Aportes del concepto de racionalidad a la teoría administrativa

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Desarrollo social y educativo
Aportes del concepto de racionalidad a la teoría
administrativa
José Gabriel Carvajal-Orozco*, Jhon Alexander Isaza-Echeverry**
Resumen
Introducción: el artículo pretende identificar los aportes del concepto de racionalidad al
de administración, recurriendo a la literatura filosófica. Metodología: revisión y análisis de
la bibliografía que conduce a la construcción de una definición de racionalidad que sea útil
para la teoría administrativa. Resultados: como resultado parcial del análisis de la respuesta
a la pregunta qué le aporta el concepto de racionalidad al concepto de administración se en‑
contró que en cada período analizado de la filosofía se identifican elementos del concepto de
racionalidad que contribuyen a la construcción y comprensión del concepto de administración. Conclusiones: el análisis es prueba de que la filosofía ofrece herramientas fecundas a
los problemas conceptuales de la administración.
Palabras clave: administración, filosofía, racionalidad, teoría administrativa, toma de deci‑
siones.
Contributions from the Concept of Rationality to Administrative Theory
Abstract
*
Magíster en Ciencias de la
Organización, Universidad
del Valle. Docente asociado,
Universidad Nacional de Colombia,
sede Manizales. Coordinador del
Grupo de Investigación en Filosofía
y Teoría en Administración.
Correo electrónico:
[email protected]
** Magíster (c) en Filosofía (línea
de Filosofía de la Ciencia),
Universidad de Caldas. Docente del
programa de Filosofía, Universidad
del Quindío.
Correo electrónico:
[email protected]
Recibido: 11 de febrero del 2013
Aprobado: 27 de junio del 2013
Cómo citar este artículo: Carvajal-Orozco,
J. G. e Isaza-Echeverry, J. A. (2013). Aportes
del concepto de racionalidad a la teoría
administrativa. Memorias, 11(20), 55-65.
Introduction: The article aims to identify contributions from the concept of rationality to that of administration, making use of the philosophical literature. Methodology: review and analysis of the biblio‑
graphy to create a definition of rationality that would be useful for administrative theory. Results: As a
partial result of the analysis of the response to the question of what the concept of rationality contributes
towards the concept of administration, it was found that in each philosophical period analyzed, elements
of the concept of rationality were identified that contributed towards construction and comprehension
of the concept of administration. Conclusions: The analysis is proof that philosophy provides fertile
results for the conceptual problems of administration.
Keywords: administration, philosophy, rationality, administrative theory, decision-making.
Contribuições do conceito racionalidade para a teoria administrativa
Resumo
Introdução: este artigo pretende identificar as contribuições do conceito de racionalidade para o de ad‑
ministração recorrendo à literatura filosófica. Metodologia: revisão e análise da bibliografia que conduz
à construção de uma definição de racionalidade que seja útil para a teoria administrativa. Resultados:
como resultado parcial da análise da resposta à pergunta o que o conceito de racionalidade contribui
para o conceito de administração, constatou-se que, em cada período analisado da filosofia, identificamse elementos do conceito de racionalidade que contribuem para a construção e compreensão do concei‑
to de administração. Conclusões: a análise é prova de que a filosofia oferece resultados fecundos aos
problemas conceituais da administração.
Palavras-chave: administração, filosofia, racionalidade, teoria administrativa, tomada de decisões.
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Desarrollo social y educativo
Introducción1
El punto del cual se desprende la investigación de
la que aquí se presenta la primera parte es un problema
conceptual que tiene como foco responder a la pregun‑
ta qué es la administración. Se considera que es este un
problema relevante para la teoría y práctica administra‑
tivas, puesto que se ha encontrado que en la teoría admi‑
nistrativa las respuestas carecen de un análisis detallado
del concepto, aunque se acepta implícitamente la idea
según la cual administrar constituye fundamentalmen‑
te tomar decisiones. La literatura administrativa reboza
en escritos y discusiones sobre la teoría administrativa,
pero poco o nada se dice sobre una de sus bases: el con‑
cepto de administración. Se mostrará que en un primer
análisis, el concepto de administración conduce necesa‑
riamente a revisar el concepto de racionalidad, y desde
allí a identificar posibles aportes a lo que se considera
hoy como administración. Probablemente una de la ra‑
zones que explica la poca atención que se presta en la ad‑
ministración a los problemas conceptuales se debe a la
creencia errada que sostiene que más que las conceptua‑
les son las preguntas empíricas las que arrojan luz sobre
la práctica administrativa. No se niega, en ninguna me‑
dida, el valor que en el desarrollo de una disciplina —y
para las prácticas que derivan de ella— tiene la infor‑
mación empírica; no obstante, dicho valor no debe re‑
legar el análisis conceptual. En tanto que las discusiones
prácticas responden a la pregunta cómo administrar, las
conceptuales lo hacen a preguntas como qué es la administración. En este artículo se intentará mostrar que pre‑
guntarse por la administración equivale a preguntarse
por la actividad de razonar, por la racionalidad, después
de lo cual se iniciará un rastreo del concepto de racionalidad en la literatura administrativa y, fundamentalmen‑
te, en la literatura filosófica. El rastreo histórico, que por
cuestiones de extensión se expone aquí hasta inicios del
siglo xvi, tiene como propósito aclarar, complementar y
con ello construir una definición de racionalidad y, por
tanto, de administración, que ofrezca mayor claridad en
las discusiones conceptuales y prácticas al respecto de la
teoría administrativa.
Ahora bien, dado que la investigación propone
analizar el concepto de racionalidad, que aparece como
1
Artículo de reflexión resultado de la investigación “El modelo
clásico de racionalidad y la toma de decisiones en las organizaciones”, fi‑
nanciada por la Facultad de Administración de la Universidad Nacional
de Colombia, sede Manizales, realizada por el Grupo de Investigación en
Filosofía y Teoría en Administración.
Memorias / Volumen 11, Número 20 / julio - diciembre 2013
propio de la administración, pero desde los aportes que
pueden ser encontrados en la historia de la filosofía,
debe advertirse que, aunque la contribución teórica se
verá alimentada de ambas disciplinas, será desde la lite‑
ratura filosófica que se tomen mayores elementos para
esta etapa de la investigación. Esta característica exi‑
ge un proceder metodológico que consistirá funda‑
mentalmente en rastrear el concepto de racionalidad a
través de la historia de la filosofía, con el propósito de
evaluar cuáles han sido sus características centrales y,
así, intentar extraer los aportes a una noción contem‑
poránea de administración, entendida como una activi‑
dad que consiste en racionalizar acciones. Para el caso,
los autores centrales están divididos así: en lo que co‑
rresponde a la fundamentación teórica sobre la admi‑
nistración están Calderón, et al. (2010); Carvajal (2005;
2010); Fayol (1986); Simon (1962) y Mayo (1959); y en
lo que corresponde al rastreo histórico desde la filoso‑
fía están Gilson (2007), Guthrie (2005), Le Goff (1997),
Barnes (1992) y Mondolfo (1954).
