2.811. 28 de julio -3 de agosto de 2012 PLIEGO ¿LEER PARA OLVIDAR O LEER PARA REFLEXIONAR? JUAN CARLOS RODRÍGUEZ PLIEGO Páginas de felicidad En el marco del tiempo en el que vivimos –vacaciones estivales y una crisis económica cada vez más desesperante–, el lector se plantea si leer para olvidar o leer para reflexionar. En Vida Nueva hemos querido preguntarles a veintidós escritores españoles qué leen en verano, si buscan evadirse o repensar la actualidad. Por ello, además, les hemos invitado a que nos digan si esta realidad de primas de riesgos que nos avasalla les influye a la hora de elegir sus lecturas. E n verano, mientras que hacemos el equipaje para escapar de la rutina y concedernos un respiro, el lector compulsivo o el ocasional, antes de elegir los títulos con los que atravesar el calor, el descanso o el ocio, suele preguntarse si leer para olvidar o leer para reflexionar. A partir de ahí, seleccionamos qué novelas, qué ensayos, qué poemarios, viajarán con nosotros este mes de agosto o se quedarán, simplemente, a acompañarnos en casa sin remedio. Este proceso previo de elección es similar al del lector que, durante todo el año, ve que el día a día, las primas de riesgos, la enfermedad, el desempleo… le avasallan y se enfrenta a la decisión de adentrarse en la lectura como escapismo o como vía para repensar su lugar y su actitud en el mundo. No son dos procesos lectores excluyentes, pero son dos preguntas que cada vez nos hacemos más. Por eso, hemos querido directamente invitar a veintidós autores españoles a responderlas, narradores que, en la mayoría de los casos, no necesitan presentación. Novelistas contrastados, con obras recientes en el escaparate la gran mayoría de ellos, que son evidentemente también lectores voraces. Por eso, les hemos pedido que compartan, además, cuáles son esos libros que ahora leen o se disponen a leer, en muchos casos pospuestos o reservados durante el año para las vacaciones, con más horas de lectura por delante para disfrutarlos. En sus respuestas no solo vamos a explorar una amplísima selección de autores y títulos más que sugerentes, sino que 22 vamos a conocer cómo se enfrentan a ese proceso lector, que es, en sus casos, mucho más que un simple proceso de documentación. Y, sobre todo, sabremos si esas lecturas están condicionadas, además de por su proceso creativo, por las noticias o el devenir de la crisis y sus consecuencias. “Leer para disfrutar, disfrutar, disfrutar”, afirma Andrés Barba. Pilar Adón, editora, poeta, traductora, añade que “leer para disfrutar, aprender y evadirse, lo que no evita la reflexión”. En todo caso, como matiza Inma Chacón, también poeta y narradora, “leer para hacerse preguntas, para intentar contestarlas y para dejar algunas sin resolver, para buscarlas en otras lecturas”. Como si fuera un círculo que se cierra, el “postpoeta” Agustín Fernández Mallo añade: “Leer por el placer de leer. No hay más. Lo que se derive de ahí ya tiene que ver exclusivamente con los gustos, carácter, estado de ánimo y cultura de cada lector”. Lo dice también, más o menos aproximadamente, Juan Gómez-Jurado, un autor que domina las redes sociales y el diálogo con los lectores: “Leer para pasarlo bien, ¡siempre! La vida tiene que ser divertida”. O también el reflexivo Use Lahoz: “Leer para… divertirse, pensar, sorprenderse, y habitar mundos mucho más interesantes y fascinantes que el nuestro. Y, además, sale barato”. En definitiva, como dicen Luisgé Martín y José Luis Rodríguez del Corral, “leer para todo”. Leer, sin duda, también es una actitud, una disposición ante el mundo: saber que, cuando abres una novela, cualquier libro, te puede ocurrir cualquier cosa. Lo apunta Javier Moro: “Creo que hay que leer para distraerse, para divertirse, para aprender, para retrasar la llegada del Alzheimer y las demencias seniles y, sobre todo, para soñar, para vivir una doble vida, para abstraerse de lo cotidiano y viajar por otros mundos a la sombra de un algarrobo o de un toldo en la playa. Y también para reflexionar sobre la prima de riesgo y esas cosas tan arduas y deprimentes, para intentar entender las razones de nuestro desastre nacional y, sobre todo, para relativizar nuestra situación en la Historia”. Un viajero vocacional, por la geografía europea y por la literatura universal, como José Ovejero ahonda en el equilibro entre la evasión y la reflexión, pero está contra la “dictadura del entretenimiento”: “La literatura, como la filosofía o la economía –afirma–, no tiene por qué ser entretenida, no es esa su máxima aspiración. Otra de sus funciones es precisamente despertarnos, sacudirnos, hacernos reflexionar, CUESTIONARIO poner en tela de juicio nuestros valores y nuestras creencias, obligarnos a revisarlos”. La literatura también es incomodidad. “A mí me gustan los libros que, después de haberlos leídos –admite Marta Sanz–, me dan la impresión de que veo mejor. Me gustan los libros que de un modo u otro me dejan tocada”. Que es, más o menos, lo mismo que afirma el prolífico Antonio Gómez Rufo: “Leer siempre para reflexionar. Y si, de paso, distrae de los dramas cotidianos, mejor”. En cualquier caso, el poeta y novelista Manuel Vilas y Pedro Sorela lo dicen rotundamente: “Leer para vivir. Si lees, estás más vivo”. ¿Leer qué? Leer, en cierto modo, el mundo. Y el mundo lo escriben novelistas, poetas y filosófos. Entre las lecturas que eligen los escritores –y que recomiendan– hay una gran amplitud. Evidentemente, como en el mercado del libro, triunfa la novela, aunque aquí, sobre todo, el fondo editorial, las novelas de