RECUERDA QUIÉN ERES

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RECUERDA QUIÉN ERES
Si te preguntan ¿Quién eres? Tu probablemente contestes tu nombre, pero ¿somos solamente
un nombre? Como decía Octavio Paz “Perder nuestro nombre es como perder nuestra sombra;
ser solo nuestro nombre es reducirnos a ser sombra”. Es decir, si no tuviésemos nombre
podríamos seguir siendo personas, es verdad que sería más difícil identificarnos, pero no nos
desintegraríamos. Por ejemplo, América no tenía nombre como continente antes de ser
descubierta y no por ello desapareció. Y es probable que en algún remoto lugar del globo
terráqueo haya un niño huerfanito y sin nombre y que aun así sigue viviendo. En el caso
contrario ¿de qué le sirve al hombre tener un nombre si no actúa como persona? Es como el
inventor que le pone nombre a su invento sin haberlo inventado. O como un libro con una
portada preciosa y un sugerente título, pero que tiene todas las páginas en blanco.
La persona la hace mucho más que su nombre: sus cualidades, sus defectos, sus talentos, sus
experiencias personales, su vida. ¿Es posible que haya dos personas en las que coincida todo
esto? La respuesta es no, o por lo menos yo le veo bastante improbable. Somos únicos, y
diferentes de todos los demás hombres que han pisado, pisan o pisarán la Tierra alguna vez, y
por tanto, debemos hacer honor a ello.
Si les hiciéramos una foto a todos los hombres y mujeres de la tierra, a todos los que ya han
vivido y a todos los que vivirán algún día, por mucho que busquemos nunca encontraremos
dos iguales físicamente, similares sí, pero iguales nunca. Si los pudiésemos grabar las
diferencias aumentarían, distinto timbre de voz, diferente forma de hablar, distintos gestos,
distintas expresiones de la cara… Y si vamos más allá, al carácter, la diferencia sería abismal,
unos pesimistas, otros optimistas, tontos y listos, amables y desagradables…Yo hay veces que
lo pienso: solo va a haber una yo en toda la historia de la humanidad, tengo que hacer lo
posible por que me recuerden como yo y no como la sombra de la de al lado.
Todos tenemos algo bueno, todos podemos contribuir a mejorarles la vida a los demás. No
hay nadie en este mundo que no sirva para nada. El desierto lo hacen muchos pequeños
granos de arena, el cielo lo hacen millones de estrellas; muchas cosas pequeñas hacen cosas
enormes y maravillosas y cada pequeña aportación nuestra hace el mundo. Cada uno debe
encontrar cuál es su misión en la vida, por qué nació en ese momento y en ese lugar
determinado. Si intentamos imitar a aquellos que tienen éxito es posible que nos estrellemos,
porque no hay nadie que tenga éxito eternamente. Con mucha razón, Antonio Porchia dijo “no
hallé como quién ser en ninguno; y me quedé así, como ninguno”.
Otras veces, podemos caer en la tentación de tener dos caras. Una verdadera, en la que somos
nosotros mismos, pero que nos guardamos para cuando estamos solos. Y otra falsa, que
enseñamos a los demás, en la que nos mostramos como los otros esperan que seamos, porque
nos da miedo lo que puedan pensar, porque nos da miedo ser diferentes.
Michael Jackson dijo una vez “es bueno que la gente piense que soy una persona y no una
personalidad. Porque cuando uno crece ante los ojos del público, como yo lo hice, se tiende a
ser automáticamente diferente”. Esta frase tiene mucha razón, cuanta más gente nos mira, más
nos preocupa lo que puedan pensar y por ello tratamos de ser lo mejor posible. Pero este
“mejor posible” es un error, porque lo que en realidad hacemos es mostrarnos como en
realidad no somos. Enseñamos solo la parte que más nos gusta de nuestra personalidad y la
adornamos con las cosas que sabemos que les gustan a los demás.
