¿Leer para olvidar o leer para reflexionar?

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2.811. 28 de julio -3 de agosto de 2012
PLIEGO
¿LEER PARA OLVIDAR
O LEER PARA REFLEXIONAR?
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ
PLIEGO
Páginas de felicidad
En el marco del tiempo en el que vivimos –vacaciones estivales y una crisis económica cada
vez más desesperante–, el lector se plantea si leer para olvidar o leer para reflexionar. En Vida
Nueva hemos querido preguntarles a veintidós escritores españoles qué leen en verano, si
buscan evadirse o repensar la actualidad. Por ello, además, les hemos invitado a que nos digan
si esta realidad de primas de riesgos que nos avasalla les influye a la hora de elegir sus lecturas.
E
n verano, mientras que hacemos
el equipaje para escapar de la
rutina y concedernos un respiro,
el lector compulsivo o el ocasional,
antes de elegir los títulos con los
que atravesar el calor, el descanso
o el ocio, suele preguntarse si leer
para olvidar o leer para reflexionar.
A partir de ahí, seleccionamos qué
novelas, qué ensayos, qué poemarios,
viajarán con nosotros este mes de
agosto o se quedarán, simplemente,
a acompañarnos en casa sin remedio.
Este proceso previo de elección es
similar al del lector que, durante todo
el año, ve que el día a día, las primas de
riesgos, la enfermedad, el desempleo…
le avasallan y se enfrenta a la decisión
de adentrarse en la lectura como
escapismo o como vía para repensar su
lugar y su actitud en el mundo. No son
dos procesos lectores excluyentes, pero
son dos preguntas que cada vez nos
hacemos más. Por eso, hemos querido
directamente invitar a veintidós autores
españoles a responderlas, narradores
que, en la mayoría de los casos, no
necesitan presentación. Novelistas
contrastados, con obras recientes en el
escaparate la gran mayoría de ellos, que
son evidentemente también lectores
voraces. Por eso, les hemos pedido que
compartan, además, cuáles son esos
libros que ahora leen o se disponen
a leer, en muchos casos pospuestos
o reservados durante el año para las
vacaciones, con más horas de lectura
por delante para disfrutarlos. En sus
respuestas no solo vamos a explorar
una amplísima selección de autores y
títulos más que sugerentes, sino que
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vamos a conocer cómo se enfrentan a
ese proceso lector, que es, en sus casos,
mucho más que un simple proceso de
documentación. Y, sobre todo, sabremos
si esas lecturas están condicionadas,
además de por su proceso creativo, por
las noticias o el devenir de la crisis y sus
consecuencias.
“Leer para disfrutar, disfrutar,
disfrutar”, afirma Andrés Barba. Pilar
Adón, editora, poeta, traductora, añade
que “leer para disfrutar, aprender y
evadirse, lo que no evita la reflexión”.
En todo caso, como matiza Inma
Chacón, también poeta y narradora,
“leer para hacerse preguntas, para
intentar contestarlas y para dejar
algunas sin resolver, para buscarlas
en otras lecturas”. Como si fuera un
círculo que se cierra, el “postpoeta”
Agustín Fernández Mallo añade:
“Leer por el placer de leer. No
hay más. Lo que se derive
de ahí ya tiene que ver
exclusivamente con los
gustos, carácter, estado
de ánimo y cultura de
cada lector”. Lo dice
también, más o menos
aproximadamente, Juan
Gómez-Jurado, un autor
que domina las redes
sociales y el diálogo con
los lectores: “Leer para
pasarlo bien, ¡siempre!
La vida tiene que ser
divertida”. O también
el reflexivo Use Lahoz:
“Leer para… divertirse,
pensar, sorprenderse, y
habitar mundos mucho
más interesantes y fascinantes que el
nuestro. Y, además, sale barato”. En
definitiva, como dicen Luisgé Martín
y José Luis Rodríguez del Corral, “leer
para todo”. Leer, sin duda, también es
una actitud, una disposición ante el
mundo: saber que, cuando abres una
novela, cualquier libro, te puede ocurrir
cualquier cosa. Lo apunta Javier Moro:
“Creo que hay que leer para distraerse,
para divertirse, para aprender, para
retrasar la llegada del Alzheimer y las
demencias seniles y, sobre todo, para
soñar, para vivir una doble vida, para
abstraerse de lo cotidiano y viajar
por otros mundos a la sombra de un
algarrobo o de un toldo en la playa.
Y también para reflexionar sobre la
prima de riesgo y esas cosas tan arduas
y deprimentes, para intentar entender
las razones de nuestro desastre
nacional y, sobre todo, para
relativizar nuestra situación en
la Historia”.
Un viajero vocacional,
por la geografía europea y
por la literatura universal,
como José Ovejero ahonda
en el equilibro entre la
evasión y la reflexión, pero
está contra la “dictadura
del entretenimiento”:
“La literatura, como la
filosofía o la economía
–afirma–, no tiene por
qué ser entretenida,
no es esa su máxima
aspiración. Otra de sus
funciones es precisamente
despertarnos, sacudirnos,
hacernos reflexionar,
CUESTIONARIO
poner en tela de juicio nuestros valores
y nuestras creencias, obligarnos a
revisarlos”. La literatura también es
incomodidad. “A mí me gustan los libros
que, después de haberlos leídos –admite
Marta Sanz–, me dan la impresión de
que veo mejor. Me gustan los libros que
de un modo u otro me dejan tocada”.
Que es, más o menos, lo mismo que
afirma el prolífico Antonio Gómez Rufo:
“Leer siempre para reflexionar. Y si, de
paso, distrae de los dramas cotidianos,
mejor”. En cualquier caso, el poeta y
novelista Manuel Vilas y Pedro Sorela lo
dicen rotundamente: “Leer para vivir. Si
lees, estás más vivo”.
