Dominación masculina y feminismo en los movimientos sociales Dunezat Xavier Profesor de Ciencias Sociales en Rennes (Francia) Miembro asociado del CRESPPA (GTM) [email protected] Comparando cuatro movilizaciones dichas de “sin” (parado/as y sin-papeles) en Francia, se interrogan las interacciones entre el feminismo y los procesos de democratización. En primer lugar, destaca cuanto la dominación masculina estructura cada lucha mixta estudiada y como, mediante la organización del trabajo militante, ciertos hombres toman posición y encierran a lo/as demás en modos dominados – activos o pasivos – de participación. En segundo lugar, si el feminismo como movimiento político aparece relegado, incluso rechazado, esto no significa que prácticas feministas no lleguen a desplegarse. Se trata de un “feminismo práctico”, construido dentro de las luchas, y que alterna entre la denuncia directa de la dominación masculina y el enfrentamiento más indirecto con ésta mediante una toma de postura en la organización del trabajo militante. Xavier Dunezat es militante en los movimientos sociales “progresistas”. En sus trabajos de sociología, se interesa a las relaciones sociales de poder, a los “rapports sociaux” (de sexo, de clase, de raza), en las movilizaciones dichas de “sin” (sin-empleo, sin-papeles) en Francia. Palabras claves = Militancia, Trabajo, Género, Raza, Clase 1 ¿Cómo se articulan feminismo y procesos de democratización en la práctica política? ¿Constituye la conciencia feminista una condición sine qua non de una participación inclusiva y democrática de las mujeres en los procesos políticos? ¿En contexto no feminista, qué rol tienen – pueden tener – las mujeres en procesos de democratización? ¿Se puede imaginar un “feminismo práctico” en tal contexto? Propongo analizar las interacciones entre el feminismo y los procesos de profundización democrática a partir del caso de dos movimientos sociales que no se presentan como feministas, incluso que no se preocupan del feminismo : el “movimiento de los parados” que fue muy activo en Francia en los años 1990 y al cual participé durante la campaña de ocupaciones de edificios públicos de 1997-1998 (Demazière et Pignoni, 1998) ; el movimiento de los sin-papeles que fue más activo en Francia a finales de los años 1990 (Siméant, 1998) pero que sigue bastante vivo en algunas regiones y al cual participo desde 1998. Así, por inmersión basada sobre observaciones participantes y entrevistas (dobladas algunas veces de un cuestionario), investigué y comparé dos movilizaciones locales de parado/as en 1998-1999 (en Morlaix y en Rennes en Bretaña) y dos movilizaciones locales de sin-papeles – el Colectivo desde 2002 y el Comité en 2006-2007 – cuya localización no indicaré porque no quiero que mis resultados sean utilizados para discalificar estos movimientos ya activos. Infra, usaré las expresiones “Morlaix, Rennes, Colectivo, Comité” para dar el nombre de la lucha utilizada como ejemplo. La tabla 1 presenta unos datos sobre cada lucha. Los movimientos sociales tienen en común de mostrarse como laboratorios de nuevos procesos de democratización dichos “por abajo” y están presentados por muchos autores como una de las vías que contribuyeran reducir la distancia entre el Estado y la ciudadanía. Sin embargo, si el tema de la lucha es decisivo para clasificar un movimiento como participando o no de un proceso de democratización, el paradigmo de la consustancialidad (Kergoat, 2012) o de la interseccionalidad (Crenshaw, 2005) nos invita también a investigar si la lucha no entra en conflicto con los intereses de alguno/as dominado/as, porque el tema no tomaría en cuenta a todas las personas concernidas o porque el modo de organización de la lucha rechazaría, de manera voluntaria o no, a una categoria de las personas concernidas, incluso a las personas concernidas ellas mismas. Precisamente, más que el tema de la lucha, nos interesa lo que ocurre durante el momento militante entre los participantes. ¿Qué tipo de relaciones sociales desarrollan? Si la lucha quiere alcanzar más reconocimiento, más libertad, más igualdad, más dignidad por parte del Estado y si, por eso, se puede interpretar como una dinámica de profundización democrática, se necesita también mirar si los protagonistas se tratan entre ellos con los mismos objetivos, incluido en las prácticas. Desde este punto de vista, la teoría feminista es muy importante porque permitió relativizar la evidencia según la cual los movimientos sociales serían sólo espacios de resistancia y de experimentación democrática, olvidando todos los procesos de dominación que las luchas reproducen o, mejor dicho, actualizan y producen. Esta dinámica menos democrática está apuntada por muchos estudios que han analizado la dinámica del género en el campo militante en sentido amplio (partidos, sindicatos, asociaciones, movimientos sociales…). Nuestras investigaciones participan de este trabajo colectivo (Fillieule y Roux, 2009), usando el marco teórico de los “rapports sociaux” y de su consubstantialidad (Kergoat, 2012). Por la expresión muy francesa de “rapports sociaux”, referimos a las relaciones sociales de poder, a las relaciones de fuerzas, que estructuran, materialmente y símbolicamente (Guillaumin, 1992; Godelier, 1984), la realidad social y que, mediante la división del trabajo, producen grupos sociales (de sexo, de raza, de clase, de edad) en posición contradictoria, antagónica, jerárquica. Por ejemplo, los “rapports sociaux de sexe” constituyen una de estas tensiones transversales a toda la sociedad que, mediante la “división sexual del trabajo” (Kergoat, 2012) y articulándose con las divisiones de clase y de raza, reparten los seres humanos entre hombres y mujeres. Desde este punto de vista, los dos sexos no son grupos biológicos sino sociales y estrictamente sociales. Al mismo tiempo que el racismo produce la raza y las luchas de clase producen la clase como signos de distincción, el sexismo – el patriarcado, el sistema de género (Delphy, 2001), el “sexage” (Guillaumin, 1992) – fabrica el sexo como criterio de diferenciación y de jerarquización. 