Visite T yndale en Internet: www.tyndaleespanol.com y www.BibliaNT V.com. TYNDALE y el logotipo de la pluma son marcas registradas de T yndale House Publishers, Inc. Ética bíblica: Fundamentos de la moral cristiana © 2014 por Emmanuel Buch. T odos los derechos reservados. Originalmente publicado en el 2010 por Ediciones Noufront, con ISBN 978-84-92726-09-7. Fotografía del autor © por Emmanuel Buch. T odos los derechos reservados. Diseño: produccioneditorial.com El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia. ISBN 978-1-4964-0191-5 A la memoria de Juan Luis Rodrigo Marín, modelo para la vida y el ministerio cristiano, cuyo ejemplo me acompaña a diario. { I. PRELIMINARES 1. PRINCIPIOS Y OBJET O DE LA ÉT ICA Podríamos definir la ética como una parte de la filosofía que se ocupa de los actos morales, pero la complejidad de la reflexión ética nos fuerza a ser más exigentes, de modo que seguimos a José Luis L. Aranguren en su intento de dibujar el perfil y delimitar progresivamente el objeto que le es propio a la ética, frente a otros saberes cercanos. Para este propósito, nada mejor que atender los puntos de partida o principios desde los que iniciar la reflexión.[1] 1. Principio metafísico Antes de preguntarnos por lo bueno y lo malo moral parece lógico ocuparnos primero del propio hombre, su esencia y naturaleza, su lugar en el mundo, su fin último. Por eso tradicionalmente se ha asignado a la Metafísica el lugar de mayor privilegio, el título de “ filosofía primera”, y parece necesario, por tanto, estudiar este primer principio de la ética para delimitar qué tipo de relación mantiene con ella. Sin embargo, hay que advertir también que: “ toda metafísica, finalmente, se consuma y se deja juzgar por la ética que ella hace posible.”[2] Y aún más: ante el horror del siglo XX simbolizado por Auschwitz algunos filósofos han procurado un principio distinto, haciendo precisamente a la ética como filosofía primera. De la conmoción por los exterminios en la Europa del siglo XX, hija de la Ilustración, dan cuenta la teología y la filosofía de la segunda mitad del siglo, pero lo hacen también los poetas y la suya es una voz en ocasiones aún más honda.[3] Frente al mundo diabólico sintetizado en Auschwitz ya no cabe filosofía ni teología alguna que no se haga eco de semejante realidad. El pensador de origen judío Emmanuel Lévinas, que perdió a su familia en los campos de exterminio nazis, hizo suyo ese reto procurando edificar toda la reflexión filosófica desde el interrogante ético por el semejante, por el otro, en particular por el que sufre. Lévinas enfatiza “ la universalidad absoluta de la ética, que consiste en ser responsable de todo y de todos ante todos.”[4] La ética es para Lévinas la filosofía primera a partir de la cual las demás ramas de la metafísica cobran sentido, porque la pregunta primera en el ámbito de lo humano es la cuestión de la justicia: desde el momento que el otro me mira soy responsable de él, su responsabilidad me incumbe[5]. Sería temerario descalificar el itinerario seguido por la filosofía occidental que hasta el presente ha hecho en general de la ontología la filosofía primera, pero en este punto nos sentimos especialmente cercanos al intento y la sensibilidad de Lévinas. 2. Principio psicológico o antropológico Otro principio de la Ética resulta de la pregunta por el origen de la moral en el hombre y su relación con la psicología. Es preciso definir si la moral le viene al hombre “ desde fuera” o por el contrario la moral es algo constitutivamente humano que hunde sus raíces en la psicología, en la antropología. Frente al sociologismo que apuesta por lo primero, afirmamos más bien lo segundo: aunque la ética no puede reducirse a psicología brota de esta, ya que todo hombre, aun antes de ser bueno o malo, es moral por ser inteligente y libre. 3. Principio genético-histórico Es importante estudiar el principio y desarrollo de la ética a propósito de la pregunta por su carácter primario, si es individual o social. Entendemos que la ética no puede ser reducida a política o sociología, pero es igualmente cierto que posee una dimensión social: todo lo que hacemos ocurre no en el vacío sino en una situación concreta, en una situación social. Más aún, debemos hablar de coresponsabilidad, de solidaridad ética: todo lo que hacemos afecta a los demás, del mismo modo que nos afecta todo lo que ellos hacen. 4. Principio pre-filosófico Aún antes de identificarnos con uno u otro de los distintos sistemas éticos, poseemos una cierta actitud ética ante la vida, una consideración pre-filosófica de la moral. De ahí nace la distinción clásica entre “ ethica docens” o filosofía moral elaborada, y una “ ethica utens” o moral vivida. 5. Principio etimológico El estudio del sentido etimológico de las palabras “ ética” y “ moral” nos ayuda en esta tarea de definición porque rescata su significado original y provee a todos los que se interesen por esta labor de un significado común a dichas palabras. 5.1. Ética La palabra “ ética” procede del griego “ êthos”. En su sentido primero y más antiguo significa “ residencia”, “ lugar donde uno habita”, y se aplicó en la antigüedad a los lugares donde los animales hallaban alimento y refugio, pero también a los países de los hombres. El segundo significado del vocablo “ êthos”, y el más común desde Aristóteles, es “ modo de ser” o “ carácter”; carácter, no en el sentido de “ temperamento”, sino como el modo de ser y vivir que cada uno va construyendo a lo largo de su existencia. Nacemos con una “ naturaleza primera” pero con nuestro actuar la modificamos y vamos modelando y confirmando el carácter día tras día como una verdadera “ naturaleza segunda”: “ Así que la ética es sencillamente aquel quehacer que consiste en la forja del carácter.”[6] De esa forja cotidiana del carácter da cuenta la etimología porque, efectivamente, “ êthos” (carácter) deriva de “ éthos” (hábito); el “ êthos” se adquiere mediante ciertos hábitos. Estos hábitos resultan a su vez de la repetición de actos iguales, aunque al mismo tiempo son el principio intrínseco de los actos. Se establece así un círculo vital carácterhábitos-actos por el que “ êthos” es principio de los actos pero también su resultado, fuente y producto a la vez de los actos concretos. 5.2. Moral En latín, “ êthos” y “ éthos” se expresan con la misma palabra: “ mos”. Así, “ mores” sirve en los escritos latinos para referirse a los sentimientos pasajeros y cambiantes, a las costumbres más dependientes de la propia voluntad que los anteriores, y al carácter que muestra la personalidad construida a lo largo de la vida. El significado de “ mos” o “ mores” como costumbre acabó por imponerse en la historia de la Filosofía y de ahí que a menudo se hable hoy de moral como sinónimo de hábitos, sean virtudes o vicios. Para entender la relación entre “ ética” y “ moral” nos bastará la sencilla explicación que nos ofrece Fernando Savater: “ ‘Moral’ es el conjunto de comportamientos y normas que tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como válidos; ‘ética’ es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y la comparación con otras ‘morales’ que tienen personas diferentes.”[7] 6. Objeto material y objeto formal de la Ética Una vez delimitado el objeto de la reflexión ética, podemos ser aún más precisos y señalar que la Ética se ocupa de los actos humanos como su objeto material, y de la moralidad de los mismos como su objeto formal. El hombre, aún antes de ser moralmente bueno o malo, es moral de forma radical: es estructuralmente moral. A diferencia de los animales el hombre se halla “ desajustado”, no está determinado fatalmente por los instintos; en consecuencia aprende a elegir entre distintas opciones y lo hace en base a un particular proyecto vital. Por eso sólo el hombre puede ser calificado moralmente, sólo el hombre es sujeto ético. Y carácter moral tendrán, lógicamente, sólo las acciones “ humanas”, producto de un acto de voluntad libre y consciente, y dirigidas a un valor dotado de moralidad. El objeto formal de la Ética tiene que ver con el análisis del carácter, hábitos, acciones y actitudes humanas en la perspectiva de su “ deber ser”, en su significación específicamente moral. “ Dijimos a su tiempo que el objeto material de la ética lo constituyen los actos, los hábitos, la vida en su totalidad unitaria y lo que de ella retenemos apropiándonoslo, a saber, el êthos, carácter o personalidad moral. Estudiemos, pues, ahora cada una de estas entidades en su especificación moral: los actos en cuanto buenos o malos; los hábitos en cuanto virtudes o vicios; las formas de vida desde el punto de vista moral y, en fin, lo que a lo largo de la vida hemos querido y logrado o malogrado ser y que quedará fijado para siempre en el instante de la muerte.”[8] 2. SIST EMAS ÉT ICOS La historia del pensamiento nos ha legado una amplia diversidad de propuestas éticas que resumen el esfuerzo intelectual de reflexionar sobre la moralidad, dar razón de este hecho, fundamentarlo y ofrecer desde esos fundamentos una orientación para la acción. Las teorías éticas pueden ser organizadas para su estudio atendiendo a diversos criterios, que resumimos a continuación.[9] 1. Éticas descriptivas y éticas normativas Las éticas descriptivas no son estrictamente teorías éticas sino reflexiones propias de las ciencias sociales (antropología, psicología, sociología, historia de la moral). Se limitan a describir el fenómeno moral sin pretender orientar la conducta, al modo de la filosofía del análisis del lenguaje moral de G. E. Moore y sus Principia ethica (1903). Por el contrario, las éticas normativas no se limitan a describir lo moral sino que tratan de dar razón del fenómeno de la moralidad y al fundamentarla, de una u otra forma, ofrecen orientaciones normativas para la acción. Es el caso del formalismo kantiano, el utilitarismo, la ética de los valores, o las actuales éticas del discurso. 2. Éticas naturalistas y éticas no naturalistas Las éticas naturalistas abordan el análisis de los fenómenos morales como fenómenos naturales reducibles a predicados, sean de carácter biológico, psicológico o sociológico, pero nunca asociados a cualidades más allá de las que puedan ser empíricamente contrastables. Así, las éticas empiristas (emotivismo, utilitarismo), los positivismos (Helvetius, Comte) y el neopositivismo lógico del Círculo de Viena (Ayer, Kraft). Incluso Nietzsche en sus consideraciones éticas podría considerarse como una muestra peculiar de naturalismo vitalista. Por su parte, las éticas no naturalistas sitúan la moral “ fuera del mundo”, irreducible a los hechos empíricos y a los predicados naturales. Así los intuicionismos (ética material de los valores, personalismo, G. E. Moore) y las corrientes de origen kantiano. 3. Éticas cognitivistas y éticas no cognitivistas Las éticas no cognitivistas niegan que las cualidades morales puedan ser objeto de conocimiento como lo son las naturales. Afirman que es imposible argumentar sobre lo moral, ya que desde su perspectiva de los enunciados morales no puede decirse que sean verdaderos o falsos como puede hablarse por el contrario en el ámbito del conocimiento científico teórico, que está basado en criterios de verificación o falsación. No hay lugar para una intersubjetividad racionalmente fundada y, por tanto, estas corrientes cientificistas niegan a la moral aun su carácter de saber racional. Las éticas cognitivistas afirman en cambio la posibilidad de llegar a acuerdos intersubjetivamente fundados sobre lo moral en base a la existencia de una racionalidad práctica que, siendo peculiar, nunca deja de ser racionalidad. En este sentido las éticas kantianas se pueden clasificar como cognitivistas. 4. Éticas materiales y éticas formales Esta distinción fue ofrecida por Kant para distinguir los sistemas éticos conocidos hasta entonces (materiales) de su propio sistema (formal). “ Las éticas materiales consideran que es tarea de la ética dar contenidos morales, dar materia moral, mientras que las éticas formales atribuyen a la ética únicamente la tarea de mostrar qué forma ha de tener una norma para que la reconozcamos deontológica; es decir, se ocupan del deon, del deber.”[10] Las éticas materiales dan un contenido a la tarea moral especificando cuáles deben ser los fines morales que debe proponerse el hombre; las éticas formales están vacías de contenido, no establecen ningún bien o fin que haya de ser perseguido y no descienden a instruir sobre qué debemos hacer en cada caso, sino cómo debemos obrar siempre para hacerlo moralmente (por deber, dirá Kant). Las éticas materiales suelen dividirse en éticas de bienes y éticas de valores. Las éticas de bienes se ocupan en primer lugar de descubrir el bien o fin que buscan los hombres, el objeto de la voluntad humana, para describir después su contenido y señalar cómo alcanzarlo. En ese sentido la mayor parte de las éticas griegas (Sócrates, sofistas, Platón, Aristóteles, epicúreos, estoicos) así como los hedonismos son ejemplos de éticas materiales de bienes. Las éticas de bienes pueden subdividirse en éticas de móviles y éticas de fines. En su intento de determinar en qué consiste el bien de los seres humanos, las éticas de fines procuran identificar la esencia del hombre, porque entienden que el bien y el fin del hombre consisten en la plena realización de ésta. En la búsqueda de la esencia del hombre recurren a la Metafísica partiendo de la experiencia y siguiendo después con los conceptos, según el método empírico-racional aristotélico. Éticas de fines son las de Sócrates, Platón, Aristóteles, así como el tomismo, o la neo-escolástica. Las éticas de móviles, para determinar el bien humano pretenden descubrir cuáles son los móviles empíricos de la conducta humana, qué bienes mueven a los hombres a actuar; para esa tarea se sirven de la psicología y de un método empírico de investigación. Las éticas de sofistas y epicúreos en Grecia, y las de Hume y el utilitarismo, clásico (James Mill, Jeremy Bentham, John S. Mill) o contemporáneo (R.B. Brandt, D. Lyons), son ejemplos de éticas de móviles. La ética material de los valores surge en el siglo XX y hace de los valores y no de los bienes el contenido central de la ética. La ética puede ser material sin ser empirista, viene a decir, ya que los seres humanos poseemos, además de razón y sensibilidad, una intuición emocional por la que captamos el contenido de los valores sin necesidad de extraerla de la experiencia; las demás categorías de lo moral giran en torno al valor. Max Scheler es la figura señera de esta perspectiva ética y con él Nicolai Hartmann, Dietrich von Hildebrand, y algunos de los filósofos vinculados al personalismo cristiano de Emmanuel Mounier. 5. Éticas teleológicas y éticas deontológicas La distinción entre estas éticas puede hacerse según dos criterios distintos. El primero de ellos es el consecuencialismo: una ética será deontológica si, para determinar si una norma de acción es correcta o no, entiende necesario considerar la bondad o maldad de la norma en sí misma y no las consecuencias que resulten de su aplicación. Por el contrario, una ética teleológica afirmará que es imposible determinar si una acción (utilitarismo del acto) o una norma (utilitarismo de la regla) son moralmente correctas o incorrectas sin tener en cuenta las consecuencias que de ellas resultan. Obviamente, si aplicamos el criterio del consecuencialismo, las éticas teleológicas son consecuencialistas y las éticas deontológicas son no consecuencialistas El segundo criterio es la prioridad entre lo justo y lo bueno. Una ética deontológica afirmará la prioridad de lo justo entendido como lo universalmente exigible, por racional, estableciendo así el marco de lo que es justo para una sociedad; lo que cada persona y cada grupo consideren como bueno para sí debe ser determinado por cada uno dentro del marco de lo que es justo. Es el caso de la ética de Rawls. Sin embargo, las éticas teleológicas afirman que la ética puede y debe identificar qué es lo bueno para los hombres y establecer a partir de ese bien la opción moral más correcta según contribuya a elevar ese bien al máximo. Según los distintos sistemas éticos ese bien podrá ser una característica humana como la racionalidad y así lo moralmente correcto será buscar su perfección (éticas de fines), o podrá ser un móvil de la conducta como la búsqueda del placer y en tal caso, según el utilitarismo, lo moralmente correcto será procurar el mayor placer al mayor número. 6. Éticas sustancialistas y éticas procedimentales En realidad se trata de una nueva versión del contraste entre éticas materiales y formales, desarrollado en las últimas décadas del siglo XX. Las éticas procedimentales entienden que su labor no se centra en los contenidos morales sino en proveer los procedimientos racionales que debe seguir un grupo social para poder determinar la moralidad de una norma. Las éticas sustancialistas mantienen que es posible dar contenidos morales, bien porque una comunidad puede compartir una idea de bien común (comunitarismos), o bien considerando que los procedimientos no son lo más importante sino los resultados adonde conducen, y de ahí la necesidad de fijar los procedimientos desde los resultados a los que se llega y no al revés. 7. Éticas de la convicción y éticas de la responsabilidad Max Weber estableció este contraste en 1919: las éticas de la convicción animan a determinadas acciones y repudian otras en función de su bondad o maldad intrínsecas, sin considerar el contexto en que se dan ni las consecuencias que puedan producir. Las éticas de la responsabilidad procuran alcanzar el bien propuesto pero teniendo en cuenta de forma expresa el contexto y las consecuencias. Las primeras se afirman en la convicción que del bien no puede resultar el mal, mientras que las segundas advierten que no siempre del bien resulta el bien y que es preferible analizar qué grado mínimo de mal sea éticamente legítimo para conseguir el bien propuesto considerando las consecuencias previsibles de la acción. Entre las éticas de la convicción hay que situar la ética radical del Sermón del Monte o el imperativo categórico incondicionado kantiano. La mayoría de las éticas actuales, sin embargo, pueden ser incluidas como ejemplos de éticas de la responsabilidad. [1] Cfr. José Luis L. Aranguren: Ética. Madrid : Alianza Editorial, 1983. Pgs. 15-130. [2] Jean-Luc Marion: Prolegómenos a la caridad. Madrid: Caparrós Editores, 1993. Pg. 46. [3] Cfr. León Felipe: “ Auschwitz”. In ¡Oh, este viejo y roto violín!. [4] Philippe Nemo: “ Para proseguir el diálogo con Lévinas”. In Job y el exceso de mal. Madrid: Caparrós Editores, 1995. Pg. 170. [5] Cfr. Emmanuel Lévinas: Ética e Infinito. Madrid: Visor, 1991. Pgs. 89-96. T otalidad e Infinito: Salamanca: Ediciones Sígueme, 1977. Graciano González: E. Lévinas: Humanismo y Ética. Madrid: Editorial Cincel, 1988. [6] Carlos Díaz: Vocabulario de formación social. Valencia: EDIM ediciones, Arzobispado de Valencia, 1995. Pg. 160. [7] Fernando Savater: Ética para Amador. Barcelona: Editorial Ariel, 2006. Pg. 54. 1ª edición, 1991. Para una clarificación terminológica sobre “ ética” y “ moral” más acorde con el vocabulario reciente merece la pena consultar: Jorge J. Ferrer y Juan C. Alvarez: Para fundamentar la bioética. T eorías y paradigmas teóricos en la bioética contemporánea. Bilbao: Desclée de Brouwer, 2003. Pgs. 2129. [8] José Luis L. Aranguren: Ética. Op. Cit. Pg. 199. [9] Cfr. Adela Cortina: El mundo de los valores. Ética y educación. Santafé de Bogotá, D.C. Editorial El Búho, 1997. Pgs. 113-122. [10] Adela Cortina: “ Fundamentación de la Ética”. In Diccionario de pensamiento contemporáneo. Madrid: San Pablo, 1997. Pgs. 447. { II. HIST ORIA DE LA ÉT ICA Proponemos una aproximación básica a los sistemas éticos más destacados en la historia del pensamiento occidental siguiendo la clásica división mencionada anteriormente entre éticas materiales y formales. 1. ÉT ICAS MAT ERIALES 1. Sócrates (470-399 a.C.) La ética socrática puede definirse como intelectualismo ético. Para Sócrates saber y virtud vienen a ser una misma cosa, de modo que quien conoce lo recto actuará también con rectitud; en otras palabras: nadie escoge el mal en cuanto mal. Los hombres hacen el mal por un error intelectual y no por debilidad moral. Para entender a Sócrates es necesario comprender el significado que le asigna a lo recto: una acción que se ordena a la verdadera utilidad del hombre, que contribuye a que obtenga su felicidad (eudaimonia). Sócrates sostiene además que la vida virtuosa puede ser enseñada, que a través de un conocimiento inductivo el hombre puede llegar hasta las esencias, a la verdad de las cosas y transformar moralmente su vida práctica. Esa enseñanza no se realiza por la simple transmisión verbal de conocimientos sino animando al hombre a un proceso de auto-conocimiento para hallar las respuestas dentro de sí mismo. Es digno de reconocimiento el énfasis socrático en una ética racional fundada en la naturaleza humana y en el bien más propio de esa naturaleza: la virtud para la felicidad; esa virtud es de valor constante y universal, vale para siempre y vale para todos y es más sólida que las apetencias caprichosas de los ignorantes de la virtud, a los que Sócrates advierte que sus deseos no coinciden con lo que en verdad les conviene. Sin embargo la experiencia diaria desmiente a Sócrates; Aristóteles advirtió que Sócrates parecía olvidar las partes irracionales del alma y la débil condición moral del hombre. Sócrates, además, carecía de explicación para el mal excepcional: por qué los hombres morales son incapaces en determinadas ocasiones de hacer lo que ellos mismos consideran y aprecian como su deber moral. 2. Platón (427-347 a.C.) La ética platónica participa del “ eudaimonismo” común al pensamiento griego, tiene como meta última la consecución del bien supremo del hombre en cuya posesión consiste la verdadera felicidad. Ese bien supremo radica en el pleno desarrollo de su personalidad como ser racional y moral. La esencia del bien, para Platón, no puede ser otra que la sabiduría entendida como la actitud intelectual combinada con una cierta proporción de sentimientos agradables; no cualquier clase de conocimiento sino el más verdadero: la ciencia exacta de los objetos intemporales y el conocimiento de la divinidad. En Platón antropología y ética se hallan íntimamente unidas. Por ese motivo, la ética sólo puede ser debidamente comprendida a la luz, entre otros elementos, de la doctrina platónica sobre la naturaleza tripartita del alma. Dicha doctrina aparece expuesta en La República y en el T imeo, y de los conflictos internos que produce en el alma su naturaleza tripartita da cuenta a su vez el Fedro y el Fedón. Las tres “ partes” del alma son: la parte racional (“ tó logistikón”), la parte irascible o vehemente (“ tó thimoeidés”), y la parte sensitiva o concupiscente (“ tó epithimetikón”). La parte racional distingue al hombre de los demás seres y es el elemento inmortal del alma emparentado con lo divino. De las otras dos, la parte vehemente es la más noble porque está cercana al impulso moral y debiera ser aliada natural de la razón. La parte concupiscente tiene que ver con los deseos del cuerpo y sólo quiere gozar de lo que el mundo pone a su alcance. Cada una de ellas debe ser dirigida por una virtud diferente. Platón compara en el Fedón la parte racional del alma con un auriga que ha contemplado las esencias, las Ideas; encuentra su eco en los bellos cuerpos y en las almas hermosas y tiene pleno derecho a gobernar los demás elementos del alma; su virtud es la sabiduría práctica. Las otras dos partes son representadas por los caballos del carro. Uno de ellos es bueno y simboliza la parte vehemente que “ ama el honor con temperancia y modestia”; su virtud específica es la fortaleza, el valor. El otro caballo es malo y representa la parte concupiscente: “ amigo de contrariar e insolentarse”, y puede llevar el carro al desastre porque no atiende a razones; su virtud propia es la templanza. El buen caballo se deja guiar dócilmente por el auriga, pero el caballo malo obedece las voces de la pasión sensual y a menudo hay que refrenarlo a la fuerza. Platón no repudia el deseo, ya que entiende que es el impulso que mantiene viva la llama de la vida y la fuerza que vivifica todos sus procesos, pero advierte que debe estar sujeto a la parte racional. El hombre perfecto es el que sabe equilibrar de manera armónica las tres partes de su alma; en el logro de esa armonía consiste una cuarta virtud: la justicia. La felicidad, insiste Platón, se alcanza por medio de la virtud, identificada con el conocimiento, al estilo socrático. De igual modo, Platón asume las convicciones socráticas de que la virtud puede enseñarse, que nadie opta a sabiendas por el mal en lugar del bien salvo que por una comprensión errada confunda al uno por el otro, y que la virtud se concibe en singular ya que implica el único conocimiento del bien y del mal. El pensamiento ético de Platón lleva a determinadas consecuencias prácticas de especial interés, de las que citaremos dos. En primer lugar, queda descalificada la perspectiva que identifica superficialmente el bien con el placer y el mal con el dolor; siempre es más digno y noble, por ejemplo, ser torturado que torturar, ser víctima que verdugo. En efecto, quien sufre tortura es herido en su cuerpo pero quien tortura daña su alma, su condición humana más íntima. En segundo lugar, no cabe una moral limitada que nos hace ser “ buenos” con los amigos y “ malos” con los enemigos; el hombre justo no cede al mal en ningún caso porque no es propio de su carácter virtuoso, al margen de quien esté frente a él. 3. Aristóteles (384-322 a.C.) Aristóteles afirma la existencia en el hombre de determinadas tendencias morales dadas por naturaleza, de modo que la vida ética consiste en ajustarse a esas tendencias. Una consecuencia inmediata de ese punto de partida es la reivindicación de una ética natural frente a cualquier ética arbitraria. La escolástica medieval beberá en esas fuentes y afirmará el principio de naturaleza humana y de una ética natural común a todos los hombres aunque, a diferencia de Aristóteles, la escolástica basará la ética en la Ley eterna de Dios. La ética aristotélica es teleológica: califica las obras no como buenas o malas en sí mismas, sino en cuanto conducen o no al bien del hombre. El Bien aparece así definido como aquello a lo que tienden las cosas. Existen diferentes clases de bienes de modo que algunos fines (inmediatos) se subordinan a otros (mediatos) en una sucesión de bienes cada vez más completos. “ Si existe, pues, algún fin de nuestros actos que nosotros queremos por sí mismo, mientras los demás fines los perseguimos en función de él, y si no elegimos todas las cosas en función de otra (pues así procederíamos hasta el infinito, por lo que nuestro deseo sería vacío y vano), es evidente que ese fin último ha de ser el bien e incluso el bien supremo.” (Ética a Nicómaco, I.2). Como Sócrates y Platón, Aristóteles sostiene que el fin último y bien supremo de la vida es la felicidad y para discernir la felicidad del hombre hay que atender a su naturaleza racional; por eso el hombre no puede hallar la felicidad meramente en el placer, la riqueza o los honores sino en “ una actividad del alma conforme a la virtud” (Ética a Nicómaco, I.7). Las virtudes brotan como resultado del sometimiento de la parte irracional del hombre (apetitos y pasiones) a la razón; son resultado de buenos hábitos conquistados mediante el ejercicio. Para Aristóteles la más alta felicidad del hombre consiste en la facultad contemplativa, que es la más alta actividad de la razón. Pero Aristóteles no identifica por completo conocimiento y virtud como si esta última fuera un estado, sino más bien enfatiza la virtud como ejercicio activo. La felicidad como bien moral consiste en la actividad virtuosa según las virtudes intelectuales (sabiduría, inteligencia y prudencia) y morales (generosidad y templanza). Porque las buenas acciones tienen orden y equilibrio, Aristóteles entiende la virtud como el justo medio entre dos extremos viciosos, una suma de vectores entre dos vicios que lo son uno por exceso y otro por defecto, bien respecto a un sentimiento o a una acción. “ La virtud es, pues, un hábito adquirido por elección propia, que consiste en un término medio en relación con nosotros, determinado por la razón a la que se atendría una persona prudente.” (Ética a Nicómaco, II.6). Hablar de término medio referido a la conducta virtuosa no puede utilizarse como coartada para la mediocridad moral ya que desde esa perspectiva la virtud es un extremo. Pero Aristóteles quiere prevenir contra el peligro de considerar aisladamente elementos que, siendo dignos, cuando son puestos en desequilibrio a causa de un énfasis desmedido terminan siendo perversos. 4. El estoicismo El chipriota Zenón (336-264 a.C.) fundó en Atenas la “ Stoa” donde enseñó una doctrina que tendría vigencia por cinco siglos y cuyos representantes más tardíos fueron el cordobés Séneca (3 a.C.-65 d.C.) y Epícteto (50-138 d.C.). Para el estoicismo el fin de la vida humana es la felicidad y ésta consiste en la vida virtuosa; un hombre es plenamente feliz cuando domina sus pasiones y vive conforme a su naturaleza propia, que es su razón. El fin ético del hombre consiste en someterse al orden impuesto por la Razón universal en el cosmos; ese orden universal está absolutamente determinado pero el hombre posee el privilegio de conocerlo, tiene la oportunidad de someterse a él y ajustar sus aspiraciones y conformar su actitud interior a dicho orden de manera consciente. El hombre sólo debe considerar valioso lo razonable y en sujetarse a lo razonable consiste la virtud; en ella a su vez se encuentra la felicidad porque la virtud no depende ni de los otros ni de otra cosa. La virtud debe buscarse por sí misma, no por beneficios divinos, ya que ella es un fin en sí misma, siendo el bien supremo del hombre. Sólo la virtud importa; todo lo demás es indiferente. De ahí el menosprecio del estoicismo hacia las pasiones: el hombre virtuoso procurará dominar esas pasiones irracionales hasta el punto de instalarse en un estado de “ apatheía”, de paz interior, libre de toda perturbación exterior para alcanzar así libertad moral y felicidad. “ Aunque la virtud produzca placer, no por eso se la busca; porque no es que la virtud deleite, sino que también deleita; ni trabaja por el placer, sino que su trabajo, aunque tienda a otra cosa, también consigue el placer. Así como en un campo que ha sido arado para la siembra nacen algunas flores, y aunque estas hierbecillas deleiten a los ojos, no por ellas se trabajó tanto –pues otro fue el propósito del sembrador, y esto sobrevino–, así el placer no es la recompensa ni la causa de la virtud, sino una añadidura de ésta, que no parece bien porque deleita, sino que, como parece bien, también deleita. El sumo bien está en el mismo juicio y disposición de la mente buena, que al acabar su carrera y ceñirse a sus límites, consuma el bien supremo y no desea ninguna otra cosa, porque nada hay fuera del todo como nada hay más allá del fin. Y así te equivocas cuando preguntas qué es aquello por lo que busco la virtud, porque buscas algo que está sobre lo supremo. Preguntas: ¿qué buscas en la virtud? A ella misma. Porque no hay nada mejor y ella misma es su precio. Así pues, la verdadera felicidad consiste en la virtud.” (Séneca: De vita beata. IX.1-4; XVI.1). 5. El epicureísmo Epicuro de Samos (341-240 a.C.) desarrolló en Atenas su teoría ética a partir de un materialismo que rechaza toda trascendencia y que considera la búsqueda del placer (“ hedoné”) como el bien moral en sí, el fin último del hombre que guía y orienta todo su comportamiento. Lo único que en verdad importa es el placer, la ausencia de todo dolor. T odo placer es un bien por sí mismo al igual que todo dolor es un mal. Ahora bien, Epicuro advierte que los placeres más deseables deben ser permanentes en el tiempo, proporcionar tranquilidad de espíritu y no producir dolor con el paso del tiempo. Así pues, no todos los placeres convienen al hombre por igual; algunos acarrean finalmente mayor dolor que el placer inicial y otros que implican dolor al principio deben ser escogidos por los placeres mayores que posteriormente reportan. Seleccionar correctamente los placeres es una cuestión de “ prudencia” y así, los placeres más importantes resultan ser los de carácter espiritual como la amistad o la sabiduría. Epicuro recomienda una vida de austeridad, lejos de excesos, reduciendo al máximo las necesidades materiales; un cierto ascetismo de sencillez y moderación para lograr un “ placer en reposo”: la salud del cuerpo y la serenidad del alma (“ ataraxía”). “ Por tanto, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los viciosos o a los que residen en la disipación, como creen algunos que ignoran o que no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni estar perturbados en el alma. Porque ni banquetes ni juergas constantes, ni los goces con mujeres y adolescentes, ni de pescados y las demás cosas que una mesa suntuosa ofrece, engendran una vida feliz, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección y rechazo, y extirpa las falsas opiniones de las que procede la más grande perturbación que se apodera del alma. De todo esto, el principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia resulta algo más preciado incluso que la filosofía. De ella nacen las demás virtudes, porque enseña que no es posible vivir placenteramente sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir con placer. Las virtudes, pues, están unidas naturalmente al vivir placentero, y la vida placentera es inseparable de ellas.” (Epicuro: Carta a Meneceo. 129-132). 6. El Cristianismo El cristianismo no es en primer lugar un sistema moral, sino una fe basada en Jesucristo y en su sacrificio expiatorio que se ofrece a todo hombre para salvación, para su reconciliación eterna y gratuita con Dios por medio de la fe. Con todo, siendo mucho más que un sistema moral, el cristianismo implica también un determinado modo de vivir. Más adelante nos ocuparemos de los aspectos esenciales de la teología moral bíblica; ahora vamos a mencionar brevemente sus desarrollos históricos más destacados. 6.1. Agustín de Hipona (354-430) San Agustín se sirvió de la estructura del pensamiento platónico para verter en ella las verdades cristianas y dialogar así con la cultura de su tiempo. Por lo que hace al ámbito moral, san Agustín participa de la convicción de que el hombre busca la felicidad como bien supremo y que esa felicidad no puede hallarla en sí mismo; el hombre debe auto-transcenderse en el ámbito de la voluntad para hallar la felicidad en el amor de Dios, en una unión y posesión amorosa del Dios personal que se auto-revela en Jesucristo. El amor de Dios es el motor de la vida moral del hombre porque sólo en Dios el hombre encuentra su acabamiento: “ Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, I.1). La ética de san Agustín es una ética del amor que se sustenta en el dinamismo de la voluntad humana: “ Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” (Mateo 22,37). Esa voluntad enamorada debe ser auxiliada por la gracia divina para que pueda alcanzar el cumplimiento de su anhelo: la beatitud, la unión y posesión amorosa de Dios. En cualquier caso, sea que la voluntad del hombre le lleve hacia Dios o le aparte de Él, no puede desatender la ley divina impresa en la naturaleza humana. Esa ley moral que refleja la ley eterna de Dios no es en modo alguno arbitraria, sino que refleja la voluntad perfecta del Creador para el hombre. Desatenderla sólo puede resultarle en pérdida, en distanciamiento de Dios quien es su Bien inmutable. Para salvar el abismo que le separa de su Creador necesitará de la gracia divina manifestada en Jesucristo. La Ley pone de manifiesto a la voluntad humana su debilidad radical y su absoluta necesidad de la gracia perdonadora y transformadora de Dios. La humanidad puede dividirse en dos grandes grupos según su voluntad lleve a los hombres hacia Dios o les vuelva sobre sí mismos, según prevalezca en su corazón el amor a Dios o el amor a sí mismos. San Agustín resume la historia de la humanidad en base a la dialéctica entre esas dos perspectivas, ilustradas en las ciudades de Jerusalén y Babilonia. Es fácil identificar la ciudad celestial con la Iglesia y la ciudad terrenal con el Estado pagano, pero san Agustín advirtió que esa identificación no podía ser literal ni absoluta porque el ámbito de la ciudadanía en una u otra tiene que ver con realidades espirituales y morales, y no meramente humanas o institucionales. Ambas ciudades y sus ciudadanos se hallan entremezclados en todas las sociedades y generaciones. No cabe esperar que el Estado, herido por el pecado tras la Caída, sea plenamente justo; en consecuencia, la Iglesia tiene la misión de impregnar a la sociedad civil con sus principios celestiales de conducta. 