El descubrimiento de América en la historia de Europa

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JUAN B. TERÁN
EL DESCUBRIMIENTO DE
AMÉRICA
EN LA HISTORIA DE EUROPA
Índice de la Obra
1
INDICE DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA EN LA HISTORIA DE
EUROPA
Prefac io
I – FEU DA LISM O: La inv as ión y el mu n icip io . - El mu n icip io y el feu do. - A mbos son creacio nes
de las neces id ades subs igu ientes a las invas io nes. - El feud alis mo y sus det racto res: M ichelet . - La
ló g ica del feud alis mo y de la g ran p ro p iedad . - Fu erzas mo rales del feud alis mo . - Las Cru zadas. Sus consecuencias. - A parición d e un amb ient e general de los pueb los; tráfico internacional;
au mento d e los consu mos . - In flu en cia árabe: Federico II y Av e rroes . - La t ransfo r mación d e la Edad
Med ia y su eco en la poes ía d e los t ro vad ores
II - ITA LIA EN LA EDA D M EDIA : It alia, las Cru zad as y el feudalis mo . - It alia cent ro d e una nu eva
civ ilización. -La ciudad y la co mu na italian as. - La b urgues ía y su triun fo sob re la nob leza. - La
oligarqu ía d e los mercad eres y de los cond ottieri . - Cons e cuencias en la ps ico log ía p ers onal y social.
- La lu ch a de fa milias : su e xp licación. - La facción it alian a. - Trad ició n b izant in a. - Los id eales de la
condu cta en la t ransfor mación b urguesa. - Los med ios de la lu ch a. - La v enta de ciudades. - Juan a de
Nápo les y Lu is el Gran de d e Hun gría. - César Bo rg ia, mod elo de u n estado so cial. - Francisco d a Carrara. - Ps ico log ía it aliana del s ig lo X V, según Tain e. - Defecto d e su ju icio . - Es más b ien el de la
Eu rop a feud al. - Ing laterra del s ig lo X VI. - Ret rato d e M acau lay, d e la It alia d e M aqu iavelo
III - LA S TRA NSFO RM A CIO N ES BUR GU ESA Y PRIN CIPES CA EN ITA LIA : Triu n fo de la
burgues ía. - La d emagog ia: los cio mpi de Flo ren cia. - It alia y el ro man is mo . - Influen cia del
ro man is mo en su función d e la borato rio d e la t ransfo rmación d el Occid ente. - Co la d i Rien zi. - La
fa milia it alian a. - Las fiestas. - La d esap arición de la libert ad co mun al. - Ap arición de las d inast ías . La po lít ica de la b alan za . - El ateís mo . - El ind iv id ualis mo - La « Señ oría» . - Las grand es
«ind iv id ualid ad es». - El «n atu ralis mo » . - Leo nardo d a Vin ci.
IV - LA S CIU DA D ES COM ERCIA LES. LA VIA DEL ORI ENTE : A malfi. - Pisa. - El amb iente
co mercial. - A usencia del «h ono r» y de la co nciencia «crist ian a» . - At racción de Italia. - La
emig ración a Italia. - Cos mo po lit is mo . - El co mercio flo rent ino . - Géno va y Ve necia. - Sus
con flict os. - El co mercio con los in fieles. - La arq u itectu ra n aval. - Ext ens ión d e los mercad os. Au mento d e los con su mos . - Neces idad d el t ráfico con el Orient e. - Sus co ntrat ie mpos. - It inerarios y
duración de los v iajes. - Primeras exped iciones . Portugal. - Precurso res it alian os de los
descub ri mient os marít imos
V - LA EVO LU CIO N PO LITICA EN LOS D EM A S PA ISES : Fran cia: sus co mun as, su co mercio.
Diferen cia con las italianas . - Su feudalis mo . - Gu erra d e los Cien Años . - Carlos VII. - La nu eva
época. -Lu is XI. - La inv asión a It alia segú n : M iche let. - A le ma nia. - Su anarq u ía. - M axi mi lian o. Ing laterra. - La g uerra d e las Dos Rosas. - Enrique VII. – Flan des
VI - ¿PO R QU E NO FU E ITA LIA LA D ESC U BRI DO RA ? - LA NA CION D ES CU B RIDO RA :
Italia : su apogeo en el siglo XV. - Italia estaba ind icada por su cie ncia, su espír itu
co mercia l, su cosmopolitis mo a ser la descubridora. - Dio la idea y el ho mbre, pero
fue incapaz de descubrir. - La idea y la obra social. - El descubrimie nto necesitaba
una nació n descubridora. - Colón ita lia no españolizado: símbolo de la colaboración
de dos pueblos. - Misticis mo de Colón. - Colón y Alejandro VI. - Los sentimie ntos
característicos del Renac imiento. - El ger men de la decadencia italiana. - La nación
descubridora. - La guerra religiosa, la tradición ro mana, su posició n geográ fica. - La
civilización se convierte de mediterránea en «oceánica». - Portuga l y España. - El
saco de Constantinopla y de Ro ma más expresivos que la to ma de 1453. - La época
del descubrimiento ha tenido suma trascendencia en el destino de América. - La
guerra actua l y el fracaso de la civilización nac ida en el siglo XV. - El destino
ma nifiesto de América
2
A mi madre, a mi esposa, a mi hija Eugenia que tejen con flores diversas, bajo la misma
lumbre, la corona de mi vida.
3
PREFACIO
Las páginas de este libro, que habla n de países re motos, han sido provocadas por
la preocupación de mi propio país, y es la de esta cró nica espir itual de su orige n, tal
vez, la única enseñanza que enc ierran.
Investigando la historia colonia l del Tuc umá n - no mbre de una vasta e
indeter minada región argentina que descubrió el Perú - comprendí la necesidad
lógica de estudiar las ideas que presidieron la con quista y la política que la gobernó.
Lle gado al punto de precisar el fe nó meno q ue pudiera lla marse la ciudad
americana en los siglos XVI y XVII, me pareció que era dejar de lado la raíz de los
sucesos no descender hasta el Descubr imiento.
Pero el cuadro conocido del Descubrimie nto era de masiado teatral: aparecía con
caracteres irreales a fuerza de ma gnificar los dramatis personae. Desaparecían la
época, los pueblos, las ideas, todo el pasado, pa ra dejar sola me nte en pie dos
inme nsas figuras en el desierto de la his toria del Descubr imiento : Colón y la reina
Isabel.
Han atraído efectiva me nte con vio lenc ia exclusiva la bio grafía del descubridor, su
constanc ia conmo vedora, su ho nda tristeza antes de las capitulacio nes de Santa Fe,
mística y exa ltada al delir io después del descubrimie nto y al comie nzo de las
injusticias, su gloria constelada de infortunio.
Lue go, la romá ntica figura de la reina sobreponiendo su visió n ins pirada a fallos
de conc ilios y juntas sabias y entregando sus joyas, según la le yenda, para costear el
viaje a lo desconocido.
Es verdad, tamb ién, que por su fecundidad sin par, el descubrimie nto de un mundo
nue vo era el motivo más capaz de tentar la admiración por lo grandioso, propia de
nuestra naturale za. López de Góma ra ya decía en la dedicatoria al emperador Carlos
V, en 1552, de su historia apasionada: «La ma yor cosa, después de la creació n del
mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de
Indias ... ».
4
De ahí las leyendas. La que quiere arrebatar a Colón la gloria por que un piloto de
Hue lva, de regreso de Santo Do mingo, ha trans mitido a aquél el secreto de su
expedic ión, luego la del motín de los tripu lantes o la de la decisió n de Colón de
regresar después de largos días de nave gación infructuosa, que Martín Alonso
Pinzón resiste, obligándolo a perseverar en la ruta.
Del motín y la reyerta con Alonso Pinzón, en la relació n diaria y prolija del viaje
que ha dejado Colón, no hay indic io alguno y se está inclinado a tenerlos por cuentos
de Oviedo y de Herrera. El 22 de sep tie mbre, dice el diario, la gente andaba muy
estimulada. El 8 de octubre, día fijado por la conseja para la sedición que quería
forzar la vue lta a España, si no se encontraba tierra en tres días, dice: «La mar está
co mo el río de Sevilla, gracias a Dios, los aires muy dulces como abril en Sevilla,
que es placer estar en ellos, tan olorosos son».
En cuanto a las joyas, aun en la historia hiperbólica del obispo de las Casas, no son
sino unas palabras en la entrevista de la reina con Luis de Santángel. La reina, ante el
encarecimiento que Santángel ha cía del proyecto de Colón, observó que era
necesario esperar hasta obtener un poco de quietud en medio de las guerras, pero que
si no podía esperarse tendría por bie n que sobre las joyas de su recámara se bus caran
dineros para preparar la ar mada.
Nada de todo eso miran las páginas de este libro ni las de los que, el azar favorable
med iante, han de seguir le, enderezados a estudiar los orígenes amer icanos.
Las del presente quieren ofrecer el cuadro de los sucesos que vin culan el
descubrimiento a la historia de Europa y que muestran có mo era verdad que, aparte
de la arribada forzosa de Cabral a las costas del Brasil, llegaba a fines del siglo XV
su hora predestinada.
Índice de la Obra
5
I
EL FEUDALISMO
La inv as ió n y el mu n icip io . - El mu n icip io y el feud o. - A mb os son creacio nes d e las necesid ad es
subs ig u ient es a las inv as ion es. - El feu dalis mo y sus d et ract o res : M ich elet . - La lóg ica del
feu dalis mo y d e la g ran p ro p iedad . Fu erzas mo rales del feu dalis mo . - Las Cru zadas . - Sus
co nsecu en cias. A parición d e u n amb ient e general de los pu eb los; t ráfico int ern acio nal; au mento
de los co nsu mos . - In flu en cia árabe: Fed erico II y A verroes . La t rans fo rmació n d e la Ed ad M ed ia
y su eco en la p o es ía d e los t ro v ado res .
Las invasiones suprimiero n la unidad ya aparente del Imperio, los órganos y los
centros de la vida general, de la comunicación entre los pueblos. Subsistían, en
ca mb io, los órganos de la vida local, la ciudad, sus teatros, sus acueductos, los
estatutos munic ipales, que medraban en la disoluc ión y a med ida que se encalmaban
las luc has y se diseñaba el establecimie nto de las nacio nalidades nuevas.
La vida munic ipal camb iaba de sentido, pero su fuerza histórica se acrecía al lle nar
ma yores necesidades.
La ciudad reunió dentro de sus muros població n y rique za, cons tituyó el único
centro respetable y fuerte. Sobre ella se organizará la restauración del progreso
político y econó mico.
Era el munic ipio el testimo nio histórico de Ro ma, presente don dequiera que
alcanzó su colonizació n.
Italia es por ello el país por excelenc ia de los municip ios; una co lección de
colmenas ardie ntes y sabias.
Pero el hecho que hoy aísla el anális is histórico, quedó oscurecido y latente
durante los siglos de la invasión, de las luchas de las trib us, de la composición y
reco mposición instable de las diversas colonizacio nes bárbaras.
En ese largo período se acentúa un hecho nuevo que parece dirigirlas.
Es el feudo, el particularis mo territorial y personal, nacido de la necesidad de
defensa una vez disuelto el imperio y a consecuencia del trastorno de las invasiones,
que no han ree mplazado la autoridad destruida.
En el afán instintivo de simetría que mueve a los siste matizadores se ha opuesto
6
aquel hecho a este hecho nuevo: la organización local al feudo, el municipio al
castillo, aspirando a mostrar en el primero la herencia romana y en el segundo la
contribució n germánica.
Ciudad y castillo, vida social y fuerza personal o individualista se rían los dos
términos de cuya fusión habría surgido como de una ma nipulación de laboratorio la
civilización moderna.
No parece, sin embargo, que puede atribuirse la aparición del feudalis mo a una
fuerza esencial de los invasores.
La erección del castillo alme nado y municionado como una forta leza, la adscripción
del hombre a la tierra, que son sus exponentes, fue ron floración espontánea de un
estado social: no hay en ella un ins tinto de raza, el genio ind ividualista, estrecho y
fiero que se ha atribuido a los germánicos.
La anarquía, el estado per manente de guerra, la pobreza, la inse gur idad exigían la
fuerza, las ar mas, los muros macizos, la torre sobre la colina despejada y abrupta
como un asiento de observación y operaciones, y arrastraban al servilis mo del débil,
al contrato de protección y ayuda entre el feudatario y el señor.
1
El fenó meno se ha producido en cierto modo en la historia argen tina durante la
anarquía posterior al año 20. Los caudillos tienen la le gitimidad histórica de los
barones. Era el feudalis mo una creación lógica coordinada para produc ir la fe licidad
socia l posib le.
Lo propio ocurre con las comunas. Respondía n a una mis ma nece sidad. Por eso es
que no aparecieron sola mente donde las alentó la tradición ro mana. Por eso fueron
tan prósperas y poderosas las comunas fla me ncas2 .
Esa tradició n ro mana invocada para explicarlas es insuficie nte y ade más
innecesaria.
Las gildas o corporaciones fueron conocidas ta mbién de los ger má nicos. En el
1
M ich elet s ost ien e la id ea q ue he mo s e xp u es t o. En cu ent ra qu e el t riu n fo d e los g er mán icos se
d eb e a razo n es con t rarias a las d e su s u p ues to in d iv id u alis mo : ad h es ión a los jefes d e fa mi lia, a
la ab n eg ació n p ers on al, a la d is cip lin a q u e, eso s í, d ice, p arecen fo r mar el g en io h ist ó rico de
A le man ia.
Es t e d es arro llo d es en fren ad o d el y o , lo co mp ru eb a en los p u eb l os más d is t in t os : d an es es ,
es pañ o les , celt as , galos . ( La Ga ul e. Les in va si o n s. C ha rl ema g n e. París , C. Lév y , 18 7 0. ( En
sus : Oeu vres co mp l et es. Hi sto i re. Hi st oi re d e Fra n ce. t . 2) p ág . 14 5).
2
ZELLER , B. Hist o ire d e Fru nce raco nt ée par les co nt e mp o rains , t . I V, p ág . 14 0.
7
terreno pantanoso entre el Yser y el Escalda, tuvieron el acicate de la necesidad de
defe nderse del mar o mnipresente para vivir
3
y surgieron las brilla ntes co munas
fla mencas.
La co muna exigía un conjunto de personas y eso supone un grado mayor de
evolució n: en ca mbio, para la prepotenc ia del fe udal bastaba un solo brazo fuerte.
Donde éste se levanta hay un señor y a su alrededor vasallos; la co muna es un
mo mento
posterior
del
proceso: la
aparició n
y
la
for ma ción
de otras
individua lidades coligadas que vence n y supla ntan a los señores.
Instituc iones infortunadas las que infa ntó este régime n feuda l. Han soportado las
detraccio nes más viole ntas, las protestas más ardie ntes: se ha hecho de ellas el
símbolo de la tiranía, de la opresión más odiosa del ho mbre por el ho mbre, de la
pree mine ncia más irritante del privilegio personal.
Mic helet, genio de poeta y naturale za pole mista, ha lanzado con grande elocuenc ia
sus invectivas contra la Edad Media. Estado prodigiosa mente artificia l, la Edad
Media, ha dicho, no tie ne más argumento en su favor que su extre ma duración.
Nada fue más difíc il matar que la Edad Media, porque estaba muerta desde hacía
siglos.
Para ser muerto es necesario vivir 1 . Ninguna sociedad ha dejado más odio que el
mundo feuda l, más rabia en el pueblo. De la esclavitud a la servid umbre el progreso
es sens ible, pero la feuda1idad fue inso lente, llena de burla y de desdén 2 .
La filosofía precursora de la Revo lució n francesa ha cread o ese juicio, que ha
penetrado honda mente en nuestro siste ma me ntal y que ha conc luido por trascender
co mo un sentimie nto. La habitual requisitoria cobra bríos sie mpre nuevos y acentos
sie mpre férvidos en la boca de los revoluc ionar ios, de los apasio nados
reformadores, de los apolo gistas de la libertad en su sentido metafís ico y lír ico.
Fue la bandera de las clases medias, y naturalmente el sentimiento de la Edad
Conte mporánea, que es su obra.
Procedie ndo de sus ene migos fuera injusto suscribir la condena ción sin exa me n.
3
FIER EN S- GE VA ER T, H. Psychol o gi e d'un e vill e; essai su r Bru g es
M IC H ELET, J. La Ren ai ssa n ce, pág . 9.
2
M IC H ELET, J. Orig in es d u d ro it francais , ch erch ées d ans les s y mb o les et fo r mu les du d ro it
un iv ersel, p ág . 35.
1
8
El apóstrofe de M iche let exc luye, por cierto, la alta Edad Media, aunque la
amb ició n de sus palabras pareciera abarcarla.
Los cantos de Ro lando, dice, no datan por cierto de una edad de servid umbre, sino
de una edad de vida, de libertad, de la edad de la defensa, de la edad que resistió,
leva ntó los asilos de la resistencia y salvó a Europa de las invas iones nor ma nda,
húngara y sarracena3 .
En el contrato feudal, las partes tienen títulos igua les, el señor y el vasallo.
El ho mbre de la torre lla ma al transeúnte y le dice: «Quédate y defe ndá monos. Te
confío desde hoy este pue nte, esta garga nta del valle, mi puerta, mi mujer y mis
hijos». El transeúnte le responde: «Me doy a ti, en la vida y en la muerte». Se
abrazaron y comieron en la mis ma mesa.
Tal es la Edad Media que Mic helet respeta. Pues bien, ¿conocéis otra Edad Media?
Mic helet condena la de los siglos XII y XIII, la de las abdicaciones sucesivas de la
independenc ia humana, la de la proscripción de la na turaleza : la Edad Media
mo nástica que for mó un «mundo de id iotas». El zo nzo es una creació n de aquella
época, nacido de las escuelas del vacío y de la sufic ienc ia escolástica que se hinc ha
de palabras, se alime nta de vie nto.
La visió n de Mic helet peca de parcia l: no ve sino a Francia y sola mente la
escolástica y las disputas no minalistas.
Olvida de Italia, que ignoró la escolástica; de Flandes, donde las comunas
trabajaban activa me nte por fundar una civilizac ió n materia l próspera, que
produc irá la pintura realista de va n Eyck.
Olvida que en Ger ma nia se han establec ido en el siglo XIII las hansas
comerc iales; que en la mis ma Franc ia crecen todos los días las fer ias de Cha mpaña,
donde ocurren mercaderes de los puntos más dis tantes de Europa, y que en toda la
extens ión del continente ger mina el esfuer zo de la burgues ía por desplazar a la
noble za, por conquistar libertades, e inic ia la investigac ión de la natura leza.
La univers idad de París, la disc us ión de realistas y no minalistas, el reinado de la
teología y de la Iglesia ha n ree mpla zado, a los ojos de Mic helet, el espectáculo
total de la vida europea, y su juicio, en vez de ser el juic io de un histor iador, es el
3
M IC H ELET, J. La Rena issa nce, p ág. 21.
9
alegato apasionado y elocue nte de un sectario.
En esos tres siglos justa me nte se engendra, elabora y llega a su fin la evoluc ión
burguesa - la prude ncia burguesa, que dice despectiva me nte M iche let - pero que es
her ma na de la paz pública, la rique za y la vue lta a la natura leza.
No han sido estériles, sino profunda mente creadores, puesto que prepararon la
Edad Moderna, es decir, el Re nacimiento, la for mació n de las nacio na lidades, la
centralizació n política, la filoso fía raciona lista, el arte realista y el siglo de oro de
las literaturas.
Este libro aspira a mostrar el descubrimiento de Amér ica co mo u na consecue nc ia
de las transfor mac io nes socia les y econó micas de los siglos XIV y XV.
Todas las instituc io nes socia les fueron más huma nas en la Edad Media que en la
Antigüedad, ha dicho tan conc ienzudo investigador como Schmoller 1 .
El odio entre el rico y e l pobre no ha tenido a partir del siglo IV antes de Cristo, la
mis ma vio le ncia que en la Antigüedad. Aun el ra dicalis mo socia l más extre mo de
nuestros días es infinita me nte me nos bárbaro que el de la Antigüedad.
Las ciudades que necesita n població n otorgan a los ho mbres la libertad personal y
ello imp ide la opresió n de los paisanos.
La econo mía monetaria, que emp ieza sucediendo a la econo mía natura l, permite a
los sier vos libertarse de cargas por medio del dinero.
La grande propiedad, los feudos, fueron la expresión de un progreso econó mico en
la organizació n y en la divisió n del trabajo. La grande propiedad no fue la que creó
la noble za, sino que fueron las obras realizadas por la nobleza las que crearon la
grande propiedad y el régimen feudal, que es su fór mula : la fór mula que responde al
desarrollo moral e inte lectual del ho mbre de entonces, de su situa ción econó mica, al
fin político de la sociedad.
No es sino en el siglo XIII cuando la profes ión y la fortuna dividen la població n en
patric iado y bur gues ía y hace la organización mo netaria que despierta la avidez de
la rique za.
Antes de entonces el noble no buscaba la riqueza, sino el poder. Encendió ade más
aque l régime n el culto de Dios y la mujer en sus for mas más espontáneas y más
1
Principes d’econo mie po lit ique, t. V, pág, 113.
10
bellas, y él sigue sie ndo una fuerza mora l de nuestra edad.
Debió ser, en efecto, el fe udalis mo un a mbie nte único para la aparición de
facultades lír icas, un bello mo me nto para el alma hu ma na, exaltada, afinada por la
preocupación de esperanzas extrahu ma nas, sin urgenc ias prácticas, sin tiranías
metódicas.
Iba a la guerra privada el señor no sólo por el botín, sino por el honor; fue hacia el
misterio infinito del Oriente por un frenes í pura me nte espir itua l. Era su meta, no el
triunfo sino la guerra; no la posesión, sino el amor : no la cosa ni el buen éxito, sino
el brillo de su divisa, la tiesura de su busto, la honradez de sus golpes en las justas,
la frescura de las imá genes, las cortesanías del giro en sus cancio nes y baladas1 .
Suscita imá genes que historian esas ideas: el castillo abrupto y aherrojado, en cuya
alta torre ora y medita el señor fiero y devoto; los glebarios que en lar ga procesión
van por las ma ñanas a las cuadras del castillo a entregar el die zmo que deben a su
señor. El sol ma ñanero bruñe las armaduras, dora las dalmáticas vistosas y las
gua ldrapas de los torneos; se oye el ruido de los arreos de los palafre nes, las
excla mac iones de los escuderos que los aprestan y ensayan proezas. Arriba, desde
su torrecilla, aso ma su ojo desvelado el astrólogo del castillo, que ha seguido toda la
noche el curso de una estrella enigmática para responder a una consulta ans iosa del
castellano en vísperas de una e mpresa.
