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FEBRERO, 2013
L A E DUC AC IÓN E S UNA V IEJ A AS IGNATUR A PEND IENTE DE
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NUMERALIA.
NUMERALIA
Rodrigo Centeno y Rafael Ch
CABOS SUELTOS.
UN MONSTRUO DE LAS IMÁGENES
LOS COCHINITOS Y EL “JUDÍO FEROZ”
LA FIESTA DE LOS LOCOS
A LO JOVELLANOS
ASÍ NO SE CUENTA
MANOS SIN MANOS
COMO UNA SERPIENTE
PUERTO LIBRE.
¿HUBIERON O HUBO?
Ángeles Mastretta
1
AGENDA.
FETICHISMO Y REFORMISMO
EL FETICHISMO CONSTITUCIONAL
María Amparo Casar
¿PUEDE ATERRIZARSE EL PACTO POR MÉXICO?
Carlos Elizondo Mayer-Serra
¿EL IMPERIO CONTRAATACA O EL RETORNO DEL JEDI?
Javier Tello
INTERNET Y PRIVACIDAD
Miguel Carbonell
EXPEDIENTE.
LA DECENA TRÁGICA: EL GOLPE DE ESTADO QUE MARCÓ A UNA
NACIÓN
LA HORA DEL LOBO
Héctor de Mauleón
LOS DOS CUARTELAZOS
Antonio Saborit
CHINA: LA SONRISA IMPLACABLE
Roberta Garza
ENSAYO.
LA BATALLA EDUCATIVA
LA DISPUTA POR LA EDUCACIÓN
Gilberto Guevara Niebla
LAS DOS ESTRATEGIAS
Eduardo Andere M.
2
UN PROCESO, NO UN DISPARO
Carlos Mancera
CIUDAD DE LIBROS.
CARLOS FUENTES PARA HISTORIADORES
Rafael Rojas
BENJAMIN BLACK: EL NOVELISTA PATÓLOGO
Adán Ramírez Serret
LOS CRÍTICOS.
EL SECUESTRO DE ARNOLDO MARTÍNEZ VERDUGO
Gustavo Hirales Morán
SHAKESPEARE Y CERVANTES: UN MANUSCRITO PERDIDO
Álvaro Santana Acuña
PALMERAS DE LA BRISA ÁCIDA
Noé Cárdenas
DE LA A A LA Z.
DE LA A A LA Z
Delia Juárez G.
ENTREVISTA.
EL ABISMO DE LA LIBERTAD: UNA ENTREVISTA CON FERNANDO
SAVATER
Rafael Pérez Gay
CULTURA Y VIDA COTIDIANA.
JEREMY BENTHAM: PARA VIAJAR A MÉXICO
José Antonio Aguilar Rivera
3
CRÓNICA.
RETRATO DE UN JAZZISTA INTEMPESTIVO
Nicolás Medina Mora Pérez
FICCIÓN.
JACARANDA
Ana Lucía Guerrero
CINE.
REYGADAS: FALLAR COMO VIRTUD
David Miklos
LOS NUEVOS CENTURIONES
Gustavo García
TWITTER'S DIGEST.
THE TWITTER’S DIGEST
Selección: Ricardo Bada
MÚSICA.
CINCO APUESTAS PARA 2013 Y MÁS ALLÁ
Hugo García Michel
ENTREGA INMEDIATA.
ENTREGA INMEDIATA
4
NATURALMENTE, RIDÍCULAS
Luis Miguel Aguilar
UN SECRETO LLAMADO VIRGINIDAD
Ana Clavel
HISTORIA DE NUESTRAS CONSAGRACIONES
Armando González Torres
EL ORO DE LOS TIGRES
Juan Manuel Gómez
FRONTERAS.
450 MILLONES DE AÑOS TRAS LAS RESPUESTAS SOCIALES
Luis González de Alba
ESTE PACTO NO ES CON
DIOS
Rodrigo Negrete y Ariel
ALGO MÁS SOBRE EMILIO LA FIESTA DE LOS LOCOS
RABASA Y SUS TIEMPOS
Antonio Saborit
Rodriguez Kuri
LOS DESAPARECIDOS DE
MÉXICO
LA CONSUMACIÓN DEL
CRIMEN
Héctor de Mauleón
DESPUÉS DEL
BOMBARDEO. LAS LUNAS
DE FEBRERO DE 1913
José Juan Tablada
JUSTICIA PRIVADA:
LOS HITOS DEL ORIGEN
ELBA ESTHER GORDILLO
AUTODEFENSA Y
Leonardo Padura
ANTE LA HISTORIA
LINCHAMIENTOS
Gilberto Guevara Niebla
EL SNTE SIN CABEZA
LA CAÍDA DE JONGUITUD
Carlos Ornelas
Ricardo Raphael de la Madrid
OPORTUNIDAD PARA EL
SNTE
Glberto Guevara Niebla
5
NUMERALIA
Rodrigo Centeno y Rafael Ch
Valor mundial de la industria editorial en 2010: 80 miles de
millones de euros (unos 100.5 miles de millones de dólares
americanos)
Libros y reediciones publicadas en Estados Unidos en
2011: 328 mil 259 (1er lugar mundial)
Libros y reediciones publicadas en México en 2011: 9 mil 075 (36 lugar mundial)
Mayor cantidad de títulos publicados en 2011 por un país latinoamericano: 22 mil
781 (Argentina, 19 lugar mundial)
Cantidad de escritores registrados en Estados Unidos en 20 12: 145 mil 900 (con
un ingreso medio de 55 mil 420 dólares anuales)
Cantidad de ingenieros aeroespaciales registrados en Estados Unidos en 2012: 81
mil (con un ingreso medio de 97 mil 480 dólares anuales)
Año en el que se puso el primer objeto en órbit a: 1942 (por científicos alemanes)
Año del primer lanzamiento orbital exitoso: 1957 (Sputnik 1)
Año en el que se puso en órbita el primer artefacto estadunidense: 1958 (Explorer
1)
Capacidad de la memoria de la computadora en el Apolo 11: RAM 16Kb, R OM
32Kb y procesador de 2Mhz
Capacidad de memoria de un iPhone 4: RAM 256Mb y procesador de 1Ghz
Año en el que hombre construyó los primeros relojes: 3000 a.C.
Fecha en la que se fabricó el primer reloj mecánico: 1283 (Inglaterra)
Año de creación del primer reloj de péndulo: 1656 (el inventor fue el científico
holandés Christiaan Huygens; era 100 veces más preciso que sus predecesores)
Año en el que se firmó el primer contrato para producción en masa de relojes:
6
1807 (por 4 mil piezas)
Año en el que el mundo se dividió en 24 husos horarios: 1884 (Estados Unidos
había dividido su territorio en 4 husos horarios desde 1883)
Década de aparición de los primeros relojes mecánicos de pulsera: 1920
Año en que se definió atómicamente la duración de un segundo: 1967
Tamaño de la industria suiza de relojes en 2011: 17.4 miles de millones de francos
suizos (unos 18.2 miles de millones de dólares)
Porcentaje de la producción mundial de relojes que representa Suiza: 42% (el 3%
del PIB suizo)
FUENTES: 1 Publishing Perspectives; 2, 3, 4 UNESCO; 5, 6 Bureau of Labor
Statistics, Estados Unidos; 7, 8, 9 NASA; 10 AOL.com Tech; 11 Superuser.com;
12, 13, 14, 15, 16, 17 Scientific American; 18 Buró Internacional de Pesos y
Medidas, BIMP; 19 Financial Times; 20 Paladion Consulting.
Rodrigo Centeno. Economista, empresario y especialista en mercadotecnia.
Rafael Ch. Investigador del Centro de Investigación para el Desarrollo (CIDAC).
UN MONSTRUO DE LAS IMÁGENES
Se diría que el escritor francés Marcel Proust er a un monstruo de las imágenes. En
su novela En busca del tiempo perdido hay cuatro mil 578 imágenes de todo tipo,
pero las más abundantes van así: 203 proceden de la pintura y 171 de la música.
Con mucho, la mayoría de ellas —944— provienen de la naturaleza; y de éstas,
326 están relacionadas con el mar y el agua.
Fuente: En torno a Marcel Proust (selección de ensayos por Peter Quenell),
Alianza Editorial, Madrid, 1974.
7
LOS COCHINITOS Y EL “JUDÍO FEROZ”
Poco después del estreno de la película Los tres cochinitos (1933), los líderes de
varias organizaciones judías se reunieron con su creador Walt Disney para
expresarle su preocupación sobre una escena en la que el Lobo Feroz se disfraza
de un vendedor ambulante hebreo para engañar a uno de los cochinit os y
conseguir que le abra la puerta.
Aunque Disney estuvo de acuerdo en quitar la escena ofensiva —el vendedor con
sotana, barba y lentes se volvió un simple vendedor de cepillos en las siguientes
proyecciones de la película—, Disney les insistió a sus amigos que no había
intentado más que una broma para Carl Laemmle, su competidor y némesis desde
la productora Universal, por sus muchos intentos fracasados de echar abajo la casa
del estudio Disney.
Fuente: Marc Eliot, Walt Disney. Hollywood´s Dark Princ , HarperCollins, NY,
1994.
LA FIESTA DE LOS LOCOS
Durante la mayor parte del año la
cristiandad medieval predicaba lo solemne,
el orden, la restricción, la camaradería, la
honestidad, el amor a Dios y el decoro
sexual, y luego en las vísperas del año nuevo
abría los cerrojos en la psique colectiva y
daba rienda suelta alfestum fatuorum, la
fiesta de los locos. Durante cuatro días el
mundo se ponía de cabeza: los miembros del
clero jugaban dados sobre el altar,
rebuznaban como burros en vez de decir
“amén”, hacían competencias de bebedores
en la nave, se pedorreaban en
acompañamiento del Ave María y
pronunciaban sermones de burla basados en
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parodias a los evangelios (el evangelio según el Culo del pollo, el evangelio según
la Uña del dedo gordo del pie de Lucas). Luego de beber jarras de cerveza,
sostenían sus libros sagrados al revés, dirigían plegarias a las verduras y orinaban
en las torres de los campanarios. Se “casaban” con asnos, se amarraban a las
túnicas penes gigantes de lana y se afanaban en t ener sexo con cualquiera y de
cualquier género que los aceptara.
Pero nada de esto se consideraba
sólo una broma. Era algo sagrado,
una parodia sacra, diseñada para
asegurar que todo el resto del año
las cosas se mantuvieran del
modo correcto. En 1445, la
Facultad de Teología de París les
explicó a los obispos de Francia
que la fiesta de los locos era un
acontecimiento necesario en el
calendario cristiano, “para que la
locura, que es nuestra segunda
naturaleza y algo inherente al
hombre, pueda emplearse
libremente por lo menos una vez
al año. Las barricas de vino
estallan si de vez en vez no las
abrimos y dejamos que entre algo
de aire. Todos los hombres somos
barriles puestos juntos infelizmente, y por eso permitimos la locura en ciertos
días: para que al final podamos volver con un fervor más grande al servicio de
Dios”.
Fuente: Alain de Botton, Religión para ateos. Una guía del no creyente a los usos
de la religión, Pantheon Books, NY, 2012.
A LO JOVELLANOS
En 1772 el polígrafo y hombre de leyes esp añol Melchor Gaspar de Jovellanos
tuvo en Madrid una vida social intensa. Manuel María de Acevedo y Pola cuenta
que “se tenía por desairada toda función brillante a que no era convidado, y llegó
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al extremo de hacerse de moda un peinado que se llamaba ‘a lo Jovellanos’, con
alusión al esmero que ponía en aquella clase de adorno” y que cuidaba hasta el
extremo de dormir boca abajo para no despeinarse.
Fuente: José Miguel Caso González, Biografía de Jovellanos, Fundación Foro
Jovellanos del Principado de Asturias, Gijón, 2005.
ASÍ NO SE CUENTA
Encho era un famoso cuentista. Sus relatos de amor emocionaban a sus oyentes.
Cuando narraba una historia de guerra, era como si los mismos oyentes estuvieran
en el campo de batalla.
Un día Encho conoció a Yamaoka Tesshu, un lego que casi había conseguido el
camino del zen.
—Tengo entendido —le dijo Yamaoka—, que eres el mejor cuentista de nuestro
país y que haces reír y llorar a la gente a voluntad. Cuéntame mi relato favorito, el
del Momotaro-san, el Niño Melocotón. Cuando era pequeño dormía al lado de mi
madre, y ella a menudo me contaba esa leyenda. En medio de la narración me
quedaba dormido.
Cuéntamela tal como lo hacía mi madre.
Encho no se atrevió a hacer tal cosa y solicitó tiempo para estudiar. Al cabo de
varios meses se presentó ante Yamaoka y le dijo:
—Por favor, dame la oportunidad de contarte el relato.
—Otro día —respondió Yamaoka.
Encho se sintió muy decepcionado. Estudió más y lo intentó de nuevo. Yamaoka
le rechazaba una y otra vez. Cuando Encho empezaba a hablar, Yamaoka le
interrumpía, diciendo:
—No eres como mi madre.
Encho tardó varios años en llegar a ser capaz de contarle a Yamaoka la leyenda tal
como se la había contado su madre.
De esta manera, Yamaoka impartió el zen a Encho.
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Fuente: 101 cuentos zen (al cuidado de Nyogen Senzaki y Paul Reps; trad. Jordi
Fibla), Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012.
MANOS SIN MANOS
Un cuento, sin duda verdadero en la vida de este hombre, nos enseña que el pintor
japonés Hokusai ha querido pintar sin las manos. Se dice que un día, ante el
Shogun, habiendo desplegado en el suelo un rollo de papel, derramó sobre éste un
pote de color azul; luego, mojando las patas de un gallo en un pote de color rojo,
lo hizo correr sobre su pintura, dejando así el ave sus huellas. Y todos
reconocieron las olas del río Tatsuta, arrastrando hojas de arce, rojas por el otoño.
Sortilegio encantador donde la naturaleza parece trabajar sola para reproducir la
naturaleza. El azul que se derrama corre en hilitos divididos, como una verdadera
honda, y la pata del ave, con sus elementos separados y unidos, asemeja la
estructura de la hoja. Su paso leve deja vestigios desiguales en fuerza y en pureza,
y su marcha respeta, aunque con los matices de la vida, los intervalos que separan
frágiles despojos llevados por una corriente rápida. ¿Qué mano podría expresar lo
que hay de regular e irregular, de accidental y de lógico, en esta serie de cosas
casi sin peso, aunque no sin forma, de un río de montaña? La mano de Hokusai,
precisamente, y son los recuerdos de las largas experiencias de sus manos sobre
los diversos modos de sugerir la vida, los que han guiado al mago a intentar
también ésta; ellas están presentes sin mostrarse, y a pesar de no tocar nada, lo
guían todo.
Fuente: Henri Focillon (1881-1943), Elogio de la mano (trad. Inés Rotenberg;
presentación de Hernán Bravo Varela), UNAM, 2006.
COMO UNA SERPIENTE
Enero 7 (1914). En cuanto [Victoriano] Huerta oyó que N. [Nelson O’Shaugnessy,
embajador de Estados Unidos en México] iba hac ia Vera Cruz mandó a uno de sus
coroneles a preguntar si queríamos un tren especial, o un vagón privado
enganchado al express de la noche. Tomamos sólo el vagón privado, por supuesto;
en estos días todos prefieren viajar en grupos. El Presidente es siempre de lo más
11
cortés en todos los aspectos. Si no puede complacer a Washington hace lo que él
juzga la siguiente mejor cosa: da muestras de cortesía a su representante. Le dijo a
d’Antin, que fue a darle las gracias, a nombre de N., por el vagón: “México es
como una serpiente; toda la vida está en la cabeza”. Luego se golpeó la cabeza
con su pequeño puño y dijo: “¡Yo soy la cabeza de México! Y hasta que me
aplasten”, añadió, “¡ella sobrevivirá!”. Huerta es magnético. Ese es un hecho
indisputable.
Fuente: Edith O’Shaughnessy (Mrs. Nelson O’Shaughnessy): A Diplomat’s Wife in
Mexico (subtítulo: Cartas desde la embajada de Estados Unidos en la ciudad de
México, que cubren el periodo dramático entre octubre 8, 1913, y la ruptura de
las relaciones diplomáticas en ab ril 23, 1914, junto con un recuento de la
ocupación de Vera Cruz), Harper & Brothers Publishers, NY, 1916.
¿HUBIERON O HUBO?
Ángeles Mastretta
Crecí entre mujeres ingeniosas e inteligentes, pero no muchas de ellas tenían
estudios más allá de la secundaria. Así que las únicas profesionales que tuve muy
cerca fueron las maestras. Y eso quería yo ser cuando pensaba en quién ser. No
encontraba mejor que la de quienes nos enseñaron gramática, geografía y
aritmética. Mujeres no siempre guapas: una o dos de en tre las diez que formaban
la plantilla de profesoras, pero, siempre autosuficientes. Andaban en autobús o
caminaban solas a su casa, cobraban un salario y tenían entre las manos y la
cabeza todos los conocimientos que
podían imaginar unas niñas
fantasiosas.
Tuve desde entonces una amiga
inquieta que no deja de serlo y con la
que compartí el gusto por la gramática
como un juego con normas, pero
divertido y flexible. Un juego al que
ceñirse y desafiar. Nos gustaban las
reglas que decidían los acentos y las
conjugaciones, la escritura de sonidos
ambiguos, los signos de puntuación y
sus tiempos. La sintaxis nos divertía
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porque era tan cercana y omnipresente, como incomprensibles sonaban sus leyes.
Aprendí entonces a oír. No era necesario memorizar las frases con que se
formulaba un criterio, sino saber cómo debía sonar.
Veinte años después, las palabras se habían vuelto fonemas y morfemas y algo del
juego se perdió en el camino. Quizás también mucha de la lógica que lo rige.
De ahí ha de venir un equívoco que cada día se dice más, cada vez que lo escucho
me parece peor y al que ver por escrito me provoca una aflicción que debería yo
emplear en mejores causas. Aunque me parece crucial. Porque creo que el alma
está en el habla y al cuidar la segunda se enriq uece la primera.
No es necesario discernir la gramática. Sería como explicar que los pies deben
ponerse en los pedales para andar en bicicleta.
Y es mientras esto digo que revive, prepotente y sin freno, la voz de mi
compañera “la maestra liendre”, com o le puso de apodo un viejo con gracia
cuando la oyó predicando las razones de su vocación magisterial. Teníamos ocho
años. Desde entonces andamos cerca. Con el tiempo, ella se ha convertido en una
persona de ánimo sereno, que desea nada más que la sencill ez de la buena comida,
los buenos libros, el cine y las siete horas de sueño que le dan buenas las noches.
Le gusta ir al mar y asirse a un rincón cálido cuando se entretiene en la
contemplación del horizonte y el vicio de conversar. Sin embargo, todos est os
atributos, que podemos considerar virtudes, desaparecen cuando incitada por una
necedad como el uso del hubieron, en lugar del hubo, sale de su ánimo la acuciosa
maestra liendre.
Los ataques a la sintaxis la afligen tanto que se lanza a citar a Cervan tes y repite,
con él, que quien no conoce la lengua de sus mayores debería estar mudo.
Olvidando que su canción de cuna fue suave y sus películas preferidas las
comedias románticas, ella se pone peyorativa y pontifica: “No sé de dónde han
sacado que el verbo haber se conjuga cuando se usa como auxiliar y tiene como
significado existir, pero es un hecho que semejante aberración se generaliza sin
provocar ninguna sorpresa”.
“Cierto”, le digo, forzándome a lucir serena.
“Y ¿cómo es que semejante despropósi to se ha vuelto de uso común entre muchos,
no sólo animadores de tele y radio, sino periodistas respetables?”, me pregunta
como si en mí hubiera un oráculo.
“No tengo idea”, le digo.
13
“Así que no te preocupa. Te está haciendo daño la clase de yoga. Hay cosas contra
las que hay que levantarse”, sermonea como si se tratara de dar la lucha contra la
historia universal de la infamia. “Esas vueltas como de derviche que das en las
mañanas te están volviendo insensible”.
“¿Qué quieres que haga? La sintaxis est á casi tan lastimada como el medio
ambiente. Y los equivocados parecen un torbellino. Arrastran aun a los
impensables”.
“Eso, hay personas inteligentes que han adoptado el desastre. Igual y lo
inventaron. ¿En qué idioma se conjugará así?”.
“No tengo idea, pero no hagas corajes”, le digo respirando en dos tiempos. “Te
voy a poner al habla con Luis González de Alba. Y algo consigue. Sin duda
acompaña a otros berrinchudos. A mí, por ejemplo”.
Digo esto y la veo quedarse enfurruñada en un rincón.
Al rato truenan a su alrededor los diccionarios y se encierra con ellos a rumiar en
silencio lo que querría gritar o poner por escrito en una columna que no tiene.
Después de semejantes reflexiones se entristece hasta que logra contagiarme sus
furias. Acompañándola en su pena, menor, pero no por eso despreciable, he
querido compartir con ella este espacio para que diga sus sentencias obsesionadas
en ver si toca el corazón gramatical de alguien. Con un redimido tiene. Así es que
vuelve a preguntarse:
“¿Por qué les ha dado por conjugar en pasado lo que no conjugan en presente?
Nadie dice no “han” boletos. Sin embargo, la cantidad de gente capaz de decir: no
“hubieron” boletos, es cada vez mayor”.
“Ya lo sé, querida, pero alegan que la gramática es caprichosa y q ue la gente está
en perfecto derecho a cambiar los usos del idioma”.
“Hay veces en que la tolerancia es enemiga de la cabalidad. Trastocar la sintaxis
es un crimen. Gracias a ella entendemos El Quijote, aunque tenga muchas palabras
que desconocemos”.
Dice esto último y no se detiene ni un segundo para tomar aire.
“No es sólo que la gramática diga que no puedo conjugar un verbo cuando se usa
como auxiliar. Es que se oye horrible. Concordar el complemento directo con el
verbo cuando es impersonal, no es correcto. Pero, sobre todo, rompe los
14
tímpanos”.
“Tienes razón”, le digo tratando de no perder la calma. “Hasta hace muy poco
nadie lo hacía”.
“Pero se extiende el mal de la sabiondez redicha”, opinó la maestra liendre como
si su léxico fuera transparente. “No es necesario conocer la regla, sólo es cosa de
oír y de leer: Habemos muchos a favor de la paz. ¿Qué barbaridad es esa?”.
“Tienes toda la razón”, me uno sin reservas. “¿Qué tal es lo de han habido errores,
en lugar de ha habido errores?”.
“Espantoso. Prendes la tele y como si nada te sueltan un: No hubieron personas.
Se ve que no escriben lo que leen, porque lo marca hasta el corrector de la
computadora. Subraya con rojo el “hubieron” y ni a quién se le ocurra fijarse.
Haber es un verbo defectivo”.
“Pero eso sí, mi querida maestra, saberlo no es obligación de todos”, digo para
ponerla en la tierra.
Como aprueba con un silencio, me pregunto si quienes han llegado hasta aquí
saben o querrán saber lo que es un verbo defectivo. Yo lo digo en voz al ta para
que la liendre compruebe que lo sé. “Los defectivos son los verbos que no se usan
en todos los modos, tiempos o personas”.
“Claro”, se entusiasma. “Como abolir. No se dice ‘yo abolo’. Como concernir y
acontecer. No se dice, ‘yo concierno, ni yo a contezco’”.
La veo levantar su dedo, dichosa de haber encontrado un oído para el despliegue
de sus conocimientos sobre los defectivos.
“Sí maestra, pero éstos ya son cantares más precisos que, por fortuna, aún no se
han prestado a confusiones. ¿Quieres ir a comer?”.
“¿Comer? Terminación en er”, contesta. “¿Qué te parece la otra novedad? Por
instinto debería saberse que en las construcciones con los verbos poder, soler,
deber, el verbo conjugado debe ir en singular. Sin embargo se ha extendido, el
empleo de la conjugación ‘habemos’ en el sentido de ‘somos o estamos’ ”.
“Suena horroroso”, acepto.
“Pero no te importa. Actúas como si lo aceptaras. La primera persona del plural
del presente de indicativo del verbo haber es ‘hemos’, y no ‘habemos’ ”.
15
“Obvio”, dirían los jóvenes.
“No tan obvio. A cada rato escucho cosas como: ‘habemos muchos en contra de la
discriminación’, en lugar de ‘somos muchos los que estamos en contra de la
discriminación’.
Es que me da tristeza. La construcción haber -que, más el verbo en infinitivo,
significa ‘ser necesario o conveniente’. Al ser impersonal, se conjuga sólo en
tercera persona del singular; así que, si el verbo que le sigue es pronominal, no es
correcto el uso del pronombre de primera persona del plural”.
“Horror al crimen, ya volviste a la RAE y estás echando a correr a mis lectores.
Vamos por un pescado, querida maestra”.
“Tienes razón: ‘habemos dos con hambre’, diría la novedad”.
Caminamos por una acera clara, está el cielo de un azul que estremece. Ni lo m ira.
Se detiene frente a un puesto de periódicos. “Ve nada más”, dice señalando un
encabezado: “‘Se detuvieron 30 asaltantes’. ¿Quién los detuvo? ¿Ellos a sí
mismos?”.
Ángeles Mastretta. Escritora. Su más reciente libro es La emoción de las cosas.
EL FETICHISMO CONSTITUCIONAL
María Amparo Casar
Dos mitos se han apoderado del imaginario público: el de la incapacidad de llegar
a acuerdos en el Congreso y el de la capacidad transformadora de las reformas
constitucionales. Convengamos llamar a uno el mito de la parálisis y al otro
el fetichismo constitucional. El primero supone que la ausencia de mayoría para
un partido en el Congreso, en particular el del presidente, y las irreconciliables
diferencias entre las fracciones parlamentarias llevan a la inmovi lidad legislativa.
El segundo, que cada cambio en la Constitución lleva aparejado un cambio
equivalente, seguro y automático en la realidad.
16
Cuando en 1988 el PRI apenas
alcanzó la mayoría en la Cámara
de Diputados se auguró que
ningún partido de oposición
estaría dispuesto a hacerle el
juego a ese partido y que el
reformismo constitucional
llegaría a su fin. El pronóstico
volvió a plantearse cuando en
1991 se modificó la
Constitución para impedir que
un solo partido pudiese contar
con los dos tercios de asientos
necesarios para reformarla. Para el momento en que apareció el primer gobierno
sin mayoría (1997) se vaticinó que las reformas constitucionales quedarían
sepultadas.
Ninguna de estas predicciones resultó cierta. El reformismo constitucional no s ólo
no llegó a su fin sino que aceleró el paso.
La primera reforma a la Constitución ocurrió en 1921. De entonces hasta el
momento se han emitido 206 decretos de reforma constitucional que han
modificado 555 veces los artículos constitucionales.
Durante la larga época de gobiernos unificados el número de reformas
constitucionales por sexenio varió y no se registra relación alguna con la
composición de las Cámaras. Encontramos sexenios con sólo una reforma
constitucional (Ruiz Cortines) y sexenios con 19 (López Portillo).
Si tomamos como referencia la “era dorada” del dominio del PRI (1946 -1982) con
mayorías superiores al 85% en la Cámara de Diputados, del 100% en la de
Senadores y sin escisiones serias en el partido gobernante, encontramos que en
esos seis sexenios se emitieron 59 decretos de reforma constitucional. En
contraste, en los siguientes cinco sexenios (1982 -2012), caracterizados por una
mayor y creciente pluralidad, el número de decretos casi se duplicó: el Congreso
aprobó 108 reformas constitucionales.
Lo mismo ocurre si hacemos otro corte y contrastamos los últimos 15 años de
gobierno unificado en los que el partido del presidente sí tenía la mayoría en
ambas Cámaras, con los últimos 15 de gobierno sin mayoría. El número de
decretos de reforma es de 39 contra 69, un aumento de 77%. Finalmente, otro dato
importante: durante el sexenio que concluyó el año pasado (2006 -2012) ocurrieron
17
más cambios constitucionales que en cualquier otro. Las dos últimas legislaturas
fueron responsables de más del 20% de todas las reformas desde 1917 (ver
gráfica 1).
A pesar de estas cifras, la tesis que sostiene que el pluralismo y la ausencia de
mayoría para el partido del presidente han impedido la formación de acuerdos en
el Congreso, ha ganado carta de natura lización y la percepción generalizada es
que los partidos ni se entienden entre sí ni con el Ejecutivo. Tan difundida ha sido
esta posición que algunos políticos, intelectuales y formadores de opinión han
planteado la necesidad de modificar el sistema elec toral para que éste incentive,
induzca o incluso imponga la mayoría para un partido y así retomar la senda del
reformismo.
De dónde sale esta tesis, es un misterio. Una conjetura es que los medios se han
dado a la tarea de resaltar los pleitos en el Cong reso y no los acuerdos; a destacar
las iniciativas que no han prosperado por encima de las que sí han transitado. Otra
es que las famosas reformas estructurales (fiscal, telecomunicaciones, energética,
educativa) se han quedado congeladas en el Congreso. L a otra es la simple falta de
estudio y análisis del trabajo legislativo que si algo demuestra es que el
pluralismo y el reformismo lejos de reñirse han caminado juntos.
La pluralidad en el Congreso ha traído muchas consecuencias —algunas virtuosas
y otras perniciosas— pero entre ellas no se cuenta la de la parálisis.
18
Desde luego que la tasa de aprobación legislativa ha disminuido pero esto se
explica por el crecimiento exponencial —más bien absurdo— del número de
iniciativas presentadas. De 1982 a 1997 se presentaron en Cámara de Diputados
un total de mil 671 iniciativas, esto es, un promedio de 111 por año. 1 En
contraste, entre 1997 y 2012 se presentaron 11 mil 388 o un promedio de 759 al
año. El crecimiento fue de 581%. En el Senado el número de inicia tivas
presentadas para este segundo periodo fue de cuatro mil 350.
Las cifras de iniciativas de reforma constitucional para el periodo 1982 -1997 no
están disponibles, pero puede suponerse que fue un número mucho menor al que
se registra para los 15 años de gobiernos sin mayoría: dos mil 470 iniciativas de
reforma constitucional en Cámara de Diputados y 933 en el Senado, para dar un
gran total de tres mil 403.
El número es ridículo. Ningún Congreso puede procesar 227 iniciativas de
reforma constitucional por año o más de cuatro por semana. Sin embargo, el
resultado final en estos 15 años de trabajo legislativo no es despreciable o menor.
Se expidieron 69 decretos de reforma constitucional que agruparon 294 iniciativas
provenientes de todos los partidos. E n 15 de ellos aparece al menos una iniciativa
del Ejecutivo.
La pluralidad también trajo cambios en lo que respecta al origen de las iniciativas.
El número de iniciativas totales (constitucionales y ordinarias) presentadas por el
Ejecutivo disminuyó sensiblemente tanto en números absolutos como relativos. Si
entre 1982 y 1997 el Ejecutivo presentó 477 iniciativas (un promedio de 95 por
legislatura), en los siguientes 15 años presentó 316 (un promedio de 63 por
legislatura). En términos porcentuales, esta c ifra representa tan sólo 2% de las
iniciativas presentadas.
Para este último periodo, del total de iniciativas presentadas, tres mil 403 (21.6%)
fueron de reforma constitucional. De éstas, sólo 26 correspondieron al Ejecutivo,
apenas el 0.8% del total de iniciativas de reforma constitucional presentadas en
ambas Cámaras.
No se dispone del número de iniciativas de reforma constitucional presentadas por
el Ejecutivo y su estatus (aprobadas, rechazadas y pendientes) para las legislaturas
anteriores,2 pero para presidentes cuyos partidos no han conseguido mayoría en el
Congreso y habida cuenta del tope de representación en la Cámara Baja
(equivalente al 60% de los asientos), la tasa de aprobación de reformas
constitucionales aparece razonable: 46%. De hecho, solamente tres iniciativas le
fueron rechazadas en su momento al Poder Ejecutivo.3
19
El estudio de las coaliciones formadas para la aprobación de los 69 decretos de
reforma constitucional también arroja resultados interesantes:
• La coalición más frecuente es la que incluye a los tres partidos grandes (PRI PAN-PRD). Éstos formaron parte del 83% de las coaliciones.
• El PRI ha participado en todas las coaliciones ganadoras formadas para las
reformas constitucionales.
• El PRI y el PAN han sido aliados m ás frecuentes entre sí que cualquiera de ellos
con el PRD.
• El partido que con más frecuencia se excluye de las coaliciones ganadoras es el
PRD. En 15.8% de ellas el PRD votó en contra de la aprobación de la iniciativa de
reforma constitucional.
• Los partidos pequeños que a lo más han llegado a sumar el 10% de la
representación en las Cámaras no han sido en ningún caso determinantes para la
aprobación o rechazo de las reformas constitucionales (ver gráfica 2).
Estos son los datos duros que se desprende n del estudio de las reformas
constitucionales y en ellos no hay juicio de valor sobre su contenido. Simplemente
desmienten la tesis de que la pluralidad y ausencia de mayoría para el partido del
20
presidente tienen como consecuencia la falta de acuerdos y l a imposibilidad de
construir coaliciones para el cambio.
Pero bien podría decirse que el quid no está en los números sino en la calidad de
las reformas y su impacto potencial, ya sea en los derechos ciudadanos, en la
forma de gobierno o en las políticas públicas.
Desde esta perspectiva tampoco encontramos grandes diferencias entre los
gobiernos con y sin mayoría. En ambos tipos de gobiernos coexisten reformas
cosméticas o sin consecuencia y reformas con gran potencial transformador. Por
ejemplo, en los gobiernos de mayoría se pasaron reformas tan relevantes como la
municipal (1983), la que primero estatizó (1982) y después privatizó la banca
(1990), la que dio autonomía al Banco de México (1993) y al IFE (1996), la que
otorgó personalidad jurídica a las Iglesias (1992) o la que fortaleció al Poder
Judicial (1994).
En los gobiernos sin mayoría se encuentran también reformas transcendentes: la
de la Auditoría Superior de la Federación y cuenta pública (1999 y 2008), la de
presupuestación (2004), la que dio autonomía al INEGI (2006), la de transparencia
(2007), la electoral (2007), la de seguridad y justicia (2008), la de los derechos
humanos (2011), la del juicio de amparo (2011) o la que establece las
candidaturas independientes, las formas de democracia d irecta y la iniciativa
preferente (2012).
Tenemos entonces que el reformismo constitucional se ha acelerado a medida que
ha avanzado la pluralidad y que la calidad, relevancia e impacto potencial de las
reformas no ha variado de acuerdo a la existencia de gobiernos con y sin mayoría.
A diferencia de lo que ocurría con anterioridad en que las reformas respondían a
los cambios requeridos por un proyecto sexenal de gobierno, a partir de 1982 lo
que presenciamos es un cambio de foco de las reformas hacia la ampliación de
derechos, el reequilibrio de los poderes (en particular, el fortalecimiento de los
poderes Legislativo y Judicial), los mecanismos de acceso al poder, la seguridad y
justicia y los instrumentos de transparencia y rendición de cuentas. Resalta
también el campo del federalismo, que es uno de los más reformados pero que, sin
embargo, cuenta con el mayor número de cambios intrascendentes y de bajo
impacto salvo por el caso de la reforma municipal de 1983 (ver gráfica 3).
21
Los hallazgos producto de la revisión exhaustiva de los decretos constitucionales
lo único que quieren decir es que no ha habido parálisis en el Congreso, que el
reformismo constitucional se ha acelerado, que la ausencia de una mayoría para el
partido del presidente no ha sido ob stáculo para la formación de coaliciones, que
las coaliciones suelen ser más amplias que las requeridas por ley y que hay una
mayor coincidencia entre el PRI y el PAN. Nada más pero nada menos.
Dicho esto, hay que tener cuidado con el reformismo. Las con stituciones van
adecuándose —vía las reformas o vía la interpretación — a los cambios que con el
tiempo se producen en la sociedad y en la política. Pero, pasado cierto umbral, el
reformismo no es bueno o malo en sí. Ese umbral está dado por lo que deben se r
los ejes articuladores de una constitución: los derechos fundamentales, la forma
de gobierno y los límites a la autoridad gubernamental.
No suele repararse en que el carácter de “constitucional” de una reforma no
implica relevancia ni conlleva necesaria mente potencial transformador; que una
sola reforma puede ser de mayores consecuencias políticas que una decena de
ellas y que las reformas a la legislación ordinaria o incluso los actos de gobierno
pueden ser de mayor trascendencia que los decretos de ref orma constitucional (por
ejemplo el Tratado de Libre Comercio o la liquidación de la Compañía de Luz y
Fuerza del Centro).
22
La pregunta relevante es si la Constitución y sus constantes reformas han sido un
instrumento eficaz para transformar la realidad. Las dudas son muchas y, otra vez,
no encontramos grandes diferencias entre los gobiernos unificados y los sin
mayoría.
¿Mejoró la producción en el campo o se elevó la calidad de vida de los
campesinos como efecto de la reforma salinista al ejido? ¿La refo rma a la
seguridad y justicia ha hecho avanzar el acceso a la justicia o agilizado los
juicios? ¿Ha obstaculizado el título IV de la Constitución el tráfico de influencias
o la malversación de fondos? ¿La prohibición constitucional de los monopolios,
los ha impedido? ¿La reforma constitucional que hace obligatoria la educación
media superior la ha garantizado como un derecho o, al menos, ha tenido efecto
para ampliar la oferta educativa? ¿Disminuyó el poder de las televisoras como
efecto de la prohibición de la venta de espacios a partidos y particulares?
A pesar de las dudas que estas (y muchas otras) interrogantes plantean, uno estaría
obligado a concluir que dada la acusada y creciente tendencia a modificar la
Constitución, la clase política tiene una fe ciega en el potencial transformador de
las reformas.
Aquí es donde entra el fetichismo constitucional. Un fetiche es un objeto de culto
al cual se le atribuyen poderes mágicos o sobrenaturales y el fetichismo es la
cualidad de un objeto para ostentar un poder que no le pertenece por naturaleza.
A la Constitución y a sus reformas se les ha atribuido este poder mágico aunque,
como acertadamente afirma Pedro Salazar, muchas normas son pura retórica
constitucional: “hay una realidad material que desafía al marco constitucional
vigente y que desautoriza a quienes presumen sus reformas”.
La Constitución está llena de buenas ideas y mejores propósitos, pero su
transformación en los objetivos que persigue es muy deficiente. Bien pensado, hay
mucho más camino por recorrer en materia de ejecución que en el de reformación.
No parece tampoco repararse en el hecho de que hay muchas maneras de hacer
nugatorias las reformas constitucionales, dos de ellas muy socorridas en caso de
México. La primera es no emitir las leyes reglamentarias de esas reformas. Los 69
decretos de reforma constitucional emitidos en los últimos 15 años hubiesen
requerido más de 40 leyes reglamentarias o adecuaciones a las normas federales o
locales cuyos plazos fueron establecidos con precisi ón en los artículos
transitorios. Pues bien, aunque sea difícil de creer, en 50% de los casos no han
sido expedidas aunque su plazo ya venció. Dicho de otra manera, los legisladores
incumplen con las obligaciones que ellos mismos se imponen, impidiendo así la
23
puesta en marcha de las reformas o disminuyendo su eficacia. Otra vez, esta
conducta no es privativa de los gobiernos sin mayoría. Para muestra un botón. En
1990 se modificó el artículo 36 de la Constitución para establecer el Registro
Nacional Ciudadano. Un transitorio estipuló que mientras éste se creaba, los
ciudadanos debíamos inscribirnos en los padrones electorales. Después de 22 años
seguimos rigiéndonos por ese transitorio.
La segunda es matar las reformas por la vía de los hechos pues no se p roveen los
recursos institucionales, materiales y humanos para hacerlas valer. Es fácil
otorgar a las policías facultades de investigación, pero difícil y costoso
prepararlas para esa tarea. No tiene dificultad incorporar a los derechos
fundamentales el derecho a la alimentación, pero es complicado erradicar la
pobreza alimentaria. Es sencillo establecer que la justicia será expedita, pero
complejo hacer practicable este principio.
Finalmente, en México se tiende a confundir una “buena” Constitución con un
buen gobierno y a pensar que una “buena” Constitución es condición de
posibilidad de un gobierno eficaz. No es así. Las buenas normas pueden amparar
las acciones de un gobierno pero no mucho más. Hemos tenido mejores o peores
gobiernos independientemente de la Constitución reformada bajo la cual han
operado. Lo cierto es que la mayoría de los problemas de una sociedad se pueden
enfrentar sin modificar sus constituciones.
Si las reformas no han resultado ser mecanismos eficaces para hacer realidad los
derechos, para limitar a la autoridad y para impulsar políticas públicas que
conduzcan al crecimiento, la justicia y el bienestar, ¿por qué entonces tanto
empeño en reformar la Constitución? No hay una respuesta clara. Una de ellas, la
más favorecida, es que al dar rango constitucional a una norma se asegura su
inamovilidad. El argumento no tiene asidero si pensamos que los artículos de la
Constitución han sido modificados 555 veces. La supuesta rigidez de nuestra
Constitución —dos tercios de ambas Cámaras y la mayoría de las legislaturas de
los estados— no ha sido impedimento para su constante modificación. Por
ejemplo, sólo el artículo 73 ha sufrido 61 reformas.
Otra explicación es que a través del reformismo los legisladores justifican su
trabajo y se comunica la idea de un Congreso eficaz. Una más es que “la enorme
inversión de energía social y de acuerdos políticos para hacer posible reformas se
explica por una sentida aspiración social que desea, casi con desesperación,
encontrar solución a los problemas que aquejan su cotidianidad y busca un modo
de vida mejor” (José Roldán). Por último, habría que considerar seriamente la idea
de que las reformas constitucionales son muy abundantes porque el costo de
aprobarlas es muy bajo y porque los propios legislad ores no se hacen cargo ni de
sus implicaciones ni de su viabilidad.
24
A los legisladores les agrada la idea de venderse como progresistas y abanderados
de las mejores causas aunque sepan que buena parte de las reformas serán
irrealizables.
Hay una dosis de irresponsabilidad en esta conducta de constituir el mundo
normativamente sin hacerse cargo de la realidad.
Las múltiples reformas han terminado por producir un texto constitucional
plagado de inconsistencias, sin coherencia interna, falto de articulació n y
disfuncional.
Por ello habría que discutir, como afirma Héctor Fix Fierro, si a cinco años de que
se celebre el centenario de la Constitución de 1917 no valdría la pena cerrar el
ciclo de las reformas para dar paso a la elaboración de un texto que rec oja lo
mejor de nuestro patrimonio constitucional y lo plasme en un documento moderno,
sistemático y representativo, que nos permita avanzar a una nueva etapa de
nuestra evolución constitucional.
María Amparo Casar. Profesora-investigadora del CIDE. Es editorialista del
periódico Reforma. Este artículo está basado en el capítulo introductorio al
libro El reformismo constitucional en la era de los gobiernos sin mayoría , de
próxima aparición, escrito y coordinado por la autora e Ignacio Marván (CIDE).
La investigación fue patrocinada por el PNUD.
1 Para estos años no hay datos disponibles en Cámara de Senadores.
2 Hasta 1988 la dominancia del PRI en el Congreso y la disciplina partidaria eran
de tal magnitud que las tasas de aprobación de las iniciativas del presidente y de
su partido rebasaban el 95%.
3 La electoral, la del sistema de justicia penal y la de seguridad nacional. Todas
del 2004.
¿PUEDE ATERRIZARSE EL PACTO POR
MÉXICO?
Carlos Elizondo Mayer-Serra
El Pacto por México es un conjunto de 9 5 propuestas, algunas muy importantes
junto con otras de menor relevancia. Hay de todo, desde “implantar en todo el país
un Código Penal y un Código de Procedimientos Penales Únicos”, que representa
25
una tarea titánica (compromisos 78 y 79) hasta incrementa r “el número de becas
para apoyar a todas las artes, y potenciar el talento y la formación de los artistas
mexicanos, particularmente de los más jóvenes…”, una mera decisión
presupuestal (compromiso 19). Un listado amplio y heterogéneo era inevitable
dada la estrategia de querer sentar en la mesa tanto al PRD como al PAN.
El Pacto tiene cinco
grandes ejes que tratan de
ordenar lo firmado. El
segundo eje es promover el
crecimiento económico, el
empleo y la competitividad.
El Pacto “pretende sentar
las bases de un nuevo
acuerdo político, económico
y social para impulsar el
crecimiento económico que
genere los empleos de
calidad…”. Para ello,
“México debe crecer por
encima del 5%, para lo cual se debe incrementar la inversión pública y privada
hasta alcanzar más del 25% del PIB en inversión e incrementar la productividad
de la misma”. ¿Qué tan viable es llevar a cabo los distintos puntos en el Pacto
vinculados con este eje? ¿Qué tanto el implementarlo impulsaría realmente un
mayor crecimiento económico?
En el Pacto hay por lo menos cuatro grupos de medidas y propuestas que pueden
servir para crecer más. Algunas de éstas se encuentran en el capítulo de
crecimiento. Otras están dispersas en los otros cuatro capítulos.
Un primer grupo de medidas tiene que ver co n mejorar la calidad y ampliar la
cobertura del sistema educativo. El gobierno entendió bien que de todas las
reformas estructurales pendientes ésta es la que contaría con mayor apoyo de la
opinión pública ya que el grupo afectado, simbolizado por la maest ra Gordillo, no
goza de muchas simpatías en los medios de comunicación. Era difícil para
cualquiera de los tres principales partidos oponerse a un cambio de esta magnitud
que hace del mérito la piedra angular para la contratación y promoción de los
maestros, amén de que promete, entre otras medidas, ampliar la cobertura en
educación media y superior (compromiso 14) y extender el horario de las escuelas
primarias (compromiso 10).
La reforma trata de profundizar en alcance y en soporte jurídico la Alianza p or la
Calidad de la Educación (ACE) firmada entre el gobierno del presidente Calderón
26
y el SNTE, encabezado por Elba Ester Gordillo en 2008. Al hacerlo, sin pactarlo
con el sindicato y con una reforma constitucional de por medio, le permite a la
autoridad tratar de rescatar la rectoría del Estado en materia educativa. Con esta
estrategia el sindicato tiene menores posibilidades de diluir la implementación de
la reforma, a diferencia de lo que sucedió con la ACE.
La reforma del artículo 4 constitucional se aprobó en ambas Cámaras en tiempo
récord semanas después de la firma del Pacto. Al momento de escribir este texto
la reforma constitucional avanza con celeridad en los Congresos locales. Es sólo
el inicio de un largo camino. Se requieren reformas legales y reglamentarias, así
como modificaciones en las prácticas vigentes con las que se ha administrado el
sistema educativo por décadas. Enfrentará diversas formas de resistencia, desde
las jurídicas hasta las políticas, desde amparos hasta protestas de todo t ipo. No se
puede iniciar un nuevo sistema desde cero. Hay que cargar con la herencia de
décadas de corporativismo donde la paz política importaba más que la calidad del
sistema educativo. Los maestros son muchos, están bien organizados y
acostumbrados a ser el fiel de la balanza en las decisiones importantes en esta
materia. Habrá que ver qué tan capaz es el gobierno de Peña Nieto de impulsar
con rigor y altos estándares de calidad los principios de mérito plasmados en la
Constitución.
Sin embargo, en términos de crecimiento económico, la mejor y más rápidamente
implementada reforma educativa dará frutos hasta dentro de varios años, incluso
décadas. El alumno que entró a la primaria en septiembre de 2012 en una escuela
pública promedio, es altamente probable que egrese en nueve años (si es que no
deserta y si termina la educación básica, que incluye primaria y secundaria) con
bajos niveles de aprovechamiento y sin hablar inglés, lo cual impactará
negativamente en sus posibilidades de ingreso por toda su vid a laboral. En materia
educativa todo cambio toma mucho tiempo, aunque su impacto positivo puede ser
muy alto al paso de los años.
Pero el mal aprovechamiento de nuestros estudiantes no es sólo un problema de
las escuelas públicas. Como lo ha mostrado la prueba PISA-OCDE, los alumnos de
las escuelas privadas, descontando que provienen de mejor nivel socioeconómico
y cuentan con mejores instalaciones, tienen, en promedio, tan malos resultados
como los que provienen de las escuelas públicas. No hemos hecho d el mérito el
instrumento para premiar laboral y académicamente a los mexicanos. Las
universidades privadas y públicas, salvo en notables excepciones (y en general en
sólo algunas licenciaturas) son bastante laxas desde el proceso de selección e
ingreso, en el extremo la UNAM acepta a un gran porcentaje de los estudiantes
con el llamado pase automático. A excepción de pequeñas instituciones como el
Colegio de México, en nuestro país no hay, como en Estados Unidos, Gran
Bretaña, Francia, Corea del Sur, China o India, por citar seis países muy distintos,
27
varias instituciones de educación superior, ya sean privadas o públicas, con
decenas de miles de estudiantes de gran calidad admitidos después de rechazar a
cientos de miles más.
La razón de esta falta de exigencia en el sistema educativo, y por tanto de calidad
en la educación superior pública y privada, debe estar asociada a una economía,
que salvo en el sector manufacturero de exportación, suele enfrentar poca
competencia. Muchas empresas mexicanas líderes m undiales en su sector suelen
no contratar por mérito, sino tienen entre sus cuadros dirigentes
fundamentalmente a miembros de la familia de los accionistas de control. La
empresa más grande del país y quizás de América Latina, Pemex, tampoco
contrata por mérito, mientras que ahí tendrían que estar los mejores ingenieros y
técnicos del país. En México suele importar más a quién conoces, no qué conoces.
Por ello, dentro de los puntos del Pacto por México, un segundo grupo de medidas
que reviste particular importancia es el compromiso de lograr la autonomía y
fortalecer a las agencias regulatorias, incluida la Comisión Federal de
Competencia, hasta el punto de que ésta tenga los instrumentos para poder romper
monopolios. Puede ser también muy relevante la crea ción de “tribunales
especializados que permitan dar mayor certeza a los agentes económicos al aplicar
de manera más eficaz y técnicamente informada los complejos marcos normativos
que regulan las actividades de telecomunicaciones y los litigios sobre viola ciones
a las normas de competencia económica” (compromiso 38). En los primeros
párrafos del Pacto es claro qué se pretende con esto:
La creciente influencia de poderes fácticos frecuentemente reta la vida
institucional del país y se constituye en un obst áculo para el cumplimiento de las
funciones del Estado mexicano. En ocasiones, esos poderes obstruyen en la
práctica el desarrollo nacional, como consecuencia de la concentración de riqueza
y poder que está en el núcleo de nuestra desigualdad. La tarea del Estado y de sus
instituciones en esta circunstancia de la vida nacional debe someter, con los
instrumentos de la ley y en un ambiente de libertad, los intereses particulares que
obstruyan el interés nacional.
Estas reformas van a enfrentar muchas resiste ncias y serán una prueba de fuego
para el nuevo gobierno de su capacidad de maniobra política. Incluso antes de
pensar en fortalecer las instituciones regulatorias existentes, que buena falta les
hace, lo primero que se tiene que hacer, si se pretende resp etar el espíritu del
Pacto, es rechazar la reforma a la ley de competencia que ya fue aprobada en la
legislatura pasada por la Cámara de Senadores y que está por ser votada en la
Cámara de Diputados. Esta reforma debilita al presidente de la Comisión y al
propio Secretariado. Sin que ambos sean fuertes, es muy difícil que puedan
enfrentar a las grandes empresas mexicanas propensas a las prácticas
28
monopólicas.
Una Comisión de Competencia con fuerza y credibilidad sí puede en un plazo
corto ayudar a crecer más y a cambiar la estructura de la economía mexicana,
abriendo nuevos espacios a la inversión privada. También puede llevar a una
disminución de precios de muchos productos que se consumen directamente y que
hoy sus altos precios comparados con mercados c ompetitivos más muchos otros
que son insumos de diversas cadenas productivas.
Por desgracia, en el caso de los monopolios públicos, los puntos acordados en el
Pacto son muy limitados, siendo que nuestras grandes empresas energéticas,
Pemex y CFE, son dos de nuestros lastres en términos de crecimiento. El Pacto ni
siquiera menciona la palabra electricidad en una sola ocasión, cuando la eficiencia
de la CFE dista de ser la de una empresa de clase mundial y la política de precios
que lleva a cabo, al subsidiar a los consumidores y cobrar altos precios a la
industria, desincentiva la inversión manufacturera que es uno de los motores más
sanos de la economía mexicana.
En hidrocarburos, en el Pacto sólo se habla de apertura en el sector de refinación,
petroquímica y transporte. Se aclara que no se venderán los activos de Pemex en
estas materias, por más que en refinación, según datos de la paraestatal, en 2011
tuvo una pérdida neta de 139 mil 491 millones de pesos. 1
En exploración y producción se defiende el st atu quo. El texto firmado es claro:
“Se mantendrá en manos de la Nación, a través del Estado, la propiedad y el
control de los hidrocarburos y la propiedad de Pemex como empresa pública. En
todos los casos, la Nación recibirá la totalidad de la producción de
Hidrocarburos”. Supongo que la afirmación responde a que era la manera de subir
al PRD a la mesa de negociación del Pacto, pero el costo que puede pagar el
presidente Peña Nieto en materia de lograr una reforma que detone mayor
crecimiento es alto. Si se quiere respetar esa redacción, a lo más que se puede
aspirar es a contratos de servicios más ambiciosos a los actuales.
Lo fácil es pensar, como lo hace todo nuevo gobierno, que la fórmula es tratar de
administrar mejor a Pemex, bajo la premisa de que ellos sí saben cómo hacerlo.
Los presidentes entrantes suelen creer que sólo es cuestión de voluntad política.
Con eso en mente, seguramente, por ello en el Pacto se afirma: “Se realizarán las
reformas necesarias, tanto en el ámbito de la regulación de ent idades
paraestatales, como en el del sector energético y fiscal para transformar a Pemex
en una empresa pública de carácter productivo, que se conserve como propiedad
del Estado pero que tenga la capacidad de competir en la industria hasta
convertirse en una empresa de clase mundial.
Para ello, será necesario dotarla de las reglas de gobierno corporativo y de
29
transparencia que se exigirían a una empresa productiva de su importancia”
(compromiso 55).
A mi juicio no hay forma que Pemex funcione eficienteme nte como sus pares
internacionales si no se le impone competencia en todos los ámbitos y se le obliga
a concentrarse en lo más rentable, que es exploración y producción de crudo. Hay
muchas formas de hacerlo. China optó por tener varias empresas estatales que
cotizan en bolsa y compiten en China y fuera del país. Brasil y Noruega optaron
por abrir la inversión en su país para detonar la calidad en sus respectivas
empresas petroleras.
América del Norte está en medio de una revolución energética como result ado del
desarrollo de nuevas tecnologías para la extracción de crudos y gases no
convencionales. El llamado shale gas ha permitido a Estados Unidos llevar a cabo
inversiones millonarias en el sector de hasta 90 mil millones de dólares en los
últimos dos años. Esta revolución ha creado importantes oportunidades de
expansión de la capacidad instalada en industrias intensivas en el uso de energía,
como lo es la petroquímica.2 México se está quedando fuera de esta revolución.
No hay gas suficiente por falta de ductos que lo traigan de Estados Unidos, donde
hay en abundancia. El marco legal no permite explotar las oportunidades de
extracción en shale gas que se supone tiene México. Según datos de Estados
Unidos, somos el cuarto país con 681 Tcf reservas de shale gas técnicamente
recuperables.3 Pemex no puede hacerlo, menos aún por sí misma. El shale gas es
una actividad de baja rentabilidad y que distraería a la administración de Pemex
de lo más rentable, la extracción de crudo. No es casual que el desarrollo del shale
gas no vino de las grandes empresas de hidrocarburos, sino de empresas medianas,
administradas con mayor flexibilidad y que no tenían acceso a las grandes
inversiones de crudo convencional.
La falta de gas natural en México, tanto como energía para la industria como
insumo para la petroquímica, está frenando muchas inversiones. Un caso
representativo es Mexichem, empresa mexicana líder en petroquímica en América
Latina. Por años estuvo negociando un acuerdo con Pemex para hacer una empresa
conjunta que produjera cloruro de vinilo, insumo básico para la fabricación de
plásticos y PVC. Al final el sindicato de Pemex frenó el acuerdo en la cancelación
de la reunión del Consejo de Administración que la autorizaría. 4 Era una
inversión por 556 millones de dólares, donde la empresa aportaría la mitad de los
recursos necesarios. Como resultado, Mexichem llevará su inversión a Estados
Unidos.
Una reforma energética de fondo puede detonar empleo y crecimiento en muchas
zonas del país, además de impulsar al sec tor manufacturero en su conjunto gracias
a la disminución de precio del gas que detonaría y a la industria petroquímica, que
30
por todas las restricciones con las que opera tuvo un déficit comercial de más de
15 mil millones de dólares en 2011.5 Sin embargo, previo a implementarla, se
requieren entes regulatorios fuertes y una redefinición del juicio de amparo, como
se discutirá más adelante, ya que sí sería una sensible pérdida de soberanía el
licitar campos y que posteriormente, a través del amparo, las emp resas ganadores
impusieran sus condiciones.
Un tercer conjunto de medidas que pueden ayudar a crecer más son una serie de
puntos del Pacto que casualmente han sido poco comentados. Me refiero a todos
aquellos que fortalecen instrumentos del Estado que son comunes en otros países
y que dan certidumbre jurídica a todos, pero están mal encauzados en nuestro
caso. Son cambios importantes para evitar malas asignaciones de apoyos sociales
y para tener una mayor capacidad para enfrentar la delincuencia.
Por un lado el Pacto menciona una reforma a la ley de amparo. Si bien no está
especificada hasta dónde y cómo se haría, en el segmento de telecomunicaciones
se hace referencia a impedir que sea a través de este instrumento “para evitar que
las empresas de este se ctor eludan las resoluciones del órgano regulador vía
amparos u otros mecanismos litigiosos” (compromiso 39). El problema existe
también en otros ámbitos y una reforma a la ley de amparo puede permitir al
Estado regular a los actores más poderosos en todos ellos. No se trata de dejar sin
protección a los empresarios ante la posible discrecionalidad gubernamental,
objetivo primordial de la ley de amparo, pero sí darle a la autoridad la posibilidad
de imponer decisiones de interés general como se hace en los países OCDE.
Hay otras medidas interesantes, como censar a los maestros (compromiso 7) o
crear cédula de identidad ciudadana y un registro nacional de población
(compromiso 33), aunque no bastan los pactos ni las reformas constitucionales.
Del dicho al hecho hay un largo trecho. Tener una Cédula de Identidad es una
obligación que se encuentra en la Ley General de Población en su capítulo VII,
¡desde 1992!
Un cuarto conjunto de medidas son las fiscales, tanto en materia de gasto como de
recaudación de impuestos. Pero su impacto en el crecimiento económico depende
no sólo de cómo se recauden los recursos adicionales que se requieren para
cumplir con 46 de los 95 puntos del documento, que los propios signatarios del
Pacto reconocen que no son posibles si no se incrementan los ingresos a través de
una reforma fiscal, sino qué tan bien se gasten éstos.
El Pacto dice muy poco sobre cómo se pretende incrementar la recaudación. Se
dice que se debe “realizar una reforma hacendaria eficiente y equitativa que sea
palanca de desarrollo”. Nadie puede estar en contra de esto, pero sólo se dice que
para lograrlo “se mejorará y simplificará el cobro de los impuestos. Asimismo, se
31
incrementará la base de contribuyentes y se combatirá la elusión y la evasión
fiscal” (compromiso 69). Se habla de que se fortalecerá el federalismo, pero
también, sin muchos detalles (compromiso 70). Finalmente, se afirma que “se
eliminarán los privilegios fiscales, en particular, el régimen de consolidación
fiscal. Se buscará reducir el sector informal de la economía. Se revisará el diseño
y la ejecución de los impuestos directos e indirectos” (compromiso 72).
El gran rezago en México son los impuestos locales. Ahí hay mucho por hacer,
pero no se presenta ningún detalle de cómo. En lo que respe cta a los ingresos
federales, alrededor del 90% de éstos provienen de dos impuestos, el ISR y el
IVA. Son también los impuestos más importantes en todos los países. Ambos
tienen huecos considerables, pero el ISR, en comparación con otros países de
América Latina, tiene una recaudación cercana a la del promedio de los países de
la región que es de 5% del PIB. Para 2011, México recauda 5%, Argentina 5%,
Brasil 7.4%, Chile 5.7% y Colombia 5.5%. 6
El IVA, para que funcione bien, tiene que ser lo más general pos ible, en nuestro
país está lleno de boquetes. En 2009 el IVA en México recaudó mucho menos que
en los países de América Latina y la OCDE, cuyo promedio de recaudación fue del
6.8% y 6.7% del PIB, respectivamente, frente al 3.4% en nuestro país. 7 Mientras
que en Chile cada punto de la tasa del IVA recauda 0.39 puntos del PIB, en
Colombia 0.36 y en Brasil 0.25, en México recauda 0.23 puntos. En los países
miembros de la OCDE el promedio es de 0.41 puntos, y países como Canadá
logran recaudar 0.67 puntos del P IB.8
Cuando se aprobó el IVA en 1979, para entrar en vigor en 1980, la tasa general
era de 10% y gravaba el 72% de los bienes y servicios que se consumían. Hoy la
tasa es de 16, pero sólo está gravado el 54%, 26% de la base está sujeto a tasa
cero y están exentos 20% de los productos que conforman la canasta que se
consume.9
El reto para el gobierno recién iniciado va a ser cómo construir un acuerdo que
permita eliminar los tratos preferenciales en el IVA, puesto que éste es el mayor
espacio disponible para incrementar la recaudación fiscal. Quitar las excepciones
en el IVA difícilmente será aceptado por uno de los firmantes del Pacto, el PRD, y
dentro del propio PRI seguramente habría serias resistencias a hacerlo. El mismo
PAN puede estar en contra para no pagar el costo político de un impuesto tan
impopular, aunque no tenga mucho sentido en términos de equidad.
Productos de lujo como son las cápsulas de café y el foie gras importado tienen
IVA de tasa cero, todo para que los más pobres tengan IVA cero en su mucho más
limitada canasta de alimentos (y en el caso de algunos de los más pobres, la
producen ellos mismos, así que no se verían afectados por un cambio en la
32
materia). Por el contrario, los útiles escolares sí pagan IVA. Es como matar
mosquitos con bazuca. Sí los mata, pero genera mucho daño colateral. Es curioso
que ni los grupos de izquierda crean que el Estado puede usar esos recursos para
regresárselos a los más pobres “completitos y copeteados” por recordar la frase
del presidente Fox cuando intentó esa reforma. Según las encuestas, incluso los
sectores más pobres no creen que sea deseable una reforma como ésta porque no
creen que el gasto público realmente los beneficie.