6.2. T omás de Aquino (1224-1274) Santo T omás entendió que el sistema de Aristóteles era en general compatible con la fe cristiana y que ésta podía articularse por medio de los conceptos y esquemas de aquel. A propósito de la Ética, santo T omás asume el principio aristotélico de que el fin último del hombre es la felicidad y que ésta consiste en su grado más elevado en la “ contemplación”, la actividad del conocimiento; de esta manera, afirmando la primacía del conocimiento sobre la voluntad, santo T omás se distancia del voluntarismo de san Agustín. T omás de Aquino hace suya la idea aristotélica de que las normas morales se basan en la naturaleza humana y que el conocimiento de ésta en perspectiva teleológica permite especificar un conjunto de normas morales que constituyen la ley moral natural, un orden objetivo y racional establecido por Dios al crear el mundo. El hombre se distingue de las demás criaturas en que, por su racionalidad, puede conocer sus propias tendencias y deducir de ellas normas de conducta, puede formular racionalmente normas morales de acuerdo a las exigencias de su propia naturaleza. El contenido de la ley natural se deduce del análisis de tres órdenes de tendencias en el hombre: como toda sustancia tiende a conservar su existencia, de ahí brota el deber moral de procurar la conservación de aquella; como todo animal tiende a procrear, así se deducen normas de conducta relativas a la procreación y educación de los hijos; como racional tiende a conocer la verdad y a vivir en sociedad y no en simples rebaños, y surgen obligaciones morales a favor de la verdad y de las exigencias de la justicia. Hasta aquí se recogen preceptos morales de carácter general; el debate se centrará en la concreción práctica de esos preceptos primarios. “ En primer lugar, hay en el hombre una inclinación –que comparte con todas las sustancias– al bien natural, en cuanto que toda sustancia apetece la conservación de su ser, conforme a su naturaleza; de acuerdo con esto, a la ley natural pertenece todo aquello que contribuye a la conservación de la vida del hombre y prohíbe lo contrario. En segundo lugar, hay en el hombre una inclinación hacia fines naturales más específicos, que comparte con el resto de los animales: de acuerdo con esto, a la ley natural pertenece todo aquello que la naturaleza enseñó a todos los animales, como la relación del macho y la hembra, la educación de los hijos, etc. En tercer lugar, hay en el hombre una inclinación al bien conforme a la naturaleza propia de la razón; así, el hombre posee una inclinación natural a conocer la verdad sobre Dios y a vivir en sociedad; de acuerdo con esto, a la ley natural pertenece lo relativo a tal inclinación, por ejemplo, que el hombre evite la ignorancia, que no actúe injustamente contra aquellos con quienes ha de convivir, y todo cuanto es relativo a esto.” (T omás de Aquino: Summa T heológica, I-II.94.2). Puesto que la ley moral natural se deduce de las tendencias de la naturaleza humana, su contenido ha de ser evidente, universal e inmutable. Ya que debe ser norma objetiva orientadora de la conducta para todos los hombres, sus preceptos tienen que ser fácilmente cognoscibles; ya que la naturaleza humana apunta a lo que es común a todos los hombres más allá de sus diversidades y a lo que permanece constante a través de la historia, los preceptos de la ley natural deben ser también universales e inmutables. A partir de esta ley natural santo T omás estableció su relación con la ley positiva de una manera sistemática: la ley positiva se desprende de la ley natural porque ésta presenta al hombre como un ser social; esa legislación positiva es una prolongación de la ley natural porque vuelca en términos concretos las normas morales naturales; y debe quedar enmarcada en los límites que le muestra la ley natural. 6.3. La Reforma Protestante Los debates sobre ética en el siglo XVI son fundamentalmente debates teológicos y no se centran en el contenido de la moral sino en su significado, en el valor de las obras con respecto a la salvación. Los reformadores protestantes centrarán su esfuerzo en la reivindicación de la doctrina de la justificación. La fe es falsa si no va seguida de obras pero cabe esperar que las obras broten de la fe tan espontáneamente como el buen árbol da buen fruto. “ Enseñamos que es absolutamente necesario hacer buenas obras no para poner en ellas la confianza y merecer la gracia, sino por amor a Dios y por su gloria. Siempre es la sola fe la que alcanza la gracia y la remisión de los pecados. Puesto que por la fe el Espíritu Santo nos es dado, el corazón se hace apto para llevar a cabo obras buenas.” (Confesión de Augsburgo, artículo XX). La cuestión más difícil de definir es precisamente: “ la necesidad de las obras no necesarias para la salvación”.[1] La santificación y la vida ética son una necesidad interna de la propia fe pero una necesidad relativa porque no son necesarias para la salvación, de modo que la doctrina sobre la relevancia de las obras aparecerá expuesta por parte de los reformadores en tensión dialéctica. Martín Lutero (1483-1546). El origen y presupuesto de la ética es para Lutero la justificación. La acción moral del hombre sólo puede tener como motivación y finalidad la expresión de gratitud a Dios por la gratuita salvación que de Él recibe. Lutero afirma reiteradamente que la fe es la buena obra por excelencia porque otorga bondad a todas las demás obras (Juan 6,28-29). Aun las acciones éticamente buenas realizadas de acuerdo a la Ley divina carecen de valor a los ojos de Dios salvo que sean fruto de la dinámica propia de la fe. Como consecuencia de esta perspectiva Lutero elabora un diseño de la vida moral del cristiano fuertemente impregnado de “ espontaneidad”: “ Y todo lo lleva a cabo, alegre y libre, y no con ánimo de acumular muchos buenos méritos y obras. Más bien es para él un placer el agradar a Dios de esta manera, y sirve a Dios en todo gratuitamente, bastándole que le agrade a Dios.”[2] El riesgo de esta concepción luterana de la vida ética del cristiano es desatender la expectativa necesaria de los frutos de la fe al amparo paradójicamente de la gracia divina. El propio Lutero, consciente de este peligro, ofreció claves para evitar la distorsión de su teología: “ Por consiguiente, cuando algunos manifiestan que se prohíben las buenas obras cuando predicamos la sola fe, es como si yo dijese a un enfermo, ‘si tuvieras la salud, entonces tendrías las obras de los miembros todos, y sin la salud el obrar de todos los miembros no es nada’, entendiéndolo como si yo le prohibiese las obras de sus miembros. En verdad, quise decir que la salud debiera existir previamente y realizar todas las obras de todos los miembros. Lo mismo la fe ha de ser maestro y capitán en todas las obras o no será nada en absoluto.”[3] Lutero protestará, pues, contra una torcida comprensión de la gracia y advertirá repetidamente contra quienes “ transitan por la vida roncando con la mayor despreocupación.”[4] El teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer ofreció en el siglo XX una equilibrada propuesta sobre esta cuestión, advirtiendo contra una “ gracia barata” que secuestra el sentido dinámico de la gracia divina por el que la vida práctica del cristiano se convierte en seguimiento de Jesucristo, transformador de la existencia. Esa gracia barata es, en definitiva, una gracia sin seguimiento de Cristo. Por el contrario, la gracia cara del Evangelio llama al cristiano a una vida exigente de discipulado y seguimiento de Jesús: “ La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga.”[5] Anticipándose a Bonhoeffer, Sören Kierkegaard desenmascaró en el siglo XIX la misma perversión de la existencia cristiana: “ (...) Serlo de un modo tan barato y atractivo, en media hora y en un solo golpe dejar arreglado todo lo que tiene que ver con la eternidad, para poder entonces disfrutar plenamente de esta vida.”[6] Esa gracia “ low cost” no es la gracia del Evangelio de Jesucristo. Juan Calvino (1509-1564). La teología moral de Calvino ofrece algunos matices significativos respecto de Lutero. El reformador francés utiliza a menudo el concepto de santificación para referirse al proceso vital y continuo por el que el Espíritu Santo va modelando en el cristiano el carácter de Jesucristo y restaurando en él la “ imago Dei”: “ Por lo tanto, Cristo no justifica a nadie sin que a la vez lo santifique. Porque estas gracias van siempre unidas, y no se pueden separar ni dividir, de tal manera que a quienes Él ilumina con su sabiduría, les redime; a los que redime, los justifica; y a los que justifica, los santifica.”[7] A diferencia del espontaneísmo de Lutero, Calvino advierte reiteradamente de la tensión entre la carne y el espíritu, entre el viejo y el nuevo hombre, que acompañará al cristiano a lo largo de su vida: “ Mas esta restauración (de la imagen de Dios) no se verifica en un momento, ni en un día, ni en un año; sino que Dios incesantemente va destruyendo en sus elegidos la corrupción de la carne, y poco a poco los purifica de sus impurezas, consagrándolos como templos en que Él pueda habitar, reformando todos sus sentidos con una verdadera pureza, para que durante toda su vida se ejerciten en el arrepentimiento y sepan que esta lucha no cesará hasta la muerte.”[8] 7. El utilitarismo El utilitarismo tiene antecedentes en el empirismo del escocés David Hume (1711-1776), quien en su T ratado de la naturaleza humana negaba que Dios pudiera ser el fundamento de los juicios morales del hombre y rechazaba de igual modo que lo pudiera ser el conocimiento intelectual del orden natural. Como consecuencia de su particular teoría del conocimiento, Hume afirma que la calificación moral de un hecho no procede del acto en sí mismo sino del “ sentimiento” de aprobación o rechazo que brota en el corazón del hombre respecto de dicha acción. Ese sentimiento es natural, desinteresado, y está presente en todos los hombres de modo que les guía a aprobar por igual las cualidades que son útiles o agradables para quienes las poseen y para los demás. El emotivismo moral de Hume provee, ya hemos dicho, de un carácter completamente secular a la concepción de la virtud, dado que no es preciso creer en Dios para buscar lo útil y lo agradable. El utilitarismo puede ser definido como una forma moderna de hedonismo moral al amparo de Jeremy Bentham (1748-1832) ya que fue el primero en elaborar una teoría utilitarista de la moral y la política. Bentham hace un planteamiento empírico del problema moral y busca los motivos psicológicos reales de la acción humana; el bien y el mal moral hay que entenderlos exclusivamente en función de la constitución psicológica del hombre: si ésta cambiara, cambiaría también la valoración moral. Al modo de los antiguos epicúreos, Bentham afirma que el bien supremo del hombre es la felicidad y que esta consiste en la existencia de placer y la ausencia de dolor. Además, insiste en que todos los placeres son cualitativamente idénticos. El placer sigue siendo en John Stuart Mill (1806-1873) el fundamento objetivo de la ética pero a diferencia de Bentham sostiene que los placeres pueden compararse cualitativamente y deben preferirse los superiores: “ Es mejor ser un hombre insatisfecho que un cerdo satisfecho, es mejor ser Sócrates insatisfecho que un loco satisfecho”. Bentham menospreciaba los sentimientos más profundos del ser humano, que son de carácter espiritual, y parece reducir sus objetivos a la mejora material de la sociedad. Mill, en cambio, acentúa el carácter altruista del hedonismo moral; el placer y la felicidad que deben buscarse se refieren siempre al interés general: “ la mayor felicidad para el mayor número”. Lo correcto será aquello que proporciona la mayor felicidad general e incorrecto todo lo que vaya en perjuicio de esta. Lo bueno es lo útil, de modo que el principio de utilidad se convierte en fundamental para juzgar la moralidad de los actos. La búsqueda de la virtud será el factor más importante para alcanzar la felicidad personal y social que es la meta de todas las acciones humanas. Por lo demás, perseguir el interés general es el mejor modo de procurar el propio interés, porque el bienestar de todos garantiza el particular. Al utilitarismo psicológico de Bentham y al utilitarismo idealista de Stuart Mill, podemos añadir el utilitarismo racional del siglo XX de autores como John Rawls, según el cual los principios y valores morales coinciden en última instancia con los criterios del llamado “ egoísmo ilustrado”. Considerando la naturaleza comunitaria de cada persona, todo lo que favorezca los intereses comunitarios favorece también el interés individual: nadie estaría interesado en comportamientos que perjudiquen el bien común y más bien toda persona racional promoverá conductas que favorezcan ese bien común. 8. La ética material de los valores Su representante más destacado es Max Scheler (1874-1928). El fundamento de esta ética es el sistema de valores, que son cualidades objetivas que se dan en las cosas, datos inmediatos de la experiencia que el hombre intuye, no por la razón sino “ a priori” por medio del sentimiento, una intuición afectiva que posee un carácter espiritual y constituye el “ ordo Amoris”, porque es el amor el que orienta al hombre hacia el valor. Los valores son múltiples: valores sensibles (placer-dolor, alegría-pena), valores de la civilización (útilperjudicial), valores vitales (salud-enfermedad, fortaleza-debilidad), valores estéticos (bello-feo, elegante-inelegante, armonioso-caótico), valores de conocimiento (verdad-falsedad), valores éticos (justiciainjusticia, igualdad-desigualdad, honestidad-deshonestidad), y valores religiosos (sagrado-profano, adoración-incredulidad). La tarea moral consiste, afirma Scheler, en preferir y realizar los valores positivos y los más elevados. 2. ÉT ICAS FORMALES 1. Emmanuel Kant (1724-1804) Frente a todos los sistemas éticos anteriores a él, que llama “ materiales”, Kant elabora una novedosa ética “ formal”. La moral se revela en la conciencia del “ deber” que el hombre experimenta dentro de sí y que a menudo se opone a los impulsos de sus inclinaciones sensibles. Lo bueno no descansa en Dios, sino en la conciencia moral del hombre; la conciencia “ se consulta a sí misma” y señala qué se debe hacer. Es el imperio del deber por el deber. Un hombre actúa moralmente sólo cuando actúa por deber, por respeto a la ley, y no por utilidad, amor, temor, o ánimo de recompensa. La bondad moral del acto sólo se pone de manifiesto cuando la voluntad lo realiza porque presenta la “ forma” del deber; la intención es lo que constituye una “ buena voluntad”. Sólo de este modo la ley moral aparece ante el hombre como un “ imperativo categórico” de carácter universal y válido para todo ser racional; sólo así la ley moral es auténticamente autónoma. Para saber si actúa o no conforme al deber, el hombre debe preguntarse si puede querer que un determinado principio de acción se convierta en una ley universal, de modo que a todo ser racional en circunstancias semejantes le fuera permitido actuar de igual manera. Este imperativo categórico es formulado por Kant en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres en estos términos: “ Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal”. Kant ofrece una segunda formulación de dicho imperativo categórico: “ Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca meramente como un medio.” En otras palabras, lo único que es fin en sí mismo es el hombre, ser racional; nunca ha de ser utilizado como medio. 2. Existencialismos Los diversos existencialismos reivindican por igual la originariedad de la existencia individual, la irreductibilidad del individuo. Lo verdadero y primario no es el todo en el que las realidades individuales quedan disueltas, sino el singular; y en especial el singular que es la existencia humana. Esa realidad única que es el “ yo” concreto y mundano es primariamente libertad, capacidad de decisión. Desde ángulos bien distintos, dos filósofos establecieron los cimientos sobre los que un siglo más tarde se levantaron los diversos existencialismos: Kierkegaard y Nietzsche. 2.1. Sören Kierkegaard (1813-1845) La filosofía de Kierkegaard es filosofía de la individualidad. Según el pensador danés el hombre no podrá realizar nunca su máxima actualización inmerso en la colectividad, como un simple miembro del grupo, sino como individuo libre, realizándose a sí mismo por medio de la libre elección entre diferentes opciones y por el propio compromiso, adueñándose de la propia subjetividad. El yo de Kierkegaard es el yo personal, histórico y subjetivo que paradójicamente halla su máxima actualización como individuo en su relación con Dios, entendido como un T ú absoluto. En efecto, la existencia delante de Dios y la heteronomía que implica no suponen mutilación de la libertad humana sino más bien su condición de posibilidad. El auténtico fundamento de la libertad es para Kierkegaard la comunión Dios-hombre: Dios es el verdadero T ú del verdadero yo en el hombre. Por otra parte, la apertura primaria del hombre al T ú divino libera al yo de toda servidumbre individualista y le provee de una dimensión relacional que le permite salir de la finitud y abordar debidamente todas las demás relaciones. La dialéctica de Kierkegaard muestra a la persona envuelta en un proceso de diferentes estadios, etapas cuya transición de una a otra no puede cumplirse con intelectualismos vanos sino por medio de verdaderos “ saltos”, actos de la voluntad que envuelvan un compromiso del hombre total. El primer estadio es el “ estético”. El hombre estético está dominado por la sensibilidad y los impulsos emocionales. Su representante más apropiado es el hombre romántico, ajeno a principios morales universales y anhelante de experiencias emotivas bajo el dominio de la sensualidad. Pero en la medida que el hombre estético es consciente de su estado, en el sótano del edificio humano resulta víctima de la “ desesperación”, porque no hay para él remedio o salvación en el nivel estético. Sólo hay dos opciones en este punto: resignarse a la desesperación o saltar al nivel superior en un acto decidido de compromiso. El segundo estadio es el “ ético”. Si el modelo del hombre estético es don Juan, Sócrates representa el hombre ético, la conciencia moral. En este nivel el hombre reconoce y acepta principios morales y se sujeta a los imperativos de la razón universal. Es el ámbito propio de la eticidad y la confianza en la autosuficiencia moral del hombre. Pero cuando aparece la conciencia de pecado, sólo el acto de la fe le permite superar la crisis de su estado al relacionarle con Dios. Alcanzamos así el tercer nivel, el “ estadio religioso”. En este punto el hombre se halla a sí mismo en plenitud, como individuo ante Dios. El paradigma del hombre religioso es Abraham, dispuesto a sacrificar a Isaac en obediencia al mandato de Dios. El hombre ético hubiera sacrificado su propia vida por respeto a la ley moral pero el hombre religioso se sitúa más allá de los mandatos morales de la razón porque atiende sólo la voz que Dios le dirige de manera individual. La ética en el estadio religioso deja de ser suprema y es sustituida por la relación absoluta entre el individuo y Dios, Absoluto personal y trascendente. Así se produce, en palabras de Kierkegaard, la “ suspensión teleológica de la moral”. “ La paradoja de la fe consiste por consiguiente en que el Individuo es superior a lo general, de manera que (…) el Individuo determina su relación con lo general por su referencia a lo absoluto, y no su referencia a lo absoluto por su relación con lo general. T odavía puede formularse la paradoja diciendo que hay un deber absoluto hacia Dios, porque en ese deber el Individuo se refiere como tal absolutamente a lo absoluto. (…) De todos modos no se sigue de ahí que la moral sea abolida, sino que recibe una expresión muy diferente, la de la paradoja, de suerte que por ejemplo el amor hacia Dios puede conducir al caballero de la fe a dar a su amor al prójimo la expresión contraria de lo que desde el punto de vista moral es el deber.”[9] 2.2. Friedrich Nietzsche (1844-1900) Nietzsche elabora una crítica radical y vibrante contra toda la tradición filosófica platónico-cristiana fundada en conceptos absolutos como el “ espíritu puro”, el “ bien en sí”, o el “ mundo de las ideas”. Esa tradición, acusa Nietzsche, sitúa de una u otra manera el centro de gravedad del hombre no en esta vida sino en el más allá, de forma que la moral que resulta de esa perspectiva es perversa y contra-natura porque se opone a la vida y los instintos vitales: “ La vida acaba donde comienza el reino de Dios.”[10] Nietzsche rechaza la idea de un orden moral del mundo y su origen trascendente, externo al hombre mismo. El hombre no necesita de Dios para saberse libre desde su origen, ajeno a cualquier ley trascendente, de espaldas a todo concepto de castigo y culpa y entregado a una peculiar moralidad de exaltación de esta vida presente. Una vez que el hombre rechaza toda consideración suprasensible pierde también la orientación en el mundo. Es el momento de afirmar una nueva valoración del ser y del hombre, de la vida y la esperanza, pero no por la reflexión racional sino por la “ voluntad de poder”. El Uno y la Verdad son reemplazados por una pluralidad de perspectivas posibilitadoras de libertad. “ Los dioses han muerto (…) de risa al oír decir a uno de ellos que él era el único dios.”[11] La realidad del mundo es múltiple y múltiple es también el ser del hombre porque posee una pluralidad de impulsos e instintos, cada uno con su propia perspectiva. Así, la verdad acerca de cualquier juicio se resuelve ahora de una forma novedosa según favorezca o no la vida, entendida al modo de Nietzsche. La superación de la metafísica tradicional y de su derivado moral contra-natural, la reivindicación de la pluralidad y la exhuberancia vital, darán lugar al Superhombre, fruto de tres “ metamorfosis” del espíritu. Por la primera el espíritu se convierte en camello, símbolo de los que se limitan a obedecer ciegamente, arrodillándose para recibir sin protesta la carga de los valores y las obligaciones que le imponen. La segunda metamorfosis es la que experimenta el camello que se rebela contra ese estado de cosas y, como un león, rechaza todos los valores tradicionales. Pero aún el león debe transformarse a su vez en un niño para superar su propia autosuficiencia y aprender a vivir al margen de todos los prejuicios, guiado tan sólo por sus instintos vitales. El Superhombre vivirá ajeno a los prejuicios de los demás, por encima del rebaño de los débiles y entregado a una sola “ obligación”: la vida misma entendida como experimento permanente. El Superhombre es un niño inocente, sin prejuicios, dedicado al juego con la vida y es un gran bailarín que hace del juego un riesgo permanente, experimentándose a sí mismo en la “ cuerda floja” sin aceptar límite alguno. 3. POST MODERNIDAD Y ÉT ICA MÍNIMA El siglo XX ha sido testigo del desplome estruendoso de la razón ilustrada. “ El sueño de la razón produce monstruos” y la sola palabra Auschwitz los resume todos. Diversos círculos filosóficos advirtieron de la desmesura ilustrada y sus concepciones parciales del hombre, el mundo y la historia, sustentadas todas y sólo en la racionalidad instrumental. Auschwitz pero también Hiroshima o los Gulag se han convertido en símbolos terribles del hundimiento del optimismo ilustrado. La civilización moderna, que se definía a sí misma como postcristiana, ha devenido también postmoderna.[12] A la sombra de Nietzsche, desprovista de todo referente absoluto, la postmodernidad ha alumbrado un “ pensamiento débil”. A fuerza de dudar, la inseguridad y la indefinición se han convertido en los únicos criterios perdurables de nuestro tiempo. La filosofía renuncia a señalar el camino que el hombre debe transitar dado que no reconoce sentido ni camino alguno. La filosofía contemporánea resulta así “ una permanente paradoja, un irracionalismo craso, un sistema de negaciones y rebeldías, una manifestación de que no se cree en el T odo aunque en las nadas en que se cree se cree mucho.”[13] Hundida la pretenciosa modernidad sólida es la hora de la “ modernidad líquida”[14]: vida y conceptos se hacen más inestables que nunca y de evolución incierta. Es tiempo para el escepticismo y la desorientación, para rechazo de todo sentido unificador de la vida, de pluralismo ideológico, politeísmo axiológico; llega la era del vacío, del imperio de lo efímero, el crepúsculo del deber.[15] La postmodernidad supone la reivindicación del hombre particular frente a las abstracciones racionalistas y modernas, por lo que ahora se enarbolan las banderas de la tolerancia y el respeto a la diversidad, la diferencia y la multiculturalidad. Sin embargo, la tolerancia postmoderna no es resultado de un talante generoso a la vez que sólido sino más bien de una fatal debilidad argumentativa sin consistencia alguna; todo vale por igual porque nada vale nada. Los conceptos “ fuertes” de verdad y valor son reemplazados por el pobre criterio de la apetencia al que obedecen todo juicio moral, estético, político o religioso. “ Vivimos en la hora de los feelings: ya no existe verdad ni mentira, estereotipo ni invención, belleza ni fealdad, sino una paleta infinita de placeres, diferentes e iguales.”[16] En consecuencia la ética se reduce a estética nihilista, refugiada en pequeños paraísos particulares tan hermosos como insuficientes.[17] La Ilustración aspiró a establecer un código moral de valor universal fundado en la sola autoridad de la razón instrumental. Cuando su pretendida suficiencia se vino abajo arrastró consigo a la moral dependiente de sus dictados. La postmodernidad que parecía estación de paso aspira a ser estación término, y su condición de precariedad desencantada toma carácter definitivo. Su modelo moral es la ausencia de modelos, todo a merced de la subjetividad y el relativismo des-animado: “ Esto rige: el más acá de lo político, lo privado, el microdeseo, el hiperconformismo de la resistencia doméstica, la retirada sin pretexto de retiro, el paso de viviente a superviviente, dejar irrumpir la banalidad, introducir el sinsentido, la revolución por la involución, la ejercitación de la inmadurez del sujeto desdichado de la conciencia esclarecida.”[18] Las últimas décadas no han producido la superación de ese estado de cosas sino su hipertrofia: “ La ley de nuestro mundo globalizado es ‘nada a largo plazo’ (R. Sennet). (…) Esa absolutización del fragmento, del instante, de la provisionalidad es la que constituye el paso ulterior a la modernidad, que es la sobremodernidad, según la describe el antropólogo francés Marc Augé. (…) Contamos con más recursos que proyectos personalmente elaborados; la acumulación de ciertas facilidades frena la invención de posibilidades de vida en plenitud. Con otras palabras, vivimos en el exceso de medios y en la ausencia de fines.”[19] En medio y frente al magma postmoderno, una propuesta moral ha merecido crédito notable y creciente, la llamada ética cívica mínima: entre los extremos de una moral determinada impuesta al conjunto de la sociedad y de un “ politeísmo axiológico” (Max Weber) que haría embarrancar a la sociedad, la convivencia social exige un acuerdo en torno a una moral racional de mínimos que sea a su vez respetuoso con los máximos propios de las religiones, siempre que estas no se opongan a los mínimos compartidos por todos. El fundamento para esta ética mínima no hay que buscarlo en las metafísicas esencialistas de antaño. La racionalidad postmoderna reniega de la noción aristotélica de naturaleza humana que debía realizar su “ telos” por medio de la ética racional, reniega de la ley natural propia de la teología cristiana tradicional, y reniega del imperativo categórico kantiano que se quería dependiente únicamente de la sola razón. Hoy, en plena “ cultura del fragmento”, la pretensión de fundamentar los valores pasa por un “ consenso intersubjetivo” (N. Bobbio), un consenso fáctico fruto de un procedimiento dialógico ideal. “ Ni normas absolutas, indiscutibles, ni disolución de lo moral en su esclavitud al subjetivismo personal o epocal. Es posible hablar de normas que deben cumplirse, pero su legitimidad depende de que hayan sido consensuadas por los afectados en pie de igualdad.”[20] Se trata de establecer un núcleo mínimo de instituciones y valores compartidos por sus miembros, una ética de mínimos consensuados y compartidos de carácter normativo que sirvan de base para la convivencia. El método para llegar a esa moral cívica es el diálogo ético. “ Los valores que componen una ética cívica son fundamentalmente la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto activo y el diálogo, o mejor dicho, la disposición a resolver los problemas comunes a través del diálogo.”[21] El diálogo deliberativo debe desarrollarse en el marco de ciertas condiciones, entre otras: ausencia de restricciones externas, buena voluntad de los participantes, capacidad de dar razones, respeto a los otros en desacuerdo, deseo de entendimiento y colaboración. De esta “ ética comunicativa” o discursiva dan cuenta sus paladines, cada uno con matices particulares. K. O. Apel modifica el imperativo categórico solitario por un “ nosotros dialógico” de modo que el yo kantiano de la percepción trascendental se transforma en un “ nosotros trascendental”, un acuerdo intersubjetivo entre los afectados sobre el sentido y la verdad de los enunciados. Así se pasa del “ yo pienso” kantiano al “ nosotros argumentamos”. Además, Kant es también modificado en su deontologismo (la primacía del deber que no atiende a las consecuencias: “ hágase justicia aunque perezca el mundo”); Apel reivindica la importancia de las consecuencias donde Kant subrayaba la buena voluntad, de forma que puede considerarse moralmente correcta una norma cuando los afectados por ella están dispuestos a asumir sus consecuencias (teleologismo), tras el oportuno diálogo al respecto. La acción racional dialógica de Apel exige de los usuarios las siguientes actitudes: autorrenuncia al egoísmo, reconocimiento de los derechos de los demás, compromiso en la búsqueda de la verdad, y esperanza en el consenso definitivo; quien no desee proceder argumentativamente se autoexcluye del proceso. J. Habermas asume una pragmática universal y no trascendental en la medida que no cree que más allá del diálogo existan principios morales objetivos. El criterio de fundamentación de la norma es el consenso racional que debe obtenerse aplicando una serie de condiciones hipotéticas (“ la situación ideal de habla”) como que todos los implicados en el diálogo disfruten de una situación simétrica de oportunidades de intervenir y que el diálogo se desenvuelva sin coerción. Según el “ principio procedimental de universalización de normas” toda norma válida debe responder a la exigencia de que las consecuencias que resulten sean aceptadas por todos los afectados. J. Rawls no reconoce hechos morales más allá del procedimiento de construcción de los principios de justicia y busca los criterios racionales de una sociedad “ bien ordenada” en base al ejercicio de sus miembros, sujetos libres e iguales, consensuando unos principios básicos de justicia al margen de la diversidad de creencias religiosas e ideológicas. El viejo derecho natural es sustituido por un cierto “ iusnaturalismo procedimental”. La ética dialógica que resulta de este modo de racionalidad se limita a desarrollar un discurso procedimental, reducido al establecimiento de la metodología previa al diálogo, y formal, ajeno a los contenidos concretos. Esta fundamentación dialógica siempre será preferible a cualquier forma de violencia o tiranía pero es insuficiente porque hace del diálogo un fin en sí mismo, más preocupada por la precisión del procedimiento deliberativo que por la conclusión del diálogo. Es una racionalidad que se da por satisfecha con conclusiones “ prudentes”, múltiples y distintas pero igualmente válidas si pueden justificar un correcto itinerario procedimental, cualquiera que sea el ámbito de aplicación: “ El conocimiento de nuestras responsabilidades morales propias es necesariamente imperfecto e incierto. (…) Los juicios acerca de la responsabilidad no pueden ser seguros sino tan sólo prudentes. Y la prudencia es el arte de tomar decisiones morales razonables pero inciertas. Aristóteles dijo que la phrónesis, el conocimiento práctico o prudencial, es un orthòs logós, un uso correcto de la razón; es un uso correcto, pero a su vez con incertidumbre. El uso correcto de la razón en el campo de la ética conduce a tomar decisiones inciertas pero probables o razonables. Ésta es la idea de phronesis. Y el camino a seguir para realizar juicios prudentes es la boúleusis, la deliberación.”[22] Esta fascinación generalizada por un diálogo ideal no oculta la mediocridad de sus resultados, inocuos por incoloros, inodoros e insípidos; pretende ser una fundamentación superadora de la descreída postmodernidad, pero apenas alumbra consensos y éticas mínimas que se agotan en vacuas declaraciones “ buenistas”. No disponemos de espacio para presentar una alternativa elaborada desde la ética cristiana a esta ética de mínimos, pero cuando menos queremos ofrecer algunas consideraciones al respecto. Frente al presente encanto de lo mínimo que nace del desencanto proponemos una racionalidad y una ética distintas, que no resulten de la fuerza inane y onanista de ese diálogo interminable sino de la fuerza de un querer exigente, una racionalidad volente, un querer que sea también cariño. Hace falta discurrir “ desde el mero ‘hablar de’ al más humano ‘hablar con’, y de ahí al definitivo ‘hablar para’, hablar a favor del otro, es decir, activamente: con obras.”[23] Hace falta pasar del “ yo pienso” al “ yo quiero” porque “ yo te quiero”, y esto porque yo mismo “ soy querido” por Aquel que me funda y sustenta con su amor gratuito.[24] Hace falta ejercitarse en una razón que dialoga pero con actitud práctica de servicio vital y tangible hacia el otro y en una ética vívida, vivida a la sombra del Sermón del Monte en las coordenadas de la fe, la esperanza y el amor. Esta ética es sin duda ética profética en el páramo de nuestro tiempo y moviliza a la acción porque el amor en el Reino de Dios es amor servicial y abnegado, que da fruto en “ obras de amor”, en responsabilidad concreta a favor del semejante, interpelados incondicionalmente por el rostro del otro que clama y nos reclama: “ ¡favoréceme!”. Esta ética profética no es timorata, no le asusta el disenso si se hace inevitable con tal de no faltar a la verdad del Reino, y apuesta decididamente por el testimonio aunque sea a costa del éxito aparente. La cuestión del testimonio cristiano cobra especial relevancia en nuestros días, cuando la cultura dominante señala con el dedo acusador al hecho religioso en general y al cristianismo de modo particular y beligerante; aunque dicen señalar sólo a los fundamentalismos religiosos como la mayor amenaza de nuestras sociedades[25], en la práctica el rechazo apunta no sólo a extremismos injustificables de todo punto, sino a cualquier religión positiva que se ofrezca a la sociedad con un cuerpo doctrinal elaborado y una moral definida. La respetabilidad de todas las opiniones, que lleva a estigmatizar toda convicción “ fuerte” como intolerante, es un dogma de nuestro tiempo postmoderno que bebe en las fuentes del relativismo moral. Se hace de obligado cumplimiento la renuncia a toda pretensión de verdad universal para sustituirla por una gama infinita de opiniones, las pequeñas verdades de cada cual para andar por casa. Decir esto es tanto como decir que todo es verdad y todo vale, de la misma manera que nada es verdad y nada vale. “ El postmoderno, triunfante relativista, satisfecho maestro del indolentemente elegante escepticismo, no aceptará que se discuta y perturbe la infalible certeza de que no hay certeza alguna ni consentirá que se viole la inexcepcionable regla de la buena educación intelectual y aún social: no molestar con pretensiones de verdad. (…) No hay lugar para dogmas salvo el de que no hay lugar para dogma alguno.”[26] Llegamos así a la dictadura del relativismo más radical que pasa por ser el mejor de los mundos posibles según la convicción fundamental de la cultura dominante. No es de extrañar la inversión de valores que ha resultado: “ El peligro, según los pluralistas, no es el error sino la intolerancia.”[27] Sin embargo, por mucho que se quiera maquillar, el resultado final de este proceso es desolador. “ Así, finalmente, sería factible hablar de la cultura de la tolerancia, entendida ésta como pragmatismo y ausencia de convicciones. Claro que, en ese caso, sería más exacto referirnos a la ‘cultura de la vaciedad’.”[28] Y es que el postmoderno pensamiento débil ha devenido debilidad del pensamiento, y ésta a su vez, debilidad moral.