La Viena de 1900

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Autora: Christa Veigl, redactora y periodista independiente
Acutalizado en enero de 2015
La Viena de 1900
La Viena de 1900 es un brillante período de la historia colmado de contrastes que se
reflejan en títulos como “Sueño y realidad” o “Eros y Tánatos” y en el que surgieron
destacados personajes de la cultura europea. A comienzos del nuevo siglo, en esta ciudad
se dio una concentración incomparable de creatividad en el campo de la literatura, la
pintura, la arquitectura y la música.
Ampliación y reforma de la ciudad
El hecho de que Viena alrededor de 1900 se convirtiera en la capital cultural de Europa Central
estaba relacionado con el rápido crecimiento de la ciudad, que estaba compitiendo con otras
metrópolis europeas como Londres, París y Berlín. En el siglo XIX, la inmigración y dos fases de
ampliación urbana contribuyeron a un notable crecimiento de la ciudad. Entre 1870 y 1910 se
duplicó la población, pasando de unos 900.000 habitantes a más del doble, más de 2 millones. La
primera fase de ampliación urbana a mediados del siglo XIX trajo consigo la construcción de la
elegante Avenida del Ring y de los monumentales edificios que la flanquean. Entre 1860 y 1890
en una franja de 1,6 km² se erigieron los palacios de la cultura (la Opera, el Burgtheater y los
museos), así como suntuosos edificios de viviendas de alquiler y palacios monumentales para la
política, el comercio y la educación (el Ayuntamiento, el Parlamento, la Bolsa, la Universidad y la
Escuela de Artes Aplicadas). Muchos de los palacios de la Avenida del Ring fueron construidos en
la segunda mitad del siglo XIX por los llamados “barones de la Ringstrasse” (banqueros e
industriales ricos y con frecuencia judíos), que los utilizaron como vivienda o sede de empresa. El
Palacio de la familia Ephrussi en el Universitätsring ha conseguido fama mundial gracias a la
novela de Edmund de Waal “La liebre de los ojos de ámbar” (versión original en inglés de 2010),
que se basa en la historia de la familia Ephrussi y que ha sido traducida a unas 30 lenguas.
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Al mismo tiempo hubo antiguos edificios que fueron reformados o completamente sustituidos por
nuevas construcciones. De esta forma la arquitectura vienesa adquirió renombre internacional y el
sector de la construcción experimentó tal prosperidad que apenas sufrió una parálisis pasajera
cuando ocurrió la crisis bursátil de 1873. La generación de los arquitectos que contribuyeron a las
construcciones de la Avenida del Ring había llevado a cabo grandes obras para el uso público, de
forma que las generaciones siguientes iban a ocuparse ante todo de proyectos privados. Pero se
había postergado un proyecto de infraestructura pública tan importante como la construcción de
un tren metropolitano y fue el arquitecto Otto Wagner quien recibió el encargo de construir a partir
de 1894 una línea ferroviaria de 45 kilómetros de largo con más de 30 estaciones.
En 2015 Viena celebra el 150 aniversario de la inauguración de la Ringstrasse, realizada por el
emperador Francisco José el 1 de mayo de 1865 (www.ringstrasse2015.info).
Convivencia conflictiva
Viena era la capital del Imperio Austrohúngaro, en el que convivían más de 50 millones de
habitantes de 15 nacionalidades. El garante y símbolo de la unidad de esta monarquía era sobre
todo el emperador Francisco José I, nacido en 1830 y que gobernó de 1848 a 1916, pero también
el eficiente aparato administrativo del imperio.
La capital recibía oleadas de inmigrantes de diferentes grupos étnicos y religiosos, que venían de
todos los confines de este imperio multinacional. También confluían estratos sociales diversos,
aumentando el potencial conflictivo, dado que los inmigrantes solían padecer la explotación laboral
que se daba en esta fase del liberalismo. A raíz de esta situación prosperaron los movimientos
obreros, la formación de organizaciones como los sindicatos o la corriente socialdemócrata.
