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MUNDO ANTIGUO
El luchador
El boxeo fue un deporte venerado en la antigüedad. La extremada dureza
de los combates otorgaba a los vencedores un estatus de leyenda. Hoy los
coleccionistas anhelan los mosaicos o figurillas en bronce que evocan el
coraje de estos atletas de la antigua Grecia.
Oriol Carreras
P
Para conmemorar la muerte de Patroclo en el año 688
a.C. fue introducido entre las disciplinas de los Juegos
Olímpicos. Onomastos de Esmirna tuvo el honor de ganar
el campeonato inaugural, y a él se atribuye su reglamento
básico: la prohibición de abrazar, arañar y morder. Si
alguien violaba estas reglas, un oficial blandía una larga
vara para fustigar al infractor. El pugilato era una actividad
extenuante pues no había límite de tiempo y los contrincantes
terminaban seriamente lastimados tras combatir incluso
durante un día entero. La lucha finalizaba con la rendición
(levantando el dedo índice), la pérdida de sentido o la
muerte de uno de los participantes. Un proverbio griego
rezaba: “una victoria de pugilato sólo se logra con sangre”.
El historiador Filóstrato aseguraba que, en un principio, el
boxeo se desarrolló en Esparta para endurecer el rostro de
los guerreros que entrarían en batalla. Creían que los yelmos
eran innecesarios y el boxeo los preparaba para los golpes
que recibirían durante el combate. Sin embargo, nunca lo
ejercitaron en competiciones.
rimero le presentó el cinturón, y enseguida le donó bien
cortadas correas de toro salvaje. Y ambos, en ciñéndose,
fueron a mitad de la liza, y en alzando al frente las
robustas manos a una, arremetieron, y se les mezclaron,
pesadas, las manos. Terrible estruendo de quijadas se hizo, y corría
el sudor doquier de sus miembros; y se alzó Epeo divino, y la mejilla,
al que en torno miraba, golpeó, y ya no mucho se sostuvo, pues se le
rindieron los miembros preclaros. Como cuando un pez es volteado,
al hincharse el mar bajo el Bóreas, y lo envolvió una gran ola, así él
se volteó al ser tundido. Empero, el magnánimo Epeo lo alzó, asido
en sus manos, y sus compañeros, cercándolo, lo guiaron, arrastrando
él los pies, a través de la liza, sangre densa escupiendo, echando a un
lado la testa, y guiándolo desvanecido, lo pusieron entre ellos, y ellos
mismos, en yéndose, la copa doble cuidaron.”
Se trata de un poema homérico del siglo VIII, de la Ilíada,
que constituye la primera referencia escrita del pugilismo, lo
que hoy conocemos como boxeo.
La lucha de puños se practicó en las polis griegas en diversos
contextos sociales. La mayoría de las fuentes son fragmentarias
o legendarias, lo que hace difícil reconstruir las reglas, los usos
y la historia que rodeaba este deporte. Aun así, se sabe con
certeza que el boxeo con guantes fue una parte significativa
de la antigua cultura atlética griega durante el primer periodo
clásico. Existen diversas leyendas sobre su origen; una dice que
Teseo se inventó una forma de boxeo en la que dos hombres
se sentaban cara a cara y empezaban a darse puñetazos
hasta que uno de los dos caía muerto. Según la Ilíada, los
guerreros micénicos practicaban el boxeo como parte de las
competiciones que se celebraban en honor a los caídos.
Las reglas de combate
El combate se llevaba a cabo sobre la ‘skamma’, una superficie
de tierra batida cuya dimensión determinaban los jueces.
Los contrincantes combatían desnudos, extendían por su
cuerpo una delgada capa de arena, después de haberse
untado con aceite. Los ‘hymantes’, correas de cuero curtido
de cuatro metros de longitud, actuaban como guantes.
Cada púgil decidía su uso: unos se envolvían las manos,
otros los nudillos, aunque había quienes peleaban sólo con
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Mosaico con la imagen del Púgil Dionisos.
Teselas de mármol. Imperio Romano,
siglo III d.C. Colección
particular, Barcelona. Adquirido en
Galería J. Bagot Arqueología –
Ancient Art (Barcelona).
correas de piel en las manos a las que denominaron
“hormigas” por las dolorosas picaduras que causaban,
además les agregaron piezas de metal para hacer el golpe aún
más contundente.
una mano enrollada tal como lo muestra el fresco de los
Niños boxeadores, hallado en Thera, Santorini, del 1500 a.C.
preservado gracias a una erupción volcánica como la de
Pompeya.
