PHILIPPE CHENAUX PUNTOS DE VISTA CATÓLICOS SOBRE LA NOVIOLENCIA Regards catholiques sur la non-violence au XX siécle, Nova et Vetera, 65 (1990) 308317 Las llamadas de atención de los Papas contra todo recurso a la violencia ya no son noticia. Uno se acuerda de aquel ¡la guerra nunca jamás! lanzado por Pablo VI durante la Asamblea General de - las Naciones Unidas en octubre de 1965. Y Juan Pablo II en septiembre de 1979, cuando su viaje a Irlanda, llegará a afirmar que el mandamiento de "no matarás" ha de atar la concienc ia de la humanidad. Y en febrero de 1986, ante las multitudes de la India, él mismo no dudará en calificar a Ghandi de héroe de la humanidad. Esto equivale a decir que el mensaje del que Ghandi se hizo el apóstol en nuestro siglo ha pasado a ser parte integrante del magisterio de la Iglesia. ¿Ha sido siempre así durante este siglo? Este artículo se propone mostrar, el cambio profundo que a lo largo de los últimos cincuenta años se ha operado en la actitud de la Iglesia católica respecto a la paz y a la no-violencia. Es bien sabido que el historiador construye siempre su objeto en función de una problemática. Aquí, antes de entrar de lleno en el tema, hemos de preguntarnos sobre lo que podríamos denominar "una problemática católica de la no-violencia". Porque, por un lado, está el mensaje de Cristo, tal como lo encontramos en los Evangelios, y que fundamentalmente es un mensaje de no-violencia. En la enseñanza de Jesús, desde el Sermón del monte hasta el relato de la Pasión, es una constante la invitación a renunciar a toda forma de agresividad con respecto al prójimo. En contra, se aduce que no destierra el oficio de las armas (Lc 3, 14) y que los militares son objeto incluso de una atención especial (episodio del centurión). En todo caso, estos pocos textos no afectan al núcleo no-violento del mensaje de Jesús, que se resume en aquel Mi Reino no es de este mundo (Jn 18, 36). Pero, al lado de este mensaje de Jesús, nos encontramos con la tradición doctrinal que es -o que era- la de la Iglesia a partir de la edad media y que tendía a justificar, bajo determinadas condiciones, el uso de la fuerza. Se trata de la famosa teoría de la guerra justa, heredada de S. Agustín y Sto. Tomás. Aunque exigía el cumplimiento de una triple condición -título justo (autoridad legítima); causa justa (reparación de una injusticia); intención recta (el bien común), la ausencia de toda autoridad superior a los Estados soberanos la hacía del todo ineficaz. Siendo el gobernante juez y parte, todas las aventuras guerreras "para hacerse justicia" estaban permitidas. A pesar de esto, la teoría de la guerra justa permanece como doctrina oficial de la Iglesia hasta los albores del siglo XX. La guerra del 14 al 18 marca una primera toma de conciencia. Benedicto XV la califica de "estrago inútil". La creación en 1920 de la Sociedad de Naciones suscita enormes esperanzas. Siguiendo su estela, se desarrolla una fuerte corriente pacifista -espíritu de Ginebra- entre las élites intelectuales, comprendidas las del mundo católico. En este contexto, se difunde en Occidente el mensaje de un profeta de manos lisas, de origen hindú, que invita a sus compatriotas a resistir por medios no-violentos a la injusta dominación de los ingleses: es el mahatma (alma grande) Ghandi. Esta voz venida de Oriente ¿no hace resonar "los más puros acentos del Evangelio"? ¿No obliga a un examen de conciencia, a la revisión de una doctrina que resulta ya caduca? PHILIPPE CHENAUX Primeros puntos de vista católicos sobre Ghandi Fue en Sudáfrica donde Ghandi hizo sus primeras experiencias de no-violencia o -en palabra suya- del satyagraha (fuerza de la verdad). De regreso a su país, emprende la tarea de aplicar sus métodos a la lucha por la independencia. En 1920 lanza su primera campaña de desobediencia civil. El propio Ghandi se encargó de exp licar el sentido de esa consigna. No se trataba de una mera resistencia pasiva. "Esta: última escribía- ha sido concebida como el arma de los débiles y no excluye el uso de la fuerza o de la violencia para alcanzar su objetivo. En cambio, la desobediencia civil ha sido concebida como el arma de los fuertes entre los fuertes y excluye cualquier forma de violencia". Y cita los ejemplos del profeta Daniel y de Sócrates. Uno y otro habían sido perfectos satyagrahi, porque habían luchado por la verdad, exponiendo su vida por ellas con la sola fuerza del amor. Así el satyagraha es "como una moneda, en cuyo anverso se lee Amor y en el reverso Verdad". Más que una estrategia, es una actitud de espíritu, una ascesis, que no se reserva a las elites; sino que es patrimonio de todo un pueblo víctima de leyes injustas. La doctrina de Ghandi encontró eco en algunos medios intelectuales católicos, aunque no siempre se reconocía su eficacia práctica fuera del continente indio. Así, el filósofo francés Jacques Maritain afirmaba en 1927 que "un presentimiento profundo de la primacía del espíritu" estaba en el origen de, las campañas de