Duelo, Acidia Y Melancolía - Escuela Freudiana de Buenos Aires

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"Duelo, Acidia Y Melancolía"
(*) Escuela Freudiana De Buenos Aires. 2006
Isidoro Vegh
Voy a proponer una incidencia que se da en el análisis de las neurosis y que suele diluirse en
otras conocidas: el duelo y la melancolía.
Tenemos un texto clásico de Freud, era inevitable que lo mencionara, "Duelo y melancolía",
figura entre las reflexiones metapsicológicas, fue escrito en 1915, y dice:
"La conjunción de melancolía y duelo parece justificada por el cuadro total de esos dos
estados.(...) El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona
amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. (...)
Cosa muy digna de notarse, además, es que a pesar de que el duelo trae consigo graves
desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un estado
patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado cierto tiempo
se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo."[1]
Recuerdo que tiempo atrás los hombres usaban corbata negra, las mujeres su vestido negro y
nadie iba a decir que esas personas estaban mostrando un trastorno patológico. Cierto saber
en la cultura manifestaba un reconocimiento del estado de duelo. Ante él, Freud opone la
melancolía:
"La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una
cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición
de toda productividad –cosas que por otro lado también suceden en el duelo- y una rebaja en
el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema
hasta una delirante expectativa de castigo."[2]Esto último, más la forma evolutiva, diferencia la
melancolía del duelo. Y dice una de esas frases que terminan siendo aforismos: en la
melancolía el sujeto "sabe a quién perdió, pero no lo que perdió en él"[3]. Concluye en su
interpretación de que el melancólico se identifica con el objeto perdido, segundo aforismo: "La
sombra del objeto cayó sobre el Yo."[4]
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Voy a decir una herejía: comencé citando a nuestro maestro Freud y lo que él me enseñó.
Pero no me alcanza. Si aceptamos que la melancolía es una entidad, que implica una
estructura diferenciable del duelo, con las características que describe: autorreproche,
rebajamiento de la estima, de la valoración yoica, imposibilidad de dialectizar el enclave que
llevado al extremo puede llevar al delirio de Cotard, cuando el sujeto se siente como alguien
que habita un cuerpo que se está pudriendo, le diría que eso se podría situar en un campo
que está fuera de la neurosis. La suelo ubicar como una variante de las psicosis que no se
iguala a las grandes psicosis que conocemos -parafrenia, esquizofrenia o paranoia- pero que
se incluye dentro del campo de las psicosis donde el sujeto queda a merced del goce sádico
del Superyó sin posibilidad de producir la flexión operatoria que los analistas llamamos
castración. En la melancolía, la sombra del objeto que yo era para el Otro, perdido el sustento
que el Otro me daba, retorna sobre mí como una sombra. Mi identificación con este objeto es
un modo de entificar el objeto nada. Le diría a Freud ‘maestro, como lo pienso así, aunque
estoy muy agradecido por todo lo que usted nos ha propuesto, no puedo desconocer que falta
un término, "Duelo, x y melancolía". x para nombrar cuando hay una depresión que no es el
duelo habitual, que implica una dimensión sintomática pero en la neurosis.
Voy a mencionar el texto donde se me ocurrió el término a proponer. Es de un filósofo italiano,
Giorgio Agamben y el libro se llama "Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura
occidental", es de la Editorial Pre-textos. Buen título, y más por ser de un filósofo. Es un
filósofo moderno, como Santiago Kovadloff, de esos que leen a Lacan, a Freud porque
descubrieron que no pueden excluir al psicoanálisis del campo de la cultura. Giorgio Agamben
escribe su preocupación por objetos que se caracterizan por tener eficacia a partir de su
ausencia. Comienza por uno que sitúa lo que voy a desarrollar:
"Durante toda la Edad Media, un azote peor que la peste que infecta a los castillos, las villas y
los palacios de la ciudad del mundo se abate sobre las moradas de la vida espiritual, penetra
en las celdas y en los claustros de los monasterios, en las tebaidas de los eremitas, en las
trapas de los reclusos. Acedia, tristitia, taedium vitae, desidia son los nombres que los padres
de la Iglesia dan a la muerte que induce en el alma;"[5]
Pertenece a los pecados capitales. En la enumeración de Casiano son: Gastrimargia que en
castellano quiere decir "gula", ese pedacito de asado que comen cuando ya no dan más pero
que es el más rico; Fornicatio que se traduce por "lujuria"; Philargyria que se traduce por
"avaricia"; Ira; Tristitia –tristeza-; Acedia -o acidia-; Cenodoxia, que quiere decir "vanagloria";
Supervía o soberbia. Por suerte, creo que disfrutamos de todos. A partir de San Gregorio, la
tristitia se funde con la acedia- yo la voy a llamar acidia.
