1.1. La preservación de alimentos mediante la utilización de

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Introducción
1.1. La preservación de alimentos mediante la utilización de productos naturales.
Los consumidores actuales demandan cada vez más, alimentos sin sustancias
conservantes o antimicrobianas sintetizadas químicamente y asocian alimentos sanos y
seguros con alimentos frescos o mínimamente procesados. Esto ha llevado a la búsqueda
de nuevas formas de preservación y al análisis de sus efectos sobre la estabilidad
microbiológica de los alimentos (Buchanan & Phillips, 1990; Leistner 1992; 1995).
La estabilidad microbiológica y por lo tanto la inocuidad de la mayoría de los
alimentos procesados (tradicionales y nuevos), está basada en la combinación de diversos
factores (composición química bruta, pH, actividad de agua, temperatura de conservación,
tratamiento tecnológico, etc). Estos factores controlan el desarrollo microbiano
previniéndolo, retardándolo y/o incluso inactivando a los microorganismos (Leistner,
1995). La tecnología de manipulación de factores implica exponer a los microorganismos a
un ambiente adverso y de esta manera inhibir su crecimiento al interferir, mediante la
combinación de los factores, con su homeostasis (Gould, 1988). La homeostasis es la
tendencia de los microorganismos a estabilizar su ambiente interno en respuesta a factores
externos. Si el equilibrio interno es modificado por los factores de preservación (actividad
de agua, pH, temperatura, aditivos) utilizados en la formulación del alimento, entonces los
microorganismos dejarán de multiplicarse o reducirán su velocidad de reproducción,
canalizando su energía a reestablecer el equilibrio, cuando esto no ocurre puede producirse
la muerte del microorganismo. Los diversos factores de preservación tienen diferentes
mecanismos de acción sobre los microorganismos (Leistner, 1995). Uno de los más
útilizados para prolongar la vida útil de los alimentos (lapso de aptitud) es el agregado de
sustancias que retardan o inhiben la proliferación microbiana. El conocimiento de la
influencia de las sustancias utilizadas así como los efectos de la combinación de las
mismas, puede permitir el desarrollo de procesos mínimos pero más efectivos para asegurar
la estabilidad microbiológica de los alimentos.
Ohlsson (1994) señala que los hábitos alimenticios de los consumidores de esta
década están cambiando e identifica aspectos como dieta y salud, conveniencia, seguridad e
ingredientes naturales como nuevas tendencias en el mercado de alimentos procesados. En
muchos países se está consolidando el desarrollo y consumo de alimentos más “naturales”,
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minimamente procesado, libres de aditivos o al menos con cantidades reducidas de éstos
(Giese, 1994), por lo que existe un peligro potencial en la seguridad de los alimentos al
reducir parte de los factores utilizados habitualmente para su preservación (Russel &
Gould, 1991).
Giese (1994) y Davidson (1996) mencionan que la seguridad de los alimentos
mejora significativamente con la incorporación de compuestos antimicrobianos, ya que
estas sustancias se añaden a los alimentos para prevenir la descomposición de los mismos,
por la actividad metabólica microbiana. Davidson (1996) define a los antimicrobianos
como compuestos químicos presentes o añadidos en los alimentos, que retardan el
crecimiento microbiano o inactivan a los microorganismos y por lo tanto, detienen el
deterioro de la calidad y brindan seguridad al alimento en el cual se encuentran. El aspecto
más importante de la pérdida de la calidad de los alimentos es el asociado con el deterioro
microbiano y en particular con la presencia y/o desarrollo de microorganismos patógenos.
Esto ha llevado a investigar el uso y modo de acción de conservadores disponibles a fin de
emplearlos de manera eficiente y a estudiar su aplicación al combinarlos con otras formas
tradicionales y noveles de preservación.
Los principales antimicrobianos utilizados en alimentos actúan principalmente
inhibiendo y/o disminuyendo el crecimiento de los microorganismos, aunque algunos
pueden también desactivarlos (Russell & Gould, 1991; Gould, 1996). Las sustancias
empleadas como conservadores se usan esencialmente para prevenir el deterioro de los
alimentos durante su almacenamiento y distribución, asegurando de esta manera, la
inocuidad del producto durante el lapso de aptitud establecido. Por lo tanto, el principal
objetivo de ataque de estas sustancias serán aquellos microorganismos que puedan
desarrollarse y deteriorar los alimentos. Además, dichas sustancias, se convertirían en un
impedimento para el crecimiento de los microorganismos patógenos y productores de
toxinas (Gould & Russell, 1991; Davidson, 1996).
Numerosos investigadores concuerdan con el hecho de que la evaluación de
aditivos para alimentos debe basarse en un balance entre riesgos y beneficios. Por lo tanto,
es fundamental que para cada aditivo, dichos riesgos y beneficios, estén identificados y
definidos adecuadamente. Particularmente, en el futuro, serán aptos como aditivos aquellos
que tengan o cumplan con varias funciones en los alimentos a los cuales se incorporan
(Davidson & Branen, 1993). La búsqueda de nuevos compuestos químicos que puedan
ayudar a la conservación de alimentos se ha visto restringida por ciertos aspectos,
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principalmente económicos. En estos términos, desarrollar un nuevo compuesto y lograr
que éste sea aprobado tiene un costo significativamente elevado, sin contar además, el
tiempo considerablemente extenso que demanda el proceso de aprobación. Para asegurar
que el aditivo desarrollado no tiene ningún efecto negativo sobre la salud, se deben realizar
una serie de pruebas que incluyen: genotoxicidad, fertilidad, teratogenicidad, toxicidad
subcrónica, y toxicidad crónica, incluyendo carcinogénesis. Una prueba con resultado
positivo descalifica al compuesto para que éste pueda ser utilizado en los alimentos (Lück
& Jager 1997). Estos obstáculos han conducido a la búsqueda de nuevos conservadores por
otras vías. Una de las alternativas, es examinar compuestos que en la actualidad son
utilizados en la industria de alimentos con distintos propósitos, los cuales poseen
comprobado potencial como antimicrobianos, están aprobados y son seguros en los niveles
utilizados. Dentro de estos compuestos se encuentran los llamados antimicrobianos
naturales (o productos naturales) presentes en plantas (Nychas, 1995, Davidson, 1996).
