9 / MI y saJ*% líVQsriG^ San Agustín y Santa Ménica P. Ángel Morras, o.a.r. PROLOGO He aquí un buen libro para una oportuna divulgación. Bueno porque pone al alcance de todos de la curiosidad intelectual media esa obra literiaria de todos los tiempos que es Las Confesiones de San Agustín. Y de la curiosidad apresurada, más de un lector y más de ciento -estoy seguro- ha de pasar a la meditación reflexiva de las inmortales páginas del Santo. Divulgación tiene que ver con vulgo, en el sentido más honorable y democrático de la palabra. Y no se ha encontrado otra forma de di-vulgar que la del viejo poeta latino: ' 'miscentes utile dulci'', lo que es tanto como decir que aleando a partes iguales la amenidad y la enseñanza. Así ha logrado hacerlo el P. Ángel. Como ante un pórtico romántico la belleza de trazos admira y el gesto de los personajes alecciona, como en una catcquesis los ejemplos atraen y la moraleja queda sembrada en el corazón, así estas páginas que siguen han de ser leídas de un solo trago, como si de una novelita se tratara, pero al fin, sin que el autor lo diga expresamente, quedará en el lector el convencimiento de que Dios dispuso anécdotas y personajes (Mónica, Alipio, Romaniano, Simpliciano, Ambrosio...) en función del gran Agustín y que a Agustín lo previo en función de la historia grande de la Ciudad de Dios. Es virtud del autor castigar su pluma para no arrebatar la palabra al biografiado y para no adentrarse en vericuetos moralizantes o en divagaciones psicológicas. El estilo puede parecer flaco, sin caireles, ascético casi. Y lo es. Lo digo en su elogio, porque la tentación de romper ese propósito estilístico ha debido de ser imponderable. Lo que importa no es precisamente el lucimiento ornamental, sino poner de relieve el sentido providencialista de la aventura agustianiana, que va 6 desde una juventud desenfadada, pero honesta, hasta las cotas más altas de la espiritualidad occidental. Y esto sí que lo ha logrado el P. Ángel Morras haciéndonos ver cómo el dedo de Dios va engarzando, como perlas, las que pudieran parecer nimiedades (el robo de unas peras, elfastidio de la cantinela de multiplicar, las tentaciones de la adolescencia y los enamoramientos de la juventud, los banales triunfos escolares, los sueños y regarlos de una madre, el consejo de un anciano, el canto de un niño, la lectura de un libro, la emoción bucólica de unas vacaciones...), pero nimiedades que en la visión retrospectiva del Agustín Santo son hitos que Dios mismo ponía a su vida. Si alguno de ellos es enjuiciado como pecado por el rigor escrupuloso del Santo, el lector de nuestros días no tiene más remedio que aplicarle el juicio, mucho más benevolente, con que el mismo Agustín disculpara la culpa de nuestro padre Adán: "O felices culpae quae talem ac tantum meruerunt Agustinum" ¿Benditos pecados que hiciron madurar a un hombre, grande y amable, como lo fue Agustín! mienda formulado con ocasión del canto de un niño oído en el apacible otoño milanés del año 386; es la transformación radical (y radical viene de raíz) de un hombre y, con él, de la vieja filosofía grecolatina, que queda proyectada en adelante hacia su porvenir cristiano y occidental. Por ello, obras como la presente -sencillas, amenas, precisas, rigurosas- vienen como anillo al dedo a la superficialidad ambiental que padecemos. Porque nos acercan a una idea grande y nos obligan a detener el paso para reflexionar. JuanB. Otarte La historia posterior del monje, del sacerdote, del obispo, del escritor, del polemista queda, en este librito, constreñida a unas pocas páginas. Yesque, con ser la de un santo, tal vez tenga menos virtualidades ejemplarizantes para unos tiempos como los que nos han tocado en suerte, en que abundan mucho más las dudas, las desorientaciones, los pecados incluso, que las certezas, las seguridades, la fe. Todos, quien más quien menos, trepamos dificultosamente la misma cuesta de Agustín pecador y por ello nos llega al corazón su figura. Como le ocurría a Santa Teresa de Avila. He dicho que es una divulgación oportuna. Nos hallamos al borde de conmemorar el XVI centenario de la conversión de San Agustín. Una conversión que es algo más, mucho más, que un propósito personal de en- 8 9 CAPITULO I EN UN HOGAR AFRICANO E¡ día 13 de noviembre del año 354 veía Agustín por primera vez la luz del mundo, en Tagaste, pequeña ciudad del norte de África. Sus padres se llamaban Patricio y Mónica. Aunque nacido en el seno de una familia cristiana, siguiendo la costumbre de entonces, su bautismo fue aplazado para edad más avanzada. De todos modos, el niño fue inscrito en el número de los catecúmenos; según el rito, se hizo la señal de la cruz sobre su frente y se puso la sal bendita en sus labios. Su madre era fervorosa cristiana; en cambio su padre era pagano liberal. El matrimonio tuvo otros dos hijos que llamaron Navigio y Perpetua. Entre los esposos había cierta diferencia de edad: Mónica se casó en la edad nubil; mientras que Patricio ya no era un jovencito. Pero sobre todo existia gran diferencia de carácter, y Mónica tuvo necesidad de buena dosis de paciencia y habilidad para convivir con su esposo y mantener unida la familia. "Su esposo le fue desleal, pero ella soportó de tal manera sus infidelidades que jamás tuvo por eso el menor altercado. Tenia siempre la esperanza de que tu misericordia, Dios mío, descendiera sobre él, y le concedieras primeramente la fe y después la fidelidad. 13 Era él, por una parte extraordinariamente afectuoso y por otra sumamente iracundo y colérico. Cuando ella lo veía enojado, tenía la prudencia de no contradecirle ni de obra ni de palabra, mas después ya quieto y sosegado, aprovechaba la primera oportunidad para explicarle su comportamiento, si se había irritado más de lo justo. Menos violentos eran los maridos de algunas de sus amigas; y sin embargo éstas con frecuencia mostraban el rostro marcado por los golpes recibidos; y se quejaban entre si de la brutalidad de sus esposos. Mi madre les reprendía su forma de hablar y les recordaba que desde el momento en que ellas habían oído la lectura del contrato matrimonial, debían considerarlo como un documento, en virtud del cual estaban al servicio de sus maridos y ni debían engreírse ni ensoberbecerse contra ellos. Sus amigas, sabedoras de lo feroz que era el esposo de Mónica, se admiraban de cómo podía sobrellevarlo, a tal punto que jamás habían visto ni oído indicios de que alguna vez Patricio le hubiera puesto las manos encima o hubieran tenido riña alguna. Le preguntaban con familiaridad y confianza la causa de aquella inalterable concordia y ella les mostraba su modo de proceder que he dicho. Algunas seguían su consejo y daban gracias a Dios por el bien que experimentaban; otras no la imitaban y seguían oprimidas y maltratadas por sus esposos". (Confesiones IX, 9,19). "Otro gran don concediste, Dios y Señor mío, a aquella sierva tuya, en cuyas entrañas me creaste: el don de poner en paz los ánimos de cualesquiera que estuvieran entre sí reñidos y discordes. Porque ella escuchaba de una y otra parte los más amargos reproches que la amistad colérica e indigesta suele proferir cuando en una acerba conversación se murmura de una amiga que no está presente, exhalando por la boca la crudeza de sus odios indigestos y podridos. Mónica nunca decía a las unas lo que había oído a las otras; solamente comunicaba lo que podía contribuir a desenconarlos y reconciliarlos. Esta cualidad me parecería pequeña, si una triste experiencia no me hubiera hecho ver tantas gentes -como si fuera un horrendo contagio que se extiende por doquier- que no sólo acostumbran a comunicar a los enemigos enojados lo que dijeron sus enemigos airados, sino que añaden otras cosas que no han dicho. Debiera ser al contrario, que un hombre verdaderamente humano se cuida mucho de no estimular entre los demás las enemistades contando las cosas malas que los unos dijeron de los otros, sino aun afanarse hablando bien de todos. Asi lo hacia mi madre, siguiendo las enseñanzas que Tú, Señor, le dictabas en la escuela de su corazón". (Confesiones IX, 9,21). "En mi niñez yo creía en Ti, Señor. Y creían también mi madre y todos los de la casa, a excepción de mi padre; el cual, a pesar de que no tenía fe, nunca contrarrestó los esfuerzos solícitos de mi madre, para que Tú, Dios mío, fueses mi verdadero padre, más que el que me había engendrado. En esto Tú le ayudabas a vencer a su marido, a quien servía con todo esmero por Ti; sirviéndote a Ti en él. que había tenido que sufrir cuando todavía era infiel". (Confesiones IX, 9,22). En sus primeros años, Agustín da muestras de ser un niño de ingenio vivo y de entendimiento despejado. Como a todos los niños, le gustaba jugar. Entre sus compañeros destacaba por su facilidad de palabra y por el encanto de su conversación. Era sin duda, el "cabecilla' ' de sus compañeros; característica del futuro líder de almas. Mientras tanto, su madre le instruía en las cosas de la fe: le enseñó a rezar e invocar el dulce nombre de Jesús; e inculcó en su corazón tres ideas fundamentales, que fueron semilla de un espléndido desarrollo. Son las ideas de un Dios que nos cuida y nos ama; un SeñorJesús que nos salva; y el juicio final como puerta para entrar en la vida futura. Estas lecciones debieron impresionar vivamente el corazón del niño; sobre todo cuando un día vio a su padre convertido al cristianismo y pidiendo el sacramento del bautismo. Mónica poseía el don de la persuasión: sus palabras, sus imágenes tenían tal fuerza seductora que difícilmente podían olvidarse sus enseñanzas. En cierta ocasión cayó Agustín gravemente enfermo con una violenta fiebre y fuertes dolores de estómago, hasta el punto de que se temió por su vida. Bañado en sudor pidió con insistencia el bautismo. Parece extraño este gesto del niño; pero ciertamente se trata del efecto de las lecciones de la madre. Mónica quiso satisfacer el deseo de su hijo, mas de pronto el enfermo comenzó a mejorar y el bautismo fue diferido para otra ocasión. Finalmente, algún tiempo antes de que saliese de esta vida temporal, conquistó a su esposo para Ti; y desde que se convirtió a la fe ya no tuvo que llorar lo 16 17 CAPITULO II La búsqueda de Dios, es la búsqueda de la felicidad. El encuentro con Dios es la felicidad misma. LAS PRIMERAS LETRAS Cuando estuvo en edad de asistir a la escuela, comenzó a aprender las primeras letras. Más tarde recordará con tristeza estos sus primeros años: los bancos donde debía estar sentado horas y horas; el repetir a coro la monótona cantinela: uno y uno dos; dos y dos cuatro; las amenazas del maestro. Ciertamente, la escuela de primaria no era entonces simpática; a las dificultades de todo comienzo había que añadir el temor a los azotes que caían frecuentemente sobre las espaldas de los niños, porque según el popular refrán: "la letra con sangre entra". "Cuántas miserias y humillaciones pasé en aquella edad en la que se me proponía como única norma de vida la obediencia. Pretendían con ello que yo sobresaliera en las artes del bien hablar, con que se consigue la estima y la honra para los hombres. En consecuencia me enviaron a la escuela para aprender las letras. Yo ignoraba qué utilidad tenia todo aquello, y cuando era descuidado en el estudio me golpeaban. Los mayores aprobaban un trato tan duro e incluso lo celebraban. Quienes han vivido antes que nosotros nos han preparado estos caminos difíciles y trabajosos por los cuales se nos obliga a pasar. 21 También es verdad que entonces tuve algunos maestros que Te invocaban, Dios mío, y se encomendaban a Ti. De ellos aprendí que eres grande y que, aunque no Te percibimos con los sentidos, Tú nos escuchas y nos socorres. Y asi, desde niño comencé a invocarte y mi lengua se iba soltando en la oración''. (Confesiones 1,9,14). " Y sin embargo, leía, escribía y estudiaba menos de lo que me exigían. No es que me faltara la memoria o el ingenio, que me los diste suficientes; pero me gustaba el juego. Y me castigaban quienes jugaban como yo. Con la diferencia de que los juegos de los adultos se llaman negocios y ocupaciones; y los juegos y entretenimientos de los muchachos se castigan como delitos. Y nadie tiene lástima de los unos ni de los otros". (Confesiones 1,9,15). Agustín detestaba la escuela y lo que en ella se enseñaba. Los castigos se repetían todos los días sin que pasara uno solo que no recibiera los golpes de la varita del maestro. Se quejaba en su casa a sus padres, pero ellos se burlaban; incluso su buena madre se reía. Y el pobre niño desesperado no sabía a qué santo encomendarse. Se acordaba entonces de haber oído hablar de Dios, de aquel Dios infinitamente bueno y grande que protege a los pequeños y a los oprimidos. Y con toda la sencillez de su corazón rezaba así: "Oh Dios, haz que no sea castigado hoy en la escuela''. Por otra parte era tal su afición al juego que esto le inducía a engañar a sus maestros y a sus padres y a cometer otras fechorías. No es más feliz quien más tiene, sino quien necesita. menos "Ofendía a mis padres, maestros y educadores con incontables mentiras; y todo por la pasión del juego y por la afición a ver espectáculos para luego imitar las habilidades de los que jugaban. 