Somnium - Astrosafor

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Jesús Salvador Giner
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¿Era aquello real, en verdad lo era? Me estremecí mientras un escalofrío recorría mi columna vertebral, que imaginé similar a ese espinazo estelar que partía en dos la cavidad del espacio nocturno.
¿Era aquello real, en verdad lo era? Me estremecí
hermosa presencia, con blancos efímeros y perpetuos,
mientras un escalofrío recorría mi columna vertebral,
extensas llanuras pardas y esquilmados bosques verdes.
que imaginé similar a ese espinazo estelar que partía en
Ya entonces supe que no había ningún otro tan bello. Ni
dos la cavidad del espacio nocturno. No podía ser, pero
tan mágico.
me di cuenta de que ya no me hallaba en la Tierra; la
Hubiera permanecido allí para siempre, más una
había dejado atrás y ahora la contemplaba desde arriba.
ráfaga (¿de viento?; no, no podía ser...) se me llevó y,
Algo imposible, pero al mismo tiempo innegable: yo
brincando entre dos mundos, acabé deslizándome por
estaba allí.
sobre la gris superficie lunar. Había allí polvo, rocas,
El negro estrellado envolvía mi mundo por todas
oquedades, cordilleras y promontorios, mares de lava
partes, como un colorado dulce a punto de ser tragado
reseca y fría, grietas y simas... También se advertían
por fauces invisibles. Parecía un mundo frágil, deli-
huellas imborrables de seres venidos del más allá, sím-
cado, un mundo que mantenía su vigor a duras penas.
bolos bombardeados por los rayos cósmicos que, hoy,
Lo contemplé mudo, reparando en la asombrosa idea
nos recuerdan que, un día, no hace mucho, por fin lo
de que todo, excepto esa misma idea, había partido de
logramos...
allí. Todo. Risas y desgracias, logros y fracasos, amores
Salí entonces disparado en un cohete intangible a
y crímenes, ilusiones y desesperanzas. Quedé atónito
través del espacio interplanetario. La Luna se convir-
al comprender cuánto bien estábamos en disposición
tió en un punto sin sustancia y, la Tierra, una rodaja
de hacer, qué alto podíamos llegar y qué necias son, a
de tenue luz. Apareció ante mí el señor de la guerra,
veces, nuestras cegueras y nuestras avaricias.
un herrumbroso Ares cuya visión maravilló mi mente.
Sobrevolé por un instante más ese planeta azul de Floté, volando a ras del suelo oxidado, escapando de
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trémulas tormentas de arena. Ascendí hasta el pico
aceitosa, casi como si fuese petróleo o algún otro hidro-
Olimpo, sede de enormes y antiguos derramamientos
carburo. Metano, etano, algo de ello también habría,
de sangre en forma de lava, me agazapé en Hellas, bus-
supongo; advertí un breve aleteo en la superficie del
cando minerales exóticos, seguí cursos de ríos muertos,
lago, y un inmediato zambullido. Algo se había asus-
deambulé por lechos de viejos océanos (sentí el roce de
tado por mi presencia. Sin deseos de perturbar la fauna
los orígenes, allí; pero no supe si el de los marcianos...
titánica local, pedí ayuda a la violenta ráfaga, que me
o el nuestro), vi formas extrañas, desconcertantes, y otra
transportó fuera de los dominios de Cronos.
ráfaga inesperada me lanzó en espiral hasta el siguiente
Hice a continuación un par de rápidas visitas a los
siguientes gigantes licuados de la lista: primero, el dios
destino...
Crucé a toda velocidad la región asteroidal, un sen-
padre de Cronos, Ouranus, que reposa acostado en su
dero de peligrosas y desconocidas balizas en intermina-
giro solar, quizá por pereza. Su rostro verde-azulado es
ble movimiento, y me topé de inmediato con un gigante
inquieto y exhibe agitaciones constantes en forma de
titánico, un descomunal Zeus de aspecto líquido y
cirros, nubes, ciclones y otras perturbaciones climáticas.
multicolor. Fluí por sus regiones internas, acompañando
Sus sortijas son modestas, pero sus ahijadas deslum-
a diluidas corrientes de gases simples que correteaban,
brantes: Miranda, Titania, Oberón, Ariel y Umbriel son
ascendiendo y cayendo con vertiginosa celeridad, pero
cinco modosas señoritas de porte elegante y rostro fino.
el poder gravitatorio me estaba arrastrando hacia su
Me gustaron...
corazón imantado, por lo que al fin me escabullí como
El dios del agua, un lejano místico anclado en las
pude y dejé atrás su escenario de pesadilla... no sin
afueras como si fuese un ermitaño solitario adorador del
antes guiñarle el ojo a la dama de blanco, esa Europa
silencio y la tranquilidad, marcaba el final de los cíclo-
pura, virgen, que late preñada de vida nueva, incubada
pes de gas. Su hermosa cara azul fue un regalo en medio
en las tibias aguas bajo su cubierta helada, gracias a la
de la oscuridad, pues aquí la luz solar estaba sofocada,
fricción suministrada por su titánico padre... Meta de
apagada por las colosales distancias que mediaban entre
nuestros sueños exobiológicos, quise escarbar bajo el
el horno estelar y este noble Poseidón. Un fugaz vistazo
hielo y meter un dedo en ese océano inmaculado, pero
a su adoptada Tritón me trajo a las mientes, sin esperar-
una nueva ráfaga me sacó de allí de improviso y pronto
lo, la idea de que allí, bajo su piel de melón agrietada, se
Iove no fue más que un pálido disco desdibujado por la
escondía un singular enigma. No lejos de sus géiseres de
distancia.
metano había algo que vale la pena explorar...
Llegué entonces a un mundo de ensueño, el héroe
Quería hacerlo, dado que creía dominar la voluntad
de la sabia ancianidad, que con sus alianzas doradas
de la ráfaga, más justo cuando me disponía a penetrar la
emergía sublime ante mi vista. Nunca había visto nada
superficie curtida de esa luna efervescente, una repenti-
igual. Estuve hechizado admirando delicadas estructu-
na sacudida me elevó hacia la negrura y caí (¿caí?) en
ras, como polvo de nieve oscura, que pasaban raudas
un lugar desconocido.
entre el tapiz de los anillos y seguían su propio camino.
Parecía estar más allá de todo espacio y tiempo. No
Después me colgué de los polos planetarios para ver
había luces, astros, nada de nada. Aunque, sí, oí gritos,
rotar bajo mis ojos extrañas configuraciones nubosas
sonidos, pitidos agudos... Un rumor estridente, artificial,
con formas poligonales, y vi irrumpir asimismo fan-
falso... ¿Qué sería aquello?
tasmagóricas auroras que semejaban (Dios, qué cosas
Desperté. Las siete y media de la mañana. ¡Maldito
percibía...) sudarios de antiguas almas ondulando al
despertador..! Abrí los ojos, bostecé y levanté la persia-
viento saturniano. Oteando a su través pude detectar, al
na. Vi al Sol escapar del horizonte; mi sueño había con-
otro lado del coloso amarillo, un punto rojizo de rostro
cluido, y me pregunté si moría con él toda posibilidad
velado, como celoso de su interior sagrado. Intrigado,
de hacerlo realidad. Entonces recordé que, como todos
me dirigí raudo hacia allí, franqueé su capa de descon-
sabemos, algunas veces los sueños se cumplen.
fiadas nubes y me planté en las aguas bajas, a la vera
Y, me pregunté: éste ¿por qué no?
de una ribera. El “agua”, sin embargo, era negra, densa,
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