DE CUNAS E HIJOS: VIENA, SCHNITZLER, FREUD

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DE CUNAS E HIJOS: VIENA, SCHNITZLER, FREUD1
Diana Szabó
Casi diecinueve siglos atrás, está fechado el primer documento referido a la
colonia militar Vindobona, fundada por los romanos a orillas del Danubio para frenar
las invasiones de tribus nómades, germánicas y eslavas, con la misión de defender una
cultura superior: la latina. En el Medioevo el Santo Imperio de la nación germánica, fue
el más vasto alrededor del mundo, en el siglo XVI se decía que en él no se ponía el sol.
La reinante dinastía de los Habsburgo se consideraba su natural heredera. A posteriori,
su lenta declinación atraviesa la historia, hasta que en 1848, luego de una revolución
liberal burguesa, sube al trono del ahora Imperio austro-húngaro el Káiser Francisco
José I, inaugurando el más prolongado reinado de la historia austríaca. Viena, la capital
imperial, segunda en superficie luego de París, debe su importancia y su brillo a haber
sido sede de la dinastía habsbúrgica, superando en posibilidades culturales tanto a las
otras metrópolis del imperio, Budapest y Praga, como a cualquier otro lugar europeo.
Fue el imperio un estado supranacional, universal y cosmopolita, verdadera
amalgama de sangres de Moravia, Bohemia, el Tirol, Hungría, Italia, Francia, España.
Dice S. Zweig, testigo de su época, que la rica cultura vienesa no fue conquistadora ni
arrogante, por lo que sus huéspedes se dejaron ganar con placer. Artesanos,
comerciantes eslavos, magiares, italianos, polacos, turcos y judíos se mezclaban en
armonía, con sus trajes regionales nadie era extranjero en su capital, proliferaba la
facilidad para aprender idiomas que enriquecían el alemán oficial y revelaban la
apertura hacia lo otro de la Germania austríaca. La receptividad y el interés por el arte,
como pasión de un pueblo, florecían con abono tan variopinto en composición
lingüística, étnica y confesional. La danza era casi un deber social, desde la corte hasta
los criados. La fecundidad de las artes y las ciencias daba sus frutos en la música de
Brahms, Strauss, Mahler, Lehar con sus operetas, leves y animadas; en la literatura con
Schnitzler, Zweig, von Hofmannsthal; en la filosofía con Wittgenstein; en la pintura
con Klimt, Schiele y Kokoschka. A la vez, Viena ejercía una intensa fuerza centrípeta,
1 Trabajo presentado en las V Jornadas de Literatura y Psicoanálisis. Montevideo, 27 y 28 de junio,
2011.
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que atraía gentes de las provincias, como a la familia Freud, con su pequeño hijo
Sigmund, desde su Freiberg natal.
Esta Viena de la Belle Époque fue densa en acontecimientos sociales y políticos,
se fundaron los principales movimientos del siglo XX, los partidos demócratas, los
cristianos, el partido socialista. También fue ambigua ya que convivían la sociedad
industrial y el agrarismo, el absolutismo y la constitución, el antisemitismo y el
sionismo, la aristocracia y el proletariado. Desde la perspectiva social, se daba el
encuentro de tres tipos de sistemas: el feudal, el burgués y el socialista. Así coexistían la
aristocracia conservadora y absolutista, con su fuerte conciencia de clase y sentido del
refinamiento, con el proletariado industrial, el artesanado y el campesinado,
conservador y católico.
Mientras las ciudades alemanas iban al frente en técnica, actividad y practicidad,
Viena descuidaba la política y la economía. Solo la avidez por el arte alimentaba la
leyenda de bohemia, de pasión frívola por fiestas y placeres, de sibaritismo vienés, que
evitaba lo desagradable y oprimente. Bien opuesto al concepto de goce alemán, a través
de la obra, la actividad y el triunfo, que hizo que Schiller los calificara como el pueblo
donde siempre es domingo.
Así, el imperio pierde casi todo el norte de Italia: Lombardía, la Toscana con
Florencia y Parma, luego perderá Venecia y el Véneto. Mientras el estado alemán se
dedica a conquistar el imperio y Berlín reemplaza a Viena en importancia, la
intelligentsia vienesa se afana en conquistar el mundo interno del hombre. En 1873 se
monta una suntuosa y gigantesca exposición universal, se generan alocadas
especulaciones que producen un crack financiero en el que quiebran 125 bancos. Esto
genera la paradoja de lo que se ha llamado el alegre apocalipsis o la brillante decadencia
vienesa. Zweig confiesa haber sido malos patriotas en el sentido político, nadie trató de
reconquistar lo perdido, ya que la patria era la cultura.
