RESPONSABILIDAD DEL ESTADO POR LA IRREGULAR PRESTACIÓN DEL SERVICIO DE JUSTICIA -IA propósito del tan merecido homenaje que la Facultad de Derecho ha organizado en reconocimiento de la trayectoria profesional y docente de la profesora María Graciela Reiriz y, particularmente, por lo que se refiere a la temática de la Responsabilidad del Estado en su ya clásica obra en la materia, hemos de abordar un aspecto de aquel género de responsabilidad que, según nos parece, induce a cierta confusión y no ha sido debidamente tratado. Nos referimos a la responsabilidad del Estado derivada de la falta, anormal y/o irregular prestación del servicio de justicia, aun cuando tal no derive, necesaria e inexorablemente, de la presencia del “error judicial” como pareciera exigirse –de modo casi automático– como soporte de su procedencia. Así, como idea liminar, según no escapará al estudioso de esta disciplina, tal índole de responsabilidad, derivada de la falta de servicio con ocasión de la deficiente prestación de la función jurisdiccional, atribuida esencialmente en nuestro sistema al Poder Judicial (art. 116°, C.N.), constituye una especie excepcional de dicho género de responsabilidad en atención a que en toda comunidad jurídicamente organizada, sus integrantes llevan, como principio, la carga genérica de someterse a las decisiones que se adopten en los procesos jurisdiccionales, más allá del acierto o error que pueda traducir la decisión adoptada en el caso concreto. Lo ha expresado la Corte Suprema, al señalar, con referencia a la actuación del Poder Judicial, como una regla aceptada en la jurisprudencia, que los perjuicios que sean el costo inevitable de una administración de justicia regularmente ejercida deben ser soportados por los 1 particulares –como aporte propio y de cada uno a la comunidad– para afianzar la justicia . Sin embargo, no es menos verdad que, al contrario de lo que ocurre en otras especies, si bien existe el deber genérico de soportar los daños causados por una actividad del Estado que -por definición- se presume legítima, esa carga de contribuir al bien común, representada por la realización de la Justicia en el seno de la comunidad organizada, genera, en ciertos casos excepcionales, el deber de ésta de reparar los perjuicios ocasionados cuando dicha actividad deviene ilegítima, a fin de restablecer la igualdad y, con ella, principios y valores constitucionales (arts. 16°, 17°, 18°, entre otros, C.N.). Pues bien, esa responsabilidad del llamado Estado-Juez puede darse tanto en el 2 proceso penal (aceptada, sin reservas, por la doctrina), como en el proceso civil y comercial , sin que sea necesario el dictado de una ley especial que la consagre, en virtud del citado fundamento constitucional. 1 CSJN, doctr. de Fallos: 318:1990, in re “Balda”, del 5/10/95; Fallos: 321:1712; del 11/6/98, “López”, 18/7/02, “Robles”, Fallos: 325:1855; 20/3/03, “Lema”, Fallos: 326:820, cit.; 27/5/04, “Cura”, Fallos: 327:1738; 17/5/05, “Lindoro”, Fallos 328; doctr. en “Muñoz Fernández”, sent. del 28 de julio de 2005. 2 Marienhoff, M. S., Tratado de Derecho Administrativo, t° IV, págs. 761/2, Buenos Aires, 1973) 2 En efecto, en ambas clases de proceso, la responsabilidad del Estado se justifica cuando por mero error (o dolo) de los órganos que ejercen el poder jurisdiccional y mediante la revisión del respectivo proceso, se obtiene la modificación de la cosa juzgada formal y material de una sentencia definitiva. El caso típico, que reconocen la doctrina como la jurisprudencia francesa y argentina, 3 4 es de la revisión de la condena por “error judicial” , en un proceso criminal o correccional . En este sentido y, como principio, el más Alto Tribunal de la Nación ha consagrado, desde antiguo, que la procedencia de la responsabilidad del Estado por error judicial requiere, como inexcusable, que la sentencia que origina el daño sea declarada ilegítima y dejada sin 5 efecto . Esa doctrina, liminar y esencialmente correcta, no comprende, empero, la generalidad de los casos posibles. A ello, en efecto, apunta el objeto central de este trabajo. - II Tal, verbigracia, cuando cabe admitir la responsabilidad estatal ante la innecesariedad de revisión de la cosa juzgada de una sentencia definitiva, sea porque se dispuso la detención indebida –esto es, por un plazo que exceda de lo razonable– de una persona que luego resulta 6 absuelta al dictarse sentencia , sea cuando la respectiva detención pueda tildarse de arbitraria 7 sea finalmente, de manera más genérica, cuando sea propio y técnicamente adecuado calificar la actuación estatal, como la irregular (anormal) prestación del servicio de justicia (lato sensu). En dicho carácter, si bien pareciera la española la norma más precisa en la actualidad, ella ya estaba contemplada anteriormente en Francia, en el artículo 11° de la ley 72-626, del 5 de julio de 1972, que preveía en forma expresa la obligación del Estado de reparar “...el perjuicio causado por el funcionamiento defectuoso del servicio de justicia…”, limitándola, sin embargo, al supuesto de que el magistrado o tribunal haya cometido una falta grave o hubieren 8 incurrido en una denegación de justicia . Incluso más. Siempre en orden al reconocimiento expreso del Estado originada en el ámbito de la justicia, ella estaba contemplada por normas especiales desde por lo menos fines 9 del siglo pasado . 3 Vedel, Georges, Droit Administratif, pág. 379 y sigs., París, 1968) Altamira Gigena, Responsabilidad del Estado, p. 156, Buenos Aires 1973; Cueto Rúa, Julio, La responsabilidad del Estado por errores judiciales en las causas criminales, año 1943) 5 Corte Suprema, in re “Vignoni, Antonio S.”, del 14 de mayo de 1988, E.D., t° 129, pág. 521, con nota de Bidart Campos) 6 Vedel, op. cit, págs. 381/2) 7 Reiriz, María Graciela, Responsabilidad del Estado, págs. 77/80, Buenos Aires, 1969) 8 Auby, La responsabilité de l’État en matière de justice judiciare (l’article 11 de la loi 72-626 du 5 juillet 1972), L’Actualité Juridique – Droit Administratif, A.J.D.A., París 1973, pág. 4) 9 La ley francesa del 8 de junio de 1895, citada por Tawil, Guido S, en “La responsabilidad del Estado y de los magistrados y funcionarios judiciales por el mal funcionamiento de la administración de justicia”, Buenos Aires, 2da. ed. 1993, pág. 46). 4 3 Sin embargo, pocas previsiones resultan tan elocuentes –en el derecho comparado– como la contenida en el artículo 121° de la Constitución española de 1978, al disponer que “los daños causados por error judicial, así como los que sean consecuencia del funcionamiento anormal de la administración de justicia darán derecho a una indemnización a cargo del Estado conforme a la ley”, significando un importante avance respecto de las anteriores, al reconocer en forma definitiva la existencia de responsabilidad estatal por el anormal funcionamiento de la administración de justicia y eliminar, de otro lado, el carácter subsidiario de la responsabilidad; determinando, además, en ambos, el carácter objetivo de la responsabilidad estatal. No se nos escapa, empero, que dentro de las funciones típicamente judiciales se han reconocido, tradicionalmente, dos tipos bien distintos de responsabilidad: la responsabilidad in iudicando y la responsabilidad in procedendo mayor aceptación en nuestro medio 10 . La primera, es la que ha gozado en general de 11 , circunscripta en su reconocimiento a través de la llamada responsabilidad del Estado por error judicial. Por el contrario, la responsabilidad in procedendo responde a supuestos más vagos, no siempre asociados al concepto puro de función jurisdiccional al resultar producto, en gran número de ocasiones, del ejercicio de actividad administrativa por parte de órganos o auxiliares de la Justicia. Ni uno ni otro, sin embargo, corresponde al supuesto que aquí nos ocupa, el que debe ser abarcado por un concepto tanto más amplio: verbigracia, el de la responsabilidad del Estado por la irregular prestación del servicio de justicia, cuya aceptación, sustentada en el carácter objetivo, directo y exclusivo de la responsabilidad estatal, no ha sido sino el último peldaño alcanzado en los sistemas jurídicos a fin de obtener una responsabilidad plena del Estado en todos los ámbitos de su actuación. - III Debe quedar claro pues, que no se trata del caso en que se reclama la responsabilidad del Estado-Juez derivada del error judicial sino y particularmente por el anormal funcionamiento del servicio de justicia (faute de service, en la doctrina francesa) 12 . Tal ocurre, verbigracia, ante la irregular prestación de las funciones atribuidas al Poder Judicial, en virtud de su actuar irregular (anormal), verbigracia, ante la dilación comprobada, objetiva y sin explicación ni justificación plausibles, durante la tramitación de un proceso que exceda todo límite de lo que pueda estimarse razonable. Por cierto, el funcionamiento irregular de la administración de justicia y los perjuicios producidos en su mérito, pueden resultar consecuencia de numerosas y muy variadas causas. La que aquí nos ocupa, acaso la más grave, reconoce como origen -como hubimos de señalar- 10 Carnelutti, “Sistema del diritto processuale civile”, t° I, 1963, págs. 132 y sigs.) Fiorini, Manual de Derecho Administrativo, Buenos Aires, 1968, pág. 1122) 12 V.gr., en los términos del artículo 1112°, del Código Civil, su doctrina y jurisprudencia. 