¿Leer qué? Leer, en cierto modo,
el mundo. Y el mundo lo escriben
novelistas, poetas y filosófos. Entre
las lecturas que eligen los escritores
–y que recomiendan– hay una gran
amplitud. Evidentemente, como en el
mercado del libro, triunfa la novela,
aunque aquí, sobre todo, el fondo
editorial, las novelas de largo recorrido
y poderoso aliento, clásicas o no, antes
que las novedades. El ensayo, sobre
todo filosófico en torno a “este tiempo
de cataclismos”, como lo define Juan
Eslava Galán, tiene una importante
presencia; y la poesía, en cambio,
apenas es visible. Vamos a dejar que los
escritores hablen directamente, es lo
que les he pedido, y así han respondido
a la llamada. Tan solo advertir, sin
necesidad de señalar ninguno, que
entre los títulos que estos veintidós
autores están leyendo –y, en casi todos
los casos, recomiendan– y las novelas
que la gran mayoría de ellos acaban de
publicar, se citan un buen número de
títulos más que recomendables para
olvidar o para reflexionar, para disfrutar
o para aprender. O como sentencia José
Carlos Somoza: “Para ser más felices”.
Pilar Adón (Madrid,
1971) es poeta,
novelista, traductora
y editora. Su último
libro de narrativa
es El mes más cruel
(Impedimenta),
catorce relatos para
sobrevivir a la pérdida, a la separación,
1. ¿Qué está leyendo usted este
verano? ¿Por qué?
2. En estos tiempos, ¿leer para
olvidar o leer para reflexionar?
¿Leer para…?
3. ¿Afecta la actualidad a las
lecturas que elige? ¿Cómo?
la locura y el miedo. En poesía, La hija
del cazador (La Bella Varsovia).
1. Sigo considerando las lecturas del
verano como un tesoro aparte y, por
tanto, ahora, cuando todavía no me
he ido de Madrid, los libros que pueda
leer en el metro o en casa no entran
para mí en la categoría de “lecturas de
verano”. Ahora mismo estoy leyendo
una novela de George Eliot, pero para el
verano, para las larguísimas jornadas
que espero de lectura ininterrumpida,
tengo reservadas dos novelas de
Elizabeth Bowen, una biografía de los
trascendentalistas estadounidenses y
Mason y Dixon, de Thomas Pynchon.
Cuando decido qué libros voy a meter
en la maleta, todo lo demás pasa a
un segundo plano. La decisión más
importante está tomada.
2. Leer para disfrutar, aprender y
evadirse, lo que no evita la reflexión.
Reflexionar acerca de lo que queremos
y lo que no queremos, lo que hemos
olvidado y que tan felices nos puede
hacer recordar, es también una manera
de evadirse. Las lecturas del verano
suelen cumplir esa misión: nos hacen
recordar por qué escribimos, por qué
traducimos, por qué publicamos…
3. No creo que influya en absoluto.
Aunque los textos de Thoreau me
parecen ahora mismo de una actualidad
impresionante. Leo sus reflexiones
del siglo XIX, y tengo la impresión de
que eso es justamente lo que hay que
pensar, y cómo hay que pensar.
Andrés Barba
(Madrid, 1975) se dio
a conocer en 2001
con la novela La
hermana de Katia. Y,
desde entonces, se
ha distinguido por
una poderosa obra
narrativa in crescendo
que culmina, de
momento, con las
cuatro nouvelles de
Ha dejado de llover
(Anagrama).
1. Estoy leyendo
la obra completa de
César Aira. Porque
he comenzado hace poco y
genera adicción.
2. Leer para disfrutar,
disfrutar y disfrutar.
3. Gracias a Dios no, mis lecturas se
rigen por otros parámetros.
Inma Chacón (Zafra,
1954), finalista
del Premio Planeta
con su cuarta novela,
Tiempo de arena, acaba
de publicar Arcanos
(Libros del aire),
una nueva entrega de su poesía.
1. Me he propuesto leer los Episodios
nacionales de Pérez Galdós. Por lo
menos, llegar a la mitad. Porque es una
visión apasionante del siglo XIX. Hay
que conocer el pasado para abordar el
futuro.
2. Leer para hacerse preguntas. Para
intentar contestarlas y para dejar
algunas sin resolver, para buscarlas en
otras lecturas.
3. No me afecta en la elección, pero
procuro aplicar siempre al presente lo
que tiene sentido.
23
PLIEGO
Ana Colchero
(Veracruz, México,
1968) ha creado con
Los hijos del tiempo
(La Esfera de los
Libros) una ficción
futurista a partir del
mito griego de Cronos, una vertiginosa
historia de amor y justicia en los
confines de un nuevo mundo.
1. Acabo de empezar y estoy
encantada leyendo Estudio en
Esmeralda, de Alberto López Aroca. La
compré porque me cautivó lo que se dijo
en su presentación en la Semana Negra
de Gijón, donde me llené de libros de
autores estupendos al igual que Alberto,
como por ejemplo, Juan Miguel Aguilera
y Javier Negrete, de quienes adquirí La
Zona, que estoy deseando empezar.
2. Leer, ni para olvidar ni para
reflexionar. Primero y siempre para
entretenerme, que no es sinónimo de
frivolidad, sino de diversión, que es lo
que me genera descubrir realidades,
ficciones, ambientes, teorías…
3. Leo artículos, libros y reseñas de
economía por deformación profesional,
pues soy economista, pero mis lecturas
fuera de ese terreno no se ciñen a los
vaivenes de la actualidad. Además, soy
más bien lectora de libros alejados de la
mesa de novedades de gran tiraje.
Juan Eslava Galán
(Arjona, 1948) regresa
a la épica medieval
con Últimas pasiones
del caballero Almafiera
(Planeta), en el que
narra la batalla de las
Navas de Tolosa con mucho erotismo,
humor, trovadores, pícaros, caballeros
artúricos y grandes banquetes.
24
1. Leo La quimera de al-Andalus, de
Serafín Fanjul. Este historiador me
interesa por dos motivos: primero,
esclarece aspectos
muy manipulados de
la historia de España;
en este caso, el mito
de la convivencia
de las tres culturas
y el papanatismo
con el que estamos
aceptando la
intromisión de un
islam que atenta directamente
contra las libertades ciudadanas
que tan trabajosamente hemos
conseguido; y segundo: aunque el
doctor Fanjul procede del mundo
académico (catedrático de Árabe en la
Universidad Autónoma de Madrid) es,
sin embargo, un buen escritor alejado
de la pedantería académica de la que
suele adolecer la universidad española.
