Donald Davidson. Subjetive, intersubjetive, objetive. Clarendon

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Donald Davidson. Subjetive, intersubjetive, objetive. Clarendon Press. Oxford. 2001.
En el otoño del 2001 Clarendon Press publicó el tercero de los volúmenes de ensayos escritos por
Donald Davidson1 ; recopilación de catorce trabajos que el autor escribió entre 1983 y 1998 y que tratan las
tres perspectivas que podemos adoptar a la hora de conocer -subjetiva, intersubjetiva, objetiva- y los
problemas que suscitan.
En este libro Davidson aborda el análisis de tres tipos de conocimiento proposicional y cómo están
relacionados. El conocimiento sobre nosotros mismos, el de primera persona, supone un tipo de autoridad
especial. Nuestro conocimiento sobre los contenidos de las otras mentes, la segunda persona, y sobre el
medio compartido, la tercera persona, no tiene esa autoridad especial. Estos dos últimos tipos de
conocimientos también se diferencian en que nuestro conocimiento de los otros es normativo, es decir,
identificamos estados mentales en los otros atribuyéndoles ciertas normas de racionalidad, mientras que el
conocimiento del medio no lo es. Únicamente el conocimiento de tercera persona se ha considerado objetivo.
En esta compilación de artículos Davidson pretende defender la objetividad de los tres tipos de conocimiento,
es decir, que su verdad es independiente de que se crea que son verdaderos. Y esto se puede entender de dos
formas: nuestras creencias pueden ser erróneas y nuestro conocimiento se expresa mediante conceptos
públicamente compartidos.
Los seis primeros ensayos se dedican al conocimiento subjetivo y el conjunto de problemas
filosóficos que la autoridad de la primera persona suscita. Los tres ensayos siguientes tratan sobre el
conocimiento de los otros. Finalmente, los cinco últimos trabajos versan sobre el conocimiento del mundo
externo. Realmente, los supuestos epistemológicos que constituyen el trasfondo de estos catorce artículos son
los mismos: he de suponer que tengo un acceso privilegiado a mis estados mentales porque a partir de ese
conocimiento, suponiendo que los demás comparten conmigo ciertas normas de racionalidad, son como yo,
conozco a los otros. Y a pesar de poder estar equivocado sobre mis estados mentales y sobre los de los
demás, estoy mayoritariamente en lo cierto, porque los objetos y sucesos del mundo físico externo aportan el
contenido de los estados mentales (propios y ajenos), y porque la comunicación con los otros requiere que
coordinemos nuestras respuestas mutuas.
Como el propio Davidson recomienda, para una imagen global de los temas que aquí se discuten y
de las hipótesis que se defienden es aconsejable comenzar la lectura por el artículo final, “Three Varieties of
Knowledge”, donde explica cómo los tres tipos de conocimientos tratan aspectos de una misma realidad y
difieren en el modo de acceder a esa realidad.
Dos presupuestos de la tradición filosófica nos han proporcionado una visión errónea del
conocimiento: la búsqueda de fundamentos para establecer la validez del conocimiento y la prioridad
epistemológica otorgada al conocimiento de primera persona. Desde esta perspectiva tradicional se afirma
que puedo evaluar mi conocimiento del mundo externo porque tengo acceso con autoridad irrefutable a los
propios contenidos mentales, “sé que algo es rojo porque lo veo ‘rojo’”, se diría, pero este planteamiento del
tema es minado por las críticas escépticas acerca del mundo externo y de las otras mentes. Frente a esto
Davidson propone que el conocimiento de los propios estados mentales, las atribuciones de estados mentales
a los otros y el conocimiento de un mundo externo objetivo son mutuamente dependientes, son tres aspectos
de un mismo proceso que emergen a la vez constituyendo lo que él denomina “triangulación”. Estos tres tipos
de conocimiento constituyen el triángulo que hace posible la comunicación y que tiene en sus vértices al
interpretado, al mundo objetivo y al intérprete, estableciendo relaciones causales entre ellos.
