1919 - Agustinos Recoletos

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Enero de 1919
Núm. 103
BOLETÍN
DE LA
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
de la Orden de Agustinos Recoletos
SECCIÓN OFICIAL
Generalato de Agustinos Recoetos. –Participamos a VV. RR. que por renuncia del cargo de Prior General de nuestra Orden de Agustinos Recoletos, presentada por N. Reverendísimo P. Fr. Fidel de Blas de la Asunción, fundada en la enfermedad que por largo tiempo viene padeciendo y en los achaques propios de su avanzada edad y admitida por el Venerable
Definitorio General con fecha 27 de los corrientes, a
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tenor de lo dispuesto en el número 818 de nuestras Constituciones, con fecha de hoy hemos
tomado posesión de la dirección y gobierno de nuestra Orden.
Lo que comunico a V. R. para que a su vez lo haga saber a los Religosos de su obediencia. –Dios guarde a V. R. muchos años. –Madrid 30 de Noviembre de 1918. –Fr. EUGENIO
SOLA DEL CARMEN.
Generalato de Agustinos Recoletos. –A los RR. PP. Provinciales y sus Vicarios, Priores
y Rectores, Misioneros y Religiosos todos de nuestra Recolección Agustiniana:
Mis queridos Padres y Hermanos: la carta circular que en los pasados años de mi gobierno acostumbré mandar a VV. RR. y CC. felicitándoles las Pascuas de Navidad, debo sustituirla en el actual con otra de despedida dirigiéndoles mi último adiós en concepto de Superior
General de nuestra Orden.
Al ser elegido en nuestro último Capítulo General para tan espinoso como elevado cargo,
contaba ya sesenta y nueve años bien cumplidos de edad; y aunque con a!gunos achaques
propios de la misma, me sometí entonces a la voluntad de Dios, si bien con cierta repugnancia
en vista de mi ineptitud y con fundados temores de no poder resistir el peso de la carga por el
largo espacio de seis años. Comencé animoso a cumplir mis nuevos deberes lo mejor que sabía y podía, con alguna esperanza a la vez de que con el tiempo se aliviarían y aun desaparecerían mis dolencias; pero luego vi que éstas iban en aumento a medida que avanzaba en edad,
persuadiéndome más tarde de que aquellos temores llegarían a realizarse y me vería obligado
a pedir se me absolviese del cargo antes de concluir el sexenio que marcan nuestras Leyes.
Así fue pasando el tiempo hasta que hace ya dos años que los achaques llegaron a ser una
grave enfermedad que me tuvo
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postrado en cama por espacio de un mes y, pasado él, hube de trasladarme por consejo de mis
PP. Definidores a la «Casa de Salud» a cargo de las Religiosas de Santa Ana, donde estaría
mejor asistido.
Con ese motivo venía yo pensando desde esa fecha en que, no pudiendo dedicarme como
debiera a los trabajos de mi oficio, lo mejor para la Orden y más conveniente a mi salud sería
el renunciar a él y que otro religioso más competente y más robusto lo tomase a su cargo. No
encontraba yo medio, sin embargo, de realizar mi pensamiento sin que de ello viniese algún
trastorno a nuestra amada Orden, sobre todo porque el religioso que por Ley debía sucederme
se hallaba a inmensa distancia de España y las dificultades para venir desde Filipinas eran casi
insuperables a causa de la guerra.
Mas cuando desapareció ese inconveniente y el P. Provincial de San Nicolás, que había
tardado un año en su viaje a España y luego se volvía a su destino, tuvo que desembarcar en
Canarias por enfermo para regresar a la Península, no sabía yo explicarme tan impensado suceso sino atribuyéndolo a la divina Providencia, que por ese inesperado medio me daba la
solución del problema facilitándome el modo de satisfacer mi justo deseo de dejar un cargo
que mis enfermedades y achaques no me permitían ya desempeñar por más tiempo.
Me resolví, pues, a ello y puse en manos de los Padres Definidores Generales la renuncia
en debida forma, o sea, de palabra y por escrito: y reconociendo todos lo fundado de los motivos en que apoyaba mi petición, acordaron con la unanimidad que exige la Ley aceptar la tal
renuncia y absolverme del cargo que desempeñaba. Esto quisieron dejarlo consignado con
frases laudatorias, declarando, además, con toda solemnidad que me queda el derecho muy
legítimo de gozar de todos los honores, preeminencias y exenciones que nuestras Leyes otorgan a los Ex-Priores Generales: respecto de lo cual, yo, a mi vez, hago constar con ingenuidad
que agradezco las frases y declaración de estos buenos Padres, si bien no me reconozco,
acreedor a los primero, y por lo que hace a honores y preeminencias, me basta y me creeré
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suficientemente recompensado si se me trata como a un anciano que soy y con poca salud.
Me he alargado demasiado al referir los detalles y curso de mi enfermedad con las consecuencias que ha traído, con el fin de que llegue a noticia de todos sin tergiversación y vean los
motivos que a mí me han obligado a dar ese paso tan trascendental, y a los PP. Definidores
generales a tener por buenas y suficientes las razones que he tenido para ello.
Me despido, pues, de VV. RR. y CC. dejándoles en mi puesto otro religioso, bien conocido, por cierto, que, de ejemplar conducta, con robusta salud, en mejor edad que yo, y con la
necesaría experiencia, me suplirá con ventajas para la Orden y todos ganaremos en el cambio.
Dos cosas pido, por último, a todos: que me absuelvan de aquello en que crean les he sido
molesto o les he ofendido, y que me hagan la caridad de acordarse de mí en sus oraciones
como yo les tendré presentes en las mías, pidiendo al Señor que nos dé el espíritu religioso
con que cumplimos nuestros respectivos deberes y, viviendo aquí todos en perfecta unión,
todos, sin faltar uno, nos veamos algún día juntos en el Cielo.
De VV. RR. y CC. afcmo. hermano.
Madrid 27 de Noviembre de 1918.
FR. FIDEL DE BLAS DE LA ASUNCIÓN
Por mandado de N. P. Prior General,
FR. BERNARDINO GARCÍA DE LA CONCEPCIÓN,
Secretario General.
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Generalato de Agustinos Recoletos.– A nuestros muy amados hijos los Religiosos todos
de nuestra Sagrada Orden de Ermitaños Recoletos de San Agustín.
SALUD Y PAZ EN EL SEÑOR:
Vias tuas demonstra mihi et semitas tuas edoce me quia tu es Deus Salvator meus. Pslm. 24.
Llamados por ley, y no por mérito alguno nuestro, al gobierno de nuestra sagrada Recolección Agustiniana, no hemos vacilado en someter nuestro cuello al yugo de la obediencia,
confiados en la gracia de Dios y en el auxilio de las oraciones de VV. RR. y CC. Y así, después de cumplir el sacratísimo deber de presentar al Augusto Vicario de Jesucristo, Nuestro
Santísimo Padre el Papa Benedicto XV, felizmente reinante, el testimonio de incondicional
obediencia y de inquebrantable adhesión a la Santa Sede y a su augusta Persona, y de implorar para Nos y para todos los Religiosos de nuestra Orden la Bendición Apostólica, dirigimos
a VV. RR. y CC. nuestro paternal saludo.
Dios que tan sapientísimo es y que con tanta bondad dispone todas las cosas, y a quien
sea dada toda la bendición y acción de gracias, ha tenido a bien disponer que el más vil y bajo
de los Religiosos por su carencia completa de dotes y virtudes, sustituya en el difícil y pesado
cargo de Superior General de nuestra Madre la Recolección Agustiniana al egregio varón N.
Reverendísimo P. Fr. Fidel de Blas de la Asunción, modelo de observancia, prudencia y sabiduría, que por sus graves achaques y avanzada edad, voluntaria y espontáneamente acaba de
renunciar a cargo tan pesado, para traspasarlo a nuestros débiles hombros, según lo dispuesto
por nuestras Leyes en el número 818. Sin duda quiere Nuestro Señor servirse de un instrumento tan inadecuado e inútil para que resalte más su bondad al imponernos este oficio tan
superior a nuestras fuerzas. Por eso Él es nuestro apoyo y el fundamento de toda nuestra esperanza y en el que
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confiamos que nos dará luces necesarias para acertar sobre todo en las cosas arduas y difíciles, como de todas veras se lo pedimos, para hacer en todo su santa voluntad, como es nuestro
único deseo. Pediremos y desde ahora pedimos al Señor, como Salomón, un corazón dócil
para poder comprender su santa ley y gobernar según ella a los que ha escogido como porción
predilecta de su corazón para vivir según la Santa Regla del más grande de los Padres en su
forma más estrecha y rigurosa. No permita el Señor nos acontezca lo que al desgraciado Saúl,
que, después de haber sido escogido por Dios de una manera tan sorprendente y admirable y
ser ungido por Rey de Israel, fue desechado por el mismo Dios por no haber cumplido su ordenación divina; o lo que al desdichado sacerdote Elí, que fue castigado por el mismo Señor,
por ser demasiado condescendiente con las culpas y pecados de sus hijos. Ejemplos terribles
que Nos hacen temblar en la presencia de Dios y que Nos obligan a recordar a todos las
múltiples y graves obligaciones que ante Él hemos contraído.
¡Sí, mis amados PP. y HH.! Tengamos siempre ante los ojos de nuestra consideración los
sagrados compromisos que ante Dios hemos contraído.
Los votos religiosos con que un día nos ligamos al pie de los altares, consagrándonos enteramente al Señor y prometiendo servirle durante los días de nuestra peregrinación, en
humildad, pobreza, castidad y modestia, que es la guarda de ella, mortificación, paciencia y
una pronta, rendida y total obediencia a la voluntad divina y a las órdenes y mandatos de los
Superiores.
Éstas son las joyas que deben adornar nuestras almas y que a todos deseamos y para todos pedimos a Dios Nuestro Señor, al encargarnos del gobierno de nuestra Sagrada Orden.
Guardadnos a todos, ¡Padre Santo!, para que con la ayuda de vuestra divina gracia florezcan
en todos nosotros estas virtudes y especialmente la reina de ellas, la caridad. Que anide en
nuestros corazones esa hija del cielo y extienda sus alas sobre los afectos y deseos de nuestros
pechos para que seamos, según lo preceptuado en la Regla de nuestro Santo Patriarca, anima
una et cor unum in Deo, sin hiel en nuestros corazones, sin nubes en nuestros
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ojos, para no ver los defectos de nuestros hermanos, y, si los vemos, corregirlos, los que deban corregir, y los demás evitarlos, sin que anublen nuestra mente en lo más mínimo los juicios temerarios, ni pensamientos torcidos que enfrían el amor en nuestros corazones, apagan
la caridad y quitan la paz y sosiego de nuestras almas.
Seamos fieles en la práctica de estas virtudes, cumpliendo fielmente todos nuestros compromisos para con Dios; y, mientras tenemos tiempo, aprovechémonos de él, según nos aconseja el Apóstol dum tempus habemus operemur bonum.
Quizá juzgue alguno menos oportuna en estos momentos tal recordación; pero el cuidado
de las almas de todos, que desde este momento nos son confiadas, hace que deseemos con
ardor vehementemente la salvación de todos, como la nuestra propia: de todas debemos responder al Supremo Pastor de ellas, Cristo Jesús, que las redimió con su sangre divina y que
juzgó digno el padecer tormentos, que nunca llegaremos a comprender en esta vida, por cada
una de ellas.
Al saludar a todos, y a cada uno de VV. RR. y CC., a todos nos ofrecemos y al lado de
cada uno quisiéramos colocarnos; para aligerar su carga al que se le haga pesada; para aconsejar al que duda, y, en una palabra, para animar a todos, recordándoles aquellas hermosas palabras de Tobías a su hijo: Hijos de Santos somos, mostrémonos dignos de tales padres mirando
a la herencia que se nos tiene reservada si cumplimos lo que tenemos prometido. No se olviden, amados PP. y HH., del consejo del Apóstol: Alter alterius onera portate et sic adimplebitis legem Christi; para que con sus ruegos y oraciones nos ayuden, también a mí, al cumplimiento de nuestros gravísimos deberes y obligaciones; y, socorriéndonos y ayudándonos mutuamente en todo, sirvamos y amemos a nuestro buen Dios y Señor, de todo nuestro corazón y
con toda nuestra alma, y de este modo cumplamos con el precepto que el mismo Señor nos
impone.
Que la Inmaculada Virgen María, nuestra Madre de la Consolación, su santo Esposo,
nuestro Protector San José, N. G. P. San Agustín, y los Santos todos de nuestra Sagrada Orden, presenten estos nuestros votos y deseos ante el trono del Omnipotente
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para que desciendan sobre nuestra amada Recolección Agustiniana los tesoros de bendiciones
y gracias que para todos pedimos al Señor.
Y, en prueba de estos nuestros fervientes votos, a todos con la mayor efusión bendecimos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Léase a la Comunidad, cópiese en el libro de su materia, así como también la que precede
de N. Rvmo. P. Fr. Fidel de Blas de la Asunción, y vuelva obedecida.
Residencia Generalicia de Madrid 1.º de Diciembre de 1918.
FR. EUGENIO SOLA DE LA VIRGEN DEL CARMEN,
Prior General
Por mandado de N. Rvmo. P. Prior General,
FR. BERNARDINO GARCÍA DE LA CONCEPCIÓN
Secretario General
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CARTAS DE ROMA
Hemos visto una carta dirigida a N. Rvmo. P. Fray Fidel de Blas de la Asunción, por el
Emmo. Sr. Cardenal protector, y, creyéndola honrosa para nuestra Orden, la copiamos a
continuación
Roma 15 de Diciembre 1918.
Rmo. P. Fidel de Blas de la Asunción
Muy estimado Padre: El M. Rdo. P. Gregorio Segura me comunicó la resolución que V.
P. creyó delante de Dios que debía adoptar en vista de su mala salud, para el bien de la Orden.
No sólo respeto, sino admiro su noble proceder y su desprendimiento del cargo de Superior
General. Sus Religiosos le han de respetar y amar aún más por este fuerte ejemplo.
Pido a Dios N. S. que con el descanso moral y físico sus fuerzas se rehagan y continúe
largos años en ayudar a la Orden con sus ejemplos y sus consejos. Su Santidad le envía una
Bendición especial; y yo de mi parte añado a mi Bendición los votos de muy felices Pascuas
de Navidad y año nuevo.
Muy atento s. s.
† A. CARD. VICO
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Secretaria di Stato di Sua Santità =
N.º 83609.
Dal Vaticano 14 Noviembre 1918.
Molto Reverendo Padre.
–Le molte opere che la P. V. Rma.
ha deposto al Trono del Santo Padre per
mezzo dell’Emo. Signore Cardinale Vico, son una bella testimonianza di filiale
attaccamento e di profunda venerazione
al Romano Pontifice ed alla sua Cáttedra
infalibile di verità.
Non poteva, quinde, l’Augusto Pontifice non accogliere benevolmente questo ossequioso e riverente omaggio; ed io
sono ben lieto di significarle che Sua
Santità gliene serba viva riconoscenza, e
le esprime in pari tempo sovrane Sue
congratulazioni per le anzidette opere
che mentre fanno onore alla P. V. ed
all’inclito Ordine degli Agostiniani Recolletti, non solo porteranno un notevole
contributo all’incremento
Secretaría de Estado de Su Santidad
= N.º 83609.
Del Vaticano, 14 de Noviembre de
1918.=R. Padre Pedro Fabo del S. Corazón de María.
Muy Reverendo Padre: Las muchas
obras que V. P. Rvma. ha presentado
ante el Trono del Santo Padre por medio
del Emo. Sr. Cardenal Vico, son un bello
testimonio de filial adhesión y de profunda veneración al Romano Pontífice y
a su Cátedra de verdad.
De ahí que no podía menos el Augusto Pontífice de acoger benévolamente
este obsequioso y reverente homenaje; y
yo me complazco en manifestarle que Su
Santidad le guarda vivo reconocimiento,
y le expresa al mismo tiempo Sus congratulaciones por las referidas obras que,
mientras hacen honor a V. P. y a la ínclita Orden de los Agustinos Recoletos, no
sólo contribuirán notablemente al incremento
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degli studi storici, ma saranno destinate
altresì a produrre nei lettori buoni fruti di
pietà e di religione.
de los estudios históricos, sino que también han de producir en los lectores buenos frutos de piedad y de religión.
Intanto volendo darle un contrassegno di pontificia riconoscenza il Santo
Padre si e degnato d’impartire a Lei ed a
tutti i suoi Confratelli l’implorata Apostolica Bendizione, caparra dei celisti
favori.
Queriendo entre tanto darle una
prueba de pontificio agradecimiento, el
Santo Padre se ha dignado conceder a V.
y a todos sus hermanos la implorada
Bendición Apostólica, prenda de celestiales favores.
Voglia insieme gradire i miei vivi
ringraziamenti per gli esemplari delle
suddette opere a me cortesemente destinati, e con sensi di ben sincera stima,
passo al piacere di raffermarmi
Tenga a bien a la vez aceptar la expresión de mi viva gratitud por los ejemplares de las sobredichas obras a mí
cortésmente destinadas; y con sentimientos de muy sincera estima tengo el gusto
de suscribirme
D. V. P. Rma. affmo nel Signore –
P. Card. Gasparri.
De V. Paternidad Reverendísima
afmo. en el Señor. – P. Card. Gasparri.
Roma 6 de Noviembre de 1918
M. R. P. Fr. P. Fabo. - Madrid
Muy estimado y R. P. Fabo. Por mediación del P. Procurador de la Orden tuve el gusto de
recibir las obras escritas por V. R. que integran las que anteriormente me había dedicado.
Al contemplar en conjunto los copiosos frutos de su constante labor científica y literaria y
la variedad de materias que trata magistralmente, no puedo menos de felicitarle efusivamente,
con el voto de que V. R. siga trabajando con la brillantez y provecho que hasta aquí. Dios N.
S., cuya gloria ha buscado en sus labores le dará a V. R. la recompensa merecida, y la Orden
Recoleta sabrá estimar debidamente los méritos de su preclaro hijo.
Al expresar a V. R. mi gratitud por el obsequio que me ha hecho me es muy grato repetirme affmo. s. s. que le bendice de corazón
† A. Card. Vico.
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SECCIÓN CANÓNICA
Del estipendio de las misas manuales,
según el Código Canónico1
§1
Quién puede recibirlos y cuántos
1. a) Todo sacerdote que celebra la santa Misa y la aplica por otros puede recibir por dicha aplicación limosna o estipendio (can. 824).
b) Esto no constituye simonía, ni tiene nada de reprobable, sino que es muy conforme con
la práctica de muchos siglos, aprobada por la Iglesia (ibid.)
La razón es que el estipendio no se da por la Misa, sino con ocasión de ella, por un título
legítimo, para la sustentación del ministro, pues es muy justo que el que se emplea en servicio
de otro reciba de éste algún auxilio para su sustento. La misma Sagrada Escritura por boca de
San Pablo (I Cor., IX, 13), lo aprueba cuando dice: ¿No sabéis que los que trabajan en el sagrario se sustentan de lo que es del sagrario, y los que sirven al altar participan del altar?
Esto derecho compete a cualquiera sacerdote, sea rico o sea pobre. El sacerdote que recibe limosna para decir alguna Misa contrae obligación de justicia de celebrarla.
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Habiendo el Código introducido diversas modificaciones, hemos creido necesario exponer aquí lo que el Código dispone sobre la materia.
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2. Sólo puede recibir uno cada día, aunque celebre varias Misas.– Cuantas veces el sacerdote diga más de una Misa en el mismo día, si aplica una por causa que le obligue por título de justicia, no puede recibir limosna por la aplicación de otra alguna, si se exceptúa alguna
otra retribución por título extrínseco (canon 824, § 2).
a) Por título de justicia se aplican las Misas por las que se recibe estipendio y las que se
han de ofrecer pro populo.
b) El que bina puede: 1.º, celebrar la segunda a intención de otro, con tal de que no reciba
por ella estipendio, ni el sacerdote que bina ni otra persona, ni para sí ni para otro: 2.º, si por
ser el que bina religioso, o por pertenecer a una cofradía, o a ua hermandad de sufragios, etc.,
tiene obligación, por regla o estatuto, de aplicar algunas Misas por un hermano o cofrade difunto, puede satisfacer a dicha obligación aplicando la segunda Misa, como lo declaró la Sagrada Congregación del Concilio el 5 de Marzo de 1887.
c) Título extrínseco se entiende el que es extraño a la aplicación de la Misa y al mismo
tiempo laborioso, como p. e., el tener que ir a decir Misa a algún lugar remoto, el tenerla que
decir muy temprano o muy tarde, el tenerla que cantar, etc.
d) El fundamento de esta prohibición general de recibir más de un estipendio los que binan o están facultados para decir en un día más de una Misa, pueden verse las resoluciones de
la Sagrada Congregación del Concilio en las causas Cameracen, 25 Septiembre 1858.
c) El fundamento de esta prohibición lo expone Benedicto XIV en su Const. Quoad expensis, de 28 de Agosto de 1718, y es el mismo por el que antes se había prohibido el decir
más de una Misa en el mismo día.
3. Excepciones: a) Excepción general.– Por excepción general, el día de Navidad puede
recibirse estipendio por cada una de las tres Misas (can. 824, § 2), a no ser que alguna de ellas
haya de aplicarse pro populo, como deben aplicar una los Obispos residenciales, Prelados
nullius, Vicarios Apostólicos, párrocos, etc. En estos casos se podrá recibir estipendio por las
otras dos.
Esta excepción en los estipendios está justificada por la solemnidad del día, a fin de que
de ese modo los sacerdotes pobres puedan obtener algún auxilio para pasar menos mal un día
en que todas las
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familias suelen tratarse con alguna menor estrechez.
b) Excepción peculiar.– El día de Difuntos se pueden decir tres Misas en toda la Iglesia
Occidental. Por esas tres Misas en España pueden recibir tres estipendios los regulares en la
antigua Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares), dos los sacerdotes en la
misma Corona, y solamente uno (que no puede exceder la tasa sinodal ordinaria), tanto los
sacerdotes seculares como los regulares en los demás países de España, así como también en
Portugal, América latina y Filipinas.
Esta diversidad nace de que, antes de Benedicto XIV, en sola la antigua Corona de
Aragón, y en virtud de antiguo privilegio, se decían dos Misas dicho día por los sacerdotes
seculares y tres por los regulares, percibiendo tantos estipendios como Misas. Benedicto XIV
extendió el privilegio para tres Misas a toda España y Portugal y a sus respectivos dominios;
pero con la condición de que por las dos o una Misas que por esta concesión se aumentaban
no se pudiera recibir ningún estipendio.
Éste es también el ejemplo más antiguo que conocemos de la prohibición de recibir más
de un estipendio, unida a la facultad de poder decir más de una Misa.
4. El privilegio de Benedicto XV. Estipendio único.– I. En virtud de la reciente concesión
d Benedicto XV, los sacerdotes de la Iglesia Latina, en todo el mundo, pueden celebrar tres
Misas el día de Difuntos, pero con la condición de que una de las tres la puedan aplicar a
quien quieran y recibir por ella estipendio; mas están obligados a aplicar, sin recibir ningún
estipendio, la otra Misa en sufragio de todos los difuntos, y Ia tercera, a intención del Sumo
Pontífice.
II. Según la declaración auténtica de la Sagrada Congregación del Concilio de 15 de Octubre de 1915: 1.º No puede el celebrante exigir mayor estipendio, sino que ha de contentarse
con el tasado por el Sínodo o por la costumbre, a no ser que espontáneamente se lo ofrezcan
mayor; pero queda prohibido, no sólo toda petición, sino también cualquiera insinuación para
que los fieles ofrezcan mayor limosna que la ordinaria.
2.º Por las otras dos misas que celebre aquel día por todos los fieles difuntos y a intención
del Papa, no puede recibir cosa alguna,
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ni siquiera por razón del trabajo o incomodidad extrínseca; por ejemplo, si para comodidad
de otro las tiene que celebrar en hora o en lugar bastante incómodo, como sería cerca de la
aurora o cerca del medio día, en iglesia u oratorio rural o en el cementerio, etc.
3.º Ni puede el sacerdote, aunque proceda sin ningún motivo de lucro, aplicar aquel día
las otras dos Misas a su propio arbitrio y recibir estipendio, y en los días siguientes aplicar,
por sí o por otros, dos Misas, una por todos los difuntos y otra a intención del Romano Pontífice.
A los que falten a lo declarado en este numero 3.º puede el Obispo (según se contiene en
la respuesta a la pregunta quinta) castigarlos con la pena de suspensión, aun latae sententiae,
y con la de no hacer suyo el estipendio.
Vese, por lo que acabamos de decir, que Benedicto XV ha mitigado la prohibición que
Benedicto XIV impuso a los sacerdotes de España y Portugal (fuera de la antigua Corona de
Aragón, pues éstos no podían recibir mayor estipendio que el señalado en la tasa sinodal o por
la costumbre, aunque el exceso se ofreciera espontáneamente. Benedicto XV lo permite, si el
exceso se ofrece espontáneamente; pero prohíbe, no solo exigir ni pedir dicho exceso, pero
aun hacer una simple insinuación.
5. El privilegio de Benedicto XV y el de Benedicto XIV.– a) Con respeto a los sacerdotes
que antes estaban sujetos a la prohibición de Benedicto XIV, creemos que, si quieren, pueden
acomodarse a la concesión de Benedicto XV, ya que está hecha a favor de todos los sacerdotes del mundo; pero en este caso es necesario que a ella se acomoden en todo, y, por consiguiente, que apliquen las otras dos Misas, una por todos los difuntos y la otra a intención de
Su Santidad. Es decir, que pueden optar por el uno o por el otro indulto, pero no tomar del
uno una sola parte, y del otro la otra.
(Continuará)
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IDEÍCAS
(Continuación)
El otro día cometí, Lector, la indelicadeza de presentar a medias al Padre que dialogó
conmigo, mas, como importa que lo retrate de cuerpo entero, o, más bien, que retrate su alma,
sabrás que no pertenece a esas excepciones de sujetos que tienen como lubrificado el cerebro
con tocino rancio; ni a esos amadores del reposo reposado, que vocean, para evitarse conflictos y disgustos: —Prudencia, Prudencia—; ni tampoco a esos pusilánimes abúlicos, que, en
nombre de la tradición, se agarran, bien agarrados, a la rutina; ni a los otros que chorrean ergotismos, y que, cuando tocan algún periódico, se lavan aprisa las manos con agua bendita;
ni, por lo contrario, desprecia las observancias de los claustros como antiguallas medioevales;
ni menos simpatiza con esas tendencias modernizantes que abogan, a la chita callando, porque
los Religiosos vivan a lo cura, y los curas a lo señorito... Tiene despejado el ingenio, es observador, machucho; gusta de oír hablar; habla poco; tira de la lengua a ciertos individuos; en
cambio, a los charlatanes y caciques de corrillo no los desprecia, porque no sabe despreciar a
nadie. Pero, punto en boca, que ya viene.
–Quedamos el otro día —dijo al saludarme—, en que la Revista de los coristas de Colombia, Cultura Recoleta (qué apodo tan desgraciado!) producirá algo nuevo entre nosotros,
es decir, en la Orden, pues juzgo que no pretenderá la Provincia de la Candelaria fundar y
desarrollar una Revista científico-literaria, aisladamente de las otras Provincias. Pues bien,
aunque se mire a toda la Orden,
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varios inconvenientes presenta el proyecto, bueno en sí, pero de casi imposible realización por
ahora.
–Tiene V. R. razón. Ni es Colombia el país llamado a ser el centro de la redacción de una
Revista de carácter general, ni la Provincia aquella podría sostenerla. Otra cosa significa a mi
modo de ver su aparición; mayormente que allí funciona Apostolado doméstico, buen campo
para plumas primerizas, por cuanto no exigen grandes literaturas los mil y pico de lectores
con que cuenta entre la gente piadosa.
–¿Qué significa, pues? ¿Alarde de fecundidad intelectual? ¿Reacción? ¿Protesta? ¿Humorada?
Me encogí de hombros y continué1:
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Publicado el primer artículo, recibí esta carta, que estampo sin comentarios:
«Suba 20 de Septiembre de 1918.– R. P. Fr. P. Fabo del S. C. de María.– Madrid.
Mi estimadísimo P. Fabo: hace ya tres meses que recibí su cariñosa carta y de cierto que yo no la esperaba tan
amable, y vea V. R. cómo su misma amabilidad va a costarle cara, dándome a mí alientos para volver a escribirle y, lo que es peor, para hurtar a V. R. un tiempo precioso que en otras ocupaciones más útiles que en
leerme pudiera emplear. Cúlpese de ello a V. R. mismo. ¡Me recibió con tanto cariño!...
Aquí me tiene V. R. en Suba, donde pasaré, Dios mediante, el curso futuro estudiando la Flora de aquí en los
ratillos que me queden libres, y acumulando materiales para la «Gran Flora Colombiana».
Ya que de Floras le hablo, tengo que indicar a V. R. que cumplí ad pedem litterae su consejo, sirviéndome de
Nuestro P. Manuel, que, lleno de buena voluntad, se presentó a Camacho Roldán con los títulos de las tres
principales obras que sobre la Flora Colombiana se han escrito; pues bien, ni siquiera noticia de su existencia pudieron darle, por lo que tendré que estudiar en las bibliotecas públicas, duplicándoseme el trabajo.
Trájome en cambio el libro de Cuervo Márquez, de que V. R. me hablaba.
Para ello concebimos una como sociedad de especialistas fundada con los condiscípulos, señalando a cada cual
la materia más adecuada, según sus aficiones, a que debiera dedicarse.
Dentro de esa especialización queremos hacer una imitación de la Expedición Botánica de Mutis contentándonos con ocho o diez que estudiarán la Historia natural colombiana en toda su amplitud. ¡Y cuánta originalidad queda en este trabajo! Él nos pondría sobre todas las Órdenes religiosas y Corporaciones científicas.
Yo asumí a mi cargo la Botánica como parte más extensa y más difícil.
Fr. Gumersindo tiene voluntad firme de estudiar los lepidópteros, de los que ha descrito muchas orugas y tiene
una colección bastante regular; Fr. Nicasio es un apicultor de primera y tiene multitud de apuntes sobre las
abejas, le he inducido a que escriba también sobre las avispas y hormigas dando a su obra el título de
Himenópteros Colombianos, y lo hará cuando acabe con las abejas; Fr. Esteban, que es un coleccionador
también de primera, entusiasta como nadie, tal vez escriba sobre los coleópteros.
Empero voy extendiéndome demasiado y se me va quedando en el tintero lo que me movió principalmente a
escribir esta carta. Por ser de mucho trabajo para V. R., he vacilado mucho en pedírselo. Es lo siguiente:
hemos pensado dar a nuestra supuesta obra sobre la Flora colombiana, como introducción, un estudio histórico-crítico de cuanto sobre plantas colombianas se ha publicado; en él tendrá preferente lugar la historia de
la Expedición Botánica de Mutis. Ahora bien, como V. R. anda en busca de datos para nuestra historia, me
ha parecido que podría hacerme un apunte, extracto o copia de los documentos que ocasionalmente se le
presentaren a este respecto, según su valor o importancia.
Cuando V. R., al buscar datos agustinianos, tropezare con alguno sobre estos, ojalá que no lo olvide. Sobre
Caldas y Lozano se los pido especialmente; del primero deben hallarse en la signatura 117, 3-10 junto a su
famosa y última carta al General Pascual Enrile; no tengo palabras para demostrar cómo le agradecería un
vistazo sobre ese lugar.
Para la Bibliografía recoleta hay en El Desierto una «Novena del Buen Pastor» por un Agustino Recoleto, anónimo, en Bogotá 1842. He extrañado no encontrar en la nota correspondiente a N. P. Marcelino Ganuza la
obra suya «El Manifiesto republicano y el problema religioso» publicada en Manizales en 1912 bajo el
seudónimo de Egidio M. Echavarri presbítero, en el «Ensayo etc.» del P. Gregorio de Santiago Vela.
Que Dios N. Señor pague a V. R. las molestias que en favor mío se toma y que Ntra. Sra. de la Candelaria le
conserve la vida largos años para mayor gloria de su hijo y de nuestra Provincia recoleta son los más ardientes votos de su entusiasta admirador cuanto molesto hermano, –Fr. Pedro Archanco de la S. Familia».
19
–Siempre he creído, y sigo creyendo con mayor fundamento cada día, que Apostolado
Doméstico, así como Santa Rita y el Pueblo Cristiano, y también Boletín de la Provincia de
Filipinas responden al ideal de su fundación; y no es bueno que desaparezcan, sino todo lo
contrario; pero no deben salir tampoco del radio en que se mueven. Escribir en esas Revistas
artículos científicos de Teología, Filosofía, Escritura, Historia, etc., sería matarlas. Quédense
como están, que lo hacen muy bien, y dan gloria a Dios y provecho a la Iglesia, aunque son
mejorables, como está claro.
–Padre —me indicó entonces—, aquí viene al pelo lo que escribió V. R. en Historia del
Convento de Marcilla hablando del
20
Boletín: «O mucho nos equivocamos, o esta Revista pronto ha de ser ocasión de que aparezca
otra de vuelos más encumbrados, de carácter más general y de selección e intensificación muy
genuinas, porque, como ánfora rebosante de olorosos jugos de sabiduría, con sus derramamientos se llenarán otros recipientes más amplios, supuesto que los moradores de este convento parecen sabios, lo son y seguirán produciendo copiosas generaciones, en cuyo escudo
heráldico se adunen los símbolos del amor, de la ciencia, del sacrificio y de la devoción mariana».
–Ni más ni menos. Pero, así como entiendo quo las actuales Revistas deben ser sostenidas
y muy apoyadas, de la misma manera opino, humildísimamente, que necesita la Recolección
fundar y sostener, con sacrificio de personal y de dinero, otra científico-literaria, cuyo modelo
podemos tomar de cualquiera de las que sostienen todas y cada una de las Religiones en España.
–Sí; todas las Órdenes la tienen y aun cada Provincia la suya: La Ciudad de Dios, España
y América, Estudios Franciscanos, Razón y Fe, Ciencia Tomista, El Monte Carmelo, Revista
eclesiástica, de los Benedictinos. Hay Orden en España que tiene cinco y seis publicaciones
españolas; y me parece haber oído decir que algunas nacieron modestamente; otras a trompa y
talega; otras con firmas ajenas y compradas.
–Quien más quien menos, las Comunidades, al lanzarse a esta empresa, desconfiaron de
sí mismas, pasaron años en tanteos y ensayos, y hoy son publicaciones que honran el hábito
con mucho lucimiento y gracia. Quiero recordar que Ciencia Tomista tuvo por ensayo una
Revista que circuló manuscrita, con procedimiento multicopiador, por las Casas dominicanas,
bajo el nombre de Ideales, muy parecida en todo a Cultura Recoleta. ¡Cuán distinta es ahora
La Ciudad de Dios de los primeros años en sus orientaciones y en todo! Me consta de una
muy notable y docta Revista que comenzó a andar en el palenque de la Prensa sostenida con
andadores marca Fray que cotizaban el pseudónimo con buenas porradas de pesetas, colaboradores que desaparecieron pronto, porque los hubo de casa en abundancia y antes de lo que
se creía.
–Veo que tiene de los Recoletos el concepto que se merecen: en verdad que somos como
cualesquiera hijos de Adán, en espíritu,
21
en ideales, en suficiencia intelectual; pero algo nos falta... y mucho nos sobra.
–Dejemos ese algo y ese mucho y discurramos: se vela porque nuestras clases estén bien
regentadas y se nutran los cerebros de nuestros coristas con selectos manjares; se tiende también a la ampliación de estudios hecha fuera de nuestras aulas. ¿Para qué? ¿Para que los
alumnos vayan después a regentar una parroquia en Ultramar? Se empieza bien y se acaba
malísimamente. Es conveniente, pues, abrir campo donde se coseche el fruto de esos procesos
de preparación tan laboriosos y bien dirigidos; donde los ingenios desenvuelvan el talento que
Dios les dio; donde se ejercite la actividad mental para edificación y provecho de las almas.
«Ya sé que esto que voy diciendo —escribe el autor de La razón del concurso—, no sonará
muy gratamente en algunos oídos, y seguro estoy que me aplicará más de uno la nota de audaz o, por lo menos, de exagerado. Pero vengamos a cuentas y hablemos sobre el terreno de la
práctica: ¿Qué uso se ha hecho, (fuera de la Teología Moral para el confesionario, porque ella
es regla próxima e inmediata del casuismo) de la Dogmática, del Derecho, Historia, Filosofía
y otras ciencias en nuestros ministerios? Yo no sé si se ha cumplido, en conciencia, con el
deber, saqueando a mansalva los generalmente insustanciales, amanerados y deficientes sermonarios. Y, en cambio, se olvidaban por completo y quedaban como muertas las minas ubérrimas de nuestras asignaturas cursadas en los coristados».
–Aquí surgiría una dificultad, cuyo alcance se podía sintetizar en esta frase: La aristocracia del talento sobre la democracia del curato: aristócratas y demócratas.
–No me tire aún de la lengua por ese lado; déjeme V. R. manifestarle todo mi pensamiento acerca de la necesidad de que algunos de los Religiosos, los llamados por Dios, se dediquen
a escribir en revistas y periódicos, así como antes los conventuales escribían infolios. Para lo
cual permítame que le repita este pensamiento que han reproducido varias revistas, tomado de
Los aborrecidos, y hasta ha salido en las hojitas de los calendarios de pared: «Todas las grandes instituciones marianas llevan un símbolo o divisa que las caracteriza: el Rosario, el Escapulario, la Correa de la Virgen, etc, etc., y corresponden a una gran necesidad de la Iglesia.
22
Hoy día la Prensa es el problema de los problemas: la revista matará al libro, el periódico a la
revista, y a la revista el grabado. ¿Surgirá alguna nueva advocación de María Santísima en
orden a la Prensa? ¿Se aparecerá la Virgen con un periódico en la mano, diciendo: Yo soy la
Reina del periodismo?» Y para que vea V. R. —añadí— el alcance que doy a la Prensa, le
ruego atienda a este fragmento de carta que escribí al P. Director de Santa Rita, en 1913, hace
cinco años, nada menos. Oiga: «El educar en esa Provincia publicistas, como lo acredita la
holgada existencia de esa Revista, que tan bien interpreta los sentimientos del pueblo cristiano
y los alimenta y vigoriza con lecturas amenas, sensatas y por demás sugestivas, paréceme que
es obra digna de todo encomio. El dedo de Dios, sí, el dedo de Dios que todo lo gobierna para
la salvación del mundo, mi querido Padre. Él continúe prodigando sus bendiciones y haga que
la Revista adquiera en propiedad una imprenta con los correspondientes menesteres tipográficos para atender a los problemas económicos y para multiplicar las energías eficientes de la
buena propaganda. Porque hay que persuadirse de que hoy más que nunca necesitan los religiosos descender al terreno de la prensa, ya que en él nos atacan los impíos haciendo que sus
blasfemias se repitan y perpetúen tantas veces cuantos ejemplares tiran de sus publicaciones.
¡Ah, los mártires de la pluma! Antes se derramaba la sangre, hoy se necesita la efusión de
tinta; las armas de los antiguos cruzados deben ser sustituidas por pluma-espadas, baluartes, y
muros de libros, y escudos, y rodelas de revistas y periódicos. Derramemos por todo el mundo
la plegaria hecha artículo. La limosna del pan es buena, la limosna del consejo es mejor; Que
los, templos tengan anejo un taller de imprenta; yo prefiero una casa editorial a una de beneficencia; amo la escuela cristiana, pero amo más la escuela del periódico que es la escuela de
las escuelas. El periodismo es una especie de sacerdocio.
¿Y por qué nuestra Orden Recoleta ha de quedarse ahora a la vera del camino mendigando, ciega, cual otro Belisario en Ludovisi, una limosna de periodismo a las generaciones que
pasan con las manos llenas de publicaciones? Cumple a su espíritu emprendedor, y cumplió
siempre, acometer empresas en que anda interesada la gloria divina. Los Recoletos son de
Dios con pertenencia perfecta,
23
y por eso allá donde se libran las más recias y difíciles batallas figura a la vanguardia su bandera. Hablando de esto en Madrid con cierto religioso de la Provincia de Santo Tomás, notamos cómo se había despertado entre nosotros una inclinación grande hacia los trabajos científicos y discurrimos sobre la conveniencia de abrir campo de publicidad a los ingenios que se
levantan con vida exuberante así como también de ofrecer a las plumas consagradas por el
éxito un escenario propio donde desarrollen los pensamientos que Dios les diere. Tres revistas
religiosas posee la Orden actualmente sin contar la colaboración copiosa que pone al servicio
de revistas y periódicos extraños, ¿por qué no fundar otra de orientaciones literarias y científicas con programa conveniente de redacción que metodice y agrupe los esfuerzos individuales
de las Provincias? El peligro de que se infiltre en la Orden un espíritu de intelectualismo indevoto con menoscabo de su consigna esencialmente piadosa no existe, porque los conflictos
entre la ciencia y la virtud jamás cabrán en una entidad que tiene por escudo un corazón y una
pluma, y por fundador un San Agustín. Cierto Religioso nuestro de santa memoria, el P. Juan
Gascón, enfrente de los problemas que surgieron con ocasión del nuevo plan de estudios colegiales resolvió la cuestión con esta fórmula: Religioso y estudiante, religioso por delante;
después, N. Rvmo. Prior Geneial P. Enrique, razonando sobre las relaciones que deben existir
entre las prácticas de la vida religiosa y las de la vida activa nos dio la siguiente síntesis: Religioso y misionero, religioso lo primero; hoy, tratándose de armonizar las obras del espíritu
piadoso con las del hombre de letras, cualquiera podía añadir: Religioso y escritor, religioso
lo mejor».
–Sí, sí, —murmuró mi interlocutor sonriendo maliciosamente y bajando la vista—.
Cuando yo leí esa carta, pensé: —Ese americanete!... Pobrecillo, ya sufrirás—. Yo mandé
poner en un letrero grande en mi Colegio esos tres renglones. Mi sucesor los borró.
–¡Bah! ¡Quién hace caso de sufrimientos en la lucha! Vi hace tiempo, como veían muchos otros, que íbamos quedándonos rezagados, y grité, grité. Alguien me riñó por esa carta.
Por fortuna, se ha conseguido algo. La idea es semilla que germina tarde o temprano. Ya tienen en Monachil imprenta, Imprenta de Santa Rita,
24
con vida propia y con tendencias a mejorar. El Vicario Apostólico de Casanare tiene otra para
hojitas y opúsculos de propaganda. Por lo demás, ¿sufrimientos? No muchos; no hay que tomar ciertas cosas a pecho. El hombre marcha y Dios lo guía. Haciendo todo por Dios y por
nuestra amadísima madre la Recolección... Vaya, que me han pasado anécdotas muy chuscas.
–Ya, ya.
–Mire, V. R.: publiqué mi primera novela. ¡Qué escándalo! ¿Un fraile, novelista? ¡Oh!
más le vale confesar y predicar... Además, ¿quién le ha enseñado esas literaturas de once varas? Recibí cartas que me pellizcaban de lo lindo. Agotada la primera edición, llena de erratas,
la edité de nuevo y en un Concurso de Madrid fue premiada la segunda por nada menos que la
muy católica y muy recomendada Biblioteca Patria con un premio de mil pesetas. Ahora está
haciéndose la tercera edición. —¡Phs! La Academia Colombiana premió la obra Rufino Jose
Cuervo—, decía alguno, —pero lo que es la Academia española…— Y al poco tiempo la
Academia Española me nombró Académico suyo, por no sé qué méritos filológicos que vio
en dicha obra, según reza el diploma firmado por el Presidente de la Academia, señor Maura.
Y entre los Académicos correspondientes de España que viven, figuran un Arzobispo, Sr.
Antolín López Peláez1, un sacerdote, Andrés Manjón, y un fraile, agustino RECOLETO.
Noté que mi interlocutor sonreía, y me dio vergüenza de haber hablado así. Por eso, añadí
turbado: –Dispense, Padre, tanta inmodestia. Es que en tratándose de las glorias de mi Madre
la Recolección, el concepto personal mío desaparece, porque, creo que, ella nos dice a todos:
Vosotros sois Yo.
–Pero, el P. Fabo no puede quejarse —me replicó entonces— de tropiezos en su carrera
de escritor. Tantos libros publicados... Otros no pueden, aunque las tienen, editar sus obras.
–¡Bendito sea Dios!, que lejos de hallar tropiezos, para mí han abundado los estímulos y
las facilidades de todo género. Sería muy ingrato y además muy injusto si lo negase. Mi Provincia resolvió el problema económico, que suele ser en estos asuntos un problema
1
Acaba de fallecer R. I. P.
25
sin ecuación, destinando el producto de la venta de mis libros a los gastos de la publicación de
libros nuevos. Y gracias al cielo se venden algunos, si bien otros son obras muertas.
–¿Por qué?
–Porque como versan sobre historia y personajes que no interesa gran cosa al público, no
los solicita para nada. Fíjese en los siguientes libros: Historia de la Provincia de la Candelaria; Restauración de la Provincia de la Candelaria: Liberaladas, que es historia de las misiones de Casanare; La Francesada y los Agustinos Recoletos; Un sabio del siglo XIX, el P. Joaquín Jara de Santa Teresa; Olor de Santidad, Datos biográficos del P. Ezequiel Moreno; El
convento de San Millán; Historia del convento de Marcilla; Catecismo del Terciario Recoleto. ¿Ve, Padre? ¿Quién va a comprar estas obras? Si no las compran todas y cada una de las
Casas de la Orden... Y buenos centenares y aun millares de pesetas me han costado.
Comprendí que me distanciaba de la cuestión principal, por andar metido en personalismos, en el fastidioso yo, y preguntéle:
–Dígame, Padre, ¿ha pensado alguna vez en la condición de los Directores de nuestras
Revistitas?
–No.
–Pues, entonces, no puede compadecerse de su suerte.
–…
–Son como esclavos de una labor que no se puede retribuir en este mundo; sólo ellos saben lo que es preparar cada mes, cada quince días, un número que resulte variado, ameno y
correcto. Publicar un número, dos, tres, cuatro, es fácil, y acaso la satisfacción compensa el
trabajo, pero continuar la tarea por tres, cuatro años, eso es algo más que tremendo. Hace
años, allá por los tiempos de Maricastaña, quisieron que yo fuese Director de Apostolado
Doméstico... Y practiqué cuanto buenamente pude para que no me nombraran. No quería perder la libertad de inspiración y de ejecución como autor. ¡Pobres Directores de Revistas!
–Acaso no quiere ser Director de Revista por tener tiempo para escribir artículos y libros
que produzcan dinero...
–No es precisamente por eso, pues no adquiero nada para mí. Repito que es por tener libertad de ejecución e inspiración, en provecho
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de las dos. Bien, muy bien, me pagan los pocos artículos que en Revistas y periódicos extraños publico, y no escribo más en ellos por dedicarme a escritos de la Orden, que me producen
gastos. Peto, ¿le parece malo que escriba sobre tantas materias y en tan variados estilos, que
no encajarían ni medio bien en las Revistitas de propaganda popular? Sepa, Padre, que una de
las mayores satisfacciones de mi vida es poderme mostrar como ejemplo de laboriosidad, y
marcar rutas, y despertar aficiones, y demostrar a los jóvenes que podemos ensayar mutuas
disciplinas que nos parecían montañas rusas y empresas de titanes y de endriagos. No me las
doy de maestro, Dios Nuestro Señor me libre, pero adrede he ensayado muchos géneros, he
acometido varios tratados, y a veces aun sin vocación, siempre con la mira de mostrar a nuestras juventudes los derroteros de la pluma, sin orgullo, sin afán y sin miedo al guau guau de
los perrillos de la crítica.
Otra vez advertí que me descaminaba en la conversación y callé resueltamente. El buen
Padre lo comprendió y me sacó del atolladero con esta pregunta:
–En suma; ¿reputa posible la fundación y vida de una Revista de amplia base literariocientífica?
–Sí.
_¿Es oportuno publicarla?
–Sí.
¿Tiene finalidad?
–Muchísima.
–¿Hay plumas?
–Y buenas.
–Pero bien, ¿qué medio práctico nos llevaría a ese resultado?
–Arrancar cuatro escritores a las Provincia y formar con los cuatro lo que se llama cuerpo de redacción. Esto, más la colaboración espontánea de los Padres Lectores, Misioneros y
aun seglares, sería la solución, la solución única.
–¿Y dinero?
–Así como los Colegios Preparatorios, y los Constados, y ciertas misiones y empresas,
son fuerzas pasivas en el organismo, que lo sea la Revista. Un nuevo gasto imputado en el
presupuesto.
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Advertí que el Padre hizo un mohín muy significativo y repitió:
–¡Nuevo gasto en el presupuesto!... ¡Prudencia, Prudencia!
–Pues todavía me queda algo por decir. No se debe confundir esta Revista literariocientífica con el Boletín, Analecta, o Efemérides de la Orden Recoleta mandado fundar por
acta del Capítulo General último, para que sirva de órgano oficial de la misma y medio de
publicar los tesoros antiguos de nuestros archivos. En el Boletín o Analecta deberían intervenir los tres Cronistas desde su respectiva Provincia. ¿Queremos que no perezcan los archivos?
Vayamos publicándolos.
–Pero ¿no cabría en esa misma Revista científico-literaria una sección de archivos?
–Tal vez; mas se ha notado que varias Religiones comenzaron fundando las materias dichas, y acabaron por separarlas en publicación aparte. ¿No recuerda que Revista Agustiniana
se convirtió pronto en La Ciudad de Dios?
Mi buen Padre tornó a murmurar con retintín:
–¡Nuevo gasto en el presupuesto!... ¡Prudencia, Prudencia!
FR. P. FABO DEL C. DE MARÍA
(Concluirá)
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NUESTROS RELIGIOSOS EN FILIPINAS
Desde el año 1898, en que una espantosa revolución derribó la soberanía secular de España en el Archipiélago Filipino, y trató de destruir por completo la religión católica, la guerra contra ésta viene siendo tan tenaz y encarnizada que la ha colocado en la triste situación en
que la presenta el siguiente artículo tomado de «El Debate» de Madrid de fecha 2 de Noviembre del corriente año de 1918:
«La triste situación religiosa, que comenzó en el archipiélago con la entrada oficial del
protestantismo, no lleva camino de mejorar con los cambios políticos.
Los Estados Unidos le han concedido el gobierno autónomo como preparación para la independencia absoluta; pero los ensayos de la libertad suelen ser violentos.
Entre los flamantes diputados figuran hasta representantes de los igorrotes y musulmanes;
y estos diputados, puestos a legislar, han impuesto una contribución a los célibes, incluso a
los sacerdotes, para fomentar los matrimonios; otras sobre las procesiones, otra sobre la casa
del párroco, porque no es edificio destinado al culto; también han aprobado una ley sobre el
divorcio. Los Obispos protestaron contra tanta iniquidad; la reunión que tuvieron en Manila
no tuvo otro objeto que acordar las medidas oportunas para hacer frente a la persecución. La
pastoral colectiva que, con tal motivo dirigieron a su Clero y fieles, fue tan del agrado de Su
Santidad, que les ha enviado una carta, alentándolos al mismo tiempo para defender de tantas
insidias la grey que les ha sido confiada.
Dice así la carta del Pontífice:
“Venerables hermanos, salud y bendición apostólica. Acabamos de ver dos brillantes pruebas del celo pastoral con que veláis por la
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gloria de Dios y la salvación de las almas: la reunión que habéis tenido en Manila y
la carta común que habéis dirigido a vuestro Clero y fieles. Considerando el estado
de vuestras diócesis, habéis puesto gran empeño en ejecutar las resoluciones oportunas para proteger y aumentar la Religión. Ciertamente que lo que escribís acerca de
la falta de ministros sagrados es muy grave, y sería suficiente para aumentar sobremanera nuestra ansiedad, si Nos no tuviéramos plena confianza de que jamás Nuestro Señor Jesucristo faltará a su Iglesia. Y como a él sólo le pertenece llamar a los
que deben participar de su sacerdocio, no se puede dudar que él los sustituirá en
tiempo y lugar oportunos. Haciendo, pues, como vosotros lo habéis hecho, todo lo
que puede aconsejar la prudencia, roguemos ahincadamente al Dueño de la mies para
que envíe obreros, teniendo en cuenta que en esto hay que atender más a la cualidad
que al número; tanto más que Dios, por medio de su gracia, puede igualar los buenos
trabajos de unos pocos a los de muchos. En cuanto a los esfuerzos que hacéis para
unir en un haz las fuerzas católicas, Nos los aprobamos en absoluto; pues, uniendo
nuestros enemigos sus fuerzas para arrancar al pueblo cristiano el don más precioso
de todos, la fe, no ha de ser menor el acuerdo de todos los hombres de bien, bajo la
dirección de los Obispos, para conservar este don en su pureza e integridad. Por eso
importa grandemente emplear todos los medios que pueden servir para fomentar la
piedad y la moral; y como a esto se dirige precisamente el Código de Derecho Canónico, alabamos vuestros esfuerzos encaminados a obtener una religiosa obediencia a
sus preceptos.
Finalmente, aceptando con afecto paternal los testimonios de vuestro respeto,
Nos pedimos a Dios que haga eficaces con su gracia las decisiones que habéis tomado en común. Como prenda, etc.”
Bien necesita el Episcopado filipino las palabras de aliento de Benedicto XV. La escasez
de Clero es verdaderamente desconsoladora; en Manila mismo hay parroquias que tienen un
sólo sacerdote para 50.000 almas. De la Escuela neutra, que así lo tiene el Estado, está saliendo una generación impía. Los Obispos han debido ordenar a los Párrocos que abran escuelas
libres. Los religiosos españoles y extranjeros, sobre todo americanos, no bastan a suplir esta
deficiencia. El número de sacerdotes del archipiélago apenas llega a 1.200 para nueve millones casi de habitantes. Un
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nacionalismo radicalísimo se ha apoderado de aquella gente; antes la inquina era contra los
españoles, ahora es contra los americanos. La «Iglesia filipina independiente», fundada por el
famoso Aglipay, hace estragos en la verdadera Iglesia, con sus pretensiones de iglesia nacional. Los Obispos americanos que han reemplazado a los Obispos españoles no son mejor mirados que éstos; hasta sus sacerdotes les niegan la más elemental deferencia. El odio a los
religiosos raya en lo inverosímil. La enseñanza protestante va dando sus frutos. La Santa Sede, en vista de las circunstancias, parece querer reconstituir un episcopado completamente
indígena. Sin la corriente religiosa que va todavía de España y también, aunque menos, de los
Estados Unidos, mal se sostendría la Religión en Filipinas».
Realmente angustiosa es la situación del catolicismo en el Archipiélago Magallánico. Pero auras de santidad y de heroísmo mecieron la cuna de nuestra Recolección Agustiniana, y
frutos de santos y de héroes hacen brotar nuestros Religiosos por donde quiera que van.
A pesar de tan ruda persecución, en nuestros Conventos de Manila, San Sebastián y Cebú
continúan celebrándose los cultos con el mismo esplendor y magnificencia que en los tiempos
gloriosos de la dominación española; de lo cual es testimonio elocuente el rezo público del
Oficio divino, los millares de confesiones y comuniones, los brillantes novenarios a San José
y a la Virgen del Carmen terminados con majestuosas procesiones públicas y todas las demás
fiestas que en tiempos de paz se celebraban.
Los Colegios de Religiosas Terciarias Recoletas de Manila y Cavite, instalados en edificios de nuestra Orden y subvencionados por la misma en la parte que no alcanzan los recursos
de dichos centros de enseñanza, están más florecientes que antes. El de Santa Rita de Manila
cuenta con 13 Religiosas, que tienen a su cargo 30 niñas internas y 20 externas. Y el de Santa
Mónica de Cavite, fundado después de la revolución, educa a 50 niños y niñas, tiene 20 internas y en él viven como pensionistas 14 jóvenes de las que cursan el magisterio en la Escuela
Normal del Gobierno, o High School; todas bajo la dirección de cuatro Religiosas.
Pero donde se observa el celo ardiente por la gloria de Dios y la intrepidez por el sostenimiento y propagación de nuestra santa religión católica es en la labor evangélica realizada
por nuestros abnegados Misioneros; labor representada en la siguiente estadística:
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Estadística de nuestras Misiones de Filipinas. Año 1917
Vicaría de Negros Occidental.- Diócesis de Jaro
Bautismos
Matrim.
PP. Misioneros
Bacolod
Talisay
Misiones
19538
16500
659
735
119
96
P. Francisco Vega
P. Miguel García
Sumag
5000
214
29
Murcia
La Carlota
Isabela
7000
12000
16000
677
403
783
98
57
105
Cabancalán
15450
501
43
San Carlos
Escalante
15000
16000
1392
1041
89
108
Lemery
10500
573
78
P. Leoncio Reta
Tigbao, Pinocotan, Sipaton,
Calanpisanan, Ilaya, Bantayanon, San Benito Calatrava, Patonan y San Isidro.
Toboso
6591
325
44
El mismo.
Cana, Campanoy, Tabonat,
Taipo, Salamanca, S. Roque
y Nueva Estrella.
Sagay
8769
526
46
P. Gregorio Aperte
Himugaan, Bolanon, López,
Eliso, Rizal, Luna, Molocaboc y Fábrica.
148348
7829
912
TOTAL
Almas
P. Joaquín Usubiaga
P. Pedro Moreno
P. Gregorio Asín
P. Antonio Ullate
PP. Tibur. Fernández e Isid. Equiza
P. Francisco Echanojáuregui
P. Inocente Lamata
Anejos
Dos Hermanas, con 5000 almas y Concepción, 3000.
Dulmac, Taloc, Dulao, Abuanan, Causilayan e Iglanan.
Misión de la Castellana.
Bonagin, Bulag, Santander,
Alegría, Siac, Camam-camam y Robiran.
Binicuil, Salon, Camansí, Linao y Uzon.
Washington, Buena Esperanza, Cervantes, Jonob-jonob,
Tamblana, Sampub, Buena
Vista, Rizal, Yapitan y Bato
32
Vicaría de Negros Oriental - Diócesis de Jaro
Dumaguete
Sibulan
Nueva Valencia
Bacong
Danin
Zamboanguita
Siaton
TOTAL
18000
811
132
8500
430
86
8600
11000
7436
392
460
440
79
102
72
8500
426
80
10740
660
100
62776
3619
651
PP. Mel. Ardanaz y Ju. Rodríguez
Daro, Taclobo, Buñao, Caumanhan, Cadaninonan, Talay, Balabac, Piapi y Montong.
P. Nemesio Llorente
Caniplacan, Love, Calo, Tubtubon, Mangatas, Balili, Buloc-buloc, Buñao y Maligdog.
P. Paulino Jiménez
P. Antonio Armendáriz
P. Inocencio Sola
Nueve.
P. Ciriaco Echeverría
Maluay, Nabago, Nasig-id,
Mahungeay, Capando, Najandig, Mayabon y Suturan,
P. Juan Lorenzo
Ocho, y la Misión de Tolong
con ocho barrios, la Misión
de Bayanan con 20 barrios y
las Misiones de Bombonon
y Giligaon.
Bula, Alipegon, Masapesu,
Maiyontubig, Bagacay, Maasog y Tadgaguet.
Vicaría de Bohol - Diócesis de Cebú
Guindulman
Anda
12558
6000
546
323
100
58
Mabini
7772
390
75
P. Facundo Valgañón
Batuanan, Ondol. Batuan y
Cabulao.
Candihay
8500
329
42
P. Gabino Arpón
Cugtong con 2000 almas, Cangulin, 1000, Tuyas, Buyoan, Lourodan, Panadtaran,
Dambungan y Aunling
34830
1588
275
TOTAL
P. Bernardo Aráiz
P. Carlos Ortuoste
Candabongá, Bacong, Casica,
Talisay, Linanang y Badiang.
33
Vicaría de Siquijor - Diócesis de Cebú
Siquijor
15712
741
77
P. Francisco Ortuoste
María
Lacy
San Juan
9358
15245
9592
411
743
349
48
215
73
P. Vítores Díez
P. Juan Bea
P. Cipriano Lejárraga
Canoan
13667
63574
532
2776
78
491
P. Félix Lacalle
TOTAL
Bamban, Cangmalaobao y Kangalnang.
Cansayang y Napo, con escuela católica ambos.
Talingtin y Basac.
Vicaría de Romblón - Diócesis de Jaro
Romblón
11000
643
145
P. Nicasio Rodeles
San Fernando
Cajidiocan
Badajoz
8000
11000
4000
292
292
246
58
58
55
P. Leandro Nieto
P. Francisco Frías
P. Luis Recarte
Looc
10910
402
33
El mismo.
44910
1788
340
TOTAL
Lunus, Sanang, Inablan,
Agnipa, Lunás, Palgi,
Agpanabat,
Sablayan,
Cogon, Alfonso, Ilauran,
Lamao, Lio, Guinpingany y Cahimus.
Magallanes.
Carmen, Concepción, Cabulutan, Crozón y Cugbagacay.
Alcántara, Gunbiragan, Santa
Fe, Tafelogon y Tiral.
Vicaría de Mindoro - Diócesis de Lipa
Calapan
10047
433
89
PP. Víctor Oscoz y Tirso Ruana
Naujan
9636
423
76
P. Mariano Alegre
Población, San Vicente, Silonay, Canubing, Baruyan,
Bacó, S. Teodoro y Puerto
Galera.
34
Pola
Lubang
TOTAL
2833
165
32
P. Benito Aldaz
Calima, Pulá, Catinigan, Malibago, Manluanluan, Casiligan y Tiguian, con la Misión de Pinamalayan y sus
barrios.
11653
203
32
P. Javier Sesma
Maliig, Vigo, Tilic, Tagbac,
Looc, Ageanuyan, Baliquias, Cabra (isla), Ambil
(isla), Bulacan (isla de Golo) y Talaotao.
34169
1224
229
Vicaría Foránea de Lucena - Diócesis de Lipa
S. Juan Bocbok
14710
779
152
P. Celestino Yoldi
Prefectura Apostólica de Palawan - Vicaría Palawan
Cuyo
Puerto Princesa
14276
603
127
3269
202
62
Iwahig (Colonia penal)
Bacuit
1707
Agutaya
TOTAL
1
19252
Rvmo. P. Prefecto Apostólico
P. Isaac Gridilla
Capellán el P. Bernabé Pena
P. Tomás Goya
P. Eladio Aguirre
805
189
Fr. Victoriano Román y socio el Padre Julián Arranegui.
1
Suba, Pana, San Carlos Igabas, Bato-bato, Lucbuan,
Maringian, Rizal y las islas
de Bisucay, Capnoyan, Canipo, Lubid, Alcoba, Cocoro, Taganayan, Manamoc y
Tudela.
Calero, Cuyito, Irahuan, Canigaran, Tagburus, Babuyan,
Tanabag, Tinitian, Caramay,
Rizal, Malcampo, New-Barcan, Tumarbong, Taradungan, Ilian, Capayas, Buenavista, Caruray y Maracañao.
Oton, Sibaltan y Tiniguiban.
Villa Sol, Villa Fría, Diit, Algeciras, Concepción, Matarania y Maracañao.
35
Vicaría de Misamis (Mindanao) - Diócesis de Zamboanga
Jiménez
Oroquieta
12350
9000
198
73
25
19
P. José Abad
P. Andrés Ferrero
Tudela
6500
27850
45
316
12
56
P. Victoriano Tarazona
TOTAL
1
RESUMEN GENERAL
Misioneros
Misiones
Barrios
Almas
48
45
276
450419
Bautismos
20724
Matrimonios
3295
Ante este cuadro de labor evangélica tan intensa y extensa el corazón se dilata de gozo, y
no puede menos de rendir un homenaje de la más entusiasta admiración a todos nuestros celosos e intrépidos Misioneros, que con tan noble generosidad se sacrifican por extender el reinado de Jesucristo y por hacer cada día más glorioso el nombre de nuestra amada Provincia de
San Nicolás.
Y es de notar que la estadística es muy deficiente; que por omisión involuntaria de algunos Misioneros no se consignan en el cuadro muchísimos Barrios anejos formados algunos de
varios miles de habitantes, los cuales aumentan en muchos millares el número total de almas;
no se consigna que muchos de estos barrios están a cuatro y más horas de distancia de la Misión-parroquia; que algunos de ellos son islas; que el acceso a ellos es por bosques con malas
sendas, por ríos caudalosos o por mar casi siempre
1
Estos tres PP. Misioneros administran, además, las Misiones de Tangob, Misamis, Loculan, Aloran, Mansabay,
Manella y Langaran.
36
embravecido. No se consignan los muchos millares de confesiones y comuniones, porque el
penoso trabajo de esa administración impide a los Misioneros llevar una cuenta exacta: ni los
muchos millares de niños y niñas que acuden a las escuelas católicas establecidas en los bajos
de cada Casa-misión y en muchos barrios, bajo la enseñanza e inspección del P. Misionero.