largo recorrido y poderoso aliento, clásicas o no, antes que las novedades. El ensayo, sobre todo filosófico en torno a “este tiempo de cataclismos”, como lo define Juan Eslava Galán, tiene una importante presencia; y la poesía, en cambio, apenas es visible. Vamos a dejar que los escritores hablen directamente, es lo que les he pedido, y así han respondido a la llamada. Tan solo advertir, sin necesidad de señalar ninguno, que entre los títulos que estos veintidós autores están leyendo –y, en casi todos los casos, recomiendan– y las novelas que la gran mayoría de ellos acaban de publicar, se citan un buen número de títulos más que recomendables para olvidar o para reflexionar, para disfrutar o para aprender. O como sentencia José Carlos Somoza: “Para ser más felices”. Pilar Adón (Madrid, 1971) es poeta, novelista, traductora y editora. Su último libro de narrativa es El mes más cruel (Impedimenta), catorce relatos para sobrevivir a la pérdida, a la separación, 1. ¿Qué está leyendo usted este verano? ¿Por qué? 2. En estos tiempos, ¿leer para olvidar o leer para reflexionar? ¿Leer para…? 3. ¿Afecta la actualidad a las lecturas que elige? ¿Cómo? la locura y el miedo. En poesía, La hija del cazador (La Bella Varsovia). 1. Sigo considerando las lecturas del verano como un tesoro aparte y, por tanto, ahora, cuando todavía no me he ido de Madrid, los libros que pueda leer en el metro o en casa no entran para mí en la categoría de “lecturas de verano”. Ahora mismo estoy leyendo una novela de George Eliot, pero para el verano, para las larguísimas jornadas que espero de lectura ininterrumpida, tengo reservadas dos novelas de Elizabeth Bowen, una biografía de los trascendentalistas estadounidenses y Mason y Dixon, de Thomas Pynchon. Cuando decido qué libros voy a meter en la maleta, todo lo demás pasa a un segundo plano. La decisión más importante está tomada. 2. Leer para disfrutar, aprender y evadirse, lo que no evita la reflexión. Reflexionar acerca de lo que queremos y lo que no queremos, lo que hemos olvidado y que tan felices nos puede hacer recordar, es también una manera de evadirse. Las lecturas del verano suelen cumplir esa misión: nos hacen recordar por qué escribimos, por qué traducimos, por qué publicamos… 3. No creo que influya en absoluto. Aunque los textos de Thoreau me parecen ahora mismo de una actualidad impresionante. Leo sus reflexiones del siglo XIX, y tengo la impresión de que eso es justamente lo que hay que pensar, y cómo hay que pensar. Andrés Barba (Madrid, 1975) se dio a conocer en 2001 con la novela La hermana de Katia. Y, desde entonces, se ha distinguido por una poderosa obra narrativa in crescendo que culmina, de momento, con las cuatro nouvelles de Ha dejado de llover (Anagrama). 1. Estoy leyendo la obra completa de César Aira. Porque he comenzado hace poco y genera adicción. 2. Leer para disfrutar, disfrutar y disfrutar. 3. Gracias a Dios no, mis lecturas se rigen por otros parámetros. Inma Chacón (Zafra, 1954), finalista del Premio Planeta con su cuarta novela, Tiempo de arena, acaba de publicar Arcanos (Libros del aire), una nueva entrega de su poesía. 1. Me he propuesto leer los Episodios nacionales de Pérez Galdós. Por lo menos, llegar a la mitad. Porque es una visión apasionante del siglo XIX. Hay que conocer el pasado para abordar el futuro. 2. Leer para hacerse preguntas. Para intentar contestarlas y para dejar algunas sin resolver, para buscarlas en otras lecturas. 3. No me afecta en la elección, pero procuro aplicar siempre al presente lo que tiene sentido. 23 PLIEGO Ana Colchero (Veracruz, México, 1968) ha creado con Los hijos del tiempo (La Esfera de los Libros) una ficción futurista a partir del mito griego de Cronos, una vertiginosa historia de amor y justicia en los confines de un nuevo mundo. 1. Acabo de empezar y estoy encantada leyendo Estudio en Esmeralda, de Alberto López Aroca. La compré porque me cautivó lo que se dijo en su presentación en la Semana Negra de Gijón, donde me llené de libros de autores estupendos al igual que Alberto, como por ejemplo, Juan Miguel Aguilera y Javier Negrete, de quienes adquirí La Zona, que estoy deseando empezar. 2. Leer, ni para olvidar ni para reflexionar. Primero y siempre para entretenerme, que no es sinónimo de frivolidad, sino de diversión, que es lo que me genera descubrir realidades, ficciones, ambientes, teorías… 3. Leo artículos, libros y reseñas de economía por deformación profesional, pues soy economista, pero mis lecturas fuera de ese terreno no se ciñen a los vaivenes de la actualidad. Además, soy más bien lectora de libros alejados de la mesa de novedades de gran tiraje. Juan Eslava Galán (Arjona, 1948) regresa a la épica medieval con Últimas pasiones del caballero Almafiera (Planeta), en el que narra la batalla de las Navas de Tolosa con mucho erotismo, humor, trovadores, pícaros, caballeros artúricos y grandes banquetes. 24 1. Leo La quimera de al-Andalus, de Serafín Fanjul. Este historiador me interesa por dos motivos: primero, esclarece aspectos muy manipulados de la historia de España; en este caso, el mito de la convivencia de las tres culturas y el papanatismo con el que estamos aceptando la intromisión de un islam que atenta directamente contra las libertades ciudadanas que tan trabajosamente hemos conseguido; y segundo: aunque el doctor Fanjul procede del mundo académico (catedrático de Árabe en la Universidad Autónoma de Madrid) es, sin embargo, un buen escritor alejado de la pedantería académica de la que suele adolecer la universidad española. O sea, me interesa lo que escribe y cómo lo escribe. Por cierto, debo recomendar también su libro Al-Andalus contra España. La forja del mito, que podría considerarse primera parte del que leo ahora. 