[29] Desde los clásicos griegos la civilización occidental ha mantenido el convencimiento de que los sentimientos morales de aprobación y desaprobación apuntan más allá de sí mismos, que cada objeto moral merece lo uno o lo otro, que le corresponde un determinado “ grado de amor” (san Agustín). La educación en estos “ afectos ordenados” permite al hombre reconocer los primeros principios de la ética cuando comienza a reflexionar. Sin embargo nos movemos en la actualidad en un ambiente de rechazo creciente a los valores universales; se insiste en que los valores son completamente subjetivos, fruto tan sólo de sentimientos particulares sin correspondencia necesaria con la realidad. Paradójicamente, el rechazo de los valores objetivos tradicionales suele ir acompañado de la reivindicación de otros valores nada subjetivos porque se presentan con auténtica voluntad dogmática. Ya que previamente sus apologetas han rechazado la autoridad de la revelación, la tradición o la razón práctica y sus pretensiones de universalidad, acostumbran a fundar sus nuevos valores en un impulso pre-reflexivo compartido mayoritariamente por los miembros de la sociedad, o en el ya comentado ejercicio de diálogo y consenso. Sin embargo no se explica cómo podemos pasar en términos morales del indicativo al imperativo sustentados tan sólo en el instinto y la “ satisfacción de los impulsos”, o en el mero acuerdo cambiante de la mayoría. Ante este desfondamiento, C.S. Lewis reivindicaba décadas atrás la doctrina del valor objetivo, la concepción objetiva y universal de lo verdadero, en cualquiera de sus modalidades (platónica, aristotélica, estoica, cristiana u oriental). Si el hombre no se reconoce como un “ espíritu racional” obligado por valores absolutos, queda reducido a mero instinto y provoca su ruina: “ Con una especie de terrible simplicidad extirpamos el órgano y exigimos la función. Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa. Nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros. Castramos y exigimos a los castrados que sean fecundos.”[30] Lewis demostraba además que las concepciones morales de las diversas civilizaciones a lo largo de la historia tienen mucho más en común de lo que habitualmente se piensa; es un hecho que merece la pena considerar antes de entregarse en los brazos del relativismo, el pragmatismo y la contingencia.[31] La ubicación del cristiano en este contexto socio-moral es bien difícil. En efecto, Jesucristo afirma la absoluta respetabilidad de las personas, aun del hombre más depravado moralmente, porque todos somos portadores de la imagen de Dios; pero la respetabilidad de las opiniones debe “ merecerse”. Jesucristo era “ tierno con las personas pero implacable con las ideas” (Emmanuel Mounier); jamás trató con dureza a un fariseo que se acercara a Él con sinceridad pero fue inflexible con las “ opiniones” del fariseísmo, contrarias a la verdad que Él encarnaba. Cualquier cristiano que se exprese públicamente de esta manera en las sociedades contemporáneas no tardará en ser descalificado como fundamentalista e intolerante; quizás algunos retrocedan ante la amenaza de ese estigma postmoderno pero entendemos que se hace imposible callar por más tiempo, o malgastar energía en juegos florales, diálogos de salón, esgrima retórica. Es tiempo de presencia y testimonio público pese a todo. “ Nuestra acción no está esencialmente orientada al éxito, sino al testimonio. (…) Aunque estuviéramos seguros del fracaso, nos pondríamos en marcha de todas formas, porque el silencio se ha convertido en intolerable.”[32] Presencia y testimonio firmes, ofrecidos a la manera que reclama el propio Evangelio: “ con mansedumbre y reverencia” (1ªP.3,15). [1] Roger Mehl: Ética católica y ética protestante. Barcelona: Editorial Herder, 1973. Pg. 20. [2] Martín Lutero: Las buenas obras. Obras, volumen 2. Buenos Aires: Editorial La Aurora, 1974. Pg. 28. [3] Martín Lutero: Las buenas obras. Op. Cit. Pg. 34. [4] Martín Lutero: Comentario de la carta a los Romanos. Obras, volumen 10. Buenos Aires: Ediciones La Aurora, 1985.Op. Cit. Pg. 177. [5] Dietrich Bonhoeffer: El precio de la gracia. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1986. Pg. 16. [6] Sören Kierkegaard: El Instante. Madrid: Editorial T rotta, 2006. Pg. 71. [7] Juan Calvino: Institución de la Religión Cristiana. III.XVI.1. [8] Juan Calvino: Institución de la Religión Cristiana. III. III.9. [9] Sören Kierkegaard: T emor y temblor. Buenos Aires: Editorial Losada, 1968. Pg. 78. [10] Friedrich Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos. Madrid: Alianza Editorial, 1972. Pg. 57. [11] Friedrich Nietzsche: Así habló Zaratustra. Madrid: Alianza Editorial, 1975. Pg. 256. [12] Cfr. Jean Francoise Lyotard: La posmodernidad (explicada a los niños). Barcelona: Editorial Gedisa, 1987. Gianni Vattimo: El fin de la modernidad. Barcelona: Editorial Gedisa, 1986. [13] Carlos Díaz: La última Filosofía española: una crisis críticamente expuesta. Madrid: Editorial Cincel, 1985. Pg. 127. [14] Cfr. Zygmunt Bauman: Ética posmoderna. Madrid: Editorial Siglo XXI, 2006. Vida líquida. Barcelona: Paidós, 2006. [15] Cfr. Gilles Lipovetsky: La era del vacío. Barcelona: Anagrama, 1986; El imperio de lo efímero. Barcelona: Anagrama, 1990; El crepúsculo del deber. Barcelona: Anagrama, 1994. [16] Alain Finkielkraut: La derrota del pensamiento. Barcelona: Anagrama, 1987. Pg. 121. [17] Así, por ejemplo, un prestigioso escritor español propone la única salvación posible del espíritu por medio de lo literario: “ Una salvación del espíritu (...) ligada a la salvación de lo literario, que es un tipo de salvación que juzgo para mí imprescindible a la hora de poder soportar la espera –tal vez ilusa– de la llegada del día en el que de forma infalible uno encuentre la forma de desaparecer de este mundo y de hacerlo realmente para siempre.” Enrique Vila-Matas: El mal de Montano. Barcelona: Anagrama, 2002. Pg. 306. [18] Carlos Díaz: Preguntarse por Dios es razonable. Madrid: Ediciones Encuentro, 1989. Pg. 96. [19] Luis Aranguren Gonzalo: “ La persona fracasando”. In Acontecimiento. Madrid: nº 69, 2003. Pg. 44. [20] Adela Cortina: Ética mínima. Introducción a la filosofía práctica. Madrid: Editorial T ecnos, 1986. Pg. 155. De la misma autora: La ética de la sociedad civil. Madrid: Editorial Anaya, 1994; Ética civil y Religión. Madrid: PPC, 1995. [21] Adela Cortina: El mundo de los valores. Op. Cit. Pg. 70. [22] Diego Gracia Guillén: “ La deliberación moral. El papel de las metodologías en ética clínica”. In José Sarabia y Manuel de los Reyes (ed.): Jornada de debate sobre comités asistenciales de ética. Madrid: Asociación de bioética fundamental y clínica, 2000 Pg. 29. [23] Carlos Díaz: De la razón dialógica a la razón profética. Móstoles: Ediciones Madre T ierra, 1991 Pg. 15. [24] Cfr. Carlos Díaz: Yo quiero. Salamanca: Editorial San Esteban, 1991; Soy amado, luego existo. 4 volúmenes. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1999-2000. [25] Los ejemplos son prácticamente inagotables: “ Los fundamentalismos monoteístas o religiosos siembran fronteras entre los ciudadanos (mientras que) la laicidad es el espacio de integración.” In Constitución, laicidad y Educación para la Ciudadanía. Partido Socialista Obrero Español, Madrid 2006. “ Las religiones monoteístas dan muertos” Pilar Manjón, presidenta de la Asociación 11-M Afectados del T errorismo, que perdió un hijo de veinte años en los atentados del 11 de Marzo de 2004 en Madrid. “ Hoy (cuando) la religión aparece como fuente de una violencia exterminadora de un extremo a otro del mundo” Slavoj Zizek: T he New York T imes, 12 Marzo 2006. “ (El terrorismo) es una exclusiva del monoteísmo. El Antiguo T estamento es una recomendación al genocidio cada cuatro páginas. (...) E incluso la figura de Cristo, que es el más manso de los profetas: también dijo que venía a traer la espada y la división.” Fernando Savater: El País, Madrid, 2 Junio 2007. [26] T eófilo González Vila: “ El dogma del antidogma”. In Acontecimiento. Madrid: nº 45, 1997. Pg. 45. [27] Michael Green y Alister McGrath: ¿Cómo llegar a ellos? Defendamos y comuniquemos la fe cristiana a los no creyentes. T errassa: Editorial Clie, 2003. Pg. 175. [28] José Mª Vinuesa Angulo: “ Cultura de la tolerancia”. In Acontecimiento: Madrid, nº 45, 1997. Pg. 55. [29] Cfr. José María Vegas: “ El temple moral actual y los miedos del siglo XXI” In Acontecimiento. Madrid: nº 82, 2007/1. [30] C. S. Lewis: La abolición del hombre. Madrid: Ediciones Encuentro, 1990. Pg. 29. [31] C. S. Lewis: Mero cristianismo. Madrid: Ediciones Rialp, 2005. Pgs. 21-44. [32] Emmanuel Mounier: Revolución personalista y comunitaria. In Obras completas, vol. I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1992. Pg. 184. { III. CUEST IONES DE ÉT ICA T EOLÓGICA 1. MORAL Y RELIGIÓN 1. T eología y Ética Como ya hemos advertido en un capítulo anterior, la ética ha estado subordinada tradicionalmente a la metafísica. Sin embargo, la relación entre ética y teología natural, vinculada con la metafísica, es un problema distinto que ha ofrecido respuestas y propuestas variadas. Una de ellas es el rechazo de cualquier relación entre ambas. Jean-Paul Sartre, por ejemplo, planteaba una metafísica atea abierta a perspectivas morales, pero ajena a la teología natural y al Creador. Martin Heidegger por su parte, que hacía igualmente dependiente a la ética de la metafísica, advertía de la imposibilidad del conocimiento de Dios y su voluntad por medio de la razón natural y descalificaba de este modo la posibilidad de una teología natural. En sentido contrario, cabe considerar la posibilidad de una ética teónoma, por más que en diversos grados de dependencia a dicha teonomía. Así, Calvino subordinaba por completo el contenido de la moral a la revelación de Dios en la Biblia, al punto que cabría hablar no de una ética filosófica, sino de una moral subsumida en la religión. Ockam, antes del reformador francés, fijaba la esencia de la moral en la libre y absoluta voluntad de Dios; no hay actos intrínsecamente buenos o malos: bueno es lo que incondicionadamente prescribe Dios y malo lo que prohíbe. Por su parte, T omás de Aquino hacía depender la ética no sólo de la “ lex” divina sino también del concepto de “ ratio” humana; de este modo se abre camino para la reflexión ética cristiana no sólo en subordinación a la teología revelada sino de la mano de la vía filosófica, que halla el fundamento inmediato de la moralidad en la naturaleza racional del hombre. En la misma dirección Suárez apuraba el argumento tomista haciendo de la filosofía moral una ciencia estrictamente filosófica aunque sin romper por completo su subordinación a la teología natural; para ello afirmaba la centralidad del concepto de naturaleza racional. Dios sigue estando presente pero no tanto como legislador sino como creador de la naturaleza racional del hombre a su imagen. No se produce en ningún momento fractura total entre lo teológico y lo ético pero ya no cabe decir que ésta depende de aquella sino que la ética debe abrirse a la religión para completar sus posibilidades. Esta ha sido tradicionalmente la perspectiva católica de la cuestión. “ Precisamente es la conciencia religiosa la que nos alerta para descubrir la autonomía de las realidades mundanas como realidades creadas por Dios y puestas en funcionamiento con un dinamismo y leyes fijas, propias y nunca alteradas por ese Dios creador. Luego es la misma conciencia que tenemos de Dios como fundamento del mundo y causa de la autonomía, que a éste le es propia, la que nos remite a la observación y al análisis de ese mundo (entendiendo aquí por mundo la naturaleza y los hombres), para que descubramos en él la respuesta humana obligada e indirectamente respondamos a la voluntad originaria de Dios creador.”[1] 2. Actitud moral y actitud religiosa Moral natural y religión positiva son comportamientos que derivan respectivamente de la actitud ética y la actitud religiosa. No cabe hablar tan sólo de moral como estructura sino también de moral como actitud. En términos de estructura, la religión es constitutivamente moral; pero como actitud, moral y religión significan movimientos de sentido contrario: “ Entendemos por actitud ética el esfuerzo activo del hombre por ser justo, por implantar la justicia. Entendemos por actitud religiosa la entrega creyente, confiada y amorosa a la gracia de Dios.”[2] La actitud ética puede definirse en buena medida como un quehacer prometeico, mientras que la actitud religiosa es esencialmente pobreza en espíritu y plena dependencia de Dios. ¿Qué relación cabe entre ambas? Las propuestas son también aquí diversas y merece la pena considerarlas aunque sea de manera resumida. 2.1. La actitud religiosa separada de la actitud moral Es la perspectiva de Lutero, que desde una actitud radicalmente religiosa rechaza por completo el valor de la moral para reconciliar al hombre con Dios. Frente a todo voluntarismo contaminado de pelagianismo, Lutero aborda el problema de la justificación del hombre ante Dios en términos de “ sola gratia”. Por causa del pecado el hombre no puede alcanzar por sus propios esfuerzos el cumplimiento de la Ley, más aún, tal pretensión es el único pecado que Dios no perdona. La naturaleza humana ha quedado completamente corrompida por causa del pecado y bien puede decirse que el hombre no es pecador porque cometa pecados sino que comete pecados porque es pecador. Su única posibilidad de justificación reside en que reconozca humillado su condición pecadora y se ponga al amparo de la gracia de Dios en Jesucristo, haciéndola suya por la “ sola fide”. El empeño personal por cumplir la Ley divina sólo produce “ pecadores virtuosos” pero no resuelve el problema de la condición humana. “ (...) La reflexión protestante sobre el pecado prescinde de conceptos éticos para interrogarse sobre la relación del sujeto con Dios, y como descubre que esta relación, según el testimonio de la Escritura, no es, fuera de la fe, una relación de justicia, concluye, sin necesidad de pronunciarse sobre el valor ético de los actos particulares, que éstos no son buenos. Sólo un hombre en paz con Dios puede llevar a cabo unos actos que sean agradables a Dios, es decir, buenos.”[3] La fe es la buena obra por excelencia, dirá Lutero. Ese es el mensaje central que el reformador alemán extrae de las epístolas paulinas a los Gálatas y a los Romanos, y es el origen último de su conocida y a menudo malinterpretada afirmación: “ Pecca fortiter sed crede fortius”. La seguridad de la justificación por la fe provee al hombre de una paz completa (Rom.5,1ss.), bien distinta de la desesperación de quien pretende acumular méritos para adquirir su salvación. Además el Espíritu Santo siembra y hace germinar su fruto en el corazón humano (Gálatas 5,22ss.) de modo que la gracia perdonadora es también gracia transformadora[4]. No hay lugar, pues, para la negligencia moral (Romanos 6,1ss.) sino para la santidad, si bien no entendida como mérito, sino como extensión práctica de la gracia divina: “ Lo primero que hay que hacer es, por lo tanto, impetrar la gracia, a fin de que el hombre, cambiado en su espíritu, lo quiera y haga todo con un corazón alegre y voluntarioso, no por un temor servil o un deseo pueril, sino con ánimo libre y varonil. Y a esto, sólo el Espíritu puede llevarnos.”[5] Esa es la raíz del llamado espontaneísmo moral de la teología luterana: “ La ética de la obligación queda sustituida por la ética de la espontaneidad. El cristiano debe transformarse en aquello que ya es a los ojos de Dios.”[6] “ Nuestra conducta ética debe corresponder a lo que Dios nos ha capacitado para que seamos, mediante la adopción y la gracia que se basan en el hecho histórico y único, de una vez por todas, de la muerte y resurrección de Cristo. Sed (imperativo) lo que sois (indicativo) en Cristo; así se nos hace un llamado ético ‘indicativo e imperativo’.”[7] 2.2. La actitud religiosa subordinada a la actitud moral El estoicismo romano, el fariseísmo judío, y el pelagianismo cristiano son ejemplos en la Antigüedad de la primacía de la moral sobre la religión, afirmando un eticismo religioso fundado en la autosuficiencia moral del ser humano. La Modernidad recuperó esa perspectiva alumbrando el concepto de religión natural: una religiosidad filosófica que es pura moral derivada de una teología natural cuyo credo básico pasa por afirmar la existencia de un ser supremo, juez moral, al que el hombre debe reverencia, expresada en una vida virtuosa. Emmanuel Kant culminó esa visión, al tiempo que señaló sus límites, en su obra La religión dentro de los límites de la mera razón. No rechaza la revelación pero tampoco se cobija en ella para su reflexión. El punto de partida es ético y los contenidos fundamentales de la religión, como la existencia de Dios o de una vida futura, aparecen como exigencias para el cumplimiento perfecto de la moralidad y la felicidad. En nuestros días es evidente el empeño de pensadores agnósticos por reducir la religión a ética[8] pero confundir el cristianismo con una ética sería diluirlo en inmanencia. Su esencia consiste en religar en primera instancia al hombre con Dios y no simplemente con sus semejantes. Lo que da sentido primero y último a la acción del cristiano no es el deber ni tampoco el bien sino Cristo, crucificado y resucitado para nuestra salvación integral. “ T oda acción penetrada de sentido cristiano desemboca decisivamente en Él, y Él es el definitivo qué y por qué del obrar. (…) Cristo es contenido y criterio del obrar cristiano en absoluto; el bien en cada acción es Él.”[9] 2.3. La actitud religiosa enfrentada a la actitud moral Kierkegaard ejemplifica esta perspectiva con su formulación de los tres estadios. Entre el estadio ético y el estadio religioso no cabe modo alguno de continuidad ni relación. Son dos magnitudes excluyentes y sólo es posible pasar de una a otra mediante un “ salto”. La disposición de Abraham de sacrificar a Isaac, el hijo de la promesa, por obediencia a Dios sólo puede considerarse una locura o un crimen desde el estadio ético, pero desde el punto de vista religioso le convierte en paradigma del “ caballero de la fe”. Nicolai Hartmann ha resumido la doble verdad de la ética y la religión en cinco antinomias. Entre la “ aquendidad de la ética” y la “ allendidad de la religión”, la ética estaría referida exclusivamente a este mundo, a los valores que pueden ser realizados en él, mientras que la religión miraría sobre todo al más allá, a la trascendencia, lo que exigiría al hombre un distanciamiento de este mundo para entregarse al que está más allá o por venir. Entre el hombre como valor absoluto y Dios como norma del Bien. Entre la autonomía de los valores éticos y la teonomía de los valores religiosos. Entre la libertad y la providencia. Entre la libertad y la redención.[10] 2.4. Deísmo y ateísmo éticos El debate sobre la relación entre actitud religiosa y actitud moral tuvo que ver tradicionalmente con el problema de la justificación del hombre ante Dios. Este planteamiento hizo quiebra con el pensamiento moderno. La separación que se produjo entre religión y moral llevó a un cambio de enfoque radical: el hombre sigue estando necesitado de justificarse en el plano moral, pero ya no ante Dios sino ante sí mismo, ante su propia conciencia. El problema de la injusticia en el mundo se hace así doblemente problemático ya que no cabe explicarlo en los términos religiosos clásicos. El hombre moderno interpela al Dios Creador pidiéndole explicaciones racionales del escándalo de la injusticia y el mal en el mundo. Si primero pasó de la exigencia de justificación del hombre ante Dios a la exigencia de justificación del hombre ante sí mismo, ahora el hombre moderno va un paso más allá y exige la justificación de Dios ante el hombre. En el siglo XVIII esa exigencia de respuesta en términos empiristas y racionalistas desembocará en el “ deísmo”. La contradicción, planteada sin apelación al misterio, entre un Dios justo y un mundo injusto creado por su mano, sólo puede ser resuelta suponiendo que Dios creara el mundo pero que no lo gobierne. Llegados a este punto, del cristianismo sólo puede interesar su moral y ésta en términos exclusivamente inmanentistas. El deísmo es una forma de ateísmo práctico y su deriva concluye en un ateísmo explícito. Si Dios se desentiende del mundo que ha creado para abandonarlo a la injusticia, para un pensar racionalista y moralista sólo cabe concluir la inexistencia de tal Dios. “ No se trata aquí ni remotamente de un ateísmo fundado en agnosticismo o escepticismo; no se trata de una fría negación teórica, sino precisamente de una ‘denuncia’ contra Dios, que empieza blasfemando de Él para terminar encontrando en su inexistencia una exculpación. T odos los grandes ateos de nuestro tiempo, desde los personajes ateos de Dostoiewski y desde Nietzsche hasta Sartre, son lo contrario de unos escépticos: son enemigos de Dios. El ateísmo ético ha sido una tremenda lucha contra Dios desencadenada en nombre y defensa de una moral separada de la religión.”[11] Del llamado ateísmo ético al nihilismo apenas hay un paso. T al como Nietzsche advirtió, la muerte de Dios supone el final de todo fundamento absoluto para la moral: todo está permitido, todo se torna relativo y finalmente absurdo. 2. PERSPECT IVAS ÉT ICAS CRIST IANAS 1. Legalismo El legalismo moral cristiano enfatiza la letra de la ley en su aspecto más formal pero pervirtiendo su espíritu interno. Acostumbra a expresarse en términos de códigos y reglas precisas que deben ser obedecidas de forma literal y absoluta. Desde este punto de vista, “ un ‘absoluto’ es una norma de conducta que puede y debe ser aplicada a todas las personas en todas las situaciones exactamente de la misma manera.”[12] Esta particular aplicación de los principios de la ley se convierte en obsesión al margen de que pueda ser o no de ayuda a las personas involucradas. “ Las reglas, y el cumplimiento de las reglas, pueden convertirse en un fin en sí mismos, y en algo más importante que la gente a quien esas reglas estaban destinadas a ayudar.”[13] Usada con este enfoque, la Biblia se transforma en un recetario del que se pretende obtener una respuesta concreta y completa a cualquier pregunta de carácter moral. Esta manera de enfocar el análisis ético no hace justicia al espíritu de la revelación divina en la Biblia. En primer lugar porque no todos los problemas éticos actuales encuentran una respuesta bíblica clara y porque, además, una aplicación legalista de la Biblia es incapaz de hacerse eco de las particularidades únicas que cada caso personal implican. “ Ante sus ojos todos los actos humanos son iguales y deben ser medidos por la misma regla, sin consideración de circunstancias ni motivos. (...) La ética legalista es una ética sin discernimiento. Jesús quiso enseñar a los fariseos que los problemas éticos no pueden ser tomados en bloque, separados del hombre individual y de su situación particular.”[14] En tercer lugar, el legalismo hace primar la ley sobre el amor y parece empeñado en juzgar y condenar antes que salvar y regenerar. El trato dado por Jesús a la mujer adúltera (Juan 8,1-11) ilustra perfectamente la diferencia radical entre la actitud legalista y la que es propia de los discípulos de Cristo. Para el legalista la identificación exacta de lo bueno y lo malo es más importante que la experiencia del amor a Dios y al prójimo. “ Al igual que los fariseos no pueden hacer otra cosa que poner a Jesús ante situaciones conflictivas, así Jesús no puede hacer otra cosa que no aceptar precisamente estas situaciones. Al igual que la pregunta y la tentación de los fariseos proviene de la disección del saber sobre el bien y el mal, así la respuesta de Jesús procede de la unión con Dios, con el origen, de la superada disección del hombre respecto de Dios. Los fariseos y Jesús hablan de planos completamente distintos.”[15] Jesús invita en el Sermón del Monte al ejercicio de la justicia en el carácter propio del Reino de Dios, de forma que la integridad que se reclama no parta de ciertas normas frías y externas sino que nazca en las entrañas del ser humano. La moral cristiana hunde sus raíces en el corazón y se extiende después hacia los actos, a diferencia del legalista que todo lo cifra en el cumplimiento de la norma al margen de los motivos que impulsen la acción. Este ir “ más allá” de la letra de la ley permite al cristiano ejercer la misericordia con el semejante y consigo mismo, le ayuda a perdonar y a perdonarse. Por contra, quien se aferra a la letra de la ley es incapaz de simpatizar y menos aún de empatizar con su semejante, porque no ha interiorizado la teología de la cruz. El legalista es un hombre recto, sus acciones son moralmente buenas, pero su acción no es genuina según Dios porque no nace del amor. El amor del legalista es amor a la letra de la ley en sí misma, no es amor a Dios ni al prójimo. Por contra, la ética del Reino de Dios tiene como meta la gloria de Dios, glorificarle por amor a Él y glorificarle en el amor al prójimo; esta motivación da sentido “ desde adentro” a la práctica cristiana y la distingue de cualquier acción moral semejante en apariencia. “ Mucho de lo que el cristiano hace es impulsado por motivos mezclados. Sin embargo, creemos firmemente que la gloria de Dios debiera ser el motivo por el cual todos los otros motivos deben evaluarse.”[16] En otras palabras: “ La esencia de la ética cristiana es más nuestra respuesta en humilde y agradecida obediencia y amor ante esa gracia, que el legalismo y la casuística.”[17] 2. Ética de situación Esta perspectiva fue muy influyente en algunos sectores de la teología en los años setenta y se actualiza en nuestros días bajo diferentes expresiones. Es un camino ético que pretende superar el legalismo y el antinomismo enarbolando la causa del amor: “ Sólo hay un principio, el amor, sin receta alguna prefabricada que nos diga lo que en la práctica significa el amor; y sostiene asimismo que ‘todos los otros’, tanto si los llamamos principios como máximas, sólo se refieren a unas situaciones particulares y concretas. Y si tienen algunas reglas, éstas sólo sirven para indicar el camino a seguir.”[18] La ética de situación no busca lo “ bueno” o lo “ justo”, sino lo “ adecuado”. Su lema es rotundo: “ Sólo una cosa es intrínsecamente buena: el amor.”[19] Las enseñanzas morales de Jesús, se dice, no pueden ser entendidas como normas de conducta de valor universal. “ Ninguna prescripción -excepto el amor. (...) En sí, no hay cosa alguna que podamos calificar de ‘mala’. Por ejemplo, no podemos partir de la posición de que ‘las relaciones sexuales antes del matrimonio’ o ‘el divorcio’ sean malas o pecaminosas en sí mismas. Pueden serlo en un 99 o en un 100 por 100 de los casos, pero, intrínsecamente, no lo son, puesto que el único mal intrínseco es la falta de amor.[20] Esta ética de situación y sus derivados más actuales pretenden liberar la moral de la servidumbre a la letra de las normas, pero acaban entronizando el valor del amor a costa de ignorar otros igualmente presentes en la ética cristiana. Esta es la razón de su desequilibrio. “ El amor es el principio regulador más importante pero no el único. El amor puede ser ‘el criterio final de la rectitud’ pero no es el único criterio. Puede ser un mandamiento que se repite ‘con magnífica monotonía’ pero no es el único mandamiento.”[21] La ética de situación ignora la centralidad de la cruz de Cristo y reescribe la afirmación bíblica de que “ Dios es amor” (1ª Juan 4,8) en clave subjetiva con un sentido completamente distinto: “ El amor es Dios y yo soy su profeta”. Esta es la crítica principal que la ética de situación ha recibido desde teólogos protestantes y católicos. “ T odo libro debe juzgarse no sólo por lo que dice sino también por lo que la gente deduce de él; y aunque el autor no dé motivos para ello, habrá lectores que deduzcan que el hombre es su propio Dios y que la moral no tiene más alta autoridad que él mismo.”[22] “ T odo proyecto cristiano del futuro caerá en el vacío si no está orientado a Cristo. (…) Quien proclama la identidad del amor de Dios y del prójimo no puede sorprenderse si resulta indiferente que el hombre acepte a un Dios, o a ninguno. Lo principal es que uno tenga el amor. Concedido, si sabe lo que es el amor. Pero ¿por qué rasero mide el amor quien es esencialmente pecador? Seguramente por lo que él, con cierto esfuerzo, es aún capaz de realizar. ¿Basta ese criterio y puede, con la gracia de Dios, interpretarse como caridad? ‘El amor está no en que nosotros hayamos amado a Dios (1 Jn 4,10), sino que realza Dios su amor para con nosotros, porque, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros’ (Rom 5,8).”[23] 3. Ética de situación bíblica. Lo que algunos autores llaman a falta de otro nombre mejor “ ética de situación bíblica”, ofrece elementos de equilibrio en la tensión entre legalismo y relativismo ético. Su punto de partida es que el cristiano no debe minimizar el valor y contenido de la Ley divina, sino más bien interpretarla correctamente en cada circunstancia. Jesús nos ofrece el ejemplo perfecto. Por una parte se refirió constantemente a las Escrituras para determinar la conducta humana en su responsabilidad ante Dios. Pero de otro lado atendió a la realidad de cada persona y sus necesidades, aunque sin reducir nunca el valor de la norma moral señalada por Dios en las Escrituras. El mismo sentir armónico de fidelidad a la Ley y de santa libertad en el Espíritu se encuentra en las epístolas del Nuevo T estamento. Jochem Douma cita a K. Bockmühl y su “ ética diferencial” como un intento positivo de equilibrar el valor del testimonio objetivo de la Escritura y el testimonio interno del Espíritu Santo en la búsqueda de la voluntad de Dios para nuestra vida personal; esta ética diferencial quiere hacerse eco de “ la especificidad y diferenciación moral respecto a la persona y situación concretas que va más allá del Decálogo como tal”.[24] T ambién en este enfoque el amor es la norma pero tiene como objetivo supremo el cumplimiento de la voluntad revelada de Dios (Rom.13,10). El amor se constituye en termómetro para la moral y expresa el valor de nuestra ética, pero únicamente el amor que el Espíritu derrama en el corazón de los hijos de Dios (Rom.5,5) y que se explicita en la Biblia. Sobre este fundamento puede asentarse la siguiente declaración: “ Nos creemos, pues, autorizados a sostener que la Biblia avala una cierta ética de situación. Como el mandamiento antiguo de amar al prójimo que el Evangelio convirtió en ‘nuevo’, así nuestra ética bíblica pudiera también ser denominada nueva moral en la medida en que desconocemos y hemos de volver a aprender la vivencia de la eterna voluntad divina para nuestra vida y obrando en nosotros. La ética de situación bíblica nos libra tanto del literalismo farisaico como de la libertad arbitraria, nos arranca de nuestras estrecheces y nos guarda de la ‘nueva moral’.”[25] 3. DIOS, HOMBRE, PECADO, REDENCIÓN Nuestro acercamiento a las grandes cuestiones teológicas sobre Dios, el hombre, el pecado y la redención en Jesucristo tienen como único propósito fijar desde la revelación bíblica sus implicaciones éticas y morales. Nos limitamos, pues, a una presentación de lugares comunes de la teología evangélica, siendo deudores en este punto de la articulación elaborada por el teólogo protestante suizo Emil Brunner.[26] 1. Naturaleza y atributos de Dios El método seguido por buena parte de la tradición teológica cristiana para estudiar la naturaleza de Dios y sus atributos ha sido más propio de la abstracción especulativa pagana que del verdadero pensamiento cristiano que deriva del testimonio bíblico. La revelación bíblica no contiene ninguna doctrina sobre el Dios en sí o el hombre en sí; considera siempre a Dios como el Dios-hacia-el-hombre, y al hombre como hombre-a-partir-de-Dios. En su auto-revelación Dios ha mostrado algunos de sus atributos pero siempre en relación con el mundo y el hombre que ha creado, y éstos a su vez remiten a la naturaleza de Dios, puesta en relación igualmente con diversos aspectos de la creación. 1.1. El nombre de Dios Dios no es un objeto que el hombre pueda manipular con su razón natural sino un Misterio inaccesible: “ ¿Por qué preguntas por mi nombre, que es admirable?” (Juec.13,18). La Biblia advierte que el Dios que podamos conocer por nosotros mismos no será el verdadero Dios; éste sólo puede ser conocido en su propia revelación. Y ese Dios, verdaderamente misterioso, sobrenatural, innombrable, ha revelado y dado a conocer su nombre (Ex.3,14). La idea del nombre de Dios ocupa un lugar central en la revelación bíblica porque pone de manifiesto de manera sencilla algunos elementos decisivos de la realidad de la revelación: que Dios es persona y personal, porque sólo las personas tienen nombre; que Dios se halla frente a nosotros y nosotros frente a Él; que Dios no es un “ ello” impersonal, un algo que es pensado, un objeto del pensamiento, sino un “ T ú” personal que se nos da a conocer para que podamos responderle y tener comunión con Él. La manifestación del nombre de Dios se consuma en la autoentrega de Jesús (Jn.17,6), que añade el propósito de esa manifestación del nombre (Jn.17,11): Dios quiere salir de sí mismo, de su gloria en la que existe sólo para sí y convertirse en Aquel que existe para nosotros. Al darnos su nombre, Dios nos permite usarlo para invocarle, y cuando lo hacemos se hace presente ante nosotros (Sal.50,15). 1.2. El Señor El nombre de Dios, que pone de manifiesto su naturaleza revelada, le define ante el ser humano en términos de señorío: “ Yo soy Jehová tu Dios” (Ex.20,2). No hallamos en el texto bíblico declaraciones sobre la naturaleza divina en sí misma, sino una reivindicación de su deidad y de su carácter único (Deut.6,4), así como su intención de acercarse al hombre, y todo resumido en la expresión: “ Dios es el Señor”. Dios se revela como el que tiene derecho absoluto y poder absoluto sobre nosotros; por nuestra parte, reconocemos y expresamos esa verdad con el concepto de la majestad soberana de Dios. Paradójicamente, la más elevada manifestación del señorío de Dios no se halla en su pretensión de que le respondamos en obediencia, sino en su poder para perdonar y absolver al desobediente; esa es la esencia de la historia de la salvación. 1.3. El Santo La primera declaración que nos ofrece la revelación bíblica sobre Dios es su soberanía, pero ésta se halla íntimamente unida a otra: “ Dios es santo”. El Antiguo T estamento puede definirse como la revelación del Dios santo pero no al modo numinoso de las religiones; la revelación bíblica no está interesada en la santidad como concepto abstracto, sino en el Santo como realidad personal (Is.43,3). Su santidad pone de manifiesto su trascendencia como el “ T otalmente Otro” y le distingue de todas las criaturas al punto que ninguna figura puede representarle (Ex.20,4; Is.40,25; Os.11,9). Unidos al concepto de santidad única de Dios aparecen otros dos conceptos fundamentales en el pensamiento bíblico y cristiano: la gloria y la ira de Dios. El Dios vivo quiere “ que toda la tierra sea llena de su gloria” (Sal.72,19), que todos los hombres le conozcan y confiesen su nombre (Filip.2,10). Dios se revela a sí mismo porque desea ser conocido para que su nombre sea glorificado y obedecida su voluntad. Su gloria y su santo nombre son inseparables (2ªCor.3,18). La rebelión del hombre contra su santa voluntad provoca la ira del Dios santo; esa es la reacción necesaria e inevitable de la voluntad de Dios frente a todo lo que se le opone (Gál.6,7). El hombre que resiste a Dios se enfrenta con la resistencia de Dios contra él: la ira de Dios es el triunfo de la gloria divina sobre los que rehúsan darle gloria. Sólo llegados a este punto podemos comprender correctamente la dimensión moral de la idea de santidad. Detrás de los mandamientos de Dios subyace siempre la misma declaración a propósito del hombre: “ perteneces completamente a Dios”. Quien entiende que pertenece por entero a Dios es, en términos religiosos y éticos, santo. La moralidad es sólo un elemento integrante de la santidad y un aspecto de nuestra pertenencia a Dios; su fundamento es la voluntad soberana de Dios. 1.4. “ Dios es amor” La conexión indisoluble entre santidad y amor es el elemento decisivo del concepto cristiano de Dios; su interés principal se halla en el amor del Dios santo. Dios se nos revela a sí mismo en ese paradójico dualismo de santidad y amor. Así como desea ser conocido y adorado, así es como se revela en Jesucristo. La declaración de que Dios es amor constituye el punto supremo de la revelación bíblica y sólo en conexión con ella se hace inteligible. El Dios que se nos da a conocer en la revelación, que manifiesta su nombre en la encarnación de Jesucristo, es el Dios cuya revelación consiste en un único movimiento de condescendencia absoluta para con el hombre, en un acto de gracia salvadora. El amor eterno de Dios y su gracia incomprensible se ilustra en el amor del profeta Oseas por su esposa adúltera, pálido reflejo del amor divino, que no se ofrece por ninguna cualidad que Israel pueda mostrar sino únicamente por la elección del mismo Dios en base a su sola voluntad. En Jesucristo el amor de Dios se convierte en tema dominante y central de la verdad revelada. Comprendemos qué significa el amor de Dios al considerar que entregó a su propio Hijo para morir en la cruz y hacer posible nuestra reconciliación con Él, a iniciativa suya exclusivamente (Lc.19,10; Jn.3,16). El amor es el verdadero significado de la revelación (1ªJn.4,10) y la misión de Jesús no fue otra sino la de revelar ese amor. Cuando, a la luz de su testimonio, la Biblia dice que “ Dios es amor” (1ªJn.4,8) está señalando más allá de una cualidad o un atributo de Dios, para subrayar que el amor es la verdadera naturaleza de Dios, de manera que “ el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1ªJn.4,16). El amor constituye la naturaleza de Dios, pero sólo puede comenzar a ser cabalmente comprendido desde el acontecimiento de la revelación en el crucificado, en la gracia libre y generosa que derrama desde la cruz Aquel que es Señor y santo; un amor que se dirige hacia quienes nada merecen y nadie toma en consideración porque nada valen. Ese amor es un movimiento de apertura que desciende para encontrarse con lo inferior, es la auto-donación de Dios, y en eso consiste precisamente la revelación. Este amor divino se halla en íntima conexión con su santidad. La santidad es el presupuesto de ese amor que se da en absoluta libertad porque sólo el Dios que es Señor absoluto puede amar en libertad y con absoluto desprendimiento. El amor completa a la santidad a la inversa; en Jesucristo, el santo de Dios, se cumple y completa la voluntad divina. Por eso se le llama el Cristo, porque en su expiación hace posible la perfecta comunión del hombre con Dios, con sus semejantes y consigo mismo. 