Tampoco se consigna el número de protestantes, masones y, sobre todo, aglipayanos, que en
alguna Misión, como La Carlota que tiene 12000 almas, hay 7000 aglipayanos, los cuales
hacen ruda oposición a nuestros Misioneros.
Y, a pesar de todos estos inconvenientes y obstáculos, es preciso hacer constar, ya que
tampoco se consigna en el cuadro estadístico, que en todas las Misiones están establecidas y
en estado muy floreciente las Asociaciones del S. Corazón de Jesús, de las Hijas de María, de
la Correa, de la Virgen del Carmen, de S. José y otras varias.
¡Para todo lo bueno encuentra tiempo el celo de nuestros heroicos Misioneros! Que Dios
derrame en abundancia sobre ellos sus gracias para que su labor evangélica sea fecunda en
frutos de bendición.
Benditos sean.
FR. GREGORIO OCHOA
❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉
HISTORIA DEL CONVENTO DE MARCILLA
(Continuación)
Todas las mañanas venía una mujer a vender unas bibincas (tortas de harina de
arroz lechada) a la entrada del convento de Vitoria (Tariac), que nos servía de cárcel;
y como en una de ellas alguien necesitara café, dejó la mujer su mercancía a cargo
del P. Agustín Pérez, y fuese por el café pedido. –Pero, mujer —díjole un quidam—,
¿cómo dejas las bibincas en manos de ése, a quien no conoces?
–Es verdad, no le conozco —contestó la mujer—; pero sé que es Padre, y esto
me basta para marcharme tranquila.
Continuando nuestro calvario, llegamos a las ocho de la noche, rendidos y maltrechos, a Magaldin (Unión). Allí, aquellas autoridades, recelosas y desabridas, ni
daban de cenar ni permitían que nos entendiéramos con los vecinos, ni resolvían nada; por fin, y después de varios altercados entre el Presidente, o lo que fuera, y el P.
Jiraldos, que había tratado y conocido a aquella gente, consintieron darnos suelta, a
condición de dormir en el Tribunal (Ayuntamiento), como lo hicimos, tirados por el
suelo, según costumbre. Por exceso de delicadeza en el P. Agustín Pérez, mi socio de
excursión por el pueblo, abandonamos
38
la casa en la que, por los buenos oficios del P. Jiraldos debiéramos haber cenado, pero se habían refugiado en ella bastantes, y, temiendo ser excesivamente gravosos para sus dueños, nos echamos los dos a la calle para mendigar algún alimento. Acosados por el hambre; encaminamos los pasos a una casa de comidas. Pedimos por amor
de Dios un poco de morisqueta, pagadera en el acto, pero era ya tarde (como las once
de la noche) y no quisieron molestarse por tan poca cosa.
Viendo luz en otro edificio, a él fuimos, demandando una limosna que nos fue
negada. Movido, sin duda, a piedad un individuo, contertulio de la casa, por las lastimeras frases del P. Agustín, que, anciano y necesitado, se sentía desfallecer, nos
llevó a su domicilio: y, aunque a buen precio, conseguimos una pequeña ración de
morisqueta recién cocida.
En otra ocasión, llevado el P. Agustín de su buen humor, dijo ante un grupo de
indios: —Si me dais algo de comer, me arrancaré los dientes y me los volveré a poner—. Prometiéronselo, y él se desprendió la dentadura postiza, siendo el asombro y
la admiración de muchos, motivo de compasión para otros, porque esto acentuaba
más su cara apergaminada, rugosa y senil, y argumento de risa para los que le veíamos rodeado de aquellos sencillos indígenas que, asombrados, le daban algunas
viandas por repetir la operación».
Hasta aquí el P. Benedicto, quien tiene compuesto un libro acerca de tan temerosa odisea;
pero no continúo relatando más pormenores en obsequio de la brevedad, y porque, desde que
quedó el P. Agustín en el pueblo llamado La Paz hasta que llegó salvo a Manila en Diciembre
de 1899, los episodios son muy parecidos a los narrados. Por otra parte, añade el juicioso y
culto Padre Cipriano en la citada carta, «precisaría escribir toda la historia, que es bastante
larga, para que Vuestra Reverencia viera lo que el P. Agustín padeció, pues fuera de hechos
39
aislados que atañen a otros Padres, y que por cierto resultan unos interesantes y otros aterradores, no habría más que aplicarle toda la historia, que, como he dicho, es muy extensa».
Extenuados y mal parados después de aquellas marchas y contramarchas en tan malas
condiciones, volvieron a Iba, doce leguas de Súbic, siendo recluidos y mezclados con los soldados en una habitación. Aquí se hallaban a merced de los soldados katipuneros que los molestaban mucho yendo a su habitación para mirarlo todo con descaro y coger cuanto les venía
en gana, cometiendo a su vista todo género de groserías y obscenidades, y otros actos de salvajismo que más de una vez merecieron enérgico correctivo de parte del P. Agustín y los
otros Padres, cansados ya de sufrir tan irreverentes vejaciones.
Hay en el archivo de la provincia de San Nicolás, convento de Marcilla, en la carpeta 66,
leg. 2, una relación autógrafa, hecha por el mismísimo P. Fr. Agustín, a requerimientos del P.
Provincial, que versa sobre este cautiverio, tres pliegos de barba, que no reproducirnos por
evitar repeticiones.
Ni en esta relación ni en la del P. Cipriano nada se nos dice de los muchos sufrimientos
interiores que tuvo nuestro biografiado, ni se nos dice que se realizó un presentimiento suyo
digno de contarse: Al cogerlo preso los soldados en su curato, les dijo profundamente emocionado: —No siento yo tanto que me apreséis cuanto que con esto matéis a mi padre—. Y,
en efecto, en sabiendo la noticia el octogenario señor, cayó en cama y murió de tristeza.
También el P. Agustín, impresionado vivamente con tantas deshonras y trabajos corporales, ya que era propenso a los escrúpulos, resultó víctima de un estado de ensimismamiento o
debilidad cerebral, que parecía haber perdido el uso de sus
40
facultades intelectuales casi por completo. «Sufrió mucho de escrúpulos de conciencia —me
asegura su sobrino el P. Ángel en carta de 1 de Febrero de 1917—, los cuales se le aumentaron con la anemia que tuvo después de la prisión en Manila donde con frecuencia iba a su
confesor a media noche para tranquilizar su espíritu conturbado. Cuando oían los compañeros
o amigos decir que era escrupuloso, sentían trabajo en creerlo a causa de que siempre lo veían
risueño y amable».
Se cuenta que siempre fue piadoso, timorato y de carácter muy afable, aunque amigo de
inocentes esparcimientos. También se dice que desde joven sufrió ansiedades de conciencia; a
propósito de lo cual refiérese que cierta víspera de fiesta le dijo su madre que aquella misma
tarde se confesarían los dos para comulgar al día siguiente: –Ay, madre! —contestó el niño—,
si yo necesito mucho tiempo para examinar mi conciencia. ¿Por qué no me ha avisado usted
hace días? Conviene recordar que Agustín frecuentaba mucho los sacramentos en la niñez.
Desde que recobró su libertad hasta el año 1905, tuvo su residencia en el convento de San
Sebastián, de Manila. A fin de que su salud corporal e intelectual recuperase los primeros
alientos, fue enviado a España en Octubre del referido año 1905 y residió en el Colegio de
Marcilla dando pruebas de la religiosidad, humildad y sencillez que lo caracterizaron siempre,
a la vez que recuperaba su salud con notable y franca mejoría.
No traté personalmente al biografiado lo suficiente para formarme idea cabal de su carácter ni de sus cualidades como hombre de gobierno y de misionero, pero es voz corriente que
fue un religioso convencido de su vocación, amigo de las glorias de su Orden, caritativo, discreto en la conversación y bien mirado. En las relaciones con su familia procuró la gloria de
Dios influyendo para que una hermana suya se hiciese religiosa,
41
y un sobrino siguiera las huellas del apostolado en Filipinas bajo la regla de N. P. San
Agustín. Amó la pobreza religiosa: su celda estaba desprovista de todo género de superfluidades. El citado P. Ángel con delicado humorismo me escribía: «hizo un busto de sí mismo, en
madera, muy parecido, y lo dio juntamente con unas frutillas a un sobrinito suyo quien destrozó la estatuita y se comió las frutas en menos tiempo que el que a él le costó pedir licencia
al P. Vicerrector del Colegio de Marcilla para hacer el regalo».
Cuando leí este parrafillo, me dije: —Y esto, ¿qué?— Ah! Y luego advertí el mérito de
que un Padre sesentón, ex Definidor provincial, acudiese al P. Vicerrector para dar a un niño
aquellas bagatelas.
No gustaba de diálogos lesivos de la caridad fraternal, a pesar de que su conversación a
veces era regocijada. La caridad y la obediencia constituyeron sus notas sobresalientes. Recuerdo que cuando murió el P. Agustín, el P. Rector al verificar, según costumbre, el ofertorio
espiritual en el De profundis, hizo resaltar y alabó ante toda la comunidad estas dos virtudes
del difunto.
Tenía muy felices ocurrencias en los ratos de recreo; mas su gracejo no era intemperante
ni cruel, sino de muy suave ironía. Una vez le ponderaba cierto admirador las riquezas topográficas, industriales y agrícolas de Marcilla, y él, asomándose a un balcón del convento
donde se veía un montón de grava y unos pozos de barro con paja, añadió: –Mire usted, y
además tiene Marcilla minas… de cascajo y fábricas de... adobe.
En suma, el P. Agustín merece pasar a la galería de personas ilustres por sus dotes de
sencillez, celo apostólico, cultura intelectual y virtudes morales.
42
P. Fr. Javier Ariz del Corazón de Jesús
En último lugar aparece la figura de este marcillés, cuya biografía está en el Necrologio
del convento de Manila, folios 299-303, y fue escrita por el P. Fr. Francisco Sádaba del Carmen, a la sazón prior de aquel convento. Reproducímosla al pie de la letra:
«A las cuatro y cuarto de la mañana del 30 de Mayo de 1917, falleció en este
convento de Manila el Padre Subprior del mismo, Fr. Javier Ariz del Sagrado Corazón de Jesús, víctima de fiebres palúdicas infecciosas; no habiendo podido recibir
más que la Absolución y Extremaunción, por no dar lugar a más lo rápido e inesperado de la crisis fatal de la enfermedad que le llevó al sepulcro.
Nació el P. Javier en Marcilla (Navarra) el 11 de Marzo de 1875. Terminados los
estudios elementales en la escuela de su pueblo, cursó latín y humanidades en la preceptoría de nuestro colegio de MarcilIa: vistió nuestro santo hábito en Monteagudo el
6 de Octubre de 1888, pronunciando a su debido tiempo los sagrados votos, y, cursadas la Filosofía en Monteagudo, la Teología Dogmática en San Millán y la Moral en
Marcilla, salió para Filipinas, formando parte de la Misión que se hizo a la mar en
Barcelona el 14 de Septiembre de 1894 y llegó a Manila el 13 de Octubre del mismo
año. Recibió la Tonsura y Órdenes menores en Monteagudo, 27 Abril 1890, de manos del Sr. Obispo de Tarazona Dr. D. Juan Soldevilla y Romero; el Subdiaconado
en Marcilla, 26 Agosto 1894, de las de nuestro Ilmo. y Rmo. Sr. D. Fr. Toribio Minguella y Arnedo, recién consagrado Obispo de Puerto Rico, y el Diaconado y Presbiterado en Manila, 30 de Marzo y 21 de Septiembre, respectivamente, de 1895, del
Ilmo. y Rvmo. Sr. D. Fr. Bernabé García Cezón, Dominico, Obispo Titular de Biblos. Cantó la primera
43
misa en Taytay (Morong), de donde era párroco el P. Fr. Aniceto Ariz, tío de nuestro
malogrado Religioso, el 24 de Septiembre de 1895.
Habiendo, pues, permanecido cerca de un año en el Convento de Manila perfeccionando los estudios de la carrera eclesiástica y preparándose para el ejercicio del
Sagrado Ministerio, destinóle la Obediencia a Calamianes en concepto de Compañero del Párroco de Cuyo, con títulos de Coadjutor expedidos el 4 de Octubre de 1895
por el Sr. Obispo de Jaro, nuestro excelentísimo y Rmo. Sr. D. Fr. Leandro Arrué.
Pocos días después, 9 de Octubre, se le daban licencias de confesar en la Orden. En
breve se impuso en el dialecto cuyono, y así, en 12 de Diciembre del mismo año 95,
a propuesta del Prelado regular, expidióle el Diocesano títulos de párroco de Lucbuan, que acababa le disgregarse de Cuyo. Administró con gran celo su parroquia
hasta Diciembre de 1898, en que a consecuencia de los trastornos de Filipinas y
cambio de Soberanía, hubo de trasladarse a Manila. Entre los documentos personales
del P. Javier existe uno, original, del Ilmo. y Rmo. Sr. D. Fr. Andrés Ferrero, Obispo
de Jaro, de fecha 14 de Diciembre de 1898, en Manila, acreditando haber recibido de
nuestro Religioso los fondos de la Parroquia de Lucbuan –Pesos 561,10.
En 20 del mismo mes y año se dio al P. Javier patente de conventualidad para el
convento de San Sebastián, donde, y posteriormente en el de Manila, ejerció de Organista hasta Julio de 1901, en que, con fecha 3 N. P. Provincial, Fr. Francisco Ayarra de la Madre de Dios, le comisionó para que, trasladándose a Cuyo, viese de ponerse de acuerdo con los Principales de aquella Cabecera sobre las condiciones en
que podrían volver a instalarse allí uno o más Religiosos, que se dedicasen única y
exclusivamente a la administración de los santos Sacramentos y al desempeño de las
demás funciones del
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sagrado ministerio; «acerca de todo lo cual, añadía el Prelado en las Letras de comisión, nos informará debidamente y a la mayor brevedad posible, a fin de tomar la
providencia que más convenga». Nuestro Religioso llenó cumplidamente su comisión, cuyo resultado fue el destinarse, pasado algún tiempo, dos Religiosos a aquellas
Islas, y que desde luego quedase el P. Javier en Cuyo, dedicado al sagrado ministerio. Larga y meritoria en verdad, más que brillante, fue la campaña del Padre Javier
en Calamianes y Paragua desde el año 1901 hasta el 1916, en que fue nombrado
Subprior de Manila. De voluntad de hierro para el trabajo, y (permítaseme la frase)
verdadero burro de carga, jamás reparó en lo pesado de ésta, a trueque de salvar almas y servir a nuestra amada Provincia de San Nicolás. Nombrado Vicario Foráneo y
poco después (1.º Agosto 1907) Vicario Provincial de todos los ministerios de la
Provincia de Palawan, no se puede ponderar dignamente la ruda labor que se impuso
para atender del mejor modo posible a las necesidades espirituales de aquellos pueblos. En el BOLETÍN de nuestra Provincia, desde el número 73, correspondiente al
mes de Julio de 1916, hasta el 80, Febrero de 1917, publicóse una relación de excursiones por las Islas comprendidas en la jurisdicción de Palawan, y principalmente por
la Paragua, relación escrita por él mismo (sin intención de que se diese a luz, porque
era enemigo de aplausos de los hombres, y sólo por obediencia entregó a nuestro P.
Prior General aquellos apuntes); y es para alabar a Dios el mérito que supone aquel
continuo viajar por mar en pésimas embarcaciones, y, por tanto, en medio de mil peligros, sufriendo mojaduras, insolaciones, traspasos de hambre y otras contrariedades
inherentes a la cura de almas en aquellos islotes.
FR. P. FABO DEL C. DE MARÍA
(Continuará)
❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉
PROPÓSITOS
No es mi ánimo, ni tampoco propio de este lugar, manifestar las múltiples causas de orden diverso que por espacio de largo tiempo han tenido inactiva nuestra modesta pluma.
Quizá si, como Lázaro la voz de Jesús, no hubiésemos escuchado voces repetidas, que nos
aconsejaban la prosecución de nuestra labor escriturística, no hubiésemos nunca vuelto a empuñar la empolvada péñola, que teníamos colgada. Pero, hay que confesarlo ingenuamente:
algunas de esas voces, atendida la elevación de las personas que nos las han dirigido, no eran
meramente consejeras, eran más bien preceptivas; y ante ellas el único camino decoroso para
un súbdito era descolgar la péñola, limpiar el polvo que la cubría y volver a rastrearla, para
ver si producía rasgos desembarazados y gallardos, que por lo mismo fueran aceptables. Y ése
y no otro es nuestro propósito.
Y era naturalísimo que, una vez decididos a empuñar la pluma, pensásemos lo primero en
la materia que había de ser objeto de nuestros ratos de entretenimiento. Dados nuestros antecedentes, pocos, pero claros, no era difícil la elección. Recordarán todavía los lectores del
BOLETÍN mis modestos artículos sobre La especialización en los estudios, de la cual soy cada
día más ferviente partidario, porque, como decía hace pocos meses (el 4 de Julio del pasado
1918) el eminente sociólogo católico D. Severino Aznar, profesor de la Universidad Central,
«no es posible la investigación sin la especialización... Una ciencia, una faceta de erudición
no se entregan sino a los enamorados, abnegados y tercos que les consagran
46
la vida. Si Ramón y Cajal hubiera mariposeado por todas o varias disciplinas no sería un investigador, orgullo de España». Teniendo, pues, muy presente cuanto ya con razones intrínsecas al mencionado asunto, ya con testimonios externos autorizados he dicho en otras ocasiones, la elección tenía que recaer sobre aquellas materias en que por disposición superior debo
ocuparme, que son la Teología Fundamental y la Historia Eclesiástica. De cuestiones, pues,
que a las referidas disciplinas se refieren pienso tomar asunto para molestar la atención de los
lectores que se dignen seguirme los pasos.
No será difícil comprender la importancia y utilidad de la Teología Fundamental, que establece y estudia los inconmovibles fundamentos en que se apoya el majestuoso edificio de la
Religión cristiana, defendiéndolo contra los infinitos impugnadores que ha tenido en todos los
tiempos, y manifiesta la admirable constitución que Jesucristo dio a su obra más estupenda,
que se llama Iglesia Católica; edificio social que ha arrancado a propios y a extraños cantos de
indescriptible entusiasmo.
Tampoco será dificultoso conocer la importancia y utilidad que para todos tiene el conocimiento de los hechos que se han verificado en esa sociedad divina, a la que tenemos la dicha
de pertenecer y en la cual anhelamos morir, cuyo conocimiento ordenado y verídico nos da la
Historia Eclesiástica. Materia agradable y entretenida, como decirse suele, nos ofrecen ambas
asignaturas; pero sobre todo eso están la suma importancia que para nosotros tienen, y la utilidad innegable que nos reportan. Esperamos, pues, que a todos les será grata la lectura de las
páginas que sobre dichas asignaturas intentamos emborronar.
Pero hay que concretar algo más: dada la vastísima extensión de las innumerables cuestiones que en la Teología Fundamental y en la Historia Eclesiástica se ventilan, no podemos,
atendida la naturaleza de la publicación presente, ni tratarlas todas ni escoger indiferentemente las que hayamos de tratar; y, como no puede negarse que en los libros de texto se notan, por
lo regular, deficiencias, y a veces incorrecciones que conviene subsanar, procuraremos elegir
y exponer aquellas cuestiones que dignas, por una parte, de ser estudiadas por la importancia
que encierran, están o suelen estar en los
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libros de texto tratadas con deficiencia o quizá con alguna incorrección. De este modo espero
producir alguna utilidad más directa a mis amados discípulos, a quienes de especial manera
consagrar debo mis afanes y desvelos.
Y todo cuanto precede sea dicho a guisa de prólogo o prefacio a los artículos que, Deo
juvante, verán la luz en esta publicación con el título Páginas teológico-históricas. Si en todo
ello alguno creyese ver erróneamente el anuncio imprudente de cosas grandes, le suplico tenga siquiera la misericordia de no aplicarme a renglón seguido lo de parturient montes… et
reliqua del poeta latino; que, aunque esto segundo será fácil que acontezca, la sincera y sencilla exposición de mis propósitos no creo merecen tan resalada sátira.
Sirvan también mis decididos propósitos e intentos para despertar los ánimos adormecidos y mover las plumas de muchos hermanos nuestros, cuyos trabajos literarios o científicos
está insistentemente requiriendo nuestro BOLETÍN, que parece vivir solamente, todos lo decimos, al amparo de contadísimas firmas, extraña alguna a la misma Recolección. Digno es lo
nuestro de vivir con vida más próspera y exuberante, cuando en los cerebros y en los corazones, en las inteligencias y en las almas de los Hijos Recoletos de Agustín existen irradiaciones
de ciencia y palpitaciones fecundas de virtud inexhausta. Si a mí me corresponde poner en esa
obra un pequeño granito de movediza arena, que no se nieguen a aportar el suyo, quizás de
oro finísimo, muchos que avaramente lo ocultan, y a quienes, con más fundamento que a mí,
voces autorizadas podrían decir: ¡levántate y anda!, esto es: ¡despierta y escribe!
FR. JUAN MARTÍNEZ MONJE DEL CAMINO
TIP. DE SANTA RITA– MONACHIL
Año X
Febrero de 1919
Núm. 104
BOLETÍN
DE LA
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
de la Orden de Agustinos Recoletos
SECCIÓN CANÓNICA
Del estipendio de las misas manuales, según el Código Canónico
(Continuación)
b) Nótese bien que en las otras dos Misas del día de Difuntos la Santa Sede no permite
que se reciba cosa alguna, no sólo como estipendio, pero ni siquiera por razón del trabajo
extrínseco. Ni en ello hay gravamen alguno, puesto que la Santa Sede concede un
50
privilegio, y a la concesión añade las condiciones que en su elevada prudencia juzga oportunas. En manos de los sacerdotes está el hacer uso o no de este privilegio.
§ II
Prohibiciones de la Iglesia
6. Queda enteramente prohibido:
a) Aplicar la Misa a intención de quien ha de pedir dicha aplicación dando limosna
para ella, pero que aún no la ha pedido; y después retener la limosna dada por
la Misa ya celebrada antes de que fuera pedida (can. 825, 1.º).
b) Recibir limosna por una Misa que se debe por otro título y se apica (ibid., 2.º); v.
gr., que se debe aplicar y se aplica pro populo, por la intención del fundador
del beneficio, etc.
c) Recibir doble limosna por la aplicación de una sola y misma Misa (ibid., 3.º); v. gr.,
aplicándola por una doble intención.
d) Recibir una limosna por sola la celebración y otra por la aplicación de la misma
Misa, a no ser que conste con certeza que una limosna se da por sola la celebración sin la aplicación (ibid., 4.º). Esto último ocurre a veces, v. gr., en algunas comunidades de religiosas en las que se da una limosna fija sólo para que
el capellán les celebre la Misa en la capilla u oratorio de la comunidad cada día
y a determinada hora, dejándole a él que se busque limosna y aplique la Misa
por quien él quiera. En todo este canon se conserva la tradicional disciplina.
§ III
Misas manuales, equiparadas a las manuales y fundadas
7. I. Llámanse Misas manuales las que encargan los fieles: a) ya sea por propia devoción,
entregando la limosna a mano, b) ya por obligación, aunque sea perpetua, que el testador ha
impuesto a sus propios herederos (can. 86, § 1).
Son, por consiguiente, también manuales las que gravan, aunque sea a perpetuidad, el patrimonio de alguna familia particular,
51
pero no están fundadas en ninguna iglesia determinada, sino que puede el jefe de la familia a
su arbitrio hacerlas celebrar donde quiera y por cualquiera sacerdote.
II. Equiparadas a las manuales son las que, hallándose fundadas en alguna iglesia determinada o anejas a algún beneficio, no pueden por cualquier causa ser celebradas por el propio
beneficiado o en alguna iglesia, y, por consiguiente, deben, ya por derecho, ya por indulto
pontificio, ser entregadas a otros sacerdotes para que las celebren (can. 826, § 2).
En ambos párrafos de este canon 826 se conserva casi a la letra la doctrina del decreto Ut
debita.
III. Misas fundadas son aquellas cuyos estipendios se perciben de los réditos de una fundación (ibid. § 3).
Llámanse pías fundaciones los bienes temporales dados en cualquiera forma a una persona moral en la Iglesia, con la carga perpetua, o por largo tiempo, de que con las rentas anuales: a) se digan algunas Misas, b) o se celebren algunas otras funciones eclesiásticas determinadas, c) o se hagan algunas obras de piedad o caridad (can. 1.544, § 1)1.
8. En los estipendios de Misas se ha de evitar toda especie de comercio o negociación
(can. 827).
Consérvase substancialmente la antigua disciplina.
Por consiguiente, queda prohibido sub gravi:
1.º El entregar Misas, recibidas de los fieles o de lugares píos, a personas, cualesquiera
que sean, que las busquen, no para celebrarlas por sí o por sus súbditos, sino
para cualquier otro fin, por santo que éste sea (decreto Ut debita, art 8.º).
2.º El aceptar Misa de quien las tiene recibidas de los fieles o de lugares piadosos, si no
se aceptan para celebrarlas por sí o por sacerdotes súbditos del que las acepla
(ibid.).
3.º El hacer celebrar Misas, y en vez del estipendio que se ha recibido de los fieles o de
lugares piadosos (sea coleccionando Misas o sin coleccionarlas), dar libros u
otros objetos (art. 9.º y 10), o el mismo estipendio disminuido (fuera de los casos permitidos).
1
Ninguna persona moral puede aceptar pías fundaciones sin el consentimiento dado por escrito del Ordinario del
lugar (can. 1.546, § 1).
52
4.º El celebrar Misas recibiendo, en vez del estipendio señalado por el bienhechor,
libros, periódicos o cualesquiera otras cosas, quedando prohibidas, tanto las
compras como las suscripciones a periódicos o revistas por medio de Misas
(art. 10).
9.–
a) No obra contra esta prohibición el que a tales personas entrega Misas propias, v.
gr., las que quiere hacer celebrar por su propia devoción, por propio voto, etc.
b) Tampoco obraría contra este canon el director de un periódico que, queriendo hacer
celebrar por su devoción o voto, etc., algunas Misas, encargue a un sacerdote
suscriptor que, en vez de enviarle el precio de la suscripción, celebre una, dos o
más Misas a su intención. Porque no da periódicos, etc., en vez del estipendio
recibido, pues de nadie lo recibe.
c) Por la misma razón, si una persona deja en testamento su librería para Misas, no
hay inconveniente alguno en que se den los libros como estipendio.
§ IV
Número de Misas y cantidad del estipendio
10. Número de Misas que deben celebrarse.–
I. Deben aplicarse tantas Misas cuantos sean los estipendios que se hayan recibido,
aunque éstos sean exiguos (can. 828).
II. Por más que sin culpa del que recibió los estipendios con obligación de celebrar,
aquéllos desaparezcan (v. gr., porque los tenía recogidos en un lugar y se los
robaron, o consistían en billetes y en incendio casual se le quemaron), no cesa
por eso la obligación que de celebrar las Misas había contraído al aceptar para
sí los estipendios (can. 829).
11. Determinación del número de Misas.– Si alguno deja o entrega alguna cantidad de
dinero para celebración de Misas y no indica el número de ellas, éste se calculará según el
estipendio o limosna del lugar en que moraba el que dio o dejó tal cantidad, a no ser que deba
presumirse legítimamente que fije otra su intención (can. 830). De modo que si dejó o entregó
500 pesetas para Misas, y el estipendio del lugar es de dos pesetas, deberán celebrarse 250
Misas, si no consta otra cosa.
53
12. Cantidad del estipendio.
a) De suyo corresponde al Ordinario del lugar fijar el estipendio de las Misas mandadas, lo cual debe hacer por decreto dado, en cuanto sea posible, en el Sínodo
diocesano (can. 831, § 1).
b) Ningún sacerdote puede exigirlo mayor del señalado (ibid.).
c) En defecto del decreto del Ordinario del lugar, se debe estar a la costumbre de la
diócesis (ibid., § 2).
d) Los religiosos, aunque sean exentos, vienen obligados a observar el decreto del
Ordinario del lugar o la costumbre de la diócesis (ibid., § 3).
13. Al sacerdote le es lícito: recibir un estipendio mayor, si éste se le ofrece espontáneamente, y también menor, a no ser que el Ordinario del lugar lo haya prohibido (can. 832). A
veces se prohíbe el que se pueda recibir estipendio menor que el fijado por decreto o por costumbre, a fin de evitar ciertas emulaciones desedificantes de los que para atraer a sí, o a los
suyos, las limosnas de los fieles se ofrecen a celebrarlas por menor estipendio1.
§V
Aplicación de las Misas y circunstancias de ella
14. Aplicación de las Misas de estipendio.–
I. Se presupone que el que ofrece la limosna sólo pide que se aplique la Misa a su
intención (can. 833).
II. Pero si el que ofrece la limosna pide algunas circunstancias, (v. gr., que se celebre
en tal altar, que se celebre de Requiem, que se celebre votiva de la Virgen,
etc.), el sacerdote que acepta el
1
Puede servir de ejemplo el decreto del Sr. Arzobispo de Valencia, fechado el 30 de Septiembre del pasado año
1918, en el que se lee: «Disponemos que, una ver publicado este nuestro Decreto, la tasa para la limosna de
Misas en nuestra diócesis sea la de tres pesetas, y, con arreglo, al canon 832, prohibimos al clero secular y
regular de la capital y de las ciudades de Alcoy, Alcira, Gandía, Játiva, Onteniente y Sueca, que las reciba
de menor estipendio. No hacemos extensiva esta prohibición a los demás pueblos de la diócesis, respecto a
las Misas manuales, por si los señores párrocos, atendidas las circunstancias y condición de los donantes,
creyeren de necesidad admitirlas de otro estipendio, que nunca, sin embargo, será menor de dos pesetas.»
(«Boletín oficial del Arzobispado de Valencia», año 1918, pág. 306).
54
estipendio debe cumplir la voluntad del donante (ibid.).
15. Tiempo en que han de celebrarse.–
I. Si el donante lo designa, dentro de él deben celebrarse absolutamente (can. 834, §
1), y esto por obligación de justicia.
II. Si él no ha señalado expresamente ningún tiempo: a) las Misas pedidas por una
causa urgente deben celebrarse cuanto antes, dentro del tiempo útil; b) en los
otros casos deben celebrarse dentro de un tiempo breve, según que sea mayor o
menor el número de Misas (ibid. § 2).
Ill. Pero si el donante deja expresamente al arbitrio del Sacerdote el tiempo de la celebración, el sacerdote podrá celebrarlas en el tiempo que mejor le parezca, quedando firme lo prescrito en el canon 835 (can. 834, § 3). Véase el n. 18.
Substancialmente se conserva la disciplina del decreto Ut debita.
16. Misas encargadas por causa urgente.–
a) Las Misas encargadas por una causa urgente, v. gr., para que un enfermo grave recobre la salud, sería grave diferirlas fuera del tiempo útil, v. gr., para cuando
aquel haya muerto. En estos casos, además del pecado grave, hay obligación de
restituir el estipendio.
b) Las misas por el alma del que acaba de morir son por causas urgentes; y así todos
los autores, ya antes del decreto Ut debita, entendían que tales Misas debían
celebrarse sub gravi intra mensem. Ni dicho decreto ni el Código han ensanchado los límites.
c) Y así, si el difunto ha dejada misas por su alma, y no señaló tiempo, etc., deben los
albaceas hacer todo lo posible moralmente para que todas se celebren intra
mensem.
17.– ¿Qué se entiende por breve tiempo?
a) Las palabras dentro de breve tiempo (véase el n. 13, II. b) intra modicum tempus,
las empleó ya la Sagrada Congregación del Concilio en 1625. Treinta años
después, en 17 de Julio de 1653, contestó que por las palabras dentro de breve
tiempo se debía entender dentro de un mes: «modicum tempus intelligi intra
mensem».
b) Esto se entiende para el caso de haber un sacerdote recibido las Misas de una en
una; pero si un mismo bienhechor ofrece de una vez muchas Misas, v. gr., noventa o ciento, a un mismo sacerdote para que éste las celebre, ya se deja entender que el bienhechor
55
c)
d)
18. e)
f)
quiere conceder para la total celebración un plazo mucho mayor de un mes.
El decreto Ut debita señalaba un mes para poder celebrar una Misa y seis meses
para la celebración de cien Misas, esto es, para el caso en que una misma persona entregue de una vez cien Misas a un solo sacerdote para que él mismo las
celebre; debiéndose alargar o abreviar este plazo de seis meses proporcionalmente para los casos en que se entreguen por una misma persona a un solo sacerdote mayor o menor número de Misas.
De los plazos que aquí fijaba el decreto para una y para cien Misas, respectivamente, los cuales, como el artículo advierte, deben servir de norma para determinar
con cierta aproximada proporción (plus minusve) los distintos plazos para otros
números de Misas, puédese deducir la regla siguiente:
Regla general.– Cualquiera que sea el número de Misas que un mismo bienhechor
encargue de una vez a un mismo sacerdote para que éste las celebre por sí
mismo, puede éste tomar para celebrarlas un plazo de un mes por la primera
Misa, y añadir, si son más, tres días para cada dos Misas. Así, para celebrar 10
Misas, el tiempo útil será de mes y medio; para 20, dos meses; dos meses y
medio para un treintenario, cuatro meses para dos treintenarios, cinco y medio
pata tres, seis para 100 Misas, 11 para 200 y un año para 220 Misas.
Pero si muchos fieles entregan muchas Misas a un mismo sacerdote, pero solamente una o dos cada uno, el sacerdote, sin avisar a lo donantes, no puede aceptar
las que, dentro de un mes de haberlas recibido, no pueda celebrar; y lo mismo
sucede cuando un mismo bienhechor distribuye muchas Misas entre muchos
sacerdotes, dando una o dos a cada uno.
19. Lo que dice el párrafo 3 del donante (n. 15, III), debe entenderse del que verdaderamente da y es dueño del estipendio, no de otro. Así, por ejemplo, si muere Pedro, en su testamento deja encargado que se celebren Misas por el descanso de su alma, los albaceas o herederos no son dueños de dar todas las Misas a un sacerdote para que él solo las celebre, ni éste
puede creerse autorizado para gozar del plazo de seis meses o de otro mayor que le concedan
los albaceas o herederos. Estos tienen obligación de repartir
56
las Misas entre diversos sacerdotes o darlas al Ordinario, de modo que se celebren todas dentro de un mes lo más tarde.
§ VI
Aglomeración y distribución de estipendios
20. Número de Misas que puede recibir un solo celebrante.– A nadie le es lícito recibir
tantas limosnas de Misas para celebrarlas él por sí mismo, que no pueda cumplir con todas
dentro de un año (can. 835), a contar desde el día en que recibió el encargo.
De lo que se dice al fin del canon 831 (n. 13, III), donde, después de indicar que los plazos señalados pueden ampliarse por voluntad expresa de los donantes, añade que, no obstante,
queda firme la prescripción del can 835, parece inferirse que, aunque los donantes consienta
expresamente en conceder mayor plazo, no puede el sacerdote encargarse de más Misas que
las que pueda celebrar dentro de un año. Es cosa, no obstante, que pide declaración auténtica.
La razón de la ley, entendida en este sentido, puede ser que, con tal aglomeración de Misas, se
corre peligro de que algunas o muchas se queden sin celebrar, no obstante la buena voluntad
del que recibe el encargo.
21. Aglomeración de estipendios en una iglesia, etc.– ¿Qué debe hacerse si en una iglesia
o santuario, al que los fieles profesan gran devoción, afluyen tantas limosnas de Misas que no
sea posible celebrarlas en ellas y en el tiempo debido? En este caso deben fijarse tablillas en
lugar patente y obvio, en las que se avise a los fieles que las Misas se celebrarán allí mismo,
cuando se pueda, o en otra parte (can. 836).
22. Distribución de Misas.–
I. El que tiene Misas para hacerlas celebrar por otros (v. gr., un albacea), debe distribuirlas cuanto antes, quedando firme lo prescrito en el can. 841 (can. 837). No
se trata aquí de quien distribuye limosnas propias. Véase el n. 19.
II. El tiempo legítimo para la celebración de las Misas comienza desde que el sacerdote que las ha de celebrar recibió los estipendios, si no consta lo contrario (can.
837). De manera que si el que
57
ha de distribuirlas se descuidó, es menester que avise a los sacerdotes, a quienes se las encargue, el plazo más breve en que deben celebrarse.
III. Los que tienen recibidas de otros un número de Misas de las cuales puedan libremente disponer (v. gr., un albacea, un sacerdote a quien se le facultó para celebrarIas pr sí o por otros), pueden encargarlas a los sacerdotes que quieran, con
tal que les conste bien que son mayores de toda excepción, o estén recomendados por el testimonio de su propio Ordinario (can. 838).
IV. El que teniendo encargadas Misas de los fieles o de cualquier modo confiadas a su
fidelidad, las entrega a otros para que las celebren, no queda descargado de su
obligación hasta que haya recibido el testimonio de que el otro acepta el encargo y ha recibido el estipendio (can. 839.
23. Según el decreto Ut debita, no quedaba libre hasta que recibiera el atestado de haberse celebrado las Misas, a no ser que las hubiera entregado al Papa o a su propio Ordinario.
(Continuará)
Algo sobre el nuevo derecho litúrgico
En las fiestas dobles, no de primera o segunda clase, siempre que en la misa se ha hecho
conmemoración de dominica, de feria o de vigilia, de ella se lee siempre el último evangelio.
El celebrante no puede dar la bendición al predicador antes del sermón. Pero por antigua
costumbre, en las misas solemnes, el predicador puede pedir la bendición al celebrante, después de cantado el evangelio y de haber sido incensado el celebrante.
El celebrante, al bendecir, puede usar de las mismas palabras con que bendice al diácono,
mudando las palabras Evangelium suum en verba sancta sua.
No es lícito admitir en las misas solemnes algunos sacerdotes
58
vestidos de capa pluvial para mayor solemnidad, sino sólo el diácono y subdiácono.
No se permite presbítero asistente sino en la primera misa solemne de los nuevos sacerdotes, y a todos los prelados mayores. A los demás no se permite, según el canon 812.
Se usan planetas en la misa solemnes 1.º, en los días de ayuno, excepto las vigilias de los
santos; 2.º, en las dominicas y ferias de adviento y cuaresma, aun estando expuesto el Santísimo Sacramento; en la vigilia de Pentecostés antes de la misa; 4.º, en la bendición de candelas, ceniza y palmas, cuando sigue la procesión.
Se exceptúan la dominica tercera de adviento y la cuarta de cuaresma, la vigilia de la Natividad del Señor, el jueves santo, el sábado santo a la bendición del cirio y a la misa, y las
cuatro témporas de Pentecostés.
Siempre que en la misa se usan planetas, el diácono se quita su planeta al ir a cantar el
evangelio; y, o la pliega sobre su hombro izquierdo sobre la estola, o se pone, en vez de ella,
una estola más ancha y corta sin cruz alguna, llamada vulgarmente estolón: y no se pone su
planeta hasta después de comulgar el celebrante. El subdiácono se quita su planeta al ir a cantar la epístola, que la debe cantar en alba y manípulo; y se la pone después de besar la mano al
celebrante, terminada la epístola.
En las iglesias menores, (no catedrales, colegiatas, etc.), es potestativo suprimir las planetas; y el diácono y subdiácono pueden estar in albis; pero nunca con dalmáticas.
De la oración de las Cuarenta horas
La misa de exposición y de reserva del Santísimo Sacramento en la fiesta de las «Cuarenta horas» se celebra en el mismo altar donde se expone el Santísimo.
Se dice misa votiva del Santísimo Sacramento, con Gloria, Credo y prefacio de la Natividad. Se omite toda conmemoración y colecta.
59
Durante la octava del Corpus, la misa será de la misma octava con secuencia y única oración, sin conmemoración ni colecta.
En las dominicas privilegiadas de primera y segunda clase, en las fiestas de primera y segunda clase, el miércoles de Ceniza, el lunes, martes y miércoles santos, todos los días de la
octava de Pascua, Pentecostés y Epifanía, en las vigilias de Navidad y Pentecostés, y en la
octava propia privilegiada, se debe cantar la misa del día con oración del Santísimo Sacramento, con una sola conclusión, y sin conmemoraciones ni colectas.
Si ocurre en dominica alguna fiesta de primera o segunda clase, entonces en segundo lugar se hace conmemoración de la dominica y se dice su evangelio de ésta al fin. Finalmente,
si la fiesta de primera o segunda clase o la octava propia privilegiada es de la pasión, de la
cruz, del Smo. Redentor, del S. Corazón de Jesús o de la Preciosa Sangre, entonces se omite
la conmemoración del Santísimo Sacramento, por la identidad del misterio.
Durante la exposición, las misas privadas son o de la fiesta o del oficio ocurrente; y la
oración del Smo. Sacramento se dice después de todas las oraciones prescritas por la rúbrica,
con prefacio propio, o común, o del tiempo, o de la octava. En los dobles de primera y segunda clase se omite la colecta del Smo. Sacramento.
Si el día de la Conmemoración de los fieles difuntos hay exposición del Smo. Sacramento
con motivo de las «Cuarenta horas», se debe decir una sola misa del Santísimo; y todas las
demás por los difuntos con color morado, pero éstas nunca en el altar de la exposición.
El sacerdote que va a celebrar, llevando el cáliz, al pasar ante el Smo. Sacramento expuesto, primero se arrodilla, luego se descubre la cabeza, adora, se cubre la cabeza y se levanta.
❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉
UN SABIO DEL SIGLO
XIX
1
Disertación sobre el salmo contra los donatistas, compuesto por el Doctor
de la Iglesia, S. Agustín, salmo que es un monumento importante
para la historia de la literatura y para la historia
de la Iglesia Católica2
A pesar del empeño que puso nuestro Santo Doctor en que esta composición se acomodase al estilo vulgar, observó con todo las reglas del poema. La unidad se viene a los ojos al ver
cómo enlaza con el hiposalmo o estribillo todos los lances de una historia, que comprende
más de un siglo, redactándola con rapidez.
El estribillo presenta en pocas palabras el asunto o proposición: y el proemio —que no ha
llegado a nosotros— parece, según indica el Santo Padre, que venía a ser como la amplificación del argumento, mirándole bajo su doble fase: a saber, la historia del donatismo y su refutación. Esto es lo que vemos en su precioso Salmo; pero con tal destreza, que la verdad histórica sirve de refutación,
1
2
Véase el número 93 del BOLETÍN.
Esto, que constituye el título de la disertación, es a la vez la proposición de la misma, desarrollada con lujo de
erudición, con maravillosa riqueza de observaciones originales, y con grande independencia y desapasionamiento crítico. Nótese que no es una pieza oratoria, sino un trabajo de análisis que fluye con sencillez y
sin alardes retóricos, y por lo mismo, en cierta especie de desbordamiento de ciencia se quedan ahogadas
las imperfecciones de forma. De esta pieza se conservan tres reproducciones de puño y letra del autor, y se
observa en ellas la progresión de correcciones y añadiduras. Y todavía parece no ser la tercera la destinada
para la imprenta. ¿Cómo la hubiera mejorado el autor de resolverse a estamparla? –Nota del P. Fabo.
61
y la refutación no es otra cosa que la historia verdadera de los donatistas.
Admira el modo con que lleva y junta todos los cabos al asunto principal y único de convidar a la unión cristiana. Si no fuera porque lo dice mejor el hiposalmo, se pudiera titular esta
pieza: «la verdad convidando a la paz».
En cuanto a la versificación, se nota en primer lugar, que este opúsculo de San Agustín es
el monumento más antiguo que se ha conservado de los poemas vulgares, que llaman Romances. Sin duda tomaron este nombre, porque los primeros, como éste, fueron compuestos y
escritos en el romano lenguaje, más o menos corrupto, que adoptaron las naciones del Occidente sujetas al Imperio de Roma. Los versos de la composición ésta corresponden a los
tetrámetros u octonarios, como decían los latinos, que constan de ocho pies, y que también se
llamaban cuadrados larguísimos. Ejemplos:
Musae bonae dece sorores filiae summi Jovis.
Facit ut jussi deducantur, iste faciat diligenter.
San Agustín, haciendo pausa, los parte constantemente por medio, cual se puede hacer
con el último: de suerte que cada mitad forma un dímetro trocaico, como el siguiente:
Musa dulcis est Maronis.
El último pie de cada mitad es siempre trocaico, espondeo o dáctilo: rara vez anfibraco o
baquio. Los demás son disílabos o trisílabos al arbitrio del versificador. Esto dicen los preceptores. Mas, en el Salmo que nos ocupa, son los pies últimos rigurosamente trocaicos en el
segundo dímetro de cada tetrámetro, y por lo común en el primero. Alguna vez terminan el
uno o el otro con dáctilo. En el principio y medio del dímetro se hace pocas veces pie trisílabo. Quizá no se presentan más ejemplos que en los tetrámetros 2.º de la estrofa M. y 3.º de la
Q. En los demás pies trisílabos de principio y medio, cuando no hay consonante que divida las
vocales, generalmente se consideran éstas como una sílaba larga por sinéresis, verbigracia: en
el segundo pie de Abundantia. (Estrofa o estancia. A. v. I). En estos casos, parece que nuestro
santo Cantor atendía sólo al acento dominante: práctica que después adoptaron unánimemente
62
los versificadores de lengua vulgar y algunos de la latina. Pero, cuando forman distintas sílabas las vocales continuadas, cárgase un poco la voz en ellas; y lo advierte con el signo de la
diéresis sobre la postrera: como en voluït, retiä (Allí mismo, vers. 2 y 11). Por la sinéresis y
diéresis resultan sonidos, respectivamente, semejantes al io e ia de la palabra Mediodía, pronunciada por un castellano.
Adherido nuestro compositor a la pronunciación antigua, que también era vulgar, aun en
los cantores de verso latino, hace comúnmente dentro del dímetro la figura ectlipsis, no pronunciando la letra M final, ni la vocal o vocales inmediatas que la preceden, y sonando con
claridad únicamente la que sigue o la postrera de las que siguen en la dicción inmediata,
cuando principia con vocal o vocales. El ejemplo más notable se verá en la estrofa o estancia
E, cuyo verso primero tendrá que leerse como sigue:
Ecce quam bon' et q' ucundam=fratres in un' habitare.
Doy esa regla y he cortado con un paréntesis en el texto las letras que pierden algo de su
sonido, para facilitar a los menos prácticos en la lectura del verso en latín, aunque los versados en leerlo dejan percibir un poco todas las vocales; como habitualmente se dejan percibir
los diptongos y sinalefas, cuando leemos en nuestro idioma. –Dije que San Agustín hace
comúnmente dentro del dímetro la figura ectlipsis, porque si se conserva bien el texto de su
Salmo, debe omitirse la ectlipsis en el tetrámetro 8.º de la estrofa G, en el penúltimo de la M,
y en el antepenúltimo y penúltimo de la R. Por supuesto, que también omite siempre las figuras ectlipsis y sinalefa entre los dos dímetros que forma cada tetrámetro, teniéndolos, como
nosotros hoy día, por dos versos íntegros e independientes. Advierto asimismo que, aunque
San Agustín en este Salmo usó de todas esas licencias permitidas al poeta, no faltan en su
composición versos puramente trocaicos, pues los hacía con tanta facilidad, como lo manifiesta en su libro cuarto de Música, capítulo quinto. De los muchos ejemplos que allí pone sólo
transcribiré los que vienen al caso, que son los siguientes:
1.º Veritate non egetur.
2.º Veritate facta cuncta.
63
3.º
4.º
5.º
6.º
7.º
Omniumque forma veritas.
Veritate facta cuncta sunt, et ordinata sunt.
Veritas novat manens, moventur et noventur haec.
Veritate facta cuncta sunt, et ordinata cuncta.
Veritas manens novat, moventur non noventur ista.
Cosas notables.– En el ejemplo tercero con su sílaba de más observamos nuestros esdrújulos. En el segundo dímetro de los ejemplos cuarto y quinto nuestros versos agudos, y en los
demás, con sus troqueos puros, los que se dicen llanos. Por eso dije que nos venían al caso.
Sigan las observaciones.
Las terminaciones llamadas en la retórica similiter cadentes o desinentes, muy ordinarias
en los escritos de nuestro Santo Padre, se ven más continuas y estudiadas en este salmo, que
en cualquier libro suyo. Con todo no guarda regla fija en sus combinaciones; por lo cual no
pueden considerarse sino como primeros ensayos de las consonancias y asonancias admitidas
en adelante como adorno de la versificación moderna.
Es un fenómeno que ningún historiador de literatura se haya hecho cargo del mecanismo
de esta composición agustiniana; y más todavía que ningún editor, que yo sepa, ningún publicista de las obras del Santo Padre, se haya dignado reparar en eso con alguna advertencia,
para llamar la atención de los lectores. Conténtanse todos con decir que es obra suya y auténtica, probándolo con la cita del libro primero, capítulo vigésimo de sus Retractaciones. El
editor Migne queda satisfecho con añadir las palabras que siguen: «Este Santo, dice, cuando
en el año de 391 se hizo presbítero, y cuatro años después obispo de Bona, publicó durante su
presbiterado el primer opúsculo contra los donatistas, al que tituló Salmo abecedario contra el
partido de Donato, dispuesto, según la capacidad del pueblo más rudo, para que se pudiese
cantar. En él expuso con expresiones claras y sencillas la historia de todo el cisma tomada
según aparece de Optato, con su breve refutación». Y concluye diciendo que San Agustín
«coloca este opúsculo en sus Retractaciones a seguida del titulado de la fe y el símbolo, que lo
compuso en el Concilio de Bona del año 393».
64
En cuanto a los literatos, únicamente César Cantú, en su Historia Universal hace la observación siguiente: «Comodiano escribió un poema contra los paganos, en que las iniciales
de cada artículo forman el títiulo de la obra; pero aún más digno de observación, que en los
hecámetros no se cuida de la cantidad de las sílabas, sino sólo de su número, tránsito a la versificación moderna; y prueba de que la pronunciación se había perdido, aunque vivía aún la
lengua latina. También es prueba de esto la introducción de la ritma, en que incurrían alguna
vez aun los clásicos, y que se usaba por sistema tanto en verso como en prosa». A las últimas
palabras añade dos notas. En la primera dice así: «Un poema de San Agustín o de un contemporáneo suyo contra los donatistas de África está escrito en troqueos ritmados». Copia en seguida seis versos de la estrofa primera: Abundantia... En la nota segunda trascribe varias frases del Santo Doctor, como en prueba de que usaba por sistema de consonancias y asonancias.
Esas pocas palabras del historiador italiano merecen algún correctivo, aunque sea de paso. Primeramente nos importa poco lo que dice del poema de Comodiano. Quizá en algún otro
rato lo examine, y confío que resultará la confirmación de lo que voy a decir acerca del estado
en que a fines del siglo IV se hallaba la latinidad en África. Atendiendo a San Agustín, testigo
ocular y juez competente, sólo puede asegurarse que ciertas palabras latinas eran menos usadas en el vulgo, y que vulgarmente se pronunciaba con alguna variedad; pero no que se hubiese perdido del todo su pronunciación en el mismo vulgo. Infiérese de lo dicho, y la razón es
muy obvia. El empeño de los romanos en hacer universal su idioma, precisando a que lo entendiesen y hablasen los diversos pueblos que tenían bajo su dominios fue la causa de su corrupción entonces, y de perder su existencia más adelante. El genio del lenguaje nativo de
cada nación frustraba sus esfuerzos, porque vacilantes y contra su voluntad aquellos pueblos
dejaban y tomaban palabras; y al tomar las del extraño lenguaje solían tropezar con alguna
dificultad al pronunciarlas, ya dudando de su pronunciación, ya recalcitrando por lo menos en
el habitual acento del idioma de sus padres aprendido en la cuna, y llorado hasta en la tumba.
Por eso, y de ahí la variedad que notamos en el uso de las figuras de
65
dicción. Observaban la pronunciación latina, por ejemplo, cuando en cada una de las vocales
continuadas de dicción hacían sílaba, y cuando usaban de la ectlipsis. Ítem cuando en principio y medio del dimetro trocaico cantaban pie trisílabo: como en los tetrámetros 2.º de la M, y
3. de la Q. Esto y lo de las ectlipsis abandónase por fin en la poesía vulgar; pero fue mucho
más adelante. Y faltaban a la pronunciación latina, cuando hacían una sílaba de dos o tres
vocales continuadas, u omitían la dicha ectlipsis en el verso. Aún tenían excusa y razón en
obrar así, porque veían ejemplos de todo en los mismos clásicos, aunque no con tanta frecuencia. Esto es lo que se nota en el salmo contra los donatistas. De donde también, como de
los mencionados libros de Música, infiérese que se conservaba la dicha pronunciación en la
culta sociedad y en las escuelas. En el diálogo que sostienen el maestro y discípulo en esos
libros, obsérvase la prontitud con que distinguía el alumno la menor disonancia. ¡Cuán fácil y
escrupulosamente trata el maestro allí de la metrificación latina! Sin duda el buen maestro
cuando compuso el Salmo tuvo que resistir y vencer a su habitual delicadeza de oído, y a su
gusto por la pureza de dicción para ser mejor entendido por el vulgo; como en otras ocasiones
lo manifestó públicamente desde la cátedra evangélica. Era, pues, Agustín, cuya gran elocuencia se hizo admirar en la capital del Imperio romano, en Milán y doquiera que oyeron su
voz o leyeron sus escritos. Es verdad que abundaban en él terminaciones de homóloga cadencia; pero esto prueba que las hallaba fácilmente, y que cada siglo tiene su gusto y sus modas.
Parece, pues, que fue destinado en esta parte y fuera de otros fines más altos, para dar tanta
celebridad a esa figura retórica, que bastó su ejemplo para que se principiase a mirar como
general adorno de la versificación moderna, dada a luz por él mismo en el salmo contra los
donatistas; el cual no es de un contemporáneo suyo, sino suyo propio, y cuya autenticidad es
constante.
Por este juguete de su ingenio, si así podemos hablar, principiaron a ser oídas con agrado
las composiciones de ese género, y a pasar poro a poco de vulgares a clásicas, y al grado de
altura en que la nacional emulación las ha puesto en sus respectivas lenguas.
El fenómeno de no haber mirado este opúsculo agustiniano con el interés y atención que
se merece, ha sido causa de que los amanuenses
66
y editores de las obras del Santo Doctor hayan introducido y dejado pasar algunas erratas,
aunque de fácil corrección, y pocas en realidad. –Según las reglas métricas.
El primer hemistiquio del hiposalmo o estribillo tiene una sílaba de más, y se debe restituir a su regular y primitiva forma, sustituyendo vos en lugar de Omnes, o suprimiendo la preposición de. También deben suprimirse como de más en los tetrámetros 2.º y 14 del epílogo la
conjunción et y el verbo estis, que respectivamente leemos en las ediciones después de potestis y filii.
Por el contrario, piden a voces el buen sentido y el metro que se añadan al adjetivo totum
después de spem en el penúltimo tetrámetro de la estancia B; el pronombre iIle, que, sin duda,
échase de menos después de fecio en el segundo tetrámetro de la J; el adverbio inde antes del
exisse en el antepenúltimo de la Q; el pronombre te después del infinitivo esse en el octavo
tetrámetro de la T, y el nombre propio Paulus después del apostolus en el tetrámetro 12 del
epílogo.
Por las mismas razones indicadas ha sido necesario sustituir nullam en lugar de non en el
tercer tetrámetro de la estancia K; nos et imitando al estilo del Santo Doctor, en lugar del et
nos, que traen las ediciones en el tetrámetro cuarto de la L; si por quando en el último tetrámetro de la Q. y cantavimus en vez de cantamus en el penúltimo del epílogo. Esta reparación
puede también hacerse diciendo: Nos cantamus, aunque parece más natural la primera en
atención a que lleva el carácter de despido o despedida ese dístico postrero.
Los dos nuevos dísticos que, respectivamente, se añaden a las estancias C y Q, mi sabio
lector juzgará si son oportunos y conformes al estilo agustiniano. El tetrámetro Nomen justi...
ya lo traían las ediciones de Erasmo y de Lyon. Las demás variantes que pueda notar están
apoyadas en las diversas de alguna edición o manuscrito, como lo verá consultándolas en su
lugar respectivo. En fin, la dureza de algún otro verso, según hoy lo leemos, yo no dudo que
desaparecería si se pronunciase como entonces lo pronunciaban, o si se conservasen las primeras copias o el original que salió de las manos de nuestro santo poeta. De todos modos es
de verdad sorprendente que tan apreciable tesoro haya pasado desapercibido por
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tanto tiempo, a pesar de los muchos ojos de lince que han fijado su atención en él. Pero me
admira no menos que esta preciosa margarita, manoseada por innumerables manos hasta llegar a nosotros, no haya sufrido más deterioro que el insignificante que dejo notado. Es, repito,
un fenómeno que una composición tan delicada, y que un licor tan puro y espirituoso de la
Helicona sagrada de la Iglesia no se haya disipado y torcido más en tan larga serie de años.
¡Oh, precioso ramillete de bellas y fragantes flores hallado en el parnaso católico! ¡Inestimable fruto del Edén sagrado! ¡Manjar exquisito del paraíso de Dios! ¡Hallazgo de más valor y
precio para mí que las minas de plata y oro!
Además, en el mecanismo de concluir más de doscientos y setenta tetrámetros con una
misma letra, que es la E, se observa otro adorno poético que vemos adoptado por los poetas
musulmanes en África y en nuestra Península mientras la dominaron. Éste fue, dicen algunos
autores, el primer ensayo de nuestras consonantes. Pero, como vemos en el salmo de San
Agustín, era cosa distinta del consonante la dicha terminación. Yo no sé cómo se dejaría percibir esa gracia, no siendo terminación aguda, cuando cantaban o leían su versos. Puede ser
que alterasen la pronunciación ordinaria, como ya lo había notado César en los poetas y cantores del Lacio, cuanto dijo: Qui bene legit carmina bene cantat; qui vero bene cantat, male
legit. También se dice que los italianos no perciben el armonioso acento de nuestras asonancias castellanas.
Infiérese de la sentencia de César que había dos maneras de pronunciar el latín en sus mejores tiempos: una para la prosa y otra para el verso. Lo mismo se deja ver en los escritos del
Águila de los Doctores; en su salmo prácticamente y en sus libros de Música, designando las
combinaciones de pies adaptables a la versificación, y la prosaicas. Aun en la poesía moderna
distinguen los inteligentes la frase prosaica de la poética. De consiguiente aquella diferencia
de leer el verso y la prosa debía producir sobre la dificultad alguna confusión en los pueblos
extraños, a quienes por ley imperial se les imponía la lengua romana. Era muy natural que
algunos genios intentasen abolir esa diferencia, como lo consiguieron al fin en la generalidad.
En este caso muy posterior fue cuando se puede asegurar que se perdió la verdadera pronunciación del verso latino,
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pero no la de la prosa, que tardó mucho más tiempo. En el de San Agustín aún no había llegado ese caso, y sus citados libros y salmo son el mejor testimonio, como dejo demostrado.
En suma, después de leído con atención ese postrer opúsculo, y recordando lo que dice su
autor en las Retractaciones, infiérense muchas cosas dignas de notarse. Primeramente, que
por entonces se hallaban en uso las composiciones acrósticas en forma de Abecedarios. Forma
inmemorial, cuyo principio se pierde a través de las antiguas generaciones. Forma usada en
todos los idiomas antiguos de que se tiene alguna noticia. Y ¿quién puede dudarlo, sabiendo
que varios salmos de David, los trenos de Jeremías y otras venerables piezas de la Biblia tienen en su original ese artificio? En griego y latín sucede lo propio, mayormente si es verdad
lo que se refiere de las Sibilas.
En segundo lugar infiérese que se ha perdido el proemio de la causa, como dice su mismo autor, que también se cantaba, según su testimonio, y que debía ser distinto del hiposalmo,
cuya pérdida me ha quitado el placer de traducirlo, como lo demás.
FR. J. JARA DE SANTA TERESA
(Continuará)
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HISTORIA DEL CONVENTO DE MARCILLA
(Conclusión)
Tanto sufrir hubo de minar aquella naturaleza aunque era muy privilegiada. El
paludismo, que tantos Recoletos ha consumido en pueblos de tan penosa administración y clima tan malsano como el de Paragua, vino a manifestarse en nuestro Religioso con síntomas tan evidentes, como la sordera, afección a los riñones y fiebres
más o menos persistentes, que no dejaban lugar a duda de que se hallase atacado de
tan terrible mal. Trató de ponerse en cura en Manila, y no habiendo obtenido resultado satisfactorio completo, continuó trabajando en las Misiones de Palawan cuanto
sus débiles fuerzas le permitían. En 21 de Octubre de 1913 elevó una instancia al
Venerable Definitorio Provincial, en la que, fundado en el Acta 18.ª del Cap. Provincial de 1913, solicitaba permiso para regresar a España; y en oficio del 19 de Febrero
de 1914 le contestaba N. Padre Provincial que el Ven. Definitorio reconocía y apreciaba desde luego su labor meritísima como misionero; pero, teniendo en cuenta las
circunstancias y la mucha escasez de personal para atender a los ministerios y cargos
de los Conventos, había juzgado conveniente no acceder por entonces a
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lo solicitado. En 9 de Marzo de 1914 se le revelaba del cargo de Vicario Provincial, y
poco después era trasladado a Puerto Princesa, donde por haber médico podría atender a su salud mejor que en Cuyo. Así se lo decía N. P. Provincial en la fecha últimamente expresada. Nuestro Religioso, pues, siempre obediente y resignado como el
que más, trasladóse a Puerto Princesa, y allí permaneció hasta su traslado a Manila
(Julio de 1916) con el cargo de Subprior, para el que sin duda fue elegido principalmente con la mira de que cesando en sus trabajos de misionero pudiese atender al
restablecimiento de su salud harto quebrantada. Tomada posesión de su oficio, desempeñó con toda fidelidad hasta donde alcanzaban sus fuerzas, con gran gozo de sus
Superiores al ver que, aunque con algunas alternativas en su salud, parecía mejorar
notablemente en su estado general. !Cuán lejos estábamos todos de pensar en tan
rápido y funesto desenlace! Ocho días antes de su muerte había sido atacado de calentura, la cual en los días 26 y 27 tuvo sus alzas y bajas, sin presentar, a juicio del
médico, síntoma alguno de gravedad, habiendo sido al fin atajada hasta el punto de
quedar el enfermo libre de calentura y en estado de franca convalecencia el día 28.
Mas esta mejoría y aun restablecimiento eran, por lo que luego se vio, completamente aparentes. El día 29 por la tarde se presentó otra vez la calentura, y, aunque el
médico declaró que no había motivo para alarmarse, encargó que cada hora se tomase la temperatura al paciente, prescribiendo una receta para el caso en que la fiebre
alcanzase a 39º5. Eran las ocho y media de la noche cuando se retiraba el médico,
quien, de acuerdo con nosotros y por indicación del mismo P. Javier, quedó en traer
al día siguiente al Dr. Valdés para tener consulta. Siguiendo lo prescrito por el médico se tomó la temperatura al enfermo cada hora, y como a eso de las once y media
alcanzase a 39º5, se le propinó la receta
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preparada. Mas ¡cuál no sería nuestra sorpresa cuando una hora más tarde, a las doce
y media, vimos, que el termómetro marcaba 39º9!
El P. Javier quejábase de no poder descansar, y, aunque procuré animarle a ello,
no lo conseguí; antes bien, advertí que el desasosiego y malestar del enfermo aumentaban a cada instante. Preguntéle qué deseaba, y contestó: «Quiero vestirme».
Costóme no poco trabajo calmarlo un tanto entre una y cuarto y una y media; mas,
conociendo entonces por algunos ademanes suyos que le venía el delirio de la calentura, le advertí del peligro tan grave en que se hallaba, y que se preparase para recibir
la absolución sacramental y la Santa Unción, por lo que pudiera suceder. Y sin perder un instante fui al Oratorio de la Enfermería a tomar el Santo Óleo, avisé al Hermano Enfermero y mandé llamar al Médico inmediatamente. Exhorté como pude al
enfermo, que continuaba con gran desasosiego y haciendo ademanes de querer levantarse, al mismo tiempo que la mirada se le tornaba vaga y sin hablar ya palabra. Dile
la absolución y le administré la Extremaunción, asistido del H.º Fr. Tomás Cía; y
mientras, el H.º Enfermero, Fr. Pablo Grávalos, poníale sobre la cabeza buena cantidad de hielo. Calmóse un tanto el enfermo en los novimientos, pero al mismo tiempo
empezó a notarse en él una respiración fuerte, estertórea. Probablemente, la calentura
que se había declarado en él como un volcán, lo tenía ya completamente rendido.
Antes de las dos de la madrugada llegaba el Dr. Cavanna, quien quedó asombrado al
ver la fase de aquella enfermedad, que la noche anterior no revelaba síntoma alguno
de gravedad extrema. Tomó la temperatura al enfermo, y el termómetro señalaba ¡43
grados! Púsole dos inyecciones fuertes para ver de atajar la calentura y reanimarlo un
tanto, pero sin resultado. Llamado e! doctor Valdés, ambos juzgaron el caso desesperado.
