universidad nacional de salta facultad de humanidades carrera de

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SALTA
FACULTAD DE HUMANIDADES
CARRERA DE HISTORIA
MATERIA INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LAS SOCIEDADES
TRABAJO PRÁCTICO 1
ITINERARIO DE LECTURA
TEXTO:
Pohl, Walter. (2003). Cap. I: El concepto de etnia en los estudios de la Alta Edad
Media. En: Little, L. y Rosenwein, B. (eds.), La Edad Media a debate. Ediciones
Akal. Madrid. Pp. 35-49.
CONSIGNAS:
1.- Elabore una explicación crítica de los siguientes párrafos:
a.- “Los movimientos nacionalistas que están prendiendo en varios países de
Europa del Este han redescubierto el ideal decimonónico del Estado- nación
homogéneo; es triste constatar que, tras la larga lista de tragedias que ha producido
este ideal, parece que se avecinan otras tantas, y la mayoría en nombre de la
historia”. (Pohl: 2003:36)
b.- Por consiguiente, no podemos pretender clasificar los pueblos del mismo modo
en que Lineo clasificó las plantas”. (Pohl: 2003:39)
c.- “…no debemos indagar la etnicidad como si fuera una característica innata sino
como una “práctica étnica” que reproduce los lazos que mantienen unido a un
grupo”. (Pohl: 2003:39)
2.- a.- Observe el mapa sobre las “invasiones bárbaras del Siglo V” que se
encuentra en la página http://www.unsa.edu.ar/histocat/inthaimag/barbarosVred.jpg
describa los elementos que presenta sin dejar de nombrar a cada uno de los pueblos
invasores, sus lugares de origen y sus últimos asentamientos.
b.- El mapa mas la descripción confróntelos con los apartados de Pohl “Avaros,
Búlgaros, Eslavos, Romanos: Tipos de etnicidad” y “algunas conclusiones
metodológicas” y proceda a:
* Validar o invalidar el mapa dando fundamentos, en base a la lectura de Pohl, para
una u otra opción;
* Explicar la importancia de las fuentes en los renovados estudios históricos sobre
las invasiones producidas en la antigüedad tardía.
EL CONCEPTO DE ETNIA EN LOS ESTUDIOS
DE LA ALTA EDA0 MEDIA
Walter Pohl
En los últimos años el problema de la etnicidad se ha convertido
en uno de los temas más ampliamente tratados en los estudios sobre
la Alta Edad Media. Desde la perspectiva de los historiadores, la discusión sobre la etnicidad debe su impulso decisivo a Reinhard Wenskus (1961; Herwig Wolfram y Walter Pohl ampliaron su enfoque en
sendas monografías de 1979 y de 1988 respectivamente). Las investigaciones tradicionales han dado por sentado el sentido de términos
como «pueblo» o «tribu». Desde su punto de vista, un «pueblo» es un
grupo racial y culturalmente homogéneo que comparte una descendencia y un destino comunes, que habla una misma lengua y habita
en un mismo Estado. Solía pensarse que los pueblos (y no los individuos ni los grupos sociales) eran los factores de continuidad en un
mundo cambiante y se los tenía por los verdaderos sujetos de la historia -un sujeto prácticamente inmutable en el transcurso del tiempo,
casi un fenómeno natural más que histórico-. Su sino se describía a
base de metáforas biológicas: nacimiento, crecimiento, florecimiento
y descomposición. Esta concepción histórica tiene sus raíces en los
movimientos nacionales de los siglos xix y xx y tiene también su
parte de responsabilidad en la instigación de todo tipo de ideologías
chovinistas. Muchos historiadores han alentado, tácita o explícitamente, la idea de que todo aquello que no sea un pueblo que vive en
un Estado es una anomalía (que debe ser corregida por todos los medios). Aún hoy, tras siglos de organización en naciones, la identidad
de pueblo y Estado es más la excepción que la regla, como muestran
los ejemplos de Suiza o Austria, de los alemanes, los judíos o los árabes, de los Estados Unidos o la Unión Soviética. Los movimientos
nacionalistas que están prendiendo en varios países de Europa del
Este han redescubierto el ideal decimonónico del Estado-nación ho35
mogéneo; es triste constatar que, tras la larga lista de tragedias que ha
producido este ideal, parece que se avecinan otras tantas, y la mayoría en nombre de la historia.
Esta situación basta para explicar la importancia crucial que tienen'para todos los estudios de la Alta Edad Media las concepciones y
preconcepciones de la etnia que se manejan. Üás naciones que por alguna razón sentían que no conseguían adecuarse a la doctrina de «un
pueblo, un Estado», volvían su mirada hacia aquellos tiempos sombríos en busca de una justificación para sus reivindicaciones. La existencia de romanos, germanos o eslavos en el siglo v o en el vn se
convertía en un argumento relevante en la interminable sucesión de
luchas nacionales, cuya culminación puede localizarse en la grotesca
recuperación del héroe germánico justo y temerario que arrastró a un
pueblo entero al Holocausto nazi.