23 También cometía hurtos de la despensa de la casa y de la mesa de mis padres; unas veces movido por la gula y otras para tener algo que dar a los muchachos que me vendían su juego, y con ello nos divertíamos unos y otros. Muchas veces, dominado por el deseo de sobresalir, amañaba el juego para conseguir la victoria. Y, sin embargo, no había cosa que más me molestara que sorprender a mis amigos en las mismas trampas que yo hacía. Y si me descubrían y me lo echaban en cara prefería pelear antes que ceder. ¿Es esta la inocencia de un niño? No lo es, Dios mío. Porque de estas faltas en la edad escolar que tienen por objeto frutas, pelotas y pajarillos, al llegar a la edad mayor se pasa a cosas grandes, como es la ambición de oro, de tierras y de esclavos. Por lo tanto cuando Tú, Señor, dijiste que "el reino de los cielos es de los que se hacen como niños", no pretendías demostrar su inocencia, sino la humildad simbolizada en su pequeña estatura". (Confesiones I, 19,30). A pesar de estos detalles que no tienen nada de extraño en un joven de su edad y en el ambiente en que vive, el padre descubre que el muchacho tiene una inteligencia extraordinaria que se revela en cada uno de sus actos, en cada una de sus palabras. Y Patricio comienza a soñar en los honores, en la fama y en las riquezas que puede darle aquel hijo. 24 CAPITULO III UN JOVEN DE PORVENIR Cuando terminó primaria, su padre lo envió a estudiar a la cercana ciudad de Madaura. Quizás era la primera vez que salía de Tagaste. Madaura presentaba el aspecto aristocrático de una gran ciudad, rica en monumentos y sede importante de estudios y cultura. Por todas partes se veían templos, arcos de triunfo, termas, pórticos, estatuas. Agustín vivía en un mundo maravillosos, donde tantas leyendas y tantas obras de arte excitaban su natural tendencia a la belleza. La vida en Madaura no estaba hecha para un joven católico que hubiera querido perseverar en la fe. El cristianismo era considerado allí como religión de pueblos bárbaros. La mayor parte de la población era pagana, y paganas eran sus costumbres y sus fiestas. En este ambiente y fuera de la casa paterna, el hijo de Mónica se fue olvidando de las lecciones de la madre y al mismo tiempo se alejaba poco a poco del cristianismo. "Quiero traer a mi memoria las fealdades de mi vida pasada y las carnales torpezas de mi alma. No lo hago por complacerme, sino por amor a Ti, Dios mío. Por tu amor, voy a recorrer en la memoria, la amargura de mis perversos caminos y las malas andanzas, 27 para que Tú seas mi dulzura verdadera, feliz y segura; y sanes este corazón dividido en pedazos, mientras separado de Ti anduve en muchas vanidades. En algún tiempo de mi adolescencia, ardía en deseo de saciar los más bajos apetitos y me entregué a sombríos afectos y pasiones, con lo cual se afeó la hermosura de mi alma y me convertí en podredumbre ante tus ojos, Señor y Dios mío". (Confesiones II, 1,1). " N a d a me deleitaba entonces sino amar y ser amado. Pero no guardábamos la debida compostura con que deben amarse las almas dentro de los limites luminosos de una sana amistad, sino que se levantaban en mi, tinieblas de fangosa concupiscencia carnal que obnubilaban y ofuscaban mi corazón de tal modo que no sabia distinguir entre la clara serenidad del amor casto y la inquietud tenebrosa del amor impuro. Ambos amores ardían confusamente en mi corazón y me arrastraban por los despeñaderos de las pasiones. Tú, Señor, debías estar enojado contra mi y yo no lo advertía. Con el ruido de la cadena mortal que arrastraba me había vuelto sordo a tus voces y me iba alejando de Ti; y Tú lo permitías. Era traído y llevado por el fermento de las pasiones y Tú callabas". (Confesiones II, 2,2). "Ojalá hubiera tenido yo entonces alguien que me sujetara, enseñándome a usar rectamente de la belleza de las cosas. Pero me dejé llevar del ímpetu de las pasiones y me aparté de Ti, traspasando los límites de lo permitido. Es verdad que no me libré de tus castigos, Señor, porque tu misericorida siempre estaba junto a mi, rociando de amargura mis placeres pecaminosos. Quenas con esto, que buscara la ver29 dadera felicidad, sin mezcla de amarguras y disgus-/ tos. Y ¿dónde podía conseguirla sino en Ti, que si nos hieres es para sanarnos, y si nos haces morir a nosotros mismos es para vivir en Ti?". (Confesiones II, 2,3). Muy pronto se hizo brillar Agustín entre sus compañeros de Madaura; y sus maestros descubrieron en él un joven de porvenir, por no decir un joven "prodigio". El estudio de los autores clásicos se efectuaba de acuerdo a unos métodos tradicionales: se leían los pasajes en voz alta, se aprendían de memoria y se recitaban dando máxima importancia a la dicción y a la puntuación. Entonces comenzó a aficionarse a la literatura clásica hasta derramar lágrimas sobre los libros, cuando leía las pasiones y sus trágicos desenlaces descritos. Un día tuvo que declamar un discurso que él mismo había compuesto. Se trataba del dolor y de la cólera de Juno que no podía impedir que los Troyanos arribaran a Italia. Era un tema clásico, y el joven orador lo declamó de una manera tan real y emocionante que sus compañeros no pudieron menos de aplaudir. Patricio y Ménica podían sentirse orgullosos de su hijo; por lo menos de sus cualidades intelectuales. 30 CAPITULO IV UN AÑO DE OCIOSIDAD Terminados los estudios de gramática se vio obligado a regresar a Tagaste. En Madaura no había profesores que pudieran enseñarle el camino del porvenir y de la gloria; éstos se encontraban en Cartago. Pero el viaje era largo y la vida muy costosa para las posibilidades de su padre. Si Patricio, con grandes sacrificios, había podido asegurar a su hijo la educación en las escuelas de Madaura, para los estudios de Cartago necesitaba acudir a la generosidad de algún amigo. Y en estos menesteres transcurrió un año. Mientras tanto, el joven Agustín, libre del cuidado de los maestros, ocioso y empujado por las malas compañías, comenzó a entregarse a una vida fácil y a dejarse llevar por su naturaleza apasionada. "¡Qué lejos de las delicias de tu casa, Señor, estaba yo en el año decimosexto de mi edad! Entonces fue cuando me dominó la concupiscencia, y yo me rendí a ella enteramente, lo cual aunque los hombres lo aprueban no es lícito y está prohibido por tus leyes. No se preocuparon los míos de encaminarme al matrimonio para evitar mis caídas. Solamente se preocupaban de que aprendiese a declamar los más hermosos discursos y a convencer con la palabra". (Confesiones II, 2,3). "Y sucedió que estando un día yo en el baño, me vio mi padre ya púber y con los signos de la inquieta \ 33 adolescencia. Muy contento fue a contárselo a mi madre, alegrándose anticipadamente de los nietos, que esperaba de mí. Era la fuerza de lo humano lo qu^ le hacia pensar asi. Pero Tú, Señor, ya habías comenzado a edificar tu templo en el corazón de mi padre y a tener allí tu santa morada; que mi padre todavía era catecúmeno, desde hacía poco tiempo; y así, al oírlo se sobresaltó con piadoso temblor por mí; pues aunque todavía no era cristiano, temió que fuera por los caminos torcidos por donde andan los que te vuelven la espalda y no la cara. ¡Ay de mi! ¿Y me atrevo a decir que Tú, Dios mió, permanecerías callado, mientras yo me iba alejando más y más de Ti? ¿Es verdad que Tú callabas, Señor, y que no me hablabas? ¿De quién sino tuyas eran aquellas palabras, que por boca de mi madre me cantabas al oído? Mas ninguna de aquellas palabras descendió a mi corazón para ponerla por obra. Pon amor en las cosas que haces y las cosas tendrán sentido. Retírales el amor y se tornarán vacías. 34 Quería ella -y recuerdo que a solas con gran diligencia me lo avisó- que no tuviese trato ilícito con mujer alguna, y especialmente con mujer casada, Pero sus consejos me parecieron mujeriles a los que daría vergüenza obedecer. Mas en realidad eran tuyos y yo no lo sabia; pensaba que Tú callabas y hablaba ella; y eras Tú el que hablabas por boca de ella; y al despreciar a ella, yo su hijo, el hijo de tu sierva, te despreciaba a Ti. Yo lo ignoraba y corría ciegamente hacia el precipicio, sin poder soportar que mis compañeros, que se jactaban de sus fechorías, me superaran en malas acciones. Con tales compañeros recorría yo las calles y plazas. Y me revolcaba en el cieno del pecado. Un enemigo invisible me tenia en el lodo, mientras yo me dejaba oprimir. Pero mi madre, que fue tan solicita en recomendarme la castidad, no tuvo la misma solicitud en aconsejarme sobre el matrimonio, si no era posible cortarme de otra manera la concupiscencia. Ella no se cuidó de esto; tenia miedo que los lazos del matrimonio dieran fin a las esperanzas que de mi tenían. No a la esperanza de la vida futura, sino a la esperanza de mis estudios, que tanto ella como mi padre deseaban vivamente; pero con esta diferencia, que él, pensando poco o nada en Ti, formaba castillos en el aire sobre mí; y ella porque no veía en los estudios un estorbo, sino más bien una ayuda para llegar a Ti. También para el juego y otras diversiones me aflojaban las riendas más de lo que permite una discreta severidad, dejándome ir libremente tras mis desordenados deseos, afectos y pasiones. En todo esto había 36 como una espesa y oscura niebla que me impedia ver, Dios mió, la serena y brillante hermosura de tu verdad". (Confesiones II, 3,6). ' 'Tu ley, Señor, prohibe robar; y esta ley está de tal modo grabada en el corazón del hombre que no hay quien la pueda borrar. Pues ¿qué ladrón es capaz de soportar que le robe otro ladrón? Pues bien, yo quise robar y robé; no por necesidad, sino por maldad. Porque robé cosas que yo tenia en abundancia y que no eran mejores que las que poseía. Y ni siquiera disfrutaba de las cosas robadas; lo único que me interesaba era el hurto en si. En una hacienda cerca de la nuestra, había un árbol cargado de peras, que ni eran hermosas a la vista ni sabrosas al gusto. Fuimos un grupo de perversos muchachos hacia la media noche, cansados de nuestros juegos, a sacudir el árbol y nos llevamos las peras, no para comerlas, sino para echarlas a los cerdos, si bien comimos algunas. Lo importante era hacer lo que está prohibido. Este es mi corazón, Dios mío, del cual tuviste misericordia aun estando en un abismo de maldad". (Confesiones II, 4,9). Debemos evitar una interpretación temeraria de estos textos como si el año 16 de su vida fuera un año de escándalos morales fuera de lo común. Parece extraño que un muchacho que ha vivido tanto tiempo bajo la influencia de una madre como Mónica fuera como el descrito en estos pasajes. No podemos tomar al pie de la letra las faltas que él nos describe como cometidas en esa época. Es cierto que era adolescente y que se encontraba ocioso; frecuentaba los baños y recorría las calles con sus compañeros. Pero en todo esto, su vida no se diferenciaba de la de un muchacho de su edad. Y 37 si en algo se distinguía era en ser más recatado que ellos. Yo los escuchaba vanagloriarse de sus pecados. Y tanto más cuanto más grandes eran sus faltas. Y yo deseaba hacer como ellos, no sólo por el placer, sino también por parecerme a ellos. Yo, por temor a que se burlaran de mí, me hacia más vicioso, y a falta de crímenes reales que me hicieran igual que los demás, simulaba haber hecho lo que en realidad no hacia. Tenia miedo de parecer tanto más despreciable, cuanto más inocente; y tanto más vil cuanto más casto". (Confesiones II, 3,7). Al leer este texto, nos da la impresión de que en medio de sus camaradas, Agustín era el mejor y el más reservado. Podemos pensar que, muchas veces, del fondo de su corazón se elevaba la voz del remordimiento. Sólo un estúpido respeto humano le impedía salir de aquel estado. Además, entre los estudiantes era conocido como "un joven tranquilo y respetable". (Carta 93,51). 