Cátedra de Artes N° 14 (2013): 107-117 • ISSN 0718-2759 © Facultad de Artes • Pontificia Universidad Católica de Chile Manet o la ironía del suicidio1 Manet or the irony of suicide Cristina Pósleman Universidad Nacional de San Juan, San Juan, Argentina [email protected] Resumen Este artículo propone el análisis crítico de Le Suicidé, de Édouard Manet, para pensar el estatuto de la pictoricidad en la época del pixel y de la intermedialidad. Para ello se pone a prueba lo que, a la luz de la “lógica de la sensación” de Gilles Deleuze, se nombra como “estética de la catástrofe”. Se abordan dos momentos, siguiendo la operativa de dicha lógica sensacional. En el primero se repara en algunos signos que evidencian la puesta a prueba de la estética representacional en la pintura de Manet. En este sentido se advierte la inconsistencia del matiz y del espacio tridimensional. En un segundo momento, y gracias al zoom analítico efectuado al retrato dentro de la pintura, se revela entre el adentro y el afuera del cuadro, una línea de dirección variable –que no traza ningún contorno ni delimita ninguna forma–, que traspasa el marco y su límite orgánico, el ojo. Esto provoca que la pintura se exponga a ella misma y alcance su afuera. A través de este análisis se pretende evidenciar no solo la persistencia de la pictoricidad –frente al pronóstico hegeliano-, sino la proyección postpictórica del desmantelamiento de la lógica representacional. Palabras Clave: Manet, estética, catástrofe, postpictoricidad. Abstract This article proposes a critical analysis of Edouard Manet’s Le Suicide, in order to ponder the status of pictoriality in the age of the pixel and intermediality. In order to do this, it puts to the test what, in light of Gilles Deleuze’s “logic of sensation”, is referred to as “the aesthetics of catastrophe”. Two points are addressed following the operational of such sensational logic. In the first, some signs are noticed that test the representational aesthetic in Manet’s painting. In this sense the inconsistency of the nuance and of the three-dimensional space is perceived. In the second, and thanks to the analytical zoom performed on the portrait within the painting, a variable direction line –which does not draw any contour or shape- is revealed between the inside and the outside of the painting that goes beyond the frame and its organic limit, the eye, causing the painting to show itself and reach its outside. This analysis tries to demonstrate not only the persistence of pictoriality –against Hegelian prognosis-, but also the postpictorial projection of the dismantlement of the representational logic. Keywords: Manet, aesthetics, catastrophe, postpictoricity. Este ensayo es resultado del Seminario “Pictura Mater. Hegel, Manet y el debate post-pictórico”, efectuado en el segundo semestre de 2010 y dictado por el Dr. Rodrigo Zúñiga, como parte de mis estudios en el Doctorado en Filosofía c/m en Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile. Estos fueron financiados por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, Conicyt, del Gobierno de Chile, mediante la Beca para Doctorandos Extranjeros en Chile, período 2009-2012. 1 108 Cátedra de Artes N°14 (2013): 107-117 “Lo que pasa a la figura del retrato pasa al arte representativo todo.” Jean-Luc Nancy, 2000 La estética de la catástrofe De Bacon, Deleuze toma la expresión matter of fact, para referirse a la operación consistente en “hacer nacer el hecho pictórico” (Deleuze 2002: 62). ¿Qué es el hecho pictórico? ¿Qué es la pictoricidad? Pretendo retomar estas preguntas, que en la estela del llamado “fin de la pintura” parecieran agotadas. Lo hago, adhiriendo a la propuesta de Zúñiga, quien propone repensar el estatuto de la pintura en la época del pixel y de la intermedialidad2. Me permito esbozar al inicio lo que sostiene uno de los representantes emblemáticos de la tesis del fin de la pictoricidad, con el fin de situar mi propósito de pensar la pintura