1.2. Compuestos con actividad antimicrobiana presentes en plantas
La búsqueda de nuevas alternativas para extender el lapso de aptitud de muchos
productos alimenticios ha reorientado la investigación hacia los productos naturales.
Dentro de éstos existe un gran interés en el uso de los llamados antimicrobianos naturales
como posibles susbtitutos de los tradicionalmente utilizados (Nychas, 1995) y existen
varios reportes en la bibliografía acerca de la actividad antimicrobiana de especies, hierbas
y plantas o sus extractos (Hitokoto et al., 1980; Shelef, 1983; Jay & Rivers, 1984;
Karapinar, 1985; Thompson, 1986; Graham & Graham, 1987; Beuchat & Golden, 1989).
Las “defensas químicas” cuya función principal es proteger a la planta contra los
herbívoros o las enfermedades son agrupadas bajo el término metabolitos secundarios. En
la tabla 1 se pueden observar algunos ejemplos de compuestos con actividad
antimicrobiana producidos por plantas y descriptos por Duke (1985).
Si bien se ha estimado que las plantas sintetizan cientos de miles de diferentes
compuestos metabólicos secundarios y que todos los días son reportados otros nuevos, se
los ha agrupado en cinco clases de acuerdo a la estructura química o según la forma en que
la planta los produce.
Los grupos más comunes son:
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• Alcaloides: compuestos cíclicos que contienen nitrógeno. Están distribuidos
extensamente entre muchas familias de plantas superiores, donde a menudo son
producidos en las raíces (figura 1a). Su actividad en animales es diversa, pero muchos
intervienen como neurotransmisores. Numerosos alcaloides son adictivos (Kutchan,
1995).
• Glucósidos cianogenéticos: Son substancias orgánicas, tambien conocidas como
heterósidos cianogenéticos, principios activos de diferentes familias botánicas
(Rosaceae, Linaceae, Fabaceae, Euphorbiaceae, etc.). Químicamente, corresponden a
estructuras heterosídicas: su genina, que biogenéticamente deriva de aminoácidos como
fenilalanina, tirosina, leucina, isoleucina y valina, suele ser un aldehído o una cetona,
generalmente el benzaldehído o la acetona, unidos al ácido cianhídrico en forma de
hidroxinitrilo. La molécula de azúcar reductor se fija por la función hidroxílica para
formar el heterósido. Ciertas plantas y animales tienen enzimas que hidrolizan y
separan el azúcar liberando el cianuro, éste actúa directamente sobre las mitocondrias
inhibiendo la producción de energía.
• Glucosinolatos: Comprenden un pequeño grupo de compuestos también llamados
heterósidos sulfocianogenéticos o heterósidos azufrados, son glucósidos que contienen
tanto N2 como azufre y se biosintetizan a partir de diversos aminoácidos, lo que da
lugar a diferentes estructuras químicas (figura 1c). Su distribución es limitada, se
encuentran principalmente en la familia de las crucíferas (Brassicaceae), a las que
proporcionan el olor y sabor característico.
• Compuestos fenólicos: Definidos químicamente como anillos bencénicos con uno o
más grupos hidroxilo, existen más de veinticinco mil estructuras llamadas fenólicas,
muchas de las cuales son usados frecuentemente como conservantes por su acción
antioxidante. En las plantas previenen la oxidación de las membranas y otros tipos de
daños oxidativos. Como defensas, son de sabor desagradable, tóxicos e inhiben la
digestión (figura 1b). Los colores azules y rojos de la mayoría de las flores son
proporcionados por flavonoides, los robles y el té son ricos en polímeros fenólicos
llamados taninos, el olor de la gaulteria es debido a un ácido fenólico (metilsalicilato).
Ha sido demostrado que estos compuestos tienen efecto antimicrobiano (Toda et al.,
1989) sobre un amplia gama de microorganismos, al parecer por su capacidad de
acomplejar proteínas extracelulares y de la pared celular bacteriana.
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• Terpenos: Es el segundo grupo más importante de compuestos secundarios. Son muy
diversos en estructura y actividad, aunque todos surgen del isopreno. La mayoría son
volátiles e imparten el olor típico a coníferas, mentas y muchas otras especies herbáceas
y arbustivas. Los triterpenoides, un subgrupo, incluyen muchos compuestos
extremadamente amargos, como la curcibitacina de las calabazas y pepinos.
