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EDUARDO CONESA
PRÓLOGO A MI PÁGINA WEB
10/03/2010
Esta página web tiene el propósito de utilizar las maravillas de la electrónica para
trasladar a futuras generaciones de economistas y hombres de Estado, o simples
ciudadanos, los trabajos y opiniones de este economista que a lo largo de más de
cincuenta años ha estado estudiando la economía argentina y las causas de su
decadencia. Como los mismos problemas se repiten una y otra vez, la recordación
histórica resulta fundamental para evitar tropezar cuatro o cinco veces con la misma
piedra. Quien visite esta página web podrá encontrar una gran variedad de artículos de
mi autoría, entre los que se encuentran 33 publicados en el Diario El Cronista; 21, en
el Diario Ámbito Financiero; 20, en la Revista de Integración Latinoamericana; 12, en
el Diario La Nación; 10, en La Ley; 6, en el Diario La Prensa; 2, en la Revista
electrónica del Instituto de Investigaciones Ambrosio Gioja; 1, en los Anales de la
Asociación Argentina de Economía Política, y 1, en la Revista CICLOS. Asimismo,
también están disponibles los 12 libros que he escrito a lo largo de todo este tiempo:
“Los Contratos de Petróleo”, “Términos de Intercambio y Tarifa Óptima en la
Argentina”, “Economía Argentina. Bases y Puntos de Partida para su Recuperación”,
“Fuga de Capitales”, “The Causes of The Capital Flight from Latin America 19701985”, “La Deuda Externa Argentina ¿Puede Pagarse?”, “The Argentine Economy.
Policy Reform for Development”, “La Crisis del '93”, “Los Secretos del Desarrollo”,
“Desempleo, Precios Relativos y Crecimiento Económico”, “Qué Pasa en la Economía
Argentina”, y “Macroeconomía y Política Macroeconómica”. Todos los libros están
agotados y los derechos de las editoriales caducos, excepto el último, el que aparece
solamente con las tapas y el prólogo precisamente porque la editorial conserva los
derechos de publicación.
Mi generación nació durante la vida cívica en 1955, año en que se produjo la caída del
Presidente Gral. Juan Domingo Perón, que había conseguido permanecer en el poder
casi por diez años seguidos, hecho inédito hasta ese entonces en la Historia
Constitucional Argentina. Inmediatamente después de este suceso, se reveló a la
opinión pública que nuestro país se había estancado desde 1948 hasta 1954, al registrar
un crecimiento en el PBI per cápita igual a cero. Las cifras provenían de un volumen
sobre las cuentas nacionales preparado por la Secretaría de Asuntos Económicos
durante la Presidencia del mismo Perón, que había sido celosamente guardado y
ocultado a la opinión pública. Más o menos por la misma época, el nuevo gobierno
surgido de la Revolución Libertadora encargó al prestigioso economista y compatriota
Dr. Raúl Prebisch un informe sobre la situación económica. Allí, Prebisch confirmó las
cifras de nuestra decadencia y afirmó textualmente:
“Hay que dar incentivos para que la actividad privada produzca más y
mejor. La inflación ha contribuido poderosamente a destruir esos
incentivos. El funesto propósito de reprimir las consecuencias de la
inflación mediante el tipo de cambio artificialmente bajo ha privado de
estímulo a la producción agropecuaria, llevándola a una grave
postración. Para elevar los precios rurales, ha sido inevitable reconocer
la devaluación esperada en la moneda... asimismo, el estímulo del cambio
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libre dará impulso a las actividades industriales y mineras. Con las
mayores exportaciones, tendremos más divisas para adquirir materias
primas, aliviando progresivamente la escasez que ahora oprime a la
industria... Juntamente con el acrecentamiento de las exportaciones,
deberá seguirse una activa política de sustitución de importaciones en
todo aquello que sea económicamente factible, especialmente en el plano
industrial; lograremos así un pronto mejoramiento del balance de pagos y
reduciremos la vulnerabilidad económica exterior del país, que ha
llegado a un punto máximo por la desacertada política económica del
último decenio”.
