Crisis, subalimentación e inseguridad social

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CRISIS, SUBALIMENTACIÓN E INSEGURIDAD SOCIAL
Luis Fuentes-Aguilar,
Instituto de Geografía, UNAM
In mermoriam
Ernest Feder
Presentación del problema
En México aún persisten los rasgos principales de la morfología del subdesarrollo que se expresan
en una dependencia cada vez mayor del exterior: control monopsónico extranjero del mercado de
sus exportaciones –que son fundamentalmente primarias- y monopólico de sus importaciones,
principalmente de bienes manufacturados; reducido comercio exterior global y por habitante;
penetración y control de los monopolios trasnacionales en los sectores estratégicos de la
agricultura, de la industria manufacturera, los servicios y otras actividades; subordinación
tecnológica; deformaciones en la orientación del proceso de acumulación de capitales y
crecimiento desordenado de la infraestructura, así como de distintos sectores y regiones del país
que se desarrollan en mayor medida, en detrimento de otros, etcétera.
También están presentes las características del atraso, como: pequeñez relativa del producto bruto
total y del ingreso por habitante, de la magnitud y grado de integración de los diversos
componentes de la infraestructura, de los recursos financieros disponibles, etcétera, así como una
defectuosa distribución de la riqueza y de los ingresos, el derroche por la subutilización o
sobreexplotación de los recursos, entre otros muchos.
No faltan tampoco los hechos sociales y políticos del subdesarrollo por cuanto a los patrones
demográficos, los índices de natalidad, fertilidad y mortalidad, de educación desnutrición,
insalubridad, anomalías en los sistemas electorales, etcétera.
Las deformaciones inherentes a la estructura de un sistema subdesarrollado y dependiente, se
hacen patentes en la aguda crisis que se padece. La crisis independientemente de las
características que adopte en las diversas situaciones históricas, siempre tendrá como resultado la
contracción del aparato productivo, la parálisis de una parte de la actividad económica, la caída de
oferta de empleos, que incluso llega a la expulsión de cierto número de trabajadores en
determinadas ramas o empresas más afectadas.
En la actual crisis, las dificultades se agudizan al incidir el aumento de las tasas de interés de la
enorme deuda externa, aunado a que el mercado internacional ha sufrido la caída de la demanda y
de los precios del petróleo que, dadas las contracciones que tenía la economía mexicana,
condujeron a una agudización extrema de los problemas financieros: el gobierno se encontró sin
recurso y se vio obligado a reducir sus gastos y sus inversiones. Los desequilibrios en la balanza
de pagos también implicaron dificultades para pagar las importaciones que la industria requiere
para seguir operando y, como aspectos estrechamente relacionados con lo anterior, la inflación se
disparó, sin que a la fecha se le haya podido regular, lo mismo que a una serie de procesos
especulativos.
Asimismo, en la actualidad todavía puede decirse –como señala David Ibarra-, que la política
económica no ha perseguido, en líneas generales, el objetivo de atenuar las desigualdades
económicas predominantes en el país. A juzgar por los hechos, la preocupación principal
redistributiva ha consistido en fomentar el ahorro y la inversión, trasladando ingresos de los
consumidores a los grupos que real o supuestamente desempeñan la función social de ahorrar e
incrementar las inversiones. Un somero análisis de los resultados de las políticas de salarios, fiscal
y del gasto público, crediticia y financiera, de precios, vivienda, etcétera, es suficiente para
comprobar que las metas de mejoramiento social de la población se han mantenido
tradicionalmente subordinadas –si no relegadas a un segundo plano- al objetivo primordial de
lograr el ensanchamiento de la base productiva.1
Este tipo de política incide en el mercado de empleo y en el poder adquisitivo de las clases
populares y, consecuentemente, en los niveles de ingesta alimentaria. En México, país
considerado en términos generales con un gran potencial de recursos naturales de diversa índole,
se afirma que se ha pasado de la desnutrición al hambre, que se vive una crisis agrícola
caracterizada por la pérdida de la soberanía alimentaria. Nutrida información señala esta realidad;
al respecto, por ejemplo, basta consultar los últimos tres censos nacionales de población para
comprobar que amplios sectores de mexicanos carecen de una dieta nutricional adecuada.
Una publicación de la Coordinación General del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos
Marginados (COPLAMAR), denominada “Necesidades esenciales en México: alimentación”, cita
resultados de investigaciones que han llegado a determinar “la línea de pobreza que divide a los
mexicanos, considerando que un 20% de la población debe catalogarse como pobre”, con base en
el criterio de reconocer dos grupos: uno que no consume carne, leche, huevos ni pescado (13.5%),
y el otro constituido por quienes sí consumen estos productos un día a la semana (6.4%).
