44 Bienvenidos al mundo del arte en colores.

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Un recorrido por la muestra
“El color en toda su diversidad” curada por Philippe Cyroulnik.
Descomposiciones analíticas de color de Silvia Gurfein
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D O CE AR T I S T AS MO S T R AR O N E L USO D E L C O L O R M E D IA NT E 9 0 O B R A S
ienvenidos al mundo
del arte en colores
Por Martín Bonadeo
C
“
arozo es azul!” grité cuando vi por primera vez la imagen del show de Carozo
y Narizota -dos títeres infantiles que hoy
relatan turf en CrónicaTV- en el primer
televisor color que apareció en mi casa,
allá por 1979. Hasta ese momento, todos
los personajes de la tele para mí eran
grises. Me estaba perdiendo la magia
del color. El placer que producen los
colores –hoy explotado comercialmente
por Sony Bravia y otros- queda evidenciado en el arte más abstracto. Cuando
el color queda desnudo y despojado de
la representación figurativa, las formas,
la combinación de tonos y el ritmo se
transforman en protagonistas. En esta
nota propongo un recorrido por estas
temáticas a través de la muestra “El color
en toda su diversidad”, expuesta en el
Centro Cultural Borges de Buenos Aires
y curada por el prestigioso crítico de arte
francés Philippe Cyroulnik. Diez artistas
argentinos de diferentes generaciones
y dos artistas franceses que a través de
noventa obras dan una lección sobre el
uso del color.
lectual que las sostenga. Pueden verse
conocimiento y emoción codificados en
cada brochazo, algo que pocos pueden
hacer con este nivel de precisión.
La selección de Philippe Cyroulnik es
exquisita. Si fuera una comida en un restaurant japonés, lo de Casanova funciona
como ese platito de cortesía muy sabroso
que te traen anticipando lo que va ser
una fiesta para los sentidos.
Frente a la explosión de Ana Casanova
se ubican dos dípticos monocromáticos
de Fabián Burgos. El clima es mucho más
cerebral; cuatro telas pintadas en forma
muy cuidada, en las que no se ve la pincelada, pero sí las líneas de doblado de
la tela que divide su superficie de en una
grilla de 4 x 4 cuadrados, como si fuera
una sábana. Estas líneas se ven por la
forma particular en la que están colgadas,
en vez de estar tensadas en un bastidor,
se encuentran frágilmente clavadas al
muro con dos clavos.
El díptico de la izquierda son dos telas
–una blanca y una amarilla- de iguales
dimensiones, cada una con dos agujeros redondos perfectos dispuestos en
el eje medio horizontal, como si fueran
dos ojos o los faros de un automóvil.
El par de lienzos de la derecha se llama
desplegables y es de dimensiones mucho
mayores: un plano totalmente rojo y
otro, totalmente blanco. Ambos cuadros
blancos en una muestra de color hacen
un guiño al famoso blanco sobre blanco
de Malevich allá por los años 20 y dan,
en el principio de la muestra, la idea de
la tela despojada de color por completo,
como las paredes de la sala antes del
montaje.
Más adelante, nos encontramos con otra
obra de Burgos. También está sostenida
con clavos; son cuatro dispuestos uno en
cada esquina y se trata de una especie
Pinturas sobre textos Sindicalistas del francés Robert Janitz
Grandes pinceladas y planos cromáticos
Una galería de arte contemporáneo se
suele definir como cubo blanco. Un espacio virgen que está esperando que sus
paredes se cubran de color, algo que esta
muestra logra de un modo impactante.
La sala nos recibe con una serie de obras
de Ana Casanova, quien con una paleta
reducida trabaja la pincelada. Trazos muy
anchos, modulados, juguetones, abstractos que parten de una grilla y la rompen con superposiciones, chorreadas de
pintura y rayaduras generando arco iris
caprichosos y cargados de sentimiento.
Las pinturas se ven como un impulso,
como un momento de expresión puro.
Uno disfruta enormemente frente a estas
piezas más allá de cualquier aparato inte177
1. Algunas paredes de la muestra.
2. La línea toma cuerpo en el trabajo de Beto de Volder.
3. “Tres o cuatro maravillas” de Tulio de Sagastizabal.
4. Una de las inmensas obras de Graciela Hasper.
5. Detalle de la obra de Fabián Burgos.
6. Monocromos de Fabian Burgos.
7. Grandes pinceladas de color en la obra de Ana Cassanova.
de marco de un par de centímetros que
encierra un cuadrado de grandes dimensiones. Da la sensación de ser una pintura
calada a la que sólo le dejaron un marco.