2 Tabla 1: Presentación de los cuatro movimientos estudiados Nombre Duración del movimiento Periodo de inmersión Lanzamiento de la mobilización Número de participantes Reivindicaciones Modo de inscripción Organización Instancia de decisión central Modo de decisión Discurso de presentación Registros de acción Registro privilegiado ”Sin” (en %) Hombres (en %) Blancos (en %) Reclutamiento socioprofesional Movimientos de parado/as Morlaix Rennes 13/01/1998 6/01/1998 26/03/1998 1999 (fase activa) 13/01/1998 10/01/1998 26/03/1998 1999 Comité de los parados CGT Parados y AC ! y solidarios de Morlaix (desvinculación (associación local) = 4/02/1998) 20-30 30-60 (bastante estable) (instable y decreciente) Subida de los mínimos Prima de navidad para sociales (RMI) los parados Reconocimiento de las Subida de los mínimos asociaciones de sociales (RMI) parados en las Reconocimiento de las negociaciones sociales asociaciones de Reparto de las riquezas parados Participación a las Participación a las asambleas generales asambleas generales y carta de la asociación y acciones iniciadora Permanencias diarias Asamblea general + asamblea general diaria diaria + comisiones Movimientos de sin-papeles Colectivo Comité 12/2001 2015 09/1996 2015 12/2001 2015 (excepto 2006-2007) Individuo/as de las corrientes libertarias y feministas 20-40 (bastante estable) Regularización de los sin-papeles Libre circulación e instalación 09/2006 07/2007 Red de militantes del Partido comunista, de la CGT, del MRAP 100-300 (muy instable) Regularización de los sin-papeles Participación a las asambleas generales y acciones Carta con cotización anual Comisión juridica + Asamblea general semanales Comisión juridica diaria + portavoz + dirección semanal + grupos de sinpapeles + asamblea general Portavoz y dirección semanal Asamblea general con Asamblea general Asamblea general control de la asociación (derecho de veto) Consenso (pero voto Voto sistemático Consenso (rechazo Voto (validado por para ciertas decisiones) del sistema de voto) asamblea general) Horizontalidad, Horizontalidad, Horizontalidad, Verticalidad, necesidad de la necesidad de la rechazo de la división valorización de la división del trabajo por división del trabajo por del trabajo división del trabajo su eficacidad su eficacidad Ocupaciones, concentraciones, manifestaciones, distribuciones de octavillas Asambleas ciudadanas, Fijaciones, veladas Conciertos… Cenas, periódico… fest-noz, periódico culturales, periódico… Ocupación continua Ocupación punctual Ocupación punctual Huelga de hambre (día y noche) (con resistancia a la (sin resistancia a la (represión policial) evacuación policial) evacuación policial) 45% 75% < 20-30% > 90% y muy instable y muy estable 70% y muy estable 60% (principio) 30% (principio) > 80% 90% (1999) 55% (actualmente) > 95% > 95% > 90% (principios) < 5% > 60% (actualmente) Parado/as + profesores Parado/as + estudiantes Profesores + Profesores > + precarios (relación + precarios (relación estudiantes + distante con empleo) distante con empleo) precarios (relación distante con empleo) Información no Información no disponible para los disponible para los sin-papeles sin-papeles Elaboración propia 3 Según este enfoque, hay que hacer la hipótesis que los rapports sociaux de sexe (y los otros rapports sociaux) no sólo contribuyen en la fabricación de los movimientos sociales sino actualizan y activan la producción de estos rapports sociaux y, simultáneamente, de hombres y de mujeres. Las “lógicas patriarcales de la militancia” (Nouvelles Questions Féministes, 2005) no son simplemente productos de una sociedad patriarcal: son agentes de producción de esta sociedad. Para analizar esta dinámica compleja, se suponen gafas que tomen en cuenta las disposiciones a la militancia y los dispositivos de la militancia porque el compromiso es a la vez asunto de trayectorias (socialización) y de prácticas (situación), pues supone un “ajuste anterior” entre disposiciones y dispositivos (Nicourd, 2009: 11; Mathieu, 2012: 183-252). Por disposiciones, designamos todas las formas de capital – cultural, social, económico pero también militante (Matonti et Poupeau, 2004), doméstico, profesional, “vivido” (Dunezat, 2009) – que se acumulan en las trayectorias de vida y que se pueden mobilizar en una situación inedita (como un movimiento social). Por dispositivos, designamos los “modos de organización del trabajo voluntario y militante” (Nicourd, 2009: 13), todo lo que es necesario hacer para que la mobilización tenga una existencia material y simbólica. No es suficiente decir que ciertos hombres han dominado (en) un sector de la realidad social porque tenían disposiciones. Es preciso que estudiemos también como, en este sector, han podido conquistar una posición dominante. Lo que nos confronta al tema de la dinámica social, de la producción de la sociedad, en un enfoque constructivista y no determinista. Mi entrada privilegiada para analizar la producción del género en la militancia es el trabajo militante y su organización (Dunezat, 2007; Nicourd, 2009). Cada movimiento social supone y secreta tareas sin las cuales no puede existir, tan materialmente que simbólicamente. En un enfoque materialista, se puede hacer un puente entre el desorden de las prácticas sociales y los rapports sociaux usando el análisis del modo de organización del trabajo. Estudiando el trabajo militante, recogiendo por observación en el terreno “quién hace qué” o, mejor dicho, “qué hace quién”, y utilizando entrevistas y cuestionarios para reconstituir las trayectorias individuales y las lógicas subjetivas que guían los modos de participación y de inscripción en el trabajo militante, es posible focalizar a la vez en las disposiciones y en los dispositivos que se unen para producir un cierto reparto del trabajo militante y, en consecuencia, de las/los militantes. En primer lugar, vamos a ver que la dominación masculina es une dinámica que estructura todos los movimientos estudiados mediante una cierta organización del trabajo militante que obliga a lo/as otro/as movilizado/as adoptar modos específicos de participación (1). En tal contexto, el feminismo aparece relegado al principio de cada lucha pero eso no quita que dinámicas feministas, de manera directa o indirecta, estructuren también acción colectiva (2). 