LA BIODIVERSIDAD ANIMAL Y SU CONSERVACIÓN Rector Magnífico de la Universidad de Alcalá, Presidente del Consejo Social, Alcalde de Alcalá de Henares, autoridades, Claustro universitario, doctora honoris causa, galardonados, queridos compañeros de la Universidad de Alcalá, amigos todos. Cuando hace 37 años llegué a esta Universidad y entré por primera vez en este espectacular Paraninfo, recuerdo perfectamente que miré con envidia al orador de aquella ocasión por poder dirigirse al auditorio desde tan espléndida cátedra. Hoy, gracias al honor que me concede el Sr. Rector, tengo la oportunidad de hacerlo, y quiero mostrarle públicamente mi agradecimiento por esta designación. Les voy a hablar de un tema que para mí es apasionante y al que me he dedicado en todos estos años de docencia e investigación: la biodiversidad animal y su conservación. La biodiversidad es un concepto muy amplio, incluso aunque le pongamos la acotación de animal. Efectivamente, por biodiversidad se pueden entender cosas diferentes, pero siempre se estará de acuerdo en que tiene que ver con la variedad de la vida en la Tierra. Se trata de explicar toda la enorme cantidad de seres vivos (animales en nuestro caso), que existen en nuestro planeta, lo cual a priori se antoja una tarea inabarcable. Nos tendremos por tanto que contentar con apuntar tan solo algún aspecto parcial de esa biodiversidad. 1 Una de las primeras preguntas que nos pueden surgir al abordar este asunto es ¿por qué existe la biodiversidad animal? La respuesta se puede dar desde muy distintos puntos de vista y niveles biológicos, desde el gen a la biosfera, ya que parece evidente que si todos los animales tuviesen idéntica composición genética y el ambiente en la Tierra fuese absolutamente uniforme, probablemente no habría surgido variación alguna; como zoólogo, me compete intentar responder a este interrogante desde un punto de vista morfológico. Como dice el profesor Luis Gállego de la Universidad de las Islas Baleares, es un hecho comprobado que el proceso de la vida es diversificador, de modo que a medida que transcurre el tiempo van surgiendo nuevas manifestaciones de la vida, que en conjunto constituyen precisamente lo que llamamos biodiversidad. Hoy en día sabemos que esta diversidad es el resultado de un proceso evolutivo, aunque a lo largo de la historia de la humanidad ésta es una idea relativamente nueva. Cada una de las variedades actuales deriva de alguna que hubo antes y así sucesivamente hasta el origen o principio de la vida. Todas las pruebas parecen indicar que la gran diversidad existente de animales se ha originado a partir de un único grupo antecesor. No conocemos con exactitud qué tipo de organismo fue, aunque en la actualidad se piensa que seguramente fue un grupo de protistas similar a los coanoflagelados. El caso es que a partir de este antecesor ha tenido lugar un proceso por el cual han ido surgiendo gran cantidad de formas distintas que los zoólogos han ido reuniendo en grupos de animales, a los que denominan filos, cuyo número varía según los autores, pero que actualmente supera la treintena. Un filo es cada una de las divisiones básicas del Reino 2 Animal que se puede definir como un conjunto de animales que presentan un mismo tipo de organización general. El proceso diversificador que los ha ido produciendo se conoce como filogénesis y tratar de reconstruirlo es una de las tareas de los zoólogos. Esto, como sabemos, es fruto de un proceso adaptativo que ha sido posible gracias a un principio muy básico: los animales pueden cumplir con unos mismos requerimientos vitales de formas muy distintas. En efecto, para realizar unas mismas funciones fisiológicas pueden valerse de estructuras anatómicas diferentes que cumplen su misión con eficacia según el ambiente en el que habiten. El simple cálculo de todas las combinaciones posibles de estas distintas estructuras da un número muy alto, que si además se multiplica por otros factores de adaptación que configuran diferentes nichos ecológicos nos encontramos ante el hecho incontestable de que existe una cantidad enorme de variedades animales. La unidad que utilizamos para expresar toda esa disparidad, o sea la biodiversidad animal, es la especie, aun a sabiendas de las dificultades que existen para definir este concepto. Pero es que además en muchas ocasiones dentro de una misma especie se dan formas anatómicas muy distintas como ocurre con los machos y las hembras cuando existe dimorfismo sexual, presentándose a veces casos verdaderamente grotescos como el de Bonellia viridis, un gusano marino cuyas hembras pueden alcanzar una longitud total de más de un metro y los machos son microscópicos, o con las larvas y sus adultos cuando hay metamorfosis, o con los pólipos y sus medusas cuando hay dos formas adultas distintas. 