HISTORIA DE LAS PUBLICACIONES OFICIALES EN MÉXICO Lic

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HISTORIA DE LAS PUBLICACIONES OFICIALES EN MÉXICO
Lic. Carlos Justo Sierra Brabatta
Palabras pronunciadas el 26
de abril en el salón Revolución
de la Segob en la Reunión
Nacional de Directores de
Diarios, Periódicos, Gacetas y
Boletines Oficiales de los
Estados Unidos.
El tema que me corresponde abordar es verdaderamente rector para
entender e interpretar la historia y algunas etapas en el desarrollo de
las actividades del Estado Mexicano, a partir de 1821, hasta nuestros
días; para comprender todo el asunto necesitaríamos un tiempo
mucho mayor, lo que hoy no es posible, pero sí es el momento para el
señalamiento de algunos capítulos de aportación historiográfica, que
seguramente mis colegas concurrentes van a complementar. Aquí
queremos recordar las palabras de Héctor Aguilar Camín hace
algunos años, advirtiendo: “Puede algo peor que los excesos del
Estado: la falta del Estado”: citó como un caso ejemplar la situación de
Yugoslavia.
Son cuatro los mayúsculos temas que aparecen en los años de la
alborada de la Independencia en 1821: el Periódico Oficial, las
Memorias de las Secretarías de Estado, el Diario de los Debates del
Congreso Federal y los Informes Presidenciales; sin alguno de estos
ramales cualquier estudio y aprecio del Estado Mexicano resulta,
generalmente hablando, parcial; en esta breve relación, se contiene un
enorme bagaje de vicisitudes como han sido la pérdida de los
documentos originales en algunas épocas de nuestro transcurrir como
país, en otros casos la falta de conocimiento de las fuentes primarias
en cuanto a su localización; en algún tiempo las disidencias
revolucionarias, o bien la fragmentación hemerográfica cuando no la
carencia de las ediciones de los documentos originales. A pesar de
tan grandes dificultades, ha existido un esfuerzo de recuperación de la
gran memoria histórica de nuestro país.
Citados los cuatro temas fundamentales de las publicaciones oficiales,
podemos señalar que el Periódico Oficial del gobierno tiene un
itinerario firme en cuanto a su edición, es decir, la divulgación de la
palabra escrita, aunque bien es cierto que a partir de 1821 lo
conocemos con varios títulos cabezales como fueron los nombres de
Gaceta, Registro Oficial, Diario del Gobierno, Correo Nacional,
Periódico Oficial, El Constitucional, Boletín, Diario, Crónica, Unión
Federal, y otras variantes que expresaron la inquietud de que se
conociera en tan vasto país las normas gubernamentales; fue una
situación tan notoria que para 1830 quedó explicado de la siguiente
manera: “En la parte oficial se redactaron los extractos de las
discusiones de las cámaras, y las leyes y decretos del congreso
general; los decretos, órdenes y resoluciones del Gobierno...los fallos
más notables de los tribunales y juzgados de la Federación...las
noticias de oficio que el gobierno reciba del exterior y de los estados
de la unión; el parte diario del gobierno del distrito y la orden del día de
la comandancia general”. Propósitos muy ambiciosos y difíciles de
cumplir en un país tan extenso como incomunicado.
La citación de esta estructura da conocimiento de que en esos
momentos la divulgación ingresaba en las funciones de los tres
poderes; es de hacer notar que esta situación llamó la atención a
sectores fuera del gobierno, admitiendo noticias de índole nacional,
artículos o remitidos que pudieran sugerir reformas o expresar ideas
consideradas de interés general; pero evitó incluir cuestiones
vinculadas a partidos políticos o de interés privado, lo cual fue, para
ese tiempo, una actitud prudente.
Con los gobiernos en una rápida sucesión de acontecimientos
políticos, provocó cambios frecuentes de criterios pero uno de los
adoptados con acierto fue el de 1867 estableciendo la obligatoriedad
para las disposiciones diversas por el solo hecho de publicarse en el
Diario Oficial. Una reforma constitucional de 1874, corrigió una
omisión de la Carta Federal de 1857, señalando que las disposiciones
aprobadas por el Poder Legislativo serían remitidas al Ejecutivo para
su publicación. Es decir, cincuenta años para apenas ir moldeando un
normatividad.
Conviene señalar que sobresalen sucesos en que la publicación
citada, también daba sustento a reseñas, comentarios, artículos
literarios o textos de controversia, comportamiento similar al de otros
periódicos, por ejemplo, un estudio sobre la navegación en la ciudad
de México a través de sus lagos y canales, se encuentran en esas
páginas, así como observaciones de la incursión y combates del
ejército con los grupos indígenas de la frontera del Norte, como fueron
las violentas acometidas de los apaches y correligionarios comanches.