2. Cada cual es muy dueño de escoger lecturas escapistas que le hagan olvidar la crisis y los cataclismos que la sociedad española está viviendo, pero los que nos dedicamos a la escritura creo que tenemos el deber de alimentarnos de lecturas que, convenientemente meditadas y devueltas en escritura, puedan ser útiles a la sociedad. Hace tiempo que solo leo las novelas de amigos muy próximos. Casi todas mis lecturas son ensayos. 3. Creo que la he respondido en la segunda pregunta. Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) ha reeditado Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (Alfaguara), el texto con el que dio a conocer en 2001 su peculiar narrativa “postpoética”. Y lo completa con Antibiótico (Visor), su último y revelador poemario. 1. Estoy leyendo varios libros, como siempre, de poesía y de ensayo, que es lo que más me interesa. Pero destaco dos. De ensayo, Pensar el siglo XX (Taurus), de Tony Judt. Historia de las ideas del siglo XX a través de conversaciones entre el autor y diversos pensadores. Muy revelador. De novela, Knockemstitiff (Libros del Silencio), de Donald Ray Pollock, la vida de un tipo en la ciudad de Knockemstitiff, Ohio, en mitad de ninguna parte. Un lugar de violencia y humor; delirante y crudo al mismo tiempo. 2. Leer por el placer de leer. No hay más. Lo que se derive de ahí ya tiene que ver exclusivamente con los gustos, carácter, estado de ánimo y cultura de cada lector. Incluso en una misma persona eso es cambiante con el tiempo. 3. Francamente, no. De hecho la actualidad nunca me afecta en este sentido, ni como lector ni como escritor. Para eso ya están los diarios y telediarios. Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) dedica por fin toda una novela, Años lentos (Tusquets), a recrear el País Vasco de su adolescencia, y al dolor causado por la violencia de ETA. La novela más autobiográfica de un escritor afincado en Hannover desde 1984. 1. Estoy leyendo una extensa biografía y repasando las narraciones completas de Heinrich von Kleist, un clásico de las letras alemanas que se suicidó en extrañas circunstancias hace doscientos años. Leo tomando apuntes con el propósito de dedicar a dicho autor una reflexión escrita de no pequeña extensión. CUESTIONARIO estas novelas que leo está presente el poder, el amor, las emociones humanas, sus sentimientos… 2. Yo siempre leo por las mismas razones. No he renunciado a la posibilidad de aprender, cultivo el goce estético y me apasiona la estrecha relación que puede establecer el hombre con la lengua escrita. Bien es verdad que, en ocasiones, determinadas lecturas me vienen impuestas por mi dedicación al periodismo cultural. 3. A veces afecta a la elección del libro. Un ejemplo. El quincuagésimo aniversario del fallecimiento de Faulkner me indujo en fechas recientes a revisitar una novela suya. Recuerdo, asimismo, haber leído libros centrados en algún asunto de actualidad con el fin de poder participar después, con cierto conocimiento de la materia, en un debate. Antonio Gómez Rufo (Madrid, 1954) se adentra con La más bella historia de amor de Paula Cortázar (Planeta) para erigir una crítica despiada de la sociedad contemporánea, el concepto de belleza, el poder del dinero y la manipulación de los medios. 1. El error azul, de Javier Lorenzo; Ahogada en llamas, de Jesús Ruiz Mantilla; Busca mi rostro, de Ignacio del Valle; Los alemanes se vuelan la cabeza por amor, de María Zaragoza, y La justicia de los errantes, de Jorge Díaz. Cinco buenas novelas, para empezar, que me reservaba para leer con atención por la calidad de sus autores. 2. Siempre para reflexionar. Y si, de paso, distraen de los dramas cotidianos, mejor. 3. Siempre se escribe sobre los temas eternos, los que explicaron los griegos y retrató, como nadie, Shakespeare. En Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) es periodista y novelista, acaba de publicar La leyenda del ladrón (Planeta), un viaje épico a la Sevilla del siglo XVI y al encuentro de Cervantes con Sancho de Écija. 1. Estoy leyendo muchos libros de aventuras y románticos, me ha dado por ahí. El último es En el país de la nube blanca, de Sarah Lark. 2. Leer para pasarlo bien, ¡siempre! La vida tiene que ser divertida. 3. Normalmente no, solo mi estado de ánimo. Claro que este es afectado por la actualidad, así que tal vez la respuesta sea sí. Use Lahoz (Barcelona, 1976) se dio a conocer con un estupendo retrato de la burguesía catalana, Los Baldrich (Alfaguara), mirada a la segunda mitad del siglo XX que completó con La estación perdida (Alfaguara), otro capítulo de ese mismo período histórico: la emigración del campo a la ciudad. 1. Empiezo una vez más Cien años de soledad. ¿Por qué? Me apetecía revisitarla. Hace siete veranos la leí por primera vez porque, hasta entonces, no lo había conseguido, y me causó una profunda emoción que espero revivir. Las obras maestras como esta o como Madame Bovary son perpetuas, conviene tenerlas siempre a mano, están para releerlas por placer. 2. Supongo que para las dos cosas: la lectura es entretenimiento, pero también experiencia de vida y emoción. ¿Leer para…? divertirse, pensar, 1. ¿Qué está leyendo usted este verano? ¿Por qué? 2. En estos tiempos, ¿leer para olvidar o leer para reflexionar? ¿Leer para…? 3. ¿Afecta la actualidad a las lecturas que elige? ¿Cómo? sorprenderse, y habitar mundos mucho más interesantes y fascinantes que el nuestro. Y, además, sale barato. 