38 CAPITULO V EL PRIMERO DE LA CLASE A fuerza de estrecheces, economías y con la ayuda de un amigo, lograron reunir el dinero necesario para realizar los estudios en la gran metrópoli. Cuando sus padres lo enviaron a Cartago, solo y con sus 17 años, lo exponían ciertamente a unriesgomortal. Sin duda que Mónica tomó sus precauciones, pero aun así el peligro era enorme. Grande debió ser el entusiasmo del joven provinciano al llegar a Cartago, que estaba entonces en todo el esplendor de su poder y de su riqueza. Después de Roma, ninguna ciudad del Imperio le aventajaba en bellezas monumentales. Agustín llegó allí pleno de ilusiones: tenia talento, ambiciones, fuego interior, honradez y, sobre todo, sueños de gloria y felicidad. En esta ciudad cosmopolita se encontraban hombres de toda raza, religión y lengua. Y los jóvenes acudían en gran número para terminar sus estudios. Después de saciar las primeras urgencias de curiosidad, comenzó a conocer los personajes señalados por la fama; a oir conferencias y música en el Odeón y, sobre todo, a frecuentar el teatro. "Me entusiasmaban los espectáculos teatrales llenos de las mismas miserias que yo tenía y de los fuegos que me devoraban". (Confesiones III. 2,2). 41 Al poco tiempo se unió a una mujer con la que vivió maritalmente y a la que guardó fidelidad. Pronto esta mujer le dio un hijo que llamó Adeodato. No pudo menos de amarlo con todo el corazón. Lo conservó siempre consigo y lo educó con sumo cuidado. "No tardé en caer en los lazos del amor, en que deseaba ser cautivo. ¡Dios mío! ¡Con cuanta hiél me amargaste aquella primera suavidad! Llegué al enlace secreto, y alegre me dejé atar para ser pronto azotado con los hierros candentes de los celos y sospechas, los temores, las iras y las riñas". (Confesiones III, 1,1). Pero no había venido a Cartago solo a distraerse. El recuerdo de la muerte de su padre, recién acaecida; los sacrificios que suponían sus estudios para la economía de la casa; los cuidados de la madre y el agradecimiento que debía a Romaniano, amigo y colaborador de la familia, le hicieron recapacitar. Leyó y estudió muchísimo, comprendió sin esfuerzo las materias más difíciles. El atribuye a Dios su gran talento y nos dice que aprendía casi solo, sin sentir dificultad alguna en asimilar las ciencias, que sus condiscípulos no comprendían sino a costa de grandes esfuerzos. "Los estudios en los que me ocupaba estaban orientados hacia las actividades del foro y de los tribunales, en los que resulta más excelente y alabado quien mayores engaños defiende con éxito. Tan grande es la ceguera de los hombres que llegan a gloriarse de la misma ceguera. Yo era el primero de la clase de retórica. Era soberbio y petulante y tenia la cabeza llena de humo; pero 42 Reconoce que tú no eres luz para ti; a lo mucho, eres ojo, no eres luz. ¿Qué aprovecha el ojo abierto y sano y si falta la luz? Di, pues, y clama lo que está escrito: "Tú, Señor, iluminarás mi lámpara". más quieto y sosegado que otros, como Tú, Señor, bien sabes. Procuraba mantenerme apartado de los "eversores", entre los que vivía avergonzado de no ser como ellos. Me complacía su amistad aunque aborrecía su comportamiento: atormentaban a los tímidos alumnos recién llegados a la escuela con burlas pesadas: ridiculizaban a los forasteros a quienes ultrajaban sin motivo. Muy semejantes a éstas deben ser las acciones de los demonios". (Confesiones III, 3,6). Lo único que me faltaba, en medio de tanta fragancia, era el nombre de Cristo, que no aparecía en el libro. Porque este nombre, siendo niño, lo había bebido y mamado con la leche de mi madre y lo conservaba profundamente grabado en mi corazón, por lo cual, un escrito sin ese nombre, por muy erudito, elegante y verdadero que fuese, no lograba apoderarse de mí". (Confesiones III, 4,7). "Con estos compañeros estudiaba yo los tratados de la elocuencia, con la finalidad de conseguir los aplausos de la vanidad humana. Y sucedió que siguiendo el curso normal de los estudios, cayó en mis manos un libro de Cicerón, titulado "Hortensio". Contenía una exhortación a los jóvenes a conseguir la sabiduría como medio de felicidad. La lectura de aquel libro cambió mis sentimientos y enderezó mis pensamientos hacia Ti, Señor. De pronto me parecieron inútiles todas las cosas en las que había puesto mi esperanza y se encendió en mi corazón el deseo de la sabiduría inmortal. ¡Con cuánto ardor, Dios mío, deseaba volar hacia Ti, lejos de todo lo terrenal! No sabía yo lo que estabas haciendo conmigo Tú, que eres la misma sabiduría. Bien sabes, Señor, que yo en esos tiempos no conocía aun las palabras del Apóstol, pero me atraía la exhortación del "Hortensio" a no quedarme en esta o aquella secta, sino a buscar la sabiduría donde fuera. Mi espíritu se había encendido. 44 45 CAPITULO VI Señor, que yo te conozca a n que me conoces. Que yo te conozca como soy conocido por tí. EN LAS REDES DEL ERROR "Me decidí a estudiar las Sagradas Escrituras para ver cómo eran. Mas ahora me doy cuenta que es un libro que no pueden comprender los soberbios. Humilde en el estilo, sublime en su doctrina y lleno de misterios. Yo no estaba entonces para bajar la cabeza y acomodarme a sus pasos. El juicio de aquella primera lectura fue muy distinto del que tengo ahora; entonces me parecieron muy por debajo de los escritos de Cicerón. Mi orgullo rechazaba la sencillez de su expresión, y la soberbia me cegaba para ver las interioridades. La sublimidad y la grandeza de la Sagrada Escritura se deja ver a los ojos de lo humildes y pequeños, y yo me negaba a ser pequeño. Lleno de vanidad me sentía grande" (Confesiones III, 5,9). Se había despertado en Agustín el deseo de un nuevo mundo de valores. Le bastó un libro de Cicerón para persuadirle de que en las riquezas no hemos de poner el corazón. El incendio provocado en su interior no le dejó descansar y le llevó a nuevos esfuerzos de búsqueda. Sentía la necesidad de descubrir la verdad. Sin renunciar a ninguna de sus ambiciones, sin abandonar a su mujer, y con el deseo de encontrar solución especialmente el problema del bien y del mal, se entregó a la metafísica. El orgullo le había impedido hallar la verdad donde estaba y entonces vino a caer en las redes de la herejía maniquea; esto es, en pleno materialismo. 49 La secta de los maniqueos era una mezcla de la doctrina del evangelio de Cristo, de las tradiciones de Zoroastro y de Buda. Sus promesas eran en verdad atrayentes: pretendían saberlo todo y demostrarlo todo, desde la creación hasta los más mínimos detalles de la vida. Por supuesto que una doctrina con estas garantías hizo mella en el espíritu de Agustín. Cuando había tratado de leer la Biblia, no encontró sino doctrinas misteriosas, y cuando pedía explicaciones, le decían que tenia que creer sin más. Los maniqueos le prometían explicaciones a todo problema con hermosos discursos. Hablaban con énfasis de dos principios: del bueno y del malo, enfrentados en una lucha sin cuartel y cuya evidencia descubrían en todas partes. Pronto se dieron cuenta del talento de Agustín. Conocían sus triunfos académicos y su elocuencia. Lo consideraron como una buena presa para su secta y le tendieron las redes. El joven universitario cayó atraído por el cebo de la verdad. Trabajan todos los que mienten, porque dirían muy fácilmente la verdad. Pues el que finge lo que dice, se esfuerza laboriosamente. Quien quiere decir la verdad no trabaja, porque la misma verdad habla sin esfuerzo. "Así caí en las redes de unos hombres soberbios, extravagantes, carnales y habladores cuyas lenguas las movía el mismo demonio y cuyas palabras atraían porque nombraban con frecuencia los nombres de Dios-Padre, del Señor-Jesucristo y del Espíritu Santo. Estos nombres los tenían siempre en la boca, pero su corazón estaba completamente vacío. Repetían con frecuencia: la verdad, la verdad; pero me decían muchas falsedades no sólo de Dios, sino también de las cosas del mundo que son hechura de Dios". (Confesiones III, 6,10). Convertido al maniqueísmo trató de arrastrar por el mismo camino a sus amigos y conocidos, y combatió furiosamente al catolicismo. 51 Pero tampoco entre los maniqueos encontró descanso su corazón, sino nuevas incertidumbres y dolores. Sus triunfos escolares y literarios, el éxito entre sus amistades, los aplausos de la multitud, los placeres del amor, no le bastaban para calmar la sed de su corazón. Nueve años permaneció Agustín en el maniqueismo, mientras su madre Mónica elevaba constantes plegarias por el hijo extraviado. CAPITULO VII / 52 EL HIJO DE TANTAS LAGRIMAS A) terminar sus estudios, en vez de quedarse en Cartago, donde podria brillar entre los más famosos, prefirió volver a Tagaste y abrir allí una escuela de gramática. Su madre le vio llegar con alegría y a la vez con preocupacoión y tristeza. La conducta del hijo al que tanto amaba no dejaba de preocuparle. Se veia obligada a permitir que viviera con una concubina; effa misma había sufrido durante largo tiempo las infidelidades de su marido, y ahora no podía menos de disculpar en su hijo las debilidades de la carne y los atractivos de la pasión. Pero no podía soportar su adhesión al maniqueismo. Procuró sacarlo del error y atraerlo a la doctrina de la iglesia católica, pero Agustín se obstinó en la herejía y entonces Mónica creyó llegada la hora de ser una mujer fuerte y cerró a su hijo las puertas de su casa. Lo alejó de ella físicamente y lo metió más adentro en su corazón: '' mi madre lloró por mi en esta época más de lo que suelen llorar las madres cuando ha muerto alguno de sus hijos" (Confesiones III, 11,19). Un amigo de la familia recogió a Agustín en su casa. Desde su regreso a Tagaste, Agustín dedicó sus esfuerzos a enseñar gramática y a predicar la doctrina maniquea, llegando a conquistar a varias personas de 55 relieve social: Romaniano, su rico bienhechor; Alipio, un joven amigo suyo; Honorato, discípulo distinguido. Y mientras tanto, Mónica no cesaba de rezar por aquel joven prodigio. Su vida siempre había sido piadosa, pero desde la muerte de su esposo se consagró enteramente a la oración y a la práctica de buenas obras. Por eso no podía admitir que Agustín se constituyera enemigo de la iglesia y tratara de arrastrar por el mismo camino a sus amitades y conocidos. Una noche tuvo Mónica un sueño: "es de saber que se vio en sueños sobre una regla de madera y veía venir hacia ella un joven resplandeciente, alegre y sonriéndola". (Confesiones III, 11,19). Este sueño fue para ella de gran consuelo. Se apresuró a contárselo a Agustín. Este, burlón, como todos los jóvenes, respondió que la visión significaba que ella se convertiría al maniqueísmo. Pero la madre respondió, sin dudar, que ese no podía ser el sentido del sueño. No era ella la que se acercaba a Agustín; sino Agustín quien se acercaba a ella. Esta seguridad le impresionó; tanto más que a partir de aquel día lo recibió en su casa y se restableció la vida familiar. Muy segura debía estar para hacer esta concesión. Pero Mónica no se contentaba con rezar por su hijo. Pedía consejos por doquier. El frío de amor es el silencio del corazón. La llama del amor es la oración del corazón. Si amas siempre, estarás siempre en oración. "También en este tiempo le diste, Señor, otra respuesta por medio de un ministro tuyo sacerdote; un cierto obispo criado y educado en tu iglesia y muy práctico y versado en tus Sagradas Escrituras. Le rogó mi madre que se dignase recibirme y hablar conmigo para refutar mis errores hasta desenga57 ñarme de mis falsos dogmas y enseñarme la verdad, ya que él solía hacer esto con personas bien dispuestas. Pero él no quiso hablar conmigo, y más tarde entendí que había obrado con mucha prudencia. Respondió que mi disposición no era la adecuada para admitir otra doctrina, hinchado como estaba por mi reciente adhesión a aquella herejía. Ella le contó cómo yo había descarriado a otras personas de escasa instrucción. Y el obispo le aconsejó : déjalo por ahora en su error y no hagas otra cosa que rogar a Dios por él; él mismo acabará por descubrir la falsedad y la impiedad de la secta maniquea. Entonces le contó cómo siendo niño, su madre engañada, lo había entregado a los maniqueos; había leído todos sus libros e incluso había escrito algunos. Pero sin que nadie disputase en él había encontrado el error de la secta y la había abandonado. Y como mi madre no se quedó tranquila sino que le insistía más y más, hasta importunarle con lágrimas y ruegos para que me recibiera y hablase conmigo, el obispo, finalmente un tanto fastidiado, le dijo: "vete en paz, mujer, y Dios te asista; es imposible que se pierda un hijo de tantas lágrimas". Estas palabras las recibió mi madre como si hubiesen sonado desde el cielo, según me lo recordaba ella frecuentemente en nuestras conversaciones". (Confesiones III, 12,21). 