Tomás Moro: Ética y Política - E

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Revista electrónica mensual del Instituto Santo Tomás (Fundación Balmesiana)
e-aquinas
Año 3
Diciembre 2005
ISSN 1695-6362
Este mes... SANTO TOMÁS MORO, PATRONO DE LOS POLÍTICOS
(Cátedra de Humanidades del IST)
Aula Magna:
NAZARIO GONZÁLEZ S.I., Santo Tomás Moro, el hombre y el
político
Documento:
JOAQUÍN PALLÁS: Tomás Moro: Ética y política
JUAN PABLO II, Proclamación de Santo Tomás Moro como patrono
de los gobernantes y de los políticos
Publicación:
ANDRÉS VÁZQUEZ DE PRADA, Sir Tomás Moro, Lord Canciller
de Inglaterra
Noticia:
Crónica del VII Congreso Católicos y Vida Pública: “Llamados a la
libertad”
© Copyright 2003-2005 INSTITUTO SANTO TOMÁS (Fundación Balmesiana)
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Joaquín Pallás, Tomás Moro: Ética y Política
Tomás Moro: Ética y Política
Joaquín Pallás
Coordinador de la Cátedra de Humanidades del IST
No se puede estudiar un personaje histórico sin hacer referencia a su obra,
y en este caso, sin profundizar y analizar su obra con detenimiento, porque la
diversidad de temas que trata y los conocimientos que demuestra son un valor
positivo que ha llegado hasta nosotros. Además, un autor y su obra no pueden
circunscribirse a un simple análisis, es preciso acercarnos a su época, a la
mentalidad, hechos relevantes, amistades, e influencias que han dejado una
huella indeleble en el personaje, y en parte, han definido el estilo y los
contenidos de su obra. Este es el caso de Tomás Moro, por eso comenzamos este
trabajo sobre ética y política, sobre una de las actividades más antiguas de la
humanidad, y sobre la cual los grandes filósofos y pensadores han insistido y
pensado, desde Platón y Aristóteles, hasta nuestro días, en el antiguo Derecho
romano, con Cicerón y su clara definición de la ley, el derecho político, la teoría
política y la filosofía; el arte de la oratoria que arranca del mejor exponente
posible, Cicerón, y que tiene en Tomás Moro a uno de sus seguidores más
eminentes, por su estilo y pulcritud, y por el contenido profundo de su mensaje.
Pensar bien, para escribir mejor, ese sería el lema. Profundizar y analizar, pero
jamás ni un ápice de superficialidad, ni de libre opinión esclava de las modas,
siempre fiel a la verdad y a su conciencia. Ahí está la clave de Tomás Moro y de
su pensamiento, de su vida y de su obra: ser coherente, reflexivo, profundo; ser
responsable y fiel a sus compromisos, a su familia, a la amistad, a su conciencia
y a Dios; sirviendo fielmente a la Iglesia en unos momentos difíciles y confusos,
pero una Iglesia depósito de la fe y de la tradición. Tradición que no consiste en
no avanzar, en frenar los tiempos, sino en valorar y defender lo esencial ante los
cambios y caprichos de los gobernantes. Así lo expresaba otra figura gigantesca
de la Iglesia, el papa Juan Pablo II el Magno, en su proclamación solemne de
Santo Tomás Moro como patrono de los políticos, como un ejemplo de
honradez y de servicio a la justicia y al bien común. (Carta Apostólica en forma
de “motu propio” para la proclamación de Santo Tomás Moro como patrono de
los gobernantes y de los políticos. 31-X-2000) El Papa recuerda el Concilio
Vaticano II cuando en la Constitución Gaudium et Spes, 16, afirma que la
conciencia “es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo
con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”. Tomás Moro vio clara la
primacía de la verdad sobre el poder, fue un “ejemplo imperecedero de
coherencia moral”. Para Tomás Moro la política ha de tener como fin el servicio
a la persona humana. Este es un elogio extraordinario para una figura
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extraordinaria. En el documento papal se alaba la formación cultural de Tomás
Moro, sus relaciones con intelectuales y humanistas de su tiempo, su
sensibilidad religiosa y sus costumbres virtuosas, ascéticas; su vocación
matrimonial, convirtiendo su casa en una verdadera escuela de formación
permanente, intelectual y moral; su intensa vida de oración, la práctica diaria de
los sacramentos, su preparación personal que le permitió desarrollar con éxito y
profesionalidad, cargos y delegaciones, hasta llegar a lo más alto, Lord Canciller
del Reino. Fue un juez célebre por su sabiduría, por su justicia y rectitud y por
su diligencia en las causas, porque sabía que cualquier dilación en una causa
podía perjudicar gravemente a los necesitados. También fue portavoz,
presidente de la Cámara de los Comunes. Era una persona afable, de buen trato,
y con una fina ironía y un gran sentido del humor.
ANTECEDENTES DE LA REFORMA PROTESTANTE
Tomás Moro fue un defensor de la unidad de la Iglesia y escribió varias
obras contra los abusos de la reforma. Siempre había pensado en que se
necesitaba reformar, pero jamás se planteó una ruptura, al contrario, defendió
la doctrina y escribió argumentos contundentes para demostrar los errores y las
consecuencias que se derivarían de la ruptura protestante; una ruptura que
también vivió en su Inglaterra natal y que marcó su trayectoria y su vida,
porque se negó a firmar el Acta de Supremacía del Rey, apostando por su
conciencia y acabando en prisión, perdiendo sus bienes y su dignidad pública,
que no su dignidad personal, y perdiendo su vida y su buen nombre hasta
prácticamente el siglo XIX, cuando los cambios en las relaciones entre católicos
y anglicanos, permitieron restaurar el culto católico y la buena memoria de
algunos próceres, mártires de la fe, como San Juan Fisher y Santo Tomás Moro.
Más tarde, llegarían la beatificación en 1886, y la canonización en 1935, y en
último término, desde el estudio de sus obras y de su vida, una rehabilitación
general, con la participación del cine en la recuperación del personaje y de su
vida; culminando con la proclamación de Santo Tomás Moro como patrono de
los políticos y gobernantes, por el papa Juan Pablo II en el año 2000.
La Reforma fue el resultado de la disolución de los principios y
estructuras fundamentales que soportaron la Edad Media y que al llegar a su
punto más bajo, se extendieron por la irrupción de Martín Lutero cuya doctrina
era en muchos aspectos la actitud espiritual generalizada de la época. Se pedía
una reforma desde hacia un siglo, pero llegó con otro estilo y con una
confrontación doctrinal y violenta, que dividió a la cristiandad, cambió la
mentalidad y la ética y marcó el futuro de Europa y el mundo.