En este fragmento de tela puede verse
un degradé que pasa por varios tonos y
“enmarca el blanco de la pared”. Es un
gesto muy raro y divertido a la vez que
no desentona para nada con el espíritu
de la muestra curada por Cyroulnik.
Bombardeo de color
Luego de esta introducción, nos invaden los tonos más intensos. Tulio de
Sagastizabal presenta varios trabajos con
líneas verticales de colores, otros con
formas curvas, burbujas y elementos que
por momentos podrían aparecer en un
microscopio un poco psicodélico. Todos
son cuadros vivos, alegres, de ese tipo de
pintura -sin ser despectivo en absolutode la que a mí me gustaría tener en el
living de casa. Funcionan irradiando energía, como un hogar con su fuego que es
siempre igual y siempre distinto. Estamos
ante una pintura de líneas mucho más
prolijas que las de Casanova, pero que
no llegan a la obsesión y perfección de
Burgos.
Cerca del área de pinturas de Tulio se
ubican unos diez cuadros mucho más
pequeños de Fabianne Gaston Dreyfus
con fondo blanco predominante y manchas coloridas que avanzan en borbotones. Están colgadas en la pared generando un ritmo irregular similar al que se
representa en cada uno de los cuadros.
Por momentos uno puede adivinar algunas figuras en estas manchas, pero son
claramente proyectivas, como quien trata
de ver conejos en las nubes.
Si bien la sala entera del Borges huele a
pintura, detrás de un tabique se encuentra una zona oscura iluminada por dos
obras: dos piezas luminosas de Karina
Peisajovich. Cada una está compuesta
por marcos de madera que forman dos
rombos con luces ocultas en su interior.
Estas luces de tonos rosas, verdes y violetas iluminan y transforman los trozos
romboidales de pared blanca enmarcados. A diferencia del resto de las piezas,
el color aparece como fuente de luz y
modifica el ambiente.
Doblando la esquina
La sala tiene forma de ‘L’ y en el ángulo
entre los dos volúmenes están ubicadas
de un modo estructural y sutil las Simetrías de Verónica di Toro. Cuatro piezas
–dos más grandes y dos más pequeñasque trabajan como un cruce de calles con
cuatro formas cuadradas que aparecen
desde las esquinas. Cada uno de estos
cuadrados está compuesto por líneas
concéntricas de diversos espesores y
colores sobrios que juegan con el rombo
y las diagonales. Este movimiento –uno de
los cuadros grandes está dispuesto como
un rombo en la pared, apoyado sobre un
ángulo- sigue la propuesta de Peisajovich
materializando la luz en objeto.
Frente a di Toro y ya en la sala transversal, se encuentra la obra de Beto de
Volder, quien hace un planteo sobre
el color acercándonos al dibujo y a la
abstracción que propone la línea. Estos
trabajos muestran una maraña de trazos
elípticos formando algo similar a un nido
o el mamarracho que hace una sola línea
cuando uno está probando una lapicera
que no funciona bien. El orden y el caos
se ponen en tensión, cuando la forma
aleatoria de una línea es digitalizada,
aumentada de tamaño y cortada en un
material que le da cuerpo. Si las miramos
en detalle vemos que se trata de dos
pares de dibujos espejados. Hay una clave
que da la diferencia de color: hay tres
formas amarillas y una gris. La posición
oblicua de la espiral y el contraste entre
la gris y la amarilla nos hace ver que están
espejadas con mayor obviedad; luego es
fácil deducir que las amarillas también
están espejadas. Son gestos aparentemente únicos e irrepetibles que se multiplican gracias a la máquina. Un nuevo
contrapunto a la tecnología de la pintura
aplicada con pincel que es la que domina
en la sala.
Algo de esta idea se continúa en la pared
de enfrente, en la que el francés Robert
Janitz pinta manchas con alegres colores
acrílicos sobre papeles con información
sindical escrita en francés y fotocopiados
evidenciando la tensión entre la burocracia y la plástica.
Siguiendo el recorrido está Silvia
Gurfein y sus estudios abstractos del
color. Estamos frente a una pintura que
por momentos nos remite a los pixeles,
a lo digital, pero con una variación sobre
el trabajo de De Volder; las pinturas de
Gurfein son 100% analógicas.
Ella lee la historia del arte y representa
sus colores, los expande, hace formas
cuadradas y bandas que van generando generosos degradé que pasan por
muchos tonos, y vibran en muchas frecuencias componiendo armónicos de
color que resuenan en todas y cada una
de las piezas que están en la sala. A estos
planos de color superpone otra capa de
rayaduras dibujadas con obsesivas líneas
paralelas. Además de obras en formatos
rectangulares Gurfein presenta otras que
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1. detalle de la obra de Graciela Hasper.
