadora:
“Ellos tenían una empresa nacional, con muchos años de investigación en ciencia, con toda una
trayectoria y una empresa exitosa (…) La idea sobre todo era que ellos tenían un conocimiento
de hacer investigación en Argentina, de muchos años…” (Entrevista a Giacobbe, 2008)
De modo que Bio Sidus hizo valer su prestigio innovador en el escenario local para
involucrarse en el proyecto de INDEAR. Pero la crisis financiera internacional de 2008
llevó a Bio Sidus a replantear sus estrategias, y decidió abandonar INDEAR a fin de
concentrarse allí donde es fuerte, en el sector farmacéutico. Bioceres queda así como el
217
único referente del sector privado en INDEAR; sin embargo, el pasaje a esta nueva
empresa genera un cambio en su dinámica de investigación.
4.4.3. Estrategias de innovación en Bioceres
El vínculo particular que Bioceres establece con el sector público hizo que no tuviera –
durante sus primeros siete años– laboratorios de investigación propios. Bioceres
financiaba la investigación que ya había comenzado algún centro público de
investigación, estableciendo una relación en la cual el sector privado gestionaba la
producción de conocimiento que realizaba el sector público. De este modo, los
laboratorios donde se llevaban a cabo los proyectos que financiaba Bioceres se ubican
en los distintos centros públicos que en Argentina tenían desarrollos en el área: el
Instituto de Biotecnología y de Genética del INTA, la Universidad del Litoral, el
INGEBI.
Esta estructura le permite a la empresa evitar invertir en capacitación y en todos
los gastos de equipamiento y mantenimiento de un laboratorio. Y acaso lo más
importante: le evita tener que comenzar un desarrollo desde cero. En consecuencia, la
inversión directa en recursos humanos es mínima –en el 2008 la empresa sólo contaba
con 14 personas–, y la financiación que ejerce se suma a una infraestructura ya
existente. Por lo demás, la empresa decide invertir cuando la investigación que alcanza
un laboratorio está avanzada.194 Esto no anula el riesgo de la inversión, pues quedan
muchas etapas por alcanzar antes de que el desarrollo pueda realmente llegar al
mercado, pero indudablemente disminuye la incertidumbre que supondría partir sólo de
una idea.
Los proyectos de investigación que Bioceres gestionó fueron variando con el
tiempo, a pesar de la reciente creación de la empresa. Inicialmente generó un convenio,
a fines de 2002, con el INTA, el cual venía desde hace varios años realizando
investigaciones para obtener maíz transgénico resistente al Mal de Río Cuarto, un virus
que sólo existe en el país.195 El INTA desarrolló las construcciones genéticas que
proveían de resistencia a dicho virus, y también realizó las transformaciones en el maíz.
Bioceres se encargó de la gestión, vale decir, llevó adelante las solicitudes de patentes, y
194
En la primera etapa de Bioceres, al menos, no parece haber un criterio demasiado definido en torno a
qué proyectos financiar. Más bien depende de que los referentes de investigación del sector público les
ofrezcan proyectos avanzados.
195
En el convenio participan tanto el Instituto de Genética como el Instituto de Biotecnología, ambos
pertenecientes al INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria).
218
aportó para el proyecto un total estimado de U$S 250.000. El interés que encuentra
Bioceres en este proyecto radica en el vínculo que le permite establecer con el INTA, y
en el reconocimiento que obtendría por producir un transgénico íntegramente en
Argentina. Sin embargo, desde Bioceres admiten que no son menores los obstáculos que
se presentan para que este transgénico finalmente llegue al mercado. Por un lado,
deberían ocuparse de realizar la desregulación internacional de esta semilla transgénica
(es decir, realizar los ensayos y presentaciones que demandan los organismos de
regulación de cada país), lo que hoy en día constituye una inversión millonaria que no
está a su alcance realizar; por otro lado, algunas mejoras frente al Mal de Río Cuarto ya
se han obtenido mediante otras tecnologías –mediante cruzamientos híbridos
convencionales– lo que también disminuye las expectativas de que el producto llegue al
mercado (Entrevista a Trucco, 2009).
Otro de los proyectos que abordó Bioceres fue el de generar una soja transgénica
con genes antifúngicos, aprovechando para ello la trayectoria de investigación de un
grupo de biología molecular de plantas del INGEBI, el cual había sido uno de los
pioneros en la generación de plantas transgénicas en el país, a partir de sus ensayos con
papa. Sin embargo, dicho proyecto se tuvo que dar de baja, al fracasar los intentos del
grupo de investigación en transformar la soja. No obstante, el grupo siguió intentando
transformar la soja por su cuenta, cosa que logró al cabo de unos años. El vínculo con la
empresa se mantuvo, al punto que el director del grupo de investigación pasó a ser el
Director Científico de INDEAR –nueva organización empresaria de Bioceres–, e
iniciaron un nuevo proyecto de obtener soja transgénica.
Bioceres/INDEAR también firmó un convenio con la Universidad Nacional del
Litoral. Un grupo de investigación de dicha universidad venía trabajando en la
caracterización de un gen de girasol que le confería propiedades de tolerancia a sequía y
condiciones de salinidad (Entrevista a Chan, 2009). Luego probaron la funcionalidad de
dicho gen en una planta modelo (Arabidopsis thaliana), y esperaban insertar con éxito
el gen en plantas de interés comercial, como soja, maíz y trigo. La empresa financió la
inversión a través de un pool de inversores. En este caso, gestionó solicitudes de
patentes no sólo en Argentina, sino también en India, China, Estados Unidos, México,
Australia y Brasil. No obstante, dado lo costoso que resultaría realizar los ensayos para
desregular el cultivo transgénico a nivel internacional, en la empresa estiman que, de
llegar a obtener un buen producto, lo más probable es que lo vendan a una de las
grandes empresas multinacionales.
219
Dentro de las iniciativas más recientes en las que se involucró INDEAR, cabe
mencionar la implementación de un grupo de investigación para desarrollar una
plataforma de transformación vegetal propia, la adquisición (a través de un subsidio del
Estado, por medio de la agencia estatal de promoción de la ciencia) de un secuenciador
que permitiría obtener en poco tiempo el genoma de la especie que se desee, y el inicio
de una línea de desarrollo en molecular farming (producción de proteínas de interés
comercial utilizando las plantas como “fábrica”). Estiman que su primer producto
podría ser la quimosina obtenida mediante molecular farming, lo que posicionaría a la
empresa en un plano de prestigio internacional –como lo fue para Bio Sidus la
clonación de una vaca–, aunque no necesariamente deje un gran margen de
rentabilidad.196
Además del sector privado, en INDEAR también interviene el sector público, a
través del CONICET. Éste aporta el terreno sobre el que se construyeron las
instalaciones de INDEAR. Sin embargo, no es ésta la razón principal por la que la
empresa acudió al CONICET, sino que lo hizo para estar en constante vinculación con
los centros de investigación que habrá allí (Entrevista a Giacobbe, 2008). O sea que,
para la empresa, lo que aportó en realidad el CONICET es el espacio, el prestigio y los
vínculos con la dinámica de investigación pública.
Al mismo tiempo que genera INDEAR, Bioceres arma otra empresa, que es
“Bioceres Semillas S.A.”. Esta última tiene la misión de generar variedades de semillas
diseñadas para su mejor rendimiento según zonas de la Argentina (para lo cual armó
convenios con el INTA), generando alrededor suyo una red de semilleros exclusivos:
Esta etapa en la trayectoria de la empresa, marcada por la creación de INDEAR
y Bioceres Semillas, obliga a Bioceres a desembolsar inversiones mucho mayores que
antes, pero con la ventaja de que se mantiene vinculada al sector público (los grupos de
investigación que componen INDEAR vienen del sector público, y se suma el
CONICET; mientras que el INTA se enlaza en Bioceres Semillas) y logra incorporar
una gran parte de la cadena de desarrollo de las plantas transgénicas:
196
INDEAR firmó un contrato con una empresa canadiense, por medio del cual podrá producir quimosina
(enzima que se emplea para la producción de lácteos) en plantas de cártamo. El desarrollo es de la
empresa canadiense, que le dio la licencia a INDEAR para que produzca dicha tecnología en el país. El
objetivo principal de INDEAR parece ser el de ganar prestigio mediante esta innovación, y así conseguir
más y mejores oportunidades de negociación en el futuro con otros desarrollos.
220
“Ahora, al ser una sociedad anónima, [Bioceres] tiene la posibilidad de hacer Bioceres Semillas
o cualquier otra, tiene la posibilidad abierta de capturar su valor y la mayor cantidad de
semilleros posibles, con lo cual no es que vamos a ser exclusivos, pero vamos a tener el
conocimiento más cercano de los genes que desarrolle INDEAR… En algún futuro, Bioceres
Semillas podrá introducir en sus materiales los genes desarrollados por INDEAR o por cualquier
otro.” (Entrevista a Giacobbe, 2008)
Este relato permite poner al descubierto distintas etapas en Bioceres/INDEAR. La
primera consiste en un acercamiento a los centros públicos de investigación a través de
un financiamiento por proyecto (a partir de un aporte de inversores). Luego gestionó
proyectos que tuvieran un mayor interés comercial (en soja, maíz o trigo) con eventos
que pudiera vender internacionalmente. Finalmente se propuso incorporar una mayor
parte de la cadena de producción de cultivos transgénicos, para lo cual cambió su
organización (Bioceres generó INDEAR y Bioceres Semillas), construyó una
infraestructura de laboratorios propia, modificó su financiamiento (ya no realiza
inversiones por proyecto, por considerar que muchos podían terminar en fracasos, sino
que INDEAR se financia a partir de sus socios, y luego destina fondos según su parecer)
y busca desarrollar tecnologías de procesos propia (a través de un laboratorio dedicado a
desarrollar metodologías de transformación de plantas, lo cual le permitiría prescindir
del pago por uso de técnicas ajenas y adquirir un know-how propio).
4.5.
Un caso europeo
En este capítulo he mencionado el caso de Bioceres, como una empresa nacional que
buscaba insertarse en el mapa de la biotecnología vegetal. El caso que presento ahora
transcurre en Francia, y también es emblemático de una empresa que “desafía” la
concentración de las innovaciones en biotecnología vegetal, por cuanto busca
desarrollar sus propias construcciones genéticas. Pero aunque su inmersión en la
biotecnología es reciente, a diferencia del caso argentino ésta es una empresa con una
larga tradición y una fuerte posición mundial en la producción de semillas
convencionales.
Limagrain es una cooperativa agrícola de la región de Auvergne.197 Hacia 1942,
un conjunto de agricultores de Limagne (planicie dentro de Auvergne con una larga
trayectoria en el cultivo de cereales) se unieron para dar forma a la cooperativa de
197
El nombre que adquiere al momento de fundarse es “Coopérative de Production et de Vente de
Semences Sélectionnées du Massif Central". Cambia su nombre a Limagrain recién en 1965.
221
Limagrain, con el fin de disponer de semillas necesarias para su actividad (Limagrain,
2007). Esto se enmarca en un proceso de creación de cooperativas (sobre todo en
semillas) que se dio en Francia entre los años ‘30 y ‘50. Respondía a una necesidad de
producir semillas de calidad para aprovisionar a los agricultores de determinadas
regiones. En 1965 abre una estación de investigación en maíz, a fin de desarrollar
variedades propias. Su proceso de crecimiento y absorción de otras empresas comienza
a hacerse evidente a partir de 1975, cuando adquiere a la compañía Vilmorin.198 Pocos
años después abre una estación de investigación en Estados Unidos, iniciando una etapa
de expansión a través de la creación de filiales y centros de investigación en diversos
puntos de Francia y el resto del mundo. En 1986 crea Biosem, un laboratorio dedicado a
desarrollar diversos aspectos de la biotecnología vegetal, como el desarrollo de
marcadores moleculares y los OGMs. Biosem se divide luego según el tipo de actividad,
creándose en 1997 la empresa Biogemma para desarrollar específicamente la
transgénesis aplicada a grandes cultivos. Por otro lado, en 2001 Limagrain compró –a
través de Vilmorin– el 20% de KeyGene, una empresa de biotecnología vegetal con
sede en Holanda (Limagrain, 2008a).
El cultivo más importante de Limagrain es el maíz, cuyas variedades se
encuentran sembradas en 5 millones de hectáreas en el mundo y para el cual tiene 48
estaciones de investigación en maíz repartidas en el mundo dedicadas al desarrollo de
variedades (Limagrain, 2009). Aún cuando se trata de una empresa que vende sus
productos a todo el mundo, su fuerte radica en el mercado europeo, a donde destina el
67% de sus ventas (Limagrain, 2008a).
Limagrain es un poderoso grupo semillero, que se ubica en el 4° lugar de los
mayores productores de semillas del mundo; pero aún no produce semillas transgénicas
propias. Biogemma es el emprendimiento del grupo Limagrain con el objetivo de no
quedar fuera del mercado de productores de semillas transgénicas. Aunque con una
participación minoritaria, Biogemma también es financiada por el grupo Euralis,
cooperativa de productores agrícolas originariamente del sud-oeste de Francia.
Biogemma se presenta así como “la única empresa europea de investigación en
biotecnología vegetal desarrollada y financiada por el mundo agrícola” (Limagrain,
2008a: 30).
198
Empresa que data de 1742, cuando el botánico de Luis XV abrió un negocio propio para comerciar
granos y plantas. Al comprarla, Limagrain incorpora a su negocio la producción de hortalizas y productos
de jardín.
222
4.5.1. Estrategias de innovación en Biogemma
Aunque Biogemma tenía el propósito de dedicarse exclusivamente a la generación de
plantas transgénicas, pronto diversificó sus esfuerzos de investigación en dos áreas: la
transgénesis vegetal, por un lado, y la genómica vegetal, por otro. La transgénesis
implica en este caso la producción de ADN recombinante, mientras que la genómica
vegetal es el estudio del ADN (la identificación y caracterización de los genes del
genoma de una planta). Se trata de dos cuestiones totalmente distintas (la genómica es
una ciencia básica), pero el desarrollo de la genómica vegetal puede resultar muy útil
para la transgénesis, en la medida que permite encontrar genes de interés (o comprender
el funcionamiento del genoma receptor) para posteriormente desarrollar un ADN
recombinante. Por otro lado, la genómica vegetal también puede ser útil para desarrollar
nuevas variedades vegetales usando “marcadores moleculares”: a diferencia de la
transgénesis, no se ingresa un gen de otra especie, sino que la selección asistida por
marcadores moleculares permite obtener variedades de un modo similar a como se
obtienen mediante cruzamiento convencional, pero mucho más rápido.
En cuanto a la generación de plantas transgénicas, el cultivo hacia el que
volcaron sus esfuerzos de innovación es el maíz, elegido por la importancia económica
que presenta su comercialización para el grupo Limagrain:
“Biogemma trabaja esencialmente sobre el maíz. Es un cultivo importante, para Limagrain y los
accionarios de Biogemma, en términos de superficie, cantidad de ventas, etc. Anteriormente
trabajaba con otras especies: colza, plantas forrajeras, trigo. Pero hoy trabaja con maíz porque
para ellos es la primera planta en términos de prioridad debido a su gran mercado.” (Entrevista a
Toppan, 2008)
El principal caracter sobre el que trabaja Biogemma en transgénesis de maíz es el de
“tolerancia a sequía”. El cultivo de maíz con tolerancia a sequía permitiría disminuir los
costos de producción al emplear menos agua, y extender su siembra hacia condiciones
adversas, todo lo cual redunda en un aumento de la productividad. En tal sentido,
Biogemma ha utilizado la transgénesis para estudiar el efecto de diversos genes sobre el
estrés hídrico del maíz (Toppan, 2002). En la empresa identificaron un gen en un cereal
africano –el sorgo– que otorga resistencia al estrés hídrico, y lo introdujeron en el maíz.
223
Biogemma comenzó a realizar ensayos a campo con este maíz transgénico en 2005
(Limagrain, 2008b).
Por otro lado, y en parte debido al difícil panorama que presentaba ya la
transgénesis en la opinión pública, Biogemma se sumó al consorcio Genoplante, que
desde 1999 realiza estudios en genómica vegetal. Genoplante es una red mixta, donde
participan tanto centros públicos de investigación (CIRAD, CNRS, INRA, IRD) como
empresas privadas (Biogemma, Bayer CropScience, Bioplante), y tiene por objeto
analizar los genomas de especies fundamentales para la agricultura francesa, como
maíz, trigo, colza y girasol:
“En 1997 se crea Biogemma, y ya comenzaba un panorama difícil para los OGM en la opinión
pública. Al mismo tiempo, la genómica permitía alcanzar muchos resultados (gracias a la
utilización de la informática). De modo que en 1998 se asociaron con institutos de investigación
públicos de Francia (el INRA, el CIRAD) en un gran programa de genómica de 5 años, que
asociaba lo público y lo privado… Era un contrato de investigación de 5 años para abordar
aspectos importantes para la agricultura francesa. Eso se firmó en 1998/1999; terminó en
2004/2005. Genoplante sigue existiendo pero ese financiamiento ya no, hoy el financiamiento se
logra vía la ANR [Agence Nationale de la Recherche], pero ya no hay una suma tan importante
como la de antes. Lo que importaba en 1998/1999 era ayudar al desarrollo de la genómica en
Francia.” (Entrevista a Toppan, 2008)
El presupuesto de Genoplante para sus primeros cinco años fue de 200 millones de
euros, de los cuales el 60% provino del sector público (Job y Pelletier, 2003). El interés
de Limagrain de involucrarse en Genoplante, radica en desarrollar el conocimiento en
genómica para utilizar la selección asistida por marcadores. La selección asistida por
marcadores permite desarrollar variedades vegetales sin recurrir a la transgénesis. Como
hemos dicho anteriormente, la transgénesis implica la incorporación de un rasgo (a
través del transgén) que no podría obtenerse por cruzamientos convencionales, mientras
que la selección asistida por marcadores simplemente acelera los tiempos de
cruzamiento convencional.
De hecho, muchas de las investigaciones que comenzó Biogemma –a excepción
del maíz con tolerancia a sequía– terminó por orientarlas hacia la genómica y la
selección asistida por marcadores:
“Biogemma trabajó antes en transgénesis con genes de plantas (enzimas de tomate) integrados en
colza. En maíz y trigo, hubo ensayos con diferentes genes (de vegetales, de insectos). Hoy todos
224
esos caminos se han abandonado y sólo se hacen estudios de genómica: identificación de genes
(alelos) de trigo, de maíz y genes apilados (combinación de diferentes alelos) mediante selección
asistida por marcadores.” (Comunicación personal con Toppan, 2009)
La resistencia de la investigación pública hacia los OGMs en Francia es significativa
(mediante las acciones de destrucción de transgénicos de las organizaciones anti-OGMs,
o simplemente mediante la oposición a usar y consumir transgénicos que reflejan las
encuestas en Francia). Esto incide directamente en Biogemma a través de lo que
ocurrió, por ejemplo, con Genoplante (pues el sector público ha disminuido su
participación en todo lo que se vincule con el desarrollo de OGMs), pero también incide
de un modo indirecto al generar un escenario sin interlocutores, pues los OGMs dejan
de ser un objeto de investigación y desarrollo.
4.5.2. Mudanza de los centros de I+D
El grupo Limagrain dice contar con 1200 investigadores y 80 centros de investigación,
dedicados mayormente al desarrollo de variedades de semillas, es decir, se trata
mayormente de fitomejoradores y plantas de producción de semillas (Limagrain,
2008a). En lo que respecta específicamente a Biogemma, ésta cuenta con poco más de
70 investigadores, y tenía sus laboratorios en dos localidades de Francia: ClermontFerrand y Mondonville. Sin embargo, a comienzos de 2008 Biogemma decidió mover
gran parte de sus investigaciones a los Estados Unidos. Ante las sucesivas destrucciones
de sus ensayos a campo por parte de movimientos anti-OGM en Francia, Biogemma
había amenazado con dejar el país (Miserey, 2007). En 2006 sólo pudo concluir un
ensayo a campo, debido a la destrucción de 10 parcelas (Jolivet, 2006). En 2007, una
parcela de 5.000 m2 donde Biogemma realizaba un ensayo de maíz transgénico con
tolerancia a sequía habría sido destruida en un 95% (AFP, 2007). Finalmente, la
empresa optó por trasladar sus ensayos a campo a Estados Unidos, alegando que,
aunque resulta más caro trasladar parte de la infraestructura de la empresa hacia ese
país, allí no hay riesgos de destrucción de ensayos (Entrevista a Toppan, 2008).
El tipo de investigación que aún realizan en Francia es la más básica, es decir, la
búsqueda y caracterización de los genes de interés, y aún tendrían alrededor de 70
investigadores en el país. Pero todo lo relacionado con los ensayos a campo, ya no lo
realizan más en Francia. La decisión de trasladar sus ensayos fue tomada incluso antes
de que la Unión Europea se expidiera acerca de la decisión unilateral de Francia de
225
instaurar una nueva moratoria sobre los cultivos transgénicos. Es que para las
autoridades de Biogemma, el problema no residía en una cuestión legal, sino en un
entramado complejo que le resultaba hostil, en cuya base se ubica el alto rechazo de la
población francesa a los cultivos transgénicos en general, sobre el cual se montan las
destrucciones de ensayos que realizan los movimientos anti-OGM, a lo que se agregaría
la percepción de una escasa voluntad de imponer otra dirección en el asunto por parte de
las distintas esferas del Estado. Es así que, incluso si llegara el día en que Biogemma
pudiera comercializar sus semillas transgénicas en Francia –para lo cual, siguiendo la
normativa usual al respecto, debería previamente realizar ensayos a campo allí donde se
pretende comercializar los OGM– dejarían la obligación de hacer ensayos en Francia
“para último momento, y sólo si no se puede hacer de otra manera” (Entrevista a
Toppan, 2008).
En suma, Biogemma es una empresa de biotecnología que pertenece a uno de los
grupos semilleros más grandes del mundo. Sin embargo, su ingreso en el campo de los
OGM es tardío (Biogemma se funda en 1997, cuando ya había cultivos transgénicos en
el mercado) en relación a las empresas que hoy son dominantes en el sector. Las
mayores dificultades que tuvo para desarrollarse en la biotecnología vegetal radican en
el contexto adverso que se planteó en Europa, a través de moratorias a los OGMs y
escaso financiamiento al desarrollo de los mismos. Esta situación se ve agudizada en
Francia, donde las sucesivas destrucciones de los ensayos a campo que realizaba
Biogemma por parte de grupos anti-OGM, motivaron a la empresa a trasladar parte de
sus investigaciones a Estados Unidos. Además, aduciendo el poco apoyo del Estado y el
contexto adverso de Europa, fue orientando sus investigaciones hacia la genómica y la
selección de variedades asistida por marcadores moleculares, mientras que la
transgénesis quedó reducida a un único proyecto: el maíz con tolerancia a sequía.
4.6.
Los científicos y los cultivos: elecciones cognitivas y comerciales
Los dos últimos casos que he presentado –Bioceres en Argentina y Biogemma en
Francia– permiten establecer algunas comparaciones sobre el papel de los científicos en
la definición de las líneas de desarrollo en cultivos transgénicos
La diferencia fundamental radica en que la empresa francesa instaló sus propios
laboratorios, mientras que la empresa argentina hizo uso de los centros públicos de
investigación.
226
En el caso argentino, las investigaciones en OGMs las habían comenzado tiempo
antes que existiera la empresa, en los laboratorios del INTA y del INGEBI. En estos
casos, la elección del cultivo se debe a intereses cognitivos y productivos. A intereses
cognitivos, porque la papa implicaba un modelo de fácil acceso y con el que los ligaba
ciertas investigaciones previas. Tanto en el INTA como en el INGEBI venían
trabajando en la biología molecular de unos virus de papa, por lo que utilizar la papa
para hacer transgénesis suponía aprovechar y potenciar sus investigaciones previas. La
elección es también productiva, en el sentido que los propios investigadores declaman
que la papa tenía una notoria importancia en la agricultura argentina, por cuanto se trata
de un cultivo popular. Lo mismo ocurre con el grupo que realizó transgénesis en girasol.
Se trata de un cultivo de gran importancia en Argentina (ocupa el primer lugar mundial
en producción de aceite de girasol), pero no es tan significativo su cultivo en otros
países. En ese sentido, cabe destacar que la elección productiva que declaman los
científicos es muy distinto de valorar el posible impacto comercial de un cultivo
transgénico. De hecho, cuando Bioceres acudió a estos grupos para que emplearan un
cultivo que tuviera importancia en el mercado mundial de transgénicos –la soja–, los
investigadores encontraron serias dificultades, pues los modelos de cultivos sobre los
que venían trabajando tenían características distintas. Hoy, estos investigadores afirman
que hubiera sido más conveniente comenzar sus desarrollos en OGMs con otros
cultivos.
Todo esto no ocurre en el caso francés, precisamente porque aquí la empresa en
cuestión montó sus propios laboratorios, decidida a concentrar sus esfuerzos en
transgénesis allí donde estaba su fuerte comercial: en el maíz. En este caso, la elección
es claramente comercial, y responde a los intereses de la empresa en primer lugar.
Otra cuestión que hace a la capacidad de los científicos de fijar las líneas de
investigación, tiene que ver con el entorno (tanto institucional como en lo que se refiere
a la opinión pública). Mientras que en la Argentina los programas destinados a
promover el desarrollo y la investigación en biotecnología en general (y en
biotecnología vegetal en particular) se han acentuado en la última década –con
estímulos a la investigación desde el Ministerio de Ciencia y Tecnología o desde la
apertura de áreas prioritarias en biotecnología en instituciones como el INTA–, en
Francia la promoción de la investigación en transgénesis vegetal se concentró en
estudiar sus efectos ambientales y socio-económicos más que en su desarrollo, y las
instituciones priorizaron estudios de genómica más que de transgénesis (en todo caso, se
227
hace eje en la investigación básica más que en posibles desarrollos de plantas
transgénicas). Por otro lado, debido a la opinión pública adversa a los OGMs en
Francia, desde la empresa europea afirman que cada vez resulta más difícil encontrar
científicos dispuestos a realizar desarrollos en plantas transgénicas: la combinación del
riesgo de exposición pública y de escaso financiamiento haría que muchos científicos en
Francia decidan orientar sus investigaciones hacia temas afines pero que no impliquen
el desarrollo de OGMs, tales como la genómica, el uso de marcadores moleculares, o el
uso de la transgénesis dentro de un marco de investigaciones básicas (para conocer el
comportamiento de genes o de rutas metabólicas en plantas, por ejemplo, pero no para
desarrollar un cultivo transgénico).
4.7.
Algunas consideraciones sobre la biotecnología y el capital
En función de los casos analizados en este capítulo, resulta conveniente establecer
algunas consideraciones generales de política económica sobre la biotecnología de
plantas.
Cabe señalar que la elaboración de una nueva semilla transgénica necesita de
una acumulación de capital previa (para disponer de laboratorios, de invernaderos, de
campos de experimentación, de recursos humanos, de una gran cantidad de ensayos y de
tiempo antes de poder ofrecer un producto, para ni mencionar las semillas y su cadena
de producción y distribución) y de especialización del trabajo (biotecnólogos que
realicen las construcciones genéticas, ingenieros agrónomos que hagan los ensayos a
campo, empresas o departamentos dentro de ellas dedicadas a la biotecnología, otro
tanto dedicado a la producción de semillas, y otro a la distribución de las mismas). La
acumulación de capital y la especialización del trabajo que se requieren para producir
un desarrollo tecnológico en el mercado no son una novedad ni una exclusividad de la
biotecnología vegetal. Sin embargo, por ser una tecnología que se entrelaza con la
agricultura, su comprensión resulta particularmente resistida. Es así que numerosos
relatos ofrecen una exaltación de la pequeña economía campesina y de sus ideales de
vínculo directo con la tierra y de independencia del productor. Pero la concentración de
capital y la división del trabajo en la agricultura son previas a la biotecnología vegetal.
Las empresas dedicadas a la producción de semillas nacen en la segunda mitad del siglo
XIX, y las compañías especializadas en la producción de herbicidas surgen a mediados
del siglo XX. Observar la trayectoria de las empresas de biotecnología vegetal es
necesario para comprender el perfil específico que presentan las semillas transgénicas.
228
Es así que la trayectoria previa como empresas dedicadas a la producción de insumos
químicos para la agricultura orienta su búsqueda en la biotecnología hacia un modo de
potenciar la ganancia que obtienen de éstos: las semillas resistentes a herbicidas. Incluso
Nidera, cuando desarrolla en Argentina una variedad mutante de girasol resistente a un
herbicida, lo hace gracias a un acuerdo con BASF, que posee la propiedad de ese
herbicida. Pero en el entrelazamiento entre semillas transgénicas y herbicidas se abren
nuevas perspectivas. A mediados de 2004, se produce un significativo punto de
inflexión para Monsanto: sus ventas en semillas comienzan a superar a las ventas en el
resto de sus productos agrícolas (ver Figura 3).
Figura 3. Ganancias de Monsanto según área de productos.
Fuente: Ferreira (2006) y Grant (2007)
Además, Monsanto afirma que sólo el 10% de su inversión en I+D se destina a
herbicidas, el resto lo estaría invirtiendo en semillas y biotecnología (Entrevista a
Ovejero, 2008). Esto permite suponer que en algunos años el mercado de semillas
transgénicas se independizará definitivamente del paquete tecnológico que lo asocia a
los herbicidas.
229
Por otro lado, cabe señalar algunos aspectos generales que implica la
introducción de la transgénesis en la agricultura, además de la expansión de las fuerzas
productivas en el agro (que llevan a un aumento de la superficie cultivada y del
rendimiento por hectárea). En primer lugar, supone el aumento del capital constante
vinculado a la producción agrícola.199 Esto, a su vez, indica que un productor necesita
cada vez de un mayor capital inicial para dedicarse a la agricultura. A comienzos del
siglo XX bastaba con adquirir algo de tierra para empezar a producir; a partir de los
años ’60 (con la revolución verde) se hacía necesario comprar también fertilizantes,
herbicidas y maquinaria; con la llegada de los OGMs, hay que agregar la compra de
semillas transgénicas. Al mismo tiempo, aumenta el capital constante para las empresas
que se dedican a la producción de semillas, pues si antes bastaba con desarrollar un
banco de semillas propio, ahora necesitan adquirir las licencias para incorporar
transgenes a sus semillas. En segundo lugar, esta modificación de la composición
orgánica del capital explica en parte –en términos estrictamente económicos– la
controversia que suscitó el uso de semillas transgénicas. Pues el desarrollo de un
mercado de alimentos no transgénicos (agricultura “orgánica”, “ecológica”, etc.) les
permite a muchos productores seguir subsistiendo con una agricultura de pequeña
escala, recurriendo sólo a un pequeño capital. Desde luego, la ausencia de la tecnología
de los transgénicos en el proceso productivo implica un aumento del valor final de las
cosechas, por eso los alimentos “orgánicos” se venden en un circuito de consumidores
“exigentes”, dispuestos a pagar por un alimento un precio mayor al valor medio.
Finalmente, el uso de la biotecnología vegetal indica una tendencia a equiparar la
composición orgánica del capital en agricultura en relación a otras industrias, lo cual a
su vez implica que no sólo se dificulta la formación de nuevos capitales independientes,
sino que se necesitará expandir continuamente los mercados donde volcar los cultivos
transgénicos, y en el largo plazo abre un nuevo frente de crisis de superproducción en el
intento de compensar la caída de la tasa de ganancia asociada a la pérdida proporcional
del capital variable.200
199
Aumento de la inversión en tecnología, maquinaria, materias primas (capital constante) en relación al
gasto en salarios (capital variable).
200
Marx señala que la composición orgánica del capital en la agricultura es más baja que la del capital
social medio, porque se desarrollaron antes y con mayor rapidez las ciencias mecánicas (aplicadas a la
“industria de transformación”) que las ciencias vinculadas a la aplicación agrícola (Marx, 1894: 705). La
biotecnología vegetal modifica la composición orgánica del capital en la agricultura al aumentar su
capital constante.
230
Al revés de aquéllos que explican su malestar en diversos aspectos de la realidad
a partir de los cultivos transgénicos, es la lógica de funcionamiento del capital la que
explica, en buena medida, las características que presenta la biotecnología vegetal en la
actualidad.
En función de la caracterización que he realizado en este capítulo de las empresas que
utilizan semillas transgénicas, es posible distinguir tres grupos de empresas (ver
Cuadro 4).
Cuadro 4. Usos de los OGMs según tipo de empresa.
Grandes
empresas
obtentoras
Empresas
adaptadoras
Empresas
obtentoras
locales
Desarrollo de
OGMs
Adaptación
local de OGMs
Licencia de
OGM
Venta OGM
SÍ
SI
SI
NO
NO
SI
NO
NO
SI
SI
POCO
PROBABLE
SI
Las grandes empresas obtentoras son las transnacionales que dominan el sector, se
caracterizan por desarrollar sus propias semillas transgénicas, y suelen tener filiales en
otros países donde lo que hacen es adaptar su construcción genética a las variedades
locales. Además, licencian sus eventos transgénicos a otras empresas, a fin de recibir
ingresos no sólo por la venta de sus propias semillas, sino también por las regalías en
función de las ventas de terceros. Monsanto es un ejemplo de empresa obtentora. Por
otro lado, las empresas adaptadoras son aquellas semilleras que no desarrollan
tecnologías de transgénicos propia, sino que recurren a las construcciones que realizan
las grandes empresas (pagando licencias), y luego las incorporan a su propio
germoplasma. Nidera sería un caso singular dentro de este grupo, pues es una semillera
que se convirtió en referente local de la venta de soja RR, y llegó a realizar desarrollos
propios en biotecnología, aunque no con OGMs. Por último, las empresas obtentoras
locales son los eslabones más frágiles de este escenario, pues asumen el riesgo de
desarrollar tecnologías de transgénicos propias debiendo competir con las grandes
transnacionales. Bio Sidus y Bioceres/INDEAR pertenecen a este último grupo, aunque
la primera no llegó a incorporar la transgénesis vegetal como una de sus prioridades.
231
También Biogemma puede incluirse en esta categoría, pues aunque pertenece a un
grupo empresario de gran capital, no forma parte de los actores dominantes en
biotecnología vegetal.
Así, la división del trabajo científico en las empresas de biotecnología vegetal se
refleja en las distintas posiciones que pueden ocupar en relación al desarrollo de
construcciones genéticas (ver Cuadro 4).
Es indudable que las grandes empresas obtentoras de semillas transgénicas
tienden a localizarse en los Estados Unidos, pero la división internacional del trabajo
científico en transgénesis vegetal no sigue un simple patrón Norte-Sur, sino que
depende de un conjunto de factores –entre los que se deben incluir la acumulación
previa de conocimientos y de capital, el tipo de sistema regulatorio, el vínculo con
centros de I+D, y la opinión pública– que crean las condiciones más o menos favorables
para que el capital vinculado a la biotecnología vegetal se desarrolle. En ese sentido,
resulta lógico que Estados Unidos concentre la mayor cantidad de empresas del sector
dado que, desde hace años, tiene a varios de los más importantes actores de la
agroindustria localizados allí, también porque hay una política pública que estimula
explícitamente el desarrollo del sector, porque no hay una significativa controversia
pública sobre el tema, y porque en definitiva hay fuertes trayectorias de investigación.
Pero del mismo modo, en un país también central, como Francia, la existencia de una
fuerte controversia –articulada desde el rechazo de la opinión pública en general a los
transgénicos, la acción de movimientos anti-OGM y decisiones gubernamentales–
inclinó la balanza de modo tal que las condiciones ya no resultaban favorables para la
única empresa de biotecnología vegetal de origen francés, y decidiera entonces
relocalizar buena parte de sus laboratorios en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, en
un país periférico como la Argentina, se generaron condiciones favorables (ausencia de
controversia pública, mecanismos de regulación establecidos, trayectorias de
investigación en el tema, y un importante sector de productores agrícolas que había
obtenido una gran rentabilidad en años pasados) para que, desde 2002, se desarrollara
una empresa de capital nacional que realice I+D en transgénesis vegetal.
En cuanto a la división del trabajo científico al interior de las empresas de
biotecnología vegetal, el caso argentino presenta una primera etapa muy singular. Allí,
la división del trabajo se dio claramente entre lo público y lo privado. El sector público
proveyó de los investigadores, las instituciones y las investigaciones en estado
avanzado, que la empresa utilizó para desarrollar sus proyectos. Incluso cuando la
232
compañía decidió incorporar los eslabones de producción dentro de su firma, la
presencia del Estado continuó presente apoyando el desarrollo del capital (a través de
subsidios para investigación y de vínculos con centros públicos de I+D). De modo que
ahorra una enorme cantidad de tiempo y recursos al utilizar las trayectorias de
investigación que había desarrollado el sector público. Esta segunda etapa de la empresa
argentina coincide con el perfil que presenta la empresa francesa, que siempre tuvo sus
propios centros de I+D. Sin embargo, la paulatina retracción del aporte del Estado
francés en el marco de una fuerte controversia alrededor del uso de los transgénicos, con
la destrucción de ensayos como parte del conflicto, son los elementos fundamentales
que incidieron en la decisión de la empresa francesa de relocalizar su centro de I+D en
los Estados Unidos.
A pesar de las diferencias y complejidades que presentan los escenarios locales
en términos de la división del trabajo científico en transgénesis vegetal, hay un aspecto
que tiende a parecerse en la estrategia de innovación de las firmas que no son
dominantes: buscan acumular desarrollos y prestigio para estar en mejores condiciones
de negociar con las grandes empresas del sector.
La empresa argentina Bioceres parece tener claro que el más probable destino de
sus desarrollos en transgénesis vegetal sea la transferencia de esas construcciones
genéticas a una de las grandes firmas transnacionales (Entrevista a Trucco, 2009).201
La empresa francesa, en términos similares, considera que para poder introducir
un transgénico propio en el mercado “va a ser necesario que los accionistas se
involucren, porque eso cuesta muy caro… sería una lástima tener que vender la
construcción genética” (Comunicación personal con Toppan, 2009). La dificultad para
acceder al mercado tiene parte de su causa en los costosos mecanismos de regulación de
OGMs a nivel internacional. Pero es importante señalar que las dinámicas de
innovación en las que se inscriben las estrategias de estas empresas, conducen a que las
grandes firmas transnacionales que ya concentran la producción de OGMs funcionen
como un imán hacia donde se dirigen las nuevas construcciones transgénicas de las
empresas no-dominantes del sector. Gran parte de sus posibilidades de subsistir parecen
estar, paradójicamente, en la venta de sus innovaciones a las grandes empresas.
201
No obstante, las condiciones de transferencia pueden ser variables. Recientemente Bioceres firmó un
acuerdo con Advanta Semillas mediante el cual esta última explotaría el gen de resistencia a sequía, lo
que le otorgaría a Bioceres sus primeros ingresos por sus desarrollos en OGMs. El acuerdo fue firmado el
16 de septiembre de 2009. Advanta Semillas es una compañía semillera multinacional que, en 2006, fue
adquirida por una empresa de agroquímicos de la India.
233
Capítulo 5
La construcción de un orden.
Las regulaciones sobre los transgénicos
La producción de conocimientos sobre plantas transgénicas y su utilización son espacios
de lucha social. Científicos, empresas y movimientos sociales pugnan entre ellos y entre
sus pares buscando cada cual darle un sentido propio a los cultivos transgénicos. En
función de ello, como he mostrado, surgen conflictos y colaboraciones. Pero hay otro
actor importante que también interviene en este juego de intereses: el Estado. Desde
luego, el Estado ya estuvo presente en los capítulos anteriores, a través de los espacios
que habilita y financia para la investigación y sus políticas de promoción de la ciencia y
la tecnología. Pero hay otra forma de intervención del Estado que establece de un modo
más directo las reglas del juego: mediante las leyes, normas y procedimientos que
regulan qué se puede hacer y cómo en cuanto a los cultivos transgénicos.
Por cierto, no es un actor independiente de las tensiones y relaciones de los otros
actores: científicos y empresas intervienen en los procesos regulatorios, y éstos también
se formulan teniendo en cuenta las regulaciones a nivel internacional. De modo que los
cruces entre lo local y lo global, y entre los distintos actores involucrados con la
biotecnología vegetal son permanentes. El modo concreto en que funciona un marco
regulatorio sobre OGMs, es en parte un reflejo de las dinámicas culturales, políticas y
económicas que hacen a ese objeto de la regulación en una sociedad dada, y al mismo
tiempo ese marco regulatorio incide en las formas sociales de entender y actuar frente a
los transgénicos.
Hay distintas formas de propiedad intelectual en la biotecnología de plantas,
entre las que se destacan las patentes, los derechos de los mejoradores vegetales y los
sistemas regulatorios específicos sobre transgénicos (Chandler y Rosenthal, 2007). El
marco regulatorio contribuye así a delimitar la apropiación –estableciendo qué y cómo
es apropiable– y utilización de los transgénicos, pero también define otras reglas de
juego: qué es lo que se considera riesgoso en esta tecnología y cómo proceder ante ello,
cómo deben evaluarse los OGMs, y quiénes son los encargados de llevar a cabo las
evaluaciones. Surge así una figura clave: el experto, situado en la interfaz entre el
conocimiento y la decisión (Roqueplo, 1997).
234
En este capítulo analizaré el marco regulatorio sobre los transgénicos.
Comenzaré explicando los orígenes de la regulación de la biotecnología, para luego
presentar sus modos de propiedad intelectual. Mostraré las legislaciones sobre semillas,
para llegar luego al modo en que se construyó el marco regulatorio sobre la
agrobiotecnología en la Argentina. Describiré cómo se efectúa esa regulación y a los
actores que intervienen en ella. Los costos que impone el sistema regulatorio son
también objeto de análisis, en tanto supondrían una barrera de entrada a la tecnología.
Presento también diversos conflictos relacionados con el marco regulatorio, tanto a
nivel local como internacional. Finalmente, analizo el modo en que las formas de
regulación se vinculan con las controversias sobre los transgénicos, al comparar el caso
argentino con Europa y Brasil.
5.1.
La primera (auto)regulación de la biotecnología
Uno de los primeros experimentos del mundo con ADN recombinante fue el de Paul
Berg, de la Universidad de Stanford, quien logró juntar dos virus distintos (virus
lambda, que infecta bacterias, y el SV40, que es un virus oncogénico de monos) en una
misma secuencia de ADN. El lector recordará esto del Capítulo 1, pues significó uno de
los momentos iniciales de la experimentación con ADN recombinante, aún cuando
todavía no se manejaba el ADN con precisión, sino más bien manipulando grandes
fragmentos. En todo caso, el resultado del experimento de Berg había sido satisfactorio,
pues obtuvo una molécula de ADN hibrido, que contenía a los dos virus. Pero
inmediatamente, el propio Berg su autoimpuso una moratoria y dejó de experimentar
con esa molécula de ADN híbrido hasta que se definieran algunas normas respecto a la
experimentación con ingeniería genética. De esta forma, los primeros experimentos
vinculados al ADN recombinante marcan el inicio, al mismo tiempo, de la regulación
social sobre el uso de estas técnicas.
En julio de 1973, en una reunión científica sobre ácidos nucleicos, los posibles
peligros de la investigación con estas nuevas técnicas fue uno de los asuntos centrales
en debate (Chalker y Catz, 1978). El presidente de la Academia Nacional de Ciencias de
los Estados Unidos le encomendó a Berg que conforme un comité de expertos para
analizar los riesgos del ADN recombinante. Las resoluciones del comité fueron
difundidas en 1974 en una carta que simultáneamente publicaron las revistas científicas
de mayor repercusión: Science, Nature y Proceedings of the National Academy of
Science (Berg et al, 1974a; 1974b; 1974c). Allí, se expresaba la necesidad de auto235
imponerse una moratoria en la realización de experimentos con ADN recombinante,
hasta tanto no se clarificaran los riesgos y medidas a adoptar, pues advertían que “existe
una seria preocupación de que algunas de estas moléculas de ADN recombinante
artificial resulten biológicamente peligrosas”. En rigor, los expertos asumían la decisión
de aplazar dos tipos de experimentos: aquéllos que involucraran el uso de plásmidos que
confirieran resistencia a antibióticos o expresaran toxinas, y los que utilizaran ADN de
virus animal. Finalmente, la carta del comité convocaba a realizar una gran reunión
internacional de científicos de todo el mundo a comienzos del año siguiente, con el fin
de analizar los posibles riesgos del ADN recombinante y resolver qué hacer con ellos.
Dicha reunión tuvo lugar en febrero de 1975, y se la conoce como “la
conferencia de Asilomar”. Los objetivos de la propia reunión eran: identificar los
experimentos que se harían con moléculas híbridas, identificar la información que se
podía obtener con ello, identificar los posibles riesgos para el investigador y para otras
personas, e identificar las medidas a emplearse para minimizar los riesgos biológicos.
La reunión no fue abierta, sino que sólo los científicos invitados podían participar. En
total, fueron unos 150 asistentes, todos vinculados a la incipiente área de la ingeniería
genética (Wright, 1994). Entre los científicos allí convocados se alinearon distintas
posiciones: por un lado, había quienes argumentaban que no se podía asegurar con
certeza cuáles podrían ser los riesgos del empleo de ADN recombinante; otros, en
cambio, sostenían que el riesgo sería ínfimo, por lo que se oponían a cualquier
reglamentación y moratoria al respecto. Finalmente se impuso una posición intermedia,
afirmando que podría haber algunos riesgos y que por lo tanto debían establecerse
pautas para llevar adelante los experimentos (Barnum, 1998). La moratoria culminó, y
en su lugar se establecieron una serie de restricciones y medidas precautorias a adoptar a
la hora de realizar determinados experimentos (Berg et al., 1975a; 1975b).
El National Institutes of Health armó su propio comité de expertos sobre ADN
recombinante, el cual procedió de un modo similar. Confeccionó una serie de pautas
para la realización de experimentos, bajo la premisa de que los peligros podían
ranquearse en una escala (en la cual se consideraba que cuanto más cercana fuera la
relación filogenética entre el organismo donante y el organismo en riesgo, mayor el
peligro) y de que éstos podían afrontarse con medidas de contención “físicas” y
“biológicas” (Wright, 1994).
236
Hacia fines de la década de 1970, la controversia se había extendido a un público
más amplio, con la prensa cubriendo las noticias sobre el tema (Ashby, 1987).202 Desde
sectores gubernamentales de los Estados Unidos reinaba la idea de que con estas
restricciones a la investigación en ADN recombinante, los Estados Unidos perderían su
liderazgo en el campo. Además, los científicos veían con poco agrado que los temores
del público limitaran su libertad para investigar (Wright, 1994). Entre 1976 y 1978 se
realizaron otras tres reuniones científicas sobre el tema.203 En ellas, la discusión sobre
los riesgos de la nueva tecnología se limitó al debate sobre el rol de E. coli, pues se
presumió que toda la investigación con ADN recombinante pasaría por ahí, es decir, que
todos los experimentos emplearían esa bacteria. También se consideró que la
investigación con esta tecnología sólo podría llevarse a cabo en países desarrollados, los
cuales contaban con adecuados sistemas de sanidad que podrían lidiar con cualquier tipo
de epidemia producida por estos experimentos (Wright, 1986b). Los reportes de las
conferencias presentaron todos los escenarios de riesgo como “remotos” o “imposibles”.
Como resultado de esto, las pautas de control de los experimentos menguaron, y le
preocupación general sobre los riesgos del ADN recombinante aminoraron, al menos
por un tiempo.
Con esto culmina la primera forma de regulación que tuvo el campo del ADN
recombinante. Dentro de las características principales de la misma, cabe destacar el rol
prácticamente absoluto que asumieron los científicos especializados en el área en la
regulación de sus propias actividades. De este modo, la regulación adoptó la forma de
una respuesta estrictamente tecnocrática: el problema social de los riesgos del ADN
recombinante quedó en manos de los científicos que trabajaban en el tema. No fue el
Estado, ni organizaciones políticas, sociales o de otro tipo las que participaron en la
resolución de estos asuntos. Ni siquiera se podría decir que fueron científicos
convertidos en un rol de funcionarios gubernamentales. Los agentes que asumieron el
control del conflicto fueron científicos, y lo resolvieron a través de sus espacios
cotidianos (reuniones y revistas científicas).
202
Incluso, hacia 1977, la opinión de los científicos sobre las pautas para los experimentos con ADN
recombinante estaba dividida: algunos consideraban que las pautas eran lo suficientemente estrictas,
mientras que otros sostenían que debían establecerse mayores restricciones o incluso una nueva moratoria
(Wright, 1994).
203
Se trata de las conferencias de Bethesda (conocida como Enteric Bacteria Meeting, realizada en
Estados Unidos en agosto de 1976, financiada por la NIH), Falmouth (en junio de 1977 en Estados
Unidos, financiada por la NIH) y Ascot (realizada en enero de 1978 en el Reino Unido, financiada por la
NIH y la European Molecular Biology Organization).
237
5.2.
Biotecnología y patentes
Si en el estudio de las regulaciones nos interesa ver los marcos normativos que
establecen qué es posible hacer y cómo en biotecnología, un aspecto fundamental es el
del patentamiento. Pues la posibilidad de apropiarse de los genes y de los organismos
genéticamente modificados no nació en la biotecnología, sino que fue un proceso de
construcción social y, más específicamente, jurídico.