Tabla 1: Principales tipos de compuestos antimicrobianos provenientes de plantas
Nombre vulgar
Nombre científico
Compuesto
Clase
Actividada
Aceite de oliva
Ajo
Olea europaea
Allium sativum
Hexanal
Allicina , ajoeno
Cáscara sagrada
Rhamnus prusiana
Taninos
General
General
Virus, bacterias,
hongos
Bacteria, Candida
S. aureus
Helmintos
General
Bacterias, virus
E. coli, Sporothrix,
Staphylococcus,
Trichophyton
S. aureus
S. aureus, M.
tuberculosis
Plasmodium spp.
General
Cebolla
Allium cepa
Allicina
Aldehído
Sulfóxido
Polifenoles
Antraquinonas
Sulfoxido
Chamomilla
Matricaria chamomilla
Ácido antémico
Ácido fenólico
Clavo
Eucaliptus
Syzygium aromaticum
Eucalyptus globulus
Eugenol
Taninos
Terpeno
Polifenoles
Ginseng
Panax notoginseng
Henna
Lawsonia inermes
Liquoriza
Saponinas
Ácido gálico
Ácido fenólico
Glycyrrhiza glabra
Glabrol
Alcohol fenólico
Quinina
Te verde
Cinchona sp.
Camellia sinensis
.Quinina
Catequinas
Tomillos
Thymus vulgaris
Ácido cafeico, timol,
taninos
Valeriana
Valeriana officinalis
Aceite esencial
Alkaloide
Flavonoides
Terpenos, alcoholes
fenólico,
polifenoles
Terpenos
Toxicidad
relativab
¿?
¿?
1.0
¿?
2.3
1.7
1.5
2.7
1.5
2.0
2.0
2.0
Virus, bacterias,
hongos
2.5
General
2.7
Cowan, 1999.
“General” hace referencia a actividad sobre una multiplicidad de microorganismos: bacterias, hongos y
protozoarios.
b- 0 altamente seguro, 3 altamente tóxico”.
a-
El potencial y más extendido uso de muchos de estos antimicrobianos naturales
parece promisorio dada la demanda de los consumidores. Sin embargo, el reto es aislar,
purificar, estabilizar e incorporar estos compuestos a los alimentos sin afectar
adversamente la calidad sensorial y las características de seguridad de los productos
(Beuchat y Golden, 1989). Además, la bioactividad de estos compuestos puede variar
dependiendo de la especie o hierba, tipo de microorganismo presente y alimento
involucrado (Giese, 1994). La actividad antimicrobiana de las especies y plantas se atribuye
generalmente a compuestos fenólicos presentes en los extractos o aceites esenciales de las
mismas (Nychas, 1995; Shelef, 1983) y se reconoce que factores como contenido de grasa,
poteínas, sales, el pH y la temperatura afectan la bioactividad de los compuestos fenólicos
(Nychas, 1995; Tassou & Nychas, 1994). Entre los productos naturales más estudiados se
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encuentran los presentes en plantas, hierbas y especias y dentro de éstos los AEs de plantas
aromáticas.
a)
Coniina
Alcaloide piperidinico
Conium maculatum
b)
c)
Ácido cafeico
Ácido fenólico
Coffea canephora
Estructura básica
de los
glucosinolatos
Morfina
Alcaloide isoquinolico
Papaver somniferum
Atropina
Alcaloide tropano
Hyoscyamus níger
Atropa belladona
Hipericina
Quinonas
Hypericum perforatum
Apigenina
Flavones
Matricaria chamomilla
Glucobrasicina
Desulfoglucosinolatos
Brassica olerucea
Figura 1: Estructura química de algunos compuestos con actividad antimicrobiana: a) Compuestos del
grupo de los alcaloides, b) diferentes compuestos del grupo de los flavonoides y c) compuestos del grupo de
los glucosinolatos
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Introducción
1.3. Composición de los AEs
Químicamente los AEs consisten en gran medida en mezclas de compuestos
sencillos llamados terpenos. La palabra terpeno deriva del nombre alemán de la esencia de
trementina: terpentin. Existe una gran diversidad de AEs como las plantas que los
producen; en la tabla 2 se muestran algunas de los más conocidos, el lugar de origen de la
planta y el método de extracción más frecuente (Hili et al., 1997).
Se han llegado a identificar en un AE hasta 300 componentes. Las plantas producen
mayor cantidad de terpenoides que los animales y los microbios. La producción,
acumulación, emisión y/o secreción de grandes cantidades de ellos depende de la presencia
de estructuras anatómicas altamente especializadas (Croteau et al., 2000).
Katayama y Nagai (1960) reconocieron a los compuestos activos de algunos aceites
esenciales como eugenol, carvacrol, timol y vainillina. Se ha reportado que algunos de
estos compuestos fenólicos tienen un amplio espectro de efectividad contra los
microorganismos, como el timol extraído del tomillo y del orégano, el aldehido cinámico
extraído de la canela y el eugenol extraído del clavo de olor.
Tabla 2: Fuentes botánicas y geográficas de los AEs
Aceite
Especie
Parte de la planta
País de origen
Método de
extracción
Anis
Basil
Bergamota
Cardamomo
Cilantro
Geranio
Jazmín
Lavanda
Pasto limón
Mejorana
Patchouli
Menta
Sándalo
Tagettes
Árbol de te
Illicium verum
Ocimun basilicum
Citrus bergamia
Elettaria cardamomum
Couianrum sativum
Pelargonium graveolens
Jasminiun oficinales
Lavendula hybrida
Cymbopogon citratus
Thymus mastichina
Pogostemon patchouli
Mentha piperita
Santalum album
Tagettes glandulífera
Malaleuca tenifolia
Fruto
Hierba
Cáscara
Fruto
Fruto
Hierba
Flores
Flores
Hierba
Hierba
Hojas
Hierba
Madera
Hierba
Hojas
China
India
Costa de Ivory
Guatemala
Rusia
Egipto
Marruecos
Francia
Nepal
España
EUA
India
India
Nepal
Australia
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Prensado
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Extracción con solvente
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Arrastre de vapor
Hili et al., 1997
En la figura 2a se observa el hemiterpeno isopreno que contiene cinco carbones
(una unidad de isopreno C5H8), es un gas emitido en la atmósfera por muchas especies de
plantas, donde juega un importante papel en la química del ozono.