O sea, me interesa lo que escribe y cómo
lo escribe. Por cierto, debo recomendar
también su libro Al-Andalus contra
España. La forja del mito, que podría
considerarse primera parte del que leo
ahora.
2. Cada cual es muy dueño de escoger
lecturas escapistas que le hagan
olvidar la crisis y los cataclismos que
la sociedad española está viviendo,
pero los que nos dedicamos a la
escritura creo que tenemos el deber
de alimentarnos de lecturas que,
convenientemente meditadas y
devueltas en escritura, puedan ser útiles
a la sociedad. Hace tiempo que solo leo
las novelas de amigos muy próximos.
Casi todas mis lecturas son ensayos.
3. Creo que la he respondido en la
segunda pregunta.
Agustín Fernández
Mallo (A Coruña,
1967) ha reeditado Yo
siempre regreso a los
pezones y al punto 7 del
Tractatus (Alfaguara),
el texto con el que dio
a conocer en 2001 su peculiar narrativa
“postpoética”. Y lo completa con
Antibiótico (Visor), su último y revelador
poemario.
1. Estoy leyendo varios libros, como
siempre, de poesía y de ensayo, que es lo
que más me interesa. Pero destaco dos.
De ensayo, Pensar el siglo XX (Taurus),
de Tony Judt. Historia de las ideas del
siglo XX a través de conversaciones
entre el autor y diversos pensadores.
Muy revelador. De novela,
Knockemstitiff (Libros del
Silencio), de Donald Ray
Pollock, la vida de un
tipo en la ciudad de
Knockemstitiff, Ohio, en
mitad de ninguna parte. Un
lugar de violencia y humor;
delirante y crudo al mismo tiempo.
2. Leer por el placer de leer. No hay
más. Lo que se derive de ahí ya tiene
que ver exclusivamente con los gustos,
carácter, estado de ánimo y cultura
de cada lector. Incluso en una misma
persona eso es cambiante con el tiempo.
3. Francamente, no. De hecho la
actualidad nunca me afecta en este
sentido, ni como lector ni como
escritor. Para eso ya están los diarios y
telediarios.
Fernando Aramburu
(San Sebastián, 1959)
dedica por fin toda
una novela, Años
lentos (Tusquets),
a recrear el País Vasco
de su adolescencia,
y al dolor causado por la violencia
de ETA. La novela más autobiográfica
de un escritor afincado en Hannover
desde 1984.
1. Estoy leyendo una extensa biografía
y repasando las narraciones completas
de Heinrich von Kleist, un clásico de
las letras alemanas que se suicidó en
extrañas circunstancias hace doscientos
años. Leo tomando apuntes con el
propósito de dedicar a dicho autor
una reflexión escrita de no pequeña
extensión.
CUESTIONARIO
estas novelas que leo está presente el
poder, el amor, las emociones humanas,
sus sentimientos…
2. Yo siempre leo por las mismas
razones. No he renunciado a la
posibilidad de aprender, cultivo el
goce estético y me apasiona la estrecha
relación que puede establecer el hombre
con la lengua escrita. Bien es verdad
que, en ocasiones, determinadas
lecturas me vienen impuestas por mi
dedicación al periodismo cultural.
3. A veces afecta a la elección del
libro. Un ejemplo. El quincuagésimo
aniversario del fallecimiento de Faulkner
me indujo en fechas recientes a revisitar
una novela suya. Recuerdo, asimismo,
haber leído libros centrados en algún
asunto de actualidad con el fin de
poder participar después, con cierto
conocimiento de la materia, en un debate.
Antonio Gómez
Rufo (Madrid, 1954)
se adentra con La más
bella historia de amor
de Paula Cortázar
(Planeta) para erigir
una crítica despiada de
la sociedad contemporánea, el concepto
de belleza, el poder del dinero y la
manipulación de los medios.
1. El error azul, de Javier Lorenzo;
Ahogada en llamas, de Jesús Ruiz
Mantilla; Busca mi rostro, de Ignacio
del Valle; Los alemanes se vuelan la
cabeza por amor, de María Zaragoza, y
La justicia de los errantes, de Jorge Díaz.
Cinco buenas novelas, para empezar,
que me reservaba para leer con atención
por la calidad de sus autores.
2. Siempre para reflexionar. Y si, de
paso, distraen de los dramas cotidianos,
mejor.
3. Siempre se escribe sobre los temas
eternos, los que explicaron los griegos
y retrató, como nadie, Shakespeare. En
Juan Gómez-Jurado
(Madrid, 1977) es
periodista y novelista,
acaba de publicar La
leyenda del ladrón
(Planeta), un viaje
épico a
la Sevilla del siglo XVI y al
encuentro de Cervantes con
Sancho de Écija.
1. Estoy leyendo muchos
libros de aventuras y
románticos, me ha dado por
ahí. El último es En el país
de la nube blanca, de Sarah
Lark.
2. Leer para pasarlo bien, ¡siempre!
La vida tiene que ser divertida.
3. Normalmente no, solo mi estado de
ánimo. Claro que este es afectado por la
actualidad, así que tal vez la respuesta
sea sí.
Use Lahoz (Barcelona,
1976) se dio a conocer
con un estupendo
retrato de la burguesía
catalana, Los Baldrich
(Alfaguara), mirada a
la segunda mitad del
siglo XX que completó con La estación
perdida (Alfaguara), otro capítulo de ese
mismo período histórico: la emigración
del campo a la ciudad.
1. Empiezo una vez más Cien años
de soledad. ¿Por qué? Me apetecía
revisitarla. Hace siete veranos la leí por
primera vez porque, hasta entonces,
no lo había conseguido, y me causó
una profunda emoción que espero
revivir. Las obras maestras como esta
o como Madame Bovary son
perpetuas, conviene tenerlas
siempre a mano, están para
releerlas por placer.
2. Supongo que para las
dos cosas: la lectura
es entretenimiento,
pero también
experiencia de vida y
emoción. ¿Leer para…?
divertirse, pensar,
1. ¿Qué está leyendo usted este
verano? ¿Por qué?