Metodología
La investigación se realizó en cuatro etapas: 1. se llevó
a cabo un rastreo del concepto de racionalidad en la
historia de las principales ideas de la filosofía occiden‑
tal; 2. se repitió el procedimiento con el concepto de
racionalidad en la literatura sobre teoría administrati‑
va, lo cual deja como resultado resúmenes analíticos
ordenados por períodos históricos; 3. los resúmenes de
ambas etapas se seleccionaron y analizaron; de la etapa
1 se extrajeron conexiones para la construcción de la
tesis por defender; 4. una vez el análisis de los resúme‑
nes analíticos revela que existen diferentes definiciones
del concepto de racionalidad en la historia de la filoso‑
fía y que estas contribuyen a la claridad y comprensión
de la teoría administrativa, se procede a plantear las
conexiones y describir los hallazgos.
Así las cosas, se opta por buscar aportes en la his‑
toria de la filosofía y no, por ejemplo, en la filosofía
analítica de inicios del siglo xx, que tenía fundamen‑
talmente como interés todo aquello que tuviese que
ver con el significado de los enunciados, puesto que se
parte de la noción de historia expuesta por el francés
Jacques Le Goff. En Pensar la historia (1997), Le Goff
sostiene que la discusión sobre la historia debe permi‑
tir el reconocimiento de, por lo menos, tres elementos,
los cuales a su vez permiten un cuarto elemento: 1. no
podemos concebir una sociedad sin su historia, 2. la
Aportes del concepto de racionalidad a la teoría administrativa
historia de una sociedad, entonces, permite formar so‑
bre ella diferentes perspectivas, 3. la ciencia histórica
selecciona una serie de acontecimientos que serán cen‑
tro de su discusión y, por tanto, deja otros por fuera. Le
Goff afirma algo más: 4. no es posible escribir la Histo‑
ria con H mayúscula, no hay tal cosa como “la Histo‑
ria”: “[…] todo es histórico, así que la historia no existe”
(Le Goff, 1997, p. 22). No hay tal cosa, entonces, como
un resumen de la historia, o como un punto en el que
se acumula todo lo que puede hablarse acerca de algo
en particular. Le Goff está afirmando que todo período
histórico es susceptible de aportar, cada que se le mire,
cosas distintas, ideas distintas. Le Goff insiste en recal‑
car que “sólo hay historia contemporánea”. Aclara esto
con dos ideas centrales en el desarrollo del texto: con
Marc Bloch sostiene que “La historia es la ciencia de los
hombres en el tiempo”, y con Beneddetto Croce, que
“Toda historia es historia contemporánea”. El asunto es
simple: es en el presente en donde repercuten las vibra‑
ciones de los hechos del pasado, es desde el presente
que tienen valor. Se tiene así un rechazo a la existencia
del valor de la historia independiente al observador en
el presente, y más que eso, un rechazo a la idea según la
cual la historia, entendida regularmente como un sim‑
ple resumen de acontecimientos, poco o nada tiene que
ofrecer a los problemas contemporáneos. La tesis de Le
Goff es que al analizar la historia, dado que se hace des‑
de tiempos distintos, que tienen a su vez concepcio‑
nes distintas, es posible encontrar elementos distintos,
contribuciones distintas a problemas contemporáneos.
Partiendo de la tesis de Le Goff, se plantea la posibili‑
dad de encontrar en la historia de la filosofía aportes a
un problema particular de la teoría y práctica adminis‑
trativa, y se sostiene que dichos aportes son posibles
gracias a la conexión que existe entre el concepto de administración y el concepto de racionalidad. Finalmente,
lo que se busca no es construir un concepto inamovible
de administración, sino postular la posibilidad de enri‑
quecer y contribuir a la teoría administrativa desde la
amplia gama de la historia de la filosofía.
Fundamentación teórica
Importancia de la pregunta qué es la
administración
La discusión que interesa plantear en este artículo es
una discusión conceptual, y el concepto elegido como
problemático para nuestra área de interés es el de “ad‑
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ministración”. Sobre la administración se ha corrido
mucha tinta, pero más que sobre ella como concepto,
ha sido sobre algunas preguntas que le son inheren‑
tes: si tiene o no un objeto de estudio determinado, si
dicho objeto permite clasificarla como ciencia (social
o no), si en dicho proceder hace uso de un método
que le caracteriza. Pero en la discusión ha primado un
espíritu pragmático, la principal pregunta que ha ocu‑
pado la atención y consumido los esfuerzos es aque‑
lla por el ¿cómo administrar? Esto último obedece a
que preguntar qué es la administración parece exigir
una respuesta respecto a reglas para la acción de los
administradores, no una respuesta conceptual. La lite‑
ratura contemporánea ha dado respuesta a la pregunta
no sobre la administración como concepto, sino como
práctica, al indagar por cómo operan —con resultado
descriptivo— o cómo deben actuar —con resultado
con pretensión normativa— las personas dentro de las
organizaciones.
Así, sucede que al plantear la pregunta qué es la
administración se suele responder a preguntas como:
¿cuál es el objeto de estudio de la administración?, ¿es
la administración una ciencia?, ¿tiene la administra‑
ción un método que le sea propio?, ¿qué reglas debe
impartirse en la administración para orientar el com‑
portamiento de quienes integran las organizaciones?
(Calderón et al., 2010; Carvajal, 2005; 2010), entre
otras. No cabe duda de que responder a todas esas pre‑
guntas exige tiempo, astucia, gran esfuerzo y discusio‑
nes, y que hacerlo constituye también un pilar para la
reflexión teórica sobre la administración; no obstante,
ninguna de ellas ofrece la respuesta que se busca.
