¿“Como lo quiera el uso”? - Pontificia Universidad Javeriana

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CUADRANTEPHI No. 15
Agosto - diciembre de 2007, Bogotá, Colombia
¿“Como lo quiera el uso”?
Hacia una comprensión del uso como norma de hablar
Juana Bastidas E.
Carrera en Filosofía
Pontificia Universidad Javeriana
Bogotá
[email protected]
Resumen
"Como lo quiera el uso, en cuyo poder están el arbitrio, el derecho y la norma de
hablar", escribió Horacio. Este pasaje es citado con frecuencia con el fin, por una
parte, de poner en cuestión la autoridad de los preceptos formulados por los
gramáticos y, por otra, de legitimar cualquier uso de las palabras que alguna vez
haya tenido lugar. ¿Es el uso un criterio definitivo para establecer lo que las
construcciones sintácticas deben ser? ¿Construyen los gramáticos, efectivamente,
una caprichosa barrera que restringe las posibilidades que tienen las palabras para
ser dispuestas en oraciones? ¿O acaso tienen los preceptos de los gramáticos algo
que ver con el uso ordinario del lenguaje? El presente artículo tiene por objeto
determinar el uso como la categoría que puede ser comprendida como el criterio
definitivo para la disposición de las palabras.
Abstract
Horace wrote: “Just as usage wills it to be, in whose power lie judgment, law and
the norm of speech”. This passage is often quoted with the aim, on the one hand,
of questioning the authority of precepts formulated by grammarians, and on the
other, to legitimize whatever usage of words that has occurred at any one time. Is
usage a definitive criterion through which to establish what syntactic structures
should be? Do grammarians, in fact, build a whimsical barrier which limits the
possible ways words can be arranged in sentences? Or perhaps the principles
proposed by grammarians have something to do with the normal use of language?
The aim of the present article is to set out usage as the category that can be best
understood as the definitive criterion for the arrangement of words.
CUADRANTEPHI No. 15
Agosto - diciembre de 2007, Bogotá, Colombia
Como lo quiera el uso, en cuyo poder están el arbitrio,
el derecho y la norma de hablar.
Horacio
1. Introducción
En el epígrafe que abre el presente texto suelen ampararse construcciones lingüísticas que,
si no del todo vitandas, pueden ser consideradas por lo menos “anormales” –según la
terminología que emplea Manuel Seco en su Diccionario de dudas1– en nuestra lengua.
Así, parece que Horacio termina por legitimar cualesquiera usos que de las palabras se
hagan e incluso por abrir la posibilidad de que la máxima según la cual éstos se constituyen
sea elevada a ley.
En ese orden de ideas, ¿qué son entonces la corrección en el lenguaje y el buen decir? Si
todos los usos ostentan finalmente la misma autoridad, ¿qué lugar ocupan y qué función
desempeñan las normas sintácticas y ortográficas? ¿Hay todavía una instancia definitiva a
la cual apelar con vistas a la unidad de la lengua? ¿O acaso es ésta un ámbito que escapa a
toda posibilidad de regulación?
Este artículo tiene por objeto ofrecer algunas notas para la comprensión del uso como
norma de hablar, intentando determinarlo de tal modo que se presente como una vía media
entre las preceptivas de las autoridades y el uso cotidiano, a todas luces irreflexivo.
Afirma Seco en la “Advertencia preliminar” a su Diccionario: “hablar bien no es lo mismo
que ir bien peinado o llevar los zapatos relucientes. El hablante debe aspirar a la perfección
de su habla porque esta es un instrumento de importancia vital para su convivencia dentro
1
Seco evita el adjetivo ‘incorrecto’ en la convicción de que ninguna expresión es del todo censurable en el
castellano (Cfr. SECO, Manuel, Diccionario de dudas, Espasa, Madrid 1999, “Advertencia preliminar”). No
obstante, a lo largo del Diccionario, Seco califica ciertos usos como indebidos e incluso ‘insólitos’, lo cual
declara que al autor efectivamente admite, al menos hasta cierto punto, la posibilidad y necesidad de alguna
reglamentación.
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de una nación”2. Escribo este artículo en la convicción de que tal relevancia se extiende al
ejercicio de la filosofía por cuanto el pensamiento se construye en la confrontación
permanente con otros, y ésta, si conducente, presupone un uso adecuado del lenguaje.