2. En estos tiempos, ¿leer para
olvidar o leer para reflexionar?
¿Leer para…?
3. ¿Afecta la actualidad a las
lecturas que elige? ¿Cómo?
sorprenderse, y habitar mundos mucho
más interesantes y fascinantes que el
nuestro. Y, además, sale barato.
3. No soy consciente de ello, no
sé hasta qué punto, creo que
no. Cada lectura tiene su
momento, y muchas veces
el impacto que pueda
tener en uno depende
del estado de ánimo
con que se enfrente a
ella, pero está claro que el
panorama no es alentador y
la lectura es un buen refugio.
Luisgé Martín
(Madrid, 1962)
es un escritor
obsesionado con “la
doble identidad” que
siempre llevamos
dentro y en narrar
descensos a los infiernos del hombre
y la mujer contemporáneos. Acaba de
publica La mujer de sombra (Anagrama).
1. A medida que cumplo años, y
supongo que por la prisa ingenua de
vaciar los estantes de la biblioteca
antes de morirme, leo cada vez más
libros simultáneamente, de modo
que es imposible hacer una relación
exhaustiva. Verano en rojo, de Berna
González Harbour, Relativismo moral, de
Steven Lukes, y una historia del Japón,
por razones viajeras, son tres de ellos.
2. Leer para todo. Yo en realidad nunca
leo para olvidar, pero sí entiendo que
en algunas circunstancias en las que
uno va a estar con menor capacidad de
concentración es necesario una
lectura menos exigente. Yo, cuando
viajo, por ejemplo, no llevo casi
nunca ensayos, y prefiero
la literatura ágil, que pueda
ser leída con una cierta
discontinuidad. Pero ese
tópico de que a la playa hay
que llevarse novelitas ligeras
me parece nocivo. A la
playa precisamente hay que
25
PLIEGO
El placer olvidado de la lectura al azar
D
esde hace algún tiempo
practico una ocurrencia
que se ha revelado un
descubrimiento y, en todo caso,
un disfrute: de cuando en cuando,
para leer, elijo un libro al azar. Y
no para ojearlo, sino para leerlo.
Un libro del que no tengo referencia alguna, que no
me ha recomendado
nadie, cuyo título ni me
suena y cuyo autor desconozco. Tampoco me
ha gustado la portada
ni me ha entusiasmado el tacto del papel,
como puede ocurrir
por ejemplo en Japón
(soy poco bibliófilo, de
los libros me interesa
sobre todo su contenido, terminé odiando a
un catedrático obtuso
de Literatura Española
que nos examinaba de
la fecha de la segunda
edición de La Celestina, pero soporto mal
un libro de diseño feo,
o peor, oportunista u
hortera). Y, hasta el momento,
he tenido suerte: entre mis hallazgos figuran John Fante y James
Salter (de este, sobre todo, los
cuentos). Algunos lectores se podrían asombrar hoy de que yo no
conociera a esos autores, y ahora
yo también –aunque no me subo
a los autobuses de groupies que
ambos escritores tienen cuando
se han puesto de moda, tan ajenos
al espíritu de ambos–, pero así
es: llena de sorpresas, por otra
parte previsibles, la procelosa
vida de la ignorancia.
Bien es verdad que esos hallazgos, Fante y Salter, fueron realizados en alguna de las librerías
grandes de Madrid, y así es fácil:
no son frecuentes las librerías
españolas con algo de verdadero
fondo, polvoriento y olvidado. Re-
26
cuerdo que la primera ocasión en
la que fui a Blackwell’s, en Oxford
(y tal vez la principal franquicia
de las tres o cuatro que han devorado las legendarias librerías
británicas), me asombró el dato
según el cual se trataba de la librería más grande del Reino Unido. Solo al entrar –y
bajar a las entrañas de
la tierra–, comprendí
que la casita de arriba
era la antigua librería,
y que, luego, se había
extendido por debajo
de la ciudad como en
una novela de ciencia ficción clásica. Y
cuando pregunté por
Burton, el explorador, y
me enviaron a una sección que me pareció de
África en general, pedí
mayores precisiones y
entonces me dijeron
con tolerante afabilidad bibliotecaria que
todos esos anaqueles
trataban de Burton.
En la primavera pasada hice lo mismo, pero en una
biblioteca de amigos en Bilbao,
ocupada en parte por herencias
de las que ya solo se encuentran
en las bibliotecas particulares,
como por ejemplo los estupendos
libros de cuero (con no siempre
buenas traducciones) de la Aguilar clásica, y en las que uno va
encontrando no pocos autores
de la propia biblioteca familiar:
Zweig, Greene, Van der Meersch,
Maugham, Sagan, Camus, además
de los indispensables, claro: Tolstoi, Dostoievski (necesitado ya
entonces con urgencia de nuevas
traducciones al castellano), Hugo,
Balzac, Dickens… Que en estas
bibliotecas se suelan encontrar no
pocos autores coincidentes puede
indicar que nuestras abuelas y
nuestros padres tenían gustos
parecidos en diferentes extremos
de España –lo cual es probable–,
o que la edición entonces tenía
un ritmo más bien pausado: también. En mi casa en la Barcelona
de los cincuenta se encontraban,
además, algunos clásicos americanos, como La vorágine, de José
Eustaquio Rivera, o los versos de
Silva: Y eran una/ Y eran una/ Y
eran una sola sombra larga!… o
de Porfirio Barba Jacob: Y hay
días en que somos tan lúgubres,
tan lúgubres,/ como en las noches
lúgubres el llanto del pinar… Incluso del maestro Valencia, que al
parecer era pariente lejano nuestro: aunque por lo visto todo el
mundo era pariente en Popayán,
de donde procede mi familia materna colombiana, donde por los
tiempos de la Independencia se
repetían más los apellidos que
en Macondo.
