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MI
y
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San Agustín
y
Santa Ménica
P. Ángel Morras, o.a.r.
PROLOGO
He aquí un buen libro para una oportuna
divulgación.
Bueno porque pone al alcance de todos de la curiosidad intelectual media esa obra literiaria de todos los
tiempos que es Las Confesiones de San Agustín. Y de la
curiosidad apresurada, más de un lector y más de
ciento -estoy seguro- ha de pasar a la meditación reflexiva de las inmortales páginas del Santo.
Divulgación tiene que ver con vulgo, en el sentido
más honorable y democrático de la palabra. Y no se ha
encontrado otra forma de di-vulgar que la del viejo
poeta latino: ' 'miscentes utile dulci'', lo que es tanto
como decir que aleando a partes iguales la amenidad y
la enseñanza. Así ha logrado hacerlo el P. Ángel.
Como ante un pórtico romántico la belleza de trazos
admira y el gesto de los personajes alecciona, como en
una catcquesis los ejemplos atraen y la moraleja queda
sembrada en el corazón, así estas páginas que siguen
han de ser leídas de un solo trago, como si de una
novelita se tratara, pero al fin, sin que el autor lo diga
expresamente, quedará en el lector el convencimiento
de que Dios dispuso anécdotas y personajes (Mónica,
Alipio, Romaniano, Simpliciano, Ambrosio...) en función del gran Agustín y que a Agustín lo previo en
función de la historia grande de la Ciudad de Dios.
Es virtud del autor castigar su pluma para no arrebatar la palabra al biografiado y para no adentrarse en
vericuetos moralizantes o en divagaciones psicológicas. El estilo puede parecer flaco, sin caireles, ascético
casi. Y lo es. Lo digo en su elogio, porque la tentación
de romper ese propósito estilístico ha debido de ser
imponderable. Lo que importa no es precisamente el
lucimiento ornamental, sino poner de relieve el sentido
providencialista de la aventura agustianiana, que va
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desde una juventud desenfadada, pero honesta, hasta
las cotas más altas de la espiritualidad occidental. Y
esto sí que lo ha logrado el P. Ángel Morras haciéndonos ver cómo el dedo de Dios va engarzando, como
perlas, las que pudieran parecer nimiedades (el robo de
unas peras, elfastidio de la cantinela de multiplicar, las
tentaciones de la adolescencia y los enamoramientos de
la juventud, los banales triunfos escolares, los sueños y
regarlos de una madre, el consejo de un anciano, el
canto de un niño, la lectura de un libro, la emoción
bucólica de unas vacaciones...), pero nimiedades que
en la visión retrospectiva del Agustín Santo son hitos
que Dios mismo ponía a su vida. Si alguno de ellos es
enjuiciado como pecado por el rigor escrupuloso del
Santo, el lector de nuestros días no tiene más remedio
que aplicarle el juicio, mucho más benevolente, con
que el mismo Agustín disculpara la culpa de nuestro
padre Adán: "O felices culpae quae talem ac tantum
meruerunt Agustinum" ¿Benditos pecados que hiciron
madurar a un hombre, grande y amable, como lo fue
Agustín!
mienda formulado con ocasión del canto de un niño
oído en el apacible otoño milanés del año 386; es la
transformación radical (y radical viene de raíz) de un
hombre y, con él, de la vieja filosofía grecolatina, que
queda proyectada en adelante hacia su porvenir cristiano y occidental. Por ello, obras como la presente
-sencillas, amenas, precisas, rigurosas- vienen como
anillo al dedo a la superficialidad ambiental que padecemos. Porque nos acercan a una idea grande y nos
obligan a detener el paso para reflexionar.
JuanB. Otarte
La historia posterior del monje, del sacerdote, del
obispo, del escritor, del polemista queda, en este librito, constreñida a unas pocas páginas. Yesque, con
ser la de un santo, tal vez tenga menos virtualidades
ejemplarizantes para unos tiempos como los que nos
han tocado en suerte, en que abundan mucho más las
dudas, las desorientaciones, los pecados incluso, que
las certezas, las seguridades, la fe. Todos, quien más
quien menos, trepamos dificultosamente la misma
cuesta de Agustín pecador y por ello nos llega al corazón su figura. Como le ocurría a Santa Teresa de Avila.
He dicho que es una divulgación oportuna. Nos hallamos al borde de conmemorar el XVI centenario de la
conversión de San Agustín. Una conversión que es algo
más, mucho más, que un propósito personal de en-
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CAPITULO I
EN UN HOGAR AFRICANO
E¡ día 13 de noviembre del año 354 veía Agustín por
primera vez la luz del mundo, en Tagaste, pequeña
ciudad del norte de África. Sus padres se llamaban
Patricio y Mónica.
Aunque nacido en el seno de una familia cristiana,
siguiendo la costumbre de entonces, su bautismo fue
aplazado para edad más avanzada. De todos modos, el
niño fue inscrito en el número de los catecúmenos;
según el rito, se hizo la señal de la cruz sobre su frente y
se puso la sal bendita en sus labios.
Su madre era fervorosa cristiana; en cambio su padre
era pagano liberal. El matrimonio tuvo otros dos hijos
que llamaron Navigio y Perpetua.
Entre los esposos había cierta diferencia de edad:
Mónica se casó en la edad nubil; mientras que Patricio
ya no era un jovencito. Pero sobre todo existia gran
diferencia de carácter, y Mónica tuvo necesidad de
buena dosis de paciencia y habilidad para convivir con
su esposo y mantener unida la familia.
"Su esposo le fue desleal, pero ella soportó de tal
manera sus infidelidades que jamás tuvo por eso el
menor altercado. Tenia siempre la esperanza de que
tu misericordia, Dios mío, descendiera sobre él, y le
concedieras primeramente la fe y después la
fidelidad.
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Era él, por una parte extraordinariamente afectuoso y por otra sumamente iracundo y colérico.
Cuando ella lo veía enojado, tenía la prudencia de no
contradecirle ni de obra ni de palabra, mas después
ya quieto y sosegado, aprovechaba la primera oportunidad para explicarle su comportamiento, si se había irritado más de lo justo.
Menos violentos eran los maridos de algunas de
sus amigas; y sin embargo éstas con frecuencia mostraban el rostro marcado por los golpes recibidos; y
se quejaban entre si de la brutalidad de sus esposos.
Mi madre les reprendía su forma de hablar y les
recordaba que desde el momento en que ellas habían
oído la lectura del contrato matrimonial, debían considerarlo como un documento, en virtud del cual
estaban al servicio de sus maridos y ni debían engreírse ni ensoberbecerse contra ellos.
Sus amigas, sabedoras de lo feroz que era el esposo
de Mónica, se admiraban de cómo podía sobrellevarlo, a tal punto que jamás habían visto ni oído
indicios de que alguna vez Patricio le hubiera puesto
las manos encima o hubieran tenido riña alguna.
Le preguntaban con familiaridad y confianza la
causa de aquella inalterable concordia y ella les mostraba su modo de proceder que he dicho. Algunas
seguían su consejo y daban gracias a Dios por el bien
que experimentaban; otras no la imitaban y seguían
oprimidas y maltratadas por sus esposos". (Confesiones IX, 9,19).
"Otro gran don concediste, Dios y Señor mío, a
aquella sierva tuya, en cuyas entrañas me creaste: el
don de poner en paz los ánimos de cualesquiera que
estuvieran entre sí reñidos y discordes.
Porque ella escuchaba de una y otra parte los más
amargos reproches que la amistad colérica e indigesta suele proferir cuando en una acerba conversación se murmura de una amiga que no está presente,
exhalando por la boca la crudeza de sus odios indigestos y podridos. Mónica nunca decía a las unas lo
que había oído a las otras; solamente comunicaba lo
que podía contribuir a desenconarlos y
reconciliarlos.
Esta cualidad me parecería pequeña, si una triste
experiencia no me hubiera hecho ver tantas gentes
-como si fuera un horrendo contagio que se extiende
por doquier- que no sólo acostumbran a comunicar a
los enemigos enojados lo que dijeron sus enemigos
airados, sino que añaden otras cosas que no han
dicho. Debiera ser al contrario, que un hombre verdaderamente humano se cuida mucho de no estimular entre los demás las enemistades contando las
cosas malas que los unos dijeron de los otros, sino
aun afanarse hablando bien de todos.
Asi lo hacia mi madre, siguiendo las enseñanzas
que Tú, Señor, le dictabas en la escuela de su corazón". (Confesiones IX, 9,21).
"En mi niñez yo creía en Ti, Señor. Y creían también mi madre y todos los de la casa, a excepción de
mi padre; el cual, a pesar de que no tenía fe, nunca
contrarrestó los esfuerzos solícitos de mi madre, para
que Tú, Dios mío, fueses mi verdadero padre, más
que el que me había engendrado. En esto Tú le ayudabas a vencer a su marido, a quien servía con todo
esmero por Ti; sirviéndote a Ti en él.
que había tenido que sufrir cuando todavía era infiel". (Confesiones IX, 9,22).
En sus primeros años, Agustín da muestras de ser un
niño de ingenio vivo y de entendimiento despejado.
Como a todos los niños, le gustaba jugar. Entre sus
compañeros destacaba por su facilidad de palabra y por
el encanto de su conversación. Era sin duda, el "cabecilla' ' de sus compañeros; característica del futuro líder
de almas.
Mientras tanto, su madre le instruía en las cosas de la
fe: le enseñó a rezar e invocar el dulce nombre de Jesús;
e inculcó en su corazón tres ideas fundamentales, que
fueron semilla de un espléndido desarrollo. Son las
ideas de un Dios que nos cuida y nos ama; un SeñorJesús que nos salva; y el juicio final como puerta para
entrar en la vida futura.
Estas lecciones debieron impresionar vivamente el
corazón del niño; sobre todo cuando un día vio a su
padre convertido al cristianismo y pidiendo el sacramento del bautismo.
Mónica poseía el don de la persuasión: sus palabras,
sus imágenes tenían tal fuerza seductora que difícilmente podían olvidarse sus enseñanzas. En cierta ocasión cayó Agustín gravemente enfermo con una violenta fiebre y fuertes dolores de estómago, hasta el
punto de que se temió por su vida. Bañado en sudor
pidió con insistencia el bautismo. Parece extraño este
gesto del niño; pero ciertamente se trata del efecto de
las lecciones de la madre. Mónica quiso satisfacer el
deseo de su hijo, mas de pronto el enfermo comenzó a
mejorar y el bautismo fue diferido para otra ocasión.
Finalmente, algún tiempo antes de que saliese de
esta vida temporal, conquistó a su esposo para Ti; y
desde que se convirtió a la fe ya no tuvo que llorar lo
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CAPITULO II
La búsqueda de Dios, es la búsqueda de la
felicidad.
El encuentro con Dios es la felicidad misma.
LAS PRIMERAS LETRAS
Cuando estuvo en edad de asistir a la escuela, comenzó a aprender las primeras letras. Más tarde recordará con tristeza estos sus primeros años: los bancos
donde debía estar sentado horas y horas; el repetir a
coro la monótona cantinela: uno y uno dos; dos y dos
cuatro; las amenazas del maestro.
Ciertamente, la escuela de primaria no era entonces
simpática; a las dificultades de todo comienzo había
que añadir el temor a los azotes que caían frecuentemente sobre las espaldas de los niños, porque según el
popular refrán: "la letra con sangre entra".
"Cuántas miserias y humillaciones pasé en aquella
edad en la que se me proponía como única norma de
vida la obediencia. Pretendían con ello que yo sobresaliera en las artes del bien hablar, con que se consigue la estima y la honra para los hombres.
En consecuencia me enviaron a la escuela para
aprender las letras. Yo ignoraba qué utilidad tenia
todo aquello, y cuando era descuidado en el estudio
me golpeaban. Los mayores aprobaban un trato tan
duro e incluso lo celebraban. Quienes han vivido
antes que nosotros nos han preparado estos caminos
difíciles y trabajosos por los cuales se nos obliga a
pasar.
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También es verdad que entonces tuve algunos
maestros que Te invocaban, Dios mío, y se encomendaban a Ti. De ellos aprendí que eres grande y que,
aunque no Te percibimos con los sentidos, Tú nos
escuchas y nos socorres. Y asi, desde niño comencé a
invocarte y mi lengua se iba soltando en la oración''.
(Confesiones 1,9,14).
" Y sin embargo, leía, escribía y estudiaba menos
de lo que me exigían. No es que me faltara la memoria
o el ingenio, que me los diste suficientes; pero me
gustaba el juego. Y me castigaban quienes jugaban
como yo. Con la diferencia de que los juegos de los
adultos se llaman negocios y ocupaciones; y los juegos y entretenimientos de los muchachos se castigan
como delitos. Y nadie tiene lástima de los unos ni de
los otros". (Confesiones 1,9,15).
Agustín detestaba la escuela y lo que en ella se enseñaba. Los castigos se repetían todos los días sin que
pasara uno solo que no recibiera los golpes de la varita
del maestro. Se quejaba en su casa a sus padres, pero
ellos se burlaban; incluso su buena madre se reía. Y el
pobre niño desesperado no sabía a qué santo encomendarse. Se acordaba entonces de haber oído hablar de
Dios, de aquel Dios infinitamente bueno y grande que
protege a los pequeños y a los oprimidos. Y con toda la
sencillez de su corazón rezaba así: "Oh Dios, haz que
no sea castigado hoy en la escuela''.
