Adam Smith y el marco ético de la economía CARLOS HOEVEL El pensamiento económico de Adam Smith se halla fundado, de acuerdo al propósito explícito del mismo economista escocés, en una teoría más abarcativa de la sociedad, de la moral, del hombre y hasta de Dios. No es exagerado decir que en Smith encontramos una verdadera filosofía de la economía. La obra principal que ubica en su contexto al pensamiento smithiano es la Teoría de los sentimientos morales. Junto con la más famosa -aunque no siempre atentamente estudiada- Riqueza de las naciones, la Teoría plantea lo que los estudiosos alemanes de Smith llamaron demasiado solemnemente a gusto de los anglosajones- `Das Adam Smith Problem" (el "Problema Adam Smith"). Este "problema" no es otro que el del marco ético de las tesis económicas del economista y filósofo de Glasgow. El objeto de este artículo es pues, en gran medida, acercarnos a este "problema" a través de las páginas de la Teoría de los sentimientos morales. Sin embargo, creo que el estudio de esta obra no sólo ayuda a esclarecer el contexto del pensamiento económico smithiano, sino que contribuye a arrojar no poca luz para la comprensión del marco último en que se desenvuelve la entera historia de la ciencia económica. El desafío de la era racionalista Para entender la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith es necesario a mi juicio tener en cuenta que su autor la escribió teniendo en mente lo que podríamos llamar, en un sentido amplio, el "pensamiento conti40 nental." De hecho, creo que su objetivo es refutar lo que él denomina, parafraseando la famosa definición pascaliana, al "hombre de sistema"("man of system").1 La base del "pensamiento continental", que es generalmente puesto bajo el nombre común de "racionalismo", fue establecida por Descartes y especialmente por la serie de filósofos que lo sucedieron. Este movimiento había proclamado que la razón podría explicar todos los aspectos de la vida humana. De hecho, los racionalistas sostenían que el hombre ha vivido siempre inmerso en un mar de dudas y perplejidades porque no se ha decidido nunca a razonar de un modo verdaderamente correcto. La humanidad ha estado envuelta en desgarradoras luchas sobre los "principios verdaderos" porque los ha buscado erróneamente a partir de prejuicios, pasiones o impresiones falsas obtenidas del dudoso "sentido común" de nuestra débil naturaleza. De este modo, la gran revolución racionalista proclamó que existía una sola solución para este problema a saber: separar la razón de estas fuentes del error. Así, los racionalistas comenzaron a considerar la razón casi como un instrumento autónomo que no necesita del mundo externo para encontrar sus fundamentos. La razón encuentra su base en los principios implícitos en la razón misma y no en las sensaciones o pasiones del cuerpo, los prejuicios tradicionales, etc. Una vez que estos principios han sido firmemente detectados, la razón sólo tiene el trabajo de deducir las consecuencias que de ellos se desprenden de manera coherente. El ideal racio- nalista está en explicar la estructura entera del mundo sin tener que salir del sistema abstracto deducido de la razón. Por otro lado, la "naturaleza" (el cuerpo humano y sus pasiones, el mundo animal, en una palabra, todo lo que después se llamó "irracional") comenzó a perder con el racionalismo su antigua condición de "orden con sentido" y empezó a ser entendida como mera "materia," como un mundo regido por una mecánica ciega (la "res extensa" cartesiana es pura cantidad desprovista de cualidades y finalidad intrínsecas). De esta manera, los racionalistas fueron en parte responsables de lo que podría llamarse el "divorcio moderno entre razón y naturaleza." Aunque trataron repetidas veces de salvar este "hiato" (lo que de manera tan gráfica se ha llamado clásicamente el "problema del puente") la solución que proponían no era muy consoladora: intentaron explicar el variado y rico mundo de lo empírico "a more geométrico." Por lo demás, el racionalismo no sólo fue una escuela filosófica