El mundial de fútbol y el conflicto

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1 FUNIMUNDIAL El mundial de fútbol y el conflicto:
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1. El conflicto:
Aprendimos que los conflictos son algo natural, propio del ser humano y,
por tanto, presentes en todo grupo social y toda relación interpersonal, por la
sencilla razón de que las personas tenemos, cada una, nuestro propio sistema de
creencias, experiencias de vida, formas de pensar, procesar e interpretar los
estímulos que recibimos del mundo exterior y nuestras percepciones pueden
entonces diferir con las de otras personas. Además que la función cognitiva, la
toma de decisiones y nuestros comportamientos están modulados por el cerebro
emocional y eso hace que ante situaciones iguales o similares, dos personas
puedan reaccionar de modo diferente (Fisher y Shapiro, Las emociones en la
negociación, 2007). Y aquí es importante destacar el OPOV que enseña De Bono
(How to Have a BeatifulMind, 2004). Eso es “theotherspoint of view): escuchar
para ser entendidos como dice Covey (2009, en su V Hábito); entender y respetar
el punto de vista del otro, el cual puede diferir del mío. Por ello, si el conflicto es
algo natural, está ahí, tenemos la opción de abordarlo o evitarlo. Y si bien en
algunas circunstancias es más útil evitarlo (como enseña Shell, Cómo negociar
con ventaja, 2005, en su matriz de situación), por lo general, y para evitar que se
escale y se haga un conflicto mayor o de mayores y negativas consecuencias, lo
mejor es abordarlo, pero no de forma violenta, reaccionando, sino de forma
pacífica y negociada, buscando en el otro a un colaborador con quien trabajar
juntos sobre el problema (Fischer y Ury, Getting to Yes, 1981), de forma
cooperativa (Nowak, Super Cooperadores, 2011), para la búsqueda de una
solución que nos satisfaga a los dos, de manera que ambas partes ganen.
2. El mundial de fútbol y el conflicto:
En el mundial de fútbol, en este tipo de juego, es difícil hablar de colaboración
entre las partes (equipos) para ganar los dos, pues cada uno va a la suya y la
meta es ganar al otro para evitar que me eliminen a mí, sobre todo a estas alturas
del mundial, donde queda ya poco, y un empate no vale. La competición está a la
orden del día. Lo que debe enfatizarse es el juego limpio, el cumplimiento de
reglas de comportamiento. Pero dentro de los mismos equipos, sí que es
importante trabajar coordinada y colaborativamente para competir con “el otro”;
2 dentro de cada equipo, todos sus integrantes tienen el mismo interés: ganar y
todos los esfuerzos de cada parte deben dirigirse a ese fin común. Y aquí entra
aquello de saber jugar como grupo, de hacer pases, de no pensar en
individualidades, sino en lo mejor para el equipo y si ello es pasar la bola a otro,
hay que hacerlo y saber que el gol es producto, no de quien finalmente encaja la
bola en la portería contraria sino, del equipo como grupo. Surge aquí el
nacionalismo, la representación de un país, de todo un pueblo.
