Homilía del Card. D. Ricardo Blázquez Pérez en la Santa Misa de

Anuncio
Homilía del Card. D. Ricardo Blázquez Pérez en la Santa Misa de
clausura del Encuentro Europeo de Jóvenes 2015
Sr. Card. D. RICARDO BLÁZQUEZ PÉREZ
Arzobispo de Valladolid
Presidente de la Conferencia Episcopal Española
Ávila, 9 de agosto de 2015
Desde este lugar, cargado de recuerdos, saludo cordialmente a todos los
presentes, también a quienes a través de la TV y radio participan en la
Eucaristía. Lo dicho en un rincón del mundo hoy resuena y puede ser
escuchado al mismo tiempo en el mundo entero. En esta pendiente, junto al
lienzo norte de la muralla de Ávila presidió el Papa San Juan Pablo II la
Eucaristía el día 1 de noviembre de 1982, con ocasión del IV Centenario de la
muerte de Santa Teresa. Frente a nosotros está el convento de la
Encarnación, en que vivió muchos años Teresa de Jesús, y desde donde
contemplaría las murallas rematadas con la espadaña de la iglesia en que vivió
San Juan de la Cruz varios años. Precisamente a este lugar, mientras
esperábamos la llegada del Papa para la Eucaristía nos llegaba el ruido del
jolgorio de varios miles de religiosas de clausura que escuchaban
entusiasmadas al Papa; en la huerta del convento tuvo lugar aquel encuentro
orante y alegre. Nos unimos desde aquí al Papa Francisco, cuyo mensaje hemos
acogido con gratitud.
“Yo soy el pan de la vida” (Jn 6,48). El pan es síntesis del alimento corporal y
es también símbolo de otro alimento en el que Jesús va introduciendo a sus
oyentes, entre el estupor y el escándalo. Jesús multiplicó los panes para que
en el descampado pudiera alimentarse una multitud incontable. Los cinco
panes del muchacho bastaron y sobraron para nutrir a miles de hombres. Lo
insuficiente se hizo don abundante a través de Jesús. ¿Qué es esto para
tantos? Santa Teresa, consciente de su pequeñez, “mujer, ruin e
imposibilitada”, ofreció a Dios lo poquito que estaba en ella (cf. Camino, 1,2)
para responder a las ingentes necesidades de aquellos “tiempos recios”. Dios
no desprecia lo pequeño; lo recibe y convierte en respuesta magnífica. No
digamos a Dios: Yo no sé, yo no puedo, yo no valgo, ¿a dónde voy a ir yo? En
manos del Señor nos reparte como don para los demás.
El verdadero pan del cielo, el pan para la vida del mundo, no era el maná llovido
providencialmente del cielo, que comieron los padres en el desierto camino de
la tierra de promisión. El pan prometido por Jesús tiene la capacidad de
sostener la vida del hombre para siempre. ¿Qué buscamos en la vida?
¿Anhelamos y pedimos a Dios, más allá y en medio de nuestras necesidades,
el pan que sacia el corazón del hombre?
Este pan es Jesús, que con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre en el
sacramento de la Eucaristía viene a nuestro encuentro. “Señor, ¿a quién vamos
a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Jesús se hace Palabra
que acogemos con fe, y se hace alimento en la Eucaristía para fortalecernos.
El sentido del pan es alimentarnos y sostener la vida; comemos para vivir; pues
bien, solo la Eucaristía realiza plenamente lo que significa el pan ya que, en
ella, recibimos la vida eterna.
Elías, cansado y agotado, fue sostenido en el desierto con un pan y un jarro
de agua ofrecidos por el ángel del Señor, “porque el camino era superior a sus
fuerzas” (1Re 19,7). Santa Teresa, al morir, nos dijo: “Es tiempo de caminar”.
La Eucaristía es el Pan de los caminantes, el pan para la vida del mundo,
medicina de inmortalidad. No digas, no puedo más. Acércate a la mesa del
Señor, con tus agobios y desánimos, y el Cuerpo del Señor, recibido con fe,
se convierte en tu interior en fuente de vida. “Jesús es ayuda y da esfuerzo,
nunca falta; es amigo verdadero (Vida, 22,6).