2. El uso actual
Para comenzar este diagnóstico, cedo la palabra a Enric Castelló:
En el 2007, y es una tendencia que percibo in crescendo, me encuentro con escritos
fragmentados, impactos sin sentido, expresiones grandilocuentes fuera de contexto
y efectistas, relatos llenos de tópicos, conceptos efímeros, frases absolutamente
gastadas o quemadas en un ataque de moda3, descosidos, pedazos, abreviaciones,
elipsis inconscientes, presuposiciones, saltos, hiperrelaciones sin transición…4
Innecesario sería comentar cuántas razón y razones tiene Castelló. Por otra parte, es
sintomático que exista una obra como el Diccionario del argentino exquisito5, de Adolfo
Bioy Casares. En este lexicón el autor cuestiona, con excepcional sentido del humor,
numerosas expresiones y usos que se juegan entre lo gracioso y lo demencial. Sin embargo,
más allá del sin par divertimento que ofrece al lector, esta obra denuncia un fenómeno
mucho más fundamental y que se vislumbra en definiciones como la siguiente:
Total:
“Secretaria buena presencia, con total conocimiento idioma inglés, ambiente
moralmente confortable, Bradomin y sus hijos, S. A.” El humilde aviso tiene su
valor, porque evidencia un estilo donde las palabras, en este caso, total, se eligen
por el énfasis que pueden dar a la frase y no por el significado, que no importa.
2
SECO, Manuel, Diccionario de dudas, Espasa, Madrid 1999, p. X.
No sé si recuerdo el día en que, entre los jóvenes (críticos, contestatarios, revolucionarios, innovadores,
visionarios…) todas las cosas dejaron de ser lo que eran para hacerse “un video”. Después la expresión
comenzó a comportarse como un adjetivo de significado muy indeterminado. Indeterminación del término
que manifiesta la roma disposición de entendimientos que no hacen esfuerzo alguno por delimitar sus
conceptos. Indiferencia ante las palabras que se me antoja inversamente proporcional a la importancia que
puede tener lo acríticamente designado por ellas.
4
CASTELLÓ, Enric, “Cumpleaños, hipermodernidad y masoquismo” en La Vanguardia, 14/02/2007
(http://www.lavanguardia.es/gen/20070214/51308271733/posts/cumpleanyos-hipermodernidad-ymasoquismo-internet-hans-constitucion-espanyola-barcelona-anagrama-madrid-pc.html).
5
Empleo la siguiente edición: BIOY CASARES, Adolfo, Diccionario del argentino exquisito; en Obras
completas, Tomo V: “Ensayos y memorias”, Norma, Buenos Aires 1999.
3
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Mas no se trata ya de un mero estilo, sino de la proclividad más común entre los
hispanohablantes –en cuanto hablantes–. Con el único propósito de sustentar esta
generalización refiero las palabras de D’arcy Quinn en días pasados: “Aunque estamos en
el Congreso de la Lengua, no hay palabras: maravilloso, histórico, apoteósico”6. Y no se
trata de casos aislados7.
En suma, la enumeración que hace Castelló ha de señalar para nosotros una incomprensión
mucho más profunda, delatada por Bioy e ilustrada por innumerables ejemplos: el sentido
se ha hecho prescindible para la predicación. Respecto de esta constatación, la incorrección
gramatical habrá de ser vista como un mero corolario8.
3. Preceptivas e instancias de regulación
Puede parecer que el orden de las palabras se halla regulado por un cuerpo de principios a
partir de los cuales los signos se organizan. Desde esta concepción, toda universalización
será vista como una imposición extrínseca a la dinámica propia de cada caso particular,
como una exigencia que restringe las posibilidades de la predicación.
Sin embargo, es preciso notar que las normatividades no anteceden a los usos de la lengua.
De hecho, las gramáticas de las lenguas naturales aparecen como regularizaciones de la
pluralidad de casos que se acusa en la lengua hablada, esto es, como una normalización que
intenta dar, en mayor o menor medida, orden a tal pluralidad. No bien así en las lenguas
artificiales, en las cuales la gramática no toma forma a partir de los usos cotidianos de las
palabras; por el contrario, son éstos los que se constituyen en cumplimiento de los
preceptos morfológicos y sintácticos preexistentes. De este modo se comprende cómo las
lenguas artificiales pueden tener gramáticas que constan de unos pocos principios sin
6
Abundantes ejemplos de esta índole han sido recopilados a lo largo del siguiente libro: GARCÍA YEBRA,
Valentín, El buen uso de las palabras, Gredos, Madrid 2003.
