EL_TRABAJO

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CAPITULO I
EL_TRABAJO
LA IMPLANTACION DEL TRABAJO
Durante el periodo Neolítico, al iniciarse la actividad productora de alimentos mediante el trabajo,
tuvo lugar un cambio tal en las condiciones de la vida del hombre que puede considerarse la mayor
revolución experimentada jamás por la especie. Aquella novedad implicó la gran mutación socio-cultural
que aceleró la marcha del progreso, pero a costa del más grave desajuste vital de los grupos humanos que
la asumieron. Las nuevas condiciones de vida que entonces se establecieron no han podido ser superadas
en los pocos miles de años transcurridos desde entonces, y menos aún han tenido tiempo para ser
asimiladas por la naturaleza humana. Los hombres actuales disfrutamos del progreso, pero lo pagamos
sufriendo las consecuencias negativas de aquel hecho transcendental que Fue cambiar una forma de vida
llena de espontaneidad por otra llena de obligaciones y dominación.
Cuando Carlos Marx dijo que el hombre se crea a sí mismo con el trabajo, al modificar las
condiciones del entorno natural y social, no tuvo en cuenta que las condiciones que implican un
permanente esfuerzo agotador o fatigoso para lograr la supervivencia acarrean una profunda distorsión
de su existencia en tanto no llegue a integrarse en la naturaleza de la especie, es decir, en tanto ese
esfuerzo suplementario no cese o termine siendo una actividad gustosa, deseada y espontánea, lo que
queda muy lejos de ser el trabajo.
Ciertamente, la vida, la actividad biológica en general en la naturaleza, tiene la plasticidad
suficiente para llegar a ocupar todos los espacios posibles sufriendo para ello las transformaciones
necesarias, pero cada una de éstas requiere en las especies superiores cientos de miles, si no millones de
años. Los primates antecesores del hombre no eran cazadores, sino más bien recolectores; pues bien,
fueron varios millones de años lo que necesitó el antecesor directo del hombre para transformarse en
bípedo, aprender a hacer instrumentos y hacerse cazador. Cada una de las transformaciones necesarias
para la adaptación a nuevas condiciones tiene que ser vivida, en el caso de las especies superiores, como
distorsionante desajuste durante largos periodos, hasta que la adaptación llega a ser definitivamente
lograda por su incorporación al bagaje genético (el genoma) mediante las adecuadas modificaciones en
el mismo. Una vez que la distorsión llega a ser resuelta genéticamente, las actividades forzadas que la
originaron pasan a ser actividades placenteras y psicológicamente necesarias. En el caso del trabajo
como forma de solución del desajuste con el medio, por haber sido asumida cuando ya el nivel de
desarrollo cerebral es muy grande, puede hacérsela llegar a intensidades de tortura y alienación, hasta el
límite mismo que el instinto de supervivencia es capaz de soportar. Esto es así, en primer lugar, porque
la inteligencia es capaz de apreciar que la supervivencia sigue siendo posible en condiciones muy
adversas mediante la aplicación de más y más esfuerzo; en segundo lugar, porque las tensiones
originadas por esos esfuerzos pueden hacerse permanentes e intensificarse más allá de todo límite bajo la
presión grupal y ser vividas con todo el sufrimiento de que es capaz el ser de sensibilidad desarrollada
que es el hombre. Muchas veces, la profundidad de la distorsión puede llegar a ser tan insoportable que
el individuo elija perecer, o retraerse a la locura, o el grupo estancarse en la magia, en lugar de asumirlo.
Por eso, cuando se afirma que el hombre productor se hizo susceptible de ser explotado, no se puede
generalizar. En aquellos tiempos de producción primitiva, ni Fue generalmente fácil producir más de lo
imprescindible para subsistir, ni tampoco todos los hombres fueron capaces de aceptar y resistir el vivir
para trabajar continuamente, como iba requiriendo las nuevas modalidades de estructura social. Piénsese
en los pueblos que continúan aferrados a los sistemas mágicos siglo tras siglo, negándose a toda
actividad que suponga demasiada fatiga. Por eso, el convertir al hombre en un ser obligado a vivir
trabajando, es decir, reconciliado con la condición de una existencia permanentemente violentada por el
sobresfuerzo y la fatiga que supone el trabajo (siendo así que su ocupación ancestral Fue siempre el
ejercicio casi lúdico y deportivo de la caza o, sencillamente, el disfrute del ocio, como siguen haciendo
los grupos que aún subsisten en ese estado), requirió un cruel proceso de doma que duró milenios.
Han sido tantas las alabanzas que se han hecho al trabajo a lo largo de los siglos, que hoy nos
resulta difícil reconocer que es un malhadado, triste y desgraciado fardo que amarga la existencia del
hombre de mil modos distintos. Todo lo necesario que se quiera para la subsistencia, pero es el principal
obstáculo para la felicidad del hombre y el origen de casi todas las represiones y sentimientos de
culpabilidad, de la mayor parte de la tensiones y desarreglos psíquicos, que tan profundamente
desgraciados hacen a los hombres. Hoy nos parece completamente natural que el hombre trabaje, y hasta
podemos llegar a pensar que el trabajar forma parte de su naturaleza, considerándolo como la
particularidad que le constituye en hombre. No es así. Para comprenderlo hay que empezar por distinguir
lo que es trabajo de lo que es actividad en general. Actividad, pero no trabajo, es lo que hacían los
hombres primitivos al cazar y pescar, porque eran para ellos ejercicios gratificantes, como lo siguen
siendo hoy; como puede ser para el gato cazar ratones aunque esté saciado. Nadie ignora que, aún en
nuestros días, quien dispone de medios, está dispuesto a pagar fuertes cantidades para poder practicar el
ejercicio de la caza y de la pesca. Tan agradable resulta este deporte. No conozco a nadie, en cambio,
que esté dispuesto a pagar dinero porque le dejen trabajar en un campo de patatas o por entretenerse
ocupando un puesto en una cadena de montaje. Hay una diferencia cualitativa entre esto y lo anterior. La
verdad es que el hombre primitivo, no sólo no trabajaba, sino que hasta desconocía este concepto. Todo
lo que hacía, o era estimulante o era asumido sin mediación alguna.
El trabajo es, ciertamente, una actividad, pero mientras la caza y la pesca proporcionan
satisfacciones porque implican el cumplimiento inmediato de impulsos naturales, y además proporciona
alimentos, también inmediatamente, en cambio el trabajo es en sí mismo un medio que supone distorsión
y tortura, y no para obtener alimentos directamente, sino la esperanza de lograrlos. El hombre primitivo
podía entregarse a un esfuerzo agotador (algo parecido a un trabajo) por la satisfacción o la necesidad de
resolver una situación difícil, pero con la perspectiva de recuperar a continuación su vida normal. El
trabajo propiamente dicho no tiene otra perspectiva que la de su prolongación indefinida.
He dicho que el trabajo es una actividad. Pero hay que tener cuidado en lo que entendemos por
actividades. "La actividad se entiende (desde Aristóteles a Marx) como algo que da expresión a las
fuerzas ínsitas en el hombre, que da vida, que ayuda a la eclosión tanto de las capacidades corporales
como de las afectivas, tanto de las intelectuales como de las artísticas" (Fromm, 5, p. 23). ¿Puede el
trabajo penoso y fatigoso considerarse como una actividad así definida? ¿Dónde está la eclosión de
capacidades afectivas y artísticas que provoca el trabajo? Justamente las actividades creativas, así como
las contemplativas y artísticas, se viven por lo general tan placenteramente que pueden considerarse la
antítesis del trabajo. Esto puede parecer una exageración en nuestro tiempo, cuando tan interiorizada
tenemos todos la obligación de trabajar, pero escarbando un momento en las raíces etimológicas de la
palabra trabajo puede verse cómo se lo concebía en tiempos pasados, cuando se implantó. En efecto,
trabajar viene del latin "tripaliare". Esta es una palabra que deriva a su vez de "tripalium" (tres palos), la
cual designaba un antiguo instrumento de tortura. Tripaliare tuvo, pues, en latín las dos acepciones, la de
trabajar y la de torturar. Asimismo la palabra laborar, del latin "laborare", significó antes fatigar y
apenar. Dice Marx en los Manuscritos de 1844 que el obrero en "su trabajo no se afirma sino que se
niega a sí mismo, no es feliz, sino desdichado, no desarrolla libremente su energía física y mental, sino
que mortifica su cuerpo y arruina su mente. Por ello el obrero sólo se siente él mismo fuera del trabajo".
