Espiritismo Dialéctico: Obra cumbre de Manuel S. Porteiro ¿Qué significa el término “dialéctica”? La aclaración es precisa, porque sin comprenderlo, no es posible conocer la filosofía de Porteiro. En la historia del pensamiento occidental, que representa las ideas a partir de los griegos, se registra a Heráclito de Efeso (540-480 a. n. e) como el pensador que señaló la realidad como devenir, como movimiento perpetuo: “Todo fluye, el cambio es la única realidad, lo permanente es pura apariencia. Nadie se baña dos veces en el mismo río”, escribió. Además de que la realidad se presenta como devenir o sucesión, explicó que ésta, al fluir, se opone a ella misma, es decir, que avanza a base de tensiones que se resuelven para dar lugar a nuevos avances. Su contribución básica consistió, pues, en revelar que la realidad no es estática, sino dinámica. Gracias a su teoría de las oposiciones y su visión de las tensiones, puede decirse de Heráclito que anticipó la dialéctica. Se pueden encontrar elementos del pensamiento dialéctico en varios filósofos de la Grecia clásica, y muy especialmente en Sócrates y en Platón. Con Sócrates (470-399 a. n. e) tomó la dialéctica una forma muy definida. “Dialéctica” viene de una palabra griega que significa conversar y, como es bien sabido, usaba Sócrates de la conversación filosófica para conducir a los hombres hacia la verdad. Establecía la contradicción entre una afirmación inicial sobre lo que se pretende conocer (hipótesis), y un interrogatorio que lleva al discípulo a reconocer su ignorancia de lo que pretendía saber (ironía), hasta dar a luz la verdad, dejando aflorar las ideas que duermen en su espíritu (mayéutica). En Platón (427-347 a. n. e), continuador fiel del espíritu socrático, la dialéctica se supera y deja de ser gradualmente un simple arte de la conversación y se vuelve método y ciencia, para el conocimiento de las ideas; entes o arquetipos que constituyen el ser verdadero de las cosas, y de las cuales el mundo material es apenas un reflejo. Para él, la dialéctica es el método filosófico por excelencia, pues contiene a todos los demás y los supera porque separa lo trascendente de lo superficial, lo permanente de lo efímero. Para alcanzar la verdad se ha de renunciar a la percepción sensible y ahondar en el interior del alma, hasta recordar (anamnesis) lo que ella contempló en el mundo de las ideas, de done procede en cada oportunidad en que se reintegra al cuerpo (renacimiento). Corresponde al filósofo alemán George Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) el mérito de haber establecido en forma rigurosa, un método propiamente dialéctico del pensamiento, no obstante que, como se ha visto, numerosos filósofos antes que él, trataron el tema. Para Hegel la dialéctica es la “ley general de los procesos del ser y el método universal del espíritu”. Explica en su Fenomenología del espíritu, que la apariencia y la esencia no coinciden y que por lo tanto la tarea del pensador dialéctico consiste en distinguir el proceso esencial del aparente en la captación de la realidad y sus relaciones. Si el hombre quiere conocer esa realidad debe capturarla, aprehenderla, lograrla tal cual es; esto depende de la manera como él aborde la misma, sea en la naturaleza, en la vida o en el medio social; depende del método que siga para interpretar los fenómenos en el proceso. Existen por tanto la realidad y el pensamiento que percibe esa realidad, pero el pensamiento debe ser tan perspicaz como para poder seguir la realidad en movimiento, y sobre todo para captar y comprender a la par las relaciones recíprocas entre los fenómenos, pues no existen fenómenos aislados. Esta es el alma de la dialéctica. Pensar dialécticamente es asumir el Universo como totalidad, como un gran dinamismo que tiene en el movimiento su ley intrínseca fundamental, y donde todo se halla sometido a un eterno proceso de cambios, en un constante fluir. Es así mismo, comprender que la fuerza de los cambios se impulsa en la lucha de los contrarios, en una ley de desarrollo triádico, que parte de una Tesis o afirmación, a la que se contrapone una Antítesis