7
Una profusa y muy bien comentada compilación de gazapos aparecidos en la prensa española puede leerse
en www.malaprensa.com. En Colombia esta labor profiláctica estuvo a cargo de grandes conocedores de la
lengua como lo fueron Argos y Alfredo Iriarte.
8
Esta dependencia se verá mejor en el siguiente apartado.
4
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excepciones9. Pero las lenguas naturales como el castellano, en constante transformación,
precisan gramáticas que se ocupen de sus rudimentos, y en este sentido afirma Cuervo que
“el mérito de un libro filológico, ni más ni menos que el de uno sobre anatomía o botánica,
consiste en la claridad con que represente el estado actual de la ciencia y en que abra
horizontes para nuevas investigaciones; y que por lo mismo ninguna obra de esta especie
tiene valor definitivo”10.
Así, los preceptos, en cuanto derivados de la usanza, habrán de ser comprendidos como la
explicitación de principios concretos que satisfacen las exigencias lógicas de la predicación
y, por tanto, del pensamiento. Mas conviene observar que no se habla aquí de “exigencias
lógicas” en el sentido de la lógica formal, esto es, no de una formalidad sin contenido, sino
de los requisitos propios del significado de las palabras; y así, los preceptos se comprenden
como la explicitación de la estructura de las construcciones en la que tales exigencias
concretas hallan cumplimiento. Encontramos, pues, que a la base del problema sintáctico
yace un problema semántico.
Es entonces la palabra misma la que pone las condiciones que han de verse satisfechas por
la configuración que adquiere la totalidad de los elementos en función de la predicación.
Aquí conviene señalar la importancia de tomar en consideración la significación de cada
palabra en la especificidad de la lengua en la que se emplea11. Así, puesto que la lógica de
las palabras es más que mera formalidad vacía, exige a ellas responder a los requisitos
propios de cada lengua. De lo contrario, bastaría una misma gramática para todas las
lenguas. A la custodia de tal especificidad parece apuntar Andrés Bello en el “Prólogo” a su
Gramática de la lengua castellana para el uso de los americanos cuando afirma:
9
Cfr. http://esperanto.jubilo.ca/esperanto/
CUERVO, Rufino José, Notas a la Gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello, “Introducción”,
Instituto Caro y Cuervo, Bogotá 1981, p. 3.
11
Este principio será útil para evitar las apropiaciones incorrectas de vocablos que presentan semejanza
morfológica con otros de distinto significado en otras lenguas. Muy útiles compilaciones de los errores más
recurrentes a que conduce tal paronomasia pueden hallarse en los múltiples “Diccionarios de falsos amigos”
entre diversas lenguas.
10
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El habla de un pueblo es un sistema artificial de signos, que bajo muchos respectos
se diferencia de los otros sistemas de la misma especie; de que se sigue que cada
lengua tiene su teoría particular, su gramática. No debemos, pues, aplicar
indistintamente a un idioma los principios, los términos, las analogías en que se
resumen bien o mal las prácticas de otro. Esta misma palabra idioma está diciendo
que cada lengua tiene su genio, su fisonomía, sus giros; y mal desempeñaría su
oficio el gramático que explicando la suya se limitara a lo que ella tuviese de
común con otra, o (todavía peor) que supusiera semejanzas donde no hubiese más
que diferencias, y diferencias importantes, radicales12.
Dicho esto, es posible añadir una nota de particularidad a la caracterización de las
preceptivas antes esbozada: explicitación de las exigencias lógicas de la predicación según
el carácter propio de la lengua en la que ésta tiene lugar. Por ello, por ejemplo, la acepción
intransitiva de un verbo en una lengua no ha de ser inferida tal en otra13, pues se trataría de
un calco semántico inapropiado en tanto que no hace justicia al significado de tal verbo en
la lengua en que se hace la predicación. Mas ¿qué relación guarda con la sintaxis la
especificidad de la semántica en cada lengua? De una apropiación tan inadecuada como la
mencionada puede derivarse, por ejemplo, la inclusión de una preposición innecesaria para
introducir el complemento directo del verbo14. Pasando de soslayo los pormenores del caso
particular, es posible afirmar que, así también, al vulnerar la gramática, tanto vulneramos el
sentido de la predicación y empobrecemos el significado de las palabras.
12
BELLO, Andrés, Gramática de la lengua castellana para el uso de los americanos, “Prólogo”; en:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12145074229036051543435/p0000002.htm#I_13_.