En materia de gasto, amén de todo un capítulo que pretende fortalecer la
transparencia y que bien hecho puede tener un impacto positivo, el Pacto propone
un conjunto de promesas que llevarían a un sistema de seguridad social universal.
Tener una sociedad más saludable y con menos desigualdad es positivo, pero en el
corto plazo no genera crecimiento económico. Incluso, como está planteado el
gasto, va a reforzar una relación ciudadano -gobierno que parte de exigir más
derechos, pero no viene aparejada con obligaciones correspondientes. Incluso
algunas de las medidas propuestas pueden incentivar aún más la informalidad,
como lo es un seguro de vida para las jefas de familia y bajar la edad de pensión a
adultos mayores de 70 a 65 años (compromisos 5 y 3, respectivamente). Además,
sin una mejoría notable en los distintos sistemas de seguridad social pública
vigente, este gasto puede no llevar a los servicios que la sociedad requiere. Por
ello, hoy muchos asegurados del IMSS sencillamente no lo usan.
Hay un punto interesante en el Pacto: “no se entregarán más subsidios a la
población de altos ingresos” (compromiso 73). No está bien definido quiénes
conforman la población de altos ingresos, pero si fuera el 10% con mayores
ingresos, el nuevo gobierno de subir ya el precio de la gasolina y el diesel, estará
incumpliendo el Pacto. Según México Evalúa, el decil de la población más rica del
país recibe 20 veces más de beneficios por gasolina y diesel que 10% de la
población más pobre. Sólo el costo del subsidio de gasolina y diesel para 2011 fue
de más de 150 mil millones de pesos. 10 El IVA de tasa cero podría ser
considerado un subsidio más. En 2010, 33.8% del gasto que realizaba 10% de la
población con más ingresos se encontraba exento del pago de IVA, o bien, estaban
sujetos a tasa cero.11 También es un subsidio el que la UNAM no le cobre c uota a
quienes sí podrían pagarla.
El Pacto por México ha permitido que el sexenio arranque con gran vigor y
optimismo. Sin embargo, en términos de uno de sus objetivos, el crecimiento, no
va a ser fácil aterrizarlo para lograr detonar ese crecimiento ma yor al 5% que se
propone.
Carlos Elizondo Mayer-Serra. Profesor del CIDE. Su más reciente libro es: Con
dinero y sin dinero… nuestro ineficaz, injusto y precario equilibrio fiscal.
33
1 Reforma, “Provoca Refinación pérdidas a Pemex”, Empresas, 13 de abril de
2012. Disponible en:
http://www.negociosreforma.com/aplicaciones/articulo/default.aspx?id=59232&v=
1
2 Financial Times, “$90 billion US investment spurring shale gas revolution”, 17
de diciembre de 2012. Disponible en: http://www.breitbart.com/Big Government/2012/12/16/90-Billion-U-S-Investment-Spurring-Shale-GasRevolution
3 EIA, US Energy Information Administration, Mexico overview. Disponible en:
http://www.eia.gov/countries/cab.cfm?fips=MX
4 Reforma, “Detienen alianza de Pemex y Mexichem”, Empresa s, 15 de octubre de
2012. Disponible en:
http://www.negociosreforma.com/aplicaciones/articulo/default.aspx?id=90483&ur
lredirect=http%3A%2F%2Fwww.negociosreforma.com%2Faplicaciones%2Farticul
o%2Fdefault.aspx%3Fid&v=2
5 Banxico, Balanza de Pagos, Balanza de P roductos Petroquímicos y de Origen
Petroquímico. Disponible en:
http://www.banxico.org.mx/SieInternet/consultarDirectorioInternetAction.do?acci
on=consultarSerie. Consultado 7 de enero 2012.
6 OCDE/CEPAL/CIAT, Revenue Statistics in Latin America, 2011, Par te II. Tax
Levels and Tax Structures 1990-2009, Tabla 4. Taxes on income and profits as
percentage of GDP, p. 55 www.cepal.org/ofilac/noticias/noticias (consultado el 27
de abril de 2012).
7 OCDE/CEPAL/CIAT, Revenue Statistics in Latin America, Tabla B. Va lue
added taxes as % of GDP, p. 19, www.cepal.org/ofilac/noticias/noticias/
(consultado el 27 de abril de 2012).
8 El México del 2012: Reformas a la Hacienda Pública y al Sistema de Protección
Social, p. 95.
9 El Ingreso Tributario en México, Centro de Est udios de las Finanzas Públicas de
la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, México, 2005.
www.cefp.gob.mx/intr/edocumentos
10 Animal político, “Subsidios energéticos, ¿para que?”, 12 de abril de 2012.
Disponible en: http://www.animalpolitico.com/ blogueros-el-blog-de-mexicoevalua/2012/04/12/subsidios-energeticos-para-que/
11 Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Distribución del pago de impuestos
y recepción del gasto público por deciles de hogares y personas. Resultados para
el año 2010, tabla 2.7, p. 19,
www.shcp.gob.mx/INGRESOS/Ingresos_dist_pagos/distribucion_pago_impuestos
_resultados_2010_022021.pdf> (consultado el 16 de abril de 2012).
34
¿EL IMPERIO CONTRAATACA O EL RETORNO
DEL JEDI?
Javier Tello
El arranque del nuevo gobierno ha generado un nivel de optimismo por encima del
que suele acompañar todo cambio de administración. Este optimismo ha hecho que
muchos observadores pidan mantener un “sano escepticismo”, mientras que en
otros, el regreso del PRI al poder ha generado un pesimismo intuitivo sobre lo que
podemos esperar. A esto hay que agregar el vertiginoso ritmo de actividad de la
nueva administración, que parece rebasar la capacidad de los analistas para digerir
tantas promesas y propuestas. ¿Cómo leer lo que está ocurriendo? ¿Ha y razones
para el optimismo? ¿Se trata de El Imperio contraataca o de El retorno del Jedi?
Escenarios
El triunfo del PRI el 1 de julio abrió cuatro
escenarios. Uno, que el nuevo gobierno dé
tres pasos para atrás: la restauración
autoritaria. Segundo, que dé dos pasos
adelante y dos atrás, que cambie lo que tenga
que cambiar para que todo siga
igual: Gatopardismo. Tercero, que dé dos
pasos adelante y uno atrás: reformismo.
Cuarto, finalmente, que el nuevo gobiernodé
cuatro pasos para adelante:cambio radica l.
Es poco probable que se den el primero y el
último casos. No son opciones viables ni
probablemente deseadas por el grupo
dominante dentro del PRI. Quedan dos
alternativas: el gatopardismo y el
reformismo.
Falta todo y todo puede pasar, pero hay buena s razones para el optimismo. Hay un
proyecto reformista que genera propuestas específicas que se empiezan a
concretar, como en el caso de la reforma educativa y la de transparencia. Hay una
estrategia novedosa, en sí misma reformista, para implantar este p royecto cuya
pieza central es el Pacto por México. Parece, además, que hay oficio, un entorno
internacional favorable y una oposición que ha sido constructiva.
35
Vale la pena aclarar qué se entiende por avance y qué por estancamiento para no
quedar atrapados en la analogía de “pasos para adelante y para atrás”. Pasos
adelante quiere decir no sólo construir más kilómetros de carretera, más casas o
una refinería. Tiene que haber un punto de inflexión que se vea reflejado en la
construcción y consolidación de instituciones. No basta tener mejores resultados
con las instituciones que ya tenemos. Asimismo, no es posible reducir este
proceso a un pequeño grupo de “reformas que el país necesita”. Hay más de un
proyecto modernizador posible.
Dado el “piso común” establecido en el Pacto, una definición de avance “neutral”
podría ser que se den cambios significativos en cada uno de los grandes acuerdos
identificados. Asimismo, del contenido del Pacto queda claro que no puede haber
avance sin dañar intereses creados. Po r ello, paradójicamente, un indicador de
estancamiento sería la falta de conflicto.
El escenario reformista supone que habrá “un paso para atrás”. ¿Qué significa
esto? Primero, es un reconocimiento de los claroscuros presentes dentro del
partido gobernante, sus alianzas dudosas, sus escándalos recientes y el pasado
sombrío de personas hoy muy presentes. Segundo, refiere a factores estructurales,
usos y costumbres, que no desaparecerán de la noche a la mañana. Tercero, acepta
la pluralidad del PRI dentro del cual encontramos posturas conservadoras y
gatopardistas. Cuarto, concede que hay una genuina disputa no sólo sobre qué es
un paso hacia adelante, sino también qué tan adelante debe ir para representar un
avance real. El debate sobre la reforma energétic a ilustra esta disputa: “qué tan
arriba es arriba y qué tan adelante es adelante”.
Así, el escenario reformista reconoce que se darán pasos hacia atrás, accidentales
unos, inconscientes otros, pero también habrá algunos que se den de forma
voluntaria, así como resbalones de Jedis seducidos por el “lado oscuro”. No
obstante, el argumento reformista es que, si el proyecto triunfa, se darán más
pasos para adelante que para atrás y la diferencia no será marginal.
Gatopardismo vs. reformismo
Como evidencia del reformismo del nuevo gobierno tenemos lo ya logrado durante
sus dos primeros meses. Pero la lectura optimista es sobre todo producto de la
sensación de que el buen arranque no es el resultado de la buena suerte, sino de un
proyecto claro y una estrategia definida para implantarlo.
Si juntamos el libro de Peña Nieto, México la gran esperanza, con lo propuesto en
el Pacto por México, tenemos un ambicioso proyecto modernizador en blanco y
negro. Sin duda faltan detalles y prioridades. Ni del libro ni del P acto se
desprende una respuesta única a la importante pregunta de qué país queremos ser.
La propuesta es que México sea un país del primer mundo, pero no se sabe si
36
como Suecia o Estados Unidos. Eso es lo que se debatirá en el camino y el Pacto
es precisamente un reconocimiento, reformista en sí, de que el camino a seguir
debe ser negociado. Ahora bien, para que México se convierta en Suecia o en
Estados Unidos las cosas tendrían que cambiar tanto que casi nada puede quedar
igual. En ese sentido el proyecto, sea de centro izquierda o centro derecha, es un
claro y ambicioso proyecto modernizador.
El nuevo gobierno avanza legislativa y administrativamente. En el ámbito
legislativo, el objetivo es crear mayorías y la herramienta novedosa, otra vez, es
el Pacto. La idea parece ser cambiar el tono del juego político de la lógica de
suma cero —dominante los últimos 15 años—, a la lógica de la cooperación,
donde nadie pierde todo y todos ganan algo. El precio de entrada al juego es estar
dispuesto a sacrificar, a negociar. La redacción del Pacto claramente refleja ya
esta negociación, si bien el documento podría ser rebasado o abandonado en el
futuro.
Para arrancar esta nueva lógica de la cooperación se ha escogido un tema perfecto:
la reforma educativa, tema susta ntivo que nadie podrá tachar de menor; que
implica desafiar a un poder fáctico, que cuenta con amplio apoyo entre la
población, retoma propuestas generadas desde la sociedad y tiene consenso entre
los partidos. Inicia lo que se espera sea un círculo virtuo so de cooperación. Junto
a la educativa se empiezan a procesar otras reformas, y empieza una especie de
avalancha. Surge un peligro de sobrecarga y de pérdida de foco. Pero la
simultaneidad parecería ser parte de la estrategia. Sólo con muchas bolas en el
aire es posible mantener a todos interesados y cooperando en una u otra pista del
circo. Además, sólo así se genera el momentum necesario para el arranque dada la
coyuntura y nivel de ambición.
En el ámbito administrativo se busca asegurar un mínimo de di sciplina por parte
de los actores involucrados. La alternancia en 2000 resultó en una fragmentación
del poder. Es inevitable reconocer el pluralismo como una característica intrínseca
del sistema. Ante esta situación, el reto es “concentrar y compartir el poder” de
manera simultánea.1 Si la estrategia legislativa busca compartir el poder, la
administrativa quiere concentrarlo a través de “homologar reglas e
instituciones”.2 La estrategia tiene un “aroma de centralización”, pero existe una
diferencia fundamental respecto del centralismo del viejo régimen. Si las reglas
son el producto de un genuino debate, como ha sido el caso en el tema de la
transparencia, y además son claras, la centralización se dará sin la
discrecionalidad del viejo régimen y con una mayor rendición de cuentas.
Más allá de la estrategia en los ámbitos legislativo y administrativo, el corazón
del proyecto es económico. No hay reformismo posible sin crecimiento
económico, redistribución del ingreso y una mayor recaudación fiscal. El éxito
37
aquí propicia dudas, pues implica reformas que generen mayor competencia en la
economía y una reforma fiscal que permita pagar costosos programas sociales. En
ambos casos los grupos de interés que se tendrán que enfrentar son significativos.
Pero si en el pasado fue el poder centralizado y discrecional de la presidencia lo
que permitió doblegar a algunos de estos grupos, hoy es el poder compartido el
que lo podría facilitar: a los que se resistan se les echará montón. Al mismo
tiempo, al igual que los partidos de oposición dentro de la estrategia legislativa,
los grupos de interés involucrados tendrán que percibir que no pierden todo y que
algo pueden ganar bajo el proyecto reformista.
Finalmente, además del proyecto y la estrategia del nuevo gobierno, cab e señalar
que hay una tradición reformista dentro del PRI que no puede ser negada. A lo
largo del siglo XX podemos identificar varias olas reformistas. Se puede
argumentar que durante estos episodios también se dieron pasos hacia atrás, no se
avanzó en todos los rubros o el progreso logrado no fue suficiente. Pero hubo
proyectos modernizadores, unos más de izquierda otros más de derecha, y no todo
siguió igual.
Es en este contexto, como parte de esta tradición reformista priista, en el que hay
que ubicar al nuevo gobierno. Sin duda se trata de una lectura whig del PRI, pero
eso es lo que Peña Nieto representa, el priismo whig, tequila nuevo en botellas
viejas.
Sano escepticismo
¿Dónde queda el “sano escepticismo” ante el nuevo gobierno? En poner en tela de
juicio dos cosas: su capacidad para enfrentar, convencer o vencer a sus enemigos,
y la capacidad de gestión del nuevo equipo para llevar a cabo las reformas
prometidas.
La actual administración enfrenta tres retos externos a él. Primero, mantener a los
principales actores dispuestos a negociar. El gobierno encara una falta de
disciplina interna en los dos principales partidos de oposición que hace difícil la
negociación y frágiles los acuerdos. Asimismo, la inevitable pluralidad que marca
toda sociedad moderna hace difícil, por un lado, mantener una estrategia de
consenso sin transformar ambiciosas reformas en propuestas anodinas, mientras
que, por el otro, optar por una estrategia de mayoría estable bien puede provocar
una explosiva polarización al excluir, ex ante, a un tercio del electorado.
Un segundo reto tiene que ver con los famosos poderes fácticos. Son muchos y
muy poderosos y, en un contexto democrático, cuentan con el legítimo derecho a
defender sus intereses. Además, varios de ellos tienen vín culos con el PRI, lo cual
puede complicar las cosas, según unos, o facilitarlas, dicen otros. De lo que no
hay duda es de que sólo el Estado tiene el tamaño y los recursos necesarios para
38
enfrentarlos.
El tercer reto externo al gobierno, aunque vecino de él, es la resistencia al cambio
por parte de grupos dentro del PRI: los “poderes fácticos de casa”, en particular
sindicatos y gobernadores. Los primeros buscarán defender sus privilegios y
pueden tener genuinas y legítimas diferencias ideológicas con el n uevo gobierno.
Estos grupos cuentan con recursos, representación en el Congreso y capacidad de
movilización. En cuanto a los gobernadores, llevan 12 años gozando de enorme
autonomía y poder dentro de su territorio. Algunos podrán pensar que tienen
facturas por cobrar a la nueva administración por movilizar el voto en la pasada
elección y, al igual que los sindicatos, están representados en el Congreso.
Por lo que toca a los retos internos del nuevo gobierno, los inherentes a su
funcionamiento, también podrían agruparse en tres. El primero se refiere al
pragmatismo, la característica que más se destaca al hablar del nuevo gobierno. Es
difícil pensar en el éxito de cualquier proyecto sin una buena dosis de
pragmatismo, pero el pragmatismo excesivo es un peli gro. El pragmatismo puro
no tiene dirección, no es necesariamente reformista, ni reaccionario, ni
gatopardista, ni radical. Para mantener un rumbo reformista se necesita algo más
que mero pragmatismo.
Un segundo reto interno está relacionado con la ambici ón. Al igual que el
pragmatismo, la ambición es un fundamental en todo proyecto exitoso. En el caso
del PRI se vuelve particularmente importante, ya que es la ambición del
presidente, su equipo y del PRI lo que ayudará a mantener el foco y la unidad. Si
quieren ganar las elecciones en 2018 tienen que hacer las cosas bien y punto. Sin
embargo, queda claro que la ambición bien puede provocar tensiones dentro del
gabinete y entre distintos grupos en el PRI que entorpezcan el proceso de
reformas.
El tercer reto interno del gobierno tiene que ver con la probable falta de capacidad
burocrática para hacer todo lo que se quiere hacer y hacerlo bien, así como con
privilegiar la eficacia por encima de la eficiencia, dar resultados cueste lo que
cueste. Ambas cosas bien pueden incrementar la tentación de tomar atajos y los
atajos, por lo general, erosionan la institucionalidad.
El libro de Enrique Peña Nieto se titula México la gran esperanza. Un Estado
eficaz para una democracia de resultados. A dos meses de iniciado el sexenio,
hay esperanza, muestras de eficacia, resultados preliminares y señales de que todo
ello se está dando dentro de un entramado democrático. Todo parece indicar que
se trata del retorno del Jedi y no del imperio contraataca.
Pero falta todo. En particular, no hay todavía resultados concretos que tengan un
39
impacto directo en la población. Esa es la medida del éxito que el propio
presidente nos ofrece y que tenemos que exigirle. Por más optimista que sea la
lectura del arranque del sexenio, queda c laro que los desafíos que enfrenta el
nuevo gobierno son enormes. Por lo pronto, como diría Bette Davis, abróchense
los cinturones porque este va a ser un sexenio movidito.
Javier Tello. Analista político.
1 La definición es de Agustín Basave en su edi torial “Los retos de EPN”.
2 La frase es de Leo Zuckermann en su editorial “Primeras señales de Peña: V.
Limitar los poderes locales”.
INTERNET Y PRIVACIDAD
Miguel Carbonell
La memoria universal
Antes de que internet llegara a nuestras vidas, el si mple paso del tiempo hacía que
fuera relativamente normal que una noticia cayera en el olvido. Un día leíamos en
el periódico o veíamos en la TV que fulano o mengano habían sido detenidos por
la presunta comisión de un delito, o habían sido condenados por fraude, o habían
sido multados por violar el reglamento de
tránsito y la notoriedad de esa noticia
duraba solamente hasta que llegaba la
siguiente.
Hoy en día la enorme capacidad de
almacenamiento de datos que permite
internet ha hecho que la memoria de
nuestra especie se almacene por completo
en infinitos archivos digitales. Dichos
archivos no solamente contienen la
información (como lo hacían en el pasado
y lo siguen haciendo en la actualidad las
40
hemerotecas), sino que tienen la particularidad de que pe rmiten buscarla con
métodos más o menos sencillos. Los motores de búsqueda en internet se han
convertido en una herramienta que utilizan cientos de millones de personas todos
los días. Empresas como Google o Yahoo! han obtenido beneficios económicos
enormes mediante el tratamiento de la información, facilitando al usuario su
búsqueda y su uso.
A esa enorme capacidad de almacenamiento de datos y de búsqueda a través de
sofisticados programas de software, hay que añadir que los medios de
comunicación han exacerbado de forma increíble su permanente intrusión en la
vida privada de las personas. No pasa ni un solo día sin que aparezca una
publicación, una entrada en un blog, una nota en Facebook o en Twitter en los que
se invada la intimidad de personas conocida s o desconocidas. Nadie está a salvo
de ser fotografiado en cualquier sitio (público o privado) o de ser objeto de
cualquier comentario en las redes sociales. La intimidad, como dijo hace ya
algunos años Mark Zuckerberg, parece estar a punto de desaparecer .
Los nuevos dispositivos móviles conectados a internet (teléfonos celulares,
tabletas, etcétera) permiten no solamente captar la intimidad de los demás, sino
además compartirla casi en vivo, a través de las redes sociales y otros mecanismos
de publicidad que hoy están al alcance de cualquiera.
La combinación de los dos factores apuntados puede suponer el surgimiento de
una sociedad “vigilante” que nunca imaginaron ni George Orwell ni Jorge Luis
Borges: una sociedad en la que podemos enterarnos de todo y en la que todos los
datos quedan almacenados para siempre, conformando una especie de biblioteca
de Babel eterna e infinita. Estamos ante una improbable pero ya presente mixtura
del “Gran Hermano” orweliano, con la memoria de Funes, ese trágico personaje
inventado por Borges para poner en evidencia la tragedia de no poder olvidar:
ahora esa tragedia se ha hecho planetaria y permanente.
Todo lo que subas podrá ser usado en tu contra
Muchas personas, millones de ellas, escriben y publican cosas en internet
pensando que se trata de una especie de acto de ciencia ficción, que en ningún
caso puede tener efectos en el mundo real.
Abundan los adolescentes que, sin mayor reflexión, suben a las redes sociales
comentarios subidos de tono, fotos de sus fiestas (muc has veces en estado
francamente inconveniente) o información relativa a su más estricta intimidad. Y
lo mismo puede decirse de muchos adultos, a los que el simple paso del tiempo no
les ha generado ningún tipo de madurez emocional o sentido de la vergüenza . Tal
parece que hay personas que usan las redes sociales como una especie de consulta
psiquiátrica, en la que se pueden depositar ansiedades, frustraciones y deseos sin
41
que haya ningún tipo de consecuencia.
Lo cierto es que cada vez resulta más evidente que el mundo digital y el mundo
real no pueden separarse. Lo que hagamos en nuestros perfiles de redes sociales
va a terminar repercutiendo (para bien o para mal) en el mundo real. No hay
separación posible entre esos dos ámbitos de la vida.
Desde las páginas del New York Times el prestigioso profesor de derecho
constitucional Jeffrey Rosen advertía ya desde 2010 de las funestas consecuencias
que pueden tener algunos comentarios subidos a Facebook. 1
Una chica estadunidense de 16 años posteó en Facebook q ue estaba “totalmente
aburrida” en su trabajo y la empresa simplemente la despidió; resulta que, de una
u otra manera, el comentario llegó hasta el conocimiento de su jefe, quien juzgó
que era una pésima publicidad para su empresa y que no podían permitirs e ese
tipo de “desahogos” por parte de los empleados.
Una profesora de preparatoria, Stacy Snider, subió a MySpace una foto suya
disfrazada de pirata y sosteniendo en una mano una taza de plástico, mientras
esbozaba una sonrisa equívoca. Tituló a su foto así: “Drunken pirate” (Pirata
borracho). Esa foto fue el motivo por el que no le permitieron seguir dando clase
en la Conestoga Valley High School, tal como lo reportaba The Washington
Post el 3 de diciembre de 2008. Snider recurrió ante los tribunales, l os que le
negaron la razón con el argumento de que esa foto no estaba amparada por la
libertad de expresión que protege la Primera Enmienda de la Constitución de los
Estados Unidos. Si quieres darle clase a muchachos de preparatoria (decían los
jueces) debes transmitir una conducta ejemplar; si te tomas fotos en las que parece
que estás borracho y lo divulgas en las redes sociales, la escuela que te contrata
tiene derecho a despedirte. Tan duro, pero tan claro. Lo peor de todo es que de la
foto no se infiere con claridad si Snider en efecto estaba borracha, o se trataba
simplemente de una broma realizada en el marco de una convivencia con sus
amigos. La “descontextualización” informativa es otro efecto perverso de lo que
puede suceder con todo aquello que subimos a las redes sociales.
El efecto dañino de la información digital se extiende incluso a las páginas web
que ofrecen “motores de búsqueda”. La más conocida es, obviamente, Google. Los
tribunales franceses sancionaron a Google en 2009 porque su función de
“autocompletar” asociaba permanentemente la palabra “estafa” con la empresa
Direct Energie.
Algo parecido sucedía con la esposa de un alto cargo del Estado alemán, quien
había sido incorrectamente identificada como una ex prostituta; una publicación la
había señalado, ofreciendo supuestos detalles de su etapa como trabajadora sexual
42
(se publicó el alías con el que trabajaba, el nombre y la dirección del prostíbulo, e
incluso las tarifas que cobraba por sus servicios profesionales).
La propia interesada había desmentido la información, que al parecer no tenía
ningún tipo de sustento, sino que se había originado en rumores dirigidos a influir
en la carrera política de su esposo. El problema principal es que al poner en
Google el nombre de la señora en cuestión el servicio de “autocompletar
búsqueda” ofrece como opción la de “prostituta”, “escort”, “red district” o “call
girl”, causando de esa forma un grave daño a su honra, derecho a la vida privada y
derecho a la buena reputación.
La afectada demandó a Google para que eliminara esas referencias; en un primer
posicionamiento la empresa dijo que el resultado de su servicio de “autocompletar
búsquedas” se basaba en un algoritmo cibernético que funcionaba de forma
automática, asociando palabras que habían sido previamente puestas por personas
usuarias del buscador. El caso ya está ante los tribunales alemanes, los cuales
tendrán que ver a quién le asiste la razón. 2
¿Tenemos derecho a ser olvidados?
Desde el punto de vista jurídico, se ha comenzado a plant ear si frente al enorme
poder de internet para recordar todo debería existir una suerte de “derecho al
olvido digital”.
Supongamos que una persona es sentenciada por la comisión de un delito que
resulta especialmente mal visto para su reputación. Pensemos en un profesor de
primaria que fue condenado por abuso sexual a un menor de edad o pensemos en
un agente de bolsa que fue sentenciado por fraude o por abuso de confianza.
¿Deberíamos tener derecho a conocer esa información y seguir recordándola
muchos años después? ¿Cómo hacemos para permitir que la sociedad esté
informada y pueda tomar las mejores decisiones, sin que por ello castiguemos de
por vida a una persona y la obliguemos a seguir delinquiendo ante la
imposibilidad de encontrar un trabajo? ¿Un error de cálculo que a lo mejor fue
cometido a muy corta edad debe suponer una carga permanente en la reputación de
una persona? ¿Cómo debe operar el derecho a la vida privada en la época de
internet? ¿Qué espacio de intimidad se debe preservar para que las per sonas se
sientan libres para realizar sus propios planes de vida, sin tener que estar sujetos a
la mirada permanente de los demás?
Y todavía más: ¿qué tipo de responsabilidad se deriva para quienes invaden la
vida privada de los demás o afectan su intimid ad a través de publicaciones
digitales, realizadas en tiempo real en las redes sociales? ¿Puede sancionarse a
usuarios que muchas veces tienen perfiles inventados o “anónimos”? ¿Puede
exigirse esa responsabilidad a los portales que alojan a esos perfiles? ¿Puede
pedirse a las empresas que manejan los motores de búsqueda que bajen cierta
43
información, cuando los jueces la han declarado violatoria del derecho a la vida
privada?
En México la situación empeora debido a que con frecuencia las autoridades
“exhiben” ante los medios de comunicación a ciudadanos que acaban de ser
detenidos, contra los cuales no existe una averiguación previa, ni una acusación
formal ante un juez, ni se les ha permitido ofrecer pruebas, ni han recibido una
sentencia, ni han tenido la oportunidad de apelar o promover un amparo, pero que
son inmediatamente condenados por el tribunal de la opinión pública. Los
periodistas se convierten en magistrados y los estudios de radio o televisión hacen
las veces de salas de audiencia, en las que se masacra la reputación o el buen
nombre de las personas.3
El afectado tiene la posibilidad de ejercer su derecho de réplica, el cual
probablemente sea respetado por el medio de comunicación respectivo. Pero no
sabemos si la réplica obtendrá en Google un buen “posicionamiento” respecto a la
noticia original de la detención y de la “presunta” responsabilidad de una persona.
En el mundo eminentemente digital del siglo XXI, ¿de qué sirve que el ejercicio
del derecho de réplica aparezca como la referencia núme ro 800 o mil 200 cuando
pones en Google tu nombre frente a la noticia de que fuiste detenido por ser un
“presunto” sicario, la cual aparece en primer lugar en la selección de búsquedas
realizada por ese u otro servicio de indexación de contenidos informáti cos?
Internet como recipiente de toda nuestra vida
Lo cierto es que estamos solamente asomándonos al problema. La primera
generación que ha ido compartiendo con intensidad su vida en las redes sociales
apenas está alcanzando la mayoría de edad. No sabemo s con certeza de qué
manera les va a afectar en el futuro a esos jóvenes toda la información de ellos y
de sus amigos que compartieron en las redes sociales.
Por lo pronto, lo más aconsejable es pensar dos veces si nos conviene subir cierta
información al mundo digital. Porque una de las características de internet es que
su memoria es infinita: Google nos va a seguir recordando lo que hicimos aunque
ya hayan pasado décadas. Hay que cuidar de nuestro futuro poniendo atención a lo
que en el presente compartimos con los demás en internet.
Además, hay que ir trabajando en lo que ya se comienza a llamar por parte de
académicos y jueces el “derecho al olvido digital”, para que cuando estemos
frente a un verdadero atropello a nuestra vida privada existan vías j urídicas para
defendernos.4 El espacio de nuestra vida privada a lo mejor se ha ido achicando,
pero eso no significa y puede significar que ya no tengamos ninguna herramienta
jurídica para defendernos. Los tribunales de varios países ya están comenzando a
44
perfilar el alcance de ese derecho.
En América Latina es probable que lleguemos tarde a ese debate (como lo hemos
hecho en muchos de los de mayor actualidad, a los que solemos sumarnos con
años o incluso décadas de retraso), pero sin duda hay que empezar a plantearlo.
Está en juego la libertad y la dignidad de las personas, que son las bases sobre las
que se construye todo sistema democrático. La información debe servir, siempre y
en toda caso, para mejorar nuestras vidas y ayudarnos a tomar las mejores
decisiones posibles, no para hacer de nuestra existencia un infierno.
Miguel Carbonell. Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
UNAM.
1 Rosen, Jeffrey, “The web means the end of forgetting”, consultable en:
http://www.nytimes.com/2010/07/25/magazine/25privacy-t2.html
2 Más detalles del caso en: http://www.dailymail.co.uk/news/article 2200840/Wife-German-president-takes-Google-escort-girl-claims.html y en
http://www.dw.de/former-german-presidents-wife-sues-google/a-16230823-1
3 Me he referido a este tema con mayor extensión en: Carbonell, Miguel, “Hay
que dejar de exhibir a personas detenidas”, Etcétera, número 139, México, junio
de 2012, pp. 28-29.
4 Simón Castellano, Pere, El régimen constitucional del derecho al olvido digital,
Tirant lo Blanch, Valencia, 2012.
LA HORA DEL LOBO
Héctor de Mauleón
Hay una versión que indica que el golpe militar del 9 de febrero de 1913 fue
planeado en el Hotel Majestic, frente al jardín arbolado que desde tiempos de la
emperatriz Carlota poblaba el Zócalo de frondas. Los agentes de la Reservada
habían oído el rumor de que uno o varios planes se estaban urdiendo en la sombra,
pero nadie imaginó que el enemigo estuviera ya del otro lado de la plaza.
45
Desde el principio de aquel año
de horror, el empresario Cecilio
Ocón, dueño del Majestic, había
anunciado que el hotel iba a ser
sometido a intensos trabajos de
remozamiento.
Los guayines que paraban frente
la puerta-vidriera del edificio, en
vez de ladrillos y sacos de
cemento, descargaban en realidad
cajas repletas de parque y
armamento.
Los principales involucrados en la conspiración se hallaban registrados como
huéspedes en el libro de entradas del hotel. Cecilio Ocón, a quien el maderismo
había confiscado propiedades valuadas en un millón d e pesos, los recibía en la
puerta y los llevaba del brazo a las profundidades del salón comedor, en cuyas
mesas de mármol conversaban en voz baja militares, políticos de oposición,
periodistas nostálgicos del viejo régimen, aristócratas de nombre apergamin ado
que desde la caída de don Porfirio vagaban por las calles con el faldón de la levita
entre las piernas, y españoles, muchos españoles: hacendados, empresarios,
comerciantes que no habían recibido del gobierno maderista garantía
ninguna.
En febrero de 1913 el Hotel Majestic era ya una mina de pólvora. La “cena” que
los conjurados llevaban meses tramando —la “cena” era el nombre en clave del
golpe militar— había logrado atraer batallones, compañías, regimientos. Estaban
ya del otro lado de la plaza. Ahora sólo debían cruzarla.
La víspera del golpe, el diputado Gustavo Madero —hermano del presidente y
líder en la Cámara del Partido Constitucional Progresista —, asistió a un banquete
en el restaurante Sylvain, el mentidero de moda entre las personalidades de la
época. Sylvain había sido durante un tiempo el cocinero de cabecera de don
Porfirio: su carta estaba llena de palabras europeas que pocos sabían pronunciar.
En una mesa sembrada de flores, manjares y vinos, Gustavo Madero brindó por el
nombramiento del ingeniero Jesús Reynoso como subsecretario de Hacienda, y
entrechocó una copa de champán burbujeante con los diputados de la fracción
maderista Francisco Escudero, Alfonso Oribe y Pedro Antonio de los
Santos.
El sábado estaba terminando. Había en Sylvain una atmósfera distendida. Los
diputados advirtieron, sin embargo, que el hermano del presidente, por lo general
46
fogoso, intenso, exaltado, se mantenía decididamente absorto. El único ojo bueno
de Gustavo —el otro era de cristal, por eso el periodista Trinidad Sánchez Santos
le había encajado el mote de Ojo Parado — parecía encontrarse en otro mundo, en
otro lado. No era para menos: la estrella del maderismo declinaba en el ánimo de
las muchedumbres y él, convertido en reo d e todas las culpas, había perdido el
apoyo de su hermano. Estaba a punto de ser enviado a Japón en una comisión
especial. A lo largo de la velada, Gustavo sólo abandonó su mutismo para
preguntar al camarero si alguien lo había buscado en el teléfono.
Una breve nota de El Imparcial reseña que a esa misma hora, y muy cerca de ese
sitio, en el restaurante Gambrinus de San Francisco y Motolonía, los jóvenes del
Ateneo de la Juventud, José Vasconcelos, Enrique González Martínez, Pedro
Henríquez Ureña, Carlos González Peña y Martín Luis Guzmán, ofrecían una cena
en honor del poeta Rafael López. A la manera de la bohemia de fin de siglo, los
ateneístas musitaron versos empapados en ráfagas iridiscentes de coñac. Un
reportero tomaba notas, hacía la crónica de aque l encuentro. Pero al día siguiente
esa noticia nadie la leyó.
Cayó la noche y cerraron los almacenes de La Monterilla y San Agustín: El
Palacio de Hierro, Las Fábricas Universales, Al Puerto de Veracruz. Las
pastelerías se llenaron de gente. Algunas perso nas hicieron cola frente a las
taquillas del Venecia, el Teatro Hidalgo y el Salón Rojo —donde triunfaban,
misteriosas y perfectas, las divas de los filmes italianos —, y otras se encaminaron
a los teatros, para cumplir con la antigua costumbre porfiriana d e ponerse rojas
hasta la coronilla ante el carnoso espectáculo de las vicetiples. Los vendedores de
flores, de queso, de leña, pasaron en rápida dispersión hacia los barrios lejanos.
De ese modo llegó, como un hachazo, la madrugada del domingo 9 de f ebrero, la
hora señalada para el comienzo de la “cena”.
En el pueblo de Tlalpan, el capitán Antonio Escoto y el subteniente Alejandro
Kurzyn abandonaron la cama y se reunieron en los oscuros patios de la Escuela
Militar de Aspirantes. La noche anterior ha bían narcotizado al director de la
escuela: mientras uno lo distraía con un detalle cualquiera, el otro le derramaba
abundantes gotas de somnífero en la taza de café.
Ambos oficiales llevaban meses “trabajando” a los alumnos. Salvo algunos
enfermos, la escuela entera había adoptado la determinación de secundar el golpe.
Bajo la luz amortecida de una linterna, Escoto y Kurzyn atravesaron el patio,
entraron de golpe en los dormitorios. “¡Arriba los hombres de honor!”, gritaron.
Eran las tres de la mañana.
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Los aspirantes habían recibido la orden de irse a dormir con los uniformes
puestos. En cosa de minutos, formaron filas en el patio. La caballada estaba
ensillada. Los alumnos recibieron armas y municiones. Tras varios intentos
fallidos, después de largos meses de vacilación, se había puesto en marcha el
golpe militar contra el gobierno de Francisco I. Madero.
A esa misma hora, desde los cuarteles de Tacubaya, los generales golpistas
Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz bajaron por las lomas polvorientas que
llevaban al centro de México. Mondragón comandaba dos regimientos de
artillería. Ruiz iba al frente de uno de caballería.
En la Escuela de Aspirantes de Tlalpan los alumnos salieron del colegio de cuatro
en fondo. Cubiertos por la oscuridad, avanzaron —algunos a pie, otros a caballo—
, hasta la solitaria estación de tranvías de San Fernando. El camino se pobló con
el chocar de los cascos. Ladraban en el horizonte unos perros lejanos.
Una vez en San Fernando, el capitán Escoto dividió al grupo en dos fraccion es:
los montados marcharon a galope hacia la antigua ermita de San Antonio Abad, a
las puertas mismas de la capital. La infantería permaneció en la estación,
esperando la llegada del tren que hacía la primera corrida desde el Zócalo.
El eléctrico llegó con retraso. Bastó con que un oficial apuntara al pecho del
motorista, para que éste se mostrara más que dispuesto a transportar a la tropa
hasta el centro. Atravesaron milpas solitarias, oscuros caseríos que aparecían y
desaparecían tras las ventanillas.
La capital estaba iluminada y desierta. El inspector general de Policía, Emiliano
López Figueroa, se embriagaba en un cabaret. Las prostitutas que habían
terminado de hacer sala en los burdeles del centro se agolpaban en la pista de
baile de la Academia Metropolitana, a la que el negro Babuco acababa de importar
las cadencias sexuales, los “trámites versallescos” del danzón.
No permanecían abiertas sino las pocas cantinas que prestaban servicio “a
perpetuidad”: La América, con su barra atestada de borrachos fanfarrones, y el
Bach, en cuyos reservados de caoba buscaban noche a noche el abismo los poetas
decadentes.
Tras encontrarse en la ermita de San Antonio, los aspirantes marcharon por
Flamencos —nuestra actual Pino Suárez—, una callecilla que conectaba T lalpan
con la plaza principal. De camino desarmaron y ahuyentaron a cintarazos a los
gendarmes de a pie que vigilaban las esquinas.
El batallón que aquella noche hacía guardia en el Palacio Nacional había mudado
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de bando. El simple intercambio de una cont raseña dejó franca a los insurrectos la
puerta principal. Sin gastar un solo tiro, los aspirantes tomaron el control de la
sede del poder. Una parte de la fuerza, compuesta por los tiradores más
entendidos, se apostó en las azoteas; otra atravesó el jardín del Zócalo y se
posesionó de las torres de la Catedral. Un testigo afirma que los alumnos gritaban
con júbilo: “¡Hasta aquí llegó El Chaparro!”.
El viento de la fortuna soplaba a favor de la insurrección: un auto cruzó la Puerta
de Honor y los alumnos descubrieron que Gustavo Madero, el número dos del
gobierno, había ido a meterse él mismo a la ratonera.
El hermano del presidente venía de una noche inquieta. Al terminar el banquete en
Sylvain, de vuelta en su casa, una llamada telefónica le entregó al f in la noticia
cuya confirmación aguardaba: tropas al mando de Gregorio Ruiz y Manuel
Mandragón efectuaban movimientos extraños en Tacubaya.
Gustavo era arrebatado. Las explosiones de
su temperamento habían iniciado el
desprestigio público de su hermano. En
1912, encolerizado ante los ataques de la
prensa reaccionaria, autorizó que un grupo
virulento, que él financiaba, La Porra,
apedreara las oficinas del periódico El País.
Trinidad Sánchez Santos, el director del
diario, recogió una de esas piedras de en tre
los vidrios que habían quedado en el piso
de su despacho, la depositó en su escritorio,
y llamó a los reporteros:
—Esta piedra se va a quedar ahí —les
dijo—, sobre mi mesa de trabajo, para que
todos tengan presente la guerra que a partir
de hoy vamos a emprender.
Nemesio García Naranjo afirma que, en lugar de pluma, Trinidad Sánchez Santos
tenía entre las manos un estilete. La acción disolvente de El País comenzó un día
después. El periódico achacó al maderismo la pobreza, la inseguridad, los
estallidos de violencia que brotaban en Puebla, en Morelos, en Chihuahua. A la
guerra de papel de Sánchez Santos se avino la prensa que había perdido la
subvención, y aquella pagada por los grupos que deseaban pescar a río revuelto:
los católicos, los porfiristas, los vazquistas, los reyistas. Jamás presidente alguno
había recibido las burlas, las befas, los dicterios que recibió entonces Francisco I.
49
Madero.
Esa madrugada, un segundo después de telefonear al ministro de la Guerra, Ángel
García Peña, para informarle lo que sabía, Gustavo Madero se dejó arrastrar de
nuevo por su temperamento indomable: metió dos carabinas Winchester en el
asiento trasero de su automóvil y salió dando tumbos hacia las lomas de
Tacubaya. Con los fanales del auto apagados, cobijado ent re los árboles del
camino, comprobó que la hora cero había llegado. Volvió, rechinando llantas, a
poner sobre aviso al comandante militar de la plaza, el general Lauro Villar.
Pero los aspirantes se le habían adelantado. Fue aprehendido al bajar del
automóvil, y llevado a rastras hacia las oficinas del cuerpo de guardia. El aplomo
se le evaporó. Las crónicas dicen que fue presa “de un pánico terrible”.
Un segundo golpe de fortuna hizo que el ministro García Peña se apersonara
también en Palacio. En cuanto recibió la llamada de Gustavo, el ministro se había
comunicado a la Inspección General de Policía. Allá le dijeron que, salvo un auto
“con gente de trueno y mujeres galantes” que había metido ruido a las altas horas
de la noche, no había en Tacubaya noved ad alguna. García Peña supo entonces
que la hora del lobo había llegado: aún guardaba en el bolsillo de la guerrera una
nota anónima, depositada en su secretaría particular la mañana anterior, que
avisaba al gobierno maderista: “Mañana a las diez va a esta llar en San Ángel un
movimiento encabezado por un divisionario”.
Aunque esa misma mañana el inspector general de Policía le había asegurado que
la Reservada carecía de datos que pudieran confirmar la inminencia de un golpe
militar —“y mire que tengo a la mitad de mis hombres comprobando cada uno de
los rumores que estallan”—, el ministro se convenció de que los mecanismos
tradicionales de control habían dejado de funcionar. A partir de ese momento no
podía confiar más que en su revólver.
García Peña se vistió de mala gana y salió a la calle oscura, con la cabeza poblada
de funestas presunciones. Tuvo mejor suerte que Gustavo. Su llegada repentina al
Palacio tomó por sorpresa a los aspirantes. Quienes hacían guardia en la entrada
lo vieron pasar y se quedaron congelados: no era lo mismo prender a Gustavo, un
civil, que a la máxima autoridad militar de la Secretaría. La sorpresa duró, sin
embargo, un segundo. Un cadete desenfundó su escuadra y le soltó un tiro. La bala
hizo astillas los cristales de una puert a; uno de los vidrios hirió al ministro en la
barbilla. Según una versión, García Peña contestó el fuego. Otras dicen que se
limitó a huir por los corredores oscuros del Palacio y se perdió en el laberinto de
oficinas interconectadas. En la oficina de prev ención, con el pestillo corrido y la
pistola en la mano, se resolvió a esperar que alguien llegara a matarlo.
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Los regimientos conducidos desde Tacubaya por los generales Ruiz y Mondragón
iban haciendo, en tanto, su propio camino. Las siluetas de los cabal los habían
traspuesto los lindes de la ciudad, llenando de ecos el contorno de los edificios.
La procesión de sombras recorrió Reforma, dio la vuelta en Soto, pasó a trote
acelerado a lo largo de Libertad.
Manuel Mondragón había sido, en el porfirismo, jef e del departamento de
Artillería; Gregorio Ruiz había tenido a su cargo, durante un tiempo, el de
Caballería. La administración de favores entre los oficiales del ejército, la
explotación sistemática de sus respectivos radios de influencia, les había traíd o
una fuerte ascendencia en el ejército de línea.
Aunque las crónicas del instante se refieren a ellos como “jefes prestigiados”, en
realidad habían solicitado licencia tras la renuncia de Porfirio Díaz. Mondragón
—que en la cima de su gloria patentó el p rimer fusil semiautomático que hubo en
el mundo—, asumió la jefatura de quienes buscaban la vuelta del viejo orden
llevando a la presidencia a un sobrino de don Porfirio, el brigadier Félix Díaz: era
uno de los promotores más activos de la insurrección. Gr egorio Ruiz, “un soldado
vehemente, de ambición y aventura” que al momento del golpe era diputado por
Veracruz, buscaba también aquel retorno, aunque su corazón no era propiamente
felicista: latía mejor cuando escuchaba el nombre del viejo general Bernardo
Reyes.
El alba los sorprendía ahora vestidos de paisano: Ruiz, tocado con un sombrero
charro; Mondragón, bajo un Stetson que pronunciaba su aire de vampiro
trasnochado.
Tomar el Palacio era la primera parte del plan. A ellos les había tocado llevar a
cabo la segunda: lograr la liberación de los verdaderos jefes del alzamiento,
Bernardo Reyes y Félix Díaz, que bajo cargos de rebelión se hallaban
encarcelados, uno en la prisión militar de Santiago Tlatelolco, y otro en el Palacio
Negro de Lecumberri.
Hoy sabemos que se gestaban conspiraciones de modo simultáneo. Conspiraba el
embajador norteamericano Henry Lane Wilson, convencido de que el gobierno de
Madero no guardaba los intereses de los estadunidenses que residían en México.
Conspiraban los hermanos Emilio y Francisco Vázquez Gómez, miembros del
gabinete revolucionario a los que Gustavo había apartado del dinero, los negocios
y los cargos. Conspiraban el ex presidente Francisco León de la Barra, al que los
católicos le habían metido la idea de regresar a l cargo, y también el diputado
Jorge Vera Estañol, líder del Partido Popular Evolucionista, de franca tendencia
reaccionaria. Conspiraban, en fin, políticos y ciudadanos prominentes: el
acaudalado empresario español Íñigo Noriega, el contratista sin contra tos Rafael
de Zayas Jr., el ex canciller maderista Manuel Calero, y la llamada “caferería
política” no tardó en formar parte del huertismo: los futuros ministros Alberto
51
Robles Gil y Alberto García Granados. La lista era infinita, pero Bernardo Reyes
y Félix Díaz se adelantaron.
El general Reyes se había alzado en armas una semana después de la llegada de
Francisco I. Madero al poder. Su revolución de opereta terminó cuando 600
hombres lo abandonaron y decidió entregarse completamente solo en Linares,
Nuevo León, sin haber olido la pólvora de una sola batalla. También el brigadier
Félix Díaz, a quien llamaban con desprecio “el sobrino de su tío”, había
encabezado su propia revuelta. Una revolución que tuvo dinero, armas y recursos,
y logró despertar una expectación inmensa.
—Ya sé que en el Jockey Club se brinda por el triunfo de Félix Díaz —le dijo
Madero a su inspector general de Policía.
El inspector respondió:
—También en las pulquerías se brinda de ese modo, señor presidente.
Pero Félix Díaz, lo decían todos, “no era gallo”. Fue inferior a la empresa y lo
aplastaron en unos días.
En un acto de ingenuidad que poco después le costó la vida, Madero decidió
recluir a ambos militares en cárceles de la ciudad de México. Reyistas y felicistas
no tardaron en encontrarse. La prisión de Santiago y la Penitenciaría de
Lecumberri se convirtieron en focos de intriga constante. Mientras los agentes del
mayor López Figueroa espiaban conversaciones en los tranvías y en las cantinas,
en esas cárceles el tráfico de mensajes alcanzó niveles de escándalo. Bernardo
Reyes recibía las visitas de una señorita de sociedad, encargada de llevarle los
pormenores del plan que sus partidarios trazaban en el comedor del Majestic.
—Arreglen lo más práctico, lo más rápido. Y díganmelo en el momento —
mandaba decir a los conjurados.
Mientras el momento llegaba, el viejo
general —tenía 63 años cuando el golpe—
aprovechaba cada instante de reclusión
para ganarse a los oficiales de planta.
Solía ufanarse ante la señorita que lo
visitaba:
—Tengo asegurada la evasión a la hora en
que lo estime conveniente.
La noche anterior al golpe, Bernardo
Reyes le pidió a su hijo Rodolfo que le
hiciera llegar ropa interior muy fina,
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“para que cuando lo levanten a uno muerto en el campo de batalla se vea en todos
los detalles que era una persona decente”.
En el fondo, creía en el sacrificio como en la única oportunidad de salvar lo que
quedaba de su prestigio arruinado.
El 9 de febrero, cuando los regimientos que venían de Tacubaya se detuvieron en
la plazuela de Santiago, frente a los muros desportillados de la prisión militar,
Gregorio Ruiz rugió con voz estentórea:
—¡Presentes!
Tal y como lo había prometido Bernardo Reyes, las puertas de la cárcel se
abrieron sin que nadie intentara impedirlo. El gen eral salió a la plazuela envuelto
en un pesado capotón militar que le había obsequiado Alfonso XIII. Con su traje
negro y su fino sombrero de fieltro gris perla, tenía el aspecto majestuoso de un
rey que volvía del destierro.
Alguien se acercó a ofrecerle las riendas de un caballo colorado que sacaba
chispas con los cascos. Las tropas presentaron armas. Reyes las estudió con
satisfacción. Tenía frente a sí tres regimientos de caballería e infantería. Había
fracciones del 20º Batallón y estaban presentes la s compañías de ametralladoras
de San Cosme y San Lázaro.
Cientos de civiles encabezados por su hijo Rodolfo, por el dentista Samuel
Espinosa de los Monteros y por el empresario Cecilio Ocón, llegaban a bordo de
coches y taxímetros para sumarse al cuartela zo. “Mucha gente del pueblo pedía
armas”.
—Vamos tarde, mi general —le dijo Gregorio Ruiz—. Tendrá usted el honor de
tomar posesión del Palacio Nacional. Mientras, Mondragón y yo vamos por Félix a
la Penitenciaría.
Bernardo Reyes vaciló. Ese instante de i ndecisión le costó la vida:
—Vamos todos por Félix —dijo—. No sea la de malas y le pase algo.
El cortejo de la traición emprendió la marcha. Bernardo Reyes cabalgaba al frente.
Un poco atrás lo seguían su hijo Rodolfo y los generales Ruiz y Mondragón.
Rodolfo Reyes vio vacíos los ojos de su padre. Escribió, mucho tiempo después,
que el general “iba como fascinado”.
Un grupo de aspirantes, los jóvenes que esa mañana debutaban en la carrera de las
armas con una traición, formaron la avanzada. Eran carne de cañón. En autos, en
caballos, a pie, grupos civiles flanqueaban a los sublevados.
El comandante militar de la plaza en la ciudad de México, el general Lauro Villar,
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había hecho sus primeras armas combatiendo a la intervención francesa, y más
tarde al imperio de Maximiliano. El 9 de febrero de 1913 tenía 54 años, una
piocha encanecida que flotaba sobre un pecho reluciente de medallas, y un ataque
de gota que en los últimos días le obligaba a caminar del brazo de uno de sus
ayudantes.
Desde la mañana del sábado —mientras el ministro García Peña recibía en sus
oficinas el anónimo que le anunciaba el golpe —, Lauro Villar había obtenido a
través de su propio servicio de información la noticia de que al día siguiente iba a
sobrevenir un alzamiento. Oficiales involucrados en la conspiración habían
cometido la imprudencia de despedirse de sus familiares. El rumor se había
extendido como el tifo. Villar telefoneó al ministro de la Guerra para ponerlo al
tanto de la situación, pero García Peña le dijo que el inspecto r de Policía acababa
de asegurarle que se trataba de chismes sin fundamento.
—De cualquier modo, ponga a las tropas en alerta —ordenó el ministro.
Villar le recordó que la ciudad carecía de fuerzas para enfrentar un golpe militar.
El ministro respondió:
—A ver qué haces con lo que tienes. No hay modo de darte más.
Era una respuesta cínica, pero también una respuesta cierta. La mayor parte del
ejército intentaba sofocar los focos revolucionarios que Pascual Orozco y sus
“colorados” habían prendido en los desiertos del norte; daba muestras de trizarse
en las cañadas del sur, sin aplacar a los “sombrerudos” que había puesto en armas
Emiliano Zapata.
Villar colgó furioso. Se quejó en privado:
—Tiene razón la gente. Todos están ciegos en este gobierno.
Intentó un último recurso: mandó llamar al coronel Rubén Morales, el ayudante
oaxaqueño de Madero, y le pidió que fuera a Chapultepec a buscar la manera de
informar al presidente.
Morales tenía fama de colarse por doquier sin ser visto ni esperado. No pudo, sin
embargo, colarse al despacho del presidente, quien se encontraba en acuerdo;
cometió en cambio la imprudencia de pasar por la terraza donde la primera dama,
Sara P. de Madero, disfrutaba el espectáculo del valle. A ella le informó lo que
llevaba. Luego, se quedó esperando en la caseta de los guardias, junto a la reja de
entrada, por si algo se presentaba.
El presidente preguntó por él 10 minutos más tarde. Le propinó un fuerte regaño
por haber inquietado a su familia “con noticias tan alarmantes” y lo des pachó con
un gesto. De ese modo se esfumó la última oportunidad de sofocar el golpe.
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Al general Villar se le recrudeció esa tarde el ataque de gota. Un dolor pulsátil,
opresivo, le martirizó la pierna enferma. Quedó incapacitado para moverse y
resolvió irse a su casa, echarse en cama para aullar tranquilo.
Antes de hacerlo ordenó que los batallones se acuartelaran hasta nuevo aviso.
Recomendó a los jefes que le reportaran si se escuchaba, incluso, el zumbido de
una mosca.
—Mucha vigilancia. Y en caso nece sario, mucha bala —advirtió.
La mayor parte de esos jefes estaba del lado de la conspiración.
Alguien lo despertó a las tres de la mañana, cuando los batallones de Ruiz y
Mondragón bajaban al trote desde Tacubaya.
Villar se abotonó el chaquetín, se cubr ió con una capa. Colgó de su cintura el
arma reglamentaria y salió cojeando al frío de la madrugada invernal. En la
esquina de Correo Mayor y la Acequia —el general vivía a sólo una cuadra del
Palacio Nacional—, tomó un coche de alquiler y le ordenó al coc hero que
fustigara a los caballos. El carruaje traqueteó hasta la plaza. Era el momento en
que los aspirantes, pegados al muro, entraban en fila por la Puerta de Honor.
Uno de ellos se aproximó al vehículo y le exigió al cochero que se retirara:
—Aquí se va poner muy feo. No vayan a matarte el caballo —dijo.
No tuvo la precaución de asomarse al interior. Su propio descuido lo salvó. Villar
lo estaba esperando con la escuadra amartillada.
Desde los tiempos de la rebelión que llevó a Porfirio Díaz al poder , el general
Lauro Villar era conocido en el ejército de línea con el apodo de El Remington. Al
igual que aquel rifle de repetición
automática, el joven Lauro solía ser rápido,
certero, exacto. Su carácter era atrabancado:
tenía los efectos de una explosión letal.
En la penumbra del coche cubierto, entendió
lo que estaba ocurriendo. Apresuró al
cochero a que lo llevara al cuartel militar
más cercano, la sede del 20º Batallón, en el
antiguo colegio de San Pedro y San Pablo.
Tuvo que apoyarse en el hombro de un
caminante —un indio que pasaba por la
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calle— para acercarse a las puertas del cuartel. Llevaba el arma desenfundada.
Ocho balas lo separaban de la muerte: el 20º Batallón estaba encargado de la
vigilancia del Palacio: si los aspirantes habían entrado, era porque esas fuerzas se
habían “volteado”.
Aún así, se acercó cojeando, con esperanza de encontrar en el cuartel algunos
hombres leales. Las puertas estaban abiertas y el patio lucía solitario. En el piso
humeaba aún el excremento fresco de los caball os. Al fondo, tumbados en
pequeños catres, roncaban a pierna suelta unos cuantos reclutas. Los sublevados
no se habían tomado la molestia de enrolarlos.
El jefe del batallón, Juan C. Morelos, también dormía. Fue incapaz de decir en
qué momento de la noche sus hombres habían defeccionado. Villar lo reprendió en
serio. Acto seguido, le confirió la misión suicida de meterse al Palacio con los
reclutas, por una puerta trasera, y aprehender a todos y cada uno de los
conjurados.
Morelos recibió la orden con el rostro descompuesto: “Sólo son 40 reclutas,
señor”.
—Eso le da a usted la oportunidad de probarme de qué está hecho —respondió El
Remington.
En la parte trasera del Palacio había una puerta que conectaba con el cuartel de
Zapadores, donde estaban acuartel ados los dragones del mayor Juan Manuel
Torrea. Villar apostaba dos a uno a que Torrea se hallaba entre los pocos oficiales
que no había sido corrompidos.
Morelos salió a cumplir la orden y Villar se hizo llevar, otra vez en el carruaje, al
cuartel de Teresitas, sede del 24º Batallón. Se iba adueñando de él una locura
enfermiza. La adrenalina aherrojaba el suplicio que le carcomía la pierna.
También en Teresitas el gobierno de Madero había sido traicionado. El general no
encontró más que a 60 reclutas, ni nguno de los cuales había entrado en batalla. En
ese instante apareció en el cuartel el general Manuel P. Villarreal. De guardia en
el Palacio, le había tocado presenciar la entrada de los aspirantes: logró huir, no
se sabe cómo, y llevaba un largo rato bu scando al comandante de la plaza.
En el reparto de misiones suicidas que El Remington hizo esa madrugada, al
general Villarreal le tocó la que a la postre iba a ser la carta más mala de la
baraja: ir a custodiar la Ciudadela, el depósito de armas de la ci udad: 50 mil
fusiles, 30 mil carabinas, 26 millones de cartuchos, 13 mil granadas, 120
ametralladoras, poco más de 40 cañones.
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Quien tenía la Ciudadela era dueño de la capital. Perder la Ciudadela era perderlo
todo. Villarreal recibió la orden de defender la hasta la muerte. Hizo el último
saludo militar de su vida y salió disparado hacia el punto que en unas horas iba a
convertirse en una gran caldera de sangre burbujeante: la lejana calle de Balderas.
El Remington cruzó, desde el cuartel, varias llamadas telefónicas. Supo que
Bernardo Reyes se hallaba en libertad; que amparado por los regimientos de
Gregorio Ruiz y Manuel Mondragón, marchaba hacia Lecumberri a procurar el
rescate de Félix Díaz.
La partida de ajedrez había comenzado y en la pistola no que daba más que un tiro:
recuperar el Palacio, antes que la ciudad despertara.
El amanecer debió alumbrar esta escena estrafalaria: un viejo general que a bordo
de un carruaje atravesaba la urbe a la velocidad del rayo, seguido de un conjunto
de reclutas inexpertos, que resoplaban, de dos en fondo, “para simular un
contingente más numeroso”.
Lauro Villar ignoraba si el coronel Morelos había logrado penetrar el Palacio.
Ignoraba si los dragones del mayor Torrea permanecían leales al maderismo. No
existía más que un modo de saberlo.
Alineado contra la pared, el piquete bordeó los muros del edificio a lo largo de
Correo Mayor y dio vuelta en Corregidora. El Remington golpeó la puerta del
cuartel de Zapadores varias veces con la cacha de la escuadra. La mirilla corrediza
se fue abriendo lentamente. Del otro lado de la puerta aparecieron dos ojos
desconfiados, el semblante consternado del mayor Juan Manuel Torrea. Torrea
relató después que en la vida le había dado tanto gusto ver la barba encanecida del
general Villar. El golpe lo había atrapado en el cuartel de Zapadores y sólo una
simple puerta lo mantenía a salvo del grupo insurrecto.
Villar preguntó por el coronel Morelos: “¿Por qué no ha cumplido mis órdenes?”.
Torrea le dijo que el coronel las había juzgado “aventuradas” y prefirió intentar su
ingreso al Palacio desde las oficinas de la Secretaría de Guerra.
El Remington debió maldecir por todas las cosas del cielo y de la tierra. Desde
tiempos de la intervención francesa no conocía otro modo de hacer las c osas que
no fuera el suyo. Su terquedad le había valido reprimendas, enemistades y
arrestos, pero lo había convertido, también, en una leyenda dentro del ejército.
Exigió que rajaran a golpes la puerta que conducía a los patios del Palacio y
ordenó a reclutas y dragones entrar combatiendo a marrazo limpio: no quería que
los disparos pusieran sobre aviso al grueso de los sublevados.
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Antes de que la puerta fuera embestida con un riel que el mayor Torrea encontró
en alguna parte, Villar se desprendió del capo tón: quería que los aspirantes
pudieran verle las insignias, posiblemente las medallas: ese pecho que era una
biografía cargada de hechos rutilantes —incluso con notas a pie de página.
No se sabe a dónde había metido el dolor.
Cuando la puerta cedió bajo los golpes, el general viejo y cojo entró al frente de
la tropa. Estaba loco. Absolutamente loco. Con gritos destemplados paralizó a los
alumnos que vigilaban el patio. Aún más: hizo que le rindieran las armas —el
colmo de la deshonra militar— y les rugió en la cara tales vituperios que muchos
de ellos bajaron la vista avergonzados.
—¡Qué hombrote es usted! —le dijo el presidente Madero horas después.
El coronel Morelos y sus reclutas, en una perfecta sincronía, habían irrumpido
desde la Secretaría de Guerra, y reducido a los aspirantes que vigilaban el Zócalo
desde la azotea. El Palacio quedaba recuperado. Los jóvenes infidentes fueron
encerrados en una cochera.