o negación, y de la cual resulta triunfante una Síntesis, negación de la negación, que supera a ambas. A su vez, esa Síntesis habrá de convertirse en una Tesis que reiniciará el proceso. El sistema hegeliano se desdobla en tres partes: Lógica, Filosofía de la Naturaleza y Filosofía del Espíritu, en cada una establece que el principio fundamental es la Idea, el Espíritu, y todo lo real deviene como desarrollo de la misma. Al presentar la Idea como la esencia independiente que constituye la base de toda la realidad, elevada a la categoría de lo Absoluto, bien puede decirse, que el pensamiento de Hegel es la culminación, en su forma más rigurosa y madura, de todo el idealismo alemán. Posteriormente el economista, filósofo y político alemán Karl Marx (1818-1883) uno de los pensadores que más ha influido en el mundo moderno y su amigo colaborador Friedrihc Engels (1820-1895), tomaron de Hegel su método dialéctico y lo aplicaron a la interpretación de la naturaleza y de la sociedad, pero con una orientación materialista, dando así nacimiento al materialismo dialéctico y al materialismo histórico, que forman el basamento teórico del socialismo marxista, denominado por ellos, socialismo científico, para diferenciarlo de las teorías socialistas anteriores, a las cuales etiquetaron como socialismo utópico. Conservaron el esquema hegeliano de tesis, antitesis y síntesis, pero lo vaciaron de su contenido idealista, reemplazando la idea, la superestructura, con las condiciones económicas del hombre, o sea, la infraestructura o base. En su concepción, lo material es lo concreto y ha de ponerse como principio y la idea como derivado; las cosas y la materia no son el desarrollo de la idea, sino al contrario, la idea surge del desarrollo de la materia. Según ellos, el mundo material es el único mundo real y el espíritu no es más que un epifenómeno, el producto de un órgano material, el cerebro. Para el marxismo, el enfrentamiento, materia y espíritu apenas tiene un valor gnoseológico; antológicamente no hay más que materia. En definitiva, la dialéctica es un método para el buen discurrir y también un modo de encarar la realidad, se la puede entender como MOVIMIENTO real de los fenómenos en sus oposiciones e interrelaciones, y como MÉTODO para aprehender la realidad tal cual es y no en sus apariencias engañosas. Posee intrínsicamente un carácter neutro; en sí misma, no es idealista ni materialista, y eso es lo que permite comprender como el pensamiento hegeliano pudo emparentarla con una visión idealista del mundo, y el marxismo hacerla pieza clave de su concepción materialista. Una filosofía científica de tan amplios alcances como el Espiritismo y destinado a cumplir un rol determinante en la evolución de la humanidad, por su aporte teórico y experimental a la comprobación de la inmortalidad del Ser, no podía quedar al margen de un adecuada interpretación dialéctica. Cupo a Porteiro, el mérito de haber aplicado, primero que nadie y con el mayor rigor, la concepción dialéctica de la doctrina espírita y su obra cumbre, Espiritismo dialéctico, es ostensible evidencia de ello. Difícilmente abrase escrito en el Espiritismo una obra filosófica y sociológica con más rigor que ésta. De su primera hasta su última página se puede creer que cada palabra se ha ubicado con precisión en el lugar que le corresponde. Es imposible expresar las mismas ideas con menos vocablos y suponer en estos una mayor fidelidad. Es una obra esencial para conocer y asimilar el pensamiento porteirano, pues, expone, en forma clara y vigorosa, la máxima aportación filosófica de su autor; la interpretación dialéctica del Espiritismo y su aplicación al mejoramiento de la sociedad. La obra Espiritismo Dialéctico consta de seis capítulos. En el primero denominado Fundamentos científicos de la concepción neo-espiritista de la vida y de la historia, coloca con toda precisión, el surgimiento histórico del Espiritismo, a partir de la magistral codificación de Kardec, y explica sus bases fundamentales: Dios, inmortalidad, reencarnación, comunicación espiritual, pluralidad de mundos habitados, en el marco