En la actualidad los historiadores aceptan que los pueblos del período de las migraciones tienen poco o nada que ver con aquellos heroicos (o, en ocasiones, brutales) clichés. Pero los términos étnicos
aún acarrean su carga de emociones y representaciones preconcebidas y tienden a evocar ideas que ofuscan el juicio. Aunque tratemos
de sustituir «pueblo» o «tribu» por los términos contemporáneos de
uso científico ethnos o gens, no escaparemos a este problema metodológico. Queda patente que aún dependemos en gran medida de las
metáforas biológicas -por ejemplo, cuando hablamos de «etnogénesis»-. Incluso un etnólogo marxista como Bromley (1974, p. 69) ha
acuñado el término «organismo etnosocial (OES)» para describir la
interdependencia de la etnicidad y la esfera social y política. Este tipo
de metáforas puede ayudar a expresar la complejidad de las estructuras étnicas; pero hay que intentar no dejarse engañar por la concepción errónea que las sitúa en el reino de la naturaleza, más allá del alcance de la historia.
Actualmente, parece un hecho suficientemente admitido que las
unidades étnicas son resultado de la historia. Aún puede discutirse si
la etnicidad, en un sentido muy general, ha sido un principio organizador básico desde tiempos remotos, postura que el sociólogo inglés
Anthony D. Smith (1986, pp. 6 ss.) ha etiquetado como «primordialista», por oposición a la concepción «moderna» que considera la nación como un fenómeno relativamente nuevo. Pero los pueblos concretos (o ethne, por usar el término técnico; no entraré en la polémica
sobre si los términos ethnos y «pueblo» - Volk - narod abarcan la
misma extensión de fenómenos) pueden tener un comienzo y un final, su composición varía con el tiempo y su desarrollo, lejos de ser
el resultado de unos rasgos «nacionales» inherentes, está influido por
una diversidad de factores políticos, económicos y culturales. Evidentemente, el cambio étnico es una cuestión de longue durée [«largo
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plazo», una expresión utilizada mu-y a menudo por el historiador francés Fernand Braudel]; casi nunca resulta perceptible a ojos de sus
contemporáneos. A este respecto, los avaros suponen una excepción
,-a sus contemporáneos les fue posible apreciar lo velozmente que desaparecieron sin dejar rastro (como que"da recogido en un pasaje muy
conocido de la crónica de Néstor, pero también en una carta algo menos conocida de Nikolaos Mystikos -cfr. Pohl 1988, p. 323). Pero
este «carácter relativamente persistente de los rasgos étnicos» (Bromley, 1974, p. 61) no debe oscurecer su dimensión histórica.
En segundo lugar, los pueblos de la Alta Edad Media eran bastante
menos homogéneos de lo que a menudo se piensa. Ellos mismos
compartían la creencia fundamei.t.al en su origen común; y los historiadores modernos, durante mucho tiempo, no hallaron motivos para
pensar de otro modo. Podían recurrir a la definición del siglo vil de
Isidoro de Sevilla: «Gens est multitudo ab uno principio orta» («un
pueblo es una multitud que deriva de un mismo origen»); a menudo
se ignora que Isidoro continúa diciendo: «sive ab alia nalione secuncliim propriam collectionem distincta» («o que se distingue de otro
pueblo por sus propios lazos» -Isidoro, Etimologías, IX, 2, I). Natío,
en aquellos tiempos, era un término prácticamente equivalente a
gcns, mientras que, populas tenía una connotación de cuerpo político
o de comunidad cristiana (cfr. Losek, 1990). No es fácil aprehender
el sentido de propria collectio; personalmente creo que es una definic-ión tan adecuada como cualquiera de las modernas que tratan de
fijar las elusivas características de la ctnia. Fue Reinhard Wenskus, en
su estudio comparativo sobre la etnogénesis germánica, quien consiguió sacar a la luz algunos mecanismos de collectio, procedimientos
para reunir y mantener ligado una gens, un pueblo altomedieval; también fue Wenskus quien dejó claro que la idea de un origen común no
era más que un mito. No obstante, este mito era una parte esencial de
la tradición que moldeaba la particularidad de la gens, sus creencias e
instituciones. Un grupo relativamente pequeño custodiaba y transmitía esta tradición y la establecía como norma para unidades más amplias; Wenskus llama a este grupo Traditionskcrn (el término kernel
oftradiüon [núcleo de una tradición] ya había sido utilizado con un
sentido parecido por H. M. Chadwick en 1912, como hizo notar mi
colega de Viena Andreas Schwarcz). Esta concepción concuerda perfectamente con algunas teorías sociológicas recientes según las cuales los lazos que se dan en el seno de un grupo están basados en una
interpretación compartida de los símbolos (Girtier, 1982; Smith,
1986, utiliza el término mythomoteiir para referirse a esta cuestión).
Esas unidades más amplias a menudo poseían distintos orígenes; los
lombardos en Italia, por ejemplo, incorporaban gépidos, suevos y alamanes, búlgaros, sajones, godos, romanos y otros. Esta composición
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«poliétnica» solía ser patente; Alcuino, por ejemplo, felicitaba a Carlomagno por haber sojuzgado «gentes populique Hunorum», a los
pueblos hunos (es decir, a los avaros); y su contemporáneo Pablo Diácono, elaboró un elenco de la gens Langobardorum (Pohl, 1988,
p. 215; Pablo Diácono, Historia Langobardorum ^, 26).