58 CAPITULO VIII ASTROLOGIA Y SUPERSTICIONES "Durante nueve años, desde los dievinueve hasta los ventiocho de mi edad, viví engañado y engañando a otros. Públicamente enseñaba retórica; en privado me ocupaba de divulgar la secta maniquea. Por una parte seguía continuamente el humo y el aire de la gloria popular buscando los aplausos del teatro y las coronas de los certámenes poéticos; por otra parte era muy supersticioso en el cumplimiento de lo que ordenaban los maniqueos: llevaba conmigo a los "elegidos" de la secta para que ellos fabricasen en el laboratorio de su estómago dioses que me protegiesen. En esas aberraciones creía y las ponía en práctica con mis amigos a los que yo había llevado al engaño. (Confesiones IV, 2,1). "Recuerdo también que en cierta ocasión decidí participar en un concurso para una obra de teatro. Un cierto adivino me preguntó cuanto le daría si él por medio de no sé qué misteriosas hechicerías, me hacía conseguir la victoria. Yo, que detestaba todas aquellas inmundas maniobras, le contesté que no estaba dispuesto ni a matar una mosca; porque él mataba animales en honor de algunos demonios para hacerlos propicios. Yo, Dios de mi corazón, no rechazé este mal por amor a Ti, pues aun no te conocía; pero no estuve dispuesto a que por mi se sacrificara nada a los demonios, sirviéndoles de deleite con nuestros errores". (Confesiones IV, 2,3). 61 "Pero sí consultaba yo entonces a los astrólogos planetarios que practicaban toda suerte de adivinanzas. Esta práctica rechazada y condenada por la piedad cristiana. Porque debemos alabar al Señor y pedirle perdón por nuestros pecados, sin pecar libremente porque El es misericordioso, recordando aquella su palabra: "mira que ya estás sano; no quiero que peques más, no sea que te suceda algo peor''. (Jn 5,14). Esta doctrina la quieren destruir los astrólogos diciendo que todo depende de los astros y que Venus hizo esto; Saturno, aquello y Marte lo de más allá. Había en aquel tiempo un hombre muy sabio e instruido en la medicina. Siendo procónsul puso sobre mi cabeza la corona que gané en el certamen de poesía. Tuve gran familiaridad con él y me gustaba escuchar sus conversaciones que eran agradables y graves por la fuerza de sus razonamientos. Cuando se enteró de que yo practicaba la astrologia, con mucha amabilidad me animó a que dejase todo aquello, ya que desperdiciaba un tiempo necesario en cosas más provechosas. Me dijo que él mismo, de joven, había aprendido astrología, y hasta había pensado vivir de ella. Sin embargo, la había dejado porque llegó a comprender la enorme falsedad que en ella había; y siendo un hombre honrado no había querido vivir del engaño de los demás. Pero tú, me dijo, tienes ganado el sustento con tus clases de retórica y te dedicas a estos engaños, no por necesidad sino por curiosidad. Conviene que me creas cuanto te digo, yo que estudié a fondo y llegué a pensar en ganarme la vida con su práctica. Al preguntarle cómo era que los astrólogos aciertan algunas predicciones, me dijo que eso era obra del azar, y que el alma humana, movida por un instinto superior, sin saber ella cómo ni por qué arte, res63 ponde cosas que concuerdan con los hechos de aquel que interroga. Esta enseñanza me la diste Tú, Señor, por medió de aquel varón, y se quedó grabada en mi memoria. Pero entonces, ni él, ni mi amigo Nebridio, que tanto se burlaba de mis adivinanzas, pudieron persuadirme. Más pesaba sobre mí, la autoridad de los astrólogos; y no veia pruebas decisivas para abandonar el arte de consultar a las estrellas". (Confesiones IV, 3,5). CAPITULO IX 64 \ UN AMIGO DE SU INFANCIA En Tagaste había encontrardo un amigo que le era particularmente querido, a quien contagió con las supersticiones maniqueas. Habían crecido y jugado juntos ; habían asistido desde la infancia a la misma escuela y habían participado de los mismos entretenimientos. Sucedió que este amigo cayó gravemente enfermo. Un día, que estaba sin conocimiento y bañado en sudor, temiendo un fatal desenlace, se le administró el bautismo sin que él lo pidiera, sin que ni siquiera se diera cuenta. Agustín comenzó a burlarse de aquel bautismo y pensó que su amigo haría lo mismo cuando recobrara el conocimiento. En efecto, cuando el enfermo pudo hablar, Agustín quiso bromear con él, pero al momento su amigo puso una cara terrible, como si se tratara de un enemigo, y con extraña y súbita claridad le hizo saber que si quería continuar siendo su amigo debía dejar de hablar de aqueí modo. Estupefacto y turbado escuchó e¡ reproche y pensó dejar aquellas bromas, al menos durante su enfermedad. Pero aquel amigo no mejoró; tuvo una recaída y al cabo de pocos días murió. La desaparición de este amigo le desesperó. "Se entenebreció mi corazón de dolor y todo lo que veía a mi alrededor era muerte. Mi patria se me hizo un suplicio y la casa paterna una desolación. Mis ojos lo buscaban por todas partes sin hallarlo. Llegué 67 a hacerme insoportable a mi mismo; y me preguntaba por qué había tanta tristeza en mi corazón, y no sabía responderme nada. Mi único consuelo fueron las lágrimas que derramé día y noche". (Confesiones IV, 4,7). "Asi era yo entonces; lloraba, me desesperaba y no encontraba descanso, porque llevaba mi alma despedazada y sangrando. No encontraba descanso ni en los tranquilos bosques, ni en los juegos y cantos, ni en los jardines olorosos, ni en banquetes espléndidos, ni en los deleites del lecho, ni en los libros. Todo me era aborrecible, hasta la misma luz, y todo lo que no era mi amigo, me parecía insoportable". (Confesiones IV, 7,12).. Difícilmente podemos imaginar el estado de ánimo que aquella muerte le produjo. No era la primera vez que se encontraba con la muerte; había visto expirar a su padre en el nombre del Señor, pero no se había sentido tan emocionado como al morir este amigo de su infancia. El hecho es, que su estancia en Tagaste le resultó insoportable. Sentía la urgente necesidad de cambiar de lugar. Tagaste, donde había enseñado gramática, encerraba demasiados recuerdos para él. Con la rapidez propia de su temperamento impulsivo concibió una idea atrevida: regresar a Cartago y abrir allí una escuela de retórica. Y a finales del año 375 ya estaba de nuevo en la ciudad, donde había de permanecer ocho años. En este periodo tuvo que luchar desde el principio con urgentes necesidades materiales: tenia que proveer al sostenimiento, no sólo de la mujer y del hijo, sino también de su madre y tal vez de sus hermanos. 68 Lo que siempre había atraído a Agustín al maniqueísmo había sido el deseo de hallar la verdad. Lo maniqueos le habían ofrecido demostraciones claras y precisas; con el correr del tiempo se da cuenta que cuanto más piensa más descubre que sus promesas no han sido cumplidas y no podían serlo. Las dificultades son muchas y Agustín sólo puede conservarse fiel a la secta al ver "la santidad de los elegidos". Si estos llevan una vida irreprochable ¿no es indicio de que la doctrina que les dirige hacia la santidad es verdadera? Pero este motivo deja de ser válido, ya que los que hacen profesión de virtud, no pasan de ser unos farsantes hipócritas. Como profesor en Cartago enseñaba el arte de la oratoria; deseaba preparar a los alumnos en la elocuencia. En su escuela se daban cita no pocos antiguos alumnos de Tagaste, a los que se sumaron otros. Así, podemos citar a Licencio, hijo de Romaniano; a Eulogio; a Honorato; a Alipio, que debió sudecer en el corazón de Agustín al amigo muerto. desagrada cada vez más al joven profesor, que no ha podido hacerse a las costumbres groseras de los "eversores". Su delicadeza moral, sufre al ver aquellos tumultos y griteríos. "En Cartago los estudiantes eran de una intolerable indisciplina: entraban violenta y desvergonzadamente en las aulas, perturbaban el orden establecido, cometían insolencias, agravios e injurias y toda clase de abusos, que la ley no permite ni permitirá jamás". (Confesiones V, 8,14). Es cierto que junto a él está la mujer que ama y el hijo. También su madre ha venido a vivir a la gran ciudad; su influencia sigue pesando sobre Agustín. Pero esto no es suficiente. Le han dicho que si quisiera podría encontrar fácilmente una ocupación en Roma mucho más noble y con un sueldo más elevado. Pero lo que termina de convencerle es la certeza de que los estudiantes de Roma son mucho más responsables que los de Cartago. A sus enseñanzas de retórica unía la doctrina moral. El mismo nos cuenta cómo censurando en una de sus clases los juegos del circo había inducido a Alipio, que era muy aficionado, a abandonarlos. Agustín tenia entonces 25 años. Los alumnos eran poco más jóvenes que el maestro. Les superaba en inteligencia, en amplitud de conocimientos y en experiencia. Ellos le ofrecían la sencillez de sus emociones, la frescura de sus sentimientos y la alegría. Muy pronto, profesor y alumnos se convirtieron en verdaderos amigos. Los lazos de amistad que estableció entonces fueron maravillosos. Pero el círculo de amigos se rompe a medida que los alumnos terminan sus estudios. Por otra parte, el ambiente de Cartago 70 71 CAPITULO X La verdadera libertad no consiste en hacer lo que nos da la gana, sino en hacer lo que tenemos que hacer porque nos da la gana. ENROMA "Tú, Señor, sabías por qué me convenía dejar Cartago para ir a Roma; y no lo manifestaste ni a mi, ni a mi madre, que lloró amargamente mi partida siguiéndome hasta el mar. Yo la engañé cuando ella, por todos los medios quería impedir mi viaje o bien irse conmigo. La hice creer que solamente pretendía acompañar a un amigo que iba de viaje y esperaba en el puerto a que se hiciese el viento favorable para la navegación. Y mentí a mi madre, a aquella madre tan buena, y me escapé. Tú, Señor, me perdonaste también esta mentira por tu infinita misericordia. Sospechando ella algo y no queriendo volver a su casa sin mi, apenas pude convencerla para que pasara aquella noche en una capilla dedicada a San Cipriano, que estaba cerca del puerto. Aquella misma noche me marché a escondidas, mientras ella se quedaba orando y llorando. ¿Qué es lo que mi madre te pedia, Dios mío, con tan abundantes lágrimas, sino que no me dejases navegar? Pero Tú, escuchando su oración, no le concediste lo que en ese momento te pedia, para concederle más tarde lo que siempre te pedia. Sopló el viento, hinchó nuestras velas y pronto perdimos de vista la orilla, donde mi madre a la 75 mañana siguiente creyó volverse loca de dolor y llenaba tus oídos con quejas y lamentos. Tú, Señor, aparentemente no le hacías caso y permitías que me dejase llevar por mis mundanos deseos, al mismo tiempo que purificabas en mi madre por el dolor y la pena, el afecto carnal y mundano que tenia hacia mi. Porque ella, como todas las madres y con mayor intensidad que muchas- deseaba tenerme en su presencia; y es que no sabia las grandes alegrías que Tú le ibas a dar mediante mi ausencia. No sabía y por eso lloraba y se lamentaba, siendo aquellos tormentos que padecía la herencia de Eva, pues buscaba gimiendo con dolor a quien había dado a luz con dolor. Finalmente, después de haberse quejado de mis engaños y de mi crueldad, volviendo a su acostumbrada oración por mí, se fue a su casa, mientras yo seguía viaje a Roma". (Confesiones V, 8,15). En el otoño del año 383, Agustín llegaba sano y salvo a Roma. Llevaba cartas de recomendación para algunos personajes influyentes de la secta de los maniqueos y se alojó en casa de uno de ellos. I ,os comienzos en Roma no fueron nada agradables. Muy pronto enfermó. Tal vez su débil organismo se resintió con las molestias del viaje y el cambio de clima y alimentos. ' 'Apenas llegué a Roma, fui visitado por el azote de una grave enfermedad. Me iba ya a los infiernos cargado con todas las maldades que había cometido contra Ti, contra mí y contra los otros; pecados muchos y graves, que hacían más pesada la cadena del pecado original, por el cual todos morimos en Adán. 76 Porque ninguna de estas faltas me habías perdonado todavía en Cristo Jesús, ni me había reconciliado por la sangre de su Cruz. ¿Cómo iba a ser perdonado si yo no creía entonces en la muerte real y verdadera de Cristo? La fiebre aumentaba, la enfermedad cada día era más grave y yo, poco a poco me deslizaba rumbo a la muerte. ¿A dónde me hubiera ido de morir entonces sino al fuego y a los tormentos que correpsondian a mis pecados, según el orden que Tú estableciste? No sabia mi madre todo esto, pero