3. No soy consciente de ello, no sé hasta qué punto, creo que no. Cada lectura tiene su momento, y muchas veces el impacto que pueda tener en uno depende del estado de ánimo con que se enfrente a ella, pero está claro que el panorama no es alentador y la lectura es un buen refugio. Luisgé Martín (Madrid, 1962) es un escritor obsesionado con “la doble identidad” que siempre llevamos dentro y en narrar descensos a los infiernos del hombre y la mujer contemporáneos. Acaba de publica La mujer de sombra (Anagrama). 1. A medida que cumplo años, y supongo que por la prisa ingenua de vaciar los estantes de la biblioteca antes de morirme, leo cada vez más libros simultáneamente, de modo que es imposible hacer una relación exhaustiva. Verano en rojo, de Berna González Harbour, Relativismo moral, de Steven Lukes, y una historia del Japón, por razones viajeras, son tres de ellos. 2. Leer para todo. Yo en realidad nunca leo para olvidar, pero sí entiendo que en algunas circunstancias en las que uno va a estar con menor capacidad de concentración es necesario una lectura menos exigente. Yo, cuando viajo, por ejemplo, no llevo casi nunca ensayos, y prefiero la literatura ágil, que pueda ser leída con una cierta discontinuidad. Pero ese tópico de que a la playa hay que llevarse novelitas ligeras me parece nocivo. A la playa precisamente hay que 25 PLIEGO El placer olvidado de la lectura al azar D esde hace algún tiempo practico una ocurrencia que se ha revelado un descubrimiento y, en todo caso, un disfrute: de cuando en cuando, para leer, elijo un libro al azar. Y no para ojearlo, sino para leerlo. Un libro del que no tengo referencia alguna, que no me ha recomendado nadie, cuyo título ni me suena y cuyo autor desconozco. Tampoco me ha gustado la portada ni me ha entusiasmado el tacto del papel, como puede ocurrir por ejemplo en Japón (soy poco bibliófilo, de los libros me interesa sobre todo su contenido, terminé odiando a un catedrático obtuso de Literatura Española que nos examinaba de la fecha de la segunda edición de La Celestina, pero soporto mal un libro de diseño feo, o peor, oportunista u hortera). Y, hasta el momento, he tenido suerte: entre mis hallazgos figuran John Fante y James Salter (de este, sobre todo, los cuentos). Algunos lectores se podrían asombrar hoy de que yo no conociera a esos autores, y ahora yo también –aunque no me subo a los autobuses de groupies que ambos escritores tienen cuando se han puesto de moda, tan ajenos al espíritu de ambos–, pero así es: llena de sorpresas, por otra parte previsibles, la procelosa vida de la ignorancia. Bien es verdad que esos hallazgos, Fante y Salter, fueron realizados en alguna de las librerías grandes de Madrid, y así es fácil: no son frecuentes las librerías españolas con algo de verdadero fondo, polvoriento y olvidado. Re- 26 cuerdo que la primera ocasión en la que fui a Blackwell’s, en Oxford (y tal vez la principal franquicia de las tres o cuatro que han devorado las legendarias librerías británicas), me asombró el dato según el cual se trataba de la librería más grande del Reino Unido. Solo al entrar –y bajar a las entrañas de la tierra–, comprendí que la casita de arriba era la antigua librería, y que, luego, se había extendido por debajo de la ciudad como en una novela de ciencia ficción clásica. Y cuando pregunté por Burton, el explorador, y me enviaron a una sección que me pareció de África en general, pedí mayores precisiones y entonces me dijeron con tolerante afabilidad bibliotecaria que todos esos anaqueles trataban de Burton. En la primavera pasada hice lo mismo, pero en una biblioteca de amigos en Bilbao, ocupada en parte por herencias de las que ya solo se encuentran en las bibliotecas particulares, como por ejemplo los estupendos libros de cuero (con no siempre buenas traducciones) de la Aguilar clásica, y en las que uno va encontrando no pocos autores de la propia biblioteca familiar: Zweig, Greene, Van der Meersch, Maugham, Sagan, Camus, además de los indispensables, claro: Tolstoi, Dostoievski (necesitado ya entonces con urgencia de nuevas traducciones al castellano), Hugo, Balzac, Dickens… Que en estas bibliotecas se suelan encontrar no pocos autores coincidentes puede indicar que nuestras abuelas y nuestros padres tenían gustos parecidos en diferentes extremos de España –lo cual es probable–, o que la edición entonces tenía un ritmo más bien pausado: también. En mi casa en la Barcelona de los cincuenta se encontraban, además, algunos clásicos americanos, como La vorágine, de José Eustaquio Rivera, o los versos de Silva: Y eran una/ Y eran una/ Y eran una sola sombra larga!… o de Porfirio Barba Jacob: Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,/ como en las noches lúgubres el llanto del pinar… Incluso del maestro Valencia, que al parecer era pariente lejano nuestro: aunque por lo visto todo el mundo era pariente en Popayán, de donde procede mi familia materna colombiana, donde por los tiempos de la Independencia se repetían más los apellidos que en Macondo. El libro que elegí en Bilbao fue Cuando los dioses permanecen silenciosos, de Mikhail Soloviev, un título que ya de entrada lo coloca en aquellos años –suena a El dios de la lluvia llora sobre México, del húngaro László Passuth, otro clásico de esas bibliotecas, o Cuando la ciudad duerme, de Frank Yerby, posiblemente el primer libro de adultos que me senté a leer de corrido hasta terminarlo, y que podría evocar con mucha mayor precisión que casi todos los posteriores–, y no he conseguido