picasso y pontormo: obras maestras de taller

Anuncio
52-53 PENSAMIENTO MAURO_52-53 CINE.qxd 12/03/14 18:34 Página 52
DE LA CULTURA Y LA CIENCIA
‘Cráneo de toro, fruta y jarrón’, de Pablo Picasso (1939).
U
Por Mauro Armiño
n cuadro, Cráneo de toro, fruta y jarrón (1939), en la exposición de Mapfre dedicada a Picasso, me ha remitido esta mañana del 11-M directamente al Guernica,
por la expresión angulosa de sus líneas. Hace tres o cuatro semanas, tras ver un exposición en el Reina Sofía, pasé a saludar, como suelo cuando ando por ahí, a ese cuadro emblemático de la historia trágica de España, que esta mañana revive casi impidiendo escribir. De las cinco figuras humanas representadas en el Guernica, cuatro son
femeninas, expresando la desesperación maternal; sobre todo en ambos laterales esas
dos mujeres que claman contra el cielo: a la
izquierda del espectador, la madre que tiene al niño muerto en sus brazos con la mirada vuelta hacia lo alto; a la derecha, la que
alza airada las manos. Entre los testimonios
que estos días aparecen de las víctimas del
atentado de los trenes de Atocha, los más vivos siguen siendo los de esas madres de
muertos. Su dolor se ha convertido en elegía eterna, que desgarra a cada minuto desde hace diez años sus entrañas.
Dejemos la lírica a los poetas, para volvernos a la realidad oficial que Rouco Varela preside ahora mismo en la Almudena,
52
17–23 de marzo de 2014. nº 1055
PICASSO Y
PONTORMO:
OBRAS
MAESTRAS
DE TALLER
con reyes, princesas, cardenales, obispos
y políticos –imponiendo por narices el rito católico al resto de víctimas–; “El día de
la infamia”, tituló aquella fecha El Mundo;
no sabíamos que el título real iba a ser Primer día de la infamia, sostenida en sus propias páginas durante estos diez años. Toda
una banda de infamia: empezando por el
malhadado presidente Aznar telefoneando
de forma desaforada y mintiendo a directores de periódico y embajadas para tergiversar lo ocurrido, cuando a las doce de la
mañana ya los investigadores de la Policía
descartaban a ETA; le siguieron muchos
otros: Pedro J. Ramírez y García-Abadillo,
en una esquina de la redacción de El Mundo diciendo: “Hay que mantener todo lo
que se pueda la autoría de ETA”, según testimonios de sus periodistas; y Acebes, ministro del Interior, con su segunda de entonces, María Dolores de Cospedal, jurando y perjurando la mentira…; y la patulea
de los Zaplana, Trillo y el larguísimo etcétera de jerifaltes del PP que trataban de convertir en bola de nieve la mentira. Y es que
tres días después había elecciones: por un
plato de votos se conjuramentaron para torticear la historia. Lo acaba de rematar la
coz del arzobispo Rouco en su perorata,
sumándose a la insidia e insinuando, otra
vez, que el móvil fueron “oscuros objetivos de poder..., subordinándolo a la obtención de sus intereses económicos, políticos y sociales”.
A ese rosario de infamias se sumaron y
siguen sumándose muchos todavía diez
años después, cuando todo está claro; periodistas de cloaca dispuestos a cambiar el
mundo: desde Jiménez Losantos en los micrófonos de la COPE, la cadena de los obispos y de Rouco, hasta Ramírez, que sigue
en sus trece y, ya desposeído de su trono,
se disfraza de víctima, tras haber olvidado
aquello de que “Roma no paga traidores”.
Y Cospedal, que disemina dudas, e Ignacio González, presidente de la Comunidad
de Madrid, que exige la verdad, toda la
verdad y nada más que la verdad, pero no
sobre su ático marbellí ni sobre las andanzas de su imputada esposa Lourdes Cavero, sino, como argumentan todos ellos,
sobre el origen y el autor intelectual de
aquellos atentados; da igual, cuando lo encuentren, no les bastará; aducirán entonces que, conocido ese autor intelectual, sigue sin conocerse el nombre de las tres huríes que servían tarros de leche y miel al
yihadista que un mal día se le ocurrió pensar en Madrid como blanco; y cuando den
con las huríes, exigirán el nombre del pavo real que con su graznido en los jardines del yihadista marcó el punto y hora de
los atentados.
Y la ignominia de lo que vino después,
el juicio negado y obstaculizado, las falsas
pruebas que inventaron sólo para soltar la
pataleta del poder perdido. Las infamias,
insultos y persecuciones que han tenido que
52-53 PENSAMIENTO MAURO_52-53 CINE.qxd 12/03/14 18:34 Página 53
soportar madres como Pilar Manjón, o el
comisario de policía Rodolfo Ruiz, cuya esposa se suicidó por las presiones, y a cuyo
entierro no asistieron, pese a haberle dado
tierra, ni Aznar, ni Losantos ni Ramírez, ni
Acebes ni Cospedal.