El Instituto Nacional de la Nutrición pública también cifras del consumo calórico-proteico que
muestran que los niveles de consumo regional varían sensiblemente, resaltando las diferencias
encontradas en diferentes áreas del país. Las regiones del Norte y del Golfo tienen una mejor dieta
comparadas con las del Sur, el Sureste y parte de la región central, donde los niveles de consumo
son verdaderamente de miseria y denotan hambre. Cabe también destacar la evidencia de los
niveles de consumo entre las poblaciones del sector urbano y del sector rural; para el primero, el
consumo de nutrimentos, de proteínas y vitaminas, es superior con respecto al segundo; este
último se mantiene dentro del límite de lo indispensable o por debajo de él y con poca diferencia en
cuanto a calorías.
Evidentemente, alrededor del problema de la subalimentación y el hambre giran factores políticos,
de producción, población, comunicación y educación, que han sido objeto de discusión tanto a nivel
nacional como internacional. Se han planteado diversas soluciones, ya sea como planes
nacionales, como iniciativas administrativas o como simples denuncias, que en el mejor de los
casos han obtenido resultados parciales, y en la mayoría han fracasado en su objetivo principal de
erradicar el problema.2
Se puede afirmar que las características de nuestra actual crisis alimentaria se manifiesta en los
aspectos siguientes: declinante producción de granos básicos, creciente predominio de las
empresas trasnacionales en la industria alimentaria, notoria ineficiencia del aparato de distribución
y comercialización de los productos; subnutrición de más de la mitad de la población, y creciente
dependencia del exterior en materia alimentaria.
La crisis en el agro
En México, cerca de 2 millones de productores de maíz cultivan tierras de temporal, que se
caracterizan por la utilización de tecnología atrasada. Además, tanto ejidatarios como pequeños
propietarios, disponen de unidades productivas reducidas que impiden la introducción de técnicas
de producción modernas.
Como resultado de los bajos niveles de productividad, el autoconsumo es preponderante en este
sector. Lo anterior influye también en la escasa posibilidad de capitalización y, por ende, en la casi
nula tecnificación.
En este tipo de agricultura tradicional de temporal, es evidente que las condiciones naturales
adversas y, en cierto modo, las socioeconómicas, han determinado que el campesino elija al maíz
como básico de su actividad productora. Se estima que este sector cultiva el 80% de las tierras
dedicadas al maíz y producen el 755 de la cosecha nacional.
A pesar de las grandes extensiones donde se realiza una agricultura de temporal, no se ha tenido
el mismo nivel de atención por parte de las dependencias vinculadas al sector, que el que se ha
dispensado a las zonas bajo riego, principalmente por las facilidades que brinda la amplia
infraestructura con que han sido dotadas.
Ante las limitaciones de insumos y capacidad de prestación de servicios de apoyo a la producción,
por parte de los gobiernos federal y estatal, éstos se han orientado en forma preferente a las zonas
bajo riego donde es posible encontrar respuestas más amplias desde el punto de vista económico
que en la mayor parte de las zonas de temporal.
Por otra parte, la ocupación del suelo por compañías trasnacionales ha desquiciado la producción
de alimentos básicos. Se ha observado que en los Estados que ha aumentado la producción de
frutas y hortalizas, se manifiesta un descenso en la producción de alimentos básicos de la dieta
popular. La disminución de la producción de cereales afecta incluso a ciertas entidades federativas
de la región del Bajío, la que desde la época de la Colonia era considerada como el granero del
país. Se ha reducido la superficie cultivada de maíz en Querétaro y Guanajuato; ocurre otro tanto
con el trigo en Guanajuato y Michoacán, y con el fríjol en esta última entidad.
La recesión agrícola por la que atraviesa México ha obligado a sacrificar un número creciente de
divisas para la compra de cereales y oleaginosas en un momento en que los precios
internacionales se han disparado vertiginosamente. Debido a la sustitución de cultivos, ahora se
importan productos alimenticios básicos que antes podían exportarse.
Internamente, el acaparamiento de la tierra por los productores capitalistas, a través de diversos
mecanismos, ha propiciado una prelegalización creciente del campo. El campesino minifundista o
el pequeño propietario no son más los que detentan la tierra y sus productos, sino que se han
convertido en simples intermediarios entre el capitalista y el usufructuario del mismo, con lo cual se
ha desvirtuado la esencia de la Reforma Agraria.