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Joaquín Pallás, Tomás Moro: Ética y Política
Desde el punto de vista religioso, la Reforma es la negación de la Iglesia
visible y jerárquica, asentada y enraizada en el magisterio objetivo y en el
sacerdocio sacramental; y es la exaltación de la religión de la conciencia, de la
ética de situación y del relativismo moral, basado en la palabra bíblica pero por
decisión de cada uno; este subjetivismo ya tenía sus bases avanzado el siglo XII
con San Bernardo de Claraval y la fundación del Císter, pero también tenía sus
bases en el movimiento de los Valdenses . Podríamos decir que estaba de moda
la piedad personal, uno de cuyos elementos eran los escritos sobre la imitación
de Cristo; siendo el misticismo una consecuencia más. Esta piedad personal se
concreta en la búsqueda de un remedio que de soluciones a todo, llegando en
esa búsqueda a las mismas raíces, a las primeras fuentes de la Revelación, la
Biblia, que se interpretaba según convenía y cuando convenía. Toda esta
corriente influyó en Tomás Moro, gran conocedor y estudiosos de la realidad
política y espiritual de su época, a comienzos del siglo XVI.
Moro amaba a la Iglesia y era muy crítico con los clérigos que se habían
relajado en la doctrina y en la vida personal. Él mismo estuvo dudando entre la
vocación familiar y la vocación sacerdotal, a la que renunció por considerar que
su indignidad no era merecedora de tal privilegio. Moro también pensaba que
muchos eclesiásticos no tenían una mínima preparación para desempeñar la
función que se les había encomendado, porque faltaba una vida seria de piedad,
de oración y de Sacramentos, esa marca personal que permitió a Tomás Moro
ser fiel a su fe, a su conciencia y a Dios, pero ser también un fiel cumplidor de
sus obligaciones familiares, judiciales y políticas, por encima de las apariencias
mundanas, consciente de que asumía un riesgo incalculable, buscando la gloria
eterna y no las glorias temporales y efímeras. Era un hombre de carácter.
A finales del siglo XIII, el papa Bonifacio VIII lanzó la bula Unam Sanctam
contra el rey francés Enrique IV en la que se resumía la teoría medieval de las
dos espadas, de la supremacía del poder pontificio sobre el del los príncipes
definiendo la existencia de una sola Iglesia, la única en la que se encuentra la
salvación, dos poderes, pero el poder temporal actuando siempre por
indicación de la Iglesia, porque Dios ha creado un orden, y una jerarquía, por
eso todo debe ser sometido a lo principal, también el poder político bajo el
poder religioso, por eso no puede haber resistencia al poder religioso, porque
sería resistir al mismo Dios. Termina la Bula con una solemne definición por la
que “finalmente, declaramos, afirmamos y definimos, que es necesario para la
salvación el que toda criatura humana está sujeta al romano pontífice”. Esta
situación provocó un gran Cisma en Occidente y sentó las bases de
enfrentamientos y divisiones posteriores, porque el papado estaba debilitado y
dependía de las decisiones de los cardenales y reyes, y de las amenazas
permanentes de convocar un Concilio universal para elegir un nuevo papa. Esta
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idea conciliarista sería fundamental en la Reforma luterana, para rechazar la
autoridad del papa, idea que también interpretó Enrique VIII a su antojo para
expropiar los bienes de la Iglesia en Inglaterra, perseguir y ejecutar a miles de
religiosos y fieles, y para erigirse en jefe supremo de la Iglesia, y romper con
Roma definitivamente, ayudado por el conflicto matrimonial que él mismo
había creado. Se había preparado el terreno para la reforma protestante con su
visión horizontal de la Iglesia, sin jerarquías y sin dogmas; una visión que
convertiría a los clérigos ingleses y reformistas, en simples funcionarios al
servicio del gobernante.
Los poderes seculares le fueron arrebatados a la Iglesia, unos poderes que
siempre le habían correspondido; recordemos la doctrinas de Marsilio de
Padua, Guillermo de Ockam, Maquiavelo, que van a sentar las bases de una
nueva mentalidad y una nueva relación entre lo religioso y lo político. Así, el
Estado fue introduciendo cada vez más su influencia dentro de la esfera
eclesiástica. Pensemos en el galicanismo y en el regalismo posterior; en el
laicismo político, en las desamortizaciones y en los enfrentamientos, también
muy actuales, sobre temas esenciales para la persona y su dignidad.
Había surgido una división de las conciencias a la que sólo faltaba a
finales del siglo XV la rebelión de Wicleff en Inglaterra, rebelión que ponía las
bases aprovechadas más tarde por Enrique VIII para la creación de su iglesia
estatal, proclamando la sumisión del a Iglesia al Estado, y predicando una
religión intimista. Hubo un movimiento paralelo en Bohemia, con Juan Hus,
que mezcló su fanatismo con el exacerbado nacionalismo de Bohemia y puso
una cuña para desintegrar espiritualmente todo un territorio.
Estas fueron algunas de las bases de la Reforma, pero la situación de
Europa no permitía demasiados optimismos. Tomás Moro estuvo influenciado
por esta situación y conocía los peligros que Europa había de padecer,
empezando por la división protestante, y siguiendo por la amenaza turca y por
las ambiciones personajes de su propio rey, Enrique VIII. La Guerra de los Cien
Años, desde 1320 a 1420, fue el comienzo de una crisis general, crisis económica
y demográfica, con una serie de epidemias y mortandades que asolaron media
Europa, crisis comercial y carestía de la vida, revueltas campesinas en toda
Europa: Watt Tyler en Inglaterra, los Remensas en la Corona de Aragón, en
Cataluña, los movimientos antijudíos por toda Europa a finales del siglo XIV, la
Guerra de las Dos Rosas, algo posterior, en 1453, la toma de Constantinopla por
los turcos, aquel mismo año, las guerras Husitas, las predicaciones de los
Iluminados y apocalípticos; Savonarola en Florencia, la crisis y el deseo de
reforma en la Iglesia, el descubrimiento de un Nuevo Mundo desde 1492, la
caída del reino nazarí en Granada, que ponía fin a la dominación musulmana
de siglos en la Península Ibérica. Todo esto creaba un sentimiento de
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inseguridad y angustia, un sentimiento negativo, de culpabilidad y de pecado
que fomentaban estas nuevas formas personales e intimistas de piedad, esta
nueva visión subjetiva de la doctrina y de la ética, además de los
enfrentamientos entre el Emperador Carlos V y los príncipes alemanes y entre
el mismo Emperador con el papa de Roma y con su enemigo permanente, el rey
de Francia; por eso, Francia se alió al mismo tiempo con los protestantes y con
los turcos, para frenar la política del emperador, también rey de España y de los
inmensos territorios europeos y americanos.