El tercer descubrimiento de importancia, es eí*carácter dinámico
y a menudo contradictorio de las filiaciones étnicas. Ya en los años
treinta, el etnólogo ruso Shirokogoroff (1935) había escrito que resulta más adecuado definir el ethnos como un proceso que como
una unic/aá (cfr. Dafm 1982, p. 65). Los límites étnicos nunca son
estáticos, pero lo son menos aún durante un período de migraciones.
Es posible modificar la propia etnia (si no fuera así los indios seguirían siendo los únicos americanos que conocemos) y lo más habitual, durante la Alta Edad Media, era que la gente viviera en un
estado de ambigüedad étnica. Podríamos recurrir a Edicón y su hijo
Odoacro como ejemplos palmarios de esta realidad; en distintos
momentos de sus vidas fueron considerados hunos, sciri [esquiros],
turcilingi (o turingios), rugios, érulos e incluso godos y, mientras
tanto, Odoacro proseguía su carrera como oficial romano para, finalmente, convertirse en rey de Italia. No se trata de enmendar los
«errores» de esta lista para llegar a una raíz étnica «auténtica»; probablemente los dos príncipes utilizaron una base poliétnica para
ampliar y flexibilizar las demandas de lealtad política que dirigían
a sus aliados y seguidores. Sin embargo, ambos pertenecían a una
clase social en la que la etnia tenía importancia. Apenas tenemos
pruebas de que los estratos más bajos de la sociedad se sintieran
parte de algún grupo étnico de gran tamaño (Geary, 1983, subraya
que nuestras fuentes sólo ubican a los miembros de las clases altas
-incluidos los ejércitos- en categorías étnicas); lo más probable es
que hallaran las raíces de su identidad en pequeños grupos locales,
como los clanes o las aldeas. Medrar socialmente consistía en convertirse en parte de un grupo dominante de prestigio, en copiar su
estilo de vida. Los procesos de asimilación daban lugar a una infinidad de estados de transición (Mühimann, 1985, pp. 26 ss.; Pohl,
1988, p. 219). Además, había individuos que eran avaros o lombardos en un sentido más amplio que otros que también proclamaban
que lo eran; y una misma persona podía ser con facilidad longobarda y gépida, o avara y eslava al mismo tiempo. Generalmente
uno de estos nombres denotaba la unidad constitutiva más amplia,
mientras que el otro hacía referencia a un subgrupo aún aferrado a
los vestigios de una tradición étnica anterior. El que prevaleciera
una u otra de estas filiaciones a menudo dependía de las situaciones
particulares: esta es la razón de que Geary (1983) halla denominado
a la identidad étnica «constructo situacional».
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Por consiguiente, no podemos pretender clasificar los pueblos del
mismo modo en que Lineo clasificó las plantas. Utilizando un lenguaje filosófico podríamos decir que los términos étnicos no son clasifícatenos sino meramente operativos; los grupos étnicos no pueden
"delimitarse y distinguirse unos de otros- con claridad y su existencia
debe ser reproducida constantemente 'por medio de la actividad humana (Oeser, 1985; Girtier, 1982; Pohl, 1988, pp. 14 ss.). Por lo
tanto, no debemos indagar la etnicidad como si fuera una característica innata sino como una «práctica étnica» que reproduce los lazos
que mantienen unido a un grupo. En la esfera política, esto significa
acciones políticas y estrategias que podemos reconstruir parcialmente
gracias a las fuentes escritas; en el plano cultural, denota una riquísima variedad de objetos y hábitos que funcionan como expresiones
de identidad étnica. Más tarde volveré sobre las implicaciones metodológicas que tiene todo esto en el campo de la investigación histórica y arqueológica; ahora me gustaría ofrecer unos pocos ejemplos
del papel -y las contradicciones- del concepto de etnia en la Europa
central y del este durante la Alta Edad Media.
AVAROS, BÚLGAROS, ESLAVOS, ROMANOS: TIPOS DE
ETNICIDAD
Los mapas de la Europa del alto Medievo suelen mostrar nítidas
fronteras étnicas; son contadas las ocasiones en las que se toma en
consideración las áreas de poblaciones superpuestas. Suele haber flechas de colores que representan rutas de migración y, aunque a veces
resultan bastante intrincadas (como en el caso de los godos), siempre
establecen una equivalencia entre los portadores de un mismo nombre en diferentes períodos y territorios. Este tipo de representación
puede facilitar una orientación general, pero al mismo tiempo oscurece la diversidad de grupos étnicos, las distintas formas de cohesión
y su interdependencia.
En un mapa de la Europa del este de los ríos Elba, Enns y Adria
en el siglo vil aparecerán, sin duda, avaros, búlgaros, eslavos y bizantinos. En cierto sentido, podemos afirmar que se trata de los cuatro pueblos dominantes del período. Pero si miramos más de cerca,
nos daremos cuenta de que ningrno de ellos era un «pueblo» en el
sentido moderno de la palabra, el término etnia significaba algo distinto en cada caso y todos se hallaban entrelazados en una compleja
estructura de interdependencias que moldeaba la forma misma de su
existencia étnica.