11 4 en la demora injustificada y, por ende, en la tramitación o resolución de las actuaciones judiciales, así como en la ejecución de las decisiones judiciales en éstas recaídas. En efecto, la falta de prestación adecuada del servicio peticionada en debido tiempo y forma (de resultar ordinariamente apto para remediar el perjuicio) debe generar responsabilidad al haber asumido el Estado la carga exclusiva e indelegable de prestar dicha función esencial e inherente a toda comunidad jurídicamente organizada en debida forma. Tal género de responsabilidad resulta en un todo independiente o ajeno a la existencia o inexistencia de dolo, culpa o negligencia de parte de los magistrados o funcionarios judiciales responsables de la tramitación, dado el carácter objetivo de la responsabilidad estatal. Al respecto, la jurisprudencia de los tribunales competentes en la materia ha precisado que: “El concepto de falta de servicio no sólo contribuye a determinar quien responde por los daños y perjuicios producidos…, sino que contiene los elementos necesarios para determinar cuando surge la obligación de indemnizar. … No requiere necesariamente una falta individualizada, cometida por determinado agente, sino que puede ser anónima, 13 imputable al mal funcionamiento general del servicio” Es que, si bien es cierto que la esencia de la actividad judicial no reside principalmente en su rapidez “sino en el acierto y eficacia de la actividad” 14 no cabe duda de que ésta depende, en no menor medida, de la celeridad con que se imparta. Nuestra vida cotidiana y experiencia judicial presenta innúmeros ejemplos de los perjuicios que trae aparejada la lentitud en la administración de justicia. Es dable observar así, en materia de amparo, la enorme cantidad de cuestiones declaradas abstractas debido a que el tiempo transcurrido desde la promoción de la demanda hasta la apelación contra la sentencia definitiva, ha tornado la garantía constitucional que se pretendía proteger en ilusoria o tardía. Lamentablemente, parece haberse olvidado que, como señalara el profesor Gimeno Sendra, “… la eficacia de la Justicia se encuentra en la actualidad íntimamente ligada a la de un modelo de proceso que, sin olvidar sus principios consustanciales (contradicción, igualdad de armas, dispositivo en las democracias occidentales), posibilite una rápida solución del conflicto, mediante el descubrimiento de la relación jurídico material debatida y la aplicación a ella del derecho objetivo, y todo ello con los mínimos costes para las partes. “Celeridad, economía y justicia material conforman los nuevos postulados del modelo procesal del Estado Social de Derecho, que se ha venido a superponer a los ya clásicos del liberalismo” 13 15 . CNFed. Cont.Adm., sala IV, in re “Bodegas y Viñedos Giol c/ Estado Nacional – Poder Judicial”, del 9/06/1994. 14 Reyes Monterreal, La responsabilidad del Estado, pág. 37. 15 Gimeno Sendra, “Causas históricas de la ineficacia de la justicia”, Revista de Derecho Procesal, 1987, n° 2, Madrid, pág. 265. 5 - IV En este sentido, aun cuando muchas veces sea el producto de la falta de recursos materiales –naturalmente, no imputables a quienes intervienen en el proceso judicial–, es lo cierto que la exasperante lenidad de la administración de justicia no sólo en su funcionamiento anormal sino –e incluso– en su falta de funcionamiento, desvirtúa el concepto mismo de justicia, toda vez que, como es sabido, la justicia tardía no es siempre, acaso nunca, justicia en sentido estricto. Bajo tal contexto descriptivo, cabe recordar, asimismo, a juristas como Rodolfo Bullrich, quien ya desde principios de siglo, tuvo ocasión de destacar la importancia de esta gravitante cuestión, al advertir que “…sea quizás porque nuestro estado de civilización no nos ha permitido ocuparnos en absoluto de este asunto, o