Pero Marx supone que todo lo negativo del trabajo le viene de su carácter alienado, cuando lo cierto es
que esta condición sólo implica un agravamiento del efecto distorsionante del trabajo en general sobre la
naturaleza humana. Suponer que el hombre es trabajador por naturaleza es el error de partida que ha
producido el completo fracaso del gran proyecto emancipatorio que pretendía ser el comunismo.
UNA_DIGRESION_BIBLICA
En el relato bíblico del Génesis sobre la creación del mundo se explica también el origen del
trabajo. No se le da el sentido de tortura a que me he referido en el apartado anterior, sino que es
considerado como un castigo. En todo caso, como algo penoso y contrario a la naturaleza humana, y que
por tanto está requiriendo una liberación, o sea, una vuelta al estado inicial, más feliz y menos culpable,
lo que implica una reconciliación del hombre, tanto física como psicológica. Merece también notarse
que, según el mismo relato bíblico, la caída del estado de ocio al estado de trabajador le vino al hombre
al mismo tiempo que el hecho de abrir sus ojos a la sabiduría del bien y del mal, lo cual viene a descubrir
que la ética, al menos en la forma que nos ha sido dada, es el resultado de la implantación del trabajo. La
genial intuición del autor o autores del Génesis captó en primer lugar que el comer manzanas u otras
frutas del jardín implicaba la agricultura, o sea, consumir frutos producidos por el trabajo. Por si cabe
alguna duda de que el paraíso eran ya campos cultivados, un poco antes se dice: "Y tomó Jehová Dios al
hombre y lo puso en el jardín de Edén para que 'lo labrara' y lo cuidase" (Gn, 2-15). Pero labrar el Edén y
luego no disponer libremente de los frutos, implicaba ya el cumplimiento de obligaciones y
renunciamientos. Sólo faltaba dar el paso de incumplir esas limitaciones y sufrir un castigo para
descubrir en detrimento propio la ciencia del bien y del mal, lo que era la moral y su íntima relación con
el trabajo. La ética, o no tenía sentido antes, o en todo caso ese sentido era de muy distinta naturaleza.
Tal como entendemos ahora la ética, Fue la consecuencia, o más bien la condición necesaria, de un tipo
de organización de la sociedad que tenía que cumplir como objetivo principal el de obligar a sus
miembros al trabajo. Más adelante, en el capítulo dedicado a la moral, tocaré de nuevo este punto con
más extensión.
Diré también, de pasada, ya que hablo del Génesis, que la posterior expulsión del paraíso de
Adán y Eva concuerda con la implantación de la propiedad sobre la tierra y la obligación de sumisión
que correspondía a los no propietarios. Esto se verá reproducido en la realidad histórica, como expondré
al abordar el tema de la evolución de las sociedades neolíticas y el proceso de aparición de la propiedad
y de la esclavitud en el seno de la agrupación gentilicia. Hay que tener en cuenta que el Génesis procede
de la mitología mesopotámica más antigua, y que Fue concebido por pueblos ya agrícolas, pero cuya
tradición hablada conservaría quizá recuerdos del primer periodo de implantación de la agricultura y del
trabajo.
En el relato bíblico pueden verse huellas, no sólo del proceso de la apropiación privada de la
tierra, sino también de un periodo de rivalidad por el predominio sobre los territorios más fértiles entre la
agricultura y la ganadería, de donde puede proceder el relato sobre Caín, agricultor, y Abel, ganadero.
Fué Caín quien destruyó a Abel, confirmando la promesa de que sería el primero quien se enseñorearía
(Gen. 4,7). Pero el Dios del Génesis, concebido evidentemente por agricultores, como remedo de
patriarca endurecido, no da nada por nada, de modo que Caín, o sea la agricultura, tuvo que pagar con
una vida de fatiga y trabajo el privilegio de prevalecer sobre Abel. Dios es la divinización del señor del
jardín, o sea del territorio ya en producción; el terrateniente poderoso en que quedó convertido el
patriarca del clan al separar del usufructo de la propiedad a los miembros del grupo que se mostrasen
demasiado holgazanes o poco sumisos, que es lo que expresa la expulsión de Adán y Eva.
Convertir luego al patriarca expropiador en Dios pudo resultar fácil teniendo en cuenta la
confusión a que se presta la palabra Elohim, que es otro nombre de Dios en el hebreo del Génesis. Según
la indiscutible autoridad en lengua hebrea que es Moisés Maimónides, "la palabra Elohim es polivalente,
pues designa a las divinidades, los ángeles o los gobernadores y administradores (Maimónides, pag 72) .
Poco después añade : “Elohim es un término que designa a los jueces.... por eso se ha aplicado
matafóricamente a los ángeles y también a Dios”. Así, el termino Elohim, que sólo metafóricamente
designa a Dios, es además plural, lo que cuadra con mi teoría ; no se trataba de un caso singular, sino de
un fenómeno social que afectaba a toda una clase. Abona esta tesis el hecho de que también la palabra
paraíso procede de un término que era plural en su origen persa y probablemente en el hebreo primitivo.
Otro dato curioso al que se refiere Maimónides es que los sabeos y antiguos doctores judíos decían que
quien indujo a Eva a comer la manzana Fue un jinete sobre cabalgadura, lo que concuerda más con la
figura del rebelde agitador contra el que hay que tomar represalias. Asimismo, el versículo que dice: "y
oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto al aire del día; y el hombre y su mujer se
escondieron de la presencia de Jehová Dios (Elohim) entre los árboles del huerto" (Gen, 3-8), no sugiere
un Dios celestial, sino un señor terrateniente que persigue a rebeldes emboscados.
LAS RESISTENCIAS AL TRABAJO
Volviendo al tema de la implantación del trabajo, hay que decir que el mismo proceso que
convirtió al hombre en trabajador en una fase de la historia, se repite desde entonces en cada biografía
individual. Las exigencias de las sociedades productoras marcan la vida de cada persona apenas empieza
a tener uso de razón. Siempre el niño ha visto en la imitación del padre o de los adultos del clan su forma
de crecer como persona. Antes de la era del trabajo, la imitación del padre conllevaba además la
satisfacción de la actividad gratificante. Ese impulso sigue apareciendo en cada niño de la era del trabajo,
pero ahora no le supone una actividad gratificante sino un decepcionante trauma, porque descubre
enseguida que imitar al padre en su actividad es desagradable, o sea que tiene que pagar con sacrificio su
crecimiento. Yo recuerdo muy bien esa fase de mi vida; allá por mis once o doce años sentí la ilusión de
acompañar a mi padre a su trabajo, pero por desgracia mía, al mismo tiempo que descubrí que me
cansaba horriblemente en una labor dura y desagradable, me percaté también de que me encontraba
enganchado a ella sin opción para poder abandonarla, que no estaba allí porque quería, sino obligado.
En nuestro tiempo, la imitación del padre ni siquiera tiene ya lugar. Al niño se le mantiene en la
escuela y se le somete en ella a la tortura que supone para su edad el estar quieto y atento durante horas,
como entrenamiento para la del trabajo que le espera más adelante. Esto se agrava a veces con los
'deberes' para casa, con lo que se le obliga a estar sujeto a obligaciones desagradables durante toda la
jornada. Se podría decir que los niños siguen todavía en régimen de esclavitud. Pueden estar envueltos
en una atmósfera de ternura, pero eso no anula la realidad de que tienen que trabajar todo el día por sólo
la comida y, en el mejor de los casos, algún sofisticado juguete como recompensa, en substitución del
mejor de los juguetes, que son los que crea la imaginación espontánea y el espacio abierto, los juegos al
aire libre que ponen a prueba la agilidad y la habilidad de los niños. Con todo, lo más duro de la
situación de los niños de hoy viene de la terrible conciencia de responsabilidad que se les interioriza.
Siendo los padres conscientes como son de que es imprescindible un mínimo de instrucción y de
preparación intelectual para abrirse camino en la vida lo antes posible, transmiten a los muchachos esa
persuasión de tal modo que éstos se valoran y estiman a sí mismos o se sienten culpables y despreciables
según sus notas escolares. El resultado es un triste rosario de suicidios de adolescentes en tiempo de
exámenes. Comentando los que tuvieron lugar en España durante el mes de Septiembre de 1988, el
director de Cuadernos de Pedagogía, Fabricio Caivano, dijo: "Nos negamos a enfrentar una realidad, por
momentos y en ocasiones estridente, excesivamente opaca y contradictoria: los niños sufren, maduran
difícilmente y se desesperan, igual que hacemos los mayores. Sólo que ellos no poseen aún las claves de
la aventura vital, los instrumentos intelectuales o culturales que nos protegen incluso de nosotros
mismos". Malinowski hizo una comparación entre la vida de los niños europeos y los de las tribus de las
islas Triobriands que se presta a meditación. Se resume en pocas palabras: "Hay una gran diferencia
entre las condiciones imperantes en Europa donde el niño pasa de la intimidad de la familia a la fina
disciplina de la escuela o de otra preparación preliminar y los de Melanesia, donde el proceso de
emancipación es gradual, libre y agradable" (Malinowski, 2, p. 76).