2. Antropología bíblica De la mano de S. Kierkegaard, F. Ebner y M. Buber, teólogos como Emil Brunner han insistido en que el hombre es la persona que sólo llega a ser “ yo” plenamente en el encuentro con el “ tú”, y que sólo puede llegar a conocerse propiamente a partir del llamamiento de Dios en Jesucristo, el T ú de todo hombre, al reconocer la voz de amor creador que le llama desde la Palabra-Cristo. 2.1. El hombre, criatura frente al “ T ú” divino Según la revelación bíblica el hombre no existe en sí y para sí, sino que desde el principio está situado en una relación específica con Dios, ante quien se sitúa o bien en relación de obediencia o bien de rebeldía, actuando en base a la fe o en base al pecado. Es una relación que siempre parte de Dios y que sólo en segundo término vuelve del hombre a Dios. En la revelación de Jesucristo el hombre reconoce a Dios como creador y a sí mismo como su criatura. El conocimiento de Dios como creador y el conocimiento de nosotros mismos son verdades correlativas; el equilibrio que el hombre necesita acerca de su verdadera condición sólo se alcanza a partir del encuentro con Dios, que confronta y revela al hombre su condición de criatura. Frente a Dios el hombre se reconoce como un “ Yo” criatura, dependiente enteramente de Dios, un ser creado y derivado de Dios. En tal conocimiento de sí como criatura, sin embargo, el hombre no pierde su dignidad ni tampoco su libertad; más bien reconoce que su libertad está fundada en Dios y delimitada en y por Él. Al crear al hombre, Dios se crea un “ enfrente” que no es Él mismo y que sólo existe porque es su voluntad. A la luz de la relación entre Dios y el hombre, éste se reconoce a sí mismo como un ser dependiente-independiente respecto de Dios. El hombre posee un ser libre pero debe saber que su independencia no es independencia de Dios; al contrario, la libertad del hombre está fundada en su dependencia de Dios, de manera que el hombre es más libre cuanto más dependiente se sabe y se hace de su creador. Su auto-realización depende por completo del reconocimiento de esa dependencia absoluta de Dios. En cuanto a Él, su relación con el hombre puede resumirse en dos palabras: señorío y comunión. Y ambos conceptos se manifiestan en Jesucristo. Dios es Señor sobre todo lo creado pero quiere, además, ser Señor del hombre; quiere ser conocido y reconocido por el hombre como Aquel a quien el hombre pertenece incondicionalmente. Conocer y reconocer puede hacerlo tan sólo una criatura independiente y Dios quiere ser así conocido y reconocido por el hombre para ser Señor en el sentido más elevado del término. A su vez, el concepto de señorío está vinculado al de comunión; la intención divina en cuanto al hombre no es sólo que este le obedezca sino que le ame, que le devuelva el amor que Él primero le obsequia. El amor que Dios espera del hombre no puede basarse simplemente en su ser-Señor; el amor presupone la libertad de quien responde en amor porque un amor forzado no merece ese nombre. Dios como Señor exige la obediencia del hombre y al auto-comunicarse en el amor comunica ese amor al hombre para que éste le responda también en y con el amor. 2.2. El hombre, “ imago Dei” La doctrina de la creación del hombre “ a imagen de Dios” (Gén.1,26; 5,1; 9,6; 1ªCor.11; Stg.3,9) expresa que Dios le creó como una criatura especial respecto de las demás y cuyo distintivo es que, en cierta medida, es parecido al Creador. “ La semejanza de la humanidad con Dios se va revelando a medida que se desarrolla la historia: el hombre y la mujer son seres racionales y morales (capaces de comprender los mandamientos de Dios y responder a ellos), seres responsables (que ejercen dominio sobre la naturaleza) y seres sociales (que encuentran su máxima realización en el conocimiento y la adoración de su Creador). De hecho, se describe al Creador y a sus criaturas humanas caminando juntos y hablando en el huerto.”[27] A la luz de la idea bíblica de Dios sólo Él es verdaderamente persona; el hombre lo es únicamente como reflejo de Dios, como “ imago dei”. Sólo Dios es sujeto absoluto e incondicionado, el hombre es sujeto pero también objeto, llamado por Dios a responderle. Sólo en el acto de responder a Dios nos descubrimos como personas responsables. En resumen, un “ yo” humano existe sólo cuando hay un “ T ú” divino, y sólo puede conocerse como tal desde Dios y ante Dios, no desde sí mismo y ante sí mismo. En términos acuñados por E. Brunner, la naturaleza del hombre como “ imago dei” puede ser considerada en dos aspectos, formal y material. El primero tiene que ver con la capacidad y el deber del hombre de responder a Dios que le interpela; el hombre siempre es respondente-responsable ante Dios, la estructura de su existencia es una relación, existencia responsable, actualidad respondente. Ni aun el pecado altera esa posibilidad y esa responsabilidad; el hombre puede usar mal su libertad y negarse a obedecer a Dios pero nunca puede deshacerse de su responsabilidad de responderle porque aun el rechazo es un modo de responder a Dios. La libertad humana es ciertamente limitada pero lo relevante es que el hombre tiene libertad y por eso puede ser, y de hecho es, responsable ante Dios. Ese es el mensaje del Antiguo T estamento acerca de la naturaleza humana, resumido en el concepto de ser hecho a imagen de Dios. El Nuevo T estamento da por supuesto el concepto anterior y se centra en su realización material: la respuesta reverente de amor agradecido que el hombre debiera ofrecer a su Creador. Sin embargo, el Nuevo T estamento advierte que la respuesta ha sido precisamente la contraria ya que el hombre se ha vuelto de espaldas a Dios para darse a sí mismo todo reconocimiento y toda gloria (Rom.1,18-32). Esa es la esencia del pecado: el hombre es hombre en rebeldía obsesionado por la autonomía y el amor egoísta a sí mismo. Como consecuencia, el hombre ha perdido por completo la imagen de Dios en su sentido material y el anuncio del Evangelio consiste en la buena nueva de que esa imagen es restaurada por medio de Jesucristo (Rom.8,29; 2ªCor.3,18; Ef.4,24; Col.3,10). 3. Pecado y Redención En su estado presente el hombre se halla en contradicción entre la creación y el pecado. Esa es la raíz de la tensión entre su grandeza y su miseria (B. Pascal). Se trata de una contradicción que le define en su totalidad y que sólo puede ser descubierta desde la perspectiva de la fe, en respuesta a la auto-revelación de Dios por medio de la encarnación de su Hijo y por la obra del Espíritu Santo. La fe supone decir “ sí” a Dios y decir “ no” a la contradicción y el pecado. En este contexto puede decirse que lo opuesto al pecado no es la virtud sino la fe, y que la esencia del pecado no es el vicio sino la incredulidad. En efecto, en la Biblia el pecado no aparece en primer lugar como un asunto moral sino como el reverso del mensaje central de la Biblia, la redención. Minusvalorar la realidad del pecado y de la rebeldía del hombre haría irrelevante la presencia de un Redentor y toda la historia de la salvación carecería de sentido. Por el contrario, a la luz de la perspectiva propuesta hasta aquí, el pecado no aparece siquiera como “ algo” en el hombre sino que define toda su existencia separada y en rebeldía radical hacia Dios, su Creador. El centro de la proclamación evangélica es el anuncio de lo que Dios ha hecho a través de la obra redentora de Jesucristo para restaurar su imagen en el hombre; así como el pecado esclaviza al hombre y le separa de Dios, la Palabra pronunciada por el Dios de amor en Cristo es una promesa de liberación (Jn.8,36). El pecado es acto y estado. El pecado es en primera instancia un acto responsable y un destino que nos separa de Dios. Pecado y culpa son inseparables, de modo que la doctrina tradicional de la condición pecadora del hombre debe ser expresada de tal manera que no excuse la responsabilidad del hombre al amparo de un determinismo que sería ajeno a la enseñanza bíblica. Los hombres pueden ofrecer ejemplos de elevada moralidad pero, aun así, permanece el pecado como negativa del hombre a responder a su Creador en el modo que El espera que lo haga. Las consecuencias del pecado son múltiples pero nos limitamos a señalar algunas especialmente relevantes en el contexto de nuestra reflexión. En primer lugar, el pecado entendido como ruptura de su relación esencial con Dios produce en el hombre la pérdida de su libertad original. Dios no desaparece de la existencia humana sino que ahora se hace presente en un modo bien distinto, en forma de ira divina (Sal.18,26; Stg.4,6; 1ªP.5,5); la ira es el reverso del amor original de Dios. En segundo lugar, la Ley aparece como la respuesta airada de Dios al pecado del hombre, un modo de relación impersonal y legalista lejos de su relación original, el modo que Dios usa para enfrentarle con su apostasía (Rom.7,7); sólo cuando el hombre es confrontado con la Ley y sus demandas radicales puede comprenderse a sí mismo como pecador perdido. Por último, consecuencia del pecado es la muerte que, más allá de un fenómeno biológico, es un juicio decretado por Dios contra el hombre en reacción a su pecado, a su responsabilidad ante el Creador (Rom.6,23). La respuesta cristiana al pecado y sus consecuencias pasa por la expiación. El hombre no puede borrar por sí mismo su culpa y sólo puede situarse al amparo de la redención que es en Jesucristo, cuya muerte es muerte por y para todos (Rom.3,24-25). Sólo ante la cruz de Cristo se manifiesta plenamente la magnitud de nuestro pecado, a la par que la gracia y el amor incondicionales de Dios. Sólo desde ese fundamento podemos emprender el proceso de reconocernos a nosotros mismos. El pecado supone la pérdida de la verdadera condición humana; Jesucristo es la auténtica “ imago dei” que el hombre recupera cuando es y está en Cristo por medio de la fe (Gál.2,20). Sólo cuando una persona entra en el amor de Dios revelado en Cristo, es plenamente humano. En otras palabras, la verdadera existencia humana es existencia en el amor de Dios, ser-enel-amor-de-Dios manifestado en Jesucristo. [1] Olegario González de Cardenal : Ética y Religión. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1977. Pgs. 150-151. [2] José Luis L. Aranguren: Ética. Op. Cit. Pg. 104. [3] Roger Mehl: Ética católica y ética protestante. Barcelona: Editorial Herder, 1973. Pg. 114. [4] G. Hendriksen: Gálatas. Grand Rapids, MI: S.L.C. 1984. Pg. 12. [5] Martín Lutero: Comentario de la carta a los Romanos. Obras, volumen 10. Buenos Aires: Ediciones La Aurora, 1985. pg. 241. “ Impetrar” según el Diccionario de la Lengua Española, es “ solicitar una gracia con encarecimiento y ahínco”. [6] Roger Mehl: La teología protestante. Madrid: T aurus Ediciones, 1969. Pg. 100. T ítulo original: La théologie protestante, 1966. [7] Stephen Mott: Ética bíblica y cambio social. Grand Rapids: Nueva Creación, 1995. Pg. 24. [8] Cfr. José Antonio Marina: Dictamen sobre Dios. Barcelona: Anagrama, 2001. Fernando Savater: Los diez mandamientos en el siglo XXI. T radición y actualidad del legado de Moisés. Barcelona: Debate, 2004. [9] Romano Guardini: La esencia del cristianismo. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1984. Pg. 92. [10] Olegario González de Cardenal: Ética y Religión. Op. Cit. Pg . 132-133. [11] José Luis L. Aranguren: Ética. Op. Cit. Pg. 118. [12] Paul L. Lehmann: La ética en el contexto cristiano. Montevideo: Editorial Alfa, 1968. Pg. 135. [13] David Cook: El laberinto de la ética. T errassa: Editorial Clie, 2004. Pg. 88. [14] Pablo A. Deiros: El cristiano y los problemas éticos. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1977. Pg. 82. [15] Dietrich Bonhoeffer: Ética. Barcelona: Estela, 1968. Pg. 17. [16] T . B. Maston: Ética de la vida cristiana. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1981. Pg. 78. [17] David Cook: El laberinto de la ética. Op. Cit. Pg. 93. [18] Joseph Fletcher: Ética de situación. Barcelona: Ediciones Ariel, 1970. Pg. 50. [19] Joseph Fletcher: Ética de situación. Op. Cit. Pg. 83. [20] John Robinson: Sincero para con Dios. Barcelona: Editorial Ariel, 1967. Pg. 186-188. [21] T . B. Maston: Ética de la vida cristiana. Op. Cit. Pg. 135. [22] David L. Edwards: El debate en torno a “ Honest to God”. Barcelona: Editorial Kairós, 1968. Pg. 62. [23] H.U. Von Balthasar: Seriedad con las cosas. Córdula o el caso auténtico. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1986. Pg. 113. [24] Jochem Douma: Los diez mandamientos. Grand Rapids: Libros Desafío, 2000. Pg. 451. [25] José Grau: Iglesia, sociedad y ética cristiana. Barcelona: Ediciones Evangélicas Europeas, 1973. Pg. 124. [26] Emil Brunner: Dogmatics I. T he Christian Doctrine of God. Philadelphia: T he Westminster Press, 1949. Dogmatics II. T he Christian Doctrine of Creation and Redemption. Philadelphia: T he Westminster Press, 1952. Man in Revolt. A Christian Anthropology. London: Lutterworth Press, 1947. La verdad como encuentro. Barcelona: Editorial Estela, 1967. Para una introducción general a su teología, Emmanuel Buch: La antropología teológica de Emil Brunner. Madrid: Fundación Emmanuel Mounier, 2008. [27] John Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Grand Rapids: Libros Desafío, 1999. Pg. 59. { IV. ÉT ICA BÍBLICA: ANT IGUO T EST AMENT O 1. LA ÉT ICA DEL ANT IGUO T EST AMENT O Y EL CRIST IANO 1. Cristo, el cristiano y la Ley Los principios morales del Antiguo T estamento reflejan la voluntad divina para la vida práctica del conjunto de la humanidad. El Creador conoce a Sus criaturas, en particular al ser humano creado a Su imagen y semejanza, y conoce mejor que nadie la clase de vida moral que le conviene para que pueda desarrollarse en su plenitud humana. El aprecio que Jesús mostró por el Antiguo T estamento es indiscutible: “ La Escritura no puede ser quebrantada” (Jn.10,35; Mt.22,29; Lc.10,26ss.), y el entendimiento de su propio ministerio respecto de ella no deja lugar a dudas: “ No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.” (Mt.5,17). Los apóstoles recurrieron a menudo en sus epístolas a los escritos morales del Antiguo T estamento en general (Rom.12,19; 1ªCor.7,16; 9,9; 10,11; 14,34; 2ªCor.8,15; 9,9; Ef.5,31) y al Decálogo en particular (Rom.13,8ss.; Ef.6,2ss.; Stg.2,11). Sin embargo, no es posible trazar una línea continua entre la ética del Antiguo y del Nuevo T estamento ni en su contenido concreto, ni en el papel que ocupa esa dimensión en la relación entre Dios y los hombres. En cuanto al contenido, la ética hebrea ofrece importantes limitaciones desde la perspectiva del Evangelio. Es una ética incompleta porque su carácter dista mucho del ideal que nos ofrece el Nuevo T estamento. La ética de la Ley, por ejemplo, muestra importantes diferencias de consideración hacia la mujer respecto del varón (Deut.12,12; Juec.21,21; Ex.38,8; Núm.27,8; Ex.15,20; Jue.4,41; 2ºCr.34,22), del extranjero (Deut.23,19-20) y los esclavos (Núm.31,11; Ex.21,7; Ex.21,2; Lev.25:6,44-46) respecto del hebreo. Es, además, una ética legalista cuyo énfasis está en los actos externos y no en las motivaciones. La Ley supuso un avance importante respecto de otras legislaciones y costumbres de la antigüedad, pero estaba lejos del ideal que Dios nos presenta en Jesucristo. En lo que se refiere a su papel de “ puente” en la relación del hombre con Dios, el Evangelio declara su total incapacidad para obrar la reconciliación entre el Santo y los pecadores. El Nuevo Pacto apunta en otra dirección: la gracia y la verdad que vinieron por medio de Jesucristo (Jn.1,17). La pregunta por la relación entre el Antiguo y el Nuevo testamento, entre la Ley en un sentido amplio y la gracia, debe ser considerada con mayor detenimiento del que podemos dedicarle en estas páginas. Con todo, atenderemos brevemente a las palabras de Jesús en Mateo 5,17-20 porque nos ofrecen las claves necesarias para abordar la cuestión. Los dos primeros versículos muestran la relación de Jesús hacia la ley y los dos segundos describen la actitud correcta de los cristianos hacia la ley. Jesús dijo haber venido para cumplir la ley y los profetas. “ Cumplir” (plerosai) significa literalmente “ llenar”, completar, llevar una cosa a su plenitud, aportar la revelación final; en nuestro contexto implica que las enseñanzas de Jesús no pretendían abrogar las del Antiguo T estamento, sino culminar su sentido (Hch.26,22-23; Rom.3,21; 8,4; 10,4). El Antiguo T estamento contiene enseñanzas doctrinales acerca de Dios, del hombre o de la salvación, que forman parte de la revelación divina pero que aún son parciales y que Jesús llevó a su plena realización; recoge profecías que apuntan al Mesías y que Jesús cumplió porque se realizaron en Él (Mt.1,22; 2,23; 3,3; 4,14); y ofrece enseñanzas morales que expresan la voluntad de Dios para el ser humano y que Jesús cumplió obedeciéndolas, aunque de esto vamos a tratar con más detalle. En efecto, Jesús hizo suya la enseñanza del Antiguo T estamento (Jn.10,34-35; Mt.22:29, 43-45; Lc.16,17; 24,25) obedeciendo los preceptos de la ley moral divina revelada en el Antiguo T estamento, pero al mismo tiempo denunció sin contemplaciones a los fariseos por su interpretación superficial y restauró su verdadero y radical significado (Mt.23,1-36). Escribas y fariseos habían reducido las demandas de la ley divina a una cuestión de actos externos y de obediencia formalista anclada en la letra de la ley. Jesús recordó, como antes hicieron los profetas (Jer.31,33; Ez.36,27), que para Dios es fundamental la justicia interior de pensamiento y la motivación de la acción. Jesús restauró las enseñanzas morales del Antiguo T estamento en su genuino significado librándolas de las tradiciones añadidas de los hombres y advirtió a sus discípulos que desde esa perspectiva renovada sólo cabe una actitud hacia la ley: la obediencia radical. Jesús proclamó que la entrada en el Reino demanda una justicia “ mayor” que la de escribas y fariseos, la “ justicia del corazón”.[1] Por una parte es justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo que resulta enteramente de la gracia divina y hace imposible toda vanidad humana (Rom.3,27). Por otra, es justicia que resulta enteramente de la acción renovadora que el Espíritu de Dios opera en el corazón humano mediante un nuevo nacimiento (Jn.3,5). Es significativo que los versículos que siguen a la declaración de Jesús que analizamos muestran hasta seis ejemplos de esa justicia “ mayor” del Reino, seis antítesis que ilustran la radicalidad de la enseñanza de Jesús: “ Oísteis que fue dicho a los antiguos... pero yo os digo”. “ El contraste no es entre Jesús y Moisés, sino entre Jesús y una caricatura de Moisés.”[2] Una lectura detenida del texto sagrado nos permite comprobar que Jesús no contradice la ley, sino las perversiones que la ley había sufrido con las interpretaciones legalistas de escribas y fariseos (cfr. Mt.5,43; Lv.19,18). “ Los antiguos” a los que Jesús se refiere no son los autores humanos de las Escrituras sino los escribas, que desarrollaron una enorme tradición de comentarios y reglamentos con los que pretendían reducir los desafíos de la ley: por una parte procuraban restringir los mandamientos y hacerlos menos exigentes, y por otra ampliaban las concesiones de la ley para que fueran más tolerantes. 2. Criterios hermenéuticos Debemos estudiar atentamente la enseñanza moral del Antiguo T estamento, pero debemos hacerlo a la luz definitiva de la revelación final de Dios en Jesucristo (Heb.1,1-4). Como cristianos, estudiamos el Antiguo T estamento para confirmarnos en el Evangelio y como una guía que nos conduce a Jesucristo (Jn.5,39; Gál.3,24) porque la verdad completa, la revelación final está en Él (Jn.1,17); Cristo es nuestro criterio hermenéutico final y suficiente.[3] El cristiano no está bajo la ley del viejo Pacto (Rom.3,19; 6,14) pero tampoco está sin ley (1ªCor.9,21), más bien el Espíritu de Dios hace posible que la justicia de la ley se cumpla en nosotros que andamos conforme al Espíritu (Rom.8,4). De hecho, la manifestación más poderosa del fruto del Espíritu es el amor (Gál.5,22), que es el cumplimiento de la ley (Rom.13,8-10). En palabras de S. Kierkegaard: “ La ley es el proyecto, el amor la plenitud y lo completamente determinado; en el amor la ley es lo completamente determinado. (…) Sin embargo, la ley y el amor proceden de uno y el mismo progenitor, así como el proyecto y el trabajo provienen de uno y el mismo artista; nunca están en conflicto mutuo, como tampoco la obra de arte, que corresponde por completo al proyecto, está en conflicto con él.”[4] Existe, pues, un cierto grado de continuidad en la ética bíblica, pero la aplicación del Antiguo T estamento a nuestro contexto contemporáneo no puede realizarse sin considerar las diferentes circunstancias entre el “ entonces” y el “ ahora” porque caeríamos en el error de utilizar los textos bíblicos de forma aislada, descontextualizada y ahistórica. En el otro extremo, si aplicamos un método de análisis exclusivamente deudor del punto de vista cultural de cada momento, el resultado sería la sustitución de la Biblia como fuente de autoridad por la subjetividad de cada persona o grupo humano. Ch. Wright propone un estudio de la enseñanza moral del Antiguo T estamento interpretado en categorías de paradigma, escatológica, y tipológica.[5] Un paradigma se usa como modelo o ejemplo en los casos en que un principio no cambia por más que algunos detalles experimenten modificación; por eso un paradigma se aplica pero no se imita de forma mecánica. Israel es un paradigma para nosotros ya que su existencia y comportamiento debían servir de ejemplo al mundo y testimonio de la voluntad divina. No tendría sentido copiar literalmente muchas de las leyes sociales que Dios dio a Israel, pero sus propósitos últimos siguen teniendo validez universal y sirven como criterios correctores de nuestras prácticas contemporáneas. El Antiguo T estamento, por otra parte, está impregnado de una perspectiva escatológica; la acción de Dios a favor de Israel, así como Sus imperativos, no se agotan en el pasado sino que señalan al tiempo de la consumación de todas las cosas en el Día de Jehová: un “ cielo nuevo y tierra nueva” henchidos por el “ Shalom” divino. Esa dimensión escatológica no aporta un contenido novedoso a la enseñanza ética del Antiguo T estamento, pero supone un incentivo motivador para su obediencia y alimenta una visión de la Historia que camina hacia aquel día. Por último, todos los temas principales del Antiguo T estamento señalan tipológicamente a Cristo. T ambién las enseñanzas éticas y algunas de sus implicaciones prácticas tienen en el Nuevo T estamento una reinterpretación espiritual: la tierra prometida y el futuro mesiánico, la comunidad de Israel y la “ koinonia” cristiana, por ejemplo. Nosotros no hemos sido liberados de Egipto pero en aquella obra poderosa de Dios a favor de Israel reconocemos el mismo propósito redentor de Dios, quien en la cruz de Cristo ha conquistado nuestra redención. T ambién son de interés las propuestas de J. Douma[6] acerca de cuatro modos en que podemos usar la Biblia en general y el Antiguo testamento en particular para establecer criterios morales en el presente. Podemos usar la Biblia como guía: a menudo podemos usar la Biblia de forma directa y sin dificultades porque sus mandatos o prohibiciones son de aplicación clara y permanente; por ejemplo, rechazar el adulterio o la mentira. Podemos usar la Biblia como guardiana: en algunas cuestiones de las que no habla específicamente, la Escritura realiza una función crítica porque nos ofrece principios correctores de las acciones humanas, a modo de límites morales que no debemos traspasar; por ejemplo, no discriminar a las personas. Podemos usar la Biblia como brújula: en ocasiones la Biblia no especifica qué decisiones concretas debemos tomar pero aporta criterios de juicio a nuestro entendimiento en base a factores permanentes, indicando la dirección hacia la que debemos caminar; por ejemplo, respeto a la vida en el debate sobre el aborto o misericordia hacia los oprimidos. Por último, podemos usar la Biblia por sus ejemplos: sus enseñanzas morales se encarnan, en su obediencia o desobediencia y en sus consecuencias, en la vida de los personajes bíblicos y, sobre todo, en Jesucristo, nuestro modelo por excelencia. 2. EL PRINCIPIO “ RESPONSABILIDAD” 1. El hombre: respondente y responsable T al como hemos analizado en un capítulo anterior, Génesis nos enseña que el hombre es “ imago dei” (Gén.1,27) porque a diferencia de los demás seres creados es una criatura “ respondente y responsable”. El hombre es capaz de responder, puede ser apelado en busca de respuesta, y por consiguiente es también responsable de su respuesta. En base a esa doble condición, la Biblia desarrolla ante el hombre el principio de responsabilidad. En primer lugar somos responsables ante Dios quien nos llama: “ ¿Dónde estás tú?” (Gén.3,9). Que oigamos su voz y salgamos a su encuentro, o que por el contrario nos escondamos por causa del miedo (Gén.3,10), revela el modo en que respondemos a la responsabilidad para con Dios, bien en obediencia confiada o bien en rebeldía. En segundo lugar, somos responsables ante el hombre porque lo somos ante Dios: “ ¿Dónde está Abel tu hermano?” (Gén.4,9a). Dios dice a cada hombre: “ Eres responsable ‘ante mí’ por tu hermano”. Si rehusamos nuestra responsabilidad ante Dios seremos arrastrados a una actitud de irresponsabilidad para con los semejantes: “ ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Gén.4,9b). Y de esa irresponsabilidad nos juzgará Dios: “ ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.” (Gén.4,10). Por el contrario, una respuesta responsable ante Dios nos lleva a una actitud responsable para con los demás hombres. Desde sus primeras páginas la Biblia nos llama a considerar de manera paralela la responsabilidad para con Dios y para con el prójimo. Así se expresa también en el Decálogo, cuyo contenido resume Jesús para nosotros en el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo (Mt.22,34-40); un resumen aceptado y compartido también por los intérpretes de la Ley (Lc.10,26-27; cfr. Deut.6,5 y Lev.19,18). En definitiva, no hay lugar para una devoción a Dios que nos vuelva de espaldas a nuestros semejantes. 2. Amor y responsabilidad La responsabilidad es uno de los nombres del amor, puesto que es una de sus manifestaciones prácticas. El amor no es un sentimiento fugaz y un impulso más fugaz aún, sino un compromiso de la voluntad a favor del otro que implica la decisión de responsabilizarme de él como si fuera yo mismo. “ La responsabilidad es en su sentido más verdadero un acto totalmente voluntario, es mi respuesta a las necesidades expresadas o no de otro ser humano. Ser ‘responsable’ significa ser capaz de ‘responder’ y estar dispuesto a hacerlo.”[7] Los cristianos ya no somos hijos de Caín irresponsables y deshumanizados; ahora somos hijos de Dios llamados a vivir en amor responsable para con Dios y para con los semejantes. 3. Responsabilidad y gracia Si entendemos el Decálogo y el principio de responsabilidad como Ley, reducimos su contenido a una forma de moralidad que viviremos entre la angustia y la frustración. T oda lectura del Antiguo T estamento debe hacerse desde Cristo y en el Espíritu. Como cristianos, el Decálogo no es Ley sino fruto del Espíritu. La invocación de la autoridad de la Biblia sin la dependencia del Espíritu nos arrastra a la servidumbre de la letra y la decepción moral. El carácter responsable que el Decálogo dibuja no es para ser imitado por nuestro mero esfuerzo, sino para ser reproducido en nuestro espíritu por el Espíritu de Dios. 3. LOS DIEZ MANDAMIENT OS (ÉXODO 20,1-17) El Decálogo puede estudiarse desde diversas perspectivas complementarias. De hecho, puede entenderse no sólo como un código de conducta humana sino como un retrato del carácter de Dios: “ La imagen de Dios y los estándares que espera de su pueblo están inevitablemente unidos en la trama de los Diez Mandamientos.”[8] Por nuestra parte vamos a considerar el Decálogo como un muestrario de los ámbitos de responsabilidad del hombre: ante Dios, ante sí mismo y ante los demás.[9] Lo hacemos así para reivindicar el principio de responsabilidad que se halla ausente hasta el escándalo en nuestra sociedad, en la que nadie parece responsable de nada ni de nadie. La mitad de los mandamientos se presentan en forma de preceptos negativos, declaran moralmente inaceptable la elección de una determinada acción. Pero cada “ no” posee a la vez una enorme función positiva. Por un lado marcan un límite infranqueable que el hombre no debe traspasar, por otro señalan el mínimo desde el que se establecen gran número de “ síes” con los cuales se perfila completamente el bien según la voluntad de Dios. Una sencilla aclaración preliminar se hace necesaria porque existen dos modos de contabilizar los mandamientos, aunque el total suma diez en ambos casos. La primera posibilidad presenta los dos primeros mandamientos como uno solo: “ No tendrás dioses ajenos delante de mí” y “ No te harás imagen”; en cambio, el último mandamiento aparece dividido en dos: “ No codiciarás la casa de tu prójimo” y “ No codiciarás la mujer y los bienes de tu prójimo”. Esta contabilidad es propia de Orígenes, Clemente de Alejandría, Agustín, la Iglesia Católica y Lutero. La segunda posibilidad separa como dos mandamientos distintos las declaraciones: “ No tendrás dioses ajenos delante de mí” y “ No te harás imagen”, mientras que toma como uno solo “ No codiciarás la mujer de tu prójimo” y “ No codiciarás las cosas de tu prójimo”. Esta contabilidad es la del T almud judío, la mayoría de los Padres pre-agustinos, la Iglesia Griega y Calvino, y se corresponde mejor a la mentalidad judía. Compartimos esta segunda clasificación: en el primer mandamiento se afirma que sólo Dios debe ser adorado y en el segundo se advierte contra modos errados de adorarle. Por otra parte, aunque el décimo mandamiento repite dos veces el “ no” con que se inician los mandamientos anteriores, su contenido es idéntico. La opción de separar el décimo mandamiento en dos tropieza con una dificultad añadida porque el texto del Éxodo sigue un orden distinto al de Deuteronomio; así, para la Iglesia Católica, que sigue este segundo texto, el noveno mandamiento dice: “ No codiciarás la mujer de tu prójimo” (5,21) y el décimo: “ No desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.” (Deut.5,21) En cambio, para Lutero, que sigue el texto de Éxodo, el noveno dice: “ No codiciarás la casa de tu prójimo” y el décimo: “ No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Ex.20,17). La solución natural es reconocer en ambos textos un único mandamiento referido a una sola cuestión; de hecho así hace el apóstol Pablo que, al citar la Ley, hace referencia a un único mandamiento contra la codicia (Rom.7,7; 13,9). 1. Responsabilidad ante Dios Los primeros mandamientos apuntan al amor como la actitud correcta del hombre hacia Dios, y a la confianza como una expresión concreta de ese amor. 1.1. Primer mandamiento: “ No tendrás dioses ajenos delante de mí” (v.3) La idolatría es el pecado de transferir la confianza que debe descansar sólo en Dios a una criatura (Rom.1,21-32). Algunas actitudes sólo son para con Dios: “ Que le adoremos a Él sólo, que nos apoyemos en Él con toda nuestra confianza y con toda nuestra esperanza, que reconozcamos que todo lo bueno y santo proviene de Él, y que le tributemos la alabanza por toda bondad y santidad.”[10] Adorar a Dios libera; adorar a los ídolos de cualquier condición esclaviza. 1.2. Segundo mandamiento: “ No te harás imagen” (v.4-6) El mandamiento anterior advierte que sólo Dios es digno de adoración; el segundo mandamiento advierte contra cualquier manera equivocada de adorarle. Dios advierte contra las imágenes, hay que liberarse de ellas porque son obra de las manos del hombre, marcadas por las mismas limitaciones de su autor. Si están referidas a Dios pareciera que intentan atrapar a Dios, limitar en alguna manera su libertad y soberanía. Si están referidas a cualquier otra realidad, son una expresión fatal de confianza porque cuando se desplomen esas realidades imperfectas nos arrastrarán en su caída. Frente a ese camino necio el Decálogo afirma la confianza radical en Dios. 1.3. T ercer mandamiento: “ No tomarás el nombre de Dios en vano” (v.7) Las implicaciones de este mandato van más allá de la advertencia contra la blasfemia y apuntan, como mostrarán más tarde los profetas, a la vanidad de un culto superficial sin expresión en la vida cotidiana. Dios no se conforma con ciertos sacrificios formales, es un Dios Santo que espera una vida moral justa. Usamos el nombre de Dios en vano cuando reducimos la vivencia de la fe, cuando Dios se convierte en instrumento para nuestro provecho, cuando le utilizamos como arma arrojadiza contra otros. Utilizamos el nombre de Dios en vano cuando, en nombre de su voluntad, nos entregamos a lo que atenta contra su voluntad y como resultado “ deshonramos la reputación de Dios”[11] ante los demás. Así hicieron el levita y el sacerdote de la parábola del buen samaritano, amparados en su condición religiosa para negar auxilio al herido (Lc.10,31-32). Así hacían algunos fariseos, amparados en el “ corbán” para evadir su responsabilidad con sus padres (Mr.7,7-13). Así hacemos en ocasiones en nuestra historia personal y así ha sucedido en la Historia de la Iglesia con las guerras de religión o la Inquisición. 1.4. Cuarto mandamiento: “ Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (v.8-11) El “ sabbath” no procura el descanso físico o mental por sí mismo. Se trata del reposo que restablece una armonía completa de la persona con Dios, con sus semejantes, consigo mismo y con la naturaleza. El “ sabbath” es el día de la tregua en la batalla humana con el mundo. En el “ sabbath” se vive como si no se tuviera nada, sin perseguir otra meta que ser. Seis días a la semana el hombre “ cultiva” para producir, pero un día a la semana el hombre “ se cultiva” para crear. El hombre deja de ser “ homo faber” para recrear su alma. En la base del ocio creador se halla de nuevo la confianza en Dios, quien llama al hombre al reposo mientras provee para sus necesidades materiales. Para el cristiano toda la vida es sábado: la relación con Dios y la construcción del hombre interior es tarea diaria y fruto del Espíritu (Gál.5,22-25). Sin embargo, requiere también un tiempo material. La Iglesia siempre ha entendido que era preciso dedicar a esta labor un tiempo concreto en términos de vida devocional privada y de encuentro comunitario. De manera enfática en nuestros días, frente a la concepción necia de la prisa, se hace preciso recuperar un “ tempo” según Dios (Sal.127), y un aprecio renovado por actividades que no “ producen” como la adoración, el cultivo de la familia y de la amistad. 2. Responsabilidad ante la familia. Quinto mandamiento: “ Honra a tu padre y a tu madre” (v.12) Según la tradición judía el quinto mandamiento concluye la primera T abla. Los primeros cinco mandamientos exigen reverencia a Dios, autor de la vida, y a los padres que la transmiten; los cinco segundos se refieren al prójimo y a la defensa de sus derechos. Los padres son “ compañeros de Dios en la procreación” y por eso los insultos y las ofensas a los padres son considerados como ofensas a Dios. Para los judíos la familia siempre ha sido el centro de toda la vida, aun la religiosa; el padre es como un sacerdote y como un maestro que enseña a los suyos la ley del Señor (Prov 1,8; 4,1-3; 6,20; Ecl 7,23-30; 30,1-13). El mandamiento es claro: hay que amar a todos, pero a los padres, además, hay que honrarles y respetarles. La santidad práctica y no meramente formal se traduce en los ámbitos más inmediatos de la vida en términos de responsabilidad: “ Si alguna viuda tiene hijos, o nietos, aprendan éstos primero a ser piadosos para con su propia familia, y a recompensar a sus padres; porque esto es lo bueno y agradable delante de Dios.” (1ªT i.5,4). La privilegiada posición de los padres no puede, sin embargo, convertirse en pretexto para el abuso, sino en motivo de máxima responsabilidad ante Dios, el único soberano: “ Dios no les concede el honor, esto es, el poder y derecho de gobernar, para que se hagan adorar, sino para que sean conscientes de que ellos mismos están bajo la obediencia a Dios y que ante todo están obligados a ejercer sus funciones cordial y fielmente.”[12] Los padres son llamados al ejercicio de la “ auctoritas”, que se define por una actitud básica de servicio, y no al de la burda “ potestas” que se expresa en dominio tiránico. 