no- violencia de Ghandi y que su ejemplo "nos debía avergonzar": Pero unos años más tarde, en 1933, refiriéndose a los métodos de acción del maha tma, constataba que, como tales, no eran aplicables a "otros países distintos de la India". "Ghandi escribía- no tiene el sentido del Estado", "no parece escapar a un angelismo, que, llevado hasta el extremo, como todo angelismo (incluso el de los ángeles) implicaría el rechazo de la Encarnación y supondría también un profundo desconocimiento de la naturaleza humana. " No deja, con todo, de manifestar una simpatía real hacia una doctrina que afirma "el valor, como medio de acción político-social, de la fuerza del amor, de la fuerza del espíritu, de la fuerza de la verdad. La postura del Vaticano . aparecería como más compleja y así se puso de manifiesta en el episodio del viaje de Ghandi a Italia en diciembre de 1931. Como colofón de su periplo europeo y de paso por Roma, Ghandi deseaba ser recibido por el Papa. Un artículo más bien benévolo publicado en el Osservatore Romano le pareció un buen presagio. Pero la audiencia, solicitada en el último momento, le fue denegada y Ghandi quedó muy afectado. Las razones del rechazo no están claras. Sin duda pudieron interferir motivaciones de orden político -presiones de Mussolini y simpatías probritánicas de Pío XI-. Pero la verdadera razón se encuentra en una cierta desconfianza de la autoridad romana hacia el personaje y sus ideas. Lo deja en claro un artículo publicado el año siguiente en la Civiltà Cattolica. En él se describe al personaje como "sincero" y "popular". Pero su doctrina de la no-cooperación no-violenta se tilda de impracticable, si no de "absurda". Se dan cita ahí las críticas más aceradas dirigidas contra, Ghandi por el pensamiento católico de la época: el carácter subversivo de su doctrina, que acostumbra al pueblo a la insubordinación, y el optimismo religioso, "típicamente hinduista", que es su fundamento y que le lleva a confundir religión y superstición, naturaleza y sobrenaturaleza. En todo caso, una cosa es clara: el pensamiento de Ghandi no dejaba indiferentes a los católicos. Sólo después de la segunda guerra mundial lograría entre ellos su plena actualidad. PHILIPPE CHENAUX Germinaciones de postguerra 1. El redescubrimiento, después de 1945, del mensaje de Ghandi en los medios cristianos tiene que ver con las circunstancias de la época. El mundo -especialmente Europa- acaba de salir exsangüe y arruinado de una guerra total y sin precedentes que deja tras sí millones de víctimas. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki marcan su trágico fin. Y con ello se abre la edad atómica. Surgen enseguida graves disensiones entre los vencedores, que desembocan en la guerra fría. Esta enfrenta dos ideologías, dos concepciones distintas del mundo: la del capitalismo liberal y la del colectivismo marxista. Un tercer elemento caracteriza la situación: la aspiración de los pueblos colonizados a la independencia. La India, cuya independencia es proclamada en 1947 al término de un proceso pacífico inspirado en los métodos de Ghandi, sirve de ejemplo emblemático para el movimiento de emancipación de los pueblos. Contra lo que a veces demasiado superficialmente se ha supuesto, la segunda parte del pontificado de Pío XII no es un periodo de inmovilismo monolítico en la Iglesia. Bastantes intuiciones, que durante el Vaticano II revelaron toda su fecundidad, actúan ya en la conciencia católica. En el problema de la paz y la no- violencia es indispensable evocar dos focos importantes: Florencia, entorno a su alcalde Giorgio La Pira; París y sus intelectuales católicos. 2. Giorgio La Pira es una personalidad singular y atractiva del catolicismo italiano contemporáneo. Siciliano de nacimiento, pero florentino de adopción, ese profesor de derecho romano, lector ávido de Sto. Tomás, había comprendido muy pronto "la sublime sabiduría de la Iglesia, que no tiene otro fin -escribía en 1925- que la armonía cada vez mayor entre el mundo exterior y el interior". Elegido alcalde de Florencia, había de desarrollar, en el momento álgido de la guerra fría una acción profética a favor de la paz y de la distensión con el Este. En profunda sintonía con el Papa y: otros católicos de vanguardia, había comprendido que en la era del armamento termonuclear la humanidad no tenía otra alternativa que la paz y la fraternidad. La posibilidad de un suicidio colectivo se convertía en el signo de los tiempos, que anunciaba la coincidencia entre la historia y la profecía. Para La Pira, Ghandi era el profeta de esa nueva era de la historia con su "nuevo método" de la "no-violencia de los fuertes, que, con su mirada: profética; veía como la única norma que debía regir el comportamiento de los pueblos y naciones". 