La problemática resultante del conflicto entre las diversas naciones se resume en el apodo que los
habitantes eslavos le dieron al Imperio, llamándolo “calabozo de los pueblos”. Los eslavos
constituían casi el 50 por ciento de la población: Mientras los húngaros tuvieron el privilegio de
gozar de un mayor reconocimiento a partir de 1867 mediante el llamado “Compromiso”, pasando a
ser la segunda nación del estado, a los eslavos (checos, polacos, serbios, croatas, ucranianos,
etc.) no se les concedió ningún derecho similar. Pero en esta época llena de tensiones el roce
entre las diversas nacionalidades resultó también muy fértil, dando frutos que iban más allá de una
cocina vienesa de consistencia bohemia y sabor húngaro y que persisten hasta el presente.
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La arquitectura: Otto Wagner, Josef Hoffmann, Adolf Loos
Otto Wagner (1841-1918) era vienés, pero casi la mitad de los alumnos diplomados de su escuela
especial de arquitectura en la Academia de Bellas Artes, la llamada “Escuela de Wagner”, eran
oriundos de las provincias del sur y del este del Imperio. Por ejemplo, Josef Hoffmann (1870-1956)
era de Moravia, mientras que Josef Plecnik (1872-1957) y Max Fabiani (1865-1962) eran de
Eslovenia. De la región de Moravia (con población de lengua checa y alemana), que hoy forma
parte de la República Checa, provenían también Joseph Maria Olbrich (1867-1908) y Adolf Loos
(1870-1933).
Ya sólo estos nombres son representativos de lo más esencial de la corriente arquitectónica de
1900. Otto Wagner fue quien diseñó entre 1894 y 1910 las estaciones, las barandillas y los
puentes del tren metropolitano de Viena, así como los edificios de viviendas “Majolikahaus” (Casa
de Mayólica) y “Musenhaus” (Casa de las Musas), situados en la Wienzeile, y la primera iglesia
moderna de Europa, la Iglesia de San Leopoldo en Steinhof o el edificio de la Caja Postal de
Ahorros. Otro buen ejemplo son las mansiones de Josef Hoffmann, quien en 1903 fundó los
Talleres Vieneses (Wiener Werkstätte) en colaboración con Kolo Moser. Una de las mansiones de
Hoffmann, situada en el barrio de Hohe Warte, es la „vivienda doble” que hizo para sus amigos
artistas Kolo Moser y Carl Moll. Dos casas más allá, en la “Villa Ast” se encontraba el salón de
artistas e intelectuales regenteado por la famosa “femme fatale” del siglo XX, Alma Mahler,
personaje que ha sido eternizado en la obra de teatro de Paulus Manker titulada “Alma”. La sala
de exposiciones de la generación de artistas rebeldes, la Secesión, es obra de Olbrich,
colaborador de Wagner. Y los discípulos de Wagner Plecnik y Fabiani fueron los creadores del
edificio “Zacherl-Haus” y de la Iglesia del Espíritu Santo, (Heilig-Geist-Kirche), así como de la
“Artaria-Haus” y del edificio de la Urania.
Adolf Loos, arquitecto que provocaba continuas polémicas, cuestionó el uso de ornamentos en la
arquitectura. Llegó a aceptar una ornamentación clásica pero estaba convencido de que inventar
nuevos ornamentos era una pérdida de tiempo y señal de decadencia. Esta era su visión de los
nuevos adornos creados por el movimiento modernista austríaco de los discípulos y colaboradores
de Otto Wagner y de los Talleres Vieneses. El edificio de viviendas y comercio de la empresa de
modistas Goldman & Salatsch en la Plaza de San Miguel (Michaelerplatz) apenas presenta una
espartana ornamentación clásica. Para sus contemporáneos, acostumbrados al neobarroco
recargado, el estilo de Loos era aún menos comprensible que los “nuevos ornamentos”
modernistas y por eso se burlaron del edificio llamándolo “la casa sin cejas”.