ausente rogaba por mi; y Tú que estás presente en todo lugar, la oías en donde ella estaba; y en donde yo estaba tenías misericordia de mi. Recuperé la salud del cuerpo aunque mi corazón sacrilego seguía enfermo. Ni siquiera en aquel peligro tan grande tenía yo el menor deseo del bautismo. Mejor era de niño, cuando se lo pedí a mi madre, como ya lo tengo recordado y confesado. Había crecido en el mal y en mi locura me burlaba de tu medicina; mas Tú no me dejaste morir en tal estado, que hubiera sido morir dos veces: una en el cuerpo y otra en el alma. De esta herida, el corazón de mi madre no hubiera sanado jamás. Lo digo porque no acierto a expresar con palabras el amor tiernísimo que ella me tenía y con qué solicitud buscaba la vida de la gracia para el alma, tanto como la tuvo para darme a la luz del mundo. No veo cómo hubiera podido sanar de aquel golpe si en aquellas circunstancias, mi muerte hubiera traspasado las entrañas de su amor. ¿Dónde sino en Ti 77 estaban aquellas oraciones y plegarias que sin cesar ofrecía por mi? ¿Cómo Tú, Señor de las misericordias, ibas a 'despreciar el corazón contrito y humillado' (sal 50,18) de una viuda casta y sobria que hacia tantas limosnas, que servía con sumisión a tus ministros, que no dejaba un sólo día de asistir al santo sacrificio del altar y que dos veces al día, una en la mañana y otra en la tarde, venia a la iglesia sin faltar jamás, no para perder el tiempo con vanas conversaciones y chismes de viejas, sino para escuchar tu palabra en los sermones y para que Tú la oyeras en sus oraciones? ¿Cómo podía ser que Tú rechazaras las lágrimas de esta mujer que no te pedia oro ni plata ni algún otro bien terreno, sino la salvación del alma de su hijo, que era suyo porque Tú se lo habías dado? De ningún modo, Señor, antes bien estabas presente en sus oraciones, la escuchabas y hacías lo que ella te pedía, según tus designios amorosos para cada uno". (Confesiones V, 9,16). De todos modos hemos de recordar que Agustín se siente demasiado debilitado por la fiebre para tener conciencia clara de su estado; sobre todo sus pensamientos andaban muy lejos del catolicismo para sentirse capaz de pedir su admisión en la iglesia. Apenas repuesto de su enfermedad, quiere organizar su vida. Con la ayuda de sus amigos africanos abre en su misma casa una escuela privada e inaugura el curso de sus lecciones. Y van los hombres a contemplar con admiración las alturas de los montes, y los oleajes imponentes del mar, y los cursos anchísimos de los ríos, y la amplitud del océano, y los giros de las estrellas; y se dejan a sí mismos, y no se maravillan de sí. Su primera preocupación es reunir alumnos; no es rico y tiene que asegurar la subsistencia personal, la de su mujer y la de su hijo, que sigue creciendo. Pero al momento se da cuenta de que los estudiantes de Roma 79 no son más constantes y serios que los africanos. Además tienen otro defecto muy grave: no pagan a sus profesores. Asisten durante algún tiempo a sus clases, pero cuando deben pagar la cuota de las lecciones desaparecen y no es fácil volver a encontrarlos. El inconveniente es grave para quien tiene necesidad de dinero. Agustín no puede soportar esta falta de delicadeza y busca una ocasión para abandonar Roma. Por aquel entonces se entera de que en la ciudad de Milán están buscando un profesor de retórica y no duda un momento; presenta su candidatura que es muy pronto aceptada, e inmediatamente se dirige a Milán. Agustín contaba 30 años, la edad en que maduran las más profundas crisis espirituales; y se preparaba para ser uno de los más ilustres personajes de su tiempo, en una ciudad grandísima, la segunda capital del imperio de occidente y residencia ordinaria de la corte imperial. 80 CAPITULO XI EL OBISPO DE MILÁN En Milán comenzó muy pronto la enseñanza de la retórica, que debía durar tan solo dos años. Los jóvenes milaneses estaban contentos de la obra del maestro africano; admiraban su elocuencia, aunque chocaba un tanto su pronunciación y acento cartaginés. Se acudía a él cuando se debía pronunciar el panegírico del principe o de los más distinguidos magistrados del imperio. "Recitaba una serie de mentiras, seguro de ser aplaudido por hombres que conocían perfectamente la verdad". (Confesiones VI, 5). Allí tuvo ocasión de conocer al famoso obispo Ambrosio; defensor incansable de los débiles y oprimidos, custodio celoso de los intereses de la iglesia y de la fe; hacia sentir en todas partes e! peso de su autoridad. Pocos hombres tuvieron como él un sentido exacto de la justicia. El pueblo lo amaba con locura y estaba presto a defenderlo en todo momento. Tan solo unos pocos adversarios no cesaban de atacarlo. Al poco tiempo de llegar a Milán, se decidió a visitar al ilustre obispo, médico de las almas. "Me acogió paternalmente ese hombre de Dios; y con un espíritu plenamente episcopal se interesó por mi llegada a Milán. Yo comencé a quererlo y a aceptarlo. Al principio no como doctor de la verdad -pues yo ya había desesperado en encontrarla en la iglesia83 sino simplemente como a un hombre que era amable conmigo. Con mucha atención le escuchaba en sus discursos; no con muy buena intención, sino para observar su elocuencia y ver si correspondía a su fama. Yo lo escuchaba atento, pero sin la menor curiosidad ni interés por lo que predicaba". (Confesiones V, 13,23). Poco a poco la doctrina fue entrando en su corazón. Asi, fue descubriendo el valor de la Biblia, cuyo sentido literal esa accesible a todos, pero cuyo significado espiritual exigía cierta preparación. Habían pasado ya 11 años desde que el joven estudiante de Cartago se había sentido turbado en su interior por la lectura de "Hoi-tensio" de Cicerón. Desde entonces había brillado en su interior el afán por la sabiduría y la esperanza de cortar con las frivolidades de sus pasiones. •"V>T" *$<?¿ El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. El estado de ánimo en que se encuentra en estos momentos es de indecisión. Ha abandonado la secta de los maniqueos, pero no se decide a entrar en la iglesia católica. Busca y tiene miedo de encontrar lo que busca. "Mi madre, llena de fortaleza y piedad, había venido siguiéndome por tierra y mar, por el inmenso amor que me tenía. Me encontró cuando me hallaba yo en sumo peligro por mi desesperación de poder hallar la verdad. Al decirle que ya no era maniqueo, pero que tampoco era cristiano, no dio muestras de que le impresionara excesivamente la noticia. No se alteró su corazón con ningún movimiento de alegría inmoderada cuando vio que gran parte de lo 85 que te pedia cada día con lágrimas estaba hecho. Tenia la seguridad de que Tú habías de realizar lo que quedaba, porque según me dijo sosegadamente y con el corazón lleno de confianza, le habías prometido que antes que saliera de esta vida, me había de ver católico convertido". (Confesiones VI, 1,1). Entre los problemas que se le ofrece, al menos uno debe resolver cuanto antes: el del matrimonio. Desde hace diez años vive con la misma mujer, la madre de Adeodato, a la que ha guardado fidelidad. Pero esta mujer, según la costumbre, no puede constituir verdadero matrimonio a causa de su condición. Mónica, que no busca para su hijo sino la paz y la tranquilidad, cree que el único obstáculo es la presencia de aquella concubina, y trata de alejarla de su hijo. Nosotros no podemos comprender la actitud de la madre en esta ocasión y menos aun la sumisión de Agustín. Lo cierto es que aquella mujer, dejando su hijo al cuidado de su padre, acabó alejándose. La separación fue profundamente dolorosa. Su corazón experimenta una grave herida y siente correr ríos de sangre ante el abandono de la que le ha dado el hijo. 86 CAPITULO XII UNA VISITA Un día, estando en compañía de Alipio, recibió la visita de un paisano suyo, llamado Ponticiano, que ocupaba un alto cargo militar en el palacio imperial. Durante la conversación, tomó en sus manos un libro que estaba sobre la mesa, lo abrió y con sorpresa advirtió que se trataba de la Biblia. Se alegró muchísimo porque él era fervososo cristiano. Entonces les habló del ascetismo y de los frutos de santidad que estaba dando. Como, ni Agustín ni Alipio conocían nada de este movimiento, pasó enseguida a hablarles de los muchos monasterios poblados de monjes; en especial del que había a las afueras de Milán sostenido por Ambrosio y habitado por santos religiosos. Les contó cómo en cierta ocasión dos compañeros suyos salieron a pasear por los huertos, cerca de la ciudad de Tréveris; se separaron del camino sin darse cuenta y vinieron a dar en una casita donde vivían unos monjes dedicados a la oración y a la penitencia. Allí encontraron un libro con la vida de Antonio, el ermitaño. Comenzaron a leer y conforme iban leyendo se encendía en ellos el deseo de abrazar aquella vida. De pronto uno de ellos, lleno de amor a Dios le dijo al otro: "¿Qué buscamos nosotros? ¿Cuáles son nuestras aspiraciones? ¿Podemos desear algo más que ser amigos del emperador? Y para esto ¡cuántos trabajos y peligros! En cambio puedo ser amigo de Dios ahora mismo". 89 Volvió los ojos al libro y mientras seguía la lectura, una nueva vida le invadía su corazón y su mente. Lanzó un suspiro y añadió: "En este momento rompo con las ataduras del mundo para dedicarme a Dios; tú si quieres me imitas, de lo contrario no me estorbes". Pero el otro, le respondió que con sumo gusto también él dejaba la milicia terrena por la de Dios. Sucedió que ambos tenían novias; y cuando se enteraron del propósito, también ellas consagraron a Dios su virginidad. La narración de Ponticiano había llegado hasta la última fibra del corazón de Agustín. Después que se marchó, sus palabras siguieron resonando como un eco y una invitación incesante en el fondo de la conciencia. De pronto se volvió hacia Alipio, y turbado en su interior y también en su aspecto externo, le dice: "¿Qué hacemos nosotros? ¿Qué esperamos? ¿Qué significa lo que hemos oído? Se levantan los ignorantes y consiguen el cielo; y nosotros con nuestra sabiduría, nos revolcamos en la carne. ¿Acaso porque ellos van delante, tenemos nosotros vergüenza de seguirlos y no la tenemos de no seguirlos". (Confesiones VIII, 6,15). Alipio contemplaba en silencio a su amigo. En realidad, su acento tenía algo de extraño y de insólito. Su rostro, su mirada, sus gestos, el color de la cara, expresaban con más elocuencia que las palabras, la lucha atroz que se libraba en su interior. Agustín bajó al jardín; Alipio, entre inquieto y temeroso, le siguió. ' 'No quieras irte fuera, entra en tí mismo, en el interior del hombre habita la verdad''. 91 CAPITULO XIII TOMA Y LEE Se sentaron en silencio apartados de la casa entre las sombras de los árboles. Agustín sentía que había llegado el momento de firmar un pacto con Dios. Pero la tempestad de las dudas rugía en su interior y su espíritu se retorcía delirante entre el remordimiento y la penitencia; era la lucha de la carne contra el espíritu. "Cuando me di cuenta de mis miserias y de mi hediondez, las lágrimas se me saltaban de los ojos y para llorar a placer me levanté y me aparté de Alipio, pues necesitaba soledad. Me tendí debajo de una higuera y solté el caudal de mis lágrimas. Entonces supliqué: ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo he de seguir así? No tengas en cuenta mis antiguos pecados. Así decía y lloraba. Y de pronto oigo una voz de niño diciendo: 'Toma y lee; toma y lee'. Interpretando que aquella voz era un mandato del cielo de que abriese la Biblia y leyese el primer capítulo que topase, me levanté, fui al lugar donde estaba Alipio, tomé el Libro del Apóstol y leí lo primero que encontraron mis ojos: 'Nada de banquetes, borracheras, prostitución o vicios; más bien revestios de Cristo Jesús el Señor' (Rom 13,13). Al instante desaparecieron todas las tinieblas de mi corazón. Entonces cerré el Libro y le conté a Alipio todo lo que me acababa de suceder. El también me 95 contó lo que le pasaba a él y yo no lo sabia. Me pidió ver lo que había leído y prosiguió más adelante: 'Recibid con amor al que todavía está débil en la fe'; y se aplicó a sí mismo estas palabras. (Confesiones VIH, 12,29). De aquí pasamos a ver a mi madre; le contamos todo y se alegró muchísimo; pero cuando le relatamos detalladamente cómo había sido aquello, entonces no cabía en si de gozo, ni sabia qué hacer de alegría. Y se puso a darte gracias a Ti que eres poderoso para darnos mucho más de lo que te podemos pedir. Y de tal modo me convertiste a Ti, Señor mío, que ya no me preocupé de buscar esposa ni tuve esperanza alguna