El mundo en el que habitaban todos ellos había cambiado durante
el transcurso de la Antigüedad; de hecho, se trataba de una creación
del Imperium Romanum. Tal vez parezca paradójico considerar la
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«masa de eslavos», como los llamaban desdeñosamente los bizantinos, como una parte de la descendencia del mundo romano; más paradójica aún resulta la brillante afirmación de Patrick Geary: «El
mundo germánico fue probablemente la creación más importante y
duradera del genio político y militar romano» (1988,'p. vi). Pero la
bipolaridad entre civilización y bárbaros, entre el imperio y las gentes, fue resultado del sistema rumano que atrajo a numerosas generaclones de guerreros bárbaros y transformó en profundidad sus sociedades; el oro, los bienes y los símbolos romanos se convirtieron
inevitablemente en factores de prestigio entre los bárbaros, las desigualdades sociales y la tensión fueron en aumento y más de una población rural fue militarizada ante las nuevas y tentadoras posibilidades de luchar para —o contra— los romanos que habían acumulado tan
increíble cantidad de riqueza. La Antigüedad tardía presenció una auténtica explosión de este «impulso hacia el centro»; la dramática confrontación entre el Imperio y los bárbaros se extendió a todas las provincias. Sin embargo, la primera víctima no fue el Imperio sino su
periferia germánica que prácticamente se derrumbó durante el transcurso del siglo vi. Las gentes germanas o bien fueron tras del señuelo
del Imperio y se las compusieron para hacerse con el control de una
parte de su sistema impositivo -pagando como precio una cierta asimilación (o, para muchos, el sometimiento a una clase guerrera semirromanizada), o bien perdieron su independencia (con la excepción
de Escandinavia y, en parte, los sajones continentales y los frisios).
A finales del siglo vi, la antigua bipolaridad se había restablecido
aunque en un nivel «más bajo». Nuevos pueblos asumieron la función
de los germanos en las vastas áreas del exterior -y, cada vez más, también en el interior- de la antigua frontera del Danubio. Por un lado estaban las poblaciones eslavas que resultaron ser bastante impermeables a la influencia romana. Por el otro, estaban los que ocuparon el
lugar de las aristocracias guerreras «exteriores» de germanos (y de hunos): habitaban fuera del marco provincial del Imperio pero dentro de
su sistema de equilibrio de poder. El emperador debía mantener el
equilibrio (Teofilacto se comparaba a sí mismo con un arbitro de deportes) financiando diversos ejércitos y bandas de guerreros bárbaros
y concediéndoles títulos y honores romanos, haciendo que se enfrentaran entre sí-para conducirlos, de este modo, a una especie de punto
muerto. Técnicamente hablando, los godos, los vándalos, los francos e
incluso los hunos no eran enemigos del Imperio romano, eran sus
miembros y federados (al principio externos), y sus ataques tenían más
de revuelta que de invasión extranjera (Wolfram, 1990). Ninguno de
sus reyes habría podido mantener su posición sin contar con los ingresos procedentes del sistema impositivo romano, con independencia
de que los obtuviera por la fuerza o mediante tratados, de que contro40
lara parte del sistema fiscal por encargo (generalmente mediante tratados) o recibiera un pago directo.
Los herederos de los germanos en el seno del sistema fueron los
.avaros y los búlgaros. Su etnogénesis en Europa no habría sido posi- .
"ble sin el Imperio. Resulta bastante significativo que lo primero que
hicieron los avaros a su llegada a las proximidades del Cáucaso en su
huida desde Asia central, fuera enviar un embajador al emperador
Justiniano. Este hecho tuvo lugar en algún momento del invierno del
558-559 y en la reunión se llegó al acuerdo habitual: los avaros lucharían a favor del Imperio contra gentes sediciosas y a cambio recibirían retribuciones anuales y otros beneficios. Efectivamente, durante los veinte años siguientes los avaros, bajo el mando del kaghan
Baian, lucharon contra utigures y antes, gépidos y eslavos, mientras
que su política hacia el Imperio se basaba más en la negociación que
en la guerra. Hacia el año 580, Baian había establecido su supremacía sobre prácticamente todos los grupos de guerreros bárbaros a lo
largo de la frontera de los Balcanes. Esto le otorgaba un monopolio
del que únicamente Atila había disfrutado anteriormente durante unos
pocos años. A pesar de las crecientes dificultades que ocasionaban los
grupos incontrolados de eslavos, sus hijos consiguieron preservar su
posición hasta el fracaso del sitio de Constantinopla en 626. Con el
asedio pretendían incrementar la presión sobre el emperador -y las
retribuciones en oro y otros géneros alcanzaron la cifra máxima de
200.000 solidi poco antes del 626. Estos tesoros permitieron a los
kaghanes ganarse la lealtad de su ejército, cada vez mayor; en ningún
sitio un guerrero bárbaro podía aspirar a alcanzar mayor prestigio que
en las filas del kaghan, con sus victorias legendarias y su riqueza deslumbrante (véase Pohl, 1988).