sea por nuestra indiferencia en esas cuestiones no hemos hecho nada sobre el particular, el hecho fundamental es que la vida y fortuna de los habitantes está a la disposición del Poder Judicial, el que felizmente para nuestro país, lo honra por la sabiduría y la justicia de sus decisiones. “Tiene una falla, grande, enorme, para los litigantes, que es la demora de los procedimientos ocasionadas por los defectos de leyes antiguas, por la naturaleza del carácter argentino que comporta el designar para las funciones de la magistratura a personas que no han tenido oportunidad de conocer la práctica de la profesión y que ignoran, en consecuencia, las angustias y ansiedades que significan para el litigante o para la persona que lo patrocina, los retardos inútiles que se producen en el trámite de los expedientes...”. Para concluir, en lo que aquí interesa, que “La responsabilidad del Estado por los errores del Poder Judicial a la par que su responsabilidad y la de los magistrados, efectiva y seria, por la demora en el despacho de sus asuntos, deben legislarse sin demora, para llenar el vacío que su falta implica en nuestra legislación” 16 En igual sentido, la doctrina comparada ha señalado con particular agudeza que “... las dilaciones indebidas que con tanta frecuencia tiene que soportar el justiciable, son en muchas ocasiones consecuencia indeseable de factores múltiples, entre los que no son de rechazar la escasez de medios materiales, de personas o el exceso de trabajo. Las deficiencias del servicio, sin embargo, no tiene que soportarlas el usuario del mismo, quien debe tener acción expedita contra el Estado, responsable de la buena organización del servicio” 17 . Lo expuesto conduce a corroborar la inexcusable necesidad del reconocimiento de la responsabilidad estatal en tales supuestos. Especialmente, si se conviene en que, como señaló el Alto Tribunal, ya en el año 1962, en los autos “Valenzuela, Luis R.”, que “...comprometen la responsabilidad del Estado los hechos que lesionen a los particulares cuando ocurren en la prestación de un servicio público, si se deben al comportamiento irregular y hasta exorbitante 16 17 Bullrich, “La responsabilidad del Estado”, Buenos Aires, 1920, págs. 261/262. Almagro, El sistema español de responsabilidad judicial, Poder Judicial, Madrid, 1983, pág. 460. 6 de los funcionarios estatales cuya selección, aptitud y vigilancia, en todo caso, no incumbe a los administrados” 18 . En parejo orden de ideas, precisamente la Dra. María Graciela Reiriz, en su reconocida obra sobre la materia, ha destacado, con acierto, que “…el problema de la responsabilidad estatal por el ejercicio de la función judicial no se agota en el supuesto de sentencias erróneas. Muchas veces, los daños son provocados por actos procesales que no son sentencias; o por la irregularidad o deficiencia con que son ejecutados dichos actos procesales… todos los actos vinculados al proceso (principal o accidental) y que tienden a que „se decida con fuerza de verdad legal, una controversia entre partes por medio de un órgano imparcial e independiente‟ son de sustancia jurisdiccional...” “…De todos modos, se trate de actos judiciales o administrativos, no modificaría la situación: el Estado debe responder por los daños que se cause con tales actos procesales, cuando los mismos sean ilícitos. Los principios para fundar la responsabilidad no podrán diferir” 19 . En efecto, dada la índole de la relación jurídica de que se trata, la suerte del diferendo debe juzgarse desde la perspectiva que ofrece el régimen ius publicístico cuya aplicación compromete en la especie la responsabilidad del Estado, derivada de su actuación irregular, lo cual determina examinar su grado de responsabilidad desde varios aspectos 20 . Cabe tener en cuenta, en este sentido, que, según es pacífica doctrina de los tribunales competentes en la materia, la resolución de un tal conflicto impone acudir, sino exclusiva, de manera preponderante a la aplicación un plexo normativo integrado por disposiciones legales y convencionales encuadradas dentro del ordenamiento jurídico administrativo sin que a ello obste, naturalmente, el empleo analógico, en lo pertinente, de los preceptos de derecho común. Tal el criterio liminar con el que deben abordarse las distintas e importantes cuestiones. -VDiversos tratados internacionales a los que adhirió nuestro país y que hoy adquieren