preciados saberes en el despertar de mundos nuevos

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PRECIADOS SABERES EN EL DESPERTAR DE MUNDOS NUEVOS
JOSÉ LUIS PESET
EL REY Y LAS ESTRELLAS
El reinado de Alfonso X es uno de los más interesantes y ricos de nuestra historia, pues renovó
1 Javier Faci (com.), Alfonso X, Toledo-Madrid, Museo de
Santa Cruz-Ministerio de Cultura, 1984. Américo Castro, La realidad histórica de España, México, Porrúa, 1954.
David Romano, La ciencia hispanojudía, Madrid, Mapfre,
1992. Evelyn S. Procter, Alfonso X de Castilla: patrono de las
letras y del saber, traducción y notas Manuel González Jiménez, traducción revisada por Mary O’Sullivan, Murcia, Real Academia Alfonso el Sabio, 2002.
2 José M.ª Millás Vallicrosa, Estudios sobre historia de la ciencia española (1949) y Nuevos estudios sobre historia de la ciencia española (1960), edición facsimilar, Madrid, CSIC,
1991, presentación de Juan Vernet.
3 Juan Vernet, La cultura hispanoárabe en Oriente y Occidente,
Barcelona-Caracas-México, Ariel-Fundación Juan March,
1978; Estudios sobre historia de la ciencia medieval, BarcelonaBellaterra, Universidad de Barcelona (Facultad de Filología)-Universidad Autónoma de Barcelona (Facultad de
Filosofía y Letras), 1979. Juan Vernet (ed.), Estudios sobre
historia de la ciencia árabe, Barcelona, Instituto de FilologíaInstitución Milá y Fontanals-CSIC, 1980; Textos y estudios
sobre astronomía española en el siglo XIII, Barcelona, Instituto
de Filología-Institución Milá y Fontanals-CSIC-Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Barcelona, 1981; Nuevos estudios sobre astronomía española en el siglo
de Alfonso X, Barcelona, Instituto de Filología-Institución
Milá y Fontanals-CSIC, 1983.
con energía los reinos heredados y las tierras conquistadas. Empeñado en el desarrollo de las ciudades, el aumento del poder de la nobleza y el alto clero y la aspiración al imperio germánico, nos
legó su figura de culto y refinado sabio. Es notable la convivencia de las tres culturas en los territorios cristianos, pues los judíos acuden a los reinos más ricos o permanecen en las tierras conquistadas, y si algunos poderosos musulmanes se iban hacia el sur, quedan muchos en aquéllos.
Sin duda es época de riqueza plural, en la que el rey gusta de mostrarse rodeado de sabios, poetas,
escribanos y artistas, aprovechando la amplia sabiduría de las tres culturas1.
Se alcanza el auge de la ciencia árabe en el siglo XI con Azarquiel, quien deja una rica herencia
en el uso y perfección de instrumentos, la práctica de la observación, la designación de los nombres de estrellas y el inicio de los cálculos trigonométricos. Los sabios Avempace y Averroes –al
igual que Maimónides– serán conocedores de la medicina y la ciencia, además de fervientes seguidores de Aristóteles. La astronomía se adapta a las doctrinas del griego, pero sigue atenta a las demandas del calendario para el culto, y a la herencia de Azarquiel2. También se discutió, entre Aristóteles y Ptolomeo, entre la teoría y la observación, el modelo celeste, con dudas que, de manera
incipiente, auguran la revolución copernicana. Juan Vernet ha señalado en la rica tradición de Tablas astronómicas el recuerdo de originales modelos, así el de Heráclides de Ponto3.
En el siglo XIII destacarán como patronos de traductores los arzobispos toledanos, desde Raimundo hasta el último alfonsino, Gonzalo García Gudiel. El sistema empleado era el tradicional,
un judío (o mozárabe o musulmán) realizaba una traducción oral del árabe a la lengua vulgar, un
clérigo al latín, y se escribía. Con Alfonso, un escribano recoge aquella traducción oral, fomentando el paso a las lenguas vernáculas, tal como el rey quería en muchas de sus actividades, el derecho, la historia o la poesía, en castellano o gallego. Cuando quedan las dos versiones, como a veces sucede, no se sabe si fueron simultáneas. Sin duda se ve como rival al latín de la Iglesia, pero
también se muestra el apoyo a las lenguas nuevas, como en otras cortes, buscando hacer laicos
derecho, cultura y ciencia. La lengua se enriquecía, anunciando un magnífico Renacimiento.
Las traducciones se deben a un pequeño grupo de sabios, entre los que destacan los judíos, tal
como se ha señalado desde Américo Castro hasta David Romano. Algunos pocos musulmanes
hay, por el contrario, así como algunos italianos para el latín, quizá debido a la aspiración imperial, o bien dada la universalidad cultural de esta lengua. Ordena el rey traducciones y trabajos
como las tablas, hace prólogos, manda repetir versiones, corrige en un caso el estilo. Así, el rey escribe un libro porque da las razones de él, dice quién y cómo se escribe, lo dirige, corrige y endereza. Se ocupa de manera especial de astronomía y astrología, constituyen su obra tres grandes
colecciones, señala Julio Samsó, la mágica, la astronómica y la astrológica, sean traducciones con
añadidos o bien obras originales.
Sobresale así la labor de Yehudá b. Moshé e Isaac b. Sid, que fueron artífices de las Tablas. Es un
trabajo original y único, tanto que sólo una copia de los cánones –o instrucciones– se conserva,
editados en 1866 por Manuel Rico y Sinobas. Ambos entablaron en el Libro de las tablas alfonsíes una
importantísima colaboración, afirman en el prólogo, realizada entre 1263 y 1272, entre el comienzo de las observaciones de Isaac y la conclusión. Se trataba de un conjunto de tablas astronómicas
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–que guardarían analogía con las Tablas de Toledo– calculadas con apropiados instrumentos para
las coordenadas de la ciudad de Toledo –donde el rey nace– y para 1252 –su coronación– y de
unos cánones en castellano en cincuenta y cuatro capítulos. Las novedades en observaciones y
cálculos y la preocupación por los calendarios repercutieron en la reforma gregoriana y son conocidas por Copérnico4. También se ha señalado por Julio Samsó la originalidad del modelo solar en las obras astronómicas de Alfonso X5. Las tablas numéricas sólo nos han quedado en manuscritos y en ediciones latinas, con adiciones de los astrónomos que las reelaboraron. Múltiples
textos latinos se conservan de los siglos XIV y XV, la primera edición se realiza en Venecia en 1483,
y son muy frecuentes a lo largo del siglo XVI. Tal vez sus colaboradores italianos las llevan a Italia.
En París desde principios del siglo XIV un grupo de astrónomos las adapta y elabora textos para su
uso, entre ellos Juan de Linières y Juan de Murs. Discípulo del primero, Juan de Sajonia escribe
unos cánones latinos que se difunden con tablas que ese grupo adapta6.
Para José Chabás, las Tablas son la más importante obra alfonsina, pues durante tres siglos
ocuparía todo el espacio de la astronomía europea7. El gran mérito del Sabio fue el encargo de
obras de importancia, creando para sus colaboradores las necesarias condiciones de trabajo. El
gran valor de esas observaciones y de los métodos astronómicos y matemáticos se une al esfuerzo por la invención, mejora y construcción de instrumentos, así como por la astronomía
matemática. También es notable el nuevo léxico, que viene del árabe, pero también del hebreo
y del latín. Sus traducciones y obras, como los Libros del saber de astronomía, introducen muchos
nombres árabes de estrellas y conservan rica información del legado científico clásico y medieval8.
El Libro de las cruzes, una de las más bellas producciones del grupo de traductores de Alfonso X,
fue editado por Lloyd A. Kasten y Lawrence B. Kiddle. En nota preliminar a la edición, José A. Sánchez Pérez nos asegura, como no podía ser de otra manera, que el rey estaba muy interesado en
la astrología, un saber que la cultura árabe había transmitido con fuerza a Occidente9. Se muestra
en la elección de este tipo de obras, en el reclutamiento de sabios traductores y en su intervención
en el trabajo. Además, el Libro de las cruzes y el Lapidario, fechados en 1259 y 1279, coinciden con
largas estancias del monarca en Toledo. Serían años en que la presencia y el apoyo reales activarían los trabajos. Son sus traductores Yehudá b. Moshé y Juan Daspa, originario de Aspá, colaboradores en varias obras alfonsíes.
Ya en 1930 Sánchez Pérez se había ocupado de este texto, dándole difusión internacional, en la
revista Isis, fundada y editada por George Sarton10. Presentó un excelente estudio del libro, mostrando su significado astrológico. Para levantar un horóscopo hay que hacer una figura o representación gráfica de la posición de los signos del Zodíaco, los planetas, la Cabeza y la Cola del Dragón, el Sol y la Luna. Eran importantes en los nacimientos y comienzos de año, calamidades o fortunas, viajes y enfermedades, disputas y guerras, en la entera vida humana. Señala que la forma
de trazar la figura en el Libro de las cruzes es muy primitiva, «consiste en un círculo dividido en seis
sectores iguales mediante seis radios diametralmente opuestos». La posición de los planetas en las
casas astrológicas era, a los ojos del astrólogo antiguo, una especie de caleidoscopio que influía e
informaba a los entendidos. Los juicios que sacan de estas figuras son presentados como los mismos de los astrólogos antiguos de Occidente, así de África, en Berbería, o de España romana y
también visigótica. Se cita la influencia de la astrología oriental, de babilonios, egipcios, persas y
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Alfonso X, Tabulae Alfonsi (cat. 112).
4 Juan Vernet, Astrología y astronomía en el Renacimiento, Es-
plugues de Llobregat (Barcelona), Ariel, 1974. Beatriz Porres de Mateo, José Chabás, «Los cánones de las Tabulae
Resolutae para Salamanca: origen y transmisión», Cronos,
1, 1998, pp. 51-83.