en las cosas de este mundo. La promesa hecha a mi madre de que un día había de estar en la misma regla con ella, se había cumplido. Sus lágrimas se convirtieron en gozo mucho mayor del que ella había deseado y mucho más casto que el que esperaba de los nietos de mi carne". (Confesiones VIII, 12,30). ¿Hasta cuando, Señor? ¿hasta cuando voy a estar diciendo: mañana, mañana?, ¿por qué no ahora?... Todo esto había tenido lugar en el mes de septiembre. Tan solo faltaban unos días para el fin del curso. Agustín prefirió esperar a las vacaciones y continuó normalmente con sus clases. De esta manera evitó las habladurías de su repentina conversión y ahorró a los padres de los alumnos los inconvenientes de buscar un nuevo profesor. Por otra parte, su delicado estado de salud sería una buena excusa para abandonar la enseñanza oficial. La humedad del clima milanés le había producido ya una especie de bronquitis crónica. Pasados aquellos días finales del curso, libre de todo compromiso, pudo en el silencio de un retiro prepararse 97 para recibir el sacramento del bautismo. Uno de sus compañeros, que enseñaba gramática en Milán, puso a su disposición una quinta en la campiña y Agustín aceptó sin dudar esta generosa oferta. Reúne en Casiaciaco junto a sí toda una colonia de africanos: le acompañan su hermano Navigio y sus primos Rústico y Lastidiano. Además de ellos hay dos jóvenes: Licencio y Trigencio, que han sido alumnos de Agustín en Milán y que desean seguir con él. Por supuesto también está Alipio, Adeodato, el hijo de Agustín, es el más joven de todos, y ya comienza a dar pruebas de una inteligencia precoz. Y junto a estos jóvenes, la presencia de Mónica acaba de dar a la colonia de Casiciaco un ambiente familiar. Es ella la que preside las comidas y la que asegura el bienestar de todos; es, verdaderamente la madre de toda esta juventud, y cada vez que aparece en el grupo es recibida con un gozoso respeto. 98 CAPITULO XIV MADRE DE TODOS "En aquel retiro de Casiciaco, preparándonos para recibir el bautismo, ¡qué voces te di, Dios mío, cuando leía los salmos e himnos llenos de las verdades de nuestra fe!; cantos que inspiran piedad y devoción y excluyen todo espíritu de egoísmo, soberbia y vanidad. Con mi madre toda unida a nosotros como si fuésemos hijos suyos ¡qué exclamaciones las mías con aquellos salmos que me inflamaban de Ti y me enardecían por cantarlos si pudiera por toda la tierra para luchar contra el orgullo del género humano! (Confesiones IX, 4,8). Era mi madre una mujer dedicada a servir a todos. Quien la conocía encontraba en ella mucho que admirar; y en ella Te alababa y Te honraba a Ti por tu generosidad en concederle tantas gracias. Las buenas obras que realizaba daban testimonio de Ti, Señor, y los que la trataban sentían tu presencia en su corazón. Había sido mujer de un solo varón; había cumplido todas las obligaciones que tenía para con sus padres; había gobernado la familia y su casa con piedad; y su fe y su oración se manifestaban en las actividades y trabajos que cada día realizaba al servicio de los demás. Había educado a sus hijos y cuando los veía 101 apartarse de tus mandamientos sentía en sí misma un vivísimo dolor. (Confesiones IX, 9,22). El día 13 de noviembre, aniversario de mi natalicio, después de una frugal comida reuní a todos los comensales en una sala privada. La conferencia versó sobre la vida feliz; y en el transcurso del coloquio hice esta pregunta: ¿Es feliz quien posee todo cuanto quiere? Entonces mi madre respondió: si desea el bien y lo obtiene sí será feliz; pero si desea algo malo, aunque lo alcance es un desgraciado. Sonriendo y satisfecho le dije: Madre, has respondido con suma sabiduría e inteligencia. Al término de la charla hice el siguiente resumen: Dios omnipotente es el único que puede llenar nuestra alma; la felicidad de este mundo está en el conocimiento piadoso y perfecto de todo lo que conduce a la verdad y en el medio de obtener la unión con esa verdad que es el mismo Dios. Aquí, mi madre, como despertando a la fe y llena de gozo exclamó aquellas palabras que tan profundamente grabadas las tenía en su memoria: Cuida en tu regazo, Santísima Trinidad, a los que te suplican. Y añadió: esta es la vida perfecta y a ella hemos de ser guiados en alas de una fe firme, una gozosa esperanza y ardiente caridad. (De vita beata 6,35-36). Señor, heristeis mi corazón con vuestra Palabra, y yo os amé. Pero también el cielo y la tierra, y cuanto en ellos se contiene, por todas partes me dicen que os ame, y esto mismo pregonan a todos; de modo que ninguno se pueda excusar. Mandé al escribiente que hiciese constar su intervención, pero ella dijo: ¿Qué haces? ¿Dónde has visto o leído que las mujeres tomen parte en estas discusiones? Muy poco me importa, les contesté, lo que piensen los soberbios y los creídos, que buscan la ciencia como buscan los honores y los aplausos de los hombres. Ellos no miran el ser, sino el vestir y el brillo de su persona. Así, pues, te excluiría de estas conversaciones si no amaras la sabiduría; te admitiría 103 si la amaras aun cuando fuera sólo tibiamente; ahora bien, sé que la amas más de lo que me amas a mí mismo; y yo sé cuánto me amas. Además has progresado tanto en el amor a la verdad que ya ni te conmueve ninguna desgracia, ni el temor de la muerte, lo cual es el más alto grado de sabiduría. Yo mismo tengo motivos suficientes para ser discípulo en tu escuela. Al llegar a este punto, ella acariciándome dijo que nunca había oído decir tantas mentiras. Y como se alargaba el discurso y no había más tablillas para escribir puse fin a la reunión". (De ordine 1,32). Al acercarse la cuaresma del año 387 todos abandonaron Casiciaco para regresar a Milán. Agustín y su hijo Adeodato tienen que recibir el bautismo que les va a administrar Ambrosio. No conocemos sus sentimientos en los momentos que precedieron a su bautismo. El ha guardado al respecto un absoluto silencio. En sus "Confesiones", que tantos detalles da de su vida, no dice nada relacionado con los días anteriores al bautismo. Resume en una línea sus impresiones recibidas en el momento del bautismo: "Fuimos bautizados y desaparecieron de nuestra vista todos los remordimientos de nuestra vida pasada". 104 CAPITULO XV EL ÉXTASIS DE OSTIA Una vez bautizados, Agustín y sus amigos ya no tienen nada que hacer en Milán. Tiene el propósito de formar una comunidad de verdaderos hermanos en Cristo. Sus posesiones de Tagaste podían servirle para esta finalidad, y decide dirigirse allí. Como las ocasiones de atravesar el mar no eran muy frecuentes, tuvieron que detenerse algunos días en el puerto de Ostia. Allí se alojaron en casa de una familia cristiana. Ostia era una ciudad importante. Una multitud cosmopolita de diferentes lenguas y costumbres se agitaba en sus calles, que llenaban de una algarabía ensordecedora. Barcos cargados de aceite, de trigo y de toda clase de mercancías llenaban el puerto, y en los malecones se escuchaban las voces extrañas de los marineros. En el centro de esta ciudad, agitada y bullanguera, Agustín y su madre gustaban de la oración y de la contemplación de las cosas del cielo. Apoyados un dia en la ventana que daba al jardín de la casa, la madre y el hijo se entretenían comentando la grandeza de poderse unir a Dios en la eternidad. '' Estando pues los dos solos comenzamos a hablar y la conversación nos era dulcísima; olvidando lo pasado para sólo pensar en lo venidero, buscábamos juntos a la luz de la verdad, que eres Tú, cómo será la 107 vida eterna de los santos, que consiste en una felicidad que 'ni los ojos la vieron ni los oídos la oyeron ni la mente del hombre se la puede imaginar'. Abríamos nuestro corazón anhelante y sediento 'a la fuente de la vida que está en Ti' (Salmo 35,10) para que de alguna manera pudiéramos pensar y entender una cosa tan sublime y elevada. En nuestro diálogo llegamos a la conclusión de que el mayor deleite de los sentidos corporales por grande que sea o pueda uno imaginarse, no es digno de compararse, ni siquiera de hacer mención, a la dulzura y a la alegría de la vida futura, y este pensamiento nos levantaba el corazón con ímpetu más ardiente hacia el mismo Dios. Fuimos pasando revista sucesivamente a las cosas corporales: el sol, la luna y las estrellas que envían a la tierra su luz y su resplandor; subimos interiormente aun más arriba considerando tus obras, hablando de ellas y admirándolas; llegamos luego a meditar en lo que es el alma humana y de allí pasamos más adelante hasta tocar en aquella región de abundantes delicias, donde por toda la eternidad alimentas a tus escogidos con la verdad infinita y en donde la vida es la Sabiduría, por la que todas las cosas han sido hechas; en cambio Ella no ha sido creada, sino que es como fue y así será siempre; o por mejor decir, no hay en Ella un 'fue' o un 'será', sino sólo un 'es', porque es eterna. Y mientras hablábamos de ella y ardientemente la deseábamos, repentinamente e instantáneamente llegamos a tocarla con el ímpetu y la fuerza de nuestro espíritu. Lanzamos un hondo suspiro ante aquella eternidad, abandonándonos allá arriba, en las primi109 cias del Espíritu. Y luego tornamos ¡ah dolor! el camino del descenso a este mundo en donde hablamos y las palabras vienen y van" (Confesiones IX, 10,24). "Fue entonces cuando mi madre dijo: Hijo mío, por lo que a mí toca, nada me deleita ya en esta vida. No sé qué he de hacer aquí en adelante, en este mundo, ni para qué he de vivir, no teniendo cosa alguna que esperar en el presente siglo. Una cosa había por la que deseaba vivir y era que quería verte cristiano y católico antes de morir. Esto me lo ha concedido el Señor más colmadamente de lo que esperaba; pues además te veo entre los que despreciando toda felicidad terrena, se dedican totalmente a su servicio. ¿Qué sigo haciendo en este mundo? No me acuerdo bien de lo que a estas palabras respondí". (Confesiones IX, 19,26). 110 CAPITULO XVI YO REPRIMÍA LAS LAGRIMAS "Pasados apenas cinco días de esta conversación, mi madre cayó enferma con grandes fiebres. Uno de esos días tuvo un desvanecimiento, perdió los sentidos y no reconocía a los que le rodeaban. Acudimos todos pero muy pronto volvió en si, y mirándonos a mi hermano y a mi, que estábamos muy cerca de su cama, nos dijo como quien busca algo: ¿Qué pasa aquí? ¿En dónde estaba? Y luego, viéndonos a todos sumidos en la tristeza añadió: ¡Aquí enterraréis a vuestra madre! Yo callaba y reprimía las lágrimas; pero mi hermano dijo no sé qué palabras mostrando su deseo de no verla morir fuera de su patria. Ella, al oír esto, lo reprendió con la mirada y luego, volviéndose a mí me dijo: ¡Mira lo que dice éste! Y enseguida, hablando a ambos reiteró: enterrad éste mi cuerpo dondequiera y no os preocupéis de su cuidado; lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor. Y habiendo expresado este su último deseo con las palabras que pudo decir, calló; y agravándose la enfermedad entró en agonía. A los nueve días de su enfermedad, a los cincuenta y seis de su edad, y a los treinta y tres de la mía, aquella alma llena de religión y piedad salió de su cuerpo para pasar a la ternidad". (Confesiones IX, 12,28). 