¡Venga Tu Reino! LA ORACIÓN DE UN MISIONERO

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¡Venga Tu Reino!
LA ORACIÓN DE UN MISIONERO
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Centro de Promoción Integral, A.C.
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La oración de un misionero
ÍNDICE
Orar es algo sencillo
2
Necesidad de la oración
5
¿Qué es la oración?
6
Características y consejos de la oración
7
Tipos de oración
9
¡Comenzar la oración hoy!
12
ANEXOS
Elige el Evangelio o la reflexión de hoy para comenzar tu oración
13
Diálogo
16
Test: ¿Sé hacer oración?
18
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La oración de un misionero
ORAR ES ALGO SENCILLO
Si quieres que una planta tenga vida, debes regarla. Si deseas mostrar que quieres
a una persona, debes decírselo. Si cortas las raíces de un árbol, el árbol se muere. Eso
pasa con la oración. La oración es vida para nuestro espíritu y es el medio para decirle a
Dios... Te amo.
Cuando hoy se nos recomienda tanto y tanto la oración, ¿en qué pensamos y cómo
nos imaginamos que debemos orar? Eso de rezar, ¿es una ciencia esotérica, reservada
para unos pocos? Por el contrario, ¿es una cosa fácil, que puede hacer cualquiera? ¿Y
cuál es la mejor manera de rezar?...
Si Jesús insiste tanto en el Evangelio sobre la oración, tenemos que decir que es
una cosa demasiado importante. Y si es tan necesaria a todos, por fuerza Dios la ha
hecho fácil y al alcance de cualquiera.
Nosotros nos perdemos en nuestra relación con Dios porque complicamos las
cosas.
Y la oración, como nos dijo de una manera inolvidable Teresa de Jesús, no es más
que tratar de amistad con Aquel que sabemos que nos ama.
¡De amistad! ¡Qué expresión tan bella! Tratar a Dios como un amigo, ya que Dios se
ha hecho en Jesús esto: un amigo nuestro al hacerse como uno de nosotros.
Entonces, para hablar a Jesús, y en Jesús a Dios, no hay como acudir al Evangelio
para saber cómo hemos de hablar con Jesús. Con la misma naturalidad que todos usaban
con Él y le exponían sus necesidades. Cualquier situación nuestra tiene su exponente en
el Evangelio.
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¡Señor, que vea!, le decía el ciego.
¡Dame de esa tu agua, para no tener más sed!, le pedía la Samaritana.
¡Señor, enséñanos a orar!, le decían los discípulos.
¡Sálvanos, Señor!, que perecemos!, le gritaron los apóstoles en la barca que se
hundía.
¡Señor, mándame ir a ti!, le pidió Pedro.
¡Señor, ten compasión de mí, que soy un pecador!, murmuraba el publicano.
¡Señor, si quieres puedes limpiarme!, le suplicaba humilde el leproso.
Mira que tu amigo, a quien tanto quieres, está enfermo, mandó a decirle Marta.
¡Auméntanos la fe!, le pidieron los discípulos.
¡Acuérdate de mí cuando estés en tu reino!, le suplicó el ladrón.
¡Señor, danos ese pan!, le pidieron los oyentes cuando prometió la Eucaristía.
¡Señor, tú sabes que yo te quiero!, le protestaba Pedro.
¡Mira, Jesús, que no tienen vino!, se limitó a decir María por los otros cuando los vio
en apuros...
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La oración de un misionero
Así, así le hablaban a Jesús. Imposible mayor sencillez. Y Jesús no dejó de atender
ningún deseo.
Si así son las cosas con Jesús, nos ponemos a pensar. ¿Nos damos cuenta de lo
que ahora le deben gustar a Jesús estas mismas súplicas, cuando se las repetimos hoy
nosotros? ¡Le traemos a su mente unos recuerdos tan queridos!... ¿Por qué no le
hablamos con las mismas palabras que escuchó entonces y que le enternecían el
corazón?...
Sería la oración más fabulosa y segura salida de nuestros labios.