3 En cuanto a los tamaños, para hacernos una idea, las variaciones están comprendidas en un enorme rango ya que las formas mayores pueden llegar a ser varios cientos de miles de veces más grandes que las menores. Por ejemplo la ballena azul, se admite que puede llegar a medir 30 m, y pasa por ser el animal de mayor tamaño, aunque en honor a la verdad hay que decir que la medusa Cyanea arctica puede presentar tentáculos de más de 30 m, y un gusano marino, el nemertino Lineus longissimus, según los autores noruegos Moen y Sevensen, puede superar esa longitud. En el polo opuesto encontramos por ejemplo a los Micrognatozoos, un grupo de gusanos dulciacuícolas, hasta ahora solamente encontrados en Groenlandia, cuya longitud es aproximadamente 100 µm. En lo que respecta a la coloración, cualquiera que sea un poco observador se habrá dado cuenta de que la paleta de colores distintos que pueden exhibir los animales es amplísima y son especialmente agraciados en este aspecto, las mariposas, las aves y los moluscos nudibranquios; el valor semántico de la coloración es muy variopinto: puede utilizarse en la búsqueda de pareja, en el camuflaje, en la advertencia a los depredadores y como engaño. En suma, el repertorio de formas, tamaños y colores de los animales en la naturaleza parece ser inagotable. Para poder estudiar toda esta diversidad, el zoólogo necesita como primera medida clasificar todos los elementos en grupos atendiendo a su afinidad o parecido anatómico. Dependiendo de lo acertado que esté a la hora de elegir los criterios por los que se rige dicha clasificación, ésta será mejor o peor, es decir más o menos útil para realizar el estudio. A lo largo de la historia de la humanidad 4 ha habido muchas clasificaciones distintas, algunas verdaderamente sorprendentes, como la que menciona Borges en su ensayo, “El idioma analítico de John Wilkins”, que atribuye a una enciclopedia china titulada “Emporio celestial de conocimientos benévolos” de la que no da más detalles, pero sí explica que en ella los animales se clasifican en 14 grupos que enumera de la “A” a la “N”, siendo todos muy curiosos y de los que no me resisto a dejar de comentar: por ejemplo clase A. Animales pertenecientes al emperador; clase F. fabulosos; H. incluidos en esta clasificación I. que se agitan como locos; N. que de lejos parecen moscas, etc. Resulta superfluo añadir que esta (clasificación) es de escasa utilidad en los estudios zoológicos. Un gran avance en la historia de las clasificaciones zoológicas se da con la figura del eminente naturalista Linneo hacia mediados del siglo XVIII quien expuso un nuevo modelo en el que los grupos se ordenan jerárquicamente, de tal modo que los de nivel más alto agrupan a los generalizadas y animales que poseen características muy se subdividen sucesivamente en grupos cuyos elementos poseen características de distribución cada vez más restringida. Y así hasta llegar al nivel específico. Nace de esta forma la taxonomía, con una serie de normas precisas. Aproximadamente un siglo más tarde, Darwin perfecciona este sistema al agrupar a los animales según su grado de parentesco, con lo cual se consigue que las clasificaciones reflejen la filogenia de los distintos grupos. Es el comienzo de las clasificaciones llamadas sistemáticas, que perduran hasta nuestros días. En la actualidad, aplicando una metodología particular denominada cladismo, ideada a mediados del siglo pasado por el biólogo alemán 5 Hennig, se realizan unas clasificaciones de un modo peculiar que se han llamado filogenéticas, a mi criterio de forma un tanto exclusivista, ya que las clasificaciones sistemáticas también son filogenéticas. Pero en cualquier caso para poder hacer las clasificaciones con criterio sistemático, el zoólogo necesita conocer las especies y para ello se apoya en la taxonomía que tiene entre sus cometidos el de describir las especies. Hay por tanto un grupo de zoólogos que se dedican a estos menesteres que son los denominados taxónomos. La misión de éstos es describir y nominar correctamente las especies a medida que se van descubriendo y encuadrarlas perfectamente en la sistemática correspondiente. Podemos afirmar que el de taxónomo es sin ninguna duda el oficio más antiguo del mundo, aunque alguno esté pensando en otro y se sorprenda con esta afirmación. En efecto, según se recoge en el Génesis, Dios mandó a Adán que pusiese nombre a los animales. Pero esta antigüedad no se debe confundir con quedarse anticuada, ya que la taxonomía se ha ido actualizando