3. Responsabilidad ante la vida. Sexto mandamiento: “ No matarás” (v.13) Las antropologías materialistas dejan al hombre reducido a sus componentes físicos. A lo sumo, su importancia le viene dada por ser parte de la especie. En tales casos la dignidad del hombre resulta sólo del acuerdo de los propios hombres; no es cuestión de moralidad sino de legalidad. Así las cosas, la concepción última del hombre está marcada por el escepticismo que abre la puerta a todo relativismo. La antropología bíblica ilumina caminos bien distintos. La dignidad de la vida humana no la funda la racionalidad sino el prodigio de ser amados por Dios: “ Para Kant, si (y sólo si) el hombre se comporta moralmente, es digno de respeto; sólo si es moralmente racional es el hombre humano, o sea, persona. Ahora bien ¿qué pasará entonces con los que no deseen comportarse moralmente? ¿Qué pasará con los minusracionales, los tontos, aquellos cuyo coeficiente intelectual no fuese el ‘adecuado’ a la razón, cuya exigencia, por cierto, no conoce límites? ¿Qué pasará con los débiles, los nonatos, los terminales, los enfermos, las etnias menos favorecidas?”[13] Cada vida humana es única, irrepetible, digna de respeto y con derecho a existir porque Dios, que ha creado al hombre, continúa sosteniendo su existencia y el valor de su existir. En nuestro mundo la vida es arrebatada a seres de cualquier edad, de toda condición, de múltiples maneras. El temor de Dios es escaso y por ello escasea también el respeto por la vida del prójimo. Las raíces de la violencia contra el semejante no están en problemas socio-culturales ni pueden reducirse a una cuestión de instintos más o menos primarios; la Biblia habla con rotundidad del pecado como la causa más profunda. El pecado del hombre ha afectado dos lazos básicos de amor: el que le une con Dios (Gén.3), condenado en el primer mandamiento, y el que le une con el prójimo (Gén.4), condenado en el sexto mandamiento. Sólo en Cristo crucificado y resucitado el prójimo adquiere su plena condición y dignidad al punto que no sólo respetamos su vida sino que evitamos toda forma de violencia contra él (Mt.5,21s.) y nos comprometemos en su bienestar. 4. Responsabilidad ante la sexualidad. Séptimo mandamiento: “ No cometerás adulterio” (v.14) Dios ha creado el cuerpo y el placer. Esta es una afirmación que todavía turba a algunos cristianos. A muchos otros que no lo son les turba en cambio la llamada del Evangelio a la responsabilidad en cuanto a la vivencia de su sexualidad. De este tema se ocupa este mandamiento, de la reivindicación del cuerpo y de la prevención contra toda clase de impureza; de la responsabilidad, en suma. Es propio del paganismo platónico el maniqueísmo que pretende reducir al hombre a puro espíritu y el cuerpo a sepulcro del alma. La enseñanza bíblica es bien distinta. El hombre no sólo tiene cuerpo sino que es un cuerpo, es un ser sexuado. El cuerpo nos lleva a la experiencia del mundo en que vivimos y nos abre al encuentro con los otros. La Biblia presenta el cuerpo humano con infinita dignidad. Creado por la sabiduría de Dios, Él mismo lo modela con el cuidado del alfarero (Gén.2,7) y en los Salmos es motivo para la alabanza o la contemplación admirada. En cuanto al origen divino de la sexualidad (Gén.1,27) podemos hablar de una bipolaridad sexual de la imagen de Dios (K. Barth): hombre y mujer como unidad manifiestan la imagen de Dios en una forma más rica que como individuos. En el extremo opuesto del ascetismo pagano, el hedonismo reduce al hombre a mera carnalidad y rebaja la sexualidad negando todo aquello que la hace auténticamente humana. Cuando así sucede, la sexualidad deja de ser un camino de gracia para convertirse en un camino de tentación. Podemos vivir la sexualidad de cualquier manera, pero al precio de degradarla y deshumanizarla. T odos los animales tienen sexo como impulso, pero sólo el hombre tiene además sexualidad entendida como una vivencia personal orientada al “ nosotros”. Por eso el cuerpo es una tarea ética y de acuerdo a la enseñanza bíblica afirmamos que el matrimonio, ámbito más elevado de amor y responsabilidad entre un hombre y una mujer, es el contexto idóneo para la vivencia plena de la sexualidad (Heb.13,4) en un carácter de santidad (1ªT es.4,3-5). En cuanto a la condena explícita del adulterio, la Biblia no lo hace porque atente contra un supuesto derecho de propiedad del varón; tampoco se limita a identificar el mandato con la prohibición de actos sexuales. Hay un aspecto positivo fundamental en la pretensión bíblica: “ realizar la madurez humana en el amor”. Es gracias al amor que la sexualidad se hace humana, tal como refleja de manera sublime el Cantar de los Cantares. Por eso podemos hablar de adulterio afectivo y emocional, de un “ matrimonio adulterado”, aun cuando no se produzca infidelidad sexual, si uno de los cónyuges sustituye a su pareja por otra persona en el ejercicio de intimidad y comunión que es exclusivo del matrimonio. La fidelidad en la elección es un signo de la fidelidad del Dios que mantiene su alianza con Su Pueblo. Los profetas usarán este modelo una y otra vez para enseñar que toda idolatría es una forma de adulterio. T ambién el Nuevo T estamento reproducirá este sentir: Hebreos reivindica la nobleza del matrimonio fiel (Heb.13,4) y Pablo usa la imagen de la esposa fiel para referirse a la actitud de la Iglesia hacia Cristo (Ef.5,21-33). 5. Responsabilidad ante los bienes 5.1. Octavo mandamiento: “ No hurtarás” (v.15) El mandamiento prohíbe el robo grosero, pero también el robo sutil: “ Es necesario que nos abstengamos tanto de rapiñas violentas como de engaños y sutilezas.”[14] T ambién el abuso de poder de la autoridad estatal o empresarial es puesto en entredicho. T odos éstos son pecados contra Dios y contra el prójimo porque cierran el corazón al Uno y a los otros La cultura occidental es hoy “ moneyteísta” (Santiago L. Herreros): “ El dinero es el único dios y el mercado su profeta”. La declaración bíblica es radicalmente opuesta: sólo Dios es dueño absoluto de toda propiedad (Sal.24,1; Hag.2,8). Es Dios quien hace al hombre dueño relativo de las cosas, siempre bajo Su autoridad última (Gén.1,28). Los bienes que tenemos pertenecen a Dios; somos responsables de su uso como Sus mayordomos (1ºCr.29,11-14). Ni el Antiguo ni el Nuevo T estamento se detienen en polémicas en torno al concepto de propiedad privada. Pero insisten en que los bienes tienen siempre una dimensión de responsabilidad comunitaria y llaman en consecuencia a un uso social de los bienes privados. Los bienes materiales son concebidos en la voluntad de Dios para bendición de todos y no para propósitos egoístas. Esa es la enseñanza que nos transmite la ley del jubileo, la práctica comunitaria de la iglesia de Jerusalén, o la ofrenda para los cristianos de Jerusalén preparada por las iglesias gentiles. En definitiva, se trata de un principio de “ responsabilidad ilimitada” (Ronald Sider) para con los hermanos que impulsa la práctica del desprendimiento en la administración de los bienes propios. 5.2. Décimo mandamiento: “ No codiciarás” (v.17) Mandamientos anteriores han advertido contra acciones codiciosas como el hurto o el adulterio, pero este mandamiento denuncia además la disposición interna que hay detrás de esas acciones. Las advertencias contra la codicia son constantes en la Escritura: el amor al dinero es raíz de todos los males (10T im.6,10); cuando anida en el corazón se convierte en su señor y nadie puede servir a dos señores (Mt.6,24); su dominio es dominio de muerte y no de vida (Lc.12,15). La Biblia advierte que la verdadera riqueza no consiste en tener más cosas, sino en necesitar menos y desarrollar una mentalidad de “ contentamiento” (2ªCor.8,14; 9,8; 1ªT im.6,6-10). Frente al consumo, que modela un ser humano superficial e insolidario, la Escritura afirma la prioridad de “ buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia” (Mt.6,33). Esta es la base de cierto “ ascetismo profético” que han proclamado diversos sectores de la Iglesia a lo largo de su historia. 6. Responsabilidad ante la verdad. Noveno mandamiento: “ No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (v.16) La mentira en general y la difamación en particular son enérgicamente denunciados en la Ley: en aquellos tiempos la justicia de los tribunales dependía en gran medida del testimonio de los testigos, al punto que su intervención podía condenar a muerte a un acusado (Deut.17,6; 19,15). La enseñanza bíblica es rotunda: Dios condena la mentira en todas sus variantes (Sal.5,6), la calumnia (Sal.101,5), el juicio ligero (Mt.7) y cualquier forma de falsedad (Ef.4,25). La mentira es lo más propio de Satanás: “ Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn.8,44; cfr. Apoc.12,9). Por eso la mentira ha sido descrita como un unirse a la obra perversa del diablo. Quien la practica se posiciona en oposición al Reino de Dios, porque Jesús se define como la verdad (Jn.14,6). La Biblia no habla sólo de la verdad objetiva como adecuación del entendimiento con su objeto, ni se limita a la verdad lógica que es adecuación de un juicio con la realidad a la que se refiere; Dios nos invita a la verdad en Jesucristo. La verdad tiene, por tanto, una dimensión esencialmente personal y de encuentro; la verdad viene en Jesucristo y quiere encontrar acogida en el hombre en términos de respuesta personal que involucre toda su vida. Esto significa ser leales, sinceros, auténticos y honestos con nosotros mismos, con Dios y con el prójimo (Ef.4,25). Como alguien ha dicho “ la verdad completa es un arma poderosa”; por contra, la media verdad es mentira y media. La verdad es incómoda a veces pero es el camino de vida que Dios señala y que Él mismo ayuda a transitar. Vivir en la verdad para con el prójimo exige una actitud madura que nos permita esgrimir siempre “ la verdad en amor” (Ef.4,15). Es temible, por grosero, aquel que se ampara en la sinceridad para dar rienda suelta a su menosprecio del prójimo. La verdad cristiana es una verdad cálida, cordial, es verdad en amor. 4. EL DÍA DE REPOSO (SHABBAT H) El Antiguo T estamento subraya la importancia de este mandato más enfáticamente que ningún otro y lo hace en todas sus páginas, desde la Ley hasta los Profetas. A través del día de reposo Dios enseña que “ la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc.12,15); el descanso y el ocio creativo que alienta el “ shabbath” tiene un valor profundo enraizado en la imitación de Dios (Gén.2,2). Ese valor, como hemos analizado anteriormente, no consiste en la mera ausencia de actividad sino en un cambio de enfoque en la administración del tiempo: el hombre deja de ocuparse por tener para atender a su ser, delante de Dios. En otro sentido la observancia del día de reposo se vive como expresión de confianza en Dios y compromiso de responsabilidad para con los semejantes: “ Ilustra la imposibilidad de aislar radicalmente los mandamientos que definen la lealtad a Dios de aquellos que hablan de la conducta social.”[15] Las enseñanzas que transmitía el precepto del día de reposo a Israel eran múltiples.[16] 1. Profesión de la liberación (Deut.5,15) El día de reposo tenía por objeto ayudar a Israel a recordar que había sido Dios quien le liberó de la esclavitud, quien venció a sus enemigos y quien garantizaba su libertad frente a cualquier amenaza futura. La celebración del “ shabbath” iluminaba el tiempo vivido en libertad y la interrupción del trabajo presentaba a Dios como dador y provisor fiel y suficiente. Israel podía así entender los mandamientos de Dios como obsequios divinos y no como frías exigencias formalistas. 2. Alegría por la creación (Ex.20,11) El día de reposo daba al hombre la oportunidad de contemplar el mundo no por sus riquezas materiales sino por su hermosura, le enseñaba a apreciar lo bello y no sólo lo útil. En esta perspectiva el trabajo adquiere un sentido nuevo como cuidado de aquello que el Creador ha obsequiado al hombre. Fijar el día de reposo en el primer día de la semana, como ha hecho el Cristianismo, responde a esta llamada para comenzar el tiempo de trabajo semanal a la luz del día de reposo, que nos da la perspectiva adecuada de la Creación y de la relación entre reposo y trabajo. Considerar reposadamente la creación del mundo nos ayuda a desempeñarnos en el mundo de la creación (K. Barth). 3. Libertad para los sometidos (Ex.20,10; 23,12) En esta fórmula la finalidad del día de reposo se centraba en el descanso de aquellos que servían a otros: las personas más indefensas socialmente e incluso los animales de carga. De este modo el día de reposo se convertía en un precepto para la protección de los más débiles y para la reivindicación de la igualdad de todos los hombres ante Dios: “ para que descanse tu siervo y tu sierva como tú” (Deut.5,14). 4. Supresión de la obligación de rendir (Is.58,13-14; Jer.17,21; Am.8,5) En última instancia el hombre no vive de sus propias obras sino de la misericordia y la providencia divinas. Israel experimentó esta verdad de manera cotidiana recogiendo el “ maná” en el desierto (Ex.16). De igual manera, celebrar el “ shabbath” suponía renunciar al aprovechamiento ansioso del tiempo, a la angustia por asegurarse la subsistencia por el esfuerzo personal desmesurado; en lugar de cultivar la tierra, el hombre podía cultivarse a sí mismo en comunión con Dios y recrearse en la confianza del cuidado divino. 5. Imagen de la libertad definitiva (Ex.31,12-17; Ez.20:12,20) Como el arco iris para Noé (Gén.9) y la circuncisión para Abraham (Gén.17), el día de reposo era para Israel un signo de la alianza perpetua de Dios con ellos. Cuando observaban el descanso señalado estaban proclamando que Dios estaba a su lado y que lo estaría siempre, en fidelidad a su pacto. Esa perspectiva escatológica de la promesa divina alentó la esperanza en Israel sobre todo en la cautividad. Para los cristianos el reposo se halla en la resurrección de Cristo, que fundamenta y garantiza nuestra esperanza de eternidad (Apoc.21,4). 5. EL AÑO DEL JUBILEO (LEVÍT ICO 25) T odavía hoy es posible decir que no existe legislación alguna que se parezca a la institución del Jubileo. El equilibrio que ofrece entre justicia y misericordia es un modelo único para las relaciones económicas y sociales, al punto que implicaba una fiesta de la libertad y un absoluto contraste con las legislaciones de los pueblos vecinos de Israel. “ El Jubileo representa un proceso continuo de restauración, estructurado dentro de una dinámica propia y conducente a la renovación permanente de las libertades para hacerlas reales y auténticas. Constituye una constante mentalización, una perenne concienciación, para cortar el paso a los gérmenes destructores de la justicia.”[17] El año del Jubileo tenía lugar cada cincuenta años, inmediatamente después de una serie de siete años sabáticos, que se celebraban cada siete años. En el año sabático la tierra no se podía sembrar ni cosechar, de modo que la cosecha del año sexto debía bastar para dos. Llegado el año del Jubileo una cosecha debía ser suficiente para tres años. Dios quería enseñar a su pueblo a confiar decididamente en Él para su sustento. Con todo, el propósito final del Jubileo tenía que ver con el bien de las personas: en el año del Jubileo la tierra debía ser devuelta a sus propietarios originarios y los esclavos debían ser puestos en libertad. “ El jubileo era como un gran borrador que, en plazos fijos, regulaba una vuelta a la igualdad para todos, para que cada generación (49 años) gozara de iguales oportunidades socio- económicas.”[18] Era el gran año de la remisión, que se llamaba jubilar porque se inauguraba con el toque del cuerno (yobel). El impacto social del jubileo en Israel y sus frutos eran múltiples.[19] 1. Justicia restauradora Llegado el año del Jubileo la tierra debía volver al estado que estableció Josué tras la conquista. En última instancia, el único propietario absoluto de la tierra es Dios y sólo Él puede reclamar derechos de propiedad; a las familias de Israel les correspondía su administración responsable. Este debe ser el criterio que guíe la acción de todo hombre para con los bienes de la naturaleza: administrar, no explotar. La compra-venta de tierras sólo era válida hasta el año del Jubileo y el precio dependía del tiempo que restaba hasta ese momento. En realidad no se compraba y vendía la tierra sino las cosechas, es decir, el disfrute temporal de los frutos de la tierra (v.1319). De este modo la llegada del Jubileo suponía una nueva nivelación económica y social, al margen de los avatares de las familias en los años anteriores. “ Así, la combinación de la original y múltiple repartición de la tierra entre familias, ampliamente extendida, y del principio de la inalienabilidad, la opción de la amortización y el estatuto del jubileo, daba como resultado un sistema económico que partía de una posición de amplia igualdad, pero que reconocía la realidad propia de la caída, la de que unos prosperarían mientras otros caerían en la pobreza. Por tanto, intentaba establecer límites y salvaguardas para los peores efectos de ese proceso, por medio de medidas económicas reguladoras y restauradoras.”[20] 2. Misericordia liberadora Algo semejante sucedía con las personas entregadas a servidumbre; no se compraba a un ser humano, sino su trabajo por los años que faltaban hasta el Jubileo. Ese año los esclavos eran puestos en libertad y los más desfavorecidos restaurados. Justicia y misericordia se daban la mano en esta institución al punto que podría decirse que “ la misericordia era ley”. Quien faltaba a la misericordia transgredía la ley. El Jubileo resultaba ser una protección formal contra el abuso, la injusticia y toda forma de opresión. La pobreza o el infortunio nunca eran definitivos, el Jubileo amparaba a los más débiles. Dios liberó a Israel de la esclavitud en Egipto, les proveyó lo necesario en el desierto, y ese debía seguir siendo el carácter de su vida en la tierra prometida. En toda la Biblia hallamos este mismo principio para con el pueblo de Dios: la salvaguarda de la igualdad (Hch.4,32-35; 2ªCor.8,13-14). Entre los hijos de Dios no hay lugar para relaciones de dominación sino de cooperación. 3. Reconciliación integradora El anuncio de la trompeta proclamando el Jubileo se oía precisamente en el Día de la Expiación (Lev.25,9). No era casual. “ La reconciliación con Dios es condición previa para la reconciliación con hermanos y hermanas. A la inversa, la genuina reconciliación con Dios dirige inevitablemente a la transformación de las demás relaciones.”[21] Reconciliados con Dios, los más prósperos se volvían hacia sus hermanos más pobres en misericordia y restauración. 4. Esperanza provocadora El Jubileo suponía una “ segunda oportunidad”. Cualesquiera fuesen las circunstancias desfavorables o los errores cometidos, siempre prevalecía la esperanza. Desde la perspectiva cristiana, la venida de Jesús supone el inicio del cumplimiento de las expectativas alumbradas por el Jubileo. Así lo anunció Jesucristo al inicio de su ministerio (Lc.4,16-21), así lo manifestó en su vida como un anticipo, y así se consumará perfectamente en el final de los tiempos. El Jubileo es, pues, una fiesta de marcado carácter mesiánico. 6. EL CÓDIGO DE SANT IDAD (LEVÍT ICO 18-22) Levítico es en primera instancia un manual de instrucciones para los sacerdotes de Israel a propósito de su adoración y liderazgo. El tema principal de este libro es la santidad. Levítico afirma que la norma para el pueblo de Dios es la santidad, puesto que Él es santo. La evidente pecaminosidad del israelita debía ser tratada con la sangre de la expiación (17,11) anticipo de la sangre de Cristo, “ el cordero de Dios” (Jn.1,36). Aunque serán los profetas quienes lo anuncien de forma explícita, la lectura de Levítico ya muestra hasta qué punto se interrelacionan en la voluntad de Dios culto y vida, adoración y ética. De manera especial podemos percibir esa unidad en el “ Código de Santidad”, que fijamos entre los capítulos 18 y 22, aunque otros autores lo amplían a los capítulos 17 a 26. Los pueblos que habitaban la tierra que Dios entregó a Israel se habían entregado a muchas prácticas que Él abominaba; corrompieron sus corazones y su “ tierra” y Dios los destruyó. Su voluntad para Israel era que, en contraste, vivieran en santidad y pureza (18,1-5; 24-30). 1. Leyes sobre la pureza sexual (Cap.18) “ Descubrir su desnudez” es un hebraísmo que significa tener relaciones sexuales. El principio general se menciona en el v.6: “ Ningún varón se llegue a parienta próxima alguna, para descubrir su desnudez”. La prohibición alcanzaba también a parientes políticos y por matrimonio (v.14-18) dada la solidez del vínculo matrimonial, que hacía incestuosas las uniones entre parientes políticos. Las instrucciones del versículo16 se aplicaban sólo si el hermano vivía, ya que en caso de haber muerto la Ley permitía el matrimonio “ levirato” (Deut.25,5). Estaban prohibidas las relaciones sexuales con una mujer durante su menstruación, el adulterio, el sacrificio de niños a Moloc, dios de los amonitas (v.19-21). Igualmente estaban prohibidas la práctica homosexual y el bestialismo (v.22-23). “ Se llaman, pues, por su propio nombre las más dispares perturbaciones y amenazas de la humanidad creada y de la realización amorosa que se basa en ella”.[22] 2. Leyes sobre la vida cotidiana (Cap.19) El llamado divino a la santidad se concretaba en las prácticas diarias del pueblo de Israel. Así nos encontramos de nuevo con las ordenanzas del Decálogo y algunas aplicaciones prácticas. Por ejemplo, dejar parte de la siega para los pobres, evitar el fraude y toda forma de abuso sobre los más débiles: jornalero, sordo, ciego, minusválido, pobre, extranjero o anciano. Además se prohibía la venganza y se alentaba el amor al prójimo. Es significativo que los filósofos griegos, pese a su sabiduría, no llegaran al concepto de humanidad ni su ética al de prójimo; sólo hablaron del “ bárbaro” para referirse al no compatriota[23]. La enseñanza de Levítico apunta hacia su plenitud en las enseñanzas de Jesús. Estaba prohibida la “ mezcla” de especies de animales, plantas o aun tejidos, como señal del reclamo divino de pureza y santidad. T ambién se prohibía comer carne que todavía tenía la sangre, como expresión de respeto a la vida; practicar la hechicería y consultar a adivinos, aunque así parecían quedar en inferioridad de condiciones respecto a los pueblos vecinos que sí lo hacían; entregar una hija a la prostitución idolátrica; incumplir el día de reposo, y determinadas prácticas vinculadas a cultos idolátricos como ciertos cortes de cabello, rasguños o tatuajes (v.19-37). 3. Penas por ofensas graves (Cap.20) Aquí se recogen las penas por algunos de los pecados mencionados en los capítulos anteriores. La pena de muerte se destinaba a quienes sacrificaran a sus hijos, los que consultaran a adivinos, maldijeran a sus padres, los adúlteros, incestuosos, sodomitas y quienes practicaran el bestialismo. “ Es significativo que todas las ofensas para las que existía una pena de muerte legal, dentro de las leyes del Antiguo testamento, puedan relacionarse directa o indirectamente, con alguno de los Diez Mandamientos. (...) Son un testimonio elocuente de la seriedad que se le otorgaba al pacto, y de la importancia de preservarlo de violaciones que pusiesen en peligro a toda la comunidad.”[24] En última instancia Dios quería afirmar su llamado a la santidad de su pueblo, en absoluta separación de las abominaciones extendidas entre los pueblos que les rodeaban. 4. Conducta de los sacerdotes (Cap.21-22) Estos capítulos están dirigidos a Aarón y sus hijos. A las prohibiciones de los capítulos anteriores, los sacerdotes debían añadir un cuidado aún mayor a favor de la santidad. Debían evitar la contaminación ritual tocando un cadáver, salvo pariente cercano, y casarse con una mujer repudiada o prostituida. Cualquier defecto físico les impedía servir activamente en el sacerdocio. T ambién las ofrendas a Dios debían ser sin defecto. Con estas advertencias Israel podía aprender, aun en los menores detalles, hasta qué punto la pureza y la separación de las prácticas pecaminosas de los pueblos vecinos, eran importantes para su Dios (22,31-33). 7. LIBROS SAPIENCIALES (PROVERBIOS) Son una serie de libros didácticos que el canon judío engloba bajo el nombre de “ Ketubim”: Job, Proverbios y Eclesiastés. Algunos estudiosos afirman que profetas, sacerdotes y sabios tenían funciones claramente diferenciadas: los profetas transmitían los oráculos recibidos directamente de Dios, los sacerdotes enseñaban la Ley mosaica y los sabios ofrecían consejos prácticos (Jer.18,18). En efecto, puede definirse la tarea sapiencial como un modo de instrucción moral afirmado en la sensatez (“ sensus”, conocimiento, razón) y la cordura (“ cor”, corazón)[25], instrucciones en el arte de conducirse en la vida cotidiana felizmente. Sin embargo, Israel no distinguía entre sabiduría profana y sabiduría religiosa, por eso, aunque no hallamos en los libros sapienciales revelaciones especiales de parte de Dios, toda su enseñanza descansa en una sola convicción: “ El principio de la sabiduría es el temor de Dios” (1,7). Se trata de una sabiduría moral práctica basada en la escucha obediente a Dios quien guía al ser humano en todas las dimensiones de su existencia: “ La verdadera sabiduría brota del reconocimiento de que el mundo pertenece a Dios. El lo creó y lo organizó conforme a su sabiduría divina; y si queremos ser sabios, debemos vivir de acuerdo con sus leyes y sus ordenanzas (8,22-36).”[26] “ He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia” (Job 28,28; Prov.9,10). Por limitaciones de espacio vamos a considerar únicamente en esta sección el libro de los Proverbios. Atribuido a Salomón, recibe su título de su primer versículo (1,1). Un Proverbio es una breve sentencia que generalmente ofrece un consejo útil para la vida práctica, pero el “ mâshâl” hebreo posee además una dimensión añadida esencialmente religiosa y moral. Los capítulos 8 y 9 de Proverbios ofrecen un elogio de la sabiduría divina y subrayan la importancia de encaminar la vida en base a sus principios (8,34-35). El resto del libro es una suma de sentencias morales que ensalzan la virtud y rechazan el vicio, aplicadas a todas las personas de cualquier condición, para todas sus relaciones, todas sus actividades y todas sus profesiones. Su enseñanza moral puede ordenarse en varias áreas:[27] 1. T emor de Dios Es el principio de la sabiduría, porque lleva al hombre a la práctica de las virtudes señaladas por Dios (3,7; 14,2; 24,21), quien juzga y sanciona su conducta. 2. Virtudes La vida feliz pasa por la práctica de las virtudes y el rechazo de todos los vicios. Destaca el énfasis en la humildad frente al orgullo (3,34; 6,16-17; 15,25; 22,4), la laboriosidad frente a la pereza (10,45; 12,11; 13,4; 14,23; 20,13), la sobriedad frente al desenfreno (20,1; 21,17; 23,1-3), el dominio propio frente a la lujuria sexual (5,1-23; 6,20-29; 23,27-28; 31,3), la austeridad frente a la avaricia (23,4-5; 30,8-9). 3. Moral familiar Es rotunda su enseñanza a favor de la monogamia y la fidelidad conyugal (5,15-21; 6,29-32). De la mujer se ensalza su bondad (11,16; 12,4) y su prudencia más que la belleza física (31,30). Los padres deben asumir la responsabilidad por la educación de sus hijos (6,20; 22,6) aun ejerciendo la disciplina (13,24; 19,18; 22,15; 23,13-14; 29,15). Los hijos deben respetar y obedecer las enseñanzas de sus padres (1,8; 4,1-4; 19,26; 23,22). 4. Relaciones sociales Los señores deben atender el bien de sus siervos (29,19-21; 31,15-21). En general, las relaciones sociales deben estar impulsadas por la misericordia y la justicia. T odo hombre debe hacer el bien (3,27-28; 11,27; 21,21; 24,11; 31,8-9), especialmente al pobre (14,21; 19,17; 21,13; 28,27) y al enemigo (25,21-22); aun con los animales (12,10). Es necesario evitar actitudes mezquinas como devolver mal por mal (24,29), alegrarse del mal ajeno (24,17-18), o despreciar a los demás (11,12; 14,21), especialmente al pobre (14,31). Andar en justicia exige veracidad en toda situación (6,17; 12,17-22; 13,5), dar el peso y medida justas (11,1; 20,10), la integridad en los jueces (17,23; 18,5; 24,23), así como evitar atentar contra otros (1,11; 6,17), o colaborar en el robo (1,10-19) y la usura (28,8). Especialmente cuidadoso debe ser el uso de la lengua porque “ la muerte y la vida están en poder de la lengua” (18,21; 12,6-18; 15,2-7; 21,23): es preciso ser prudente al hablar (10,19; 14,23), evitar el chismorreo (16,28; 26:20,22), la maledicencia (11,13), la calumnia (10,18) y el falso testimonio (6,19; 14,25; 19,5-9; 25,18). Los amigos deben amarse en todo tiempo (17,17) y ser verdaderos hermanos cuando las circunstancias lo exijan (18,24); han de ser fieles a la amistad y ayudarse en sus defectos (17,9; 27,10). 8. LOS PROFET AS Los profetas (“ nabhi”) de Israel proclamaron un mensaje con enormes implicaciones éticas y morales. El tono de su mensaje era muy distinto al de los consejos de los sabios de Israel. Los profetas se sabían voceros directos de Dios, atalayas y centinelas cuyo mensaje central era una exhortación permanente al pueblo y a sus dirigentes políticos y religiosos para caminar siempre en obediencia a Dios. “ Eran grandes predicadores y reformadores, que sacaban a la luz los pecados políticos, las prácticas económicas ilícitas, las injusticias sociales, y la hipocresía religiosa a todos los niveles de la sociedad. Llamaban a la nación en general, y a los individuos que la componían en particular, a arrepentirse, a cambiar su modo de vivir, a volver a Dios, y profetizaban el desastre si no se producía este arrepentimiento.”[28] Hombres radicales, cuyos mensajes y aun su aspecto físico austero eran acusaciones vivientes contra la inmoralidad personal, religiosa y política de Israel en cada generación. Su teología podría resumirse en el anuncio del reino mesiánico que llegaría por medio del Ungido de Dios (Is.9,6-7), aquel tiempo futuro del “ shalom” de Dios en que todas las cosas serían restituidas a su orden perfecto; una era de paz, justicia y santidad en la que el pecado y el mal desaparecerían para siempre (Is.2,1-4; 11,1-9; Miq.4,1-4). Como ya hemos señalado más arriba, de su anuncio de la esperanza mesiánica se desprendían importantes consecuencias morales porque la santidad que reivindicaban los profetas nada tenía que ver con falsos pietismos o beaterías ajenos a la realidad social. “ Ellos abogaban por los principios céntricos de la justicia, el amor, la misericordia y la santidad. Punto central en el mensaje de Amós es la demanda en pro de la justicia; Oseas, quien vivió a fines de la historia de Israel y vio el colapso de la ley y del orden, hace hincapié en el amor; Isaías clama por la santidad; Jeremías y Ezequiel hablan de la responsabilidad personal; y Miqueas hace un sumario de lo que es una religión ética en términos de ‘hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios’ (Miq.6,8). El tema de los profetas es que el ceremonialismo no es suficiente para que uno esté en buenas relaciones con Dios (Amós 5,21-24).”[29] Estos son algunos de los asuntos más comunes: 1. Juicio y Justicia Frente a los males morales de Israel, los profetas opusieron los valores del juicio y la justicia (Amós 5:7,24; 6,12; Is.5,7). Ese binomio se formula en distintas variantes: “ juicio y misericordia” (Os.12,6; Miq.6,8), “ juicio y verdad” (Jer.5,2), “ derecho y juicio” (Miq.3,9), “ justicia y equidad” (Is.11,4), “ misericordia, juicio, justicia” (Jer.9,23-24), etc. “ En líneas generales, ‘derecho’ equivale al recto ordenamiento de la sociedad; ‘justicia’, a la actitud interna que hace posible vivir a fondo lo primero.”[30] 2. Santidad El Dios santo escogió a Israel de entre todos los pueblos, no por sus virtudes sino por pura gracia, con el propósito de que mostrara Su gloria y santidad a las naciones (Is.43,21; 44,21-23). Israel debía ser una nación santa y procurar la santificación de todas sus prácticas en todos los ámbitos de su existencia. 3. Monoteísmo ético Frente al sincretismo religioso, los profetas reivindicaron el “ monoteísmo ético” (Jer.7,9-10). Israel no sólo cometió a menudo “ adulterio espiritual” sino que fue culpable muchas veces de hipocresía en su adoración a Dios (Is.1,11-20; Miq.6,1-8). 4. Justicia económica Una vez en la tierra prometida, Israel basaba su economía en la agricultura y el comercio. Avaricia, engaño y desigualdades no tardaron en aparecer. Como en tantas ocasiones “ la prosperidad engendró impiedad”. Los profetas hicieron oír su voz contra aquellas prácticas contrarias a la voluntad de Dios (Jer.5,25-27; 8,10; Os.4,12; 12,6-9; Amós 8,4-6; Miq.6,9-13). “ Baste recordar con los autores la institución del año sabático, el año jubilar, minuciosas prescripciones sobre los límites de propiedad, leyes comerciales y las relativas a la esclavitud: letra muerta que los poderosos no acatan; los magistrados actúan en connivencia con los fuertes. (…) Los profetas protestan con violencia, amenazando con la inminente catástrofe del juicio. El Dios de Israel es un Dios de justicia; el Dios que oyó el clamor del pueblo esclavizado en Egipto debe intervenir de nuevo salvando al oprimido, descargando su cólera contra los nuevos opresores.”[31] T oda expresión de menosprecio hacia el prójimo es también pecado contra Dios; no hay culto digno para con Dios donde hay comportamiento indigno para con los semejantes. 5. Justicia social La corrupción fue un cáncer en la sociedad israelita. Corruptos eran los jueces, que privaban a los pobres de sus derechos, abusaban de las viudas y despojaban a los huérfanos (Is.10,1-4). Corruptos eran también los “ políticos” en los asuntos internos y en sus criterios para establecer alianzas internacionales. Los profetas alzaron su voz en nombre de Dios una y otra vez contra aquellos pecados (Amós 6,1.7), elevando la aspiración de justicia hasta su plenitud en el “ shalom” de Dios. Especialmente ácidas fueron sus denuncias contra el uso mezquino que hacía Israel de los bienes materiales adorando ídolos hechos con materiales costosos (Is.2,7-8), confiando en ritos en lugar de practicar la honestidad (Jer.7,4-7), practicando la extorsión, el pillaje y la opresión para poseer más tierra (Ez.22,29; Miq.2,2; Am.5,11-12), envaneciéndose de sus riquezas (Am6,4-6), y tomando las posiciones de autoridad con el solo propósito de enriquecerse (Miq.3,11).[32] 9. VIOLENCIA EN EL ANT IGUO T EST AMENT O Pocos temas producen tanto estupor al estudiante bíblico como el de la violencia. Guerra, sangre y venganza desbordan a primera vista las páginas del Antiguo T estamento: “ Hay 600 pasajes que ‘hablan expresamente de pueblos, reyes e individuos, que arremeten contra otros, exterminándolos o matándolos’; unos 1.000, en los que se inflama la ira de Yahvé y ‘castiga con la muerte y la ruina, entabla el juicio como fuego devorador, toma venganza y amenaza con el exterminio’; otros 100 pasajes más ‘en los que manda expresamente matar a personas’.”[33] La violencia se manifiesta de manera expresa desde el fratricidio de Abel (Génesis 4) y corre por todo el Antiguo T estamento: la conquista de la T ierra Prometida y el exterminio de ciudades (Núm.31; Deut.20; Jos.8; 1ºSam.15), los sacrificios de animales y en alguna ocasión también de seres humanos, la “ guerra santa”, los Salmos de maldición (83,13-18; 137,7-9), la violencia “ legítima” de las instituciones, imprecaciones de los profetas contra las naciones, expectativas apocalípticas sobre la batalla final del Armagedón. Además, el tratamiento que reciben estas cuestiones es aparentemente contradictorio respecto de cómo lo hace el Nuevo T estamento. El análisis de la violencia en el Antiguo T estamento requiere un acercamiento no sólo ético sino también hermenéutico, y un estudio en detalle que no podemos ofrecer en las limitadas dimensiones de este texto,[34] pero proponemos unas breves consideraciones que nos ayuden en la reflexión sobre esta cuestión. 1. Dos corrientes opuestas Israel nunca rompió por completo con las prácticas pecaminosas de los pueblos vecinos. A menudo se dejó llevar como aquellos por la confianza en su propia fuerza y por el culto a la violencia como remedio para sus males. Claro ejemplo de esta actitud fue el empeño de Israel por tener rey “ como tienen todas las naciones” (1ºSam.8,5). El profeta Samuel les advirtió del peligro, olvidarían su confianza exclusiva en Dios y buscarían seguridad en los poderes humanos y militares (1ºSam.8,10-18). Cuando la monarquía fue un hecho, Dios señaló algunos elementos correctores que limitaran su perjuicio (Deut.17,14-20), sobre todo uno: en Israel sólo Dios era Rey, y si un hombre iba a tomar esa función tendría que renunciar a la esencia de la figura real: el poder. Paradójicamente, junto a la corriente de violencia y de confianza en la fuerza de los ejércitos, en el Antiguo T estamento cohabita una corriente distinta en la que se descubre un énfasis rotundo en la paz y en la plena confianza en Dios. Desde el llamamiento de Abraham (Gén.12) Dios enseña a Israel a depender de Su poder para su seguridad. La liberación de Egipto (Ex.12), el paso del mar Rojo (Ex.14,13-14), las victorias en el desierto (Ex.17,8-16), o la conquista de Jericó (Jos.6) muestran que la fuerza de Israel no descansa en sus armas sino en el cuidado de Dios: “ No con tu espada, ni con tu arco” (Jos.24,12b). El mismo principio se manifiesta en los episodios de Gedeón (Jue.7), Eliseo (2ºR.6,8-23) o Senaquerib (2ºR.19): “ No es vuestra la guerra, sino de Dios” (2ºCr.20,15b). Es muy significativo que Dios prohibiera a David edificar el T emplo, siendo un gran héroe nacional, y que la prohibición divina se debiera al hecho de que David hubiera sido un hombre guerrero que había derramado mucha sangre (1ºCr.28,2-3). Los profetas subrayaron el mismo principio: “ No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu” (Zac.4,6), y abundaron en anuncios de paz futura (Is.2,4; 11,6-10; 23,17-18; Os.2,18; Miq.4,3; Zac.9,10). Esa doble corriente se percibe igualmente en el modo en que conviven dos modelos distintos de esperanza mesiánica. Uno lo ofrece el rey David: el Mesías y libertador de Israel sería un “ hijo de David” guerrero y poderoso que restauraría a Israel su esplendor nacional, económico y político (Sal.2,7-9). Este Mesías haría prevalecer la supremacía de Israel sobre las naciones vecinas y las sujetaría bajo su autoridad. De esa visión participaron grupos como los macabeos, zelotes y otros. Pero a raíz sobre todo de las cautividades de Israel y Judá, los profetas comenzaron a mostrar una esperanza mesiánica de carácter distinto. Los profetas abrieron los ojos al pueblo acerca de una esperanza en un Mesías cuyo reinado estaría caracterizado por el “ shalom” (Is.2,2-4; 9,2-6; 11,1-9; Miq.4,1-4) y por la proclamación del “ año de la buena voluntad de Jehová” (Is.61,2). El Mesías sería el Siervo sufriente (Is.53). Jesucristo encarnó el anuncio de los profetas: mantuvo el título de “ hijo de David” (Mt.21:5,9) pero rechazó las expectativas zelotes (Mt.4,8-10) y el clamor de las gentes por hacerle rey según el modelo humano; su carácter reflejó inequívocamente el carácter del Siervo sufriente (Is.42-53). 