5 Julio Samsó, «El tratado alfonsí sobre la esfera», Dynamis,
2, 1982, pp. 57-73; «Algunas notas sobre el modelo solar
y la teoría de la precesión de equinoccios en la obra astronómica de Alfonso X», Dynamis, 4, 1984, pp. 81-114;
Las ciencias de los antiguos en Al-Andalus, Madrid, Mapfre,
1992; «Las ciencias exactas en Castilla durante la Edad
Media», en A. García Simón (ed.), Historia de una cultura. La
singularidad de Castilla, Valladolid, Junta de Castilla y León,
1995, II, pp. 661-689.
6
Manuel Rico y Sinobas, Libros del saber de astronomía del
rey D. Alfonso X de Castilla, compilados, anotados y comentados
por…, 5 vols., Madrid, Tipografía de Don Eusebio Aguado, 1863-1867.
7
José Chabás, «Las ciencias exactas», en L. García Ballester, J. Mª. López Piñero, J. L. Peset (dir.), Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla, 4 vols., Valladolid,
Junta de Castilla y León, 2002, I, pp. 59-94. Carlos Dorece Polo, «Sobre el cuadrante solar de Alfonso X el Sabio»,
Asclepio, 51-52, 1999, pp. 167-184.
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Mercè Comes, Honorino Mielgo y Julio Samsó (eds.),
«Ochava espera» y «Astrofísica». Textos y estudios sobre las fuentes árabes de la astronomía de Alfonso X, Barcelona, Agencia
Española de Cooperación Internacional-Instituto de
Cooperación con el Mundo Árabe-Universidad de Barcelona-Instituto Millás Vallicrosa de Historia de la Ciencia
Árabe, 1990. Mercè Comes, Roser Puig, Julio Samsó
(eds.), De Astronomia Alphonsi Regis. Actas del simposio sobre
astronomía alfonsí celebrado en Berkeley (agosto 1985) y otros
trabajos sobre el mismo tema, Barcelona, Universidad de Barcelona-Instituto Millás Vallicrosa de Historia de la Ciencia Árabe, 1987.
9
Lloyd A. Kasten y Lawrence B. Kiddle (eds.), Alfonso el
Sabio, Libro de las cruces, Madrid-Madison, CSIC, 1961.
Nota preliminar de Sánchez Pérez.
10
José A. Sánchez Pérez, «El Libro de las cruces», Isis, vol.
XIV, nº. 43, 1930, pp. 77-132. George Sarton, Introduction
to the History of Science, 3 vols. en 5 t., reimpresión (Nueva
York, Huntington, Robert E. Krieger Publishing Company, 1975) de la edición 1927-1948 de Carnegie Institution of Washington por The Williams & Wilkins Company, Baltimore.
11 José M.ª Millás Vallicrosa, «Sobre el autor del Libro de las
cruces», Al-Andalus, 5, 1940, pp. 230-234.
12
Juan Vernet, La cultura hispanoárabe en Oriente y Occidente, cit., pp. 203-204.
13
Rafael Muñoz, «Textos árabes del Libro de las cruces, de
Alfonso X», en Juan Vernet (ed.), Textos y estudios sobre astronomía española en el siglo XIII, cit., pp. 175-204.
14 Julio Samsó, Alfonso X y los orígenes de la astrología hispánica. Discurso de recepción leído el día 2 de abril de 1981… y
discurso de contestación por… Juan Vernet, Barcelona, Real
Academia de Buenas Letras, 1981; «La primitiva versión
árabe del Libro de las cruzes», en Juan Vernet (ed.), Nuevos estudios sobre astronomía española en el siglo de Alfonso X, cit.,
pp. 149-161.
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griegos, si bien se temen sus oscuridades y sutilezas. Renuncia Sánchez Pérez a proponer alguna
identificación para el autor Oueydalla.
Millás Vallicrosa realiza la atribución a Abu Marwan Ubayd Allah b. Jalaf al-Istiyi, tiene en cuenta
que los sabios árabes confirmaron las doctrinas astrológicas en las grandes conjunciones del siglo
XI. Considera que el autor siguió las doctrinas de los árabes occidentales en la segunda mitad de
este siglo. Junto a Azarquiel, una generación joven versada en matemáticas y astrología, astronomía y filosofía se reuniría en la corte de al-Mamun en Toledo. El esplendor de los califas cordobeses fue seguido por los reinos taifas, hasta la llegada de los almorávides. La astrología fue muy
apreciada en Córdoba y Toledo, en donde se fomentó por eclesiásticos y reyes una alta cultura tras
la conquista. Esos autores de esa notable época gozaron de gran fama entre los árabes, también
entre los mozárabes y hebreos que permanecen en la corte cristiana de Toledo11.
Juan Vernet precisa que se trataría de un texto astrológico bajolatino conocido en la España visigoda. Se enmarcaría en una tradición científica latina que perduraría hasta principios del siglo X
y dejaría ecos en el XI12. Aporta páginas manuscritas de la biblioteca de El Escorial, que siguió estudiando Rafael Muñoz. Serían capítulos del Libro de las cruzes, tratándose de manuscritos pertenecientes a una familia de textos árabes. En uno de ellos hay una versión poética de uno de los capítulos del Libro de las cruzes. Su autor es al-Dabbi, un astrólogo de los emires de Córdoba de fines del
siglo VIII y principios del IX. Se piensa que al redactarse la primera versión todavía no se conocía
en Occidente la astrología oriental. Se trataría, pues, de una tradición anterior a la llegada del pueblo árabe, que recogería –enraizada en la tradición latino-visigoda– la astrología que se practicaba en la Península y en África, en Berbería.
Según Rafael Muñoz, el autor del original árabe habría reelaborado un texto difícil y de compleja interpretación. Así, ante la ambigüedad, Oueydalla habría buscado precisar de qué rey y de qué
tierras se trataba, añadiendo también la conversión de algunos gráficos de posiciones de los planetas en explicaciones más claras. Se muestra «el esquema para levantar el horóscopo» y los signos del Zodíaco, sean derechos –signos de fuego y aire–, o bien yacentes –signos de agua y tierra–.
Desde luego, podemos añadir que Empédocles está aquí presente con sus cuatro elementos, una
raíz clásica más. Señala también este autor citas y ecos de Hermes Trismegistos, lo que remitiría
al Corpus Hermeticum y a variadas escuelas clásicas, como los gnósticos y los neopitagóricos13.
Julio Samsó analiza el texto del Libro de las cruzes, mostrando la distancia de que hace gala el sabio árabe con el original. Establece un texto anterior al siglo XI, una revisión de Ubayd Allah y una
versión alfonsí. Sin duda, la época de Azarquiel posee unos conocimientos muy superiores a los
heredados, pudiendo determinar con precisión –y no de forma aproximada– la posición de los
cuerpos celestes. Esto permite entender las censuras del redactor a los pronósticos basados en
métodos rudimentarios –a simple vista y con sencillas reglas de cálculo– de determinación de la
posición media de los planetas14. Se concluye en 26 de febrero de 1259 y se fecha por el reinado
de Alfonso X, de César y por los «alaraues».
Sin duda, el prólogo –como el del primer Lapidario– es de enorme interés. Se nos dice que Ptolomeo en el Almagesto afirmaba que no moría ni caía en la pobreza quien poseía la ciencia. Como
Salomón, el rey Alfonso restaura la sabiduría perdida para quienes hablan la nueva lengua. Son
inútiles el seso y el tesoro escondidos. Según Aristóteles, otro argumento usado, los cuerpos bajos o terrestres se mantienen y gobiernan por los altos o celestes. Es la voluntad de Dios, por lo
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que hay que buscar las significaciones o juicios de los cuerpos celestes. Se trata de la suprema sabiduría de los ángeles y de Dios. Se manda capitular y se dice que es de Oueydalla, que lo «executó» en los libros antiguos del Libro de las cruzes. Se ocupa del rey y sus súbditos, en su fortuna y desgracia, en diversas calamidades y suertes, según las constelaciones y sus juicios. Se añade un capítulo de geografía astrológica hispana, señalado por Sánchez Pérez, que nos adentra en los
intereses del rey Alfonso y sus magníficos traductores15.
15 Gerold Hilty, «El Libro Conplido en los Iudizios de las
Estrellas», Al-Andalus, 20, 1955, pp. 1-74. M.ª Dolores
Poch, «El concepto de quemazón en el Libro de las cruces»,
Awraq, 3, 1980, pp. 68-74. Alfonso X el Sabio, Astromagia, a
cura di Alfonso d’Agostino, Nápoles, Liguori Editore, 1992.
16
MÁQUINAS Y MOVIMIENTO
Tal vez la más hermosa joya de esta colección científica es el manuscrito de Leonardo que quedó
en Madrid. Nacido en Vinci –cerca de Florencia– en 1452, procedía de familia de terratenientes.
Su padre fue notario en Florencia y allí lo llevó al taller de Andrea Verrocchio. Empieza así una
vida consagrada al arte y la ciencia, a la belleza y la técnica, que supo aunar de forma maravillosa.
La riqueza de las ciudades y cortes, Florencia, Milán, Mantua, Venecia o Roma, las rivalidades entre ellas –políticas, bélicas o culturales– permitieron el desarrollo de artes y saberes. La ciencia fue
muy útil tanto para mejorar la pintura y la escultura como para el desarrollo de la arquitectura y
la ingeniería. Artes civiles y bélicas permitieron una técnica extraordinaria, que, dadas las relaciones entre los tronos españoles e italianos, fue traspasada con frecuencia. No resulta extraño que
los manuscritos de Leonardo pasaran por acá, ni que muchos ingenieros vinieran a enseñar,
aprender o construir. Termina su vida en 1519 en Amboise, en la corte del rey francés. Los papeles de Leonardo pasaron a Francesco Melzi y es la familia de Pompeo Leoni la que los trae, y tras
alguna compra ingresan en la biblioteca de Palacio.