sino que constituyó ante todo un poderoso movimiento (especialmente en Francia) de centralización, sistematización y organización de la vida ética (piénsese en el abuso de la casuística), del derecho (los excesos en la codificación son fruto de este pensamiento racionalista a diferencia del anglosajón), de la política (la portentosa devastación del regionalismo francés y sus tradiciones tanto por el Absolutismo de Luis XIV como luego a manos de la Revolución y de Napoleón) y de la economía ( la racionalización de la tierra y del campo por las teorías fisiocráticas). En una palabra, el objetivo era extender el abstracto "esprit de geometrie" hasta los confines mismos de la tierra. ¿Vuelta a la naturaleza? Considero a la Teoría de los sentimientos morales como una de las reacciones del siglo XVIII a este modo racionalista de pensar. De hecho, me parece que la tesis sostenida allí por Smith está basada en la convicción -típicamente anglosajona- de que el intento de fundar un orden de cualquier tipo (científico, moral, político, económico) a partir del desarrollo coherente de una razón abstracta es utópico y en última instancia destructivo. A cambio de esto nuestro autor propone una solución que habría de llenar de entusiasmo a muchas generaciones inspiradas en su idea: el verdadero modo de lograr un orden es dejar a la naturaleza hacer su trabajo libremente. La primera impresión al leer el libro de Smith es que él defiende la idea de un orden natural creado por un Dios sabio a partir del cual los hombres pueden encontrar una dirección y un sentido espontáneos para sus acciones. De hecho, estamos tentados a percibir en su libro una atmósfera nueva de "aire fresco" y de confianza en el orden de la naturaleza, bien diferentes de la desconfianza y reclusión del "espíritu de sistema" racionalista: "La felicidad de la humanidad...parece haber sido el propósito original perseguido por el Autor de la Naturaleza... No otro fin parece digno de su suprema sabiduría...; y esta opinión...es confirmada más aún por el examen de las obras de la naturaleza, que parecen todas hechas para promover la felicidad y defendernos de la miseria."2 La premisa de la existencia de un orden natural con sentido creado por Dios parece ser para Smith el punto filosófico inicial de su argumento sobre la necesidad de una abstención creciente de la intervención artificial del hombre en los diversos campos de la vida moral, social y también económica (tengamos presente aquí la célebre "mano invisible"). Las acciones humanas tienen el rol de colaboradoras y no "constructoras" en virtud de la prioridad de este orden natural (¿es posible no recordar aquí el resurgimiento de este argumento "anticonstructivista" neo-smithiano por F. Hayek como una de las filosofías de la economía más potentes de las últimas décadas?). Se supone que el hombre no debe obstruir este orden sabio y lleno de sentido: "Pero actuando de acuerdo al dictado de nuestras facultades morales, perseguimos necesariamente los medios más eficaces para promover la felicidad de la humanidad y podría decirse entonces, en cierto sentido, que cooperamos con la deidad y hacemos avanzar en la medida de nuestras posibilidades el plan de la Providencia. Actuando de otra manera, obstruimos en cierta medida el orden que el Autor de la naturaleza ha establecido para la felicidad 41 y la perfección del mundo y nos declaramos a nosotros mismos, de algún modo, como los enemigos de Dios."3 Por lo demás, es evidente que Smith quiere emparentar su propia teoría con las doctrinas más respetables y autorizadas del antiguo derecho natural clásico. Explícitamente se refiere hacia el final de su obra a Platón y Aristóteles y a lo que llama las "sublimes teorías" de los estoicos 4: en los tres el mandamiento central es "vivir de acuerdo a la naturaleza y obedecer aquellas leyes y orientaciones que la naturaleza, o el Autor de la naturaleza, ha prescripto para nuestra conducta."5 A primera vista, estas fuertes afirmaciones ubicarían a la filosofía de Smith -subyacente a su teoría