El libro que elegí en Bilbao fue
Cuando los dioses permanecen
silenciosos, de Mikhail Soloviev,
un título que ya de entrada lo
coloca en aquellos
años –suena a El
dios de la lluvia
llora sobre México,
del húngaro László
Passuth, otro clásico de esas bibliotecas, o Cuando la
ciudad duerme, de
Frank Yerby, posiblemente el primer
libro de adultos que me senté a
leer de corrido hasta terminarlo,
y que podría evocar con mucha
mayor precisión que casi todos
los posteriores–, y no he conseguido encontrar mayores pistas
sobre su autor. Bien es verdad
que tampoco las he buscado con
mucho empeño, no me apetece
investigar demasiado en la superficialidad de Google, donde es
preciso adentrarse bastante en el
bosque antes de encontrar
alimento. Y aquí conviene una
pequeña precisión: no es del todo
cierto que no ojee los libros antes
de emprender su lectura. Algo sí
lo hago, ya me pasó hace tiempo
la época de la lectura heroica
u obligada, y hago como recomendaba Borges: leo por placer
y si una lectura no me gusta, la
dejo. Así de sencillo. Ocurre que
también me he adiestrado en una
cierta gimnasia de la lectura, más
que una ética, y lo cierto es que
son pocos los libros de una primera división muy, muy amplia, para
entendernos, que no interesen si
se leen con los ojos abiertos, la
imaginación despierta y genuina
curiosidad. Y generosidad para
leer desnudos, con los prejuicios
justos, y entender lo que quiere
decir el autor. No es una cuestión
de generosidad, nada que ver,
sino de aprovechamiento
del tiempo y
los recursos.
O sea, que antes de emprender el viaje sí
leí algunos párrafos de Soloviev, traducido
del inglés y
publicado en
estupendas
tapas rojas duras en la
editorial Luis de Caralt
en 1973. Y al margen
de la evidencia de que se trata
de una obra “anticomunista” –
antiestalinista, precisaría yo–,
no me quisiera estancar ahí, en
ese tipo de comentario que suele
enterrar cualquier otra aproximación, para señalar que me lo
Pedro Sorela
pasé en grande recuperando
cosas que hemos quizá perdido: gran visión para contar
las vidas con antecedentes
y parentescos lejanos en
lugar de pequeños escenas
domésticas de matrimonios
debatiéndose entre los reproches, o cierta inocencia
de los héroes, por ejemplo,
héroes dispuestos a cualquier
cosa por defender una idea.
En este caso, el benjamín de
una familia de cosacos altos
y resistentes, educado en los
espacios abiertos, como el
Taras Bulba de Gógol, que
una vez convertido al comunismo por pura generosidad y
lógica igualitaria, como fue el
caso de tantos, se va desanimando hacia el ecuador del
libro y termina desafiando de
frente al mismísimo estalinismo. Que ya es desafiar. Si se
le compara con los testimonios de Koestler,
Solzhenitsin, Herling, Tsvetaeva o, sobre todo, los relatos de Shalámov, uno comprende que la de Soloviev,
aunque muy probablemente
inspirada en una experiencia
personal, es una novela en
el sentido melancólico del
término.
Pero no es una “crítica”
lo que pretendo traer
aquí, ni siquiera un comentario o la habitual
paráfrasis, sino el relato
del suave y sugerente placer
de, en una tarde de sirimiri
en Bilbao, coger un libro al
azar en una biblioteca armada
a lo largo de años con gusto
y ambición. Si bien se mira,
un placer igual al de mis
primeros libros, cuando en
una casa sin televisión, mis
padres, que yo recuerde, me
permitían coger más o menos
lo que quisiese de una biblioteca que ocupaba las cuatro
paredes de una habitación de
techo alto, en la convicción
de que nada que estuviese
ahí podía ser malo, que ya lo
dejaría yo para mejor ocasión
si me aburría, y que no había
libros para mayores, para
mujeres, para chicos ni
subrayados por premios
ni recomendados por suplementos, y por no haber no
había ni portadas muy distintas: en la casa de mis padres
se mandaban encuadernar los libros en dos o
tres modelos, como era
de uso entonces. Lo único
que había, y doy fe de ello,
era literatura, y casi siempre buena, y se confiaba en
la libertad, la creatividad y
el gusto del lector.
PLIEGO
llevarse novelas que uno no haya podido
afrontar en su vida diaria durante el año.
Esa necesidad de justificarnos para lo
ligero es terrible, y así nos va.
3. Quien diga que no le afecta, miente.
Miente o es un friki. Claro que me afecta
la actualidad.Primero por los autores.
Hay una buena cuota de libros que son
de autores recientes, que están en las
mesas de novedades o lo han estado.
Y segundo por los temas. Hay asuntos
de los que hoy es necesario ocuparse y
que hace cinco años nos podían parecer
marcianos. Yo tengo una tentación
clásica que se acentúa también con la
edad, pero el mundo de alrededor está
continuamente interfiriéndome.
Javier Moro (Madrid,
1955) se adentró con
El imperio eres tú
(Planeta) en el proceso
fundacional de Brasil
y la biografía de Pedro
I, primer emperador
del país sudamericano. Con esta novela,
Moro obtuvo el Premio Planeta 2011.
1. Estoy leyendo la biografía de
Steve Jobs porque me interesa. Yo
vivía en California cuando se tramaba
el nacimiento de Apple. Además, está
bien escrita. También estoy leyendo,
en francés, Le Fils, un conmovedor
libro de Michel Rostain, ganador del
último Premio Goncourt, en el que un
hijo, muerto a consecuencia de una
enfermedad súbita, consuela a su padre
desde el más allá. Como he dicho,
poético, conmovedor y maravilloso. Y
también he leído una pequeña novela
que me ha encantado, La delicadeza, de
David Foenkinos, un historia de amor
que me pareció un deleite.
28
CUESTIONARIO
2. Creo que hay que leer para
distraerse, para divertirse, para
aprender, para retrasar la llegada del
Alzheimer y las demencias seniles
y, sobre todo, para soñar, para vivir
una doble vida, para abstraerse de lo
cotidiano y viajar por otros mundos a la
sombra de un algarrobo o de un toldo
en la playa. Y también para reflexionar
sobre la prima de riesgo y esas cosas
tan arduas y deprimentes, para intentar
entender las razones de nuestro desastre
nacional y, sobre todo, para relativizar
nuestra situación en la Historia (¿O es
que alguien querría volver atrás en el
tiempo cuando los dentistas no usaban
anestesia, o cuando Franco construía el
Valle de los Caídos?).