Desde muy joven Leonardo plasmó sus imágenes y reflexiones en el papel, por fortuna conservadas en parte, a pesar de los avatares que sufrió su legado. En ellas encontramos desde pequeños
detalles hasta magnos proyectos, aunando concreción y totalidad. Artista con una concepción
global del mundo, quiso siempre conseguir visiones y explicaciones amplísimas. Considera que el
movimiento es la causa de toda vida, base, por tanto, del arte y la filosofía. Planeaba un libro Sobre el cuerpo humano, que debía empezar por la fecundación y la gestación, el desarrollo del feto, las
partes del individuo y los movimientos, y llegaría, en fin, a los sentimientos y emociones, los cuatro estados del hombre: alegría, tristeza, lucha y trabajo. El ser humano es parte de la naturaleza,
integración que se muestra en su pintura. Con el claroscuro y sus figuras consigue integrar el alma
humana en la del mundo, los sentimientos en el devenir natural. Al fin de sus días, visiones catastróficas señalarán la muerte y el renacer.
Actitudes y movimientos llevan al estudio de la anatomía y la geometría, la perspectiva y las imágenes en el ojo y la voz en el oído, la luz y el sonido, los instrumentos ópticos y musicales, en fin el
sistema nervioso, el alma que quiere localizar y explicar. Se ocupa de la disección de cadáveres y las
medidas en el desarrollo del niño, intuyendo la proporción en el cuerpo y en la naturaleza en la vieja senda pitagórica. Entenderá Leonardo la fisiología como ingeniería, comparando el funcionamiento del cuerpo con bisagras, tornos, engranajes y palancas, con las máquinas, con el movimiento de los autómatas y del cosmos. El vuelo de los pájaros abre su deseo de volar16. Pretendía
un saber total e integrado, consiguiendo desde luego una expresión magnífica, plástica y literaria.
El mundo se movería por los elementos de Empédocles o por las potencias de la naturaleza17.
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Leonardo da Vinci, Il Codice sul volo degli uccelli nella Biblioteca Reale di Torino, trascrizione diplomatica e critica di
Augusto Marinoni, Florencia, Commissione VincianaGiunti-Barbèra, 1976.
17
Michael White, Leonardo. El primer científico, Barcelona,
Plaza & Janés, 2002, trad. Víctor Pozanco. Teresa Mezquita Mesa, Manuscritos de Leonardo da Vinci en la Biblioteca Nacional, Madrid, Biblioteca Nacional, 1989. Julián Martín
Abad, «Los manuscritos vincianos de la Biblioteca Nacional (Códices Madrid I y Madrid II)», en Andoni Iriondo
(ed.), Leonardo da Vinci, el ingeniero, trad. José Ramón Etxebarría, Bilbao, Fundación Escuela de Ingenieros de Bilbao,
Fundación Vizcaína Aguirre, 1997, pp. 30-65.
18 Leonardo da Vinci, Codex Madrid I. Codex Madrid II. Estu-
dio introductorio y transcripción de Ladislao Reti, traducción de Fernando Chueca Goitia y Asunción Madinaveitia,
5 vols., Barcelona, Editorial Planeta De Agostini, 1998.
19
Leonardo da Vinci. Estudios de la Naturaleza en la Biblioteca
Real del Castillo de Windsor, catálogo Carlo Pedretti, introducción Kenneth Clark, Madrid, Fundación Caja de Pensiones, 1987. Bruno Santi, Leonardo da Vinci, Florencia,
Becocci Editore, 1975.
20
Juan A. Frago García, José A. García-Diego, Un autor
aragonés para Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, Zaragoza, Diputación General de Zaragoza, 1988.
Los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas de Juanelo Turriano, transcripción de Rosa García Calvo, prólogo de
Pedro Laín Entralgo y reflexiones de José Antonio García-Diego, edición facsimilar, 8 vols., Madrid, Fundación
Juanelo Turriano-Ediciones Doce Calles-Biblioteca Nacional, 1996.
21
Nicolás García Tapia, Pedro Juan de Lastanosa: el autor aragonés de Los veintiún libros de los ingenios, Huesca, Instituto de
Estudios Altoaragoneses, 1990; Los veintiún libros de los ingenios y máquinas de Juanelo, atribuidos a Pedro Juan de Lastanosa,
Zaragoza, Gobierno de Aragón, Departamento de Educación y Cultura, 1997. Nicolás García Tapia, Jesús Carrillo
Castillo, Turriano Lastanosa Herrera Ayanz. Tecnología e Imperio. Ingenios y leyendas del Siglo de Oro, Madrid, Nivola, 2002.
22
David Goodman, Poder y penuria. Gobierno, tecnología y
ciencia en la España de Felipe II, traducción de Víctor Navarro, Madrid, Alianza, 1990.
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Se aplicó con interés a la ingeniería, tanto civil como militar, así se
presentó en Milán. Organizó ceremonias y teatros, se apasionó por la
hidráulica, mejoró cultivos y regadíos, queriendo desviar ríos, consiguiendo agua con bombas y sistemas de su invención. En ingeniería
militar muestra tambores, cañones, tanques, proyectiles, ballestas y
otras armas… llegando a los buzos, los paracaídas y la navegación aérea. Los manuscritos de Madrid responden a estas pasiones. Son dos
códices, estudiados por Ladislao Reti18, en los que se afirma que tratan
de fortificación, estática, mecánica y geometría. Podría ser un tratado
que recopila de otros autores y de sus propios estudios, pues parece que
también tenía este proyecto. Pero como es habitual hay de todo en sus
páginas, libros, ropas, pintura, aves… Hay mucho de mecánica, relojes,
ruedas dentadas y molinos. También ballestas, torres y fortificación…,
es decir, ingeniería en sus dos vertientes. Hay aspectos de hidráulica
muy diversos, desde su querido Arno hasta olas y temas de navegación.
El agua lo emocionó, las ondas están presentes siempre en su obra, en
la luz y en la sangre, en los cabellos de sus ángeles y en los ríos de sus
paisajes. Éstos también aparecen, así como noticia de la fundición de la
estatua ecuestre que quiso hacer para el Sforza19.
Otro tesoro entre los manuscritos técnicos que guarda la Biblioteca
Nacional, el titulado Los veintiún libros de los ingenios, y máquinas de Juanelo…, nos adentra en ese mundo cercano al poder tan mal conocido, el
de los ingenieros del Siglo de Oro. Podemos imaginar a Juanelo Turriano procurando terminar y aprestar las máquinas de relojería para complacer al emperador. Ese «buey con forma humana» era capaz de construir los más refinados artificios, así para llevar las aguas a la ciudad del
Tajo. Este libro, que le fue atribuido, es una obra de «Architectura Hydráulica», por lo que estuvo en las manos de los técnicos que se ocupaban de estas materias en la corte de los Austrias, pasando a los de la villa de Madrid. Didáctico y práctico, dirigido a constructores y técnicos
con conocimientos básicos, añade explicaciones, medidas, cálculos y
previsiones de funcionamiento y rendimiento, así como cientos de dibujos de gran calidad y claridad. Conoce a los ingenieros clásicos y renacentistas, con los que discute, también a Giovanni Francesco Sitoni
con su tratado sobre el agua.
También se interesó en ellos Ladislao Reti, y han sido estudiados por
José Antonio García-Diego y Juan A. Frago, quienes piensan en un autor aragonés20. García Tapia los ha integrado en el ambiente institucional de la época, realizando una cuidada atribución a Pedro Juan de Lastanosa, apoyada en el análisis del autor, el contenido y la historia del
manuscrito21. Sus páginas tratan del manejo del agua, necesaria para la
vida, para cualquier aspecto de la vida. Para bebida y deleite, jardines y
Leonardo da Vinci, Tratado de estática y mecánica (cat. 114).
puentes, molinos y fábricas, navegación y fortificación, comercio y dominio. Las naves del rey Felipe debían surcar leguas y leguas de mares y
océanos que aislaban, protegían o hacían peligrar las posesiones22.
Quizá de origen judío, nace Lastanosa en Monzón en 1527, es educado por su tío clérigo, pasando por las Universidades de Huesca, Alcalá,
Salamanca, París y Lovaina. Tal vez en alguna visita del emperador a
Monzón conoce a Jerónimo Girava, su cosmógrafo e ingeniero, quien lo
asocia a la corte y con quien va a Bruselas, donde aprende ciencia y técnica y se interesa por el erasmismo. Traducen un texto de geometría,
pues, junto a «la exercitación y la práctica», su trabajo se debe iluminar
con el conocimiento matemático. Nombrado ingeniero hidráulico en
Nápoles, para el abastecimiento de aguas, entra Lastanosa en contacto
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con el clasicismo. Se incorpora en 1563 al servicio de Felipe II como «maquinario y maestro mayor
de fortificaciones». Amigo de Benito Arias Montano, es incluido en las nóminas de las obras del alcázar con Juan Bautista de Toledo, Juan de Herrera y Juanelo Turriano. Entre mil encargos continúa
la «descripción y corografía de España», se encarga de la revisión de libros y el acopio de éstos para
la biblioteca de El Escorial.
En el ambiente humanista en que se movieron estos ingenieros, herederos de Leonardo, se podía conjugar belleza y ciencia, milicia e inteligencia, industria y cultura. Su elevado saber no le impidió ocuparse de norias y molinos, acueductos y puentes, acequias y canales (como el de Aragón), construcciones y fortificaciones. Siempre con una vida llena de altibajos, fracasa en conseguir la hidalguía por la enemiga de Juan de Herrera, quien controla la técnica, así como la
Academia de Matemáticas. Muere en Madrid en 1576 y deja poco dinero y muchos libros y manuscritos, sobre todo científicos y técnicos, afición que heredará Vincencio Juan de Lastanosa,
mecenas literario del siglo XVII23.