En el caso de los monoterpenos, éstos se subdividen a su vez en tres grupos:
acíclicos, monocíclicos y bicíclicos. Un ejemplo de monoterpenos acílicos es el
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Introducción
hidrocarburo mirceno que se encuentra en las esencias de las verbenáceas. El timol es el
caso de un compuesto cíclico fenólico y su isómero el carvacrol son los componentes
principales de los tomillos y los oréganos.Otros ejemplos de monoterpenos cíclicos son el
terpineol presente en el cedrón y el mentol (figura 2b) que es característico de algunas
mentas (Zygadlo et al., 1994, 1995a; IPGRI, 1996).
Los terpenos bicíclicos se pueden dividir a su vez en tres clases, según el tamaño
del segundo anillo, siendo el primero siempre de seis carbonos. La α-tujona es el caso de 6
+ 3, los pinenos presentes en las esencia de trementina tienen la conformación 6 + 4,
mientras que el alcanfor se caracteriza por un anillo de 6 + 5 (figura 2c).
Isopreno
(monoterpeno)
a)
ß-mirceno
Timol
citronelol
Carvacrol
α-terpineol
Mentol
b)
c)
tujona
Pineno
Alcanfor
Figura 2: Estructuras químicas de diferentes terpenos de acuerdo al número de carbonos y a su
conformación espacial. a) unidad isopreno y el monoterpeno citronelol, b) monoterpenos acíclicos y
cíclicos. c) terpenos bicíclicos.
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Introducción
1.4. Las micotoxinas: Hongos productores, y su incidencia en alimentos.
Las micotoxinas son un grupo de sustancias con estructuras químicas muy diversas,
formadas durante el metabolismo de hongos toxicogénicos. La biosíntesis de estos
compuestos ocurre fundamentalmente cuando el desarrollo del micelio se ha detenido
durante la fase estacionaria de crecimiento, y existe limitación de algunos nutrientes, en
presencia de un exceso de fuentes carbonadas disponibles (Sorenson, 1993). Estas toxinas
son clasificadas como metabolitos secundarios, debido a que carecen en su mayoría de
funciones conocidas para la fisiología del hongo que las produce.
Actualmente se cree que estos compuestos podrían tener diferentes funciones en la
supervivencia de los hongos que les dio origen, inhibiendo el crecimiento de otros
microorganismos, participando como agentes que favorecen la simbiosis con plantas, o
actuando como hormonas sexuales o factores inductores de diferenciación (Demain &
Fang, 2000). Recientemente se han identificado relaciones genéticas entre la esporulación y
la producción de micotoxinas (Calvo et al., 2002; Shim & Woloshuk, 2001). Algunos
metabolitos secundarios, incluyendo los antibióticos, estimulan la formación de esporas,
las protegen en el medio ambiente y pueden favorecer o inhibir su germinación (Demain &
Fang, 2000). Esta observación hace pensar en la posible relación beneficiosa para el hongo,
entre la esporulación y el metabolismo secundario. Este último podría favorecer la
diseminación y supervivencia del micelio, proporcionando un mecanismo mediante el cual
se reprima la germinación de esporas, cuando no existen condiciones ambientales
favorables para su desarrollo.
Aproximadamente cuatrocientas micotoxinas han sido aisladas y caracterizadas
químicamente hasta el presente, producidas fundamentalmente por especies de cuatro
géneros fúngicos: Aspergillus, Fusarium, Penicillium, y Alternaria (Etzel, 2002). A pesar
de esto, no todas las especies incluídas dentro de estos géneros tienen la capacidad para
sintetizarlas y, por otro lado, dentro de un género y especie fúngica productora de
micotoxinas, puede haber cepas que presenten diferente capacidad toxicogénica (Magnoli
et al., 1998; Magnoli et al., 1999). Estos hongos filamentosos son clasificados como
ambientales, y algunos de ellos pueden comportarse como endofitos, e infectar
tempranamente a los cereales durante su cultivo en el campo. Debido a su diversidad
química, las micotoxinas pueden disolverse en las fases lipídicas (fundamentalmente) o
acuosas de los alimentos, y difundir al interior de ellos (Hussein & Brasel, 2001; Pitt,
2000). En consecuencia, estas toxinas pueden ser encontradas principalmente en cereales,
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Introducción
semillas, frutas, y alimentos elaborados en base a estas materias primas; aún cuando en
ellos no se encuentren elementos fúngicos.
El maíz (Zea mays L.) es uno de los cereales que durante su cultivo puede ser
afectado por un grupo considerable de enfermedades producidas por hongos, virus o
bacterias, presentándose cada año con diferente severidad, dependiendo de las condiciones
ambientales y del cultivar considerado (León, 1984).