Ya en este estado va haciéndose evidente algo que
podría dar luces: al parecer, la respuesta a la pregun‑
ta no puede ser puesta en términos prácticos. Este ti‑
pos de respuestas desvían la atención del problema
central y la dirigen a otros campos que, aunque posi‑
blemente interesantes, siguen dejando un espacio va‑
cío. Lo que parece seguir entonces es responder una
pregunta conceptual, y para hacerlo necesitamos recu‑
rrir a algo en apariencia más simple: definir el concep‑
to de administración, hallar elementos que permitan
dar una definición de administración que se aleje de la
concepción tradicional y que permita ampliar la com‑
prensión no sólo del concepto en particular, sino de las
respuestas en términos prácticos que suelen acompa‑
ñarle. Y aquí va revelándose otra de las contribucio‑
nes de la definición conceptual: buena parte del interés
contemporáneo sobre la teoría administrativa está diri‑
gida a resolver y discutir preguntas empíricas como las
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Desarrollo social y educativo
que mencionamos, que requieren observar la realidad,
pero dichas preguntas implican tener como base algu‑
na definición de administración, definición que no se
encuentra desarrollada a causa de la ausencia de exa‑
men conceptual (no empírico) y, por tanto, cargada de
vaguedades y posibles errores.
Con lo anterior se ha dado un paso más: ahora se
comprende que responder a la pregunta qué es la administración no en términos prácticos sino conceptua‑
les requiere de un análisis que opere deductivamente
en busca de una definición. El planteamiento es útil,
por un lado, para los investigadores e interesados en las
organizaciones y su administración, puesto que ofre‑
ce mayor claridad y arroja luz sobre un concepto clave
en la discusión teórica, y, por otro, porque la respuesta
a la pregunta es necesaria para platear otra alternativa
ante las discusiones de corte pragmático que aparecen
a causa de la ausencia de un examen conceptual, exa‑
men que este artículo pretende ofrecer, por lo menos
parcialmente.
La administración como racionalización
de acciones
La acción administrativa puede ser descrita, en el con‑
texto de las organizaciones sociales humanas, como el
proceder de una persona que ha asumido la responsa‑
bilidad por una tarea —una función, un procedimien‑
to, un proceso, un equipo de trabajo o una unidad de la
estructura—, ante la necesidad de resolver problemas
racionalmente (Carvajal, 2005). En la interacción con
las personas y en la cotidianidad del devenir organiza‑
tivo, quien ha asumido alguna responsabilidad adquie‑
re conocimiento sobre la realidad de la organización,
identifica sucesos, estados o tendencias que en una
primera fase afectan el resultado de la parte de la or‑
ganización de la que es responsable. Ante la presencia
de estas situaciones que podrían llamarse problemáti‑
cas, resulta imperativo definir qué acciones se deben
desarrollar. Luego de conocer el problema, es decir, de
construir explicaciones sobre lo que está ocurriendo,
se intenta identificar o diseñar alternativas o cursos
de acción posibles de ejecutar, los cuales son confron‑
tados con los objetivos organizacionales, y posterior‑
mente se elige una de las alternativas identificadas, con
responsabilidad sobre la totalidad de la organización o
sobre una división, o un departamento, o una oficina,
o un cargo. Esto es lo que hacen las personas en las or‑
ganizaciones. Esta descripción de lo que podría com‑
Memorias / Volumen 11, Número 20 / julio - diciembre 2013
prenderse como la acción de administrar nos sitúa en
un campo que es bien conocido en la literatura sobre la
administración: la toma de decisiones.
Parece que una definición parcial sobre la admi‑
nistración, aceptada por buena parte de los teóricos,
es la que indica que la administración es fundamen‑
talmente una cuestión de tomar decisiones. Veamos: a
inicios del siglo xx la formación en ingeniería y admi‑
nistración estaba soportada en la concepción de cien‑
cia propia de las ciencias naturales (Taylor, 1986; Fayol,
1986, entre otros). En la década de los treinta, el pen‑
samiento sobre organizaciones y administración da un
giro desde la Escuela de las Relacionas Humanas (erh),
con el psicólogo australiano George Elton Mayo2 como
su principal referente. En el marco de un contexto de
capitalismo en crisis, la erh, sin abandonar los postula‑
dos de eficiencia y productividad definidos por los eco‑
nomistas clásicos y adoptados por los ingenieros que
asumieron posiciones de dirección, propone la consi‑
deración del ser humano no meramente como un me‑
dio al servicio del sistema productivo, sino también,
desde algunos aspectos, como un fin. Esta considera‑
ción del hombre como fin impacta de manera impor‑
tante sobre la racionalidad en las organizaciones, pues
se salta de una concepción técnica o mecánica de las or‑
ganizaciones, a una que postula la necesidad de su con‑
sideración como fenómenos humanos y sociales. Esto
representa una marca importante sobre sus procesos
de toma de decisiones, pues la erh obliga a considerar
nuevas y menos objetivas variables en el estudio de si‑
tuaciones empresariales, en el diseño de alternativas de
acción y en la posterior evaluación de dichas alternati‑
vas. Con implicaciones también sobre la consciencia de
que nuevos factores afectaban las decisiones pasadas y
afectan la toma de decisiones futuras (entre otros, Mayo,
1959). En la década de los cuarenta, con la revisión de
los trabajos de Max Weber (1864‑1920) por la comuni‑
dad de interesados en las organizaciones y su gestión,
se reposiciona su reflexión sobre las burocracias. We‑
ber muestra cómo la burocracia es el ideal organizativo
en la sociedad de su tiempo, pero en especial de los fun‑
damentos del modo de producción capitalista en el que
la eficiencia y la productividad, cada vez superiores,
son la finalidad aceptada en el contexto de la raciona‑
lidad moderna y el mito de progreso que la acompaña.
2
Con antecedentes en la fundición Soho (Gran Bretaña), la textilera
New Lanark (Escocia) bajo la dirección de Robert Owen (1771‑1858),
y autores como Mary Parker Follet (1868‑1933) y Chester Barnard
(1886‑1961) (ver Barnard,1968).
Aportes del concepto de racionalidad a la teoría administrativa
La estructura y el proceder de la escuela burocrática en
la organización reducen el espacio para la irracionali‑
dad en la acción. En cierta forma, como anticipación a
los problemas humanos, sociales y políticos de la socie‑
dad industrial, Weber argumenta sobre los beneficios
esperados de los diseños mecanicistas de organización
y sobre las limitaciones del ideal burocrático, explican‑
do cómo la complejidad humana y la dinámica interna
del sujeto y la dinámica social de la organización son
restricciones al ideal burocrático de racionalidad plena,
de objetividad plena (Weber, 2002).