ética, social y económica- en la tradición del derecho natural clásico y también, por ende, del derecho natural cristiano. Lograría Smith así superar el "problema del puente" planteado por los racionalistas, fundando su nueva teoría económica sobre una filosofía donde la acciones racionales del hombre no harían violencia a la naturaleza o a su Autor. Sin embargo -y a pesar de los muchos argumentos que intentan presentar en Smith las cosas de esta forma- considero que esta interpretación es falsa. Trataré de mostrar a continuación cómo a mi juicio allí se omite un punto central que, bien considerado, deja la fundamentación "teológico-natural" en Smith frustrada desde su raíz. La piedra de toque En mi opinión no se puede entender la Teoría de los sentimientos morales ni tampoco el trasfondo de la Riqueza de las naciones si se deja de lado su piedra de toque que, por otra parte, no sólo abre la mente para entender a Adam Smith sino quizás permite también una verdadera comprensión de la mayor parte del pensamiento anglosajón. Esta piedra de toque es la filosofía empirista que está detrás de su pensamiento. Aunque Smith presenta diferencias con el pensamiento de su maestro David Hume, sus argumentos están basados en los mismos principios empiristas. De este modo, los estándares para la acción humana presentados por Smith y el proceso de dilucida42 ción de estos estándares no pueden ser explicados si esta base empirista permanece ignorada. En efecto, aunque Smith no desarrolla una teoría del conocimiento explícita, (como sí lo había hecho Hume y antes de él Locke; Smith sólo desarrolla una teoría del lenguaje), el pensador escocés presupone, a mi criterio, la conclusión de Hume de que el único tipo de conocimiento que los seres humanos pueden tener es el que proveen los sentidos. Resumiendo la compleja teoría humeana, puede decirse que en ésta se niega toda capacidad a la razón humana para captar algo más allá de las sensaciones físicas. Así -podemos concluir- los empiristas sostienen que no conocemos lo que las cosas son en sí mismas; no hay posibilidad de captar lo que los antiguos llamaban la "esencia" o "naturaleza" de una cosa; sólo podemos percibir lo que las cosas parecen ser frente a nuestros sentidos. Es verdad que Smith nunca nos da una explicación explícita de sus premisas gnoseológicas. No obstante, puede probarse -como sostiene el estudioso norteamericano de la Universidad de Chicago Joseph Cropsey- que en la Teoría de Smith hay una clara "incapacidad de la razón para discernir la naturaleza de las cosas" y una "radical impotencia de la mente y sus auxiliares," lo que finalmente lleva a la conclusión escéptica de la "no-existencia de naturalezas que puedan ser conocidas."6 Esta "radical impotencia" de la razón no aparece como una teoría del conocimiento, pero puede verse claramente en la descripción que hace Smith de la conciencia moral. De acuerdo a la tradición clásica (por ejemplo Platón, Aristóteles, los estoicos, el pensamiento cristiano especialmente católico) la conciencia moral está basada en reconocer con nuestra capacidad intelectual una esencia objetiva (o "naturaleza") de las cosas (y de nosotros mismos) y en tomar esta esencia como la regla para medir nuestras acciones. Pero Adam Smith rompe completamente con esta tradición cuando niega esta capacidad de la razón y reduce la conciencia al nivel del sentir. En tanto los filósofos griegos pensaban que la razón nos ayuda a ir más allá de las sensaciones y sentimientos subjetivos y alcanzar un criterio objetivo que nos permita ordenar nuestra conducta, Smith sostiene que la única medida es nuestra sensibilidad subjetiva. De hecho, la virtud y el vicio no son -según Smithmedidas por la "recta razón" (este es el nombre que dieron Aristóteles y los estoicos a la razón que se adecua a la esencia de las cosas), sino que están regidas por las meras sensaciones físicas: "Si la virtud es deseable y el vicio reprobable no es la razón la que distingue estas diferentes cualidades sino los sentidos y las sensaciones."7 De