Precisamente en el Evangelio aprendemos la insistencia con que Jesús nos
recomendaba la oración. Podríamos decir que esa insistencia era hasta machacona.
Cuando así lo hacía Jesús, quiere decir que la oración es lo más importante de nuestra
jornada y de la vida entera. La Iglesia lo ha entendido siempre así, y en la oración oficial
de la Iglesia --la que hacen obligatoriamente los sacerdotes en nombre y por todo el
Pueblo de Dios-- tiene repartido de tal manera el día que en ninguna hora le falta a Dios la
súplica de toda la Iglesia. Y para orar bien los sacerdotes como los fieles, no hay como
acudir al Evangelio.
Corre por ahí una poesía preciosa sobre la manera de orar, tal como se oraba a
Jesús en el Evangelio, y que dice así:
Rezar... la mar se pone fea;
Rezar es departir con el Maestro,
y es rezar –¡y qué rezar!– decir “te quiero”,
es echarse a sus plantas en la hierba,
y lo es –¡no lo iba a ser!– decir “me pesa”,
o entrar en la casita de Betania
y el “quiero ver” del ciego,
para escuchar las charlas de su cena;
y el “límpiame” angustioso de la lepra,
rezar es informarle de un fracaso,
la lágrima de la viuda,
decirle que nos duele la cabeza;
y el “no hay vino” en Caná de Galilea;
rezar es invitarle a nuestra barca
y es oración, con la cabeza gacha,
mientras la red lanzamos a la pesca,
después de un desamor gemir “¡qué pena!”;
y mullirle una almohada
cualquier contarle a Dios nuestras tristezas,
sobre un banquillo en popa a nuestra vera;
cualquier poner en Él nuestra confianza...
y, si acaso se duerme,
–y esta vida está llena de “cualquieras”–,
no aflojar el timón mientras Él duerma;
todo tierno decir a nuestro Padre,
y es rezar despertarle, si, de pronto,
todo es rezar..., ¡y hay gente que no reza!
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La oración de un misionero
Esto es oración. Ésta es la mejor oración.
Éste es el método más fácil de orar. Y es posible que sea también la manera de
oración que más le gusta oír a Jesús. Aquí todo es amor, confianza, amistad. Todo es
actualización del Evangelio.
Le podemos pedir ahora de nuevo a Jesús:
• ¡Señor, enséñanos a orar!
Pero es casi seguro que Él nos va a responder:
• Ya os he enseñado. ¿Por qué no rezáis así?...
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La oración de un misionero
NECESIDAD DE LA ORACIÓN
La oración es tan necesaria en nuestra vida espiritual como lo es respirar para
nuestra vida del cuerpo. Desgraciadamente, muchos intentan encontrar a Dios a través de
caminos erróneos como la meditación trascendental, la dianética, la cienciología, las
técnicas orientales de meditación y relajación, la quiromancia y la adivinación.
En todos estos casos, se habla del espíritu y de un ser superior, un dios cósmico, un
dios presente en los elementos que conforman el universo y los ejercicios que realizan los
centran en ellos mismos, pues buscan como único fruto "sentirse bien", estar en paz con
ellos mismos.
La oración cristiana es muy diferente a estas técnicas que están de moda, porque es
una oración personal (de persona a persona) en la que nosotros hablamos con Dios que
nos creó, nos conoce y que nos ama. Nuestro Dios es una persona, no algo etéreo como
el cosmos o el universo.
No es un dios "cósmico", es un Dios con el que podemos dialogar de persona a
persona porque nos conoce a cada uno y sabe qué es lo que necesitamos. Dios es un
Padre que nos ama, y con la oración nosotros participamos de su amor. Es un Padre que
llena de bendiciones a sus hijos. La oración cristiana da frutos, no sólo con uno mismo
sino con los demás, nos hace crecer en el amor a Dios y a los hombres.
Algunos quizá, hayamos alguna vez intentado orar con toda nuestra buena voluntad,
pero los esfuerzos que hicimos no dieron el fruto que esperábamos y terminamos
desanimados y abandonando la oración.