El origen se sitúa en el famoso caso de Diamond vs. Chakrabarty. Esta última
era una bioquímica que trabajaba para la General Electric, y que había logrado
modificar una bacteria del género Pseudomonas para que fuera capaz de degradar
hidrocarburos. No empleó para ello técnicas que involucraran ADN recombinante, sino
que le transfirió a la bacteria unos plásmidos que había descubierto que tenían esa
propiedad (Schacter, 1999; Yanchinski, 1980). En 1972, Chakrabarty presentó ante la
Oficina de Patentes de los Estados Unidos una solicitud que incluía el pedido de
patentamiento de la bacteria. La Oficina rechazó dicha solicitud, por considerar que la
bacteria era “un producto de la naturaleza” y “un ser vivo”, razones por las que no podía
estar sujeta a patentamiento (Stobbs, 2002). En la apelación, el fallo se revirtió, bajo el
argumento de que el hecho de que los microorganismos estuvieran vivos no tenía
significancia legal, y por ende podían patentarse (US Supreme Court, 1980). El
Comisionado de la Oficina de Patentes, Sidney Diamond, apeló ese nuevo fallo, por lo
que el caso llegó a la Corte Suprema. Ésta se expidió finalmente en 1980. En todo ese
tiempo, el tema ganó estado público y el debate se llenó de argumentos de diversa
índole, incluyendo alegatos religiosos. Varias presentaciones fueron acercadas a la
Corte buscando proveer información ya sea a favor o en contra de la solicitud de
Chakrabarty. Empresas biotecnológicas como Genentech, compañías farmacéuticas y la
Universidad de California, fueron algunos de los que presentaron argumentos a favor de
Chakrabarty. La única organización que se acercó a la Corte para argumentar en contra
del patentamiento, fue la que presidía Jeremy Rifkin, la People’s Business Commission,
quien sostuvo que debía evitarse el patentamiento de seres vivos, que eso contribuiría a
un aumento en el control de la alimentación por parte de las multinacionales, y que la
ingeniería genética iba a contaminar irreversiblemente el pool genético planetario
(Kevles, 1998).
Finalmente, por 5 votos contra 4, la Corte Suprema de los Estados Unidos avaló
la solicitud de Chakrabarty, abriendo así el camino al patentamiento de los seres
238
vivos.204 La legislación norteamericana consideraba patentable todo invento o
descubrimiento que implique un nuevo proceso, máquina, manufactura, o “composición
de materia”.205 En el caso Chakrabarty, la Corte Suprema se limitó a considerar
entonces si el microorganismo en cuestión constituía una nueva manufactura o
composición de materia. Señaló que el Congreso tenía la posibilidad de cambiar la ley
para excluir de lo patentable a los organismos producidos por ingeniería genética, pero
mientras tanto, un microorganismo que no existía antes en la naturaleza podía
considerarse una nueva manufactura o composición de materia, y por ende, era
patentable (US Supreme Court, 1980).
Con este antecedente, se podían entregar patentes a seres vivos o a partes de
ellos (Krimsky, 2004). Se produjo una explosión de solicitudes de patentamiento por
parte de la industria biotecnológica, al punto que, entre 1982 y 1990, la Oficina de
Patentes tuvo que incrementar su personal dedicado a examinar solicitudes del área en
un 300% (Rockman, 2004). En 1985, la Oficina de Patentes determinó que las semillas
y plantas se podían patentar bajo el marco general que había habilitado a Chakrabarty
(Sease, 2007).
Después, comenzarían a patentarse diversos organismos multicelulares. Una
ostra modificada genéticamente, basándose en el antecedente del caso Chakrabarty,
recibió la patente en 1987 (Kankanala, 2007). Luego, fue patentado el primer mamífero:
el “oncoratón”. Se trata de un desarrollo de la Universidad de Harvard financiado por la
Compañía DuPont, en el que obtuvieron un ratón que expresa un oncogén, es decir, un
gen que promueve el cáncer. El objetivo era diseñar un modelo animal para el estudio
del cáncer. En los Estados Unidos la patente fue concedida en 1988, pero cuando
intentaron patentar el oncoratón en Europa y en Canadá, la respuesta fue muy distinta
(Sateesh, 2008). En Europa, después de un largo debate, la patente fue finalmente
concedida en 2004 (Tagliaferro, 2010). En Canadá, el caso llegó a la Corte Suprema, y
allí se decidió también por 5 votos contra 4. Esta vez, no obstante, el fallo fue contrario
al patentamiento. La Corte Suprema de Canadá rechazó la solicitud sobre el oncoratón,
por considerar que la “composición de materia” era algo muy restrictivo que no
204
Esta diferencia de 5 votos contra 4, según Peter Andrée, sugiere que por ese entonces había
importantes presiones para lograr que las compañías pudieran patentar el material genético, pero que, al
mismo tiempo, no era una perspectiva que todavía gozara de fácil aceptación (Andrée, 2007).
205
Además, el invento o descubrimiento debe ser novedoso, no debe ser una obviedad, y debe tener una
utilidad. La patente le confiere al inventor el derecho exclusivo de hacer, usar o vender lo descripto en la
patente durante un período de 20 años. Tradicionalmente, dos cuestiones eran consideradas no
patentables: las fórmulas matemáticas y las leyes naturales o productos de la naturaleza (Aoki, 2008).
239
alcanzaba a la complejidad de un animal vivo. Según la Corte canadiense, alterar un gen
en el genoma de un animal no define la complejidad de un ratón adulto, el cual no puede
considerarse entonces una nueva composición de materia (Prudham, 2008).206
Tanto la Corte estadounidense para el caso Chakrabarty como la Corte
canadiense para el caso del oncoratón consideraron irrelevantes las preocupaciones
sociales y ambientales, pero a partir de ahí divergieron: el concepto de invención era
fácilmente aplicable a los seres vivos para la primera, pero generó más reparos en la
segunda (Jasanoff, 2005).
Junto a las cuestiones jurídicas, el patentamiento de los seres vivos despertó
inquietudes de diversa índole. En particular, el alcance inventivo de la biotecnología
entró en una zona ambigua. Del fallo de la Corte canadiense podría desprenderse que si
insertar un solo gen en un genoma no alcanza para pretender inventar un organismo
nuevo, entonces la biotecnología no introduce modificaciones tan radicales en la
naturaleza. Un razonamiento similar sostuvo Stanley Cohen (uno de los científicos
pioneros en la investigación con ADN recombinante, ver capítulo 1), al intentar aplacar
las preocupaciones que despertaba la biotecnología. En 1977, Cohen realizó un
experimento para demostrar que el ADN recombinante era un fenómeno “natural”. Puso
en un tubo de ensayo dos fragmentos de un plásmido que tenía ADN eucariota, agregó
bacterias a las que sometió a un tratamiento de sales de calcio y shock térmico para que
se introdujeran los fragmentos de ADN, y observó que la bacteria, in vivo, ligaba los
fragmentos, encontrándose en su interior el plásmido recombinante entero (Chang y
Cohen, 1977). Consideró que había encontrado así la evidencia que demostraba que la
construcción de ADN recombinante en condiciones de laboratorio era simplemente una
selección de un fenómeno que ocurría por medios naturales (Lewin, 1977). Esta
conclusión fue utilizada por el National Institutes of Health y por diversos periódicos
206
El fallo de la Corte Suprema de Canadá sorprendió a las empresas de biotecnología. Sin embargo, dos
años después, un nuevo fallo de la Corte en un caso que afectaba a Monsanto, le dio la razón a ésta.
Monsanto comercializaba en Canadá una canola transgénica resistente a glifosato. Un productor agrícola
canadiense, por otro lado, sembraba canola con fines comerciales, y Monsanto descubrió que casi la
totalidad de la canola que sembraba dicho productor era transgénica, pero que no pagaba ninguna regalía
por ella. El caso se transformó en un emblema de la resistencia contra Monsanto. Según Marie-Monique
Robin (2008), se trataba de “un agricultor que cultiva una explotación familiar de 600 hectáreas desde
hace 50 años”, y que en 1997 había comprado un campo que ya tenía canola cultivada. El caso llegó a la
Corte Suprema de Canadá y, una vez más por 5 votos contra 4, le dio la razón a Monsanto. El argumento
de la Corte fue que la empresa no estaba reclamando por la protección legal de la planta transgénica como
tal, sino por la de los genes y células que constituían a la planta, y la patente era válida para esos genes.
Así, la protección legal de los genes y células, aún cuando sean de organismos multicelulares, quedaba
también garantizada en Canadá (Onwuekwe, 2009).
240
para alegar que los científicos, al utilizar la ingeniería genética, no hacían más que
reproducir lo que acontecía en la naturaleza (Wright, 1994). El experimento fue
severamente criticado: ¿en qué medida rodear una bacteria de sales de calcio y a
temperaturas elevadas eran condiciones “naturales”? ¿Qué había demostrado, en
definitiva, más que en la bacteria puede volver a unirse un plásmido? (Wright, 1994).
Más allá de este intento de Cohen, estaba claro que el ADN recombinante no era el
estado “salvaje” en que se encontraba el ADN; no hasta ese momento, al menos. Que la
biotecnología fuera socialmente aceptada, al punto de convertirse en algo “natural”, era
algo que no se resolvía dentro de un tubo de ensayo sino, indefectiblemente, fuera del
laboratorio. Así como algunos sostenían que el ADN recombinante no era algo tan
novedoso como para preocuparse, otros argumentaban que no era tan novedoso como
para patentar sus resultados, mientras otros enfatizaban que sí era novedoso y que por
ende debían patentarse sus resultados, y finalmente otras posturas mencionaban que era
algo tan nuevo y diferente de todo lo conocido que no podía patentarse porque requería
una legislación especial. De cualquier modo, en materia de patentes biotecnológicas, la
discusión entre lo que es natural –y en consecuencia no patentable– y lo que es una
invención humana, se ha desplazado a lo largo de los últimos años hacia esta última
variante (Jasanoff, 2005). Pero ello no se debe tanto al resultado de una intensa
discusión ontológica sobre la naturaleza de la creación humana, sino más bien al interés
y las presiones de las compañías para poder patentar sus desarrollos.
Al consolidarse la industria biotecnológica, también se concentró la propiedad
de las patentes. Esto se debe en parte a que las firmas más grandes tienen un mayor
presupuesto para investigación y desarrollo, pero también a la serie de fusiones y
adquisiciones de compañías que se produjo en el área de la biotecnología.207
5.3.
Propiedad intelectual sobre las semillas
En realidad, el patentamiento de variedades vegetales es bastante anterior a todo esto.
Desde fines del siglo XIX, los criadores de plantas –o fitomejoradores– pedían por un
sistema de patentamiento de plantas que resguardara los derechos de propiedad sobre las
variedades vegetales que desarrollaban. En 1930, Estados Unidos promulgó un acta para
el patentamiento de plantas, que se limitaba a cubrir sólo las especies propagadas
asexualmente. De este modo, se protegía a los desarrollos que utilizaban técnicas de
207
Al respecto, ver Pray et al. (2005) y Wright (1994).
241
reproducción comercial no-sexuada de las plantas, tales como el uso de injertos o
crecimiento por estacas, lo que resultaba útil para varias especies frutales y plantas
ornamentales. Por otro lado, en 1961, seis naciones europeas se unieron para darle un
marco legal de protección a los mejoradores de plantas, creando la Unión Internacional
para la Protección de las Obtenciones Vegetales (UPOV). En varios aspectos, el marco
de protección legal europeo iba más lejos que el estadounidense. En primer lugar, no se
limitaba a las plantas asexuadas, sino que incluía todo tipo de plantas. Además,
establecía que los criadores de plantas debían demostrar que sus nuevos cultivares eran
superiores a los existentes (Kloppenburg, 1988). Esto último suponía una exigencia de
calidad (o más bien, de aumento de productividad) que no estaba contemplado en la
norma estadounidense. En 1970, Estados Unidos promulgó una nueva ley sobre
protección de variedades vegetales, que extendía los derechos de patentamiento a todo
tipo de plantas.208 De modo que previo al caso Chakrabarty ya existían marcos legales
de patentamiento sobre organismos vivos, aunque se limitaban al caso de variedades
vegetales. Sobre estos hechos se basó el fallo en minoría de los 4 jueces en el caso
Chakrabarty, pues argumentaron que la ley general de patentes de 1793, la que había
redactado Thomas Jefferson y que establecía el marco de lo patentable, no estaba
pensada para los seres vivos, y que por eso se promulgaron luego otras normas
específicas para el patentamiento de plantas.
En todo caso, el patentamiento de los organismos vivos tenía ya una trayectoria
de décadas en el mejoramiento de variedades vegetales, y se ampliaba ahora, después
del fallo sobre Chakrabarty, a un espectro mayor.
La UPOV y la norma estadounidense de 1970 coincidían en incluir una
excepción para los agricultores: a quienes hubieran comprado variedades protegidas,
podían guardar las semillas de su cosecha para volver a sembrar (Phillips, 2001; Aoki,
2008). La industria semillera presionó a los gobiernos para eliminar esta excepción
(Aoki, 2008). En los sucesivos convenios de la UPOV –los de 1972, 1978 y 1991– este
derecho de los agricultores fue limitándose cada vez más.
Los acuerdos internacionales que se suscribieron en la materia en la década de
1990 (el de la Convención sobre Diversidad Biológica y el acuerdo TRIPS), reconocen
208
Las industrias semilleras en los Estados Unidos se oponían a que hubiera exigencias de calidad en
dicha ley. Finalmente, eso no ocurrió, y la ley sólo exigía que la nueva variedad vegetal fuera nueva,
uniforme y estable, para poder estar protegida legalmente. Según Kloppenburg, esta ley promueve más el
marketing de semillas que su investigación (Kloppenburg, 1988).
242
los derechos de los criaderos de plantas y señalan que las plantas pueden estar excluidas
de patentamiento, pero a condición de que tengan algún sistema de protección de la
propiedad intelectual (Aoki, 2008).
5.3.1. Legislación sobre variedades vegetales en la Argentina
Dentro de esta tendencia mundial a establecer marcos legales de protección de la
propiedad intelectual de las variedades vegetales, la Argentina sancionó a comienzos de
la década de 1970 una ley de “Semillas y Creaciones Fitogenéticas” (Ley 20.247). Se
convirtió así en el primer país de la región en promulgar una ley de este tipo,
probablemente debido al desarrollo que tenía en el país la industria de semillas
(Gutiérrez, 1994). Varios años más tarde se dictaron los decretos que reglamentaban el
modo de aplicación de dicha ley, y en 1981 comenzaron a inscribirse las primeras
variedades en el Registro Nacional de la Propiedad de Cultivares (Gutiérrez y Penna,
2004).209 A fines de 1991, se creó el Instituto Nacional de Semillas (INASE), como
órgano de aplicación de la Ley de Semillas y Creaciones Fitogenéticas. La Argentina se
convirtió en miembro de la UPOV en 1994.
De modo que en el país las variedades vegetales no se inscriben dentro de lo que
sería un sistema de patentes, sino que el marco de propiedad intelectual está dado por lo
que se conoce como un sistema de “derechos de obtentor”, que es una forma de
propiedad intelectual sui-generis que le confiere al obtentor de una variedad vegetal un
derecho exclusivo de explotación sobre su creación. Cabe señalar, no obstante, que las
construcciones genéticas sí pueden inscribirse en el sistema de patentes. El alcance de la
protección de los derechos de obtentor le confiere al titular el derecho exclusivo de
producir y vender el material de propagación, pero no las plantas derivadas, de modo
que tampoco se puede proteger el material destinado a consumo (Gutiérrez, 1991). La
protección se extiende por un período máximo de 20 años.210 El artículo 27 de la ley
20.247 prevé el llamado “privilegio del agricultor”, por el cual se le permite a éste la
reserva y siembra de semilla para su propio uso.
209
El Registro Nacional de la Propiedad de Cultivares le otorga un título de propiedad a las variedades
vegetales. Pero para poder comercializarlas, también deben inscribirse en el Registro Nacional de
Cultivares.
210
El título de propiedad sobre un cultivar no impide que otras personas, diferentes del dueño, puedan
utilizarlo para la creación de un nuevo cultivar, el cual puede inscribirse a nombre de su creador (Suárez
de Castro, 1993).
243
Este último aspecto fue uno de los ejes del conflicto entre Monsanto y la
Argentina. Monsanto no pudo patentar su gen RR en la Argentina, pues dada la
situación particular que se desplegó en el país y que terminó con el gen en manos de
Nidera, la soja RR ya se encontraba circulando en el país. Luego, Monsanto generó
acuerdos con Nidera para acotar el mercado de ésta, como describo en el capítulo
anterior. Además, Monsanto se beneficiaba con la venta del glifosato, que se utiliza
junto con la soja RR; pero su patente sobre el glifosato venció en 2000, y otras empresas
comenzaron a producirlo. Entonces Monsanto puso la discusión sobre las regalías y la
venta ilegal de semillas en el centro de la escena pública. La remuneración por el uso de
la tecnología se encuentra contemplada al momento de la compra de la semilla
fiscalizada. Sin embargo, muchos agricultores compran la semilla una vez, y luego
utilizan las semillas de su propia cosecha, o las venden en el mercado negro, en un
mecanismo que se conoce como “bolsa blanca” (Halapin, 2008; Trigo et al., 2002). En
2002, se estimó que sólo el 23% de las semillas de soja plantadas en el país estaban
certificadas (Vara, 2004). Como Monsanto sí tiene patentado dicho gen en otros países
–a donde Argentina exporta sus granos– inició acciones legales para exigirles a las
importadoras europeas el pago por el uso de la soja RR argentina. En 2005, Monsanto
consiguió frenar la entrada a Europa de buques con granos de soja o derivados
provenientes de la Argentina.211 A partir de entonces, el conflicto cobró proporciones
considerables, y el gobierno argentino decidió involucrarse de lleno en él, interviniendo
como tercero interesado en todas las demandas que efectuaba Monsanto en Europa
(Correa, 2009). El centro del conflicto está en que Monsanto pretende que se cambie la
legislación argentina, a fin de que se elimine la posibilidad de que el agricultor pueda
utilizar las semillas de sus propias cosechas y se establezca un mayor control de la
“bolsa blanca”, pues de ese modo podría cobrar mayores sumas por el uso de la
tecnología RR (Martinolich, 2008).
Después de seis años de litigio, la Suprema Corte de Justicia de la Unión
Europea dictaminó, en julio de 2010, a favor de la Argentina en el conflicto contra
Monsanto, determinando que ésta no podía reclamarle regalías a los importadores
europeos por productos derivados de soja argentina, cuando la patente europea que tenía
211
Durante 2006 las incautaciones de embarques que provenían de la Argentina continuaron. Una vez que
comprobaba la presencia del gen en esos embarques (gen que se encontraba en pequeñas trazas, pues los
embarques no eran de la planta de soja, sino de las harinas derivadas), Monsanto demandaba al
importador exigiéndole entre 15 y 18 dólares por tonelada en concepto de regalías (Krakowiak, 2006).
244
era sobre el gen de la soja (Tribunal de Justicia de la Unión Europea, 2010). Para
entonces, la compañía ya había desistido de presionar a los importadores europeos, pero
en cambio presionó por otros medios, al decidir no lanzar en el país su nueva soja
transgénica, la RR2, aguardando que se modifique el régimen legal en la Argentina, y
así poder cobrar mayores regalías (Clarín, 2010). Monsanto anunció luego que volvería
a vender semillas de soja en el país en 2013, por considerar que las negociaciones que
se estaban dando entre empresas, productores y el gobierno, permitirían llegar a un
acuerdo sobre el régimen de propiedad intelectual (Camandone Rojas, 2010).
Las empresas argumentan que el cobro de regalías es imprescindible para poder
sostener la inversión en investigación y desarrollo de nuevas variedades vegetales. De
todos modos, Monsanto es la única en haber desplegado una estrategia tan agresiva
como la de frenar las embarcaciones que provenían de la Argentina, estrategia que no
fue acompañada por el resto de la industria del sector. De hecho, las empresas
semilleras habían implementado un nuevo sistema de regalías, promovido, en particular,
por Nidera. Al sistema lo denominan “regalías extendidas”, y consiste en cobrarle al
productor agrícola un monto superior al que correspondería por la simple utilización de
las semillas, pero permitiéndole emplear luego las semillas de su propia cosecha.212 Así,
las empresas semilleras terminan reconociendo y avalando la práctica de los productores
de comprar una sola vez las semillas fiscalizadas para luego emplear las de la propia
cosecha, pero a su vez las empresas obtienen más ganancias por regalías de las que
venían obteniendo anteriormente. En 2003, la Asociación Argentina de Protección de
las Obtenciones Vegetales coordinó el sistema de “regalías extendidas”, al que
adhirieron no sólo Nidera, sino también otras ocho empresas, entre ellas Monsanto (La
Nación, 2003). Esta última, no obstante, aspiraba a conseguir mayores ganancias, por lo
que inició las acciones anteriormente mencionadas sobre las embarcaciones que
arribaban a Europa.213
212
Por otro lado, los productores no emplearían continuamente sus propias semillas, pues perderían
competitividad. Como expliqué en el capítulo anterior, la industria semillera busca arrojar al mercado
semillas cada vez más productivas. De este modo, para el productor, la posibilidad de emplear las propias
semillas de un modo continuo se ve restringida por la propia dinámica del mercado.
213
Monsanto realiza frecuentes acciones de enjuicimiamiento para conseguir el pago de las regalías que
pretende. Pero por lo general, se trata de juicios a productores agrícolas en los Estados Unidos. Así,
somete a juicio a aquellos agricultores que no pagan regalías. Entre 1997 y 2010, la compañía ha llevado
a juicio a unos 144 agricultores estadounidenses y, según sus propias revelaciones, de los 9 que han
completado el juicio todos han sido a su favor. Monsanto señala que con estos juicios no pretende ganar
dinero. Más bien, es indudable que sirven como casos ejemplificadores, en los que Monsanto deja en
evidencia qué les puede ocurrir a quienes no pagan las regalías. Ver: Monsanto (2010a; 2010b).
245
5.4.
El marco regulatorio de la agrobiotecnología en la Argentina
Decía al comienzo de este capítulo que en la Argentina el sistema de regulación de la
agrobiotecnología combina leyes sobre propiedad intelectual de las semillas con
mecanismos específicos para la evaluación de organismos genéticamente modificados.
Las leyes sobre semillas, como he señalado anteriormente, obligan a que las nuevas
variedades cumplan con ciertos requisitos de novedad, estabilidad y uniformidad,
además de tener que registrar las nuevas semillas en el organismo estatal encargado de
fiscalizar en la materia, el INASE. Junto con esto, se ha desarrollado un sistema
institucional de evaluación de los OGMs, uno de los primeros en el mundo.
En Argentina –a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurre en Brasil– no existe
una ley que especifique el modo en que deben regularse los transgénicos. No obstante,
existe un mecanismo institucional que se encarga de su control, que se fue instaurando a
partir de una serie de acontecimientos.
Uno de esos acontecimientos fue un escándalo que involucró a un experimento
biotecnológico realizado a fines de la década de 1980. Se trata de una vacuna
recombinante que contenía al virus vaccinia junto con fragmentos del virus de la rabia.
El objetivo era producir una vacuna que sirviera para inmunizar ciertos animales
silvestres que transmitían la rabia, como los mapaches en América del Norte. La vacuna
fue desarrollada por el Instituto Wistar de los Estados Unidos y por el laboratorio
Mérieux de Francia. En 1986, comenzó a realizarse un ensayo con vacas en la localidad
de Azul, en la Provincia de Buenos Aires. El experimento comenzó de un modo secreto,
al punto que la vacuna habría sido ingresada al país dentro de una maleta diplomática
(Martínez, 2003; Connor, 1988).214 El experimento fue hecho público por un
investigador argentino que trabajaba en Wistar. A partir de entonces, el gobierno
argentino inició una investigación, que derivó en la prohibición del experimento y el
sacrificio de las vacas sometidas al ensayo. El episodio tuvo gran repercusión en los
Estados Unidos, donde también se iniciaron investigaciones, aunque absolvieron a la
compañía Wistar por considerar que no se habían violado las propias normativas
biotecnológicas de los Estados Unidos (Crawford, 1987). Si bien aquí no se trata de
plantas genéticamente modificadas, este conflicto puso en evidencia que la Argentina
214
Algunos autores sostienen que este caso estaría poniendo en evidencia que América Latina estaba
siendo utilizada por grandes organizaciones para poner a prueba desarrollos tecnológicos de alto riesgo
ambiental (Herrera et al., 1994).
246
tenía un vacío legal para el tratamiento de las investigaciones en biotecnología
agropecuaria en general, pues no había pautas que establecieran cómo debían
conducirse los experimentos, bajo qué condiciones de seguridad y de control, ni quién
debía ser el organismo gubernamental encargado de la evaluación y supervisión de los
mismos. De hecho, este acontecimiento fue señalado por investigadores reunidos en
1988 en una conferencia internacional sobre organismos genéticamente modificados,
para exigir mayores regulaciones a los experimentos en el área (Dixon, 1988).215
Poco tiempo después, investigadores del INTA y del INGEBI habían logrado
obtener las primeras plantas transgénicas de la Argentina, como señalé en el capítulo 2,
y aspiraban a desarrollar ensayos a campo. También por entonces, a principios de la
década de 1990, había empresas semilleras multinacionales que estaban desarrollando
cultivos transgénicos y pretendían llegar a comercializarlos en el país. La institución
que se encargaba de controlar todo lo que se refiere al ámbito de las semillas, el INASE,
comenzó a recibir solicitudes para evaluar semillas genéticamente modificadas. Los
funcionarios del INASE acudieron entonces a su órgano superior, la Secretaría de
Agricultura216, para manifestarle que ellos no estaban capacitados para intervenir en los
asuntos novedosos que traía la biotecnología, y que por ende no sabían cómo proceder
con las semillas genéticamente modificadas (Entrevista a Godoy, 2008). La Secretaría
de Agricultura convocó a una reunión a los investigadores que estaban trabajando en la
Argentina en esos temas (Entrevista a Hopp, 2010). En base a los antecedentes recién
mencionados, de allí surgió la iniciativa de crear un organismo específico para lidiar con
estos asuntos. De este modo, en octubre 1991 se creó la Comisión Nacional Asesora de
Biotecnología Agropecuaria (CONABIA), bajo la órbita de la Secretaría de
Agricultura.217 Se trata de un organismo pionero en América Latina (Entrevista a Hopp,
2010).
215
Se trata de la First International Conference on the Release of Genetically Engineered
Microorganisms, realizada en Cardiff en 1988. Allí, el investigador argentino Faustino Sineriz expuso el
conflicto que se había desplegado en la Argentina. Por su parte, Rita Colwell, una de las organizadoras
del encuentro, sostuvo que ese incidente ponía en evidencia la necesidad de establecer urgentes
regulaciones para la realización de experimentos que involucren organismos genéticamente modificados
(Dixon, 1988). Unos días después de ese encuentro, el profesor John Beringer, que presidía en Gran
Bretaña el Comité Asesor sobre OGMs, acudió a una reunión de la OECD y exigió que se establezcan
normas internacionales para la liberación de nuevos microorganismos, advirtiendo que utilizaría el caso
argentino para presionar por la obtención de esas regulaciones (Connor, 1988).
216
Su nombre completo es “Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos”. Desde 2009 fue
elevada al rango de Ministerio, título que había perdido en 1981.
217
Resolución 124/91 de la SAGPyA.
247
La evaluación de la liberación al ambiente de los organismos genéticamente
modificados es responsabilidad de la CONABIA. Pero en la estructura institucional del
marco regulatorio también intervienen otros actores (Dellacha et al., 2003). En
particular, al SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) le
toca la tarea de supervisar la inocuidad alimentaria del cultivo transgénico, y a la
Dirección de Mercados Agroalimentarios le concierne el análisis de los impactos
comerciales de los OGMs. Además, en el INASE deben inscribirse las semillas
transgénicas (tanto las nuevas variedades desarrolladas en el país, como las semillas
transgénicas que se importen o que se exporten), e incluso los operadores de las mismas
(es decir, quienes desarrollan cultivos transgénicos deben inscribirse como tales también
en el INASE).218 Al INASE también le corresponde la tarea de inspeccionar los campos
con cultivos transgénicos, evaluando en el sitio el real cumplimiento de lo presentado en
las solicitudes (UNEP-GEF, 2003). Es en la interacción entre estos organismos, todos
ellos dependientes de la Secretaría de Agricultura, donde se desenvuelve el marco
regulatorio sobre OGMs.219
En términos formales, la CONABIA asesora a la Secretaría de Agricultura en
materia de biotecnología. Una vez que la CONABIA concluye el análisis de un OGM,
emite un dictamen, que puede ser favorable o no a la liberación de dicho OGM. Lo
propio hace el SENASA en lo que se refiere a la inocuidad del alimento, y la Dirección
Nacional de Mercados Agroalimentarios en su análisis del impacto comercial. La
Secretaría de Agricultura recibe estos dictámenes, y es ésta la que determina si se
aprueba o no un cultivo transgénico. En los hechos, como mostraré a continuación, la
CONABIA tiene un rol principal en el funcionamiento de los procesos regulatorios en
materia de biotecnología agropecuaria, pero es finalmente la Secretaría de Agricultura
(desde 2009, Ministerio de Agricultura) quien tiene la última palabra sobre la
aprobación o no de los productos agrobiotecnológicos.
218
Hasta el año 2010, el Registro Nacional de Operadores con Organismos Vegetales Genéticamente
Modificados, del INASE, daba cuenta de 47 inscriptos, entre empresas nacionales, empresas
transnacionales y centros públicos de investigación. La mayoría de estos inscriptos, no obstante, no
desarrollan sus propias construcciones genéticas, sino que incorporan en sus variedades de cultivos los
transgenes desarrollados por terceros; es decir, para mantener la denominación del capítulo anterior, la
mayoría son empresas adaptadoras. Fuente: INASE.
219
En el año 2000, el INASE fue disuelto mediante el decreto N° 1.104. Sus recursos y competencias iban
a ser absorbidos por la Secretaría de Agricultura. El organismo debía continuar funcionado hasta que se
terminen de configurar las modificaciones correspondientes. A comienzos de 2003, sin embargo, se
derogó el anterior decreto, razón por la cual el INASE continuó manteniendo su estructura y función
habituales.
248
5.4.1. El entramado de relaciones de actores en la regulación
Desde su comienzo, la CONABIA se concibió como un ente mixto, formado por
representantes del ámbito público y del privado.220 En total, sumaban unos 16 expertos
(ver Cuadro 5).
Cuadro 5. Primera conformación de la CONABIA (1991).
Sector público
Sector privado
INTA
Universidad de Buenos Aires
Foro Argentino de Biotecnología
CONICET
Dirección de Producción y
Comercialización Agrícola
Asociación de Semilleros Argentinos
SENASA
INASE
Dirección Nacional de Producción
sector pecuario privado
Agropecuaria
Fuente: Resolución 124/91 de la SAGPyA.
Este principio de articulación del sector privado con el público ha permanecido
constante a lo largo de la historia de la CONABIA, aunque se han modificado las
instituciones representadas por uno y otro sector.221 Algunos de esos cambios responden
a proyecciones circunstanciales. Por ejemplo, en 2004 se le dio representación al
Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP), porque un
funcionario de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos, consideró
que la siguiente ola de innovaciones biotecnológicas serían los peces transgénicos
220
Según Esteban Hopp, quien participó de los primeros años de la CONABIA, así como de las reuniones
que le dieron forma, la idea que tenían era que para poder analizar el impacto en el agroecosistema se
necesitaba a una gran variedad de especialistas, y algunos de ellos estaban en el sector privado (Entrevista
a Hopp, 2010).
221
Las universidades que ofrecían carreras vinculadas a la biotecnología comenzaron a participar de la
CONABIA. Así, en 2004, la Universidad Nacional de Quilmes, la Universidad Nacional del Comahue y
la Universidad Nacional de Mar del Plata tuvieron representantes en la CONABIA, sumándose a la
Universidad de Buenos Aires, que desde el principio estaba representada. En 2008, sin embargo, la
Universidad Nacional de Quilmes y la de Mar del Plata perdieron su representación, siendo sustituidas
por la de La Plata y la de Rosario. Por otro lado, según Esteban Hopp, no todos los expertos convocados
para participar de la CONABIA efectivamente concurrían a sus reuniones (Entrevista a Hopp, 2010).
Sobre los cambios en 1997 y 2004 en la conformación de la CONABIA, ver Resoluciones 328/97 y
244/04 de la Secretaría de Agricultura.
249
(Entrevista a Godoy, 2008). Esa ola no arribó, y desde el INIDEP no enviaron al
representante, pero formalmente sigue teniendo un espacio en la CONABIA.
En cuanto a los miembros del ámbito privado, no se los convocaba en calidad de
representantes de una empresa, sino que se solicitaba a las cámaras empresarias
vinculadas a la producción de semillas, de fertilizantes o de otros insumos
agropecuarios, que envíen expertos a la CONABIA.
Es así que, en el sector privado, las asociaciones de empresas y las
organizaciones no gubernamentales (ONGs) de promoción de la biotecnología juegan
un rol clave en la articulación de relaciones sociales. Las ONGs que promocionan la
biotecnología pueden dedicarse a divulgar información sobre la materia, o a mejorar las
condiciones de las empresas del sector. En general, promueven ambos aspectos de la
biotecnología.222 Una de ellas es el International Life Science Institute (ILSI), una
organización con presencia mundial creada en 1978, que se propone la divulgación de
temas científicos relacionados con la nutrición y la inocuidad de los alimentos. En 1992
comenzó a funcionar en la Argentina, y desde fines de esa década tiene una sección
específica sobre biotecnología. Hay una docena de empresas que forman parte de ILSI
Argentina, entre ellas Monsanto. Esta ONG no participa directamente en las instancias
de regulación de la agrobiotecnología, y de hecho no tiene representación en la
CONABIA. Sin embargo, logra incidir en el sistema regulatorio al constituirse como
una referencia del saber experto en la materia. ILSI promueve continuamente
encuentros y reuniones dedicadas a la evaluación de alimentos derivados de cultivos
transgénicos, y produce informes al respecto. Desde ILSI, afirman que los agencias
regulatorias no establecen un marco normativo una vez y para siempre, sino que
continuamente deben rediscutir sus criterios, actualizar y modificar sus normas. Uno de
los espacios donde se generan nuevos criterios de regulación y donde se invita a
participar a los organismos estatales de regulación, es el ILSI. Se concibe así como una
institución intermedia, que facilita esas discusiones (Entrevista a Rubinstein, 2008). No
222
En Argentina, existe ArgenBio, una ONG que se propone divulgar información sobre la biotecnología
y cuyos miembros fundadores son las grandes empresas del sector: BASF, Bayer, Monsanto, Dow
AgroSciences, Pioneer, Syngenta, Nidera y Bioceres. En Francia, por ejemplo, existe una organización
similar, denominada DEBA, pero ésta señala que además de divulgar conocimientos sobre la
biotecnología, es una organización de lobby para las empresas biotecnológicas (Entrevista a Rigouzzo,
2008). Otro tipo de organización que nuclea a empresas biotecnológicas son las asociaciones por cultivo.
AcSoja reúne a las empresas ligadas a la producción de soja, y su presidente durante varios años fue
también el gerente de investigación de NIDERA. Existen asociaciones para otros cultivos, como
MAIZAR y ArgenTrigo, donde también tienen fuerte presencia las empresas semilleras biotecnológicas.
Estas asociaciones, a su vez, tiene permanente relación con las cámaras generales del sector, como la
Asociación de Semilleros Argentinos.
250
significa esto que las agencias de regulación absorban linealmente los criterios
sugeridos desde el ILSI, sino que es un espacio que promueve un saber experto sobre
políticas regulatorias y donde algunas de las grandes empresas del sector tienen su
presencia.
Hay otro tipo de actor, las cámaras empresarias o asociaciones entre compañías,
que sí tienen un vínculo más directo con el sistema regulatorio. La Asociación de
Semilleros Argentinos (ASA), en particular, tiene mucho peso dentro del entramado de
actores de la biotecnología vegetal en el país. Fundada en 1949, ASA tiene el propósito
de promover la producción de semillas fiscalizadas, es decir, defender los intereses de la
industria semillera. Está constituida por más de 60 empresas semilleras, nacionales y
transnacionales. Tiene su propio comité de biotecnología, donde discuten temas del área
en permanente interrelación con los organismos estatales de regulación (Entrevista a
Rapela, 2008). Pero los intercambios no se limitan a un marco informal, sino que ASA
tiene presencia directa en el sistema regulatorio, y además participa activamente en los
conflictos que se suscitan. En particular, ocurrió un conflicto en 2006 vinculado a un
maíz transgénico resistente a glifosato, el GA21. El mismo era propiedad de Syngenta,
que desde 2005 lo comercializaba en la Argentina. Sólo Syngenta y Monsanto tenían
aprobaciones para comercializar maíz resistente a glifosato. En el marco del conflicto
con Monsanto por el pago de regalías, el gobierno habría decidido darle mayores
oportunidades a las empresas locales para competir con las transnacionales (Naishtat,
2006). Así es que dispuso una controvertida norma, la Resolución 71 de la Secretaría de
Agricultura, la cual suspendía por 90 días la vigencia del sistema regulatorio sobre
OGMs específicamente para quienes quieran solicitar la aprobación de maíces con el
gen GA21. El fundamento de la resolución es que la bioseguridad de ese gen ya estaba
comprobada, y que resultaba importante promover y diversificar el uso de esa
tecnología. De inmediato, la Asociación de Semilleros Argentinos comenzó una fuerte
campaña en contra de la Resolución 71. Los argumentos de ASA eran que la resolución
atentaba contra la calidad del sistema regulatorio y que perjudicaría la credibilidad de
las exportaciones argentinas (González Sanjuan, 2006). En ese plazo, dos semilleras
locales registraron sus propios maíces con el gen GA21, sin haber tenido que pasar por
el sistema regulatorio y sin pagarle regalías a Syngenta. Estas empresas locales podrían
así salir a vender semillas de maíz transgénico a un precio menor que las que había en el
mercado. De este modo, si bien ASA se posicionó como el defensor de la calidad del
sistema regulatorio argentino, no es difícil interpretar que también estaba defendiendo
251
los intereses de Syngenta y Monsanto en el mercado del maíz transgénico. Las
semilleras locales que se habían beneficiado con la Resolución 71 crearon la Cámara
Argentina de Semilleros Multiplicadores, para hacerle frente a ASA. De todos modos, el
vínculo más formal que tiene ASA con el sistema regulatorio, es a través de la
CONABIA, pues desde que ésta se creó, ASA tiene representación allí. Desde 2008, los
representantes que envía ASA a la CONABIA pertenecen a Syngenta y a Dow
AgroSciences.
Algo muy similar ocurre con otras cámaras empresarias, como CASAFE
(Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes) y ArPOV (Asociación Argentina de
Protección de las Obtenciones Vegetales), que llevan como representantes ante la
CONABIA a miembros de las empresas transnacionales de biotecnología.
Cuadro 6. Conformación de la CONABIA desde 2008.
Sector público
Sector privado
INTA
CONICET
INASE
SENASA
Cámara de Sanidad
Agropecuaria y Fertilizantes
Monsanto
y
Bayer CropScience
Secretaría de Medio Ambiente
Ministerio de Salud
Facultad de Ciencias Exactas y
Naturales (UBA)
Facultad de Agronomía (UBA)
Asociación de Semilleros
Argentinos
Syngenta
y
Dow AgroSciences
Facultad de Ciencias Exactas
(UNLP)
Facultad de Agronomía
(UNLP)
Universidad Nacional de
Foro Argentino de
Biotecnología
Pioneer
y
Bio Sidus
Rosario
Universidad Nacional del
Comahue
Cámara Argentina de la
Industria de Productos
Veterinarios
INIDEP
Asociación Argentina de
Oficina de Biotecnología
Ecología
Fuente: elaboración propia en base a Resolución 398/08 de la SAGPyA y CONABIA (s./f.).
252
Como ya he señalado, la CONABIA no convoca a representantes de empresas, sino que
se solicita a las cámaras empresarias que envíen expertos. Sin embargo, en los hechos
estos lugares destinados a los expertos privados funcionan como un espacio de
distribución de poder de las grandes empresas transnacionales del sector (ver Cuadro
6). De este modo, los representantes en la CONABIA por parte de la Asociación de
Semilleros Argentinos son dos, uno de ellos pertenece a Syngenta y el otro a Dow
AgroSciences. Por la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes figura un
representante que pertenece a Monsanto y otro a Bayer CropScience. Por el Foro
Argentino de Biotecnología está un directivo de Pioneer y uno de Bio Sidus.223
De este modo, si bien las empresas como tales no tienen representación en la
CONABIA, ya que es un organismo exclusivamente de expertos, en los hechos los
expertos del ámbito privado tienen el rostro de las grandes empresas del sector que
operan en la Argentina, y parece demasiado casual que cada empresa tenga un experto
representado. Es decir, todo hace suponer que las empresas acuerdan entre sí a fin de
que cada una pueda tener un espacio en la CONABIA.
En definitiva, los centros públicos de investigación tienen presencia en la
CONABIA a través de una representación institucional. Las empresas nacionales tienen
escasa presencia allí. En cambio, a través de las organizaciones intermedias
(asociaciones y cámaras empresarias), las empresas multinacionales acceden e inciden
en los espacios de decisión en políticas regulatorias de agrobiotecnología
En el Anexo II presento un esquema del entramado de relaciones entre los actores
principales que producen y regulan cultivos transgénicos en la Argentina, que he
desplegado aquí.
5.4.2. Cómo se efectúa la regulación
La primera misión de la CONABIA fue la de crear las normas para la liberación al
ambiente de los organismos genéticamente modificados. Tomando elementos de las
distintas normativas que al respecto ya existían en algunos países, la CONABIA redactó
en 1992 las primeras normas que establecían los procedimientos a seguir para la
223
Ver: CONABIA (s./f.). La empresa semillera Pioneer pertenece, desde 1999, a DuPont.
253
experimentación o liberación al medio de organismos genéticamente modificados
(Entrevista a Vicién, 2008; Entrevista a Hopp, 2010).224
A través de estas normas, la CONABIA distingue dos instancias: que la solicitud
sea para una liberación experimental de OGMs (en invernadero o a campo), o para una
liberación comercial. En el primer caso, la CONABIA busca determinar que la
probabilidad de efectos sobre el ambiente no sea significativa. La evaluación consiste en
un análisis de las características del OGM y de las condiciones de liberación al
ambiente. Se pide información sobre las características del invernadero o campo, su
localización, la distancia a caminos y lugares transitados, la cantidad de OGMs que se
sembrará, la descripción de los materiales vegetales que estarán presentes en el
invernadero/campo, las distancias entre los cultivos, y las estructuras empleadas para
evitar la diseminación del polen (cuando corresponde). También se solicita información
sobre la estructura genética y proteica del transgén, esto es, las homologías de las
secuencias expresadas con secuencias de patógenos, toxinas o alérgenos, además de
describir el vector utilizado en la transformación. Además, se debe brindar información
sobre el traslado de los OGMs, vale decir, informar si se desarrollan localmente o si son
introducidos desde otro país (en cuyo caso, se debe completar la solicitud
correspondiente en el INASE). Por otro lado, se debe informar con anticipación la fecha
de siembra y de cosecha. Entre otros requisitos, también se deben detallar las
características del área donde se hará la liberación, las especies taxonómicamente
relacionadas que pueden estar presentes en el área, las posibles interacciones con otros
organismos, los procedimientos de bioseguridad en poscosecha, y un plan de
contingencia en caso de escape de OGMs.
Quien presenta la solicitud de evaluación ante la CONABIA puede requerir que
parte de la información suministrada sea considerada confidencial, en cuyo caso la
solicitud es evaluada sin la presencia de posibles competidores.225
Una vez concluida la experimentación, se debe presentar ante la CONABIA un
informe de cierre del ensayo. Si se descubre que en alguna instancia del experimento el
solicitante no cumplió con lo pautado o brindó información falsa o inexacta, la
CONABIA queda facultada para sacarle el permiso de ensayo, destruirle los cultivos
224
Resolución 656 de 1992 de la SAGPyA. Posteriormente, las normas fueron modificándose, según las
resoluciones 837/93, 289/97 y 39/03.
225
Hay cierta información que no puede ser confidencial, como el lugar donde se realizará la liberación
de OGMs, los datos del solicitante, y lo que sea necesario para evaluar la bioseguridad.
254
transgénicos, y establecer medidas de bioseguridad (que deben ser costeadas por el
solicitante), además de no poder obtener permisos durante un año. Como se ve, no es un
simple rol de “asesor” el de la CONABIA, sino que tiene un papel principal en el
proceso regulatorio.226
En cuanto a las solicitudes para las liberaciones comerciales, la CONABIA se
propone determinar que las liberaciones de OGMs no generarán un impacto ambiental
significativamente diferente del que produciría un homólogo no modificado
genéticamente. Se debe brindar información sobre las características del OGM (análisis
molecular de la inserción, método de transformación empleado, transposiciones o
rearreglos del inserto, características de la expresión) y sus efectos sobre la salud
humana. También se debe detallar la historia de ensayos y liberaciones previas, además
de la metodología para la detección del OGM en plantas, semillas y granos
convencionales.
Para recomendar la autorización comercial, la CONABIA debe concluir que el
OGM es tan seguro como su contraparte convencional para el medio ambiente y para la
salud humana o animal. Este principio, denominado de “equivalencia sustancial”, está
tomado del informe sobre seguridad alimentaria de 1993 de la OCDE, concepto que
después fue adoptado por la FAO y la OMS (FAO, 2009). Allí se señala que para el
análisis de alimentos proveniente de OGMs el enfoque más práctico para determinar su
inocuidad consiste en evaluar si son sustancialmente equivalentes a su contraparte
análoga producida por métodos convencionales (OCDE, 1993). Esto supone un análisis
comparativo como orientador de la evaluación. De este modo, se analizan distintos
aspectos del cultivo transgénico (su morfología, su rendimiento, su composición
química, su caracterización molecular, su alergenicidad, su actividad biológica y su
impacto ambiental). Después de este análisis comparativo, se puede clasificar al cultivo
genéticamente modificado o a su alimento derivado en una de estas tres categorías
posibles: como sustancialmente equivalente a la contraparte tradicional, no existiendo
226
De hecho, en abril de 2010 el Ministerio de Agricultura dispuso la creación de la Dirección de
Biotecnología, la cual debe ejercer la Secretaría Ejecutiva de la CONABIA. Además de la evaluación de
las cuestiones de bioseguridad y la elaboración de normas en dicha materia, le asigna el rol de “proponer
y ejecutar acciones relacionadas con la política de biotecnología y bioseguridad para las actividades
agropecuarias y de la acuicultura y su articulación con otras políticas, las estrategias a seguir en las
negociaciones internacionales, la inteligencia de mercados, las alianzas estratégicas de interés nacional, la
identificación de los productos biotecnológicos y cualquier otro aspecto vinculado a la materia de la
biotecnología, tanto en lo relativo a organismos vegetales como animales, genéticamente modificados”
(Decisión Administrativa 175/2010). Como se ve, la CONABIA tiene incumbencias tan amplias que es el
actor principal en materia de regulación de la agrobiotecnología.
255
diferencias significativas (así se considera, por ejemplo, al aceite derivado de maíz
transgénico); como sustancialmente equivalente a su contraparte tradicional con la
excepción de diferencias claramente definidas (tal es el caso de la mayor parte de los
cultivos genéticamente modificados)227; o como no sustancialmente equivalente a su
contraparte tradicional (lo cual podría deberse a que o no existe un cultivo equivalente
con el cual compararlo, por ejemplo en el caso de un cultivo transgénico que haya visto
modificado no ya un gen, sino toda una ruta metabólica)228 (Rubinstein, 2004).
Desde que se aprueban las solicitudes para realizar los ensayos a campo con un
cultivo transgénico, hasta que finalmente se aprueba su comercialización, pueden pasar
alrededor de seis años (Entrevista a Lema, 2008).
Otra de las características del marco regulatorio argentino, es que procede
mediante un análisis de “caso por caso”.229 Es decir, se considera que en una solicitud
basta con que cambie el solicitante, el evento de transformación, o la escala de la
liberación, para considerar que se trata de un caso distinto, y entonces proceder a
realizar la evaluación como tal (Burachik, 2004; UNEP-GEF, 2003).
Por otro lado, una perspectiva que se adjudica el propio marco normativo, es la
de evaluar a los OGMs considerando lo relativo al producto obtenido, no al proceso de
obtención del OGM (Burachik, 2004). La focalización de la regulación en el proceso o
en el producto es lo que, según Sheila Jasanoff, constituye una de las grandes
diferencias entre la perspectiva regulatoria estadounidense y la europea sobre la
biotecnología. En Estados Unidos, los riesgos de la biotecnología se definieron
fijándose sobre todo en el tipo de productos, es decir, estudiando las características que
presentaba el producto biotecnológico, lo cual no llevó a la necesidad de establecer
legislaciones especiales para la biotecnología. En cambio, en Europa la biotecnología
fue regulada bajo la concepción preponderante de que era un nuevo proceso científico,
227
Para demostrar que los cultivos transgénicos o alimentos derivados son tan seguros como su
contraparte tradicional, se debe mostrar que cada diferencia encontrada no tiene consecuencias
toxicológicas ni nutricionales.
228
En estos casos, la evaluación de seguridad se enfoca en las características de los nuevos productos
expresados, en los cambios composicionales intencionales que se hayan introducido en cada caso, y en la
evaluación de los efectos no intencionales.
229
Esto también aparece en otras normativas, como en la correspondiente a la Directiva 98/81/CE de la
Unión Europea. Hay autores, como Ibarra y Rodríguez (2003), que cuestionan el abordaje “caso por
caso”. Basándose en perspectivas como la de Ulrich Beck, sostienen que “el todo no es la suma de sus
partes”, y que el carácter novedoso y experimental de la biotecnología moderna conlleva riesgos que no
pueden ser analizados en su contexto específico, sino atendiendo a la incertidumbre inherente a estas
nuevas tecnologías.