3. No. La actualidad está ya tan
presente en Twitter y en los medios, que
no es un criterio a la hora de elegir mis
lecturas. La literatura es como la vida
misma: hay de todo, y para todos los
gustos. Lees dependiendo de lo que te
pide el cuerpo.
Andrés Ortega
(Madrid, 1954)
construye en Sin alma
(Galaxia-Gutenberg)
un homenaje a la
ciencia y a su diálogo
con la religión, y
especialmente a la neurociencia y la
idea del alma inmortal, a partir de El
profesor, discípulo de Ramón y Cajal.
1. Death, de la filósofa Shelly Kagan,
y The Undead, de Dick Teresi, porque
son temas que prolongan mi
novela Sin alma. También How
Much is Enough, de Robert y
Edward Skidelsky, porque
es una excelente
reflexión sobre la
insaciabilidad en
nuestras sociedades.
Le bal, de Irène
Némirovsky, porque
no lo había leído y
me gusta mucho esta
escritora cuya vida
truncaron
los nazis.
2. Para olvidar, nunca. Leo para
reflexionar, para disfrutar con nuevas
ideas, nuevas situaciones o nuevas
formas de escribir.
1. ¿Qué está leyendo usted este
verano? ¿Por qué?
2. En estos tiempos, ¿leer para
olvidar o leer para reflexionar?
¿Leer para…?
3. ¿Afecta la actualidad a las
lecturas que elige? ¿Cómo?
3. Sí, porque hay muchos temas
relevantes. Mencioné antes a Robert
Skidelsky, biógrafo de Keynes. Creo
que en medio de la tormenta hay que
intentar ver los nuevos horizontes.
José Ovejero (Madrid,
1958). Poeta, novelista
y traductor, ha ganado
el Premio Anagrama
de Ensayo por La ética
de la crueldad, una
original aventura
teórica a través de la literatura contraria
a la cultura del espectáculo y la asepsia
contemporánea.
1. Estoy leyendo un ensayo de Michael
Schmitd-Salomon que no existe en
español. La traducción aproximada sería
“Más allá del bien y del mal; por qué
sin la moral somos mejores personas”.
Me interesa mucho su propuesta de
humanismo ateo, que prescinde de
conceptos básicos del humanismo
cristiano, como la libertad o la culpa,
para explicar la realidad, pero no
desde el nihilismo o el escepticismo,
sino precisamente construyendo una
teoría que pretende ser la base de una
sociedad mejor.
2. En estos tiempos y, en cualquiera,
las dos posibilidades no son
excluyentes. A veces necesitamos
descansar, olvidar, escaparnos; no
tengo nada en contra de la
literatura que nos entretiene,
lo mismo que no tengo
nada en contra del
fútbol o de los concursos
televisivos. Sí estoy en
contra de la dictadura
del entretenimiento; la
literatura, como la filosofía o
la economía, no tiene por qué
ser entretenida, no es esa su
máxima aspiración. Otra
de sus funciones es precisamente
despertarnos, sacudirnos, hacernos
reflexionar, poner en tela de juicio
nuestros valores y nuestras creencias,
obligarnos a revisarlos. En general,
29
PLIEGO
prefiero esa literatura incómoda que me
saca de las rutinas de mi pensamiento
y mis emociones y, en lugar de dejarme
hundirme plácidamente en el sillón, me
obliga a incorporarme y a leer con más
atención.
3. Afecta poco a la ficción que leo,
salvo en la medida en la que la
publicidad nos afecta a todos,
llevándome a veces a
comprar libros porque
se habla tanto de ellos
que acabo dejándome
convencer. En cuanto a
los ensayos, sí afecta la
actualidad; suelo leer ensayos
sobre temas que me parecen
importantes para entender o
para cambiar la realidad en la que
vivimos: por ejemplo, algunos ensayos
de Slavoj Zizek, como En defensa de la
intolerancia, o El pacto de lucidez o la
inteligencia del Mal, de Jean Baudrillard.
Libros, en fin, que me hablan del mundo
que me rodea y que me afecta. Por
supuesto, a menudo no se puede hablar
de la actualidad sin hablar del pasado,
por lo que también me interesan autores
como Richard Sennett o Tony Judt, que
pueden analizar el presente remontando
desde sus raíces históricas.
José Luis Rodríguez
del Corral (Morón
de la Frontera, 1959)
fue librero antes que
escritor. En Blues de
Trafalgar (Siruela,
Premio Café Gijón), se
adentra en un capítulo contemporáneo
de corrupción política en Andalucía para
escribir sobre la culpa.
1. Ahora tengo sobre mi mesa tres
libros. Primero, Danza de dragones,
el quinto tomo de Canción de hielo
y fuego, de George R. R. Martin.
Saga que vengo siguiendo desde
que apareció en nuestro idioma con
extraordinario placer y espero que
con algo de aprovechamiento, porque
a esta moderna novela de caballerías
la hubiera absuelto Cervantes en su
Escrutinio y es, para mí, muy buena
literatura. El segundo es En casa. Una
breve historia de la vida privada, de
Bill Bryson. Es una obra enciclopédica
que cuenta el origen y la evolución de
30
las diversas habitaciones de la casa: el
cuarto de baño, la cocina, la alcoba…,
conformando así una especie de historia
universal pródiga en anécdotas, desde
los inicios de la refrigeración al felpudo
de la entrada. Y el tercero, Meridiano
de sangre, de Cormac McCarthy. Es una
relectura con la que estoy
disfrutado más que con la
primera, hace algunos años.
De manera más explícita
que las otras, esta es una
lectura para aprender. La
leo con miras de aprendiz
de mago. He terminado
recientemente las Memorias
de un hombre de acción,
de Pío Baroja, completa del primero
al último de sus veintitantos libros,
que me han entretenido, aburrido y
entusiasmado todo el mes de junio.
2. Yo nunca he leído para olvidar;
para eso se bebe, o eso dicen. Abstraerse
de la realidad circundante es algo
que proporciona toda literatura y, al
mismo tiempo, cualquier obra puede
darte motivos de reflexión. Para mí,
la pobreza comienza siempre con la
pobreza de espíritu. ¿Leer para…? Leer
para todo, para lo que cada uno quiera.