Bajo mi baraja y propongo "Duelo, acidia y melancolía".
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Voy a desplegar un contrapunto entre la acidia y la angustia.
Nos dice Agamben:
"Los padres (de la iglesia) se encarnizan con particular fervor contra el peligro de este
‘demonio meridiano’ -se llama demonio meridiano porque en la iconografía medieval suele
aparecer a la hora del mediodía, cuando el sol está en lo más alto- que escoge a sus víctimas
entre los homines religiosi y los asalta cuando el sol culmina sobre el horizonte."[6] Hay
descripciones del cuadro en hebreo, su nombre es Keteb. Hay antecedentes mitológicos de
este mismo cuadro, Agamben cita a Rohde, en la tradición griega.
¿En qué consiste el cuadro de acidia? Agamben dice[7]:
"Apenas este demonio –para los padres de la iglesia esto surge por acción del demonio,
nosotros vamos a intentar dar la lógica de la estructura, no les vamos a pedir a ellos que
hablen en términos de Inconciente o de gran Otro- empieza a obsesionar la mente de algún
desventurado le insinúa en su interior un horror del lugar en que se encuentra, un fastidio de la
propia celda y un asco de los hermanos que viven con él, que le parecen ahora negligentes y
groseros."
El sujeto empieza a sentir horror del lugar, no encuentra gusto en donde se encuentra. No
puede habitar bien los límites de su propia piel. Proclama un disgusto de su lugar y un fastidio
dirigido al otro. En nuestra clínica: comienza a dominar la cara de culo. ¿La registran en
algunos pacientes? Empieza a ser sistemático, una cara que acompaña el sufrimiento del
sujeto, no anda feliz por el mundo, muestra horror del lugar que habita. Tristitia con acidia, al
modo de San Gregorio, el estado acidioso es una tristeza con acidia, el asco hacia el otro es
un modo fallido de defensa, ‘no soy yo el negligente, son los otros". "Le hace volverse inerte a
toda actividad que se desarrolle entre las paredes de su celda, ..." Acusa al otro de negligente
pero sufre, no es un manejo instrumental, es un sujeto que sufre y hace sufrir a los que
comparten con él ese momento de su vida, y lo encuentran inerte. "...le impide quedar en ella
en paz y atender a su lectura; y he aquí que el desdichado empieza a lamentarse de no sacar
ningún goce de la vida conventual, y suspira y gime que su espíritu no producirá fruto alguno
mientras siga donde se encuentra" Incidencia de la queja que no resuelve sino que agrava la
encrucijada. La trampa en la que el sujeto penetra hace que no pueda producir los frutos que
anhela, la convierte en profecía autocumplida. Pero el sujeto anhela sus frutos, no es el
melancólico que dice ‘no quiero nada’.
"quejumbrosamente se proclama inepto para hacer frente a cualquier tarea del espíritu y se
aflige de pasársela vacío e inmóvil siempre en el mismo punto,..."
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Hay aflicción del sujeto por no ponerse en movimiento. Si bien hay complacencia, domina el
disgusto, hay lucha, hay tristeza y defensa – más bien fallida- contra esa tristeza.
"él que hubiera podido ser útil a los demás y guiarlos, y en cambio no ha concluido nada ni ha
sido de provecho a ser alguno. Se hunde en elogios deshilvanados de monasterios ausentes y
lejanos y evoca los lugares donde podría ser sano y feliz;..." El otro lugar sí que vale; mantiene
el valor del ideal, aunque no lo puede situar en su propia vía. Para un melancólico nada vale.