Posteriormente, la perspectiva de corte ingenieril
de los autores clásicos alcanzó su máximo desarrollo
en el periodo de la Segunda Guerra Mundial y en la
posguerra, e influenció el desarrollo de las técnicas de
gestión en función de la escuela matemática, en la que
el desarrollo de aplicaciones de métodos numéricos a
problemas de organizaciones ofrecía la promesa de ra‑
cionalidad, digamos completa, en la toma de decisiones a partir de lograr objetividad en la evaluación de
alternativas a través de modelación matemática. Con
gran influencia posterior en los trabajos sobre decisio‑
nes empresariales, en 1944 John von Neumann (ma‑
temático húngaro) y Oskar Morgenstern (matemático
alemán), en Theory of Games and Economic Behavior,
propusieron el concepto de utilidad esperada. Teniendo
en cuenta aspectos como: a) las condiciones para que
algo sea información, b) que la toma de decisiones se
desarrolla sobre la base de un conjunto de presupues‑
tos enmarcados en una teoría y c) los fines de las de‑
cisiones, plantean que “[…] los individuos toman sus
decisiones de acuerdo a un valor numérico asociado a
la satisfacción que le reportan los diferentes resultados”
(von Neumann y Morgenstern, 1944, p. 72).
Finalmente, en 1957, Herbert Alexander Simon,
en El comportamiento administrativo (Simon, 1962),
sugiere que los procesos de decisión son desarrolla‑
dos con importantes limitaciones para los decisores; su
planteamiento puede ser resumido en la tesis de la racionalidad limitada y traducida en que los decisores, en
las condiciones organizacionales, nunca podrán tener
disponible toda la información referente al asunto so‑
bre el cual deciden, tampoco serán capaces de diseñar
y menos de evaluar todas las alternativas posibles, y so‑
bre las que están disponibles, tampoco podrán, antes
de la decisión, tener o alcanzar conocimiento de todos
los efectos que estas alternativas implican. Así se en‑
tiende que para la escuela del Comportamiento las per‑
sonas tratan de actuar de la manera más racional, pero
las dificultades frente a la información disponible, su
59
procesamiento y análisis, aparecen como limitantes a
la racionalidad, la información para la toma de decisiones es clave, entonces, más aún si se tiene en cuenta que:
[…] una colección de datos no es información. Las piezas
de datos representan información de acuerdo al entendi‑
miento de la medida de asociación existente entre ellos,
lo cual permite generar discernimiento en torno a ellas
[…]. El conocimiento es entonces la combinación de in‑
formación, contexto y experiencia (Ponjuán, 1998, p. 34).
Con las limitaciones extrínsecas al sujeto que su‑
giere la escuela del comportamiento, se detendrá el
rastreo histórico, sólo con el propósito de analizar qué
de lo anterior puede ser útil para la construcción de
una definición de administración que quizá sea trans‑
versal a las posiciones mencionadas. Veamos: la aho‑
ra evidente importancia de responder a la pregunta
qué es la administración nos llevó a intentar una de‑
finición del concepto de administración, entendida,
en su base, como una acción racional que tiene como
función principal la toma de decisiones. Partiendo de
estos elementos mínimos, se dirigió la atención a al‑
gunas teorías encontradas en la literatura al respecto
de los fenómenos sociales que impactan el interior de
las organizaciones, y se observó que en todos los ca‑
sos se difiere al respecto de los elementos que acom‑
pañan los procesos racionales de toma de decisiones,
y se acepta sin reparo alguna noción básica de lo que
es la racionalidad. La administración, se infiere, es la
actividad humana de racionalización de actividades
conscientes orientadas a fines.
Con lo anterior, parece que se regresa una vez más
a un problema planteado en el inicio, aceptando que la
administración consiste, básicamente, en actuar racio‑
nalmente, la cuestión debe versar ahora sobre respon‑
der a la pregunta qué es la racionalidad. Los autores
competentes en el campo de la administración han es‑
tado ajenos a la reflexión sobre este particular,3 entre
otras razones porque parece ser que, a diferencia de lo
que ocurre con el concepto de administración, el con‑
cepto de racionalidad se sale de su campo de dominio.
Responder esta pregunta exige un recorrido por la
historia de dicho concepto y permitirá, de tener éxito,
ofrecer algunos elementos útiles para la teoría admi‑
nistrativa, así como para aquellos que están particu‑
larmente interesados por los problemas prácticos de la
administración; requiere, finalmente, hacer un rastreo
3
Siendo H. A. Simon una importante excepción.
60
Desarrollo social y educativo
por las principales corrientes o escuelas que le han pro‑
blematizado y, por tal razón, es condición necesaria re‑
currir a la historia de la filosofía.
La racionalidad: una revisión histórica
hasta el siglo xvi
Si bien el concepto logos, que por ahora podemos com‑
prender como razón, ha tomado parte constitutiva en
todas las teorías filosóficas que han sido relevantes, fue
sólo hasta mediados del siglo xv que ocupó un lugar
no periférico. Los intereses de cada período histórico
hasta antes del conocido como Renacimiento italiano
estaban dirigidos al principio del mundo, a los elemen‑
tos necesarios para construir la República o a encon‑
trar los fundamentos para la conversión a la visión del
mundo dictada por Dios a los hombres. No obstante,
en cada período el logos ha tenido un papel. Los hom‑
bres, directa o indirectamente, se han preocupado por
determinar qué debe o no comprenderse por razón, y
qué por su uso (racionalidad). En adelante, se hará un
intento por mostrar las características de dichas defini‑
ciones hasta llegar al siglo xv, y, más aún, se intentará
construir una hipótesis que, partiendo del análisis his‑
tórico, permita fortalecer el concepto de racionalidad
que es tan necesario en la teoría administrativa. La pre‑
gunta que se intentará responder en cada segmento de
este apartado es: ¿qué entendían en este período, estos
filósofos, por racionalidad?
La racionalidad en la Grecia clásica
¿Qué entendían los primeros filósofos4 por racionali‑
dad? Se inicia con ellos porque fueron los representantes
del clásico paso de las explicaciones míticas a las lógicas,
y porque se les tiene como los padres del pensamiento racional, lo que no es más que decir que fueron los prime‑
ros que intentaron dar orden y base a las afirmaciones
que pretendían explicar el mundo de manera gratuita e
imponer el dogma. Los presocráticos, no obstante, re‑
presentan también una etapa llena de yerros en los in‑
tentos por solucionar enigmas; yerros a tal punto que
suelen considerarse sus razonamientos similares a los de
un niño, un tonto o un borracho. Sin embargo, afirma
Jonathan Barnes, “[…] su paso tambaleante nos enseñó
4
Cuando se hace referencia a los primeros filósofos, se habla, regu‑
larmente, sobre los que en la literatura son reconocidos como filósofos
presocráticos, no por ser previos a Sócrates, sino por representar un paso
atrás en las discusiones y modos propios del filósofo ateniense.