de una premisa determinante; espíritu y materia son los dos elementos constitutivos del Universo, actuando sobre ambos, el poder creador y unificador de Dios. En su planteamiento, la doctrina espírita tiene como propósito esencial, llevar al hombre, como ser pensante en permanente evolución, a ensanchar, a través de la reflexión, su visión acerca de la realidad y de las dimensiones de la existencia, tanto en extensión como en profundidad, en un proceso que le irá ofreciendo respuestas a sus indagaciones e indicándole el sentido de la vida. Luego critica las tendencias dominantes en la psicofisiología de su tiempo, y en especial la teoría de las localizaciones cerebrales, presentando una gran cantidad de ejemplos concluyentes de la insuficiencia de dicha teoría, por dejar de lado un factor primordial que es el espíritu. Levantar una teoría psicológica prescindiendo del espíritu, es como muy bien lo decía, construir un edificio empezando por el techo, le falta a esa teoría un fundamento sólido en donde poder asentar toda su estructura. Con los avances de la psicopatología se han derrumbado muchas nociones arbitrarias sobre la personalidad humana y ya no tienen razón de ser aquellas elucubraciones de Vogt o de Büchner que asignaban al cerebro la función de “segregar el pensamiento como el hígado la bilis”, a las que oponía la réplica del ilustre fisiólogo Claude Bernard: “Decir que el cerebro segrega el pensamiento equivale a decir que el reloj segrega la hora o la idea del tiempo”. Estudia las relaciones del espíritu con el organismo, demostrando con hechos y argumentos, que aquél puede, en casos de índole supranormal, tener percepciones sin el auxilio de los órganos sensoriales y exteriorizar fuerza motriz, poniendo en movimiento objetos a distancia, y obrar independientemente del cuerpo físico. Sostiene que se hace necesario diseñar una nueva psicología que incorpore los elementos proporcionados por la metapsíquica o parapsicología con su amplio repertorio de fenomenismo paranormal y por el Espiritismo, como filosofía científica que demuestra la condición espiritual que informa al ser humano, su proceso reencarnatorio y la interacción medúmnica entre encarnados y desencarnados. Visión de futuro entraña la filosofía porteirana, pues, en efecto el pensamiento moderno –culminando el siglo veinte- avanza en una dirección, que tiende al reconocimiento de que el concepto de persona supera las dimensiones de lo biológico y de lo mental, admitiendo lo espiritual como aquello que define la naturaleza humana y le lleva a buscar su plenitud en un orden que trasciende al terrenal. El capítulo siguiente –Espiritismo Dialéctico- lo inicia con esta concepción: “es la concepción científica, dinamo genética de la evolución, que explica las cosas, seres y fenómenos del Universo, en su movimiento causal y dinámico y en sus contradicciones necesarias, sucediéndose lenta y gradualmente, o por mutaciones bruscas, en virtud de una ley natural, selectiva y finalista, bajo la acción psicodinámica del espíritu, en sus diversas formas y manifestaciones”. La dialéctica espiritista enseña que en la Naturaleza todo está en continuo movimiento, en un constante devenir, que no hay nada en ella absolutamente estático, nada aislado o desvinculado de la causalidad universal y del Principio psicodinámico que la rige. El mundo material y el mundo espiritual son dos caras de la misma realidad; la oposición entre los procesos de vida y muerte, encarnación y desencarnación, encuentran su síntesis creadora en la reencarnación. Si se niega o rechaza uno de ellos, como hacen los materialistas se frustra el enfoque dialéctico, por cuanto se niega la lucha de los contrarios y su solución ulterior. Considerado dialécticamente el hombre es un ser abierto al mundo espiritual: del cual procede- y al mundo social –en el cual está-. Es un ser en tensión: fue, es y será, haciéndose cada día; es finito y tiende hacia lo infinito. Es corporalidad y espiritualidad al mismo tiempo; sus actos más sublimes están marcados por la corporeidad, y sus actos más primitivos están penetrados de espíritu. Advierte