con las nuevas técnicas de estudio a medida que han ido apareciendo, por ejemplo la microscopía electrónica a mediados del siglo pasado o las técnicas de biología molecular, a finales del mismo. Aunque sólo sea por curiosidad a uno se le plantea la pregunta ¿cuántas especies animales hay? La respuesta en pleno siglo XXI supone una cura de humildad ya que no conocemos el número ni siquiera de una forma aproximada y no es por falta de capacitación de los taxónomos sino más bien porque, se diga lo que se diga, no parece que exista mucho interés por saberlo. Realmente el único factor que limita el número de especies nuevas descritas es el 6 número de taxónomos en activo, algo en franca regresión, y el ritmo con que éstos son capaces de estudiar ejemplares nuevos para lo cual hacen falta unos recursos económicos cada vez más escasos. Miguel Delibes de Castro, investigador de la Estación Biológica de Doñana, puso el dedo en la llaga al decir que esto nos lleva a conclusiones que podemos calificar de pintorescas como es el hecho, de que la humanidad está gastando grandes cantidades en saber si hay vida en Marte, por ejemplo, cuando aún no conoce cuánta vida hay en la Tierra. Cuando comenzó la taxonomía no llegaban a 10.000 las especies censadas de animales y vegetales. Hoy en día el número de especies animales descritas supera ampliamente el millón, aunque en realidad son muchas más, ya que según las estimaciones que se quedan más cortas superarían los cinco millones. Se ha propuesto un valor de aproximadamente 12,5 millones de especies como una estimación de consenso, pero por ejemplo Erwin hace un cálculo de en torno a los 30 millones. En cualquiera de los casos, de esto se deduce que la mayor parte de las especies que viven en la Tierra continúan siendo desconocidas. El millón largo de especies censadas se agrupan, como hemos mencionado, en unos 35 filos animales pero éstos no son equivalentes ni mucho menos en número de especies. El filo claramente mayoritario es el de los artrópodos, gracias a la clase de los insectos que suponen aproximadamente un 70% del total. Este filo incluye al orden de los escarabajos, que cuenta con más de 300.00 especies. A este respecto es muy famosa la anécdota del genetista Haldane, quien ante la pregunta de qué conclusión podía él extraer sobre la naturaleza de Dios después de haber estudiado 7 sus obras, respondió: parece que tiene una afición desmedida por los escarabajos. Si se comparan con los artrópodos, todos los demás filos resultan muy minoritarios ya que ninguno de ellos alcanza las 100.00 especies actuales. El grupo cuyo inventario podemos considerar indudablemente como el más completo es el de los vertebrados y sin embargo según relata el profesor de la Universidad Complutense José Luis Tellería, en las últimas 2 décadas se han descrito unas 170 especies nuevas de mamíferos. Hammond calculó que el número de especies de aves crecía a un ritmo anual de 0,05% de las conocidas, mientras que de insectos dicho crecimiento era de 0,8%; pero de aves conocemos unas 10.000 especies mientras que de insectos hay cerca de 1.000.000. Así pues en el día de hoy en que se inaugura el curso académico 2015-16, si estas cifras son ciertas, se estarán describiendo unas 22 especies nuevas de insectos. En los últimos años se ha dado una media anual de cerca de 10.000 especies descritas por los taxónomos. Por cierto que los científicos españoles contribuimos a estas descripciones de nuevas especies con unas 200 anuales, según los cálculos de Mª Ángeles Ramos, investigadora del Museo Nacional de Ciencias Naturales; también debo decir que los profesores de la unidad de Zoología del Departamento de Ciencias de la Vida de la Universidad de Alcalá, ponemos nuestro granito de arena en esto de las descripciones de nuevas especies. Antes mencioné que parece no haber interés en conocer cuántas especies existen realmente. Las causas de este desinterés son, como en casi todo y casi siempre, de tipo económico, ya que la aplicación inmediata en términos de beneficios crematísticos de ese 8 incremento del conocimiento científico parece ser nula. A ello hay que añadir que realmente no resulta apasionante conocer todas las especies de gusanos, por ejemplo, muchas de ellas muy parecidas entre sí, e indistinguibles excepto para el especialista; la sociedad solamente se muestra algo interesada cuando se descubre una nueva especie de alguno de los grupos de vertebrados, especialmente mamíferos y aves. Por lo tanto es muy difícil poder conseguir fondos que sufraguen estudios de tipo taxonómico y, como consecuencia cada vez hay menos auténticos especialistas en el estudio de los