jerarquía constitucional, en los términos de lo prescripto en el artículo 75°, inc. 22), de la Ley Suprema, receptan expresa y enfáticamente aquellos valores básicos e inherentes a un verdadero –y no meramente declamado– “Estado de Derecho”. Tales, verbigracia, los principios consagrados en la Convención Americana sobre Derechos Humanos (más conocido como Pacto de San José de Costa Rica) cuanto en el Pacto de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas al exigir de sus Estados Miembros la consagración del “debido proceso legal”, lo que de suyo supone no sólo la existencia de un 18 CSJN, doctrina de Fallos: 252:195. Reiriz, M.G., op. cit., “Responsabilidad del Estado”, pág. 78 y sigs. 20 CNFed. Cont.Adm. Sala 1, sentencia del 30/4/85, Rev. E.D., t° 114, p. 143. 19 7 Poder Judicial imparcial que acuerde tutela efectiva a los derechos humanos sino –y como mínimo– una duración “razonable” de los procesos judiciales 21 . Es que, como se señalara, todos tienen derecho a un proceso sin dilaciones pues la celeridad está vinculada con la seguridad jurídica 22 . Son varios los instrumentos internacionales que han regulado entre sus disposiciones la importancia de cumplir con este requisito del debido proceso y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (en adelante, Comisión IDH) aplicó, en otros tantos, dicho recaudo del “plazo razonable” en diversas denuncias relacionadas con el ejercicio del derecho a la libertad personal. Por caso, la Comisión IDH, exhortó al gobierno denunciado a que adopte las medidas pertinentes a fin que los tribunales competentes agilicen el procedimiento, dado el prolongado lapso transcurrido sin que se haya producido una resolución que defina la situación de los indiciados; con posterioridad -1/7/85- la Comisión ratificó esa resolución y declaró que en el caso se han violado: “…las normas de la Convención Americana sobre el debido proceso dada la injustificable demora observada en el desarrollo del proceso y su retrotraimiento, una vez más a la etapa inicial de formulación de los cargos… lo que evidentemente configura un retardo injustificado en la 23 decisión del asunto…” . Como siempre, uno de los argumentos planteados por el Gobierno para justificar las demoras del proceso, estaba relacionado con “hechos atribuibles a los propios enjuiciados y sus defensores definitivos”; posición, por cierto, que caracteriza a los Estados acusados de violaciones al denominado “plazo razonable” en tanto elemento del debido proceso legal. Sin embargo, la Comisión IDH tuvo en cuenta que los hechos que motivaron el proceso y, en consecuencia, la privación de la libertad de los peticionarios, se produjo el 6 de octubre de 1976 “y al 1° de julio de 1985 no se había dictado sentencia definitiva”. Vale decir, “apenas” ocho años (¡!). Con parejo criterio, la Comisión IDH unifica los arts. 7.5 y 8.1 de la Convención Americana, al sostener que ambos: “…persiguen justamente el propósito que las cargas que el proceso penal conlleva para el individuo no se prolonguen continuamente en el tiempo y causen daños permanentes”. Recepta elementos largamente utilizados por la Comisión y la Corte europeas en el sentido de que: 21 Art. 7°, Pacto de San José de Costa Rica. Albanese, Susana, “Garantías Judiciales. Algunos requisitos del debido proceso legal en el derecho internacional de los derechos humanos”, pág. 75, Edit. Ediar. 23 Comisión Interamericana de Derechos Humanos, caso n° 9058, por resolución N° 2/84, del 17/5/84 22 8 “…la duración del proceso debe medirse en relación a una serie de factores tales como la complejidad del caso, la conducta del inculpado y la diligencia de las autoridades competentes en la conducción del proceso…”. Sin embargo, está muy claro para el órgano de control interamericano, en aplicación de estos lineamientos, que la prolongación del proceso por más de cinco años sin que se haya dictado sentencia en término, constituye una violación del derecho a ser oído con las debidas garantías y dentro del plazo razonable que establece el art. 8.1 de la Convención Americana 24 Análogo criterio sobre los alcances del plazo razonable”mantiene la Corte de Derechos Humanos (en adelante, Corte IDH) cuando en el caso “Genie Lacayo” afirma, con cita de Motta”, “Vernillo” y “Unión Alimentaria Sanders S.A.”, todos de la Corte Europea de Derechos Humanos 25 , que “…aún cuando se excluyan la investigación policial