De esa sociedad, por el puente levadizo de ese castillo, han salido los t rovadores
que fundaron una época literaria, colorearon un régime n social y perpetuaron en la
hora de su declinación mela ncólica y suntuosa, con los juegos florales, con sus
Cortes de Amor, con su joie - la cie ncia ritual de la cortesía- el entusias mo, la alegr ía
del alma merid iona l, a morosa, cálida, libre, ar moniosa, ta mb ién burlo na pero
inextinguible.
Fueron los trovadores y su poesía un producto feudal. M uchos de ellos y
princ ipalme nte los primeros eran grandes señores, y aqué lla, durante su período má s
brilla nte ha sido sie mpre aristocrática.
Rude l era prínc ipe de Blaye. Entre los trovadores, Anglade cue nta cinco reyes,
1
Nada hay tan e xp res iv o co mo la leyen da d e la p ri ncesa leja na , d e Jau fré Ru del, q u e v e po r
p ri mera vez, y a mo rib un d o a su a mad o. La id ealid ad d e la p rin ces a lejan a es u n mo t ivo
co nst an te de las can cion es .
11
diez condes, cinco marqueses y un sinnúmero de vizcondes, entre ellos Bertran de
Born. La época brillante de la noble za fue la de los trovadores, y su poesía se
desarrolló sola me nte en los países feudales: sur de Francia, España y en Italia en el
amb iente de los principados1 .
Debemos sobre todo al feudalis mo las Cruzadas, puesto que le per tenecen su
inspiración y su brazo. Reflejan las Cruzadas sintética mente el alma feudal, férrea y
mística, que se exa lta en la ruda soledad del castillo macizo y pétreo, entre una tarde
de pillaje y una noche de devoción y de exorcis mos.
Y las Cruzadas señalaban una etapa entre las transfor mac iones cíclicas de la
historia humana. Nacida la civilizac ión en el Orie nte, da su flor en Grecia y su fruto
en Ro ma. Para reno var su savia empobrecida, necesita la sangre de los ger ma nos,
peregrinos tamb ién de Oriente y el nue vo bautis mo que le dieron las Cruzadas.
Co mo la Invas ión, las Cruzadas tuvieron una larga y lenta prepa ración. Apenas
convertidos los bárbaros, imp ulsados por el entusias mo enérgico de una nueva fe en
almas primitivas, buscaron instintiva me nte la tierra consagrada por el drama de
Cristo y las peregrinaciones se sucedieron, sin interrupción, desde los primeros
siglos.
Los eremitas desde el siglo III al siglo VIII iban a renovar su me ditación al monte
de los Olivos. Los barones perseguía n en el largo ca mino la expiación de sus
pecados 2 . El ardor de la devoción había ya arrastrado muc hedumbres, antes de la
predicació n de las Cruzadas.
Cuando Urbano convocó al gran Sínodo de Clermo nt de Auver nia, Europa había
recibido ya noticias abundantes del Oriente y el camino estaba abierto y las
relacio nes establecidas.
La congoja mística que experime ntó Europa al aproximarse el año 1000 aumentó
considerable mente las peregrinaciones.
Las persecuc iones, los ultrajes, las conquistas rápidas de los turcos decidieron por
fin a Alejo Co mne no a pedir el auxilio del Occidente que infla mó las Cruzadas.
1
A N GLA D E J. Les Tro ub a do u rd s. Paris , A . Co lin pág 26.
2
M IC HA U D J.F. Hi sto ria de l a s C ru zad a s . Pág 18
12
Aunq ue fueron ellas la e mpresa mayor del feuda lis mo, se realiza ba cuando la fe
que las animó co menzaba a declinar, cuando el cristia nis mo había dejado de ser un
simple culto para disciplinarse co mo teoría política y como mis ión conquistadora.
Esta orientació n se acusa en la segunda Cruzada. Con la primera que encabezaron
feudales y no monarcas co mo las sucesivas, se cierra el ciclo de la difus ión del
cristianis mo.
Cuando la fuerza interior de los sentimientos se debilita, el espíritu aspira a
convalecerlos con ma nifestaciones exteriores que den la ilusió n de un equilibrio que
se ha vuelto imposible.
Dos fueron las consecuencias de las Cruzadas que operaron la trans formac ión: el
conocimie nto del Oriente y el conocimiento que Europa hizo de sí mis ma.
Come nzaron por hacer conocer a los europeos entre sí.
La turba de los peregrinos que se reunían para las primeras Cru zadas, dice
Micha ud, presentaba una mezcla confusa y extraña de todas las clases y condic iones,
y entre ellos se distinguía una multitud que había partido de las islas del océano.
Estos guerreros excitaban la curiosidad y las sorpresas con sus trajes y ar mas nunca
vistos.
Hablaban una lengua que nadie comprend ía y para explicar que venían a defender
los intereses de la cruz, alzaban dos dedos for mando este signo sa grado. Fa milias y
aldeas enteras partían hacia Palestina arrebatadas por su ejemp lo y por el
entus ias mo ge neral, y llevando cons igo sus hu mildes penates, sus provis iones, sus
mueb les y utensilios. Los más pobres iban despreve nidos, creídos que el Dios que
alimentaba las aves no dejaría morir de ha mbre a los peregrinos que lle vaban la
cruz; su ignorancia aume ntaba la ilus ión que daba un aspecto de encanta mie nto o de
prodigio a cuanto veía n, y creían sin cesar que había n lle gado al término de su
peregrinació n.
Los hijos de los aldeanos preguntaban, al ver sobre alguna e mine ncia una ciudad o
castillo, si estaba allí Jerusalén. Muchos grandes señores que habían pasado su vida
en sus moradas rústicas y sabían tanto como sus vasallos, llevaban consigo sus utensilios de caza y pesca y marchaban precedidos de una jaur ía, lle vando en su ma no
un ha lcón, pues esperaban lle gar a Jerusalén sin obstáculo y mostrar al O riente el
13
lujo de sus castillos.
Después susc itaron natura lme nte el co mercio y la navegac ión: con motivo de ellas
se realizan las primeras expedicio nes marítimas y nace la arquitectura nava l, cuyas
reglas, como signo de la transic ión, ocu pan capítulos de libros místicos.
Las expensas enor mes necesarias para el transporte de millares de peregrinos
arruinaron a los feudales y sus largas ausencias fortalecie ron las comunas.
Pero la consecuencia mayor de las Cruzadas fue la apertura del comerc io, la
aparició n de productos y manufacturas desconocidas 1 que deslumbraron la
aristocracia y debilitaron su fibra, enriq ueciendo la burguesía nacie nte 2 .
Las Cruzadas causaban así la destrucción del feudalis mo; la obra encerraba el
germe n de muerte del artífice.
El comercio, con todas sus manifestaciones, se engrandecía al a m paro de la
multip licación de comunicaciones.
Quedaban suprimidas las barreras de masiado cerradas dentro de cuya te mperatura
se habían desenvuelto los sentimie ntos poéticos y bravíos, flores de le yenda,
ad mirable mente propic ias para la insp ira ción y el ensue ño, de los castillos, de la
caballería, de los trovadores.
Las co municaciones tienden a establecer por primera vez una atmósfera social
europea. No es necesario ya que cada pueblo busque satisfacer todos sus consumos,
porque el interca mbio provoca la división del trabajo.
El enriquecimie nto de las clases más numerosas aumenta extraor dinaria mente el
consumo.
A este despertar económico, concomitante con el fortalecimie nto de las co munas,
sucede una difus ión de nociones y la avidez de conocimientos.
1
No es q ue ant es d e Go d o fredo de Bo u illo n no hu b iera co mercio co n el Lev ant e y q ue po r d et rás
de la p art id a de Felip e A u gust o o Ricar d o su rg ieran p o r ens al mo las cart as fo rales q ue
o rg an izaro n los mu n icip ios . Los pu ert os d e It alia y Barcelo n a co merciab an d esd e t iemp o at rás
co n el As ia y ant es del s ig lo XI la t rad ició n ro man a del mu n icip io , q u e h e mos d ich o , n un ca se
ext in g u ió , s e rean i mab a con v is ib le v it alid ad . (B O C CA R D O, G. Hi st oria del co merci o , d e la
ind u st ri a y d e l a econ o mí a p olí ti ca , pág . 156 ). So b re las i mp o rt acio n es d e las Cru zad as , y
est ab leci mien tos co merciales qu e h icieron . ( Id em, p ág . 169; SI M O N D E D E SISM O N DI, J. Ch .
L. Hi st oi re d es Rép u bli qu es It ali en n es d u mo yen ag e, t . IV; C O N RA D O, A. O. co m mercio e a
na veg a cá o n a hi stó ri a . Po rt o, Ty po g ra ph ia Prog resso , 19 11).
2
M IC HA U D, J. F. Op . cit ., lib ro IV, i n fi n e.
14
Era este mo vimiento intelectual fruto ló gico del mayor dominio del hombre sobre
el medio, y de la multip licación de estímulos de su curios idad y sus deseos.
Colaboró en esta acción el contacto alcanzado con la sabia civilizació n árabe, en
Siria y en España, y eran sus manifestaciones los concilios revoluc ionarios, las
investigaciones físicas, la fundación de universidades que conspiran de consuno a
cerrar la era feudal, de cuya acción no habrán de defenderse ya los castillos con sus
almenas, sus fosos y puentes le vadizos.
Merece menc ión especia l la civilización esporádica de las dos Sicilias bajo los
Hohenstaufen, bajo Federico II.
Atrajo a su corte árabes y gr iegos sabios, como aque l maestro Teodoro, que fue el
canciller filosófico del e mperador, y que redactaba la correspondencia árabe del a mo
con los sultanes del Cairo, o de Marruecos; mate máticos co mo Leonardo Finobacci,
el primer algebrista cristiano; trovadores y rabinos que traían el recuerdo de un país
donde la civilizac ión caballeresca se había aco modado con la indiferencia religiosa.
Lo que caracteriza sobre todo la renovación inte lectual dirigida por los
Hohenstaufen es el predo minio de la cultura árabe.
El mo vimie nto de libre exa men ina ugurado en Bagdad en el siglo VIII había
pasado a España con la dinastía de los omniadas.
Habíase engrandecido en la escuela de Córdoba y encarnado durante el siglo XII
en Averroes, que la Iglesia marcó con el no mbre de patriarca del ateís mo, filósofo
del epicure is mo, de la indiferenc ia religiosa, del escepticis mo ele gante.
Los poetas, que sue len ser una infor mació n psicoló gica supre ma so bre su época,
reflejan la transfor mació n. El trovador ha seguido co mo una luna el cur so de la vida
feuda l. Primero fue toda el alma del castillo, su exaltació n mística, su orgullo y su
fiereza, su amor roma ncesco y rend ido por las da mas. El «canto de a mor» fue su
creación; acendró en su acento toda la revoluc ión sentimenta l y moral del
cristianis mo que había descubierto la mujer y se extasiaba ante su descubrimiento.
Nacieron Flores, Bla ncaflor y Egla ntina, que después de siglos constelan todavía
co mo flores virginales los ens ueños de los quince años, y nació ta mbié n la
co mparación prodigiosa de la rosa y de la mujer que devenía el lugar común de su
literatura.
15
La poesía simple y sonr iente de la alo ndra matinal, del ruiseñor de los madriga les,
de la golo ndrina y de los árboles renacientes en la primavera, la pareja sentada junto
a un río o una fuente, bajo los sotos, es más antigua que el poderío de los Austria,
que la gloria de Isabel de Inglaterra.
Cua ndo la transfor mac ión sobrevino, el trovador habla con tristeza de la fe licidad
antigua, se queja de las nuevas costumbres.
En las «co mp lantas» de Hutebeuf - siglo XIII- los corazones están llenos de
amar gura, de rabia, de envidia. No se hace servic ios sino por interés; ha
desaparecido la fra nqueza, la fe dis minuye, se trama n pro yectos de nuevas cruzadas,
por las noches, al final de las comidas, y se olvidan a la ma ñana siguie nte.
Puisque Justice cloche, et Droit penche et s'incline,
Et Loyauté chancele et Verité décline,
Et Charité froidit, et Foi se pert et manque,
Je dis que n'a le monde fondement ni racine….
El susp iro por un pasado mejor, la tristeza de los días presentes, las quejas contra
el materialis mo y la torpeza de los conte mporáneos, el caer en cuenta en la brevedad
de la vida, son formas que asume en el alma de los poetas la inq uietud esencia l del
espír itu, sobre todo en las horas suspensas y turbadas en las que los sentimie ntos de
toda una época, co mo en una estació n de la naturale za, se marchitan y mueren
imper iosame nte.
Graves, sole mnes, dolorosas transfor mac iones que resue nan y se prolongan en la
sensibilidad de los poetas.
Pobres menestrales aquellos para quie nes fingían el fina l de una edad de oro la
aparició n y el triunfo del burgués -el advened izo de sus sátiras y de sus
«co mpla ntas»- y que ignoraban que de la prudencia, de la luc idez ordenada, de la
discreció n, del cos mopolitis mo, de la in credulidad, de la astucia afable del burgués
nacerían la democracia, la industria, la riq ueza, las cienc ias positivas que son la
fuerza y el orgullo de la vida moderna. Su crepúsculo era una aurora.
To maron, sin e mbargo, la venga nza; la venga nza dulce para los espíritus sensib les
16
y ricos pero ineptos para la vida, cuando el poderoso los posterga, los deprime o los
humilla. Las tensones y los serventesios de los trovadores cla vaban el dardo leve
pero hirie nte de una bur la, de una ironía, de una sonrisa maligna - sin a margura, sin
vene no; la gracia picaresca de los fabliaux que en Francia ascie nde a la gran risa de
Rabelais, que hace con el ridíc ulo la más profunda y a mable filoso fía de la vida.
Índice de la Obra
17
ITALIA EN LA EDAD MEDIA
It alia, las Cru zad as y el feu dalis mo . - It alia cent ro d e un a nu ev a civ ilizació n. La ciud ad y la
co mu n a it alianas . - La bu rgu es ía y su t riun fo so b re la no b leza. - La o lig arqu ía d e los mercad eres
y d e los co n dott ieri . - Co n secu en cias en la ps ico lo g ía p erso nal y so cial. - La lu cha de fa milias : su
exp licación . - La facció n it alian a. - Trad ició n b izan t in a. - Lo s id eales d e la co nd ucta en la
trans fo r mación bu rgu esa. - Lo s med ios d e la lu cha. La v en ta de ciud ad es . - Ju an a d e Nápo les y
Lu is el Gran d e d e Hu ng ría. Cés ar Bo rg ia, mo d elo d e un est ad o so cial. - Fran cisco d a Carrara. Ps ico lo g ía it aliana d el s ig lo X V, s eg ún Tain e. - Defect o d e s u ju icio . - Es más b ien el de la
Eu ro pa feu d al. - Ing lat erra d el s ig lo X VI. - Ret rato p o r M acau lay , d e la It alia d e M aq u iav elo .
Había en Europa un pueblo destinado a aprovechar en primer término y a servir de
centro de la nueva y grande transformación que des coronaba el feudalismo. Era
precisamente el que menos había contribuido a realizarla. Las Cruzadas habían sido
uno de los mejores instrumentos de la destrucción, y las ciudades italianas no se
habían sentido en ningún mo mento contagiadas de su fiero entusiasmo. La locura
ascética de los legionarios de Godofredo no perturbó el cálculo de los venecianos y
genoveses, que exigían buena paga por el transporte de los peregrinos, y que para
buscar su expansión comercial les era indiferente tierra de infieles o de cristianos.
«Siamo venetiani, poi cristiani» 1 .
Y había contribuido el que menos a las Cruzadas, porque fue el menos penetrado por
la invasión y porque conservó las tradiciones de su paganis mo. Mientras los bárbaros
tomaron el tercio de su suelo, expropiaron dos tercios de Galia2 e Hispania y el total
de Bretaña.
Participó menos que ninguno de las instituciones feudales, en con secuencia:
caballería, servidumbres, a la inversa de otros pueblos donde ningún resto de la
antigua sociedad obstaculizaba el movimiento natu ral del genio bárbaro3 . Debemos
exceptuar el sur de la península, donde se instaló el feudo normando, y luego el
sarraceno, lo que hizo a la baja Italia diversa de la del norte.
1
Véase VI LLEHA R D O UI N, G. d e. La co nq u éte de Co nst ant in op le. Si ége et p ris e d e Zara.
M ONT ESQ UI EU, en De l'esp rit d es loí s, lib ro X XX, Cap . 8 y 9, exp lica el hech o p o r la d ist inta
calidad de la t ierra y la d ivers a índ o le d e los pu e b los, pasto r el bo rg oñ ón , cu lt iv ad or el ro man o.
3
GEB HA RT, É. L'Itali e myst íqu e; histoí re d e l a Renai ssa nce religi eu se a u mo yen à ge. 2. éd.
Paris, Hach ett e, 189 3. p ág . 2 0.
2
18
Tuvo, en cambio de su escaso feudalis mo, más vida munic ipal que ninguna otra
nación de Occidente, no sólo por la raiga mbre romana, siempre viva en las costumbres
y la tradición, sino por la disposición de su suelo peninsular, a la manera y por
idéntica causa que Grecia, caracterizada por la fuerza y el esplendor de sus pequeñas
ciudades.
El comercio nació naturalmente por su propia posición, que la ha cía intermediaria
forzosa entre el Oriente proveedor y el Occidente anarquizado.
Consecutivo a ese destino fue el gusto y la práctica de la navega ción, el deseo de
lucro perteneciente, la resistencia al idealismo feudal por su débil germanización y
esencial paganis mo.
Estas fuerzas desarrollaron una nueva civilización, de la que Italia será nume n y
motor, orquestada por los sentimientos en que finca su abolengo el alma moderna.
Será el centro de nuevas irradiaciones, la causa de espectáculos olvidados en
Occidente desde la caída del Imperio, el ambiente donde se desplegarán estímulos,
pasiones, ideas que animarán el comercio, la erudición, el lujo, las codicias, el amor a
los placeres, la democracia. Después de un eclipse de siglos despertaron las facultades
positivas y sensuales, el espíritu crítico, el escepticis mo, el c ulto de la forma.
La ciudad
italiana fundó políticamente la co muna y la clase burguesa;
econó mica mente, el co mercio y el mercado internacional y la extensión geográfica;
intelectualmente, el Renacimiento.
El interés de la historia de Italia medieval es el del proceso gené tico de la sociedad
actual y el descubrimiento de nuestro continente es un desenvo lvimiento de esa
mis ma historia.
Débil en Italia el feudalis mo aun en su siglo de oro, no quedaban de él sino restos a
fines del siglo XIII.
La ciudad debía extinguir lo.
Antes del siglo X, con la protección de Othón I, la mayor parte de las ciudades se
habían dado un gobierno munic ipal de origen popular.
Los emperadores, bajo cuyo do minio cayó Italia precisame nte por las riva lidades
que despierta el espír itu comunal, fo mentaron la construcción de muros y fortalezas y
la erección de municipios para econo mizarse la defensa que debían hacer de su
19
conquista contra las a menazas de los húngaros por el naciente y las incursiones de los
sarracenos instalados en Sicilia.
Es un origen semejante al que tuvo en España, pero el carácter que revistió en uno y
otro país es absoluta mente diverso; desde luego el munic ipio romano sobrevivió en
Italia en forma evidente y vivaz, co mo lo de muestran el ma ntenimiento de sus
funciones y aun de las fór mulas juríd icas y su fuerza fue incomparable mente mayor 1 .
La ciudad adquiere así el sentimie nto de su importancia, que acrecen las luchas entre
el Papado y el I mperio, en las que cada beligerante busca su adhesión.
El comercio, que se extiende cada día y alcanza el interior del Asia, hace la
prosperidad ina udita de Amalfi primero, después de Piba, Génova y Venecia.
El co mercio infanta una oligarquía calculadora y hábil, menos de corativa que la
noble: la burguesía, que gobernará las pequeñas y múltiples repúblicas italianas.
A fines del siglo XIII no admitieron más magistrados que los mer caderes. Los
priores en Florencia debían pertenecer a un ofic io o arte y ejercerlo personalme nte.
Los nueve señores de Siena debían ser mercaderes. Lo mis mo en Pistoia, Módena,
Bolonia, Padua, Brescia, Pisa y Génova.
Pero la destrucción de la nobleza por la burguesía y su suplanta ción en el gobierno
no fue obra breve sino el fina l de un largo duelo, lleno de perip ecias, en el que los
co mbatientes agotaron sus mejores y más variadas armas.
Fueron escasas las alternativas favorables a los nobles.
Era verdad que representaban la tradició n y que sus antepasados habían sostenido
en sus castillos sitios de meses con las tropas del e mperador y que otros habían sido
arrasados por Federico Barbarroja, y que los burgueses dependía n, más que de sus
ma gistrados, del sultán que reina en Alejandría o conquista San Juan de Acre, o del
emperador de Bizanc io, a cuya protección han confiado sus factorías.
Pero precisame nte esas factorías eran su fuerza: una fuerza ágil, en movimie nto,
elástica, a mbiciosa.
No tenían castillos, pero eran los a mos de sus moradores, porque proveían a sus
necesidades y a su lujo.
1
CA NT Ú, C. Hi sto ri a un iversal . Barcelon a, Gassó , 19 08- 19 11. lib ro XI, Cap . X VII. El rég i men
co mu nal fue internacion al en la Ed ad M ed ia pero su evo lución no fu e u n ifo r me en los d iv ersos
país es.
20
Les pertenecían las galeras que se colmaban, ora de especias de Oriente o de telas
del norte, ora de soldados, es decir, que servían de instrumento de la riqueza y de la
fuerza de sus ciudades.
2
A fines del siglo XIII la disputa está concluida.
La nobleza estará fundada, en adelante, no en el abolengo, sino en las gananc ias del
co mercio, co mo las de los Albizzi, los Medici, o los Fregoso, o el poder de los
condottièri, como las de los Visconti, Canara o Sforza.
El curso de la luc ha no es uniforme : Florencia es democrática desde los primeros
siglos y Venecia aristocrática hasta muy tarde; pero en todas partes se ha lle gado al
establecimie nto de la ad ministración de las ciudades por ellas mis mas.
En este siglo XIII ha come nzado la ema ncipación de Italia del po der del imperio
germá nico, después de la muerte de Federico II. Luego vendrán los reyes que limitan
su señorío al derecho de coronarse en M ilá n y en Roma.
El triunfo de la burguesía ha demostrado el valor de la habilidad, del cálculo para
prevalecer y dominar. La enseñanza penetra por los sentidos y dirige en adelante la
conducta.