Memorias / Volumen 11, Número 20 / julio - diciembre 2013
a pisar con firmeza: si ellos no se hubieran emborracha‑
do, aún estaríamos arrastrando los pies” (Barnes, 1992,
p. 10). Es precisamente por aquello que sugiere Barnes
que iniciar la búsqueda de la respuesta a la pregunta qué
es la racionalidad nos debe devolver a ellos, pues fueron,
digamos, los fundadores del pensamiento racional.
Como se ha advertido, no hay en los presocráticos,
en Platón, Sócrates o Aristóteles, un interés por revelar
en qué consiste una acción racional o en evaluar cuáles
son las características de la racionalidad humana. En‑
contramos, sí, el camino labrado para llegar a ellas. Son
ellos un primer estadio, pues el interés inicial de los pre‑
socráticos, por ejemplo, versa sobre cómo demostrar la
primacía del logos, la razón, en los asuntos que concier‑
nen al conocimiento humano. Ya para los presocráticos
el logos implicaba “reunir”, “recoger” y seleccionar. Aun‑
que es “discurso” la acepción más generalizada5 del tér‑
mino griego logos, “palabra”, “expresión”, “pensamiento”,
“concepto”, “habla”, “verbo”, “razón” e “inteligencia” son
también algunos de los significados que se le atribuyen, y
quizá las más oportunas para el caso son aquellas que su‑
gieren que logos procede del verbo legein (que se traduce
como “hablar”, “decir”, “contar una historia”):
A este efecto se ha indicado que el sentido primario de
legein es “recoger” o “reunir”: se “recogen” o “unen” las
palabras como se hace al leer (legere, lesen) y se obtie‑
ne entonces la “razón”, “la significación”, “el discurso”,
“lo dicho”. Heidegger ha propuesto que el significado
primario de legein es “poner”, “extender ante”, de ahí
“presentar después de haber recogido [y de haberse
recogido]”. El logos sería entonces el resultado de un legein, que consistiría esencialmente en una “cosecha”, la
cual sería a su vez resultado de una selección (Ferrater
Mora, 1994, pp. 2202‑2203).
Que el logos sea el resultado de legein significa,
en algún modo, que la razón es el producto de reco‑
ger, unir y seleccionar ideas. Y la racionalidad, enton‑
ces, puede entenderse inicialmente como la facultad de
hacer uso de la razón, es decir, la facultad que posee
el hombre, y que le permite seleccionar y reunir ideas.
Posteriormente, la figura de Heráclito es central en el
pensamiento presocrático, no sólo porque el logos ocu‑
pa un papel fundamental en su desarrollo intelectual,
sino también porque polemiza contra una tendencia
propia de Hesíodo, Pitágoras, Jenófanes, Hecateo, Ho‑
mero y Arquíloco, la tendencia a la polimatía —el saber
5
Confrontar con La llave del griego de Hernández y Restrepo (1937,
p. 548).
Aportes del concepto de racionalidad a la teoría administrativa
muchas cosas—, pues esta, afirma, “no enriquece el es‑
píritu”. Al respecto de la posición de Heráclito nos re‑
cuerda Guthrie que la rechazaba puesto que
[…] Esa sabiduría se adquiere mediante los sentidos,
pero “los ojos y los oídos son malos testigos si el alma
carece de entendimiento”. Los sentidos muestran a cada
hombre un mundo diferente. Mira dentro de ti mismo
—es decir, en tu propia mente—, y descubrirás el logos,
que es la verdad y es común a todas las cosas (Guthrie,
2005, p. 54).
Con el logos de Heráclito “[…] se abarca el univer‑
so y el alma del hombre; o mejor todavía, se abarca el
universo en el alma del hombre” (Parménides y Herá‑
clito, 1977, p. 149). El logos, para el filósofo jonio, es ley
universal, y es él quien debe ser escuchado si conocer el
mundo es lo que requerimos. La influencia de Heráclito
marcó los pasos posteriores de Platón, pues, adicional‑
mente, consideraba que así como el fuego, el logos está
en constante cambio y oposición; lo que significa que lo
propio de la racionalidad es la contraposición y el cam‑
bio como resultado de dicha contraposición. Platón, en
su diálogo el Teeteto, nos muestra un Sócrates que sos‑
tiene la insuficiencia de los sentidos y la supremacía de la
capacidad sintetizadora del alma, por medio de la cual el
hombre enjuicia el mundo, pues sostiene que es “en el ra‑
zonamiento sobre las sensaciones” que reside la ciencia
(Platón, 1973). Por último, en la misma línea platónica,
por tanto heraclítea, Aristóteles afirma que las categorías
de la razón —un conjunto de facultades que son propias
de los seres humanos— dan cuenta de la estructura del
mundo y el pensamiento, estructuras que fungen como
base para el pensamiento científico y, por tanto, para el
juicio racional sobre él. Así que, por parte de Platón, te‑
nemos una supremacía de la razón —facultad sintetiza‑
dora del alma— sobre los sentidos; en tanto que para
Aristóteles son las categorías, no la experiencia, la base
para el conocimiento. Por ahora puede advertirse que
en ambos se evidencia cierto desprecio a los sentidos y
cierta demanda de inutilidad en cuanto a la necesidad de
construir juicios racionales del mundo. Ya se verá de qué
manera la filosofía posterior, la medieval, se alimenta de
los filósofos clásicos para exponer una concepción de la
racionalidad un tanto distinta.
La racionalidad en el Medioevo
¿Qué entendían los medievales por racionalidad? La
filosofía medieval es regularmente asociada con la re‑
61
ligión medieval, debido, seguramente, a que fue entre
el siglo iv y el xv que tuvo mayor expresión la expan‑
sión y consolidación de la religión católica, y a que fue
en este período la religión el único medio público de
expresión de ideas. No obstante, para fines de la inves‑
tigación, es necesario diferenciar ambas. Al respecto,
Etienne Gilson, el gran historiador del Medioevo,
afirma:
La filosofía es un saber que se dirige a la inteligencia y le
dice lo que son las cosas; la religión se dirige al hombre
y le habla de su destino, ya sea para que se someta a él,
como la religión griega, ya sea para que lo realice, como
la religión cristiana. Por lo demás, esa es la razón por la
cual, influenciadas por la religión griega, las filosofías
griegas son filosofías de la necesidad, mientras que las
filosofías influidas por la religión cristiana serán filoso‑
fías de la libertad (Gilson, 2007, p. 12).