¿Por qué nos pasa esto? Porque no sabemos orar, necesitamos aprender a orar. Si
aprendemos a orar, encontraremos en Dios la respuesta a todas nuestras inquietudes,
encontraremos la paz espiritual y nuestro corazón se encontrará lleno de energía para dar
amor a los demás.
La oración ilumina y fermenta toda nuestra vida y nos hace crecer interiormente.
Dios se convierte en un Alguien en nuestras vidas y no es sólo una "idea" sin vida. El
diálogo continuo con Dios se vuelve parte de nuestra vida cotidiana.
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La oración de un misionero
¿QUE ES LA ORACIÓN?
Para orar, es necesario querer orar -La oración es buscar a Dios, es ponernos en
contacto con Dios, es encontrarnos con Dios, es acercarnos a Dios - Orar es llamar y
responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor.
Quien tiene el hábito de orar, en su vida ve la acción de Dios en los momentos de
más importancia, en las horas difíciles, en la tentación, etc. En cambio, si no oramos con
frecuencia, vamos dejando morir a Dios en nuestro corazón y vendrán otras cosas a
ocupar el lugar que a Dios le corresponde.
¿Por qué nos desanimamos en la oración?
Algunas veces podemos desanimarnos en la oración, porque creemos que estamos
orando, pero lo que hemos hecho no es propiamente oración.
Lo que no es oración
•
Si no se dirige a Dios, no es propiamente oración. Si no buscamos una comunicación
con Dios, sino únicamente una tranquilidad y una paz interior, no estamos orando,
sino buscando un beneficio personal.
•
Si no interviene la persona con todo su ser (afectos, inteligencia y voluntad) no es
oración.
•
Si no hay humildad y esfuerzo no hay oración. Para orar es necesario reconocer que
necesitamos de Dios.
•
Si no hay un diálogo con Dios, no es oración.
•
Cuando retamos o exigimos a Dios tampoco estamos orando.
•
Si no nos sentimos poco a poco más identificados con Jesucristo no hemos hecho
oración.
•
Si no tenemos un fruto de más amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, no
hemos hecho oración.
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La oración de un misionero
CARACTERISTÍCAS Y CONSEJOS PARA LA ORACIÓN
•
La oración se dirige a Dios y no necesita de muchas palabras: Él conoce lo que nos
pasa.
•
La oración debe ser perseverante: tener paciencia en establecer ese diálogo con
Dios.
•
La oración debe ser insistente: no abandonarla a la primera sino insistir.
•
Para orar es necesario ser humildes: es enriquecerse partiendo de nuestra pobreza
para abrirnos a la riqueza de Dios.
•
La oración es poderosa: se pueden observar en la Iglesia muchos imposibles
conseguidos por la oración.
•
La oración es confiada: al orar se tiene la certeza de que Dios no nos va a fallar y
esto debe transformar nuestra vida.
•
La oración, siempre debe estar precedida del perdón: antes de orar debemos limpiar
nuestro corazón...
•
La oración es necesaria para no caer en tentación: nos fortalece para vivir siempre
cerca de Dios.
Consejos para la oración
Cuando comencemos a orar es muy conveniente hacer un ejercicio de reflexión para
preparar nuestro corazón. Consiste en detenernos un momento a pensar qué es lo que
estamos haciendo, con quién estamos hablando.
Dedicar cada día unos minutos a la oración personal. Así como dormimos,
comemos, trabajamos y descansamos, la oración debe formar parte de nuestra vida
diaria.
Algunas recomendaciones prácticas que cada persona puede adaptar a su estilo de
vida:
•
Lugar: Escoger un lugar específico para orar. No importa cuál sea, mientras nos
ayude a obtener el silencio interior que necesitamos.
•
Horario: Revisar nuestro horario y escoger para la oración un momento en el que nos
encontremos en paz y no tengamos muchas ocupaciones y que tampoco nos
encontremos muy cansados. Procurar que esta hora sea siempre la misma y
mantenerla fija lo más que se pueda.