Las posicio nes se conq uista n por la audacia o la inte lige ncia. Se es poderoso por sí
mis mo.
Sabiendo que está en las ma nos la llave de la fortuna, las amb i ciones y los deseos
se sobreexc itan. Para satisfacerlos están abiertas todas las vías. La riva lidad no es ya
entre nobles, es decir, entre los mie mbros de una clase reducida elegida al azar.
Son muchos ahora los que en la carrera pueden lle gar los primeros. La emula ción
se ha despertado en todas las clases y se ha contagiado a las ciudades.
Las pasiones y los sentimie ntos han s ido libertados de los frenos que, en las
mo narquías o en los estados con largas tradicio nes sedime n tadas, los traban, los
encauza n o discip lina n.
2
SISM O N D E D E SI SM ON DI, J. Ch .L. Op . C it., t . III, p ag 10 0.
21
El comerc io ha dado pábulo a esta feria de la sens ibilidad: ha multiplicado los
objetos de los deseos y exc itado la carrera para satisfacerlos.
Ha impreso al mis mo tie mpo al espír itu los giros pertinentes al e mpleo ordinar io
de la vida en la discus ión de los precios, en la busca de las mercaderías, en el
encuentro del comprador, para todo lo que el comercia nte hace forzosa mente la más
sutil observación de las flaque zas humanas y el aprendizaje de la destreza para
aprovecharse de ellas.
La práctica co mercia l que hizo Italia desde los primeros siglos pri vó a su carácter
de ascetis mo y de grandeza, pero le dio en ca mb io un sentido alerta y vivo para ver
y conocer, el arte de penetrar las reservas ajenas y de do minarse oportuna me nte a sí
mis mo.
El italiano fue astuto, dis imulado, calc ulador, sin sensib lerías enfer mizas ni
entus ias mos excesivos, porque son peligrosos. .
La turbule ncia de su activa vida pública contr ibuyó a fijar su carácter.
Las luchas de ciudades, de facciones, de fa milias, son sie mpre las más tenaces y
enconadas, y tal fue la for ma que asumieron las revolu ciones italianas de la Edad
Media.
Por lo mis mo que carece de universalidad e idealis mo no son gue rras externas o
religiosas las que la agitan sino más peque ñas, pero más envene nadas, menos
sangr ientas pero menos decis ivas.
Es notoria la partic ularidad italiana de las luchas de fa milias. No sola me nte la vida
política sino social estaba dir igida por sentimie ntos fa miliares. Alrededor de
no mbres se distribuían los habitantes de un estado y se los seguía co mo a una
bandera de combate, que no dividía n merame nte las ideas, sino que sellaban las
existencias, compro metían las pasiones más férvidas en su defensa y separaban
irreconciliable mente a hombres de la mis ma raza, del mis mo dialecto, de la mis ma
ciudad.
En Florencia luc haron por siglos las fa milias rivales, Uberti, Buondelmo nti, Donati
y Cerchi; los Albizzi, Strozzi, los Medici; en Bolonia, los Gere mei y La mbertazzi; en
Pistoia, los Panc iatichi y Cancellieri; en Pisa, los Bergolini y Raspanti, los Tolo mé i y
Salimbeni; en Génova demagó gica, los Adorno, Fregoso, Doria, Spino la, Fieschi; en
22
Asís, los Iznardi y Gottuari.
La ciudad se identificaba con la suerte de la fa milia; una que rella privada encendía
guerras que continuaban por lustros.
Un Buondelmo nti, en esponsales con una Amidei, en Florencia, faltó a su promesa,
seducido por una Donati, amiga de los Uberti. Sólo la muerte del ofensor podía
redimir de la ofensa, y en la maña na de Pascua, cuenta S is mond i, fue muerto al pie
de la estatua de Marte, protector de Florencia pagana. De este episodio surgieron
revoluc iones que renovadas durante treinta y tres años, sin decidirse, conc lu yeron
con la expuls ión de todo un partido.
El id ilio infortunado de dos jóvenes de fa milias enemigas de Bo lonia -I melda
Geremei y Orlando La mbertazzi (1273)- tuvo consecuencias de guerra socia l. La
historia de amor de Santiago Valence y Constancia Yagno ne d'Argola causó la
emigración de todos los estudiantes de la universidad de Bolonia.
En Pistoia dos fa milias se habían puesto a la cabeza de las fac ciones: los Cancellieri
güe lfos y los Panciatichi gibelinos. Durante todo el siglo co mbatieron furiosa mente.
Romeo y Julieta, son, pues, el símbolo de una edad.
¿ Qué fuerzas han podido crear esta organización familiar tan ex clus iva del estado y
de la vida social?
Los historiadores la atrib uyen a la responsabilidad penal colec tiva que identificaba
al ofensor y al ofend ido con los mie mbros de su fa milia y de s u grupo, fenó me no
co mún en la vida de las tribus.
La explicació n no es satis factoria porque no
muestra la causa de esa
responsabilidad colectiva.
La fa milia y el estado son, sin duda, entidades correlativas. Tar de ha buscado la
explicac ión de las for mas de gobier no en el tipo de fa milia del pueb lo
correspondie nte1 .
El estado es la autoridad sobre un gr upo de fa milias. En las so ciedades modernas,
las fa milias ha n perdido su autono mía y sus fro nteras se ha n confundido; pero en
un gran parcela mie nto de la població n que se orga niza en peque ños grupos
1
TA R D E, G. Les t ransfo rmat io ns du pu vo ir. Véas e ad emás M IC H ELET, J. Orig ines du d ro it
fran cais, ch erch ées d ans les sy mbo les et for mu les du dro it u n i versel. Étud e pa r Émile Fagu et.
23
autóno mos, co mo en la Italia del siglo XI V, el estado desciende al límite
cuantitativo mínimo que separa el gobier no social de la patria potestad; las fa milias
no desaparecen co mo entidades ind iferentes, se siente la influe ncia de su acción y
nacen las hostilidades, en cuyas alter nativas el gobier no está a merced de faccio nes
fa miliares.
Puede crecer la població n, multip licarse las fa milias, pero el im pulso de las
luchas, de cuyos bandos se han hecho bandera los no mbres de los contendores
originar ios - y que prolonga n los vínc ulos e intereses creados a su alrededor- se
perpetúa por un tie mpo ayudado por la propia ofuscación de los prejuic ios, hasta
que la cultura, la riq ueza, la exte nsió n del med io so cia l concluyen por diluir los y
desva necerlos.
Agregue mos que esas luc has aviva n singular me nte la combativi dad, porque
excita n la va nidad persona l de los directores. Para la ma yoría, para los
secundadores tie nen la ventaja de no exigir delibe ración para hacer opinió n y to mar
puesto en la luc ha, porque está representada por un emb le ma o por un símbo lo, por
el color de una bandera ond ulante en lo alto de una aspillera o por los cuarteles de
un escudo.
Es posib le ta mbié n que en las constantes vicis itudes del gobier no y en la
for mac ión facc iosa de las opiniones, ha ya tradic iones roma nas del imperio. Sabido
es que en Biza nc io, la vida política no tenía otra cifra que la luc ha encarnizada de
«verdes» y «azules» en el hipódromo, que fue el asilo de las últimas libertades
ro manas; la liberta1 d de pensar en el color de la casaca de los heníojos, los carreros
del circo.
En toda la historia bizantina, dice Ra mbaud, el derecho es poca cosa y el hecho es
todo. Y el hecho es, sobre todo, la usurpación pura y simp le por el co mplot de
palacio o de harén, por la ins urrección de, la plebe, por la revue lta militar.
Todo el mundo es bastante noble para pretender el imperio. León I había sido
carnicero, Justino había venido a Constantinopla con los pies desnudos desde su
aldea de la Ilir ica, Migue l II y Basilio I, palafreneros. Camb iando no mbres, era el
espectáculo de Italia.
1
RA M BA UD, A . N. Ét ud es su r l'hi st oi re b yzant in e. Paris, A. Co lin . pág. 37.
24
Triunfante la burguesía por obra de osadía y sagacidad, no igno raba que era
necesario defender la conquista con esas mis mas fuer zas.
Sabían los caud illos, las fa milias poderosas que estaban atisbados los centine las de
su poder por la hostilidad de sus riva les: los prín cipes adventic ios, sobre todo, hijos
de una violenc ia o de una traic ión afortunadas, sabían que era necesario asegurar el
trono todos los días y continuar siendo el faccioso más hábil para seguir lla má ndose
señor.
La conspiración, el ardid, la emboscada, la felo nía, ta mbié n son recursos ordinarios.
Lo princ ipal es la eficacia : la reserva prudente, la discreción que ahoga el
entusias mo, su condic ión más segura.
En los efímeros principados donde una larga tiranía co mie nza a fundar derechos
hereditarios, los segundones, los bastardos, los lu gartenie ntes, los generales favoritos
urden las más pérfidas conspira ciones domésticas. Es un ejemp lo inagotable de
riqueza dramática, la historia de las cuatro familias vecinas y rivales y a migas
alternativa me nte de los Este, los Della Scala, Carrara y Gonzaga.
Se conspira en todas partes, en las repúblicas libres de Toscana, en los pri ncipados
del norte, en la Marca Trevisana como en Génova o en Nápoles, con finales más o
me nos trágicos, con ma yor o menor suceso.
Todos conspiran: los papas como los príncipes, los tribunos po pulares o jefes de
facción venc ida en inte ligenc ia con los Visconti, con los dogos de Venecia o con el
rey de Hungr ía y ta mbié n con el de Francia 1 .
Si la conspiración no ha triunfado instantánea mente, hay tie mpo para ofrecerse al
mis mo arzobispo Visconti en mejores condic iones. Entre las proposicio nes puede
contarse la venta de la propia ciudad a un aliado del enemigo o a una república que
se haya mantenido neutral.
El arzobispo Visconti, señor de Milán, compró Bolonía, que era Estado pontific io.
Ante la intimac ión del papa Cle mente, irritado por la usurpación, responde que
defenderá su co mpra con la espada. 0leggio, lugarteniente de Visconti en Bolo nia, la
vendió a su turno a la iglesia. Arezzo y Sarzana se vend ieron a Florencia; Gabriel
1
Ver cas os en M A C H IA VELLI, N. Ob ra s hi st ó ri ca s, t . I, p ág . 24 0; t . II, p ág . 93.
25
María Vis conti vend ió Pisa a Florencia por 200.000 florines.
El ve neno o una estocada segura - pero segura- son ta mbién buenos medios. Se los
usa no por odio o por cólera, sino fría mente. A veces es un excelente acto de
gobierno. Un ciudadano de Milán se queja ante Bernabé Visconti de la tiranía de su
herma no Mateo, que ha deshonrado su casa. Bernabé refiere el hecho a su her mano
Galeazzo, y el mis mo día se sirven unas conchas venenosas, y Mateo es encontrado
muerto en su lecho al día siguie nte.
Luchino Visconti ha sido enve nenado por su esposa, y Galeotto Manfredi, señor de
Faenza, asesinado tambié n con la co mplicidad de su esposa, hija de Bentivoglio,
señor de Bolo nia, que ha de ensanchar así con ella su poder.
Juana, reina de Nápoles, que no es italiana, es, sin e mbargo, una figura de su siglo y
de este país. Se deshizo de su esposo Andrés de Hungr ía de la mis ma manera. Luego
ordenó el suplicio de sus có mplices, a mordazados previa mente, que ella presenció
oculta en una e mpalizada.
Este suceso evoca el recuerdo de un personaje que atraviesa la historia de Italia
co mo una fulguración y que permite medir toda la distancia a que se ha puesto este
país de las organizaciones feudales de Europa. Es Luis de Hungría.
Ha venido al frente de la hosca y bárbara caballería de sus ejércitos innumerables
arrastrado por un fiero sentimiento de venga nza contra esa Juana que ha sacrificado
a su her mano Andrés. La reina le abandonó sus estados; pero como no quiere
conquistas, Luis regresa "su país. En Aviñón el papa falla el ple ito del trono de
Nápoles ma nchado con la sangre de su herma no, reconociéndole derecho a cobrar
inde mnizació n por las expensas de la guerra, y Luis la renuncia.
Venecia retiene tierras de Dalmacia, que Luis pretende pertene cen a su corona; para
recuperarlas sitia a Zara y asola el Treviso. Ve necia se ve obligada a suplicar la paz.
Fir maría el tratado que Luis redactara; así lo hace saber por sus embajadores. Luis
contestó que no buscaba con la guerra sino las ciudades que habían sido arrancadas a
sus antecesores y ni botín ni dinero. No las aceptó, pues, y devolvió sus conquistas
en el Treviso.
Era sin duda un estado del alma personal y social diverso del que acaba mos de
presentar en Italia.
26
Es el que Maquia velo ha teorizado, no sin duda para for mar con César Borgia un
mode lo filosófico, sino el modelo huma no en ese momento de la historia de su país.
Y debió serlo cuando los escrúpulos eran la más grave impr udenc ia, pues si no se
enve nenaba o masacraba, como lo hacía sabia me nte ese desconcertante duque de
Vale ntino is, se corría el riesgo de ser a la vuelta la víctima.
Bie n veía n pasar rápida mente a los más hábiles generales, prín cipes, políticos de la
grandeza al infortunio, del poder, de la rique za y del imper io a la miseria, a la
prisión vitalic ia en lo alto de una torre, en la oscur idad del silo de un castillo, por la
debilidad, la hesitac ión, la turbación de un solo instante en que triunfó el ene migo
en acecho. Galeazzo Visconti, señor de Milán y de siete ciudades, mur ió co mo un
simp le soldado, abandonado y miserable.
Así tamb ién Franc isco da Carrara, prínc ipe de Mantua, tipo homér ico por la
constanc ia de su adversidad y su fortaleza para desafiar la, ajusticiado con sus dos
hijos en Venecia, después de una pris ión que fue un sup lic io mayor.
Sorprende que, no obstante su profundo interés dramático, este personaje no haya
sido lle vado al teatro.
Saccone de Tarlati, jefe gibe lino en Toscana, agoniza. Tiene 96 años. Lla ma a su
hijo ante su lecho y lo exhorta a asaltar el vecino Castillo de Gressa, aprovechando
la confia nza en que debía dejar a su dueño la espera de su muerte inmine nte. Juan
Galeazzo Visconti lle ga al poder por una traició n a su tío Bernabé; Cava lcabo de
Cre mona, ma sacrando a sus parientes y a 60 del cortejo. Antonio Della Scala hace
matar a su her mano por igua l fin.
Y no he mos de repetir las hazañas conocidas del duque de Valen tinois y de
Castruccio Castracani.
Taine ha descripto en su Filosofía del Arte1 el espectáculo de las ciudades
italia nas, la psicolo gía de sus habita ntes en el siglo XV.
Aunque ha mostrado las peculiaridades de Italia, que desarrollaron su cultura y le
per mitieron gustar la belleza instintiva me nte, ha olvidado una funda me ntal: su
sentido y su aptitud para el co mercio, su co mpleto conocimiento y su te mprana
1
TA INE, H. A. Ph iloso ph ie d e l'art . Paris, Hach ette, 1895. t. I, Cap . V: La peintu re de la
Ren aissance dans Italie
27
partic ipación en la vida democrática.
Pero ha incorporado a aquéllas co mo condic ión explicativa del arte del
Renacimiento y de la historia italianos, peculiar ta mbié n de la época y del medio, la
falta de una paz antigua, de una justicia exac ta, de una polic ía vigila nte lo que
obligaba a cada uno hacer su propia defe nsa y por lo tanto a cultivar los músc ulos y
la fuerza, lo que concluyó, como en Grecia, por desple gar al espectáculo y la
ad miración por los bellos cuerpos.
Esa necesidad habría hecho nacer un gé nero especial de acción, impetuo sa,
irresistib le, que va derecho, súbita me nte a lo que hay de más extre mo: el combate,
el asesinato, la sangre.
Co mo se vive en un gran peligro continuo y extre mo, se está lle no de grandes
ansiedades y de pasiones trágicas, y no ha de distraerse uno en a nalizar fina lme nte
los matices de los sentimie ntos; no se es curioso y tranq uila me nte crítico. Las
emoc iones que dominan son grandes y simp les. La vida y el diario de Benvenuto
Cellini serían un docume nto característico.
Puede ser considerado el personaje -agrega- co mo un co mpendio, en alto relieve,
de las pasio nes vio lentas, de las vidas temerarias, del genio espontáneo y generoso,
de las ricas y peligrosas facultades que han hecho el Renacimie nto en Italia y que
asola ndo las sociedades han producido las artes. Lo que lla ma en él la atenc ión conc luye – es el poder del resorte inter ior, el carácter enérgico y va lie nte, la
vigorosa inic iativa, el habito de las resolucio nes repentinas y de los partidos
extremos, la gran capacidad para obrar y sufr ir, la fuer za indo mab le del
tempera mento intacto1 .
Tal era el soberbio anima l que las rudas costumbres de la Edad Media habían
alimentado y que la antigüedad de la paz ha n debilitado entre nosotros.
En las Memorias de Cellini – que es otro personaje típ ico que Taine exhibe - veis
a los ho mbres tan belicosos, tan prontos al asesinato co mo soldados de aventuras.
Los espectáculos diarios de Ro ma o sus alrededores son atroces: los castigos
semejan los de una mo narquía de Oriente.
1
TA I N E, H. A . Op . C it . T. I p ágs . 20 0 y 21 0
28
Desde Taine se ha n repetido las palab ras del pescador del Tiber, en el proceso del
asesinato del duque de Gandía por su her mano César Borgia : “ No creería que
valiera la pena contar que vi aque lla noche arrojar un cadáver al río, porque he visto
mas de cien en el mis mo lugar sin que nadie se haya nunca preocupado de ello”.
Parece esta pintura precisa mente la de los países alimentados por las rudas
costumbres de la Edad Media en el resto de Europa y a las que hacen singular
contraste los princ ipados y co munas italia nas.
La fuerza prístina, la espontaneidad fiera del bárbaro esplend ía allende los Alpes,
pero en las peque ñas ciudades comercia les, lujosas, sabias, que no guerreaban sino
por med io de condottieri, la fibra estaba debilitada por las voluptuos idades del saber
y del tráfico.
La propia pintura de César Borgia, que Taine presenta co mo un símbolo, lo de
muestra. Es el cuadro de la galer ía Borghese. Su fino talle está ajustado por
pespunte de terciopelo negro; sus manos y su mirada son las de un gran señor. No
trasciende grandes pasio nes claras y fuertes, sino las co mp lejas y maduras que la
med itación y la fría a mbic ión ger minan.
Et le front large et pur sillonné d'un grand plis
Sans doute de projets formidables rempli.
Médite sous sa toque ou frisonne une plume.
Elancée hors d'un noeud des rubis que s'llume.
Paul Verla ine
En ninguna parte la paz era me nos insegura que en Italia; su co mercio la exigía
co mo su cond ició n primordia l.
La mck man, capellá n de Federico III, que bajó a Italia en 1452 al encue ntro de
Leonor de Portuga l, su pro metida, cuenta en sus me mor ias las penur ias de los viajes
en otros países que Italia, en los que era necesario prepararse todos los días para
29
salvar la vida 1 .
Fue, sí, su característica la susceptibilidad, la inquietud aguzada de los nervios,
precisa mente porque los instrume ntos de la lucha no eran el ataque abierto, sino el
vene no, la conspiración, la emboscada, los tres caminos que condujeron al triunfo a
su arquetipo, casi la definició n de su tie mpo : César Borgia.
Al pintar Taine el estado, un siglo más adelante todavía, de otro país, el más
distinto y distante de Italia - la Inglaterra del siglo XVI - justifica la corrección que
hacemos al juicio del maestro.
Para estar de acuerdo con su público, dice del teatro inglés, es nece sario que
muestre al héroe lanzado hasta el fin de su deseo, desenfrenado, casi loco, sie mpre
en tumulto y envue lto en una te mpestad de ideas que re molinean, a veces sacudido
por alegr ías impetuosas, lo más a menudo vecino del furor y de la locura, más fuerte,
más ardiente, más abandonado. Entre estas pasiones fuertes nada falta. Es el ho mbre
entero que se despliega, corazón, espíritu, cuerpo, sentidos, con las más nobles y
finas de sus aspiraciones co mo con los más bestiales y salvajes de sus apetitos.
¿ Contaré las hogueras, las estrangulaciones, los ho mbres separa dos de la horca,
desventrados, cortajeados, los músculos arrojados al ruego, las cabezas expuestas
sobre los muros?
Nada de esto parecía extraordinario: los cronistas hablan sin in dignarse y los
condenados van tranquila mente al suplicio 2 .
Tal es la Inglaterra del siglo XVI, pintada por Taine, y el cuadro pudiera repetirse
para el resto de Europa, haciendo toda ella contras te con Italia, donde la astuc ia
ree mpla zaba la fuer za, los condottieri a los guerreros, la paz a la anarquía, las
fiestas cortesanas a los torneos sangrie ntos, la ele ganc ia a la fiereza, el gusto de la
belle za y el refina miento a las pasio nes bravías e inge nuas.
Nadie, me parece, ha visto tan clara mente el alma ita liana del Renac im ie nto y
escrito con mayor elocuenc ia y color su retrato que Macaulay.
Ho mbres, dice, cuyos pensa mientos y palabras no guardan relación entre sí, que
nunca vacila n en prestar un jura mento para seducir y engañar mejor, cuyas
1
2
CA NT Ú, C. Op . cit ., lib ro XIII, Cap . X VI II.
TA I N E, H. A . Hi st oi re d e l a l itt érat u re a ng l ai se. t . II, p ágs . 14, 1 6 y 1 8. Leer el cap ít u lo .
30
crueldades tienen por princ ipio no el fuego de la pasión o la de menc ia que produce
el ejercicio
de un poder sin lími tes, sino profundas, frías y calc uladas
co mb inac iones; cuyas pasio nes co mo tropas veteranas y aguerr idas son impetuosas
por discip lina y nunca olvidan en lo más recio de la luc ha la táctica a que se hallan
so metidas; cuyos proyectos de a mbic ión, por más vastos y comp licados que sean,
quedan ocultos sie mpre en la impenetrable calma de su sem blante y en la serenidad
de su lenguaje de singular moderación filosófica; cuyo co razón se ha lla devorado
por el odio o la venganza, sin que por eso sus ojos dejen de mirar tranquilos y sus
ade manes de ser afa bles y afectuosos; cuyos designios no se revela n sino después de
ser realizados y cuyos rostros per manecen serenos y cuyos discursos son corteses
hasta el día en que la vigila ncia se duer me o el adversario se descubre o se presenta
la ocasión de hacer un tiro certero y entonces da el golpe único, primero y último a
un tie mpo.
