Todo arte es una danza de sentido que se mueve de forma en forma

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3/24/2016
Sandra Eleta en Portobelo - Guggenheim Blogs
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September 8, 2014
Sandra Eleta en Portobelo
INGLÉS | ESPAÑOL
BY ADRIENNE SAMOS
Yaneca Esquina, Secretos Sagrados, 2000. Acrílico, esmalte y espejos sobre lienzo y madera, 119 x 94 cm. Foto: Guillermo
Guevara, reproducción de Monica Kupfer ed., V Bienal de Arte de Panamá 2000 (Panama: Cervecería Nacional, 2000), p. 35
Todo arte es una danza de sentido que se mueve de forma
en forma. Guy Davenport
Portobelo es un pueblo de pescadores en la costa caribeña
de Panamá. Ubicado en un magnífico puerto natural, fue
declarado Patrimonio de la Humanidad debido a su
compleja historia colonial y a su legado arquitectónico.
Cristóbal Colón se topó con la bahía en 1502 y, según
cuenta la leyenda, quedó tan cautivado que la llamó ‘Puerto
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Bello’. En los siglos XVII y XVIII, Portobelo fue el eje
portuario de la exportación de plata, la sede de ferias
comerciales de fama mundial y, en consecuencia, la víctima
de incesantes saqueos por parte de almirantes y piratas
ingleses. (Se supone que Drake está enterrado en el fondo
de la bahía.) También fue un centro importante de trata de
esclavos. Abundaban los cimarrones o “congos” (esclavos
fugitivos cuyos descendientes se asentaron a lo largo de la
costa atlántica de Panamá), quienes a menudo se aliaban
con los piratas para combatir a sus opresores españoles. En
1579 las autoridades de Portobelo se vieron obligadas a
firmar un tratado con estos altivos y enérgicos rebeldes
afropanameños, sentando así el primer precedente para la
liberación de los esclavos en América.
La artista y fotógrafa Sandra Eleta tenía cinco años cuando
la llevaron por primera vez a Portobelo, ubicado a hora y
media de la ciudad de Panamá. “Mi mamá me vestía con
lazos y encajes para ir con mi papá a visitar al embajador
de España. Nunca pisamos la embajada sino que íbamos a
Portobelo a visitar a un hombre que se llamaba D’Orcy. Era
un negro altísimo con una barba blanca. Le había salvado la
vida a mi abuelo”.1 Oriundo de las Antillas francesas,
D’Orcy sentaba a la pequeña Sandra en su regazo y le
cantaba canciones francesas, balanceándose en su
mecedora frente al mar. Al principio, le tenía miedo y
fascinación. Luego se encariñó con él y con todo ese
ambiente. Mucho después, a principios de los años 70 —
después de que concluyó sus estudios en Nueva York y
residió con parientes en Madrid— sintió un fuerte deseo de
regresar a Portobelo y a aquellos mágicos recuerdos de
infancia. Cuando llegó a la casa de D’Orcy, estaba
trancada. Los vecinos le informaron que había muerto la
semana anterior y que le había legado la casa a su padre.
Sandra decidió instalarse allí. Cuarenta años después, la
vieja casa de madera sigue siendo su hogar, y tanto su vida
como su arte están íntimamente ligados a la gente de
Portobelo.
Sandra Eleta, Pajita, c. 1970.
Impresión en gelatina de plata en
blanco y negro, 51 x 51 cm. Foto:
Cortesía del artista
Sandra Eleta, Catalina, la Reina del
Congo, c. 1970. Impresión en gelatina
de plata en blanco y negro, 51 x 51
cm. Foto: Cortesía del artista
Este giro radical quizá se debió en parte a su amistad con
Ernesto Cardenal, el famoso poeta y sacerdote
revolucionario que fundó una comuna evangélica, artística
Sandra Eleta, Gato Azul Congo, c.
y sandinista entre los humildes isleños del archipiélago de
1970. Impresión en gelatina de plata
Solentiname, en el lago Nicaragua. Sandra fue varias veces
en blanco y negro, 51 x 51 cm. Foto:
y produjo un testimonio visual que se exhibió en Nueva
Cortesía del artista
York junto a pinturas de artistas de Solentiname. En 1977,
la Guardia Nacional de Anastasio Somoza masacró y
destruyó la comuna. Cardenal logró escapar y más tarde fue nombrado ministro de
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cultura bajo el primer gobierno sandinista. Él y Sandra comparten una fe en la riqueza
espiritual de las comunidades rurales, pero ella nunca ha creído en las utopías ni en la
violencia de ninguna especie.
La fotografía de Sandra es siempre acerca de la gente. No cualquier gente, sino
exclusivamente aquellos en los márgenes de la sociedad. Nunca usa su cámara por
motivos antropológicos, estéticos (aunque sea una magnífica estilista) o voyeristas.