y el plazo que empleó la Procuradoría General de la República para formular la acusación ante el juez de primera instancia, han transcurrido más de cinco años en este proceso, lapso que esta Corte considera que rebasa los límites de la razonabilidad prevista por el art. 8.1 de la Convención…” 26 . Y similar conclusión reiteró dicha Corte en el caso “Suárez Rosero” del que aquí cabe extraer, con respecto al plazo razonable, que su finalidad está orientada a impedir que acusados permanezcan largo tiempo bajo acusación, asegurando que ésta se decida prontamente. Teniendo en cuenta que en ese caso concreto el proceso duró más de cincuenta meses, la Corte consideró que se habían violado las respectivas normas convencionales 27 . - VI Pues bien, en este repaso del derecho comparado y la doctrina jurisdiccional elaborada por los órganos de contralor internacionales, cabe destacar que entre las garantías del debido proceso legal igualmente reconocido en el art. 6.1 de la Convención Europea de Derechos Humanos, el alcance del plazo razonable es similar en el sistema europeo al que rige en el sistema americano (art. 8.1 Convención Americana). Algunas precisiones de la citada Corte Europea brindan particular testimonio sobre la importancia del tema. En el caso “Tomasi”, la Corte dijo que el lapso a tomar en consideración comenzó el 29 de marzo de 1983 y la fecha final fue el 6 de febrero de 1989, esto es, un período de cinco años y diez meses, para concluir, en esclarecedora doctrina que: “la responsabilidad de la lentitud apreciada pesa esencialmente sobre las autoridades judiciales… Ha habido por consiguiente violación del 28 art. 6.1. …” . 24 Comisión IDH, vid. informe n° 12/96, del 1° de marzo de 1996, punto 2, OEA/Ser.L/V/II.91, Doc. 7 rev. 28 de febrero de 1996, págs. 33, 95/98, 111 y 126. 25 CEDH, casos del 19/2/91, A 195-A; del 20/2/91, A 198 y del 7/7/89, A 157, respectivamente. 26 CEDH, in re “Genie Lacayo”, sentencia del 29/1/97, párr. 81. 27 Corte IDH, sentencia del 12/11/97, págs. 70/75. 28 Corte EDH, caso “Tomasi”, del 27 de agosto de 1992, en Revista General de Derecho, Valencia, España, núm. 597, traducción María V. García Soriano, junio 1994; ídem, caso “Poiss”, del 23/4/87, 9 En suma y como, acertadamente concluye Albanese en la obra antes citada, “…cuando los diversos órganos que componen el Estado no asumen su nivel de responsabilidad y, por ejemplo, no aplican la jurisprudencia de los tribunales internacionales competentes, provocan con su accionar el desarrollo del procedimiento internacional correspondiente, con las consecuencias que ello implica para el Estado denunciado, donde la reparación es sólo una de las fases que debe ser considerada…” 29 . Paradojal y contradictoriamente, ha sido el propio Estado Nacional quien ha reclamado, en muy diversos casos, la aplicación de los tratados internacionales. Por cierto, el Poder Ejecutivo Nacional, por boca de su organo asesor y representante en juicio, el Sr. Procurador del Tesoro, viene de reafirmar y reclamar ante la Corte Suprema de Justicia, la aplicación de valores y principios contenidos en diversos tratados internacionales sobre la materia, a los que adhirió nuestro país y que hoy se hallan constitucionalizados en los términos del citado artículo 75°, inc. 22), de la Ley Fundamental. Tal que, al tiempo de interponer recurso de hecho por denegatoria del remedio federal incoado contra la sentencia dictada por la Sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal, (conocida como la causa de “La Tablada”) 30 , por virtud de lo resuelto en la reunión plenaria de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, notificada al señor Ministro de Relaciones Exteriores en fecha 11/12/2000 -al solicitar del Gobierno Nacional la adopción inmediata de las medidas que sean necesarias para cumplir cabalmente con las recomendaciones del Informe N° 55/97 (en torno a la aplicación del art. 8°, inciso 2°, párr. h) de la Convención Americana de Derechos Humanos)-, sostuvo el Estado Nacional importantes y distintos argumentos de plena aplicación al tema que nos ocupa. En primer lugar, en ocasión de fundar la procedencia del recurso de la vía federal, destacó el Sr. Procurador la existencia de cuestión constitucional bastante, al involucrar la responsabilidad internacional del Estado por los actos de sus órganos internos frente a la violación de un tratado. Sostuvo y recordó