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Literatura y cafés
“Adolf Loos y yo, él literalmente, yo con las palabras, no hemos hecho más que demostrar que
existe una diferencia entre una urna y un orinal”, así describió Karl Kraus (1874-1936), nacido por
cierto en Bohemia, su afinidad intelectual con su amigo Loos. Los pintores, músicos, arquitectos,
poetas, periodistas y otros intelectuales se daban cita en el Café Griensteidl, en el Café Central o
en el Café Museum. El Griensteidl se encontraba en el edificio antecesor del Palacio Herberstein
que se construyó en 1899 en la Plaza de San Miguel. El Palacio Herberstein resulta opulento en
sus ornamentos, en total contraste con el edificio construido enfrente, en la misma plaza, por Adolf
Loos, el “Goldman & Salatsch”. Hacia el 1890 el Café Griensteidl era el lugar de tertulias del
círculo literario “Viena joven” que se aglomeraba alrededor de Hermann Bahr. También era asiduo
al Griensteidl el mordaz Karl Kraus, quien solía criticar la glorificación de la decadencia que
profesaban los escritores de las corrientes modernas, en especial Hermann Bahr. En la revista
“Fackel” (La antorcha), editada y redactada prácticamente en solitario por Karl Kraus entre 1899 y
1936, el autor convertía en sátira todo lo que le disgustaba. Precisamente por causa de estas
críticas, el nombre de Hermann Bahr estuvo omnipresente durante décadas en la revista “Fackel”.
Después de cambiar de café para empezar a frecuentar el Café Central, Kraus escribió una sátira
titulada “La literatura demolida” en la que criticaba la así llamada “Galería de los Poetas Jóvenes
Vieneses” que se encontraba en el café de literatos Griensteidl, el cual se había cerrado en 1897 y
había desaparecido con la demolición del edificio. (En 1990 se volvió a abrir un café con el
nombre de Griensteidl en el Palacio Herberstein) No es de extrañar que Karl Kraus fuera amigo y
mentor de Peter Altenberg (1859-1919), el más característico literato de café, conocido también
como un artista de la vida. También pertenecía a su círculo de amistades el compositor Alban
Berg. Este gran representante de la innovadora corriente de música contemporánea compuso
canciones para orquesta en base a textos de Altenberg.
Música contemporánea: atonalidad y antisemitismo
El concepto de “atonalidad” describe las impresiones que causaban los conciertos de Schönberg y
de su círculo de discípulos (entre otros Berg, Webern, Wellesz) de la así llamada “Segunda
Escuela Vienesa”, al ser escuchados por oídos si acaso acostumbrados a la música del
romanticismo tardío. Schönberg, quien más tarde desarrollaría un método de “composición con
doce tonos”, dirigió el 31 de marzo de 1913 un programa en la Sala Dorada del Musikverein que
pasaría a la historia como el escandaloso “Concierto de las bofetadas”. El repertorio incluía obras
de von Webern, Schönberg, Zemlinksy, Berg y Mahler. Después del descanso, cuando le tocaba
el turno a las canciones de Berg compuestas en base a los textos de postales escritos por Peter
Altenberg, se armó tal tumulto, que el caso acabó en los tribunales.
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Gustav Mahler (1860-1911), también nacido en Bohemia, fue director de la Ópera de Viena de
1897 a 1907, con lo que era considerado una especie de regente del mundo de la música europea
de aquel entonces. A raíz de los conflictos suscitados por el antisemitismo y por las frecuentes
actuaciones del director en otras ciudades, Mahler dimitió del prestigioso cargo de director de la
Ópera de la Corte. La esposa de Mahler, Alma, es conocida no sólo por los amantes de la música,
sino que su fama llegó más lejos debido a su aventurera vida amorosa y matrimonial. Gustav y
Alma se habían conocido en casa de Bertha Zuckerkandl, anfitriona de uno de los famosos
salones donde se reunía la alta burguesía vienesa. Probablemente la difícil relación con Alma fue
el motivo que condujo a Mahler a asistir a la consulta del doctor Sigmund Freud. Pero no le fue
posible obtener ninguna cita hasta un año antes de su muerte. Finalmente, en 1910, ambos se
encontraron durante un viaje en Leiden (Holanda), y una tarde Freud tuvo la oportunidad de
analizar la relación de Mahler con las mujeres.