A nivel de relación entre equipos, hemos visto cómo a medida que éstos se
van eliminando, aumenta el “juego sucio” (jugadas contra reglamento, como
patadas, golpes, entradas maliciosas), la traición, porque lo que interesa es ganar
yo, como equipo, como país, aun a costa de hacerte daño a ti, el otro equipo, del
otro país. Un freno que se muestra evidente es que ese juego sucio puede traer
como consecuencia una sanción que puede perjudicar no sólo al jugador actor,
sino al equipo entero, al país. Valores como la honestidad dirigida al “fair play”,
pasa, de un convencimiento de que la conducta debe ir por ese derrotero, a una
conveniencia, porque lo contrario me trae consecuencias no deseadas. Pero
además se tienen por buenas ciertas acometidas sobre el otro, mientras no rayen
en lesiones dolosas de cierta entidad, que la propia ley ha llegado a legitimar, bajo
determinados parámetros de permisión. Dadas las diferencias entre las
percepciones de las personas, el conflicto surge y el reclamo no se hace esperar:
que si nos hicieron penal, que si el árbitro se equivoca, que si el juez de línea está
de adorno, pues no pita los errores cometidos por el otro equipo, que para qué
tanto adelanto tecnológico si no es posible que se graben con precisión las
jugadas para verificar violaciones al reglamento de juego, que si no hay un
sistema de revocatoria o remedio procesal inmediato para reclamar “in situ” sobre
situaciones irregulares y se resuelvan de forma célere y eficiente… Estas y otras
son las situaciones conflictivas que hemos visto aparecer en este y cualquier
mundial. Por algo el sistema de tarjetas no ha existido siempre y no fue sino
cuando los jugadores irrespetaban unas reglas de comportamiento ético,
principalmente, sus entrenadores y cuerpo técnico, que empezaron a desarrollarse
normas de comportamiento y sanciones de acompañamiento para su
incumplimiento, controles de dopaje y otras medidas conforme va surgiendo la
necesidad de controlar actuaciones indebidas. Y es cuando la amígdala (cerebral)
nos secuestra, el pensamiento racional y la toma de decisiones racionales se hace
más cuesta arriba (Goleman, El cerebro y la inteligencia emocional, 2012). Esas
percepciones partidarias que hacen las relaciones, las conversaciones, más
difíciles; esa toxicidad que trae el confiar excesivamente en nuestras
percepciones, de echar las culpas de todo al otro,
(Patton y Heen,
Conversaciones Difíciles, 2003). Pero hemos sido testigos de equipos en los
cuales se maneja un buen nivel de inteligencia emocional, se procura controlar las
emociones y responder adecuadamente al comportamiento del otro (jugadores
que han sido golpeados y aceptan la mano del agresor para levantarse, que no
reaccionan sino que responder asertivamente).
3 3. El aficionado de fútbol y el conflicto:
Y qué decir del aficionado, del seguidor de “su” equipo. De esa “masa” de casi
siempre exacerbados acompañantes de los equipos de sus respectivos equipos
que son capaces de tomar en ocasiones decisiones irracionales, pero atractivas
a corto plazo (Bazerman y Neale, La Negociación racional en un mundo
irracional, 1997): préstamos bancarios a intereses altísimos para ir al país sede
del mundial, abandono del trabajo y familia (en la televisión se podían oír a
algunos pidiéndole al jefe permiso para quedarse más tiempo e incluso pidiendo
perdón a la familia,). En suma: asunción de riesgos (que los toman también los
jugadores, que con tal de que el equipo contrario no haga un gol, se arriesgan a
que les piten un penal, haciendo entradas peligrosas en el área de la propia
portería. Los seguidores de cada equipo protagonizan en los estadios
auténticas reyertas y muchas veces muestran su incapacidad de aceptar una
pérdida de su equipo. Ha habido países en los cuales se ha mostrado un
aumento en los índices de violencia intrafamiliar cuando el equipo seguido ha
ganado un partido: aumenta la ingesta de alcohol, la celebración durante horas
y el triste arribo a la casa del celebrante que es esperado por su cónyuge
reclamante. La tragedia no se hace esperar. Pero de lo que no hay duda es que
una copa del mundo es una de las oportunidades más claras para observar la
fiereza de la competición, pero también de las más sanas para ver la defensa
del orgullo nacional y para ver desplegarse la integridad y el respeto mutuo.
Cada país hace gala de su cultura, de su historia. También se ven gestos de
apoyo entre aficionados de diferentes países y el conocimiento del otro
mediante la conversación, lo que el biólogo Humberto Maturana llama “el
pegajoseo biológico” (Transformación en la Convivencia, 2007).
Parafraseando a Meland, en un artículo publicado en junio de 2014
(http://www.mediate.com/articles/worldcup.cfm#bio), con el fútbol internacional,
quizás tenemos el mejor sustituto en el mundo para nuestra tentación hacia la
guerra destructiva. Es un medio para promover la colaboración en aras del respeto
y el reconocimiento internacionales. Dice que la Copa del Mundo es, con sus
imperfecciones, “el mundo en su mejor momento”.
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