encontrar mayores pistas sobre su autor. Bien es verdad que tampoco las he buscado con mucho empeño, no me apetece investigar demasiado en la superficialidad de Google, donde es preciso adentrarse bastante en el bosque antes de encontrar alimento. Y aquí conviene una pequeña precisión: no es del todo cierto que no ojee los libros antes de emprender su lectura. Algo sí lo hago, ya me pasó hace tiempo la época de la lectura heroica u obligada, y hago como recomendaba Borges: leo por placer y si una lectura no me gusta, la dejo. Así de sencillo. Ocurre que también me he adiestrado en una cierta gimnasia de la lectura, más que una ética, y lo cierto es que son pocos los libros de una primera división muy, muy amplia, para entendernos, que no interesen si se leen con los ojos abiertos, la imaginación despierta y genuina curiosidad. Y generosidad para leer desnudos, con los prejuicios justos, y entender lo que quiere decir el autor. No es una cuestión de generosidad, nada que ver, sino de aprovechamiento del tiempo y los recursos. O sea, que antes de emprender el viaje sí leí algunos párrafos de Soloviev, traducido del inglés y publicado en estupendas tapas rojas duras en la editorial Luis de Caralt en 1973. Y al margen de la evidencia de que se trata de una obra “anticomunista” – antiestalinista, precisaría yo–, no me quisiera estancar ahí, en ese tipo de comentario que suele enterrar cualquier otra aproximación, para señalar que me lo Pedro Sorela pasé en grande recuperando cosas que hemos quizá perdido: gran visión para contar las vidas con antecedentes y parentescos lejanos en lugar de pequeños escenas domésticas de matrimonios debatiéndose entre los reproches, o cierta inocencia de los héroes, por ejemplo, héroes dispuestos a cualquier cosa por defender una idea. En este caso, el benjamín de una familia de cosacos altos y resistentes, educado en los espacios abiertos, como el Taras Bulba de Gógol, que una vez convertido al comunismo por pura generosidad y lógica igualitaria, como fue el caso de tantos, se va desanimando hacia el ecuador del libro y termina desafiando de frente al mismísimo estalinismo. Que ya es desafiar. Si se le compara con los testimonios de Koestler, Solzhenitsin, Herling, Tsvetaeva o, sobre todo, los relatos de Shalámov, uno comprende que la de Soloviev, aunque muy probablemente inspirada en una experiencia personal, es una novela en el sentido melancólico del término. Pero no es una “crítica” lo que pretendo traer aquí, ni siquiera un comentario o la habitual paráfrasis, sino el relato del suave y sugerente placer de, en una tarde de sirimiri en Bilbao, coger un libro al azar en una biblioteca armada a lo largo de años con gusto y ambición. Si bien se mira, un placer igual al de mis primeros libros, cuando en una casa sin televisión, mis padres, que yo recuerde, me permitían coger más o menos lo que quisiese de una biblioteca que ocupaba las cuatro paredes de una habitación de techo alto, en la convicción de que nada que estuviese ahí podía ser malo, que ya lo dejaría yo para mejor ocasión si me aburría, y que no había libros para mayores, para mujeres, para chicos ni subrayados por premios ni recomendados por suplementos, y por no haber no había ni portadas muy distintas: en la casa de mis padres se mandaban encuadernar los libros en dos o tres modelos, como era de uso entonces. Lo único que había, y doy fe de ello, era literatura, y casi siempre buena, y se confiaba en la libertad, la creatividad y el gusto del lector. PLIEGO llevarse novelas que uno no haya podido afrontar en su vida diaria durante el año. Esa necesidad de justificarnos para lo ligero es terrible, y así nos va. 3. Quien diga que no le afecta, miente. Miente o es un friki. Claro que me afecta la actualidad.Primero por los autores. Hay una buena cuota de libros que son de autores recientes, que están en las mesas de novedades o lo han estado. Y segundo por los temas. Hay asuntos de los que hoy es necesario ocuparse y que hace cinco años nos podían parecer marcianos. Yo tengo una tentación clásica que se acentúa también con la edad, pero el mundo de alrededor está continuamente interfiriéndome. Javier Moro (Madrid, 1955) se adentró con El imperio eres tú (Planeta) en el proceso fundacional de Brasil y la biografía de Pedro I, primer emperador del país sudamericano. Con esta novela, Moro obtuvo el Premio Planeta 2011. 1. Estoy leyendo la biografía de Steve Jobs porque me interesa. Yo vivía en California cuando se tramaba el nacimiento de Apple. Además, está bien escrita. También estoy leyendo, en francés, Le Fils, un conmovedor libro de Michel Rostain, ganador del último Premio Goncourt, en el que un hijo, muerto a consecuencia de una enfermedad súbita, consuela a su padre desde el más allá. Como he dicho, poético, conmovedor y maravilloso. Y también he leído una pequeña novela que me ha encantado, La delicadeza, de David Foenkinos, un historia de amor que me pareció un deleite. 28 CUESTIONARIO 2. Creo que hay que leer para distraerse, para divertirse, para aprender, para retrasar la llegada del Alzheimer y las demencias seniles y, sobre todo, para soñar, para vivir una doble vida, para abstraerse de lo cotidiano y viajar por otros mundos a la sombra de un algarrobo o de un toldo en la playa. Y también para reflexionar sobre la prima de riesgo y esas cosas tan arduas y deprimentes, para intentar entender las razones de nuestro desastre nacional y, sobre todo, para relativizar nuestra situación en la Historia (¿O es que alguien querría volver atrás en el tiempo cuando los dentistas no usaban anestesia, o cuando Franco construía el Valle de los Caídos?). 