2. Desde la oscuridad brilla la obra de Karina Piesajovich.
3. el colorido muro de Ana Cassanova.
4. Una de las simetrías de Verónica Di Toro.
funcionan como bastones en las que se
leen “estratos” de color.
Se produce un diálogo de complicidad
especial con la obra de Burgos del marco
que mencioné anteriormente y físicamente se encuentra muy cerca.
Un cierre ecléctico
Si bien la sala es abierta, la muestra está
dividida por tabiques en unidades de
sentido. El inicial, en el que se discute la
pincelada o el plano de color; la esquina
en segundo lugar; los diálogos entre la
máquina y la mano, y el último tramo
es el más complejo de definir y lo voy
a describir para que simplemente pueda
disfrutarse sin categorizaciones.
Empieza con dos propuestas complementarias de Andrés Sobrino. Por un
lado hay una serie de fotografías de toma
directa de gradientes fuera de foco, que
van desde colores más o menos intensos
hacia el blanco o hacia el negro. Son un
total de diez imágenes de pequeño formato con marco de aluminio que están
ordenados en una grilla irregular que nos
muestran las manchas de color que produce la luz y pueden ser atrapadas por
una máquina fotográfica.
A su lado se encuentra otro grupo de
obras de Sobrino que funciona como una
instalación. Nueve pinturas con formas
rectangulares puras que combinan colores bastante oscuros con el blanco. A
diferencia de las fotos, los pasajes de un
color a otro son con cortes rígidos.
Frente a las obras de Sobrino se ubican
unas inquietantes acuarelas sobre papel
de Martín Reyna. Son formalmente muy
similares, pero unas son en blanco y
negro y otras en color. Las composiciones son manchas que gotean y se conectan verticalmente con otras manchas, los
colores se suman, se superponen y se
transforman en una retícula anómala y
orgánica que varía notablemente en su
versión acromática.
El gran final de esta muestra es un enorme lienzo apaisado de Gachi Hasper.
Sobre un fondo blanco se produce un
tejido de recuadros de colores con distintas proporciones e inclinaciones unidos en una cadena que cubre todo el
lienzo. Este trabajo de línea comienza un
diálogo con la obra de De Volder que se
culmina en otra obra de Hasper hecha a
partir de curvas, pero con las intersecciones rellenas de color.
La sensación general en la sala es que
todo cierra y se logra un equilibrio entre
lo expresivo, la emoción y la estructura
racional más extrema.
Philippe Cyroulnik sintetiza muy bien su
trabajo cuando dice que presenta un
diálogo entre artistas muy variados que
trabajan el tema del color a través de
un medio clásico como el óleo y con
la utilización de materiales industriales y
no específicamente pictóricos como la
fotografía.
Si en algún momento se planteó la muerte de la pintura, esta exposición es una
prueba que indica que está más viva que
nunca.
y es que hubo cuatro artistas que estuvieron en ambas muestras: Andrés Sobrino,
Karina Peisajovich, Tulio de Sagastizabal
y Verónica di Toro. Esto hace evidente
que el trabajo de los artistas escapa a las
categorizaciones y puede funcionar para
ilustrar más de un discurso.
Existe otro factor común y es la coordinadora, Lía Cristal, quien estuvo detrás
de la producción de ambas muestras.
Cuando hablé con Lía me comentó que
Philippe Cyroulnik propuso una tercera
muestra para cerrar la trilogía con el tema
nocturnos. Esperemos que salga, ya que
sus dos antecesoras fueron muy intensas.
La luz blanca contiene la suma de todos
los colores, ¿qué pasará de noche, cuando
las únicas fuentes de luz sean la luna, las
estrellas, el fuego y otros artificios?
Precuela y secuela
Mientras recorría la muestra tuve una
extraña sensación de déjà vu, de haber
visto algo similar pero distinto. Cuando
llegué a mi taller, encontré un catálogo
de una muestra colectiva que hubo en
el verano de 2008 en la misma sala. Una
exposición que también me encantó y
me resultó muy adecuada para el verano,
titulada “Blanco” con curaduría de Florencia Braga Menéndez y Gachi Prieto, en
la que más de 30 artistas respondían con
sus obras a la construcción de un relato a
partir del color blanco.
Existe un punto que me interesa destacar
El francés Philippe Cyroulnik
(1949) es director de Le 19,
Centro Regional de Arte
Contemporáneo de la ciudad
de Montbéliard, en el noreste
de Francia. Es crítico, curador
y fue profesor de Arte. Desde fines
de los 80 promueve a artistas
argentinos en Europa con muestras y publicación de catálogos.
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