Almería es el desierto y el mar, el sol y el viento incesante. Sus paisajes impresionan de forma viva y duradera la retina de todo amante de la naturaleza. Fundada por Abderramán II en el siglo IX, Almería vivió sus momentos de mayor esplendor en el siglo XI, cuando era la capital de un reino de Taifas. Alfonso VII la hizo suya en 1147, pero a su muerte, diez años más tarde, regresó a poder de los árabes, formando posteriormente parte del reino nazarí de Granada hasta 1489, en que fue reconquistada por los Reyes Católicos. En el siglo XVI, el terremoto de 1522, el continuo hostigamiento de sus costas por los piratas berberiscos y las rebeliones de la población morisca la sumieron en un estado de decadencia y letargo que, con algunos breves asomos de mejoría, se prolongaría hasta mediados del siglo XX, propiciando situaciones de pobreza e injusticia social como las descritas por Juan Goytisolo en Campos de Níjar o en La Chanca. Hoy, la ciudad de Almería es una moderna urbe, capital de una provincia que goza de una creciente prosperidad merced al turismo y al comercio, pero también gracias al desarrollo de una tecnología agrícola que aprovecha al máximo, con invernaderos, el mucho sol y la poca agua. A pesar de que en la provincia existen zonas tan feraces como la Alpujarra almeriense, allá por Laujar de Andarax, en las estribaciones de Sierra Nevada, o como el Parque Natural Sierra María-Los Vélez, en el extremo septentrional de Almería, son sus enclaves desérticos los que llaman más la atención. En este sentido, el Cabo de Gata, el Desierto de Tabernas y las Cuevas de Sorbas no tienen comparación posible con ningún otro lugar de España ni de Europa. Tampoco decepciona a los amantes de lo rupestre los numerosos yacimientos arqueológicos encontrados en el Parque Natural de Sierra María-Los Vélez, que certifican la existencia de asentamientos humanos desde tiempos remotos. Entre las pinturas rupestres más importantes de Almería están las de la Cueva de los Letreros, que forma parte del bien Arte Rupestre del Arco Mediterráneo de la Península Ibérica, incluida por la Unesco como parte del Patrimonio Mundial de la Humanidad. Ciudad de Almería Erigida en lo alto de un cerro que domina Almería y su bahía, la impresionante Alcazaba fue iniciada por Abderramán III en el siglo X, ampliada posteriormente por Almotacín, el cual edificó un bello palacio andalusí, y de nuevo reformada por los Reyes Católicos, que levantaron un alcázar cristiano. A pesar de los desperfectos sufridos durante el terremoto de 1522, sus altos muros almenados de color ocre parecen proteger todavía las blancas casas de la ciudad, para lo cual fueron construidos. Consta la Alcazaba de tres recintos: en el primero hay bellos jardines; en el segundo, se han efectuado excavaciones en lo que era la ciudad palaciega (aljibe, ermita mudéjar y baños); en el tercero, la maciza torre del homenaje señorea el alcázar cristiano. Excelente la vista que hay desde los adarves. La Catedral se levantó en 1524 donde antes estuvo la mezquita. Diseñada por Diego de Siloé, es una iglesia-fortaleza de seis torres integrada en el recinto amurallado, muy guerrera para época tan avanzada, si bien toda defensa debía de parecer poca ante los constantes ataques de piratas que entonces sufría Almería. Otros edificios religiosos notables son la iglesia de Santiago –del siglo XVI, con armoniosa portada plateresca–, la de San Juan – construida sobre una mezquita de la que se conservan el mirhab y la quibla– y el convento de las Concepcionistas, mudéjar. El paseo de Almería concentra con sus tiendas, bancos y bares la animación de la ciudad. El parque de Nicolás Salmerón, junto al puerto, ofrece un agradable paseo bajo sus palmeras. Al oeste, al pie de la Alcazaba, queda La Chanca, humilde barrio de pescadores, con sus casitas cúbicas pintadas de vivos colores, a menudo excavadas en la roca. En el Zapillo, distrito marinero y señorial, sería imperdonable no degustar unos pescaditos fritos. Las migas con tropezones, las gachas, el cocido de trigo, el ajoblanco, el caldo pimentón y el potaje de verduras son algunas de las estrellas del recetario almeriense, preparaciones contundentes, hipercalóricas, “rruinadietas”, más apropiadas para regiones polares que para estos desiertos. Con uno solo de estos platos, se come y se cena. Mención especial para los gurullos y el ajo cabañil que elaboran en Sorbas. Tampoco está de más darse una vuelta por el conocido como Cable Inglés, un