Hay otro aspecto de la escuela primaria que resulta también muy sintomático, aunque todavía
no se ha analizado suficientemente. Se trata de los efectos que sufren los maestros por la manera como
repercute sobre ellos la tensión que viven los muchachos. Es ya muy evidente el hecho de que hay un
creciente número de maestros que sufren depresiones y enfermedades psicosomáticas. Les va resultando
una tarea sumamente agotadora controlar a los chicos, cada día más díscolos e inquietos a medida que
los viejos métodos, reconocidamente crueles, van siendo efectivamente prohibidos. En las viejas
escuelas, los niños vivíamos normalmente atemorizados por los duros y frecuentes castigos. Los
maestros lo tenían entonces relativamente fácil. Hoy, en cambio, tienen que armarse de paciencia y
aceptar su incapacidad para mantener la atención de los alumnos y el orden en la clase. Esforzarse sin
cesar en ese objetivo y constatar su incapacidad para conseguirlo es comprensible que termine
minándoles el ánimo y la salud.
Si de los niños, que sólo indirectamente entran en el tinglado de sus progenitores, pasamos a los
ancianos, que ya salieron de él, nos encontramos, como dice Aurelio Arteta, con la siguiente situación
para el típico jubilado : "Ahora le sería dado (al jubilado) empezar a vivir libre de fatigas y propiamente
para sí, aunque sólo fuera porque se trataría por primera vez de su propia vida; ahora, al fin, por más que
tarde y a un precio desorbitado, ha rescatado su tiempo, que es la materia prima de su existencia. Y sin
embargo, es tal la ecuación que por fuerza ha interiorizado entre su vida y el sacrificio de su vida, que
precisamente ahora no sabe disponer de su recién estrenada autonomía. Si no crean valor de cambio, ni
su tiempo ni su labor se le antojan valiosos".
En cuanto a los adultos, la enorme tensión productivista que predomina en los países
desarrollados y la preponderancia de la tecnología hace que se obligue a estudiantes y empleados a
conseguir en apretados cursos difíciles especializaciones para poder acceder a lo que se considera una
vida digna y decente. El resultado es que se consume sin pena ni gloria el periodo más exuberante de la
vida, que es la juventud, en medio de tensiones por los resultados de cada examen y muchas veces bajo
la preocupación de estar siguiendo un camino sin salida. Este es justamente el caso de la mayoría, pues
es sabido que los primeros cursos de las carreras universitarias tienen varias veces más alumnos que los
cursos superiores. Ello prueba la gran proporción de personas que emprenden caminos cuyos
requerimientos son superiores a su capacidad de abnegación, más que intelectual. Esto implica
necesariamente frustraciones y tensiones, no siempre fáciles de asumir, que marcan el grado de estrés de
los individuos en general. No es fácil medir el malestar de una sociedad sino es por la frecuencia de
síntomas neurótico-depresivos. Un buen termómetro puede ser el volumen de tranquilizantes que es
necesario consumir en esa sociedad. Un par de botones de muestra: En Francia se han consumido unos
3.500 millones de pastillas tranquilizantes durante 1988; y en España se calcula que hay unos dos
millones de personas con síntomas depresivos.
La conversión del hombre de actividad espontánea en trabajador es dura para los niños y los
hombres de hoy y lo Fue también para los hombres en la Antigüedad. Todavía en nuestros días, hay
pueblos que, aun conociendo la agricultura, la practican sólo rudimentariamente o como labor propia de
mujeres, y no están dispuestos a pasar a ese estadio de la evolución humana que implica vivir para el
trabajo. Puedo poner como ejemplos los de los aborígenes australianos y las etnias de la selva
amazónica, pero el que a mi juicio resulta más patente es el de los indios de América del Norte. Es
sabido que los colonizadores europeos, necesitados de mano de obra, tuvieron que traer negros de la
lejana Africa para disponer de esclavos útiles, porque los indios, que vivían y siguen viviendo algunos
como en el Neolítico, no eran en absoluto explotables. Prefirieron la extinción casi total, antes que
aceptar las formas de vida de sus colonizadores.
El hombre tiene, pues, que saltar una especie de barrera psicológica para convertirse en
trabajador. El cuerpo está perfectamente capacitado para realizar actividades que suponen fatiga, pero no
así la mente, que tiene que renunciar a la espontaneidad placentera y a la actividad estimulante y aceptar
substituirla por actividad fatigosa. Hay pueblos absolutamente incapacitados para saltar esa barrera. Eso
explica la existencia de etnias que continúan aferradas a sus formas de vida primitiva, negándose a
asimilar culturas avanzadas de los colonizadores, aunque los tengan como vecinos durante siglos. Eso
explica también su tenaz adhesión a las concepciones mágico-animistas; sus mentes son capaces de
adquirir un conocimiento más avanzado, como demuestran los pocos individuos de estos grupos que
pasan al seno de la cultura avanzada, pero abandonar el conocimiento mágico y aceptar el conocimiento
científico implica reconocer que mediante la aceptación de esfuerzos suplementarios más o menos
penosos, o sea el trabajo, se logran más aportunidades de supervivencia, lo que les colocaría en un
dilema que no quieren plantearse. La magia resulta para ellos una defensa inconsciente contra el trabajo.
Los mitos, como parte que son de los sistemas mágicos, complementan su función en la mentalidad de
los grupos primitivos que rehusan entrar en la era del trabajo. Malinowski examinó detenidamente
algunos de ellos en las islas Triobriand para mostrar que servían de fundamento a muchas costumbres
sociales desde tiempo inmemorial. Yo voy también a examinar aquí uno de esos mitos para mostrar que
una de las costumbres cuya vigencia explica es la que resulta de su reluctancia a entrar en la era del
trabajo. Es el siguiente: "Una mujer de Kitava murió dejando una hija encinta. Nació un niño, pero la
madre no tenía leche bastante para nutrirlo. Pidió entonces a un hombre de la isla vecina, próximo a
morir, que se hiciese cargo de un mensaje para su madre en el país de los difuntos, a fin de que la difunta
trajera alimento para su nieto. La anciana-espíritu llenó su cesta de alimentos y tornó, lamentándose de
esta guisa: '¿El alimento de quién voy llevando? Pues de mi nieto a quien he de dárselo. Yo voy a darle
de comer'. Llegado que hubo a la playa de Bomagena, soltó la cesta y habló así a su hija: 'Traigo la
comida; el hombre me dijo que la trajera, pero estoy débil y temo que la gente me tome por una bruja.'
Asó entonces uno de los ñames y se lo dio a su nieto, penetró luego en la maleza y preparó un huerto
para su hija. Cuando regresó, la hija se asustó porque el espíritu tenía el aspecto de una hechicera'. Le
mandó que se fuese, diciendo: 'Vuelve a Tuma, la tierra de los espíritus: la gente dirá que eres una bruja'.
El espíritu de la madre se quejó: '¿Porqué me echas? Creí que me quedaría junto a ti para trabajar en el
huerto para mi nieto'. Pero la hija sólo replicó: 'Vete, vuélvete a Tuma'. Entonces la anciana recogió un
coco, lo cortó por medio, la mitad ciega se la dio a la hija, y guardó para sí la que tiene ojos. Y le dijo
que una vez por año ella y los demás espíritus retornarían durante la 'milamala', y verían a los habitantes
de las aldeas, pero permanecerían invisibles para ellos. Y así es como la fiesta anual llegó a ser lo que es"
(Malinovski 1, p. 61). El mito explica el origen de la 'milamala' o fiesta anual de los muertos, invisibles
desde que ocurrió lo que cuenta el mito. Pero los mitos como los sueños encierran material condensado
que se presta a interpretaciones. He aquí la mía: En este mito está encerrado el adagio, hoy muy usado,
de que para el necesitado es mejor enseñarle a pescar que regalarle un pez. La vieja del mito hizo las dos
cosas, le llevó la cesta con víveres y le preparó un huerto para producir ñame. ¿Cómo reaccionó la hija?