Por otra parte era tal su afición al juego que esto le
inducía a engañar a sus maestros y a sus padres y a
cometer otras fechorías.
No es más feliz quien más tiene, sino quien
necesita.
menos
"Ofendía a mis padres, maestros y educadores con
incontables mentiras; y todo por la pasión del juego y
por la afición a ver espectáculos para luego imitar las
habilidades de los que jugaban.
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También cometía hurtos de la despensa de la casa y
de la mesa de mis padres; unas veces movido por la
gula y otras para tener algo que dar a los muchachos
que me vendían su juego, y con ello nos divertíamos
unos y otros.
Muchas veces, dominado por el deseo de sobresalir, amañaba el juego para conseguir la victoria. Y, sin
embargo, no había cosa que más me molestara que
sorprender a mis amigos en las mismas trampas que
yo hacía. Y si me descubrían y me lo echaban en cara
prefería pelear antes que ceder.
¿Es esta la inocencia de un niño? No lo es, Dios
mío. Porque de estas faltas en la edad escolar que
tienen por objeto frutas, pelotas y pajarillos, al llegar
a la edad mayor se pasa a cosas grandes, como es la
ambición de oro, de tierras y de esclavos.
Por lo tanto cuando Tú, Señor, dijiste que "el reino
de los cielos es de los que se hacen como niños", no
pretendías demostrar su inocencia, sino la humildad
simbolizada en su pequeña estatura". (Confesiones
I, 19,30).
A pesar de estos detalles que no tienen nada de extraño en un joven de su edad y en el ambiente en que
vive, el padre descubre que el muchacho tiene una
inteligencia extraordinaria que se revela en cada uno de
sus actos, en cada una de sus palabras. Y Patricio
comienza a soñar en los honores, en la fama y en las
riquezas que puede darle aquel hijo.
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CAPITULO III
UN JOVEN DE PORVENIR
Cuando terminó primaria, su padre lo envió a estudiar a la cercana ciudad de Madaura. Quizás era la
primera vez que salía de Tagaste.
Madaura presentaba el aspecto aristocrático de una
gran ciudad, rica en monumentos y sede importante de
estudios y cultura. Por todas partes se veían templos,
arcos de triunfo, termas, pórticos, estatuas.
Agustín vivía en un mundo maravillosos, donde tantas leyendas y tantas obras de arte excitaban su natural
tendencia a la belleza.
La vida en Madaura no estaba hecha para un joven
católico que hubiera querido perseverar en la fe. El
cristianismo era considerado allí como religión de pueblos bárbaros. La mayor parte de la población era pagana, y paganas eran sus costumbres y sus fiestas.
En este ambiente y fuera de la casa paterna, el hijo de
Mónica se fue olvidando de las lecciones de la madre y
al mismo tiempo se alejaba poco a poco del
cristianismo.
"Quiero traer a mi memoria las fealdades de mi
vida pasada y las carnales torpezas de mi alma. No lo
hago por complacerme, sino por amor a Ti, Dios mío.
Por tu amor, voy a recorrer en la memoria, la amargura de mis perversos caminos y las malas andanzas,
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para que Tú seas mi dulzura verdadera, feliz y segura; y sanes este corazón dividido en pedazos,
mientras separado de Ti anduve en muchas
vanidades.
En algún tiempo de mi adolescencia, ardía en deseo de saciar los más bajos apetitos y me entregué a
sombríos afectos y pasiones, con lo cual se afeó la
hermosura de mi alma y me convertí en podredumbre
ante tus ojos, Señor y Dios mío". (Confesiones II,
1,1).
" N a d a me deleitaba entonces sino amar y ser
amado. Pero no guardábamos la debida compostura
con que deben amarse las almas dentro de los limites
luminosos de una sana amistad, sino que se levantaban en mi, tinieblas de fangosa concupiscencia carnal
que obnubilaban y ofuscaban mi corazón de tal modo
que no sabia distinguir entre la clara serenidad del
amor casto y la inquietud tenebrosa del amor impuro.
Ambos amores ardían confusamente en mi corazón y
me arrastraban por los despeñaderos de las pasiones.
Tú, Señor, debías estar enojado contra mi y yo no
lo advertía. Con el ruido de la cadena mortal que
arrastraba me había vuelto sordo a tus voces y me iba
alejando de Ti; y Tú lo permitías. Era traído y llevado
por el fermento de las pasiones y Tú callabas". (Confesiones II, 2,2).
"Ojalá hubiera tenido yo entonces alguien que me
sujetara, enseñándome a usar rectamente de la belleza de las cosas. Pero me dejé llevar del ímpetu de
las pasiones y me aparté de Ti, traspasando los límites de lo permitido. Es verdad que no me libré de tus
castigos, Señor, porque tu misericorida siempre estaba junto a mi, rociando de amargura mis placeres
pecaminosos. Quenas con esto, que buscara la ver29
dadera felicidad, sin mezcla de amarguras y disgus-/
tos. Y ¿dónde podía conseguirla sino en Ti, que si nos
hieres es para sanarnos, y si nos haces morir a nosotros mismos es para vivir en Ti?". (Confesiones II,
2,3).
Muy pronto se hizo brillar Agustín entre sus compañeros de Madaura; y sus maestros descubrieron en él un
joven de porvenir, por no decir un joven "prodigio".
El estudio de los autores clásicos se efectuaba de
acuerdo a unos métodos tradicionales: se leían los pasajes en voz alta, se aprendían de memoria y se recitaban
dando máxima importancia a la dicción y a la puntuación. Entonces comenzó a aficionarse a la literatura
clásica hasta derramar lágrimas sobre los libros,
cuando leía las pasiones y sus trágicos desenlaces
descritos.
Un día tuvo que declamar un discurso que él mismo
había compuesto. Se trataba del dolor y de la cólera de
Juno que no podía impedir que los Troyanos arribaran a
Italia. Era un tema clásico, y el joven orador lo declamó
de una manera tan real y emocionante que sus compañeros no pudieron menos de aplaudir.
Patricio y Ménica podían sentirse orgullosos de su
hijo; por lo menos de sus cualidades intelectuales.
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CAPITULO IV
UN AÑO DE OCIOSIDAD
Terminados los estudios de gramática se vio obligado
a regresar a Tagaste. En Madaura no había profesores
que pudieran enseñarle el camino del porvenir y de la
gloria; éstos se encontraban en Cartago. Pero el viaje
era largo y la vida muy costosa para las posibilidades de
su padre. Si Patricio, con grandes sacrificios, había
podido asegurar a su hijo la educación en las escuelas de
Madaura, para los estudios de Cartago necesitaba acudir a la generosidad de algún amigo. Y en estos menesteres transcurrió un año.
Mientras tanto, el joven Agustín, libre del cuidado de
los maestros, ocioso y empujado por las malas compañías, comenzó a entregarse a una vida fácil y a dejarse
llevar por su naturaleza apasionada.
"¡Qué lejos de las delicias de tu casa, Señor, estaba
yo en el año decimosexto de mi edad! Entonces fue
cuando me dominó la concupiscencia, y yo me rendí
a ella enteramente, lo cual aunque los hombres lo
aprueban no es lícito y está prohibido por tus leyes.
No se preocuparon los míos de encaminarme al
matrimonio para evitar mis caídas. Solamente se
preocupaban de que aprendiese a declamar los más
hermosos discursos y a convencer con la palabra".
(Confesiones II, 2,3).
"Y sucedió que estando un día yo en el baño, me
vio mi padre ya púber y con los signos de la inquieta
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33
adolescencia. Muy contento fue a contárselo a mi
madre, alegrándose anticipadamente de los nietos,
que esperaba de mí. Era la fuerza de lo humano lo qu^
le hacia pensar asi.
Pero Tú, Señor, ya habías comenzado a edificar tu
templo en el corazón de mi padre y a tener allí tu santa
morada; que mi padre todavía era catecúmeno, desde
hacía poco tiempo; y así, al oírlo se sobresaltó con
piadoso temblor por mí; pues aunque todavía no era
cristiano, temió que fuera por los caminos torcidos
por donde andan los que te vuelven la espalda y no la
cara.
¡Ay de mi! ¿Y me atrevo a decir que Tú, Dios mió,
permanecerías callado, mientras yo me iba alejando
más y más de Ti? ¿Es verdad que Tú callabas, Señor,
y que no me hablabas? ¿De quién sino tuyas eran
aquellas palabras, que por boca de mi madre me
cantabas al oído? Mas ninguna de aquellas palabras
descendió a mi corazón para ponerla por obra.
Pon amor en las cosas que haces y las cosas
tendrán sentido.
Retírales el amor y se tornarán vacías.
34
Quería ella -y recuerdo que a solas con gran diligencia me lo avisó- que no tuviese trato ilícito con
mujer alguna, y especialmente con mujer casada,
Pero sus consejos me parecieron mujeriles a los que
daría vergüenza obedecer. Mas en realidad eran tuyos y yo no lo sabia; pensaba que Tú callabas y
hablaba ella; y eras Tú el que hablabas por boca de
ella; y al despreciar a ella, yo su hijo, el hijo de tu
sierva, te despreciaba a Ti.
Yo lo ignoraba y corría ciegamente hacia el precipicio, sin poder soportar que mis compañeros, que se
jactaban de sus fechorías, me superaran en malas
acciones.
Con tales compañeros recorría yo las calles y plazas. Y me revolcaba en el cieno del pecado. Un
enemigo invisible me tenia en el lodo, mientras yo me
dejaba oprimir.
Pero mi madre, que fue tan solicita en recomendarme la castidad, no tuvo la misma solicitud en
aconsejarme sobre el matrimonio, si no era posible
cortarme de otra manera la concupiscencia. Ella no
se cuidó de esto; tenia miedo que los lazos del matrimonio dieran fin a las esperanzas que de mi tenían.
No a la esperanza de la vida futura, sino a la esperanza de mis estudios, que tanto ella como mi padre
deseaban vivamente; pero con esta diferencia, que
él, pensando poco o nada en Ti, formaba castillos en
el aire sobre mí; y ella porque no veía en los estudios
un estorbo, sino más bien una ayuda para llegar a Ti.
También para el juego y otras diversiones me aflojaban las riendas más de lo que permite una discreta
severidad, dejándome ir libremente tras mis desordenados deseos, afectos y pasiones. En todo esto había
36
como una espesa y oscura niebla que me impedia ver,
Dios mió, la serena y brillante hermosura de tu verdad". (Confesiones II, 3,6).
' 'Tu ley, Señor, prohibe robar; y esta ley está de tal
modo grabada en el corazón del hombre que no hay
quien la pueda borrar. Pues ¿qué ladrón es capaz de
soportar que le robe otro ladrón? Pues bien, yo quise
robar y robé; no por necesidad, sino por maldad.
Porque robé cosas que yo tenia en abundancia y que
no eran mejores que las que poseía. Y ni siquiera
disfrutaba de las cosas robadas; lo único que me
interesaba era el hurto en si.
En una hacienda cerca de la nuestra, había un árbol
cargado de peras, que ni eran hermosas a la vista ni
sabrosas al gusto. Fuimos un grupo de perversos
muchachos hacia la media noche, cansados de nuestros juegos, a sacudir el árbol y nos llevamos las
peras, no para comerlas, sino para echarlas a los
cerdos, si bien comimos algunas. Lo importante era
hacer lo que está prohibido.
Este es mi corazón, Dios mío, del cual tuviste
misericordia aun estando en un abismo de maldad".
(Confesiones II, 4,9).
Debemos evitar una interpretación temeraria de estos textos como si el año 16 de su vida fuera un año de
escándalos morales fuera de lo común. Parece extraño
que un muchacho que ha vivido tanto tiempo bajo la
influencia de una madre como Mónica fuera como el
descrito en estos pasajes. No podemos tomar al pie de
la letra las faltas que él nos describe como cometidas en
esa época. Es cierto que era adolescente y que se encontraba ocioso; frecuentaba los baños y recorría las
calles con sus compañeros. Pero en todo esto, su vida
no se diferenciaba de la de un muchacho de su edad. Y
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si en algo se distinguía era en ser más recatado que
ellos.
Yo los escuchaba vanagloriarse de sus pecados. Y
tanto más cuanto más grandes eran sus faltas. Y yo
deseaba hacer como ellos, no sólo por el placer, sino
también por parecerme a ellos. Yo, por temor a que
se burlaran de mí, me hacia más vicioso, y a falta de
crímenes reales que me hicieran igual que los demás,
simulaba haber hecho lo que en realidad no hacia.
Tenia miedo de parecer tanto más despreciable,
cuanto más inocente; y tanto más vil cuanto más
casto". (Confesiones II, 3,7).
Al leer este texto, nos da la impresión de que en
medio de sus camaradas, Agustín era el mejor y el más
reservado. Podemos pensar que, muchas veces, del
fondo de su corazón se elevaba la voz del remordimiento. Sólo un estúpido respeto humano le impedía
salir de aquel estado. Además, entre los estudiantes era
conocido como "un joven tranquilo y respetable".
(Carta 93,51).
38
CAPITULO V
EL PRIMERO DE LA CLASE
A fuerza de estrecheces, economías y con la ayuda de
un amigo, lograron reunir el dinero necesario para realizar los estudios en la gran metrópoli.
