¿jean-jacques rousseau hoy?

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CULTURA
¿JEAN-JACQUES
ROUSSEAU
HOY?
ANDRE RAVIER, S. J.
En el bicentenario de la muerte de Rousseau, hemos pedido a André Ravier, educador
y ex Provincial jesuíta en Francia, que nos
muestre el fondo del pensamiento de Rousseau que, contrariamente a lo que muchos
piensan, es esencialmente religioso. Nos
muestra asimismo el autor que la figura inquieta de Jean-Jacques, que desde su infelicidad
busca una transparencia "divina" en su conciencia, no es en verdad muy ajena a muchos
de nuestros contemporáneos.
20S
Ginebra, París, diferentes ciudades de Suiza y
Francia acaban de celebrar el bicentenario de la
muerte de Voltaire y de J. J. Rousseau. Hay una
primera constatación que llama la atención: a Voltaire se le ha asignado la parte del león en los
festejos, salvo, ev i den (emente, los que tuvieron
lugar en Montmorcncy y en el coloquio de "Chanterroy", lugares especiales de recuerdo de Rousseau. De esta preferencia no se puede concluir
que J. J. Rousseau esté declinando, ya que ella se
explica por el hecho de que en 1962, en el bicentenario de sus tres grandes obras: la Nueva Eloísa, el Emilio y el Contrato Social, Rousseau había
sido objeto de numerosas publicaciones, conferencias y celebraciones de todo tipo. Si su presencia
en 1978 fue más velada, sin embargo, tuvo una
alta calidad: muchos descubrieron, por ejemplo, el
valor de Rousseau como músico, botánico y especialmente como pensador religioso.
En este pequeño articulo, nos detendremos preferentemente en el pensamiento religioso de Rousseau.
Situémonos. ¿Cuáles son los aspectos del "sistema" de Rousseau que hoy día concentran la
atención? Indudablemente que el Contrato Social,
estudiado minuciosamente por hombres y círculos
políticos de todas las corrientes, viene en primer
luuar; al Contrato Social es conveniente agregar
los dos Discursos de los que dan testimonio los
trabajos de R. Dérathé y V. Goldschmidt y otros.
Pero, es en la filosofía general de Rousseau donde
hay mayor interés hoy en día, después de los trabajos de P. Burgeliu, A. Schinz, H. Gouhier y otros.
Allí hay tres aspectos de Rousseau que se señalan
preferentemente: el metafísico, a quien Kant rindió el homenaje consabido —el hombre religioso
que busca una nueva síntesis del "cristianismo"—
y el hombre que chocó con los Enciclopedistas y
se separó de ellos en puntos esenciales. Trabajando sobre ese conjunto, historiadores y sicólogos
rastrean la infancia de Rousseau, las raíces de su
temperamento, para descubrir allí, en la medida
de lo posible, el origen y los condicionamientos de
su pensamiento. De las orientaciones de estos estudios, incluidos los que se refieren a la sociología de Rousseau, se desprende de manera relevante un punto común: su pensamiento es esencialmente religioso. H. Gouhier ha titulado muy justamente su obra. Las meditaciones metafísicas de
J. J. Rousseau (Vrin, 1970) y ese título significa
que las "meditaciones" de Rousseau, aunque fueran "ensueños", tienen, sin embargo, el rigor secreto de una autentica metafísica y que, en revancha, su metafísica se prolonga en meditaciones,
es decir, en actitudes que tocan el corazón o la
conciencia.
En este artículo que, en su brevedad, querría
sin embargo, captar el sentido actual del pensamiento de Rousseau, procuraremos reconstituir
el itinerario religioso del autor. Está de más precisar que este estudio debe mucho a la monumenMENSAJE
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CUI.TU&A
tal obra de P. M. Masson: La religión de J. J.
Rousseau, aunque esta tesis magistral deba ser
completada hoy en día y aun rectificada en ciertos puntos.