Del Cristo triunfante del siglo XIII se pasó a las representaciones de la
Pasión, el Cristo Paciente y flagelado del siglo XV. Recordemos la maravillosa
meditación de la Pasión y Agonía de Cristo escrita por Santo Tomás Moro en
prisión. Una obra de gran delicadeza, premonitoria de la suerte que le esperaba
y del sentido del dolor, aún en las circunstancias más difíciles. Tomás Moro
demostró en esa obra, cómo el dolor y el sufrimiento forman parte de la vida
humana y son el medio para llegar a la contemplación de Dios. Para Tomás
Moro, la sola contemplación del misterio de la Pasión, era un motivo de paz y
de serenidad. Aprovechó Tomás Moro la meditación sobre la Agonía del Señor
para analizar las situaciones conflictivas de su tiempo, y buscar un significado a
los acontecimientos que se iban sucediendo con un ritmo vertiginoso. Parece
que Tomás Moro meditaba la Pasión como su propia pasión, enseñando a sus
familiares y amigos el significado del sufrimiento, y cómo se debe luchar para
llegar al objetivo deseado.
Con el cambio de mentalidad desde la Edad Media, también se creó el
culto a la Virgen de la Misericordia y del Buen Socorro, la devoción del Rosario
y el culto a los santos.
El Humanismo surgió como una reacción contra el teocentrismo medieval
pero también como una profundización de la cultura clásica que aunque parecía
incompatible con las ideas cristianas, Tomás Moro se encargó de demostrar con
sus estudios y con su vida, que entre el verdadero humanismo y el cristianismo
existía una estrecha relación. Había, además, una segunda corriente, en Francia
y centro Europa, una corriente biblista que al interpretar a su manera la Biblia,
se oponían a la Iglesia jerárquica, para ellos, excesivamente burocrática, por eso
se oponían al papa y a la doctrina invariable de la tradición de la Iglesia.
Muchos de los humanistas, entre ellos Erasmo de Rotterdam, gran amigo de
Tomás Moro con el que se intercambiaban cartas frecuentes, deseaban un
renacimiento religioso y acabar con los defectos heredados de la Edad Media;
eran muy críticos, pero no llegaron al odio que manifestaba Lutero en sus
escritos y manifestaciones. Los humanistas no eran pro-católicos pero tampoco
se pasaron a la Reforma luterana; no iban a Dios por el camino de la
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desesperación como Lutero, pero predicaban el libre albedrío, el
antidogmatismo y la tolerancia, allanando el camino de la Reforma luterana;
con su filosofía adogmática condujeron la teología a su desintegración y dieron
paso en Alemania al liberalismo religioso, corriente que por contagio se
extendió por los Países Bajos, el Norte de Europa y en menor medida en la
Europa meridional, tradicionalmente católica. No entramos en la situación
general de Alemania pero si que conviene puntualizar que estas nuevas ideas se
extendieron con rapidez, porque existía un sentimiento contra el Emperador
Carlos V y desde hacia siglos, existía un sentimiento antiromano, un
nacionalismo bastante agresivo porque los Habsburgo, que ostentaba la corona
imperial, se habían enemistado con todos los demás príncipes. El intento de una
Europa unida bajo un solo gobernante y con el cristianismo como referencia,
estaba a punto de saltar por los aires; cada Estado se aliaba o se enemistaba con
los demás por intereses turbios que no tenían nada que ver con un objetivo
común de unidad sino con afianzar el propio poder y tratar de imponer el
propio sistema a los demás. Cuando más necesario era unirse, para
contrarrestar el afán de división y la amenaza turca en las fronteras de Europa,
cada gobernante buscó sus intereses particulares antes que la seguridad y
estabilidad. Maximiliano había dejado a Carlos V excesivo poder, pero no
solucionó ninguno de los problemas que estaban a punto de explotar. Carlos V
heredó el desorden de su antecesor, se obsesionó con Francia a la que combatió
durante décadas, y olvidó el resto de territorios a su suerte, por eso, cuando
quiso reaccionar contra los protestantes, ya era tarde, y cuando quiso unir
Europa bajo su mando, Europa se desmembró en múltiples territorios. Fue
excesivamente conciliador y dio alas y tiempo a sus enemigos, protestantes y
turcos, para que se organizaran y le plantaran batalla.
Valga esta breve introducción para centrar el tema del mes en la figura de
Santo Tomás Moro: ética y política, la búsqueda de la justicia y el bien común,
la coherencia de una vida al servicio de la verdad.
DOCTRINA DEL AQUINATE SOBRE LA POLÍTICA Y EL BIEN COMÚN
Para analizar la vida y obra de Santo Tomás Moro, es obligado un
planteamiento de las ideas políticas que encontramos en Santo Tomás de
Aquino, serán de gran utilidad y de una claridad necesarias para nuestra
exposición.
Tomás Moro entendió que uno de los objetivos que definen a los
gobernantes es la búsqueda de la justicia y del bien común. Ahí estriba su
legitimidad. A menudo se desconoce esta faceta de la obra del Aquinate, tan
importante y actual como su pensamiento filosófico, porque forma parte de él.
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Esta doctrina política se realizó en el siglo XIII, época de cambios radicales, de
búsqueda de una relación entre la razón y la fe (ver Encíclica de Juan Pablo II:
Fides et Ratio); para Santo Tomás, la política tiene una finalidad, la búsqueda
del bien común. Ética y política están unidas. Al contrario de lo que propugna
el liberalismo, separador y relativista. Para Santo Tomás, la política debe ser un
punto de unión, un lazo de relación personal, cuando hoy vemos como la
política se convierte en un pretexto para enfrentamientos y egoísmos
compartidos. Parece como si la sociabilidad humana hubiera desaparecido del
ámbito político y social, en una sociedad que convierte el conflicto en una
norma de vida. La política exige jerarquía y organización, lo contrario a la
burocratización y al exceso de poder del Estado moderno, que acaba asfixiando
la iniciativa particular. Aunque defendía la monarquía era partidario de la
participación y del control del gobernante, con matices. Pensaba que los
gobernantes han de saber analizar y diferenciar las situaciones, deben de ser
prudentes, austeros y templados en el uso de los bienes materiales, sin
derroches ni gastos injustificados; deben de enfrentarse a las leyes injustas,
como hizo Tomás Moro, deben de ser defensores de la ley natural ante las
veleidades de los hombres y ante los caprichos de la ley positiva, a menudo
creada para interés político del gobernante y no para el bien común de todos los
ciudadanos. Habría que recordar un fragmento contundente del buen Papa
Juan XXIII, en su encíclica Pacem in Terris: “si los gobernantes dictan leyes o
toman medidas contrarias al orden moral que emana de Dios, y de la voluntad
divina, estas leyes injustas no pueden obligar a las conciencias, al contrario, la
autoridad deja de ser ella misma y degenera en opresión”. Imposible ser más
explícito. No es una idea nueva, Sófocles la defendía, también Cicerón, y Santo
Tomás de Aquino, y los papas desde el siglo XIX, con una sensibilidad especial
hacia el problema y con una fuerza doctrinal fuera de dudas. El Papa Juan
Pablo II se refirió con claridad al tema en su encíclica Evangelium vitae: “la ley
moral objetiva, en tanto que ley natural inscrita en el corazón del hombre es una
referencia normativa para la misma ley civil”, n. 70. Aún más, n. 72 y 73: “las
leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia se oponen, no
solamente al bien de la persona, sino también al bien común, por consiguiente
están totalmente desposeídas de una autentica validez jurídica. Leyes de
semejante naturaleza, no solamente no crean ninguna obligación para la
conciencia, sino que entrañan la obligación grave y precisa de oponerse a ellas
mediante la objeción de conciencia”.