Cuando sus padres lo enviaron a Cartago, solo y con
sus 17 años, lo exponían ciertamente a unriesgomortal.
Sin duda que Mónica tomó sus precauciones, pero aun
así el peligro era enorme.
Grande debió ser el entusiasmo del joven provinciano al llegar a Cartago, que estaba entonces en todo el
esplendor de su poder y de su riqueza. Después de
Roma, ninguna ciudad del Imperio le aventajaba en
bellezas monumentales.
Agustín llegó allí pleno de ilusiones: tenia talento,
ambiciones, fuego interior, honradez y, sobre todo,
sueños de gloria y felicidad.
En esta ciudad cosmopolita se encontraban hombres
de toda raza, religión y lengua. Y los jóvenes acudían en
gran número para terminar sus estudios.
Después de saciar las primeras urgencias de curiosidad, comenzó a conocer los personajes señalados por la
fama; a oir conferencias y música en el Odeón y, sobre
todo, a frecuentar el teatro.
"Me entusiasmaban los espectáculos teatrales llenos de las mismas miserias que yo tenía y de los
fuegos que me devoraban". (Confesiones III. 2,2).
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Al poco tiempo se unió a una mujer con la que vivió
maritalmente y a la que guardó fidelidad. Pronto esta
mujer le dio un hijo que llamó Adeodato. No pudo
menos de amarlo con todo el corazón. Lo conservó
siempre consigo y lo educó con sumo cuidado.
"No tardé en caer en los lazos del amor, en que
deseaba ser cautivo. ¡Dios mío! ¡Con cuanta hiél me
amargaste aquella primera suavidad! Llegué al enlace secreto, y alegre me dejé atar para ser pronto
azotado con los hierros candentes de los celos y
sospechas, los temores, las iras y las riñas". (Confesiones III, 1,1).
Pero no había venido a Cartago solo a distraerse. El
recuerdo de la muerte de su padre, recién acaecida; los
sacrificios que suponían sus estudios para la economía
de la casa; los cuidados de la madre y el agradecimiento
que debía a Romaniano, amigo y colaborador de la
familia, le hicieron recapacitar.
Leyó y estudió muchísimo, comprendió sin esfuerzo
las materias más difíciles. El atribuye a Dios su gran
talento y nos dice que aprendía casi solo, sin sentir
dificultad alguna en asimilar las ciencias, que sus condiscípulos no comprendían sino a costa de grandes
esfuerzos.
"Los estudios en los que me ocupaba estaban
orientados hacia las actividades del foro y de los
tribunales, en los que resulta más excelente y alabado
quien mayores engaños defiende con éxito. Tan
grande es la ceguera de los hombres que llegan a
gloriarse de la misma ceguera.
Yo era el primero de la clase de retórica. Era soberbio y petulante y tenia la cabeza llena de humo; pero
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Reconoce que tú no eres luz para ti; a lo mucho, eres
ojo, no eres luz. ¿Qué aprovecha el ojo abierto y sano y
si falta la luz? Di, pues, y clama lo que está escrito:
"Tú, Señor, iluminarás mi lámpara".
más quieto y sosegado que otros, como Tú, Señor,
bien sabes.
Procuraba mantenerme apartado de los "eversores", entre los que vivía avergonzado de no ser como
ellos. Me complacía su amistad aunque aborrecía su
comportamiento: atormentaban a los tímidos alumnos recién llegados a la escuela con burlas pesadas:
ridiculizaban a los forasteros a quienes ultrajaban sin
motivo. Muy semejantes a éstas deben ser las acciones de los demonios". (Confesiones III, 3,6).
Lo único que me faltaba, en medio de tanta fragancia, era el nombre de Cristo, que no aparecía en el
libro. Porque este nombre, siendo niño, lo había bebido y mamado con la leche de mi madre y lo conservaba profundamente grabado en mi corazón, por lo
cual, un escrito sin ese nombre, por muy erudito,
elegante y verdadero que fuese, no lograba apoderarse de mí". (Confesiones III, 4,7).
"Con estos compañeros estudiaba yo los tratados
de la elocuencia, con la finalidad de conseguir los
aplausos de la vanidad humana.
Y sucedió que siguiendo el curso normal de los
estudios, cayó en mis manos un libro de Cicerón,
titulado "Hortensio". Contenía una exhortación a
los jóvenes a conseguir la sabiduría como medio de
felicidad. La lectura de aquel libro cambió mis sentimientos y enderezó mis pensamientos hacia Ti, Señor. De pronto me parecieron inútiles todas las cosas
en las que había puesto mi esperanza y se encendió en
mi corazón el deseo de la sabiduría inmortal.
¡Con cuánto ardor, Dios mío, deseaba volar hacia
Ti, lejos de todo lo terrenal! No sabía yo lo que
estabas haciendo conmigo Tú, que eres la misma
sabiduría.
Bien sabes, Señor, que yo en esos tiempos no
conocía aun las palabras del Apóstol, pero me atraía
la exhortación del "Hortensio" a no quedarme en
esta o aquella secta, sino a buscar la sabiduría donde
fuera. Mi espíritu se había encendido.
44
45
CAPITULO VI
Señor, que yo te conozca a n que me conoces.
Que yo te conozca como soy conocido por tí.
EN LAS REDES DEL ERROR
"Me decidí a estudiar las Sagradas Escrituras para
ver cómo eran. Mas ahora me doy cuenta que es un
libro que no pueden comprender los soberbios. Humilde en el estilo, sublime en su doctrina y lleno de
misterios. Yo no estaba entonces para bajar la cabeza
y acomodarme a sus pasos. El juicio de aquella primera lectura fue muy distinto del que tengo ahora;
entonces me parecieron muy por debajo de los escritos de Cicerón. Mi orgullo rechazaba la sencillez de
su expresión, y la soberbia me cegaba para ver las
interioridades. La sublimidad y la grandeza de la
Sagrada Escritura se deja ver a los ojos de lo humildes y pequeños, y yo me negaba a ser pequeño. Lleno
de vanidad me sentía grande" (Confesiones III, 5,9).
Se había despertado en Agustín el deseo de un nuevo
mundo de valores. Le bastó un libro de Cicerón para
persuadirle de que en las riquezas no hemos de poner el
corazón. El incendio provocado en su interior no le dejó
descansar y le llevó a nuevos esfuerzos de búsqueda.
Sentía la necesidad de descubrir la verdad. Sin renunciar a ninguna de sus ambiciones, sin abandonar a su
mujer, y con el deseo de encontrar solución especialmente el problema del bien y del mal, se entregó a la
metafísica.
El orgullo le había impedido hallar la verdad donde
estaba y entonces vino a caer en las redes de la herejía
maniquea; esto es, en pleno materialismo.
49
La secta de los maniqueos era una mezcla de la
doctrina del evangelio de Cristo, de las tradiciones de
Zoroastro y de Buda. Sus promesas eran en verdad
atrayentes: pretendían saberlo todo y demostrarlo
todo, desde la creación hasta los más mínimos detalles
de la vida.
Por supuesto que una doctrina con estas garantías
hizo mella en el espíritu de Agustín. Cuando había
tratado de leer la Biblia, no encontró sino doctrinas
misteriosas, y cuando pedía explicaciones, le decían
que tenia que creer sin más. Los maniqueos le prometían explicaciones a todo problema con hermosos discursos. Hablaban con énfasis de dos principios: del
bueno y del malo, enfrentados en una lucha sin cuartel y
cuya evidencia descubrían en todas partes.
Pronto se dieron cuenta del talento de Agustín. Conocían sus triunfos académicos y su elocuencia. Lo consideraron como una buena presa para su secta y le tendieron las redes. El joven universitario cayó atraído por el
cebo de la verdad.
Trabajan todos los que mienten, porque dirían muy
fácilmente la verdad. Pues el que finge lo que dice, se
esfuerza laboriosamente. Quien quiere decir la verdad
no trabaja, porque la misma verdad habla sin esfuerzo.
"Así caí en las redes de unos hombres soberbios,
extravagantes, carnales y habladores cuyas lenguas
las movía el mismo demonio y cuyas palabras atraían
porque nombraban con frecuencia los nombres de
Dios-Padre, del Señor-Jesucristo y del Espíritu
Santo. Estos nombres los tenían siempre en la boca,
pero su corazón estaba completamente vacío. Repetían con frecuencia: la verdad, la verdad; pero me
decían muchas falsedades no sólo de Dios, sino también de las cosas del mundo que son hechura de
Dios". (Confesiones III, 6,10).
Convertido al maniqueísmo trató de arrastrar por el
mismo camino a sus amigos y conocidos, y combatió
furiosamente al catolicismo.
51
Pero tampoco entre los maniqueos encontró descanso su corazón, sino nuevas incertidumbres y dolores. Sus triunfos escolares y literarios, el éxito entre sus
amistades, los aplausos de la multitud, los placeres del
amor, no le bastaban para calmar la sed de su corazón.
Nueve años permaneció Agustín en el maniqueismo,
mientras su madre Mónica elevaba constantes plegarias
por el hijo extraviado.
CAPITULO VII
/
52
EL HIJO DE TANTAS LAGRIMAS
A) terminar sus estudios, en vez de quedarse en Cartago, donde podria brillar entre los más famosos, prefirió volver a Tagaste y abrir allí una escuela de
gramática.
Su madre le vio llegar con alegría y a la vez con
preocupacoión y tristeza. La conducta del hijo al que
tanto amaba no dejaba de preocuparle. Se veia obligada
a permitir que viviera con una concubina; effa misma
había sufrido durante largo tiempo las infidelidades de
su marido, y ahora no podía menos de disculpar en su
hijo las debilidades de la carne y los atractivos de la
pasión. Pero no podía soportar su adhesión al
maniqueismo.
Procuró sacarlo del error y atraerlo a la doctrina de la
iglesia católica, pero Agustín se obstinó en la herejía y
entonces Mónica creyó llegada la hora de ser una mujer
fuerte y cerró a su hijo las puertas de su casa. Lo alejó
de ella físicamente y lo metió más adentro en su corazón: '' mi madre lloró por mi en esta época más de lo que
suelen llorar las madres cuando ha muerto alguno de
sus hijos" (Confesiones III, 11,19). Un amigo de la
familia recogió a Agustín en su casa.
Desde su regreso a Tagaste, Agustín dedicó sus esfuerzos a enseñar gramática y a predicar la doctrina
maniquea, llegando a conquistar a varias personas de
55
relieve social: Romaniano, su rico bienhechor; Alipio,
un joven amigo suyo; Honorato, discípulo distinguido.
Y mientras tanto, Mónica no cesaba de rezar por
aquel joven prodigio. Su vida siempre había sido piadosa, pero desde la muerte de su esposo se consagró
enteramente a la oración y a la práctica de buenas
obras. Por eso no podía admitir que Agustín se constituyera enemigo de la iglesia y tratara de arrastrar por el
mismo camino a sus amitades y conocidos.
Una noche tuvo Mónica un sueño: "es de saber que
se vio en sueños sobre una regla de madera y veía venir
hacia ella un joven resplandeciente, alegre y sonriéndola". (Confesiones III, 11,19).
Este sueño fue para ella de gran consuelo. Se apresuró a contárselo a Agustín. Este, burlón, como todos
los jóvenes, respondió que la visión significaba que ella
se convertiría al maniqueísmo. Pero la madre respondió, sin dudar, que ese no podía ser el sentido del sueño.
No era ella la que se acercaba a Agustín; sino Agustín
quien se acercaba a ella.
Esta seguridad le impresionó; tanto más que a partir
de aquel día lo recibió en su casa y se restableció la vida
familiar. Muy segura debía estar para hacer esta
concesión.
Pero Mónica no se contentaba con rezar por su hijo.
Pedía consejos por doquier.
El frío de amor es el silencio del corazón.
La llama del amor es la oración del corazón.
Si amas siempre, estarás siempre en oración.
"También en este tiempo le diste, Señor, otra respuesta por medio de un ministro tuyo sacerdote; un
cierto obispo criado y educado en tu iglesia y muy
práctico y versado en tus Sagradas Escrituras. Le
rogó mi madre que se dignase recibirme y hablar
conmigo para refutar mis errores hasta desenga57
ñarme de mis falsos dogmas y enseñarme la verdad,
ya que él solía hacer esto con personas bien dispuestas. Pero él no quiso hablar conmigo, y más tarde
entendí que había obrado con mucha prudencia. Respondió que mi disposición no era la adecuada para
admitir otra doctrina, hinchado como estaba por mi
reciente adhesión a aquella herejía.
Ella le contó cómo yo había descarriado a otras
personas de escasa instrucción. Y el obispo le aconsejó : déjalo por ahora en su error y no hagas otra cosa
que rogar a Dios por él; él mismo acabará por descubrir la falsedad y la impiedad de la secta maniquea.
Entonces le contó cómo siendo niño, su madre
engañada, lo había entregado a los maniqueos; había
leído todos sus libros e incluso había escrito algunos.
Pero sin que nadie disputase en él había encontrado el
error de la secta y la había abandonado.
Y como mi madre no se quedó tranquila sino que le
insistía más y más, hasta importunarle con lágrimas y
ruegos para que me recibiera y hablase conmigo, el
obispo, finalmente un tanto fastidiado, le dijo: "vete
en paz, mujer, y Dios te asista; es imposible que se
pierda un hijo de tantas lágrimas".