en escenarios actuales. Para Hegel el arte es la manifestación sensible de la idea absoluta a través de un medio material (piedra, pigmento). Ya no se trata de ningún modelo de la naturaleza, sino de la representación de lo ideal. Por ello es mejor cuanto más espiritual es el material, pues mayores son las posibilidades de objetivarse el espíritu en formas sensibles. El que la pintura dependa –después de la arquitectura y la escultura– de lo sensorial-espacial, le otorga un alcance espiritual bajo con respecto a la música y a la poesía. Acorde a su lugar en esta jerarquía, la pictoricidad está amenazada de muerte –en el sentido de no corresponder con el tiempo histórico de la modernidad–; ya que agotado el clasicismo, donde la idea y la figura sensible (contenido y forma) alcanzan un equilibrio óptimo, en el romanticismo se anuncia el desfase terminal de estos dos elementos. Lo infinito de la idea no puede actualizarse más que en lo infinito de la intuición sensible, en esa movilidad que le es propia y que a cada instante penetra y disuelve toda forma concreta. Esto es, el espíritu se encuentra frente a la necesidad de apelar a las formas superiores de la conciencia, a la religión y a la filosofía (Hegel 1989). En resumen, Hegel denuncia la ineficacia de la pintura para responder al mundo moderno. Por eso no puede ser de ayuda para responder a las preguntas acerca de qué es el hecho pictórico y qué es la pictoricidad. En una entrevista que Gasquet realiza a Cézanne y que Deleuze alude recurrentemente, el pintor expresa: “Bajo esta fina lluvia, respiro la virginidad del mundo. Un sentido agudo de los matices me invade. Me siento coloreado por todos los matices del infinito. En este momento, yo y mi cuadro somos un solo ser” (cit. en Deleuze 2002: 29). Deleuze se enfoca en este momento considerándolo como experiencia del límite o puesta a prueba de los parámetros Uno de los objetivos del Seminario Pictura Mater –cuyos detalles se exponen en la nota anterior– consistió en discutir el alcance de la pregunta en torno a qué es pensar la pintura en la época de la pantalla abierta y de las extensiones protésicas de la imagen. 2 Cristina Pósleman • Manet o la ironía del suicidio 109 representacionales. Le llama momento de la catástrofe; se trata de considerar a las sensaciones ya no como actualizaciones sensibles de la idea –considerando este pronunciamiento hegeliano como uno de los varios ejemplos de la estética representacional–, sino como valiendo por sí mismas e interfiriendo unas con otras. Contra todo pronóstico de muerte, en este artículo me propongo poner a prueba la eficacia de la teoría de la pintura desde la estética de la catástrofe; teoría que, entre Cézanne y Deleuze, pone a la pictoricidad fuera de todo parámetro espiritualista que amenace con su muerte. La obra que he elegido para indagar lo que pasa a la pintura en la obra de Manet, en la que el mismo pintor ironiza con la inútil tesis de su suicidio, ayudará a mostrar que allí se asienta el germen de la persistencia de la pictoricidad. De la escena a su reverso Entre 1877 y 1881 Manet pinta Le suicidé. Pareciera que hay una historia allí: un hombre se desliza por una cama, tiene una pistola en la mano. Cae sangre de su cuerpo tendido. ¿Acaba de suicidarse? Su boca queriendo aspirar aire, inclinado el rostro hacia arriba, indica que la muerte aún no sobreviene. Por las manchas de la camisa pareciera ser un tiro en el corazón, cerca del esternón. Las manchas rojas de la derecha, muestran la contundencia del tiro. La cama lo sostiene todavía, pero pronto caerá al suelo. Un haz de luz al medio de la pared, que contrasta con el rojo de la sangre a la derecha, indica, casi al límite, que es de día. La sangre, el rojo, ocupa inescrupulosamente casi un tercio del cuadro. Parece que se sale hacia la izquierda, pero también que se expande hacia el suelo al que pronto caerá el cuerpo del suicidado. El pintor podría haber resaltado la sangre en oposición al negro del fondo y plagar la tela de sombras, aludiendo de esa manera al contraste entre la vida y la muerte; podría haber pintado un rostro emblemático que reforzara la historia, un rostro carneado que chocara con la solidez de la pared, la cama, el baúl. Pero Manet ha hecho todo sin resaltar el contraste. Cuando el rojo debe indicar, no lo hace; lo mismo sucede con el marrón o el gris del pantalón y de la colcha o el verde musgo del piso, están libres de todo matiz. 