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A las cuatro y cuarto de la mañana el P. Javier era cadáver.
Descanse en paz este buen Religioso y goce en el cielo, como así lo esperamos,
del premio de sus hermosas virtudes, y en especial de los méritos contraídos en su
apostolado».
A tan juiciosa necrología nos permitimos añadir alguna nota sobre los viajes que hizo y
publicó el P. Fr. Javier como misionero.
Comenzó a estampar en el BOLETÍN de la Provincia de San Nicolás una relación de viajes
del P. Ariz por la Paragua. El primer viaje o excursión lo realizó el año 1908; lo redactó y
firmó en Cuyo a 21 de Diciembre de 1912 y apareció el trabajo publicado en Junio de 1916 en
e! BOLETÍN citado. La expedición verificada por el P Javier el año siguiente de 1909 a la isla
de Busuanga, fírmala en Cuyo a 22 de Diciembre y apareció en el BOLETÍN de Octubre de
1916. Otra expedición por la isla de la Paragua en el año 1910 está relatada en el BOLETÍN en
varios números. Copiemos algunos párrafos para que se tenga idea de su manera ingenua y
sencilla de narrar las cosas, y para que admiremos sus esfuerzos apostólicos, que fueron verdaderamente grandes. Dice así en el número de Septiembre de 1916:
«El día 3 de Julio, por invitación del Capellán de la Colonia P. Victoriano y previo permiso del Jefe de la misma, me trasladé a Iwahig. El día 4 se celebró, como de
costumbre, la fiesta de la Independencia, con Misa solemne, sermón y juegos varios,
habiendo yo cantado la Misa y sido obsequiado no poco por el Jefe de dicha Colonia
y por el P. Román, con quien estuve hasta el día 7 en que me volví a Puerto Princesa.
Nada de anormal sentí en mi cuerpo hasta el día 18, víspera de mi embarque para Cuyo. A las seis de la tarde bajamos al patalán y subimos al vapor que había llegado ya del barrio del
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Caramay, cargado de madera. Nos invitaron a cenar no aceptando yo por sentirme
con síntomas de fiebre y el cuerpo muy blando y desmadejado. Me volví al convento,
acostándome enseguida y tomando un fuerte sudorífico con medio gramo de quinina
por añadidura. Pasé bastante bien la noche, aunque sin bajar la poca liebre que sentía.
En estas condiciones me embarqué el 19 a las diez de la mañana para Cuyo (distante
de Puerto 152 millas poco más o menos), llegando al día siguiente 20, a las seis de la
mañana. Nada mejoré en todo el viaje y el capitán me aconsejó siguiese a Manila con
ellos por lo que pudiese suceder. No dando yo todavía importancia a aquel malestar,
me desembarqué en Cuyo. A cosa de las nueve, después de haber estado un rato en
conversación con el P. Domingo, me sentí ya mucho peor y me acosté en seguida. La
gravedad fue en aumento de hora en hora y ya se había marchado el vapor. Por mí
mismo intenté cortar la fiebre tan intensa que me devoraba, tomando las medicinas
que tenía a mano y no tomando nada de alimento, porque el cuerpo nada me pedía y
nada tampoco me apetecía. Después de ocho días de tratamiento y notando que la
fiebre no me dejaba, pedí al P. Domingo llamase a un practicante que por entonces
había en Cuyo. Visitóme, recetándome las mismas medicinas que yo por mí mismo
venía tomando, aunque en mucha mayor dosis. Al quinto día de visitarme este señor,
observé que por dos días seguidos repitió las visitas tres o cuatro veces diariamente.
Yo no me daba apenas cuenta de nada por tener siempre la cabeza muy cargada y pesada; pero recuerdo muy bien que en los ratos de lucidez, que eran pocos, me encomendaba de corazón a la Sma. Virgen y a Santa Rita. Casi puedo decir que apenas
me dejaba libre la fiebre algunas horas al día, por la frecuencia con que se repetía.
Por fin, el 1.º de Agosto, al visitarme el practicante me dio a entender que había estado muy en peligro los tres
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días anteriores, puesto que el termómetro subió constantemente esos tres días a 41.º y
décimas, pero que ya había pasado el peligro. Efectivamente, los días 2 y 3 me sentí
más aliviado y el 4 desapareció por completo la fiebre. En esos 18 días no entró en
mi estómago otra cosa que limonada, de la que no me saciaba nunca; ¡tal era la sed
que sentía y el calor que tenía! Claro que entre el viaje y los días que estuve enfermo
perdí 58 libras de peso. Aparte de lo que me hacía sufrir la fiebre, sentía un intenso
dolor en los riñones que no me permitía estar ni media hora seguida en una misma
posición; un rato sentado, otro en cama y otros paseando por la habitación, pasé esta
enfermedad de la que pensé no salía. Creo que Santa Rita oyó mis súplicas y consiguió de Dios Nuestro Señor me librase por entonces.
Comenzada la mejoría entré en franca convalecencia hasta el 22 y 23 en que me
volvió la fiebre, aunque con poca intensidad. Después, sea por la mucha quinina que
consumí y otras varias medicinas que sin duda me estropearon el estómago, empezó
éste a molestarme, y hoy, después de cinco años, no he conseguido todavía una curación completa. Esto traen consigo los viajes por Paragua muy ordinariamente.
Resumen: Millas andadas el año 1908: 490. Barrios y Misiones visitados: 18.
Cuyo, 91 de Diciembre de 1912».
Añádase a lo dicho, por si queremos colocarlo entre los escritores Recoletos, que escribió
y se conserva inédito lo siguiente: Contestación al interrogatorio mandado por la Delegación
Apostólica sobre condiciones en que se encontraba la Provincia eclesiástica de Palawan cuando se trataba de constituirla en Prefectura Apostólica. Está firmada en Cuyo en Octubre de
1909, (13 páginas de 33 por 22 centímetros). Son catorce respuestas a otras tantas preguntas
que el señor Delegado de la Silla Apostólica en Manila le dirigió a él como
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a misionero muy experimentado y conocedor de aquella región: respuesta que constituye un
informe luminoso, serio, detallado, fruto de mucha observación y criterio práctico, de la cual
se sirvió el Romano Pontífice, además de un plano geográfico autógrafo, para proceder a la
creación de dicha Prefectura. El P. Javier no fue nombrado Prefecto Apostólico por estar
aquejado de sordera y de afecciones a la región lumbar.
Por último, hago mío lo que publicó la revista Santa Rita y el pueblo cristiano, a 22 de
Agosto de 1917, dando cuenta de la muerte de este esclarecido misionero:
«Al depositar sobre la tumba del amigo, del condiscípulo y del hermano la triste
flor del recuerdo, séanos lícito celebrar su carácter afable y bondadoso, su corazón
generoso y noblote, sus apostólicas empresas en Calamianes y Palawan y, sobre todo, sus grandes virtudes.
La muerte ha sorprendido al P. Ariz en plena vida; después de recorrer evangelizando las islas de Palawan, Casian, Dumaran y Calamianes fue nombrado en último
Capitulo Provincial Subprior de la Casa de Manila y cuando sólo pensaba descansar
por tres años del ímprobo trabajo de las misiones, Dios nuestro Señor ha dispuesto
que su reposo sea eterno».
FR. P. FABO DEL C. DE MARÍA
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PÁGINAS TEOLÓGICO-HISTÓRICAS
El método en las ciencias.– Método indiferente y método necesario.–
El método en la Teología Fundamental y Dogmática.
Si algunas de las cuestiones que acerca del método en las ciencias pudieran ventilarse no
merecerían ocupar la atención de una persona seria que procura prescindir sabiamente de
asuntos triviales, no puede, sin embargo, ponerse en duda que otras cuestiones entrañan excepcional importancia.
El método, cuando es recto y acertado, nos revela, en primer lugar, en el maestro que lo
sigue y aplica, la completa posesión, en cuanto las débiles fuerzas humanas lo permiten, fe la
ciencia de que se trata, el perfecto dominio de la misma. Metodizar rectamente es tener dominio de lo metodizado. El artista que coloca ordenadamente las piedras labradas para formar
arcos, ventanajes, columnas y pilastras, o distribuye los diversos colores dibujando poblados y
paisajes, luces y sombras, armónicamente dispuestas, tiene dominio del arte, mando sobre
aquello que maneja, parece, en una palabra, un rey a quien el arte mismo con todos sus auxiliares humildemente le tributa vasallaje. Lo mismo débese afirmar de quien en alguna ciencia
observa un método acertado. Distinguir debidamente las materias y cuestiones, dar a cada una
su lugar correspondiente, tratarlas, separadamente consideradas, y en cuanto se relacionan y
complementan, con el debido orden, método, eso es propio solamente de quien posee la ciencia referida, esa labor meritísima no son capaces de realizarla sino aquellos que la dominan.
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El recto método, pues, revela primeramente las excelentes cualidades y aptitudes de un buen
maestro, su competencia profesional.
Y ese método acertado, que es timbre de gloria que hermosamente decora las sienes de un
buen maestro, proclamándolo competente y perfecto, es como suave senda recubierta de verde
césped por donde paseará ligero el afortunado discípulo. No habrá en ese camino informes
peñascos que obstruyan el paso, ni alto-bajos que anormalicen la marcha, ni charcos inmundos que enloden los pies, apenando al mismo tiempo al caminante; todo será suave, sencillo,
natural y como espontáneo, porque el viajero va sabiamente conducido por un experto guía
que todo lo tiene medido, todo estudiado, los escollos evitados, vencidas las dificultades; y sin
dificultades con que tropezar, sin escollos en que naufragar, sin obstáculos que vencer, el paso tiene que ser veloz, ligero, rápido; y así el discípulo, favorecido por las conveniencias positivas de un método recto y acertado, será cual rauda navecilla que surca majestuosa un tranquilo lago; cruzará alegre y venturoso con fácil paso el mar tranquilo de la ciencia, que el maestro experimentado le presentó bellamente ordenada, metódicamente dispuesta, acertadamente desarrollada.
Cualquiera que esté medianamente avezado a repasar escritos científicos habrá llegado de
seguro a comprender que para el valor probativo de los argumentos es indiferente con bastante frecuencia seguir un método u otro, exponerlos con éste o aquel otro orden. Sin embargo,
no siempre acontece lo mismo, pues no pocas veces, si los argumentos y razones han de poder
llevar al ánimo el convencimiento y la persuasión, es necesario seguir orden determinado. Por
esta causa, si consideramos el método con relación al valor probativo de los argumentos con
que una o varias tesis se demuestran, no sería descaminado dividir el método en indiferente y
necesario o esencial. Del primero tenemos multitud de ejemplos en casi todos los libros de
texto, pues, sin perder nada de su fuerza, las demostraciones que aducen, apenas dos, convendrán en seguir por completo el mismo método en la exposición de las cuestiones. El segundo conviene aclarar aquí con algunos ejemplos, para que así se evidencie cómo el solo
método puede muchas veces destruir el valor de la argumentación.
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Valgámonos para el primer ejemplo del famoso argumento apriorístico de S. Anselmo en
favor de la existencia de Dios. ¿No es verdad, aisladamente tomada, la mayor del argumento
Deus est id quo majus cogitari non potest? ¿No es también verdad, del mismo modo considerada, la menor del argumento Ens quo majus cogitari nequit realiter exsistit? ¿No es verdad
también, en la misma forma tomada, la conclusión Ergo Deus exsistit? Sí, así es en verdad,
como el más rudo podrá comprende fácilmente; y, sin embargo, el famoso argumento contra
el necio que en su corazón dijo: no hay Dios, es completamente ineficaz. Porque la mayor, la
menor y la conclusión son verdaderas ratione materiae, como suele decirse, pero no en virtud
de su nexo intrínseco; quiero decir, no hay consecuencia en el argumento, porque no hay
método, hay un salto de lo ideal a lo real, hay un tránsito indebido de lo pensado a lo existente, y esa falta de método anula el valor probativo del argumento del insigne arzobispo de Cantorbery, que pareció vivir de la vida intelectual de los Padres de los siglos IV y V, singularmente de San Agustín. Así fue que, a pesar del colosal esfuerzo mental que revela toda la sutil
argumentación anselmiana en el Prosologium cap. II, el insipiente, contra quien iba dirigida,
encontró, con respecto a ella, celosos defensores; y fue sobre todo el monje Gaunilón de
Marmontier quien, introduciendo en la escena a un fingido insipiente, púsole en la boca varias
y serias dificultades contra el mencionado argumento apriorístico, al cual acusó de querer
deducir la realidad existente de lo ideal y juzgado, contra el principio a posse ad esse non
valet illatio. Es verdad que San Anselmo respondió a Gaunilón ingeniosamente, según costumbre en un hombre tan eminente; pero los más profundos filósofos que le siguieron no quedaron convencidos del valor de raciocinio semejante y todo por la única razón de faltar en él
la lógica, de no observarse el debido método. No es pequeña razón.
Aisladamente tomados, nada valen tampoco para aquel que ignore o niegue la existencia
de Dios los argumentos fundados en las aspiraciones del alma. ¿Cómo, pues, se explica que
los teólogos católicos, al hablarnos de la felicidad y del fin del hombre, afirma multitud de
conclusiones deducidas de las aspiraciones del corazón, del alma, aspiraciones que no pueden
tener por objeto algo
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vacío e ilusorio? ¡Ah! es que los teólogos católicos observan el debido método para la validez
de su demostración, porque consideran esas aspiraciones y anhelos como infundidos por Dios
en la naturaleza y repugna que existan aspiraciones tales sin su objeto real. Pero, si valiéndonos de las aspiraciones del alma, queremos demostrar la existencia de Dios a uno que la ignora o la niega, no podemos comenzar por suponerla; y así no podemos suponer esas mencionadas aspiraciones como efecto de la acción divina, porque sería dar por demostrado lo que se
trata de demostrar, sino que debemos considerarlas aisladamente; y en ese caso ¿quién osará
afirmar en buena lógica que ese desgraciado, ignorante o negador de Dios, encontrará en ellas
un argumento que vigorosamente se lo demuestre? ¡Ah! no; las aspiraciones del alma, por sí
solas, prescindiendo de su origen divino, nada dicen sino indigencia, vacuidad; y estas no
pueden con buen método presentarnos al que es infinito bien y riqueza suma.
La verdad de la afirmación que acabo de probar con varios ejemplos quedará claramente
robustecida con lo que voy a exponer sobre el método en la Teología. No dejará de reportamos alguna utilidad esta cuestión, ya que su claro conocimiento nos manifiesta como en un
plano que puede apreciarse de una ojeada todo el sublime edificio de la doctrina católica con
la hermosura de cada una de las partes, que a formarlo concurren, y la magnificencia del conjunto, que resulta de las mismas, metódicamente combinadas, según las relaciones indestructibles que existen entre ellas. Véase, pues, y sirva para deleitar lo ánimos admiradores de la
belleza la grandeza inefable de ese sublime edificio de la doctrina católica, según aparece en
el siguiente método que, conservando perfectamente divididos y distintos los tratados que
comprende la Teología, patentiza por otra parte la íntima relación y nexo que entre to mismos
existe.
En el estudio o enseñanza de la Teología hay que comenzar por dar su noción y determinar su esencia, exponiendo las cuestiones que versan acerca de la misma absoluta o generalmente tomada. Determinadas estas cuestiones, que nos llevarán necesariamente al conocimiento del oficio de la Teología Fundamental y el de la Dogmática, y presupuestas las tesis
sobre la posibilidad, conveniencia
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y necesidad moral hipotética y disyuntiva de la revelación, procederá la Teología Fundamental a demostrar el hecho de la revelación, y principalmente, si es que no exclusivamente, de la
cristiana, para lo cual es necesario que se consideren los libros de la Sagrada Escritura, de que
se haga uso, no como divinos e inspirados, porque eso equivaldría a suponer ya resuelta y
probada la cuestión de la existencia de la revelación divina que se trata de probar, sino como
obras históricas de valor inapreciable, cuya fuerza probativa no podrá jamás destruir la más
demoledora crítica de los racionalistas que existen o existirán Y, una vez demostrada la existencia de la revelación cristiana, es necesario demostrar seguidamente que su depositaria y
maestra infalible, la Iglesia, nos la conserva íntegra e incorrupta, sin omitir los medios y como
canales con que esa sociedad divina conserva y transmite infaliblemente la doctrina que se le
confió. Y la misma Iglesia nos enseñará luego, con aquella infalibilidad que hermosea sus
divinas sienes, que la revelación al mundo comunicada se contiene ya en Tradiciones divinas,
no escritas, ya en libros escritos que a Dios tienen por autor por haberlos inspirado. De esta
manera describe su círculo la Teología Fundamental con los tratados acerca de Cristo, legado
divino, de la Iglesia como depositaria y maestra infalible de la revelación, de la Tradición
divina y de la Inspiración de la Escritura Sagrada; tratados que forman, por decirlo así, el
vestíbulo regiamente esplendoroso que va a conducirnos al interior del edificio sublimemente
majestuoso de la Teología Dogmática.
Y a los ojos extasiados, que contemplan maravilla tan estupenda como es el conjunto
armónico de la Teología Dogmática, preséntase en primer lugar el centro de la misma, Dios
como es en sí, no sólo considerado en cuanto es uno en su naturaleza sino también en cuanto
es trino en las personas. Y aunque en el orden de exposición de los demás tratados bien pueden seguirse diversas orientaciones, determinadas por diversos criterios acertados, ya que en
nada se menoscaba por eso la trabazón íntima de las diferentes partes, y brilla siempre esplendorosa la armónica unidad del conjunto, creo acertado en una obra teológica observar el siguiente método, bastante frecuentemente seguido por insignes autores, o, a lo más, ligeramente modificado.
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Examinado Dios como es en sí, estudia la Teología Dogmática el orden que entre Él y las
criaturas existe, para lo cual comienza por presentárnoslo como causa eficiente que del abismo insondable de la nada con inefable poder infinito creó el mundo, al hombre, a los ángeles,
comunicándoles su debida perfección natural, y elevando graciosamente a las criaturas racionales a un orden sobrenatural que tiene su coronación en la visión beatífica, la cual constituye
uno de los más sublimes misterios del amor infinito de todo un Dios a sus humildes criaturas.
De este modo quedan desarrollados en la escena teológica los tratados de Deo creante et elevante. Pero si las criaturas eran humildes, bajas, pequeñas, no lo fueron en su ingratitud, y
rebeláronse contra su munífico Bienhechor, despreciando los dones que de Él recibieron constituyéndose en enemistad permanente con Él después de perder por la culpa la realeza inapreciable de la santidad; y aquel amor infinito, inexplicable, incomprensible de un Dios liberalísimo en enaltecer a sus criaturas, ejecutó otro delirio, otra locura, digámoslo así, de ternísimo
amor, enviando al mundo a su divino Hijo Jesucristo revestido de mortal figura humana para
realizar la grandiosa epopeya de la redención. Así, pues, considera la Teología Dogmática al
Unigénito del Padre primeramente como persona divina, que subsiste en dos naturalezas, divina y humana, con las consecuencias que de esta unión hipostática necesariamente se derivan: luego su oficio sublimemente excelso de Redentor de los hombres, en virtud de cuya
redención quedó nuevamente el género humano dispuesto y expedito para obtener fácilmente
su primitivo fin sobrenatural, ya que por ella se le comunicó la gracia con la cual los hombres
adornaran su alma de virtudes, evitando los pecados y transgresiones que hubieran de establecer un muro infranqueable entre la criatura y el Criador. De esta manera entran en escena los
tratados de Verbo Incarnato, de Deo Redemptore, de Gratia, de Virtutibus. De peccatis.
Y esa gracia por la redención para los hombres obtenida, tiene un cauce divinamente ordenado por donde fluye; y ese cauce es la Iglesia; y en ese cauce amplio y total existen diversos canales, menos amplios y parciales, aunque potentemente abundantes y copiosos, que
distribúyenla diversamente a los mortales; y esos canales son los Sacramentos a la misma
Iglesia confiados, en ella depositados.
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Por este proceso añadimos a la obra estupenda de la doctrina católica los tratados de Ecclesia
(trat. dogmatico) y de Sacramentis.
Y esa misma redención que Cristo nos obtuvo por la gracia divinizadora tiene o tendrá,
mejor dicho, su complemento, su perfecta consumación por medio de la resurrección de la
carne, de la renovación del mundo, del juicio universal quo establecerá el equilibrio de toda
justicia, de la gloria o de la reprobación eterna, donde brillarán indeficientemente las perfecciones de Dios. De este modo se completa todo el edificio de la doctrina cristiana con el tratado de Novissimis, cuyas enseñanzas hacen sentir al hombre las infinitas bondades y los inmensos rigores de todo un Dios, que no en vano se llama la Misericordia y la Justicia mismas.
Con trompeta angélica llamaría yo ahora al género humano y lo congregaría ante esa obra
grandiosamente divina de la sabiduría infinita de Dios, y, haciendo desfilar primeramente ante
sus ojos el horroroso cuadro de la mísera razón humana, cual fue en el paganismo, obscurecida por las sombras densísimas de todos los errores, especulativos y prácticos, le preguntaría
luego, señalando con el dedo al alcázar de la fe: esa obra ¿la has producido tú? ese efecto
asombroso del entendimiento ¿te reconoce por su causa? los celajes negrísimos que te envolvían ¿han hecho refulgir tan clara luz? Si te atreves a dar una respuesta afirmativa, atrévete a
afirmar también que te has convertido en Dios; y, si contestas negativamente, afirma presuroso que el Verbo de Dios habló a los hombres, y que la obra que has contemplado es obra de la
Sabiduría de Dios.
¡No puede ser humano un abismo sin fondo de intelectualidad divina!
¡No puede ser tuyo, débil razón humana, lo que impreso lleva el sello de la divinidad!
FR. JUAN MARTÍNEZ MONJE DEL CAMINO
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IDEÍCAS
(Continuación)
III
–Estoy firmemente persuadido —hablóme el Padre— de que por ahora no se fundarán ni
la Revista ni el Boletín general, porque...
–¡Ah! se me olvidaba indicar —le interrumpí— que ese Boletín convendría redactarlo en
latín, salvo meliori.
–Ese es un detalle discutible, así como las bases para formar el cuerpo de redacción.
Me callé.
–Y no se fundarán, se lo diré a V. R. claro, porque arrancar a las Provincias los redactores y obligarlas a invertir dinero, sería desbaratar planes concebidos e intereses creados.
Además, aunque muchos le dan importancia, otros no se la dan a eso de escribir: lo reputan
lujo peligroso, cuando no innovación nefanda. Yo he sido casi toda mi vida cura en Ultramar
—añadió con calma—, pero veo que hay varias clases de apostolado; y tan meritorio es predicar a indios en una iglesia, como predicar a no indios en una cátedra de imprenta. Las reflexiones que hizo V. R. en la carta al P. Director de Santa Rita son dignas de estudio.
–Muchas gracias, pero, por lo manidas y viejas, no son mías.
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–Se engañan los rutinarios al creer que sólo hace el bien a las almas viviendo en los curatos. Pues, si los misioneros predican a mil individuos, los escritores predican a cien mil y
están predicando mientras vive el escrito.
–Oyéndole hablar así, maravillábame yo mucho.
–Se gasta dinero —continuó— en fabricar casas e iglesias; se gasta en propaganda, en
aliviar las necesidades de los feligreses, y en otras cosas que son del servicio de Dios y de las
almas, y ¿no se ha de gastar en dar lustre al hábito y en rodearse de prestigios para obtener el
ciento por uno, aun en lo material, el día de mañana? El escribir ni es lujo ni es peligroso: es
un punto del programa de vida apostólica. Por eso, si alguno se opone a la vida de colegios
para seglares, a la de residencias y las empresas de talleres e imprentas, es porque desconoce
nuestra Institución y su vida de tres siglos, y la confunde con la vida que llevó la Provincia de
San Nicolás de Tolentino. ¿Quién ha resuelto que la vida apostólica sea interpretada como
exlusivamente vida de curatos? Nadie. Hablan las Constituciones, aunque de paso, de varias
de las manifestaciones apostólicas de la vida religiosa. De la vida de misioneros y curatos
hablan muy poco. De lo que hablan largamente, detalladamente, es de la vida conventual. Y la
vida conventual no existe, por desgracia.
Mi asombro subía por momentos. ¿Es posible que este tan grave y prudente religioso se
exprese así?
–Padre —le insinué a renglón seguido—, el hecho es que la mayoría de nuestros Religiosos, hoy día, se dedica a ese género de vida en Ultramar.
Hecho que me parece… pasadero o pasable, por lo que tiene de transitorio, circunstancial
o provisional; pero si se convirtiera en razón o estado permanente, creo yo humildemente que
sería un desacierto de desastrosas consecuencias para la Orden, como tal. Primera razón: Las
Órdenes Regulares tienen de suyo, y como característico, la observancia de los votos y Constituciones en vida común. Todo lo que sea aislar al Religioso y hacerle vivir fuera de Comunidad, o sea, sin la compañía de sus hermanos, es como minar una de sus murallas principales.
La vida de parroquia es vida más
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de Clérigo que de Religioso, y en tanto se puede admitir en cuanto que responda a una necesidad, en ciertas épocas, y con ciertos individuos del claustro. Pasada la necesidad, el Religioso,
a vivir con los Religiosos.
Yo me puse a pensar que los papeles se habían cambiado; pues el Padre, que en la entrevistas anteriores me tiraba de la lengua, ahora no me dejaba hablar y pronunciaba con reposo,
con suficiencia, tales afirmaciones, que para destituirlas de fundamento se necesitaba Dios y
ayuda.
–Comentaré —añadió— algo de lo mucho que se ha escrito en algunos Boletines religiosos ajenos, aplicándolo yo a lo nuestro. Muy bien hicieron nuestros antepasados de los siglos
XVII y XVIII en sacar de los claustros peninsulares algunos individuos y colocarlos en las
misiones de Filipinas, quedándose la mayoría atendiendo a las funciones conventuales propias
del Instituto. Era un sacrificio a Dios; era llenar un hueco, hablando vulgarmente, que no podían llenar los sacerdotes seculares; y era pagar, en cierto modo al Estado civil de España las
garantías de vida que en la península prodigaba a los Conventos. La Provincia de Filipinas
estuvo constituida por un aglomerado de curatos y ministerios, regidos por un Padre, y con
sólo un convento propiamente dicho, el de Manila, en el cual apenas había suficientes individuos para hacer vida de comunidad. Los otros conventos eran titulares: residían en ellos tres o
cuatro Religiosos, a veces enfermos. Por eso afirmó V. R. bien el primer día que aquella Provincia fue mucho tiempo anómala. Pasaron los siglos, y suprimidas en España las Provincias,
erigió la de Filipinas colegios o coristados. ¿Qué, eran, en resumidas cuentas, esos planteles
nuevos? Algo así como seminarios de clérigos regulares. Había desaparecido la Congregación
como institución conventual.
–El caso es que la herencia hoy recibida —repuse— es enteramente misionera.
–Pero no digamos que es herencia que nos legó la Orden sino una muy benemérita Provincia; aunque, dicho sea en honor de ésta, también nos legó a última hora ejemplos de labor
docente en el Seminario de Bigan y en el colegio de Bacolod.
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Añadí luego, al punto:
–Hasta el cambio de nombre hemos heredado de ella.
–¿Qué?
–Sí, porque hasta que se verificó la supresión de los conventos en España el nombre vulgar y el más corriente era Agustinos Descalzos.
–Eso no querrá decir que desde antiguo no nos llamásemos Recoletos, pues entiendo que
en repetidas Bulas pontificias y documentos oficiales de la Curia Generalicia se nos denomina
indistintamente Reformados, Recoletos y Descalzos.
–Es verdad; las tres denominaciones son constitucionales y propias, pero repito que el
nombre más usado en toda España, excepción hecha de Castilla la Vieja, era Descalzos. No
dirá V. R. que hablo a bulto; tengo muy observado que los Provinciales y Superiores de las
Casas de Andalucía, Aragón, y la Candelaria, se llamaban en los documentos a sí mismos
Descalzos, muchas más veces que Recoletos; en cambio, en Madrid y conventos más próximos, sucedía lo contrario. Excusado es decir que, se llamasen Recoletos o se llamasen Descalzos, se practicaba la descalcez o nudipedio, valga el latinismo, con la sandalia tal como la
usan hoy en día los carmelitas descalzos, los trinitarios descalzos, los capuchinos y las demás
Órdenes reformadas.
–Y en Filipinas ¿qué nombre predominó?
–Hasta mediados del siglo XIX el de Descalzos; de ahí en adelante el de Recoletos.
–¿Cómo se explica eso?
–………
Extinguidas las Provincias de España, que conservaban las tradiciones y costumbres primitivas —continué después de decir algo que no quiero recordar— resulta que la sandalia casi
se ha convertido en zapato; la correa de la cintura, de una pieza se ha partido en dos; el cerquillo ha desaparecido; la forma de la capilla se ha alterado, como se deduce de los grabados
y de las capillas que conservaron los Padres exclaustrados de la Provincia de la Candelaria,
que algunos de nosotros hemos alcanzado a ver. Era igual que la de los franciscanos, excepto
el color.
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–Y ¿qué hacer? —inquirió el Padre sonriendo con sonrisa muy fina—.
Me encogí de hombros. El Padre profirió matizando con el tono sus palabras:
–Es mi opinión personalísima que volvamos al punto de partida... sin partirnos por el eje.
Respeto los pareceres contrarios, si los hay, o dicho con palabras no resabiadas de liberalismo, respeto a las personas que sustenten pareceres contrarios al mío; lo cual, sin embargo, no
me veda que exponga y defienda el procedimiento que me parece a mí lógico y hacedero.
–¿Cuál será?
–Pues restaurar el primitivo espíritu recoleto.
–¡Oh! ¿La vida conventual?
–En lo que se pueda y cuando se pueda.
–¡!
–No se admire, Padre mío; hoy por hoy no se puede pensar en que las Provincias vivan en
conventos como antes; debemos, no obstante, entrar por los caminos que más nos aproximan
al ideal perdido ¡ay! quizás para siempre, y por lo tanto evitar los senderos que nos alejan de
él; es decir, disminuir los curatos, y fomentar las Residencias, los Colegios de enseñanza, las
instituciones de imprenta, etc., etc. en que haya suficiente número de Religiosos con vida
común.
–Y ¿ese categórico imperante de la vida que se llama producto del trabajo, vulgarmente,
dinero?
–Repito que los curatos pueden tolerarse mientras no se funden las otras Casas, pero hay
que trabajar pro asis et focis, entiéndalo bien, para establecerlas. Y aun una vez normalizado
este nuevo género de vivir, no estaría mal, sino muy bien, que cada Provincia sacrificase algunos individuos al servicio de las parroquias y ministerios de cura de almas.
Por lo demás —prosiguió el avisado Padre—, tengo entendido que los Colegios seculares
y las empresas editoriales y las Residencias bien combinadas compensan la labor colectiva.
–¡Muy difícil es realizar proyectos de esa naturaleza! —exclamé—.
–¿Dificultad? ¿Miedo al fracaso? Pues, ¿qué? ¿Lo fácil es la norma de lo bueno?
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Y añadió sin hacer pausa:
–Voy a darle una nueva razón, que será la segunda, para demostrar que importa que la
Orden no sea casi exclusivamente misionera, sino todo lo contrario. El dedicarse a un solo
ministerio u ocupación (salvo siempre la voluntad divina), empequeñece los horizontes del
trabajo; confunde y mezcla las diversas energías del organismo compuesto de hombres de
distintos gustos, aptitudes, genios y edad; expone a la Orden a peligros de ruina, peligros que
unas veces son originados por el cambio de los gobiernos, otras por la diversidad de las naciones y razas, y otras por la inconstancia y flaqueza del corazón humano. Y no explico más
esta síntesis o serie de razones porque al buen entendedor pocas palabras.
–¡Admirable! Suscribo hasta el tonillo con que me lo dice.
–Y allá va la tercera y última razón: el ejemplo. Fuera de muy contadas excepciones las
entidades religiosas, aun las reformadas y similares de la nuestra, se dedican ahora a muy variadas ocupaciones dentro de la vida apostólica. Las hay que por fundación e instituto deben
dedicarse a la enseñanza, pongo por caso, y, en atención a las circunstancias y a la calamidad
de los tiempos, se emplean en otros ministerios. Las hay que comenzaron con un ideal, y con
el mismo siguen, pero interpretado ampliamente. O renovarse o morir, he aquí el dilema.
–Como si dijéramos: Vetera novis augere et perficere.
–Ni más ni menos. Ese es mi lema.
–El Concilio Tridentino trazó normas para la vida regular que fueron mina copiosa de
heroísmos y de progreso en bien de las Comunidades y de la Iglesia. Hoy el nuevo Código
Canónico, con trazos concisos y llenos de sabiduría, ha marcado a las Religiones no la región
de la muerte sino la de la vida. ¿Por qué no entráis en la piscina regeneradora?, les ha dicho; y
necia será la que conteste: Hominem non habeo.
–¿Me permite que me haga eco de algunas objeciones que tengo oídas?
–¡Ya lo creo!
–Las Constituciones dadas para nosotros por el fervoroso y gran siervo de Dios Fr. Luis
de León, como las que se editaron después
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el año 1635, y las que se recibieron, acomodadas a las nuevas circunstancias el año 1745, que
todos hemos conocido, mamndan que el culto divino y las observancias conventuales, in primis et ante omnia, prae oculis nobis perpetuo habenda sint. Luego mudar el fin principalísimo
es destruir la sustancia.
–Pro me laboras. Luego debemos tender y aspirar a la vida primitiva siempre y cuanto se
pueda. Además la Orden, ejus est tollere cujus est condere; luego lo que puede hacer en un
Capítulo General, puede modilicarlo en otro. Otrosí: no se cambian sustancialmente los fines
de la institución sino se amplían e interpretan por la autoridad competente. Y, por último, los
Religiosos dependemos del Sumo Pontífice en absoluto; todavía más, lo que tenemos, aun la
misma existencia o ser, se lo debemos al Papa. Ergo…
–Convertir la atención a distintos empleos equivale a no intensificar el provecho de ninguno de ellos. Además, la diversidad de ocupaciones crea la distinción y acepción de personas. Aquí, lo de aristócratas y demócratas.
–Aquí lo de San Pablo —replicó con viveza—: Divisiones vero gratiarum sunt, idem autem Spiritus:
Et divisiones ministrationum sunt, idem autem Dominus:
Et divisiones operationum sunt, idem vero Deus, qui operatur omnia in nobis.
Unicuique autem datur manifestatio Spiritus ad utilitatem.
Alii quidem per Spiritum datar sermo sapientiae: alii autem sermo scientiae secundum
eumdem Spiritum:
Alteri fides in eodem Spiritu: alii gratia sanitatum in uno Spiritu:
Alii operatio virtutum, alii prophetia, alii discretio spirituum, alii genera linguarum, alii
interpretatio sermonum:
Haec autem omnia operatur unus atque idem Spiritus, dividens singulos prout vult.
Sicut enim corpus unum est et membra habet multa, omnia autem membra corporis cum
sint multa, unum tamen corpus sunt: ita et Christus.
Etenim in uno Spiritu omnes nos in unum corpus baptizati sumus, sive Judaei, sive gentiles, sive servi, sive liberi: et omnes in uno Spiritu potati sumus.
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Nam et corpus non est unum membrum, sed multa.
Si dixerit pes: Quoniam non sum manus, non sum de corpore: num ideo non est de corpore?
Et si dixerit auris: Quoniam non sum oculus, non sum de corpore: num ideo non est de
corpore?
Si totum corpus oculus: ubi auditus? Si totum auditus: ubi odoratus?
Nunc autem posuil Deus membra, unumquodque eorum in corpore sicut voluit.
–¿Quiere que siga trayendo a colación más doctrina del capítulo XII de la misma epístola? ¡Hace tanto al caso! Parece que todo esto lo dijera directamente para las Comunidades
religiosas nuestro Señor Jesucristo por boca de su Apóstol. Veamos cómo se repite la misma
idea con otro giro más directo todavía, ribeteando lo dicho con retoques irretocables:
Quod si essent omnia unum membrum, ubi corpus? Nunc autem multa quidem membra,
unum autem corpus.
Non potest autem oculus dicere manui: Opera tua non indigeo: aut iterum caput pedibus:
Non estis mihi necessarii.
Sed multo magis quae videntur membra corporis infirmiora esse, neressariora sunt:
Et quae putamus ignobiliora membra esse corporis, his honores abundantiorem circumdamus: et quae inhonesta sunt nostra, abundantiorem honestatem habent.
Honesta autem nostra nullius egent: sed Deus temperavit corpus, ei, cui deerat, abundantiorem tribuendo honorem.
Ut non sit schisma in corpore, sed idipsum pro invicem sollicita sint membra.
Et si quid patitur unum membrum, compatiuntur omnia membra: sive gloriatur unum
membrum, congaudent omnia membra.
Vos autem estis corpus Christi, et membra de membro.
Y todavía sigue hablando sobre el misma terna el Apóstol escritor y predicador en Areópagos y Capitales de Imperios —hízome observar el Padre, no sin añadir:— Parece que
hubiera oído San Pablo esas palabrejas de aristócratas y demócratas, de igualdades y de comunismos.
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–¿Otra objeción?
–Venga.
–Alguno, quizá, teme aquello de que la ciencia infla y ensoberbece. Los oradores y conferencistas, los doctores y bachilleres, los plumíferos…
–Pues ese temor es de gente asustadiza. La ciencia no ensoberbece ni puede porque la
ciencia es don del Espíritu Santo; los abusos de la ciencia se pueden obviar con no pocos medios de que disponen las Comunidades Religiosas. Acaso peores peligros, y de varias clases,
encuentra el misionero en su ministerio parroquial. V. R. que ha sido misionero en Casanare,
viviendo muy cerca de las tribus salvajes, y a veces en contacto con ellas, por más de diez
años podrá atestiguar lo que apunto. ¿No es verdad?
Hícele con la cabeza signos afirmativos.
–Pues bien, mucho se pueden remediar esos peligros con una legislación previsora.
–¡Ahí, ahí, padre!
–Digo que nuestras Constituciones son deficientes por este lado. La nueva edición que resulta muy meritoria en cuanto al método, en general, y en cuanto a la sustancia de varios capítulos y aun Partes, o flaquea o calla respecto de los nuevos aspectos de la vida religiosa, al
paso que se hace difusa y casuística en lo que toca a conventos que ni existen ni existirán,
(por desgracia, repito), si de Dios no viene el remedio. Y cosa semejante sucede con muchas
de las Constituciones de las otras Comunidades religiosas; comunidades que eran conventuales como la nuestra y hoy no son conventuales como antes.
Pero ahora que ya el nuevo Código eclesiástico ha dado las normas generales sobre las
Religiones y ahora que todas tienen que revisar sus respectivos reglamentos y modos de vivir,
también la nuestra sabrá preparar en estos cinco años la nueva edición, que será obra de varios
Religiosos que tienen mucho amor a la tradición recoleta armonizada con las necesidades
nuevas de la Iglesia y de las almas.
–Padre —le dije muy satisfecho—, V. R. no tiene lubrificado el cerebro con tocino rancio.
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–Ni V. R. es tampoco —me contestó— de los que quieren que los Religiosos vivan a lo
cura y los curas a lo señorito…
Nos dimos la mano despidiéndonos, cuando el anciano Padre me advirtió:
Y bien; tanto hablar con motivo de Cultura Recoleta, ¿no conoceremos alguno de sus
artículos?
Tardé un momento en contestarle, y entonces terminó él diciendo con resolución y con
repuntes de donaire:
–Sí, hombre, sí; dígale al Hermano Boletín que saque al balcón de la publicidad a su hermana Cultura, siquiera por un instante.
FR. P. FABO DEL C. DE MARÍA
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RELACIÓN DE LAS MISIONES DE LOS PP.
AGUSTINOS RECOLETOS EN LA
REPÚBLICA DE VENEZUELA
E ISLA TRINIDAD
ARCHIDIÓCESIS DE CARACAS
CARACAS
Residencia de la Vicaría Provincial con los siguientes Religiosos: P. Vicario Provincial,
Fr. Juan Vicente de San José; PP. Fr. Bruno Capánaga de la Concepción, Fr. Julián Moreno
de San Nicolás de Tolentino y Fr. Vicente Oliet de Sto. Tomás de Villanueva.
La Capilla de María Auxiliadora (futuro santuario de Nuestra Señora de la Consolación)
vino a nuestro poder y administración el 12 de Junio de este año de 1918, festividad de San
Juan de Sahagún. Está situada al Sur de esta ciudad, entre las esquinas de Cristo a Isleños. Es
al presente de pequeñas dimensiones, y curiosita y devota. Está bien dotada de altares y demás elementos del culto. No encontramos en ella Congregaciones fundadas. En los tres meses
que llevamos en ella hemos fundado la obra del Catecismo y la Sociedad de «Madres Cristianas», bajo el Patronato de N. M. Santa Mónica. Distribuimos unas mil comuniones mensuales. Hemos introducido ya en ella el culto de nuestros Santos Agustinianos con las imágenes
de N. M. Santa Mónica y Santa Rita de Casia y celebrado solemnemente las festividades de
N. G. P. San Agustín, San Nicolás de Tolentino y Ntra. Sra. de la Consolación. Poco a poco y
a medida que podamos desplegar nuestros esfuerzos, confiamos en el Señor que podremos ver
más abundantes frutos espirituales.
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La Guaira
Departamento Vargas. –Actualmente residen en ella el P. Fr. Juan Benito Cañas del Rosario, Cura y Vicario Foráneo, y el P. Fr. Miguel Ángel Avellaneda del Rosario. Está a nuestro cargo desde el 9 de Marzo de 1914. Tiene unos 6.000 habitantes, todos católicos, excepto
40 que son hebreos y unos 30 evangelistas. Hay unos 100 masones. En el año 1917 hubo:
Matrimonios, 19; Bautismos, 29; Confesiones, promedio diario, 20; Comuniones, promedio
diario, 40; Defunciones, 112. –Templos: San Pedro Apóstol, que es parroquial y Ntra. Sra. del
Carmen. Hay además dos pequeñas Capillas, una en «El Cardonal» y otra en «Punta de Mulato». Están fundadas las Asociaciones Religiosas siguientes: «Hijas de María», «Adoración
perpetua», «Apostolado de la Oración» y del «Tránsito de María». Hay dos Hospitales: el de
San Juan de Dios, para hombres, atendido por las Reverendas Hermanas de San José de Tarbes, y el Hospital de Caridad, para mujeres. Funcionan siete escuelas federales, dos de ellas
concentradas y cinco municipales; además el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús. Existen,
finalmente, tres sociedades de mutuo auxilio, así denominadas y son: «Benéfica Española»,
«Vínculo de Caridad» y «Mutuo Auxilio».
Cabo Blanco
(Leprocomio). Departamento Vargas.- Es Capellán desde el 20 de Agosto de 1917 el P.
Fr. José Ibáñez de la Asunción. El edificio es hermoso, con dos cuerpos grandes y separados
para hombres y mujeres. Está bajo el cuidado de las Rvdas. Hermanas de la Caridad de Santa
Ana. Actualmente hay 150 enfermos. Diez comuniones diarias.
Puerto Cabello
Estado Carabobo.- Es Cura y Vicario Foráneo el P. Fr. Eugenio Galilea de San Luis Gonzaga. Están además los PP. Fr. Manuel Acereda de la Concepción, Fr. Carlos Bretón del Carmen y Fr. Feliciano Alonso del Carmen. Desde el año 1902 tenemos a nuestro cargo la administración espiritual de toda la Vicaría Foránea de
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Puerto Cabello. Consta esta Vicaría de dos parroquias urbanas, llamadas de San José o parroquia Matriz, la cual existe desde los tiempos de la Colonia, y la de la Virgen de la Caridad,
fundada en 1882. Tiene además una parroquia Foránea, llamada de San Juan, en el municipio
de Burburata y cinco Capillas públicas en los municipios foráneos de Morán, Patanemo, El
Cambur, Goaigoasa y San Esteban. En la población urbana existen un Hospital Municipal a
cargo de las Hermanitas de los pobres de Maiquelia con su Capilla; una Casa de Beneficencia
a cargo de la misma Congregación, con su Capilla, y un Colegio de niñas a cargo de las Hermanas de San José de Tarbes de fundación francesa, con su Capilla pública; y finalmente, una
Gruta de Lourdes con culto público. La instrucción tiene: el dicho Colegio de las Hermanas
de San José de Tarbes; un Colegio de segunda enseñanza, llamado de la Providencia, a cargo
de profesores particulares; una Escuela graduada de varones, llamada de «Bartolomé Salón»,
y otra Escuela graduada de niñas, llamada de «Cristóbal Rojas». Además existen y funcionan
seis Escuelas Municipales en la población urbana y cinco en los Municipios foráneos. La población urbana de Puerto Cabello cuenta 15.000 habitantes y los Municipios foráneos 5.000:
la mayoría son católicos, pues sólo habrá unos 100 habitantes entre protestantes y judíos. El
movimiento parroquial de esta Vicaría en el año próximo pasado ha sido el siguiente: Bautismos, 620; Defunciones, 510; Matrimonios eclesiásticos, 110; Comuniones, 30.000; primeras
Comuniones, 180.
DIÓCESIS DE GUAYANA
Aragua de Barcelona
Estado Anzoátegui.- Tenemos la administración espiritual de Aragua de Barcelona, capital del distrito de su nombre, desde marzo de 1903. Esta villa se halla situada en una apacible
llanura que media entre «El Camaruco y el río «Aragua», de donde tomó su nombre. Se halla
internada 25 leguas de la capital del estado, Barcelona. Su fundación, debida a Fr. Juan Moro,
se inició por el 1723 y se formalizó por el año 1734. Tiene un hermoso templo parroquial,
cuya obra comenzó el 1880 y se inauguro solemnemente en
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el 1911. Su Patrono es San Juan Bautista. Es Cura y Vicario Foráneo el P. Fr. Félix Abaurrea
de San José y le acompañan los Padres Fr. Pablo Grávalos de Sto. Tomás de Villanueva y Fr.
Cipriano Terrero de la Concepción. Van anejos a la parroquia: «El Chaparro», «Santa Ana,
«La Margarita» y «Cachipo». La población urbana de Aragua de Barcelona cuenta 4.500
habitantes católicos. El movimiento parroquial en el año próximo pasado ha sido el siguiente:
Bautismos, 314; Defunciones, 58; Matrimonios eclesiásticos, 38; Comuniones, 8.000; primeras Comuniones, 26. Tiene nueve Asociaciones religiosas, y son: Santísimo, Sagrado Corazón
de Jesús, Hijas de María, Rosario perpetuo, San José, San Antonio, San Rafael, Ntra. Sra. del
Carmen y Ntra. Sra. de las Mercedes.
El Chaparro
Distante doce leguas de Aragua de Barcelona, cuenta 2.500 habitantes católicos. El movimiento religioso en el año próximo pasado ha sido: Bautismos, 260; Defunciones, 39; Matrimonios eclesiásticos, 15; Comuniones, 3.000. La instrucción tiene dos escuelas, una para
varones y otra para hembras. Sociedades religiosas, dos.
Santa Ana
A ocho leguas de Aragua de Barcelona; tiene 600 habitantes católicos. La instrucción
cuenta con dos escuelas: una para varones y otra para hembras. Bautismos en el año próximo
pasado, 36; Matrimonios, 1; Comuniones, 60. Sociedades religiosas, una.
La Margarita
A nueve leguas de Aragua de Barcelona; tiene 400 habitantes católicos. Dos escuelas,
una para niños y otra pasa niñas. Bautismos en el año pasado, 51; Comuniones, 30. Sociedades religiosas, dos.
Cachipo
A dieciséis leguas de Aragua de Barcelona; cuenta 200 habitantes católicos. En el Año
próximo pasado hubo: Bautismos, 18; Matrimonios eclesiásticos, 3; Comuniones, 16.
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Río Caribe
Estado Sucr2.- Es Cura y Vicario Foráneo el P. Fr. Calixto Gaspar del Carmen; le acompañan los PP. Fr. Damián Castresana de San Agustín y Fr. Maximino Díez de la Consolación.
Desde Marzo de 1915 está a nuestro cargo la administración espiritual de esta parroquia con
los anejos «Tunapuí» «Tunapuicito» y «Guaraunos». El templo parroquial de Río Caribe,
construido en tiempo de la Colonia Española, se conserva en regular estado. Existen además
en la población dos Ermitas, una dedicada al Crucificado en el cerro «El Calvario» y otra a
Ntra. Sra. del Carmen en el cerro «Colorado». La población urbana cuenta 7.000 habitantes y
en los dilatados campos que pertenecen a esta parroquia se calculan 8.000 habitantes, en su
mayoría católicos. Hay establecidas las siguientes sociedades religiosas: Apostolado de la
Oración, Hijas de María de Lourdes, Hijas de María Auxiliadora, Marías del Sagrario y Nuestra Señora del Carmen. El movimiento parroquial en el año próximo pasado ha sido: Bautismos, 840; Defunciones, 247; Matrimonios eclesiásticos, 20; Comuniones, 20.000.
Irapa
Estado Sucre.- Pertenece esta parroquia a la Vicaría Foránea de Río Caribe. Es párroco el
P. Fr. Pedro Bengoa de los Remedios y le acompañan los PP. Fr. Cecilio Recalde de la V. del
Soto y Fr. Manuel Bienzobas de la V. de Araceli; este último atiende la parroquia de Yaguaraparo. De 7.200 habitantes que en una extensión de seis leguas y media componen la parroquia de Irapa, casi la totalidad son católicos y solamente hay algunos de las Islas Trinidad,
Granada, S. Vicente y Martinica, protestantes y éstos de poca significación. Están establecidas
las sociedades religiosas del Apostolado de la Oración, Hijas de María y de la Santa Cruz. El
templo parroquial se halla en mal estado y actualmente se activa su reedificación. Existen
además dos Capillas para el culto católico, una en «Soro» y otra en «Campo Claro». En la
población urbana funcionan tres escuelas públicas, dos de niñas y una de niños; en Soro una
escuela
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mixta y en los campos varias particulares. El movimiento parroquial en el año próximo pasado fue: Bautismos, 331; Defunciones, 126; Matrimonios eclesiásticos, 6; Comuniones,
12.000; primeras Comuniones, 104.
Yaguaraparo
Tiene 4.000 habitantes católicos en su mayoría, 2.500 en el casco de la población y 1.500
en los vecindarios «Chorro», a media legua; «El Panjuí», a cuatro leguas; «Bohordal» y «Río
del Medio», a tres leguas; «Río Seco», a dos leguas y «La Playa» a media legua. La iglesia
parroquial empezó a construirse de nueva planta en el año 1909 y se inauguró el 1913. Hay
además una Capilla dedicada a la Santísima Cruz. Hay establecidas las sociedades Apostolado
de la Oración, San José, Ntra. Sra. del Carmen, San Antonio e Hijas de María. Funcionan cuatro escuelas, dos de niños y dos de niñas. El movimiento parroquial en el año 1917 fue: Bautismos, 200; Defunciones, 90; Matrimonios, 8; Comuniones, 6.000.
DIÓCESIS DEL ZULIA
Maracaibo
Estado Zulia.- Es Presidente de nuestra Residencia el Padre Fr. Joaquín Arriaga del Amor
Hermoso, con los PP. Fr. Domingo Narro de la V. del Prado y Fr. José Carceller de Sto.
Tomás de Villanueva. Tenemos a nuestro cargo, desde el año 1899, la administración espiritual del Hospital (Casa de Beneficencia), bajo el cuidado de las Rvdas. Hermanas de la Caridad de Santa Ana y el Lazareto de la isla Providencia que regentan las religiosas de la misma
Congregación. La Casa de Beneficencia tiene un templo dedicado a Santa Ana. En el hermoso
edificio del Hospital se da asilo y se atiende a los enfermos e inválidos del Estado Zulia. En el
año próximo pasado se distribuyeron 40.000 Comuniones. En el Leprocomio (Isla Providencia), hay 640 enfermos y se dieron 17.000 comuniones el año pasado.
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DIÓCESIS DE BARGUISIMETO
Coro
Es capital del «Estado Falcón» y en los primeros tiempos de la Colonia Española era la
capital de toda Venezuela. Tenemos a nuestro cargo una de las dos parroquias que existen en
esta ciudad, titulada de San Antonio, con unos 8.000 habitantes en su mayoría católicos. Regentamos además el templo de San Francisco que es donde tenemos establecida nuestra Residencia. Es Presidente el P. Fr. Manuel Jiménez de la Merced y le acompañan los Padres Fr.
Julián Arnedo del Carmen y Fr. Aurelio Satóstegui de San Nicolas de Tolentino. En el año
próximo pasado hubo en San Antonio el movimiento parroquial siguiente: Bautismos, 132;
Defunciones, 36; Matrimonios eclesiásticos, 23; Comuniones, 12.000. Existen en esta parroquia las sociedades de Hijas de María y Benéfico-protectora de San Antonio. En el templo de
San Francisco se reparten unas 80 comuniones diarias y tenemos establecidas las sociedades
Adoración perpetua, Apostolado de la Oración y Obreras de Iglesias pobres.
ARZOBISPADO DE PUERTO ESPAÑA
Maraval
Tenemos la administración espiritual de esta parroquia desde Julio de 1913. Es Párroco el
R. P. Fr. José Palacios del Carmen. Cuenta 2.000 habitantes, de estos 1.800 son católicos, 10
protestantes y 190 infieles. Hay una Iglesia que es la parroquial. Funcionan dos escuelas, ambas católicas. Tiene establecidas las asociaciones piadosas Apostolado de la Oración, hijas de
María, Hijos de San José y dos de Mutuo auxilio. El movimiento parroquial en el año próximo pasado fue: Bautismos, 8; Defunciones, 31; Matrimonios, 4; Comuniones, 11.000.
Santa Cruz
Nos hicimos cargo de esta parroquia en Julio de 1914. Es Párroco el R. P. Fr. Leoncio
Sierra del Rosario. Cuenta 2.000 habitantes;
100
1.300 católicos, 150 protestantes y 550 infieles. Hay una iglesia que es la parroquial. Funcionan dos escuelas, una católica y otra presbiteriana. Hay establecidas las sociedades Apostolado de la Oración, Ntra. Sra. del Rosario y Mutuo auxilio. El movimiento parroquial en el año
próximo pasado fue: Bautismos, 45; Defunciones, 18; Matrimonios, 7; Comuniones, 4,500.
Mayaro
Administramos en lo espiritual esta parroquia desde Noviembre de 1914. Es Párroco el R.
P. Fr. Francisco Moneo de la Concepción. Cuenta 5.000 habitantes; de ellos 2.700 católicos,
1.000 protestantes, 1.300 infieles. Para el culto católico tiene la iglesia parroquial y dos capillas. Hay dos iglesias protestantes. Funcionan tres escuelas católicas, una neutra del gobierno
y una presbiteriana. Tiene establecidas las sociedades Apostolado de la Oración, Hijas de
María, Hijos de San José, Ntra. Sra. del Carmen, Santa Ana, S. José, San Pedro y Mutuo auxilio. El movimiento parroquial en el año próximo pasado fue: Bautismos, 96; Defunciones, 30;
Matrimonios, 10; Comuniones, 7.000.
Moruga
Administramos esta parroquia desde Junio de 1912. Es Párroco el R. P. Fr. Mariano Ortiz
del Santo Cristo de Aibar. Cuenta 4.700 habitantes; de estos 3.100 son católicos, 900 protestantes y 700 infieles. Hay una iglesia, la parroquial, y dos Capillas para el culto católico. Funcionan tres escuelas católicas, dos neutras del Gobierno y una protestante. Tiene establecidas
las sociedades Hijas de María, Apostolado de la Oración, Hijos de San José y Mutuo auxilio.
El movimiento parroquial en el año próximo pasado fue: Bautismos, 130; Defunciones, 25;
Matrimonios, 11; Comuniones, 6.800.
Couva
Administramos en lo espiritual esta parroquia desde Septiembre de 1915. Es Párroco el
R. P. Fr. Silvestre Monja de la Sagrada Familia. Cuenta 20.000 habitantes; de estos 1.500 son
católicos,
101
8.000 protestantes y 10.500 paganos. Hay dos Iglesias católicas. Funcionan dos escuelas católicas, cuatro neutras del Gobierno y catorce protestantes. Tiene estas asociaciones: Apostolado de la Oración, Hijas de María y Mutuo auxilio. El movimiento parroquial en el año próximo pasado fue: Bautismos, 86; Defunciones, 20; Matrimonios, 13; Comuniones, 500.
Fr. JUAN VICENTE de San José
Caracas 15 de Septiembre de 1918.
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DOCUMENTOS INÉDITOS
RESEÑA HISTÓRICA
de nuestra Provincia de San Nicolás de Tolentino de Filipinas,
desde su origen hasta el año 1750, escrita por el Vble.
P. Rector Provincial Fr. José de la Concepción
(Continuación)1
175. Sucediéronle en el empleo de Misioneros hasta la presente los Padres Predicadores
Fr. Manuel de San José, Fr. José de San Jerónimo, Fr. Juan de Santa María, Fr. Pedro de San
Nicolás, Fr. Antonio de San Lorenzo, Fr. Salvador de Santa Rosa, Fr. Diego de San Fulgencio, Fr. Manuel de la Concepción, Fr. Bernardino de la Santísima Trinidad, Fr. Diego de la
Virgen del Camino, Fr. Francisco de San Benito, Fr. José de la Virgen del Camino, Fr. Francisco de San Miguel, Fr. Tomás le a Concepción, Fr. Tomás de San José; de los dichos Misioneros, tres murieron en esta misión agobiados de los trabajos que en vida padecieron y fatigados de andar por los montes huyendo de la persecución de los moros, que fueron los Padres Fr. Antonio de San Lorenzo, Fr. Diego de San Fulgencio y Fr. Salvador de Santa Rosa.
El P. Fr. Francisco de San Benito, después de haber caminado por los montes muchos días
1
Véase páginas 437-440.
103
solo y sin consuelo humano por causa de la misma persecución, de frío, hambre, sed y desnudez, enfermó gravísimamente y retirándose a Manila para medicarse, en breve tiempo murió.
Lo mismo sucedió al P. Fr. José de la Virgen del Camino, pues ambos toleraron infinitos desconsuelos y trabajos, como se dirá después. Y sin embargo de haberse arruinado por dos veces esta Misión sin haber quedado una alma siquiera en ella, a esfuerzos del apostólico celo
de los Ministros Misioneros y a costa de muchas ansias y fatigas la han restablecido, de modo
que, al presente, pasan de trescientos y cincuenta los nuevos cristianos de ella y más de mil
infieles Ilayas o Manguianes catecúmenos y esperamos en Dios nuestro Señor que serán todos
bautizados.
AÑO 1723
176. Hallándose muy ufanos los enemigos mahometanos con las victorias conseguidas
tan sin sangre y cobrando más aliento de la ninguna resistencia que hallaban en las armas españolas, continuaron este año la invasión a las provincias referidas de Calamianes, Mindoro y
otras, introduciendo en todas partes la muerte, el terror, el incendio, robo y cautiverio y como
lograsen su retirada cargados de cautivos y despojos, continuaron todas las siguientes campañas la irrupción sin que se contase año alguno sin notable hostilidad en las provincias.
177. Este mismo año a pedimento de los infieles de los montes de Pinagavian y Tagaloan,
pertenecientes al partido y ministerio de Cagayan de nuestra jurisdición en la isla de Mindanao por el informe que dio el general Don Andrés García que comandando una armada contra
el enemigo aportó a dicho pueblo y ministerio de Cagayan, y por voto consultivo de los señores del real acuerdo de la ciudad de Manila, se fundó la Misión llamada de Pinaganian en dichos montes, siendo Gobernador y Capitán General de estas islas el muy ilustre señor Marqués de Torre Campo, D. Toribio José Miguel de Cosio y Campa, y Provincial de esta mi
Provincia el R. P. Lector jubilado, Fr. Diego de San José. Por no enviar a un Religioso solo a
vivir entre infieles en la aspereza de aquellos montes se tuvo por conveniente asignar dos Misioneros con sus correspondientes estipendios del Real Erario, que fueron los Padres Predicadores Fr. Juan de la Concepción y Fr. Manuel de la Concepción
104
a quienes sucedieron N. P. Ex-Provincial Fr. José de San Miguel, Fr. Fernando de San Miguel, Fr. Diego de Santa Inés, Fr. Pedro de San Marcos, Fr. Tomás de Sto. Domingo, Fr. Juan
de San José, Fr. Marcos de San Lorenzo, Fr. Miguel de la V. del Rosario, el Padre Lector Fr.
Francisco de Santa Rita, Fr. Roque de la Virgen del Carmen, Fr. Manuel de Sta. Mónica, Fr.
Agustín del Rosario, Fr. Francisco de la V. de Magallón, Fr. Francisco de Santa Teodora y Fr.
Lucas de la Cruz. De los dichos, dos murieron en el santo empleo de Misioneros que fueron
N. P. Ex-Provincial Fr. José de San Miguel y el P. Predicador Fr. Manuel de la Concepción.
178. Por las continuas historias y quimeras que tienen siempre los de dicho partido de
Cagayan y montes de su distrito entre cristianos, infieles y mahometanos circunvecinos, no ha
podido tener esta Misión el aumento que ofrecía en sus principios, pues temiéndose unos a
otros y recelosos todos, los más viven en los montes en su infidelidad sin querer salir de ellos;
muchos, abandonando sus casas, se van a vivir a otros pueblos y algunos se vuelven al estado
que antes tenían sin poderlo remediar. Sin embargo de tanto inconveniente y embarazo se ha
podido conseguir el espiritual y temporal progreso de esta Misión, de un pueblo nuevo que se
fundó llamado Tagalunao, que consta de cien tributos enteros y de quinientas almas cristianas
poco más o menos, el que se administra como los demás pueblos de antiguos cristianos y es
visita o anejo del ministerio de Cagayan. Por cuyo motivo y por la falta en que nos hallamos
de Religiosos operarios, se consultó a este superior gobierno por la suspensión de un estipendio de Misionero en esta Misión hasta que cese la necesidad en que estamos y ofrezca el
tiempo nuevos espirituales y temporales progresos. Condescendiendo el Gobierno a nuestro
pedimento, quedó un Misionero solo en esta Misión con su estipendio, se formó un pueblo
que hoy consta de setenta tributos enteros que se cobran de cuenta de S. M. y de ciento y cincuenta personas de neófitos o cristianos nuevos que aún no pagan tributo a la Real Corona y
de los cientos infieles catecúmenos. Al presente, está dicha Misión a cargo del P. Predicador
Fr. Francisco de la Virgen del Rosario.
(Continuará)
TIP. DE SANTA RITA– MONACHIL
Año X
Marzo de 1919
Núm. 105
BOLETÍN
DE LA
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
de la Orden de Agustinos Recoletos
SECCIÓN CANÓNICA
DEL ESTIPENDIO DE LAS MISAS MANUALES,
SEGÚN EL CÓDIGO CANÓNICO
§ VI
Aglomeración y distribución de estipendios
(Continuación)
24. Al celebrante se le ha de entregar íntegro el estipendio.- I. El que entrega a otros limosnas de Misas manuales debe entregarlas íntegras como las ha recibido (can. 840, § 1).
106
Exceptúase: 1.º, si el dueño del estipendio expresamente le faculta para retener algo; 2.º,
si consta con certeza que el exceso sobre la tasa diocesana se le ha dado por consideración a
su persona (ibid.): v. gr., por causa de amistad, gratitud, pobreza, parentesco. Basta y se requiere que esto conste con certeza moral.
II. En las Misas equiparadas a las manuales (n. 7, II), como no obste la mente del fundador, basta entregar la limosna señalada para las Misas manuales en la diócesis en la que se
celebre la Misa, pudiendo retenerse el exceso si ésta tiene el carácter de dote del beneficio o
de la causa pía (can. 840, § 2).
Es de notar que en algunas diócesis las Misas fundadas suelen tener señalado un estipendio mayor del tasado para las Misas manuales. Y de este exceso de estipendio se saca lo necesario para la dotación del párroco, para la fábrica de la iglesia, cantores, organista y demás
dependientes para los cuales no existe otra renta. Por consiguiente, si por alguna causa tales
Misas no pueden celebrarse en las iglesias en que están fundadas, justo parece que, si se entregan a otros, no se les dé la porción del estipendio que representa los derechos de fábrica,
ministros, etc., con independencia de la obra particular que han de ejecutar.
Estas últimas palabras quieren decir que si en tales Misas hubiere una porción señalada
para que el organista toque durante su celebración, claro está que, celebrándose las Misas en
otra iglesia, el organista de ésta, o el que efectivamente toque el órgano cuando de hecho se
celebren, es el que deberá cobrar los derechos respectivos; pero si en la fundación de tales
Misas se aumentó el estipendio para que de allí se sacara, v. gr., la asignación del organista
para que éste toque, no precisamente en tales Misas, sino las veces que sea necesario en la
funciones parroquiales, de modo que el organista venga a tener el mismo trabajo, tanto si las
Misas se dicen en su iglesia como si no se dicen, nos hallamos en el caso de nuestro canon.