Podríamos resumir brevemente las ideas básicas de la doctrina del
Aquinate sobre la política y el bien común, porque su actualidad es evidente y
su claridad es necesaria para los tiempos difíciles que nos toca vivir, como los
vivió hasta el martirio Santo Tomás Moro, convencido del carácter sagrado e
inviolable de la conciencia, y convencido de la defensa de la fe por encima de
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los objetivos humanos y de la gloria mundana, “sit transit gloria mundi”. Santo
Tomás de Aquino recibió la influencia de Platón y Aristóteles, para él, el orden
político es un reflejo del orden teológico, por eso el gobernante debe cumplir
con tres grandes objetivos, porque gobernar es dirigir hacia un fin, y el fin de la
sociedad es el bien común. El buen gobernante ha de ser previsor, para
organizar bien su gobierno y preparar su sucesión. El gobernante debe ser
fuerte para poder proteger a sus súbditos, por eso, Santo Tomás de Aquino
analiza las condiciones de la guerra justa, condiciones que han sido aceptadas y
discutidas hasta hoy, buscando luz y aplicación de dicha doctrina en los
conflictos contemporáneos, a menudo exentos de validez porque no responden
a objetivos de defensa sino a otros intereses económicos o políticos. Un tercer
objetivo sería hacer buenas leyes y aplicarlas para bien de los ciudadanos.
Entramos ya de lleno en la figura y la obra de Santo Tomás Moro, un
reflejo, un ejemplo de la coherencia y de la fidelidad. No se trata de una
biografía, para ello contamos con buenas obras a las que hacemos referencia en
la bibliografía final.
SANTO TOMÁS MORO, EL HOMBRE Y EL POLÍTICO, EL PADRE, EL
JURISTA, EL MÁRTIR
Podemos presentar la vida y obra de Santo Tomás Moro desde diferentes
ángulos, todos ellos relacionados entre sí. Desde su nombramiento como
patrono de los políticos, el 31 de octubre de 2000, con un “Motu Propio” del
Papa Juan Pablo II, hasta remontarnos a su vida y obra, pasando por los siglos
de olvido intencionado y por su feliz restauración para la memoria histórica de
la humanidad, porque un gran hombre, polifacético, honrado e íntegro, bien
merece una rehabilitación. Es una exigencia de la justicia que Tomás Moro sea
un ejemplo para creyentes y no creyentes para católicos y para otras
confesiones, porque su vida y su obra abarcan temas fundamentales de la
existencia humana.
Tomás Moro nos rememora las exigencias de la vida coherente, las
exigencias de la defensa de la fe, y de la autonomía de la Iglesia frente a otras
realidades, como la política. Esa sociabilidad humana que parte teóricamente de
Aristóteles nos refleja la importancia de la vida política en la vida de los
hombres, una importancia que durante siglos se ha oscurecido por intereses
escondidos, se ha adornado de moralidad por y ha creado una simbiosis entre
religión y política difícil de disociar y separar. Tomás Moro fue fiel a su
conciencia y a Dios, actuó en servicio de la verdad, con un radicalismo absoluto
hasta dar su vida para mantener lo que él creía que era verdadero y justo. Sólo
hacía que rememorar a los grandes profetas del Antiguo Testamento, duros y
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Joaquín Pallás, Tomás Moro: Ética y Política
críticos con el poder injusto; y como el mismo Jesús, contundente con los que
utilizaban la tradición para sus intereses y con los que ahogaban al pueblo en
leyes y formalismos, imposibles de cumplir. Muchos Santos Padres de la Iglesia
hicieron lo mismo, muchos mártires de los primeros siglos también, pero Moro
nos demostró que el martirio siempre es actual, y exige todo, la donación
absoluta por la fe para no traicionar a la propia conciencia. Las relaciones
Iglesia-Estado siempre han sido turbulentas, ha habido momentos de gran
dramatismo desde el Imperio Romano y las persecuciones contra la Iglesia en la
clandestinidad, en las guerras entre señores en la Edad Media, las guerras de las
Investiduras, el Estado moderno con el modelo de Monarquía Absoluta, el
regalismo y las interferencias desde el poder, el sentido teocrático de algunos
regímenes y gobernantes, las brutalidades realizadas en nombre de Dios y bajo
pretextos poco nobles, los problemas derivados de un Estado laico y laicista,
desde el siglo XVIII y XIX, las grandes dictaduras del siglo XX, de cualquier
color, que bajo el nombre de la libertad, de la emancipación de los obreros o de
la supremacía de la patria se han aprovechado y han perseguido a la Iglesia;
hoy, también, el laicismo beligerante de muchos gobiernos bajo el pretexto de la
modernidad y el progreso.
Tomás Moro ha sido valorado por la Iglesia como un símbolo de la
presencia real en el mundo, como un ejemplo de coherencia y honradez,
también en política, y como dice el Dr. Nazario González, “la Iglesia se ha fijado
en un perdedor”, un hombre que se enfrentó al nuevo Estado moderno, potente
y absolutista, un Estado que le llevó al martirio, a ser condenado por saber
mantener la fidelidad a su Iglesia y a sus creencias y convencimientos más
profundos.
Moro desapareció de la vida de Inglaterra, la Ley sobre la Tolerancia en
1689 empezó a normalizar la situación, y católicos y anglicanos empezaron
aunque tímidamente un acercamiento, conflictivo en el siglo XIX, pero con
grandes figuras como John Henry Newman, que lo revolucionó todo,
Chesterton, Tolkien, Lewis y tantos otros. En 20 años, desde 1828 hasta 1850 se
produjo en Inglaterra un cambio, primero la “Ley de emancipación”(NCMH,
que permitía a los católicos acceder a cargos públicos y poder llegar al
Parlamento, y en 1850, Roma restauró la jerarquía católica en Inglaterra.