Se puede comparar con alguien que organiza una fiesta en su casa: arregla la fachada, pone
flores en los balcones y cortinas en todas las ventanas y redecora el salón y la entrada a la
última moda, pero el resto de la casa (que está hecha un desastre) lo deja como está y
simplemente no lo enseña a los invitados. Llegan los invitados y quedan maravillados con la
fachada y el salón, y piensan “lo demás será igual”. ¿Qué creéis que pasará si alguno entra en
la cocina y ve una pila de platos sin fregar, o si alguien entra en el dormitorio y se encuentra
la cama deshecha o si alguien se fija en las goteras que hay en todos los techos? ¿No valdría
más la pena haberse esmerado menos en el salón y la fachada y haber limpiado un poco más
el resto de la casa? Ahora pensareis, “claro, mejor ordenar la casa entera que emperifollar solo
una parte”. Pues bien, el que ordena su casa entera (poniendo especial interés en las partes
más importantes por supuesto) y se la enseña al natural a los invitados, es quien se muestra a
sí mismo como en realidad es. En cambio, ese dueño que enseña solo una parte, que es real,
pero exagerada, es quien enseña su cara falsa a los demás, porque tiene miedo de lo que
puedan pensar y se guarda su desorden para sí.
El problema es que casi siempre estamos rodeados de gente, así que al final la cara verdadera
se queda sin usar, y las cosas que no se usan, se olvidan: la canción que no se canta se olvida,
los trastos que se amontonan sin usar acaban en la basura… Así, poco a poco, nos olvidamos
de quienes somos y nos limitamos a formar parte de la masa. En nuestra mano está recuperar
esta cara y recordar quienes somos. “Recuerda quién eres” le dijo Mufasa a Simba en la
película de “El Rey León”. Igual que Simba, tenemos una misión y un algo que nos hace
diferentes. Debemos luchar por no enterrarlo, por no vivir en una “Hakuna Matata”, que
aunque es más cómodo, no nos llena, no nos hace del todo felices.
Como decía antes, debemos mirar en lo más profundo de nuestro interior y buscarla, porque la
encontraremos, lo aseguro. Es como cuando, ordenando tu armario, te encuentras en el fondo
algo de lo que no te acordabas, pero que te parece un tesoro porque forma parte de ti.
Una vez recuperada la cara viene la parte difícil: ponérsela y no quitársela nunca más, porque
entonces, es probable que vuelva a desaparecer en las profundidades.
También es verdad que no somos perfectos, y no podemos contentarnos con mantener la cara
verdadera en su sitio. Como la casa, es necesario limpiarla, ordenarla, arreglar las averías…es
decir, mejorarla dentro de las posibilidades, pero no modificarla radicalmente. No podemos
pretender sacar cuatro pisos de una casa de tres o hacer un dormitorio enorme en un
apartamento de 30 m2.
Todos nos debemos esforzar en mejorar nuestros defectos, pero sin dejar de ser nosotros
mismos. Y tampoco nos debemos obsesionar con llegar a la perfección. Las piedras preciosas
son imperfectas y les limamos las asperezas para hacerlas más bonitas. Pero si limas
demasiado, al final te quedas sin piedra. Lo mismo pasa con nosotros, debemos limar esas
imperfecciones, esos defectos, pero dejando la parte más importante: nosotros.
Hay veces que ser uno mismo es difícil, porque a los demás no les gusta lo que ven. Puedes
ser criticado, señalado con el dedo, despreciado, pero merece la pena. En algún momento, esa
gente será consciente de que a quién ve es a ti realmente, a tu verdadero yo, y entonces se
darán cuenta de que eres una persona en la que pueden confiar, una persona que es auténtica y
que nunca les va a mentir. Te convertirás en un nuevo líder, en alguien en quien los demás se
fijarán por su ejemplo y su coherencia.
Pero hasta ese momento te tocará ir contracorriente, como el barco que tiene que luchar contra
el viento y las olas, pero que si se deja llevar por la corriente, en vez de acercarse, se aleja más
y más de su destino.
Marta Martín
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