¿Con agradecimiento? Todo lo contrario; desde ese momento le pareció una bruja, es decir, portadora de
artes malignas, por lo que la echó de su lado. La asociación del trabajo agrícola con mujeres de mal
espíritu es, creo yo, una versión masculina que revela, al tiempo que justifica, la aversión del hombre
primitivo a los trabajos agrícolas. La reacción de la hija descubre también la autotrampa de negarse a
aceptar el trabajo por razones basadas en el sistema mágico-animista: "el espíritu tomó el aspecto de una
hechicera", lo que justificaba el rechazo. En todo caso, esta resistencia a hacerse cargo del trabajo
agrícola por parte de las mujeres no resultó demasiado fuerte, puesto que de hecho lo tienen asumido en
la mayor parte de los pueblos primitivos. Muy distinto ha sido en el caso de los hombres. Durante miles
de años, pueblos como los waorani, de la Amazonía, de los que hablaré en el capítulo siguiente, y los
triobriand, de Melanesia, tienen ese tipo de agricultura incipiente, pero solamente a cargo de las mujeres.
Y, consiguientemente, siguen aferrados a sus sistemas mágico-animistas. Se puede sentar como regla que
hoy permanecen como pueblos primitivos, no sólo aquellos que desconocen la agricultura, sino también
los que no tienen más agricultura que la que practican las mujeres en pequeños huertos improvisados.
El que las mujeres consiguieran vencer la fuerza de los mitos y enganchar a los hombres a la
agricultura ha sido lo más transcendental que le ha podido pasar a la especie humana en un doble
sentido, porque mientras que por un lado ha acelerado -sólo acelerado el progreso, por otro, introdujo el
trabajo, fuente permanente de tensión e infelicidad. Muchos pueblos decidieron o fueron obligados a
adoptar la vida de trabajo, y los que no lo hicieron fueron arrinconados o exterminados en su mayoría.
En el capítulo siguiente, sobre la moral, me referiré de nuevo a esta fase de la historia humana en la cual
las mujeres alcanzaron la victoria de hacer que los hombres empezasen a trabajar en la agricultura. En
verdad abrieron una nueva era, aunque tuvieran que cargar con el sambenito de brujas, igual que la vieja
del mito que he comentado.
Volviendo a la resistencia que presentaron los pueblos colonizados para ser incorporados al
trabajo, allí donde por una cierta tradición de mayor laboriosidad, como era el caso de los que habitaban
en los dominios aztecas e incas, en América, se había desarrollado cierta agricultura, tuvieron más
oportunidades de vivir en las nuevas condiciones. En general, los pueblos trabajadores, lo que equivale a
decir explotables, han tenido siempre las mayores probabilidades de sobrevivir bajo sus conquistadores y
aun de absorberlos e integrarlos en su propia cultura.
Casos notables de resistencia a aceptar el trabajo agrícola es el de los pueblos pastores de zonas
montañosas. Siempre se ha dicho que los pueblos pastores de la Antigüedad, primero robaban en las
zonas agrícolas y luego terminaban invadiendolas porque eran más guerreros, mientras que las gentes
agrícolas se ablandaban y se hacían más cobardonas. Yo sostengo que no era la diferencia de
agresividad, sino la diferencia de capacidad para el trabajo duro lo que determinaba la victoria. En los
pueblos agrícolas, los hombres del trabajo duro eran los esclavos, y por razones obvias, los esclavos no
podían ser los combatientes; al contrario, tenían la obligación de ser cobardes, mientras que entre los
pueblos pastores, los trabajadores y los combatientes eran los mismos. No era normal en la Antigüedad
que los agricultores fueran combatientes, porque estos tenían primero que ser libres. Aristóteles, a quien
le parece propio que sean los ciudadanos libres, no trabajadores, quienes manejen las armas, encuentra
digno de notar que "a menudo se ve en las mismas manos el manejo de las armas y el cultivo de la tierra"
(Aristóteles, 2, VI, III, 13). No era, pues, lo normal, pero cuando ocurría, el resultado era la formación de
un imperio. Un ejemplo claro es el de los romanos, que consiguieron sus más grandes victorias cuando
los combatientes eran los agricultores, antes del tiempo en que la esclavitud se hizo masiva. La dura
disciplina del ejército romano descansaba en la capacidad de aguantar trabajos y fatigas que tenían sus
soldados. Esto se aprecia bien en los relatos de Julio César.
Aunque debió resultar muy difícil obligar a los hombres aceptar el vivir trabajando, de modo
que muchos pueblos prefirieron sucumbir, la realidad es que hoy encontramos el planeta casi totalmente
ocupado por pueblos que pasan su vida entera aplicados al trabajo, o sea, de hombres sufridos y
explotables. El fenómeno por el cual la especie humana completó esta transformación, la más traumática
de su historia, llevándola al extremo de considerar natural de la condición de hombre su calidad de
trabajador, coincide con aquél en que tuvo lugar el fenómeno social de la esclavitud; aquel en que se
hizo posible extender el derecho de propiedad, o sea, el derecho de usufructo exclusivo y transferible,
también sobre las personas, igual que sobre las tierras y el ganado. El comienzo de este proceso, que
luego se Fue extendiendo e intensificando, corresponde al final del Neolítico y principio de la edad de
los metales. Fué al mismo tiempo causa y efecto del desarrollo de la agricultura. La esclavitud se inició
en varias zonas a la vez, como la Mesopotamia, el valle del Nilo y el valle del Indo, las cuales tenían en
común el ser zonas regables y aisladas por desiertos, lo que facilitó la necesaria seguridad (al mismo
tiempo que dificultades para escapar), bajo una autoridad administradora de justicia y la defensa del
territorio. Después, empezó una segunda fase de expansión de la agricultura por zonas cercanas a la
Mosopotamia y más tarde en islas y penínsulas, o sea, zonas también aisladas y fácilmente defendibles,
pero no tan húmedas y favorables para los cultivos, por lo que esta segunda fase no se hizo posible hasta
que la agricultura no adelantó lo suficiente gracias a otro gran paso en las prácticas productivas, que Fue
el empleo de la fuerza animal mediante dos grandes inventos: el arado y el carro sobre ruedas.
Antes de exponer cómo apareció y se extendió la esclavitud, conviene ver qué tipo de
agrupaciones humanas se formaron en este periodo y cómo evolucionaron con el desarrollo de la
agricultura, pues Fue en el seno de estas agrupaciones, durante el Neolítico, donde primero empezó a
haber esclavos.
LAS SOCIEDADES NEOLITICAS
Para estudiar como Fue posible la aparición de nuevas formas de agrupaciones humanas y de
nuevos factores sociales, tanto aglutinantes como disolventes, hay que analizar las condiciones que
determinaron la formación de agrupaciones humanas a partir del Neolítico. La novedad importante
consistió en que iniciaron sus actividades como ganaderos y agricultores. Así produjeron alimentos y
bienes para consumir y almacenar, lo que hizo posible la formación de grupos más amplios y estables
que tuvieron que ser capaces de proporcionar una relativa seguridad en recoger el fruto de lo que se
sembrara o disponer de la carne y la leche de los ganados. Como consecuencia, el defender las tierras de
labor y los pastos necesarios para el ganado contra la predación. Estos condicionamientos, introducidos
paulatinamente, fueron transformando las sociedades humanas al aparecer nuevas fuerzas tanto de
cohesión como de disolución.
Las nuevas fuerzas de cohesión se desarrollaron a partir de dos condiciones nuevas: la primera,
el asentamiento definitivo de cada grupo en un territorio y, por ello, la posibilidad de imponer una
disciplina activa desde el momento en que la división y el abandono del grupo por sus componentes ya
no era fácil, dado que la alternativa resultaba mucho más inaceptable como consecuencia de la
apropiación (todavía colectiva) que se hizo de tierras y pastos. Una vez abandonado el nomadismo, fuera
de la propia sociedad sólo había incertidumbre y la posible hostilidad de otros grupos. Esto obligó a cada
individuo a estar más dispuesto a aceptar coacciones y cargas por parte de la sociedad asentada. Esta a su
vez se transformó para estar en condiciones de exigirlas hasta donde los individuos fueran susceptibles
de darlas. ¿Cuál Fue el resultado? Nada pudo impedir el desarrollo de un proceso que describiré después
y que hizo posible el fenómeno de la predación interna de la sociedad por parte de los individuos más
poderosos hasta los límites máximos posibles.
Paralelamente al crecimiento de los grupos gracias a la ganadería y a la agricultura como
nuevas modalidades de aprovechamiento de los recursos naturales mediante el trabajo productivo,
crecieron también las necesidades de cooperación para la producción de bienes y para la defensa contra
la predación externa o la interna no controlada. Pero mientras que en el grupo poleolítico, la necesaria
colaboración era espontáneamente aceptada y asumida, o de lo contrario se dividía el grupo, en cambio
en las nuevas sociedades, como la separación o división resultó ya difícil, surgió la contradicción de que
los requerimientos de colaboración aumentaron más de lo que los individuos estaban dispuestos a aportar
espontáneamente. Apareció por este motivo la disciplina y sus elementos necesarios, el mando y la
obediencia.