Era una pálida mejora. A esa hora ya venían por la calle los tres mil hombres
armados de Bernardo Reyes y Félix Díaz. Lauro Villar liberó a Gustavo Madero,
de donde estaba encerrado, y al ministro García Peña, de donde se había
escondido. Gustavo recuperó el aplomo: abrazó al general de manera efusiva y se
deshizo en promesas de cargos, recompensa s, amistad eterna. Pero en unos días
sería brutalmente linchado en la Ciudadela.
El secretario de la Guerra salió rumbo al Castillo de Chapultepec para ponerse a
las órdenes del presidente. Villar pasó revista a sus fuerzas. Lo hizo con
desesperanza: los dragones del mayor Torrea y los reclutas de Teresitas y San
Pedro y San Pablo sumaban sólo 150 hombres.
Había parque para 10 minutos.
Su genio militar le hizo tender un cordón de tiradores en lo alto del Palacio y otro,
pecho a tierra, en la calle, sobre la acera contigua al edificio. Instaló dos
ametralladoras Madsen a ambos lados de la Puerta de Honor, y envió al mayor
Torrea, con medio centenar de dragones, a establecerse en la parte sur del Zócalo,
frente al cajón de ropa conocido como La Colmena. La resistencia iba a hacerse
con las pocas balas que los maderistas tenían en las cartucheras; cuando se
agotara el parque, los que quedaran vivos iban a pelear con las bayonetas.
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La novedad del cuartelazo
(“¡Tenemos bola!”) se había
extendido por la ciudad. Centenares
de curiosos se acercaban a las
inmediaciones del Zócalo y muchos
de ellos se habían aproximado
hasta los muros mismos del
Palacio. Villar mandó
desesperadamente que los
desalojaran. La gente no hizo caso: sólo se apartó unos metros, hasta el q uiosco de
hierro que entonces coronaba el jardín central.
Hubo un murmullo imponente, una gritería estruendosa. Como empujada por un
resorte, la muchedumbre empezó a moverse hacia la calle de Moneda. El mayor
Torrea observó el movimiento y supo que por ah í vendría el ataque.
Para que la liberación de Félix Díaz contara con razones convincentes, los
generales golpistas abocaron cuatro cañones frente a la Penitenciaría. Uno de
éstos apuntó directamente a la habitación en que se hallaba la familia del direct or.
El funcionario no se molestó en oponer resistencia. Félix Díaz confesó después
que al escuchar los pasos que se acercaban a su celda temió que el golpe hubiera
sido descubierto y que un pelotón viniera a fusilarlo.
Salió de la Penitenciaría con el rostro pálido. Los aspirantes dispararon una salva
en su honor. Si todo marchaba según lo previsto, él iba a convertirse en el
quincuagésimo octavo presidente de México.
Bernardo Reyes se alzó sobre los estribos y arengó a la tropa: había llegado la
hora de poner un alto a la locura que manchaba de sangre y cubría de gemidos el
suelo de México. Los hombres del pasado, los militares que en 30 años de
dictadura no habían escuchado nunca el gemir del pueblo de México, salieron
rumbo al Zócalo dispuestos a sostener una estructura en grietas.
De camino se les agregaron nuevos destacamentos. Desde todos los puntos
llegaban civiles, gente que lanzaba mueras al gobierno. Reyes ignoraba que
acababa de perder el Palacio Nacional. Se disponía a activar la tercera fase d el
plan: prender a Madero y al vicepresidente Pino Suárez en sus domicilios;
obligarlos a resignar sus cargos; leer, desde el balcón presidencial, un manifiesto
redactado por su hijo Rodolfo, y nombrar un comité que se hiciera cargo del
Ejecutivo y convocara a unas elecciones a las que Félix Díaz iría como candidato
principal.
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Creía tener todo en la bolsa. Habituado, sin embargo, a los imperativos de la
estrategia militar, tuvo la precaución de enviar a Gregorio Ruiz, con 80
voluntarios, a tantear las inmediaciones del Palacio.
Ruiz espoleó la montura y avanzó a trote por la calle de Lecumberri. Cuando
desembocó en el Zócalo, una multitud abigarrada, espesa, se apretujaba contra los
flancos de su caballo.
El mayor Torrea lo vio venir de frente y ordenó a los dragones:
—¡Formación en batalla!
Se oyó a la tropa cortar cartucho.
Junto a la puerta principal del Palacio, Lauro Villar aguardaba, con la mano en el
bolsillo. No parecía un general a punto de meterse en una balacera: se le podía
tomar por un pasajero que aguardara el tranvía con aire distraído.
“Qué pendejo es Gregorio”, debió pensar cuando vio que el general Ruiz, con la
pistola en la funda y la carabina incrustada en las alforjas del caballo, venía a
meterse justo en la línea de tiro. Los 80 asp irantes cabalgaban tras de él, como
patitos de feria. La cosa iba a convertirse en un tiro al blanco.
En el momento adecuado, Villar se desprendió de la puerta y avanzó, cojeando,
hasta mitad de la calle. Ruiz entendió que las cosas habían cambiado de cur so, que
el Palacio ya no estaba en manos de su gente.
—Ríndete, Lauro —le dijo de todas formas—. Nuestras fuerzas vienen ya sobre la
plaza.
Villar avanzó otro paso. Se detuvo junto a los belfos mojados del caballo. Clavó
los ojos en el general rebelde.
—¿Cuáles fuerzas, Gregorio?
—Las del general de división Bernardo Reyes. Las de los generales Félix Díaz y
Manuel Mondragón.
Lo que Villar contestó está asentado en el parte militar que rindió aquella noche:
—A nosotros no nos toca criticar, Gregorio, ni en trometernos en política. A
nosotros nos toca defender al gobierno legítimamente constituido por las leyes.
No era sólo una frase destinada a ocupar un espacio en los libros de historia. Con
un movimiento inesperado, El Remington asió violentamente las rie ndas del
caballo y apuntó a Gregorio Ruiz en plena cara.
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Había desenfundado la escuadra en
menos de lo que canta un gallo.
—¡Ponte pie a tierra, Gregorio! —
ladró Villar.
Ninguno de los aspirantes atinó a
mover un dedo. El intendente del
Palacio, un viejo marino llamado
Adolfo Bassó, desarmó al general y
lo condujo del cuello hasta las
caballerizas que estaban al fondo del
patio.
Lauro Villar retornó a su sitio junto a la puerta principal. La segunda columna
rebelde estaba entrando en la plaza. Desde La Colmena, el mayor Torrea divisió
una figuraba que montaba “airosamente”. Era Bernardo Reyes. Detrás de él
aparecían infantes, jinetes y artilleros. Alguien le gritó al general Reyes:
—¡Prendieron a Gregorio Ruiz!
El general no hizo caso. Seguía avanzando “como fascinado”. Su hijo Rodolfo
adivinó lo que iba a ocurrir. Gritó a su padre:
—¡Te matan!
Pero Reyes no oía. Estaba endemoniado.
—Ya todo está en manos del destino —se le oyó decir mientras clavaba las
espuelas en los flancos del caballo.
Lauro Villar lo vio venir “como si en lugar de balas fuera a recibir honores”,
recordó Torrea. Habían sido amigos muy queridos. Pero ahora, en aquel viejo
militar no quedaba nada del soldado que medio siglo atrás había cruzado el país
con 300 dragones, abriéndose pas o entre los franceses.
Villar se jugó el último albur: apresar a Bernardo Reyes en la misma forma en que
había apresado a Gregorio Ruiz. Volvió a cojear hasta el centro de la calle,
dispuesto a recomenzar la partida. Su parte militar informa que Bernardo Reyes,
menos cándido que Ruiz, intentó envolverlo con el caballo. Ha pasado un siglo, y
seguimos sin saber lo que ocurrió: cómo empezó el tiroteo con que se inauguró,
oficialmente, La Decena Trágica.
Sobrevino de pronto un fuego ensordecedor. La altura de las construcciones
circundantes magnificó el estruendo. La ráfaga escupida por una de las
ametralladoras Madsen puso a bailotear el cuerpo de Bernardo Reyes. El general
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quiso asirse de las crines del caballo, y se desplomó lentamente, teatralmente. Por
cosas del destino cayó sobre Rodolfo, el hijo que lo había empujado a la
sublevación. Rodolfo fue visto, primero, luchando por desprenderse del cadáver
húmedo de sangre que le había caído encima, y luego, corriendo, agachado, loco
de pavor, bajo la pirotecnia macabra que reventaba en la plaza.
La avalancha humana que invadía el Zócalo —los fieles que salían de la Catedral,
los paisanos que esperaban, en la terminal, la partida de los trenes eléctricos, los
curiosos que se habían aproximado en busca de notici as— formó en esos minutos
horripilantes montones de carne destrozada. Las ametralladoras barrían la plaza.
Los aspirantes, posicionados en las torres, jalaban el gatillo a tontas y a locas. Las
ramas de los árboles volaban en astillas. Las vidrieras de los comercios se hacían
partículas. Los heridos aullaban entre los ríos formados por su propia sangre. El
Zócalo “era una galería de dibujos espeluznantes de Goya”.
Fueron 10 minutos de terror. La ciudad acababa de ingresar en una de las
pesadillas más crueles de su historia.
Lauro Villar había caído con un tiro en el cuello, que le partió en dos la clavícula.
Mientras lo metían a rastras al Palacio, vio el cuerpo tendido del coronel Morelos,
con la cabeza abierta en dos por una bala.
El intendente Bassó envolvió el cadáver de Bernardo Reyes en su espléndida
mortaja, el capote de Alfonso XIII, y lo arrastró también, como trofeo, a las
profundidades del Palacio. Afuera, olvidados de los cañones, los heridos, los
caballos, los rebeldes huían en estampida.
A Villar la sangre le escurría a borbotones. Con un pañuelo apretado sobre el
cuello gastó, resoplando órdenes, las últimas gotas de energía: recoger las armas y
las municiones que los rebeldes muertos trajeran en las cartucheras. No sabía si
atravesaba una hora de horror o de gloria.
El cuartelazo había perdido en 10 minutos a sus líderes reyistas: Gregorio Ruiz
sería fusilado ese mismo día, bajo cargos de traición, en los patios del Palacio. Le
quedaban los dirigentes más ineptos, los felicistas: Manuel Mon dragón y el propio
Félix Díaz. Con la mirada opaca y los hombros caídos, ambos principiaron a
vagar, como sin rumbo, a lo largo de callecillas mal transitadas. Quienes lo vieron
dicen que Félix Díaz parecía más un prisionero que el general de un ejército
rebelde. Su columna era un triste hacinamiento de soldados, oficiales y
conspiradores de salón que lo seguían con pánico.
Los sublevados habían planeado escapar por la serranía del Ajusco, en caso de que
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la “cena” fracasara. Fueron a dar a la esquina de Sa n Fernando y Rosales, frente a
la casa de Sebastián Camacho, uno de los instigadores del golpe. Manuel Bonilla
Jr., testigo de los hechos, dice que fue en la junta que se verificó en ese sitio en
donde Félix Díaz adoptó la decisión de tomar la Ciudadela: v arios oficiales le
habían ofrecido entregársela.
Cuando Rodolfo Reyes se reunió con ellos —después de vagar por las calles había
seguido el rastro de la columna como un autómata, limpiándose el llanto con las
mangas del saco—, les dijo que tomar la Ciudadela era un suicidio. El recinto
ofrecía nulas ventajas en caso de ser bombardeado; la tropa quedaría cercada, sin
posibilidad de huida.
Félix Díaz y Manuel Mondragón veían las cosas de otro modo. El primero
esperaba resistir hasta que su célebre apellido —“el nombre maravilloso”—
causara efecto entre los núcleos desencantados del maderismo y, con ayuda de los
cuerpos diplomáticos, generara una presión pública de grandes dimensiones, que
obligara a Madero a renunciar. Mondragón argumentaba que con el armame nto
guardado en los almacenes era posible masacrar la ciudad, hasta que el terror y la
destrucción les abrieran las puertas de la presidencia.
El destino de la ciudad de México quedó sellado.
Francisco I. Madero bajaba a esa hora por Reforma, desde el Ca stillo de
Chapultepec, acompañado por un piquete de jóvenes cadetes del Colegio Militar,
ninguno de los cuales superaba los 20 años. En un punto del trayecto estuvo a
punto de cruzarse con la columna rebelde, que se agrupó en las inmediaciones del
Reloj Chino de Bucareli. Mientras Mondragón artillaba las bocacalles cercanas y
enviaba compañías de ametralladoras a posesionarse de los edificios más altos de
las calles Balderas y Ayuntamiento, Madero avanzó por Avenida Juárez: iba sin
saberlo al encuentro del verdadero personaje de esta historia, el general
Victoriano Huerta, quien vestido de civil, y con los ojos ocultos tras unos lentes
ahumados, bajó de la plataforma de un tranvía y se cuadró teatralmente ante el
mandatario:
—A sus órdenes, señor presidente.
Lauro Villar se refería a Huerta como “el indio Victoriano” o como “el indio
ladino”. Nadie le tenía confianza a aquel dipsómano, pero era el oficial de más
alta graduación que le quedaba al gobierno. Sus servicios fueron admitidos. Antes
de salir rumbo al hospital, y en realidad de salir para siempre de la vida pública
—murió unos años más tarde en completa oscuridad, culpándose por la muerte de
tantos civiles indefensos—, Villar le entregó el mando a Huerta con estas
palabras:
—Mucho cuidado, Victoriano.
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Para entonces el cordón de seguridad rebelde se había extendido en torno de la
Ciudadela. Iba a costar mucha sangre acercarse siquiera a la fortaleza. Los
vecinos que desde azoteas y balcones miraban el curso de las operaciones
quedarían atrapados durante 10 días dentro del perímetro rebelde. Iban a vivir y
morir bajo la metralla a partir de esa tarde, cuando Díaz y Mondragón tomaran la
Ciudadela, y comenzara el periodo de horror que todos llamaron primero La
Decena Roja y El Imparcial bautizó —el 22 de febrero de ese año— como La
Decena Trágica.
Héctor de Mauleón. Escritor y periodista. Autor de La perfecta espiral, El
derrumbe de los ídolos y El secreto de la Noche Triste, entre otros libros.
LOS DOS CUARTELAZOS
Antonio Saborit
El gobierno de Francisco I. Madero no cayó por obra de uno, sino de dos
cuartelazos que estallaron sucesivamente el 9 y el 18 de febrero de 1913. A eso
llegó Nemesio García Naranjo años después del desmantelamiento y ruina de
Madero. Victoriano Huerta, estrella negra del se gundo cuartelazo, con un batallón
tuvo para dar el golpe de Estado, pues desde hacía meses no contaba ya con la
División del Norte y como novísimo comandante militar de la ciudad de México
tampoco tenía jefes que le fueran adictos en la guarnición, pero so bre todo estaba
al tanto de la división existente tanto en el ejército federal como en las fuerzas
pronunciadas en la Ciudadela.
Los diarios y revistas de la capital en buena
medida tenían meses de azuzar el
descontento hacia la persona y el gobierno
de Madero. El propio medio periodístico no
estaba libre del contagio de sus campañas, y
de él era parte García Naranjo pues en
octubre de 1912 se estrenó como director de
un nuevo diario, La Tribuna.
La sociedad política no se escapaba del
descontento, a juzgar por la iniciativa del
puñado de senadores que sugirió al
presidente Madero presentar su renuncia, y
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en el graso caldo de la contrariedad se maceraban desde hacía meses las minorías
dinámicas que se habían creído con el derecho político para ocupar un e spacio en
el gobierno maderista. Tampoco estaban exentos los habitantes de la ciudad, al
cabo de 10 días de padecer incertidumbre, miedo y angustia debido al tiroteo que
había en algunas calles, así como un cañoneo deliberada y lamentablemente
errático. El descontento reinaba asimismo en el interior de la Ciudadela y en
algunos puntos del norte del país, como Nuevo Laredo y Matamoros, y en varias
zonas de los estados de Veracruz, Puebla y Morelos. Pero más que generalizado el
descontento parecía operar a sus anchas a lo largo del proceso de comunicación.
Ese fue el tono con el que los individuos discutieron y debatieron los asuntos del
maderismo en el territorio social que se ubica entre el espacio privado de la vida
doméstica y el espacio oficial del Estado , y al que se asocia la tumultuosa vida de
las cantinas, tívolis, cafés y restaurantes capitalinos de principio de siglo, y la no
menos agitada agenda de los medios impresos de comunicación. El descontento
era la moneda corriente de la hora y de ella se su po valer Huerta para comprar
dispensa o inmunidad para sus actos.
Si las sublevaciones se dominan por el efecto de los proyectiles, a las nueve de la
mañana de ese espléndido domingo 9 de febrero el general Lauro Villar derrotó al
menos a una parte del cuartelazo que ese día tomó las armas en nombre de la paz y
la justicia. La otra parte de la sublevación, al frente de la cual estaban el general
Manuel Mondragón y el sobrino de Porfirio Díaz, huyó en el acto de la Plaza de la
Constitución para reunirse al pie del reloj de las cuatro carátulas en Bucareli.
En esos momentos, Francisco I. Madero aguardaba en el interior de un
establecimiento fotográfico ubicado en las inmediaciones de la calle de San Juan
de Letrán. Una hora y media antes había formado a vari as decenas de cadetes del
Colegio Militar en el patio principal y a gritos les había informado que en la
madrugada un grupo de alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes había logrado
apoderarse brevemente del Palacio Nacional. Poco más sabía entonces, y no desde
luego que la noche anterior los conspiradores habían convenido detenerlo esa
misma mañana en la residencia de Chapultepec. Al final de su arenga había
montado un caballo blanco y se había hecho acompañar por los cadetes hasta el
centro de la ciudad. O tal era la idea de Madero hasta que el tiroteo en la Plaza
Principal lo obligó a hacer una pausa en la Fotografía Daguerre, donde lo
alcanzaron su hermano Gustavo y los generales Ángel García Peña y Victoriano
Huerta, con quienes salió al balcón para ser visto y posar para la foto que en breve
daría testimonio de su integridad física. A las nueve pasadas, en la esquina de la
Avenida Cinco de Mayo de camino nuevamente a Palacio Nacional, Madero vio
caer a unos pasos de él a un escolta, derribado por los tiros de algún rebelde
apostado en un edificio, pero no detuvo su marcha. La ciudad se había vuelto una
trampa y para enfrentarla en el transcurso de la mañana tomó la decisión de
desarmar a la policía y dirigirse a Cuernavaca en busca del general Felipe
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Ángeles.
Una vez en el reloj de las cuatro carátulas los conspiradores desplegaron a lo
largo de Bucareli un escuadrón de caballería al tiempo que enviaban a otros
elementos a ocupar las azoteas de algunas casas en la calle de Ayuntamiento. El
general Mondragón acababa de entrar a un callejón y en su huida, al tratar de
escapar del caos de la derrota, sólo hizo más grande el desorden. Se trató entonces
de intimar la rendición de la Ciudadela, a lo que las fuerzas leales respondieron
con 20 minutos de plomo que sólo sembraron el terror entre los habitantes de las
más nuevas y civiles colonias adyacentes, Juárez y Roma. El hecho es que hacia la
una de la tarde los conspiradores eran dueños del edificio y a partir de ese
momento tuvieron a su disposición 50 m il fusiles y carabinas, 26 millones de
cartuchos Maüser, 50 ametralladoras Hotchkiss nuevas, cañones revólveres,
fusiles automáticos y gran provisión de piezas de artillería, como el instrumental
necesario para precisar los tiros. Por la tarde el general M ondragón impuso su
voluntad y en lugar de atacar otra vez el Palacio Nacional optó por permanecer en
la fortaleza y tender un cerco defensivo con piezas de artillería: una en Balderas
apuntada hacia la Avenida Juárez, otra apuntada hacia la Alberca Pane de sde la
Escuela de Comercio, otra en Tolsá, otra apuntada hacia la cárcel de Belem y la
última apuntada a Salto del Agua desde el jardín de la fábrica de armas, además
de que una treintena de hombres ocuparon con varias ametralladoras la azotea de
la Escuela de Comercio. También por la tarde se suscitó el acuerdo más inusitado
entre los rebeldes y el gobierno de Madero: a solicitud expresa del ex general
Félix Díaz, quien a nombre de los poderosos comerciantes de la capital protestó
contra la orden gubernamental de desarmar a la policía de la ciudad de México, el
mayor Emiliano López Figueroa fue a explicar personalmente esta medida a la
Ciudadela. Ahí mismo fue hecho prisionero el inspector general de Policía. Por la
tarde, acaso en los momentos en que Mader o llegaba a la ciudad de Cuernavaca, se
soltó un tiroteo por Belem entre los federales y la batería de los rebeldes. Y en
adelante una normalidad tensa señaló el paso de las horas tras la masacre en la
Plaza de la Constitución.
La mañana del lunes 10 de febrero fue primaveral y espléndida, según apuntó en
su diario el encargado de negocios japonés Kumaichi Horigoutchi, quien desde la
tarde del domingo albergaba en la Legación a la señora, los padres y la hermana
del presidente Madero. Al igual que durante el mediodía y la tarde del día anterior
no se veía un alma en las avenidas de la ciudad. El fantasma de la inminente
intervención de Estados Unidos reanimó sus rondas en la capital de la mano de El
Imparcial, el cual había comprado el gobierno desde finale s de 1912, y por cierto
ese día fue el último que trabajaron y circularon con normalidad los diarios y
revistas de la capital. Más adelante se atribuyó a Mariano El Cuervo Duque,
cabeza de una gavilla de La Porra, el incendio de los talleres del diario
católico El País y el asalto a la administración de la más joven publicación
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antimaderista, La Tribuna, así como el ataque a las redacciones del Gil Blas, El
Heraldo Independiente y El Noticioso. El cuerpo diplomático se reunió para
formar un par de comisiones con el fin de obtener garantías para sus nacionales
ante el presidente Madero y los insubordinados. El gobierno nombró un nuevo
inspector general de Policía y el general Manuel M. Velásquez se puso a organizar
el servicio de espionaje de los insubordinad os. Al volver a la ciudad el lunes por
la noche el presidente Madero supo que los legisladores le concedían amplias
facultades en los ramos de Guerra y Hacienda.
El general Victoriano Huerta, si bien sabía los límites de su fuerza, al cabo de una
vida dedicada a eliminar desheredados, locos y peregrinos del tiempo estaba más
que familiarizado con la obra del desorden y la falta de poder. De historia sólo
entendía que suele ser muy corta la carrera en política, y más para el militar que
olvida el peligro de las palabras, de donde confeccionó un tosco refrán para eludir
el delirio de la lisonja y no engancharse ni a causas ni a compromisos: para hacer
a pendejos siempre hay tiempo. Así vio caer como a un pelele a su admirado
Bernardo Reyes y avanzar hacia el pelotón de fusilamiento al general Gregorio
Ruiz y encerrarse en una fortaleza a los generales Manuel Mondragón y Felix
Díaz. Lo demás fue obra del azar que sacó del camino al herido general Lauro
Villar e hizo que el cargo de comandante militar de la plaz a cayera precisamente
en Huerta, pues así lo estipulaba la ordenanza, según explicó el general Felipe
Ángeles al atónito Madero.
La prueba de que Huerta conocía el desorden está en que la mañana del martes 11
de febrero —luego de que dos docenas de aspira ntes disfrazados como papeleros
llegaron a la Ciudadela procedentes de la Catedral, en cuyas torres habían
permanecido aislados desde la mañana del domingo — inició un estruendoso
remedo de asedio a la Ciudadela. En primer lugar desplegó un cerco alrededor del
recinto en un radio de seis cuadras, envió dos columnas de ataque al sur y al
poniente de esa fortaleza que colocaron sus cañones en la misma dirección en que
estaban emplazados los del general Mondragón, e instaló dos cañones en la calle
de San José. En cierto momento se escucharon algunos tiroteos en la bocacalle de
Balderas y Avenida Juárez. De inmediato uno de los cañones de la Ciudadela
disparó sobre las baterías que el gobierno había dispuesto en el extremo poniente
de la Alameda. A partir de las diez y media de la mañana Huerta dio la orden de
que entraran en acción las baterías ubicadas junto al cascarón de acero del
malogrado Teatro Nacional, en la Avenida Juárez, y en las inmediaciones del
monumento a Cuauhtémoc. Bajo la ensordecedora algarabía de estos metales el
mismo Huerta envió a la muerte a un primer grupo de 800 rurales por el centro de
la calle de Balderas, pues fueron blanco fácil para los proyectiles que los rebeldes
prodigaron desde dos piezas Chaumond-Mondragón, varias ametralladoras y
copiosa fusilería. Más tarde el mismo Huerta intentó nuevas aproximaciones por
diferentes calles, como Niño Perdido, Arcos de Belem, General Prim, Lucerna y
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Revillagigedo, de suerte que el saldo de muerte en las filas del gobierno dejó atrás
las cifras del primer día y al cabo de ocho horas de bombardeo los proyectiles no
hicieron gran daño en las posiciones de los rebeldes. Por la tarde, al cabo de ocho
horas de cañoneo, Huerta permitió entrar a la Ciudadela un importante contingente
de comida para los alzados.
El miércoles las piezas de artillería del gobierno lograron cimbrar la ciudad desde
las siete de la mañana y su violencia fue mucho más intensa que el día anterior.
“Casi todo cuanto ayer se dijo es inexacto”, escribió en su diario José Juan
Tablada luego de leer lo que publicó ese día El Imparcial. “A pesar de la
mortandad que el periódico hace llegar a 500 víctimas, quizá disminuyendo la
cifra real, las condiciones continúan invariables y el gobierno no parece haber
obtenido ventajas sensibles. El presidente sigue en palacio y Félix Díaz en la
Ciudadela”. Tras aventurarse por las calles del centro un empleado de la Legación
de Japón le contó que había visto cadáveres de mujeres y niños por todas las
calles, más que de combatientes. El miércoles l legó a la ciudad el general
Aureliano Blanquet con su 29 Batallón y las fuerzas leales recuperaron el edificio
de la Sexta Comisaría en la calle de Revillagigedo, uno de los contados éxitos de
la ofensiva de Huerta, quien por la noche volvió a permitir el acceso a la
Ciudadela de ocho carros repletos de lo mismo que ya escaseaba en la ciudad: pan,
leche, conservas y carnes frías en abundancia y cigarros, amén de medicinas,
vendas, desinfectantes y aparatos de cirugía.
El jueves fijó en la memoria de los
capitalinos más de una docena de
horas de bombardeo continuo en
varias tandas de fuego graneado que
bien pudieron superar varios
centenares de cañonazos, más el
estruendo de la fusilería y las
ametralladoras de los rebeldes cada
vez que recibían los piquetes de
rurales que Huerta entregó a la
muerte sin escrúpulo alguno. El día
del bombardeo más cruento daña
gran número de propiedades, anotó
al día siguiente el titular
del Mexican Herald. Por la mañana
corrió la noticia de que el gobierno
empezaría a incinerar los cadáveres
que no fueran reclamados o
identificados. Minutos antes de la
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una de la tarde se escuchó el primero de 150 cañonazos que durante la siguiente
hora destellaron y tronaron desde la batería ubicada en las inmediaciones del
monumento a Cuauhtémoc. El general Ángel García Peña intentó sin ninguna
suerte intimar la rendición de Mondragón y los suyos. Acaso fuera verdad también
que acababa de dar inicio el verdadero ataque a la Ciudadela, pero lo cierto es que
ese mismo día la artillería de los al zados destruyó la puerta ubicada en el extremo
norte de Palacio Nacional, de donde la Cruz Blanca ya había recogido más de una
treintena de muertos y heridos tanto en el interior como en los alrededores del
edificio. La descomposición de los caballos tendi dos en diversas calles sumó su
prédica a la fiesta de las balas. Por la tarde sólo una de las baterías del gobierno
dejó de escupir fuego, la ubicada en Balderas y Rinconada de San Diego, pero a
las seis y media cesó por completo el tiroteo. Y sin embargo pasada la medianoche
se seguía escuchando el eco de diversos tiroteos.
La ciudad era el aciago crespón de la tragedia para la mañana del viernes 14. Al
cabo de una noche más bien tranquila, el cañoneo dio inicio a las seis de la
mañana, una hora antes que el día anterior. A esa hora también se desataron
fuegos de fusilería y ametralladoras. Los retenes de rurales impedían el acceso a
la Plaza de la Constitución. El tráfico de trenes no se había suspendido del todo
desde el asalto al Palacio Nacional pero e ra difícil si no es que imposible dar con
un solo coche en las líneas urbanas. Los repartidores de pan y leche circulaban
con cautela por calles vacías y en las que ahora en cualquier momento podía
aparecer un caballo sin jinete a todo galope. La sangre ba ñaba los patios de las
comisarías así como los pasillos del Hospital Militar y del Juárez. Cuerpos sin
vida yacían junto a escombros de fachadas y vidrieras. El olor de la carne
descompuesta invadía por oleadas el ambiente. Los cañones y las ametralladoras
de la Ciudadela y sus alrededores atraían a cientos de curiosos que diario iban a
constatar la situación de los sitiados. Ese viernes el presidente Francisco I.
Madero envió al senador Francisco León de la Barra a hablar con el general
Manuel Mondragón sobre la posibilidad de suspender las hostilidades por tres
días. Ni armisticio ni negociación, fue la respuesta, si no se cuenta con la
renuncia de Madero y su gabinete. A manera de remate los rebeldes prendieron
fuego a la casa de Madero ubicada en la esqu ina de Liverpool y Berlín hacia el
mediodía.
El sábado 15 la artillería volvió a reanudar su bombardeo a las seis de la mañana y
la Cruz Roja recogió los cadáveres que quedaron frente a Palacio Nacional desde
la primera y sola limpia de una semana atrás. El número de cadáveres cremados en
el antiguo rancho de Balbuena o en las calles de la ciudad nunca se supo con
exactitud, pero sus saldos quedaron registrados nítidamente en decenas de
fotografías y postales. Desde temprano circuló el rumor de que ese día los
rebeldes bombardearían la Legación de Japón, en donde se encontraban los padres
del presidente Madero. Por sugerencia de Henry Lane Wilson, escribe Charles C.
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Cumberland, y con el apoyo de los representantes de Inglaterra y Alemania, el
ministro de España solicitó la renuncia al presidente. “Madero, indignado por la
violación de la etiqueta diplomática que representaba esa acción, negó que los
representantes de los países extranjeros tuvieran derecho a pedir semejante cosa, y
afirmó categóricamente que moriría en su puesto antes de someterse a presiones
extranjeras”. Poco después, el mismo sábado, un grupo de senadores trató de
conferenciar en el Palacio Nacional con el propio Madero para persuadirlo de los
beneficios públicos o de la urgencia política o de la necesidad personal de que
presentara su renuncia al cargo junto con José María Pino Suárez. Tras una larga
antesala, al cabo de la cual se vieron obligados a plantear el asunto de su visita a
varios secretarios, los legisladores optaron por redacta r un manifiesto y hacer del
conocimiento público su interés por la restauración del orden. A las cuatro de la
tarde, al cabo de dos horas de silencio, se volvió a reanudar el fuego y hacia las
cinco era nutrido el cañoneo de la batería de Cuauhtémoc, así c omo el de fusilería
y ametralladoras. Y a partir de las seis y media el silencio se apoderó de la
ciudad.
En la mañana del domingo 16 la Catedral echó las campanas al vuelo para dar a
conocer que las negociaciones del cuerpo diplomático al fin habían logr ado que el
gobierno y los rebeldes pactaran un cese al fuego por 24 horas. La idea era
trasladar a Santa María la Ribera a los residentes extranjeros que habían buscado
refugio en sus respectivas legaciones. Sin embargo, la tregua no pasó de las dos
de la tarde. Las descargas de fusilería, las ametralladoras y el estruendo del
cañoneo y los impredecibles estragos de sus proyectiles invadieron las horas de la
tarde.
Y el lunes, los que llegaron a ver ese día, se aseguró que fue el peor o el más
intenso de todos.
A partir de las 10 de la mañana del martes 18 de febrero las baterías de la
Ciudadela tirotearon con mayor deliberación el Palacio Nacional, pues ellas
asimismo se habían dedicado a aumentar el miedo de la población antes que a
rendir a sus adversarios. Más adelante se conoció que al final del día se cremaron
110 cadáveres en el horno del Hospital Juárez, 60 menos que durante el jueves
anterior.
Hacia las tres de la tarde Joaquín Maas, teniente coronel de Estado Mayor, se
acercó a la Ciudadela para informar personalmente al general Manuel Mondragón
que el presidente Francisco I. Madero acababa de ser arrestado junto con el
vicepresidente José María Pino Suárez en Palacio Nacional por el general
Aureliano Blanquet. En un abrir y cerrar de ojos Mondra gón vio que en ese
momento había en la ciudad dos mandos y dos ejércitos, uno de los cuales
encabezaba el comandante militar de la plaza que acababa de reducir a Madero, el
70
general Huerta. El fracaso de su propia insubordinación nunca le pareció más
natural o sencillo. Más tarde confirmaron la noticia los embajadores que desde el
inicio del conflicto se habían dejado ver en la Ciudadela, entre ellos el de España
que llegó a esa fortaleza precedido por vítores, Bernardo J. de Cologan. Resultaba
del todo imposible hablar de éxito para Mondragón: al llegar a su fin la lucha
entre el gobierno de Madero y las fuerzas de la Ciudadela sólo podía haber sitio
para un sobreviviente, Huerta.
Incluso sobre la figura de Madero al momento de ser detenido la opinión públi ca
precipitó imposturas y verdades a medias. El Correo Español, por ejemplo, al
narrar el momento en el que Huerta envió a un coronel y a un mayor del 29
Batallón a arrestar a Madero, afirmó que ambos cayeron a tiros de revólver por el
propio Madero y uno de sus ayudantes. Pero estas y otras versiones de los últimos
días de Madero en realidad circularon varios días o semanas después de su
asesinato.
El martes Huerta dispuso minuciosamente cada movimiento, tanto en las calles
como en el interior del Palacio Nacional. Blanquet, el jefe del 29 Batallón, hacia
la una de la tarde se encargaría de arrestar en Palacio Nacional a Madero junto
con todo su gabinete, en lo que el propio Huerta acudía a una comida con Gustavo
Madero en el restaurante Gambrinus. Así, en compañía del teniente coronel
Teodoro Jiménez Riveroll, el mayor Pedro Izquierdo y otros oficiales, Blanquet
ingresó al Salón de Consejo donde se encontraba Madero a pedirle que renunciara
en nombre de la paz y de la tranquilidad que demandaba la Repúblic a. Madero le
respondió que no podía renunciar, si bien aceptaría que los miembros de su
gabinete lo hicieran o que se retirara Pino Suárez, pero que él debía permanecer
en su lugar. A eso las palabras de Blanquet fueron las siguientes: “Usted es mi
prisionero”. Al instante los ayudantes militares del presidente desenfundaron sus
revólveres y al hacer fuego se llevaron a Jiménez Riveroll, Izquierdo y Marcos
Hernández Madero, hermano del secretario de Gobernación.
Huerta llegó al Gambrinus en compañía de un grupo numeroso de paisanos poco
antes de las dos de la tarde, forzó la puerta del restaurante, y al tiempo que
gritaba ¡Alto ahí! ¡Todos ustedes son mis prisioneros!, su gente encañonó y
detuvo al único grupo de comensales que ahí departía, integrado por v arios
oficiales del ejército, entre ellos el general José Delgado, algunos agentes de la
policía Reservada y Gustavo Madero. Este último una vez desarmado sólo atinó a
preguntar: ¿A dónde me llevan? En adelante difieren las versiones. La menos
cruel en apariencia dice que al hermano del presidente lo treparon de inmediato a
un coche que lo tramitó a toda velocidad al Palacio Nacional, donde permaneció
encerrado hasta la una de la mañana, hora en la que se presentó una escolta para
llevarlo a la Ciudadela, y que una vez ahí un soldado le dio muerte de un disparo
certero cuando el execrado Ojo Parado se echó a correr para salvar la vida. Una
71
hora después del levantón del Gambrinus se detuvo al general Felipe Ángeles en
el mismo Palacio Nacional. Huerta dio ins trucciones estrictas en cuanto a impedir
el acceso a cualquiera que pretendiera entrar a la sede de los poderes, aun
portando el pase emitido más recientemente.
A las ocho de la noche, mientras el fuego consumía el interior del trasegado
edificio del diario maderista Nueva Era, Huerta y Félix Díaz llegaron a un
acuerdo que ellos bautizaron como el Pacto de la Ciudadela y la gente llamó el
Pacto de la Embajada no obstante que se logró en la sede de la embajada de
Estados Unidos. Según este pacto, montado co n el pretexto de reconciliar a las dos
fuerzas militares existentes, Huerta tenía el derecho de acceder a la presidencia
provisional del país, se estipulaban los nombres de quienes integrarían el gabinete
—siendo Díaz quien aportó los nombres de Toribio Es quivel Obregón, Francisco
León de la Barra, Manuel Mondragón, Rodolfo Reyes — y ambos asumían el
compromiso de impedir la restauración del gobierno de Madero. Sin embargo, los
insubordinados aún debían salvar algunos obstáculos para aplicar el delgado
barniz de la legalidad a su obra, entre ellos, nada menos, la obtención de las
renuncias del presidente y del vicepresidente. Y esto fue el centro de los
siguientes tres y últimos días de Madero.
Ante la resolución de Madero, el miércoles 19 por la mañana el g eneral Victoriano
Huerta pensó, en primer lugar, atribuirle la muerte del teniente coronel Riveroll, a
fin de inhabilitarlo, procesarlo y condenarlo. Pero la estratagema, en caso de
funcionar, no haría más que habilitar a Pino Suárez, por lo que se volvió a la
necesidad de obtener las renuncias de ambos, acaso a cambio de respetarles la
vida. Ernesto Madero y Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones Exteriores,
conferenciaron con los detenidos en la Intendencia del Palacio Nacional, tras de lo
cual Madero dijo estar dispuesto a presentar su renuncia siempre y cuando tan
delicado documento quedara en poder de un tercero, quien lo entregaría a Huerta
una vez que hubiera dejado a Madero en el puerto de Veracruz, a donde lo
escoltarían algunos diplomáticos. El presidente pensó originalmente en depositar
su renuncia en manos de Anselmo Hevia, el ministro de Chile, pero al fin se dejó
convencer por Lascuráin de que se la diera a él. Madero también exigió la libertad
de su hermano Gustavo, de cuya muerte desde lueg o no tenía noticia, así como de
su secretario particular, Juan Sánchez Azcona, el general Ángeles, todos los
miembros de su Estado Mayor y algunas personas más. Por último, Madero
demandó que Huerta se comprometiera por escrito en que respetaría estas
condiciones.
Huerta accedió cumplir las cuatro condiciones y afirmó que Madero sería
conducido a Veracruz en un tren especial a las siete de la tarde del miércoles.
Madero redactó un borrador de renuncia y Lascuráin lo sometió a la aprobación de
Huerta. Luego el presidente y el vicepresidente firmaron, al calce, su renuncia
72
colectiva. A partir de ese momento el tiempo empezó a gastar minutos y horas sin
que los otros detenidos salieran en libertad, salvo el general Ángeles, y sin que se
condujera a Madero y Pino Suárez al referido tren especial, so pretexto de que
Huerta prefirió de último momento postergar su salida hasta el viernes por la
mañana. Ya no corría ninguna prisa: Lascuráin, a espaldas del ahora ex presidente,
ya había puesto en manos de Huerta la r enuncia de Madero y Pino Suárez. El
Pacto de la Ciudadela había salvado el primer obstáculo.
Un puñado de personas se dedicó a tratar de salvar de la muerte a Madero y Pino
Suárez. La familia del primero, desde luego, y algunos miembros del cuerpo
diplomático: el ministro de Alemania, el almirante Von Hintze, el ministro de
Cuba, Márquez Sterling, el ministro de Chile, el ya citado Hevia. Intentaron
hablar y en efecto hablaron al respecto con Huerta, quien siempre estuvo
dispuesto a empeñar su palabra en c uanto a que no se tomaría ninguna represalia.
Trepados de la cuerda de sus propias actividades los mismos diplomáticos
abogaron por Madero y Pino Suárez en Palacio Nacional el viernes 21, en ocasión
de la recepción del novísimo presidente Huerta, y lo volv ieron a hacer la tarde del
sábado 22 que la embajada de Estados Unidos celebró en todo lo alto el
nacimiento de George Washington. Esa noche, hacia las diez y media, dos
automóviles trasladaron a Madero y Pino Suárez del Palacio Nacional a
Lecumberri, escoltados por fuerzas del 7º Cuerpo de Rurales al mando del mayor
Francisco Cárdenas. En la parte posterior de la penitenciaría se les dio muerte.
Al instante se conoció la charada con la que en vano se trató de ocultar este doble
asesinato. Sobre una sola persona cayó la responsabilidad: Huerta. Y sin embargo,
varios años después, refugiado en Guatemala, el mayor Cárdenas le dijo a José
Santos Chocano que no había sido Huerta quien le ordenó liquidar a Madero y
Pino Suárez, sino el general Blanquet. “Me hizo llamar a su despacho y me
sorprendió con la orden y las instrucciones respectivas, agregando que le
respondía con mi vida de la ejecución y del silencio para todo el mundo”. A saber
si importa demasiado.
El otro silencio, el silencio que como una frazada cayó sobre la ciudad de México
la noche del martes 18 de febrero de 1913, sólo podía tener el signo de la muerte.
El remedo de legalidad, bajo el signo de la presunta furia moral contra el gobierno
de Francisco I. Madero que dijeron compartir las dos ins ubordinaciones, llevó al
Congreso a tomar la protesta del presidente sustituto, Pedro Lascuráin. Luego,
este último dio un nuevo nombramiento al general Victoriano Huerta: secretario
de Gobernación. Todo lo anterior se realizó con prisa que no impidió al g eneral
Manuel Mondragón entender el desastre de su causa, que era también la de Luis
García Pimentel, Íñigo Noriega, Cecilio Ocón y, desde luego, Félix Díaz. El
cuartelazo de Huerta, el segundo que enfrentó Madero tras el primer ataque al
73
Palacio Nacional, lleva la fecha del 18 de febrero y se consumó en el momento en
que renunció Lascuráin a su cargo y subió en su lugar el propio Huerta.
Antonio Saborit. Historiador, traductor, ensayista. Su más reciente libro
es Diario de las cigarras.
CHINA: LA SONRISA IMPLACABLE
Roberta Garza
Pocas cosas hablan del vertiginoso cambio en los usos y costumbres del chino
promedio como sus perros de compañía. Caminan por la calle tan adornados como
los niños únicos que los acompañan: la pelusa de las orejas, teñida de rosa, hace
juego con el almidonado tutú de la amita, dando fe de cuánto la frivolidad se ha
instalado en un país donde alguna vez hubo un coordinado gris reglamentario.
En la nueva China cada quien
elige su símbolo de estatus: los
niños llevan mascotas, las
muchachas clasemedieras
confecciones caseras con
brillos, transparencias y
encajes, y las hijas o esposas
del millón o más de millonarios
chinos, generalmente
conectados al Partido, ostentan
bolsos y tacones Hermès,
Vuitton, Dior o Prada,
comprados a veces en el
extranjero y a veces, con un
sobreprecio de hasta 75% en
impuestos de lujo, en tiendas
locales que no se dan abasto para surtir a las muñequitas de porcelana, en grupos
de dos y tres, que llegan en coches alemanes con o sin chofer.
Las amantes de los nuevos ricos componen casi un tercio de ese floreciente
mercado; a los Mini Coopers y los BMW serie 3 los locales les llaman “coche de
amiguita”. Se espera que para 2015 el país se convierta en el líder mundial de
consumo de bienes de ultralujo, a pesar de la desaceleración: el crecimiento
74
económico anual en China en 2011 fue de los más bajos de la década, apenas
rebasando el 9%.
Desde hace dos mil 500 años “carne fragante” o “borrego de la tierra” son
eufemismos usados para la carne de perro, que aún se consume en regiones del sur
de China como Guangxi y Guangdong, sobre todo en invierno cuando, dicen, es
buena para mantener el calor corporal. Durante las hambrunas del Gran Salto
Hacia Adelante alimentar a un perro era visto como una afrenta, una debilidad
burguesa: los perros domésticos dejaron de existir y los callejeros se convirtieron
en una rara presencia que, para los humanos, terminaba en festín. La carne de
perro volvió a ofrecerse en los menús de los restaurantes que llegaron con la
reactivación económica aunque, durante las olimpiadas de 2008, el gobierno chino
ordenó a las cocinas de Beijing que retiraran cualquier plato con perro para evitar
herir las susceptibilidades occidentales. En Hong Kong el consumo de carne de
perro y de gato está penado con cárcel desde 1950, en el resto del país, sin
embargo, los intentos por pasar una legislación similar se han enfrentado con
reticencias.
Tener en China un perro en casa es la mejor manera de decirle al mundo que se es
parte de una nueva casta a la cual le sobra el dinero y el tiempo y, sobre todo, que
quiere marcar su distancia con las costumbres bárbaras del viejo país. Para
mostrar a sus hijos cómo era la China de antes —primitiva, ignorante y pobre—,
los jóvenes profesionistas dejan a sus ma scotas encargadas y se llevan a los niños
a vacacionar a Corea del Norte, donde en las calles, por cierto, no hay un solo
perro.
Beijing, con más de 20 millones de habitantes y cinco millones de autos,
difícilmente se permite un bache, una luminaria fund ida, un papel tirado o un paso
a desnivel sin jardineras rebosantes de flores. El transporte público es eficiente,
los espacios comunitarios son cómodos y concurridos y hay tres turnos diarios de
mantenimiento y limpieza en la ciudad. La seguridad es digna de las mejores
autocracias: el principal crimen es la estafa al turista desprevenido o el robo de
bolsas y carteras en sitios atestados, es decir, en casi todos lados. Pero comparada
con la vieja elegancia de Shanghai o el expansivo encanto de Chonking, a Beijing
le sobra una monumentalidad apresurada y fría que apila edificios en forma de
nido, de huevo, de tortuga o de galaxia diseñados por firmas como Rem Koolhaas
o Norman Foster. En su afán modernizador la ciudad se tragó, en un parpadeo, a
sus nostálgicos barrios callejoneros, donde los vecinos eran hermanos de banqueta
y el tejido social se construía una generación a la vez.
En los años cincuenta la expansión industrial comenzó por decreto a las puertas de
la vieja ciudad imperial. En los sesenta las centenarias murallas de la gran capital
del norte fueron demolidas para construir sobre su trazo el Metro por debajo y el
75
segundo anillo periférico —hoy son seis— por encima, y las hermosas casas de
patios grises con puertas de laca roja que rodeaban a la Ciudad Prohibida se
convirtieron en comunas rápidamente dilapidadas. En los ochenta la modernidad
arrasó primero con los barrios tradicionales y luego con sus suburbios agrícolas,
verdes de arroz, para erigir condominios asépticos que siguen acogiendo una
migración interna rica en el mejor talento del país.
Los pocos barrios que sobreviven aún, erigidos desde el siglo XIII hasta la
revolución del 49, son amenazados de continuo por las grúas que parecen otear el
firmamento de la ciudad. Sus viejos habitan tes se han ido, algunos buscando el
confort de los nuevos edificios y otros queriendo adelantarse a las evacuaciones
forzadas. En China el Estado es el único dueño de la tierra, y la otorga a voluntad
a particulares a través de contratos que pueden rescind irse en cualquier momento.
Hay 25 barrios históricos declarados zona protegida, pero la medida ha
conservado sólo la arquitectura; los vecinos siguen huyendo del encarecimiento
progresivo donde las boutiques de alto diseño, los restaurantes finos o los
extranjeros con buenas conexiones que habitan la ciudad pocos meses al año, han
sustituido a las familias señoriales, a las casas de té y a las tienditas esquineras.
Raros son los callejones que aún conservan en sus banquetas al par de viejitos
jugando damas chinas o a la señora que barre su entrada al sol de la tarde. Siguen
siendo hermosos, pero el viajero siente que está recorriendo las entrañas de un
lindo cadáver embalsamado.
Después de la revolución Mao consultó al arquitecto e historiador Liang Sichen g,
quien le propuso conservar los barrios tradicionales alrededor de la Ciudad
Prohibida y sacar los nuevos desarrollos a las afueras. El presidente rechazó la
idea, queriendo eliminar todo símbolo del viejo feudalismo; cuenta la historia que
la noche antes de la demolición de los primeros hutongs, Liang Sicheng subió a
las murallas de la ciudad imperial y se echó a llorar. La casa donde vivió su
infancia y juventud fue destruida a principios de este año.
El Templo del Cielo es un sitio de oración constru ido para uso exclusivo del
emperador. El monumento central, la pagoda triple de madera ensamblada sin
metales, es una fantasía de lacas azules y doradas. Terminado el complejo en 1420
por el emperador Yongle —Eterna Felicidad—, tercero de la dinastía Ming y
constructor de gran parte de la Ciudad Prohibida, fue usado como templo hasta
mediados de 1800 cuando fue ocupado por los ingleses durante la Segunda Guerra
del Opio. Como museo fue abierto al público luego de haberse rescatado de la
ruina apenas en 1918. Una extensa restauración después del golpe incendiario de
un rayo lo ha convertido en uno de los sitios de reunión más interesantes de
Beijing.
76
Al entrar al jardín que rodea al conjunto, adultos con pañoletas rojas bailan viejos
cantos revolucionarios coreados por entusiastas compañeros. Más adelante un
grupo de músicos ensaya melodías tradicionales, aquellas que durante la
Revolución Cultural fueron prohibidas, en instrumentos reconstruidos desde
piezas rotas, grabados y fotografías que algunos lograro n esconder de las brigadas
maoístas; las espadas de los practicantes de tai chi cortan el aire con silbidos
metálicos y los gritos y risas de los jugadores de damas y mahjong resuenan en los
pasillos. Al entrar a la pagoda los chillidos y aleteos de las go londrinas que viven
en los alerones del edificio opacan los gritos de los turistas extasiados.
Sólo una transacción se hace en silencio en el Templo del Cielo. Aquí y allá un
par de adultos sostienen una hoja de papel o un pequeño cartel al pecho. Buscan
pareja para sus hijos, y en el papel escriben los generales del vástago; si es mujer
anuncian qué tanta instrucción tiene, si sabe cocinar, si es dulce de carácter o si es
bonita. De ser hombre, apuntan si tiene coche y departamento, qué estudios
completó y en qué trabaja. Los paseantes se paran, leen y, si encuentran
coincidencias agradables —por ejemplo, si el chico tiene dinero y la chica es
hermosa—, comienzan las negociaciones. Si no les interesa lo que ven, pasan de
largo sin decir una sola palabra.
En Cantón hay un plato de consumo infrecuente que se llama San Zhi Er —los
Tres Gritos—, un delicatessen cuyo ingrediente principal es el ratón recién
nacido: el primer grito lo da el animal cuando lo toman para lavarlo, el segundo
cuando su parte inferior, y sólo su parte inferior, es introducida en aceite
sazonado e hirviente y el tercero cuando es masticado por el comensal. O eso
cuentan los cocineros chinos, a quienes tiendo a creerles cuando preparan, al lado
de los kebabs de las regiones islámicas y l os dimsums típicos de Shanghai,
botanas hechas con alacranes, estrellas de mar, erizos, tentáculos de pulpo
semovientes, grillos, penes de chivo —largos y delgados—, víboras despellejadas,
caballitos de mar secos y larvas de gusano de seda que esperan la f reidora y los
clientes en la calle de Wangfujing donde, excepto en invierno, de seis a diez de la
noche se congregan por igual los oficinistas nativos en busca de un bocado rápido
y los visitantes morbosos.
Los vendedores parecen divertirse más que irrit arse con el turista pasmado,
aprovechando la oportunidad de coquetear con las rubias de quijada
descoyunturada: “Qué linda eres, ¿de dónde vienes? ¿Quieres carne de víbora? Es
buena para la fertilidad”, dicen, en un inglés mocho acompañado de una enorme
sonrisa.
Es un lugar común explicar la costumbre de los chinos de consumir casi cualquier
cosa por las hambrunas que han azotado sus tierras a través de la historia. En el
sur del país afirman comer todo lo que tenga patas, con la excepción de las sillas.
77
Pero la sofisticación con que tratan los ingredientes más inverosímiles o, para
Occidente, repulsivos, indica más una curiosidad hedonista que la necesidad de
satisfacer una necesidad fisiológica. La preparación de los alimentos cotidianos
es, todavía, una ceremonia que se le encarga a los decanos, donde las reuniones
familiares alrededor de la mesa son tratadas con una reverencia que la modernidad
no ha conseguido borrar del todo.
El pato Pekín, por
ejemplo, llega a las
mesas del color de la
madera laqueada
crujiendo como un
caramelo alrededor de
una carne deliciosa y
tierna. Un destazador
experto corta y sirve las
lajas de piel con apenas
un poco de carne. Esto
se come enrollado en un
disco de harina de arroz
al cual se le añade salsa
de ciruela y, a veces, de
ajonjolí, y algunas
tiritas de pepino y de cebollín. Pero eso sólo es la primera parte, la única que se
sirve en la mayoría de los restaurantes fuera de China; en el país, la carne que
queda se lleva a la cocina para preparar un picadillo con castaña s y bambú,
servido como segundo turno, en hojas de lechuga. Para terminar, los huesos se
reúnen con las patas del animalito para preparar un consomé transparente y
aromático que finaliza la comida.
Los patos ideales para esta receta son alimentados cuatro veces al día sólo con
cereales y tienen, a lo más, dos o tres meses de nacidos cuando son sacrificados.
La preparación comienza días antes del servicio con inyecciones de aire entre la
piel y la grasa alrededor de la carne, para luego pasar al animal por agua
hirviendo y colgarlo para bañarlo en un caldo espeso de azúcar y especias por 24
horas. Al final es rostizado entero, colgado, en un horno cerrado. En los buenos
restaurantes de Beijing es necesario reservar el plato cuando menos con un día de
antelación, aunque los menos previsores siempre pueden optar por el Burger King
que, sólo en China, sirve una hamburguesa de pollo a la pato Pekín: pollo frito
cubierto con una salsa ahumada que imita el sabor del pato original, y que
representa una de las piezas de comida rápida más vendidas en el país.
78
Graduarse de una universidad de prestigio, en China, asegura un empleo bien
pagado y con prestaciones envidiables en el sector público. La escuela va por
cuenta del Estado hasta la preparatoria; después, las me jores universidades
cuestan cerca de mil dólares al año. Pero hay que lograr una admisión no sólo
rigurosa sino blindada a la endémica corrupción que permea al país: en las
colonias prósperas anidan, sobre los techos, enjambres de antenas parabólicas que
permiten ver la televisión satelital internacional, asunto vedado por una censura
gubernamental que considera delito conectarse a Facebook. Al preguntarle al guía
al respecto, éste sonríe y contesta: “bueno, mientras no se importune de otras
maneras al Partido, las leyes en China son realmente sugerencias”.
Cuando preguntamos si es posible comprar la aprobación de los exámenes
escolares, la respuesta es un enfático no. ¿Qué hacen los padres ricos cuando sus
vástagos reprueban? Muy fácil: mandan al crío a s acar su diploma en alguna
universidad del extranjero. Pero la gran mayoría de los chinos no son ricos y, para
los hijos del pequeño comerciante, del obrero o del campesino, la ruta al éxito
pasa por el buen desempeño académico. La competencia es feroz: en las zonas
rurales el horario de las preparatorias es de siete de la mañana a 10 de la noche y
el último año no hay vacaciones o fines de semana. La condescendencia ante
cualquier desventaja cultural o económica es inexistente; en la provincia de Hubei
los chicos tienen la costumbre, los días previos a las pruebas finales, de
conectarse la vena a bolsas llenas de vitaminas, glucosa y minerales para evitar
perder el tiempo en comer. Las autoridades escolares permiten la práctica en los
salones de estudio de sus facultades: no hay por qué impedirlo si los muchachos
no se causan un daño permanente, dicen.
Cada verano poco más de nueve millones de adolescentes son evaluados a lo largo
de dos días. Sólo un 30% pasa la prueba. En 2011, en la provincia de Longhui, un
estudiante de nombre Liu Pin llegó 15 minutos tarde a la primera sesión y le fue
negada la entrada. Subió al techo del dormitorio más cercano y, desde una altura
de seis pisos, se aventó al pavimento y a la muerte. Cuando la familia, buscando
explicaciones, levantó el cuerpo y lo llevó en brazos hasta la entrada de la
escuela, fue dispersada a golpes por la policía por alterar el orden en temporada
de exámenes.
Fuera de los Han, dominantes económica y políticamente, hay 55 etnias
reconocidas oficialmente por el gobierno chino. No llegan al 10% de la población
y están exentas de la regla de un solo hijo por familia, pudiendo tener dos y, a
veces, si son ricos —raramente—, tres. Los Han, habitantes principales de los
polos urbanos, afirman que la pobreza se concentra al oeste, lejos de la costa del
Pacífico; un poco en el Tíbet, pero también en las regiones musulmanas como
79
Xinxiang, predominantemente Ugyur y Gansu, Yunan y Ningxia, donde habitan
los Hui. Afirman también que no es el gobierno el que ha fal lado, sino que esa
minoría es floja, rebelde e indisciplinada. Los musulmanes chinos, sunitas en su
mayoría, conforman el 1.6% de la población con poco más de 20 millones de
fieles.
Hay en China una Iglesia Católica, Apostólica y China que en todo se par ece a la
vaticana pero que ocasionalmente desconoce a los cardenales ungidos por Roma
para consagrar a los propios: cuando los primeros señalan, digamos, el mal estado
de los derechos humanos en el país. Lo mismo sucede con el budismo lamaísta
tibetano, cuyos devotos van acumulando inmolaciones en atención al cambio de
premier: a partir de la pasada primavera, a criterio de los oficiales chinos en
Tíbet, están obligados a tener en cada monasterio un rector emanado del Partido.
Menos conocida por carecer de un líder carismático de cara a Occidente, pero más
violenta, es la pugna con el islam: el gobierno chino creó a inicios de 2001 la
Asociación Islámica China, diseñada para “difundir el Corán y oponerse al
extremismo”, sobre todo el de naturaleza separatist a; la supervisión por parte del
gobierno de los discursos de los imames y de los currículos de las escuelas
islámicas es tan rutinaria como estricta.
Luego del ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, 22 ugyures
apresados en un campo de entrenamiento afgano llegaron a la prisión de
Guantánamo. Casi todos fueron liberados poco tiempo después. Dentro de China
sus colegas no corrieron con tanta suerte; el atentado favoreció una política
internacional menos vigilante de los métodos antijihad, y en China no se
desaprovechó la coyuntura en el combate al terrorismo doméstico: Xinjiang, sede
de la etnia ugyur, es la capital de la pena de muerte en un país que la aplica más
que ningún otro en el mundo.
Mientras Europa se desperezaba del Medioevo, China se regodeaba en el lujo y la
belleza de sus cortes, experimentando con una técnica que tomó de sus contactos
con el Imperio Bizantino: el decorado de jarrones y otros objetos de cobre con
filigrana trazada en delgado alambre del mismo metal, o de oro , cuyos diminutos
huecos eran luego esmaltados, horneados y pulidos hasta obtener joyas
multicolores muy lejanas de las pulseras troqueladas que hoy venden en los
mercados para turistas. Como los perros de raza pekinesa y la seda dorada, el
cloisonné pronto se volvió un producto exclusivo de las cortes. Hoy una pieza de
probada procedencia imperial e interés artístico es un tesoro que puede rebasar
fácilmente el millón de dólares, pero durante las purgas maoístas de fines de los
años sesenta la belleza y la erudición eran vistos como vicios burgueses: los
esmaltes que durante los asaltos a los palacios, primero, y los asaltos a la razón,
después, no fueron robados y contrabandeados hacia las colecciones privadas de
Europa y Estados Unidos, o hacia los museos de Taiwán cortesía de la previsión
80
de Chiang Kai-shek —quien se llevó a la isla las 693 mil 507 piezas que hoy
forman el Museo Nacional de Taipei, previendo la invasión japonesa, y que tuvo a
bien nunca regresarlas presintiendo la entronización de Mao —, terminaron
quemados y desfigurados, perdonándoles sólo el alma de cobre para su uso en
labores más revolucionarias como hervir agua o acarrear grano.
Deng Xiaoping llegó a París, en el
otoño de 1920, a sus 15 años. Su
biografía oficial dice que cuando su
padre le preguntó qué quería aprender
de Europa, el futuro líder le contestó:
quiero tomar la sabiduría de Occidente
para salvar China. Lo cierto es que fue
durante los seis años que pasó en
Francia, y no antes, cuando se afilió,
luego de conocer de primera mano las
condiciones de miseria de los obreros
europeos de la Revolución Industrial, a
las nacientes juventudes comunistas.
Pero también refinó allí su interés por
la música, la literatura y el art nouveau
francés; interés que, años después, junto con su afán por reformar las políticas
fallidas del Gran Salto Hacia Adelante, le granjearía la oportunidad de reeducarse
—el eufemismo revolucionario para castigo y exilio — por cortesía de una
Revolución Cultural que descalabró el espíritu de su pueblo tanto co mo su riqueza
estética e histórica, dejando sus tesoros arquitectónicos como el turista los
encuentra hoy: como cáscaras reverberantes.
Cuando Xiaoping concluyó su rehabilitación en una fábrica de tractores de Jiangxi
lo llamaron al equipo económico del Partido, desde donde tejió calladas alianzas
con otros descontentos que, poco después de la muerte de Mao, lo llevarían al
poder. Sus planes para el rescate de China pasaban por la resurrección de las
competencias nacionales a través de su acervo intelectua l y artístico, y el Estado
reabrió por decreto las facultades de artes y ciencias, las academias de ópera, las
escuelas de caligrafía y los talleres de orfebrería. Para entonces sólo quedaban en
China 32 maestros del cloisonné, y no todos en buen estado: e n la Revolución
Cultural golpear las manos hasta romper los huesos era un castigo frecuente para
los artistas tozudos.
En China el salto a la modernidad ha sido disparejo: los estadios, aeropuertos,
museos y parques deslumbran a cualquiera, hasta que ese cualquiera busca un
81
sanitario y se encuentra con que la mayoría, excepto en los hoteles y restaurantes
de lujo, son agujeros en el piso, sin metáfora alguna que medie el desconcierto.