La técnica moderna que surge acá gracias a la influencia italiana es valorada por la cercanía del
poder, pero no se olvida su uso profesional, artesanal y secreto. Todos estos aspectos se encuentran en Julio César Firrufino, hijo de un técnico al servicio de Felipe II24. En 1600 es nombrado
catedrático de geometría y artillería en el Real Consejo de Guerra, impartiendo allí sus lecciones,
hasta su jubilación en 1650, sustituido por Luis Carduchi. Sus saberes fueron importantes tanto
para perfeccionar las fundiciones y fortificaciones como para introducir conocimientos matemáticos en artillería, cosmografía y náutica. Se debía educar a los artilleros, pero también a los
niños que en el Hospital de Desamparados de Madrid pudiesen elegir en el futuro esta profesión.
Tuvo que moverse en la cercanía del poder, consiguiendo mejoras salariales e incluso la hidalguía. En 1626 publica El perfeto artillero, que, sin embargo, es recogido, y su Plática manual y breve
compendio de Artillería, con el que tiene más suerte. También se ocupa de textos para el examen de
técnicos, o para la mejora de las fundiciones, para información del rey Felipe III. En 1642, por fin,
consigue publicar con gran lujo aquella primera obra. María Isabel Vicente y Mariano Esteban han
señalado la bella portada de Platica manual grabada por Francisco Enríquez con retratos de Arquímedes y Euclides. Comienza recogiendo los primeros libros de éste, mostrando así su interés en
el saber teórico. Sigue en sus obras –utilizadas por Tosca– las lecciones de los mejores ingenieros
españoles e italianos25, pero es grande la deuda con los trabajos de su padre Giuliano Ferrofino,
jurista y científico, llamado por Felipe II para las enseñanzas y traducciones de la Academia herreriana. Se preocupa –también en las páginas de El perfeto artillero– por los problemas prácticos
del ingeniero, así por el estuche de trabajo con los catorce instrumentos que debe contener, en especial varas de medida, nivel, cuadrante y escuadra. Aquí, en Fragmentos matemáticos, incorpora
una historia y un elogio de las matemáticas, que se exponen incluyendo geometría y trigonometría plana y sus aplicaciones. También una tabla de latitudes de ciudades de España, Italia y Flandes y una historia fantástica del reloj, así como algún modelo.
Este mismo aspecto práctico tiene la obra Arte de reloxes de Manuel del Río, un franciscano con
gran experiencia como relojero en Galicia26. Formado en Oporto, está relacionado con los grandes
benedictinos de la Ilustración gallega. Con una primera edición en 1759 y una segunda en 1798, se
escribe para posibilitar a los profanos el manejo de los relojes de cuerda. Expone muy bien sus partes y su funcionamiento, y da un interesante glosario al final. Proporciona «Instrucciones fáciles,
228
Pedro Juan de Lastanosa, Los veintiún libros de los ingenios y
de las máquinas. Mss/3376 [h. 396v.] (cat. 116).
23
Alfredo Alvar Ezquerra, Fernando Bouza Álvarez, «La
librería de don Pedro Juan de Lastanosa en Madrid
(1576)», Archivo de Filología Aragonesa, 32-33, 1983, pp.
101-175.
24
M.ª Isabel Vicente, Mariano Esteban Piñeiro, Aspectos
de la ciencia aplicada en la España del Siglo de Oro, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1991.
25 Víctor Navarro, «Firrufino, Julio César», en José M.ª Ló-
pez Piñero, Thomas F. Glick, Víctor Navarro Brotons,
Eugenio Portela Marco, Diccionario histórico de la ciencia
moderna en España, 2 vols., Barcelona, Península, 1983, I,
pp. 348-349.
26 Sobre estos clérigos relojeros, Anxel M. Rosende, Francisco Xavier Méndez Neira «cura-reloxeiro de Ladrido» (17441803), Santa Marta de Ortigueira, Imprenta Fojo, 1989.
Fernando Landeira, Theatro cronométrico del noroeste español,
2.ª ed., Madrid-Valencia, Albatros Ediciones, 1984.
27
Norbert Elias, Sobre el tiempo, México-Madrid-Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 1989.
28 Medauro Grulla, Arte de gobernar los reloxes, Madrid, Ra-
món Ruiz, 1792, edición facsimilar, Valencia, Librerías
París-Valencia, 1992.
29
Francisco Pérez Pastor, Tratado de los reloxes elementares…, Madrid, Juan Antonio Lozano, 1770, edición facsimilar, Madrid, Almarabú, 1991. Fernando Muñoz Boix,
Las medidas del tiempo en la historia, Valladolid, Universidad
de Valladolid, 2003.
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Manuel del Río, Arte de reloxes de ruedas para torre, sala, y faltriquera [Estampa 10 (t. 2)] (cat. 121).
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para que todos los Ingeniosos puedan ser perfectos Reloxeros sin tener Maestro». No sólo nos da
noticias de las «enfermedades de los reloxes viejos con medicinas», sino «varias Invenciones». Para
los relojes de torre explica la forma de dar las horas por distintas figuras, san Pedro y los apóstoles, los Reyes Magos, gigantes o fieras.
También se ocupa de los relojes de mesa y faltriquera, enseñando a usarlos. Aquéllos para que
puedan dar luz o despertar, éstos con consejos para su buena marcha, así la forma de dar cuerda,
en invierno en las horas de más calor. Está haciendo del reloj un elemento usual, cotidiano, pasando el control del tiempo de la iglesia a los municipios, también al individuo27. Pero el tiempo tiene sus raíces, algunas en el cosmos, así pueden los relojes indicar día, mes y año, fases del Sol y la
Luna, conjunciones y eclipses, tiempo medio, años bisiestos, también aspectos religiosos como
fiestas movibles y jubileos. Esto llevará a que la obra de Medauro Grulla Arte de gobernar los reloxes
añada a los sencillos problemas de los relojes de bolsillo un tratado de la esfera e incluso una exposición del sistema copernicano28. Asimismo puede tener sus más antiguas raíces en la matriz
del cosmos, en los elementos de Empédocles –agua, aire, fuego y tierra– y así en ellos se basa Franciso Pérez Pastor al retraducir del francés una vieja obra de otro italiano, Domenico Martinelli29.
EL CUERPO Y EL ALMA
30 Sobre la anatomía de esta época, Luis Alberti López, La
anatomía y los anatomistas españoles del Renacimiento, Madrid, CSIC, 1948. Carlos del Valle-Inclán, «El léxico anatómico de Bernardino Montaña de Monserrate y de Juan de
Valverde», Archivo Iberoamericano de Historia de la Medicina,
1, 1949, pp. 121-188.
31
Anastasio Chinchilla, Anales históricos de la medicina en
general, y biográfico-bibliográficos de la española en particular,
Valencia, Imprenta de López y Compañía, 4 vols., 18411846, I, pp. 160-168 y pp. 253-270. Edición facsimiliar,
Nueva York y Londres, Johnson Reprint Corporation,
1967, introducción de Francisco Guerra.
32
Sobre los saberes médicos de esta época, Luis S. Granjel, La medicina española renacentista, Salamanca, Ediciones
Universidad de Salamanca, 1980. José M.ª López Piñero,
Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII,
Barcelona, Labor, 1979.
33 J. B. de C. M. Saunders, Charles Donald O’Malley, «Ber-
nardino Montaña de Monserrate: Author of the First
Anatomy in the Spanish Language; Its Relationship to de
Mondeville, Vicary, Vesalius, the English Geminus, and
the History of the Circulation», Journal of the History of Medicine and Allied Sciences, 1-1, enero de 1946, pp. 87-l07.
Charles D. O’Malley, «Los saberes morfológicos en el Renacimiento. La anatomía», en Pedro Laín Entralgo (dir.),
Historia universal de la medicina, 7 vols., Barcelona, Salvat,
1972-1975, IV, 1973, pp. 43-77.
El Libro de la anothomia del hombre de Bernardino Montaña de Monserrate se edita en Valladolid en
1551. Dedicado a Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar, es importante por ser el primer texto de anatomía escrito en castellano30. El autor –quizá catalán– se formó y residió en el extranjero, tal vez en Montpellier. Según Anastasio Chinchilla, nace en Barcelona, dudando si estudió en Francia o en Italia31. Fue médico del emperador, vivió en Valladolid –siendo catedrático de
Anatomía en su Universidad– y escribió su libro a edad avanzada. Ya anciano y enfermo de gota,
asiste en silla de manos a las lecciones de Alonso Rodríguez de Guevara, cirujano galenista introductor de la disección en esas aulas.
Justifica el libro por la necesidad del médico de aprender anatomía, estudiada en tratados parciales y difíciles, en especial de Galeno. Se presenta ahora ordenada, tal como Andrés Vesalio acaba de hacer, encaminada a «muchos cirujanos y otros hombres discretos que no saben latín». Es
un defensor del galenismo, que ignora a Vesalio, afirmaron Luis S. Granjel y José María López Piñero, si bien se distingue la parte consagrada a la fisiología32. Ya Saunders y O’Malley habían señalado la copia hecha de las figuras vesalianas, con alguna inspiración propia, o en otros autores,
como Berengario da Carpi33. Han mostrado la relación con los cirujanos europeos de la época,
que escriben libros para la enseñanza. También resulta de interés la herencia de Henri de Mondeville y, yendo más allá, del saber clásico arabizado, así de la figura de Avicena.