Si se tienen en cuenta solamente las enfermedades producidas por hongos, el vuelco
por podredumbres de la raíz, tallo, y espiga; pueden afectar la calidad del grano por la
acumulación de micotoxinas (aflatoxinas, fumonisinas, tricotecenos, zearalenona, etc). Los
principales hongos responsables de estas afecciones son: Diplodia maydis, D. macrospora,
Fusarium avenaceum, F. verticillioides, Gibberella spp., Phytium aphanidermatum, y
Macrophomina phaseolina (United States Department of Agriculture, 1980). Además, las
podredumbres del almacenamiento pueden desarrollarse en la espiga o en el maíz poscosecha, y fundamentalmente son producidas por especies de Aspergillus niger, A. flavus,
A. parasiticus, y A. ochraceus; y por algunas especies de Penicillium, las que se presentan
solas o en combinación con otras especies, principalmente del género Fusarium spp. La
infección por estos hongos se puede producir en el campo durante las últimas etapas del
cultivo, o durante el almacenamiento (León, 1984; Resnik et al., 1995; United States
Department of Agriculture, 1980).
Una vez recolectado y acondicionado, el grano de maíz puede ser utilizado con
diferentes fines. Una parte de la producción se destina a satisfacer la demanda del mercado
internacional, y el remanente se consume en el mercado interno. Durante los últimos años,
nuestro país presentó una tendencia a adquirir el perfil de exportador, debido al notable
crecimiento de la producción, y del escaso incremento del consumo interno, generándose
una disponibilidad de mayores saldos exportables. En la última década Argentina exportó
prácticamente el 50% del volumen total del maíz producido (García & Della Valle, 2003).
Según datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos, la
producción total de cereales en nuestro país creció en los últimos años un 57,5%; con
respecto a datos de la campaña 1995-1996, cosechándose en el 2001 un total de 34.852.000
toneladas, y constituyendo el maíz un 45% del total de cereales producidos (INDEC, 2004).
El incremento en la producción de cereales en Argentina se evidencia, además, al analizar
la participación de nuestro país en el mercado mundial de cereales, pasando de un 2% a
11
Introducción
comienzos de la década del noventa, a un 12,3% del total comercializado mundialmente
durante la campaña 1997-1998.
Por otra parte, el maíz destinado al mercado interno puede ser utilizado para los
diferentes tipos de molienda, como simiente, para el consumo humano o animal, todos bajo
la forma de grano; y para la constitución de reservas forrajeras, es decir silaje (García &
Della Valle, 2003).
La población o el consumidor es cada día más exigente respecto de la calidad de los
alimentos elaborados, y en el orden internacional los países importadores interponen
nuevas barreras al ingreso de mercaderías, reduciendo los índices de tolerancia de
sustancias que contaminan el grano y los subproductos de su industrialización, tales como
las micotoxinas, insectos y agroquímicos. Las concentraciones de toxinas fúngicas en los
cereales están íntimamente relacionadas con las fluctuaciones de precios en los mercados
interno y externo. La especulación sobre la cotización de cereales, y del maíz en particular,
está normalmente asociada a largos tiempos de almacenamiento de los mismos, utilizando
generalmente infraestructura inadecuada. En consecuencia, el maíz puede sufrir infecciones
adicionales con hongos ambientales micotoxicogénicos, aumentando de manera importante
sus niveles de micotoxinas, con respecto a las concentraciones existentes inmediatamente
después de la cosecha (Munkvold, 2003).
En Argentina existe escasa reglamentación actualizada sobre los límites máximos
permitidos de micotoxinas en alimentos para el consumo humano o de animales.
Actualmente algunas disposiciones internacionales regulan estrictamente los niveles
permitidos de estos contaminantes, afectando directamente el comercio internacional y, por
lo tanto, a productores y proveedores (Jukes, 2004; Resnik et al., 1995).
Desde el punto de vista toxicológico, la infecciones del maíz por Aspergillus spp. y
Fusarium spp., adquieren la mayor importancia en la salud humana y animal (Peraica et al.,
1999).
1.5. Los géneros Aspergillus y Fusarium: Micotoxinas sintetizadas por estos hongos.
El género Aspergillus fue descripto por primera vez hace aproximadamente 300
años. Es extremadamente común en productos almacenados en regiones tropicales y
subtropicales, principalmente granos, nueces y especias; como agente que participa en su
descomposición (Hocking, 1997).
12
Introducción
Aspergillus flavus está ampliamente distribuido en la naturaleza, puede sintetizar
aflatoxina B1 (AFB1) (figura 3a), aflatoxina B2 (AFB2), y ácido ciclopiazónico; pero
solamente una proporción de 30-40% de las cepas aisladas, son toxicogénicas (Abarca et
al., 2000). A. parasiticus sintetiza AFB1, AFB2, aflatoxina G1 (AFG1) y aflatoxina G2
(AFG2). Su distribución a nivel mundial está más limitada, aunque el porcentaje de
aislamientos de A. parasiticus aflatoxicogénicos es muy elevado (Hocking, 1997).
De acuerdo a Nelson et al. (1983), el género Fusarium se agrupa en 12 secciones.
Las especies toxicogénicas más comunmente encontradas en alimentos están incluídas en
las secciones Liseola (F. verticillioides, F. proliferatum, F. nygamai y F. subglutinans),
Sporotrichiella (F. sporotrichioides y F. poae), Gibbosum (F. equiseti), y Discolor (F.
graminearum y F. culmorum) (Bullerman, 1997). Gibberella fujikuroi (Sawada) es el
teleomorfo de muchas de las especies de anamorfos conidiales en el género Fusarium
sección Liseola, incluyendo F. verticillioides (Sacc.) Niremberg (ex F. moniliforme
Sheldon), F. subglutinans (Wollenweber y Reinking) Nelson, Toussoun y Marasas; y F.
proliferatum (Matsushima) Niremberg (Nelson et al., 1983). Según el concepto de especies
biológicas, F. verticillioides y F. proliferatum pertenecen a las poblaciones de
apareamiento A y D, respectivamente.