La etnogénesis de los avaros siguió la pauta trazada por esta estrategia. Su «núcleo» había atravesado una parte considerable de Asia
central para escapar de los turcos, que habían destruido los dos imperios dominantes de la estepa, el Juan-juan y el Heftalita. Carece de
sentido preguntarse quiénes eran exactamente los antepasados de los
avaros europeos (véase los minuciosos intentos de Haussig, 1953 y
Czeglédy, 1983 y las objeciones metodológicas de Pohl, 1990 y 1988,
pp. 27 ss.). Sólo sabemos que portan un nombre antiguo y muy prestigioso (los primeros indicios de su existencia de los que disponemos
se remontan a la época de Heródoto) y podemos suponer que se trataba de un grupo bastante heterogéneo de guerreros que pretendían
escapar a la dominación de los turcos. La carismática tradición que
hicieron suya resultó ser un poderoso factor de unificación, hasta el
punto de que prácticamente se convirtió en una profecía autocumplida. Esta tradición estaba indisolublemente ligada a la institución
del kaghan, que mantuvo hasta el final un monopolio absoluto de la
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denominación «avaro»; de hecho, es notable que nuestras fuentes no
se refieran con este nombre a nadie más. A los secesionistas que escaparon al dominio del khagan se les conoció como búlgaros; también en el caso del renegado Kuver, alrededor de 680, cuyos partidarios eran inicialmente una mezcla de habitantes de las provincias del
Imperio romano, avaros y búlgaros. Tras la caída del imperio avaro,
en el año 800 aproximadamente,'el nombre desapareció en el transcurso de una generación. Esto no significa que todos los avaros hubieran desaparecido; una fuente de la época, de 870 aproximadamente, se refiere a la población de Panonia como «las gentes que han
queüado de los hunos (avaros) y de los eslavos en esas zonas» (Conversío Bagoariorum et Carantanomm, c. 6; Pohl, 1988, p. 325). Esto
prueba, sencillamente, que era imposible conservar la identidad avara
tras el ocaso de las instituciones avaras y de las elevadas aspiraciones
de su tradición.
En líneas generales, los búlgaros presentan las mismas raíces políticas y culturales que los avaros: el mundo de la estepa con sus peculiares formas de organización. Y, sin embargo, la etnogénesis búlgara siguió un camino muy diferente. Los grupos búlgaros (y otros
grupos que seguían un modelo similar de organización y que generalmente llevan nombres terminados en «-gur», como los utigures o
los onogures) aparecen en las fuentes a partir de finales del siglo v.
La discontinuidad es una de sus características más acusadas; Khan
Kuvrat logró unificar bajo su mando a la mayoría de los grupos búlgaros al norte del Mar Negro, pero sólo durante un breve lapso de
tiempo a mediados del siglo vil. Mientras Asparuch y sus sucesores
edificaban el Estado búlgaro en los Balcanes, algunos búlgaros permanecían bajo el dominio jázaro, o'iios vivían en el kaghanato avaro
y otros se habían unido a los bizantinos. Kuver y Mavros fracasaron
en su intento de erigir un kaghanato de los búlgaros sermesianoi en
torno a Tesalónica, y los alzeco-búlgaros disfrutaban de una existencia autónoma en el ducado lombardo de Benevento; más adelante,
otra etnogénesis búlgara tuvo lugar en la región del Volga. Generalmente, es posible distinguir a estos pueblos por sus líderes. A diferencia de los kaghanes avaros, que generalmente sólo aparecen nombrados en las fuentes" por su título (el único nombre que nos ha
llegado es el de Baian), conocemos los nombres de todos los dirigentes búlgaros importantes, que ostentan títulos muy diferentes. A los
búlgaros no solía importarles vivir bajo un gobierno no búlgaro; pero
incluso en estos casos se las arreglaban para preservar su identidad étnica durante mucho tiempo.
En el mundo de los guerreros de la estepa, avaros y búlgaros representan principios complementarios de organización. No tiene sentido postular algún tipo de substrato étnico homogéneo que sirva de
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base a estas diferencias, puesto que ambas gentes habían surgido del
ambiente poliétnico bárbaro del siglo vi que se escindió en múltiples
bandas y pequeños reinos. Naturalmente, la organización de un amplio grupo de guerreros y sus partidarios siempre suponía poner en
"marcha una etnogénesis; sólo los vínculos étnicos, apoyados en mitos y ritos tradicionales, podían ser ló^uficientemente fuertes como
para mantener unido a un grupo de este"tipo, para proporcionarle una
estructura resistente. Aun así, su invulnerabilidad no estaba garantizada ni mucho menos. La adversidad conducía a la erosión; después
de 626, muchos «avaros» se incorporaron a los nuevos poderes regionales eslavos en la periferia del kaghanato o se convirtieron en
búlgaros. Son muy pocos los casos en los que nuestras fuentes permiten rastrear este tipo de fenómenos de migración y cambio de identidad, como sucede con la conocida historia de Kuver en los Miracula
Sancti Demetri (c. 2, 5; cfr. Pohl 1988, pp. 278 ss.).