Los menos malos tienen mosaicos de acero corrugado y huellas marcadas a cada
lado del hueco para indicar dónde poner los pies, y los otros son un cubo vaciado
en cemento con un hoyo negrísimo en medio. Un tanque a la altura de la cabeza de
donde pende una cadena forma el simple pero eficiente sistema de desagüe, que
permite una buena higiene siempre y cuando los clientes anteriores hayan tenido
una diestra puntería. Esto rara vez sucede. La costumbre explica la enorme
facilidad que tienen lo chinos para ponerse en cuclillas, posición que pueden
sostener por horas mientras esperan en las filas propias de un país que rebasa los
mil millones de almas.
El precario sistema de salud nacional no es atribuible sólo al apego que los chinos
sienten por su medicina tradicional, que apunta al cuerno de rinoceronte, de tejido
similar al que conforma el cabello o las uñas humanas, como un potente reductor
de la fiebre, o al polvo de hueso de tigre como un restaurativo y antiinflamatorio,
sino también al desprecio que esa sociedad siente por lo individual; la vida
humana, en lo particular, es vista como prescindible. Cuando uno de los
problemas principales de una cultura así es el control poblacional, la muerte de
los enfermos, los viejos y débiles se vuelve asunto secundario: a blessing in
disguise.
Los hospitales chinos, de difícil alcanc e para la mayoría de la población,
sostienen protocolos cuya insuficiencia asustaría al más negligente centro de salud
occidental: en la provincia de Guangdong las infecciones crónicas reportadas el
pasado otoño en el ala de maternidad fueron achacadas a q ue las pacientes estaban
muy gordas, o muy flacas, para cicatrizar bien y, a fines de octubre de 2011, el
hospital de la Cruz Roja de la ciudad de Foshan recibió en emergencias a una
embarazada de ocho meses con sangrado y dolor abdominal. El parte médico
indicó que al nacer el bebé no respiraba; lo entregaron a la morgue y le
anunciaron a la madre que su hija había fallecido. La cuñada pidió el cuerpo de la
niña para enterrarlo: cuando abrió la bolsa la niña se movía, echaba espuma por la
boca y era niño; la enfermera encargada quiso paliar el dolor de la madre evitando
anunciarle a la familia que habían perdido a un varoncito.
Al llegar a Yichang, punto de embarque del Yang -Tze, la niebla da paso a colinas
ondulantes, verdes y llenas de árboles de durazn o. Es hasta poco antes del muelle
cuando comienzan a aparecer los primeros edificios de concreto prefabricado, de
aire estalinista, y un agujero de tierra roja se abre frente a ellos en lo que parece
un grito. La cara de la guía se ilumina de orgullo mient ras explica: “Ya arrasamos
con siete de estas colinas para construir las casas de los desplazados por la presa.
De ser un pueblo de 400 mil habitantes, ahora somos cuatro millones”, remata.
82
La presa en cuestión, la de las Tres Gargantas, soñada por Sun Ya t Tzen desde
1919, deseada por Chiang Kai-shek, apoyada inicialmente por Estados Unidos —
que para ello entrenaron a no pocos ingenieros chinos a inicios de los años
cuarenta— y dejada al garete por las penurias económicas de las políticas de Mao,
sumergió 632 kilómetros cuadrados de superficie y, con ellos, a mil 300 sitios
arqueológicos, 13 ciudades, 140 pueblos y mil 325 caseríos, con todo y las tumbas
de sus ancestros. Más de un millón y medio de personas fueron reubicadas durante
los 17 años que duró su construcción, cuya etapa final cerró este pasado verano
después del desembolso de casi 60 mil millones de dólares: un buen negocio a
cambio de la suficiente electricidad limpia —la Comisión para el Desarrollo de
China dice que se ahorran al año 100 millon es de toneladas de gases de
invernadero— como para abastecer las necesidades energéticas, digamos, de
Suiza.
No pocos de los reubicados vivían en condiciones premodernas, en pequeñas
granjas de subsistencia mínima, sin agua corriente ni drenaje y con la electricidad
que puede dar una planta de diesel. Pero cambiar la libertad expansiva de una vida
rural por condominios de interés social expuso a sus nuevos habitantes al
escrutinio del hacinamiento urbano y a la culpa por perder tradiciones y vínculos
centenarios con la tierra de sus antepasados: la delincuencia y la violencia
doméstica alrededor de estas comunidades, surgidas como hongos en primavera, es
rampante.
Más difíciles de cuantificar han sido los daños ecológicos, paradójico resultado de
la hidroeléctrica: cientos de fábricas, basureros y minas fueron sumergidos junto
con los asentamientos humanos, y los desechos corrosivos que escapan desde
abajo se han sumado a los drenajes que las nuevas instalaciones en tierra firme
tiran impunemente desde arriba. A la lista de animales en peligro de extinción
entraron la garza siberiana —quedan entre cuatro y cinco mil ejemplares —, el
esturión chino —cerca de mil— y el bai-ji, una de las cuatro especies de delfín de
agua dulce del mundo. La diosa del Yang -Tze, como se le conocía a este símbolo
de paz y prosperidad, sería la rencarnación de una princesa que fue ahogada por su
familia al rehusar casarse con un hombre que no amaba. El pequeño cetáceo, cuyo
conteo es técnicamente cero —la última excursión para contar especímenes, en
2006, no pudo documentar a ninguno, aunque un animal blanco captado nadando
cerca de la provincia de Anhui en un video amateur de 2007 fue tentativamente
confirmado como un bai-ji—, es la última especie en extinguirse por causas
directamente atribuibles a la acción humana.
Los Tujia son un pueblo que habita las laderas a lo largo del río Shennongxi, en la
provincia de Hubei. Dicen descender del imperio Ba, de origen desconocido; una
83
teoría apunta a que vinieron del Tíbet, otras, a que siempre estuvieron allí. Se les
conoce como Tujia —los locales— desde que sucumbieron al dominio de los Chin
en el siglo XV; perdieron su autonomía pero conservaron sus prerrogativas al
convertirse en proveedores de los más fieros guerreros para las difere ntes
dinastías imperiales. No tienen idioma escrito pero su acervo se ha conservado a
través de las canciones que acompañan sus vidas; el novio que corteja a una
muchacha le declarará su amor cantando, y ella le contestará de manera afirmativa
o negativa, pero cantando igual. Se casarán quizá y, poco después, tendrán un hijo
o hija: de ser niña, el padre plantará frente a su casa un pequeño bosque, que no
cortará hasta que ella se comprometa a casarse y, con la madera, hará muebles
para los futuros esposos; una cama, una cuna y quizá una mesa para la cocina.
Mientras tanto, la hija llorará y cantará por tres días completos antes de la boda:
el primero, porque perderá la compañía de sus padres; el segundo, porque dejará
de ver a sus hermanas o hermanos y, el tercero, por miedo a la vida que le espera.
El Shennongxi es estrecho y corre entre acantilados tan verticales como verdes, de
un verde que palidece ante un agua que hoy parece espejo de jade, pero que antes
de ser domada por los 150 metros de líquido que recibió cuando entró en
operación la presa de las Tres Gargantas rompía su espuma en un cuchillo de
piedra tras otro. Pero los Tujia se ufanaban de que sus hijos navegaban antes de
caminar; sólo en los tramos más rudos los barqueros, desnudos, bajaban de las
canoas y las arrastraban por veredas entre las rocas.
Hoy los Tujia arrastran las canoas, vestidos, sólo para deleite de los turistas, y las
muchachas cantan su folklore para vender uno o dos cedés caseros que le
permitirán al bebé que las espera en casa, al cuidado de la hermana o de la abuela,
ir algún día a una buena escuela y luego, con suerte, a la universidad.
Roberta Garza. Periodista. Es colaboradora de Milenio Diario.
LA DISPUTA POR LA EDUCACIÓN
Gilberto Guevara Niebla
En las últimas décadas del siglo XX, fuerzas importantes del país se unieron para
impulsar la modernización del Estado. Algunas instituciones públicas erigidas
durante el ciclo histórico de la postguerra —marcado por la industrialización—
mostraban disfuncionalidades graves y era urgente reformarlas. Era el caso de la
educación pública. Aunque el sistema escolar tuvo éxitos resonantes entre 1920 y
1940, su organización y funcionamiento fueron modificados drásticamente —
84
siguiendo criterios corporativos— en el sexenio 1940-1946. En la época siguiente,
la atención de los gobernantes se centró en ampliar la oferta educativa y, como
consecuencia, se produjo una expansión espectacular de la red escolar. La
matrícula pasó de tres millones de alumnos en 1950 a 30 millones en el año 2000.
Pero, a semejanza de otros países occidentales, la masificación dio lugar a
problemas pedagógicos inéditos que condujeron inexorablemente a una crisis
educativa (Coombs, P., 1968). Al mismo tiempo el entorno social nacional e
internacional cambiaba aceleradamente.
El cambio cultural fue acelerado:
el surgimiento de las nuevas
tecnologías de información y
comunicación, el proceso de
globalización económica, la
irrupción del libre mercado y el
derrumbe de los
proteccionismos, la transición
hacia la democracia, la
persistencia de una aguda
desigualdad social y de manchas
urbanas de miseria y
lumpenización, el incremento del
narcotráfico, los movimientos
migratorios, la irrupción del
feminismo, la exigencia de
derechos humanos y de una
justicia más eficaz, la
reivindicación de la pluralidad
cultural impulsada por el movimiento de los indígenas de Chiapas, etcétera. Todos
estos cambios presionaban a favor de una urgente reforma de la educación. En los
años ochenta comenzaron a aparecer evidencias escandalo sas del derrumbe en los
aprendizajes de los alumnos (Conalte, 1983; Carpizo, J., 1986; Guevara, N.,
1991).
En este contexto nació el movimiento en favor de “la calidad” educativa. Las
fuerzas integrantes de ese movimiento fueron al principio restringidas: grupos
magisteriales, investigadores universitarios y algunos sectores políticos. Pero
suficientes para detonar una reforma que cristalizó en 1992, con el nombre de
Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica. Con ese acuerdo
el gobierno federal se proponía modificar la organización y el funcionamiento del
sistema escolar mediante: a) la atribución de la administración y operación de
todas las escuelas a los gobiernos de los estados; b) la creación de un sistema de
85
consejos sociales con la función de ejercer control y supervisión sobre el
funcionamiento de las escuelas; c) la puesta en marcha de un mecanismo
alternativo a la movilidad por escalafón, de gratificación a los docentes en
función de su desempeño en el aula (carrera magisterial) ; d) la renovación de
planes, programas de estudio y libros de texto.
El acuerdo encontró una oposición férrea por parte del SNTE que realizó
numerosas maniobras para hacerlo fracasar. Con el control de las comisiones de
educación de ambas Cámaras del Congreso, una vez que se elaboró la “ley
secundaria” (la Ley General de Educación) el sindicato despojó de todo poder de
decisión a los consejos sociales de educación y los convirtió en meras entidades
metafísicas. La transferencia de los servicios educativo s a los estados se hizo
apresuradamente y tropezó con múltiples dificultades: normativas, financieras,
etcétera, hasta el extremo que algunos gobernadores pidieron que los servicios
educativos regresaran a manos de la Federación. En poco tiempo se advirtió que la
carrera magisterial se había convertido en un sistema credencialista de movilidad
en el trabajo que no impactaba en los resultados de aprendizaje. Asimismo,
surgieron en este tiempo abundantes evidencias de los inconvenientes que tenía
para México la existencia de un currículum estandarizado.
La alternancia en la presidencia de la República, con el triunfo del PAN en el año
2000, abrió un nuevo ciclo histórico en la educación básica del país. El acceso del
PAN al control del poder Ejecutivo produj o un cambio en la correlación de
fuerzas dentro del sector, pero este cambio favoreció a la dirigencia del SNTE. El
vínculo personal del presidente Vicente Fox con la líder sindical, Elba Esther
Gordillo, se tradujo en una serie de ventajas para los lídere s gremiales, un
incremento de la fuerza política del sindicato y un debilitamiento de la SEP. Sin
embargo, ese mismo año se aplicó el primer examen internacional PISA (alumnos
de 15 años de edad), y al hacerse públicos los resultados obtenidos por los
estudiantes mexicanos se sacudió la opinión pública. He aquí una muestra de esos
resultados. (Recuérdese que la OCDE presenta las calificaciones obtenidas en
cinco niveles, del más bajo al más alto.)
Resultados en competencia
en lectura
(porcentajes de alumnos en cada nivel)
México
Promedio OCDE
Debajo del Nivel 1 16.1
6.2
Nivel 1
28.1
12.1
Nivel 2
30.3
21.8
Nivel 3
18.8
28.6
Nivel 4
6.0
21.8
Nivel 5
0.9
9.4
86
Fuente: OCDE (2002): Education at a Glance.
El puntaje obtenido por los alumnos mexicanos en Matemáticas fue de 387 frente
a un promedio de los países OCDE de 498. En todos los casos México obtuvo el
último lugar de los países miembros de la OCDE. Poco tiempo después se hizo
público que México había participado también e n una prueba internacional de
Matemáticas y Ciencias en 1995, el llamado TIMSS organizado por la
International Assessment of Educational Progress (IEA) y que la SEP, una vez que
comprobó los bajos puntajes obtenidos por los alumnos de México, había decidid o
prudentemente archivar los datos correspondientes a ese examen. En realidad,
también en esa prueba los chicos mexicanos obtuvieron pésimos puntajes. Hubo
nuevos exámenes PISA en 2003, 2006 y 2009 y en todos ellos México mantuvo su
posición rezagada.
Con estos datos el debate por la “calidad” de la educación dejó de ser una querella
entre grupos específicos y se convirtió en un debate público nacional. El gobierno
de Fox, al mismo tiempo que cortejaba al SNTE, lanzó una serie de iniciativas que
tuvieron un efecto positivo sobre el sistema —aunque tal vez carecieron de
sistematicidad—. De esa forma surgió el programa Escuelas de Calidad, el
programa Enciclomedia, las Bibliotecas de Aula, el Instituto Nacional de
Evaluación de la Educación, la prueba Enlace , etcétera, al mismo tiempo que se
realizaron reformas en el nivel preescolar (2002) y en secundaria (2006). Entre
2004 y 2006, sin embargo, la cúpula sindical ostentaba un poder financiero
enorme obtenido, a veces, por asignaciones de dinero directas e ir regulares de la
SEP. En esos años, con el patrocinio de la líder magisterial, Elba Esther Gordillo,
se creó “el partido de los maestros” que logró su registro oficial en el IFE con el
nombre de Partido Nueva Alianza (Panal) y quedó bajo la tutela de uno de los
principales asesores de Gordillo.
La efervescencia social a favor de la “calidad” educativa no cesó bajo el gobierno
de Felipe Calderón, pero éste, ingenuamente, otorgó todavía más poder a Elba
Esther Gordillo. La Subsecretaría de Educación Básica f ue entregada a un yerno
de ésta. No sólo eso, la dirigencia sindical además impuso a la SEP un programa
educativo particular: la llamada “Alianza por la Calidad de la Educación”, que
suplió al programa oficial previamente anunciado. De esta forma la educac ión
básica pasó a ser dirigida por comisiones paritarias SEP -SNTE, condición que
vulneraba ostensiblemente la Constitución de la República toda vez que la
educación básica, según reza el artículo tercero, es facultad exclusiva del Estado.
Con estos antecedentes es comprensible que el nuevo gobierno del PRI se
proponga una reforma educativa cuyo primer objetivo es “recuperar para el Estado
la rectoría de la educación”. Otros elementos de la nueva reforma educativa son:
87
Incorpora el valor “calidad” dentro de los rasgos de la educación que imparta el
Estado.
Preserva para el Poder Ejecutivo la capacidad de decidir en materia de planes y
programas de estudio, previa consulta obligatoria con los sectores involucrados.
Establece que el ingreso a las plazas do centes y a puestos de dirección y
supervisión se realizará conforme a exámenes de oposición.
Se crea el Sistema Nacional de Evaluación cuyo eje institucional será el Instituto
Nacional de Evaluación de la Educación.
Se crea un sistema nacional, único, d e información educativa.
Se reunirán elementos para otorgar mayor autonomía a las escuelas.
Se crearán, al menos, durante el sexenio, 40 mil escuelas con horario ampliado
(entre seis y ocho horas).
Faltan muchos elementos por definirse, pero desde ah ora se puede afirmar que la
parte sustancial de esta reforma se ocupa de eliminar los mecanismos viciados de
ingreso a la profesión docente (por compadrazgos o bautizos políticos, por venta o
por herencia de plazas, etcétera) e impone un procedimiento que coloca el mérito
(intelectual, pedagógico, moral, vocacional) como recursos para ocupar plazas y
promoverse a puestos de dirección. No busca “eliminar empleos” como ha dicho el
SNTE. Por el contrario, se trata de dignificar la profesión docente. Esta refor ma
abre oportunidades insospechadas a los maestros jóvenes y a los enseñantes
talentosos para mejorar sus condiciones profesionales y contribuirá a elevar el
esfuerzo de todo el magisterio por mejorar su desempeño en el aula. En su
conjunto, lo que se quiere es dar un paso más a favor de la “calidad” de la
educación y, con ello, hacer de ella un instrumento social para la justicia social.
La nueva reforma educativa abre un horizonte insospechado de oportunidades para
el magisterio. Se trata de establecer una nueva plataforma normativa para el
trabajo docente. La profesión magisterial será, en estricto sentido, una profesión
(como la medicina, la abogacía, etcétera) y no una subprofesión condicionada por
rígidas redes sindicales y burocráticas. Bajo estas c ondiciones el docente será
mejor remunerado y gozará de un prestigio social que ha ido perdiendo.
Asimismo, al reforzar el papel de las escuelas se incrementará el poder de
decisión de la comunidad escolar, se mejorarán las condiciones del trabajo
magisterial, asegurando igualmente que quienes ocupen la posición de directores
de escuela posean aptitudes intelectuales y morales apropiadas de tal forma que se
hagan merecedores del papel de líderes pedagógicos y sociales respetados por su
88
comunidad.
Bibliografía
Carpizo, J. (1986): Fortaleza y debilidad de la UNAM, UNAM, México.
Conalte (1983): La educación básica en México, SEP, México.
Coombs, P. H. (1968): La crisis mundial de la educación, Ediciones Península,
Barcelona.
Guevara Niebla, G. (1991): “Méxic o: ¿Un país de reprobados?”, en nexos, núm.
162.
OCDE (2002): Education at a Glance, París.
Gilberto Guevara Niebla. Profesor titular del Colegio de Pedagogía de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Director de la revista Educación
2001. Su más reciente libro es México 2012: La reforma educativa.
LAS DOS ESTRATEGIAS
Eduardo Andere M.
La reforma educativa constitucional puede analizarse a través de varias vertientes.
Desde la política y la política educativa, hasta la pedagogía. ¿Cuál es la m ás
importante de todas? La de la alta política educativa. Es un término que tomo
prestado de la teoría de relaciones internacionales, donde la “alta política” (“High
Politics”) tiene que ver con temas de estrategia, seguridad y guerra; y la “baja
política” con temas de economía, cultura, medio ambiente y otros, típicamente
nacionales y que, en general, no
tienen efectos en la estabilidad
del sistema.
A partir de ahí construyo una
teoría de la política educativa
basada, fundamentalmente, en
“alta política educativa”; es
decir, todo aquello que mantenga
o quebrante el statu quo en las
relaciones de poder y
condiciones iniciales de
operación del sistema, y “baja
política educativa”, o sea, todo
89
aquello que haga funcionar el sistema educativo: desde la polític a educativa per se
hasta la pedagogía, la evaluación, los currículos, la gestión escolar y el trabajo en
aula.
La reforma constitucional (RC) tiene dos vertientes muy claras de análisis: una de
alta y otra de baja política educativa. Dos jugadores que son o podrían ser
completamente enemigos en la “alta política” educativa, pueden ser aliados en la
baja política educativa. Por ello, hemos visto en los últimos cuatro sexenios,
desde Salinas hasta Calderón, juegos de baja política educativa.
En la alta política educativa por tratarse de la distribución de poder, el juego
estrictamente es de suma cero: lo que uno gana el otro pierde; en la baja política
educativa, como el poder no se toca, el juego es de suma positiva: las ganancias
son para todos. Los juegos de suma cero son competitivos; no hay cabida a la
cooperación, a menos que una fuerza mayor cambie la naturaleza del juego. Los
juegos de suma positiva son cooperativos; ambas partes tienen posibilidad de
ganar. Enemigos en lo estratégico, amigos en lo fu ncional.
Todo indica que tenemos un juego de gigantes de la estrategia: el presidente
Enrique Peña Nieto y Elba Esther Gordillo. Los dos no pueden ganar al mismo
tiempo y en el mismo juego. En la política no existe tal cosa como la cooperación
donde todos ganamos. No. En la política —el área del conocimiento que estudia
“el fenómeno del poder”— no se puede tener poder (capaz de imponer) y ser
dominado al mismo tiempo. Si dos poderes antagónicos se asocian y crean un
nuevo poder, por ejemplo alianzas entre partidos políticos para designar un
candidato, quien gana es quien lo impone. La nueva fuerza política entrará en
nuevos juegos. Pero la alianza es producto de una lucha de poder.
En este tablero estratégico de alta política, la RC es el primer movimiento de
Enrique Peña Nieto. Elba Esther Gordillo está por mostrar su jugada que
dependerá de su músculo (capacidad de imponer). El juego es de información
perfecta y secuencial, ambas partes conocen las fichas del otro jugador (recursos,
aliados, posibilidades, en otras palabras, peones, caballos, alfiles, torres y reina),
pero no saben hacia dónde fija la mirada cada uno. La acción de uno de ellos
desencadenará la reacción del otro. Pueden no hacer nada por algún tiempo, echar
mano del alardeo o “bluff” o basa r sus jugadas en el camuflaje, la persuasión, la
distracción o el abandono. El presidente tendrá que esperar la reacción de la
dirigente del SNTE. Pero al mismo tiempo construirá, como lo hacen los maestros
o jugadores de ajedrez, un árbol de decisiones, c on rutas contingentes.
Gordillo seguramente trabaja en su “cuarto de guerra” (“inteligencia colectiva”)
posibles decisiones o tácticas para un objetivo claro: aumentar poder. En la
construcción de estrategias, el cálculo de costo -beneficio es fundamental. Peña
90
mandó un mensaje claro al jugar fichas de mucho peso: “una reforma
constitucional” para mostrar y demostrar fuerza política.
En el terreno de la retórica (táctica) hay mucho por hacer; en el terreno de la
acción, Gordillo tiene pocas opciones. Deten er la reforma: imposible. Si no lo
obtuvo a nivel federal, menos en el local, cuyas principales fuerzas de poder están
en los gobernadores y legisladores federales, quienes en su mayoría apoyaron las
reformas en las Cámaras federales. La dirigente de los m aestros hará frente a la
batalla con amenazas, manifestaciones, paros, cordura, prudencia, etcétera.
Viene la revisión del contrato colectivo, por ahí podría encajarse la presión
sindical. Una confrontación abierta no conviene a ninguno de los dos jugado res.
Ninguno realmente tiene el poder suficiente como para controlar los efectos
negativos de convertir este juego en un “chicken”; la negativa a cooperación
llevaría a la destrucción de ambos.
Supongamos que Gordillo no logra el pliego petitorio en la re visión anual del
contrato colectivo y convoca a un paro nacional. La medida es totalmente
antipopular; pero hemos visto que en distritos escolares de países completamente
democráticos, con sindicatos democráticos (con poca distancia de poder entre
líderes y representados), han logrado sentar a las autoridades educativas en la
mesa de negociación. Así ha sucedido en Australia, Inglaterra y Estados Unidos.
Muy recientemente en el distrito escolar de Chicago, el tercero más grande de la
Unión Americana, los maestros de las escuelas públicas, con lenguaje y acciones
agresivas, se fueron a huelga. Líder y alcalde, con personalidades fuertes y
aguerridas se enfrentaron, el tema estalló en huelga del sistema público, que
mandó a 350 mil estudiantes fuera del aula. La huelga conjuró 10 días después, y
todas las partes obtuvieron alguna concesión. Los maestros y el sindicato, con una
reforma educativa más suave; el alcalde y los reformistas, con un esquema de
evaluación magisterial; los estudiantes y padres de familia , con el regreso a
clases. Siempre las aguas se calman después de una buena negociación. Pero
primero las partes muestran toda su artillería.
El movimiento estratégico de inicio de partida de Peña Nieto fue de gran maestro.
Con un fuerte bono democrático después de las elecciones, y los espaldarazos de
los tribunales y autoridades electorales, y el apoyo de los medios de comunicación
y líderes de opinión, el movimiento de la RC tenía que hacerse al principio del
sexenio, durante la “luna de miel”, con toda la atención mediática y con la fuerza
suficiente para gestionar el apoyo de gobernadores y legisladores. Además, el
presidente enfrenta a una contrincante debilitada a nivel mediático, con múltiples
señalamientos de involucramiento excesivo en la política educativa al grado de la
imposición de maestros, directores y reglas del juego a modo. Con un Peña fuerte
y una Gordillo sin proyección en los medios, el tiempo del movimiento fue
91
magistral. Uno se pregunta ¿por qué no hicieron lo mismo Zedillo, Fox y
Calderón? Salinas lo hizo, aunque no tan al principio, y sin bono democrático, en
contra de Jonguitud, pero el reacomodo de las piezas resultó contraproducente a
posteriori.
La partida de Peña no es tan agresiva, por el momento, como fue la de Salinas.
Pero el juego apenas acaba de empezar.
¿Qué debe hacer Gordillo? Primero, detectar si tiene estrategia dominante, es
decir, que en el análisis de costo -beneficio tuviera estrategia que dominara a
cualquier otra. Una estrategia de confrontación por parte de Gor dillo no puede ser
dominante porque ahora refleja una imagen desgastada. Supongamos que en la
renegociación del contrato colectivo las partes se enfrentan y ninguna cede. Y la
huelga estalla, y unos 22 millones de niños de educación básica se quedan fuera
de la escuela, más algunos de otros niveles, por apoyos intergremiales. Lo que
sucederá es que el clamor de los medios, empresarios y padres de familia (muchos
de ellos maestros), a favor del retorno a clases, será estridente. Y la figura de la
líder y su sindicato se deteriorarán aún más. Gordillo sólo puede utilizar la huelga
como amenaza; si la lleva a cabo, su estrategia será fallida.
Una huelga corta o larga para Peña tendría costos elevados también. Empezará a
consumirse el bono democrático: los indec isos iniciarán por criticar; los
gobernadores y legisladores que apoyaron bajo la premisa de una solución
pacífica, elevarán sus precios del apoyo político, y poco a poco las arcas del
presupuesto político de Peña empezarán a vaciarse. Con el tiempo, el pr esidente
se verá forzado a ceder más y más. Por lo tanto, movimientos y soluciones rápidas
es lo mejor para él.
Ambas partes necesitan sentarse a negociar. Lo harán y finalmente sacarán un
acuerdo digno para todos en 2013.
¿Qué deben hacer para el mediano y largo plazos? Elba Esther Gordillo debe
reconocer que se le fue la mano y que las condiciones favorables para una
manipulación de la política educativa a través de la distribución de lealtades a
diestra y siniestra con posiciones de poder se terminó o está por terminarse.
También debe reconocer que una cosa es opinar sobre la política educativa y otra
es imponer la política educativa. Ésa es una práctica decimonónica. Gordillo tiene
razón en dos cosas: es necesario tratar de mantener un equilibrio de po der entre
fuerzas políticas (monopolios: burocráticos, empresariales, sociales, mediáticos) y
que la culpa de la mala educación del mexicano no radica en los maestros y las
escuelas.
¿Qué debe hacer la dirigente del SNTE como gran estratega? Replegarse, m editar,
engendrar a un líder de cambio. Debe hacerle a la Gorbachov de la educación; una
92
especie de “desmoronamiento unilateral”, semiforzado por las condiciones
políticas actuales. Debe reconstruir totalmente al sindicato, democratizarlo con
más fuerza que la sugerida por la sociedad. Un sindicato totalmente democrático
recibirá una fuerte infusión de capital político y una revitalización mediática.
¿Qué debe negociar Gordillo más allá del contrato colectivo? Una reorganización
de la distribución del poder en México. Un desmantelamiento de todos los poderes
monopólicos (no democráticos) de manera paralela y verificable. Debe renegociar,
también, el reconocimiento al nivel de la política pública, de que la principal
causa del fracaso educativo de México est á en la pobreza, en la segregación, en la
desigualdad, en la corrupción pública y el cohecho privado, en los impresionantes
monopolios que mantienen a la mayor parte de la población al margen del
desarrollo. En términos de Carlos Fuentes, el progreso debe ser incluyente, para
todos, si no, no es progreso.
¿Qué debe hacer el presidente de México? Su primera jugada para un reacomodo
en las relaciones de poder a nivel de la política educativa, o de la intromisión en
la política educativa, fue de experto. Sin embargo, Peña Nieto debe cuidar varias
cosas: una, no dar demasiado poder a otros jugadores. Aniquilar a un monopolio
para ensalzar otros tendrá costos políticos de largo plazo muy negativos para él
mismo. Los monopolios atacarán ferozmente cuando lo vean debilitado. En el
terreno de la baja política educativa, a Peña Nieto se le fue la mano con la
reforma constitucional, al crear un jugador con poderes constitucionales casi
ilimitados sobre la política educativa y la evaluación de ésta y al meter en el texto
constitucional temas de baja política educativa. Además, no importa qué tan
“expertos” sean los miembros de la Junta de Gobierno del nuevo Instituto
Nacional para la Evaluación Educativa (INEE), cuando los expertos se convierten
en funcionarios públicos, dejan de ser académicos y científicos: su lealtad no es a
la verdad sino al patrón.
En la alta política Enrique Peña Nieto, como estadista, debe buscar un equilibrio
en la distribución del poder. Los monopolios de poder son muy perniciosos al
progreso; pero la asimetría en la distribución del poder puede convertir a la
naciente democracia mexicana en una oligarquía perenne. Queremos, en el mejor
sentido aristotélico, una poliarquía que sea más democrática que oligárquica. Así,
la siguiente jugada de Peña debe ser doble: por un lado, sentar las bases para un
cambio radical en políticas públicas: políticas que promuevan una visión y acción
holística; que reconozcan que mientras no erradiquemos pobreza, segregación,
desigualdad y corrupción, el fracaso educa tivo continuará; por tanto, los
instrumentos de la política educativa per se son limitados para el cambio
educativo. Por el otro lado, Peña Nieto debe cambiar por completo el esquema de
atracción, formación, certificación y apreciación del maestro.
93
En el mundo de la alta política educativa no está en juego la evaluación de
maestros, escuelas o estudiantes, tampoco está en juego si las escuelas son
autónomas o no, o si la jornada escolar es parcial o completa, o si los espacios son
dignos o no, lo que está en juego son las condiciones iniciales, la distribución de
poder, en otras palabras, lo que hará que todo lo demás funcione bien.
Eduardo Andere M. Analista en temas de educación, aprendizaje y políticas
públicas.
UN PROCESO, NO UN DISPARO
Carlos Mancera
La reforma al artículo 3 constitucional aprobada por el Congreso de la Unión en
diciembre de 2012 crea el servicio profesional docente. Se trata de un paso de la
mayor trascendencia para apoyar el desarrollo profesional de los maestros y
dignificar su quehacer. Por las ventajas que representa para los maestros y para el
país, la reforma recibió el decidido impulso de las principales fuerzas políticas y
de amplios sectores de la sociedad mexicana.
La reforma es necesaria porque en la
actualidad no existe base constitucional
para regular la relación del Estado con
los maestros de manera diferenciada
respecto de los demás trabajadores al
servicio del Estado. La sociedad
mexicana reconoce que la función
magisterial tiene características que le
brindan identidad propia y que la
distinguen del resto de los servidores
públicos. Los maestros, por su parte,
piden la aplicación de reglas que sean
conducentes al desarrollo de su
profesión.
La reforma que da base para la creación
del servicio profesional docente consiste
en una inserción a la fracción III del
artículo 3, que dice:
94
...el ingreso al servicio docente y la promoción a cargos con funciones de dirección o de supervisión en la
educación básica y media superior que imparta el Estado, se llevarán a cabo mediante concursos de
oposición que garanticen la idoneidad de los conocimientos y capacidades que correspondan. La ley
reglamentaria fijará los criterios, los términos y condiciones de la evaluación obligatoria para el ingreso, la
promoción, el reconocimiento y la permanencia en el servicio profesional con pleno respeto a los derechos
constitucionales de los trabajadores de la educación. Serán nulos todos los ingresos y promociones que no
sean otorgados conforme a la ley...
Son cuatro los conceptos cla ve de este texto: ingreso, promoción, reconocimiento
y permanencia. La evaluación obligatoria acompaña a estas palabras. Para
dimensionar las implicaciones de la reforma en el desarrollo profesional de los
maestros, conviene analizar cada uno de estos conc eptos y el significado asociado
de la evaluación obligatoria.
Ingreso
El ingreso al servicio docente debe estar sujeto a reglas claras que den seguridad
de que las personas mejor preparadas y con mayores capacidades sean quienes
ocupen las plazas. Es una demanda de la sociedad y de la propia profesión
docente. Un maestro que ingresa al servicio como resultado de su esfuerzo
disfrutará de la satisfacción de su logro, y tenderá a transmitir valores asociados a
ese orgullo; un maestro que compra una plaza o l a adquiere por herencia ingresa a
su carrera con una falta que debilita su función como educador, además de que
podría estar ocupando la plaza de otro maestro con mejor preparación.
Debe señalarse que a veces los aspirantes a una plaza, que se han prepara do
seriamente para obtenerla, no tienen más remedio que comprarla. Ello obedece a
fallas en las reglas o en su aplicación. Cuando la autoridad educativa consiente
mecanismos viciados para el otorgamiento de plazas, se deja abierto el espacio
para que operen intereses distintos al único que debería prevalecer: asignarlas a
los mejores candidatos para la función docente.
El país ha avanzado de manera gradual en el propósito de otorgar las plazas
docentes —nuevas y, en menor medida, vacantes definitivas — mediante concursos
de oposición. Diversas entidades pusieron en práctica esta modalidad desde hace
por lo menos 15 años, en la educación básica, además de que también opera en
diversos subsistemas de educación media superior. Más recientemente, con la
firma de la Alianza por la Calidad de la Educación de 2008 se dio un avance
adicional, al crecer la proporción de plazas asignadas mediante concursos. No
obstante, éstos siguen abarcando sólo a una fracción de las vacantes que se
95
ocupan, si bien la proporción varía significativamente entre estados. Los maestros
y la sociedad observan que hay docentes que logran su plaza mediante concurso,
en tanto que otros siguen procedimientos que ya no debieran existir. La reforma al
artículo 3 termina con esta dualidad y obliga a todos por igual, sin más privilegio
que el mérito para ingresar al servicio.
Un aspecto que necesariamente tendrá que perfeccionarse en los concursos de
oposición es la evaluación de los candidatos. En los concursos hoy vigentes los
maestros son seleccionados con base en pruebas de opción múltiple. Esta clase de
pruebas permite identificar ciertos conocimientos básicos de los aspirantes, pero
difícilmente mide las múltiples capacidades que se requieren para ser maestro.
Sería muy deseable introducir etapas en los concursos. En una primera etapa se
podría seleccionar a candidatos que reúnen los conocimientos básicos; en una
segunda, se podrían medir otras capacidades como las de escritura o de
comunicación para la enseñanza. Los candidatos así selecciona dos se
incorporarían a prueba al servicio, y obtendrían la definitividad después de haber
mostrado un desempeño satisfactorio durante un periodo razonable. La
construcción de procedimientos de esta naturaleza implica cambios culturales
importantes, así como sistemas de evaluación que requieren de tiempo para
consolidarse. Por ello es necesario cimentar los cambios sobre bases jurídicas
sólidas, como las que proporciona la reforma al artículo 3.
Promoción
Los concursos de oposición para la promoción a cargos con funciones de dirección
o de supervisión reconocen el papel central de quienes desempeñan esos cargos:
son los funcionarios que ejercen la responsabilidad de autoridad en el ámbito
escolar. En consecuencia, tienen el deber de propiciar un clima de tr abajo y un
ambiente escolar favorables al aprendizaje; deben coordinar, asistir y motivar a
los docentes en su trabajo; realizar los procesos administrativos y de vinculación
de la escuela con la comunidad; y diseñar, implementar y evaluar los procesos de
mejora continua en el plantel.
Actualmente, el procedimiento para la asignación de puestos en la educación
básica no corresponde a un método que garantice que las personas que ocupen los
cargos de dirección y supervisión sean las idóneas para esas funcio nes. Tampoco
estimula a quienes desean ocupar esos cargos en razón de su mérito profesional.
El modelo de promociones actual prevé que los ascensos se otorguen en función
de los conocimientos, aptitudes y antigüedad. Pero no se cuenta con un sistema de
evaluación que permita medir seriamente los conocimientos y las aptitudes. En
consecuencia, es muy común que los aspirantes a una promoción acrediten la
totalidad de los puntajes posibles en la medición de estos factores; ello equivale a
anularlos y que las promociones se terminen dando sólo por antigüedad. No hay
96
duda de que la experiencia puede ser una ventaja importante para ocupar cargos de
dirección o de supervisión; pero ello es diferente a suponer que sólo por tener
mayor antigüedad se tengan las mejores aptitudes o incluso el derecho a ocupar
posiciones para las que otros aspirantes podrían estar mejor preparados.
La reforma al artículo 3 propone “la idoneidad de los conocimientos y
capacidades que correspondan”, sustentada en la evaluación obligator ia, como el
criterio central para otorgar las promociones. Por ello, éstas quedarán abiertas a
todos los maestros, no sólo para los de mayor antigüedad o para quienes logran
puntos por razones que no necesariamente responden al interés de la educación.
Reconocimiento
El reconocimiento de los maestros ha sido planteado por la profesión docente
desde décadas atrás. Al incorporarse a la redacción del artículo 3, como parte del
servicio profesional docente, adquiere una especial jerarquía. No solamente se
trata de una cuestión declarativa, sino de la posibilidad real de construir las
condiciones necesarias para mejorar el reconocimiento a los maestros.
Será indispensable que el sistema de reconocimiento para docentes se base en un
proceso de medición y evaluación justo y adecuado. Los reconocimientos deben
considerar la contribución de los docentes para mejorar los aprendizajes; deben
apoyar al docente en lo individual, al equipo de maestros en cada escuela y a la
profesión en su conjunto. Además de considera r incentivos económicos y no
pecuniarios, los reconocimientos deben de abarcar diversas dimensiones de
motivación para el propio docente, al ofrecer mecanismos de apoyo y reflexión
sobre la práctica del maestro y el acceso al desarrollo profesional.
Permanencia
Para algunos la permanencia podría ser considerada como el aspecto más
polémico de la reforma al artículo 3, en particular porque estiman que una
consecuencia de la reforma sería la pérdida del derecho adquirido de estabilidad
en el empleo. Sin embargo, tal preocupación no tiene sustento: el nuevo texto
señala expresamente el pleno respeto a los derechos constitucionales de los
trabajadores de la educación.
Los docentes que estén en servicio cuando entre en vigor la reforma del artículo 3
deben quedar sujetos a las reglas de permanencia vigentes cuando ellos fueron
contratados; los nuevos maestros tendrán que sujetarse a las nuevas reglas que la
legislación establezca. Pero unos y otros tienen garantizada la estabilidad laboral
en los términos de la ley, según las reglas que les resulten aplicables.
En todos los casos la evaluación docente es necesaria y debe estar dirigida al
cumplimiento de las obligaciones inherentes de la función que los maestros
97
realizan. En este sentido, habrá que construir cr iterios, mecanismos e
instrumentos de evaluación que permitan una valoración integral, sólida y
confiable, del desempeño docente que tenga en cuenta la complejidad de las
circunstancias en las que el ejercicio de la función de los maestros tiene lugar.
Con la creación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación como
órgano constitucional autónomo, que es la otra parte de la reforma al artículo 3, se
construyen las bases para una evaluación técnicamente adecuada de los maestros y
de los demás aspectos de la educación nacional.
Asimismo, debe asegurarse que la evaluación de los maestros tenga, como primer
propósito, el que ellos y el sistema educativo cuenten con referentes
fundamentados para la reflexión y el diálogo conducentes a una mejor pr áctica
profesional. El sistema educativo deberá otorgar los apoyos necesarios para que
los docentes puedan, prioritariamente, desarrollar sus fortalezas y superar sus
debilidades, como lo señala el artículo quinto transitorio de la reforma. La
evaluación debe servir, ante todo, para mejorar la calidad de la educación, no para
buscar responsables de fallas complejas que sólo entre todos, mediante un
esfuerzo colaborativo, podrán ser corregidas.
La autoridad tiene la delicada encomienda de facilitar y apoyar el ejercicio de los
cientos de miles de docentes que cumplen con su responsabilidad. Bajo la premisa
de una evaluación justa, pertinente en relación con los distintos tipos de maestros
y técnicamente sólida, será posible conciliar la exigencia de la socie dad por el
buen desempeño de los maestros, con el justo reclamo del magisterio y de la
sociedad que exigen la dignificación de la profesión docente.
La reforma del artículo 3 aún tiene un largo camino por recorrer antes de que
surta todos sus efectos. En primer lugar, el Congreso deberá analizar y aprobar la
legislación reglamentaria, y posteriormente habrá de crearse el andamiaje
institucional que dé sustento a la evaluación que será base del servicio profesional
docente. El sistema de evaluación docente debe ser construido mediante
procedimientos que aseguren la participación de los maestros en el diseño y
desarrollo del sistema. Adicionalmente, serán necesarias otras acciones que
atiendan a factores diversos e indispensables para mejorar la calidad de la
educación.
El México de hoy presenta nuevas oportunidades y desafíos que la educación debe
afrontar. La educación debe responder a las exigencias del acelerado avance
científico y tecnológico, de nuevas formas de convivencia y del desarrollo
económico y social. Estos cambios significan nuevas demandas a las escuelas y al
quehacer de los maestros. La creación de un servicio profesional docente responde
a la necesidad de fortalecer el quehacer de los maestros y al propósito de
brindarles apoyos para que puedan responder a los retos de la realidad
98
contemporánea.
Carlos Mancera. Socio de la Consultoría Valora S. C.
CARLOS FUENTES PARA HISTORIADORES
Rafael Rojas
La obra literaria de Carlos Fuentes, como la de Octavio Paz, es incomprensible sin
el discurso de la identidad que esos dos grandes escritores mexicanos, de la
segunda mitad del siglo XX, incorporaron a sus ensayos. El Fuentes narrador, de
un modo más claro aún que el Paz poeta, hizo de sus novelas y cuentos ejercicios
en los que se escenificaba e ilustraba, por medio de la ficción, una poética de la
historia de México y América Latina, elaborada en una pertinaz y, por momentos,
contradictoria cavilación sobre el pasado, el presente y el futuro de la región.
Bastante reveladora de la experiencia cul tural mexicana de la segunda mitad del
siglo XX es que sus dos mayores escritores hicieran de la historia el principal
interlocutor de la literatura.
Los estudiosos Maarten van
Delden e Yvon Grenier
distinguen, en su libroGunshots
at the Fiesta (2009), los
diálogos con la historia,
entablados por Paz, a través de
la poesía, y por Fuentes, a
través de la novela. Sostienen
Van Delden y Grenier que así
como ese diálogo en Paz se
dirimió a favor de una lírica
vanguardista, que colocaba en
el centro de su persuasión
conceptos como la crítica, la modernidad y el liberalismo, en Fuentes el mismo
diálogo produjo un desplazamiento hacia las cuestiones de la novela
latinoamericana, la identidad nacional y el multiculturalismo global. En ambos, la
articulación entre poética e historia fue prioritaria y angustiosa, pero se liberó de
maneras diferentes, a veces complementarias, a veces antagónicas.
Un indicio de esa diferencia podría encontrarse en uno de los primeros ensayos de
99
Carlos Fuentes, Tiempo mexicano (1971), escrito luego de las novelas que lo
naturalizaron en la patria portátil del boom —La región más
transparente (1958), Las buenas conciencias (1959), La muerte de Artemio
Cruz (1962), Aura (1982), Cambio de piel (1967)…—.
Los textos reunidos en aquel volumen atestiguaban, además, la experiencia de los
tres 68 —el parisino, el checo y el de Tlatelolco —, y la inmersión de Fuentes en
el gran proyecto de novela histórica que acabaría siendo Terra Nostra (1975). En
aquellos ensayos, Fuentes formularía una de las ideas centrales de su poética de la
historia mexicana: la simultaneidad de los tiempos de México.
No era nuevo ni excepcional, dentro de la generación del boom, ese gesto de
confrontar la idea del tiempo lineal y progresivo de Occidente desde la noción
sincrónica de una multiplicidad de tiempos coexistentes. En otros ensayos de
aquella generación, como La expresión americana(1957) del cubano José Lezama
Lima o Gabriel García Márquez: historia de un deicidio(1971), el estudio de
Mario Vargas Llosa sobre la literatura del autor de Cien años de soledad—que
apareció, por cierto, el mismo año de Tiempo mexicano— leemos un ademán
semejante, de afirmación de América Latina como una zona con una temporalidad
propia, diferenciada de la diacronía europea.
Lo curioso es que Fuentes no apelaba a Aristóteles o a Hegel, a Spengler o a
Toynbee, como solían hacer Paz o Lezama, para refutar la temporalidad
occidental. Apelaba al filósofo danés del siglo XIX, Soren Kierkegaard,
precisamente uno de los críticos más ofuscados del hegelianismo que conoció la
Europa romántica. Al imaginar a un Kierkegaard en la Zona Rosa de la ciudad de
México, Fuentes operaba una impugnación doble: la de la teleología de la idea
absoluta hegeliana y la de la revuelta existencialista, que arranca ba con la
angustia del danés y culminaba con la nada de Sartre. Hegelianos, existencialistas
y marxistas daban por sentada la linealidad del tiempo, para asumirla, negarla o
acelerarla.
La imposibilidad de un Kierkegaard en la Zona Rosa del DF de los cinc uenta y
sesenta tenía que ver con el hecho de que en ese lugar mesoamericano del mundo,
el sujeto, en vez de dominar el tiempo, era dominado por éste. Más bien, era
dominado por la multiplicidad de formas en que se manifestaba el tiempo en
México. La Revolución mexicana, según Fuentes, había hecho presentes todos los
pasados de México, formulación con ecos de El laberinto de la soledad de Paz ,
pero, como veremos, diferente. Paz hablaba de la Revolución como una “súbita
inmersión de México en su propio ser” o como un evento que vivificaba y hacía
presente “un pasado”, en singular. Es cierto que en una de las primeras notas de
aquel ensayo, a propósito de Caso y Vasconcelos, también hablaba Paz de
“superposición y convivencia” de distintos “niveles históricos” . Pero el énfasis de
El laberinto de la soledad estaba puesto en la unidad del pasado de México.
100
Fuentes, en cambio, hablaba de simultaneidad, no de superposición de tiempos, en
una hipótesis más parecida a la idea del barroco latinoamericano de Carpentie r, de
Lezama e, incluso, de Severo Sarduy, que a la contraposición clásica entre mito e
historia que sostenía Paz. La clave de este desplazamiento tal vez se encuentre en
la lectura hechizada que hizo el joven Fuentes de El llano en llamas (1953)
y Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo a mediados de los cincuenta. La poética de
la historia de Fuentes vendría siendo, como se desprende de Tiempo
mexicano(1971), consecuencia de una hermenéutica rulfiana de El laberinto de la
soledad. Fuentes mismo parecía pedirnos que leyéramos su subjetividad como una
hibridación de Paz y Rulfo, concebida en la ciudad de México, entre dos años
precisos: 1953 y 1963.
Una hibridación que, sin embargo, marcaba un sutil despego ideológico y estético
por la vía generacional. Fuentes consideraba a Paz y a Rulfo como sus
antepasados, no como sus contemporáneos, y su pertenencia al boom le abría las
puertas de una comunidad intelectual de vanguardia, que se sentía acompañada
por la Revolución cubana y la izquierda occidental. Ese sello gen eracional no sólo
era perceptible en la crítica al liberalismo o al marxismo dogmáticos sino en la
formulación de las, a su juicio, cinco tradiciones históricas que daban vida a los
simultáneos tiempos de México: la “mítica y cósmica” de los pueblos de ind ios, la
“romano-católica” de la legitimidad, el despotismo y la obediencia, la del
“individualismo epicúreo y estoico”, la del “positivismo empírico y racionalista”
del Occidente avanzado y, finalmente, la tradición de la “utopía fundadora”, que
“coloca los intereses y valores de la comunidad por encima de los del poder”.
La diáfana inscripción de Fuentes en la nueva izquierda occidental que se perfiló
en torno al 68 no le impidió, sin embargo, preservar la mirada crítica hacia el
socialismo real en Europa del Este y hacia la experiencia más cercana de la
Revolución cubana que por entonces adoptaba un empaque estalinista. Fuentes
defendió la liberación del poeta cubano Heberto Padilla y rechazó el juicio a que
fue sometido por el delito de haber compuesto p oemas disidentes. Pero la
modulación más distintiva de la posición pública de Fuentes no fue el
distanciamiento de La Habana sino la conservación de esa distancia mientras, en
los setenta y los ochenta, apoyaba resueltamente otros movimientos de la
izquierda latinoamericana como el gobierno de Unidad Popular de Salvador
Allende en Chile o la Revolución Sandinista en Nicaragua.
Antes de la caída del Muro de Berlín, en 1989, pocos intelectuales
latinoamericanos reivindicaron de manera tan vehemente la quinta tradición de la
“utopía fundadora”, en un sentido claramente contrapuesto a cualquier modalidad
totalitaria de organización del Estado. Fueron esos los años en que aquel
posicionamiento político acentuó la dimensión latinoamericana de la obra de
101
Fuentes, puesta a prueba en sus dos grandes novelas, Terra Nostra y Cristóbal
Nonato. Mientras otros escritores del boom se adentraban en sus fronteras
nacionales, Fuentes afinaba una poética de la historia continental, que trascendía
el referente mexicano de sus primeras novelas y ensayos. Fueron esos también los
años en que Fuentes dio forma a una suerte de prolegómenos a toda teoría posible
de la novela latinoamericana, que inventarió cada una de las obsesiones del boom:
el paisaje, la historia, el mito, la nació n, el dictador.
Si el 68 fue el año clave del posicionamiento político de Fuentes, el 92, año de la
desintegración de la Unión Soviética y del bicentenario de la llegada de Cristóbal
Colón a América, sería la ocasión propicia para la exposición de esa poé tica de la
historia latinoamericana, adelantada en las novelas Terra Nostra y Cristóbal
Nonato. Ya en las palabras de recepción del Premio Cervantes, en Alcalá de
Henares, en 1987, y en sendas intervenciones en la UNESCO, en 1991, y en el
Coloquio de Invierno, en 1992, recogidos en el volumen Tres discursos para dos
aldeas, Fuentes pespunteaba los puntos cardinales de esa poética latinoamericana
de la historia. Entre el desmoronamiento del campo socialista y el bicentenario del
descubrimiento de América, se había producido una maduración histórica de la
región que permitía desglosar su pasado, su presente y su futuro.
En esa encrucijada del tiempo americano era necesaria una mirada integradora del
mundo prehispánico, el legado de la España católica y de la lengua castellana, de
los acervos emancipatorios del republicanismo y el liberalismo del siglo XIX y,
por supuesto, de las luchas sociales y políticas impulsadas por las revoluciones y
los nacionalismos del siglo XX. La izquierda postcomunista estaba llama da, en
esa coyuntura, a asumir la meta de la democratización de las sociedades y los
Estados latinoamericanos. No se trataba, únicamente, de dejar atrás la violencia
como método para llegar al poder y conservarlo, sino de comprometerse
enteramente con el pluralismo y el Estado de derecho.
Fuentes expuso esa certidumbre en los ensayos recogidos en Nuevo tiempo
mexicano (1994), donde intentó dar una respuesta coherente al levantamiento
zapatista de 1994, y, sobre todo, enEl espejo enterrado (1992), el libro en que
encapsuló su visión de América en el tránsito del siglo XX al XXI.
El espejo enterrado es, sin lugar a dudas,
el gran ensayo de Carlos Fuentes. Un texto
en el que el autor de Terra Nostra adoptó,
deliberadamente, una prosa distinta a la
que caracteriza Tiempo mexicano y Nuevo
tiempo mexicano, en los que, al igual que
en sus novelas, predominaba el estilo
epigramático, veloz y, por momentos,
102
especulativo, que era su sello personal. El tono de El espejo enterrado era
narrativo, pero más cercano a la narración de los historiadores profesionales que a
las ficciones vanguardistas de sus primeras obras. En ese libro, que sería el
equivalente de El laberinto de la soledad en la trayectoria del autor de La región
más transparente, Carlos Fuentes llegó a ponerse bajo la piel del historiador, un
personaje que lo rondaba desde aquel Felipe Montero de Aura, que exhumaba
papeles amarillentos en busca de datos inútiles.
Los buenos títulos no siempre son buenos para los libros y El espejo enterrado,
como buen título al fin, provocó lecturas aferradas a aquella metáfora central, que
se derivaba de la leyenda de Quetzalcóatl, narrada por Bernardino de Sahagún. El
espejo era el regalo que le hizo Tezcatlipoca a Quetzalcóatl y que quedó enterrado
luego de que el dios viera en él su imagen de hombre reflejada. Quetzalcóatl,
horrorizado, zarpa en su barca de serpientes hacia el Oriente, dejando la promesa
de un regreso en forma humana. Cuando Hernán Cortés llega a las playas de
Veracruz en la primavera de 1519, los mexicas creen que se trata de aquel regreso
prometido de la serpiente emplumada. La metáfora, que Fuentes transfiere a un
proceso constante de pérdida y recuperación de la imagen, a partir de la conquista,
se prestaba al equívoco de una visión esencialista de la identidad.
Una relectura más cuidadosa de aquel libro, sin embargo, nos persuade de que el
argumento de Fuentes era menos rígido. La historia de México y de América
Latina no era, otra vez, una superposición sino una simultaneidad de tiempos. La
identidad no se perdía y se recuperaba sino que se reproducía y se diversificaba,
con cada estremecimiento de la historia. Las culturas de los aztecas, los mayas y
los incas, en Mesoamérica y los Andes, habían sufrido la colonización y la
evangelización, pero habían aprendido a convivir con las instituciones virreinales
y a aprovecharlas a su favor. Fuentes, como Paz, había heredado de la
historiografía revolucionaria una idea despótica y teocrática del virreinato de la
Nueva España, aunque sus lecturas de Miguel Le ón Portilla y Jacques Lafaye,
David Brading y Enrique Florescano, lo ayudaban a revalorar el papel de España
en América.
Una buena parte de El espejo enterrado estaba, de hecho, dedicada a la España de
los Austrias y al Siglo de Oro. Así como Paz, en Los hijos del limo y otros
ensayos, había ubicado en el modernismo hispanoamericano de Darío, Lugones y
Martí el origen de la modernidad literaria de la América hispana, Fuentes, en Tres
discursos para dos aldeas y El espejo enterrado, remontó esa modernidad al Siglo
de Oro y, específicamente, al Quijote de Miguel de Cervantes, donde veía
personificada aquella tradición de la “utopía fundadora” que los latinoamericanos
habían hecho suya. La España de Cervantes y la España de Goya, según Fuentes,
eran momentos ineludibles de la construcción de la identidad latinoamericana.
103
En su tratamiento de las independencias nacionales, las reformas liberales del
siglo XIX y las revoluciones populares del siglo XX, Fuentes creía ver una
continuidad ideológica que hoy la hist oriografía académica cuestiona. Aquel hilo
imaginario que ataba el patriotismo criollo del barroco con el nacionalismo
revolucionario zapatista o villista ha sido severamente impugnado, como se
desprende de los últimos libros de su amigo Enrique Florescano . Fuentes no le
daba a las reformas borbónicas la importancia que la historiografía contemporánea
les atribuye, ni se detenía en los entretelones de la lucha entre liberales y
conservadores en el siglo XIX. Su imagen de la Revolución mexicana, sin
embargo, se había complejizado y pluralizado, gracias a la lectura de historiadores
como Jean Meyer y Héctor Aguilar Camín.
A pesar de todo, la vieja idea de la coexistencia de los tiempos se reafirmaba
en El espejo enterrado de forma tan coherente como sorpresi va. El acápite
titulado “Latinoamérica” arrancaba con un homenaje al pintor jalisciense José
Clemente Orozco, en cuyos murales en Pomona College, Dartmouth College y el
Hospicio Cabañas creía encontrar el método adecuado para transmitir la
coexistencia de los pasados, presentes y futuros latinoamericanos. Esos tiempos
simultáneos, según Fuentes, no se agotaban ya en el espacio geográfico
latinoamericano sino que debían incluir a la España contemporánea, la de la
transición democrática desde el franquismo, y la que llamaba “la hispanidad
norteamericana”.
Las últimas páginas de El espejo enterrado estaban dedicadas a la creciente
comunidad hispana en Estados Unidos, un mundo que, según Fuentes, debía
incorporarse al gran mural de los tiempos latinoamericanos. Si Octavio Paz, a
mediados del siglo XX, había indagado la identidad mexicana desde las preguntas
que lanzaba el estereotipo del “pachuco”, Carlos Fuentes, a fines de la centuria,
proyectaba esa identidad hacia el horizonte latinoamericano e incluía dentr o del
mismo a los latinos de Estados Unidos. El autor de El espejo enterrado pensaba
que una de las metas de los gobiernos democráticos latinoamericanos, constituidos
luego de las transiciones desde los diversos autoritarismos de la Guerra Fría, era
sumar al diálogo de la diversidad regional a los hispanos del otro lado de la
frontera y demandar a Washington, además del respeto a las soberanías del sur,
una política más benéfica hacia la minoría hispana.
A principios de la década pasada Carlos Fuentes reaf irmó su idea de la inclusión
de la comunidad hispana —entonces, unos 40 millones, hoy, más de 50 — dentro
de ese espacio cultural que llamaba “el territorio de La Mancha”. En En esto
creo (2002), una autobiografía escrita en forma de glosario de nociones
personales, el término “Latinoamérica” era definitivamente reemplazado por el de
Iberoamérica y dentro de esta última incorporaba, naturalmente, a los millones de
“manchados, mestizos, abiertos por fuerza a la comunicación, las migraciones y la
104
confianza en nuestra aportación al mundo”, del otro lado de la frontera. Esa
comprensión de los hispanos de Estados Unidos dentro de la comunidad
iberoamericana no implicaba, en modo alguno, una subvaloración del vínculo
respetuoso que los gobiernos latinoamericanos y, sobre todo, México, debían
sostener con Washington, a pesar de la catilinaria que le dedicaría a George W.
Bush en 2004.
Por apenas unos meses Carlos Fuentes no alcanzó a celebrar la pasada reelección
de Barack Obama, respaldado por el 70% del voto hispa no en Estados Unidos y
bajo la presión de una demanda de reforma migratoria. Pero sí alcanzó a ver que
la vocación latinoamericana de su literatura y su pensamiento dejó un legado
tangible en el campo intelectual mexicano de las dos últimas décadas. Alguno s de
los mejores ensayos escritos en años recientes, como Aires de familia de Carlos
Monsiváis, Premio Anagrama de Ensayo en el año 2000, o Los redentores. Ideas y
poder en América Latina (2011) de Enrique Krauze, o, incluso, el póstumo libro
del propio Monsiváis, Las esencias viajeras (2012), consolidan ese
latinoamericanismo en las letras mexicanas. Sin la obra precursora de Carlos
Fuentes, esa inscripción de México dentro de una diversidad cultural mayor, que
lo interroga y, a la vez, lo afirma, no nos r esultaría hoy tan familiar.
Rafael Rojas. Historiador y ensayista. Es profesor e investigador del CIDE. Su
libro más reciente es El estante vacío. Literatura y política en Cuba.
Palabras leídas en el homenaje a Carlos Fuentes en la Feria Internacional del
Libro de Guadalajara 2012.
BENJAMIN BLACK:
EL NOVELISTA
PATÓLOGO
Adán Ramírez Serret
John Banville (Wexford, Irlanda,
1945) en el año 2006, por acuerdo
con una editorial inventa una nueva
voz en su escritura, adopta el
105
seudónimo de Benjamin Black. Desde entonces ha escrito seis novelas que le han
dado un lugar central en la narrativa de suspenso contemporánea. Su detective,
Quirke, camina a la par de Kurt Wallander de Henning Mankell y Lisbeth Salander
de Stieg Larsson.
Banville se ha consagrado en Irlanda lo cual no resulta del todo fácil. Es
inevitable pensar en escritores como Oscar Wilde, James Joyce o Samuel Beckett,
a los que podemos sumar otra larga lista de… ¿genios? Wilde con su despliegue
de inteligencia en el género que se le antoje, J oyce con novelas que exploran la
conciencia y el lenguaje o Beckett con una lúcida y lúgubre visión del ser
humano.
Banville se ha construido en esta tradición como un digno heredero. Escribiendo
novelas sobre grandes genios de la historia: Kepler, Copérn ico y Newton. Su
escritura es emblemática, en la novela europea, de esa extraña búsqueda que es
hacer Gran Literatura. Entre sus obras más importantes están El libro de las
pruebas, finalista del Premio Booker que obtuvo después con El mar. Su obra es
considerada entre las más influyentes de la literatura europea. A tal grado que
Martin Amis ha dicho: “John Banville es un maestro y su prosa, un deleite
incesante”. Su última novela, Antigua luz, es una deslumbrante apología del
erotismo. Tan profundo es su amor a la escritura, a la literatura, que recientemente
declaró: “Lo siento, la escritura es mucho más interesante que la vida”.
Con todo, da de alguna forma la espalda a todo este prestigio y trabajo de más de
30 años al escribir como Benjamin Black. Es a certado el término inglés pen name
puesto que se adquiere otra pluma, otra mano, otro cuerpo. Da la espalda a su
escritura anterior porque se trata de escritores antípodas. Al respecto, advierte un
reseñista del Newsday: “Hará a no pocos lectores cerrar el libro para ver la foto
del autor y estar seguros que es Banville realmente quien mueve las cuerdas”.
Estamos ante algo más complejo que un simple seudónimo. Porque cambiarse el
nombre es algo que hacen todos los artistas. Son pocos los que no lo han hech o.