Oprime el obturador sólo después de haber establecido un vínculo profundo, de mutua
confianza, con el retratado. “Al fin y al cabo, la técnica es un instrumento. Para mí su
verdadera importancia no radica en su perfección, sino como instrumento de amor,
vínculo y recuerdo”.2
Sandra prefiere trabajar en proyectos a largo plazo con determinadas comunidades,
familias o grupos inmersos en su propio entorno. Casi siempre los niños y las mujeres
son el núcleo de sus series de retratos. Precisamente fueron los niños de Portobelo
quienes se convirtieron en sus primeros retratados y en los catalizadores de la
integración a la comunidad de esta tímida y enigmática extranjera que vivía recluida en
la casa del antillano muerto. Los portobeleños le decían “la Bruja” (después se volvió un
apodo cariñoso). Detrás de los niños, fueron acercándose las mujeres. Comenzaron a
entablar amistad y a revelarle poco a poco las ricas complejidades de su cultura.
Los portobeleños veneran a su “Cristo Negro” tanto como a sus antepasados congos,
quienes lucharon por recuperar su libertad y dignidad: un hecho histórico que los
enorgullece e informa toda su cosmovisión. Esta se traduce en poderosos ritos, danzas
de un erotismo delirante, expresiones y formas lingüísticas inescrutables, viscerales
performances parateatrales, vibrantes disfraces cargados de simbología, conjuntos de
objetos codificados pero flexibles, patrones visuales, percusivos, rítmicos y melódicos, y
personajes arquetípicos provenientes de la religión, el mito, las fuerzas naturales, la
magia y la historia. Sandra admite que no puede saciarse de todo esto: “No sé si es una
maldición o una bendición; me sigue, me renueva, cada vez le encuentro niveles distintos
de expresión, de riqueza; es como una fuente inagotable para mí”.3
En su propia casa fundó el Taller Portobelo, una cooperativa de mujeres que bordaban y
vendían colchas y ropa a tiendas en Panamá y Europa. La cooperativa prosperó durante
casi una década, hasta que cerró por serios desacuerdos entre sus 30 integrantes. En los
años anteriores y posteriores a la invasión de Estados Unidos en 1989, la situación
financiera del pueblo se agravó debido a la crisis política del país. El abuso de drogas se
convirtió en un grave problema. En 1993, el Taller Portobelo reabrió, esta vez como un
taller de artistas, gracias a la ayuda de Arturo Lindsay, artista colonense y profesor del
Spelman College en Atlanta, a quien una beca le permitió quedarse seis meses en
Portobelo. Lindsay motivó a sus primeros miembros —Yaneca Esquina (ganador del II
Premio en la Bienal de Arte de Panamá 2000), Jerónimo Chiari y Pajarito Jiménez, entre
otros— y les enseñó cómo estirar y preparar un lienzo en bastidor. (Con poco o ningún
conocimiento técnico del arte occidental, los cuadros de estos artistas aluden a leyendas,
ceremonias y retratos imaginarios de sus antepasados.) Además, se tendió un puente
internacional: Spelman estableció un programa de residencias en Portobelo para
estudiantes de arte; a su vez, Yaneca y otros visitaron Atlanta y otras ciudades de
Estados Unidos para ofrecer conferencias, impartir talleres y exhibir sus obras.
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Hoy, muchos proyectos atraen a numerosos turistas e investigadores culturales a
Portobelo. Estas iniciativas —en buena parte impulsadas por la Fundación Bahía de
Portobelo, presidida por Sandra— incluyen la Escuelita del Ritmo, el Taller Portobelo, la
comparsa Barrio Fino, una galería de arte, un futuro museo congo, el Festival de la
Pollera y el Festival de Diablos y Congos. Sospecho que, a pesar de su significativa
conexión con el mundo exterior, algunos portobeleños —tanto muertos como vivos—
prefieren seguir soñando y bailando entre ellos, en un espacio aislado y sin tiempo.
1. Alberto Gualde y Giulia De Sanctis, “Entrevista con Sandra Eleta” en Talingo (1993), 7. ↩
2. Sandra Eleta, “Sandra Eleta” en Desires and Disguises: Five Latin American Photographers, Ed. Amanda
Hopkinson (London: Serpent’s Tail, 1992), 21. ↩
3. Gualde y De Sanctis, “Entrevista con Sandra Eleta”, 7. ↩
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Han sido las plataformas independientes las
Colectividad y revolución
que han construido la escena
«Al fin y al cabo», dice Eleta, «la técnica es un
instrumento». ¿Qué otros artistas han utilizado
la técnica con éxito como puente hacia algo de
mayor envergadura?
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