3. No. La actualidad está ya tan presente en Twitter y en los medios, que no es un criterio a la hora de elegir mis lecturas. La literatura es como la vida misma: hay de todo, y para todos los gustos. Lees dependiendo de lo que te pide el cuerpo. Andrés Ortega (Madrid, 1954) construye en Sin alma (Galaxia-Gutenberg) un homenaje a la ciencia y a su diálogo con la religión, y especialmente a la neurociencia y la idea del alma inmortal, a partir de El profesor, discípulo de Ramón y Cajal. 1. Death, de la filósofa Shelly Kagan, y The Undead, de Dick Teresi, porque son temas que prolongan mi novela Sin alma. También How Much is Enough, de Robert y Edward Skidelsky, porque es una excelente reflexión sobre la insaciabilidad en nuestras sociedades. Le bal, de Irène Némirovsky, porque no lo había leído y me gusta mucho esta escritora cuya vida truncaron los nazis. 2. Para olvidar, nunca. Leo para reflexionar, para disfrutar con nuevas ideas, nuevas situaciones o nuevas formas de escribir. 1. ¿Qué está leyendo usted este verano? ¿Por qué? 2. En estos tiempos, ¿leer para olvidar o leer para reflexionar? ¿Leer para…? 3. ¿Afecta la actualidad a las lecturas que elige? ¿Cómo? 3. Sí, porque hay muchos temas relevantes. Mencioné antes a Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes. Creo que en medio de la tormenta hay que intentar ver los nuevos horizontes. José Ovejero (Madrid, 1958). Poeta, novelista y traductor, ha ganado el Premio Anagrama de Ensayo por La ética de la crueldad, una original aventura teórica a través de la literatura contraria a la cultura del espectáculo y la asepsia contemporánea. 1. Estoy leyendo un ensayo de Michael Schmitd-Salomon que no existe en español. La traducción aproximada sería “Más allá del bien y del mal; por qué sin la moral somos mejores personas”. Me interesa mucho su propuesta de humanismo ateo, que prescinde de conceptos básicos del humanismo cristiano, como la libertad o la culpa, para explicar la realidad, pero no desde el nihilismo o el escepticismo, sino precisamente construyendo una teoría que pretende ser la base de una sociedad mejor. 2. En estos tiempos y, en cualquiera, las dos posibilidades no son excluyentes. A veces necesitamos descansar, olvidar, escaparnos; no tengo nada en contra de la literatura que nos entretiene, lo mismo que no tengo nada en contra del fútbol o de los concursos televisivos. Sí estoy en contra de la dictadura del entretenimiento; la literatura, como la filosofía o la economía, no tiene por qué ser entretenida, no es esa su máxima aspiración. Otra de sus funciones es precisamente despertarnos, sacudirnos, hacernos reflexionar, poner en tela de juicio nuestros valores y nuestras creencias, obligarnos a revisarlos. En general, 29 PLIEGO prefiero esa literatura incómoda que me saca de las rutinas de mi pensamiento y mis emociones y, en lugar de dejarme hundirme plácidamente en el sillón, me obliga a incorporarme y a leer con más atención. 3. Afecta poco a la ficción que leo, salvo en la medida en la que la publicidad nos afecta a todos, llevándome a veces a comprar libros porque se habla tanto de ellos que acabo dejándome convencer. En cuanto a los ensayos, sí afecta la actualidad; suelo leer ensayos sobre temas que me parecen importantes para entender o para cambiar la realidad en la que vivimos: por ejemplo, algunos ensayos de Slavoj Zizek, como En defensa de la intolerancia, o El pacto de lucidez o la inteligencia del Mal, de Jean Baudrillard. Libros, en fin, que me hablan del mundo que me rodea y que me afecta. Por supuesto, a menudo no se puede hablar de la actualidad sin hablar del pasado, por lo que también me interesan autores como Richard Sennett o Tony Judt, que pueden analizar el presente remontando desde sus raíces históricas. José Luis Rodríguez del Corral (Morón de la Frontera, 1959) fue librero antes que escritor. En Blues de Trafalgar (Siruela, Premio Café Gijón), se adentra en un capítulo contemporáneo de corrupción política en Andalucía para escribir sobre la culpa. 1. Ahora tengo sobre mi mesa tres libros. Primero, Danza de dragones, el quinto tomo de Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin. Saga que vengo siguiendo desde que apareció en nuestro idioma con extraordinario placer y espero que con algo de aprovechamiento, porque a esta moderna novela de caballerías la hubiera absuelto Cervantes en su Escrutinio y es, para mí, muy buena literatura. El segundo es En casa. Una breve historia de la vida privada, de Bill Bryson. Es una obra enciclopédica que cuenta el origen y la evolución de 30 las diversas habitaciones de la casa: el cuarto de baño, la cocina, la alcoba…, conformando así una especie de historia universal pródiga en anécdotas, desde los inicios de la refrigeración al felpudo de la entrada. Y el tercero, Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy. Es una relectura con la que estoy disfrutado más que con la primera, hace algunos años. De manera más explícita que las otras, esta es una lectura para aprender. La leo con miras de aprendiz de mago. He terminado recientemente las Memorias de un hombre de acción, de Pío Baroja, completa del primero al último de sus veintitantos libros, que me han entretenido, aburrido y entusiasmado todo el mes de junio. 