Omitir un apellido, ponerse el de los abuelos o algún héroe personal. La primera
creación de un autor es, no cabe duda, la de su nombre.
Hay algunos que han llegado más lejos y han descubierto que no son sólo un autor
sino que habitan diversas voces dentro de ellos. Exigen algo más que un nombre
falso, sino un nombre que defina a otro individuo. Desde luego que el ejemplo
paradigmático es Fernando Pessoa, tan complejo que más vale ahora no tocarlo.
Pensemos en cambio en Barbara Vine que adquiere la voz policiaca de Ruth
Rendell; Julian Barnes que es Dan Kavagnagh o en otros dos, Adolfo Bioy Casares
y Jorge Luis Borges que firmaron novelas policiacas como Honorario Bustos
Domecq.
106
Los autores han tomado otro nombre para escribir novelas policiacas. Esto l o
hicieron en parte por razones económicas —pues la novela policiaca dio para
comer a los escritores durante el siglo XX; también porque este género implica
una voz específica: una estructura novelística cerrada en la que lo más importante
es resolver el caso. Un álter ego necrófilo, llano y directo. Dice el autor: “Bajo el
sombrero de Banville puedo escribir 200 palabras al día. Un día decidí que podía
convertirme en otro y bajo ese segundo sombrero, en esa segunda piel, puedo irme
a comer tras haber escrito un millar de palabras, tal vez dos mil, y disfrutar con
ello. Es increíble descubrir cómo otro tipo puede vivir tu vida y usar tus manos y
deleitarse con eso”.
Pero el género policiaco va más allá de una simple estructura concisa. Pasó de las
novelas de enigma donde asesinar es un acto de locura o excentricidad, a la novela
negra, donde a partir de un crimen se retrata una sociedad. Hay algo que no
funciona y se concentra en crímenes que lo demuestran. Lo importante ya no es
resolver el crimen, sino descubrir una sociedad, una naturaleza.
Me gusta pensar que la novela negra comienza con una escena de El halcón maltés
de Dashiell Hammett: un hombre camina por las calles de Nueva York, una viga
se desprende del décimo piso de un edificio en construcción y le pasa rozando la
cabeza. Un segundo, un centímetro más y habría muerto. Según dice Hammett:
“Se sintió como si le hubiesen quitado la tapadera que cubre la vida,
permitiéndole ver su mecanismo”. Encuentra la realidad desencarnada. Sin venas
que la recorran, el mundo desnudo, sin ninguna lógica. Descubre el esqueleto de
la vida.
Cuando pensábamos que después de Hammett o Chandler ya todo estaba dicho en
la novela negra, Black se hace tranquilamente de un lugar.
Benjamin Black debuta con El secreto de Ch ristine (2006) a la que siguieron El
otro nombre de Laura (2008), El lémur (2008), En busca de April (2010) y Muerte
en verano (2011). Todas protagonizadas por el patólogo Quirke: huérfano, viudo,
con problemas de alcoholismo y enamorado de la hermana de s u esposa muerta.
Un hombre, a fin de cuentas, normal.
El secreto de Christine se abre paso a través del Dublín de los años cincuenta
entre los pecados ocultos de un convento católico y una familia. Quirke, tras una
borrachera en el hospital, descubre a s u cuñado hurgando en los papeles del
cadáver de una joven que murió post partum. Se involucra en el caso diciéndose a
sí mismo que lo hace por curiosidad pero el tema en realidad toca profundamente
sus entrañas.
107
Conforme avanza la historia se siente que h ay algo putrefacto en el ambiente.
Algo que a Quirke y al lector les hacen sentir una claustrofobia moral.
El detective siempre está involucrado emocionalmente en los crímenes.
Resolverlos o al menos buscar la verdad, es más que un trabajo o un deber mora l.
Lo hace, aunque él no lo sepa, para descubrir lo que está dentro de él.
El otro nombre de Laura comienza con un extraño suicidio de una joven mujer.
Estamos ante un Dublín irascible, depravado por conservador. Un extraño gigoló
heroinómano está involucrado en la muerte de la joven. Junto a una red de drogas
y sexo ilícito. Y, este hombre, anda nada menos que rondando a Phoebe, la hija de
Quirke.
Publica luego El lémur, novela ubicada en el presente que explora los escabrosos
orígenes de una fortuna formada en el Dublín de los cincuenta. Aquí Black hace
de la novela policiaca un estudio de la estirpe irlandesa en Estados Unidos.
En busca de April trata sobre una extraña desaparición de una mujer. En este caso
la detective es la hija de Quirke, Phoebe, p ues la mujer que desaparece es nada
menos que una de sus mejores amigas. Es una novela sobre los entresijos, las
incógnitas de la amistad.
Las novelas se convierten, en sentido propio, en una droga. El lector por
mediación del narrador, puede crear verdad eras fisuras en la intimidad o en las
conciencias de otros individuos, los personajes. Porque lo que hay a fin de cuentas
en cualquier novelista es una búsqueda de un conocimiento del ser humano. O, en
específico, de sus personajes que son reflejos del mun do.
Conforme se leen estas novelas vamos descubriendo con cada escena a seres
complejos, personajes que sufren extrañeza al descubrirse en este mundo con un
puñado de confusos sentimientos.
Con Muerte en verano, los lectores de Black tienen la sensación de estar en un
lugar conocido, con personas a las que se conoce bien. Esta novela toca puntos
dolorosos para Irlanda como las diferencias de clase y el antisemitismo, del cual
había dicho el célebre personaje de James Joyce, Buck Mulligan, que nunca hubo
antisemitismo en Irlanda simplemente porque nunca habían dejado entrar a los
judíos.
El lector se encuentra ya tan inmerso en el mundo de Quirke, que es capaz de
hacer fisuras, cortes en los personajes y en sus criterios. Esto se debe a un
cuidadoso desdoblamiento: John Banville, el de la pluma virtuosa; Benjamin
Black, necrófilo y oblicuo; y Quirke, quien se asoma a los cadáveres.
108
Estos álter ego muestran una analogía que dice mucho. El detective es un patólogo
que explora las entrañas de los muertos, ve lo que hay bajo la carne: el páncreas,
los pulmones, el hígado, la grasa y el corazón. De igual forma estas novelas
auscultan las vísceras de una sociedad, de una ciudad. Se internan en la naturaleza
humana.
Banville declara que fue a partir de las lectur as de George Simenon que decidió
incursionar en el género policiaco. Descubrió la existencia del mal en el ser
humano. La certeza de una parte desgraciadamente intrínseca en nosotros. El mal,
la destrucción, el morbo, la amargura, la perversidad, la traici ón, la hipocresía.
Que todo esto causa suicidios, violaciones, asesinatos.
Estamos ahora a la espera de la última novela, Venganza. Seguro es otra historia
dura, para paladares de gustos densos, mórbidos, oscuros. Paladares irlandeses
como la cerveza Guinness.
Adán Ramírez Serret. Crítico literario. Ha colaborado en las revistas El Mono
Gráfico,Tramoya: cuaderno de teatro y en el Periódico de Poesía de la UNAM.
Actualmente está a cargo de la sección de “Libros” en el noticiero Atando
Cabos con Denise Maerker.
EL SECUESTRO DE
ARNOLDO
MARTÍNEZ
VERDUGO
Gustavo Hirales Morán
José Woldenberg,
Política y delito y delirio.
Historia de 3 secuestros,
Cal y arena,
México, 303 pp.
En su Teoría de la historia, dice
Agnes Heller que “al no ser un
mito, la historia, para ser
109
verdadera, exige la verificación de los hechos. Los acontecimientos tienen que ser
descritos tal y como ocurrieron en la realidad”. La conciencia histórica del mundo
es secular, dice la autora. No es mito ni religión. Reside no sólo en los “ recovecos
de la historia”, en los estudios de los filósofos, sino también en las calles y en los
campos de batalla.
En este contexto, Política y delito y delirio. Historia de 3 secuestros contribuye a
recrear esa conciencia histórica; pues trata sobre hec hos que ocurrieron hace más
de 27 años, hechos cuyos protagonistas principales se reclamaban herederos de
otros protagonistas y de sus hechos (en particular: el secuestro de Rubén Figueroa
por la guerrilla de Lucio Cabañas), sucedidos en el año de 1974. Ac lara su
urdimbre y los pone en perspectiva.
Estamos ante una reconstrucción histórica que, aunque no sea su propósito,
contribuye por su rigor a separar el mito de los hechos, interrogándose al mismo
tiempo por el sentido y los efectos de los mismos.
El libro responde a interrogantes como: ¿qué pensaban los secuestradores de
Arnoldo Martínez Verdugo, cómo justificaban una acción aberrante que despertó
el repudio de todas las fuerzas políticas y sociales sanas del país?
¿Qué pensaban los dirigentes del Partido Comunista Mexicano que, en medio de
una situación pantanosa y mórbida, decidieron por sí y ante sí guardarse y utilizar
un dinero que evidentemente no les pertenecía, y que había sido obtenido de
manera ilegal por un grupo armado que, como tal, no t enía relaciones políticas
formales con el PCM?
Las fuerzas políticas del país, ¿cómo se definieron ante estos hechos? ¿Cuántos
asumieron posiciones como las del Partido Revolucionario de los Trabajadores
(trotskista), para quien era “tan grave” quedarse co n fondos revolucionarios como
“secuestrar a dos compañeros”?
Para situar las cosas en perspectiva, hay que recordar que el PCM venía de una
etapa de aguda represión gubernamental, donde muchos cuadros y dirigentes
pagaron con prisión política su lucha por las libertades democráticas (por ejemplo,
durante el movimiento estudiantil del 68). Apenas en el verano de 1971, tres años
antes de los hechos que dieron origen a este enredo, habían dejado la cárcel
cuadros estudiantiles del PC (como Pablo Gómez y Artur o Martínez Nateras), y
varios veteranos de la dirección como Gilberto Rincón Gallardo, Gerardo
Unzueta, Eduardo Montes, Rodolfo El Chicali Echeverría, Rafael Jacobo, entre
otros. Para no hablar de los que se exiliaron o tuvieron que esconderse.
La libertad política en el echeverrismo era una quimera: del 10 de junio a la
apertura democrática, del avión de redilas a los desaparecidos de Guerrero. Pero si
110
bien ello puede ayudar a explicar un estado de ánimo y determinadas actitudes,
tanto de la guerrilla como del PC, no los justifican.
La versión de que el Partido de los Pobres o la Brigada Campesina de
Ajusticiamiento decidieron, en las condiciones de la táctica de cerco y
aniquilamiento por parte del ejército en Guerrero (que culminó con la muerte de
Lucio y la destrucción práctica de la Brigada), encargar ese dinero para “su
custodia” al PCM, no está probada ni parece probable. No hay ningún dato que
avale esta versión, más allá de las declaraciones de dirigentes del propio partido.
Lo único claro es que la dirección del Partido Comunista se encontró ante lo que
parecía un regalo inesperado del destino: por causas en parte azarosas y en parte
relativas al entramado de relaciones de la guerrilla en Guerrero, a uno de los
militantes comunistas, Félix Bautista, que al mismo tiempo era base de apoyo y
enlace del Partido de los Pobres, le dieron a guardar y finalmente se quedó, con
una parte importante del rescate pagado por la familia de Rubén Figueroa, en
medio del naufragio de las redes de apoyo de la propia guerrilla y, ante la muy
real posibilidad, no sólo de que los militares le quitaran el dinero, sino de que lo
inculparan por ello, o algo peor; en esas condiciones, optó por entregar el dinero a
gente de la dirección del partido donde militaba: el PCM.
Pero suponiendo sin conceder que fuera verdad la versión de que el PCM se sentía
“custodio” de un dinero ajeno, ello nos lleva al asunto, a mi ver mucho más
cuestionable, de los criterios y valores puestos en juego en la decisión; es decir,
¿por qué el PCM asumió tácitamente que ese dinero pertenecía al PDLP? No
queda claro, nunca lo aclararon.
De otra forma hubieran regresado el dinero a la familia Figueroa.
Pero el hecho es que ese dinero no pertenecía al PDLP. No sólo porque fue
obtenido de manera ilegal y violenta, sino además porque el PDLP recibió el
dinero del rescate, pero no liberó al gobernador electo Rubén Figueroa. Éste fue
liberado a sangre y fuego por tropas del ejército mexicano.
Figueroa había sido secuestrado mediante una celada que entre políticos
responsables se llama traición (como bien se señala en el libro), pues él había
acordado reunirse en la sierra con Cabañas para discutir las demandas del
movimiento que éste encabezaba, y a cambio se le notificó que estaba secuestrado.
Creo, como muchos, que Figueroa representó métodos y actitudes propias de un
pasado signado por la ilegalidad, el autoritarismo y la represión; pero hay que
distinguir, ni en la guerra ni en la lucha política se vale todo.
Los que secuestraron a Arnoldo estaban ple namente convencidos de que no
estaban ejecutando una acción injusta ni menos contrarrevolucionaria, primero
111
porque en este episodio los revolucionarios eran ellos; segundo, porque sólo
estaban reclamando un dinero que “legítimamente” les correspondía y que el
secuestrado se negaba a devolver.
Oscuramente intuían que Martínez Verdugo, el principal dirigente de la izquierda
legal en México, era parte de un entramado de relaciones políticas e
institucionales que lo trascendía, incluso a su partido, y que, por tanto, ese
entramado iba a sacar la cara por él. Por eso pidieron las cantidades de dinero que
pidieron, y tuvieron razón. El gobierno de Miguel de la Madrid actuó, cosa que lo
enaltece, con sentido de Estado, priorizando la integridad física y moral del
dirigente político de oposición.
¿Por qué los dirigentes del PSUM que venían del Partido Comunista, enfrentados
al secuestro de Félix Bautista, actuaron con torpeza y morosidad? Por inseguridad,
creo, por inexperiencia, por temor a que todo saliera —como finalmente salió— a
la luz pública. Porque estaban frente a un proceso electoral federal y no querían
afectar las posibilidades del partido. Y también, hay que decirlo, porque Félix
sólo era un militante de base.
Cuando, de entre los entresijos del pasado, les saltó al cuello la gárgola de la
violencia política pseudorrevolucionaria, no supieron de inmediato cómo
reaccionar. Tristemente paradigmática es aquella declaración inicial de Pablo
Gómez (secretario general del PSUM) de que el partido “no negociaba con
terroristas”.
No sólo hubo que negociar con estos terroristas, sino que al concluir el secuestro
de Arnoldo y Félix, algunos dirigentes habían retrocedido en el túnel del tiempo y
empezaron a hablar —en la discusión interna— en el viejo lenguaje tartamudo de
que “el marxismo reconoce todas las formas de lucha, armadas y no armadas”, que
los miembros del PDLP “son compañeros de lucha, sólo que mantienen
concepciones diferentes”, etcétera.
Eso, y la necesidad de deslindar ante la opinión pública, de man era clara y
contundente, la línea política del PSUM de aquella de los restos insepultos del
naufragio guerrillero, fue lo que llevó a un grupo de compañeros de la dirección
(el autor del libro y el que esto escribe, entre ellos) a plantear, en los términos
más claros y contundentes posibles, que el PSUM era un partido que actuaba en la
legalidad constitucional, la que a su vez buscaba reformar en sentido democrático;
que reconocía la validez y jurisdicción de las instituciones del Estado y que, por
tanto, no reconocía la legitimidad de grupos o tribunales supuestamente
“revolucionarios”, que otorgaban sentencias y amnistías a contentillo, sin cuidarse
para nada de preservar las garantías y derechos que, producto de toda una historia
civilizatoria, se engloban bajo el concepto de “debido proceso”.
Afortunadamente, la mayoría de los miembros de la Comisión Política del PSUM,
112
y luego la mayoría de los miembros del Comité Central, estuvieron de acuerdo con
esta concepción y la aprobaron.
Ahora bien, ¿quiénes son estos herederos del movimiento de Lucio Cabañas?
Han pasado 27 años de aquellos hechos y nadie sabe bien a bien, hasta hoy,
quiénes son realmente estos personajes. Su propia versión es que desde los
ochenta se fusionaron con el PROCUP. ¿Y? Del PROCUP ta mpoco nadie sabe
quiénes son sus dirigentes, cómo surgieron a la vida política, en qué luchas se
forjaron. Sólo el asesinato de dos vigilantes de La Jornada, que culminó con la
detención de Felipe Martínez Soriano y otros militantes clandestinos, arrojó un a
tímida luz sobre el tema. Y luego, cuenta el mito que en 1995 o 1996 esta alianza
se fusionó con otros grupos (igualmente anónimos) para dar lugar al EPR.
Tengo para mí que todas éstas son leyendas urbanas o semiurbanas, que los
voceros y personeros de estos grupos (como la revista Por Esto, de Mario
Menéndez) pueden decir lo que quieran sobre sus orígenes, hazañas, liderazgos y
realizaciones, pero lo único cierto y verificable es que vienen del subsuelo, de la
clandestinidad vergonzante y, cuando emerg en, lo hacen mediante un zarpazo
violento: secuestros aquí, ataques a las fuerzas de seguridad allá, sin solución de
continuidad. Los rumores de que ya se dividieron y que unos son los verdaderos
revolucionarios y los otros —típico—, oportunistas y blandengues, son su
alimento cotidiano.
Son a todas luces un elemento provocador porque con su acción delincuencial y
delirante quieren provocar el endurecimiento de las políticas de seguridad del
Estado, en la vieja idea de que agravando las crisis se “desenmas cara” el Estado
represor; esto es, la idea de origen anarquista de que “mientras peor, mejor”.
Allá por 1976 los califiqué (siguiendo a Regis Debray en su análisis de la derrota
de las guerrillas en AL) como “los restos del naufragio”; no a ellos en espec ífico,
sino a todos los grupos que, mediando los setenta, no se habían percatado que la
estrategia de lucha armada había fracasado rotundamente y que había que sacar
todas las consecuencias de este hecho. Pero si en 1976 ya eran restos de un
naufragio, ¿cómo se les puede calificar ahora, en la segunda década del siglo
XXI? Me recuerdan a aquellos soldados japoneses que, terminada la Segunda
Guerra Mundial, se quedaron aislados y olvidados en islas remotas, y ellos
continuaban en guerra, a la espera de una s eñal del emperador.
Lo más importante de todo este episodio, que tan meticulosamente relata José
Woldenberg, es, primero, desde el punto de vista del interés humano, que Arnoldo
y Félix fueron liberados por sus captores vivos y sanos.
113
Pero desde el punto de vista político e ideológico lo más importante fue que el
principal partido de la izquierda tomó partido, valga la redundancia, por una
visión de la lucha socialista que, retomando la idea del “compromiso histórico”
del PCI, no hacía concesiones a las veleidades revolucionaristas, y ponía todo el
peso de sus expectativas en la lucha democrática legal, constitucional, y que al
hacerlo se asumía por tanto como parte de las fuerzas políticas constitutivas y
responsables del Estado mexicano.
La Jornada escribió, en relación a los hechos, que “el PDLP actuó de manera que
no puede ser legitimada en modo alguno. Haberse constituido en tribunal
revolucionario para juzgar y condenar primero a la pena de muerte a Bautista,
para amnistiarlo después, sería una cari catura risible de órganos semejantes, que
en la historia han merecido respeto, si no entrañaran concepciones políticas de
franca peligrosidad”. ¿Habrá dicho algo semejante cuando el EZLN secuestró,
sentenció y luego amnistió al general Absalón Castellanos? Pero el dilema es el
mismo.
Al convertirse en PMS, el PSUM ya registraba retrocesos y concesiones al
revolucionarismo dizque radical. En mi opinión, desde 1988 y luego en el PRD los
retrocesos y ambigüedades se han vuelto parte de su segunda naturaleza, pues no
de otra manera se explican las arengas semigolpistas de un Muñoz Ledo en
la segunda vuelta del 88, o la táctica de llevar las contradicciones al extremo que
supuso la “toma” de Reforma por López Obrador en 2006.
Recuérdese nada más, para fijar con texto, que tres años después de estos
acontecimientos ocurrió la insurgencia electoral de 1988, donde la izquierda jugó
un papel importante; que en 1989 cayó el paradigmático Muro de Berlín, que en
1991 se desmembró la URSS y que el socialismo autoritario o de Estado
prácticamente desapareció de la escena internacional. Había lecciones que sacar
de estos hechos, de esta avalancha de cambios que han modificado el rostro del
mundo tal cual lo conocimos en el siglo XX, y no todas se han sacado.
Agua ha corrido bajo los puentes desde entonces, pero los dilemas de la izquierda
permanecen. ¿Se asume a fondo la legalidad democrática, sin renunciar a
cambiarla desde adentro, con sus reglas, que por otra parte la izquierda misma ha
contribuido a construir?, ¿o se ma ntiene como una oposición semileal, cuyos
posicionamientos y definiciones no están fincadas en un cuerpo teórico y político
más o menos sólido, sino que se definen en función de la coyuntura? ¿Se cree que
“todas las formas de lucha son válidas”, en depende ncia de las circunstancias, o se
asume que la única opción es la lucha constitucional, electoral, legal y pacífica?
Dicho en otras palabras, ¿se abandona el viejo principio maquiavélico de que “el
fin justifica los medios”, y se asume a fondo la ética de la responsabilidad
114
política?, ¿o se mantiene la ambigüedad para, oportunistamente, intentar sacar
provecho de determinadas circunstancias? A eso es a lo que, entonces como ahora,
hay que dar respuesta cabal. Y a articular esa respuesta contribuye sin duda un
trabajo como el realizado, una vez más, por Pepe Woldenberg. Enhorabuena.
Gustavo Hirales Morán. Miembro fundador de la Liga Comunista 23 de
Septiembre e integrante de la dirección de los partidos Comunista Mexicano,
Socialista Unificado de México y Mexicano Socialista. Ha publicado: La Liga 23
de Septiembre, orígenes y naufragio, Memoria de la guerra de los justos , entre
otros libros.
SHAKESPEARE Y CERVANTES: UN
MANUSCRITO PERDIDO
Álvaro Santana Acuña
Roger Chartier,
Cardenio entre Cervantes y Shakespeare. Historia de una obra
perdida,
Madrid,
Gedisa, 2012, 288 pp.
La extensa obra del historiador francés Roger Chartier (la cual
supera la veintena de libros) ha contribuido a que nuevas
generaciones de historiadores y lectores puedan superar la frontera artificial entre
el estudio contextual de las obras literarias y el análisis formal de su contenido.
En sus trabajos sobre la historia cultural y del libro en la Europa moderna,
Chartier defiende que contenido y contexto son inseparables, como es pejos
borgesianos que se reflejan mutuamente.
En Cardenio entre Cervantes y Shakespeare , el catedrático del Colegio de Francia
nos propone otro juego de espejos borgesiano entre la ficción y la historia; en
concreto, entre un texto imaginado que existe y un texto real que ya no existe.
Con una intriga casi novelesca, en el libro se entremezclan el misterio de cuatro
siglos que rodea a un manuscrito perdido y la erudición de un historiador que
busca desentrañar el misterio y aclarar su conexión con Cervante s y Shakespeare.
Para lograrlo, Chartier sigue la pista de la historia de Cardenio, incluida en la
primera parte de El Quijote (1605).
115
La historia cuenta la desdicha de Cardenio, quien presenció impotente el
casamiento de su amada Luscinda con don Fernand o, un noble desalmado que
poco antes había abandonado a la humilde Dorotea tras desflorarla con argucias.
Después del matrimonio de Luscinda, el desdichado Cardenio huyó a la Sierra
Morena, y allí erraba hasta su encuentro con don Quijote, cuya intervenció n
permitió desfacer el entuerto. La historia tiene un final feliz, pero su dramatismo
no pasó desapercibido para los contemporáneos de Cervantes.
En cerca de 300 páginas, Chartier estudia la difusión de la historia de Cardenio en
España, Francia e Inglaterra, rastreando tanto las adaptaciones de un texto que aún
existe, la historia inserta en El Quijote, como las reconstrucciones de otro texto
que ya no existe: una adaptación teatral en inglés titulada Cardenno, que fue
representada dos veces en la corte d e Jacobo I en 1613. La autoría de esa
adaptación se desconocía hasta 1653, cuando resultó atribuida a Shakespeare. Una
atribución polémica desde entonces, y que críticos, investigadores, escritores y
aficionados han tratado de confirmar o refutar. De ahí q ue para muchos de ellos
localizar el manuscrito de Cardenno se haya convertido en una especie de
búsqueda del Santo Grial.
Chartier no ha descubierto el paradero del manuscrito, aunque ha realizado un
hallazgo igual de fascinante. La historia de Cardenio es un ejemplo excelente de
la inestabilidad y las transformaciones constantes de los textos en la Europa
moderna; una idea que vertebra la obra de Chartier y que representa una de sus
aportaciones más novedosas a la historia cultural. La primera parte de El Quijote,
incluyendo la historia de Cardenio, fue traducida al inglés en 1606. Si bien no se
imprimió hasta 1612, habiendo circulado mientras tanto como copia manuscrita.
Este y otros ejemplos confirman que la cultura del manuscrito no fue reemplazada
de inmediato por la cultura tipográfica, sino que el libro manuscrito y el impreso
convivieron durante décadas, como hoy ya conviven el libro impreso y el
electrónico. La inestabilidad y las transformaciones también afectaron
sobremanera a la supervivencia de los textos. Alrededor del sesenta por ciento de
las obras de teatro inglesas representadas entre 1576 y 1642 no han dejado ningún
trazo escrito. Además, la mayoría de las obras supervivientes fueron redactadas
por varios autores. Así debió ocurrir con Cardenno, escrita por Fletcher y acaso
Shakespeare.
Tan extendida estaba la práctica de la autoría colectiva que nuestra actual
fascinación por el “Autor” hubiese resultado incomprensible para los hombres y
las mujeres de los tiempos de Shakespeare y Cervant es. Según Chartier, esta
diferencia cultural obedece a un cambio discursivo ocurrido en los siglos XVII y
XVIII, cuando fraguó el concepto moderno de autor. Como resultado, desde
entonces toda obra literaria que se precie debe ser el producto de un único a utor.
116
Esta individualización del autor ha afectado al propio Shakespeare, quien escribió
entre dos eras. La era de obras anónimas como El lazarillo de Tormes y la era
poblada de autores famosos como Voltaire. Para los lectores modernos ,
Pericles o Los dos nobles caballeros no son obras canónicas dado que
Shakespeare no fue su único o, en su defecto, principal autor. Sin embargo, en
Inglaterra a comienzos del siglo XVII, a los espectadores les importaba poco si la
pieza teatral era obra de uno o varios autor es. En 1613 los King’s Men, la
compañía teatral en la que participó Shakespeare, representaron Cardenno en la
corte real, aunque hubo que esperar hasta 1653 para que el librero Humphrey
Moseley la atribuyese a “M. Fletcher. & Shakespeare”. Ese extraño punt o y
seguido después de Fletcher ha acrecentado las dudas: ¿se trata de un error
tipográfico o de un añadido posterior?
Lewis Theobald pertenecía a la era fascinada por el “Autor”. No en vano dedicó
su carrera a editar las obras de Shakespeare. Cardenno era una obra suya.
Theobald no tenía ninguna duda, es más, dijo haber descubierto el manuscrito
perdido. Tras adaptar su contenido a las convenciones y costumbres de 1727,
Theobald llevó la obra a escena con el título de Double Falsehood. Ya entonces se
dudó de su autenticidad; cuestionada en especial por Alexander Pope, otro editor
de Shakespeare. La investigación más reciente, aplicando métodos sofisticados
para encontrar las huellas del “Autor”, absuelve a Theobald de la acusación de
fraude. La investigación no aclara si el texto de base que usó era el manuscrito
perdido de 1613 o una copia posterior y tal vez modificada, pero sí aclara que el
texto de base debe más a Fletcher que a Shakespeare.
La polémica sobre el autor verdadero y el contenido exacto de Cardenno no ha
cesado. Al contrario, se ha recrudecido en las últimas tres décadas. El
descubrimiento del manuscrito perdido figura en varias novelas recientes, y a la
vez se ha producido una avalancha de representaciones teatrales a escala global.
Un claro ejemplo es Cardenio: una adaptación libre escrita por el dramaturgo
Charles Mee y Stephen Greenblatt, editor y biógrafo de Shakespeare. Para no ser
menos, la Royal Shakespeare Company canonizó la obra perdida mediante el
estreno en 2011 de su propia versión de Cardenio. Y la cuestionada Double
Falsehood se incluyó en la colección Arden —la edición crítica de referencia de
las obras de Shakespeare. Los editores justificaron su inclusión alegando que el
texto presenta similitudes lingüísticas y estructural es con las obras canónicas de
Shakespeare.
Umberto Eco dice que mientras escribía El nombre de la rosa acabó por descubrir
el secreto escondido en las páginas del segundo libro de la Poética de Aristóteles.
Como el Cardenno de 1613, esa obra aristotélica es un texto perdido que fue
imaginado por un escritor siglos después. Más que imaginar el contenido perdido
de Cardenno, Roger Chartier consigue revivir el código de la cultura europea
117
entre finales del siglo XVI y comienzos del XVIII. Y lo hace escribiend o la
historia de un manuscrito perdido condenado desde hace cuatro siglos a buscar un
autor. Semejante historia no la habría imaginado ni Borges en el más laberíntico
de sus sueños.
Álvaro Santana Acuña. Historiador y doctorando en sociología por la
Universidad de Harvard. Actualmente es miembro del Minda de Gunzburg Center
for European Studies y el Mahindra Humanities Center.
PALMERAS DE LA BRISA ÁCIDA
Noé Cárdenas
Juan Villoro,
Arrecife,
Anagrama,
Barcelona, 158 pp.
Leí Arrecife de Juan Villoro en
formato electrónico. Es la primera
novela que leo de este modo aún
incipiente en el mundo de habla
hispana. Acaso el dato se antoje
menor cuando la intención es ofrecer
las razones por las que considero que
esta novela de Villoro —la quinta en
su cuenta— es el libro que mayor
placer literario me proporcionó y, por
tanto, no dudo en colocarlo como el
mejor publicado en 2012.
Tal vez —decía— la mención de
haberlo leído en formato electrónico
parece accesoria pero, para mi propia
experiencia como lector, no lo fue:
donde hay buena literatura, no
importa el formato que se utilice. Y Arrecife es una novela angelada y bien
conseguida que transita por un entramado de temas y subhistorias que le otorgan
una dimensión rica y memorable a la trama principal. La gra n sorpresa de esta
articulación es que, al final, uno es el que debe escoger cuál es la trama principal.
118
Porque Arrecife es una novela policiaca en la que se descifran dos asesinatos
vinculados. Pero también es la novela que completa una parte de la histo ria del
rock mexicano marginal al indagar a dónde fueron a parar los sueños y las
creencias de los rockeros que vivieron —según su romántico y delirante modo de
pensar— la contracultura nacional en las últimas décadas del siglo XX. Al mismo
tiempo es una puesta en perspectiva de la tendencia a modificar hasta el
“extremo” todo lo que hoy en día no despierta pasión alguna o alimento espiritual
presentado en sus formas naturales o tradicionales. Cuando las cosas del mundo ya
no saben a nada, hay que inventar —por ejemplo— el turismo extremo, y aun una
secta practicante del deporte extremo para morir “heroicamente”.
La novela transcurre en un complejo turístico estrambótico llamado la Pirámide,
sito en una Kukulkán que sirve para asentar el tono apocalíptico e n el que toman
parte las creencias acerca de las profecías mayas. Y si Villoro narró en una
notable crónica de viaje la historia de su familia, en la que las palmeras recibían
gozosamente la brisa rápida, esta imagen queda pervertida por la artificialidad de
la vegetación que rodea a la Pirámide, y que sólo sirve para camuflar las cercas
electrificadas en este coto de lujo delirante y experiencias virtuales (que guarda
cierto parentesco con la isla de del doctor Moreau y —por ende— con la de
Morel: por la naturaleza extrema en los animales-humanos creados por el perverso
científico en el primer caso; y por el artificio deshumanizante en el segundo). El
resultado es un ámbito angustiante y desolado, falsamente confortable y excitante,
rodeado de manchas de población en pobreza extrema.
En este paraíso apocalíptico, la guerrilla, sus asaltos y sus secuestros están
incorporados al concepto turístico del complejo, mientras que los ríos
subterráneos de la península son surcados por buzos narcotraficantes. Y mient ras
los grandes hoteles a la orilla de la playa van siendo abandonados y habitados por
iguanas que se alimentan de las sábanas, las compañías aseguradoras
multinacionales se enriquecen obscenamente utilizando esas ruinas de la
modernidad como magníficos la vaderos de dinero. Al denunciar el
aprovechamiento de los nuevos vicios que está generando la acaudalada
decadencia de los ricos, Arrecife se emparenta también con la puesta en
perspectiva del turismo sexual entablada por Houellebecq en Plataforma.
Como obra policiaca, Arrecife consigue mantener la atención del lector
sostenidamente, pues donde hay cadáver hallado en situaciones misteriosas, hay
materia y, como en las clásicas novelas de sitio cerrado, el aislamiento acotado
del espacio de la Pirámide hace que los pocos personajes que ahí laboran en altos
puestos sean los sospechosos. Hay un inspector inolvidable que los domingos es
pastor protestante; hay coartadas límpidas y bien estructuradas, hay
cuestionamientos morales bien atendidos por el sentido del humor y, sobre todo,
119
hay una evolución del protagonista, cuya vida presente y pasada nos es revelada
—y la futura queda muy bien planteada —. Esta última es la novela con la que yo
me quedo, misma que transcurre articulada con la indagación policiaca y la puesta
en perspectiva del turismo extremo (inventado por una suerte de mesías también
extremo, amigo de la infancia del protagonista).
En esta subtrama —la del pasado del protagonista, cojo y sin una falange, y su
participación en la contracultura rockera de fin de siglo— encuentro al Villoro de
sus primeros cuentos: el niño que oía a Yes mientras se bañaba en tina; al
adolescente que tradujo las letras de sus canciones favoritas en El rock en
silencio; y al que asimiló aplicadamente la lectura de la narra tiva de José Emilio
Pacheco y de sus hermanos mayores, como José Agustín, que escribía novelas
consoundtrack. Los pasajes de la amistad de los niños Tony y Müller que es
relatada en esta subtrama se antojan excepcionales en la narrativa mexicana,
donde escasean los niños. Y luego, el Tony juvenil que toca el bajo y admira a
Jaco Pastorius, y la banda de nombre atinadísimo: los Extraditables, que fue
telonera de Velvet Underground.
Me alegra haber leído Arrecife en versión digital en la compu: así tuve acce so
inmediato alsoundtrack que completa la visión del mundo planteada en esta novela
extraordinaria.
Noé Cárdenas. Escritor, editor y crítico literario. Dirigió el
suplemento Sábado de unomásuno.
DE LA A A LA Z
Delia Juárez G.
Aniversario. Se cumplen 50 años de la publicación de Recuerdos del porvenir, de
Elena Garro, el libro que Octavio Paz definió con toda razón como “una de las
creaciones más perfectas de la literatura hispanoamericana contemporánea”. Con
la guerra cristera de fondo, el pueblo habla: “—¡Viva Cristo Rey! El grito se
prolongaba en los portales. Sonaron disparos persiguiendo aquel grito que dio la
vuelta al pueblo. A oscuras lo correteaban los soldados y él surgía de todos los
rincones de la noche. A veces corría delante de sus perseguid ores, luego los
perseguía por la espalda. Ellos lo buscaban a ciegas, avanzando, retrocediendo,
cada vez más enojados. Después, durante noches y noches, se repitió el baile del
grito y de los soldados que zigzagueaba por mis vericuetos y mis calles”. (Joaq uín
Mortiz, 2010.)
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Beber. “Beber alcohol, embriagarse es un deporte, te aficionas y ya, lo haces
desde joven y no te preguntas. Si no tomara unos tragos todos los días, el futuro
vendría a chingar y a darme de puntapiés. ¿Te gustaría vivir con un hombre
atiborrado de patadas en el culo? Estoy seguro de que me despreciarías aún más.
Además, los ebrios deben beber, no preguntarse por qué beben; necesitan
concentrarse en sus asuntos. Son bebedores no filósofos”: Guillermo
Fadanelli, Mis mujeres muertas (Grijalbo, 2012).
Carta. “Cartas de amor a un dictador”, la introducción al libro de Diane
Ducret, Las mujeres de los dictadores, nos revela que Adolf Hitler recibió más de
10 mil cartas hacia 1945, entre ellas: “Mi Führer, hoy puedo afirmar que mi voto
de lealtad y amor absoluto, mis ideas y mis sentimientos sólo le pertenecen a
usted, mi Führer, mi hombre tan amado, el más noble, el más grandioso, el más
maravilloso, único y genial, enviado de Dios, sólo a usted, mi Führer, sólo a su
misión y su redención pacíficas, sólo a usted, hijo elegido, ungido, coronado y
amado de Dios, celeste mensajero de paz, ejecutor de la voluntad divina en la
tierra, su pueblo y su Reich pangermánico, y su magnífico ejército de héroes […].
Mi Führer, Señora Dagmar Dassel”. (Traducc ión de Núria Petit Fontseré, Aguilar,
2012.)
Desconocidos. “Los desconocidos también cumplen una rutina y en ocasiones se
convierten en una costumbre. […] Reconocer a un desconocido puede suponer el
principio de una pequeña intromisión intempestiva. En se creto se establece una
curiosidad acaso recíproca. Sin que se lo propongan, se vuelven testigos mutuos
de algunas de sus reiteraciones cotidianas. A veces terminan por conocer el lugar
al que se dirigen diariamente a determinada hora. Advierten algunas de sus
preferencias, como el periódico que leen, los anuncios en los que se detienen, sus
gestos elementales, la manera en la que se distraen a la espera. Se conoce la ropa
que repiten, pero con frecuencia se desconoce el sonido de su voz”: Javier García Galiano (La silla de Karpov, Ficticia Editorial, 2012).
Emociones. A propósito de su más reciente libro, El gobierno de las
emociones (Herder, 2011), un entrevistador de la revista Filosofía hoy le hizo este
comentario a la filósofa Victoria Camps: “Las emoci ones más incapacitantes, en
su opinión, son las que, como la tristeza, merman la potencia de actuar y
desmoralizan al ser humano. El miedo, la vergüenza, la indignación, la culpa
pueden bloquear a quien los padece y hacer que su vida se detenga, inhibiendo sus
deseos y la capacidad de elegir”. Camps añadió esto en su respuesta:
“Efectivamente, las emociones son necesarias porque sin ellas no hay motivación
para actuar. Pero hay emociones inadecuadas, que sólo nos inhiben de actuar o nos
llevan a actuar erróneamente. El miedo o la vergüenza pueden ser buenos, pero
pueden paralizar la acción. Indignarse está bien si el objeto de indignación merece
esa reacción, pero puede ser pueril. Conocer el porqué de las emociones y
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gobernarlas es, a mi juicio, lo que hace la ética”.
Filosofía. Ética de urgencia (Ariel, 2012) “no es —escribe Savater en la
presentación— una obra directamente escrita por mí, sino la transcripción
cuidadosa y selectiva de coloquios que he mantenido en dos centros de
enseñanza”. En uno de esos coloquios afirmó: “Cada vez que nos hacemos una
pregunta filosófica estamos tratando de averiguar algo más sobre nosotros. En
lugar de vivir rutinariamente, por imitación, porque no hay más remedio, porque
nos han dado un empujón y tenemos que seguir, hac emos el esfuerzo de vivir
deliberadamente. En cierto sentido, nos ponemos a andar mirándonos los pies, no
levantamos la vista, y eso es problemático, y tiene riesgos, claro, porque podemos
tropezar. Pero es que la filosofía no sirve para salir de dudas, si no para entrar en
ellas. Las personas que no dudan nunca son las que nunca filosofan; son personas
serias, incapaces de asombrarse”.
Gajes del oficio. Descubrimientos. Crónicas inéditas de Clarice
Lispector, incluye una entrevista que la escritora brasile ña le hizo a Pablo Neruda
en 1969. Lispector le preguntó: “¿Cuál fue la mayor alegría que tuvo por el hecho
de escribir?”, y Neruda respondió: “Leer mi poesía y ser oído en lugares
desolados: en el desierto a los mineros del norte de Chile, en el Estrecho de
Magallanes a los esquiladores de ovejas, en un galpón con olor a lana sucia, sudor
y soledad”. (Traducción de Claudia Solans, Adriana Hidalgo, 2010.)
Instrucciones. El poeta y periodista Jeremías Marquines tomó la figura y la obra
de Malcolm Lowry durante un viaje del escritor a Acapulco en 1936, y escribió el
poema “Instrucciones para escribir estando borracho I”: “Tener un gallo negro que
te pique los ojos./ Tocar el ukulele en el cementerio, bajo/ la salpicada luz lunar
de un único farol./ Abrir paraguas dentro del sueño de tu padre/ donde caen las
frescas gotas de su amargura./ Y gin con jugo de naranja todas las mañanas”.
(Acapulco Golden, Era, 2012.)
Jogo bonito. “Lo inventaron los brasileños —por eso la expresión en portugués—
con su talento endemoniado, y tratan de practicarlo a veces equipos de otras
latitudes, no siempre con buenos resultados. Se dice que lo encarna aquella
escuadra que da espectáculo y aporta belleza, con toques de primera y piruetas
sobre un escenario empastado. El público su ele retribuir con aplausos espontáneos
cualquier intento genuino de convertir al futbol en un arte. Los equipos brasileños
malos y pragmáticos suelen ser denunciados por el comentario deportivo por su
traición a los orígenes del jogo bonito”. (Francisco Mouat, Patricio
Hidalgo, Diccionario ilustrado del futbol, ilustraciones de Guillo, Lolita Editores,
Santiago de Chile, 2012.)
Llamamiento. Gracias a la difusión que Ricardo Bada hace de la revista
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digital Frontera D, me entero: “Aunque sus ecos apenas han llegado hasta
nosotros y ningún periódico español lo ha publicado, hace unas semanas el diario
francés Le Monde y el italiano La Reppublica lanzaron el ‘Llamamiento a los 451’
(en homenaje al Farenheit 451, de Ray Bradbury), un colectivo que reúne a otros
tantos editores, correctores, impresores, distribuidores, libreros, traductores y
bibliotecarios de todo el mundo. Denuncian la degradación acelerada que están
sufriendo las formas de leer, producir, compartir y vender libros […]: ‘No
podemos avenirnos a reducir el libro y su contenido a un flujo de datos
electrónicos clicables [sic] hasta la náusea; lo que producimos, compartimos y
vendemos es, ante todo, un objeto social, político y poético’ ”.
Manzanas. “Esquivando la terrorífica mirada de su madre,/ un par de rosadas
manzanas me dio una grata mujer./ Quizá el fuego mágico de los amores
furtivamente se mezcló/ con las manzanas enrojecidas: soy un desgraciado/
prendido a una llama. Pero en vez de pechos,/ oh dioses, en mis manos frustradas
tengo manzanas”: “Sin título”, de Paulo. (Epigramas eróticos griegos. Antología
Palatina, traducción y notas de Guillermo Galán Vioque y Miguel A. Márquez
Guerrero, Alianza Editorial, 2001.)
Normalidad. En El hijo eterno el escritor brasileño Cristovão Tezza revela sus
más íntimos pensamientos al conocer la noticia de que su hijo nació con síndrome
de Down: “Como en el cómic imaginario, donde los hechos se suceden sin
interrupción, él ya está en casa. Hay un simulacro de normalidad, desde el
muñequito azul en la puerta del cuarto del hijo —los regalos, los paquetitos, las
sonajas colgadas, los adornos, la increíble parafernalia de un recién nacido,
pañales, talcos, ropa, zapatitos, baberos, juguetes — hasta las más pequeñas
medidas. Padre y madre platican como si no estuvi era pasando nada, hasta que un
pequeño brote de depresión aflore, y entonces un ligero gesto del otro reponga la
normalidad posible, en una balanza compensatoria”. (Traducción de María Teresa
Atrián Pineda, Elephas, 2012.)
Orar. “Ora, lege, lege, relege, labora et invenies: ‘Ora, lee, lee, relee, trabaja y
encontrarás’. Esta es una de las dos únicas líneas de texto escrito que aparecen en
el célebre libro mudo(Mutus Liber), documento de la alquimia tradicional,
consistente en una serie de grabados”: Diccionario de expresiones y frases
latinas de Víctor José Herrero Llorente (Gredos, 1992).
Pintura. Afirma Georges Bataille sobre la pintura de Van Gogh: “No veremos el
sol ‘en toda su gloria’ hasta 1889, con motivo de la estancia del pintor en el
manicomio de Saint-Rémy, es decir, después de la mutilación. La correspondencia
de esta época demuestra que la obsesión estaba alcanzando un punto culminante.
Fue entonces cuando empleó en una carta a su hermano, la expresión ‘el sol en
toda su gloria’ […] Para representar la importancia y el desarrollo de la obsesión
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de Van Gogh es necesario poner en relación los soles con los girasoles. Esta flor
también es conocida con el propio nombre de sol, y en la historia de la pintura
está unida a la figura de Vincent Van Gogh, que escribía que de alguna manera
él tenía el girasol (al igual que se dice que Berna tiene el oso, o Roma la loba)”.
(La oreja de Van Gogh, Casimiro libros, Madrid, 2011.)
Rulfo. Dos libros recientes sobre Juan Rulfo. Uno que se ocupa de su obra, escrit o
por Françoise Perus: Juan Rulfo, el arte de narrar (Editorial RM/Unam/Fundación
Juan Rulfo, 2012) y otro, Cartas a Clara (Editorial RM/Fundación Juan Rulfo,
2012) que revela la intimidad del escritor: “Yo siempre me he sentido miserable,
enormemente miserable, como te lo he dicho varias veces. Mucho, porque yo he
querido serlo, mucho porque me han hecho sentir que lo soy. Me han golpeado,
sabes, me han dado duros golpes en eso que le llaman sentimiento. No sé quién:
pero sí sé que a veces, cuando me exami no el alma, la siento un poco quebrada
(junio de 1947)”.
Suicidio. Libros, películas, arte, sustancias, lugares, formas, causas, todo lo
relacionado con el suicidio lo documenta de manera minuciosa Carlos Janín,
catedrático y pintor, en su Diccionario del suicidio (Laetoli, Pamplona, 2009):
“La muerte voluntaria —escribe— obedece a las más variadas motivaciones,
reviste las formas más peregrinas y recurre a los métodos más impensados. Es tan
polimorfa e imaginativa que siempre dejará sin argumentos a qui en quiera
rebatirla o exaltarla, borrando todas las fronteras, sembrando la confusión e
impidiendo todo maniqueísmo. […] Esta visión panorámica de un fenómeno tan
extendido a través del tiempo y del espacio […] puede ayudar a entender ese
instinto de muerte y autodestrucción que opera incesantemente en él, y a
desentrañar la excéntrica conducta del imprevisible ser viviente que somos todos
nosotros”.
Traducción. Sergio Parra, bloguero de Papel en Blanco, comparte que “la
empresa Today Translation realizó una encuesta entre mil lingüistas de todo el
mundo para escoger la palabra más difícil de traducir en todos los idiomas. La
palabra escogida pertenece al idioma tshiluba (hablado en la República del Congo)
y ha sido ilunga: ‘una persona que está dispuesta a perdonar cualquier abuso la
primera vez, a tolerarlo la segunda, pero no la tercera’”.
Utilidad. “Estar echado en la cama sería la experiencia perfecta y suprema, a
condición de tener un lápiz de colores bastante largo para poder hacer dibujos en
el techo. Pero un adminículo de ese tipo no forma parte, en general, del ajuar
doméstico. Por mi parte creo que la cosa podría arreglarse mediante unos cuantos
cubos de pintura y una escoba. Ahora bien, si uno trabajara de un modo realmente
barredor y magistral y aplicase el color en grandes masas, el color gotearía sobre
la cara del que está tumbado, en olas de rico y mezclado color como el de alguna
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extraña lluvia de cuento; y esto no dejaría de tener sus desventajas. Sospecho que
para esta forma de composición artística sería necesario limitarse al blanco y
negro puros. Y en realidad para este fin un techo blanco sería de la mayor
utilidad. En realidad es la única utilidad que se me ocurre para un techo blanco”:
G. K. Chesterton. (“Echado en la cama”, Enormes minucias, traducción Vicente
Corbi, Espuela de Plata, Salamanca, 2011.)
Vagabundos. En “Niños vagabundos”, una de las crónicas incluidas en El
paseante de cadáveres. Retratos de la China profunda , un niño callejero de 14
años confiesa al escritor y periodista Liao Yiwu que no teme ser llevado a una
correccional de menores: “Chengdu está lleno de niños como yo, algunos dentro
de colegios y otros que se han escapado de casa. Si nos juntaran a todos
llenaríamos un colegio entero. ¿Y qué tiene de malo una correc cional? Te dan
comida y ropa gratis y, además, no te obligan a estudiar. Las clases también son
gratis, no hay que hacerles regalos a los profesores y no se gasta el dinero en lo
que no se debe. Xiemin y yo ya lo hemos hablado muchas veces, cuando
cumplamos quince o dieciséis años queremos entrar en uno. Ahí dentro se hacen
hombres, se hacen héroes”. (Traducción de Leonor Sola, Sexto Piso, México,
2012.)
Zeta. Se queja Javier Marías: “La RAE ha decidido que el nombre de esa letra se
escriba sólo con c, porque con ésta se representa ese sonido —en parte de
España— antes de e y de i. Siempre me pareció tan adecuado que el nombre de
cada letra incluyera la letra misma que durante largo tiempo creí que la x se
escribía ‘equix’, aunque todos digamos equis y así se escriba de hecho. Pero es
que además el reciente Diccionario panhispánico de dudas, de la misma RAE,
valida grafías como ‘zebra’ (aunque la juzga en desuso), ‘zinc’ o ‘eczema’. Y,
desde luego, no creo que se oponga a que sigamos escribiendo ‘Ezequiel’. No veo,
así pues, por qué ‘zeta’ pasa a ser ahora una falta. No está mal que haya algunas
excepciones o extravagancias ortográficas en las lenguas y en español son tan
pocas que no veo necesidad de suprimirlas”. ( Lección pasada de moda. Letras de
lengua, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012.)
Delia Juárez G. Editora y traductora. Su libro más reciente es Gajes del oficio.
La pasión de escribir.
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EL ABISMO DE LA LIBERTAD: UNA ENTREVISTA
CON FERNANDO SAVATER
Rafael Pérez Gay
La tardé en que me reuní con Fernando Savater hubo gritos en las calles.
Contingentes del movimiento #YoSoy132 protestaban y cerraban la circulación
que lleva a Polanco, donde esperaba Savater. Esta es la primera pregunta que
quiero hacerle pensé: protesta, violencia, indignación en México y España.
Desde hace muchos libros Savater
se ha convertido en un escritor y un
periodista central de la vida pública
hispanoamericana. El lugar que
ocupa y por el cual cualquier
periodista e intelectual pactaría con
el diablo se desprende de una obra
vasta y compleja, de una reflexión
inteligentísima y un trabajo de
carbonero a lo largo de los años.
Savater habló de México y de
España, de la estupidez, de las
drogas, de la política, de la novela
y relacionamos estos temas con
algunos de sus libros: El contenido
de la felicidad,Diccionario
filosófico, Mira por dónde. Autobiografía razonada y Los invitados de la
princesa (Premio Primavera 2012). Savater, a escena.
Rafael Pérez Gay: El primero de diciembre, una marcha de protesta en contra
del presidente Enrique Peña Nieto convocada por #YoSoy132 terminó en
disturbios, desmanes y enfrentamientos entre grupos de jóvenes armados de
bombas caseras, cadenas, arietes en llamas y la policía que los repelió con gases
lacrimógenos, toletes, golpizas aquí y al lá. ¿Ves alguna relación entre estos
hechos de protesta y el momento español. Los une acaso la indignación ciega, la
protesta, el rechazo? ¿Cómo ves este momento mexicano, lo relacionas con el
español?
Fernando Savater: El momento mexicano lo veo, en prin cipio, bastante más
esperanzador. Han habido unas elecciones que se han hecho con la normalidad de
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las elecciones democráticas, ha habido un ganador con un número cuantioso de
votos, hay una serie de propuestas que parece que suenan bien y que tal vez se
lleven a la práctica y mejoren una serie de problemas que, efectivamente, son
graves.
Hay unas propuestas positivas y, sobre todo, no hay una situación en lo
económico, en lo social, como desgraciadamente hay en España, donde hay
protestas por todas partes, protestas violentas que probablemente no tienen
especial justificación, que probablemente son movidas por manos interesadas en
crear disturbios. Como siempre, lo que cuenta no es la protesta, sino la propuesta.
Es decir, lo que cuenta no es la disconform idad global y genérica, sino las
propuestas que es lo que debería haber, esto falta muchas veces.
En España, desgraciadamente, lo que tenemos es un horizonte mucho más cerrado
en este momento, tenemos una situación económica crítica. Estamos dependiendo
de ayuda europea que llega imponiendo más condiciones draconianas a la
economía española.
Tenemos, además, una desafección social producida por nuestros movimientos
separatistas que son una especie de enfermedad oportunista que siempre acude a
los organismos enfermos, como en este caso al Estado español. La situación me
parece angustiosa.
RPG: En Ética de urgencia, en El contenido de la felicidad y en general en tu
obra hay siempre una definición de la ética como programa de la voluntad: el
bien y el mal. Dime si el concepto se ha transformado a lo largo del tiempo o si
sigue siendo el mismo.
FS: El concepto de ética sigue siendo el mismo, lo que varía es el campo de
acción humana sobre el que se ejercen los principios, la orientación. La ética no
es un código, no son unas tablas de la ley, sino que es una perspectiva de
valoración y de justificación de los motivos por los que uno opta a la acción o
vota por una actitud o por otra.
Los seres humanos estamos condenados a la libertad, como dijo Sartre; n o
podemos escapar de la necesidad de hacer elecciones, por ejemplo. La ética es el
intento de justificar esas elecciones no de acuerdo a los mismos objetivos
pragmáticos inmediatos, sino a una cierta concepción global de la vida. Las
acciones humanas varían con el tiempo porque nuestra capacidad de acción varía.
La Ética a Nicómaco de Aristóteles, que es excelente, carece de reflexiones sobre
bioética, por ejemplo. No habla de internet porque naturalmente eran nociones que
estaban vedadas a Aristóteles. Lo que varía no es tanto la ética sino los campos de
reflexión. Los campos en que el hombre puede actuar y, por lo tanto, puede actuar
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bien o mal.
RPG: Recuerdo que en el Diccionario filosófico que publicaste hace algunos años
en editorial Planeta, hay una entrada sobre la “Estupidez” que me gusta mucho y
que termina con una cita de Camus, que dice más o menos así: “Cuando le
preguntaron a Camus qué había hecho él para enfrentar los grandes problemas
que asediaban a su tiempo y a él, contestó: lo primero, no agravarlos”. ¿Sigues
pensando como Albert Camus?
FS: Sí. Creo que, por lo menos, uno debe ser un intento de resolución del
problema, pero no parte del problema mismo; es decir, no esa especie de persona
que tiene quizá buenas intenciones, pero que su act ividad se convierte en una
fuente de dramas o de empeoramiento de las cosas. La reflexión sobre la propia
conciencia debe llevarle a uno a evitar incidir y aumentar los males, a una actitud
restrictiva, a una actitud un poco más de hacer más pequeña la acc ión en vez de
hacerla más grande, eso ensarta dentro de determinadas circunstancias, cuando es
fácil agravar las cosas en vez de mejorarlas. A veces hay que emprender el mismo
camino, a veces bastante más decididas, bastante más avanzadas, porque las
circunstancias lo piden, pero siempre teniendo la idea de que uno no debe ser de
los que agravan, sino de los que aligeran las cosas.
RPG: Vivimos en un tiempo, al menos en México, en el cual pareciera que muchos
o algunos de los personajes que participan en l a vida pública no están muy al
tanto de que no hay que agravar las circunstancias, sino tratar de que la acción,
como tú dices, sea menor y aligere la escena. ¿Sólo la democracia puede dotar de
soluciones a la vida política, a la plaza pública, a la vida s ocial?
FS: No sólo la única forma, todos sabemos que hay muchas otras formas. La
democracia es la única forma de que haya verdaderamente una sociedad y no un
rebaño con un pastor, un tirano, un matarife. La democracia no es la fuente de la
felicidad, ni la solución de todos los problemas, la democracia es el
reconocimiento de que todos los seres humanos deben participar en la gestión de
sus propios destinos. Eso es, digamos, insuperable, no se trata de que haya a veces
unos resultados buenos y unos malos, eso no lo sabemos; evidentemente, en
ocasiones la democracia no tiene la garantía de acertar siempre por esas tonterías
de que “el pueblo siempre acierta”, no.
RPG: El pueblo casi nunca acierta, Fernando.
FS: Primero, el pueblo no es nada. El pueblo es un conjunto de ciudadanos que se
puede equivocar como nos podemos equivocar tú y yo. Decir que el pueblo nunca
acierta sería decir: es imposible que jamás llueva aquí. Bueno, a lo mejor llueve
porque hay una nube.
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De lo que se trata es de que, acierte o no acierte, cada uno de nosotros tiene que
participar en la democracia; de hecho los griegos, que llevaban esto hasta las
consecuencias más extremas, sorteaban los cargos públicos.
La sociedad debe aceptar que, como todos somos miembros, si el cargo cae en una
persona que no es la más competente pues también debemos intentar ayudar a que
lo lleve a cabo. Lo que no podemos hacer es crear jerarquías de los que nacen para
mandar, los que nacen para obedecer, los que nacen para saber, los que nacen para
ignorar, eso es lo que es antidemocrático.
RPG: En ese sentido, ¿la política es la forma y el conjunto de instrumentos que
tenemos para que la vida pública no termine a balazos? ¿Eso es la política?
FS: La política es la organización institucional de la socie dad. Sociedad quiere
decir que somos socios. Los socios no se tratan de manera violenta, no se intentan
asesinar, los socios son socios porque intentar colaborar unos con otros, intentan
remediar las carencias de unos y otros porque intentan ganar juntos o minimizar
pérdidas juntos, eso es la sociedad y la política es el propósito de institucionalizar
ese intento de vivir como socios.
RPG: Otro asunto: en Mira por dónde, tu autobiografía razonada, dedicas un
episodio más o menos largo al periodismo. Escrib es algo así como esto: “sigo
escribiendo en El País precisamente porque cuando me pedían una reseña
escribía una reseña y no un soneto”. Hoy El País pasa por una crisis severa,
dura, ¿está en crisis el periodismo español?
FS: No. El periodismo mundial está en crisis, no sólo el periodismo español, eso
afecta a todos los periódicos porque los periódicos, en papel, tienen fecha de
caducidad.
Entonces todas las grandes empresas de periodismo impreso están pasando por
momentos difíciles para lograr mantenerse , todos están haciendo reducciones de
personal, de gastos; muchas veces incluso de publicaciones que parecían casi
mitológicas, como Newsweek, por ejemplo, han desaparecido ya en papel para
pasar sólo a online, a internet. Es una tendencia. Yo lo deploro d esde mi
ancianidad porque he leído o leo cuatro periódicos todos los días, me gusta el
papel, la tinta.
RPG: No sé dónde te leí que uno de tus momentos más agradables del día es
cuando en la mañana sales de tu cuarto y tomas los periódicos y te sirves un
café.
FS: Ahora ese momento va precedido de otro momento que es cuando me
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despierto, tomo el iPad y leo los periódicos en el iPad; luego lo dejo, me visto,
bajo, compro los periódicos y los vuelvo a leer otra vez. Es probable que el
periódico como fuente de información inmediata dejará paso quizá al periódico
más bien encaminado al comentario, a la interpretación de lo que ocurre; pero ése
no es un fenómeno español, es un fenómeno que ocurre en todas partes.
Es verdad, el periódico El País, que a mí me afecta más porque es el mío, ha
pasado y está pasando por una fase difícil, ha habido recorte de personal drástico
y se están haciendo las cosas a veces con más acierto y otras con menos, pero es
una crisis que trasciende, desde luego, a la prensa española .
RPG: En Ética de urgencia hay un ensayo sobre internet…
FS: Ética de urgencia no son ensayos, ni artículos. Es un diálogo que mantengo
con jóvenes. No es un libro que haya escrito, es un libro hablado por mí, es una
transcripción de unas conversaciones que he tenido con jóvenes en una serie de
colegios e institutos de España a lo largo del comienzo de este año. Eran chicos
que habían estudiado la Ética para amador que ha cumplido 20 años de su
publicación.
Entonces fueron ellos los que introdujeron nu evos temas, desde las perspectivas
laborales de la crisis hasta la crítica, la religión, internet, y yo procuré debatir con
ellos, charlamos, intercambiamos opiniones, les contradije en ocasiones. El libro
es el resultado de esas pláticas.
RPG: En El contenido de la felicidad defines la bioética como una frondosa rama
de la ciencia que se ocupa de dos momentos que tienen que ver con el ser humano
cuando éste no puede hacerse cargo de sí mismo: el nacimiento y la muerte. ¿La
muerte asistida, la muerte como una opción elegida, el bien morir es una última
puerta para salir de la vida?
FS: Creo que la vida no es una jaula, o sea que los seres humanos somos,
probablemente, los únicos animales que sabemos que vamos a morir con toda
certeza. Mientras que el resto de los animales viven, mueren, pero no saben que
van a morir, no conocen su destino; nosotros sí. Esa diferencia hace que todo sea
diferente. Nosotros somos mortales y ellos son inmortales porque no saben que
van a morir nunca. Frente a eso, la vida para nosotros no es un término zoológico,
sino que tiene que ver con el sentido, con la creación, con el placer, con la
compañía. Cuando por razones mil se nos hace invivible, imposible ya de
mantener esos parámetros que nos hacen indeseable la vida, entonces n o cabe más
remedio que respetar el deseo de las personas que, por su invalidez, porque ven un
muro aciago frente a ellos que no pueden superar, desean ya morir. Mantenerlas
artificialmente en vida, convertidas ya prácticamente en vegetales, es algo
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estúpido y cruel.
RPG: Hay un libro de Jean Améry que se llama Alzar la mano contra uno mismo
(el escritor Améry se quita la vida a los 66 años). Mientras leía, me llenó de
inquietud la posibilidad de plantear que uno es capaz de decir bueno, en este
momento esto debe terminar. ¿La tecnología, los avances de la ciencia, la forma
de alargar la vida, incide en la decisión de vivir más cuando ya la vida es
invivible?