La tendencia a la concentración de la propiedad rural y el efecto de expulsión de la mano de obra,
como resultado de la desesperación que impera en las zonas menos favorecidas, tiene un poderos
impacto sobre los patrones nutricionales. El desempleo rural y la emigración hacia las ciudades
tienden a aumentar la demanda de alimentos de consumo popular, al mismo tiempo la producción
de éstos tiende a decrecer como consecuencia de la competencia ejercida sobre la tierra para
producir materias primas para la agroindustria. La penetración de capital y tecnología extranjera,
principalmente norteamericana, en la agricultura mexicana ha despojado al agricultor de su
capacidad de decidir la forma en que debe realizar esta actividad; las decisiones son tomadas por
los inversionistas y comerciantes norteamericanos con el apoyo y aparente cooperación de los
grandes agricultores mexicanos.
El costo de la mano de obra es el único medio de producción que manejan los agricultores
nacionales, ya que los otros medios –insumos y maquinaria agrícola- son suministrados o
adquiridos en el extranjero o en sus filiales, en el marco de un mercado monopolista. Tal es el
resultado de la dependencia y la penetración del capital extranjero a través de los grandes
consorcios internacionales que se encuentran presentes en el país.
En suma, se puede afirmar que la estructura de la agricultura ha sufrido un cambio violento que ha
originado una transformación social en el agro. El proletariado y semiproletariado agrícolas, cada
día más numerosos, se debaten dentro de un sistema cada vez más opresivo. Asimismo, la
dependencia alimentaria constituye actualmente un arma estratégica de presión, que los países
hegemónicos esgrimen para establecer un intercambio desigual más injusto para los países débiles
y mantener los niveles de dependencia y marginación de las naciones periféricas.
El deterioro del salario
Para Ernest Feder, el hambres es función de la pobreza, y la pobreza es función del empleo:
“Donde hay desempleo o empleo con salarios de hambre –fenómenos característicos ambos de
nuestra parte del mundo- ahí está el hambre. Así que cuando hablamos de ésta, necesariamente
nos vemos obligados a hablar de empleo y pobreza. Son parte de un todo, forman un `paquete´”3.
En la mayoría de los casos, la subnutrición es una manifestación de la pobreza. Los niños padecen
subnutrición, generalmente no porque no haya alimentos en el mercado, sino porque sus padres no
pueden comprarlos.
El trabajo humano constituye un hecho social históricamente definido, que se da en marcos
estructurales específicos con respecto a los cuales debe ser considerado. Por tanto, el estudio de
los problemas del empleo en su concepción más amplia excede con mucho las consideraciones
relativas a la mera capacidad de absorción ocupacional de la economía, a los requerimientos de
calificaciones de mano de obra y a las posibilidades de incrementar los ingresos por trabajo, por
mucho que en un momento dado éstos constituyan objetivos deseables por sí mismos, junto con el
desarrollo físico y operacional de las fuerzas productivas de las cuales dependen.
Sin embargo, el desarrollo y el aprovechamiento de los recursos humanos y el avance científico y
tecnológico exigen ser contemplados desde el ángulo de la racionalidad de la sociedad como un
todo, lo cual presupone su funcionamiento eficiente en atención a las necesidades de la población
en su conjunto y no como meros instrumentos subordinados a los intereses particulares de unos
pocos.
El mercado de empleo muestra un exceso de mano de obra mal preparada para la vida industrial y
para la actividad moderna en general, que ofrece dificultades para su asimilación, mientras que,
paradójicamente, existe una pecuaria de fuerza de trabajo calificada, de técnicos de distintos
niveles y de personal competente administrativo y de dirección. También se advierte un desperdicio
en la subutilización o no utilización, de gente con una preparación que ha significado inversiones
de tiempo y de recursos, pero que no responde a los requerimientos de la economía.
Con todo, esto no quiere decir en un sentido estricto que la falta de capacidad de la mano de obra
sea la causante de su exceso relativo y el principal obstáculo para superara el atraso. Por el
contrario, dicho excedente relativo de trabajadores sin calidades para la actividad moderna, que en
México presenta un volumen enorme, obedece a las causas estructurales que determinan una
extrema lentitud en el proceso de acumulación de capital y una creciente concentración del
ingreso, con el consiguiente efecto sobre la pauperización de los grupos mayoritarios. Si en las
áreas más modernas de la economía se presentan exigencias de personal más calificado, las
masas de subempleados contribuyen a mantener una política salarial en contra de los intereses del
trabajo, por más que quienes se hallan mejor preparados se encuentren en situación relativamente
privilegiada con respecto a sus compañeros más desfavorecidos.