este modo el empirismo de Smith lo lleva necesariamente a un subjetivismo. Siendo nuestra razón impotente para encontrar un orden objetivo más allá de nuestras sensaciones, la única manera de establecer si una acción es buena o mala es sabiendo si agrada o repugna a nuestros sentimientos. En otras palabras, el juicio sobre la esencia misma de las cosas es reducido a nuestra reacción sensible subjetiva: "Cualquier cosa que gratifique al gusto es dulce, cualquier cosa que agrade al ojo es hermosa, cualquier cosa que suene bien al oído es armoniosa. La esencia misma de cada una de estas cualidades consiste en su adaptación al agrado del sentido al que se dirigen...Lo que es agradable a nuestras facultades morales es correcto y bueno y es lo que debe hacerse; lo contrario es incorrecto, malo y no debe hacerse...Las palabras correcto, incorrecto, bueno, malo, adecuado, inadecuado, significan solamente aquello que agrada o desagrada a nuestras facultades."8 La retórica del orden natural De acuerdo a la ética clásica el ideal moral del hombre se resume en la expresión "vivir según la razón" que es lo mismo que "vivir según la naturaleza o el orden natural" tal como lo explica Leo Strauss: "Una cosa es buena cuando hace bien la obra que le es propia. El hombre es bueno si hace bien la obra propia del hombre en cuanto hombre. Una vida buena es aquella vivida de acuerdo al orden natural del ser del hombre...la vida de acuerdo a la naturaleza, la vida de la excelencia o virtud humana..."9 ¿Es este "orden natural" en sentido clásico al que se refiere Smith como fundamento úl timo de su pensamiento ético, social y económico? A mi juicio la respuesta es inevitablemente negativa. De hecho, una de las consecuencias más importantes de la filosofía empirista implícita en el pensamiento de Smith es que ésta hace imposible una fundamentación coherente de una idea de orden natural. En efecto, la expresión " orden natural" expresa la idea de que el modo y la dirección del desarrollo y las acciones de los seres está indicado en la naturaleza o esencia misma de dichos seres. En el caso del hombre, la medida de su actuar está inscripta en su propio ser y su verdadera libertad está en seguir del modo más fiel las finalidades contenidas en su esencia, que él no crea, sino que recibe como algo "dado", como algo "natural." Ahora bien, de acuerdo a Smith quien sigue fielmente a Hume en este puntono sabemos nada sobre "naturalezas" o "esencias" y, por tanto, menos podríamos saber aún sobre el orden inscripto en ellas indicando el modo y los fines para su desarrollo. En el plano del conocimiento el empirismo sostiene que el orden que encontrarnos en nuestras sensaciones formando conjuntos perceptivos no proviene de una esencia objetiva y permanente sino que es fruto exclusivo de un hábito psicológico surgido de la repetición frecuente de una misma experiencia. De ahí que todo orden no sea para los empiristas más que la manera "habitual" o "regular" en que "de hecho" solemos "conectar" nuestras sensaciones, no habiendo ninguna "razón necesaria" para sostener que este orden no podría ser completamente otro variando las experiencias, las circunstancias, los condicionamientos psicológicos, etc. En el plano moral ocurre otro tanto. De hecho, el orden moral ya no es, como en la doctrina clásica, el cumplimiento de la ley natural inscripta en la propia esencia; no hay nada "esencial" o "naturalmente" bueno o malo ya que las normas de la acción son el resultado exclusivo de una generalización empírica y puramente inductiva de experiencias sensibles subjetivas repetidas en varias ocasiones: "...es completamente absurdo e ininteligible suponer que las primeras percepciones del bien y el mal puedan ser derivadas de la razón... Estas primeras percepciones, así como también todas las otras experimentacio- 43 nes a partir de las cuales todas las reglas generales están fundadas, no pueden ser objeto de la razón sino que son objeto del sentido y de las sensaciones inmediatas. Es encontrando en una vasta variedad de situaciones que un tipo de conducta constantemente agrada a nuestra mente de una cierta manera y que otro tipo de conducta constantemente nos desagrada, como formamos las reglas generales de la moral." 