Aunque F. verticillioides y F. proliferatum son los principales productores de
fumonisinas, existen especies dentro de Liseola u otras secciones que también pueden
sintetizarlas, pero en menor grado. Hasta la actualidad se han descripto por lo menos 14
fumonisinas, las que han sido clasificadas en grupos A, B, C, P y H (JECFA, 2001), siendo
la fumonisina B1 (FB1) (figura 3b) la más importante por su incidencia en alimentos, y por
los efectos tóxicos producidos en animales y humanos.
a)
b)
Figura 3: Estructuras químicas de AFB1 (a) y de FB1 (b).
13
Introducción
Teniendo en cuenta las diferentes infecciones fúngicas que puede sufrir el maíz
durante su cultivo y almacenamiento, la coinfección por Aspergillus spp. y Fusarium spp.
y, consecuentemente, la existencia simultánea de AFB1 y FB1, puede ser una situación
común en el maíz destinado al consumo humano y animal.
1.6. Las micotoxicosis.
Las micotoxinas presentan un amplio rango de toxicidad, relacionado
principalmente con la actividad que tienen estos compuestos por sí mismos, la vía de
administración, el tiempo de exposición, el sexo, la cepa y la edad de la especie animal
afectada (Hengstler et al., 1999). Cuando estas toxinas ingresan al organismo de los
animales y humanos se inducen micotoxicosis agudas, subcrónicas, o crónicas; según la
dosis y el tiempo de exposición a estos compuestos. Las primeras se producen cuando altas
dosis de micotoxinas ingresan al organismo en un lapso de unas pocas horas, pudiendo
causar la muerte del individuo. En la actualidad raramente se registran casos de
micotoxicosis agudas en humanos por el consumo de alimentos contaminados con niveles
altos de micotoxinas, encontrándose casos fundamentalmente en algunos países en
desarrollo. Por el contrario, frecuentemente se observan síntomas de intoxicación aguda
luego de la administración terapéutica de alcaloides del ergot (Etzel, 2002). Los otros tipos
de intoxicación, en los que ingresan al organismo cantidades menores de toxinas durante
unos pocos meses (subcrónicas) o por varios meses o años (crónicas), representan el
mayor problema para la salud humana y animal en el mundo. Es posible que las
micotoxinas presentes en los alimentos, sean responsables de más muertes humanas que los
microorganismos transmitidos a través de estos (Pitt, 2000).
Entre los primeros datos de intoxicación humana por micotoxinas se encuentran los
brotes agudos de ergotismo causados por alcaloides ergóticos del hongo Claviceps
purpurea, que alcanzaron proporciones de epidemia, conocida como “el fuego de San
Antonio”, mutilando y causando la muerte a miles de personas en Europa, durante la Edad
Media. Las víctimas estaban expuestas a la dietilamida del ácido lisérgico (LSD), sustancia
alucinógena que se producía durante el horneado del pan elaborado con trigo contaminado
por el cornezuelo del centeno (Peraica et al., 1999). La acción letal de algunos de estos
metabolitos secundarios hizo que sean utilizados con fines de bioterrorismo. Uno de los
primeros usos de las micotoxinas como armas biológicas se registró en el siglo VI aC,
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Introducción
donde los Asirios envenenaban a sus enemigos con centeno contaminado con ergot (Etzel,
2002).
En lo que respecta a salud y producción animal, el interés general por las
micotoxinas aumentó en 1960, cuando se declaró en animales de granja en Inglaterra una
micotoxicosis aguda transmitida por el pienso, denominada enfermedad X de los pavos,
comprobándose posteriormente que era causada por las aflatoxinas (Peraica et al., 1999).
Conjuntamente con el consumo de tabaco, la dieta es probablemente uno de los
factores más importantes en la etiología del cáncer humano (Ferguson, 2002), siendo
vehículo de una amplia variedad de carcinógenos químicos genotóxicos o epigenéticos.
Estos carcinógenos químicos pueden tener acción directa, ejerciendo el efecto tóxico sin
sufrir previamente biotransformaciones, o comportarse como pro-carcinógenos, los cuales
son bioactivados en el organismo mediante reacciones "detoxificantes". En el caso de procarcinógenos que ingresan por vía oral, la bioactivación ocurre fundamentalmente en
hígado, siendo éste el principal órgano blanco de acción (deBethizy & Hayes, 2001).
El cáncer, segunda causa de muerte en la actualidad en los países desarrollados, es
un grupo de enfermedades de origen multigénico y multifactorial; resultado de dos
procesos sucesivos: el aumento descontrolado de la proliferación de un grupo de células
que da lugar a un tumor o neoplasia; y la posterior adquisición de capacidad invasiva, que
les permite la diseminación en el organismo y la formación de metástasis (Lodish et al.,
2001).
1.7. Mecanismos de acción tóxica de fumonisina B1 en humanos y animales.
Las fumonisinas, descriptas por primera vez en 1988 (Bezuidenhout et al., 1988),
son un grupo de al menos 14 amino-polialcoholes formados esencialmente por una cadena
alifática de 20 carbonos con dos cadenas laterales hidrofílicas unidas mediante enlaces tipo
éster.