§ VII
Obligación de entregar al Ordinario al fin del año
las Misas no celebradas
25. I. Todos y cada uno de los administradores de causas pías, o que estén, de cualquier
modo que sea, obligados a cumplir cargas
107
de Misas, sean estos eclesiásticos, sean legos, deben al fin de cada año entregar a sus Ordinarios, en la forma que ellos determinen, las limosnas de las Misas que debieran haber sido celebradas y no lo han sido (can. 841, § 1).
II. En cuanto al modo de contar este tiempo, si se trata de Misas equiparadas a las manuales, la obligación de entregar al propio Ordinario dichas Misas urge al fin del año en que debieran celebrarse: si se trata de las otras, al fin de un año, a contar desde el día en que se recibieron en grande cantidad de un mismo bienhechor, quedando siempre a salvo lo anteriormente
dispuesto para el caso de que se den pocas Misas o sea diversa la voluntad de los donantes
(ibid., § 2).
Coinciden estas disposiciones con las del artículo 4.º del decreto Ut debita.
26. Síguese de aquí:
a) que los albaceas, herederos, etc., deberán entregar al Ordinario las Misas que al fin
del año, desde que se hicieron cargo del testamento hubieron hecho celebrar,
dado caso que el testador no les faculte para retenerlas más tiempo.
b) Deben también entregarlas aquellos cuyo patrimonio está gravado con un número
de Misas que ha de celebrarse cada año, si durante él no las han hecho celebrar.
c) Deben, por consiguiente, entregarse las Misas que debieron celebrarse y no se han
celebrado; no aquellas cuya celebración, por voluntad de los donantes, puede
diferirse ultra annum. Los religiosos basta que las entreguen a su Provincial,
que es su Ordinario.
§ VIII
Derecho y obligación de vigilar para que
se cumplan las cargas de Misas
27. Corresponde: a) en las iglesias de los seculares, al Ordinario del lugar; b) en las de los
religiosos, a sus Superiores (can. 842).
28. Registro de Misas.–
I. Los rectores de las iglesias y de los otros lugares piadosos, sean de seculares sean de
religiosos, en los cuales se acostumbra recibir limosnas de Misas, han de tener un libro especial en el que se anote cuidadosamente el número de
108
Misas recibidas, la intención por la que han de aplicarse, la limosna que se ha recibido y
cuándo se han celebrado (can. 843, § 1).
La razón de tales registros es clara: hacer constar auténticamente las obligaciones contraídas y el cumplimiento de las mismas obligaciones, evitándose por este medio el que por
olvido o por otra causa queden defraudados los derecho de los bienhechores. Por estos registros verá el Ordinario si se han recibido sin permiso de los oferentes más Misas de las que
intra mensem podían celebrarse, si ha habido descuido en el fiel cumplimiento de las condiciones exigidas por los fieles, etc., etc.
Tales registros, llevados en debida forma, hacen fe en el fuero externo, tanto en favor de
la obligación como para probar su cumplimiento, sin que excluyan otras pruebas que puedan
suplir alguna omisión o descuido involuntario.
II. Los Ordinarios respectivos deben revisar, por sí o por otros, tales libros, por lo menos
cada año (can 843, § 2).
III. También los Ordinarios de los lugares y los Superiores religiosos que suelen encargar
a sus súbditos, o a otros, la celebración de Misas (que los fieles les entregan), deben prontamente anotar por orden las Misas recibidas, con sus limosnas respectivas, y cuidar con todo
empeño de que éstas se celebren cuanto antes (can. 844, § 1).
IV. Aún más: todos los sacerdotes, sean seculares sean religiosos, deben anotar cuidadosamente las intenciones de Misas que se les han encargado y las que ya han celebrado (ibid., §
2).
Esta ultima prescripción es nueva, a lo menos con carácter general. Al escribir nuestro
comentario al decreto Ut debita, decíamos: «En cuanto a los sacerdotes particulares, no tienen
mandado por ley positiva el llevar el registro especial de las Misas manuales que los fieles les
encargan y de los días en que las han celebrado por sí o por otros, y, por consiguiente, tampoco tienen obligación de presentarlo a la visita del Ordinario. Pero salta a la vista la conveniencia de que cada cual lleve su registro particular, en que anote distintamente las obligaciones
recibidas, el día en que las recibió, el estipendio que se le señaló, las condiciones de intención,
día, hora, etc., que se le impusieron. Así evitará dudas, descuidos y el peligro de que algunas
Misas queden sin ser celebradas, cosa que bien pudiera
109
suceder en caso de muerte repentina, en que, si no está ya anotado, no se puede avisar la falta
del cumplimiento de tales obligaciones. Y tal podría ser el descuido en anotar las obligaciones
recibidas, etc., que él por sí solo constituya pecado grave.
N. B Todas las censuras latae sententiae impuestas por el decreto Ut debita y por la
Const. Apostolicae Sedis contra los quebrantadores de las prescripciones sobre estipendios
han desaparecido por el Código; y sólo existe pena ferendae sententiae, que puede verse en el
can. 2.324, contra los que violen los can. 827, 828 y 840, § 1.
LAS TRES MISAS DEL DÍA DE DIFUNTOS
EXTENSIVAS A TODA LA IGLESIA
Decreto de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide
para los negocios del rito oriental
Este privilegio de las tres Misas el día de Difuntos, concedido por Benedicto XV, no es
aplicable a los sacerdotes de rito oriental, ni por ahora conviene extenderlo, según ha declarado la Sagrada Congregación de Propaganda Fide para los negocios de rito oriental, con fecha 13 de Marzo de 1916, la cual fue confirmada al día siguiente por Benedicto XV.
Nótese que aun hoy, en la Iglesia griega, en un mismo día sólo suele decirse una Misa en
el mismo altar, y cada iglesia sólo suele tener un altar. Cfr. Tomasini, Vetus et nova Eccl. discip., part. I, lib. 2, c. 21, n. 7.
110
DE LA RESERVACIÓN DE CASOS EN GENERAL
1. Naturaleza de la reservación.- Llámase reservación de casos en el fuero sacramental:
«la avocación de ciertos casos al tribunal del Superior, limitándose consiguientemente en los
inferiores la facultad de absolver» (can. 893).
La legitimidad de esta avocación de casos al tribunal del Superior en el sacramento de la
Penitencia se desprende de los principios dogmáticos sobre que descansa la institución y administración de este sacramento. Por institución divina el sacramento de la Penitencia tiene el
carácter de verdadero tribunal, donde por absolución judicial se remiten los pecados (cann.
731, § 1; 870). Para otorgar dicha absolución judicial se requiere en el ministro legítimo,
además de la potestad del orden, la de jurisdicción. Ahora bien, como esta jurisdicción promana del Romano Pontífice a los inferiores o inmediatamente, como a los Obispos, o mediante los Superiores subordinados, está, por tanto, sujeta a las limitaciones con que el Superior
competente tenga a bien comunicarla (can. 329, 872 875).
Está además sancionada por el uso constante en la Iglesia con mayor o menor amplitud
ya desde sus primeros siglos, y recibió solemne confirmación en el Concilio de Trento, especialmente en lo que atañe a los Obispos, sobre cuya potestad define: «Si quis dixerit, Episcopos non habere ius reservandi sibi casus, nisi quoad externam politiam, atque ideo casuum
reservationem non prohibere, quominus sacerdos a reservatis vere absolvat; anathema sit».
2. Objeto.- En general puede señalarse como objeto de la reservación todo pecado grave
cuya malicia especial, ya sea en sí considerada, ya con relación a las circunstancias, necesita,
a juicio del Superior, para su extirpación, se dificulte la absolución con remedios extraordinarios, entre los cuales se cuenta la misma reservación.
Como el efecto directo e inmediato de la reservación es dificultar la absolución de ciertos
pecados, y si esta dificultad se prodiga puede redundar en perjuicio de las almas, de aquí que
la Iglesia haya
111
recomendado siempre la cuidadosa selección de los pecados que imprescindiblemente necesiten este remedio; «in aedificationem tamen non in destructionem liceat…», dice el Tridentino;
y el nuevo Código: «Casus reservandi sint... ex gravioribus tantum et atrocioribus criminibus
externis (can. 897). Cómo se haya de hacer esta selección aparecerá por el fin de la reservación.
3. Fin.- Tres son los fines de la reservación, que los autores aducían como probables.
Unos la suponen establecida en pena (vindicativa o medicinal) del delito; otros para medicina
del delincuente, ya sea preventiva, en cuanto la dificultad de obtener la absolución le retraiga
de pecar, ya curativa, en cuanto se le obliga a acudir al médico más experto que le sepa dar
los remedios más convenientes; finalmente, había quienes le señalaban por fin el mantener la
subordinación jerárquica, obligando con ella al reconocimiento práctico de los Superiores
legítimos.
En la tercera de las opiniones tendría como efecto principal e inmediato restringir la potestad de los inferiores, y, como el motivo de suyo es permanente, la reservación nunca dejaría de tener razón de ser. Casi lo mismo puede afirmarse de la segunda, en cuanto sostiene que
la reservación sirve de medicina meramente curativa, no preventiva. Por el contrario, tanto en
la primera como en la segunda, que afirma ser medicina preventiva, sólo indirectamente y
como por consecuencia afecta a la potestad de los confesores inferiores.
Las palabras del Tridentino en el capítulo citado daban motivo para sostener cualquiera
de las tres opiniones con sus diferentes matices, como puede verse por su simple lectura:
«Magnopere ad christiani populi disciplinam pertinere sanctissimis Patribus nostris visum est,
ut atrociora quaedam et graviorta crimina non a quibusvis sed a summis duntaxat sacerdotibus absolverentur», y, en efecto, este lugar era aducido por los patrocinadores de cada una de
ellas.
Actualmente, después de la Instrucción decretoria del Santo Oficio de 13 de Julio de
1916 sobre la reservación de casos, y especialmente después de promulgado el nuevo Código,
se ha esclarecido bastante la duda y limitado la controversia.
Decíase en la mencionada Instrucción, n. 1: «Meminerint ante omnia Rmi. Ordinarli casuum conscientiae reservationes ad destructionem
112
munitionum, iuxta dictum Apostoli, ad removenda scilicet obstacula quae saluti animarum
non communi impedimento sunt, esse dirigendas; ideoque generatim loquendo, extraordinario huic remedio manus ne velint apponere nisi…, de vera reservationis necessitate aut utilitate in Domino convincantur»; n. 2: «Ipsa vero reservatio no ultra in vigore maneat quam necesse sit ad publicum aliquod insolitum votium extirpandum aut collapsam forte christianam
disciplinam instaurandam»; n 6: «Statutis semel reservationibus... curent omnino ut ad certam fidelium notitiam… eaedem deducantur, nam quaenam earum vis si lateant?
De aquí se deduce: 1) que la reservación es un remedio extraordinario enderezado a extirpar algún vicio que constituya no común impedimento para la salud de las almas, o restablecer la disciplina cristiana quizá decaída; 2) que no podrán usar de él los reservantes sino
cuando haya verdadera necesidad o utilidad para el fin indicado; 3) que no puede permanecer
más tiempo en vigor del que se necesite para obtener este fin; 4) que para la eficacia de este
remedio se necesita que los súbditos tengan conocimiento cierto de la reservación.
De estas deducciones resulta que la determinación de los reservados, su duración y su alcance queda supeditado al fin principal que se le señala; y que éste no puede ser el tercero de
los antes indicados, o sea, el mantener la subordinación debida a las autoridades superiores;
que tampoco tenga carácter de pena parece deducirse de la exactísima distinción de conceptos
que se establece en el Código, tanto donde trata ex professo de la sola reservación de pecados
(can. 893-900), como en el propio lugar de las penas (lib. V. part. II). Sólo, pues, resta claro,
al menos como principal, el carácter de remedio preventivo.
4. Especies de reservados.- Los pecados pueden ser reservados ratione sui, ratione censurae o ratione utriusque. Se llaman reservados ratione sui cuando directamente se reserva la
absolución del mismo pecado; son reservados ratione censurae cuando directamente se reserva una censura tal que impida la recepción de sacramentos, y, por tanto, como consecuencia
se impide también a absolución del pecado, a que va aneja la censura (canon
113
2.246, § 3); será, por fin, reservado por entrambas razones cuando la reservación afecte directamente tanto al pecado como a la censura aneja, de suerte que si por cualquier causa no se
incurriera en ésta o hubiera sido absuelta fuera del sacramento, aún quedaría reservada la absolución del pecado (can. 894 y 2.363).
5. Potestad de reservar.- Era principio comúnmente admitido por los doctores que la facultad de reservar pecados competía a todos los que tenían jurisdicción ordinaria en el fuero
penitencial. De este principio se infería que también los párrocos de suyo gozaban de esta
potestad para el caso en que a sacerdotes, que ya tuvieran la mera aprobación del Ordinario,
concediesen ellos la jurisdicción sacramental dentro de lo límites de su parroquia. Así la admitían los autores, si bien confesaban que en la práctica rara vez se podía ejercer esa potestad,
por ser costumbre ordinaria de los Obispos comunicar junto con la aprobación la misma jurisdicción. La Instrucción del Santo Oficio, que tantas reformas introdujo, nada prescribió sobre
este particular, quedando, por tanto, vigente hasta el nuevo Código el principio mencionado.
El Código, en su canon 893, § 1, establece como principio que solamente aquellos tienen
potestad de reservar casos que puedan conceder facultad de oír confesiones o imponer censuras, excepción hecha de los Superiores religiosos, para lo cuales da normas especiales. Ahora
bien, como, según el can. 874, § 1, sólo compete al Ordinario del lugar dar jurisdicción para
oír confesiones; y por el canon 2.220 sólo puede imponer censuras el que posea facultad de
legislar, de aquí que ya el párroco no pueda en adelante reservarse pecado alguno ni siquiera
de derecho.
Conforme a este principio, tienen poder de reservarse casos, además del Papa y del Concilio General, el Concilio Plenario y Provincial y los Ordinarios de lugar, a saber: Obispos
residenciales, Abad o Prelado nullius, Administrador, Vicario y Prefecto Apostólicos. Para los
religiosos en religión clerical exenta, solamente el General o, si se trata de un monasterio sui
iuris, el Abad, con el consejo respectivo. El Vicario Capitular y el Vicario General sin mandato especial no pueden (can. 893).
6. Condiciones para el ejercicio de esta potestad.- Ya de antiguo se imponían ciertas restricciones a la facultad de reservar,
114
derivadas o de la naturaleza misma de la cosa o de prescripciones positivas de la Santa Sede.
Así Suárez escribía: «Certum est Superiores non licite facere hanc reservationem, nisi ex iusta
causa; quia per se est onerosa subditis et difficilem reddit usum sacramenti»; y Lugo: «Suppono episcopum non posse licite reservare casus, ita ut reservatio esset magis in damnum
quam in bonum subditorum… esset autem in damnum subditorum, quando propter nimiam et
frequentem reservationem quamplures ob absolutionis difficultatem diu iacerent in statu peccati... Ut reservatio episcopi censeatur nimia non requiritur quod plures species peccatorum
reservet quam Papa, sed attendendum est ad qualilatem… Unde si Episcopus reservaret duo
vel tria genera peccatorum, v. gr., actus et verba lasciva, omissionem missae in die festo, furtum rei gravis, multo gravior esset haec reservatio quam tota reservatio pontificia».
A estas restricciones, que la misma naturaleza de la cosa impone, añadíanse las prescritas
por la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares el año 1602. En cuanto al número, indicaba la Sagrada Congregación quam paucissimos; respecto a la calidad, atrociores quosdam
casus, descartados los que llevan aneja la obligación de restituir, como también aquellos que,
aunque mortales, se cometen fácilmente entre gentes idiotas, y aun los carnales, si no es con
mucha circunspección; muy especialmente prohíbe se reserven los casos ya reservados a la
Santa Sede, ni, por lo común, aquellos que llevan excomunión impuesta a iure, aunque a nadie reservada.
(Continuará)
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UN SABIO DEL SIGLO XIX
Lo tercero, que si no declaro a nuestro Santo Padre por inventor de la ritma moderna,
terminando con la vocal postrera de su primer verso todos los restantes hasta el fin de la composición, es por lo menos hasta la más antigua que se conserva de su género, siendo muy posteriores las que más adelante nos enseñaron los árabes y africanos en tiempo de su dominación. Es verosímil que tanto los Abecedarios como esa ritma le viniesen y la tomase nuestro
versificador de sus paisanos los chanani, denominación general y originaria de los fenicios
que transportaron al Occidente la Literatura, y que dominaron las dos costas meridionales del
Mediterráneo, los mismos que se llamaron después persas y cartagineses por su metrópoli
Cartago, y que mucho más adelante con el nombre de mauritanos o moros invadieron la
península española. Lo cierto es que los dichos chanani, convertidos en moros, nos presentaron esa forma de la postrera letra en sus composiciones poéticas. Empero no la pudieron introducir en nosotros a pesar de su molesta visita, que duró, como se sabe, muchos siglos, y a
pesar de sus decantados y repetidos certámenes literarios en Córdoba y Toledo, adonde concurrieron los sabios de sus dominios, y tal vez entre ellos un célebre Valí de Calatrava. Era
Córdoba por entonces no solamente la metrópoli del español islamismo, sino también el emporio de las Ciencias, donde todo el mundo las buscaba, y venía por adquirirlas. Mas ellos
tampoco progresaron mucho ni fueron muy felices en imitar las asonancias y consonancias
propiamente dichas, que ganaban
116
terreno cada vez más en nuestro romance, de que hablaré a seguida.
¿Podremos asegurar que San Agustín halló ya establecida en la versificación esas asonancias y consonancias desde la postrer vocal acentuada de cada verso? Ya que por el débil
fundamento de verosimilitud aparece despojado del nombre de inventor de la terminación
africana, sin embargo de no hallarse monumento más antiguo que su Salmo, no creo justo
defraudarte de lo que valga la gloria de ser ese Salmo la primera composición hecha de intento con tal adorno. No se puede citar documento verdadero y auténtico que no ceda en antigüedad algunos siglos al Salmo contra los donatistas. Esas consonancias y asonancias, así en
latín como en lengua vulgar, fueron muy posteriores. No se sabe que por entonces hubiese
poeta gentil o cristiano que las usase o que las hubiese usado de intento. Ni musulmanes, ni
francos, ni castellanos, ni provenzales había, cuando los católicos en África cantaban ese Salmo. Ni trovador alguno respiraba en muchos siglos después. A los tres bien cumplidos invadieron el español territorio los árabes y africanos. y algo después empezaron a darnos a conocer la cadencia de la última letra de sus versos. A los siete u ocho vinieron al mundo el provenzal Guiot de Probius y el francés León, que vivían a fines del siglo XII de la Era Cristiana.
Deduzco en cuarto lugar que tampoco cede la producción de San Agustín en su forma artificial a ninguna de las formas que se han seguido en cualquier idioma. Él, aunque no se quiso sujetar a ningún género, como dice, de verso clásico, porque la necesidad métrica no le
obligase a ciertos términos menos usados en el vulgo, guarda como el más clásico la cantidad
de las sílabas. Él armonizó las asonancias y consonancias mejor que algún otro que ha pretendido imitarle muchos siglos después. Él siguió el abecedario latino, él formó sus estancias
regulares y fijas de doce tetrámetros cada una; él estuvo sin violencia la terminación africana
en un poema tan largo que tendrá pocos que le igualen de su género. Y con todo no pierde de
vista el doble asunto que se había propuesto; a saber: la historia y la refuración del donatismo.
Sólo un ingenio monstruo como el suyo pudo acometer empresa tan original y nueva como
difícil y desconocida; sólo el águila de los doctores pudo caminar felizmente
117
por el laberinto en que había entrado, y sólo un Agustín ha podido coger tantos cabos a un
tiempo. Así es que nadie le ha podido seguir, juntando simultáneamente todos esos extremos.
Hubo quien hiciese más complicados acrósticos; quien cultivase la terminación africana, y
quien perfeccionase la homóloga cadencia por el axioma que dice: Facilius inventis additur.
Pero ¿quién le acompaña siguiendo sus huellas en un trivio tan divergente y prolongado...?
Además, habrá notado desde luego el lector por su vista y por su oído, que cada tetrámetro del
Salmo contra los donatistas equivale a dos de nuestros versos octosílabos, con la particularidad que si el último pie de algún dímetro suyo es trisílabo resulta un verso nuestro esdrújulo,
esto es, de una sílaba más que los llanos, pero del mismo valor. El mismo resulta, pero sin
hacer verso esdrújulo, cuando el trisílabo viene al principio o en medio del dímetro, en cuyo
caso, por haberse perdido la genuina pronunciación del latín, usamos de la sinéresis, como
queda notado cuando trae vocales continuadas. Lo más difícil para nosotros está cuando entre
las vocales media consonante, pero lo remediamos a fin de que suene bien a nuestros oídos,
usando de la figura gramatical que llaman síncopa, lo cual ocurre dos veces y no más en todo
el salmo. La primera en el tetrámetro segundo de la M, la segunda en el tercero de la Q. Cuyos
primeros respectivos dímetros hay que leerlos como sigue:
Vel legem regis refrëbat…
Habet enim Domni exemplum…
Únicamente faltan, o echan de menos en nuestro Salmo, los dímetros trocaicos que corresponden a nuestros octosílabos agudos. Y ¿cómo es eso? me preguntarán algunos con extrañeza. Pues ¿no hemos visto ejemplos de esa clase tomados del mismo San Agustín en sus
libros de Música? ¿Por qué no los usa en su Salmo? Ahí se vislumbra su rigidez y exactitud en
la pronunciación del Lacio. Veníase disputando desde los tiempos de M. T. T. Cicerón, si
había o no sílabas últimas agudas en aquel idioma. Algunos afirmaban que sí; mas otros lo
negaban, alegando éstos que fue mala apreciación y uno de los vicios de la elocuencia del
orador aquel. Al fin M. F. Quintiliano, tan inteligente y no menos retórico que Cicerón, se
118
puso a la cabeza de los últimos y prevaleció su parecer autorizado por la costumbre y uso,
juez único en la materia: Penes quem jus est norma loquendi. De consiguiente, nuestro Santo
Doctor insistiendo en esa costumbre generalizada en el pueblo africano, para quien ordenaba
su cantar y evitó que sus dímetros terminasen con puro monosílabo, por ser el que principalmente designaban de condición aguda. Si tal vez acaba un hemistiquio suyo con monosílabo,
no lo considera como tal, sino que por ectlipsis o sinalefa lo junta con el vocablo que precede.
Sólo el tetrámetro séptimo de la Estancia D lo tendría si se leyera del modo siguiente:
Irati sunt quo ipsi non – potuërunt ordinare.
Mas antes de cerrar esta primera parte de mi discurso —prosigue el P. Jara— debo añadir
dos palabras acerca del estilo y fiase del Salmo contra los donatistas.
En cuanto al estilo, se observa que nuestro salmista quiso llevar a sus oyentes al fin que
se propuso por un medio análogo al mismo fin. Éste era la paz, y quiso persuadirla con un
estudiado sosiego manifestado en algunas expresiones, y que se deja ver tantas cuantas veces
repite su hiposalma. Sin embargo, y a pesar de tan formal empeño no se puede valer, y su
estilo es generalmente rápido, impetuoso y tal vez incisivo. Abundan aquí las transposiciones
de palabra, agólpanse las ideas y conceptos y pásase de razón a razón, de pruebas a pruebas,
sin que la transmisión oratoria prevenga los ánimos, imitando en todo a los cánticos de la Biblia. Sin duda por eso le tituló Salmo. En mi versión voy a su alcance cuanto puedo, pero confieso que alguna vez me ha sido imposible seguir su vuelo y todas las condiciones de su estilo.
Lo primero, porque me parece haber hecho lo bastante con traducir fielmente sus pensamientos y con imitar su clase de verso, su abecedario, sus estrofas y su terminación africana. Lo
segundo, porque no serán mis oyentes como los suyos, ni de la misma calidad ni del mismo
carácter. Los suyos eran «el más humilde vulgo, y los absolutamente iliteratos e idiotas», como él mismo decía, y los míos indudablemente van a ser, en primer término, la clase más ilustrada, los sabios y los literatos, a quienes culpo gravemente y a quienes acuso ante los tribunales de Minerva
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y Apolo porque no se han apercibido de tan notable monumento de antigüedad.
La frase llana, como se propuso también el autor del Salmo, va siempre cargada de razón
lógica, de suerte que deja convencido el entendimiento. Estas dos circunstancias de llaneza y
fuerza lógica, creo que no han sido desvirtuadas en mi traducción.
Concluyo, pues, que San Agustín con esta producción de su genio y de su pluma nos ha
legado un documento curioso e interesante para la Literatura, un poema didascálico donde
supo juntar la profunda erudición y los sublimes pensamientos de un sabio con la sencillez y
humildes expresiones del vulgo; la verdad histórica con el gracejo y belleza de la poesía; la
viveza nativa y africana con la gravedad teológica; el ardor polémico con el del Parnaso, y
con el fuego de la caridad de Cristo, y con la fe de un católico y con la esperanza de un verdadero creyente; virtudes y lógica de un Agustín, que con este golpe hirió de muerte al donatismo…1
La herejía donatista, ese artefacto de disparates, levantado a impulsos de las pasiones
desordenadas de sus fundadores, y sostenido por la terquedad de ellos y de sus partidarios, y
por el fanatismo de los circunceliones inhumanos, no fue derrocado, ni recibió la herida mortal hasta que San Agustín puso en las manos y en los labios del vulgo su maravilloso salmo.
En él, pues, desconcertó y hasta desmenuzó todas las piezas de que se componía la colosal
armazón del donatismo.
Es, pues, el salmo contra los donatistas el ensayo más antiguo
1
Considerada así por el P. Jara la parte que podríamos llamar literaria, comienza la histórica en que examina el
salmo de San Agustín como documento narrativo y como documento a la vez apologético, porque el Santo
Doctor, mientras va descubriendo los errores de la secta de los donatistas, atácalos con dialéctica sutil pero
acomodada al alcance del pueblo. Esta segunda parte de la Disertación tiene un castellano mejor trabajado,
casi correcto, y, con servir de instrumento a un asunto que el autor recarga de citas y alusiones bíblicas, cabe bien en los moldes en que corren las disertaciones científicas desprovistas de aderezos y lirismo, hijos
del corazón y no del entendimiento.
El donatismo y circuncelionismo pasaron a la Historia y en el mayor descrédito quedarán arrumbados, pero
siempre esplenderá sobre ellos un documento popular, literario-dogmático; este salmo de San Agustín. –
Nota del P. Fabo.
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que se conserva de la poesía vulgar y de los romances, que después se hicieron tan frecuentes
en la literatura moderna, y de cuyo género se debe tener por inventor. Obra digna de un historiador concienzudo, de un consumado teólogo y de un verdadero creyente, que persiguió y
venció hasta en sus últimas trincheras a los enemigos de nuestra Madre la Iglesia Católica,
Apostólica, Romana, en cuya paz y unión que como fiel hijo de esta Madre, y de aquel Padre,
San Agustín, vivo y quiero morir.
FR. J. JARA DE SANTA TERESA
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EL ROSARIO Y LA LETANÍA LAURETANA
¿Qué oración hay obligación de rezar después del rosario de la Virgen María? Ninguna.
¿Y qué oración se debe rezar, después de la letanía lauretana? La oración de la misa de la
Virgen María in sabbato, según el tiempo, o, mejor dicho, la que manda el Ritual romano,
típico, en su última edición.
En algunas Casas religiosas y en algunas iglesias de seculares, al rezar el rosario, se venía
rezando, después de la letanía, la oración Deus cujus Unigenitus, que está en el oficio litúrgico de la festividad del santísimo rosario, como oración más propia de él. He aquí una práctica
defectuosa. Para demostrar que lo es, importa precisar los conceptos y aun las palabras.
1.º El rosario es cosa distinta de la letanía lauretana.
2.º El rosario no es cosa litúrgica; la letanía lauretana, sí.
3.º Una cosa es el rezo público, y otra, el privado.
A lo primero: ¿Qué es el rosario? Est autem Rosarium certa precandi formula, qua quindecim angelicarum salutationum decades, oratione dominica interiecta, distinguimus, etc.
Bieviar. Rom. Tenemos, pues, que el rosario, en cuanto a la parte material o exterior, es una
fórmula de rezar compuesta de quince casas, misterios o decenas de Avemarías, decenas separadas por un Padrenuestro. Llamamos, vulgarmente, una parte de rosario a cinco decenas separadas con sendos Padrenuestros. Luego la letanía no es parte
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integrante del rosario, ni lo es siquiera el Gloria Patri, etc. Consta solamente, únicamente de
cincuenta Avemarías con cinco Padrenuestros. Por eso, cuando alguno obtiene conmutación
del rezo del Oficio divino por cierto número de rosarios, no está obligado a rezar la letanía ni
los Glorias, etc. Ni aun la enunciación verbal de los llamados misterios gozosos, gloriosos,
dolorosos, es obligatoria. De la misma matrera, cuando el confesor impone penitencia de
algún rosario, debe entenderse sin letanía, etc., a no ser que se entienda por rosario lo que
entiende el vulgo. Los padres Dominicos, que saben bien el asunto, no suelen unir al rosario
la letanía.
La letanía lauretana, por su origen, por su desarrollo y constitución, y por el sentido de la
Iglesia nada tiene que ver con el rosario. Es una serie de advocaciones en honor de Dios y de
la Santísima Virgen terminadas por el Agnus Dei, un versículo y la oración correspondiente
que la misma Iglesia determina y marca para cada tiempo del año. Véase el Ritual Romano.
Algunos, sobre todo en España, han unido las preces del rosario a las de la letanía, llamando al conjunto de dos cosas distintas rosario de la Virgen; pero concluyendo el acto no
con la oración mandada por la iglesia en su liturgia sino por la que parece más propia del acto
total: Deus cujus Unigenitus, etc. En algunos devocionarios y manuales piadosos conviene
corregir esta corruptela.
A lo segundo: la letanía lauretana, así como la de los Santos, y la del Corazón de Jesús,
etc., son perfectamente litúrgicas y forman parte de los rezos eclesiásticos, cuya dirección y
conservación incumbe a la Sagrada Congregación de Ritos. El rosario, en cambio, es un modo
de rezar extralitúrgico; no ha entrado aún en el depósito de la liturgia sagrada. Es una devoción meritísima, santísima, popularísima, muy recomendable, pero nada más. La letanía no se
puede modificar sin el beneplácito de la Iglesia; el rosario, como cosa definida, tampoco, mas
quien quebrante los preceptos de la liturgia eclesiástica será reo de culpa más o menos grave,
pero el que modifique el rosario, si no es por desprecio, no contraerá reato.
A lo tercero: en el rezo privado de lo extralitúrgico caben ciertas libertades que en el rezo
de lo rigurosamente litúrgico no caben.
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Cuando uno reza lo litúrgico reza en nombre de la Iglesia. No se puede modificar la misa
aunque se rece por devoción; ni rezar el oficio divino, como tal, por devoción, alterando el
orden de sus partes. Así la letanía, rezada en público, aunque sea por devoción, tampoco puede modificarse a capricho.
Ahora bien; rezar la letanía agregada al rosario en acto de comunidad, o en la iglesia con
asistencia de fieles, presidida por el sacerdote, es acto público. Luego se debe rezar la letanía,
agregada al rosario, terminando con el versículo propio y la oración del tiempo. Lo mismo
cabe decir del abuso de introducir, entre los Agnus Dei y la oración el Sub tuum praesidium, o
la Salve, o el Bendita sea tu pureza, etc. Estas preces y otras caben al final del rosario, (de las
cinco decenas o misterios), pero no entre las partes que constituyen la letanía.
Pero se dirá; el rosario y la letanía rezados en comunidad o en las iglesias con asistencia
de fieles y presididos por un sacerdote no es acto público. Tal objeción propuse a cierto rubriquisla notable, escritor en revistas eclesiásticas, quien me dijo, entre otros razonamientos, que
era público el acto, puesto que habiendo consultado una Religión a la Sagrada Congregación
de Ritos si podría la Comunidad rezar un Padrenuesto a cierto Venerable, que está a punto de
ser beatificado, implorando su protección, en el acto del rosario, contestó negativamente por
la razón dicha. Los agustinos recoletos no osarán añadir un Padrenuestro, v. gr., al siervo de
Dios P. Ezequiel, al rezar en comunidad el rosario, por la sencilla razón de que es acto de comunidad. En cambio, los particulares harán bien, muy bien, en encomendarse al virtuosísisimo P. Ezequiel, cuyo valimiento ante Dios Nuestro Señor creo yo con fe humana que es
grandísimo.
Entre las muchas materias que desconozco a fondo es una la de rúbricas y liturgia, de
modo que desconfío de mí mismo no poco; por eso me aseguro con el testimonio ajeno al
emitir una resolución sobre este asunto. Me dicen que son varias las Revistas y Boletines que
han resuello esto, entre otros, La Ilustración del Clero, de Madrid, y Revista eclesiástica, de
Valladolid; sólo he visto una resolución del Boletín oficial de la diócesis de Tarazona y Tudela que copio:
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«Oración de las letanías lauretanas.- De un tiempo a esta parte se observa, entre nosotros, mucha diversidad respecto a la oración con que han de terminarse las letanías de la
Santísima Virgen.
Muchos dicen la oración Gratiam tuam, otros recitan la de la fiesta del Santísimo Rosario
Deus cujus Unigenitus, y aun algunos, a continuación de los Agnus, añaden la antífona Sub
tuum praesidium.
Estas diferencias están llamadas a desaparecer, desde el momento en que la Santa Sede
ha pronunciado la última palabra con la publicación del novísimo y típico Ritual Romano,
editado por orden del finado Pontífice Pío X.
En las letanías lauretanas de la bienaventurada Virgen María contenidas en el referido Ritual, se nota:
1.º La ausencia de la antífona Sub tuum praesidium (la cual, por lo tanto, no debe decirse en este caso), y
2.º Que los versículos y oración varían según el tiempo.
He aquí cómo se expresa el Ritual, respecto a este segundo extremo:
Pro temporis diversitate sequentia mutantur quidem:
(Aquí se ponen las oraciones y versillos correspondientes).
A primer golpe de vista se conoce que estas oraciones son las mismas que acostumbran a
decirse, según el tiempo, en las misas votivas de la Santísima Virgen.
Al reparo que podría ponerse de que no es fácil al pueblo aprender estas oraciones, se
contesta diciendo que las indulgencias de las letanías están vinculadas, según dice la Preccolta (página 236 y siguientes), a lo que rigurosamente son letanías, esto es, hasta el Agnus Dei
inclusive, conforme anota Beringer; por consiguiente, no deben ser inquietados los fieles que
en sus rezos privados han continuado diciendo al fin de las letanías lauretanas alguna otra
oración, v. gr.: Gratiam tuam»1. Esto, en orden a ganar las indulgencias.
A mayor abundamiento, y para cerciorarme si en los últimos
1
Boletín Oficial eclesiástico de las Diócesis de Tarazona y Tudela, núm. 319. Septiembre 30 de 1915, pág. 445.
125
años había alguna modificación en esta materia, consulté el caso con el notabilísimo y bien
conocido escritor sobre rúbricas, P. Naval, Misionero del Corazón de María, quien me favoreció con la siguiente:
«Repuesta a varias dudas sobre el reto del Rosario.- Ateniéndonos a la noción
que del santo Rosario dan las Lecciones del Breviario y la colección de oraciones indulgenciadas, no pertenecen a esta practica más que el Padrenuestro y las diez Avemarías de cada Misterio; por tanto la Letanía Lauretana no forma parte de él.
Por el decreto de la S. C. de Ritos de 9 de Ag. de 1882 que trae Solans no se
pueden rezar en público sino las Letanías aprobadas por la Santa Sede; de donde se
desprende que se han de rezar tal como están aprobadas sin añadir ni quitar. Como el
rezo en Comunidad es de suyo público, de aquí que no puedan rezar los Religiosos
en común las Letanías Lauretanas sino en los términos en que están aprobadas; no
pueden por tanto intercalar una antífona, variar la oración ni añadir nuevos títulos a
la Sma. Virgen.
Sépase que después de la reforma del Ritual la Letanía Lauretana ha de terminar
con la oración de la Sma. Virgen según el tiempo.
Tres objeciones pueden hacerse a esta doctrina: =1.ª La colección de Oraciones
indulgenciadas trae la Letanía Lauretana sin el versículo y oración, terminando con
el Agnus Dei; luego puede terminarse con la oración que se quiera, que ya no formará parte de la Letanía. –R. Eso sólo quiere decir que no se pierden las indulgencias
por variar la oración; pero siempre queda en pie el fundamento de la doctrina expuesta. =2.ª La costumbre en España excluye de la Letanía la oración Concede. –R. Esa
costumbre se apoyaba en que no se creía obligatoria una oración particular, pues no
se aquilataba tanto en materias semejantes; ahora, que la ley es clara, hay que observarla. =3.ª En la funciones y preces extralitúrgicas (Ephemerides VIII, 112) se pueden seguir las costumbres razonables, como sería en el caso presente la oración del
Rosario, ya que la Letanía es un accesorio cuando se reza después dedl Rosario. –R.
Eso a lo más prueba que no podrá urgirse mucho la doctrina arriba consignada cuando haya algún inconveniente para practicarla, pero en nada desvirtúa lo dicho. –
Madrid, 5 de Noviembre de 1917. –Antonio Naval, C. M. F.»
126
Me parece, pues, que la cuestión está ahora clara y resuelta. Este Padre, práctico y bueno,
resuelve aun los inconvenientes de llevar a la práctica la doctrina. Es claro que al principio
habrá dificultades para cambiar la sabidísima oración Deus cujus etc. por los diferentes versillos y oraciones del tiempo, pero hay obligación de vencerlas y proveer de modo que la sanción de la Iglesia no quede a merced del flujo y reflujo de la voluntad humana.
FR. P. FABO DEL C. DE MARÍA
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DESPERTEMOS
Antes de que nadie ponga la vista en estas mal borrajeadas cuartillas, dirigidas a nuestro
BOLETÍN que en buena hora y con gran acierto se creó para que fuese como el ensayo, como
palenque literario donde la juventud animosa de nuestros Colegios se adiestrase en el difícil
arte de la pluma, quiero hacer constar que, si bien han de encontrarse en ellas defectos de más
o menos bulto, ideas no bien expresadas, tengan un poco de paciencia y consideren que, como
reza el antiguo adagio: Nemo repente fit summus.
Tratándose pues de principiantes, es la primera regla que debe tenerse presente; sobre todo aquellos que, acostumbrados a leer y saborear revistas científicas, donde se insertan artículos de ya afamados escritores, rechazan y desdeñan los de aquellos que, movidos por el resorte no ya de adquirir fama mundana y que su nombre quede escrito para siempre en los anales
de la Historia, sino por otro más noble y digno, creen cumplir un deber adiestrándose en el
manejo de la pluma, para el día de mañana poder defender nuestra causa que es la causa del
Señor, pelear las batallas del Dios tres veces Santo, y mostrarse siempre y en todas partes dignos de aquel Gran Padre que por sus escritos ha sido y será siempre el Martillo de los Herejes,
el defensor incansable y guerrero invicto de Cristo y de su Iglesia.
Siendo esto así, y siendo además muy cierto que no hemos de estar siempre en los Conventos, sino que está muy cercano el día en que tendremos que salir por esos mundos, donde
la Obediencia nos destine, a conseguir almas para el Cielo, a derribar y vencer
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en terrible lucha a los que quieran llevarlas a la perdición, a acudir allá donde peligre la honra
y el honor de nuestra S. Madre la Iglesia; ¿cómo hemos de luchar con valentía, si ahora en vez
de prepararnos a aderezar la espada de la divina palabra, y templar los aceros de nuestras
plumas que son armas defensivas y ofensivas a la vez en las luchas de la verdad contra el
error, nos dormimos en nuestra apatía y lo dejamos todo esto para un más adelante, cuando ya
acaso no haya remedio ni lugar?
Echemos la vista a los campos de batalla y veremos a los enemigos de la Iglesia cómo
combaten el dogma, pervierten las costumbres y siembran la desolación y la indiferencia por
doquier; ved cómo dirigen sus más fieros embates, principalmente contra la vanguardia del
ejército de Cristo, y esto no ya precisamente con armas que matan el cuerpo sino con otras
más terribles y destructoras que matan el alma y secan y agostan en el hombre los nobles sentimientos de la moral cristiana, obcecando el entendimiento con sofismas y malas doctrinas, y
pervierten la voluntad haciéndoles ver que el hombre es libre para todo y que nada hay malo
siempre que no se oponga a los instintos brutos de la parte inferior.
De ahí las consecuencias que deducen y el erróneo concepto de la libertad que propalan,
que no es libertad sino abuso de la misma, o, mejor dicho, servidumbre; pues para ellos, el
hombre es dueño absoluto de todo cuanto existe, ni para ellos hay más superior ni regla a la
que deban ajustarse que lo que le dicta a cada uno su razón individual. En una palabra: ellos
predican todo lo que más halaga a las pasiones, para ganar y atraer de ese modo a los incautos
y de poca fe y valor.
Enfrente de este ejército de malvados e impíos, se levanta otro que defiende lo razonable
y digno del hombre, y persigue y destruye con más entereza y valentía los falsos principios
que ellos presentan como norma de conducta.
Bajo este ejército militamos nosotros, y al enemigo hay que combatirlo con las mismas
armas con que él tan sin piedad nos ataca. Ahora bien: ¿qué arma es la que presenta nuestro
enemigo? Todos la conocemos perfectamente.
La prensa; sí, la prensa. Esa prensa impía que arrojando por aquí y por allá miles y miles
de hojas volantes que lo mismo atacan
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al Altar que al Trono, y que al ser leídas por esos hombres incautos y ofuscados, por la apariencia de verdad que encierran, les hacen prorrumpir en gritos de anarquía y proclamando
que la hora de la libertad del triunfo ha sonado, se convierten en entusiastas defensores de los
que a boca llena llaman sus libertadores, estando siempre dispuestos a todo lo que se les mande; de donde resulta que su obra es más perniciosa, más terrible, más destructora que las mismas bocas de los cañones.
Sentados estos antecedentes vengamos al asunto.
* * *
Al caer en mis manos el BOLETÍN de nuestra amada Provincia, correspondiente al mes de
Diciembre de 1918 y examinar su contenido, encontré un artículo que por cierto me llamó a
atención.
Llevaba por epígrafe Ideícas y ostentaba la respetable firma del M. R. P. Definidor General, Fr. P. Fabo.
A medida que iba saboreando las páginas de tan razonado artículo, iban surgiendo en mi
mente deseos antiguos, que yo veía y acariciaba como la flor de la esperanza (como acaricia
el céfiro blando a la blanca azucena), pensando para mí que esa determinación sería, en el
curso de los tiempos, la que formara y tejiera con las más delicadas flores la corona más hermosa que había de ceñir las sienes de nuestra querida Orden Agustiniana.
Aspiraciones sanas y no realizadas, quizás por creerme sin fuerzas para ponerlas por
obra, acaso por echar de menos el incentivo de una mano sabia y protectora que gobernase y
dirigiese la navecilla de mi inteligencia en sus primeros ensayos y correrías por el océano
inmenso de las letras.
Más de una vez al terminar un párrafo, pensaba y decía: Cuanta verdad encierra esto y
que razón tiene.
Y me parecía ver a nuestra juventud toda que, haciéndose eco del clarín de guerra y de
estas verdades, y convenciéndose al fin de la importancia capital, de la transcendencia inmensa que hoy día tiene la prensa, descolgaban la péñola, corrían presurosos a tapar la brecha que
el enemigo había abierto; e impidiendo de este modo varonil y de cristianos cruzados la rendición de la ciudad santa,
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presagiaban días de gloria y épocas de grandeza, cuyo eco resonará y será, como ruiseñor en
medio de la selva, el que cante impertérrito y sin distinción de edades, el himno más glorioso
que los siglos conocieran. Mas ¿por qué estamos aletargados por el sueño de la apatía, y son
tan pocas las plumas, siendo así que nuestra Orden ha sido siempre solícita y fecunda en ello?
Si evocamos los tiempos antiguos, enseguida nos salen al encuentro un S. Fulgencio, un
S. Alipio o un S. Gelasio. Si rememoramos nuestra edad de oro, veremos descollar las preeminentes figuras en virtud y ciencia de un Sto. Tomas de Villanueva, el maestro León y el P.
Flores. Y si examinamos los tiempos modernos, aún fructifica esa semilla, aún hay grandes
hijos del Santo y Sabio Obispo de Hipona. Pero en estos tiempos en que ha aumentado la
mies son necesarios más operarios que impidan que de ella se apodere la cizaña.
Razón de sobra tenemos nosotros para exclamar también aquí: «Hijos de santos y de sabios somos» y como tales nos mostraremos siempre. Nuestro escudo, nuestro emblema, ha de
ser en todo momento aquel con que pintan a Nuestro Padre, es decir, un corazón traspasado
por una pluma. El corazón, emblema de nuestro amor a Dios y caridad al prójimo; la pluma,
señal de nuestras peleas en defensa de la causa de Cristo; amor y caridad para el caído, para el
que se halle en tinieblas y sombras de muerte; guerra sin cuartel a la impiedad moderna, al
sofisma y al infierno.
Y no me cansaré de repetirlo: con nuestra pluma, con nuestros escritos es como hemos de
conseguir todo esto.
De ello tenemos un ejemplo ante nuestros ojos en la tristísima y luctuosa guerra que parece terminar.
La derrota, la destrucción del contrario que uno de los grupos enemigos no podía conseguir por la fuerza de las armas, la ha conseguido merced al trabajo de zapa, o la propaganda
revolucionaria, a la hoja clandestina que infiltrando en sus lectores el veneno ponzoñoso que
contenía, ha traído como consecuencia la revolución, el desorden y la anarquía, precursora del
desastre que todos hemos presenciado, y por el que ha quedado a merced de su competidor y
adversario.
Desde ahora, pues, desde que se empieza a tener criterio suficiente,
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es cuando ha de comenzar a entrenase esa juventud de imaginación viva y brillante, esa juventud que, como dice muy bien el P. Fabo, empuja y que siente y quiere elevar sus vuelos a regiones más elevadas, esa juventud, en fin, que quiere ser grande, porque sabe que toda su raza
es gigántea.
Séame permitido, para dar fin a este mi humilde trabajito, el dirigir la correspondiente
arenga a mis jóvenes compañeros... Despierta ya, juventud animosa; tú que tienes que defender la causa de Dios en lejanas tierras, despierta, y prepárate para la lucha.
Escucha: ¿no oyes ya el ruidoso estampido del cañón vomitando metralla con el fin de
reducir a escombros, si pudiese, el edificio levantado por Cristo? ¿No oyes allá lejos el lastimoso alarido de las ovejas de Cristo, prisioneras ya del lobo sangriento? ¿No ves la gran desmoralización del mundo moderno, sus perversas costumbres, su indiferentismo religioso? ¿No
ves con claridad, y así lo atestiguan los hechos, que los hombres se van alejando de las iglesias, y que precisa llevarles el alimento de la verdad a la calle, a las plazas, al taller, a sus
hogares, y que todo esto lo podemos conseguir, sembrando en el papel por medio de la pluma
las sanas ideas de la verdadera moral que ennoblece y dignifica al hombre? ¿No oyes allá entre el ardor de la pelea y el furioso alarido de los combatientes gritos y voces de auxilio?
Ellos son: son nuestros hermanos que reclaman nuestra ayuda en la gran obra de su apostolado, viendo el peligro que corren muchas almas, en la gran lucha que el infierno ha suscitado contra ellas, y en la que juega papel principal la pluma. La novela, el folleto, el libelo escandaloso e inmoral, la revista pornográfica, los espectáculos públicos convertidos en otros
tantos centros de corrupción y de maldad. Todo, todo lo que al orgulloso príncipe de las tinieblas le ha sugerido su diabólica malicia y rabia contra Cristo y sus miembros.
¿Oyes? Vamos allá a defender a nuestros hermanos... Pronto… pronto... coge la pluma...
escribe... defiéndelos... ataca a los enemigos con ardor... no des paz a la pluma... escribe…
escribe que la victoria es ya nuestra... nuestra, sí, porque la verdad se abre paso siempre...
hemos vencido.
¡Loor mil veces a los esforzados caballeros de Cristo! ¡Gloria inmarcesible,
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coronas de laurel cubran las sienes de los Campeones de la Verdad!
No desmayar, queridos hermanos y compañeros, peleemos bien las batallas del Señor escribiendo cada uno según los talentos que Dios le ha dado; cumplamos bien la misión salvadora que la Iglesia y nuestra madre la Orden Agustiniana nos ha de encomendar bien pronto.
Nuestro puesto debe ser siempre la primera fila en la vanguardia del ejército de Dios y, finalmente, sepamos conservar siempre en nosotros y en nuestros hermanos el depósito sagrado de
la fe.
Dios nos dará la victoria, y si es su divina voluntad que sucumbamos en la pelea, daremos
gloria a Dios, honra a nuestra querida Orden y, finalmente, podremos decir con el Apóstol de
las gentes: Bonum certamen certavi; cursum consummavi; fidem servavi.
FR. A. F.
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EL AGUSTINO RECOLETO, MISIONERO Y SABIO *
* De la revista Cultura Recoleta. Artículo premiado.
La Recolección agustiniana, nuestra madre, ha sabido en todo tiempo infundir en sus
hijos un celo tan evangélico y civilizador, que pueden éstos, sin infatuación ninguna, parangonearse con los de cualquier Orden religiosa, y aun me atrevo a decir que en esto por nadie
han sido superados, (guardada la proporción numérica, se entiende).
Y no lo escribo a bulto; me fundo en una estadística del Padre Eduardo Navarro, agustino
calzado, relativa a Filipinas, nuestro principal campo de acción, estadística que nadie tachará
de inexacta desde que sepa que su autor es bien competente en la materia, como entre sus muchas obras lo comprueba una voluminosa historia de Filipinas en cuatro tomos. He aquí la
estadística:
En 1760
En 1896
Dedúcese un aumento
Población administrada por los Agustinos C ....
373.663
2.320.667
En más de
6 veces
Los Franciscanos ...............................................
153.721
1.119.595
En más de
7 veces
Los Dominicos ..................................................
126.808
722. 110
En más de
6 veces
Los Agustinos Recoletos ...................................
45.595
303.940
En más de 28 veces
Sumas ...............................................................
699.787
5.466.312
(1)
(1) Los números están copiados exactamente; la estadística, algo modificada en
cuanto a la disposición, se halla en la pág. 47 de la Bibliografía del Ilmo. Padre Fr.
Ezequiel Moreno, etc., por el R. P. T. Minguella.
134
Es decir que en 136 años los habitantes que administraban los Recoletos aumentaron cuatro veces más que los restantes, o, lo que es lo mismo, los Recoletos arremetieron con empuje
cuatro veces mayor la evangelización de esas regiones; y eso que por llegar tarde les tocó los
desperdicios del festín, quiero decir, los indios más bárbaros del Archipiélago Magallánico.
Y valga otro ejemplo: En 1849 se encargaron los Recoletos de la isla de Negros. El territorio, en confesión de propios y extraños, yacía en la más escandalosa miseria, sin pueblos,
sin caminos, sin agricultura apenas. Pues bien, cuarenta años más tarde estaba al nivel de
cualquier pueblo europeo. Veámoslo gráficamente:
Año 1850.- Habitantes, 30.000; pueblos, 17; molinos de madera, 7; azúcar en picos,
3.0001.
Año 1893.- Habitantes, 320.606; pueblos, 42; molinos de sangre, 500; azúcar en picos,
1.800.000; máquinas de vapor, 274; arados de vapor, 3; tranvías, 232.
Los Recoletos en Colombia no cedieron en valor a los de Filipinas, sus hermanos. Veámoslos en Casanare: Es muy cierto que por los años de 1654 tomó a su cargo el P. Juan Losada de San Guillermo, Comisario general, las misiones casanareñas enviando operarios inmediatamente, así como que estos fundaron dos pueblos con un total de 532 indios, que habían
ascendido a 1.500 para el año 1687. Por el año 94 había un pueblo nuevo y todo iba de bien
en mejor hasta el año 1716 en que se acaban las noticias. (Véase Historia de la Provincia de
la Candelaria, tom. II, por el P. Fabo).
No eran solos los de la Candelaria los misioneros de aquellas regiones; había misiones
con anterioridad de tiempo fundadas y bien florecientes por cierto a cargo de los PP. Jesuitas,
quienes hubieron de abandonarlas por obedecer una ley malhadada e inicua. A llenar el vacío
por esa expulsión ocasionado, corrieron entre otros religiosos, los nuestros, quienes tomaron a
su cargo tres de los pueblos abandonados, cuya población de aquel entonces (1767)
1
2
El pico en Filipinas equivale a 6'26 kg.
La hemos formado de dos algo modificadas; véase España y América, página 26, tom. I.
135
no hemos podido averiguar para ver cuánto adelantaron en nuestras manos. Cónstanos, sin
embargo, que en 1797 (a los 30 años de recibidos) contaban 2.415 habitantes, que ascendieron
a 5.900 en 1810 (13 años más tarde), a los que aunados tos 3.117 que en esta última fecha
tenían los seis pueblos fundados por los Recoletos, dan un total de 9.077 indios para las misiones del Meta; cifra nada despreciable por cierto a la que tal vez no llegaron todas las otras
misiones juntas. De más a más, recibimos de los PP. Capuchinos las misiones de Cuiloto, de
las que casi nada sabemos, ni si hubo nuevas fundaciones, que es de creer las habría puesto
que en 1816 tenían siete misioneros, o sea, estaban equiparados a las del Meta, que tenían
siete u ocho.
Y es de notar que allí se hacía algo más que atraer a poblado a aquellos indios tan volubles y tornadizos de suyo; se les enseñaba artes y oficios, y hasta aquellos oídos cerriles quedaban bajo la instrucción del P. Misionero, suficientemente afinados para formar una «orquesta de indios compuesta de violines, violoncelo, flauta dulce, guitarras y triángulos», cuyas
tocatinas causaron la mayor sorpresa al canónigo venezolano Cortés Madariaga1. ¿Se quiere
más? Pues el general Ricaurte «hizo reunir los excelentes armeros de todas las misiones de los
PP. Candelarios para dotar de armamento al ejército que en Chire derrotó al peninsular Calzada»2.
Y téngase presente que estos triunfos se obtenían mientras los demás religiosos y el clero
secular se iban retirando horrorizados tal vez por la salvajez de aquella viña. Basta ya de las
misiones de Casanare, cuyo triste final no hace al objeto reseñar. Pero antes de acabar hemos
de apuntar una observación; a todas las Órdenes religiosas se les prodigan cuadros majestuosos por civilizadoras, mientras que a los Candelarios se nos escatiman hasta las más humildes
pinceladas. Y lo mismo sucede con nuestras misiones del Chocó y del Darién. No se me alcanza la razón que motivó a Groot esta conducta. Véase una prueba: Prescindiendo de las
páginas 163-5 del tomo I donde, con ocasión de la fundación del Desierto, cuya descripción
topográfica ocupa casi una página, narra a
1
2
Excursiones por Casanare, P. D. Delgado, pág. 163.
Excursiones, pág. 151.
136
la ligera nuestra historia toda, dando hasta los nombres de los mártires de Urabá; vuelve a
citar estas misiones con inexactitud y vaguedad en las páginas 466, tres líneas y 469 otras tres
líneas. Concretémonos a los de Casanare. En el tomo I, pág. 420, habla de un estado de nuestras misiones de 1798, cinco líneas; tom. II, p. 18, tres líneas; página 63, ocho líneas; pág. 66,
dos líneas, se encuentran en un fragmento de Ezpeleta, quien nos alaba corno imitadores de
los PP. Jesuitas en el aprendizaje de idiomas indígenas; pág. 94, once líneas motivadas por un
Colegio de misioneros nuestros que se intentó fundar en Morcote con treinta Padres y seis
legos traídos de España; pág. 99-1 líneas... En cambio a las misiones dominicanas, sin contar
parrafillos como los apuntados, les dedica las páginas 422 a 8 del tom. I y 570 a 3 del mismo;
y, dicho sea en honor de la verdad, no escasean en ellas los desmayos y desfallecimientos por
parte de los misioneros. La de los Capuchinos de Cuiloto queda descrita en las páginas 59 a
63 del tomo II; descrita sí, porque da una riqueza de detalles envidiable. Y ¿se lo merecían
más éstas que nuestras misiones? Procuremos averiguarlo con la mayor exactitud posible: PP.
Dominicos, 5 pueblos recibidos de los PP. Jesuitas con 5.316 indios en 1896? y 5.425 el 98?1
PP. Capuchinos, 5 pueblos con un total de 1.235 indios en 1893?2 PP. Candelarios, 8 pueblos,
3 de ellos recibidos de los PP. Jesuitas con más de 5.017 indios el 97, sin con lar 7 capitanías
(tribus), cuyo número de indígenas no se indica. Y nada se diga del manejo de las haciendas
pecuarias, en lo que según Groot no fuimos por ninguno aventajados.
Por si es cierta vamos a transcribir una noticia hallada en las historias colombianas. El
ilustre canónigo tunjano Cayo L. Peñuela, al historiar la administración de Ezpeleta (años
1790 a 97), dice: «Dedicó particular esfuerzo (el Virrey) a regularizar las misiones sobre todo
en el Caquetá y los Audaquíes, donde los candelarios consiguieron reducir más de 20.000
indios a la vida civilizada»3; y Quijano Otero refiere la misma hazaña realizada por «los religiosos
1
Historia eclesiástica y civil, etc., por J. M. Groot, p. 65-95l, tom. II. Siempre aludo a la primera edición.
Groot, pág. 60 tom. II.
3
Nuevo Curso de Historia de Colombia, pág. 80, núm. 2.
2
137
de la Candelaria auxiliados por el Virrey»1: Extraño sobremanera que el P. Matute al biografiar al P. Bonifacio Giraldo, (págs. 169-75 del tom. II, Apuntes, etc.), no haya aludido a estas
misiones, y que el P. Fabo nada diga de ellas. Me equivocaba, el P. Fabo ha escrito:
«En la memoria presentada al Congreso de 1818 afirmaba el Secretario de Gobierno: “Prosperaban al fin del siglo pasado las Misiones del Meta y Casanare, las de
San Martín y el Andaquí”. (Restauración, p. 236). Lo cual nada dice en pro ni en contra de nuestro asunto; como creemos imposible resolver esta cuestión sin ojear
nuestros archivos, omitimos cuantas noticias sobre estas misiones hemos visto en las
historias colombianas. Huelga consignar, conocido el vacío que hay en nuestras historias, que lo escrito no es sino fragmentos menudos por donde podrá colegirse la
virtud y el heroísmo de nuestros mayores, como se calcula la talla colosal de esos
animales prehistóricos por los pequeños trozos petrificados que nos quedan. ¿Virtud
y heroísmo he dicho? ¡Ah! en esto sí que habría que decir si fuera más competente
mi pluma; esas virtudes se conciben de algún modo, explicarlas es imposible. Hay
que husmearlas en las sencillas páginas de nuestras crónicas, y saborear allí a solas
esas dulzuras indecibles y ese santo orgullo que ocasionan al que se precia de ser
agustino recoleto.
No acabaré mi ya pesado articulejo sin estimular a una clase de estudios, a mi
ver, los más apropósito a nuestro instituto, me refiero a las ciencias naturales. Y tengo a mi favor el testimonio de grandes pensadores, el de Balmes, por ejemplo, quien
demuestra la conveniencia de este estudio a las Órdenes religiosas, prefiriéndolo al
trabajo manual de los antiguos monjes, y a las investigaciones históricas2. Ni puedo
pasar por alto unas palabras del sabio Caldas, moldeadas a nuestro intento, con las
que pedía cooperación en 1808 para levantar la carta general del virreinato de Nueva
Granada. Son del tenor siguiente: “Los cuerpos religiosos tienen a su cargo las misiones del Orinoco, Caquetá, Andaquíes, Mocoa y Mainas;
1
2
Compendio de Historia Patria, pág. 135, núm. 242.
Véase el art. titulado el Porvenir de las comunidades Religiosas en España, La Sociedad, tom. III, pág. 90 y
siguientes.
138
debían educar a los jóvenes en estos importantes objetos… de este modo... nos dejarían monumentos preciosos de su actividad e ilustración; cartas geográficas, descripciones de plantas y de animales, noticias importantes sobre los usos y costumbres de
los salvajes que van a civilizar, serían los frutos de estos estudios. Ellos les servirían
de recurso contra el tedio y las fatigas inseparables de su alto ministerio”»1.
Y a la verdad, nadie como el misionero está en condiciones de estudiar la naturaleza: viviendo en países casi desconocidos; tratando de continuo con tribus semisalvajes, a pocos
esfuerzos, sin trabajo apenas, encontraría bellezas ignoradas cuyo estudio coronaría de gloria
a él y a su Orden. Con frecuencia sabios europeos y norteamericanos, exponiéndose a mil
peligros, se introducen en esos lugares y al fin vuelven a su patria con un renombre glorioso;
y sus estudios se reducen a observaciones superficiales, inexactas muchas veces, por estudiar
de paso lo que puede estudiar a fondo el misionero con su continua permanencia. La naturaleza virgen de Colombia encierra todavía muchos tesoros desconocidos; y ¡qué dicha la nuestra
si al estudiarlos el día de mañana las generaciones futuras se ven obligados a tributar un himno de loa a la Provincia de la Candelaria, nuestra querida madre!
No se me oculta que estos estudios carecen de estímulos entre nosotros, mas no es razón
esta por la que hayamos de amilanarnos. No todos los sabios los han tenido más abundantes
en sus principios. Recordemos, entre otros que pudieran mencionarse, los autores de la «Flora
de Filipinas» obra la más científica que produjo España en el siglo pasado, a decir de un escritor notable; pues, bien, el P. Blanco al empezarla se hallaba sin maestros, sin museos, solamente con un ejemplar del «Sistema de la naturaleza» de Linneo, como él mismo dice; y los
PP. Villar y Naves que la perfeccionaron hasta hacerla digna del «primer premio de honor a la
ciencia» en la exposición de Amsterdam etc., no estaban muy abastecidos de facilidades ni en
la edad más adecuada para empezar ese trabajo.
1
Citado por Groot. Ob. cit. tom. II, págs. 122 a 123.
139
Pero no quiero coartar las lícitas aspiraciones de cada uno, me agrada por el contrario que
cada cual siga con entusiasmo las aficiones que a este o a aquel ramo del saber le inclinen, y
que cada uno contribuya con su partecita, según sus fuerzas, a la glorificación de la Orden
Recoleta.
FR. PEDRO ARCHANCO DE LA SDA. FAMILIA
(Corista)
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DOCUMENTOS INÉDITOS
RESEÑA HISTÓRICA
de nuestra Provincia de San Nicolás de Tolentino de Filipinas,
desde su origen hasta el año 1750, escrita por el Vble.
P. Rector Provincial Fr. José de la Concepción
(Continuación)1
AÑO 1729
119. Este año a pedimento de los naturales de Subic del corregimiento de Zambales, se
fundó la Misión, que hasta la presente persevera con muchos progresos espirituales y temporales. Muchos años antes que el pueblo de Subic tuviera Ministro misionero asignado era Visitado o anexo del Ministerio de Morón, jurisdicción de Mariveles, y en lo temporal pertenecía a la Alcaldía de Pangasinan, y después por nueva providencia de este Superior Gobierno, se
agregó al corregimiento de Zambales, como está hoy. Constaba dicho pueblo de sesenta a
setenta tributos, poco más o menos. El P. Prior de Morón los visitaba siempre que necesitaban
de los Santos Sacramentos y en los tiempos señalados por mi Provincia para
1
Véase páginas 102-104.
141
la más frecuente administración y doctrina de todos los anexos o Visitas, que lo regular en la
costa de Zambales suele ser una vez al mes cuando no hay especial necesidad. Por cierto
motín que años pasados hubo en dicho pueblo, del que resultaron varias muertes violentas, y
por una epidemia general que hubo de viruelas (a las que tienen imponderable horror los indios) se vino a perder del todo dicho pueblo, de modo que no quedó en él más que la iglesia y
Convento; los moradores de él apoderados del miedo unos se fueron a la provincia de Pampanga, otros a los pueblos inmediatos nuestros, y los más se retiraron a los montes circunvecinos.