Bateau Lavoir, de los bulevares de Clichy y
Raspail, hasta las villas donde finalmente
residió en la Provenza, sobre todo la última, inundada por la luz mediterránea de
Mougins, a seis kilómetros del mar, junto a
Cannes. Cambio de viviendas y talleres,
cambio de amadas, cambio de estilos pictórico, cambio de humores: cambios todos
que se reflejan aquí con obras distantes entre sí más de sesenta años, desde el Autorretrato con paleta (1906), que recibe al visitante, hasta el Hombre en el taburete
(1969), que lo despide. Por esos más de sesenta años Picasso pasa desde el riguroso
cubismo hasta la vuelta al clasicismo y al
Mediterráneo, cuando, por ejemplo, en la
villa La Californie mira con distancia paródica Las Meninas velazqueñas (el ciclo es-
Picasso en el taller. Para lavarse de tanta
abyección con la que España parece haberse acostumbrado a vivir día a día, puede refugiarse uno en las salas de la Fundación Mapfre del Paseo de Recoletos, y ver
dos exposiciones: Picasso en el taller y Dibujos, de Pontormo. La dedicada al pintor
malagueño reúne “80 lienzos, 60 dibujos y
grabados, 20 fotografías y más de una decena de paleta del artista que permiten apreciar cómo el taller de Picasso se convierte
en el centro sobre el
que gravita toda su
creación, el lugar que
se entrelaza su arte y
su vida”, abierta hasta el 11 de mayo, como la de Pontormo.
Maite Ocaña, que fue
durante dos décadas
directora del Museo
Picasso barcelonés, es
comisaria de esta especie de radiografía
del taller picassiano
en calidad de eje que
centra la vida; son “los
espacios de la labor
creadora, que además
ofrecen una representación fiel y diaria de
su cotidianidad”, según Ocaña. Es el taller
con las naturalezas
muertas –”paisajes interiores” las llamaba
Picasso– que puede
contener, la vida en el
taller-casa, el taller como boudoir donde la
amada posa. El recorrido abarca distintos
talleres que para Picasso hacían uno con
él mismo: desde los
iniciales (1904) de la
Rue de la Boétie, del ‘Estudio para la figura de San Juan de una Pietà’, de Jacopo Carucci ‘Pontormo’.
tá en el Museo Picasso de Barcelona), sin
dejar por ello de insistir en uno de los temas que la exposición subraya: el pintor y
la modelo, tema que Picasso pintó de manera obsesiva, innumerable, a lo largo de
toda su vida, con personajes femeninos que
se integraron en su historia: Fernande Olivier, Eva Gouel, Olga Khokhlova, MarieThérèse Walter, François Gilot, Jacqueline
Roque. En ese abanico de estilos, también
hay representación de los momentos más
duros del siglo: la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, donde la violencia de
los trazos, tras el Guernica, por ofrecer una
referencia, refleja visiones crueles: en ese
momento, el tema de las vanitas recordando la fugacidad del tiempo y la presencia
de la muerte, desencaja todo, desde las calaveras obligadas del tema hasta los objetos y los cuerpos de las mujeres.
Pontormo: el pintor extravagante. Con ese
adjetivo se calificó ya en vida a Jacopo Carucci (1494-1557), conocido como Pontormo; con ése y con otros del mismo jaez,
aunque no en tono despectivo, le califica
ya su coetáneo Giorgio Vasari en su Vidas
de los más excelentes pintores… Son 69 los
dibujos que ofrece la exposición de Mapfre, comisariada por Kosme de Barañano.
Aunque en su mayoría proceden de la Galeria degli Uffizi de Florencia, hay piezas
que se conservan en museos de Munich o
Viena; además de mostrar las distintas etapas y los diferentes medios que empleó (lápices, tizas, pluma, sanguina, etc.), Pontormo se deja acompañar por nueve dibujos de otros pintores de distintas épocas,
como Durero, Poussin o Tiépolo. La sesentena de piezas son esbozos, dibujos preparatorios para sus obras mayores, es decir,
un campo de experimentación en el que
predomina, por eso mismo, la libertad de
trazo: hay algunos incluso que parecen juegos sobre papel. Pero en ellos se transparenta la “extravagancia”, la huida del realismo clasicista para buscar perspectivas
distintas que prestan al cuerpo actitudes
contorsionadas: en ellas estriba su modernidad, y la atracción que durante el siglo
XX empezó a prestársele. Y, dato interesante: en el catálogo figura la traducción del
muy detallado diario que Pontormo llevó
durante los dos últimos años de su vida. l
nº 1055. 17–23 de marzo de 2014
53
Descargar