A pesar de ello, también fue este un espacio-tiempo de intranquilidad,
inconformismo e insatisfacción, rondaba el malestar en la cultura del que habla Freud,
predominaba una intensa autocrítica y un deseo de originalidad y renovación. B.
Bettelheim cree que la obra artística de la época expresa una verdadera desesperación
por no poder modificar el mundo exterior, compensada por una búsqueda obstinada en
el mundo profundo y oscuro del ser humano, donde habitan deseos y pasiones. L. A.
Salomé describe en la atmósfera de la época, la confluencia de la vida intelectual y la
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erótica, si antes se había culturizado el erotismo, ahora se erotizaba la cultura. El
optimismo satisfecho que algunos autores citan como rasgo temperamental vienés,
denota un triunfo del hedonismo sobre cualquier sentido de trascendencia. Pese a ello, el
arte estaba también penetrado por un fúnebre sentimiento tanático.
Eros y Tánatos también se entrecruzan en las trágicas historias de la corte.
Francisco José se casó con Isabel, Sisí, joven princesa bávara que en su momento se
consideró la mujer más hermosa de Europa, quien pronto mostró una personalidad
histérica y narcisista y síntomas de anorexia. Eterna ausente de la corte, viajaba
compulsivamente por Europa con enormes equipajes. Una anécdota cuenta que frente a
una carta de su esposo, preguntándole que regalo de cumpleaños prefería, Sisí
respondió: “un asilo para locos bien equipado” (Bettelheim, p.77). La supervivencia del
imperio dependía del único heredero, el archiduque Rodolfo, quien solitario y
deprimido por la absoluta indiferencia de su madre, la poca simpatía de su padre y su
mal matrimonio, se suicida en 1889 en su pabellón de caza en Mayerling, luego de
matar a su última y ocasional partenaire sexual. Nueve años después Sisí es asesinada
en Ginebra por un anarquista, en un atentado que no tuvo más sentido que su propia
vida. También el nuevo heredero, el archiduque Francisco Fernando, sobrino del
emperador morirá en el atentado de Sarajevo en 1914, lo que desencadena la primera
guerra mundial, cuyo término en 1918 puso fin a la monarquía, cuando ya hacía dos
años que Francisco José había muerto. Así, en 1919, la capital monárquica solo
conservará 4.000.000 de habitantes de los 54.000.000 que supo ostentar en sus épocas
de gloria.
En la segunda mitad del siglo XIX se desarrolló en el mundo un gran interés por
la psiquis y las enfermedades mentales, por ejemplo en el mundo anglosajón, M.
Atwood destaca las investigaciones de científicos y escritores sobre la memoria y los
sueños, la amnesia, el sonambulismo, la histeria e incluso el uso de la hipnosis. Sin
embargo, B. Bettelheim asegura que el Psicoanálisis no podría haber nacido en ninguna
otra parte más que en aquella Viena finisecular. Considera que esa extraña contradicción
entre la extraordinaria expansión de la capital y la concomitante desintegración del
imperio produjo el aislamiento de la elite cultural vienesa que se replegó sobre sí
misma, sobre esos aspectos escondidos e ignorados del hombre. El clima psicológico de
morbidez, era adecuado escenario para el espectáculo de neurosis que brindaba la corte,
mientras la ciencia y el arte, en estrecha interrelación, buceaban en lo humano.
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Seguramente no sea casual que el psiquiatra Kraff-Ebing publicara en esta época su
Psicopatología sexual, quebrando todas las ideas dominantes sobre el sexo o que M.
Sackel pusiera a punto el tratamiento de la esquizofrenia por medio del electroshock. O
que el mayor arquitecto del momento reclutara a los mejores artistas jóvenes para crear
el hospital psiquiátrico de Steinhof, grandiosa obra de arte en cuyo centro brilla la
iglesia de San Leopoldo, con su cúpula de oro, para satisfacción de las necesidades
espirituales de los enfermos mentales.
En un edificio llamado El campo de la expiación, construido por orden
imperial sobre las cenizas del trágico incendio del Bourgtheater, se instala y abre su
consultorio el joven médico S. Freud, recién casado. Sugerentemente, al nacer su
primogénita, recibe una misiva del emperador felicitándolo por la nueva vida que
crece en un lugar de tantas muertes. Los estudios sobre la histeria freudianos tendrán
profunda influencia en el arte de la época. Por ejemplo, Klimt pinta mujeres
desnudas en arco histérico y los autorretratos de Schiele y luego Kokoschka son para
Bettelheim, tan lúcidos e impiadosos como el propio autoanálisis de Freud.
