ISSN: 0185-3716 SUMARIO del Fondo de Cultura Económica Veinticinco años sin Carlos Pellicer Zaid, Pellicer López y Ramírez Monroy •Manuel Ulacia por Adolfo Castañón •De la barbarie a la imaginación por R. H. Moreno Durán •Óscar Altamirano Un profeta en Erewhon •Aline Pettersson Una mirada a Nervo •Poesía de Pellicer, Kozer y Muñiz Huberman •Ana Clavel Romper los contratos Moreno Villa por James Valender SUMARIO SUMARIO FEBRERO, 2002 del Fondo de Cultura Económica DIRECTOR Gonzalo Celorio SUBDIRECTOR Hernán Lara Zavala EDITOR Francisco Hinojosa CONSEJO DE REDACCIÓN Ricardo Ancira, Adolfo Castañón, Joaquín Díez-Canedo, María del Carmen Farías, Mario Enrique Figueroa, Daniel Goldin, Josu Landa, Philippe Ollé-Laprune, Jorge Ruiz Dueñas ARGENTINA: Alejandro Katz COLOMBIA: Juan Camilo Sierra ESPAÑA: María Luisa Capella, Héctor Subirats PERÚ: Germán Carnero CARLOS PELLICER: Dos poemas • 3 GABRIEL ZAID: Homenaje a la alegría • 4 CARLOS PELLICER: Dos cartas inéditas • 6 CARLOS PELLICER LÓPEZ: Hora y 20 en Las Lomas • 7 GERARDO RAMÍREZ MONROY: Carlos Pellicer: a 25 años de su muerte • 11 R. H. MORENO DURÁN: De la barbarie a la imaginación • 13 ANGELINA MUÑIZ HUBERMAN: Pavesa • 15 JAMES VALENDER: Jacinta, otra vez • 16 ALINE PETTERSSON: Una mirada a Nervo • 19 ÓSCAR ALTAMIRANO: Retrato de un profeta en Erewhon • 21 JOSÉ KOZER: Plegaria • 25 ADOLFO CASTAÑÓN: Algo luminoso que se pierde. Manuel Ulacia (1953-2001) • 26 ANA CLAVEL: Romper los contratos • 28 REDACCIÓN Marco Antonio Pulido DISEÑO, TIPOGRAFÍA Y PRODUCCIÓN elδorado Snark Editores, S.A. de C.V. IMPRESIÓN Impresora y Encuadernadora Progreso, S.A. de C.V. La Gaceta es una publicación mensual, editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor respon- ‹ ‹ ILUSTRACIONES: CARLOS PELLICER LÓPEZ › › sable: Francisco Hinojosa. Número de Certificado de Licitud (en trámite); Número de Certificado de Licitud de Contenido (en trámite); Número de Reserva al Título de Derechos FEBRERO, 2002 SUMARIO de Autor (en trámite). Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. Correo electrónico: [email protected] LA GACETA 2 SUMARIO Dos poemas ✸Carlos Pellicer ✸✸ RECUERDOS DE IZA (UN PUEBLECITO DE LOS ANDES) ESTUDIOS 1 Creeríase que la población, después de recorrer el valle, perdió la razón y se trazó una sola calle. Relojes descompuestos, voluntarios caminos sobre la música del tiempo. Hora y veinte. Gracias a vuestro paso lento, llego a las citas mucho después y así me doy todo a las máquinas gigantescas y translúcidas del silencio. 2 Y así bajo la cordillera se apostó febrilmente como la primavera. 3 En sus ventas el alcohol está mezclado con sol. II 4 Sus mujeres y sus flores hablan el dialecto de los colores. Diez kilómetros sobre la vía de un tren retrasado. El paisaje crece dividido de telegramas. 5 Y el riachuelo que corre como un caballo, arrastra las gallinas en febrero y en mayo. Las noticias van a tener tiempo de cambiar de camisa. 6 Pasan por la acera lo mismo el cura, que la vaca y que la luz postrera. La juventud se prolonga diez minutos, el ojo caza tres sonrisas. 7 Aquí no suceden cosas de mayor trascendencia que las rosas. Kilo de panoramas pagado con el tiempo que se gana perdiendo. 8 Como amenaza lluvia, se ha vuelto morena la tarde que era rubia. III 9 Parece que la brisa estrena un perfume y un nuevo giro. Las horas se adelgazan; de una salen diez. Es el Trópico, prodigioso y funesto. Nadie sabe qué hora es. 10 Un cantar me despliega una sonrisa y me hunde un suspiro. • Tomados de Antología mínima, libro que nuestra casa editorial pondrá en circulación por estas fechas. LA GACETA 3 SUMARIO SUMARIO Homenaje a la alegría ✸ Gabriel Zaid El siguiente texto aparece como introducción de la Antología mínima de Carlos Pellicer (selección, notas y prólogo de Gabriel Zaid), libro que nuestra casa editorial publicará próximamente en la colección Letras Mexicanas. arlos Pellicer nació en Tabasco, lugar de selva y ríos, en un momento en que estaba muy vivo el sueño de una patria perfecta. Llegó al Valle de México en 1908 (a los once años), a tiempo de internarse en otra selva: la Revolución, el cuartelazo, la guerra civil, la guerra europea. Desarticulación de la familia: su padre toma las armas. Acogida favorable en la nueva “familia” que soñaba con hacerse cargo del país: los estudiantes y los grandes maestros de la Escuela Nacional Preparatoria. Estaba vivo entonces el sueño de una transformación social que superara todos los egoísmos, hasta los nacionales. En las letras españolas, América había tomado la iniciativa con Darío y Rodó, y, en vez del repliegue y la autocrítica peninsular que siguió al 98, se afirmaba una actitud emprendedora y visionaria que llegaba a soñar con que “los hom- C bres del futuro, preguntándonos cuál es el nombre de su país no contesten con el nombre de Brasil, con el nombre de Chile, o con el nombre de México, pero que contesten con el nombre de América” (Rodó). En México, Vasconcelos pasaba del pensamiento a la acción e inspiraba a los jóvenes no sólo grandes vuelos continentales sino un espíritu de injerencia directa en la creación del México por venir. Pintores y poetas, novelistas y arqueólogos, buscaban lo nacional en el pasado indígena o colonial, en el presente revolucionario, en el futuro socialista o comunitario hispánico. “Bebiendo la atmósfera de su propio enigma, la nueva patria no cesa de solicitarnos” —escribía López Velarde—. La poesía consagrada por entonces andaba en otras búsquedas. Los dioses del momento son Nervo y González Martínez. El tono que domina es elegante y doliente. La hora, vesperal. Hay un desasimiento que no acaba de ser desasimiento, hay una cierta complacencia en la propia tristeza. Jardines tristes, pálido hechizo del mundo que atrae, pero finalmente menos que la propia inclinación, que ese dulce declive hacia el jardín del alma. Jardines interiores, Senderos ocultos, Lámparas en agonía. Los títulos hablan por sí solos. Los autores son distintos, pero el protagonista es el mismo. Un personaje del cual pudiera hacerse este epitafio: hizo una religión de su melancolía y en su seno murió. En 1913, tanto Henríquez Ureña como Urbina, buscando una herencia específica de la LA GACETA 4 poesía mexicana, creyeron encontrarla en su carácter melancólico. Tres jóvenes poetas, que bien pudieran llamarse de la Revolución, con la misma latitud con que se habla de novelistas de la Revolución, iban a romper, cada uno a su modo, el cerco de esa estrecha definición nacional, y a encarnar nuevos personajes poéticos: Ramón López Velarde (1888-1921), Alfonso Reyes (1889-1959) y Carlos Pellicer (1897-1977), precedidos por un poeta veterano que rejuveneció: José Juan Tablada (1871-1945). Ninguno de ellos quiso hacer el papel de poeta fino y melancólico. Ninguno hubiera podido escribir como Amado Nervo: Enrique González Martínez y yo padecemos de ese delicioso mal (o bien) de la filosofía: “Una filosofía que se sueña”, como dijera Novalis. Queremos los dos llegar en la entraña del misterio y auscultar el dulce y tembloroso corazón de la naturaleza. Paseamos, pensativos y enamorados, frente al zócalo de granito en que la esfinge, nuestra hermética ciencia, ostenta su doncellez inmortal, y tenemos los ojos cansados de mirar sus ojos inmóviles y profundos... López Velarde, yendo al encuentro de su novia imposible hasta el fondo de la conciencia, descendiendo al infierno de la contradicción, buscó y halló la realidad de su patria: la nueva patria cuyo concepto era “hoy hacia adentro”. Alfonso Reyes, como Goethe en su situación de alemán, para no sentirse en el aire, vuelve a las fuentes clásicas en busca de expresión nacional, y así también al Siglo de Oro español. Pellicer busca su patria hacia fuera y halla tierra firme en la plataforma del continente. Mucho antes que Neruda, empieza a cantar los puertos y las playas de América. Vive en Colombia y Venezuela, de 1918 a 1920, enviado como líder estudiantil por el gobierno de Carranza. En 1922, acompaña por América a Vasconcelos, quien prologa más tarde su segundo libro (Piedra de sacrificios. Poema iberoamericano, 1924): “Pertenece Carlos Pellicer a la nueva familia internacional que tiene por patria al continente y por estirpe la gente toda de habla española”. Pellicer busca la nueva patria hacia fuera, en la novedad primigenia de la Creación que SUMARIO SUMARIO •Marcapasos• empieza a ser poblada. Tiene la confianza creadora de un fundador de ciudades, el optimismo cristiano de la generación del Ateneo, los grandes vuelos de Vasconcelos, la desenvoltura de un ciudadano del mundo. Tiene ojos para ver la hermosura de lo concreto, alegría de estar vivo y humildad para ser natural en la naturaleza, para aceptar los límites como formas gozosas. Ni los fracasos ni las decepciones son capaces de cerrarlo a la gracia. Su obra es ante todo homenaje; fresco, desgarrado, reconciliado, homenaje a la alegría. La frescura, el desgarramiento, la reconciliación, pueden señalar tres etapas en su poesía. 1. Los libros escritos antes de los treinta años: Colores en el mar (1921), Piedra de sacrificios (1924), 6, 7 poemas (1924), Hora y 20 (1927), Camino (1929) y Exágonos (1941). Estos libros son una explosión, un giro tan inusitado en la historia de la poesía mexicana, que bajo cualquier previa definición de nuestra poesía habría que excluirlos o cambiar de definición. En el cauce de una tradición que se iba ensanchando o alisando por erosión, son una voladura que abre nuevos cauces, la alegría desbordante y revolucionaria, la destrucción creadora. Y esto, sin conspiración y sin cálculo, sin manifiestos y sin ismos: por expansión vital. Imágenes sorprendentes, ritmo, frescura, agilidad, sentido del humor, ocurrencias, el mar, el sol, América, irrumpen como nunca, o por primera vez, en la poesía mexicana. 2. La segunda etapa, que ya se anuncia en Camino, está en los libros publicados a los cuarenta años: Hora de junio (1937) y Recinto (1941). A la explosión sigue un repliegue. La voz se vuelve íntima. Después de algunos años en silencio, habla “la silenciosa música de callar un sentimiento”. En vez de la imaginación y la inventiva, predomina el corazón. Desaparecen los discursos. El soneto adquiere una importancia especial: de recogimiento en formas delimitadas. La naturaleza no se desdibuja, pero el paisaje humano es el que cuenta. 3. El último Pellicer empieza a publicar a los cincuenta años: Subordinaciones (1949), Práctica de vuelo (1956), Material poético (1962), Esquemas para una oda tropical (1976), Cuerdas, percusión y alientos (1976). Tiene la voz de un joven poeta que recobra su alegría, pero que ya no puede olvidar el silencio. El gran aliento se vuelve magistral en el “Canto del Usumacinta”, en el “Discurso por las flores”. El soneto se vuelve religioso y brota con abundancia. El repliegue se vuelve recogimiento para cantar la Navidad: la perpetua renovación. Los diversos estudios sobre Pellicer han ido acumulando observaciones y puntos de vista dignos de reconocerse. A pesar de su buena prosa, concentración en la poesía. Longevidad poética (perpetua juventud). El más americano de nuestros poetas. El de obra más vasta y variada. Poesía de grandes monumentos y delicadas miniaturas. Nuestro primer poeta realmente moderno. Nuestro Huidobro. Renueva la tradición de los poetas para los que el mundo exterior existe (Balbuena, Othón). Pero su poesía pertenece al porvenir, inicia un nuevo diálogo con la naturaleza. Franciscanismo, alegría de estar vivo. Connaturalidad con las cosas: ve en la naturaleza expresiones de persona, y en su persona el agua, ceibas, pájaros. Capacidad de juego y entusiasmo, libre trato de tú con la poesía, gusto por lo sensual de la palabra. Sentido del humor, vuelo de imágenes. Por la poesía, el hombre va poblando el planeta, ha dicho, más o menos, Hölderlin. Entre el puñado de grandes poetas que han ido haciendo habitable el continente, Carlos Pellicer es el más animoso. Le ha puesto casa a la alegría, y nos invita a avanzar, a la confianza creadora sin la cual no se extiende el reino del hombre. LA GACETA 5 Publicado hace 50 años, en 1951, cuando Octavio Paz contaba 37 años y ya había publicado Libertad bajo palabra (1949) pero no todavía Piedra de sol (1957), el breve libro de poemas en prosa, narraciones, fábulas y fantasías que lleva por título ¿Águila o sol? se encuentra en el mediodía creador del poeta y no sólo marca la intensidad de una búsqueda personal “Hacia el poema” —como se titula la serie de aforismos con que concluye el libro— sino que perfila esa reinvención de la persona y el quehacer poético que es uno de los rasgos de la obra poética de Octavio Paz. En ¿Águila o sol? el signo ascendente del surrealismo cristaliza en un conjunto de prosas de rara intensidad y perfección en los que el paisaje mexicano se transfigura en ardiente puerta visionaria. En ¿Águila o sol? alternan las corrientes de “el canto poético y la reflexión analítica”, como supo señalar en su “Homenaje a una estrella de mar” Julio Cortázar. La marcha “hacia el poema” emprendida por el autor entraña no sólo una transgresión y reinvención de los géneros sino también la realización plena —a la vez nocturna y solar— de una gramática de la creación donde los objetos cobran vida y el tiempo y la historia son presa de una metamorfosis liberadora que parte de la constatación de la desnudez y de la soledad del poeta que se levanta entre el mediodía y el llano, entre el páramo y la plenitud. SUMARIO SUMARIO Dos cartas inéditas ✸ Carlos Pellicer Villahermosa, Tab., a 2 de abril de 1952. Sr. Gral. Julio Pardiñas Blancas Comandante de la XXX Zona Militar. Presente Respetado y fino amigo: Hoy en la tarde tuvimos la pena de escuchar los estruendos de las trompetas y cajas militares que nuevamente están trabajando en el callejón posterior del edicio del Museo Tabasco. Durante hora y media aproximadamente tenemos que abandonar nuestra tarea y sacar a la Plaza de Armas todo el material arqueológico, pues el sonido tremendo ha roto más de 500 objetos. ¿Sería posible que tan diabólica música encontrara otro lugar para sus ensayos? Dejo a la consideración muy fina y discreta de usted, tan grave problema que puede afectar, sin duda alguna, los destinos de Tabasco. Un apretón de manos de su humilde amigo, México, D. F., a 16 de diciembre de 1956. Carlos Pellicer Cámara. Sr. Lic. Don Enrique Sosa. Secretario Particular del Sr. Ministro de Hacienda. Presente Muy estimado y recordado amigo: Mis ausencias tabasqueñas me han impedido tener el gusto de ir a saludarlo y ahora distraigo su atención rogándole de la manera más encarecida se sirva usted decirme si el señor Clemente Peredo Ugalde podría ocupar no exactamente el puesto de Secretario de Hacienda, pues me parece que está ocupado ahora, pero sí una plaza de guardián nocturno en esa supermillonaria Secretaría. En caso de que esto fuera posible, lo confirmaría mi invitación para ver el Nacimiento de mi casa y que usted recuerda hace cinco años no lo hago. De todos modos tenga usted la bondad de recibir mis anticipadas felicitaciones por Navidad y Año Nuevo para usted y todos los suyos, en particular para el señor su padre a quien siempre recuerdo. Cualquier noticia, sobre el asunto que motiva este extraño documento sírvase usted dirigirla a Sierra Nevada 779 Zona 10 (Lomas) donde vive este su pobre y humilde amigo que tanto lo estima. Carlos Pellicer Cámara. LA GACETA 6 SUMARIO SUMARIO Hora y 20 en Las Lomas ✸ Carlos Pellicer López principios de 1925, la familia Pellicer Cámara emprendió una nueva mudanza. El matrimonio del profesor en farmacia Carlos Pellicer Marchena y doña Deifilia Cámara Ramos, con sus dos hijos, Carlos y Juan José, cambiaban por cuarta vez su domicilio. Dejaban el apartamento de Moneda 12, donde habían vivido los últimos 10 años, muy cerca de la segunda vivienda que ocuparon en la ciudad de México, en el número 1 de la calle del Seminario, prácticamente contigua a la Catedral. Desde 1908, cuando dejaron San Juan Bautista y su casa de Sáenz 35, habían vivido en el mero centro de la ciudad. Pero esta vez, el cambio era a un barrio lejano y despoblado, en una nueva urbanización por el sur-poniente, más allá del ya retirado Bosque de Chapultepec. El nombre de la colonia era presuntuoso y anunciaba el nuevo rumbo que marcaba la moda. Ya no se trataba de imitar a los europeos, sino a los norteamericanos. De seguro, para ninguno de los Pellicer Cámara fue fácil aceptar que aquellos lomeríos vecinos al centenario bosque se llamaran “Chapultepec Heights” y desde un principio —como el resto de los capitalinos— ignoraron esa denominación y para abreviar familiarmente se refirieron al presuntuoso barrio como “Las Lomas”. Alguna vez escuché, como curiosa razón para este cambio radical, la falta de un espacio donde sembrar un huerto de verduras y flores y criar unas gallinas, gustos que doña Deifilia no pudo darse en tantos años. Sin embargo, hay una contradicción entre este afán campirano de mi abuela en el retrato que hace de ella el poeta en el “Nocturno a mi madre”: “Mi madre es alegre y adora el campo y la lluvia, / y el complicado orden de la ciudad”. Creo que hay una idealización —con licencia poética— en esta señora que quiere vivir en el campo y en el bullicio de la ciudad. Tal vez el hijo quería verse reflejado en la madre y así quiso verla como otra “ayudante de campo del sol”. No dudo que gran parte de la iniciativa para comprar un lote en aquellas laderas inhóspitas y construir una casita —la séptima que se levantó en Chapultepec Heights, según me contaron— haya sido precisamente del poeta, que se reconocía en los paisajes de Tabasco y Boyac, en los mares de Campeche y Río de Janeiro, en las aguas del Iguazú y el Tequendama. La ciudad que tan- A to le había ofrecido, donde había aprendido a mirar el Valle, paradójicamente le impedía ver su paisaje. El apasionado excursionista, de pronto, se veía apresado tras las rejas de un balcón, en un domingo gris, con sólo automóviles ante su