2. Claves hermenéuticas Un análisis hermenéuticamente equilibrado es siempre exigible en el estudio de las Escrituras, pero se hace particularmente necesario en temas complejos como el de la violencia en el Antiguo T estamento. Queremos evitar en este punto la fácil alusión a la “ revelación progresiva” porque en ocasiones se utiliza dicha expresión para rebajar la autoridad de la revelación bíblica y para ajustar las conclusiones del texto bíblico a las expectativas previas del lector. Preferimos el término “ revelación acumulativa” acuñado por C. Pinnock: “ Realza la dirección teológica de la Revelación con el énfasis en la construcción de la verdad total. Lo que está patente en el Nuevo T estamento está latente en el Antiguo. La Revelación se incrementa desde la penumbra a la luz pura. No se completó de una vez, sino que se movió hacia una expresión más clara. Puesto que la Revelación se entregó gradualmente en proceso cronológico, la Escritura necesita ser leída con respecto al lugar que cada pasaje ocupa en el proceso de la Revelación.”[35] Los cristianos tenemos un criterio hermenéutico central que sirve de eje al análisis de cualquier texto de la Escritura: Jesucristo. Él nos proporciona la perspectiva precisa, Él es el filtro hermenéutico entre la Biblia y nuestro entendimiento. Jesucristo es el Verbo de Dios (Jn.1,1), la Palabra definitiva de Dios para el hombre, nuestra guía perfecta para conocer la voluntad divina (Heb.1,1-2). La pregunta por la violencia, como cualquier otra, sólo puede responderse a la luz de las palabras y el testimonio del Señor Jesucristo. [1] “ La justicia exigida por Cristo es nada menos que una completa conformidad con la santa ley de Dios (cf. Mt.5,22-48, especialmente v.48) en todo lo que la persona es y hace. T al justicia significa que el corazón, no sólo la acción exterior, está en lo recto, en lo recto tal como Dios mismo lo ve. Además, la justicia es dada por Dios, aquí abajo en principio, más adelante en la perfección. Por el contrario, los escribas y fariseos aceptaban una justicia que consistía en un cumplimiento exterior, y creían o pretendían creer que a través de un esfuerzo enérgico podrían alcanzar su meta, y que en realidad estaban en vías de su realización.” W. Hendriksen: El Evangelio según san Mateo. Grand Rapids: T .E.L.L. 1986. Pg. 307. [2] Jochem Douma: Los diez mandamientos. Op. Cit. Pg. 323. [3] “ La autoridad del Antiguo T estamento es real y tiene una relación demandante sobre la vida del cristiano. Pero no permanece por su cuenta, sino en relación con la autoridad última de su Autor y como una parte de la revelación total de Dios. De este modo, el Antiguo T estamento es la palabra de Dios para la humanidad. No es la palabra final de Dios, la cual es Jesús, pero es una parte, importante y significativa, de su palabra escrita a la gente pecadora.” Robert L. Cate: Introducción al estudio del Antiguo T estamento. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones. Pg. 24. [4] Sören Kierkegaard: Las obras del amor. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2006. Pg. 134. [5] Christopher J.H. Wright: Viviendo como pueblo de Dios. La relevancia de la ética del Antiguo T estamento. Barcelona: Publicaciones Andamio, 1996. Pgs. 102ss. “ Esta estructura triple de interpretaciones –tipológica, paradigmática y escatológica– libera el potencial y el poder de la ética del Antiguo T estamento, en toda la gama de intereses cristianos: por la iglesia, por el mundo y por el futuro último de ambos. Es una estructura (...) válida para toda la gama de principios éticos que operan en y desde el Antiguo T estamento.” Ch. Wright: Op. Cit. Pg. 116. [6] Jochem Douma: Los diez mandamientos. Op. Cit. Pgs. 430ss. [7] Erich Fromm: L’art d’estimar. Barcelona: Edicions 62, 1978. Pg. 36. [8] Raymond Brown: Deuteronomio. No sólo de pan. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2005. Pg. 92. [9] Cfr. VVAA Los mandamientos. El quehacer del cristiano. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1984. [10] Juan Calvino: Breve instrucción cristiana. Fundación Editorial de Literatura Reformada. 1966. Pg. 20. [11] Jochem Douma: Los diez mandamientos. Op. Cit. Pg. 121. [12] Lutero, Obras: Catecismo Mayor. Vol. 5. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1971. Op. Cit. Pg.71. [13] Carlos Díaz: Horizontes del hombre. Madrid: Editorial CCS, 1990. Pg. 31. [14] Juan Calvino: Breve instrucción cristiana. Op. Cit. Pg. 26. [15] Raymond Brown: Deuteronomio. No sólo de pan. Op. Cit. Pg. 97. [16] Cfr. H. W. Wolff: Antropología del Antiguo T estamento. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1975. Pgs. 185-193. [17] José Grau: “ El Jubileo, máxima expresión de libertad y justicia”. In VVAA: Ser evangélico hoy. T errassa: Clie, 1988. Pgs. 114-115. [18] John Paul Lederach: El abecé de la paz y los conflictos. Madrid: Los libros de la Catarata, 2000. Pg. 28. [19] Cfr. José Grau: “ El Jubileo, máxima expresión de libertad y justicia”. Op. Cit. 115-123. [20] Christopher J.H. Wright: Viviendo como pueblo de Dios. La relevancia de la ética del Antiguo T estamento. Op. Cit. Pg. 96. [21] Ronald J. Sider: Rich Christians in an Age of Hunger. London: Hodder & Stoughton, 1990. Pg. 81. [22] Hans W. Wolff: Antropología del Antiguo T estamento. Op. Cit. Pg. 235. [23] Cfr. Hermann Cohen: El prójimo. Barcelona: Anthropos Editorial, 2004. Pgs. 61-72. [24] Christopher J.H. Wright: Viviendo como pueblo de Dios. La relevancia de la ética del Antiguo T estamento. Op. Cit. Pgs. 174175. [25] Cfr. L.A. Schökel y J. Vilchez: Proverbios. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1984. Pgs. 20-21. [26] D. Gooding y J. Lennox: Fundamentos para una ética bíblica. T errassa: Clie, 2001. Pg. 121. [27] Cfr. VVAA: Biblia comentada por los profesores de Salamanca. Volumen IV: Sapienciales. Madrid: B.A.C. 1967. Pgs. 685687. [28] D. Gooding y J. Lennox: Fundamentos para una ética bíblica. Op. Cit. Pg. 128. [29] James E. Giles: Bases bíblicas de la ética. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1983. Pg. 57. [30] José Luis Sicre: “ Profetismo y ética”. In Marciano Vidal (ed.): Conceptos fundamentales de ética teológica. Madrid: Editorial T rotta, 1992. Pg. 60. [31] L.A. Schökel y J.L. Sicre: Profetas. Volumen I. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1980. Pg. 58. [32] Cfr. Craig L. Blomberg: Ni pobreza ni riquezas. Una teología bíblica de las posesiones materiales. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2002. Pgs. 100-107. [33] R. Schwager citado por Norbert Lohfink: Violencia y pacifismo en el Antiguo T estamento. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1990. Pg. 13. [34] Dionisio Byler y José de Segovia ofrecen un debate teológico de altura sobre estas cuestiones con su polémica en torno a la interpretación del capítulo 31 de los Números. Cfr. Dionisio Byler: “ Historias inmorales en el texto sagrado”; José de Segovia: “ La ira del Cordero: crónicas de guerra del Príncipe de Paz”. In Aletheia: Barcelona, nº 18, 2/2000. Para abundar en el debate puede leerse en línea con J. de Segovia a Clark Pinnock: Revelación bíblica. El fundamento de la teología cristiana. T errassa: Editorial Clie, 2004. Pgs. 187-190. Identificado con las tesis de D. Byler merece la pena leer a Juan Driver: Una teología bíblica de la paz. Ciudad de Guatemala: Ediciones Clara-Semilla, 2003. Pgs. 11-29. [35] Clark Pinnock: Revelación bíblica. El fundamento de la teología cristiana. Op. Cit. Pg. 202. { V. ÉT ICA BÍBLICA: NUEVO T EST AMENT O 1. JESÚS Y EL REINO DE DIOS Hemos señalado anteriormente que, como estructura, la religión es constitutivamente moral; pero como actitud, moral y religión son movimientos de sentido contrario: “ Entendemos por actitud ética el esfuerzo activo del hombre por ser justo, por implantar la justicia. Entendemos por actitud religiosa la entrega creyente, confiada y amorosa a la gracia de Dios.”[1] La actitud ética se define como un quehacer prometeico mientras que la actitud religiosa es esencialmente pobreza en espíritu y plena dependencia de Dios. Por esta razón, sólo es posible hablar con propiedad de ética cristiana desde un concepto mayor que la contiene y que es a la vez su eje: el Reino de Dios.[2] El concepto “ Reino de Dios” señala a la soberanía divina, describe la relación de Dios como rey con los hombres como súbditos: “ Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mt.6,10). La vida del cristiano y de la Iglesia de Jesucristo gira alrededor del Reino de Dios. En otras palabras, el supremo valor para el cristiano tiene su centro en Dios, no en el hombre. “ La mera moralidad no es el fin de la vida. (...) La gente que sigue preguntando si no puede llevar una ‘vida decente’ sin Cristo no sabe de qué va la vida. Si lo supiera, sabría que una ‘vida decente’ es mera tramoya comparado con aquello para lo que los hombres hemos sido realmente creados. La moralidad es indispensable. Pero la Vida Divina, que se entrega a nosotros y nos invita a ser dioses, quiere para nosotros algo en lo que la moralidad pueda ser devorada. (...) La moralidad es una montaña que no podemos escalar con nuestro propio esfuerzo. Y si pudiéramos, pereceríamos en el hielo y en el aire irrespirable de la cumbre, pues nos faltarían las alas con las que completar el resto del viaje. Pues a partir de ahí comienza la verdadera ascensión. Las cuerdas y las hachas son ‘suprimidas’ y ahora hay que volar.”[3] Si de alguna forma cabe hablar de ética cristiana, sólo puede ser como ética del Reino, como la descripción del modo en que viven y se relacionan las personas cuando se someten a la voluntad de Dios, bajo el señorío de Jesucristo, por el poder del Espíritu. 1. Características del Reino 1.1. Accesible sólo por el arrepentimiento (Mr.1,15b) Dos palabras pueden resumir el acceso de entrada al Reino: arrepentimiento (Mr.1,15) y obediencia (Mt.7,21). Frente a toda forma humana de suficiencia, el acceso al Reino está reservado exclusivamente a los “ pobres en espíritu” (Mt.5,3) que no pueden exhibir mérito alguno y deben esperarlo todo de la gracia divina. La entrada al Reino sólo es posible para quienes se acercan a Dios con la misma actitud con la que el hijo pródigo regresó a su padre. 1.2. Espiritual y material (Rom.14,17) El Reino es espiritual pero no metafísico. La espiritualidad del Reino no es auto-cancelante ni se agota en un pietismo descarnado. Al contrario, las expresiones prácticas de la misericordia y el “ ágape” brotan de su misma esencia. No decimos, pues, “ espiritual” para oponerlo a “ material” sino a “ natural”[4]. Frente a la influencia negativa de la filosofía griega en su recelo hacia lo material, es necesario subrayar que la raíz espiritual del Reino se extiende sobre todas las dimensiones presentes de la existencia individual y colectiva; todo es conmovido y renovado por el impacto de la soberanía de Dios en el corazón humano. La salvación de Dios en Jesucristo no opera sobre “ almas sin hueso” sino en vidas humanas restauradas por la sanidad divina en todas sus facetas y todas sus relaciones presentes. La gracia de Dios no es sólo gracia salvadora sino también gracia transformadora (W. Hendriksen). “ El reino de Dios es el fundamento de la ética, en el sentido de que irrumpe en el presente como un hallazgo constatado con alegría, es decir, como algo que aporta a la vida, ahora mismo, salvación, alegría y orientación.”[5] 1.3. Don y tarea El Reino es un don de Dios (Lc.12,32) y sólo como don puede ser recibido, al modo de un niño (Mr.10,15). “ En ninguna parte del Nuevo T estamento se habla de que hayamos de construir el reino. El reino es el gobierno de Dios y nosotros no lo establecemos. Nuestra parte es la de recibirlo y proclamarlo.”[6] A la vez, el Reino es una tarea ética. Israel es un buen ejemplo de esta tensión dialéctica: recibió como un don de Dios la tierra prometida pero tuvo que luchar arduamente por su posesión. En términos del Nuevo T estamento podemos hablar de gracia y ética (Rom.6,2-10; vs. 12-23). La gracia de Dios viene antes que la ética pero ésta manifiesta la vitalidad de aquella: “ El contenido y la naturaleza de la gracia de Dios determina el contenido y la naturaleza de nuestros hechos. Nuestra respuesta es de amor debido a que la gracia de Dios se manifiesta como amor.”[7] (1ªJn.4,19). Así, la ética que se deriva del Reino se mueve dialécticamente entre el indicativo y el imperativo. 1.4. Personal y social El Reino nace en el corazón de cada persona pero el Antiguo y el Nuevo T estamento muestran cómo Dios está empeñado en crear una comunidad, “ una sola humanidad nueva”[8] (Ef.2,11-22). De este modo, la idea del Reino de Dios permite franquear la frontera entre ética personal y social. 1.5. Irreductible a estructuras humanas Dado su origen espiritual, ninguna institución u organización humana puede aspirar a identificarse con el Reino, ni las que brotan del “ status quo” ni las que se alzan para reemplazarlo. T ampoco la Iglesia puede pretender esa identificación; es instrumento privilegiado al servicio del Reino, no su encarnación definitiva. 1.6. Realidad presente y esperanza futura El Reino de Dios es escatológico, apunta al futuro como ámbito del cumplimiento final de los propósitos divinos (Mt.6,10; Apoc.22,20). Sin embargo, el Reino es también ético porque ya se ha hecho presente en medio de la historia, encarnado en Jesucristo. Del mismo modo, la Iglesia proclama la venida futura del Reino y a la vez está llamada a encarnar, siquiera parcialmente, su carácter. “ El fracaso en nivelar adecuadamente estos tres polos, el reino de Dios, la iglesia y el mundo, conducirá invariablemente a un evangelio unilateral y a una iglesia sectaria.”[9] El Reino que Jesús predica no es de este mundo (Jn.18,36), no puede ser apresado y limitado en los estrechos márgenes de la historia presente; en tal caso la diferencia entre Dios y el hombre quedaría oscurecida. Pero el Reino de Dios tampoco puede ser expulsado al más allá de la historia: se hizo presente de forma anticipada en Jesús (Mr.1,15a; Lc.4,16-21), y se hace evidente por el poder del Espíritu en la vida de los creyentes y en sus comunidades. La expectación futura del Reino ilumina la acción presente, que se vive en perspectiva de eternidad. De esta manera queda desenmascarado todo intento de confundir lo escatológico con lo meramente futurista y escapista. 1.7. Expresado en el “ ágape” El carácter del Reino se expresa en la virtud fundamental del “ ágape”, amor que se ofrece incondicionalmente a quien no lo merece. Este es el amor sacrificial de Dios por el ser humano (Jn.3,16; Rom.5,7-8). Para el hombre es imposible el ejercicio de este amor porque es ajeno a su naturaleza caída, pero se convierte en posibilidad real como expresión del fruto del Espíritu Santo en su vida. 2. Ética del Reino y cruz de Cristo La cruz no es sólo el elemento central en la vida de Jesús sino que está llamada a ser el distintivo vital y ético del cristiano. “ El significado de la cruz es soteriológico a la vez que ético. Y esto es así porque, al escoger la cruz, Jesucristo no sólo dio forma al indicativo del evangelio (‘conocemos lo que es el amor en que Jesucristo dio su vida por nosotros’ –1ªJn.3,16a), sino que simultáneamente proveyó el modelo para la vida humana aquí y ahora (‘y así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos’ –1ªJn.3,16b).”[10] El acceso al Reino sólo es posible por “ la palabra de la cruz” que es poder de Dios para salvación a judíos y gentiles (1ªCor.1,18ss.). El llamado de Jesús al seguimiento es un llamado a ser crucificado (Rom.6,6; Gál.2,20) y a llevar la cruz cada día(Lc.9,23). La vida crucificada vuelve la espalda al “ yo”, sus derechos y exigencias (Gál.5,24) para ser consumida en el servicio “ agápico” a los demás. El amor de Jesucristo por nosotros manifestado en la cruz nos impulsa al amor para con el semejante (1ªJn.4,10-11). “ Dios no sale bondadosamente al encuentro del hombre para que éste, por su parte, se aferre a su derecho frente al prójimo, sino para que su bondad se refleje en nuestra bondad.”[11] En el Reino, además, la grandeza está relacionada con una mayor disposición al servicio (Mt.20,26-28). La única política posible para el cristiano es la política del Reino y su única estrategia, la estrategia de la cruz. “ Esto incluye el devolver bien por mal, que el fuerte sirva al débil, que el privilegiado tome la iniciativa en resolver los problemas de los menesterosos, y aun que el justo, hasta cierto punto, lleve sobre sí los pecados del injusto. (…) Debemos aplicar con mayor consistencia la ética de la cruz si es que pretendemos revitalizar el cristianismo contemporáneo y hacer de la religión cristiana un factor vital al enfrentar las necesidades del mundo.”[12] Sólo desde esta perspectiva y sobre este fundamento cabe hablar de compromiso ético del cristiano, que no sea mero voluntarismo humanista sino servicio a la causa del Reino de Dios. 2. EL SERMÓN DEL MONT E (MAT EO 5 - 7) 1. Destinatarios El contenido del Sermón del Monte exige que nos preguntemos seriamente quiénes son sus destinatarios porque la radicalidad de sus demandas no permite respuestas ambiguas ni apocadas. Como veremos en un breve resumen, las sugerencias han sido múltiples a lo largo de la historia de la Iglesia. Ética provisional. La ética radical del Sermón del Monte estaba dirigida a los discípulos de Jesús, quien esperaba la consumación escatológica del Reino de forma inminente. Pero Jesús se equivocó, el Reino no fue establecido en aquellos días y sería absurdo pretender vivir literalmente según las pautas del Sermón del Monte, pensado para un breve espacio de tiempo excepcional. Minorías comprometidas. La validez del Sermón del Monte alcanzaría todas las épocas pero estaría destinado sólo a órdenes religiosas y otros grupos radicales, cuyo testimonio sería inspirador al resto de la Iglesia y aun al mundo. Pero no se puede pretender que los cristianos comunes vivan según las demandas del Sermón; tal intento les dejaría indefensos y vulnerables en medio de la sociedad descreída y adversa que les rodea. Desafío a la decisión personal. Este enfoque existencialista priva al Sermón del Monte de sus contenidos concretos y fija su relevancia presente en el noble sentir que despierta en el hombre, el estímulo que supone para vivir en perspectiva escatológica, una vida no sujeta a contenidos éticos concretos sino a una actitud permanente de autoexamen y corrección. Ley y no Evangelio. El Sermón del Monte presenta un ideal imposible y exige a los hombres una obediencia absoluta sólo para poner de manifiesto la pecaminosa e incorregible naturaleza humana. Como sucede con la Ley de Moisés, el propósito del Sermón del Monte no es que sea obedecido como una ética para la vida, sino ayudar a enfrentar al hombre con su pecado y guiarle a descubrir su imperiosa necesidad de la gracia divina dada en Jesucristo. Utopía humanista. Propia de los liberalismos teológicos que reducen el mensaje de la cruz de Cristo a sus elementos éticos expresados en el Sermón del Monte, de modo que el Evangelio queda limitado al anuncio de una futura civilización de progreso y armonía social, que los hombres van aproximando día a día con su propio esfuerzo moral. Dispensacionalismo. El Sermón del Monte no tiene una relevancia inmediata para los cristianos; sus principios de conducta son aplicables en cierta medida, pero su auténtico propósito es servir de ley moral en el futuro reino milenial judaico y no en este tiempo, llamado “ el paréntesis de la Iglesia”, la “ dispensación cristiana”. Frente a estos intentos de edulcorar las exigencias del Sermón del Monte de una u otra manera, la corriente mayoritaria de la teología cristiana reconoce, al menos en teoría, que Jesucristo está presentando en el Sermón del Monte los valores propios del Reino de Dios que deben encarnar sus ciudadanos, sus discípulos. Ahora bien, esa perspectiva debe ser aclarada para evitar equívocos. Si consideramos sus enseñanzas simplemente como una norma ética, convertimos el Sermón del Monte en una forma de Ley que sólo nos descubrirá nuestra incapacidad moral. Debemos acercarnos al Sermón del Monte ya justificados por la sola gracia de Dios para experimentar la nueva vida en Cristo, la santificación que obra el Espíritu Santo por su poder, y cuyos frutos responden al perfil que dibujan las enseñanzas del Sermón del Monte. “ Un elemento común en todos estos movimientos de reforma radical fue su visión de la Iglesia en términos de una comunidad mesiánica en que la participación es voluntaria y en donde se requiere el compromiso obediente del discípulo. Esto implicaba una conversión en términos de escala de valores a fin de vivir por la gracia de Dios el estilo de vida propio del reino mesiánico inaugurado por Jesús.”[13] Un sencillo análisis exegético[14] confirma algunas claves del propio texto que muestran su relevancia para todos los discípulos de Jesucristo de todas las generaciones. El pórtico del Sermón del Monte describe la actuación de Jesús en “ la Galilea de los gentiles” (4,23a). Grandes multitudes provenientes de todas las regiones del Israel histórico se congregan alrededor de Jesús (4,25): Noroeste (Galilea), noreste (Decápolis), suroeste (Jerusalén y Judea), y sureste (Perea); representan el conjunto de Israel que el Mesías debía reunir. En el mismo contexto mesiánico hay que situar el relato de los milagros antes (4,23b-24) y después (8,1-9,34) del Sermón del Monte: Jesús aparece según las profecías, Mesías de la palabra y Mesías de la acción (cfr. Lc. 4,16ss.). El monte (5,1) tiene también un sentido teológico; la Ley de Moisés fue promulgada en un monte, el Sinaí (Ex.19); como entonces Moisés congregó a Israel, Jesús sube al monte y llama a sus discípulos (5,1). La revelación dada a Moisés no será anulada pero sí sobrepasada: “ Oísteis que fue dicho, pero yo os digo” (5,21). 2. Seguimiento radical El Sermón del Monte sólo puede ser comprendido cabalmente en el contexto del Evangelio del Reino salvífico que Jesús proclama (Mt.4,23) y que encarna en su propia vida. Dios ha manifestado su Reino en la persona de Jesucristo, y todos aquellos que le reciben y se someten a su reinado reciben salvación y son llamados a vivir de una manera distinta según la justicia del Reino. El Sermón del Monte describe los valores y relaciones propias del Reino de Dios. Como hemos anticipado más arriba, el imperativo del Sermón del Monte sólo se comprende cabalmente en el contexto del indicativo del Reino. El Pueblo de Dios vive los valores del Reino como una prueba concreta y visible del poder divino que resucitó a Jesucristo y hace nuevas todas las cosas (2ªCor.5,17). El Sermón del Monte es para practicarlo y para hacerlo al amparo de la gracia divina, para ajustar la vida a sus enseñanzas, para descubrir las implicaciones de un seguimiento radical de Jesús. Subrayar la pertinencia y la relevancia del Sermón del Monte para los discípulos y la Iglesia de Jesucristo nos lleva “ al borde del precipicio”. Con los presupuestos ya establecidos sobre el compromiso radical que exige la fidelidad al Sermón del Monte, es fácil advertir los riesgos que implica su seguimiento: los valores del Reino se hallan en absoluta y radical oposición a los valores del mundo incluso en sus expresiones más cotidianas. T omar en serio el mensaje del Sermón del Monte implica vivir en radical inconformidad con los valores del mundo. “ El Sermón del Monte es la delineación más completa de la contracultura cristiana que existe en el Nuevo T estamento. Aquí está un sistema de valores cristianos, de norma ética, de devoción religiosa, de actitud hacia el dinero, de aspiraciones, de estilo de vida y gama de relaciones del cristiano –todos y cada uno de los cuales están totalmente en discordancia con los del mundo no cristiano. Y esta contracultura cristiana es la vida del reino de Dios, una vida plenamente humana en verdad pero vivida con efectividad bajo el régimen divino.”[15] Como ya hemos visto, semejante exigencia ha llevado a la Iglesia con cierta frecuencia a querer acomodar la radicalidad genuina del Sermón del Monte a una religiosidad inocua. Pocos han denunciado tales intentos como el teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer. Suya es la denominación de “ gracia barata” aplicada a una fe sin la fertilidad de una vida renovada y comprometida con el seguimiento expuesto de Jesús. Su radiografía es certera e implacable: “ La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado. La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene (...) Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo –‘habéis sido adquiridos a gran precio’– y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultarnos barato a nosotros.”[16] “ Nos hemos reunido como cuervos alrededor del cadáver de la gracia barata y hemos chupado de él el veneno que ha hecho morir entre nosotros el seguimiento de Jesús.”[17] El amparo en cualquier forma de gracia barata supone el desfallecimiento del seguimiento de Jesús y la irrelevancia de la Iglesia en el mundo. Se abre así otra reflexión a propósito de la relevancia del sermón del Monte: el testimonio del Reino al mundo. En efecto, la Iglesia proclama el reinado salvífico de Dios inaugurado en Jesús en la medida que encarna los valores del Reino en el poder del Espíritu (Mt.5,13-16). Esa es precisamente su función: vivir de tal modo que se convierta en una sociedad alternativa, una sociedad “ de contraste”[18] en medio del mundo, una “ comunidad de significado” (J. Conill). La Iglesia no es meramente una comunidad cultual sino una comunidad de vida. Si la Iglesia no cumpliera fielmente esta tarea de contraste sería incapaz de proclamar con credibilidad su mensaje acerca de Dios. Sólo quedaría una espiritualidad pueril (T roadec), un deslizarse a la vagancia del alma, donde el alma vaga y la decadencia domina (Mounier). La sal impide la corrupción, la luz derrota a las tinieblas. Ambas tareas corresponden al Pueblo de Dios en obediencia a su Señor. “ Huir a la invisibilidad es negar el llamamiento. La comunidad de Jesús que quiere ser invisible deja de seguirle.”[19] “ Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos/valientes lo arrebatan” (Mt.11,12). El Reino no es de los timoratos o apocados, sino de los pobres en espíritu que están dispuestos a arriesgarse y arriesgarlo todo, sostenidos tan sólo en la absoluta confianza en Dios y capacitados por su Espíritu bajo la autoridad de Cristo. 3. Bienaventuranzas: paradojas que dan vida (Mateo 5,1-12) Las Bienaventuranzas perfilan el carácter de Jesús pero también el de sus discípulos, quienes escucharon Su llamada y todo lo abandonaron y a todo renunciaron por seguirle a Él. En esa apertura a la imitación de Jesús y al sufrimiento consiste “ lo específicamente cristiano”.[20] Desde ese momento le pertenecieron por completo y Jesús fue su única posesión. Las Bienaventuranzas son una paradójica proclamación de felicidad y dicha. Quienes viven en total renuncia por el seguimiento de Jesús y en el poder del Espíritu reflejan siquiera parcialmente el mismo carácter de su Señor, reciben también la bendición de su fruto: “ poseer el reino de los cielos y heredar la tierra”.[21] Ese fruto tiene una doble dimensión presente y futura (escatológica): comenzamos a saborearlo ahora pero lo disfrutaremos plenamente en la eternidad. 3.1. Bienaventurados los pobres en espíritu (v.3) Desde el Antiguo T estamento, “ los pobres” designan particularmente a quienes dependen humildemente de Dios, aquellos que cifran en Dios toda su esperanza y a la vez son conscientes que nada merecen de Él, los que desconfían enteramente de sí mismos y confían únicamente en Dios, los que reconocen su “ bancarrota espiritual”[22] y cifran toda su esperanza en Él (Lc.18,9-14). A éstos y sólo a éstos les es otorgado por Dios el Reino de los cielos, contradiciendo todas las expectativas basadas en vanidades humanas. Los discípulos de Jesús renunciaron a todo por seguirle (Lc.14,33) de modo que ya nada tenían en el mundo sino todo en Dios; pero no eran bienaventurados por el hecho en sí de su pobreza sino porque poseían a Cristo. Bonhoeffer articuló su comentario de las bienaventuranzas precisamente en torno a los diversos planos en los que se expresa la “ renuncia” de los discípulos a cambio de tener a Jesús, la perla de gran precio (Mt.13,44-46). En nuestro acercamiento prestamos especial atención a sus reflexiones. 3.2. Bienaventurados los que lloran (v.4) Los que lloran son los pobres en espíritu que reconocen y lamentan su propio pecado (Es.10,1; Rom.7,24; 1ªCor.5,2; 2ªCor.7,10) y se duelen por el pecado del mundo como hicieron en la antigüedad los profetas de Israel (Sal.119,136; Ex.9,4; Filip.3,18) y como hizo Jesús (Lc.19,41-44). Los discípulos de Jesús sufren por la culpa del mundo, que ríe en una falsa felicidad mientras ignora su destino: “ Ven, que el barco de la inmensa alegría se está yendo a pique. El mundo fantasea del progreso, de la fuerza, del futuro; los discípulos conocen el fin, el juicio, la venida del reino de los cielos, para la que el mundo no está preparado.”[23] Por el contrario, los discípulos de Jesús viven renunciando a todo lo que el mundo llama felicidad y paz, son extranjeros en medio del mundo. Para ellos es el consuelo del perdón perfecto y gratuito de Dios (1ªJn.1,8-9), el consuelo que brota de la cruz, aunque sólo será perfecto en la eternidad cuando Dios enjugará definitivamente todas sus lágrimas (Apoc.21,4). 3.3. Bienaventurados los mansos (v.5) Pobres y mansos son términos que en hebreo proceden de la misma raíz. El modelo perfecto nos lo ofrece Jesús mismo: “ Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt.11,29). El manso no es el débil de carácter sino el que confía en Dios. Llama la atención que la Biblia describa a Moisés como el hombre más manso de la tierra (Núm.12,3), cuando destacó sobre todo como líder enérgico y aun jefe militar de Israel. Fue el más manso porque fue quien más intensamente puso su entera confianza en Dios. Los mansos pueden definirse como personas que, teniendo poder y capacidad, no se sirven de ello sino que se someten por entero a la dependencia y al poder de Dios, viviendo en humildad y dominio propio. Renuncian a reivindicar cualquier derecho propio, confían plenamente en Dios y han dejado por entero su defensa en las manos divinas. Los mansos y humildes “ recibirán la tierra por heredad” (Sal.37:1, 2, 22, 34; Lc.12,31-32). Quien humildemente pone su confianza en Dios halla que Él le reivindica (1ªP.2,21-23), experimenta que, pese a todo, reina ahora en Cristo y en la eternidad recibirá “ cielo nuevo y tierra nueva” (Apoc.21,1). 3.4. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia (v.6) Los discípulos toman en serio la exhortación de Jesús: “ Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mt.6,33). Por eso viven por amor a Jesús en la renuncia a su propia justicia y anhelan la plena y futura justicia divina. La expectación del Reino futuro de Dios no hace al cristiano indiferente ante la maldad presente, su convicción de que no hay paraísos en la tierra no le impide movilizarse para aliviar la injusticia cotidiana. Con todo, el cristiano, que ya disfruta en parte la justicia que es en Jesús, sigue esperando el día final en que resplandezca la justicia eterna y perfecta de Dios. 3.5. Bienaventurados los misericordiosos (v.7) Esta Bienaventuranza completa la anterior, orientando la actitud de los discípulos de Jesús hacia el prójimo y sus miserias. La pureza propia no debe convertirse en crudeza hacia las deficiencias de los demás (T roadec). Lejos de la actitud del consiervo malvado (Mt.18,21ss), quien vive en el perdón de Dios “ juzga al hombre no por lo que hace, sino por lo que sufre” (J. Moltmann). Por eso renuncia a su propia dignidad y se acerca sin reparo a los últimos, los más débiles y despreciados, haciendo como Jesús, quien tampoco se avergonzó de ellos. Por su parte, Dios les vestirá con su propia honra y dignidad. Esta bienaventuranza supone una advertencia para que el anhelo por la justicia del Reino (v. 6) no se convierta en un juicio implacable contra el otro. No existe mejor antídoto contra tal peligro que la conciencia de vivir sustentado en la misericordia de Dios. 3.6. Bienaventurados los de limpio corazón (v.8) Para los semitas el corazón es la sede de los pensamientos y el motor de la vida ética del hombre (Mt.15,19). La limpieza de corazón equivale a la santidad (Sal.51,6; Hch.15,9; 1ªT im.1,5). De limpio corazón es el discípulo que se ha entregado a Jesús para que Él reine por entero en su vida, quien vive en renuncia a su propio bien y mal porque sólo depende de Jesús. Su pureza no es meramente externa (Lc.11,39; Mt.23,25-28) ni tampoco emocional, sino que resulta de su contemplación de Jesús. En esta mirada permanentemente fija en Jesús verán también a Dios (Sal.24,3-4; Jn.14,9) y llegarán a ser como Jesús (1ªJn.3,2). 3.7. Bienaventurados los pacificadores (v.9) De nuevo se nos ofrece una expresión de equilibrio entre nuestra relación con Dios y con los hombres: quien ha hallado su paz en Jesús está llamado a extenderla. Buscar y poner paz es tanto como hacer la voluntad de Dios aplicándola a nuestras relaciones con el prójimo. Por eso los discípulos de Jesús viven renunciado a la fuerza o la rebelión aun cuando sean víctimas del mal y la violencia (Rom.12,21). Como Jesús, también sus discípulos crean paz llevando sobre sí la cruz; y colaborando así con el Hijo de Dios, también ellos serán llamados hijos de Dios. 3.8. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia Esta bienaventuranza (v.10) y su ampliación (v.11-12) afirman un mismo principio: la justicia del Reino se opone al espíritu del mundo y le acarrea persecución. Se hace aquí más patente que en ninguna otra bienaventuranza la oposición entre el espíritu de Cristo y el del mundo, la colisión radical entre dos sistemas de valores opuestos (Fil.1,29; 2ªT im.3,12; 1ªP.4,12). Los discípulos que se identifican con el Reino deberán pagar en esta vida un peaje inevitable de oposición y dolor. Lo advierte Jesús (Jn.15,18-20) al tiempo que invita a sus discípulos a contemplar su victoria final en Dios. Son la comunidad del crucificado, de modo que su experiencia no puede ser otra que la cruz; pero son al mismo tiempo bienaventurados: la eternidad con su establecimiento perfecto del Reino está cerca (2ªCor.4,17). Puede oírse al Espíritu de Dios decirles: “ ¡Ánimo! ¡Esto terminará pronto!”. 4. Radicalidad del Reino: no violencia (Mateo 5,38-48) Jesús no viene a abolir la Ley. No llama a una Ley mejor, sino a una justicia mayor: “ Mayor que la de los escribas y fariseos” (v.20). Las seis antítesis del capítulo 5 muestran cómo Jesús radicaliza la Ley recuperando su sentido genuino y llamando a sus discípulos a vivir el carácter de los ciudadanos del Reino, por la gracia de Dios y en el poder del Espíritu Santo. El texto que nos ocupa muestra una nueva oposición radical a propósito de la violencia entre la moral del “ desorden establecido” (Emmanuel Mounier) y la moral del Reino, ejemplificada por el Siervo sufriente de Jehová (Is. 53). Para subrayar la exhortación a sus discípulos para que practiquen un amor sacrificial, Jesús menciona el ejemplo de Dios (v.44-45). Dios es amor (1ªJn.4,8) y los hijos de Dios estamos llamados a vivir un amor total e indiviso aun respecto a los “ malos” y los “ enemigos”. 