Estas palabras las recibió mi madre como si hubiesen sonado desde el cielo, según me lo recordaba ella
frecuentemente en nuestras conversaciones". (Confesiones III, 12,21).
58
CAPITULO VIII
ASTROLOGIA Y SUPERSTICIONES
"Durante nueve años, desde los dievinueve hasta
los ventiocho de mi edad, viví engañado y engañando
a otros. Públicamente enseñaba retórica; en privado
me ocupaba de divulgar la secta maniquea.
Por una parte seguía continuamente el humo y el
aire de la gloria popular buscando los aplausos del
teatro y las coronas de los certámenes poéticos; por
otra parte era muy supersticioso en el cumplimiento
de lo que ordenaban los maniqueos: llevaba conmigo
a los "elegidos" de la secta para que ellos fabricasen
en el laboratorio de su estómago dioses que me protegiesen. En esas aberraciones creía y las ponía en
práctica con mis amigos a los que yo había llevado al
engaño. (Confesiones IV, 2,1).
"Recuerdo también que en cierta ocasión decidí
participar en un concurso para una obra de teatro. Un
cierto adivino me preguntó cuanto le daría si él por
medio de no sé qué misteriosas hechicerías, me hacía
conseguir la victoria. Yo, que detestaba todas aquellas inmundas maniobras, le contesté que no estaba
dispuesto ni a matar una mosca; porque él mataba
animales en honor de algunos demonios para hacerlos propicios. Yo, Dios de mi corazón, no rechazé
este mal por amor a Ti, pues aun no te conocía; pero
no estuve dispuesto a que por mi se sacrificara nada a
los demonios, sirviéndoles de deleite con nuestros
errores". (Confesiones IV, 2,3).
61
"Pero sí consultaba yo entonces a los astrólogos
planetarios que practicaban toda suerte de adivinanzas. Esta práctica rechazada y condenada por la piedad cristiana. Porque debemos alabar al Señor y pedirle perdón por nuestros pecados, sin pecar libremente porque El es misericordioso, recordando
aquella su palabra: "mira que ya estás sano; no
quiero que peques más, no sea que te suceda algo
peor''. (Jn 5,14). Esta doctrina la quieren destruir los
astrólogos diciendo que todo depende de los astros y
que Venus hizo esto; Saturno, aquello y Marte lo de
más allá.
Había en aquel tiempo un hombre muy sabio e
instruido en la medicina. Siendo procónsul puso sobre mi cabeza la corona que gané en el certamen de
poesía. Tuve gran familiaridad con él y me gustaba
escuchar sus conversaciones que eran agradables y
graves por la fuerza de sus razonamientos. Cuando se
enteró de que yo practicaba la astrologia, con mucha
amabilidad me animó a que dejase todo aquello, ya
que desperdiciaba un tiempo necesario en cosas más
provechosas. Me dijo que él mismo, de joven, había
aprendido astrología, y hasta había pensado vivir de
ella. Sin embargo, la había dejado porque llegó a
comprender la enorme falsedad que en ella había; y
siendo un hombre honrado no había querido vivir del
engaño de los demás. Pero tú, me dijo, tienes ganado
el sustento con tus clases de retórica y te dedicas a
estos engaños, no por necesidad sino por curiosidad.
Conviene que me creas cuanto te digo, yo que estudié
a fondo y llegué a pensar en ganarme la vida con su
práctica.
Al preguntarle cómo era que los astrólogos aciertan algunas predicciones, me dijo que eso era obra del
azar, y que el alma humana, movida por un instinto
superior, sin saber ella cómo ni por qué arte, res63
ponde cosas que concuerdan con los hechos de aquel
que interroga.
Esta enseñanza me la diste Tú, Señor, por medió
de aquel varón, y se quedó grabada en mi memoria.
Pero entonces, ni él, ni mi amigo Nebridio, que tanto
se burlaba de mis adivinanzas, pudieron persuadirme. Más pesaba sobre mí, la autoridad de los
astrólogos; y no veia pruebas decisivas para abandonar el arte de consultar a las estrellas". (Confesiones
IV, 3,5).
CAPITULO IX
64
\
UN AMIGO DE SU INFANCIA
En Tagaste había encontrardo un amigo que le era
particularmente querido, a quien contagió con las supersticiones maniqueas. Habían crecido y jugado juntos ; habían asistido desde la infancia a la misma escuela
y habían participado de los mismos entretenimientos.
Sucedió que este amigo cayó gravemente enfermo.
Un día, que estaba sin conocimiento y bañado en sudor,
temiendo un fatal desenlace, se le administró el bautismo sin que él lo pidiera, sin que ni siquiera se diera
cuenta. Agustín comenzó a burlarse de aquel bautismo
y pensó que su amigo haría lo mismo cuando recobrara
el conocimiento.
En efecto, cuando el enfermo pudo hablar, Agustín
quiso bromear con él, pero al momento su amigo puso
una cara terrible, como si se tratara de un enemigo, y
con extraña y súbita claridad le hizo saber que si quería
continuar siendo su amigo debía dejar de hablar de
aqueí modo. Estupefacto y turbado escuchó e¡ reproche y pensó dejar aquellas bromas, al menos durante su
enfermedad. Pero aquel amigo no mejoró; tuvo una
recaída y al cabo de pocos días murió. La desaparición
de este amigo le desesperó.
"Se entenebreció mi corazón de dolor y todo lo
que veía a mi alrededor era muerte. Mi patria se me
hizo un suplicio y la casa paterna una desolación. Mis
ojos lo buscaban por todas partes sin hallarlo. Llegué
67
a hacerme insoportable a mi mismo; y me preguntaba
por qué había tanta tristeza en mi corazón, y no sabía
responderme nada. Mi único consuelo fueron las lágrimas que derramé día y noche". (Confesiones IV,
4,7).
"Asi era yo entonces; lloraba, me desesperaba y
no encontraba descanso, porque llevaba mi alma despedazada y sangrando. No encontraba descanso ni
en los tranquilos bosques, ni en los juegos y cantos, ni
en los jardines olorosos, ni en banquetes espléndidos, ni en los deleites del lecho, ni en los libros. Todo
me era aborrecible, hasta la misma luz, y todo lo que
no era mi amigo, me parecía insoportable". (Confesiones IV, 7,12)..
Difícilmente podemos imaginar el estado de ánimo
que aquella muerte le produjo. No era la primera vez
que se encontraba con la muerte; había visto expirar a
su padre en el nombre del Señor, pero no se había
sentido tan emocionado como al morir este amigo de su
infancia.
El hecho es, que su estancia en Tagaste le resultó
insoportable. Sentía la urgente necesidad de cambiar de
lugar. Tagaste, donde había enseñado gramática, encerraba demasiados recuerdos para él. Con la rapidez
propia de su temperamento impulsivo concibió una idea
atrevida: regresar a Cartago y abrir allí una escuela de
retórica. Y a finales del año 375 ya estaba de nuevo en la
ciudad, donde había de permanecer ocho años.
En este periodo tuvo que luchar desde el principio
con urgentes necesidades materiales: tenia que proveer
al sostenimiento, no sólo de la mujer y del hijo, sino
también de su madre y tal vez de sus hermanos.
68
Lo que siempre había atraído a Agustín al maniqueísmo había sido el deseo de hallar la verdad. Lo
maniqueos le habían ofrecido demostraciones claras y
precisas; con el correr del tiempo se da cuenta que
cuanto más piensa más descubre que sus promesas no
han sido cumplidas y no podían serlo. Las dificultades
son muchas y Agustín sólo puede conservarse fiel a la
secta al ver "la santidad de los elegidos". Si estos
llevan una vida irreprochable ¿no es indicio de que la
doctrina que les dirige hacia la santidad es verdadera?
Pero este motivo deja de ser válido, ya que los que
hacen profesión de virtud, no pasan de ser unos farsantes hipócritas.
Como profesor en Cartago enseñaba el arte de la
oratoria; deseaba preparar a los alumnos en la elocuencia. En su escuela se daban cita no pocos antiguos
alumnos de Tagaste, a los que se sumaron otros. Así,
podemos citar a Licencio, hijo de Romaniano; a Eulogio; a Honorato; a Alipio, que debió sudecer en el
corazón de Agustín al amigo muerto.
desagrada cada vez más al joven profesor, que no ha
podido hacerse a las costumbres groseras de los "eversores". Su delicadeza moral, sufre al ver aquellos tumultos y griteríos.
"En Cartago los estudiantes eran de una intolerable indisciplina: entraban violenta y desvergonzadamente en las aulas, perturbaban el orden establecido,
cometían insolencias, agravios e injurias y toda clase
de abusos, que la ley no permite ni permitirá jamás".
(Confesiones V, 8,14).
Es cierto que junto a él está la mujer que ama y el hijo.
También su madre ha venido a vivir a la gran ciudad; su
influencia sigue pesando sobre Agustín. Pero esto no es
suficiente. Le han dicho que si quisiera podría encontrar fácilmente una ocupación en Roma mucho más
noble y con un sueldo más elevado. Pero lo que termina
de convencerle es la certeza de que los estudiantes de
Roma son mucho más responsables que los de Cartago.
A sus enseñanzas de retórica unía la doctrina moral.
El mismo nos cuenta cómo censurando en una de sus
clases los juegos del circo había inducido a Alipio, que
era muy aficionado, a abandonarlos.
Agustín tenia entonces 25 años. Los alumnos eran
poco más jóvenes que el maestro. Les superaba en
inteligencia, en amplitud de conocimientos y en experiencia. Ellos le ofrecían la sencillez de sus emociones,
la frescura de sus sentimientos y la alegría.
Muy pronto, profesor y alumnos se convirtieron en
verdaderos amigos. Los lazos de amistad que estableció entonces fueron maravillosos. Pero el círculo de
amigos se rompe a medida que los alumnos terminan
sus estudios. Por otra parte, el ambiente de Cartago
70
71
CAPITULO X
La verdadera libertad no consiste en hacer lo que
nos da la gana, sino en hacer lo que tenemos que
hacer porque nos da la gana.
ENROMA
"Tú, Señor, sabías por qué me convenía dejar
Cartago para ir a Roma; y no lo manifestaste ni a mi,
ni a mi madre, que lloró amargamente mi partida
siguiéndome hasta el mar.
Yo la engañé cuando ella, por todos los medios
quería impedir mi viaje o bien irse conmigo. La hice
creer que solamente pretendía acompañar a un amigo
que iba de viaje y esperaba en el puerto a que se
hiciese el viento favorable para la navegación. Y
mentí a mi madre, a aquella madre tan buena, y me
escapé. Tú, Señor, me perdonaste también esta mentira por tu infinita misericordia.
Sospechando ella algo y no queriendo volver a su
casa sin mi, apenas pude convencerla para que pasara aquella noche en una capilla dedicada a San
Cipriano, que estaba cerca del puerto. Aquella
misma noche me marché a escondidas, mientras ella
se quedaba orando y llorando.
¿Qué es lo que mi madre te pedia, Dios mío, con
tan abundantes lágrimas, sino que no me dejases
navegar? Pero Tú, escuchando su oración, no le concediste lo que en ese momento te pedia, para concederle más tarde lo que siempre te pedia.
Sopló el viento, hinchó nuestras velas y pronto
perdimos de vista la orilla, donde mi madre a la
75
mañana siguiente creyó volverse loca de dolor y llenaba tus oídos con quejas y lamentos.
Tú, Señor, aparentemente no le hacías caso y permitías que me dejase llevar por mis mundanos deseos, al mismo tiempo que purificabas en mi madre
por el dolor y la pena, el afecto carnal y mundano que
tenia hacia mi. Porque ella, como todas las madres y
con mayor intensidad que muchas- deseaba tenerme
en su presencia; y es que no sabia las grandes alegrías
que Tú le ibas a dar mediante mi ausencia. No sabía y
por eso lloraba y se lamentaba, siendo aquellos tormentos que padecía la herencia de Eva, pues buscaba
gimiendo con dolor a quien había dado a luz con
dolor.
Finalmente, después de haberse quejado de mis
engaños y de mi crueldad, volviendo a su acostumbrada oración por mí, se fue a su casa, mientras yo
seguía viaje a Roma". (Confesiones V, 8,15).
En el otoño del año 383, Agustín llegaba sano y salvo
a Roma. Llevaba cartas de recomendación para algunos personajes influyentes de la secta de los maniqueos
y se alojó en casa de uno de ellos.
I ,os comienzos en Roma no fueron nada agradables.
Muy pronto enfermó. Tal vez su débil organismo se
resintió con las molestias del viaje y el cambio de clima
y alimentos.
' 'Apenas llegué a Roma, fui visitado por el azote de
una grave enfermedad. Me iba ya a los infiernos
cargado con todas las maldades que había cometido
contra Ti, contra mí y contra los otros; pecados muchos y graves, que hacían más pesada la cadena del
pecado original, por el cual todos morimos en Adán.
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Porque ninguna de estas faltas me habías perdonado todavía en Cristo Jesús, ni me había reconciliado por la sangre de su Cruz. ¿Cómo iba a ser
perdonado si yo no creía entonces en la muerte real y
verdadera de Cristo?
La fiebre aumentaba, la enfermedad cada día era
más grave y yo, poco a poco me deslizaba rumbo a la
muerte. ¿A dónde me hubiera ido de morir entonces
sino al fuego y a los tormentos que correpsondian a
mis pecados, según el orden que Tú estableciste?
