EL MONO TRAVIESO Relájate, quédate quietecito y escucha

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EL MONO TRAVIESO
Relájate, quédate quietecito y escucha. Escucha con gran atención este cuento sobre un
mono travieso que disfrutaba gastando bromas a un viejo búfalo. Es decir, hasta el día en que
aprendió una importante lección. ¿Cuál pudo ser? ¡Vamos a ver si lo descubrimos!
Pues... el monito travieso y el viejo búfalo, que tenía muy buen corazón, vivían en un vetusto
bosque cerca de una gran pradera. Cada día, cuando el sol estaba en su cénit y apretaba en el cielo
despejado, el viejo búfalo iba a los lindes del bosque y se tumbaba bajo la fresca sombra de un árbol.
Allí echaba una cabezadita hasta bien entrada la tarde. Y cuando el sol ya no picaba tanto, iba a
pastar con la manada a la pradera.
En cuanto al mono travieso, vivía en las ramas de un magnífico árbol. Y cada día, mientras los
otros monos se acicalaban unos a otros y charlaban sentados en el suelo, él esperaba a que el viejo
búfalo fuera a echar una siesta bajo la sombra del árbol.
—¡Je, je! Creo que voy a divertirme un poco —exclamo alegremente palmoteando con sus
manitas.
Un día el mono esperó hasta asegurarse de que el búfalo estaba profundamente dormido. Y
entonces bajó del árbol y, enroscando la cola en una rama, se quedó colgado justo sobre la cabeza
del viejo búfalo.
—¡Groaaaaaa! —chilló el mono.
El pobre búfalo, despertándose alarmado, se levantó de un brinco y echó un vistazo a su
alrededor, pero no pudo ver a nadie.
—¿Qué ha sido ese ruido? —masculló.
—¡Je, je, je... te he asustado! —se rió el monito arrojándole hojas y frutos secos. Después se
escabulló velozmente por los árboles con grandes risotadas.
El búfalo soltó un suspiro, meneó la cabeza y se fue.
«Este monito se vuelve más travieso a cada día que pasa», pensó, y se fue a buscar un lugar
más tranquilo.
Pronto descubrió otro agradable sitio bajo la sombra y se tumbó en él para seguir haciendo la
siesta.
—¡Qué sitio más encantador! —se dijo antes de caer dormido, sin saber que su descarado
«amiguito» le había seguido.
El mono, que había ido saltando de copa en copa por los árboles, volvió a sentarse en una
rama justo encima del viejo búfalo y se puso a escuchar atentamente. En cuanto oyó que el búfalo
empezaba a roncar, bajó sigilosamente del árbol y, una vez se halló en el suelo cubierto de hierba, le
tiró del rabo.
—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! —chilló asustado el viejo búfalo. Al ponerse en pie para irse, oyó unas
risotadas.
—¡Je, je, je... te he vuelto a asustar! —gritó riendo estrepitosamente el mono travieso
mientras se balanceaba en el árbol. Antes de desaparecer, asomó la cabecita y le sacó la lengua al
viejo búfalo.
—¡Jolín... parece que hoy no voy a poder descansar! —se lamentó el cansado y viejo búfalo.
—Eres un animal muy fuerte y estás equipado con unos afilados cuernos, ¿por qué dejas que
este mono travieso te moleste todo el tiempo? —le preguntó una vocecita chillona.
—¿Qué? ¿Quién ha dicho esto? ¡Oh, estoy tan cansado que debo de estar oyendo voces! —
dijo el búfalo a nadie en particular.
—¡Eh, estoy aquí! —gritó la vocecita.
Al mirar a su alrededor, el búfalo descubrió el origen del comentario: un sonriente caracolito
provisto de un brillante caparazón marrón que estaba sentado en una roca cerca del árbol.
—¡Oh, lo siento, señor Caracol!, no te había visto —exclamó el viejo búfalo.
—No pasa nada —respondió alegremente el señor Caracol—. Soy pequeño y apenas se me
ve. Pero tú eres grande y fuerte. ¿Por qué no haces que el monito deje de comportarse tan mal?
—No me gusta molestar ni hacer daño a nadie —repuso el búfalo—, ni siquiera a un monito
revoltoso que no me tiene ningún respeto. Gracias por tu sugerencia —añadió el bondadoso búfalo
haciéndole una inclinación con la cabeza al caracol—, pero te ruego que no te preocupes por mí.
Tras decir estas palabras, se dio media vuelta y se fue a la pradera para unirse con su
manada.
Al cabo de varias horas un búfalo solitario se dirigió a los lindes del bosque. Tenía muy mal
carácter, por eso los otros búfalos lo evitaban. Como había estado caminando durante muchas horas
y se sentía muy cansado, se tumbó al pie de un árbol a descansar y se quedó dormido.
El mono juguetón, que acababa de zamparse un gran plátano, al mirar hacia abajo desde lo
alto del árbol, vio al búfalo durmiendo.
—¡Oh!, ¿ha vuelto? ¡Es hora de hacer más travesuras! —dijo riéndose entre dientes sin darse
cuenta de que no era el mismo búfalo de antes.
El monito bajó del árbol columpiándose de rama en rama y antes de llegar al suelo dio una
voltereta y se arrojó sobre el lomo del búfalo con todas sus fuerzas. El búfalo solitario,
despertándose de un sobresalto, se puso en pie rugiendo.
—¿Qué crees que estás haciendo? —gruñó sacudiéndose al monito del lomo con tanta
fuerza que éste salió despedido.
—¡Ay! —chilló el monito al ir a parar al suelo con un golpe seco. Perplejo, descubrió que se
había equivocado de búfalo y que ahora estaba metido en un gran problema, porque el búfalo
enojado iba a embestirlo. El monito se quedó paralizado de miedo.
De pronto, el viejo y bondadoso búfalo apareció de la nada tras desviar la embestida de la
enfurecida bestia, recogió con suavidad al monito del suelo. El búfalo salvaje golpeó con sus patas el
suelo, pegó un resoplido y se fue trotando.
—¡Oh, muchas gracias! —gritó el monito agradecido al viejo búfalo—. ¿Por qué te has
preocupado por mí sí me he portado tan mal contigo?
—No ha sido nada —repuso el sabio búfalo modestamente—, sólo intento tratar a todo el
mundo como me gustaría que me trataran a mí.
Y, tras decir estas palabras, se fue pesadamente a descansar bajo la sombra de otro lugar
encantador que había descubierto.
A menudo no tenemos demasiado en cuenta cómo tratamos a los demás. Una persona sabia
actúa respetando a todos los seres y siendo compasivo con ellos, porque sabe que recibirá
multiplicado por diez lo mismo que haga a los demás.
Dharmachari Nagaraja
Cuentos budistas para ir a dormir
Barcelona: Oniro, cop. 2008
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