FS: Bueno, deseo que en su momento me atiendan lo mejor posible, que el
hospital esté bien dotado de todo tipo de máquinas y quisiera que se me aplicaran
las medidas curativas si tengo una enfermedad grave. Pero además de todo eso
está el sentido que encontramos en la vida. Es decir, un pulmón artificial o una
máquina de respiración asistida nos puede p rolongar la vida, pero no le va a dar
sentido a la vida. El sentido tenemos que darlo nosotros, que buscarlo nosotros.
Habrá quien lo encuentre y decida que sigue deseando vivir en cualquier
circunstancia, pero otras personas pensarán de forma distinta.
El libro de Améry es una reflexión sobre eso, sobre cómo los seres humanos
pueden verse desde dentro, cada uno se ve desde sí mismo, es inútil verse desde
fuera.
RPG: Como bien sabes, el gobierno de Felipe Calderón inció una guerra contra
el narcotráfico, un combate serio y ciego contra el crimen organizado que ha
costado 60 mil muertos. Veo en el consumo de la droga no sólo muerte y violencia
sino exploración de un placer, búsqueda, en fin, experimentación con la propia
sensibilidad. Y de pronto eso se convierte en un problema político real de
violencia desatada. ¿Qué tienes que decirnos al respecto?
FS: Que la distancia que hay, efectivamente, entre ese problema personal y el
problema político, global, es la prohibición. Lo que convierte un problema o u na
decisión privada de una persona que puede estar informada, que puede saber si
quiere tomar una cosa u otra, se convierte en un problema para todo un país con
cientos y miles de muertos por culpa de una decisión que es la prohibición de la
droga.
La prohibición de la droga es lo que convierte a una droga en un bien escaso
buscado y manejado por gángsters, eso es lo que nos lleva a la situación actual, es
decir, la irracional cruzada contra las drogas que se inició a comienzos del siglo
XX por Estados Unidos y luego contagiando a otros países.
Eso nos ha llevado a esta especie de gangsterismo generalizado. Es un problema
gratuito, hay otros problemas de desarrollo, de economía, de justicia social, que
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probablemente vienen de estructuras que sería difícil decir qué es lo que hay que
hacer para resolverlo.
RPG: ¿La legalización de las drogas es una salida?
FS: La despenalización de las drogas, se legaliza lo que ha nacido para estar
prohibido y termina convirtiéndose en autorizado. Pero las drogas naciero n
perfectamente libres.
La Coca-Cola hasta 1905 utilizaba coca en su fórmula y la heroína era una
medicina creada por la casa Bayer; las drogas no han nacido para estar prohibidas.
Son sustancias, medicinas, sustancias artificiales o naturales, las cuales nacieron
para cumplir ciertas funciones y que de pronto se prohibieron y entonces se
convirtieron en un oscuro objeto de deseo.
RPG: Estamos acostumbrados a leer ensayos de Fernando Savater, pero te has
empeñado y desempeñado desde hace varios libros en la novela. ¿Cómo enfrenta
Savater el momento creativo, la ficción, ¿Cuéntanos algo de ese momento?
FS: Para mí la afición a la
literatura y el deseo de escribir
historias es anterior al deseo de
escribir ensayos y practicar
filosofía. De jovencito, a los 15,
16 años, quería ser escritor,
periodista, narrador. Luego inicié
la carrera de filosofía y letras, de
la cual a mí lo que me interesaban
eran las letras mucho más que la
filosofía y por razones laborales
me vi más encuadrado en la
filosofía que en la literatura
porque no existían carreras de
literatura puramente dichas como
existen hoy en día.
Entonces me dediqué a la filosofía, de lo cual no me arrepiento, cosa que me
interesó y me ha interesado siempre y a la que me he dedicado muchos años: 40.
Pero ahora que vuelvo a tener una cierta libertad por mi jubilación como profesor
y también un poco por mi jubilación como ensayista si quieres, tengo un poco más
de tiempo y quisiera volver a dedicarme un poco más a la novela. Lo he hecho
muy intermitentemente, todo el tiempo, pero lo he hecho un poco a ratos
perdidos.
132
Ahora quisiera hacerlo con un poco más de dedicación y quizá esta novela, Los
invitados de la princesa, es la primera que he podido escribir con un cierto
detenimiento.
RPG: Cuando Balzac estaba a un paso de la muerte lo visitó Víctor Hugo en su
casa de la rue Fortunée. Agónico y quizá delirante, Balzac pidió que llamaran al
doctor Bianchon: “Traigan a Bianchon, sólo él puede curarme”. Pero Bianchon
no pudo salir de ninguna de las 26 novelas en las cuales actuaba el papel de un
médico, el médico que Balzac inventó. Ficción y realidad. ¿Tus novelas pasan la
frontera de la ficción a la realidad, o simplemente penetras al mundo que está
lejos del que estamos viviendo en ese momento? ¿Cómo concibes el momento de la
creación novelística?
FS: Como dijo el poeta Eluard: hay otros mundos, pero están en este. Hay otros
mundos, pero todos están aquí. Efectivamente, me gusta la literatura con un poco
de imaginación, la literatura fantástica con géneros co mo la ciencia ficción o el
terror, pero no me gusta la literatura realista en el sentido burgués del término. No
me gusta la novela que me cuenta que la señora del tercer piso se enamoró del
señor que vive en el primero, dejó a su marido y luego lo echaron de la fábrica en
la que trabajaba; todo eso puede parecer muy interesante, pero a mí me aburre
brutalmente.
Lo que me interesa es contar historias no habituales, aunque naturalmente remiten
al mundo en el que estamos, que no remitan a cualquier cosa, po r fantástica que se
te ocurra como ser humano, sino que exploren la humanidad y la realidad donde
vivimos. Lo que pasa es que vemos esa realidad desde otro ángulo, un ángulo
nuevo, un ángulo independiente y no un mero reflejo de la realidad.
En casi todas mis novelas, por ejemplo en Los invitados de la princesa, hay unas
circunstancias que pueden ser reconocibles porque es un congreso de escritores.
Los escritores llegan a una isla más o menos remota y quedan atrapados porque
hay un volcán en actividad que no permite que los aviones despeguen. Hay
historias que los personajes cuentan y todas tienen que ver con aspectos de
nuestro mundo, algunas relacionadas con la educación, otras con el poder, otras
con el amor, otras con la decepción que trae la vida. Ca da una de ellas tiene que
ver con uno de esos aspectos, pero todas están contadas desde géneros distintos,
yo he querido que los diversos relatos que se entrelazan en el libro estuvieran no
solamente narrados de manera diferente, sino también por personaje s que son
completamente distintos, algunos comprenden lo que están contando, otros no lo
entienden bien.
RPG: Entre los jóvenes cultos, Cioran se ha convertido en un autor de culto. No
133
todos saben que eres el introductor de Cioran al español y que fue tu amigo.
¿Sigues visitando a Cioran, sigues leyendo a Cioran?
FS: He tenido tanta familiaridad con Cioran que ahora, más que leerlo, lo
recuerdo. Y sí, es verdad que en ocasiones por algún tipo de los azares de mi
trabajo vuelvo a tomar algunos de los ya m uy gastados volúmenes que tengo de
Cioran y de pronto vuelvo a encontrar esa especie de escalofrío, de aguijonazo
que me daban los mejores momentos de Cioran.
Claro que Cioran para mí ya es un recuerdo de una persona, de una amistad, de un
anecdotario personal.
RPG: Me gusta citar aquello que cuentas en Mira por dónde y mucha gente no me
lo cree. Me refiero a la rubia que visita a Cioran, el pesimista queda prendado de
ella, la pasea, la corteja, pero al final se da cuenta de que es una enviada de la
academia sueca y que sondea la posibilidad de que Cioran acepte el Nobel.
Cioran enloquece de rabia por la mentira y arma una tremenda pataleta. Fue así,
escribes, como Elias Canetti llegó al cuadro de honor y recibió el Premio Nobel.
FS: Yo sólo puedo atestiguar lo que dijo Cioran, no conocí a la joven rubia, pero
seguí a lo largo esa relación. A Cioran le gustaban mucho las mujeres, y a pesar
de sus años tenía sueños de coquetería porque supongo que es de las cosas últimas
que se pierden, y con la joven que vino paseaba, salía, en fin. Él estaba
convencido totalmente de que era una admiradora de su obra pero que también que
estaba interesada por él.
Cuando se enteró de que la joven estaba cumpliendo una función y que había sido
enviada por alguien que debía de conocer bien a Cioran y mandó a esa joven y no
a un señor con bigote, entonces sintió un poco el orgullo herido del macho, de
pronto encontró que estaba siendo un autor más de una estantería y se enfadó.
RPG: Oigo a veces a jóvenes para los cuales l a filosofía es aburrida y no sirve de
mucho, ¿qué les dirías?
FS: Tendría que confirmarles sus sospechas de que la filosofía no sirve para nada.
Como escribió Adorno en una ocasión: porque no sirve para nada, aún es útil la
filosofía.
Es una llave pero que abre una puerta de dudas o de enigmas, no de soluciones. Es
lo contrario de un libro de autoayuda, es un libro de autoproblematización no de
autoayuda. Pero lo que pasa es que hay gente que tiene mentalidad de empleado:
¿esto para qué sirve? La mentalida d servil lleva a pensar siempre esto: ¿para qué
sirve? Hay gente que no se considera a sí misma como un criado.
134
RPG: En El contenido de la felicidad citas a Stuart Mill, me refiero al ensayo
sobre “El héroe trágico”. ¿Te acuerdas cuando reflexionas sobre el ensayo “On
liberty” y te preguntas por las libertades individuales? En el alba del siglo XXI,
¿sientes que están amenazadas las libertades individuales por los Estados o
sientes que saldrán adelante como en otros momentos de la historia?
FS: La libertad siempre está amenazada porque las garantías de libertad sólo
pueden ser estatales; es decir, sólo las tenemos dentro de los Estados.
Las libertades son unas cosas que nos
reconocemos unos a otros dentro de un
marco de libertades. Lo que pasa es que
toda libertad dentro del marco de la
sociedad tiene unos límites. La sociedad
está formada por socios, por lo tanto un
socio no puede hacer lo que quiera, sino
que tiene que atenerse a que hay intereses
de otros que pueden ser perjudicados o
compatibles con otros socios, la capacidad
de emprender, innovar, crear, expresarse,
buscar un propio camino de realización y,
por otro lado, las necesidades de convivir,
de aceptar pautas normativas comunes. Eso
constantemente está funcionando.
Hoy el Estado tiene muchos medios para tratar de sugestionar al individuo y
decirle: usted renuncie a su autonomía, déjelo en mis manos, yo le diré qué comer,
qué beber. Con la persecución de la droga es claro el atentado contra las
libertades de las personas: “Nosotros sabemos lo que usted debe tomar y lo que no
debe tomar y además le castigaremos si usted viola las reglas”.
Una cosa es que recibamos información para poder tomar decisiones sensatamente
y otra, muy distinta, es que se decida por nosotros. Muchas veces las grandes
estructuras políticas ofrecen ese servicio: “Descanse usted en su libertad que yo la
tomo en su lugar y ya verá usted qué bien le va. Yo sé mucho mejor que usted lo
que necesita y lo que no”.
Erich Fromm, un autor importante del siglo pasado que fue psic oanalista y que
vivió y murió en Cuernavaca, tenía un libro que se llamaba Miedo a la libertad y
que escribió cuando terminó la guerra mundial y explicaba por qué el auge de los
grandes tiranos.
135
RPG: En Sobre vivir dedicas algún ensayo a la libertad y la tolerancia, ¿cierto?
FS: Tenemos que acostumbrarnos a cierta incomodiad de las libertades. La
libertad no es el hacer las cosas que yo quiero; libertad es que otras personas,
dentro de un marco común, de leyes y de normas, puedan optar por cosas que a m í
me parecen repugnantes o estúpidas.
Uno está rodeado de gente que come cosas que uno considera asquerosas, viste de
un modo que uno considera absurdo, tiene prácticas sexuales que a uno le
repugnan, opta por vocaciones y por líneas políticas que a uno l e parecen fatales y
sin embargo tienes que tolerarlas porque eso es reconocer la libertad de los demás.
Es decir, uno está reconociendo la libertad de otro, cuando lo que hace el otro te
molesta. Si lo que hace el otro te gusta, si lo que hace el otro te p arece muy bien,
no tiene ningún mérito reconocer su libertad.
RPG: En México llevamos mucho tiempo diciendo, y con razón, que la catástrofe
silenciosa mexicana se desprende de la educación. Háblanos de esto y luego, si te
alcanza, del laicismo.
FS: La educación es un problema en México y en España, y en todos los países.
Es decir, es básica en la democracia. La educación no es una cosa que se dé como
cualquier otra. La educación es algo esencial porque hay que fabricar personas
capaces de utilizar la democracia. Seres totalmente ignorantes, seres incapaces de
gestionar su propias ideas, su propio conocimiento, es imposible que puedan
colaborar en la organización de la gestión de los problemas del país; ser
demócrata, ser ciudadano en la democracia es ser político. En la democracia todos
somos políticos.
Entonces la educación es importante porque hay que fabricar ciudadanos, fabricar
ciudadanos es fabricar algo más que empleados. Está muy bien que las personas
desarrollen conocimientos para ser capaces de hacer trabajos útiles en la vida, en
la comunidad, pero eso no basta, un ciudadano tiene que hacer mucho más que
eso.
Un ciudadano tiene que hacerse y tiene que ser educado para eso. Muchas veces
los Estados piensan que la educación es muy cara, porque lo es; la buena
educación es muy cara. Exige muchos profesores, apoyo, grupos pequeños,
renovación, reciclaje de los conocimientos de los maestros, pero hay que recordar
que la mala educación se paga mucho más cara.
En cuanto al laicismo, es uno de los compo nentes de la democracia. Las
democracias tienen que ser laicas porque es la única forma de respetar la religión,
en contra de lo que creen los fanáticos o los teócratas que piensan que el laicismo
es despectivo o contrario a las religiones. No, el laicismo es la única forma de
136
respetar las religiones, pero todas. Porque claro, tener creencias religiosas es un
derecho de cada cual, pero no es un deber de nadie y mucho menos es un deber de
la sociedad; por lo tanto las creencias o no creencias religiosas debe n ser
respetadas mientras se sometan a unas leyes comunes, porque nosotros no vivimos
en una teocracia, sino que vivimos en una sociedad que tiene unas leyes
organizadas de acuerdo con las luces de la razón humana. Luego dentro de ellas,
cada uno si quiere, puede buscar una trascendencia o no, eso ya depende de cada
cual.
Entonces el laicismo es el reconocimiento de que el funcionamiento del Estado no
está determinado por creencias, ideas e inspiraciones religiosas. Los pecados no
son delitos; si uno peca o no peca, allá con su conciencia, pero si se es un
delincuente eso sí que tiene que ver con las cosas del Estado.
RPG: En Mira por dónde hay un momento en el cual, corrígeme si estoy mal, en
febrero de 1981, tu ex mujer y madre de tu hijo te llama y te d ice: ¡Fernando, ha
ocurrido una tragedia! Y tú le contestas: ¿qué ha ocurrido, qué pasó? Que Tejero
ha querido dar un golpe de Estado. Entonces le respondes: vaya, por Dios, pensé
que le había pasado algo al niño.
FS: Ahí es cuando uno ve la jerarquía de sus preocupaciones; claro, oigo a una
mujer llorando e inmediatamente digo: que al niño le ha atropellado el camión.
Pero luego me dijo: un golpe de Estado.
Un golpe de Estado, evidentemente, tendría graves incomodidades, sobre todo
para mí que estaba en todas las listas del próximo golpe, pero de todas maneras
eso ya me parecía un problema menor, eso se podía resolver, pero lo del camión,
en cambio, era mucho más terrible...
RPG: Es decir, no todo es vida política, el ámbito de la vida privada sigue sie ndo
fundamental. La libertad es la sede de la intimidad, dijiste.
FS: En la intimidad están nuestras libertades porque ahí es donde tomamos las
decisiones; es decir, muchas veces hacemos una serie de cosas por rutina, por
imitación, pero cuando de verdad vamos a operar por nuestra libertad lo hacemos
desde la intimidad. Nadie sabe por qué estamos verdaderamente haciendo una cosa
o la otra. Ése es el secreto y el abismo de la libertad.
Rafael Pérez Gay. Escritor. Entre sus libros: El corazón es un gitano, Nos
acompañan los muertos y No estamos para nadie. Escenas de la ciudad y sus
delirios.
137
JEREMY BENTHAM: PARA VIAJAR A MÉXICO
José Antonio Aguilar Rivera
El 13 de noviembre de 1808 el filósofo inglés Jeremy Bentham, a la sazón de casi
60 años de edad, padre del utilitarismo, reformador, codificador e implacable
crítico de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de los
revolucionarios franceses, le escribió al barón Holland una larga carta en la cual
le pedía su intercesión con el gobiern o español, con el fin de obtener permiso
para viajar a México. Bentham deseaba seguir los pasos de Humboldt en la Nueva
España y realizar un viaje de estudios. En la misiva el filósofo imagina formas de
lograr el apoyo del ministro español Jovellanos y jue ga con la idea de regalarle a
su amor imposible una o dos plumas del penacho de Moctezuma.
Bentham fue uno de los filósofos más
influyentes del siglo XIX. Sus ideas
sobre la educación, el derecho y un sin
fin de temas sociales, políticos y
económicos moldearon debates e
instituciones en ambas orillas del
Atlántico. Bentham es el inventor del
famoso panóptico, modelo de
racionalidad. El filósofo había pasado
temporadas productivas fuera de
Inglaterra. Por ejemplo, en la carta al
barón Holland menciona que escribió el
panfleto Defensa de la usura (1787)
mientras vivía con su hermano, Samuel, en Rusia entre 1786 y 1787.
El precoz interés de Bentham por la América española, aun antes de las
independencias, emanaba de sus lecturas. Por ejemplo, en la Edinburg h Review
había leído que en 1792, en la provincia peruana de Cajamarca, había ocho
personas vivas, cuyas edades oscilaban entre los 114 y los 147 años. En una carta
fechada en esos días, le escribió a John Mulford que en esa comarca un español
había muerto en 1765, a la edad de “144 años, siete meses y cinco días y había
dejado 800 personas que descendían de forma directa de él”. 1 A Mulford le
escribió: “Ante mí se encuentran mapas manuscritos de carreteras y diarios de
viajes entre Veracruz y la capital, q ue nunca han sido publicados”.
Holland, un prominente político whig inglés (estudioso de la poesía del Siglo de
Oro), desempeñó un papel de primera línea en la política del imperio español de
138
las primeras dos décadas del siglo XIX. Tuvo un gran ascendien te intelectual en
el mundo político e intelectual español. Fue muy influyente en los debates
constitucionales que llevaron a la Constitución de Cádiz. Más de diez años
después Bentham abogó por la independencia de las colonias españolas en una
obra inédita: Libraos de Ultramaria.
El viaje a América nunca se realizaría. Sólo podemos especular qué efecto habría
tenido la presencia de Bentham en el mundo político e intelectual novohispano en
1808-9, en plena crisis política en la Nueva España. Esta carta est á recopilada en
el volumen siete de sus obras completas, publicado por Oxford y editado por J.R.
Dinwiddy. (José Antonio Aguilar Rivera)
Carta sobre un posible
viaje a México
Jeremy Bentham
Queen’s Square Place Westminster
Mi Lord,
Su Señoría no espera ser perturbado por una carta de quien esto escribe y menos
sobre el tema que la anima. El suscrito se ufana de ser conocido en el círculo de
su Señoría, como un callado, meticuloso e inofensivo recluso, en quien a pesar de
que ningún hombre tenga un compañero, cualquiera encontrará un amigo y quien,
a pesar de ser un inglés por nacimiento es por naturalización un ciudadano del
mundo. La Defensa de la usura fue planeada y realizada en una casa campestre
aislada en la vecindad de Krichev, un pueblo en la s márgenes del río Soje, en la
provincia de Mogilyov en la Rusia Blanca.
Un deseo se ha apoderado de él de defender otra cosa tan mala, o de hacer alguna
otra tan caprichosa, en similar privacidad y con tan poco propósito, en alguna
localidad aislada en la vecindad, si es factible, de la ciudad de México. Y ahora,
mi Lord, su Señoría anticipa la sustancia de lo que me queda por escribir. El caso
es que, en su conjunto, considerando el tiempo que he vivido, no tengo grandes
motivos de queja en el apartado de la salud. Sufro de algunos ligeros
padecimientos, contra los cuales la Providencia parece haberme indicado la
meseta de ese país como un lugar de refugio. Durante más de la mitad del año me
siento tan aguijoneado por el frío de nuestros inviernos ingles es que una gran
parte del tiempo que habría sido empleado arrastrando la pluma es consumido en
pensar en el frío y tratando, en vano, de alejar esa incómoda sensación sin causar
algo peor. Pero ¿acaso no produce calor el fuego? Sí, pero como proviene de
139
nuestros hogares ingleses, ni mis ojos ni otras partes del cuerpo pueden soportar
tal calor. Hay un pleito perpetuo entre mis ojos y los pies por el calor; mientras
que los pies nunca tienen suficiente, a los ojos siempre les sobra. Una nueva
instancia de la vieja parábola de los miembros.2 Por diversas autoridades, tanto
privadas como públicas, he llegado a considerar que México ofrece un clima en el
cual todas esas diferencias desaparecerían. Tiene justo la temperatura que
complace a cualquier cuerpo: si se desea más cálido se descienden unas cuantas
yardas, si se quiere más fresco se sube. En la capital misma la temperatura nunca
sobrepasa los 84 grados.3 Comparada con una condición sana [sic], la duración
promedio de la vida humana es un tercio superior (n o recuerdo exactamente el
número) a la de Europa. Se dice que tal es el poder de dos circunstancias
antagónicas que, sin embargo, se armonizan y regulan mutuamente: la altitud del
sol sobre el horizonte y la altura de la tierra sobre el nivel del mar.
Explícito. Sección 1. Respecto al fin propuesto: íncipit sección 2. Respecto a
los medios para lograr lo antedicho.
Cuando mi hermano regresó de Rusia me trajo, como obsequio del almirante
Mordvinoff, una copia de una traducción al francés de famoso trabajo de Don G.
M. Jovellanos (ci-devant Ministre de Grace et Justice , según la
portada): L’Identité de l’Interêt general avec l’Interêt individuel , etc. año 1806,
hecha e impresa en Petersburgo.4 El traductor según la dedicatoria: M. Rouvier.
El patrono de la obra parece haber sido el conde Kotchubey, ministro del Interior,
por cuyas órdenes se hizo la traducción; el mismo personaje que ordenó se hiciera
una de las dos traducciones al ruso del libro de Dumont. 5
Mordvinoff debe ser más o menos conocido para su Señoría como el predecesor
inmediato del actual ministro Tchichagoff al mando de la Marina: después de
renunciar a ese puesto Mordvinoff se convirtió en la cabeza de una especie de
oposición, en la medida que el gobierno ruso lo permite, y en ese carácter fue
electo Comandante de la Nobleza en Moscú, la cual se ofreció como voluntaria
con motivo de la guerra con Bonaparte. […]
Mi Lord, los motivos de mi proyecto en relación a México le son para este
momento ya discernibles. Tomando en consideración que hac e uno o dos años (si
hemos de creerle a Dumont) cerca de 750 copias de su libro lograron llegar a
España y Portugal, se me ocurre que tal vez una copia de alguna de las dos
traducciones publicadas en París de la Defensa de la usura6 pudiera haber llegado
a las manos del señor Jovellanos. Posiblemente también una copia del libro de
Dumont, el cual obtuvo la protección inmediata o mediata de Lady Holland, si es
que lo que la Señora se dignó referirme a este respecto no fue mera coba. En la
actualidad los días de lectura del ministro [Jovellanos] deben haber acabado tan
140
completamente como los del Eremita, aunque espero que no debido a la misma
causa […]
Si el camino a la capital mexicana está abierto, o pudiera abrirse, para los
ingleses en general, es algo que tal vez conocen los que saben, pero para mí es
completamente desconocido. Y una recomendación para los poderes fácticos en
aquella esquina del imperio sería un asunto no de necesidad, sino de fineza, y un
tipo de fineza sin la cual, en este momento de m i vida, no estaría dispuesto a ir en
la búsqueda de aventuras. Si intentase ir allí, sería una necesidad indispensable,
además de una recomendación, una autorización olicencia. Antes de que
Bonaparte se convirtiera a tal grado en amo de España al menos Hum boldt
(desconozco si algún otro francés) fue admitido en México con el propósito
confeso de escribir lo que pudiese aprender y de publicar lo que escribiese. 7
¿Será ahora negado a un inglés el favor que entonces fue concedido a un francés?
Cuando él fue [a México] lo hizo con el conocido, y me parece manifiesto,
objetivo de escribir y publicar sobre el estado de ese país. Aun ahora si un hombre
tuviera esa intención no veo qué gran daño haría. Incluso en estas circunstancias
no esperaría que [el viaje] produjese preocupación en este o aquel lado del
Atlántico.8 Sin embargo, el hecho es que mi ambición nunca ha apuntado en esa
dirección y en consecuencia si se me impusiera alguna condición en ese respecto
no me costaría nada aceptarla. En el año y tres cuar tos que permanecí en Rusia no
escribí nada de ese tenor. Lo que escribí fue la Defensa de la Usura, la parte
principal del Panóptico, otras partes del libro de Dumont y no sé que otras
visiones, del tipo de las que a nadie le importa un comino. De la misma manera
seguiré escribiendo mientras tenga mano para hacerlo (mis ojos no sirven para
leer) dondequiera que se encuentre mi ermita, ya sea en Queen’s Square Place o
en México.
A partir de aquí, mi querido Lord, además de asegurar el patronazgo de vuestra
Señoría, en la forma de una escalera para ascender y obtener la gracia y el favor
de su alteza el Señor Jovellanos, permítame recurrir a la fiabilidad de vuestra
merced como testigo, rogándole que firme a mi favor una especie de certificado,
que pudiera ser llamado un certificado de inocuidad. Nadie que sepa algo sobre
mí puede desconocer en qué grado he sido siempre incompetente en todo sentido
para aquello que en francés se llama intrigue, o en inglés política. Estoy cierto
que el finado Lord Lansdown habría en última instancia firmado un certificado
para tales efectos y en los más amplios términos. Las señoritas Fox y Vernon,
quienes no pudieron evitar escuchar lo que Lord Lansdown tan a menudo decía, no
se rehusarán a dar fe y así ser la mejor evidencia que es posible obtener, ahora
que nuestro noble amigo ha dejado de existir […]. 9
141
Me he detenido de manera larga y enfática en el certificado deseado —
el Certificado de Insignificancia— en el supuesto de que es la mejor
recomendación que, en una visita a México, un hombre puede llevar en el bolsillo.
Y si la declaración por su forma no es de las que tienen más peso, en el fondo
vuestra Señoría sabe que no es por ello menos cierta.
No puedo sino confesar que el saqueo es uno de mis objetivos, pero en mi ca so la
materia del saqueo no será, como lo fue en el caso de Dupont y Junot, crucifijos y
candelabros, sino otras cosas más bonitas, de las que son atesoradas en St. Anne
Hill y apreciadas en Little Holland House. 10
Me siento tan intimidado por Lady Holland, y me encuentro tan agitado por el
temor de haber caído de su favor con respecto a la Dhalia, que soy del todo
incapaz de determinar con qué tipo de nuzzer [obsequio] debería
aproximármele.11 ¿Una pluma o dos del penacho de Moctezuma, si queda algo de
él…? En corto, heme aquí, un hombre afligido que no sabe qué decir. Al Señor
Jovellanos considero que le ofrecería un soborno apropiado y suficiente si le
prometo perseverar en mi apoyo al principio de Laissez nous faire [Dejadnos
hacer] en tanto tenga pluma para escribir. Y si aller [ir] se incluye con faire
[hacer] y aller a la Mexique [ir a México] en aller (que debiera ser el caso a
menos que mis nociones de lógica sean del todo incorrectas) hablando con
propiedad entonces no veo cómo pudiera rehusarse a conceder mi petición sin caer
en inconsistencia. Sin embargo, en lo que concierne a su Señoría, admito
francamente y con cierta presunción que me siento bastante tranquilo. Todo
aquello que alguna vez haya salido de las imprentas en la forma de poesía, ya sea
en el viejo o el nuevo México, desde la muerte de Guatamozin [Cuauhtémoc] hasta
el presente será fielmente coleccionado y enviado a Holland House, para que ahí
sea transmutado [sic] del español mexicano al elegante inglés. Pero, ¿Señor? Oh,
sí, mi Lord, conozco la diferencia. La prosa es donde todas las líneas, salvo la
última, van al margen: la poesía es donde algunas de ellas no lo alcanzan.
Puesto que tengo el hábito de enviar mis pensamientos a la región de las
contingencias futuras, ya preveo la n ecesidad eventual de ayuda en la forma de
información por parte de Mr. Allen, cuyo conocimiento sobre el estado de cosas
en España y Perú no podría ser tan completo e íntimo como parece ser sin que
hubiese aprehendido algunos particulares sobre México, que me podrían
concernir; como los medios y la forma de llegar y vivir allí. Pero cualquier cosa
de este tipo es como hablar de pollos antes de que éstos hayan roto el cascarón.
Aquí también no me encuentro del todo libre de bochorno, entre el temor de no
obtener su ayuda y el temor de ofender su sensibilidad. Si me llegara a encontrar
un buen retrato del dios Vitzlipultzi [Huichilopoztli], digo uno que estuviera del
todo seguro que hubiese sido pintado a partir del original, y que al mismo tiempo
142
le fuese notablemente fiel, por ventura se lo enviaría a Holland House con mis
cumplidos. Para una mente escrupulosa, esa prueba resultaría más satisfactoria
que cualquier explicación de una “flor imperial” o cualquier argumento sobre una
“corrida”.
Si el Señor Jovellanos tiene algo en común con otros estadistas o con otros
autores no le desagradará poseer una traducción de su trabajo, especialmente una
traducción hecha y publicada en un lugar tan remoto como San Petersburgo. Ya
que, a juzgar por la fecha del pie de imprenta, el libro ha circulado por dos años
durante los cuales, creo, ha habido en Madrid un embajador ruso, por lo que sería
muy extraño que una copia de la traducción no hubiera llegado de alguna forma a
las manos del autor [Jovellanos]. Si no fuese as í, a pesar de lo mucho que aprecio
mi ejemplar, y puesto que mi hermano posee otro, tomaría medidas para enviarlo a
España, a la consignación de su Señoría. Ya había incluso planeado una visita a
Holland House llevando el libro en mi bolsillo cuando, ¡oh s orpresa!, me detuvo
un artículo en el Times del 19 de octubre de 1808 que hablaba del noble señor que
con todo su menaje se encontraba ya camino a Falmouth. Mas, si contra lo que
uno pudiera esperar, ocurriese que el campeón de la libertad en la agricultur a
[Jovellanos] no posea una copia, como suponemos, la mía deberá serle entregada
en la primera oportunidad y esto bajo los principios del desinterés más heroico y
ello a pesar de que el Ministro hubiera prestado oídos sordos a mi petición, como
seguramente se ve obligado a hacer con tantos otros. Excepto por lo anterior, no
vislumbro cómo podría serle de utilidad, de modo alguno, en México, o en
cualquier otro lugar, al señor Jovellanos, o a cualquier otra persona. Mas, si él
fuese de otra opinión, estaría a sus órdenes para cualquier servicio que pudiese
prestarle.
Se me ocurre una posibilidad, una potencial observación por parte del Señor
Jovellanos: “una recomendación de su Señoría surte todo el efecto que puede
tener una recomendación pero para mí es mucho firmar un papel, y más aún
pedirle a otros que lo firmen, a favor de un caballero al que ninguno de nosotros
conoce. Si se tomara la molestia de venir hasta aquí para que le veamos y le
hagamos una o dos preguntas, entonces habría oportunidad para neg ar o
conceder su petición”. España no es el mejor país para viajar en este momento;
menos en invierno, durante una guerra, ¡y qué guerra! Tampoco posee el clima
que busco. A pesar de ello, si ésta fuese la condición sine qua non, y aun a pesar
de que al final sólo hubiese un resquicio de esperanza, no me amilanaría.
Si no hay acceso a ningún puerto mexicano sino directamente desde España,
entonces la visita [a España] sería una cuestión de necesidad física. Sin embargo,
no creo que sea el caso, puesto que en las circunstancias presentes no sería el
deseo de España, ni tampoco estaría en su poder, cerrar todos los puertos
143
mexicanos a los barcos ingleses. Pero desembarcar en un puerto es una cosa, que
se le permita a uno viajar 190 millas tierra adentro es ot ra. Y en un puerto situado
en la zona tórrida no esperaría permanecer vivo por muchos días. Veracruz en
particular tiene la reputación de ser uno de los puertos más mortíferos.
Para equiparme para la empresa hay ciertos favores que en mi consideración so n
indispensables, mientras que otros son deseables.
Indispensables.
Una carta al Virrey de México de alguna autoridad competente en España,
recomendándome su protección, con una pensión para subsistir en la capital o en
su alrededores en tanto mantuviera un buen comportamiento.
Una carta del Virrey de México al gobernador de Veracruz con el propósito de
conminarlo a dejarme continuar de inmediato mi camino hacia la capital sin que se
me obligase a permanecer en Veracruz una noche. O en el peor de los ca sos, no
más de una noche.
Deseables.
Exención del registro de equipaje. Llevaré conmigo una pequeña biblioteca y a
pesar de estar perfectamente determinado a no pronunciar una sola sílaba que
pudiera atacar o manchar la pureza de la religión católica, dem asiados de mis
libros estarían en peligro de no pasar un escrutinio severo: leyes inglesas en
general (la Compilación de Comyn, el Abridgement de Bacon) y una Enciclopedia,
por ejemplo. ¿Alguna de estas publicaciones soportaría las pesquisas del
inquisitorial ojo católico?12 Pero una cosa esencial es que, en caso de que haya
revisión, ésta sea hecha en México y no en Veracruz, donde moriría en el
transcurso del procedimiento.
Información. Para la cual recurro a dos de los atributos de Mr. Allen: su
urbanidad y su omnisciencia sobre:
¿Paquebotes u otro medio regular de transporte a Veracruz desde España?
¿Existen? Y de ser así, desde qué puertos y con qué horarios.
¿Transporte ocasional de Veracruz a España?
¿Index expurgatorius?13 ¿Hay alguno en el cual se pueda consultar cuáles libros
no pueden ser legalmente importados a México? Libros malvados, tales como
Rousseau, Helvecio, Voltaire, Hollis, etc. Todos los pecadillos de juventud de ese
tipo, si es que alguna vez los tuve, los dejaré de este lado del Atlántico.
Mapa de México, si contiene caminos, mucho mejor.
144
Libro, o libros, donde se muestren los costos de viajar y vivir ahí; por ejemplo en
los que se ofrezcan indicaciones sobre los artículos que se manufacturan, los
artículos que se importan y exportan a y desde México, con sus respectivos
precios, junto con los precios de otras necesidades y comodidades ordinarias:
renta de casa, salarios de los sirvientes, impuestos, si existen, etc.
Supongo que conseguir este tipo de cosas es algo imposible, a un para una persona
en Madrid, un lugar al cual tal vez su Señoría no regrese. Sin embargo, si alguna
cosa de este tipo estuviese al alcance y si el Sr. Allen tuviese la gentileza de
enviármelas junto con una relación de su costo, será reembolsado al Sr. B uonaiutti
o a cualquier otra persona que quiera designar, religiosamente y con
agradecimiento. Las ideas del Sr. Horner respecto a los tesoros estadísticos
acumulados por el Sr Allen, incluyendo (me supongo) muchos relativos a México,
pero que se supone no son ya accesibles, hacen que se me haga agua la boca.
Pero la humilde petición es que no se demore la transmisión de cualquier
información que pudiera haberse obtenido sobre las cosas indispensables
mencionadas arriba por esperar información respecto a cualquiera de los otros
rubros. Para no acrecentar, más allá de lo necesario, la carga que pretendo
imponer, he pedido prestada una mano que escribe de manera menos ilegible que
la mía y he reservado la mía propia para autenticación y para la seguridades d el
respetuoso apego con cual tengo el honor de ser, mi Lord, el más obediente
servidor de su Señoría.
Jeremy Bentham
P.D. Si fuera a ir a México, me llevaría conmigo al Sr. John Herbert Koe, de
Lincoln Inn (conocido de la Señorita Fox y todos los que me conocen) y tal vez, si
se me permitiese, uno o dos sirvientes. En el permiso, si se me concediese, tal vez
sería necesario mencionar esto. Desde que escribí lo anterior he sabido de buena
fuente que hace ya tiempo que los barcos salen directamente desde es te puerto
hacia Veracruz. Incluso me han ofrecido mostrarme las facturas.
José Antonio Aguilar Rivera. Investigador del CIDE. Autor de Cartas Mexicanas
de Alexis de Tocqueville (Cal y Arena, 1999). El autor agradece la ayuda de
Francisco Eissa en la traducción de esta carta.
1 Jeremy Bentham, “To John Mulford”, 8 -10 noviembre de 1808, en Jeremy
Bentham, The Correspondence of Jeremy Bentham. Vol. 7, January 1802 to
December 1808, editado por J.R. Dinwiddy, Clarendon Press, Oxford, 1988.
2 Bentham hace alusión a la famosa fábula de Esopo, “El vientre y los miembros”,
en la cual distintas partes del cuerpo pelean por la comida.
145
3 28 grados centígrados.
4 Bentham se refiere al español Gaspar Melchor de Jovellanos. La obra citada
(L’Identité de l’Interêt general avec l’Interêt individuel; ou la libre action de
l’interêt individuel est la vrai source des richesses des nations. Principe exposé le
rapport sur un projet de loi agraire, adressé au Conseil Suprême de Castille… St.
Petersburgo, 1806) es un fragmento del informe sobre la ley agraria de 1795 que
Jovellanos presentó a la corona española. La nota es de Dinwiddy.
5 El editor ginebrino Pierre Étienne Louis Dumont (1759 -1829), admirador y
seguidor del filósofo, tradujo varios libros de Bentham al francés. En 1808
Dumont ya había traducido el Traité de legislation civile et pénale (1802) y
posiblemente Bentham se refiera a ese libro.
6 Jeremy Bentham, Defence of Usury, 1787.
7 Como se sabe, el barón Alexander von Humboldt, notable geógrafo y naturalista,
hizo un célebre viaje a México en 1803 y 1804. En 1811 publicó un libro en el que
daba cuenta de sus hallazgos: Ensayo político del virreinato de la Nueva España.
La obra describió la riqueza del virreinato y lo puso en la imaginación de los
europeos de la época. El libro aún no aparecía cuando Bentham escribía estas
líneas.
8 España estaba en 1808 invadida por las tropas francesas de Napoleón.
9 Se refiere a Caroline Fox, hermana de Lord Holland, a quien Bentham tres años
antes había propuesto matrimonio.
10 Explica Dinwiddy que Dupont y Junot fueron dos generales franceses que
participaron en la ocupación y saqueo de la península ibérica en la invasión
napoleónica de 1807-8. St. Anne Hill era la residencia de la viuda de Charles Fox.
Ahí se atesoraban las semillas de plantas exóticas. Little Holland House era la
casa de Caroline Fox y Elizabeth Vernon.
11 En la India era un regalo que un subordinado le hacía a un superior. En 1805
Bentham le había hecho un pequeño desaire a Caroline Fox a propósito de un
espécimen de Dhalia, una exótica planta del Perú importada por Lord Holland. El
cincuentón Bentham había prometido, en el transcurso de una cena en Holland
House, salir con Caroline (una mujer de 40 años “cuyos largos dientes la salvaban
de ser una belleza”) al jardín a contemplar la flor, pero turbado por la situación se
marchó antes de hacerlo. Ese mismo año Bentham le propuso matrimonio a
Caroline, quien amablemente declinó por escrito. El desaire fue mayúsculo. Jamás
se volvieron a ver. Sin embargo, cu ando Bentham estaba cerca de cumplir 80 años
le escribió una carta en la cual le decía que no había dejado de pensar en ella un
solo día.
12 Sir John Comyns, A Digest of the Laws of England, 5 vols. (1762-7); Matthew
Bacon, A New Abridgement of the Law, 5 vols. (1736-66).
13 La lista de libros prohibidos por la Inquisición.
146
RETRATO DE UN JAZZISTA INTEMPESTIVO
Nicolás Medina Mora Pérez
Son las diez de la noche, el concierto debía haber empezado a las nueve, y Ron
Peterson* no aparece. Salvo por el impaciente quinteto y un par de universitarios
melancólicos, el Bar Luca está desierto. La gente empieza a recoger sus cosas, y
sólo entonces, como si hubiera planeado un examen de lealtad, Peterson irrumpe
en el bar. Es robusto, y lleva el cabello cas taño partido a la derecha, fijado con
una generosa dosis de gel. Taciturno, murmura disculpas entre dientes, mientras
ensambla distraído su clarinete.
“Bueno —dice sin aliento a la banda—, empecemos con There Will Never Be
Another You”.
Se lleva el instrumento a los labios y toca el tema principal de la canción. De
súbito, el quinteto se le une. De manera casi inconsciente, veinte pares de botas,
mocasines y zapatos tenis comienzan a llevar al unísono el compás. Todos los ojos
se fijan en Peterson. Le perdonamos todo.
Peterson es conocido en Nueva York como un intérprete extraordinario de jazz
tradicional, pero también como un excéntrico incorregible. Tiene veinte años, pero
se niega a ponerse ropa hecha después de 1950, bebe whisky como algunos de sus
contemporáneos toman té orgánico, y hasta hace poco salía con Mary -Beth
Institoris, una doctora internista que le lleva tres décadas. Incluso la existencia
del Quinteto Luca es una consecuencia del comportamiento errático de Peterson.
Mona’s —un bar que la sección cultural del Wall Street Journal calificó como “el
centro de una vibrante y joven escena de swing y jazz tradicional” — queda a
menos de una cuadra del Luca, en el barrio del sur de Manhattan conocido como
Alphabet City. Tras una noche de desacuerd os etílicos con los parroquianos de
Mona’s, Peterson se hizo amigo de Silvio Luca, el barbudo patrón del bar que
lleva su nombre, y comenzó a organizar sus propias sesiones de improvisación.
A los ojos de muchos, la
decisión de Peterson de
fundar una session des
refusés, a menos de cien
metros de la Meca del
jazz tradicional, fue un
gesto suicida. Desde el
nacimiento del bebop, en
147
los años cuarenta, el jazz ha sido un género vanguardista. Los jazzistas serios,
dice la cantaleta modernista, son aquellos qu e componen música revolucionaria, o
que por lo menos escriben arreglos innovadores del repertorio clásico. Para la
vanguardia, Peterson y sus competidores no son sino revendedores de nostalgia.
Al enemistarse con la gente de Mona’s, Peterson se convirtió e n un paria entre los
parias. En el bar notorio, sin embargo, Peterson era uno entre muchos,
compitiendo por las atenciones del solista y la audiencia. Del otro lado de la calle,
Peterson reina sin oposición —un rey sin súbditos, pero a fin de cuentas un re y.
Tras presentar la melodía de Harry Warren, Peterson se embarca en un solo. Va y
viene por la escala con precisión, modulando su timbre desde los más ásperos
aullidos hasta los más suaves sollozos. El quinteto lo acompaña con disciplina, sin
estorbar, creando un efecto de histeria controlada. La crítica especializada suele
burlarse de la cursilería del jazz tradicional, pero Peterson se las arregla para
transformar las tiernas canciones de amor de los años veinte en cuentos de
obsesión y neurosis. Entre su interpretación y las grabaciones originales existe la
misma distancia que se extiende entre las fantasías románticas que seducen a
Madame Bovary y la novela de Gustave Flaubert. La música de Peterson coquetea
al mismo tiempo con la parodia y con la loc ura, como si las melodías de
anticuario no fueran sino un escenario sobre el cual exponer un alma dañada.
Exactamente treinta y dos compases después, Peterson baja el clarinete. Se bebe
de un trago el resto del whisky, y hace una seña al pianista, quien toma su turno
en el lugar protagónico. Entonces, en un acto de increíble descortesía, Peterson
abandona el escenario y sale del bar. Lo sigo, lo encuentro fumando, y le pregunto
cómo está.
“De la chingada. Mary-Beth me acaba de cortar. Otra vez”, responde.
Antes de que pueda hacerle otra pregunta, Peterson remata su cigarro con una
calada monumental y regresa al bar. Se une a la banda justo cuando el baterista
termina su solo, apenas a tiempo para una última repetición del tema principal de
la canción. La escuálida audiencia aplaude con entusiasmo.
“¡Muchas gracias, damas y caballeros!”, exclama Peterson a todo pulmón, con los
brazos extendidos, sonriendo como si estuviera en el escenario más grande del
Waldorf Astoria. “Me llamo Ron Peterson y este es el Quinteto Luca. Es un
verdadero placer estar con ustedes esta noche”.
“Principios, Justicia, Carácter, Clase, Nobleza… ¿Dónde fueron a parar nuestros
valores? ¿Por qué hace cincuenta años que la tasa de divorcio crece sin parar?”.
Así empieza una nota que Peterson publicó en su perfil de Facebook en noviembre
de 2009, bajo el título La bancarrota moral de mi generación. El ensayo —si es
que es posible llamarlo así— es de inspiración profundamente autobiográfica.
148
Connie y John Peterson, los padres del jazzista, se separaron cuando Ron tenía
doce años. Según los recuerdos del joven músico, la desintegración del
matrimonio fue dolorosa.
“Intentaron reconciliarse cuando nació mi hermano pequeño”, dice Peterson
durante una entrevista en su buhardilla del Lower East Side, mientras fuma
marihuana echado sobre un diván, como paciente de psicoanálisis. “Excepto que
mi hermano no es hijo de mi padre. Mi madre lo tuvo con otro, pero mi padre dijo
que quería criarlo de todos modos. Obviamente el arreglo no funcionó”.
En contraste con las peleas de sus padres, el matrimonio de los abuelos maternos
de Peterson era un ejemplo de estabilidad. La abuela, Diana Verdun, fungió como
alcalde de Coos Bay, el pueblo natal de Peterson, y hoy en día ocupa un escaño en
el senado estatal de Oregon. El abuelo, Lawayne Verdun, tenía una concesionaria
de automóviles, y su obituario en un periódico lo cal lo describe como “un rotario
con asistencia perfecta”.
Es imposible exagerar la influencia que el matrimonio Verdun tuvo sobre
Peterson. Ron creció mirando videocasetes de teatro musical con su abuela, y las
melodías de State Fair y Brigadoonquedaron inscritas en su memoria. Imitando a
un tiempo a Gene Kelly y a su abuelo, el futuro jazzista vestía trajes de tres piezas
todos los días desde antes de terminar la primaria. Una tarde, mientras rebuscaba
en la colección discográfica de los Verdun, Peterso n encontró por casualidad un
LP de Benny Goodman y quedó fascinado. Convencido de que su propósito en la
vida era revivir la música que sus abuelos habían escuchado en la época en que se
conocieron, decidió aprender a tocar el clarinete. Cuando por fin enc ontró un
maestro capaz de enseñarle jazz tradicional —Hans Utah, nacido en Brooklyn en
1926, que había tocado en el ensamble de Goodman—, su abuelo negoció con las
autoridades de la escuela para que Peterson pudiera faltar a clases y llegar a
tiempo a sus lecciones de clarinete.
Sin embargo, no todo en la infancia de Peterson fue fácil. John Peterson nunca
logró entender la idiosincrasia de su hijo, quien prefería escuchar a Marie
McDonald en vez de jugar futbol americano. En palabras de Peterson, John er a
“un veterano de la Fuerza Aérea, un tipo brusco, como un cantinero”. La relación
entre padre e hijo nunca fue fácil, pero se volvió verdaderamente imposible
cuando Peterson alcanzó la adolescencia. La tensión entre los dos llegó a un punto
crítico poco después de la muerte de Lawayne, cuando Peterson tenía catorce
años. Padre e hijo iban camino a casa en el coche cuando John decidió informarle
a Ron que su nueva esposa iba a acompañarlos en un viaje de carretera que habían
planeado hacía meses.
“Le grité que ni madres”, dice Peterson. “Me emputé un chingo. Mira, antes yo
149
hablaba mucho con mis manos, me gustaba gesticular para expresarme. Después
de lo que pasó, mi papá insistió en que había pensado que yo quería tomar control
del coche, pero eso no es cierto, es una excusa para intentar justificar lo que hizo.
Me pegó, fuerte, y cuando me desperté tenía sangre por todos lados”.
Ron llamó a la policía, pero los oficiales que llegaron eran amigos de su padre. Le
dijeron que se lavara la cara y que no dije ra nada de lo ocurrido. Poco después, la
abuela de Ron consiguió que los oficiales fueran despedidos. Aun así, hasta la
fecha invita a John Peterson a pasar Navidad en su casa todos los años. Cuando le
pregunté a John sobre el incidente en una entrevista p or teléfono, me contestó en
tono avergonzado: “probablemente se me pasó la mano”.
El quinteto lleva tocando media hora sin parar, y es momento de tomar un
descanso. La banda sale del bar. Varios compran comida china a un vendedor
ambulante que maneja una bicicleta destartalada. Peterson empieza a liarse un
cigarro de marihuana.
“Aguas güey, aquí siempre pasa la patrulla”, advierte Fred, el guitarrista, un
lúgubre cuarentón que jura aprendió todo lo que sabe de música en un
campamento gitano en Alsacia, donde también se enganchó a la coca y a la
heroína.
Peterson se ríe, burlón.
“Cabrón, yo puedo rolarme un porro más rápido de lo que tú tardas en venirte”,
asegura.
Mientras Peterson le da el primer toque a su creación, dos figuras altas y
escuálidas emergen de la noche. Uno trae una especie de solideo y anteojos
deportivos. El otro tiene la barba tupida y los ojos hundidos, y carga consigo un
estuche de saxofón. Peterson me los presenta respectivamente como Vladimir
Kovaks —un guitarrista Ruso “que neta es famoso”— y Jacob Horowitz —“el
mejor saxofonista de menos de cincuenta años en Nueva York”.
“Ese mi carnal Ron, ¿qué pedo, cabrón?”, pregunta Kovaks, quien de no ser por su
pronunciado acento moscovita hablaría perfecta jerga de Harlem.
Peterson contesta lacónico que terminó con Institoris. “Tenía una tocada de
esmoquin, y a la pendeja se le olvidó mi corbata en su casa. Me emputé, y le dije
que se fuera a chingar a su madre. Se emputó, y me dijo que hasta ahí llegábamos.
Así que fui, me la cogí, y me largué. A la hora de largarme le grité que a partir de
ahora se cogiera ella sola”.
150
La anécdota arranca risas de todos los presentes, excepto del bajista —un chico
tímido de Nueva Jersey, que come sus dumplings en silencio, con los ojos fijos en
el piso.
Peterson arroja su colilla a la calle con un estilizado gesto de los dedos y declara
que el descanso ha terminado. Volvemos al bar. Kovaks se sienta en la barra, pero
Horowitz se queda de pie junto al escenario, esperando a que lo inviten a tocar.
Por un instante Peterson finge que no se ha dado cuenta, regodeándose en su
potestad imperial —pero poco después le hace una seña a su amigo, cabeceando
hacia el escenario.
“Venga Manhattan, de Rogers y Hart,” ordena el rey Peterson.
La canción de 1929 es sin duda una provocación para el recién llegado, quien se
especializa en bebop y probablemente no conoce los acordes de la pieza. Y en
efecto, Horowitz se pasa los primeros minutos de la canción mirando a la nada,
con el saxofón en los labios pero sin tocar u na sola nota. Entonces, justo cuando
su silencio comienza a parecer ridículo, se une de lleno a la banda. Su timbre es
fúnebre y suave, digno de un réquiem de blues. Tal vez inspirado por su amigo,
Peterson toma un micrófono y comienza a cantar:
We’ll have Manhattan,
The Bronx and Staten
Island too;
We’ll try to cross Fifth Avenue
Peterson susurra la letra de la canción con los ojos cerrados, imitando la voz
etérea de Chet Baker. Al llegar al último verso, su boca se tuerce en una media
sonrisa de ironía y amargura:
The city’s bustle cannot destroy
The dreams of a girl and boy—
We’ll turn Manhattan
Into an isle of joy.
Peterson llegó a Nueva York hace tres años, gracias a una generosa beca para
estudiar en la Escuela de Música de Manhattan. Antes de eso , el joven jazzista
había asistido brevemente a la Academia de Artes de Interlochen, en Michigan,
pero después de un año abandonó sus estudios de preparatoria porque “odiaba
estudiar jazz como si fuera una materia académica”. De Michigan se mudó a
Portland, “para tocar música y meter[me] drogas”. Allí, Peterson hizo audición
para la Banda de Jazz de los Premios Grammy, uno de los ensambles juveniles
más prestigiosos de Estados Unidos, y ganó la posición de saxofón principal.
Impresionados por su actuación en la ceremonia de los premios, varios de los
151
mejores conservatorios del continente le ofrecieron plazas y becas. Cuando el
decano de Manhattan aceptó hacerse de la vista gorda frente a su carencia de un
diploma de preparatoria, Peterson decidió mudarse a N ueva York.
Poco antes de llegar a la Costa Este, Peterson empezó a cartearse con Dan
Fredericksen, un veterano del clarinete y una celebridad menor en ciertos círculos
jazzísticos de Nueva York.
“Me preguntó sobre la escena tradicional”, cuenta Frederi cksen por Skype desde
Berlín, una de las principales escalas de su gira europea. “Las cosas han cambiado
desde entonces, pero en esos días la edad promedio de la gente que tocaba este
tipo de música era sesenta o setenta años. Yo llevaba toda la vida esper ando que
el jazz tradicional volviera a ser popular —y de repente aparece este chico de
diecisiete años diciéndome que quiere aprender a tocar como Benny Goodman. La
verdad es que me conmoví”.
Cuando Peterson llegó a Nueva York, Fredericksen se encargó de presentarle a los
líderes de la escena tradicional. Entre ellos estaban los directores artísticos de dos
bandas muy exitosas: Vincen Giordano, de los Nighthawks, y Dan Sandello, de la
Orquesta de Ensueño. El segundo, impresionado con el talento de Peterson , no
tardó en contratarlo. Fue en esa misma época que Peterson conoció a Bill
Ramoneti, quien sería durante un tiempo su mejor amigo, y que en ese entonces
estudiaba el último año de la carrera de composición en la Escuela de Música de
Manhattan.
“Compartíamos el saxofón, la fiesta, y muchas sustancias”, dice Ramoneti, joven
alto, delgado y apuesto, en una entrevista en su impecable departamento del norte
de Manhattan.
Peterson y Ramoneti se volvieron inseparables. Pronto llegaron a ser conocidos en
el barrio universitario de Morningside Heights como los dos saxofonistas
derrelictos que tocaban mejor ebrios que cualquier otro sobrio.
Son casi las tres de la mañana, y en el Bar Luca hay más músicos que
espectadores. Peterson se limpia el sudor de la fre nte. Cambia el clarinete por el
saxofón y, sin anunciar lo que va a tocar, se lanza en una melodía rápida y
disonante. La banda reconoce la pieza de inmediato. Repiten el tema varias veces
al unísono, deslizándose sobre la escala cromática como un borracho al tropezar
por unas escaleras —hasta que, de pronto, la música explota en una marcha
jubilosa. Peterson toma su solo, y es como si sus melodías pasearan alegremente
por una calle transitada. La banda entonces repite el tema cromático, dejando
claro que la pieza —Dizzy Atmosphere, el clásico compuesto por Dizzy Gillespie
en 1946— es un emblema de las oscilaciones de la adicción, balanceándose
152
precariamente entre la náusea atonal de la abstinencia y éxtasis en clave mayor de
la ebriedad.
Pocas canciones más tarde, Silvio
Luca anuncia que es hora de cerrar,
y la banda entera se aprieta en el
diminuto coche de Kovaks.
“¡Vámonos a Small’s!”, anuncia el
ruso, refiriéndose al famoso club de
bebop de la calle 10. Camino al bar,
los músicos bromean acerca de los
méritos relativos de varios
traficantes de heroína. Peterson
parece sorprendido cuando descubre
que Horowitz sigue enganchado.
Horowitz, avergonzado, baja la
cabeza, y desciende las escaleras del
club en silencio. No lo seguimos.
“Vámonos a casa”, dice Peterson
dirigiéndose a mí, y entonces
emprendemos la larga caminata a su
desordenado departamento en el
Lower East Side, “el tipo de cantón
que William S. Burroughs hubiera
rentado en los cuarenta”. En el
camino Peterson habla largo y
tendido sobre las particularidades de
la moda de los años cuarenta. Al
final añade, como si se tratara de un detalle sin importancia, que Institoris tiene
síntomas de cáncer.
La vida de Peterson comenzó a salirse de control apenas un año después de su
llegada a Nueva York. Tras decidir que prefería los bares a los salones de clases,
abandonó sus estudios de conservatorio y los cientos de miles de dólares de su
beca. Convencido de que la autenticidad era más importante que el prestigio, tocó
suficientes conciertos con la Socieda d de la Medianoche, los enemigos jurados de
Vincen Giordano, para asegurar que los Nighthawks nunca lo contrataran. Al
empezar a salir con Mary-Beth, poco después de que Sandello fuera a la cárcel por
golpearla tras un largo y tormentoso noviazgo, Peterson se las arregló para que
también lo despidieran de la Orquesta de Ensueño. Incluso su amistad con
Ramoneti comenzó a deteriorarse.
153
“Me acuerdo de una noche en particular, cuando todo se fue a la mierda”, dice
Ramoneti. “Estábamos hasta la madre de pedos, y nos dijimos de todo. Yo terminé
en uno de los estudios de ensayo del Conservatorio, sin camisa, tocando furioso.
Ron entró como loco, gritándome que no tenía nada que darle al arte. Eso fue
todo, dejamos de hablarnos”.
Muchos de los antiguos amigos de Peterson consideran que su insistencia en
seguir tocando jazz tradicional no es más que el resultado de ciertas inseguridades
artísticas. De acuerdo con este punto de vista, la escena tradicional —que
Ramoneti define como “una secta de dementes” — le da a Peterson toda la
atención que necesita sin pedirle jamás que produzca “arte de verdad”.
“Nunca lo he visto hacer algo que sea verdaderamente suyo”, dice Ramoneti. “No
he oído una pieza original, no he visto un arreglo propio, todo es de otros. Ser
artista consiste en expresar quién eres. Ron es de un pueblo perdido en Oregon,
era Boy Scout, y tiene un fondo de ahorros. No es, y nunca será, un hipster
neoyorquino de los años veinte”.
Fredericksen tiene una opinión diferente de las decisiones artísticas de su antiguo
protegido. “Cuando me metí al jazz tradicional, comencé a interesarme más por
rescatar viejas canciones que por componer nuevas. Lo importante aquí es tener
un proyecto artístico, y eso Ron sin duda lo tiene. Hasta organizó una big band
con un montón de chicos del Conservatorio. Ron ha inspirado a mucha gente joven
a tocar este tipo de música —y para mí eso en sí mismo es una inspiración”.
Puede que haya algo de verdad en el diagnostico de Fredericksen, pero la big band
a la que se refiere —La Orquesta de la Edad de Oro— lleva varios meses sin tocar
un solo concierto.
Días después de mi última visita al Luca, Peterson salió de Nueva York para pasar
una semanas con su familia en Oregon. Necesitaba irse de la ciudad para intentar
dejar de beber —cosa que por supuesto no ocurrió—, y alejarse de Mary-Beth,
quien no dejaba de pedirle que la acompañara a la obra de teatro de su hijo.
Cuando Peterson volvió finalmente a Nueva York, decidí visitarlo por última vez.
Cenamos en un pésimo restaurante hindú, y hablamos de bebop. Entre burlas
amargas, Peterson me informa que el Quinteto Luca se ha separado —enfurecido
por la desaparición de Peterson, Silvio los había despedido —. Sin embargo,
Peterson no parece muy preocupado al respecto, pues tiene noticias más
importantes para compartir. Martin Clay, “una leyenda viviente que solía tocar
con Gillespie”, acaba de limpiarse tras décadas de adicción a la heroína, y
Peterson estaba más que contento de ofrecerle asilo temporal en su departamento.
“Con Martin me siento mucho más cómodo en la escena de bebop. Puede que la
154
gente de Mona’s ya no me quiera, pero da igual, porque me siento muy bienvenido
en Small’s”, dice Peterson, visiblemente emocionado.
Entre bocados de curry y tragos de Kingfisher, Peterson me explica que el jazz
tradicional y el bebop no eran en realidad estilos contradictorios. Después de
todo, los primeros beboppers se habían educado en el swing.
“Últimamente me he interesado por la época en que el bebop y e l swing
coexistieron”, revela. “Fueron tres o cuatro años dorados, cuando la gente ya
había empezado a tocar solos expresionistas, pero todavía conservaba el calor
humano y la finesa melódica del jazz tradicional”.
Al mencionar mis entrevistas con Frederi cksen y Ramoneti, el rostro de Peterson
se ensombrece y da su punto de vista: “Puede que Fredericksen sea bueno para lo
que hace, pero nunca podría tocar bebop. Le encanta ir a Mona’s a que le chupen
la verga. Y Ramoneti tiene talento, sin duda, pero es un académico y nada más.
Está sacando una maldita maestría y escribiendo putos conciertos de piano.
Charlie Parker componía, seguro, pero su música surgía de la improvisación. Bill
hace lo opuesto. ¿Sabías que transcribió trescientos solos de saxofón, y que se los
aprendió en todas las claves? ¿Con quién cree que va a tocar, la Filarmónica de
Viena? Parker nunca hubiera hecho nada por el estilo y yo tampoco pienso
hacerlo”.
Después de la cena caminamos a un bar llamado Destination, donde Clay había
organizado una sesión. La música es divina, pero el jazzista veterano —un
afroamericano encorvado y de corta estatura — presenta una estampa lastimosa.
Apuntando la trompeta hacia el suelo, parece querer esconderse de los ojos de la
multitud. Mientras Peterson nos ordena whisky en la barra, me acerco a Clay y le
ofrezco la mano.
—Hola, Martin —saludo—. Es un placer conocerte.
—Martin —contesta.