mirada que chocaba contra la catedral... ¡hipotecada! La única solución —continúa el poeta— sería convertirse en pintor, para recrear el paisaje ausente o, mejor aún, instalar un estudio en los llanos de Apam. En la “Elegía” de 1922, nos queda claro no sólo el fastidio que producía el entorno urbano en el joven viajero que pedía los ojos en las manos, sino la necesidad de ejercer esa refinada sensualidad, aprendida en los cuadros magníficos de José María Velasco, desde un mirador apropiado. El cambio de domicilio implicaba grandes riesgos, como el que corría don Carlos al instalar una botica en la trastienda de la nueva casa, esperando que pronto creciera el vecindario para subsistir. (Aunque no dependía económicamente sólo de ese trabajo, ya que por las mañanas atendía su empleo en el laboratorio de la Secretaría de Guerra y también en la botica de su hermano Tomás.) Otro problema era el de la distancia a las fuentes de trabajo —para los dos Carlos— y lo mismo sucedía con el colegio de Juan y el mercado donde se surtía doña Deifilia. A todo esto hay que añadir la necesaria hipoteca de terreno y construcción. Pero la familia estaba bien curtida por las aventuras que la Revolución le había generosamente deparado, y una más, con promesa poética, fue aceptada. A quien parecía más ilusionado con la nueva vivienda, poco le duró el gusto del estreno. A los cuantos meses, en una conversación con José Ingenieros, éste le “disparó” —en el doble sentido del término— un viaje a París, “para conocer la Victoria de Samotracia”. Carlos apenas había tenido tiempo para cuidar los detalles de la casa —que eran muchos—. Naturalmente el presupuesto inicial había sido rebasado. El 724 de la calle de Sierra Nevada era una construcción económica y sencilla; se destacaba no sólo por su aislamiento sino por un sorprendente color ultramar (“Trópico, para qué me diste las manos llenas de color”) que la hacía visible desde muy lejos y que pronto le dio nombre entre el creciente vecindario como “la casa azul”. En una sola planta se distribuían la sala, el comedor y la cocina, con dos baños y dos LA GACETA 7 Con motivo de este aniversario el Fondo de Cultura Económica ha lanzado dos ediciones: una conmemorativa de lujo, cuya edición es única, limitada y numerada; más otra edición bilingüe, en español y portugués, traducida por el poeta y crítico brasileño Horácio Costa. Ambas fueron presentadas con gran éxito en la XV Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Felicidades a Enrique Florescano, autor y amigo de nuestra casa editorial, por haber obtenido recientemente el Premio Francisco Javier Clavijero, que otorga el gobierno del estado de Veracruz, a través de su instituto cultural, como reconocimiento a quienes han hecho aportaciones importantes a la cultura y el arte en nuestro país. Múltiple es el nombre de la nueva revista que dirige, desde Perú, Germán Carnero, representante de nuestra editorial en ese país y miembro del Consejo de redacción de La Gaceta. Abre su primera entrega con un ensayo de Ricardo González Vigil, titulado “Dos ínsulas extrañas”, sobre dos de nuestros dilectos autores: Emilio Adolfo Westphalen y Blanca Varela. Deseamos desde estas páginas larga vida a la revista. En nuestra entrega anterior relacionamos algunos aniversa- SUMARIO SUMARIO recámaras. Como ya dije, por un costado se tenía acceso a la botica que formaba parte de la misma construcción. El estudio del poeta era el único “lujo” de la casa, ya que estaba solo en el segundo piso y ahí lucían los estantes con libros y toda clase de objetos junto, ante y sobre ellos; las reproducciones en yeso de figuras de Chichen-Itzá y los auténticos sarapes de Saltillo, la incipiente colección de pintura y las artesanías en madera, barro y fibras en las que mucho habrá influido el ejemplo y el consejo de Roberto Montenegro. El estudio desembocaba por un extremo a un pequeño mirador que ofrecía bajo sus tejas y entre sus arcos de juguete un lugar estratégico para divisar los horizontes perfectos del gran Valle. A principios de octubre el poeta se despidió de sus padres y de su hermano y de su casa azul de Las Lomas. La tristeza era grande, pero más la ilusión por “ver de tocar” el mundo europeo. Pellicer abría el último capítulo de su juventud que se prolongaría por cuatro años, recorriendo Francia, Italia, Grecia, Egipto, Turquía y Tierra Santa, España, Inglaterra y los Países Bajos. De estos años no existe correspondencia del poeta con su familia, salvo dos cartas a Juan y algunas tarjetas postales. La explicación parece ser la persecución y encarcelamiento a los vasconcelistas en 1929-1930. Entonces mis abuelos entregaron un paquete con esa correspondencia a un vecino para guardarla, pero éste no quiso arriesgarse y la quemó. Así se habría perdido una parte del epistolario, pero en cambio se conservó, entre los baúles que Pellicer regresó de Europa, toda la correspondencia de don Carlos, doña Deifilia y Juan. Juan José Pellicer Cámara fue el último de los hijos del matrimonio. Luego de Carlos, que nació en 1897, nació Ernesto al año siguiente. Ernesto, de quien se conservan objetos personales y algunas fotografías, vivió hasta los siete años y murió por alguna enfermedad infecciosa. Mi tío contaba que Ernesto era un niño de un talento excepcional y el día de su sepelio suspendieron labores todas las escuelas de San Juan Bautista. En ninguna de las fotografías deja ver ni un asomo de sonrisa: unos ojos melancólicos en un rostro finamente dibujado y una larga cabellera de oro, ondulada, hasta los hombros. Fue el compañero natural e íntimo de juegos de Carlos, quien hasta su muerte lo recordaba con rara nitidez. Los tres o cuatro embarazos siguientes de doña Deifilia terminaron mal, ninguno sobrevivió. Debe haber sido un tiempo difícil y amargo para el joven matrimonio, y para el primogénito, solo. Luego de abandonar en 1908 la futura Villahermosa, ya instalados en la ciudad de México, probarían nuevamente y por última vez, fortuna para lograr otro hijo. Así nació el 2 de junio de 1910 un niño rubio, a quien bautizaron con el primer nom- bre de Juan, en memoria del abuelo materno —don Juan Cámara—, añadiendo el de José, santo muy venerado por doña Deifilia y en cuya fiesta había sido bautizado Carlos. Cuando Carlos, 13 años mayor, partió para Europa, dejaba a un hermano de apenas 15, de temperamento fuerte, delgado (podía sostener el libro de geografía entre los omóplatos), con una mente clara y un corazón más claro todavía. Sorprende la prosa del muchacho que es capaz de poner en el papel lo que siente y describir la vida que se va abriendo en la familia, en la escuela, en su gran afición taurina, en sus estudios de violín, en sus balbuceos poéticos. Por donde camina su paso es franco, seguro. Se atreve, con toda humildad, a dialogar con el poeta. Alguna vez hasta lo intenta ejercitando su francés de colegio. En repetidas ocasiones, describe la casita azul de Las Lomas, con sus alrededores, sus mañanas y sus atardeceres, su vegetación, los grupos de palomas y de ranas, en fin, se refiere a muchas cosas que el poeta ha descrito en sus poemas y más aún, que el mismo poeta ha procurado y construido. Aquí quiero hablar en especial de las cartas de Juan porque creo que iluminan el entorno que rodeó al poeta en Las Lomas y de cómo éste se reflejó en buena parte del poemario que publicaría en París dos años más tarde —1927— bajo el atractivo, desenfadado y muy cubista título de Hora y 20. Si todos los sentidos eran transmisores de privilegio para el poeta, los ojos —“por donde todo bien y mal nos llega”— ocupaban la primera línea. La imagen visual es la materia prima fundamental de toda su poesía, y esto explica en buena medida su estrecha relación con el mundo de las artes plásticas y su amistad con pintores, escultores, grabadores, fotógrafos y arquitectos. Pellicer reacciona casi de modo automático al medio visual que lo rodea y hasta en su poesía introspectiva o religiosa mira, descubre elementos plásticos para construir el poema. Desde su primer libro Colores en el mar y otros poemas el poeta nos cuenta lo que ve. En Hora y 20, el recuento nos muestra lo que vio aquí en Las Lomas y lo que vio al principio de su estancia europea. Entre los primeros hay un grupo de seis poemas, fechados en 1925, y es curioso encontrar en cada uno de ellos una o más referencias a la nueva casa y su entorno. Esto queda bien claro gracias a las descripciones de las cartas de Juan, que forman un verdadero diálogo fraterno cuando se leen en contrapunto con dichos poemas. Los grupos de palomas aparecen casi al inicio de la correspondencia. Juan cuenta también de su queridísimo perro Duque, que murió al poco tiempo causándole gran dolor, y el “viejito” es naturalmente su padre, don Carlos, del que toma una cariñosa distancia para describirlo. El hermano menor encuentra metáforas afortunadas y afila su mirada LA GACETA 8 para descubrir sesgos poéticos en las descripciones. A sus 15 años es, indudablemente, un discípulo aventajado. Ahora el Duque está atrás de mí, hecho un garabato. La tarde es muy linda. El sol gasta mucho en iluminar las nubes que, como son de vapor, aprovechan su fuerza elástica, moviendo la luz y los colores. Un viejito muy simpático está arreglando el jardín (?). El tiempo está muy agradable. Los días son bonitos, mañanas frescas y claras, tardes azules y crepúsculos en sol mayor. [Fragmentos de la carta del 3 de noviembre de 1925]. Un mes más tarde, el 7 de diciembre, Juan vuelve a ponderar el campo que lo rodea, pero alerta de la soledad que pesa sobre doña Deifilia. Yo no quisiera irme pues el campo me atrae y tu estudio me hace pasar horas sosegadas, arreglándolo y leyendo y estudiando. Si vieras qué arreglado está y qué limpiecito. Me gusta mucho estar allá, solo, oyendo el viento que silba encajonado en la barranca. Pero mamacita ya no debe estar aquí, tan lejos, tan sola. Yo por mi parte viviría aquí, viendo los cerros tan grandes y llenos de color y la ciudad a la vista, lo mismo de día que de noche. Otro fragmento de la carta, escrita el 7 de agosto de 1929, dice así: La colonia está poblándose mucho, pero por nuestro rumbo no hay más que dos o tres construcciones que están algo cerca de la casa. Mejor que sea así, pues nosotros seguimos viviendo enteramente en el campo. Hoy es domingo en la mañana, el día está maravilloso y aquellas montañas que están atrás del Country Club se ven clarísimas, dejando ver sus bosques de verde obscuro, sus lomas de pastos muy verdes y aquellas barrancas y empedrados de un color rojizo tan hermoso. El cielo está profundamente azul y hay muchas nubes blanquísimas. Todo lo veo limpio y nuevo. Da gusto respirar el aire tan puro y siente uno deseos de vivir siempre aquí, en esta casita tan limpia, tan arregladita, con nuestros dos viejos que nos quieren tanto. Las palomas están allí en el caminito que va para la calzada. Son unas treinta, blancas, negras (aquellas que trajiste), grises y que ahora de repente vuelan todas ruidosamente y van a ponerse en el pretil de la azotea. Hay muchas flores: mirasoles, bugambilias, rosas (aquellos dos rosales que SUMARIO SUMARIO compraste, están preciosos), geranios que están alrededor de la casa y que en el fondo azul de las paredes ponen su color rojo, rosa y solferino. La madreselva que está a la entrada de nuestro cuarto está muy grande y ya va cerca de la ventana de tu estudio. En las noches de luna abro la puerta del cuarto para que entren la luna y el santo olor de la madreselva. Los pinos que están frente y a la derecha de la casa, están crecidísimos, los otros también pero no tanto. Ya hay banqueta desde la casa hasta el Paseo de la Reforma y también hay ya árboles en toda la orilla de la banqueta. En fin hermanito querido, tú siempre estás aquí en la casa, todo, todo trae tu recuerdo. Allí en el comedor, las bellísimas bandejas de Uruapan, los juguetes, los cuadros, me hacen acordar de tus gustos por los colores fuertes y bellos. Ahora sabemos que los “Grupos de palomas” no sólo fueron cazados por el ojo del poeta, sino criados a propósito para esta cacería. La descripción que hace Juan de las palomas termina con un giro paralelo al del automóvil que irrumpe de improviso en el grupo haciéndolas volar hasta regresar a posarse en el alero. Y el recurso del fotógrafo en el poema no habla sólo del ojo cazador del poeta, sino de un gusto compartido entre hermanos. Te darás cuenta por las fotografías, que la casita sigue igual que antes, que yo nada he descuidado y procuro que todo esté arreglado. [Fragmento de la carta de 26 de febrero de 1927]. Te mando otra fotografía de la casa. Si tuviera tejas se vería encantadora. [Fragmento de la carta del 31 de octubre de 1926]. GRUPO DE PALOMAS 1 Los grupos de palomas, notas, claves, silenciosas, alteraciones, modifican el ritmo de la loma. La que sabe tornasol afina las ruedas luminosas de su cuello con mirar hacia atrás a su vecina. Le da al sol la mirada y escurre en una sola pincelada plan de vuelos a nubes campesinas. 2 La gris es una joven extranjera cuyas ropas de viaje dan aire de sorpresas al paisaje sin compradoras y sin primaveras. 3 Hay una casi negra que bebe astillas de agua en una piedra. Después se pule el pico, mira sus uñas, ve las de las otras, abre un ala y la cierra, tira un brinco y se para debajo de las rosas. El fotógrafo dice: para el jueves, señora. Un palomo amontona sus erres cabeceadas, y ella busca alfileres en el suelo que brilla por nada. Los grupos de palomas —notas, claves, silencios, alteraciones—, modifican lugares de la loma. 4 La inevitablemente blanca, sabe su perfección. Bebe en la fuente y se bebe a sí misma y se adelgaza cual un poco de brisa en una lente que recoge el paisaje. Es una simpleza cerca del agua. Inclina la cabeza con tal dulzura, que la escritura desfallece en una serie de sílabas maduras. 5 Corre un automóvil y las palomas vuelan. En la aritmética del vuelo, los ochos árabes desdoblándose y la suma es impar. Se mueve el cielo y la casa se vuelve redonda. Un viraje profundo. Regresan las palomas. Notas. Claves. Silencios. Alteraciones. El lápiz se descubre, se inclinan las lomas, y por 20 centavos se cantan las canciones. Al final del fragmento de la carta anterior, hay una rápida mención del comedor y sus decorados. Es importante porque ahí podemos imaginar la naturaleza muerta con “colores fuertes y bellos” que inspiró el sonriente y gozoso estudio, visto a través de una ventana: ESTUDIO La sandía pintada de prisa contaba siempre los escandalosos amaneceres de mi señora la aurora. Las piñas saludaban el medio día. Y la sed de grito amarillo se endulzaba en doradas melodías. Las uvas eran gotas enormes de una tinta esencial, y en la penumbra de los vinos bíblicos crecía suavemente su tacto de cristal. ¡Estamos tan contentas de ser así! Dijeron las peras frías y cinceladas. Las manzanas oyeron estrofas persas cuando vieron llegar a las granadas. Los que usamos ropa interior de seda... LA GACETA 9 rios de autores que se celebrarán este año. José Aníbal Campos, quien ya ha colaborado en estas páginas con una traducción, nos manda un correo para decirnos que habrá que recordar también al austriaco Herman Broch, a cincuenta años de su muerte. Esperamos dedicarle al autor de Los inocentes algunas páginas en una próxima entrega. Otros aniversarios que no incluimos en la lista del mes pasado los encontramos en las páginas de cultura de La Jornada: seis siglos del nacimiento de Nezahualcóyotl, 400 años del Otelo de Shakespeare y 150 años del nacimiento de José Guadalupe Posada y Leopoldo Alas “Clarín”. Y varios centenarios más: el fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, el arquitecto Luis Barragán, los pintores María Izquierdo y Wifredo Lam, el cineasta italiano Vittorio de Sica y el norteamericano Langston Hughes. Al cierre de este número de La Gaceta nos enteramos de la muerte de Guadalupe Dueñas a los 93 años de edad. Su libro de cuentos Tiene la noche un árbol, premio José María Vigil, fue publicado en nuestra colección Letras Mexicanas en 1958. Descanse en paz. SUMARIO SUMARIO dijo una soberbia guanábana. Pareció de repente que los muebles crujían... Pero ¡si es más el ruido que las nueces! Dijeron los silenciosos chicozapotes llenos de cosas de mujeres. Salían de sus eses redondas las naranjas. Desde un cuchillo de obsidiana reía el sol la escena de las frutas. Y la ventana abierta hacía entrar la montaña con los pequeños viajes de sus rutas. De igual modo, encontramos en el fragmento de la carta anterior muchas referencias a los paisajes de “Las colinas”, capturadas por la mirada del poeta para dibujarlas “de un solo trazo”, mojando largo el pincel ... LAS COLINAS Dibujar las colinas de un solo trazo, aquietar las palabras y unirlas debajo de los árboles; ponerlas a pacer o esparcirlas entre las huellas de todos los caminantes de la dulce vereda que declina, o comprar palabras nuevas en las tiendas de colores con brisa, en fin, salir a la puerta y en el aire, sencillamente, dibujar las colinas. Sus viajes son tranquilos y pequeños. Son viajes a tres tintas a flor y fruto de senderos por donde pasa el arco iris sin paraguas. El azul que da el cielo por ese lado, juega algunas veces a ser verde. Y hay un don de amistad en las colinas desde mi casa, en los atardeceres. Conversación. —Nosotras estamos aquí siempre. Nunca vamos a la ciudad. Estamos convencidas de la belleza del Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. Cuando seamos grandes aprenderemos también a patinar sobre la nieve. —Pero si ustedes son más hermosas; son la sonrisa de mi caja de lápices. Ahora mismo me lo decían las palomas. La opinión de las águilas claro está que es muy otra. Pero esos zopilotes estandartes... Les envidio a ustedes la tarea de recoger las estrellas que quedan tiradas en la mañana. —Sí; tenemos ya una colección bastante completa. Dicen que las pagan muy bien en Groenlandia. ¡Dibujar las colinas! Repartirles los ojos y llevarles palabras