Los años errantes de búsqueda
La inFluencia de los primeros 15 años de JeanJacques —sus años "calvinistas"— ha sido decisiva. Las investigaciones dei Pastor J. L. Leuba (profesor de la Universidad de Neufchátel) lo demuestran fehacientemenu-; pero este calvinismo necesita ser matizado: la liturgia en la que participó el
¡oven Rousseau, las prédicas que escuchó, no reflejan ya la fe integral de Calvino; se trataba de
un protestantismo mucho más "liberal", si bien lo
esencial permanecía y esa religión penetró hasta
las fibras profundas de la conciencia del adolescente. Tres tendencias persistirán en él a través
de los avatares de su vida: un gran gusto por la
Biblia, cuya lectura cotidiana retomará en 1752;
una alergia radical a todo dogmatismo que lo llevará a rechazar, no sin violencia, el "papismo", y
una permeabilidad no puramente estética a la belleza de los cantos litúrgicos.
El 14 de marzo de 1728, Rousseau huía de Ginebra y llegaba a Saboya. Durante largos años
andará errante, no sólo de ciudad en ciudad y de
oficio en oficio, sino también de creencia en creencia. Desde el 21 de abril de 1728 abjura del protestantismo y recibe, en Turín, el bautismo católico.
Esta abjuración parece haber sido más "de boca"
que de corazón. Sea como sea, Rousseau se convierte en vagabundo: Annecy, Soleure, Lyon, Fribourg, Neufchátel, París, Chambry, Montpellier
lo verán pasar por ellas hasta 1742. Lo que marca
más este peí iodo es su encuentro —sus encuentros— con Madame de Warens. Junto a "mamá",
el "chico" aprende un catolicismo extraño, por decir lo menos: ni las costumbres, ni la doctrina de
semboca este autodidacto es cada vez menos el
universo católico; es una especie de nebulosa primitiva donde todo bulle y germina en una reflexión indistinta. Practicando públicamente el catolicismo, Rousseau se desliza, de hecho, hacia el
escepticismo. Cuando llega a París en julio de 1742,
parece como que toda fe cristiana se le ha borrado. Frecuenta sin vergüenza los medios libertinos
(en el doble sentido de la palabra) de la capital,
donde se elabora ya la Enciclopedia. Sus amigos
se llaman Diderot, D'Alambert, Condillac, Holbach,
Helvetius, Madame d'Epinay, Grimm, Bayle: para
su mirada ambiciosa, Voltaire representa el ideal
que hay que admirar y, si es posible, igualar.
"La experiencia vivida de Jean-Jacques
es la de una certidumbre en búsqueda
de su verdad."
esa señora parecen haberse inquietado por su "fe".
Con todo, en Charmettes, el joven Rousseau se
emburradla con lecturas y no ciertamente de poca
monta: Lcibnitz, Newton, Malebranche, Kepler,
Pascal, Locke, Bayle, Descartes, Montaigne, etc.,
desfilan por "el Jardín de Madame de Wdrens". Y
no hay que pensar que esas lecturas eran superficiales: Rousseau lee golosamnte, pero con atención: sus obras estarán repletas de reminiscencias
de esas lecturas. Algunos autores como Descartes,
Platón y otros, aparecerán como en filigrana en
su "sistema". Sin embargo, el universo en que deMENSAJE
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La conversión
Ahora bien, ¿vive a gusto Rousseau entre esos
deístas o ateos? "Mi corazón les respondía, más
que mi razón", escribirá un día, y la confidencia
parece sincera. Hay algo en él que protesta contra
la presión irreligiosa de ese medio. Un cierto sentido de Dios —del Dios de la Biblia— dormita en
su interior. Bastará una ocasión favorable para
reavivarla.