180. Los Priores y Ministros de Morón lloraban y se lamentaban de la ruina de este pueblo y de la pérdida de muchas almas, que andaban por los bosques y sierras perdidas y erradas. Aplicaron todo el esfuerzo posible y eficaz conato para el deseado restablecimiento de
este abandonado pueblo, y entre muchos quien esmeró en su aplicación, espíritu y celo fue el
P. Lector Fr. Pedro de Jesús, natural de la villa de Moy vela en Aragón, quien sin reparar en
desvelos, cuidados, fatigas y trabajos, iba a dicho paraje de Subic, lleva de Morón gente que
le sirviera y acompañara y penetrando por los montes, hasta un sitio que se llama Uguit, pudo
reducir a algunos indios a que volvieran a su antiguo pueblo y le fundaron de nuevo, como de
hecho volvieron y, de los que se resistieron a sus saludables consejos, pudo conseguir que se
fundara una visitilla o pueblo pequeño con el mismo nombre de dicho paraje de Uguit, y en
esta conformidad los redujo a vida política y cristiana hasta el número expresado de sesenta
hasta de setenta de tributos, poco más o menos. Como estaban enseñados a vivir a su libertad
no era posible reducirles a la debida asistencia a su Padre Ministro y a la iglesia los días festivos, ni que vivieran cristianamente los que estaban clandestinamente y a uso de infieles casados. Para los reparos precisos y necesarios de la iglesia y Convento de Subic era necesario
valerse el Ministro de sus feligreses de Morón, con la continuación de exhortaciones, pláticas,
consejos y sermones, se avinieron aquellos indios a que volverían a formar el pueblo y vivirían en él, con tal que se les diera Ministro misionero de asiento.
181. Comunicado este negocio de tanta importancia para su bien espiritual y temporal
con N. P. Provincial que entonces era Fr. Benito
142
de S. Pablo, Examinador Sinodal de este Arzobispado y Calificador del Santo Oficio, puso su
Reverencia con toda eficacia, espíritu y celo todos los medios conducentes al logro deseado
en la restauración de dicho pueblo. Presentaron los naturales de él su pedimento al Superior
Gobierno el que dio fundamento para formar el expediente correspondiente a tan piadoso deseo, y su resulta favorable fue que el M. I. Sr. Marqués de Torre Campo, Gobernador y Capitán General de estas Islas, despachó ruego y encargó a dicho R. P. Provincial para que señalara Ministro Misionero de Subic y su distrito, y en su obedecimiento nombró al P. Predicador
Fr. Juan de Santa María a quien después por su orden sucedieron en el empleo los Padres Predicadores Fr. Blas del Pilar, Fr. Francisco de la Natividad, Fr. Cipriano de S. Basilio, Fr. Miguel de la Concepción, Fr. Manuel de Jesús y María, Fr. Manuel de S. Vicente Ferrer y Fr.
José de Jesús y María; de los cuates el Padre Fr. Miguel de la Concepción murió santamente
en su ministerio, por las muchas tareas que tuvo y trabajos que toleró en beneficio común de
los feligreses y naturales de su cargo. Otros salieron quebrantados de su salud, aunque no murieron en dicho pueblo.
182. Con la continuada celosa aplicación de dichos Religiosos se han sacado de los montes a muchos naturales que vivían olvidados de las obligaciones de cristianos y se hallan restituidos a antiguo pueblo los que por otras provincias andaban fugitivos y dispersos. Se restauró
y formó como estaba antes el pueblo y se gobierna en paz y quietud, y en buena administración espiritual y temporal y va cada día en mucho aumento, como se verá por el padrón general de nuestros pueblos y ministerios que se pondrá al último, con expresión de los tributos y
almas de que se componen; consta al presente de ciento sesenta y cuatro tributos y de cuatrocientas veinte y seis almas de padrón, sin contar los niños hasta los ocho años que son más de
ciento. La visita o anejo de Uguit consta de ciento treinta y tres personas de ocho años para
arriba, todos cristianos nuevos y antiguos apóstatas reconciliados y reducidos al gremio de la
Iglesia católica. Débense añadir, por espirituales y gloriosos progresos de esta Misión de Subic, doscientas y siete personas de todas edades que se han bautizado en la iglesia de Uguit
143
desde su fundación y no están incluidas en el número y cuenta de arriba.
AÑO 1730
183. Con la bonanza de fortuna que en todas las campañas antecedentes habían tenido los
moros en todas las provincias de estas Islas, aumentaron la osadía para emprender mayor acción. El día tres de Mayo de este año se presentó sobre la fuerza de Santa Isabel de Taytay,
cabecera de Calamianes, una escuadra compuesta al parecer como de tres mil hombres bien
armados. Lo repentino del asalto y la vana confianza del Alcalde Mayor que entonces era el
capitán D. Pedro Lucena, no permitió más tiempo que el preciso para abandonar el pueblo y
retirarse los Padres españoles y naturales a la fuerza. Los moros, hechos dueños del pueblo, le
saquearon a su satisfacción el archivo del juzgado de provincia y Real Haber que estaba en
casa del Alcalde Mayor, los ornamentos de la Iglesia, los bastimentos y menaje del Convento
(pues no pudieron librar los Religiosos más que los Cálices y el Copón), y el de las casas de
los indios quedó todo en poder de los moros y alentándose al blanco de la fuerza le sostuvieron veinte y un días continuos y en vista de no poderla rendir entregando al fuego iglesia,
convento y pueblo se retiraron satisfechos y cargados de cautivos y despojos.
(Continuará)
144
†
NECROLOGÍA
El pasado Diciembre pasó a recibir el premio de sus apostólicos trabajos y grandes virtudes, en nuestro Convento de Manila (Islas Filipinas) el anciano misionero R. P. Fr. José Abad
de San Juan Bautista, después de haber recibido con edificante fervor los Santos Sacramentos
y demás espirituales auxilios.
Una vida consagrada al servicio de Dios y a la propagación de la fe ha sido la del P. Abad
hasta los últimos momentos. Anciano, achacoso, enfermo, ha permanecido en las difíciles y
penosas misiones de Mindanao trabajando con celo de incansable apóstol, velando como solícito Pastor por la conservación y aumento de aquella católica grey, hoy fuertemente agitada
por las tempestuosas olas del cisma aglipayano y de la herejía protestante.
Descanse en paz tan benemérito misionero y ejemplar religioso.
TIP. DE SANTA RITA – MONACHIL
Año X
Abril de 1919
Núm. 106
BOLETÍN
DE LA
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
de la Orden de Agustinos Recoletos
SECCIÓN CANÓNICA
DE LA RESERVACIÓN DE CASOS EN GENERAL
(Continuación)
La Instrucción del Santo Oficio de 1916 repite estas mismas prescripciones y añade las
siguientes: 1) Impone a los Obispos la obligación de tratar en sínodo la reservación de casos
que piensen establecer, o al menos oír el parecer del capítulo catedral y de algunos párrocos
de los más prudentes y probos de la diócesis. Por exigirlo la gravedad del asunto, ya antes era
costumbre guardar éstas o semejantes
146
normas, de lo cual da testimonio Benedicto XIV con estas palabras: «Quamvis praedicta facultate reservandi casus, possit Episcopus semper, et quandocumque voluerit uti; multis tamen nominibus decet, ut illam potius in synodo, quam extra synodum exerceat… Quocirca
communi usu receptum est ut Episcopus in synodo statuat, quaenam peccata velit sibi esse
reservata». La circular mencionada de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares
mandó que revisasen los casos entonces vigentes «adhibitis aliquibus pietate et doctrina praestantibus viris». 2) Por primera vez determina el número taxativamente, siendo éste de tres,
o a lo más cuatro. Ya en Enero de 1661 la Sagrada Congregación del Concilio mandó al
Obispo Bellicastrense que sólo retuviera diez, o a lo más doce. 3) Respecto a la calidad de los
pecados, expresa que sean estos: «ex gravioribus el atrocioribus criminibus specifice determinandis». 4) En cuanto a la duración de la reserva, prescribe que ésta no permanezca más tiempo en vigor del que se necesite para extirpar el pecado reservado o restaurar la disciplina cristiana, si por estar decaída se impuso la reservación. 5) En cuanto a las penas con que quieran
agravarla, dice que sean muy cautos y quam maxime parci. 6) Finalmente, exige que hagan
llegar a conocimiento de los fieles los reservados que establezcan.
Todas estas restricciones se repiten de nuevo en el Código.
La aplicación que de estas prescripciones pueda o deba hacerse a la reservación de casos
en las religiones exige ser tratada aparte, ya que los más de los cánones que comprende el
capítulo II de la primera parte del libro III del Código, parecen referirse, ex subiecta materia,
solamente a los reservados por los Ordinarios de! lugar.
7. Personas sometidas a la reservación.- Como principio general se ha sostenido siempre
que la reservación afecta solamente a los súbditos del reservante. Este principio, de sí tan claro, no dejaba de tener su dificultad en la aplicación práctica, por razón de la antigua controversia sobre la esencia y finalidad de la reservación. Y así para los que la reserva afecta directamente al confesor y sólo en consecuencia al penitente, quedaban comprendidos en ella todos
los que se confesasen en el territorio del reservante, con los confesores que tuviesen facultades limitadas. Por el contrario, para
147
los que la reservación afecta directa y principalmente al penitente, y sólo consecuentemente al
confesor, quedaban sujetos todos y solos los que en el territorio del reservante tuviesen domicilio, o cuasi-domicilio, si no eran exentos. En las dos sentencias había sus excepciones, por
disputarse al mismo tiempo de qué Ordinario procedía la jurisdicción para absolver a los
súbditos ajenos, si del Ordinario del penitente o del confesor.
Actualmente en el Código se establecen los principios siguientes: 1) La ley es territorial
si no consta lo contrario (can. 8, § 2), y con respecto a la reservación, no sólo no consta lo
contrario, sino que expresamente se le aplica este principio (can. 900, § 3). 2) Las leyes dadas
para un territorio particular obligan solamente a aquellos que tengan allí domicilio, o cuasidomicilio, mientras de hecho habiten en él (can. 13, § 2). 3) Los vagos quedan sujetos a las
leyes particulares del territorio donde transitoriamente residan (can. 14, § 2). 4) La reservación, según se desprende del fin que le señala el canon 897, afecta directamente al penitente y
sólo en consecuencia al confesor. 5) La jurisdicción delegada para oír confesiones es concedida exclusivamente por el Ordinario del lugar en que se recibe la confesión (can. 874, § 1).
De estos principios parece deducirse que sólo son súbditos del Superior reservante en orden a la reservación los que, excepto el caso de exención, tienen domicilio, o cuasi-domicilio,
y actual habitación en su territorio, o son vagos con su actual residencia. Por tanto no están
sujetos: 1) los Regulares exentos, y con ellos sus novicios, su familiares y todos los que día y
noche moren en sus casas, sea por causa de educación, de hospedaje o de salud (canon 875, §
1; 514, § 1); 2) los peregrinos, pero de éstos se hablará luego más ampliamente.
8. Condiciones requeridas para incurrir en la reservación.- Conocido ya el sujeto pasivo
de la reservación, resta averiguar qué condiciones se requieren para que, supuesto el pecado,
de hecho se incurra en ella. Consideraremos primero las que se requieren por parte del pecado
y luego las que se requieren por parte del que peca.
A: Por porte del pecado.- El pecado reservado se entiende que ha de ser mortal, externo y
consumado en su género.
148
Que se requiera la primera cundición salta a la vista, pues los veniales, como no constituyan materia necesaria del sacramento de la Penitencia, no aparece cómo puedan ser reservados. Por lo demás, está claramente expresada en la ley su exclusión.
Debe ser externo, (no precisamente público o notorio), es decir, que, además de la intención gravemente pecaminosa, la acción externa como tal importe grave desorden moral, no si
la acción externa sea en sí leve aunque por razón de la intención se impute a grave pecado. La
exteriorización del pecado al modo dicho se exige en la reservación, no por pedirlo así la naturaleza misma de la cosa, sino más bien por ser costumbre seguida en la Iglesia, fundada en
el peligro que importaría a las almas si sólo el consentimiento interno bastase para la reservación, dada la mayor facilidad con que se puede llegar a este consentimiento. Así lo expresa
Benedicto XIV, cuya autoridad es la también alegada a este propósito por la citada Instrucción del Santo Oficio. Que la naturaleza misma de la cosa no lo requiera, se ve fácilmente por
razón de que la ley de la reservación se refiere, no al fuero externo, en el cual la Iglesia no
juzga de las intenciones, sino al interno, donde la jurisdicción se ejerce precisamente sobre la
misma intención
La tercera condición de que sea consumado en su género se requiere por razón del principio general «odia sunt restringenda», y como la reservación pertenece a la categoría de las
cosas odiosas, está sujeta a interpretación estricta (can. 2.246, § 2). De aquí que no baste la
sola a atentación del pecado, y se tenga que restringir más bien que ampliar el sentido de las
palabras con que éste se expresa. Así, por ejemplo, no incurriría la reservación del pecado de
estupro quien hubiese forzado a una mujer no virgen, o hubiese pecado con mujer virgen pero
consintiendo ella, sino que se requiere que el tal pecado quede completo en su sentido estricto, o sea, que se haya desflorado a mujer virgen contra su voluntad.
B: Por parte del que peca.- Las condiciones requeridas por parte del sujeto se pueden reducir a los capítulos siguientes: 1) edad; 2) noticia de la reservación; 3) lugar donde se verifica el pecado.
Edad.- En cuanto a la edad, conviene distinguir entre reservados con censura latae sententiae y simplemente reservados. Respecto
149
a los primeros, ya de antiguo por costumbre legítima no se incluían los impúberes, si de ellos
no se hacía especial mención, y en el Código ha recibido confirmación expresa, aun con mayor amplitud, este principio (can. 230). Pero si se trata de casos reservados ratione sui sin
censura, nada se establecía antes como norma general, a excepción de los reservados papales
de ese género, en los cuales por su carácter penal tampoco se incluían los impúberes. El nuevo
Código nada dice expresamente de la edad requerida para estar sujeto a la simple reservación,
pero sí establece un principio que parece ha de aplicarse al caso de que tratamos. Hasta la
promulgación del Código admitían los autores como doctrina corriente respecto al sujeto de
las leyes eclesiásticas, exceptuadas las penales, que bastaba tener uso de razón para quedar
comprendido en ellas, si bien muchos admitían como probable no presumirse el uso de razón
antes de los siete años, aunque de hecho existiese en casos particulares antes de esa edad. Hoy
ha desaparecido la duda con lo prescrito por el canon 12: «Legibus mere ecclesiasticis non
tenentur qui... licet rationis usum assecuti, septimum aetatis annum nondum expleverunt, nisi
aliud iure expresse caveatur».
Por consiguiente, en el supuesto de que las reservaciones simples no tengan carácter penal, como parece más probable, los niños a los siete años estarán comprendidos, si ya tienen
uso de razón, y no lo estarán, aunque tengan uso de razón, si no han llegado a esa edad; se
sobrentiende si el reservante no exige mayor edad, como algunos lo hacen explícitamente.
Con todo, por razón de la misma materia que se reserva y la ignorancia que del reservado
tendrán, quedarán excluidos las más de las veces.
Noticia de la reservación.- Acerca de la noticia que se requiere de la reservación para incurrir en ella o, en otros términos, sobre si la ignorancia excusa o no de la reservación, mucho
se ha disputado hasta el presente, siendo muchos los autores de nota que patrocinaban las sentencias opuestas.
Hay que distinguir, como en la cuestión precedente, entre los reservados con censura y
los reservados simplemente. Respecto a los primeros, nadie dudaba que al menos de la censura aneja excusaba la ignorancia; pero algunos creían que aun en ese caso se incurriría en la
reservación del pecado, y otros, por el contrario, afirmaban
150
que no incurriéndose en la censura tampoco se incurría en la reservación, si no constaba de la
reservación del pecado en sí mismo. Por el can. 2.246, § 3, donde se trata indistintamente de
reservados con censura papales y episcopales, parece quedar confirmada esta segunda opinión.
Mayor discrepancia había respecto a los reservados sin censura. Brevemente puede expresarse el estado de la controversia como sigue: Los que afirmaban que la ignorancia de la
reservación excusaba de incurrir en ella, se distinguían entre sí por las razones en que apoyaban su aserto; unos fundaban su tesis en que todas las reservaciones episcopales tenían el
carácter de pena, fuera o no ésta medicinal, y para algunos sólo por ser medicinal; otros acudían a la mente del reservante, que comúnmente era, según afirmaban, de no incluir a los que
ignorasen su reservación.
Los que negaban que la ignorancia excusase de la reservación, excepto algunos pocos,
que, aun atribuyéndole el carácter de pena, por ser ésta medicinal sostenían la negativa, los
demás rehusaban tal carácter penal, y aducían como fundamento de su opinión el afectar la
reservación, no a los penitentes, sino directa y principalmente al confesor, restringiendo su
jurisdicción.
Este principio, que tanta aceptación ha tenido, fue acremente combatido por Ballerini, para quien la cuestión presente se habría de formular en estos términos: ¿Pretende el reservante
incluir en la reservación los pecados cometidos con ignorancia de ella? El reservante limita la
jurisdicción del confesor para el caso en que los pecados reservados se cometan con ignorancia de la reservación? Así propuesta la cuestión, dice, no puede resolverse sin petición de
principio, aduciendo como razón de la respuesta afirmativa que la reservación esencialmente
consiste en la restricción de la jurisdicción, puesto que eso es precisamente lo que se trata de
saber, si la jurisdicción se restringe hasta ese grado.
Así las cosas, según la antigua controversia, publicó el Santo Oficio en 13 de Julio de
1916 la Instrucción mencionada, por la cual ordenaba con precisión y claridad y extraordinariamente simplificaba la disciplina de la reservación de casos episcopales. Para mayor claridad, transcribiremos de nuevo aquí las palabras que se leen en su número 6.º: «Verumtamen,
statutis semel reservationibus
151
quas vere utiles aut necessarias iudicaverint, curent omnino ut ad certam fidelium notitiam,
quo meliori eis videbitur modo, eaedem deducantur nam quaenam earum vis si lateant?»
De lo aquí prescrito y de la razón que se alega en las últimas palabras subrayadas, deducían como muy probable, no pocos de los autores que antes sostenían la negativa, que la ignorancia excusaba de la reservación. Véase, por ejemplo, lo expuesto por Ferreres en la revista
Razón y Fe1, a raíz de la citada Instrucción: «El artículo 6.º, aunque se inclina a la afirmativa,
no acaba de resolver con toda claridad la cuestión sobre si la ignorancia excusa de la reservación... Creemos, no obstante, que si se pregunta a la Sagrada Congregación contestará en favor de la sentencia afirmativa, puesto que al preguntar qué fuerza tendrá la reservación ignorada, parece suponer la respuesta: ninguna, pues ni hará más difícil la comisión del pecado ni
la absolución del mismo».
Ya parecía la cosa resuelta cuando al promulgarse el nuevo Código se vino a plantear de
nuevo la cuestión. Verdad es que en su can. 899 se repiten a la letra las mismas palabras del
art. 6.º que acabamos de copiar, pero se omite la pregunta «quaenam earum vis si lateant?»
Por esta omisión algunos han vuelto a dar como más probable la sentencia negativa. Se aduce
también en contra lo prescrito en el can. 894, según el cual la calumniosa denuncia del confesor como solicitante se declara reservado ratione sui, a pesar de estar penado también con
censura. Ahora bien, si la ignorancia de la reservación excusase, esta disposición, dicen, quedaría inútil, puesto que siempre que se ignorase la censura dejaría también de incurrirse por la
misma razón en la reservación del pecado, ya que más suele ignorarse la reservación del pecado que la de la censura. No obstante, los mismos autores hacen constar que la opuesta sentencia retiene, aun después del Código, sólida probabilidad.
Y, en efecto, no faltan autores que siguen sosteniendo que en la disciplina del Código la
reservación se pone para que el temor de ella impida que se cometan los pecados, o sea, que
tiene carácter de remedio medicinal preventivo, y, por lo tanto, como si se desconoce no se
logrará este fin, de aquí, dicen, que el Código, como
1
Vol. 46, pág. 366.
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la Instrucción del Santo Oficio, encargue a los Ordinarios de lugar hagan llegar a conocimiento de los fieles las reservaciones que establezcan. Por consiguiente, si, conforme al can. 895,
la reservación no puede tener lugar cuando no sea útil, lo cual sucederá siempre que se ignore,
la ignorancia, por la disciplina de! Código, parece que ha de excusar también de incurrir en la
reservación.
A la primera de las razones opuestas en contra responden que el haberse omitido en el
Código la pregunta «quaenam earum vis si lateant?» puede obedecer a que en el estilo propio
de la ley no cuadraba aquel inciso, no ya sólo por su forma, lo cual es claro, sino principalmente por contenerse en él la razón de la prescripción antecedente de dar a conocer a los
súbditos los reservados establecidos, y ya se sabe que la razón de la ley suele en ella omitirse.
Asimismo no tienen como prueba decisiva la segunda de las razones que se alegan, o sea,
que la denuncia calumniosa del confesor se declara reservado ratione sui, a pesar de estar
penado con censura. Puesto que la reservación de que se trata, por razón del can. 6, 2.º, ha de
entenderse conforme a la Constitución de Benedicto XIV «Sacramentum paenitentiae»; ahora
bien, la reservación allí establecida tiene carácter penal, como lo demuestran las mismas palabras del documento y la interpretación común de los autores; de consiguiente, excusaba de
ella la ignorancia, y así excusará también en el presente, con lo que se desvirtúa la fuerza del
argumento.
Añade alguno que, aun excusando la ignorancia de entrambos, censura y simple reserva,
y suponiendo que todo el que ignore la censura ignorará también la reservación, no es inútil la
reservación de este pecado ratione sui, puesto que siempre se tendrá que, todo el que conociendo entrambas cosas haya cometido el pecado, podrá ser absuelto de la censura en el fuero
externo y aun en ausencia, quedándole todavía la obligación de acudir al Superior o a su delegado para la absolución del pecado en el fuero sacramental.
Este es el estado de la controversia en una cuestión que parecía ya resuelta, y, de tal importancia, que por afectar a la jurisdicción del confesor está relacionada con la validez de la
absolución. Bien es verdad que, excepto algunos pocos, los autores, en general, admiten la
validez de la absolución para esos casos. Así Noldin: «Is,
153
qui reservationem ignorat, prima vice tuto absolvi potest: si enim peccatum reipsa reservatum
sit, ecclesia supplet jurisditionem. Lo limita a la primera vez, por la obligación que supone
tener el confesor de informar al penitente de la reservación. El Código nos ofrece sólido fundamento en confirmación de esta aserción por su can. 209: «In dubio positivo et probabili sive
iuris sive facti, iurisditionem supplet Ecclesia pro foro tum externo tum interno». Esta nos
consta ser también la mente del P. Ferreres, que de un modo general ya insinúa en su Comp.
Theol. mor., n. 673. El mismo Ferreres en este lugar aplica a los simples reservados lo que el
Código declara respecto a los reservados con censura, de los cuales dice en su can. 2.215, § 4:
«In dubio sive iuris sive facti reservatio non urget», y en el 2.246. § 4: «Reservatio strictam
recipit interpretationem».
Si lo prescrito en estos cánones puede aplicarse a los simples reservados, cabe preguntar
si podría también aplicarse a ellos lo que el Código permite para los reservados con censura
que no sean ab homine o specialissimo modo Sedi Apostolicae reservata, en el can. 2.247, § 3
«Si confessarius, ignorans reservationem, poenitentem a censura ac peccato absolvat, absolutio censurae valet». Que en ese caso valga también la absolución del pecado, no se menciona,
porque ya se entiende por lo establecido en el canon 2.246, § 3: «Verum si quis a censura excusatur vel ab eadem fuit absolutus, reservatio peccati penitus cessat». Si el espíritu que informa esta disposición es impedir que redunde en perjuicio del penitente la ignorancia del
confesor, a quien el penitente ha de presumir dotado de la ciencia requerida, no se ve del todo
improbable que se pueda aplicar también a los simples reservados, puesto que también respecto a ellos la ignorancia del confesor podría acarrear perjuicio al penitente, si éste después de
algún tiempo averiguase que el confesor le había dado la absolución indebidamente.
Lugar donde se comete el pecado.- La tercera de las condiciones, que por parte del sujeto
se requieren para incurrir en la reservación, dijimos que se refería al lugar donde se comete el
pecado. Esta cuestión es corolario de lo dicho acerca del sujeto pasivo de la reservación. Sin
embargo, como por la variedad de casos que presenta puede no aparecer tan clara la deducción, nos ocuparemos
154
en particular de cada uno de ellos, acudiendo para su solución a los principios anteriormente
establecidos.
La cuestión presente puede reducirse a los siguientes términos:
¿Quedan sujetos a la reservación del lugar, donde se confiesan:
a) Los súbditos de dicho lugar, si cometieron el pecado en otra diócesis donde no estaba reservado?
b) Los vagos, si pecaron en otra diócesis donde no estaba reservado?
c) Los peregrinos, si cometieron el pecado en su diócesis o en otro lugar donde no estaba reservado?
d) Los súbditos, si pecaron en otro lugar donde también estaba reservado?
e) Los vagos, si pecaron en otro lugar donde estaba vigente la misma reservación?
f) Los peregrinos, si cometieron el pecado en su propia diócesis donde también estaba
reservado?
A estos diferentes casos podrían añadirse los dos siguientes, que expresamente resuelve
el Código, y fueron por mucho tiempo objeto de litigio entre los autores.
¿Urge la reservación:
g) Para los que cometieron el pecado en su propia diócesis y van a confesarse, sea o
no in fraudem legis, a otro territorio donde no está reservado?
h) Para los vagos que cometieron el pecado donde estaba reservado y van a confesarse, sea o no in fraudem legis, a donde no lo está?
Antes de examinar a la luz del nuevo Código estos puntos controvertidos, bosquejaremos
el estado de opinión en la antigua disciplina, porque nos servirá como de guía para mejor
comprender el alcance de las nuevas disposiciones en asunto tan complicado, del que el mismo Ballerini confiesa: «Sincere fatendum est quaestionem esse maxime implexam et doctores
non consentire chupad regulam in praxi servandam; propterea quod diversa sunt principia,
quibus utuntur». Tentaremos, pues, de reducir a síntesis del mejor modo que nos sea posible
las diversas opiniones que se formaban con unos 14 elementos que entraban en juego.
155
Los elementos eran las hipótesis indicadas en el cuestionario precedente, junto con estos
principios opuestos que les servían de base para las distintas soluciones:
La reservación afecta directa y principalmente al confesor. La reservación afecta directa y
principalmente al penitente y sólo en consecuencia al confesor.
La jurisdicción para absolver a los peregrinos se recibe del Ordinario del lugar de la confesión. La jurisdicción para absolver a los peregrinos se recibe del Ordinario del penitente.
Los peregrinos no están sujetos a las leyes del lugar donde transitoriamente residen. Los
peregrinos están sujetos a las leyes del lugar donde transitoriamente residen, al menos respecto al fuero sacramental.
Reuniremos las distintas opiniones en dos grupos generales, según los dos principios siguientes que más radicalmente dividían a los autores:
I. La reservación afecta directa y principalmente al confesor.
II. La reservación afecta directa y principalmente al penitente.
Ambos se subdividen en otros dos, porque los autores que sostenían uno u otro de dichos
principios distinguíanse entre sí según que admitiesen al mismo tiempo proceder la jurisdicción: 1.º) del Ordinario del penitente, o 2.º) del Ordinario del lugar de la confesión.
I.- 1.º Principios: La reservación afecta al confesor. La jurisdicción se recibe del Ordinario del penitente.
Para los autores que sostienen los principios indicados en este grupo, el penitente, dondequiera que se halle, no puede ser absuelto de los reservados en su diócesis, aunque haya cometido el pecado fuera, donde no estaba reservado; en cambio, podrá ser absuelto de los reservados en el lugar de la confesión, aunque los haya cometido allí mismo, si en su patria no
estaban reservados.
Esta solución es lógica consecuencia de los dos principios que sientan, pues si la reservación esencialmente consiste en restringir la jurisdicción del confesor, afectando sólo indirectamente al penitente, claro está que no se modificará la jurisdicción de aquel por razón de las
circunstancias diversas en que pueda hallarse el penitente. Y dado que el Ordinario de éste es
el que comunica la jurisdicción,
156
no se podrá absolver al penitente peregrino de los reservados en su diócesis, mientras, por el
contrario, se le podrá absolver de los reservados en la diócesis de la confesión, pues el Ordinario de ésta ni da ni quita jurisdicción en orden a tales penitentes.
I.- 2.º Principios: La reservación afecta al confesor. La jurisdicción se recibe del Ordinario del lugar de la confesión.
Según los autores que defienden estos dos principios, el penitente no puede ser absuelto
de ninguno de los pecados reservados en el lugar de la confesión, dondequiera que los haya
cometido, aunque allí donde los cometió no estuvieran reservados, o los cometiera cuando
aun no estaban reservados; pero podrá ser absuelto de los reservados en otras diócesis, si en el
lugar de la confesión no están reservados.
Lo mismo que en el grupo anterior, por afectar la reservación directamente al confesor, la
jurisdicción de éste queda limitada para todos los penitentes, sin consideración a las circunstancias que les rodean en orden a la comisión del pecado. Y como la jurisdicción se recibe del
Ordinario del lugar de la confesión, sólo se deberá atender a los reservados de dicho lugar, sin
que obsten los de la diócesis del penitente peregrino.
II.- 1.º Principios: La reservación afecta directamente al penitente. La jurisdicción se recibe del Ordinario del penitente.
En opinión de los autores que se fundan en estos dos principios, el penitente no puede ser
absuelto de los pecados reservados en su diócesis, si los cometió en ella; pero será absuelto si
los cometió fuera, aunque en el lugar de la confesión estén reservados.
De dichos principios se desprenden lógicamente estas conclusiones, ya que por afectar la
reservación directamente al penitente, en los casos en que éste no está sujeto a las leyes del
reservante no se limita la jurisdicción del confesor. Además, recibiéndose la jurisdicción del
Ordinario del penitente, sólo a la reservación de su diócesis se habrá de atender.
II.- 2.º Principios: La reservación afecta directamente al penitente. La jurisdicción se recibe del Ordinario del lugar de la confesión.
Para los que se apoyan en estos principios, el penitente peregrino puede ser absuelto de
los reservados en su diócesis, dondequiera
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que los haya cometido, excepto (por exclusión positiva de la Iglesia) si in fraudem legis
hubiera ido a otra parte a recibir la absolución; asimismo puede ser absuelto de los reservados
en el lugar de la confesión, si los cometió en otra diócesis. Si los cometió en el mismo lugar,
se dividían los pareceres: los que eximían al peregrino de las leyes del lugar donde reside
afirmaban que también podía ser absuelto, y contrariamente los que sujetaban al peregrino a
las leyes del lugar de su actual residencia.
La razón es obvia, pues, por afectar la reservación directamente al penitente, la jurisdicción no se limita sino para los casos en que el penitente está sujeto a las leyes del reservante;
por otra parte, como la jurisdicción se recibe del Ordinario del lugar de la confesión, sólo se
han de tener en cuenta los reservados de su diócesis, en los cuales incurrirá o no el penitente
peregrino al cometer allí el pecado, según que esté o no sujeto a las leyes del territorio donde
transitoriamente mora, en opinion de los autores que discrepan en este particular.
En los grupos que llevamos indicados algunos de los autores que a ellos pertenecen, menos consecuentes consigo mismos, no siempre admiten todas las conclusiones que de sus
principios se derivan.
Resta ahora examinar estas mismas cuestiones según los principios establecidos en la
nueva legislación.
Determina el Código claramente en su canon 874, § 1, que la jurisdicción delegada la da
en cada punto el Ordinario del lugar: «Iurisdictionem delegatam ad recipiendas confessiones
quorumlibet sive saeculariumn sive religiosorum confert sacerdotibus tum saecularibus tum
religiosis etiam exemptis Ordinarius loci in quo confessiones excipiuntur». Y en el canon 881
expresamente reconoce a todos los que tengan dicha facultad la de absolver también a cualesquiera peregrinos y vagos: «Omnes utriusque cleri sacerdotes ad audiendas confessiones approbati in aliquo loco, sive ordinaria sive delegata jurisdictione instructi, possunt etiam vagos
ac peregrinos ex alia dioecesi vel paroecia ad sese accedentes, itemque catholicos cuiusque
ritus orientalis, valide et licite absolvere». Queda, por tanto, ya libre este principio de toda
controversia y simplificada la cuestión.
Expusimos también en su propio lugar que en la disciplina del
158
Código se podía asegurar, con bastante probabilidad, afectar la reservación directamente al
penitente por razón del carácter de remedio preventivo, que parece se le atribuye, quedando en
su vigor la probabilidad del principio opuesto.
También se establecen claramente los principios de que las leyes no obligan fuera del territorio; y que los peregrinos no están sujetos a las leyes del territorio en que transitoriamente
moran (canon 14, § 1, 1.º, 2.º).
Creen, sin embargo, algunos que esta ley queda derogada respecto a la reservación de casos, en orden a la cual son súbditos todos los que se confiesan en el territorio donde vige la
reservación del pecado cometido. A ello se inclinan por creer que la reservación afecta directamente al confesor, lo cual prueban por haberse omitido en el Código la cláusula de que
hicimos mención al tratar de la ignorancia de la reservación. Otros, por el contrario, sostienen
que la ley propuesta se ha de entender en toda su amplitud, lo cual prueban: 1.º) por no constar claramente en el Código la limitación indicada; 2.º) por desprenderse del fin de la reservación, que es extirpar algún vicio arraigado en la diócesis del reservante; 3.º) y principalmente
por parecer que esto significa el can. 900, 3.º: «Quaevis reservatio omni vi caret... Extra territorium reservantis, etiamsi dumtaxat ad absolutionern obtinendam poenitens ex eo discesserit». Es decir, que no solamente la reservación no urge para el que, habiendo cometido el pecado en su diócesis, y, por tanto, incurrido en la reservación, sale fuera para confesarse, sino
tampoco para el que cometió el pecado fuera de su diócesis. Parece confirmarse este sentido
del canon citado por su paralelo el can. 2.247, § 2: «Reservatio censurae in particulari territorio vim suam extra illius territorii fines non exserit, etimisi censuratus ad absolutionem obtinendam e territorio egrediatur». Por estas palabras casi idénticas parece probarse que en ambos casos la ley de la reservación es territorial, y, por lo tanto, que con respecto a e!la tiene
aplicación lo prescrito en el can. 14.
Con estas normas podremos ya dar solución cierta o probable, según los casos, a los puntos propuestos en el cuestionario, que para simplificar reduciremos a los tres grupos siguientes:
A: ¿Quedan sujetos a la reservación del lugar donde se confiesan:
159
a) los súbditos de dicho lugar; b) los vagos; c) los peregrinos, si cometieron el pecado en otra
diócesis, donde no estaba reservado?
Respecto al súbdito o diocesano, parece que éste no debería incurrir en la reservación si
cometió el pecado fuera de su diócesis, y, por consiguiente, que podría ser absuelto tanto en
su diócesis como en cualquier otra donde no estuviese reservado.
Los que defienden esta solución se fundan en que la reservación se pone para extirpar
algún vicio arraigado en la diócesis del reservante, y, por lo mismo, para preservar a los
súbditos de cometer en su territorio los pecados que se pretende desarraigar de allí. Comoquiera, pues, que el pecado cometido en otra región no altera el estado moral de la diócesis
donde está reservado, éste no puede quedar incluido en la ley de la reservación.
Añaden además que «peregrini non adstringuntur legibus particularibus sui territorii
quamdiu ab eo absunt», y «quaevis reservatio omni vi caret extra territorium reservantis».
Lo dicho acerca del diocesano lo extienden también a los vagos y peregrinos, cuyos pecados cometidos en otra parte perjudicarán aún menos que los de los diocesanos el estado
moral de la diócesis del reservante.
Contra esta solución oponen algunos lo prescrito en el can. 349, § 1, 1.º, donde, entre los
privilegios que competen a los Obispos, se enumera éste: «Episcopi sive residentiales, sive
titulares fruuntur privilegiis de quibus in canone 239, § 1, n. 2, etiam quod spectat ad casus
Ordinario loci reservatos». En el citado can. 239, § 1, n. 2, se concede facultad de elegir confesor para sí y sus familiares, con jurisdicción comunicada a iure de absolverles de casos reservados. Parece, pues, indicar que en la diócesis donde están reservados no se les podría absolver sin facultad especial, y como, por otra parte, esos familiares proceden de distinta diócesis, no sería obstáculo para incurrir en la reservación haber cometido el pecado fuera de la
diócesis del reservante.
Esta concesión explícita del Código respecto a los reservados episcopales podría quizá
explicarse teniendo en cuenta que la concesión se hace, no solamente a los Obispos residenciales, sino también a los titulares, quienes con sus familiares tendrán de ordinario
160
su domicilio o cuasi-domicilio en la diócesis de otro Obispo residencial, cuyas leyes deberán
éstos guardar, conforme al can. 13, § 2: «Legibus conditi pro peculiari territorio ii subiiciuntur… qui ibidem domicilium vel quasi-domicilium habent et simul actu commorantur.
De todos modos, el mismo P. Ferreres, cuya es la dificultad propuesta, admite la probabilidad de la opinión contraria, y así al argumento indicado no pretende darle valor apodíctico,
como él mismo confiesa: «El argumenlo que se deduce del citado canon 239, § 1, n. 2, no es
del todo demostrativo, porque se puede contestar que la facultad que aquí se otorga es sólo
para el caso en que tales familiares, etc., cometan en aquella dióeesis un pecado reservado en
la misma, y teniendo noticia de la reservación».
No hay por qué decir que otros autores insignes defienden como más probable incurrir en
la reservación los diocesanos, vagos y peregrinos en el caso propuesto, por razón del principio
general, que mantienen, aun después del Código, de que la reservación afecta directamente al
confesor.
(Continuará)
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VIERNES SANTO
Un tropel furibundo de sicarios
Rodean a Jesús y lo constriñen;
Satánica jauría, entre sí riñen,
Haciendo ostentación de sanguinarios:
Han jurado inmolar en un madero
La sangre del deífico Cordero.
¡Hora de confusión!… Algo de adverso
Natura en su equilibrio experimenta;
Resto de alguna conmoción violenta,
Rodaría a la nada el universo,
Si no fuera el perdón de quien expía
Más sublime que el orbe todavía.
La víctima, en el aire suspendida,
Hombre mortal que se encumbró del suelo,
Dios inmortaI que descendió del cielo,
Prosigue con la fuerza indefinida
De la unión hipostática sellando
Los misterios de amor que va efectuando.
Miradas de perdón omnipotente
Dirige hacia la chusma que blasferna
De sus labios no sale un anatema,
Que son sus labios misteriosa fuente
Que prodiga divina dulcedumbre,
Ansia de amores y de gloria lumbre.
162
Como la rama sazonada el peso
De la cosecha hacia la tierra trae,
Así de Cristo la cabeza cae
Sobre el hombro brindando augusto beso;
Extendidos también tiene los brazos,
Para darnos dulcísimos abrazos.
¡Miradlo! Ya consuma su martirio;
La fuerza de la vida se le agota;
Cayendo está la sangre gota a gota;
Puro y exangüe como blanco lirio,
Hostia de amor sobre el altar parece.
El agónico trance que termina,
En suspiro amoroso se condensa
En sus labios de padre; la suspensa
Espada de la cólera divina
Cae sobre su espíritu, y al punto
El dulce Redentor queda difunto.
Pierden los cielos sus lucientes galas,
En el patíbulo al mirarlo muerto;
Tórnase el mundo de repente yerto;
Rompe a batir el aquilón sus alas,
El mar lejano se alborota y ruge,
Y el engranaje de los astros cruje.
El lúgubre laúd de los querubes
Comienza a modular tristes endechas;
El eco repercute en las deshechas
Rocas del Sinaí; rasga las nubes
El rayo, diques el Cedrón revienta,
Y, arrastrando su gran cola, se auyenta.
Y sacuden sus verdes cabelleras
Las cimas del Horeb y del Carmelo;
Preludian sordamente ecos de duelo
Los murmurios de cedros y palmeras;
El rebramar del caos, de astro en astro,
Marcando va su funerario rastro.
163
Zumbidos de infernales aleteos
Avivan la catástrofe; despliega
Sus negras alas el eclipse; ciega
El día sus lumbreras; giganteos
Fantasmas surgen de las tumbas; canta
Ronco triunfo del diablo la garganta.
Las aguas del océano, furentes,
Retumban más y más; los rayos rajan
Las cumbres de granito; se descuajan
Las selvas seculares; los torrentes
Anegan el poblado, y justicieras
Buscan al hombre por doquier las fieras.
A impulsos de frenética pavura,
Los verdugos del Gólgota se alejan;
Al muerto omnipotente allá lo dejan,
Acompañado de su Madre pura…
¡Huir de la conciencia, sana huida!
¡Maldito para siempre el deicida!
Natura quiere hacer duelos de tumba:
Como himno funeral forma un concierto
Con los gélidos soplos del mar Muerto
Y del rumor que entre el frondaje zumba.
Mas ¡ay!, que no es capaz tal sinfonía
De apagar los suspiros de María.
Ya se acerca un soldado; con su pica
EI divino costado abre de un bote,
Y al momento aparece rico brote
De sangre y agua, que la cruz salpica.
¡Sangre y agua!... ¡Los últimos despojos
Que no pudieron derramar sus ojos!
Verter la última gota Dios quería
Por cumplir un designio asaz profundo:
La sangre de su cuerpo para el mundo,
La de su Corazón para María,
Que estaba al pie del leño sacrosanto
Con siete espadas, anegada en llanto.
164
…………………………………………
¡La sangre de su cuerpo para el mundo,
La de su Corazón, para María!...
…………………………………………
¡Oh, Madre clementísima del hombre!
Lloro al veros en tanta desventura:
Es grande como el mar vuestra amargura,
Aquesa soledad no tiene nombre.
Que sienta yo de la pasión la gracia,
Lamentando con Vos tanta desgracia.
En el mar de este mundo, en que zozobra
El alma, faro sois que al cielo guía:
Sin Vos mi salvación peligraría;
Con Vos mi salvación firmeza cobra.
¡Ay, de mí! Porque soy frágil y vano
Para ir a Jesús, dadme la mano.
Mi amor en vuestro amor se reconstruya,
Y venga sobre mí lo que viniere,
Que si hoy me conturba el Miserere,
Mañana alegraráme el Aleluya:
Y siempre, ya en pasión, ya en alegría,
¡Quiero ser vuestro esclavo, Madre mía!
FR. P. FABO DEL C. DE MARÍA
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Bosquejo rápido sobre la historía de la
Teología comparada con la Filosofía
1
Cosa difícil es, por no decir de todo punto imposible, hallar sin historia más o menos gloriosa a una sociedad cualquiera; puesto que, desde que comienza a existir hasta que desaparece, su vida sobre la tierra es una cadena eslabonada de acontecimientos, que deben trasmitirse
a las generaciones venideras, para que éstas aprendiendo e instruyéndose en ellos eviten lo
malo y practiquen cuanto digno de loa encuentren en sus predecesores. Y en realidad de verdad ¿quién podrá presentar un pueblo, una tribu o una nación que no haya sufrido cambios
más o menos notables, ya prósperos, ya adversos, y en los que no se hayan destacado algunos
de sus ciudadanos por su saber, por su virtud o por sus hazañas? Pues esto que acontece en las
sociedades humanas, eso mismo se observa en cualquiera ciencia o arte y mucho más en la
Teología, señora suprema de las demás ciencias.
Por lo que precede, supongo que el lector se habrá hecho ya cargo del asunto de estas
líneas. Pero aquí se ofrece una grande dificultad, y es que la Teología y Filosofía van tan estrechamente unidas entre sí que es imposible separarlas. Por otra parte, una materia tan abundante y tan vasta, capaz de llenar grandes volúmenes ¿cómo poder comprenderla en los límites estrechos de un artículo corto? Sin embargo, ambas dificultades es preciso superar: la primera, hablando
1
De la revista Cultura Recoleta.
166
juntamente de la historia de la Teología y Filosofía, y la segunda, señalando los puntos más
culminantes y dejando a un lado los que nos sean absolutamente imprescindibles.
Sin meternos en las distintas divisiones que de la Teología se suelen dar, ya por razón del
método, ya por razón del objeto, pues ninguno que esté medianamente versado en la ciencia
teológica las ignora, conviene advertir que aquí se trata de la Teología dogmática o teórica;
mas antes de entrar en materia la definiremos diciendo que es la ciencia que estudia los principios de la fe y la explicación de esos mismos principios.
Desde este punto de vista se divide en tres épocas, a saber: la primera abarca desde los
tiempos apostólicos hasta fines del siglo VIII; la segunda, que también suele llarnarse escolástica, comienza en el siglo IX y termina en el concilio tridentino; la tercera comprende el lapso
de tiempo transcurrido desde el concilio tridentino hasta nuestros días.
El hombre, dotado de esa facultad excelentísima llamada entendimiento, o, mejor diré,
razón, se ve naturalmente inclinado a indagar la naturaleza no sólo de las cosas comprendidas
en el orden natural sino también de las incluidas en el orden sobrenatural. De ahí que en todas
las edades hayan existido hombres entusiastas que dedicaron todas sus energías al estudio de
la filosofía, si bien no todos recogieron los copiosos frutos que fundadamente se prometían.
En el firmamento de la filosofía pagana resplandecieron como astros de primera magnitud
Platón y Aristóteles, viniendo a ser a manera de dos árboles gigantescos situados entre pequeños arbustos. Pero con la muerte de esto varones ilustres comenzaron a disminuir el cultivo y
los progresos de la filosofía, cuya vitalidad y frescor se veían azotados por los recios vendavales de las diversas escuelas que con el transcurso de los tiempos iban apareciendo. Y así pasaron años y centurias sin que una mano bienhechora se dignase sacar a la filosofía de la postración en que se hallaba.
Estando, pues, en estas circunstancias, apareció resplandeciente la Religión del Crucificado, cual lucero vespertino en medio de las sombras de la noche; y, ¡cosa admirable!, ella
sola, sin compañía de ninguna clase, resolvió las cuestiones que con tanto ardor se suscitaban
entre los filósofos, disipó las densas tinieblas en que estaba
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envuelto el género humano y al tiempo le señaló el camino cierto y seguro que conduce a la
felicidad eterna.
La religión cristiana desde sus principios comenzó a propagar su celestial doctrina, extendiéndola por todo el universo; y muchos de los que la oían quedaban convencidos de su
verdad y la abrazaban gustosos, entre los cuales se cuentan hombres célebres como San Teófilo antioqueno y San Justino, que es considerado como el Padre más antiguo de la Iglesia. Mas
los paganos, llevando a mal tan notorios progresos como hacía el cristianismo, lo atacaron de
cuantas maneras les sugería su depravada voluntad; y, como era natural, los cristianos respondieron con tesón a las acometidas de sus enemigos, valiéndose de apologías, de donde se originó la primera parte de la Teología, llamada Apologética.
Son célebres, entre otras, las apologías de San Teófilo, de Tertuliano y de San Justino.
En estos primeros tiempos alcanzaron renombre por sus extravíos Simón Mago y Manés,
a quienes se les puede dar el nombre de protestantes de las primeras edades. Pronto encontraron quienes contestaran a sus ataques, como Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría y
Orígenes, los cuales pelearon con feliz éxito.
Más tarde, Arrio, instruido en las doctrinas de los filósofos paganos, negaba la divinidad
del Salvador, diciendo que había sido sacado de la madre como las demás criaturas. Pero,
cuando creía segura la victoria, salióle al paso el ilustre San Atanasio, llamado el Padre de la
Ortodoxia, que no cesó de luchar contra él y contra sus prosélitos mientras vivió en la tierra;
obteniendo provechosos resultados.
Después de Artio vinieron Aecio, Eunomio y Nestorio, entre otros muchos incrédulos y
herejes, que sería largo enumerar, cuyos filosóficos principios, o mejor dicho sofismas, se los
echaron por tierra el Crisóstomo y los grandes Capadocios, esto es, S. Basilio y los dos Gregorios, niceno y nacianceno.
Pero dejando por breves momentos el Oriente, pasemos al Occidente, donde florecían a la
sazón un S. Ambrosio, un S. Jerónimo, a quien saluda la posteridad con el expresivo epíteto
de Doctor Máximo, y, sobre todos ellos, un S. Agustín N. P., el Doctor de la gracia. ¿Quién
podrá alabar, cual merece, a un varón tan preclaro
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y tan célebre como éste? Escribió contra los excépticos académicos, venció fácilmente con el
agumento psicológico, cogito, ergo sum; pienso, luego existo. Atacó varonilmente a los maniqueos, donatistas y pelagianos, estrechándolos y derrotándolos por completo. Mas ¿a qué seguir adelante? Terminaremos sus elogios, diciendo con Aguilar que S. Agustín desde su consagración de Obispo «fue como el alma de todos los grandes negocios de la Iglesia, el juez o
mantenedor de las más importantes discusiones, fuertísimo martillo de los herejes, según lo
llamó San Bernardo, Doctor máximo de la Iglesia Latina y Doctor Águila, según le llama el
universo»1.
Muerto N. P. S. Agustín comenzó la Teología a descender poco a poco de aquella sublime cumbre, a que la había ascendido este ilustre Doctor, a pesar de los grandes esfuerzos de
S. Máximo mártir, Leoncio Bizantino y S. Juan Damasceno por lo que toca al Oriente, y de S.
Hilario, S. Fulgencio y Vicente de Lerín por lo que atañe al Occidente. Merecen también especial mención S. Gregorio Magno, cuyo elogio lo hace S. Ildefonso con las siguientes palabras: «Aventajó a Antonio en la santidad, a Cipriano en elocuencia y en ciencia a Agustín», y
S. Isidoro, Arzobispo de Sevilla, a quien con toda justicia se le podrían dar muchos y brillantes títulos.
ÉPOCA II
Esta época está caracterizada por la profundidad con que se trataron la Teología y la Filosofía, debido sin duda alguna a los grandes y extraordinarios ingenios, que en ella resplandecieron; citaremos los más sobresalientes, comenzando por San Anselmo.
Por los años de 1033 vino al mundo S Anselmo, llamado Padre del Escolasticismo, y segundo Agustín por su ingenio y piedad, quien deshizo y pulverizó el nominalismo de Roselino. Sucedióle Pedro Lombardo, apellidado el Maestro de las sentencias, nombre que le vino
de su famosa obra Sententiarum quatuor libri, sobre la cual obra han hecho comentarios más
de cuatro mil teólogos. Luego apareció S. Bernardo, conocido por su simpático epíteto
1
Hist. Ecles., cap. XXVI, n. 288.
169
de Doctor Melifluo; se distinguió por las continuas y enérgiras luchas, que sostuvo contra los
corruptores de la doctrina católica, y respetado como ornamento y gloria de su edad. Después
floreció Alberto Magno, varón de extraordinaria erudición, doctor universal sumamenente
instruido en las ciencias divinas y humanas, y, por decirlo de una vez, prodigio de su edad. En
seguida brilló como astro refulgente S. Buenaventura, maestro preclaro de la escuela franciscana, el cual sigue en muchos puntos a S. Agustín y prefiere el método de Platón, como más
adecuado a su cristiana piedad, y a quien llama el universo entero Doctor Seráfico por la caridad que rebosan sus escritos y por sus vastos conocimientos en Teología mística. Más tarde
alcanzó celebridad universal Santo Tomás de Aquino, discípulo de Alberto Magno, llamado
Ángel de las escuelas y príncipe de la Teología, a quien parece que no se le puede tributar
mejor elogio que el dado por el mismo Dios desde un crucifijo, delante del cual oraba a la
sazón: «Muy bien has escrito de mí, Tomás; por tanto ¿qué merced recibirás en cambio de tus
trabajos?»
Y finalmente resplandeció en la escuela escolástica Juan Duns Scoto, quien por la edad
de 24 años mereció lo llamaran el Doctor Sutil; nada diremos de este ilustre varón, porque el
título indicado significa cuanto quisiéramos decir de este hombre verdaderamente extraordinario.
ÉPOCA III
Esta época comienza con la celebración del Concilio de Trento.
Concilio tan célebre como éste no se encuentra en las páginas de la historia, ya se consideren el número, dotes y cualidades de los varones que a él acudieron, ya los negocios que se
trataron, ya las leyes que se establecieron. En la imposibilidad de enumerar uno por uno todos
esos teólogos, solamente referiré alguno que otro: Salmerón, Laínez, Bartolomé de los Mártires, Domingo Soto, Melchor Cano y Benito Arias Montano, gloria de España y de la Iglesia.
En estos siglos, como en todos los pasados, no faltaron quienes impugnaron el cristianismo, mereciendo especial mención los Luteranos y Calvinistas, quienes con el pretexto de reforma, trastornaron no sólo el Orden eclesiástico, sino también el orden social, y hubieran
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causado inauditos estragos si no les hubieran cortado el camino Domingo Soto, Melchor Cano, Bossuet, y sobre todos ellos el celebérrimo Belarmino.
Aquí conviene tener en cuenta que los siglos XVI y XVII fueron tan fecundos en el
número, gravedad, doctrina y erudición de sujetos ilustres, que es sumamente difícil superarlos. ¿Quién no ha oído hablar de los dominicanos Francisco de Vitoria, Melchor Cano y Domingo Soto; de los jesuitas Toledo, Suárez, Vázquez, Lesio y Lugo, y del agustino Basilio
Ponce?
Después de estos escritores cristianos que habían conseguido unir por lo menos en gran
parte la Filosofía con la Teología, la ciencia con la fe, vinieron Kant, Schelling, Hegel, Fichte
y el impío Straus y se esforzaron en echar por tierra cuanto aquellos habían conseguido con
esfuerzos nada despreciables; pero sucedió lo de siempre, pues al momento salieron a defender la causa de la Religión Jacobi, Zalinger y Galuppi.
Recorrer una por una todas las partes de la Teología que en estos últimos tiempos se han
estudiado y tratado a fondo me es imposible; por tanto sólo mencionaré la Polémica en la que
se destacó el cardenal Wisemnan y también el español Balmes en su famosa obra El Protestantismo comparado con el catolicismo en sus relaciones con la civilización europea.
Pasaría más allá de los límites que me propuse si quisiera continuar hablando, por lo cual
pondré fin a este trabajillo; mas antes hay que observar cómo se manifiesta siempre la economía de la providencia divina, pues cuantas veces han pretendido los enemigos atacar y aun
destruir la fe cristiana, otras tantas les opuso varones doctos y sabios, quienes, como de lo
dicho hasta aquí fácilmente se colige, en tantas ocasiones los humillaron y destrozaron.
Tomemos, pues, también nosotros las armas de la Teología y vayamos alegres y gozosos
al campo de batalla; y teniendo presente que la gloria de Dios y la de nuestra querida Provincia depende, por lo menos en gran parte, de estas nuestras luchas, peleemos esforzada y varonilmente y no cejemos hasta que destruyamos y derrotemos por completo a los enemigos del
Señor.
FR. G. FERNANDINO DE S. JOSÉ
Corista
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UT DEUM AUGUSTINUS DOCEAT QUAERENDUM
Doctores Ecclesiae lux sunt mundi, quod ipsi proponant et explanent mysteria fidei populo Christianorum, nosque media doceant quaerendi, et perveniendi ad Deum. Sunt quasi lucernae ut ad illud magnum et indeficiens lumen pertingamus: certe Augustino, vel maxime
obligati sumus, qui subtilissima fidei arcana ita nobis enarravit, et disseruit; ut, si Ecclesia
ipsius destitueretur operibus, plurimi hallucinarentur. Sed materia laudum ejus aliunde petita,
illi vel ideo referamus gratias, quod inter alia pulcherrima vitae spiritualis documenta, nos
artem docuerit quaerendi Deum, quamque anxie ipsum quaerere debeamus. Summus namque
contemplator erat Augustinus, qui profunda meditatione, increatam lucem (X Conf. 40) de
omnibus consulebat «an essent, quid essent, et quanti pendenda essent?» Stimulatus ad hoc
superno lumine, docente et jubente, ut interno colloquio Deum frequentius adiret et de mirabilibus suis sciscitaret: «et saepe istud», inquit, «faciebam». Tam saepe quidem, quod horas
aliis occupationibus liberas, deliciis contemplationis impenderit, ut iterum effatur: «Hoc me
delectat, et ab omnibus actionihus necessitatis, quantum relaxari possum, ad istam voluptatem
confugio». Inde sine dubio in Doctorem Theodidactum evasit, et in iis, quae sibi Deus in lectione, et meditatione revelavit, oves sibi concreditas fideliter instruxit, dignus sane, qul et sectatores suos viam salutis edoceat.
Felices tanto Patre Filii; felicior ego, qui nequidern lyro in hac palaestra dicendus sum,
quod divinum hunc Doctorem nanciscar, qui e cathedra veritatis altissimam de Deo investigationem, per
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aliquod instrumentum inanime, veluti per concham, in qua ex hoc fonte, aqua saliens in vitam
aeternam, hauriatur, nulio prorsus dispendio: «quia sicut vox Dei quolibet organo sonans,
tamen vox Dei est» (In Ps. 99.) ita et Augustini. Excipiant ergo ejusdem Filii ac sectatores
«rorem coelorum sitienti terrae pluant coeli, et germinet» per doctrinam tanti Patris, «germina
bona, opera bona» (In Ps. 88).
Inter omnia hominum studia, nullum in hac vita praestantius, nullum sublimius, nullum
utilius, nullum jucundius, nullum denique magis necessarium reperire posse arbitror, quam
artem quaerendi et inveniendi Deum. Qui Deum invenerit, ned ille beatus omnino erit, in hac
quidem ex parte, in altera autem vita perfecte. Quaerere porro Deum, includit omnia bona et
media, per quae ad fimem illum ultimum pervenitur. Praeclare Doctorum Phoenix Augustinus: «Scriptura et creatura ad hoc sunt, ut ipse quaeratur, ipse diligatur, qui ipsam creavit, et
illam inspiravit». (II de Trin). Hinc vero hujusmodi sacrae inquisitionis colligilur necessitas.
Quis enim id negligat, ad quod ab ipso Deo per Scripturam sanctam monetur? Quis non videat
hoc sibi necessarium faciendum, propter quod a Deo factus est? Quid homini necessarium
magis, aut curandum impensius, quam illi incumbere studio, quo mortem arcere, vitam queat
conservare? Quis enim vel in ipsis brutis non animadvertit, quanta animositate se vitamque
suam et salutem, si in discrimen adducatur, sive cursu per saxa, per ignes, sive unguibus, rostro, calcibus; sive denique oppressa majore vi, voce ac lamentatione saltem tueantur? Quod si
pro mortali hac et misera vita ita dimicant sive homines, sive animantia caetera; quanta industria cuivis Christiano satagendum, ne illa periclitetur vita, qua anima vivit Deo? «Sicut enim
vita corporis anima est, sic beata vita animae Deus est. (De lib. arb. II 16). Sic Augustinus:
quod hoc modo alibi declarat: «Praesentia animae tuae caro tua vivit; et quandiu in carne tua
praesens anima est, necesse est ut vivat caro tua. Putas non est aliqua vita, qua vivit ipsa anima tua? Est enim anima vita quaedam qua vivit caro tua. Quomodo autem habet caro suam
vitam, videlicet animam, qua vivit ipsa caro tua, sic habet et anima tua aliquam vitam suam.
Et quomodo caro, coum moritur, expirat animam vitam suam sic et anima quando moritur,
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expirat aliquam vitam suam. Vita corporis anima est: vita animae Deus est. Saeviat igitur inimicus, minetur mortem, occidat corpus: si permittitur, excludat de carne animam tuam, modo
anima tua non excludat a se vitam suam. Habes quod agas, ut nunquam moriaris. Si times
mortem, ama vitam. Vita tua Deus est; vita tua Christus esl; vita tua Spritus sanctus est» (De
ver. Ap. ser. 18). O quam felix est haec vita, qua Deum quaerens anima illi videt! Loquar cum
Augustino: «Quomodo si anima deserta, moritur corpus: sic anima moritur, si deserat Deus.
Si recedat aër mundi istius, moritur corpus: si recedat Deus, moritur anima» (In Ps. 70). Hinc
pia ejusdem Sancti expostulatio: «An vero non in te sunt viscera christianae miserationis, ut
plangas corpus a quo discessit anima, et non plangas animam a qua discessit Deus?» (Ser. 18
in adj.). Vis planctum nunc, christiane lector, evitare? Quaere Deum, et vivet anima tua.
Haec tanta, quae unicuique mortalium imposita est, quaerendi Deum necesitas, clarissime
ostendit, quo periculo illa praetermittatur. Si enim ad eam homo creatus sit, si ex ea animae
vita procedat; quis, obsecro, non videat, derelinqui finem ultimum, Deum animae vitam deseri, cum illa negligitur? «Dominus sane, quod Psaltes dixit, de coelo respexit super filios
hominum, ut videat, si est intelligens, aut requirens Deum» (Ps. 52). «Ad hoc ergo, inquit
Augustinus, debet homo esse intelligens, ut requirat Deum; in vanum accipit intellectum, si
cuncta quaerens, intelligere hoc unum negligat» (XV, De Tri. c. 1.) At enim quotusquisque
hoc agit? Quotnam diligentissime respiciens Dominus inveniet quaerentes se? Omnes declinaverunt», subjicit David, «simul inutiles facti sunt, non est qui faciat bonum, non est usque
ad unum». «Vae animae audaci, exclamat Angustinus, quae speravit, si a te recessisset, se
aliquid melius habituram. Versa et reversa in tergum, et in latere, et in ventrem, et dura sunt
omnia» (VI Conf.16.) «Hinc etiam», prosequitur Augustinus, «maxime commendatur, quale
bonum sit Deus, quando nulli ab eo recedenti bene est» (Lib. IV. de Ge. c. 4). An non igitur
portento simile, quod homines huic bono nati et destinati, illud negligant quaerere; et magna
aviditate, infima haec bona, quae vere bona non sunt, consectentur? Graviter hos convenit
Regius Vates: «Filii hominum, usquequo gravi corde? Ut quid
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diligitis vanitatem, et quaeritis meudacium?» (Ps. 4.). «Quod mendacium quaeritis?» rogat
Augustinus; et respondet: «mundum. Omnes vultis beate vivere, sed unde homo beate vivat,
hoc non vultis quarere. Quaeris aurum, quia putas te de auro beatum futurum: sed aurum te
non faciet beatum. Quare quaeris mendacium? Quare vis esse in isto saeculo sublimatus?
Quia honore dignum et pompa saeculi putas te beatum futurum: sed pompa saeculi non te
facit beatum. Quare quaeris mendacium? Et quidquid hic aliud quaeris, cum saecuIariter
quaeris, cum amando terram quaeris; ut sis beatus. Sed nulla res terrena te faciet beatum. Quare non cessas quaerendo mendacium?» (Ser. 141 de Temp.).
Haec quaerunt qui Deum non quaerunt: fumum insequuntur, aut levem per aëra volitatem
bullam, qui vanae gloriae inhiant. Vide quid homines quaerant, ut Deum suum non quaerant!
Sed in hos cadit illud Sancti Praesulis: «Saucia conscientia inventura est asperum Deum,
quem dulcem Patrem quaerere et amare contempsit» (De catech. rudib. c. 17).
Artium et scientiarum dignitas, ab objecti, circa quod versantur, praestantia plerumque
aestimari solet: quo enim illud noblius, hoc ipso etiam excellentior ejus contemplatio et praxis
habetur. Hoc nomine sacra Dei inquisitio omnibus aliis scientiis non conferri tantum, sed ut
queat anteferri, quae ipsum Deum considerat, quaerit, prosequitur, invenire praeterea et tenere
conatur. Virtutum omnium consummatio et perfectio est, quia earum officia refert in finem
ultimum, dum per illa Deum quaerit. Nec enim officio, sed fine pensandae virtutes. «Absit»,
inquit Augustinus, «ut virlutes verae cuiquam serviant, nisi isti, vel propter illum, cui dicimus:
Domine Deus virtutum, converte nos» (Contr. Jul. 1. 4. c. 3). Idemque docet: Virtudes, cum
ad seipsas referuntur, nec propter aliud expetuntur, inflatas ac superbas, esse» (L. 19 de Civ.
Dei, c. 25).
Quisquis igitur saeculum non vult effugere, ad Deum refugiat, Dei notitiam inquirat: «cujus», ut cum Augustino loquar, non inventio, sed vel sola inquisitio jam praeponenda erat,
etiam inventis thesauris, regnisque gentium, et ad nutum circumfluentibus corporis voluptatibus» (Conf. VII!, c. 7). En quam praecellat haec Dei inquisitio! Dignitatem hanc plane eximiam, et illa Christi Salvatoris insinuat sententia: «Quaerite primum regnum Dei, et justitiam
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ejus, et haec omnia (temporalia) adjicientur vobis». Ubi aliud primum Augustinus intelligit
non tempore, sed dignitate prius ut scilicet hoc caeteris omnibus rebus praeponatur tanquam
praecipuum seu magis principale. «Quid enim intersit, ait, inter bonum quod appetendum est,
et necessarium quod sumendum est, hac sententia Dominus declaravit. Regnum enim et justitia Dei, bonum nostrum est; et hoc appetendum, et ibi finis constituendus propter quod omnia
facimus. Sed quia in hac vita militamus ut ad illum regnum pervenire possimus, quae vita sine
his necessariis agi non potest, apponentur vobis haec, inquit, sed vos regnum Dei et justitiam
ejus primum quaerite» (Lib. 2, c. 24 in Serm. Dom. de monte).