"describe cenobios dulces de hermanos y flagrantes de conversaciones espirituales; y, por el
contrario, todo lo que tiene al alcance de la mano le parece áspero y difícil,..." Esto es lo que
hace insoportable la trama para quienes conviven y tormentosa la transferencia para el
analista cuando se despliega en el análisis.
"Entonces empieza a mirar en su torno aquí y allá, entra y sale muchas veces de la celda y fija
los ojos en el sol como si pudiera retardar el ocaso; y al fin, le cae en la mente una insensata
confusión, semejante a la calígine que envuelve a la tierra, y lo deja inerte y como vaciado."
Descripción de Joannis Cassiani, de su texto De institutis coenobiorum, concluye mostrando la
desorientación del sujeto, no sabe donde está.
Esta estructura, con mayor o menor gravedad, con mayor o menor duración, puede aparecer,
irrumpir en el análisis de un neurótico.
Agamben, en ubicación moderna, reconoce en el dandy, por ejemplo, en Baudelaire, esta
posición de la acidia. Menciona el primer poema de Les Fleurs du mal, Las flores del mal, que
se titula "La destrucción"[8].
Sin cesar a mis lados se agita el demonio;
Nada a mi alrededor como un aire impalpable;
Lo trago y lo siento que abrasa mi pulmón
Y lo llena de un deseo eterno y culpable.
A veces, toma, sabiendo mi gran amor al Arte,
la forma de la más seductora de las mujeres,
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Y, bajo especiosos pretextos de hipócrita,
acostumbra a mi labio con filtros infames.
Me conduce así, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga, en medio
de las llanuras del aburrimiento, profundas y desiertas,
y arroja en mis ojos llenos de confusión
vestidos manchados, heridas abiertas,
y el aparato sangrante de la destrucción.
Es lo mismo en versión más cercana. Es algo que se le aparece al sujeto como una tentación
mortífera, mortificante cuyo precio mayor es el tedio, el aburrimiento, el sujeto pierde el gusto,
incluso por su Arte, por la creación. El poema nos recuerda el valor de su Arte. No es el
melancólico que dice ‘todo es una mierda’, él recuerda el valor del ideal que tenía puesto en
el Arte; pero tentado por el demonio se encuentra pagando el precio del tedio y la confusión.
En la patrística cristiana se habla de las filiae acediae, las hijas de este diablo meridiano,
cortejo infernal que se caracteriza por malicia, rencor, pusilanimidad, desesperación,
somnoliencia y también la evagatio mentis, aceleración imaginaria sin anclaje que puede
derivar en un movimiento maníaco, a una idea le sigue otra sin posibilidad de que el sujeto
ancle en una. Se manifiesta en la "verbositas, la monserga vanamente proliferante sobre sí
mismo.[9] Agamben lo resume como ‘hirpertrofia de la imaginación’. Yo diría aceleración de
la imaginación sin anclaje. En el mundo capitalista, burgués, nos recuerda Agamben,
desgraciadamente esta tristitia acidia fue muchas veces identificada, estigmatizada como
pereza, ‘vos no querés hacerlo’. Es un riesgo que el analista se situé en esta posición
equivocada dado que no es un problema de pereza, el sujeto es desdichado aunque tenga
complacencia con su posición. Quien lo vió bien es Santo Tomás que lo aclara en la Suma
Teológica: no corresponde ponerla bajo el signo de la pereza sino de la angustiosa tristeza y
de la desesperación. Dice, domina, citando a Guilielmi Parisiensis en la Opera omnia,
Venteéis, 1591, la imagen del recessus, del retirarse atrás. Punto esencial de la acidia: se
inicia en el recessus, en la renuncia. Ya digo su contraparte: -la angustia se inicia con el
anuncio. Acidia y angustia, se inician como renuncia y anuncio. Pero se trata de una renuncia
que no es la del melancólico, no es la renuncia de alguien que dice ‘nada vale’. El sujeto
retrocede ante lo mejor que le puede arribar, que Dios le ofrece. Dice:
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"El sentido de este recessus a bono divino, de esta fuga del hombre ante la riqueza de las
propias posibilidades espirituales, ..."[10]
El sujeto no reniega. En el poema, Baudelaire escribe Arte con mayúscula.