1) Dominación masculina y división del trabajo militante Al principio de su desarrollo, todos los movimientos estudiados se caracterizan por la conquista de una posición dominante por ciertos hombres mediante la prescripción de una cierta organización del trabajo militante (A). Sin embargo, esta prescripción toma formas variables que implican varios modos de participación accessibles para lo/as otro/as participantes: alternan entre modos activos (B) y modos más pasivos (C). A. Inicio de la lucha y toma de poder por hombres Cada mobilización estudiada fue lanzada por hombres que tienen en común varias disposiciones y posiciones sociales. En efecto, no son (todos) los hombres que han conquistado la dirección de la lucha sino una fracción de la clase masculina. Primero, no hacen parte de las personas directamente concernidas porque no son parados o sin-papeles, aunque puedan haber vivido un periodo de paro (Morlaix, Rennes) o una situación de discriminación racista (Comité). Al momento del inicio de la lucha, la mayoría experimenta una situación profesional bastante estable: son funcionarios (muchos son profesores) o precarios pero con empleo y rechazando un modo de vida fundado sobre el salariado estable. Segundo, tienen todos un capital militante bastante elevado que proviene de una trayectoria larga dentro de varias 4 organizaciones – sea de obedencia comunista (Morlaix, Comité, Rennes) o de obedencia anarquista (Morlaix, Rennes) en sentido amplio – o dentro de movimientos sociales pasados, estudiantes y/o feministas (Colectivo, Rennes). Este capital legitima su rol central en el inicio de la lucha aunque no hagan parte de los parados o de los sin-papeles. Por una parte, consideran que luchar supone varias habilidades que están convencidos detener y que compensan, para algunos, un capital cultural poco elevado. Por otra parte, consideran que los «sin”, por definición, no tienen recursos y, en el caso de los sin-papeles, tienen demasiado miedo y/o riesgo para iniciar une mobilización. Tercero, todos estos hombres tienen trayectorias domésticas que les ofrezcan gran disponibilidad por la lucha: son solteros (experiencia de la autonomía o del abandono en el trabajo doméstico) o explotan la mano de obra feminina en su trayectoria familial. Si añadimos que la mayoría tiene titulos universitarios que les aseguran un futuro bastante estable y que están clasificados como blancos – excepto en el Comité en el cual los hombres están clasificados como negros y en el cual la división de raza se materializa por la detención o no de papeles y de la nacionalidad francesa – podemos decir que les hombres iniciadores de los cuatro movimientos estudiados comparten y cumulan disposiciones sociales susceptibles de actuar como recursos en la dinámica de la lucha. Pero este enfoque no es suficiente. Había en cada lucha otros hombres que compartían las mismas disposiciones que los iniciadores. Para entender por qué ciertos hombres han podido conquistar una posición dominante, hay que tomar en cuenta los dispositivos de militancia que (se) crean, lo que refiere a la organización del trabajo militante. Desde la primera asamblea, los hombres que iniciaron la mobilización toman posición para que la posición durante el inicio se convierta en posición durable. Son centrales en la prescripción del trabajo militante y de su organización: dicen que se necesita un presidente para cada asamblea, un orden del día, un turno para hablar, un tiempo delimitado para cada punto del orden del día, unas reglas para tomar decisiones (reglas de voto en general), incluso una carta, unas comisiones para dividir el trabajo, unos horarios fijos, etc. También dicen que se necesitan competencias para hablar con los periodistas, para escribir octavillas, para representar el movimiento en las delegaciones, etc. Mediante esta prescripción, intentan delimitar un modo de organización que les convenga, tomando en cuenta su capital militante y/o cultural. Después, sólo quedará tomar todos los puestos que contienen una dosis de poder: presidir las asambleas generales o las comisiones, proponer acciones, ser voluntario para las delegaciones, etc. Al final, haciéndose cargo de todas estas tareas visibles, estos hombres se convierten en – mejor dicho, se imponen como – gente visible, oradora, líder…y carismática por supuesto. Este proceso de dominación se vuelve proceso de despojo cuando estos hombres consiguen monopolizar la producción del mensaje del movimiento, proponiendo la letra para la pancarta, escribiendo octavillas a distribuir, contestando a los periodistas o a los sociólogos (e impediendo, como en dos luchas, a los “sin” de contestarles), etc. En mi enfoque, el concepto de trabajo militante se refiere a cualquiera tarea, no sólo al trabajo prescrito de los dominantes. Por ejemplo, contabilizamos como tareas el hecho de hacer el café, de ordonar las sillas, de hacer comida, de hacer bromas…pero también la presencia inactiva en la asamblea, la llegada de retraso, la despedida adelantada, el hecho de salir fumar, etc. También incluimos numerosas tareas no prescritas como el hecho de criticar, de ponerse nervioso, de amenazar a alguien, de romper el orden del día, etc. Se dibuja así el trabajo real del movimiento, no sólo el trabajo prescrito por y de los dominantes. Es necesario para que la división del trabajo militante no se convierta – como en la corriente norteamericana de la “mobilización de los recursos” – en una dicotomía entre los beneficiarios potenciales (pasivos) de la militancia y los militantes (activos) por conciencia (McCarthy y Zald, 1977) que prescriven y dirigen, éstos incarnados “en la figura específica del empresario de protesta, verdadero schumpeteriano del movimiento social” (Neveu, 2002: 56). Todos los participantes de un movimiento social trabajan pero no tienen la misma posición en la división del trabajo. ¿Tomando en cuenta la dominación masculina, cuáles son los modos de participación de lo/as dominado/as en los primeros días de la lucha? Mujeres en general y los hombres que son los más bajos calificados, especificamente lo/as parado/as y lo/as sin-papeles, están encerrados en tres modos de participación, más o menos localizables según la organización del trabajo militante que predomina. Dos otros modos son accessibles cuando lo deciden los dominantes. 