UN HOMBRE PARA TODAS LAS ÉPOCAS
Tomás Moro, un personaje de gran actualidad. Un hombre para todas las
épocas; esta feliz expresión no es una casualidad, responde a una percepción
profunda de la vida y la época de un personaje histórico de una gran talla, como
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hombre, como literato, como político, como padre y esposo, como mártir por
defender sus más profundas convicciones, y como santo, como modelo de
honradez y valentía ante las presiones recibidas y ante la fidelidad a una causa
de la que estaba plenamente convencido. No se trata aquí de añadir una
biografía, ni de estudiar sólo una situación histórica, ni de un simple análisis de
una vida y una obra; se trata de aproximarnos a Tomás Moro desde todas las
perspectivas posibles, para entender su vida y su obra, la profundidad humana
y la grandeza intelectual de este gran humanista, de este ejemplo de
modernidad y coherencia, de este hombre plenamente libre que decidió
arriesgar y perder su vida antes que traicionar a su conciencia.
Vivó una situación conflictiva, una época turbulenta con una Iglesia
convulsionada por los cambios, y por los deseos de reforma. Una época de
ruptura del antiguo orden medieval, un orden jerárquico en el que parecía que
cada cual ocupaba el escalafón que le correspondía; una época de la hegemonía
de la monarquía sobre la Iglesia, como en Inglaterra. Se estaban asentando las
bases de la monarquía absoluta, de una gran expansión europea, del
Humanismo filosófico y cultural, del valor del hombre como centro del cosmos.
Una época que vive la división de Europa y de la Cristiandad, desde la ruptura
de Lutero. Una Europa enfrentada, que sigue buscando su identidad
amenazada en el interior y amenazada desde el exterior ante la presión turca.
Una Europa abierta a nuevos horizontes, a un nuevo mundo y a un reto social y
económico, a un reto evangelizador, a una simbiosis cultural con los pueblos
colonizados.
TOMÁS MORO, LA COHERENCIA DE UNA VIDA
Tomás Moro, fue un humanista, un político, un gran literato en lengua
inglesa, escritor prolífico, un hombre fiel a su conciencia, un mártir, y un santo.
No es un converso en el sentido estricto del término pero es un converso porque
tuvo que decidir entre su fe, su fidelidad a la Iglesia y a su conciencia, y el
servicio y la obediencia al rey; entre los honores mundanos y su recta
conciencia, y eligió lo segundo, muriendo por ello.
En la Carta Apostólica para la proclamación de Santo Tomás Moro como
patrono de los gobernantes y de los políticos, el Papa Juan Pablo II nos recuerda
“la dignidad inalienable de la conciencia”, “el núcleo más secreto y el sagrario
del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de
ella”(Gaudium et spes, 16)
Un hombre de Estado, inteligente y culto; estudioso y crítico; una persona
de gran elocuencia, con un estilo elegante y directo. Supo ser libre en su pensar
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Joaquín Pallás, Tomás Moro: Ética y Política
y sentir, libre en la escritura, libre a los ojos de Dios, por eso es un converso,
porque recibió la llamada de Dios que le pedía todo, la vida incluida. Aceptó la
voluntad divina y fue libre en su defensa marcada por un juicio y una sentencia
definidos de antemano.
No tenía posibilidad alguna pero demostró su categoría humana, su
inteligencia y su fidelidad. Testimonio fiel ante la corrupción política; de una
actualidad clamorosa, fiel a su conciencia y a Dios, ganó la visión de lo eterno
elevado a los altares y glorificado como político, pensador y mártir, con el
patronazgo de la vida política, porque fue fiel a la vocación de santidad. Tuvo
la coherencia y el valor necesarios para seguir los objetivos marcados, a contra
corriente y a un alto precio, la ruina social y económica, la humillación, el dolor
físico y moral, un sufrimiento que él temía para su familia, pero no para sí.
Esposo y padre ejemplar, nos ha dejado unas cartas escritas desde la Torre en la
que estaba prisionero; unas cartas de gran serenidad y profundidad, no exentas
de humor, sabedor que lo había dado todo por lo que verdaderamente valía la
pena.
Su formación humanística fue la admiración de su época; conferenciante,
gran comunicador y poeta, pero no encontraba su sitio en el mundo, en un
momento histórico turbulento, con el inicio de la reforma luterana desde 1517,
con el auge del Humanismo y el estudio de los clásicos, con los turcos
amenazando Europa oriental, a las puertas de Viena, con el peligro para toda la
cristiandad; con una Iglesia que él deseaba renovada y más fiel a su fundador, y
con un rey, Enrique VIII que desde la fidelidad a la Iglesia convirtió su
problema personal en una cuestión de Estado y en un conflicto internacional,
eliminando de un solo golpe, su matrimonio, la autoridad del Papa y los bienes
e influencia de la Iglesia en Inglaterra, acabando con sus posibles rivales y con
la oposición, y expropiando todo lo expropiable. Tomás Moro fue una mente
inquieta, estudioso de la patrística, especialmente San Agustín. Tomás Moro
dudaba entre su carrera mundana y la vida sacerdotal, pero no se sintió con
dignidad para recibir las órdenes sagradas porque aunque era hombre de
intensa oración y penitencia, temía no ser fiel al sacerdocio y desistió.
Tuvo un gran éxito en la Corte, fue parlamentario y portavoz, y se
enfrentó al rey en múltiples ocasiones poniendo en peligro su vida. Tenía un
sentido muy estricto de la justicia, como demostró en múltiples causas en
defensa de los más necesitados. Se casó felizmente, en primeras nupcias y más
tarde en segundas nupcias. De carácter alegre y sonriente, era un hombre
sincero y amable, dado a la amistad, fiel y paciente… así lo describe su amigo
Erasmo de Rotterdam en 1519.
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Hombre de gran talento, sabía acomodarse a las circunstancias, pero con
sentido común, manteniendo sus convicciones más profundas.“Estimado por su
indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio y con una erudición
extraordinaria”.(Carta del Santo Padre, 31 de octubre del 2000). Gran abogado,
fue nombrado Canciller de Inglaterra, el primer seglar en ostentar el cargo.
Revolucionó la justicia, porque actuaba con eficacia y diligencia en las causas;
defendió la ortodoxia contra los protestantes; gran escritor, renunció al cargo
para no aceptar las ambiciones de poder del rey Enrique VIII, que sometía la
Iglesia a su antojo. Se mantuvo neutral pero el rey quiso implicarle en sus
problemas personales.