Porteiro que el concepto dialéctico del Espiritismo que propone no es una pretensión innovadora o reformista que intente modificar la doctrina kardeciana, sino que es la adopción y aplicación del método dialéctico, para interpretar con mayor propiedad los hechos físicos, biológicos, psíquicos y sociales, con las luces que brinda la misma doctrina. Aclara: “No es, como pudiera suponer el lector, una innovación sistemática, fundamental, de la filosofía espírita: es la misma doctrina (por lo que respecta a sus principios fundamentales), tratada dialécticamente a la luz de la ciencia moderna y en concordancia con los fenómenos de la Naturaleza y de la vida, y, muy especialmente, con los de la psicología y de la historia”. Concepto dinamo-genético de la vida, titulase el tercer capítulo, en el que, después de hacer un repaso de las condiciones de vida y las transformaciones sufridas por las especies vegetales y animales, debidas más que todo al ambiente y a la lucha por la sobre-vivencia, muestra Porteiro el amplio proceso experimentado por la especie animal hasta llegar a la hominización. Ampliando el razonamiento dialéctico dice: “No es posible considerar al hombre como especie, completamente desvinculado de los demás animales y puede asegurarse que el hombre deriva de formas muy inferiores, que no han sido siempre lo que es y que si se hallase hoy frente a sus remotos predecesores no se conocería o le costaría mucho reconocerse. El hombre, si no deriva del simio, es una rama del mismo tronco”. Su tesis evolucionista dista mucho de ser, como a simple vista pareciera que fuese, idéntica a la darvinista. Para él, en el trayecto filogenético hay un proceso y un progreso psíquico de un principio inteligente de naturaleza espiritual independiente del cuerpo, que parte de los unicelulares hasta llegar al hombre, quien representa la expresión más elevada de la evolución orgánica y psíquica. El ser humano no apareció sobre la tierra como una manifestación esporádica de la vida, en determinada hora y lugar, desvinculado de las demás especies, no es el prototipo de una creación especial definida, sino una manifestación superior, gradual y perfectible de la misma vida psíquica que anima a los demás seres que, aunque morfológicamente distintos y gradualmente inferiores, son iguales, porque la vida, aunque multiforme, es esencialmente una. Si bien está claro que, biológicamente, el hombre está situado entre los mamíferos superiores con quienes comparte todas las funciones fisiológicas, la singularidad del fenómeno humano radica en el hecho de constituir la cima de la evolución, pero, además de lo material, ha de reconocerse en él la presencia de una realidad espiritual que lo trasciende. En la mejor comprensión del Espiritismo dialéctico, y a la luz de una biología reencarnacionista, como la desarrollada en obras admirables, por un ilustre Maestro del Espiritismo científico, muy admirado por el pensador argentino, el Dr. Gustave Geley: “todo lo que existe coexiste, y todo lo que preexiste subsiste, pues no hay génesis sin palingenesia o nacimiento sin renacimiento”. El capítulo cuarto tiene por título Concepto dinamo-genético de la historia. Se ocupa de explicar al Espiritismo como una ciencia espiritual, de la cual se deriva una ciencia social, que presenta una nueva interpretación del hombre, con un destino trascendente, directamente relacionado con el proceso social e histórico. En un magnífico resumen, expone el desenvolvimiento humano y social a través de las edades, de ciclo en ciclo, ascendiendo entre avances y retrocesos, hasta alcanzar la forma y las condiciones superiores de la actual civilización. Es, por ende, el concepto dinamo-genético de la historia el mismo concepto dinamo-genético de la vida, aplicado al desarrollo de las sociedades. La historia de la humanidad es la historia de sus continuos cambios, de su incesante esfuerzo por llegar a ser siempre superior a lo que fue y a lo que es, sin que jamás logre formas ni perfecciones definitivas. De la dialéctica espiritista, deviene una visión integral, holista, de como un Espíritu que encarna y