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Hambre y psicopatía en el poder; por Wolfgang Gil
Wolfgang Gil Lugo · Wednesday, September 7th, 2016
Fotografía de Roberto Schmidt para AFP. Un refugiado somalí limpia su cara mientras
se sienta en sacos de comida que recibió en el punto de distribución del campamento
de refugiados Kobe, cerca de la frontera entre Etiopía y Somalia durante la crisis
alimentaria en el Cuerno de África de 2011.
“¡Quién necesita piedad, sino aquellos que no tienen compasión de nadie!”.
Albert Camus, La peste.
Abro El hambre de Martin Caparrós y me encuentro este fragmento:
“El hambre es, en mis imágenes más viejas, un chico con la panza hinchada y
las piernas flaquitas en un lugar desconocido que entonces se llamaba Biafra;
entonces, a fines de los sesenta, escuché por primera vez la versión más
brutal de la palabra hambre: hambruna. Biafra fue un país efímero: declaró su
independencia de Nigeria el día que yo cumplí diez años; antes de mis trece
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ya había desaparecido. En esa guerra un millón de personas se murieron de
hambre. El hambre, en las pantallas de aquellos televisores blanco y negro,
eran chicos, moscas zumbando alrededor, su rictus de agonía” (p. 11).
Yo también soy parte de esa generación para la cual Biafra era el sinónimo de las
hambrunas letales. Todavía me acosan esas imágenes de niños con barrigas infladas
por la desnutrición y los parásitos. Quedé marcado para siempre por lo que puede
hacer la falta de alimento. Inevitablemente asocio esas imágenes a guerras tribales y
oscuros intereses internacionales. Eso ha hecho que me formule, una y otra vez, una
angustiante pregunta:
¿Cómo puede un ser humano ver sufrir a otro, especialmente de hambre, y no hacer
nada?
Eso solo se puede explicar como una desintegración de la personalidad; vale decir,
mediante la pérdida de los atributos que nos hacen persona. Si omitimos la
compasión, es poco lo que nos queda. Además de la indiferencia, apenas resta la
voluntad de poder acompañada por la psicopatía y el sadismo. Si esto lo llevamos al
plano político, entonces tenemos la tiranía.
Tres ejemplos paradigmáticos
La historia da cuenta de que el hambre se ha utilizado como herramienta para
someter poblaciones. Un ejemplo es el Holodomor, vocablo que significa “matar de
hambre” en ucraniano. Históricamente fue uno de los mayores genocidios perpetrados
por Stalin en la Unión Soviética en los años 1932-33. Fueron exterminados por
inanición alrededor de 9 millones de seres humanos. En este caso las víctimas fueron
los kulaks, los agricultores de Ucrania que se resistían a la colectivización forzada.
Otro ejemplo fue el Plan del Hambre (en alemán Hungerplan). Un programa
económico genocida de la Alemania nazi ideado en 1941 para ser aplicado en la Unión
Soviética tras su invasión y ocupación. Preveía que la Wehrmacht se alimentara sobre
el terreno y que la producción soviética se destinara a abastecer a Alemania, a costa
de la población civil y de los prisioneros de guerra soviéticos a los que se dejaría morir
de hambre. Se calculaba que morirían 30 millones de personas, haciendo posible así la
aplicación del Plan General del Este que preveía constituir un gran imperio alemán
que debería extenderse hasta los montes Urales.
La Gran Hambruna China, oficialmente conocida como los Tres Años de Desastres
Naturales fue el período de la República Popular, entre 1958 y 1961, caracterizado
por una hambruna generalizada. Según las estadísticas del gobierno, hubo 15 millones
de muertos en este lapso. Las estimaciones no oficiales varían, pero son a menudo
bastante más altas.
Yang Jisheng, un ex reportero de la Xinhua News Agency que pasó más de diez años
reuniendo información, estima un balance de 36 millones de vidas. Yang Jisheng
resumiría el efecto del foco en objetivos de producción en 2008:
“En Xinyang, la gente pasó hambre a las puertas de los depósitos de grano. Cuando
morían, gritaban: “Partido Comunista, Presidente Mao, sálvennos”. Si los graneros de
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Henan y Hebei se hubieran abierto, nadie habría muerto. Cuando la gente moría en
gran número alrededor de ellos, los funcionarios no pensaron en salvarlos. Su única
preocupación era cómo cumplir la entrega de grano”.
