COLOR Madres

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COLOR Madres
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Madres de
Plaza de Mayo,
30 años de lucha
Texto y fotos: Javier Sulé
A lo largo de 30 años, jueves
tras jueves, exigieron primero
la aparición con vida de sus
hijos desaparecidos por la
dictadura y después, cuando ya
casi todas ellas supieron que
no los volverían a ver con vida,
transformaron el dolor en
lucha, continuaron
reivindicando a los hijos más
allá de su memoria y exigieron
juicio y castigo a los culpables.
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Corría la segunda mitad de la turbulenta década de los setenta, años
en que la Escuela de Las Américas de Panamá, bajo la tutela estadounidense, y la dictadura chilena de Augusto Pinochet expedían manuales contra la amenaza comunista. Ineptos como pocos, los gobiernos civiles de Héctor Cámpora y María Estela Martínez de Perón
fueron suplantados por una dictadura militar especialmente “brillante” en el combate de los revolucionarios: desaparecieron entre
22.000 y 30.000 personas, y fue tan inhumana la purga, tan crueles
sus torturas, tan profunda la herida, que sus consecuencias habrán
de perdurar por generaciones.
LA MUJER QUE ORGANIZÓ LA LUCHA
EN TORNO A UNA PLAZA
odos los jueves por la tarde, la plaza de Mayo de Buenos Aires
se llena de turistas atraídos por la marcha de las Madres, convertida ya en atracción para los visitantes, no exenta de muestras de
solidaridad y admiración. Una cincuentena de madres acuden todavía con sus pañuelos blancos a la plaza, en su habitual ronda de los
jueves. Tienen entre 75 y 87 años de edad y siguen al pie del cañón,
sin faltar a una cita que se remonta al 30 de abril de 1977 y que se traduce en más de 1.500 marchas desde entonces.
T
La primera marcha
En el dolor y en la desesperación por la desaparición de los hijos empezó el peregrinaje de muchas madres por las comisarías, por las oficinas gubernamentales y por todo lugar al que se los pudieran haber
llevado. Todas llamaban a las mismas puertas y nunca había respuestas. En esos lugares de búsqueda, las madres se fueron encontrando y fortaleciendo. Y un día, Azucena de Villaflor dijo que ya basta, que así no se conseguía nada y las animó a unirse y reclamar juntas en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, sede del gobierno.
Fue así como las Madres fueron por primera vez a la plaza un sábado 30 de abril de 1977. No acudieron muchas, apenas Azucena y 13
más. “Estuvimos poco tiempo, paradas sin marchar, hasta que vino
la policía con las armas para que nos fuéramos. Pero volvimos a la semana siguiente en viernes y a la otra en jueves y se fueron sumando
madres. Como estaba prohibido el derecho de reunión, nos agrupábamos de dos en dos. Cuando la policía vio que éramos muchas, nos
decían: ‘Aquí no se puede estar, hay estado de sitio, esto ya es una
reunión, marchen, caminen’, y empezó a golpear con las manos y
con los palos... y la policía nos hizo caminar, y así es como surgieron
las marchas porque en realidad no era la idea”, recuerda Mirta Baravalle, que fue una de las 14 madres que acudieron la primera vez a la
plaza, y que continúa yendo.
Con la desaparición de Azucena y de otras dos madres más, los militares pensaron que romperían el movimiento, pero no fue así, al
contrario, tomó más fuerza. “Fue un golpe durísimo, pero hizo que
nos uniéramos más y con más ganas de luchar. Nos dimos cuenta de
que las marchas eran lo que más les molestaba y que esa marcha de
reclamo silencioso pidiendo por la vida de un hijo tenía un valor. La
plaza se convirtió para nosotros en un escudo y ya no había nada que
nos pudiera detener”, explica Haydeé Gasteliú, otra de las primeras
14 madres, la cual aún va, cuando su delicada situación familiar se lo
permite.
Las madres decidieron seguir en la plaza, conservando toda la ilusión de encontrar a sus hijos, esperando con toda ingenuidad que la
dictadura tal vez no fuera tan feroz. A cada madre le llevó un tiempo
diferente aceptar que físicamente no iba a recuperar a su hijo o hija.
Con la celebración del Mundial de Fútbol de Argentina en 1978,
las madres alcanzaron notoriedad por la presencia de numerosos
periodistas extranjeros, pero también sufrieron la mayor indiferencia de su propio pueblo y la represión sobre ellas aumentó a partir
de entonces.