Esta ocasión le fue ofrecida por la Academia
de Dijon que, en 1749, planteaba en concurso la
pregunta siguiente: "¿Si el restablecimiento de la
Ciencia y del Arte ha contribuido a purificar las
costumbres?" Cuando Rousseau tuvo conocimiento de este tema, camino a Vincennes, experimentó
una "iluminación" que conmovió todo su ser: esta
pregunta era "su" pregunta, el problema que lo
habitaba —confiesa él mismo— "desde su juventud"; "ella me abrió de golpe los ojos, desenredó
eí caos que había en mi cabeza y sobre todo en mi
corazón, mostrándome otro universo". Llega a decir en sus Confesiones: "Me transforme en otro
hombre". Desde entonces (y el Discurso sobre el
origen de la desigualdad entre los hombres (175354) lo conformará en esta cosmovisión), Rousseau
posee la piedra fundamental de su "sistema": el
hombre nace bueno, la sociedad (la sociedad "histórica", no la sociedad natural) se ha vuelto perversa y pervertidora, debido al "funesto azar" que
ha inoculado en ella la relación Amo-Esclavo (la
propiedad y, más todavía, el espíritu de propiedad). Para volver a ser "bueno", cada hombre
debe volver, por una conversión interior, a esa
"primavera de la naturaleza" que guarda en lo hondo de sí mismo, no obstante su perversidad social. (Ese será el tema del Emilio, del Contrato
Social, de las Confesiones, de los Ensueños). Rousseau siente que pertenece a esta categoría de "convertidos" gracias a la "iluminación" de Vincennes.
Le es necesario dar prueba y ejemplo de esta
conversión. Entre 1749 y 1752 emprende una verdadera reforma de vida: abandona el puesto de
cajero que desempeña junto a M. de Francueil y
se gana la vida copiando música; simplifica su
vestuario y sus costumbres, y se descarga de todo
signo de riqueza. "Habiendo así llevado a cabo mi
reforma, no pensaba sino en hacerla sólida y durable, trabajando por desarraigar de mi corazón
todo lo que dependía aún del juicio de los hombres". Es entonces cuando, delante de sus amigos
filósofos se presenta como el "defensor de la causa de Dios" y sueña en reconciliarse con Ginebra.
En junio de 1754 se dirige a la ciudad de su infancia y pide ser reintegrado en la Iglesia de Calvino.
La ceremonia tuvo lugar el 1° de agosta. Rousseau
recobraba su titulo de "ciudadano de Ginebra".
Por este acto, rompía oficialmente con el catolicismo y con París, ese París que simbolizaba a
sus ojos el libertinaje del pensamiento y de las
costumbres, la "filosofía" que bordea la incredu208
lidad cuando no desemboca en el ateísmo...; lo
que no le impidió guardar bastante buenas relaciones con los filósofos de París, Y se sumergía
en la religión de sus primeros 15 años, en esa atmósfera de sermones, de cánticos, de salmos y de
lectoras bíblicas, que antaño lo había alimentado
y encantado. La "evidencia" lo invadía de nuevo
y se relacionaba con ciertos pastores inteligentes
y "liberales".
Maduración en el Ermitage
A su regreso a Francia, Madame d'Epinay le
ofrece hospitalidad en el Ermitage, esa casita eni.untadora que ella arregló en el parque la Chevrcüc, en Breuil-la Barre. Allí se instala. "No he
comenzado a vivir sino el 9 de abril de 1756" escribía un día al señor de Malesherbes. En el Ermitage, Rousseau permanecerá 20 meses; meses
decisivos para su obra. Dos hechos dominan este
período: su amistad amorosa con Madame d'Houdetot, y su ruptura definitiva con los "filósofos".
Su pensamiento madura; realiza un esfuerzo heroico para él tratando de poner coherencia en sus
ideas. De este esfuerzo da testimonio su Carta sobre la Providencia, mediante la cual responde a
los poemas de Voltaire Acerca de la Ley Natural
y Sobre el desastre de Lisboa. H. Gouhier ha formulado maravillosamente esta búsqueda de Rousseau diciendo. "La experiencia vivida de Jean-Jacques es la de una certidumbre en búsqueda de su
verdad". Se ve germinar la Profesión de Fe del
Vicario Saboyano.