110 Cátedra de Artes N°14 (2013): 107-117 Imagen 1. Édouard Manet, Le Suicidé, 1877-81. Fundación E.G. Bührle Collection, Zurich. Además se observa una economía en las señales del cuerpo. La fuerza de tensión de la función estructural es muy débil, casi inexistente. Si quisiéramos ver las piernas -el gris del pantalón-, como algún punto referencial, no podríamos ir mucho más allá. Tras esas vestimentas no hay nada, incluso el rostro, las manos, poco tienen de diferente –solo un tenue apagado– con el rostro de la pintura dentro de la pintura (el fragmento del retrato colgado en el rincón de la pared). La carne parece despegarse de los huesos y arrastrar a la liquidez toda la materia. El rostro y la mano, convertidos casi en manchas, revelan lastimosamente la insistencia –un resto– de la carne. Pero este resto se desvanece cuando se lo asume junto a todas las demás señales. En ese momento presentimos que algo va a pasar; que germina en la pintura de Manet, una actitud pictórica inusitada. Recogiendo los ecos de un célebre ensayo que Bataille dedica a Manet, advertimos que se trata de una actitud que, excluyendo el horror para reducirlo a la candidez de la luz (Bataille 2003), se sustrae a toda voluntad de semejar. Como si en eco junto al Bacon de Deleuze, Manet susurrara: “he querido pintar el desplome y no la tragedia” (Deleuze 2002: 42; Bacon-Sylvester 1995: 114). Lo que a este nivel sensacional aparece como un suicidio (¿de la pintura?) acontece sin cobrar penas. La pintura se vuelca hacia lo figural (Deleuze 2002). Casi imperceptiblemente, el cuerpo desplomado es observado desde arriba, por un rostro fragmentado, enigmático. Anteriormente, el retrato en la pared y la figura del suicidado parecían semejantes por el barrido de la expresividad –de los signos de carnalidad– a través de la mancha. Ahora se sugiere algún montaje superficial entre todos los componentes. ¿Es ese retrato colgado en la pared, el encargado de atestiguar la abolición de la lógica plano-espacio? Al Cristina Pósleman • Manet o la ironía del suicidio111 principio parece solo un agregado, uno entre otros elementos complementarios para representar una habitación urbana o para alimentar una historia. Pero de inmediato atrapa. Un zoom lo advierte, desdibujado, casi sin contorno. Es sabido por los retratos de corte –los rafaelianos por ejemplo–, que, en el retrato subsidiario de las reglas del Renacimiento, el individuo retratado es acogido en el decorado que le otorga un contexto. En cambio, en el de la pintura de Manet, individuo y decorado son uno. Advertimos que la tradicional dialéctica entre el fondo y la mirada se ha desarmado; hay indistinción entre el individuo retratado y el fondo dentro del retrato, indistinción entre el retrato y su propio fondo. La planitud es absoluta. Imagen 2. Fragmento de Le suicidé Llama la atención el giro manetiano en este retrato. Podría ser lo primero que sale de lo que Deleuze llama “diagrama”3, en este caso el “diagrama de Manet”: la pintura que se observa a sí misma desafiando la profundidad, jugando con la jerarquía de planos. Varios ensayos han sido necesarios: Manet ha experimentado la abolición de la expresividad en el retrato de Clemenceau o la exaltación de lo excéntrico en el de Mallarmé; factores que insisten en la narratividad o en la representación orgánica. En este caso, persistiendo en su formato, pero estando ahora dentro de la pintura, el retrato de la pared revela la ficción de la tela. Juega con esta, burla su tradicional