que la Corte sentó en Ekmekdjián que las relaciones exteriores de la Nación no resulten afectadas a causa de actos u omisiones oriundas del derecho argentino que de producir aquel efecto (responsabilidad internacional) hacen cuestión federal trascendente 31 . Para señalar, como mejor demostración de cuanto se viene de exponer, que: “el interés institucional que posee en el cumplimiento de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (CADH)… evitando por todos los medios a su alcance el descrédito internacional o quizás la imposición de sanciones al Estado Nacional Argentino que pueden derivarse de un eventual apartamiento de su normativa…”. Revista General de Derecho, núm. 548; ibid., “Scopelliti”, del 23/11/93, en Revista General de Derecho, núm. 608, 1995. 29 Albanese, Susana, op. cit., pág. 75, Edit. Ediar. 30 CNCasación Penal, Sala II, causa N° 2813 “Felicetti, Roberto y otros s/ revisión”. 31 CSJN, doctr. de Fallos: 315:2492. 10 En suma y tal como lo reafirmó el propio Estado Nacional, en la causa citada, “…En consecuencia, y conforme lo establecido en el artículo 1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, la República Argentina, como Estado parte, está obligada a respetar la garantía contenida en el artículo 8, inciso 2°, apartado h (CADH)…”. Conclusión que, demás está decir, resulta en todo aplicable a la garantía contenida en el art. 7.5 de dicha convención internacional, en cuanto establece la exigencia de juzgamiento en un plazo razonable. - VII Naturalmente, en ello está en juego el valor justicia, en lo que cabe considerar comprendida la plena vigencia de la Constitución Nacional y los tratados internacionales a ella incorporados (conf. art. 75°, inc. 22, C.N.). Pero también, el cumplimiento de los compromisos internacionales contraídos, particularmente en materia de “derechos humanos”. Así pues, la asignación a tratados internacionales en esta materia, como la Convención Americana de Derechos Humanos, en las condiciones de su vigencia, ha venido a otorgar expresa fundamentación constitucional a la nueva orientación jurisprudencial que, iniciada por la Corte en el caso “Ekmekdjian”, fue seguida en “Fibracca” (1993), “Hagelin” (1993), “Giroldi” (1995), “Arce” (1997), entre muchos otros. Esta trascendental reforma de la Carta Magna y sus proyecciones, fue especialmente examinada por la doctrina, en cuanto señala que se enriquecieron el contenido y la calidad de las garantías, con una consecuencia acaso impensada: la constitucionalización de la acción procesal y, asimismo, se cayó en la cuenta de que todas las garantías fundamentales son operativas, de suerte que: “en ausencia de reglamentación legislativa, los jueces resolverán sobre la procedencia de las pretensiones que se promuevan en consideración 32 a la naturaleza de los derechos que se pretenden tutelar” En este orden de ideas, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha señalado que: “la tendencia es hacia los derechos operativos. Cuando la Constitución Nacional reconoce una serie de derechos individuales esenciales (fundamentales) e instrumenta diversas garantías como medios a través de los cuales poder reclamar el respeto de tales derechos si son lesionados o desconocidos, lo hace en la inteligencia de que se trata de derechos operativos que pueden ser ejercidos por la persona… con la sola invocación y sin dependencia del cumplimiento de requisito previo 33 alguno” . Es más, el derecho a la jurisdicción, consagrado en el citado art. 8° de la Convención Americana de Derechos Humanos –garantías judiciales– importa la posibilidad de ocurrir ante algún órgano jurisdiccional y obtener sentencia útil relativa a los derechos de los litigantes. En 32 Morello, Augusto M., “Constitución y proceso. La nueva edad de las garantías jurisdiccionales”, Edit. Platense, Buenos Aires 1998, págs. 61, 62 y sigs. 33 CSJN, in re M.1603 XXXI, “Marono, Héctor”, sentencia del 26 de noviembre de 1996. 