Bello aplica el principio citado para la composición de esta Gramática y, con vistas al estudio preciso de la
morfología y de la sintaxis castellanas, abandona incluso la consideración de la lengua latina en cuanto lengua
madre de la que pueden ser extraídos los fundamentos de la dinámica de sus lenguas derivadas.
13
Tomo este caso por estimarlo paradigmático para las predicaciones que tienen la forma “SP”. Entiendo los
“experimentos literarios” que no conservan esta forma de predicación como la superación de la estructura con
vistas a un fin estético y quizá a una inversión conceptual, mas nunca como el abandono de la misma en
virtud de su desconocimiento. En esta dirección parece apuntar Iriarte cuando plantea una analogía entre las
artes pictórica y literaria: “ni el dominio de la gramática ni el de las combinaciones cromáticas producen en
forma automática obras de arte. Pero sin ellos, estas son imposibles” (IRIARTE, Alfredo, Rosario de perlas,
Intermedio, Bogotá 2003, p. 309.). Son justamente quienes alcanzan un dominio más que satisfactorio de su
lengua aquellos que están en capacidad de traicionar el recto sentido de las palabras para otorgarles otra
función o significado. Esta superación –que no desconocimiento– del recto sentido puede leerse en los
trabajos sobre enigmística desarrollados por autores contemporáneos como Màrius Serra y José Antonio
Millán.
14
En la terminología de Beuchot, podría aseverarse que la materia del juicio –las palabras– se organiza con
vistas a su forma –la relación afirmada entre S y P-. Cfr. BEUCHOT, Mauricio, Introducción a la filosofía de
Santo Tomás de Aquino, San Esteban, Salamanca 2004, p. 85.
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Por otra parte, quien siempre haya atendido a las palabras y a su significado encontrará que
las “preceptivas” y “regulaciones” –ahora entrecomilladas– le aportan poca o ninguna
información adicional acerca del funcionamiento de la lengua respecto de la que ya tenía.
Esto manifiesta que el buen decir no es producido por el estudio exhaustivo de la sintaxis
de una lengua, sino por la comprensión de su forma de ser y de comportarse en cada caso:
“[e]l que dice lo que se propone, de manera eficaz y natural, con el lenguaje corriente de su
país y de su tiempo, escribe bien”15.
Por último, quisiera hacer notar que todas las preceptivas que he encontrado comienzan por
reconocer el carácter dinámico de las lenguas. ¿Intentan entonces estas obras, aun habiendo
admitido su dinamicidad, detener el flujo del lenguaje para salvaguardar su pureza a cambio
de la pérdida de su carácter mudable? ¿O acaso se trata de meros testimonios de estados de
cosas que son objeto de permanente superación, de manera que salen a la luz para perder de
inmediato su vigencia? A propósito de esto, declara Iriarte: “[s]oy, creo, como hay que ser:
liberal en cuanto al ingreso de vocablos nuevos y rígidamente conservador en cuanto a la
defensa de la estructura del idioma, cuya preservación es vital para que nuestra lengua no se
nos convierta en un papiamento deshuesado e incoherente”16. No en vano está por
publicarse la vigésima tercera edición del DRAE, mientras las gramáticas canónicas siguen
siendo unas pocas, excepción hecha de algunas novedades.
Y aunque las gramáticas sean reeditadas con ciertas variaciones, producto éstas de los
nuevos acuerdos a que han llegado los hablantes17, encuentro en ellas, como común
denominador, una invitación a volvernos hacia el significado de las palabras para hacerlas
funcionar de modo adecuado en su contexto. Así, el estudio minucioso de la gramática,
aunque puede ser pasado por alto, recupera para el hablante la atención a las palabras, cuya
importancia se ha visto encubierta por la ingravidez del irreflexivo uso actual.
15
BIOY CASARES, Adolfo, Diccionario del argentino exquisito, “Prólogo”; en Obras completas, Tomo V:
“Ensayos y memorias”, Norma, Buenos Aires 1999, p. 173.
16
IRIARTE, Alfredo, Rosario de perlas, Intermedio, Bogotá 2003, p. 65.
17
La legitimidad de estas enmiendas será objeto del apartado siguiente.
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4. El uso reflexivo como vía media
Pese a que el anterior apartado tuvo por objeto caracterizar la función generalizadora de las
“preceptivas”, éste cuestionará la legitimidad de sus novedades y abrirá la posibilidad de,
en concordancia con el uso reflexivo, abandonar los preceptos de las instancias de
“regulación”.