No sabia mi madre todo esto, pero ausente rogaba
por mi; y Tú que estás presente en todo lugar, la oías
en donde ella estaba; y en donde yo estaba tenías
misericordia de mi.
Recuperé la salud del cuerpo aunque mi corazón
sacrilego seguía enfermo. Ni siquiera en aquel peligro
tan grande tenía yo el menor deseo del bautismo.
Mejor era de niño, cuando se lo pedí a mi madre,
como ya lo tengo recordado y confesado. Había crecido en el mal y en mi locura me burlaba de tu medicina; mas Tú no me dejaste morir en tal estado, que
hubiera sido morir dos veces: una en el cuerpo y otra
en el alma.
De esta herida, el corazón de mi madre no hubiera
sanado jamás. Lo digo porque no acierto a expresar
con palabras el amor tiernísimo que ella me tenía y
con qué solicitud buscaba la vida de la gracia para el
alma, tanto como la tuvo para darme a la luz del
mundo.
No veo cómo hubiera podido sanar de aquel golpe
si en aquellas circunstancias, mi muerte hubiera traspasado las entrañas de su amor. ¿Dónde sino en Ti
77
estaban aquellas oraciones y plegarias que sin cesar
ofrecía por mi? ¿Cómo Tú, Señor de las misericordias, ibas a 'despreciar el corazón contrito y humillado' (sal 50,18) de una viuda casta y sobria que hacia
tantas limosnas, que servía con sumisión a tus ministros, que no dejaba un sólo día de asistir al santo
sacrificio del altar y que dos veces al día, una en la
mañana y otra en la tarde, venia a la iglesia sin faltar
jamás, no para perder el tiempo con vanas conversaciones y chismes de viejas, sino para escuchar tu
palabra en los sermones y para que Tú la oyeras en
sus oraciones?
¿Cómo podía ser que Tú rechazaras las lágrimas de
esta mujer que no te pedia oro ni plata ni algún otro
bien terreno, sino la salvación del alma de su hijo, que
era suyo porque Tú se lo habías dado? De ningún
modo, Señor, antes bien estabas presente en sus
oraciones, la escuchabas y hacías lo que ella te pedía,
según tus designios amorosos para cada uno". (Confesiones V, 9,16).
De todos modos hemos de recordar que Agustín se
siente demasiado debilitado por la fiebre para tener
conciencia clara de su estado; sobre todo sus pensamientos andaban muy lejos del catolicismo para sentirse capaz de pedir su admisión en la iglesia.
Apenas repuesto de su enfermedad, quiere organizar
su vida. Con la ayuda de sus amigos africanos abre en su
misma casa una escuela privada e inaugura el curso de
sus lecciones.
Y van los hombres a contemplar con admiración las
alturas de los montes, y los oleajes imponentes del mar,
y los cursos anchísimos de los ríos, y la amplitud del
océano, y los giros de las estrellas; y se dejan a sí
mismos, y no se maravillan de sí.
Su primera preocupación es reunir alumnos; no es
rico y tiene que asegurar la subsistencia personal, la de
su mujer y la de su hijo, que sigue creciendo. Pero al
momento se da cuenta de que los estudiantes de Roma
79
no son más constantes y serios que los africanos. Además tienen otro defecto muy grave: no pagan a sus
profesores. Asisten durante algún tiempo a sus clases,
pero cuando deben pagar la cuota de las lecciones desaparecen y no es fácil volver a encontrarlos. El inconveniente es grave para quien tiene necesidad de dinero.
Agustín no puede soportar esta falta de delicadeza y
busca una ocasión para abandonar Roma.
Por aquel entonces se entera de que en la ciudad de
Milán están buscando un profesor de retórica y no duda
un momento; presenta su candidatura que es muy
pronto aceptada, e inmediatamente se dirige a Milán.
Agustín contaba 30 años, la edad en que maduran las
más profundas crisis espirituales; y se preparaba para
ser uno de los más ilustres personajes de su tiempo, en
una ciudad grandísima, la segunda capital del imperio
de occidente y residencia ordinaria de la corte imperial.
80
CAPITULO XI
EL OBISPO DE MILÁN
En Milán comenzó muy pronto la enseñanza de la
retórica, que debía durar tan solo dos años. Los jóvenes
milaneses estaban contentos de la obra del maestro
africano; admiraban su elocuencia, aunque chocaba un
tanto su pronunciación y acento cartaginés.
Se acudía a él cuando se debía pronunciar el panegírico del principe o de los más distinguidos magistrados
del imperio. "Recitaba una serie de mentiras, seguro de
ser aplaudido por hombres que conocían perfectamente
la verdad". (Confesiones VI, 5).
Allí tuvo ocasión de conocer al famoso obispo Ambrosio; defensor incansable de los débiles y oprimidos,
custodio celoso de los intereses de la iglesia y de la fe;
hacia sentir en todas partes e! peso de su autoridad.
Pocos hombres tuvieron como él un sentido exacto de
la justicia. El pueblo lo amaba con locura y estaba
presto a defenderlo en todo momento. Tan solo unos
pocos adversarios no cesaban de atacarlo.
Al poco tiempo de llegar a Milán, se decidió a visitar
al ilustre obispo, médico de las almas.
"Me acogió paternalmente ese hombre de Dios; y
con un espíritu plenamente episcopal se interesó por
mi llegada a Milán. Yo comencé a quererlo y a aceptarlo. Al principio no como doctor de la verdad -pues
yo ya había desesperado en encontrarla en la iglesia83
sino simplemente como a un hombre que era amable
conmigo.
Con mucha atención le escuchaba en sus discursos; no con muy buena intención, sino para observar
su elocuencia y ver si correspondía a su fama. Yo lo
escuchaba atento, pero sin la menor curiosidad ni
interés por lo que predicaba". (Confesiones V,
13,23).
Poco a poco la doctrina fue entrando en su corazón.
Asi, fue descubriendo el valor de la Biblia, cuyo sentido
literal esa accesible a todos, pero cuyo significado espiritual exigía cierta preparación.
Habían pasado ya 11 años desde que el joven estudiante de Cartago se había sentido turbado en su interior por la lectura de "Hoi-tensio" de Cicerón. Desde
entonces había brillado en su interior el afán por la
sabiduría y la esperanza de cortar con las frivolidades
de sus pasiones.
•"V>T"
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El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de
expresar lo que siente el corazón.
El estado de ánimo en que se encuentra en estos
momentos es de indecisión. Ha abandonado la secta de
los maniqueos, pero no se decide a entrar en la iglesia
católica. Busca y tiene miedo de encontrar lo que
busca.
"Mi madre, llena de fortaleza y piedad, había venido siguiéndome por tierra y mar, por el inmenso
amor que me tenía. Me encontró cuando me hallaba
yo en sumo peligro por mi desesperación de poder
hallar la verdad. Al decirle que ya no era maniqueo,
pero que tampoco era cristiano, no dio muestras de
que le impresionara excesivamente la noticia.
No se alteró su corazón con ningún movimiento de
alegría inmoderada cuando vio que gran parte de lo
85
que te pedia cada día con lágrimas estaba hecho.
Tenia la seguridad de que Tú habías de realizar lo que
quedaba, porque según me dijo sosegadamente y con
el corazón lleno de confianza, le habías prometido
que antes que saliera de esta vida, me había de ver
católico convertido". (Confesiones VI, 1,1).
Entre los problemas que se le ofrece, al menos uno
debe resolver cuanto antes: el del matrimonio. Desde
hace diez años vive con la misma mujer, la madre de
Adeodato, a la que ha guardado fidelidad. Pero esta
mujer, según la costumbre, no puede constituir verdadero matrimonio a causa de su condición.
Mónica, que no busca para su hijo sino la paz y la
tranquilidad, cree que el único obstáculo es la presencia
de aquella concubina, y trata de alejarla de su hijo.
Nosotros no podemos comprender la actitud de la
madre en esta ocasión y menos aun la sumisión de
Agustín. Lo cierto es que aquella mujer, dejando su hijo
al cuidado de su padre, acabó alejándose.
La separación fue profundamente dolorosa. Su corazón experimenta una grave herida y siente correr ríos
de sangre ante el abandono de la que le ha dado el hijo.
86
CAPITULO XII
UNA VISITA
Un día, estando en compañía de Alipio, recibió la
visita de un paisano suyo, llamado Ponticiano, que
ocupaba un alto cargo militar en el palacio imperial.
Durante la conversación, tomó en sus manos un libro
que estaba sobre la mesa, lo abrió y con sorpresa advirtió que se trataba de la Biblia. Se alegró muchísimo
porque él era fervososo cristiano. Entonces les habló
del ascetismo y de los frutos de santidad que estaba
dando.
Como, ni Agustín ni Alipio conocían nada de este
movimiento, pasó enseguida a hablarles de los muchos
monasterios poblados de monjes; en especial del que
había a las afueras de Milán sostenido por Ambrosio y
habitado por santos religiosos.
Les contó cómo en cierta ocasión dos compañeros
suyos salieron a pasear por los huertos, cerca de la
ciudad de Tréveris; se separaron del camino sin darse
cuenta y vinieron a dar en una casita donde vivían unos
monjes dedicados a la oración y a la penitencia. Allí
encontraron un libro con la vida de Antonio, el ermitaño. Comenzaron a leer y conforme iban leyendo se
encendía en ellos el deseo de abrazar aquella vida. De
pronto uno de ellos, lleno de amor a Dios le dijo al otro:
"¿Qué buscamos nosotros? ¿Cuáles son nuestras aspiraciones? ¿Podemos desear algo más que ser amigos del
emperador? Y para esto ¡cuántos trabajos y peligros!
En cambio puedo ser amigo de Dios ahora mismo".
89
Volvió los ojos al libro y mientras seguía la lectura, una
nueva vida le invadía su corazón y su mente. Lanzó un
suspiro y añadió: "En este momento rompo con las
ataduras del mundo para dedicarme a Dios; tú si quieres
me imitas, de lo contrario no me estorbes". Pero el
otro, le respondió que con sumo gusto también él dejaba la milicia terrena por la de Dios.
Sucedió que ambos tenían novias; y cuando se enteraron del propósito, también ellas consagraron a Dios
su virginidad.
La narración de Ponticiano había llegado hasta la
última fibra del corazón de Agustín. Después que se
marchó, sus palabras siguieron resonando como un eco
y una invitación incesante en el fondo de la conciencia.
De pronto se volvió hacia Alipio, y turbado en su
interior y también en su aspecto externo, le dice:
"¿Qué hacemos nosotros? ¿Qué esperamos? ¿Qué
significa lo que hemos oído? Se levantan los ignorantes y consiguen el cielo; y nosotros con nuestra sabiduría, nos revolcamos en la carne. ¿Acaso porque
ellos van delante, tenemos nosotros vergüenza de
seguirlos y no la tenemos de no seguirlos". (Confesiones VIII, 6,15).
Alipio contemplaba en silencio a su amigo. En realidad, su acento tenía algo de extraño y de insólito. Su
rostro, su mirada, sus gestos, el color de la cara, expresaban con más elocuencia que las palabras, la lucha
atroz que se libraba en su interior. Agustín bajó al
jardín; Alipio, entre inquieto y temeroso, le siguió.
' 'No quieras irte fuera, entra en tí mismo, en el
interior del hombre habita la verdad''.
91
CAPITULO XIII
TOMA Y LEE
Se sentaron en silencio apartados de la casa entre las
sombras de los árboles. Agustín sentía que había llegado el momento de firmar un pacto con Dios. Pero la
tempestad de las dudas rugía en su interior y su espíritu
se retorcía delirante entre el remordimiento y la penitencia; era la lucha de la carne contra el espíritu.
"Cuando me di cuenta de mis miserias y de mi
hediondez, las lágrimas se me saltaban de los ojos y
para llorar a placer me levanté y me aparté de Alipio,
pues necesitaba soledad. Me tendí debajo de una
higuera y solté el caudal de mis lágrimas. Entonces
supliqué: ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo he
de seguir así? No tengas en cuenta mis antiguos
pecados.
Así decía y lloraba. Y de pronto oigo una voz de
niño diciendo: 'Toma y lee; toma y lee'. Interpretando que aquella voz era un mandato del cielo de que
abriese la Biblia y leyese el primer capítulo que topase, me levanté, fui al lugar donde estaba Alipio,
tomé el Libro del Apóstol y leí lo primero que encontraron mis ojos: 'Nada de banquetes, borracheras,
prostitución o vicios; más bien revestios de Cristo
Jesús el Señor' (Rom 13,13).
Al instante desaparecieron todas las tinieblas de mi
corazón. Entonces cerré el Libro y le conté a Alipio
todo lo que me acababa de suceder. El también me
95
contó lo que le pasaba a él y yo no lo sabia. Me pidió
ver lo que había leído y prosiguió más adelante: 'Recibid con amor al que todavía está débil en la fe'; y se
aplicó a sí mismo estas palabras. (Confesiones VIH,
12,29).
De aquí pasamos a ver a mi madre; le contamos
todo y se alegró muchísimo; pero cuando le relatamos detalladamente cómo había sido aquello, entonces no cabía en si de gozo, ni sabia qué hacer de
alegría. Y se puso a darte gracias a Ti que eres poderoso para darnos mucho más de lo que te podemos
pedir.