La fama de Prebisch y la claridad de sus informes económicos fueron para mí el gran
incentivo que me llevó a elegir la carrera de Economía por oposición a la de
Ingeniería, que hasta entonces tenía en mente.
Hacia 1962, cuando ya me había graduado de Contador Público y Abogado, se produjo
el golpe de Estado de Marzo de 1962 que derribó sin causa justificada al Presidente
Constitucional Dr. Arturo Frondizi. Este Presidente era, sin duda alguna, un hombre de
Estado que sabía anteponer los intereses de la Nación a las preferencias y prejuicios
partidarios. Uno de los pretextos profundos para justificar el golpe eran los contratos
petroleros que había suscripto Frondizi. Durante su gestión, este Presidente se enfrentó
a la escasez de divisas como principal impedimento hacia el desarrollo y, por lo tanto,
decidió eliminar las importaciones enormes de petróleo que insumían la mitad de
nuestros gastos en divisas. Frondizi hizo la proeza de duplicar en cuatro años la
producción de YPF por administración y, como con ello no alcanzaba para lograr el
autoabastecimiento, recurrió a contratistas extranjeros y nacionales para extraer el
petróleo y entregarlo a YPF a un precio que estaba muy por debajo de los
internacionales. YPF conservaba la propiedad del petróleo de manera tal que los
contratos claramente no eran concesiones. Sin embargo, la cuestión de si los contratos
eran concesiones o si vulneraban la soberanía nacional estaba sobre el tapete. Esta
cuestión fue el gran pretexto del golpismo para justificar el derrocamiento del
Presidente Constitucional. Fue así que un grupo de unos 30 jóvenes amigos y
partidarios a rajatabla del respeto a la Constitución nos reunimos a discutir sobre el
futuro del país. El grupo se denominó “PUMA” (“Por Una Mejor Argentina”) y entre
sus integrantes estaban Juan Alberto Galarza, Ciro Echesortu, Raúl Del Sel, Gerardo
Segura, Juan Carlos Ottolengui y muchos otros. Los amigos de PUMA me encargaron
que estudie a fondo la cuestión del petróleo para determinar si efectivamente los
contratos petroleros suscriptos por Frondizi iban o no en detrimento de las leyes, la
soberanía nacional o la economía del país. Los resultados de mi investigación se
materializaron en un pequeño opúsculo que publicó “PUMA” y que fue titulado “Los
contratos de petróleo”. Éste fue el primer libro de una larga serie, cuyos textos
reproduzco en esta página web. La injusticia de las críticas a Frondizi por los contratos
petroleros se hizo mas notoria cuando en el decenio de los ‘90 nuestro gobierno vendió
íntegramente la empresa estatal argentina “YPF” a la empresa estatal española
“Repsol” y ninguno de los críticos de ayer, “campeones” de la soberanía nacional,
protestó contra esta política verdaderamente perjudicial para nuestra soberanía y
nuestra economía. Las funestas consecuencias de esta venta se podrán apreciar en la
crisis energética de desabastecimiento e importación del petróleo y gas que se avecina
para los años que vienen, desde 2010 en adelante.
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En el año 1968 tuve la suerte de obtener una beca del Instituto Torcuato Di Tella y de
la Fundación Fulbright para estudiar Economía en los EE.UU. Se trataba de un Master
en Economía del Desarrollo, cuyo objetivo era discutir con sentido crítico las políticas
de crecimiento de los países más pobres. El curso duraba un año y tenía lugar en el
Williams College, en el Estado de Massachussets, al oeste de las montañas Berkshires
y antes de cruzar el río Hudson, hacia el oeste. Se trataba de un lugar idílico y de un
ambiente altamente estimulante, donde se discutían a fondo casos reales de la política
económica de los países en desarrollo para determinar su acierto o error. Recuerdo que
en la primera clase, bajo la dirección de un profesor de Harvard, reunidos en mesa
redonda, 20 profesionales economistas de distintos países en desarrollo (entre los
cuales había colegas de Brasil, Chile, Colombia, Corea del Sur, Singapur, Malasia y
otros países) se estudió el caso de la sobrevaluación cambiaria argentina de 1948-1954.