Si los avaros y búlgaros fueron, en cierto sentido, los herederos de
las aristocracias militares germánicas de entre los Alpes y el Mar Negro, los eslavos siguieron otra línea. Las sociedades germánicas tradicionales se habían escindido dando lugar, por un lado, a una parte
activa y agresiva que estimuló -y satisfizo- la demanda romana de
mano de obra militar y, por el otro, a algunos grupos que permanecieron en un segundo plano como campesinos pobres, incapaces ya
de aferrarse a las antiguas tradiciones rurales que proporcionaban a
su existencia un nombre y un sentido. Este vacío lo llenaron los eslavos que restablecieron la vieja bipolaridad entre una periferia «bárbara» más o menos autosuficiente y el mundo romano. Se ha mantenido a menudo que su aparente «primitivismo» los convertía en
víctimas propiciatorias para cualquier intervención extranjera. En realidad, era precisamente su rechazo a erigir concentraciones estables de
poder y a tolerar la instauración de un reinado militar duradero lo
que, a largo plazo, aseguró el éxito de los eslavos. Los avaros y los
búlgaros se plegaron a las reglas de juego decretadas por los romanos.
Organizaron una concentración de poder militar que, en último término, se sufragaba por medio de los ingresos procedentes de los impuestos romanos. Por lo tanto, y por paradójico que parezca, dependían del funcionamiento del Estado bizantino. Los eslavos, en
cambio, consiguieron conservar su agricultura (un tipo de agricultura
bastante eficaz para los cánones de la época) incluso en los momentos en que tomaban parte en los saqueos de las provincias del Imperio romano. Según parece, los botines obtenidos no crearon una nueva
clase militar, ávida de riquezas y llena de desprecio por el trabajo de
los campesinos, como había ocurrido entre los germanos. De esta
forma el modelo eslavo se convirtió en una alternativa muy atractiva
para las clases bajas de ambos lados de la antigua frontera del Danu43
bio. Y lo que es más, resultó ser prácticamente indestructible a pesar
de todas sus derrotas. Resulta bastante significativo el hecho de que
el colapso final del limes del Danubio, que se había mantenido frente
a godos, hunos, gépidos, búlgaros y avaros, se produjera tras una serie de campañas bizantinas contra los eslavos. El emperador Mauricio quería continuar la purga, pero el ejército había aprendido dema, siado bien la lección: los soldados, exasperados, se amotinaron,
; marcharon sobre Constantinopla y derrocaron al emperador. Abando^
naban así una guerra que no hubieran podido ganar (Pohl, 1988,
pp. 121 ss., 159 ss.). Por supuesto, esto no significa que los primeros
eslavos vivieran en una sociedad puramente igualitaria. En algunas regiones (por ejemplo, al norte del Danubio durante la segunda mitad del
siglo vi) surgieron tendencias orientadas hacia la formación de un reino
militar; pero aun así, el poder de estos reyes no podía compararse con
el de los gobernantes avaros o búlgaros y, además, eran objeto del ataque constante tanto de los bizantinos como de los avaros.
La forma de vida eslava representa, una vez más, un modelo complementario al de avaros y búlgaros. Las tradiciones, la lengua y la
cultura eslavas troquelaron, o al menos ejercieron su influencia sobre
innumerables comunidades locales y regionales: un parecido sorprendente que se desarrolló sin contar con ninguna institución central
que lo promoviera. Para las teorías de la etnicidad se trata de un ejemplo importante: ¿deberíamos hablar de un ethnos eslavo (tenemos razones para creer que existió una cierta conciencia de la identidad eslava)? Aparentemente, la etnia operaba, al menos, en dos niveles: la
identidad «eslava común» y la identidad de cada uno de los grupos,
tribus o pueblos eslavos de diferentes tamaños que se fueron desarrollando paulatinamente y que solían tomar su nombre del territorio
donde vivían. Estas etnogénesis regionales inspiradas por la tradición
eslava incorporaban importantes remanentes de poblaciones romanas
o germanas dispuestas a abandonar identidades étnicas que habían
perdido su cohesión.
Con todo, los «romanos» sobrevivieron como un importante factor étnico en el este de Europa. Su forma de identidad étnica es quizá
la más contradictoria de las que conocemos en la Alta Edad Media.