Emprendedores y tímidos a la vez, tan hábiles para pe netrar las reservas de los
de más co mo para ocultar las propias, ene migos for midables co mo a migos poco
seguros, más al propio tie mpo de carácter be nigno y justo y de inteligenc ia tan
grande y sutil, que así les hacía eminente en la vida activa co mo conte mp lativa y tan
aptos para gobernar la humanidad co mo para instruirla.
Igua l juic io merece a Gebhart1 el estudio del arte del quattrocento, pues descubre en
las figuras de plena madurez que ese arte ha dejado el símbolo de una sociedad en la
que la prudencia te mplaba la energía, en la que las pasiones más violentas de la vida
pública sabían contar con la razón, que hacía a menudo buenas migas con la más
sabia astucia.
Jamás el hombre ha sido más libre frente del mundo exterior, de la sociedad, de la
Iglesia; pero jamás el ho mbre se ha poseído más plena mente a sí mis mo.
Indice de la Obra
1
Fl o ren ce, Cap . V, VI, y VII.
31
III
LAS TRANSFORMACIONES BURGUESA Y PRINCIPESCA EN ITALIA
Triu n fo d e la b u rgu es ía. - La d e mag o g ia: los cio mp i d e Flo ren cia. - It alia y el ro man is mo . In flu en cia d el ro man is mo en s u fu n ció n d e lab o rat o rio d e la t rans fo r mació n d el Occid ent e. Co la d i R ien zi. - La fa milia it a lian a. - Las fies tas . - La d es ap arició n d e la lib ert ad co mu n al. A p arició n d e las d in ast ías . - La p o lít ica d e la b al an za . - El ateís mo . El in d iv id u alis mo . - La
« Señ o ría» . - Las g ran d es « in d iv id u alid ad es» . - El « n at u ralis mo » . - Leo n ard o d a Vin ci.
El advenimie nto de la burguesía es conco mitante con una profun da transfor mación
de la organizació n social, de los sentimientos, de la vida econó mica.
Sucedió, he mos dic ho, a través de una serie de vic isitudes, las mis mas o se mejantes
a las que han experimentado en nuestro siglo, en igua l trance, otras sociedades,
mostrando todos los efectos de la vida de mocrática: los ardides de los partidos, la
imp udicia de los politicantes, el olvido durante la acción de los propósitos inicia les,
las alianzas más inesperadas e ilógicas para asegurar los triunfos electorales.
Llegó su turno ta mbién a la dema gogia. Maquiave lo recuerda el triunfo de la plebe
ínfima de Florencia (los ciompi), que en 1382 llevó a la Señoría a Migue l de Landa,
cardador de la nas. Una vez en el gobierno, exaltado demago go, no pudo ir tan lejos
co mo imponían las impacienc ias de su bando, exacerbado por el triunfo. Fue el primero en resistirlas lue go1 . ¡Cómo se repite el episodio florentino! La Francia de fines
del siglo XVIII y la América Latina anárquica del siglo XIX, han podido aprender
esta página lle na de ironía para las amb icio nes extremas y las promesas pomposas de
los revoluc ionarios. Landa sería, sin duda, acusado de traición, con acritud mortal,
atribuyéndose su conducta a las seducciones del poder. Apenas si hay riesgo mayor y
glor ia más dolorosa que aceptar el gobierno que surge de una revue lta. Los partidos
1
MA CHIA VELLI, N. Op . Cit., págs . 139, 160, 170 a 190.
32
se resisten a entregar la dirección a los hombres que encumbran, porque han visto en
ese caso, nacer de sus ma nos el poder. Las exigenc ias de las facciones a sus propios
jefes son el ma yor obstáculo para el gobierno de las democracias turbulentas.
Pero no fue, he mos dicho, la aparición y el triunfo de la burgue sía un hecho
accidental y ais lado, sino la manifestació n de un desbordamiento efus ivo y bullente
de savia que alcanzó toda la vegetación huma na, que prolongó sus ramas, hinchó sus
venas, sonrió su floración y acabó su fruto en el Renacimie nto: el comercio, la
invenc ión ind ustrial, la perfección más libre de la vis ión estética, la originalidad más
rica de la intelige ncia, la abundancia y el desorden selváticos de la sensibilidad' y de
la pasión, inagotables y creadores.
Italia encarna la transfor mación del mundo occidental y es su laboratorio; ella v iene
desde muy atrás: procede en parte de su ro ma nis mo que la defendió del contagio de
los bárbaros. Son muchas las pruebas.
Los comentarios de Irnerio en Bolonia, en el siglo XI, sobre el derecho justinia no y
el renacimiento que produjeron de los estudios jurídicos, no son obra, por cierto, del
«encue ntro casual» de un ejemplar de las Pandectas en Ama lfi, co mo se ha
pretendido explicarlo con ligereza. Era ese renacimie nto una concreción de
tradiciones roma nas, que se mantenían en las costumbres y en e l genio, y que
precipitaba la actividad creciente de Italia, que requería las soluc iones jurídicas
co mo necesidades prácticas.
Cola di Rie nzi y su aventura imperial y ro mántica, son el mayor testimonio de
clasicis mo romano.
Febric itante de inquietud y de a mbic ión, soñó restablecer el dominio universal de
Ro ma, renovando sus instituciones y su esple ndor. Se lla mó tribuno del pueblo,
co mbatió la nobleza, extend ió la influenc ia de la ciudad fuera de la peníns ula y
estuvo a punto de dictar órdenes al mundo. El romance de Bulwer Lytton es una
ad mirable evocación del ho mbre y de la aventura.
Esa presencia del antiguo espír itu roma no tie ne una prueba nota ble en la historia
de la conspiració n contra Galea zzo Sforza.
La mpugnani, Olgiati y Visconti - los confabulados- disc ípulos de un huma nista,
Cola Montano, hallábanse poseídos de un va go deseo de glor ia y de e mpresas
33
ma gnas en fa vor de la patria.
Cua ndo Olgiati sub ió al cadalso, exc la mó: «Coraje: la muerte es amar ga, pero la
gloria será eterna».
El eje mplo de Bruto obsedía la ima ginación de estos aspirantes al martirio por la
libertad.
No era un político, sino un poeta, un pagano, este a migo de Pe trarca que provenía
de Cicerón y se asemejaba profunda mente a él.
Esa propia tradición, sus contactos con los restos del I mperio de Orie nte,
prepararon su cultura, que era al mis mo tie mpo una conse cuenc ia de la riqueza que
per mite los ocios.
Italia conoció desde te mprano el poder de la palabra, contraste singular con sus
vecinos que sólo conocía n el de la espada, y esto era un nue vo testimonio de su
roma nis mo. El siglo XIII había visto a reyes abdicar sus tronos después de oír a
predicadores.
San Franc isco de Asís conoció esos triunfos. Fray Jacabo Bussolar i destronó a los
Beccaria con su sola predicación. Juan da Vicenza procla mó la paz por toda la
península y fue escuchado en Paquara por 40.000 almas. Ja más tan gran espectáculo
llegó a desple garse a los ojos de los ho mbres, dice Simonde de Sis mond i.
1
Es que la paz era una necesidad más profunda en Italia que en otra parte cualquiera
de Europa, porque los intereses son ma yores y los sentimie ntos me nos fieros. Las
treguas eran frecue ntes e imp uestas por esa necesidad. Los jubileos pontific ios
señalaban tamb ién años de orden y de seguridad.
Las consecuencias de la evolució n socia l producida por la burgue sía, las co munas
y el co mercio se acentúan en el siglo XIV. Todavía en el precedente la organización
de la fa milia recuerda la simp licidad que elogia Dante en el canto XV de su
Paraíso: las proles son numerosas, los trajes groseros, la mesa sobria, el lujo
ignorado.
A mediados del siglo XIII, en efecto, co mie nza n las primeras pre dicaciones contra
el cambio de las costumbres. Hasta entonces el simple traje de lino y una tela blanca
1
Leer su d iscurso en el t . II, p ag 195, o bra citad a.
34
que se recoge bajo el cuello, no permitía distinc iones entre las mujeres; las viandas
eran co munes y un hachón resinoso alumbraba las habitaciones.
Las más elegantes damas lle vaban un traje de grueso género es carlata, retenido por
una cintura de metal y un manto con capuchón que cubría a vo luntad la cabeza.
Se casaban sie mpre pasados los veinte años y sus dotes eran de 100 hasta 200 libras
a lo más. «A pesar de su vida rústica y pobre, hacen cosas virtuosas y contribuyen al
honor de su patria y de su casa más de lo que hace mos hoy que vivimos en más
mo licie», dice el cronista Villani. Son palabras ya de fines del siglo.
Las fa milias son numerosas y los hijos se adiestran en las armas.
Pero en el siglo siguiente, las rique zas acumuladas, la cultura renacient e propagan
el lujo, el amor de las fiestas, la rivalidad en fausto de las cortes princ ipescas que han
sucedido a las comunas republicanas.
«Ha convertido cada cual su cuerpo y su mente en Dios», decía fray Francisco
Pippino en 1313. Los ma ntos de las da mas van guarnecidos de pedrerías y arrastran
por el suelo. Cuesta cada uno 60 ducados de oro, y cada onza de perlas 10 florines.
Lle van coronas, collares de ámbar y en la frente velos de seda. Es el Oriente
trasplantado.
Leonardo da Vinc i, que dir igió la fiesta nupcia l de Jua n Galeazzo Sforza con
Isabel de Aragó n, construyó para ella una máquina que figuraba el cie lo con todos
sus planetas, que giraban según las le yes celestes y en la que cada uno estaba
representado por un mús ico que entonaba las alabanzas de los nue vos esposos.
Cola di Rienzi había desenvue lto su política de la restauración de la Ro ma «Señora
del mundo», en medio de un boato esplénd ido, de espectáculos y cere monias en que
vistió la dalmática de los e mperadores.
Para el matrimo nio de Beatriz d'Este, la mujer de Visconti man dó hacer vestidos
nue vos a mil personas 1 . En los funerales de Juan Ga leazzo Visconti, la procesión
que se puso en marcha del castillo para ganar la igles ia metropolitana era tan lar ga
que apenas le bastaron catorce horas para desfilar toda ella.
El ataúd era llevado por los principa les señores extranjeros de alta jerarquía, bajo
un baldaquino de brocado de oro, forrado de armiño.
1
CA NTU, C. Op . Cit ., Lib ro XIII, Cap. XXII.
35
La descripció n de las fiestas con que se celebraron las bodas de Nannina de Medici
con Bernardo Rucellá i o la de Lorenzo con Clarisa Orsini, ocuparía varias páginas
1
. El convite de aquéllos costó 150.000 liras.
La discip lina de la fa milia ha desaparecido; los jóvenes se e man cipan en la primera
juve ntud, por grado o por fuer za. La gala ntería y la licencia ha n ganado, no
sola me nte las cortes, sino ta mbié n la burguesía.
En 1372 muc hos ciudadanos florentinos se reunieron en San Pe dro Scheraggio,
según Maquiave lo y el discurso que el historiador pres ta a uno de ellos, dice; «En
las ciudades de Italia se reúne todo lo que puede ser corromp ido, todo lo que
corrompe; la juve ntud ociosa, la ve jez lasciva. Todo sexo y edad vive entregado a
las más vic iosas costumbres. De aquí nace la avaricia, la sed, no de verdadera
gloria, sino de vituperable fa ma; de aquí los odios, las ene mistades, los disgustos,
los bandos, los ho micid ios, los destierros, la aflicc ión de los buenos, el
engrandecimiento de los perversos ... » 2 .
El lujo, el deseo de gozar y la desaparició n de los frenos coinc ide con la difus ión
de la cultura. La tosca lengua del siglo XIII se ha pu lido y a manerado, las letras
grie gas son enseñadas ante público nume roso y son objeto de predilecc iones
eruditas. Petrarca, almibarado y mediocre, es del siglo XIV. Lue go Barlaa m y
Leoncio Pilato.
Hipólita Sforza, hija del condottièro, pronunció ante un concurso de prínc ipes,
entre ellos Pío II, en un congreso de Mantua, un discurso en correcto latín.
Ya no se cultiva la lengua vulgar y los escritos ha n perdido en esponta ne idad lo
que han ganado en sabidur ía; la poesía es endeble y emperifo llada.
Ha desaparecido tamb ién el entus ias mo con que los bur gueses im pusieron a los
nobles la libertad comunal, aunque alcanzaron a dar, con las rique zas acumuladas y
el genio de sus ho mbres, un esple ndor extraordinario a sus ciudades.
Las fa milias poderosas han come nzado a crear el derecho hereditario en el
ejercicio del poder: los Este, los Bonacols i, en Mantua, los Della Scala, los Carrara.
Hay ya reyes poderosos en Milán y pronto en Florenc ia, aunque sea otro el no mbre
1
2
BIA GT, G. La v ita p rivat a d ei Fio rent in i.
Op. cit ., t . I, p ág . 139.
36
que se atribuyan.
La «balanza es el secreto» y el norte de la política ita lia na, que traduce el esfuer zo
para impedir que cua lquier prínc ipe, ele vándose sobre los demás, for me una sola
mo narquía. La inspiración de ese sis tema es el testimo nio de una grande mesura, de
caute la, de gusto por la paz, co mo ta mbié n de una sociedad sin entus ias mos y sin
grandes ideales1 .
He presentado las líneas funda me ntales del proceso que concluía en este siglo de
oro, y que lo precursaba lógica mente : su tradició n ro ma na, su paz relativa, su débil
impregnació n bárbara, su posic ión geo gráfica.
La tradició n roma na dio la fór mula del municip io y ayudó a en contrar su expresión
a las necesidades y a las a mbic iones que crearon las co munas ita lia nas.
Desde el siglo XI al XIII las libertades co muna les dieron acicate a la acción,
fuerzas a las voluntades, ideales a las luchas y palacios a las ciudades.
Pero la misma tradición romana y escasa germanización -repita mos la frase, su
esencial paganis mo- había preparado desde temprano su descreimiento, su inopia
metafís ica.
En ninguna época se había difundido en tan grande extensió n, co mo en la Italia del
siglo XV, la negac ión de la idea de Dios. Era una negac ión burlesca, no aconsejada
por la inte lige ncia, sino sonreída por el sentimie nto.
Los cuentistas italia nos -Franco Sacchetti, Giova nni Fiorentino que for man legió ncon la risa franca y ruidosa de sus cuentos, lle nos de ma licia, libres y casi sie mpre
licenciosos, muestran toda la profundidad de su desdén por el sacerdote, la mo nja,
por el recato hipócrita de los burgueses, sobre todo por los milagros.
2
Aparte de la raíz pagana, el escepticis mo era lógico en Italia, pues conoce todo el
proceso del Cis ma de Occidente, ha visto obrar a Sixto IV, a Inocenc io VIII,
co mp licados en confabulaciones políticas tan arteras co mo las de los otros, sabe que
Cle mente VII es un Medic i y Eugenio IV un condottièro 3 .
Hasta el fin del siglo XIII, a través de todas las vic isitudes de su fortuna política,
1
SISM O ND E D E SISM ON DI, J. Ch . Op . Cit ., t . III, p ág 289.
BEVER, A . van, ed . y t r. Oeuvres gal ant es des conteurs itali en s. Éd. Ad . v an Bev er & Ed . SánsotOrland . París, So ciét é du M erev re de Fran ce, 190 8 -07. v . 2.
3
GEBHA RT, É. L'Italie myst iqu e; h isto ire de la Renaissa nce relig ieuse au moyen àge. 2. éd. Paris,
Hachett e, 1893. p ág . 173.
2
37
los indo mables gibelinos llevaron muy alto su incre dulidad religiosa, quizá hasta un
mater ialis mo radical.
Boccacio, en su Decamerón, dice que cua ndo las gentes veían pasar a Guido
Cava lcanti con aire soñador por las calles de Florenc ia, «busca, decían, razones para
probar que no hay Dios».
Sepan o no sepan, proceden de ese Averroes de que he hablado en el primer
capítulo.
Los pontífices usaron para los fines de su política los terribles re cursos de su poder
espir itua l, la exco munió n, la interdicció n, la bula de cruzadas.
Alejandro IV predicó cruzada contra Ezze lino, duque de la Mar ca Trevisana; otra
se decretó contra la Gran Co mpañía. Inocenc io III la había ya predicado contra
Livo nia, desligando de su jura me nto a los que debían ir a los Santos Lugares.
Cuando el gran pontífice Pío II, ancia no, mela ncólico y sabio, exi gió la cruzada
necesaria contra los infie les que habían ya apoderádose de Constantinop la y que
marc han a mena zantes todos los días, los prínc ipes cristianos fa ltaron, sin
discrepancia, a la cita. Pío no se desanima y quiere dir igir con su ma no
desfa llec iente la expedició n imposible.
Las riquezas acumuladas y la paz correspondiente habían disue lto las costumbres
en la vo luptuosidad, en la molic ie, tamb ién en el desenfre no. El relaja miento moral
no ha alcanzado los tér minos de aquella: época en ningún mo me nto después de la
decadenc ia roma na 1 . En carnaval era lícito a los religiosos participar de las alegr ías
y juerga durante las que recitaban juegos de ingenio , y a las mo njas vestirse de
ho mbre, con las calzas cerradas en las piernas y con la espada al flanco.
Con el establecimie nto y el poderío de los princ ipados han desaparecido, es claro,
las autono mías comunales, aun en Florencia, que fuera la más de mocr ática.
Venecia, M ilán, Nápoles, Ro ma, la mis ma Florencia, son sedes de reyes y
mo narcas.
A las corporaciones, al movimie nto gre mia l, a la bur gues ía que fue su expresión,
ha sucedido una reacción individua lista, de la que las señorías y principados fueron
la fór mula política; el epic ureis mo, su dictado filosófico; la relajación de la
1
GIA COSA , G. La vita p ri vata n ei ca st ellí , pág. 47; M A CHIA VELLI, N. Op. cit., t . I, pág. 159.
38
disciplina fa miliar y el lujo, su consecue ncia socia l; el orgullo glorioso y fiero de
sus pintores y escultores, su floración maravillosa.
Ya en este siglo no hablará el historiador de las luc has de las fac ciones populares
por imponer la ley a los castellanos o para asegurar el podestado a favor de la
burguesía, ni siq uiera co mentará la actividad y el fuego de las pasiones, el relato de
las oscuras riva lidades de las fa milias ene migas. Durante siglos las empresas que
aco meten, la prosperidad que alcanzan, la arquitectura que sus ciudades reve lan, el
mo vimie nto corporativo, son el esfuerzo de una clase socia l numerosa y solidaria
por triunfar, por enriq uecerse, por fundar una civilización y dis frutar de ella.
En este mo mento el movimie nto histórico está trans for mado.
A las co munas ha sucedido la señoría; la señoría, que concluirá en la realeza, ha
do minado las ciudades libres circunvec inas, hace alian za con un monarca extranjero
u otro de Italia, y la política se decide en adelante en las cortes. El más grande
acontecimie nto ita lia no del siglo, la invas ión de Carlos VIII fue, en el fondo, obra
de una intr iga cortesana, de la que eran actoras Beatriz d'Este, la amb ic iosa esposa
de Ludovico, el regente de Juan Ga leazzo Sforza; la de éste, Isabel de Aragón, y
Alfo nsina Orsini, la de Pedro de Medici.
La lucha de faccio nes y los enconos fa miliares traducen, por cier to, una estrecha
organizac ión que así solidarizaba sus mie mbros. En el siglo XV ha desaparecido la
disciplina y la autoridad paterna.
Lle van ya un siglo las leyes que aspiran inútilmente a moderar el lujo.
Italia es, pues, ya otra cosa que el conjunto de las co munas enér gicas,
bordoneantes de vida y de libertad del siglo XIII.
Los mac izos palacios del podestá que se elige todos los años, el ca mpanar io que
traduce en sones las palpitacio nes de la ciudad - un atentado, un lla mado a las ar mas
y en algunas partes las sucesivas horas del reposo y del trab ajo- el mercado, las
cinturas muradas que la aseguran, fueron los monume ntos anó nimos característicos
de una edad de colectivis mo y de solidaridad, porque estaban destinados a servir a
la colectividad entera.
Ahora es el palacio Pitti, el palacio Strozz i, el Duomo, y la Cartuja, que leva nta
39
Juan Galea zzo 1 .
Pero no es el orige n y el destino de la construcció n la única dife renc ia, sino el
mo lde y el estilo.
La arquitectura gótica, que no penetró sino tardía y esporádica me nte en Italia,
refleja la med itación sombría, la angustia ascética, la aspiración espir itua l de la
Europa cristia na. La igles ia, el palac io, la casa italia nos están lle nos de luz, de
serenidad, de calma. Las líneas agudas del gótico simbolizan la ascensió n del alma,
la dolorosa prolijidad de sus cresterías, los torme ntos del pecado; las hor izo ntales y
las curvas elegantes del renacimiento, la prudenc ia, la ale gría, el reposo, el a mor de
la vida y el placer de la naturale za 2 .
La transfor mac ión se define con una palabra: el triunfo del individua lis mo.
Italia llegaba a él pasando por un movimie nto comunitario y co lectivo. Adquir ió la
fuerza y la rique za que permitían el desenvo lvimiento y la irradiació n de grandes
eje mplares huma nos, precisa mente por la paz, el co mercio, la acum ulac ión de
bienes y de cienc ia que eran obra de la organizac ión co muna l y de la solidaridad
socia l, por las que se distinguió del resto de Europa. Es prueba que no está ni el
individua lis mo ni el colectivis mo en ningún estadio preestablecido de la historia
humana, co mo pretendió la filosofía natura l, y ahora el socialis mo, dogmático y
jacobino, a pesar de su énfasis positivista.
El tipo personal acusado y constructor que alcanzó en el siglo XV italiano las cifras
más altas de pujanza y de relieve, como Leonardo, León Bautista A1berti o
Buo naccorso Pitti, César Borgia o Alfonso de Nápoles, co mienza a aparecer en el
siglo XIV en los princ ipados.
El lector encue ntra a cada paso personajes apasiona ntes por la plenitud de vida, la
abundanc ia de trabajo que realiza n serena mente, sin fatiga y con belle za. En ningún
mo mento de la historia como en éste, co mparable sola mente tal vez con el siglo de
Augusto, se descubre a la conte mp lació n tan extraordinaria cantidad de fisono mías
propias, de bustos origina les, de miradas profundas - una ve getación huma na tan
grand iosa y regurgitante de savia, co mo estre mecida por un vie nto sagrado de
1
CA N T U, C. Op. cit., lib ro XII I, Cap . X XII.