La tesis oficial postula desde hace años que el campo debe ofrecer máximas posibilidades de
empleo, pero el desempleo y subempleo aumentan en forma inquietante. Como millones de
personas no encuentran acomodo en las ciudades, acaban por dejar el país e irse, con o sin
documentos que legalicen su estancia, de preferencia al sur de Estados Unidos, en donde son
discriminados y aun víctimas de la represión.
La política de precios de garantía, que debía asegurar un ingreso digno al ejidatario y al pequeño
productor, contribuye a elevar las ganancias de los agricultores capitalistas y a hacer incluso más
desigual e injusto el reparto del ingreso.
La política que según los funcionarios debía reforzar la independencia frente al exterior,
sustituyendo importaciones y diversificando exportaciones, a partir de graves errores en la fijación
de ciertos precios y de costosas improvisaciones, desenlaza en un pesado y oneroso déficit de
granos y oleaginosas.
El deterioro nutricional
La causa central de la desnutrición nacional es que, infortunadamente, los alimentos no son
considerados como un bien destinado a alimentar a la población, sino sólo como una mercancía útil
para hacer negocio. Lo que esto significa es que el meollo del problema se centra en la gran
especulación que se hace de los artículos alimentarios.
En la actualidad, la especulación no se limita al alimento sino que se ha extendido desde el capital
necesario para producir, los insumos, la tierra misma, los transportes, almacenes, mercados,
etcétera. Muchas grandes compañías con tecnología y capital han logrado integrar los sistemas
alimentarios en forma vertical, para manipularlos de acuerdo con sus intereses.
Conviene resaltar el alcance humano y social del hambre crónica y de las hambres específicas que
actúan profundamente sobre los grupos humanos, imprimiendo en ellos un estigma imborrable que
afecta al mismo tiempo al cuerpo y al espíritu. En realidad, como enfatiza Josué de Castro, “no
existe ningún factor natural que actúe sobre el hombre en una forma tan despótica y tan profunda
como la alimentación”.4
El Dr. Enrique Suárez indicaba en 1962 algunas de las características somáticas del mexicano de
la manera siguiente: “Nos habremos quedado un poco chaparros, después de haber sido
barrigoncitos en la niñez; habremos sido o seremos víctimas de frecuentes enfermedades
infecciosas; al tiempo de trabajar nos sentiremos cansados muy pronto y nuestro rendimiento
económico-social y personal será menor que el apetecido. Prematuramente habremos llegado a
una vejez achacosa y una muerte decididamente prematura, con la siguiente pérdida individual,
familiar y social que todo esto significa”.5
La dieta mínima diaria por persona que recomienda la FAO para los países subdesarrollados es la
siguiente: calorías, 2600; proteínas, 75 gramos; proteínas animales, 25 gramos. Las cifras de que
se disponen para México indican las siguientes: calorías, 2625 diarias; proteínas 76 gramos diarios;
proteínas animales, 20 gramos. Lo más grave es que se duda que en el futuro se puedan mantener
estas cantidades que tienden a bajar sensiblemente entre grupos mayoritarios de la población;
además, la diferencia es significativa entre las zonas rurales y las urbanas.6
A través de sus estudios el Instituto Nacional de Nutrición ha demostrado que el alimento
tradicional diario de la gente en las zonas rurales se compone de maíz, fríjol y chile, el cual
contiene 2000 calorías y 54 gramos de proteínas de los cuales 9 son de origen animal, nivel
situado entre los más bajos del mundo. La alimentación del grupo más vulnerable –niños en edad
preescolar- es la que más llama la atención. Consumen un promedio diario de 940 calorías y 26
gramos de proteínas, de las cuales sólo 8 son de origen animal. Estos niveles son inferiores al
mínimo aceptable, y el consumo actual de proteínas animales es inferior a la mitad del mínimo
recomendado.
El Distrito Federal, con 18% de la población del país, consume una tercer parte de toda la carne
que se consume en el país. El promedio diario de consumo de carne de res por persona en esta
metrópoli es de 60 gramos, mientras que en la totalidad del país es de 33 gramos diarios.