A. Schnitzler, quizás el más destacado escritor de su época, nace en Viena en
1862 en un barrio burgués, hijo de un famoso otorrinolaringólogo y desarrolla su
obra durante el período de gestación del Psicoanálisis. Comparte con Freud el origen
judío y la profesión médica, pero no la vocación, por lo que abandonará su práctica,
antes de lo cual fue interno en una cátedra neurológica y escribió un trabajo sobre la
cura de la afonía funcional a través de la hipnosis. Típico ejemplo de la imaginería
vienesa, se lo considera el testigo por antonomasia de la Viena decadente, que fue el
centro de su mundo literario. Como parte de los movimientos literarios de su época decadentismo, impresionismo, modernismo, simbolismo- opuestos al intento verista
de objetividad del naturalismo, centra su máximo interés en un orden subjetivo. Fue
un escritor psicologisista, de tendencia autoanalítica e introspectiva. Su vida fue la de
un dandy, bonvivant y donjuán, escéptico, reacio a los compromisos y despreciativo
de los convencionalismos sociales. Autocrítico e irónico a la vez, pareciera que una
sutil mezcla de humor, angustia y compasión envolviera tanto su obra como su vida.
Fue un autor incómodo y perturbador, es difícil encontrar un ejemplo literario más
elocuente del trágico fracaso de la resolución del conflicto edípico que Frau Beate y
su hijo. La protagonista de La Señorita Elsa podría habitar los historiales freudianos
como una histérica ejemplar. Curiosa coincidencia, en 1900, año fundacional del
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Psicoanálisis, la censura cae sobre Schnitzler. Publica Teniente Gustl, que combina la
innovación estilística del monólogo interior con una denuncia antimilitarista, que le
vale el retiro de su grado de oficial por las autoridades militares. Pero el escándalo
estalla con la publicación de su obra teatral La ronda, que fue prohibida por años.
Dicha ronda, compuesta por escenas breves, al modo de una danza con cambios de
pareja, al ritmo del sexo y con el telón de fondo de la sífilis, describe en clave de
farsa, liasons eróticas entre diez personajes que, comenzando por una prostituta y un
soldado, vuelven a ella junto a un conde, al final. Su carácter revulsivo se debió no
solo al ataque a la moral burguesa, sino también a la estratificación social jerárquica.
La penetración psicológica de sus personajes, cuyas pasiones no han perdido
vigencia, hacen de Schnitzler un autor moderno. Por ejemplo, La ronda se ha seguido
reponiendo por distintas compañías teatrales hasta el presente y Stanley Kubrick basó
su guión de Ojos bien cerrados en Relato soñado. En nuestro país, en 1982, el teatro
de La Gaviota montó La cacatúa verde, bajo la dirección de J. Salcedo.
Dice la crónica que aunque Schnitzler y Freud fueron vecinos, nunca se
cruzaron, pero existen testimonios del asombro y la admiración de Freud, frente a
este autor que ponía en escena las pulsiones y sus destinos. En 1922, le escribe
preguntándose por qué nunca intentó contactarlo. Pidiéndole reserva le confiesa que
fue por el temor a encontrar su doble, ya que su sensibilidad a las verdades del
inconsciente lo llevó, por intuición e introspección, a las mismas hipótesis, intereses
y resultados que a él luego de largos años de agotadora labor. N. Minor se pregunta si
fueron las experiencias comunes de estos dos primogénitos de sus madres, marcados
por la muerte temprana de hermanos pequeños y expuestos al influjo de astutas
institutrices, hadas y/o brujas, la marca precoz que abrió la interrogación al enigma
en ambos.