5 B. Modos activos de participación de lo/as dominado/as: obediente (hombres) y disponible (mujeres) El primer modo, muy presente en Morlaix y en el Comité, es el modo obediente (temporario) en el cual los hombres sin capital cultural, militante, económico son muy representados y las mujeres casi invisibles. Hacen las tareas prescritas (por los dominantes) con fuerte dimensión ejecutiva pero bastante visibles (como las tareas heroicas de la seguridad o del hecho de dormir en el edificio ocupado). Estos hombres adquieren valor, visibilidad y reconocimiento porque sus tareas están contraladas (por los dominantes) durante las asambleas: este control es una ocasión para ellos de hablar y de desarrollar un fuerte sentimiento de pertenencia al grupo mobilizado. Agunos incluso logran acceder a un estatuto en la jerarquía intermediaria, siendo responsables de una tarea delimitada y especializada (fotocopias, seguridad, secretariado, intendencia…). Aunque el modo obediente se estructure en la reconversión de competencias adquiridas en la esfera profesional, la exclusión social de esta categoria de hombres es tan fuerte que acceptan cualquiera tarea, también tareas relacionadas con dimensiones domésticas. Cuando empieza la mobilización, éstos saltan sobre el trabajo y legitiman con mucho fervor el orden militante desigualitario. El trabajo militante actúa como un sustituto a la inactividad y al sentimiento de inutilidad provocados, en el caso de muchos hombres, por el estatuto de “sin”. Esta categoría de hombres comparte con los dominantes trayectorias domésticas que les permitan tener tiempo (muchos son padres y sus mujeres, también paradas, no participaron en la lucha, excepto cuando hemos organizado comidas…). El segundo modo, muy presente en todas las luchas, es el modo disponible, casi exclusivamente feminino y muy parecido a lo que ocurre en el trabajo doméstico. Consiste en hacer lo que queda por hacer y no se ve, todas estas tareas que nunca se discuten en las asambleas generales porque los dominantes (las) olvidan o no tienen conciencia de su existencia. Se trata de limpiar lo que no limpió el intendante, de ser presente el día (cuando los hombres que ocuparon de noche se fueron a dormir en casa), de organizar la búsqueda de comida para la cena de los que dormirán la noche siguiente, de acompañar a lo/as sin-papeles en sus trámites hacia la prefectura, de visitar a un sin-papeles detenido, de correr comprar algo que falta, etc. En Morlaix, durante dos semanas, una mujer tenía que buscar comida cada día y su tarea nunca fue discutida en asamblea…excepto cuando no hubo bastante comida y fue convocada para justificarse. El modo disponible se refiere sobre todo a las mujeres con capital cultural y/o militante, con situaciones profesionales parecidas a los hombres dominantes. Éstas hicieron una entrada reservada en la lucha porque han percibido la dominación masculina, no les gusta el orden militante demasiado jerárchico o no se sienten en su sitio tomando en cuenta su desajuste profesional con los “sin”. Como no saben si van a participar de modo más activo, usan el modo disponible para ser útiles antes de decidirse. El problema es que su manera de participar priva a las otras mujeres, menos dotadas pero más concernidas, de acceder a tareas. Por culpa de la dominación masculina, funciona la división del trabajo militante como si impidiera la participación de todos los grupos sociales representados en la lucha, en detrimento de las mujeres que están abajo de todas las escalas sociales (de sexo, clase y raza) y que, lógicamente, participan con más iregularidad, incluso quitan la lucha de manera más adelantada y discreta. Los modos obediente y disponible suponen una organización del trabajo militante a la vez jerarquizada y extensiva, en el sentido que la lucha secreta un montón de tareas. Así, casi toda la gente tiene el sentimiento de hacer cosas y, en los primeros días, la gente se identifica mucho al grupo mobilizado. C. Modos pasivos de participación de lo/as dominado/as: inactivo, testimonio, cuota El tercer modo de lo/as dominado/as es el modo inactivo, que surge cuando no hay bastante tareas para todo/as porque la mobilización no secreta mucho trabajo. Si se puede encontrar en todas las luchas, su intensidad depende de dos criterios: el número de acciones organizadas y el tipo de organización del trabajo militante. En el modo inactivo, la gente limita su trabajo a las tareas de presencia y, poco a poco, esta presencia se vuelve muy inactiva y silenciosa, transformando la mayoría de los movilizado/as en espectadores del trabajo de los dominantes. Especificamente, la falta de trabajo militante no permite convertir competencias adquiridas en otras esferas para dar sentimiento de utilidad en la lucha. Los 6 inactivos se sientan en un rincón de la asamblea y parece que sueñan o que hablan de otra cosa de manera discreta, cuando no duermen. Salen varias veces para fumar y charlar, compartiendo el sentimiento de entender nada en lo que ocurre, tampoco en el modo de organización. Si no hubiera la dimensión nacional y mediática del movimiento o la necesidad de quedarse por interés individual, la gente habría dejado la mobilización desde hace mucho. Al principio de la lucha, este modo inactivo no es demasiado demobilizador – y el turnover de los “sin” lo esconde – pero es el modo más peligroso por una lucha porque, cuando la esperanza de un éxito empieza a desaparecer, la gente tiene ninguna razón objetiva quedarse más. Si el modo inactivo aparece mucho más masculino, se encuentra también entre las mujeres pero éllas no tardan mucho para salir de la lucha porque tienen otras tareas que les esperen en el espacio doméstico. Este modo inactivo se encontró con más fuerza en Rennes porque los dominantes no formaban un grupo homogéneo según la trayectoria política (comunista o anarquista) y se impulsó un modo de organización del trabajo militante que favorició el desarrollo de este modo. Efectivamente, en esta ciudad de 250000 habitantes, la corriente comunista – menos de cinco personas – inició la mobilización