Para mejorar, desde luego, porque lo
importante de las lecturas no es lo que
se recuerda, sino lo que se asimila,
en un proceso oculto parecido a la
digestión.
3. Afecta “mi” actualidad, los
empeños que tenga en ese momento
y mis obsesiones de siempre. Lo que
pasa en nuestro país me afecta y me
preocupa, y de hecho eso se refleja en
mi última novela, pero eso no influye
más que tangencialmente en mis
elecciones como lector. Siempre he
leído obras de economía, sociología, de
antropología, de historia, tanto o más
que de literatura. Y de nuestro desastre
actual hace tiempo que tengo formada
una opinión.
Fernando San
Basilio (Madrid,
1970). El joven
vendedor y el estilo
de vida fluido
(Impedimenta) es la
tercera novela de un
autor corrosivo que se había asomado al
panorama literario en 2006 con Curso
de librería (Caballo de Troya):
1. Ahora mismo, un libro maravilloso
de Magnus Mills, El encierro de las
bestias (Muchnik Editores o, en bolsillo,
Quinteto), que cuenta las peripecias de
tres mindundis que se dedican a instalar
cercas para el ganado, vallas altamente
tensionadas, en el norte de Inglaterra.
No ocurre nada reseñable salvo unas
cuantas muertes inopinadas y ligeros
cambios en la gradación de la cerveza
que les dan en los distintos pubs. Lo
encontré en la biblioteca pública de
mi barrio y de manera casual, no lo
buscaba ni sabía nada de él, pero ahora
comprendo que se trataba de una señal
(es broma). Tengo intención de releer El
primo Basilio (no me gusta cuando los
escritores dicen “leo poco, releo mucho,
bla, bla, bla”, pero en fin…) o alguna
otra cosa de Eça de Queiroz, de quien
acabo de leer Estampas egipcias (las
recomiendo sin ningún pudor pese a que
han sido editadas por… ¡Impedimenta!).
2. Una vez leí una entrevista a un
escritor que decía que él leía para
olvidar y escribía para reflexionar, lo
cual suena tan bien que se puede decir
al revés. Es más, es muy probable que
lo dijera al revés: leer para reflexionar y
escribir para olvidar. Eso que llamamos
olvidar, o evadirse, es también una
forma de meditación, el resultado de
una reflexión muy poco exaltada: en
cualquier parte mejor que aquí.
3. ¿La actualidad política, económica,
social? No mucho, la verdad. En
CUESTIONARIO
cuanto a la actualidad literaria o a las
evoluciones de la industria editorial,
solo muy levemente porque no soy un
comprador compulsivo. Elijo las lecturas
con arreglo a consejos de amigos,
pasiones personales y algún criterio
pseudofilológico: durante un tiempo
hice un estudio de literatura comparada
dedicado a autores apellidados Roth:
Philiph, Joseph y Henry, siendo este
último el que me llevó a cotas más altas
de emoción.
Marta Sanz (Madrid,
1967). Con Un buen
detective no se casa
jamás (Anagrama),
vuelve a demostrar
su dominio de los
juegos literarios y del
registro satírico. La segunda entrega
del detective Arturo Zarco, después de
Black, black, black.
1. Estoy leyendo Verano, de J. M.
Coetzee, porque para mí era una
asignatura pendiente de un escritor
que siempre me inquieta por su
compromiso con la realidad y con la
escritura. Escribir una autobiografía
desde la perspectiva de las entrevistas
que lleva a cabo un biógrafo después
de que el propio Coetzee ya esté
supuestamente muerto, me parece una
idea de una brillantez enorme que,
con imaginación, distanciamiento y
una gran sabiduría narrativa, atenúa
el prejuicio de egocentrismo que se le
suele imputar al género. Y me llevo en la
maleta Tenemos que hablar de Kevin. La
película me sobrecogió, pero creo que no
llegué a entender del todo las razones
y los vínculos entre los personajes.
Era demasiado “económica” y, por esa
razón, desconcertante. Estoy segura de
que con las seiscientas páginas de la
novela de Lionel Shriver, publicada en
Anagrama, no me pasará lo mismo.
1. ¿Qué está leyendo usted este
verano? ¿Por qué?
2. En estos tiempos, ¿leer para
olvidar o leer para reflexionar?
¿Leer para…?
3. ¿Afecta la actualidad a las
lecturas que elige? ¿Cómo?
2. Yo nunca leo para olvidar. No me
gusta la cultura que actúa como una
media delante de la cámara y difumina
la realidad. A mí me gustan los libros
que, después de haberlos leídos, me
dan la impresión de que veo mejor. Me
gustan los libros que de un modo u otro
me dejan tocada. Y cuando digo “de un
modo u otro” no es una frase hecha, ya
que me refiero a que me puedo quedar
tocada con un libro de Coetzee, pero
también con uno de Agatha Christie o
de Gaston Leroux.
3. La actualidad afecta a los libros
que leo en la medida en que estoy
condicionada por las novedades que
se van publicando y porque me gusta
compartir interpretaciones y lecturas
con otras personas que han leído un
libro casi al mismo tiempo que yo.
Como escritora, la actualidad también
está presente en los libros que quiero
escribir, pero no se trata de una
actualidad enfocada periodísticamente,
sino literariamente: lo que me duele,
lo que me preocupa, lo que quiero
compartir con los demás tratando
de superar los lugares comunes y la
homogeneidad del discurso dominante.
Lo que no vemos aunque esté delante de
nuestras narices, o precisamente porque
lo tenemos delante de nuestras narices.
Javier Sierra
(Teruel, 1971) viaja
con su último best
seller, El ángel perdido
(Planeta), desde el
pórtico de la Gloria a
la cumbre del monte
Ararat persiguiendo unas misteriosas
piedras, las adamantas, que encierran
las claves del mito del “diluvio
universal”.
1. En verano leo las novelas que no
he tenido tiempo de disfrutar durante
el año. Este año tocan Últimas pasiones
del caballero Almafiera, de Juan Eslava
Galán; La tabla esmeralda, de Carla
Montero; El puente de los judíos, de
Martí Gironell; y La leyenda del ladrón,
de Juan Gómez-Jurado. Creo que me
dará tiempo.