TA IN E, H. A . Phi lo so p hi e d e l'a rt . Paris , Hach ett e, 1 8 95. t . X XII; LU GO N ES , L. La
ca co lit i a. 1 9 0 8.
2
40
génes is.
Aplicaos a releerla y surgirán las figuras: en Florenc ia los artis tas, en Venecia los
políticos, en Milán los tira nos. Al azar, Carlos Yriarte descubrió en una moneda sin
troquel la figura que bruñida reveló a Marco Antonio Bruto, e mbajador en
Constantinopla ante Sixto V, protector del Veronese, a migo de Palladio, discíp ulo
de Vitto ria1 .
La cultura y la prosperidad, añadid as a la libertad comunal, favorecieron sin duda,
dice Burckhardt2 , la for mació n de una opinió n ind ividua l, a la que la ausenc ia
mis ma de luchas de partidos, bajo las tiranías principescas, proporcionaba
oportunidad de desenvolverse. No es, pues, improbable que bajo esas mis mas
tiranías se haya for mado, por primera vez, esa creación moderna del ho mbre
privado, ind iferente a la política y dedicado a ocupaciones profesiona les exclus iva mente.
En las ciudades democráticas los ho mbres de las facciones venced oras debían
encontrarse en una situación semejante a la de los súbditos de los tiranos, por la
privació n for zosa del poder, pero con esto de más, que la señoría ya gustada o quizá
la esperanza de readquir ir la, daban a su ind ivid ualis mo un vue lo ardiente. E ntre
estos hombres condenados a un ocio invo luntario, se encue ntra Agnolo Pandolfini,
autor del Tratado de Gobierno de la familia, que es «el primer progra ma de una
vida privada llevada al má ximo de su desarrollo con la ayuda de la educación.
La comparación que hace entre la vida privada y las incertid umbres y mo lestias de
la vida pública, merece ser mirada, dice el mis mo Burckhardt, co mo un monume nto
de su tie mpo.
Hay un testimonio materia l, sugerente y pintoresco, expresivo de este desarrollo de
la personalidad y es el uso de los vestidos.
En Florencia, según los cronistas3 , a fines del siglo XIV no había moda prevale nte.
Se rivaliza en lujo, pero quedaban entregados el color y la for ma de los trajes a la
fantasía personal. Este acto sencillo y externo de vestirse es, sin e mbargo, elocue nte
1
YRIA RT E, Ch . É. La v ie d 'u n p at ricien d e Ven is e au X VIe s iècle.
La civiltá d el rina sci ment o in It alia. Tr. it alian a de D. Valbusa, rev . y au m. po r G. Zipp el, p ágs. 156
y sigu ient es.
3
Sacchett i, Cast ig lion e, et c.
2
41
y decis ivo. ¡ Qué fuer za poderosa, que sentimiento de vida y de origina lidad reve la
el acto de ponerse encima de los ho mbros o alrededor de las pier nas una tela mas
amp lia o más estrecha, más colorida o más severa que la que echa sobre sus
mie mbros el vecino!.
Pero este individua lis mo no es sino un producto de evo luc ión, carece de la
co mpresión necesaria para abarcar los caracteres funda me ntales del proceso y
definirlo.
Para lla mar con una palabra que expresase la fuente profunda de la evo luc ión
italia na, escogería la de naturalismo.
Al naturalis mo la inc linaba la tradic ión ro mana, hija de una gran civilización
juríd ica y política, es decir, que habría conte mplado princ ipalmente proble mas
prácticos.
La ma ntenía en esa tendenc ia la fa lta de agitaciones religiosas, que la invasión
ger mana despertaba en los países que ella do minó, co mo Galia o Hispania.
Su vocación mercantil, estimulada por su topografía penins ular, era propia sin
duda para contrariar las tendenc ias ancestrales.
No fue ni fe udal ni teológica en los siglos en que la Europa caótica necesitaba del
castillo para civilizarse y él se multip licó, y en la que la disputa no minalista
constituía la cienc ia de los concilios y los te mas de las universidades.
Fue la primera que renació las ciencias positivas y se aplicó al estudio de los
fenó me nos de la vida y de la natura leza. Leonardo da Vinci, en los manuscritos que
de él se conservan, lle gó a intuic iones ina uditas en la investigación positiva 1 .
«Se ve ahora por ellos que precursó a Bacon en la afir mació n del método ind uctivo.
Antes que Cuvier, atrib uía a los torrentes la formac ión de los valles, antes que
Palissy encontró las hue llas de un mun do oceánico desaparecido y constató la doble
circulació n de la sangre un siglo antes que Harvey».
El Renac imiento fue exclusiva mente una vuelta a la naturaleza.
Haced pasar delante de vuestra vista, para to mar lo más frágil de la creación
huma na, las líneas y for mas de la decoración arquitectural u orname ntal que se
1
Textes cho isi s; pen sées, th éo ries, p réceptes, fa bles et facéties. Tr. …., par Pélad an . 4.éd . Paris.,
So ciét é du M ercu re de Fran ce, 1908.
42
sucede en los primeros quince siglos cristia nos, y veréis con cuánta evidenc ia el
espíritu hace en ellos el regreso paulatino y seguro a la naturale za 1 .
Las líneas son angulosas y alargadas, las figuras capric hosas cuan do no
teratológicas- cabeza huma na sobre cuerpo de ave o reptil -
- los motivos
orna menta les ator mentando la proporción, la lógica, el mo delo vivo- flor, hoja u
ho mbre. A su través se ve distante y como defor mada por una serie de falsificaciones
superpuestas la naturaleza originar ia y es un p lacer casi fís ico y una lección ver,
haciendo desfilar las for mas sucesivas del siglo XIII al XV, có mo se aclaran, se
redondean, se colorean de matices norma les, se impregnan de verdad y de vida. Se
tiene la ilusió n de volver de una enfer medad o de una pe sadilla.
La obra de Leonardo da Vinci tiene pasajes de luc idez profunda y de extraordinaria
sugestión del ho mbre y de la civilización italia nos.
Su elogio en la historia de la pintura revela el pante ís mo paga no, la admirac ión de
la natura le za que exige co mo facultad primar ia el don divino de la vis ión.
«El ojo es maestro de la astrología, dice, generador de la cos mo grafía; cond uce y
corrige todas las artes huma nas; mueve al ho mbre hac ia las diversas partes del
mundo; prínc ipe de las mate máticas, ha med ido la altura y la gra ndeza de las
estrellas; ha enge ndrado la arquitectura, la perspectiva y la pintura. Qué raza, qué
le ngua podría describ ir su acción. ¡ Oh superexce lenc ia de todas las cosas creadas
por Dios! Ventana abierta por donde el alma conte mp la y go za de la belle za del
mundo, conso lándose de su prisió n y que sin ella seria un tor me nto» 2 .
Sus afor is mos son sendas ense ñanzas filosóficas y puras. «Quie n puede ir a la
fuente, no vaya a la ánfora», dice habla ndo de la natura leza co mo modelo de arte.
«La experie nc ia no engaña ja más, pero, agre ga, ha y en la naturale za razo nes
infinitas que falta n en la exper ienc ia».
«Tú, ¡oh Dios! - dice este hijo de un pueblo que no es sin duda místico- vendes
todos los bie nes a los ho mbres a precio del esfuerzo ».
El sens ualis mo del Renac imie nto habla por su boca: «A los a m biciosos que no se
contentan del bene ficio de la vida ni de la belleza del mundo, les está imp uesto por
1
Véase la co lección d e o albu mes d e Ern est Gu illot , L’Ornementatio n du XIIe a u XVIIIe si ècl e.
Paris , 1897
2
LEONA R DO DA VIN CI. Op. cit ., p ágs. 196-197.
43
castigo que no compre ndan la vida y que queden insens ib les a la utilidad y a la
belle za del universo ».1
Nadie ha dicho más sencilla mente el elo gio de la soledad y del individua lis mo : e
si tu sarai solo tu sarai tutto tuo.
Como todos los renacentistas fue un apasionado de la vida cam pestre. Para
M igue l Ángel y Maquia velo no se encue ntra la paz sino en los grandes bosques. En
su villa de Careggi, Cos me de Medic i po daba su viña mientras Mars ilio Ficino le
aco mpa ñaba le ye ndo Plató n en alta voz o tocando la lira.
Entre los placeres del quattrocento se cuentan las cabalgatas de Polizia no a través
de la campa ña florentina, mientras el poeta recitaba a Lorenzo de Medici las últimas
páginas de su último libro, y tamb ién las suaves charlas de la acade mia platónica a
lo largo de los ca minos bordeados de rosas de Fiesole 2 .
Por eso, co mo dice Burckhardt, fueron los italianos los que descubrieron el paisaje
co mo fenó me no estético 3 .
Indice de la Obra
1
Idem, p ág . 56
DUP O NT-F ER RI ER, G. (En : Le Fig aro, Sup plément litt érai re, 9 aout 191 3).
3
Op. cit., t. XX, pág. 19.
2
44
IV
LAS CIUDADES COMERCIALES
LA VIA DEL ORIENTE
A malfi. - Pisa. - El a mb iente co mercial. - Aus encia d el «h ono r» y d e la con ciencia «crist ian a» - At racción d e Italia. - La e mig ració n a It alia. Cos mop o lit is mo . - El co mercio florent ino . – Génov a y
Ven ecia. - Sus con flictos . - El co mercio co n los in fieles. - La arqu it ect u ra n av al. Ext ens ión d e los
mercad os-. - A u mento de los co nsu mos . - Neces id ad d el t ráfico con el 0rient e. - Sus cont rat iemp os.
- It inerarios y du ració n d e los v iajes. - Primeras exp ed icio nes . - Portug al. - Precu rso res italian os de
los d escu bri mientos marít imos .
Las razones que ya he mos exp uesto destinaban a Italia a ser la conservadora de las
tradic iones co mercia les de la Antigüedad.
El sur, más próximo al Oriente y a Bizanc io, debía prevalecer en esta funció n, era
puente entre Europa y Áfr ica, paso obligado en la vía de la Siria y del Egipto.
Estaba lla mado a ser la nave de un co mercio forzosa mente reducido a las costas del
mar latino.
Es así que desde los siglos IX al XI, Ama lfi fue una metrópoli mercantil, que
alcanzó a 150.000 habitantes. Sus naves se ha lla n en todos los puertos del Leva nte,
dicta le yes comerc iales al mundo y do mina los mares.
Pero el feudo nor mando y sarraceno instalado en ella frustró ese destino. La
organizac ión fe udal creaba un a mbie nte contrario a todo lo que no fuera la
preocupación guerrera. Desaparecieron así Ama lfi, Barletta, Bari en el sur,
prosperaron, en camb io, los trovadores y la poesía trovadoresca, constituyendo por
ello, doble me nte, una excepción singular Sicilia en la historia ita lia na.
Amalfi fue conquistada por los nor mandos en 1130 y poco después venc ida y
saqueada por Pisa.
La do minació n ange vina en Nápoles aspiró a dar vuelo al comerc io con el As ia y
llevó sus naves a Oriente y sus embajadas hasta Persia y ante el Khan de Tartaria.
45
Antes de las Vísperas Sicilianas, no hay potencia, a excepción de Venecia, dice
Yver, que pueda rivalizar con la de Carlos de Anjo u, donde 1 éste primero y después
Roberto desenvuelve n una hábil política, aconsejada por las propias necesidades
fina ncieras de una corte fastuosa, para estimular el co mercio, otorgando ventajas,
honores a los que lo practican y dando ellos mis mos el ejemp lo que sigue n nobles y
señores.
Reparan caminos, establecen nue vos, disecan grandes extensio nes pantanosas en
Capua, construye n refugios para los viajeros.
Son reyes poderosos, jefes consagrados de los güe lfos, aliados de Papado,
protectores del reino de Jerusalén 2 .
Pisa en los siglos XII y XIII, Géno va y Venec ia después son lo directores y los
usufr uctuarios del mo vimiento comerc ial del mundo.
Floreciente Pisa durante las dos primeras cruzadas, y copartícipe principal de ellas,
tuvo grandes establecimie ntos en las costas de la Sir ia y del Asia menor.
Era casi un puerto pues el Arno era navegab le hasta sus mura llas, fue guerrera y
co mercia l a un tie mpo, desenvo lvió una política liberal y fue habitada hasta por
200.000 almas.
La posesión de Córcega y Cerdeña fue el motivo de sus gue rras con Génova,
celosa de su prosperidad, y al fin la causa de su ruina, en la que no era la única
interesada, pues Florencia, su vecina, en disputa constante abríase un camino al mar
con Te la mon y con Livorno par desorie ntar el comerc io de Pisa.
Pero la gran época del co mercio, de los emporios mund iales, son los siglos XIV y
XV, cuando tie nen el cetro Génova y Venec ia que encarnan el ge nio de su tie mpo.
En ge neral las ciudades italianas, he mos dicho, carecen de orgullo patriótico : se
per mutan o se venden.
No las agita ya como en el siglo XIII la luc ha por conquistar las libertades
comuna les contra el Emperador o los nobles.
Sus guerras reconocen co mo causa riva lidades co mercia les. Las in testinas carecen
de saña. Se introdujo la costumbre de devolve rse los pris io neros después de
1
YVER, G. Le co mmerce et les march ands d ans l'It alie merid io n ale a XlIIe et XI Ve s iécle.
París , A . Fo nt e mo in g , 19 0 3. p ág . 18.
2
Idem, pág. 70.
46
despojados.
Una derrota era simp le me nte un ne gocio fa llido. La fa mosa batalla de Anghiari no
dejó un solo cadáver. Los jefes ene migos se reconcilia n o se alía n.
Géno va en el siglo XIV tiene amos extranjeros a los que las faccio nes la entregan
alternativa me nte: Enr iq ue VII de Luxe mb ur go, Carlos VI y Carlos VII de Francia.
Pueblos mercantiles, sin a mbie nte fe udal, carecieron de grande za heroica y
guerrera, de los sentimie ntos que nacieron y se rodrigaron en la soledad y en la
rudeza del castillo. El ho nor caballeresco, el prime ro, que florece la savia fuerte y
áspera de las luc has castellanas, prez de las historias feuda les de España, de
Franc ia, de Inglaterra y que da su encanto peregrino a las cancio nes de gesta, a las
crónicas, a los poe mas, a las le yendas que circ ula n en Europa, maravillando las
cortes, emula ndo amb ic iones, dando acicate al ideal que sostuvo y por el que mur ió
la Edad Media. Él fue ignorado en Italia. Como el honor, la concie nc ia cristia na
que ger minó, tomó cuerpo y se acendró en la constante y solitar ia concentrac ión en
sí mis mo 1 del castella no.
El propio mercantilis mo ita liano enfre nte de la Europa guerrera, co mprueba la ley
de Spencer que ve en la orga nizac ió n de aquel tipo una for ma superior de
evoluc ión.
En ello radica la diferenc ia substanc ia l de Italia con el resto de Europa. Pero a
despecho o por razón de esa mis ma diferenc ia causaron las rique zas y el esplendor
de la península el deslumbra miento de Euro pa. Italia era, en efecto, la atracció n de
sus vecinos: de Franc ia, de Ale ma nia, tamb ié n de Inglaterra y del Oriente. Haber
visitado y me jor aun residido en sus ciudades era una garantía de educació n y de
cultura cua ndo no una razón de superior idad, como para los amer ica nos de hoy el
viaje a Europa. Se iba a ella para ver, para aprender, para ilustrarse, además de
traficar. Se divulgaron así los ita lianis mos y se for maron grupos de ita lianiza ntes.
Atraía sin duda su riqueza y su lujo, su fausto que ha do minado las cortes
princ ipescas, que los artistas italianos decoran con sus bustos.
Cangrande, de los Della Scala de Verona, que ele vó su casa a un alto grado de
1
TA IN E, H. A . 0 rigi nes de l a Fra nce co ntemp o rain e. Véase ad e más s u Hi st oi re d e la lit tératu re
an glai se.
47
poder, manifestó grande a mor por las letras y abrió un asilo en su corte a todos los
ho mbres distinguidos de Italia, y a numerosos proscriptos. Uno de ellos, Sagacius
Muc ius Gazata pinta así el asilo del ma gnífico señor: los departame ntos se
asignaban según la condic ión de los huéspedes, cada uno estaba seña lado por una
divisa característica; el triunfo para los guerreros, la esperanza para los desterrados,
las musas para los poetas, Mercur io para los artistas, el paraíso para los
predicadores.
Dura nte los almuerzos, mús icos, bufones y cubileteros recorrían el palacio; las
salas estaban ornadas de cuadros que recordaban las vic is itude s de la fortuna 1 .
Pero llegaban a Italia tamb ién extranjeros y a su turno sus hijos se han acodado por
toda Europa, como que han mo nopolizado el comerc io y sir ven co mo proveedores
de todas las cortes y se han convertido por lo mis mo, en a mos de sus nece sidades.
Tie ne ciudades co mo Florenc ia, centro de las letras, de las artes y la primera
ma nufactura de la peníns ula. Refleja en pequeño prestigios, la fuer za, el genio de la
civilización de su tie mpo. Tie ne 200.000 habitantes y cuenta a fines del siglo XIV
200 fábricas de tejidos de lana, 80 bancos que trafican en Europa y en As ia. Sus
fina ncistas, sus cónsules y co mpañías están dise minados por todas los rumbos y los
adulan las cortes 2 .
Entre las siete artes ma yores están las de los paños extranjeros de lana, de seda, la
de los peleteros, de ca mb istas y comercia ntes. Su arte llegó a tal grado de
perfecció n que hizo los tejidos persas de brocado de oro, plata y seda.
Génova era la más genuina mente co mercial de todas las ciudades ita lia nas; había
nacido para el comercio. Su topografía, su suelo, su propio mar que carecía hasta del
alic iente de sus peces, lo demuestran.
Para destruir el comerc io de Venecia, que había merecido la pro tecció n del
Imperio latino de Bizanc io, encorazo nó la reconquista de Miguel Paleólo go
desafiando la cólera del Papado y de la cristiandad.
Desde su factoría de Caffa era la dueña del co mercio del Ponto Euxino, que
surcaban sus taridas, barcos bajos y largos, aun en el in vierno, época en que los
1
2
SISMONDE DE SISM ONDI, J. ch L. Op. Cit. , t. III, pág 279.
Cf. VILLANI, G. Crónica.
48
biza ntinos suspendían la navegac ión.
Caffa llegó a tener doble població n que Constantinopla y a ser el e mporio del
co mercio de productos tártaros y un gran mercado de es clavos. En el litoral del
Ponto Euxino estaba construida Trebizonda, que era puerto de salida de los
productos asiáticos.
Génova no se contentó con ser la inter mediar ia de sus colonias sino que se
aventuró hasta los bazares del Ta uris y las ferias de Sulta nieh.
No sola mente dominó la vía del mar Negro, por tierra hasta el Eufrates y Tigr is y
el golfo Pérsico, sino que acudió a Siria y a la costa egipc ia.
Era tan ind íge na la vocación genovesa por el comercio que los menores se
ema ncipaban para dedicarse a él y que gran número de mujeres e mpeñaban su dote
en compra de mercaderías extranjeras, se guras y entus iastas de las ve ntajas
pecuniar ias que la operación debía proporcionarles 1 .
Venecia desde muy temprano acreditó su riqueza. Sus presentes habían lla mado la
atenc ión de Carlo magno, y el séquito del Empera dor de la barba florida, maravillóse
de las púrpuras, de los tapetes reca mados de oro, linos preciosos, plumas de
avestruces, marfil, ébano, ge mas que introducía n ya en aque lla época del Leva nte.
Las Cruzadas le permitieron establecer factorías y almacenes in ter mediar ios del
co mercio asiático: Pera, que era un barrio de Cons tantinopla, Lazi en el Ponto
Euxino, Nicopolis en la Propontide, Gallipoli en el He lesponto y un sinnúmero de
puertos alrededor del Pelo poneso.
Realizaba sus tratos comercia les tan pronto con los príncipes cru zados co mo con el
Sultá n.
Al organizarse la cuarta Cruzada en la que Venecia debía intervenir tan
principalmente, Malik al- Adil envió a la república una e mbajada pidiendo al dux que
empeñase su influencia para pedir que los expedic ionarios no atacasen sus dominios
de Egipto y Siria. Enr ique Dandolo, co mo sabéis, dir igió así sus legionarios contra
Constantinopla.
Prohibido el contacto con los musulmanes durante las Cruzadas, Inocencio III
1
BOCCA RD O, G. Op. cit., pág . 425; CO NRA DO, A . Op . cit . y RU GE, S. Storia dell'epoca delle
scoperte.
49
recordó al dux la prohibic ión y sus terribles sanciones. Entre otras, que la
exco munión que atraía sobre el culpable podía levantarse in articulo mortis por una
orden especial de la sede apostólica y pagando una suma equivale nte al cargamento
transportado de Egipto.
El conflicto se planteó desde el primer mo mento y las negociaciones ta mbién.
Inocencio III levantó la prohibición a condición de obtener un permiso previo.
Tana, sobre el mar de Azof, fue una factoría de prosperidad extraordinaria que los
venecianos obtuvieron en 1332. Recibía los productos de Persia e India por
inter medio de Astrakán. Era ta mbién un emporio del comercio de los países
septentrionales; peces y esclavos, tártaros y rusos.
Fueron los venecianos los grandes transformadores de la arquitectura naval:
construyeron los dromoni, grandes barcos aptos para el transporte como para la
defensa, los sottili, de persecución a los corsarios, después los cocchi, que podían
tripular hasta 1000 hombres. Sus dromoni lle gaban hasta el mar del Norte y Flandes;
acudían a sus almacenes, alema nes, franceses, húngaros, bohemios en búsqueda de
especias orientales, de drogas, frutas y paños de que eran inter mediarios, ge mas,
margaritas, es maltes, armas, espejos que ella fabricaba, la sal que monopolizaba, o
los mosaicos, los brocados de oro y damascos bermejos, lujo de las decoracio nes, que
sola mente ella sabía preparar, las figuras de cera que en ninguna parte alcanzaban 1a
blancura que en Venecia.
Un documento de la época refiere las cifras de su comercio. Milán gastaba
anualme nte 90.000 ducados, Monza 56.00; Como, Tortona,
140.000 cada una, y a su turno estas ciudades
Novara y Cre mona
mandaban géneros por valor de
500.000 ducados, de modo que el tráfico alcanzaba a 2.800.000 ducados. Todos los
años Venec ia exportaba por va lor de diez millones e importaba por un va lor
semejante 1 . Más de mil patricios poseían una renta de 200 a 500 mil liras anua les.