10 Tal como lo afirma con contundencia Joseph Cropsey: "No tenemos que el olvidar que el propio Smith sostiene que su Teoría de los sentimientos morales `no trata lo que es de derecho sino lo que es de hecho.´ ” 11 De este modo, cuando Adam Smith fundamenta sus teorías morales y económicas en la idea de un "orden natural," "dotado de leyes y finalidad" y presidido por un "Dios sabio," usa en el fondo sólo el lenguaje del derecho natural clásico pero vaciado de contenido. La naturaleza nos proporciona "hechos"(facts), "hábitos," "regularidades" pero no esencias, leyes, o razones últimas. Orden artificial Una vez que la naturaleza ha sido divorciada de la razón, no puede volver a ser de nuevo la fuente del orden. En Hume, para quien en el fondo no hay ningún orden sólido posible, la salida es la desazón y el escepticismo. Tal es también la solución de tantos escépticos del orden que hacen sentir su protesta en todas las épocas de la Modernidad. Pero Adam Smith no participa de este último humor. El acompaña aún, y hasta con cierta agilidad, el salto optimista hacia el futuro que una y otra vez el iluminismo intenta practicar. De este modo, no quiere ni puede prescindir del orden, de la razón, de alguna clase de criterio y medida. Dos conceptos claves en la filosofía de Smith son la idea de "corrección" o "adecuación" ("propriety") y la idea de "espectador imparcial" ("impartial spectator"). De acuerdo a los estoicos una acción "adecuada" ("proper") sería aquella que está "de acuerdo" al orden natural objetivo y un "espectador imparcial" sería aquel ser ideal que pudiera juzgar las acciones humanas desde un pun44 to de vista completamente objetivo (los cristianos sitúan a Dios en esta posición). Pero Smith entiende estos conceptos de una manera muy diferente. De acuerdo a él no conocemos nunca un "orden natural objetivo." Así, los criterios para medir las acciones del hombre no se encuentran "verticalmente,"en lo hondo de la esencia de cada ser, sino sólo "horizontalmente," esto es, por comparación con acciones de otros individuos. De esta manera, la medida de las acciones ya no es ontológica o natural sino social o convencional. Smith llama a una acción "correcta" o "adecuada" ("proper") y susceptible de ser aprobada por el "espectador imparcial", no cuando es intrínsecamente buena sino cuando es extrínsecamente aceptada por un determinado contexto social. El juicio moral no es entonces fruto de lo que exige la realidad objetiva de una situación sino el resultado de una transacción o negociación entre sentimientos subjetivos de distintos individuos: "No se dice que la virtud es amable o meritoria por ser objeto de amor o gratitud en cuanto tal sino porque excita estos sentimientos en las otras personas. " 12 Por otra parte, este proceso de adaptación al contexto social exige -paradójicamente si tomamos en cuenta el lenguaje "naturalista" de Smith- una progresiva renuncia del hombre a su ser natural. De hecho, una vez que la naturaleza no provee de una medida intrínseca que autolimite cualquier exceso, esta medida se vuelve necesariamente extrínseca y por tanto represiva. Esto explica como Smith, habiendo comenzado con una reivindicación de lo pasional y lo sensible contra el racionalismo, termine, en virtud de la misma lógica de su propia crítica empirista, alabando las bendiciones del "dominio de sí mismo": "No podemos examinar nuestros sentimientos y motivos ni podemos formar un juicio sobre ellos a menos que salgamos de nuestro lugar natural... el dominio de nosotros mismos es necesario para conquistar nuestra sensibilidad natural."'13 De este modo, el hombre "justo" es el que se divorcia de sus sentimientos naturales para poder adaptarse mejor a este orden artificial establecido por la sociedad y así "mantiene el control de sus sentimientos pasivos en toda ocasión...nunca se atreve a olvidar