finas. Mojar largo el pincel; apartar la neblina de las nueve de la mañana, para que el vaso de agua campesina se convierta en alegre limonada. (Estos mismos elementos de su entorno siguieron apareciendo en poemas de Hora de junio y Subordinaciones). Hay un comentario en la carta del 25 de junio de 1926 que nos hace sonreír doblemente, pues no sólo nos descubre que Carlos además de las palomas y el loro, los árboles y las flores, el mirador y los paisajes, había ideado una fuente ¡con ranas de verdad! Juan usa una feliz descripción de doña Deifilia, llena de sol tropical: Las ranas que pusiste en la fuente, o sus descendientes, nos dan unos ratos terribles pues con su ruido de hamaquero, como dice mamacita, meten una bulla horrorosa. Ahora sabemos por qué llegaron las asonancias y los versos —sin ruido de hamaquero— al poema “Estudio”: ESTUDIO Esta fuente no es más que el varillaje de la sombrilla que hizo andrajos el viento. Estas flores no son más que un poco de agua llena de confeti. Estas palomas son pedazos de papel en el que no escribí hace poco tiempo. Esa nube es mi camisa que se llevó el viento. Esa ventana es un agujero discreto o indiscreto. ¿El viento? Acaba de pasar un tren con demasiados pasajeros... Este cielo ya no le importa a nadie; esa piedra es su equipaje. Lléveselo. Nadie sabe dónde estoy ni por qué han llegado así las asonancias y los versos. El primer día de agosto de 1927, Juan deja correr largo la escritura y habla también de sus paisajes interiores. Sus metáforas son arriesgadas y sorpresivas. Es claro que ha estado ejercitando la poesía y muy pronto se atreverá a someter algunos ejercicios poéticos al hermano y poeta mayor. Sus modelos son, naturalmente, Lugones y López Velarde. (Estos ejercicios los abandonará poco tiempo después, probablemente al regreso de Carlos. Juan debe haber comprendido que su talento poético estaba a la sombra de su hermano y prefirió transplantarlo al periodismo, en especial a la crónica taurina donde cosechó los LA GACETA 10 mejores frutos.) En la tarde húmeda del verano, frente a aquel maravilloso panorama, el adolescente solo, desborda melancolía. La tarde está magnífica, bellísima; llovió y luego salió el sol. Hay en la tierra, en los árboles, en el cielo, una sensación de frescura que refresca todo y lo aparece lavado, limpio, casi nuevo. El sol poniente rasa los campos verdes de las lomas de enfrente, haciendo los prados de un verde transparente y luminoso. Las montañas están fuertemente azules y sus perfiles limitan el cielo con gran precisión. Hay muchas nubes blancas, luminosas, otras casi negras color pizarra y muchos pedacitos de nube muy blancos, alineados, que hacen una marimba en el cielo azul pálido. El sol ya se oculta tras de los montes. Es un gran foco que resalta entre nubes negras que lo aprisionan. Ya anochece y aquí sentado en la escalerita de la puerta oyendo el fresco chasquido de la fuente y mirando este magnífico paisaje de cielo y de montañas, siento una tristeza juvenil inexplicable. La tarde se acaba y dora dulcemente redondas nubes de suaves cursos. La neblina está transparente y gris sobre la ciudad. La perforan columnas de humo que se inclinan perezosamente y se desbaratan luego. Hay fresco olor de tierra mojada y madreselva y algunos mosquitos me pican y siguen rondando como si estuviesen colgados de un hilo invisible y se balancearan. Una luciérnaga no responde por las interferencias o fallas de luz. La mancha de un mosquito la distingo sobre el cielo cada vez menos. Los silbatos negros y tristes del ferrocarril me dan nuevas y fuertes ansias de vida, de viajes. 1 de agosto 1927 Apenas dos años antes, Carlos había padecido, ahí mismo, la ausencia de quien fuera su única novia. Al anochecer, frente al mismo ambiente que nos describe Juan, Carlos vio vacío el paisaje por culpa del saqueo de las nubes. La causa es bien distinta, pero la melancolía es familiar. EL RECUERDO En las horas en que el paisaje se vacía —todo se lo han llevado las nubes—, los objetos de familia, las palabras íntimas. En una soledad de todas las cosas, ciego, mudo, sólo me quedan unos cuantos dedos para tocar las piedras y las rosas SUMARIO SUMARIO que tú tocaste o que solamente rozó el viento de suave gloria que te trajo. En la desaparición del panorama que fueron mis ojos; en la interrupción del viaje de música que fueron mis oídos; en la pérdida de todo idioma (acaso por una bagatela de ortografía), me rodean las horas sin tiempo y sin clima para entregarme el tacto de las piedras y de las rosas que tus pies y tus manos tocaron o que apenas rozó el viento de suave gloria que te trajo. Tu ausencia ha dejado sobre las piedras una florecita que tal vez sea negra. Y en la vida de la piedra y la flor tras de tu sombra, mis manos ven y oyen y graban un signo que compendia todas las cosas. En las horas, en que se perpetúan los instantes de tu ausencia presente de paloma. Carlos y Juan se reencontraron en septiembre de 1929. Carlos regresó de Europa para jugar su destino en la campaña política de Vasconcelos. Por esto sufrió cárcel y torturas. Finalmente, en el mes de mayo de 1930 fue liberado y empezó a reconstruir su vida, dedicándose a la enseñanza. Por muchos años fue “maistrito de secundaria”, como gustaba recordar. Los hermanos pudieron conversar y compartir al menos parte de aquellas ilusiones que soñaron durante los cuatro años de separación. Carlos encontró a su hermano Juan, ni mayor ni menor que él, sino como a un “amigo singular”. Por esto, el libro de madurez plena, que Carlos vislumbra en aquella carta de 1928, resultó ser Hora de junio y la dedicatoria, sencilla y rotunda (“A mi hermano”), cifra en un breve epígrafe “sé cariño único en la búsqueda de ‘la belleza sin nombre, oh infinito’”. Los hermanos convivieron 12 años en la casa azul, hasta que Juan se casó y dejó por 10 años la calle de Sierra Nevada. Don Carlos, el boticario, murió en 1935 y doña Deifilia, en 1949. Entonces los recuerdos hicieron imposible para el poeta continuar viviendo solo en el 724. La casa se vendió, para construir, a pocos metros, en la acera del frente, las dos casas donde vivirían, puerta con puerta y corazón con corazón, hasta la muerte, Juan (1970) y Carlos Pellicer Cámara (1977). Carlos Pellicer: a 25 años de su muerte ✸ Gerardo Ramírez Monroy on la poesía de Carlos Pellicer1 vuelven a nacer las cosas, todo lo que nos rodea y existe vuelve a nacer: las nubes, las palomas, las flores, las rocas, los luceros adquieren una personalidad distinta a la propia. El efecto de creación artística hace que concibamos las cosas como si las viéramos por vez primera. Su poesía es una constante transgresión a la realidad ya que al ser poetizada se vuelve más plástica y con vida propia. Para Carlos Pellicer la vida fue una contingencia de sorpresas, una metamorfosis, un acontecer diáfano y dialéctico. C El campo y yo estábamos ya listos Para que tú y yo Pusiéramos la mano en una flor cualquiera. Cada cosa en su sitio, sin nosotros Equivale al desorden. [...] Por las paredes el tacto de la noche va pasando No tengo nada que decir. Regresan Las pálidas palabras: Vuelvo a ti, soledad, agua vacía, agua de mis imágenes, tan muertas; nube de mis palabras, tan desierta, sombra de la implacable poesía. Este poema, inédito en la vida del poeta, pertenece a la última etapa de su poesía y es- tá fechado en junio de 1967. He querido citar este poema2 porque creo que no marca, como es el caso de muchos otros poetas, una culminación coronada en comparación a sus primeras poesías. Carlos Pellicer publicó en vida más de quince libros. Sus primeros poemas coleccionados, escritos entre 1915 y 1920, aparecen en su libro Colores en el mar. De este libro el poema “Estudio”, dedicado a Pedro Enríquez Ureña, llama la atención por la magia evocadora de sus imágenes, imágenes en donde la fuerza emotiva del poeta se presenta como torrente de sensaciones que dan vida y movimiento a sus palabras. Si buscamos diferencias entre los dos poemas veremos cómo la poesía de Pellicer muestra una constancia en su producción. El poema “Estudio” dice así: Jugaré con las casas de Curazao, pondré el mar a la izquierda y haré más puentes movedizos. ¡Lo que diga el poeta! estamos en Holanda y América y es una isla de juguetería, con decretos de Reina y ventanas y puertas de alegría. Con las cuerdas de la lira y los pañuelos del viaje, haremos velas para los botes que no van a ninguna parte. La casa de Gobierno es demasiado pequeña para una familia holandesa. Por la tarde vendrá Claude Monet Lomas de Chapultepec, 1997. LA GACETA 11 SUMARIO SUMARIO a comer cosas azules y eléctricas. Y por esa callejuela sospechosa haremos pasar la Ronda de Rembrandt ¡...pásame el puerto de Curazao! isla de juguetería con decretos de Reina y ventanas y puertas de alegría. Sesenta y dos años de distancia existen entre el poema “Uno” (1967) y el poema “Estudio” (1915-1920). En 1924, Pellicer publica Piedra de sacrificio y 6, 7 poemas; en el primero incluye un poema sobre Iberoamérica que prologa José Vasconcelos. En los dos libros nuevamente el talento y la magia desbordante del poeta se detiene en las cosas, en esas minúsculas impresiones que nos va dando la vida a cada instante, una mirada a la luna o el detalle del andar silencioso. ¿Recordáis a la luna la que en las manos de la amada como una cosa matutina crecía y se alejaba? O bien: No tengo tiempo de mirar las cosas como yo lo deseo. Se me escurren sobre la mirada y todo lo que veo son esquinas profundas rotuladas con radio donde leo la ciudad para no perder el tiempo. Esta obligada prisa que inexorablemente quiere entregarme al mundo con un dato pequeño. ¡Este mirar urgente y esta voz en sonrisa para un joven que sabe morir por cada sueño! No tengo tiempo de mirar las cosas casi las adivino. Una sabiduría ingénita y celosa me da miradas previas y repentinos trinos. Vivo en doradas márgenes; ignoro el central gozo de las cosas. Desdoblo siglos de oro en mi ser. y acelerando rachas —quilla o ala de oro—, repongo el dulce tiempo que nunca he de tener. En toda su poesía está presente el detalle por las minúsculas y las grandes cosas —el amor, la vida, la muerte—. Ese “Vivo en doradas márgenes; ignoro el central gozo / de las cosas“ es la ironía más grande que he encontrado en toda su poesía, ya que Pellicer, todo Pellicer, toda la obra de Pellicer es una reflexión al instante, y citando a Neruda ¿quién no recuerda el poema Walking around?, en donde el “Sucede que me canso de mis pies y mis uñas / y mi pelo y mi sombra” resulta la modestia menos creíble en un poeta. En esa avasallante y constante actitud del “No tengo tiempo de mirar las cosas”, deberíamos decir que Pellicer dedicó toda su vida a la observación de la magia de la vida porque todo siempre está sucediendo, siempre están pasando cosas a todo. En 1927, la editorial París-América publica Hora y 20, texto en el que, pienso, Pellicer es menos filósofo y más terrenal, más fino en sus rimas, más alegórico, más amoroso: poético, trabaja cada elemento moldeándolo, dándole sus contornos más íntimos. El “Poema elemental” sobre los cinco elementos —la muerte es el quinto— es un poema que recorre todos los estadios de la naturaleza, pasando del fino y minúsculo componente a la grandiosidad de la naturaleza. Poético en el sentido en que transgrede la realidad para regresarla transparente e, insisto, como si la descubriéramos por vez primera. La muerte como elemento de la gran naturaleza se presenta “como sombra de Dios”. Al hablar de la muerte, dice: Semejante a la sombra de Dios Circula entre nosotros imponderable y fecunda. No olvidemos que Carlos Pellicer fue profundamente católico, no obstante, supo equilibrar la concepción del mundo y el sentimiento íntimo hacia Dios. Cada año, Pellicer montaba un Nacimiento en su casa, también cada año escribía un poema sobre la natividad. Este material está coleccionado en Cosillas para el nacimiento, poemas en donde cobran vida, con inigualable belleza, las partes todas del nacimiento: imitación y a la vez creación inventiva del autor. Un fragmento del poema número XII de Recinto podría demostrarnos el binomio de símbolo eterno por la vida: el amor y la naturaleza / movimiento y gracia. […] todo a puertas cerradas, la quietud de esperarte es vanguardia de heroísmo, vigilando el ejército de abrazos y el gran plan de la dicha. Ya no sé caminar sino hacia ti, por el camino suave de mirarte poner los labios junto a mis preguntas —sencilla, eterna flor de preguntarte— y escucharte así en mí ¡y a sangre y fuego rechazar, luminoso, las penumbras! NOTAS Por ese instante he de ceñirme laurel, espina, manos, flor resucitando y sucumbiendo por la victoria del amor. A la preocupación de dar alma a las cosas, Carlos Pellicer se suma a las sensibilidades más delicadas de nuestra época. Como motivo y figura retórica en toda la obra de Pellicer aparece la prosopopeya. En “Nocturno”, poema de contornos plásticos y sensibles, Pellicer detiene la mirada, reflexiona y evoca al tiempo que se nos escurre cual granos de arena en la playa. Así, toda la luna y todo el campo y todo el corazón Así la tristeza de no estar contigo bajo el sutil imperio de los dos. [...] En el caos eras la siembra en orden, en el dolor, una nube de instantes. Asimismo, en 1929 aparece su libro Camino; en él, el poema elemental, sobre el aire, el agua, el fuego, la tierra y la muerte, Pellicer aborda estos elementos con singular cariño LA GACETA 12 1. Este artículo sobre Carlos Pellicer escrito en 1986 ha sido modificado para esta publica- ción. 2. Publicado en el libro Reincidencias, 1978. El poema sólo lleva el nombre de “Uno”. ✸ SUMARIO SUMARIO De la barbarie a la imaginación ✸ R. H. Moreno Durán Texto “Liminar” de De la barbarie a la imaginación, libro que el FCE pondrá en circulación por estas fechas en la colección Tierra Firme. A mis padres. A Mara Viveros. Por su irrevocable confianza y su constante solidaridad V iene usted de un mundo que pronto existirá: con estas palabras no desprovistas de un sutil paternalismo que, como era de rigor, pronto se habría de transmutar en una casi irrechazable invitación erótica, madame de Staël recibió a fray Servando Teresa de Mier, prófugo venerable de todas las mazmorras españolas y emisario de la nueva conciencia que, a caballo entre las postrimerías dieciochescas y el advenimiento del pasado siglo [XIX], no vacilaba en enjuiciar la cada vez más insoportable realidad ultramarina. Contra lo que hubieran podido admitir Cornelius von Pauw, el abate Raynal y toda la horda usufructuaria del más acendrado y terco eurocentrismo, la ilustre Mandarina franqueaba por fin las puertas de su prestigioso Salón —que las damas mentales de la oposición no vacilaban en denominar Establo— y sancionaba con su accolade la rebelión del Buen Salvaje americano. Atrás quedaba la Colonia con su oscurantismo regulado por decreto, sus boatos domésticos, sus miserias, sus osadas transgresiones y la ingenua pero firme voluntad de acceder algún día a esa madurez que secular y sistemáticamente le había sido escamoteada. Y si con la llegada de una controvertida emancipación política los pueblos de América se enfrentaron a la poco amena responsabilidad de establecer para siempre su consolidación republicana, la literatura, al frente de las demás manifestaciones artísticas y culturales, postuló también su aspiración al reconocimiento de una identidad propia, fruto de la nueva situación social y temprana pretensión de eso que ahora ha dado en llamarse, tal vez pomposamente, escritura en libertad. La configuración de una especificidad dentro del ámbito de la literatura castellana de la que forma parte esencial, no fue, empero, resultado de la espontaneidad ni acierto feliz de unos cuantos talentos inspirados, sino la lenta decantación de un concurso de circunstancias históricas y sociales bajo cuyo patrón es necesario inscribir sus más válidos y sugestivos logros. “Ponga aquí el dedo el lector y espéreme adelante”… Hace aproximadamente quince años, el texto preliminar de este ensayo invocaba a manera de pórtico una frase de Jorge Luis Borges y recordaba cómo la escritura alucinante de Tlön establecía una sola e incontrovertible pretensión: la de que “El libro que no encierra su contralibro es considerado incompleto…” Este libro ha conocido una suerte diversa a lo largo de todos estos años y, al amparo de las reacciones que su lectura engendró, siempre me acompañó la certeza de que un día vería cómo surgiría su “contralibro”, bien fuera su réplica, bien su complemento. Réplica y al mismo tiempo complemento, la nueva edición de este ensayo me permite cuestionar algunas de las ideas inicialmente formuladas, rebajar tempranos aunque excesivos entusiasmos, enmendar deliberadas ausencias y, sobre todo, explayar gran parte de las ideas, entonces apenas sugeridas pero que aún así mantienen hoy toda su vigencia. LA GACETA 13 Durante los años transcurridos —en ritmo paralelo a la gestación de mis obras de ficción—, el ensayo creció gracias a la reflexión constante que mantuve sobre su asunto central. Cursos y conferencias en diversas universidades europeas, monografías y artículos escritos para enciclopedias y revistas especializadas, prólogos y reseñas, entrevistas y notas de diverso cariz me permitieron profundizar aún más en el debate que preside la edición original. El resultado es probablemente más ambicioso y polémico pero al mismo tiempo más selectivo y certero, y el lector puede advertir la diferencia al confrontar las líneas presentes con el prólogo inicial, donde no en vano se consignaban ya, en pleno ejercicio de la prolepsis, las razones del “contralibro”. Como afirmaba Julio Cortázar a propósito de la multiplicidad de lecturas de Rayuela: “a su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo dos libros”: complemento esencial del primero, el lector puede consultar por fin esta versión que no sólo le da unidad al original sino que busca también justificarlo. Porque los prospectos de