La desnutrición es un problema general del país que tiende a agudizarse, pero por carencia de
comunicaciones y transportes, fallas de distribución anarquía, es más grave en el campo. El Distrito
Federal concentra en una proporción de cuatro veces más que el resto del país alimentos básicos
como leche, huevos y carne. Por ello, en relación a la tasa de mortalidad preescolar, la República
Mexicana ha sido dividida en zonas en las que la nutrición se clasifica en una escala que va de
buena (5 muertes infantiles por cada mil niños) a pésima (25 muertes), pasando por los estratos
regular (10) y mala (17). Las condiciones son particularmente graves al oriente del Bajío hasta
Zacatecas, en el anillo densamente poblado alrededor de la cuenca de México, y en el sur, en las
partes montañosas de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, y en la zona henequenera de Yucatán.
El deterioro nutricional de la población es difícil de cuantificar, debido a que la mayoría de las veces
se acompaña de desventajas culturales, emocionales, económicas y/o biológicas; sin embargo, los
daños somáticos e intelectuales se vuelven evidentes con el transcurso del crecimiento y muchos
de estos daños o secuelas son irreversibles y marcan muchas de sus actitudes futuras.
El deterioro social
Las condiciones que privan actualmente en el país –desempleo masivo, salario mínimo precario,
carestía creciente, miseria en el agro temporalero, cargas impositivas asimétricas, rentas
habitacionales
elevadas
con
incrementos
arbitrarios
constantes,
transportes
colectivos
insuficientes, extorsiones continuas a la ciudadanía por parte de los cuerpos de seguridad, pésimos
servicios asistenciales, dependencia externa del aparato productivo, etcétera- se traducen en un
deterioro social, cuya manifestación más patente es la inseguridad y los brotes de violencia.
El inmigrante a las principales ciudades del país sabe bien lo que busca y quiere dar a los suyos
mejores condiciones de vida. Lo que deja atrás es bien poco, la miseria de sus lares, la lucha
constante contra los elementos naturales, la opresión del agio, el esfuerzo sin límites y sin término
por cosechas raquíticas siempre insuficientes, jornadas de trabajo de sol a sol en la pizca de
algodón o en el corte de caña, pero siempre percibiendo salarios ínfimos que a duras penas le
alcanza para sobrevivir.
La migración del campo a la ciudad constituye el abandono de la miseria, por una posibilidad que
no se cumple para una gran mayoría que acrecienta el ejército de desocupados y subocupados,
prestos a vender lo único que poseen, su fuerza de trabajo aceptando cualquier salario, hasta que
la desesperación los obligue a realizar actos a antisociales y delictivos, ante una disyuntiva en que
se tiene todo a ganar y nada peor a la existencia que se lleva.
En un entorno en que el orden social se desintegra y en el que las expectativas para las mayorías
de alcanzar un bienestar mínimo son casi nulas, los valores sociales pierden vigencia y se
producen fenómenos de desorganización social. La sensación de inseguridad, propia de épocas
donde se manifiestan condiciones económicas críticas, propicia que pierdan validez las
valoraciones de antaño y sean sustituidas por otras frecuentemente de violencia, producto del
deterioro social que se vive.
De esta manera, las fuerzas de seguridad son incapaces de garantizar la seguridad de una
población de más de 18 millones de habitantes en la zona metropolitana del Distrito Federal, y
mucho menos de frenar los altos de criminalidad: 80 homicidios, 250 lesiones, más de 1500 robos
y asaltos a mano armada, en promedio diario; la policía preventiva del Distrito Federal –con base
en el nuevo reglamento- se apresta a legalizar y a comercializar los servicios de la policía. Esto no
es más que un indicador objetivo del deterioro social que distintas regiones que conforman el país
tienen sus propias manifestaciones, como una expresión objetiva de la crisis en que estamos
inmersos.
Notas
1
Ibarra, David, “Mercados, desarrollo y política económica, Perspectivas de la economía de
México”, El perfil de México en 1980, Siglo XXI Editores, S. A., p. 117, México, 1980.
2
Bazaine Aquiles C., “El espectro del hambre”, Gaceta UNAM, vol. II, núm. 64, p. 23, México,
septiembre de 1984.
3
De la conferencia El hambre, de Ernest Feder, sustentada en la Cátedra Narciso Bassols, octubre
de 1980.
4
Castro, Josué de, Geopolítica del hambre, Ed. Ouvriéres, p. 98, París, 1976.
5
Suárez, Enrique, “El problema alimenticio en México” Revista Mexicana de Sociología, vol. XXIV,
núm. 2, pp. 367-379, México, 1962.
6
Banco Nacional de México, S. A., “Feeding the Mexicans”, Review of the economic situation of
Mexico, vol. XLVI, núm. 530, pp. 165-169, México, 1980.
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