ni por un momento el juicio que le dé el espectador imparcial sobre sus sentimientos y su conducta...tiene siempre la constante necesidad de modelar o esforzarse en modelar, no sólo su conducta y comportamiento externos sino incluso sus sentimientos y sensaciones internas de acuerdo a este terrible e imparcial espectador...prácticamente se identifica con este espectador imparcial y casi no siente sino aquello que este gran árbitro de su conducta le ordena sentir. "14 Ahora bien, lo central es que, más allá de toda retórica, no existe nunca una verdadera razón que justifique esta adaptación al orden social convencional. Una vez que el empirismo de Smith ha eliminado todo trazo del orden natural objetivo, la adaptación se percibe como un proceso del puro uso del poder. En última instancia, Smith llega a la conclusión característica de todo convencionalismo, esto es, la primacía de lo fáctico, del poder sobre el derecho y la razón. Es cierto que Smith y con él toda la tradición inglesa y escocesa parecen lejos de un orden social "a lo Rousseau" en que una totalidad abstracta (el Estado, la Voluntad General, etc.) impone al individuo una forzada enajenación. El ideal británico está más cerca de un orden moral, social y económico fruto del conjunto de transacciones entre individuos. Pero, en último análisis, en el contexto empirista el resultado de esta transacción nunca responde a una realidad objetiva sino al azaroso entrechoque de subjetividades arbitrarias. En una palabra, la "demanda" de la sociedad, lo que ésta "pide de hecho" se convierte en medida del bien. Por ejemplo, cuando Smith quiere señalar un mínimo criterio de moralidad para que los miembros de la sociedad "se abstengan por lo menos de robarse y matarse mutuamente" no puede dar ninguna razón última para justificar esta abstención más que la "utilidad sociar.15 En definitiva, es el poder del "todo" aunque no sea impuesto por una autoridad central sino surgido por transacción- y no la naturaleza objetiva de personas y situaciones quien determina lo que debe hacerse. Finalmente, Smith presenta este orden social artificial revestido de un carácter divino. Es claro que para Smith (como también lo era para Rousseau y luego para Comte) la idea de religión es fundamental para fortalecer el orden moral, social y económico. Pero es evidente también que no se trata ni de una religión comprensible para la razón (el empirismo de Smith anula cualquier posibilidad de teología natural, esto es, de un conocimiento de Dios a través de su Creación) ni tampoco de una religión revelada (Smith suele llamar a las formas de religión revelada como la católica "supersticiones"). Por lo tanto, no parece muy descabellado sostener que el Dios de Smith no parece ser más que un símbolo de Poder que la sociedad necesita para justificar y garantizar el orden que esa misma sociedad produce de un modo puramente inmanente y convencional: "Cuando las reglas generales que determinan el mérito o el demérito de las acciones pasan a ser vistas como las leyes de un Ser Todopoderoso que observa nuestra conducta y que en otra vida futura premiará a los que las cumplan y castigará a los que las violen, necesariamente dichas leyes adquieren un nuevo carácter sagrado... Así, los terrores de la religión refuerzan en nosotros el sentido natural del deber..."16 Conclusión Adam Smith escribió su Teoría de los sentimientos morales para demostrar que era posible concebir una ética distinta que tomara en cuenta la experiencia, las pasiones y los sentimientos de los seres humanos y fundar, a partir de allí, un nuevo tipo de orden social y económico menos cerrado y sistemático, más libre y natural. En otras palabras, presentó su obra como una alabanza de la naturaleza concreta contra la razón abstracta. De este modo, a primera vista, pensó un proyecto que pudiera tener éxito en la tarea de salvar el hiato abierto por los racionalistas entre razón y naturaleza. Además, revalorizó la gran tradición intelectual del derecho natural clásico y pudo haberla introducido como elemento fecundante en la filosofía británica de su tiempo. Por otra parte, sus reflexiones sobre la importancia de la experiencia concreta en la vida ética y sus interesantes observaciones psicológicas continúan y enriquecen la tradición aristotélica iniciada dos mil años antes. Sin embargo, todas estas buenas intenciones están frustradas de raíz por el dogma empirista al que Smith adhirió. 