cargadero de mineral con estructura de hierro de gran valor técnico e histórico. La estructura ha sido recientemente recuperada con el fin de transformarlo en un espacio lúdico y cultural. Parque Natural Cabo de Gata-Níjar Al este de la capital, casi a sus puertas, se halla este paraje de origen volcánico que se formó en las edades geológicas en que se alzaron las cordilleras Béticas. Donde las placas africana e ibérica se tocan, hubo erupciones submarinas. De aquellos magmas, surgieron estos basaltos, nódulos y columnas; estas rocas negras, blancas y amarillas. Arrecifes de las formas más extrañas imaginables. Escaleras, cornisas, desplomes. Es la Tierra en estado puro, desnuda, sin apenas agua dulce ni, por tanto, arbolado: solo algunos palmitos, aulagas, pitas, chumberas.... Es el paisaje elemental. Quien decida recorrer el parque en coche puede comenzar visitando el faro del Cabo de Gata –mirador privilegiado de este ápice suroriental de la Península Ibérica– y las vecinas salinas de La Almadraba de la Monteleva, donde pululan centenares de flamencos. Del otro lado del promontorio, se encuentran unos pocos núcleos turísticos rodeados de playas salvajes, como San José, Las Negras o Agua Amarga; aldeas de pescadores tan auténticas como La Isleta del Moro y pueblecitos blancos y tranquilos del interior como El Pozo de los Frailes, donde se conserva en perfecto estado una noria árabe. En Los Escullos, la ruinosa fortificación de San Felipe (siglo XVIII) vigila unas costas rocosas, desgarradas y fantasmagóricas, no menos solitarias y misteriosas que las minas de oro abandonadas que pueden verse en la cercana población de Rodalquilar. El cabo de Gata más bello, sin embargo, solo puede recorrerse a pie, y para ello hay que partir del aparcamiento de la playa de los Genoveses, que dista un par de kilómetros de San José. Dicha playa mide cerca de 500 metros y está delimitada por el cerro del Ave María, al norte, y el luengo morrón de los Genoveses, al sur. Y es una de las bahías más bellas y luminosas del orbe, que sigue tan salvaje como en 1147, cuando genoveses y pisanos desembarcaron en ella decididos a tomar Almería y así acabar de una vez por todas con las tropelías de los piratas. Evitando la pista abierta al tráfico, y buscando siempre las sendas que bordean por arriba o por abajo los acantilados, el atónito caminante va descubriendo paraísos como la cala de los Basaltos, con sus viejas canteras de esa misma roca y sus dunas salpicadas de verdes matujas de barrón (Ammophila arenaria); la playa del Barronal, grande y sola; la cala Amarilla, así llamada por la roca gualda que la preside; y, para acabar, la playa de Mónsul, en la que se yerguen una inmensa duna y la peña de la Peineta, cuyo nombre le viene al pelo. Son ocho kilómetros (ida y vuelta) de soledad total y cuatro horas ininterrumpidas de felicidad. Dificultad: media. La espectacularidad de esta playa ha sido aprovechada para rodar escenas de películas como Indiana Jones y la última cruzada, Bwana y Hable con ella. Desierto de Tabernas A 20 kilómetros al norte de Almería, la carretera de Granada (A-92) surca un paisaje de soledad y silencio absolutos, de ramblas flanqueadas por acantilados de roca grisácea que la erosión disgrega de continuo, de torreones de arena, cárcavas desgarradas y mesas peladas que recuerdan los fantasmagóricos páramos de Mojave y Arizona. Es el desierto de Tabernas –el único de Europa, con menos de 200 mm de precipitaciones anuales–, escenario de los famosos spaghetti westerns (El bueno, el feo y el malo, Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio…), un subgénero de ínfimo presupuesto con el que se labró una merecida fama el director Sergio Leone y, también, el primer y más duro Clint Eastwood. Tomando la desviación al pueblo de Tabernas, enseguida se encuentra el Oasys Mini Hollywood (km 464 de la N-340), un antiguo poblado cinematográfico reconvertido en parque temático por el que se pasean pistoleros con teléfono móvil y bailarinas que se refrescan con abanicos entre cancán y cancán, y en donde a horas fijas se registran aparatosos duelos, asaltos y tiroteos que inevitablemente concluyen con algún fiambre. El recinto pertenece actualmente a la cadena hotelera Playa Senator y dispone también de una reserva zoológica con grandes felinos, fauna exótica y aves y una piscina. Para ver de cerca la cinematográfica rambla de Tabernas, se puede bajar a pie desde el parque por la carretera N-340 hacia el cercano puente