Montaña conoció la importancia de la experiencia, predicando el aprendizaje por la disección
y la vivisección incluso. Los sentidos son esenciales en el conocimiento, así en la disección del
cuerpo humano, o bien de animales. Tras una primera parte, una anatomía en estilo medieval de
la cabeza a los pies, la segunda trata de la generación y la muerte del hombre, en un coloquio del
médico con el marqués de Mondéjar. Recoge opiniones clásicas sobre la generación, prosiguiendo la tradición árabe medieval en su esquema de formación de las tres cavidades, vientre, tórax y
cabeza. Muestra allí los tres órganos principales y las estructuras servidoras, la cuarta etapa de
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Bernardino Montaña de Monserrate, Libro de la anothomia del ho[m]bre [h. CXXXr.-CXXXIv.] (cat. 122).
compostura y templanza de los miembros, y una final de crecimiento. De forma antigua sigue
manteniendo la creencia en la relación del nacimiento con los astros y planetas.
Siempre fiel en las tres cavidades a Galeno34, se interesa por los mecanismos cardíacos, estando
en el umbral de nuevos conocimientos sobre su fisiología, que pronto llegarán. Tiene, en fin, el cerebro la máxima categoría, forma los espíritus animales –necesarios para la sensibilidad y el movimiento–, a partir de los vitales que produce el corazón. En sus opiniones sobre los sentidos internos, recibe la herencia de Aristóteles sobre las tres virtudes: imaginativa, estimativa y memorativa,
si bien añade otras que la psicología médica empieza a recoger. Localiza las diversas facultades,
siempre en la sustancia cerebral y no en ventrículos, pues se necesita apoyo firme. De forma aristotélica, el alma es la forma del cuerpo, actúa por medio de los espíritus en sus acciones.
En la primera mitad del siglo XVI se producen debates y rectificaciones de Galeno, con elementos procedentes del neoplatonismo y el atomismo, la alquimia y la tradición hermética. Paracelso
añade la idea de fermentación, que tanto éxito tendrá en la explicación de los procesos fisiológicos. Insiste Josep Lluís Barona en la base química de los cambios de los humores y de los líquidos
orgánicos, así como de la elaboración de los espíritus vitales y animales35. Se nos presentaría una
imagen destilatoria, así «tenemos exemplo en el vino quando se destila el agua ardiente». También
la fermentación está presente en la fecundación y embriogénesis, en el crecimiento y regeneración de los miembros, sustituyendo a la clásica cocción. Para el médico clínico, el aguardiente es
la quintaesencia, con maravillosa acción gracias a sus componentes y sus propiedades ocultas.
También se muestra moderno al escribir ese diálogo renacentista en que califica de cuestión metafísica el saber si los espíritus vitales son de naturaleza corpórea o incorpórea, los médicos y filósofos naturales no se preocupan de su esencia sino de sus obras.
La Historia de la composición del cuerpo humano de Juan Valverde se publicada en Roma en 155636.
El mundo moderno se inicia con una visión nueva y distinta del cuerpo humano. Los textos de
Galeno contenían muchos errores y consideraban que las estructuras corporales eran meras ser-
230
34
Luis García Ballester, Galeno en la sociedad y en la ciencia
de su tiempo, Madrid, Guadarrama, 1972. Pedro Laín Entralgo, Historia de la medicina, Barcelona, Salvat, 1978.
35 Sobre estos autores, Josep Lluís Barona, Sobre medicina
y filosofía natural en el Renacimiento, Valencia, Seminari
d’Estudis sobre la Ciència, 1993.
36 Francisco Guerra, «Juan Valverde de Amusco», Clio Me-
dica, 2, 1967, pp. 339-362. Pedro Laín Entralgo, «Presentación», en Juan Valverde de Amusco, Historia de la composición del cuerpo humano, Madrid, Fundación de Ciencias de
la Salud-Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1991.
37 Juan Riera, Valverde y la anatomía del Renacimiento, 2 vols.,
Valladolid, Universidad de Valladolid, 1981. César Fernández Ruiz, «Estudio biográfico sobre el Dr. D. Juan Valverde, gran anatómico del siglo XVI, y su obra», Clínica y
Laboratorio, 66, n.º 390, septiembre de 1958, pp. 207-240.
38 Henry E. Sigerist, «Editorial. Commemorating Andreas
Vesalius»; A. W. Meyer, Sheldon K. Wirt, «The Amuscan
Illustrations»; Pan S. Codellas, «Vesalius-Valverde-Patousas: The Unpublished Manuscript of the First Modern
Anatomy in the Greek Language», Bulletin of the History of
Medicine, 14-5, diciembre de 1943, pp. 541-546, 667-687 y
688-702.
39 Ediciones de Guillermo Serés, Madrid, Cátedra, 1989, y
de Felisa Fresco, Madrid, Espasa-Calpe, 1991.
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vidoras de la naturaleza, que en forma de alma disponía sus acciones.
Poco a poco, la llegada de manuscritos a Occidente tras la caída de
Constantinopla y su estudio más cuidado por los humanistas permitieron disponer de textos depurados, que, si bien mejoraban el conocimiento de los clásicos, mostraban cada vez más errores al ser comparados con la realidad. Y esta realidad pasaba, para el médico, por el anfiteatro anatómico y las salas clínicas. La nueva anatomía de Andrés
Vesalio se inicia con la descripción de los huesos del esqueleto, que
ejercen la función de las vigas y paredes en las casas, pues el cuerpo es
como una edificación arquitectónica. Es el universo, nos dice Pedro
Laín Entralgo, una compleja estructura de formas capaces de movimiento local, tal como el científico moderno está estableciendo. El
mecanicismo que desde la ciencia y la técnica –la cirugía, por ejemplo– está intentando explicar el mundo llega a la anatomía que por siglos ya no necesitará de la función, bastando con describir la forma.
Tan sólo en el siglo XX se volverá a considerar la necesaria e intrincada
unión en biología entre forma y función, en una nueva anatomía funcional.
Nace Valverde en Amusco, hoy en la provincia de Palencia, hacia
1525. En 1542 marcha a Italia, aprendiendo en la escuela de Realdo Colombo, a quien sigue en sus puestos de profesor. Parece ser que pudo
conocer a Andrés Vesalio, y que estuvo en Pisa, Padua y, por último, en
Roma en 1548, disecando cadáveres y enseñando medicina en el Hospital del Espíritu Santo. Compuso una obra latina titulada De animi et
corporis sanitate tuenda y poco después la Historia de la composición del cuerpo humano dedicada al cardenal Álvarez de Toledo, hijo del duque de
Alba, de quien fue médico. Publicará una edición italiana de 1559 con
dedicatoria a Felipe II, en 1589 aparecerá la edición latina preparada
por un hijo de Colombo. Las láminas serán también reproducidas en
Amberes por Ch. Plantin. Visita España en 1558 como portador de la
bula de Pablo IV –quien da la licencia y los privilegios a la Historia– para
la ermita de Nuestra Señora de Las Fuentes de Amusco, concediendo
indulgencias37.
Sin duda, a pesar de ser atacado –junto a su maestro Colombo– por
Vesalio, es considerado uno de los más destacados seguidores de la anatomía moderna del maestro belga38. Estudiadas estas primeras anatomías castellanas por Alberti y Valle-Inclán, se insiste en la creación de
un léxico anatómico moderno, que introduce «vulgarismos» en los
nombres científicos. El mismo Valverde reconoce la escasa y poco prestigiosa presencia del castellano en el mundo de la ciencia. Pero el uso de
términos y comparaciones procedentes de la vida diaria, o de oficios y
técnicas, como intuyó Leonardo, supone un acercamiento de la ciencia
a la realidad. La medicina se relaciona con la cocina, la anatomía y la cirugía con los oficios técnicos, por lo que aspectos de la carpintería, la
arquitectura o la agricultura pueden influir.
Su obra quiere ser simple relación y comentario «de lo que yo e visto
en los cuerpos». Corrige Valverde importantes errores, introduciendo
novedades, especialmente en los músculos y en algunos órganos como
el ojo. Las láminas anatómicas introducen un nuevo medio de enseñanza de la medicina, más práctico y visual. La nueva concepción del cuerpo humano como una fábrica arquitectónica relaciona la nueva anatomía con el trabajo y el saber de los arquitectos y pintores. En efecto, el
interés por el cuerpo y el realismo de Miguel Ángel podrían haberse
plasmado a través de Gaspar Becerra en las vigorosas figuras que se nos
presentan. Juan Riera se inclina más a atribuirlas al extremeño Pedro de
Rubiales, citado en el texto. Sigue las láminas de Vesalio que están bien
hechas, pero las suyas en cobre «no en tacos de madera» van todas juntas al final de cada libro. Algunas mejoran, otras son originales, según
Meyer y Wirt.
Como Josep Lluís Barona señala, mantiene en buena medida la fisiología de Galeno, si bien se aleja de conceptos complejos y se centra en el funcionamiento del cuerpo. Sin duda, el anatomista se encuentra imbricado en el médico. Así, nos proporciona información
sobre aspectos clínicos, como la sangría, y también sobre aspectos
fisiológicos, al recordar la formación de los espíritus vitales en el corazón, o bien al señalar que el feto se alimenta de la sangre de la mujer que es húmeda. No olvida relacionar la gestación con los ciclos de
la luna, también éstos con la sangre y los pechos. Muestra una precoz descripción de la circulación menor, tras la de Servet y junto a la
de Colombo. También parece preferir una estructura filamentosa al
modo de Fernel y de Falopio. Desearía escribir en el futuro una fisiología, pues, tal como Pedro Laín señala, en el respeto por la armonía
de Dios, entre alma y cosmos, se hereda la reverenciada por los clásicos griegos en la divina naturaleza, que podía ser objeto de conocimiento por la humana razón.
Procedente de tierras navarras, nacido en San Juan de Pie de Puerto
en 1529, Juan Huarte de San Juan ejerce la medicina en Baeza y Linares,
y muere en 1588. Estudia en Baeza y en Alcalá, donde entra en contacto con el clasicismo humanista y la medicina renovada que culminará
en el divino Valles. Su Examen de ingenios39 de 1575 fue obra ampliamente publicada y traducida, también perseguida por la Inquisición, que
exigió muchas modificaciones. Fue muy leída, e interesó a grandes escritores, desde Cervantes hasta Lessing. Varios personajes de Cervantes
se han relacionado con la obra de Huarte.