Sexualidad, moral y sociedad: Freud y Schnitzler
Normalmente, las sesiones de psicoanálisis duraban mucho más tiempo y se realizaban sobre el
famoso diván de Freud en su consulta de Viena en la Berggasse. La familia de Freud vivía desde
1860 en Viena. Sigmund había nacido en 1856 en Moravia y estudió medicina en su nueva patria.
El término de “psicoanálisis” fue empleado por Freud por primera vez en 1896 y en 1899 publicó
“La interpretación de los sueños”, con fecha de edición de 1900. Un aspecto de las teorías de
Freud que causaba y quizás causa aún irritación en mucha gente es su visión de la sexualidad
como origen de muchos actos y deseos. Esta teoría molestaba especialmente a sus
contemporáneos, dado que hacia el 1900 imperaba la doble moral en las relaciones matrimoniales
y todo lo referente al sexo era un tabú que provocaba curiosidad pero a la vez miedo.
Al igual que Freud y Mahler, también Freud y Arthur Schnitzler (1862-1931) se conocieron muy
tarde, aunque vivían en la misma ciudad, frecuentaban círculos similares y trataban temas afines.
Fue en 1922 cuando tuvo lugar el encuentro entre ambos, y en una carta a Schnitzler, Freud
escribió que hasta entonces había evitado el encuentro con el escritor como si temiera acercarse
a su propio doble, dado que en los escritos de Schnitzler percibía las „mismas condiciones, los
mismos intereses y resultados“ que los propios.
Los antepasados de la familia paterna de Schnitzler eran de Hungría. Al igual que su padre, Arthur
Schnitzler cursó la carrera de medicina y se ocupó del estudio de la histeria y la hipnosis. Como
escritor abordó los temas de la sexualidad, la seducción, la infidelidad matrimonial y la doble moral.
También escribió sobre el creciente antisemitismo que se percibía en la sociedad vienesa. Muchas
de sus novelas y de sus piezas teatrales como “El teniente Gustl”, “El profesor Bernhardi” o “La
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ronda” se convirtieron en clásicos de la literatura en lengua alemana. El “Relato soñado” de
Schnitzler inspiró la última película de Stanley Kubrick, “Eyes Wide Shut” (1999).
Edipo, conflictos generacionales y arraigo en la tradición
La historia de Edipo, que mató a su padre, inspira poemas desde tiempos de la antigüedad. Freud
creó la conciencia sobre el complejo de Edipo como una fase esencial en la evolución de un ser
humano. Abstrayendo Edipo a la dimensión cultural podría decirse que los artistas siempre tienen
que poner en tela de juicio las obras de la generación precedente. En aquel final de siglo este
fenómeno se dio de forma más contundente que en otras épocas anteriores. Quizás porque a
finales del “historicista” siglo XIX quedaba más claro que nunca que no sólo existía el estilo de los
antepasados. Cabe recordar que se habían analizado y catalogado una gran cantidad de estilos
del pasado. Los jóvenes, en gesto de rebeldía, comenzaron a dar la espalda a reconocidas
instituciones de sus padres, como la Künstlerhaus (Casa de los Artistas) de la cual en 1897 se
escindió la “Asociación de Artistas plásticos de Austria”. Así surgió el famoso movimiento de la
Secesión, del que eran miembros activos artistas de gran peso como Gustav Klimt (1862-1918),
Kolo Moser (1868-1918), Josef Hoffmann (1870-1956) o Joseph Maria Olbrich (1867-1908).