función de evocación y semejanza. Si nos detenemos en el momento de la historia, es el pasado el que se nos viene encima. Pero, en la pulseada con lo dado, en el momento en que un Deleuze animado por las palabras de Bacon, llama, de la “histeria” (2002: 49), Manet ha captado, por el contrario, la fuerza inmensurable que se avecina. Podemos mostrar –luego de un zoom analítico– Acerca del diagrama Deleuze escribe: “el diagrama es de hecho un caos, una catástrofe, pero también un germen de orden y de ritmo. Es un caos violento en relación con los datos figurativos, pero es un germen de ritmo en relación con un nuevo orden de la pintura: abre dominios sensibles, dice Bacon” (2002: 104). 3 112 Cátedra de Artes N°14 (2013): 107-117 a Le suicidé, como la escena en donde la pintura se desliza sobre un lecho (¿habría tenido Manet el esbozo de Delacroix en mente?) hacia la indiscernibilidad de la mancha. Cabe concluir que todo lo que Manet ha comprendido pictóricamente, puede resumirse en esta mancha gris. Hay una búsqueda de una simplicidad extrema: Manet empieza por pintar toda una escena trágica, de muerte, de suicidio, y termina pintando un cuerpo que, dormido o borracho, se desploma por el costado de una cama. ¿Uno de los cuadros más sobrios de Manet? El hecho pictórico se presenta casi en estado puro y se puede decir de Manet que ha comprendido pictóricamente la mancha. Parafraseando a Deleuze, si decimos que es la fuerza de sueño que hace dormir, no hemos aprendido nada; si decimos que la fuerza que hace desplomarse a la figura es la muerte seguimos en lo narrativo. Una fuerza, la invisible, la insensible, y el arte irrumpe: “El cuerpo es visible y va a sufrir de la fuerza una deformación creadora. Entonces la visibilidad del cuerpo va a volver visible la fuerza invisible” (2002: 79). Y otra célebre cita de Deleuze: Si se logra que un autor que pinta un cuerpo muerto vuelva visible la fuerza de la muerte, quizás la muerte devenga en ese momento para nosotros, para el cuerpo representado, una verdadera amiga. Es decir, que todo lo que había de fácil, de figurativo, de atroz, de horrible, se vuelve muy secundario en relación a una especie de inmenso consuelo vital. De todas maneras ocurriría una captura de fuerzas (2007: 80). Cuando aborda el concepto de diagrama, Deleuze apela sobre todo a textos de los mismos pintores. Uno de ellos es De la espiritualidad en el arte, en donde Kandinsky distingue dos clases de grises: uno es el resultado de la mezcla entre el blanco y negro; el otro surge del verde y rojo (1979). Para Deleuze, el pintor que logre extraer del diagrama, es decir, de la suma de clichés, este segundo gris, es realmente un artista. O en la Teoría del arte moderno, de Klee, el artista es el que logre traspasar el “punto gris no dimensional”, el punto entre las dimensiones y en sus interacciones, el verdadero caos, el punto gris caos (2007: 55-56). Allí donde la pintura se celebraba a sí misma, hay ahora silenciamiento. Allí donde había una distinción temporal entre la obra, el pintor y el espectador, hay ahora, gracias a este gris manetiano, “variaciones alotrópicas”, “atletismo afectivo” (Deleuze 2002: 51). Se percibe un sistema de la crueldad, donde la sensación envuelve a los componentes y los vuelve indiscernibles; fuerzas que actúan sobre el cuerpo, tal como en Artaud y Bacon; según Deleuze, Manet no ha dejado de captar el hecho intensivo del cuerpo. Donald Kuspit, quien ha analizado particularmente la obra de Manet, utiliza el concepto de “matriz sensacional” para referirse a lo que Cézanne llama las “sensaciones vibrantes”, “percepciones paradójicamente reales que se presentan dinámica y precariamente y cuya existencia es típicamente relacional” (2006: 14). Cristina Pósleman • Manet o la ironía del suicidio113 Digresión en torno al retrato en la obra de Manet A juzgar no solo por la cantidad, es posible indagar sobre los desplazamientos producidos en la obra de Manet ciñéndonos en la seguidilla