256
así como un montón de nuevos productos, y también como un programa de gobernanza;
es decir, se considera que la biotecnología puede presentar riesgos inherentes al propio
proceso de construcción del ADN recombinante, o riesgos en la especificidad del
producto final, o disparar riesgos sociales al amenazar valores individuales o colectivos
(Jasanoff, 2005). Ahora bien, la regulación argentina se basa en las propiedades del
nuevo producto y no en el proceso de obtención. Sin embargo, bajo esta misma
regulación, son precisamente los productos obtenidos por ingeniería genética los que se
someten a una examinación rigurosa (MacKenzie, 2000). Es decir, sus referentes y
principios generales sostienen que la biotecnología como tal no puede ser objeto de
sospechas, sino que deben evaluarse las características finales de sus productos. Pero
esos productos se examinan más que ningún otro, lo que evidencia un tratamiento más
exhaustivo por el hecho de ser productos biotecnológicos.
Probablemente, Canadá sea el único país que ha adherido al principio de que la
biotecnología no es inherentemente riesgosa, y la regulación se basa exclusivamente en
los rasgos novedosos de los productos, no en las tecnologías empleadas en su
producción (MacKenzie, 2000; Flint et al., 2000). Esto tiene consecuencias prácticas en
la orientación del desarrollo tecnológico. En el capítulo anterior mostré que la compañía
semillera Nidera, en colaboración con la transnacional BASF, desarrolló un girasol
resistente a herbicidas a través de la técnica de mutagénesis, una técnica mucho más
inespecífica que la transgénesis y que provoca cambios aleatorios en diversos lugares
del genoma de la planta. Una de las razones principales por las que empelaron esta
tecnología en lugar de la transgénesis, es que así el sistema regulatorio les resultaba,
paradójicamente, mucho más accesible, pues por el hecho de no ser transgénico debía
atravesar muchas menos exigencias. En Nidera sostienen que cumplir con los requisitos
de las agencias de regulación para el girasol obtenido por mutagénesis resultaba
comparativamente mucho más accesible no sólo en la Argentina, sino en casi todos los
países, salvo Canadá (Entrevista a Sala, 2009). Advierten que allí un nuevo producto
agroalimentario debe cumplir con una serie de requisitos sin importar si fue obtenido
por mutagénesis o por transgénesis, de modo que allí el hecho de haber empleado la
mutagénesis no reportaría ninguna ventaja.
Los creadores de la CONABIA sostienen que construyeron sus normativas
apoyándose en las ya existentes en otros países y sin pretender aportar ninguna
originalidad en la materia, pues querían que su sistema regulatorio –que iba a ser
pionero en América Latina– fuera visto como portador de la misma calidad y exigencia
257
que los de países centrales (Entrevista a Hopp, 2010). Pero es otra característica del
sistema regulatorio argentino el que le imprime un carácter indudablemente periférico,
por cuanto implica la asunción de una posición dependiente de la iniciativa de los países
centrales. Se trata del rol de la Dirección Nacional de Mercados Agroalimentarios
(DNMA). Como señalé anteriormente, este organismo del Ministerio de Agricultura
participa en la regulación de los organismos genéticamente modificados con un papel
muy específico: evaluar los posibles impactos comerciales del mismo.230 En la práctica,
ello implica analizar cómo podría incidir la aprobación de un cultivo transgénico en el
comercio del país (Entrevista a Vicién, 2008). Dado que la Argentina presenta un perfil
comercial claramente agroexportador, la DNMA debe evaluar si la aprobación
comercial de un cultivo transgénico a nivel local abrirá o cerrará mercados de
exportación. Si en Argentina se aprobara un determinado maíz transgénico, pero en los
países a donde normalmente exporta maíz no está aprobado, entonces la DNMA
considerará que su aprobación local iría en detrimento del comercio argentino, y lo
evaluaría negativamente. Esto implica que, en los hechos, la Argentina asume lo que se
denomina una “política espejo”: la DNMA evalúa positivamente a aquellos cultivos
transgénicos que están aprobados en Europa, y considera negativamente a los cultivos
transgénicos que no han sido aprobados allí. De hecho, el rol de la DNMA en la
normativa argentina se incorporó en 1997, es decir, precisamente cuando la Unión
Europea comenzó a endurecer sus políticas frente a los transgénicos.231 Luego Europa
dejaría de ser el único referente para la DNMA, pues según el cultivo puede ser
importante evaluar destinos comerciales como China o India, aunque Europa sigue
ocupando un lugar importante. En definitiva, la DNMA busca imitar las respuestas que
los países centrales dieron a los cultivos transgénicos. Esto se debe, insisto, a la
necesidad de no perjudicar los circuitos comerciales de las exportaciones agrícolas. El
resultado es una política regulatoria que refleja el escenario de aprobación de
transgénicos que presentan los países importadores de cultivos argentinos.
230
Este rol fue luego asignado a la Dirección de Biotecnología, dependiente también del Ministerio de
Agricultura.
231
Resolución 289/97 de la SAGPyA. Allí se establece que “la CONABIA solicitará el dictamen técnico
de la Dirección Nacional de Mercados Agroalimentarios en relación a la conveniencia de la
comercialización del material transgénico”. Entre mediados de 1998 y mediados de 2001, en la Argentina
no se aprobó la comercialización de ningún cultivo transgénico. La CONABIA emitía dictámenes
favorables para la comercialización de una serie de cultivos, pero desde la DNMA se emitían dictámenes
negativos, por la moratoria de hecho que existía en Europa frente a los transgénicos (Entrevista a Rapela,
2008).
258
5.5.
Intervenciones de la CONABIA
Desde que el primer cultivo transgénico fuera aprobado en la Argentina, en 1996, hasta
2010, se han aprobado para sembrar, comercializar y consumir, 17 cultivos
genéticamente modificados (ver Cuadro 7). De ellos, 9 pertenecen a Monsanto, 3 a
Syngenta, 2 a Dow AgroSciences / Pioneer, 1 a Bayer CropScience, 1 a Novartis y 1 a
Nidera.
Además, como he señalado desde el comienzo de esta tesis, la totalidad de los
cultivos aprobados se circunscriben a tres especies: maíz, algodón y soja; mientras que
las características que se introducen por modificación genética son básicamente dos: de
tolerancia a herbicida y de resistencia a insectos.
Cuadro 7. Eventos con evaluación favorable de la CONABIA y con permiso de comercialización.
Cultivo
soja
maíz
Característica
introducida
tolerancia a herbicida
resistencia a insectos
maíz
tolerancia a herbicida
algodón
maíz
algodón
maíz
maíz
maíz
resistencia a insectos
resistencia a insectos
tolerancia a herbicida
resistencia a insectos
tolerancia a herbicida
resistencia a insectos y
tolerancia a herbicida
Compañía
Nidera
Ciba-Geigy S. A.
(Syngenta)
AgrEvo S. A. (Bayer
CropScience)
Monsanto
Monsanto
Monsanto
Novartis
Monsanto
Dow AgroSciences y
Pioneer
Año de
aprobación
1996
1998
1998
1998
1998
2001
2001
2004
2005
maíz
maíz
tolerancia a herbicida
Syngenta
2005
tolerancia a herbicida
Monsanto
2007
y resistencia a insectos
maíz
tolerancia a herbicidas Dow AgroSciences y
2008
y resistencia a insectos Pioneer
algodón
tolerancia a herbicida
Monsanto
2009
y resistencia a insectos
maíz
tolerancia a herbicida
Syngenta
2009
y resistencia a insectos
maíz
resistencia a insectos
Monsanto
2010
maíz
resistencia a insectos y Monsanto
2010
tolerancia a herbicida
maíz
resistencia a insectos y Monsanto
2010
tolerancia a herbicida
Fuente: Dirección de Biotecnología, Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.
La CONABIA no se dedica exclusivamente a la evaluación de plantas transgénicas, sino
que, en rigor, toda innovación agrobiotecnológica queda bajo su órbita. De hecho,
259
dispone de normativas para quienes deseen solicitar la aprobación de animales y de
microorganismos genéticamente modificados. Pero en la práctica, las plantas son las
que concentran todo el trabajo de la CONABIA. La razón es que no recibe solicitudes
para evaluar otro tipo de transgénicos. En el Anexo III puede constatarse la cantidad de
solicitudes para realizar experimentos que recibió la CONABIA. Si se toman, por
ejemplo, los pedidos para realizar experimentos (en invernadero o a campo) que recibió
la institución en 2008, se tiene un total de 181 solicitudes. De ellas, 180 corresponden a
plantas transgénicas, y 1 a un virus recombinante. Esto evidencia que, a pesar de que la
agrobiotecnología en la Argentina se hizo reconocida también por otras áreas, en
particular por haber sido uno de los primeros países en obtener una vaca transgénica
(Fressoli, 2011), es el sector vegetal el que concentra la gran mayoría de los esfuerzos
de experimentación en biotecnología agropecuaria.
En cuanto a las solicitudes que han sido rechazadas por la CONABIA, éstas son
sumamente escasas. Según los integrantes de la CONABIA, esto se debe a que en el
proceso de evaluación, cuando detectan que hay información incompleta o
insatisfactoria, se le comunica al solicitante, quien puede entonces aportar nueva
información, o desistir de continuar con la evaluación (Entrevista a Godoy, 2008;
Entrevista a Vicién, 2008).232 Hay un único caso, en rigor, de un ensayo que ha sido
rechazado por la CONABIA. Se trata de un pedido para realizar experimentos con
canola resistente a glifosato.233 Es un cultivo prácticamente inexistente en la Argentina,
pero de amplia difusión en Norteamérica, y el objetivo del solicitante era producir
semillas para exportar a Canadá. En 1996 la CONABIA autorizó estos experimentos
para realizarse en pequeña escala y en condiciones de aislamiento. Un año después, el
mismo solicitante pidió hacer ensayos más extensos, en dos lotes de 250 hectáreas. La
CONABIA evaluó que, si bien hay muy poca canola en el país, hay varias crucíferas
emparentadas. Consideró que el flujo génico (es decir, la transferencia de los transgenes
de la canola hacia esas especies emparentadas) se podría producir, lo que le otorgaría
232
Un caso en el que la CONABIA consideró que la información brindada resultaba insuficiente, se
produjo en 1998. Al recibir una solicitud pidiendo la aprobación de un maíz transgénico resistente a
insectos que portaba el gen para la toxina Cry9C, los miembros de la CONABIA observaron que esa
proteína presentaba más resistencia a hidrólisis en flujo gástrico que otras proteínas de esa familia. Esto
podía ser un indicador de toxicidad o alergenicidad, por lo que la institución decidió ampliar las consultas
a un médico y dos bioquímicos de la Universidad de Buenos Aires. La CONABIA resolvió luego que la
seguridad alimentaria no quedaba garantizada, y que sólo cuando así fuera procedería a aprobar la
solicitud (Burachik y Traynor, 2002).
233
La canola es una variedad de colza, aunque con frecuencia estos dos nombres se usan indistintamente.
260
una tolerancia al glifosato a esas malezas crucíferas, que deberían ser combatidas
entonces con otro tipo de herbicidas. En consecuencia, la CONABIA evaluó
negativamente la solicitud, y la Secretaría de Agricultura obró conforme a ese dictamen,
rechazando el pedido de experimentación.234 Desde la CONABIA aseguran que a partir
de entonces nadie más volvió a solicitar ensayos con canola transgénica en la Argentina
(Ferraroti, 2009; Burachik y Traynor, 2002).
Hubo también otro caso en el que intervino la CONABIA para “sancionar” un
experimento biotecnológico. A fines de 1999, un investigador entró a la Argentina con
dos bolsitas de 25 gramos de semillas de tabaco transgénicas. Unas expresaban un
anticuerpo de ratón, y las otras, un factor de transcripción de plantas. El propósito
parecía ser de investigación básica. Cuando solicitó autorización para un ensayo en
invernadero, omitió poner información sobre el origen de las semillas. Al investigar su
procedencia, la CONABIA constató que esas semillas no habían sido declaradas al
ingresar al país, lo que constituía una violación de las normas del INASE respecto al
registro de semillas genéticamente modificadas. La CONABIA dispuso entonces varias
medidas de inspección e investigación sobre el manejo de esas semillas. El caso podría
presentar cierta similitud con el de la vacuna recombinante que ingresó ilegalmente a
fines de la década de 1980, pero en esta oportunidad parecía deberse sobre todo a la
ingenuidad del investigador. Lo interesante es que la propia CONABIA señala que esta
situación no presentaba riesgos de bioseguridad, pero que igualmente dispuso de fuertes
medidas de control para prevenir críticas al sistema de regulación (Burachik y Traynor,
2002). Es decir, la CONABIA intervino sobre todo para regular la percepción pública
de sí misma.
5.6.
Los costos del sistema regulatorio
Como mencioné en el capítulo anterior, Monsanto evalúa que atravesar la etapa
regulatoria es la fase más costosa del desarrollo de un cultivo transgénico, puesto que
puede rondar los 40 millones de dólares (Ramsay, 2008; Entrevista a Álvarez Arancedo,
2008). También para los investigadores argentinos la etapa regulatoria es la más cara,
pudiendo representar diez veces más que los costos de obtención del evento transgénico
(Entrevista a Lewi, 2009; Entrevista a Hopp, 2010). No significa que los costos
absolutos sean iguales a los que señala Monsanto, pues ésta también podría estar
234
Más tarde se prohibiría también toda importación de colza transgénica. Ver Resolución 305/07 del
INASE.
261
incluyendo cuestiones de marketing y lobby en ese monto. Por lo demás, ningún
desarrollo argentino llegó a realizar todas las etapas exigidas por la regulación, de modo
que no es posible tener una idea precisa de los costos concretos que implica para los
actores locales. Pero la coincidencia en señalar la etapa regulatoria como el paso más
costoso pone de relieve una importante limitación a la hora de lograr comercializar un
cultivo genéticamente modificado. El sistema regulatorio se constituiría en una elevada
barrera de entrada para quienes buscan desarrollar la tecnología de los transgénicos.
Según Denis Murphy, la explosión inicial de pequeñas compañías biotecnológicas a
comienzos de la década de 1980 se dio en el marco de un régimen de propiedad
intelectual benigno, que permitía el ingreso de estas pequeñas compañías al mercado;
pero con el tiempo fueron implementándose regímenes regulatorios sobre la evaluación
de cultivos transgénicos que resultan muy restrictivos (Murphy, 2007).
¿Por qué resulta tan costoso, al punto que la etapa de investigación en el
laboratorio sería la más accesible, pudiendo representar apenas el 5% del costo total de
desarrollar un transgénico?235 Hay una serie de ensayos que exige el sistema regulatorio
que se hacen en el país, los que analizan los impactos ambientales de los transgénicos.
Por supuesto, primero viene una etapa de ensayos en invernadero. Pero más costosos
son los ensayos a mayor escala, pues se requiere arrendar campos, no sólo durante lo
que dure el cultivo con los transgénicos, sino también durante un tiempo posterior (que
puede ser mayor a un año), pues la normativa indica que no se puede sembrar nada para
evitar cualquier posibilidad de flujo génico. A eso se le suma el costo del personal que
debe cuidar el ensayo.
Los ensayos más costosos, sin embargo, son los que se usan para evaluar la
inocuidad alimentaria: toxicidad, alergenicidad, proteínas, metabolismo, composición
química, perfil de nutrientes, etc. Estos ensayos se hacen en laboratorios que deben estar
certificados por organismos internacionales de acreditación de la calidad, lo que a su
235
La etapa de laboratorio es muy variable según el actor al que nos refiramos. Una vez que el gen de
interés fue identificado, debe insertarse ese gen en una planta, y según el sitio específico del genoma
donde se insertó, podrán variar los niveles de expresión del mismo. A cada una de estas plantas con una
ubicación específica del inserto se la denomina “evento de transformación”. Monsanto evalúa decenas de
miles de eventos en las etapas iniciales del desarrollo, para ir seleccionando los que le resultan más
atractivos, hasta que, si todo el proceso resulta satisfactorio, al final llegará a comercializar uno sólo de
esos eventos. En cambio, un laboratorio argentino prueba decenas de eventos, o a lo sumo se aproximará
a algunos cientos de eventos. Para evaluar una gran cantidad de eventos se necesita una gran masa de
recursos humanos y de infraestructura (aunque más no sean invernaderos). Así y todo, Monsanto
considera que esa etapa inicial del desarrollo implica alrededor del 5% (es decir, entre 2 y 5 millones de
dólares) del total de recursos invertidos para obtener un cultivo transgénico (Ramsay, 2008; Entrevista a
Álvarez Arancedo, 2008).
262
vez implica una adaptación y cumplimiento de normas, procedimientos y
equipamientos.236 No hay laboratorios nacionales que hagan esos ensayos, por lo que
deben realizarse en el exterior (Entrevista a Lewi, 2009).
La elevada barrera de entrada a la comercialización de un transgénico que
implica el proceso regulatorio, restringe los actores a aquellas empresas con la
capacidad de hacer inversiones de riesgo millonarias, lo que excede las capacidades no
sólo de los laboratorios públicos, sino en general de las empresas nacionales. Todos los
años de costosos experimentos que exige el sistema regulatorio hace que, hasta ahora,
sólo las empresas multinacionales puedan desarrollar y explotar un cultivo transgénico.
Como los proyectos de papa transgénica (mencionados en los capítulos 2 y 3) están en
manos de laboratorios públicos, semilleras locales o empresas nacionales, sus
posibilidades de comercializarse son ínfimas (Entrevista a Yanovsky, 2009). Así, se
reduce el número de actores que tienen la capacidad financiera de lidiar con el sistema
de regulación internacional de OGMs. Además, a las firmas que ya cuentan con OGMs
aprobados les resulta más fácil que le aprueben nuevos productos, aunque más no sea
por su experiencia en el complejo sistema de regulación (Harhoff et al., 2001).
Existe una iniciativa de investigadores de laboratorios públicos de Argentina
para cambiar este escenario. Se proponen identificar a los laboratorios, profesionales y
ámbitos nacionales donde podrían realizarse tanto los ensayos de inocuidad
agroecológica como los de inocuidad alimentaria de un cultivo transgénico. De este
modo, aspiran a configurar una red de actores capacitados para llevar adelante el
proceso regulatorio en su totalidad en el país, lo que permitiría abaratar un poco los
costos.237 De todos modos, hay otras barreras que impone el sistema regulatorio
argentino, en particular el análisis sobre la conveniencia de comercialización de cultivos
transgénicos que realiza la Dirección Nacional de Mercados Agropecuarios. Desarrollos
que presenten una utilidad exclusivamente local, como el maíz transgénico resistente al
Mal de Río Cuarto, tienen escasas posibilidades de atravesar con éxito la “política
236
No se trata sólo de las normas ISO, sino también de las GLP (Good Laboratory Practice),
desarrolladas por la OCDE.
237
Ver: Proyecto Específico AERG-233272: “Identificación y evaluación de capacidades para la
desregulación de eventos transgénicos”, Cartera de Proyectos INTA 2009-2011. Estas iniciativas parecen
responder a la inquietud de los propios investigadores, que ven que sus desarrollos llegan a un punto en el
que no pueden avanzar para ingresar al mercado. De este modo, afirman que el sistema de regulación: “es
un filtro importante. Pero si hay desarrollos en Argentina, en algún momento van a tener que salir al
mercado. Si no, estamos haciendo todo por amor al arte, y eso es muy frustrante.” (Entrevista a Lewi,
2009).
263
espejo” que se ha establecido en dicha instancia. Pues esas semillas transgénicas
podrían sembrarse sólo en el país, ¿pero qué ocurriría con los granos y aceites derivados
de dicho maíz? Los países a los que Argentina exporta maíz lógicamente no tendrán
aprobado ese transgénico en particular, pues sólo tiene sentido su siembra en la
Argentina. De continuar la “política espejo”, entonces, no se aprobaría, pues los
productos derivados de ese maíz podrían ser rechazados por los países compradores, lo
cual generaría inconvenientes en el comercio del maíz. Incluso si los productos
derivados del maíz resistente al Mal de Río Cuarto se utilizaran sólo dentro del país,
debería regir un sistema de trazabilidad que garantice que la cadena de producción y
comercialización de dicho maíz está completamente separada de la de otros maíces; lo
cual también supondría una dificultad comercial. Tanto los investigadores como las
empresas locales involucradas en ese tipo de desarrollos carecen de una estrategia para
superar esta barrera. Advierten que todavía les falta cumplir con otras exigencias, como
los ensayos de inocuidad alimentaria, y que cuando lleguen a la instancia del análisis de
la conveniencia de comercialización, confían en que la política al respecto será más
flexible, pero afirman que es sólo una expresión de deseo (Entrevista a Lewi, 2009;
Entrevista a Giacobbe, 2008; Entrevista a Rudoy, 2010).
Los centros públicos y las empresas nacionales deberían operar globalmente
para poder tener un OGM aprobado, lo que es una contradicción, porque por definición
son actores locales. Tienen estrategias para lidiar con los altos costos de la regulación,
estrategias que aún no se han implementado pero que podrían hacerse. Esas estrategias
consisten en realizar localmente los ensayos que se mandan al exterior. Pero carecen de
estrategias para enfrentar el requisito de internacionalización que supone la “política
espejo” en la instancia de análisis de la posible de comercialización que realiza el
Ministerio de Agricultura, como no sea anhelar que cambie.
En la primera parte de esta tesis, distinguí dos etapas distintas en la investigación
pública en transgénesis vegetal. Si en los inicios de este campo de conocimiento, a nivel
local, los proyectos de investigación parecían desarrollarse con gran libertad y
posibilidades de llegar a obtener un producto en el mercado, cuando el campo ya estaba
más maduro condicionamientos de diversa índole se impusieron, de modo que el perfil
de los proyectos de investigación resultaba más acotado y con menos posibilidades de
llegar al mercado. Si el sistema de regulación cambiara, si se abarataran sus costos, se
permitiera la aprobación de cultivos con una utilidad estrictamente local, o si el Estado
financiara estos costos, un importante factor limitante para el desarrollo de los
264
transgénicos se estaría superando. Entonces, quizás, podría pensarse en una tercera
etapa para la investigación pública en transgénesis vegetal, una etapa donde los
desarrollos de los laboratorios públicos sí tuvieran posibilidades de llegar a ser
utilizados en la agricultura. Pero son meras conjeturas, pues en el 2010, al menos, no
existen indicios sólidos de que esa tercera etapa efectivamente se vaya a desplegar.
5.7.
Conflictos y regulaciones
Hay un aspecto que no puedo dejar de señalar, toda vez que hace al núcleo de las formas
de regulación de la biotecnología. Se trata de la definición que da cada sistema
regulatorio de los organismos genéticamente modificados, y es un aspecto central en la
medida que allí se puede encontrar, de una forma sumamente concentrada, el modo en
que cada regulación entiende y reacciona frente a aquello que regula. Si coincidimos
con Jasanoff en que en la regulación podemos encontrar conceptos sobre el sentido del
riesgo y la seguridad, sobre la naturaleza y la cultura, reflejando asunciones sociales
profundas investidas de pretensión universal, entonces no podemos dejar de prestar
atención al modo en que estas regulaciones atrapan conceptualmente a su objeto de
control. Porque también en esas definiciones se generan grietas, zonas de cierta
ambigüedad en las que algunos actores se desenvuelven en el límite de lo permitido,
generando a veces una reacción que pone en tela de juicio a toda la regulación. Así
ocurrió con las pautas regulatorias del National Institutes of Health (NIH), en Estados
Unidos, a fines de la década de 1980. El profesor Gary Strobel había introducido unas
bacterias genéticamente modificadas en unos olmos. Las bacterias tenían un plásmido
que expresaba un antibiótico (plásmido que, por otro lado, no tenía los genes para
replicarse), con el objetivo de probar un modo para proteger a los árboles de ciertas
infecciones. Pronto salió a la luz una inquietante información: Strobel no le había
pedido permiso a absolutamente nadie para comenzar su experimento, simplemente
llevó las bacterias genéticamente modificadas a los árboles y puso en marcha su
investigación, y sólo después se dispuso a dar aviso a la Agencia de Protección
Ambiental y a la universidad (Anderson, 1987a). El activista anti-biotecnología Jeremy
Rifkin le exigió al NIH y a otras agencias que castiguen a Strobel. A diferencia de lo
que había ocurrido con la vacuna recombinante en Argentina, aquí no parecía haber
ningún vacío legal: el NIH disponía de una serie de pautas que había que cumplir
cuando se realizaba un experimento con ADN recombinante. Strobel se defendió: él no
consideraba que sus bacterias se ajustaran a la definición que el NIH tenía de “ADN
265
recombinante”, y por lo tanto no se veía en la necesidad de seguir las pautas
confeccionadas para dicha tecnología (Strobel, 1987; Stemke, 2004). El NIH conformó
un comité especial para analizar su caso. El comité constató que el NIH definía como
“ADN recombinante” a aquéllas moléculas construidas al unir fragmentos de ADN con
moléculas de ADN que tienen la capacidad de replicarse en una célula, o bien a las
moléculas de ADN que resultan de la replicación de las anteriores (Jasanoff, 2005).
Pero las bacterias de Strobel no se ajustaban a esta definición. Estaban manipuladas
genéticamente, pero el plásmido que contenía el gen con el antibiótico no tenía la
capacidad de replicarse en la bacteria, y por ende, a los ojos del NIH, eso no era ADN
recombinante (Anderson, 1987b; Jasanoff, 2005). Así, conocer el modo en que cada
regulación define a su objeto, es una forma de saber qué cosas permite o no hacer. Pero
también es un modo de adentrarse en los valores y conceptos que están implícitos en la
regulación, así como en los conocimientos con los que se cuenta (o decide contar) en la
elaboración de las normas.
En la primera norma que la Unión Europea dispuso sobre los organismos
genéticamente modificados, en 1990, definió a un OGM como un “organismo cuyo
material genético ha sido modificado de una manera que no acaece en el apareamiento
y/o la recombinación naturales” (Directiva 220/90 de la CEE). Esta definición evidencia
que uno de los ejes en los que se inserta a la biotecnología bajo la regulación europea, es
en la dicotomía “artificial-natural”. A partir de este modo de definir a un OGM, surgen
algunos dilemas particulares. Por ejemplo, la fertilización in vitro, ¿es un modo de
“apareamiento y/o recombinación natural”? La propia norma de la Unión Europea debe
pronunciarse al respecto, para evitar que un bebé nacido por fertilización in vitro entre
en la regulación de los OGMs, y entonces aclara que se “excluye del alcance de la
directiva a la fertilización in vitro y a la mutagénesis”. La nueva norma de la Unión
Europea sobre transgénicos, de 2001, mantiene el mismo eje de definición, al establecer
que un OGM es un “organismo, con excepción de los seres humanos, cuyo material
genético haya sido modificado de una manera que no se produce naturalmente en el
apareamiento ni en la recombinación natural” (Directiva 2001/18/CE). En la normativa
argentina, en cambio, un OGM es “un organismo al cual se le ha introducido, en forma
deliberada y controlada, alguna modificación en su material genético haciendo uso de
las técnicas modernas de biología molecular”, y aclara que “esta modificación consiste
en incorporar información para conseguir que el organismo adquiera una determinada
266
característica que antes no poseía”.238 Así, para la normativa argentina la definición de
un OGM se centra en el manejo de la información genética a través de las técnicas
biotecnológicas, dejando de lado la discusión sobre lo “natural” de esos procedimientos.
En cambio, para la normativa europea un OGM se define en primer lugar en función de
su vínculo con lo “natural”.
Separar lo natural de lo artificial, por supuesto, no es algo evidente, pues esa
distinción es indefectiblemente una construcción social. Es una distinción que supone
que la naturaleza termina en un lugar, a partir del cual algo ajeno a ella (lo “artificial”)
hace su intervención, y por lo general es el hombre el que ocupa el lugar simbólico de lo
no-natural. Definir a un transgénico a partir de lo “no-natural” implica obviar esa
construcción social del sentido de lo “natural”, pero por sobre todas las cosas refleja una
preocupación social en torno a esos valores. En la Argentina, hay tres localidades que se
han manifestado en contra de los OGMs, al punto de declararse “zonas libres de
transgénicos”. Se trata de la Municipalidad de San Marcos Sierra, la de El Bolsón y la
de Villa de Merlo.239 Las tres son destinos turísticos característicos por su valorización
de los paisajes “naturales”, con escasa presencia de infraestructura y desarrollos
tecnológicos.
Si hay algo que se define, en primer lugar, por ser “artificial”, es decir, por
desafiar de algún modo a lo “natural”, entonces es razonable que ese “algo” pueda ser
fácilmente identificable por el usuario/consumidor que valora lo “natural”. Así, el
etiquetado forma parte de la regulación europea sobre transgénicos. La norma obliga a
que figure en una etiqueta o en un documento de acompañamiento las palabras «este
producto contiene organismos modificados genéticamente».
En la Argentina no existen normas de alcance nacional que obliguen a rotular los
productos transgénicos, aunque hay otro tipo de leyes relacionadas: hay una serie de
leyes tendiente a garantizar el mercado de productos “orgánicos”, “ecológicos” o
“biológicos”, en una de cuyas normas se señala que “se prohíbe en la producción
orgánica el uso de organismos genéticamente modificados y derivados de éstos”.240
238
Ver: Oficina de Biotecnología (s./f.) y Burachik (2004). Cuando se refiere a un cultivo transgénico, la
definición es similar: un organismo vegetal genéticamente modificado es “cualquier organismo vegetal
que posea una combinación nueva de material genético que se haya obtenido mediante la aplicación de la
biotecnología moderna” (Anexo a la Resolución 39 de la SAGPyA).
239
Ordenanza 349/2003 de San Marcos Sierra, Ordenanza 930/2005 de Villa de Merlo y ordenanza del 13
de diciembre de 2004 de El Bolsón.
240
Ley 25.127 y Decreto 206/2001.
267
Además, a nivel municipal o hasta provincial, existen algunas iniciativas para etiquetar
los productos transgénicos. Tanto en la Provincia de Tierra del Fuego como en la del
Chaco, hay leyes provinciales que obligan a que los comercios tengan a disposición del
cliente un listado donde se indique qué productos tienen organismos transgénicos o
derivados de los mismos.241 También el municipio de San Carlos de Bariloche emitió,
en 2001, una ordenanza que obligaba a todo alimento transgénico a ser identificado, a
través de un listado a disposición del consumidor con la nómina de los productos
transgénicos.242 Esta norma, a pesar de su carácter municipal, desplegó el conflicto
sobre el etiquetado de los transgénicos hasta alcanzar, en ciertos aspectos, dimensiones
nacionales.
Habiendo constatado que la mencionada norma de Bariloche no se estaba
cumpliendo, una señora –en carácter de consumidora y representante de la Fundación
Centro de Derechos Humanos y Ambiente – solicitó a un juez que condenara a la
Dirección de Inspección General de la Municipalidad de San Carlos de Bariloche a que
confeccionase una lista con la nómina de productos transgénicos que se comercializaban
en su jurisdicción y proveyese de la misma a los comercios, solicitando se cumpla con
las normas establecidas por la Constitución Nacional, la Ley de Protección del
Consumidor y la mencionada Ordenanza Municipal. El caso llegó al Superior Tribunal
de Justicia de la Provincia de Río Negro, donde varios actores vinculados al tema dieron
su parecer. El Director Nacional de Alimentación sostuvo que un listado de alimentos
que utilizan como materia primas y/o ingredientes organismos genéticamente
modificados, podría inducir al consumidor a sospechar algún tipo de riesgo para la salud
cuando tanto el SENASA, como la CONABIA, habían llegado a la conclusión de que el
uso alimentario del OGM evaluado es tan seguro como su homólogo convencional.
Agregó que la Argentina se opone a la diferenciación obligatoria de alimentos derivados
de productos OGMs, por constituir un obstáculo innecesario para el comercio. Por su
parte, el Procurador General opinó que debía rechazarse el pedido, y manifestó que la
ordenanza en cuestión resultaba técnicamente imposible de cumplir. De todos modos, el
Tribunal resolvió que se dé cumplimiento a la Ordenanza exigiendo a los comercios
habilitados que pongan a disposición de los consumidores un listado con la nómina de
241
Ley provincial 579/2003 de Tierra del Fuego y Ley 5200/2003 de la provincia del Chaco.
242
Ordenanza 1121/2001 de Bariloche.
268
productos transgénicos.243 Finalmente, la propia Municipalidad de Bariloche decidió dar
marcha atrás y en 2006 derogó la ordenanza, por considerar que se oponía a la postura
del país en cuanto al comercio internacional y también debido a la imposibilidad técnica
de aplicación de la normativa.244
Desde la Secretaría de Agricultura se expresó un claro rechazo hacia estas
normas de etiquetado. Los argumentos fueron variados, desde manifestar que no existen
alimentos transgénicos, sino alimentos derivados de OGMs, y que en ese sentido éstos
pueden ser químicamente indistinguibles de un alimento convencional, hasta
argumentar que el etiquetado no sería razonable, pues no sería simple determinar los
ingredientes derivados de OGMs (Schiavone et al., 2006). Este último, en particular, es
un argumento que habría de incidir notoriamente en el modo en que la Argentina se
insertó en la política regulatoria internacional. Se trata de un argumento con un
fundamento económico: para etiquetar los productos derivados de transgénicos habría
que mantener una cadena de producción, transporte, procesamiento y elaboración
separada de la de productos convencionales, lo que aumentaría los precios de alimentos
derivados de transgénicos.
5.7.1. El Protocolo de Cartagena
La normativa internacional que regula la bioseguridad de la biotecnología es el
Protocolo de Cartagena, al cual unos pocos países –entre ellos, la Argentina– rehúsan
ratificar.
Tiene su origen en el Convenio sobre Diversidad Biológica de la ONU, de 1992,
donde se establece la necesidad de generar un protocolo que fije los procedimientos
para la utilización y transferencia de OGMs.245 Reunidas de nuevo en 1995, las partes
del Convenio acordaron formar un grupo de trabajo especial al respecto. Finalmente, el
Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología fue aprobado en 2000. El
Protocolo se basa –y así lo afirma en su preámbulo– en el Principio 15 de la
Declaración de Río, el renombrado “Principio de Precaución”. En la Conferencia de la
ONU sobre medio ambiente de 1992, se redactó la Declaración de Río, donde se
popularizó el Principio de Precaución, el cual establece que ante algún peligro, aún si no
243
Sentencia N° 25/2005, Expediente N° 18726/03, Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de Río
Negro, Secretaría Causas Originarias N° 4. Ver también: FAO, 2006, pp. 88-89.
244
Proyecto de Ordenanza 762/06 de la Municipalidad de Bariloche.
245
Ver: ONU, 1992, párrafo 3 del artículo 19.
269
se tuviera información científica sobre ese peligro, deben establecerse medidas para
evitar la degradación del medio ambiente.246 El Principio de Precaución resulta
controvertido, pues la posibilidad de tomar medidas sin considerar las pruebas
científicas ha multiplicado la discrecionalidad de su uso, y en general ha tendido a ser
empleado para prohibir el uso de tecnologías, pero no para evaluar los peligros de no
usar esas tecnologías (Goklany, 2001). Como sea, el Protocolo de Cartagena retoma ese
principio, y sostiene que aún si no se tienen certezas científicas sobre los posibles
efectos adversos de un OGM, los Estados podrán adoptar medidas para reducir esos
efectos adversos.247 Esas medidas van desde la posibilidad de prohibir la circulación de
transgénicos hasta las normas de identificación de los mismos.248 Para los reguladores
argentinos, esto evidencia un preconcepto hacia los transgénicos, pues si los OGMs
presentaran efectos adversos no serían autorizados durante la etapa regulatoria (Godoy y
Huerga, 2005). Aquí se evidencia la diferencia entre las regulaciones que se enfocan en
analizar las características del producto biotecnológico final, y las que ponen el eje en el
proceso biotecnológico.
El Protocolo fue resistido desde un comienzo por los países exportadores de
cultivos transgénicos, que se negaban a tener que cumplir con la exigencia de
identificación detallada de los embarques con presencia de transgénicos (Sarquis, 2003).
Hasta el 2010, 160 países habían ratificado el Protocolo. Pero los países exportadores de
OGMs, en particular Argentina, Canadá y Estados Unidos, no lo han hecho. Estos
países sostienen que los requisitos de identificación de OGMs generan trabas al
comercio de los mismos.249 La única excepción a la disputa exportadores-importadores
246
El concepto del principio de precaución fue incluido por primera vez en la década de 1970, en la
legislación alemana. Pero es a partir de la Declaración de Río que comienza a ser incorporado en distintas
normativas, con variaciones que en algunos casos modifican sus alcances (Drnas de Clément, 2008;
Bergel, 2001). Íntegramente, el Principio 15 de la Declaración de Río dice: “Con el fin de proteger el
medio ambiente, los Estados deberán aplicar ampliamente el criterio de precaución conforme a sus
capacidades. Cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no
deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces en función de los costos para
impedir la degradación del medio ambiente.” (ONU, 1992b).
247
Ver: Secretaría del Convenio sobre la Diversidad Biológica, 2000.
248
El artículo 12 del Protocolo de Cartagena establece que un Estado podrá disponer de medidas sobre el
movimiento transfronterizo de OGMs ante nueva información que de cuenta de riesgos de los mismos, y
deberá exponer los motivos por los que ha adoptado esa decisión. Por otro lado, el párrafo 2 del artículo
18 del Protocolo de Cartagena establece que en el comercio de OGMs, debe acompañarse información
que especifique su utilización y contenido.
249
Ver: UNEP-GEF/SAGPyA, 2004. En cuanto al etiquetado de productos alimenticios en los Estados
Unidos, las normas indican que debe efectuarse en base a la calidad y características del producto final,
mientras que el proceso por el que se obtuvo el alimento se considera irrelevante. Como la Food and
270
en relación al Protocolo de Cartagena es Brasil, que siendo país exportador ha ratificado
el mismo en 2003. Esto probablemente responda a la propia dinámica interna de Brasil
en relación a los transgénicos, ya que, como mostraré en el capítulo 7, si bien se ha
convertido en uno de los países con mayor superficie de cultivos transgénicos, ha
atravesado una controversia de gran repercusión pública sobre el uso de los mismos.
El Protocolo entró en vigencia en 2003, y pronto las discusiones en torno al
mismo pasaron a centrarse en cómo implementar algunos de los artículos, en particular
el que se refería a la necesidad de documentar la presencia de OGMs en los embarques.
¿Qué pasa si se detecta una presencia “fortuita” de transgénicos en un embarque?
¿Cómo garantizar la ausencia absoluta de OGMs en un embarque de granos? La
discusión se centró en la posibilidad de fijar un umbral a partir del cual se consideraba
que el embarque contenía OGMs. Ahora bien, ¿debía fijarse el umbral en el 1%, 5%, o
cuál debía ser el valor considerado como adecuado?
En 2003, la Unión Europea promulgó un reglamento sobre trazabilidad y
etiquetado de OGMs, en el cual se estableció que se exceptuaba del etiquetado a
aquellos productos que no superen el umbral de trazabilidad de 0,9% de OGMs.250 La
trazabilidad implica un seguimiento del producto desde su origen, vale decir, mantener
un registro de su composición todo a lo largo de la cadena productiva y de
comercialización. Según la directiva europea, la trazabilidad de los OGM facilita, por
una parte, la retirada de productos si se produjeran efectos adversos imprevistos y, por
otra, el seguimiento selectivo de los posibles efectos sobre el medio ambiente. Pero esto
es cuestionado por los países exportadores de alimentos, por cuanto elevaría sus costos
de producción y discriminaría el producto en función del proceso de obtención.
Estas disputas generaron algunas asimetrías curiosas. De una de ellas da cuenta
el presidente del INTA, quien de viaje por Zambia conoció las instalaciones de los
institutos agropecuarios de dicho país africano. El presidente del INTA quedó
sorprendido por el contraste que encontró. Todos los laboratorios de investigación
agropecuaria de Zambia estaban en condiciones de infraestructura muy precarias,
incapacitados para detectar enfermedades agropecuarias básicas. Todos los laboratorios
se encontraban en tal estado, salvo uno: el laboratorio de detección de OGMs, que
contaba con un moderno equipamiento (Entrevista a Paz, 2009). Ese laboratorio fue
Drug Agency de los Estados Unidos no encuentra diferencias entre los productos alimenticios
biotecnológicos y los convencionales, no se requiere etiquetado para aquéllos (Klintman, 2002).
250
Reglamento 1830/2003 del Parlamento Europeo y del Consejo.
271
financiado por Noruega –país que desde 1967 envía asistencia a Zambia– en el marco
de la implementación del Protocolo de Cartagena (NORAD, 2009). En 2002, Zambia se
disponía a recibir ayuda alimentaria internacional, pero grupos ambientalistas le
advirtieron al gobierno que debía rechazar los alimentos transgénicos que vinieran de
los Estados Unidos. Finalmente, el gobierno de Zambia rechazó los alimentos y
prohibió toda forma de comercialización de los transgénicos, por considerar que
portaban diversos riesgos para la salud y el ambiente (Cleaver et al., 2006; Paarlberg,
2008). Un año después, el gobierno de Noruega financió la implementación del
laboratorio de detección de OGMs en Zambia. De este modo, los usuarios de productos
orgánicos en Noruega pueden sentirse orgullosos: el comercio internacional de granos
incrementó su capacidad para identificar productos transgénicos. En Zambia, por otro
lado, hay un laboratorio que se parece a Noruega.
En la Argentina, desde la Secretaría de Agricultura se llevó a cabo un estudio para
analizar cómo impactaría la exigencia de un requisito de trazabilidad de esas
características en el comercio argentino. Para poder establecer un sistema de
trazabilidad de OGMs, es necesario mantener una cadena de producción y
comercialización para los OGMs y otra para los cultivos convencionales, y cuanto más
exigente sea el umbral de trazabilidad, más separados deben estar esos circuitos de
producción. Sería necesario construir silos exclusivos para transgénicos, transportes
diferenciados y muestreadores en los puertos, como parte de la infraestructura a
implementar. El estudio analizó dos escenarios: uno con un umbral de tolerancia de
hasta el 5% de OGMs, y el otro con un umbral de 0.9%. La conclusión fue que los
costos totales de inversiones por millón de toneladas, para un escenario del 5%, serían
de 7.413.000 dólares para el maíz y 10.206.000 de dólares para la soja. Si el umbral se
fijara en 0.9% (tal como lo dispuso la Unión Europea), las cadenas de producción y
comercialización de granos debería estar más diferenciadas aún, lo que llevaría los
costos a 39.742.000 dólares para el maíz y 40.039.000 de dólares para la soja. El mismo
estudio señala que esto provocaría un aumento en el costo de la tonelada de soja de
entre 12 y 17 dólares para un umbral de 0.9%.251 De ser así, la mayor productividad de
los transgénicos se vería contrarrestada por el aumento en el precio final debido a la
segregación del sistema de trazabilidad y etiquetado, lo que le restaría competitividad a
251
Ver: FAO/OMS (2005).
272
esta agricultura. Esta es la razón por la cual los países exportadores de transgénicos
consideran que el sistema de identificación de OGMs supone una barrera comercial.
Además, la Argentina se vería en una situación económica más vulnerable que los
países de Norteamérica, donde el financiamiento y subsidios podrían hacer que los
precios de los productos derivados de transgénicos no aumenten (Alais, 2006).
5.8.
La relación entre las controversias y las formas de regulación
Se pueden observar significativas diferencias entre los sistemas de regulación de
distintos países al considerar al menos tres variables: la diversidad en la composición
del organismo de regulación, las características de las reuniones de dicho organismo, y
el modo en que se produce y difunde información pública desde el organismo
regulatorio. Tomaré tres organismos de regulación: el argentino (CONABIA), el
brasileño (CTNBio) y el europeo (EFSA). En este último caso, debe tenerse en cuenta
que sólo me referiré al funcionamiento general del organismo, pero que luego las
decisiones concretas sobre las aprobaciones de los cultivos transgénicos varían de
acuerdo a cada país europeo.252 Las características generales de la comparación entre
estos tres organismos pueden encontrarse en el Cuadro 8.
El European Food Safety Authority (EFSA), es una agencia financiada por la Unión
Europea, y tiene un panel de expertos dedicado a la evaluación de los OGMs.253 Este
panel de expertos es nombrado por el directorio de EFSA por un período de tres años, y
en base a su experiencia en el área. En Argentina y Brasil no están establecidos los
tiempos que duran esos cargos.254
En Brasil así como en la Argentina, los miembros de los organismos de
regulación se definen en gran medida en función de su representación institucional. La
Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad (CTNBio), el organismo regulatorio de
Brasil, está conformada por 27 miembros, todos los cuales deben ser doctores
especializados en temas vinculados a la biotecnología, la salud o el medio ambiente. De
éstos, 12 deben ser científicos y el resto son representantes nombrados por los diversos
252
Sobre una comparación entre marcos regulatorios de diversos países, puede verse Jaffe (2004).
253
EFSA se creó en el marco del Reglamento (CE) N° 178/2002.
254
En estos organismos, lo que importa es la representación por institución (por ejemplo, el INTA o la
Universidad de Buenos Aires deben proveer de expertos a la CONABIA). Que esa institución vaya
rotando los expertos o no, no es algo formalmente establecido. En la CONABIA, hubo expertos que
estuvieron más de quince años como integrantes del organismo.
273
ministerios del gobierno, algunos de los cuales deben ser especialistas en áreas como
defensa del consumidor, salud del trabajador y agricultura familiar. Así, la CTNBio
presenta una gran diversidad en cuanto a las especialidades que están representadas, en
comparación a los otros organismos que estamos tratando. Se trata de una composición
variada que se refleja usualmente en las reuniones del organismo, donde se manifiestan
opiniones encontradas o votos en disidencia. Suelen conformarse dos grupos: por un
lado, los miembros ligados a los ministerios de Medio Ambiente y de Desarrollo
Agrario y a entidades de defensa de los consumidores llevan adelante posiciones
contrarias a los transgénicos, mientras que el resto de los miembros de la CTNBio
asumen posiciones favorables (Marques, 2006). En Argentina, todos los miembros de la
CONABIA están designados en función de su representación institucional, y es
significativa la presencia de instituciones privadas, lo que lo transforma en un
organismo mixto. Por lo demás, tanto EFSA como CONABIA tienen miembros con
criterios parejos, en el sentido, al menos, de que sus dictámenes no reflejan diversidad
de opiniones. Seguramente habrá discusiones en las reuniones, pero en los dictámenes
públicos muestran una sola voz consensuada.
En Europa, EFSA realiza reuniones periódicas, publicando en su página web un
breve resumen de lo discutido. En Brasil, la CTNBio difunde en su página web el
cronograma de sus próximas reuniones y un resumen de lo discutido en las anteriores.
Además, la legislación prevé la posibilidad de que puedan participar de las reuniones,
en carácter excepcional, representantes del sector público y de entidades de la sociedad
civil.255 En la Argentina, las reuniones de la CONABIA son secretas y cerradas; es
decir, sólo participan los miembros del organismo y sólo éstos saben cuándo se reúnen y
qué discuten.
Los dictámenes de la CTNBio y los de EFSA se reproducen en documentos que
quedan a disposición del público. Allí se puede acceder al dictamen completo, que
incluye el análisis del caso y la bibliografía empleada. Los dictámenes de la CTNBio,
además, reflejan la diversidad de opiniones que hay en su interior, pues en ocasiones se
manifiestan votos en disidencia frente a la aprobación de un evento transgénico, lo que
no ocurre en EFSA ni en CONABIA. Por otro lado, EFSA dispone de una instancia de
consulta al público, en la cual, a través de su página web, recibe comentarios (de
individuos o asociaciones) sobre su documento, y sólo cuando esa instancia ha
255
Ver: Lei 11.105 de Brasil.
274
concluido y se han tenido en cuenta esos comentarios, EFSA emite el documento final.
Por su parte, la CONABIA sólo hace públicos unos resúmenes de sus evaluaciones, y
sólo cuando éstas resultan favorables (es decir, cuando concluyen en una aprobación del
evento).
Cuadro 8. Características generales del funcionamiento de EFSA, CTNBio y CONABIA.
Composición
Reuniones
Acceso a la
información
EFSA
CTNBio
CONABIA
Pareja
Variada
Pareja
Cerradas y públicas
Semi-abiertas y
públicas
Cerradas y secretas
Amplio, con
opiniones del
Amplio
Mínimo
público
De la comparación general entre estos tres organismos de regulación, resulta evidente
que la CONABIA presenta un perfil mucho más cerrado al público que el resto. La
agencia europea dispone de un amplio acceso a la información, además de distinguirse
por dar lugar a las opiniones del público sobre los documentos que produce. La
CTNBio, por su parte, dispone también de un amplio acceso a la información, y se
caracteriza por presentar una gran diversidad de opiniones y especialidades en su
dinámica interna.
Todas estas características que he comparado hacen al vínculo entre la
participación pública y la regulación. En Brasil, la controversia pública sobre el uso de
los cultivos transgénicos ha sido muy intensa, e incluso anterior a la institucionalización
de la CTNBio. Por más que ésta presenta –comparativamente– prácticas regulatorias
más abiertas y transparentes que otros organismos de regulación, es frecuentemente
objeto de críticas por parte de los actores involucrados en la controversia en Brasil. En
la Unión Europea, la controversia varía notablemente según el país. En Francia, donde
la controversia sobre los transgénicos ha sido históricamente más intensa que en otros
países europeos, el proceso regulatorio estuvo más abierto a la participación del público
(Roy y Joly, 2000). En la Argentina básicamente no ha habido controversia ni debate
público al respecto. No obstante, aquí la regulación es la más cerrada al público.