2. Yo nunca he leído para olvidar; para eso se bebe, o eso dicen. Abstraerse de la realidad circundante es algo que proporciona toda literatura y, al mismo tiempo, cualquier obra puede darte motivos de reflexión. Para mí, la pobreza comienza siempre con la pobreza de espíritu. ¿Leer para…? Leer para todo, para lo que cada uno quiera. Para mejorar, desde luego, porque lo importante de las lecturas no es lo que se recuerda, sino lo que se asimila, en un proceso oculto parecido a la digestión. 3. Afecta “mi” actualidad, los empeños que tenga en ese momento y mis obsesiones de siempre. Lo que pasa en nuestro país me afecta y me preocupa, y de hecho eso se refleja en mi última novela, pero eso no influye más que tangencialmente en mis elecciones como lector. Siempre he leído obras de economía, sociología, de antropología, de historia, tanto o más que de literatura. Y de nuestro desastre actual hace tiempo que tengo formada una opinión. Fernando San Basilio (Madrid, 1970). El joven vendedor y el estilo de vida fluido (Impedimenta) es la tercera novela de un autor corrosivo que se había asomado al panorama literario en 2006 con Curso de librería (Caballo de Troya): 1. Ahora mismo, un libro maravilloso de Magnus Mills, El encierro de las bestias (Muchnik Editores o, en bolsillo, Quinteto), que cuenta las peripecias de tres mindundis que se dedican a instalar cercas para el ganado, vallas altamente tensionadas, en el norte de Inglaterra. No ocurre nada reseñable salvo unas cuantas muertes inopinadas y ligeros cambios en la gradación de la cerveza que les dan en los distintos pubs. Lo encontré en la biblioteca pública de mi barrio y de manera casual, no lo buscaba ni sabía nada de él, pero ahora comprendo que se trataba de una señal (es broma). Tengo intención de releer El primo Basilio (no me gusta cuando los escritores dicen “leo poco, releo mucho, bla, bla, bla”, pero en fin…) o alguna otra cosa de Eça de Queiroz, de quien acabo de leer Estampas egipcias (las recomiendo sin ningún pudor pese a que han sido editadas por… ¡Impedimenta!). 2. Una vez leí una entrevista a un escritor que decía que él leía para olvidar y escribía para reflexionar, lo cual suena tan bien que se puede decir al revés. Es más, es muy probable que lo dijera al revés: leer para reflexionar y escribir para olvidar. Eso que llamamos olvidar, o evadirse, es también una forma de meditación, el resultado de una reflexión muy poco exaltada: en cualquier parte mejor que aquí. 3. ¿La actualidad política, económica, social? No mucho, la verdad. En CUESTIONARIO cuanto a la actualidad literaria o a las evoluciones de la industria editorial, solo muy levemente porque no soy un comprador compulsivo. Elijo las lecturas con arreglo a consejos de amigos, pasiones personales y algún criterio pseudofilológico: durante un tiempo hice un estudio de literatura comparada dedicado a autores apellidados Roth: Philiph, Joseph y Henry, siendo este último el que me llevó a cotas más altas de emoción. Marta Sanz (Madrid, 1967). Con Un buen detective no se casa jamás (Anagrama), vuelve a demostrar su dominio de los juegos literarios y del registro satírico. La segunda entrega del detective Arturo Zarco, después de Black, black, black. 1. Estoy leyendo Verano, de J. M. Coetzee, porque para mí era una asignatura pendiente de un escritor que siempre me inquieta por su compromiso con la realidad y con la escritura. Escribir una autobiografía desde la perspectiva de las entrevistas que lleva a cabo un biógrafo después de que el propio Coetzee ya esté supuestamente muerto, me parece una idea de una brillantez enorme que, con imaginación, distanciamiento y una gran sabiduría narrativa, atenúa el prejuicio de egocentrismo que se le suele imputar al género. Y me llevo en la maleta Tenemos que hablar de Kevin. La película me sobrecogió, pero creo que no llegué a entender del todo las razones y los vínculos entre los personajes. Era demasiado “económica” y, por esa razón, desconcertante. Estoy segura de que con las seiscientas páginas de la novela de Lionel Shriver, publicada en Anagrama, no me pasará lo mismo. 1. ¿Qué está leyendo usted este verano? ¿Por qué? 2. En estos tiempos, ¿leer para olvidar o leer para reflexionar? ¿Leer para…? 3. ¿Afecta la actualidad a las lecturas que elige? ¿Cómo? 2. Yo nunca leo para olvidar. No me gusta la cultura que actúa como una media delante de la cámara y difumina la realidad. A mí me gustan los libros que, después de haberlos leídos, me dan la impresión de que veo mejor. Me gustan los libros que de un modo u otro me dejan tocada. Y cuando digo “de un modo u otro” no es una frase hecha, ya que me refiero a que me puedo quedar tocada con un libro de Coetzee, pero también con uno de Agatha Christie o de Gaston Leroux. 3. La actualidad afecta a los libros que leo en la medida en que estoy condicionada por las novedades que se van publicando y porque me gusta compartir interpretaciones y lecturas con otras personas que han leído un libro casi al mismo tiempo que yo. Como escritora, la actualidad también está presente en los libros que quiero escribir, pero no se trata de una actualidad enfocada periodísticamente, sino literariamente: lo que me duele, lo que me preocupa, lo que quiero compartir con los demás tratando de superar los lugares comunes y la homogeneidad del discurso dominante. Lo que no vemos aunque esté delante de nuestras narices, o precisamente porque lo tenemos delante de nuestras narices. Javier Sierra (Teruel, 1971) viaja con su último best seller, El ángel perdido (Planeta), desde el pórtico de la Gloria a la cumbre del monte Ararat persiguiendo unas misteriosas piedras, las adamantas, que encierran las claves del mito del “diluvio universal”. 