Una pregunta y una invitación nos hace el Señor esta mañana, en este lugar
en que resuenan los ecos de admirables testigos: “Oíd, sedientos todos,
acudid por agua; venid, también los que no tenéis dinero… ¿Por qué gastar
dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no sacia? Venid a mí,
escuchadme y viviréis” (Is 55,1ss). Si el alimento es pobre, arrastramos la
vida como famélicos. Todos tenemos experiencia de lo que alimenta realmente
y pacífica, de lo que saca del egoísmo y conduce a la fraternidad; también
sabemos lo que no resiste la prueba del tiempo, lo que después de un momento
de exultación paga con resaca, vacío y tristeza. Estas experiencias tuvo
también Santa Teresa; y una vez convertida al Señor brilló la luz en medio de
su cruz. Lo insoportable se le volvió ligero y gozoso. “¿Por qué ha de ir la
devoción de la mano con la tristeza?” “Un santo triste, es un triste santo”.
Queridos jóvenes, caminad con decisión, esfuerzo, esperanza y paciencia.
Abrázate a Jesucristo que es Luz, Fuente, Camino, Pan, Amigo que nunca falla.
Los amigos fuertes de Dios son oyentes asiduos de su Palabra, en silencio
oran, trabajan, cargan con la cruz siguiendo los pasos de Jesús, abren su vida
a los indigentes, acompañan a los desamparados. En la oscuridad no pierden la
esperanza. Sabemos, queridos amigos, que los tiempos actuales tiene para
vosotros la reciedumbre particular del desempleo, amplio y duradero. Os
debe la sociedad mayor solidaridad; no os quedéis en el desánimo ni en la
indignación.
San Pablo nos ha dicho en su carta: “Desterrad de vosotros la amargura, la
ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos,
perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4,31-32). Si
una persona está interiormente en tinieblas, verá todo el mundo oscuro; si la
amargura envenena su espíritu, nada posee para él el gusto de la vida. Santa
Teresa es maestra del espíritu evangélico y por ello es maestra en la difícil
asignatura de aprender a vivir. Una monja contemplativa del siglo XVI merece
ser escuchada, también por jóvenes, al comienzo del siglo XXI. ¡Qué el cultivo
de la amistad con Dios derrame en nosotros serenidad, amor y alegría!
De unos mártires del siglo IV, escuchamos en el momento culminante de su
testimonio: “Sin la Eucaristía no podemos vivir”. Estas palabras, pronunciadas
por unos testigos “amigos fuertes de Dios”, que rubricaron la fe y el amor a
Jesucristo con su sangre, fueron atinadas desde el principio y su vigencia
pervive de generación en generación. En la Eucaristía se forjan los amigos
fuertes de Dios. Jesús resucitado nos invita a su Mesa el domingo. La
Eucaristía, por ser encuentro con Jesús crucificado y vencedor del pecado y
de la muerte, es manantial de amor fraterno y de solidaridad con los pobres,
cercanos y distantes. La Eucaristía que es el centro de la Iglesia nos envía a
todas las “periferias”. En la celebración eucarística, según el testimonio de la
primera comunidad cristiana (cf. Act 2, 46), “partían el pan” con alegría y
sencillez de corazón. La Misa del domingo es una fiesta de la fe. Es
oportunidad estupenda para encontrar a los hermanos, para compartir la vida,
para fomentar la amistad. En nuestro mundo, en que más allá de muchos
ruidos, la soledad campa a sus anchas, ¡qué importante es el encuentro
dominical con el Señor y con los hermanos!
Queridos jóvenes, colaborad con vuestra presencia y vuestro ánimo a que la
Eucaristía sea comunicación fraterna, alegría festiva y surtidor de alegría
porque participamos del Pan de la vida eterna. En la Eucaristía se regenera la
amistad con el Señor, se fortalece nuestra valentía y nos convierte en
fermento de esperanza para el mundo. ¡Es un don de Dios que la Eucaristía
sea celebrada en todos los rincones del mundo!
Queridos amigos, este Encuentro Europeo de Jóvenes, en Ávila, donde el eco
de Santa Teresa se escucha por todas partes, es una ocasión preciosa para
aprender las grandes lecciones de la vida. En un momento decisivo, siendo
adolescente, al morir su madre Dña. Beatriz, el año 1528, acude a la imagen
de Ntra. Señora de la Caridad, conservada ahora en la Catedral. La Virgen
María es madre de Teresa huérfana. Nos acogemos hoy a la intercesión de
nuestra Señora del Monte Carmelo, en cuyo trasfondo aparece la historia
impresionante del profeta Elías, defensor vibrante de la fe en Dios,
perseguido y sostenido providencialmente en el camino de fidelidad. En
tiempos recios fue amigo fuerte de Dios.
Inmaculada joven
Icono de la pastoral juvenil española
Descargar