Esto permite sugerir que hay una relación entre las controversias públicas sobre
los OGMs y el sistema regulatorio, pues cuanto mayor es la conflictividad social ante
275
esta tecnología, mayor es el esfuerzo de las agencias regulatorias por mostrar
transparencia en sus procedimientos.
Cabe recordar que al momento de sancionar una entrada ilegal de semillas
transgénicas al país, la CONABIA había dispuesto medidas que consideraba
excesivamente rigurosas, pero que lo había hecho porque quería evitar que surgiera una
desconfianza ante la institución. De esto se desprende que para la CONABIA el
paradigma europeo donde el público tiende a desconfiar de la biotecnología vegetal
siempre fue motivo de preocupación, siempre tuvo el temor de que algo así ocurriera en
el país, y muchos de sus actos, por contradictorios que resulten, los justifica por esa
preocupación.
Pero si sostengo que cuanto más intensas son las controversias, más abiertas y
transparentes se vuelven las agencias de regulación, y no al revés, es por una razón
evidente: no han sido las agencias de regulación quienes han disparado o clausurado las
controversias. Por el contrario, allí donde había controversias sobre los transgénicos, las
agencias de regulación pasaron a ser empleadas retóricamente como un argumento más
en esa controversia. Resulta indispensable analizar entonces la estructura social que
rodea a las controversias, comprender cómo y por qué es que han surgido controversias
sobre el uso de los transgénicos. A ello se dedica la “Parte III” de la tesis.
276
PARTE III
Las controversias sobre los transgénicos
277
Capítulo 6
De las controversias científicas al problema público
Las relaciones entre la producción de conocimiento científico y la construcción de
problemas públicos encuentran en la biotecnología un terreno fértil para la sociología de
la ciencia. Se considera que los problemas públicos son construidos en el sentido de que
si bien hay muchísimos eventos que afectan la vida de millones de personas, sólo un
pequeño número de asuntos reciben atención pública. Cómo una realidad ingresa en el
discurso público ha sido el tema de análisis de una corriente que desde la década de
1970 centró el eje de su atención en los procesos de atribución y definición de los
problemas, en lugar de limitarse a las condiciones objetivas de los mismos (Blumer,
1971; Spector y Kitsuse, 1973; Schneider, 1985; Gusfield, 1981; Hilgartner y Bosk,
1988).
Uno de los pocos autores que se interesó en analizar la relación entre la ciencia y
los problemas sociales es Sal Restivo, quien recupera el abordaje social estructural de
Wright Mills, al considerar la ciencia moderna como un problema social (Restivo,
1988). Con esto, se refiere a que la ciencia moderna está implicada en los problemas
personales y en los asuntos públicos contemporáneos, y apunta a un análisis de la
estructura social de la ciencia (Restivo, 1994). En este capítulo pretendo explorar las
relaciones entre el problema social de los riesgos de los organismos genéticamente
modificados y la producción de conocimiento científico sobre los mismos. Una de las
ventajas de recurrir al abordaje sobre problemas sociales en cuestiones de ciencia y
tecnología, radica en la posibilidad de articular estudios empíricos sobre el accionar de
científicos con las preocupaciones del público lego. Denominarlo como un “problema
social” significa que no lo trataré bajo el modelo de “déficit cognitivo” (Wynne, 1995),
sino como un proceso de definición colectiva. En particular, lo que me interesa analizar
aquí es el modo en que la ciencia se articula con los asuntos de la arena pública, y en
función de ello hablaré de la relación entre las controversias científicas y los “problemas
públicos”.256
256
Kreimer y Zabala consideran que la producción de conocimiento científico participa en la definición
de determinados temas en la agenda social, y para comprender de qué manera los conocimientos
científicos se vuelven útiles a la sociedad es necesario considerar “que tanto el surgimiento del problema,
la definición de las prácticas propuestas en cada período para solucionarlo, como la decisión de destinar
recursos para que esas prácticas puedan llevarse a cabo, son el resultado de las interacciones entre
278
El modo en que se desarrollan las controversias científicas ha sido un tema de
bastante estudio en la sociología de la ciencia, sobre todo a partir de los trabajos de
Harry Collins en la década de 1980. Pero la forma en que esas controversias científicas
se relacionan con espacios públicos mucho más amplios que los lugares de producción
del conocimiento científico, no recibió tanta atención. De hecho, los trabajos de Collins
se centran en controversias que no se han extendido mucho más allá de los científicos
involucrados en el conflicto. Claramente, la controversia de los transgénicos no se
limita a la disputa entre un grupo de científicos, pues amplios sectores sociales se ven
involucrados en el tema. Pero tampoco sería correcto decir que es una controversia que
sólo existe por fuera del ámbito científico, pues también ha habido intensas disputas
entre científicos al respecto. Lo que pretendo analizar en este capítulo son los vínculos
entre estos dos aspectos.
Lo primero que uno puede preguntarse al indagar en esos vínculos, es si los
actores sociales involucrados en la controversia pública simplemente se apropian y
resignifican argumentos científicos, o si hay una controversia científica que ha
expandido su ámbito de incidencia habitual. Diré que han ocurrido las dos cosas. Lo
primero es indefectible: siempre que un actor lleva a su espacio social un argumento de
otro ámbito, ocurre una resignificación del mismo; nada de extraordinario hay en eso,
todo lo contrario. Pero lo segundo es más singular: hay científicos que se han
introducido en redes sociales mucho más amplias que las de su profesión, y allí han
llevado sus argumentos sobre los transgénicos.
Esto requiere una discusión teórica sobre el modo en que se desarrollan las
controversias científicas, y qué ocurre cuando alcanzan la arena pública.
6.1.
Discusiones sobre la clausura de una controversia
En los estudios sociales de la ciencia, las controversias científicas emergieron como un
escenario privilegiado para analizar el modo en que los hechos científicos son
construidos, porque en ellas la ciencia normal es puesta en duda. Los experimentos y
teorías demuestran no ser suficientes para clausurar la controversia, exponiéndose así
las múltiples dimensiones sociales involucradas en la construcción de los hechos
científicos. El principal arquitecto del marco teórico sobre los estudios de controversias
científicas es Harry Collins, con sus concepciones empírico-relativistas sobre la
distintos actores sociales que se desenvuelven dentro de determinados marcos institucionales que los
contienen, a la vez que «moldean» sus acciones e intereses” (Kreimer y Zabala, 2006: 54).
279
controversia y la clausura. Mostró que en una controversia científica es posible
encontrar un núcleo principal de científicos (denominado core-set) que están
profundamente involucrados en experimentaciones y teorizaciones directamente
relevantes para la controversia en cuestión (Collins, 1992). El pequeño grupo de
científicos que forman el core-set pueden estar violentamente enfrentados, y cada parte
usará diferentes estrategias para fortalecer su posición. Como los hechos científicos no
pueden, por sí solos, alcanzar la clausura de la controversia, los blancos a los que se
dirigen los ataques que apuntan a debilitar al oponente son, con frecuencia, la
competencia del investigador, su estatus científico o su capacidad (Collins y Pinch,
1996). No hay un cierre natural para una controversia, apenas el consenso construido
sobre alianzas entre todo tipo de actores y argumentos. ¿Pero qué ocurre cuando en una
controversia los científicos sólo constituyen una parte de los actores en conflicto?
Michael y Birke (1994) desplegaron una concepción alternativa del core-set.
Coincidieron en que la verdad científica (o la eficacia de un artefacto tecnológico) era la
recompensa de ganar una controversia. Pero en un estudio sobre la controversia en la
experimentación con animales, argumentaron que la verdad era sólo una parte de la
cuestión. En la controversia que analizaron, el componente moral estaba bastante
involucrado, lo que hizo que los aspectos técnicos fueran apenas uno de los tópicos en
el proceso de enrolamiento de aliados. Propusieron, entonces, que cuando “aspectos
políticos, éticos y económicos amplios también son incorporados en una controversia
(…) el core-set se vuelve potencialmente expandible al infinito (…) ya que en principio
cualquier ciudadano puede contribuir al debate aportando aspectos ‘no-científicos’”
(Michael y Birke, 1994: 83-84). Collins y Evans agregaron una consideración similar al
sostener que “para comprender la importancia de las contribuciones de diferentes
elementos de la sociedad a la formación de las decisiones técnicas, es necesario saber
con qué tipo de ciencia estamos lidiando”, y el core-set puede mostrar diferencias
sistemáticas de acuerdo con ello (Collins y Evans, 2002: 244). De modo que en
controversias amplias, con aspectos económicos, éticos, ambientales, políticos y
técnicos involucrados, podemos encontrar un core-set extenso. La estructura del coreset puede variar, de acuerdo con la naturaleza de la controversia. ¿Pero qué ocurre con
la clausura de la controversia? ¿Es posible que una controversia se dé por terminada, y
luego se vuelva a abrir?
Bart Simon (1999) estudió la controversia de la investigación sobre fusión fría, y
propuso el término “ciencia que no muere” (undead science) para referirse al fenómeno
280
de los científicos que continúan investigando en el tema aún cuando la mayor parte de la
comunidad científica considera la fusión fría como “irreal”. Esta controversia comenzó
en 1989 y culminó 12 meses después, pero Simon continuó observando a los científicos
que habían “perdido”, y encontró que los investigadores en fusión fría continuaban
creyendo en la realidad de sus descubrimientos. Consideró, no obstante, que había un
cambio en la ciencia antes y después de la clausura de la controversia: después de la
clausura, los papers sobre fusión fría no aparecieron en las revistas más prestigiosas, y
las fuentes habituales para financiar las tareas de experimentación desaparecieron. Pero,
al mismo tiempo, estos científicos tuvieron acceso a fuentes no convencionales para
poder seguir haciendo ciencia, y se las arreglaron para publicar sus resultados. La
“ciencia que no muere”, aún si logra organizar la investigación después de la clausura
de la controversia, permanece profundamente marcada por la experiencia de la clausura:
puede seguir siendo ciencia, pero sin la legitimidad que tenía antes; perderá gran parte
de su visibilidad, ya que muchos científicos no la reconocerán. El mainstream de la
comunidad científica (es decir, la corriente dominante de científicos) no ven con buenos
ojos a los científicos que continúan con una posición “derrotada” tras el cierre de una
controversia.
Después del artículo de Simon, Collins publicó un paper en el que también
examinó qué ocurre luego de la clausura de una controversia. Allí sostuvo que “cuando
una controversia científica alcanza una clausura, hay ganadores y perdedores” (Collins,
2000: 824). Los perdedores, agregó, pueden desvanecerse o formar una “ciencia
rechazada” (rejected science). La ciencia rechazada es una “colección de científicos
que se rehúsan obstinadamente a renunciar a sus ideas a pesar del aplastante consenso
que los rodea” y, al mismo tiempo, están indeleblemente marcados por la experiencia de
la exclusión del mainstream de la sociedad científica (Collins, 2000: 825). Lo más
importante, acaso, es que la ciencia rechazada es muy cauta con sus prácticas al tratar
de no tomar riesgos que puedan definitivamente marcarla como fuera de la ciencia, y
por lo tanto se las arregla para permanecer dentro de las instituciones científicas, ya que
cuanto más se asocia con instituciones no-científicas, más se define a sí misma como
no-ciencia (Collins, 2000).
En otro artículo sobre un tema afín al que aquí trato, Delborne (2008) estudia la
controversia sobre el ADN transgénico en el maíz mexicano, centrándose en un
científico –el Dr. Chapela– a fin de ilustrar lo que denomina “ciencia en disenso”
(dissent science). Describe los esfuerzos realizados para socavar la credibilidad de
281
Chapela (lo que llama “impedancia”), y el modo en que los científicos responden a las
trayectorias científicas más dominantes. Si bien Delborne busca atravesar las fronteras
entre ciencia, público y política, su focalización en un científico y en el modo en que
responde al mainstream de la ciencia limita el análisis de los vínculos entre la ciencia y
los problemas públicos en los asuntos biotecnológicos.
La mayor parte de los abordajes que he revisado aquí no necesariamente están en
conflicto, sino que más bien se complementan en el esfuerzo por comprender las
controversias científicas y el modo en que pueden continuar tras la clausura.257 Mi
punto de vista es que para comprender cómo la ciencia se involucra en la construcción
de los problemas públicos, es necesario analizar la producción del conocimiento
científico (en este caso, las controversias científicas sobre los transgénicos) y cómo se
relaciona con el problema público en cuestión (los riesgos de los OGMs).
6.2.
Discusiones sobre la percepción pública de la ciencia
Así como he presentado las herramientas heurísticas que dan cuenta del desarrollo de
las controversias científicas, hay otra área de estudios que es útil para comprender, en
particular, el despliegue de un tema científico en un público amplio, no especializado.
Se trata de los estudios sobre percepción pública de la ciencia o, más precisamente,
sobre comprensión pública de la ciencia. El principal aporte de estos estudios es dar
lugar a una perspectiva donde el público no sea considerado simplemente como un
portavoz de creencias irracionales sobre cuestiones científicas.
De acuerdo al enfoque constructivista de Bloor, la producción de conocimiento
no debe ser estudiada en función de su valor de verdad, lo cual permite acercarse al
problema sin tener predeterminado que la posición del actor es correcta o incorrecta,
con argumentos verdaderos o falsos. Además, hablar de conocimiento en lugar de
creencia evita caer en la connotación peyorativa de esta última, donde la posición del
actor podría ser tildada de irracional y acaso mística. No, cuando un actor asume una
posición ante una tecnología se deriva, en primer lugar, del conocimiento que tiene
257
En este sentido, Collins sostiene que el estudio de Simon sobre la “ciencia que no muere” (undead
science) en realidad muestra que “las ciencias rechazadas son tipos de actividad distintos y reconocibles”,
y por ende considera que “una comparación sobre los modos de adaptación [de las ciencias rechazadas y
de la ciencia que no muere] todavía está pendiente” (Collins, 2000: 838). Lo que Simon, Delborne y
Michael y Birke tienen en común, es el esfuerzo en expandir las fronteras de las categorías esenciales de
Collins.
282
acerca de la misma. Ahora bien, ¿qué es lo que origina este conocimiento, cómo lo
produjo?
En realidad, existen diversos marcos teóricos para analizar el vínculo entre el
conocimiento y la posición pública de un actor social ante una controversia científica,
que expondré a continuación.
6.2.1. Modelo de déficit cognitivo
Según Davison et al. (1997) la mayoría de los estudios que analizan la percepción
pública de la biotecnología en Estados Unidos y Australia asumen o interpretan que el
público no comprende la biotecnología. La idea que prima en estos estudios es que el
rechazo a la biotecnología es infundado y se debe a la falta de información científica. La
misma perspectiva se vierte en los análisis realizados en Europa y América Latina. Hay
quienes sostienen, por ejemplo, que abundan las “informaciones alarmantes y
sensacionalistas que predicen la hecatombe ecológica, sin rigor científico”, y que “sólo
se podrá avanzar cuando se conteste con pruebas y con un lenguaje llano a las preguntas
de la gente” (Banchero, 2001: 331-332). Así, las dudas que genera la biotecnología
serían disipadas si se logra comunicar los avances en forma clara y transparente (Sosa
Beláustegui, 2001). Bajo esa misma perspectiva, se considera que el avance en el
conocimiento biológico y de la biotecnología
“…debería formar parte integral de la cultura general. La ignorancia de los hechos básicos
relativos a nuestra herencia genética o a nuestra alimentación se considera incluso de buen tono.
Esto se refleja de entrada en el caos semántico que se ha creado en torno de la biotecnología, del
que hay que culpar no sólo a la ignorancia del ciudadano sino también a la torpeza de los
científicos y a la dictadura de los medios de comunicación. Es preciso despejar este caos si
queremos entendernos a partir de la ciencia, y no a sus espaldas.” (García Olmedo, 2004: 13)
Según Wynne, este modelo de déficit cognitivo no considera la experiencia cotidiana
que moldea la comprensión de la gente sobre los eventos científicos, y no problematiza
el conocimiento científico, sino que lo considera como algo externo a la cultura de una
sociedad (Wynne, 1995). Para este modelo, el rechazo o la desconfianza a los
transgénicos se suscita por la falta de información científica del público, carencia que
estimularía el desarrollo de temores infundados. Asociado a este diagnóstico, el modelo
de déficit cognitivo plantea explícitamente un principio normativo para revertir la
situación: la alfabetización científica. Los científicos –advierte este principio– deben
283
comprometerse en acercar al público lego de forma clara pero rigurosa las verdades del
conocimiento científico.
La imagen de una brecha en expansión entre la comunidad científica y un
público ignorante es una noción que emergió recién a mediados del siglo veinte, según
Bensaude-Vincent (2001), imagen diseminada por quienes más se benefician de esa
polarización en la distribución social del conocimiento: los popularizadores de la
ciencia (a la sazón, los divulgadores científicos). La distinción entre sabios e ignorantes
funciona entonces como una estrategia retórica de auto-legitimación para los
mediadores del conocimiento científico. Por otro lado, el postulado de que una mayor
formación científica aumenta la confianza en los desarrollos científicos, no es
empíricamente comprobable. Por el contrario, estudios cuantitativos muestran que con
frecuencia aquellos que poseen una mayor educación sostienen una posición cautelar
ante la ciencia, mientras que quienes están más alejados de los centros de educación e
investigación se muestran más confiados (Vaccarezza, 2007: 159-161; Eurobarometer
55.2, 2001: 42).
6.2.2. Modelos constructivistas
El esquema mismo que distingue y jerarquiza al conocimiento científico frente a la
actitud del público lego es puesto en cuestión en los abordajes constructivistas. No
parten de una asunción sobre lo que la verdadera ciencia es, sino que se interesan por el
impacto del contexto y las relaciones sociales de un actor social en la negociación que
entabla con el discurso científico (Wynne, 1995). Lo que se tomaba como un público
que no entiende los avances de la ciencia y por eso se muestra reacio, puede ser pensado
como un actor social que en realidad está buscando validar su propio conocimiento. Los
enfoques constructivistas encuentran otra dimensión de análisis al no jerarquizar el
discurso científico. Pero estos modelos también tienen su urgencia normativa. El
modelo fuertemente descriptivo del constructivismo proclama además como deseable y
beneficioso la inclusión de un diálogo pluralista en la esfera pública de la ciencia
(Wynne, 1995: 382).
León Olivé (2003) considera que hay una pluralidad de puntos de vista distintos
sobre la forma de percibir, identificar, evaluar y gestionar el riesgo, y que todos estos
puntos de vista pueden ser correctos, pues están basados en valores. Aquí Olivé destaca
una característica del análisis constructivista: la pluralidad de discursos en juego, todos
ubicados en un mismo nivel de validez, sin jerarquización del discurso científico. Se
284
trata de “una concepción pluralista que sostiene que no existe un punto de vista que sea
el único correcto” (Olivé, 2003: 15). Encadenado a este argumento, aparece otra
característica del análisis constructivista: la democratización de los conflictos, la
inclusión de múltiples actores en las controversias científicas, pues al haber diversos
valores y verdades actuando en un mismo escenario, debe buscarse la inclusión de
distintos actores en la resolución de los conflictos. En este sentido, sostiene Olivé que al
admitir que “no hay un acceso privilegiado a la verdad, a la objetividad o a la certeza
del conocimiento (...) deben participar al mismo nivel los científicos naturales, los
científicos sociales, los tecnólogos, los humanistas, los trabajadores de la comunicación,
los empresarios, los políticos, los ciudadanos y todas las personas cuyas vidas pueden
ser afectadas” (Olivé, 2003: 15).258
Desde luego, existe una gran diversidad de estudios que podrían catalogarse
como constructivistas, de modo que aquí me interesa centrarme en los trabajos de Brian
Wynne, quien considera que la experiencia de los actores se constituye en un eje clave
para analizar las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad. Según Wynne, la
experiencia que ciertos actores adquieren de su entorno cercano les permite desarrollar
un conocimiento que puede entrar en conflicto con el discurso de los científicos, tal
como muestra en su estudio sobre de la contaminación radioactiva en las granjas de
Sellafield, donde los expertos, basándose en generalizaciones universales, habrían
ignorado las condiciones particulares del lugar, mientras que los granjeros disponían de
otra perspectiva sobre el problema (Wynne, 2003).
Otro enfoque reivindica la confianza en las instituciones de ciencia y tecnología
como un aspecto central que se desarrolla con la experiencia de los actores. En este
sentido, Dickson (2000), sostiene que si la sociedad británica desconfía de los
consejeros científicos gubernamentales después del caso de la encefalopatía bovina
espongiforme (o enfermedad de la “vaca loca”), se debe a las presiones que allí ejerció
la industria de la carne sobre el Ministerio de Agricultura, Alimentos y Pesca, el cual
aseguró que no había inconvenientes en comer dicha carne, lo que demostró ser erróneo.
Estos enfoques suelen estar influenciados por la perspectiva de Beck (1998), quien
considera que en la sociedad actual los riesgos de las nuevas tecnologías conducen a
258
En similares términos desarrolla Muñoz su propuesta de un diálogo pluralista que “incorpore a los
científicos y técnicos que deben adquirir conciencia de su responsabilidad creciente en una sociedad del
riesgo y a los empresarios que deben ser conscientes de incorporar entre sus estrategias la necesidad de
informar a la sociedad” (Muñoz, 1998: 138).
285
nuevas relaciones entre el conocimiento, la ciencia y la ciudadanía. Tal es el caso de
Irwin (1995), quien sostiene que estos cambios se evidencian en los temas de
problemática ambiental, revalorizando las posiciones del público en materia de
problemáticas científico-técnicas. Según Irwin, la heterogeneidad de conocimientos
pertinentes en las intervenciones científicas, que incluyen la comprensión de los
ciudadanos, se fundamenta también en los análisis provistos por la sociología del
conocimiento científico, los cuales dieron cuenta de la diversidad substancial que
subyace en las propias prácticas científicas. En conjunto, esta línea del constructivismo
enfatiza el conocimiento adquirido por el público en su experiencia local, sugiriendo
que el descontento o desconfianza frente al conocimiento experto surge cuando el
experto enfrenta su corpus de conocimiento con el conocimiento local de la gente, el
cual habría probado en estos análisis ser más sensible a las realidades locales (Yearley,
2000). La necesidad del público (o eventualmente de los consumidores) de participar en
las decisiones acerca del uso o desarrollo de actividades de ciencia y tecnología, es otro
de los aspectos que intervienen en estos enfoques, como respuesta a la falta de
democratización del discurso científico. Según Dickson, no hay evidencias sobre el
riesgo de consumir alimentos modificados genéticamente, y lo que explica los
conflictos alrededor de los transgénicos es la exclusión de los consumidores o de los
agricultores en las decisiones sobre el tema (Dickson, 2000: 919).
He mostrado que el modelo constructivista busca democratizar los conflictos donde se
involucra la ciencia, en el sentido de que busca mostrar las distintas posiciones que los
actores tienen en torno a un hecho o artefacto científico-tecnológico, la pluralidad de
discursos en juego. Pero no se pregunta acerca del origen de la posición de un actor
social. Los enfoques constructivistas se preocupan en mostrar cómo intervienen las
posiciones de los actores en la formación de consenso, sus negociaciones, sus
conflictos, pero no muestran por qué un determinado actor tiene una determinada
posición. De dónde viene esa posición o representación sobre un aspecto de la ciencia
no es relevante para el constructivismo, sino que le interesa ver cómo juegan esas
posiciones. De modo que si bien evita jerarquizar al conocimiento científico, toma como
naturalizados a todos los discursos que intervienen en las controversias. Destruye la idea
de un centro dominante del discurso para mostrar que cada actor tiene su propio
discurso. No encuentra explicaciones a por qué un determinado actor social esboza un
determinado discurso. Es en realidad la dinámica que surge de la interacción entre las
286
posiciones lo que interesa al constructivismo, mientras que la pregunta sobre el origen
de una posición particular implica una indagación sobre las condiciones particulares que
circunscriben a un actor concreto. En este sentido, “podría decirse que a los
constructivistas les interesa menos las ontologías que las representaciones” (Shinn y
Ragouet, 2005: 73).259 Entonces, ¿cuál es el conjunto de determinaciones que atraviesa
al actor para que codifique su experiencia en un sentido y no en otro?
En las siguientes páginas analizaré qué es lo que lleva a diversos actores a tomar
una posición frente a los transgénicos. En particular, en este capítulo me centro en
aquéllos científicos que se han involucrado en controversias científicas y luego han
llevado sus argumentos a un público más amplio. Se trata, así, de la interfaz entre la
controversia científica y el problema público de los OGMs. Otros aspectos que llevan a
que diversos actores se involucren en una controversia pública sobre los transgénicos
serán descriptos en el capítulo siguiente.
Los riesgos de los OGMs han anclado en el discurso público en muchos países, y estos
riesgos no son unívocos, en la medida que diferentes actores sociales movilizan
diferentes sentidos sobre lo que entienden como los riesgos de los OGMs (Pellegrini,
2007). De todos modos, los científicos han tenido un rol importante en poner los riesgos
de los OGMs en la arena pública.260 Como los aspectos técnicos de los riesgos de los
OGMs también involucran diversas cuestiones (transferencia genética hacia otras
plantas, efectos inesperados contra especies no-blanco, efectos tóxicos sobre la salud),
será necesario describir cómo se produjo el conocimiento científico sobre estas
cuestiones y cómo se mezcló con el discurso público. Ello implicará el seguimiento de
las acciones de actores clave. Mostraré que las controversias científicas sobre los OGMs
con frecuencia reverberan en amplios movimientos anti-OGM, y que algunos de los
científicos involucrados en esas controversias forman vínculos entre sí y con grupos
259
Esta corriente “antidiferenciacionista”, tal como la describen Shinn y Ragouet, es en realidad muy
heterogénea, a punto tal que incluyen tres categorías dentro de ella: los abordajes inspirados en el
“Porgrama Fuerte” (Barnes, Bloor, MacKenzie, Pickering), los abordajes etnográficos (Knorr-Cetina,
Latour, Woolgar, Lynch, Pinch) y los abordajes radicalmente constructivistas (Callon, Latour, Law,
Lynch), observando que algunos autores suelen desplazarse de una categoría a otra (Shinn y Ragouet,
2005: 70-71). A pesar de esta heterogeneidad, la predilección por un enfoque descriptivo es usual entre
todos los antidiferenciacionistas, “en simbiosis perfecta con el famoso «giro descriptivo» característico de
las ciencias sociales de fin del siglo XX” (Shinn y Ragouet, 2005: 116).
260
Como argumentó Levidow, cuanto mayor es la cantidad de información sobre cultivos transgénicos
que se vuelve disponible, la incertidumbre y el conflicto social sobre el asunto se incrementan (Levidow,
2001).
287
anti-OGM. Por lo tanto, comenzaré por describir cuatro grandes controversias
científicas sobre OGMs. Luego analizaré qué ocurre tras el cierre de dichas
controversias, cómo los científicos que “perdieron” dentro del mainstream de la
comunidad científica se conectaron entre sí y cómo enrolaron otros actores.
Es importante señalar que –si bien a lo largo de las controversias científicas
expondré todos los argumentos en juego– cuando se trata del vínculo con otros actores
sociales y, en definitiva, de la conformación de la controversia pública, mi análisis se
centrará en aquéllos que portan argumentos contrarios a los OGMs. Ello se debe a que
en la arena pública la idea de riesgo dominó los discursos sobre los OGMs, al punto que
allí donde los transgénicos han ingresado en la arena pública, la percepción general del
público, así como el accionar de movimientos sociales, dan cuenta de un rechazo a los
OGMs.
6.3.
Dentro de las controversias científicas
Presentaré aquí cuatro controversias históricas sobre los transgénicos, que se han
centrado sobre diversos aspectos de los OGMs, y que tienden así a mostrar diversos
riesgos de los mismos.
6.3.1. El affair Pusztai
Arpad Pusztai nació en 1930 en Hungría, donde culminó sus estudios de Química en
1953. Ganó una beca de la Fundación Ford, con la que realizó su doctorado en
bioquímica en el Reino Unido, en la Universidad de Londres. Al concluir su
postdoctorado, fue reclutado por el Instituto Rowett (Aberdeen, UK), una institución de
larga trayectoria en estudios de nutrición. Desde 1968 se desempeñó como Principal
Scientific Officer en el Instituto Rowett. Su principal objeto de estudio fueron las
lectinas, un grupo de proteínas de plantas con variados efectos metabólicos, como la
estimulación de la digestión, la incidencia en las respuestas inmunológicas o en las
señales hormonales. Además, se ha mostrado que algunas lectinas contribuyen a la
capacidad de resistencia de las plantas a varias enfermedades. Hacia 1995, Pusztai había
publicado alrededor de 230 artículos científicos en revistas especializadas con
referato.261 Ese año, el gobierno escocés (a través del Scottish Office Agriculture,
Environment and Fisheries Department – SOAEFD), encomendó un proyecto que
261
Incluyendo a los años subsiguientes, Pusztai publicó un total de 300 papers en revistas con referato.
288
involucraba a varios centros de investigación y cuyo objetivo era generar plantas con
resistencias a insectos o pestes de nematodes y que no tuvieran riesgos para la salud o
sobre otros organismos del ambiente (SOAEFD, 1998). Como parte de este proyecto, la
Universidad de Durham y el Instituto Escocés de Investigación en Cultivos debían
generar las plantas genéticamente modificadas y medir su impacto sobre el medio
ambiente. El Instituto de Investigación Rowett, el otro miembro del proyecto, debía
realizar los experimentos nutricionales y relativos a la salud. Aunque para ese entonces
el Dr. Pusztai estaba en edad de jubilarse, el Instituto Rowett le extendió su contrato
para ponerlo a cargo de esta tarea.
El plan que el Instituto Rowett presentó al SOAEFD consistía en realizar
“análisis químicos y establecer si las líneas transgénicas y parentales son equivalentes
en su composición o no, y determinar en ensayos de corto plazo (10 días) y largo plazo
(3 meses) de alimentación de ratas, si el efecto de las líneas GM en el intestino del
mamífero y sobre su metabolismo es similar al de las líneas parentales o no” (SOAEFD,
1998). El Dr. Pusztai y el Dr. Ewen llevaron adelante estos ensayos. Las plantas
transgénicas en cuestión eran papas genéticamente modificadas que expresaban genes
de lectina. El proyecto del SOAEFD tenía una duración prevista de 3 años, pero unos
meses antes de su culminación, el Dr. Pusztai fue invitado a un programa de televisión,
World in Action, que fue emitido el 10 de agosto de 1998. Allí, al preguntársele acerca
de los alimentos genéticamente modificados, dijo que no comería esos alimentos y que
consideraba “muy injusto usar a nuestros ciudadanos como conejillos de indias”. La
controversia había comenzado, involucrando a una gran audiencia antes que a la
comunidad científica. Dos días después, el director del Instituto Rowett le comunicó al
Dr. Pusztai que su contrato había sido suspendido y que su grupo de investigación había
sido disuelto. Toda la información que había en su laboratorio fue confiscada y el
Instituto Rowett realizó una auditoría sobre el estudio del Dr. Pusztai. La auditoría se
llevó a cabo el 21 de agosto y fue publicada dos meses después. Dictaminó que los
experimentos del Dr. Pusztai, en los cuales las ratas consumían transgénicos que
expresaban lectinas (GNA), arrojaban resultados, “en la mayoría de los casos,
demasiado variables para alcanzar alguna significancia estadística, y demasiado
inconsistentes para derivar en conclusiones que tuvieran sentido” (Audit committee,
1998). Por lo tanto, el Instituto Rowett consideró que “con la información existente no
se podía avalar ninguna sugerencia acerca de que las ratas que consumen papas
289
transgénicas que expresan GNA tienen efectos en su crecimiento, desarrollo de órganos
o función inmunológica” (Audit committee, 1998).262
Ahora era el turno del Dr. Pusztai. Primero, escribió su propia respuesta al
SOAEFD (que financió el proyecto) bajo la forma de un Reporte Alternativo, el 22 de
octubre. Argumentó que junto a la falta de equivalencia (ya que las plantas
genéticamente modificadas tenían distintos niveles de proteínas, azúcares, lectinas e
inhibidores de tripsina/quimotripsina, en relación a su respectivo parental, así como
también había observado deferentes valores de glucosa y lectina) había “también una
falta de equivalencia en las consecuencias metabólicas al alimentar con papas GM y
parentales”, aunque ello no aparecía en el experimento a largo plazo. Según el Dr.
Pusztai, esta falta de equivalencia podía deberse a “un posible silenciamiento génico,
supresión y/o variación somaclonal en el genoma de la papa” de las líneas transgénicas
(Pusztai, 1998).
Además, el Dr. Pusztai hizo uso de las relaciones que había acumulado durante
su carrera como científico y les pidió apoyo a sus colegas. Como resultado de esto, más
de 20 científicos de diversos países, que habían colaborado con Pusztai en alguna
ocasión, le manifestaron su apoyo. Revisaron la información que había producido el Dr.
Pusztai y concluyeron que:
“Consideramos que aunque algunos resultados son preliminares, son suficientes para exonerar al
Dr. Pusztai al mostrar que el consumo por parte de ratas de papas genéticamente modificadas
con GNA llevó a diferencias significativas en el peso de los órganos y en la disminución de la
respuesta de linfocitos, comparado con los controles. También había fuertes evidencias de que
los tubérculos genéticamente modificados con GNA no eran sustancialmente equivalentes a las
papas parentales, y también eran diferentes las dos líneas de papas genéticamente modificadas
con GNA empleadas en el estudio.” (Van Driessche y Bøg-Hansen, 1999)
Esta carta fue publicada el 12 de febrero de 1999. Unos días después, el propio reporte
del Dr. Pusztai fue hecho público por el Instituto Rowett.
262
Los cuestionamientos de la auditoría hacían referencia a distintos aspectos técnicos de la investigación
de Pusztai. Éste habría experimentado con distintas lectinas, algunas de las cuales habrían mostrado
efectos sobre el crecimiento de las ratas, pero otras no mostraban efectos negativos (en particular, la que
según el informe de la auditoría tenía posibilidades de ser empelada comercialmente). Además, algunos
de les efectos de una misma lectina se registraba en un ensayo pero no en otro, mostrando así una gran
variabilidad que no se explicaba. Así, la auditoría concluía que la investigación de Pusztai era muy
variable e inconsistente como para que pudiera extraerse alguna conclusión de ella (Audit committee,
1998).
290
Para entonces, el parlamento británico había tomado cartas en el asunto. Un
comité de la Casa de los Lores se dispuso a estudiar la controversia. De modo que, el 8
de marzo de 1999, fueron convocados a dar su testimonio el Dr. Pusztai y el Dr. Ewen,
y lo mismo debió hacer el Dr. James (director del Instituto Rowett).
Recapitularé brevemente lo sucedido hasta aquí, pues quiero evitar, en la medida
de lo posible, la confusión del lector. La controversia había comenzado en un programa
de televisión, involucrando así a un público amplio. La prensa se interesó de inmediato
en el tema, probablemente atrayendo a un público todavía mayor. Mientras tanto, las
autoridades del Instituto Rowett habían movido sus piezas y presentado su evidencia, y
lo propio hizo el Dr. Pusztai. Luego, la Casa de los Lores se involucró en el asunto, con
varios miembros del parlamento pidiendo una moratoria para los alimentos derivados de
organismos genéticamente modificados (Enserink, 1999). Finalmente, el mainstream de
la comunidad científica comenzó a cerrar filas, bajo la voz cantante de la Royal Society.
A todo esto, el artículo en el cual el Dr. Pusztai mostraba su investigación fue publicado
en The Lancet recién a fines de 1999, es decir, cuando la controversia estaba
prácticamente cerrada (Ewen y Pusztai, 1999).263
El Consejo de la Royal Society convocó a un grupo de expertos para que
examinen el uso de las plantas genéticamente modificadas para consumo humano. Este
grupo de expertos había publicado ya su primer reporte en septiembre de 1998, sin
hacer referencias al affair Pusztai, sino más bien con consideraciones generales acerca
de las plantas transgénicas.264 El documento estaba dirigido “a los asesores políticos y al
lector general” (Royal Society’s Council, 1998). El mismo objetivo tuvo un siguiente
reporte de este grupo de expertos, publicado en junio de 1999. Esta vez, el informe
estaba enteramente dedicado al affair del Dr. Pusztai. El reporte fue concluyente:
dictaminó que “el trabajo del Rowett es deficiente en muchos aspectos de su diseño,
ejecución y análisis, y no deberían extraerse conclusiones del mismo” (Royal Society’s
Council, 1999). Por su parte, la comisión del Parlamento Británico encargada de
analizar el asunto dio a conocer su dictamen al mismo tiempo que la Royal Society. La
comisión concluyó que los experimentos de Pusztai eran inconsistentes, que en los
ensayos a largo plazo no se evidenciaban efectos negativos cuando a corto plazo sí, que
263
El número de The Lancet donde se publica finalmente el trabajo de Pusztai y Ewen, está precedido de
unas notas editoriales donde se hace mención al conflicto que rodéo a esta investigación y relativizan los
alcances de la misma. Así, el editor Richard Horton advierte que los resultados de Ewen y Pusztai son
preliminares y no generalizables, y que lo publican a los efectos de contribuir al debate (Horton, 1999).
264
El grupo estaba encabezado por el Profesor P.J. Lachmann, Biological Secretary de la Royal Society.
291
no había evidencias que permitieran sostener que los cultivos transgénicos resultaran
particularmente riesgosos, y cuestionó el rol de los medios en esta controversia, por
distorsionar la discusión (Science and Technology Committee, 1999).
Pusztai le respondió al reporte de la Royal Society, pero en lo que concierne al
mainstream de la comunidad científica, el asunto se había dado por concluido, pues no
continuaron apareciendo publicaciones en revistas especializadas o declaraciones de
reconocidos científicos.265
6.3.2. El promotor CaMV35S
La Dra. Mae-Wan Ho recibió su educación, incluyendo su doctorado en Bioquímica en
1968, en Hong Kong. Luego se trasladó a los Estados Unidos, a la Universidad de
California, para realizar su investigación postdoctoral. En 1972 comenzó a trabajar en
Inglaterra, en la Universidad de Londres y en la Open University. Su primer tema de
investigación fueron las bases moleculares de la herencia, sobre todo el estudio de las
isoenzimas β-Galactosidasas. La investigación de esa enzima le permitió publicar unos
25 papers en revistas con referato entre 1969 y 1976, incluyendo una en Science. En
1976 publicó un artículo en la revista Journal of Theoretical Biology, la primera de sus
publicaciones centrada en biología evolutiva. Luego, comenzó a publicar sus ideas
sobre una ciencia holística, como demuestra su artículo de 1977, titulado En defensa de
la complejidad. Sus publicaciones alternan entre algunas de corte molecular o
específicamente técnicas –como Mosaic Pattern of Lactase Expression by Villous
Enterocytes in Human Adult-type Hypolactasia, en 1991, o Colour-contrast in
Polarized Light Microscopy of Weakly Birefringent biological specimens, en 1995– con
otras más bien teóricas sobre una biología holística, como The Biology of Free Will, en
1996. Hacia 1999, tenía unos 80 artículos publicados en revistas con referato. En ese
año publicó The cauliflower mosaic viral promoter – a recipe for disaster? (“El
promotor del virus mosaico del coliflor, ¿una receta para el desastre?”), el artículo que
disparó la controversia.
265
Pusztai considera que el modo en que la información es presentada en las revistas especializadas es
precisamente uno de los principales aspectos que cambió con la controversia: “Yo no creo que ninguna
revista científica de alto impacto quiera hoy publicar un paper que dictamina inequívocamente que los
alimentos transgénicos son riesgosos y que deberíamos parar de comercializarlos, al menos hasta que un
apropiado estudio independiente sobre los riesgos demuestre la ausencia de los mismos” (Comunicación
personal con Pusztai, 2007a).
292
Había enviado su artículo, escrito en co-autoría con A. Ryan y J. Cummins, a la
revista Microbial Ecology in Health and Disease. En el caso del affair Pusztai, la
controversia había empezado sin un artículo científico publicado (de hecho, ésa falta fue
uno de los argumentos movilizados durante la controversia). Este caso es diferente…
casi. La controversia con el artículo de Mae-Wan Ho comenzó unos días antes de que
saliera publicado, lo que ocurrió en noviembre de 1999. El sitio web de la revista dio a
conocer el artículo antes de que saliera la versión impresa, y emitió un comunicado de
prensa difundiéndolo. En unos pocos días, llegaron numerosas críticas al artículo. En el
paper, Ho et al. argumentan que CaMV35S (que es una secuencia genética del virus
mosaico del coliflor que funciona como un promotor, es decir, una secuencia que tiene
la capacidad de iniciar la replicación del ADN que continúa) sería altamente inestable,
que promovería la transferencia horizontal de genes. Para entonces, el promotor
CaMV35S estaba siendo extensamente utilizado en la mayoría de las construcciones
genéticas empleadas en plantas transgénicas. Por lo tanto, en dicho paper, Ho et al.
recomiendan “que todos los cultivos transgénicos que contengan CaMV35S o
promotores similares, que son recombinogénicos, deberían retirarse de inmediato de la
producción comercial o de los campos de experimentación” (Ho et al., 1999). El artículo
en sí mismo no contenía experimentos propios, sino que citaba otros estudios sobre la
secuencia CaMV, a fin de sostener su argumentación sobre la inestabilidad de las
plantas transgénicas. Curiosamente, hacen referencia al recientemente publicado paper
de Arpad Pusztai en la revista Lancet.
El siguiente número de la revista donde se había publicado el artículo de MaeWan Ho, vio aparecer una extensa crítica al mismo. Allí, se sostiene que las secuencias
virales recombinan (es decir, se cortan y ligan en nuevas combinaciones) naturalmente y
que la gran mayoría de estas recombinaciones son inviables. Aún más, se argumenta
que “las plantas están repletas de sustancias nocivas que han evolucionado a lo largo de
milenios para proteger a la planta de herbívoros y patógenos” (Hull et al., 2000).
Finalmente, consideran que “no hay evidencias de que el promotor CaMV35S vaya a
aumentar el riesgo sobre los que ya existen en el mejoramiento y siembra de cultivos
convencionales” (Hull et al., 2000). Mae-Wan Ho respondió a estas críticas,
argumentando que el promotor 35S podría movilizar elementos del ADN de la planta y
generar más elementos invasivos exóticos (Ho, 2000). En su conclusión, celebra el
recientemente aprobado Protocolo Internacional de Bioseguridad de Montreal, y
sostiene que como la ciencia es siempre provisional e incierta, la responsabilidad social
293
y el uso apropiado de la evidencia científica indican que debe reinar la precaución (Ho,
2000).
El pico más alto de la controversia, sin embargo, fue un artículo publicado en
Nature Biotechnology en enero de 2000. Su editor, John Hodgson, repasa brevemente la
controversia, defendiendo la idea de que “la ubicuidad del promotor CaMV35S y
secuencias relacionadas significa que su presencia en las plantas genéticamente
modificadas es simplemente irrelevante”, pues las plantas normalmente están infectadas
con el virus CaMV, de modo que “una célula típicamente infectada contiene alrededor
de 100.000 copias del virus y de su genoma, [mientras que] la transgénesis sólo
agregaría de una a cinco copias del promotor 35S” (Hodgson, 2000). También
argumentó que ésa era la clase de información que llevó al Departamento de Agricultura
de los Estados Unidos a determinar tempranamente en su regulación sobre plantas
transgénicas, que el promotor 35S tenían un riesgo insignificante de producir nuevos
virus o de causar daños ambientales (Hodgson, 2000).
6.3.3. La mariposa Monarca
John Losey se graduó en biología en 1986, y pronto comenzó su especialización en
entomología. Obtuvo su doctorado en 1996 en la Universidad de Maryland, y desde
entonces nunca se apartó de la entomología. Sus temas de interés en investigación se
centran en la ecología poblacional de artrópodos en campos de cultivos, y en la biología
conservacional de insectos. Comenzó a publicar en 1995, en revistas especializadas de
alto impacto. En 1997 publicó un paper sobre el polimorfismo en el color de un áfido en
la revista Nature. Para 1999, contaba con sólo 10 publicaciones, pero siendo un joven
científico contaba ya con grandes logros en su haber. Ese fue el año en que comenzó su
controversia. Como investigador de la Universidad de Cornell, ganó un subsidio del
Departamento de Agricultura de los Estados Unidos para evaluar los efectos del empleo
de diversas plantas como refugio para insectos en campos con maíz Bt. En 1999,
publicó avances de esa investigación en Nature, en un artículo titulado “El polen
transgénico daña a la larva de la Monarca” (Losey et al., 1999). Se trata, de hecho, de un
artículo breve, bajo la forma de “correspondencia científica”, pero de todos modos fue
sujeto a evaluación. Definitivamente, su publicación despertó el interés de los medios
masivos de comunicación, y se constituyó en una bandera de las organizaciones
contrarias al uso de la biotecnología. En su artículo, Losey y sus colegas estudiaron el
impacto del maíz Bt sobre organismos no-blanco, específicamente sobre la larva de la
294
mariposa Monarca, y encontraron que las larvas “crecidas en hojas espolvoreadas con
polen de maíz Bt comieron menos, crecieron más lentamente y sufrieron una mayor
mortalidad que las larvas crecidas sobre hojas con polen de maíz sin transformar o en
hojas sin polen”. Otros científicos rápidamente respondieron al artículo, criticándolo,
pero al mismo tiempo tratando a Losey en un modo muy diferente que como ocurrió
con Pusztai. Las declaraciones de Losey fueron muy diferentes, también. En un
comunicado de prensa de la Universidad de Cornell, Losey dijo:
“…no podemos predecir cuán serio es el riesgo hasta que tengamos más información. Y no
podemos olvidar que el maíz Bt y otros cultivos transgénicos tienen un enorme potencial para
reducir el uso de pesticidas e incrementar la productividad. Este estudio es tan sólo el primer
paso, precisamos hacer más investigaciones y luego, objetivamente, pesar los riesgos versus los
beneficios de esta nueva tecnología.” (Cornell University press release, 1999)
La noción misma de “investigación preliminar” fue situada en el medio del debate. En
ese sentido, John Beringer, biólogo y director del UK Advisory Committee on Releases
to the Environment, publicó una carta en Nature argumentando que “las observaciones
preliminares no deberían sobreinterpretarse” (Beringer, 1999).
Si en el affair Pusztai su comunicación de una investigación preliminar fue
considerada como una prueba de una deficiente práctica científica, en este caso hubo
una cuidadosa diferenciación entre las cualidades de Losey como científico (que
permanecieron bastante intactas) y las conclusiones que podían o no extrapolarse de su
trabajo. De modo que el biólogo británico Crawley también criticó el artículo (en una
nota que también publicó en Nature), pero sosteniendo que:
“Las cuestiones inmediatas son si los resultados de estos estudios en pequeña escala deberían
publicarse, y cuánto puede esperarse de ellos. Las respuestas son sí deberían publicarse, pues
constituyen una ciencia cuidadosamente hecha que da inicio a asuntos que requieren una mayor
investigación científica. Pero no, en términos de políticas al menos, poco puede desprenderse de
ellos.” (Crawley, 1999)
John Hodgson, el mismo editor de Nature Biotechnology que tomó cartas en la
controversia sobre el promotor CaMV35S, publicó una nota en su revista el 17 de julio
de 1999, cuestionando el artículo de Losey. Sostuvo que “la alimentación forzada de un
compuesto potencialmente tóxico a unas larvas no representa realmente la realidad en el
campo” (Hodgson, 1999).
295
Ahora bien, si los experimentos que Losey realizó en su laboratorio no
representaban la realidad del campo, ¿cómo experimentar con esa realidad? Una vez
que la controversia fue reformulada en ese sentido, la respuesta vino con mayores
experimentos y más cantidad de científicos. En diciembre de 1999, el Servicio de
Investigación Agrícola del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (ARS) y
un consorcio de compañías agrobiotecnológicas266 crearon un fondo de subsidios para
financiar la investigación y así dar respuesta a las dudas que surgieron con el artículo de
Losey. La ARS consideró que esta vez la investigación era diferente, por cuanto habían
logrado crear una gran “cooperación entre investigadores de muchas instituciones
distintas”, lo que les permitió “armar el cuadro más completo posible” (Agricultural
Research Service, 2002). Los resultados fueron publicados en 6 artículos que
aparecieron en Proceedings of the National Academy of Sciences en 2001, con la
participación del Dr. Losey. En lo que se refiere a la ARS, esto concluyó con la
controversia, al mostrar que “no hay un riesgo significativo para las mariposas Monarca
en la exposición ambiental al maíz Bt”, en la medida que “los estudios de este proyecto
mostraron que las orugas Monarca deben estar expuestas al polen en niveles superiores
a los 1.000 granos por cm2 para evidenciar efectos tóxicos”, y las orugas no se
expondrían naturalmente a tanto polen (Agricultural Research Service, 2002).
6.3.4. El maíz mexicano
David Quist obtuvo su diploma de grado en Botánica en 1996 en la Universidad de
Washington, y luego se trasladó a la Universidad de California, donde se incorporó al
laboratorio de Chapela para realizar su investigación de doctorado. Ignacio Chapela es
biólogo, y obtuvo su doctorado en Ecología de Hongos en 1987 en la Universidad de
Gales. Los intereses de Chapela se centraron en la ecología de microbios, con
numerosos proyectos que iban desde la simbiosis entre las hormigas cortadoras de hojas
y sus hongos cultivados (tema sobre el que publicó un paper en Science en 1994), hasta
el comportamiento ecofisiológico de los hongos en las plantaciones, y también tuvo un
proyecto para emplear hongos como fuente de ingresos para comunidades indígenas en
México.