Entiendo por “uso reflexivo” todo aquel que asume las palabras en toda la gravedad de su
significación y que, en esa medida, comprende la sintaxis como resultado de una
“causalidad semántica”. Según hace notar Seco, el lenguaje como hecho humano se halla
sometido a dos elementos: la voluntad de quien propone un uso y la de quien decide
adoptarlo o no18. En este segundo elemento reside la posibilidad de cuestionar los preceptos
de los gramáticos.
Veamos dos casos particulares. En primer lugar, en la entrada ‘Concordancia’ del
Diccionario Panhispánico de Dudas (en adelante DPD) se encuentran tres numerales que
pretenden explicar problemas muy semejantes, atendiendo para ello, sin embargo, a
criterios distintos. El numeral 4.11 trata el caso de la concordancia en oraciones que tienen
la forma “uno de los que” + verbo, y reconoce la corrección de la construcción que pone el
verbo en plural19. Pese a ello, sin explicación alguna, admite también la construcción con el
verbo en singular, mas no para las personas primera y segunda del singular. Atendiendo a
estos criterios, queda admitida la frase “Yo fui uno de los que besó su mano”20. El numeral
4.12 se ocupa de casos como “yo soy de los que” + verbo. En él se acepta, siguiendo el
mismo criterio del numeral anterior, el uso del verbo en singular sólo para la tercera
persona del singular, siendo este uso calificado como “menos recomendable, aunque
admisible”. A pesar de que el uso del verbo en plural se encuentra explicado con
18
Cfr. SECO, M. Op. cit., p. X.
El DPD habla, en este caso, de “mayor correción”, noción cuyo significado me resulta por lo menos
huidizo.
20
Basta disgregar la oración para percibir la desproporción entre los accidentes del nombre y los del verbo:
“los que besó su mano” manifiesta una clara falta a la concordancia. Sería tanto como decir: “los que son muy
apresuradas”, o dislates semejantes.
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suficiencia, la pretendida admisibilidad de la construcción cuyo verbo está en singular
tampoco se ve justificada aquí. Y lo más desconcertante aparece en el numeral 4.13, que
trata los casos como “yo soy el que” + verbo. Para estos casos, el DPD reconoce la estricta
concordancia del relativo con el verbo como propia del “habla culta”21, mas admite también
la concordancia del verbo con el pronombre personal, con lo cual queda legitimada la
construcción “Por primera vez en mi vida yo soy la que tengo el control”. La explicación
para la aceptación de este uso es una “mayor implicación afectiva de parte del hablante”.
No es claro cómo puede una “mayor implicación afectiva” dispensar a la predicación de la
concordancia que le ha de ser inherente, ni cómo pueden los casos ser considerados bajo
criterios tan disímiles, en virtud de los cuales la desproporción se hace “admisible”.
¿Cómo puede operar un hablante con herramientas que ofrecen información contradictoria?
Aunque Bello registra ambos usos, toma una posición clara respecto de este último caso:
“[y]o, sin embargo, preferiría decididamente la tercera persona (…); en la variedad de usos
debe preferirse el más lógico”22. Esta declaración es manifestación de lo que antes he
denominado “uso reflexivo del lenguaje”.
En segundo lugar, es frecuente encontrar en el DPD sugerencias como “es de uso
mayoritario y, por tanto, preferible”. Varios casos que son registrados con este criterio son
los substantivos y verbos compuestos que tienen por prefijo la partícula latina ‘sub-’. La
entrada ‘Substancia’ remite a ‘Sustancia’, donde se lee: “[s]e recomiendan las grafías
simplificadas, por ser más acordes con la articulación real de estas palabras y las más
extendidas en el uso actual”. Estos criterios parecen muy pobres, o por lo menos lo
suficientemente discutibles como para que quien esté interesado en los asuntos del lenguaje
–como, por ejemplo, las etimologías– no se vea satisfecho con tal explicación. En contra
del empobrecimiento sugerido por el DPD podría leerse una vez más el “Prólogo” al
Diccionario de Bioy –escrito mucho antes de la aparición de aquél–: “[d]e los intentos de
racionalizar el idioma, ninguno es feliz. Los más notorios desembocan en la escritura
21
Las comillas son mías.
BELLO, A., Op. cit.
(http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12145074229036051543435/p0000004.htm#I_46_).
22
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fonética, <<ortografía obscena>> según Beerbohm, una forma de barbarie que borra las
huellas de la historia”23. El estudio de la lengua latina permite al hablante tematizar ese
aspecto de las palabras que por lo general permanece oculto a la cotidianidad del habla y
que se trasluce en las partículas que las componen24. Así, el estudioso logra oír, en la
acentuación y en la ortografía establecidas según la etimología, una música venida de muy
lejos, como el eco de un sentido originario25.