En la primera parte del libro se trata el conocimiento subjetivo. El principal problema que ha
suscitado esta cuestión es el relativo al acceso privilegiado que tenemos a nuestros contenidos mentales que
diferencia nuestras autoatribuciones de las atribuciones que hacemos a los demás y del conocimiento de
nuestro entorno. A partir de esta asimetría se ha distinguido entre lo subjetivo y lo objetivo, distinción que ha
dejado un hueco que no se ha sabido rellenar. Ese hueco se muestra, al menos, en dos problemas. Primero,
cómo se explica que los contenidos de nuestras mentes estén determinados por factores externos y, sin
embargo, no necesitemos recurrir a la evidencia para conocer esos contenidos mentales. Segundo, cómo es
que para fundamentar nuestro conocimiento del mundo exterior recurrimos a nuestra percepción de ese
mundo, percepción a la que accedemos directamente. Este hueco insalvable entre lo subjetivo y lo objetivo
depende de uno de los dualismos más extendidos en la epistemología, la filosofía del lenguaje y la filosofía
de la mente modernas: la distinción entre una experiencia no interpretada, neutral y externa al sujeto y una
estructura de conceptos que organizan esa experiencia. Este dualismo (que Davidson llama del contenido y el
esquema) nos hace percibir los contenidos de la mente como “objetos ante la mente”, entidades internas y
1
Antes de esta obra, la misma editorial publicó Essays on Actions and Events e Inquiries into Truth and
Interpretation. Se prevé la próxima publicación de dos volúmenes más: Problems of Rationality y Truth, Language
and History, todos ellos recopilaciones de artículos.
subjetivas que percibimos sin intermediarios y que constituyen ellas mismas intermediarios epistémicos entre
el sujeto que conoce y el mundo conocido.
El planteamiento que hace Davidson de estas cuestiones defiende la autoridad privilegiada de la
primera persona y la objetividad de las autoatribuciones a la vez que rechaza que éstas tengan algún papel
justificador en el conocimiento del mundo externo. En primer lugar, considera Davidson, no tiene sentido
plantear la cuestión de qué queremos decir con lo que decimos, el error acerca de nuestras autoatribuciones es
imposible por razones semánticas: una persona no puede generalmente usar erróneamente sus propias
palabras porque es ese uso el que da significado a las palabras. En segundo lugar, según Davidson, salvando
la autoridad de la primera persona no se arriesga, según Davidson, la objetividad de ese conocimiento porque
son los objetos o sucesos exteriores los que causan los contenidos de nuestras creencias. Y tales contenidos
conectan directamente nuestros actos de habla con el mundo que nos rodea, no son intermediarios ni “objetos
ante la mente”. La conexión entre un objeto y el conocimiento que un agente tiene de él se establece objetiva
y directamente cuando el agente, que habla de sus propios pensamientos, identifica el objeto sobre el que
piensa señalándolo o describiéndolo.
En la segunda parte del libro, la objetividad del conocimiento de primera persona se liga con la
objetividad del conocimiento sobre los otros. La aceptación de la autoridad de la primera persona es un rasgo
necesario para conocer a los otros y el mundo externo. Si no sabemos a qué nos referimos, no sabremos a qué
se refieren los demás cuando emiten las mismas proferencias que nosotros. Esto sugiere que la clave de la
comunicación y la objetividad del lenguaje y del pensamiento no depende de que compartamos un lenguaje,
sino de las respuestas de dos personas a un estímulo distal (objeto) y de las respuestas mutuas. Esta es la idea
de triangulación que ya comenté. Cuando nos comunicamos con alguien suponemos que el otro se parece
bastante a nosotros, que es generalmente racional, que clasificamos los estímulos de la misma manera porque
respondemos igual a las similitudes, no sólo porque biológicamente identifiquemos esas similitudes como
tales, sino porque en el proceso de aprendizaje del lenguaje se nos determina socialmente a clasificar
siguiendo una pauta: el que enseña recompensa al que aprende cuando emite respuestas similares ante
estímulos que el que enseña considera similares.
Por todo ello, el lenguaje es necesariamente social, ya que tener pensamientos y expresar algo
implica entender y ser entendido por una segunda persona. La existencia de un mundo externo, de un
semejante y de un lenguaje es todo lo que Davidson se atreve a especificar como condiciones para que se dé
el paso de una mente prelingüística a la de un niño con lenguaje. Esas serían condiciones suficientes para
tener un conocimiento objetivo.
En la tercera parte del libro, Davidson aborda el tema de la verdad y de la justificación de nuestro
conocimiento, insistiendo en algunas de las hipótesis ya apuntadas. Su argumento a favor de la objetividad de
nuestro conocimiento del mundo adopta dos formas: una relativa a la existencia de un mundo objetivo que es
la causa de nuestras creencias y otra referida al concepto de verdad objetiva que sólo pueden poseer criaturas
en comunicación con otras.