pero, desde la primera hora, llegó una decena de hombres anarquistas y, desde el primer día, empezaron los conflictos entre las dos obedencias, cuyos protagonistas se conocían y se odían antes. Durante un mes, comunistas y anarquistas coexistieron porque el movimiento era muy activo en términos de acciones y decenas de parado/as salieron de su aislamiento para participar. Para coexistir, se necesitaba una estricta organización del trabajo militante que permitiera a las dos obedencias controlarse mutualmente. Se desarrolló lo que he llamado un trabajo separado, lo que significa que la división del trabajo militante – sobre todo mediante horarios muy parecidos al orden profesional, una carta para delimitar estrictamente el rol del presidente de asamblea, un sistema de voto “para todo” lo que induce decenas de votos a organizar para cada asamblea, comisiones temáticas, etc. – era tan rígida que impedió una appropriación colectiva del trabajo hecho. En las asambleas generales, no había discusiones colectivas y libres sino una sucesión de resumenes de cada comisión, seguidos de votos oscuros cuya organización estaba en manos de un presidente elegido cada día. La mayoría no entendía el desarrollo de la asamblea, se aburrían y mucha gente se demarcaba por su manera de votar: cuando había un voto, levantaban la mano cuando todo/as la levantaban o cuando su corriente de identificación la levantaba. Sobre todo, el trabajo separado se materializó, en la división del trabajo militante, por un reparto de cada categoría de participantes según su identificación política (los comunistas se pusieron en la comisión Medias y en las delegaciones, los anarquistas en la comisión Acción y la comisión Reivindicaciones, los “independientes” en la comisión Acción social y en una Lista electoral para presentarse en las elecciones). Rennes aparece así ejemplar de un tipo de organización del trabajo militante caracterizada por una ritualización muy rápida y, al mismo tiempo, por une secreción muy pequeña de tareas, dos dinámicas centrales en la emergencia del modo inactivo. Después de un mes de coexistencia conflictual durante las acciones, la corriente comunista pirdió todo el poder y salió de la lucha, dejando la dinámica anarquista invadir poco a poco todo el espacio, incluido el de los “independientes”, es decir de lo/as parado/as. Seis meses después, la cartografía social del movimiento era muy diferente: los anarquistas representaban el 80% de los protagonistas (en vez de 10% en los primeros días) y las mujeres – casi ausentas de la corriente anarquista – sólo representaban el 10% (40% en los primeros días). Dos últimos modos de participación se encuentran. El primero, sobre todo en Morlaix y en el Colectivo, es el modo testimonio en el cual los «sin” están invitados (por los dominantes) a hablar de su experiencia de la discriminación, a ponerse en primera línea durante une manifestación, a venir cuando se organiza una ocupación de una administración sobre un asunto muy concreto (restablecer electricidad para los cortados en Morlaix, reivindicar viviendas en el Colectivo, etc.). Algunas veces, son los periodistas quienes piden el testimonio de una persona concernida y los dominantes eligen a una persona por esta tarea, en general la que se demarcó en la lucha por su activismo. Además, cuando los dominantes quieren escribir octavillas, muchas veces necesitan escuchar la palabra de los “sin” para acceder a los datos imprescindibles. Si este modo estructura más la lucha cuando sale de las aulas para desembocar en la calle, es bastante mobilizador porque ofrece a los “sin” la posibilidad de valorizar su “capital vivido”, es decir toda esta experiencia adquirida durante la trayectoria de “sin” y que los dominantes no consiguen 7 dominar en detalles. Sin embago, son los hombres que acceden con más facilidad al modo testimonio, especificamente los que dieron muestras de valor y de juramento mediante el modo obediente. El segundo modo, aún más raro, es el modo cuota, mucho más feminino. Consiste en feminizar de fuerza ciertas tareas de poder – como las delegaciones – porque los dominantes provienen de organizaciones en las cuales existe un trabajo de sensibilización antisexista. Como saben que es malo constituir una delegación estrictamente masculina y como piensan que las mujeres no participan de manera voluntaria porque son tímides o faltan de recursos, les invitan a participar, no sin elegir la “buena mujer”, es decir la que tiene habilidades atestadas en términos de capital cultural. Y como no le explican muchas cosas para que se sienta legitima, la mujer elegida irá pero no hablará. Como se nota, la división del trabajo militante tiene poco que ver con los temas de la eficacidad, de la racionalidad, de la lógica. Es primero y ante todo un medio de dominación masculina y de actualización, en y por la lucha, de distincciones sociales multiples, articuladas, jerarquizadas (de sexo, clase y raza). 2) Relegación del feminismo y activación de prácticas feministas Algunas investigaciones han expresado la hipótesis que, en los movimientos mixtos sin hegemonia feminina y que no tienen como fin el feminismo, la imbricación de una lucha de clase y de una lucha feminista constituye en sí misma una “radicalidad insostenible” (Kergoat y al., 1992: 123) porque un movimiento no puede construirse tomando en cuenta varios rapports sociaux y porque, en tales movimientos, “la pertenencia al grupo (cultural, de clase…) impone una subordinación de las mujeres a los intereses/necesidades de los hombres” y “la "decisión" que toman las mujeres luchar con los hombres de su grupo les pone en oposición a las mujeres de los otros grupos” (Le Doaré e Hirata, 1998: 31). La relegación del feminismo como movimiento político en las luchas estudiadas tiende a confirmar esta hipótesis (A). Sin embargo, esta relegación no significa que las dinámicas feministas no estructuren las luchas estudiadas si distinguimos conciencia feminista y prácticas feministas con un enfoque materialista, y tomando en cuenta el contexto y la posibilidad de tal conciencia: dinámicas feministas se desplegan de manera directa (B) o indirecta (C). A. La relegación del feminismo al principio de la