En maíz, la biosíntesis ocurre luego de la infección del grano por cepas
toxicogénicas, principalmente en la fase tardía de madurez en el campo, cuando los granos
todavía tienen altas actividades de agua. Con menor importancia, las fumonisinas pueden
encontrarse en otros alimentos como sorgo, espárragos y arroz. Si existen condiciones
desfavorables de almacenamiento, luego de la cosecha pueden incrementarse
considerablemente los niveles de estas micotoxinas (JECFA, 2001). Las fumonisinas están
ampliamente distribuidas en la naturaleza, siendo la FB1 considerada como la más
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Introducción
abundante y la más tóxica de las fumonisinas (Thiel et al., 1992). Las concentraciones de
esta toxina en maíz pueden variar desde unas pocas ppb, hasta niveles alrededor de 160
ppm (Chu & Li, 1994; Shephard et al., 1996).
La estabilidad de FB1 durante el procesamiento de los alimentos es afectada por
varios factores, incluyendo la humedad del producto, la concentración y localización de la
toxina, la presencia de aditivos, y el tipo de matriz del alimento (Jackson & Bullerman,
1999). Las fumonisinas son muy estables al calor, ocurriendo destrucción significativa de
estas toxinas cuando se alcanzan temperaturas superiores a 150 °C, aunque la eficiencia del
proceso disminuye a medida que se utilizan mayores tiempos de calentamiento (JECFA,
2001).
Los estudios realizados hasta el presente sugieren que FB1 no es genotóxica, pero
tiene una importante acción promotora de cáncer hepático, según se ha demostrado por la
inducción de focos γ-glutamil transpeptidasa y GST positivos en hígado de ratas (Voss et
al., 2002). En 1993 la Agencia Internacional para la Investigación en Cáncer ha clasificado
a las fumonisinas como compuestos probablemente carcinogénicos para humanos (Grupo
2B) (IARC, 1993b).
En ratas y en otros animales utilizados en investigación, cuando FB1 ingresa por vía
oral, aproximadamente un 4% de la dosis administrada es absorbida en intestino. Luego se
distribuye a la mayoría de los tejidos desapareciendo rápidamente del plasma, y
eliminándose del organismo de acuerdo a un modelo bi o tricompartamental (MartinezLarranaga et al., 1999). La proporción del gasto cardíaco que recibe cada órgano tiene una
importancia fundamental cuando se pretende entender por qué hígado y riñón son los
principales blancos de acción de FB1. Estos dos órganos retienen la mayoría de la toxina
absorbida (Martinez-Larranaga et al., 1999), siendo en algunos casos más importante la
retención en hígado, y en otras situaciones se acumula principalmente en riñón. No existen
evidencias, tanto en estudios in vitro como in vivo, de que FB1 sea metabolizada. La
micotoxina absorbida es posteriormente excretada por bilis. Cuando llega a intestino es
hidrolizada posiblemente por enzimas microbianas, perdiendo uno o ambos ácidos
tricarboxílicos laterales; encontrándose en materia fecal la toxina y los productos de la
hidrólisis. Mientras que no existen evidencias de que FB1 sea metabolizada por el complejo
citocromos p, algunos estudios in vivo e in vitro han demostrado que esta micotoxina puede
modificar la actividad de este complejo enzimático (Spotti et al., 2000).
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Introducción
Para explicar los efectos tóxicos de FB1 en animales se han propuesto varios
mecanismos, dos de los cuales cuentan con mayor respaldo de evidencia experimental, y es
posible que estén estrechamente relacionados. En uno de ellos, la FB1 produce la inhibición
de la ceramida sintetasa, una enzima clave en el metabolismo de los esfingolípidos. En el
otro mecanismo, una variación en las proporciones de ácidos grasos y fosfolípidos
celulares induciría cambios en la síntesis de eicosanoides, prostaglandinas, leucotrienos y
otros derivados oxigenados.
La disrupción del metabolismo de esfingolípidos produce desbalances en el
contenido de fosfoglicerolípidos, ácidos grasos y colesterol. Según estas hipótesis FB1
causa directa o indirectamente, un espectro amplio de cambios en el metabolismo lipídico y
en las vías bioquímicas de las células. Ambas situaciones tienen como consecuencia
alteraciones en la señalización mediada por lípidos, y en reacciones metabólicas
importantes para el crecimiento, diferenciación y muerte celular. (Mobio et al., 2000;
Pinelli et al., 1999).
Fumonisina B1 posee similitud estructural con algunos sustratos de ceramida
sintetasa, produciendo inhibición competitiva de la enzima. La esfinganina (Sa), una base
esfingoide formada durante la síntesis de novo de esfingolípidos, y la esfingosina (So)
producida durante el reciclaje fisiológico de esfingolípidos celulares; son los sustratos
naturales de la enzima ceramida sintetasa (JECFA, 2001). Tanto en estudios in vivo como
in vitro, se observó que la inhibición de esta actividad enzimática por acción de FB1 tiene
como consecuencia un incremento rápido de las concentraciones intracelulares de Sa y, en
menor grado, de So (IPCS, 2000). Este aumento en los niveles de Sa produce una inversión
en la relación Sa/So intracelular, que puede ser detectada en sangre periférica y orina,
debido a que Sa puede difundir libremente a través de la membrana plasmática. En este
sentido, se ha estado evaluando la posibilidad de utilizar la relación Sa/So presente en
diferentes muestras biológicas como biomarcador de exposición a fumonisinas (Qiu & Liu,
2001).