3. Estas iniciativas de La Pira habían encontrado un eco particular, sobre todo a partir de mediados de la década de los cincuenta, en el mundo católico francés. Era la época en qué la "tragedia algeriana" comenzaba a interpelar las conciencias cristianas. Muchos intelectuales católicos de prestigio, como François Mauriaé, no titubearon en levantar su voz contra las torturas practicadas en Algeria. Durante la cuaresma de 1957 un adepto de Ghandi, Lanza del Vasto, y sus compañeros del Arca -comunidad fundada por él después de la guerra según el modelo del ashram de Ghandi- iniciaba en París un, ayuno público de veinte días para protestar contra las atrocidades cometidas por uno y otro bando en suelo algeriano. El año siguiente se publicaba el libro del dominico Pie Régamy Non violence et conscience chrétienne. Ya en su primera página se evocaba el ejemplo de Ghandi: "Hemos visto un pueblo inmenso liberado sin violencia. No es extraño que nosotros, cristianos, reconozcamos en las llamadas de Ghandi los más puros acentos del Evangelio, más exactamente, aquellos que parecían demasiado puros para considerarlos eficaces". El libro mostraba cómo, a partir de una relectura de las Escrituras y basándose especialmente en las enseñanzas de Pío XII sobre la inmoralidad PHILIPPE CHENAUX de la guerra, los métodos de Ghandi estaban en armonía con el Evangelio y podían proponerse como norma de conducta a los cristianos: Y concluía: "Una de las tareas más urgentes de nuestro tiempo consiste en preparar a los hombres a eventuales desobediencias". Mensaje audaz, incluso "subversivo", de parte de un teólogo que daba testimonio de la maduración de una nueva conciencia cristiana ante el problema de la guerra y de la paz, que el Concilio iba a manifestar a plena luz del día. El momento conciliar: no-violencia Y cambio social Los cuatro años que van desde abril de 1963 hasta marzo de 196,7 constituyen para mí el "momento conciliar". Porque en ellos aparecen sucesivamente tres documentos que marcan el cambio de actitud de la Iglesia con respecto al mundo que la rodea: la encíclica Pacem in terris (abril de 1963), la constitución Gaudium et Spes (diciembre de 1965) y la encíclica Populorum progressio (marzo de 1967). Los tres redefinen la paz en términos que no dejan lugar a duda: en la era atómica la guerra no puede: ser ya, según la célebre fórmula de Clausewitz "la continuación de la política por otros medios"; la paz como exigencia imperiosa de la conciencia no puede ser sino fruto de la justicia. La resonancia de estos documentos, sobre todo del primero, en la conciencia mundial -no solamente la católica- fue considerable. Venían a ser un acto de fe en la posibilidad de una coexistencia pacífica entre los pueblos más allá de las ideologías y de los telones de acero. Y eran también una llamada de esperanza respecto al desarrollo de lo que se dio en llamar el Tercer mundo. Con gran satisfacción de los medios pacifistas cristianos, la doctrina de Ghandi fue entrando poco a poco en los textos del magisterio. La encíclica Pacem in terris acepta el principio de la desobediencia civil, cuando en un país se aprueben leyes o se adopten medidas contrarias al orden moral. La Gaudium el Spes no es menos audaz en la cuestión dé la no-violencia y de la objeción de conciencia. En su capítulo 5 se hace un caluroso elogio de la acción no-violenta como "medio de defensa" al alcance de todos. Y tras recomendar la legalización de la objeción de conciencia y condenar la guerra total, el documento invita "a preparar con todas nuestras fuerzas el momento en que todas las naciones se pongan de acuerdo en desterrar del mundo la guerra". En la Populorum progressio Pablo VI llega a definir el desarrollo como el "nuevo nombre de la paz". Para alcanzar el objetivo de un "desarrollo integral", apto para la "promoción de todo hombre y de todo el hombre" (P Lebret), repudiará categóricamente lo que llamará "la tentación de la violencia", o sea, la vía revolucionaria. "No se puede combatir un mal real a costa de una desgracia mayor" Frente al avance de una teología subversiva, llamada "de la revo lución" en su versión ecuménica y "de la liberación" en su versión católica, el magisterio redescubría las virtudes del modelo de Ghandi. ¿No resultó sorprendente leer en las páginas de la Civiltá Cattolica, la misma que medio siglo antes , había marcado con hierro rusiente el "sincretismo" del profeta indio, que el método no-violento de Ghandi "era plenamente consonante con el espíritu de la cruz"? Giro táctico -dirán algunos-, al que la Iglesia nos tiene tan acostumbrados y que proporciona nuevos argumentos a los que sostienen que en lo político-social la Iglesia no tiene más imperativo que el de la oportunidad. Pero una explicación tan simple no satisface al historiador ni siquiera al laico. Este no tendrá dificultad en reconocer que ese cambio de actitud participa de un movimiento más profundo que ha conducido a la Iglesia a redescubrir las raíces evangélicas de su mensaje y al mismo tiempo a repensar PHILIPPE CHENAUX la forma de insertarlo en la historia. La opción por la no- violencia como medio de defensa y estrategia de cambio ¿no es un poco la victoria de Jerusalén sobre Roma? Tradujo y extractó: MARIO SALA