la opcion social de trabajar menos

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LA OPCION SOCIAL DE TRABAJAR MENOS
Martine Aubry *
e
on más de 3.300.000 personas en
busca de empleo, centenares de
miles de contratos precarios, con
más de un millón de personas que
se hunden en el pozo sin fondo del paro de
larga duración, necesitamos dar pruebas
de imaginación. Tenemos que tener el coraje de admitir nuestros errores. Tengamos
la franqueza de reconocer que hemos esperado demasiado para buscar nuevas salidas, pensando que el retorno del crecimiento arreglaría las cosas. Se trata de un
asunto de voluntad política.
Luchar más eficazmente contra el paro
es, como propone Lionel Jospin, atacarle
por los cuatro costados. Estimular el crecimiento y mantener el consumo a través de
aumentos salariales, disminuir el coste del
trabajo a través de salarios bajos, ayudar a
la recualificación de los jóvenes y de los
parados de larga duración, poner en marcha programas impulsados por el Estado
que permitan responder a las necesidades
de los franceses en vivienda, servicios sociales o medio ambiente.
En la consecución de esta ambición del
empleo para todos, ocupa un lugar especialmente importante la reducción del tiempo de trabajo. Se trata, en efecto, de uno
de los medios más rápidos y más eficaces
para crear puestos de trabajo, especialmente en períodos de crecimiento. De hecho, algunos de nuestros vecinos europeos, como los alemanes lo han entendido
perfectamente y se han embarcado en un
proceso voluntario de fuerte reducción de
la duración media de la jornada laboral.
Reducir significativamente la jornada
laboral es también optar por una mejor calidad de vida, ya que significa actuar de tal
forma que cada trabajador disponga de
más tiempo para sí mismo, su familia o su
tiempo libre. Esta mejor calidad de vida engendra la creación de nuevos puestos de
trabajo en el sector del ocio del tiempo li·
bre, de la cultura y de la vida asociativa.
Es, pues, una prioridad retomar el gran
movimiento histórico de la reducción de la
duración del trabajo. Hace un siglo, el horario laboral sobrepasaba las 3.000 horas
al año. Después de intensas luchas socia-
les, de ásperas negociaciones entre los
agentes sociales -y gracias también al impulso político de los partidos de la izquierda- hoy trabajamos 1.400 horas menos. El
progreso tecnológico, la mejora de la productividad beneficiaron a los asalariados,
no solo a través del crecimiento de su nivel de vida, sino también liberando tiempo
para su propio disfrute y disminuyendo su
esfuerzo en el trabajo.
Pero a partir de 1983, este movimiento
se detuvo. Hay que retomarlo y ponerlo de
nuevo en marcha, porque estos diez últimos años han demostrado que no basta
con hablar para que se produzca un profundo cambio. (...)
La bajada de la duración legal de la jornada laboral a las 37 horas en 1997 constituirá un punto de referencia imprescindible
para las negociaciones, que deberían iniciarse inmediatamente. Estas 37 horas de
1997 no constituyen, evidentemente, un techo ni un tope. El movimiento de reducción
de la jornada laboral deberá ser permanenente y tiene que proseguir más allá de
1997, para conseguir las 35, las 32 y las 30
horas semanales. Subvenciones especiales
concedidas a las empresas incentivarán a
las que quieran ir más rápido en este camino y ayudarán a las más frágiles económicamente. Estas ayudas serán financiadas
en parte, por el ahorro logrado con la reducción del paro, así como por los gravámenes
impuestos a las horas suplementarias excesivas y, a menudo, abusivas.( ...)
Naturalmente, esta dinámica tendrá
que respetar la diversidad de las expectativas salariales. Para unos, la semana de
cuatro días será la perspectiva más atrayente, otros desearán una reducción regular de horarios para dedicar más tiempo a un proyecto personal.
Otro objetivo primordial es actuar de tal
forma que la reducción del tiempo de trabajo no sea un obstáculo para la eficacia
económica, sino que, por el contrario, las
empresas obtengan mayores beneficios.
En algunas empresas, la reorganización
del tiempo de trabajo permitirá una mejor
utilización de los equipamientos; en otras,
una mejor adaptación a las fluctuaciones
de la demanda. En unas será posible un
descenso rápido; en otras, será necesario
adaptarse a una reducción progresiva.
Son los agentes sociales, tanto a nivel
de sector como de empresas, los que tienen que imaginar, elaborar y decidir las
formas más adaptadas a cada situación
particular, teniendo en cuenta, al mismo
tiempo, el contexto económico, las características de los mercados y las aspiraciones de los asalariados. Esta negociación
tratará también de la cuestión de la remuneración. también en este terreno hay que
ser claros. Jospin propone que el paso a
las 37 horas no implique el descenso del
salario percibido afin de mes.
Esto es posible hoy, en un período de
crecimiento, gracias al aumento de la productividad, a la bajada de las cargas sobre
los salarios más pequeños y a la ayuda
complementaria del Estado. De ahí el interés de una negociación global que incida a
la vez sobre los salarios, la duración del
trabajo y la creación de nuevos empleos.
De hecho, la plausibilidad de esta política
acaba de ser confirmada por estudios de
expertos que demuestran que el paso a las
37 horas crearía 400.000 puestos de trabajo en dos años. (...)
Enfrentar artificialmente a partidarios y
detractores del trabajo compartido es pura
superchería, porque éste es ya una realidad que se nos impone de la forma más
brutal. Una realidad entre los que tienen
trabajo y los que no lo tienen.
La duración de la jornada laboral revela
por si sola los desafíos que se le plantean
a Francia en los próximos años. Por un lado, puede optar por una política del "ir tirando" que comporta las situaciones adquiridas, sin abrir nuevas vías de solución.
Y por el otro, puede decidirse por la voluntad de poner en marcha a la sociedad, apoyándose en las fuerzas vivas del país. Con
una prioridad absoluta: el empleo. Y una
ambición: que el conjunto de los franceses
viva m~jor en nuestra opción social.
* Fue ministra de Trabajo
y portavoz de Lionel Jospin en la
campaña presidencial francesa.
J.
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