Tuvo sabias leyes y una aristocracia disc iplinada y sagaz. Todo lo había reglado: la
nave gación, la vida a bordo, la conducta en el puer to de descarga, donde el barco
1
Datos d el d is cu rs o d e M o cen ig o , du x d e Ven ecia o po n iénd ose a la alian za co n M ilán . Ver la
grand e ob ra d e P OM P EO M O LM ENTI, La st oria di Ven ezia nell a vi ta p ri vat a , dal le o ri gin i all a
ca dut a della repu bbl ica, t . 1, p ág . 202.
50
quedaba a la orden de su cónsul. En todo navío debía n e mbarcarse, según una ley,
dos jóve nes de 20 años que aprendían sobre el mar y en los puertos ese arte a que
Venecia debía su esplendor y su fortuna.
Sabellico ha dejado una descripció n de la Venecia del siglo XV, de la
extraordinaria animac ión de la plaza que se extiende delante de San Giaco metto, de
los pórticos donde se alinea n los almacenes, y de lante de los que hor miguean
corredores, co mpradores, mercaderes, que han llegado de todos los ca minos, que
for man una muchedumbre, que bulle y se agita y de la que se leva nta un constante
mur mullo; del Gra n Cana l, cuyas aguas re monta n millones de e mbarcaciones que
fueron cargadas en Alejandría, en Tana y que retornarán pronto hacia la costa de
España o Flandes en busca de algodón o de la na, lleva ndo las especias leva ntinas o
los propios espejos, margar itas y cristales que fingen tan cabalme nte el encanto
singular, frágil y fastuoso de sus cana les; de las calles laterales del cana l que
millares de co merciantes las llena n con sus fardos y parlerías porque se ven
confund idas todas las nacio nes
1
y todas las razas; el enérgico catalá n y el grie go
afeminado, el fra ncés locuaz y el árabe silenc ioso, el turco inquieto y el negro
africano que sirve a la república.
Era así como Italia aprovechaba las consecuencias de las Cruzadas que no fueron
para ella sino motivo de lucro.
Habían establec ido las Cruzadas el camino del Oriente y habían co municado los
pueblos europeos entre sí, compro metié ndolos en las comunes expedicio nes, y
habían dado pábulo al progreso de la arquitectura naval.
El transporte de peregrinos hizo necesario los grandes navíos y los libros místicos
dan las reglas para construidos. Se inve ntaron para ese fin las velas múltip les
dispuestas para ir con ellas contra el viento.
Sólo Italia, sobre el mar fa miliar, libre de las trabas y de la barbarie fe udal se
hallaba en condicio nes de servir para las nuevas func iones que la extens ió n del
med io co mercia l creaba.
Quedaba allanada la vía para for mar sobre las co stas del Oriente su imperio y su
prepotenc ia.
1
ORTI Y B R U LL, V. It alia en el s ig lo X V.
51
Fue, pues, la usufr uctuaria casi exclus iva del esfuerzo extraordinar io de Occidente
en los siglos de las Cruzadas.
Las Cruzadas tuvieron ta mbié n el efecto de encorazonar las recla mac iones de las
co munas, por la larga ausenc ia de los «suzeranos» y tamb ién las vacancias e
interregnos frecuentes y por la necesidad recursos que dis minuía n su soberbia
enfre nte de sus súbditos.
Se tendió a formar, he mos dic ho, un mercado mund ial co mo consecuenc ia de la
supresión de las fronteras. Desaparecen los mercados locales porque cada región
desiste de abastar sus múltiples necesidades y prefiere especia lizar su ind ustria y
obtener lo de más por canje.
Simultá nea mente las ferias pierden su importancia. Son como núc leos congestivos
de la circ ulac ión que se desvanecen una vez ge neralizada y estimulada ésta.
La e manc ipación de las clases medias, fenó me no característico los siglos XIV y
XV, ha aume ntado extraordinar ia mente los cons umos.
No son sola mente las cortes las que ornábanse de telas y gustaban de las especias y
aro mas, en sus múltip les usos, sino tamb ién la burguesía cuya riq ueza medraba por
toda Europa y que alcanzaba la opulenc ia en Brujas, Gante, Ypres.
Pero el comerc io de las Indias soportaba contratie mp os ina llanab les que ele vaban
cons iderable mente los precios. El largo itinerario terrestre importaba onerosas
erogacio nes pues debía ser hecho, a través de altas mo ntañas, caminos
impracticables, desiertos inhospitalar ios inmensos 1 .
Estaba rodeado el viaje de grandes y frecuentes riesgos, entre ellos el de la prisión
y de la muerte.
Era además de una duració n inter minable: 25 días desde Tana hasta Astrakán;
hasta el Ural 9 días más; desde aquí por tierra hasta el Turkestán 60 días; desde aquí
70 días hasta Kant- Tcheou, 45 días más de caballo hasta Quinsai y 30 días después
se está en Pekín2 .
Los estímulos para encontrar una nueva vía eran, pues, inme nsos y si esa vía era
mar ítima y fluvial los estímulos aumentaban; pero debieron convertirse en decisivos
1
Es suma me nte expresiva la descripción hec ha por Marco Polo de su viaje.
2
RU GE, S Op . Cit ., p ág. 97.
52
e imperiosos cua ndo las vías terrestres fueron infranqueables, es decir, después y
quizá antes de la caída de Constantinopla en 1453.
Desde muchos años atrás los portugueses ayudados por la ventaja de su posición
en la conjunc ión del Mediterráneo y del Atlá ntico habían iniciado expedic iones
mar ítimas por las costas afr icanas, que encorazonó ardie nte mente Enr ique, el quinto
hijo del rey Juan, y fundador del observatorio de Sagres.
Gil Eanes pasa el cabo Bajador en 1434; Dionis io Dias en 1445, que llegó al país
de los negros, Nuño Tristao a Sene ga mbia, Alvaro Fernandes a Sierra Leona
de muestran contra las autoridades más altas, Aristóteles y Ptolo meo, no sólo la
habitabilidad sino las riq uezas inme nsas del trópico.
Quedaba ta mbié n averiguado que las costas afr icanas, que en las primeras
inspeccio nes se dir igía n al sudoeste, co mie nzan a arrumbar al sudeste. Entonces
nació la idea de que continua ndo la nave gación podría llegarse a las Indias, co mo se
deno minaban todas las tierras situadas sobre el océano Indico y aun las costas
orientales del Africa y la altipla nicie de Etiopía donde se situaba el reino del Preste
Juan, según la leye nda que fingió Europa entera bajo el bele ño de la leja nía y del
misterio 1 .
Había
además
motivos
religiosos
que
estimulaban
las
expedic iones,
la
catequizació n de los nue vos pueblos, y ta mbié n la alianza con el Preste Jua n, jefe de
tan poderoso reino cristiano, en luc has perpetuas, sie mpre según la leyenda, con los
árabes de Egipto.
La relación escrita de los viajes d e Marco Polo deslumbró el Occidente; los ríos
del Turkestán orie ntal ricos de ágata, las ma gnificenc ias de la China, los palacios
con techos de oro del Japón, los productos aro máticos de las is las de la Sonda.
En esa busca, esa persecució n de las India s, un buen día un mar ino habría de
tropezar con Amér ica.
Buscando las Indias, en efecto, Colón dio con ella, y co mo es sabido mur ió
creyendo haber encontrado Cipango, Tarsis u Ophir 2 .
1
La leyen da s ituaba en las d iversas reg iones el reino : un a veces ten ía po r cap ital a Ecb atan a, otras
qued aba al su r de la Siria.
2
Carta de 1502 de Colón al Pontífice.
53
El descubrimiento, pues, no era sino un paso más en una carrera co menzada, y su
grande origina lidad es haber arrumbado por el Occidente para llegar al Asia.
Índice de la Obra
54
V
LA EVOLUCIÓN POLÍTICA EN LOS DEMAS PAÍSES
Fran cia: sus co mu n as , su co mercio . Diferen cia co n las it alian as . - Su feu d alis mo . - Gu erra d e los
Cien Añ os . - Carlo s VII. - La n uev a ép oca. - Lu is XI. - La inv as ión a It alia s eg ún M ich elet . A le man ia. - Su anarq u ía. M a xi mi lian o . - Ing lat erra. - La gu erra de las Do s Ro sas . - En riq u e VII.
Flan des .
La evolució n italiana conserva las líneas que define n la evolució n europea y su
originalidad está, en la ma yoría de los aspectos, solamente en que es la primera en
realizarla.
La vida comunal, por eje mplo, órgano de la prosperidad co mer cia l y de la libertad
política es un fe nó meno ge neral.
En Francia, durante los siglos XII y XIII se cumple una gran revo luc ión: la
ma numis ión del trabajo industria l.
Las co munas la aprovechan y al amparo de sucesos favorables se engrandecen: las
querellas de las investid uras, las treguas de Dios, las asociaciones diocesanas han
contr ibuido a relevar la posic ión de la bur gues ía porque detenía n el pillaje de los
castellanos y per mitía n crecer, en la paz, el comercio que era su nervio. Lue go las
querellas de los barones, las desheredaciones, los interregnos, las disputas de los
pretendientes debilitaban a los «suzeranos» y fortalecía n parale la me nte la ciudad, el
burgo nac iente que abastaba los consumos desordenados de los castillos y adulaba
el gusto instintivo de los privilegiados por los artículos de lujo.
Ta mbié n, co mo Italia, asistió Franc ia a las luc has ar madas, a los alza m ientos -les
cabochiens, les jacqueries- generalme nte más sangrie ntos que en la peníns ula donde
tuvo un vuelo más fácil y más débil resistenc ia la expans ión co muna l.
55
Aunque no llegó a la prepotencia absoluta que alcanzara en Italia la aristocracia
burguesa tuvo ta mbié n inter venc ión en el gobierno. Los Estados Generales son un
testimo nio de la fuer za del tercer estado.
Pero hay en Francia un rey a quien secunda en su lucha con 1os barones, a
diferenc ia de Italia donde ella crea el rey, fundando dinastía s como las de los
Medici, los Visconti, o los De lla Scala sur gidas de su seno.
Y el rey es monedero falso y muy necesitado de recursos. Felipe el Hermoso
de mostró gran ingenio para inventar los e igual energía para cobrarlos.
Aseguran equivocada mente los historiadores que las comunas italia nas fueron las
únicas nacidas espontánea me nte
1
, a diferenc ia de las españolas o francesas
evocadas por concesiones reales. Las carta y franq uicias forales no han creado
nunca co munas, sino que daban no mbre a hechos preexistentes.
En Francia señalaron una gran prosperidad cuando las Cruzadas abrieron
horizontes y trillaron ca minos. Marsella y Montpellier 2 , fueron mercados de un
mo vimie nto cons iderable y las fer ias de Cha mpaña la ocasión de cita de gentes de
todos los rumbos en la intersección de dos caminos internac iona les, de Italia y de
Flandes, equid istante del Mediterráneo y del mar del Norte, por el Sena y el Marne.
Las ferias de Cha mpaña eran seis al año, de cuarenta y ocho días cada una, es decir
una fer ia per mane nte.
Los imp uestos, las trabas, la persecuc ión fiscal a los banqueros lo mbardos, la
guerra con Flandes que la privaba del principa l concu rrente, y lue go la extens ión de
los ca minos concluyeron con las ferias.
En Francia, pues, las co munas lucharo n en su benefic io pero lucharon tamb ién
para el rey enfrente de la aristocracia feudal, mie ntras que en Italia luc haron
sola me nte para ellas y fue esa tal vez una razón de su acción más a mp lia y más
característica y de la superioridad que se les reconoce.
A las co munas, al comercio que desenvolvieron, a la paz relativa que fundaron,
debe Francia esos cuarenta primeros años del siglo XIV que se cuentan entre los
más felices de su historia. Francia, con sus ve intidós millones de habitantes, alcanza
1
BO CCA R DO, G. Op . cit .
LA VISS E, E. Histo ire d e France d epu is les o rigtn es jusqu 'a la Révo lut ion, t. II, pág . 345; y en t.
III, pág. 397: L U C HA IR E, A . Lou is VII, Ph ilip pe A uguste, Lou is VIII (1137 -122 6).
2
56
la mis ma dens idad demo gráfica que hoy 1 .
En tie mpo de Felipe Augusto la burguesía inter vie ne ya en el go bierno y el
fenó me no se produce en todos los señoríos. Surge n enton ces, en Francia como en
Italia, las dinastías burguesas, los Arrade y Papin en París, los Colo mb de Burdeos,
los Auffres en La Roche la, los Dardier en Bayona, los Fergant en Ruan. Pero a
pesar de tan profundas se mejanzas la distanc ia a que se ha lla de Italia es inme nsa.
Francia, a pesar de los focos de herejía que aparecen en el medio día y de la
decadenc ia de su episcopado a princ ipios del siglo XIII, conserva las tradicio nes y
las costumbres cristia nas del tie mpo de las Cruzadas 2 .
Fue la metrópoli del escolastic is mo y el e mporio de las disputas no minalistas,
mie ntras ellas no penetraron nunca en la península 3 .
Los primeros reyes de la dinastía Valo is, advenida en el segundo cuarto del siglo
XIV, muestran la prevale nc ia en Francia de las fuer zas medie vales.
Felipe VI fue un rey religioso y caballero, que ordenaba él mis mo fiestas, torneos
y justas, que Froissart ha descripto.
Bajo el reinado de Juan el Bueno se habló todavía de una Cruza da que él debía
capitanear (1362). A Carlos V, que fue una luna de San Luis, devoto, prudente,
docto, ma gnífico, amigo del lujo, sucedía Carlos VI, que tuvo la locura de las fiestas
y lue go la locura verdadera.
En esa mis ma época la burguesía dominaba las ciudades italia nas, sus factorías
llegaban a su auge y sus co mercia ntes y nautas discurría n por todos los caminos del
Orie nte y los palacios se leva ntaban en sus plazas.
Las devastaciones de los ingleses, de las jacqueries, de los tuchin y el brigandage
libre e impune, la miseria extrema y la despoblación for man la trama de los primeros
cincuenta años del siglo XV, que atraviesa como una luz fulmínea y salvadora la
escueta silueta épica de la Pucelle, a quien el rey que le debe el trono y el pueblo su
libertad, dejan morir igno miniosamente.
Aun después del Tratado de Arrás que convino al duque de Borgoña, Felipe el
1
PFISTER. Les cla sses co mmerci ales. Con feren cia del cu rso 1906-1 907.
LU CHA IR E, A. Op . cit., pág. 319.
3
GEB HA RT, É. L' Italie mystiq ue; hi stoi re d e la Rena issan ce reli gieu se au mo yen age. 2. éd . Paris,
Hachett e, 1893. Cap. 1.
2
57
Bueno, con el rey C arlos VII, los écorcheurs devastaban y pillaban la campaña y el
mis mo París. La despoblación y miseria eran atroces. Por todas partes se ve las aldeas
abandonadas las tierras incultas. Las gentes emigran a España, a Ale mania, a Italia.
Los extranjeros han abandonado, primero naturalmente, a Francia. Las ferias de
Cha mpaña han perdido todo sentido, los mercaderes de la Hansa ale mana han dejado
de frecuentar La Rochela, los puertos franceses del Mediterráneo estaban en
decadencia: Montpellier, víctima de espantosas epidemias, despoblado; AiguesMortes enarenado; Narbona no tenía fácil co municación con el mar.
Pero la guerra de los Cien Años está próxima a terminar.
Carlos VII ha conquistado la Normandía, después la Guyena, inglesa desde hace tres
siglos, Burdeos, desierto y miserable, es cierto, pero está ya en manos de Francia;
hasta que la pequeña batalla de Castillon, puede decirse, ha puesto fin a esta contienda
única por su duración secular y por su esterilidad completa para producir algún bien,
que las guerras suelen hacer germinar, de rechazo, abonando con la sangre alguna
oculta simiente.
Pero el renacimie nto es rápido : las clases rurales y obreras, tan necesarias para
leva ntar a la nació n de la ruina, cobran importancia instantá nea mente. La ca mpaña
co menzó a repoblarse, los surcos se abren y alegran de nuevo los caminos desolados
por briga ntes y vagabundos que han for mado compa ñías, y que en este final del
reinado de Carlos VII, no han desaparecido del todo.
Las posesio nes feuda les se dividen, y los señores son me nos tiránicos con los
cultivadores que son escasos y han de valorizar su tierra. Las ma numis iones
aumenta n: las hay en masa.
Jacques Coeur, que es de la época, ar mador, co merciante con el Levante lejano,
fundador de compañías, opulento burgués, que aconseja al rey y tiene con éste una
«cue nta secreta», preludia y simbo liza esta nueva época de renacimie nto econó mico
y socia l de la Francia.
Las co munas han acrecido su poder al tie mpo que la noble za de clina porque la
devastación ha concluido con sus rentas, porque la prodigalidad es la virtud de la
nobleza. La bur gues ía co mienza a do minar las ciudades, a aliarse con la nobleza, a
ser tenida en cuenta por el rey, que buscará en ella sus consejeros en los años
58
próximos, el que ha de lla marse Luis XI (1461).
He ahí un rey que rompe con el tipo de la reyecía, diplo mático más que guerrero,
prudente y calculador, artero y vigila nte, despiadado y hábil que pub lica con su
acción y su psicología el fin de la Edad Media: que funda nue vas ind ustrias, que
abre fer ias y mercados, que sella tratados co mercia les, aspira a destruir el
mo nopolio de Venecia, y que sobre todo al fina l de una política tena z, ad mirableme nte imp lacable y obstinada, en la que alternan traicio nes y batallas, jue gos de
diplo mac ia y golpes de fuerza, los más extre mos y opuestos recursos, muc has veces
fallidos, pero nunca abandonados, refunda la monarquía francesa en su estabilidad e
integr idad territorial y en su influenc ia exterior, que va desde Inglaterra, por
Flandes, por Federico III, por Segis mundo, por los cantones suizos, por Venecia,
Hungría, Nápoles, Cataluña, Aragó n y Castilla 1 .
Al lado de Carlos el Te merario, su rival, expresa co mo en un contraste inte ncio nal,
la transic ión de ese mediados del siglo XV, que parece un med iados de la historia
humana.
Luis, efica z organizador, revoluc ionar io sin bullicio, burgués, con su libro de
cuentas al detalle y al día, previsor, astuto, sobrio hasta la sequedad y a su frente el
Te merario, arrojado, fastuoso - en su persona, en sus fiestas, en sus proyectos- que
no mide, no calcula, que obra más rápida me nte que lo que piensa, que ampara
retóricas y trovadores y huma nistas, que preside una corte cere moniosa y so le mne,
que deja morir en sus ma nos el ducado borgoñón poderoso y rico, que mientras
conc urría a la entrevista de Tréver is el 17 de no vie mbre de 1473, con Federico III
soñaba quizá en convertirlo en la monarquía universal.
Pero la Francia que dejaba Luis XI al morir (1483), renacida, ordenada, fuerte, con
su ejército discip linado, no había concluido su evoluc ión.
Ana de Beaujeu, tenaz y hábil, esa hija genuina de Luis y continuadora de su obra,
era sola mente una rege nte, y luego la Franc ia, desde su punto de vista territor ial,
necesitaba co mpletarse con el matrimo nio de Carlos VIII con Ana de Bretaña que
integraba con el último fe udo disperso la monarquía francesa 2 (1491). El rey va
1
THIERRY, A. Essai sur l'histoire de la formation et des progrés du tiers état
2
PETIT-DUTAILLIS, Ch. Charles VII, Lou is XI et les premières annés de Charles VIII (1422 -1492). (En
59
co menzar a reinar el año siguiente, en el que cumple 22 años, y va (1494) a
realizar la e mpresa capital de su reinado, lo
que Mic helet
lla mado el
«descubrimie nto de Italia ».
Acontecimie nto infinita me nte más importante, ha dicho
M iche let que el
descubrimie nto de América para la historia del siglo siguiente, ma gnificando co mo
artista el cuadro concreto que detiene su mirada y que luego evoca con su verbo
entrecortado y sorprendente, mezc la de dra ma, de epopeya y de alegato.
De ese descubrimie nto que es el choque de dos pueblos, de dos siglos, de dos
edades, surgió una chispa que crea una columna de fuego que es el Re nacimie nto.
El fa moso historiador ha olvidado todo lo que queda fuera de su asunto
apasiona nte: España que colma una e mpresa varias veces secular, Inglaterra que va
a inaugurar muy lue go la nue va política de la colo nizac ión y del comercio mund ia l.
Para él la raíz de los tie mpos nue vos está en ese descubrimiento de la peníns ula y
no en el de Amér ica, que dup lica el asiento de la historia huma na 1 .
Esa Francia engrandecida, que con el impulso recibido en 50 años va a ser en
verdad una nue va y grande potencia, a pesar de todo no habría podido ser el
instrume nto de la «e mpresa de las Indias».
Es claro que no pudo serlo nunca porque ni las cie ncias cos mográficas ni las
naturales estaban desarrolladas entre sus gentes, pues que era aún caballeresca,
cortesana y feudal, es decir escolástica y guerrera; ni ta mpoco poseía una
preparación náutica ni un espír itu mercantil; pero aun colmadas esas la gunas
habrían sie mpre carecido de la fuer za para realizarla. Veá moslo. La invas ión y la
conq uista de Italia no fueron evidente me nte el resultado de un maduro pensa mie nto,
ni siq uiera un movimie nto preparado larga me nte o «la consecuencia fatal de una
atracción que desde dos siglos atrás ejercía sobre el pensa miento de los reyes»,
co mo quiere Delaborde. Pero ta mpoco puede atribuirse una política que tan fértiles
consecue ncias suscita a una imaginació n enfer miza o a la supervive ncia de
quimeras medie vales en el animo del rey y sus consejeros 2 .
LA VISSE, E. Op. cit., t. IV, Cap. III al VI).
1
MICHELET, J. La Renaissance, págs. 125 a 186.
2
LEMONNIER, H. Les guerres d’Italie, la France sous Charles VIII, Louis XII et Francois
I. (En : LAVISSE, E. Op.cit., t.V,Cap. I).
60
Era más bien, si se ha de simplificar la exp licación, el esfuerzo por conte mp lar la
unidad territoria l, creando un sentimie nto naciona l en el calor de una e mpresa
exterior.
Era el desbordamie nto, el vigor crecido y gozoso sucesivo a una secular aspiración
lograda.
Buscaba afir mar la unión de los pueblos franceses, afines y con vocación a la
unidad, que las comb inac iones cortesanas favorecieron en ese mo me nto, pero que
necesitaban soldarse.
Cons iguió Franc ia, pues, a fines de ese siglo lo que España ya tenía : no merame nte
una unidad territoria l mas definida, porque sus fronteras co mplicaban herenc ias y
amb icio nes de Maximilia no y Enriq ue VII, calmadas pero no extinguidas, sino
sobre una fe nacio nal, un sentimie nto que ale ntara un estrato muy profundo del
carácter.