Y por si fuera poco, en 1899 también ingresó en la Secesión de los “jóvenes” nadie menos que
Otto Wagner, de casi 60 años de edad y desde 1894 profesor de arquitectura en la prestigiosa
Academia de Bellas Artes de Viena. Muchos de los miembros de la Secesión habían sido sus
discípulos y colaboradores. Olbrich, arquitecto del edificio de exposiciones erigido en 1898
igualmente llamado Secesión, contribuyó a la construcción del tren metropolitano de Wagner. Kolo
Moser diseñó los medallones de las musas que se ven en el edificio de Wagner de la calle
Wienzeile 38, así como los vitrales de la iglesia de Steinhof. Hoffmann era uno de los que habían
estudiado con Wagner. Al igual que su “maestro”, los discípulos de Wagner estaban anclados en
la tradición, aunque este aspecto se notara poco cuando protestaban contra sus padres
“historicistas”. Incluso el nombre de la publicación de la asociación de los secesionistas, Ver
Sacrum (Sacra primavera), tiene reminiscencias tradicionales, ya que hace referencia a una vieja
tradición de renovación.
Gustav Klimt (1862-1918), estrechamente relacionado con la Sacra primavera del 1900, se inspiró
en las texturas de oro y en los ricos ornamentos de los mosaicos del paleocristianismo y del
Medioevo que había conocido en las ciudades italianas de Ravenna y Venecia. Su “etapa dorada”,
coronada por su obra “El beso” (1907/08) demuestra su peculiar forma de seguir aquellos
ejemplos. La libre sensualidad que se percibe en muchas de sus figuras de mujeres, la desnudez,
los cuerpos embarazados y las posiciones atrevidas de sus modelos ilustran temas profundos
como la muerte y el erotismo o el círculo de la vida. A fin de cuentas, temas que estaban muy
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presentes en los espíritus despiertos de aquella época, y que también habían sido captados a su
manera por Freud y Schnitzler.
Pocos años antes de la Primera Guerra Mundial, una nueva generación de jóvenes volvió a
sacudir la percepción visual: Egon Schiele (1890-1918) y Oskar Kokoschka (1886-1980), los más
destacados representantes del expresionismo austríaco. Ambos tuvieron la oportunidad de
exponer sus obras en 1908 y en 1909 bajo el patrocinio de Gustav Klimt en la Feria de Arte de
Viena. Un poco antes, en 1907, Picasso pintaba en Paris las “Demoiselles d'Avignon”, que se
consideran como la imagen iniciática del cubismo. El movimiento cubista es una de las pocas
corrientes modernas que no surgieron ni pasaron por la “Viena del Fin de Siglo”.
Ocaso y nostalgia de los Habsburgo
En lugar del verano, después de la Sacra primavera del movimiento artístico de la Secesión llegó
la Primera Guerra Mundial (1914-18). Fue el desmoronamiento de la cultura y de toda la toda la
riqueza ornamental de principios de siglo, ya fuera de art nouveau o clásica.
De esta manera la “Viena del Fin de Siglo” quedó anclada en la memoria de los supervivientes y
de generaciones posteriores como símbolo de un brillante ocaso de la cultura europea. Joseph
Roth (1894-1939) había nacido poco antes del fin de la Monarquía de los Habsburgo en un recodo
del Imperio, en la región de Galitzia, que hoy pertenece a Ucrania. Al igual que muchos de los
artistas e intelectuales ya citados, también Roth era de familia judía. Cuando comenzaba a
percibirse el antisemitismo desenfrenado, Roth escribió “La marcha Radetzky” (1932). Esta novela
se considera como un retrato esclarecedor y a la vez nostálgico del derrumbe de la Monarquía
Austrohúngara, si bien también se puede leer desde otra perspectiva. Joseph Roth, austríaco
exiliado, judío católico y socialdemócrata monárquico sabía diferenciar muy bien entre opereta y
realidad. Y quien sino él podía haber retratado la realidad de la década de 1930 como un
retroceso en la historia de la humanidad, retroceso de tal gravedad que hacía parecer inocuos los
más graves errores de la extinta monarquía.
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