Y de tal modo me convertiste a Ti, Señor mío, que
ya no me preocupé de buscar esposa ni tuve esperanza alguna en las cosas de este mundo.
La promesa hecha a mi madre de que un día había
de estar en la misma regla con ella, se había cumplido. Sus lágrimas se convirtieron en gozo mucho
mayor del que ella había deseado y mucho más casto
que el que esperaba de los nietos de mi carne".
(Confesiones VIII, 12,30).
¿Hasta cuando, Señor? ¿hasta cuando voy a estar
diciendo: mañana, mañana?, ¿por qué no
ahora?...
Todo esto había tenido lugar en el mes de septiembre.
Tan solo faltaban unos días para el fin del curso. Agustín prefirió esperar a las vacaciones y continuó normalmente con sus clases. De esta manera evitó las habladurías de su repentina conversión y ahorró a los padres de
los alumnos los inconvenientes de buscar un nuevo
profesor. Por otra parte, su delicado estado de salud
sería una buena excusa para abandonar la enseñanza
oficial. La humedad del clima milanés le había producido ya una especie de bronquitis crónica.
Pasados aquellos días finales del curso, libre de todo
compromiso, pudo en el silencio de un retiro prepararse
97
para recibir el sacramento del bautismo. Uno de sus
compañeros, que enseñaba gramática en Milán, puso a
su disposición una quinta en la campiña y Agustín
aceptó sin dudar esta generosa oferta.
Reúne en Casiaciaco junto a sí toda una colonia de
africanos: le acompañan su hermano Navigio y sus
primos Rústico y Lastidiano. Además de ellos hay dos
jóvenes: Licencio y Trigencio, que han sido alumnos de
Agustín en Milán y que desean seguir con él. Por supuesto también está Alipio, Adeodato, el hijo de Agustín, es el más joven de todos, y ya comienza a dar
pruebas de una inteligencia precoz.
Y junto a estos jóvenes, la presencia de Mónica acaba
de dar a la colonia de Casiciaco un ambiente familiar.
Es ella la que preside las comidas y la que asegura el
bienestar de todos; es, verdaderamente la madre de
toda esta juventud, y cada vez que aparece en el grupo
es recibida con un gozoso respeto.
98
CAPITULO XIV
MADRE DE TODOS
"En aquel retiro de Casiciaco, preparándonos para
recibir el bautismo, ¡qué voces te di, Dios mío,
cuando leía los salmos e himnos llenos de las verdades de nuestra fe!; cantos que inspiran piedad y devoción y excluyen todo espíritu de egoísmo, soberbia y
vanidad.
Con mi madre toda unida a nosotros como si fuésemos hijos suyos ¡qué exclamaciones las mías con
aquellos salmos que me inflamaban de Ti y me enardecían por cantarlos si pudiera por toda la tierra para
luchar contra el orgullo del género humano! (Confesiones IX, 4,8).
Era mi madre una mujer dedicada a servir a todos.
Quien la conocía encontraba en ella mucho que admirar; y en ella Te alababa y Te honraba a Ti por tu
generosidad en concederle tantas gracias. Las buenas obras que realizaba daban testimonio de Ti, Señor, y los que la trataban sentían tu presencia en su
corazón.
Había sido mujer de un solo varón; había cumplido
todas las obligaciones que tenía para con sus padres;
había gobernado la familia y su casa con piedad; y su
fe y su oración se manifestaban en las actividades y
trabajos que cada día realizaba al servicio de los
demás. Había educado a sus hijos y cuando los veía
101
apartarse de tus mandamientos sentía en sí misma un
vivísimo dolor. (Confesiones IX, 9,22).
El día 13 de noviembre, aniversario de mi natalicio,
después de una frugal comida reuní a todos los comensales en una sala privada. La conferencia versó
sobre la vida feliz; y en el transcurso del coloquio
hice esta pregunta: ¿Es feliz quien posee todo cuanto
quiere? Entonces mi madre respondió: si desea el
bien y lo obtiene sí será feliz; pero si desea algo malo,
aunque lo alcance es un desgraciado. Sonriendo y
satisfecho le dije: Madre, has respondido con suma
sabiduría e inteligencia.
Al término de la charla hice el siguiente resumen:
Dios omnipotente es el único que puede llenar nuestra alma; la felicidad de este mundo está en el conocimiento piadoso y perfecto de todo lo que conduce a la
verdad y en el medio de obtener la unión con esa
verdad que es el mismo Dios.
Aquí, mi madre, como despertando a la fe y llena
de gozo exclamó aquellas palabras que tan profundamente grabadas las tenía en su memoria: Cuida en tu
regazo, Santísima Trinidad, a los que te suplican. Y
añadió: esta es la vida perfecta y a ella hemos de ser
guiados en alas de una fe firme, una gozosa esperanza
y ardiente caridad. (De vita beata 6,35-36).
Señor, heristeis mi corazón con vuestra Palabra,
y yo os amé. Pero también el cielo y la tierra,
y cuanto en ellos se contiene, por todas partes me
dicen que os ame, y esto mismo pregonan a todos;
de modo que ninguno se pueda excusar.
Mandé al escribiente que hiciese constar su intervención, pero ella dijo: ¿Qué haces? ¿Dónde has
visto o leído que las mujeres tomen parte en estas
discusiones? Muy poco me importa, les contesté, lo
que piensen los soberbios y los creídos, que buscan la
ciencia como buscan los honores y los aplausos de los
hombres. Ellos no miran el ser, sino el vestir y el
brillo de su persona. Así, pues, te excluiría de estas
conversaciones si no amaras la sabiduría; te admitiría
103
si la amaras aun cuando fuera sólo tibiamente; ahora
bien, sé que la amas más de lo que me amas a mí
mismo; y yo sé cuánto me amas. Además has progresado tanto en el amor a la verdad que ya ni te conmueve ninguna desgracia, ni el temor de la muerte, lo
cual es el más alto grado de sabiduría. Yo mismo
tengo motivos suficientes para ser discípulo en tu
escuela.
Al llegar a este punto, ella acariciándome dijo que
nunca había oído decir tantas mentiras. Y como se
alargaba el discurso y no había más tablillas para
escribir puse fin a la reunión". (De ordine 1,32).
Al acercarse la cuaresma del año 387 todos abandonaron Casiciaco para regresar a Milán. Agustín y su hijo
Adeodato tienen que recibir el bautismo que les va a
administrar Ambrosio.
No conocemos sus sentimientos en los momentos
que precedieron a su bautismo. El ha guardado al respecto un absoluto silencio. En sus "Confesiones", que
tantos detalles da de su vida, no dice nada relacionado
con los días anteriores al bautismo. Resume en una
línea sus impresiones recibidas en el momento del bautismo: "Fuimos bautizados y desaparecieron de nuestra vista todos los remordimientos de nuestra vida
pasada".
104
CAPITULO XV
EL ÉXTASIS DE OSTIA
Una vez bautizados, Agustín y sus amigos ya no
tienen nada que hacer en Milán. Tiene el propósito de
formar una comunidad de verdaderos hermanos en
Cristo. Sus posesiones de Tagaste podían servirle para
esta finalidad, y decide dirigirse allí.
Como las ocasiones de atravesar el mar no eran muy
frecuentes, tuvieron que detenerse algunos días en el
puerto de Ostia. Allí se alojaron en casa de una familia
cristiana.
Ostia era una ciudad importante. Una multitud cosmopolita de diferentes lenguas y costumbres se agitaba
en sus calles, que llenaban de una algarabía ensordecedora. Barcos cargados de aceite, de trigo y de toda clase
de mercancías llenaban el puerto, y en los malecones se
escuchaban las voces extrañas de los marineros.
En el centro de esta ciudad, agitada y bullanguera,
Agustín y su madre gustaban de la oración y de la
contemplación de las cosas del cielo. Apoyados un dia
en la ventana que daba al jardín de la casa, la madre y el
hijo se entretenían comentando la grandeza de poderse
unir a Dios en la eternidad.
'' Estando pues los dos solos comenzamos a hablar
y la conversación nos era dulcísima; olvidando lo
pasado para sólo pensar en lo venidero, buscábamos
juntos a la luz de la verdad, que eres Tú, cómo será la
107
vida eterna de los santos, que consiste en una felicidad que 'ni los ojos la vieron ni los oídos la oyeron ni
la mente del hombre se la puede imaginar'.
Abríamos nuestro corazón anhelante y sediento 'a
la fuente de la vida que está en Ti' (Salmo 35,10) para
que de alguna manera pudiéramos pensar y entender
una cosa tan sublime y elevada.
En nuestro diálogo llegamos a la conclusión de que
el mayor deleite de los sentidos corporales por
grande que sea o pueda uno imaginarse, no es digno
de compararse, ni siquiera de hacer mención, a la
dulzura y a la alegría de la vida futura, y este pensamiento nos levantaba el corazón con ímpetu más
ardiente hacia el mismo Dios.
Fuimos pasando revista sucesivamente a las cosas
corporales: el sol, la luna y las estrellas que envían a
la tierra su luz y su resplandor; subimos interiormente aun más arriba considerando tus obras, hablando de ellas y admirándolas; llegamos luego a
meditar en lo que es el alma humana y de allí pasamos
más adelante hasta tocar en aquella región de abundantes delicias, donde por toda la eternidad alimentas a tus escogidos con la verdad infinita y en donde la
vida es la Sabiduría, por la que todas las cosas han
sido hechas; en cambio Ella no ha sido creada, sino
que es como fue y así será siempre; o por mejor decir,
no hay en Ella un 'fue' o un 'será', sino sólo un 'es',
porque es eterna.
Y mientras hablábamos de ella y ardientemente la
deseábamos, repentinamente e instantáneamente llegamos a tocarla con el ímpetu y la fuerza de nuestro
espíritu. Lanzamos un hondo suspiro ante aquella
eternidad, abandonándonos allá arriba, en las primi109
cias del Espíritu. Y luego tornamos ¡ah dolor! el
camino del descenso a este mundo en donde hablamos y las palabras vienen y van" (Confesiones IX,
10,24).
"Fue entonces cuando mi madre dijo: Hijo mío,
por lo que a mí toca, nada me deleita ya en esta vida.
No sé qué he de hacer aquí en adelante, en este
mundo, ni para qué he de vivir, no teniendo cosa
alguna que esperar en el presente siglo. Una cosa
había por la que deseaba vivir y era que quería verte
cristiano y católico antes de morir. Esto me lo ha
concedido el Señor más colmadamente de lo que
esperaba; pues además te veo entre los que despreciando toda felicidad terrena, se dedican totalmente a
su servicio. ¿Qué sigo haciendo en este mundo? No
me acuerdo bien de lo que a estas palabras respondí". (Confesiones IX, 19,26).
110
CAPITULO XVI
YO REPRIMÍA LAS LAGRIMAS
"Pasados apenas cinco días de esta conversación,
mi madre cayó enferma con grandes fiebres. Uno de
esos días tuvo un desvanecimiento, perdió los sentidos y no reconocía a los que le rodeaban. Acudimos
todos pero muy pronto volvió en si, y mirándonos a
mi hermano y a mi, que estábamos muy cerca de su
cama, nos dijo como quien busca algo: ¿Qué pasa
aquí? ¿En dónde estaba? Y luego, viéndonos a todos
sumidos en la tristeza añadió: ¡Aquí enterraréis a
vuestra madre!
Yo callaba y reprimía las lágrimas; pero mi hermano dijo no sé qué palabras mostrando su deseo de
no verla morir fuera de su patria. Ella, al oír esto, lo
reprendió con la mirada y luego, volviéndose a mí me
dijo: ¡Mira lo que dice éste! Y enseguida, hablando a
ambos reiteró: enterrad éste mi cuerpo dondequiera
y no os preocupéis de su cuidado; lo único que os
pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor.
Y habiendo expresado este su último deseo con las
palabras que pudo decir, calló; y agravándose la enfermedad entró en agonía.
A los nueve días de su enfermedad, a los cincuenta
y seis de su edad, y a los treinta y tres de la mía,
aquella alma llena de religión y piedad salió de su
cuerpo para pasar a la ternidad". (Confesiones IX,
12,28).
113
Mientras yo le cerraba los ojos, se apoderaba de mí
una tristeza grande, formando un torrente de lágrimas, que quería salir por los ojos; pero por violento
imperio de mi voluntad, el torrente era absorbido y
mis ojos permanecían secos. Sin embargo, la batalla
era agotadora y me hacía mucho mal.
Apenas mi madre exhaló el último aliento, el joven
Adeodato rompió a llorar a gritos, pero reprendido
por todos nosotros calló. También mi juvenil ternura
quería expresarse con lágrimas, pero yo las reprimía
con recia voluntad. Es que no me parecía decente
acompañar la muerte de mi madre con lamentos,
gemidos y sollozos, que sólo tienen sentido cuando
hay que deplorar alguna gran miseria en el que
muere, o cuando se ve en la muerte el fin de toda
existencia.
Pero mi madre, ni moría miserablemente, ni moría
totalmente. De esto estábamos seguros por su limpia
vida, su fe sin fingimientos y por otras razones ciertas. ¿Qué era, pues, lo que me causaba tan grave
dolor sino la herida recién abierta, al romperse repentinamente la dulce y grata costumbre de vivir juntos ?