distintos grupos de animales. En el fondo se piensa que la taxonomía es algo aburrido y rutinario que ya, a estas alturas, pocas sorpresas nos puede dar y existe cierto menosprecio hacia estos científicos entre los propios biólogos (yo incluso diría que entre los zoólogos dedicados a otras tareas). Sin embargo de vez en cuando, los taxónomos se encuentran con ejemplares que no solamente son de una especie desconocida, sino que su hallazgo constituye la descripción de un filo totalmente desconocido. Así, en los últimos 30 años se han descubierto cuatro nuevos filos. Mª Teresa Tellería, investigadora del Jardín Botánico de Madrid, expresó muy bien que es en estos momentos cuando el taxónomo percibe que sale triunfante contra todo pronóstico y demuestra que tiene mucho que aportar a la ciencia y en concreto al conocimiento de la biodiversidad. Una prueba de que no hay interés realmente por conocer cuál es nuestro patrimonio natural completo, en concreto en lo que a la fauna respecta, la tenemos sin ir más lejos en un hecho que tuve ocasión de vivir el pasado mes de mayo: el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente nos convocó a un grupo 9 de investigadores para organizar la realización de la Lista patrón de las especies marinas de España. Pues bien en dicha reunión se puso de manifiesto el hecho de que actualmente en nuestro país carecemos de especialistas en bastantes de los grandes grupos de animales y esto incluso a nivel de filos. En algunos de estos grupos nunca ha habido algún investigador dedicado a ellos, en otros sí, pero se han jubilado y no hay recambio ni parece que vaya a haberlo en mucho tiempo. Pero el término biodiversidad alude también a preocupaciones por las amenazas que las actividades humanas representan para ella. Como dijo Wilson, el entomólogo americano que fue precisamente uno de los autores que más popularizó este término, la extinción de los organismos vivos es el daño biológico más importante de nuestra época ya que es totalmente irreversible. Todo país posee tres formas de riqueza: recursos materiales, culturales y biológicos. Comprendemos muy bien los dos primeros, ya que forman parte de la vida cotidiana, en cambio descuidamos los recursos biológicos. Es un grave error estratégico que cada vez lamentaremos más. Naturalmente esta reflexión surge como respuesta al hecho evidente de que estamos perdiendo biodiversidad y es necesario hacer que la sociedad caiga en la cuenta de este gran problema. Algunos autores han aventurado unas cifras sobre tasas de extinción de especies: entre 10.000 Evidentemente son números que están y 50.000 anuales. destinados a crear una conciencia colectiva favorable a tomar las medidas necesarias para evitar ese desastre, aunque su rigor científico parece bastante cuestionable. Verdaderamente es un poco aventurado que sin 10 conocer las especies que existen pretendamos saber cuántas se extinguen. Pero lo realmente importante es que hay constancia de que se están extinguiendo y muchas de ellas lo harán incluso antes de que las hayamos podido describir, es decir desaparecerán de la Tierra sin que las hayamos conocido. Según Pedro Jordano, investigador de la Estación Biológica de Doñana, la actual tasa de pérdida de especies es unas 116 veces superior a lo que se conoce como extinción de fondo, esto es, la tasa media de desapariciones en el registro fósil. Es bien cierto que en la historia de la Tierra ha habido episodios de grandes extinciones; los paleontólogos nos hablan de cinco de ellas como las más reseñables, siendo la más famosa de todas la de finales del Cretácico, que además es la última, debido a que trajo consigo la extinción de los dinosaurios. De la mayoría no se conoce con certeza cuál fue la causa que la originó; de otras se han apuntado posibles motivos más o menos fundamentadas. Pero la extinción que se está observando actualmente y que algunos ya denominan la sexta gran extinción, parece tener su origen en la actividad de los seres humanos y esto sí que es una novedad. Ya son muchos los autores que recogiendo el término acuñado por Crutzen, proponen denominar Antropoceno a la actual época geológica, en sustitución del término Holoceno. Con ello se pretende poner de manifiesto la gran influencia del ser humano en el ambiente del planeta Tierra, que está originando cambios importantes a nivel global. Algunas de las causas de la pérdida de biodiversidad parecen tener relación directa con el cambio climático, como por ejemplo la destrucción o alteración del hábitat. Así, para algunas especies 11 fluviales endémicas, ha resultado que se observan sequías crónicas en ríos donde hasta hace no muchos años las