45 Aunque los viejos nominalistas de la Edad Media, los racionalistas continentales y el protestantismo luterano y calvinista colaboraron todos en el dramático proceso de "desencantamiento" de la naturaleza por el que ésta dejó de ser la fuente objetiva de significado, de comunicación con el Creador y, en definitiva, de medida para todo orden moral, social y económico, el llamado iluminismo escocés -y Smith tuvo un preponderante papel dentro de él- terminó por quebrar definitivamente esta última convicción. Desde entonces, la razón ha estado generalmente divorciada de la naturaleza. Sin embargo, esto no fue para beneficio de una existencia "más natural," ya que una naturaleza drenada de sentido deja nuevamente el campo libre a una razón desencarnada y arbitraria. El "optimismo ilustrado" llevó a Smith a hablar de la posibilidad de un orden basado únicamente en la "simpatía" sentimental entre los hombres. Sin embargo, la ausencia de toda razón que descubra un orden natural y real en las cosas hace que la recaída en una nueva forma de racionalismo que "ponga orden" se vuelva un proceso inevitable. Racionalismo y empirismo parecen no ser pues más que dos caras de una misma moneda. Tal como lo señaláramos al principio, el "problema Adam Smith" consiste en averiguar cuál fue la intención última del economista escocés, cuya clave está en gran parte contendida en la delicada relación entre la Riqueza de las Naciones y la Teoría de los sentimientos morales. Hay quienes ven en la segunda obra el intento de Smith de poner un marco ético y social más elevado a su panegírico de la libertad del mercado en la primera. Las virtudes de la "simpatía"y la "benevolencia" entre los hombres en la Teoría pondrían límites a las posibles arbitrariedades del "interés propio" en la Riqueza. Ahora bien, si tomamos en cuenta el planteo de este artículo, el concepto de orden natural y moral de la Teoría de los sen- 46 timientos morales no deja de ser altamente problemático como un "marco de contención" al afán de lucro y acumulación de la teoría económica smithiana. Por el contrario, el orden natural y moral presentado en la Teoría -si tomamos siempre en cuenta los pasos de nuestra argumentación (empirismo, subjetivismo, orden convencional "negociado," etc.)- parece más bien adaptado al criterio de "transacción fáctica" cercana a la que se da en los mercados que al de una adecuación a un orden más hondo y último. De este modo, cabría concluir que ya no sería la Riqueza de las Naciones la que se subordinaría a los supuestos criterios superiores de la Teoría de los sentimientos morales sino exactamente al revés. Por lo tanto, a mi juicio, la discusión en torno al empirismo implícito en la obra ética de Smith plantea serias variantes a la entera interpretación de los límites, la prioridad y la valoración de la teoría económica en el conjunto de su pensamiento y deja en claro las duras exigencias teoréticas que enfrenta cualquier intento de búsqueda de un "marco ético" verdaderamente sólido para cualquier doctrina económica en general. 1 Adam Smith, The Theory of Moral Sentiments, Liberty Fund, Indianapolis, 1984, p.233/234. 2 Ibid., p.166. 3 Ibid., p.166. Ver también p. 236. 4 Ibid., p.289. 5 Ibid., p.273. 6 Joseph Cropsey, Polities and Eronomy, Greenwood Press, Connecticut, 1977, p.5. 7 Adam Smith, Ibid., p.320. 8 Ibid., p.165. 9Leo Strauss, Natural right and History, The University of Chicago, 1949, Lecture V, p.4. "' Adam Smith, Ibid., p.320. 11 Joseph Cropsey, Op. Cit., p. 24. Ver también Adam Smith, Theory...,p.77, nota. 12 Adam Smith, ibid., p.113. 13 Ibid., p. 110/p.147. 14 Ibid.,p.146. 15 Ibid., p.86. 16 Ibid., p. 170/164.