2. En verano, leer para disfrutar. Este
año solo he leído ensayo y toca relajarse.
3. En las profesionales, sin duda.
Pero la “actualidad” que me interesa de
verdad es histórica, y se acaba en 1969,
con la llegada del hombre a la Luna,
nuestra última gran gesta como especie.
Me gusta ver las cosas con perspectiva.
José Carlos Somoza
(La Habana, 1959)
es uno de los más
versátiles autores de
las letras españolas.
Con Tetrammeron (Seix
Barral), su última
novela, no solo regresa a la ciencia
ficción, sino que, de nuevo, se reinventa
a sí mismo de la mano de Soledad, su
protagonista.
1. Suelo leer siempre varios libros a la
vez. Estoy leyendo No es país para viejos,
de Cormac McCarthy; Excesión, de Iain
Banks; Antirresurreción, de Juan Ramón
Biedma; El puño de Dios, de Frederick
Forsyth; Canterbury Tales, de Geoffrey
Chaucer; y la Trilogía de la Fundación,
de Isaac Asimov. El verano es muy
bueno para sumergirse en la ciencia
ficción, pero también para asomarnos a
esos libros como el de Chaucer (que leo
en original), que
nos dan “miedo”
por su aparente
complejidad.
2. En estos
y en todos los
tiempos, leer
para disfrutar,
leer para ser
más felices. Lo
31
PLIEGO
de “olvidar” y “reflexionar” vendrá
después: no puedes pedirles a todos
los libros que te hagan olvidar o
reflexionar, como tampoco puedes
pedirles a todas las personas que amas
que sean divertidas o muy serias. Pero
sí puedes esperar de todos ellos (libros y
personas) que te hagan feliz.
3. Pues imagino que afecta, pero
ignoro en qué medida, ya que no suelo
leer críticas literarias ni escojo mis
lecturas de entre el top diez de más
vendidos. Soy un buen lector, lo cual
quiere decir: leo lo que me apetece, todo
lo que me apetece y nada más que lo que
me apetece.
Pedro Sorela
(Bogotá, 1951),
descendiente de una
familia de tradición
diplomática y viajera,
publica ahora su
séptima novela: El sol
como disfraz (Alfaguara), una obra en la
que dibuja su visión del periodismo, a
la vez que invita a los lectores a pensar
sobre un mundo en transformación.
1. En estos momentos estoy leyendo El
humo de Birkenau (Acantilado), de Liana
Millu, un testimonio extraordinario
sobre el campo de concentración vecino
32
CUESTIONARIO
de Auschwitz. Prologado por Primo
Levi, está a la altura de los libros de
este. Hace unos días terminé Cuando
los dioses permanecen silenciosos, de
Mikhail Soloviev. Todos los veranos
leo algún clásico a fondo. Este año
me concentraré en las Memorias del
Duque de Saint-Simon, extraordinario
memorialista y, sin duda alguna, un
magnífico escritor.
2. No creo que sea posible diferenciar
los objetivos de la lectura. Un lector
avisado sacará petróleo de una lectura
en apariencia superficial… y al revés.
Leer para vivir. Qué privilegio, estar
de conversación con magníficos
contertulios. Lo difícil, a veces, es dejar
de leer y entrar en el día a día.
3. Qué duda cabe de que afecta, y en
estos tiempos difíciles, más. De algún
modo uno tiende a buscar respuestas
en los libros. Pero encontrar los libros
adecuados a esas respuestas es todo un
arte. Pues es muy discutible que sean
los que proponen los periódicos y las
“listas de…”.
Alberto VázquezFigueroa (Santa
Cruz de Tenerife,
1936). Su última
novela publicada
es La bella bestia
(Martínez Roca), en la
que narra la vida de
Irma Grese, celadorasupervisora en los
terribles campos
de concentración
y exterminio de
Auschwitz, BergenBelsen y Ravensbrück.
1. Libros sobre
ingeniería y las minas de carbón, porque
estoy preparando una novela sobre el
tema que aporte un nuevo punto de
vista a un problema que afecta a miles
de personas.
2. Por mi profesión rara vez leo para
olvidar o entretenerme; casi siempre
para reflexionar o aprender consciente
de que, a los 75 años, el tiempo se te
acaba y hay muchas cosas que aún
desconozco.
3. En los tiempos que corren lo
que me importa es ser notario de
los acontecimientos e intentar dar
1. ¿Qué está leyendo usted este
verano? ¿Por qué?
2. En estos tiempos, ¿leer para
olvidar o leer para reflexionar?
¿Leer para…?
3. ¿Afecta la actualidad a las
lecturas que elige? ¿Cómo?
soluciones que evidentemente los
políticos no saben encontrar. Y lo
curioso del caso es que existen.
Manuel Vilas
(Barbastro, 1960)
posee una literatura
que une humor,
cultura pop y una
gran imaginación.
Extraordinario poeta
–recientemente ha publicado Gran
Vilas (Visor)–, su última novela es Los
inmortales (Alfaguara):
1. Leo de todo. Poesía: Félix Grande,
José Manuel Caballero Bonald, Agustín
Fernández Mallo. Releo Cumbres
borrascosas, que es una novela que
me apasiona. Leo algunas novelas de
Philip Roth que me faltaban, como
La humillación, que es excelente.
También leo filosofía; concretamente,
la Metafísica de Aristóteles y La
fenomenología del espíritu de Hegel. No
sé el porqué. Me apetece, simplemente.
2. Leer para vivir. Si lees, estás más
vivo. La literatura es civilización y
libertad, por eso leo. Cuando digo
lectura, en mi caso, es literatura. Yo
no leo best sellers y esas cosas. Eso no
tiene nada que ver con la literatura. Leer
libros escritos exclusivamente para el
entretenimiento me parece una pérdida
de tiempo, para eso me voy a la piscina.
Hay que leer a Kafka, a Faulkner y a
Cervantes.
3. Sí, creo que estoy leyendo filosofía
antigua, porque estamos retrocediendo
en el tiempo, probablemente por eso
estoy leyendo a Hegel.
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