7
La oración de un misionero
•
Postura: La postura es importante, más no indispensable. La oración no es cuestión
de ejercicios físicos, es algo espiritual. Cada quien puede adoptar la postura que
quiera, ya que cada persona experimenta las cosas de manera distinta.
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La oración de un misionero
TIPOS DE ORACIÓN
Los caminos de la oración son muchos. Se puede orar de varias formas. Existen
muchos modos de entrar en contacto con Dios. Cada quien elegirá el suyo de acuerdo a
su personalidad, a sus circunstancias personales, a lo que le llene más espiritualmente,
en cada momento determinado.
Éstos son:
•
•
•
•
•
Oración vocal
Lectura meditada
Contemplación del Evangelio
Oración sobre la vida cotidiana
Oración de contemplación
Oración vocal:
Consiste en repetir con los labios o con la mente, oraciones ya formuladas y escritas
como el Padrenuestro, el Avemaría, el ángel de la guarda, la Salve. Para aprovechar esta
forma de oración es necesario pronunciar las oraciones lentamente, haciendo una pausa
en cada palabra o en cada frase con la que nos sintamos atraídos. Se trata de profundizar
en su sentido y de tomar la actitud interior que las palabras nos sugieren. Es así como
podemos elevar el alma a Dios. Podemos apoyarnos en la oración vocal para después
poder pasar a otra forma de oración. Todos los pasos en la vida se dan con apoyos y la
oración vocal es un apoyo para las demás. La palabra escrita es como un puente que nos
ayuda a establecer contacto con Dios. Por ejemplo, si yo leo “Tú eres mi Dios” y trato de
hacer mías esas palabras identificando mi atención con el contenido de la frase, mi mente
y mi corazón ya están “con” Dios.
La lectura meditada:
Un libro nos puede ayudar mucho en el camino a encontrarnos con Dios. No se trata
de leer un libro para adquirir cultura, sino de tener un contacto más íntimo con Dios y el
libro puede ser una ayuda para conseguirlo. No se trata de aprender cosas nuevas, sino
de platicar con Dios acerca de las ideas que nos inspire el contenido del libro. Hay que
leer hasta que encontremos una idea que nos haga entrar en contacto con Dios y ahí
frenar la lectura “saboreando” el momento. Es así como se profundiza en las ideas del
libro para escuchar a Dios. Si cuando estamos leyendo, se produce una visita de Dios,
abandonémonos a Él. Al orar hay algo que nos “llama”, una idea en la que sentimos la
necesidad de profundizar. Para profundizar volvemos a la idea para verla en todos sus
aspectos hasta que llegue a sernos personal, hasta que la hagamos propia. Esta idea
mueve nuestra voluntad, nuestra capacidad para el amor, el deseo y el afecto. Esta
oración debe terminar con un propósito de vida de acuerdo a las ideas en las que hemos
profundizado en compañía de Dios.
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La oración de un misionero
Contemplación del Evangelio:
Consiste en leer un pasaje del Evangelio, contemplarlo, saborearlo y compararlo con
nuestra vida, tratando de ver qué es lo que debo cambiar para vivir de acuerdo a los
criterios de Cristo. Al leer el Evangelio nos vamos a familiarizar con los gestos y las
palabras de Cristo, y a comprender su sentido. Poco a poco iremos cambiando nuestra
mentalidad y nuestra conducta de acuerdo a los criterios del Evangelio. Comparamos
nuestro actuar en la vida con la vida de Jesús en el Evangelio. Se trata de mirar a Jesús
más que mirar el pasaje del Evangelio, escuchar su Palabra. Al orar de esta forma, hemos
pasado de la reflexión que se detiene a mirar en cada punto a un mirar simplemente a
Cristo. Para ponerlo en práctica se necesitan seguir los siguientes pasos:
a.
Ponernos en presencia de Dios y ofrecerle
escena del Evangelio para tener una visión
sucede. Por ejemplo, en Belén, en el templo
Dios que adquiramos un conocimiento más
poderlo servir mejor.
b.