1. En verano leo las novelas que no he tenido tiempo de disfrutar durante el año. Este año tocan Últimas pasiones del caballero Almafiera, de Juan Eslava Galán; La tabla esmeralda, de Carla Montero; El puente de los judíos, de Martí Gironell; y La leyenda del ladrón, de Juan Gómez-Jurado. Creo que me dará tiempo. 2. En verano, leer para disfrutar. Este año solo he leído ensayo y toca relajarse. 3. En las profesionales, sin duda. Pero la “actualidad” que me interesa de verdad es histórica, y se acaba en 1969, con la llegada del hombre a la Luna, nuestra última gran gesta como especie. Me gusta ver las cosas con perspectiva. José Carlos Somoza (La Habana, 1959) es uno de los más versátiles autores de las letras españolas. Con Tetrammeron (Seix Barral), su última novela, no solo regresa a la ciencia ficción, sino que, de nuevo, se reinventa a sí mismo de la mano de Soledad, su protagonista. 1. Suelo leer siempre varios libros a la vez. Estoy leyendo No es país para viejos, de Cormac McCarthy; Excesión, de Iain Banks; Antirresurreción, de Juan Ramón Biedma; El puño de Dios, de Frederick Forsyth; Canterbury Tales, de Geoffrey Chaucer; y la Trilogía de la Fundación, de Isaac Asimov. El verano es muy bueno para sumergirse en la ciencia ficción, pero también para asomarnos a esos libros como el de Chaucer (que leo en original), que nos dan “miedo” por su aparente complejidad. 2. En estos y en todos los tiempos, leer para disfrutar, leer para ser más felices. Lo 31 PLIEGO de “olvidar” y “reflexionar” vendrá después: no puedes pedirles a todos los libros que te hagan olvidar o reflexionar, como tampoco puedes pedirles a todas las personas que amas que sean divertidas o muy serias. Pero sí puedes esperar de todos ellos (libros y personas) que te hagan feliz. 3. Pues imagino que afecta, pero ignoro en qué medida, ya que no suelo leer críticas literarias ni escojo mis lecturas de entre el top diez de más vendidos. Soy un buen lector, lo cual quiere decir: leo lo que me apetece, todo lo que me apetece y nada más que lo que me apetece. Pedro Sorela (Bogotá, 1951), descendiente de una familia de tradición diplomática y viajera, publica ahora su séptima novela: El sol como disfraz (Alfaguara), una obra en la que dibuja su visión del periodismo, a la vez que invita a los lectores a pensar sobre un mundo en transformación. 1. En estos momentos estoy leyendo El humo de Birkenau (Acantilado), de Liana Millu, un testimonio extraordinario sobre el campo de concentración vecino 32 CUESTIONARIO de Auschwitz. Prologado por Primo Levi, está a la altura de los libros de este. Hace unos días terminé Cuando los dioses permanecen silenciosos, de Mikhail Soloviev. Todos los veranos leo algún clásico a fondo. Este año me concentraré en las Memorias del Duque de Saint-Simon, extraordinario memorialista y, sin duda alguna, un magnífico escritor. 2. No creo que sea posible diferenciar los objetivos de la lectura. Un lector avisado sacará petróleo de una lectura en apariencia superficial… y al revés. Leer para vivir. Qué privilegio, estar de conversación con magníficos contertulios. Lo difícil, a veces, es dejar de leer y entrar en el día a día. 3. Qué duda cabe de que afecta, y en estos tiempos difíciles, más. De algún modo uno tiende a buscar respuestas en los libros. Pero encontrar los libros adecuados a esas respuestas es todo un arte. Pues es muy discutible que sean los que proponen los periódicos y las “listas de…”. Alberto VázquezFigueroa (Santa Cruz de Tenerife, 1936). Su última novela publicada es La bella bestia (Martínez Roca), en la que narra la vida de Irma Grese, celadorasupervisora en los terribles campos de concentración y exterminio de Auschwitz, BergenBelsen y Ravensbrück. 1. Libros sobre ingeniería y las minas de carbón, porque estoy preparando una novela sobre el tema que aporte un nuevo punto de vista a un problema que afecta a miles de personas. 2. Por mi profesión rara vez leo para olvidar o entretenerme; casi siempre para reflexionar o aprender consciente de que, a los 75 años, el tiempo se te acaba y hay muchas cosas que aún desconozco. 3. En los tiempos que corren lo que me importa es ser notario de los acontecimientos e intentar dar 1. ¿Qué está leyendo usted este verano? ¿Por qué? 2. En estos tiempos, ¿leer para olvidar o leer para reflexionar? ¿Leer para…? 3. ¿Afecta la actualidad a las lecturas que elige? ¿Cómo? soluciones que evidentemente los políticos no saben encontrar. Y lo curioso del caso es que existen. Manuel Vilas (Barbastro, 1960) posee una literatura que une humor, cultura pop y una gran imaginación. Extraordinario poeta –recientemente ha publicado Gran Vilas (Visor)–, su última novela es Los inmortales (Alfaguara): 1. Leo de todo. Poesía: Félix Grande, José Manuel Caballero Bonald, Agustín Fernández Mallo. Releo Cumbres borrascosas, que es una novela que me apasiona. Leo algunas novelas de Philip Roth que me faltaban, como La humillación, que es excelente. También leo filosofía; concretamente, la Metafísica de Aristóteles y La fenomenología del espíritu de Hegel. No sé el porqué. Me apetece, simplemente. 2. Leer para vivir. Si lees, estás más vivo. La literatura es civilización y libertad, por eso leo. Cuando digo lectura, en mi caso, es literatura. Yo no leo best sellers y esas cosas. Eso no tiene nada que ver con la literatura. Leer libros escritos exclusivamente para el entretenimiento me parece una pérdida de tiempo, para eso me voy a la piscina. Hay que leer a Kafka, a Faulkner y a Cervantes. 3. Sí, creo que estoy leyendo filosofía antigua, porque estamos retrocediendo en el tiempo, probablemente por eso estoy leyendo a Hegel.