En primer lugar, lo que era «romano» era el Imperio, un imperio que
se había establecido como una forma particular de gobernar «el
mundo», como una forma de supremacía entre reyes y príncipes. Durante más de un milenio no cabía ser emperador sin ser emperador romano. Este principio político, que para sus defensores pertenecía más
al reino de la historia de la salvación que al de la historia humana,
produjo algunos efectos asombrosos: un imperio romano de francos
y germanos, una «tercera Roma» en Moscú, los príncipes selyúcidas
que tomaban los nombres de los romanos, sus vecinos; y, cómo no, el
44
Imperio romano de los griegos (al que denominamos, con su nombre
moderno, bizantino). De hecho, los bizantinos se denominaban a sí
mismos romaioi, romanos -aunque su lengua principal era el griego,
al que pronto comenzaron a referirse como lengua «romana»- y su
"capital era la «Nueva Roma», Constaj]tinopla (Koder, 1990). Para
ellos, el hecho de ser romanos los situilba en una posición especial
entre las gentes, las ethne: la identidad-romana suponía la pertenencia a un imperio que era tanto terreno como celestial, modelo de civilización y salvación. Incluso en el siglo V, los contemporáneos seguía creyendo que el Imperio había llevado los conflictos étnicos a su
fin. Esta romanitas planteaba difíciles problemas de delimitación incluso para las gentes de la época; para nosotros es prácticamente imposible de definir, ya que gran parte de los bárbaros que habitaban en
el interior del Imperio se habían convertido al cristianismo y algunos
habían llegado incluso a alcanzar los más altos cargos administrativos
romanos. En cierto sentido, Teodorico el Ostrogodo, que se crió como
rehén en Constantinopla y desplegó una espléndida carrera como magister militum, cónsul y patricio, era un romano; en otros aspectos siguió siendo un bárbaro. Existen amplias áreas de ambigüedad en
torno a la noción de romanitas.
Por otro lado, fuera del Imperio, la tradición cristiano-romana en
sus diversas formas fue un importante factor de agregación étnica.
Una vez más, la historia de Kuver puede servir de testimonio de cómo
los habitantes de las provincias romanas situados en un entorno bárbaro (en este caso, como prisioneros y esclavos de los avaros) preservaron su identidad romana. Los enclaves romanos en los Alpes alcanzaron distintos estadios de etnogénesis local «romana», como en
el caso de los aquitanos (Ronche, 1990). El ejemplo más sorprendente es, lógicamente, el de los rumanos; siglos después de la caída
de las provincias de los Balcanes, una tradición pastoral latinorromana sirvió como punto de partida para una etnogénesis valaquianaromana. Este tipo de virtualidad -la etnia como potencia oculta que
comienza a despuntar bajo ciertas circunstancias históricas-resulta
indicativa de nuestra nueva comprensión de los procesos étnicos.
Bajo esta luz, el apasionado debate en pro o en contra de la continuidad romano-rumana ha estado ofuscado por una concepción de la etnia que resulta, sin duda, demasiado inflexible.
ALGUNAS CONCLUSIONES METODOLÓGICAS
Evidentemente, muchos de los problemas del concepto de etnia en
la Alta Edad Media permanecen sin resolver. Aun así, es posible proponer algunos principios metodológicos.
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1. «Las etnias no eran fenómenos objetivos.[...] pero tampoco
puede hablarse de algo enteramente arbitrario» (Geary, 1983). En
consecuencia, no podemos esperar encontrar pruebas directas y objetivas de identidad étnica. La consciencia étnica subjetiva de un individuo o de un grupo de gente era el factor decisivo; pero normalmente
no sabemos a qué grupo se sentían vinculados. Con todo, la forma específica de la consciencia étnica daba a los objetos una dimensión étnica. Los objetos o datos arqueológicos pueden admitir hipótesis en
torno a la «práctica étnica» que en otro tiempo les proporcionó sus
contextos y significados.
2. Muchos de los objetos hallados por los arqueólogos pueden
considerarse expresiones o símbolos, ya sean directos o indirectos, de
una identidad étnica -especialmente si son resultado de algún tipo de
ceremonial (como es el caso de los enterramientos)-, pero no existe
objeto o conjunto de objetos que sea étnicamente inequívoco. Como
ha quedado patente tras los numerosos intentos de elaborar listas de
rasgos distintivos o étnicamente típicos, prácticamente cualquier cosa
puede asumir una significación étnica o perderla. Únicamente una
combinación de objetos y hábitos puede funcionar como base para la
interpretación étnica.
3. Las fuentes escritas han conservado gran número de denominaciones étnicas que se concretan en el momento en que se registran
ciertos acontecimientos políticos o expresiones culturales conectados
con una de ellas. Como es lógico, muchos de estos nombres son de
origen toponómico (como en el caso de «escitas» para los hunos).
Otros son nombres impuestos y utilizados por extranjeros (como la
denominación venidi para los eslavos). Es posible que un mismo
grupo aparezca registrado con diferentes nombres; pero también
puede suceder que se subsuma -justificada o injustificadamente- a
dos grupos bajo una misma denominación. La complejidad de la relación entre pueblos y nombres étnicos no puede desestimarse a la ligera. También debemos ser muy cautelosos a la hora de identificar
gentes que llevan un mismo nombre en contextos diferentes. Cuando
no hay vínculos ostensibles entre los dos grupos que portan el mismo
nombre o ift nombre similar, no debemos postular conexiones directas -y menos aún una identidad, un origen compartido o una sustancia étnica común.
4. Las culturas arqueológicas y los grupos étnicos coinciden a
menudo, pero no siempre se puede confiar en que sean totalmente
identificables. Asimismo, y aún en mayor medida, tampoco debe confundirse fronteras políticas, territorios étnicos, grupos lingüísticos y
áreas de una cierta cultura material, pues no necesariamente tenían la
misma extensión.