desencarna, condicionado en su evolución ontogénica y filogénica por factores biológicos y psicológicos y que se instala en la sociedad para transformarla mediante su propio progreso y evolución. Incorporada la reencarnación como una ley de la vida, se abre una perspectiva histórica más dilatada; los triunfos del mal son sólo episodios transitorios y superables, dentro de una historia así ampliada en que la justicia terminará por prevalecer. Se establece, por consiguiente, un enlace dialéctico, dinámico, entre el pasado, el presente y el futuro, como base de una comprensión espírita de la problemática social, en el cual se conjugan el factor económico con el espiritual, vale decir, el imperio de las relaciones de producción accionando en combinación con el grado evolutivo de cada ser humano. Estos conceptos vigorosos, sientan las bases de una verdadera filosofía espírita de la historia. Continuidad biopsíquica. Crítica al materialismo dialéctico, llama al quinto capítulo. Hace una crítica radical, veraz, tan contundente como irrefutable, de los postulares fundamentales del materialismo histórico y dialéctico: la anterioridad de la materia sobre el espíritu; la negación de éste como ente concreto, objetivo, real; y la determinación de la conciencia humana por la realidad social. Y lo hace, con sólida argumentación, respaldado en la información que se deduce de los hechos mediúmnicos y paranormales, probando y comprobando que sólo la concepción espírita y reencarnacionista de la vida es plenamente dialéctica y que el apotegma kardeciano: “Nacer, morir, renacer y progresar siempre; tal es la ley” es la más genuina expresión de la triada dialéctica, en la cual la continua oposición entre la Tesis (nacimiento) y su Antítesis (muerte) sólo se resuelve y adquiere plenitud con la Síntesis, expresada con el renacimiento o reencarnación. El Ser no se extingue con la muerte, continúa siendo, viviendo y desarrollándose indefinidamente en multiplicidad de formas corpóreas, sin perjuicio de su identidad sustancial como espíritu. Los materialistas, aun haciendo gala del manejo dialéctico, niegan la trama verdadera de la existencia, que resulta del hecho de que los contrarios necesitan el uno del otro, chocando y resolviéndose en fases de continuidad y superación, y olvidan que no es la contradicción en sí misma la que es fecunda, sino el movimiento, ya que la vida de un ser o de un Espíritu no consiste en ser desgarrado por la contradicción, sino en superarla, en seguir siendo, después de haberla vencido. Es la irrefutable lógica dialéctica que señala que hay vida después de la muerte, y es afincándose en ella y mediante una radical deducción filosófica, como Porteiro prueba que la ontología materialista, particularmente marxista, al desconocer la singularidad humana, no ha podido armonizar la relación dialéctica entre lo particular y lo universal, y ha sido, por eso, incapaz de enfrentar con garantía el drama de la muerte, al considerarla extinción y no transformación. Esto mismo lo dice muy bien Herculano Pires escritor brasilero, amigo del pensar dialéctico, una de las voces más prestigiosas de la filosofía espírita. Como espiritista, y por ende, espiritualista, se colocaba al lado de Hegel, en su formulación de que son las ideas las creadoras del mundo; la misma noción que desarrolla Platón en torno a la preeminencia del mundo inteligible sobre el sensible, con la ventaja de que en Porteiro, la primacía ontológica conferida a lo ideal, no implica en modo alguno negación de la realidad de la naturaleza, de la historia o de la evolución. La verdad es dialéctica, y, esencialmente, superación de las contradicciones para avanzar. Al fin y al cabo, siendo el Espíritu una potencia esencial de la naturaleza, que actúa en ella y no al margen de ella, la dialéctica sólo sigue siendo dialéctica si no deja fuera de ella al Espíritu y su proceso palingenésico. En el último capítulo. El determinismo histórico y la ley de causalidad espírita, se corona su esfuerzo intelectual y alcanza la cima, al trazar las coordenadas de una vigorosa y consistente filosofía social apuntalada sobre