Como buen hijo de su época, Freud se ha referido a la cultura, edificada sobre
el conflicto entre los deseos pulsionales y la necesaria renuncia. Considera al Super
Yo un patrimonio psicológico de la misma de supremo valor, ya que al ser producto
de su internalización, se vuelve su portador, tanto en el aspecto normativo como en el
patrimonio de ideales, representación de una perfección posible. También se ha
ocupado del arte, ese reino intermedio entre la realidad que frustra y la fantasía
omnipotente, que nos brinda satisfacciones sustitutivas de máxima eficacia para
poder reconciliarnos con los sacrificios que la cultura nos impone. Dice Freud que el
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artista, al modo del juego infantil, crea mundos de fantasía a los que dota de grandes
cantidades de afecto, lo que nos permiten disfrutar de hechos y cosas que en la vida
real incluso nos resultarían penosos. El creador figura el cumplimiento de sus deseos
prohibidos pero disfrazándolos con talento, mitiga lo chocante, encubre su origen
personal y, observando las reglas de la belleza, nos soborna con un incentivo de
placer estético. Dicho incentivo es previo al goce genuino de la obra que deriva del
desahogo real y eficaz de los afectos provenientes de nuestras propias fantasías
prohibidas convocadas, que podemos entonces disfrutar sin remordimientos ni
vergüenza. Considera que el suave efecto embriagador del goce de una obra de arte
en quien es sensible a ella, es inestimable como fuente de placer y consuelo, pese a
ser ilusorio en relación a la realidad objetiva. Verdadera defensa contra el dolor
psíquico que, a través del desplazamiento y la sublimación pulsional, obtiene una
elevada ganancia de placer desde las fuentes del trabajo psíquico e intelectual. A la
vez promueve, a través de identificaciones, muy apreciadas vivencias sensibles
compartidas entre los seres humanos.
La Gran Guerra acabó con la Belle Époque, Freud (1916[1915], p. 311) se
refirió a ella, dando cuenta de su talento literario: “No solo destruyó la hermosura de
las comarcas que la tuvieron por teatro y las obras de arte que rozó en su camino;
quebrantó también el orgullo que sentíamos por los logros de nuestra cultura, nuestro
respeto hacia tantos pensadores y artistas, nuestra esperanza en que finalmente
superaríamos las diferencias entre los pueblos y razas. Ensució la majestuosa
imparcialidad de nuestra ciencia, puso al descubierto nuestra vida pulsional en su
desnudez, desencadenó en nuestro interior los malos espíritus que creíamos
sojuzgados duraderamente por la educación que durante siglos nos impartieron los
más nobles que nosotros. Empequeñeció de nuevo nuestra patria e hizo que el resto
de la Tierra fuera otra vez ancho y ajeno. Nos arrebató harto de lo que habíamos
amado y nos mostró la caducidad de muchas cosas que habíamos juzgado
permanentes.” Y termina con un obcecado optimismo: “Lo construiremos todo de
nuevo, todo lo que la guerra ha destruido, y quizás sobre un fundamento más sólido
que antes.”
Si bien Schnitzler fue un autor prolífico, con más de cien obras entre
narrativa, dramaturgia y ensayos, su fecundidad decrece luego de la paz, publica
algunas obras importantes pero, anclado en el pasado, sus personajes seguirán
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habitando aquella Viena decadente, demostrando cuán ajeno y extraño le resultaba el
nuevo mundo. Muere en 1931, lo que lo salva del nazismo, aunque sus libros arderán
en el mismo fuego que intentó vanamente destruir los de Freud, Marx, Kafka, Zweig,
Einstein y tantos otros. Dice Freud que siempre perseguimos una ilusión y que
nuestros juicios de valor, provenientes de nuestros deseos de dicha, no son más que
intentos de apoyar con argumentos estas ilusiones. Pese a ello sostengo la convicción
de que el legado freudiano lejos de quedar anclado en el pasado, mantiene una
vigencia capaz de transformar la ronda schnitzleriana en una espiral que se abre al
futuro.
Diana Szabó de Cancio
BIBLIOGRAFÍA
1º) Atwood, M.: Epilogo de Alias Grace (1996), Ediciones B S.A., 2006,
Madrid.
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3º) Fidanza, E.: Schnitzler y la ronda del amor, La Nación, 9/2/2009, Bs. As.
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1906]), A.E. VII.
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-El interés por el Psicoanálisis (1913), A.E. XIII.
-La transitoriedad (1916 [1915]). A.E.XIV.
-El porvenir de una ilusión (1927), A.E. XXI.
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-El malestar en la cultura (1930 [1929]), A.E. XXI.
5º) Minor, N.: Freud, Schnitzler: Ciudades del no lugar, en Casullo, N. (comp.):
La remoción de lo moderno-Viena de 900, Ed. Nueva Visión, 1991, Bs. As.
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-El teniente Gustl (1900), Ediciones Cátedra, 1995, Madrid.
-La ronda (1900), Ediciones Cátedra, 1996, Madrid.
-Frau Beate y su hijo (1913), Ediciones Cátedra, 1995, Madrid.
-El padrino, Ediciones Cátedra, 1995, Madrid.
-La señorita Elsa, (1924), Ed. Losada (1999), Bs. As.
7º) Vega, M.A.: Introducción a Schnitzler, A.: El teniente Gustl. Frau Beate y su
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9º) Zweig, S. (1940): La Viena del ayer, Espasa-Calpe Argentina S.A. (colección
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