4.1. No a la venganza (v.38-42) La Ley del T alión (Ex.21,24; Lv.24,20; Dt.19,21) presente ya en el código de Hammurabi (1.800 a.C.) fue dada a Israel como nación para que fuera aplicada como parte de su sistema judicial. Su propósito era producir la retribución exacta del mal en los tribunales y así definir la justicia y restringir el castigo, evitando la venganza indiscriminada y particular. Los escribas y fariseos ampliaron erróneamente este principio al terreno de las relaciones personales para justificar precisamente la venganza personal, aunque la Ley la prohibía rotundamente: “ No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo” (Lev.19,18). Jesús rechazó aquella interpretación torcida e interesada y situó a sus discípulos no sólo ante los pasajes del siervo sufriente de Isaías, sino ante Su propio testimonio (Mt.12,15-21; 1ªP.2,18-25). En la Cruz mostró su rechazo absoluto a la venganza permitiendo a Sus verdugos continuar su escarnio hasta el fin. “ Esta renuncia a la violencia no es resignación o debilidad, sino expresión de la libertad y de la fuerza, que antes está dispuesta a soportar que a ocasionar sufrimientos.”[24] En las relaciones humanas la enemistad y la competitividad son un principio de organización social. Sin embargo, Jesús pretende que en su comunidad se viva en base al amor noresistente evitando la tentación de desquitarse, que la cruz sea el estilo de vida característico de sus discípulos. La venganza pertenece en exclusiva a Dios (Rom.12,19). El cristiano deja que Dios se ocupe de dictar justicia según Su criterio perfecto y así él queda libre para seguir amando. “ He aquí, mi confianza es que el Omnipotente testificará por mí, aunque mi adversario me forme proceso” (Job 31,35; cfr. 1ª P.2,21b-23). Frente a toda forma de represalia, Jesús llama a no resistir al malo, a ejercitar la paciencia en lugar de la venganza. Las cuatro ilustraciones que ofrece aclaran el significado de su exhortación, aplicada a los distintos planos de las relaciones interpersonales, legales, políticas y económicas, respectivamente. “ Cualquiera que te hiera en la mejilla derecha” (v.39). En el mundo oriental, recibir un golpe en la mejilla dado con el dorso de la mano tiene un significado especialmente ofensivo. Jesús llama a sus discípulos a aceptar los insultos sin responder del mismo modo (Is.50,6; Mt.26,27; Mr.14,65). “ Al que quiera ponerte a pleito” (v.40). Los discípulos de Jesús deben responder con generosidad a los que atropellan sus derechos. Pablo abunda en esa misma convicción según la cual es preferible sufrir el agravio antes que entablar pleitos con el prójimo (1ªCor.6,7-8). “ Cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla” (v.41). En los días de Jesús, funcionarios de Roma y soldados podían obligar a los transeúntes a llevar sus cargas o hacerles de guías; Jesús pide a sus discípulos que respondan a la opresión con bondad y sacrificio voluntario. “ Al que te pida, dale” (v.42). El discípulo de Jesús responde con gestos de paciencia y apaciguamiento a quien le agrede con su violencia. Los discípulos de Jesús son los mansos de la bienaventuranza que han renunciado al propio derecho por amor a Él. No reivindican su derecho a la venganza, las posesiones, el tiempo o la ley; su camino es el mismo que siguió su Señor: el camino del sacrificio y la cruz (Mt.16,24). El mal no se vence con otro mal sino soportándolo sin añadir respuesta violenta: “ El mal se debilita si, en vez de encontrar oposición, resistencia, es soportado y sufrido voluntariamente. (...) El sufrimiento voluntario es más fuerte que el mal, es la muerte del mal.”[25] Para que el mal no rebote en nosotros y vuelva al mundo como un mal mayor hay que encajarlo, “ meterlo en una caja” para que muera. “ Cristo vence el mal negándose a transmitirle, por tanto aguantándole hasta el riesgo de morir al ‘blocarle’; lo propio del justo es precisamente aguantar el mal sin devolverle, sufrir sin pretender hacer sufrir, sufrir como si fuese culpable.”[26] Esta es la senda más propia para el cristiano: “ Vence con el bien el mal” (Rom.12,21); en lugar de la venganza y el mal, el sufrimiento voluntariamente aceptado. La renuncia a la venganza no es simplemente una estrategia para conseguir la victoria sobre el enemigo, usando un método pintoresco. En realidad, el discípulo de Jesús ha de estar preparado para la derrota según el mundo porque su victoria es una victoria muy peculiar, es la victoria de la cruz. La enseñanza de estos versículos es clara pero más complicado resulta señalar a qué ámbitos de las relaciones de los discípulos está dirigida. El discípulo puede renunciar en su vida privada a sus derechos ante el malvado y soportar su maldad sin resistencia pero ¿qué debe hacer cuando el agredido es un tercero? ¿de qué modo debe expresar su amor para con la víctima? ¿ha de renunciar a la defensa de sus derechos? Son preguntas que apuntan a la responsabilidad cristiana en el ámbito social. ¿Pueden aplicarse en esta área los mismos criterios y del mismo modo que en la esfera de lo particular? Aun a riesgo de simplificar en exceso, es posible señalar dos enfoques distintos en la teología cristiana sobre este asunto y que presentamos brevemente a continuación. La primera es deudora en cierta medida de la teoría de “ los dos reinos” de Lutero quien, en base a las palabras de Jesús: “ Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mr.12,17), distingue entre nuestra “ persona” y nuestro “ oficio”. El cristiano vive al mismo tiempo bajo una jurisdicción espiritual, el reino de Cristo, y una jurisdicción secular, el reino del emperador. En el reino espiritual vive como “ persona” pero en el segundo desempeña algún “ oficio”: padre, maestro, juez, entre otros. Según Lutero, no se deben confundir ambos planos. El discípulo de Jesús en el desempeño de su “ oficio” debe oponerse a todo mal.[27] Jesús pretendería evitar que sus discípulos se tomaran la justicia por su mano, pero no estaría prohibiendo la administración de la justicia por parte de las autoridades establecidas por Dios mismo. “ El cristiano debe estar totalmente libre de la venganza, no sólo en la acción, sino también en su corazón; como funcionario, ya sea del estado o de la iglesia, no obstante, puede confiársele la autoridad de Dios para resistir al mal y castigarlo. (...) Lo que Jesús demanda aquí de todos sus seguidores es una actitud personal hacia los que hacen mal que está inspirada en la misericordia y no en la justicia, que renuncia a la venganza en forma tan total que se arriesga a un sufrimiento mayor y más costoso, que nunca está dominada por el deseo de causarles daño sino siempre por la determinación de proporcionarles el sumo bien.”[28] Desde esta perspectiva, es inadecuado establecer la práctica social del cristiano únicamente a la luz del Sermón del Monte. Ese texto estaría dirigido al discípulo de Jesús como persona y habla “ de la explotación personal, del sacrificio de uno mismo.”[29] Pero a propósito de sus responsabilidades como ciudadano, el Nuevo T estamento ofrece enseñanza complementaria. En el Sermón del Monte: “ No tenemos más que la reacción del cristiano como individuo frente a lo que se le hace personalmente. Respecto a la relación del cristiano con el Estado y a sus relaciones generales, abundan las enseñanzas en la Biblia.”[30] En concreto, el Estado aparece como una institución divina cuya función es precisamente preservar la justicia, “ resistiendo” al malo y castigando su maldad (Rom.13,1-7). Cuando ejerce su autoridad de acuerdo a la voluntad divina es “ servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo” (Rom.13,4). El discípulo de Jesús está llamado a no resistir al malvado y a renunciar en su vida personal a la venganza (Rom.12,1721) ya que ésta es prerrogativa de Dios. Pero la justicia divina se manifiesta, aunque sea de forma imperfecta, a través de la autoridad legítima del Estado. Esa doble perspectiva lleva al cristiano a comprometer su vida renunciando a resistirse al malvado en sus relaciones personales, pero a reivindicar la justicia o la verdad cuando éstas son amenazadas en las vidas de otros y a reconocer la legítima defensa que de estos valores corresponde al Estado y sus servidores. Como individuo debe estar dispuesto a perdonar, pero la sociedad ha sido dotada por Dios de instrumentos que contribuyan a limitar, siquiera en parte, los efectos destructivos del pecado: Mateo 5 muestra cuál debe ser la actitud del cristiano como individuo cuando sufre violencia, y Romanos 13 enseña la tarea que corresponde en este asunto a la autoridad civil. El segundo punto de vista a propósito de esta cuestión ha tenido defensores también a lo largo de la historia del cristianismo, identificados habitualmente con grupos pacifistas cristianos. Afirma que sería hipócrita rechazar a la venganza en el ámbito de la moral personal pero recurrir a la ley del talión en el plano de la moral social por medio de “ funcionarios”. Bien al contrario, la nueva moral del reino es tanto individual como social y se opone a la moral del “ presente siglo malo” en todas las áreas, incluso la de los gobiernos humanos, que la Escritura sitúa en la esfera de Satanás (Mt.4,8-10; Col.2,15; Santiago, 1ª Pedro, Apoc.13). Romanos 13,1-7 debe ser analizado a la luz de esos y otros textos semejantes e incluso en el contexto de los capítulos 12 y 13 del mismo libro. “ Romanos 12-13 y Mateo 5-7 no están en contradicción. Ambos instruyen a los cristianos para la actitud de no resistencia en sus relaciones, incluyendo las sociales. Ambos llaman a los discípulos de Jesús a renunciar a la participación en el juego de egoísmos que este mundo llama ‘venganza’ o ‘justicia’. Ambos llaman a los cristianos a respetar y someterse al proceso histórico en donde la espada continúa blandiéndose y trayendo una clase de orden a fuego de bala, pero no ver jamás en el ejercicio de la espada su propio ministerio de reconciliación.”[31] Este enfoque no propugna la indiferencia o la pasividad ante el mal social o gubernamental; más bien plantea la acción del cristiano en términos de responsabilidad no-violenta. Romanos 13 no tendría como propósito llamar a los cristianos a la obediencia incondicional sino a someterse a la autoridad civil, pero sin renunciar a su propia independencia moral y su juicio ético. La palabra griega usada por Pablo para “ estar sujeto” no es ninguna de las que usa normalmente para obediencia; la idea implícita sería que los cristianos, aun cuando se negaran a obedecer a la autoridad humana por causa de la obediencia a Dios, debían seguir sujetos a la autoridad del gobierno y aceptar el castigo impuesto por su desobediencia. “ Esta diferencia entre resistencia y rebelión de ninguna manera es solamente semántica. La persona que se resiste se opone solamente a la opresión o injusticia, pero sigue aceptando la autoridad gubernamental. (…) El que se rebela, niega la autoridad del gobierno y renuncia a toda esperanza para que los gobernadores injustos puedan ser algo más que enemigos para ser sustituidos.”[32] El cristiano está llamado a vivir como un espíritu libre de venganza en todas sus relaciones. Ese fue el carácter de Jesús y así fue como Dios quebró la espiral de violencia provocada por el pecado. La “ persona” y su “ oficio” deben quedar por igual bajo la autoridad de Jesús. La radicalidad de su enseñanza sólo es comprensible desde su propia experiencia: el mal llevó a Jesús a la cruz pero allí, con su sufrimiento, venció al mal. La cuestión fundamental no es que la noviolencia resulte más o menos eficaz en la lucha contra el mal; lo más importante es la disposición a la renuncia de derechos legítimos con tal de no recurrir a medios ilegítimos, la aceptación de tomar parte en los sufrimientos de Jesús (Fil.3,10; Col.1,24) como la única forma admisible de batallar para los discípulos del Cordero, al amparo de la esperanza en Su resurrección victoriosa. 4.2. Amor activo (v.43-48) El amor al enemigo nos sitúa frente a lo peculiar y extraordinario del vivir cristiano. El amor al enemigo sobrepasa lo natural, lo que es propio de los hombres, pues pertenece a la esencia de la “ passio” amorosa del Crucificado y al carácter de aquellos que hacen de la cruz su estilo de vida. Contrariamente a la opinión extendida por la tradición judía, el Antiguo T estamento no enseñaba a aborrecer al enemigo (Gén.46; Ex.23,4; 1º Sam.24,7; 2ºR.6,22; Prov.25,21). Jesús radicalizó aquella enseñanza veterotestamentaria y enseñó a sus discípulos que su actitud hacia sus semejantes no podía estar condicionada por el trato que recibieran de los otros, sino únicamente por el modelo que Él les ofrecía con su vida. El amor se vuelve invencible cuando no depende de la respuesta del otro, sino del amor que Dios nos tiene y con el que nos sostiene. “ Devolver mal por bien es diabólico; devolver bien por bien es humano; devolver bien por mal es divino” (A. Plummer). Amar, bendecir, hacer bien y, sobre todo, orar por el enemigo es ponerse a su favor delante de Dios. La vitalidad de este amor se pone de manifiesto en la experiencia de cada persona que ha sido conmovida por el impacto del amor de Jesús. “ Cuando la furia de la maldad del hombre se agota contra el amor de Cristo, ya no hay más maldad. Y el hombre, desconcertado, se da cuenta de que el amor ha vencido; que Jesús ha resucitado, que Dios sigue amando, que el mundo sigue su órbita. Frente a este amor incondicional surge en nosotros el arrepentimiento. Cae sobre nosotros la convicción de nuestra maldad y nos abrimos al que no nos dio nuestro justo merecido. Nuestros deseos son transformados. Queremos aprender a ser como él.”[33] Ese es también el modelo para la relación del discípulo de Jesús con sus semejantes (Rom.5,8-10). En definitiva, se trata de amar, no como los hombres sino como Dios, y esto en la medida que el Espíritu de Dios lo encarna en el corazón humano (Ez.11,19; 18,31; Gál.5,22). “ Si brilla en nosotros el amor profundo y misericordioso de Cristo; si el espíritu del Príncipe de Paz irradia su paz en todas nuestras acciones; si somos una extensión viva del ministerio perdonador y aguantador de Jesús; si estamos dispuestos a perder la vida en el esfuerzo por vivir conforme a la enseñanza de Cristo, o sea, por causa suya; entonces podemos confiar en un futuro prometedor. Si somos de Cristo ahora, seremos de Cristo cuando él vuelva.”[34] Aquí radica la fuente perfecta de toda “ paz interior” en sintonía con la voluntad de Dios y la clave de una victoria que lo es “ en perspectiva de eternidad”. 3. RELACIONES ECONÓMICAS EN LA IGLESIA PRIMIT IVA (HECHOS 2 - 4) El pecado aliena al ser humano respecto de Dios y de sus semejantes. El resultado es egoísmo personal, injusticia social y opresión económica. Pero entre el Pueblo de Dios el poder del pecado ha sido roto. La nueva comunidad de los redimidos comienza a mostrar un modo nuevo de relaciones personales, sociales y económicas a modo de proclamación anticipada de la futura perfección y justicia en el día del Señor. Las relaciones económicas en el seno del Pueblo de Dios han sido redimidas. Las antiguas leyes del Jubileo, del año sabático, del diezmar y espigar, o las demandas de justicia social de los profetas anticipaban una visión renovada de las relaciones económicas que la Iglesia del Nuevo T estamento reafirma, encarna y amplía en torno al principio del amor que se expresa en la mutua y completa disponibilidad. Jesús se rodeó de discípulos con los que formó una comunidad visible que comenzó a vivir los valores del Reino. T odas sus relaciones, también las económicas, se vieron transformadas. Con sus discípulos compartió una bolsa común (Jn.12,6) para comprar provisiones o ayudar a los pobres (Jn.13,29). Esta nueva comunidad incluía a un número de mujeres a quienes Jesús había sanado y que compartían sus recursos económicos con Jesús y los discípulos (Lc.8,1-3; Mr.15,40-41). La bolsa común simbolizaba que la seguridad ya no se basaba en las posesiones de cada cual sino en el compromiso recíproco en amor de los unos por los otros. La iglesia en Jerusalén continuó el modelo de cuidado mutuo y posesión en común de los bienes (Hch.2,44-45; 4,32; 5,1-11; 6,1-7). El compartir era voluntario. La iglesia no abolió la propiedad privada, no insistió en la igualdad económica absoluta, no todos donaron todo. Pero tampoco se conformaban con dar lo sobrante: la esencia de sus relaciones podría describirse como “ una responsabilidad ilimitada y una disponibilidad total.”[35] Voluntariamente vendían sus propiedades para ayudar a los necesitados (4,36-37). Con sencillez daban hasta que la necesidad era cubierta. Lo más importante no eran los derechos legales de propiedad sino las necesidades de los hermanos. El precio pagado por la fraternidad entre los cristianos de Jerusalén fue elevado pero su impacto en la sociedad fue tremendo; su modo de vida basado en el amor sacrificial respaldaba la predicación de los apóstoles. Pese a algunos críticos, no existen evidencias exegéticas o históricas que permitan descalificar aquella experiencia comunitaria como un experimento fracasado.[36] Aquella dinámica de responsabilidad fraternal ilimitada no podía recluirse entre los muros de la propia comunidad por mucho tiempo; arraigada en la vitalidad espiritual del Reino saltó bien pronto por encima de las mezquinas barreras humanas. Cuando el hambre sacudió a Judea los cristianos gentiles se movilizaron a favor de sus hermanos judíos (Hch.11,29-30; cfr. Gál.2,10; Rom.15,22-28; 1ªCor.16,1-4; 2ªCor. 7-9). De este modo lo que comenzó siendo una práctica intraeclesial se convirtió en extraeclesial superando fronteras étnicas, sexuales o culturales. Es importante subrayar los tres principios que guiaron esa iniciativa: “ Da todo lo que puedas” (1ª Cor.16,2): no una mera limosna de lo que sobraba, ni tampoco un diezmo ofrecido de manera mecánica; se trataba de dar como lo hicieron los macedonios, que “ en su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad” (2ª Cor.8,2). “ Da voluntariamente” (2ª Cor.8,8): no bajo el peso de la obligación legalista sino movidos por el impulso de un corazón ganado por el Espíritu de Dios. “ Para que haya igualdad” (2ª Cor.8,14): no para que todos tuvieran lo mismo sino para que todos dispusieran de lo necesario, tal como Dios había obsequiado el maná a los israelitas para que todos tuvieran cada día lo suficiente.[37] 4. LA ÉT ICA DE LAS EPÍST OLAS No creemos que existan diferentes éticas en los escritos de los apóstoles, como no creemos tampoco que nos ofrezcan distintas teologías. Por eso no hablamos de las éticas de Pablo, Pedro o Juan; pudiera parecer que nos muestran principios o criterios distintos. Lo que hallamos son énfasis complementarios, unidos desde la raíz por el mismo fundamento cristocéntrico. Desde esa perspectiva resumimos las enseñanzas éticas de las epístolas neotestamentarias. 1. Pablo: ética cristológica T odos los elementos de la ética paulina se hallan inmersos e integrados en el conjunto de su teología. Mencionamos sus principios fundamentales siguiendo el esquema que nos ofrece W. Schrage.[38] 1.1. Indicativo e imperativo La enseñanza soteriológica paulina y su exhortación ética son claramente reconocibles en sus epístolas. A menudo la primera parte de las cartas muestran un contenido dogmático y en la segunda parte se abordan cuestiones éticas. Este orden refleja el principio fundamental de que la acción salvífica de Dios en Jesucristo es base y presupuesto de toda acción cristiana. Con todo, no sería exacto afirmar una división tajante entre ambos polos de la enseñanza paulina porque es fácil hallar entremezcladas en sus escritos afirmaciones indicativas (Rom.6,2) e imperativas (Rom.6,12); más aún, las mismas proposiciones se muestran de manera indicativa en ciertas ocasiones, y en otras de forma imperativa, o incluso de ambas maneras al mismo tiempo (1ªCor.5,7; Gál.5,25). Cualquier intento de resolver esta tensión disolviendo un aspecto en el otro falsearía el propósito y la enseñanza del apóstol: ni el imperativo es un modulador “ a la baja” del idealismo utópico del indicativo, ni el indicativo autoriza a un espontaneísmo moral que haga innecesaria la exhortación. Ambos elementos conviven en la teología paulina en tensión dialéctica y así deben ser recibidos. La preeminencia, eso sí, corresponde a la obra salvífica de Dios en Jesucristo, que es fundamento y punto de partida de la ética. Las que siguen derivan de esa fundamentación cristológica y pueden considerarse entrelazadas entre sí. 1.2. Fundamentación cristológica En el acontecimiento salvífico escatológico de la muerte y la resurrección de Jesucristo, Dios culminó su propósito de salvación del mundo. Esa es la base de la ética cristiana. La justificación por la fe en Cristo produce el perdón del cristiano pero también su participación en la vida de Jesucristo, y a la inversa: Cristo vive en el cristiano (Gál.2,20) y el cristiano vive en y para Cristo (1ªCor.5,14). El señorío de Cristo es la raíz y la meta de la vida y de la ética cristianas. Del mismo modo, siendo el amor el eje del carácter de Cristo, este es también el criterio básico para toda acción cristiana (Rom.15,2ss). 1.3. Fundamentación “ gestual” El bautismo es un acontecimiento “ con Cristo”: morir, ser crucificado, sepultado, y resucitado con Él (Rom.6,3ss). T ras esta victoria de la gracia sobre el pecado ya no cabe vuelta atrás (Rom.6,12), ahora el cristiano es enteramente propiedad de Cristo para vivir la vida de su Señor. El bautismo simboliza al mismo tiempo liberación del señorío del pecado y sujeción obediente a la autoridad de Cristo (Rom.6,18; 1ªCor.3,21-23). Por su parte, la participación en la Santa Cena (1ªCor.11) añade una dimensión comunitaria esencial a la nueva vida en amor a la que son llamados los cristianos en base a su identificación con Cristo. 1.4. Fundamentación pneumatológica El Espíritu de Cristo (Rom.8,9; 2ªCor.3,17) hace posible la nueva vida por su poder renovador. Él capacita y fortalece al cristiano en el desarrollo de su vida en Cristo aun a pesar de la tensión entre carne y Espíritu (Rom.8; Gál.5). Precisamente esa tensión muestra que, a pesar de la realidad de la nueva vida y la presencia misma del Espíritu, el cristiano sigue siendo vulnerable. No debe extrañar que el “ fruto del Espíritu” aparezca como creación del Espíritu (Gál.5,22) pero también como exigencia, “ vuestro fruto” (Rom.6,22), y que el amor sea un don (Gál.5,22) pero igualmente un mandamiento (Rom.13,8ss). El primado del Espíritu no excluye la necesidad de la exhortación. 1.5. Fundamentación escatológica Sin perder de vista la fundamentación esencialmente cristológica de la ética paulina, cabe decir también que es una ética escatológica, en su vertiente presente y futura. El cristiano vive ya al amparo del nuevo “ eón” que Cristo ha hecho posible con su muerte y resurrección; del mismo modo, Cristo es fundamento y meta de la esperanza (Fil.1,23). El cristiano y la Iglesia viven su presente ético siendo consecuentes con el futuro preparado por Dios y anticipándolo en su existencia. Igualmente, la dimensión futura de la escatología libra a la ética cristiana de una absolutización de la realidad presente y de la servidumbre al inmanentismo. Frente a utopismos terrenos el cristiano vive su ética consciente de la interinidad y provisionalidad de la realidad mundana. La ética de quien vive en la espera de la victoria definitiva de Cristo, que ya venció en la cruz, ni se deja atrapar por el escapismo espiritualista ni por el voluntarismo inmanentista (2ªCor.5,1-10). 2. Santiago: exhortación al seguimiento La epístola de Santiago es el texto ético por excelencia del Nuevo T estamento. Se trata de una carta que protesta contra toda perversión quietista de la vida cristiana, denuncia la tentación de la negligencia moral amparada torvamente en conceptos elevados como fe o gracia, y reivindica radicalmente un cristianismo práctico expresado en las diversas áreas de la vida cotidiana. No existe contradicción entre el imperativo de Santiago y el indicativo paulino; este incluye también a aquel, y Santiago reta al discípulo de Jesucristo a traducir en hechos obedientes sus declaraciones de fe. A pesar de algunas críticas en ese sentido, no cabe duda que el fundamento ético de la epístola es cristocéntrico (2:1,7). No hay lugar en Santiago para la idea del mérito (1,17); bien al contrario, proclama la gracia salvífica de Dios (1,18) y testifica de la misericordia y la compasión divinas (5,11); aun la sabiduría, que tiene una clara dimensión práctica y ética, es sabiduría que viene “ de lo alto” (3,17). T ampoco faltan las referencias a la venida de Cristo (5,7) y de su Reino (2,5). La esperanza escatológica alimenta la consolación de los cristianos y les sirve como exhortación para que se comporten como es propio de los hijos de Dios (1:18,21; 4,10; 5,9); aun la expectativa del juicio final se presenta como motivo para vivir prácticamente en obediencia a Dios (2,12ss; 5,12). De acuerdo con su énfasis existencial y moral, Santiago declara absurda la posibilidad de una fe que no se encarne y exprese en las obras propias del carácter del Reino de Dios. Una fe concebida sólo de manera intelectual e interiorizada hasta la invisibilidad no es la fe que anuncia el Evangelio. La fe verdadera se verifica en sus frutos prácticos (Gál.5,6; T ito 3,14). 3. Pedro: el carácter cristiano La 1ª epístola de Pedro ofrece un nítido ejemplo de hasta qué punto el estilo de vida cristiano y su ética inconformista sufre discriminación, rechazo y oposición, vivido en medio de un ambiente moral enfrentado con los valores del Reino. Y enseña también el modo en que el cristiano debe responder a esas presiones, con firmeza y fidelidad al carácter de Cristo. Pedro fundamenta sus exhortaciones éticas sobre la promesa del presente y del futuro salvífico que Jesucristo ha conquistado para los hombres en la cruz. Es frecuente que prologue sus llamados morales con un “ puesto que” (1,15ss; 3,17ss; 5,5), anclando el imperativo en el indicativo. De igual modo, utiliza diversas confesiones de fe o himnos que testifican de la obra salvadora de Cristo para exhortar a los cristianos a vivir responsablemente delante de su Señor (1,17-19; 2, 21ss; 3,17ss). Como ya vimos en los escritos paulinos, en Pedro la ética no sustituye a la escatología sino que es su consecuencia (1,13; 4,16-17). Los cristianos son considerados “ extranjeros y peregrinos” (2,11) en medio de un mundo con el que no se pueden identificar. Esta perspectiva orienta la actitud del cristiano en todas sus actuaciones, sea en ámbitos familiares, sociales o políticos. El discípulo de Jesucristo se sabe llamado a la responsabilidad en todas sus relaciones, pero su expectativa y su esperanza está sólo en su Señor (1,17; 3,7; 4:5,17; 5:1,14). Aun su sumisión a la temible autoridad del emperador es sólo “ por causa del Señor” (2,13ss), no porque reconozca en ella ninguna dignidad divina; es una obediencia en libertad, sin servilismo ni temor. Para que no haya lugar a equívocos, Pedro enseña con rotundidad que la nueva vida del cristiano sólo puede ser fruto de la acción santificadora del Espíritu Santo (1,2). Y esto mismo vale para todo ministerio cristiano, que no se desempeña en el poder humano sino por medio del poder que Dios da (4,10-11). Sólo nutrido en el poder del Espíritu el cristiano puede atender la exhortación de vivir en todo “ siguiendo las huellas de Cristo” (2,21), para dar testimonio de su Señor con su manera de vivir (2,12; 3,16; 4,14ss). 4. Juan: el mandamiento del amor Los escritos juaninos identifican el “ ser” y el “ deber” con mayor claridad aún que otros autores neotestamentarios. La ética del Evangelio de Juan no puede entenderse sin su fundamento cristológico; el énfasis exhortativo no recae en la tarea de “ imitar a Cristo” sino en “ permanecer en Él” (capítulo 15): sin “ permanecer en Cristo” no existe posibilidad alguna de vivir en Su voluntad ni producir los frutos que Él espera de sus discípulos (v.1-5). Sólo sobre esta base de permanencia podemos entender correctamente la frecuente exhortación del Evangelio para que los discípulos de Cristo actúen como su Señor, las más de las veces referida al amor (13,34; 15,9-12) y al servicio (13,13-17). La primera epístola puede considerarse el comentario ético del Evangelio de Juan[39] porque ratifica la centralidad del amor fraterno en la vida de los discípulos de Jesús. T al amor es signo de la esperanza escatológica ya hecha presente (2,8). Por ese motivo, mal puede entenderse la exhortación al amor fraterno como una restricción del llamado de Jesús al amor ilimitado (Mt.5,38ss; Lc.10,25ss); Juan pretende afirmar a la comunidad cristiana sobre vínculos sobrenaturales de amor práctico (3,16-17; 4,20-21) que confirmen el poder del Evangelio que dicha comunidad proclama (3,14). La radicalidad de Juan en este punto es muy similar a la de Santiago: en ambos casos se subraya la importancia de un amor que no se confunda en meros sentimientos sino que se exprese prácticamente (3,18). [1] José Luis L. Aranguren: Ética. Op. Cit.Pg. 104. [2] Esta sección fue publicada originalmente como: “ Compromiso diacónico cristiano”. In La solidaridad se mueve. Madrid: Diaconía-Ferede, 2007. Ahora se ofrece en una edición revisada y ampliada. [3] C.S. Lewis: Dios en el banquillo. Madrid: Ediciones Rialp, 2006. pgs. 87-88. [4] Cfr. T . B. Maston: Ética de la vida cristiana. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1981. Pg. 106. [5] Wolfgang Schrage: Ética del Nuevo T estamento. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1987. Pg. 42. [6] Frank Stagg: T eología del Nuevo T estamento. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1976. Pg. 157. [7] Stephen Charles Mott: Ética bíblica y cambio social. Buenos Aires: Nueva Creación, 1995. Pg. 28. [8] Cfr. John R.W. Stott: La nueva humanidad. El mensaje de Efesios. Illinois: Ediciones Certeza, 1987. [9] Carl E. Braaten: Escatología y ética. Buenos Aires: Editorial La Aurora, 1977. Pg. 87. [10] C. René Padilla: Misión integral. Buenos Aires: Nueva Creación, 1986. Pg. 24. [11] Wolfgang Schrage: Ética del Nuevo T estamento. Op. Cit. Pg. 53. [12] T . B. Maston: Ética de la vida cristiana. Op. Cit. Pg. 160161. [13] Juan Driver: Militantes para un mundo nuevo. Barcelona: Ediciones Evangélicas Europeas, 1978. Pg. 12. [14] Cfr. G. Lohfink: El sermón de la montaña, ¿para quién? Op. Cit. Pgs. 15-43. [15] Stott, J: Contracultura cristiana: el Sermón del Monte. Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1984. Pg. 20. [16] Dietrich Bonhoeffer: El precio de la gracia. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1986. Pgs. 16-17. [17] Dietrich Bonhoeffer: El precio de la gracia. Op. Cit. Pg. 23. [18] Lohfink, Gerhard: El sermón de la montaña, ¿para quién? Barcelona: Herder, 1989. Pg. 113. [19] Dietrich Bonhoeffer: El precio de la gracia. Op. Cit. Pg. 74. [20] Sören Kierkegaard: El Instante. Madrid: Editorial T rotta, 2006. Pg. 50. [21] Las bienaventuranzas primera (v.3) y última (v.10) llevan la misma promesa; esta presentación implica que todo el texto enmarcado entre ambas bienaventuranzas queda bajo un mismo tema: el Reino de los cielos. [22] Stott, J: Contracultura cristiana: el Sermón del Monte. Op. Cit. Pg. 43) [23] D. Bonhoeffer: El precio de la gracia. Op. Cit. Pg. 67. [24] Schrage, W: Ética del Nuevo T estamento. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1987. Op. Cit. Pg. 142. [25] Bonhoeffer, D: El precio de la gracia. Op. Cit. Pg. 90. [26] Jean-Luc Marion: Prolegómenos a la caridad. Madrid: Caparrós editores, 1993. Pg. 22. [27] Cfr. Martín Lutero: Escritos políticos. Madrid: T ecnos, 2008. Llevada a su extremo, esta argumentación sujeta al cristiano en el ámbito secular a una obediencia absoluta al “ emperador”. Buena parte de la Iglesia luterana alemana en días de Hitler sucumbió a sus demandas de autoridad, sobre la de Cristo, en base a una tradición de siglos alimentada en esta dirección. [28] J. Stott: Contracultura cristiana: el Sermón del Monte. Op. Cit. Pg. 128. [29] Donald A. Carson: El sermón del monte. Barcelona: Publicaciones Andamio, 1996. Pg. 64. [30] D. Martyn Lloyd-Jones: El sermón del monte. Edinburgh: El Estandarte de la verdad, 1971. Pg. 372. [31] John Yoder: Jesús y la realidad política. Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1985. Pg. 152. [32] Ronald Sider: Cristo y la violencia. Ciudad de Guatemala: Ediciones Clara-Semilla, 1991. Pg. 69. “ El objetor consciente que rechaza hacer lo que su gobierno le pide, pero que permanece bajo la soberanía de ese gobierno y acepta las penalidades que éste le impone, o el cristiano que se niega a adorar a César pero que permite que César le condene a muerte, se está sometiendo (subordinando) aunque no esté obedeciendo.” John Yoder: Jesús y la realidad política. Op. Cit. Pg. 151. [33] Byler, D: Jesús y la no violencia. T errassa: Clie, 1993.Op. Cit. Pg. 43. [34] Byler, D: Jesús y la no violencia. Op. Cit. Pg. 63. [35] Ronald J. Sider: Rich Christians in an Age of Hunger. Op. Cit. Pg. 91. [36] Cfr. Craig L. Blomberg: Ni pobreza ni riquezas. Una teología bíblica de las posesiones materiales. Op. Cit. Pgs. 231-235. [37] Cfr. Ronald J. Sider: Rich Christians in an Age of Hunger. Op. Cit. Pgs. 97-98. Para un estudio de las experiencias comunitaristas en las relaciones económicas entre cristianos a lo largo de la historia de la Iglesia cfr. Juan Driver: Contra corriente. Ensayo sobre eclesiología radical. Guatemala: Clara-Semilla, 1998. Pgs. 140155. [38] Cfr. Wolfgang Schrage: Ética del Nuevo T estamento. Op. Cit. Pgs. 199ss. [39] Cfr. James E. Giles: Bases bíblicas de la ética. Op. Cit. Pg. 107. { VI. APÉNDICES 1. DIET RICH BONHOEFFER: ÉT ICA CRIST IANA PARA T IEMPOS DE CRISIS Pronunciamos una “ contradictio in terminis” cada vez que hablamos de ética cristiana porque lo ético se define como automodelado del carácter mientras que lo cristiano es abandono confiado en la gracia divina. Por eso, sólo es posible hablar de ética cristiana como crítica a toda ética. Esto hizo el teólogo luterano alemán Dietrich Bonhoeffer en la primera mitad del siglo XX. Su Ética nos ayuda todavía hoy a la hora de trazar el sentido posible de una ética cristiana en nuestra generación en un tiempo de crisis, porque crítico fue también el tiempo que Bonhoeffer vivió y en el que alumbró su teología: el suyo lo fue por culpa del huracán hitleriano que arrasó toda Europa, el nuestro por causa del fantasma postmoderno, postcristiano y ferozmente secularista que recorre Occidente. Algunos teólogos están “ capacitados para reflexionar, pero incapacitados para la vida”[1]; son mediocres como pensadores porque su empeño es onanista por infértil y son fatuos como éticos porque siempre parecen saber mejor que los demás qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo[2]. Su fealdad intelectual queda desenmascarada frente al espejo de la obra y el testimonio vital de Dietrich Bonhoeffer, cuya reflexión ética no se produjo en la penumbra del despacho o en la abstracción de las aulas, sino en plena vorágine del mal; la suya es una ética en y para tiempos de crisis que se cuestiona el modo de ser y estar del cristiano y la Iglesia en el mundo. Podemos anticipar su conclusión: resistiendo toda tentación a inhibirse huyendo del mundo y de sus compromisos, la fe cristiana sitúa de manera activa a la persona creyente y a toda la Iglesia en el centro de la realidad del mundo, de sus tensiones, angustias y anhelos. “ No hay lugar alguno a donde pueda retirarse el cristiano desde el mundo, ni en sentido externo ni en la esfera de la interioridad. T oda tentativa de apartarse del mundo tiene que pagarse, antes o después, con una inmolación pecaminosa al mundo.”[3] La tarea de la Iglesia no es servirse a sí misma, sino que su finalidad es ser para el mundo y serlo con una perspectiva absolutamente única: desde su ser en Cristo. Ciertos párrafos de sus cartas escritas en prisión han servido de coartada a algunos teólogos para calificar a Bonhoeffer como precursor de un “ cristianismo sin Dios”. Basta leerle con un mínimo de objetividad para reconocer lo desafortunado de esa interpretación. Sus libros en conjunto y su Ética en particular ofrecen una teología plenamente cristocéntrica, bíblica y evangélica. 1. Apuntes biográficos Dietrich Bonhoeffer nació con su hermana gemela Sabine el 4 de Febrero de 1906 en Breslau, en el seno de una familia de la alta burguesía alemana. A los 6 años se trasladó con su familia a Berlín donde su padre había sido nombrado catedrático de psiquiatría y a los 14 años tenía decidida su vocación teológica, más por razones filosóficas e intelectuales que religiosas (uno de sus hermanos había muerto durante la I Guerra Mundial). Estudió teología en T ubinga y Berlín entre 1923 y 1928 doctorándose a los 21 años de edad. En 1928, y como parte de su formación para el pastorado en la Iglesia luterana, pasó unos meses en la iglesia de habla alemana de Barcelona, tiempo que aprovechó para viajar y conocer buena parte de España.