266
Compañías del Agricultural Biotechnology Stewardship Technical Committee (ABSTC): Aventis
CropScience, American Crop Protection Association, Biotechnology Industry Organization, Dow
AgroSciences, Monsanto, Novartis Seeds y Pioneer Hi-Bred International.
296
En 1998, Chapela y Quist hicieron una campaña en el campus de Berkeley para
prevenir una alianza entre la universidad y la compañía biotecnológica Novartis (ahora
llamada Syngenta), alianza que finalmente se llevó a cabo (Pearce, 2002).
David Quist estaba realizando su doctorado en temas de ciencia y gestión
ambiental. En el marco de esta investigación, y sumándose al interés de Chapela por las
comunidades mexicanas, juntos publicaron un pequeño artículo en Nature (bajo el
formato de Cartas a Nature) en noviembre de 2001. El propósito de ese estudio era
analizar la presencia de ADN transgénico en campos mexicanos. Como los OGMs
estaban prohibidos en México desde 1998, la presencia de un cultivo transgénico
dispararía una nueva faceta en la controversia sobre los OGMs: la contaminación de
plantas nativas o, en términos técnicos, la transferencia genética horizontal. Quist y
Chapela obtuvieron muestras de campos mexicanos y amplificaron ciertas secuencias de
ADN (del promotor CaMV, utilizado en casi todas las construcciones transgénicas)
mediante dos técnicas de amplificación de ADN: PCR y reacción de polimerasa en
cadena inversa (i-PCR). Reportaron la “presencia de introgresión de construcciones de
ADN transgénico en variedades de maíz nativo crecidas en montañas remotas de
Oaxaca, México” (Quist y Chapela, 2001). Curiosamente, citaron el artículo de Losey
como una referencia de “efectos directos sobre especies no-blanco”.
Las objeciones llegaron de inmediato. En abril de 2002, Nature publicó dos
críticas al artículo. En la primera, Metz y Fütterer (2002a) argumentan que la evidencia
sobre la introgresión era, en realidad, el resultado de una interpretación errónea sobre un
ensayo defectuoso. En particular, sostuvieron que la técnica empleada era muy sensible
y abierta a artefactos, y que algunas de las secuencias habían sido incorrectamente
amplificadas. La técnica en cuestión es la Reacción en Cadena inversa de la Polimerasa
(i-PCR). Es una variante de la PCR, que se utiliza para amplificar (es decir, para obtener
más cantidad de) secuencias conocidas de ADN. En la i-PCR, basta con conocer un
pequeño fragmento de la secuencia genética para poder amplificarla. Se utiliza así para
saber en qué parte del ADN se insertó el fragmento de interés.
La segunda crítica (Kaplinsky et al., 2002) también se centró en el ensayo de iPCR, en particular en algunas de las secuencias que se suponía eran transgénicas. En esa
crítica argumentaron que se trataba, en realidad, de elementos que estaban presentes en
la secuencia genómica del maíz y, por ende, no eran transgenes.
Quist y Chapela publicaron su respuesta en el mismo número de la revista (Quist
y Chapela, 2002). Reconocieron que algunas secuencias habían sido incorrectamente
297
identificadas, pero sostuvieron que el resto, que no habían sido señaladas por sus
críticos, eran correctas. También realizaron un nuevo ensayo, sin emplear técnicas de
PCR, sino utilizando hibridización con ADN. En esta técnica, se emplea un fragmento
de ADN para detectar la presencia de la secuencia genética de interés. Según los
autores, los resultados de estos experimentos continuaban apoyando su primera
afirmación. En un hecho aún más interesante, el mismo número de Nature que publicó
las críticas y la respuesta, también incluyó una nota editorial en la que el editor se
lamentó de haber publicado el artículo original, anunciando que “la evidencia disponible
no es suficiente para justificar la publicación del paper original” (Campbell, 2002). Sin
embargo, eso no cerró la controversia, sino que más bien incorporó nuevos elementos.
En junio de 2002, apareció una carta en Nature criticando la intromisión
editorial en la controversia, firmada por varios científicos, la mayoría de la Universidad
de California (Suarez et al., 2002). El propio Chapela escribió una nota en el periódico
The Guardian lamentando que el editor de Nature, Philip Campbell, haya elegido
alinearse con una crítica (Chapela, 2002). También se publicó otra carta en Nature, que
se ocupó de los investigadores que hicieron las críticas al trabajo de Quist y Chapela.
Esta carta sostuvo que la mayoría de esos científicos estaban vinculados a Syngenta,
una gran compañía biotecnológica, y que por ende tenían intereses financieros en el
asunto (Worthy et al., 2002). Por supuesto, los críticos criticados también respondieron,
diciendo que “las conexiones con la industria son irrelevantes para la cuestión
científica” (Metz y Fütterer, 2002b), y que Chapela y Quist también tenían intereses,
dado que Chapela pertenecía a una organización que se oponía a los organismos
genéticamente modificados (Kaplinsky, 2002).
La controversia tendría aún un episodio más, cuando un instituto mexicano, el
INE (Instituto Nacional de Ecología) confirmó la presencia de ADN transgénico en
maíz nativo. El presidente del INE anunció públicamente que los evaluadores de Nature
habían rechazado su artículo, lo que, en su opinión, se debía a motivos ideológicos
(Enciso, 2002; Enciso y Morales, 2002).
6.4.
Algunos puntos en común
Vale la pena recordar que las controversias que he presentado son pilares en la
construcción de la controversia general sobre los OGMs, por las siguientes razones:
cada una apuntó a un aspecto particular de los OGMs que constituye un riesgo
específico dentro del discurso público; sus objetos de estudio fueron muy emblemáticos;
298
los científicos que se pronunciaron afirmando la existencia de riesgos tenían una
reconocida trayectoria institucional; han publicado sus investigaciones en revistas
científicas de prestigio.
En primer lugar, aludieron a diferentes facetas de los riesgos de las plantas
transgénicas: los efectos potencialmente insalubres de los alimentos derivados de
plantas genéticamente modificados (Pusztai), los efectos tóxicos inesperados de los
transgénicos contra especies no-blanco (Losey, y también Mae-Wan Ho), y la
contaminación genética (más específicamente, la transferencia horizontal de genes) de
plantas transgénicas (Quist y Chapela).
En segundo lugar, el objeto de estudio de cada investigación fue particularmente
emblemático, sobre todo en el caso de Losey y en Quist y Chapela. La mariposa
Monarca (objeto de estudio de Losey), con sus colores y belleza únicos, es considerada
un “símbolo de la naturaleza”, y eso constituiría una de las razones por las que dicho
artículo tuvo un impacto tan grande en Europa (Gallais y Ricroch, 2006: 166). Por otro
lado, el maíz mexicano (objeto de investigación de Quist y Chapela) es un “símbolo de
la diversidad”, pues es la cuna del maíz (allí se originó el maíz moderno hace unos 6000
años) y la mayor fuente de variedades de maíz.267
Además, todas estas controversias estuvieron iniciadas por científicos con posiciones
legitimadas en su campo, con considerables trayectorias. Pusztai habló en calidad de
una de las voces más reconocidas en investigación sobre nutrición, con un gran historial
de publicaciones científicas en su haber, y como el referente del Instituto Rowett en el
proyecto gubernamental sobre los efectos de los transgénicos. Losey había ganado un
subsidio del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos para realizar su
investigación en la Universidad de Cornell, y los resultados los publicó en Nature, una
de las revistas científicas más leídas y renombradas del mundo. Quist y Chapela,
investigadores de la Universidad de Berkeley, también publicaron sus resultados en
Nature.
La única que no parece encajar en esta descripción es Mae-Wan Ho. Ciertamente, al
iniciar su controversia era una científica, había publicado artículos en revistas con
267
Los 6.000 años de mejoramiento convencional del maíz fueron usados como un elemento para negar
cualquier riesgo en la introducción de OGMs en México –dado que el maíz siempre ha estado bajo una
fuerte presión de selección artificial– por dos científicos mexicanos que publicaron una carta en Science
(Martínez-Soriano y Leal-Klevezas, 2000). Estos científicos argumentaron que la reciente solicitud de
unas compañías biotecnológicas para plantar maíz transgénico en México debía, en consecuencia, tratarse
sin preocupación. Otros científicos respondieron publicando también cartas en Science (Nigh et al., 2000).
Esto refleja el incipiente debate sobre el maíz mexicano al que se habían incorporado Quist y Chapela.
299
referato, pero no publicó su artículo controversial en una de las revistas de mayor
renombre, ni siquiera era un producto de su propia investigación, ni tampoco tenía un
sólido soporte institucional, como ocurrió en las otras controversias. Su presencia en
este capítulo, no obstante, se justifica sobre todo en base a lo que hizo después de la
controversia, donde tuvo un rol fundamental en la movilización de las otras
controversias.
6.5.
Después de la clausura
Pasadas estas controversias, no aparecieron nuevas publicaciones en las revistas
científicas de mayor prestigio que dieran cuenta de riesgos en los OGMs. Lo que pone
en evidencia la clausura de las controversias, al menos dentro del mainstream de la
comunidad científica, que consideraba así que había una ausencia de riesgos.268 Pero las
perspectivas sobre los riesgos de los OGMs se expandieron más allá de su clausura.
En 1999, el mismo año en que apareció su controversial publicación, Mae-Wan
Ho fundó el Instituto para la Ciencia en la Sociedad (“Institute of Science in Society”,
ISIS).269 Se trata de una organización sin fines de lucro dedicada “a promover la
comprensión pública crítica de la ciencia y a comprometer tanto a los científicos como
al público en un debate y discusión abierta”, especialmente en el debate sobre OGMs.
ISIS produce informes para la Red del Tercer Mundo270, brinda charlas y participa en la
elaboración de programas de ingeniería genética y bioseguridad en países en vías de
desarrollo, publica artículos científicos en revistas con referato, posee su propia revista
–“Science in Society”– y también publica libros. ISIS se financia con donaciones, con la
venta de sus publicaciones y a través de subsidios. Algunos de los principales
acontecimientos en los que se involucró ISIS son la “Open Letter from World Scientists
to All Governments” (una carta firmada por cientos de científicos que pedían, en 1999,
la suspensión de todas las liberaciones al ambiente de los cultivos y productos
268
David Quist coincide con Pusztai en considerar las dificultades de continuar escribiendo sobre los
riesgos de los OGMs en las revistas científicas más importantes, pero también reconoce que las revistas
pueden sentir una atracción por tales artículos: “Por un lado, las revistas científicas quieren publicar
resultados que esperan conciten la atención de las noticias y de los medios. Por otro lado, muchos editores
pueden temer que la publicación de algunas investigaciones ofenda a los esponsors corporativos, muchos
de los cuales son compañías biotecnológicas” (Comunicación personal con Quist, 2007).
269
Más información sobre ISIS está disponible en <http://www.i-sis.org.uk>
270
La Red del Tercer Mundo (Third World Network) es una red de organizaciones dedicada a “conducir
investigaciones en cuestiones económicas, sociales y ambientales relacionadas al sur”. Ver
<http://www.twnside.org.sg>
300
genéticamente modificados) y la creación, en 2003, del Independent Science Panel.271
Se trata de un panel de científicos de diversas disciplinas “que están preocupados acerca
de las dañinas consecuencias de las modificaciones genéticas de plantas y animales” (la
mayoría de estos científicos firmó la anterior carta). El año en que se creó, el
Independent Science Panel publicó un libro –encabezado por Mae-Wan Ho y con
contribuciones del resto del panel– titulado “En defensa de un mundo sustentable sin
transgénicos” (The Case for a GM-Free Sustainable World). Regresaré a su influencia
luego de revisar las trayectorias de los autores de las otras controversias.
Después de publicar su investigación sobre el ADN transgénico en el maíz
mexicano, el Dr. Quist siguió trabajando en la Universidad de California, hasta que en
2005 se trasladó al Instituto Noruego de Ecología del Gen (“Norwegian Institute of
Gene Ecology”). Centró sus investigaciones en la transferencia genética horizontal y
vertical de ADN genéticamente modificado, y en la seguridad de los organismos
transgénicos. Ha publicado algunos trabajos sobre su investigación (uno como reporte
del ISIS), se convirtió en miembro del Independent Science Panel en 2004, y del
International Society for Biosafety Research en 2005. Participó en numerosas
conferencias y talleres en calidad de experto en temas de OGMs.
En cuanto a la trayectoria del Dr. Pusztai, estaba en edad de jubilarse (alrededor
de 70 años) cuando fue echado del Instituto Rowett, luego de iniciada la controversia.
En los años siguientes, publicó algunos artículos relacionados con su tradicional interés
en las lectinas (donde apareció como parte de un conjunto amplio de autores), pero su
nuevo tema pasó a ser la seguridad de los OGMs. Publicó algunos artículos al respecto,
y también capítulos de libros272, la mayoría financiados por él mismo. No tenía un
laboratorio propio, pero el Instituto de Noruega donde David Quist comenzó a trabajar
le prestó las instalaciones y consiguió que le cubrieran sus vuelos y gastos, de modo que
pudo realizar algunos experimentos (Comunicación personal con Pusztai, 2007b).
También se convirtió en miembro del Independent Science Panel.
Como ya he mencionado, el Dr. Losey formó parte de un grupo de científicos
que luego realizaron otras investigaciones sobre la situación de la mariposa Monarca, y
publicó algunos artículos en los que pasó a negar que el maíz transgénico implicara
271
Más información sobre el Independent Science Panel está disponible en <http://www.indsp.org>
272
Ver, por ejemplo, Pusztai y Bardocz (2005), donde revisa los efectos de los OGMs sobre la salud,
retomando sus antiguos argumentos y sosteniendo que muy pocos papers se habían publicado en revistas
internacionales con referato acerca de los efectos potenciales de los alimentos genéticamente modificados
sobre la salud y el metabolismo.
301
riesgos. Continuó trabajando en la Universidad de Cornell, recibió más subsidios del
Departamento de Agricultura de los Estados Unidos para estudiar los impactos del maíz
Bt sobre la mariposa Monarca, y publicó artículos al respecto, sosteniendo que “no hay
diferencias significativas en los efectos de las plantas de maíz Bt o del polen del maíz
comparado con plantas o polen sin transformar” (Tschenn et al., 2001). Aunque Losey
no se convirtió en miembro del Independent Science Panel, su controversial publicación
en Nature se diseminó como un argumento que emplearon los opositores a los
transgénicos. Su artículo también fue citado como referencia de los riesgos de los
transgénicos por otros estudios (como el de Quist y Chapela, 2001), y por la “Open
Letter from World Scientists to All Governments”. También participó en conferencias
donde habló sobre los riesgos de los OGMs; en particular, en “The Pulse of Scientific
Freedom In the Age of the Biotech Industry”, dio una conferencia junto con Chapela,
Quist y Pusztai.273
Los científicos que habían participado de estas controversias se relacionaron
activamente entre sí, a través del Independent Science Panel. Sus argumentos sobre los
riesgos de los OGMs, los mismos argumentos que manifestaron en sus controversiales
artículos, fueron mantenidos a través de las acciones que llevaron a cabo dentro de esta
nueva organización.
El libro “The Case for a GM-Free Sustainable World” compila diversas críticas a los
OGMs. Fue escrito por Mae-Wan Ho y otro colega de ISIS, y fue firmado por el resto
del Independent Science Panel, incluyendo a Pusztai y Quist. La traducción española
fue financiada por GRAIN, una organización no-gubernamental (ONG) ambientalista
con sede en España. La traducción portuguesa estuvo a cargo de la editorial del
Movimiento Sin Tierra de Brasil, una masiva organización de campesinos.274 En este
libro se muestran diferentes argumentos contra los OGMs, exponiendo la investigación
de Pusztai, la de Quist y Chapela y la de Mae-Wan Ho, entre otras.
273
Más información sobre esta conferencia puede encontrarse en Delborne (2008: 524-526) y también en
<http://www.mindfully.org/GE/2003/Pusztai-Losey-Hayes-Chapela10dec03.htm>
274
La importancia que el Independent Science Panel le dio a Brasil puede encontrarse en dos cartas que
Mae-Wan Ho, en nombre del Independent Science Panel, le escribió al Presidente de Brasil en 2003 (5 de
junio y 29 de septiembre), alentándolo a no permitir los cultivos transgénicos. Sobre el rol del
Movimiento Sin Tierra en la controversia sobre los transgénicos en Brasil, ver el Capítulo 7.
302
De esta forma, los argumentos de estos científicos se entrelazaron con
organizaciones ambientalistas (como GRAIN) o de campesinos (como el MST), que
tienen amplia participación en el debate sobre los OGMs en la arena pública.
6.6. Legitimidad e intereses en la construcción del problema público
¿Eran aquéllos que llevaron sus argumentos fuera de la comunidad científica aún
considerados científicos? Tenían una carrera académica de cierto prestigio, con una
considerable cantidad de publicaciones en revistas con referato y libros, que no terminó
cuando llevaron sus argumentos “afuera”. La mayoría de ellos siguió teniendo acceso a
laboratorios y financiamiento; e indudablemente tuvieron una red de colegas con la que
compartían sus ideas. Pero aquí conviene distinguir entre el modo en que eran
considerados por sus pares y por otros actores sociales. Mantuvieron una red de
científicos con los que coincidían, como demuestra la participación de decenas de ellos
en el Independent Science Panel. Por otro lado, fueron objeto de severas críticas por
parte de otros pares, como se evidenció durante las controversias científicas y, de hecho,
no continuaron apareciendo publicaciones con esos argumentos en las revistas
científicas más prestigiosas. Pero es en la relación con otros actores donde se construyó
su fuente de legitimación una vez finalizadas las controversias científicas. Para estos
otros actores (GRAIN, MST), fueron considerados los verdaderos portadores de la
ciencia. En todo caso, el público que legitimaba de este modo a estos investigadores
estuvo constituido por actores sociales con los que se involucraron por fuera del
mainstream de la comunidad científica. Allí es donde las ideas derrotadas renacieron
con la fortaleza de ser consideradas “hechos”.
Si hubiera detenido mi análisis justo después de la primera fase de las controversias,
hubiera podido mostrar que dentro de un grupo reducido de científicos se dirimió el
cierre de las controversias. Si, en cambio, hubiera estudiado sólo la segunda fase de
estas controversias (su vinculación con otros actores), hubiera podido mostrar que un
grupo amplio y diverso de actores se involucró en una controversia generalizada,
movilizando diferentes recursos para alcanzar un consenso, lo que parece haber
ocurrido, sólo que este consenso es el opuesto al otro consenso; pues si en el primero la
comunidad científica parece haber cerrado sus filas en torno a la ausencia de riesgos en
los OGMs, en el segundo los actores sociales que participan del problema público de los
OGMs parecen estar convencidos de sus riesgos.
303
Al describir el cuadro completo, desde las controversias científicas hasta el
problema público, diversos aspectos sacuden el marco teórico sobre el estudio de las
controversias científicas. Los científicos que “perdieron” en las controversias no se
encontraron luego sin legitimidad, y no continuaron apegados a sus ideas en un campo
marginal o invisibilizado. Al contrario, ganaron visibilidad desde diversas
publicaciones: a través de revistas científicas, pero también de libros y de un amplio
abanico de medios en los que lograron diseminar sus ideas a través de redes de actores
sociales que los señalaron como los portadores de la desinteresada verdad científica,
construyendo así toda una nueva estructura de legitimidad. Estos científicos siguieron
diferentes trayectorias luego de ser rechazados por el mainstream de la sociedad
científica: algunos continuaron en instituciones científicas tradicionales, mientras que
otros no, siendo que incluso algunos han creado sus propias instituciones. En esta nueva
red de alianzas, estos científicos se convirtieron en portadores de la “verdadera ciencia”,
y sus argumentos fueron legitimados como hechos científicos.
Es importante destacar que la clausura de la controversia en la primera fase no
significa que la ciencia normal se habría desarrollado como si no hubiera riesgos en los
OGMs, mientras que aquéllos involucrados en la segunda fase habrían permanecido en
una posición estrictamente retórica. Nada de eso. Al contrario, la segunda fase, cuando
los argumentos de los científicos entran en la arena pública, tiene el potencial de
intervenir en el modo en que la ciencia normal se desarrolla. En Brasil, el alto nivel de
movilización contra los OGMs signó una incorporación tardía de los cultivos
transgénicos en la agricultura del país, junto a un sistema de regulación estatal de la
bioseguridad considerablemente abierto y transparente; todo ello al revés de lo que
ocurrió en la Argentina, como muestro en el Capítulo 5, donde la ausencia de
preocupaciones y debates públicos sobre el tema contribuyeron a una rápida y masiva
adopción de los cultivos transgénicos, junto a un sistema regulatorio que no considera
necesario mostrar sus mecanismos al público en general.
6.7.
En la construcción del problema público de los transgénicos
Después de la clausura de las controversias científicas señalada en la primera fase, un
nuevo escenario emergió, a donde se trasladaron algunos de los científicos con sus
argumentos. Estos escenarios son arenas abiertas donde diversos actores pueden tomar
parte, no sólo científicos (una especie de core-set tal como fue redefinido por Michael y
Birke), luchando por un consenso sobre asuntos donde la ciencia está profundamente
304
implicada. Cada escenario tiene su propia fuente de legitimidad, y esto es de crucial
importancia para poder comprender que los científicos de la segunda fase de las
controversias sobre la biotecnología no estaban viviendo en la oscuridad añorando la
anterior legitimidad, pues de hecho encontraron otra poderosa fuente de legitimidad. En
la primera fase, la fuente consistía en la aceptación dentro del mainstream de la
comunidad científica. En la segunda fase, la fuente de legitimidad yacía en el
reconocimiento de los diversos actores sociales involucrados en los aspectos
controversiales. Este reconocimiento no es meramente simbólico, ya que puede ser
capitalizado en una enorme red de distribución para sus publicaciones, en espacios para
brindar conferencias, e incluso en financiamiento (por parte de fuentes no
convencionales interesadas en la perspectiva de los científicos rechazados; y también,
en algunos casos, por parte de fuentes más convencionales, ya que los científicos con
reconocimiento social pueden entrar sin grandes desventajas en “la pluralidad del
sistema de financiamiento”).275
Más allá de las posibilidades que se les ofrecen a los científicos una vez clausurada la
controversia científica, ¿cuál es el papel de los argumentos científicos? Alexis Roy
considera que detrás de las dos posturas sobre los transgénicos, hay un “debate
epistemológico” entre dos culturas científicas, representadas por ingenieros genéticos y
biólogos moleculares (Roy, 2000: 86-97). Esta hipótesis es refutada por Jean-Paul Oury,
quien muestra que los científicos pueden oponerse o defender a los transgénicos sin
importar su disciplina, pues hay detractores y defensores en la biología molecular, en la
ingeniería genética, así como los hay botánicos, médicos, etc. Oury considera que la
razón de la diferencia entre los científicos se debe a ciertos “principios teóricos
implícitos”; en otras palabras, a que los científicos tienen distintas “filosofías
275
El Institute of Science in Society, dirigido por Mae-Wan Ho, asegura haber recibido subsidios de la
Goldsmith Foundation (que de hecho financia asociaciones sin fines de lucro y grupos activistas que se
ocupan de cuestiones alimenticias). También ha sido esponsoreado por varias organizaciones relacionadas
al desarrollo sustentable y a la agricultura orgánica, como puede verse en el reporte 2006 de ISIS sobre
energía. Además, recibe financiamiento a través de sus cuotas de membresía, venta de merchandising y
de publicaciones. Todos estos recursos pueden entenderse como financiamiento no-convencional, así
como Simon describe que un grupo inversor privado apoyó la investigación en fusión fría luego de la
clausura de esa controversia (Simon, 1999: 78). Otros, como David Quist y John Losey, continuaron
recibiendo financiamiento a través de las fuentes científicas habituales, como miembros de instituciones
académicas. Esto último refleja la pluralidad del sistema de financiamiento, en el sentido que le asigna
Collins al reconocer, por ejemplo, que “el sistema de financiamiento para la investigación de los Estados
Unidos provee muchas fuentes de recursos para trabajos no convencionales para quienes saben
explotarlos” (Collins, 2000: 832).
305
implícitas” que los condicionan en su posición frente a los transgénicos (Oury, 2006:
60-63).
Es interesante notar que estas explicaciones culturales a las posiciones de los
científicos son un recurso frecuentemente empleado en el estudio sobre los debates
científicos. Simon, por ejemplo, considera que la investigación científica en fusión fría
continuó sobre todo en países donde había valores culturales que eran receptivos hacia
ese tipo de investigación. Sostiene que su explicación se basa, así, en un “argumento
relativista cultural” (Simon, 1999: 73). En el debate sobre los OGMs, la perspectiva
cultural es un argumento utilizado con frecuencia por los opositores a los transgénicos:
sostienen que de un lado habría una visión reduccionista de la naturaleza (que se
centraría sólo en la construcción genética) y del otro lado habría una concepción de la
naturaleza que incorpora toda la complejidad del entorno.276 Yo encuentro bastante
cuestionable que emplear las mismas categorías –y del mismo modo– que utilizan
nuestros sujetos en estudio pueda permitirnos comprender lo que está ocurriendo allí.
No pretendo evitar el análisis de los valores culturales de los científicos; es obvio que
tal dimensión existe, pero hay mucho más en la construcción del conocimiento
científico y de los problemas sociales que eso. Y si sólo nos movemos dentro de los
“argumentos relativistas culturales”, estamos de hecho fabricando una imagen de la
ciencia verdaderamente hagiográfica, no importa cuán “construida socialmente”
insistamos que es. Los estudios sobre ciencia y tecnología se han tornado muy precisos
a la hora de describir el modo en que los científicos y los artefactos se comportan, pero
cuando se trata de llevar el análisis a las causas detrás de esas prácticas, apenas un
tímido abordaje parece asomar, como si los científicos fueran entidades sin raíces
sociales que sin embargo se involucran en conflictos sociales. Creo que el estudio de las
relaciones entre la ciencia y los problemas públicos habilita a un análisis amplio sobre
las causas de las acciones de los científicos. Hay una frase de Collins y Evans que
276
Esta interpretación del debate en términos de “ciencia reduccionista” versus “ciencia holística” es muy
común en lso textos de Mae-Wan Ho (2000b). Al respecto, pueden verse también los trabajos de GillesÉric Séralini, un biólogo molecular y miembro de varias comisiones gubernamentales sobre los OGMs en
Francia, y quien se posiciona en contra de la comercialización de transgénicos en Europa. Séralini sugiere
que hay dos perspectivas teóricas detrás de las posiciones sobre los OGMs: una visión reduccionista y una
visión que integra la complejidad (Séralini, 2004: 143-64). En cambio, David Quist trasciende esta
representación dicotómica al mostrar una especie de imagen constructivista de la ciencia, que resulta muy
interesante viniendo de un científico: “Debería ser claro para todos que la ciencia no es tan objetiva como
deseamos que sea. La ciencia es un ejercicio inherentemente social, practicada por personas. Y las
personas tienen diferentes valores, motivaciones, entrenamientos y experiencias personales; todo ello
influye en sus puntos de vista, valoraciones diferentes de la evidencia, etc. Es por eso que vemos un largo
espectro de opiniones sobre la biotecnología” (Comunicación personal con Quist, 2007).
306
encuentro investida de certera belleza: “Los sociólogos se han vuelto tan exitosos en
disolver las dicotomías y las clases que ya no se interesan por construirlas” (Collins y
Evans, 2002: 239). Ciertamente, la mera descripción de las singularidades no permite la
comprensión de las dinámicas de los problemas sociales, que al contrario precisan de un
esfuerzo interpretativo. Creo que categorías tales como la de intereses (no sólo
cognitivos, sino también sociales277) y un amplio análisis de las interacciones entre
actores, instituciones y recursos entre la ciencia y la sociedad son algunas de las
herramientas que precisan recuperarse para poder brindar respuestas a la pregunta de
cómo se involucra la ciencia en los problemas sociales (Barnes, 1981; MacKenzie,
1981).
Es así que en cada escenario puede haber distintos intereses en juego, ya que
distintos actores se involucran. El MST lucha por preservar su condición de
campesinos, manteniendo su agricultura familiar. Los científicos que argumentan en
contra de la biotecnología, mostrando riesgos de los transgénicos, al mismo tiempo
apoyan una “agricultura sustentable”, fortaleciendo así la posición del MST, abriendo
una nueva dimensión de legitimidad a su reclamo en torno a la tierra y la producción
agropecuaria.
Otros actores en estas controversias también tienen sus intereses. A medida que
la controversia sobre el maíz transgénico se fue desplegando, se observó un maravilloso
desplazamiento de recursos retóricos, que fue de un problema de alineamiento de las
secuencias del ADN a un conflicto de intereses entre ONGs ambientalistas o compañías
biotecnológicas. Las empresas de biotecnología tienen sus obvios intereses en que la
verdad científica sostenga la ausencia de riesgos, pues se dedican a la comercialización
de semillas transgénicas, y lógicamente aspiran a que se abran mercados para sus
productos. Respecto a los intereses de los científicos… así tengan vínculos con ONGs,
compañías biotecnológicas, o no tengan estos vínculos, siempre tendrán el interés en
consolidar sus hechos científicos, ya que en eso radica su legitimidad, lo que a su vez
les brindará recursos materiales para continuar desarrollando sus carreras. Estas
controversias muestran que los hechos científicos tienen diversos modos de
consolidarse, no sólo dentro del mainstream de la comunidad científica.
Para el Movimiento Sin Tierra (MST), tener a estos científicos de su lado, le
brindó la fuerza de la verdad científica como aliado; así lo ilustra una carta de la
277
Para la distinción y aplicación analítica de los intereses cognitivos y sociales, ver MacKenzie (1978).
307
Secretaría Nacional del MST: “Los científicos están divididos básicamente en tres
grupos: una parte apoya a las empresas transnacionales, otra apoya sólo la investigación
de modificación genética y los demás ya están convencidos de que las mutaciones
genéticas traen perjuicios para la biodiversidad” (MST, 2004).
El argumento de que si un científico tiene vínculos con empresas
biotecnológicas entonces su investigación no es independiente, o incluso si afirma la
inocuidad de los transgénicos es porque tiene vínculos con empresas, es
recurrentemente utilizado en las controversias. De hecho, en el caso del maíz mexicano
fue uno de los elementos que se movilizó en el debate: quienes cuestionaban el estudio
sobre la transferencia de genes del maíz transgénico, era porque tenían vínculos con
empresas biotecnológicas. La ciencia independiente sería aquélla que no tiene vínculos
con empresas y, eventualmente, la que no avala la inocuidad de los OGMs. Así, en
Francia, un grupo de investigadores “anti-OGMs” crearon el grupo CRIIGEN (Comité
de Recherche et d'Information Indépendantes sur le génie Génétique), que se define
como “independiente de los productores de OGMs”. Gilles-Eric Séralini, presidente de
CRIIGEN, realizó un estudio financiado por Greenpeace sobre la toxicidad del maíz
transgénico en ratas; y llegó a la conclusión de que era tóxico (Séralini et al., 2007). La
ciencia parece corrompida cuando los científicos hablan a favor de la biotecnología,
porque serían los portavoces de la industria biotecnológica. Pero cuando los científicos
hablan en contra de la biotecnología, es la pureza misma de la ciencia la que le acercaría
la objetividad a la gente.
En realidad, no hay por qué suponer que los intereses de los científicos serán
menos mundanos por el sólo hecho de que asuman una posición u otra, porque tengan
afinidades por las empresas o por ONGs. En todo caso, habrá que analizar las
condiciones de vida de cada científico, para poder arrojar luz sobre la naturaleza de sus
intereses, lo que se muestra en el capítulo siguiente.
Los científicos pueden encontrar fuentes de legitimación fuera de la comunidad
científica, porque a su vez ellos pueden otorgar legitimidad a otros actores, de modo que
la legitimidad fluye en un intercambio. En un debate público, y más si tiene como eje a
un desarrollo científico-tecnológico, contar con el aval de la comunidad científica (o, al
menos, de parte de ella), constituye una fuente de legitimidad importante para los
actores involucrados en dicho debate. Esto habilita la formación de redes amplias donde
intervienen los científicos. Empleando una metáfora económica, podría decir que
mientras la ciencia provea verdades como valor de uso, los científicos encontrarán
308
mercados para vender sus productos. Productos científicos opuestos podrán
desarrollarse en mercados distintos. Dentro de las relaciones globales entre ciencia y
sociedad, esos mercados competirán para expandir su influencia.
309
Capítulo 7
Controversias sobre los transgénicos
La controversia sobre el uso de los cultivos transgénicos ha variado significativamente
según el país que se trate. En 1998, las autoridades de la Unión Europea instauraron una
moratoria de hecho sobre la producción y la importación de cultivos transgénicos, bajo
el argumento de que se debía proteger la salud de los consumidores y cuidar el medio
ambiente (Tambornini, 2003). En los Estados Unidos y en la Argentina los cultivos
transgénicos se expandieron rápidamente, sin encontrar obstáculos a nivel legislativo y
con una oposición social prácticamente inexistente, o cuando menos invisible a los ojos
de la opinión pública. En Brasil la historia fue distinta; la oposición social a los cultivos
transgénicos se hizo visible desde un primer momento, y la situación legal de los
transgénicos tuvo idas y vueltas.
España es el país de la Unión Europea que mayor superficie cultivada con
transgénicos tiene, con menos de 100 mil hectáreas.278 Argentina y Brasil tienen, cada
uno, más de 21 millones de hectáreas con transgénicos. La mayoría de los europeos
consideran que los alimentos derivados de OGMs contienen riesgos para la sociedad,
son moralmente inaceptables e inútiles, siendo Francia uno de los países que mayor
rechazo presenta ante los cultivos transgénicos (Gaskell et al., 2006).
Los transgénicos son motivo de rechazo en la arena pública en varios países. Si
en el capítulo anterior analicé el modo en que los científicos se articulaban con redes
sociales amplias a partir de las primeras controversias científicas, aquí analizo la
estructura de los transgénicos como problema público. Tomo el caso de Brasil y el de
Francia, por ser dos países donde los transgénicos han atravesado una intensa
controversia pública, pero con características distintas. Ello me permitirá, finalmente,
establecer algunas comparaciones con la situación en la Argentina, donde básicamente
no ha habido una controversia al respecto.
7.1.
Los cultivos transgénicos en Brasil
La incorporación de la tecnología de los transgénicos en la producción agrícola en
Brasil se vio implicada, desde sus comienzos, en conflictos suscitados por la resistencia
278
En 2005, España era uno de los pocos países europeos donde los que apoyaban a los OGMs superaban
a sus detractores. En 2010, ya no había ningún país donde la mayoría se mostrara favorable a los
alimentos derivados de OGMs (Gaskell et al., 2010).
310
de diversos sectores sociales, que se reflejaron también en la legislación en los distintos
niveles del estado. La historia comienza en 1998. El 1º de enero de ese año, la Comisión
Técnica Nacional de Bioseguridad (CTNBio) emitió un parecer técnico favorable a la
transformación genética de la soja para la tolerancia al herbicida glifosato. El 15 de
diciembre la CTNBio resolvió finalmente la liberación comercial de la soja transgénica.
El Instituto Brasileño de Defensa del Consumidor, junto con la organización ecologista
Greenpeace, presentaron una acción cautelar para suspender la autorización concedida
por la CTNBio. En agosto de 1999, la Justicia Federal hizo lugar a este pedido,
prohibiendo su comercialización hasta tanto se realicen mayores estudios de impacto
ambiental y se establezcan normas y reglamentos para regular la utilización de los
transgénicos. La liberación de los transgénicos quedaría entonces suspendida hasta el
2005, cuando finalmente se aprueba la Ley de Bioseguridad, pero entretanto los
transgénicos habrían de seguir irrumpiendo en la escena pública y en la agenda política
de Brasil.
A comienzos del 2003, el gobierno de Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva (quien asumió
la presidencia de Brasil el 1º de enero de ese año) reconoció que en los estados del sur
de Brasil había una considerable cantidad de cultivos transgénicos ilegales, sobre todo
en el estado de Rio Grande do Sul, donde había cerca de 4 millones de toneladas de soja
transgénica (un 65% del cultivo total de soja de la región).279 Consideró que se trataba
de una “herencia maldita” del gobierno anterior, y dispuso una medida provisoria para
enfrentar la situación (Fernandes, 2005: 5-6). Dicha medida autorizaba la
comercialización de la soja transgénica obtenida clandestinamente en la cosecha 20022003, estableciendo asimismo que debían rotularse las partidas que tuvieran al menos
un 1% de soja transgénica y que no podrían emplearse los granos obtenidos para una
nueva cosecha.280 El gobierno anunció que en breve tendría un proyecto de ley para
regular definitivamente los cultivos transgénicos. Sin embargo, pocos meses después, en
septiembre de 2003, dispuso una nueva medida provisoria permitiendo el cultivo de soja
transgénica para la cosecha 2003-2004.281 El presidente de la República sostuvo que la
279
Según Vara, los productores del sur de Brasil habrían privilegiado los beneficios económicos de los
cultivos transgénicos sobre los riesgos de ir contra el sistema legal. Esta independencia y tenacidad en su
actitud es lo que habría finalmente inclinado la balanza a favor de la adopción de los transgénicos en
Brasil (Vara, 2004: 122).
280
MP 113, publicada en el Diario Oficial de la Unión el 27 de marzo de 2003; fue convertida en ley Nº
10.688 del 2003.
281
MP 131, convertida en ley Nº 10.814. Esta medida establece que los agricultores podrán hacer uso de
las semillas que obtuvieron en la cosecha 2003 si las cultivan antes del 31 de diciembre.
311
medida era necesaria por cuanto no habría las suficientes semillas convencionales para
abastecer a los agricultores del sur del país, mientras que los grupos opositores a los
transgénicos argumentaron que este tipo de medidas a través de las cuales el gobierno
permite cultivos ilegales, estaba destinado a promover una situación donde los
transgénicos estuvieran en la agricultura brasileña “de hecho”, y que una vez
establecidos iba a ser difícil desplazarlos (MST et al., 2003: 13; Fernandes, 2005: 2829), es decir, argumentaron que se trataba de medidas que buscaban primero asegurar la
permanencia de los cultivos transgénicos en la agricultura del país y recién luego
desarrollar un marco regulatorio:
“Primero las industrias de biotecnología encuentran una brecha para contaminar las semillas del
principal producto agrícola del país. Hecho eso, ellas permiten, en un primer momento, que el
mercado ilegal de semillas se expanda y, en un segundo momento, presionan junto con los
productores para que los gobiernos reconozcan y legitimen el hecho consumado.” (MST, 2006a)
Esta medida generó entonces una de las mayores situaciones de rechazo a los
transgénicos, no sólo por parte de movimientos sociales y ONGs (que para entonces
estaban realizando en Brasilia un “Campamento Nacional contra los Transgénicos, por
la Soberanía Nacional y por la Alimentación Saludable”) sino dentro de sectores del
gobierno, en particular en el Ministerio de Medio Ambiente y en el Ministerio de
Desarrollo Agrario, así como también en numerosos diputados y senadores, algunos de
los cuales se alejaron del partido gobernante. El presidente finalmente acordó enviar al
congreso un proyecto de ley de bioseguridad con el consentimiento de la ministra de
Medio Ambiente, el cual le otorgaba a su ministerio competencias en el tema.
Mientras tanto, en octubre de 2004 se estableció otra medida provisoria
autorizando el cultivo de soja transgénica para la cosecha 2005, en términos similares a
la medida provisoria del año anterior.282
La ley de bioseguridad fue aprobada finalmente el 24 de marzo de 2005.283 La
versión final difería en algunos aspectos de la propuesta inicial: las decisiones sobre las
282
MP 223, convertida en ley Nº 11.092.
283
El contenido de la ley trata no sólo de los transgénicos, sino también de la investigación con células
madre. Durante el debate sobre su aprobación en el Congreso, tanto quienes estaban a favor como quienes
estaban en contra de la ley, recurrieron a diversas estrategias mediáticas para imponer su postura. Así,
unos científicos que estaba a favor de la ley, llevaron al Congreso a un grupo de personas con
enfermedades genéticas, quienes esperaban una cura gracias a la investigación con células madre
(Massarini, 2007).
312
investigaciones y sobre la liberación comercial de los transgénicos pasaban a recaer
sobre la CTNBio, y no sobre los Ministerios.284 Según dicha ley, la Comisión Técnica
Nacional de Bioseguridad, dependiente del Ministerio de Ciencia y Tecnología, debe
estar compuesta por 27 miembros, todos los cuales deben tener “reconocida
competencia técnica, notoria actuación y saber científicos, con grado académico de
doctor y con destacada actividad profesional en las áreas de bioseguridad,
biotecnología, biología, salud humana y animal o medio ambiente”.285 Además, la ley
de bioseguridad dio por aprobada la producción y comercialización de la soja
transgénica con tolerancia al glifosato.
A pesar de esta ley, los conflictos a nivel legislativo continuaron, en particular
en el estado de Paraná. Allí el gobernador286 promulgó en 2003 una ley estatal
prohibiendo el cultivo y comercialización de productos transgénicos287, ley que fue
suspendida por la justicia federal.288 En 2005 promulgó una ley estatal para el rotulado
de productos obtenidos a partir de cultivos transgénicos.289 Al año siguiente, la
Administración de Puertos de Paranaguá y Antonina (APPA) consiguió que un tribunal
federal prohíba el embarque de soja transgénica en los puertos de Paraná, pero esta
última medida fue rápidamente revocada por la justicia.290
284
Se trata de la ley Nº 11.105, la cual establece un marco regulatorio para el uso de los organismos
genéticamente modificados.
285
De acuerdo a la ley de bioseguridad, las decisiones de la CTNBio debían ser aprobadas por al menos
dos tercios de sus integrantes (18 votos). Pero mediante la MP 327 (convertida en ley Nº 11.460 el 21 de
marzo de 2007), el quórum de la CTNBio se redujo a la mayoría absoluta (es decir, se necesitan 14 votos
favorables de sus integrantes).
286
El gobernador de Paraná, Roberto Requião (PMDB), afirma que Paraná es “un estado que rechaza los
transgénicos” (ver Dia T pela Rotulagem dos Transgênicos vai mobilizar todo o Paraná nesta quartafeira, Agência Estadual de Notícias, 13/06/2006).
287
Ley estatal 14.162/03.
288
Acción Directa de Inconstitucionalidad 3.054 del Supremo Tribunal Federal.
289
Ley estatal 14.861/05. Mediante esta ley, los productos transgénicos deben llevar por rótulo un
triángulo amarillo con la letra “T” en su interior, además de identificar el nombre del producto
transgénico. En un acto público a propósito de la sanción de esta ley, el gobernador citó la frase que
popularizó la militante española Dolores Ibarruri en la lucha contra los fascistas en España: “No pasarán”,
pero aplicándola a la lucha del Estado de Paraná contra los transgénicos (ver Consumidor do Paraná será
o primeiro do País a saber se produto vendido no comércio tem transgênicos, Agência Estadual de
Notícias, 22/03/2006).
290
La máxima autoridad de APPA es Eduardo Requião, hermano del gobernador. Sobre la prohibición de
embarques, ver: TRF suspende, pela segunda vez, liminar que permitia embarque de transgênicos por
Paranaguá, Agência Estadual de Notícias, 30/03/2006. Sobre la decisión de la justicia, ver: TRF4 libera
embarque de soja transgênica no Paraná, Portal da Justiça Federal da 4ª Região, 03/04/2006.
313
Los dos principales cultivos de Brasil son el maíz y la soja, cuya suma
comprende el 60% del área cultivada en Brasil.291 Después de sancionada la ley de
bioseguridad, además de aprobarse la producción y comercialización de soja
transgénica, la CTNBio aprobó los cultivos de algodón transgénico y, en agosto de
2007, de maíz transgénico.292 Esto coincide con el perfil internacional de cultivos
transgénicos, ya que a nivel mundial el cultivo transgénico más difundido es la soja
(60%), seguido por el maíz (24%) y el algodón (11%) (Muñoz de Malajovich, 2006:
240).
La participación de Brasil y Argentina en el mercado internacional de la soja ha
ido en aumento desde comienzos de la década de 1990, acompañado de un consecuente
descenso de la participación de los Estados Unidos (Schnepf et al., 2001). Tanto en la
Argentina como en los Estados Unidos, más del 85% de sus cultivos de soja son
transgénicos. La adopción de la soja transgénica en Argentina estuvo acompañada por la
incorporación de un paquete tecnológico compuesto por el glifosato (herbicida de
amplio espectro) y la siembra directa (técnica que con la maquinaria agrícola adecuada
conlleva a una mínima labranza del suelo, lo que implica, a su vez, un significativo
ahorro de tiempo).293 Este paquete tecnológico asociado a la soja transgénica llevó a una
rápida disminución en los costos de producción de la soja, lo que implicó un
significativo aumento en los beneficios económicos de los productores que lo
incorporaron (Trigo y Cap, 2003).294
Si bien esto supone un claro aumento en los beneficios económicos de quienes
adoptaron los transgénicos, hay factores que amortiguan su impacto. En el caso de los
Estados Unidos, la debilidad en la competitividad se debe a los elevados costos fijos que
implican los cultivos, en particular por el precio de la tierra. Por el contrario, el precio
291
En los últimos años, de los 58 millones de hectáreas cultivadas que posee Brasil, 22 millones las
concentra la soja. En 2009, habría destinado 16.2 millones de hectáreas para la soja RR y 5 millones para
el maíz Bt (James, 2009).
292
También se aprobó la liberación comercial de otros cultivos, como el maíz resistente a insectos, el
algodón resistente a insectos (junto con la soja tolerante a herbicida, estos tres son propiedad de
Monsanto) y el maíz resistente al glifosato (propiedad de Bayer).
293
El cultivo transgénico comercialmente más difundido en el mundo es la soja con resistencia al
glifosato. Al agregar en la zona de cultivo el glifosato, este herbicida elimina todas las malezas (y evita
así el empleo simultáneo de una batería de herbicidas destinados a diversas especies de malezas), como
consecuencia de lo cual crece únicamente la soja transgénica.
294
Según Trigo y Cap (2003), la reducción en los costos de producción de la soja resistente al glifosato en
Argentina es de 20 dólares/ha. Además, los productores se habrían quedado con más del 80% de los
beneficios, mientras que el resto quedaría en manos de los vendedores de semillas y glifosato (Trigo y
Cap, 2003: 88-90; Vara, 2004: 106).
314
de la tierra en Brasil es cinco veces menor que en Estados Unidos, lo que a fin de
cuentas le permite desenvolverse en el mercado de granos, sumado a una depreciación
monetaria, con una significativa competitividad, aún sin contar con la tecnología de los
transgénicos (Wilkinson, 2004).
7.1.1. El rechazo a los transgénicos
Detrás de los conflictos con los transgénicos a nivel superestructural, con los marcos
regulatorios, aprobaciones legales y judiciales, hubo permanentemente un rechazo a la
utilización de transgénicos que se manifestó en diversos movimientos sociales. Éstos se
articularon en la “Campaña por un Brasil Libre de Transgénicos”, que llegó a reunir 85
organizaciones sociales de diversa naturaleza. El objetivo de esta red es “diseminar
informaciones sobre los impactos y riesgos de los transgénicos y, al mismo tiempo,
apoyar la construcción de un modelo más sustentable de agricultura basado en la
agroecología”. Confluyen aquí movimientos campesinos, sindicatos, organizaciones
religiosas, de derechos humanos, ecologistas, y otras de perfil más técnico, como
organizaciones de ingenieros agrónomos o de profesores universitarios. Los principales
referentes, los actores que participaron activamente a lo largo de todo el conflicto, son el
Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), la ONG Asesoría y Servicios a
Proyectos en Agricultura Alternativa (AS-PTA), la ONG de derechos humanos Terra
de Direitos, la ONG ecologista Greenpeace y la organización ecuménica Comisión
Pastoral de la Tierra (CPT). Se trata de organizaciones muy heterogéneas, pero todas
ellas participaron del rechazo a los transgénicos y en más de una ocasión en forma
conjunta; en particular confluyeron en la “Campaña por un Brasil Libre de
Transgénicos”. Asimismo, el discurso de cada actor frente a los transgénicos
difícilmente puede tomarse como un bloque homogéneo, sino que por el contrario, en él
afloran distintos tipos de argumentos.
Clasificaré los argumentos que emplean estas organizaciones en su toma de
posición pública en cuatro categorías distintas: argumentos sobre la incertidumbre,
sobre los riesgos “comprobados”, sobre el control económico y sobre el control técnico
de los transgénicos.
Por un lado, afirman que el uso de los cultivos transgénicos puede generar
efectos inesperados para el medio ambiente o para la salud, efectos que además pueden
volverse incontrolables e irreversibles. En estos argumentos suele estar presente un
315
pedido de moratoria (a veces indefinido), relacionado con el Principio de Precaución.
Estos son argumentos sobre la incertidumbre de los transgénicos:
“No hay ninguna seguridad, aún, sobre los efectos de los productos transgénicos en la salud de
las personas que los consumen (...) sobre los efectos en el medio ambiente, ya que esos nuevos
seres vivos no existían antes en la naturaleza y son el resultado de experimentos de laboratorio
(...) sobre los efectos en la salud de los agricultores que conviven con esas semillas y esos
productos.” (MST, 2003a)
Por otro lado, también hablan de problemas concretos que se derivarían de la utilización
de los transgénicos. Así, se considera por ejemplo que la liberación de transgénicos
puede terminar provocando alergias, resistencia a antibióticos o contaminación genética.