lucha Si, en primer enfoque, definimos el feminismo como el hecho de identificarse de manera abierta y explicita al movimiento feminista como lucha en contra de la dominación masculina, al menos tres luchas se caracterizan por una contradicción major. Las reivindicaciones no tienen dimensión feminista, ni siquiera una línea tratando de las consecuencias específicas del paro o de las políticas migratorias sobre las mujeres. Pero se charla del feminismo en ciertas asambleas generales o, al menos, del carácter sexuado del paro y de la experiencia de sin-papeles. Mejor: en cada lucha, participan mujeres – y algunos hombres – que consideran la lucha feminista como central, incluso como principal. Así, el feminismo hace parte de las corrientes políticas representadas pero no consigue estructurar la lucha cuando empieza y se encuentra relegado aunque sea de manera variable. En los dos movimientos de parados, al principio de la lucha, mujeres feministas intentan, de manera dispersa, proponer dispositivos peculiares. En Morlaix, en la primera asamblea, una mujer habló de la falta de “calor humano” y, aunque un hombre le grite “¡ven en mi cama, encontrarás todo el calor que quieres!”, se atreviese a proponer una comisión de mujeres para que hablen de su experiencia específica del paro: la reacción colectiva es bastante negativa, alegando que no hay que dividirse entre parados. La mujer se calló y desapareció este mismo día de la lucha. En Rennes, una mujer intentó muchas veces proponer frases en octavillas sobre la situación específica de las mujeres pero no recibió respuestas. Propuso también la creación de una guardería para facilitar la participación de las mujeres: el movimiento no rechazó su propuesta pero le dijo que tuviera que encargarse. Me explicó esta mujer que no lo hizo porque participaba también por su situación de parada y no quería encontrarse especializada en la tarea de cuidar niños (más aún cuando ya tenía seis en casa…). 8 De manera más estructural, tomando en cuenta la entrada reservada de muchas mujeres en la lucha y también de las feministas, se observa que éstas deciden poner en sueño su identificación feminista porque, como dice una en Morlaix y que es profesora, la emocionó más el movimiento desde el punto de vista de la clase – habla de “miseria del mundo” para caracterizar lo/as movilizado/as – que de las relaciones entre hombres y mujeres. Las féministas se dicen más preocupadas por la relegación de “los parados” en la lucha que de las mujeres, más aún cuando las paradas, poco representadas en el modo obediente y en el modo disponible, participan de manera más iregular. Por fin, todas las feministas se unen para declarar que, en la lucha, había un “machismo ordinario, ni más ni menos que en otro lugar” o que no querían transformarse en “la feminista de servicio”. Este mode de análisis aparece como un efecto, que sea objetivo o subjetivo, de la distancia de clase con lo/as parado/as. Es preciso que especifique la situación en el Colectivo. Éste fue creado por uno/as profesores y estudiantes entre los quienes alguna/os tenían larga trayectoria de militancia feminista (desde diez anos). Además, dos de ella/os habían participado al movimiento de los parados y habían discutido mucho de la dominación masculina, incluso de los efectos de la organización del trabajo militante. Hacía cuatro años que participaban en una permanencia jurídica para los sin-papeles y, a partir de 2001, el número creciente de sin-papeles al nivel local provocó la decisión de crear un colectivo para actuar de manera más ofensiva. Muy cercanos de una corriente libertaria que se cristalizó durante el movimiento de los parados, los iniciadores del Colectivo imaginan una organización del trabajo militante que rompa con los códigos del campo militante ritualizado. En el Colectivo, no hay presidente, ni cualquier estatuto formal, ni carta, ni cotización, ni orden del día, ni comisiones, ni torno de palabra… Todo se presenta como organizado colectivamente, durante las asambleas generales semanales (o diarias cuando la lucha es más activa). Se dice que ninguna tarea debe ser especializada mientras se invita cada nueva persona a participar muy rápido al trabajo militante, lo cual está pensado como extensible al infinito. El objetivo prescrito es favorecer la participación la más amplia de todas las personas, lo que supone la presencia regular en asamblea, la toma libre de palabra, el hecho de discutir a cada momento de cualquier problema o de administrar los conflictos… La vigilancia con el modo inactivo de participación es central y proviene directamente de la experiencia vivida en otros movimientos sociales. He llamado trabajo colectivo este modo de organización del trabajo militante. Supone una relación muy diferente con los valores de eficacidad, de racionalidad, de competencia que estructuran el trabajo en el sentido común. En vez de repartir el trabajo, lo que provoca un reparto de lo/as movilizado/as según sus competencias, se trata de hacer más cosas posibles juntos, especificamente durante las asambleas generales. Ya había encontrado una forma de trabajo colectivo durante las dos primeras semanas del movimiento de Morlaix (Dunezat, 2009), cuando ocupábamos noche y día el ayuntamiento. Se cambió la relación con el tiempo militante – menos delimitado y rígido que en otras luchas, menos ritualizado que las otras formas de tiempo social – y con el trabajo militante porque había tantas tareas para administrar la ocupación que toda la gente podía encontrar trabajo. En la experiencia del trabajo colectivo, no es que el trabajo sea menos especializado sino que lo/as movilizado/as desarrollan un fuerte sentimiento de pertenencia al grupo y de apropiación del trabajo militante hecho por otro/as. Si comparamos todas las luchas estudiadas y si echamos una mirada al Comité, se nota que este modo de organización del trabajo militante juega un rol decisivo en la feminización del Colectivo ya que entre el 50% y el 80% de lo/as movilizado/as son mujeres. Este modo de organización está legitimado, de manera explicita, con un discurso a la vez libertario y feminista pero, de manera paradoxal, el feminismo no estructura los fines de la lucha. En primer lugar, el Colectivo está atravesado por una división del trabajo militante muy fuerte entre lo/as que el Colectivo llama “los apoyos” (francese/as blanco/as con mucho capital cultural o militante, de trayectoria profesional a menudo elevada y de trayectorias domésticas a menudo fundadas sobre las experiencias de la autonomía, del abandono o del reparto del trabajo doméstico) y los sin-papeles, llamados en situ con la expresión “los migrantes”. Éstos, participan de manera cada vez más regular en la lucha y en sus asambleas. El problema es que la experiencia del trabajo colectivo sólo se refiere a “los apoyos” y, si tomamos en cuenta los sin-papeles, la división del trabajo militante es muy parecida a la experiencia del trabajo separado. Lo/as sin-papeles sólo alternan entre el modo inactivo y el modo testimonio. 