las bases del Espiritismo. Dialéctica por naturaleza, la doctrina espírita admite sin dificultad, que las condiciones históricas concretas influyen, en una alta proporción, en el surgimiento de las ideas. No hay duda de que incluso, la aparición del Espiritismo, a mediados del siglo XIX, encontró su momento apropiado cuando se produjo un progreso notable en las ciencias naturales y sociales, deslastradas del yugo teológico y favorecidas en su empuje por el positivismo y el pensamiento liberal. Kardec inició su trabajo, experimentando con las manifestaciones mediúmnicas, y fue a partir de ellas, que delineó las consecuencias filosóficas y morales que se derivan de haber establecido con certeza científica, la realidad del espíritu y su inmortalidad. El Espiritismo nació, en consecuencia, en el contexto de un momento histórico preciso, en el cual, las condiciones materiales y sociales, científicas y morales, lo permitían y lo favorecían. En contraste con la visión limitada, unilateral, del materialismo histórico, el Espiritismo facilita una mejor comprensión de la historia, cuando reafirma al hombre como un sujeto espiritual, protagonista de su propio destino, que la construye y modifica constantemente, con sus ideas y su conciencia. Existen, cada vez, más pruebas de que las conductas sociales y las posturas éticas fundamentales en la vida, provienen de capacidades espirituales subyacentes; de que la fuerza de las ideas es más poderosa que la lucha de clases, y más creadora, o destructora, que los propios antagonismos económicos. Si bien, no es acertado, desconocer la presencia y acción de las fuerzas económicas sobre la vida de los seres humanos, es, al mismo tiempo, un gravísimo error, pretender desconocer la fuerza espiritual que anima a cada individuo y el nivel de conciencia que ha adquirido en múltiples ensayos palingenésicos; porque, es la formación moral de los espíritus, la que determina, en última instancia, el desarrollo social de los pueblos. He ahí, la superioridad del Espiritismo frente al dogmatismo materialista, y también, frente a su opuesto, el espiritualismo clásico, religioso; tan antidialéctico uno como el otro, negando al espíritu o envolviéndolo en el dogma o la superstición. En este tema, Porteiro abunda en consideraciones acerca de las vidas sucesivas, relacionando lo biológico, lo social y lo espiritual. La reencarnación, vale decir, el progreso del espíritu a través de múltiples experiencias corporales, es una Ley de la naturaleza, que se desenvuelve en sintonía con un mecanismo biológico, psíquico y moral de causalidad. Toda acción origina una reacción proporcional a su intensidad. Nuestros actos buenos resultan en gratificaciones compensatorias benéficas, así como las perversidades en que incurrimos, devienen en dificultades o trastornos que inciden en nuestro ser físico o espiritual, con mayor o menor impacto, según la gravedad de la falta, y trascendiendo más allá de la muerte, hasta nuevas encarnaciones. No se trata de un premio, ni tampoco de un castigo. Es la consecuencia directa, automática, ineludible, de nuestras propias acciones. En el lenguaje tradicional del orientalismo, se le ha denominado Ley del Karma, mientras que Porteiro, nutriéndose de la esencia del kardecismo, la presenta como la LEY DE CAUSALIDAD ESPIRITA que opera en forma de Justicia Inmanente, concepto éste, que también defendieron cabalmente pensadores ilustres como Delanne y Geley. Sustentado en esta ley de causalidad, postulado esencial de la doctrina espírita, expone magistralmente la evolución humana y social, superando las limitaciones que provienen del fatalismo religioso o del ciego determinismo materialista. Relaciona al Ser espiritual con el Ser biológico y el Ser social, concediendo la importancia y significación que son propias a cada una de estas dimensiones. El proceso de la vida exige un comando, una dirección, que no puede ser atribuida al plano fisiológico, En tanto que espíritus inmortales, estamos dotados de una memoria ancestral en la cual se reúnen y sintetizan las vivencias experimentadas en el decurso de la evolución. En cada