TOCANDO FONDO? - Jueces para la Democracia

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CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL: ¿TOCANDO FONDO?
José Manuel Marco Cos. Magistrado
Los medios de comunicación social nos vienen recordando que el Consejo General del
Poder Judicial finalizó su mandato en el mes de noviembre de 2006. Si tenemos en cue nta que la
duración de dicho mandato es de cinco años, resulta que los consejeros actua lmente en funciones
desde hace año y medio vienen prolongando aquél una tercera parte del período
constitucionalmente establecido, lo que configura una situación insólita.
El Consejo es el órgano de gobierno de los jueces, tal como lo configura el artículo 122 de la
Constitución. Pero no integra el poder judicial, entendido éste como la potestad jurisdiccional, que
se ejerce juzgando y haciendo ejecutar lo juzgado (art. 118 de la Constitución) y formado por los
jueces y magistrados en ejercicio. Sin embargo, el creciente desprestigio y la imagen negativa que
viene proyectando el Órgano de gobierno del poder judicial repercute inevitablemente en la
percepción que la sociedad tiene del funcionamiento de los tribunales. El desdeñoso “¡cómo está la
Justicia!” que con frecuencia oímos los jueces tiene su origen tanto en las disfunciones en que se
incurre en el ejercicio jurisdiccional, como en las noticias de prensa acerca de la división de los
vocales del Consejo en dos sectores, en función de la afinidad de aquellos con alguno de los dos
partidos mayoritarios, que suele depender de cuál propuso su nombramiento.
La creciente pérdida de la capacidad de sorpresa del cuerpo social ante las noticias sobre las
disfunciones que tienen relación con esa porción de la Administración Pública, o del poder, que
vulgarmente se conoce como “la justicia” parece evitar que, aunque se viene advirtiendo sobre lo
anómalo de la situación, se enciendan las luces de alarma que serían necesarias.
La Constitución prevé en su artículo 122 que doce de los veinte vocales sean designados
entre jueces y magistrados. La Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985 encomendó a las Cámaras
legislativas la propuesta previa al nombramiento por el Rey, a fin de evitar los efectos de una
designación corporativa, por los propios jueces y magistrados. Este procedimiento, no impedido por
el texto constitucional, podría servir para reflejar el espectro de pensamiento de una carrera judicial
de mayoría conservadora, pero hubiera sido insuficiente para la composición de un órgano cuyas
decisiones no afectan solamente a los jueces.
La reticencia ante este sistema de nombramiento provocó el recurso de inconstitucionalidad
que fue desestimado por la Sentencia del Pleno del Tribunal Constitucional núm. 108/1986, de 29
de julio. Decía entonces el Tribunal Constitucional, sobre el reproche de que los vocales se
convertirían en voceros de los partidos políticos que les hubieran propuesto, que “la posición de los
integrantes de un órgano no tiene por qué depender de manera ineludible de quienes sean los
encargados de su designación, sino que deriva de la situación que les otorgue el ordenamiento
jurídico”. En definitiva, no se desconocían los riesgos de uno u otro modelo de propuesta (por los
propios jueces o por las Cortes Generales).
El funcionamiento del Consejo pone de manifiesto que los más pesimistas augurios se han
hecho realidad y se ha pervertido el funcionamiento de la institución.
Ni siquiera el sistema mixto de propuesta de los vocales de procedencia judicial introducido
para la designación del Consejo que comenzó su andadura en el año 2001 y todavía hoy en
funciones ha remediado la situación. La configuración de la propuesta de las cámaras legislativas
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sobre los candidatos previamente elegidos por los jueces parecía que podría alcanzar el término
medio ideal. Pero a la vista está que el nuevo sistema no ha tenido la virtud de mejorar la situación.
No debe suprimirse el Consejo General del Poder Judicial para encomendar sus tareas al
Ejecutivo que, por otra parte, es el que dispone de los medios materiales y personales de los
tribunales, exceptuados los jueces. Pero, puesto que puede decirse que el órgano de gobierno de los
jueces ya ha tocado fondo, es el momento de que tanto las fuerzas políticas de quienes al cabo
depende su designación, como los integrantes del ¿próximo? Consejo General del Poder Judicial,
tomen conciencia de su responsabilidad. Es tal el desprestigio del órgano de gobierno de los jueces
que si no se nombra pronto el Consejo que debe sustituir al ya extinto y el nuevo no supera, quizá
con tanto voluntarismo como lealtad institucional, el funcionamiento perverso habitual, las
sugerencias sobre la conveniencia de su desaparición que recientemente hemos leído en la prensa
diaria pueden convertirse en un clamor.
Ni para la regeneración del órgano constitucional garante de la independencia judicial, ni
tampoco para el funcionamiento de los trib unales son necesarios grandes pactos por la Justicia. Son
inherentes a un sistema democrático y pluralista las divergencias sobre el contenido de las leyes que
deberán aplicar los jueces. Pero no es admisible la falta de acuerdo sobre una cuestión que debería
ser pacífica, como es la referente a la existencia de una Administración de Justicia moderna y
eficaz. Parece ser que, por ejemplo, el sistema de recaudación de la Hacienda Pública funciona
razonablemente bien y, que se sepa, no ha sido necesario para ello un pacto de Estado por el Fisco,
o por la concienciación del contribuyente. Ha bastado la voluntad política real, plasmada en hechos,
de lograr la eficacia de una Administración que, como la de Justicia, debe prestar un servicio
público.
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