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Dedicada a Felipe II, quiere dar normas sobre la elección de las profesiones. Su fisiología es tradicional, el cuerpo está formado por elementos con cualidades que tienen grados y se combinan en
los humores y temperamentos40. Cada temperamento es apto para unas habilidades y profesiones,
que pueden ayudar a edificar el inmenso imperio del rey Felipe. La psicología se apoya una vez más
sobre la imaginativa, el entendimiento y la memoria, que varían según la constitución. Sus amplias
lecturas clásicas y modernas se completan con su largo ejercicio profesional, con cuidadas observaciones. Sus páginas sobre la melancolía lo han convertido en un clásico de la psicopatología, así
como de las relaciones entre enfermedad y mente humana. Con su insistencia en la complexión humoral y en la función del cerebro –base del alma racional– proporciona a la mente una fuerte base
orgánica, una línea esencial en la psicología moderna. Por último, se ocupa de la procreación y del
cuidado de madres e hijos, necesarios éstos para el buen servicio del bien público41.
PLANTAS Y ANIMALES
La historia natural tiene tres tradiciones. Una de ellas procede de Teofrasto y se interesa por la
agricultura y la ganadería; otra proviene del mundo médico, así de Dioscórides, buscando los remedios posibles a la enfermedad; la tercera, por último, a partir de la obra de Plinio, quiere estudiar la belleza de la naturaleza, en la que se encuentra el milagro divino.
Al avanzar hacia el sur, los cristianos quedaron maravillados de la agricultura árabe, que había
sabido superar la tradición clásica42. Terminada la guerra, el cardenal Cisneros –clérigo batallador
y humanista, al mismo tiempo– supo admirar aquella cultura y se interesó por sus riquezas. Por
entonces está en Granada Gabriel Alonso de Herrera, nacido en Talavera de la Reina hacia 1480.
Sigue estudios eclesiásticos y, quizá, médicos, sirviendo al marqués de Mondéjar. Conocedor
práctico de la agricultura andaluza, cercano a Hernando de Talavera y, quizá, enviado por Cisneros, recorre tierras de España, Francia e Italia. Al cardenal dedica la edición de Obra de agricultura
de 1513, como encargo del prelado, preparando sucesivas ediciones hasta la de 1539, gracias a diversos beneficios eclesiásticos. Escribe un tratado didáctico por orden alfabético, en el que se ocupa de las generalidades de la agricultura, los granos, las vides, los árboles, las huertas, los animales y el calendario. Con un cuidadoso esquema, muestra la siembra, los suelos, los cuidados, las
ventajas en la cocina y la farmacia, y la patología de plantas y animales. La tierra y su calidad son
muy importantes, por ella empieza, profundiza en las técnicas de cultivo y cuidado, en el agua, el
abono, también en el arado.
Las fuentes proceden sobre todo del mundo clásico –ha señalado Thomas Glick43–, tanto griego como latino, así como de la herencia medieval cristiana o árabe, en especial se trata de libros
de agricultura e historia natural. No olvida, sin embargo, la utilidad de las plantas para la medicina y la cocina, ni tampoco su relación con la poesía o la religión44. Sabe aunar la erudición clásica con
el interés por la realidad, por las novedades que están surgiendo, como mostró José U. Martínez Carreras. La teoría clásica de los elementos concuerda con el saber popular, que emplea términos de la
vida usual. Se interesa en la agricultura árabe, así el riego y el abono, nuevas simientes y especias
como el romero, o plantas como la berenjena. Su generosa visión es la del hombre artesano que administra la naturaleza ordenada por Dios, como se evidencia en la riqueza de las colmenas, o en la domesticación de animales como el cordero, que contrapone a las cabras. Proporciona un calendario,
232
40
M. de Iriarte, El doctor Huarte de San Juan y su Examen de
Ingenios. Contribución a la historia de la psicología diferencial,
Santander-Madrid, Ediciones Jerarquía, 1939-1940. Josep Lluís Barona, Sobre medicina y filosofía natural…, cit.,
pp. 149-166.
41
José Luis Peset, Genio y desorden, Valladolid, Cuatro Ediciones, 1999. Cristina Müller, Ingenio y melancolía. Una lectura de Huarte de San Juan, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002,
trad. M. Talens y M.ª Pérez Harguindey. Felice Gambin,
Azabache. Il dibattito sulla malinconia nella Spagna dei Secoli
d’Oro, Pisa, Edizioni ETS, 2005.
42
C. E. Dubler, «Posibles fuentes árabes de la Agricultura
general de Gabriel Alonso de Herrera», Al-Andalus, 6,
1941, pp. 135-156. Gabriel Alonso de Herrera, Obra de
agricultura, edición y estudio de J. U. Martínez Carreras,
Madrid, BAE, Atlas, 1970.
43 Gabriel Alonso de Herrera, Obra de agricultura, introducción y antología por Thomas F. Glick, Valencia, Hispaniae Scientia-Valencia Cultural-Grupo de Empresas
Gil Terrón, 1979; Agricultura general, edición Eloy Terrón,
Madrid, Ministerio de Agricultura y Pesca, 1981.
44 José M.ª Millás Vallicrosa, «El Libro de Agricultura de Ibn
Wafid y su influencia en la agricultura del Renacimiento»,
en Estudios sobre historia…, cit., pp. 177-195. Libro de agricultura su autor El doctor excelente Abu Zacaria Iahia Aben Mohamed Ben Ahmed Ebn el Awam, sevillano. Traducido al castellano
y anotado por Josef Antonio Banqueri… 1802, estudio preliminar y notas de J. E. Hernández Bermejo y E. García Sánchez, 2 vols., Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y
Alimentación-Ministerio de Asuntos Exteriores, 1988.
45 Juan Luis García Hourcade, Juan Manuel Moreno Yuste
(coord.), Andrés Laguna: humanismo, ciencia y política en la Europa renacentista, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2001.
46 Max Meyerhof, «New Light on Hunain Ibn Ishaq and his
Period», Isis, 8-4, n.º 28, March 1926, pp. 685-724; «Esquisse d’Histoire de la Pharmacologie et Botanique chez les
Musulmans d’Espagne», Al-Andalus, 3-1, 1935, pp. 1-41.
47 César E. Dubler, La «Materia Médica» de Dioscórides. Transmisión medieval y renacentista, 6 vols., Barcelona, Tipografía
Emporium, 1953-1959. El tomo II firmado con Elías Terés y con índices de Soledad Gilabert, en Tetuán y Barcelona. Dioscórides, Sobre los remedios medicinales, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2006.
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Dioscórides, De materia medica (cat. 124).
48
Andrés Laguna, Europa heautentimorumene es decir, que
míseramente a sí misma se atormenta y lamenta su propia desgracia, ed. M. Á. González Manjares, Valladolid, Junta de
Castilla y León, 2001. M. Á. González Manjarrés, Entre la
imitación y el plagio. Fuentes e influencias en el Dioscórides de
Andrés Laguna, Segovia, Caja Segovia, 2000; Andrés Laguna
y el humanismo médico: estudio filológico, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, 2000.
49 Antonio Guzmán Guerra, El Dioscórides de Laguna y el
manuscrito de Páez de Castro, Madrid, Universidad Complutense, 1978.
50
Algunas ediciones con estudios de esta obra de A. Laguna: Pedacio Dioscorides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal, y de los venenos mortiferos, edición facsimilar con estudios de la de 1555, 2 vols., Madrid, Consejería de Agricultura y Cooperación de la Comunidad de Madrid,
1991. Pedacio Dioscórides Anazarbeo (1555), facsimilar con
introducción y comentarios de Teófilo Hernando de la
de 1566, 2 vols., Madrid, Instituto de España, 1968-1969.
Pedacio Dioscórides Anazarbeo Acerca de la materia medicinal y
de los venenos mortíferos, edición facsimilar con estudios introductorios de la de 1566, Madrid, Fundación de Ciencias de la Salud, 1999.
10:05
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lejano a la astrología y cercano a la religión, útil al campesino que ha de conocer tierra y semillas,
luna y estrellas, vientos y tormentas. Lectura de gentes pudientes, sin duda su autor recuerda las
tierras talaveranas. No menos a su padre, cultivador acomodado, quien le proporcionó dinero y
consejos. Fue muy utilizada, editada en la Ilustración por Nipho y también con excelentes comentadores por la Sociedad Económica de Madrid.
La edición de Dioscórides de Andrés Laguna45 supone la más importante contribución del humanismo médico hispano. La obra original fue la culminación de los conocimientos helenísticos
sobre terapéutica, gracias a la herencia griega y oriental. Escrita a fines de la primera centuria tras
el nacimiento de Cristo, es preservada por el imperio de Bizancio. De allá algunos cristianos salen
al exilio por disputas teológicas, así los nestorianos desde Edessa marchan en el siglo V a Gundisapur. Protegidos en el imperio persa de los sasánidas, tras la invasión árabe las dinastías omeya
y abasida atrajeron muchos sabios de allí a Damasco y Bagdad. Época dorada de las traducciones
del griego al siríaco y al árabe, el más notable traductor es Hunain ibn Ishaq al-Abadi, servidor del
califa al-Mamun. Traductor de Galeno a estas lenguas, siempre preocupado por la terminología
científica, introduce el texto de Dioscórides en el mundo árabe, traduciéndolo o bien revisando la
traducción de su discípulo griego Istifan (o Esteban) b. Basil46. Esta traducción es conocida en alÁndalus, en donde se hacen otras nuevas. Además, el emperador Constantino III ofrece un códice a Abderramán III, así como un monje traductor, ayudado por un visir judío47.
Pedro Laín Entralgo subrayó la personalidad de humanista viajero de Andrés Laguna, buen conocedor de la Europa renacentista, lo que ha corroborado Miguel Ángel González Manjarrés48.