este ensayo pretendieron siempre confluir en un punto al que sólo es viable llegar en virtud de un recorrido preciso, y ese punto no es otro que el de la formulación de una identidad, de una ontología cultural, de una antropología, aunque el esfuerzo culmina en el momento SUMARIO SUMARIO en el que la cultura, revertida en imagen, anuncia su advenimiento. América Latina accedió a una forma particular de cultura —híbrida, mestiza o falazmente “bárbara”, según se piense— a partir de otra que, a su vez, estaba henchida de valores completamente originales y propios. La singularidad del caso radica en que, a través del proceso de configuración de nuestra actual identidad cultural, superamos aquellas etapas que nos permitieron conquistar espacios más homogéneos y sugestivos ya no en el plano de la realidad sino en el de la imagen, pues la cultura, una vez despojada de su sentido antropológico, deviene metáfora. Así, al penetrar en esa era imaginaria que José Lezama Lima llamó “La biblioteca como Dragón”, penetramos también en la infinita biblioteca que esconde el palíndromo de Osman Lins y, por supuesto, en ese laberinto, en esa dimensión ab aeterno que Borges denominó “La biblioteca de Babel”. De esta forma, la imaginación que vislumbramos al final de la discutible historia de nuestra “barbarie” corre el riesgo de confundirse con la imaginación que encontramos en los ambiguos predios de la “civilización”. El punto común es la metáfora que, al actuar como instancia, nos revela la verdad y la mentira de cada una de las fases de nuestra cultura. Pero a nosotros sólo nos importa aquella que intenta precisar el recorrido que nos enseñó a soñar y, soñando, a comprender. La frase final de “La esfera de Pascal” confunde las identidades y tanto Lezama Lima como Lins y Borges la reivindicarían como suya: “Quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas”. Y es paradójicamente la metáfora la que, al determinar las diferencias, rompe el acuerdo: Luis de Góngora y Snorri Sturluson no sólo reconocen sus afinidades, sino que también asumen bandos irreconciliables pese a la obligada filiación y deuda. A lo largo de las secuencias que constituyen el discurso central de este ensayo es pertinente advertir cómo en la primera parte priva un aparato teórico cuya función es la de ilustrar el corpus crítico que integra la segunda parte, en un proceso en el que la idea irradia a la imagen y el juicio corresponde al hecho. Los presupuestos formulados en torno a lo universal, valga el ejemplo, afectan por igual a todas aquellas obras cuyos elementos apuntan hacia un ámbito preciso de ecumenismo y las inscriben, en consecuencia, en el rango de validez correspondiente. “Civilización” o “barbarie”, regionalismo o cosmopolitismo, recreación arcádica o prospección contemporánea, son algunas de las cuestiones tratadas en un libro centrado en un análisis ambivalente: la genealogía de dos grandes ideas, la vivisección de dos tipos de novela y la meditación sobre las dos variantes de una ideología sospechosa. Comprometido, pues, con esta preocupación específica, algunos temas han sido tratados en forma ancilar y a veces panorámica, lo cual me obliga a reconocer una serie de preferencias, cuestionamientos parciales y definitivos rechazos en la totalidad del informe. Uno de estos inevitables y no del todo exhaustivos enfoques ha sido el tema de la narrativa en expresión portuguesa, aunque dicha expresión constituye ya un elemento inexcusable de la identidad latinoamericana. De todas formas, el énfasis dado respecto a la novela brasileña se orienta siempre a tratar los aspectos que afectan directamente la problemática central del ensayo —de ahí la atención brindada a Joaquim Maria Machado de Assis y Euclides da Cunha, a João Guimarães Rosa y Osman Lins—, en detrimento de asuntos que corresponden más al análisis de una LA GACETA 14 historiografía local o a una diferente perspectiva crítica. Igual cosa cabe decir acerca de las referencias a España, país al que Domingo Faustino Sarmiento alineó por razones de cultura en la zona de la “barbarie” y que, a lo largo de casi medio siglo de narrativa provinciana, ha permanecido carpetovetónicamente sumido en una escritura en la que fácilmente se advierten ecos de un naturalismo pudibundo y torpe, situación de la que hay que descontar, obviamente, varias novelas de incuestionable valor contemporáneo. Recuperar parte de nuestra expresión, desmitificar falsos complejos de superioridad y romper la traba ideológica que, paradójicamente, impide que nos entendamos hablando al menos en principio el mismo idioma, son algunas de las cuestiones de más urgente atención por parte de los escritores de habla castellana. Finalmente, y sobre esta misma preocupación, la aproximación al crisol de las Antillas se torna perentoria, ya que no constituye una boutade afirmar que si hemos descubierto aquel archipiélago ha sido gracias a una conflagración surrealista, conflagración que desde el Aimé Césaire de Cahier d’un retour au pays natal ha intentado reconciliar la concepción del mundo de su pueblo con el fasto de lo imaginario y la cotidianidad de un trópico real. Prueba de tales intentos son, por igual, Los gobernantes del rocío, de Jacques Roumain, y La pérdida de El Dorado, de V. S. Naipaul; Vasto mar de los sargazos, de Jean Rhys, y El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Y así como ocurrió con algunos de los temas mencionados pudo ocurrir también con ciertos autores, aunque en este caso la lista de ausentes —nada es tan ingrato como el catálogo, el breviario o el manual— es deliberadamente más grande que la de los convocados. Con este memorial de aclaraciones que, si se quiere, bien pueden ser consideradas como confesiones de parte, este ensayo postula sus aspiraciones pero admite también sus extravíos. Como decía Julien Gracq, en la línea del “contralibro” sugerido por la escritura de Tlön, “en cada rincón del libro, otro libro —posible y a menudo incluso probable— ha sido lanzado a la nada…” Me restan una aclaración y un reconocimiento. Contra mis previsiones y proyectos, este ensayo se convirtió en texto de consulta en diversas universidades. Reacio a todo lo académico, he modificado en esta edición la estructura del libro —la atipicidad del enfoque cronológico en parte lo demuestra—; he afianzado al máximo la opinión personal, no siempre compatible con las verdades generales o tópicas; he eliminado los tics propios del mal didáctico (nacionalidades, fechas, generaciones, escuelas) y para facilitar el orden de la lectura he suprimido el denso aparato de notas y referencias bibliográficas, que para la presente edición se habían multiplicado de forma comprensible aunque alar- SUMARIO SUMARIO mante. En cualquier caso, el lector interesado puede consultar el amplio repertorio que figura a pie de página en la primera edición de este libro. Asimismo, debo agradecer de forma muy especial la generosa colaboración de los escritores José Miguel Oviedo, Mario Vargas Llosa y José Ma. Carandell, quienes leyeron el original en sus diferentes versiones y aportaron valiosas sugerencias que, en cierta medida, fueron acogidas en la redacción final. Lo mismo debo decir de las opiniones de José Ma. Valverde, Rafael Gutiérrez Girardot y Jordi Estrada. Igualmente extiendo mi reconocimiento a Montse Genovés, por su ayuda y estímulo constantes, y a la editorial RBA, de Barcelona, por permitirme utilizar aquí gran parte del material que, bajo mi nombre o con seudónimo, escribí para su extensa y ambiciosa Historia de la literatura latinoamericana. Por supuesto, mi gratitud se dirige también a las revistas Camp de l’Arpa, El viejo topo y Quimera, entre otras, en cuyas páginas buena parte de esta nueva edición cobró forma. Gracias a su imaginación, el Buen Salvaje ha vuelto a Europa, esta vez bajo el pretexto editorial, aunque, por mal que le pese, descubre que el paternalismo con el que durante tanto tiempo fue obsequiado marca aún la pauta de los hiperbóreos. Madame de Staël, embelesada tal vez ante los atributos de algún exótico varón americano, decía algo que —aforismo elocuente y feliz— alguien anticipa en boca de Chamfort aunque no falta quien se lo endilgue a un tal Émile Faguet: “L’etranger c’est notre postérité anticipée…” Hoy, so pena de dejar de lado lo realmente esencial, cierta crítica europea continúa a la caza de un exotismo que le sirva de relax y no ha encontrado coto mejor que el que le ofrece ese mínimo predio atiborrado de “magia” y folclorismo y con el cual se pretende involucrar al resto de la vasta producción literaria latinoamericana. Siempre considerado objeto de transacción —en el pasado el hombre, luego sus materias primas y su obra—, el Buen Salvaje, ese extranjero que para la Gran Dama del ayer encarnaba la posteridad anticipada, corre el riesgo, merced a sus delirantes fantasías, de convertirse en poco menos que en el ancestro tardíamente recuperado del crítico europeo de hoy. Queda, por supuesto, la fecunda perspectiva de una obra, compleja y diversa, cuyos resultados y valoraciones últimos tendrán que inscribirse necesariamente en el porvenir. Sea como sea y para efectos de calibrar la obligada reflexión sobre una literatura cada vez más dinámica y auténtica, es el lector quien, ahora como siempre, tiene la palabra. “Con lo cual podrá usted quitar el dedo de donde lo puso, pues está entendida la ceremonia…” Pavesa ✸ Angelina Muñiz Huberman pavesa incendiada que acabará en ceniza alta chispa inalcanzable, magnificada, breve esperanza que se astilla sin remedio: de la materia inflamable surgirá la ruina tanta pavesa desperdiciada en un tris como el rictus sobre la madera de otros tiempos por dondequiera que miro es la destrucción cayeron al pie las columnas de alabastro la enredadera ya no halló pared alguna todo punto de apoyo se desvaneció entre los resquicios se perdió el tutelaje y ningún mensaje podía ser interceptado ¿qué hacer con el arrancado tiempo de los tiempos? si todo era un debatir de remos sin barca y el posible rumbo desconocía el imán para que el dolor fuera la corrupción del día y el arco sin flecha, la corrupción de noche entretelas del corazón sin piel que embeber: ahora comprendo el vuelo de la pavesa. Barcelona, noviembre, 1986 LA GACETA 15 SUMARIO SUMARIO Jacinta, otra vez ✸ James Valender Las páginas que ofrecemos a continuación son una reseña del libro de José Moreno Villa Jacinta la pelirroja (edición de Rafael Ballesteros y Julio Neira), publicado recientemente por Clásicos Castalia en Madrid. on esta nueva edición de Jacinta la pelirroja, libro de José Moreno Villa publicado por primera vez en 1929, sus editores, Rafael Ballesteros y Julio Neira, han hecho un servicio importante a la poesía de lengua española al hacer disponible al lector, y sobre todo al estudioso universitario, uno de los textos ya clásicos de la vanguardia peninsular. Si bien es cierto que en los años setenta la editorial Turner ya había realizado una reedición facsimilar de la publicación original, hacía tiempo que se resentía la necesidad de una edición comentada que ubicara el texto en su momento histórico y que explicara al lector no sólo su curiosa genealogía vanguardista, sino también las causas más permanentes de su atractivo para el lector. En su introducción, una vez establecida la cronología de la vida de José Moreno Villa, Ballesteros y Neira ofrecen una descripción detallada de la historia del texto y, sobre todo, del asunto amoroso en que el libro se inspira. Para ello acuden no sólo a la crónica que el propio Moreno Villa incluyera, en 1944, en su autobiografía Vida en claro, sino también a las hermosas páginas de Pruebas de Nueva York, librito publicado en 1927, íntimamente relacionado con Jacinta la pelirroja, pero extrañamente postergado por los estudiosos de la obra del malagueño, y eso a pesar de la publicación en 1989 de una reedición del texto promovida y prologada por Juan Pérez de Ayala. A todo ello agregan, por otra parte, datos interesantes rescatados de la prensa de la época (de La Gaceta Literaria, de la revista mexicana Contemporáneos e incluso de Residencia, la revista cultural de la Residencia de Estudiantes de Madrid). Pero lo que más llama la atención tal vez sea la publicación de dos cartas de la señora Florence Stoll, alias Jacinta la pelirroja, enviadas a Moreno Villa en la década de los cuarenta, cartas que dan tes- C timonio elocuente de la huella honda y duradera que la relación con esta joven yanqui, rubia y admirablemente formada y vestida, dejara en el espíritu del poeta español. Huella que queda reflejada asimismo, claro está, en la poesía de Moreno Villa, en la que el recuerdo de Jacinta sigue a flor de piel durante muchísimo tiempo, dejándose percibir en las Carambas de 1931, en Puentes que no acaban de 1933, lo mismo que en Salón sin muros, de 1936; incluso en 1952 el poeta sigue pensando en ella, sigue reflexionando sobre “la equivocación favorable” que la relación había sido para él, tal y como señalan Ballesteros y Neira en otra sección muy interesante y novedosa de su introducción. Como afirma el poeta en el último libro mencionado, Salón sin muros: Aquella mujer última que quise arrebató mi cuerpo. Después de aquel combate vivo en las cosas sin notarme figura. O como dice, más escuetamente, en Puentes que no acaban: “Después de todo eras tú lo que yo buscaba”. Al hablar de los poemas de Jacinta la pelirroja, y siguiendo en esto al propio Moreno Villa, Ballesteros y Neira empiezan por seguir una lectura biográfica, identificando el aspecto vanguardista de estos versos con la actitud antisentimental y de good-sport con LA GACETA 16 que el poeta asume y dramatiza su doloroso fracaso amoroso. Pero como los editores se apresuran a señalar, la compleja estructura y textura del libro no se agota, ni muchísimo menos, con este tipo de acercamiento. Si bien algunos de los poemas parecen evocar momentos clave en la historia de la relación, hay también numerosos poemas, sobre todo en la segunda sección (“Jacinta es iniciada en la poesía”), cuyo desarrollo no parece estar vinculado en absoluto con dicha historia. Los editores hasta señalan la posibilidad de que algunos de estos versos últimos hayan sido escritos antes de que Moreno Villa llegara a conocer a Jacinta. Sea cierta o no esta hipótesis, la verdad es que si bien en los poemas más directamente biográficos abundan las referencias a la mitología de lo moderno (el jazz, Picasso y el cubismo, el cine, los ballets rusos, los automóviles, el deporte, etc.), es en los poemas menos apegados a la pequeña historia, y por lo tanto de más libre inspiración, donde encontramos la parte más honda y más duradera de la lírica de Moreno Villa. Diría más: que en la medida en que Jacinta representa para el poeta la repentina encarnación de dicha mitología de lo moderno, el conflicto amoroso lleva también a un desencanto con estos mismos motivos, en cuanto expresión, muchas veces, de una vida superficial y deshumanizada, sostenida no por la vida del espíritu, sino por la vanidad, el aburrimiento y el dinero. SUMARIO SUMARIO En una nota escrita en el exilio mexicano, Moreno Villa habría de reflexionar sobre el hecho curioso de que, entre sus conocidos, nada menos que diecisiete escritores y artistas españoles se hubieran casado con extranjeras. (Si incluimos también a la musa clandestina de Pedro Salinas, la norteamericana Katherine Whitmore, entonces la lista se eleva a dieciocho.) “¿Hay en este fenómeno algo de desdén para la mujer española?”, se preguntó, algo sorprendido. Para luego contestar: “Creo que, en el fondo, y en muchos casos, sí. Es doloroso decirlo. La culpa no es de la índole femenina de la mujer española, sino de la educación que se le daba entonces. La mujer española tiene condiciones inmejorables, pero no para compañera de intelectuales, artistas y escritores. En el orden intelectual o artístico estaban sin lastre, no podían ser compañeras, no pasaban de aburridas amas de casa. […] Las ‘niñas’ burguesas españolas de nuestro tiempo eran muy aburridas y a cualquier cosa de orden espiritual que se les comunicaba respondían con un ‘no seas bobo’. Era imposible hablar con ellas de otros motivos que los sociales más inmediatos y corrientes” (Los autores como actores, Fondo de Cultura Económica, México, 1976). El hecho de que en este texto Moreno Villa concibiera a la mujer, cuando mucho, como compañera de los intereses intelectuales y artísticos de su marido y no como creadora por su propia cuenta refleja los prejuicios que entonces existían hasta en los ámbitos más liberales de la sociedad española. Pero, en fin, si he citado este párrafo es sólo para contextualizar el entusiasmo con que Moreno Villa seguramente se habría acercado a su musa neoyorkina: una mujer físicamente muy atractiva, sin duda, pero con quien evidentemente quiso compartir su intensa pasión por la poesía y las artes plásticas. Jacinta la pelirroja es la historia de este intento de diálogo: un intento que se frustra porque la propia Jacinta vive atrapada y sofocada por ese mismo dinero que le permite aparentar intereses culturales de todo tipo. Aunque hace alarde de una vida independiente, en realidad vive casi tan sometida a los valores paternos como la mujer española de la misma época. Y si bien, en un principio, los poemas de Jacinta la pelirroja encarnan una celebración de la típica flapper norteamericana de los años 20, a la larga resultan ser también, y sobre todo, una triste comprobación de la superficialidad de este prototipo de mujer, de la precaria base personal en que se sostienen sus aspiraciones de independencia intelectual y moral. Leamos, como ejemplo de la iniciación artística que Moreno Villa propone a Jacinta, el poema XVII de la primera parte, titulado “Jacinta en Toledo” (el lugar no deja de ser muy significativo ya que la ciudad medieval de Toledo no podía ofrecer un escenario más distante, artísticamente, de los rascacielos de Nueva York): El instinto le anuncia lo