Grande fue mi indignación y sorpresa ante las críticas despiadadas a la política
económica argentina de la época. Como único argentino de los 20 economistas del
grupo en la discusión, me sentí obligado a intentar una defensa de la política
económica seguida por nuestro país en ese período. A pesar de mis esfuerzos, no se
podía defender lo indefendible. Había demasiadas razones para cuestionar las políticas
de sobrevaluación cambiaria permanente de nuestra moneda y su impacto negativo
sobre el desarrollo económico del país. Entre otras, que debido al tipo de cambio real
bajo, el costo de los servicios del Estado resulta alto cuando se lo traslada a dólares. Es
decir, el costo de Estado sobre el sector productivo aumenta significativamente. Este
argumento es muy importante en países como el nuestro, donde los servicios estatales
se caracterizan por su extremada ineficiencia. Por lo demás, un bajo nivel del tipo de
cambio real desalienta las ganancias de las empresas del sector productor de bienes
transables internacionalmente y, luego, la inversión en estos sectores. Es decir que las
señales de precios distorsionadas provocan una mala asignación de los recursos. En
otras palabras, se alienta la inversión en los sectores que no compiten
internacionalmente en detrimento de los sectores exportadores y sustitutivos de
exportaciones. Esto resulta nefasto porque el crecimiento de la productividad es más
alto en los sectores que producen bienes comerciables a nivel internacional, o sea,
principalmente en la industria manufacturera y en la agricultura, por oposición al
sector de los no comerciables internacionalmente, que son los servicios en general. Las
desventajas del tipo de cambio real bajo también inducen el establecimiento de tarifas
aduaneras altas para los bienes finales y bajas para los insumos o bienes de capital, con
lo cual se crea una industria liviana, ineficiente y excesivamente adicta al uso de
insumos industriales importados. Alternativamente, el tipo de cambio bajo hace
necesario establecer una protección aduanera desigual de industria a industria por la
vía del control de cambios o permisos de cambio que, además de ser una fuente de
corrupción terrible, usualmente permite a las empresas con mayor capacidad de lobby
sacar ventaja de este control, en perjuicio de las empresas técnica y económicamente
eficientes. Las discusiones sobre la sobrevaluación cambiaria destructiva de la
economía, la protección a la industria y el control de cambios, que fueron animadas
por profesores de la talla de Henry Bruton, Gordon Winston, Stephen Lewis, Roger
Bolton y John Shehan, me impresionaron de manera tal que me orientaron hacia la
profundización del tema en mis estudios ulteriores.