Quid vero hic regni Dei nomine intelligitur? Vel aeterna beatitudo, quae primum inter ea
quae nobis ipsis petere debemus, obtinet locum; el regnum quo Deus ipse in anima nostra
regnat, et thronum in ea collocat. Jubet ergo Christus, ut primaria ac maxime intensa cura et
sollicitudine regnum Dei, Deumque ipsum quaeramus. Et quis tantam oblatam dignitatem,
ambabus, quod ajunt, ulnis, non amplectatur? Crescit vero felicitas, crescit ex summi numinis
dignatione nostra haec dignitas, quod Deus etiam, cum adhuc exquiritur, quodam modo acquiratur. Augustino hoc credamus: «Quid jubet tibi Deus? Dilige me. Aurum diligis: quaesiturus
es aurum, et forte non invetiturus. Quisquis me quaerit, cum illo sum. Amaturus es honorem,
et forte non perventurus. Quis me amavit et non ad me pervenit? Dicit tibi Deus Patronum vis
facere, aut amicum potentem: amabis per alium inferiorem. Me ama, dicit tibi Deus: non ad
me amabitur per aliquem, ipse amor praesentem me tibi facit» (Tract. 10 in Epist. Joann.).
Nam Deus non arca aut manibus, ut aurum; non oculis, ut lux; non auribus, ut sonus; sed sola
dilectione, ut veritas, ut justitia, ut castitas, ut sapientia possidetur. Ad hanc dulcissimam possesionem desiderio curritur, desiderio inchoative obtinetur. Quid igitur nobilius, quid paestantius hac arte, quae nos dignos Deo facit, et ipsum Deum, quo nihil melius, nobis tradit possidendum? Agnosce, mi lector, hanc dignitatem tuam, et tantae capax felicitatis noli ad vitia et
te indigna declinare. «Aquila», ut dici solet, «non capit muscas»: tu quoque non inferiora secutus, ad Deum quaerendum mente et animo assurge. «Nam, ut
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Augustinus scripsit: «Divinitatis essentiam rationabiliter investigare, est ad vitam aeternam
festinare» (De cogn. verae vitae, apud Aug. l, 9, c. 1).
Non potest tam magnum bonum, quale est summum quaerere bonum, suis carere fructibus. Verissime enim ab Augustino scriptum: «Deo nec laboriosius aliquid quaeritur, nec fructuosius invenitur» (De Trin. l. 1, c. 8). Verum ut utilitatem hujus sacrae inquisitionis plenius
intelligamus, considerandum qualem Deus inquirentibus se exhibeat. «Ipse enim, praesto est
ad succurrendum in necessitatibus; unde Psaltes: Non dereliquisti quaerentes te, Domine» (Ps.
9). «Te enim, inquit Augustinus, nemo amittit, nisi qui dimittit» (Conf. IV, 9). Hoc est, tu non
deseris quemquam, nisi volunate sua ille te deseruerit; quod deinceps ita repetit: «Verbum
ipsum (Deus) clamat ut redeas ad se, et ibi est locus imperturbabilis, ubi non deseritur amor,
si ipse non deserat» (De nat. et grat. c. 28). Id est, ubi amor amantis non deseritur ab objecto
quod amat, nisi ipse amor mutetur, ut propria voluntate Deum amatum deserat. Explicat hoc
alibi ex discrimine, quod est inter animae nostrae medicum Deum, et inter medicum corporum; quod medicus corporum «cum sanaverit hominem, abscedit ab eo, ac Deo dimittit: cum
vero Deus, inquit, spiritualiter sanat aegrum, vel vivificat mortuum, id est, justificat impium,
non deserit si non deseratur, ut pie semper justeque vivatur» (De beata vita. Disp. 2).
Non utilem modo, sed et dulcem Dei inquisitionem non raro expertus est Augustinus, qui
ita ad illam anhelabat: «Largire Deus, spatium meditationibus nostris in abdita legis tuae, neque adversus pulsantes claudas eam» (Conf. XII, 2). «Neque enim frustra scribi voluisti tot
paginarum opaca secreta». «Ecce vox tua, gaudium meum, vox tua super affluentiam voluptatum. Da quod amo: amo enim, et hoc tu dedisti. Confiteor ibi quidquid invenero in libris tuis,
et audiam vocem laudis, et te bibam, et considerem mirablia de lege tua». «Cujus rei gratia,
alibi ait, Scripturarum sanctarum amaena prata ingredior, viridissimas sententiarum herbas
exarando carpo, legendo comedo, frequentando rumino, atque congregando in alta memoriae
sede repono, ut tali modo, tua dulcedine degustata minus istius miserrimae vitae amaritudines
sentiam« (Medit. 23, c. 22). Et alibi: Dulciores sunt lacrymae orantium quam gaudia
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theatrorum» (In Ps. 127). Ex his quam dulce sit quaerere Deum, utcumque gustari poterit.
Habet etiam sum jucunditatem haec quam expendimus, sacra Dei inquisitio. Quare Patriarcha noster non semel ad eam nos excitat. «Quis» inquit «vivit sine affectionibus? Et putatis, fratres, quia qui Deum timent, Deum colunt, Deum diligunt, nullas habent affectiones?»
(In Ps. 76). Affectiones habet tabula, theatrum et caetera mundi oblectamenta; et non habeant
opera Dei, et non habeant meditationes Dei interiores affectiones quasdam suas, cum inspicitur mundos, et ponitur ante oculos spectaculum natuae rerum; et in his quaeritur artifex, et
invenitur, nusquam displicens, et per omnia placens? «Quos aestus», ait etiam alio loco,
«quae frigora, quae pericula penferant venatores ut bestiam capiant?» (De verb. Dom. serm.
9). Sed qui haec non amant, eadem gravia patiuntur: qui vero amant, eadem quidem, sed non
gravia pati videntur; omnia enim saevia et immania prorsus facilia et prope nulla efficit amor.
Quanto ergo certius ac facilius ad veram beatitudinem charitas facit, quod ad miseriam, quantum potuit, cupiditas fecit? Quam facile toleratur quaelibet adversitas temporalis, ut aeterna
poena vitetur, aeterna requies comparetur? Hoc ipsum alibi inculcat: «Jejunia» inquit «ac vigiliae in quantum valetudinem non perturbant, si orando, psallendo, legendo, et in lege Dei
meditando sumantur, in delicias spirituales etiam ipsa quae videntur» (De bono Vid., c. 21).
Habere autem, vel solam inquisitionem, gaudium et laetitiam, ex sacrae Scripturae testimoniis constat: «Laetetur cor quaerentium Dominum» (Ps. 104), ait Psalmographus. Item:
«Exsultent et laetentur super te omnes quaerentes te; et dicant semper: Magnificetur Dominus
(Ps. 109). Vere enim non sine laetitia quaeritur Deus, ut Augustinus ait: «Quandiu praeficitur,
melior meliorque fit quaerens tam magnum bonum, quod et inveniendum quaeritur, et quaerendum invenitur. Nam et quaeritur, ut inveniatur dulcius; et invenitur ut quaeratur avidius.
Secundum hoc accipi potest quod dictum est in libro Ecclesiastici dicere Sapientiam: Qui me
manducant, adhuc esurient (Eccl. 24). Manducant enim et bibunt, quia inveniunt; et quia esuriunt ac sitiunt, adhuc quaerunt» (De Trin. I, 15, c. 2).
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Unde haec tanta in reperiendo Deo oriatur jucunditas, sic optimus noster Doctor explicat:
«Incomparabili felicitate, ait, praestantius est Deus ex quantulacumque particula pia mente
sentire, quam universa alia comprendere» (De Gen. ad litt. 1, 5, c. 16). «Quae reperiuntur»
adjungit, «quasi pariuntur, unde proli similia sunt; ubi nisi in ipsa notitia? Ibi enim quasi expressa formantur. Nam etsi jam erant res quas quaerendo invenimus, notitia tamen ipsa non
erat, quam sicut prolem nascentem deputamus». Hinc vero exsurgit laetitia et exultatio. Nam
ut Salvator ait: «Mulier cum parit tristitiam habet, quia venit hora ejus; cum autem pepererit
puerum, jam non meminit pressurae propter gaudium, quia natus est homo in mundum» (Joann. 18). Ita quoque, ut subdit Augustinus: «Partum mentis antecedit appetitus quidam, quo id
quod nosse volumus quaerendo et inveniendo, nascitur proles, ipsa notitia. Idemque appetitus
quo inhiatur rei cognoscendae, fit amor cognitae: dum tenet atque amplectitur placitam prolem, id est notitiam, gignentique conjungit» (De Trin. I. 19, c. 12). Inde adeo est quod cujuscumque rei inventio auctorem suum oblectet et cor ipsius gaudio demulceat.
Cum neminem non obstringat haec quaerendi Deum necessitas; tum hoc Religiosis peculiare esse videtur, ut qui se totos divino cultui per sacra valorum vincula obstrinxere, et propterea parentes, patriam, mundum, et quae in eo sunt universa deseruerunt, majori studio ac
sollicitudine sacrae huic inquisitioni incumbant. Quod vel ipsum «Religiosi» nomen ab iis suo
quodam jure exigit; sive illud a «relinquendo», sive a «religado», sive denique ab ipsius virtutis «Religionis» actibus deducere voluerimus. Nam cur obsecro, omnia reliquerunt, nisi ut
unum et solum quaererent Deum, et in eo invenirent omnia? Si a «religando» deducamus, ait
Augustinus: «Religet nos Religio uni omnipotenti Deo. Et ad unum Deum tendentes, et ei
religantes animas nostras; unde religio dicta est, omni superstitione careamus». (De vera Relig. c. 55). Tendere autem ad Deum, illum sequi et obsequi votuntati ejus, quid alius est quam
quaerere dilectum, cui religeris, quem stringas et teneas, ut ilIum nec dimittas, nec ab illo dimittaris? Idipsum insinuatur eodem nomine a «religendo» deducto; unde Augustinus: «Deum
eligentes, vel potius religentes (amiseramus enim
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negligenles) nude et Religio dicta perhibetur, ad eum dilectione tendimus, ut perviniendo
quiescamus (De civ. Dei. I. 10, c. 4).
Deum autem colere idem est quod colere et venerari. Colitur ille, adeoque et quaeritur
orationibus, meditationibus, contemplationibus, adorationibus, divinis laudibus, votis et sacrificiis. Haec porro Religiosorum qui se Deo perpetuo devoverunt, et in sacrificium laudis obtulerunt, quotidiana sunt exercitia. His illi Deum, quem humili obsequio venerantur, quaerunt.
Hoc proprium eorum officium, scopus ac finis: Deum quaerere, et invenire.
Intendamus mentis obtutu, et adjuvante Domino, Deum requiramus. Divini Cantici vox
est: Quaerite Deum, et vivet anima vestra» (Ps. 68). Quaeramus inveniendum; quaeramus
inventum. Ita quaerendo tendimus et inveniendo ad aliquid pervenimus: «Quaerendo et inveniendo transimus, quosque ibi fiat finis quaerendi, ubi perfectioni non superest intentio proficiendi» (Trac. 63 in Joann.). Rem adhuc consideremus: Quid inquisitio? Augustinum disserentem audiamus, «Inquisito est appetitus inveniendi, qui non requiescit nisi id, quod quaeritur, inventum quaerenti copuletur. Qui appetitus, id est inquisitio, quamvis amor esse non
videatur, quo id quod actum est amatur; hoc enim adhuc ut cognoscatur agitur: tamen ex eodem genere quiddam est, nam voluntas jam dici potest; quia omnis qui quaerit, invenire vult,
et si id quaeratur, quod ad notitiam pertinet, omnis qui quaerit, nosse vult: quod si ardenter et
constaner vult, studere dicitur, quod maxime in assequendis atque adipiscendis quibusque
doctrinis dici solet» (De Trinit. I, 92, c. 12).
Hoc quaerere, cujus proprius finis invenire. Explicanda autem humus vocabuli notio, ut
correlativa haec mtuo se exponant, Augustino autem duce in hoc itinere pergemus. «Ipsa quae
appellatur inventio» ait «si verbi originem retractemus, quid aliud resonat, nisi quia invenire
est, in id venire quod quaeritur? Propterea quae quasi ultra in mentem veniunt, non usitate
dicuntur inventa, quamvis cognita dici possint, quia non in ea quaerendo tendebamus, ut in ea
veniremus, hoc est ea inveniremus» (De Trin. I, 10, c. 7). Adde repertum hinc quibusdam
discrimen inter invenire et reperire; quod illud consilii sit, studio atque diligentiae; hoc vero
casus et fortuna. Qua ratione et de Christo dicere liceat, quod non
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inventus, sit repertus, quando in sua forma quaesitus, Peregrini vel Hortulani specie post resurrectionem apparuit. Sed ut ad Augustinum redeamus, declarat ille deinceps, quomodo mens
ea quae sive per sensum, sive per species intelligibiles quaerit, inveniat. «Quapropter» inquit
«sicut ea quae oculis aut ullo alio corporis sensu requiruntur, ipsa mens quaerit, ipsa enim
etiam sensum carnis intendit, tunc autem invenit, cum in ea quae requiruntur idem sensus venit: sic alia quae non corporeo sensu internuncio, sed per se ipsam mens nosse debet, cum in
ea venit, invenit; aut in superiori substantia, id est, in Deo, aut in caeteris animae partibus,
sicut de ipsis imaginibus corporurn cum judicat, intus enim in anima eas invenit per corpus
impressas» (Ibid. 1, 9, c. 12).
Lubetne paulo clarius haec cognoscere? Animadvertere in omni inquisitione duo potissimum concurrere: prius est quaesitae rei memoria: alterum illius assequendi desiderium. De
memoria ita Hipponensis Doctor cum Deo agens disserit: «Si praeter memoriarn meam te
invenio, immemor tui sum, et quomodo jam inveniam te, si memor non sum tui? Perdiderat
enim mulier drachmam, et quaesivit eam cum lucerna, et nisi memor ejus esset, non invenisset eam. Cum enim esset inventa, unde sciret, utrum ipsa esset, si memor ejus non esset? Multa memini me perdita quaesisse atque invenisse. Unde istud scio? Quia cum quaererem aliquid
forum, et diceretur mihi: numquid forte hoc est? num forte illud? tam diu dicebam non est,
donec id offerrentur quod quaerebam. Cujus, nisi memor essem, quidquid illud esset, etiam si
mihi offerrentur, non invenirem quia non agnoscerem. Et semper ita fit, cum aliquid perditum
quaerimus, et invenimus. Verumtamen, si forte aliquid ab oculis perit non a memoria, veluti
coppus quodlibet visibile, tenetur intus imago ejus, et quaeritur, donec reddatur aspectui.
Quod cum inventum fuerit, ex imagine quae intus est, recognoscitur. Nec invenisse nos dicimus quod perierat, si non agnoscimus: nec agnoscere possumus, si non meminimus, sed hoc
perierat quidem oculis, memoria tenebatur» (Conf. I, 10, c. 18).
FR. H. P. A S. F.
(Continuará)
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JERÓNIMO Y FERMÍN
Era una hermosa tarde de Primavera. Asomado a mi ventana, contemplaba extasiado un
numeroso grupo de niños que, después de salir de la escuela, se divertían alegres y contentos
en la plazuela del Convento. ¡Qué candor e inocencia respiraban sus palabras, sus risas, sus
juegos, todas sus acciones!... Aquel correr tan alegres de una a otra parte; aquellas risas y carcajadas con que amenizaban sus inocentes diversiones; aquella especie de monarquía en que
uno dirigía y como mandaba y los demás obedecían y seguían a todas partes: todo esto teníame extasiado y no sabía yo apartar la vista de tan para mí hermoso espectáculo.
Acordábame entonces y comprendía fácilmente la verdad y alcance de aquellas palabras
de Selgas, cuando decía: «Dos cosas serían capaces de entretenerme toda mi vida, ver correr
el agua y ver jugar a un niño».
Entretenido con los juegos de los niños y embellecido a la vez con estos hermosos pensamientos estaba yo, cuando acercóse a la puerta que cierra la plazuela un pobrecito anciano.
Míseros andrajos cubrían apenas su cuerpo encorvado por los años y que apoyaba sobre
un nudoso palo. El pobrecito iba en demanda de la limosna que diariamente recibía en la portería de mi convento y que sostenía las fuerzas de su cuerpo que ya desfallecía.
No bien los niños se dieron cuenta de su presencia, cuando todos, en confuso tropel, rodearon al pobre anciano. Y ¡cuál fue mi sorpresa cuando los vi reírse del pobrecito: éste le
tiraba de los vestidos, aquél pretendía quitarle el palo, y todos se burlaban a porfía.
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Pero, entre todos aquellos niños, distinguíase fácilmente un descarado y mayorcito chicuelo.
¡Cómo se reía del pobre, sobre todo cuando, despojándole del palo, parecía que vacilaba! ¡qué
palabras le dirigía y cómo obligaba a los demás a que le imitasen!
Muy diferentes me parecían ahora de cuando los veía correr y gritar momentos antes.
Aquellas risas, aquellos gritos, eran para mí dulces sobremanera; mas éstas lastimaban grandemente mis oídos. Mas no: estas risas, estas alegrías, no salían del fondo de sus tiernos corazones, pues que el corazón del niño es hondamente compasivo con los pobrecitos. Veía yo
que no se reían con aquella franqueza de antes, y en sus rostros dejábase entrever fácilmente
la tristeza. Solamente aquel mayorcito chicuelo gozaba, sí, con aquel entretenimiento, se reía
con la misma naturalidad de antes; y los demás niños, en su afán de no ser menos, y como si
le temiesen, seguíanle y le imitaban, a pesar de que llegaban a comprender que no estaba bien
lo que hacían.
Entre estos tímidos, me llamó particularmente la atención un herrnosísimo al par que
candoroso niño que, con el rostro francamente triste, parece como que quería ocultarse de la
vista de los demás. Ya no se reía ni alegraba como antes, mas a pesar de esto, no se decidía a
separarse de los demás.
Por fin, después de molestar un largo rato al pobre anciano, y molestados de la paciencia
con que sufría sus burlas, dejáronle acercarse a la portería, y ellos, ufanos y alegres, se dirigieron a la plaza del pueblo, guiados siempre por aquel descarado chicuelo.
Nuestro buen niño no quiso seguirles, y quedándose un poquito atrás, ocultóse como pudo entre las flores del jardín y, cuando los hubo perdido de vista, corrió presuroso a la portería
a encontrar al pobrecito. Acercósele con respeto y sacando del bolsillo la merienda que todavía guardaba, ofrecióla al pobre que rehusaba aceptarla.
–Tome usted mi merienda —decía con encantadora sencillez y el rostro un poco triste por
la repulsa—. Yo diré a mi madre y ella me dará otra para mí.
Al ver el buen anciano la generosidad del niño, extendió su rugosa mano y recibió la merienda, murmurando, a la vez estas palabras:
–Mil gracias, angelito; Dios te premiará tanta bondad. Y, derramando
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una gruesa lágrima, imprimió un fuerte beso en su candorosa frente.
Cuando el pobrecito hubo recibido la limosna que le dio el religioso portero, nuestro niño, tomándole de la mano le llevó inmediatamente a su casa... ¡Qué hermoso y encantador
parecíame este niño Ilevando de la mano al pobrecito!
Apenas llegó a casa llamó fuertemente a su madre, que, conociendo la voz de su querido
hijo, acudió presurosa a su encuentro.
–Aquí tiene, madre, este pobrecito; mire qué vestidos lleva que apenas cubren su cuerpo;
traiga alguna ropa y yo se la daré para que se la ponga cuanto antes.
–¿Y dónde habrá, hijo mío, un vestido que sirva a este pobrecito? —contestó la madre—.
Y el niño, llevándose la mano sobre la frente, contestó sin vacilar:
–Padre tiene unos vestidos ya bastante usados; démosle al pobre y haremos a padre otros
mejores.
Recordando la madre lo que el niño decía, bajó inmediatamente los vestidos y se los dio
muy gozosa al pobre, que recibió llorando aquellas prendas. Diéronle después una buena limosna y el buen anciano, dando gracias a la madre y después de besar al niño, se retiró bendiciendo al Señor que por medio de aquel niño le había tan magníficamente socorrido.
Después que se marchó el pobre, preguntaba la madre al niño quién era aquél buen anciano y él rebosando de alegría y con aire de triunfo contestó inmediatamente: –Aquel ancianito
era el pobre que V. me decía cuando me mostraba al Niño Jesús en la cuna y cuando me lo
enseñaba clavado en la Cruz. Me acordé de las enseñanzas que V. me daba y lo traje a casa
para socorrerle. –La buena madre, cuando oyó estas palabras, loca de contento y no sabiendo
qué hacerse con aquel hijo tan querido y tan bueno, le dio un fuerte beso y le dejó irse a jugar...
¿Y quién era aquel mayorcito que capitaneaba a los demás, y quién éste que con tanta generosidad socorría al pobrecito? Aquel niño, al que seguían los demás como a su capitán;
aquel niño que con tanto gusto se burlaba del pobre anciano; que tanto le mortificaba y que
obligaba a los demás a imitarle; aquel niño, que los demás
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llamaban Jerónimo, era un niño descarado, era un niño mal educado. El que continuamente
llenaba a sus padres de amargura y desobedecía todos sus mandatos; el que la mayor parte de
los días fallaba de la escuela y que cuando asistía era siempre tarde; el que en la escuela era
modelo de desaplicación y a todas horas se le veía castigado por el señor Maestro; el que por
las calles no veía un animal que no apedrease, cristal en las ventanas que no rompiese y pajaritos a quienes no despojase de sus nidos y de sus hijuelos: este niño tan desobediente, tan
desaplicado y travieso, era Jerónimo, el que poco ha se burlaba tan descaradamente del pobrecito de la plaza...
¡Cuán diferente era este otro niño que, cuando los demás se burlaban del pobre, él estaba
triste y no se reía; el que en la portería dióle su merienda; el que después lo llevó a su casa y
consiguió de su madre los vestidos para el pobrecito: este niño tan bueno, tan simpático, este
angelito tan compasivo con el pobre de la plaza, se llamaba Fermín.
El que todas las mañanas, después de levantarse y cumplir con sus padres las obligaciones de buen hijo, acudía al Convento a ayudar a Misa, y que asistía con presteza a la escuela
donde se daba a conocer por su aplicación y modestia; que los sábados rezaba el rosario en la
escuela por encargo del Sr. Maestro y en su casa rodeado de sus padres todas las noches hacía
lo mismo; este niño que cuando en la calle veía algún sacerdote, corría presuroso a besarle la
mano; este niño que no permitía a su padres despedir a ningún pobrecito sin limosna, éste era
Fermín; el hijo que constituía los encantos de sus buenos padres y que la gente amaba como a
un angelito; éste, en fin, era un hijo bien educado que respondía a las enseñanzas que le daba
su buena madre: éste era el niño tan compasivo con el pobrecito de la plaza.
………………………………………………………………………
Han trascurrido no más que trece años. En la portería de mi Convento un modesto y bondadosísimo religioso distribuye la comida a un numeroso grupo de pobres que acuden diariamente a ella. Con cariño verdaderamente maternal, recibe a esos pobres desamparados y les
dirije palabras de consuelo y de ternura a la vez que les reparte el alimento necesario para sus
cuerpos. Los pobres aman
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tiernamente al buen religioso y le obedecen y respetan como a una madre.
Antes de terminar de distribuir la comida, llega el correo y, revisando las cartas, entrega
una al religioso que la guarda cuidadosamente hasta que hubo terminado de repartir. Lee la
carta con avidez a la par que con admiración, y las lágrimas quieren asomar a sus ojos.
¿Qué es lo que con tanto interés y avidez leía? ¿qué lo que le causaba aquella admiración? ¿Quién le enviaba aquella carta? ¿Sabéis quién? El que firmaba la carta se llama Jerónimo. Aquel niño que trece años antes jugaba y se divertía en esa misma plaza; aquel que tanto se había burlado del pobre; éste era el que escribía la carta.
¿Y cuáles eran las noticias que tanta admiración causaban a nuestro religioso? Aquel niño
que tanto disgusto dio a sus padres, llevado del espíritu de desorden que le caracterizaba en su
niñez, había abandonado la casa de sus padres. Entregado a los vicios y despreciado y abandonado de todos, viose precisado a alistarse en el ejército; mas como su espíritu de desorden
le seguía a todas partes, un día llegó a faltar gravemente a la órdenes de sus jefes que le condenaron a pasar el resto de sus días en una cárcel. Éstas eran las noticias de la carta y que llenaban de admiración al buen religioso.
Mas al llegar aquí oigo que me preguntáis: ¿quién es ese religioso que tan solícito se
muestra en socorrer a los pobres? ¿Cuál es su nombre? Este religioso que todos los días veréis
a la puerta del convento consolando a los pobres y (la ndoles el alimento del cuerpo, este religioso que con tanto cariño habla a sus pobres y a quien ellos quieren tanto, es Fermín, aquel
niño que trece años antes socorría al pobrecito anciano, y cubría su desnudo cuerpo con los
vestidos de su padre; aquel niño que no despedía de su casa a ninguno sin limosna, este religioso era Fermín.
Obedeciendo a la voz de Dios que le llamaba al claustro, y secundando los deseos que así
lo querían, abandonó el siglo, y movido por el amor ardiente que profesaba a los religiosos a
quienes ayudaba a Misa todos los días, tomó el hábito de su misma Religión,
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donde corría a pasos agigantados por el camino de la perfección. Contaba la edad de veintidós
años y había terminado ya varios cursos de la carrera sacerdotal, mas a pesar de que no era su
obligación el cuidado de los pobres, llevado del amor ardiente que desde niño les profesaba, y
que su madre había cultivado con esmero, alcanzó del Superior el hacerse cargo del cuidado
de los mismos, sin que por eso faltase en una tilde a sus obligaciones de estudiante...
Éste es, queridos niños, el retrato que me propuse dibujaros. Habéis visto hasta dónde
llega el niño desobediente, desaplicado y travieso, y hasta dónde puede llegar el bien educado.
¿Qué queréis ser, mis queridos niños? No imitéis los malos ejemplos del mal educado
Jerónimo, que llenaron a sus padres de continuos disgustos y dieron con él en una cárcel, e
imitad el ejemplo de Fermín. Sed siempre compasivos con el pobre, niños amados, y llegaréis
un día a gozar de la felicidad y paz de que gozaba nuestro buen religioso Fermín.
FR. PEDRO ZUNZARREN DE LA CONCEPCIÓN
Marcilla, 1919
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¡IN MEMORIAM!
–¡Vamos pronto; madre se muere! —Así habló, al darme la noticia, mi hermano querido;
lacónica, brevemente, con ese laconismo torturador que usamos al notificar una desgracia, y
que nubla el cielo del corazón como nube densa, caótica, negra. Así al menos quedó el mío,
oscuro, frío, entre sombras, como noche sin estrellas. La noticia cayó pesante, como losa de
sepulcro, en el fondo de mi alma, gravitando sobre ella con toda su fuerza. Miré al cielo, y
después de pedir a Dios muy de veras que retardase el golpe y me concediera ver y besar a mi
madre adorada antes de su muerte, marché.
Había ya cerrado la noche: amenazaba lluvia, y el viento huracanado y frío azotaba sin
piedad. Puedo decir, sin embargo, que nada sentí. Todo mi ser estaba dominado por una sola
idea; aferrado, sujeto al solo pensamiento de mi madre moribunda, o quizá muerta. Ese quizá
terrible, enigmático, me atormentó durante todo el viaje; y ni la lluvia, ni el viento, ni todo el
mundo exterior pudo sacarme de mi abstracción y ensimismamiento. Llegué a casa, y al no
oír ni sollozos ni gemidos, comprendí que la muerte había diferido el golpe, condescendiendo
con el deseo del corazón dolorido de un hijo, y con el amor de una madre moribunda.
Subí anhelante, lleno de congoja; y sin detenerme, sin fijarme en nada, me acerqué quedo, sin ruido a la habitación. Hallábase la
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estancia semioscura, callada, con esa semioscuridad y silencio fatídico, misterioso, precursor
y mensajero de la muerte. Sólo se oía el débil ronquido de su fatigosa respiración, y un apagado quejido que penetraba como punta de acero en mi corazón, destrozándolo.
–¡Madre! —exclamé, abrazándola y poniendo en esa palabra toda la intensidad de mi
amor y toda mi alma—. Y a esa voz, a la voz del hijo amado que creía ausente, mi madre querida entreabrió sus ojos; y en ellos brilló por un momento, ¡sólo por un momento!, toda la
expresión de la vida; de aquella vida que antes de acabarse revivía con toda su fuerza a impulsos del amor.
–Mal, hijo mío, estoy muy mal; —me contestó con voz entrecortada y las lágrimas en los
ojos—. Sí; estaba muy mal: la muerte avanzaba y no tardaría en descargar el golpe decisivo.
Allí quedé a su lado, fijo, inmóvil, dispueso a recibir sus últimas palabras y sus últimas miradas, para guardarlas y conservarlas siempre en mi corazón. Y cuando me vio a la cabecera del
lecho y adivinó mis deseos, me dijo más de una vez con voz suplicante:
–Vete, hijo mío a cenar, y después a dormir, que estarás cansado.
¡Oh! Cómo demostraba que el corazón que tan débilmente latía dentro de su pecho, era
verdadero corazón de madre! Más se interesaba, tenía más cuidado de mí, que de sí misma y
de su gravedad. ¡Cuán cierto es que una de las más bellas obras de la creación es el corazón
de una madre!
Emocionada, pero llena de consuelo, recibió de mi mano los santos Sacramentos, que yo
le administré emocionado también, pero sin lágrimas; pues pedí a Dios me diese fuerza y serenidad para sobreponerme al dolor y poder ayudar a mi madre hasta el último momento.
¡Bendito sea Él que así me lo concedió! Recité las últimas oraciones de la Iglesia, que mi madre escuchó y contestó con tierna devoción y tranquilidad de santa. Ajena a todo el mundo
exterior, aprovechó lo que le restaba de vida con tiernos coloquios con Jesús y María Inmaculada, besando con fruición al único, al verdadero Amigo de los agonizanles, el Crucifijo; este
Crucifijo que yo tengo aquí, a la vista, y que no me canso de besar, porque está aromatizado
con los besos de mi madre moribunda a Jesús y del
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divino Crucificado a mi madre: este Crucifijo que será siempre mi único tesoro, mi amor, mi
todo; y que recibirá, ¡así lo espero, Reo divino del Calvario!, mis besos postrimeros, como
recibió los de mi madre.
Vi apmximarse la muerte dispuesta a dar el golpe fatal; y la vi llegar paso a paso, callada,
pausadamente; pero compasiva, pues mi madie murió sin agonía, conservando el habla y el
conocimiento hasta el crítico instante. Y mi madre también, la vio llegar; y en aquel momento
solemne buscó mis manos para llevarlas y oprimirlas contra su pecho; y clavó en la mía su
mirada de amor; última mirada de una madre que se despedía del hijo de su alma hasta la
eternidad. Había llegado la hora tremenda. Me abracé a ella, y dándole un beso fuerte, muy
fuerte, le dije con delirio de amor y de dolor: ¡¡Adiós, madre, hasta el cielo!! Y ella, mi madre, mi adorada madre quiso contestarme, pero su lengua, herida por la muerte, no pudo obedecer al amor. La vi mover sus labios e inclinar suavemente su cabeza; y yo sé, ¡madre del
corazón!, que con aquel movimiento y aquella inclinación me contestaste diciendo: ¡¡Sí, hijo
mío, hasta el cielo!! ¡Adiós!
Todo había concluido. Caí de rodillas, y recé la primera oración en sufragio de su alma.
Pedí me dejasen solo; y cuando estuve sin más compañía que mi madre muerta, abracé con
ternura su cadáver, besando aquel rostro sin calor y aquellos ojos sin luz; y la tempestad del
dolor fraguada en mi corazón, y hasta entonces violentamente contenida, estalló con toda su
fuerza, resolviéndose en copiosa lluvia de lágrimas. Sí, lloré: lloré mucho por mi madre buena, por mi madre muerta. Oh, vosotros, los que también habéis llorado ante el cadáver de una
madre, y sabéis comprender la magnitud de tal pérdida, unamos nuestras oraciones, como
hemos unido nuestras lágrimas: roguemos por las almas de nuestras madres buenas, de nuestras madres muertas!
Las visitas que llegaban a expresar su sentimiento hubieron de arrancarme del lado de mi
madre; y después de cumplir con los deberes que aun en tales circunstancias impone la amistad y el trato social, volví de nuevo, atraído, imantado por aquel cadáver que lo era todo para
mí. Quería estar a solas con mi dolor, con mis lágrimas,
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con mi madre muerta. Y allí estuve la noche toda, velando, rezando en aquella habitación, en
aquel Santuario; que tal era para mí la estancia en que yacía su cadáver. Llegó la mañana; y
sonaron los fúnebres cantos litúrgicos, las elegías de Job, las estrofas desgarradoras del Dies
irae. Y después fui siguiendo el coche mortuorio hasta el cementerio; y con frío en el corazón
y luto en el alma, eché la primera paletada de tierra en la fosa; que al chocar con el hueco
alaúd produjo un ruido extraño, misterioso, con ecos de muerte que se perdieron en la región
de la eternidad.
¡Descansa en paz, madre mía! —exclamé, secando las lágrimas, que sin poderlas contener, brotaban de mis ojos—. Al cubrirse el ataúd, sentí la impresión de que el mundo había
desaparecido para mí. Recé el último Responso, y me volví.
El sol seguía oculto, como el día anterior; ¿y para qué había de lucir, si con todo sus rayos no hubiera podido disipar la densa oscuridad que nublaba mi corazón? Las nubes despedían algunas gotas que caían con fuerza empujadas por el viento. Todo lo relacionaba yo con
mi dolor; y parecíame que las nubes lloraban, y que gemía el viento, y que el sol se vestía de
luto sólo por mí; y agradecí a los elementos su manifestación de pesar. ¡Cuántas veces volví
la vista al cementerio, y le envidié la suerte de poseer los restos mortales de mi madre!
Llegué a casa y penetré en la estancia mortuoria. Estaba vacía, terriblemente vacía: callada, con verdadero silencio de sepulcro. Todo me hablaba de mi madre; el lecho, las sillas, las
ropas, ¡pero faltaba ella, mi madre! Allí permanecí largo rato sin más compañía que mi dolor
y mi soledad; ni quería tener otra, porque todo me estorbaba entonces: el ruido, la luz, las voces. Me bastaba su recuerdo, que no se concretaba sólo al presente, sino que se extendía a los
años pasados, a aquellos días en que mi madre era el encanto y la alegría del hogar. Y recordé
sobre todo las lágrimas que más de una vez la vi derramar, al despedirme, cuando yo me veía
precisado a ausentarme por algún tiempo de su lado. Ese recuerdo me llegó al alma, y enternecido lloré. ¿Y cómo no había yo de rendir el tributo de mis lágrimas a la ausencia de mi
madre muerta, si ella había llorado tantas veces mis ausencias, sin ser tan largas ni tan
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dolorosas? ¡Es tan grande el consuelo de las lágrimas, cuando el dolor es mudo y profundo!…
Pero todas las que yo derramé en la muerte de mi madre fueron tranquilas, suaves, silenciosas,
en consonancia con la conformidad y resignación que Dios me concedió para sufrir tal pérdida, y para unir mi voluntad a la suya, siempre justa, siempre santísima. ¡Bendito sea mil veces
por tal favor, y por la muerte santa que se dignó conceder a mi madre!
Por eso, al recordar esa muerte santa, si es cierto que siento algún consuelo mirando al
cementerio, que diviso desde mi convento a pesar de la distancia, me consuelo más, mucho
más mirando al cielo, porque sé que más allá de las nubes, a través del azul celeste y de las
estrellas, ¡vives madre mía! y vives pensando en mí, amándome y esperándome. Ya llegará el
día, y tal vez está cercano en que yo también iré, y te abrazaré, y viviremos juntos para siempre. Entre tanto recibe, madre adorada, además de mis oraciones y de mis lágrimas, este recuerdo, el obsequio de estas líneas, que van dedicadas a ti y a tu amor. R. I. P.
FR. AURELIO LACRUZ DE LA CONCEPCIÓN
A. R.
Marcilla y Febrero de 1919
NECROLOGÍA
El día 24 de Marzo del presente año, falleció de un colapso, en nuestro Colegio de Monteagudo, el R. P. Fr. Mariano Morales de San José, habiendo recibido la absolución sub conditione y la Extremaunción.
Religioso edificante y de carácter sumamente bondadoso, ha sufrido durante muchos años
con paciencia inalterable las molestias de una pertinaz tuberculosis, asistiendo a todos los
actos de Comunidad como si estuviera completamente sano.
El día anterior a su muerte, celebró la santa Misa y oyó otra en acción de gracias con sumo fervor; y presintiendo luego un fatal desenlace, se vio obligado a acostarse, falleciendo a
las pocas horas.
Dios habrá premiado sus muchos trabajos apostólicos en Filipinas y sus buenos ejemplos
en nuestros Colegios.
Descanse en paz.
TIP. DE SANTA RITA - MONACHIL
Año X
Mayo de 1919
Núm. 107
BOLETÍN
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
DE LA ORDEN DE AGUSTINOS RECOLETOS
DE LA
DE LA CIUDAD ETERNA
Tercer Centenario de la fundación de nuestra
Casa-Hospicio en Roma
)-( 1619-1919 )-(
J. M. J. A.
PROCURA GENERALE
DELL'ORDINE
DEGLI AGOSTINIANI RECOLLETTI
VIA SISTINA N. 11
ROMA
10 de Abril de 1919
A Ntro. Rmo. Prior General Fr. Eugenio Sola del Carmen. Madrid.
Muy amado y venerado Padre Nuestro:
Tengo la satisfacción de saludar cariñosamente a V. Rvma. y de participarle que, gracias
a Dios, hemos celebrado con toda felicidad nuestra fiesta religiosa del Ill Centenario de esta
Casa, habiendo salido muy bien, gracias a nuestro buen Jesús. La hemos celebrado a contentamiento
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general, y nosotros hemos quedado satisfechos. ¡Dios sea bendito!
Claro está que todo es relativo. No pretendimos preparar una fiesta suntuosa, como si se
hubiera tratado de fiesta secular de nuestra iglesia (que se inauguró algunos años más tarde);
ni podíamos hacerlo, ya por ser esto superior al contado personal de esta Casa, ya porque no
estamos para hacer muchos gastos. Así, pues, sólo nos propusimos dar gracias a Dios públicamente con una fiesta religiosa, como en familia, invitando únicamente a los españoles y a
las personas de especial afecto. En este sentido se distribuyeron las invitaciones; y por cierto
que, fuera de rarísima excepción por estar el día muy lluvioso, todos han correspondido, acudiendo a las funciones de la mañana y de la tarde; y los que no pudieron acudir, o vinieron
entre día a visitarnos, o escribieron afectuosa carta, excusándose y manifestando que se asociaban a nuestro justo gozo por el solemne Centenario. En este sentido merecen especial mención, además del afectuosísimo telegrama del Ilmo. P. General de los Camaldulenses don
Tommaso Mecatti, el P. Andrés Fernández S. J. Rector del Pont. Instituto Bíblico, el Superior
de Condotti P. José Noval, dominico, el Rmo. P. Proc. Gral. de los Capuchinos, la Superiora
General de las Esclavas, etc.
El Emmo. Card. Rinaldini no pudo asistir, como deseaba, porque está bastante delicado
de salud.
El Maestro Tavoni, siempre tan adicto a nosotros, se ha esmerado; y, con buenos cantores
de la basílica de Santa María la Mayor, ejecutó piezas litúrgicas muy religiosas.
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Por lo bien que lo hicieron, aumenté algo a cada uno, sobre la cuenta que me dio Tavoni.
El servicio en el altar estuvo a cargo de los PP. Trinitarios Descalzos, siempre tan buenos
hermanos nuestros. Claro está que Fr. Nicolás actuó como sacristán mayor. ¡No faltaba más!
He quedado muy agradecido a nuestro amadísimo Cardenal Protector, que a pesar del mal
tiempo acudió, distinguiéndose una vez más con el cariño que nos profesa. Así que, ayer, como prueba de nuestro filial afecto, el P. Daniel y yo fuimos a testimoniarle nuestra inmensa
gratitud por la parte tan activa que tomó en nuestra fiesta; y le presentamos nuestro obsequio,
no de lujo, pero sí de su agrado. Efectivamente, lo aceptó, y quedó muy agradecido. ¡Bendito
sea el Señor!
Nada le diré, porque siempre me quedaría corto, de lo mucho que han trabajado para la
fiesta el P. Daniel y los Hermanos Fr. Nicolás y Fr. Tomás, tan entusiastas como son de las
cosas de nuestra sagrada Orden. El trabajo ha sido excepcional para todos nosotros; pero todos hemos quedado contentísimos y satisfechos, gracias a Dios.
Tanto al terminar la Misa solemne como al final de la función de la noche, se dio a cada
uno de los invitados una estampa de N. G. P. San Agustín y un ejemplar del epigrama alusivo
al acontecimiento y compuesto por Monseñor Biagio Verghetti, himnógrafo de la Sagrada
Congregación de Ritos y muy amigo nuestro, quien tuvo la amabilidad de dedicármelo y es
como sigue:
196
DIE VIII APR. ANNO MCMXIX SÆCVLARI TERTIO
A FVNDATIONE DOMVS-HOSPITII
ORD. EREMITARVM RECOLLECT. S. AVGVSTINI
R.MO P. PROCVRATORI GENERALI
EIVSDEM ORDINIS
EPIGRAMMA
Ex quo Romulea patuit feliciter Urbe
Ordinis Hospitium, sol tria sæcIa refert.
PræcIaros meritis, hispana e gente sodales
Hospitio excepit tam memoranda Domus!
Omnipotens, grati cui solvis carmen amoris,
Perpetuo auxilio teque tuosque iuvet.
BLASIUS VERGHETTI
SS. RR. CONGR. HYMNOGRAPHUS
Vea ahora V. Rma. cómo ha reseñado nuestra fiesta L'Osservatore Romano:
197
“Il III Centenario della Casa-Ospizio di S. Ildefonso. - 1619-1919
A commemorare il terzo centenario dalla fondazione della Casa-Ospizio dell'Ordine dei
Romitani Recolletti di S. Agostino in quest'alma cittá, i sullodati Padri Spagnuoli hanno celebrato nella loro chiesa di S. Ildefonso in Via Sistina speciali feste, splendidamente riuscite.=Al mattino, oltre le consuete messe lette, sono accorsi a celebrare, tra gIi altri, il Rmo. P.
Giuseppe Barrachina S. J., Assistente Generale per la Spagna, e il Rmo. P. Giuseppe Calasanzio Iboms, Assistente Generale delle Scuole Pie.=Alle ora 10 vi fu la Messa solemne celebrata dal Rmo. P. Antonino della Assunzione, Ministro Generale dei Trinitari Scalzi, assistito da
due Definitori Gen. dello stesso Ordine.=La sera poi ebbe luogo la solemne esposizione del
SS. Sacramento e dopo la recita del Rosario e il canto delle Litanie, l'Emo. Signor Cardinale
Vico, Vescovo di Porto e S. Rufina, Prefetto della Sacra Congregazione dei Riti e Protettore
dell'Ordine, intonó l'inno di ringraziamento, chiudendo la sacra funzione con la Trina Benedizione Eucaristica.=La musica, opere originali del Tavoni, fu ottimamente eseguita da scelti
cantori delle basiliche di Roma, sotto la direzione dello stesso chiarissimo maestro Francesco
Tavoni.=Tanto alla funzione del mattino, quanto a quella delIa sera, intervenne una schiera
numerosa di elette personalità fra cui spiccava un gruppo distinto della colonia spagnuola, che
si sono recate con
198
premura a testimoniare ai Padri Recolletti i loro auguri e la loro simpatia.=Notammo tra gli
intervenuti: Monsignor Virili, Arcivescovo di Tolemaide; Rmo. P. Viñas, Preposito Generale
delle Scuole Pie; Rmo. P. Cerdà, Preposito Generale dei Teatini; Rmo. P. Innocenzo López,
Vicario Generale dei Mercedari; Rmo. P. Gioacchino Vives y Tutó O. M. C.; Rmo. P. Mariano Rodríguez, Segretario Generale dei Romitani di S. Agostino, col Rmo. P. Giusseppe Prada,
Procuratore di Spagna; Monsignori Verghetti, Moroni e Traversa; Rmo. P. Gioacchino Jovanni Marín, Rettore del Pont. Collegio Spagnuolo, e D. Carmelo Blay, Economo dello stesso
Collegio; Rmo. P. Lino Murillo, S. J., dell'Istituto Biblico; Rmo. P. Maroto col Superiore della Casa di Roma, del S. Cuore di Maria; Rmi. PP. Francesco e Toribio Aldanza, Penitenzieri
Apostolici; Rmo. P. Giovanni Casas, Definitore Generale dei Predicatori; Rmo. P. Bernardino
di Jesu e Maria, Definitore Generale dei Carmelitani Scalzi; Rmi. PP. Blat, Blanco, Lumbreras, dei Predicatori; Rmo. P. Gregorio Dorado, e tanti altri si religiosi che secolari.=Per cosi
fausta occasione fu distribuito agli intervenuti, come ricordo, un epigramma latino composto
dall'illustre latinista Mons. Verghetti, Innografo della S. Congregazione dei Riti».
El día 8 llovió bastante y estuvo el tiempo muy desapacible. Con todo, fue numerosa la
concurrencia, tanto a la Misa solemne como a la función de la noche. Todos nos esmeramos
en que saliera todo bien; y gracias a Dios salió bien.
Todos hemos quedado bastante cansados; pero nuestro
199
buen Jesús nos ha recompnesado con creces lo que por Él hemos hecho en esta fiesta.
Conmigo saludan a V. Rvma. el P. Daniel y Hermanos.
Dígnese V. Rvma. saludar a nuestro Ilmo. y Reverendísimo Obispo P. Minguelia, a quien
ya escribí agradeciéndole, y ahora le agradezco de nuevo, la merced que se dignó hacernos
para la fiesta; y comunicar asimismo nuestros cariñosos recuerdos a todos los PP. y HH. de
esa Residencia.
De V. Rma. afmo. menor hermano y súbdito q. b. s. m.
FR. GREGORIO SEGURA DEL CARMEN
❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉
SECCIÓN CANÓNICA
De la reservación de casos en general
(Continuación)
B: ¿Quedan sujetos a la reservación del lugar donde se confiesan: d) los súbditos de dicho lugar; e) los vagos; f) los peregrinos, si pecaron en otro lugar donde también estaba reservado?
Responden negativamente los que sostienen que la ley de la reservación no afecta al
súbdito fuera del territorio, y que los peregrinos no están sujetos a las leyes del lugar donde
actualmente moran. En confirmación de esta respuesta urgen las razones que se alegaron al
exponer los casos del grupo precedente, puesto que, tendiendo la reservación a desarraigar los
pecados difundidos en la diócesis del reservante, no puede comprender pecado alguno cometido fuera de ella. Y aun suponiendo que hubiesen incurrido en la reservación del lugar donde
pecaron, lo cual sucederá ciertamente si eran vagos, o si peregrinos, dicho lugar era su propia
diócesis; una vez salidos de allí no les urge la reservación, por lo prescrito en el canon 900,
3.º
Que el estar vigente la misma reservación en el lugar de la confesión no sea obstáculo,
parece deducirse del mismo canon 900, 3.º, porque en él, sin distinción ninguna, se dice que
toda reservación deja de obligar fuera del territorio del reservante. Confirman la amplitud
201
de este sentido, por haberse omitido la restricción que constaba antes en la Instrucción del
Santo Oficio. Decíase en ella, n. 7, e: «Postremo a peccatis in aliqua dioecesi reservatis absolvi possunt poenitentes in alia dioecesi, ubi reservata non sunt, a quovis confessario sive saeculari sive regulari, etiamsi praecise ad absolutionern obtinendam eo accesenint». Si se compara este texto con el del canon 900, 3.º, aparece a la vista que el canon es una mera transcripción de aquél, con la sola omisión de la frase subrayada y de la referencia al confesor secular
o regular.
¿A qué obedece esta omisión? Unos lo explican relacionándola con otra semejante en el
canon 899, § 1, de que a hablamos en otro lugar, o sea, de la frase nam quaenam earum vis si
lateant? Y dicen: así como allí se omitió esta frase para indicar que la reservación afectaba
directamente al confesor, consecuentemente a este principio, no había para qué hacer constar
en el canon 900, 3.º, la restricción indicada, puesto que ya se sobrentiende que ningún confesor con facultades limitadas podrá absolver a los penitentes que traigan pecados reservados en
la diócesis de la confesión.
Otros, por el contrario, lo explican del siguiente modo. Dada la multitud de controversias
que sobre la absolución de casos reservados episcopales en orden a los peregrinos existía, los
regulares obtuvieron de Clemente X, pr la Constitución Superna (21 Junio 1670), la facultad
de absolver a los peregrinos de los pecados reservados en sus propias diócesis, excepto si in
fraudem reservationis hubieran ido a otra parte a buscar la absolución. Esta concesión especial hecha a los regulares, según Mendo, existía ya antes para los sacerdotes seculares, otorgada por la Sagrada Congregación del Concilio en 19 de Noviembre de 1616, tomándolo de
Zambello; con todo, por no constar de la autenticidad de este documento aducido por Zambello, era muy dudosa esa facultad de los sacerdotes seculares, quienes a lo más podrían portarse
en esos casos como los regulares por razón de la costumbre o probabilidad de su jurisdicción.
Parece, pues, que la citada Instrucción, dejando a un lado las controversias sobre los principios, quiso suavizar la práctica, extendiendo a todos los confesores la facultad claramente
concedida antes a los regulares, y abrogando para entrambos la limitación contenida en la
Constitución Superna. Si así fuese, claro
202
está que el Santo Oficio hubo de poner las palabras ubi reservata non sunt, pues aparte de que
éste era el sentido de la Constitución Superna, de no ponerlas, todos hubieran entendido que
zanjaba definitivamente la controversia. Con respecto al nuevo Código, no parece que existan
estas razones, puesto que en él se ha resuelto de plano uno de los principales puntos controvertidos, declarando que la jurisdicción para absolver a los peregrinos la da el Ordinario del
lugar de la confesión, y, según parece, también la de que la ley de la reservación es territorial.
Por consiguiente, pudo muy bien omitir la frase indicada, por ser consecuencia natural de este
último principio, en armonía con el anterior que acabamos de mencionar.
C: ¿Urge la reservación para los que cometieron el pecado en su propia diócesis y van a
confesarse a otro territorio donde no está reservado?
No cabe la menor duda de la respueta negativa que se ha de dar, puesto que claramente
consta en el canon 900, 3.º, ya mencionado. Las últimas palabras del canon «etiamsi duntaxat
ad absolutionem obtinendam ex eo discesserit» se ponen, como ya indicamos antes, para
abrogar explícitamente la limitación que estaba vigente desde la Constitución Superna de
Clemente X, o, mejor dicho, para confirmar la abrogación que de ella había hecho la Instrucción del Santo Oficio.
Lástima que habiendo el Código cortado de raíz tantas controversias de la antigua disciplina, no haya hecho desaparecer de un modo más explícito también ésta que nos ocupa, como la anterior sobre la ignorancia de la reservación.
Como expresión abreviada de todo lo expuesto para la práctica parece que puede darse
como probab!e, mientras no venga declaración en contrario, la siguiente conclusión: «Sólo
incurren en la reservación del lugar donde se confiesan los que, habiendo cometido el pecado
en aquella diócesis, tienen además allí domicilio o cuasi-domicilio, o son vagos.
Téngase, con todo, en cuenta que con mucha mayor facilidad se adquiere hoy día cuasidomicilio que en la antigua disciplina, puesto que por el canon 92, § 2 y 3, basta haber habitado en una diócesis por más de medio año, aun sin haber tenido intención de permanecer allí
por tanto tiempo. De esta suerte gran parte de los
203
advenedizos que afluyen a las grandes ciudades quedarán comprendidos pasado ese plazo.
(Continuará)
COMISLÓN PONTIFICIA PARA LA INTERPRETACIÓN
DEL CÓDIGO CANÓNICO
Sobre el indulto relativo al ayuno y abstinencia
en la América latina1
A las preguntas dirigidas a la Comisión del Código por el señor Obispo de la Habana sobre el mencionado oindulto, ha contestado el Eminentísimo Cardenal Gasparri, presidente de
dicha Comisión Pontificia, que dicho indulto, concedido el 1.º de Enero de 1910 para diez
años, permanece en su vigor, pero quedan suprimidas las obligaciones que por derecho común
han cesado en virtud del canon 1.252; y pasado el decenio (o sea, desde 1.º de Enero de
1920), se han de guardar las prescripciones del Código2.
«Amplissime Praesul:
Ad dubium ab amplitudine tua propositum litteris die 24 Aprilis 1918 datis, infrascriptus Eminentissimus Comisionis Praesses respondet: indultum ad decennium
diei 1 Januarii 1910 in suo robore permanere, sublatis obligationibus, quae jure
cummuni cessarunt vi canonis 1.252; transacto autem decennio, servanda esse Codicis praescripta.
Quae dum Amplitudini tuae nota faccio, cuncta fausta a Deo adprecor. –P. Card.
Gasparri. –Aloisius Sincero, Secrius». (Boletín de la Provincia Eclesiástica de la
República de Cuba, Septiembre de 1918.)
1
Por el nombre de América latina se designan también las Antillas y demás islas del Mar Caribe. (S. C. de Neg.
Eccles. extraord., 10 Dbre. 1912; Acta, IV. p. 730.)
2
La misma respuesta que al Sr. Obispo de la Habana se dió también al Arzobispo de Medellín (Colombia).
204
Anotaciones
1.ª El indulto de 1910.- En la América latina (y en Filipinas), según el mencionado indulto, los días de ayuno y abstinencia eran:
I. Días de sola abstinencia: Las vigilias de Pentecostés, Asunción de la Virgen, Santos Pedro y Pablo (28 de Junio) y Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.
II. De ayuno y abstinencia: El miércoles de Ceniza, los viernes de Cuaresma y el Jueves Santo.
III. De sólo ayuno: Los viernes de Adviento y los miércoles de Cuaresma.
2.ª El derecho común, según el Código.- Según el citado canon 1.252, que constituye la
disciplina general de la Iglesia:
I. De sola abstinencia son: todos los viernes (fuera de Cuaresma y Témporas).
II. De abstinencia y ayuno juntamente: a) el miércoles de Ceniza, b) los viernes y
sábados de Cuaresma, c) las ferias (miércoles, viernes y sábados) de las Cuatro
Témporas, d) las vigilias de Pentecostés, de la Asunción de la Virgen, de Todos los Santos y de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.
III. De sólo ayuno (sin abstinencia): los restantes días de Cuaresma (can. 1252, §§ 1-3).
En caso de caer alguno de estos días en domingo o fiesta de precepto, exceptuada la fiesta
en Cuaresma, no obliga ni la ley de abstinencia ni la del ayuno, ni se adelanta el ayuno o abstinencia de la vigilia; más aún, ni el ayuno ni !a abstinencia del Sábado Santo obligan después
del mediodía (ibid., § 4).
3.ª El indulto de 1910, comparado con el derecho común.- Comparando este canon con el
indulto de la América latina y de Filipinas, se nota que, en virtud de dicho canon, ha cesado la
abstinencia de la vigilia de San Pedro y San Pablo, que figuraba en el indulto; y también ha
cesado la abstinencia del Jueves Santo, aunque no el ayuno, igualmente han cesado los ayunos
de los viernes de Adviento, menos el del viernes de Témporas.
4.ª El indulto de 1910, después de la declaración del Cardenal Gasparri.- Por consiguiente, la forma en que debe guardarse en América y Filipinas el ayuno y abstinencia, según
205
dicho indulto, modificado por la declaración que comentamos, es la siguiente:
I. Días de sola abtinencia: las tres vigilias de Pentecostés, Asunción de la Virgen y
Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.
II. De ayuno y abstinencia: el miércoles de Ceniza y los viernes de Cuaresma.
III. De sólo ayuno: el viernes de las Témporas de Adviento, los miércoles de Cuaresma
y el Jueves Santo.
5.ª Consecuencia general que de la declaración se deduce.- Es de notar que, según el canon 1.253, por los cánones 1.250-1252 nada se cambia de los indultos particulares; pero,
según la respuesta que anotamos, esto debe entenderse solamente en lo que tienen de favorable sobre el derecho común, no en lo que resultaría ya odioso después del Código.
6.ª Aplicación de dicha consecuencia al indulto de los militares españoles.- Aplicando el
mismo criterio al indulto de que disfrutan los militares en España, habrá cesado para ellos la
abstinencia del miércoles y jueves santos, y el ayuno y abtinencia del Sábado Santo terminarán a mediodía. De manera que su privilegio quedará en esta forina:
Privilegio de los militares españoles en activo servicio:
I. Los sargentos, cabos y soldados rasos en activo, ningún día están obligados al ayuno ni abstinencia. Lo mismo se entiende de los alabarderos; pero éstos solamente hallándose de viaje por razón de su oficio.
II. Tampoco los jefes y oficiales cuando están en campaña o en actual expedición.
De lo contrario: a) deben ayunar el miércoles de Ceniza, los viernes y sábados de
cuaresma y toda la Semana Santa, menos el domingo de Ramos (el Sábado
Santo sólo hasta mediodía); b) guardar abstitiencia de carnes el miércoles de
Ceniza, los viernes de Cuaresma y el Sábado Santo1 (el Sábado Santo sólo hasta mediodía).
1
Por consiguiente, para ellos son días de sola abstinencia: Ninguno.
De ayuno y abstinencia: el miércoles de Ceniza, los viernes de Cuaresma y el Sábado Santo; pero en este último día cesan después de mediodía, tanto el ayuno como la abstinencia.
De solo ayuno (sin abstinencia): Los sábados de Cuaresma, y el lunes, martes, miércoles y jueves de la Semana
Santa.
206
III. De las mismas gracias gozan en cuanto a la calidad de los manjares (no en cuanto al
ayuno) la familia del militar, sus criados, y comensales habituales, esto es,
cuantos con él viven y comen habitualmente; pero no si el militar se ausenta
por más de tres días.
7.ª La abstinencia y ayuno de los indios y negros en la América latina y en Filipinas.Los indios y negros1 de la América latina y de Filipinas, según la Constitución de León XIII,
Trans Oceanum, y la declaración de Pío X de 13 de Diciembre de 1911:
1.º Sólo están obligados al ayuno los viernes de Cuaresma.
2.º Pueden comer carne todos los días prohibidos por la Iglesia, excepto, en cuanto a
las carnes, los viernes de Cuaresma y la vigilia de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo2.
Nota.- No entran en este privilegio los cuarterones, ni menos los puchueles o pocueles.
Este privilegio es para treinta años; a contar desde el día 18 de Abril de 1897.
1
En 24 de Mayo de 1898 declaró León XIII, por medio de la Sagrada Congregación de Negocios eclesiásticos
extraordinarios, que con el nombre de indios y negros (Indorum Nigritarum) se designaba en la Const.
Trans Oceanum:
a) No sólo a los indios y negros propiamente dichos, sino también a los mestizos y mulatos, esto es, a los nacidos de padre indio o negro y madre europea, o viceversa, de madre india o negra y padre europeo, los cuales, por consiguiente, sólo tienen la mitad de sangre europea; pero no a los cuarterones, que sólo por un
abuelo o abuela proceden de indios o negros, y, por consiguiente, sólo tienen una cuarta parte de sangre india o negra, ni mucho menos a los puchueles, que sólo por un bisabuelo o bisabuela descienden de indios o
negros.
b) Que también se designan por dicho nombre de indios o negros los africanos, asiáticos y oceánicos, con tal
que no sean de sangre europea, y con tal que moren en la América latina, aunque en ella no hayan nacido.
Esto es hoy aplicable también a Filipinas, donde gozarán de esos privilegios tanto los indígenas de América
latina y Filipinas, como cualesquiera africanos, asiáticos u oceánicos, aunque sean mestizos o hijos de mestizos, con tal que no tengan más de la mitad de sangre europea.
2
Por consiguiente, para ellos son: I. Día de sola abstinencia: La vigilia de Navidad. II. De abstinencia y ayuno:
Los viernes de Cuaresma. III. De sólo ayuno: Ninguno.
207
No ha cambiado después del Código, sólo que parte de él (lo referente a huevos y lacticinios) ha pasado a ser de derecho común.
8.ª Observación sobre la citada declaración del Cardenal Gasparri.- Dice la respuesta
que pasado el decenio, o sea, desde 1.º de Enero de 1920, deberán en América y Filipinas, los
que disfrutaban del indulto de 1910, observar lo que prescribe el Código, se entiende per se, o
sea, en la hipótesis de que no se prorrogue el indulto o se obtenga otro análogo, más o menos
amplio, como no dudamos lo conseguirán, si lo piden, obteniendo alguna mitigación, a lo menos en cuanto al número de ayunos prescritos por el derecho común.
❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉
LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN
Y EL RACIONALISMO
I
¿Quid moror ergo amens, no ndumque revertor ad illos,
Quos male deserui, patre querente, lares?
Ire juvat, juvat: ite pedes…
Forsitan et lacrymis manantibus ora rigabit,
Viderit aerumnae cum simulacra meae,
Occurretque libens et, victus amore paterno,
Coget in amplexus me prior ire suos.
(Bidemanus)
Si el mundo físico, como vestigio que es de Dios, nos lleva al conocimiento de la primera
Causa, mucho más se ha de decir esto del alma, que es imagen del mismo Dios. La contemplación de este mundo psicológico, que todos llevamos adentro, nos arrastra con mayor fuerza
que el material, y nos eleva hasta las mismas plantas de Dios. Así lo han confesado los grandes filósofos espiritualistas del mundo. A N. G. P. S. Agustín le arrebataban tanto las bellezas
del alma y su contemplación le colmaba de tanto placer que, quejándose amargamente de los
hombres, exclamaba1:
«Van los hombres a admirar las alturas de las montañas, las grandes olas del mar, las altísimas cascadas de los ríos, la inmensidad del Océano, las órbitas de los astros, y abandónanse
a sí mismos, ni se admiran de sí». Por eso él veía a Dios en ella brillar
1
Confesiones, lib. X, cap. 8.
209
con tan radiante claridad, que fue el primero que expuso el argumento psicológico de la existencia de Dios, tan hermosamente desarrollado por Bossuet, Fenetón, nuestro Balmes, Lépidi
y otros.
Mas si, dejando este orden natural, saltamos al inmediato superior, al orden de la gracia,
aparece tan de relieve en los fenómenos psicológicos la grandeza, el poder y la majestad de
Dios; se manifiesta tan radiante y pura la hermosura de Dios en la hermosura de la gracia,
que, para no verla y quedar cautivado de ella, es necesario tener los ojos del espíritu velados
por la ignorancia, o cegados por la pasión. Sí; este orden soberano nos fuerza a contemplar la
existencia de un mundo superior; la bondad de Dios, su misericordia infinita que desciende de
los altos asientos de su gloria a fijar su morada y trono resplandeciente en el fondo del corazón. Y aquí vienen como anillo al dedo las hermosísimas palabras de un sabio y piadoso
teólogo de nuestra Orden, el ilustre P. Cantera1: «En ninguna acción brilla con más intensidad
el poder absoluto de Dios y resplandecen con más luz los designios amorosos de su Corazón,
como en la creación de un Santo, cuya existencia es por sí misma la apología más profunda
del Cristianismo, la demostración más categórica de la existencia de la Divinidad. Los Santos
prueban la grandeza de Dios y la grandeza portentosa del hombre». Y un poco después añade
con mucha profundidad: «El análisis directo de los hechos nos dice que por encima de los
fenómenos psicológicos flota una fuerza sobrenatural, que conforma los actos del Santo, gloria exclusiva de la Religión de Cristo».
Sí; el Santo es una prueba viviente del sobrenaturalismo y de fuerza tan incontrastable
que basta para derribar por su base ese castillo del Impío racionalismo, sostenido sobre el flaco cimiento de la soberbia humana. Allí donde veas, lector querido, dondequiera que sea, a un
cristiano adornado con la gracia santificante, ese templo viviente de la divinidad, mira también a su lado las mustias cenizas y los hacinados escombros de ese vetusto alcázar de las
herejías. Por eso no es solamente el filósofo o teólogo quienes lo derriban con la ametralladora de la ciencia; es el humilde cristiano
1
En su áureo libro S. José en el Plan divino, XIX, 2.
210
quien con su vida pura lo reduce a montón de leve polvo; es el sencillo creyente, ese David
fuerte, quien armado solamente con la honda de la gracia hiere con herida mortal en su frente
al enorme y monstruoso gigante de esa abominable herejía, con más brazos que el Briarco de
la leyenda.