Yo me sentía dichoso por el testimonio que ella dio
de mí en su última enfermedad; pues mientras yo le
prestaba cariñosos cuidados, ella me llamaba hijo
bueno y piadoso, y con frecuencia me recordaba que
nunca había oído de mi boca ninguna palabra dura o
injuriosa.
Pero ¿qué comparación puede haber. Dios mío,
entre el respeto que yo le tuve, con todos los cuidados y los servicios que de ella había recibido?
Porque yo quedaba con el alma herida y desamparada de sus consuelos; mi vida misma quedaba despe-
dazada porque era una sola vida formada con la vida
de los dos.
Cuando Adeodato dejó de llorar, tomó Evodio el
Salterio y comenzó a cantar un salmo al que todos en
la casa respondíamos: 'cantaré, Señor, tus juicios y
tus misericordias' (Salmo 100,1). Al oir el canto acudieron muchos hermanos en la fe de uno y otro sexo,
quedando muy edificados.
Y mientras los que tenían el cargo preparaban el
entierro según la costumbre; yo me retiré de allí a un
lugar donde decorosamente podía hablar con los amigos, que en aquellos momentos no querían dejarme
solo. Yo les decía cosas apropiadas a la situación; y
con las verdades que hablaba se mitigaban aquellos
tormentos interiores que Tú conocías y ellos ignoraban. Me escuchaban con atención y por el sosiego
con que hablaba pensaban que yo era insensible al
dolor. Pero bien oías Tú, Señor, las voces interiores
de mi alma, mientras reprimía los ímpetus del sufrimiento, aunque no llegaba a prorrumpir en lágrimas,
ni se mostraba cambio alguno en mi semblante. Solamente yo sabía cuan gravemente oprimido estaba mi
corazón.
Me desagradaba, por otra parte, que estos acaecimientos humanos, que están en el orden de la vida y
que necesariamente tienen que suceder, me afectaran con tanto dolor y me agobiaba una doble tristeza.
Llegó la hora de llevarla a enterrar. Yo fui y volví
sin haber derramado una lágrima. Ni siquiera lloré al
tiempo de las oraciones que elevamos a Ti cuando,
puesto el cadáver a la orilla del sepulcro, según la
costumbre, Te ofrecimos el sacrificio de nuestra
Redención.
116
Pero durante el día entero me oprimió una pesada y
oculta tristeza; y con la mente turbada Te pedia que
sanaras mi dolor, pero Tú no quisiste y pienso que fue
para que por esta experiencia tan viva me diera
cuenta de los lazos tan fuertes con que nos atan las
costumbres del mundo, aun a las almas que ya no se
alimentan de cosas vanas.
Entonces me pareció conveniente tomar un baño
por haber oído decir que mitiga la congoja. Pero debo
confesar, Padre mío, que después de haberme bañado me hallé del mismo modo que antes de bañarme; no se me había quitado la amargura y la tristeza del alma.
Y luego me dormí y al despertar encontré mi dolor
mitigado. Y estando yo solo en mi cama recordé
aquellos versos de Ambrosio, tan llenos de verdad:
"Dios, creador de todas las cosas,
Señor de ios cielos
que vistes el día de espléndida luz
y bendices la noche con el regalo del sueño
para que los miembros cansados se repongan
para la tarea de cada día,
para que se alivie la mente
y se disipen los lutos de la ansiedad".
Poco a poco me fueron volviendo los antiguos sentimientos para con tu sierva piadosa y santa ante Ti,
de cuyo dulce trato me vi repentinamente privado.
Entonces sentí ganas de llorar en tu presencia por
ella y solté las riendas de las contenidas lágrimas para
que corrieran a su gusto por el cauce de mi corazón y
entonces descansé porque las veías Tú y no una
persona humana, que diera a mis lágrimas alguna
vana o falsa interpretación. Ahora lo confieso por
117
escrito en este libro; que lo lea el que quiera y lo
interprete como quiera.
Si le parece que hice mal y pequé por haber llorado
ante Ti a mi madre recién muerta, a una madre que
tanto había llorado por mí ante Ti, que no se ría de mi
llanto, antes bien, si tiene caridad llore él también por
mis pecados delante de Ti, Dios mío, que eres el
Padre de todos los hermanos de tu Hijo Jesucristo
nuestro Señor". (Confesiones IX, 12,29-33).
CAPITULO XVII
118
NUEVA VIDA EN TAGASTE
La muerte de Mónica le hizo cambiar los planes; se
había entretenido más de lo pensado en Ostia, y estando
cerca el invierno, juzgó peligroso aventurarse en un
viaje por mar.
Quizás también las noticias que llegaban de África,
cuyas costas estaban bloqueadas por la flota del usuropador Máximo en lucha con Teodosio preocuparon a
los viajeros, temerosos de caer en manos de los
enemigos.
Lo que sí es cierto es que no permaneció inactivo en
este tiempo. Volvió a Roma y se preocupó de convertir
a Cristo a sus amigos que con él habían participado en
tantos errores. Visitó los Monasterios de la ciudad estudiando su organización para ver cuál seria el modelo de
la comunidad que pensaba fundar en Tagaste. Recogió
multitud de documentos relativos a los maniqueos, y en
contra de ellos escribió dos libros, demostrando la falsedad de sus promesas y denunciando la vida desarreglada de sus prosélitos.
Y cuando las circunstancias se hicieron más favorables se embarcó rumbo a África. El adiós a Italia fue
definitivo; Agustín ya no regresaría nunca ni a Roma ni
a Milán, donde pasó unos años tan bendecidos por la
gracia de Dios.
A finales del verano del 388 desembarca en Cartago;
cinco años antes había partido de ese puerto, tratando
121
de librarse de los 'inoportunos' consejos de su madre y
también de la llamada del Señor. Ahora regresa conquistado por la bondad de Dios y el esplendor de la
santidad católica.
En cuanto llegó a Tagaste, distribuyó entre los pobres lo que le quedaba de los bienes paternos. De esta
manera quiere seguir el consejo del joven del evangelio:
'si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, dáselo a
los pobres y después ven y sigúeme'. Se reservó solamente el usufructo de la casa para poder alojarse allí
con sus compañeros, donde estableció su propio
Monasterio.
El programa que siguió fue el de la primera comunidad de los Hechos de los Apóstoles: 'Vivían unidos y
compartían todo cuanto tenían. Acudían diariamente al
templo con mucho entusiasmo. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía del pueblo'. (Hechos 2,44,46).
Entraban a la recién nacida comunidad personas de
las más diversas clases sociales: nobles y ricos, humildes y pequeños, obreros y campesinos, esclavos y libres, todo hombre de buena voluntad tenía cabida en la
casa.
'Comencé a reunir jóvenes que deseaban seguir
este ejemplo. Y como yo, también ellos, entregaban
sus bienes a los pobres para poder vivir todos juntos
en común. No teníamos sino una sola y gran herencia: Dios'. (Sermón 155).
Hacia grandes cosas vamos; abracemos las cosas
pequeñas, y seremos grandes. ¿Quieres abrazar la
grandeza de Dios? Abraza primero la humildad de
Dios. Abraza la humildad de Cristo, aprende a ser
humilde, no se te suban los humos a la cabeza.
Lejos de toda preocupación se llevaba una vida de
consagración al Señor: recogimiento, oración, penitencia y buenas obras. Agustín se sentía feliz entre sus
acompañantes. Poder leer, orar y dedicarse al estudio
de la Sarada Escritura, le parecía la realización de un
sueño acariciado durante largo tiempo.
123
Además atiende a cuantos acuden a él en busca de
protección, consejo u orientación. Es el padre, el hermano, el amigo paciente y desinteresado.
Mientras tanto gozaba de una paz interior que nunca
había encontrado. Allá sentía vivamente la presencia de
Dios y ante cualquier espectáculo de la naturaleza se
elevaba hasta El.
En la campiña verde y fresca de Tagaste se reponía la
salud de su pecho cansado y enfermo y su mente se iba
preparando para las batallas que estaban por venir.
Durante este retiro de Tagaste tuvo la tristeza de
perder a su hijo. No sabemos exactamente cuando murió ni las circunstancias. Parece que fue durante los
últimos días que Agustín permaneció en su casa nativa.
El dolor que sintió fue intenso, pero como ya lo hizo a la
muerte de su madre, también ahora hace callar su corazón de padre frente a los deberes y las esperanzas que le
impone la fe.
Asi se expresa de su hijo durante la estancia en Tagaste: "Con nosotros estaba Adeodato, hijo mío carnal,
nacido de mi pecado. Vos, Señor, lo hicisteis bueno.
Era apenas de quince años y por su ingenio aventajaba a
muchos doctos y graves...". (Confesiones IX, 6).
124
CAPITULO XVffl
MINISTRO DEL SEÑOR
En la primavera del año 391 hizo un viaje a la ciudad
de Hipona con el fin de ayudar a un amigo suyo y tratar
de ganárselo para el Señor.
Un día, el obispo de Hipona predicaba en la iglesia y
se lamentaba de la falta de un sacerdote que le ayudara
en el ministerio sagrado. Agustín estaba entre los oyentes y al ser reconocido, la multitud comenzó a gritar:
¡ Agustín, presbítero; Agustín, presbítero!
A pesar de la resistencia hasta con lágrimas, terminó
aceptando la voluntad del pueblo como señal de la
voluntad divina. No se sentía con fuerzas para tan
elevado ministerio y, sobre todo, reconocía no estar
preparado. Pidió que se le concediera un poco de
tiempo para prepararse en una casa de campo, cerca de
Hipona. En la Pascua del año 391, era ordenado sacerdote a la edad de 36 años.
Sintió dolor al tener que dejar su comunidad de Tagaste, mas pronto consiguió permiso para traer a algunos de sus miembros a Hipona y allí estableció una
nueva comunidad.
Con él vivían: Alipio, Evodio, Posidio, Severo, Fortunato. Todos estos fueron más tarde ordenados sacerdotes y consagrados obispos.
127
El estudio, la oración de alabanza y el ejercicio práctico del amor fraterno hicieron de esta nueva comunidad un vivo reflejo de la comunidad apostólica.
"El Señor está en medio de la comunidad. El que
habita en el monasterio tiene a Dios en posesión,
pues la comunidad es una sociedad ordenada y concorde en la cual gozan los unos en los otros con la
posesión de Dios. Y todos ellos que saben vivir este
cuerpo místico sienten de cerca a Dios, gozan de gran
paz y saben vivir la verdadera libertad. Cuanto más
cerca estás de tu comunidad, más cerca estás de
Dios. Amar a la comunidad es amar a Cristo, de la
cual El es el alma". (Sermón 143).
"Somos muchos en un mismo cuerpo, tenemos la
misma cabeza, vivimos la misma gracia, nos nutrimos del mismo pan, caminamos por la misma senda y
habitamos en la misma morada. Pero lo que es más
importante aún es que somos un mismo Cuerpo y
tenemos un mismo Espíritu que nos vitaliza". (Carta
31).
' 'Para entrar en la comunidad se requiere una gracia especial de Dios: la vocación. Es la llamada de
Cristo que se deja oir de las más diversas maneras. La
oyó aquel adolescente del evangelio, la oyeron los
apóstoles y la oímos también nosotros. Jesús está en
el cielo, pero no deja de hablar en la tierra. No seamos sordos, no nos hagamos los muertos: Cristo
clama todavía muy alto". (Sermón 17).
Como sacerdote de Hipona, se dedicó al ministerio
de las almas. Pronto se hizo sentir su influencia: considerado 'un milagro' en la Iglesia de Dios, al año de ser
ordenado su voz se dejó escuchar por doquier. Su elocuencia, su ciencia y la fama de santidad se extendió
128
por todas partes, dando gran prestigio a la Iglesia
africana.
El año 393 sé celebró el Concilio de África en la
Basílica de la Paz de Hipona y es Agustín el encargado
de dirigir la palabra a todos los obispos allí reunidos.
Este acontecimiento nos indica la estima que ha conquistado entre la jerarquía de la Iglesia.
Cinco años después de su ordenación sacerdotal,
Valerio declaró públicamente su deseo de asociar a
Agustín en el episcopado. El pueblo acogió la noticia
con inmensa alegría. Era el año 396 cuando el Primado
de Numidia lo consagró obispo de Hipona. Tenia entonces 41 años.
Al aceptar el episcopado, se entregó por entero al
servicio de la iglesia. Las almas, víctimas del error
necesitaban de él, y aellas se dedica para recuperarlas y
sanarlas. Siempre está dispuesto a atender a todo el que
se lo pide.
Sus ocupaciones son absorbentes: adminístralos bienes de la iglesia, cuida de los pobres y de los huérfanos,
celebra los oficios en la iglesia, anuncia la palabra de
Dios, visita su diócesis, combate el error de los paganos, toma parte de los concilios. Y cuando ha terminado no se reconoce con derecho a descansar: es nombrado Jefe espiritual de la Iglesia de África y Doctor de
la Iglesia universal.
Uno de los principales oficios del obispo es la predicación; en ella se compendia el verdadero ministerio
apostólico. Agustín predica todos los días, y en ocasiones varias veces al día. Sabe llegar al corazón de los
oyentes. Su predicación no es seca; está sembrada de
ejemplos tomados de la vida de todos los días y de las
129
costumbres populares. El pueblo le escucha con
agrado, con simpatía, complacido y manifestando libremente sus impresiones; aplaude e interrumpe con aclamaciones o le piden que explique algunos pasajes bíblicos un tanto oscuros.