La implantación de la disciplina se proyecta socialmente en la operación clave de obligar a un
individuo a hacer lo que otro diga, aunque sea penoso, sin discutir ni averiguar porqué. Obligar a todo el
grupo a cumplir dócilmente las indicaciones de uno de sus individuos, que con frecuencia pueden ser
inconvenientes, no es operación fácil. Para lograrlo se requiere la amenaza de un castigo material o
moral por parte de quien pueda aplicarlo contra quien se niegue a colaborar, o la promesa de un premio,
también material o moral, para quien colabore.
Para que una sociedad llegue a estar en condiciones de asumir y mantener un grado de
disciplina tiene que disponer de un poder organizado y lo bastante fuerte. En principio no parece que esto
sea posible más que por un consenso suficiente en aceptarlo cuando surge por sí mismo, o en instituirlo
como poder en cualquier otro caso. El poder es el dramático, pero eficaz factor aglutinante que ha
transido las sociedades humanas desde el Neolítico.
Juntamente con la nueva modalidad de abastecimiento por medio de la producción de alimentos
mediante el trabajo, que se inició en el Neolítico, la segunda condición que determinó el desarrollo de las
nuevas fuerzas de cohesión Fue la particularidad que posee el hombre productor, convertido en
trabajador, de poder ser sometido a una forma especial de predación que es la explotación; posibilidad
que descansa a su vez en la capacidad que tiene el productor de poder ser obligado a desarrollar un
trabajo más intenso y prolongado que el necesario para producir los alimentos que precisa para su propia
subsistencia. La explotación del hombre por el hombre tomó la forma de la esclavitud cuando unos
hombres doblegaron la voluntad de otros mediante el uso de la fuerza en forma de amenaza de castigo o
muerte para obligarlos a trabajar hasta el máximo de su posibilidad con el propósito de usufructuar el
excedente de su rendimiento.
El desarrollo de la nueva mentalidad generada por la asunción de la disciplina, así como la
mayor disponibilidad de alimentos obtenidos por la ganadería y la agricultura, hizo posibles y necesarias
las formas de estructuración grupal del Neolítico. Lo primero que hay que notar es que el tamaño posible
de las agrupaciones en las nuevas condiciones entra en contradicción con el que resulta óptimo para la
mayor eficacia en cada una de las tres funciones que son necesarias para el desenvolvimiento y la
reproducción de la agrupación. Dichas funciones son: 1) Obtención de alimentos en cantidad suficiente.
2) Represión de las desavenencias y de la rapiña interna del grupo. 3) La defensa contra las predaciones
externas de otros grupos y posibilidad de que el propio grupo las ejerza si es necesario.
En el Paleolítico no tenía lugar esta contradicción. El tamaño medio de unas treinta personas,
que según los antropólogos era normal en los grupos de aquel periodo, resultaba óptimo para disolver los
problemas interpersonales y de solidaridad en la conciencia más o menos explícita de la consanguinidad.
El tamaño del grupo paleolítico era también óptimo para aprovechar los recursos naturales de la
caza en varios sentidos: 1) No precisar excursiones excesivamente largas en el territorio usufructuado. 2)
No desaprovechar por putrefacción los productos de caza mayor. 3) Poder transmitir de generación en
generación las destrezas y saberes conseguidos en el arte de cazar y recolectar. 4) Asegurar la existencia
de cinco o seis mujeres capaces de procrear y asegurar la continuidad del grupo.
Y era también óptimo, finalmente, el tamaño del grupo paleolítico en las funciones defensivas,
porque, además de las pocas probabilidades de choque con grupos mayores, serían poco sangrientos, ya
que, en caso de lucha, el resultado no podía ser otro que la huida de uno de los grupos. En el Neolítico,
las cosas cambiaron por completo. Cuando la agricultura permitió una relativa regularidad en la
obtención de alimentos y el asentamiento de los grupos en territorios más o menos fijos y estables, cada
uno de ellos pudo aumentar considerablemente el número de sus individuos. Pero el volumen adecuado
para cada una de las funciones antes citadas, producción de alimentos, comportamiento individual,
defensa del territorio y reproducción del grupo no era coincidente. Para la producción, que empezó
siendo comunal y solidaria, como lo había sido siempre, se ha estimado que no podía sobrepasar mucho
las quinientas personas. En cambio, para la reparación de agravios entre grupos, que debieron hacerse
frecuentes por la fijación territorial y la permanente vecindad, se requería una concertación entre varios
de ellos. Y por lo que se refiere a la defensa, parece que procuraron mantenerse unidos el mayor número
posible de individuos de la misma lengua.
La tribu primitiva, bastante promiscua y endogámica, dejó de serlo poco a poco por la
introducción de más tabúes en los intercambios sexuales. En este periodo se extendió en cambio la
costumbre de los cruces matrimoniales entre tribus diferentes, quizá por la necesidad de crear lazos de
amistad para garantizar buenas relaciones con los grupos vecinos. El resultado Fue que, en parte por las
mayores posibilidades de crecimiento demográfico, y en parte por las mezclas y alianzas entre los
grupos, estos crecieron más allá de lo que era viable para mantener el carácter comunal y solidario que es
natural en la agrupación consanguínea. Se hizo inevitable la división de la tribu común en subgrupos
formados por personas supuestamente descendientes de un tronco más particular. Estos subgrupos fueron
las "gens" o "clanes", que siguieron siendo unidades comunales sobre un territorio que les pertenecía en
exclusiva. Si la tribu era muy extensa, las gens necesitaron asociarse en fratrías para efectos de
reparaciones de agravios o venganzas en los casos más graves.
La gens o clan era, pues, comunal e igualitaria en los primeros tiempos de la agricultura. Era
como una gran familia en la que la preocupación por la crianza de los hijos era comunal, y los bienes
(tierra y ganado) también. Pero "el comunismo originario queda sometido, tanto en el terreno sexual
como en el económico a límites cada vez más estrechos; el cierre hacia dentro va imponiéndose cada vez
más a medida que se destaca la explotación racional en la comunidad" (Weber, 1, p. 756). No obstante,
"todavía en plena época histórica estaba prohibido en Atenas constituir en heredero a un miembro de otra
gens, aún en el caso de carecer de hijos. (además) La moral primitiva se basaba en alabar aquello que era
bueno para la colectividad y en vituperar lo que la perjudicaba". En cuanto al régimen interno, "aparte la
muerte, la pena más severa era la 'athimia', separación del grupo familiar; aquél contra quien se
decretaba quedaba convertido en un proscrito, víctima propiciatoria de todas las violencias, puesto que
su vida carecía de la protección de la venganza de sangre y de la composición" (Suárez Fernández, pag.
103). Sorprende lo fuertes que eran aún los sentimientos y lazos comunales si se tiene en cuenta que
estos datos se refieren a la gens griega del siglo VIII, a.C. y que estaba ya formada por agricultores y
artesanos. Sobre la prohibición de transferir bienes de una gens a otra se puede citar también el pasaje de
la Biblia sobre las hijas de Zelofehad, obligándolas a casarse dentro de la tribu "para que la heredad de
los hijos de Israel no sea traspasada de tribu en tribu, porque cada uno de los hijos de Israel estará ligado
a la tribu de sus padres." (Num. 36-7).
Más adelante Fue necesario reivindicar y substituir los valores propios de la gens originaria
cuando se fueron disvirtuando por los cambios que tuvieron lugar al intensificarse el trabajo. Pero para
entonces, como una consecuencia más de lo mismo, ya se había divido la tierra en propiedades
individuales y se había establecido la filiación por línea paterna, cosa imposible en el periodo anterior.
En efecto, esta forma de agrupación comunal, con la que empezó el periodo agrícola, se Fue
transformando. La necesidad de aumentar la producción cuando se llegó a situaciones de superpoblación
relativa, de una parte, y de explotación despiadada de unos hombres por otros, de otra, trajo los más
profundos cambios, tanto en la forma de producir, que acabó entre otras cosas con el carácter
comunitario de la gens, como en la forma de organización, que desvirtuó los fundamentos
consanguíneos, aunque estos continuaran vigentes durante bastante tiempo, porque a nivel individual
siguieron siendo una necesidad. Precisamente cuando se apeló a la conciencia de la consanguinidad de
los individuos del grupo Fue cuando ya había avanzado mucho el proceso de su deterioro. Fué un recurso
para tratar de reforzarlos, porque nunca pudo dejar de sentirse su necesidad como aglutinante grupal.
Todos estos cambios sociales fueron paralelos y desembocaron en el desarrollo de la esclavitud como
una consecuencia más de la implantación del trabajo.