Mas así como la Divina Providencia, para manifestar su Grandeza produce a veces en el
mundo físico efectos maravillosos fuera del orden de las leyes ordinarias, así también en este
mundo sobrenatural de la Gracia, Dios parece que sale de las vías ordinarias por donde nos
conduce al altísimo fin de la Redención y produce esos prodigios estupendos de su amor, esos
milagros sorprendentes que demuestran a la vez su Poder Omnipotente y los designios de su
amoroso Corazón. Y así como los milagros del orden físico proclaman a grandes voces otro
mundo superior, y demuestran «más sensiblemente» su existencia, así también estos del orden
espiritual prueban más sensiblemente que los ordinarios la existencia y hermosura de un orden sobrenatural. Y en el número de estos colocamos la Conversión de S. Agustín, uno de los
hechos más importantes de la Historia Eclesiástica, una de las metamorfosis psicológicas más
admirables que registra la historia del espíritu humano, uno de los grandes poemas de la Gracia, una de las sublimes epopeyas del cristianismo. ¡Ah! quién me diera alas de paloma para
volar a las alturas de la belleza ideal, que en esta epopeya se encierra, y voz de Ángel para
cantarla, arrebatando los corazones y levantando las almas sobre las armonías de la tierra!
II
Para ver claramente toda la realidad del estupendo milagro de orden moral, será bien dirigir una rápida ojeada sobre la vida del insigne mancebo antes de su Conversión.
Dios había dotado a Agustín de una perfección extraordinaria, de una inteligencia tan
precoz y penetrante, que las ciencias de su tiempo no bastaban a su inteligencia y, por la rapidez con que las aprendía, hubiérase dicho que las creaba. Adornóle también de un corazón tan
grande, de tan dilatadas aspiraciones, que muy bien
211
podemos definirlo con la hermosa definición que el mismo Santo Doctor dio del alma diciendo, que es «un amor que aspira al Infinito».
Inteligencia tan profunda, corazón tan espacioso, que, no satisfechos con todos los amores del mundo, anduvieron errantes por la tierra, hasta abrazarse la primera con el Verbo Divino en que se encierra la Verdad Infinita, y abrazarse el segundo con el Amor de los Amores,
con el Corazón del mismo Dios. He dicho que anduvieron errantes; la primera se explayó por
campos de las herejías, el segundo corrió libremente por los muchos espacios del pecado. Y
no quiero yo exagerar sus extravíos, pintándole como un monstruo de iniquidad y libertinaje;
(así lo han hecho algunos, por supuesto con detrimento de la verdad histórica). La figura de
Agustín, antes de su Conversión, tiene rasgos bellísimos que la hacen simpática en sumo grado.
Es semejante a esas bellísimas obras del arte, encarnación de la hermosura que, aunque
manchadas y rotas, atraen no obstante y fascinan; o a esos tipos de algunos poemas que, estando muchas veces llenos de defectos y miserias, son al mismo tiempo sobremanera simpáticos, merced al intenso idealismo de que los ha revestido el autor.
Así es Agustín en la primera época de su vida; todas sus miserias y defectos no podían
oscurecer los rayos de hermosura que irradiaba su grande alma; el vicio con todas sus impurezas y groseras manchas no pueden desfigurar la bellísima estatua de bronce de aquel divino
africano; en su rostro brilla centelleante y palpita con vigor un sublime ideal, que es a la vez
móvil de su vida y velo que cubre sus manchas, ideal que le arrastró a todas partes y le precipitó hasta en el caos; su vida entera gira en torno de él; es más, no es otra cosa que un choque
continuo y terrible de los sublimes idealismos de su mente con la grosera realidad. En los albores de su vida soñó con el ideal de la Verdad que robó completamente su amor, y tales fueron los incendios que en su alma despertó, que emprendió enseguida la aventurada marcha
hacia la Verdad. Y Grecia le vio llamar con tenaz empeño a las puertas de todas sus escuelas,
y como a un nuevo Platón, más genial que el suyo, llamar
212
a juicio al severo tribunal de su poderoso entendimiento a todos los maestros, a todos sus sistemas, teorías e ideas; y Cartago escucha por largo tiempo las lecciones del gran maestro; y
Roma, donde aún resonaba el eco de la halagadora elocuencia y los rotundos periodos de Cicerón, quiso también escucharle, y como a un nuevo Tulio, le llamó a su lado para que de
nuevo resonasen los acentos armoniosos de sus antepasados; y Milán, envidiosa de la gloria
de Roma, se apresuró a arrebatárselo y le abrió sus cátedras y le sentó en sus tribunas. Y claro
está, en marcha tan larga y aventurera había de sucumbir.
¿No veas cómo al sol, cuando cruza radiante el firmamento, le sale al paso alguna nube,
que, velando su resplandor y claridad, parece que le despoja de su espléndida hermosura?
Pues bien; cuando el sol de aquel genio comenzó a correr por las órbitas trazadas por el pensamiento a través de los siglos y por otras nuevas que él trazó en su vertiginosa carrera hacia
el oriente de la verdad, nubes de errores oscurecieron su claros resplandores; negras manchas
afearon aquel sol. ¡Y qué nubes tan espesas, tan cargadas de oscuridad y de espantosas tinieblas! El primer problema que se presentó a su joven inteligencia fue el origen del mal, «el
eterno y temeroso problema del mal» (M. Pelayo), ese pavoroso fantasma de la razón pura,
espantable escollo con que ha chocado la pobre barquilla de la inteligencia: y el dualismo,
cual negra y espesa noche, vino a tenderse sobre el entendimiento del joven filósofo; a los 19
años de edad, según cuenta en sus Confesiones1 dio en manos de unos hombres tan ignorantes
como charlatanes, tan insensatos y soberbios como carnales. «Incidi in homines superbe delirantes et carnales nimis et loquaces»2. Eran los Maniqueos. Agustín, aquel pobre mendigo de
la verdad, les pidió alimentos para satisfacer el hambre de su inteligencia; entonces ellos pusieron en sus manos gruesos volúmenes, cargados de enormes disparates, llenos de delirios de
frenéticos y soñadores. El genial mancebo abrazó aquellos abominables errores: y, una vez
sumergida su inteligencia en el inmundo pozo del dualismo, comenzaron a manar de él corrompidas
1
2
Lib. 3.º, cap. 6 y sig.
Id. Ib.
213
aguas de herejías, inundando los campos de su alma. Llegó hasta creer que lloraban las higueras cuando les cortaba alguna rama. «Paulatim perductus sum ut crederem ficum plorare cum
decerpitur»1. Y sobre todo, arrastrado por la fuerza de la inflexible lógica llegó hasta considerarse igual a Dios2. Y en su soberbia, queriendo disculparse de sus pecados, negó la libertad
humana; «Mihi videbatur non esse nos qui peccamus, sed nescio quam aliam in nobis peccare
naturam»3; y siguió, aunque no siempre, las monstruosas teorías de la Astrología judiciaria.
Sin embargo, hay que confesar en honor de Agustín, que su entendimiento no halló satisfacción en las soluciones maniqueas; por eso él, espíritu libre e independiente, las examinó por sí
mismo, y entonces agolpáronse a su alma terribles dificultades: eran los esfuerzos de aquel
Sansón, con que hacía tambalear a las más firmes columnas del Maniqueísmo: y él entonces
consultó a aquellos oráculos de la mentira; éstos, hinchados más que sabios, estremeciéronse
de pavor ante aquel sacerdote de la ciencia; prometiéronle un nuevo oráculo, un brillante sol
que disiparía las tinieblas de su mente: era Fausto.
Apareció por fin el obispo maniqueo tan suspirado por Agustín; éste se lanzó a él, como
se lanzan las abejas al seno de las flores, para libar su dulcísimo néctar; le descubrió todo su
espíritu, sus terribles dudas. Y aquel sol, (que al lado de Agustín era oscurísimo planeta, no
derramó ni un rayo de luz sobre su oscura inteligencia. El joven filósofo perdió entonces la
esperanza de hallar la verdad en aquella secta: marcha a Roma llevando consigo los errores;
de allí pasa a Milán y preséntase ante el Gran Ambrosio. Los raudales de elocuencia del insigne Padre, arrebatan el alma de Agustín; mas este no comprende las altísimas doctrinas que
aquel desarrolla. El espiritualismo sublime que brotaba de los labios del Obispo no podía entrar en su alma, sumergida en el más craso materialismo, que le forzaba a negar la realidad a
lo que no es corpóreo. «Quidquid privabam spatiis talibus, nihil mihi esse videbatur»4. El problema del mal le atormentaba cruelmente todavía; y
1
Conf., lib. III, 10.
Id., lib. IV, 15.
3
Id., lib. V, 10.
4
Id., lib. VII, 19.
2
214
entonces, desesperado, se arrojó en brazos del escepticismo, aunque por breve tiempo. Tal era
la triste situación de aquella inteligencia. Vagaba perdida entre sombras, errores y dificultades
y tinieblas. De este retrato de su inteligencia, fácil es colegir la triste historia de su corazón.
Falta y necesitada su alma de los alimentos interiores de la Belleza increada, Dios, para satisfacer el hambre que abrasaba sus entrañas, corrió en pos de hermosuras terrenas, cayendo en
los brazos del amor impuro. «Llegué a Cartago y por todas partes me rodeaban los ilícitos
amores. No amaba todavía, pero quería amar y ser amado, y buscaba un objeto para depositar
en él mi corazón. Caí por fin aprisionado por el amor que yo buscaba»1. Este amor, seguido
del inmundo cortejo de vicios que siempre le acompañan, le precipitó en grandes pecados y le
hundió en los abismos del error, entenebreciendo, con los vapores impuros que levanta, su
clara inteligencia. Él fue el grande obstáculo de su Conversión, y el enemigo más terrible que
dominó su cuerpo y su alma. Añádase a este vicio otro no menos detestable: era su grande
soberbia. Ésta, acompañada de grande ambición de glorias y honores, no le permitía creer en
la humildad de la Encarnación del Verbo, ni abatir su frente ante los Libros Santos; ella también le arrojó en un panteísmo blasfemo. «Quid superbius quam ut assererem mira dementia
me id esse naturaliter quod Tu es?»2 En suma, tenía en el orden moral aquellos dos grandes
obstáculos para abrazar la fe que traen los apologistas: es decir, la sensualidad y la soberbia, y
en el orden intelectual casi todos los abominables errores que han tenido asiento en la razón,
privada de la fe.
Veamos ahora la transformación milagrosa.
III
Poco antes de su Conversión formóse sobre su alma la tremenda tempestad que con tan
negros colores él nos pinta en sus Confesiones. Las relaciones de S. Simpliciano y Ponticiano
fueron la
1
2
Conf., lib. III, 1.
Id., lib. IV, 15.
215
ocasión de esa tempestad, cuyo peso abrumador sentía. Por eso, huyendo del trato humano y
para desahogarse, se retiró al famoso huerto. Pero en hecho tan importante es menester oír al
mismo Santo, al gran psicólogo cristiano, que tan bien sabe retratar las situaciones y las luchas del espíritu:
«Se formó en mi interior una tempestad muy grande, que venía cargada de una
copiosa lluvia de lágrimas. Me aparté de Alipio y me eché debajo de una higuera...;
brotaron de mis ojos dos vías de lágrimas, que Vos, Señor, recibisteis como sacrificio
que es de vuestro agrado… También hablando con Vos decía muchas cosas entonces... y Vos, Señor, ¿hasta cuándo, hasta cuándo habéis de mostraros enojado? No os
acordéis ya jamás de mis maldades antiguas. Porque conociendo yo que mis pecados
eran los que me tenían preso, decía a gritos con lastimosas voces: ¿Hasta cuándo,
hasta cuándo ha de durar el que yo diga mañana y mañana? ¿Por qué no ha de ser
desde luego y en este día? ¿Por qué no ha de ser en esta misma hora el poner fin a
mis maldades antiguas? Estaba yo diciendo esto y llorando con amarguísima contrición de corazón, cuando he aquí que de la casa inmediata oigo una voz de un niño o
niña que cantaba y repetía muchas veces: “Toma y lee, toma y lee”. Yo, pues, volví a
toda prisa al lugar donde estaba sentado Alipio, porque allí había dejado el libro del
Apóstol cuando me levanté de aquel sitio. Tomé el libro, le abrí y leí para mí aquel
capítulo que primero se presentó a mis ojos, y eran estas palabras: “No en banquetes
ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones,
sino revestíos de Jesucristo y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos
del cuerpo”. No quise leer más adelante ni tampoco era menester; porque luego que
acabé de leer esta sentencia, como si se hubiese infundido en mi corazón un rayo de
luz clarísima, se disiparon enteramente todas las tinieblas de mis dudas... Me convertiste de tal modo a Ti, que ya ni quería mujer ni esperanza alguna de este siglo, permaneciendo en aquella regla de fe en que tantos años antes me manifestaste a mi
madre… ¡Qué suave y qué dulce se me hizo de repente carecer de mis antiguas bagatelas! Yo que antes temía perderlas, sentía entonces grande gozo por dejarlas. Ya estaba mi alma libre de la ambición, de la avaricia y de la concupiscencia
216
y sólo quería unirme a Ti, Dios mío, mi luz, mis riquezas y mi salud»1.
IV
¡Vedle! Así a Pablo figuró en el suelo derribado; así a Lázaro representó, saliendo del sepulcro, obediente a la voz del Vencedor de la Muerte; así en un momento, sosegada en el mar
formidable tempestad. ¿Quién, pues, ha derribado a ese nuevo Pablo, cuando corría a perderse
en los abismos del vicio, montado sobre los indómitos corceles de la pasión? ¿Quién ha abatido su soberbia frente, la que no quería abatirse ante la sublime majestad de los Libros Santos,
ante aquella augusta sombra del Verbo Divino? ¿Quién ha resucitado a ese otro Lázaro, que,
atado por las ligaduras de hábitos perversos y envuelto en el sudario de la muerte, yacía tendido en el frío sepulcro, cavado por sus vicios? ¿Qué voz tan fuerte ha resonado en el fondo
de su hedionda sepultura? ¿Qué espíritu, agitándose sobre las aguas de ese encrespado mar
con soberano imperio ha sosegado la rugiente tempestad de su alma y con brazo omnipotente
ha cerrado la boca de sus abismos? Preguntas son estas a que debemos contestar. Buscad en el
orden natural la causa de este fenómeno; no la encontraréis. ¡Encontrarla! ¿Dónde? ¿Tal vez
en su inteligencia? No. ¿Cómo había de brotar luz tan deslumbradora de aquella inteligencia,
donde tenían su asiento las tinieblas y el caos su morada y extendido su imperio la duda, espantable tirano de la razón humana?
Y nótese mucho que el momento en que se desvanecieron las tinieblas que envolvían su
mente fue tiempo de emoción fuerte, el menos apto para la especulación; pues esta clase de
fenómenos absorben toda la atención de la conciencia. ¿Quién, v. gr., en momentos de intenso
dolor puede estudiar una cuestión y deleitarse con la contemplación pacífica de la verdad?
Esto se verificó en la conversión de Agustín; sentía rugir sobre su alma una tempestad tan
grande que estalló en un diluvio de lágrimas. ¿Cómo, pues, en
1
Conf. 8, XI.
217
aquel momento podía dirigir los ojos de su espíritu a la Verdad? ¿El gran dolor que sentía no
absorbería por completo la atención de su mente? Y fue en aquellos momentos cuando la
Verdad le descubrió su serenísimo rostro y él la abrazó con castísimos ósculos de amor.
¿Tal vez será causa de aquella súbita conversión su enferma voluntad? Tampoco. Para
convencerse de ello hay que leer la lucha que describe en sus Confesiones1. Parece que uno
está leyendo al gran Apóstol, al terrible psicólogo de la naturaleza caída en aquel conocidísimo pasaje en que traza con negras pinceladas el retrato más perfecto del hombre viejo, diciendo: Velle adjacet mihi, etc.2 Aquella lucha demuestra cuán impotente era su voluntad para
salir de aquel estado. Cuando oyó la ruidosa conversión del celebre Victorino, ardió en deseos
de imitarle. «Yo, dice, suspiraba por ello, pero atado con mi voluntad de hierro»3. Y luego
añade: «Velle meum tenebat inimicus (las pasiones) et inde mihi catenam fecerat et constrinxerat me. Quippe ex volunlate perversa, facta est libido; et dum servitur libidini, facta est
consuetudo; et dum consuetudini non resistitur, facta est necesitas». Y poco después, dissertis
verbis, afirma lo que he dicho antes: «Voluntas autem nova, quae mihi esse caeperat, ut Te
colerem, (nótense las palabras) nondum erat idonea ad superandam priorem, vetustate roboratam. Ita sarcina saeculi, velut somno assolet, dulciter premebar, et cogitationes, quibus meditabar in Te, similes erant conatibus expergisci volentium; qui tamen superati soporis altitudine
remerguntur. Y más larde el histórico huerto fue teatro del combate espiritual que sostuvo
contra el infierno. Allí luchaban el cielo y los abismos. Allí están las antiguas bagatelas que le
llaman; allí rugen las pasiones que le quieren arrastrar con su ímpetu furioso; allí los placeres
abandonados que le atraen hacia sí; allí su misma impotencia se le muestra; allí se le representan sus derrotas en las luchas de la vida; allí los hábitos perversos que protestan ante la moral
del Evangelio: y allí, sobre todo, la incontinencia con su inmenso poder quiere triunfar de
Agustín, turbando su fantasía con impuras imágenes y representándole vivamente sus antiguas
amistados, los deliquios de su amor, dulcísimos en otros tiempos. ¿Cómo
1
Lib. 8, cap. V y sig.
Rom. VII, 18.
3
Ib. 2.
2
218
triunfar de tan poderosos enemigos con una voluntad enferma, sin fuerzas apenas para resistir
a los continuos y fieros ataques? ¿Cómo aquella voluntad, que por tanto tiempo había dormido en los brazos de la inmunda meretriz de la lascivia, iba a arrojarse ahora en los brazos de la
hosca y ceñuda matrona de la continencia cristiana? ¿Cómo abandonar aquellos amores, aquellas bellezas, aquellas delicias, aquellas alegrías, aquellos teatros, eternos compañeros de su
vida? ¿No caería Agustín, a sus solas fuerzas abandonado, en manos del enemigo cruel?
¿Quién, pues, le librará de este cuerpo de muerte? Miserum ergo me, quis liberaret de corpore
mortis nisi GRATIA TUA, per Jesum Christum, Dominum Nostrum? Y ved aquí expresada por
el mismo Santo la causa única y verdadera de su estupenda Conversión.
Sí, la Gracia y sólo ella es razón suficiente de ese admirable fenómeno; y como ella,
según enseña la Teología católica, eleva y perfecciona la naturaleza, que en el hombre principalmente se manifiesta por la inteligencia y voluntad, por eso la Gracia socorre a estas dos
grandes facultades (mentis illustrationes, cordis inspirantes); por eso es fuego que ilumina y
abrasa; es luz, es calor; es fuerza, es amor; es antorcha, cuyo claro resplandor alumbra la inteligencia, cuyo calor enciende y abrasa el corazón.
De ambos modos conquistó a Agustín. La gracia cayó de las alturas del cielo como cascada de luz, invadiendo los anchurosos campos de su entendimiento y bañándolos en esplendorosa claridad; bajó como fuego abrasador y a su presencia, aquel corazón, formado con
témpanos derritióse en un momento, quedando convertido en horno de encendida caridad; y
aun parece que este divino fuego pasó por su mismo cuerpo, quemando sus impurezas y abrasando la escoria de las aspiraciones innobles que tienen su asiento en los tenebrosos pliegues
de la carne impura. Esa gracia levantó su entendimiento a aquellas soberanas alturas y a aquellas altísimas regiones de luz, en que a pocos mortales es dado penetrar. Ella fue quien esclareció las tinieblas de su mente y guió su mano, cuando a los pocos años de su conversión,
escribía esa obra estupenda de los Soliloquios, estampando al frente de ella la más grandiosa
oración que han pronunciado labios humanos, en que se halla resumida en síntesis asombrosa
toda la filosofía de Dios y toda la filosofía
219
del hombre encerradas todas las doctrinas de la gracia, refutados mil errores y contiene la más
sublime definición de Dios que ha brotado del cerebro iluminado por la fe. ¿Cómo, si no, esa
inteligencia, que poco antes se arrastraba por el suelo horriblemente manchada con el fango
de un antropomorfismo grosero, vuela ahora tranquila y serena por el transparente cielo del
espiritualismo más en encumbrado e ideal, contemplando de sus alturas, cual águila sublime,
toda la realidad del mundo inteligible? ¿Cómo esa inteligencia, que, poco hacía, retorcíase
aprisionada en la estrechísima cárcel del escepticismo amarrada con las cadenas de la duda y
atormentada por la desesperación más terrible y cruel, se remonta ahora sobre las jerarquías
angélicas hasta llegar al trono resplandeciente de la Verdad Eterna, y «perdiéndose en el ancho piélago de la Hermosura Divina», entona el grandioso poema del Verbo de Dios, cantando su inefable grandeza, sus fúlgidos resplandores que esclarecen lo recónditos senos del
tiempo y de la eternidad? ¿Quién ha dado alas a su inteligencia para volar a esas altísimas
cumbres de la Verdad absoluta? ¿Quién sino la Gracia? En alas de esa misma Gracia se elevó
al poco tiempo de su conversión a las excelsas cimas de la filosofía cristiana, dando a luz esa
obra portentosa de metafísica De libero arbitrio, monumento ciclópeo levantado por aquel
divino Artífice, sobre que se yergue soberana la estatua de la santa y verdadera libertad cristiana; pirámide colosal, en cuyo vastísimo seno reposan reducidos a cenizas los viejos esqueletos de la herejía gnóstico-maniquea y los podridos huesos del gigante del materialismo, antiguo o moderno.
Y para hablar algo de su corazón, ¿quién ha colmado sus grandes aspiraciones y llenado
los deseos de lo infinito que le atormentaban y apagado aquella sed ardiente de hermosura,
aquella sed de amores, insaciable y atormentadora, que le lanzó al mundo en busca de la esposa con que soñaba su alma romántica e idealista, sed abrasadora que fue a saciarla en las turbias fuentes de hermosuras creadas, llegando a hundir sus labios en las inmundas cloacas de la
lascivia? ¿Quién ha transformado tan repentinamente ese corazón, esclavo de sórdidos deleites, y que después, lleno de castísimos
220
amores, exclamaba1: Quam tibi sordidus, quam foedus, quam horribilis complexus femineus
videbatur? ¿Quién ha convertido su antigua voluntad, morada de viles pasiones, en esta otra la
de sus Soliloquios, en cuyas páginas se respira un ambiente de virtud que encanta, de una moralidad sublime practicada por Agustín recién convertido?
¡Qué bien se transparenta a través de aquellas páginas su gran corazón que había de ser
uno de los más enamorados, que llegaría a decir a Dios aquel sublime y grandioso imposible:
Si yo fuera Dios y fueras Tú Agustín, dejaría de ser Dios para que Tú lo fueras! ¡Cómo el
espíritu se deleita contemplando la joven academia del poético Casiciaco, bajo la santa y sabia
dirección de aquella mujer fuerte de Salomón, modelo de las madres, alma gigante encerrada
en cuerpo de mujer, de la incomparable Santa Mónica! ¡Cómo el joven filósofo, de sus dulces
amigos rodeado, buscaba en aquellas tranquilas soledades, lejos del mundanal ruido, la amable compañía de Dios, y su alma, libre de pesares y terrenas ambiciones, se entregaba a la
meditación de las perfecciones divinas, extasiándose ante la sublime grandeza del orden universal, cuyas notas percibía con su delicadísimo oído en el pequeño arroyuelo, que bañaba tan
delicioso lugar! ¿Quién digo, pues, ha realizado esa transformación? La Gracia, la qua reanimó el cadáver del paganismo, la que ha realizado todos los grandes heroísmos. Por eso,
agradecido Agustín al inmenso beneficio de la Gracia y abrasado por el fuego de gigante inspiración empuñó la lira cristiana y entonó en loor de la Gracia el más grandioso canto lírico
que ha resonado jamás bajo las bóvedas del templo del cristianismo; escribió su inmortal obra
de las Confesiones, encarnación viva de su genio y corazón, los cuales, como fundiéndose en
los moldes de la Gracia, produjeron ese libro admirable; en él depositó como en adorable sagrario, hecho con pedazos de su corazón, sus más íntimos pensamientos, sus más profundas
concepciones, sus más ardientes aspiraciones, sus más castos y limpios amores. La Gracia, el
agente maravilloso de su conversión, síntesis portentosa de luz y calor, de idea y amor, corre,
cual savia vivificante, por todas sus venas, unas veces como luz suavísima que alumbra las
misteriosas profundidades de la inteligencia, poniendo ante sus ojos el embelesante cuadro de
los atributos
1
Sol. 1, XIV.
221
divinos, y haciéndonos caer de hinojos ante su soberana majestad; otras veces es fuego abrasador, que quema el alma, son chispas brillantes que brotan del volcán ardiente de su caldeado
corazón; las llamas espléndidas de aquella fragua del amor, no pudiendo contenerse dentro,
pasaron a este santo libro en aquellas encendidas jaculatorias, que son saetas ardientes, que
van a clavarse en el corazón del lector. Y en aquellas oraciones, henchidas de ternura celestial, de fuego abrasador, vivificadas con ideas sublimes, que acercan el espíritu a Dios, fuente
de verdad y de belleza.
Por eso es este libro el gran Poema de la Gracia; en él hay cuadros, pintados con un pincel superior al de Miguel Ángel; episodios conmovedores que dejan en el alma impresiones
profundas que no basta a borrarlas la acción destructora del tiempo; cuadros como el de la
lucha bajo la famosa higuera, que arrebatan y seducen, encantan y regalan, que al leerlo se
agolpan al espíritu muchedumbre de afectos, que pugnan por conquistar el corazón del lector,
afectos de admiración, de compasión, de alegría, por el héroe que lucha, por el héroe que sufre, por el héroe que vence; cuadros como el del puerto de Ostia, llenos de ternura y sublimidad, que arrastran el espíritu al cielo, donde conversan Mónica y su hijo: y la Gracia forma la
trama maravillosa de ese libro; allí están descritos sus grandes triunfos y sus grandes conquistas; allí se ve su inmensa eficacia, moviendo suavísimamente la voluntad; allí se ven las derrotas de nuestra vieja libertad y su impotencia para todo lo sobrenatural, y, por ende, su
grande necesidad; allí está escrita toda la historia del espíritu humano con todos sus errores y
pecados, con todas sus luces y altísimas virtudes; allí… pero ¿a qué enaltecerle, lector, ese
poema, esa historia, que seguramente habrás leído, saboreando sus bellezas? Este libro con
sus encantos, con su hermosura sin igual, con sus divinos pensamientos, descubriendo la psicología de aquel Santo, te convencerá, mejor que todos los raciocinios, de que transformación
tan singular y divina, tan profunda y admirable, verificada bajo la higuera, es obra de lo alto,
de una causa sobrenatural.
222
V
Nuestra tesis se corrobora más ponderando la insuficiencia de las causas que pueden traer
los racionalistas.
Tengo para mí, que muchos de éstos no verán en esa conversión ningún fenómeno admirable. Leuba, por ej., quien «en las vidas religiosas accesibles al psicólogo, nada ha encontrado que reclame la admisión de influencias sobre humanas»; consecuente con sus principios,
rechazará aquí toda causa sobrenatural. Pero éste y otros que dicen lo mismo, nos dan, diremos con el P. Cantera, lástima y compasión; éstos fácilmente admitirían que hay efecto sin
causa. Dirán algunos que una reacción moral (con que también explican la conversión del
mundo) es la única causa que puede señalarse. Agustín, dándose cuenta del abismo en que
yacía, reaccionó, saliendo de él. Contesto que eso de reacciones tendrá lugar en la física y
química; pero el mundo psicológico es muy delicado y espiritual para que pueda explicarse
por las leyes físico-químicas. La voluntad, cuanto más se sumerge en el abismo del mal, es
más impotente cada vez para levantarse, o sea, la reacción es más imposible; bien hemos probado esto con las palabras del mismo San Agustín.
Otros dirán que la filosofía neoplatónica es causa suficiente, porque según dice el mismo
San Agustín1 los neoplatónicos son los que más se acercan a los cristianos.
Respondo concediendo que Agustín se imbuyó en las doctrinas de aquellos filósofos; pero aun prescindiendo de la influencia del cristianismo en la formación de aquel sistema,
¿quién se atrevería a comparar las sublimes especulaciones del nuevo convertido con las nebulosidades de aquella escuela? ¿Quién osaría parangonar las altísimas concepciones de
Agustín con las del mismo Plotino, el más filósofo de aquella escuela, confusa amalgama de
panteísmo emanatista, de teurgia, misticismo y cristianismo, último grito de desesperación de
la razón pagana, adúltera de la verdad, que agonizaba ya en el impúdico lecho de sus errores?
Además, el neofilatonismo
1
De vera religione.
223
era impotente para transformar su corazón.
No pocos dirán con la escuela de Ritschl, que se da una experiencia inmediata, que alcanza instintivamente ciertas verdades, a las cuales no se llega por el conocimiento ordinario;
Agustín tuvo en su conversión esta experiencia de las verdades cristianas, y ella le movió a
abrazar el cristianismo. A lo cual hay que decir que aun prescindiendo de la grande afinidad
que existe entre esta teoría y el inmanentismo religioso, condenado por el gloriosísimo Pío X,
es a todas luces insuficiente para explicar el fenómeno de que estamos tratando; pues ¿cómo
confundir con la experiencia instintiva la clarísima intuición de Agustín? Además, esa experiencia es incapaz de transformar su corazón; pues, ¿acaso las llagas de éste se curan con los
rayos de la inteligencia? Tienen las ideas, por vivamente que se sientan, fuerza bastante por sí
solas para levantar repentinamente el corazón, cuando yace sepultado en el muladar del vicio,
aun admitiendo la fuerza que quería atribuirles Jounée? ¿Acaso ha podido alguna vez disipar
el sol de la inteligencia humana todos los espesos nubarrones de la corrupción? La conversión
de San Agustín es más admirable en cuanto a la voluntad que a la inteligencia.
Dirán no poco que... pero no perdamos el tiempo en rebatir teorías que están reñidas con
el sentido común. Los racionalistas dirán cualquier disparate, por enorme que sea, con tal de
rechazar el influjo sobrenatural de la Gracia, y no abatir sus frentes ante la doctrina, católica.
Acudirán tal vez a «esas actividades maravillosas que se supone que existen dentro de nosotros, sin que sospechemos en su existencia y a las que se ha recurrido para explicar ciertos
fenómenos súbitos y cambios inexplicables por medios ordinarios»1 o modernismo; sentarán
sus reales con Bergson, admitiendo su intuicismo insensato, o con Myers, abrazando sus teorías acerca del yo; dispuestos están para seguir todos los desvaríos de la razón, antes de humillar sus cabezas ante la sublime grandeza del dogma católico; que eso nunca lo hará, pues no
se lo permite su bandera, la
1
Salvador N. González. —Psicología, Lec. 27—. Viose la refutación contundente y profunda de ese error en el
brillantísimo discurso pronunciado por nuestro ilustre P. Cantera en el Centenario de Suárez en Granada e
intitulado: «El inmanentismo y la filosofía Suarista».
224
misma que enarbolara el primer racionalista, Lucifer, allá en el Cielo cuando tuvo lugar el
tremendo drama de la rebelión; su bandera es la bandera de la soberbia, la que izó él mismo
en los primeros días del mundo, en la infausta tragedia del paraíso injertándola en el árbol de
la vida humana; la que entregó a los hombres, y ha cobijado bajo su sombra a todas las inteligencias rebeldes de todos los tiempos y que pasando de generación en generación sobre todo
por las manos de los heresiarcas, llega hasta nuestros días, en que ondea victoriosa sobre las
cúpulas de las universidades y cátedras de Europa y América y de otras partes, no sé si enlutada, cual mortaja para envolver el cadáver de la sociedad moderna, muerta por sus pecados, o
enrojecida, chorreando la sangre caliente de la guerra europea y de mil revoluciones. Nosotros, los que seguimos la bandera inmaculada del Verbo hecho carne, del ilustre Vencedor del
infierno, del soberano Príncipe de la Ciudad de Dios, debemos combatir siempre contra ese
impío ejército, capitaneado por Luzbel, y acampado en los alcázares de la soberbia; por eso
debemos bajar con humildad nuestras cabezas ante los profundos misterios del sobrenaturalismo católico; por eso debemos reconocer en la Conversión de San Agustín uno de los grandes trofeos de la Gracia, una de las grandes conquistas del Rey inmortal de los siglos, a quien
solo se debe la gloria y honor de esa victoria singular.
FR. VICTORINO CAPÁNAGA DE S. AGUSTÍN
Marcilla, 10 de Abril de 1919.
❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉
LOS SEIS MÁRTIRES JAPONESES,
TERCIARIOS DE N. P. S. AGUSTÍN,
BEATIFICADOS POR PÍO IX
(7 de Julio de 1867)1
Una expresión de asombro, cuando no un gesto de protesta respetuosa, produjo en no pocos religiosos de nuestra Orlen la lectura de las nuevas lecciones históricas que trae nuestro
Breviario el día 28 de Septiembre, fiesta de los bienaventurados Juan Chocombuco y Compañeros mártires japoneses. Nada tiene de extraño: todos hemos sido iniciados en la brillante
historia de nuestra Recolección, empapándonos en las admirables páginas de nuestras Crónicas que son y serán siempre la veneranda ejecutoria de la gloriosa Orden recoleta; y en ellas
hemos aprendido que entre los dichosos compañeros de martirio del beato Juan Chocombuco,
beatificados por Pío IX, hay tres santos mártires que con todo derecho nos pertenecen, como
que eran hijos espirituales de nuestros Beatos Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio,
compañeros y Coadjutores de éstos en la predicación del Evangelio, por ellos incorporados a
la Tercera Orden Agustiniana.
Sin pretender menoscabar lo más mínimo la grande autoridad que, aun en materias históricas, tienen los libros litúrgicos; usando de la libertad que la Santa Sede nos concede, al declarar por la Sagrada Congregación de Ritos en Decreto del 28 de Noviembre de
1
Véase el BOLETÍN de 1916, págs. 36, 89 y 138.
226
1914 (Acta Apostolicae Sedis, vol. VI, pág. 63), que al aprobar los Oficios particulares de
Diócesis y Órdenes religiosas, y sobre todo las Lecciones del 2.º Nocturno «nullo modo intelligi ac dici posse diremptas quaestiones historicas circa res gestas, in eisdem Propriis et Lectionibus commemoratas, ac potissimum circa Sanctorum vel Beatorum, maxime antiquioris
aevi, monachatum eorumque pertinentiam ad unum vel alium Ordinem»; y, por último, para
secundar los laudables intentos de la misma Santa Sede, manifestados en la Circular de dicha
Sagrada Congregación de Ritos, de fecha 12 de Mayo de 1912, encargando un concienzudo
estudio sobre las modificaciones que proceda introducir en las Lecciones del 2.º Nocturno de
los Oficios particulares, vamos a estudiar desapasionadamente la cuestión, comenzando, para
que nos sirva de guía en el orden de nuestro trabajo, por lo que se consigna en las referidas
lecciones del Breviario.
Al relatar el Breviario (Prop. Ord. Erem. Recollect. S. Augustini, d. 28 Sept.) la célebre y
sangrienta persecución religiosa que a principios del siglo XVII se desencadenó en el Japón
contra todos los que profesaban la fe de Cristo, y en especial contra los misioneros y sus cooperadores, dice: «Inler hos eminuere viri sex japonenses, scilicet, Joannes Chocumbuco,
Laurentius Scizo, Mantius Xizizoiemon, Petrus Cufioie et Michael Chinosci, qui a beato
Bartholomeo, Ordinis S. Augustini, per Evangelium Christo geniti ac tertio Augustiniano Ordini adscripti, Religiosis in propragatione fidei intrepide ministrabant; quos beatus Bartholomaeus ad martyrii palmam praeire, valde gavisus est».
Seguidamente se afirma que dos de los mártires nombrados, Juan y Miguel, eran respectivamente catequista y familiar del B. Bartolomé, quien los había dejado en Nangasaqui, donde luego se les juntaron los otros cuatro bienaventurados compañeros de cárcel y martirio.
Estando ya los en la cárcel de Nangasaqui, el B. Bartolomé «discipulos suos paterne solari curavit, tertii Ordinis habitum ad singu!os mittens».
Y termina finalmente la relación del Breviario diciendo que estos seis gloriosos mártires
recibieron la corona del martirio el día 28 de Septiembre de 1630.
227
I
Filiación espiritual de los seis mártires
¿Los seis mártires japoneses eran hijos espirituales del B. Bartolomé Gutiérrez, y fueron
por éste agregados a la Orden Tercera de N. P. S. Agustín? Suponemos con suficiente causa
que el redactor o comisión que compiló las lecciones del Breviario se guió en su trabajo por lo
que dice el P. Boero de la Compañía de Jesús, en su obra Relazione della gloriosa morte di
ducento e cinque Beati Martiri nel Giappone - Roma 1867 —obra de indiscutible mérito y de
un valor innegable, como que teda ella está escrita con datos preciosísimos tomados en gran
parte de los mismos procesos que se instruyeron en la Causa de los mártires.
Ahora bien, veamos lo que dice el P. Boero en relación con nuestros mártires: «Contiene
(este martirio) te vittorie di sei fortisissimi cristiani giapponesi, stati giá catechisti, opiti e familiari dei Padri di S. Agostino, e da essi ascritti al lerzo Ordirie della medessima regola.
Or di tutti questi ecco ció che depone uno dei testimonii giurati: «Interrogato il dello testimonio, se conobbe Giovanni Cocumbuco, catechista del P. Bartolomeo Gutiérrez, e Pietro e
Tomaso Cufioie e Lorenzo Seizo e Michele Chinosci e Mancio Xizizoiemon, fratelli del terzo
Ordirie di S. Agostino; rispose, che stelle presente al loro martirio, e li vide tutti coi suoi occhi
decapitare. Disse di piu, che prima stettero carcerati in Nangasachi piu di un anno, perché
aiutavano i Padri nella predicazione dell' evangelio, e quando questi servi di Dio andarono al
martirio, perché non cessavano di predicare e parlare di Dio, vide esso testimonio, che furono
lor messe in bocca certé funi, come morso, affinché non potessero parlare ne predicare». Un
altro poi aggiunge d'aver egli stesso per commessione avutane dal P. Gutiérrez portato nella
carcere ai delli Martiri l'abito del terzo Ordine di S. Agostino, e averli poi veduti Coi suoi
occhi decapitare vestiti dei medessimi abiti e cinture». Hasta aquí el P. Boero en la obra citada, pág. 150.
Se trata, pues, de seis bienaventurados mártires que habían sido catequistas, caseros y
familiares de los Padres de S. Agustín, y,
228
por los mismos Padres, agregados a la Orden Tercera. Éste es el concepto general que de los
mártires y de su filiación se formó el P. Boero después de estudiar los procesos. Bien se cuidó
de no afirmar que habían sido adscriptos a la Orden Tercera por el B. Bartolomé Gutiérrez,
pues a renglón seguido hubiera visto debilitada su afirmación cuando deja escrito que el B.
Juan Chocombuco era catequista del B. Barlotomé, y los otros cinco, terciarios de la Orden de
S. Agustín; concepto este repetido muchas veces en los mismos procesos apostólicos, y clarísimamente expresado por el Padre Boero al principio de su relación: «contiene este martirio
las victorias de seis fortísimos cristianos japoneses, que habían sido catequistas, caseros y
familiares (no del B. Gutiérrez, sino) de los Padres de S. Agustín, y por ellos adscritos a la
Orden Tercera de la misma regla».
Nótese de paso que el mismo redactor de las lecciones del Breviario no pudo sustraerse a
lo afirmado unánimemente por los testigos que actuaron en el Proceso y por el P. Boero,
cuando determina la causa por la cual fueron encarcelados nuestros seis invictos japoneses:
Religiosis in propagatione fidei intrepide ministrabant, nos dice el Breviario; perché aiutavano i Padri nella prediazione dell’ evangelio, había escrito el P. Boero, copiándolo literalmente
del Proceso de Macao; palabras que se repiten en el Summarium, fol. 234 (Japponens. Canoniz. seu declarationis martyrii Ven. Serv. Dei Alphonsi Navarrete, etc., etc. - Vid. Boletín de
la Prov. de S. Nicolás, n. 68, pág. 89). Por donde se ve clara y terminantemente que no era el
B. Bartolomé el único Religioso a quien servían los terciarios japoneses. Había otros indudablemente, y no eran otros que los Padres Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, quienes con el P. Bartolomé Gutiérrez. eran «quanti di quel sacro Ordine (agostiniano) v'avea
allora nel Giappone» (Bartoli: Istoria della Compagnia di Gesú —Il Giappone— Libro V,
pág. 22). Y con esta declaración que nos hace Bartoli, adquieren su justo valor las citadas
palabras del P. Boero: «comprende este martirio las victorias de seis fortísimos cristianos japoneses que habían sido catequistas, caseros y familiares de los Padres de S. Agustín, y por
éstos afiliados a la Tercera Orden».
Continúa el P. Boero consignando algunos testimonios de los testigos
229
que depusieron en la Causa de los mártires, y dice: «Un altro poi aggiunge d'aver egli stesso
per commissione avutane dal P. Gutiérrez portato nella carcere ai detti martiri l'abito del Terzo Ordine di S. Agostino», palabras trasladadas después al oficio de los mártires del modo
siguiente: «Tertii Ordinis habitum ad singulos mittens...»
Juzgamos que ni el P. Boero, ni el redactor de las lecciones del Breviario, tradujeron
fielmente lo que a este respecto nos dice el Proceso Apostólico; pues el único texto pertinente
que hemos visto dice así: Et interrogato detto Testimonio sopra Giovanni Dogmatista del P.
fra Bartolomeo; Rispose qualmente lo connobe per frate professo della Retigione di Sant'Agoslino, nel qual habito fu decapitato, il qual abito detto Testimonio li aveva dato nella Carcere d'ordine del Servo di Dio fra Bartolomeo, il quale lo pregó per lettere dall'istessa Carcere
d'Omura... Et interrogato detto Testimonio sopra Mancio, e Michele, rispose, che furono decapitati insieme con i suoi abiti, e correggia di Sant'Agostino, e detto testimonio glie l'aveva
fatti dare». (Summarium cit. pág. 69). Éstos son los únicos mártires que, ateniéndonos a los
Procesos, recibieron el hábito y correa por mediación del testigo que no es otro que el portugués Odoardo Correia, de quien nos ocuparemos frecuentemente en este escrito.
El B. Juan Chocombuco recibió, pues, el hábito de manos del testigo por encargo expreso
que éste tenía del B. Bartolomé; otros dos mártires lo recibieron del mismo testigo, y aunque
no nos dice que entregó el hábito a estos mártires por comisión del P. Bartolomé, se puede
presumir que fue así, pues nos consta que este infatigable misionero estuvo preso en la cárcel
de Nangasaqui con tres de los terciarios japoneses que estaban a su servicio y con los cuales
había sido prendido. Nos lo dice el B. Antonio Pinto, insigne mártir de la Compañía de Jesús:
«Fui condotto a una stretta prigione, dove travai il P. Fra Bartolemeo, e il suo catechista Giovanni, e due suoi servidori, tutti quattro con gran ceppi di fierro a'piedi...» (Bartoli, Libro V,
pág. 20). Uno de los dos servidores era Miguel (P. Boero, pág. 153). De este modo se explica
perfectamente que el testigo en cuestión hubiese proporcionado el hábito por encargo del
230
B. Bartolomé a los tres nombrados, catequista servidores o Criados.
En cambio, es preguntado el testigo sobre los otros tres japoneses (Lorenzo, Pedro y
Tomás) y se concreta a decir «que eran terciarios y murieron decapitados, con el hábito y Correa de S. Agustín» (Process. Apost. de Macao, fol. 69 v.º). ¿Y por qué esta diferencia de tratamiento entre unos y otros mártires? ¿Por qué a tres de ellos se proporciona el hábito y correa
por encargo expreso del B. Bartolomé, y así se hace constar en la deposición testimonial; y al
declarar, a renglón seguido, sobre los otros tres gloriosos mártires, se omite esta circunstancia
que se creyó interesante al deponer sobre los primeros?
Esta diferencia de tratamiento nos la explica el mismo Proceso Apostólico: «Et interrogato detto testimonio sopra Lorenzo, Pietro e Tomaso terzarii delli Scalzi di sant'Agostino, rispose che morsero decapitati in Nangasachi nell'istesso giorno et ora e detto testimonio li vidde
con suoi occhi decapitare, e tutti con li habiti e corregia di Sant'Agostino: e che erano terzarii…» (Japponeus seu Indiarum - Beatificat. et Declarationis Martyrii Servorum Dei Angeli
Orsuccii, etc., etc. - Processus remisorialis, fol. 69. - Palabras que se copian literalmente en el
Summarium. Vid. Boletín… n. 68, pág. 90, y n. 69, pág. 149).
Estas líneas del Proceso Apostólico nos lo dicen todo: si el B. Bartolomé Gutiérrez estuvo preso en la cárcel con tres discípulos suyos; si procuró que a los tres se les diera el hábito y
correa de San Agustín para sufrir el martirio, fue porque los otros tres reconocían otra paternidad espiritual: porque eran terciarios de los Descalzos de S. Agustín. Juntamente con el
infatigable apóstol Bartolomé, cultivaban también aquella parte de la viña del Señor los invictos mártires recoletos Francisco y Vicente, compañeros en la predicación del Evangelio, después en la prisión y, finalmente, en el martirio.
Así se explica que se haga constar en el Breviario que los seis bienaventurados mártires
RELIGIOSIS… intrepide ministrabant; y que diga el P. Boero que los seis eran catechisti, ospiti
e familiari dei PADRI di S. Agostino, e da essi ascritti al terzo Ordine; y que deponga un testigo que los seis invictos japoneses fueron
231
martirizados perché aiutavano i Padri nella predicazione dell'Evangelio.
En resumen: de cuantos datos aportan los Procesos que sirvieron para la causa de Beatificación de nuestros mártires, sacamos las siguientes conclusiones:
1.ª Que los seis gloriosos mártires japoneses eran cooperadores de los Padres Bartolomé Gutiérrez, Francisco de Jesús y Vicente de S. Antonio en la predicación
del Evangelio;
2.ª que eran Terciarios de N. P. S. Agustín;
3.ª que los seis recibieron el martirio vestidos con el hábito y correa de Terciarios;
4.ª que tres de ellos son llamados en el Proceso Apostólico de Macao Terciarios de los
Descalzos de S. Agustín;
5.ª que el mártir Juan Chocombuco era catequista del P. Bartolomé, quien le envió el
hábito por medio del testigo Correia, cuando aquél estaba en la cárcel de Nangasaqui; así como lo recibieron también en la cárcel (por mediación del mismo
Correia) los mártires Mancio Xizizoiemon y Miguel Chinosci.
Ahora bien, las transcritas afirmaciones del Breviario ¿se ajustan a lo que nos dice el Proceso y Sumario? No; porque ni una sola vez se dice en los Procesos que los seis mártires japoneses fueran hijos espirituales del B. Barlolomé (a beato Bartholomeo… Christo genito), ni
que por éste fueran agregados a la Orden Tercera (tertio Augustiniano Ordini, adscriptis), ni
que a los seis enviara el hábito (tertii ordinis habitum ad singulos mittens), como nos dicen las
lecciones litúrgicas.
* * *
Y esto en cuanto se refiere al Proceso Apostólico y demás documentos que sirvieron para
la Causa de los mártires; que si de aquí pasamos a las noticias que nos ha trasmitido la historia, plenamente nos convenceremos de que tres de los seis mártires japoneses eran catequistas
cooperadores de los invictos mártires Francisco y Vicente, gloria de la Recolección agustiniana; y que, por consiguiente, de éstos recibieron el hábito de Terciarios, que tan generosamente
bañaron con su sangre.
232
Así lo atestigua en primer lugar el mismo testigo Odoardo Correia (o Duarte Correa como
lo llaman otros) portugués de nación, capitán de navío, quien después de haber presenciado
muchos martirios en diversas localidades del Japón, obtuvo él también la palma del martirio
en la ciudad de Omura, mes de Agosto de 1639 (Martyrologe de l'Eglise du Japon, Tom. II,
pág. 130). Fue amigo fidelísimo y constante bienhechor de nuestros Beatos Francisco y Vicente, e intervino como testigo en muchos de los procesos que se hicieron en la Causa de los
Mártires del Japón.
El mismo testigo, pues, Correia, a quien hemos visto deponer en el Proceso Apostólico de
Macao como testigo de vista, escribió una carta, a raíz del martirio, dirigida al Padre Provincial de Agustinos Descalzos de Filipinas. En ella se expresaba así: «Habiendo cerrado la que
va con ésta, se ofrecieron varios negocios en esta ciudad (Omura), con lo cual los Hijos de V.
P. (Padres Francisco y Vicente, presos en la cárcel de Omura) tuvieron ocasión de escribir
segundos pliegos en que darán cuenta de los negocios, y de los gloriosos mártires de esa Sagrada Religión. Fueron diez; los siete pertenecientes a los PP. Descalzos, y los tres a los
Agustinos. Todos iban con hábito de su religión…» (Crónicas de nuestra Orden, Tom. II, pág.
152).
No hacemos ningún comentario a estas terminantes palabras del noble portugués; pero sí
haremos notar que efectivamente fueron diez, como veremos más adelante, los heroicos japoneses que confirmaron su fe con el martirio en la ciudad de Nangasaqui. De los seis beatificados, tres de ellos pertenecen a los Descalzos según el testimonio de Correia.
2.º La información que se hizo ante el Ilmo. Sr. D. Fr. Pedro de Arce, Obispo de Cebú y
Gobernador del Arzobispado do Manila, a 23 de Abril de 1631, a petición del Cabildo, Justicia y Regimiento de Manila; en la cual información nueve testigos declaran haber presenciado
el martirio de los seis japoneses, reconociendo que tres de ellos pertenecían a los Descalzos de
S. Agustín como catequistas que eran de los PP. Francisco y Vicente (Crónicas de nuestra
Orden, Tom. III, pág. 334. - Conquistas… (del P. C. Díaz, Revista Agustiniana, tom. III, pág.
544).
3.º El Proceso Ordinario que de estos y otros mártires se hizo
233
en el mismo Manila ante el Ilmo. Sr. D. Juan de Rocha, Obispo de Hierópolis y Gobernador
Eclesiástico de Goa, donde deponen siete testigos (entre ellos el venerable Correia) que pertenecen a los Descalzos tres de los nombrados mártires japoneses (Crónicas... tom. III, pág.
334). Y aunque supongamos que estos dos procesos no llegaran a Roma por las dificultades
de aquellos tiempos, no puede desvirtuarse en lo más mínimo su importancia histórica.
El Proceso que se instruyó en Macao en 1637 a petición de nuestra Apostólica Provincia
de S. Nicolás, siendo Gobernador del Obispado el M. R. P. Fr. Pedro de S. Juan, de la Orden
de Predicadores. En este Proceso en que deponen 36 testigos se expresa específicamente que
tres de los mártires (Juan, Miguel y Tomás) eran catequistas y criados del P. Bartolomé, y los
otros tres, de los Padres Francisco y Vicente; y aunque la mayor parte de los testigos ignoraban la filiación espiritual de los mártires dichos, no faltó quien los reconociera en la forma
que hemos dicho. (Proceso Ordinario de Macao. - Vid. Boletín de la Prov. de S. Nicolás, n.
69, pág. 155).
Aunque pudiéramos traer en favor de nuestra tesis autoridades históricas de gran valía,
remitimos al lector a los que citaremos más adelante. Solamente nos permitimos citar dos
autores de opuestos bandos: el P. Fr. Andrés de S. Nicolás y el P. Casimiro Díaz.
El P. Andrés de S. Nicolás, en una obra escrita en Roma a mediados del siglo XVII y dedicada a Alejandro VII, dice textualmente: «In eo glorioso agone tres Fratres laici numerantur, qui duorum venerabilium Patrum comites sociique peregrinationum fuerunt, ab ipsis ad
nostrarn admissi professionem... scilicet Petrus a Matre Dei..., Laurentius de Sancto Nicolao…, Augustinus a Jesu et Maria». (Provenlus Messis Dominicae, Manipu!us Sextus). Impreso en Roma, año de 1656; la licencia es de Octubre de 1652).
El P. Casimiro Díaz, después de dar algunas noticias sobre el martirio de Nangasaqui,
añade: «Los mártires de la Reforma fueron tres: Lorenzo, Pedro y Tomás». (Conquistas espirituales de las Islas Filipinas. - Revista Agustiniana, Tom. III. pág. 545).
Reconocen, finalmente, a los Recoletos sus tres gloriosos mártires (beatificados) cuantos
autores antiguos y modernos han escrito
234
de esta materia. Pueden verse entre otras las siguientes obras: P. Cardim S. J., «Catalogus
Regularium qui in Japponiae regnis violenta morte sublati sunt»; Roma, 1646. - «Crónicas de
los Descalzos de N. P. S. Agustín», Tom. II, pág. 150. - P. José de la Concepción: Reseña
histórica... vid. Boletín de la Prov. de S. Nicolás, n. 73, pág. 374. - Sacra Eremus Augustiniana (1658) Libr. I, pág. 86. - P. Manuel Jiménez: Mártires Agustinos del Japón, pág. 242. Martyrologe de l'Eglise du Japon, Tom. I, pág. 118.
Después de los documentos examinados que aclaran y confirman cuanto se dice en los
Procesos; ante testimonios tan respetables ¿se puede dudar de que pertenecen a los Agustinos
Recoletos tres de los seis mártires beatificados por Pío IX?
Luego si nos pertenecen con todo derecho; si no se puede comprobar con ningún documento que los seis mártires en cuestión recibieron el hábito de Terciarios de manos del B.
Bartolomé, ni tampoco que fueran sus hijos espirituales; si no consta, finalmente, ni por los
Procesos ni por la historia, que el mismo B. Bartolomé enviase a los seis mártires el hábito
cuando estaban para sufrir el martirio; si no consta nada de esto, sino todo lo contrario..., no
debió consignarse en las lecciones del Breviario.
II
Cuáles son los tres Beatos de nuestra Orden
Después de haber demostrado que tres de los Beatos japoneses pertenecen con toda razón
y derecho a los Agustinos Recoletos o Descalzos, demos un nuevo paso adelante tratando de
individualizar los seis gloriosos mártires de Nangasaqui.
Ya hemos dejado consignados los nombres de los seis según nos los dan las lecciones del
Breviario, tomándolos de las Actas del Proceso Apostólico. Son éstos, Juan Chocumbuco,
Lorenzo Scizo, Mancio Xizizoiemon, Pedro y Tomás Cufioie y Miguel Chinosci.
También hemos visto que en el mismo Proceso Apostólico, así como en el Summarium,
se llaman Terciarios de los Descalzos de S. Agustín a los mártires Lorenzo, Pedro y Tomás,
nombres que repitió más tarde el P. Díaz en sus Conquistas Espirituales (Revista Agustiniana,
Tom. III, pág. 545), por haber tenido conocimiento,
235
al parecer, del susodicho Proceso, como nos lo hace conjeturar el cotejo de las pocas noticias
que nos da, con el contenido del Proceso.
En vista de este testimonio (el Proceso), creeríase que no había lugar a duda, toda vez que
allí se establece con firmeza categórica que los tres Beatos que pertenecen a la Recolección
Agustiniana no son otros sino los allí mencionados: Lorenzo, Pedro y Tomás. Pero los documentos que sumariamente vamos a producir nos inducen poderosamente a rectificar en parte
lo afirmado en el Proceso.
Anotemos, entretanto, que la duda (si pudiera subsistir después de lo que diremos) recaería solamente sobre los beatos Mancio y Tomás, pues está fuera del campo de la discusión que
así como los beatos Juan Chocombuco y Miguel Chinosci fueron discípulos y coadjutores del
B. Bartolomé, del mismo modo lo fue Lorenzo Szizo del B. Vicente de S. Antonio, y Pedro
Cufoie del B. Francisco de Jesús.
Contrariamente, pues, a lo consignado en el Proceso Apostólico (Beatif. et Declarat. Martyrii Servi Dei Angeli Orsuccii, etc., etc., fol. 69) y copiado en el Summarium al n. 76 (Et
interrogato detto testimonio sopra Lorenzo, Pietro e Tomaso Terziarii delli Scalzi di San'Agostino) hemos creído siempre que los tres mártires de los Descalzos son y se llaman Lorenzo, Pedro y Mancio, de consonancia con lo que dice el P. Andrés de S. Nicolás (Proveutus
Messis Dominicae, Manipulus Sextus):
«Antequam ex hac terrestri ac laboriosa vita Franciscus et Vincentius ad domicilium discederent sanctorum, dum vinciebantur in carcere, consolationem non minimam hauxerunt ex passione filiorum quos in Christo Jesu vere genuerant… Persecutione enim in cunctos Christianos saeviente… tres fratres laici numerantur qui duorum venerabilium Patrum comites, sociique peregrinationis fuerunt, scilicet:
Petrus a Matre Dei Maiezova in Oxuensi, a patre gentili et christiana matre natus
non ilIum errantem sed hanc coeli iter suscipientem subsecutus, a venerabili Patre
Francisco, jam juvenis, fidei mysteriis iniciatus, Augustinianique Ordini dicatus:
ejusdem laborum consors, et assiduus socius, in montibus de Ioquemura, cum ipso
fuit comprehensus.
Laurentius de S. Nicolao in oppido di Sasoco regni Vomurae,
236
parentibus piis, et christiana fide imbutis, ortus... valedicens mundo et ejus vanitatibus, in sodalitatem nostram cooptatus... (es7); curabat infirmos et auxilio pio juvabat
moribundos, ac mullos ad Dei alliciebat cognitionem, cum in insula de Firoxima est
interceptus.»
Augustinus a Jesu Maria, antequam Magno Patri Augustino vitae seriem daret,
appellatus Mantius, nobiles parentes habuit in regno de Cicuyo, unde advenerat Nangasaquium..., Augustinianae Reformationis a Venerabili Vincentio attractus, suae
praedicationis comes eligitur: in ejusque contubernio, quousque a ministris Tyrannis
captus est, permansit».
Téngase presente que el P. Andrés de S. Nicolás se expresaba así en 1651 ó 52, unos
veinte años después del glorioso martirio, y en una obra escrita en Roma y dedicado al reinante Pontífice: lo que da a sus afirmaciones un valor más que ordinario.
En efecto: nuestro escritor, durante el tiempo transcurrido desde el martirio, pudo procurarse noticias exactas tanto de los mártires como del martirio; y que realmente las obtuvo nos
lo insinúa el habernos transmitido los nombres de religión como se usaba entre nosotros, datos biográficos sobre cada uno de lo mártires, género de vida que llevaron durante casi doce
meses que estuvieron en la cárcel de Nangasaqui, y, finalmente, preciosos detalles de su dichoso martirio. Es admirable la perfecta concordancia que se observa entre los datos que
aporta el P. Andrés y los que nos dan los Procesos sin excluir el Apostólico de Macao; con la
única variante (por lo que a éste se refiere) de corregir el nombre de Tomás, poniendo en su
lugar a Fr. Agustín de Jesús Maria (Mancio).
Que el B. Mancio (y no Tomás) fue mártir de la Recolección nos lo dice también el Proceso Ordinario de Macao hecho a petición de nuestra Provincia de Filipinas en 1637. En el
artículo 3.º del interrogatorio se proponen los mártires Juan, Miguel y Tomás intérpretes y
catequistas del P. Bartolomé Gutiérrez; Mancio y Lorenzo, del P. Vicente de S. Antonio; y
Pedro, del P. Francisco de Jesús. Y aunque la mayor parte de los testigos no supieron precisar
la filiación espiritual de los mártires japoneses, no faltan testigos que los reconocieron como
queda dicho. En cambio, ni uno solo osó alterar la filiación que les daba el Postulador de la
Causa.
237
Otro precioso testimonio en favor de Mancio de los Descalzos, nos lo da el P. Andrés del
Espíritu Santo. Fue quizá el primer Recoleto que escribió sobre los mártires del Japón. Cuando sucedió el martirio (y muchos años después) estaba en Filipinas y pudo comunicarse con
los testigos de vista que depusieron en el Proceso de Manila. En el año 1640 escribió una Relación interesante que cuatro años más tarde aún se conservaba inédita. De ella hace mención
Herrera en su Alfabeto Agustiniano (Tom. II, pág. 256) y de la misma Relación trasladó indudablemente las pocas noticias que nos dejó de los mártires.
«Petrus de Matre Dei, alias de Spiritu Sancto, laicus Congregationis Excalceatorum Hispaniae... die 28 Octobris ann. 1630 in urbe Nangasaquii in regnis Japoniae martyrium consummavit. (Herrera. - Alphabetum Augustinianum; Tom. II, pág. 256. - Matriti 1644).
Laurentius de S. Nicolao laicus (et Luissius Geicemon) uterque Congregationis Excalceatorum Hispaniae in Japonia proles; ille Nangasaquii die 28 Octobris 1630, martyrium consummavit. (Ibid., Tom. II, pág. 12).
Augustinus de Jesu et Maria laicus Congreg. Excalceat. Hispaniae, et Japoniae nationis
gloria, Nangasaquii die 28 Octobris 1630 capitis abscisione catholicam veritatem... illustravit.
(Ibid. Tom. I, pág. 35).
Dos años después de la obra del P. Herrera (1646) se publicó en Roma el Catalogus Regularium qui in Japponiae regnis... violenta morte sublati sunt, por el P. Cardim de la Compañía de Jesús, y en este catálogo se reconoce al B. Mancio como familiar del B. Vicente de
S. Antonio. Fr. Joannes, Fr. Michael et Fr. Thomas D. Augustini Religiosi; Petrus P. Francisci
de Jesu familiaris; Mantius, Laurentius familiares P. Fr. Vincentii.
Lo mismo que en el siguiente año 1647 publicaba en Bolonia el P. Torelli: Frat'Agostino
di Giesú e Maria, laico de gli stessi Padri Scalzi di Spagna. (Ristretto delle vite degli Huomini
e delle donne illustri in Santitá dell'Ordine Agostiniano, pág. 737).
En favor de nuestra tesis podemos citar también a nuestras Crónicas (Tom. II, pág. 150);
y aunque se pretendiera desvirtuar su valor probativo alegando que las Crónicas copian al P.
Andrés de
238
S. Nicolás, añadiremos nosotros que no solamente dicen cuanto se lee en Proventus Messis
Dominicae, sino que añaden que de estos mártires (como de los Descalzos) se hizo Proceso en
Manila (año de 1631) ante el Ilmo. Sr. I). Fr. Pedro de Arce, Obispo de Cebú y Gobernador
del Arzobispado de Manila (Torn. It. pág. 15); y otro Proceso en Goa ante el Ilmo. Sr. D. Juan
de Rocha, en el cual Proceso deponen nueve testigos que reconocen a Pedro, Lorenzo y Mancio como pertenecientes a la Reforma agustiniana. (Crónicas, Tom. Ill, pág. 334).
Y si bien es cierto que en estos dos últimos Procesos se llama a nuestros tres Mártires recoletos con los nombres de religión, no cabe duda de que se trata de los tres beatificados. Así
nos lo dice claramente el P. Andrés de S. Nicolás en las líneas de su obra Proventus… anteriormente trascritas; y más explícitamente aún el autor del Martyrologe de l'Eglise du Japon,
tom. I, pág. 118, donde se lee: «Trois (martyrs) avaient reçu l'habit, plusieurs années auparavant, de la main du P. François de Jésus, qui récompensait ainsi leur services comme dogiques, interprétes et coadjuteurs dans son ministère. C'étaient Pierre Coufioyé, appelé F. Pierre
de la Mère de Dieu; Laurent Fachizo, nommé F. Laurent de Sint-Nicolas, et Mancie Itchizayémon, appelé Fr. Augustin de Jésus-Marie».
Otra prueba, aunque indirecta, nos la da e! ínclito mártir de la Compañía de Jesús, P. Antonio Pinto, quien refiriéndonos su prisión en Nangasaqui, escribe: «Trovai (en la cárcel) il P.
Fra. Bartolomeo, e il suo Catechista Giovanni e due suoi servidori (BartoIi, Lib. V, p. 20).
¿Quiénes eran estos dos servidores o criados del P. Gutiérrez? Ya hemos dicho con el P. Boero (pág. 153) que uno de ellos era Miguel Chinosci, y lo afirma también el Martyrologe de
l'Eglise du Japon (Tom. I, pág. 112); el otro, Tomás Cafioie Terai (ibid. tom. I, pág. 77). Luego los tres restantes, Mancio entre ellos, no eran de los compañeros del B. Bartolomé. Estos
fueron apresados pocos días después del 14 de Noviembre de 1629, probabilísimamente entre
los días 18 y 25 del mismo mes y año, fechas que señalan la prisión de los beatos Francisco y
Vicente (Crónicas, Tom. II, págs. 190 y 195).