El 14 de abril de 1534, aprobada el Acta de Sucesión, Tomás Moro se negó
al juramento obligado por el rey para aceptar su descendencia y su vida
licenciosa bajo pretexto de buscar heredero. Ese no al rey fue determinante. Se
le expropiaron las tierras que la Corona le había entregado, fue llevado a la
Torre y acusado de alta traición; en prisión se dedicó a la oración y a la
meditación; escribió “Diálogos sobre la consolación(la fortaleza)en la
tribulación”, tratado sobre la Pasión de Cristo (inacabado), y múltiples cartas,
las conocidas Cartas desde la Torre, las Memorias para un hombre solo, con un
epílogo, su última carta a su hija mayor, un testimonio de fe, con la certeza de la
salvación, de la muerte corporal inminente, y con el consuelo que supo dar a los
suyos y la alegría profunda de su partida al encuentro de su Señor. Fue una
conversión permanente, toda una vida buscando y esperando la
bienaventuranza eterna. Fue un literato, un político, un jurista, un converso y
un santo.
TOMÁS MORO A TRAVÉS DE SUS OBRAS
Tomás Moro, como buen humanista y como buen jurista, tenía un sólida
formación, conocía y estudiaba a los clásicos, solía escribir en un latín de alto
nivel, medía las palabras, no abusaba de los adjetivos inútiles ni usaba
expresiones retóricas que no aportaban nada al contenido de sus escritos,
estudios y reflexiones. Nos aproximaremos a la figura de Moro desde sus
propios escritos, comentando estilo y contenido de algunas obras que nos han
parecido más relevantes.
Las Cartas desde la Torre son escritos realizados durante quince meses,
antes de morir, prisionero en la Torre. Dedica sus escritos a los familiares, sobre
todo a su hija Margaret, a sus amigos, y a los que se llamaban amigos y le han
dado la espalda; escribe a los altos cargos y reflexiona sobre el servicio a la
causa de la justicia, sobre la cobardía y la traición. En los escritos a su hija y a
los más allegados, les expresa sus sentimientos más íntimos, su paz y serenidad,
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Joaquín Pallás, Tomás Moro: Ética y Política
esperando el momento de su marcha de este mundo, aceptando la cruz que le
ha dado la vida, como reflejo de la Cruz de Cristo, a la que también dedicará
otra obra, La Agonía de Cristo, obra de meditación sobre la pasión, y sobre las
circunstancias de la vida mortal, reflexionando sobre los problemas de su
tiempo. En una carta enviada a su hija Margaret, en respuesta de varias
anteriores, y de pequeñas discusiones sobre la razón de su obstinada fidelidad y
coherencia, Tomás Moro escribe con fina ironía y sentido crítico, pero jamás con
acidez ni resentimiento. Con un estilo elegante y delicado, aún en esa situación
desesperada. Saluda a su hija:”El Espíritu Santo de Dios esté contigo”, le
declara su afecto profundo y se lamenta de no poder escribir más porque le
niegan el material para hacerlo, y debe racionarlo para poder responder a las
cartas. Le recuerda que en el jardín de su casa ya comentó lo que le podría
ocurrir si era consecuente con lo que pensaba; y está preparado, para recibir
falsas acusaciones y calumnias, aún de los que en su momento parecían ser
amigos. Justifica haber dejado parte del interrogatorio al que ha sido sometido,
sin contestar, porque no podía contestar en contra de sus principios, y las
preguntas eran una trampa en la que él, con ayuda del Señor, no cayó. Dios le
hubiera hecho un favor si la muerte hubiera llegado antes de las leyes injustas
del rey, pero como debía pasar la prueba, con la ayuda de Dios, saldrá adelante.
Sabe que disfruta de una gran paz interior y quiere que los suyos también la
tengan. Dedica sus oraciones a la familia y también al rey, y pide que recen por
él para que el Señor le conceda lo que es bueno para él, aunque en ese momento
le parezca un gran mal. Dios sabe lo que hace. Y termina:”y no os preocupéis de
mí por mucho que oigáis hablar, sino alegraros en Dios”. Su última carta a
Margaret, el 5 de Julio de 1535, la víspera de su martirio, es excepcional.
Bendice a todos y pide al Señor por ellos; recuerda con detalle a cada uno y pide
perdón a su hija porque la noticia que le va a dar no es agradable; va a ser un
día feliz, para reunirse con el Padre, porque es la víspera de Santo Tomás y la
octava de San Pedro; le recuerda el último beso que le dio, sincero, sin la menor
cortesía mundana, desea reunirse con todos en el cielo y da gracias a su hija por
todo lo que ha hecho por él. Sublime, no se pude ser más delicado y profundo.
Ahí demuestra un espíritu fuerte y un alma exquisita, de una grandeza
inexpresable.
Es conveniente el comentario a una de sus obras más notables, el Diálogo
de la fortaleza contra la tribulación. En donde Tomás Moro refleja sus
inquietudes, sus esperanzas, el estado de ánimo en momentos difíciles. Esta
obra es la obra de una persona sabia, de gran cultura, que con rasgos certeros
define el Humanismo y sus objetivos. Cuenta el autor, a modo de diálogo, al
estilo clásico, una historia que puede parecer imaginaria, cuyo desarrollo se
sitúa en Hungría en 1534, en plena amenaza turca. Sus personajes son un joven
inexperto y un anciano lleno de sabiduría, su tío, que intentará dar al joven, las
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energías y el ánimo necesarios para luchar contra las dificultades y aceptarlas
en último término. Es un tratado de entereza y serenidad en clave de diálogo.
Parece una conversación real, con sus interrupciones y anécdotas intercaladas,
pero su mensaje es profundo. Nunca se pierde el hilo de la conversación, y el
diálogo plantea interrogantes al joven, sobre su vida y sus objetivos; permite
analizar los logros y fracasos de cada momento; y reflexionar sobre su
aplicación en la propia vida; ver la coherencia entre el pensar, el decir y el obrar.
Ahí se plantean dudas existenciales sobre los problemas más profundos, se
analizan y se busca la verdad, la esencia de las cosas. Los diálogos acaban con
un planteamiento místico, religioso, propio de un hombre de fe en un siglo de
conflicto, y de un gran humanista que nunca separó sus creencias de su
coherencia de vida. Tomás Moro estaba convencido de su proyecto, por eso fue
consecuente en su forma de pensar y obrar; no había separación; esa es la gran
lección de un gran hombre, la coherencia de vida.
LA CORRESPONDENCIA DE TOMÁS MORO. 1499-1534
Tomás Moro escribió centenares de cartas, muchas de ellas se han perdido
o permanecen en algún lugar recóndito, porque a su muerte, la persecución
contra él y los suyos, contra cualquier detalle de su vida y su obra, y contra la
Iglesia, fue enorme; por eso estuvo en el olvido hasta bien entrado el siglo XIX.