La respuesta a la exposición a FB1 depende del tipo celular afectado, persistiendo
por más tiempo el desbalance lipídico en hepatocitos y en células renales (IPCS, 2000).
Wang et al. (1999) realizaron un aporte muy importante para la micotoxicología de
las fumonisinas. En un modelo experimental en ratas observaron que, luego de inducirse el
desbalance de lípidos celulares con una dosis de FB1, niveles diez veces inferiores fueron
suficientes para sostener este efecto en el tiempo. En otras palabras, los efectos tóxicos que
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Introducción
puede tener un alimento que contiene bajas concentraciones de FB1, pueden ser
subestimados si quienes los consumen han estado previamente expuestos a mayores
cantidades de esta micotoxina.
Aunque existen áreas geográficas donde la exposición humana a fumonisinas es
muy elevada, no hay constancia confirmada de una toxicidad aguda por estas toxinas en
seres humanos (JECFA, 2001), y no se ha podido determinar su dosis letal en animales de
experimentación.
Las fumonisinas han sido descubiertas por los efectos crónicos inducidos en
animales de granja. Las primeras publicaciones referidas a FB1 fueron realizadas por
investigadores sudafricanos en 1988, que aislaron y caracterizaron la toxina a partir de F.
verticillioides MRC 826 (Bezuidenhout et al., 1988; Gelderblom et al., 1988). Durante los
años siguientes se pudo confirmar que estas micotoxinas eran las responsables de la
leucoencefalomalacia equina (Marasas et al., 1988), que ya había sido descripta por Butler
en 1902, y del Síndrome de edema pulmonar que produjo la muerte de miles de cerdos en
EE.UU. en 1989. Además, en modelos experimentales en animales, la intoxicación con
FB1 indujo alteraciones en los parámetros nutricionales de cerdos y de ratas (Casado et al.,
2001; Dilkin et al., 2003).
Sydenham et al. (1990) observaron una relación directa entre la exposición a altos
niveles de FB1 y una mayor incidencia de cáncer de esófago en la población de Transkei,
Sudáfrica. Observaciones similares fueron realizadas por Chu y Li (1994) en China, y por
Doko y Visconti (1994) en Italia. Los resultados epidemiológicos en los últimos años
parecen reforzar este concepto, pero en la actualidad no se conoce exactamente de qué
manera FB1 participa en la instalación de los procesos neoplásicos.
1.8. Bioactividad de compuestos de origen vegetal sobre la toxicogénesis de algunas
cepas fúngicas.
Más de 1340 plantas son conocidas por ser fuente potencial de compuestos
antimicrobianos, pero pocas han sido estudiadas científicamente (Wilkins & Board, 1989).
Algunos autores han examinado los efectos de los compuestos aislados de AEs de plantas
aromáticas sobre cultivos fúngicos para encontrar fungicidas naturales. Un número
importante de los constituyentes de estos AEs ha demostrado tener capacidad inhibitoria
sobre el desarrollo de las cepas fúngicas (Chao & Young, 2000). Aparentemente existiría
una relación directa entre la estructura química del componente más abundante en el AE y
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Introducción
sus efectos antifúngicos. Generalmente la capacidad inhibitoria del AE podría ser atribuída
a la presencia de un núcleo aromático, conteniendo un grupo polar funcional (Farag et al.,
1989). Alrededor de 30.000 compuestos aislados de AEs de plantas aromáticas contienen
grupos fenólicos y éstos compuestos son los más utilizados por la industria de los
alimentos (Meeker & Linke, 1988). De los AEs mencionados anteriormente, un número
significativo de publicaciones ha documentado la actividad antimicrobiana del AE de pasto
limón, palo rosa, canela, clavo de olor y orégano sobre diferentes especies microbianas.
Mishra & Dubey (1994) informaron que el AE de pasto limón (Cimbopogon citratus) actuó
como un fungistático efectivo sobre 47 cepas de hongos filamentosos, además estos autores
describen que los efectos de este AE sobre Aspergillus flavus son, en algunos casos
superiores a fungicidas de síntesis comerciales como el Agrosan, oxicloruro cúprico etc.
También en A. flavus, se demostró el efecto inhibitorio sobre el crecimiento y la
producción de aflatoxinas de los AE de clavo (Syzygium aromaticum) y la canela
(Cinnamomum zeylanicum) (Bullerman et al., 1977; Montes-Belmont & Carvajal, 1998;
Sinha et al., 1993). La actividad inhibitoria del AE de orégano (Origanum vulgare) sobre el
crecimiento de A. flavus, A. ochraceus y A. niger ha sido evaluada previamente por Paster
et al (1995) demostrando resultados significativo sobre el crecimiento y la toxicogénesis.
Soliman & Badea (2002) reportaron la actividad antifúncia y antitoxicogénica del AE de
tomillo (40% de timol) sobre A. flavus, A. parasiticus, A. ochraceus y F. verticillioides. En
general varios autores concuerdan en que las concentraciones utilizadas para detener el
desarrollo fúngico en un sustrato como las semillas almacenadas, son relativamente altas y
que deberían desarrollarse experimentos con el objetivo de encontrar la dosis óptima para
las especies fúngicas que contaminan una especie de cereal en particular. También existe
coincidencia en que los componentes minoritarios de los AEs juegan un rol importante en
la bioactividad sobre los microorganismos y sobre la estabilidad de los AEs.
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