Ese sentimie nto naciona l había de ser absoluto, recio, de un exclusivis mo tan
co mp leto como solo lo conocen el heroís mo y la fe.
¿Qué otros pueblos de Europa podría n contar con él?
¿Sería acaso Ale mania, o las Ale ma nias, co mo dicen algunos historiadores,
significando la subdivisió n de su territorio en principados y la ausenc ia comp leta de
un gobierno común?
El carácter electivo de Emperador y las reyertas continuas en que los electores se
hallaban mezc lados, impedía nle constituir una nació n.
Las a mb icio nes por el gobierno estaban constante mente estimuladas por la
posib ilidad de imponerse ante los grandes electores en la primera vacancia. Así
pasaba el imperio de una dinastía a otra.
Ade más el imperio no daba la fuerza necesaria para impr imir unidad a una nación
heterogénea y sin fro nteras establecidas, y en la estaban alertas los celos de los
prínc ipes sie mpre más fuertes que el e mperador en los límites de su jur isdicció n.
Fueron perma nentes los esfuer zos de los electores para introducir orden en la
elección del Emperador y dictar una ley a la mo narquía, pero ya sea por sus propios
celos o por la intervenc ión de los reyes extranjeros, las tentativas, aun las más
61
serias, co mo la Bula de Oro, fracasaron. En el siglo XV, el movimie nto de
centralizació n realizado en toda Europa repercutió en Ale ma nia, pero una tan larga
tradic ión de anarquía imp idió que la obra se consumara con rapidez igual a la de
Franc ia.
Las dietas reunidas para refor mar el I mperio en Ratisbona y Franc fort, durante el
largo reinado opaco de Federico III no alcanzaron efecto alguno. En reyertas con
húngaros, desconoc ido por prínc ipes, pactando hoy con unos, adormec iendo a otros,
empeñá ndose en guerras estériles con Federico el Victorioso del Palatinado,
impotente ante los turcos, que reina nte él han to mado Constantinopla con Moha met
II en 1453, no alcanzó a morir rey, porque die z años antes de su muerte su hijo
Maximiliano era elegido rey de los ro manos y fue el emperador verdadero.
Pero este monarca que aplacaba la anarquía de los electores, que había heredado el
imper io borgoñó n por su enlace con María, la hija única de Carlos el Temerario,
joven, alerta, infatigable, no fundó imperio unido. La Dieta de 1495 en la que se
tentaba organizar lo, era ya una de mostración que no había un rey y sobre todo
cuando ella proponía crear una repúb lica aristocrática erigiendo al lado y quizá por
encima del monarca un consejo imper ial co mpuesto de siete mie mbros.
Ningún país, pues, co mo Ale mania, era más incapaz que éste de tentar una vasta
empresa exterior, ningún estado carecía de rentas propias al extre mo que él,
pend iente del beneplác ito de los prínc ipes y habitua l me ndigo de las cortes italianas.
Las condic iones persona les del nue vo rey de los ro manos no eran propias ta mpoco
para concebirla y ejecutarla, pues aunque ha ya entre ellas las propias para mo ver a
simpatía --su llaneza, su atolondra miento de «bue n muchacho », cazador apasionado
y neglige nte de su poder y de su imper io- carecía de constancia, de grandezas, de
gravedad, y era incapaz de la meditació n. Este rey camb iaba una partida prometedora de caza de ga muza con los privilegios de su corona.
La historia no puede prescindir de él, sin e mbargo, porque es el punto de reunión,
esposo de la borgo ñona y padre de Felipe el Hermoso, de las tres casas: Austria,
Borgoña y Castilla, que pondría en manos de Carlos V, su nieto, la mayor
aproximació n conocida al im perio universal.
La vida artística de Ale mania refleja los caracteres que acaba mos de bosquejar.
62
Sin unidad política, sin poder central, sin capita l, fue durante la Edad Media una
provincia de sus vecinas. Primero la influenc ia fra ncesa, lue go la inglesa y sobre
todo la fla me nca y la italia na, pero todas var iables según las regio nes. La fla me nca
fue más sensible en la región renana, en Colo nia y Estrasburgo, mie ntras la
Ale ma nia del sur con sus capitales de Augsb urgo y Nure mberg se abría a la
penetración italiana 1 .
¿Sería acaso Inglaterra el país unificado, disc iplinado, a mbic ioso de acción exterior
y capaz de realizarla?
País insular, su progenie es marítima. Situado en la línea final del mundo
conocido, soñó ta mb ién con tierras fantásticas en el mar Poniente. Las cartas
geográficas figuraban una insula fortunata en el paralelo de Irlanda además de las
que situaban en el paralelo de las Canarias. Es una leye nda irla ndesa la de la isla de
San Brandán que se dibujaba con sus mo ntañas hacia el sudoeste en el horizonte del
mar y que poblaron el santo de ese no mbre y setenta y cinco mo njes 2 .
Estos pueblos nórdicos conservaban quizá como una oscurís ima tradic ión los
contactos de Groenla ndia con la Amér ica del Norte.
Bartolo mé Colón, co mo se sabe, cua ndo las peregrinacio nes de su her ma no en
busca de protectores para su empresa, llevó hasta Enriq ue de Inglaterra el
proyectado viaje a las Ind ias.
Pero Inglaterra se ha llaba en una impos ibilidad mayor que Francia para d ar cima a
la amb ició n de Coló n.
Desde el siglo XIV la ind ustria telar crecía en Inglaterra, que había atraído
artesanos fla me ncos y supla ntado a Brujas en la ma nufactura congénere, bajo
Eduardo III.
La vida co muna l era en ella más escasa que en ningú n otro país lo que era propio
para robustecer el trono, que era ade más hereditar io y por lo tanto más enérgico que
en Ale ma nia.
Era país guerrero, agr ícola y navega nte. Conoció los alza mientos de paisanos bajo
1
RÉAU, L. L'art allemand.
HUM BO LDT, A. von . C ri stó bal Coló n y el descub ri mient o de Améri ca , t. 1, Cap . VII y
sigu ient es.
2
63
Wat Tyler en 1381, aunque no tuvieron la viole ncia y el arraigo de las jacqueries,
pero un sinnúmero de razones había nlo debilitado cuando llegaba «la hora
predestinada del descubrimie nto».
Ya desde el siglo XIV, a fines, su navegac ión estaba arruinada, pues que los
mo narcas necesitaron los barcos para la guerra con Francia, y fue esta guerra de
Cien Años un fla gelo para ambos beligerantes. La dureza de los imp uestos y las
exacciones agotaron, además de la paz, los recursos de la nación.
Y cuando conc luida ésta, a med iados del siglo XV, Francia recuperaba
rápida me nte sus fuerzas y consolidaba el rey su imper io, triunfa ndo sobre los
feudos, Inglaterra atravesaba la convulsió n de las 1uchas civiles de las Dos Rosas.
Co mprometieron esas luc has los restos de energía de la nación, y aunq ue al fina l
importaron sobre todo un descorona mie nto de la noble za feudal y un triunfo del
princ ipio monárquico, habría de necesitar conva lecer de tan larga anarquía.
Después de Enr ique V, el victorioso de Francia, vino el reinado Enr ique VI,
apático, inepto, a merced de su esposa Margarita de Anjo u y de sus privados, cuya
prepotenc ia fue parte a mo ver a los York hacia la guerra.
Aunque venc ida la primera tentativa, las simpatías de la burguesía y del
parla me nto por esa dinastía, secundaron otras más felices que co ncluyeron por
entronizar a Eduardo IV, hijo del infortunado Ricardo de York. La casa Lancaster
contaba con el imp ulso las a mbic iones de Margarita y esta vez el despecho de
Warwick, « el hacedor de reyes», pero se frustró su plan de reconquista del trono
que parecía ya asegurado para su riva l, cuando de su propio seno debía surgir aquel
mo nstruo que fue Ricardo III, el verdugo de los dos niños, hijos de Eduardo IV, su
her mano, a quie nes substituyó en el poder.
Son esos reyes y este período los que ha n dado a Shakespeare la galer ía de sus
primeras tragedias en las que se ad mira a un tie mpo la fur ia ho micida, el desenfreno
de las pasiones acia gas de los héroes y él genio del artista que las traduce y resucita.
Ningún arte ni ninguna ciencia pudo nacer ba jo tal a mbie nte; no sola mente las
letras que ya había ma gnificado Italia ni el arte que era incip iente y grosero co mo en
ningún otro país, y menos las cienc ias matemáticas y cos mográficas que
preocupaban en todo el mediod ía y en la propia Ale ma nia.
64
Era grosero, áspero, primitivo pero contenía una reserva prístina de energía que
habría de desenvolverse en el siglo próximo en una vasta exhib ic ión de obras
mara villosas del espíritu y del carácter: Sha kespeare, Bacon, su Revoluc ión y su
imper io colonia l.
Fla ndes no era política me nte un país pero sus comunas fueron tan florecie ntes y su
arte tan vigoroso y original que significaron una fuer za que no puede olvidarse
cuando se habla del siglo XV.
Sabían co mo ninguno del mar. Habíanlo desafiado y triunfado de él. Vivieron, por
ello, una vida dra mática. A las veces se cree estar delante de una potencia singular.
Conocieron las luc has que despertaron la emulació n y crearon la evo luc ión
de mocrática de las ciudades italia nas. Dieron su conde Balduino de rey al I mperio
latino de Oriente en 1204, se impus ieron a su «suzerano» y aun al rey de Francia, se
vengaron de él en las crueles matinas brugesas de 1302, aunq ue Felipe el Her moso
debió concluir con la resistenc ia un poco más tarde y eclipsar su poder; pero a fines
del siglo XIV estaba rehabilitado y brillaba de nuevo Br ujas con la ma g nificenc ia de
su genio industria l y del arte de van Eyck.
Un colectivis mo instintivo, co municado por los ger manos, creó sus gildas, órganos
de su poder ma nufacturero y de su prosperidad industria l. No necesitaron origen
roma no sus co munas, como en el med io día, para crecer e imponerse, desarrollar la
vida política y la rique za co mercial, que atraía a sus puertos barcos de lejanas
procedencias con productos de Orie nte.
La se mejanza entre italianos y fla me ncos -estos italia nos del norte- tie ne sus
matices. Co merciales y plebeyas las co munas, hay en las fla me ncas una mayor
fiereza, una reciedad de carácter que ignorara las italia nas, más inte lectualistas y de
carácter más elástico y sutil, en camb io las figuras de Guido de Da mpierre o de
Guiller mo de Juliers son caballerescas, salidas de las canc iones de gesta o de la
Tabla Redonda, y más tarde Jacques de Lala ing es un justador med ieva l.
Pero de todos modos esa burguesía celosa, fiera y opulenta de las co munas
fla mencas, ha fundado una civilizació n. Maneja el co mercio de las telas y sobre
todo las fabrica. Brujas en un recinto de 22.600 pies está habitada por 150.000
almas, sus calles están pululantes, a punto que a la hora de la salida de los obreros
65
de los talleres debe sonar la ca mpana co muna l para evitar accidentes.
La se mejanza con Italia tiene un aspecto más importante todavía; por el mis mo
ca mino han allegado la creación artística. De orige n po pular, se impregnaron de
naturalis mo y de salud, no velaron sus ojos fa ntasías ni arroba mie ntos y su arte
pletórico de luz y de formas, regurgitante de savia y de vida, fue el testimo nio
inmortal de su breve imperio : arte que Fierens- Gevaert
1
ha lla mado materia lista y
democrático.
Pero aparte de las razones que imp id ieron a Italia dirigir la nue va era de los
descubrimie ntos geográficos, que le son aplicables en parte, hubo allí una
civilización pero no una nación. Dependió de su duque, o del rey de Franc ia, era
una frontera de varios pueblos, pero no era un pueblo, careció como Italia de
personalidad política, y en este fin del siglo XV, era simp le me nte una hijue la de
María de Borgo ña y por lo tanto un feudo, mero proveedor de recursos a la
escarcela sie mpre vacía del rey de los ro manos.
Índice de la Obra
1
Psychologie d’une ville; essai sur Bruges, págs. 84, 93,94.
66
VI
¿ POR QUE NO FUE ITALIA LA DESCUBRIDORA?
LA NACION DESCUBRIDORA
It alia: su apo geo en el sig lo X V. - Italia estaba ind icada po r s u cien cia, s u esp íritu co mercial, su
cos mo po lit is mo a ser la des cub rido ra. - Dio la idea y el h o mb re, p ero fu e incap az do d escub rir. La id ea y la o b ra s ocial. El des cub ri mient o n eces itaba u na nació n d escub rido ra. - Co ló n it aliano
españo lizado : sí mb o lo de la co labo ración de dos pu eb los. - M is t icis mo de Co ló n. - Co ló n y
A lejan d ro VI. - Los s ent i mientos característ icos del Ren acimient o. - El ger men d e la d ecad en cia
it alian a. - La n ación d escub rido ra. - La gu erra relig iosa, la t rad ición ro mana, su pos ición geog rá fica. - La civ ilizació n se co nv iert e de med iterrán ea en «o ceán ica» . - Po rtugal y Esp añ a. - El s aco de
Co nstant in op la y d e Ro ma más exp res ivos qu e la t o ma d e 145 3. - La épo ca d el d escub ri miento ha
ten ido su ma t rascend en cia en el d est ino de A mérica. - La g uerra actu al y el fracaso d e la
civ ilización n acida en el s ig lo X V. - El d est in o man ifiesto de A mérica.
Con su poderío, con su cienc ia, con sus sagaces mercaderes, c on sus expertos
nave gantes ¿por qué no fue Italia la descubridora del ca mino de las Indias ni del
ca mino de Colón?
En el siglo XV, Italia estaba justame nte en el apogeo de su ri queza, de su
humanis mo y de su esplendor. Ni el imperio ger má nico de Carlo s y Federico, ni el
Papado desmedrado por Aviñón y el Cis ma podían pesar sobre ella.
El siste ma político de la «bala nza » aseguraba la paz. Estados prin cipescos con las
fuerzas de grandes imper ios se distrib uían la tierra de Italia y la ornaban de palac ios,
de puentes, de acueductos y prolongaban su do minio por costas y tierras fir mes de
Orie nte.
Eclipsaban por el esplendor de sus fiestas, el lujo de sus cortejos, el inge nio de sus
poetas, la sabia orna me ntación de sus castillos. Triun faban por la habilidad de su
política, sobre todo por la conc ienzuda direcció n de sus factorías. Extend ían su
co mercio y do minaban a sus riva les por la sagacidad de sus negociadores de
tratados, por sus felices inventos ind ustriales y mercantiles. Ningún pueblo de
Europa habíase iniciado co mo el italia no en el conocimie nto de las cie ncias naturales y astronó micas; ninguno tenía su genio y su gusto por el co merc io; ninguno
67
co mprend ía mejor las ventajas, y las buscaba, de un ca mino más corto para el país
de las especias.
En el trabajo de encontrar una ruta mar ítima que cond ujera a las Indias debieron
ser y fueron los italianos los precursores. Ya a fines del siglo XIII algunos
geno veses había n tentado la aventura, dando vuelta el África. Dio nisio de Portugal
buscó y puso al frente de su flota en 1307 a otro genovés bajo Enr ique el Navega nte
hicieron via jes de exploración: Perestrello, que descubrió Puerto Santo, Antonio da
Noli, que encontró las is las del Cabo Verde 1 en 1460 y Alvise da Ca' da Mosto
dirigió otras más felices expedicio nes.
Italia poseía, he mos dicho, las cond icio nes prácticas y positivas necesarias para
co mprender la e mpresa, interesarse por ella y lle gar a su fin.
La prosperidad de las ciudades reflejaba la fuer za de sus ho mbres. Fueron, he mos
dicho, los más cosmopolitas y difund idos de su tie mpo. Eran ita lia nos, Anto nio,
Nicolás y Carlos Zeno que en el siglo XIV llegaron hasta Groenland ia. Venec ianos
los Polo, Marco el joven, que realizó el viaje de 24 años que develó el Oriente.
Son tamb ién italia nos los viajeros del siglo XIV, Juan da Monte corvino,
Pordenone, Juan dei Marignolli, Nicolás dei Conti2 .
Ta mbié n italiano el monje Mamo, que en el conve nto de la isla de San Miguel
construyó (1457) el planisfer io en el que hay la adivinac ión de tierras no
descubiertas aún.
Co mprometida por los Hohe nstaufen en la vía de la observación experime ntal
debía ser por largo tie mpo la sola Provinc ia de la cris tia ndad donde el ho mbre
conte mp lase sin inq uietud los fe nó menos y las leyes del mundo vis ible GEBHA RT, É.
L'Itali e mysti que; hi stoi re d e la Renai ssan ce religi eu se au moyen ag e. 2. éd . Paris, Hachette, 1893.
pág . 176
3
. Ayudábalo en la tendencia, la topogra fía del país, sin los grandes
accidentes que rodean las sociedades religiosas de Orie nte.
A pesar de todo esto, se repite ahora un hecho cump lido quinien tos años atrás:
co mo no fueran italianas las Cruzadas, no podía ser italia no el Descubr imiento que
era, en verdad, «la última proeza de la Edad Media ». Era el descubrimie nto la cifra
1
RU GE, S. Op. cit ., págs . 49 y s igu ient es.
CO LOM BO, C. Rela cion es y cart as d e C rist óbal Coló n. Mad rid, Hernando , 1892.
3
GEBHA RT, É. L'Itali e mystiqu e; hist oire de la Ren aissan ce relig ieu se a u moyen ag e. 2. éd . Paris,
Hachett e, 1893. p ág . 176.
2
68
simbólica de la trans ición a la Edad Moderna, en efecto. Lo infantaban las
necesidades de la nueva época.
De un lado el advenimie nto de las clases más numerosas de toda Europa al
cons umo de los productos y co mo consecuencia la búsqueda instintiva de la vía más
econó mica a los centros proveedores de Oriente. De otro lado lo instigaban los
conocimientos astronó micos y cos mográficos de la ciencia antigua que se
exhumaban y difundía n en este siglo XV.
Pero si era un expone nte de los tie mpos nuevos, el ardor y la temer idad que la
empresa supone no corresponden a la prudenc ia, la cautela, la astuc ia, la
med iocridad burguesa que ha sucedido en los co mie nzos de la Edad Moderna al
espír itu exaltado y guerrero de la Edad Media, como que para parangonar su
grand iosidad fuera necesario pensar en las Cruzadas o en la irr upción contine ntal de
Ta merlá n.
La invasió n a Italia de Carlos VIII, con ser posterior, parece con relación al
descubrimie nto una cabalgata cortesana en honor de las da mas ita lia nas que jalonan
algunas peripecias divertidas que ha de relatarse después a las damas de París 1 . La
aventura de Colón y luego el dra ma de la conquista fingen para el espír itu otro siglo
y otros ho mbres, no obstante separarlos veintic uatro meses: agosto 1492, agos to
1494.
Fingen otro siglo y otros hombres, porque a pesar de todo, al lado de las calidades
señaladas de la civilizac ión y tal vez a causa de ellas mis mas, había una inferioridad
irreductib le para tentar la e mpresa. Refinados por el arte y el co mercio fueron fr íos
y calculadores, astutos y prudentes, tímidos y epicúreos, ama ntes de los goces y de
la vida como su primera cond ició n.
País intelectua lista y sensua l, civilizació n comercia l y práctica carece de energía
pujante, de entus ias mos simp les, de ideales grandioso s, de solidaridad generosa y
abne gada.
Sus ciudades son ricas pero ego ístas, se recelan, se hostiliza n y la unidad italia na
fue el proyecto absurdo de algún vis ionario co mo Rienzi. Francia invadió Italia
lla mada por la a mbic ión de un rege nte ita liano, y el descubrimie nto necesitaba más
1
MIC HELET, J. La Renaí ssance.
69
audacia que cie ncia, no un ho mbre experto sino un pueblo, un amb iente social
animado de una gran fe.
Pero Italia dio lo que tenía, lo que sola me nte ella tenía: la idea, la sugestión y el
ho mbre: Colón y Toscanelli 1 , aunque éste fuera un símbolo, el símbolo de la
refle xió n y de la cienc ia.
Co mo idea, la del descubrimie nto era her mana de la serie innume rable de
inic iativas co merciales que se debe a Italia : el seguro, la en co mienda, la letra de
ca mb io co mo un instrumento ordinario del tráfico.
La idea, el plan, la creación, pueden encenderse en la soledad, en el refugio más
remoto, enfrente del mar, como en un rincón del bos que o de la mo ntaña. No
necesitan sino un solo corazón huma no, agita do por la meditación y e mbrujado por
la fantasía, mejor si dialoga sola me nte con la meditació n y la fantasía.
Pero la obra humana, y es la condic ión que la limita y lla ma el orgullo a la
sumis ión, necesita la colaboración, la unió n, la fraternidad con los demás ho mbres.
El descubrimie nto, e mpresa medieva l, he mos dicho, símbolo de transic ión,
suger ida por la nue va época, requería el fue go, la fe, el arrojo que la nueva época
había extinguido, y por eso fue España la descubridora, medieva l por su fa natis mo,
por su frenes í guerrero, por su semítico proselitis mo ardie nte, por su incapacidad
para calcular corno negocio el camino del Oriente que el descubridor buscaba.
Ahí se agitaban los sentimie ntos que Italia no tuvo o había per dido, los
sentimie ntos ele menta les y prístinos que deciden la acción, sin vacilacio nes y sin
pausa : el a mor de Dios, la abdicación de sí mis mo, la incapacidad de lógica que ha
sido necesaria para cump lir las grandes gestas de la historia.
Ilógicas las Cruzadas que no fundaron sino un imper io claud i cante y efímero y
destruyeron el régime n que las realizaba, iló gico el descubrimiento que arruinó por
siglos a la nació n descubridora.
Italia dio la idea y el ho mbre: Toscane lli y Colón, pero con ellos solos el
descubrimie nto no habríase realizado.
Colón era sin duda ita lia no.
1
Se h a n eg ad o , co mo se s ab e, h asta la e xist en cia d e Pab lo To s can elli, el fís ico flo rent ino , p o r lo
tan to la aut ent icid ad d e sus d os cart as a Fern and o M art ins , d e Lis bo a, y a Co ló n .
70
Co mo buen geno vés 1 había sido educado en el mar: «Desde muy temprano entré a
nave gar, dice él mis mo, y he continuado hasta hoy». La mis ma arte inclina a quien
la prosigue a desear saber los secretos de este mundo.
«Trato y conversación los he tenido con gente sabia, eclesiásticos y seglares,
latinos y gr iegos, judíos y moros, y con otras muc has sec tas», agrega en sus
relaciones2 .