"Que el acidioso se retraiga de su fin divino no significa, de hecho, que logre olvidarlo o que
cese en realidad de desearlo."[11]
A Agamben le interesa porque quiere investigar la eficacia de este objeto perdido. "La suya es
la perversión de una voluntad que quiere el objeto, pero no la vía que conduce a él y desea y
yerra a la vez el camino hacia el propio deseo."[12]
La acidia no se opone al deseo, no lo ignora sino que se opone a la satisfacción del deseo, al
encuentro del sujeto con el objeto de su deseo.
Un autor medieval que podría muy bien inscribirse en los prejuicios burgueses, Jacopone da
Benevento[13], decía ‘la acidia cada cosa quiere tener, pero no se quiere fatigar’. Tiene un
tono superyoico. Mucho mejor es la cita que Agamben hace de Kafka[14]: ‘existe un punto de
llegada, pero ningún camino’. Podríamos recordar a Van Gogh, su cuadro "Retrato del Doctor
Gachet", como una figura típica del acidioso: un hombre o una mujer apoyando su cara en la
mano izquierda, mientras deja caer la mirada desolada.
En una carta a su hermano Theo, Van Gogh le escribe: ‘- no lo voy a ver más al doctor
Gachet, es muy amable conmigo, bondadoso, pero está más triste que yo’.
Por último –por eso cité a Baudelaire- sería un error ver en esta disposición a la acidia sólo
algo negativo. En la historia del Arte es frecuente que la lucha contra la acidia haya generado
obras importantes. Para Agamben, la obra de Baudelaire podría situarse en esa perspectiva.
Es la tristitia salutifera. Aunque no lo recomiendo, es el luto que crea alegría.
El último párrafo, bien escrito nos salva de tentar una posición única.
"En la medida en que su tortuosa intención abre un espacio a la epifanía de lo inasible, el
acidioso da testimonio de la oscura sabiduría según la cual sólo para quien ya no tiene
esperanza ha sido dada la esperanza, y sólo para quien en cada caso no podrá alcanzarlas
han sido asignadas metas. Así de dialéctica es la naturaleza de su ‘demonio meridiano’.
Como de la enfermedad mortal, que contiene en sí misma la posibilidad de la propia curación,
también de ella puede decirse que ‘la mayor desgracia es no haberla tenido nunca’."[15]
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Hasta aquí quise describir un cuadro que cabe encontrarlo en el curso del análisis de un
neurótico, cuando el sujeto nos cuenta su desazón y su sufrimiento, también su incapacidad
de moverse y su imposibilidad de hallar un espacio que le convenga, su crítica quejosa hacia
sí y hacia quienes lo rodean, pero al mismo tiempo, sus anhelos imposibles desde su
perspectiva y su lugar, que sitúa posible en otro espacio. Es una descripción de una estructura
que propongo diferenciable del duelo normal y de lo que Freud llamó melancolía.
Mi idea es que en lo que Freud llamó melancolía hay una conjunción, una condensación, de
este cuadro de acidia y de la melancolía como estructura propiamente dicha. Creo que en la
literatura psicoanalítica muchas veces suele hacerse lo mismo. A veces se lo remedia
hablando de duelo patológico que puede tener alguna connotación ligada a la acidia.
NOTAS
[1] Freud, Sigmund. Obras completas, Duelo y melancolía, pág. 241. Amorrortu editores,
Buenos Aires, 1976.
[2] Idem., pág. 242.
[3] Idem., pág. 243.
[4] Idem., pág. 246.
[5] Agamben, Giorgio. Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, pág. 23.
Editorial Pre-textos, Valencia, 1995.
[6] Idem, pág. 24.
[7] Idem, pág 25.
[8] Baudelaire, Charles. Obra completa en poesía, pág. 302. Editorial Libros Rio Nuevo,
Barcelona.
[9] Agamben, Giorgio. Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, pág. 28.
Editorial Pre-textos, Valencia, 1995.
[10] Idem, pág. 31.
[11] Idem.
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[12] Idem.
[13] Idem, pág. 32.
[14] Idem, pág. 32.
[15] Idem, pág. 35.
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