Ahora bien, la filosofía medieval no tiene su ori‑
gen tanto en la filosofía griega como en la tradición
griega. Esta distinción es simple: la tradición griega es
por excelencia religiosa, y será la religión el gozne de la
filosofía medieval que se alimenta de la filosofía grie‑
ga (de Heráclito, Pitágoras, Platón, Sócrates y Aristó‑
teles, por ejemplo). Se comprende entonces por qué se
afirma que hay en la filosofía medieval un componente
teológico ausente en la filosofía griega, es decir, que una
de las más marcadas diferencias entre el pensamiento
medieval y el griego es que, aunque el griego era tam‑
bién místico, religioso, sus intereses estaban dirigidos
a otras preocupaciones del intelecto, en tanto que para
los medievales era el misticismo, la religión, el punto de
partida y de llegada de la filosofía. Quizá a esto se deba
que el problema principal identificado en este período
sea la confrontación entre la razón y la fe, y esto es así
porque, como afirma Gilson:
[…] Ninguna física, ninguna antropología, ninguna
metafísica, ninguna moral puramente racional era co‑
nocida por los hombres de la época. Comprender el tex‑
to sagrado era, pues, ante todo, buscar su inteligencia
con la ayuda de los recursos de que disponía el dialecto
(Gilson, 2007, p. 234).
Posición que representaba la idea que los dialéc‑
ticos tenían sobre el lugar de la razón frente al conoci‑
miento del mundo:
[…] La fe es, para el hombre, el dato del que debe
partir. El hecho que debe comprender y la realidad que
62
Desarrollo social y educativo
su razón puede interpretar le son suministrados por
la revelación, no se comprende para creer, sino que,
por el contrario, se cree para entender: neque enim
quaero intelligere ut cream, sed credo ut intelligam. La
inteligencia, en una palabra, presupone la fe (Gilson,
2007, p. 235).
Un medieval, San Anselmo, se opuso a dicha posi‑
ción; contra los dialécticos afirmaba que el orden ade‑
cuado consistía en que debe comprenderse para creer,
pues no apelar, en la búsqueda de la verdad, enseguida
a la razón, es presunción. Este es uno de esos casos de
la historia medieval en que la filosofía intenta poner a
la razón como condición para el conocimiento. Se llega
así a un punto adicional: la racionalidad que esta parte
del Medioevo nos ofrece sería algo parecido a la facul‑
tad de llegar al conocimiento por medio de un concur‑
so entre la inteligencia y los datos de los sentidos.
Los comienzos del movimiento científico
Al conocido como Renacimiento italiano se le ha
concedido, históricamente, un altísimo valor para el
intelecto humano, comparable sólo con los gigantes
griegos. La física, la medicina, la astronomía, la eco‑
nomía, el arte y la filosofía son sólo algunas de las
disciplinas que adjudican al Renacimiento el “descu‑
brimiento del mundo y del hombre, la reivindicación
de la dignidad e infinitud espiritual humana y de su
dominio intelectual sobre la naturaleza” (Mondolfo,
1954, p. 236). El tamaño que llegó a tener el renaci‑
miento se debe no sólo a la importancia y alcance de
las ideas desarrolladas, sino también al material del
cual estaba hecho el período anterior. A pesar de los
muchos aportes que el Medioevo realizó al intelecto,
fue también conocido por extender la máxima del contemptus mundi —desprecio del mundo—. Dados sus
marcados y determinantes compromisos metafísicos,
espirituales, el Medioevo se caracterizó por estable‑
cer una jerarquía del universo, en la que el mundo, la
tierra, y con ella el hombre, estaban, como entidades
materiales, en un nivel inferior. Al respecto, el filósofo
medievalista Johan Huizinga afirma:
[…] La Edad Media establece, para cuanto se relaciona
con el espíritu, normas autoritarias e imperativas: no
sólo para las materias de fe y sus secuelas, la filosofía y la
ciencia, sino también en lo tocante al derecho, al arte, a
las formas del trato social y a las diversiones (Huizinga,
1946, p. 134).
Memorias / Volumen 11, Número 20 / julio - diciembre 2013
En suma, el sometimiento del espíritu humano
a un principio de autoridad, y no de razón, fue el se‑
llo característico de este período, a pesar de los mu‑
chos esfuerzos que intelectuales medievales hicieron
por rescatar la importancia de la razón sobre la auto‑
ridad, y su papel fundamental en la construcción de
la cultura.
Se comprende entonces por qué razón restar la im‑
portancia que en la ciencia tiene la fe en Dios, y de‑
positar el restante en la fe en el hombre es, sin lugar a
dudas, el mayor aporte que el Renacimiento ha hecho al
hombre. El valor que dicho fenómeno tiene para nues‑
tros propósitos estriba en que al reivindicar el estatus
del hombre se reivindicó, al tiempo, el estatus de la ra‑
zón y su uso.
Aunque Nicolás de Cusa, Giordano Bruno, Johan‑
nes Kepler y Nicolás Copérnico comparten con Galileo
el pódium de los principales filósofos del Renacimien‑
to, fue Galileo quien permitió la confrontación direc‑
ta con la tradición aristotélica. Hasta antes de Galileo
cualquier intento por explicar la naturaleza del mun‑
do que no siguiera a pie de la letra lo dictado por las
Sagradas Escrituras, era no sólo rechazado por la igle‑
sia católica, que en ese entonces estaba facultada para
ordenar qué debía ser tomado como conocimiento, o
no, sino que constituía una ofensa, por cuanto sus te‑
sis eran simplemente hipotéticas; es decir, todo lo que
hicieron Nicolás de Cusa, Bruno, Kepler y Copérnico
fue “demostrar” que la razón tendría que llevarnos a
concluir que no podemos afirmar categóricamente la
finitud del universo, la perfección de los astros celestes
o el papel central que se le adjudicaba a la Tierra con
respecto a los otros satélites. Pero para los medievales,
la demostración por medio de la sola razón no era un
contrincante digno de la fe (Koyré, 1996).
A diferencia de sus contemporáneos, Galileo ata‑
có la tradición medieval por medio de demostraciones
empíricas, por medio de observaciones (Burtt, 1960).