Durante el Gran Salto Adelante, la agricultura fue organizada en comunas y se
prohibió el cultivo privado. Esta colectivización forzada redujo considerablemente los
incentivos para que los campesinos trabajasen eficientemente. La producción de
hierro y de acero fue identificada como una exigencia clave para el progreso
económico. Se ordenó a millones de campesinos abandonar el trabajo agrícola para
incorporar ese personal a la producción de hierro y de acero, pero sin dotarlo de una
formación básica ni de las tecnologías necesarias para ello, de modo que las
aleaciones obtenidas eran de pésima calidad y generalmente inservibles. Mientras
tanto, una inconmensurable cantidad de cosechas se pudrían por falta de mano de
obra.
No es casual que la novela de ciencia ficción distópica Los juegos del hambre sea una
pesadilla basada en la explotación a través del control de los alimentos.
De la esencia humana a la existencia inhumana
Platón en la República nos habla del tirano, quien se hace del poder por medio de la
seducción, y luego, ya asegurado en el poder, comienza a destruir a todos aquellos
que considera una amenaza, aunque sea solo porque los imagine mejor que él mismo.
Platón describe al tirano como un psicópata, aunque no utilice el término.
Somos seres esencialmente morales. Esa es la racionalidad de la que se habla cuando
se dice que somos animales racionales. Se puede argumentar, como hizo Bertrand
Russell con mucho ingenio, que la realidad empírica y la experiencia histórica
muestran que no somos ni racionales ni morales. A eso se puede responder que esa
refutación tiene toda la razón dentro de la existencia, pero no estamos hablando de la
existencia sino de la esencia. La esencia no siempre se realiza. Cuando se dice que
somos racionales y morales en esencia, quiere decir que evaluamos las acciones
humanas por esos criterios. La misma refutación de Russell tiene un tinte de reproche
contra la condición humana. Ese reproche es la confirmación de que se está evaluando
las acciones humanas por el criterio de la esencia humana racional.
Que seamos morales por esencia no significa que seamos morales de forma
existencial. Somos morales por naturaleza, no buenos por naturaleza. Somos morales
porque somos libres. La libertad nos permite escoger entre el bien y el mal.
Podemos saber qué es bueno o malo de acuerdo con el imperativo categórico de Kant:
actúa de tal manera que la máxima de tu acción pueda ser inscrita en una ley
universal. Ésta es la forma de actuar moralmente ateniéndonos solo a la razón; pero
no somos sólo razón, también somos sensibilidad. Por lo que la compasión ocupa un
lugar importante. Ser compasivo significa tener una gran capacidad de simpatía y
empatía hacia los demás. Es la capacidad de identificarnos con el dolor ajeno. De
ponernos en los zapatos del otro.
El concepto de compasión nos viene del griego, sympátheia (συμπάθεια), “sufrir
juntos” a través del latín cumpassio. La compasión es un sentimiento humano que se
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manifiesta a partir de la comprensión del sufrimiento del semejante. Es más intensa
que la empatía. Empatía es la percepción y comprensión del sentimiento del otro, pero
la compasión viene acompañada por el deseo de aliviar, reducir o eliminar por
completo ese sufrimiento.
El budismo ha hecho de la compasión el centro de toda su actividad religiosa. Ocupa
también un lugar destacado en el cristianismo y el islamismo.
A veces, la compasión toma una lectura negativa. Sucede cuando se le reduce a la
lástima. Ello explica expresiones tales como ‘no quiero que me compadezcas’. En un
acto de salvar la dignidad, lo que queremos decir es ‘no me tengas lástima’. Sin
embargo, la solidaridad como positiva actitud de generosidad y cuidado de los demás,
resulta psicológicamente incomprensible sin el motivo de la compasión.
Lo opuesto a la compasión es el comportamiento psicópata. Las personas con
trastorno psicopático suelen estar caracterizadas por un marcado comportamiento
antisocial, una empatía y remordimientos reducidos, y un carácter desinhibido.