En el siglo IV a. C. los griegos fabricaron unos guantes
exteriormente más duros pero acolchados por dentro, a los
que llamaron ‘sphairai’ y que fueron empleados originalmente
para entrenar aunque después comenzaron a usarse en el
combate. El entrenamiento se llevaba a cabo golpeando
‘korykos’, sacos llenos de arena, mijo o harina. En la época
romana los pugilistas vestían un calzoncillo y se enrollaban
Recuerdo inmortal
El pugilato no estuvo infravalorado por los griegos pues su
dureza exigía gran arrojo. Los campeones eran recibidos en
sus ciudades como auténticos reyes, aunque no luchaban
por bienes materiales si lograban alzarse con el triunfo
aseguraban la gloria para su ciudad, por lo que eran
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Detalle del Púgil de las Termas.
Bronce. Siglo I a.C. Palacio
Massimo alle Término, Museo
Nacional Romano (Roma).
El púgil de las Termas
Con su metro y veinte centímetros de
altura este boxeador en reposo realizado
en bronce en el siglo IV a.C sigue
sobrecogiendo. El esmerado realismo y
asombroso grado de detalles, hacen de esta
escultura una pieza única. Hallada en 1885 en
la colina del Quirinal de Roma, se cree que
estuvo ubicada en las termas de Constantino.
El púgil, con la cabeza violentamente girada
a la derecha, es inmortalizado sentado sobre
una roca justo después de un combate.
Tiene la nariz rota y las manos cubiertas por
unos guantes de gruesas tiras de cuero que
rodean los nudillos y dejan al descubierto
los dedos. Lo más llamativo son las heridas
y marcas de golpes recientes que el artista
cinceló en su rostro. Dado su tamaño tuvo
que ser confeccionado en ocho partes
que fueron soldadas entre sí. Aun siendo
de bronce, se buscó la policromía en los
detalles; los ojos, hoy perdidos, debieron
ser piedras incrustadas que dotaban de
vida al rostro, y los labios en cobre rojo al
igual que las heridas, imitaban la sangre. En
su antebrazo y muslo derechos se ven las
salpicaduras de sangre producidas por el giro
de la cabeza.
El desgaste en la punta del pie derecho y en
los dedos de la mano izquierda, sugiere que
fue una escultura venerada, pues esta erosión
es resultado del continuo frotamiento de las
zonas durante el paso de los siglos.
De salir al mercado una obra maestra así
su precio sería astronómico, en la línea de los récords en
pintura de los maestros del siglo XX. Existen sin embargo
estatuillas en bronce de entre 4 y 25 centímetros que
han aparecido en el mercado de antigüedades y pueden
adquirirse a precios razonables. Bonhams vendió en Londres
hace cinco años una figurita romana en bronce de un púgil
que se remató en 3.000 euros. Y ese mismo año, en Nueva
York, Christie’s licitó otra de 20 centímetros que se entregó
por 45.000 euros.
sus dos hijos fueron declarados ganadores. Cuando fueron
distinguidos con las coronas de la victoria, sus vástagos las
colocaron sobre la cabeza de su progenitor y le llevaron a
hombros. La muchedumbre gritaba excitada y un espartano
gritó al padre ensalzado “¡Muérete Diágoras. Ya puedes subir el
Monte Olimpo!” y Diágoras murió, orgulloso y venerado. Otro
gran campeón fue Milonas de Krotón de Sicilia, quien poseía
una fuerza sobrehumana; se dice que una vez, en Olimpia,
levantó a un toro sobre sus hombros y después lo arrojó al
suelo. Fue declarado ganador en lucha y pugilismo seis veces.
Pitágoras, el famoso matemático y filósofo, procedente de una
familia acomodada, con una educación refinada, participó a
los 18 años en los Juegos y ganó todas las competiciones de
pugilato.
Pero no todo son vencedores y atletas admirados, sobre la
otra cara de la moneda hablan unas cartas clásicas donde se
exaltan las penurias de los púgiles: “En todos los Juegos que
los griegos organizaron con pruebas pugilísticas, yo, Androleo,
contendí: En Pisa gané una orejita, en Platea perdí un párpado;
en Pitón se me levantó exánime. Mi padre, Damóteles y mis
conciudadanos, anunciaron que siempre salí del estadio en hombros:
muerto o maltrecho.”
recompensados sustanciosamente por los personajes más
pudientes de la época. Eran héroes, se erigían estatuas en su
honor y se componían poesías difundiendo su nombre por
todo el mundo clásico.
Entre los vencedores memorables figura Diagoras de la
Isla de Rodas. Fue declarado ganador en lucha durante los
79º Juegos Olímpicos; su apelativo era Efthimaha (luchador
directo) porque cuando competía, nunca se volvía a los lados
ni evitaba a sus oponentes. Ofrecía un espectáculo y satisfacía
al público. Murió honorablemente a una edad avanzada
en 448 a.C., durante los 83º Juegos, en los mismos en que
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21-29
noviembre
2015
Expresión de la belleza
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