de los Callejones y, sin llegar a cruzarlo, desviarse por una pista de tierra que sale a la izquierda y enseguida gira a mano contraria para pasar bajo el mentado puente, donde se funde con el lecho arenoso del barranco. Por él se avanza sin pérdida posible, entre sus dos orillas pobladas de tarayes y plumosos carrizos, saltando de trecho en trecho un hilo de agua que se alía con la primavera para vestir la rambla de florecicas malvas y amarillas. Un abrevadero de madera y otros restos de rodajes jalonan el camino por la rambla, así como cortijos en ruinas y sórdidas cuevas, habitadas antaño por cabreros. Cuando se llevan andados cuatro kilómetros justos –hora y media, más o menos–, se cruza una pista que atraviesa perpendicularmente el cañón, y dos más adelante se halla otra, de mejor firme, que hay que seguir a la izquierda para salir de la rambla y acabar el camino de ida en otro parque llamado Texas Hollywood-Fort Bravo, los decorados de cine estilo western más grandes de Europa. El turista puede asistir a un trepidante espectáculo de cowboys con tiroteos, peleas en el salón y asaltos al banco… y hasta dormir en el salvaje Oeste en una de las cabañas rurales acondicionadas para ello. En total, son cuatro horas de paseo bonito y sencillo (12 kilómetros, ida y vuelta por el mismo camino). Cuevas de Sorbas A 60 kilómetros de la capital, camino de Murcia, la autovía del Mediterráneo atraviesa el paraje natural del Karst en Yesos de Sorbas, que es el conjunto de cuevas en yeso más importante de Europa –más de mil cavidades en solo 12 kilómetros cuadrados– y alberga tres de las simas más profundas del orbe en este material, encabezadas por la Covadura (120 metros). La rareza de los karsts en yesos es tal que los que hay en todo el planeta se cuentan con los dedos de una mano. Acompañados por un guía, los visitantes suelen efectuar la ruta básica –entre una hora y media y dos horas, según el tamaño del grupo–, que discurre por la Cueva del Yeso siguiendo las sinuosas galerías labradas y pulidas por las avenidas estacionales del Barranco del Infierno; en algunos puntos, como en el llamado Techo de la Alhambra, los cristales de yeso en forma de flecha fingen almocárabes que brillan a la luz del carburo como una noche estrellada sobre los atochares de Sorbas. También hay una ruta combinada –cuatro horas, dificultad media– y técnica –cinco horas, difícil–. A un par de kilómetros de la cueva del Yeso, se alza la villa de Sorbas al borde de un escarpadísimo meandro abandonado del río de Aguas, con sus blancas casas colgadas –la Cuenca Chica, le dicen por eso–, sus cinco miradores, sus nobles mansiones –la del Duque de Alba, la del Marqués del Carpio, la del Duque de Valoig...– y su barrio de las Alfarerías, donde subsisten dos alfares –24 llegó a haber en el siglo XIX– con sendos hornos árabes de leña, de los que siguen saliendo piezas como los botijos en forma de gallo o los “ajuaricos” (cacharritos de juguete contenidos en un recipiente de barro, el cual hay que romper forzosamente para extraeros). Sorbas reserva una última sorpresa: el nacimiento del río de Aguas, que se verifica en un abrupto barranco cuajado de viejos molinos, cañaverales, formidables desplomes de roca y pozas verdes, profundas y tentadoras. Para andar en busca de este oasis, hay que acercarse a Los Molinos del Río de Aguas, cortijada que queda a medio camino entre Sorbas y la autovía, y bajar por la senda señalizada de la Mora, entre pitas y antiguas casas de labor, para doblar enseguida a la izquierda siguiendo el sendero marcado con trazos de pintura blanca y amarilla. Es un paseo muy fácil de dos horas (cuatro kilómetros, ida y vuelta por el mismo camino). Costa almeriense Los 200 km de litoral almeriense están abarrotados de playas paradisiacas y centros turísticos de primer orden. Además de Almería capital o el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, a los que ya nos hemos referido, otras poblaciones como Roquetas de Mar o Mojácar reciben a miles de turistas. El magnetismo de Mojácar llevó a muchos extranjeros a instalarse aquí hace algunas décadas, enamorados de su belleza, que reside sobre todo en el encanto de su cuidada arquitectura popular y en sus magníficas vistas. Este coqueto y laberíntico pueblo blanco inspira al viajero que, nada más llegar, percibe su indudable sabor árabe, con sus callecitas estrechas y empinadas, adornadas con macetas coloristas, y salpicadas de rincones cautivadores. http://clubcliente.aena.es