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5. Es necesario tener en mente diversos tipos de identidad étnica. Cada uno de ellos plantea distintos problemas de interpretación. Como ha quedado patente, podemos admitir que la etnia avara
y la eslava estaban basadas en modelos socioeconómicos drásticamente diferentes; pero los procesos etnogenéticos muchas veces
tienden a oscurecer estas distinciones. ER consecuencia, no podemos
rechazar con total seguridad la idea desque algunos guerreros con
costumbres avaras se denominaran a sí mismos eslavos, o viceversa;
si lo que buscamos es la precisión, tal vez deberíamos hablar de un
individuo que se pliega a este o aquel modelo. No obstante, en casos
de este tipo podemos alcanzar niveles relativamente altos de probabilidad estadística.
En el caso de los avaros, el hallazgo de un gran número de tumbas puede atribuirse con bastante seguridad a los estratos dominantes
de guerreros que seguían al kaghan avaro. Especialmente en este
caso, los estudios han prestado mucha atención a la composición étnica'de este grupo. Para los contemporáneos, en cambio, esta cuestión no parecía ser muy relevante -generalmente se daban por satisfechos con llamar avaros a los guerreros del kaghan, sin importarles
que su origen fuera cutrigur o eslavo. En cierto modo, podríamos
adoptar una visión semejante. Dado que a pesar de todos los intentos,
no se ha conseguido determinar nítidamente ninguna división étnica
o socioétnica en el seno del imperio avaro, podemos admitir que se
trataba de una situación muy dinámica capaz de poner de manifiesto
las diversas fases de la aculturación.
En el caso de los eslavos, es bastante más difícil seguir la pista
de los grupos mencionados en las fuentes a través de los vestigios
arqueológicos. Mientras los guerreros avaros trataban de exhibir su
esplendor también después de muertos, los eslavos solían ser más
modestos; además, algunas veces copiaban los ornamentos avaros o
bizantinos. La práctica de la cremación también contribuye a oscurecer sus vestigios. En consecuencia, sólo podemos identificar con
facilidad algunas áreas compactas y estables de cultura eslava,
como la del norte de los Cárpatos; en cambio, en otras regiones,
como por ejemplo al este de los Alpes, la cultura eslava de entre los
siglos vi y vni permanece prácticamente ignota; y en cuanto a los
componentes eslavos de las poblaciones mixtas, son muy difíciles
de clasificar. Los casos en los que aparecen claramente elementos
eslavos combinados con rasgos avaros, como ocurre en las llanuras
del norte del Danubio y del este del Morava, no pueden ser objeto
de una interpretación política (Pohl, 1988, p. 290 s.); una vez más,
estos casos deben tomarse como un indicio de los procesos dinámicos de aculturación.
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Durante mucho tiempo el pueblo búlgaro ha sido el predilecto a
la hora de atribuirles hallazgos de tipo guerrero encontrados a lo
largo y ancho del este de Europa, lo cual no siempre resulta aceptable desde un punto de vista metodológico. No siempre podemos
saber con seguridad qué tipo de cultura material correspondía al
tipo de tradición y organización búlgaro, y la cuestión se presenta
particularmente confusa en el seno del imperio avaro. Los arqueólogos húngaros han tratado de probar que la cultura avara media
y/o tardía fue precedida por una invasión búlgara; los argumentos
históricos a favor de esta hipótesis han resultado ser bastante insostenibles (Pohl, 1987, 1988, pp. 282 ss.; en apoyo de esta hipótesis véase, entre otros, Bona, 1988), y las mutaciones culturales
descubiertas hasta ahora no pueden probar per se la aparición de un
nuevo pueblo.
El problema más dificultoso lo plantean los hallazgos de estilo romano tardío o bizantino. Es prácticamente imposible probar que la
persona que llevó o utilizó los objetos encontrados fuera y se sintiera
romana. La cultura bizantina y sus diversos derivados provincianos y
bárbaros impregnaban todas las culturas de la Alta Edad Media; los
dirigentes bárbaros en particular utilizaban todo tipo de objetos bizantinos como símbolos de prestigio y objetos suntuarios. Pero, una
vez más, tanto la arqueología como la historia escrita reflejan una de
las condiciones fundamentales de la etnia en la Alta Edad Media: las
gentes sólo podían definirse a sí mismas por oposición a la abrumadora realidad de una civilización y un estado tardorromanos de naturaleza poliétnica. El grado de dependencia o de rechazo respecto de
los modelos romanos moldeó la Europa altomedieval: sentó las bases
para el éxito o el fracaso de un gran número de procesos de etnogénesis. Lo que decidía la suerte de un grupo no era una cualidad étnica
(fuerza, número, talento), sino su habilidad para adaptarse a un entorno que sufría veloces modificaciones y para dar a esta adaptación
un sentido verosímil enraizado en ritos y tradiciones. Los eslavos o
los búlgaros tuvieron éxito porque su forma de organización resultó
ser simultáneamente tan estable y tan flexible como fue necesario; los
avaros fracasaron finalmente porque su modelo no fue capaz de responder a las nuevas condiciones. Los pueblos medievales y sus características culturales fueron resultado y no condición de este complejo proceso histórico.
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