Fue así que con gran entusiasmo me lancé a obtener el Título de Dr. en Economía
(Ph.D.) en la Universidad de Pennsylvania. En aquellos tiempos, debido a la guerra de
Vietnam, era casi imposible entrar en los cursos de Doctorado americanos, puesto que
las leyes norteamericanas concedían la exención al alistamiento obligatorio en las filas
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de la Fuerzas Armadas a los nacionales estadounidenses que realizaban algún
Doctorado en las universidades del país. Y en 1969, dicha guerra estaba en su punto
más alto. En la Universidad de Pennsylvania pude obtener una excelente formación en
Macroeconomía debido a la influencia del eminente premio Nobel Lawrence Klein,
uno de los más lúcidos exponentes del pensamiento Keynesiano. En esta Universidad
concentré mis esfuerzos en la economía internacional y tuve profesores ilustres como
Irving Kravis, Arthur Bloomfield y Jerry Behrman, entre otros. De tales estudios sobre
Economía Internacional, fueron cuatro los aspectos que me impactaron con más
fuerza: el primero se relaciona con las ventajas del libre comercio. El segundo aspecto
hace referencia a que el único argumento científico válido para proteger la industria
con derechos de importación o exportación en cualquier economía era el de la “tarifa
óptima”, auspiciado ya en 1834 por el liberal John Stuart Mill. El tercer aspecto está
dado por el énfasis en el modelo de transables y no transables, producto de los estudios
de los Profesores Kravis y Balassa sobre las cuentas nacionales en distintos países. Por
último, el cuarto aspecto tiene que ver con la necesidad de impulsar el crecimiento por
la vía de las exportaciones, la apertura de la economía y el tipo de cambio real alto. En
mi paso por la Universidades norteamericanas tuve la suerte de poder concentrar mis
estudios en aquellos aspectos que me parecieron más relevantes para el desarrollo de
nuestro país, particularmente en todo lo que tuviera que ver con la producción para
exportar, el tipo de cambio real, la sustitución de importaciones, la apertura de la
economía y todos los temas inherentes al desarrollo económico; así también como con
la formación del capital humano y la producción, o el impuesto a la tierra libre de
mejoras.
Hoy, en el 2010, y cerca del bicentenario, siento la necesidad de recapitular mis
experiencias como estudioso de la economía para poner al alcance de las nuevas
generaciones mi visión de la economía que, aunque nunca tuve la oportunidad de
ponerla en práctica personalmente ya que ningún gobierno me llamó para colaborar
con él, en los hechos, demostró haber sido la acertada. Lamentablemente, durante
1948-2009, la política económica de la mayoría de los gobiernos ha sido errada (salvo
algunas excepciones pasajeras) y, además, altamente cambiante. La consecuencia fue
que nuestro país, que en el año 1940 estaba entre los más ricos del mundo, entre los 10
primeros en el ranking del PBI per cápita, hoy en día está en el puesto N° 40. Durante
1948-2009, nuestro país se convirtió en un laboratorio de experimentación
macroeconómica, en una suerte de conejo de indias, y el pueblo argentino ha pagado
los platos rotos con un nivel de vida promedio deplorable. En algunos períodos de
nuestra política económica, como el que va de 1948 a 1954, los errores deben
asignarse simplemente al escaso nivel de preparación intelectual de los ejecutores y
planificadores de la política económica. Sin embargo, desde 1976 en adelante no se
trata de carencias intelectuales, sino más bien de confusión por parte de los
economistas que tuvieron a su cargo la conducción económica del país. ¿Por qué ha
pasado esto? la historia es como sigue.
Después de la Segunda Guerra Mundial se impuso de manera arrolladora la doc‐
trina keynesiana en la conducción macroeconómica de los Estados Unidos. Keynes pregonaba la necesidad de utilizar los delicados resortes de la política monetaria y fiscal para alcanzar el pleno empleo con estabilidad de precios. Su tesis básica consiste en que la economía clásica del “laissez faire, laissez passer” está equivocada porque no existe en las sociedades modernas esa mentada tendencia “natural” hacia el equilibrio de pleno empleo. Por lo tanto, el Estado 5
debe intervenir por la vía del Banco Central y la política fiscal para lograrlo. Efectivamente, ésto se logró en casi todos los países del mundo durante el período 1945‐1970. Sin embargo, cuando se consigue el pleno empleo por muchos años algunos eco‐