insólito. Tensamente, Jacinta, espera lo insospechado. No sabemos a dónde van las calles, qué honduras tienen. Bate un esquilón. Se arrastran y rozan cordeles secos. Gruñen todos los ejes y bisagras de Toledo. Falto de secreción el Tiempo está oxidado. La bujía de un farolillo marca dos columnas y un alero. De súbito, en la tirantez de la nada viva, voces tapiadas, vocecitas de mujeres niñas. Vemos el color de sus tocas, sentimos la esperanza y el olor de sus hábitos. Vemos sus penitentes lechos durante las pausas del cántico. ¿Es esto? — ¿Es aquello? —¿Cuándo vivimos? —¿En dónde? ¿Por qué? —¿Para qué? —¿Bizancio? ¿Roma? Esperar que Jacinta le acompañara en esta desconcertante aventura en la “nada viva”, seguramente era injusto por parte de Moreno Villa. Porque, en el fondo, él sabía que una condición sine qua non para esta inserción en la creación poética o artística, era la soledad. Es decir, la contemplación desinteresada de la vida. Y todo parece indicar que Jacinta no estaba en condiciones para aspirar a este tipo de contemplación. De ahí, por ejemplo, el poema XIX de la segunda parte, “Jacinta me culpa de dispendioso”, donde el poeta denuncia la forma en que la preocupación monetaria la enajena de ese mundo artístico al que, con el dinero, pretende afanosamente tener acceso: Que se caigan y se pierdan los dólares. Hay un dólar de más alta valía, el que no resbala de la bolsa de cuero; el que se acuña y sale nuevo cada mañana; el que viaja sin la rosa de los vientos; el que pone su voluntad en la Indias El poema hace explícito lo que en otras composiciones permanece implícito o latente y es la inseguridad e incluso el conflicto que caracterizan la intuición poética y artística, tanto en quien crea como en quien revive lo creado mediante una recreación posterior. El poeta, lo mismo que su lector, pierde pie en el momento de iniciarse en la experiencia poética. ¿Es esto? ¿Es aquello? ¿Cuándo vivimos? ¿En dónde? El iniciado sale de su mundo cotidiano de identidades seguras y se encuentra “de súbito”, como dice Moreno Villa, “en la tirantez de la nada viva” (un concepto, por cierto, que sirvió recientemente como punto de partida de una brillante exégesis del libro por parte de Humberto Huergo: NRFH, LXVI, 1996, pp. 489-540). LA GACETA 17 SUMARIO SUMARIO tentan expresar, por otros medios, la misma intuición claroscura del mundo que los poemas. Creo que incluso, dentro de su propio ámbito expresivo, los dibujos representan un esfuerzo aún más radical que el llevado a cabo por el poeta por captar y comunicar esa “nada viva” de que nos habla en uno de sus versos. En un poema publicado en La Gaceta Literaria en enero de 1927, es decir, por las fechas en que acababa de conocer a Jacinta, Moreno Villa hizo la siguiente reflexión sobre la interrelación que existía entre las dos artes según su propia experiencia como creador: ocultas; el que concuerda lo lejano; el que esclarece lo confuso; el que no miente; el que no baja; el que sigue tirante una raya en la soledad. Aunque Moreno Villa (como tantos otros poetas románticos y posrománticos) haya soñado con una comunión de almas entre él y un ser amado, finalmente se impuso la verdad más profunda de todo auténtico creador: la absoluta soledad a la que su trabajo lo condena. En este sentido, repito, Moreno Villa tal vez no haya sido del todo justo en reclamar tanto a Jacinta sus muchas diferencias. O ¿es que, en el fondo (y tal como el malagueño confesara muchos años después), lo único que realmente le interesaba en Jacinta era su cuerpo y todas las elucubraciones culturales no resultaban más que un mero pretexto para justificar ante sus propios ojos esta pasión sexual? “A mi edad —escribió en Vida en claro (El Colegio de México, México, D. F., 1944)— debería haber escogido una mujer sensata y un tanto madura. No lo hice y lo pagué. No lo haré nunca. No quiero compañeras pasadas, ni sensatas. Siempre me he enamorado de locas, tontas y brutas. Esto se lo dije a ella en cierta ocasión. Y es verdad. Me gusta la lozanía, me gusta la piel tersa, me gusta la ropa bien cortada y la figura bien trazada. ¿Ha sido pura sensualidad este amor? Creo que sí. Pero qué es un amor sin sensualidad? Conveniencia, cálculo frío.” Finalmente, unas palabras sobre los dibujos. En la edición primera de 1929 el libro se identifica como “poema de poemas y dibujos”, subtítulo importante y que, por algún descuido, en esta nueva edición de Clásicos Castalia, desaparece. En este mismo sentido cabe señalar (y lamentar) la reducción del tamaño de varios de los dibujos; reducción tal vez inevitable en una edición rústica y sencilla como ésta. Sea como sea, los editores evidentemente sí reconocen la importancia de estos dibujos como elemento fundamental de la propuesta creativa del autor. Tal y como ellos explican en su introducción: “el aprendizaje de Jacinta no podría ser sólo a través de poemas, sino también a través de cuadros. Ambos eran para Moreno Villa sólo distintos modos de una misma expresión de la realidad”. Yo diría más: que fue sobre todo a través de los dibujos que el malagueño pretendió comunicarse con su novia norteamericana, quien, según parece, sólo tenía un conocimiento muy rudimentario del español. No cabe duda de que, en efecto, los dibujos in- LA GACETA 18 Mis dibujos cantan la quiebra del corazón, el quiebro y la salvación. En ellos creo no llevar cuarenta años de solterón con canas votivas y arrugas de devoción. Ya que en el otro campo es la bella fonía la que rige, y el gozo es gozo silabario, y el anaglifo es una poesía que dice: “Jazz-la gallina-y el dromedario”; en este dibujo será la novia la línea que campea subyuga planicie y vericueto. Un dibujo es un orden de barbas de gramínea que la gracia dispara y frena el intelecto. Es evidente que en los dos campos de expresión artística, Moreno Villa se apoya en recursos rítmicos paralelos, vacilando entre la gracia del impulso inicial y la reflexión intelectual que lo frena y lo quiebra. Pero como Moreno Villa insinúa en estos versos, es en las artes plásticas donde logra más plenamente esa disolución de su personalidad cotidiana que lo convierte en creador; es decir: esa fusión de su conciencia con lo que son sus propios medios de expresión. En fin, así como en los casos de Lorca y de Alberti (por ejemplo) se han tomado muy en serio las relaciones que se dan entre poesía y pintura, estoy de acuerdo con Ballesteros y Neira en que habría que hacerle la misma justicia al estupendo poeta y pintor que fue Moreno Villa. Esta edición de Jacinta la pelirroja resulta muy bienvenida por estas y por muchas otras razones. Al igual que las Poesías completas del poeta reunidas en 1998 por Juan Pérez de Ayala en una publicación auspiciada por la Residencia de Estudiantes y El Colegio de México, esta nueva edición del “poema de poemas y dibujos” de 1929 ayudará de manera muy sustancial, estoy seguro, a colocar la obra de Moreno Villa en el lugar que le corresponde: es decir, en el centro mismo del debate sobre la compleja trayectoria seguida por la vanguardia artística y poética española. Nuestro más sincero reconocimiento a los editores por su oportuna labor. SUMARIO SUMARIO Una mirada a Nervo ✸ Aline Pettersson El deseo de poseer un alma y de no ser frente a la inmortalidad más que alma es un deseo que por fuerza debe palidecer ante el deseo de ésta por poseer un cuerpo y una duración. Ella cedería incluso su reino por un caballo. O tal vez hasta por un asno. PAUL VALERY ace ya rato que pasó el furor por la mirada estructuralista, que descree de la palabra proveniente de un ser determinado, buscando hallar otras maneras más científicas para abordar el texto. No soy experta en teorías, sin embargo me parece que el escritor, y para el caso cualquier artista, y más aún, cualquier persona en la comisión de actos donde va en pos de un asomo de trascendencia, lo hace con su humanidad a cuestas, con su tiempo y con su estar en su propia casa del tiempo a cuestas, como el caracol con su caparazón. Éste puede distanciarse por algunos instantes, el otro sueña con poder hacerlo, pero el molusco sólo estará completo dentro de su casa y el escritor también. Es obvio que un texto debe sostenerse por sí mismo más allá de cualquier otra conside- H ración; pero esto es de tal manera inevitable que no estaríamos aquí reunidos de no ser porque la obra de Amado Nervo a un siglo de distancia justifique el asomarse a ella. Con todo, Nervo fue durante mucho tiempo referencia obligada, pero asimismo descalificada por estudiosos que le negaron más importancia que la de la moda de tintes cursilones que lo ha marcado. En realidad, en mis épocas escolares yo aprendí aquello de “ser arquitecto del propio destino” y posteriormente no pude olvidar al autor, ya que su nombre se asomó a las charlas en familia, porque Nervo había sido amigo juvenil de mi abuelo. Y aquí, apoyada en el mórbido palidecimiento del estructuralismo, debo decir que conservo algunas cartas suyas, así como el eco de las palabras de aquellos antepasados míos —extraordinariamente longevos— que lo trataron hace ya más de una centuria. Sin embargo, también debo decir que no he frecuentado sus páginas porque el tono de su poesía, demasiado artificial para mi propio tiempo, y mi ignorancia del resto de su obra, no me invitaban a hacerlo. La lectura de la antología de relatos fantásticos a cargo de José Ricardo Chaves ha sido para mí un muy grato descubrimiento. Me ha puesto a la vista otras facetas de Nervo que encuentro más que interesantes. Y ese señor de aspecto circunspecto y envarado que cargaba yo en mi ignorancia cedió su sitio a alguien con un grato sentido del humor y con LA GACETA 19 inquietudes frente al mundo no muy diferentes de las de ahora. La fuerza positiva de la ciencia decimonónica que pretendía hallar explicaciones racionales para todos los eventos echa su sombra sobre la mirada científica de hoy. Lo hace también sobre quienes, si bien no pueden negar ciertas verdades más que evidentes, sabían entonces y saben hoy que la condición humana sigue huyendo por intersticios que piden ser vistos y comprendidos acaso de otra forma que amplíe ese registro. En estas narraciones Amado Nervo toma las herramientas de su tiempo y juega con ellas. Y ésa, para mí, es una de las virtudes de El castillo de lo inconsciente, conducir al lector por los vericuetos donde se tocan los dos actos que completan el texto: escritura y lectura. Y la ironía que se cuela en muchos de ellos —como por ejemplo en “El donador de almas”, donde los recursos extradiegéticos, sin lastres pedagógicos o moralizantes, afloran con frecuencia para provocar una sonrisa cómplice— me parece tan viva como contemporánea. Encuentro que el artificio está no en un rebuscamiento del lenguaje, sino en un discurso que no se toma demasiado en serio para narrar una historia donde la verosimilitud aquí es lo de menos. Finalmente la literatura habla de otras verdades mal que le pese a la ciencia. Aunque habría que señalar que Nervo echa mano de la vulgarización de tintes científicos del conocimiento, así como de autores famosos entonces en ciencias ocultas que buscaban esas otras explicaciones que complementaran lo que se sabía. También echa mano de escritores que le puedan servir para ampliar el rango a sus historias y las citas son intercaladas con acierto. En ese sentido, con la salvedad del caso, además de modernista, Nervo resulta posmoderno. Están, entre una constelación de nombres, presentes el científico Ramón y Cajal, el filósofo Bergson, así como Baudelaire y los simbolistas, y el admirado precursor de éstos, Poe, metidos dentro de la ficción. Es interesante reconocer, por ejemplo, en “Amnesia” la descripción del narrador, apoyado en discursos médicos no sé si reales, pero al menos cercanos a los criterios cientificistas de entonces. Y verlo hurgando, asimismo, por esas otras razones a la caza de alguna explicación a las múltiples almas de un sujeto. No está de más señalar que se trata de un su- SUMARIO SUMARIO jeto mujer, a cuyo género se le suele adjudicar la locura con harta facilidad. Aquí se habla de una multiplicidad de almas que conforman el yo; y quizá en tiempos anteriores se hablaría de posesión demoniaca y, después, el caso tendría un nombre menos atractivo: esquizofrenia. Yo escuché palabras de mi bisabuela espiritista dando explicaciones semejantes, y ella era pocos años mayor que Nervo. Entre la comunicación con el más allá a través de sesiones propiciatorias y la “doble vista”, que el poeta pone en boca del “doctor” E. Wilde, los tiempos del mundo se empalmaban para mi bisabuela y para quienes al igual que ella tuvieran esa clase de fe. Y desde sus labios, este entrecruzamiento temporal llegó hasta mí. Algo más que me conmueve es la creación de atmósferas enrarecidas de tono romántico que ponen al lector en condiciones de ensoñación y lo llevan a disfrutar de mundos que florecen a partir de la palabra escrita. Tal sería el caso de “El país en que la lluvia era luminosa” o “El ángel caído” que invitan a rescatar esa mirada fantasiosa que nace en la infancia al interpretar lo que se ve y se siente. Y me parece que en esa etapa de la vida se ve más, se siente más. Por otra parte, Nervo es más que consecuente con su época, no sólo con la mexicana sino también con la latinoamericana —con Darío, por supuesto— o la europea (cuya influencia en él es fuerte). Así se explica su mirada hacia un Oriente reinventado, en busca de aquellas formas del supramundo como los ángeles —y aquí pienso en Rilke, su contemporáneo—. Sus ángeles son cristianos y, a la vez, ajenos a dicha tradición. Son, más bien, la figuración decantada del alma que transmigra y que, a veces, puede ser entrevista bajo condiciones de excepción. En el prólogo de El castillo de lo inconsciente, José Ricardo Chaves habla del sustrato religioso, particularmente cristiano de Nervo. En este sentido, me gustaría citar el fragmen- to de una carta dirigida a mi abuelo, José Ferrel, fechada en Mazatlán el 19 de enero de 1894. Dice Nervo: ¡Es horrible sentir el alma henchida de anhelos y encontrar, al tender aquélla el vuelo para realizarlos, el eterno muro de la pobreza, la implacable, la negra, la que tiene continuamente en los labios el fatídico never del “Cuervo” de Edgar Poe! Si Dios no tenía dispuesto conceder al hombre la cristalización de sus esperanzas ¿para qué darle tan inmensas aspiraciones? Ser Tántalo obligado de la existencia es dura suerte. ¡Y sin embargo, sin aspiraciones, sin ensueños, la vida sería una vulgar carrera hacia la nada, una vía dolorosa sin sublimidad, sin calvario, sin Jesús! La lectura de textos y cartas de finales del siglo XIX me hace pensar que, pese al tiempo más dilatado para el viajar de las noticias, éstas llegaban pronto, acaso más pronto que ahora, cuando tienen peligro de naufragio en un mar saturado de información irrelevante. Así, eran más eficaces la transportación marítima y el telégrafo para acercar, en este caso, lo literario a quien se interesa en ello. Y, de cierta forma, entre la gente medianamente ilustrada solía haber un interés mayor por llegar a autores que apostaban por las bellas letras. Y si bien se leían malos folletones y muy mala poesía, los augurios de Baudelaire acerca del ingreso a la era moderna apenas comenzaban a asentarse. La condición del arte como mercancía aún no acababa de quedar instalada del todo. Aún se buscaba la calidad. Y Nervo fue adquiriendo calidad a medida que se ejercitaba escribiendo. El mismo hato de papeles nos ofrece la fecha casi exacta de sus inicios. En carta del 29 de abril de 1893, éste afirma: “escribo de siete meses a esta parte y aún incurro en muchos pecados literarios”. LA GACETA 20 Mas el escritor perseveró en el oficio. Un último punto, de los muchos posibles de tocar, es la mirada hacia las mujeres en la que José Ricardo Chaves abunda y con cuya opinión concuerdo. Se trata de la discrepancia para verlas. Entre seres casi etéreos incapaces de pecar y tremebundas carnes del demonio llenas de defectos. Pero por sobre todo, son entes que no tienen profundidad humana. Objetos frágiles o destructores que se observan para luego disponer de éstos a la mayor conveniencia del varón. Y la mejor receta para domar a la fiera será embarazarla. La maternidad es, finalmente, la cárcel que sujeta las debilidades propias del género. Con todo, quizá el personaje femenino de facetas más elaboradas sea Mencía. Quizá puede ser delicada y sagaz para comprender a su hombre porque no representa, ni siquiera en la ficción, el peligro de ser una mujer de carne y hueso. Mencía habita un sueño pero, curiosamente, será ella la única con visos humanos. Ahora que si por su época Nervo pudiera ser ocultista, por la misma no puede evitar cierta misoginia que cosifica a las mujeres. Flota entre el amor cortés y el desprecio machista. Dos caras de una misma moneda. De un lado dos muestras: “Luisa era frívola, desmoronada, amiga del lujo; muñeca de escaparate, incapaz de una sola virtud”. “Alda era absorbente y caprichosa en todo: ¡una mujer, al fin!” Del otro lado, voy de nuevo al rimero de cartas. Ahí se habla de una muchacha, de nombre Domitila, a quien mi abuelo cortejó. El poeta va a escribirle lo siguiente a Ferrel, en aquel momento preso político en la cárcel de Belén, a propósito de la próxima boda de la joven: A ud., bien mirado, ¿qué le importa el tal matrimonio? Juzgo que el cariño que usted profesa a Domitila es una especie de culto que no perderá su noble desinterés porque la que de él es objeto se trueque de virgen en esposa. Para usted sólo seguirá existiendo la virginal joven, la dulce Domitila. Cuando una mujer nos es cara por las dotes de su espíritu que sólo se reflejan en su fisonomía, como tenue rayo de luz, esa mujer personifica el ideal acariciado con fruición en el misterio del alma, y como ese ideal y como el alma misma, disfruta de una vida inmortal. Me perturba acercarme a esa mirada. Y me perturba preguntarme, mientras leo estas páginas, si dicha visión