El hecho de que se trate de aspectos específicos no implica que la comunidad científica
los reconozca como problemas reales, pero sí indica que las organizaciones buscan
argumentos puntuales desde donde cuestionan esta tecnología. Así, este tipo de
argumentos se refiere a los riesgos “comprobados” de los transgénicos:
“La cantidad de residuo agrotóxico en el maíz transgénico es, comprobadamente, mucho mayor
que la del grano convencional. Hay documentos que apuntan al riesgo de aparición de hierbas
dañinas resistentes a los agrotóxicos, así como a la posibilidad de contaminación de cultivos
convencionales por maíz transgénico.” (MST, 2006b)
¿Pero de dónde obtuvo este movimiento de campesinos sus argumentos científicos?
Algunos científicos locales y profesores universitarios le brindaron al MST argumentos
a través de artículos publicados en los periódicos y revistas del MST. Algunos de estos
artículos hacen referencia a papers científicos, en particular al de Losey.295 Por otro
lado, el MST tiene vínculos con ONGs internacionales que contribuyen brindando
argumentos técnicos. Esas ONGs son el Independent Science Panel y el ETC Group
(Entrevista a Tardin, 2006). El libro del Independent Science Panel sobre los OGMs fue
publicado por el MST, con un prefacio escrito por el gobernador del Estado de Paraná,
un estado del sureste de Brasil donde convergen tres aspectos interesantes: es uno de los
núcleos donde surgió el MST, en 1984, y donde posee una escuela de agroecología para
295
En un documento publicado por el MST y otras organizaciones sociales, donde se presenta a los
OGMs como una amenaza, se hace referencia al artículo de Losey (Ameaça dos transgénicos: Propostas
da sociedade civil, 2003: 59-76). Algunos científicos brasileños también escribieron en esta publicación
acerca de los riesgos de los OGMs, pero sin citar ningún artículo científico en particular (ibid., 2003: 5658).
316
formar a sus miembros; es uno de los estados que presenta mayor oposición a los OGMs
en Brasil (como se muestra en el despliegue anual que allí se realiza en el Día Nacional
de la Agroecología); y es un estado cuyo gobernador, Roberto Requião, le ha declarado
la guerra a los OGMs.296
Mediante otro tipo de argumentos estas organizaciones sostienen que la tecnología de
los transgénicos sirve a los intereses de las empresas multinacionales y al control de la
producción agrícola. Este tipo de argumentos suele centrarse en el patentamiento de las
semillas, y también en el paquete tecnológico que constituye el glifosato y la soja
transgénica resistente al glifosato. Son argumentos que enfatizan el control económico
que se derivaría del uso de los transgénicos:
“Las investigaciones de semillas y productos transgénicos realizadas por las empresas sólo
apuntan a aumentar sus tasas de lucro y no a mejorar el bienestar de la población (...) El dominio
de la biotecnología y el uso de los transgénicos está llevando a un proceso de control oligopólico
en todo el mundo de las semillas por parte de sólo ocho grandes grupos económicos (...) Los
agricultores perderán completamente el control del uso de las semillas y quedarán totalmente
dependientes de las empresas multinacionales.” (MST, 2003a)
Por último, otro grupo de argumentos se centra en el tipo de regulación de esta
tecnología. Se menciona por ejemplo la necesidad de rotulación (o etiquetado) de los
productos obtenidos a partir de plantas transgénicas. También se indica que los
organismos gubernamentales responsables no controlan efectivamente la dispersión de
los transgénicos, o las prácticas de monocultivo. Se cuestiona fundamentalmente la
pertinencia y capacidad de quienes están encargados de la regulación (Entrevista a Reis,
2006). Con estos argumentos se alude al control técnico que involucra a los
transgénicos:
“La CTNBio también es cuestionada por la falta de transparencia con la que trabaja. Reuniones y
audiencias son realizadas a puertas cerradas, sin que las conclusiones de los debates sean
divulgadas a la sociedad.” (MST, 2006c)
Si bien estos argumentos son de distinta naturaleza –y por eso los clasifico en cuatro
grupos distintos– todos ellos son utilizados por los actores sociales que se oponen a los
296
Ver 'Dia T pela Rotulagem dos Transgênicos vai mobilizar todo o Parana nesta quarta-feira', Agência
Estadual de Noticias, 13 de junio de 2006.
317
transgénicos. En su conjunto, estos argumentos son empleados para sostener la noción
de “riesgo tecnológico” que encarnan los transgénicos, es decir, para señalar que la
tecnología de los transgénicos es una tecnología cuyos efectos escapan al control que se
pretende ejercer sobre ella, volviéndose impredecible.297 Los argumentos convergen en
sostener que los transgénicos son inherentemente riesgosos, y la ausencia de una certeza
absoluta en el discurso científico es en sí misma una ventana para la elección de otras
tecnologías (Mayer et al., 2004).
El riesgo manifiesta así un carácter polisémico, en la medida que es empleado
desde distintas atribuciones de sentido. Esta polisemia se desarrolla dentro de una
controversia pública sobre los transgénicos, y esto la dota de un particular sentido. Los
grupos que rechazan los transgénicos interpelan en consecuencia a distintos sectores de
la sociedad, y buscan legitimarse no sólo en el conocimiento científico, sino en diversas
creencias colectivas. Pero además de ser una sólida herramienta discursiva en la
controversia, la polisemia de la noción de riesgo presenta otra ventaja retórica para
quienes se oponen a los transgénicos: es lo suficientemente flexible como para que
grupos sociales de naturaleza diversa puedan recurrir a ella y sostener reivindicaciones
comunes. Si bien todos los grupos que rechazan los transgénicos emplean los cuatro
tipos de argumentos que hacen al discurso del riesgo tecnológico, cada grupo termina
por desarrollar o enfatizar un tipo de argumento en particular. Esto responde a los
propios intereses y necesidades que caracterizan a cada actor social. De modo que
dentro de esta polisemia, el particular equilibrio de argumentos que cada movimiento
social emplea en su discurso sobre el riesgo puede analizarse como el resultado de los
vínculos, interacciones e intereses que singularizan la realidad de cada grupo social.
En este sentido, el Movimiento Sin Tierra, cuya principal reivindicación es la
reforma agraria, se detiene con particular cuidado en los argumentos de control
económico, enumerando reiteradamente los perjuicios que acarrean para los campesinos
el uso de los transgénicos que contienen el gen Terminator298, el patentamiento de las
semillas y los beneficios que en cambio se llevan las grandes empresas de
biotecnología. La Comisión Pastoral de la Tierra, aunque preocupada también por estos
temas, hace referencia a la incertidumbre de los efectos de los transgénicos.
297
Para un mayor detalle acerca de los modos en que es construida la noción de “riesgo tecnológico”, ver
Pellegrini (2007).
298
Se trata de un gen que inhibe la reproducción de las plantas, lo que obligaría a los agricultores a
comprar nuevas semillas. La tecnología del gen Terminator nunca se comercializó, debido al rechazo que
generó.
318
Greenpeace, con un perfil particularmente heterogéneo en cuanto a sus argumentos,
también hace hincapié en la incertidumbre que se derivaría del uso los transgénicos. La
AS-PTA, en cambio, enfatiza los riesgos “comprobados” y los problemas de control
técnico de los transgénicos (vinculados a la Comisión Técnica Nacional de
Bioseguridad). No es casual que en este último caso estos dos tipos de argumentos se
desarrollen por igual, y es que ambos se inscriben dentro del discurso técnico vinculado
a esta tecnología, pero como dos facetas distintas; mientras los argumentos de control
técnico son empleados para disputar la legitimidad técnica sobre el caso (la AS-PTA es
una ONG integrada fundamentalmente por ingenieros agrónomos, y apunta así a que se
le reconozca como interlocutor competente en los asuntos técnicos, desafiando a los
científicos que integran la CTNBio), los argumentos sobre riesgo “comprobado” se
involucran dentro del contenido del discurso técnico.
El hecho de que la dinámica propia de cada grupo social lo acerque más a un
tipo de argumento que a otro, pone en evidencia que la categoría de incertidumbre es
más permeable al discurso religioso; los argumentos de control económico resultan
particularmente pertinentes para desarrollar la perspectiva política de un actor social; la
categoría de control técnico es propicia para disputar el espacio de legitimidad de las
instituciones científico-técnicas; y así como los actores sociales deben recurrir a distinto
tipo de argumentos para interpelar a distintos sectores de la sociedad involucrados en la
controversia pública sobre los transgénicos, no deben descuidar los argumentos sobre
riesgos “comprobados”, ya que éstos particularizan el carácter tecnológico del objeto
de la controversia, y esto señala una barrera que los actores involucrados deben sortear:
deben ser capaces de manejar, directa o indirectamente, los elementos específicos del
problema, el lenguaje mismo del discurso científico. Es por eso que aquellos actores que
de modo general no poseen un perfil técnico, como el MST, recurren a organizaciones
que sí lo presentan, como el Independent Science Panel (que reúne a científicos de
diversas disciplinas, como biólogos, bioquímicos, ecólogos, agrónomos y virólogos, y
que fue creado por científicos que se habían involucrado en debates sobre los
transgénicos, como desarrollé en el capítulo anterior), o el ETC Group (Grupo de acción
sobre Erosión, Tecnología y Concentración), dos organizaciones cuyos argumentos
toma el MST para sostener su posición.
319
7.1.2. Un actor central: El Movimiento Sin Tierra
Uno de los actores fundamentales en la controversia sobre los transgénicos en Brasil, es
el Movimiento Sin Tierra. Hay tres aspectos que signan la génesis del MST: el contexto
económico, el contexto político-social y el contexto ideológico (Harnecker, 2002;
Stédile y Mançano Fernandes, 2005).
A fines de 1970 se llevó a cabo una modernización de la producción agrícola en
Brasil (fundamentalmente en el sur del país), que implicó la introducción masiva del
cultivo de soja junto con tecnologías que profundizaron la mecanización de la
agricultura, y esto redundó en la expulsión masiva de campesinos. En un primer
momento, estos contingentes de personas que dejaron los campos con la entrada de la
mecanización migraron hacia las grandes ciudades o hacia zonas de colonización
agrícola, promovidas por la propaganda oficial. Pero pronto estos desplazamientos
mostraron sus limitaciones: las zonas de colonización agrícola no ofrecían la
infraestructura adecuada ni los campesinos (acostumbrados a otros tipos de cultivos,
como frijoles, arroz o maíz) se adecuaban a las condiciones de la región, más propicia a
la explotación de metales y madera. Además, a fines de los ‘70 comenzó una crisis
industrial, trayendo como consecuencia el aumento del desempleo en las grandes
ciudades. De modo que las dos alternativas que se planteaban a los campesinos que se
encontraban sin tierras se fueron cerrando, dando lugar a una tercera salida: conseguir
tierras allí donde vivían.
En cuanto al contexto político-social, Brasil atravesaba el tramo final de una
dictadura militar que se prolongó durante veinte años: desde 1964 hasta 1984. Con la
desaceleración de la economía, el régimen militar comenzó a debilitarse, y las
manifestaciones de descontento popular crecieron. En 1978 y 1979 resurgieron las
huelgas obreras, la Central Unitaria de Trabajadores reunió a todo el movimiento
sindical opositor al gobierno, y en la periferia de São Paulo comenzó a gestarse el
Partido de los Trabajadores, en el marco de un proceso de democratización del país.
En lo que hace al contexto ideológico, fue fundamental el papel de la Comisión
Pastoral de la Tierra (CPT). Creada en 1975 como un órgano de la Iglesia católica
vinculado a la Conferencia Nacional de Obispos del Brasil, la CPT tuvo como
referencia doctrinal la Teología de la Liberación, afirmándose en las directivas del
Concilio Vaticano II. Los sacerdotes y laicos que integraban la CPT recorrían el campo
pregonando la necesidad de que los campesinos se organizaran y resolvieran sus
problemas de falta de tierras. Además, la CPT se constituyó como un movimiento
320
ecuménico, y el trabajo en conjunto con otras iglesias –fundamentalmente la luterana–
evitó que surgieran varios movimientos simultáneos, contribuyendo en cambio a la
construcción de un único movimiento campesino nacional.
En este marco, hubo una serie de acontecimientos puntuales que dispararon la
creación del MST. En mayo de 1978, en el estado de Rio Grande do Sul, los indios
kaigangs retomaron las tierras de la reserva de Nonoai, expulsando para ello a cerca de
1200 familias de campesinos que estaban instaladas allí. Cerca de 500 de esas familias,
organizadas junto a la influencia de la CPT, terminaron por ocupar tierras en Macali,
resistiendo a la policía y recibiendo finalmente la autorización del gobernador, en lo que
se convirtió la primera ocupación exitosa, en este período, por parte de los campesinos.
A ésta le sucedieron otras ocupaciones, no sólo en Rio Grande do Sul y Paraná, sino en
Santa Catarina, São Paulo y Mato Grosso do Sul.
Por otro lado, un importante núcleo de campesinos se organizó en el oeste de
Paraná. Allí se construyó durante la década de 1970 la represa hidroeléctrica de Itaipú,
desalojándose para ello a más de doce mil familias de pequeños agricultores. Con la
influencia de pastores luteranos de la CPT, un grupo de trabajadores afectados por la
construcción de la represa de Itaipú creó el Movimiento Justicia y Tierra, el cual
rechazó la indemnización que se ofrecía a los propietarios de tierras, y exigió el derecho
a cambiar tierra por tierra. El movimiento llegó a reunir a miles de agricultores, dando
origen al MST en la región oeste de Paraná.
En este contexto y luego de este período de ocupaciones en diversos puntos del
país, se funda en enero de 1984 el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, cuyo
primer encuentro nacional se llevó a cabo en una diócesis de Paraná.
El MST apunta a “tres reivindicaciones prioritarias: tierra, reforma agraria y
transformaciones generales de la sociedad” (Stédile y Mançano Fernandes, 2005: 34).
Además, el MST desarrolla una intensa campaña en contra de los transgénicos,
al considerar que “empezó a ser cada vez más evidente que no se trataba sólo de ocupar
y distribuir la tierra, sino que también era preciso reflexionar el modo en que se
utilizaría la tierra, qué se produciría, para qué, de qué modo” (GEMSAL, 2006: 58). En
este sentido, el MST busca liberarse de la dependencia de la tecnología moderna
(Harnecker, 2002: 123):
“La agricultura campesina se caracteriza, por lo tanto, por su grado de auto-suficiencia, por el
predominio del trabajo de la familia con un mínimo uso de insumos externos (...) muchas
321
familias en el campo han sido víctimas de un modelo de consumo inadecuado, principalmente en
la medida en que (...) el campesino se ve tentado a introducir en la propiedad el mismo modelo
tecnológico de la gran propiedad y del gran mercado: el agronegocio... Así, permanecer en la
tierra como campesino es un acto social de resistencia.” (IEEP, 2006: 3)
Así, el MST reivindica la agricultura campesina, la que asocia con la agroecología, y
rechaza el agronegocio, donde incluye a los transgénicos.
La posición del MST sobre los transgénicos no se limita a una manifestación de
rechazo en la esfera pública, sino que se sustenta en una búsqueda de argumentos que
dan sentido a esa posición. De tal manera, cuenta con talleres, publicaciones internas y
jornadas de discusión donde se aborda el tema de los transgénicos. El MST tiene incluso
una escuela de agroecología, en el estado de Paraná, donde sus militantes se forman en
principios donde los transgénicos no son aceptados. Así, el rechazo a los transgénicos
no se explica como mera estrategia retórica de reafirmación pública, sino que parte de
un convencimiento arraigado en el seno del movimiento. Existe una creencia colectiva
dentro del MST acerca de las características, el rol y los efectos de los transgénicos,
creencia que se sostiene con diversos tipos de argumentos y que termina por concebir a
los transgénicos como una entidad con un sentido homogéneo, y como consecuencia de
ello resuelve rechazar a los transgénicos por todos los medios disponibles. Esta posición
la ha mantenido desde que comenzara a consolidar su posición sobre la agroecología a
nivel nacional (a partir de su IV Congreso Nacional, realizado en 2000). En 2001 se
articuló con otras organizaciones para difundir la agroecología, lo que cristalizó
finalmente en la conformación de la Jornada de Agroecología, evento que se viene
realizando anualmente desde 2002. En 2006 su posición frente a los transgénicos dio un
nuevo paso al ocupar por primera vez una empresa de biotecnología.
7.1.3. Agroecología
Mientras se oponen a los transgénicos, los movimientos sociales –en particular, los
campesinos– reivindican la agroecología, como forma distinta de agricultura. ¿Qué es,
para estos actores, la agroecología? Es un modo de producción agrícola que se sustenta
en dos cuestiones. En su aspecto más técnico, circunscribe el trabajo de la tierra al
propio núcleo familiar, empleando además recursos disponibles localmente, en la propia
parcela que se trabaja o sus aledaños. El otro aspecto que se reivindica en la
agroecología es su dimensión político-ideológica. En este sentido, el MST considera
322
que la agroecología le permite a la familia campesina ir alcanzando mayor capacidad de
autonomía frente al capital a la vez que aumenta su posibilidad de permanecer en el
campo.
Concebida de esta forma, la agroecología se diferencia de otras variantes que
suelen postularse frente a la modernización tecnológica del campo, como la “agricultura
sustentable” y la “agricultura orgánica”. Según el MST, el concepto de sustentabilidad
(desarrollado en la conferencia de la ONU en Río de Janeiro en 1992) admite diferentes
niveles de impacto de las tecnologías sobre la naturaleza. El uso de herbicidas y
fertilizantes sintéticos, por ejemplo, está aceptado por la agricultura sustentable en la
medida que su impacto sobre el ambiente no sea desmedido. En la agroecología, en
cambio, no hay niveles de impacto, la lógica es que la familia campesina trabaja la tierra
como tradicionalmente lo ha venido haciendo: sin recurrir a tecnologías modernas. La
agricultura orgánica no emplea agrotóxicos, sino que su estrategia es la sustitución de
estos insumos por otros orgánicos. La agroecología, por su parte, no moviliza grandes
volúmenes de insumos para ser empleados como fertilizante, pues organiza la
producción con elementos disponibles en el entorno local. De esta manera, si bien son
muchos actores los que comparten la lucha contra los transgénicos, la agroecología se
afianza en algunos de ellos, sobre todo en el MST, mientras que otros reivindican la
agricultura sustentable.
Pero no sólo se distingue de estas formas de organizar la producción. De hecho,
la agroecología reconoce como su principal antagonista a la modernización tecnológica
del campo, lo que a su vez tiene varias aristas. En la cartilla “A natureza do agronegócio
no Brasil” (MST, 2006d), escrita por el Sector de Formación del MST, se define al
agronegocio como el modelo que, en Brasil, organiza la agricultura bajo la forma de
grandes haciendas dedicadas al monocultivo, con poca mano de obra, uso intensivo de
agrotóxicos y alta tecnología, en especial semillas transgénicas. Ese modo de producir
es opuesto a la “forma en que los trabajadores organizan la producción de alimentos, al
bienestar de la población rural y a su fijación en el medio rural”. Así, queda establecida
una “disputa entre dos proyectos políticos: uno que subordina nuestra economía y
nuestra sociedad, nuestra cultura al capitalismo internacional, a los bancos y
transnacionales, y que tiene su versión agrícola en el agronegocio, y otro proyecto de
desarrollo nacional que coloca en el centro de las prioridades de la economía al trabajo,
al bienestar de las personas y la distribución de la renta, que tiene en su versión agrícola
la implementación de la reforma agraria y el predominio de la agricultura campesina”.
323
Como consecuencia del dominio del agronegocio, el MST considera que se está
desarrollando un nuevo modelo tecnológico, que dejó el anterior de la revolución verde
–caracterizada por el uso de insecticidas, herbicidas y productos químicos en general–
para dar lugar a uno que aumenta aún más la productividad agrícola; este “modelo está
basado en las técnicas desarrolladas por la biotecnología”. A la hora de caracterizar “los
problemas de la biotecnología”, la cartilla de formación del MST señala varios aspectos.
En primer lugar, considera que la biotecnología es empleada por algunos grupos
económicos para mantener al agricultor cautivo con sus semillas, gracias también a las
patentes que les permiten a las empresas registrar las plantas desarrolladas como
propiedad privada, aumentando así la explotación de los agricultores. Por lo tanto, la
biotecnología sería utilizada para que las empresas aumenten su lucro. Además, “todas
las investigaciones y semillas transgénicas que ya están disponibles en el mercado, sea
en Brasil o en otros países, son semillas que fueron alteradas genéticamente sólo para
resistir la aplicación de determinados venenos, producidos por la misma empresa, sean
fungicidas (caso del maíz BT), sean herbicidas (caso de la soja Roundup)”. Dentro de la
clasificación que presenté sobre el rechazo a los transgénicos, este razonamiento se
inscribe dentro de los argumentos de control económico.
Por otro lado, la cartilla aborda el problema de “las semillas transgénicas,
desarrolladas por la biotecnología y que antes no estaban en la naturaleza”. El problema
sería que “nadie tiene certeza de las consecuencias de ese nuevo producto transgénico
en la naturaleza, en el medio ambiente, en la salud del consumidor y del productor”. La
oposición a los transgénicos evita así “otras sorpresas, como fue la historia de la «vaca
loca» en Europa, que aparentemente aumentaba la productividad de la leche, pero
terminó en tragedia, con decenas de muertos y con la enfermedad sin control”. Aquí se
desarrolla la noción de incertidumbre al hablar precisamente de la falta de certezas,
junto con argumentos sobre riesgos “comprobados”, al menos en cuanto lo vincula con
un caso específico (y aún cuando no tenga una relación directa con los transgénicos), el
de la “vaca loca”.
Finalmente, argumenta que las semillas transgénicas “eliminan la biodiversidad
de la naturaleza, pues la mayor parte de las semillas transgénicas no logra convivir con
las semillas naturales, mezclándose y transformando lo que era natural en transgénico”.
Estos argumentos –que coinciden con las categorías que he presentado
(incertidumbre, control económico, control técnico y riesgo “comprobado”), con una
clara inclinación hacia los argumentos de control económico e incertidumbre–
324
conforman la exposición del MST acerca de los problemas de la biotecnología, pero su
principal preocupación parece desplazarse hacia otro aspecto. Concluye el cuadernillo
de formación del MST que con estos cambios que pone en marcha el agronegocio, se
“afectará al futuro de los campesinos, a la llamada agricultura familiar, a nuestros
hábitos alimenticios, al éxodo rural y a la migración”. Así, establecen una dicotomía
irreconciliable entre los transgénicos y ellos:
“La dependencia resultante de la expansión de la soja transgénica demuestra claramente la
incompatibilidad social y ambiental de los transgénicos para los agricultores familiares, pues
tienden a aumentar los problemas técnicos y desprecian el factor económico más importante en
las propiedades familiares: la disponibilidad de fuerza de trabajo.” (MST, 2006e)
En definitiva, se oponen a los transgénicos con la certeza de que de ser empleados, se
afectaría su modo de vida, su condición de campesinos.
Lo que sostengo es que la agroecología –más allá de que es vista como un modo
de producción agrícola– funciona como una ideología que sostiene al MST, que le
permite articular distintas significaciones sobre la naturaleza y la sociedad y sus
objetivos en ellas. Es decir, le permite constituir una imagen del mundo con un sentido
para el MST. Sobre esta ideología construye una identidad colectiva que sostiene el
tejido social que forma al MST. En términos de Gouldner, “las ideologías son preceptos
centrados en proyectos que tratan de reconstruir una totalidad corroída, fragmentada”, y
en este sentido las ideologías son intentos “de integrar partes antes separadas, de
reconstruir un tejido deshecho” (Gouldner, 1978: 310). Esquemáticamente, hay dos
momentos en la historia del MST que marcan la construcción de su identidad. Primero
aparece una identidad que se define fundamentalmente en forma negativa, mediante el
rechazo a aceptar su condición de expulsados de la tierra, identidad que absorbe hasta el
propio nombre del actor: los sin tierra. Sobre este rechazo a una condición objetiva (no
tienen tierras) se reafirman como campesinos o trabajadores rurales y legitiman su
necesidad de ocupar tierras. Luego aparece un segundo momento que construye una
identidad principalmente de manera positiva, y es aquí donde aparece la agroecología:
mediante la afirmación de que la forma de producir del MST es el modo justo, correcto
y necesario en que debe trabajarse la tierra. Sobre la base de esta afirmación surge el
rechazo a todo objeto y discurso científico-tecnológico que entre en conflicto con la
agroecología.
325
Apelando a los tres modos en que la ideología, según Therborn (2005: 15-16),
estructura al sujeto, diré que el MST define a través de la agroecología aquello que
existe y aquello que no: el MST encuentra que la sociedad está dividida en clases, donde
el capital se concentra en las empresas transnacionales que recurren a la tecnología para
reforzar su poder e imponer su control sobre la producción. Los transgénicos son
tomados como una herramienta para la hegemonía de las transnacionales, y como la
lógica del capital es la lógica del lucro, es de esperar que estas tecnologías tengan
efectos negativos sobre la salud humana, la salud de los animales y el medio ambiente
en general. En este sentido, el MST cuenta con asesores y vínculos con científicos que
le permiten obtener información técnica sobre los efectos de estas tecnologías, como
señalé en el capítulo anterior, pero esto no quiere decir que los argumentos de
Greenpeace, por ejemplo, convencieron al MST, o que el Independent Science Panel
tenga un grado de legitimidad tal ante el MST que éste aceptará los argumentos que le
acerquen. Precisamente porque lo que sostiene su posición es una ideología sobre la
tecnología, la lógica que interviene es otra: el MST va a aceptar los argumentos técnicos
de los grupos de científicos o especialistas que rechazan estas tecnologías, porque para
el MST que estas tecnologías tengan efectos perjudiciales para el hombre y la naturaleza
es la consecuencia lógica de un modo de dominación.
Mediante la agroecología, el MST también define aquello que es bueno, correcto
y justo: el MST aspira a una transformación de la sociedad que implica, también, una
lucha por el reparto de la tierra. Considera que los campesinos deben ser quienes se
encarguen de la producción agrícola, respetando el medio ambiente. En contraposición,
las transnacionales explotan no sólo a los trabajadores sino a los recursos naturales, y el
MST considera imprescindible mostrar esta realidad al resto de la sociedad, en
particular en las ciudades, donde la llegada del MST es menor que en el campo: por eso
organiza manifestaciones, protestas y ocupaciones de empresas que trabajan con
transgénicos.
Finalmente, el MST también define en la agroecología lo que es posible y lo que
es imposible de ser realizado: el MST observa que los problemas de los campesinos no
se solucionarán sino que, por el contrario, se agravan en el capitalismo, pues ve limitado
y amenazado el sistema campesino de producción. En cambio, considera que con la
agroecología las familias campesinas ganan autonomía frente al capital y logran
permanecer en el campo, independizándose del paquete tecnológico con el que el
capitalismo altera la sustentabilidad del medio ambiente y la forma de vida de los
326
campesinos. En la transformación revolucionaria de la sociedad que concibe, el sistema
general de producción sería la agroecología, que funciona entonces a los ojos del MST
como medio de resistir al capital, y al mismo tiempo como germen y meta de una nueva
sociedad:
“El debate sobre innovaciones tecnológicas en la agricultura puede adquirir una dimensión
política, al unificar agricultores alcanzados por tecnologías de carácter destructivo, sirviendo
como punto de partida para la construcción de un nuevo proceso de conciencia. La posibilidad de
desenmascarar el carácter explotador de la agricultura capitalista a través de la experiencia con la
agroecología y de asociar la necesidad de la organización política de los agricultores con otras
fuerzas anticapitalistas en la sociedad puede conferir una dimensión revolucionaria a un
movimiento ecológico y cooperativo de los pequeños productores.” (MST, 2006e)
La agroecología es a la vez principio, medio, fin y razón de la lucha del MST.
7.1.4. Condicionamientos en la realidad del MST
El rechazo que generan diversas tecnologías en algunos sectores sociales difícilmente
pueda explicarse, como he intentado mostrar en este trabajo, a partir del escaso
conocimiento científico atribuido a los mismos. Por el contrario, una aproximación a la
realidad propia de los grupos que se oponen a estas tecnologías pone al descubierto la
complejidad y multiplicidad de factores que intervienen en el desarrollo de su posición.
En el caso del Movimiento Sin Tierra, la agroecología es concebida como una
forma de agricultura familiar donde los campesinos trabajan pequeñas parcelas de tierra
sin recurrir más que a las herramientas tradicionales. Los transgénicos irrumpen así
como un elemento hostil a la agroecología, atentan contra el modo en que el MST se
representa a sí mismo en la naturaleza y en la sociedad.
Si bien es la redistribución de la tierra (la reforma agraria) la principal
reivindicación del MST, éste sostiene también la necesidad de utilizar las tierras
mediante la agroecología, en contraposición al agronegocio, que destina grandes
terrenos al monocultivo, emplea la biotecnología y requiere poca mano de obra.
No obstante, cabe mencionar que la lucha por la reforma agraria junto con la
reivindicación de una agricultura libre de transgénicos tiene un punto donde se vuelve
paradójica, al menos dentro del comercio internacional de granos. Porque si bien es
cierto que la exportación de soja convencional (no transgénica) en Brasil es competitiva,
esto se debe en gran medida a la existencia de grandes extensiones de tierra sin cultivar,
327
lo que garantiza un bajo precio de la tierra. En Estados Unidos, en cambio, los costos de
la tierra son elevados tanto por el aumento de urbanización como por la competencia
causada por otros usos de la tierra (Wilkinson, 2004). Así, si los latifundios con sus
grandes extensiones de tierra no volcadas a la producción fueran repartidos entre los
campesinos, la disponibilidad de tierras en Brasil podría volver los precios de las
mismas semejantes, al menos, a los de Argentina. La paradoja, entonces, es que en
Brasil los cultivos no transgénicos son competitivos, en buena medida, porque tiene una
contra-reforma agraria pronunciada.
El MST, si bien no se formula explícitamente esta contradicción, la aborda de
dos maneras. En primer lugar, niega que los transgénicos aumenten la productividad
con respecto a los cultivos convencionales, y por otro lado plantea la necesidad de
extender la agroecología como modo de producción global, es decir, descartar por
completo el uso de los transgénicos en la agricultura mundial.
Existen diversos condicionamientos o determinaciones en el desarrollo de la
ideología del MST, al menos en lo que respecta a la agroecología. El primero es la
propia forma de organizar la producción del MST. La estructura social del MST está
compuesta por familias de campesinos que desarrollan una agricultura básicamente de
autosubsistencia. La producción se sustenta en el trabajo que realiza cada familia
asentada. El empleo de tecnologías como los transgénicos llevaría a una transformación
en la estructura social del MST, al modificar la producción de agricultura familiar.
En Argentina, el rápido arraigo y éxito comercial de la soja transgénica estuvo
asociado a la vinculación de este cultivo con la utilización de la siembra directa y el
herbicida glifosato, en el marco de un recambio tecnológico global de la estructura
productiva del sector agropecuario (Bisang, 2003a). La siembra directa requiere la
utilización de maquinaria capaz de labrar la tierra y sembrar la semilla al mismo tiempo,
lo que redunda en un ahorro de tiempo e insumos. El glifosato, por su parte, es un
herbicida total, destruye todo vegetal salvo la soja transgénica con tolerancia al
glifosato; en consecuencia, se evita el uso de múltiples herbicidas para combatir las
malezas. En definitiva, la incorporación de la soja transgénica implicaría la adopción de
un paquete tecnológico que haría inviable la permanencia al mismo tiempo de familias
de campesinos cosechando pequeñas parcelas. Una reestructuración productiva
semejante modificaría las prácticas rurales e incluso propiciaría fenómenos de
migraciones. Así, uno de los principales elementos que condiciona la ideología del
MST, y que se refleja en el modo de concebir la agroecología, es su propia forma de
328
organizar la producción agrícola. Los campesinos que constituyen al MST, trabajan la
tierra mediante la agricultura familiar, es decir, la producción se sustenta en el trabajo
que realiza cada familia sobre una pequeña parcela de tierra.299 Al constituirse o
sumarse al MST, las familias que se encontraban sin tierras donde trabajar pronto
ocupan terrenos que no se estaban empleando para producir nada y retoman la
agricultura familiar. Aceptar los transgénicos no es un simple acto de voluntad o, como
pretende el discurso de déficit cognitivo, de mayor formación (e información) científica.
Emplear estas tecnologías (desde las máquinas de gran porte hasta las semillas
transgénicas) llevaría a un desmembramiento del modo de producción que tiene el
MST, pues implicaría utilizar un paquete tecnológico que modificaría la organización y
división del trabajo. En Argentina, paralelamente al aumento en la productividad y a la
expansión del área cultivada que produjo la adopción de la soja transgénica, se observó
un aumento en la concentración de la propiedad de la tierra (Trigo et al., 2002: 99).
Por otro lado, a través de las relaciones que el MST establece con otros actores sociales
se afirma en la posición frente a los transgénicos. Además, el discurso de cada actor
social añade nuevos matices a su posición. Así, la Comisión Pastoral de la Tierra
contribuye con un discurso predominantemente religioso y haciendo énfasis en los
argumentos que aluden a la incertidumbre de los transgénicos. Sostienen así que el
problema es que los científicos “juegan a ser Dios”, y que con los transgénicos podrían
surgir “nuevas enfermedades, alergias, formas de cáncer, transformaciones en el cuerpo,
totalmente inesperadas”, pues “sólo Dios sabe lo que puede ocurrir en esa desquiciada
carrera por meterse en los misterios de la existencia”; e incluso citan al Papa Juan Pablo
II cuando exclamó que “usar transgénicos para aumentar la producción va en contra de
la voluntad de Dios” (Campanha Nacional “Por um Brasil Livre de Transgênicos”,
2001: 4-5). La CPT mantiene vínculos con el MST desde el surgimiento mismo de este
último, y se encuentran también en las campañas contra los transgénicos (Entrevista a
Rogélio, 2006). Por otro lado, la CPT realiza anualmente un festejo religioso
299
En realidad, pueden encontrarse distintas formas de organizar los asentamientos dentro del MST.
Existen asentamientos colectivos bajo la forma de agrovillas (comunidades rurales) o cooperativas.
Susana Bleil (2003) analizó las formas en las que el espacio público entra en tensión con las relaciones
que se establecen dentro de un asentamiento colectivo en el Estado de Paraná. Sin embargo, la misma
autora reconoce que dichos asentamientos representan apenas el 2%, mientras que más del 90% están
organizados en explotaciones familiares. Resulta que “esa experiencia de trabajo colectivo y de
asociación se mantuvo durante los dos o tres primeros años”, pero a partir de 1987-1988 la organización
se articuló en torno a los grupos de familias (Harnecker, 2002: 116).
329
relacionado con la tierra, la Romaria da Terra. Aquí combina con virtuoso sincretismo
la catequesis con la agroecología:
“Podríamos decir que el Dios agricultor del profeta Isaías es un Dios Agroecológico: le enseña a
plantar la tierra, a protegerla con cultivos forrajeros, a sembrar diferentes semillas, garantizando
la diversidad y la mayor productividad, sin cercas, sin agrotóxicos, sin fertilizantes químicos, sin
transgénicos. Estas son las reglas de la agricultura de Dios.” (CPT, 2004)
También incide el entorno político, fundamentalmente a través del gobierno de Paraná,
cuyo rechazo a los transgénicos estructura parte de su identidad política. Un claro
ejemplo del peso que tienen las relaciones entre los actores sociales en la construcción
de un discurso, y de la consecuente importancia que tiene el posicionamiento frente a
los transgénicos en la esfera política, se observa en el Manifesto das Américas em
Defesa da Natureza e da Diversidade Biológica e Cultural (2006), que se opone
“resueltamente a la introducción de organismos transgénicos en el ambiente; no es
aceptable la introducción de OGMs, ya sea en la agricultura, en las plantaciones, la
ganadería o cualquier otro cultivo en el medio ambiente, pues además de no ser
necesarios, no sirven para nada, a no ser para el lucro de unas pocas empresas
transnacionales; traen riesgos potenciales a la salud de las personas y generan
modificaciones permanentes e irreversibles para la naturaleza y a los ecosistemas”.
Dicho manifiesto fue firmado, entre otros, por João Pedro Stédile (dirigente nacional del
MST), por el gobernador del estado brasileño de Paraná y por Hugo Chávez (presidente
de Venezuela).300 El vínculo entre el MST (y las organizaciones que rechazan los
transgénicos en general) y el gobierno de Paraná (que se identifica como un gobierno
que rechaza los transgénicos) se vuelve estrecho:
“La 4ª Jornada de Agroecología fue realizada en Cascavel, los días 25 a 28 de mayo de 2005. La
movilización central estuvo marcada por varias cuestiones, como el apoyo público del
gobernador del estado Roberto Requião a las semillas criollas y contra el cultivo de
transgénicos.” (MST, 2006f)
300
El manifiesto fue firmado el 20 de abril de 2006. Un día antes, el 19 de ese mismo mes, Hugo Chávez
se reunió con el gobernador del estado de Paraná, Roberto Requião, y firmaron acuerdos comerciales por
300 millones de dólares (ver Presidente da Venezuela visita Brasil para firmar acordos milionários no
PR, Agência Notícias do Planalto, 19/04/06).
330
Por otro lado, el discurso técnico, proveniente de organizaciones de científicos o
ingenieros, aporta los elementos propios del conocimiento científico en la controversia.
Se trata de organizaciones como la AS-PTA (organización brasileña formada
principalmente por ingenieros agrónomos); el ETC Group (Grupo de acción sobre
Erosión, Tecnología y Concentración), a quien el MST considera una “prestigiosa
organización internacional de la sociedad civil, con sede en Ottawa, Canadá, que actúa
desde 1970 en las áreas de la biotecnología y nanotecnología” (Vía Campesina, 2006:
14); o el Independent Science Panel, que reúne a científicos de diversas disciplinas y
cuyo libro sobre los transgénicos fue editado en Brasil por la editorial del MST en
forma conjunta con el gobierno de Paraná.301
El vínculo con estas organizaciones es fundamental, pues el MST también quiere
que se reconozca en su discurso un componente científico. La posición del saber
científico en torno a los transgénicos es algo que el MST considera en disputa, y deja
explícito que en su proyecto de agroecología cuenta con la ciencia (o, cuando menos,
con parte de ella) a su favor (MST, 2004). De modo que la agroecología, para el MST,
“es una forma de trabajar la agricultura que se basa en dos campos del conocimiento: el
tradicional y el científico” (MST, 2006g).
El resultado es que estas organizaciones suelen cumplir el papel de mediadores
entre el discurso científico y el MST. Acercan los aspectos técnicos, los argumentos
científicos del problema, y el MST los toma como propios o, al menos, ubica a estos
grupos como sus referentes científicos.
7.1.5. Una historia de conflictos con la modernización tecnológica
La historia del MST, sobre todo en sus orígenes, estuvo muy marcada por la irrupción
de grandes proyectos tecnológicos en la sociedad brasileña. Así es como durante la
década del setenta se desarrolló “la modernización capitalista del campo y, con ella, un
rápido y fuerte proceso de mecanización de la explotación agrícola” (Harnecker, 2002:
19). La introducción de esta mecanización de la agricultura brasileña redundó en la
expulsión masiva de campesinos, lo que constituyó uno de los factores decisivos en la
conformación del MST.
Otro acontecimiento significativo en la génesis del MST fue la construcción de
la represa de Itaipú. Promocionada como la mayor represa hidroeléctrica del mundo,
301
Ver: Grupo de Ciência Independente (2004). También la página web del Independent Science Panel:
<http://www.indsp.org>, y del ETC Group: <http://www.etcgroup.org>.
331
Itaipú comenzó a ser construida en 1975 en el río Paraná, en la frontera del Brasil con el
Paraguay. La construcción de la represa llegó a requerir el empleo de 40.000
trabajadores, y su costo se calcula en 20.000 millones de dólares (Mazzarollo, 2003:
26). Pero también transformó la realidad en el campo:
“En el área necesaria para la imponente hidroeléctrica vivían aproximadamente 8.000 familias
(cerca de 40.000 personas) en la margen brasileña y 4.000 familias (20.000 personas) en la
margen paraguaya. Todas fueron forzadas a dejar sus tierras, casas y benefactorías, y lanzarse en
la lucha por la reestructuración de sus vidas, familias y comunidades. Los que tenían propiedades
fueron indemnizados, y entre éstos hubo los que consiguieron hacer buenos negocios y también
los que se arruinaron. Pero había muchos que nada tenían (posseiros, arrendatarios, empleados y
bóias-frias302), y éstos, salvo excepciones, tuvieron que abandonar el área con las manos vacías,
abandonados a su propia suerte.” (Mazzarollo, 2003: 40).
Estos dos acontecimientos irrumpieron en la historia de Brasil como una etapa de
modernización tecnológica, pero significaron, para miles de agricultores, un
desplazamiento de sus fuentes de trabajo, la expulsión y el desarraigo, y fueron estos
mismos expulsados quienes dieron origen al MST. No hay un vínculo directo entre
estos episodios y la controversia sobre los transgénicos en Brasil, en el sentido de que el
MST no va a rechazar a los OGM porque representen una continuación de estos
acontecimientos. Pero sí permite suponer que el MST va a mirar con cautela aquellos
proyectos que se presenten como de “modernización tecnológica”, sobre todo si
pretenden transformar la dinámica productiva en el campo.
Un impedimento concreto para que el MST acceda a los transgénicos es que se trata de
una tecnología costosa. Desarrollar sus propios cultivos transgénicos sería inviable
porque el capital necesario para hacerlo no está al alcance de un movimiento campesino.
Aún así, ¿por qué, en lugar de rechazarlos, no intentó apropiarse de los transgénicos? La
pregunta es contrafáctica e incómoda, pero adquiere pertinencia por las características
idiosincrásicas manifestadas por el MST. En efecto, el MST se constituyó como actor
social sobre la base de negarse a naturalizar su realidad social, tomando aquello que no
tenía (la tierra); entonces, ¿por qué no tomar también estos elementos (los transgénicos)
para trabajar la tierra? La respuesta se sustenta en el análisis de este trabajo. El MST se
302
Los posseiros son agricultores que ocupan las tierras que trabajan. Los Bóias-frias son trabajadores
golondrina, es decir, trabajadores agrícolas temporarios, que no poseen tierras propias.
332
conformó sobre grupos dispersos que tenían en común el ocupar tierras para asentarse y
trabajarlas. Esta práctica se constituye en un elemento fundacional e identitario, y
continúa a lo largo de su historia pues le permite seguir creciendo, incorporando nuevos
campesinos. Pero en la consolidación del sujeto colectivo aparecen dinámicas que
condicionan sus prácticas. El modo arraigado de trabajar la tierra a través de la
agricultura familiar, sumado a los discursos contrarios a los transgénicos que rodean al
MST a partir de los vínculos que establece con organizaciones de científicos,
movimientos religiosos, ecológicos y sectores gubernamentales, estructuran una
ideología donde la agroecología configura una imagen de la naturaleza y de la
agricultura que los transgénicos desfigurarían.
Además, los transgénicos inciden en la identidad colectiva del MST de una
manera muy distinta a como incide la ocupación de tierras. Mientras la ocupación de
tierras parte de la necesidad de vivienda y trabajo de las familias campesinas, la forma
de concebir la agroecología (con el consecuente rechazo a los transgénicos) permite
valorizar el propio modo de producción (Görgen, 2004).
La ocupación de tierras pone de manifiesto la necesidad de tomar aquello que no
se tiene, mientras que la agroecología permite valorar y mostrar aquello que sí se tiene.
Por eso la ideología sobre la tecnología que el MST manifiesta con la agroecología es
un segundo momento fundamental en la construcción identitaria del MST. La
agroecología funciona como un aglutinador interno, en tanto posibilita la valorización
de una práctica común a todos sus integrantes; y también funciona como un legitimador
externo, en la medida en que pone de manifiesto que el MST produce alimentos sin
recurrir a tecnologías controversiales.
El MST está en contra de los transgénicos como resultado de su ideología sobre
las tecnologías vinculadas a la producción agrícola, tal es la conclusión de este trabajo.
Pero si ése es el caso, ¿por qué el rechazo se focaliza en los transgénicos y no en otras
tecnologías que alteran la agroecología?
Los transgénicos tienen un alto nivel de rechazo en las ciudades, y el MST y su
entorno es conciente de eso (MST, 2003b; Terra de Direitos, 2005).
Por otro lado, el MST es una organización masiva, con fuerte arraigo en el
campesinado brasileño y que hegemoniza el movimiento campesino a nivel mundial.303
Sin embargo, no pretende limitar su influencia al campo, sino que se propone
303
El MST participa también de Vía Campesina, una asociación que desde 1993 reúne a movimientos
campesinos de distintos continentes.
333
“conscientizar a la sociedad y los sectores ya urbanizados de que la reforma agraria es
una lucha de todos”, transformándose así en un movimiento sociopolítico que busca
ampliar la lucha social de base campesina que implica la reforma agraria dentro de una
lucha de clases global (MST, 2000; Harnecker, 2002: 259-260). Pero ampliar la
influencia del MST en las ciudades no es algo sencillo, y esto no se debe a que el MST
cause rechazo en las ciudades, sino a que su problemática principal, la reforma agraria,
es un problema típicamente campesino.
Aquí cobra especial relevancia una propiedad dual que manifiestan los
transgénicos: dada su dimensión controversial, donde además de aspectos científicos
intervienen consideraciones morales, religiosas y políticas, los cultivos transgénicos
repercuten con estruendo en las ciudades; pero sólo existen, en su materialidad concreta,
en el campo. Esta dualidad no se reproduce con ninguna otra tecnología agrícola. Los
transgénicos sólo se cultivan en el campo, pero se vuelven visibles desde las ciudades.
Al oponerse a los transgénicos el MST expresa una convicción ideológica que es
producto, a su vez, de su propia dinámica social interna. Pero al mismo tiempo logra
hacerse escuchar en las ciudades. Y esto no es una sobreinterpretación de la posición del
MST, sino que se refleja en el cambio producido en su propia forma de intervención
pública.
La acción política más visible que el MST realiza desde su origen y la que le
permite crecer, es la ocupación de tierras. Pero a partir de 2003 esto cambió: al finalizar
una “Jornada de Agroecología”, el MST ocupó un centro de investigación de Monsanto.
Esta acción refleja un quiebre en el modo de intervención pública del MST. Hasta
entonces, el MST ocupaba terrenos improductivos y los volvía productivos, con lo que
conseguía asentar familias campesinas al mismo tiempo que mostraba en la escena
pública la importancia del reparto de la tierra. Pero al ocupar las empresas de
biotecnología, la lógica de intervención pública que opera es otra:
“Desde este acto el MST incorpora de manera más explícita en su acción política abrir
confrontaciones más radicales con esas grandes corporaciones que se presentan a la sociedad
como la expresión de lo que es moderno, sofisticado, de lo que es tecnología de punta. Estas
acciones permiten revelar a la sociedad verdades que están ocultas por esas grandes
propagandas… Esas acciones colocan en el gran público la necesidad de estar más vigilante, más
atento a la presencia de estas grandes corporaciones dentro del territorio nacional, y cómo es que
ellas operan en el control y explotación de los recursos naturales, la explotación del trabajo, de
las riquezas naturales del país.” (Entrevista a Tardin, 2006)
334
En marzo de 2006 el MST (dentro de Vía Campesina) ocupó un campo de
experimentación de la empresa biotecnológica Syngenta, la cual habría estado violando
la ley al sembrar transgénicos en las proximidades del Parqué Nacional Iguazú. El
gobernador de Paraná finalmente expropió esos terrenos de Syngenta, y las más de 60
familias campesinas allí instaladas cosechan cultivos agroecológicos (MST, 2007). Para
el MST, esto “es una oportunidad de mostrar lo que producimos, intercambiar
experiencias y fortalecer nuestra lucha contra los transgénicos” (MST, 2006h).
Al ocupar terrenos y centros de investigación de empresas de biotecnología, el
MST se vuelve visible para los habitantes de las ciudades, su discurso es escuchado, su
modo de producir es contemplado y su problemática adquiere otra relevancia. Para el
MST, llegar al gran público de las ciudades es una necesidad política y, por lo tanto, no
podría haber permanecido ajeno a la controversia. En un sentido biológico, los
transgénicos tienen la propiedad de expresar un rasgo específico para el que fueron
diseñados, pero en un sentido sociológico, los transgénicos tienen la capacidad de
amplificar todo lo que los rodea.
7.1.6. Lucha entre el campesino y la máquina
Marx destaca que en el siglo XVII y XVIII ocurrieron numerosas revueltas obreras
contra las primeras máquinas industriales, como las máquinas de tejer o las de esquilar.