LA APROPIACION DE LA TIERRA
Con el comienzo de la agricultura, los grupos humanos perdieron su movilidad y se hicieron
sedentarios. Como mínimo se hizo necesario permanecer en el mismo lugar en que se había sembrado
para asegurar la recolección. Así empezó una especie de toma de posesión de las tierras sembradas y la
de pastos para el ganado. La disponibilidad de alimentos relativamente seguros facilitó el crecimiento de
los grupos al mismo tiempo que disminuyó la posibilidad de su fraccionamiento. Ya se ha dicho cómo,
sin llegar a la desvinculación del tronco tribal, se llegó a las agrupaciones agrícolas comunales de las
gens. Mientras que la tierra Fue abundante, funcionó como unidad eficiente de producción, pero ya no
podía funcionar, como lo hiciera en tiempos preagrícolas, impulsada solamente por la motivación
individual basada en los sentimientos de solidaridad que nacen de los lazos de afecto y parentesco. Para
esto, el grupo era ya demasiado grande y la actividad necesaria demasiado intensa e ingrata, porque
consistía en "trabajo" propiamente dicho.
Cuando, como consecuencia del aumento paulatino de la producción, el grupo creció y la tierra
más fértil escaseó, una forma de estímulo para aumentar la producción pudo consistir en la asignación de
parcelas a los más laboriosos para su cultivo individual, con la obligación de entregar un cupo
concertado de productos a la comunidad, o bien relegando a los más remisos al trabajo a las zonas menos
productivas. Dependiendo de las condiciones bajo las cuales se hiciera la asignación de parcelas para ser
cultivadas individualmente, no es fácil saber si tales asignaciones serían un premio a los méritos de los
más laboriosos, que así ganaban autonomía, o un castigo a la indisciplina de los más perezosos, que
perdían la solidaridad grupal, como una especie de 'athimia' suave. Tanto en un caso como en otro, este
modo de autonomía económica, sin ser todavía propiedad, suponía escapar, al menos parcialmente, de la
dura presión grupal. La propiedad privada resultó, pues, del deseo de recuperar autonomía frente al
aparato opresor en que se había convertido el grupo más bien que de conveniencias para facilitar la
explotación. De lo que no puede caber duda es de que constituyó la causa definitiva para la progresiva
desvinculación del individuo respecto de su grupo y la legitimación de la insolidaridad intragrupal. Y fue
tan brutal y rápido este proceso que se hizo necesario apuntalar de nuevo el sentimiento fraternal
substituyendo con actos públicos lo que se debilitaba en las mentes. Así surgieron los banquetes públicos
obligatorios a manera de comunión. En Grecia, Creta y Cartago fueron implantados por ley entre el 800
y 1000 a.C. Pero incluso esto fue perdiendo valor, porque empezó a cumplirse sólo la letra de la ley,
porque con el tiempo cada cual tenía que llevar su propia comida.
El proceso de individuación y disolución del grupo o, mejor dicho, su conversión en un
agregado de familias monogámicas, se inició cuando el agricultor con parcela asignada, relativamente
autónomo, llegó a tener también su propia familia autónoma, quizá, originariamente, como carga no
deseada, sino transferida por la comunidad. Los antropólogos, a partir del americano Morgan, han
descrito el proceso de transformación de la familia desde el grupo primitivo consanguíneo y promiscuo
hasta llegar a la familia monogámica. Pero han presentado esta transformación como un proceso de
desanimalización y de progreso ético. Creo que no han tenido en cuenta el papel fundamental que ha
jugado en dicho proceso la introducción del trabajo. La verdad es que el hombre primitivo, aunque no
regateaba peligros ni temía perder la vida por el grupo, no estuvo en cambio tan dispuesto al esfuerzo
pesado y diario del trabajo productivo, pero lo aceptó mejor cuando ese esfuerzo estuvo destinado a
alimentar a las crías más cercanas -sus propios hijos tan pronto Fue capaz de identificarlos. De ahí la
creciente necesidad de hacer posible dicha identificación, por lo que se hizo preciso pasar a la
monogamia y a otras formas intermedias. La monogamia no es, pues, la forma más natural de la familia,
sino que responde a una necesidad en las sociedades montadas sobre el trabajo. Proceso paralelo, pero
independiente, es el de la superación de las relaciones sexuales entre consanguíneos, que ya se había
logrado en sociedades anteriores al trabajo, porque responde a escrúpulos naturales que todavía no han
sido muy bien analizados.
La introducción del trabajo sentó las bases para llegar a la unión monogámica pura y asegurar
la línea genealógica paterna, lo cual se hizo posible desde el momento en que el padre Fue ya capaz de
identificar a sus propios hijos. Tuvo también interés en ello para conseguir el derecho de transmitirles la
parcela y el producto de sus esfuerzos en herencia. De aquí a la propiedad privada total no quedaba ya
más que el paso de poder enajenar la parcela, lo que ocurrió al empezar el trueque comercial y sobre todo
al generalizarse el uso de la moneda y la división del trabajo. Es sabido que la moneda empezó
consistiendo en bienes conservables y divisibles, como el ganado, para pasar después a hacerse metálica
(hierro, cobre y oro). El uso de la moneda se convirtió en necesidad para facilitar el intercambio de los
productos agrícolas por los de la artesanía, a la cual tuvieron que dedicarse las gentes que sobraban en el
campo.
Mientras tanto, los individuos que detentaban el poder de la gens se apoyaron en ese poder,
generalmente de origen militar, para beneficiarse de un proceso semejante al de los campesinos
autónomos. También se fueron convirtiendo poco a poco en verdaderos propietarios de los recursos
comunes de la gens, primero mediante la transmisión hereditaria del usufructo del poder, y luego, cuando
se generalizó el uso de la moneda, por el derecho a enajenar o comprar tierras y productos. Estos fueron
luego los eupátridas en Grecia y los patricios en Roma.
El proceso de apropiación individual obedeció en parte a la necesidad de incrementar la
producción y de racionalizarla, pero sin duda también al deseo de los individuos de ganar autonomía.
Ciertamente, eso se consiguió cuando cada hombre se hizo responsable de la supervivencia de su núcleo
familiar más allegado sin esperar solidaridad por parte del grupo. Pero cuando un individuo apoyado y
arropado antes en el grupo acepta esta especie de aislamiento e insolidaridad que implica la apropiación
individual es porque la cohesión del grupo ha degenerado de tal modo que ya no le sirve más que para
plantearle exigencias y responsabilidades, de una parte, y para matar su espontaneidad, que antes era
compatible con la vida en el seno grupal, por otra. Cuando el hombre se ve sometido a obligaciones que
repugnan a su naturaleza, puede preferir la independencia y cierto grado de aislamiento, porque le
proporciona oportunidad o esperanza de recuperar la espontaneidad perdida. Hay que tener en cuenta
que, antes de asumir en su naturaleza los lazos y los sentimientos fraternales, el hombre primitivo tenía
ya incorporado el de la espontaneidad, que es totalmente incompatible con el sometimiento a
obligaciones que le vengan impuestas coactivamente desde fuera. Ambos ingredientes, espontaneidad y
solidaridad, son necesarios para la vida distendida y plena del hombre, pero cuando se hacen
incompatibles, la espontaneidad es siempre la más profundamente añorada. Creo que no ha sido
suficientemente valorado este factor, desde el punto de vista sociológico, como causa y soporte de la
propiedad privada a lo largo de la historia.
LA ESCLAVITUD
Antes de que los grupos humanos pasasen al periodo agrícola, es difícil pensar que pudiera
haber esclavitud. Esto puede comprobarse por los datos sobre el pueblo waoraní, de la amazonía
ecuatoriana, estudiado por los antropólogos Vila y Teissiere, de cuyos trabajos hablaré en el capítulo
siguiente. No sólo no hay asomo de esclavitud; ni siquiera lo hay de dominación entre los individuos
dentro de un grupo o de los de un grupo sobre otro. Pero, al contrario, una vez generalizada la
agricultura, Fue también difícil evitar ese fenómeno social. Si antes los choques entre grupos, fueran o
no frecuentes, se resolvían en huida y quizá en algún caso con el exterminio del grupo vencido, ahora en
la era de la agricultura, se convertía en negocio interesante conservar a los vencidos para obligarles a
hacer el duro trabajo agrícola si se les consideraba capaces. Desde entonces, el objetivo de conseguir
esclavos se convirtió en un buen motivo para emprender guerras, bien para capturar, bien para dominar
los territorios donde había gente que podía ser explotada porque ya estaban acostumbrados al trabajo
agrícola.