reductora u otras que simplifican igualmente han quedado hoy atrás. Es cosa de reflexionar, de reflexionar ampliamente con la lectura de este libro que José Ricardo Chaves ha traído casi del inframundo para ponerlo ante nuestros ojos y dejarlo volar alto y lejos. Aunque yo, presa del spleen, voy a tenderme en una chaise-long para cerrar los ojos y suspirar. SUMARIO SUMARIO Retrato de un profeta en Erewhon ✸ Óscar Altamirano A Paul Gillingham Soy un enfant terrible de la literatura y la ciencia. Nunca he escrito sobre ningún tema, a no ser que haya creído que las autoridades estaban irremediablemente equivocadas. SAMUEL BUTLER ntes de su muerte en 1902, Butler dejó instrucciones precisas a su albacea: su última novela, The Way of All Flesh, no debería publicarse hasta después de la muerte de sus dos hermanas. Sin embargo, para 1903, el albacea se olvidó de las hermanas, la novela entró en órbita, y Butler salió del crepúsculo para caer en la conspicua impopularidad que lo distingue. Los Bloomsbury critics —Virginia y Leonard Woolf, E. M. Forster y Desmond MacCarthy— reconocieron de inmediato el admirable revés que Butler le había propinado al último templo de la virtud británica: la familia —esa peculiar institución que convierte al individuo en siervo, al hogar en “cárcel”, y a los padres no solamente “en carceleros sino en torturadores”—. Incluso James Joyce vería en la inventiva de Samuel Butler un precursor de los recursos que él mismo pondría a prueba. No obstante, entre 1920 y 1930, el eclipse llegaba a su fin. El mundo salía de una desgracia para entrar en otra. Los carceleros y los torturadores estaban en el frente, en las fábricas de armamento o en la lista de los desempleados, y todavía faltaba lo peor. Mientras tanto, The Way of All Flesh sacrificaba el nombre de Butler en las cenizas del costumbrismo victoriano, y la crítica social y políticamente radical lo aplastaba infiriendo que no se trataba más que de un iconoclasta aberrante y vulgar, que cometió el imperdonable error de atacar a Darwin. Así pues, la obra que pudo haber hecho de Samuel Butler algo más que un perdigón extraviado en el escopetazo de la literatura británica del siglo XIX, más que The Way of All Flesh, era Erewhon, una sátira excepcional que A Butler había publicado 30 años antes de su muerte, bajo seudónimo, con dinero de su propio bolsillo; inspirada en un puñado de ensayos que cuestionaban a Darwin, justo en el momento en que era urgente colocar un gigantesco signo de interrogación a un darwinismo que ya acuñaba su tautológico survival of the fittest, por boca del sociólogo Herbert Spencer. Ahora bien, la eminente impopularidad de Butler es un fenómeno que no se puede reducir a una simple explicación. Y una mirada aguda deberá reconocer que lo de menos es subir al desdichado profeta a un pedestal para proclamarlo escandalosamente, a la luz de los acontecimientos que dejan en la penumbra la causa que ahora lo encumbra. Butler fue todo un iconoclasta. A decir verdad, fue el iconoclasta victoriano por excelencia, y si se desea rendirle homenaje con un mínimo de justicia, es preciso eludir todo convencionalismo que convierta al escritor muerto en santo, al incomprendido en visionario, al olvidado en víctima; a los acreditados en seres indiscutibles que invariablemente tienen la razón, y a los aniversarios de nacimiento y muerte en los relojes que marcan puntualmente la hora del recuerdo con la misma exactitud con que sus manecillas recorren el cuadrante del olvido. Más adelante veremos lo que hacían los habitantes de Erewhon con los relojes, las estatuas y monumentos. Los viejos caminos de la concelebración literaria, ante Butler, no sólo no conducen a ninguna parte: nos llevan a traicionarlo irremediablemente con todas y cada una de las faltas que denunció: estrechez, oportunismo; apego a las opiniones acreditadas; sometimiento a las reglas de juego que las élites intelectuales imponen y, particularmente, la costumbre de procesar el conocimiento por medio de una maquinaria cuyo funcionamiento depende de la aniquilación intelectual de los operarios mismos. Faltas todas que harían de la educación en la sociedad moderna un callejón sin salida, y de Samuel Butler el gran intruso; el hombre en exilio que se llamaría a sí mismo Ishmael, una vez que los dueños de la cultura británica le reservaran su sitio junto al hijo proscrito de Abraham. Pero el proverbial costumbrismo de la academia británica tampoco puede ser desca- LA GACETA 21 lificado sin reserva alguna. Y en pro de la coherencia por la que tanto batalló Butler, ¿no debiéramos atribuirle a él la responsabilidad de su propia y cabal desaparición de las esferas intelectuales a lo largo del siglo XX? Tal vez sea esto lo que podría conferirle algún sentido a su singular historia de autodestrucción póstuma. Samuel Butler nació el 4 de diciembre de 1835, en Nottinghamshire, dos décadas después de que una banda de obreros enmascarados diera inicio a las legendarias operaciones de una organización famosa en el condado por dedicarse a la destrucción de máquinas textiles que remplazaban la mano de obra. Los “Luddites”, como se hacían llamar, obedecían las órdenes de un líder que no se sabe si fue real o imaginario, mejor conocido como King Ludd. La banda gozó de gran simpatía y popularidad en la tierra de Butler, y se extendió a los condados de Yorkshire, Lancashire, Derbyshire y Leicestershire, hasta culminar en los hechos sangrientos, causa del juicio masivo que llevó a la horca a varias decenas de inconformes. Samuel Butler, hijo de un clérigo anglicano bastante necio, nieto de un obispo del mismo nombre y homónimo del autor de Hudibras (poeta del siglo XVII que escribió la primera sátira de la lengua inglesa que se mofa de las ideas en vez de los personajes), asistió a la famosa Shrewsbury School, en la cual el abuelo Samuel (evidentemente se trata del obispo) se había encargado de hacerle la vida difícil a quien sería un futuro dolor de cabeza para su nieto: Charles Darwin. El abuelo Samuel era el director de la escuela cuando Darwin aún no era Darwin. Y como Darwin no pasaba de ser un muchacho que coleccionaba escarabajos y perdía el tiempo con sus experimentos químicos, el intransigente director lo reprobó públicamente. El doctor Butler —diría después Darwin en su autobiografía— me reprendió públicamente por perder mi tiempo con materias inútiles; muy injustamente, me llamó poco curante, y como no comprendí lo que quería decir, me pareció un reproche terrible […] Nada pudo ser peor para el desarrollo de mi inteligencia que la escuela del doctor Butler […] En ella no se enseñaba nada, salvo un poco de geografía SUMARIO SUMARIO e historia antiguas […] Se dedicaba mucha atención a aprender de memoria las lecciones de los días anteriores […] Como medio de educación, la escuela fue sencillamente nula. Darwin cuenta que su padre, “inteligentemente” lo sacó de la escuela a “una edad bastante temprana” para enviarlo a la Universidad de Edimburgo. Sin embargo, ni siquiera esto logró impedir que el futuro científico describiera sus lecciones como “intolerablemente aburridas”, y las clases de un tal doctor Duncan, “a las ocho en punto, en una mañana de invierno”, como “algo horrible de recordar”. Un poco menos susceptible a la inteligencia de su hijo, el reverendo Thomas Butler le deparó a Samuel, además de varias golpizas, seis años en Shrewsbury, varios más en el St. John’s College de Cambridge y, después de su graduación en 1858, la noble senda hacia el púlpito seguida hasta entonces por tradición familiar. De invencible paciencia, Butler siguió adelante con los planes de su padre, hasta que las cosas llegaron al límite. Luego de asistir a unas cuantas lecciones de música y dibujo, en Cambridge, se suscitó un altercado. Todo lo que su padre representaba —anglicanismo, educación y hogar— era intolerable. Tras una larga discusión en la cual se propusieron otras alternativas de estudio, se decidió que Butler, con una pequeña suma de dinero, emigrara a Nueva Zelanda para dedicarse a la crianza de ovejas. Butler llegó al distrito de Canterbury, Nueva Zelanda, en 1860. Un año antes, Darwin había publicado en Londres el Origen de las especies. Como la mayoría de los escritores de su tiempo (tal vez Oscar Wilde sea la más notable excepción), se interesó profundamente en el libro, que, por cierto, le cayó como anillo al dedo para despojarse de la ramplona espiritualidad de su padre. De allí en adelante Butler escribió una serie de artículos sobre la evolución, uno de los cuales (firmado con el seudónimo Cellarius) resultó particularmente sugestivo: “Darwin among the Machines”. Publicados por el Press Newspaper en 1863, aquellos artículos llamaron tanto la atención en Nueva Zelanda, que incluso Darwin escribió al Press elogiando a Butler por la atinada manera de comprender su teoría. El idilio no duró mucho tiempo. En 1879, Darwin redactó el prólogo a un ensayo sobre su abuelo Erasmus, escrito en alemán por un cierto Ernst Krause. Por su parte, Krause agregó algunas observaciones bastante negativas sobre las ideas de Butler, y puesto que Butler había leído antes la versión en alemán, creyó que las enmiendas provenían directamente de la pluma de Darwin. El malentendido nunca se aclaró. Butler guardó un profundo resentimiento por la supuesta hipocresía de Darwin, y si Darwin no había tenido suficiente con el obispo, ahora tendría que vérselas con el nieto. Años atrás, sin embargo, Butler había considerado detenidamente la teoría en cuestión, y pensaba que Darwin no había logrado identificar el mecanismo mediante el cual las adaptaciones en la evolución podrían transmitirse de generación en generación. Según Butler, los rasgos biológicos se heredan mediante una memoria inconsciente de las adaptaciones generada por los progenitores de un organismo, en respuesta a una necesidad o un deseo no determinados. Dicha memoria se incorpora en la estructura física del embrión al momento de la concepción. Más allá de las imprecisiones en el sentido puramente científico, la protesta de Butler no estaba nada lejos del dilema. Y si el darwinismo estaba fundado en una teoría coherente desde el punto de vista biológico, era, a la vez, una hermosa aberración que dejaba fuera, ya no digamos la existencia de Dios, sino algo más sencillo y aprehensible, estudiado LA GACETA 22 hasta la médula por Lamarck, Schopenhauer y William Paley, en sus vertientes naturalista, filosófica y teológica: la voluntad. Esto fue justamente lo que Butler se propuso demostrar a su regreso a Londres. Había duplicado sus inversiones en Nueva Zelanda, y luego de considerar su escaso futuro como pintor (dato curioso porque realmente no era tan malo), se dedicó a escribir. Produjo su ficción utópica Erewhon, or Over the Range (1870) y Life and Habit (1878), la culminación de una serie de ensayos con la cual se opuso al incipiente dogma de la selección natural diciendo que Darwin había “desterrado a la mente del universo”. Pero en aquel momento el mundo ya tenía puesto el ojo en el darwinismo: marxistas, capitalistas, liberales, conservadores, radicales, todos encontraron en Darwin una explicación. En las bóvedas racionalistas comenzaría a escucharse el eco del darwinismo social de hombres como Oswald Spengler, H. S. Chamberlain y Walter Bagehot. La nueva justificación filosófica había llegado muy a tiempo para el imperialismo, el colonialismo, el racismo; y la supuesta superioridad biológica de arios y anglosajones, tocaba la puerta. Fue a raíz de Life and Habit que Butler cayó en manos de Bernard Shaw, su único evangelista. Para Shaw, si hubo un “pionero de la cruzada metabiológica en contra de las consecuencias ambientales del darwinismo”, ese pionero era Butler; un gran escritor moralista cuyo Erewhon “es el único rival de Los viajes de Gulliver en la literatura inglesa”. Pero Butler, según Shaw, había cometido el “craso error estratégico de tratar a Darwin como un delincuente moral”; cosa que corrobora H. M. Tomlinson en su agradable pero ordinariamente culpable introducción a una bella edición de Erewhon que data de 1931. Tomlinson admite que Butler fue “más sabio que los darwinistas, aunque nos resulte difícil perdonarlo por no haber logrado ver la importancia y el significado de Darwin”. Esto es cierto, pero sólo en parte. Si algo percibió Butler fue el “significado” de Darwin. Lo que muy pocos percibieron fue el significado de Butler, cosa que también corrobora Tomlinson en su introducción a Erewhon cuando dice que “ciertamente no podemos comprender qué fue lo que pasó con (George) Meredith el día que rechazó un manuscrito tan original” por parte de los editores Chapman and Hall. Ciertamente no se comprende. Pues Butler no trató a Darwin “como un delincuente moral” hasta después de 1879, y Meredith había rechazado el manuscrito de Erewhon en 1871, es decir nueve años antes de que sus malos modales acabaran con su ambivalente reputación. He aquí el hermoso dilema que a Shaw le ponía los pelos de punta. En 1887, a favor de la cruzada metabiológica, Shaw escribió una SUMARIO SUMARIO reseña sobre otro ensayo de Butler (“Luck or Cunning”) para el Pall Mall Gazette. “Yo estaba indignado —decía Shaw— porque la reseña no se publicó completa probablemente porque el editor no consideró a Butler lo bastante importante.” Para Shaw, el rechazo a Butler se había convertido en el síntoma inequívoco de algo que andaba muy mal. Y ciertamente no se trataba de una cuestión de gustos literarios, ni de los absurdos o irrelevantes desplantes de una megalomanía pisoteada por el desdén, sino, y éste es el asunto, de la condensación de un cúmulo de angustiantes aberraciones (sutiles y no tan sutiles) en un dilema casi ontológico, pues así de profundo penetró Butler en el modo de ser contra el cual protestó apasionadamente. En la reseña del Pall Mall Gazette, después de encumbrar a Butler y atribuirle un gran mérito a sus ideas, Shaw ponía en claro la naturaleza de una disputa inquietantemente sutil ante la peligrosa moral acechante en los laboratorios del determinismo: El asunto a discutir es éste —dando por hecho la supervivencia del más apto—, ¿los supervivientes se hicieron más aptos por pura suerte o se hicieron más aptos por astucia? Butler está a favor de la astucia; y supondremos que Darwin está totalmente a favor de la suerte […] Es una linda disputa; porque si decides estar a favor de la astucia, el darwinista va a contestar que tuvo mucha suerte el superviviente al tener esa astucia; mientras que, si apuestas a la suerte, el Lamarck-Butlerista insistirá en que el superviviente debió haber tenido la astucia de poner la suerte de su lado […] Se trata de una controversia en la cual la última palabra lo es todo. Más allá de la exégesis, el exilio intelectual de Butler se volvería casi una obsesión para Shaw, quien viviría lo suficiente para constatar “el indecible horror del insensato mundo sin propósitos que nos había presentado la selección natural”. En una carta dirigida a uno de los primeros biógrafos de Butler —Festing Jones—, Shaw insistía en que era el conocimiento instintivo de la naturaleza humana, y no una colección de especímenes en el laboratorio, lo que hacía de Butler un escritor capaz de “sostenerse con sus propias piernas y además llevarnos a todos sobre sus hombros”. Pero Butler estuvo solo “ante un ejército de naturalistas miopes”, y aun así —decía Shaw— “ganó siempre”. Casi siempre. Shaw terminó la carta con un ataque definitivo al orgullo británico, afirmando que si el mundo no sabía nada de Butler, ello se debía a los falsos valores de la educación impartida en las universidades y escuelas públicas: Inglaterra sigue siendo gobernada desde Langar Rectory, Shrewsbury School y Cambridge, con sus anexos de la bolsa de valores y de las oficinas de sus agentes […] e incluso si los productos humanos de estas instituciones fueran unos genios, acabarían hundiendo todo país civilizado […] A no ser que quitemos el musgo de los fundamentos morales en estos lugares y los reguemos con sal, estamos perdidos. Ésa —concluyó Shaw— es la moral de la gran biografía de Butler. Tendríamos que haber vivido aquellos angustiantes años para comprender esta categórica afirmación de Shaw, quien, sin saberlo, estaba muy cerca del modo de ser que Butler odiaba, y del cual se mofó en Erewhon al introducir un personaje “presidente de la Sociedad en pro de la Supresión de Conocimientos Inútiles”. Este singular personaje sostiene que no es el negocio de nadie “ayudar a los estudiantes a pensar por ellos mismos”, pues “es nuestro deber asegurar que piensen como nosotros […] Y en verdad —decía Butler—, es difícil ver de qué manera la teoría erewhoniana difiere de la nuestra, pues la palabra ‘idiota’ sólo significa una persona que forma por sí misma sus opiniones”. Si acaso existe alguna “moral” en la obra de Butler, esa moral es precisamente ésta: volverse idiota. Y el único personaje en Erewhon detentador de tan eminente adjetivo es el extraño “Profesor de Sabiduría Mundana”, que expulsa o niega títulos a los estudiantes por estar “demasiadas veces y con demasiada seriedad en lo correcto”; o por demostrar “insuficiente desconfianza en la materia impresa”; llegando a ser mucho más rudo hacia aquel que escriba un artículo sin “usar con suficiente libertad las palabras ‘cuidadosamente’, ‘pacientemente’ y ‘honestamente’”. Por otro lado, es de llamar la atención, por no decir un alivio, que Shaw y Butler no se cayeran nada bien. Después de la truncada reseña del Pall Mall Gazette se reunieron varias veces. En sus Notebooks Butler reconocía “tener aversión” por Shaw “desde hacía mucho”. Lo admiraba, e incluso tenía mucho que agradecerle, “pero —decía— hay algo en ese hombre que no congenia conmigo”. Aunque no sabremos si Butler aludía a otra serie de “sutilezas” que tiempo después hicieron pensar a muchos, injustamente, que Shaw había estado coqueteando con el fascismo, lo cierto es que Shaw veía a Butler como la clase de hombre “en