113 Mientras yo le cerraba los ojos, se apoderaba de mí una tristeza grande, formando un torrente de lágrimas, que quería salir por los ojos; pero por violento imperio de mi voluntad, el torrente era absorbido y mis ojos permanecían secos. Sin embargo, la batalla era agotadora y me hacía mucho mal. Apenas mi madre exhaló el último aliento, el joven Adeodato rompió a llorar a gritos, pero reprendido por todos nosotros calló. También mi juvenil ternura quería expresarse con lágrimas, pero yo las reprimía con recia voluntad. Es que no me parecía decente acompañar la muerte de mi madre con lamentos, gemidos y sollozos, que sólo tienen sentido cuando hay que deplorar alguna gran miseria en el que muere, o cuando se ve en la muerte el fin de toda existencia. Pero mi madre, ni moría miserablemente, ni moría totalmente. De esto estábamos seguros por su limpia vida, su fe sin fingimientos y por otras razones ciertas. ¿Qué era, pues, lo que me causaba tan grave dolor sino la herida recién abierta, al romperse repentinamente la dulce y grata costumbre de vivir juntos ? Yo me sentía dichoso por el testimonio que ella dio de mí en su última enfermedad; pues mientras yo le prestaba cariñosos cuidados, ella me llamaba hijo bueno y piadoso, y con frecuencia me recordaba que nunca había oído de mi boca ninguna palabra dura o injuriosa. Pero ¿qué comparación puede haber. Dios mío, entre el respeto que yo le tuve, con todos los cuidados y los servicios que de ella había recibido? Porque yo quedaba con el alma herida y desamparada de sus consuelos; mi vida misma quedaba despe- dazada porque era una sola vida formada con la vida de los dos. Cuando Adeodato dejó de llorar, tomó Evodio el Salterio y comenzó a cantar un salmo al que todos en la casa respondíamos: 'cantaré, Señor, tus juicios y tus misericordias' (Salmo 100,1). Al oir el canto acudieron muchos hermanos en la fe de uno y otro sexo, quedando muy edificados. Y mientras los que tenían el cargo preparaban el entierro según la costumbre; yo me retiré de allí a un lugar donde decorosamente podía hablar con los amigos, que en aquellos momentos no querían dejarme solo. Yo les decía cosas apropiadas a la situación; y con las verdades que hablaba se mitigaban aquellos tormentos interiores que Tú conocías y ellos ignoraban. Me escuchaban con atención y por el sosiego con que hablaba pensaban que yo era insensible al dolor. Pero bien oías Tú, Señor, las voces interiores de mi alma, mientras reprimía los ímpetus del sufrimiento, aunque no llegaba a prorrumpir en lágrimas, ni se mostraba cambio alguno en mi semblante. Solamente yo sabía cuan gravemente oprimido estaba mi corazón. Me desagradaba, por otra parte, que estos acaecimientos humanos, que están en el orden de la vida y que necesariamente tienen que suceder, me afectaran con tanto dolor y me agobiaba una doble tristeza. Llegó la hora de llevarla a enterrar. Yo fui y volví sin haber derramado una lágrima. Ni siquiera lloré al tiempo de las oraciones que elevamos a Ti cuando, puesto el cadáver a la orilla del sepulcro, según la costumbre, Te ofrecimos el sacrificio de nuestra Redención. 116 Pero durante el día entero me oprimió una pesada y oculta tristeza; y con la mente turbada Te pedia que sanaras mi dolor, pero Tú no quisiste y pienso que fue para que por esta experiencia tan viva me diera cuenta de los lazos tan fuertes con que nos atan las costumbres del mundo, aun a las almas que ya no se alimentan de cosas vanas. Entonces me pareció conveniente tomar un baño por haber oído decir que mitiga la congoja. Pero debo confesar, Padre mío, que después de haberme bañado me hallé del mismo modo que antes de bañarme; no se me había quitado la amargura y la tristeza del alma. Y luego me dormí y al despertar encontré mi dolor mitigado. Y estando yo solo en mi cama recordé aquellos versos de Ambrosio, tan llenos de verdad: "Dios, creador de todas las cosas, Señor de ios cielos que vistes el día de espléndida luz y bendices la noche con el regalo del sueño para que los miembros cansados se repongan para la tarea de cada día, para que se alivie la mente y se disipen los lutos de la ansiedad". Poco a poco me fueron volviendo los antiguos sentimientos para con tu sierva piadosa y santa ante Ti, de cuyo dulce trato me vi repentinamente privado. Entonces sentí ganas de llorar en tu presencia por ella y solté las riendas de las contenidas lágrimas para que corrieran a su gusto por el cauce de mi corazón y entonces descansé porque las veías Tú y no una persona humana, que diera a mis lágrimas alguna vana o falsa interpretación. Ahora lo confieso por 117 escrito en este libro; que lo lea el que quiera y lo interprete como quiera. Si le parece que hice mal y pequé por haber llorado ante Ti a mi madre recién muerta, a una madre que tanto había llorado por mí ante Ti, que no se ría de mi llanto, antes bien, si tiene caridad llore él también por mis pecados delante de Ti, Dios mío, que eres el Padre de todos los hermanos de tu Hijo Jesucristo nuestro Señor". (Confesiones IX, 12,29-33). CAPITULO XVII 118 NUEVA VIDA EN TAGASTE La muerte de Mónica le hizo cambiar los planes; se había entretenido más de lo pensado en Ostia, y estando cerca el invierno, juzgó peligroso aventurarse en un viaje por mar. Quizás también las noticias que llegaban de África, cuyas costas estaban bloqueadas por la flota del usuropador Máximo en lucha con Teodosio preocuparon a los viajeros, temerosos de caer en manos de los enemigos. Lo que sí es cierto es que no permaneció inactivo en este tiempo. Volvió a Roma y se preocupó de convertir a Cristo a sus amigos que con él habían participado en tantos errores. Visitó los Monasterios de la ciudad estudiando su organización para ver cuál seria el modelo de la comunidad que pensaba fundar en Tagaste. Recogió multitud de documentos relativos a los maniqueos, y en contra de ellos escribió dos libros, demostrando la falsedad de sus promesas y denunciando la vida desarreglada de sus prosélitos. Y cuando las circunstancias se hicieron más favorables se embarcó rumbo a África. El adiós a Italia fue definitivo; Agustín ya no regresaría nunca ni a Roma ni a Milán, donde pasó unos años tan bendecidos por la gracia de Dios. A finales del verano del 388 desembarca en Cartago; cinco años antes había partido de ese puerto, tratando 121 de librarse de los 'inoportunos' consejos de su madre y también de la llamada del Señor. Ahora regresa conquistado por la bondad de Dios y el esplendor de la santidad católica. En cuanto llegó a Tagaste, distribuyó entre los pobres lo que le quedaba de los bienes paternos. De esta manera quiere seguir el consejo del joven del evangelio: 'si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y después ven y sigúeme'. Se reservó solamente el usufructo de la casa para poder alojarse allí con sus compañeros, donde estableció su propio Monasterio. El programa que siguió fue el de la primera comunidad de los Hechos de los Apóstoles: 'Vivían unidos y compartían todo cuanto tenían. Acudían diariamente al templo con mucho entusiasmo. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía del pueblo'. (Hechos 2,44,46). Entraban a la recién nacida comunidad personas de las más diversas clases sociales: nobles y ricos, humildes y pequeños, obreros y campesinos, esclavos y libres, todo hombre de buena voluntad tenía cabida en la casa. 'Comencé a reunir jóvenes que deseaban seguir este ejemplo. Y como yo, también ellos, entregaban sus bienes a los pobres para poder vivir todos juntos en común. No teníamos sino una sola y gran herencia: Dios'. (Sermón 155). Hacia grandes cosas vamos; abracemos las cosas pequeñas, y seremos grandes. ¿Quieres abrazar la grandeza de Dios? Abraza primero la humildad de Dios. Abraza la humildad de Cristo, aprende a ser humilde, no se te suban los humos a la cabeza. Lejos de toda preocupación se llevaba una vida de consagración al Señor: recogimiento, oración, penitencia y buenas obras. Agustín se sentía feliz entre sus acompañantes. Poder leer, orar y dedicarse al estudio de la Sarada Escritura, le parecía la realización de un sueño acariciado durante largo tiempo. 123 Además atiende a cuantos acuden a él en busca de protección, consejo u orientación. Es el padre, el hermano, el amigo paciente y desinteresado. Mientras tanto gozaba de una paz interior que nunca había encontrado. Allá sentía vivamente la presencia de Dios y ante cualquier espectáculo de la naturaleza se elevaba hasta El. En la campiña verde y fresca de Tagaste se reponía la salud de su pecho cansado y enfermo y su mente se iba preparando para las batallas que estaban por venir. Durante este retiro de Tagaste tuvo la tristeza de perder a su hijo. No sabemos exactamente cuando murió ni las circunstancias. Parece que fue durante los últimos días que Agustín permaneció en su casa nativa. El dolor que sintió fue intenso, pero como ya lo hizo a la muerte de su madre, también ahora hace callar su corazón de padre frente a los deberes y las esperanzas que le impone la fe. Asi se expresa de su hijo durante la estancia en Tagaste: "Con nosotros estaba Adeodato, hijo mío carnal, nacido de mi pecado. Vos, Señor, lo hicisteis bueno. Era apenas de quince años y por su ingenio aventajaba a muchos doctos y graves...". (Confesiones IX, 6). 124 CAPITULO XVffl MINISTRO DEL SEÑOR En la primavera del año 391 hizo un viaje a la ciudad de Hipona con el fin de ayudar a un amigo suyo y tratar de ganárselo para el Señor. Un día, el obispo de Hipona predicaba en la iglesia y se lamentaba de la falta de un sacerdote que le ayudara en el ministerio sagrado. Agustín estaba entre los oyentes y al ser reconocido, la multitud comenzó a gritar: ¡ Agustín, presbítero; Agustín, presbítero! A pesar de la resistencia hasta con lágrimas, terminó aceptando la voluntad del pueblo como señal de la voluntad divina. No se sentía con fuerzas para tan elevado ministerio y, sobre todo, reconocía no estar preparado. Pidió que se le concediera un poco de tiempo para prepararse en una casa de campo, cerca de Hipona. En la Pascua del año 391, era ordenado sacerdote a la edad de 36 años. Sintió dolor al tener que dejar su comunidad de Tagaste, mas pronto consiguió permiso para traer a algunos de sus miembros a Hipona y allí estableció una nueva comunidad. Con él vivían: Alipio, Evodio, Posidio, Severo, Fortunato. Todos estos fueron más tarde ordenados sacerdotes y consagrados obispos. 127 El estudio, la oración de alabanza y el ejercicio práctico del amor fraterno hicieron de esta nueva comunidad un vivo reflejo de la comunidad apostólica. "El Señor está en medio de la comunidad. El que habita en el monasterio tiene a Dios en posesión, pues la comunidad es una sociedad ordenada y concorde en la cual gozan los unos en los otros con la posesión de Dios. Y todos ellos que saben vivir este cuerpo místico sienten de cerca a Dios, gozan de gran paz y saben vivir la verdadera libertad. Cuanto más cerca estás de tu comunidad, más cerca estás de Dios. Amar a la comunidad es amar a Cristo, de la cual El es el alma". (Sermón 143). "Somos muchos en un mismo cuerpo, tenemos la misma cabeza, vivimos la misma gracia, nos nutrimos del mismo pan, caminamos por la misma senda y habitamos en la misma morada. Pero lo que es más importante aún es que somos un mismo Cuerpo y tenemos un mismo Espíritu que nos vitaliza". (Carta 31). ' 'Para entrar en la comunidad se requiere una gracia especial de Dios: la vocación. Es la llamada de Cristo que se deja oir de las más diversas maneras. La oyó aquel adolescente del evangelio, la oyeron los apóstoles y la oímos también nosotros. Jesús está en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra. No seamos sordos, no nos hagamos los muertos: Cristo clama todavía muy alto". (Sermón 17). Como sacerdote de Hipona, se dedicó al ministerio de las almas. Pronto se hizo sentir su influencia: considerado 'un milagro' en la Iglesia de Dios, al año de ser ordenado su voz se dejó escuchar por doquier. Su elocuencia, su ciencia y la fama de santidad se extendió 128 por todas partes, dando gran prestigio a la Iglesia africana. El año 393 sé celebró el Concilio de África en la Basílica de la Paz de Hipona y es Agustín el encargado de dirigir la palabra a todos los obispos allí reunidos. Este acontecimiento nos indica la estima que ha conquistado entre la jerarquía de la Iglesia. Cinco años después de su ordenación sacerdotal, Valerio declaró públicamente su deseo de asociar a Agustín en el episcopado. El pueblo acogió la noticia con inmensa alegría. Era el año 396 cuando el Primado de Numidia lo consagró obispo de Hipona. Tenia entonces 41 años. Al aceptar el episcopado, se entregó por entero al servicio de la iglesia. Las almas, víctimas del error necesitaban de él, y aellas se dedica para recuperarlas y sanarlas. Siempre está dispuesto a atender a todo el que se lo pide. Sus ocupaciones son absorbentes: adminístralos bienes de la iglesia, cuida de los pobres y de los huérfanos, celebra los oficios en la iglesia, anuncia la palabra de Dios, visita su diócesis, combate el error de los paganos, toma parte de los concilios. Y cuando ha terminado no se reconoce con derecho a descansar: es nombrado Jefe espiritual de la Iglesia de África y Doctor de la Iglesia universal. Uno de los principales oficios del obispo es la predicación; en ella se compendia el verdadero ministerio apostólico. Agustín predica todos los días, y en ocasiones varias veces al día. Sabe llegar al corazón de los oyentes. Su predicación no es seca; está sembrada de ejemplos tomados de la vida de todos los días y de las 129 costumbres populares. El pueblo le escucha con agrado, con simpatía, complacido y manifestando libremente sus impresiones; aplaude e interrumpe con aclamaciones o le piden que explique algunos pasajes bíblicos un tanto oscuros. Todo su arte y su ingenio los ponía al servicio de la gloria de Dios y salud de las almas. "Durante casi cuarenta años encantó a sus