Reúne su buen conocimiento de las lenguas clásicas al del castellano, además del estudio del galenismo tradicional y de la experiencia natural, en anatomía y disección, clínica y materia médica.
Fue constante su esfuerzo por encontrar y valorar medicamentos, así en lecturas y viajes, colecciones y herborizaciones, consultas y compras. Su contacto en París con Jean de la Ruelle en su
etapa universitaria lo animó al comentario de Dioscórides, reuniendo ediciones en lenguas clásicas y modernas.
Al ver que era traducido a las lenguas nuevas, salvo la castellana, decide hacerlo del griego al español, ilustrarlo con su opinión y con figuras tomadas de las plantas vivas y naturales. Habiendo
recorrido gran parte de Europa, en Italia forma parte del séquito del cardenal Mendoza, por lo que
puede consultar su magnífica biblioteca y algunas otras, y entrar en contacto con eruditos como
Juan Páez de Castro49 y Jerónimo Zurita, sirviéndose de sus manuscritos y consejos. Nos dice en
su obra que ha reunido allí códices griegos impresos y manuscritos, los ha comparado y traducido según los más fieles. En las discrepancias deja anotado al margen los textos originales griegos.
Añade al final páginas sobre pesos antiguos y sobre nombres de plantas, en griego, árabe y latín y
en otras lenguas, como castellano y catalán, francés, portugués, alemán e italiano, también los
barbarismos que se usan en las boticas. Le interesan mucho los neologismos, que procura explicar, así como la pureza de la lengua, justificando las imperfecciones en la larga ausencia y en su
esfuerzo por explicar los misterios naturales. También reconoce a P. A. Mattioli como su fuente,
imitando sus figuras de plantas, que también toma de otros autores, así como de su propia experiencia. Los tres autores más citados, Galeno, Plinio y Teofrasto, nos muestran la obra como reunión de esas tres tradiciones: médica, naturalista y agrícola. Su edición de Amberes de 1555 y la
salmantina de 1566 fueron seguidas de muchas otras50.
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Francisco Hernández nace en Puebla de Montalbán en 1517 y muere en Madrid en 158751. En
su vida y obra supo aunar varios mundos; en primer lugar, la tradición clásica, estudiando medicina en la Universidad de Alcalá. En segundo, ejerció medicina y herborizó en Toledo, Sevilla y
Guadalupe. Médico en este monasterio, conoció las novedades que la cirugía y la disección introducían en anatomía. Interesado, en tercer lugar, por plantas y animales, fue traductor de Plinio,
conociendo, por tanto, la tradición clásica de historia natural. Sus saberes abarcaban, además de
la botánica y la medicina, la geografía y la cosmografía… el interés humanístico por las lenguas.
Se movió en el círculo renacentista de Andrés Vesalio, Juanelo Turriano, Juan de Herrera, Arias
Montano, erasmista, por tanto.
Se acercó al real servicio, siendo encargado por Felipe II en 1570 de partir en la primera flota
para el estudio de la historia natural americana, con su utilidad agrícola y médica. Protomédico general de Indias, permaneció en Nueva España, maravillado de sus riquezas, plantas y animales, alimentos y drogas. En las Instrucciones se le encomendó la descripción, recolección y
estudio de las plantas medicinales, consultando a médicos, cirujanos, herbolarios e indios. Debía señalar el suelo y cultivo, las características y propiedades, experimentar y enviar hierbas,
medicinas y simientes. Contó con su hijo y otros escribientes, un cosmógrafo, pintores, herbolarios, médicos indígenas e intérpretes. Fue muy notable su apertura a la cultura que allí encontró –la arqueología, la medicina, la lengua y las costumbres52–, que le permitió conocer bien las
plantas y su uso, pero también a la observación y la experiencia. Se interesó por la lengua, pero
también ejerció la medicina, consiguiendo notables novedades a través de las informaciones, la
experimentación y la disección. También de su práctica en el Hospital Real de Indios y en alguna epidemia.
Trajo nuevas plantas vivas, simientes, raíces, pinturas de vegetales y animales, dibujos y manuscritos, algunos en náhuatl, que no fueron publicados. Contenían cuidada descripción de cultivo y uso, sabor, olor y utilidades, según testimonios indígenas y la propia experiencia. Quiso
traer esas maravillas de historia natural y ponerlas frente al mundo y a los pies del monarca, queriendo su difusión en náhuatl, castellano y latín, pero Juan de Herrera intentó inútilmente la edición. Se encarga un resumen con interés médico a Nardo Antonio Recchi, hecho entre 1578 y
1582, que fue apreciado por la Accademia dei Lincei, que lo editó mucho más tarde. Si Hernández se había enamorado de Plinio, el italiano vuelve al interés terapéutico de Dioscórides. Muchos de los materiales se perdieron, pero se hicieron algunas ediciones del resumen, como la mexicana que se presenta. Francisco Ximénez, nacido en Villa de Luna en Aragón hacia 1560,
aprende medicina en el hospital de Oaxtepec y habita en el convento de Santo Domingo en México. Le llega el manuscrito de Recchi con firma de Valles «por extraordinarios caminos». Traduce y añade la obra y la edita en 1615 dedicada a quienes carecen de médico y botica53. Nos señala la ignorancia y los errores que ha visto sobre las plantas americanas, incluso a pesar de ser estimadas y estudiadas por Monardes. Las medicinas que llegan de España pueden estropearse,
siendo inútiles dada la riqueza que hay de ellas en Nueva España. En la aprobación, Diego Cisneros alaba la traducción, la corrección de errores del manuscrito y el interés por aumentar el número y conocimiento de los productos medicinales. También Gómez Ortega la edita en tres volúmenes latinos en 1790. Los logros de Hernández se difundieron ampliamente, a pesar de la
triste historia de sus manuscritos y láminas54.
234
51
Francisco Hernández, Obras completas, 7 vols., México,
UNAM, 1959-1984. Raquel Álvarez Peláez, La conquista de
la naturaleza americana, Madrid, CSIC, 1993. José M.ª López Piñero, José Pardo Tomás, Nuevos materiales y noticias
sobre la Historia de las plantas de Nueva España, de Francisco
Hernández, Valencia, Universitat de València-CSIC, 1994.
José M.ª López Piñero, El códice Pomar (ca. 1590), el interés
de Felipe II por la historia natural y la expedición Hernández a
América, Valencia, Universidad de Valencia-CSIC, 1991.
52
Francisco Hernández, Antigüedades de la Nueva España,
traducción del latín y notas por don Joaquín García Pimentel, México, Editorial Pedro Robredo, 1945-1946.
53 Francisco Ximénez, Cuatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales, de uso medicinal en la Nueva España, México, Secretaría de Fomento, 1888. Thomas F.
Glick, «Ximénez, Francisco», Diccionario histórico…, cit.,
II, p. 437. Javier Puerto Sarmiento, Juan Esteva Sagrera,
M.ª Esther Alegre Pérez, Prodigios y naufragios. Estudios sobre terapéutica farmacológica, en España y América, durante el
Siglo de Oro, Aranjuez-Madrid, Doce Calles, 2006. Raquel
Álvarez Peláez, Florentino Fernández González, De Materia Medica Novae Hispaniae. Manuscrito de Recchi, 2 vols.,
Aranjuez-Madrid-Valladolid, Ediciones Doce Calles-Junta de Castilla y León, 1998.
54
José M.ª López Piñero, M.ª Luz López Terrada, Las primeras noticias sobre plantas americanas en las relaciones de viajes y crónicas de Indias (1493-1553) y La influencia española en
la introducción en Europa de las plantas americanas (14931623), Valencia, Universitat de València-CSIC, 1993 y
1997.
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LAS TIERRAS AMERICANAS
Pedro de Medina, Suma de Cosmographia [h. 13r.] (cat. 92).
55
George Sarton, Introduction to the History of Science, vol.
III, part I, pp. 762-810, y part II, pp. 1140-1162. Juan Vernet, «Influencias musulmanas en el origen de la cartografía náutica», Estudios sobre historia de la ciencia medieval, cit.,
pp. 355-382.
56
José María Millás Vallicrosa, Nuevos estudios sobre historia, cit., pp. 299-341.
57 Martín Fernández Navarrete, Disertación sobre la historia
de la náutica, Madrid, Viuda de Calero, 1846. Ricardo Cerezo Martínez, La cartografía náutica española en los siglos
XIV, XV y XVI, Madrid, CSIC, 1994. Antonio Acosta-Rodríguez, Adolfo González Rodríguez, Enriqueta Vila Vilar
(coord.), La Casa de Contratación y la navegación entre España
y las Indias, Sevilla, Universidad de Sevilla-CSIC-Fundación El Monte, 2003.
58 Mariano Cuesta Domingo, La obra cosmográfica y náutica
de Pedro de Medina, Madrid, BCH, 1998.
El conocimiento del mundo americano fue gran novedad de la cultura española. Posible gracias a
bravos marinos, la navegación es así uno de los saberes principales del Renacimiento, propio de
los reinos en expansión. Pero hay que remontarse muy atrás para reconocer el origen de la navegación hispana. Se ha reivindicado el origen árabe del arte de navegar por el Mediterráneo. Según
Juan Vernet se discute el origen de los portulanos, como por ejemplo George Sarton55. Millás Vallicrosa56 insiste en la tradición continuada del saber en astronomía, cartografía y náutica. Tras el
reinado del rey Alfonso X –y las primeras traducciones en Ripoll–, las guerras impidieron la continuación de esos estudios. En Cataluña se retoman, pues, según Ramón Llull, los marinos usaban
cartas e instrumentos. La náutica árabe permitió los conocimientos sobre navegación mediterránea, como en Pisa y Génova, o bien en Barcelona y Mallorca. Destacará la familia Cresques, cuya
influencia llega a Francia y Portugal. Las escuelas cartográficas en Mallorca, Cataluña e Italia permiten llevar a los barcos portulanos desde el siglo XIV, dos por orden de Pedro el Ceremonioso.