que él mismo se hubiera convertido” de no haber creado al inconfundible G. B. S. Y para G. B. S., Butler se Efectivamente, todo era cuestión de selección natural. Apostarle a Darwin era apostarle a la suerte de algo que ya estaba determinado; apostarle a Butler era apostarle al sentido y a lo que es posible determinar. El mundo había seleccionado a Darwin y nadie quería saber nada de Butler, porque, en palabras de Shaw: La creciente marea del darwinismo lo sumergió tan completamente, que cuando Darwin quiso aclarar la confusión en que Butler basaba sus ataques personales, sus amigos, muy tontamente y por esnobismo, lo convencieron de que Butler era un hombre demasiado mal intencionado y demasiado desdeñable para que se le contestara. Importaba poco que fueran capaces de reconocer que Butler era un hombre genial; lo que importaba era que no podían comprender la provocación que lo enfurecía. LA GACETA 23 SUMARIO SUMARIO había convertido en alguien que, habiendo “minado cada institución británica, cada prejuicio británico, y ridiculizado a cada British Bigwig con irreconciliable pertinacia”, fue simplemente desechado como un verdadero fenómeno de la vulgaridad: […] sus memorias lo muestran más bien como un desagradable ejemplo de los malos modales polémicos de un sacerdote rural en vez de un profeta que intentó llevarnos atrás cuando, bailando alegremente, íbamos a nuestra condenación por el puente de arco iris que el darwinismo había tendido sobre el abismo que separa a la vida y la esperanza de la muerte y la desesperación. Nosotros éramos unos intelectuales embriagados con la idea de que el mundo podía hacerse a sí mismo sin designio, propósito, destreza o inteligencia: en pocas palabras, sin vida. Aunque a muchos de nuestros maestros pueda resultarles lógico, es difícil creer que Butler haya adquirido las manías de un hooligan intelectual en la escuela. Y menos si se trata de una escuela inglesa de la época victoriana, tan inglesa como Cambridge o Shrewsbury, cuya enseñanza no entusiasmó a Darwin. Pero Shaw no sólo creía en ello: estaba convencido de que los “malos modales polémicos” de Butler eran, en efecto, “síntomas de su educación escolar”. Es muy probable, pues si algo hizo Butler fue oponerse a las costumbres del sistema educativo que Shaw ridiculizaría en su obra Vuelta a Matusalén (1921), al presentar las escuelas como fábricas productoras de idealistas filisteos, “con una mentalidad tan anormalmente poderosa” que los hacía incapaces de reaccionar a las brutales “dosis de falsa doctrina que se dan en las escuelas preparatorias y en las universidades”. Es obvio que no se lo deben a Butler, pero un alto valor en las universidades inglesas de hoy es, precisamente, tratar al oponente, si no como un delincuente, al menos como un adversario muy equivocado. Y si ese adversario es el maestro o el autor de un libro famoso, tanto mejor. Haya o no sido Butler un engendro de la pedagogía victoriana, el hecho es que sus Notebooks también lo muestran como un ejemplo de los comprensibles modales de un hombre que conservó la suficiente cordura para enfrentar con humor la incipiente locura encubierta en la naïveté de los protocolos británicos. ¿Hay algo más revelador de la puerilidad victoriana que reprender a un sujeto públicamente? Todo esto a Butler le importaba un comino. Un día, por ejemplo, mientras viajaba en barco, intentó fotografiar el rostro de un cura mareado. En otra ocasión se le ocurrió recompensar a una admiradora de sus ideas antimodernas obsequiándole una máquina de coser. Nunca se sumó al aplauso de nada ni de nadie, y por si fuera poco propuso dos atrevidas teorías: en una refiere que la Odisea de Homero no la escribió Homero, sino una mujer joven que la tradición llama Homero, y en otra sostiene la hipótesis (nada ilógica) de que Shakespeare no escribió sus sonetos a un joven de la nobleza británica, sino a un amante, más bien vulgar, al que deseó perpetuar como un noble en la memoria del mundo. Éste es el Butler genial que se asoma detrás de su profético Erewhon, en el cual se escucha el eco de los legendarios “Luddites”, incorporados al imaginario contexto de su ensayo Darwin Among the Machines. Erewhon, anagrama de las palabras here / now (aquí, ahora) o nowhere (ninguna parte), es también el nombre del remoto pueblo al que Butler nos lleva para conocer las sutilezas de una sociedad resultante de combinar la seductora filosofía de un “Luddite”, con la temible metafísica neodarwinista. La consecuencia: una civilización protofascista, paranoico-esquizofrénica, que al tiempo que cree marchar hacia adelante, en realidad va hacia atrás, y al tiempo que va hacia atrás, cree ir hacia adelante. Entre muchas otras cosas, la sátira de Butler tiene el enorme y feliz acierto de conducir al lector por un mundo tan contradictoriamente perfecto y novedoso, que, cuando se da uno cuenta, los erewhonians se han hecho siniestros merecedores de nuestra simpatía, en el afán, brutalmente sensual, de acabar con el proyecto que la modernidad ha llamado progreso: destruyen las máquinas inútiles, desconfían de la razón, tienen “Bancos Musicales”, veneran la belleza, pagan a los escultores para que no hagan estatuas, acaban con los monumentos, admiran los relojes y toda clase de inventos en el Museo Metropolitano y, por si fuera poco, nadie gana más dinero del que necesita para vivir. Hacia las páginas finales, sin embargo, sobreviene la desilusión; la asfixia de un pueblo de idealistas prácticos, del cual no le queda más remedio al narrador que huir en globo. La metrópolis de Erewhon, abundante en fortificaciones, está poblada por una raza de formidable salud y belleza —que no tiene “para nada el tipo judío”—, y es el oasis de una eugenesia donde el enfermo va a dar a la cárcel y el criminal al sanatorio —para ser “cuidadosamente atendido con el gasto público”—. Todo lo que debe hacer el malhechor es “decir a sus amigos que está sufriendo un fuerte ataque de inmoralidad […] y ellos van a visitarlo con gran solicitud […] Porque la mala conducta se comprende al fin y al cabo como el resultado de una desgracia ya sea prenatal o posnatal”. Los erewhonians son súbditos de un rey absurdo, y herederos de una revolución fundada en un libro escrito por un famoso profe- LA GACETA 24 sor de “hipotética”, quien sostuvo, hacía mucho tiempo, que las máquinas suplantarían tarde o temprano a la raza humana, una vez que desarrollaran su propio instinto, conciencia y sistema evolutivo. La revolución, librada entre “maquinistas” y “antimaquinistas”, arrasó durante años y redujo el número de habitantes a la mitad, concluyendo con la victoria de los “antimaquinistas [al haber utilizado] cada nuevo adelanto en el arte de la guerra”, a expresa recomendación de los “Profesores de Inconsistencia y Evasión”. Esta inconsistencia, que hace de Erewhon una ficción utópica verdaderamente satírica, es el artificio del que se vale Butler para descargar su arsenal de contradictorias ocurrencias a lo largo de una historia en la que coexisten, al menos, dos posibilidades de lectura: una antes de las guerras mundiales, y otra después. En ambos casos Erewhon es mucho más que una aproximación a la jugada maestra con la que soñara Borges: La ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador, omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores —a muy pocos lectores— la adivinación de una realidad atroz o banal. Tal vez sea éste otro punto clave en la hipótesis de un olvido. Pues, bajo la cómoda luz del nuevo siglo, hemos de reconocer (honestamente) que si en todo profeta hay algo trágico, ello se debe a la sencilla razón de que un profeta no postula el acontecer: el acontecer lo postula a él. Y tal vez por esto vale la pena recordar a Samuel Butler, ahora que está a punto de no ser su aniversario. SUMARIO SUMARIO Plegaria ✸ José Kozer Entregar el diezmo a manera de sístole movimientos peristálticos: no un domingo. De ser posible (gate gate paragate) al pie de una ventana (doble, visión) el sicomoro de Forest Hills el laurel de Indias de Estrada Palma: a manera de postura las manos en cruz sobre el vientre (mater dolorosa) visión del rubí de la estrella de seis puntas del crucifijo (veteado) de marfil de Filipinas que está en la repisa de la sala, a mi lado: parasamgate. Y la madre venidera recostando mi cabeza sobre la almohada de plumón con la funda orlada por su pasada mano (madre, del arabesco): un costurón, su quietud. Sabe. No interpreta. Y en lo que sabe al instante en ese instante permite vislumbrar la caída simultánea de una hoja del sicomoro concomitante el laurel de Indias (léeme madre el Salmo 23 donde no carezco de nada por dilatados días, se ve una mesa: porvenir) la hoja cae, el libro se cierra, el poema fue escrito (carece de interpretación) en alto (inscrito) quizás, por mediación: bodhi, svaha. Quizás aún conviene sedere un poco a mensa (Paradiso, V) entregar (a su redil) el libro el atisbo a lo exterior la misma celebración (interior): entregar (fajos) números (y toda irritabilidad): no en desmesura. Un domingo, no: de la mano de la madre la amada (luego de toda una vida compartida en una sala una mesa un lecho matrimonial) celebrar (sin reticencia) la separación: a la otra orilla; ésta. A la otra orilla, sicomoro. Laurel. Y la llaga. Su dedo índice (hálito) al óleo (hisopo, de dimanaciones) a la frente (ceniza, un punto): diezmo, retribuido. Recitación, completada. Consonancias a un lado y otro de las sienes, disueltas: reposo. No respondo. Responso de la amada en boca de la madre al recibir del mismo modo indefectible en que fue en su momento, recibida: ¿describirlo? Una descripción, no figurativa; una consumación, no conmemorativa: consubstancial. Gota de pálida espiroqueta oceánica. Y de consuno los tres a huestes. LA GACETA 25 SUMARIO SUMARIO Algo luminoso que se pierde. Manuel Ulacia (1953-2001) ✸ Adolfo Castañón ieto de Manuel Altolaguirre, el poeta español trasterrado en México, Manuel Ulacia nació en la ciudad de México el 16 de mayo de 1953 y murió en el mar de Zihuatanejo, Guerrero, el 12 de agosto de 2001. Al igual que su abuelo, Manuel Ulacia era poeta y vivió desde sus primeros años en contacto con el mito, el mundo y las voces de la poesía. Así recuerda en Origami para un día de lluvia (1990), quizá su poema más extenso y ambicioso, el encuentro que tuvo con Luis Cernuda, el alto poeta de La realidad y el deseo, el niño que fue Manuel: N De pronto, cesa el tiempo. Eres el de antes y eres otro: el visitante imperceptible que llega desde el ahora, al cuarto de antaño, donde te encuentras a Luis Cernuda, Camisa azul, tweed paraguas en el brazo, te contemplo en la fuerza tierna de tus siete años, adivinando la perla que el tiempo habría de formar en tu sombra. Aquellas tardes de lluvia, idénticas, en horas breves de un verano inmenso, él te contaba historias que te suspendían, hipnotizado: la del viejo Noé, mientras plegaba un papel para hacer una barca; la de Pegaso, al adherir las alas azules de una libélula muerta al lomo de un caballito de plástico. Y al despertar del sueño te mostraba, en fotos de revistas, ciudades y puentes desconocidos. ¿Cuándo cruzarías los puentes de Manhattan y San Francisco?1 A lo largo del poema, el autor explora su propio pasado a través de un monólogo donde la lluvia le sirve como un espejo que le va devolviendo, transformadas —papel transmutado en forma de poesía como el Origami— diversas imágenes de su propia vida, de sus días y noches deseantes. La búsqueda del amor, el deseo del deseo, la nostalgia de una imposible unión con la fiel/infiel pareja homosexual da cuerpo y forma a este poema que transpira deseo y nostalgia pero cuya clave última es la búsqueda, a través de la lluvia y de las letras, de ese que “escucha llover” y “ya es otro”, aunque la lluvia sea “la misma de siempre”. Como todo poeta verdadero, Manuel Ulacia afincaba su verdad en el fervor con que asumía su propia búsqueda personal y literaria. A esa intensidad ha de añadirse una elegancia y una bondad naturales que prestan a LA GACETA 26 sus otros libros (La materia como ofrenda [1980], El río y la piedra [1989], El plato azul [1999]) exactitud y peso, gravedad y limpieza. Leo en La materia como ofrenda este breve poema, escrito, para evocar a Federico García Lorca, en un alto idioma blanco: En el jardín la tortuga milenaria se come la palabra hierba2 Incluso en los momentos más arriesgados de fusión de comunión poética y comunión amorosa, Manuel Ulacia es capaz de mesura y extremo: tu aliento toca mi piel tus ojos pronuncian el alfabeto de mi cuerpo tus manos me sostienen en el espacio donde me invento tu deseo penetra la página mi deseo penetra tus pupilas te habito me habitas me disipo en el blanco advenimiento soy el poema3 A flor de letra, se advierte, entre otros, el eco ascendente de Octavio Paz —amigo y admirador de Luis Cernuda y de Manuel Altolaguirre—, amigo también de Manuel Ulacia. Que se adviertan ecos de Paz en un joven poeta mexicano, nacido en 1953 no es en modo alguno extraordinario. Esos ecos se pueden reconocer en otros autores de esta generación como Alberto Blanco y Luis Cortés Bargalló, entre otros, con quienes Ulacia animó El Zaguán, la revista independiente de poesía que ayudaría a dirigir entre 1975 y 1977 y a la cual Octavio Paz dio un poema titulado “Primero de enero” para el primer número. Además de ser una figura tutelar en lo lírico y aun en lo personal, el autor de Salamandra alimentará la reflexión y la curiosidad literaria de Manuel Ulacia quien en El árbol milenario4 ensaya Un recorrido por la obra de Octavio Paz (1999). La obra es un intento de reconstrucción del itinerario poético y literario de Paz; aspira a desvelar o revelar sus fuentes y a reconstruir los diversos diálogos establecidos por Paz con las tradiciones poéticas y poetas que lo alimentan: de Mallarmé y Ezra Pound a la tradición tántrica budista, de Pessoa al budismo zen. El árbol milenario es un li- SUMARIO SUMARIO bro vasto y ambicioso, pero escrito con llaneza y claridad. Es el libro de un profesor (Ulacia estudió y dio clases en Yale) pero también de un poeta; el árbol milenario es también un árbol transparente no sólo por lo que revela o explica de la obra poética de Paz sino por lo que deja ver de la curiosidad literaria de Manuel Ulacia, de su riguroso apetito de experiencia estética y conocimiento poético. Por otra parte, sin ese fervoroso rigor no se podrían ni la antología La sirena en el espejo, de poesía mexicana (hecha en colaboración con Víctor Manuel Mendiola y con José María Espinasa) ni La fiesta innombrable (antología de la poesía cubana en el exilio, en colaboración con Nedda G. de Annhalt y Víctor Manuel Mendiola) ni las Transideraciones de Haroldo de Campos que vertió en colaboración con Eduardo Milán ni mucho menos la traducción del gran poeta usamericano James Merrill: Casas reflejadas.5 Sabemos por Manuel que Merrill (1926-1995) pudo leer antes de morir la traducción de esa antología y que luego de aprobarla le dio unos consejos. Me gusta que Manuel Ulacia haya expresado que James Merrill —un poeta próximo a Dante— le hubiera dado algunos consejos. Una de las virtudes de Manuel Ulacia era la de saber escuchar: por eso fue un buen discípulo de Emir Rodríguez Monegal, por eso podía escuchar su propia historia contada por la lluvia en Origami para un día de lluvia o contar en El plato azul6 una historia de amor sucedida en Europa en la guerra como si fuese un poema (por cierto, me parece que existen entre el poema “Bronze” de James Merrill y El plato azul de Manuel Ulacia algunos puntos en común). Esa facultad para escuchar las voces de los vivos y de los muertos, las voces del adentro y del más allá es quizá una de las lecciones que se pueden desprender de la obra interrumpida de Manuel Ulacia. Manuel Ulacia murió devorado por el mar una tarde de domingo en las playas de Zihuatanejo en el estado de Guerrero en agosto de este infausto 2001. Tenía cuarenta y ocho años. Estaba en la plenitud de sus fuerzas y en los últimos años parecía más comprensivo y bondadoso pues se manifestaba más y mejor. La última vez que lo vi fue en su casa en una reunión del PEN Club mexicano que él presidía con entusiasmo y desinteresado ánimo laborioso. Se encontraba organizando un magno congreso panamericano de escritores. En su casa se había dado cita una gran cantidad de escritores, signo de su poder de convocatoria y ¿por qué no decirlo? de la estima y aprecio que muchos le teníamos. Cuando me enteré de su muerte pensé en Adonai, la elegía escrita por P. B. Shelley a la muerte de su amigo John Keats y que luego sería traducida por Manuel Altolaguirre: Es una parte ya de la Belleza que en otro tiempo él mismo cultivara Pero cuando estaba escribiendo estas líneas llegó a mis manos el poema “Para entonces” de otro Manuel, Gutiérrez Nájera, y me dije a mí mismo que le pertenecen esos versos donde se advierte cierta impaciencia vital: cuando la vida dice aún: soy tuya, aunque sepamos bien que nos traiciona. NOTAS 1. Manuel Ulacia, Origami para un día de lluvia, Pre-Textos/Poesía, Valencia, 1991, pp. 14-15. 2. Manuel Ulacia, La materia como ofrenda, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1980, p. 12. 3. Ibidem, p. 38. 