¿De dónde sino de Italia podía provenir este nauta y cos mopolita?
La idea era esencialmente ita liana : buscar un ca mino nuevo, más breve y más
barato hacia el país que con su producció n alime ntaba el co mercio europeo.
«Y he pasado ve intitrés años en el mar, dice en otro pasaje, he visto todo el
Leva nte, el occidente, el norte, he ido muc has ve ces de la corte de Lisboa á la
Guinea».
Se descubre en él al italiano por innumerables rasgos. Era instrui do, pacie nte,
cauto y reflexivo. No soy lisonjero en fábula, antes soy te nido por áspero, dice
hablando de sí mis mo.3
Era asimis mo desconfiado y prolijo, es decir un excele nte observador. Humbo ldt ha
estud iado las pruebas de su sagacidad co mo escru tador y descriptor de la naturaleza.
Fue el primero en reparar en la declinació n noroeste de la aguja ima ntada, en la
infle xión de las líneas isotér micas, en la direcció n de las corrientes pelágicas y su
influenc ia en la configuració n de las islas.
Su sentimie nto de la naturale za es profundo y me lancó lico, su capacidad para
co mprenderla y conmo verse por ella, digna de un contemporáneo de Rafael y de
Leonardo.
Era asimis mo ita liano por su metic ulosidad en el arreglo de los intereses
pecuniar ios. «M ira mucho en el gastar, dice a su hijo, que así convie ne» 4 . «Muc ho
oro trujeron, ninguno para mí», agrega.
El oro es excele ntís imo, dice en 1498 en carta a la Reina, del oro se hace tesoro y
con él quien lo tie ne hace cuanto quiere en el mundo, y lle ga a que echa ánimas del
1
La d iscus ión s ob re la cun a d e Co lón n o me p arece s eria. Aun qu e se p lanteara co n algun os nu ev os
y cas i imp os ib les do cu mentos , Co ló n s e ría s iemp re un it alian o.
2
Relacion es y cartas de Cristó bal Co lón , pág . 329.
3
Cart a qu e co nservó el o b ispo Barto lo mé de las Cas as, de marzo de 150 4.
4
Relacion es y cartas de Cristó bal Co lón , pág . 407.
71
purgatorio 1 .
Se sabe que disputó a Rodrigo de Tria na los treinta escudos que había pro metido
durante la travesía al primero que d ivisara tierra. Antes de emprender su cuarto
viaje redacta un me mor ia l que deja a su hijo Die go y en él le da buenos consejos
sobre dinero.
«Yo te mando, le dice, so pena de mi obedienc ia, que por tu per sona to mes cuenta
cada mes del gasto de tu casa y lo fir mes de tu no mbre, porque de otra guisa se
pierden los criados y los dineros, y se cobran ene mistades»2 .
Aconsejóle co mprar los luoghi o títulos del Ba nco de San Jorge de Génova,
reco mendables por la segur idad de su renta.
Carecía de la sentí menta lidad ro mántica que imp ide ver la utilidad de un acto y
cierra el ca mino para aprovecharla. Aconsejó la es clavitud para sacar de ella y de la
venta del Brasil lo necesario para cubrir los gastos de la Corona. Aconsejó tamb ién
la traición para atraer y emboscar al cacique Cahonaboa
3
y es conocido su ardid del
anuncio de un eclipse para deslumbrar a los ind ios.
Pero, apresuré mo nos a decir que tales rasgos no son toda la perso nalidad de Colón.
Hay en él, sobre todo después del descubrimiento, una impregnació n de
sentimie ntos extraños a su raza. Tomada en conjunto su psicología, se ve
her manados los propios de las dos civilizac io nes que han colaborado en la e mpresa
que él realizó y que parece simbolizar.
Al lado de su meticulosidad para regla mentar la extracció n del oro o para registrar
sus privile gios en el Banco de San Jorge que con fía a Nicolás Oderigo
4
o para
disponer de sus bienes por testa mento, aparece un hondo ascetis mo, una fiebre de
aspiracio nes metafís icas, que a las veces, fingen un poseído o un vis ionar io.
Olvida su mariner ía, su astrología «que le dio lo que abastaba», su «inge nio», y
procla ma el milagro evidentísimo que «hizo Nuestro Señor en el descubrimiento de
las Ind ias». Nada va le mi cienc ia, agrega, mi trato con muchas gentes, y las artes y
escrituras : sola me nte me tengo a la Santa Escritura y algunas autoridades proféticas
1
Carta desp ués del cu arto v iaje.
Rela cion es y ca rta s d e C ri stóbal Coló n, p ág . 355.
3
Instrucciones del 9 d e ab ril de 1494
4
Relacion es y cartas de Cristó bal Co lón , pág . 357.
2
72
de personas santas que por revelació n divina han dic ho algo de esto 1 .
Para la ejecuc ión de la empresa de las Ind ias no me aprovechó ra zón ni
mate máticas ni mapa mund i: se cumplió lo que dijo Isaías.
2
En siete años hice la conquista por vo luntad divina 3 .
Una vez descubierta, se propone propagar la santa fe cristiana. La empresa «se
tomó con el fin de gastar lo que della se hobiese de la casa sa nta». Ofrece pagar
10.000 de a caballo y 100.000 de a pie para rescatar el Santo Sepulcro
4
, pero
Satanás lo ha «destorbado». Las ideas teológicas lo habían penetrado por comp leto.
Afir maba que en América se hallaba el paraíso terrena l y calculó en 150 años los
que faltaban para el juicio fina l. Después de su segundo viaje, cuenta el cura del
Palac io, se lo veía por las calles de Sevilla con el cordón y há bito de San Francisco
de la observanc ia. Devoto de Nuestra Señora de Guadalupe, rezaba su nove na
cuando mor ía 5 .
En la carta a Juana de Torres, el ama del infante Don Jua n, Co lón recuerda una voz
divina que le habló en mo me ntos de desencanto, pero es en la Lettera rarissirna de
1503 dirigida a los Reyes desde Ja ma ica donde se ve toda la fiebre mística que
enardecía sus últimos años.
Soportaba por primera vez toda la inte nsidad de la torme nta y del mar antilla nos.
Ochenta y ocho días estuvo sin ver estrellas, con los na víos desme mbrados, las
velas rotas, los hombres deseando la muerte.
En Veragua, rendido de trabajos, desalentado, oyó en sueño una voz piadosa que le
dijo: «O estulto y tardo a creer y servir a tu Dios! Que hizo Él mas por Moisés o por
David su sier vo? Las Indias que son parte del M undo tan ricas te las dió por tuyas,
tu las repartiste a donde te plugo y te dio poder para ello »
6
.
Agrega en otro pasaje: «Haya miser icordia agora el Cielo, y llore por mí la tierra.
Llore por mí quien tie ne caridad, verdad, justic ia».
Mie ntras así hablaba este ita lia no, Ro ma iba a ser la patria de la plebea
1
Idem, p ág . 330.
Ide m, p ág. 333. Lib ro d e las p ro fecías.
3
CA LVO. Trat ado de la A mérica Lat ina. t . 1, p ág . 123.
4
Relacion es y cartas de Cristó bal Co lón . pág . 351. Carta al Po nt ífice.
5
HUM B O LDT, A. v on. Op. cit ., t . VII, pág. 273.
6
BU RC KHA R DT, J. Ch , Op. cit ., t . I, pág . 189.
2
73
pasquinata, con el Aretino a la cabeza, «e l más grande ma ldiciente de la historia»; y
Alejandro VI, podía decir a Lucrecia en los diálo gos de Gobineau: «Abandona a los
espír itus pequeños, a la plebe de los subordinados la languidez de los es crúpulos» 1 .
He ahí, sin duda, un contraste expresivo. Alejandro subía al solio al mis mo tie mpo
que Colón partía de Palos, y mientras el Pontífice, que era un español, hospedaba en
la Corte a un her mano del Sultán de Constantinop la, Coló n, que era ital iano,
pensaba todavía en la conquista del Santo Sepulcro. Ambos se acomodaban al
espír itu de las sociedades en que vivían y obraban: era Alejandro un político italia no
y Colón un místico español.
Italia llegaba, bajo el pontificado de Aleja ndro VI, al estado social que he mos ya
descripta y del que surge clarame nte su incapacidad para aventurarse en el mare
tenebrosum.
Cha mard ha ais lado en su aná lis is del Re nacimie nto los sentimie n tos que lo
inspiraron y lo define n: la pasión del arte y de la cienc ia, el a mor de la vida y de la
gloria
2
. Ni el ind ivid ualis mo orgulloso, que he mos presentado co mo el final de su
evolució n socia l en este siglo, ni ninguno de aquellos sentimie ntos eran propios para
prohijar la ha zaña.
He ahí, pues, cómo era extraña a la generació n del Renacimie nto. Había una suma
de fuerza moral, de reciedad y de heroís mo encerra das en el proyecto y en su
realización profunda me nte antiitalianas.
La pintura de Gebhart de la concienc ia ita liana es la definició n de su impotencia.
Toda disciplina se había abolido; las nocio nes cris tianas de caridad y de justic ia
estaban destruidas; la iglesia traic io naba la causa de Dios y había perdido toda
autoridad apostólica; la superstició n ree mpla zaba la incredulidad, refugiada en la
hechicería y la astrología.
Del espectáculo de la vida pública, las almas recib ían una lec ción perpetua de
egoís mo y de licenc ia.
Es permitido a todos, en el círculo que le hub iera reservado la fortuna, ser a un
tie mpo león y zorro, pues que eran los únicos felices que alcanzaban en la mayor
1
2
GOBI N EA U, T. A ., Co mte d e. La ren aissan ce, pág. 107.
CHA M A RD, H. Revue d es cou rs et con féren ces, 5 mars 1914.
74
med ida el poder, la rique za y los pla ceres1 .
Onore e virtú, son dos palabras de la le ngua de este país que han recibido el sello
de esa conc ienc ia; no son las for mas supremas de la dignidad y de la abnegac ión,
sino que, co mo en un sarcasmo que se mo fara de su beata estup idez, significan la
habilidad para triunfar en un caso difíc il, con maestría consumada.
«La gran le y del mundo no es hacer esto o aquello, de evitar tal punto o correr hacia
tal otro, sino vivir, engrandecerse, desarrollar lo que ha y en sí de más enérgico y de
más grande, de manera que de una esfera cualquiera se sepa esforzarse para pasar
hacia otra, más grande, más aérea, más alta» 2 .
No fue, pues, su decadencia ni la ruina de su comercio, co mo se ha dicho por
algunos historiadores, una consecuenc ia del descubrimie nto de América que
trastornaba las rutas del tráfico, sino un fenó me no conco mita nte con la pérdida de
su entus ias mo cívico, con su epic ureis mo moral, con su descreimie nto que, co mo
he mos visto a princip ios de este siglo, teorizaban las pasiones fugadas de sus frenos,
y concluía a lo mejor en el regazo de las fábulas o de las brujas.
Boccardo atribuye el e mpobrecimie nto de Italia y de su co mer cio a las guerras
fratricidas y a la caída de Constantinopla; de Joannis, al lujo inmoderado y a las
gabelas; Burckhardt ve en el siglo XVI el ma yor florecimiento de la prosperidad
venecia na, pero quienq uiera que sea el autor, reconoce que ger minaba en el seno de
la península un ma l comp lejo pero cierto, íntimo y letal.
De otro lado, mientras Ale mania carecía de gobierno al punto de carecer de
capital; mie ntras el trono de Inglaterra se jugaba todos los días en el campo de
batalla con Escocia todavía independie nte; Francia, organizada a medias, realizaba
la ave ntura gala nte de la invasió n a Italia; España, medie val todavía, como las
primeras, más co mpacta, étnica mente, que todas, perseguía secular me nte una ca mpaña propia a consolidarla, a definirla, a enardecerla con una fe tan co mbativa co mo
profunda. Estaba preparada para una cruzada, y si un nue vo Sínodo de Cler mont de
Auvernia hubiera sido posible, Es paña entera habría peregrinado a Jerusalé n.
Algún historiador ha hablado «de la coincidenc ia de circunstan cias favorables»,
1
2
La renai ssan ce, pág . 379.
GOBI N EA U, . Y. A., co mt e de. Op . cit ., p ág . 107
75
que pus ieron a España en tal cond ició n en Europa a fines del siglo XV, aludie ndo al
descubrimie nto.
La fuerza de España está en la unidad que le ha dado la guerra religiosa, que es
profunda me nte naciona l, y en que es una de mocra cia que preside una mo narquía.
La revoluc ión de los co muneros, dice Oliveira Martins, no depone contra la
de mocracia monárquica porque es fuer ista en primer tér mino y ade más una protesta
contra el extranjero1 .
La tradición ro mana que era cesárea y la visigótica fortalec ieron el nervio
mo nárquico que la necesidad práctica de dar unidad a la guerra alimentaba. Ade más
los conc ilios y las cortes fueron parlame ntos que, inveteradame nte rodeaban el
gobierno. Buck le quiere reduc ir la historia española a los sentimie ntos singenésicos:
la fidelidad al monarca y el fanatis mo.
.
Por el primero, la nació n es lo que son personalme nte sus reyes, fuerte y grande
bajo Felipe II, impotente co mo su rey bajo Carlos II.
Si quiere decir, y confir ma ello lo que lle va mos exp uesto, que era España una
nación proselitista, colectivista, Buckle dice la verdad, pero la conclus ión que de
ello deriva, de ser su historia mera me nte la obra de sus reyes, es falsa, porque
ninguna ha tenido, co mo España, una fuerza socia l, popular, tan una, por lo mis mo
tan acabada y enérgica. Su guerra religiosa, su conquista de Amér ica y su colonización, son dos obras maestras de ho mo gene idad, son dos fiebres po pulares, son
hijas genuinas de un pueblo a través de las más variadas vic isitudes de cortes y
dinastías.
Contrib uyó ta mbié n a dar derrota a su acción su posic ión geo gráfica.
Situada entre el mar interior de la civilizació n grecolatina y el océano no surcado,
abrió las puertas del nuevo ciclo que cerraba la Edad Antigua que fue de mares
interiores: el Mediterráneo en Euro pa, el golfo Arábigo y el golfo de Benga la en
Asia y el a mericano del imper io de los Nahuas, según Ratze1. A partir de aque l año
1492, la civilizació n se volvía oceánica.
Este destino era co mún a la península ibérica y es por eso que el Portugal ocupa un
sitio tan importante en los comie nzos de la nueva época.
1
Hi sto ria da ci vili zacao ibérica, p ágs. 234 y 235.
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Pero nave gante y descubr idor, el Portuga l se diferencia de Es paña por la mis ma
razón de su guerra religiosa y del carácter he roico que ella le impr imió. La senda
histórica de sus descubrimie ntos acusa la diferenc ia, pues, mientras España va, en
pleno mar, hacia lo desconocido, y de un rasgo, Portugal ca mina lenta me nte y
costeando las riberas, que es, en la oda de Horacio, la ima ge n de la pruden cia y de
la caute la; .,. nimium premendo litus iniquom (Oda X Ad Licinium, 3/4).
Esa lenta preparación de Portugal, paciente e inteligente, es sin duda, una página
digna de ad miración.
Co mprendió desde sus primeros años de nació n independ iente, que su destino
estaba en el mar. El rey Dio nis io había contratado el almi rantazgo con el ge novés
Pessagno. Lisboa y Oporto eran dos grandes puertos y desde muy antiguo ciudades
co mercia les y cos mopolitas. Ha hecho ya excursio nes a la costa del Áfr ica, bajo
Alfo nso IV y a fines del siglo XIV, bajo el rey Fernando, ha dictado una legis lación
mar ítima comp leta, hasta que el infante Don Enr ique conquista Ceuta, instala el
observatorio de Sagres, lle va a él al cartógrafo Jaime de Maiorca y Perestrello hace
el primer descubrimie nto.
Se abrió pues, el mayor ciclo de la historia, al hacerse oceánica la civilización. El
ciclo grecolatino había conc luido. El proceso está seña lado por dos hechos
simbólicos: la conq uista de Constantinopla en 1200, y el saco de Ro ma en 1527, por
los propios latinos. Ambos son más expresivos q ue la conquista de los turcos de
1453. Si los venecia nos y los geno veses, todos los cruzados, en ca mino de Jerusalén
al encuentro de los árabes, se detiene n a pillar a sus her manos, señalaban a los
ene migos el ca mino de su triunfo. La to ma de Moha met II, c on que se a mojona el
fina l de la Edad Media, era una simple consecuenc ia.
Nunca, decía n los conq uistadores, hablando de la to ma de Cons tantinopla, desde el
princ ipio del mundo se había ganado co mo aque lla vez. Los caballos y las mulas
entraban hasta el inter ior de los temp los, para ser cargados con los vasos y las joyas
sagradas. Una prostituta se sentó en el solio del patriarca danza ndo y cantando en
med io de los soldados ebrios1 .
El saco de Ro ma en 1527, precedido por la invasión de 1494, com pleta a larga
1
SISMONDE DE SISMONDI, J. Ch. L. Op.Cit, t. II, pág. 160.
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distancia aquélla.
Fue éste un espectáculo único. Cle mente VII tuvo que refugiarse en el castillo
Sant. Angelo, manc hadas con sangre sus vestid uras pon tific ias y oyendo silbar
sobre su cabeza las balas de los arcabuces ale ma nes. Aquellos cardenales y obispos
que encontraban bárbaro el la tín de los salmos, que poco antes se inc linaban ante las
estatuas de Venus y pasaban sus días presenc iando fiestas paganas, donde ho m bres
desnudos corrían co mo en los antiguos juegos de Grecia, fueron victima s de todos
los ultrajes, se les atorme ntó para sacarles dinero, y atados los unos a otros y sin
ropa, marcharon entre lansquenetes disfra zados con vestiduras sacerdotales.
Los te mplos convertidos en orgías, la basílica de los Apóstoles en establos, y los
arcos y obeliscos que habían visto a los soldados de Alarico doblar la rodilla ante la
procesió n de los mo njes que conduc ían las reliquias de los santos, vieron esas
mis mas reliquias rodar por los sue los 1 .
Las dos capitales de la historia latina, c entro, blasón y resume n de la civilización
que crearon, habían sido humilladas por sus propios herederos.
La historia iba a doblar su curso, la civilización iba a ser por primera ve z oceánica.
¿El descubrimie nto fue consecuenc ia de este nuevo rumbo de la civilización, o fue
la causa?
Este libro, espero, de mostrará que no habría podido per mane cer Amér ica por más
tie mpo ignorada de Europa, y si el descu brimiento contribuyó a abrir la historia
moderna, descentrándola de sus viejos equilibr ios, fue la hora de su aparic ión una
feliz circuns tanc ia para sus destinos.
Hay una interdependenc ia de ambos fenó me nos; Amér ica es un efecto del
mo vimie nto social, econó mico, cie ntífico de los siglos XIV y XV, y ella a su turno
contr ibuyó a orientar y definió la historia moderna. Descub ierta antes, co mo lo fue
en efecto por los escand inavos en el siglo X, el hecho careció de significación social
por el ais la miento de los pueblos, la incapacidad colonizadora de los descubri dores,
pero pudo ser una conquista conte mporánea a la del I mperio latino de Orie nte del
siglo XIII y entonces otro fuera el porvenir de los países descubiertos. Habrían
trasladado los descubridores, a esa altura de la historia europea, las instituc iones
1
MIC HELET, J.. La Ren aissan ce, Cap . I; ORTI Y B RU LL, V. Op . cit., Cap . 1.
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feuda les, que le eran propias, y América las habría adoptado a la manera del
Imperio latino de Oriente de 1204, y del Re ino de Jerusalé n donde enervados los
conq uistadores por el clima y las delic ias del Asia, conservaron los celos que el
siste ma feudal alime ntaba y perdieron la energía que suponía y lo justificaba 1 .
Fue otra muy distinta, en camb io, la herencia que tocó recib ir a América, nacida
cuando perecía el pasado, sobre todo cua ndo perecían los odios entre los pueblos, y
entre las clases de un
mis mo
pueblo
aventados por el movimie nto
de
universalizac ión co mercial y cie ntífica característico de ese fin de siglo.
He ahí, por qué Amér ica no ale ntó ni los princip ios feudales, ni los prejuic ios
étnicos, ni las disputas de fronteras, ni siq uiera el culto mo nárquico. La
despoblac ión y el desierto de América permitieron crear ex nihilo la nue va
civilización, aunque aqué llos fueron facto res que impregnaron el crecimie nto de las
nue vas sociedades.
Esta ausenc ia de los motivos seculares de las querellas fue un he cho de la mayor
trascendencia para la suerte de América. Nunca habría mos de repararlo mejor que
en este mo me nto, en el que fer men tando en lo más hondo de la entraña de los
pueblos viejos rencores centenar ios, han restallado en la hecato mbe sin par del año
1914.
¿Es el fracaso de la cultura nacida en el siglo XV, ya que de ella procede mos?
¿ O es la repetició n de la cultura y del humanis mo ita liano inca paces para fundar la
grandeza social del país que los engendró y que entró bajo su arco magnífico a un
crepúsculo de siglos?
¿Es el cristia nis mo o la falta de cristianis mo la causa de esta bancarrota?
Todas estas interrogaciones son extrañas a este libro, pero el his toriador puede
callar cuando surge por el curso inesperado del re lato, una vo z profunda que lo
suspende y que habla al porvenir.
Si algo hay evidente es que el proceso inic iado en el siglo XV con Gutenberg,
Coló n y Lutero, se claus ura ahora, y que es la civilización del Renac imiento y de la
Refor ma la lla mada a juicio. Es el mis mo espacio de tie mpo, son lo s mis mos cinco
1
SISM OND E D E SISM ON DI, J.. Ch . L. Op. cit ., t . Ir, pág . 54.
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siglos que gestó la civilización que el Renacimie nto y la Refor ma condenaron,
inic iada por las Cruzadas.
Han sido éstas la primera palabra del libro y el
descubrimie nto la última : Godofredo buscaba el Santo Sepulcro y Coló n soñaba
todavía con su rescate.
No alienta, sin duda, nuestro siglo esa aspiració n material, pero la espir itua l que
ambas co mportaron ha quedado insatis fecha, y hoy, cinco siglos después, la
humanidad se orienta de nuevo, en la angus tia extraordinar ia de esta hora, hacia una
fuente ideal tan ansiada como incógnita.
La conquista a no mbre de un verbo de paz y de amor no ha sido, pues, cump lida,
ni por la Edad Media que murió por ella, ni por la Edad Moderna que la procla mó a
no mbre de la libertad y de la ciencia. Queda de pie, interrogante, ante los ojos de
Amér ica.
Índice de la Obra
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