A comienzos del siglo XIX un movimiento obrero, a raíz de la implantación del telar a
vapor, llevó adelante una destrucción masiva de máquinas en los distritos
manufactureros ingleses (Marx, 1867: 354-355). Se trata del movimiento luddita,
referente emblemático del rechazo a la tecnología. A lo largo de esta sección he evitado
la comparación entre el rechazo del MST a los transgénicos y las acciones del
movimiento luddita, por dos razones. La primera es que la actitud de un incipiente
movimiento obrero frente a la novedad de las primeras máquinas en los comienzos de la
Revolución Industrial, difícilmente se pueda comparar con la situación de un
movimiento campesino en los albores del siglo XXI. La segunda razón es que la
referencia al movimiento luddita suele ser empleada para estigmatizar a un actor social,
construyendo una imagen de odio al progreso y anhelo de un pasado pre-industrial
(Randall, 1997: 57). Por el contrario, he intentado explorar la realidad en la que está
inmerso el Movimiento Sin Tierra, su propia trayectoria, sus argumentos y la
controversia que rodea a los transgénicos, a fin de describir la densidad de las fuerzas
335
sociales que moldean la posición del MST frente a los transgénicos. No obstante, hay
una observación que Marx realiza sobre el movimiento luddita y que reverbera a lo
largo este trabajo, pues afirma que:
Hubo de pasar tiempo y acumularse experiencia antes de que el obrero supiese distinguir la
maquinaria de su empleo capitalista, acostumbrándose por tanto a desviar sus ataques de los
medios materiales de producción para dirigirlos contra su forma social de explotación. (Marx,
1867: 355)
Esto se vincula con la pregunta contrafáctica que formulara acerca de por qué el MST
no busca apropiarse de los transgénicos y diseñar sus propios cultivos genéticamente
modificados. Si bien he expuesto todos los factores que han aparecido en la historia del
MST y que lo llevan a posicionarse firmemente en un rechazo masivo a los
transgénicos, a la luz de estas observaciones hay otro elemento que se suma a la
respuesta, pero a través de su ausencia. La falta de una tradición que disocie la crítica de
la maquinaria de su forma social de explotación, contribuye sin duda a la clausura de la
posición unívoca del MST frente a los transgénicos, y añade una inquietante cuota de
incertidumbre en la ecuación que Marx describe entre el movimiento obrero, el tiempo
(o experiencia) y su posición frente a la tecnología.
En todo caso, la controversia sobre los transgénicos en Brasil fue intensa, y si bien
desde 2005 hay cada vez más cultivos transgénicos aprobados por la agencia de
regulación, y son empleados cada vez más en la producción agrícola, permanece el
conflicto en la arena pública. Los principales actores que rechazan los transgénicos en
Brasil, son los movimientos de campesinos.
7.2.
Los cultivos transgénicos en Francia
El rechazo que suscitaron los transgénicos en la Unión Europea es conocido. Entre
octubre de 1998 y mayo de 2004 Europa tuvo una moratoria de hecho, puesto que
durante ese período no se autorizó ningún cultivo transgénico, ya que, en cuanto a los
aspectos formales, varios países de la Unión Europea consideraban que debían
modificarse los procedimientos de evaluación de OGMs. Pero también existía ya una
preocupación generalizada sobre los efectos de los transgénicos y, en Francia en
particular, dio lugar a espacios de articulación entre el debate público y la decisión
gubernamental, a través, por ejemplo, de la Conferencia Ciudadana sobre los OGMs.
336
Realizada en 1998, dicha conferencia constituyó un verdadero laboratorio de
experimentación social, al mostrar que “ciudadanos ordinarios” podían apropiarse de
una controversia científica y participar en ella (Joly et al., 2008).
El Parlamento Europeo aprobó una nueva reglamentación sobre diseminación de
OGMs en marzo de 2001 (que reemplazaba la anterior reglamentación de 1990), aunque
los procedimientos de trazabilidad y etiquetado de OGMs se terminaron de aprobar en
septiembre de 2003.304 En mayo de 2004 el Parlamento Europeo aprobó la
comercialización del maíz transgénico Bt11 (propiedad de Syngenta), dando inicio a la
aprobación de otros eventos comerciales de maíz transgénico (resistente a insectos o
tolerante a herbicidas) de Monsanto. Sin embargo, Francia trasladó la reglamentación
europea a la legislación francesa recién en junio de 2008 (cuatro años más tarde), lo que
le valió una multa de 10 millones de euros por haber demorado tanto tiempo.305
Además, a comienzos de 2008 Francia dispuso una cláusula por la que prohibía cultivar
el maíz transgénico de Monsanto MON810 (el único que Francia había permitido hasta
entonces).306 De modo que Francia –lo mismo que Austria, Hungría y Grecia– mantiene
una moratoria sobre los OGM al margen de las decisiones del parlamento europeo. La
Comisión Europea propuso sancionar a Austria y a Hungría y compelerlos a que
deroguen sus prohibiciones a los OGMs. Sin embargo, los ministros europeos reunidos
en marzo de 2009 en el Consejo de la Unión Europea rechazaron las propuestas de la
Comisión y respaldaron las prohibiciones de Austria y Hungría, lo que a su vez implicó
un aval a las medidas adoptadas en ese sentido por Grecia y Francia.307
El rechazo a los OGMs no se produce sólo en instancias gubernamentales, sino
en la mayor parte de la población. En ese sentido, podría considerarse que las medidas
gubernamentales que tienden a prohibir o restringir el uso de cultivos transgénicos en
Europa, se deben a que la industria biotecnológica y la agricultura europea están
rezagadas respecto a los desarrollos americanos, y que por tal motivo aplican medidas
comerciales restrictivas que le permiten ganar tiempo para consolidar su propia
industria (Tambornini, 2003). También conviene tener en cuenta que la Unión Europea
destina alrededor del 50% de su presupuesto a subsidiar su agricultura (a través de la
“Política Agrícola Común”), a fin de mantener la competitividad de ésta en el mercado
304
Ver: Directiva 2001/18/CE, Directiva 90/220/CEE y Reglamento (CE) N° 1830/2003.
305
La multa la impuso la Corte Europea de Justicia en diciembre de 2008.
306
Ver: Gobierno de Francia (2008).
307
Ver: Consejo de la Unión Europea (2009).
337
internacional (Drezner, 2007). Una parte de ese subsidio de vincula con la
productividad: los agricultores que aumentan su productividad reciben un mayor
subsidio. En este escenario, la entrada al mercado de cultivos transgénicos más
productivos que los convencionales, supondría una complicación mayor de la
competitividad agrícola europea. Pues si se adoptaran masivamente dentro de la Unión
Europea, el mantenimiento de este esquema de subsidio a la agricultura implicaría un
desembolso aún mayor, en la medida que el subsidio está vinculado a la productividad
(Drezner, 2007). Todo esto, sin embargo, no es suficiente para explicar que el rechazo a
los transgénicos sea asumido tan vigorosamente por distintos actores sociales. En
Francia se originaron movimientos sociales cuyo eje de acción lo constituían los
transgénicos: en 2003 se creó una organización anti-OGM, los faucheurs volontaires
(“segadores voluntarios”), que desde entonces ha realizado numerosas destrucciones de
parcelas con cultivos transgénicos (Gesson, 2004; Faucheurs volontaires, 2003). En
2010, sólo un 16% de los franceses se mostraba a favor de los alimentos derivados de
OGMs (Gaskell et al., 2010).
Esto repercute en la investigación que existe en Francia sobre los transgénicos.
La Agence Nationale de Recherche (ANR) inició en 2005 un programa para financiar
específicamente la investigación en OGMs. Sin embargo, en 2007 la ANR sólo recibió
7 solicitudes de financiamiento para ese programa, de los cuales fueron aprobados 4.
Como consecuencia de la muy escasa cantidad de propuestas de investigación hacia la
ANR, el programa fue cerrado en 2008 (Pécresse, 2008). Incluso dentro de los tres años
que duró el programa, los proyectos financiados pueden englobarse en tres grupos:
economía y gobernabilidad de los OGMs, evaluación y gestión de riesgos agroambientales, y marcaje y trazabilidad de la expresión de genes (ANR, 2008). Merece
señalarse que todos los proyectos están abocados a analizar distintas formas de riesgos
de los OGMs, pero no hay ninguno que se proponga desarrollar un cultivo transgénico.
Según Marc Fellous, antiguo presidente de la Commission du génie biomoléculaire y
presidente del Conseil scientifique sur les OGM de la ANR, “los jóvenes investigadores
dudan en trabajar sobre OGMs: si sus ensayos a campo, que constituyen una etapa
indispensable, son destruidos, entonces ¿para qué?” (Sciences et Avenir, 2008).
Una de las pocas investigaciones que continúan en Francia en transgénesis
vegetal, es un proyecto del INRA (Institut National de Recherche Agronomique) para
desarrollar una vid transgénica. Esto podría resultar llamativo, pues hay pocas cosas
más cargadas de valores tradicionales asociados a la agricultura que la vid y la industria
338
del vino, como para hacer transgénesis justo en ese ámbito. Sin embargo, el proyecto no
pretendía obtener una vid comercial, sino conocer distintos aspectos de las
enfermedades que atacan al cultivo. En realidad, originalmente el proyecto pertenecía a
una empresa, pero en 1999, en medio de una gran presión pública contra el uso de los
transgénicos, la empresa le cedió el material al INRA, el cual involucró a un público
amplio en el proyecto, transformándolo en una experiencia de evaluación tecnológica
interactiva de la investigación (Joly et al., 2004). De este modo, el proyecto tomó la
forma de un experimento de control social de la transgénesis: los ensayos son
supervisados por distintos actores sociales, incluyendo a sindicatos de agricultores,
consumidores, vecinos y diversas asociaciones. Así, el proyecto de la vid transgénica es
presentado como un ejemplo de gobernanza de la biotecnología, como una experiencia
piloto de concertación entre la comunidad científica y la sociedad civil (INRA, 2003;
Masson, 2008). De todos modos, estos ensayos fueron destruidos por grupos antiOGMs en septiembre de 2009, y nuevamente en agosto de 2010 (INRA, 2009; Morin,
2010).
El objetivo de esta sección es comprender por qué en Francia los cultivos transgénicos
son objeto de una fuerte controversia; por qué –cuando se trata de un transgénico– lo
que se ve en él es una multiplicidad de riesgos. Algunos trabajos explican la posición de
rechazo que causan los transgénicos (u OGMs) en Francia haciendo hincapié en el
hecho de que se perciben más riesgos que beneficios con su uso (Bonny, 2003). Sin
embargo, tal explicación me resulta tautológica: la pregunta no debería ser “¿por qué
quienes perciben riesgos rechazan los OGMs?”, sino “¿por qué se perciben tales
riesgos?”. Contrariamente a los pregoneros de la sociedad del riesgo, que afirman que
los riesgos son objetivos e inherentes a las tecnologías, aquí sostengo que lo que
fundamenta la mirada sobre los riesgos de los transgénicos se encuentra en ciertas
relaciones sociales, en modos concretos en que se articula el ser social y que son éstos
los que determinan la forma de comprender una tecnología, y no al revés.308 En este
sentido desarrollaré primero la forma en que operan tanto las determinaciones
económicas como las determinaciones culturales en la construcción del riesgo asociado
308
En ese sentido, pretendo realizar un análisis que resulta el reverso de lo que hace la teoría de la
sociedad del riesgo, la cual, según Zizek, “aunque conciba la fabricación de riesgos e incertidumbres
como una forma universal de la vida contemporánea, esta teoría no analiza las raíces socio-económicas de
esa fabricación” (Zizek, 2008: 79).
339
a los OGMs. Luego, a fin de ver cómo operan estas determinaciones generales en
sujetos concretos, analizaré la posición que adoptan los agricultores en relación a los
cultivos transgénicos; después describiré la situación de las empresas de biotecnología
en Francia y su percepción de los riesgos; y finalmente analizaré la posición de
científicos que rechazan el uso de cultivos transgénicos.
7.2.1. Los agricultores frente a los transgénicos
Existen en Francia diferentes organizaciones que nuclean a los agricultores. La
Confédération Paysanne es uno de los sindicatos agrícolas que mayor incidencia tuvo
en la oposición a los transgénicos. Se crea en 1987, buscando diferenciarse del sindicato
agrícola hegemónico: la Fédération Nationale des Syndicats d'Exploitants Agricoles
(FNSEA). La diferenciación entre ambas organizaciones no se ejerce necesariamente en
torno al tamaño de las explotaciones agrícolas, sino en función del modo de ejercer la
producción agrícola:
“Hay productores que tienen explotaciones relativamente importantes dentro de la Confédération
Paysanne, quizás como resultado de la transmisión de la explotación, si los padres ya tenían
medios de producción importantes. También hay pequeños productores en la FNSEA, más que
nada como una cuestión histórica, porque después de la guerra la FNSEA desarrolló el mito de la
unidad sindical, por lo que los agricultores, incluso si tenían concepciones divergentes, no debían
separarse. En la FNSEA tienen tendencia a la expansión, a tener cada vez más mecanización, a
concentrar las explotaciones, de pasar de una agricultura familiar a formas de asociación (…) La
demarcación se debe a que la Confédération Paysanne no busca sistemáticamente salvar los
ingresos y su práctica agrícola por la expansión –hay muchos agricultores en el FNSEA que
tienden a expandirse pensando que es la única solución para tener ingresos, y eso se corresponde
a una idea de progreso técnico. En la Confédération Paysanne permanece una agricultura
familiar, una agricultura relacionada con el medio ambiente, una agricultura que reflexiona sobre
el método de producción: sobre los pesticidas, sobre la mecanización, sobre una cierta
artificialización de la agricultura por las semillas.” (Entrevista a Dupont, 2008)
La FNSEA, desde su creación en 1946, buscó que la producción agrícola fuera
incrementando su productividad en base a la inversión en tecnología. Una posición
similar plantea la Asociación General de Productores de Maíz, encargada de promover
la cadena de producción de maíz ante las autoridades, organización que considera que:
“Para orientarse a la exportación hay que ser competitivo, competitivo sobre el plano técnico y
sobre el plano económico. Es por eso que defendemos todos los factores de producción que nos
340
permiten a la vez aumentar el rendimiento y disminuir los costos. En consecuencia, estamos a
favor de la biotecnología y los OGMs.” (Entrevista a Esprit, 2008)
Esta asociación proclama tener un “rol de representación y promoción del maíz y de los
productores”. Extrañado por la naturaleza francamente “latouriana” del enunciado
“representantes del maíz”, le pregunté al Director General de la Asociación de
Productores de Maíz a qué se referían con eso.309 Me respondió que “a veces el maíz es
cuestionado por consumir demasiada agua en relación a otros cultivos y que eso dañaría
el ambiente, pero para nosotros el maíz es un símbolo de la modernidad y del progreso”
(Entrevista a Esprit, 2008). Nuevamente se evidencia aquí que esta organización busca
una expansión económica a través de la agricultura, y la representación que hacen del
maíz y de los transgénicos se ubica en concordancia con ello.
En cambio, la Confédération Paysanne se opone a un modelo de agricultura
industrializada, que buscaría ser competitiva produciendo lo más posible por cualquier
medio, y sostiene en cambio la promoción de una agricultura campesina ligada a la
tierra, respetuosa del medio ambiente, con una producción de calidad y aspirando a la
mayor autonomía posible en el funcionamiento de la explotación agrícola (Perrotin,
2005). En los años que siguieron a su fundación, la Confédération Paysanne fue
manifestando su oposición a una “política agrícola productivista” con varias acciones,
que incluyeron el rechazo al uso de la hormona de crecimiento (BST) para aumentar la
producción lechera. En cuanto a los transgénicos, la posición de la Confédération
Paysanne frente a los mismos comenzó en 1996, cuando los cultivo transgénicos
comenzaron a circular en el mercado mundial. La preocupación de esta organización de
agricultores pronto se ubicó en los riesgos económicos que presentaban los OGMs,
mientras que los argumentos sobre posibles riesgos ambientales fueron aportados por
organizaciones ambientalistas:
“Fueron sobre todo las organizaciones ambientalistas las que llamaron la atención de la
Confédération Paysanne sobre esta nueva técnica, y a partir de ahí la Confédération Paysanne se
informó y en 1996 hizo un primer gran seminario sobre esta técnica, y pronto vimos que los
309
Latour sostiene que los constructores de hechos traducen sus intereses y los de otros que reclutan.
Dentro de esos otros están los no-humanos, que también tendrían capacidad de agencia. Así, Latour dice
que para explicar los hechos científicos hay que estudiar las negociaciones que se establecen entre los
elementos de la sociedad (los actores sociales) y los elementos de la naturaleza (los actantes), donde cada
parte interacciona con otra con intereses propios, tejiendo una red de vínculos y alianzas que terminará
por conformar una visión de la naturaleza que se corresponderá con los intereses de algunos de los actores
(humanos y no-humanos) que intervienen (Latour, 1987; 2001).
341
agricultores quedarían más atrapados en la dependencia de las semillas, quién es el propietario de
las semillas y cómo a través de las patentes que se depositan sobre la innovación tecnológica que
constituyen los OGMs, los agricultores serían más dependientes de las firmas semilleras y
también de las herramientas técnicas que van junto con la planta (por ejemplo, el maíz resistente
al Roundup Ready, el herbicida, debe tener las semillas hechas por Monsanto u otras firmas, y
también debe utilizar el Roundup; lo mismo con cierto tipo de insecticidas). Vimos que el
sistema de mejoramiento de variedades sin OGMs ya estaba relativamente cerrado, relativamente
en manos de las semilleras, y que íbamos a estar todavía más atrapados con los OGMs. Luego
comprendimos que también había un riesgo de contaminación entre variedades OGM y noOGMs.” (Entrevista a Dupont, 2008)
En 1997 la Confédération Paysanne realizó sus primeras acciones (las acciones
consisten en destruir los campos de experimentación de OGMs) contra ensayos de
cultivos transgénicos. Sin embargo, estas acciones recibían una respuesta judicial, y sus
participantes tenían que afrontar juicios. En 2003, uno de sus miembros fundadores,
José Bové, encabezó las destrucciones de unos ensayos de cultivos transgénicos y por
esa acción sería condenado por la justicia. A partir de entonces, en la Confédération
Paysanne consideraron que el riesgo de estas acciones para el sindicato era muy alto, no
sólo por las personas que podían resultar condenadas, sino por los costos financieros
que ello podía implicar para el sindicato. Entonces crearon la organización faucheurs
volontaires, donde participan miembros de la Confédération Paysanne, pero también
personas de las ciudades que no pertenecen al sindicato:
“La Confédération Paysanne apoyó siempre a los faucheurs volontaires. Algunos miembros de
la Confédération Paysanne pertenecen a los faucheurs, otros no. Eso permitió descomprimir la
presión sobre el sindicato y al mismo tiempo amplificar esa lucha y volverla más visible en el
espacio público.” (Entrevista a Dupont, 2008)
En definitiva, la Confédération Paysanne se opone al uso de OGMs, incluso a los
ensayos a campo, diferenciándose así de la FNSEA:
“La FNSEA al principio no tomó una posición muy firme en torno a los OGM, simplemente
sostenía que había que permitir la investigación. Pero poco a poco fueron desarrollando una
estrategia para trabajar en la aceptación –por parte de los agricultores y de la sociedad civil– de
esta técnica. Pero nosotros continuamos mostrando los límites de esta técnica, los peligros
ambientales, sanitarios y socio-económicos para los agricultores, en términos de dependencia de
los agricultores frente a las firmas.” (Entrevista a Dupont, 2008)
342
En definitiva, la agricultura en Francia está dominada por productores más bien
pequeños, con explotaciones de pocas hectáreas. A partir de ahí, algunos (como la
FNSEA y la Asociación General de Productores de Maíz) buscan expandirse, aumentar
sus ganancias, incorporando tecnología a sus cultivos. Otros, en particular la
Confédération Paysanne, buscan conservar su modo de producción en pequeña escala.
Éstos últimos se oponen a los OGMs.
7.2.2. Las empresas de biotecnología en Francia
Las empresas de biotecnología, como cualquier empresa capitalista, desarrollan sus
mercancías en función de la ganancia. En la actualidad, sólo seis empresas
multinacionales acaparan todos los desarrollos en semillas transgénicas que se
comercializan en el mundo. Los cultivos transgénicos les permiten tener un margen de
ganancia extraordinario, por tres vías: a) al ser más productivas que las semillas
convencionales, desplazan a posibles competidores que no comercialicen semillas
transgénicas; b) como las semillas transgénicas suelen estar asociadas a un paquete
tecnológico (la soja resistente al glifosato es útil en la medida que se emplee glifosato),
la ganancia radica en la venta de la semillas pero también en la venta de los
agroquímicos asociados; c) al tener patentes que protegen sus eventos transgénicos, toda
empresa semillera que quiera comercializar un OGM debe pagarle derechos de patente a
alguna de estas seis empresas multinacionales. Sin embargo, es preciso comprender que
la misma lógica que incentiva a estas empresas a buscar mercados donde volcar sus
OGMs para obtener mayores ganancias, no las obliga a ello, sino que lo único
determinante es que exista un margen de ganancia: buscarán maximizarlo, pero si no es
posible orientarán sus estrategias a fin de obtener ganancias allí donde sea posible. Esto
quiere decir que estas empresas buscan que Europa desista de sus políticas y
percepciones contrarias a la biotecnología, y para eso, en Francia, se unieron para crear
un grupo de comunicación y lobby: DEBA.310 Pero también explica que no se retiran ni
se funden por no poder comercializar OGMs. De hecho, Monsanto tiene en Francia la
mayor cantidad de plantas productoras de semillas de toda Europa, sólo que no
producen semillas transgénicas, sino convencionales.
Un caso particular de Francia evidencia esta dualidad. Limagrain es un poderoso
grupo semillero de origen francés, que actualmente ocupa el cuarto puesto a nivel
310
La organización “Débats et Echanges sur les Biotechnologies en Agriculture” (DEBA) es financiada
por BASF, Bayer CropScience, Dow AgroSciences, Pioneer, Monsanto y Syngenta.
343
mundial. Como mostré en el capítulo 4, este grupo creó su propia empresa de
biotecnología vegetal en 1997, dedicada específicamente a desarrollar semillas
transgénicas. Sin embargo, acusando falta de apoyo estatal a la investigación en
transgénicos, fue reorientando sus desarrollos hacia áreas como la genómica y los
marcadores moleculares, con el fin de emplear herramientas de ingeniería genética pero
para facilitar la obtención de variedades mediante mejoramiento convencional. Se
concentraron básicamente en un único proyecto de transgénesis: maíz resistente a
sequía. No obstante, en 2008 decidieron trasladar buena parte de sus investigaciones a
Estados Unidos, por considerar que las destrucciones que sufrían por parte de los
faucheurs volontaires de sus campos de experimentación les impedía desarrollar sus
investigaciones con normalidad.311
Desde las empresas de biotecnología vegetal, explican la controversia como un
fenómeno superestructural, diciendo que creen que lo que ha ocurrido en Francia es que
se decidió sacrificar a los OGMs: ya que públicamente estaban mal vistos, el gobierno
habría accedido a prohibirlos obteniendo así un margen político para introducir otras
medidas (Entrevista a Rigouzzo, 2008).312 Claro que esto no explica por qué
“públicamente estaban mal vistos”. En todo caso, lo interesante es que, en Francia, estas
empresas no han logrado imponer ni sus prácticas ni sus discursos en relación a los
OGMs. Desde la Asociación Europea de Bioindustrias, por ejemplo, se lamentan de que
en los Estados Unidos haya alrededor de 400 ensayos a campo de cultivos transgénicos
con tolerancia a sequía, mientras que en Europa no hay ninguno (Entrevista a Moll,
2009).
Las empresas aseguran que no tienen capacidad de incidir en el debate público,
por cuanto “las empresas privadas en general son mal consideradas por el público
francés” (Entrevista a Rigouzzo, 2008; Entrevista a Toppan, 2008). Hasta ahora, estas
empresas han tenido que trasladarse a otros países o adaptarse a las exigencias del
mercado francés, como Monsanto, que en Francia produce exclusivamente semillas
convencionales y productos fitosanitarios.
311
Este no sería el único caso en Europa. La compañía alemana BASF, desde 2007, habría trasladado la
mayor parte de sus esfuerzos en investigación y desarrollo con OGMs a los Estados Unidos, debido a la
presión de los movimientos anti-OGMs (Theil, 2009).
312
En particular, sostienen que el gobierno francés habría “cedido” los OGMs a los ecologistas a cambio
de mantener las plantas nucleares.
344
7.2.3. Los científicos frente a los riesgos en Francia
Los OGMs han sido objeto de diversas controversias científicas, en relación a los
riesgos para la salud y el ambiente. Pero desde 2002 prácticamente han dejado de
aparecer artículos que señalen riesgos de los OGMs en las revistas científicas más
importantes. Eso señala la clausura de la controversia dentro de lo que es el mainstream
de la comunidad científica internacional. Algunos de los científicos que protagonizaron
las controversias sobre los OGMs continuaron esgrimiendo sus argumentos sobre los
riesgos de los transgénicos en otros campos, fundamentalmente en redes sociales donde
se encuentran con movimientos de campesinos y ecologistas, y donde se transforman en
los referentes científicos en lo que a OGMs se refiere.
A diferencia de otros países, en Francia es común encontrar en la actualidad a
científicos que expresan públicamente su rechazo al uso de OGMs. Esto podría
explicarse en parte por la magnitud que tiene el rechazo a los cultivos transgénicos en
ese país, lo que permitiría constituir una red donde expresar ideas sin que el peso del
consenso de la comunidad científica internacional sea tan significativo. Algunos de
estos científicos han creado organizaciones que difunden los riesgos que tendrían los
OGMs, tales como CRIIGEN (Comité Independiente de Investigación e Información
sobre Ingeniería Genética), creado hacia 1998, o Sciences Citoyennes, creada en 2002 y
que se financia con fondos del Ministerio de Investigación de Francia, del Ministerio de
Cultura, de la Municipalidad de París, y de la Comisión Europea, entre otros. Recién en
2009 un grupo de científicos creó una organización para promover la biotecnología
vegetal (AFBV), la cual presenta un carácter defensivo, de reacción ante lo que
consideran una “situación catastrófica” para la biotecnología de plantas en Francia.313
De modo que en Francia, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina, es común
encontrar científicos que se expresen públicamente en contra o a favor de los OGMs, sin
que se plasme allí un consenso científico al respecto. Pero si la explicación se redujera a
eso, equivaldría a sostener que la disputa que los científicos mantienen en torno a los
OGMs se explica estrictamente en términos de alternativas cognitivas. Evidentemente,
todos tenemos opiniones sobre los más diversos temas, y sería absurdo sostener que
cada una de esas opiniones tiene un sistema de determinaciones económicas y culturales
que la explica. Pero cuando se trata de un tema que afecta seriamente nuestras vidas, las
313
Sobre la Association Française des Biotechnologies Végétales, ver: http://www.biotechnologiesvegetales.com; CRIIGEN: http://www.criigen.org; y la Fondation Sciences Citoyennes:
http://www.sciencescitoyennes.org.
345
posiciones dejan de ser aleatorias y sí tiene sentido encontrar las determinaciones que
las estructuran. En ese sentido, el conocimiento científico se explica, al menos en parte,
por elementos externos a los que profesa el contenido de la ciencia (Hacking, 2000). Es
por eso que el análisis de la posición que asumió un investigador en particular, Christian
Vélot, resulta fundamental para la comprensión de este fenómeno. Como decía, varios
científicos en Francia expresan abiertamente su rechazo al uso de cultivos transgénicos.
Vélot es distinto no por sus argumentos, sino porque tuvo que pagar un costo muy alto
por mantener su posición de rechazo público a los OGMs.
Vélot es profesor e investigador en la Universidad de Paris-Sud XI, donde dirige
un equipo de investigación en el Instituto de Genética y Microbiología. A poco de
regresar de Estados Unidos, en 2000, donde había realizado su posdoctorado, Vélot unió
a su labor de investigación y docencia la tarea de divulgación. En particular, se dedicó a
divulgar los riesgos de los OGMs en la industria agroalimentaria en su calidad de
experto, pues si bien él investiga el metabolismo de un hongo, en sus investigaciones
emplea la transgénesis. Sus acciones de divulgación proliferaron, pero también fueron
aumentando las presiones y sanciones que recibía en función de su posición contraria a
los OGMs. Las primeras presiones que recibió fueron para que no haga mención –en sus
intervenciones públicas contra los OGMs– de las instituciones donde investiga:
“Cuando intervengo en la televisión, en la radio, o cuando intervengo con mis testimonios
defendiendo a los faucheurs volontaires en los procesos que se les inician, soy yo el que habla,
no el CNRS, no la Universidad, no el Instituto de Microbiología, soy yo. Pero claro, yo tengo
que decir en qué soy competente para hablar, por eso figuran las instituciones a las que
pertenezco cuando hablo en televisión, por ejemplo, porque doy mi afiliación institucional, lo
que no quiere decir que hablo en nombre de ellas. Ése fue el punto de partida: fueron presiones
cada vez más frecuentes.” (Entrevista a Vélot, 2009).
Luego, a las presiones verbales, se sucedieron las presiones materiales: supresión del
financiamiento para investigación y privación de estudiantes pasantes. Finalmente, le
comunicaron que no sería parte del Instituto a partir de 2010. También su grupo de
laboratorio sufrió modificaciones. Tenía un equipo a su cargo de 5 personas: un
investigador posdoctorado, un estudiante de doctorado, un técnico y un colega maître de
conférences.314 El posdoctorado terminó su contrato y se fue. El estudiante defendió con
éxito su tesis y se fue a hacer un posdoctorado a Lyon. Vélot presentó un proyecto de
314
Cargo de profesor-investigador, designado por un establecimiento público de enseñanza superior e
investigación.
346
investigación a la Universidad para pedir un laboratorio para 2010 con el equipo
restante de 3 miembros. La Universidad le aprobó el proyecto, pero dos días después de
la aprobación desplazaron al técnico a otro laboratorio, con lo que el equipo de Vélot se
redujo a él y su colega. Todas estas adversidades Vélot las atribuye a reprimendas por
sus intervenciones en contra de los OGMs (Entrevista a Vélot, 2009).
De ser así, sus condiciones de trabajo se vieron seriamente dañadas en virtud de
su posición pública frente a los OGMs. Entonces, ¿por qué asume esa posición pública?
En un sentido opuesto, en Argentina hay numerosos científicos que vierten infinidad de
críticas a algunas noticias sobre eventuales riesgos de los OGMs. Pero las críticas las
suelen hacer en privado. Cuando interrogué a investigadores del Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria y de la Universidad de Buenos Aires acerca de por qué no
intervenían públicamente con esas posturas, todas las respuestas terminaban sugiriendo
que su prestigio podía ponerse en juego innecesariamente por intervenir en esos debates.
Las posiciones en el ámbito privado y las posiciones en la esfera pública son dos
instancias muy distintas, y sólo cuando algo muy ligado a las propias condiciones de
vida es amenazado es que tiene sentido asumir una posición pública aún cuando pueda
traer perjuicios.
Vélot sabe que muchos científicos consideran que no hay riesgos con el uso de
OGMs, y describe así a esos científicos:
“Creo que hay dos categorías de científicos favorables a los OGMs. Hay una minoría que tiene
intereses financieros; tienen vínculos directos o indirectos con las empresas, son muy
influyentes, pero numéricamente son una minoría. La gran mayoría de científicos que dicen que
no hay problemas con los OGMs son totalmente honestos, lo piensan sinceramente, porque es
una tecnología que utilizan frecuentemente en el laboratorio, y por eso terminan banalizando los
riesgos.” (Entrevista a Vélot, 2009)
Lo interesante es que Vélot también utiliza la transgénesis en su laboratorio. Pero
distingue enfáticamente entre un OGM de laboratorio y un OGM en la agricultura. Para
él, los OGMs en el laboratorio son simplemente una técnica, confinada en los límites
del laboratorio. Los medicamentos sintetizados a partir de OGMs tampoco portarían
mayores riesgos, según Vélot, porque la producción se realiza en condiciones
controladas y el producto se conoce a la perfección. Pero un OGM en la agricultura
sería una cosa totalmente distinta, deja de ser una herramienta y se vuelve un fin en sí
mismo, pues se torna imposible controlar a todo un organismo en sus interacciones con
347
el ambiente y la cadena alimentaria. Desde la perspectiva de Vélot, es la imposibilidad
de controlar la complejidad lo que diferencia los niveles de intervención (laboratoriomedicamentos-agricultura) de la transgénesis, y lo que diferencia los riesgos. La
complejidad del ambiente estaría en la base de los riesgos de los cultivos transgénicos.
Pero según Vélot, hay muchos otros científicos que no establecen esta diferencia, que
no ven estos riesgos. A la pregunta de por qué él sí logra ver la complejidad que se
despliega en la agricultura, responde:
“Soy hijo de agricultores. En realidad, mi necesidad de hacer divulgación científica viene del
hecho de que tengo muchos hermanos y hermanas que no son científicos de profesión y me vi en
la necesidad de hacer divulgación para comunicarme con ellos sobre lo que hacía.” (Entrevista a
Vélot, 2009)
Aquí es donde se encuentra la razón de su persistente toma de posición pública frente a
los OGMs. Por más que se trata de un científico y que su vínculo con los OGMs a lo
sumo se concreta dentro del laboratorio, resulta que el medio agrícola constituye una
parte importante de su entorno. Y ese mundo agrícola se vuelve más presente cuanto
más se incrementa su posición contra los cultivos transgénicos:
“Fui muy solicitado para intervenir en el campo, en el mundo agrícola. Soy hijo de agricultores,
pero descubrí toda la amplitud y la riqueza del mundo agrícola a través de mis conferencias. A
partir de ahí, cada vez me hice más sensible a sus problemas, me di cuenta que existen
alternativas a la tecnología OGM para resolver tal y cual problema agronómico. A menudo los
agricultores tienen la solución, porque es su tema, porque durante años han seleccionado semillas
perfectamente adaptadas a determinado nicho ecológico, etc.” (Entrevista a Vélot, 2009)
En su entorno familiar están muy presentes las determinaciones económicas y culturales
que he presentado en esta sección en relación a la posición frente a los OGMs, el mundo
agrícola del interior de Francia constituye su historia y su ambiente familiar.
Generaciones de agricultores ocupando un espacio importante en la producción
agropecuaria y en el espacio público francés, dejan su impronta en un tema que les
atañe. Vélot tiene razones para llevar su posición pública contra los transgénicos mucho
más lejos que la de otros científicos: tiene las razones de la pequeña burguesía agrícola
francesa.
348
7.2.4. La metáfora del vino
Aunque los cultivos transgénicos, en tanto cultivos, suponen un modo de producir en
agricultura, hay factores culturales que no se reducen a una lógica económica. En
Francia, diversos actores sociales enfatizan el hecho de que la agricultura es a la vez una
práctica y una forma de representar esa práctica (“culture transgénique” se traduce tanto
como “cultivo transgénico” o como “cultura transgénica”), que los valores que se
asocian a la agricultura se actualizan al momento de realizarla.
Hay precisamente una actividad que en Francia se ha desarrollado con una
singularidad notable, y que asocia la producción agrícola a un conjunto de valores
culturales, y esta actividad es la elaboración de vino. Una breve descripción de la misma
permitirá señalar algunos aspectos de la determinación económica y cultural que
también encontramos en el caso de los cultivos transgénicos.
Dentro de la vid pueden distinguirse diversas variedades de cepas, y éste puede
ser el criterio dominante para caracterizar un vino. Así sucede en la Argentina, donde
una bodega puede producir un mismo tipo de vino a lo largo de cientos de hectáreas.
Pero en Francia el criterio dominante es otro: el terroir. Se trata de un término que
designa las características geográficas que, se supone, condicionan las cualidades
resultantes de un cultivo. Un terroir particular supone que, en una determinada región,
el clima, las características del suelo y la topografía, se conjugan de modo tal que el
vino que allí se produce tiene cualidades que lo diferencian del que se obtiene en otra
región. Hay una idea de ecología (en tanto conjunto de interrelaciones entre factores
bióticos y abióticos) imbricada en la noción de terroir, y esto implica una valorización
del proceso de obtención del vino y de la complejidad del entorno que rodea a la vid,
por sobre la vid misma o su producto. Asociada a estos valores que se movilizan en la
producción vitivinícola, hay una lógica económica que resulta estrechamente
dependiente: un terroir no suele expandirse, pues sería difícil que las mismas
condiciones que hacen a un ecosistema se reproduzcan en otro lugar. Por el contrario,
resulta más probable que se asigne un nuevo terroir a una región que antes se pensaba
incluida dentro de otra más amplia.
La noción de terroir tiende a preservar una estructura de producción agrícola
basada en pequeñas parcelas, mientras que la preferencia por la cepa (el tipo de uva)
como factor determinante en la producción de vino tiende a volver irrelevante su
estructura de producción. No es de extrañar entonces que en los países con gran
superficie cultivable –y cuya incorporación a la producción de vino es más reciente–,
349
como la Argentina o los Estados Unidos, la elaboración de vino se caracterice por el
tipo de cepa involucrada. En cambio, en los países europeos, con escasa superficie
cultivable –es decir, cuya capacidad de expandir el área de producción agrícola es muy
limitada– tiende a prevalecer la producción de vino remarcando el origen donde se
elaboró. El país donde se desarrolló la demarcación de origen de viñedos de un modo
más completo es Francia (Unwin, 1996; Pratt, 2007). Esta adopción del criterio de
demarcación de origen no estuvo exenta de conflictos. De hecho, una de las primeras
denominaciones de origen, a principios de siglo XX, concedió la apelación de
champagne a los vinos producidos en determinadas localidades de Francia, hecho que
despertó una serie de protestas por parte de los agricultores que no se encontraban en las
zonas favorecidas. Las protestas se apaciguaron recién en 1927, cuando se concedió que
otras 71 comunas podían tener la apelación de champagne (Unwin, 1996: 313-314)
El tipo de categorización en función de la noción de terroir se expandió a otros
productos agroalimentarios, como el queso (Pratt, 2007: 290). En Francia, la
certificación de los quesos en función de sus características de origen ha permitido que
la producción agropecuaria tradicional de baja densidad pueda continuar de un modo
sustentable, evitando así la intensificación e industrialización de la producción de
quesos (Ilbery et al., 2005: 125). Por cierto, la denominación de origen no es
simplemente una cuestión formal, o una mera estrategia comercial: “los locales
aseguran que la leche y el queso saben diferente según dónde fueron producidos”
(Grasseni, 2003: 269). También para el comprador, en el comercio de productos que
certifican sus características de origen, se ingresa una dimensión simbólica al
adquirirlos: al afirmar que los elementos de origen están presentes en la comida, uno
reconoce en ese producto las cualidades de su origen, y eso se introduce en un
intercambio que deja de ser meramente económico, para afirmar el mutuo
reconocimiento a las condiciones y características de la región de origen (Grasseni,
2003).
Así como en Francia el vino debe sus cualidades a las características del
ecosistema donde se elaboró, los cultivos convencionales tienen asegurada su calidad
por cuanto se los considera componentes de una complejidad de relaciones socioambientales donde se realiza la agricultura. En cambio, los cultivos transgénicos tienen
un elemento universal y ajeno a la especificidad de esos ambientes (el transgén), lo que
en consecuencia es sentido como exterior a sus valores y fuente de diversos riesgos.
Uno de estos riesgos, la contaminación genética (con lo que se refiere a la posibilidad de
350
que el transgén se traslade a otros cultivos), supondría directamente un ataque a ese
valor central que se adjudica a la especificidad de cada ecosistema, a que cada uno sea
distinto entre sí. Los riesgos para la salud se asocian a los fenómenos imprevisibles que
podrían ocurrirles a quienes consumieran los productos derivados de cultivos
transgénicos, por oposición a la confianza que brinda la tradición de los productos
propios de cada ecosistema. Además, las patentes sobre los transgénicos conducirían a
una dependencia de los agricultores respecto a las grandes empresas semilleras,
poniendo en riesgo la estructura social de producción agrícola. Nótese que los riesgos
asociados al uso de cultivos transgénicos son bien distintos entre sí, pero tienen en
común el hecho de que contaminan la seguridad del orden socio-ambiental establecido.
En palabras de Mary Douglas, las ideas sobre la contaminación se relacionan con la
vida social, pues “ciertos valores morales se sostienen, y ciertas reglas sociales se
definen, gracias a las creencias en el contagio peligroso” (Douglas, 1973: 16).
También los productos convencionales (incluidos, por cierto, los productos
“orgánicos” o “ecológicos”, que tienen una etiqueta que garantiza el proceso por el que
han sido obtenidos) gozan de una certificación en cuanto a su origen, aunque en este
caso es por oposición a los transgénicos. Quienes rechazan el uso de OGMs reclaman
que los mismos tengan un estricto sistema de trazabilidad y etiquetado, a fin de
diferenciarlos. Aquí, la certificación serviría para exponer los riesgos públicamente
asociados a los transgénicos, mientras que los productos “sans OGM” (libre de
transgénicos) carecerían de riesgos.
Llegado a este punto, el lector habrá notado que los valores culturales asociados
a un modo determinado de producción de vino son similares a los que se esgrimen para
rechazar los cultivos transgénicos. Sin embargo, podría agregarse que la elaboración del
vino en Francia no constituye sólo una metáfora para explicar la situación de los
transgénicos, sino que ambos –el modo en que es aceptada la producción de vino y la
manera en que son rechazados los OGMs– podrían pertenecer a una misma lógica
cultural. Mary Douglas define como “tendencia cultural” al modo en que se articulan las
preferencias individuales respecto a la autoridad, el liderazgo y la competencia, y
sostiene que la elección por la medicina espiritual puede explicarse como perteneciente
a una tendencia cultural, de modo que es de esperar que haya otras elecciones de ese
individuo consistentes con esa tendencia cultural, como respecto al régimen alimentario
o la ecología (Douglas, 1996). En esa misma línea es que cabe sostener que la elección
por una agricultura no transgénica no es una preferencia aislada, independiente de otros
351
valores culturales. En la elaboración del vino en función de los pequeños ecosistemas,
en la de los quesos en el mismo sentido, y en el rechazo a los transgénicos pueden
encontrarse articulaciones sistémicas. Pueden encontrarse otros ejemplos, como la
predilección –incluso en grandes ciudades, como París– por las ferias de alimentos, en
lugar de los grandes hipermercados. El factor común es la valorización de aquello que
se produce en pequeña escala: lo artesanal, lo local, son representados como poseedores
de cualidades diferenciales. El resultado general es una valorización cultural de la
pequeña burguesía. Aquí me aparto claramente de las tendencias culturales como las
entiende Mary Douglas, en tanto ella no explica cómo se originan y mantienen las
tendencias culturales, y su posición anti-determinista la lleva a sostener que “las
presiones culturales no obligan a nadie a elegir un camino u otro” y “ni la demografía,
ni los ingresos, ni la educación revelan la tendencia cultural” (Douglas, 1996: 60-63).
Por el contrario, aquí argumento que sí existe una estructura a partir de la cual se
determinan las preferencias culturales que llevan a rechazar los OGMs y elegir
determinados modos de producción agrícola. Por “estructura” no me refiero sólo a las
relaciones simbólicas del orden cultural, sino que pretendo mostrar que existen tanto
determinaciones culturales como materiales en estas “preferencias culturales”.
La forma particular en que se forma el precio del vino, a partir de la apetencia de
compra y la capacidad de pago de los compradores, fue distinguida por Marx, señalando
que el productor podía fijar un precio monopólico gracias “a la riqueza y a la pasión de
los bebedores exquisitos de vino” (Marx, 1894: 719). Este mismo ejemplo es retomado
recientemente por David Harvey, quien sostiene que la valorización de un producto en
función de sus singularidades locales es una forma de mantener los privilegios de la
renta monopólica en tiempos de globalización: “la industria europea del vino, liderada
por los franceses, busca preservar las rentas monopólicas insistiendo en las virtudes
singulares de la tierra, el clima y la tradición (aunadas bajo el término francés ‘terroir’)
y la distinción de su producto certificado por un nombre” (Harvey, 2001: 400). No por
casualidad, los críticos de vino estadounidenses evalúan los vinos en función de su
sabor, despreciando la noción de terroir y las implicaciones histórico-culturales
asociadas a la misma, lo que ha dado lugar a intensas confrontaciones entre la industria
del vino francesa y los críticos estadounidenses. Lo interesante es que esto refleja que la
misma globalización del mercado tiene como una de sus contradicciones el hecho de
que produce “una poderosa fuerza que busca garantizar no sólo la continuidad de los
privilegios monopólicos de la propiedad privada sino las rentas monopólicas que se
352
derivan de representar a las commodities como incomparables” (Harvey, 2001: 402). En
este sentido, las semillas transgénicas implican un modo globalizado de producción
agrícola, por cuanto el transgén fue incorporado en un laboratorio, ajeno a toda
impronta localista –aunque luego el transgén debe incorporarse a las variedades locales
del cultivo para maximizar su productividad– y las empresas que poseen la propiedad de
esos genes son muy pocas en todo el mundo. En contraposición, las formas de
representar a la agricultura como una práctica que alcanza sentido y aporta seguridad en
sus productos finales sólo mediante la conservación de la complejidad ambiental de
cada ecosistema, constituye una forma de preservar las estructuras sociales –la
agricultura familiar y la pequeña burguesía agrícola– que el despliegue de un mercado
globalizado tiende a concentrar.
7.2.5. Algunas consideraciones sobre la controversia en Francia
En esta sección he intentado mostrar que el particular modo en que son concebidos los
cultivos transgénicos puede explicarse en función de dos tipos de condicionamientos: la
estructura económica del sector de productores agrícolas, y la valorización cultural de
los modos de producción de la pequeña burguesía. En Francia, la fuerte presencia
relativa de la pequeña propiedad agrícola, junto con un sistema de valores sólidamente
instalado que tiende a jerarquizar lo producido en términos locales y de pequeña escala,
confluyen para articular una posición frente a los cultivos transgénicos que resulta
funcional a esos condicionamientos.
En un estudio comparativo entre Estados Unidos y Francia a propósito de los
OGMs, Gaudillière y Joly (2006) sostienen que mientras en el primero se expresa una
regulación en base al mercado, en Francia juega un rol preponderante una regulación de
tipo “cívico-consumidor” y “estatal”. Es indudable, como mostré aquí, que en Francia la
participación de diversos actores sociales en la cuestión de los cultivos transgénicos
sobrepasa lo que ocurre en otros países, incluyendo, evidentemente, a los Estados
Unidos. Ahora bien, los modelos que contraponen Gaudillière y Joly, indican que en
Francia el Estado y los consumidores-ciudadanos actuarían por fuera de una lógica del
mercado. Pero en función de lo que he desarrollado aquí, podría sugerirse que la
posición de estos actores sociales en Francia encarna precisamente la forma particular
que adopta el mercado (sobre todo, el mercado agroalimentario) en ese país. Es un
mercado con fuerte presencia de la pequeña burguesía lo que explicaría el rechazo a los
OGMs, más que una supuesta autonomía sobre el mercado.
353
Según Ludwik Fleck, “cada época posee concepciones dominantes, a la vez
depositarias de trazas del pasado y favorables a desarrollos futuros, de manera análoga a
toda forma social” (Fleck, 1935: 56). Quedaría por agregar que el estilo de pensamiento
que encuentra diversidad de riesgos en los OGMs no sólo es análogo a una forma social,
sino dependiente de ésta. Lo cierto es que cuando un estilo de pensamiento impregna
fuertemente la vida cotidiana, cuando se torna una evidencia inmediata, entonces su
cuestionamiento deviene impensable, inimaginable (Fleck, 1935).
En la afirmación de los riesgos de los OGMs hay un sistema de valores que
regula el mantenimiento de las conductas y las prácticas de un sector importante de la
sociedad. Pero eso no significa que las afirmaciones sobre los riesgos de los OGMs
carezcan de sustento empírico. Lo que interesa en este capítulo es mostrar que tales
afirmaciones se mantienen no por ser verdaderas, sino porque permiten sostener una
forma de vida social. Los OGMs en Francia son vistos como una amenaza ante el
pequeño tesoro que se quiere conservar. Los riesgos ambientales y para la salud de las
nuevas tecnologías, y sus efectos definitorios de un nuevo tipo de sociedad, la sociedad
del riesgo, pueden ser sólo teorizaciones, pero son asimilados como conceptos a priori
cuando las relaciones de propiedad se ven amenazadas por esas tecnologías, y con ellas,
los valores culturales asociados.315
7.3.
Controversia en la Argentina
La investigación para desarrollar plantas transgénicas en instituciones públicas comenzó
a mediados de la década de 1980, y los transgénicos comenzaron a utilizarse en la
agricultura en 1996. A pesar de ser uno de los primeros países en tener investigaciones
y aplicaciones sobre cultivos transgénicos, en la Argentina no hubo una controversia
sobre el uso de los mismos. Ello no significa que los transgénicos se hayan comenzado
a emplear sin discusiones ni controles. Como expliqué en el capítulo 5, en 1991 se creó
una agencia específica para la evaluación de OGMs, y en torno a ella se reunieron
expertos que dieron forma a un marco regulatorio. Fue finalmente cinco años después,
en 1996, que el primer cultivo transgénico se aprobó en el país. De modo que sí existió
un debate y un análisis de los OGMs, pero estuvo confinado a un espacio cerrado
alrededor de los expertos en la materia, y que nunca alcanzó la arena pública.
315
Según Marshall Sahlins, los nuevos acontecimientos siempre son apropiados en función de conceptos
a priori, pues la referencia al mundo es un acto de clasificación (Sahlins, 1985: 136).
354
¿Es que no existen en la Argentina organizaciones sociales que hayan tomado a
los transgénicos como eje de discusión? Sí, hay organizaciones de diversa índole que
han abordado la cuestión de los transgénicos, aunque sin la intensidad con la que se dio
en otros países.
Greenpeace se instaló en la Argentina en 1987.316 Se bien ha realizado algunas
intervenciones públicas puntuales en torno a los transgénicos, no fue uno de los ejes
centrales de sus campañas en el país, como sí lo fue, por ejemplo, la conservación de los
bosques (Poth, 2010). En Brasil, y en Europa, en cambio, Greenpeace tomó la oposición
a los transgénicos como uno de sus principales objetivos.