De ahí vendrán las primeras cartas americanas, tras Colón y Juan de la Cosa. Se adaptan las técnicas de los portulanos, pero la parte americana se traza con mayor realismo. Una pujante escuela nueva surge en los ambientes marineros entre El Puerto de Santa María y Palos de la Frontera.
Esta escuela andaluza o sevillana se organiza alrededor de la Casa de Contratación de 1503, donde se delinea el padrón real, vigilado por el cosmógrafo mayor. Se recoge la información y se dibujan las cartas oficiales, las copias de los cartógrafos se vendían y eran de uso obligatorio. Estas
cartas recogen las novedades con realismo, sobre papel que sustituye al pergamino. Se indican latitudes y longitudes, corrientes marítimas, ubicación de los bajos, dirección y frecuencia de los
vientos, variaciones de las agujas magnéticas…57.
Entre los muchos nombres que ilustraron este arte destaca Pedro de Medina, que publica su Arte
de navegar en Valladolid en 1545. Recoge Mariano Cuesta58 su nacimiento en tierras sevillanas alrededor de 1494 y su muerte en Sevilla en 1567. Educado en el seno de la casa Medina Sidonia, viaja por España y consigue un grado en la Universidad de Sevilla. Realizó viajes náuticos, con los
que gana gran experiencia en navegación, y recibió órdenes religiosas, lo que explica sus escritos
morales. Con su Libro de cosmografía de 1538 consigue ser maestro examinador en la Casa de Contratación, pudiendo hacer instrumentos náuticos y cartas de marear, de acuerdo con el padrón
real. Informó al rey sobre los defectos que hallaba en instrumentos, cartas y exámenes, enfrentado al piloto mayor Sebastián Cabot. No aceptaba la declinación magnética y se preocupó por la
representatividad de los mapas. Fue convocado por el Consejo Indias en 1554 y 1556 por las discusiones con los portugueses sobre la posición de las Filipinas y otras islas del Pacífico.
Para mejorar la navegación escribió sus libros, muy traducidos, pues se carecía tanto de éstos
como de maestros, lo que ocasionó discrepancias y peleas entre los pilotos. Está visto en Sevilla
en la Casa de Contratación por el piloto mayor y cosmógrafos reales, también por el Consejo Real
en Valladolid, estando allí el príncipe. Sigue la tradición de notables tratadistas, compendia algunos y tal vez colabora con otros. Su Arte de navegar está dedicado al príncipe Felipe, escrito para el
servicio público, con el fin de aumentar los dominios, la llegada de oro, plata y ricas mercaderías
como las especias. En el proemio del autor, nos habla de las excelencias de la navegación, tanto
por su cercanía a las matemáticas como por su seguridad, que permite encontrar el camino en el
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mar con carta, instrumentos (compás y astrolabio) y brújula. También por desenvolverse en tormentas y en parajes extraños, con peñas y bajos desconocidos. No menos porque comunica el mundo, permitiendo el camino del nuevo imperio, incluso Carlos V también con frecuencia navega.
Si esta obra es renovación del Libro de cosmografía, es a su vez compendiada sin teoría y con adiciones prácticas y algunas mejoras en Regimiento de navegación. Muy notable es también su bella
Suma de cosmografía. Como servidor de la familia, escribe una crónica de los duques de Medina Sidonia, mostrando un interesante estilo humanista. Estos personajes, que están creando un mundo nuevo59, también configuran la historia, en especial de los grandes acontecimientos y linajes,
así en Libro de las grandezas. En el Libro de la verdad –de mucho éxito– educa a las grandes casas por
medio de un diálogo entre un noble disoluto y una doncella virtuosa, que es sincera.
El magnífico grupo de estudiosos de la náutica60 culmina en la obra de Alonso de Santa Cruz,
quien nace en 1505 en Sevilla y muere en Madrid en 1567. Su padre fue proveedor o veedor de expediciones, con residencia en los reales alcázares, si bien con casa en Sierpes. El ambiente sevillano y muchas lecturas lo animan a embarcarse y a apoyar la expedición de Sebastián Cabot. Al volver se dedica al estudio, a escribir tratados y a proponer instrumentos, pasa al servicio del emperador en Valladolid en 1557 y, consiguiendo luego una pensión anual del Prudente, retorna a su
ciudad. Tiene un amplio interés en geografía y cartografía, queriendo conocer el mundo entero.
El Islario es buena muestra, parte de un amplísimo proyecto geográfico. Influye con sus ideas en
las instrucciones para descubridores y en las actuaciones del Consejo de Indias. Su enorme obra
quedó casi por entero manuscrita.
Se planteó los más graves problemas de la cosmología y la náutica de la época. Quiso un mapa
sobre el valor de las desviaciones magnéticas, que cree dependiente de la longitud. También escribió un Libro de las longitudes, pero los toscos relojes de la época no podían solucionar los conflictos
de delimitaciones tras el viejo Tratado de Tordesillas. Tuvo intuición de la proyección cartográfica
que dará fama universal a Mercator. También vemos en él esa faceta de humanista y pedagogo, así
como en sus entrevistas con los reyes, con sus libros docentes para infantes, incluso con un Abecedario virtuoso. También en sus libros sobre historia de la monarquía, o su censura de Zurita61.
La náutica renacentista tendrá un nuevo amanecer en manos de los marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, cuyas Observaciones astronomicas, y physicas de 1748 tenemos cerca. La Academia de
Ciencias de París disputaba sobre la forma de la Tierra, pues los seguidores de Newton y Descartes se contradecían. Para unos se achataba por los polos, para otros por el ecuador. Maupertuis
publicaba su proclama «Sur la figure de la Terre» en las Mémoires de l’Académie Royale des Sciences de
1736. Propone dos posibles métodos para averiguar la figura del planeta, uno medir longueur y
courbure de dos arcos contiguos en meridiano y paralelo, o bien en el meridiano. El otro es comparar longueur y courbure de diferentes arcos de meridiano, o de meridiano y paralelo, a grandes distancias. Se inclina y aporta razones por el segundo. Para solucionar esta disputa, que daría la prioridad a la ciencia francesa o a la británica, se decide enviar dos expediciones a medir un grado de
meridiano en Laponia y Perú. Al frente de una estaba Maupertuis, de la otra La Condamine. La expedición tiene amplias consecuencias para la ciencia, en historia natural y medicina, geografía y
cosmografía, astronomía y geodesia62.
Pedida la autorización a la corona española, se unen los dos jóvenes guardiamarinas Juan y
Ulloa. A su vuelta, los españoles redactan sus conclusiones, que suponen un retorno de nuestra
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59 Úrsula Lamb, «Medina, Pedro de» y «Santa Cruz, Alonso de», en Diccionario histórico…, cit., II, pp. 47-50 y 303306.
60 Úrsula Lamb, Cosmographers and Pilots of the Spanish Maritime Empire, Aldershot, Hampshire, Variorum, Ashgate
Publishing Limited, 1995. Úrsula Lamb (ed.), The Globe
Encircled and the World Revealed (An Expanding World. The European Impact on World History 1450-1800), Vol. 3, Aldershot, Hampshire, Variorum, Ashgate Publishing Limited,
1995.
61 Mariano Cuesta Domingo, Alonso de Santa Cruz y su obra
cosmográfica, 2 vols., Madrid, CSIC, 1983-1984; Islario y
cartografía de Santa Cruz, edición, transcripción y estudio
de M. Cuesta Domingo, 2 vols., Madrid, Real Sociedad
Geográfica, 2003.
62
Julio Guillén Tato, Los tenientes de navío Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral y la medición del
meridiano, Madrid, Caja de Ahorros de Novelda, 1973.
Antonio Lafuente y Antonio Mazuecos, Los caballeros del
punto fijo, Barcelona-Madrid, Serbal-CSIC, 1987. La forma
de la tierra. Medición del meridiano. 250 aniversario, Madrid,
Ministerio de Asuntos Exteriores-Ministerio de DefensaMinisterio de Educación y Ciencia-Ministerio de Cultura-Museo Naval, en colaboración con Comisión Quinto
Centenario, 1987. Emilio Soler Pascual, Viajes de Jorge Juan
y Santacilia. Ciencia y Política en la España del siglo XVIII, Barcelona, Ediciones B, 2002 (Biblioteca Grandes Viajeros).
63
Luis J. Ramos Gómez, Las «Noticias secretas de América»,
de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1735-1745), 2 vols., Madrid, CSIC, 1985. Manuel Losada, Consuelo Varela (eds.),
Actas del II Centenario de Don Antonio de Ulloa, Sevilla, CSIC,
Archivo General de Indias, 1995. Francisco Solano Pérez-Lila, La pasión de reformar. Antonio de Ulloa, marino y
científico 1716-1795, Cádiz, Universidad de Cádiz-CSIC,
1999.
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náutica a un rango universal. En la redacción del conjunto de materiales del viaje participan los
dos, si bien se reparten las tareas. Ensenada considera que han servido bien el mandato, además
de haber realizado trabajos importantes para la ciencia y la corona. Se han de examinar por los
mejores matemáticos del país, y no deben ser publicados aquellos aspectos que afectasen a secretos de Estado. Así se publicará independiente la Relación histórica del viaje a la América meridional y se
querrán ocultar las «Noticias secretas de América»63. Cuando tras la muerte de Jorge Juan se publique la segunda edición de las Observaciones, puede llevar una defensa abierta del copernicanismo, el Estado de la astronomía en Europa. La ciencia nueva había entrado, a través de un buen conocimiento del cosmos, tal como el rey Sabio había querido siglos atrás.
Jorge Juan, Observaciones astronomicas, y physicas (cat. 108).
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