9 Tomando en cuenta esta división entre “apoyos” y sin-papeles o “migrantes” que estructura la subjetividad de lo/as movilizado/as en el Colectivo, la división entre hombres y mujeres – aunque visible – aparece menos importante, incluso para la/os feministas. Así como en el caso de los movimientos de parados, la/os feministas han puesto en sueño su trayectoria feminista, más preocupada/os por la dominación racista que sufren lo/as sin-papeles en sus trámites y que atraviesa el Colectivo. B. Dinámicas feministas directas: la denuncia de la dominación masculina Lo hemos visto: las feministas no consiguen influir el mensaje público de la lucha y, por causa de distancia de clase o de raza, ponen en sueño su trayectoria política en el sentido de conciencia feminista. Tal resultado no es suficiente porque no toma en cuenta la importancia de las prácticas en el contexto estudiado. En un movimiento mixto que no se presenta como feminista, incluso que no se preocupa del feminismo, el buen criterio para evaluar el rol del feminismo no es la proclamación de una conciencia feminista sino todas las prácticas que denuncian la dominación masculina. Según nuestro enfoque, se puede denunciar de manera directa, llamando la dominación masculina, o de manera indirecta, llamando sólo el orden militante (en el cual la dominación masculina es central). Desde este punto de vista, los procesos de resistancia en los movimientos estudiados contenían varias dimensiones feministas. El primer modo de resistancia feminista que surge dentro de la lucha – y por parte de mujeres que no tenían trayectorias feministas averiguadas – es la denuncia explicita de la dominación masculina. Hemos experimentado dos situaciones bastante diferentes. En primer lugar, en Rennes (Dunezat, 2007), se construyó como un “actor social mujeres” (Kergoat et al., 1992) que se identificó por varios signos durantes las entrevistas. Precisamente, muchas mujeres evocaron el tema de las relaciones entre hombres y mujeres antes que el sociólogo lo aborde. También, desarrollaron un discurso sobre la sexuación de los procesos militantes, dijeron que habían tomado conciencia de la dominación masculina – durante los conflictos entre anarquistas y comunistas – y discutieron esta dinámica. Tantos signos que se pueden interpretar como una forma de conciencia feminista producta por la lucha (porque no existía antes del movimiento) y que desembocó en el intento organizarse para enfrentarse a la dominación masculina. Por ejemplo, dicen que no sólo hablaron entre ellas de ésta sino también intentaron “tomar” el rol de presidente en las asambleas o proponer ocupaciones de noche cuando los hombres (anarquistas) dudaban debido a un número de mobilizado/as demasiado pequeño. En este sentido, se puede hablar de un “actor social mujeres” pero sólo en formación porque la desvinculación colectiva de las mujeres no dejó tiempo para que este actor se cristalize más. En segundo lugar, en el Comité, observé otra subversión “feminista”. En la lucha, el trabajo separado y muy jerarquizado tomaba también la forma de una separación explicita y organizada entre seis grupos masculinos de sin-papeles y un grupo feminino de sin-papeles. La separación de sexo, cuyo orígen se encuentra en la voluntad de respetar las “tradiciones culturales” de los inmigrantes que acaban de llegar a Francia, era obligatoria y, al principio de mi inmersión, me pareció muy eficaz para reservar todo el trabajo militante con domensión doméstica a las mujeres. Era muy paradójica la dirección política porque, en las asambleas, criticaba el movimiento por la debilidad de la participación feminina y, al mismo tiempo, la organización del trabajo militante reproducía de manera ejemplar el orden patriarcal. Después de seis meses de observación y de casi invisibilidad de las mujeres en la toma de palabra, un día de reunion de la dirección, se produjo el siguiente incidente una vez el reparto del trabajo de distribuir octavillas hecho por el portavoz: Mujer árabe = He visto que las mujeres no estuvieron tomadas en cuenta. Hacemos parte de los sin-papeles, hombres o mujeres. Propongo que participamos. […] El miembro de la dirección política que presida la reunion = Primero, daré la palabra a las mujeres y después a los hombres. Yamina = Desde un mes, estoy presente y es siempre lo mismo. Nosotras las mujeres, no nos explicaron la situación, la dirección… […] ¿Esta asociación, está 10 sólo especializada para los hombres? ¿Se necesitan músculos? ¡Me gustaría que me explicaran! Me gustaría estar más en la lucha, ser útil, no sólo presente. ¡Hay que explotar nuestros conocimientos! El miembro de la dirección política que presida = ¿Estás diciendo que la comisión de las mujeres no tienen las mismas tareas o que las mujeres no pueden comprometerse? Yamina = Yo asísté a dos o tres reuniones de la dirección pero no he entendido lo que tenía que hacer. ¡Quiero ser disponible pero déme una tarea! Houria = Yo espero del grupo de las mujeres un funcionamiento como el grupo de los hombres. [El portavoz grita porque los hombres están riéndose de las mujeres cada vez que hablen] Houria = […] Nos gustaría que nos explicaran, que nos reunieraís una vez por semana. ¡Hace tiempo que estoy aquí y no entiendo lo que hacen las mujeres, excepto hacer el cuscús! ¡Nosotras, queremos realmente integrarnos y hacer lo que los hombres hacen! Se