nomistas se confunden y creen que el pleno empleo es lo “natural”, una ley de la naturaleza, y que la intervención estatal no hace sino embarrar el juego de las leyes de la oferta y la demanda. Cuenta Karl Popper que ya en la antigua vida tribal helénica el común de la gente confundía las leyes de la naturaleza (como la ley de la gravedad, la salida del sol a por la mañana, o el ciclo de las estaciones) con las convenciones sociales, los usos y las prácticas vigentes. Por razones parecidas surgió en los años setenta una feroz reacción contra el keynesianismo en los Estados Unidos. Numerosos profesores impulsados por la cruel regla de “publish or perish”, vigente en las universidades del gran país del norte, se lanzaron a escribir miles de papers contra Keynes. Así surgieron las tres principales escuelas antikeynesianas: la del “monetarismo”, encabezada por Milton Friedman; la del “supply side economics”, encabezada por Robert Mundell y Arthur Laffer; y la de las “expectativas racionales”, liderada por Robert Lucas, Thomas Sargent y Robert Barro. El caso de Mundell es interesante dado que éste comenzó siendo un creativo y brillante keynesiano en el decenio de los sesenta, pero en los setenta dejó de producir y pasó con su prestigio a liderar la escuela del supply side economics. Estas “teorías” no son inocentes; al defender a capa y espada políticas de tipo de cambio real bajo (y su contrapartida de tasas de interés reales altas), claramente protegen los intereses del sector financiero por sobre los intereses generales de la sociedad. Lo cierto es que muchos economistas argentinos fueron a estudiar a los Estados Unidos en el decenio de los setenta y terminaron con los cables cruzados e intoxicados intelectualmente por la reacción anti‐keynesiana, lo que resultó fatal para nuestro país. Estos economistas fueron nada menos que Domingo Cavallo, Roque Fernández, Pedro Pou, y José Luis Machinea, entre otros. Los doctorados en Estados Unidos deben ser excelentes credenciales para obtener cátedras de economía en las universidades argentinas, pero no son credenciales válidas para ocupar cargos ministeriales (excepto si los que obtuvieron esos doctorados pueden exhibir la experiencia de una carrera destacada de por lo menos 20 años en la administración pública argentina). Lo cierto es que estos mismos economistas, sin experiencia administrativa desde abajo, alcanzaron el poder económico en los noventa durante las presidencias de Carlos Saúl Menem y Fernando de la Rúa en nuestro país, y nos convirtieron en conejo de indias para el testeo de teorías que en los Estados Unidos no se aplican y que ellos ni siquiera estudian a fondo. Tales teorías están descartadas porque una cosa es la política económica del país, donde se juegan los intereses nacionales y donde hay que aplicar remedios seguros y probados, y otra cosa es el mundo de la academia, donde existe libertad absoluta y se puede sostener matemáticamente cualquier cosa. Como dice el Premio Nobel Paul Krugman: “En el sistema académico americano los profesores de economía obtienen estabilidad y construyen sus reputaciones que les otorgan otros beneficios académicos por medio de publicaciones y de esta ma­
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nera ellos publican miles de papers cada año, en oscuras revistas. La mayoría de esos artículos no vale la pena ser leídos, y muchos de ellos son casi imposibles de leer de cualquier manera, porque están recargados con densa matemática y densa jerga”. No obstante, algo de la nueva impronta académica anti‐keynesiana llegó a aplicarse fugaz y parcialmente en los primeros años de la presidencia de Ronald Reagan en los Estados Unidos, aunque luego este presidente despidió a los anti‐