La génesis de Julia, más conocida como La
Nueva Eloísa, ilustra bien estas etapas por las que
pasa Jean-Jacques Rousseau. La novela comenzó
antes de 1756, por tanto antes de su encuentro con
Sofía d'Haudetot. En 1757 tuvo lugar ese encuenIru y nuestro filósofo quedó inflamado. Se le despidió, pero algunas páginas de la novela deberán
el ardor de su tono a esta aventura. Entonces de
pretendiente desafortunado, se convierte en director de conciencia y dirige a Sofía sus Cartas Morales, ardientes no sólo con amor de Dios. Pasajes
enteros de estas Cartas pasan a La profesión de
Fe del Vicario Saboyano que está también preparando, a tal punto que Rousseau las interrumpe
después de la scxLa-carta y en lugar de "mi querida amiga", escribe: "mi buen joven".
La Nueva Eloísa
El 10 de diciembre de 1757, Madame d'Epinay,
presionada por Grimm y por unos filósofos, echaba a Rousseau del Ermitage. Pero lo recibían los
Luxembourg en su propiedad de Montmorcncy,
no lejos de La Chevrette y en un paisaje muy semejante: el Mariscal y su mujer ponían a su disposición el agradable "Montluirs" y el "Petit toMENSAJE
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rreón" con el jardín, cuya avenida de tilos sería
pronto para Jean-Jacques un gabinete de trabajo.
En Montmorency termina sus tres grandes obras,
entre las cuales está La Nueva Eloísa. Y la novela
del amor culpable termina en novela edificante,
más aun en novela mística. Porque no se trata
solamente de un "fiero combate" entre la "pasión"
y la "virtud" el que se da en el corazón de Julia,
sino que ella emprende una acción más discreta,
pero para ella más dramática, a fin de arrancar a
M. de Wolmar, su marido, de su irreligiosidad
—digámoslo crudamente: para convertirlo. Es apasionante seguir este debate, desde la "súbita revolución" que transforma el corazón de Julia, durante la ceremonia de su matrimonio (bajo el efecto
de una "gracia" asombrosa) hasta su profesión de
fe y su muerte. La irreligiosidad de M. Wolmar,
por otra parte, no es un ateísmo vulgar; no me
atrevería a decir con P. M. Masson, que es "un
cristiano que se ignora"; sería más bien un ateo
negativo, un hombre que no ha encontrado aún
una religión que satisfaga a su "razón". Pero su
corazón es recto: "¿Conoce Ud., escribe Julia a
Saint-Preux, alguien más lleno de sentido y de razón que M. de Wolmar? ¿A alguien más sincero,
más justo, más veraz, menos entregado a sus pasiones, que tenga más que ganar con la justicia
divina y la inmortalidad del alma?" Ella "ora" para
que los ojos de su marido se abran finalmente;
ofrece su vida por el. Junto al lecho donde muere
su mujer, Wolmar está en efecto muy cercano a
adherir a su "profesión de fe".
La Nueva Eloísa es, ciertamente, una novela,
pero es mucho más que una novela. Mediante
Saint-Preux (ese cristiano cuya fe no alcanza a protegerlo contra la pasión) Wolmar (ese ateo cuya
irreligiosidad no le impide ser un "justo") y especialmente Julia d'Etanges {que no triunfa de su
pasión sino bajo el efecto de una "gracia", y cuya
"devoción" Saint-Preux no duda en compararla con
la mística de Teresa de Avila), Jean-Jacques Rousseau, ¿no nos hace acaso una confidencia —yo diría, una "confesión"— de su estado de alma religioso, con sus interrogantes profundos, sus inquietudes y sus certidumbres, sus dudas y sus "evidencias", en resumen con la firmeza y la fragilidad de su fe? Ese diálogo a tres voces no es quizá sino un largo monólogo.
fesión de Fe del Vicario Saboyano sería un escrito ajeno al proyecto del tratado de educación. He
examinado detenidamente estos juicios en otros
trabajos, especialmente en mi artículo reciente en
la revista Archives de Philosophie: "Rousseau y el
Cristianismo". De hecho, después de un análisis
minucioso de los textos, llego a la conclusión de
que el sistema de educación de Rousseau depende
enteramente de la afirmación de Dios, de la espiritualidad e inmortalidad del alma, de un "cielo"
de justicia y de felicidad después de la muerte.