En una parte de la plaza reposan
las cenizas de muchas madres que
ya murieron y que quisieron que
sus restos continuaran en el lugar
de la lucha, que para ellas
significaba tanto: ni más ni menos
que el amor por los hijos. Junto a
sus cenizas, una placa recuerda
también a la mujer que organizó
esa lucha en torno a una plaza y
dice así: “Azucena Villaflor de
Vicenti (1924-1977) creadora de
Madres de Plaza de Mayo.
Detenida-desaparecida buscando
a su hijo Néstor y a los 30.000
secuestrados por la dictadura
militar argentina. Fue mantenida en
cautiverio en el centro de
detención clandestino de la ESMA
y días después arrojada viva al mar
desde un avión. Sus restos fueron
identificados en agosto de 2005”.
Cecilia de Vicenti, la hija menor
de Azucena Villaflor.
“Mi mamá era sólo un ama de casa que
lo único que hizo fue salir a buscar a su
hijo y pedir por su vida. Cuando 27 años
después me comunicaron que habían
identificado sus restos, me puse a llorar.
Ahí sentí realmente su muerte porque
una cosa es saber que se murió; tenerla,
tocarla y llorarla, y otra cosa es el dolor
de no saber. Lo peor fue conocer la forma como la mataron, que la tiraran viva
desde un avión, eso es más fuerte de lo
que imaginaba”, explica Cecilia de Vicenti, la hija menor de Azucena Villaflor.
Cecilia tenía apenas 15 años cuando
pasó todo y recuerda especialmente la
desesperación de su madre por no saber nada de su hermano Néstor, desaparecido meses antes cuando tenía 23
años junto a su novia en un operativo militar en su domicilio.
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www.doyma.es/jano
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Entrada del centro clandestino de detención de la ESMA.
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El marino Adolfo Scilingo, carcomido
por el remordimiento, abrió el fuego
y sus relatos sobre las torturas y los
vuelos de la muerte se colaron con
gran impacto en los hogares de los
argentinos. A partir de ese día
cambiaron muchas cosas. La
conmoción recorrió la Argentina.
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En democracia
Rescate arqueológico en un centro de torturas.
Cuando por fin llegó la democracia en 1983, Argentina debía hacer examen de conciencia. Los crímenes que algunos arrepentidos habían ido confesando desvelaron el infierno que vivieron los
desaparecidos. El marino Adolfo Scilingo, carcomido por el remordimiento, abrió el fuego y sus relatos sobre las torturas y los
vuelos de la muerte se colaron con gran impacto en los hogares
de los argentinos. A partir de ese día cambiaron muchas cosas. La
conmoción recorrió la Argentina. Los sobrevivientes de los campos clandestinos de concentración y las madres estaban diciendo la verdad. “Hasta ese día, la sociedad argentina miraba para
otro lado, éramos transparentes, no existíamos. A mí me llamó
gente con la que hacía tiempo no me hablaba para reconocerme
que tenía razón y yo les contestaba: ‘necesitaron que lo dijera un
asesino por la tele para que lo creyesen…’”, recuerda Tati Almeyda, de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
Paralelamente, el presidente Raúl Alfonsín abría una luz para
las madres ordenando el juicio de las dos primeras juntas militares que encabezaron la dictadura. Decenas de pruebas y testimonios desvelaron todo el horror de la dictadura. Videla y Massera
fueron condenados a cadena perpetua, pero meses más tarde ese
mismo presidente promulgaba la llamada Ley de Punto Final, a la
que siguió la de Obediencia Debida. Posteriormente, con los decretos de indulto que consiguió Carlos Menem para los condenados se dio al traste con la investigación, el posible juicio y el castigo a los culpables. Las madres no lo podían creer, sumidas en la
indignación y la rabia.
Con las madres ya divididas en dos grupos por discrepancias
con la dirección de la presidenta Hebe de Bonafini, la llegada del
presidente Néstor Kirchner al poder sorprendió gratamente a
unas y a otras porque volvió a poner el tema de los desaparecidos
encima de la mesa. En su mandato se declararon nulas las leyes
de amnistía, lo que implicaba poder reabrir los juicios contra los
militares. “Con Kirchner vimos algo que ni soñábamos. En un discurso delante de todos los militares, llamó asesinos a las cúpulas
castrenses, se consideró hijo nuestro y reconoció a nuestros hijos revolucionarios compañeros suyos. Yo lo estaba viendo por la
televisión y nunca lloré tanto como ese día porque me di cuenta
de que nuestros hijos estaban en el lugar que tenían que estar”,
manifiesta con orgullo Evel Petrini, de la Asociación Madres de
Plaza de Mayo.J
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