Volvemos sobre el pasaje evangélico y vemos las personas y:
•
•
•
c.
nuestra oración. Leer lentamente la
rápida de conjunto, del lugar donde
de Jerusalén, etc. Después pedirle a
hondo de Jesús para amarlo más y
Vemos a los personajes que hablan y actúan en el pasaje. Fijarnos en cada uno
en particular viendo primero su exterior para luego contemplar sus sentimientos
más íntimos, sean buenos o malos. Sacar algún fruto personal.
Después escuchamos las palabras: Penetrar en su sentido, poner atención a
cada una de ellas. Algunas palabras las podemos escuchar dirigidas a nosotros
personalmente. Sacar un fruto personal.
Como tercer punto, consideraremos las acciones: seguir las diversas acciones
de Jesús o de las demás personas. Penetrar en los motivos de tales acciones y
los sentimientos que los han inspirado. Sacar algún fruto personal, recordando
que la oración nos debe llevar a la conversión de corazón.
Terminar platicando con Jesús o con su Madre la Santísima Virgen María acerca de
lo que hemos descubierto.
Oración sobre la vida cotidiana:
Dios está presente en nuestra vida. Los acontecimientos de la vida son un camino
natural para entrar en contacto con Dios. Es necesario buscar la presencia de Dios en
nuestra vida y descubrir qué es lo que Dios quiere de nosotros. Esta búsqueda y este
descubrimiento son ya una oración. Estar atentos a lo que Dios quiere de nuestra vida es
hacer oración y nos invita a colaborar con Él. De esta “mirada” sobre mi vida nacerá el
asombro, el agradecimiento, la admiración, el dolor, el pesar, etc. De esta manera nuestra
vida entera será una oración.
Contemplación:
Se le conoce también como silencio en presencia de Dios. Este es el punto donde
culminan todos las formas de orar de las que hemos hablado con anterioridad. Es el
momento en que se interrumpe la lectura, o se deja la reflexión sobre un acontecimiento,
una idea o un pasaje del Evangelio. Se da cuando ya no hay deseos de seguir lo demás;
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La oración de un misionero
se ha encontrado al Señor con toda sencillez, después de recorrer un camino. Hemos
experimentado interiormente que Dios nos ama a nosotros y a los demás. Es guardar
silencio en presencia de Dios con un sentimiento de admiración, de confusión, de gratitud,
cuando nos sentimos invadidos por la grandeza de Dios y su amor hacia nosotros y nos
ofrecemos a Él.
La oración contemplativa es mirar a Jesús detenidamente, es escuchar su Palabra,
es amarlo silenciosamente. Puede durar un minuto o una hora. No importa el tiempo que
dure ni el momento que escojamos para hacerla.
Para tener una oración contemplativa, debemos:
a.
Recoger el corazón: Olvidarnos de todo lo demás, encontrándonos con Él tal y como
somos, sin tratar de ocultarle nada.
b.
Mirar a Dios para conocerle: No se puede amar lo que no se conoce. Al mirarlo
debemos tratar de conocerlo en su interior, sus pensamientos y deseos.
c.
Dejar que Él te mire: Su mirada nos iluminará y empezaremos a ver las cosas como
Él las ve.
d.
Escucharle con espíritu de obediencia, de acogida, de adhesión a lo que Él quiere de
nosotros. Escuchar atentamente lo que Dios nos inspira y llevarlo a nuestra vida.
e.
Guardar silencio: Silencio exterior e interior. En la oración contemplativa no debe
haber discursos, sólo pequeñas expresiones de amor. Hablar a Jesús con lo que nos
diga el corazón.
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La oración de un misionero
¡COMENZAR CON LA ORACIÓN DE HOY!
Ponerse en presencia de Dios
•
•
•
•
Ponte en presencia de Dios
Date cuenta de que Él está allí; Él te mira, te conoce, te penetra con su luz
Date cuenta de que todo esto es muy importante porque orar es unirse con Dios que
está presente delante de nosotros en estos momentos...
Si no se establece esta relación de unión con Dios, no es oración cristiana
La oración se inicia con una invocación al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
amor.