La educación según Jean-Jacques es una educación
de la conciencia moral. Hasta la edad de la puberJEAN-1ACQUES ROUSSEAU
Educación y religión
La importancia (se podría decir: la primacía)
de la religión en la obra entera de Rousseau es
más evidente aun en el Emilio o acerca de la Educación. Diciendo esto, no olvido que algunos intérpretes han hecho del libro una "lectura" estrictamente laica, y que el mismo P. M. Masson ha
creído percibir una contradicción entre la teología
y la moral del tratado de educación y las de la
profesión de fe, llegando a sospechar que La ProMENSAJE
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tad, el hombre en desarrollo, al menos si es educado, como Emilio, y está al abrigo de los contagios de la sociedad pervertidora, ignora la lucha
moral. Pero, desde que la "revolución tormentosa"
estalla como una tempestad en el corazón del adolescente —desde que, según su instinto de sociabilidad debe insertarse en el ambiente de sus semejantes— entonces "entramos en el orden moral": "Nacemos, por así decirlo, en dos tiempos:
el primero para existir, el otro para vivir; uno
para la especie, otro para el sexo,.. Hasta aquí
nuestras preocupaciones no han sido sino juego
de niños, es ahora cuando ellas adquieren su verdadera importancia. Esta época en que termina la
educación ordinaria es propiamente cuando la
nuestra debe comenzar". Porque es la época del
combate que se libra en la conciencia del hombre y este combate, para el cual el educador debe
ayudar a su alumno a prepararse y equiparse, es
un combate duro: el adolescente debe aprender,
no sólo a no dejar que su "amor de sí", puro y
original, se degrade en "amor-propio", sino también a no asegurar su "bien" en detrimento del
".. .el sistema de educación de Rousseau
depende enteramente de la afirmación
de Dios, de la espiritualidad e
inmortalidad del alma, de un "cielo" de
justicia y de felicidad después de la
muerte..."
bien de sus semejantes, a salvaguardar su verdadera libertad hasta en la "esclavitud" del amor legítimo; a preferir sus deberes de ciudadano, hasta
el sacrificio de sí mismo si es necesario, antes
que su bien individual; hasta el sacriFicio... Ahora bien, el sacrificio misino, en la perspectiva rousseauniana, debe recuperarse finalmente en recompensa, en felicidad, en "voluptuosidad pura". Sin
embargo, basta abrir los ojos para ver que la "virtud" no siempre (y aun sólo raramente) encuentra
aquí abajo su recompensa. Por tanto, Dios es necesario, un cielo de justicia es indispensable, para
que el "orden" se restablezca. La educación misma, según Jean-Jacques, postula una educación religiosa. Una fe, la fe del Vicario Saboyano, es necesaria al hombre de la naturaleza para que el sea
un hombre de conciencia.
La fe necesaria para el Contrato Social
Esta fe le es necesaria aun para ser un "buen
ciudadano" según el Contrato Social, tal como
Rousseau lo imagina y expone. En primer lugar,
porque todo contrato es un acto moral que compromete la conciencia y crea, entre los contratantes, relaciones de conciencia a conciencia. En segundo lugar, porque la Ley, tal como la concibe
210
Jean-Jacques es sagrada. Finalmente, porque el Legislador (siempre según Jean-Jacques) debe ser un
ser puro, desprendido de sus propios intereses, un
superhombre, casi un dios: "Serían necesarios dioses para dar leyes a los hombres". Sería un "verdadero milagro" el descubrir a un legislador perfecto. E) hecho de que Rousseau se haya enredado un poco en esta difícil cuestión no cambia en
nada su exigencia fundamental: el Contrato Social
no puede darse ni sobre todo cumplirse, sino por
lo que él llama "la profesión de fe civil". "Hay una
prufesión de fe puramente civil, cuyos artículos
los determina el 'Soberano', no precisamente como dogmas religiosos, sino como sentimientos de
sociabilidad, sin los cuales es imposible ser buen
ciudadano y sujeto fiel". Ahora bien, cuando se
analizan los "dogmas" de los cuales Rousseau exige respeto por parte del ciudadano, uno se encuentra con los "dogmas" de la Profesión de Fe del Vicario Saboyano. Este capítulo "Acerca de la Relii Civil" en el Contrato Social ha hecho correr
mucha tinta y todavía la hará correr en abundancia. Pero, sea cual fuere la interpretación que uno
le dé, queda una estructura esencial de ciudad
ideal.