existencia, y a tono con los mecanismos de la reencarnación, las tendencias esenciales y dominantes en el espíritu imprimen su sello específico al nuevo organismo valiéndose de su periespiritu, envoltura sutil del espíritu que funciona como un campo estructurador de formas, posibilitando el envío de los mensajes, mediante impulsos electrodinámicos que alcanzan la codificación genética de nuestro organismo. Desde los primeros instantes de su nueva experiencia vital, ahora como espíritu encarnado, el Ser va recibiendo la influencia del medio ambiente y va matizando su personalidad con el decurso de un complejo proceso de socialización. Como espíritu, el hombre es sujeto y objeto de todo proceso cognoscitivo; como ser biológico, está vinculado estrechamente a la vida del planeta, a sus condiciones e influencias naturales; y, como ser social, a la vida de la sociedad y al determinismo de la historia. Es así que, en la concepción espiritista, Espíritu, Organismo y Sociedad, constituyen los tres elementos determinantes del Ser, conformando una visión amplia y global que supera las estrecheces religiosas y materialistas. Y el Espiritismo, en tanto que ciencia del espíritu, abarca el conocimiento de las ciencias particulares que estudian todos estos aspectos de la vida, relacionados con el hombre, y resume en su filosofía el inmenso caudal de los conocimientos humanos, siempre renovados y aumentados por los progresos de la ciencia; y de ahí su carácter de ciencia integral y progresiva. Porteiro desenvuelve su propuesta, cabalgando sobre una visión, que es, a un mismo tiempo, espiritualista, monista y evolucionista, y en la cual el hombre es protagonista y testigo de un drama cósmico impresionante que lo sitúa transitoriamente en determinado punto. Respondiendo a esa dinámica de perpetuas interacciones, el hombre humaniza la naturaleza y espiritualiza la vida, al humanizarse y espiritualizarse a sí mismo. Hace una severa crítica a las equivocadas versiones que se han dado de la causalidad espiritual, en término de “pago de deudas” o de “expiaciones”, las cuales considera que han sido trasplantadas desde las religiones e infiltradas sutilmente en el cuerpo doctrinario del Espiritismo. Son ideas que agradan a las personas de mentalidad conservadora o misoneísta, que se hallan ancladas en posiciones cómodas, y que prefieren “explicar” las desigualdades humanas y las injusticias sociales, con resultado natural y normal del “karma”, pretendiendo que todos los males y sufrimientos del presente, tienen su origen en las existencias anteriores, olvidando que cada vida, además de reflejar las precedentes, posee su propio dinamismo y genera siempre nuevas situaciones y acontecimientos. Sobre todo ello reflexionó con originalidad y con una profundidad, que él sabia conjugar con un lenguaje comprensible para todos; con una elegancia clásica que en nada perjudicaba la meridiana transparencia de su estilo. Mucho hay que aprender de estas diáfanas lecciones de Porteiro. Una vez que la primera edición de Espiritismo Dialéctico fue colocada en circulación, en octubre de 1936, se fueron produciendo manifestaciones de entusiasmo por parte de estudiosos de la doctrina, de dirigentes de sociedades y redactores de las publicaciones espíritas de entonces. Reacciones de asombro incluso, al percatarse de que se había incorporado a la bibliografía espiritista una obra de extraordinaria calidad filosófica. ...Se concluye de un análisis a fondo de Espiritismo Dialéctico que la propuesta de Porteiro le dio al Espiritismo las dimensiones de una verdadera antropología filosófica, en cuya concepción del hombre y de la vida sobresalen como notas esenciales, la de ser integral, por cuanto considera al hombre como una totalidad espíritu-materia; ética, porque promueve una positiva reforma comportamental inspirada en la Ley de Amor; social, porque interpreta a cada criatura humana, como un ser de relación, un “ser-con-los-demás”; trascendente, porque enseña la grandeza del espíritu inmortal, la prolongación de la vida más allá de la muerte y su indetenible evolución palingenésica. Jon Aizpúrua