Envía tu Espíritu Creador. Y renueva la faz de la tierra.
Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo;
haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Actos preparatorios
•
Acto de fe:
Señor, creo que tu estás aquí, dentro de mí. No te veo, ni te oigo, ni te siento, pero
creo que sí estás realmente aquí. No hay ningún rincón de mi cuerpo o de mi alma
escondido para ti, pues Tú me penetras totalmente con la luz de tu inteligencia. Creo
todo lo que Tú me enseñas por medio de tu Palabra y por medio de la santa Iglesia
Católica.
•
Acto de esperanza:
Confío en ti, Señor. Sé que miles de personas confían en otras cosas como dinero,
prestigio, posición social, sus propias cualidades.... Pero yo confío únicamente en ti.
Sé que nunca me vas a fallar y que siempre eres fiel. Espero en ti para la salvación
de mi alma y que me darás todo lo necesario para alcanzar la vida eterna.
•
Acto de caridad:
Te amo, Señor, porque eres infinitamente amable. Quiero amarte con toda mi
inteligencia, con toda mi voluntad, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas.
Quiero amarte como tú me amaste, con un amor hecho de esfuerzo y entrega. Te
ofrezco esta meditación como una manifestación de mi amor. Quédate conmigo
durante la meditación y durante toda mi jornada.
•
Acto de humildad:
Me doy cuenta, Señor, que no soy nada. Soy lo que soy delante de ti. No soy más
porque los hombres me alaben, o menos porque me vituperen. Ayúdame a darme
cuenta de mi miseria física, moral y espiritual. Si produzco fruto en mi vida es porque
Tú me das tu gracia. Perdóname mis pecados, que son muchos. He traicionado tu
amor tantas veces...
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La oración de un misionero
•
Acto de entrega:
Yo me consagro una vez más a ti, Señor. Aquí tienes mi boca para hablar las
palabras que Tú quieres que hable; tienes mis pies para llevarme a donde Tú quieres
que vaya; tienes mi mente para que piense lo que Tú deseas que piense. Te ofrezco
mi corazón para que Tú ames en mí a todos los hombres con los cuales me
encuentre hoy.
•
Acto de gratitud:
Te agradezco, Señor, por haberme creado, por haberme llamado a la fe católica. Te
agradezco especialmente por todas las veces que me protegiste y no me dejaste caer
en pecado. Te agradezco, de antemano, el fruto que deseo sacar en esta
meditación.
ELIGE EL EVANGELIO O LA REFLEXIÓN DE HOY PARA
COMENZAR TU ORACIÓN
1. El evangelio meditado
No hay nada oculto
Lucas 8, 16-18. Tiempo Ordinario. Mi conciencia, ¿es como una luz o debo esconderla
de los demás?
2. Reflexión para hoy
¿Venceremos o vencimos?
En los momentos difíciles hay que aferrarse a la esperanza: la victoria llegará.
No hay nada oculto
Lucas 8, 16-18. Tiempo Ordinario. Mi conciencia, ¿es como una luz o debo
esconderla de los demás?
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: Nadie enciende una lámpara y la cubre con
una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que
los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto
que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga,
se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará.
Reflexión
La sinceridad nos permite ir con la cabeza bien alta, en todo momento. El hombre
sincero es la persona de una sola pieza, sin dobleces, sin compartimentos secretos, sin
engaños.
Ser sincero no es nada fácil, porque es más sencillo adaptarse a las circunstancias y
poner buena cara a todos que mantenerse fiel a la palabra dada y a los principios
adquiridos. Por ejemplo, el que está convencido de que la vida humana constituye un
valor supremo y que no puede ser negociada por ninguna ley ni ideología política puede
13
La oración de un misionero
ser tachado de “conservador”, antiguo, etc. Etiquetas incómodas, desde luego. Pero, ¿con
quién prefiere quedar bien? ¿Con unos hombres de ideas pasajeras, o con el Dios eterno,
creador de cuanto hay en el cielo y en la tierra, con el que le ha dado la vida y es su
Señor?