de retratos. E incluso, permitiéndonos una licencia en cuanto a la división estricta de géneros, podemos incluir a muchas obras como retratos, aunque no se las haya considerado tradicionalmente como tales. Arriesguemos por eso otra hipótesis en torno al diagrama de Manet, en cuanto cómo este alcanza el acto mismo de pintar: desafío de las reglas de la mímesis en el terreno en el que esta ha asentado sus raíces con más seguridad. Y si además nos dejamos atraer por las coincidencias biográficas, podemos advertir que durante el tiempo de Le suicidé, Manet se dedica a sus famosos retratos de mujeres (Nana, 1877; Femme blonde avec seins nus, 1878); a dos retratos célebres (el de Mallarmé, 1876; y el de Clemenceau, 1879-1880); y el audaz retrato de Victorine Meurent, travestida de hombre. El que puede estar más imbricado con Le suicidé es su Autoportrait à la palette (1879). Antes había pintado el de Zola y Berthe Morisot au bouquet de violettes (1872). Pero es indudablemente la reversibilidad de la mirada –del interior al exterior–, la abolición de la expresividad espiritual –porque la expresión ya no es la manifestación exteriorizada del espíritu o del sujeto–, lo que contará en Le suicidé. Será el estatuto del modelo lo que Manet pone a prueba para dar cuenta de esta operación. A pesar de constar anecdóticamente la presencia del modelo en los retratos, no obstante, desafía el propósito de mímesis por el que se habrán pronunciado los retratos desde el Renacimiento. Una vez resuelta ¿qué cosa? en la obra, revelará su fútil función. Porque la pintura no es expresión sensible del espíritu, porque el retrato no está a merced del tipo humano ocasional; será necesario, entonces, operar una conversión hacia la inexpresividad del rostro. Manet lo resuelve prescindiendo del modelo y tendiendo a la indistinción del color. No buscará copiar una mirada ni evocar una marca personal. En Le suicidé se trata de la pintura en la pintura porque en lugar de la mirada –en definitiva vacía– del retrato tradicional, el de Manet rasga la tela, realiza un acto manual, y entonces esta se abre hacia el afuera. En la estética de la catástrofe, la mancha se solidariza con un ojo hendido, que ya no conserva ni un resto de humanidad; inmanencia que indica un espacio en el que la luz ya no revela, se sustrae a toda revelación haciéndose indiscernible respecto al color. Los dos momentos de la conversión hacia la postpictoricidad La reconstrucción de la historia o narrativa proviene –como sostiene Deleuze– de la insistencia del cliché (2002). Aún permaneceríamos en la esfera de lo dado si no intentáramos dar un paso adelante y limpiar los elementos que se presentan como ocasión de reconocimiento. De alguna manera Manet obsesiva y perversamente –como dice Foucault (2005)– insiste en detener el proceso pictórico en el momento en el que más allá se habría traspasado lo reconocible con el ojo habituado a la tela, incluso la tela impresionista. Lo detendrá quizás, 114 Cátedra de Artes N°14 (2013): 107-117 como sugiere Kuspit, por la imposibilidad de renunciar a la realidad objetiva (2006). Pero ese detenimiento significará, por lo que germina en su seno, la posibilidad de otorgar al arte contemporáneo una filiación con Manet. Revelador del espacio pictural como superficie de inscripción, el efecto Manet se proyectará –Kuspit diría epistemológicamente (2006)– de la tela a la pantalla, de lo táctil al pixelado translúcido. Si al principio la mirada habituada a la representación se desafía frente al apremio de la referencia transfigurada, en un segundo momento la mirada, que ha sido burlada por la intromisión dentro de la pintura del emblema de la mímesis, opera la sustracción de la jerarquía y selección de planos que resulta en la abolición de la referencia. En este momento, lo que va a buscar Manet no será montar una historia más allá de toda transfiguración –la interpelación en el interior mismo de la pintura, del retrato de la modernidad (el que