keynesianos. Hasta hace poco, el asesor económico del presidente George W. Bush era nada menos que Gregory Mankiw, el joven líder de la escuela keynesiana en el país. En la actualidad, el Presidente de la Reserva Federal norteamericana es el economista Ben Bernanke, de impecables credenciales keynesianas como lo demostró con su actuación en el año 2008 en medio de la crisis iniciada el 15 de septiembre. Los norteamericanos no utilizan a su país como conejo de indias para testear teorías. Aunque la Argentina ha sido el laboratorio de experimentación del monetarismo, de supply side economics y de las expectativas racionales durante 1977‐1981 y 1990‐2001, seguimos siendo muy reacios a aplicar la teoría keynesiana auténtica y profunda, que apunta a la sanidad fiscal rigurosa, por una parte, y al uso masivo de la política monetaria y crediticia para combatir el desempleo, por la otra. Solamente a partir de 2002‐2005 hemos visto intentos serios de keynesianismo con el tipo de cambio alto y el consiguiente efecto multiplicador del comercio exterior, por un lado, y el prudente superávit fiscal, por el otro. Aun así, la lucha contra el desempleo no ha sido lo audaz y articulada que Keynes hubiera deseado. Como consecuencia de razonamientos errados de economistas graduados en Harvard, Chicago y Minnesota en los ´70, la Argentina experimentó en 2001 y 2002 la crisis macroeconómica más grave de toda su historia. En el decenio de los ‘90 se prometió a la ciudadanía el pronto acceso al primer mundo merced a la convertibilidad, a las privatizaciones y a la parcial dolarización de la economía. Las promesas resultaron ser una estafa macroeconómica de proporciones gigantescas, como jamás vivió país alguno del globo terráqueo. En lugar de acceder al desarrollo y al primer mundo desembarcamos en algo así como en el quinto mundo, con un desempleo y subempleo que, sumados, rondaron el 40%, lejos el más alto del orbe. El 49% de la población quedó debajo de la línea de pobreza. Teníamos la deuda externa más alta del planeta en relación con las exportaciones; la deuda era de 6 veces el valor de las exportaciones. Pero, como paradoja, al mismo tiempo registramos la fuga de capitales más alta del mundo. La gran anomalía que presenta nuestro país consiste en que tenemos un Estado
clientelista y, por lo tanto, ineficaz. Es urgente la reforma del Estado. Debe recordarse
que el Estado de cada país del mundo emplea alrededor de un 35% de la fuerza de
trabajo. Al no imponerse una auténtica jerarquía en los nombramientos del Estado,
jerarquía que debe estar fundada en los valores, la inteligencia, la calidad y el
patriotismo, la vida social ha quedado trastocada. Ésta es la causa profunda de la
decadencia argentina, que está muy relacionada con la cuestión cambiaria y el sistema
de precios para asignar recursos. Esto ha sido develado por Enrique Santos Discépolo
en una expresión sincera de la cultura popular:
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Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro,
generoso, estafador.
Todo es igual; nada es mejor;
lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos, ni escalafón;
los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que si es cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón.
El que no llora, no mama,
y el que no afana es un gil.
Dale nomás, dale que vá,
que allá en el horno nos vamo’ a encontrar.
No pienses más, echate a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao,
que es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata o el que cura
o esta fuera de la ley.
Otros países que hoy componen el denominado primer mundo en su momento atravesaron por el mismo problema de trastocamiento de los valores sociales inducido por el Estado clientelista y corrupto y lo solucionaron; pero las reformas que fueron necesarias para lograrlo vinieron como consecuencia de una gran crisis política. Nada impide que lo hagamos nosotros, que tenemos crisis políticas catastróficas como las de 1989 y 2001 con bastante frecuencia. Hace falta simplemente claridad mental y coraje desde la cima del poder político en el momento de la crisis, y que en ese momento surja el piloto de tormentas adecuado. La sociedad recibiría estas reformas con gran beneplácito. El punto es tan importante que merece un tratamiento especial, como el que le doy en mi artículo sobre los Estados fallidos que fue publicado en La Ley el día 13 de julio de 2005 con el título “Los Estados fracasados y el caso argentino”. Además, sobre este punto, en la carpeta de misceláneos se encuentra mi proyecto de ley tendiente a crear en nuestro país un servicio civil como el de las naciones europeas avanzadas. La filosofía de mis escritos es la de la economía abierta en la era de la globalización. En ellos sostengo que no hay nada perjudicial en la globalización en tanto y en cuanto el país tenga moneda propia y siga políticas de tipo de cambio libre y fluctuante, de tasas de interés internas bajas y de sanidad fiscal. Pero sostengo también que la globalización es mortal para países en desarrollo con tipo de cambio bajo y fijo, y con una economía dolarizada o semi‐dolarizada, con altas tasas de interés internas y déficit fiscal. En otras palabras, la receta 8