—Hola, Martin —repito—. Un placer.
—Martin —dice una vez más.
“Dale chance, está medio sacado de pedo”, dice Joe Kurtz, un canadiense alto y
frágil, quien trae puesta una boina azul idéntica a la de Gillespie. “Se acaba de
tomar una codeína porque le duele la espalda”.
Peterson y el resto de los músicos tocan durante unos cuarenta minutos. La
audiencia, en su mayoría yuppies descorbatados, apenas presta atención. Poco
después un afroamericano obeso y vestido de púrpura se acerca al escenario. Kurtz
lo saluda y le pasa un manojo de algo que creo eran billetes, y el recién llegado
desaparece tan pronto como llegó. Los músicos de saparecen por turnos en el baño.
155
Después tocan sin parar por tres horas. Clay entonces masculla que quiere irse a
casa. Kurtz le da un tranquilizante; Peterson, las llaves de su departamento, y el
viejo trompetista desaparece dando tumbos bajo la luz amari lla del alumbrado
público.
Peterson y Kurtz deciden alcanzar el final de la última sesión de la noche en el Fat
Cat, otro famoso club de jazz. Caminamos durante cuarenta minutos bajo la lluvia.
Kurtz no deja de hablar, repitiendo sin cesar un refrán de re sentimiento: “Si la
gente no te quiere, si no les gusta tu música, no tiene nada que ver ni con tu
talento ni con tu carácter. No, la gente te odia porque sabe muy bien que eres
mejor que ellos, porque te tienen envidia”.
El Fat Cat está vacío salvo por H orowitz y unos cuantos yonquis de ojos
apagados. Peterson toca una sola canción y luego desaparece en el baño otra vez.
Cuando regresa al bar, veinte minutos más tarde, le pregunto a qué hora piensa
volver a casa.
“¿A poco ya tienes suficiente material pa ra tu artículo?”, pregunta.
Para cuando llegamos al departamento, Clay ya dormía en la única cama. Su
dificultosa respiración parecía llenar el cuarto, como los estertores de un
moribundo.
“Hoy en la tarde me dijo que voy a terminar como él”, susurró Pete rson,
pensativo.
Me acosté en el piso y traté de dormir, mientras Peterson fumaba en la ventana,
tarareando la melodía de Manhattan.
Nicolás Medina Mora Pérez. Periodista.
*Los eventos, lugares y personas descritos en este artículo son verídicos. Sin
embargo, para respetar la privacidad de los protagonistas, así como para
protegerlos de riesgos legales y profesionales, los nombres de todos los personajes
han sido cambiados.
156
JACARANDA
Ana Lucía Guerrero
En la casa donde nací, una jacaranda esperaba afuera. Siempre abanicando un
hola; siempre murmurando un adiós. Cuando era niña solía pensar que er a un
gigante. Tan alta y fuerte, con sus hojas de confeti durante el otoño, y sus flores
de color lila lloviendo en primavera. Luego, al ir creciendo, fui memorizando cada
rama, cada pequeña cicatriz del árbol. Aprendí a escalar árboles en sus brazos y a
jugar con los insectos que la habitaban, entonces “rescataba” a las catarinas que se
escondían en su cuerpo y las transportaba a un refugio hecho con las eternas flores
que alfombraban el piso. La jacaranda era mi compañera de juego favorita y nos
divertíamos mucho juntas, ¡o al menos una de las dos lo hacía!
Me fui haciendo mayor y lo último que me
interesaba era pasar más tiempo corriendo
alrededor del árbol, buscar insectos o leer bajo
su sombra. A veces hasta me parecía bastante
molesta pues tenía que limpiar el piso varias
veces a la semana cuando la jacaranda florecía.
Si no lo hacía, las flores muertas se convertían
en un peligro para la gente que caminaba por la
calle, además, también podían bloquear las
coladeras y había pocas cosas tan incómodas
como la calle inundada. Mi hermosa jacaranda
se había convertido en una tarea que me
mantenía alejada de los amigos... o, peor aún,
de la televisión.
Un día, mientras me quejaba del infortunio que
significaba encargarme del árbol, mi abuela
escuchó mis quejas y sólo tuvo a bien
mostrarme su enorme sonrisa. Me sentí
traicionada y enojada con ella, ¡cómo se atrevía
a divertirse con mi sufrimiento! Al contrario, me explicó, se sentía identificada
conmigo porque muchos años antes ella también había tenido que c uidar a sus
propios árboles. En Cuba, donde nació y creció, su familia vivía en una casa
rodeada por un escudo lila. Cuando era pequeña le molestaba no poder sembrar
otras plantas debajo de las jacarandas, y sentía que eran los árboles más egoístas
de los que se tuviera memoria. A ella le gustaban las flores y quería que su vida
estuviera rodeada de muchos colores, no sólo el lila de temporada. Ella quería
157
rosas, geranios, margaritas. Ni siquiera el pasto crecía debajo de las jacarandas y
algunas, incluso, levantaban el piso con sus fuertes raíces. “Son iguales a
nosotros”, le dijo su padre, “fuertes y solitarias”.
“No les guardes rencor”, abogó por ellas. Y luego procedió a explicar algunas de
las bondades de esos árboles. “Alégrate de tenerlas cerca. Es cierto que es molesto
no tener todas las otras flores que te gustaría, pero enfocarte en el lado negativo
no te va a llevar a ninguna parte. Es mejor pensar que, al contrario de las flores
pequeñas, las jacarandas proporcionan protección contra el sol y el calor, les
sirven como casa a los colibríes que anidan en sus copas, y también hacen brisa
los vientos fuertes. Además, mira”, le dijo mi bisabuelo tomando una de las
pequeñas flores que yacía en el suelo, “¿escuchas su música?”, conocía bien a su
hija y sabía cuánto le gustaba cantar. “¿Música?”, preguntó mi abuela en su voz
de niñita. “Sí, las jacarandas son los árboles más musicales del planeta. ¿Ves?,
hasta sus flores tienen forma de trompeta”, le informó mientras se recargaba en el
árbol. “Ven aquí, siéntate conmigo y quédate calladita”, mi abuela obedeció pues
en todo caso era cierto: las flores parecían trompetitas. Después de un rato pudo
escuchar la melodía. ¡Era verdad, las jacarandas producían el concierto más bello
que había escuchado!
Aquel día se prometió que nunca volvería a ver las cosas desde un solo ángulo.
Estaba dispuesta a darles otra oportunidad a las jacarandas ya que, de todas
formas, las demás flores podían ser plantadas en otro lugar. Esa misma tarde,
mientras caminaban hacia la casa, su padre le contó también la leyenda de la
jacaranda. De acuerdo con ella, se debe pedir un deseo al pasar por debajo del
árbol; si una de sus flores cae sobre la cabeza, el deseo se hará realidad. Sin
embargo, se tiene que dar algo a cambio del favor recibido.
La historia de mi abuela hizo que me olvidara por completo de mis quejas, pero
tenía curiosidad sobre una cosa. “¿Alguna vez te cayó una flor en la cabeza?”, le
pregunté con la necesidad de indagar sobre lo que realmente me intrigaba. “Sí, sí,
varias flores”, respondió sonriendo. “¿Y entonces qué pediste?”, quería conocer lo
que mi abuela soñaba cuando era casi de mi edad. “No, mi amor, la leyenda
prohíbe contarles a los demás tus deseos; ésos sólo le pertenecen a cada quien, y
al árbol, claro. Pero te diré algo: justo en este momento estoy muy cerquita de uno
de mis deseos”. Aunque la historia me tenía encantada, en ese momento no la
entendí muy bien. Seguramente mi abuela se dio cuenta pues, suspirando, puso fin
a todas las preguntas que estaba empezando a murmurar: “algún día lo
entenderás”.
El relato de mi abuela permaneció escondido en mi mente, pero cada vez que
pasaba por debajo de una jacaranda pedía un deseo. Nada sucedía, por supuesto, ni
siquiera una semilla caía cerca de mí. Mi abuel a murió cuando el invierno estaba
158
terminando y la temporada de jacarandas empezaba a florecer. Con un poco de
resentimiento vi cómo las copas de los árboles adquirían sus tonalidades lilas; su
presencia me hacía recordar constantemente las historias de mi abuela y no podía
sino culpar a las jacarandas que continuaban con su vida como si nada. Era tan
doloroso que decidí que debía alejarme de la ciudad.
De alguna manera terminé viviendo en Los Ángeles, donde las jacarandas florecen
a mitad de la primavera y donde, por primera vez, una flor de jacaranda cayó
sobre mi cabeza. De repente el mundo se detuvo. ¡Tantos años esperando ese
momento para que se me olvidara pedir un deseo! Me quedé inmóvil y, al tratar de
tomar aire para controlarme, dejé pasar otra flo r deseando haber deseado el deseo
de la primera. De pronto sopló un viento constante que desprendió cientos de
flores y, aún así, yo sólo fui capaz de desear una cosa, el mismo anhelo que he
tenido desde que mi abuela me contó la leyenda de la jacaranda. L evanté la vista
hacia el árbol y parecía como si pudiera hablar con él. Los dos sabíamos cuál era
mi deseo, y también los dos entendimos que ése sería nuestro secreto para
siempre.
Ahora sé que los deseos sí pueden cumplirse. Yo siempre recordaré el mío y , con
él, la sonrisa de mi abuela cada vez que miro las hermosas jacarandas. Sí, abuela,
tenías razón: los sueños se hacen realidad. Pero también tenías razón y hay que
dar algo a cambio. Y yo te extraño tanto.
Ana Lucía Guerrero. Internacionalista. Actualmente estudia la maestría en
ciencia política en la Universidad Estatal de California. Fue asesora del secretario
de Gobernación (2010-2011).
REYGADAS: FALLAR COMO VIRTUD
David Miklos
Juan es padre de un niño y una niña aún pequeños, casado con Natalia, una mujer
bella pero gélida. El matrimonio ha llegado a un punto de aparente no retorno, una
deseada normalidad. Juan demuestra un comportamiento de violencia desmedida
hacia uno de sus perros —Martita, la más inteligente, a la que muele a golpes —,
cierta adicción a la pornografía en línea y un deseo de relaciones sexuales contra
natura —por detroit, recurriendo a su propio parlamento —, en tanto Natalia se
muestra indispuesta a la intimidad. Rut y Eleazar, sus hijos —en la realidad los
hijos del propio director de la película —, son una suerte de lunas o estrellas que
159
orbitan a los planetas errantes que son sus padres, habitantes de una hermosa casa
en Tepoztlán. Y es allí, en un paraje de belleza insólita convertido en campo de
futbol y pastoreo, donde comienza Post tenebras lux (2012), el cuarto
largometraje de Carlos Reygadas (ciudad de México, 1971).
Más que contarnos la historia de la confusión de Juan y su
familia, Reygadas nos ofrece una serie de montajes: cuadros
en movimiento que nos muestran situaciones límite,
protagonizadas por el mencionado cuarteto —en particular
por Juan y su vida posible, imposible, imaginada y/u onírica — y por otros
personajes, entre los que sobresale El Si ete, talador ilegal de árboles, drogadicto y
alcohólico en recuperación, ratero y asesino potencial, cuya familia descompuesta
es un contrapunto a la familia en crisis de Juan.
Ubicada en varios territorios —el real, el onírico y el de las posibilidades f uturas,
amén del alegórico—, Post tenebras lux renuncia a la narrativa fílmica
convencional y le ofrece al espectador la posibilidad y/o el reto de ensamblar por
sí mismo un rompecabezas de una belleza visual y sonora sin parangón, si bien el
encanto estético se disuelve apenas los personajes se manifiestan y hablan, y es
aquí donde comienzan los problemas.
Llegados al espacio crítico de esta reseña, resaltemos, primero, las virtudes, que
son varias y contundentes, de Post tenebras lux. Amado y odiado a la vez por los
espectadores desde el estreno de Japón (2002), celebrado y vilipendiado por la
crítica sobre todo a partir del lanzamiento de Luz silenciosa (2007) y su tercer
regreso pródigo a Cannes, Reygadas, independientemente de lo que opinemos de
él y de sus filmes, no nos resulta indiferente: hay que ver lo que hace. Si se trata
de un enfant terrible o de un provocador, eso es lo de menos: los escándalos a los
que llama el corpus fílmico de Reygadas son propios de cualquier creación que se
desvía de la convención de manera deliberada, como sucede con Post tenebras lux,
filme en el cual sería muy difícil encontrar un accidente creativo -estético: todo
ahí está colocado en su justo sitio, de manera casi quirúrgica.
Al igual que en Luz silenciosa, es Alexi s Zabé el encargado de la portentosa
fotografía de Post tenebras lux, cuyos claroscuros se hacen patentes desde la
primera, prolongada y notable secuencia —una obra maestra—, en la que la niña
Rut convive con vacas y perros propios y callejeros, con la caí da de la noche y la
aparición de sus sonidos, registrados con una maestría pocas veces escuchada. A
partir de este momento no habrá falla visual ni sonora. Estamos ante un filme que
deslumbra desde su trinchera técnica. Lo mismo ocurre en la segunda secuen cia,
en la cual un demonio rojo y estirado y digitalizado recorre un departamento, caja
de herramientas en mano, hasta encontrarse con el niño (¿Juan?) que lo sueña o lo
160
contempla durante unos instantes. Sentadas las premisas, todo pareciera indicar
que viviremos una experiencia estética asombrosa, acaso exquisita.
Pero más allá de los desplantes de dominio técnico, lo que en realidad debemos
preguntarnos es si Post tenebras lux es una obra lograda, una buena película, y es
en este punto donde nos adentramos en las tinieblas, en los vicios o defectos de
Reygadas.
Como en Japón y en Batalla en el cielo (2005), en Post
tenebras lux Reygadas se adentra en el terreno del
encontronazo de clases, por un lado, y de un imaginario
sexual tabú trasladado al campo de la realidad aparente o
posible, por el otro. En el primer caso, una vez más se
recurre a la contratación de no-actores para representarse ya sea a sí mismos o a la
idea que Reygadas tiene de ellos y del rol que juegan en su película (que no es
Dogme ni Cinema povera, sino un capricho sin escuela, luego caótico en
extremo): Juan y El Siete (Adolfo Jiménez Castro y Willebaldo Torres) se
complementan y, más que antitéticos, son uno mismo, aunque hablen y se
manifiesten de forma distinta. De igual modo, el re trato de la burguesía dominante
—cuna aceptada del director, como puede verse en su cortometraje Este no es el
reino (2010) y que parece un borrador de la entrega aquí reseñada — es tan
chocante, preciso y apologético, que produce náuseas. Esto es lo que en realidad
provoca al espectador y puede hacerlo odiar la película; eso y no la borrachera y
exposición descarnada de los pueblerinos dominados.
En el segundo caso, Natalia, el personaje encarnado por Nathalia Acevedo y que
hace la vez de esposa de Juan, e s no sólo un miscast sino una especie de piedra
parlante en el camino, cuyo único atributo es la develación y el sometimiento de
su belleza física en una secuencia que ocurre en un baño, tal vez francés, de
intercambio de parejas (esto no ocurre con Ana, e l logrado personaje que
representa la amateur Anapola Mushkadiz en la infravalorada Batalla en el cielo).
Más aún: el personaje de Natalia termina de sacar de balance los malabares
técnicos de Post tenebras lux, y uno quisiera que Reygadas hubiera recurrid o a las
voces en off a la Malick o a algún otro recurso para no caerse de la cuerda floja,
puesta tan lejos del suelo.
Más que la pretensión (alcanzada una y otra vez, lo cual la convierte en pecata
minuta), el problema de Post tenebras lux es la inconsis tencia: si Reygadas
buscaba retratar y registrar la belleza del entorno que rodea a sus personajes, lo
consigue de manera superlativa, si bien dicha belleza se desintegra ante el
malogrado tono documental del filme y un dominio laxo sobre sus protagonistas
—para no decir una dirección actoral nula, no ante la provocación, que es sólo
161
ruido, aunque ruido virtuoso, a ratos fallido.
David Miklos. Escritor. Su libro más reciente es Brama.
LOS NUEVOS CENTURIONES
Gustavo García
Sin saber, en el momento de escribir esto, quiénes se harán cargo de los destinos
del cine gubernamental (Instituto Mexicano de Cinematografía, Cineteca
Nacional, etcétera), que ya deben estar en funciones ahora, sólo queda la
constancia de cómo remató un sexenio que fue inmensamente auspicioso para esa
área… hasta el último momento.
Mientras Imcine entregó un balance sexenal de producción, exhibición y
distribución impecable, haciendo proyecciones muy aterrizadas a las limitaciones,
posibilidades y nuevos problemas a que se enfrenta el cine mexicano, el Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes enfrentó, en el remate de su espectacular
herencia al cine, el amargo sabor de la frustración, bajo las formas contundentes,
arquitectónicas, del edificio Luis Buñuel, en los Estudios Churubusco, y la
Cineteca Nacional del Siglo XXI; el primero cobijaba a los productores que no
cabían en el viejo condominio de productores, y se demolió para hacer otro cuyos
fines cambiaban de semestre en semestre (hotel con facili dades para las
producciones extranjeras, oficinas nuevas para los productores que ahora se
refugiaban en instalaciones provisionales o “gallineros”, mudar Imcine ahí).
Terminó el régimen con el armazón a medias; no se habló mucho de eso porque
sólo quienes transitan dentro de los estudios han padecido la obra.
La Cineteca fue otra cosa: nunca inaugurada pese a las
fechas establecidas, se le ha puesto a funcionar
conforme los albañiles entregan un espacio tras otro
(para la inspección que hizo Felipe Cald erón a finales
de noviembre, se debieron instalar mamparas para
ocultar la obra negra y se pintó de verde un pasto
agónico). Pero funciona como puede de cara al público
(archivos, investigación y otros menesteres se
amontonan donde caiga) y el último acto de la
administración anterior fue la presentación, en
162
diciembre, de un libro sintomático en muchísimos sentidos, Reflexiones sobre
cine mexicano contemporáneo, fruto de los esfuerzos conjuntos de miembros del
Instituto de Investigaciones Estéticas de la UN AM, y de la Cineteca, que, sin
embargo, detenta todo el crédito.
Según afirmó la coordinadora y autora del proyecto, Claudia Curiel de Icaza, la
idea original era analizar la obra de más de 20 cineastas de la última camada,
abundantísima, forjada en festivales, circuitos de exhibición y técnicas de
filmación alternativas, y fue la Cineteca la que propuso que quedara en cinco
directores: Fernando Eimbke, Carlos Reygadas (but of course), Gerardo Naranjo,
Nicolás Pereda y Amat Escalante. La operación es arri esgada: una reducción así
elimina una gran parte de la representatividad que el libro tenga como panorama
del cine mexicano, sobre todo si se atiende a que Escalante es una afluente de
Reygadas, y Eimbke, Escalante y Reygadas pertenecen a una misma tendenc ia de
cine “trascendente” (Paul Schrader dixit). Fuera queda todo un cine mexicano, el
de los cineastas de género (de Emilio Portes a Everardo Gout), los
documentalistas (la obra de Pereda es un híbrido inquietante, pero no es
representativa más que de sí misma), los animadores (de los sombríos stop motion
tapatíos a los mainstream de Anima).
El libro gradualmente se revela como una isla conceptual (“atacar el problema de
la falta de distribución del pensamiento más científico y promover la crítica más
seria”) rodeada de una inquietante complacencia académica: dividido en dos
partes, en la primera dominan los investigadores de la UNAM, que afligen a sus
textos con marcos teóricos apabullantes (Foucault, Deleuze, Zizek) para
desentrañar los arcanos de sus objetos de estudio; en la segunda, buena parte de
los pragmáticos críticos e investigadores de la Cineteca se basan en entrevistas y
reseñas, aunque Deleuze se asoma sombrío. Y como parteaguas entre ambas
secciones, un texto del multipremiado Jorge Ayala Bl anco descubre la verdadera
naturaleza del libro como congreso constituyente de la Nueva Crítica; lo que
obviamente debió ser la introducción del libro (pero ya había tres presentaciones
dándose de codazos; la de Abel Muñoz Hénonin pudo ser más breve si no se
repitieran dos de sus cuatro párrafos) termina siendo un insólito “creced y
multiplicaos” del patriarca de la crítica hacia los propios autores de la segunda
parte, que son adjetivados- consagrados (“Crítica abismal de Cervantes, crítica
entre discursos de Pardo, crítica integradora de Albarrán, crítica antiideológica de
Matamoros, crítica genealógica de López”).
Y aunque un buen propósito del libro, según el historiador Álvaro Vázquez
Mantecón, es “la utilización del cine como fuente central para el es tudio de
disciplinas diversas, como la historia, la filosofía y la sociología”, la operación
resultó inevitablemente al revés: es hablar de cine desde esas disciplinas, sin
sentir la necesidad de conocer la materia de estudio: tan simple como que todo el
163
ensayo de David M.J. Wood sobre el Tlatelolco de Temporada de patos, usando
como referente trágico y dramático a Rojo amanecer, se matizaría, ampliaría y
asentaría hacia otras instancias de significación si también mencionara las escenas
del departamento en la unidad habitacional de Los novios (1969, Gazcón); a unos
meses de la masacre de la Plaza de las Tres Culturas, el viejo cine mexicano
recordaba que el sueño de la clase media seguía siendo instalarse en ese territorio
de la “modernidad”; quizá sea nece saria mucha bibliografía para entender
Temporada de patos, pero un poco de cine no haría daño; Gerardo Naranjo
confiesa que Drama-Mex nació de una película de Luis Alcoriza que “le platicó”
su maestro Ayala Blanco. Vázquez Mantecón concluye: “…aunque no ha yan visto
al Indio Fernández o a Julio Bracho sus películas se enmarcan dentro de un
panorama general, dentro de una historia y dentro de una tradición”. Difícil, si sus
exégetas insisten en demostrarnos que son la primera generación de cineastas
daneses nacida en México.
Gustavo García. Investigador y crítico de cine. Es académico de la UAM Xochimilco y autor deAl son de la marimba. Chiapas en el cine.
THE TWITTER’S DIGEST
Selección: Ricardo Bada
Ni disfrazado de oveja te contaría. (@Adriana_bello)
@J3sucrist0: Oh Padre, ¿por qué me has abandonado?
@Dios_Padre: Perdóname hijo, no tenía señal en mi teléfono móvil.
Somos eso que hacemos cuando nadie ve. (@Pornoestaraqui)
Si el 50% de las personas fueran estúpidas, el 100% creería que pertenece al otro
50%. (@Mic_y_Mouse)
Su llamada es muy importante para nosotros. Por favor disfrute este solo de flauta
de 40 minutos. (@Fulania)
El cupo de personas no deseadas en mi cabeza está lleno. Intente más tarde.
(@juanalajirafa)
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¿Y los que no fuman qué hacen después de tener s exo? (@Fumapasto_)
Carlos III de España al saber la muerte de su esposa: “Este es el primer disgusto
que me ha dado en veintidós años de matrimonio”. (@mariapazruiz )
Federico el Grande, de Prusia, a su médico: “Con franqueza, doctor, ¿cuántos
muertos habréis hecho durante vuestra vida?” [Sigue:]
El médico, sabiendo que el rey apreciaba las respuestas sin pelos en la lengua:
“Señor, unos trescientos mil menos que Vuestra Majestad”. (@otraparte)
La esposa de Leónidas al persa que le preguntó por qué en La cedemonia trataban
tan bien a las mujeres: “Sólo ellas saben hacer hombres”. (@Guashabita)
Raro que la Biblia no tenga bibliografía. (@JoAnnetton)
Cuando Dios te cierra una puerta es porque te confundió con un testigo de Jehová.
(@MerlinaAcevedo)
CINCO APUESTAS PARA 2013 Y MÁS ALLÁ
Hugo García Michel
Los más recientes cuatro o cinco años han sido especialmente prolíficos en el
mundo de la música popular, especialmente en los terrenos del rock, y no sólo por
la cantidad de proyectos, grupos y solistas que han aparecido en ese tiempo, sino
también —o sobre todo— por su calidad artística.
Muchos músicos debutaron
discográficamente en 2012. De
ellos he escogido a cinco
agrupaciones en las que veo un
futuro prometedor y no sólo el
chispazo divino de un efímero
golpe de inspiración. Propuestas
sólidas y no one hit wonders. He
aquí mis cinco apuestas para este
2013 y, esperemos, varios años
más.
Django Django. Originario de
165
Londres, Inglaterra, este cuarteto, intérprete de lo que algunos denominan como
folkatrónica (esa extraña e improbable mezcla entre el f olk y la electrónica),
presenta un sonido muy interesante que remite un poco a The Beta Band, con
armonías vocales a la Beach Boys, beats secos, guitarras acústicas, sonidos
programados y atmósferas neopsicodélicas. Su álbum debut, el homónimo Django
Django (Because Music, 2012), es una joya del art -rock, al mismo tiempo cerebral
y divertido, con canciones tan buenas como “Firewater”, “Hail Bop”, “Zumm
Zumm”, “Waveforms”, “Default”, “WOR” y “Life’s a Beach”. Habrá que esperar
la prueba de su segundo disco.
Divine Fits. Si bien sus integrantes no son precisamente jóvenes debutantes, el
proyecto de Divine Fits es una novedad, una propuesta conformada por músicos de
cierta experiencia, como Britt Daniel (Spoon), Sam Brown (New Bomb Turks) y
Dan Boeckner (Wolf Parade y Handsome Furs). Supergrupo indie, como lo han
llamado algunos comentaristas, este trío de norteamericanos grabó en agosto
pasado su único plato hasta el momento, el estupendo A Thing Called Divine
Fits (Merge, 2012). El estilo del grupo le debe mu cho al new wave setentero y al
synth pop ochentero de la Gran Bretaña, pero con un toque más roquero y,
digamos, estadunidense, debido a la mano de Britt Daniel y sus raíces afincadas
en Austin, Texas. Esto produce una música que sin ser por completo noved osa,
posee un sonido gratamente provocativo, deliciosamente desafiante, tal como
podemos constatar en composiciones como “My Love Is Real”, “Flaggin a Ride”,
“What Gets You Alone” o “Would That Not Be Nice”. Un gran trabajo.
Alt-J. Una de las agrupaciones cuyo nombre corrió más de boca en boca a lo largo
de 2012 fue Alt-J (su nombre se debe a que, supuestamente, en las computadoras
Mac, al apretar las teclas Alt y J aparece un triángulo equilátero). Favorito de
muchos escuchas del sector alternativo (o ind ie o heterodoxo o como se le quiera
llamar), este cuarteto inglés, formado en 2008 por cuatro estudiantes de arte de la
Universidad de Leeds, ha sido comparado con bandas tan disímbolas como Hot
Chip o Coldplay. No obstante, en su álbum debut, An Awesome Wave (Infectious,
2012), muestra un estilo mucho más singular que toma elementos lo mismo del
folk y el rock pop que del llamado post -rock, con temas que de pronto rayan la
parodia y vocalizaciones que uno no sabe si tomar en serio o en broma. Como sea,
es una propuesta de la que podemos esperar mucho en adelante.
Poliça. Con un sonido que mucho le debe al trip -hop, este quinteto de
Minneapolis, Minnesota, tiene una formación extraña, constituida por dos
bateristas, un bajista y una cantante que maneja como pocos el efecto Auto-Tune y
cuya voz recuerda lo mismo a Sarah McLachlan que a Beth Gibbons. Elementos
acústicos y electrónicos se funden en canciones de atmósferas que van del hip -hop
al dream-pop y del jazz al dub-reggae y que en su primer disco, Give You the
Ghost(Mom & Pop Music, 2012), nos envuelven en ambientes hipnóticos de gran
166
belleza y misterio. Toda una revelación.
Allo Darlin’. Proveniente de Londres, este grupo hace un muy fino y grato rock
pop con aires sesenteros de orientación californiana . Sus guitarras recuerdan a
The Byrds y sus melodías remiten de pronto a los escoceses Belle & Sebastian,
Allo Darlin’ tiene como front woman a la bella vocalista australiana Elizabeth
Morris, quien da al sonido del cuarteto un contagioso toque optimista y luminoso.
Aunque en 2010 grabaron un primer disco, éste no trascendió del modo como lo
hizo Europe (Slumberland, 2012), su segundo opus, en el que la agrupación
despliega elswing de su sección rítmica, el jangling guitarrístico y las melodías
deliciosamente entonadas por Morris, quien en algunas piezas toca el ukulele,
instrumento que le diera un sello tan particular a su primer trabajo.
Cinco grupos que prometen crecer y seguir haciendo muy buena música.
Esperemos que así sea.
Hugo García Michel. Músico, escritor y periodista. Director de La Mosca en la
Red.Columnista de Milenio Diario. Autor de la novela Matar por Ángela.
NATURALMENTE, RIDÍCULAS
Luis Miguel Aguilar
Sea el poema de Fernando Pessoa atribuido por él mismo a su heterónimo Álvaro
de Campos (versión del portugués de Rodolfo Alonso, Fabril Editora, Buenos
Aires, 1961; 2ª. edición, 1972):
Todas las
cartas de
amor son
Ridículas.
No serían
cartas de
amor si no
fuesen
Ridículas.
También
escribí en
167
mis tiempos cartas [de amor,
Como las otras,
Ridículas.
Las cartas de amor, si hay amor,
Tienen que ser
Ridículas.
Pero, al fin,
Sólo las criaturas que nunca escribieron
Cartas de amor
Son
Ridículas.
Quién me diera el tiempo en que escribía
Sin darme cuenta
Cartas de amor
Ridículas.
La verdad es que hoy
Mis recuerdos
De esas cartas
Son
Ridículos.
(Todas las palabras esdrújulas,
Como los sentimientos esdrújulos,
Son naturalmente
Ridículos.)
Sea ahora la entretenida noticia, llegada en forma de libro, de que se reúnen en
español las cincuentaiún cartas que Pessoa le escribió a Ophélia Queiroz durante
sus dos noviazgos, entre marzo y noviembre de 1920, y entre septiembre de 1929
y enero de 1930. Cartas de amor de Fernando Pessoa (Editorial Funambulista,
Madrid, noviembre 2012) trae también la nueva de que sólo hasta el pasado 2012
hubo acceso a las 60 cartas (y al parecer falta una, censurada por la familia) que
Ophélia Queiroz le escribió a Pessoa.
No vendo trama si digo que Pessoa concluyó los dos noviazgos por temor al
“compromiso” marital; sólo atrajo mi atención, y me dispuse a leer las cartas en
ese sentido, la frase final de la cuarta de forros donde se dice que “las misivas de
Pessoa desmienten” muy bien el poema “Todas las cartas de amor son ridículas”.
La traductora del volumen Isabel Lacruz titula incluso su postfacio (donde glosa
168
algunas de las cartas de Ophélia Queiroz): “Todas las cartas de amor no son
ridículas”. La edición busca igualmente darle “seri edad” a estas cartas, pongamos,
por lo que revelan de “la psique fragmentada” de Pessoa al permitir que
meticheara en ellas, y a veces se interpusiera en el noviazgo, el mismo Álvaro de
Campos. Me sorprendió más enterarme de que el loco de Pessoa dio vida, con el
número 61 en la increíble lista de sus heterónimos y personajes ficticios, a Mr. A.
A. Crosse, al que menciona en cinco cartas. En una le dice a Ophélia: “No te
olvides del señor Crosse. Mira que es muy amigo nuestro y puede sernos muy
útil”. Es que bajo el nombre de A. A. Crosse, Pessoa se ganaba algún dinero
mediante el envío a la prensa inglesa de soluciones a enigmas y crucigramas. Uno
de los prestigiados heterónimos de Pessoa, Ricardo Reis, ameritó una dilatada
novela de José Saramago; este Cro sse valdría por lo menos un cuento o un ensayo
narrativo.
Y ahora bien: no encontré en las cartas de Pessoa el desmentido al verso o al
poema “Todas las cartas de amor son ridículas”. Por el contrario: son cartas
plagadas de diminutivos, baby-talk, militante o inexpugnable cursilería. En una de
ellas la traductora Lacruz se aplica para dar este equivalente en español: “Me
pono zólo a scribir pa decile a Bebecito que ma gustao mucho zu catita. Y también
sentí muicha pena de no está ceca de Bebé pa dale vesi tos”. Conté cerca de ciento
cuarentaiocho apariciones de estos “bebecitos” o “bebé pequeñín”, y similares, y
más de cuarenta “besos-besitos” enviados o pedidos a Ophélia Queiroz, entre
ellos: “Quiero besitos, muchos besitos. Tengo hambre de besitos, tengo sed de
besitos, sueña [sic] con besitos. Sólo besitos es lo que no tengo”.
Las cartas de amor de Fernando Pessoa son, siguen siendo, cual debe y
naturalmente, ridículas.
Luis Miguel Aguilar. Poeta y ensayista. Entre sus últimos libros: Las cuentas de
la Ilíada y otras cuentas y El minuto difícil.
169
UN SECRETO LLAMADO VIRGINIDAD
Ana Clavel
En ese
entonces le
daba por
tocarme
todo el
tiempo. Era
un bardo de
un mundo
ajeno.
Asistía
como yo a
las tertulias
de artes
trovadoresc
as que se
organizaban
en el
Palacio Central. Ahí llevé mis primeros cuadernos de noch e, poblados de sueños y
constelaciones: los deslumbramientos iniciales, los más recientes llamados de la
sombra. Él se mostraba ligeramente interesado: me miraba desde sus lentes de
microscopio y se mordía los pelillos del bigote en una mueca extraña y
autodevoradora como si se estuviera comiendo sus propios labios. No me lo dijo
frente a todos, sino después, cuando se ofreció a acompañarme en el trayecto a mi
casa. Se sorprendía de que siendo una simple ninfeta tuviera tal poder con las
palabras. Lo miré desde el remolino de mis aguas mansas. No lo sabía él, pero yo
era una diosa arcaica. Bastaba que escribiera “luz” para que el mundo se
deshiciera en paraísos trémulos e inexplorados.
—Pero no conoces el semen… —me espetó a bocajarro en medio de una sonris illa
doctoral y condescendiente. Luego añadió entre paternal y disculpándose —: Se
nota por la parca descripción que hiciste en tu historia…
No pude contenerme. Tengo primas Amazonas, soy de estirpe de Dríadas, y si me
rascan un poco tengo sangre de Ménade a la primera provocación… Arremetí
entonces:
—No los he visto de todos los colores, pero sí los he probado de muy diversos
sabores —murmuré con una osada sonrisa tutti fruti para ocultar mis doctos
conocimientos de Diccionario Larousse, de donde efectivam ente había abrevado
170
una descripción vasta y general.
No pudimos continuar en esa ocasión porque ya estábamos cerca del feudo
familiar y en la parada vi descender a mi hermano Azrael que regresaba de su
trabajo en el alto Olimpo, con el saco en el hombro y la corbata y el malestar del
transporte público en el puño. Me despedí como pude de mi bardo y corrí a su
encuentro. De todos modos, mi hermanito mayor ya me había divisado y me
amenazó con prohibirme ir a las tertulias si no me acompañaba Serafín el cord ero
menor. Padre celestial estuvo de acuerdo e impuso su venia y su sello. Bonita me
veía yo con todos mis años de liviandad precedida de mi paje. Al grado de que el
maestranza de la tertulia prefirió incorporar a mi hermanito menor el consentido
para que también hiciera coplas y piruetas propias. Serafín se divertía con sus
recién descubiertas dotes de juglar improvisado y así pude yo desaparecerme con
mi bardo en un pajar cercano varias veces. Una tarde, mientras él componía dulces
baladas en el laúd de mi vientre, me confesó que regresaría a su mundo ajeno. Que
me amaba pero que debía fidelidad a una alta señora con quien se había
comprometido en mieles y saberes. Yo no respondí nada: me gustaban sus
lecciones de juglaría en mi cuerpo, me divertían sus fr ases de picardía aséptica e
hiriente, me distraían sus lentes de escrutinio microscópico, pero no estaba
enamorada.
Entonces, ante mi silencio, de buenas a primeras me espetó:
—¿Y qué piensas de la virginidad?
Me di cuenta de que me la adjudicaba como un a marca indeleble. Escurridiza,
quién era él para hurgar en mis laberintos sin mi permiso, le respondí:
—¿Por qué lo preguntas? ¿Es que te gustaría perderla conmigo?
Me miró con furia y la dulzura del laúd se templó con embestidas y violencia.
Pura ansia de dominio y entrega. Fue también un duelo de ojos abiertos. Yo no
quería dejar escapar la victoria sin mirarla en su goce. Entonces, cuando el
relámpago se descargó en su interior, mi bardo ajeno cerró los ojos completamente
cegado. Vi cómo su rostro se dulcificaba y sentí a mi vez la alegría de los paraísos
primeros. Nos mantuvimos unidos un tiempo que quedó anulado en gerundios, sin
prisas, sin pronombres.
—¿Cómo supiste mi secreto? —me preguntó por fin cuando ya nos habíamos
separado y tanteaba en el pajar sus calzas y el jubón.
Lancé un suspiro sobre su espalda desnuda, donde una brizna de paja hubiera
podido pasar por una pluma recién nacida. Muy docto, muy bardo de otras tierras
y otras damas, y no se había percatado.
—¿Es que no lo sabes? Siempre somos vírgenes…
171
Ana Clavel. Escritora. Su libro más reciente es El dibujante de sombras.
HISTORIA DE NUESTRAS CONSAGRACIONES
Armando González Torres
Era un lejano diciembre de cambio sexenal cuando me anunciaron por teléfono
que había ganado un premio literario y me dijeron que la ceremonia de entrega se
programaría unos días después. Cuando acudí a recibir el anhelado premio, una de
las recurrentes devaluaciones de esa época ya había disminuido su monto real a la
mitad. Me importó, por supuesto, pero no tanto: lo más relevante era que ese
premio me sacaba del anonimato del aficionado y me brindaba un sentido de
pertenencia a un gremio que me resultaba glacial e impenetrable. Por fin podría
aventurar un socarrón “colega” hacia esos adustos mentores literarios que dudaban
de la aptitud creativa de cualquiera que no hubiese estudiado letras o hacia esos
contemporáneos que, más precoces y veloces que yo en la meritocracia literaria,
me miraban con desdén cuando intentaba asistir a sus tertulias. Por fin, también,
podría presentarme legítimamente como escritor ante mis compañeras de oficina,
esas bellas escépticas que cuando les presumía mi vocación invariablemente me
exigían pruebas: “Así que eres escritor, ¿y ya te has ganado algún premio?”.
Exagero,
pero no
mucho:
fuera y
dentro del
medio
literario, la
forma
inicial de
distinción
de un autor
tiende a ser,
más que su
escritura, la
relación de
sus premios
y su
172
notoriedad mediática. Por eso no es extraño que, para la identidad deteriorada y la
vocación vacilante del que se inicia en la vida literaria, un premio pueda ser una
especie de confirmación del llamado. Un premio brinda estímulo a un aspirante, le
ofrece una ilusión de proyección y movilidad en el difícil medio de la literatura y
ayuda a configurarlo en la órbita pública. Además, el premio pued e proyectar el
trabajo literario más allá de las fronteras iniciales de los devotos y lectores
profesionales y darle realce social. Por supuesto, esta convertibilidad del premio
en el mercado literario explica su predominancia como mecanismo de ascenso y
promoción y los excesos en su utilización y usufructo.
Mucho, y muy lúcidamente (desde Pierre Bordieu hasta James English, desde
Anadeli Bencomo hasta Fernando Escalante), se ha escrito en torno a los premios
como instrumentos con alta liquidez en la “eco nomía del prestigio”. A la luz de
estas lecturas, es innegable que la proliferación de premios implica, en muchos
sentidos, una imposición de los criterios del consumo y del espectáculo sobre la
creación artística; que a menudo sobrepone los intereses ideo lógicos o
comerciales al mérito creativo; que produce formas evidentes de corrupción; que
genera conformismo e inercias críticas, y que tiende a una saturación de
reconocimientos en la que lo más raro (y confiable) puede ser un creador, o una
obra, que no ostenten ningún premio.
Si bien es fundamental criticar la tendencia a la multiplicación y banalización del
reconocimiento literario, el premio es una institución con la que hay que convivir.
Por lo demás, un premio bien encauzado, desde un certamen muni cipal hasta un
reconocimiento internacional, puede estimular vocaciones, crear gusto, ensanchar
los lindes de las comunidades literarias, reconocer trayectorias ejemplares o
impulsar obras innovadoras. De ahí la importancia de insistir en los protocolos de
otorgamiento de los premios.
Poco se puede decir cuando los premios provienen de recursos privados, aunque
en términos empresariales conviene la credibilidad y calidad de dichos
reconocimientos. En lo que atañe a los premios que empeñan el prestigio de
instituciones oficiales y el uso de recursos públicos, debe exigirse el máximo
cuidado en su transparencia y buen nombre. Vale la pena preguntarse también en
torno a la pertinencia del premio como mecanismo hegemónico de promoción
literaria. Y es que, acaso por comodidad, las instituciones públicas tienden a
generar una sobreoferta de premios, pues este tipo de patronazgo implica una
visibilidad y rentabilidad inmediata frente a otras formas de promoción
sistemática de la literatura (talleres, fomento a la le ctura, bibliotecas). Por eso,
pese al bochorno de la FIL, la explosión demográfica de estos mecanismos
prosigue y en los meses recientes se han creado, al menos, tres premios dotados
con grandes bolsas en dólares. Tal vez nunca sean demasiados los estímulo s a la
literatura; sin embargo, la suspicacia persistente daña su función. Por eso los
organizadores de los distintos premios no sólo deben procurar los fondos, sino
173
establecer reglas sensatas para garantizar su limpieza. Cada nuevo premio debería
responder a dos criterios: por un lado, no debe propiciar los favores mutuos entre
camarillas, sino ensanchar la comunidad y la conversación cultural; por el otro, no
debe responder a una competencia de ocurrencias, ni a una carrera de montos, y
debe estar vinculado a otras modalidades de fomento de la creación y generación
de públicos. Por supuesto, aun en esta circunstancia idílica, no hay que olvidar
que los premios son, simplemente, una práctica de promoción y política cultural y
su brillo social no tiene una equivalencia exacta con el mérito literario: muchos
escritores eminentes nunca recibirán un premio, y otros serán eminentes pese a sus
muchos premios.
Armando González Torres. Poeta y ensayista. Entre sus libros: La pequeña
tradición ySobreperdonar.
EL ORO DE LOS TIGRES
Juan Manuel Gómez
Dice Borges que “un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un
arbitrario repertorio de símbolos”. Quizá la experiencia de Dios es algo parecido.
No se encuentra en los rituales ni en la nómina ejecutiva de las religiones. Tal
vez, si ese es el caso, no sea descabellada la idea del canadiense Yan Martell
(1963) en su libro La vida de Pi (Destino, 2013) de encontrar a Dios en el reflejo
de los ojos de un tigre de Bengala después de haberlo buscado en la práctica
devota del catolicismo, el islam, el hinduismo y el pensamiento científico
escéptico
que trata de
inculcarle
su padre.
Me siento
plenamente
identificado
con el
personaje
principal,
Pi, que ha
174
aprendido a convivir con los animales en el zoológico que mantiene su familia
para sobrevivir precisamente en la India, un lugar donde los dioses (que son
miles) tienen una estrecha relación con la fauna: Ganesha es un elefante que
remueve obstáculos, Hánuman es un mono imparable que se traslada de un lado a
otro histéricamente para comunicar con su música el conocimiento (o enloquecer),
la estrella Láksmi, consorte eterna de Visnú, cuando es guerrera y se transforma
en el jabalí Varaja es transportada sobre el lomo de un tigre. Quizá no era
precisamente la idea de Dios la que me perturbaba a l os 14 años, como a Pi. Sin
embargo, siempre hubo en mí una certeza, que al principio tomaba la forma de una
molestia del tipo de una piedra en el zapato, en ocasiones se volvía
verdaderamente asfixiante y acabó por ser un estado al que me acostumbré: yo
sabía que estaba solo. Eso, sin embargo, dejó de ser un problema cuando mi
abuelo, un campesino torvo, silencioso y sabio, me enseñó a confiar en los
caballos más que en la gente, y a respetarlos más, mucho más incluso que a mí
mismo. Quizá por esa razón no me sorprendió que Pi pudiera convivir con un tigre
de Bengala durante 227 días en un bote salvavidas a la deriva en mitad del océano
Pacífico, y que fuera precisamente en el reflejo de los ojos de esa bestia
imponente donde encontrara a Dios.
Cuando tuve la oportunidad de entrevistar a Yan Martell en San Cristóbal de las
Casas, en un encuentro de escritores organizado por Víctor Manuel Mendiola, el
novelista canadiense se encontraba en el pináculo de su fama. La edición británica
de La vida de Pi ya había obtenido el Premio Booker, la canadiense fue nominada
para el Canada Reads, y la francesa para el popular Le combat des livres. Además
del premio sudafricano Boeke y el Asian Pacific American Award, que ya tenía.
Sin embargo mis inquietudes no se inclinaba n sino por una cuestión: ¿qué hay en
los ojos de un tigre?
“Cuando miras —me respondió— en los ojos de un animal tan evolucionado, estás
mirando directamente ‘el misterio’. Ellos no tienen la facultad de raciocinio,
porque no la necesitan. ¿Cuál es la nec esidad de la razón? ¿Para qué estamos aquí
si no nos conduce la razón? Para nosotros la herramienta más usual es la razón.
Los animales no tienen razón y desarrollan una relación más equilibrada con la
naturaleza. Los seres humanos tenemos razón, pero no t enemos equilibrio. Al
mirar a los ojos a un animal fabuloso como un tigre de Bengala, me pregunté por
primera vez en toda mi vida cuál era el valor de la razón. Hay una tendencia a
idealizar a la naturaleza, que es brutal.
Nosotros necesitamos la civilización tal como el tigre necesita su pelaje. Los
animales tienen una parte vital como nosotros, pero tienen otra parte que es
diferente, totalmente oculta ante nuestros ojos. La razón marcha en sentido
contrario que la naturaleza porque nos conduce a destrui rla. Estamos demasiado
obsesionados con la tecnología. Lo que nos falta es una fe. Sin eso estamos
ciegos. No importa qué tipo de fe. De lo contrario no sabemos qué hacer con la
175
razón, que simplemente es una herramienta. Mirar a un animal salvaje aporta un
sentido de calma, de pertenencia al mundo, de ser parte de una cosa más grande,
no el centro de todo”.
Después me contó cómo había escrito el libro: “Leí una reseña del libro de un
brasileño llamado Moacyr Scliar —continúo hablando mecánicamente—. Aquí un
hombre sobrevive en el Atlántico con un animal. Recuerdo que pensé: qué buena
idea, y después lo olvidé. Siete años más tarde yo estaba en India, y ahí hay
muchas divinidades y muchos animales. Lo que faltaba ahí era el ser humano. El
encuentro entre Dios y el animal, me emocionó y en ese momento me vino la idea
del Arca de Noé reducida a un hombre y un animal. Hubo un momento alquímico
en el que imaginé toda la serie de hechos, pero con dos interpretaciones, es decir:
dos historias distintas en torno a los mismos hechos. Todo eso me vino junto, de
golpe, en unos minutos. Después de dos años de investigaciones, y luego dos años
y medio de escritura, logré poner punto final a La vida de Pi”.
Estoy seguro de que lo que me dijo con respecto a la manera en qu e había escrito
la novela lo había repetido hasta el cansancio en diferentes idiomas después de
más de siete millones de ejemplares vendidos, pero lo que me dijo a propósito del
misterio que hay en los ojos de un animal salvaje sólo me lo estaba diciendo a mí.
Recordé un poema de Ted Hughes: “Me despertó un grito: ‘Soy el alfa y el
omega’./ Las rocas y algunos árboles temblaron/ en las profundidades de sus
propios dominios./ Eché a correr y una ausencia saltó detrás de mí” y vi al
poderoso tigre de Bengala ir y venir por el predestinado camino detrás de los
barrotes de hierro del zoológico, sin sospechar que eran su cárcel.
Juan Manuel Gómez. Poeta y editor. Autor de El libro de las ballenas.
450 MILLONES DE AÑOS TRAS LAS RESPUESTAS
SOCIALES
Luis González de Alba
“Humanos, peces y ranas comparten circuitos del cerebro a cargo de diversas
conductas sociales, desde brillantes demostraciones en busca de apareo hasta
agresión y monogamia”. Esos circuitos se han conservado por más de 45 0
millones de años, publicaron el año pasado en Science biólogos de la Universidad
de Texas en Austin.
176
En medios cultos hay una explicable
resistencia contra datos que
expliquen conducta social (y aun a la
expresión “conducta social”) con
bases orgánicas porque con
frecuencia se han empleado para
apuntalar los peores prejuicios. Pero
los últimos treinta años de
investigaciones han mostrado que
tiramos el agua sucia con todo y el
bebé. Y esa resistencia, propia de
círculos liberales y democráticos,
encierra a su vez otra forma de
pensamiento típicamente
conservador: se usa para demostrar que “no somos animales”. Lo somos. Nuestra
especie es producto de la evolución y el cerebro humano también. De ahí la duda
que a muchos nos abruma con frecuencia: ¿tendremo s un instrumento adecuado
para conocer los fundamentos de la materia, del universo, el tiempo, el espacio, y,
por supuesto, de la sociedad?
“Hay un antiguo circuito (cerebral) que parece estar involucrado en la conducta
social a través de todos los vertebrados”, dice Hans Hofmann, uno de los autores
del artículo. El equipo “analizó doce regiones del cerebro responsables de
conductas sociales y de toma de decisiones en ochenta y ocho especies de
vertebrados, incluidos aves, mamíferos, reptiles, anfibios y p eces”.
El equipo estudió en particular la actividad en dos redes neurales, una que evalúa
la importancia relativa de los estímulos llegados al cerebro y por ende las
recompensas, y otra red que tiene a su cargo la conducta social. “La primera es
importante en la adicción a drogas y en el amor romántico que en el cerebro se
manifiesta, de manera sorprendente, como la adicción a las drogas”. De ahí que la
ruptura sea tan desesperante como el “síndrome de abstinencia” y la persona tan
insustituible: es esa droga, con nombre apellido, rostro y cuerpo, no otra, la única
idónea para aliviar la dependencia, aunque las haya mejores.
“En estas áreas cerebrales clave encontramos una notoria conservación de la
actividad genética a través de las especies”, dice Hofman n. A pesar de esta
conservación en la actividad genética, es fácil ver que la evolución de los
vertebrados ha producido una enorme diversidad de conductas durante los últimos
450 millones de años, sólo comparemos la conducta de un colibrí, una ballena, un
humano y un atún. Sostiene el mismo autor que “esa diversidad puede en parte
explicarse como una pequeña variación sobre un tema. Los circuitos neurales
177
básicos evolucionaron hace mucho, proveyendo un marco genético y molecular
para la evolución de una nueva conducta. Pequeñas torceduras a lo largo del
tiempo en esos circuitos neurales dieron así origen a conducta nueva”.
Los autores ponen como ejemplo la monogamia, y sostienen que ha evolucionado
muchas veces de forma independiente en varias especies de v ertebrados. La
evolución independiente con resultados similares la podemos observar en otros
aspectos, uno es el vuelo: pequeños mamíferos, insectos y aves lograron volar por
métodos muy diversos, pero el resultado converge en la misma habilidad: volar.
Hay evolución convergente, más similar al observar un ala de murciélago: una
enorme mano con los huesos adelgazados, y la del ave, tan diferentes ambas a las
alas de mariposas y libélulas.
De igual forma, la conducta monógama puede ser más ventajosa para la
reproducción y sobrevivencia bajo ciertas condiciones medioambientales, y la
investigación sugiere que la evolución de la monogamia es quizá resultado de
pequeñas torceduras en una red neural conservada más que la evolución de una red
por completo nueva. “Los cerebros de los vertebrados son de diversidad increíble,
pero estamos encontrando los rasgos comunes, aun al nivel de la actividad
genética”, dice Hofmann. “Ahora tenemos un marco bajo el cual podemos
preguntar si hay universales moleculares asociados con las conductas sociales”.
Y esos “universales moleculares” para el autor son genes comunes y moléculas
compartidas a través de las especies que forman las bases de la conducta.
Hofmann ahora va a la cacería de tales elementos complejos.
Centro cerebral para las elecciones sociales
En el mismo sentido que el estudio de Texas, investigadores de la Universidad
Duke encontraron que si bien muchas áreas del cerebro humano se dedican a
tareas sociales, como sería detectar a otra persona en la cercanía, “una pequeña
región transporta información sólo para tomar decisiones durante las interacciones
sociales”.
El equipo de Duke empleó imágenes en vivo por escaneo fMRI en sujetos
humanos mientras jugaban un torneo de póker simplificado contra una
computadora y contra oponentes humanos. Al sep arar la información procesada
por cada área del cerebro, el equipo encontró que sólo una región —la unión
donde convergen los lóbulos temporal y parietal — transportaba información que
era exclusiva cuando se tomaban decisiones contra el oponente humano y n o si era
contra computadora.
Algunas veces, los jugadores recibieron cartas obviamente malas. Los
investigadores deseaban ver si podían descubrir al jugador calculando si blofeaba
178
a su oponente. Las señales de la mencionada juntura témporo -parietal del cerebro
dijeron a los investigadores si el jugador pronto blofearía contra su oponente
humano, en especial si ese oponente se juzgaba hábil. El investigador sabía por
anticipado la conducta que el jugador estaba apenas planeando realizar. Pero
contra la computadora las señales de esa región cerebral no permitieron predecir
las decisiones del jugador: todos sabemos que nuestra expresión no engaña a
nuestra computadora y que éstas pueden ser desesperadamente estúpidas.
La juntura témporo-parietal es un área limítrofe del cerebro y puede ser la
intersección de dos corrientes de información, dice el investigador dirigente
McKell Carter. Allí es donde se integran dos flujos de información atenta e
información biológica, como cuando preguntamos “¿es esto otra perso na?”.
Carter observó que en general los jugadores pusieron más atención a su oponente
humano que a su oponente computadora mientras jugaban póker, lo cual es
consistente con el impulso de los humanos a ser sociales.
A lo largo del juego de póker experime ntal, algunas regiones del cerebro que se
conocen como típicamente sociales por naturaleza no se activaron con información
específica del contexto social. “El hecho de que todas estas regiones cerebrales
que deberían ser específicamente sociales sean usada s en otras circunstancias es
una comprobación de la notable flexibilidad y eficiencia de nuestros cerebros”,
dice Carter.
Otro investigador de la Universidad Duke, Scott Huettel, afirma: “Hay en el
cerebro diferencias fundamentales cuando se toman decisio nes de tipo social y
situaciones no-sociales. La información social puede causar que nuestro cerebro
trabaje con diferentes reglas que la no -social, y será importante lo mismo para
científicos que para políticos comprender qué nos hace aproximarnos a una
decisión de manera social o no-social. Entender cómo nuestro cerebro identifica
competidores y colaboradores importantes —las personas que son más relevantes
para nuestra conducta futura— dará nuevas luces acerca de fenómenos sociales
como la deshumanización y la empatía”.
Luis González de Alba. Escritor. Acaba de aparecer en eBook su libro Jacob, el
suplantador.
www.luisgonzalezdealba.com
179
ESTE PACTO NO ES CON DIOS
Rodrigo Negrete y Ariel Rodriguez Kuri
Después de más de 200 años llegó al Vaticano un aire de fronda, el de la
Revolución francesa y el liberalismo como afirmación de la conciencia individual:
matriz, dispositivo y volición de la responsabilidad y la libertad. Nada en lo dicho
por Benedicto (el día que lo dijo y después) indica que su renuncia haya sido
dictada por Dios --se hace cargo. Es su decisión, urbi et orbi. Es la decisión de un
anciano cansado y moralmente escandalizado no tanto de su impotencia como de
su entorno humano e institucional. Se trata de un acto radical: la confesión del
fracaso y el cálculo sobre la política que viene. Yo renuncio, dijo el hombre; yo
me largo, dijo e hizo el teócrata elegido para morir en el cargo.
Las historias que ha publicado la prensa sobre la renuncia de otros papas son
estúpidas, anacrónicas y sin sentido (el antecedente como insuficiencia meritoria,
decía Borges). No se confundan: ésta es la buena, la que cambia el mundo o, al
menos, el mundo católico. Un hombre escindido es un hombre peligroso; pero
sobre todo un hombre escindido casi nunca es un hombre de Dios. Ratzinge r
estaba partido, y decidió por sí y ante sí. Bienvenido el siglo, bienvenido el
mundo. Insistimos: Dios es testigo, no actor.
La renuncia de Benedicto XVI (Joseph Ratzinger sin más a partir del 28 de
febrero) es un acto insólito por donde se le vea. No se trata sólo de la retirada de
un anciano comprensiblemente exhausto. Como muchos analistas se habrán
percatado, son varios mensajes implícitos los que se transmiten: el trono de San
Pedro ahora es un puesto renunciable no importando que la investidura se a el
resultado del influjo del Espíritu Santo en un cónclave; el acto por sí mismo emite
un inequívoco “no puedo” al frente de una institución dos veces milenaria,
asediada por una crisis sin precedente de autoridad y magisterio. La decisión
proviene de un individuo lúcido quien sin duda sopesa un diluvio y una inevitable
crisis de sucesión por delante. Es claro que la siguiente unción será de alguien de
cara a un largo pontificado en una iglesia sabedora del alto precio que ello tiene,
lo que no habrá de facilitar los consensos. Ciertamente crisis, escisiones y
escándalos los han habido en otras centurias, pero no en una en la que la
institución, con todo y su enorme astucia milenaria, esté viendo erosionada como
nunca su influencia, su legitimidad y la cer teza de lo que significa; en suma: en un
contexto de la pérdida de su papel en Occidente con todo y la otrora inconmovible
seguridad en sí misma, más allá del destino de sus nombres, protagonistas y
príncipes.
El antecedente de una renuncia seiscientos añ os atrás sólo puede tranquilizar a los
180
fieles que no se atreven asomarse al abismo o no se han enterado que hay uno.
Esta es una renuncia en la era postconcilio Vaticano Segundo, que ya supuso una
reforma eclesiológica en donde las decisiones colegiadas co bran más peso y cuya
consecuencia acaso inevitable sea que el principio de autoridad, por
teológicamente intocado que esté, no podrá reafirmarse igual que siempre después
de una fractura como ésta; principio obligado a enfrentar las duras reglas de la
caída en el tiempo y su demanda de lograr consensos en un navío cuya tripulación
comienza a sospechar de la confiabilidad de su armazón y de los instrumentos a
bordo, mientras que los feligreses pierden la confianza en la tripulación misma.
En toda historia uno se pregunta dónde están las continuidades y dónde las
rupturas. Porque entonces el papa Wojtyla podría ser un paréntesis y un
anacronismo entre dos hombres que dudaron y se desgarraron: Paulo VI y
Benedicto XVI (no se desgarren las vestiduras, desagárre nse el corazón, dijo
Benedicto). Juan Pablo II era seguro de sí, militante, diseñado para la Guerra Fría,
un bolchevique del catolicismo. Lo anteceden y lo suceden un par de hombres que
dudaron y que, tal vez sin desearlo, se abrieron a la política, a la d e la Iglesia.
Dos Hamlets escoltan el larguísimo pontificado de Wojtyla, quien aceptaba, en
función del fin que justifica todos los medios, compañeros de viaje al estilo del
padre Maciel y su secta de los pedófilos. ¿Alguien quiere más? Queremos decir,
¿alguien tiene evidencia de un mayor daño moral y político al catolicismo?
Que no se olvide que el pontificado de Wojtyla fue uno de canonizaciones al
mayoreo y de una apuesta por el carisma, que ha debilitado la misión institucional
de la Iglesia. No controlar el ego y la sed de dominio de los predicadores fue
abrirle paso a la psicopatología religiosa, algo similar al fenómeno de los
glosadores bíblicos que operan en Estados Unidos. El renacimiento carismático y
místico del papa polaco extiende cheques en b lanco a charlatanes depredadores y
propicia y alienta un catolicismo cada vez más vulgar y kitsch. Wojtyla sale y
busca el mundo para emitir un mensaje en carretera de una sola vía. No sospecha,
como Paulo VI, la necesidad de entender algo de afuera ni muc ho menos confiesa
su frustración; nada dice de su incomprensión del mundo. Su exceso de seguridad
en su Iglesia vencedora del comunismo en Europa se tradujo en ignorar
sistemáticamente estándares morales e intelectuales que el mundo laico, por sí
mismo, ha generado. Wojtyla es como Aquiles: un vencedor vigoroso sin
complejidad intelectual o psicológica alguna; uno que sobrevive largamente a su
batalla magna: sí, hay héroes que más vale que no sobrevivan. ¿Qué se puede
esperar de un pontificado que confunde su misión pastoral con un desfile de la
victoria?
La relación de una institución religiosa con el tiempo de los hombres es compleja
y fascinante. De entrada no hay religión, ya sea primitiva u organizada, que no
deje de afirmar que hay algo esencial que p ermanece y queda fuera de todo
181
devenir, sea la vinculación con el cosmos o algo en la constelación tejida por las
relaciones de los individuos entre sí y que bien puede confundirse con el orden
social. Lo sagrado, por definición, es lo que no se toca; y si n duda uno de los
grandes debates con la cristiandad en occidente, sobre todo en los últimos
cincuenta años, estriba en dónde se traza la frontera de lo que es dable alterar una
vez que individuos y sociedades son conscientes de su libertad. Pero más allá del
drama de la libertad, sus sorpresas y dilemas, una paradoja que da vida adicional a
las iglesias en la modernidad y en las post modernidad es la necesidad de la
psique humana de encontrar anclajes frente a un mundo volcado a un cambio
acelerado e ingobernable y es que la humanidad nunca antes había contado con
tantas herramientas que, al tiempo que la facultan para la acción, hacen más
incierto y más difícil adaptarse a las demandas y exigencias de las nuevas reglas
autogeneradas. No por nada se tiene u na sensación de alienación frente al destino
propio. Ciertamente la libertad es, entre otras cosas, una madura aceptación de la
incertidumbre pero no la resignación a ser hojas secas a merced del viento.