Es esto lo que Alexandre Koyré (1996) mostró bajo el
rótulo de cambio metodológico, cambio que dejó a un
lado la simple argumentación mediante “hipótesis ra‑
cionales” y dio lugar a una nueva etapa en la filosofía y
la ciencia en general. Koyré sostuvo que con el uso del
catalejo (telescopio), Galileo dio inicio en la astrono‑
mía, y en la ciencia en general, a una nueva fase de su
desarrollo: la fase instrumental. El trabajo de Galileo
consistió entonces en intentar imponer las observacio‑
nes que daban paso a distintas interpretaciones sobre
los fenómenos, a concepciones tradicionales. Difícil‑
mente puede pensarse en Galileo como el brazo fuerte
Aportes del concepto de racionalidad a la teoría administrativa
del Renacimiento de no haber sido por la ayuda que el
catalejo, como instrumento, le proporcionó. Gracias a
él, las hipótesis de Copérnico acerca de las manchas so‑
lares fueron demostradas. Así como la intuición de Ni‑
colás de Cusa al respecto de la infinitud del universo.
Esto revela un punto crucial para nuestros propósitos:
la transición hacia el Renacimiento no se logró con el
uso libre de la razón, sino con la demostración por me‑
dio de experimentos observacionales. Fue la unión en‑
tre razón y prueba empírica lo que permitió dar paso a
uno de los períodos más fecundos del intelecto huma‑
no. La racionalidad, el uso de la razón, era sólo uno de
los elementos constitutivos del progreso científico. Y
con esto se hace presente otro elemento relevante para
la investigación, pues si bien es cierto que, en compa‑
ración con el Medioevo, el Renacimiento fue un perío‑
do de libertad intelectual, en el que progresivamente los
hombres podían hacer uso libre de la razón, esta, como
facultad de la mente, era insuficiente como aportante
al conocimiento científico. El progreso de este perío‑
do se lo debemos, como mostramos con la exposición
del descubrimiento de la imperfección de la superficie
lunar, a la observación empírica. El uso de la razón era
entonces complementario.
La afirmación anterior nos ofrece, finalmente, una
explicación sobre el lugar que en la filosofía del renaci‑
miento ocupó la racionalidad. No obstante, quizá val‑
ga la pena mencionar algo más al respecto, algo que nos
permitirá intentar una relación entre los problemas la‑
tentes en la práctica y teoría administrativa, y la historia
de los científicos renacentistas. La distancia que toma
el Renacimiento con respecto a la tradición aristotélica,
el hecho de que se permita abandonar, en buena medi‑
da, algunos presupuestos metafísicos que la visión del
mundo guardaba, fue la bandera de este período. Según
Koyré, esta fue la principal virtud y quizá el más fuerte
obstáculo del Renacimiento. En su afán por distanciar‑
se del Medioevo, por reaccionar contra un período tan
sombrío para el intelecto humano, los renacentistas se
preocuparon más por estar en contra que por construir
con cuidado sus tesis. Es esto lo que nos permite com‑
prender lo que afirma Koyré en su ensayo “La aporta‑
ción científica del Renacimiento”:
El tipo que encarna el ambiente y el espíritu del Rena‑
cimiento es evidentemente el gran artista; pero es tam‑
bién y sobre todo quizá el hombre de letras: fueron los
literatos sus promotores, sus anunciadores y sus «pre‑
goneros». Lo fueron también los eruditos. Y aquí me
permito recordar lo que nos ha dicho Bréhier: el espíritu
63
de erudición no es exactamente —ni en modo alguno—
el espíritu de ciencia (Koyré, 1996, p. 41).
Aunque las observaciones de Galileo permitieron
ofrecer una lectura diferente del libro de la naturaleza,
no está su valor en la lectura misma. Este se ha dado
en la medida en que su lectura se diferencia y distan‑
cia de la lectura que ha dado la tradición. El proble‑
ma está, entonces, no sólo en la denuncia de Koyré en
cuanto al reinado de la erudición sobre la ciencia —en
un periodo calificado como científico por excelencia—,
sino en que incluso en los descubrimientos y tesis más
reveladoras del Renacimiento existen posiciones pro‑
pias del Medioevo. Y es aquí que se nos presenta una
posible lección: el problema que adjudica Koyré a los
científicos renacentistas se basa en que se preocupa‑
ron significativamente por la experimentación cientí‑
fica, empírica, pero olvidaron que esta se basa también
en el análisis conceptual, y fue por esa omisión que, sin
percatarse de ello, resultaron aceptando posiciones que
regularmente habrían rechazado, cayendo así en cierto
grado de irracionalidad.
Burtt, en Los fundamentos metafísicos de la ciencia moderna, intenta explicar por qué razón los rena‑
centistas parecían tener implícitas en sus tesis algunas
posturas medievales:
[…] Los filósofos nunca consiguen salir completamen‑
te de las ideas de su tiempo y, de este modo, mirarlas
objetivamente. En realidad sería mucho esperar. Tam‑
poco las doncellas que se cortan el pelo y dejan más en
descubierto la bifurcación de la nuca se ven con los ojos
de una madura matrona puritana (Burtt, 1960, p. 11).
Esto, no obstante, no le resta valor al esfuerzo de
los renacentistas, pero nos permite aclarar un par de
puntos: 1. si el Renacimiento tuviera el valor que se
adjudica respecto a su nombre mismo —un renacer
para el uso libre de la razón—, entonces, su estatus lo
ofrecería la virtud de las propuestas de sus represen‑
tantes; 2. pero, a diferencia de algunas contadas ex‑
cepciones, las implicaciones de las propuestas de los
renacentistas se valoraban en términos metafísicos, y
gran parte de los aportes de los renacentistas ganan
espacio en la historia por la sola distancia tomada con
respecto a la tradición, es decir, su valor reside en ha‑
berse opuesto a la tradición medieval. Así, en el valor
que se ha exaltado del Renacimiento, ha sido el mis‑
ticismo, y no la razón, el que ha permitido atribuir a
este el reinado como periodo racional por excelencia.
64
Desarrollo social y educativo
Lo problemático no reside en que sus hombres hayan
respondido a cuestiones de la época. No. El problema
está en que no ha sido, como debería, un criterio ra‑
cional sino una creencia lo que más ha dotado de valor
a un periodo tomado por “científico”, la creencia se‑
gún la cual la reacción tiene, por ser simple reacción,
algún valor intelectual.