Goya detestaba abiertamente, el de corte que luego se llamaría burgués)–, sino anular el motivo, “entregarse libremente al arte de pintar, a la técnica, al canto de las formas y los colores” (Bataille: 41). Es un canto que significa la abolición de la relación subsidiaria del color respecto de la forma. Ambas, pintura y pintura en la pintura, son alcanzadas. La mancha –y con ella, toda la obra–, rebasa el horizonte restringido del espacio enmarcado por los límites del cuadro y va hacia un más allá, no obstante, inmanente. Primero, la mancha revela la inconsistencia del matiz y del espacio tridimensional. Segundo, todo se juega en la interfaz entre el adentro y el afuera del cuadro; interfaz que nos revela que la línea abstracta que traspasa el marco y su límite orgánico, el ojo, hacen posible que la pintura se exponga a ella misma. Exponiéndose a sí misma, la pintura alcanza, por lo tanto, su afuera, su doble. La mancha no es sólo el flaneur que camina por el París de Haussmann, confundido con la multitud, y que grita en silencio la defectuosidad de la experiencia del tiempo. Es anuncio del final del matiz, el hombre indistinto es además perversión del color puro que lo aplasta. La indistinción que conlleva la pérdida de la potencia transfiguradora de la pintura, es también, y sobre todo, borradura del protagonismo del cuerpo-carne-órgano en medio de la paradoja del progreso. Burlando su propia tradición –porque no constituye un primer plano, no hay modelo, no hay fondo contextual–, el retrato de Manet alcanza a la pintura en su camino de fuga. Esta vez se ha limpiado todo rastro de identidad, de ego, incluso del desdoblamiento objetual del sujeto kantiano, para convertirse esta línea abstracta misma en el ojo desacralizador, compañero inseparable de la mano liberada. Modelo háptico, según el cual, como expresa Maldiney: “la mirada procediendo como el tacto experimenta en el mismo lugar la presencia de la forma y el fondo” (195)4. La traducción es de la autora del ensayo. Vale aclarar que tanto Deleuze como Maldiney aluden al texto de Aloiss Riegl Die Spätrömische Kunstindustrie, para hacer referencia a la relación entre la mirada y el tacto en el arte egipcio. Al respecto, lo que interesa a ambos, es la consideración por parte de Riegl acerca de dicha relación no como extrínseca, sino como una ‘posibilidad de la mirada’. 4 Cristina Pósleman • Manet o la ironía del suicidio 115 De esta manera, Manet nos sitúa en el terreno de la disolución de las coordenadas estéticas de la modernidad pictórica. Como sostiene Nancy, la identidad referencial es la identidad pictórica que se desvanece (2000). Desvanecimiento que acabará con los propios parásitos que amenazan con la inanidad de la pintura. Conclusión Una especie de zoom analítico, me llevó a detenerme en el retrato colgado en la pared de la habitación donde yace el suicidado. De la panorámica del cuadro o de la tesis del medio, al zoom del retrato, fragmento o tesis del soporte. De la mirada clásica, jerarquizada y selectiva a la mirada desafectada e irónica de la lógica del plano único, Manet hará suya la tesis de Nancy5. Urbana, sobre cualquier otra descripción, la obra de Manet de 1877-1881 Le suicidé, puede ser vista como el lugar en el que la pintura lleva al límite su posibilidad epocal. La ambigua sensación de acabamiento de los signos humanos y de liberación artística, se proyecta en la tela y más allá de ella, sentando la firma de aquel que se arriesgó a atravesar la marea de finales de siglo. Citadina, además, Le suicidé se trata de un acto de exceso de la pintura que no se proyecta más allá del marco sin, sobre todo, desaparecer en la desnudez del gesto de hendidura del ego. Intenté indagar acerca de cómo color y forma se debatían en el espacio inmanente, inscribiéndose esa lucha –que es la lucha de la pintura frente a sí misma– en la tesis del desmantelamiento de la lógica de la transfiguración. Lógica de la desorganización del cuerpo y de la mirada. Lógica