Es inevitable que las iglesias sean polémicas por e l mero hecho de existir y
procurar influencia en un entorno así; pero el genio particular de la Iglesia
Católica consiste en aportar un cosmos enteramente artificial que invoca a la vez
que encarna a lo inmutable: el mundo cuidadosamente construido de la l iturgia y
la tradición. A veces se nos olvida que la Iglesia Católica es la única conexión que
le queda a Occidente con la antigüedad clásica. No es una institución como una
universidad o un instituto de humanidades en donde simplemente se enseñen
doctrinas o se estudia a Roma: es una en donde se toman en serio estas doctrinas y
la misión romana. La Iglesia Católica conscientemente se asume como el imperio
espiritual requerido para resolver lo que Roma no pudo, desde su apuesta
mundana, política y jurídica: un orden universal incluyente que no se desgaje a sí
mismo. El catolicismo no deja de ser una crítica pero sobre todo un tributo a ese
experimento colosal en el que culminan todas las contradicciones del mundo
clásico.
Hay que entender que el conservadurismo es para la Iglesia Católica su estado
natural, su fuerza gravitatoria: es su polo de atracción por más que algunos de sus
creyentes procuren alejarse de su influjo. Las categorías de izquierda -derecha que
nos resultan tan familiares y que trasladamos de lo político a lo religioso con tanta
facilidad, resultan a la larga irrelevantes para entender la verdadera naturaleza de
la institución y sus dilemas. La íntima tensión de la Iglesia Católica, quizás desde
su origen mismo, estriba en interesarse por el mundo o rechazarlo; comprenderlo o
sólo guiarlo porque está perdido. Con su agudeza única Hannah Arendt señalaba
que la Fe en Jesús de Nazaret generaba una obsesión por la acción mientras que en
San Pablo una por la salvación. La patrística reelabora de a lgún modo esto y se
tiene un Tomás de Aquino que construye una filosofía mirando hacia afuera y un
San Agustín que mira hacia dentro: éste, el romano tardío, es el primer filósofo
182
occidental plenamente consciente de la vida interior y su radical diferencia con el
mundo exterior. No por nada Charles Taylor lo coloca en el origen mismo de las
fuentes de la identidad occidental. La filosofía agustiniana representa sin duda un
momento clave en la evolución de la conciencia en dirección al hombre moderno
(no es casual que para el protestantismo el Obispo de Hipona sea un teólogo
irrenunciable, a diferencia de Aquino cuyas doctrinas son irremediablemente
medievales). Al mismo tiempo Agustín le resulta completamente extraño a la
modernidad dado su radical platonismo con un giro, además, que entraña una
profundísima desconfianza hacia el mundo del hombre y su tiempo histórico. Hay
algo de monumental negación en esa doctrina, negación dirigida a la dignidad de
la materia toda para construir una antropología sin la rea lidad corporal y carnal de
lo humano, realidades de las que nada bueno espera.
El Concilio Vaticano II (1962-65) resultó fundamental porque evidenció esta
tensión en la tradición teológica de la Iglesia. Había la sospecha de que rechazar
la modernidad no llevaba a nada; había una fuerza creadora poderosa y compleja
allá afuera que requería de actitudes y respuestas distintas. Los neotomistas
encabezados por Yves Congar fueron los grandes impulsores y animadores de ese
momento mientras que los teólogos de i nclinación agustiniana como Joseph
Ratzinger perciben en esa necesidad el riesgo de ser seducido por el mundo. La
lectura de Ratzinger de los años sesenta es la de un clérigo horrorizado: ve
tendencias centrífugas y autodestructivas; las sociedades occiden tales quieren
extender su radio de acción hasta lo inconcebible y minar todo principio de
autoridad sin reparar en las consecuencias. Para Congar el Vaticano II no es un
concilio más sino un acontecimiento en la historia de la Iglesia, para Ratzinger es
simplemente un Concilio que tuvo su momento como lo tuvo el que le antecedió.
Acepta las reformas básicas eclesiológicas y litúrgicas y hasta ahí. Como Prefecto
para la Congregación de la Fe, bajo el Papado de Karol Wojtyla, Ratzinger
clausura toda reinterpretación posible del Concilio más allá de una pragmática
elemental. El punto es que la teología queda intocada y no se admite historicidad
alguna en la auto-comprensión de la Iglesia. El hombre y el mundo del hombre no
merecen un voto de confianza y ello a su vez da pie al paradójico bolchevismo de
Wojtyla: la Iglesia encarna los valores más altos que puede concebir la humanidad
y por lo tanto no puede ser otra cosa más que la vanguardia espiritual de un
rebaño ansioso de ser guiado.
El laberinto de Ratzinger y de su Iglesia comienza cuando resulta ineludible ver a
esa vanguardia infectada y enferma. Hay afirmaciones teológicas sobre la relación
entre mundo, cuerpo y espíritu simplemente falsas; la antropología filosófica de
Ratzinger carece de una comprensi ón esencial de la verdad del hombre. La
tragedia del rebaño y de la iglesia de los curas pederastas no sólo evidencia
estructuras podridas, complicidades, usos y costumbres malévolos, y un empleo
monstruoso de la secrecía: revela una tradición teológica tr ágicamente
183
equivocada. Mientras las afirmaciones de la Fe se ven en apuros frente a la
ciencia y sus métodos, la teología y la antropología de Benedicto XVI encuentran
su propio infierno dentro de la Iglesia, sin necesidad de competidor externo. En la
historia de la filosofía, si bien se han evidenciado afirmaciones que carecen de
sentido, no siempre se evidencian postulados falsos. Le sucedió al marxismo en el
tramo final del siglo XX, y en el inicial del XXI, a todo lo que le apostó Joseph
Ratzinger y definió su perfil y trayectoria.
No es inconcebible que Ratzinger llegara al final de su papado con la sospecha de
que el hombre secular, desde su experiencia laica, adquirió, después de todo,
alguna sabiduría de la que carecía la Iglesia con todo y su exper iencia avalada por
la marcha de los siglos; que es posible hacer hallazgos éticos que la doctrina y las
iglesias por sí mismas son incapaces de lograr; que el modelo pastoral demostró
no ser autosuficiente para dar con formas de autocontención; que se nece sitaba del
rebaño y de las fórmulas de la vida civil para hacerlo. Nada más desolador que
percatarse de una clerecía incapaz de entender cabalmente la malignidad que ha
cobijado sino cuando se mira en el espejo de la esfera pública. No es suficiente
San Agustín, padre de la Iglesia; no todo se construye desde el interior, desde
adentro y hacia afuera. El flujo puede ser, también, de afuera hacia adentro. Quién
lo dijera: Ratzinger, el último agustiniano, se ha confesado frente a todos, ha
invertido todo. Ha dicho a los católicos: hay otros universos.
El drama final no es percatarse de la pérdida de la influencia de la Iglesia, lo cual
no es nuevo, sino la conciencia de cierre de un ciclo de 2 000 años frente al cual
la Iglesia Católica, con todo y lo formi dable que fue (y de algún modo sigue
siendo) sólo puede perdurar –si perdura- como la pálida sombra de ese ciclo. Hay
en verdad puntos de no retorno y, si es así, entonces la Iglesia también es hija del
tiempo aunque sea un tiempo distinto al de la mayoría de los hombres.
Lo del tal Ratzinger, y el tiempo dirá, es lo del tal Lutero: otro tiempo.
ALGO MÁS SOBRE EMILIO RABASA Y SUS
TIEMPOS
Antonio Saborit
Acabo de leer "Emilio Rabasa: Incondicional de Huerta". En él Alberto Saíd
critica la ligereza de la argumentación que sustentó la decisión de colocar una
estatua de Rabasa en la Suprema Corte de Justicia, y cuestiona la legitimidad de la
184
presencia de esa misma estatua. Esto lo puede hacer cualquiera que comparta
semejantes perplejidades, dicho sea con el respeto que merecen la información, el
tiempo y el ingenio invertidos en dicho artículo.
En cambio, estudiar y ofrecer una bitácora detallada de la activ idad de Rabasa
entre 1908 y 1914 es otra cosa, casi historia, mas no necesariamente. Y es un tema
abierto, desde luego, como todos los temas de la historiografía. Que el senador
Rabasa fue anti maderista primero y luego banqueteó a Victoriano Huerta, vaya
novedad. El antimaderismo fue una epidemia. Con relativa facilidad podría
integrar otro volumen de 600 páginas con los materiales que dejé fuera de mi
antología de escritos anti maderistas, Febrero de Caín y de metralla. La Decena
Trágica (Cal y Arena, 2013).
Por otra parte, hay que ver la cantidad de manteles manchados de pólvora y
alcohol antes, durante y después de la Decena Trágica para darse una idea de lo
que falta por investigar, documentar y narrar de ese fin de época. Recuérdese, por
citar un ejemplo, el “grave tropezón” del joven David Alfaro Siqueiros, así
bautizado por él, para sugerir la complejidad de esa zona en cuyo centro están la
militarización de la vida y el debate públicos, por un lado, y por otro, el
levantamiento contra un gobierno le gítimo y la privación de la libertad y el
asesinato del presidente y del vicepresidente del país en febrero de 1913.
Siqueiros se refiere así, como el “grave tropezón, al banquete que el 5 de
septiembre de 1913 ofrecieron en Xochimilco los alumnos los pr ofesores y
alumnos de la Academia Nacional de Bellas Artes y del Conservatorio Nacional de
Música al pintor Alfredo Ramos Martínez y al músico Julián Carrillo, teniendo
como invitado de honor al licenciado José María Lozano en representación del
general Victoriano Huerta.
Pero ese grave tropezón no fue sólo de Siqueiros. Cerca de cincuenta profesores
asistieron al banquete, entre ellos Federico Mariscal, Nicolás Mariscal, Arnulfo
Domínguez Bello, Saturnino Herrán, Leandro Izaguirre, Féliz Parra, Patricio
Quintero, Ignacio Rosas, Francisco de la Torre, Emiliano Valadez, Daniel del
Valle, Daniel Vergara, Carlos Lazo, Fernando Parcero, Carlos Ituarte y Manuel
Ituarte. Y también de alumnos como José Clemente Orozco, José de Jesús Ibarra,
Gabriel y Emilio Labrador, José M. del Pozo, Miguel Ángel Fernández, Ramón
López, José Peña, Ignacio Asúnsolo, y de todos los miembros de la legendaria
huelga de pintores de 1911, a la vez que de los estudiantes más pequeños, como
José Escobedo, Juan Olaguíbel, Mateo Bolaños y el mismo Siqueiros.
En el recuento no aparecen los nombres de dos pintores que trabajaron para la
mayor gloria de la malograda revolución felicista, Manuel Rodríguez Lozano y
Fernando Best. Ni tampoco el de Joaquín Clausell, quien apostó en favor de y
185
conspiró junto con Huerta.
De asomarnos a los actos de las comunidades letradas la trama se complica mucho
más, pero el punto se vuelve casi inmanejable al abordar a las diversas minorías
dinámicas que convivían en aquella sociedad política, y me parece que estas líneas
ya se han extendido más de la cuenta, desviándose de algo que es central y cuya
ausencia muy en el fondo delata un artículo como el de Alberto Saíd: la
pertinencia de volver la vista con seriedad y rigor históricos sobre el ocaso y ruina
del régimen de Porfirio Díaz, no como el indiscutible y trillado antecedente de la
Revolución Mexicana, sino como una parte no menos fundamental de la historia
moderna de México, tal y como lo sugería el título de la obra de Daniel Cosío
Villegas.
LA CONSUMACIÓN DEL CRIMEN
Héctor de Mauleón
Cien años del asesinato de Madero y Pino Suárez
--Levántense, señores –dijo el coronel Joaquín Chicarro.
Los tres prisioneros se levantaron de los catres de campaña en donde intentaban
dormirse. Era el 22 de febrero de 1913. Pasaban de las diez de la noche.
Francisco I. Madero había estado llorando en silencio, con el rostro cubierto con
una frazada, porque acababa de enterarse del asesinato de su hermano Gustavo. Se
puso en pie con el cabello y la barba revueltos. El general Felipe Ángeles
preguntó:
--¿A dónde nos llevan? ¿Qué es esto?
Chicarro contestó:
--Los llevamos a la Penitenciaría, mi general. Allá estarán mejor.
Ángeles comenzó a abotonarse la guerrera, pero Chicarro le dijo:
--A usted no, mi general. Solamente a ellos.
José María Pino Suárez se visitó con rapidez y salió a la habitación contigua. El
día anterior le había dicho al embajador cubano Manuel Má rquez Sterling: “¿Qué
he hecho yo para que quieran matarme? Créame usted que solo he deseado hacer
el bien, respetar la vida y el sentir de los ciudadanos, cumplir con las leyes y
exaltar la democracia… Mírenos ahora, ¿no le parecemos el presidente Madero y
yo como en capilla?”.
Cuando vio que Madero se disponía a salir, Felipe Ángeles se colocó frente al
coronel Chicarro y el hombre que lo acompañaba, el mayor de rurales Francisco
Cárdenas.
186
--Qué, ¿no voy yo también? –les dijo.
--No, mi general –contestó Cárdenas--. Usted se queda aquí.
Madero se despidió de Ángeles con un abrazo; Pino Suárez, desde el patio, con un
gesto de la mano. Los subieron a dos automóviles que el yerno de Porfirio Díaz,
Ignacio de la Torre, y el empresario Cecilio Ocón, habían facil itado. El mayor
Cárdenas abordó el Protos cerrado en el que iba Madero; uno de sus hombres de
confianza, el cabo de rurales Rafael Pimienta, el Peerles que conducía a Pino
Suárez.
El chofer de uno de los autos, Ricardo Hernández, en el que viajaba Pino Suá rez,
declaró tiempo después que los autos se detuvieron frente a la puerta principal de
la Penitenciaría de Lecumberri, que el mayor Cárdenas cruzó unas palabras con un
celador, y que luego pidió a los choferes que bordearan los muros del edificio,
hacia la parte posterior del penal. Oyó que Cárdenas le dijo al presidente:
--¡Baje usted, carajo!
En los documentos del proceso contra los asesinos de Madero y Pino Suárez,
Hernández declaró que “el mayor Cárdenas le dirigió al presidente algunos tiros
que le tocaron en el costado izquierdo, cayendo del mismo lado sin decir una sola
palabra. Casi al mismo tiempo (el cabo Pimienta) dio orden al vicepresidente Pino
Suárez para que bajara, y que al hacerlo, igualmente lo tirotearon; que el señor
Pino Suárez quiso decir algo, pero la agresión fue tan rápida, que no pudo más que
exhalar un suspiro que el declarante pudo oír perfectamente… Que tan pronto
como se desplomaron los señores presidente y vicepresidente, tanto el mayor
Cárdenas como los otros se pusieron a esc ulcarlos y luego, con las carabinas en la
mano y en presencia de nosotros les hicieron fuego a los automóviles por detrás”.
El otro chofer, Ricardo Romero, declaró que al ver caer a Pino Suárez, uno de los
asesinos dijo: “Todavía se mueve este hijo de la c hingada”, e “hizo fuego sobre
dicho señor hasta quemar todos los cartuchos que el arma tenía”. Dijo también que
cuando el mayor Cárdenas “jaló el cadáver del señor Pino Suárez, cayó de los
bolsillos de la ropa de éste, un reloj y una cadena de color blanco y un lapicero de
color amarillo. Que tomando Cárdenas dichos objetos con los dedos índice y
pulgar, los levantó en alto, y como uno de los que estaban ahí le preguntara “qué
cosa es”, Cárdenas respondió: “Nomás un lapicero”.
El cabo Rafael Pimienta había estado bebiendo esa tarde en la cantina El Océano
de la calle de Corregidora. A las siete de la noche se presentó un rural del séptimo
cuerpo y le dijo:
--El mayor Cárdenas ordena que a la mayor brevedad se presente armado de
carabina para una comisión.
Uno de los militares que departía con él, Rafael Sandoval Islas, declaró que
Pimienta regresó al cuartel a la una de la mañana y le ordenó por conducto de un
soldado que se levantara “pues quería platicar y sentía hambre”. Dijo Sandoval:
“En la orilla de la banqueta, Pimienta contó al que esto expone que los señores
Madero y Pino Suárez acababan de ser muertos… Pimienta refirió que Cárdenas
personalmente hirió de dos tiros de pistola al señor Madero, mientras él, tal vez
187
sugestionado por el ejemplo de su jefe , pegó al señor Pino Suárez un balazo en la
espalda. El vicepresidente, al sentirse herido, volvió la cara a su asesino y éste
volvió a herir nuevamente con un balazo al mismo en la cara; después la tropa,
por orden de sus jefes, los remató con las carabinas… Que días después, en sus
momentos de intemperancia alcohólica Pimienta relataba en mancebías y cantinas
cuál fue su papel en aquel asesinato, y como si esto no bastara, exhibía, ufanado,
un casquillo vacío calibre .38 Colt, engarzado en oro, diciendo q ue con aquellos
confititos había tenido Pino Suárez…”.
No hubo castigo. Francisco Cárdenas huyó a Guatemala y vivió en aquel país
disfrazado de arriero. Se suicidó el 29 de noviembre de 1920, en una plaza de
armas, cuando su verdadera identidad se descubri ó. El cabo de rurales Rafael
Pimienta, que antes de que se cumpliera un año del asesinato había sido ascendido
a general, fue sometido a un largo proceso en el que, finalmente, los testigos
cambiaron sus versiones o se retractaron. Altos jefes del obregoni smo, entre ellos
Benjamín Hill, intercedieron para que se le juzgara, no por asesinato, sino por
encubrimiento. En 1922, un Consejo de Guerra decidió absolverlo. La impunidad
era el signo. Vivimos en ella en los tiempos que siguieron.
DESPUÉS DEL BOMBARDEO. LAS LUNAS DE
FEBRERO DE 1913
José Juan Tablada
José Juan Tablada describe "el primer día de calma y paz" después de la
destrucción ocasionada en la ciudad por el golpe de Estado de Victoriano Huerta.
Texto reproducido por Antonio Saborit en su libro Febrero de Caín y de metralla.
La Decena Trágica, ed. Cal y Arena, 2013.
Nadie, después de diez días, creyó en el silencio de los cañones... En la calma que
se temió efímera, los oídos aguzados esperaban a cada instante oír de nuevo el
tonante fragor de la artillería o el ríspido ta bleteo de las ametralladoras o el vuelo
silbante de las balas... Y muchos espíritus resentían aquella angustia, aquella
intensa fobia de que Zola en La Débacle describe poseído al Emperador vencido
en Sedán, murmurando pávido, con la angustia de la i dea fija:
¿Pero cuándo, cuándo se acallará por fin ese cañón?
188
Esta vez era cierto. Al fin el cañón dejaba descansar largamente los ecos
desgarrados de la ciudad estremecida... Toda una noche transcurrió en silencio, y
a la siguiente mañana, un río humano desbordante, bullidor, inundó de golpe los
cauces áridos de las avenidas metropolitanas. En todos los semblantes se leía la
liberación de una larga angustia opresora. Era una ansia y un frenesí de
movimiento, después de larga reclusión ll ena de angustia, en las casas cuyas
vidrieras se estremecían sin cesar, sobre cuyos techos, en lluvia de invisibles
balas, pasaba a cada instante el huracán de la muerte... Era el sereno despertar de
una pesadilla apocalíptica.
De los graves y trascendentales acontecimientos que en las últimas horas acababan
de sucederse, aquel regocijo de la multitud, aquel júbilo gregario, sólo una cosa
retenía y celebraba: que la lucha fratricida había terminado, que el advenimiento
de la paz anhelosamente implorada barría las tinieblas de aquel cielo nublado de
pólvora y que los luminosos rayos del sol matinal, como heraldos vestidos de oro
descendían desde las ciudades de plata de los volcanes del valle y se difundían por
los ámbitos de la ciudad, para anu nciar el sereno y triunfante advenimiento.
Por todas las calles de la urbe, la muchedumbre llena de ávida curiosidad,
discurría en innumerables cortejos, en procesiones sin fin. De barrio a barrio, de
extremo a extremo, del centro a extramuros, durante los días del bombardeo,
falaces y alarmantes noticias que propalaban exterminio y ruina se habían
extendido... El Teatro Nacional era una ruina; la Casa de Correos estaba en gran
parte reducida a escombros; los más bellos edificios coloniales o modernos ,
orgullo municipal y ciudadano, habían sido dañados, irreparablemente...
La muchedumbre satisfecha, contemplaba intactos los hermosos edificios y las
hermosas fábricas, y con placenteros comentarios seguía discurriendo... En
algunas partes, sin embargo, el funesto estrago de la lucha era visible. Cerca del
Pabellón Español, la zona de la más cruenta lucha, conservaba aún emocionantes
vestigios. Los cables y alambres de los servicios eléctricos caían sobre el asfalto
como una maraña de lianas tropicales... En las esquinas, enormes bloques de
mampostería desprendidos señalaban el paso de los proyectiles.
Sobre el pavimento, las columnas de hierro de los lampadarios eléctricos, yacían
como enormes troncos de árboles, derribados a hachazos po r un formidable
leñador. En su base, los alambres interiores surgían semejando una raigambre,
arrancada de cuajo... Sobre algunos muros, estucados de blanco, una profusa
lluvia de metralla semejaba los múltiples agujeros de una criba. Más allá de la
torre del templo de San Hipólito, era una filigrana de piedra calada
caprichosamente por las balas de los cañones, y en su centro la blanca carátula del
reloj, como el blanco de una sociedad de tiro, conservaba las huellas de los
proyectiles...
189
En algunas calles cerradas al tráfico, destacamentos de soldados de línea o de
cuerpos rurales, vivaqueaban aún y entre hileras de caballos inmóviles, junto a
cureñas de cañones y cajuelas de parque, dormitaban sobre la paja que cubría el
asfalto, los juanes abrumados aún por las fatigas de la obstinada lucha.
De súbito hendía los grupos una pobre vieja haraposa y plañidera, implorando la
caridad pública, para enterrar a su difunto... Su mano trémula recogía los centavos
y se alejaba llorando, lamentable, siniestra, espectro de dolor y de miseria,
conmovedora alma en pena , como la Llorona de nuestra fantástica leyenda...
En algunos grupos se hacían comentarios que el transeúnte sorprendía al pasar:
–En los intervalos del bombardeo –decía uno– el silencio era tan grande, que
desde aquí, calle de Rosales, se oía dar las horas del reloj de Catedral...
–Un proyectil de a 18 –decía otro– entró por la ventana de la sala, pasó por el
comedor y una recámara, perforó el piso y cayó sin estallar, abajo, en los
lavaderos; yo lo conservo intacto...
–¿Márquez? Murió el pobre...
–¿De un balazo?
–No; lo atropelló un caballo sin jinete, desbocado, al voltear la esquina. Lo
recogimos con el cráneo fracturado y echando sangre por la boca. El mismo
caballo, que iba herido, cayó más adelante... –A Julián, el Maño, unos hombres
ebrios le llevaron a la tienda tres Mausers; se los cambiaron por una botella de
tequila... Otro grupo sostenía una discusión acalorada. Pero cuando uno dijo: ¡Lo
necesario era la paz, el orden; los americanos estaban en la frontera, en Veracruz,
en puertos del Pacífico! ... entonces todos echaron a andar cabizbajos y
silenciosos.
Así transcurrió el día, el primer día de calma y de paz; así llegó el crepúsculo frío
y sereno. En medio del gentío que pululaba por el costado oriental de la Alameda,
una bella figura de mujer pálida, con un ademán de sibila extendió el brazo y
señalando las torres de San Juan de Dios, dijo a su acompañante sobrecogida,
como una sonámbula, en éxtasis:
–¡Mira! ¡Mira! La luna parece de plata y el cielo de heliotropo...
En efecto, aquella luna de febrero, que durante todas las fases de su creciente se
había asomado sobre la ciudad, alumbrando espectralmente las noches
ensangrentadas y trágicas, se encumbraba ahora en magnífica ascensión de
plenilunio, sobre el cielo de violeta sombrío, imponderablemente suave. Al lado
opuesto del horizonte, el crepúsculo escarlata y trágico, como el último vestigio
de la lucha, se desvanecía ante la serena aparición lunar...
Y aquella luna espléndida y tranquila, parecía en su mística ascensión, ofrecerse
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al espíritu torvo de los hombres, como la hostia refulgente para la inefable
eucaristía, para la comunión ideal de todos los hermano s en el sagrado rito, en la
suprema religión humana del trabajo, del orden, de la paz...
LOS HITOS DEL ORIGEN
Leonardo Padura
En nuestra siguiente edición publicaremos un texto de Leonardo Padura, Premio
Nacional de Literatura de Cuba 2012, sobre lo que significa ser escr itor en esta
isla. Como adelanto, compartimos con nuestros lectores el discurso de aceptación
a su reciente reconocimiento.
Esta historia comenzó una mañana de 1976 en la oficina de la Escuela de Letras
de la Universidad de La Habana. Estabámos en los meses finales del curso
académico con el que yo cumpliría el primer año de mi carrera y, como cada
jornada, me disponía a cumplir mi trabajo como mecanógrafo, el destino al cual
había llegado por el sistema de inserción l aboral con el que se pretendía que los
estudiantes nos formáramos en la socialista y revolucionaria combinación de
estudio y trabajo. Durante aquel año había empezado a revolverse en mí una
necesidad, hasta entonces desconocida, o más bien un deseo competi tivo, de
probar que yo también podía ser “escritor”, como otros estudiantes de la escuela,
y, según mis códigos, lo único que me faltaba era empezar a intentarlo. Para ello
escribí un cuento, más o menos fantástico, donde narraba la historia de un hombre
que, al despertar de un prolongado sueño, encontraba que a su alrededor todo
había cambiado: las formas, los colores, las funciones de las cosas y el pobre
hombre necesitaba entender qué había sucedido. Por supuesto, a aquel personaje
su situación inesperada le provocaba, sobre todo, asombro. Y se asombraba
mucho.
Escrito el cuento, mi mejor opción para encontrar aprobación era precisamente
uno de mis compañeros mecanógrafos, un estudiante de tercer año de la carrera
que había leído muchos libros, escribía poesía y, algún que otro día, siempre en
voz baja, me contaba de unas tertulias cuasi decimonónicas a las que él asistía, las
cuales eran animadas por un tal Virgilio Piñera y se celebraban, por cierto, muy
cerca de donde yo vivía y vivo, en la que fuera l a última morada de Juan
191
Gualberto Gómez, que entonces era ocupada por su hija, nietos y sobrino -nietos,
unos mulatos refinados y políglotas que tomaban té en tazas de porcelana de
bordes de oro a veces mellados. El compañero mecanógrafo, me imagino que sin
mucho entusiasmo, se vio obligado a leer aquel cuento, y al terminar la jornada de
trabajo y yo reclamarle un juicio, fue tan amable y elegante que mintió
descaradamente al decirme que mi relato le gustaba, pero debía tener cuidado con
el uso excesivo de los signos de admiración. Desde entonces, gracias a ese
compañero de inserción laboral, que se llamaba, y por fortuna se sigue llamando,
Abilio Estévez, he tenido especial cuidado con el uso de esas barritas verticales
que solo sirven para enfatizar lo que el escritor es incapaz de expresar por medios
más sutiles, más literarios.
Treinta y seis años después de aquella experiencia iniciática, el mismo día en que
se hizo pública la noticia de que el jurado del Premio Nacional de Literatura 2012,
presidido por el colega Reynaldo González, me había distinguido con ese
galardón, recibí un email desde Barcelona, firmado por Abilio, el más hermoso y
sincero de los elogios que acaparé en aquellos días y en el que mi ex compañero
mecanógrafo me decía:
Querido Leonardo (y, por supuesto, querida Lucía), acabo de leer la noticia de tu
premio. No sabes la alegría y la sensación de justicia que he sentido. […]. Desde
que diste el primer gran paso de quitar las exclamaciones a tus diálogos, han
pasado muchos años y han llegado muchos brillos. Para ser justos, con este premio
no te han dado el lugar que mereces, ha sido el premio el que se ha justificado a sí
mismo. […] Nadie como tú para poner en evidencia que golpear cada día el
yunque saca chispas en el metal más duro. Y esa es la clave de todo. Disfrútalo,
disfrútenlo, y cuando bebas ron, pon un vasito a mi espíritu, ahí, con ustedes. Y
luego a trabajar más aún, con más fuerza, pero eso a ti no hay que decírtelo. No es
difícil adivinar que ahora serás aún más la diana de los ataques de los cainitas
cubanos, que se dan como la verdolaga. Pero eso se resuelve con la fórmula de
André Gide: "Que digan lo que quieran, mientras tanto yo escribo Paludes". Y a ti
eso de encerrarte a escribir se te da maravillosamente. Claro, no se puede negar
que ahí está Lucía, también premiada, como no podía ser menos. Mucha más
suerte, hermano. Hace casi cuarenta años coincidimos en una oficina de la Escuela
de Letras y, contra todos los pronósticos, aquí estamos, dando la lata y gritando lo
que tenemos que gritar, nuestra pequeña verdad y nuestra pequeña angustia y
también nuestra pequeña alegría. Me siento muy orgulloso de ir a tu lado por este
camino largo y complicado, y que nuestras fotos estén juntas en el muestrario de
Tusquets. Besos para Lucía y un fuerte abrazo para ti.
Y firmaba abilio, así, con minúscula.
192
Si hoy los hago escuchar estos dos hitos del origen y destino actual de mi relación
personal y literaria con Abilio Estévez, uno de los intelectuales más sólidos y
lúcidos de mi generación, tan o más merecedor que yo de este reconocimiento que
por ahora le está vedado debido a su residencia geográfica, se debe a que en uno y
otro momento las palabras del amigo han tenido para mí y para mi carrera como
escritor un valor especial, y porque entre uno y otro momento está tendida la
crónica de un aprendizaje, un esfuerzo, un empecinamiento personal al que debo,
por completo, lo que haya podido motivar la generosa decisión de un grupo de
instituciones y, sobre todo, un grupo de escritores, de concederme el Premio
Nacional de Literatura que hoy recibo, con gratitud y alegría.
Si desde la incultura sideral que acompañaba a aquel pelotero frustrado de
Mantilla que escribió un cuento lleno de signos de admiración, he podido lograr
algo, se debe, esencialmente, a un empecinamiento que llegó a convertirse en una
necesidad vital. El proceso de aprendizaje fue arduo, pletórico de escollos,
marcado por muchísimos sacrificios, pero siempre acompañado por la certeza de
que con un nuevo intento, con más trabajo, con más lecturas, con más sudor las
cosas podían ir saliendo mejor. Así lo he hecho durante estos treinta y seis años y
espero poder seguir haciéndolo, con el mismo espíritu, durante los próximos
treinta y seis que aspiro a vivir.
Muchas personas me han ayudado durante este periplo y a algunas de ellas quiero
hoy expresar públicamente mi gratitud. Tuve, por supuesto, el soporte material,
afectivo, moral y ejemplar de mis padres, que están en el principio de todo. Tuve
la incitación y el desafío de mis compañeros de estudio, sobre todo de los
Socarrones de mi grupo en la Escuela de Letras, mis amigos Alex Fleites, Arsenio
Cicero, José Luis Ferrer, Jorge Luis Arcos, Magda González, Soledad Álvarez y
otros más. Conté con la complicidad generacional de poetas y narradores de mi
promoción, que mucho me ayudaron a perfilar mis intereses literarios y a
clarificar los riesgos del empeño que compartimos: Arturo, Senel, Sacha, Lichi,
Reynaldo, Luis Manuel, Reina, Norberto, Víctor, Ramoncito, Abel, Miguelón y
tantos otros. He contado con la fortuna de compartir la amistad y los cons ejos de
maestros como Ambrosio Fornet, Eliseo Diego, Jaime Sarusky…. He gozado del
enorme privilegio de poder alcanzar una inesperada presencia internacional
gracias a haber contado entre mis editores con Beatriz de Moura, Antonio López
Lamadrid y Juan Cerezo, los artífices de Tusquets Editores, quienes me dieron su
confianza y prestigio cuando era un escritor cubano sato y sin pedigree; también
editores en otras lenguas como mi querida madame Anne Marie Meteilié, el amigo
Marco Tropea, Lucien Leitess, los hermanos Von Hurter en Londres, Manolo
Valente en Portugal y Ole Sohn en el reino de Dinamarca. He contado, además,
con el apoyo incondicional de Ediciones Unión, mi editorial cubana, gracias a la
cual, sin poner nunca reparos, todos mis libros han circula do en Cuba… Tras esos
editores, otras muchas personas han contribuido a hacer mejores mis libros, ya sea
193
como traductores, pero sobre todo como lectores, y quiero recordar mi deuda de
gratitud con Vivian Lechuga, Lourdes Gómez, Elena Zayas, Elena Núñez, en tre
otros muchos amigos que me han ayudado a escribir un poco mejor de lo que soy
capaz… Pero, sobre todo, quiero recordar y reconocer que he sido merecedor del
premio gordo de la vida por haber tenido durante 34 de estos 36 años caminados
en la literatura y en la vida, a pie, en guagua, o en bicicleta china, a mi mujer,
Lucía López Coll, a la que, por merecérselo, por haberlos sufrido tanto como yo,
siempre he dedicado mis libros, utilizando la fórmula salingeriana del amor y la
escualidez… en su más espiritual sentido.
Muchas satisfacciones me ha dado mi trabajo a lo largo de estos treinta y seis
años. Desde el premio en el concurso de cuentos para estudiantes de la Escuela de
Letras, allá por 1978, hasta la posibilidad de participar en tres proyectos
periodísticos a los que mucho debo como escritor: aquel Caimán Barbudo,
renacido de las cenizas del decenio gris, que a principios de la década de 1980,
luchando contra adversarios más encarnizados que los molinos de viento,
convertimos en evidencia de que una nueva generación de artistas se proponía
hacer algo diferente en la cultura cubana, pasando luego por mis seis años
en Juventud Rebelde, donde se suponía sería reeducado y, en verdad, lo fui, pero
como periodista capaz de participar en un empeño que deja ría una muesca
perdurable en la chata prensa cubana de estos últimos decenios, una labor a la que
debo mi primer acercamiento eficaz con muchos lectores cubanos, y más tarde, la
experiencia de La Gaceta de Cuba, donde junto a Norberto Codina trabajamos
para adecuarla a los tiempos que corrían y llegar a convertirla en la publicación
cultural de referencia en aquellos años oscuros y sudados del Período Especial. Mi
trabajo me ha dado, además, la satisfacción de recibir premios, de visitar medio
mundo, de publicar en más de quince idiomas, de que se me hayan abierto las
páginas de los más reconocidos periódicos de la lengua, de conocer gentes que me
han nutrido, de poder acceder a la literatura que he querido y necesitado leer y,
sobre todo, mi trabajo me ha permitido establecer una relación de cercanía con
miles de personas que me han conocido a través de mis libros, gentes que acá en
Cuba y en otras partes del mundo se han hecho mis cómplices y me han regalado
el favor de su atención y, muchas veces, hasta de su cariño y han llegado a
decirme que me agradecen que haya escrito lo que he escrito, una afirmación que
supera el significado de cualquier premio… Mi trabajo me ha permitido, incluso,
ganarme la vida decente y buenamente, una vida que no siempre ha sido fácil pero
en la cual he logrado, trabajando, llegar a tener lo que tenía que tener, sin que
nadie me lo “otorgara” por complacencias de ninguna clase. Y no puedo dejar de
recordar a esta hora que ha sido mi trabajo el que me ha dado la entrañable
oportunidad de conocer a un tipo como Mario Conde, tan jodido que, por haber
sido, fue hasta policía, cornudo y aprendiz de escritor, un amigo que a lo largo de
23 años ha viajado conmigo ayudándome a entender este país singular y
enigmático en el que vivimos, a veces tan generoso y a veces tan mezquino, a
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darle forma y expresión a mis sentimientos sobre la historia, la vida, la amistad, el
amor, el miedo, la frustración, la pobreza humana (material y espiritual) y la
condición de ser cubano.
Pero también sinsabores me ha traído este trabajo mío. Soy, ante todo, un escritor
cubano y, como tal, no he podido sustraerme del efecto de los beneficios y las
calamidades inherentes a tal pertenencia inalienable... Ya un día de 1992 me lo
había advertido el maestro Mario Bauzá, en un bar de Nueva York, mientras el
padre del latin jazz cumplía sus sesenta años de alejamiento físico de la isla: uno
de los componentes más lamentables de la espiritualidad cubana, me dijo con sus
palabras de habanero impenitente, está en la inca pacidad que acompaña a muchos
de nosotros para tolerar el éxito ajeno, más si es un contemporáneo, peor si es
otro cubano. Ya por mí mismo he podido comprobar que más duro se les hace a
algunos admitir ese éxito si el personaje en cuestión no pertenece a c apillas, ni
comparte militancias partidistas o grupales, si el éxito es el resultado del trabajo
cotidiano y no de los favores compartidos… He tratado a lo largo de todos estos
años, y cada vez con más conciencia e insistencia, de ser un hombre todo lo lib re
e independiente que puede ser una persona en un mundo y en una sociedad como
estos en que vivimos. He tratado de decir con sinceridad lo que pienso, dentro de
Cuba y fuera de la isla; he mantenido la fidelidad a mis amigos, dentro y fuera del
país; he sufrido mis miedos, pero no me he dejado vencer por ellos a través de la
simple fórmula de enfrentarlos; he seguido siendo mantillero, incluso
industrialista –aunque a veces he dudado, lo confieso - y también he sido Yankee o
Angelino cuando alguno de mis ídolos peloteros lo han sido; nunca me he
dedicado a atacar a nadie, menos por sus opiniones políticas, pues creo que todas
son respetables mientras no agredan o limiten el derecho y la dignidad de los
demás; he escrito los libros que he querido, que he creí do que podía y debía
escribir y, desde la literatura, he dicho en ellos, sobre la realidad, la historia, la
cultura, los hombres y hasta sobre las mujeres, lo que mi capacidad y
entendimiento me han permitido decir, superando muchas veces mis dudas y
temores, que no han sido pocos. Y por todo eso he pagado un precio. Aunque lo he
hecho con satisfacción. Como bien los llama mi colega Abilio, los cainitas que
nos acompañan en este tiempo vital han hecho lo posible por disminuirme, por
callarme, por ignorarme, a veces menospreciando mi trabajo, incluso convirtiendo
la política en un arma de doble filo que me lanzaba –y me lanza- estocadas desde
un lado, desde el otro, desde arriba, desde abajo… Pero, qué se le va a hacer, es lo
que me merezco por ser un cubano de estos tiempos, por escribir, pensar, actuar y
vivir como he vivido, golpeando “cada día el yunque para sacar chispas en el
metal más duro (…) dando la lata y gritando lo que tenemos que gritar, nuestra
pequeña verdad y nuestra pequeña angustia y también nuestra pequeña alegría”,
como me dijera mi amigo Abilio.
A todos los que les debo algo para haber llegado a donde quiera que he llegado,
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les reitero mi gratitud, pues mucho de lo conseguido se debe a ellos. Porque, lo
dijo John Done, no Hemingway, ningú n hombre es una isla en sí mismo… Y a los
que me ataquen o me odien, por la razón que sea (algunos quizás, seguramente,
hasta tendrán buenas razones), les reiteraré que pueden decir lo que quieran,
incluso pretender convertirme a mí, que no soy el enemigo, en su enemigo. A unos
y otros les puedo asegurar que ni premios ni agresiones me van a cambiar en lo
esencial, porque seguiré golpeando el yunque, mientras el brazo y la inteligencia
me acompañen. Por eso, en mi casa de Mantilla, la que construyeron mis p adres
con su esfuerzo y su amor, con Lucía y con mis perros, con la sombra tutelar de
José María Heredia que siempre me acompaña y el espíritu vivo de tres o cuatro
generaciones de Paduras, y con la ayuda interesada de mi amigo Mario Conde, yo
lucharé por continuar siendo el mismo, por pensar con mi cabeza, por ser cada día
un poco más libre, mientras escribo Herejes, una novela sobre los riesgos de
asumir la libertad, en otros tiempos históricos y también en este tiempo presente,
el de los días de mi vida.
Muchas gracias.
Todavía en Mantilla, febrero de 2013.
ELBA ESTHER GORDILLO ANTE LA HISTORIA
Gilberto Guevara Niebla
El estilo de liderazgo sindical que representaba Elba Esther Gordillo —y que,
lamentablemente, todavía se reproduce en varios sindicatos nacionales más —, es
un fenómeno anacrónico. Vestigios de una época transcurrida. Mucho tiempo fue
perceptible que su figura, su demagogia, su estilo —patrimonialista, tribal,
paternalista, manipulador y cínico— de dirigir al SNTE contrastaba
escandalosamente con la conciencia y la voluntad de sus propios agremiados
(sobre todo los maestros más jóvenes) y con un país de c iudadanos cada vez más
escolarizados, cultos e inteligentes que vive, al mismo tiempo, la experiencia de
la construcción de una democracia nacional.
Nadie podía dejar de observar la ostentación pública que la líder hacía de sus
costosos vestidos, de sus propiedades, de sus joyas, sus cirugías estéticas,
etcétera. Un estilo de vida propio del Jet Set, que no podía comprarse con el
salario medio de un trabajador de la educación (que equivale, supongamos, a 40
mil pesos mensuales). El hecho que la PGR actúe c ontra ella por manejos turbios
de las cuotas sindicales, es una acción que se explica y se justifica moral, legal y
políticamente. Lo que muchos nos preguntamos es: ¿Por qué tardó tanto el Estado
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mexicano en dar este paso?
Esperemos que este acto judicial sea seguido por cambios políticos en el SNTE.
Lo fundamental es que el sindicato se democratice, que se dote de un liderazgo
nuevo, construido por consenso real, y que instaure una ética de probidad dentro
del gremio. El sindicato debe vincularse a la so ciedad y al Estado para
dinamizar —y no obstaculizar— la gran empresa que es la de edificar una
educación nacional renovada cuya meta sea construir una sociedad rica
(productiva), justa y democrática.
México tiene que modernizarse y democratizarse y en este doble proceso los
sindicatos están destinados a desempeñar un papel crucial. ¿Qué es lo está en
juego? Evidentemente nuestro futuro como comunidad. No podemos dejar de
observar que hay otras Elba Esther Gordillo que merecen la acción de la justicia y
que permanecen impunes. Por otro lado, ¿Acaso el poder judicial no debe
intervenir para poner en su lugar a quienes, desde el lado de enfrente, pisotean la
ley y se burlan a diario de la voluntad de todos los mexicanos? ¿Porqué se ha de
seguir permitiendo que los militantes de la CNTE realicen impunemente
suspensiones de clases , atropellos contra la propiedad pública y la propiedad
privada, golpeen, secuestren y actúen, una y otra vez, haciendo caso omiso del
orden jurídico de la nación?
Una acción justa, pero unilateral, puede acarrear consecuencias indeseables para
todos. Que la ley se aplique a unos y a otros, para evitar interpretaciones
equívocas y efectos indeseables.
EL SNTE SIN CABEZA
Carlos Ornelas
Como me imagino que le pasó a todo mundo, me sorprendí con la noticia de que la
Procuraduría General de la República detuvo a Elba Esther Gordillo , justo antes
de abordar el avión privado que la llevaría a Guadalajara para presidir el Consejo
General Extraordinario del SNTE. En este Consejo participa parte de la crema y
nata de su camarilla, la hegemónica del sindicato. La sesión, que comenzaría hoy
tal vez ya no se realice o, si lo hace, será para tratar de tomar posición y
salvaguardar lo que se pueda proteger de un imperio que quizá comience a
derrumbarse.
Escuché la conferencia de prensa que brindó el Procurador General de la
República, Jesús Murillo Karam, escuché ciertas opiniones y leí algunas
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declaraciones temprano en los periódicos. Todo mundo mostró sorpresa, pero más
que nadie sus allegados cercanos.
Mi primera impresión es que el presidente Peña Nieto trae plan. Escogió un tema
ganador para comenzar con su ola de reformas que tal vez abone más a su
legitimación como primer mandatario y ofrecer la imagen de un hombre de
Estado. La reforma y adiciones a los artículos 3 y 73 de la Constitución se aprobó
con velocidad increíble; su promulgaci ón se celebró con pompa (el control de los
símbolos contribuye al ejercicio del poder político) justo el día anterior a la
detención de la señora Gordillo. El secretario de Educación Pública, Emilio
Chuayffet, respondió con firmeza a los chantajes y amenaz as que le profirió la
camarilla hegemónica del SNTE, a él y al Presidente.
Hoy se sabe que las baladronadas de la señora Gordillo acicatearon al Presidente,
no lo amilanaron. Cuanto más se radicalizaba ella con declaraciones altisonantes,
más se alejaba de alguna negociación con el gobierno. Hoy es tarde para dar
marcha atrás. A juzgar por las declaraciones del Procurador, la PGR tiene bien
fundado el caso; lo que se mostró ayer —para caer en el cliché— fue sólo la punta
del iceberg. Se trata nada más de d os cuentas y de un periodo breve, de 2008 a
2012 y la cantidad es exorbitante.
Escribo a vuelapluma, sólo unas horas después de la detención de la señora
Gordillo. Nadie puede prever con certeza cuál será el destino de la reforma en
marcha y las consecuencias que traerá la detención de la señora Gordillo. Veo tres
opciones posibles, no excluyentes una de otra, pero cuyas líneas generales podrán
marcar el tono de lo que suceda. La primera es que se desatará la anarquía; los
grupos fundamentalistas del SNTE tratarán de hacerse con el poder sindical. La
segunda es que el PRI tome el control del sindicato mediante operaciones
políticas. Y la tercera es que el gobierno despliegue todo el poder del Estado para
conseguir los fines que persigue y, en el trayecto, d esmantele al sindicato
corporativo.
Anarquía al vuelo
Uno de los muchos factores que explican el éxito que tuvo la señora Gordillo para
encumbrase como la cacique mayor del SNTE se debe a la acción política de sus
enemigos acérrimos, los maestros disiden tes de la Coordinadora Nacional de
Trabajadores de la Educación y otras camarillas menores. Al ser opositoras por
sistema a cualquier medida que proviniera del Estado, por medios ilegales —
marchas, plantones y sobretodo paros— le permitía a la señora Gordillo
presentarse como la alternativa negociadora (y proveedora de votos, además).
Hoy se corre el riesgo de que la CNTE se envalentone y busque asaltar el poder
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central del sindicato, su sueño desde finales de los años 70 y comienzos de los 80.
Sus métodos no variarán, sus cuadros siempre están preparados para salir a las
calles, tomar carreteras, edificios gubernamentales y comercios, y no hay fuerza
pública que pueda lidiar con ellos. Son expertos en la manipulación y siempre
encuentran la forma de justi ficar sus desmanes con demandas conservadores o
incluso, reaccionarias (que nada cambie), con el fin de fortalecer sus posiciones.
Habrá que ver cómo el gobierno va a contender con estas fuerzas políticas,
organizadas, vociferantes y hasta violentas. Pien so que no se aventó a descabezar
a la camarilla hegemónica sin tener preparadas algunas tácticas para bregar con la
CNTE.
Restauración priista
Desde que el PRI ganó las elecciones el año pasado, los viejos cuadros priistas y
algunos de sus seguidores dentro del sindicato comenzaron a levantar la cabeza,
que habían mantenido agachada ante el autoritarismo de la señora Gordillo. Bien
pudiera pensarse que si el presidente Peña Nieto quiere recuperar la rectoría de la
educación pública, el PRI buscaría reconq uistar al SNTE. Las noticias de
reuniones y reclamos de ciertos dirigentes porque la señora Gordillo encumbró a
su parentela y a algunos allegados ajenos al magisterio, se repiten desde agosto
del año pasado. El hijo de Jonguitud Barrios, recién anunció qu e ya afilió a más
de 200 mil profesores y está dispuesto seguir en la pelea legal para quitarle la
titularidad de las Condiciones de trabajo al corro de la señora Gordillo. Otros
grupos priistas buscan apoyo de personalidades del PRI, del gobierno federal y de
gobiernos estatales.
Esta opción puede alzar vuelo; todavía hay muchos que sueñan con una
restauración del PRI para que sea como lo era durante el régimen de la Revolución
mexicana, un partido hegemónico sin contrapesos reales.
Esta opción, si bien aceleraría el desmantelamiento de la camarilla de la señora
Gordillo, dejaría intacto el sistema corporativo; sería el encumbramiento de otra
camarilla que, dada la experiencia histórica, podría resultar peor que la actual. Lo
peor que pudiera pasar, pienso, es que el gobierno se contentara con descabezar al
SNTE para buscarle una nueva cabeza. Nada cambiaría en lo esencial.
Opción democratizadora
La tercera opción, que alguien tal vez tilde de utópica, consiste en empujar la
democratización del SNTE —y de otros sindicatos— poniendo a la legalidad por
encima de cualquier consideración política. Si se diera una sinergia de diferentes
de grupos civiles (Mexicanos Primero, Coalición Ciudadana por la Educación y
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otros más, por ejemplo) y decenas de miles de bu enos maestros con la política del
gobierno, bien pudieran lograrse ciertos avances democratizadores.
Si es correcta la conjetura de que el presidente Peña Nieto quiere legitimar su
acción política, más allá de la legitimación que le dieron las urnas (el g obierno
eficaz, que pregona), parece que con la detención de la señora Gordillo construyó
la oportunidad de oro para conseguirlo. Un punto en particular me convence de
que ésta puede ser la ruta elegida. El secretario Emilio Chuayffet, en su
comparecencia ante senadores la semana pasada, externó que el Presidente enviará
una iniciativa de ley para reglamentar el Servicio Profesional Docente. En los
hechos, esto conduce a la derogación del Reglamento de las condiciones de
trabajo de la SEP, el pacto del 46, como le llama el grupo de socialdemócratas que
constituyeron la Coalición Ciudadana por la Educación. De esta manera, se
liberaría a los maestros de la afiliación forzosa al SNTE y se les quitaría a las
camarillas sindicales el control que tiene sobre la d esignación de directores de
escuela, supervisores y otros puestos de la baja burocracia.
Ya se anunció el levantamiento del censo nacional de maestros, alumnos y
escuelas, que arrojará auditorías y laborales. Mexicanos Primero colmará una de
sus demandas. Estas organizaciones ya son aliadas del gobierno. Muchos buenos
maestros están cansados de ser peones de juegos políticos y desean quitarse la
tutela de camarillas; pero no están organizados, se la pasan trabajando. Ellos
pudieran ser los líderes de la re forma educativa, la que está por venir tras los
cambios en las leyes.
Me imagino que se puede caminar por estos y otros senderos. De lo que estoy
convencido, es que la detención de la señora Gordillo le facilita el camino al
gobierno (y a los partidos que firmaron el Pacto por México) para continuar con
las reformas legales. Ya se removió un obstáculo. La reforma a la educación, la
trascedente, apenas comenzará.
Al interior del SNTE, pienso, se liberarán los demonios. En cualquiera de los tres
escenarios que describí, habrá pugnas políticas. El botín es grandioso y muchos
aspiran a él. El grupo de la señora Gordillo se puso a la defensiva. Su líder
formal, Juan Díaz de la Torre, le expresó solidaridad y cariño a su jefa, pero otros
ya están buscando alguna vía para abandonar el barco que se hunde. Muchos de
ellos también tienen cola y pueden ser sujetos a investigaciones; no podrán argüir
que no se dieron cuenta de tanto movimiento de dinero.
La CNTE y los priistas se enfrentarán por el control del SNTE, m as la SEP y
Gobernación tomarán cartas en el asunto; no descarto otras acciones policiacas de
gran envergadura. Por primera vez en décadas, el gobierno tiene la iniciativa
200
política frente a grupos corporativos. Esta vez la amenaza y el chantaje, el arma
favorita de las camarillas neocorporativistas, no funcionó.
LA CAÍDA DE JONGUITUD
Ricardo Raphael de la Madrid
El domingo 23 de abril de 1989, Carlos Jonguitud Barrios amaneció agripado. La
noche anterior había recibido una llamada del secretario de Educación Pública,
Manuel Bartlett Díaz, para pedirle que lo invitara a desayunar al día siguiente. No
había asueto ni enfermedad que contara durante aquellos meses turbulentos de
movilización social. En varias ocasiones, los recientes conflictos magisteriales
habían reunido a estos dos personajes alrededor de una misma mesa. Tal y como
acordaron, a las 9 de la mañana, e n una casa ubicada en la colonia Pedregal de
San Ángel de la ciudad de México, el líder del magisterio recibió al funcionario.
Jonguitud protegía su cráneo despoblado con un gorro de lana tejida. Traía los
párpados caídos y la expresión facial rígida. Lo s fluidos nasales no dejaban de
atormentarlo y la temperatura de su cuerpo andaba lejos de lo normal.
Sobrevolando los platos de frutas y unos huevos a la mexicana, la conversación
dio inicio y continuó sin encontrar su ancla. Si Jonguitud hubiera estado m enos
aturdido, con seguridad habría reparado en la vaguedad con la que el funcionario
respondía a sus propias observaciones. Bartlett, por su parte, no tenía apetito.
Observaba los muebles y objetos, caros y sin gusto, que decoraban aquella
mansión.
Aquel encuentro tenía como propósito anunciar la decisión que el presidente de la
República había tomado la tarde anterior. Muy probablemente no fue el mal rato
que la gripa le estaba haciendo pasar al líder magisterial, ni tampoco la noticia
que estaba a punto de anunciar, lo que provocaba la dilación impuesta
unilateralmente por el secretario de Educación. El aludido tenía algo más grave de
qué preocuparse: el ocaso del liderazgo político de Carlos Jonguitud Barrios
estaba acompañado por un mal físico que, en sus peores momentos, le impedía
controlar el movimiento de sus músculos.
Los primeros síntomas del padecimiento que arrasarían su salud aparecieron pocos
meses antes de que estallara el conflicto magisterial. A finales de 1988 los
médicos le habían detectadomiastenia gravis: una enfermedad neuromuscular
crónica que paraliza el movimiento voluntario de los músculos de sus víctimas.
Un mal que se desata en días de intensa actividad y sólo disminuye durante los
201
momentos de descanso. Esta coincidencia repres entaba en aquel instante un
monumento a la ironía. Al mismo tiempo en que se debilitó el músculo político
que durante poco más de dieciséis años sirvió para controlar al gremio
magisterial, las extremidades, los párpados y hasta la expresión del rostro de este
viejo maestro rural comenzaron a rebelarse ante las instrucciones de su cerebro.
La tarde anterior a ese desayuno se había celebrado una reunión en las oficinas del
presidente. Con el jefe del Ejecutivo estuvieron, entre otros funcionarios de su
gobierno, Fernando Gutiérrez Barrios (secretario de Gobernación), Manuel
Camacho Solís (jefe del Departamento del Distrito Federal), José María Córdoba
Montoya (principal asesor de la Presidencia) y Manuel Bartlett Díaz (secretario de
Educación Pública). La discusión tenía un punto único: hallar una solución
definitiva al conflicto magisterial que entre los meses de enero y abril había
parado la actividad docente de cerca de medio millón de maestros. La
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CN TE) encontró su
momento de mayor arrastre precisamente en aquellos días de 1989, cuando logró
sacar a decenas de miles de profesores a la calle para demandar un incremento de
100 por ciento en el salario y exigir la democratización de la vida política en e l
sindicato oficial, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).
El presidente Salinas de Gortari informó aquella tarde del 22 de abril que el
gobierno de la República contaba con recursos para responder, en parte, a la
primera de las demandas exigidas por la disidencia magisterial: había condiciones
para proceder con el otorgamiento de un incremento modesto en los salarios y las
prestaciones de los maestros. Sin embargo, y éste era el asunto más relevante, no
valoraba el presidente como oportuno que dicho incremento terminara
beneficiando políticamente al líder del magisterio institucional. Aunque Jonguitud
hubiera jugado lealmente durante la campaña del año anterior, y también hubiese
tenido voluntad para contener las pretensiones polít icas de la disidencia
magisterial, la ocasión era inmejorable para provocar un relevo en la cabeza del
SNTE. Este movimiento político permitiría, por una parte, atemperar los ánimos
de los maestros inconformes y, por la otra, colocar en su lugar a un nuevo líder
sindical que sí poseyera vitalidad política para acompañar al gobierno entrante en
su proyecto modernizador.
No hubo argumentos contrarios a la solución planteada. Días antes al desayuno
con Bartlett, el 19 de abril, Carlos Jonguitud ya había ofre cido su renuncia al
secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, en caso de que esa
administración considerara que con ella podría resolverse el conflicto. Era un
hombre cuyo carácter político había sido forjado por el régimen priista. Muy bien
sabía que no tenía posibilidad alguna de oponerse a una decisión presidencial.
Además, el líder magisterial contaba con un disuasivo argumento para alimentar
sus reflexiones: la forma como el presidente Salinas había procedido dos meses
202
atrás en contra del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, mejor conocido
como la Quina.
El 10 de enero de 1988, un impresionante dispositivo militar y policiaco formado
por aproximadamente doscientos efectivos armados con bazukas ocupó la
residencia de este sujeto con el objeto de aprehenderle y procesarle por los delitos
de posesión ilegal de armas, contrabando y defraudación fiscal. Sin duda, este
episodio dejó sembradas las claves para que Jonguitud, o cualquier otro líder de
los trabajadores, pudiera intuir lo que l e ocurriría en caso de oponerse a los
deseos presidenciales. Mejor era rendir la plaza a tiempo que padecer su
desgraciada enfermedad en prisión.
Otro asunto que se abordó en la reunión del 22 de abril fue el nombre de quien
sucedería a Jonguitud Barrios. No se trataba de una carta desconocida para
ninguno de los asistentes. Bastó con que Manuel Camacho Solís destacara los
méritos políticos de la maestra Elba Esther Gordillo Morales para que el resto de
los ahí reunidos coincidiera con la iniciativa. Qued aba por revisar la estrategia
que, hora por hora, el gobierno de la República llevaría a cabo para resolver el
asunto. Todo estaba impecablemente planeado. Al presidente Salinas no le
gustaban las sorpresas y sabía que este tipo de golpes políticos debían ser
contundentes para ser eficaces. Antes de que los asistentes se despidieran para
operar las decisiones del presidente, dos últimas instrucciones salieron de la boca
de Salinas de Gortari: Manuel Bartlett habría de traer personalmente a Carlos
Jonguitud Barrios para que visitara Los Pinos al día siguiente a las 11 de la
mañana y Manuel Camacho haría lo propio, esa misma noche, con la profesora
Gordillo Morales.
A las 9:45 del día domingo, sentado frente a los restos de aquel desayuno, un
Manuel Bartlett distraído aceptó unos minutos más de conversación anodina con el
hombre del gorro de lana antes de anunciarle que el presidente quería verlo. La
reacción de Jonguitud fue de inmediata incomodidad. En las circunstancias que
guardaba su salud, cosa distinta era recibir al secretario de Educación en la
intimidad de su casa, que salir a la intemperie para acudir a una reunión en la
residencia presidencial.
Quiso negarse argumentando que no se sentía bien, pero Bartlett fue inflexible.
Sin encontrar más argumentos, suplicó por una buena hora para asearse y vestirse
propiamente. Sin tráfico en la ciudad, llegaron pronto a su destino. Entraron
puntualmente tomados del brazo a la casa Lázaro Cárdenas, que se encuentra
dentro de Los Pinos. Fue ahí, en la planta ba ja de esa blanca edificación, donde la
curiosidad de Carlos Jonguitud no pudo esperar más: "¿Qué quiere el presidente
de mí?" Bartlett le respondió con franqueza que el Estado mexicano necesitaba su
renuncia para comenzar a desactivar la crisis magisterial . La misma renuncia que
203
días antes Jonguitud le había ofrecido al secretario de Gobernación.
El aludido se limitó a bajar la mirada pero, en el primer descanso de las escaleras
que condujeran a la oficina presidencial, se detuvo para hacer una última
pregunta: "¿Quién va a sucederme?" La respuesta fue breve y fue, también, un
filoso dardo. Al escuchar el nombre de quien hubiera sido su compañera política
en más de una batalla, los ojos del líder magisterial hicieron agua. Sólo él sabrá si
fue por rabia o por despecho que sus lagrimales reaccionaron de aquella manera.
De todas las noticias que recibiría esa mañana, aquélla fue la única para la que no
se había preparado emocionalmente.
Fragmento tomado del libro "Los Socios de Elba Esther" con autorización del
autor.
OPORTUNIDAD PARA EL SNTE
Glberto Guevara Niebla
La primera lección que debemos extraer del procesamiento judicial de Elba Esther
Gordillo por manejos indebidos de los recursos del SNTE es, evidentemente, que
el sindicato debe dotarse de una dirección honesta, auténticamente representativa,
y con mecanismos que aseguren la transparencia en el uso de las cuotas sindicales.
No debe admitirse que los líderes sindicales actúen sin controles ni que su
mandato se pueda extender indefinidamente. No más caciques vitalicios.
Asimismo, se debe admitir que los docentes no son obreros o trabajadores
manuales, sino trabajadores intelectuale s o “profesionales del aprendizaje” como
se ha dado en llamarles. El SNTE debe comprometerse con el país en la tarea de
mejorar la calidad de la educación. Esto implica que el sindicato debe
modernizarse y alejarse del viejo modelo “industrialista” para ac ercarse a un
nuevo modelo que deje atrás el espíritu de antagonismo de épocas añejas en que
los sindicalistas auspiciaban la “lucha de clases”.
No propongo, desde luego, que el gremio renuncie a su misión crucial de defender
la dignidad de los salarios y la mejora constante de las condiciones de trabajo de
sus representados. Pero su actuación debe enmarcarse en un compromiso superior
con la nación. La base de las negociaciones entre sindicato y autoridades debe ser
la voluntad compartida para elevar la cali dad de la profesión magisterial y, por
esta vía, elevar el estatuto y el reconocimiento social del magisterio.
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Lo que está en juego es nuestro futuro como nación. So pena de suicidarse,
México no puede cerrar los ojos ante el desafío de la “sociedad del co nocimiento”
y de la nueva competencia económica. Tampoco puede rezagarse en la
consolidación democrática. ¿Cómo vencer las plagas de México --la inseguridad,
la ignorancia, el populismo, la corrupción, el clientelismo, el paternalismo, la
miseria y el abandono? ¿Cómo mejorar las condiciones de vida de nuestros hijos?
¿Cómo hacer de nuestra nación una potencia de medio rango que sobresalga entre
los países de nuestra región?
La única respuesta razonable es: con educación de calidad. Con un sistema escolar
que forme a las nuevas generaciones en valores morales como la autonomía, la
justicia, el respeto, la tolerancia, la pluralidad y el patriotismo (sin hostilidades ni
exclusivismos), que las capacite científicamente y, al mismo tiempo, que las
instruya en el manejos de las nuevas tecnologías.
Un cambio político es siempre una oportunidad para renovar las instituciones.
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