Estas cartas tienen un gran valor, porque son un testimonio de cultura, de
buen consejo, y de grandes virtudes humanas. Tomás Moro analiza y comenta
la situación de su época, los problemas con el rey, la amenaza turca, la relación
entre la cultura humanista y el cristianismo, y cuál es su visión del mundo que
le ha tocado vivir. Es conocido que Erasmo de Rotterdam, su gran amigo,
escribió de él que era “un hombre para todas las horas”, porque sabía conjugar
el pasado y el presente, y sus escritos y pensamientos han llegado hasta
nosotros con una actualidad fuera de dudas. Aquí se habla de la amistad, de ese
sentimiento profundo de confiar en alguien y de poder compartir pensamientos
e inquietudes, salvando las diferencias y potenciando lo que es común. Moro
aconseja a los amigos, también eclesiásticos a que sean fieles a su mandato, a
que prediquen la doctrina con energía y sin miedo; Tomás Moro aprovechaba
sus cartas para ser crítico con los abusos y mal gobierno de los que le rodeaban,
por eso para muchos, era un estorbo y había que acabar con él. Le admiraban
por su lealtad y cultura, pero le temían por su claridad y contundencia, y
porque no buscaba gustar a nadie sino servir a su conciencia y a la verdad.
Escribe sobre su afición a la lingüística, hace elogios de su amigo Erasmo, como
persona y como humanista, demuestra su amistad y lealtad a la reina legítima,
Catalina de Aragón, ve que la relación entre la cultura clásica y el cristianismo
es muy importante, y que se puede conjugar perfectamente la fe y la razón. Se
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Joaquín Pallás, Tomás Moro: Ética y Política
muestra crítico con una sociedad que sólo vive de las apariencias, sobre todo la
vida de la ciudad, a la que compara con la placidez y tranquilidad del campo;
demuestra una coherencia y una firme resolución en defender con argumentos
sus ideas, desmontando las ideas y argumentos de sus adversarios, y
demostrando en donde está el error. Estas cartas son importantes por su
contenido pero también por su estructura, porque Tomás Moro conocía el arte
de la oratoria y de la retórica, era un gran estudioso de los clásicos y sus escritos
en lengua inglesa y su perfecto latín le han convertido en una de las figuras más
insignes de la literatura inglesa, aunque su reconocimiento ha sido tardío,
porque sobre su obra y su persona se corrió un gran silencio durante siglos,
hasta que anglicanos y católicos intentaron un acercamiento a mediados del
siglo XIX, con el restablecimiento del culto católico en Inglaterra, y la
rehabilitación de grandes figuras, como Tomás Moro y Juan Fisher, dos
mártires bajo Enrique VIII.
Otra obra de gran profundidad, La Agonía de Cristo, obra inacabada sobre
la Pasión. Está escrita los meses anteriores a su muerte, estando prisionero en la
Torre. Se trata de un verdadero testamento espiritual en el que Tomás Moro
analiza y medita el problema del dolor y encuentra en él la plenitud de la
verdadera felicidad, porque es el paso necesario, la purificación para llegar a la
vida plena. Aprovecha Moro cada meditación para actualizar situaciones y
problemas, y reflexionar sobre la vanidad de las glorias mundanas; a buen
seguro que Tomás Moro conocía la Imitación de cristo, de Tomás de Kempis,
porque era una de las obras que más acercaba el espíritu de verdadera piedad y
renuncia a los fieles. Tomás Moro era una persona de gran austeridad, un asceta
en todos los sentidos, parco en las costumbres, enemigo de las apariencias,
sacrificado y humilde, hasta el punto de vestir una prenda ruda y áspera, que
fue entregada a su hija Margaret a su muerte; esas eran sus pertenencias. Está
escrita en latín, y hasta que en 1886 se produjo la beatificación de Tomás Moro,
y en 1935 fue canonizado, sus obras no empezaron a ser traducidas y conocidas.
Evidentemente el valor de esta obra no está sólo en su calidad literaria ni en las
consideraciones espirituales, hay que leerla en su conjunto, con su gran
contenido espiritual, con sus reflexiones temporales, con el objetivo que
perseguía su autor, meditar la pasión de Cristo para acercarnos a nuestra propia
pasión y encontrar el sentido eterno del sufrimiento, como un paso, como una
plenitud y una espera para llegar al encuentro con Dios. Tomás Moro se
reprochaba, también a nosotros nos interpela, que nuestro parecido con Cristo
está muy lejos de lo que debería; ve en la pasión del Señor, una oración
continua y una aceptación del a voluntad de Dios; ve un servicio lleno de
gratuidad, del Señor hacia toda la humanidad,, a cada uno de nosotros.
Defiende la humanidad de Cristo, siempre unida a su divinidad, ahí está la
grandeza de la vida y de la Redención. Tomás Moro ve constantemente un
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e-aquinas 3 (2005) 12
canto a la oración personal, aún en los momentos más extremos, en plena
agonía, y eso le da fuerzas para orar y para esperar también su cruz. Para Moro,
la oración compromete todo su ser, pensamiento, palabra y obra, le
compromete física y espiritualmente, y le llena de felicidad y de paz interior. Su
comentario sobre la pasión, desde la última cena, merece ser leído y meditado
con detalle. Ahí se demuestra que Tomás moro sabía por qué vivía y por qué
moría, no sólo por amor a Cristo, sino por amor a aquello que Cristo nos
enseñó, por fidelidad a una idea y a la Iglesia, en defensa del Romano Pontífice
contra los enemigos de la verdadera Iglesia y de la autoridad del Papa, otro
Cristo en la tierra. Por lo tanto, Moro fue consciente de lo que hacía, estaba
plenamente convencido, y libremente lo aceptó. Pocas veces unos fragmentos
evangélicos desde el final de la Última Cena hasta la traición de Judas y el
prendimiento del Señor, han sido meditados con tanta profundidad. No se trata
de una meditación y reflexión sobre la pasión, sino sobre la Agonía que precede
a la pasión, el silencio, la angustia, la oración confiada y la aceptación generosa
del sufrimiento Redentor.
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p. 35
e-aquinas 3 (2005) 12
Carta Apostólica en forma de Motu Proprio
para la proclamación de Santo Tomás Moro
como Patrono de los gobernantes
y de los políticos
S.S. Juan Pablo II
1. De la vida y del martirio de santo Tomás Moro brota un mensaje que a
través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable
dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, "es el
núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya
voz resuena en lo más íntimo de ella" (Gaudium et spes, 16). Cuando el hombre y
la mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con
seguridad sus actos hacia el bien. Precisamente por el testimonio, ofrecido hasta
el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder,
santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia
moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están llamados
a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de
inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la
persona humana.
Recientemente, algunos Jefes de Estado y de Gobierno, numerosos
exponentes políticos, algunas Conferencias Episcopales y Obispos de forma
individual, me han dirigido peticiones en favor de la proclamación de santo
Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos. Entre los
firmantes de esta petición hay personalidades de diversa orientación política,
cultural y religiosa, como expresión de vivo y difundido interés hacia el
pensamiento y la conducta de este insigne hombre de gobierno.
2. Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su País. Nacido
en Londres en 1478 en el seno de una respetable familia, entró desde joven al
servicio del Arzobispo de Canterbury Juan Morton, Canciller del Reino.
Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y Londres, interesándose
también por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura
clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo relaciones de intercambio y amistad
con importantes protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo
Desiderio de Rotterdam.
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Joaquín Pallás, Tomás Moro: Ética y Política
Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de una asidua
práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes menores observantes del
convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la cartuja de Londres,
dos de los principales centros de fervor religioso del Reino. Sintiéndose llamado
al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, se casó en 1505 con
Juana Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana murió en 1511 y Tomás se casó en
segundas nupcias con Alicia Middleton, viuda con una hija. Fue durante toda
su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en
la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos,
nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca de la verdad
o de la propia vocación. La vida de familia permitía, además, largo tiempo para
la oración común y la lectio divina, así como para sanas formas de recreo
hogareño. Tomás asistía diariamente a Misa en la iglesia parroquial, y las
austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente por sus parientes
más íntimos.
3. En 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para el
Parlamento. Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró también
representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera en
la administración pública. En la década sucesiva, el rey lo envió en varias
ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en Flandes y en el territorio
de la actual Francia. Nombrado miembro del Consejo de la Corona, juez
presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523 llegó a
ser portavoz, es decir, presidente de la Cámara de los Comunes.
Estimado por todos por su indefectible integridad moral, la agudeza de su
ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria, en 1529, en
un momento de crisis política y económica del País, el Rey le nombró Canciller
del Reino. Como primer laico en ocupar este cargo, Tomás afrontó un período
extremadamente difícil, esforzándose en servir al Rey y al País. Fiel a sus
principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de
quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no
queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el
control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida
pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos
que, en la prueba, se mostraron falsos amigos.
Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su
propia conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres
dónde fue sometido a diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no
se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello
hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que
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e-aquinas 3 (2005) 12
preparaba el terreno a un despotismo sin control. Durante el proceso al que fue
sometido, pronunció una apasionada apología de las propias convicciones
sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico
inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado.
Condenado por el tribunal, fue decapitado.
Con el paso de los siglos se atenuó la discriminación respecto a la Iglesia.
En 1850 fue restablecida en Inglaterra la jerarquía católica. Así fue posible
iniciar las causas de canonización de numerosos mártires. Tomás Moro, junto
con otros 53 mártires, entre ellos el Obispo Juan Fisher, fue beatificado por el
Papa León XIII en 1886. Junto con el mismo Obispo, fue canonizado después
por Pío XI en 1935, con ocasión del IV centenario de su martirio.
4. Son muchas las razones a favor de la proclamación de santo Tomás
Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos. Entre éstas, la
necesidad que siente el mundo político y administrativo de modelos creíbles,
que muestren el camino de la verdad en un momento histórico en el que se
multiplican arduos desafíos y graves responsabilidades. En efecto, fenómenos
económicos muy innovadores están hoy modificando las estructuras sociales.
Por otra parte, las conquistas científicas en el sector de las biotecnologías
agudizan la exigencia de defender la vida humana en todas sus expresiones,
mientras las promesas de una nueva sociedad, propuestas con buenos
resultados a una opinión pública desorientada, exigen con urgencia opciones
políticas claras en favor de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los
marginados.
En este contexto es útil volver al ejemplo de santo Tomás Moro que se
distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones
legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al
supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que
nada, ejercicio de virtudes. Convencido de este riguroso imperativo moral, el
Estadista inglés puso su actividad pública al servicio de la persona,
especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias sociales con
exquisito sentido de equidad; tuteló la familia y la defendió con gran empeño;
promovió la educación integral de la juventud. El profundo desprendimiento
de honores y riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento
de la naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad de
juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior que lo
sostuvo en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad, que brilló en el
martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo y de entrega a Dios
y al prójimo.
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Joaquín Pallás, Tomás Moro: Ética y Política
Refiriéndome a semejantes ejemplos de armonía entre la fe y las obras, en
la Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici escribí que "la unidad de
vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben
santificarse en la vida profesional ordinaria. Por tanto, para que puedan
responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la
vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su
voluntad, así como también de servicio a los demás hombres" (n. 17).
Esta armonía entre lo natural y lo sobrenatural es tal vez el elemento que
mejor define la personalidad del gran Estadista inglés. Él vivió su intensa vida
pública con sencilla humildad, caracterizada por el célebre "buen humor",
incluso ante la muerte.
Éste es el horizonte a donde le llevó su pasión por la verdad. El hombre no
se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Ésta es la luz que iluminó su
conciencia. Como ya tuve ocasión de decir, "el hombre es criatura de Dios, y por
esto los derechos humanos tienen su origen en Él, se basan en el designio de la
creación y se enmarcan en el plan de la Redención. Podría decirse, con
expresión atrevida, que los derechos del hombre son también derechos de Dios"
(Discurso 7.4.1998, 3).
Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde el
ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede decir que él vivió de
modo singular el valor de una conciencia moral que es "testimonio de Dios
mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces
de su alma" (Enc. Veritatis splendor, 58). Aunque, por lo que se refiere a su acción
contra los herejes, sufrió los límites de la cultura de su tiempo.
El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución Gaudium et spes,
señala cómo en el mundo contemporáneo está creciendo "la conciencia de la
excelsa dignidad que corresponde a la persona humana, ya que está por encima
de todas las cosas, y sus derechos y deberes son universales e inviolables"
(n.26). La historia de santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad
fundamental de la ética política. En efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia
frente a indebidas ingerencias del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en
nombre de la primacía de la conciencia, de la libertad de la persona frente al
poder político. En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de
acuerdo con la naturaleza del hombre.
5. Confío, por tanto, que la elevación de la eximia figura de santo Tomás
Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos ayude al bien de la
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sociedad. Ésta es, además, una iniciativa en plena sintonía con el espíritu del
Gran Jubileo que nos introduce en el tercer milenio cristiano.
Por tanto, después de una madura consideración, acogiendo complacido las
peticiones recibidas, constituyo y declaro Patrono de los Gobernantes y de los Políticos a
santo Tomás Moro, concediendo que le vengan otorgados todos los honores y privilegios
litúrgicos que corresponden, según el derecho, a los Patronos de categorías de personas.
Sea bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del hombre, ayer, hoy y
siempre.
Roma, junto a San Pedro, el día 31 de octubre de 2000, vigésimo tercero de
mi Pontificado
IOANNES PAULUS PP.II
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