Hemos llegado a varios puntos en este proceso de
la investigación: 1. mostramos que el Renacimiento
pone la razón en el lugar en el que el Medioevo ubica‑
ba la fe; 2. advertimos que, a pesar de lo anterior, la ra‑
cionalidad era sólo uno de los elementos constitutivos
del progreso científico, que, de hecho, era mucho más
importante la prueba por medio de observación empí‑
rica que por medio de juicios racionales; 3. no obstante,
vimos que aunque es considerado el período en el que
renace el uso libre de la razón, en el afán por distanciar‑
se, por separarse del Medioevo, los renacentistas acep‑
taron, implícitamente, algunas tesis medievales y, por
tanto, fueron menos racionales de lo que se ha consi‑
derado a causa de dejar a un lado el análisis conceptual,
tan importante en la investigación empírica.
Memorias / Volumen 11, Número 20 / julio - diciembre 2013
Veamos:
una práctica que envilece el espíritu. Lo propio de la
racionalidad es entonces seleccionar y reunir ideas
no dispersas.
3. En la línea de Heráclito, Sócrates advirtió algo en
lo que, como se vio, estaban ya fallando los filó‑
sofos del Renacimiento: la racionalidad no puede
confiar en los datos de los sentidos, en la experi‑
mentación empírica, pues si bien ella provee los
elementos, no es en ella que debe descansar la
acción de razonar. Es la síntesis, el análisis y la
evaluación de lo que se experimenta el principal
trabajo de la racionalidad.
4. Los medievales llevaron al extremo la sugerencia
de Sócrates, se aislaron de los datos de los sentidos
y se centraron en comprender el logos como verbo,
como verdad, y la racionalidad como el medio para
llegar a la verdad, cuya función adicional consis‑
tía en dar fuerza a la fe. La racionalidad, entonces,
trabajaba en función de la fe: cree para enten‑
der. Santo Tomás, aunque deísta, intentó mostrar
que el principal problema residía en partir de las
creencias que no habían pasado previamente por
la razón, y es este un aporte fundamental para la
investigación: todas las creencias deben sostener‑
se, no en la tradición, la costumbre o la fe, sino en
la razón: comprende para creer. La racionalidad,
entonces, consiste en seleccionar y reunir ideas
no dispersas que son producto de la información
empírica que ha pasado por análisis y evaluación;
no hay, no debe haber, ideas en el intelecto que no
hayan pasado previamente por este procedimien‑
to, de forma tal que todas nuestras creencias sean
entonces creencias racionales.
5. En un intento por superar los problemas de gran
parte de los medievales, los renacentistas rechazaron
cualquier apelación a la autoridad o a conocimiento
alguno que no fuera producto de la experimenta‑
ción. Como se intentó mostrar, ya no era suficiente
que los hombres construyeran razonamientos per‑
tinentes, no fue esto lo que representó el gran apor‑
te del Renacimiento, fue la unión entre los análisis
racionales y la experimentación empírica, ayuda‑
da por los instrumentos, lo que constituyó el gran
aporte de la racionalidad del Renacimiento.
1. Para los filósofos presocráticos la racionalidad, en‑
tendida como logos derivado de legein, es la facultad
de recoger, de seleccionar y reunir ideas.
2. Pero esa selección debe alejarse, para Heráclito, de la
tendencia a la polimatía —el saber muchas cosas—,
Con estos cinco elementos tenemos una defini‑
ción parcial, ofrecida por la historia, al respecto de la
racionalidad, y por tanto, de la administración: lo pro‑
pio de la racionalidad consiste en alejar las creencias
que han sido fundadas por la costumbre y la tradición,
Resultados
Los aportes del concepto de racionalidad
a la teoría administrativa
Como resultado parcial del análisis de la respuesta a la
pregunta qué es la administración se encontró que, a la
luz de la teoría administrativa, responder a esa pregun‑
ta implicaba responder a una más básica, la pregunta
qué es la racionalidad. Poco o nada se encuentra al res‑
pecto de ese concepto en la literatura sobre adminis‑
tración y fue por eso necesario recurrir a la literatura
filosófica, en la que la discusión conceptual es más fe‑
cunda y de la que aquí se exponen, por lo menos hasta
lo que tiene por ofrecernos la historia entrado el siglo
xvi, cinco elementos que pueden fungir como comple‑
mento conceptual, y que se ofrecen con el propósito
de fortalecer la discusión teórica en la administración.
Aportes del concepto de racionalidad a la teoría administrativa
en seleccionar y reunir ideas que han llegado por me‑
dio de la experimentación, en evaluarlas y en apoyarse
de instrumentos para que, producto del análisis, la ex‑
perimentación y la criba conceptual ofrezcan las bases
para la construcción de conocimiento.
Conclusiones
1. Los problemas conceptuales en la administración
tienen repercusiones significativas en los problemas
prácticos. De forma tal que resolver los primeros
puede eliminar los vacíos, vaguedades y posibles
errores que se incrustan en los segundos, a causa de
la ausencia de análisis y evaluación.
2. Buena parte de la teoría sobre la administración
parte de una definición del concepto de administra‑
ción en cuya evaluación hacen presencia respuestas
pragmáticas, que sólo logran dirigir la atención a
un campo distinto. Razón por la cual es necesario
realizar un análisis del concepto de administración.
3. La administración, como se mostró tras el rastreo
histórico, es también comprendida, en su base,
como constituida por acciones racionales. La ad‑
ministración es pues una forma de la racionalidad.
4. Responder a la pregunta qué es la racionalidad, para
lo cual se ha recurrido a un análisis histórico que
en el presente artículo se expuso hasta el siglo xvi,
ofreció distintos elementos que se pretende que pa‑
sen a ser constitutivos de la teoría administrativa,
por cuanto permiten complementar y aclarar defi‑
niciones conceptuales que en la literatura adminis‑
trativa han permanecido oscuras.
5. Como resultado de este análisis parcial se encon‑
tró una definición aproximada de la racionalidad:
lo propio de la racionalidad consiste en alejar las
creencias que han sido fundadas por la costumbre
y la tradición, en seleccionar y reunir ideas que
han llegado por medio de la experimentación, en
evaluarlas y en apoyarse de instrumentos para que,
producto del análisis, la experimentación y la criba
conceptual ofrezcan las bases para la construcción
de conocimiento.
6. El resultado parcial obtenido de la unión entre pro‑
blemas conceptuales propios del campo teórico de
la administración, y la búsqueda de respuesta en la
historia de las teorías y escuelas de la filosofía, revela
un campo fértil por explorar en la práctica adminis‑
trativa: lo que podríamos denominar como filosofía
de la administración.
65
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