sequías digamos naturales disminuían el caudal durante el estío hasta dejar pequeños cursos de agua y pozas donde se refugiaba y sobrevivía la fauna, pero que en ningún caso llegaban a esquilmar las poblaciones naturales. En la actualidad, sin embargo, bastantes de estos ríos se secan completamente, lo que produce la muerte de la inmensa mayoría de sus peces. También se han producido muchas alteraciones del hábitat de varias especies sin que el motivo sea el cambio climático, sino una actuación más directa del ser humano, como por ejemplo la construcción de grandes embalses que ha impedido a muchos peces migrantes ascender a la cabecera de los ríos lo cual es imprescindible para que puedan reproducirse. Hay otros muchos factores independientes del famoso cambio, como por ejemplo la sobrepesca o la caza hasta límites exagerados, es decir, el agotamiento de las poblaciones; son muchos los ejemplos que podríamos poner pero por mencionar alguno, la lamprea de río está extinta de las aguas continentales españolas. La caza insostenible o ilegal ha hecho que muchas especies estén atravesando por una situación crítica, como es el caso del avetoro, el águila pescadora o el quebrantahuesos. La introducción de especies alóctonas en la mayoría de los casos produce efectos fatales en las autóctonas debido a que salen vencedoras en la competencia directa o a que son vectores de enfermedades contra las que éstas no estaban preparadas para luchar; el cangrejo de río sirve para este caso ya que se intentó paliar su escasez introduciendo especies foráneas de cangrejos y 12 claramente fue peor el remedio que la enfermedad pues resultaron unas competidoras aventajadas en la búsqueda de alimento y para colmo introdujeron la afanomicosis, una enfermedad mortal para nuestros cangrejos autóctonos de la que los foráneos son vectores. A la introducción del lucio en nuestros ríos, se atribuye la desaparición de la bermejuela, un pequeño pez que es un interesante endemismo de las aguas ibéricas, en varios ríos de Castilla y León. Curiosamente en ocasiones no es la introducción de una especie el problema que amenaza a la biodiversidad sino, todo lo contrario, la desaparición de una especie; este hecho puede producir unas alteraciones en el ecosistema al que pertenecía que suponga para otras especies que convivían con ella una alteración fatal de su hábitat. Un caso muy representativo de esto es el de la náyade de río, un molusco bivalvo de buen tamaño, antaño bastante abundante en nuestros ríos y hoy sumamente escaso. El motivo no es otro que la desaparición de los ríos donde habitaba esta especie de un pez, el esturión, que resulta casi imprescindible para que el molusco pueda completar su ciclo biológico, ya que aloja en sus branquias a las larvas del bivalvo las cuales no progresan sin este hospedador. Sin embargo la idea de la problemática de la desaparición de especies no es del todo nueva; ya en 1948 se creó la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, como la primera organización medioambiental global del mundo. Este organismo, agrupa actualmente organizaciones ecologistas de todo el mundo, agencias gubernamentales de unos doscientos países y varios miles de científicos y expertos voluntarios. Entre sus 13 cometidos está la confección de la denominada “Lista roja de especies amenazadas”, que sirve de orientación para conocer su estado de conservación tanto a nivel mundial como de las distintas naciones en particular. Las especies amenazadas se consideran en distintas categorías siendo la más alarmante la denominada “En peligro crítico”. En nuestro país en estos momentos tenemos 56 especies animales en esta categoría, pero creo sinceramente, y espero que después todo lo que acabo de exponer ustedes me den la razón, que se olvidan de incluir como especie en peligro crítico la número 57 que no es otra que el taxónomo. Y lo malo es que si se extinguiese, nos quedaríamos sin completar la tarea de conocer una gran parte de nuestro patrimonio natural. Permítanme que concluya reproduciendo un párrafo de un autor actual, pues creo es la mejor síntesis a cuanto acabo de decir: “Es necesario invertir mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de cualquier modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio tiene una responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo cual debería hacer un cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar programas y estrategias de protección, cuidando con especial preocupación a las especies en vías de extinción”. Este párrafo está tomado literalmente de la encíclica del Papa Francisco, Laudato si’. Muchas gracias por su atención. 14