¿Rousseau, cristiano?
Hemos considerado, en este artículo, las obras
o mejor dicho los aspectos de las obras de Rousseau donde su pensamiento ha podido aparecer a
veces como extraño a su religión. Y hemos tratado
de probar que el estudio de los textos imponía la
opinión contraria. Habría todavía otros muchos
textos donde la relación con su religión es más
inmediatamente evidente. En particular, hoy día
se percibe mejor el paralelismo frecuente entre
ciertas estructuras de su "sistema" y la Biblia. Que
"la historia" del hombre, por ejemplo, se desarrolle en tres etapas: bondad original, falta (que J.
J. Rousseau pone a cuenta de una "funesta" desviación de la sociedad), retorno a la naturaleza,
todo eso no puede sino recordar los primeros capítulos de] Génesis. Asimismo, el Legislador del
Contrato Social evoca inequívocamente a Moisés
o aun a Jesús. El Levita Efraín, los Pasajes de la
Escritura nos muestran hasta qué punto la Biblia
era familiar a Rousseau. La Biblioteca de Ginebra
conserva incluso su Imitación de Cristo cuyas páginas (salvo las del Libro IV sobre la Eucaristía)
están ajadas y sucias como si se tratara de un
libro de cabecera. Si se agrega que en el largo y
doloroso éxodo de 16 años que comienza en 1762,
recién después de la aparición del Emilio, J. J.
Rousseau sólo encontrará coraje, consuelo y fidelidad a sí mismo en la "naturaleza" o en la lectura de la Biblia, es difícil no ver en él un "ser religioso". Pero, ¿de qué religión?
"Monseñor (escribió un día a Christophe de
Bcaumont), soy cristiano y sinceramente cristiano
según la doctrina del Evangelio: Soy cristiano no
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como discípulo de los sacerdotes, sino como discípulo de Jesucristo". A los teólogos protestantes
les corresponde decir que piensan de esta declaración de .í. J. Rousseau. En el "coloquio J. J. Rousseau" que tuvo lugar en Chanlilly en septiembre
de 1978, un pastor protestante liberal declaraba
que "acogería con gusto a Jean-Jaeques entre sus
parroquianos"; otro pastor protestante ortodoxo
no compartía este punto de vista. En cuanto al
teólogo católico —aun respetando la sinceridad de
la reforma personal de J. J. Rousseau y honrando
su valentía al hacerse "el defensor de la causa de
Dios", frente a los filósofos de la Enciclopedia—
no podría ciertamente reconocer "la doctrina del
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Evangelio" en esta religión sin revelación, ni en
este Evangelio despojado de sus misterios y milagros, ni en este Cristo sin encarnación ni redención. Pero, ¿no se reconocerían acaso muchos de
11 lustros contemporáneos en este Jean-Jacqucs,
"uno de los más infelices mortales que haya buscado gimiendo", en este culpable que confesaba
dolorosamente sus faltas y trataba de reencontrar
una "transparencia" mediante un retorno a la naturaleza y sobre todu a esa "bondad" fundamental,
"divina" que había descubierto en el fondo más
hondo de su conciencia, en este lector apasionado
de la Biblia, de Isaías, de Moisés, de Jesucristo, en
este campeón de la "tolerancia"?
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