Esta situación cambió en 1896 para dedicarse el Diario Oficial
solamente a la divulgación de los documentos de carácter
gubernamental. No olvidemos que el período de 1863 a 1867, hubo
publicaciones itinerantes con el Presidente Juárez, como también
sucedió en el corto período de la inconformidad de José María Iglesias
en 1876 o bien durante las acciones del Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, ya en el siglo XX.
La Constitución de 1917 dio forma y contenido a través de su artículo
89 al Diario Oficial, estatura que se consolida con la promulgación de
su ley respectiva el 24 de marzo de 1987. La relación hemerográfica
en este capítulo fue un esfuerzo que realizó el historiador Manuel
Arellano y publicándolo de manera institucional en 1989, recapitulación
que permite conocer los caminos editoriales y a quienes tuvieron la
responsabilidad de su dirección, sin omitir un trabajo pionero de
Roberto S. Vargas que data de 1975 y publicado por el Instituto de
Investigaciones Bibliográficas.
Este capítulo no quedaría complementado si no dijéramos que la
Secretaría de Gobernación, que tutela al Diario Oficial, ha realizado
ediciones de importancia para la cultura nacional, con ediciones no
solamente de carácter jurídico, sino que penetraron en otros campos
de la cultura, como fueron las ediciones de “Islas silentes de los mares
mexicanos”. Otro nombrado “Islas del Golfo de California”, o bien la
importante “Cartografía histórica de las islas mexicanas” o el asunto no
menos importante de la “Colección de Banderas; “La Ruta del Padre
de la Patria” o el “Escudo Nacional” o bien el trabajo “Juárez en la
inmortalidad del 21 de marzo”; es decir el Diario Oficial extiende su
carácter para intervenir en trabajos como la algunos relativos al orden
electoral como el libro “Legislación Electoral Mexicana” de 1812 a
1973; otro más recientes, por ejemplo el libro: “Doctrina y lineamientos
para la redacción de textos jurídicos...” publicado en 2005.
Mención aparte merece el suceso de la aparición y jornadas
memorables en el campo editorial del Instituto Mexicano de Estudios
Históricos de la Revolución Mexicana.
Genéricamente, primero en tiempo histórico fue el periódico oficial
desde los mismos días del cambio político en 1821, pero casi de
inmediato fue seguida la publicación de las Memorias de las
Secretarías de Estado y en este capítulo de publicaciones oficiales le
corresponde el mérito a la Secretaría de Hacienda que conservó un
afán de no perder el carácter de institución editora, de alguna manera
tradicional, de tal manera que advertimos el primer documentos de
esta naturaleza en 1822 y poco después divulgó en 1826 el
conocimiento del primer antecedente de los actuales presupuestos de
egresos y Ley de ingresos que expide el Congreso de la Unión, así
como lo relativo a la Contaduría Mayor y el reglamento, también
primer antecedente, de la ley de Responsabilidades de los
Funcionarios Públicos; fueron tan interesantes esas publicaciones que
Matías Romero llegó a considerar como un sistema completo de
organización hacendaria; las Memorias de este ramo, como las de
Relaciones Exteriores, fueron los documentos más celosamente
cuidados, sin embargo el trabajo editorial tuvo rezagos que obligó, en
el primer caso, a establecer en 1949 una Comisión Redactora de la
Memoria de Hacienda, que dirigió Manuel J. Sierra, hijo de Don Justo,
con un interés que rescató la Memoria trascendental de Matías
Romero y los correspondientes a la revolución mexicana. El segmento
de las Memorias que cada vez se hicieron más difíciles de consultar,
conforme fueron aumentándose el número de Secretarías de Estado,
llegó a tener un verdadero desajuste, hasta que en 1976 se publicaron
más de veinte volúmenes que las resumió bajo el nombre de cada
ramo, como Educación, Relaciones Exteriores, Gobernación, y otros
rubros, a través de los Informes Presidenciales, obra que ofrece un
acceso a información que había permanecido como hojas sueltas,
medusa en el vendaval del tiempo.
La Secretaría de Hacienda ha sido una institución fundamental para la
cultura de México, temas que acogió desde el siglo XIX con el equipo
de lo que se llamó Oficina Impresora del Timbre, y después Oficina
Impresora de Hacienda hasta convertirse en los importantes talleres
de Impresión de Estampillas y Valores, nombre tan discreto que ha
escondido una empresa editorial que hubo ocasiones que en el medio
académico de Estados Unidos, pensaron que era un Ministerio no
solamente hacendario sino también de Educación. Hacienda publicó
obras de arte, de cultura indígena, fueron indispensables sus
ediciones conmemorativas y de singular importancia con difusión
internacional en las páginas nacionalistas del Boletín Bibliográfico que
circuló por los pasillos de dos décadas, veinte años de 1954 a 1963.