La conquista de Grecia por los helenos dorios esclavizó a la población anterior. En Roma, las
guerras de conquista proporcionaron grandes masas de esclavos. Pero tanto en uno como en otro caso no
Fue la guerra la única vía de esclavización. Paralelamente, los campesinos pertenecientes al clan propio
que no lograron una parcela individual quedaron en la condición de semiesclavos, y en ese mismo estado
cayeron los autónomos que habiendo logrado la propiedad de una parcela del clan fueron incapaces de
entregar el cupo, en un principio, o de pagar sus deudas o sus tributos, cuando se extendió el uso de la
moneda. Tanto en Grecia como en Roma hubo graves desórdenes por la gran cantidad de parcelas que se
hipotecaban y de campesinos libres que eran reducidos a servidumbre por no poder pagar las deudas.
Otra modalidad en Grecia Fue la de quedarse el campesino trabajando la misma parcela, pero entregando
al acreedor cinco sextas partes del producto obtenido. Este dato, aunque parece exagerado o mal
interpretado por los historiadores, da una idea de cómo pudo desarrollarse el fenómeno de la esclavitud
aun dentro del mismo grupo étnico. Tanto en Grecia como en Roma tuvieron que promulgar leyes
limitando esta vía de esclavización de ciudadanos.
La principal fuente de mano de obra esclava Fue, sin embargo, desde siempre y hasta hace muy
pocos siglos, la de los prisioneros de guerra y la de hombres capturados en racias que se hacían con este
fin. El comercio de esclavos fomentó la industria de su obtención como ocurre con cualquier otra
mercancía que tiene demanda. La captura directa de negros africanos por las compañías europeas o la
compra de los prisioneros que las distintas tribus se hacían entre ellas quizá con vistas a este negocio y
su posterior venta en América, fueron las últimas operaciones de esta clase realizadas en gran escala.
El poseedor de esclavos, que ha invertido su dinero en adquirirlos, que tiene que alimentarlos, y
para quien son seres extraños, se plantea inmediatamente racionalizar su explotación el máximo posible.
Este tiene dos límites, uno físico y otro psíquico. El primero le plantea el problema de cómo lograr el
máximo trabajo con el mínimo consumo compatible con la conservación de la capacidad física del
esclavo. El límite psíquico, al que se puede llegar antes que al físico, se le plantea en términos de qué
nivel de penalidades es capaz de soportar el esclavo sin que lleguen a sobreponerse al instinto de
supervivencia, en cuyo caso se suicidaría o se jugaría la vida rebelándose. Este duro planteamiento
repugna sin duda a la naturaleza humana; por ello el poseedor de esclavos tenía que situarse previamente
en una actitud de extrañamiento respecto del esclavo, la cual le Fue facilitada por la tendencia que tuvo
siempre el hombre de la Antigüedad a dividir a sus semejantes en dos partes: su grupo étnico y todos los
demás. De estos últimos, a los que consideraba bárbaros, nada quería; por tanto le eran ajenos y extraños,
como animales aún no domesticados. La preferencia innata que tiene el hombre por establecer lazos de
amistad con aquellos con quienes tiene que tratar, o sea, su interés por ensanchar el ámbito dentro del
cual puede moverse con seguridad, ha facilitado el proceso posterior de reconocer en todo hombre a un
semejante; pero cuando se estableció la esclavitud, la actitud antigua, la que establecía una verdadera
distancia zoológica entre los grupos amigos y los otros, estaba muy arraigada. Persistió luego mucho más
tiempo del que le correspondía por su propia virtualidad gracias a la costumbre consolidada y a los
intereses con que se implicó en los estados esclavistas. Sólo esa persistencia, interesadamente sostenida,
de las viejas actitudes de extrañamiento entre hombres de distintas agrupaciones y culturas, puede
explicar el que un Aristóteles razonase diciendo que "hay en la especie humana individuos tan inferiores
a los demás como el cuerpo al alma, como 'la bestia al hombre'" (Aristóteles, 2, I, II, 13). Y dice luego:
"el arte de la guerra es en cierto modo un medio natural de adquirir, pues el arte de la caza es una parte
del arte de la guerra: la parte que tiene aplicación contra las fieras y otros animales e igualmente contra
los hombres destinados por la naturaleza a obedecer" (Aristóteles, 2, I, III, 8). ¡Quién lo diría! El gran
Aristóteles mete en el mismo lote, como objetivos propios para la caza, a las fieras, a los hombres
destinados por la naturaleza a obedecer y a otros animales. Y como lo que se caza pertenece al cazador...
¡Así legitimó la esclavitud aquél gran filósofo! Quizá es este el mayor ejemplo en la historia de cómo el
interés puede deformar la capacidad de apreciación y análisis de los hombres, por inteligentes que sean.
Se comprende que el convertir a un hombre libre en esclavo, una vez capturado, no Fue siempre
fácil. Exigió como mínimo una vigilancia permanente al menos durante un tiempo para impedir que
escapara o se rebelara. Ello no impidió sublevaciones, a veces de gran magnitud. En la historia de Roma
se citan como importantes la de Eunus, en Sicilia, el 132 a.C., que arrastró a varios millares y resistió un
par de años. La de Espartaco, en Capua, en el 73 a.C., también se batió con el ejército romano durante
dos años. Hubo otras más, pero merece citarse la de los cántabros españoles en el 19 a.C.; llevados al sur
de la Galia, mataron a sus amos, se escaparon y volvieron a su tierra, donde mantuvieron la sublevación
contra el poder romano más de un año. Todas estas sublevaciones de esclavos terminaron fracasando,
porque en ese tiempo ya no tenían prácticamente adonde huir.
El final de la esclavitud en la Antigüedad llegó cuando estuvo terminada la dramática
transformación del hombre en sujeto total para el trabajo; cuando hubo asumido como cosa natural el
sacrificio de su espontaneidad y su total disponibilidad para el esfuerzo penoso. Entonces el trabajador
libre Fue capaz de rendir sin grandes presiones tanto y más que el hombre esclavo, por lo cual dejó de
tener sentido la esclavitud como sistema de producción. Resultó más rentable asignar un salario al obrero
y poner al campesino en una parcela de tierra rindiendo tributos, con lo que la esclavitud se Fue
convirtiendo en servidumbre.
Se ha dicho que la esclavitud desapareció porque el hombre se dulcificó y se hizo más
considerado con sus semejantes. Quizá Fue un factor mas. Una vez que el imprescindible contacto entre
amos y esclavos fuera disminuyendo el extrañamiento previo, haría inevitable reconocer a los esclavos
como personas, pero, como demuestran los planteamientos de Aristóteles, esa disminución del
extrañamiento Fue frenada por filosofías e ideologías interesadas y por costumbres sólidamente
instituidas. Eso por parte de los amos. ¿Y por parte de los esclavos? Lo revela también Aristóteles
cuando dice que "si se les trata con blandura se vuelven insolentes y se creen iguales a los amos.
Tratados con dureza, odian y conspiran. Evidentemente no se ha encontrado aun el mejor sistema"
(Aristóteles, 2, II, VI, 4). Esto hace ver que la rebeldía siempre está latente en el esclavo. De todas
formas hay motivos para sospechar que habría sido más difícil la desaparición de la esclavitud si hubiera
seguido siendo más rentable que la mano de obra libre. Prueba de ello es la relativamente reciente
esclavización de los negros de Africa transportados a América durante los siglos XVII y XVIII, que
mencioné antes.
LAS IDEOLOGIAS DE LOS SISTEMAS ESCLAVISTAS
He señalado las fuertes coacciones y las duras crueldades que obligaron a aquellos grupos
humanos que no prefirieron sucumbir o huir a regiones inhóspitas a resignarse con su condición de
esclavos hasta llegar a una transformación de la especie humana en lo que podríamos llamar 'homo
laboriosus'. Pero no es sólo la coacción física lo que transforma a un hombre en esclavo; nunca habrían
llegado a ser los hombres verdaderos esclavos -lo que implica abandonar incluso el deseo de liberarsesin una profunda transformación de su ideología que fuera capaz de persuadirles de que aceptar la
esclavitud era la mejor de las opciones a su alcance, o de que su dura vida de trabajo tendría una
compensación de ocio y bienestar, porque la condición de trabajador y pobre es grata y querida por la
divinidad, que todo lo ve y todo lo premia, y junto con esto, la persuasión de que la alternativa de la
rebelión, no sólo suponía la muerte, sino continuar sufriendo en extraños destinos de ultratumba. Así
tuvieron que nacer muchas religiones para hacer soportables las duras realidades sociales que el trabajo
en un principio, y la esclavitud después, podían hacer la vida inaceptable. Una de estas religiones Fue el
Cristianismo. Aceptada primeramente por quienes tenían que buscar una esperanza de emancipación
basada en la benevolencia del Padre Celestial, o en una futura sociedad cristiana donde predominaría el
amor y la fraternidad, adoptó después las modificaciones necesarias para que pudiera ser también la
religión de los poderosos.