oyentes porque tenía ese secreto de hacerse amar. Maestro experimentado en el arte de esclarecer las inteligencias, poseía una especial cualidad: la de conquistar corazones. No se contentaba con escuchar sus palabras; muchos las tomaban por escrito. Un día viendo a los taquígrafos dispuestos, se detuvo y dijo: debo cuidarme bien en lo que digo; hay hermanos que no contentos con abrir los oídos de su corazón a mis palabras, las escriben". (P. Guiunox). Agustín tenía gran confianza en la eficacia de la Palabra de Dios. Una vez, se desvió totalmente del tema que estaba tratando; cuando al día siguiente se presenta en el monasterio un negociante al que había tocado su corazón precisamente por aquello que él había dicho 'tan fuera de propósito'. El amor atraviesa como una corriente de fuego los sermones agustinianos. Su deseo es salvar almas para vivir todos unidos por la fe en Cristo-Jesús. Cuanto más crece tu amor, más aumenta tu belleza, pues el amor es la belleza del alma. "Si no cumplo con mi obligación de predicar, más que en peligro, me encontraría en total ruina. Pero ¿para qué estoy aquí? ¿Para qué vivo sino para que todos vivamos juntamente en Cristo? Este es mi deseo, éste es mi honor, ésta es mi gloria, ésta es mi ventura, ésta es mi herencia. Yo con mi predicación 131 / salvaré mi alma, pero no quiero salvarme solo, sino con mis hermanos que me escuchan". (Sermón 17). Agustín está pleno de bondad, de paciencia para cuantos le escuchan. Está en medio de las gentes del pueblo, de obreros, de libertos, de esclavos, de ignorantes. No duda en hacerse pequeño con los pequeños para poder hablar a todos en su lenguaje. Les repite las cosas las veces que necesitan hasta que le han comprendido. No se contenta con amar a los cristianos. Ama también con afecto parecido a los que no pertenecen a la verdadera Iglesia. Ya se dirija a los maniqueos, a los donatistas o a los pelagianos, tiene para ellos palabras de amor y de buena voluntad. Soliloquios, El Tratado sobre la verdadera religión, La Ciudad de Dios, Los comentarios al evangelio de San Juan, Las Narraciones a los Salmos, La Doctrina Cristiana, La Santísima Trinidad. Agustín es sin duda el escritor más fecundo de la iglesia latina. Lo que San Jerónimo había escrito de Orígenes, lo ha podido repetir luego Posidio del Obispo de Hipona: que 'el número de sus obras es tan grande que un gran estudioso apenas si puede llegar a leerlas todas'. Como detalle curioso de lo que significa toda esta producción, en sus escritos se pueden contar 42.816 citas de la Sagrada Escritura, lo que nos indica también el grado de asimilación que tenia de la Biblia. A veces habla con los acentos más emocionantes, más tiernos, más simples, del amor de Dios; para cocluir que la única actitud que podemos tener ante Dios es el reconocimiento y el amor. Si Dios nos ha amado primero, también nosotros debemos amarle, y este amor es precisamente nuestra recompensa. Su acción pastoral sobrepasa las fronteras africanas y se extiende a la Iglesia entera. El primer medio que emplea son los libros que escribe y que son leídos con verdadera avidez. Incluso se propagan entre el público antes de darse cuenta el propio autor. Sus obras son conocidas en toda la Iglesia; se las lee lo mismo en España que en Oriente, lo mismo en Italia que en Grecia. En su obra titulada "Retractaciones", afirma que ha escrito 93 tratados en 232 libros. Las más importantes son: Las Confesiones, Los Diálogos de Casiciaco, Los 132 133 *aaa^ CAPITULO XIX Para conseguir la santidad, el primer camino es la humildad, el segundo la humildad y el tercero la humildad. ÚLTIMOS DÍAS El 24 de agosto del año 410, en medio de una enorme tormenta, los godos al mando de Alarico, entraban en Roma dando fuego a la ciudad. El saqueo de la capital duró tres días y tres noches. Las crónicas nos hablan de una destrucción completa: incendios, asesinatos en masa, torturas, mutilaciones. Pero los godos buscaban, sobre todo el oro, y al marchar se llevaron consigo carros cargados de un valioso botín. La invasión de Roma causó profunda impresión entre los habitantes de las provincias. La triste noticia encontró por todas partes un eco de estupor y de espanto. Los paganos quisieron acusar a la iglesia católica como responsable de la ruina de Roma. Estos hechos históricos dieron pie a Agustín para escribir una de sus obras más importantes: 'La ciudad de Dios'. La invasión de Roma nos la cuenta Posidio de Calama, testigo ocular de los acontecimientos: "Algún tiempo después, dispuso la Divina Providencia que numerosas tropas de bárbaros crueles, vándalos y alanos, mezclados con godos y otras gentes venidas de España, con toda clase de armas y preparados para la guerra, desembarcaran e irrumpieran en África. Luego de atravesar todas las regiones de Mauritania, penetraron en nuestras provincias, dejando en todas partes huellas de su crueldad y barbarie, asolando todo con incendios, saqueos, pi137 llajes, despojos y otros innumerables y horribles males. No tenían miramiento al sexo, ni a la edad. No perdonaban a sacerdotes ni a los ministros de Dios, ni respetaban los ornamentos sagrados, ni los edificios dedicados al culto divino" (Vida de San Agustín). La ciudad de Hipona estaba sólidamente fortificada y preparada para oponer larga resistencia a los invasores. Por este motivo se había convertido en refugio de los habitantes de los alrededores. Muchos obispos se encontraban también entre los refugiados. A finales de mayo del año 430 comenzó el asedio de la ciudad. Agustín, que había entrado ya en sus 76 años y cuyas fuerzas disminuían, no cambió en nada su régimen de vida: orar, escribir, enseñar el evangelio, acoger a sus fieles. "Catorce meses duró el asedio completo, porque bloquearon la ciudad hasta por la parte del litoral. Allí me refugié yo con otros obispos y allí permanecimos durante el tiempo del asedio. Tema ordinario de nuestras conversaciones era la terrible amenaza de los bárbaros, dejando en las manos de Dios nuestros destinos, y decíamos: Justo eres, Señor, y rectos tus juicios. Y mezclando lágrimas, gemidos y lamentos, juntamente orábamos al Padre de toda misericordia y Dios de toda consolación, para que se dignase fortalecernos en tan grande prueba". (Vida de San Agustín). "Un día, conversando en la noche con Agustín, nos dijo: Habéis de saber que yo en este tiempo de angustias, pido a Dios, o que libre a la ciudad del cerco de los enemigos, o si es otro su beneplácito fortifique a sus siervos para cumplir su voluntad o me arrebate a mí de este mundo para llevarme consigo. 138 Decía esto para nuestra instrucción y edificación. Después, nosotros todos elevamos a Dios la misma súplica". (Vida de San Agustín). Dios se dignó escuchar las súplicas de su siervo. Antes que terminara el tercer mes de asedio cayó enfermo. Cuando sintió las fiebres elevadas de su enfermedad, se dio cuenta de que sus días estaban contados. Desde hacía algún tiempo, su salud dejaba mucho que desear. Todos lo sabían y se preocupaban. El Conde Darío le demostró su simpatía enviándole algunos remedios que su médico le había recomendado. Otros, sin duda, hicieron lo mismo. Pero Agustín era anciano y con los años, las fatigas, las emociones, las angustias, las privaciones, era ya imposible hacerse ilusiones y alimentar esperanzas humanas. Por otra parte ¿qué le podía importar la vida en la tierra? Desde el momento de su conversión, aspiraba a conocer y a amar cada vez más a Dios; trataba de contemplarlo y poseerlo sin limitaciones; no había cesado de buscar el rostro de Dios, y ahora con alegría sentía que había llegado el momento de decir adiós a las cosas de este mundo. Lo puede decir con la conciencia tranquila y el corazón lleno de gozo. En estos últimos días revisaba a todo su pasado: Patricio .que había partido el primero de la familia; Mónica, que había tenido el gozo de ver convertidos primero a su esposo y después a él; sus hermanos, que también habían descansado en la paz del Señor. Luego, repasaba en su memoria su adolescencia inquieta: había sido el tiempo de sus grandes pecados, pero también de sus grandes gracias: la mujer con la que había vivido durante tanto tiempo; su hijo Adeodato; 139 los amigos que le habían rodeado siempre: Alipio y Nebridio. Venían luego a su memoria los días decisivos de su conversión: Simpliciano y Ambrosio, que habían sido instrumentos de Dios para su vida espiritual. Y en medio de estos pensamientos, no cesaba de dar gracias a Dios, de orar y de recitar los salmos que tantas veces había rezado en la iglesia. Al cabo de unos días, los amigos que le atendían vieron que Agustín no curaría. La debilidad del enfermo no cesaba de aumentar. Su mente seguía lúcida; hasta el último momento no cesó de dirigir a los suyos recomendaciones espirituales. Incesantemente oraba a Dios y Posidio y los que le acompañaban respondían a sus plegarias. Fuera de las murallas de la ciudad, hervía el afán de los defensores y de los atacantes. En la habitación del enfermo todo era paz y silencio. Los sacerdotes de Hipona que le acompañaban en estos últimos momentos, de rodillas bisbiseaban en silencio las oraciones de los moribundos. Mientras, el doctor de la gracia y del amor, después de 75 años de vida estaba en agonía para ser recibido con júbilo en el cielo. El día 28 de agosto del año 430, el hijo de Patricio y de Mónica, Agustín, el obispo de Hipona, dormía en la paz del Señor. Contaba 75 años, 10 meses y 15 días. Lo primero por lo que os habéis congregado es para que viváis unánimes en una misma casa y tengáis una sola alma y un sólo corazón dirigido hacia Dios. 140 EPILOGO Agustín había muerto a los ojos de los hombres, pero comenzaba a vivir a los ojos de Dios. Y, ciertamente, su alma, después de tantos siglos, sigue estando viva entre nosotros. No podemos hablar sin emoción del alma de Agustín, ya que pertenece a uno de los hombres más grande y santos que han pasado por la tierra. Y con todo, no nos asusta ni desconcierta su grandeza. Por el contrario nos atrae como uno de nuestros hermanos más queridos; y hay que tratar frecuentemente a San Agustín para darse cuenta de su esplendor. Se ha dicho de él que ha sido 'el más santo de los humanos y el más humano de los santos'. Se nos presentan algunos santos como personajes sobrehumanos que no conocieron casi nada del pecado ni de la tentación. Agustín no es de éstos. Todas sus obras nos ponen en contacto con un hombre semejante a nosotros; mejor, por supuesto que la mayor parte de nosotros, pero expuesto como nosotros a la concupiscencia y viviendo todos los días ante el temor del pecado. Si alguno de sus rasgos nos sorprende en la fisonomía de Agustín, hemos de pensar en su carácter profundamente religioso. Las "Confesiones" nos ponen de relieve la profunda unidad de su vida interior: Jamás ha interrumpido el camino. Así, no ha tenido que lamentar su pasado, al menos en cierto sentido, porque para él, como para todos los que aman a Dios, ningún pensamiento, ninguna acción ha dejado de ser algo en relación con su bien, incluso los mismos pecados. Alma profundamente religiosa, ha debido buscar a Dios antes de encontrarlo y poseerlo. Por mucho tiempo, su corazón ha estado inquieto porque IO conocía todavía el verdadero descanso que solamente Dios es capaz de dar a los que viven en él. La última palabra de su enseñanza, la que traduce de una manera más completa las riquezas de su espíritu y de su corazón, es una palabra de amor: "Ama y haz lo que quieras, si callas, tu silencio sea de amor; si gritas, grita por amor; si tienes que corregir, hazlo con amor; si erdonas, perdona por amor; no falte dentro la raíz del mor, porque de ella no puede brotar sino el bien". No nos importa saber hasta qué punto ha podido, a pesar de sus esfuerzos, dejarse vencer por el mal. Se han escrito ya demasiadas tonterías a este respecto. Incluso se han interpretado fuera de su sentido natural ciertos testimonios que han atribuido al obispo de Hipona la confesión de sus faltas. 142 143 ÍNDICE Cap. {.2.3.4.5.6.7.8.9.10.H.12.13.14.15.16.17.18.19.20.- pág En un hogar africano Las primeras letras Un joven de porvenir Un año de ociosidad El primero de la clase En las redes del error El hijo de tantas lágrimas Astrología y supersticiones Un amigo de su infancia EnRoma El obispo de Milán Una visita Toma y lee Madre de todos El éxtasis de Ostia Yo reprimía las lágrimas Nueva vida en Tagaste Ministro del Señor Últimos días Epilogo Impreso en Venezuela por Ediciones 13 21 27 33 41 49 55 61 67 75 83 89 95 101 107 113 121 127 137 142 Paulinas - 1938