nota aquí cuanto las mujeres, también en un movimiento con dominación masculina total y organización muy ritualizada del trabajo militante, no son pasivas en frente de la dominación y cuanto tienen conciencia “feminista”, aunque no lo llaman así. En sus palabras y tomando en cuenta su llegada reciente en la lucha, se nota que el orden militante no está legitimado, sobre todo cuando sólo los modos inactivo o disponible son accessibles. Se nota que es el tema del reparto del trabajo militante que es central en la subversión del orden: las mujeres hablan de participar, de ser útiles, de convertir sus competencias, de hacer algo, de tener una tarea, de quitar el estricto campo del trabajo doméstico. La insistencia sobre el hecho de no entender el modo de organización es muy importante porque pone en luz cuanto la dominación necesita producir ignorancia. Lo más importante es, por cierto, la reivindicación de la igualdad con los hombres. C. Dinámicas feministas indirectas: el salvamento y la dirección de la lucha por mujeres En Morlaix y en el Colectivo, la denuncia de la dominación masculina no se encuentra pero las mujeres desempeñaron un papel primordial en la crítica del orden militante y en el porvenir de la lucha. Tomaré el ejemplo de Morlaix, sabiendo que los procesos son muy parecidos en el Colectivo. Después de dos semanas de ocupación del ayuntamiento, los tres hombres que están identificados como líderes – y que no son parados – empiezan a dudar del interés de quedarse más. Proponen dejar de ocupar el ayuntamiento para reorientar el trabajo militante hacia actividades a largo plazo, haciendo un periódico, un huerto, comisiones de reflexiones, etc. La propuesta de parar la ocupación está muy mal acogida por los hombres que se comprometieron en la lucha mediante el modo obediente. Por primera vez, resisten al orden militante pero, después de tres días de debates, los tres jefes consiguen hacer votar la evacuación del ayuntamiento. En los días siguientes, como una gran parte del trabajo militante asociado a la ocupación ha desaparecido, se desarrolla en el movimiento el modo inactivo mientras que el modo obediente y el modo disponible desaparezcan por falta de trabajo. Lo extraño, en comparación con las otras luchas, es que este modo inactivo no provoca silencio y desvinculación discreta. Apoyándose sobre un consumo bastante importante de alcohol, “los inactivos” empiezan a criticar la dominación de la asociación iniciadora de la lucha y de su presidente. En su empresa bastante desorganizada, incluso violenta, “los inactivos” reciben el apoyo de las mujeres que no están en paro y que habían hecho una entrada reservada en la lucha. A éstas, no les importaba quedarse o no en el ayuntamiento sino usan lo que ocurrió – y la manera con la cual los tres hombres han manipulado el movimiento para que vote la evacuación – para criticar de manera más general la organización del trabajo militante, específicamente la dominación de los tres hombres (pero sin hablar de dominación masculina). La subversión del orden militante provoca une actitud varias veces encontrada y que se puede analizar como una práctica distintiva de los dominantes (cuando no usan o no pueden usar de violencia): los tres jefes se ponen a enfurruñar y dicen que, si no conviene su trabajo, ya no harán nada. Esta práctica destabiliza la lucha 11 porque, de repente, la organización prescrita del trabajo militante se encuentra sin sus artesanos principales y el movimiento se puede agonizar. No es lo que ocurrió en Morlaix durante un mes. Efectivamente, tomando en cuenta el capital cultural y/o militante que tienen, las mujeres convirtieron su modo disponible inicial de participación en modo activo muy parecido al de los tres jefes. Viendo el riesgo de la actitud de éstos para el porvenir de la lucha, las mujeres – de manera no concertada que yo sepa – se pusieron a dirigir la movilización, es decir a presidir las asambleas, a proponer y organizar acciones, a dormir durante las ocupaciones de noche, a modificar las reglas de funcionamiento. Por ejemplo, cuando presiden las asambleas, suprimen el sistema rígido del torno de palabra para sustituirlo un sistema de torno de mesa para cada nuevo punto del orden del día, combinado con una palabra más libre y, cuando es necesario, un torno de palabra provisional. Sobre todo, como han percibido que la falta de trabajo es suicidario por el movimiento, proponen hacer comidas y cenas diarias para que la gente en paro no se encuentre aislada y para que nuevas tareas aparezcan. El problema es que nadie quiere hacer el trabajo y tienen que cocinar todo el día, lo que significa ir de compras, preparar, servir, etc. Aunque habían apoyado a “los inactivos”, desolidarizándose de sus compañeros de clase y amigos (los tres jefes), no reciben ayuda en contrapartida porque el registro muy doméstico del trabajo militante provoca la importación dentro de la lucha de la experiencia del explotador en la esfera doméstica. Empiezan los hombres a preguntar a qué hora se come, por qué no hay sal, y algunos – bromando o no – no dudan en exigir que las mujeres les sirvan porque, en su casa, se hace así. Como dijo una mujer que había divorciado para escaparse de la experiencia del explotador, “me habían hecho la cocinera”. Durante casi un mes, consiguen estas mujeres atrasar el fin del movimiento – incluso provocando la vuelta de las mujeres sin capital que habían desaparecido – pero, haciendo todo, se cansan y, además, sufren de prácticas patriarcales con las cuales habían rompido en su trayectoria individual. Lo han pagado caro la emancipación en el trabajo militante… Crenshaw Kimberlé Williams (2005), « Cartographie des marges : intersectionnalité, politique de l’identité et violences contre les femmes de couleur », Cahiers du Genre, 39, 2, pp. 51-82. Delphy, Christine. 2001. L’ennemi principal. Tome 2: Penser le genre. Paris: Syllepse. Demazière, Didier y Maria-Teresa Pignoni. 1998. Chômeurs: du silence à la révolte. Paris: Hachette. Dunezat, Xavier. 2007. “La fabrication d’un mouvement social sexué: pratiques et discours de lutte“, Sociétés & Représentations, 24: 269-283. 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