Todas las religiones aparecidas en pueblos con economía agrícola desarrollada, formados en su
mayoría por trabajadores de sol a sol, conciben una segunda vida y tienen paraísos donde el ocio y el
bienestar se gozarán sin tasa y también horribles infiernos para los rebeldes. Los más antiguos de estos
paraísos son terrenales, y los que se concibieron en pueblos con sistemas de esclavitud muy implantados,
son celestiales. El Cristianismo, que es de estas últimas, tomó sus elementos mitológicos del judaismo y
los elementos místicos de la filosofía griega.
Las religiones paganas, que proceden de tiempos anteriores por transformación de concepciones
que confundían las divinidades con las fuerzas de la naturaleza, durante el Neolítico y primera Edad de
los Metales, tienen como elemento fundamental una mitología según la cual el pueblo propio está
protegido por los dioses o ha sido elegido para prosperar y dominar a los otros. Son religiones propias de
pueblos con agrupaciones que quieren seguir teniendo carácter consanguíneo cuando la evolución de las
estructuras sociales han ido ya por otro camino, dando lugar a sociedades estatales. La religión tiene
entonces que evolucionar hacia altos niveles de abstracción y misticismo hasta llegar al monoteismo.
Este termina siendo adoptado y vigilado por una celosa casta de sacerdotes. El monoteismo de los judíos
no escapa a esta regla. Fue tomado de Mesopotamia, donde ya casi se había llegado a ese nivel de
pensamiento religioso, el cual se mantuvo contra viento y marea por tener una clase sacerdotal que no
admitió competidores. La historia de Moisés, por poco rigor histórico que tenga, deja ver que el pueblo
judío tuvo problemas para mantener el exclusivismo de Jehová y que el empeño costó mucho sangre.
Pero lo más importante en la evolución de las religiones no Fue su paso del politeismo al
monoteismo, sino el hacerse aptas para pueblos trabajadores que conservaban todavía sentimientos de
agrupación consanguínea, es decir, con valores ubicados en la biología y en una naturaleza que
concebían llena de mitos y encantamientos. Con el monoteismo pasaron a otra religión que era la
adecuada para pueblos regidos por poderes estatales, es decir, pueblos amorfos y sin divinidades
exclusivas de familia o de tribu, sino con un sólo dios de carácter abstracto y universal. La unión grupal
fundada en estas religiones tenía que tener un alto misticismo capaz de llenar en cada individuo aislado
el vacío producido por el hundimiento de los antiguos valores grupales e incluso de los antiguos dioses
familiares. Por eso fueron religiones aptas para esclavos, porque estos necesitaban compensar de algún
modo el trauma de la desvinculación grupal que implicaba la esclavitud. Otro aspecto importante y muy
deseable para los esclavos en la nueva religión era el reconocimiento de la calidad o categoría humana a
todos los hombres, con lo cual el esclavo, aunque siguiera siendo un miserable paria, al menos podía
sentirse hecho de la misma substancia que su amo. Esto supuso una superación a nivel psicológico de la
doctrina de Aristóteles sobre la esclavitud.
En Grecia y Roma, el paso al monoteismo había ido madurando por el distanciamiento
progresivo en la mente popular entre Zeus (zeus=teos=dios), al que ya se llamaba Padre Zeus, y los
demás dioses. La evolución se realizó también por caminos filosóficos (estoicos, platónicos), por lo que
el Cristianismo creció y se extendió como en terreno abonado. No obstante, el paso al monoteismo
supuso un salto relativamente brusco, que yo creo Fue debido a haber tenido lugar con cierto retraso. En
Grecia se retrasó porque su expansión comercial por el Mediterráneo allegó recursos económicos; éstos
suavizaron tensiones o éstas se transfirieron a la política en vez de a la ideología. En Roma jugó el
mismo papel el expansionismo territorial.
Para estudiar un modelo paradigmático de evolución religiosa habría que salir de la cuenca
mediterránea e ir a la India, donde el proceso se cumple con más precisión. La primitiva religión de la
India, el Hinduismo védico, empieza concibiendo dioses fundados en las fuerza naturales, como las
demás. Más tarde, cuando un mayor desarrollo de la agricultura y de la moneda consolidó las clases
sociales, las transformó en castas para facilitar con ello el necesario extrañamiento de unos hombres por
otros que requiere el esclavismo. Esta fase se corresponde con la aparición del Hinduismo Brahmánico,
después de la conquista aria, que se encargó de consagrar dicho sistema, remachándolo además con la
filosofía de la reencarnación. Esta última concepción es refinadamente diabólica, porque cierra a los
esclavos la única posibilidad de escapar a su perra vida mediante el suicidio o la rebelión. El esclavo que
se atreve a cometer este acto tiene aseguradas nuevas resurrecciones en peores condiciones aún. El buen
camino es aguantar para evitar sucesivas reencarnaciones. Esta situación tan negativa, que ni siquiera
promete compensaciones, estaba exigiendo, al intensificarse la dominación, otra religión o filosofía que
al menos enseñase a mitigar el sufrimiento y a soportarlo mejor; que ofreciese algún consuelo para la
población condenada a la miseria de un modo tan irremediable. Esa religión surgió en el siglo VI a.C. y
se expandió ampliamente: es el Budismo. Mas que religión es una filosofía religiosa que parte de la
afirmación de que la vida es sufrimiento, por lo que se especializó en la enseñanza de técnicas para sufrir
menos y en mostrar caminos para la resignación perfecta. Frente a la penuria, enseña a matar los deseos
y a necesitar poco, como el mejor camino para el nirvana, que es un estado de integración en un universo
placentero. No niega la reencarnación, pero acepta que es posible escapar a ella mediante resignación y
renuncias. O sea, una filosofía ideal para el esclavo perfecto.
Unos siglos después, por los años en que se desarrolló la filosofía griega, también el Hinduismo
especuló sobre los temas del alma y Dios, apuntando evolutivamente, como en occidente, y quizá por la
influencia griega, hacia el monoteismo, ya que, siendo igualmente válido, resulta más simplificado.
Como contraste entre las diferentes formas de ver lo que pasa después de morir y antes de nacer
es muy revelador el que ofrecen las religiones de los pueblos agrícolas, miserables y sometidos de la
India antigua comparado con los que estudió Malinowski entre los Triobriandeses. Para estos últimos,
que también creen en la reencarnación, la muerte supone volver a un lugar debajo de la tierra, donde se
vive en condiciones muy semejantes, pero donde se recupera la juventud cada vez que se llega a la vejez.
"Cuando un espíritu se cansa de los repetidos rejuvenecimientos, después de haber llevado una larga
existencia 'debajo', puede querer retornar a la vida, entonces retrocede en edad hasta transformarse en un
niño no nacido" (Malinowski, 1, p. 102). "La teoría de la reencarnación no incluye ideas morales de
recompensa o castigos; tampoco se asocia a costumbres o ceremonias que sirvan para acreditar su
existencia" (Malinowski, 1, p. 107). O sea que la otra vida y ésta son muy parecidas, lo que demuestra
que no están muy descontentos de su vida natural, como corresponde a un pueblo que aún no ha entrado
propiamente en la era del trabajo. Hay que hacer notar aquí que también el Hades de los griegos empezó
siendo un lugar para los muertos, sin más. Luego evolucionó para convertirse en lugar de jucios y
castigos.
Hay que decir también que una ideología religiosa aceptada por los sectores más sometidos,
como tiene que ser apta para todas las clases sociales, es concebida y sentida de modo muy diferente por
cada una de ellas. Ya se ha visto lo que la religión supone para las clases dominadas. En cambio la clase
dominante, o sea, la "agrupación guerrera... en todas las fases de su desarrollo, trata con la misma falta
de respeto a los dioses y a los espíritus" (Weber, 1, p. 666). Lo fundamental de la religión para la clase
dominante consiste en su función de legitimar la estructura social, y afianzar la creencia en que se forma
parte de un pueblo escogido que se considera superior a todos los demás en calidad humana. Puede
creerse más santo, más inteligente, más heroico o hecho de mejor material biológico o espiritual. Esta
creencia, además de fortalecer la cohesión grupal, legitima el derecho a situarse por encima de todos los
demás pueblos, y si les es posible el de dominarlos y explotarlos. Pero para ser merecedores de ese
derecho que los dioses le han otorgado, los individuos tienen la obligación estricta de ser más esforzados,
más disciplinados y más virtuosos que los demás. Con esto se llega al meollo de la ideología de las
clases dominantes: las virtudes. Su análisis merece espacio aparte. Pero antes conviene estudiar lo que
podemos llamar la salsa en que se cocieron las virtudes, que es la moral o ciencia del bien y del mal.
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