4. Manuel Ulacia, El árbol milenario. Un recorrido por la obra de Octavio Paz, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 1999, 410 pp. 5. James Merrill, Reflected Houses (Casas Reflejadas). Selección, traducción y prólogo de Manuel Ulacia, Ediciones El Tucán de Virginia, Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos, México, 1992, 295 pp. 6. Manuel Ulacia, El plato azul, Ditoria, México, 1999, 34 pp. Quiero morir cuando decline el día, en alta mar y con la cara al cielo; donde parezca sueño la agonía, y el alma un ave que remonta el vuelo. No escuchar en los últimos instantes, ya con el cielo y con el mar a solas más voces ni plegarias sollozantes que el majestuoso tubo de las olas. Morir cuando la luz triste retira sus áureas redes de la onda verde, y ser como ese sol que lento expira: algo muy luminoso que se pierde. Morir, y joven; antes que destruya el tiempo aleve la gentil corona LA GACETA 27 SUMARIO SUMARIO Romper los contratos ✸ Ana Clavel A Miriam Grunstein, quien me habló de la traditio romana ntiguamente, la traditio era un contrato de donación de la propiedad que se celebraba entre dos personas. Se realizaba mediante una ceremonia en la que se pronunciaban palabras rituales y solemnes, capaces de echar a andar la maquinaria del derecho romano. Cuando una de las partes incumplía con la traditio, podían derivarse castigos tan severos como la venta del deudor en calidad de esclavo y, si nadie accedía a comprarlo, su cuerpo podía ser destazado y vendido en los mercados para alimentar a los perros. Se me ocurre entonces que cada vez que se lee o se escribe un libro, autores y lectores pactamos una suerte de contrato silencioso, tácito y, muchas veces, hasta inconsciente. Las cláusulas quedan escritas en nuestro interior y cuando los antes lectores nos decidimos por la escritura, las traditio se desempolvan y revelan los compromisos adquiridos, esas deudas de consanguinidad literaria con los páter y máter familias que nos criaron y alimentaron. Casi siempre y sobre todo al principio, tales compromisos se perfilan por el lado de la fidelidad, una emulación admirativa, el acto de feliz agradecimiento hacia nuestros donantes. Pero muy pronto las búsquedas personales se imponen y casi involuntariamente se inician las transgresiones. A diferencia del derecho romano, los “contratos” literarios parecieran amparar una cláusula escrita en caracteres menores pero que, en realidad, casi ningún autor necesita leer. Esa cláusula podría decir: “este contrato sólo es válido si el deudor lo transgrede”, o “esta traditio para ser válida deberá romperse”. El castigo puede ser tan severo que el autor se convierta en esclavo de una nueva tradición por él inaugurada o que su cuerpo se destace en ediciones críticas, carne para estudiosos y mercaderes académicos. O simplemente, que se convierta en manjar o alimento revulsivo para nuevos lectores con quienes, de manera privada, silenciosa, tácita, establezca sus propios contratos. Respetar, honrar, perpetuar... y romper esos contratos, transgredirlos, infringirlos, violentar la traditio... Los caracteres menores están escritos con la tinta indeleble de la necesidad personal a la que obliga el legado A mismo y nuestras propias pulsiones. No creo que muchos autores infrinjan los contratos deliberada y gratuitamente —con la excepción de aquellos periodos reactivos de restauración o iconoclasia provocados por tiranías canonizantes—, pero no pocos respondemos al llamado luciferino de creer que la nuestra es una verdad estética particular que necesita ser expresada de una forma singular. Entonces escribimos, corregimos, si tenemos suerte publicamos y así establecemos nuevos contratos de donación cuyo destino es, hoy más que nunca, por demás incierto. No por soberbia sino porque es el caso que mejor conozco, voy a referirme a algunos de mis propios contratos. Trataré de rastrear algunos ejemplos en mi novela Los deseos y su sombra. La novela inicia con un personaje que se ha vuelto invisible en plena ciudad de México, que deambula por sus calles y por su historia buscando un sentido a su propio pasado y a su vida actual. El recurso de la invisibilidad de Soledad García, el personaje central, es una ironía al cumplimiento textual de los deseos profundos y partió de los cuentos de hadas y los mitos pero fue la lectura de Los recuerdos del porvenir (1963), de la mexicana Elena Garro, lo que disparó la imaginación en torno a los castigos que se derivan de la decisión de cumplir nuestros deseos como un destino propio. En la novela de la Garro, Isabel Moncada, después de traicionar y enfrentar a todo su pueblo entregándose al invasor, es convertida literalmente en piedra. En el caso de mi personaje —que, por cierto, sufre un proceso inverso a la petrificación de Isabel pues Soledad se descorporiza—, no es que se vuelva invisible o que se convierta en sombra de sí misma por obra de un destino implacable y justiciero, sino por su propia capacidad de sometimiento a los deseos de los otros. Otro ejemplo: cuando instalé a Soledad vagando cual alma en pena por la ciudad de México, montándose en sus edificios altos como el Castillo de Chapultepec o hurgando en sus subterráneos como los del Palacio de Bellas Artes, en un recorrido demencial, frecuentemente recordaba el comienzo de la Odisea. Yo quería que mi protagonista navegara entre las procelosas aguas de su existencia y sus contradictorios deseos como Ulises antes de retornar a Ítaca. De esta forma, retomé aquella invocación a la musa homérica para cantar las aventuras de un “varón de LA GACETA 28 multiforme ingenio que después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo... y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto...”, y lo adapté para resumir el recorrido de mi personaje por sus pasiones, su historia de deseos fallidos y su viaje por la ciudad de México en busca de una identidad. Así, en Los deseos y su sombra, la última parte de la novela comienza diciendo: “Cuéntanos, Eco, de aquella doncella de deshilvanado entendimiento y frágil voluntad que, después de destruir las murallas de su cuerpo, anduvo peregrinando las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio... y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por las sombras...” Ese peregrinaje, ese recorrido por la ciudad, no es sólo el escenario de una búsqueda sino que se convierte en la búsqueda misma y en ese sentido, mi novela es deudora de La región más transparente (1958), de Carlos Fuentes, cuya traditio transgrede al llevar a extremo la visión de la ciudad como la encarnación para Soledad de un cuerpo propio y más vasto. Éstos son algunos de los contratos que firmé en silencio con fervor y que he renovado con incertidumbre. Qué tanto respeté, transgredí o aproveché a mis donadores, qué tanto cumplí las traditio aun en esa cláusula que les da verdadera vigencia, es algo que no me toca responder a mí sino a los lectores. (Aunque yo sólo responderé a Cervantes...) • Ponencia leída el 5 de octubre en la mesa redonda “Tradición vs. transgresión”, II Encuentro de Nuevos Narradores Iberoamericanos, realizado en Madrid los días 3 al 5 de octubre pasado por la Casa de América, Ministerio de Cultura de España, Instituto de México en Madrid, Secretaría de Relaciones Exteriores. También participaron en la mesa Lola Beccaria, Rodrigo Fresán, Ignacio Castillo, María Fasce y Luis Magrinyá. ✸ SUMARIO SUMARIO FONDO DE CULTURA ECONÓMICA 1934 FILIALES • LIBROS PARA IBEROAMÉRICA • ARGENTINA BRASIL Fondo de Cultura Económica de Argentina, S.A. Alejandro Katz El Salvador 5665 1414 Capital Federal, Buenos Aires Tels.: (541-1) 4-777-15-47 / 1934 / 1219 Fax: (54-11) 4-771-89-77 ext. 19 Correo electrónico: [email protected] ESPAÑA COLOMBIA Fondo de Cultura Económica Brasil, Ltda. Isaac Vinic Rua Bartira, 351 Perdizes, Sao Paulo CEP 05009-000 Brasil Tels.: (55-11) 3672-3397 y 3864-1496 Fax: (55-11) 3862-1803 Correo electrónico: [email protected] ESTADOS UNIDOS Fondo de Cultura Económica de España, S. L. María Luisa Capella C/Fernando El Católico Nº 86 Conjunto Residencial Galaxia Madrid, 28015. España Tel.: (34-91) 543-2904 543-2960 y 549-2884 Fax: (34-91) 549-8652 Correo electrónico: [email protected] Fondo de Cultura Económica USA, INC. Benjamín Mireles 2293 Verus St. San Diego, CA. 92154, Estados Unidos Tel.: (619) 429-0455 Fax: (619) 429-0827 Página en Internet http:www.fceusa.com Correo electrónico: [email protected] BOLIVIA CANADÁ Librería Las Américas Ltee. Francisco González 10, rue St-Norbert Montreal Québec, Canadá H2X 1G3 Tel.: (514) 844-59-94 Fax: (514) 844-52-90 Correo electrónico: [email protected] GUATEMALA PERÚ Fondo de Cultura Económica de Guatemala, S. A. Sagrario Castellanos 6a. avenida, 8-65 Zona 9 Guatemala, C. A. Tels.: (502) 334-3351 334-3354 • 362-6563 362-6539 y 362-6562 Fax: (502) 332-4216 Correo electrónico: [email protected] ECUADOR Difusora Cultural México S. de R. L. (DICUMEX) Dr. Gustavo Adolfo Aguilar B. Av. Juan Manuel Gálvez Nº 234 Barrio La Guadalupe Tegucigalpa, MDC Honduras C. A. Tel.: (504) 239-41-38 Fax.: (504) 234-38-84 Correo electrónico: [email protected] DISTRIBUIDORES COSTA RICA Librería Lehmann, S.A. Guisselle Morales B. Av. Central calle 1 y 3 Apartado 10011-1000 San José, Costa Rica, A. C. Tel.: (506) 223-12-12 Fax: (506) 233-07-13 Correo electrónico: [email protected] NICARAGUA Aldila Comunicación, S.A. Aldo Díaz Lacayo Centro Comercial Managua. Módulo A-35 y 36 Apartado Postal 2777 Managua, Nicaragua Tel.: (505) 277-22-40 Fax: (505) 266-00-89 Correo electrónico: [email protected] PANAMÁ Grupo Hengar, S.A. Zenaida Poveda de Henao Av. José de Fábrega 19 Edificio Inversiones Pasadena Apartado 2208-9A Rep. de Panamá Tel.: (507) 223-65-98 Fax: (507) 223-00-49 Correo electrónico: [email protected] Librería Nuevos Libros Sr. Juan José Navarro Frente a la Universidad Centroamericana Apdo. Postal EC Nº 15 Managua, Nicaragua Tel. y Fax: (505) 278-71-63 LA GACETA 29 Fondo de Cultura Económica Chile, S. A. Julio Sau Aguayo Paseo Bulnes 152 Santiago, Chile Tels.: (562) 697-2644 695-4843 • 699-0189 y 688-1630 Fax: (562) 696-2329 Correo electrónico: [email protected] VENEZUELA Fondo de Cultura Económica del Perú, S. A. Germán Carnero Roqué Jiron Berlín Nº 238, Miraflores, Lima, 18 Perú Tels.: (511) 242-9448 447-2848 y 242-0559 Fax: (511) 447-0760 Correo electrónico: [email protected] Página en Internet http://www.fceperu.com.pe HONDURAS Librería LibrimundiLibrería Internacional Marcela García Grosse-Luemern Juan León Mera 851 P. O. Box 3029 Quito, Ecuador Tels.: (593-2) 52-16-06 52-95-87 Fax: (593-2) 50-42-09 Correo electrónico: [email protected] CHILE Fondo de Cultura Económica Ltda. (Colombia) Juan Camilo Sierra Carrera 16, Nº 80-18 Barrio El Lago Bogotá, Colombia Tel.: (571) 531-2288 Fax: (571) 531-1322 Correo electrónico: [email protected] Página del FCE-Colombia: www.fce.com.co R E P R E S E N TA C I O N E S Los Amigos del Libro Werner Guttentag Av. Ayacucho S-0156 Entre Gral. Ancha y Av. Heroinas Cochabamba, Bolivia Tel.: (591) 4 450-41-50 (591) 4 450-41-51 (591) 4 411-51-28 Correo electrónico: [email protected] 2002 Carretera Picacho Ajusco 227. Col. Bosques del Pedregal. Tlalpan, C.P. 14200. México, D.F. Tels.: (5)227-4612, (5)227-4628, (5)227-4672. Fax: (5)227-4698 • Página en Internet http://www.fce.com.mx Coordinación General de Asuntos Internacionales [email protected] • cvaldes@fce. com.mx • [email protected] Almacén México D. F. Dirección: José Ma. Joaristi 205, Col. Paraje San Juan. Tels.: (5)612-1915, (5)612-1975. Fax: (5)612-0710 Fondo de Cultura Económica Venezuela, S. A. Pedro Juan Tucat Zunino Edif. Torre Polar, P.B. Local "E" Plaza Venezuela, Caracas, Venezuela. Tel.: (58212) 574-4753 Fax: (58212) 574-7442 Correo electrónico: [email protected] Librería Solano Av. Francisco Solano entre la 2a av. De las Delicias y Calle Santos Ermini, Sabana Grande, Caracas, Venezuela. Tel.: (58212) 763-2710 Fax: (58212) 763-2483 PUERTO RICO Editorial Edil Inc. Consuelo Andino Julián Blanco Esq. Ramírez Pabón Urb. Santa Rita. Río Piedras, PR 0926 Apartado Postal 23088, Puerto Rico Tel.: (1787) 763-29-58 y 753-93-81 Fax: (1787) 250-14-07 Correo electrónico: [email protected] Página en Internet www.editorialedil.com Aparicio Distributors, Inc. Héctor Aparicio PMB 65 274 Avenida Santa Ana Guaynabo, Puerto Rico 00969-3304 Puerto Rico Tel.: (787) 781-68-09 Fax: (787) 792-63-79 Correo electrónico: [email protected] REPÚBLICA DOMINICANA Cuesta. Centro del Libro Sr. Lucio Casado M. Av. 27 de Febrero esq. Abraham Lincoln Centro Comercial Nacional Apartado 1241 Santo Domingo, República Dominicana. Tel.: (1809) 537-50-17 y 473-40-20 Fax: (1809) 573-86-54 y 473-86-44 Correo electrónico: [email protected] SUMARIO SUMARIO FONDO DE CULTURA ECONÓMICA •ALGUNAS DE NUESTRAS REIMPRESIONES• Filosofía Libros para niños MARTIN BUBER • ¿Qué es el hombre? • TARO GOMI ¡Mira lo que tengo! • MISKA MILES Ani y la anciana ERNST CASSIRER • El problema del conocimiento II • GARY SOTO Beisbol en abril y otras historias JON ELSTER • Ulises y las sirenas WILLIAM K. C. GUTHRIE • Los filósofos griegos Literatura • ENRIQUE ANDERSON IMBERT Historia de la literatura hispanoamericana II MARTIN HEIDEGGER • Arte y poesía BERTRAND RUSSELL • Religión y ciencia • GASTON BACHELARD La intuición del instante Educación y Pedagogía • CECILE MAURICE BOWRA Historia de la literatura griega ROGER CHARTIER • Cultura escrita, literatura e historia • GUILLERMO CABRERA INFANTE Infantería CULTURA ESCRITA Y EDUCACIÓN • Conversaciones con Emilia Ferreiro • RAÚL DORRA Hablar de literatura Psicología, Psiquiatría y Psicoanálisis • ALFONSO REYES Obras completas, XVIII VIKTOR EMIL FRANKL Psicoanálisis y existencialismo • ALFONSO REYES Antología de Alfonso Reyes ERICH FROMM • Ética y psicoanálisis • JOSÉ LUIS MARTÍNEZ (COMP.) El ensayo mexicano moderno I A. S. NEILL • Summerhill Entre voces JEAN PIAGET • El desarrollo de la noción de tiempo en el niño • JAIME SABINES Jaime Sabines en Bellas Artes (disco compacto) Historia Sociología PIERRE ALBERT Y ANDRE-JEAN TUDESQ • Historia de la radio y la televisión • JORGE PADUA Técnicas de investigación aplicada a las ciencias sociales MARC BLOCH • Apología para la historia o el oficio de historiador • NICHOLAS S. TIMASHEFF La teoría sociológica CHRISTOPHER DAWSON • Historia de la cultura cristiana [ ] LA GACETA 30 SUMARIO SUMARIO LIBRERÍAS DEL FCE (Visite nuestra página de internet: www.fce.com.mx) • Librería Alfonso Reyes Carretera Picacho Ajusco 227, Col. Bosques del Pedregal, México, D.F. Tels.: 5227 4681 y 82 • Librería Octavio Paz Miguel Ángel de Quevedo 115, Col. Chimalistac, México, D.F. Tels.: 5480 1801 al 04 • Librería en el IPN Av. Politécnico, esquina Wilfrido Massieu, Col. Zacatenco, México, D.F. Tels.: 5119 1192 y 2829 • Librería Daniel Cosío Villegas Avenida Universidad 985, Col. Del Valle, México, D.F. Tel.: 5524 8933 • Librería Un paseo por los libros Pasaje Zócalo-Pino Suárez del Metro, Centro Histórico, México, D.F. Tels.: 5522 3016 y 78 • Ventas por teléfono: 5534 9141 • Ventas al mayoreo: 5527 4656 y 57 • Ventas por internet: [email protected] FCE •SUGERENCIAS• GENEVIÈVE DE GAULLE ANTHONIOZ La travesía de la noche [ ] Con este volumen, cuya publicación había previsto, Castoriadis concluye la serie Las encrucijadas del laberinto, inaugurada en 1978. En los textos aquí reagrupados, el autor profundiza algunos de los temas que ya había trabajado anteriormente: los límites de la racionalidad del capitalismo, la democracia como autoinstitución explícita de la sociedad, la interrogación filosófica sobre la ciencia y la psique, así como aspectos de la creación humana —los medios de expresión de la poesía, la antropogénesis en los trágicos griegos del siglo V—, que si bien no son completamente nuevos en su obra, rara vez había tratado desde esta perspectiva. Relato conmovedor de los campos de concentración de la segunda Guerra Mundial escrito por la sobrina del general De Gaulle, reportada a Ravensbrück, a más de cincuenta años después de su liberación. Es el relato de los meses pasados en secreto, en el campo, excluida entre los excluidos. ¿Por qué escribir hasta ahora? ¿Es acaso esta travesía de la noche el origen de las elecciones de su vida posterior, esta atención dedicada a las víctimas de la exclusión? La autora no responde a estas preguntas. Su testimonio consiste en la simplicidad del relato y en la insospechada frescura de una memoria indeleble. De esta experiencia interior nadie puede salir indemne. ALBERTO CLEMENTE DE LA TORRE Física cuántica para filósofos PAUL RICŒUR Del texto a la acción Del texto a la acción hilvana las etapas de un recorrido original —de la fenomenología a la hermenéutica, de la hermenéutica del texto a la hermenéutica de la acción—, poniendo el acento sobre las relaciones que intervienen entre una reflexión sobre el discurso y la narración, y una interrogación sobre la ideología y la acción humana en el seno de la Ciudad. CORNELIUS CASTORIADIS Figuras de lo pensable En un estilo claro, despojado de términos técnicos, Alberto Clemente de la Torre traza un recorrido por los principales tópicos de la física cuántica destinados a los filosofos, es decir, a todos aquellos que quieren descubrir uno de los temas más sugerentes de la ciencia contemporánea, sin exigirles para ello conocimientos previos. [ ] LA GACETA 31 SUMARIO SUMARIO Octavio Paz ¿Águila o sol? Edición conmemorativa. 50 aniversario (1951-2001) En la totalidad de la obra literaria de Octavio Paz, ¿Águila o sol? guarda un sitio preponderante. Escrito en prosa, este libro canta lo circunstancial y lo anecdótico, y al mismo tiempo hace renacer constantemente, mediante un alto sentido lírico, la sensibilidad, la belleza, el reino secreto de la poesía... Con motivo del 50 aniversario de esta obra, el FCE ha publicado dos ediciones: una de lujo, en edición única, limitada y numerada; más otra edición bilíngüe, en español y portugués, traducida por el poeta y crítico brasileño Horácio Costa. • NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA • • NUESTRA DELEGACIÓN EN MONTERREY • Librería José Luis Martínez Avenida Chapultepec Sur 198, Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco, Tels.: (013) 615-12-14, con diez líneas Librería Fray Servando Teresa de Mier Avenida San Pedro 222, Colonia Miravalle, Monterrey, Nuevo León, Tels.: (018) 335-03-71 y 335-03-19 La Gaceta • digital • La Gaceta Ahora usted puede consultar nuestros números por internet ingresando al sitio del Fondo de Cultura Económica: www.fce.com.mx (Se recomienda descargar previamente Acrobat Reader 5.0. Siga las instrucciones que, con este propósito, le ofrecemos en la página principal de nuestro sitio). 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