Con respecto al primer argumento, Davidson comienza criticando el escepticismo que surge de las
posiciones fundacionistas en epistemología que quieren encontrar en la fiabilidad de nuestros sentidos un
fundamento a nuestro conocimiento. La misma idea de justificar nuestras creencias confrontando la totalidad
de las creencias o algunas de ellas con patrones de estimulación sensorial no tiene sentido, según Davidson,
porque o (a) los intermediarios epistemológicos son sólo causas de las creencias, no añaden nada a éstas y no
las justifican, o (b) si proporcionan información, tendrían a su vez que estar justificados, es decir, podrían
estar mintiéndonos. Suponiendo que la opción que tomemos fuera (b) podría ocurrir que alguien tenga una
sensación y crea que no la está teniendo, con lo cual la sensación no juega ningún papel justificativo, o bien
que aunque tenga la creencia de que tiene la sensación, esta creencia fuera falsa, por lo que la sensación
tampoco la justificaría. Aún más, las sensaciones no pueden ser verdaderas ni falsas, sólo a las creencias (en
tanto actitudes proposicionales) se les puede aplicar valores de verdad. Por tanto, tendríamos que concluir
que una creencia sólo puede estar justificada por otra creencia y no por la sensación misma, es decir, sólo las
creencias pueden ser evidencia para las creencias. Esta es la hipótesis de la teoría de la verdad como
coherencia a favor de que la Davidson argumenta.
Sin embargo, esta defensa no sugiere que el mundo externo no juegue ningún papel en el
conocimiento. Suponer eso significaría adoptar un idealismo radical. Lejos de esta posición, Davidson se
declara realista al defender que la relación entre sensación y creencia es una relación causal y no justificativa.
La sensación, entendida como objeto externo (estímulo distal, dice Davidson) y no como algo propio de la
persona, es la causa de nuestras creencias más básicas, es lo que les da contenido. Pero esto sólo se aplicaría
a las oraciones más simples, aquellas cuyo significado hemos aprendido al ser condicionados para
considerarlas verdaderas ante objetos y circunstancias en las que fueron aprendidas. Estas oraciones son las
que ligan el lenguaje al mundo. Pero que la determinación causal de los objetos se restrinja a las oraciones
más simples, no deja lugar al escepticismo sobre la verdad del resto de oraciones. Este se limita en los
argumentos a favor de que el concepto de verdad objetiva sólo tiene sentido para criaturas en comunicación.
La objetividad de nuestro conocimiento del mundo externo es interpersonal desde el comienzo, ya
que es simultáneo al conocimiento de las otras mentes. Esto es así no sólo porque cuando aprendemos el
significado de las oraciones más simples somos condicionados por las respuestas de aprobación o sanción
que emiten los demás y de esta forma aprendemos los significados compartiéndolos con los demás, sino
porque la propia lógica de la interpretación hace que cuando interpretamos a los otros supongamos que están
constituidos por un conjunto de principios de racionalidad, que los hacen mayoritariamente coherentes y
maximizan la verdad de sus proferencias lingüísticas. Por ello cuando interpretamos a los demás les
atribuimos creencias o significados leyendo algunos de nuestros propios criterios de verdad en las oraciones
que el hablante sostiene como verdaderas. Esto hace inteligible al hablante y evita las desviaciones
demasiado grandes entre los significados del intérprete y del interpretado, lo que haría imposible el
conocimiento intersubjetivo y objetivo, y daría lugar a las dudas escépticas sobre nuestro conocimiento.
En conclusión, esta obra permite acceder fácilmente a los artículos más relevantes de Davidson
sobre los problemas epistemológicos al ser publicados en un mismo volumen. Sin embargo, encuentro en ella
ciertas limitaciones. En primer lugar, hay un artículo muy interesante sobre estos temas, “The conditions of
thought” (1989), que no ha sido incluido en la recopilación. En segundo lugar, al igual que en las otras dos
compilaciones publicadas se echa en falta un estudio introductorio más amplio que los breves comentarios a
cada artículo que ha incluido Davidson en esta edición. Una introducción que planteara los problemas así
como las propuestas sugeridas, lejos de parecer una reiteración por su desarrollo posterior en cada artículo,
serviría para organizar la lectura y sería de gran ayuda al lector.
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