La sinceridad es una virtud que debe forjarse cada día, en cada momento. No se
consigue de una vez para siempre, sino que hay que renovarla en cada ocasión que se
presente. ¿Soy sincero en esta respuesta? ¿Soy coherente con mi fe ante esta situación?
Es preciso examinarse diariamente para ver cómo está nuestra conciencia. ¿Es como una
luz? ¿O debo esconderla de los demás, para que no descubran cómo soy? Porque nada
hay oculto que no quede manifiesto. Algún día se revelará la verdad y es mejor estar
preparado desde ahora.
¿Venceremos o vencimos?
En los momentos difíciles hay que aferrarse a la esperanza: la victoria llegará.
Hay cristianos que viven de modo heroico. En medio de un ambiente hostil, con una
extraña sensación de ser distintos, casi como fósiles de un pasado moribundo, mantienen
una fe ardiente y vigorosa. A pesar de críticas, incomprensiones, abandonos, traiciones.
En muchas ocasiones surge en nosotros este sentimiento: el mundo no nos acoge,
el mundo nos odia. El mundo quisiera que dejásemos de ser sal, que empezásemos a
asimilar el modo de pensar de quienes dirigen el pensamiento global o de quienes sólo
creen en el “valor” de la epidermis y de las cuentas bancarias.
En los momentos difíciles hay que aferrarse a la esperanza: la victoria llegará. Cristo
nos invita a no tener miedo, y no podemos dejar que triunfe la desesperanza.
Pero la lucha se hace larga, la soledad parece abrumadora, y llega el cansancio.
Nuevamente, miramos al futuro, como quien desea tiempos mejores, como quien busca
una ruptura entre las nubes para suspirar por un sol que parece descansar por más
tiempo del debido.
Los profetas de desventuras ven el horizonte negro, desean degollar esperanzas.
Nos repiten que los jóvenes ya no creen, que las familias se rompen cada vez en menos
tiempo, que no nacen hijos, que las iglesias están vacías. Vemos cómo son criticados y
martirizados lentamente, en la vida pública y en algunos medios de comunicación,
quienes aún se atreven a dar testimonio de su fe. Nos duele el observar que presumen de
ser felices quienes actúan abiertamente contra el Evangelio, como si el negar a Cristo, el
renunciar a Dios, liberase y diese paz y progreso.
El Papa Benedicto XVI, en la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia
(20 de agosto de 2005), decía a los jóvenes: “En el siglo pasado hemos vivido
revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente
en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones. Y hemos
visto que, de este modo, un punto de vista humano y parcial se tomó como criterio
absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama
totalitarismo”.
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La oración de un misionero
Ante este panorama, el Papa no tenía miedo en afirmar la certeza de la victoria
verdadera, la que viene de Dios y no de las intrigas humanas: “No son las ideologías las
que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el
garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La
revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es
justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y, ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?”.
Ante las olas del ateísmo y del indiferentismo, ante las ideologías del poder o del
placer, hemos de tomar la mano de Cristo. Más aún, hemos de recordar que la victoria no
está por llegar, sino que ya ha llegado: fue el día de la Pascua. ¡Cristo está vivo! La
certeza cambia los horizontes, llena el corazón de energía, da paz ante la hora de la
prueba. Una certeza que enciende sonrisas en los mártires de los mil patíbulos del
planeta, que llena de estupor a los amigos del “progreso” y de la vida fácil.
“Confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). El Maestro, el Señor, ya ha triunfado:
su victoria es también nuestra. Aunque la noche del mal cante victorias aparentes.
Aunque los enemigos de la Luz celebren la llegada de tinieblas mal llamadas
“modernidad” y “liberación”. Aunque los reflectores apunten a estrellas fugaces que nada
saben del valor de la humildad, de la pureza, de la misericordia.