[4] En 1930 presentó su tesis para la obtención de cátedra en la Universidad de Berlín. Para entonces Goebbels era ya el jefe de propaganda del partido nazi, cuya influencia crecía con rapidez en la universidad y la Iglesia luterana. En 1930 Bonhoeffer viajó a Nueva York para asistir al prestigioso “ Union Seminary”. Asistió con frecuencia a una iglesia bautista negra en Harlem y la realidad de las iglesias evangélicas norteamericanas, tan diferentes del contexto eclesial que conocía, añadió a su experiencia intelectual un fuerte estímulo espiritual. A su regreso a Alemania fue ordenado pastor de la Iglesia luterana mientras desarrollaba una teología personal centrada en temas sociales, pacifistas, pastorales y ecuménicos, siempre de raíz cristocéntrica y en diálogo con teólogos de la talla de Karl Barth y Emil Brunner. En 1933 Hitler fue nombrado canciller y en las elecciones legislativas el partido nazi obtuvo el cuarenta y cuatro por ciento de los votos. Bonhoeffer se situó en contra de aquella deriva nacionalista mientras la Iglesia luterana ordenaba expulsar del ministerio pastoral a quien tuviera un judío entre sus cuatro abuelos. Esa y otras iniciativas en sintonía con el nazismo llevaron a varios pastores de la Iglesia luterana, Bonhoeffer entre ellos, a separarse de la corriente mayoritaria y organizarse en la llamada “ Iglesia Confesante” que desde 1935 organizó varios seminarios teológicos para afirmar su oposición a Hitler. Bonhoeffer dirigió el seminario de Finkerwalde donde desarrolló una fecunda experiencia de estudio y vida en comunidad que la Gestapo clausuró en 1937. Para entonces ya le habían prohibido enseñar en la Universidad. Hitler, por su parte, disfrutaba del refrendo del noventa y nueve por ciento de los votantes. En 1939 Bonhoeffer regresó a Nueva York; sus amigos del “ Union” le insistieron en que se quedara en Estados Unidos ante la inminencia del conflicto bélico. Sin embargo, decidió viajar de nuevo a Alemania y compartir así el drama de su país para tener después autoridad para compartir también su reconstrucción física y moral. La II Guerra Mundial estalló aquel mismo año. En 1941, al tiempo que Hitler anunciaba la “ solución final” contra los judíos, Bonhoeffer ingresó como personal civil en los servicios secretos alemanes y con algunos de sus mandos se involucró activamente en la resistencia interna contra Hitler. Llegados a la conclusión que sólo la muerte de Hitler podría impedir la destrucción total de Alemania, Bonhoeffer –en lucha con sus convicciones pacifistas iniciales– aceptó sumarse a aquella decisión pero después de abandonar su Iglesia, dijo, para no mancharla con su culpa. En 1942 se encontró de nuevo con María von Wedemeyer, una joven de dieciocho años que había conocido tiempo atrás en Finkenwalde. Se comprometieron en 1943, pero sólo tres meses más tarde Bonhoeffer fue arrestado y ya no se verían nunca más en libertad. Bonhoffer pasó año y medio detenido en Berlín, pero sus enemigos no conocían de su implicación con la resistencia y su situación en prisión fue relativamente cómoda. El 20 de Julio de 1944 fracasó un atentado contra Hitler y las investigaciones pusieron al descubierto el elevado grado de vinculación de Bonhoeffer con los opositores al régimen. Le trasladaron a una prisión de la Gestapo y ya no volvió a ver a sus padres y prometida. El 7 de Febrero de 1945 le llevaron desde Berlín al campo de Buchenwald, donde pasó varias semanas en condiciones muy duras, y después de varios traslados más llegó a Flossenburg. El 5 de Abril, al borde del final de la guerra, Hitler ordenó su ejecución. Murió ahorcado el 8 de Abril de 1945; su cuerpo y pertenencias fueron quemados; uno de sus hermanos y dos cuñados fueron ejecutados en aquellos mismos días. 2. Ética cristocéntrica Si Ética es la “ forja del carácter”, esculpido a golpes de voluntad y suficiencia, sólo es posible hablar de ética cristiana como crítica a toda ética. Esa es la convicción de Bonhoeffer: mientras que la ética tiene como meta el saber del bien y del mal, la ética cristiana advierte que el hombre en su origen sólo sabe una cosa: Dios. T odo conocimiento humano de las cosas, de los demás hombres y de sí mismo, lo sabe únicamente en Dios. El pecado ha producido una crisis radical en este punto: ahora el hombre no reconoce su origen en Dios sino que se tiene a sí mismo como origen y, por tanto, como origen del bien y del mal (Gén.3,22). “ Ahora el hombre sabe lo que es bueno y malo. Con esto no ha añadido un nuevo saber al que ya tenía. Sino que el saber del bien y del mal significa una subversión total de su saber, que antes era sólo un saber de Dios como origen suyo. (…) En vez de saberse solamente en la realidad del ser elegido y amado de Dios, debe saberse ahora en la posibilidad de elegir ser origen del bien y del mal. Se ha hecho como Dios. Pero contra Dios. En esto consiste el engaño de la serpiente.”[5] En lugar de mirar a Dios, el hombre se mira a sí mismo (Gén.3,7), se da cuenta que está desnudo, y surge el pudor que es recuerdo doloroso e imborrable de su separación del origen. El hombre se avergüenza de su desnudez, de la unidad perdida con Dios y de la debida unidad consecuente con los demás hombres y aun consigo mismo. Ese pudor que revela la contradicción en que el hombre vive consigo mismo sólo puede ser superado en Jesucristo: “ Sólo puede darse superación del pudor cuando se restaura la unidad original, cuando el hombre vuelve a ser vestido por Dios y transformado en el otro hombre mediante ‘la investidura de la casa de Dios’ del templo de Dios (2ªCor.5,2ss.).”[6] Por esto Bonhoeffer insiste, al modo de la tradición luterana más genuina, que el eje de toda vida cristiana es el acontecimiento de la justificación del pecador por la sola gracia. De esa gracia se apropia el hombre por la fe sola, basando su vida sobre un nuevo fundamento: la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. “ Justificación de una vida ante Dios es vivir orientado hacia la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Y fe significa encontrar y conservar este fundamento; arrojar el ancla en él y así ser mantenido por él. Fe significa fundamentación de la vida sobre un fundamento fuera de mí mismo, sobre un fundamento eterno y sagrado, sobre Cristo. Fe significa ser tomado por la mirada de Jesucristo, no ver nada más que él, ser arrancado de la prisión que es mi propio yo, ser liberado por Jesucristo. Fe es un dejar que acontezca y a la vez una acción solamente en él, y sin embargo estas dos palabras no bastan para expresar el misterio que aquí se contiene. Sólo la fe es certeza de que todo lo que está fuera de la fe está sometido a la duda. Sólo Jesucristo es la certeza de la fe. Creer en el señor Jesucristo, es creer que mi vida está justificada. De este modo no hay más acceso a la justificación de mi vida que la fe.”[7] El centro absoluto y único de la ética cristiana es Cristo: “ T omamos al mundo y al hombre totalmente en serio sólo cuando conocemos que todo lo creado existe por Cristo y que en él tiene su consistencia.”[8] Dios no es otro que el que se da a conocer como Dios en Jesucristo y por tanto la pregunta por el bien ante Dios sólo halla respuesta en Cristo: “ El origen de la ética cristiana no es la realidad del propio yo, ni la realidad del mundo, pero tampoco la realidad de las normas y valores, sino la realidad de Dios en su revelación en Jesucristo. Esta es la exigencia que debe ser planteada honradamente, sobre todo a aquel que quiere interesarse por el problema de una ética cristiana.”[9] Jesucristo es para Bonhoeffer origen, esencia y objetivo de la vida del hombre. Y lo es de manera única y exclusiva: “ Jesucristo es el hombre y Dios en uno. (…) De aquí en adelante el hombre no puede ser pensado ni conocido sino en Jesucristo y Dios no puede ser pensado ni conocido sino en la figura humana de Jesucristo.”[10] La ética cristiana supone la superación de la oposición entre heteronomía y autonomía en una unidad superior que Bonhoeffer llama “ cristonomía.”[11] La crítica cristiana a la ética es la crítica de Jesucristo al fariseo. En efecto, el fariseo es el hombre de la separación de Dios ocupado del saber sobre el bien y el mal, y no de su origen en Dios. Por eso el diálogo entre los fariseos y Jesús resulta imposible: hablan desde planos distintos. El fariseo-hombre-ético plantea a Jesús conflictos y decisiones éticas que giran alrededor de la disección del saber sobre el bien y el mal, mientras que las respuestas de Jesús brotan de la unión con Dios como origen. La libertad de Jesús no le lleva a escoger arbitrariamente entre las distintas opciones, sino que reduce a una sola todas las posibilidades. Esa única posibilidad es “ la buena voluntad de Dios”. Del mismo modo, la ética del cristiano no pasa por el saber del bien y del mal sino por el saber de Cristo, origen y reconciliación del hombre con Dios. “ La ética cristiana concreta está más allá del formalismo y de la casuística; pues mientras el formalismo y la casuística proceden de la pugna del bien con lo real, la ética cristiana puede tomar su punto de partida de la reconciliación del mundo con Dios y con el hombre Jesucristo, de la aceptación del hombre real por Dios.”[12] La ética cristiana sólo puede ser cristocéntrica, porque la voluntad de Dios se manifiesta y revela sólo en Cristo. “ Examinar cuál es la voluntad de Dios es solamente posible a raíz del saber acerca de la voluntad de Dios en Jesucristo. Sólo en virtud de Jesucristo, sólo en el ámbito determinado por Jesucristo, sólo ‘en’ Jesucristo se puede examinar la voluntad de Dios.”[13] El amor de Dios al mundo sitúa a la Iglesia en una relación responsable con el mundo, pero cualquier cosa que la Iglesia pueda decir al mundo sólo puede descansar en la palabra de Dios al mundo: Jesucristo y la salvación en su nombre. “ La palabra de la Iglesia al mundo es la palabra de la venida de Dios en la carne, del amor de Dios al mundo en la misión de su hijo, del juicio de Dios sobre la incredulidad. La palabra de la Iglesia es la llamada a la conversión, a la fe en el amor de Dios en Cristo, a disponerse al retorno de Cristo, al futuro reino de Dios. Es, por consiguiente, la palabra de redención para todos los hombres.”[14] La acción ética del cristiano es acción en la voluntad de Dios; el sermón del monte existe para que se realice (Mt.7,24ss.), no cabe oír la Palabra de Dios sin responder en obediencia, y esto expresado en acción (Stg.1,22). Con todo, la acción del cristiano no es cualquier “ hacer”; la acción auténtica es la que resulta de ser y permanecer en Cristo. No es una acción orientada hacia la propia capacidad del hombre, sino hacia la plena dependencia de Jesucristo (Jn.15,5)[15]. 3. Ética de la realidad La fe cristiana no es futurista ni escapista, ya que la encarnación de Cristo supone el reconocimiento del valor del mundo como lugar de la manifestación de Dios. “ (…) Existe un lugar en el que Dios y la realidad del mundo se han reconciliado entre sí, en el que Dios y el hombre se han hecho una misma cosa, y por esto, solamente por esto, es posible el captar con una misma mirada a Dios y al mundo. Este lugar no está situado en alguna parte fuera de la realidad en el reino de las ideas, sino que se encuentra en la historia como milagro divino, se encuentra en Jesucristo, el reconciliador del mundo.”[16] Dios ama a los hombres y al mundo, y no en términos ideales, sino al hombre y al mundo tal como son. El misterio de ese amor incondicional se desvela en Jesucristo, la encarnación de Dios como hombre en medio del mundo, y esto sólo por amor. Este Cristo, encarnado, crucificado y resucitado es la esperanza del hombre, y en Cristo el hombre y la realidad hallan restauración y plenitud. Bonhoeffer llama “ configuración” a este “ en Cristo” al que el hombre es llamado. No se trata de una esforzada imitación de Cristo, sino más bien de un ser configurado, ser conformado a Cristo que Él mismo obra en el hombre (Gál.4,19). “ La figura de Cristo adquiere figura en el hombre. El hombre no adquiere una figura propia, autónoma, sino que lo que le confiere forma y le mantiene en la nueva forma es solamente la figura del mismo Jesucristo. No se trata por consiguiente de una imitación, de una reproducción de su forma, sino que su propia figura adquiere forma en el hombre.”[17] Posicionado en Cristo, el hombre vive en perspectiva de eternidad, orientado a “ las cosas últimas”. Esa relación con lo último no le hace ajeno al presente, a “ las cosas que preceden al fin”. El equilibrio entre ambas dimensiones no es fácil y oscila a menudo entre extremos igualmente desequilibrados. Vive “ radicalmente” el cristiano que considera exclusivamente lo último y vive en ruptura total con lo que precede al fin; en tal caso todo lo que suceda al mundo presente le resulta ajeno y no se siente responsable de ello en absoluto. En el extremo opuesto, vive como “ compromiso” y “ acomodación” el cristiano con la responsabilidad orientada hacia este mundo. Ambas soluciones están desenfocadas porque la primera absolutiza el fin y la segunda lo que existe ahora. El radicalismo brota de un odio consciente o inconsciente contra lo que existe, y se expresa en frutos de sospecha y desprecio contra los hombres y el mundo. El compromiso y la acomodación nace del odio hacia lo último, y presenta como apertura al mundo lo que no es sino resignación y rechazo de la sola gracia. De alguna manera el radicalismo se basa exclusivamente en la cruz y la resurrección de Cristo, y el compromiso se basa exclusivamente en la encarnación de Cristo. Pero no es posible separar esos tres aspectos porque en cada uno de ellos está contenido el todo. En Cristo lo que parece irreconciliable se hace uno; en Él la realidad de Dios y la realidad del hombre se han hecho una: “ En Jesucristo creemos nosotros al Dios hecho hombre, crucificado y resucitado. En la Encarnación conocemos el amor de Dios hacia su criatura, en la Crucifixión conocemos el juicio de Dios sobre toda carne, en la Resurrección conocemos la voluntad de Dios en orden a un mundo nuevo.”[18] De esta manera la vida cristiana se describe como participación del encuentro de Cristo con el mundo: “ La vida cristiana significa ser humano en virtud de la cruz, significa vivir una nueva vida en virtud de la resurrección. Lo uno no es sin lo otro.”[19] Esta perspectiva de unidad de lo último y lo penúltimo en Cristo es la única que otorga al cristiano y la Iglesia un criterio de equilibrio entre su hacer presente y su esperanza futura: “ No hay dos realidades, sino solamente una realidad, y ésta es la realidad de Dios en la realidad del mundo que se ha revelado en Cristo.”[20] 4. Ética de la responsabilidad T odo ha sido creado por Cristo y subsiste en Cristo: personas, naturaleza, ciencia, economía, Estado. Por eso la cuestión ética se decide a partir de la respuesta del Nuevo T estamento a la cuestión de Cristo. Esa respuesta compromete sin reservas al cristiano y a la Iglesia: “ La comunidad de Jesucristo es el lugar en el que se cree en Cristo como la salvación del mundo entero y encuentra Cristo obediencia. Con ello, la comunidad ya desde el principio y de acuerdo con su naturaleza tiene la responsabilidad del mundo, que Dios ha amado en Cristo. Cuando la comunidad no percibe esta responsabilidad, deja de ser comunidad de Cristo.”[21] Esa responsabilidad exige a la Iglesia que no se confunda con el mundo al punto de disolver en él su identidad y neutralizar su misión. La Iglesia “ (…) no abandona al mundo a sí mismo, sino que lo llama a situarse bajo el dominio de Cristo.”[22] La responsabilidad es una característica esencial de la Ética de Bonhoeffer porque lo es de la enseñanza bíblica: “ Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dijeres: ciertamente no lo supimos, ¿acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras.” (Prov.24,11-12)[23]. A la luz de la exigencia de Jesucristo: “ El que no está conmigo, está contra mí” (Mt.12,30), Bonhoeffer advierte que no cabe neutralidad de la Iglesia y de los cristianos en tiempos de crisis y oposición: “ Una vez más volvemos a tener aquí para nosotros una experiencia viva: bajo la presión de poderes anticristianos se reunían las comunidades que claramente proclamaban su fe, en las cuales con estricta disciplina de doctrina y vida trataban de buscar una clara decisión por Cristo o contra Cristo; estas comunidades situadas en la lucha veían precisamente en la neutralidad de muchos cristianos el mayor peligro de destrucción y disolución de la Iglesia, es decir, al enemigo propiamente dicho de Cristo; (…).”[24] Esa es la base de la responsabilidad de la Iglesia en medio de la “ polis”, que comienza por denunciar el pecado para exhortar al mundo a volverse al señorío de Cristo. “ Pertenece al ministerio de vigilancia de la Iglesia llamar pecado al pecado y prevenir a los hombres ante el pecado; (…) Si la Iglesia no hiciera esto, sería responsable en la culpa del impío (Ez.3,17ss). (…) En esta cuestión la intención del predicador no es corregir al mundo, sino llamar a la fe en Jesucristo, testificar la reconciliación con él y su soberanía. El tema de la predicación no es la maldad del mundo, sino la gracia de Jesucristo.”[25] La responsabilidad es la vida misma del hombre entendida y vivida como respuesta a la vida de Jesucristo. Esa responsabilidad a favor de Cristo ante los hombres es también responsabilidad a favor de los hombres ante Cristo. La vida responsable se estructura en torno a dos elementos: la vinculación de la vida al hombre y a Dios, y la libertad de la propia vida. Por razón de la vinculación, el cristiano entiende su vida como oblación a los demás hombres según el modelo de Cristo, que vivió de forma vicaria a favor de todos los hombres. Por razón de la libertad, el cristiano vive en la libertad de su conciencia, pero no una conciencia que tiene su origen en la autonomía del propio yo sino que resulta de su comunión con Cristo. Jesucristo es la conciencia del cristiano. Esta reflexión sobre la responsabilidad adquiere un valor especial en Bonhoeffer porque es fruto de su propia lucha interior. En los tiempos más terribles del nazismo, el teólogo y pastor se debate agónicamente preguntándose qué debe hacer por causa de sus semejantes, sin faltar a las enseñanzas de Jesucristo. La parte de su Ética que corresponde al periodo de su más intensa actividad conspiradora (1941) ofrece algunas claves esenciales de sus conclusiones: “ La conciencia liberada no es temerosa, como la que está ligada a la ley, sino que está ampliamente abierta para el prójimo y su necesidad concreta. De este modo se une a la responsabilidad fundada en Cristo, para cargar con la culpa por amor al prójimo.”[26] Cuando Bonhoeffer apela a la libertad de conciencia no lo hace para justificar superficialmente sus decisiones particulares; no se ampara en ella, sino que asume ante Dios todas las consecuencias del ejercicio de su responsabilidad por causa del prójimo, aun la responsabilidad de la culpa; no se excusa, sólo puede encomendarse a la gracia de Dios: “ Quien con responsabilidad toma sobre sí la culpa –y ningún responsable puede sustraerse a esto–, ése se atribuye a sí mismo esta culpa y no a otro y la representa, se siente responsable de ella. No lo hace con la insolente soberbia de su poder, sino con el conocimiento de que se ve forzado a esta libertad y que en ella depende de la gracia. Ante los demás hombres la necesidad justifica al hombre de la libre responsabilidad, su conciencia lo absuelve ante sí mismo, pero ante Dios él solamente espera en la gracia.”[27] 2. MART IN LUT HER KING: LA FUERZA DE AMAR 1. Apuntes biográficos Martin Luther King nació el 15 de Enero de 1929 en Atlanta, capital de Georgia, en una familia acomodada dentro de la comunidad negra; su padre era pastor de una iglesia bautista negra y su madre había sido maestra. Fue el segundo de tres hermanos. Decidido a ser pastor, obtuvo el bachiller en T eología en 1948 y se trasladó a Pennsylvania, donde se doctoró en T eología en 1951. Estudió también Filosofía en Boston –interesado en Rauschenbusch, T horeau, Gandhi y en el personalismo de E.S. Brigthman y L.H. de Wolf– y se doctoró en 1955. Contrajo matrimonio con Coretta Scott en 1953. El matrimonio tuvo cuatro hijos. Pudo iniciar una carrera prestigiosa como pastor o como docente en la Universidad de los cómodos estados del norte, pero prefirió regresar al Sur. En 1955 se instaló en Montgomery, capital de Alabama, para ejercer como pastor de la iglesia bautista de la avenida Dexter. El 1 de Diciembre de aquel mismo año, Rosa Parks se negó a ceder su asiento en el autobús a un blanco, tal como era obligatorio hacer. La mujer fue arrestada, pero una reunión en la iglesia que pastoreaba Martin Luther King dio lugar a un boicot de los negros a los autobuses para protestar contra aquella forma de discriminación. El boicot duró 382 días, hasta que el T ribunal Supremo resolvió a favor de los demandantes. Fue la primera expresión y la primera victoria de la resistencia no-violenta. Martin Luther King renunció al pastorado de su iglesia en Enero de 1960 para involucrarse por entero en el movimiento contra la segregación racial. Su vida fue complicándose cada vez más. Fue apuñalado en 1958 y durante su vida sufriría varios atentados y conoció la prisión en una veintena de ocasiones, pero siempre mantuvo su acción de protesta dentro de los límites de la noviolencia. Las técnicas se renovaron después de su visita a la India en 1959, donde conoció a discípulos directos de Gandhi. “ La resistencia no-violenta había surgido como la técnica del movimiento, mientras que el amor permanecía como la idea reguladora. En otras palabras, Cristo proporcionaba el espíritu y el móvil, mientras Gandhi proporcionaba el método.”[28] Así nacieron las “ sentadas”, la ocupación masiva y pacífica de todos los lugares donde pervivía la segregación: se sentaban en bibliotecas, teatros, tiendas o restaurantes, y esperaban; no respondían a los insultos ni se oponían a la violencia de los desalojos, pero regresaban a las puertas de los establecimientos una y otra vez. Desde 1961 se sistematizaron también las marchas de los “ viajeros de la libertad”: marchas reivindicativas, pacíficas en su desarrollo, que recorrían ciudades y Estados entre cánticos espirituales y oraciones. La marcha más conocida fue sobre Washington en 1963, cuando pronuncio su conocida proclama: “ He tenido un sueño”, ante 250.000 personas. En 1964, cuando apenas había cumplido 35 años, recibió el premio Nobel de la Paz. En 1965 se estableció en Chicago para enfrentar una discriminación más sutil pero no menos implacable: los ghettos del Norte, y su denuncia fue apuntando progresivamente a las causas estructurales socio-económicas que producían las situaciones concretas de injusticia. Como ejemplo, entre 1967 y los primeros meses de 1968 se dedicó a organizar una “ Campaña de los Pobres” a nivel nacional, en la que blancos y negros eran llamados a sumar esfuerzos. Convocó también en Marzo de 1968 un encuentro con líderes de otras minorías como indios, mexicanos, o puertorriqueños para involucrarles en un frente común contra la pobreza y la exclusión social: “ La guerra contra la pobreza debe comprender a todos los pobres sin distinción de colores.”[29] En consecuencia, los insultos que sufría pasaron del tradicional “ sucio negro” al de “ comunista” y algunos titulares de prensa preguntaban a sus lectores sobre él: “ ¿Gandhi negro o pastor rojo?”. Descubrió la íntima conexión entre pobreza, racismo y militarismo, de modo que a partir de 1967 se hicieron frecuentes sus críticas a la guerra de Vietnam: el presupuesto de un año para la guerra era equivalente a cinco veces el presupuesto destinado a los programas contra la pobreza en Estados Unidos; además, los mismos negros que eran discriminados dentro de su país, eran llevados a morir en Vietnam: “ Nos hemos visto sorprendidos por la cruel ironía de ver por la televisión a los jóvenes blancos y a los jóvenes negros luchar, matar y morir codo con codo en nombre de una nación que no ha sido capaz de dejarlos estudiar codo a codo en las mismas escuelas. Les contemplamos unidos por una solidaridad brutal; los vemos incendiar juntos las cabañas de una pobre aldea, pero en cambio no pueden vivir en Detroit en un mismo bloque de viviendas.”[30] El 4 de Abril de 1968, jueves Santo, fue asesinado de un disparo en Memphis (T ennessee), a los 39 años de edad. 2. T res ejes: humanidad, responsabilidad, caridad 2.1. Humanidad La dignidad del ser humano encuentra fundamento limitado cuando se asienta en criterios naturalistas, antropocéntricos, o meramente contractuales. El cristianismo, por el contrario, aborda la pregunta por la dignidad humana desde una “ perspectiva de gratuidad”, la perspectiva propia del amor. Ser “ imagen de Dios” (Gén.1,27) no remite en última instancia a cualidades morales o intelectuales semejantes a las divinas, “ mutatis mutandis”, sino al hecho de haber sido creados por amor. T odo el edificio antropológico puede construirse sobre el lema: “ Soy amado, luego existo.”[31] Es el carácter absoluto, incondicional e imperecedero del amor de Dios, el que funda absolutamente la dignidad humana (Jn.3,16; 1ªJn.3,2; 4,8): Dios nos mira “ con buenos ojos”, “ le nace” querernos. “ En la concepción cristiana, la dignidad de un ser humano descansa no en lo que puedas hacer, sino en lo que eres por creación. Los seres humanos no necesitan ganarse el derecho a ser tratados como seres a semejanza de Dios. Nuestra dignidad es intrínseca, por cómo hemos sido hechos, por cómo Dios tiene memoria de nosotros y nos llama.”[32] Dios en su amor no hace acepción de personas (Deut.10,17; Hch.10,34; Gál.2,6), de modo que su amor incondicional universaliza la igual dignidad de todas las personas sin distinción: “ El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él (siervo)? ¿y no nos dispuso uno mismo en la matriz?” (Job 31,15); “ El rico y el pobre se encuentran; a ambos los hizo Jehová” (Prov.22,2); “ (Dios) de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” (Hch.17,26). La conciencia de ser criatura amada por Dios abre los ojos del hombre para reconocer en los demás hombres a sus prójimos, portadores todos de su misma dignidad. “ El prójimo es lo equitativo (…) amar al prójimo es equidad. (…) Es tu prójimo en la igualdad contigo ante Dios. Mas esta igualdad la tiene incondicionalmente cada ser humano y la tiene de manera incondicional.”[33] En palabras de Luther King: “ Cada hombre tiene grabada en su personalidad la indeleble imagen de su Creador. T odo ser humano debe ser respetado porque es digno del amor de Dios. La dignidad de un individuo no se manifiesta por la medida de su inteligencia, su origen racial o su posición social. La dignidad humana se manifiesta en relación directa con Dios. Cada individuo tiene su valor, porque tiene un valor para Dios.”[34] Por eso animaba a los negros a gritar ante el mundo entero: “ ¡Yo soy alguien. Yo soy una persona. Yo soy un hombre con dignidad y honor!”.[35] 2.2. Responsabilidad La fe cristiana no autoriza a ninguna forma de escapismo futurista, ya que vincula la esperanza de eternidad con la responsabilidad presente por el semejante: “ Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso” (Prov.31,8-9). Dietrich Bonhoeffer ya había denunciado en los años treinta la hipocresía de un seguimiento de Cristo estéril y hueco, amparado en la coartada de una gracia entendida torpemente como justificación para el bostezo permanente del alma, una gracia “ low cost”: “ La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado. La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene (...)”[36] Martin Luther King conoció bien de aquel supuesto seguimiento de Cristo que no costaba nada a las personas y les hacía indiferentes a las necesidades de sus semejantes, pasivos y por tanto cómplices. Sus lamentos proféticos nos hacen estremecer todavía hoy: “ Nuestra generación se tendrá que arrepentir no sólo de los actos y palabras de las criaturas que están en la obscuridad, sino también de los temores y apatías de las personas que poseían la luz.”[37] “ Una religión que tiene una preocupación por las almas de los hombres, pero que no se preocupa de los barrios de barracas, las condiciones económicas asfixiantes y las condiciones sociales paralizadoras, es una religión espiritualmente moribunda.”[38] “ Es espantoso que la hora más segregada de la América cristiana sea las once del domingo por la mañana, la misma hora en que muchos permanecen en pie para cantar, ‘In Chist there is no East nor West’ (en Cristo no hay ni Este ni Oeste). Igualmente espantoso es el hecho de que la escuela más segregada de la semana sea la Escuela Dominical. ¡Cuán a menudo la Iglesia ha sufrido de una elevada presión sanguínea en sus credos y de una anemia en sus acciones!”.[39] 2.3. Caridad Sabemos tan poco del amor que cuando alguien habla de “ hacer el amor” muchos piensan que se trata de sexo. Martin Luther King forjó su comprensión del amor en la enseñanza bíblica de que “ Dios es amor” (1ªJn.4,8). Su amor se ha concretado de la manera más perfecta imaginable en la cruz donde Cristo murió: “ En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1ªJn.4,9-10). El impulso para el compromiso de amor hacia el semejante nace de este amor recibido de Dios: “ Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.” (1ªJn.4,11). Martin Luther King creyó en la fuerza de este amor “ ágape”. Ofrendó su vida en favor de los más desfavorecidos de su generación y buscó maneras prácticas de expresar su compromiso, sin por ello renunciar al principio del amor al enemigo. Así nació la resistencia no-violenta, a imagen de la practicada por Gandhi décadas atrás: “ Gandhi fue probablemente la primera persona en la historia en elevar el amor moral de Jesús sobre toda mera intervención entre individuos, a una fuerza social más poderosa y efectiva en larga escala. El amor era para Gandhi un potente instrumento para la transformación social y colectiva.”[40] La no-violencia: “ Es una valerosa confrontación de la maldad por el poder del amor, en la creencia de que es mejor ser el recipiente de la violencia que su infligidor, ya que el último sólo multiplica la existencia de la violencia y de la amargura en el Universo, mientras que el primero puede desarrollar un sentido de vergüenza en el oponente y por ello efectuar una transformación y cambio del corazón.”[41] La resistencia no-violenta nada tiene que ver con la falta de valor o con la aceptación pasiva de los males, puede parecer físicamente pasivo pero es tremendamente activo espiritualmente. No pretende derrotar o humillar al oponente, sino despertar su vergüenza moral y hacer posible la reconciliación: “ El resultado de la noviolencia es la creación de una bienamada comunidad, mientras el resultado de la violencia es un trágico resentimiento.”[42] 3. Un motor: Sólo Cristo Los tres ejes de la acción de Martin Luther King dependen de un motor único: su lealtad y dependencia de Jesucristo. En Cristo el ministerio de Luther King halla plena relevancia, y se revela fructífero pese a todo porque adquiere perspectiva de eternidad. ¿Qué queda hoy, pues, de su labor? 3.1. Fe Queda el testimonio del impulso de su fe. El seguimiento de Cristo supone la apertura de la vida para que sea expuesta ante el mundo, no in-vertida en lo propio que es para el oprobio, sino divertida, derramada hacia el otro, cuyo rostro me apela y me hace responsable de él al grito de “ ¡favoréceme!”. T ales afirmaciones formuladas filosóficamente por el personalismo de raíz bíblica (S. Kierkegaard, F. Ebner, M. Buber, E. Lévinas, E. Mounier, P. Ricoeur, C. Díaz) sólo provocan una cínica sonrisa de conmiseración en nuestro Occidente agusanado en el alma y de corazón gangrenado. Pero los criterios que acabamos de recordar responden a la concepción de la vida que enseña el Evangelio de Jesucristo y del que Luther King nos dejó un ejemplo contemporáneo: cuando apenas tenía veintiséis años, recién casado, renunció a la comodidad que se le ofrecía y regresó al duro mundo del Sur para cumplir su ministerio; y una vez allí renunció a la estabilidad de un pastorado cómodo para iniciar un ministerio público arriesgado. 3.2. Esperanza Queda la esperanza en perspectiva de eternidad. Sobre su tumba, una lápida grabada recuerda las estremecedoras palabras que pronunció en la Marcha de Washington, en 1963: “ Libre al fin, libre al fin, gracias, Dios T odopoderoso, al fin soy libre”. La fe en Jesucristo no hace al hombre volver la espalda a la realidad sino comprometerse con ella sembrando los valores del Reino de Dios, pero se vive “ en perspectiva de eternidad”, una eternidad vivida en la presencia de Dios y en la plenitud del Reino; ahí radica su especificidad y su poder para movilizar las vidas de hombres y mujeres de todas las generaciones. Sin esa esperanza trascendente, todo esfuerzo bienintencionado está amenazado por el agotamiento y el “ alma bella” puede convertirse en cualquier momento en “ corazón duro”; siempre merodea la sombra del nihilismo desesperado. El servicio cristiano no se funda en última instancia en el amor a los hombres sino en el amor a Aquel que tanto nos ha amado. Martin Luther King habría estado de acuerdo con la madre T eresa de Calcuta, a quien preguntaron en una ocasión cómo habían llegado los pobres a ser la vocación de su vida: “ Los pobres –corrigió al periodista– no son mi vocación; mi única vocación es Cristo y Él me ha puesto entre los pobres”. 3.3. Amor Queda la fuerza del amor. La Biblia afirma que ni aun la muerte puede separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Jesucristo (Rom.8,38-39). La perspectiva cristiana de eternidad es una perspectiva del triunfo del amor sobre toda forma de miseria. Este es el testimonio más alentador que nos ofrece la Biblia: “ Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” (1ªCor.13,13). [1] Dietrich Bonhoeffer: Ética. Barcelona: Editorial Estela, 1968. Pg. 188. T ítulo original: Ethik, 1949. [2] Cfr. D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 189. [3] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 139. Como veremos más adelante, esa presencia del cristiano en el mundo no lo es de cualquier manera sino sólo en Cristo: “ Su temporalidad no lo separa de Cristo y su cristiandad no lo separa del mundo. Perteneciendo totalmente a Cristo está a la vez totalmente en el mundo.” Ética. Op. Cit. Pg. 140. [4] Cfr. Dietrich Bonhoeffer: Cartes des de Barcelona. Barcelona: Editorial Claret, 2008. Alexander Fidora y Josep M. Jaumà han traducido al catalán y coordinado la edición de las cartas que Bonhoeffer escribió a familiares y teólogos durante aquellos meses, junto con otros documentos de interés. [5] Dietrich Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 10. [6] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 13. [7] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 84. [8] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 256. [9] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 132. [10] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 154. [11] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 209. Cita nº 5. [12] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 59. [13] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pgs. 24-25. [14] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 253. [15] Cfr. D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 27. [16] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 47. [17] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 56. Aunque no podemos extendernos en este punto, conviene subrayar que esta configuración de Jesucristo en el hombre halla su expresión más precisa no en el individuo, sino en la Iglesia de Cristo. La dimensión comunitaria de la configuración de Cristo es esencial en la teología de Bonhoeffer. [18] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 90. [19] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 92. [20] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 137. [21] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 229. [22] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 231. [23] Cfr. Gén.4,9a; Mt.22,36-39; Stg.1,27 y otros. [24] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 39. [25] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 248. [26] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 170. La cursiva es nuestra. [27] D. Bonhoeffer: Ética. Op. Cit. Pg. 173. La cursiva es nuestra. Sobre este dilema escribe también: “ Una transgresión de la ley debe ser conocida en toda su gravedad. (…) El que se actúe por responsabilidad o por cinismo, sólo puede manifestarse en que se conoce y se soporta la culpa objetiva de la transgresión de la ley, y precisamente en este quebrantamiento de la ley tiene lugar la verdadera santificación de la ley.” Ética. Op. Cit. Pg. 183. [28] Martin Luther King: Los viajeros de la libertad. Barcelona: Editorial Fontanella, 1963. Pg. 102. [29] Martin Luther King: A dónde vamos: ¿caos o comunidad? Barcelona: Aymá Editora, 1967. Pg. 141. [30] Martin Luther King: El clarín de la conciencia. Barcelona: Aymá Editora, 1968. Pg. 46. [31] Cfr. Carlos Díaz: Soy amado, luego existo. 4 volúmenes. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1999-2000. [32] John Wyatt: Asuntos de vida y muerte. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2007. Pg. 80. Cfr. Salmo 8,4. [33] Sören Kierkegaard: Las obras del amor. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2006. Pg. 85. [34] Martin Luther King: A dónde vamos: ¿caos o comunidad? Op. Cit. Pg. 103. [35] Martin Luther King: A dónde vamos: ¿caos o comunidad? Op. Cit. Pg. 49. [36] Dietrich Bonhoeffer: El precio de la gracia. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1968. Pg. 16. [37] Martin Luther King: Los viajeros de la libertad. Op. Cit. Pg. 243. [38] Martin Luther King: La fuerza de amar. Barcelona: Aymá Editora, 1965. Pg. 155. [39] Martin Luther King: Los viajeros de la libertad. Op. Cit. Pg. 250. [40] Martin Luther King: Los viajeros de la libertad. Op. Cit. Pg. 117. [41] Martin Luther King: Los viajeros de la libertad. Op. Cit. Pg. 119. [42] Martin Luther King: Los viajeros de la libertad. Op. Cit. Pg. 124.