de la desentronización del ego, del sujeto espiritual, de lo humano, en beneficio de la técnica, anárquica, que conecta a la pintura con su afuera y vuelve a todos los implicados en sensaciones. Para terminar, me parece importante aclarar que la catástrofe de Manet tiene anclaje en sus mismos críticos contemporáneos. Si Zola, uno de los que más aceptaron a Manet desde el principio, hubiera confiado en esta “primera mirada que percibe tintas plantadas con amplitud” (1997: 40), dicha aceptación habría ayudado al futuro que germinaba en la obra de Manet. Pero Zola no puede dejar de ver tras esa primera mirada, el ya debilitado ideal romántico. Contraria a la secuencia de Zola, la mirada que propone Mallarmé consiste en experimentar a primera vista la “impresión consciente del motivo” y luego “advertir más allá de eso, una cualidad peculiar aparte del mero realismo” (1997: 96). Sin estacionar la atención en uno u otro de los momentos –el de la mirada del reconocimiento y el de la mirada que percibe la anarquía del color y la ausencia de motivo–, ambos contribuirían a revelarlos. Quizás habrá que esperar, como muestra Kuspit, hasta la obra de Seurat para percibir y atravesar la finísima valla que restringía el germen de Manet –no obstante todo el intento del pintor– a antecedente impresionista. Advertir que, en contra de la estela de la anunciada muerte de la Pintura (así, con mayús5 Ver cita aludida al comienzo del ensayo. 116 Cátedra de Artes N°14 (2013): 107-117 culas), cuyo iluso testigo imperturbable es el retrato (que ríe a carcajadas en el rectángulo de una fotografía), viaja la pictoricidad, sobrevolando las amenazas de muerte que cada vez la acechan. Un Malraux actual quizás diría que el arte contemporáneo es Le Suicidé, pero ahora la línea anárquica que libera la mirada del retrato dentro de la pintura, se ha convertido en una pantalla pixelada en donde se reafirma la autonomía de la pintura. Si la ciencia moderna libera al color del dictamen de la visión única, los nuevos soportes digitales lo liberarán definitivamente de los límites del ojo humano. Y este fenómeno tiene un antecedente importante en Manet. Obras citadas Bacon, Francis, y Sylverster David. L’art de l’impossible. Paris: Skira, 1995. Impreso. Bataille, Georges. Manet. Trad. Juan Gregorio. Murcia: Institut Valencia d’Art Modern, 2003. Impreso. Deleuze, Gilles. Francis Bacon. Lógica de la sensación. Trad. Isidro Herrera. Madrid: Arena Libros, 2002. Impreso. ---. Pintura. El concepto de diagrama. Vol. 4. Buenos Aires: Cactus-Serie Clases, 2007. Impreso. Foucault, Michel. La pintura de Manet. Trad. Roser Vilagrassa. Barcelona: Alpha Decay, 2005. Impreso. Gasquet, Joachim. Cézanne. Paris: Encre Marine, 2002. Impreso. Hegel, Georg Wilhem. Lecciones de Estética. Vol. I. Trad. Raúl Gabás. Barcelona: Península, 1989. Impreso. Kandinsky, Wassily. De lo espiritual en el arte. Trad. Elizabeth Palma. México: Premia. La nave de los locos, 1979. Impreso. Klee, Paul. Teoría del arte moderno. Buenos Aires: Cactus, 2007. Impreso. Kuspit, Donald. Arte digital y videoarte. Transgrediendo los límites de la representación. Madrid: Pensamiento, 2006. Impreso. Maldiney, Henri. Regard, Parole, Espace. Lausanne: L’Age d’Homme, 1994. Impreso. Mallarmé, Stephan. “Los impresionistas y Édouard Manet”. El Impresionismo: la visión original. Antología de la crítica de arte (1867-1895). Ed. Guillermo Solana. Madrid: Siruela. 95-109. Impreso. Malraux, André. Le Musée Imaginaire. Paris: Gallimard, 1965. Impreso. Cristina Pósleman • Manet o la ironía del suicidio117 Zola, Émile. “Édouard Manet. Estudio biográfico y crítico”. El Impresionismo: la visión original. Antología de la crítica de arte (1867-1895). Ed. Guillermo Solana. Madrid: Siruela. 35-46. Impreso. Pinturas Édouard Manet. Le Suicidé. 1877-81. Foundation E.G. Bührle Collection, Zurich. Sitio Web: www.buehrle.ch. Fecha de ingreso: 15 de octubre de 2012. Recepción: octubre de 2013 Aceptación: diciembre de 2013