11 ese rumbo, nuestro más Alto Tribunal puntualizó, además, que del texto del art. 8°, inc. 1 de la referida Convención aparece, claramente, que esa norma, al igual que los artículos 7, inc. 5° y 8°, inc. 2°, son directamente operativos por lo que no requieren de una reglamentación interna para ser aplicada a controversias judiciales 34 . Como corolario, hace a la gestión del bien común, como esencial principio eficiente, que el Estado Nacional cumpla con el compromiso de adoptar, en el orden interno, las medidas necesarias para hacer efectivos los derechos y garantías mencionados en los arts. 1°, 7°, 8° y concs. de la Convención (art. 2). Al obrar de este modo, el Estado Nacional estará actuando una competencia constitucional que emana de su carácter de Estado parte de la CADH. El ejercicio de esta competencia, por cierto, no es facultativo sino obligatorio 35 , y tal como fue atribuida por el artículo 2° de la CADH, ella compromete no a uno, sino a todos los poderes del Estado Argentino. La responsabilidad internacional que se deriva por la omisión de que ha hecho gala el Estado Argentino, en orden a la plena efectividad de los derechos y libertades reconocidos en la CADH (art. 2°), no sólo involucra al Poder Legislativo y Ejecutivo. Atañe –y en particular– al Poder Judicial, como cabeza de poder y órgano supremo de la organización judicial de nuestro país (art. 108°, C.N.). - VIII En tales condiciones, estamos en presencia de una verdadera cuestión constitucional generada por actos u omisiones de autoridad judicial susceptibles de incidir sobre el interés jurídicamente protegido de la comunidad y, al cabo, del propio Estado Nacional como estado parte en la CADH. La dilación irrazonable e injustificada de un proceso, conculca, sin duda, el derecho a la jurisdicción (art. 18°, C.N.) y la garantía del “plazo razonable” al que alude el art. 7.5, CADH. Y habiéndose demostrado que el Estado Nacional, en tanto signatario de un tratado internacional (Pacto de San José de Costa Rica, Ley N° 23.054), deviene nítido que se cercena injusta, injustificada e inconstitucionalmente, la garantía de la defensa en juicio que emerge de los arts. 1° y 2° de dicho tratado, con las consecuencias internacionales y, de suyo, patrimoniales que tal conculcación importa para los derechos comprometidos. La aplicación de dichos principios y garantías de parejo linaje constitucional al tema que nos ocupa resulta incontestable. De hecho, no es, precisamente, el cumplimiento irrestricto de esa manda inexcusable en el concierto internacional –al que, como se dijo, el país adhirió, incorporándolo a su orden jurídico, con dicha jerarquía–, lo que es dable predicar de un sistema de justicia tardío y/o ineficiente. Es, pues, un dato concreto y objetivo que el Estado Nacional, a través del irregular funcionamiento de su servicio de justicia, incumple, de modo flagrante e inexcusable, con sus 34 35 CSJN, “Microómnibus Barrancas de Belgrano S.A.”, sentencia del 21/12/98, Fallos: 312:2490. Art. 3°, Ley N° 19.549. 12 compromisos internacionales, incorporados al orden jurídico con raigambre constitucional, de lo que no es dable prescindir. En particular, conculca la garantía del “debido proceso” que, como muy obvio, ha menester, para realizarse, de tutela efectiva mediante plazos razonables. Es que la dilación fáctica y jurídicamente inaceptable de todo plazo procesal concebible agrede sin remedio ni excusas atendibles, dichos principios y garantías constitucionales En suma, a modo de síntesis conclusiva, valga recordar aquellas señeras enseñanzas del maestro Couture que, en buena medida, han de presidir la tesis que informa a este trabajo: “… El poder decidir sobre el honor, la fortuna y la libertad de un semejante, constituyen la suprema potestad en el orden humano. Del despotismo de los otros poderes del Estado queda siempre un recurso ante el Poder Judicial, en tanto que del despotismo del Poder Judicial no queda recurso alguno. Cuando se afirma que el Poder Judicial es la ciudadela de los derechos individuales, sólo se afirma la existencia de una penúltima instancia. La última la constituye la independencia, la 36 autoridad y sobre todo la responsabilidad de los jueces…” . Para decirlo, claramente y sin eufemismos, en palabras del Alto Tribunal, “...la garantía constitucional de la defensa en juicio incluye el derecho a obtener un pronunciamiento rápido dentro de un plazo razonable (Fallos: 287:248; 289:181; 300:1102; 305:913; 315:2173)” 37 . Y es sólo con apego a estos principios y garantías que habrá de preservarse la República 36 Couture, Eduardo J., “Estudios de derecho procesal civil”, tomo I, Buenos Aires, 1978, págs. 91 y sigs. CSJN, in re R.1990 XLI. R., M.A. s/ retardo de justicia en autos „R., M.A. c/ OSECAC y otros s/ responsabilidad médica, denuncia de retardo de justicia, del 20 de diciembre de 2005. 37