Para casos como éstos, es el hablante quien debe hacerse parte activa de la configuración de
la normatividad del lenguaje y reclamar su lugar en la construcción de éste. Mas, para ello,
este hablante debe ser también capaz de mostrarse suficientemente capacitado para
discernir en los casos particulares, pues no se trata de proponer una ciega anarquía en virtud
de la cual se inmole la unidad de la lengua. Así, cuanto más alejado se halle el hablante de
la comprensión de las “preceptivas” como regulaciones impuestas, más cercano estará a la
posibilidad de estar en posesión de los elementos necesarios para tomar la decisión,
sustentada, de seguirlas o no. Casi equivaldría a decir: cuanto más alejado del uso –según la
ingenua antinomia que lo opone a la “regulación”–, más próximo a él o, con más precisión,
más próximo a la modalidad del uso que ha de constituirse como norma de hablar. Es así
como queda abierta para el uso la posibilidad de ser elevado a ley. Y es así también como la
gramática puede ser comprendida como un conocimiento siempre susceptible de ser
revisado una vez más, por cuanto una mejor comprensión de la función y del significado de
23
BIOY CASARES, A., Op. cit, p. 173.
En palabras de Fray Bernardo de Lugo, “estudiando sabrás lo que adivinas”. FRAY BERNARDO DE
LUGO, Gramática en la lengua general del Nuevo Reyno, llamada mosca, Madrid 1619. El texto carece de
paginación.
25
Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
sin voz y sin color, saben secretos
de las épocas muertas, de las vidas
que ya nadie conserva en la memoria,
y a veces a los hombres, cuando inquietos
las miran y las palpan, con extrañas
voces de agonizante, dicen, paso,
casi al oído, alguna rara historia
que tiene oscuridad de telarañas,
son de laúd y suavidad de raso.
(SILVA, José Asunción, “Vejeces”; en Antología poética, Universidad Externado de Colombia, Bogotá
2005.)
24
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las palabras puede impugnar principios otrora empleados por el hablante, formulados
también éstos, en su momento, en concordancia con la comprensión que el mismo hablante
tenía de los mismos aspectos de las palabras. Esta proporción hace posible que la gramática
sea tan revisable como lo es el conocimiento mismo.
Reitero aquí la importancia que este trabajo reflexivo sobre el lenguaje tiene para el
ejercicio de la filosofía –cuya materia son conceptos que se expresan por medio de voces–,
para lo cual cedo la palabra a Rufino José Cuervo:
Es el bien hablar una de las más claras señales de la gente culta y bien
nacida, y condición indispensable de cuantos aspiren a utilizar en pro de sus
semejantes, por medio de la palabra o de la escritura, los talentos con que la
naturaleza los ha favorecido26.
Sin embargo, pese a que la relevancia de la corrección lingüística para la filosofía fue
justificada en la introducción del presente texto apelando a una comprensión de la filosofía
como ejercicio dialógico, no sería preciso restringir el rendimiento filosófico del lenguaje a
la mera interlocución. Leemos en el lomo del Diccionario de la Academia: “Limpia, fija y
da esplendor”. Interpreto esta formulación como condicional, esto es: la lengua, si limpia,
fija y da esplendor tanto a la expresión cuanto al entendimiento. En el actual estado del uso,
se trata de lo que Iriarte llama “deplorable reciprocidad”:
A pensamientos idiotas corresponde un lenguaje proporcionalmente pobre,
falso, deficitario, tosco y fraudulento. (…) Y lo más grave es que se torna
circular; es decir, que en tanto que los componentes de la sociedad se
expresan como estúpidos, siguen pensando y discurriendo como tales hasta
la asfixia final; hasta que llega el momento espantable en que el verbo, ese
signo capital de identidad del ente racional, ese verbo que fue desde el
principio y que por lo tanto se confunde con Dios, desciende al nivel del
rebuzno y del gañido a fuerza de empeñarse en expresar remedos de ideas y
caricaturas de conceptos27.
26
27
CUERVO, Rufino José, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, El Gráfico, Bogotá 1939, p. I.
IRIARTE, Op. cit., p. 370.
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Sea este escrito nada más que una invitación a volcar nuestra mirada sobre las palabras para
volver a hacerlas hablar en y para esta época de desconocimiento de su naturaleza, de
descuido de su significado y de profundo olvido de sus potencias.
Bibliografía
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