Ya hemos vencido con Cristo. Aquí radica nuestra fe y nuestra certeza. Aquí
encontramos la fuente de nuestra alegría y de nuestra intrepidez. Aquí nace la energía
que nos permite, como Iglesia, testimoniar que el Amor es la última palabra de la historia,
la salvación más profunda que todos deseamos. “Nosotros hemos conocido el amor que
Dios nos tiene, y hemos creído en él” (1Jn 4,16).
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La oración de un misionero
DIÁLOGO
Dialoga la lectura anterior con el Padre, con Cristo, con la Virgen, para suscitar los
afectos que muevan a la voluntad a hacer unos propósitos prácticos que sean fruto de la
meditación.
1. ¿Qué me quiere decir el Señor a través de este pasaje evangélico, de estas líneas...?
2. ¿Qué resonancia tiene en mi corazón?
3. ¿Qué consecuencias se siguen para mi vida?
4. ¿Por qué motivos?
5. ¿Cómo me he comportado hasta hoy en este aspecto?
6. ¿Cómo debo comportarme en adelante?
7. ¿Qué dificultades tengo que vencer?
8. ¿Qué medios debo emplear para lograrlo?
Balance
1. ¿Hay algo en mí que no esté de acuerdo con la voluntad de Dios?
2. ¿Detesto lo que me aparta de ella?
3. Deseo seguirla en todo momento por amor a Cristo y a las personas?
4. ¿Me he preparado bien para la meditación? ¿Me he puesto antes en clima de oración?
5. ¿He aprovechado todo el tiempo de la meditación desde el principio hasta el final?
6. ¿Me he entregado a la meditación luchando contra la pereza, las distracciones, el
cansancio, la dificultad?
7. ¿Mi meditación ha sido un diálogo con Cristo?
8. ¿Me he mantenido en una postura de humildad delante de Dios?
Acción de gracias
Te doy gracias, Señor, por los buenos propósitos hechos y por las luces recibidas
durante esta meditación y te pido perdón por las distracciones o negligencias que he
tenido.
A ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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La oración de un misionero
TEST: ¿SÉ HACER ORACIÓN?
Cuenta un punto por cada respuesta a la que contestes SÍ
1. ¿Mi oración es un coloquio con Dios y una unión con Cristo y la Virgen?
Si
No
2. ¿Me cuesta orar?
Si
No
3. ¿Sé buscar la hora oportuna y el lugar adecuado para hacer oración?
Si
No
4. ¿Es mi postura correcta para estar hablando con mi Creador?
Si
No
5. ¿Trato de no distraerme voluntariamente durante mi oración?
Si
No
6. Cuando la distracción es involuntaria, ¿sé volver a empezar?
Si
No
7. ¿Sé vencer la flojera, el cansancio, la falta de tiempo, los pretextos que yo mismo me
pongo?
Si
No
8. ¿Hago oración aunque me cueste?
Si
No
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La oración de un misionero
9. ¿Es para mí la oración una necesidad íntima?
Si
No
10. ¿Trato día con día de orar mejor?
Si
No
11. ¿Trato de profundizar en las frases en vez de conformarme con sólo leerlas?
Si
No
12. ¿Escojo para meditar lo que me va a ayudar a cambiar mi vida?
Si
No
13. ¿Pido consejo espiritual cuando me cuesta la oración mental?
Si
No
14. ¿Hago mi oración lleno de fe en Jesucristo para ir conociéndolo o amándolo cada vez
más?
Si
No
15. ¿Sé escuchar lo que Dios me dice, lo que quiere de mí?
Si
No
16. Durante la oración, ¿sé ser humilde, sencillo y confiado?
Si
No
17. Unido a Cristo en la oración, ¿creo, espero y amo, por los que no creen, no esperan y
no aman?
Si
No
18. ¿Noto que la oración transforma mi vida?
Si
No
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La oración de un misionero
19. ¿Saco un propósito de mi oración?
Si
No
20. ¿Me acuerdo durante el día de mi propósito?
Si
No
21. ¿Pongo mi propósito en práctica?
Si
No
22. ¿Ocupa la Virgen una parte importante en mi oración?
Si
No
23. ¿Pongo cada vez más fervor en rezar?
Si
No
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