Todo su arte y su ingenio los ponía al servicio de la
gloria de Dios y salud de las almas.
"Durante casi cuarenta años encantó a sus oyentes
porque tenía ese secreto de hacerse amar. Maestro
experimentado en el arte de esclarecer las inteligencias, poseía una especial cualidad: la de conquistar
corazones. No se contentaba con escuchar sus palabras; muchos las tomaban por escrito. Un día viendo
a los taquígrafos dispuestos, se detuvo y dijo: debo
cuidarme bien en lo que digo; hay hermanos que no
contentos con abrir los oídos de su corazón a mis
palabras, las escriben". (P. Guiunox).
Agustín tenía gran confianza en la eficacia de la Palabra de Dios. Una vez, se desvió totalmente del tema que
estaba tratando; cuando al día siguiente se presenta en
el monasterio un negociante al que había tocado su
corazón precisamente por aquello que él había dicho
'tan fuera de propósito'.
El amor atraviesa como una corriente de fuego los
sermones agustinianos. Su deseo es salvar almas para
vivir todos unidos por la fe en Cristo-Jesús.
Cuanto más crece tu amor, más aumenta tu
belleza, pues el amor es la belleza del alma.
"Si no cumplo con mi obligación de predicar, más
que en peligro, me encontraría en total ruina. Pero
¿para qué estoy aquí? ¿Para qué vivo sino para que
todos vivamos juntamente en Cristo? Este es mi deseo, éste es mi honor, ésta es mi gloria, ésta es mi
ventura, ésta es mi herencia. Yo con mi predicación
131
/
salvaré mi alma, pero no quiero salvarme solo, sino
con mis hermanos que me escuchan". (Sermón 17).
Agustín está pleno de bondad, de paciencia para
cuantos le escuchan. Está en medio de las gentes del
pueblo, de obreros, de libertos, de esclavos, de ignorantes. No duda en hacerse pequeño con los pequeños
para poder hablar a todos en su lenguaje. Les repite las
cosas las veces que necesitan hasta que le han
comprendido.
No se contenta con amar a los cristianos. Ama también con afecto parecido a los que no pertenecen a la
verdadera Iglesia. Ya se dirija a los maniqueos, a los
donatistas o a los pelagianos, tiene para ellos palabras
de amor y de buena voluntad.
Soliloquios, El Tratado sobre la verdadera religión, La
Ciudad de Dios, Los comentarios al evangelio de San
Juan, Las Narraciones a los Salmos, La Doctrina Cristiana, La Santísima Trinidad.
Agustín es sin duda el escritor más fecundo de la
iglesia latina. Lo que San Jerónimo había escrito de
Orígenes, lo ha podido repetir luego Posidio del Obispo
de Hipona: que 'el número de sus obras es tan grande
que un gran estudioso apenas si puede llegar a leerlas
todas'.
Como detalle curioso de lo que significa toda esta
producción, en sus escritos se pueden contar 42.816
citas de la Sagrada Escritura, lo que nos indica también
el grado de asimilación que tenia de la Biblia.
A veces habla con los acentos más emocionantes,
más tiernos, más simples, del amor de Dios; para cocluir que la única actitud que podemos tener ante Dios
es el reconocimiento y el amor. Si Dios nos ha amado
primero, también nosotros debemos amarle, y este
amor es precisamente nuestra recompensa.
Su acción pastoral sobrepasa las fronteras africanas y
se extiende a la Iglesia entera.
El primer medio que emplea son los libros que escribe y que son leídos con verdadera avidez. Incluso se
propagan entre el público antes de darse cuenta el propio autor. Sus obras son conocidas en toda la Iglesia; se
las lee lo mismo en España que en Oriente, lo mismo en
Italia que en Grecia.
En su obra titulada "Retractaciones", afirma que ha
escrito 93 tratados en 232 libros. Las más importantes
son: Las Confesiones, Los Diálogos de Casiciaco, Los
132
133
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CAPITULO XIX
Para conseguir la santidad, el primer camino es la
humildad, el segundo la humildad y el tercero la
humildad.
ÚLTIMOS DÍAS
El 24 de agosto del año 410, en medio de una enorme
tormenta, los godos al mando de Alarico, entraban en
Roma dando fuego a la ciudad. El saqueo de la capital
duró tres días y tres noches. Las crónicas nos hablan de
una destrucción completa: incendios, asesinatos en
masa, torturas, mutilaciones. Pero los godos buscaban,
sobre todo el oro, y al marchar se llevaron consigo
carros cargados de un valioso botín.
La invasión de Roma causó profunda impresión entre
los habitantes de las provincias. La triste noticia encontró por todas partes un eco de estupor y de espanto. Los
paganos quisieron acusar a la iglesia católica como
responsable de la ruina de Roma. Estos hechos históricos dieron pie a Agustín para escribir una de sus obras
más importantes: 'La ciudad de Dios'.
La invasión de Roma nos la cuenta Posidio de Calama, testigo ocular de los acontecimientos:
"Algún tiempo después, dispuso la Divina Providencia que numerosas tropas de bárbaros crueles,
vándalos y alanos, mezclados con godos y otras gentes venidas de España, con toda clase de armas y
preparados para la guerra, desembarcaran e irrumpieran en África. Luego de atravesar todas las regiones de Mauritania, penetraron en nuestras provincias, dejando en todas partes huellas de su crueldad y
barbarie, asolando todo con incendios, saqueos, pi137
llajes, despojos y otros innumerables y horribles males. No tenían miramiento al sexo, ni a la edad. No
perdonaban a sacerdotes ni a los ministros de Dios, ni
respetaban los ornamentos sagrados, ni los edificios
dedicados al culto divino" (Vida de San Agustín).
La ciudad de Hipona estaba sólidamente fortificada y
preparada para oponer larga resistencia a los invasores.
Por este motivo se había convertido en refugio de los
habitantes de los alrededores. Muchos obispos se encontraban también entre los refugiados.
A finales de mayo del año 430 comenzó el asedio de la
ciudad. Agustín, que había entrado ya en sus 76 años y
cuyas fuerzas disminuían, no cambió en nada su régimen de vida: orar, escribir, enseñar el evangelio, acoger a sus fieles.
"Catorce meses duró el asedio completo, porque
bloquearon la ciudad hasta por la parte del litoral. Allí
me refugié yo con otros obispos y allí permanecimos
durante el tiempo del asedio. Tema ordinario de
nuestras conversaciones era la terrible amenaza de
los bárbaros, dejando en las manos de Dios nuestros
destinos, y decíamos: Justo eres, Señor, y rectos tus
juicios. Y mezclando lágrimas, gemidos y lamentos,
juntamente orábamos al Padre de toda misericordia y
Dios de toda consolación, para que se dignase fortalecernos en tan grande prueba". (Vida de San
Agustín).
"Un día, conversando en la noche con Agustín,
nos dijo: Habéis de saber que yo en este tiempo de
angustias, pido a Dios, o que libre a la ciudad del
cerco de los enemigos, o si es otro su beneplácito
fortifique a sus siervos para cumplir su voluntad o me
arrebate a mí de este mundo para llevarme consigo.
138
Decía esto para nuestra instrucción y edificación.
Después, nosotros todos elevamos a Dios la misma
súplica". (Vida de San Agustín).
Dios se dignó escuchar las súplicas de su siervo.
Antes que terminara el tercer mes de asedio cayó enfermo. Cuando sintió las fiebres elevadas de su enfermedad, se dio cuenta de que sus días estaban contados.
Desde hacía algún tiempo, su salud dejaba mucho que
desear. Todos lo sabían y se preocupaban. El Conde
Darío le demostró su simpatía enviándole algunos remedios que su médico le había recomendado. Otros, sin
duda, hicieron lo mismo. Pero Agustín era anciano y
con los años, las fatigas, las emociones, las angustias,
las privaciones, era ya imposible hacerse ilusiones y
alimentar esperanzas humanas.
Por otra parte ¿qué le podía importar la vida en la
tierra? Desde el momento de su conversión, aspiraba a
conocer y a amar cada vez más a Dios; trataba de
contemplarlo y poseerlo sin limitaciones; no había cesado de buscar el rostro de Dios, y ahora con alegría
sentía que había llegado el momento de decir adiós a las
cosas de este mundo. Lo puede decir con la conciencia
tranquila y el corazón lleno de gozo.
En estos últimos días revisaba a todo su pasado:
Patricio .que había partido el primero de la familia;
Mónica, que había tenido el gozo de ver convertidos
primero a su esposo y después a él; sus hermanos, que
también habían descansado en la paz del Señor.
Luego, repasaba en su memoria su adolescencia inquieta: había sido el tiempo de sus grandes pecados,
pero también de sus grandes gracias: la mujer con la que
había vivido durante tanto tiempo; su hijo Adeodato;
139
los amigos que le habían rodeado siempre: Alipio y
Nebridio.
Venían luego a su memoria los días decisivos de su
conversión: Simpliciano y Ambrosio, que habían sido
instrumentos de Dios para su vida espiritual. Y en medio de estos pensamientos, no cesaba de dar gracias a
Dios, de orar y de recitar los salmos que tantas veces
había rezado en la iglesia.
Al cabo de unos días, los amigos que le atendían
vieron que Agustín no curaría. La debilidad del enfermo no cesaba de aumentar. Su mente seguía lúcida;
hasta el último momento no cesó de dirigir a los suyos
recomendaciones espirituales. Incesantemente oraba a
Dios y Posidio y los que le acompañaban respondían a
sus plegarias.
Fuera de las murallas de la ciudad, hervía el afán de
los defensores y de los atacantes. En la habitación del
enfermo todo era paz y silencio. Los sacerdotes de
Hipona que le acompañaban en estos últimos momentos, de rodillas bisbiseaban en silencio las oraciones de
los moribundos. Mientras, el doctor de la gracia y del
amor, después de 75 años de vida estaba en agonía para
ser recibido con júbilo en el cielo.
El día 28 de agosto del año 430, el hijo de Patricio y de
Mónica, Agustín, el obispo de Hipona, dormía en la paz
del Señor. Contaba 75 años, 10 meses y 15 días.
Lo primero por lo que os habéis congregado es
para que viváis unánimes en una misma casa y
tengáis una sola alma y un sólo corazón dirigido
hacia Dios.
140
EPILOGO
Agustín había muerto a los ojos de los hombres, pero
comenzaba a vivir a los ojos de Dios. Y, ciertamente, su
alma, después de tantos siglos, sigue estando viva entre
nosotros.
No podemos hablar sin emoción del alma de Agustín,
ya que pertenece a uno de los hombres más grande y
santos que han pasado por la tierra. Y con todo, no nos
asusta ni desconcierta su grandeza. Por el contrario nos
atrae como uno de nuestros hermanos más queridos; y
hay que tratar frecuentemente a San Agustín para darse
cuenta de su esplendor.
Se ha dicho de él que ha sido 'el más santo de los
humanos y el más humano de los santos'. Se nos presentan algunos santos como personajes sobrehumanos
que no conocieron casi nada del pecado ni de la tentación. Agustín no es de éstos. Todas sus obras nos ponen
en contacto con un hombre semejante a nosotros; mejor, por supuesto que la mayor parte de nosotros, pero
expuesto como nosotros a la concupiscencia y viviendo
todos los días ante el temor del pecado.
Si alguno de sus rasgos nos sorprende en la fisonomía
de Agustín, hemos de pensar en su carácter profundamente religioso. Las "Confesiones" nos ponen de relieve la profunda unidad de su vida interior: Jamás ha
interrumpido el camino. Así, no ha tenido que lamentar
su pasado, al menos en cierto sentido, porque para él,
como para todos los que aman a Dios, ningún pensamiento, ninguna acción ha dejado de ser algo en relación con su bien, incluso los mismos pecados.
Alma profundamente religiosa, ha debido buscar a
Dios antes de encontrarlo y poseerlo. Por mucho
tiempo, su corazón ha estado inquieto porque IO conocía todavía el verdadero descanso que solamente Dios
es capaz de dar a los que viven en él.
La última palabra de su enseñanza, la que traduce de
una manera más completa las riquezas de su espíritu y
de su corazón, es una palabra de amor: "Ama y haz lo
que quieras, si callas, tu silencio sea de amor; si gritas,
grita por amor; si tienes que corregir, hazlo con amor; si
erdonas, perdona por amor; no falte dentro la raíz del
mor, porque de ella no puede brotar sino el bien".
No nos importa saber hasta qué punto ha podido, a
pesar de sus esfuerzos, dejarse vencer por el mal. Se
han escrito ya demasiadas tonterías a este respecto.
Incluso se han interpretado fuera de su sentido natural
ciertos testimonios que han atribuido al obispo de Hipona la confesión de sus faltas.
142
143
ÍNDICE
Cap.
{.2.3.4.5.6.7.8.9.10.H.12.13.14.15.16.17.18.19.20.-
pág
En un hogar africano
Las primeras letras
Un joven de porvenir
Un año de ociosidad
El primero de la clase
En las redes del error
El hijo de tantas lágrimas
Astrología y supersticiones
Un amigo de su infancia
EnRoma
El obispo de Milán
Una visita
Toma y lee
Madre de todos
El éxtasis de Ostia
Yo reprimía las lágrimas
Nueva vida en Tagaste
Ministro del Señor
Últimos días
Epilogo
Impreso
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107
113
121
127
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