En esta breve recuento, la Secretaría de Relaciones tiene un lugar
sobresaliente no solamente por sus Memorias sino por tan importante
obra del Archivo Histórico Diplomático, donde recordamos la silueta
del grande señor de las letras que fue el canciller Genaro Estrada.
Periódico Oficial, Memorias de las Secretarías, Diario de los Debates e
Informes presidenciales, son como los dedos de una mano, unidos
irremediablemente para modular y conocer el desarrollo del Estado
Mexicano, pero también diferentes en su dimensión cada uno de ellos
y todos, curiosamente, obligados a coincidir en el núcleo jurídico.
El Diario... cada día o unas veces con periodicidad e intervalos, era el
hilo conductor de las responsabilidades del Ejecutivo con los
gobernados; las Memorias eran el cumplimiento de la responsabilidad
formal para cada ramo de la Administración Pública, pero el Diario de
los Debates era una aguja pendular, ya que el conocimiento de los
asuntos a discusión o llegados al pleno no eran de fácil consulta y
mucho menos, de un conocimiento general, siendo un indicador
fundamental de los asuntos públicos: sociales, económicos o políticos.
Hace algunos años nos preguntábamos, con angustia historiográfica,
dónde estaba la historia parlamentaria que Juan A. Mateos había
reunido desde los primeros Congresos hasta 1856, y no sabíamos
exactamente en qué acervo encontrarlos, y con esa interrogante
volvimos a calar la necesidad de encontrar esos volúmenes cuando en
1957 conocimos la Crónica del Constituyente de 1856-57 que formuló
el periodista Francisco Zarco, ofreciendo para el conocimiento del
pasado un período tan importante para los derechos de la nación
mexicana y cómo se discutieron por una generación tan sobresaliente
como fue la liberal y republicana de la época del señor Juárez.
Pero la voluminosa obra del escritor Juan A. Mateos siguió envuelta en
la niebla del desconocimiento, hasta hace apenas una década que la
Cámara de Diputados la publicó en diez o doce volúmenes, y el
Constituyente de Querétaro de 1916-1917 sí salvó a tiempo sus
discusiones así como su Diario de los Debates que puede consultarse
de 1916 hasta 1994 en disco compacto; son tareas casi beneméritas
para el estudioso de nuestras fórmulas jurídicas en su proceso de
evolución de las circunstancias nacionales; solamente por lo que se
refiere a este capítulo,, falta una edición que complemente dicho
segmento al que nos estamos refiriendo, pues no conocemos el Diario
de los Debates de la legislación primera a la veintiséis que corre de
1857 a 1914 y que también resulta indispensable.
Resulta
imprescindible citar que la Cámara de Diputados tiene, en forma
complementaria una imprenta de donde han salido muy numerosas
como valiosas publicaciones históricas, algunas de ellas pueden
considerarse de gran calidad en el tema y la edición y solamente como
un ejemplo es necesario citar las obras que impulsó el culto político
Mario Colín Sánchez con libros como los dos volúmenes de Hidalgo
por Castillo Ledón y una serie conmemorativa en 1972 que fueron los
libros “Juárez, su obra y su tiempo” de Justo Sierra; “Anales
Mexicanos. La Reforma y el Segundo Imperio” por Agustín Rivera; de
José C. Valadés “Melchor Ocampo.
Reformador de México”;
“Expedición de México” por Emile Ollivier y de Carlos Pereyra “Juárez
discutido como dictador y estadista”.
El último nervio de este cuadrilátero jurídico, es el que se refiere a los
Informes Presidenciales cuyo primer exponente fue Guadalupe
Victoria en 1824; hubo algún tiempo en que el Presidente de México
acudía al Congreso en la apertura y clausura de sesiones pero ya en
épocas más recientes solo asiste una ocasión; dicho material también
estaba disperso en la bibliografía oficial hasta que la Cámara de
Diputados hizo hace pocas décadas una publicación magnífica de
todos los Informes Presidenciales, con lo que ha quedado, en la
medida necesaria, cubierto el aliento razonable que le permite a los
mexicanos acercarse a conocer el desarrollo jurídico de nuestro país,
en un camino de grandes tropiezos pero también con un afán de dejar
como herencia histórica, cual ha sido el desenvolvimiento formal del
Estado Mexicano para seguir, hoy en día, el esfuerzo de una
existencia que tenga esperanza en seguir transitando en un estado de
derecho, que es finalmente, el resultado de un aguerrido esfuerzo de
nuestros abuelos, nuestros padres y de nosotros por tener una
fortaleza que defiende y protege nuestra razón y conciencia de que
nos encontramos incluidos en una esfera de gobernabilidad
democrática.
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