El hombre violento
Según Robert Anton Wilson, cuando William Blake habla de percibir el infinito en un
grano de arena, lo quiere decir es que debemos percibir al singular, sin dejar que
nuestros prejuicios ideológicos se interpongan en la visión. Esa forma de ver es el
mejor antídoto contra el Síndrome del hombre correcto, término que describe a una
persona emblemáticamente del género masculino que posee una personalidad todavía
frágil aunada la necesidad maníaca de sentir que sus acciones están perfectamente
justificadas y correctas en todo momento.
La necesidad de tener siempre la razón asume una importancia suprema en la vida del
hombre correcto. Este personaje se concibe a sí mismo como miembro de un grupo
élite de defensores de una verdad sagrada, amenazada por hordas de bárbaros
falseadores. Él y sus compañeros cruzados se consideran a sí mismos los solitarios
sustentadores de las cualidades civilizadoras asociadas al intelecto que tienden a
desaparecer en un mundo enloquecido. Esta forma de ver las cosas justifica el uso de
la violencia contra quienes no comparten esa visión. Y al contrario, quien logra ver por
encima de esa visión estrecha, puede hacer la diferencia.
El Síndrome del hombre correcto es un patrón de personalidad y comportamiento
descrito por el autor de ciencia ficción A. E. Van Vogt en su novela El hombre violento,
posteriormente popularizado por el escritor británico Colin Wilson en sus libros New
Pathhways in Psychology y Criminal History of Humankind.
La democracia: antídoto contra las hambrunas
En el campo de la economía del desarrollo, pocos investigadores han dejado una
marca más profunda que Amartya Sen.
Sen es el ganador del Premio Nobel de Economía de 1998. Su obra ha cambiado la
manera de pensar sobre la toma de decisiones colectivas, la economía del bienestar y
la medición de la pobreza. Ha sido pionero en el uso de instrumentos económicos para
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poner de relieve la desigualdad de género, y ayudó a las Naciones Unidas a diseñar su
Índice de Desarrollo Humano, la medida más ampliamente utilizada hoy para
determinar cómo los países enfrentan las necesidades sociales básicas.
Por encima de todo, Sen es conocido por su trabajo sobre la hambruna. Al igual que
Adam Smith está asociado con el término ‘mano invisible’’ y Joseph Schumpeter con el
de ‘destrucción creativa’. Sen es famoso por su afirmación según la cual las
hambrunas no ocurren en las democracias.
Aunque no sean necesariamente compasivos los gobernantes democráticos, deben
ganar elecciones y hacer frente a la crítica pública; por eso están más motivados a
evitar hambrunas, así como otras catástrofes. Con estas ideas de Sen se ha formado
toda una generación de políticos, académicos y organizaciones solidarias con las
poblaciones hambrientas.
Ahora bien, si las democracias pueden enfrentar el problema de las hambrunas,
entonces, ¿cuál es el origen de las hambrunas?
¿Que produce a los psicópatas políticos?
El problema de hambre provocada por seres humanos es el mayor atentado contra su
propia naturaleza. ¿Cómo puede uno vivir con la conciencia tranquila cuando ve
personas que pasan hambre y que pueden morir de inanición? Cuando el hambre es
producida por causas naturales, usualmente enfrentamos un problema técnico. Basta
con producir más alimentos o transportarlos. En cambio, cuando depende de la
intención de agentes políticos, no estamos en presencia de un problema técnico, sino
de algo que pone en jaque nuestra condición de seres racionales.
Hay una combinación de los tres componentes que estudiamos: primero, la distorsión
en la contextura moral de las personas (falta de compasión); segundo, una mentalidad
que ve todo a través de un agujero; finalmente, una ideología política antidemocrática.
Tal vez a esto haya que agregar un detonante: el apoyo de las masas que encumbraron
estos siniestros personajes. José Luis Rodríguez Jiménez, historiador español,
considerado un especialista en el estudio de la extrema derecha en España, nos
explica: “Cuando el apoyo del electorado se traduce en perversión e impunidad,
aparecen los nuevos psicópatas de nuestro tiempo. Son los políticos que, con crueldad
ideológica y sin empatía ni remordimientos, causan el dolor y la miseria en los débiles
e indefensos”.
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on Wednesday, September 7th, 2016 at 10:30 am and is filed under Actualidad, Vivir
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