argentina de los ´90, que se aplicó hasta el año 2001, fue el camino seguro hacia el desastre. Si países tan poderosos, como los Estados Unidos o Alemania, hubieran estado expuestos a los experimentos macroeconómicos que sufrimos los argentinos, ya hubieran desaparecido del mapa. Si la Argentina todavía subsiste es porque somos un gran país, sin duda alguna; pero nos falta ese mentado engranaje del Estado meritocrático. En los libros y artículos de esta página web explico por qué esos experimentos nos llevaron a la ruina y qué es lo que tenemos que hacer en el ámbito macroeconómico si queremos volver a crecer y recuperar nuestro status de gran nación que otrora tuvimos. En el 2002‐2003 se comenzó a aplicar un esquema económico distinto, fundado en el tipo de cambio real alto y en el superávit fiscal. Pudimos observar entonces una recuperación económica notable, que llamó la atención del mundo entero. A saber, un crecimiento económico récord durante cinco años seguidos de más del 8% anual, un considerable descenso del desempleo y subempleo del orden del 60%, acompañado todo ello de un arreglo de la deuda externa en dólares y de una mejora sustancial en el perfil de sus vencimientos. Hacia 2006 parecía que nuestro país había aprendido las lecciones de la historia macroeconómica propia y también la de las otras naciones. Sin embargo en 2007, 2008 y 2009, nuevos y grandes errores de política macroeconómica auguran un sombrío panorama futuro. El primer desacierto es el de la inflación alta causada por incrementos salariales no acompañados de incrementos en la productividad; el segundo, el de la paulatina sobrevaluación cambiaria; el tercero, el del deficiente manejo de las reservas de petróleo y gas que nos lleva a perder el autoabastecimiento energético; el cuarto, el del erróneo régimen tarifario para los servicios públicos; el quinto, el del exorbitante crecimiento del gasto público nacional que aumentó en un 50% durante el año 2007 (el incremento del gasto público de un Estado ineficiente y clientelista es un peso muerto que conspira fuertemente contra el desarrollo económico del país, como dije anteriormente); el sexto, el de establecer retenciones móviles a las exportaciones agropecuarias en niveles claramente confiscatorios. Esta medida ha despertado una justificada oposición de los sectores agropecuarios y en gran parte de la opinión pública. Analizo el impacto macroeconómico de las retenciones en el artículo “Las retenciones desde el punto de vista macroeconómico” que publiqué en La Ley en abril de 2008. Por una parte, hay conciencia de la enorme exacción fiscal que practica el Estado Argentino y, por la otra, la opinión conoce la ineficiencia y la corrupción con que se administra el gasto público. En pocas palabras, se pagan altos impuestos pero los servicios que presta el Estado en materia de seguridad, educación, salud, ju‐
bilaciones, justicia, transporte y estadísticas es cada vez más deficiente. La falsificación de las estadísticas del INDEC es un ejemplo paradigmático y grotesco de la corrupción y la ineficiencia que afecta a todo el Estado e incide directamente sobre la calidad del análisis macroeconómico. Todo lo anterior indica que la estela de maravillosas tasas de crecimiento con 9
reducción del empleo de los años 2002‐2007 no habrá de repetirse, por lo que se seguirá con la tradición de las vastas oportunidades perdidas por nuestro país en la segunda mitad del siglo XX. Quien visite esta página web podrá constatar mi postura contraria a la asumida por importantísimos personajes de la política y la economía nacional, que en su momento fueron ídolos de la opinión. Cuando estaba en juego el futuro del país, arremetí en contra de muchos de esos falsos íconos. Pude mantener mi postura iconoclasta gracias a los principios de libertad de cátedra y libertad de prensa que encontré en los diarios y en los claustros de la UBA, Universidad que hace ya muchos años, por concurso, me designó Profesor Titular de Economía y Finanzas. 
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