Como organizaciones de carácter estrictamente local, se puede mencionar al
Grupo de Reflexión Rural, surgido a fines de la década de 1990. Es una organización de
una docena de personas, que promueve una agricultura de tipo “orgánico” y ataca
fervorosamente a los transgénicos.317 Con un discurso esencialista (ver Introducción de
esta tesis), considera que los transgénicos son los “responsables en buena medida del
despoblamiento rural y de la carencia de alimentos en muchísimos hogares argentinos”
(Rulli, 2003). Esta organización realizó algunas actividades en conjunto con el
Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero (MOCASE), el cual, según sus
propias estimaciones, nuclea a unas 9.000 familias en dicha provincia argentina.318 En
un encuentro de organizaciones ecologistas y campesinas de Argentina, Brasil y
Uruguay, declararon la necesidad de oponerse “al actual modelo de desarrollo, al
proyecto agro-exportador, y a la transgénesis, que afectan trágicamente a los pueblos del
Cono Sur” (Contraencuentro de Iguazú, 2005).
Pero ninguna de estas organizaciones instaló un debate en la arena pública
respecto a los transgénicos. Acaso lo más cercano a ello fue una controversia desatada
en 2009 en torno al glifosato.
En 1976, Monsanto comenzó a comercializar el herbicida Roundup Ready, cuyo
principio activo es el glifosato. Éste es un herbicida de amplio espectro. Al utilizarse
con un cultivo transgénico que posee tolerancia a dicho herbicida (como la soja RR), el
316
La oficina que instaló en 1987 Buenos Aires fue la primera que Greenpeace abrió en un país en vías de
desarrollo. Ver: http://www.greenpeace.org/argentina/es/sobre-nosotros/Nuestra-Historia/.
317
Sobre el tipo de actividades
http://www.grr.org.ar/agenda/index.php
que
realiza
el
Grupo
de
Reflexión
Rural,
ver:
318
El MOCASE surge en 1990 en la provincia de Santiago del Estero (Metcalf, 2004). Al igual que el
Movimiento Sin Tierra de Brasil, pertenece a Vía Campesina.
355
glifosato elimina todas las plantas, salvo el cultivo transgénico. La patente de Monsanto
expiró en 2000, por lo que desde entonces diversas empresas lo comercializan.
En abril de 2009, en el contexto de un conflicto entre el gobierno y los
empresarios agrícolas por las retenciones a las exportaciones de soja, un investigador
dio a conocer, a través de un periódico, sus conclusiones sobre el glifosato. El Dr.
Andrés Carrasco (investigador en embriología de la Universidad de Buenos Aires, y
Subsecretario de Innovación Científica del Ministerio de Defensa) comunicó en dicha
nota que debían limitarse el uso del glifosato, ya que sus investigaciones mostraban que
ante un mínimo uso del mismo se producían efectos negativos en la morfología de
embriones, pues en sus experimentos, Carrasco habría inyectado glifosato en embriones
de anfibios y comprobado efectos nocivos del mismo (Aranda, 2009a). El Ministro de
Ciencia y Tecnología relativizó los alcances de la investigación, al sostener que no
podía extrapolarse un ensayo sobre tejidos de anfibio a lo que podría ocurrir en el
campo, y aclaró además que las afirmaciones sobre el glifosato correspondían a un
investigador particular, no a un panel de expertos (Barañao, 2009). Carrasco volvió a
remitirse a los medios de comunicación masiva para advertir que estaba recibiendo
presiones por sus afirmaciones sobre el glifosato, a la par que señaló que el mismo tipo
de investigaciones ya había sido llevada a cabo por otros científicos, como el francés
Gilles-Eric Séralini (Aranda, 2009b). Carrasco recibió el apoyo de numerosas
organizaciones e individuos (Grupo de Gestión, 2009). Un Consejo Científico
Interdisciplinario fue convocado en el marco de la Comisión Nacional de Investigación
sobre Agroquímicos (dependiente del Ministerio de Salud), específicamente para
analizar la peligrosidad del glifosato, en función de la repercusión que había tomado el
caso Carrasco. En julio de 2009, el Consejo publicó un extenso informe, en el que
concluyó que bajo condiciones de uso responsable, el glifosato implicaría un bajo riesgo
para la salud humana o el ambiente (Consejo Científico Interdisciplinario, 2009).
Carrasco considera que dicho informe carece de sustento, por cuanto cita en repetidas
ocasiones a estudios financiados por la firma productora de glifosato (refiriéndose a
Monsanto) (Blanco, 2010).
Mientras estos episodios tenían lugar, el glifosato fue cuestionado también por el
modo en que era empleado por los productores agropecuarios. Éstos rociaban los
campos desde aviones cargados con glifosato. Vecinos de la localidad de San Jorge, en
la provincia de Santa Fe, acudieron a la justicia para pedir que se suspendan las
pulverizaciones, pues éstas caían sobre la población. La Justicia avaló el pedido,
356
prohibiendo su uso a menos de 800 metros del límite comunal (Fernández, 2010b).
Según un miembro del Grupo de Reflexión Rural, ya existía cierta preocupación por el
glifosato, pero a partir de las declaraciones de Carrasco el tema explotó y cobró una
relevancia mucho mayor (Loewy, 2009).
Finalmente, un año y medio después de que Carrasco diera a conocer sus
conclusiones sobre el glifosato en un periódico, salió publicado su artículo en una
revista científica (Paganelli et al., 2010). Según el Ministro de Ciencia y Tecnología, la
investigación de Carrasco sólo confirmaba que el glifosato agregado a embriones de
batracios produce determinados efectos (Barañao, 2010). La investigación de Carrasco
también recibió las críticas de Keith Solomon, un especialista canadiense en
toxicología, quien sostiene que Carrasco había generado condiciones totalmente irreales
para probar el glifosato, tales como utilizar dosis muy superiores a la concentración
normal a la que se puede exponer a los anfibios, inyectar directamente el glifosato en los
embriones, y hacerlo en placas de Petri, donde el producto no puede lavarse como
ocurre en el medio ambiente (Sammartino, 2010).
De todos modos, y aunque sea lo más cercano que podría registrarse como una
controversia pública sobre los transgénicos en Argentina, en rigor no constituye una.
Por un lado, no se refirió estrictamente a los transgénicos, sino al glifosato. Aunque por
momentos, el debate parecía juntar en una misma bolsa diversas cuestiones, pues
Carrasco afirmó que el origen del problema estaba en la mercantilización de la
agricultura (Pérez, 2010). Por otro lado, aunque captó la atención de los medios de
comunicación y de algunos movimientos sociales, la intensidad y permanencia del
debate no es equivalente al que se registró en países como Brasil o Francia.
No obstante, hay algunos elementos de esta controversia que la asemejan a las
presentadas en el capítulo anterior, es decir, a las que se ubicaron en la interfaz entre la
controversia científica y el problema público. Tal como ocurrió con Pusztai, se trató de
una controversia que se disparó cuando un científico acudió a los medios masivos de
comunicación para dar a conocer su punto de vista en función de sus investigaciones,
las cuales serían publicadas en revistas científicas mucho más adelante. También
ocurrió que los actores involucrados cuestionaron la validez de otros estudios por estar
financiados por empresas biotecnológicas. Ello se había manifestado, por ejemplo, en la
controversia del maíz mexicano. Por otro lado, Carrasco, al igual que los científicos que
mencioné en las controversias pasadas, se vinculó con otros actores sociales a partir de
sus argumentos, lo que contribuyó a ampliar la controversia hacia un público más
357
amplio. Así, desde que apareciera en los medios masivos de comunicación, Carrasco dio
charlas en diversos puntos del país, acompañado en ocasiones por el Grupo de
Reflexión Rural.319
Por otra parte, salvo algunas excepciones puntuales como el informe del Consejo
Científico Interdisciplinario, no hubo una participación de científicos en torno al debate
sobre la investigación de Carrasco. Los investigadores argentinos que entrevisté para
esta tesis, biólogos moleculares del INTA y del INGEBI, todos tenían numerosas
críticas para hacerle: desde cuestiones formales (su renuencia a atravesar primero la
evaluación por pares que supone una publicación científica), hasta otras más ligadas a
las conclusiones de la investigación, como la imposibilidad de extrapolar un producto
inyectado en un embrión hacia su uso en la agricultura. Sin embargo, todos ellos se
rehusaban a intervenir públicamente para manifestar su punto de vista respecto a la
controversia sobre el glifosato. La razón que dieron es que el glifosato es un emblema
de Monsanto, y ningún investigador de una institución pública tiene interés en que se lo
asocie como un defensor de Monsanto. Así, la controversia sobre el glifosato en la
Argentina transcurrió sin mayores debates científicos.
7.4.
Comparando la estructura agrícola en Francia, Brasil y Argentina
El desarrollo de las controversias sobre los transgénicos responde a una matriz variada y
compleja, donde intervienen desde las trayectorias e interacciones entre los científicos,
hasta los valores culturales en un sentido amplio. No obstante, si centro el análisis en los
intereses sociales de las controversias, hay un elemento de la estructura social que se
destaca, y es el tipo de producción agropecuaria que está establecida en cada país.
La producción agrícola en Francia tiene como uno de sus sujetos dominantes a
los pequeños productores. Los grandes latifundios no son la figura principal de la
propiedad agrícola en Francia, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina. Si se toma
a las propiedades agrícolas de menos de 100 hectáreas, en Francia éstas representan
cerca de del 42% de los terrenos cultivables. Si se compara con Brasil, país que ha ido
incrementando su superficie cultivada con transgénicos hasta ocupar el segundo lugar
mundial –pero atravesando una fuerte resistencia interna, encabezada en buena medida
por campesinos que buscan sostener un modelo de agricultura familiar, como en el
319
Ver, por ejemplo: La Nueva Provincia (periódico de Bahía Blanca), 2 de junio de 2010; UNO
(periódico de Entre Ríos), 17 de noviembre de 2010; Río Negro (periódico de Río Negro), 7 de octubre de
2010; Diario Chaco (periódico del Chaco), 7 de agosto de 2010.
358
Movimiento Sin Tierra (Pellegrini, 2009)– se observa que allí las propiedades de menos
de 100 hectáreas ocupan el 21% de la superficie cultivable del país. Si se incluye en la
comparación a la Argentina –país pionero en la incorporación de los cultivos
transgénicos, y que en ningún momento ha atravesado una controversia pública
significativa en torno al uso de los mismos–, la diferencia se vuelve drástica: las
propiedades de menos de 100 hectáreas sólo ocupan el 2,8% de la superficie agrícola
del país.320 Estos datos (ver Cuadro 9) permiten poner en evidencia un primer nivel de
determinación de la posición en torno a los cultivos transgénicos: cuanto mayor es la
presencia de la pequeña propiedad agrícola en la agricultura de un país, mayor es el
nivel de conflictividad social que plantea el uso de cultivos transgénicos.
Cuadro 9. Relación entre la estructura social agropecuaria y la controversia sobre los transgénicos.
Propiedades
con
Conflictividad general
menos
100
en
de
hectáreas*
relación
a
los
OGMs**
Francia
41,7%
Alta
Brasil
21,1%
Media
Argentina
2,8%
Baja
Fuente: Elaboración propia en base a datos de Agreste-Ministère de l’Alimentation, de l’Agriculture et de
la Pêche (Agreste, 2008), Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE, 2006) e Instituto
Nacional de Estadística y Censos (INDEC, 2002).
* Valores obtenidos en función de la superficie que representan las explotaciones con menos de 100
hectáreas en relación a la superficie total dedicada a la agricultura.
** Comparación en cuanto al grado de repercusión de la controversia pública sobre OGMs, las acciones
efectuadas en ese sentido y la percepción pública sobre los OGMs.
320
Utilizo como índice de comparación a las propiedades con menos de 100 hectáreas, por varios
motivos. En primer lugar, es el único valor disponible para realizar comparaciones estadísticas entre los
tres países que se mencionan aquí. Si el indicador disminuyera “hasta 50 hectáreas”, se observarían sólo
datos de Francia y Argentina, aunque la diferencia sería igualmente significativa: en Francia en 2007
representan el 13% (y representaban el 18.8% en 2000), mientras que en Argentina, en 2002, representan
apenas el 1.3%. Además, la categoría de “pequeño productor” es difícil de establecer con claridad, pues
existen varios criterios, según el rol que se le dé a la disponibilidad de capital, tecnología, tierra, mano de
obra empleada, trabajo familiar y forma de producción (Scheinkerman de Obschatko et al., 2007). Desde
ya, tomar como pequeño producto a quien posee hasta 100 hectáreas es un indicador demasiado laxo y
equívoco de “pequeño productor”, aún cuando existe una relación entre el tamaño de la propiedad y el
tipo de productor. En todo caso, aquí me limito a efectuar la comparación en torno a la extensión de las
propiedades agrícolas, para comparar el peso relativo de las propiedades menores a 100 hectáreas en el
total de la estructura de producción agrícola de cada país. Los datos también presentan una disparidad en
el año del muestreo, lo que depende del momento en que se realizó cada censo. El de Argentina data del
2002, el de Brasil, del 2006, y el de Francia, del 2007. De todos modos, las diferencias entre los países se
mantienen respecto a unos años atrás. El censo de Brasil de 1995, por ejemplo, revela que los
establecimientos con menos de 100 hectáreas representaban el 19.96% del total. El censo de Francia de
2000 muestra que los establecimientos con menos de 100 hectáreas representaban el 51.3% del total.
359
Se trata de una relación altamente sugestiva. Hay una explicación a esa relación, y es
que cultivar un transgénico no supone simplemente sembrar una semilla particular, sino
que suele venir asociado un paquete tecnológico que implica disponer de un cierto
capital para poder sustentarlo. Tal es el caso de la soja transgénica resistente al
glifosato, que maximiza su productividad cuando se la emplea conjuntamente con el
herbicida glifosato y recurriendo a métodos de siembra directa, para lo cual se emplean
maquinarias destinadas a tal fin. De este modo, a mediados de la década de 1990, en la
Argentina los productores agrícolas poseían maquinaria moderna –fruto de la política
monetaria que favorecía las importaciones en detrimento de las exportaciones– pero el
escenario global había cambiado hacia una baja en los precios internacionales de los
principales cultivos, y su nivel de endeudamiento era creciente. Esto hizo que la soja
RR fuera rápida y masivamente incorporada (Bisang, 2007). Debe tenerse en cuenta,
por lo demás, que la propiedad agropecuaria argentina ya presentaba un perfil de gran
concentración. En 1988, el censo mostró que la superficie ocupada por propiedades con
menos de cien hectáreas representaba apenas el 3.78% del total (Censo, 1988).321
En la Argentina existen, como en el resto de los países, organizaciones sociales
que se oponen al uso de los transgénicos. Pero lo que es marginal, en términos
estadísticos, es el tipo de productor agropecuario que puede ver dificultada su actividad
de pequeña escala por la incorporación de los transgénicos.
La representación de los riesgos de los OGM responde a una lógica según la cual
toda nueva técnica que se ingrese en la complejidad de los ecosistemas agrícolas puede
iniciar desastres irreversibles. Quiero decir que esos riesgos pueden tomarse como
metáfora de otro riesgo: la pérdida de la pequeña propiedad agrícola. Si en Argentina
los riesgos sobre los OGMs nunca ingresaron con fuerza en la esfera pública, eso puede
deberse, en gran medida, a que la pérdida de la pequeña propiedad agrícola ya se había
consumado antes de la llegada de los cultivos transgénicos.
321
Si bien con anterioridad a la dictadura militar los porcentajes eran un poco mayores, tampoco eran
radicalmente distintos. El censo de 1914 mostró que en la región pampeana, la superficie ocupada por
propiedades con menos de cien hectáreas era del 5.8%. En 1937 había aumentado al 8.1%. En 1947 se
situaría en el 7.9%. En 1960 alcanzaría el 8.5%, para descender, en 1969, al 7.7%. Pero por otro lado, el
tamaño promedio de una propiedad agropecuaria en dicha región se incrementó considerablemente tras la
dictadura. En 1969, se ubicaba en las 277.7 hectáreas, una cifra muy similar a la de 1937. Sin embargo, en
1988 la propiedad agropecuaria promedio en la región pampeana había pasado a tener una superficie de
369.2 hectáreas, lo cual es otro indicador del proceso de concentración de la tierra que se dio durante la
dictadura. Los datos estadísticos pueden consultarse en Barsky y Pucciarelli (1991).
360
¿Qué ocurre en otros países? En España, los productores que han cultivado maíz Bt no
se diferencian –en cuanto a su tamaño– de los que cultivan maíz convencional: ambos
tienen una media de 25 hectáreas (Gómez-Barbero et al., 2008). Sin embargo, en un
estudio sobre la adopción del maíz Bt en los Estados Unidos, se encontró que la misma
dependía directamente del tamaño de la explotación. La explicación radicaría en que el
maíz Bt está diseñado para combatir insectos, los cuales varían en su incidencia según la
región, de modo que es esta última variable la que jugaría un papel decisivo para el caso
del maíz Bt (Fernandez-Cornejo y McBride, 2002). Por otro lado, ¿cuán significativa es
la adopción de transgénicos en España? Las cifras de la agricultura en España (tanto
convencional como transgénica) son marginales respecto a las millones de hectáreas que
destinan a los transgénicos Argentina, Brasil o Estados Unidos.322 Aún más: en 2009,
España registró una disminución del 4% en la superficie que destina a maíz Bt con
respecto al 2008 (James, 2009). De modo que el papel que ocupa España en la adopción
de transgénicos es sobre todo emblemática: es el principal usuario europeo de OGMs, y
el que desde 1998 viene sosteniendo su uso.
Si en la comparación introducimos, en cambio, a los Estados Unidos, el principal
productor de OGMs del mundo (con 64 millones de hectáreas en 2009) y donde no ha
habido controversias en la arena pública sobre el uso de transgénicos, su perfil coincide
con la caracterización general que realicé: las propiedades con menos de 100 hectáreas
son una minoría y representan, en los Estados Unidos, entre el 11% y el 12.8% de la
superficie agropecuaria (NASS, 2009).323
Pero si bien la composición de la estructura social funciona como un primer nivel de
determinación general en relación a la percepción y posición respecto a los
transgénicos, por sí solo no es suficiente para explicar las singularidades que presenta el
uso de cultivos transgénicos en cada escenario. En primer lugar, no todos los
transgénicos implican la incorporación de un paquete tecnológico asociado. Tal es el
caso de la otra característica transgénica que circula en el mercado (además de la
mencionada tolerancia a herbicidas): la resistencia a insectos. En particular, el maíz Bt
no requiere de condiciones de producción sofisticadas para maximizar su rentabilidad.
322
Sobre las características de la producción agropecuaria en España, ver: INE (2007).
323
La variación en las cifras responde a que las mediciones en los Estados Unidos se hacen en acres, y en
el censo consideran el tamaño de las explotaciones hasta 219 acres (88.6 hectáreas) o hasta 259 acres
(104.8 hectáreas).
361
El principal cultivo en Francia es precisamente el maíz, con el que se siembran entre 3 y
3.5 millones de hectáreas por año, pero no transgénicos. De modo que para comprender
las controversias sobre los OGMs es necesario incorporar un análisis de los valores
culturales, es decir, del modo en que los transgénicos son representados dentro de un
sistema de valores. Es por ello que al analizar la controversia en Francia y en Brasil
presté particular atención al modo en que los actores involucrados se representaban los
transgénicos, cómo consideraban que impactaban en su visión de la naturaleza y la
sociedad. Pero la estructura social en la producción agrícola funciona como un
condicionante de indudable peso en el desarrollo de las controversias sobre los
transgénicos, y de estrecha relación con los valores asociados a las prácticas agrícolas.
362
Conclusiones
Me preguntaba, al inicio de esta tesis, cómo se vinculaba la producción y utilización del
conocimiento científico sobre transgénesis vegetal en la Argentina con el desarrollo
internacional en dicha área. Hay una trama compleja de actores que intervienen en la
producción de cultivos transgénicos, desde el Estado, las instituciones científicas, el
sector industrial y el público en general. El modo en que se relacionan y el papel que
desempeña cada uno de estos actores hacen al modo particular que adopta la
transgénesis en cada sitio. De este modo, la investigación se abrió con preguntas que
buscaban caracterizar a estos actores, analizar las relaciones entre ellos, descubrir el
modo en que producen conocimiento científico sobre la transgénesis vegetal, cómo
utilizan ese conocimiento, e indagar en las tensiones en las que se ven involucrados los
cultivos transgénicos, tensiones relacionadas con su uso en la esfera pública y con las
dimensiones locales y globales de la agricultura transgénica. He analizado así a los
científicos, organismos de regulación, empresas, y controversias que se despliegan en la
cartografía de la agricultura transgénica.
Las semillas transgénicas que se comercializan en la Argentina son las mismas
que las que se comercializan a nivel internacional: soja, maíz y algodón con tolerancia a
herbicidas o resistencia a insectos. Las razones por las que la Argentina sigue este
patrón internacional se encuentran en los diversos factores (de las prácticas científicas,
de los marcos regulatorios, de las controversias, de los intereses empresariales, de la
estructura de producción agrícola) relacionados con la producción y utilización de la
transgénesis vegetal que analicé en el recorrido de esta tesis.
El recorrido de la tesis
Comienzo estudiando los orígenes de la transgénesis vegetal a nivel internacional. Las
empresas –en principio, de origen químico– se fueron interesando progresivamente en
las oportunidades que podrían obtener con la transgénesis vegetal, lo cual llevó a una
estrecha imbricación entre los científicos y los empresarios. Las primeras plantas
genéticamente modificadas se obtuvieron en 1983. Pocos años después, cuando la
obtención de una planta transgénica ya no constituía una novedad científica, algunos
investigadores encontraron un nuevo espacio de legitimación a través del estudio de los
efectos que se observan en la planta a partir de los transgenes. Es así que se consolida, a
363
principios de la década de 1990, la investigación sobre silenciamiento génico. Esta rama
del conocimiento buscaría diferenciarse de quienes realizaban transgénesis para obtener
plantas genéticamente modificadas.
Luego paso al estudio de la disciplina en la Argentina, donde dos científicos dieron
inicio al campo de la transgénesis vegetal. Se habían formado en investigaciones básicas
y alejadas de la biotecnología vegetal. Sin embargo, tenían un pasado de militancia
política común durante su juventud y, al regresar al país, finalizada la dictadura militar,
buscaron orientar sus investigaciones hacia lo que tuviera “utilidad social”. Con tales
términos se referían a desarrollos científicos que tuvieran un impacto en la economía
local y, sobre todo, en los sectores sociales más humildes. El primer proyecto de
biotecnología vegetal que ponen en marcha en el país es el desarrollo de una papa
transgénica resistente a virus, con el fin de independizar a los agricultores de las
empresas que vendían semilla-tubérculo libre de virus. Cada uno tomó una variedad
local de papa y le introdujo resistencias a virus distintos. El trabajo fue así diferenciado,
pero en estrecha colaboración. Las instituciones que albergaron sus trabajos científicos,
son el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria y el INGEBI. El primero tenía
una trayectoria de varias décadas en investigación en temas agropecuarios, mientras que
el segundo era un centro científico reciente (pero formado con investigadores de
destacada trayectoria en el país) dedicado específicamente a la biología molecular. Los
primeros años de investigación en el nuevo campo, hasta la obtención de las primeras
plantas transgénicas, a principios de la década de 1990, estuvieron marcados por la
construcción de una plataforma tecnológica: la incorporación de conocimientos para
generar plantas transgénicas a nivel local.
Cuando los investigadores llevaron las plantas al campo, para realizar ensayos
más extensivos al aire libre, los conflictos entre disciplinas se hicieron evidentes. Los
ingenieros agrónomos, que hasta entonces eran los responsables exclusivos del
mejoramiento vegetal, veían que ese dominio era amenazado por el avance de las
técnicas de la biología molecular. Un nuevo campo de conocimiento –la transgénesis
vegetal– se estaba asentando, y hasta que estuvo estabilizado se manifestaron tensiones
diversas. Al interior de las instituciones se generaban discusiones sobre los alcances de
la biotecnología, debido a los resquemores que generaba la superposición de sus
ámbitos de aplicación sobre las disciplinas ya existentes. Los ensayos a campo con las
primeras plantas transgénicas se dieron en este marco de tensión entre las disciplinas y,
364
como resultado, estos ensayos fueron destruidos. Al quedar, posteriormente, establecida
la división de tareas entre los biólogos moleculares o biotecnólogos y los ingenieros
agrónomos, cesaron los conflictos y se continuó con una mayor cooperación: los
primeros se ocupaban de realizar las investigaciones y desarrollos dentro del
laboratorio, y los segundos seleccionaban las plantas en los ensayos a campo. Los
productores agropecuarios con los que se contactaron los investigadores para realizar
los ensayos a campo pronto desistieron de sus esfuerzos. Se necesitaba destinar tiempo
y dinero para tales ensayos, y los pequeños productores no estaban en condiciones de
hacerlos. De modo que las plantas transgénicas fueron pasando a manos de empresas
con mayor capital, capaces de encarar la fase de los ensayos a campo. El
establecimiento de un marco regulatorio para los transgénicos, también tornó a esta
etapa más prolongada y costosa. Paralelamente, los investigadores se fueron
desentendiendo de estos asuntos: se concentraron en las investigaciones dentro del
laboratorio, y consideraron que los ensayos a campo eran responsabilidad de las
empresas con las que se hubieran hecho los convenios.
Dentro de este acercamiento a las empresas, éstas se interesaban más por otros
tipos de cultivos –en lugar de la papa– que resultaran más atractivos comercialmente.
Además, los genes que interesaban a estas empresas eran de tolerancia a herbicidas. Por
lo que generaron convenios para desarrollar soja, maíz y girasol transgénico.
Los mismos laboratorios generaron también otro tipo de convenios con empresas
semilleras, pero ya no relacionados con el desarrollo de cultivos transgénicos, sino con
el uso de otras técnicas biotecnológicas, en particular, con los marcadores moleculares.
Esto les permitía a las empresas mejorar sus desarrollos de nuevas variedades, pero
también implicó, por parte de los laboratorios, un desplazamiento desde la transgénesis
hacia otras áreas de la biotecnología requeridas por las empresas, muchas de las cuales,
en particular las transnacionales, no realizan transgénesis en la Argentina, sino en sus
casas matrices en países centrales.
También a mediados de la década de 1990 comenzaron a insertarse con mayor
intensidad en redes académicas de prestigio internacionales. Anteriormente, cuando el
objetivo era el desarrollo de las capacidades locales en transgénesis vegetal, la inserción
en esas redes era casi inexistente. Luego, sin embargo, comenzaron a publicar artículos
en colaboración con investigadores de renombre internacional. Ello implicó también un
cambio en las agendas de investigación, pues esas publicaciones dan cuenta de aspectos
básicos ligados a la transgénesis, y no tanto a la producción de cultivos genéticamente
365
modificados. Así, abrieron líneas de estudio sobre silenciamiento génico. Por otro lado,
es en la segunda generación de investigadores, vale decir, los discípulos de los pioneros
en biotecnología vegetal, donde se observa una búsqueda por diferenciarse en un nicho
académico propio. Así, por ejemplo, estos científicos se especializaron en realizar
transgénesis dentro de los cloroplastos de la célula vegetal, a fin de ser los únicos en el
país con esas capacidades.
Otro tipo de actor al que he analizado en la tesis, son las empresas de biotecnología
vegetal. Las he diferenciado en tres grupos: las empresas transnacionales que
desarrollan cultivos transgénicos, las empresas semilleras que adaptan esos desarrollos a
las variedades de cultivos locales (empresas “adaptadoras” o “multiplicadoras”), y las
empresas locales que intentan desarrollar sus propios cultivos transgénicos. Las
empresas que producen y comercializan cultivos transgénicos son seis (Monsanto,
Syngenta, BASF, Bayer CropScience, Dow AgroSciences y DuPont), todas ellas
transnacionales. He analizado a Monsanto como representativa de este grupo. Se trata
de empresas que provienen de la industria química, que ingresan al mundo vegetal
primero a partir de sus productos agroquímicos, y luego abriendo departamentos de
investigación y desarrollo en biotecnología de plantas. Monsanto fue de los primeros en
obtener una planta transgénica, y la primera empresa en comercializar semillas
transgénicas en Estados Unidos, en 1996. Sus desarrollos en cultivos transgénicos se
orientaron, en primer lugar, a la obtención de plantas que permitan maximizar sus
ganancias en agroquímicos, como el caso de la soja con tolerancia a glifosato. Sin
embargo, desde 2004 sus ingresos por ventas en semillas superaron a los de
agroquímicos, por lo que podrían esperarse futuros desarrollos en cultivos transgénicos
no asociados a agroquímicos. Estas empresas no tienen laboratorios en la Argentina,
sino en sus casas matrices en países centrales. En cambio, en la Argentina realizan la
adaptación de sus desarrollos a las variedades de cultivos locales, y los ensayos de
bioseguridad que exige el sistema regulatorio.
Las empresas “adaptadoras” desempeñan un rol mucho más pasivo en el
desarrollo de cultivos transgénicos: simplemente pagan los derechos a las empresas del
primer grupo para poder comercializar el transgénico dentro de sus propias variedades
de semillas. Me he detenido en una empresa adaptadora muy singular en la Argentina,
Nidera. A fines de la década de 1980, esta empresa estaba expandiéndose e
incorporando mejoradores de semillas. Al mismo tiempo, en medio de un proceso
366
inflacionario, algunas compañías transnacionales deciden irse del país. En este proceso
de desprendimientos y adquisiciones de firmas, Nidera se queda con la filial local de
Asgrow, la cual estaba trabajando con el gen RR de Monsanto para incorporarlo a la
soja. Es así que Nidera, en la Argentina, es quien comercializa la soja con tolerancia a
glifosato, y no Monsanto. A partir de entonces, Nidera decide abrir un departamento
propio de investigación y desarrollo en biotecnología. Sin embargo, optó por orientarse
hacia otras áreas de la biotecnología (marcadores moleculares y mutagénesis), porque
consideró que no podría competir con las grandes transnacionales en el desarrollo de
cultivos transgénicos.
El tercer grupo es el de empresas locales que sí intentan desarrollar sus propios
cultivos transgénicos, aunque parecen tener pocas probabilidades de lograr
comercializarlos. Son muy pocas las empresas de este tipo en el país. Bio Sidus tiene su
fuerte en la biotecnología farmacéutica, pero a mediados de la década de 1990 decidió
incursionar en el ámbito vegetal. No obstante, se orientó hacia la micropropagación para
vender plantas frutales y ornamentales, más que a la transgénesis. Tuvo, de todos
modos, algunos intentos, y de hecho comenzó haciéndose cargo de los ensayos a campo
con las papas transgénicas desarrolladas años antes por los centros públicos de
investigación. Hacia el 2004 recibió una oferta de otra empresa para generar una firma
conjunta dedicada a la biotecnología vegetal. En un principio se sumó al proyecto, pero
en el marco de la crisis financiera internacionales del 2008, lo abandonó, y los cultivos
transgénicos permanecieron como una línea más de la empresa, pero sin ser una
prioridad. En cambio, a comienzos de la década de 2000 otra empresa surgió en el país,
y lo hizo enteramente dedicada al desarrollo de la biotecnología agrícola. Se trata de
Bioceres, financiada por grandes productores agropecuarios que buscaban introducirse
en el mercado de las semillas transgénicas sin depender de las firmas transnacionales.
Bioceres se concibió como una empresa “gestora”, que recurre a los laboratorios
públicos para obtener los desarrollos científicos, y luego la empresa gestiona y financia
las etapas posteriores, de ensayos a campo y demás exigencias de la regulación. Más
aún: decidía invertir cuando la investigación que realizaba un laboratorio estaba
avanzada. Luego, mediante la creación de INDEAR, reconfiguró la firma y dispuso la
creación de laboratorios propios. De todos modos, aspira a una estrecha relación con el
sector público, a fin de obtener de éste los investigadores y las investigaciones en estado
avanzado.
367
También analicé el caso de una empresa francesa. Perteneciente a un grupo
semillero, Biogemma fue creada en 1997 para llevar adelante los desarrollos
biotecnológicos del grupo. Eligió como cultivo para trabajar el maíz, por ser el principal
producto del grupo semillero. Si bien había comenzado a desarrollar un maíz
transgénico con tolerancia a sequía, en el 2008 decidieron trasladar la mayor parte de
sus instalaciones de investigación a los Estados Unidos, por considerar que las
continuas destrucciones de ensayos que sufrían por parte de grupos anti-OGMs estaban
imposibilitando su investigación en Francia. Además, en un contexto que consideraba
hostil hacia el desarrollo de la transgénesis, orientaron parte de sus investigaciones
hacia los marcadores moleculares y la genómica.
Tanto la empresa francesa como las firmas argentinas que intentan desarrollar
sus propios cultivos transgénicos, consideran que probablemente terminen por vender
sus desarrollos en transgénesis a alguna de las grandes empresas biotecnológicas, pues
señalan que cumplir con todos los requisitos de la regulación de OGMs a nivel
internacional resulta muy costoso, y que difícilmente puedan realizar una inversión tan
grande e incierta ellos mismos.
El análisis de la transgénesis vegetal me llevó también al estudio del modo en que
funciona el sistema de evaluación de los OGMs. Éste comenzó a institucionalizarse en
1991, ante el pedido de empresas que buscaban comercializar cultivos transgénicos, y
de los centros públicos que ya habían obtenido plantas transgénicas en el pleno local.
Así, la Secretaría de Agricultura dispuso la creación de la Comisión Nacional Asesora
de Biotecnología Agropecuaria. Se trata de un organismo mixto, compuesto por
expertos (investigadores o ingenieros agrónomos especializados en asuntos regulatorios)
provenientes de distintos ámbitos: instituciones de investigación pública, universidades,
asociaciones y cámaras empresarias. Los representantes de estos últimos ante la
CONABIA pertenecen también a las empresas biotecnológicas más grandes. De este
modo, en los hechos, la CONABIA está formada por científicos de instituciones
públicas y representantes de las grandes firmas de agrobiotecnología. La CONABIA
evalúa los impactos ambientales de los OGMs, otro organismo, el SENASA, emite un
dictamen sobre los impactos sobre la salud, y la Dirección Nacional de Mercados
Agroalimentarios evalúa los impactos comerciales que tendría la aprobación de un
determinado cultivo transgénico. En la tesis, comparo el funcionamiento de la
368
CONABIA con los organismos equivalentes en Brasil y Europa. De allí, resulta que la
CONABIA presenta un funcionamiento mucho más cerrado al público que el resto.
La tercera parte de la tesis la dediqué al estudio del modo en que los transgénicos
intervienen como problema en la arena pública. Examinando las controversias
científicas sobre los riesgos de los cultivos transgénicos observé que, una vez cerradas
las discusiones en los ámbitos científicos, los mismos investigadores que argumentaban
sobre los riesgos de los OGMs se vinculaban con movimientos sociales y un público
amplio, donde vertían el mismo tipo de argumentos. Esto nutrió la controversia pública
sobre los OGMs con argumentos aportados por estos científicos. A su vez, estos
científicos encontraron en estos espacios públicos amplios una nueva red de
legitimación, con recursos tanto simbólicos como materiales que les permitió desarrollar
su carrera en función de ello. Así, di cuenta de un vínculo entre la controversia
científica y el problema público de los transgénicos.
Finalmente, me adentré en las controversias públicas sobre los OGMs. Para ello, estudié
la controversia que se dio en Brasil y en Francia, a fin de comparar con la situación en
la Argentina, donde prácticamente no hubo una controversia pública al respecto. En
Brasil, el conflicto sobre los transgénicos se instaló en la arena pública desde fines de la
década de 1990, y recién en 2005 se consolidó un marco legal para la regulación y
aprobación de cultivos transgénicos. De ahí en más se aprobó la comercialización de
varias semillas transgénicas, pero los cuestionamientos al organismo de regulación, las
marchas y protestas contra los transgénicos, y la ocupación de campos de
experimentación, continuaron. Uno de los actores centrales del rechazo a los
transgénicos en Brasil es el movimiento campesino, en particular, el Movimiento Sin
Tierra. Al analizar los condicionamientos que operaron en el MST para que adopte una
posición pública persistente ante los transgénicos, encontré que su propio modo de
producción agrícola constituía un determinante importante. Efectivamente, su dinámica
consiste en la ocupación de tierras por parte de las familias que componen al MST. Allí,
estas familias trabajan pequeñas parcelas básicamente para su propia subsistencia. Este
esquema productivo se vería seriamente alterado con una agricultura más
industrializada, donde los campesinos deban comprar las semillas transgénicas y el
paquete tecnológico eventualmente asociado (herbicidas, maquinaria agrícola) que se
requiere para maximizar la producción y obtener una cosecha competitiva. También
369
encontré otro tipo de factores que condicionan su posición frente a los transgénicos,
como los vínculos que tiene el MST con grupos de científicos que se oponen a los
OGMs, y los vínculos con organizaciones religiosas y políticas que también se oponen a
los transgénicos. Además, la propia historia del MST estuvo marcada por proyectos de
modernización agrícola promovidos por el gobierno, pero que a estos campesinos les
produjo un éxodo de sus tierras.
Francia, por otro parte, es uno de los países donde los transgénicos generan más
rechazo en la población. Aquí los sindicatos de agricultores tuvieron una participación
importante en el tema. La Confédération Paysanne se opuso, desde fines de la década de
1990 a los cultivos transgénicos, mientras que la FNSEA –otro sindicato de agricultores
de Francia– apoyó su uso. La Confédération Paysanne –y luego la organización
faucheurs volontaires, ligada a esta última– tomaron como uno de sus principales
modos de intervención en el tema, la destrucción de los campos de ensayos con
transgénicos. A diferencia de lo que ocurre en la Argentina, en Francia también es usual
que algunos científicos se posicionen públicamente en contra de los OGMs, y han
formado asociaciones con tal objetivo. En 2008, el gobierno francés decidió prohibir el
único cultivo transgénico que estaba aprobado hasta entonces, un maíz resistente a
insectos, yendo en contra de las directivas de la propia Comisión Europa. La
investigación en biotecnología vegetal en Francia se desplazó hacia otras áreas que no
fueran la transgénesis, como el desarrollo de marcadores moleculares y la genómica, y
los transgénicos fueron objeto de estudio en función de sus riesgos ambientales,
económicos y sociales, pero no para desarrollarlos. Las razones por las que los
transgénicos fueron problematizados de esta manera en Francia, las encontré, en primer
lugar, en la fuerte incidencia de la pequeña burguesía en la producción agrícola del país.
Caracterizada por una agricultura de pocas hectáreas y donde sus productos se valoriza
en función de las características del ecosistema local, las características deslocalizadas e
industrializadas de los cultivos transgénicos amenazarían esta agricultura. Asociado a
esto, existe una marcada tendencia cultural que enfatiza el valor de los productos locales
y artesanales.
Al comparar estos casos con la Argentina, donde los cultivos transgénicos
fueron adoptados rápida y masivamente, surgieron contrastes notables. A diferencia de
lo que ocurrió en Brasil y en Francia, en la Argentina los transgénicos nunca se
constituyeron en un problema en la arena pública. Encuentro una relación entre la
estructura social agropecuaria y las controversias cobre los transgénicos. Resulta que, en
370
los casos estudiados, allí donde las pequeñas explotaciones agropecuarias tienen una
papel importante en la producción agropecuaria del país, la controversia sobre los
cultivos transgénicos resulta más intensa. En la Argentina, la incidencia de las pequeñas
explotaciones agropecuarias en la producción es mínima.
Los cultivos transgénicos que se comercializan en la Argentina presentan un perfil muy
similar al del resto de los países. Pero esto se debe a una serie de factores que
restringieron la diversidad de posibilidades de la transgénesis vegetal, los cuales han
sido resumidos aquí: la emergencia de actores dominantes –empresas transnacionales–
en el campo de la biotecnología vegetal, la elevada barrera de entrada que impone el
sistema de regulación en conjunción con algunos efectos de las controversias públicas
que también tienden a elevar los requisitos de bioseguridad, y la adaptación de los
científicos a las agendas de los actores dominantes. Así, hay una compleja mezcla de
factores que intervienen para darle una forma determinada a los cultivos transgénicos
que se desarrollan en el país.
Aportes conceptuales
Uno de los aportes conceptuales de esta tesis consiste en la diferenciación de etapas en
el desarrollo de un campo del conocimiento. Pues aquí distingo que la biotecnología
vegetal comenzó con un grado muy bajo de división del trabajo científico, donde los
actores se movían con gran libertad de acción entre disciplinas e instituciones,
realizando múltiples tareas, las cuales tuvieron como hilo conductor un proyecto
formulado, en gran medida, por sus propias motivaciones. Pero luego presento una
segunda etapa, donde se verifica una mayor división del trabajo, en la que los científicos
se ajustaron a un rol más estrecho y perdieron libertad de acción, y donde las líneas de
investigación fueron definidas, en buena parte, por otros actores, fundamentalmente por
las empresas del sector.
De este modo, sostengo que una mirada diacrónica de un campo de
conocimiento puede descubrir etapas iniciales caracterizadas por una mayor libertad y
fluidez entre los elementos que lo componen, seguida luego de una etapa de mayor
estabilidad, donde el campo madura y la división del trabajo se define con mayor rigor.
Este es uno de los rasgos más notorios del trabajo científico en transgénesis vegetal en
la Argentina: comenzó –a pesar de la escasez de recursos humanos, materiales y
cognitivos– con un proyecto que se distinguió por su pretensión de contribuir a la
371
emancipación de los agricultores humildes; pero cuando el campo científico ya estaba
maduro, los proyectos de investigación se orientaron en otro sentido, hacia los intereses
de las empresas del sector y hacia la producción de conocimiento original para
conseguir un nicho académico propio. Lo que sugiere que en un campo científico
maduro, el abanico de posibilidades (hacia donde orientar los proyectos) aparece más
reducido que en su etapa inicial. Ello se debe, precisamente, a que los actores
dominantes ya han consolidado su poder, de modo que las posibilidades que brinda ese
campo científico aparecen limitadas por los intereses de esos actores.
El desarrollo incipiente de las fuerzas productivas asociadas a la biotecnología
abrió una explosión de oportunidades. A medida que esas fuerzas productivas se fueron
desarrollando dentro de las relaciones de producción, su espectro de posibilidades se
redujo. Esto es análogo a lo que ocurrió con los inicios de la biotecnología a nivel
mundial: durante los breves años en que comenzó (1978-1982), emergieron numerosas
empresas, los científicos que trabajaban en temas de ingeniería genética se convertían
en exitosos empresarios, etc. Luego, al consolidarse los actores dominantes en el sector,
el campo se estabilizó: los científicos permanecían en sus laboratorios y ya no se
convertían de la noche a la mañana en exitosos empresarios.
Otro aspecto que emerge de esta tesis es la relación entre controversia pública y
funcionamiento de los organismos de expertos. Al comparar el modo en que funcionan
las agencias de regulación de bioseguridad de distintos países, pude observar que se
comportan de un modo más abierto al público o no, según el objeto de regulación esté
problematizado en la arena pública o no. Esto me permite sugerir que hay una relación
entre la controversia pública sobre los transgénicos y el funcionamiento de las
instituciones encargadas de la regulación de los mismos. Pues allí donde el debate está
más expuesto en la arena pública, los organismos de regulación se esfuerzan en mostrar
con la mayor transparencia posible sus mecanismos de decisión, lo que no ocurre
cuando el problema público está ausente, o cuando no se ha generado una importante
tematización pública de la cuestión.
La noción de “interés” fue utilizada en reiteradas ocasiones en esta tesis. Si bien la idea
de que la biotecnología está embebida de intereses –en particular debido al poder
económico de las grandes firmas transnacionales– es una noción habitual, el aporte de
esta tesis en ese sentido es el de extender la noción hacia otro tipo de actores, donde los
372
intereses no serían tan evidentes a simple vista. Así, analicé que los científicos que
buscaban obtener la primera planta transgénica de la historia, a fines de la década de
1970 y comienzos de la siguiente en los Estados Unidos, estaban involucrados en un
ambiente de enormes vínculos entre el sector industrial y el académico, con empresas
que surgían por montones, contratos que se multiplicaban e inversiones masivas. De
modo que aportar al conocimiento en el incipiente campo de la biotecnología era
también asegurarse un lugar en su naciente industria. Pero también analicé a los
científicos que se oponen a los transgénicos, y mostré que esa posición les permitía
disponer de una nueva red de legitimación, con recursos simbólicos y materiales que les
permitían continuar con su carrera. En tanto mantengan su postura de oposición a los
transgénicos, pasan a ser los referentes de una red amplia, movilizada por diversas
organizaciones sociales. Se trata, en todo caso, de una fuente de legitimidad alternativa
a la de aquéllos que se mantienen dentro del consenso científico en el tema. No
obstante, en países como Francia, donde el conflicto con los transgénicos está tan
extendido, la existencia de tal consenso sobre la inocuidad de los transgénicos entre los
científicos es relativa, y es en todo caso a nivel internacional, plasmable en las revistas
científicas, donde mantiene su vigencia. ¿Pero de dónde surgen esas fuentes alternativas
de legitimidad? Los diversos movimientos sociales que se oponen a los transgénicos
tienen sus propios intereses en el asunto, ligados –sobre todo en el caso de los
movimientos campesinos o de pequeños agricultores– a la matriz productiva. Lo cual
me lleva a otro aspecto conceptual de relevancia para esta tesis.
En efecto, he destacado aquí la importancia de la estructura económica en el análisis de
las controversias públicas sobre temas científicos; al menos para el caso de los cultivos
transgénicos, que afectarían los modos de producción en la agricultura. El tipo de
producción agrícola (en pequeña escala, familiar o de autosubsistencia) se relaciona con
la posición de los movimientos de agricultores o campesinos frente a los transgénicos. A
su vez, la incidencia de ese tipo de producción agrícola en el total de la producción
agropecuaria del país, incide en el nivel de problematización pública que enfrentan los
OGMs. Así, conocer las características de la estructura social del sector agropecuario
resulta fundamental para comprender las expectativas, temores y rechazos que puede
generar una tecnología agrícola.
373
Finalmente, en términos generales, en esta tesis he analizado aspectos técnicos,
culturales, económicos, sociales y políticos que se encuentran en la producción y uso de
los cultivos transgénicos. En lugar de realizar un abordaje esencialista, habitual en este
tema, donde las relaciones sociales en sus diversas dimensiones estarían dadas por
supuestas cualidades intrínsecas de los transgénicos, he mostrado la diversidad de
factores sociales que se aúnan para darle un particular uso a dicho desarrollo científicotecnológico. Que los transgénicos tengan las características que tienen, se debe así al rol
de los distintos tipos de empresas que intervienen en el sector, al modo en que los
científicos se adaptan a esos intereses, a los sistemas de regulación de la aprobación de
transgénicos, a la incidencia de las controversias públicas en un aumento en las
exigencias de la regulación, a la estructura de producción agrícola, etc., pero no a
características inherentes a los cultivos transgénicos. Destaco así la interrelación entre
conocimientos científicos, estructura económica, valores culturales y discursos
ambientalistas en la industrialización de la agricultura.
Nuevas preguntas
En función de los caminos recorridos y respuestas brindadas en esta tesis, surgen nuevas
preguntas que, vinculándose con lo desarrollado aquí, permiten ampliar y explorar las
perspectivas abiertas.
Así como caractericé que la transgénesis presentó una etapa incial –donde abundaba la
fluidez entre actores y disciplinas, donde los científicos gozaban de gran libertad para
orientar sus investigaciones, y donde las posibilidades que se abrían para utilizar la
transgénesis parecían tener pocas restricciones– y luego otra de mayor estabilidad,
donde las cualidades anteriores se revertirían, cabe preguntarse si podrían caracterizarse
de ese modo otros campos del conocimiento. Es decir, si en lugar de caracterizar
campos de conocimiento en función sólo de esas cualidades, determinando así la
existencia de diversos regímenes científicos, podrían analizarse esas cualidades en
términos diacrónicos, siguiendo las etapas en el desarrollo de otros campos de
conocimientos, y observando así los cambios en la división del trabajo científico dentro
de ese campo.
Otra pregunta posible se vincula con el rol de los expertos en temas científicos que
tienen una gran presencia pública. Aquí he mostrado que el funcionamiento de aquéllos
374
está en relación con el nivel de exposición de su tema de regulación en la arena pública.
¿Se mantiene esta relación en otros temas científicos? ¿Qué ocurre cuando un tema
modifica drásticamente el modo en que es tratado en la arena pública; se modifica a la
par el funcionamiento de los expertos relacionados al mismo?
Por otro lado, la relación que he detectado entre las controversias públicas sobre
transgénicos y la estructura social agropecuaria, abre la necesidad de expandir la
búsqueda de esta relación a otros países. Pues he mostrado una relación para los casos
de Argentina, Brasil y Francia, he señalado que los Estados Unidos también entrarían en
este esquema, y he advertido que el caso de España presentaba singularidades que lo
diferenciaban por el carácter especial –y a la vez, limitado– con que se promueve a los
cultivos transgénicos allí. ¿Pero qué ocurre en otros países? Resultaría interesante
ampliar los casos considerados aquí con lo que ocurre en otros países, y así fortalecer o
enriquecer la relación que he planteado.
Por último, sería estimulante también analizar otros espacios donde se conjuguen
cambios en las dinámicas agrícolas con cambios en las prácticas científicas, y ver cómo
intervienen allí también los aspectos económicos y culturales. En particular, los bancos
de semillas constituyen un escenario interesante: allí se cruza el conocimiento científico,
las empresas semilleras, los pequeños agricultores y los discursos ambientalistas. El
modo particular en que el mundo de la agricultura, con sus valores y prácticas
asociadas, se ve transformado con nuevos conocimientos y procedimientos científicos
que tienden a industrializar la agricultura, encuentra aquí otro escenario donde explorar
esas relaciones.
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