Al reparo que podía hacérsenos, a saber: que en el Proceso Apostólico se llama al mártir
Tomás, y no a Mancio, Terciario de los
239
Descalzos de S. Agustín, respondemos que aun cuando ese dato particular merezca respetabilidad por hallarse consignado en un Proceso, no es tanta que impida sostener lo contrario
cuando para ello, hay razones suficientes, como sucede en nuestro caso. Además ese testimonio es del Postulador de la Causa, que presentó los Artículos, materia de las declaraciones, y
bien pudo equivocarse al enumerar los nombres de los mártires. Por lo demás, el testigo se
limitó a declarar lo que entonces interesaba: que los seis mártires que se le proponían habían
padecido el martirio por causa de la fe, que eran Terciarios de S. Agustín y que murieron con
el hábito y correa del mismo santo Patriarca.
Aunque pudiéramos citar más autores en confirmación de nuestra tesis, creemos que basta lo dicho para tener como mártires recoletos a los Beatos Pedro, Lorenzo y Mancio.
Por otra parte, no pocos de los que hemos visto son de escaso valor para nuestro objeto,
por haberse inspirado en las mismas fuentes históricas que nosotros hemos consultado. Algunos, por cierto, con muy poca fortuna; como el P. José de la Concepción, quien en su Reseña
histórica… (BOLETÍN DE LA PROVINCIA DE S. NICOLÁS, núm. 73, pág. 347), hace al B.
Agustín de la Madre de Dios, natural de Mansio en el Japón; y el abate Profillet (Martyrologe
de l'Eglise du Japón), que después de haber llamado a nuestro Mancio con el apelativo de
ltchizaiemon, da otro Mancio al P. Bartolomé Gutiérrez con el sobrenombre de Cheizaiemon;
error muy perdonable en una obra en que aparecen (además de los ya indicados) los siguientes
mártires con el mismo nombre de Mancio: Mancio Chitchizaiemon, decapitado en Nangasaqui el 14 de Abril de 1627; Mancio Chuzaiemon, id. en Omura, el 20 de Septiembre de 1630;
Mancio Izozaiemon, id. en Nucayami el 11 de Enero de 1620; Mancio Saiemon, id. en Jonezawa el 12 de Enero de 1629. A lo cual se ha de añadir que el autor escribe los nombres de los
mártires adaptándolos a la ortografía y pronunciación francesas.
240
III
Verdadera fecha del martirio
Antes de dar por terminados estos apuntes sobre los seis mártires japoneses, permítasenos
discurrir un poco sobre la fecha de este glorioso martirio.
¿Fue en efecto, como se afirma en las lecciones litúrgicas, el 28 de Septiembre de 1630?
Hemos estudiado cuantos documentos podían dar alguna luz sobre este punto, y no tememos afirmar que es mucho más probable, si no cierto, que nuestros héroes japoneses sufrieron el martirio en 28 de Octubre del año dicho.
En el Proceso Apostólico así como en el Summarium que sirvieron para la Causa, solamente una vez hemos visto señalada la fecha 28 de Septiembre (el 8, dice; pero está corregida
auténticamente al margen); y esta fecha nos la da un solo testigo (Odoardo Correia), pues los
demás o ignoraban la fecha precisa, o no fueron preguntados sobre este particular. Sin embargo, como esta fecha (28 de Septiembre) era la única que aparecía en el Proceso Apostólico,
fue tenida como buena, primero para los trabajos que sobre los mártires se publicaron con
motivo de la beatificación (PP. Boero, Jiménez, Viani, etc., etc.); y después, para ser solemnemente consagrada en el oficio litúrgico de los mártires (28 de Septiembre).
Nótese de paso que en el proceso y Sumario referidos afirman algunos testigos que el
martirio sucedió a fines del año 1630.
Veamos ahora si no erró el Venerable Correia al asignar al martirio la fecha 28 de Septiembre, o no fue, más bien, un lapsus calami del copista del Proceso.
El Proceso en que depuso nuestro testigo ser esa la fecha del martirio de Nangasaqui, se
instruyó en los años 1632-33, tres o cuatro años después del martirio; pero con fecha 31 de
Octubre de 1630, el mismo testigo escribe desde Omura al Provincial de Recoletos de Filipinas comunicándole la buena nueva del martirio de Nangasaqui: y se lo comunica como noticia
novísima después de haber cerrado la que va con ésta. Se trataba, pues, de un acontecimiento
que acababa de saber después de haber escrito la carta,
241
que ya tenía cerrada, para el Provincial. Odoardo Correia, como buen mercader portugués de
aquellos tiempos, recorría incesantemente (según él mismo nos lo dice) las poblaciones de
Omura y Nangasaqui que no distan mucho entre sí. Ahora bien: ¿es verosímil, se puede presumir que sólo después de un mes largo llegase a saber el glorioso fin de aquellos esforzados
japoneses que él muy bien conocía por haberles prodigado no pocas atenciones y favores?
Pero ¡si él mismo estuvo presente al martirio! Sí, el testigo presenció el martirio de Nangasaqui (Proceso Ap., fol. 69), pasó a Omura donde estaban encarcelados nuestros beatos
Francisco y Vicente y les anunció la grata nueva de sus aprovechados discípulos y cooperadores. Sólo así se explica aquel párrafo de su carta al Provincial, que dice: «Habiendo cerrado la
que va con esta, se ofrecieron varios negocios en esta ciudad (Omura), con lo cual los Hijos
de V P. tuvieron ocasión de escribir segundos pliegos, en que darán noticia de los negocios y
de los gloriosos mártires», etc., etc. Luego la fecha del martirio debe ser bastante posterior al
28 de Septiembre.
De referirse a esta fecha de Septiembre ¿no hubiera dicho una palabra, siquiera, de los 72
mártires de Omura que padecieron precisamente el 28 de Septiembre ese mismo año? Porque
no se explicaría, no podría concebirse de ninguna manera que, en una carta escrita en Omura
el 31 de Octubre, se hablase del martirio sucedido en Nangasaqui el 28 de Septiembre (supongámoslo), y se guardase el más absoluto silencio sobre otro más célebre y numeroso martirio acaecido en el mismo Omura en idéntico día.
Más aún: con fecha 25 de Octubre del mismo año 1630, el P. Vicente de S. Antonio escribe a su Provincial una detallada carta relatando su prisión y el martirio de 72 japoneses de
Omura acaecido precisamente el 28 de Septiembre de dicho año 1630; pero ni una sola palabra que haga alusión a los mártires de Nangasaqui. ¿Cómo se explicaría este silencio si el
martirio de Nangasaqui hubiera sucedido el 28 de Septiembre? Pudiera ser, observa el P.
Sádaba (Boletín... n. 68, pág. 96), que nuestro Beato no tuviese noticia del martirio de Nangasaqui, y por eso no hiciese mención en su carta. No se puede negar que teóricamente es razonable la explicación que da el P. Sádaba; pero la proximidad de Omura a Nangasaqui (proximidad
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que alega uno de los testigos para justificar lo fácilmente que se sabe en una población lo que
sucede en la otra), y la relativa libertad que tenían los Padres para tratar con los cristianos
japoneses y aun europeos y para escribir con mucha frecuencia, nos persuaden de que para esa
fecha de la carta (25 de Octubre) aún no había sucedido el martirio de Nangasaqui.
De este mismo argumento se vale el P. Casimiro Díaz cuando escribe: «Fue este glorioso
martirio a 28 de Octubre de 1630, como se refiere en la Historia de nuestra Descalcez, y no a
8 de Septiembre como dijeron algunos; pues en la citada carta del V. P. Bartolomé, su fecha
en 27 de Octubre, previene a su Provincial de Filipinas como el Hermano Juan de S. Agustín
(Chocumbuco) era Religioso nuestro y que estaba preso en Nangasaqui para padecer martirio;
y, distando poco aquella ciudad de la de Omura donde estaba el bendito Padre, no pudiera
habérsele ocultado el martirio de su hijo tanto tiempo, si se hubiera ejecutado a los 8 de Septiembre. (Conquistas... Rev. Agust. n. 17, pág. 547).
Ya hemos dicho que uno de los testigos que deponen en el Proceso Apostólico declara
que el martirio de los seis terciarios japoneses sucedió a fines del año 1630. Pues bien, al referirse a los 72 mártires de Omura, dice, en consonancia con la verdad, que fueron martirizados
en Septiembre de 1630. ¿Es creíble que, si ambos martirios hubiesen sucedido en un mismo
día, dijera del uno que había sido en el mes de Septiembre, y del otro, que a fines de año?
Luego constando ciertamente que el martirio de Omura sucedió a 28 de Septiembre, el otro, el
de Nangasaqui, debió tener lugar en otra fecha posterior; a fines del año, como dijo el testigo.
Todo nos lo explica otro Proceso que por los años de 1637-38 se instruyó en Macao a instancia, como ya hemos dicho, de nuestra Provincia de Filipinas, y que se conserva en el archivo de la Sagrada Congregación de Ritos bajo el n. 877. En este Proceso se dice categóricamente que los seis mártires, de que nos ocupamos, padecieron el martirio un lunes, 28 de Octubre de 1630, cuatro horas después de mediodía. Así lo dice, es verdad, el Postulador en los
Artículos del Proceso: varios testigos confirman esa misma fecha; y los que no lo hacen, declaran que el martirio fue en el mes de Octubre. Ni uno solo menciona el mes de Septiembre,
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si no es cuando deponen sobre el martirio de Omura.
Tanto el P. Bartoli como el abate Profillet refieren los siguientes martirios habidos en el
Japón durante el año de 1630: los días 10 y 24 de Enero; 22 de Febrero; 31 de Marzo; 5 de
Agosto; 20 de Septiembre; 28 od. (Martirio de Omura); 28 Octubre (id. de Nangasaqui); 29 de
Octubre; 2 de Noviembre y 20 de Diciembre. Como se ve, no solamente excluyen en 28 de
Septiembre otro martirio que no sea el de los 72 de Omura, sino que asigna a los 6 de Nangasaqui la fecha 28 de Octubre de 1630.
Y esta fecha de 28 de Octubre es retenida también como la verdadera por los siguientes
escritores antiguos:
– Torelli.- «Ristretto delle vite degli Huomini e delle Donne illustri in Santitá dell'Ordine Agostiniano», pág. 737-38.
– Herrera.- «Alphabetum Augustinianum», tom. II, pág. 256.
– P. Andrés de S. Nicolás.- «Proventus Messis Dominicae, Manipulus Sextus».
– P. Luis de Jesús.- «Historia de los Descalzos de N. P. San Agustín», tom. II, pág.
152.
– Bartoli.- «Storia della Compania di Jesu», lib. IV, pág. 575.
– P. Casimiro Díaz.- «Conquistas Espirituales... », 2.ª parte, cap XXX. (Rev. Agust.
vol. III, pág. 547).
– P. José de la Concepción.- «Reseña histórica...» BOLETÍN DE LA PROV. DE S. NICOLÁS, núm. 73, pág. 347.
Ahora bien; en vista del poco fundamento que tiene la fecha de 28 de Septiembre, y de
las pruebas que hemos apuntado en pro del 28 Octubre ¿no se puede concluir en buena lógica
que esta última es, si no cierta, mucho más probable que la consignada en las lecciones del
Breviario?
FR. DANIEL DELGADO DEL ROSARIO
O. E. R. S. A.
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UT DEUM AUGUSTINUS DOCEAT QUAERENDUM
(Continuación)
Nunc autem quid sit Deum quaerere investigandum. Majorem hoc quamprimum fronte
appareat difficultatem habet, quemadmodum enim sapientes nomen vix ille tueri queat, qui
accensa face splendentem in meridie quaereret solem: non secus nullo non loco praesentem
Dem veria docere quaerere haud sani videatur esse capitis. «In ipso enim», Apostolo teste,
«vivimus, movemus et sumus» (Act. Ap. 17). Quis igitur prudens quaerat tam sibi praesentem? Pulchre autem Augustinus annotavit omnibus quidem hominibus adesse Deum, ipsos
tamen non omnes vicissim adesse Deo. «Quamvis», ait, «ex ipso, et per ipsum, et in ipso sunt
omnia; non tamen omnes cu millo sunt eo modo, quo ei dictum est: ego semper tecum. Nec
ipse cum omnibus eo modo, quo dicimus: Dominus vobiscum. Magna itaque hominis miseria
est cu millo non esse, sine quo non potest esse: in quo enim est, proculdubio sine illo non est:
et tamen si ejus non meminit, eumque intelligit, nec diligit, cum illo non est» (De Trin. l. 14,
c. 12).
Hinc jam utcumque colligitur, quid sit Deum quaerere. Nam cum ad haec, aut aliquid
horum, quod sibi deesse sentiunt et ex quo Dei absentiam colligunt, aspirant; dicuntur Deum
quaerere: cum haec ipsa miserentis Dei beneficio consequuntur; censentur eum, vel ejus gratiam, misericordiam et consolationem invenire. Unde Scripturae phrasi Deum quaerere idem
sit atque orare, Deum invocare, gratiam et favores ejus petere. «Quaerite Dominum dum inveniri
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potest… et invocate eum dum prope est» (Isa. 55). Ex quo liquido constat, invocare Deum
idem esse, quod quaerere; et contra, Deum quaerere idem esse illum invocare, rogare, orare
Hinc Augustinus orationem definiens, ait: «Oratio est ascensio animae de terrestribus ad coelestia, inquisitio supernorum, invisibilium desiderium». Haec autem supernorum inquisitio
ideo in oratione instituitur, ut ex eorumdem notitia crescat desiderium, et ad illa admitti ferventius petamus.
Praeterea in sacris Litteris, quaerere Deum dicuntur, qui Deum colere eique placere student, et in hoc studio proficere. «Et quis cultus Dei», inquit Augustinus, «nisi amor ejus, quo
nunc desideramus eum videre, credimusque et speramus eum nos esse visuros?» (De Trin. l.
12, c. 13). Pietatis igitur, religionis et charitatis opera, ad inquisitionem Dei spectant, et per
illa eum censemur quaerere.
Sed Regius Psaltes non modo Deum, sed et faciem ejus docet nos quaerere. «Quaerite»,
inquit, «Dominum, et confirmamini; quaerite faciem ejus semper» (Ps. 104). Et «Haec est
generatio quaerentium Dominum, quaerentium faciem Dei Jacob» (Ps. 23). Qua loquendi
forma innuee videtur amplius quiddam esse Dei faciem quaerere, quam simpliciter quaerere
Deum. Inquirendum proinde hic, quid sit faciem Dei quaerere. Notandum autem Deum, cum
incorporeus sit, faciem non habere, nec alia, quae ei tribuuntur membra: sed per metaphoram
haec ei assignantur. Per faciem autem Dei plura intelliguntur.
Primo: autem significat ejus praesentiam. «Quae est», imquit Augustinus, «facies Domini
nisi praesentia? Sicut facies venti, et facies ignis: dictum est enim sicut stipulam ante faciem
venti, et sicut fluit cera a facie ignis. Et multa talia ponit Scriptura. Nihil aliud quam earum
rerum praesentiam volens intelligi, quorum nominat faciem» (In Ps. 104).
Secundo: cum ex facie homo maxime innotescat et ab aliis discernatur, facies Dei dicitur
ejus manifestatio, et quae ex ea in nobis nascitur Dei notitia. Audiamus Magistrum. «Facies
Dei manifestatio ejus inelligenda est, non aliquod tale membrum, quale nos habemus in corpore, atque isto nomine nuncupamus» (De civ. Dei, l. 22, c. 9).
246
Tertio: qui aliquem diligit, eum dicitur in oculis habere, et faciem suam ad eum continuo
convertit, sicut faciem avertimus ab iis, quos odio habemus, et a rebus ingratis. Quaerere ergo
faciem Dei, est quaerere benignum ejus aspectum, ejus misericordiam, gratiam, favorem. Unde Augustinus duo illa Regii vatis expendens vota: «Averte faciem tuam a peccatis meis»; et
«Ne projicias me a facie tua», ait: «Cujus faciem timet, illius faciem invocat». (In Ps. 50) appellans veluti ab irato ad placatum. Favor enim et benevolentia in serenitate vultus et benevolo resplendet aspectu.
Non oculis tantum, sed et manibus Deum quaerendum Rex et Psalmista de se alicubi testatur. «In die tribulationis meae Deum exquisivi manibus meis nocte contra eum, et non sum
deceptus» (Ps. 76). Formam hanc loquendi ut explicemus, inquirimus hic quid sit Deum manibus quaerere. Cum enim sit incorporeus atque impalpabilis, quomodo manibus quaeritur?
Dictum jam supra: Deum quaerere idem esse atque orare, invocare, quaerere Deum. Deinde
manibus Deum quaerere est operibus bonis Deum colere. Manus enim, quia actionis instrumenta sunt, actiones pias designant. «Non enim», ait Augustinus, «aliquid corporeum quaerebat, ut contrectando inveniret, quod perdiderat, ut manibus quaereret nummum, aurum, argentum, vestem, quidquid tale est, quod manibus teneri possit» (In Ps. 76). Sed manibus quaerere
est bonis operibus Deum quaerere. Sed inquirendum porro, quid requiratur, ut operibus nostris
censeamur Deum quaerere. Videatur autem, quod eo fieri debeant modo, ut ad Dei honorem
et gloriam referantur, adeoque Deus per ipsa colatur. Quaerere enim Deum, ut supra etiam
diximus, significat Deum colere. Perfectissimus autem Dei cultus est sacrificium, quo ipso
Deum quaerere dicimur. Unde Propheta: «In gregibus suis, et in armentis suis vadent ad quaerendum Dominum» (Ose. 5), id est, ad sacrificandum. Augustino autem teste, «Verum sacrificium est omne opus, quod agiturm ut sancta societate inhareamus Deo, relatum scilicet ad
illum finem boni, quod veraciter beati esse possimus» (De civ. Dei, l. 10, c. 6). Ubi diligenter
notandum, requiri hic ab Augustino relationem in Deum, cujus defectu bona opera sacrificia
non sint. Hanc ipsam Deum relationem in omnibus operibus bonis ut meritoria esse possint,
idem Pater noster requirit. «Neque enim», inquit, «est vera virtus, nisi
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quae ad eum finem tendit, ubi est bonum hominis, quo melius non est» (Ibid. l. 5, c. 12). Et
alibi: «Non tantum si bonum est quod facis, sed praecipue si bonum est propter quod facis,
cogitandum» (In Ps. 118. Conc. 12). Cum igitur manibus Deus quaeritur, non manus respicit
Deus, sed oculos, sive, ut Praesul noster dixit: «Non valde attendit quid homo faciat, sed quid,
cum facit, aspiciat» (In Ps. 31). Pro praxi autem, et exercitio quaerentium Deum, hic addendum, posse nos, imo etiam debere, in omnibus actionibus nostris Deum quaerere et colere. Sic
enim Apostolus ait: «Sive manducatis, sive bibitis, sive aliud quid facitis, omnia in gloriam
Dei facite» (I. Cor. 10).
Quoniam autem humana vita tota tribuiatio est, et vix quisquam invenitur, qui non suam
habeat crucem; non prorsus a via discedemus, si eam, quam ex Davidico versiculo utilissimam doctrinarn Pater noster et Magister eruit, in gratiam afflictorum hic adscribamus, ut
quomodo in adversis se gerere debeant, Regii Vatis exemplo intelligant. «In die tribulationis
tuae», ait Augustinus, «quid exquisisti? Deum. Non per Deum aliud, sed ex tributatione
Deum: ut ad hoc Deus removeat tribulationem, ut securius inhaereas Deo. Quomodo exquisisti?» Manibus meis, «id est, operibus meis. Quando exquisisti?» Nocte, «in hoc saeculo. Nox
enim est antequam effuigeat dies; in adventu clarificativo Domini Nostri Jesu Christi. Ubi
exquisisti?» Coram eo. «Quid est coram eo? Nolite facere justitiam vestram coram hominibus,
ut videamini ab eis; alioquin non habebitis mercedem apud Patrem vestrum» (Math. 6). «Quo
fructu exquisisti?» Et non sum deceptus. «Quid est non sum deceptus? Inveni quod quaerebam». (In Ps. 67). «Quid autem quaerebat moestus, nisi consolationem et delectationem, nc
abundantiori tristitia absorberetur? Hanc in Deo, quem manibus exquirebat, invenit. Unde
subdit: Renuit consolari anima mea: memor fui Dei, et delectatus sum». (Ps. 76). «Non in
creatura, sed in Creatore, non in humano aiiquo solatio, sed in eo qui est, Pater misericordiarum, et Deus totius consolationis: Qui consolatur nos in omni tribulatione nostra». (2. Cor. 1).
Sed quando Deum quaerere oportet? Nam Propheta insinuat esse aliquod tempus. «Quaerite Dominum, dum inveniri potest: invocare eum dum prope est» (Isa. 55). Aliquando ergo
non,
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posse inveniri, aliquando longius adesse, quis dubitet? Tempus enim quo Dominus prope est,
et inveniri potest, est tempus gratiae, tempus hujus vitae ad quaerendum Deum, et ejus gratia
inveniendum nobis misericorditer indultum. Davidicam cytharam audiamus: canet nobis:
«Quaerite Dominum, et confirmamini: quaerite faciem ejus semper» (Ps. 104). Unde Augustinus: «Seio quidem quia mihi adhaerere Deo bonum est. Sed si semper quaeritur, quando
invenitur? An semper dixit in tota vita ista qua hic vivitur, ex quo nos id facere cedere cognoscimus, quando et inventus quaerendus est? Jam quippe illum invenit fides, sed adhuc eum
quaerit spes. Charitas autem et invenit eum per fidem, et eum quaerit habere per speciem. Ubi
tunc sic invenietur, ut sufficiat nobis, et ulterius non quaeratur! Nisi enim eum in ista vita inveniret fides, non diceretur: Quaerite Dominum. Et cum inveneritis eum, derelinquat impius
vias suas, et vir iniquus cogitationes suas. Item, si fide inventus, non adhuc esset perquirendus, non diceretur: Si enim quod non videmus, speramus, per patientiam expectamus» (Rom.
8). «Et quod Joannes ait: Scimus, quia, cum apparuerit, similes ei erimus, quoniam videbimus
eum sicuti est» (I. Joann. 9). «An forte etiam eum facie ad faciem viderimus eum sicuti est,
adhuc perquirendus erit? Est sine fine quaerendus, quia sine fine amandus. Dicimus etiam
praesenti alicui, non te quaero, id est, non te diligo. Ac per hoc qui diligitur etiam praesens
quaeritur, dum charitate perpetua ne fiat absens optatur. Proinde quem quisque diligit, etiam
cum eum videt, sine fastidio semper vult esse praesentem, hoc est, semper quaerit eum esse
praesentem. Et nimirum hoc est, quaerite faciem ejus semper, et non huic inquisitioni, qua
significatur amor, finem praestet inventio, sed amore crescente, inquisitio crescat inventi».
Quod et alibi hoc explicat modo: «Cur dictum est quaerite faciem ejus semper? An inventus
forte quaerendus est? Sic enim sunt incomprehensibilia requirenda, ne se existimet nihil invenisse, quiquam sit incomprehensibile quod quaerebat, potuerit invenire. Cur ergo sic quaerit,
si incomprehensibile comprehendit esse quod quaerit, nisi quia cessandum non est quandiu in
psa comprehensibilium rerum inquisitione proficitur, et melior meliorque fit quaerens tam
magnum bonum, quod et inveniendum quaeritur, et quaerendum invenitur? Nam et
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quaeritur ut inveniatur dulcius, et invenitur, ut quaeratur avidius. Secundum hoc accipi potest,
quod dictum est in libro Ecclesiastico, dicere Sapientiam: Qui me manducant, adhuc esurient,
et qui bibunt me, adhuc sitient. Manducant enim et vivunt, quia inveniunt, et quia esuriunt et
sitiunt, adhuc quaerunt. Fides quaerit, intellectus invenit: propter quod ait Propheta: Nisi credideritis, non intelligetis» (Isa. 7). «Et rursus intellectus eum quem invenit, adhuc quaerit»
(De Trin. l. 15, c. 2).
Cum pluribus, iisque valde differentibus actionibus plerumque distineatur homo, ac somno et quieti suum etiam tribuendum sit tempus, nec jugi attentione intellectus, aut desiderio
affectus. Dei possit mens inhaerere, hinc quaestio emergit, quonam modo impleri posse, quod
diximus, Deum semper esse quaerendum.
Quo in genere, variae Sanctorum fuerunt industriae; alii enim in ipsis manuum operibus,
aut voce Psalmos recitabant, aut sola mente ruminabant. Alii ex quolibet objecto, et quavis
occassione loci aut temporis in Deum assurgebant, et orationis materiam quacumque ex re
eliciebant. De quibus Augustinus: «Dicuntur fratres in Aegypto crebras quidem habere orationes, sed eas brevissimas, et raptu quodammodo jaculatas, ne illa vigilanter erecta, quae oranti
plurimum necessaria est, per productiores moras evanescat, atque hebetetur intentio». (Ep.
121, c. 19). Alii certum quoddam vitae Jesu Christi, aut passionis ejus mysterium sibi deligebant, ad saepius per diem recurrentes, in continua quodammodo perseverabant animi recollectione, suaviter dilecto Jesu adhaerentes. Aliis unicus versiculus, vel brevis etiam subjiciebant
sententia, quam memoriam retentam, continuo ruminabant, ejusque suavitate ceu melle quodam, mentem reficiebant. Augustino familiare fuisse dicitur: «Domine Deus, noverim te, noverim me». Et ipse fatetur se saepius dixisse: «Domine Deus, da quod jubes, et jube quod vis»
(De bono persev. l. 2, c. 20).
Ut ea, quam sacra inquisitio secum affert bonorum fruamur copia, consultissimum omnino fuerit, quotidie peculiare aliquod tempus huic tam sancto, utilique exercitio deputare, quod
sine ulla dispensatione integrum illi impendatur. Hinc Sanctorum probata praxis, qua certu
acando Deo tempus sibi quotidie seligunt. Faciebat hoc, nec indigenter, Sanctus Ausgustinus,
qui de veritate
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Deoque quaerendo agetis, ait: «Sed ubi quaeretur? Quando quaeretur? Deputentur tempora,
distribuantur horae pro salute animae» (Conf. l. 6, c. 11). Enumerans deinde curas quibus distinebatur, subjungit: «Antemeridianas horas discipuli occupant: caeteris quid facimus? Cur
non id agimus? Sed quando salutamus amicos majores, quorum sarffragiis opus habemus?
Quando praeparamus quod emant schoslastici? Quando reparamus nos ipsos, animum relaxando ab intentione curarum? Pereant omnia, et dimittamus haec vana et inania, conferamus
nos ad solam inquisitionem veritatis. Quid cunctamur igitur relicta spe saeculi, conferre nos
totos ad quaerendum Deum et vilam beatam?» (Ibid.). Et alibi cum Apostolo monet redimendum esse tempus. «Et quid est», inquit, «redimere tempus, nisi cum opus est, etiam detrimento temporalium commodorum ad aeterna quaerenda et capessenda spatia temporis comparere?» (Hom. 1 inter 50). Iterumque: «Quando aliquis tibi infert litem, perde aliquid, ut Deo
vaces, non litibus: id enim quod perdis, pretium est temporis. Sicut enim das nummos et panes emis, ita aliquid amittis, et aliquid acquiris: sic perde nummos, ut emas tibi quietem, id
est, tempus vacandi Deo, hoc enim est tempus redimere» (Serm. 24. de verb. Apos.). Et huic
tam sancto negotio monet alibi impendiedum otium. «In otio», ait, «non iners vacatio delectare debet, sed aut inquisitio, aut inventio; ut in ea quisque proficiat, et quod invenerit, alteri
non invideat» (De civ. Dei, l. 19. c. 19).
Quanta autem voluptate et studio huic inquisitioni intenderet, quis praeter ipsum manifestet? «Saepe», inquit, «istud facio: hoc me delectat, et ab omnibus actionibus necessitatis,
quantum relaxari possum, ad istam voluptatem refugio. Neque in his omnibus quae percurro
consulens te, invenio tutum locum animae meae, nisi in te, quo colligantur sparsa mea, nec a
te quidquam recedat ex me» (De civ. Dei, l. 10, c. 40). Et rursus: «Caro mihi valent stillae
temporum: et olim inardesco meditari in lege tua. Et nolo in aliud horae diffluant, quas invenio liberas a necessitatibus reficiendi corporis, et intentionis animi, et servitutis quam debemus hominibus, et quam non debemus, et tamen redimimus» (Ibid. l. 18, c. 2). En quanta viri
sanctissimi et plurium negotiorum mole tantum non obruti in quaerendo Deo diligentia et
constantia! Noverat
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profecto quanti referre hoc sanctae inquisitionis studium non intermittere.
Quid porro hic dicent, qui otio abundant, qui, ut Deo vacarent, saeculo valedixerut, et tamen, quod lugendum est, raro admodum sacro huic officio intendunt, quod et meriti et jucunditatis est plenissimum?
Hoc est Mariae otium et pars, quam elegit optima, cui in religiosis domibus sua jam olim,
odieque assignata sunt tempora... Quare ille ipse quem in exemplum produxit Augustinus,
hinc episcopalium occupationum sarcinam, inde vacandi Deo in monasteriis contemplans
opportunitatem, sub illa ingemiscens, ad hanc, quam expertus erat, animo suspirabat. «MuIlum mallem», inquit, «per singulos dies certis horis, quantum in bene moratis monasteriis
constitum est, aliquid manibus operari, et certas horas habere ad legendum et orandum, aut
aliquid de divinis litteris agendum liberas, quam tumultuosissimas perplexitates causarum
alienarum pati de negotiis saecularibus, vel judicando dirimendis, vel interveniendo praescindendis» (De opere monachor. c. 29).
Tempus Deo quaerendo aptius expendimus: transeundum nunc ad locum ubi ipsum quaerere oporteat. Frustra enim iis quaeras in locis, ubi non possit inveniri. Verum quis melius
nobis explicet, quam mulierum illa pulcherrirna Sunamitis, quae suum quaquaversus quaerens
Dilectum, loca indicavit, quibus eum, quem tantopere voluit, inveniri non valuit? «In lectulo
meo per noctes quaesivi quem diligit anima mea: quaesivi illum et non inveni» (Cant. 3).
Quid vero deinceps? Ita exponit: «Surgam, et circuibo civitatem, per vicos et plateas quaeram
quem diligit anima mea: quaesivi illum et non inveni» (Ibid.). Tria designat loca in quibus
non invenitur: non in lectulo, non in vicis, non in plateis civitatis. Sed haec nobis explicanda.
Dilectum in lectulo quaerimus, sed inaniter, quando in praesentis vitae aliquantula requie,
Redemptoris nostri desiderio suspiramus. Quaesitus deinde per vicos et plateas, non est inventus, quia in turba non invenitur, qui secretum appetit Sponsus. Cur obsecro? Respondet Augustinus: «Erravi quaerens te exterius, qui es interius; et multum laboravi quaerens extra me,
et tu habitas in me, si tamen ego desiderem te. Circuivi vicos et plateas civitatis hujus mundi,
quaerens te, et non inveni quia male
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quaerebam foris quod erat intus. Misi nuntios meos, sensus omnes exteriores, ut quaererem te,
et non inveni, quia male quaerebam» (Soliloq. c. 31).
Male nimirum quaerit, primo, qui quaerit in lectulo, id est, requie praesentis vitae, aut rerum saecularium. Secundo, qui quaerit in foro, id est, hominum frequentia et turba; qui quaerit
in litibus, disceptationibus, multiloquio, actione, et negotiatione externa. Tertio qui quaerit in
vicis et plateis hujus mundi, non in hominibus sive arctam sive latam viam ingredientibus.
Non in vicis, id est, non in se ipsa per actionem; non in pIateis, per contemplationem rerum
naturalium. Ubi ergo, ubi gentium aut terrarum invenitur? Inquireudum et cum Sulamite, inquirendum ulterius.
Si quibus locis non invenitur Dens, frustra quaeratur; quid superest, nisi ut diligentius inquiramus, quo loco debeat investigari? Nosse proinde oportet, quo loco a nobis cordis nostri
desidenium quaeri desideret. Sulamitis quonam dílectus suus reperiatur loco anxie inquirit.
«Indica mihi», ait, «quem diligit anima mea, ubi pascas, ubi cubes in meridie, ne vagari incipiam post greges sodalium tuorum» (Cant. 1). Nec amantis hujus sociae reddiderunt se dilectum posse quaerere, nisi prius sciscitatae fuissent: «Quo abiit dilectus tuus, o pulcherrima
mulierum? Quo declinavit dilectus tuus? Et quaeremus eum tecum» (Cant. 5). Ubi ergo est, et
quis ejus locus? Augustino siquidem teste: «Locus est cuique rei, ubi est» (Tract. 8 in Joann.).
Ubi ergo est Deus? Quis locum inveniat ejus, «quo nihil», Augustino docente, «secretius, nihil praesentius, qui difficile invenitur ubi sit, cum quo esse non omnes possunt, et sine quo
nemo esse potest? (De quant. animae. c. 34).
Relictis aliis ubi Deus invenitur locis, Magistrum nostrum sequamur. An dubium est
habitare Deum in pectore nostro? Nos ipsi Dei locus sumus, et in nobis quaerendus idem est,
qui fecit nos. Qua autem nostri parte residet? In corde, ut explicat Augustinus. «Redite», inquit, «praevaricatores ad cor. Quid itis a vobis, et peritis a vobis? Quid itis sotitudinis vias?
Erratis vagando: redite. Quo? «Ad Dominum cito. Primo redi ad cor tuum, exul a te vagaris
foris. Te ipsum non nosti et quaeris a quo factus es? Redi, redi ad cor. Vide ibi quid sentias
forte de Deo, quia ibi est imago Dei. In
253
interiore homine habitat Christus, in interiore homine renovaris ad imaginem Dei, in imagine
sua cognosce auctorem ejus» (Trac. 18 in Joann. Conf. I. 4, c. 12). Similia alibi repetit. «Intimus cordi est, sed cor erravit a Deo. Redite, praevaricatores ad cor, et inhaerete illi qui fecit
vos. State cum eo, et stabitis. Requiescite in eo, et quieti eritis» (Conf, l. 4, c. 12). Iterumque:
«Convertantur ergo injusti, et quaerant te, quia non sicut ipsi deserunt te creatorem suum, ita
et tu deseruisti creaturam tuam. Ipsi convertantur ut quaerant te, et ecce ibi es in corde eorum,
in corde confitentium tibi, et projicientium se in te» (Conf. l. 5, c. 2).
In corde igitur Deus quaerendus. Verum cum varia sit cordis acceptio, investigandum hic,
quid cordis nomine citatis locis Augustinus intelligat; sed ex ipsius ore hoc audiamus. «Ecce»,
inquit, «quantum spaciatus sum in memoria mea, quaerens te, Domine, et non te inveni extra
eam. Neque enim aliquid de te inveni, quod non meminissem, ex quo didici te, manes in memoria mea; et illic te invenio, cum reminiscor tui, et delector in te. Haec sunt sanctae deliciae
meae, quas donasti mihi in misericordia tua» (Conf. l. 10, c. 24).
FR. H. P. A S. F.
(Continuará)
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MIS AMORES
¡Oh, qué dulce es el quererte con amor filial, María!
¡Oh, qué bello es el cantarle la celeste sinfonía
que te cantan en los cielos el querub y el serafín!
Dulce madre, Virgen pura, reina célica del hombre,
soy feliz porque te amo, y te adoro, y en tu nombre
viviré muy venturoso de mis días hasta el fin.
¿Para qué quiero este pecho, de este pecho los fervores,
en que siento llamaradas de entusiásticos amores,
si no canto tus grandezas con vibrante entonación?
¿Son acaso de mí dignas las bellezas de este mundo?
¿Yo querer cantar las glorias de ese amor fugaz, inmundo,
que envenena las entrañas y atosiga el corazón?
¡Nunca tal! Antes que pulse el laúd de mis cantares
ante el ara deshonrosa de esos báquicos altares,
donde imperan como dioses esqueletos de placer,
mudo quiero ser, María, y romper el instrumento,
y perder la inteligencia, y perder el sentimiento,
y morir para que nadie me arrebate tu querer!
Va feliz el alma mía por la vida navegando
en la barca de su amada, arrullada por el blando
cefirillo de su aliento, como brisa del Edén,
sin temor a las tormentas ni al ciclón arrebatado,
viendo el mar que se presenta cual tapete azul rizado,
que en espumas se desfleca con undísono vaivén.
255
Como al mar corre el arroyo con murmurios, con aromas,
y sus ondas se deslizan, ya entre prados, ya entre lomas,
recibiendo siempre besos y fragancias de la flor,
tal mi alma se desliza y multíplice se espacia
por los prados y florestas de la vida de la gracia,
y entra al reino de María con esencias del amor.
¡Madre mía, madre mía! Sin tu amparo yo ¿qué fuera?
Como el ave que modula cancioncilla lastimera
a la tibia luz del cielo cuando el sol se va a ocultar;
como el niño sin los besos de la madre cariñosa;
como el prófugo en las noches de tormenta pavorosa;
como ráfaga de viento, como el náufrago en la mar.
Soy el ave que gorjea cuando rayan las auroras,
y al morir la luz del día, loas, dulces y sonoras,
cual las canta la paloma, cual las canta el ruiseñor;
que en el pecho de María fabriqué un nido de amores
con plumillas de esperanza, con blanduras de fervores,
y con pétalos que arrancan los favonios al pudor.
Por María no me hieren los empujes de los vientos;
por María no me arredran los furiosos elementos,
ni desiertos, ni torrentes, ni montañas, ni huracán;
ni la noche me entristece, ni las sombras me horrorizan,
ni las fieras me amedrentan, ni jamás me atemorizan
los espíritus malignos que tentando al hombre van.
Sé que al verla se entreabren, sonriéndole, las rosas;
sé que nacen a su paso las pintadas mariposas;
sé que inspira los arpegios al divino ruiseñor;
sé que en ondas de fragancias, de sonidos y colores,
y entre nubes irisadas de lumínicos vapores,
es su nombre el gran poema del Eterno Creador.
¡Salve, luz del paraíso, divinal lumbre temprana,
más que el cielo encantadora, más y más que la mañana
cuando el cielo se cobra con fantástico primor!
¡Salve, estrella matutina, manojillo de arreboles,
256
más que el sol resplandeciente, y más pura que mil soles!
¡Salve, foco de pureza, halo regio de candor!
¡Salve, Reina de las flores! ¡Salve, lirio, salve, rosa,
pebetero de fragancias, de los cielos mariposa,
ramillete de sonrisas, de los ángeles jardín!
¡Salve, tórtola inocente, riachuelo de ambrosía,
iris místico de alianza, ideal de poesía,
de los hombres el idilio, la ilusión del serafín!
¡Salve, palma del desierto, de victorias sacro emblema;
llave de oro, urna de ensueños, de perfume y luz poema;
trono empíreo y bandera de oro, grana y rosicler;¡
de sonidos y armonías, de suspiros y de quejas,
lluvia mística que cae sobre argénteas bandejas,
resonando como risas de purísima mujer!
Yo quisiera hacerte un trono de divinos pensamientos,
con las joyas y brocados de amorosos sentimientos,
y con sedas de pureza sobre fondo azul turquí.
¡Oh, divina Nazarena, forma humana de aquel beso
que el Eterno dio a su Hijo con castísimo embeleso!
¡Yo te amo, yo te adoro, yo soy todo para ti!
Yo quisiera hacerte un manto con urdimbre de cariño,
y con perlas de inocencia, con alburas del armiño,
con diamantes de constancia, con místico arrebol:
más airoso que el del alba, más variado que la alfombra
que se extiende en el ocaso sin ningún matiz de sombra,
recamado de caprichos, cuando a hundirse corre el sol.
Yo quisiera hacerte un ramo de poéticas canciones,
y tener para ofrecerte mil rendidos corazones,
y morir en tu presencia yo siendo ángel, tú mi amor;
yo el incienso, tú mi gloria; yo laurel, tú mi heroína;
yo la lámpara, tú el templo; cirio yo, tú luz divina;
cielo tú, yo mariposa; tú jardín, yo ruiseñor.
¿Qué más quieres que te diga mi laúd, oh, Virgen pura?
¿Qué más notas que revelen mi poética locura?
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¿Qué más quieres, oh, María? ¿Qué más pides al cantor?
¿Que en la fuerza del delirio se desprenda de su pecho
el aliento de la vida, y que suba muy derecho
hasta e! trono de tu gloria para hartarse allí de amor?
Pues, ¿por qué, por qué consientes que las redes de este suelo
aprisionen la avecilla impidiéndole su vuelo,
y se quede lamentándose como tórtola infeliz?
¡Oh, ternísima Maria! ¿Hasta cuándo por el mundo
ha de estar desconsolado y en tinieblas errabundo
el que siente en sí el destino de cantarte y ser feliz?
Es la hora del torneo, del amor y la hermosura:
de rodillas ante Ella toda humana criatura.
¡Venid, mundos, a sus plantas; a sus pies, astros, venid!
Las estrellas y luceros que le formen la diadema;
y las brisas y las aves que le canten un poema;
que es hermosa, y veneranda, y divinísima, decid.
Ocurrid, aves del cielo de gorjeo delicado;
ocurrid, auras y brisas; ocurrid flores del prado,
que no puedo dignos cantos entonar en su loor;
ocurrid, bellezas todas de la tierra y de los cielos,
y en concierto presentadle mis purísimos anhelos,
y decidle: –¡Dios te salve, Reina y Madre del Amor!
FR. P. FABO DEL C. DE MARÍA
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PÁGINAS TEOLÓGICO-HISTÓRICAS
II
¿Es ciencia la Teología?
¿Puédese aplicar a la Teología el nombre de ciencia? –La ciencia objetiva y subjetivamente
considerada. –La Teología objetivamente considerada es ciencia. –Diverso modo de responder, si
se considera la Teología subjetivamente, por la doble definición de la ciencia. –Conveniencia de
conservar la definición de los modernos autores. –Objecciones de los racionalistas. –Dificultad de
A. Loisy.
Vivimos en el sig XX, y, si el XIX fue llamado el de las luces, casi sería descomedido no
honrar con la misma calificación a su inmediato sucesor. Quizá porque el mundo está inundado de luz, si hemos de creer las declamatorias predicaciones que más de cuatro charlatanes
nos hacen continuamente sobre la evolución, el progreso, la cultura y otros muchos conceptos
con que en nuestros días se caza a los incautos, hemos llegado a presenciar un hecho inverosímil e inaudito: mientras la ciencia se desborda por todas partes, porque a todo se le da el
título de ciencia; mientras la ciencia lo dice todo, porque por los más recónditos rincones se
ha introducido dejando estelas de inspiración que mueve la lengua de cualquier innominado
pedante; mientras eso y más acontece, se quiere rebajar aquella disciplina que se ocupa de lo
más excelso que existir puede, como si su conocimiento fuera innoble y denigrante, como si
nada perfeccionase las facultades el conocimiento de Dios; porque eso es lo que se hace, se
niega a la Teología el calificativo de ciencia, como si la sublimidad y elevación de la misma
no se armonizasen con el conocimiento del mismo Dios.
259
No tendremos que esperar mucho para escuchar las estridentes voces de los modernos racionalistas que, enalteciendo las potentes luces del humano ingenio, entonan himnos de fanático entusiasmo ante la ciencia de lo sensible, ante la ciencia de los fenómenos, ante las ciencias físicas, en una palabra, que son —lo dicen ellos— la suprema presea del humano ingenio;
mientras le niegan la limosna de un honroso epíteto a la que nos lleva al conocimiento de lo
más sublime, a la reina augusta del pensamiento humano que todo lo estudia en orden a Dios.
¡Pobre soberbia la soberbia humana que, al enaltecer a la naturaleza, no se acuerda de rebajar
sino a su Autor!
Para repeler, pues, los ataques de algunos soberbios racionalistas que creen mermar los
prestigios de la Teología negándole la calificación de ciencia, me ha parecido conveniente,
atendido el ambiente de siglo XX que se respira, proponer hoy y resolver la siguiente cuestión: ¿es ciencia la Teología? La resolución de esta cuestión nos llevará a conocer la dignidad
de la Teología, y a darnos cuenta del terreno débil en que posa sus plantas la concepción racionalista que cree rebajarla si le niega un título que algo honroso significa.
Bajo diversos respectos puede considerarse la ciencia; pero hace a nuestro caso el considerarla ahora objetiva y subjetivamente. Objetivamente considerada es un conjunto sistemático de demostraciones por contraposición a cada una de las conclusiones que como partes entran en el conjunto; subjetivamente considerada designa cierto conocimiento perfecto, cierto
modo elevado de conocer; y de ahí procede el que, al designar un estudio con el nombre de
ciencia o científico, inmediatamente nos formemos la idea de que se trata de algo grande y
elevado, digno de especial honor.
FR. JUAN MARTÍNEZ MONJE DEL CAMINO
(Continuará)
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DE APICULTURA *
El instinto de la abeja
* De la revista Cultura Recoleta
Grande sobre manera es nuestra admiración, al contemplar el mundo poblado de multitud
de animales que forman especies tan diferentes, viendo que unas en sus partes fisiológicas
tienen cierta semejanza con el hombre, otras en cambio, a simple vista se confunden con las
plantas; y todos esos animales tienden, guiados por un instinto más o menos marcado, a su
desarrollo y conservación. Admiramos el instinto de tantas especies que por el modo de conducirse, parece que poseyeran las facultades propias sólo del hombre. Pero, si mucho hay que
admirar en cualquiera de las especies que componen el reino animal, existe una que ha merecido sobre todas las demás nuestra atención, ya por sus trabajos característicos, ya por el instinto de conservación.
La abeja, Apix mellifica, es un insecto perteneciente al orden de los himenópteros, que
vive en colonias compuestas de una madre o reina como antiguamente se llamaba, de algunos
zánganos cuyo nombre se da a los machos destinados a fecundar a la hembra que ha de ser
madre de la colonia y de hembras atrofiadas, cuyo número es muy crecido. Todo es sorprendente en estas últimas; ellas fabrican los panales, en cuyo trabajo se ve la más fina y acabada
geometría, con la cera que segregan en forma de pequeñas láminas de sus anillos abdominales
y no como antiguamente se creía que la fabricaban sirviéndose del polen o polvillo fecundante
261
de las flores. En este error estaba J. Gaume, como se ve en el tomo I de Catecismo de perseverancia1, donde hablando de los panales confeccionados por las obreras, dice: «cuyos materiales van a recoger en las flores»; así mismo pensaba Reaumur, pero esto según las experiencias de Burnes, fiel criado del ciego Huber, citado por H. Hamet en Las abejas2, está muy
lejos de ser cierto.
Además, observando las costumbres de ellas, he visto en muchas ocasiones dentro de las
colmenas muchas obreras en el momento de segregar la cera y también fue objeto de mi observación, momentos después de salir un enjambre, una obrera que tenía los anillos del abdomen en su parte inferior llenos de unas laminitas de cera de un color amarillento; para cerciorarme más, la tomó en la mano y la mostré después a varios amigos que estaban cerca del
colmenar. Las obreras también son las que, llevadas de su instinto, salen presurosas de la
colmena y se dirigen a las flores para extraer de éstas el néctar que luego han de convertir en
miel; siempre ha sido admirado el instinto de la abeja en la recolección y elaboración de la
miel, puesto que reúne en un solo día más que muchos químicos en años enteros. Mas donde
principalmente debemos admirar a la abeja es en el instinto que tiene para su conservación; y
éste será el objeto principal de mi escrito. Expondremos brevemente algunas de nuestras observaciones a este respecto.
En primer lugar ya hemos dicho que todo enjambre o colonia se compone de una madre
fecunda, de algunos zánganos y de numerosas obreras; aunque en rigor los tres distintos
miembros son necesarios a la colonia, el más importante es el primero, o sea, la madre; ésta
parece ser la llamada a comunicar a toda la colonia la vida, la fuerza y el entusiasmo. ¡Cosa
admirable! Existe, por ejemplo, una colonia fuerte y poderosa, reinando allí el orden y el entusiasmo; se le muere o se le quita la madre y al instante, como al desaparecer la luz vienen
las tinieblas, del mismo modo vienen el desorden y el desaliento. Pero, ¿les cuesta mucho
tiempo el conocer la ausencia de la madre? Veámoslo por el caso siguiente: Un hermoso día
de Enero de esta espléndida zona tropical, cerca del mediodía,
1
2
J. Gaume, «Catecismo de perseverancia, lec. XI, pág. 243, tom. I.
Hamet, «Experimentos verificados por Huber con las abejas», pág. 177.
262
hora en que ni una sola nubecilla empañaba la pura brillantez del cielo, atravesé el vallecito
de la Candelaria y me dirigí al colmenar del Desierto para ver si había salido algún enjambre;
poco antes de llegar, por el ruido que percibía, comprendí que estaba saliendo uno; apresuré el
paso y, efectivamente, salía un enjambre que en aquellos días yo esperaba; me puse el antifaz
y me coloqué a un lado de la colmena para ver salir a la madre y cogerla, y de ese modo asegurar la nueva colonia; terminó de salir ésta y no conseguí ver la salida de la madre; revoloteó
el enjambre por unos momentos sobre el colmenar, busqué por el suelo delante de la colmena
de donde había salido el enjambre y la vieja madre no aparecía; al momento el enjambre escogió para posarse unos ladrillos que sobresalían en el tejido del colmenar; creyendo que la
madre estaría con el enjambre, me fui por una escala para cogerlo; a los cinco minutos volvía
con mi ayudante en estas operaciones y antes de llegar, al ver que, en la piquera de la colonia
que había enjambrado, unas diez o quince abejas batían sus alas con el abdomen levantado,
dije a mi ayudante que buscásemos la madre de ese enjambre por el suelo, puesto que si salió
se había perdido; además hícele notar qué confuso estaba el enjambre y cuán pronto habían
conocido la ausencia de ella; comenzamos, pues, a buscarla por el suelo y muy pronto divisamos a unos cinco metros del colmenar un pequeño círculo de abejas, pues no pasarían de
diez; yo que había presenciado otros casos semejantes a éste, dije a mi compañero que corriese, pues allí estaba: así era ni más ni menos; allí estaban aquellas afortunadas obreras que habían encontrado lo que con tanto ahínco buscaba todo el enjambre, cada vez más revuelto, y se
la pusimos para que ordenara aquella inquieta nube de abejas; ponerla y comenzar a batir sus
alas todas las que hasta entonces andaban en confusión, todo fue uno; a los cinco minutos ya
comenzamos a coger el nuevo enjambre que estaba formando un hermoso racimo en completa
calma. ¿Qué pensarán los apicultores que todavía no conocen la especial influencia que ejerce
la madre en casos semejantes?
Creerán, al ver que las abejas del enjambre se vuelven a la colmena madre, que su instinto les indica la proximidad de alguna temible tormenta o cosa semejante; sí, por eso vuelven,
porque ven
263
venir sobre ellas una formidable tormenta, pero no de agua sino de muerte y destrucción, cual
es la pérdida de su madre.
Ésta es la causa de que entre batiendo sus alas el enjambre al volverse a la colmena para
significar que no entran a su propia casa, sino que piden socorro y amparo en casa ajena;
además si volvieran como a su propia habitación entrarían siempre a la misma colonia, pero
sucede con mucha frecuencia que se introducen a la colmena que primero encuentran.
La ausencia o la presencia de la madre influye mucho también en que se dejen manejar
sencillamente o se muestren sobremanera rebeldes al coger los enjambres, como podemos ver
en el siguiente ejemplo: El año pasado 1917 estudiaba el instinto de las abejas en Suba, cerca
de Bogotá. Se me ofrecieron por cierto no pocas ocasiones para seguir todos los movimientos
y rarezas de los enjambres desde que comenzaban a salir hasta colocarlos en nuevas colmenas. Desde el 20 de febrero del mencionado año que contábamos con 42 colmenas y algunas
de ellas con colonias muy reducidas, hasta últimos de septiembre del mismo año, ascendió el
número de enjambres a más de 80; por lo tanto, a últimos de septiembre, nuestro hermoso
colmenar se componía de más de 120 colonias, todas fuertes y robustas excepto algunas que
habían salido en el mes de agosto y septiembre. Conocíamos por los alvéolos reales y por la
merma de trabajo, con dos o tres días de anticipación, cuáles colmenas enjambrarían. Cierto
día nos preguntó, con mucho interés, un Padre si saldría algún enjambre y le contestamos que
probablemente dentro de un rato saldrían dos primarios; el Padre, al oír esto, pidió un antifaz
para observar la salida de esos enjambres. En efecto, no habían transcurrido diez minutos,
cuando comenzó a salir uno de ellos; el otro salió veinte minutos después. Sigamos los movimientos del primero, que éstos probarán lo que nos proponemos.
FR. NICASIO BALISA DEL CARMEN
(Corista)
(Continuará)
264
NECROLOGÍA
†
El día 9 de Febrero del corriente año falleció en nuestro convento de Cebú (Islas Filipinas), el R. P. Fr. Mariano Lasa de Jesús, después de recibir con gran fervor los Santos Sacramentos de Penitencia, Viático y Extremaunción.
Misionero durante muchos años en aquellas islas, trabajó sin descanso y con ardiente celo
en la santificación de las muchas almas a él encomendadas, recogiendo en aquella viña del
Señor abundantes y sazonados frutos de bendición.
Su muerte fervorosa habrá sido el principio del galardón eterno que Dios le habrá otorgado por sus muchos apostólicos trabajos.
Descanse en paz.
TIP. DE SANTA RITA. – MONACHIL
Año X
Junio de 1919
Núm. 108
BOLETÍN
DE LA
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
de la Orden de Agustinos Recoletos
ES ESCUDO DE LA ORDEN
No pudiendo disponer del escudo propio de nuestra Orden al hacer la tirada del anterior
número de este BOLETÍN, nos vimos precisados a utilizar en la pág 196 el que figura en el tomo V de nuestras crónicas, que en aquel momento teníamos en nuestro poder, muy semejante
pero no el verdadero que ahora publicamos con sumo gusto para evitar confusiones.
266
La Imprenta
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SECCIÓN CANÓNICA
De la reservación de casos en general
(Continuación)
9. Potestad de absolver de reservados.- Como se desprende de la misma naturaleza de
la reservación, estará en su pleno derecho de absolver de reservados el mismo Superior que
los reservó. A él se equiparan su sucesor en el oficio y también su Superior pleno jure. Pop
tanto, podrán absolver de los reservados episcopales el Obispo reservante y su Vicario general
(can. 368), sus sucesores, incluido también el Vicario capitular. Por razón de superioridad
sobre los mencionados, absolverán también con potestad ordinaria, y podrán conceder a otros
facultad de absolver, el Papa y el Cardenal penitenciario mayor, como prefecto de la Sagrada
Penitenciaría. El Arzobispo, como no sea Superior pleno jure de sus sufragáneos, por derecho
propio no puede de ordinario absolver de los reservados episcopales de sus sufragáneos; sin
embargo, en los casos en que el derecho le otorga potestad plena sobre ellos, se extenderá
también su jurisdicción a la materia de los reservados. Así se lo reconoce expresamente el
Código en el can. 274, 5.º: «In dioecesibus vero suffraganeorum Metropolita potest... Canonicam visitationem peragere, causa prius ab Apostolica Sede probata, si eam Suffraganeus neglexerit; tempore autem visitationis, potest praedicare... confessiones audire etiam absolvendo
a casibus Episcopo reservatis...»
269
Compete también facultad ordinaria al Canónigo Penitenciario de la iglesia catedral o colegiata, aunque se les prohíbe subdelegar (can. 401, § 1; 899, § 2).
Además de los indicados que gozan de potestad ordinaria para absolver de reservados
episcopales, hay otros a quienes el derecho mismo concede o habitualmente o para determinados casos facultad delegada para lo mismo.
La tienen concedida por el derecho habitualmente: los Cardenales (can. 239, § 1, 1.º), los
confesores elegidos por los Cardenales para sí y sus familiares (can. 239. § 1, 2.º) y también
los elegidos por los Obispos, tanto residenciales como titulares, para sí y sus familiares (can.
349, § 1, 1.º).
En determinados tiempos expresados en el derecho, tienen facultad comunicada a jure: 1)
durante todo el tiempo del cumplimiento pascual, los párrocos y todos aquellos que el derecho
equipara a los párrocos, cuales son los cuasi-párrocos y los vicarios parroquiales, si gozan de
plena potestad parroquial (can. 899, § 3; 451, § 2; 472, 1.º, 2.º; 473, § 1; 474; 475, § 2); 2)
todos los misioneros durante el tiempo en que estén dando misión al pueblo (canon 899, § 3).
Existen, por fin, otros a quienes el derecho no concede inmediatamente esta facultad, pero exige que se la conceda el Ordinario reservante et habitualiter impertiatur (can. 899, § 2).
Tales son, por lo menos, los vicarios foráneos o arciprestes, a quienes, principalmente, si residen en lugares bastante apartados de la sede episcopal, se les ha de conferir además facultad
de subdelegar toties quoties a los confesores de su distrito cuando a ellos recurran en casos
urgentes (can. 899 § 2). Al indicar el Código que por lo menos se les conceda a estos dicha
facultad, deja entender que sería conveniente extenderla a otros varios. Sin embargo, no pueden multiplicarse tanto que se inutilice el fin de la reservación, que, como dijimos, era retraer
a los fieles de cometer tales pecados con el temor de la dificultad que habrán de experimentar
en hallar quien les dé la absolución, pues esta dificultad desaparecería si supiesen que apenas
había nadie que no tuviese poder de absolverles de reservados, y así establece muy oportunamente el can, 899, § 1: «Nec facultates a reservatis absolvendi cuivis et passim impertiant).
Pero
270
al mismo tiempo tampoco conviene que sean tan escasos los facultados para absolver de reservados, que la reservación redunde en perjuicio de las almas, contra la mente de la Iglesia,
manifestada ya por las palabras del Tridentino «in aedificationem non in destructionem liceat», y expresada también con toda claridad en la nueva legislación. Semejantes disposiciones
habían sido ya dadas en 26 de Noviembre de 1602 por la S. C. de OO. y RR.
Además de estas concesiones explícitas que otorga el derecho o el reservante, fundándose
en este espíritu del bien de las almas, ya antes admitían los autores que en determinados casos
urgentes podían los simples sacerdotes absolver directa o indirectamente de reservados episcopales.
Por demasiado sabida omitiremos la definición de los conceptos de absolución directa e
indirecta, y sólo indicaremos los casos en que, según las diversas opiniones, se podía otorgar
al penitente la absolución en una u otra forma.
Era opinión corriente que, si ni aun por carta se podía pedir al Superior licencia para absolver de un reservado sin una dilación de la absolución tal que se pudiese acarrear al penitente grave daño, como de infamia, escándalo, omisión del precepto de confesión y comunión
anual, larga permanencia del penitente en pecado mortal, el confesor podía absolverle, imponiéndole la obligación de recurrir luego al Superior, o bien a las veces sin tal obligación. A
este fin se distinguían tres hipótesis: 1) que el impedimento de recurrir al Superior reservante
o a su delegado hubiese de durar por corto tiempo (hasta unos seis meses); 2) que dicho impedimento hubiese de durar por largo tiempo (desde seis meses hasta cinco años); 3) que fuese perpetuo (lo cual se entendía cuando su duración se alargaba más allá de los cinco años).
Cuando ocurría lo primero, o sea, cuando el penitente podía dentro de unos seis meses
acudir al Superior o a su delegado, el simple confesor, según la más común sentencia, sólo
podía absolverte indirectamente y con la obligación de recurrir al Superior para recibir de él
los avisos saludables en orden al pecado cometido. Siendo la absolución indirecta, aun cuando
hubiera el penitente acudido al Superior para recibir de él los avisos mencionados, estaba
271
obligado a confesar de nuevo los pecados en la primera confesión que hiciese.
Si el impedimento era diuturno, o sea, cuando se extendía desde unos seis meses a cinco
años, sostenían la casi totalidad de autores que se podía absolver directamente, con la obligación de acudir al Superior o a su delegado, si los reservados llevaban aneja censura; de lo contrario, se absolvía sin carga alguna.
Si el impedimento era perpetuo, o sea, cuando se presumía que había de durar por más de
cinco años, según todos admitían, se podía absolver directamente al penitente, sin imponerle
obligación de comparecer ante el Superior.
¿Qué fundamento tenía esta serie de soluciones para los casos propuestos? Según unos,
porque así estaba dispuesto en las Decretales; según otros, sólo por analogía y paridad de circunstancias y fines se podía extender a los reservados episcopales lo que las antiguas Decretales disponían respecto a los reservados papales.
Dos son los textos del antiguo derecho de las Decretales que con mayor fundamento se
aducen para extender lo allí prescrito a los casos episcopales. Es el primero el cap. 29, X, V,
39: «Nuper a nobis tua discretio requisivit... utrum qui nominatim excommnunicato scienter
communicant, absolvi ab excommunicatione possint per confessionem a simplici sacerdote...
Cum talis communicet crimini et participet criminoso, ac per hoc ratione damnati criminis
videatur in eum delinquere, qui damnavit, ab eo vel ejus superiore merito delicti tune erit
abolutio requirenda... Verum si difficile sit ex aliqua justa causa, quod ad ipsum excommunicatorem absolvendus accedat; concedimns indulgendo, ut praestita juxta formam ecclesiae
cautione, quod excommunicatoris mandato parebit, a suo absolvatur episcopo vel proprio sacerdote». Ciertamente en este texto no se trata sólo de los reservados al Papa, mas aun de los
reservados también a cualesquiera Superiores; pero como se restringe al caso de los excomulgados nominatim, y de los que, por comunicar con ellos in crimine criminoso, se les debe
equiparar, no parece que tenga mucha fuerza el argumento que, apoyándose en este texto,
extiende lo allí establecido a los reservados episcopales por estatuto sinodal.
El segundo texto se toma del cap. 22, V, XI, in 6.º: «Eos, qui a
272
sententia canonis vel hominis, quum ad illum a quo alias de jure fuerant absolvendi, nequeunt
propter inminentis mortis articulum aut aliud impedimentum legitimum pro absolutionis beneficio habere recursum, ab alio absolvuntur, si cessante postea periculo vel impedimento
hujusmidi, se illi, a quo his cessantibus absolvi debebant, quam cito commode poterunt, contempserint praesentare, mandatim ipsius super illis, pro quibus excommunicati fuerant, humiliter recepturi et satisfacturi... decernimus, etc.». En este texto se trata, es verdad, de las censuras ab homine de cualesquiera Prelados, pero no parece tan claro que se comprendan en él
los reservados por estatuto sinodal como se comprenden claramente los reservados a jure
communi, significados por las palabras a sententia canonis.
Con todo, ya que no se pueda asegurar con certeza que en dichos textos haya querido
comprender el legislador la absolución extraordinaria de los reservados episcopales con censura, no hay duda que por deducción se puede conjeturar cuál sea la voluntad del legislador
por paridad de circunstancias en orden al fin que pretende obtener con las disposiciones citadas. Por consiguiente, la doctrina que se formó sobre las dos Decretales que acabamos de copiar y las declaraciones subsiguientes, se pudo muy bien aplicar con algunas modificaciones a
los reservados episcopales con censura.
Decimos reservados con censura, porque no aparecía tan claro que lo prescrito para las
censuras se pudiese extender también en virtud de la misma disposición a los simples reservados, no ya episcopales, mas uno papales, sin que desvaneciese por completo esta duda la respuesta de la Sagrada Penitenciaría de 7 de noviembre de 1888, ad 1um1.
Las modificaciones a que se hace referencia versan sobre la obligación de presentarse al
Superior y la absolución directa. Respecto a las censuras reservadas a la Santa Sede, estaba
claro por la disciplina
1
«Decreti 23 Junii 1888, responsio ad I quae sic se habet: Attenta praxi S. Poenitentiariae, praesertim ab edita
Constitutione Ap. s. m. Pii IX quae incipit Apostolicae Sedis, Negative, non videtur respicere casus specialiter reservator Summo Pontifici sine censura; siquidem de his non agitur in Const. Apostolicae Sedis.
Numquid ergo integra manet vetus doctrina theologorum dicentium de his absolvere posse episcopos vel
eorum delegatos, vel, ut vult Castropalao, simplicem sacerdotem, quamdo poenitens Romam nequit petere,
quia scribere necesse sit? R. Ad. Negative».
273
de las Decretales que el impedimento de acudir al Superior había de ser de presentarse personalmente en Roma; pero a 23 de Junio del año 1886 el Santo Oficio declaró que no bastaba ya
para ser absuelto por el inferior que el penitente no pudiese acudir personalmente a Roma, con
tal que por medio del confesor se pudiese acudir por carta, y sólo, cuando ni esto fuera posible, era permitido se absolviese sin la obligación de recurrir. En todos los demás casos de urgencia se había de absolver con la obligación de acudir por carta y por medio del confesor a la
Santa Sede. Todas estas prescripciones las ha conservado el nuevo Código en su can. 2.254.
Pero ¿eran también aplicables a los reservados episcopales estas posteriores prescripciones? Así lo afirmaban los autores que sostenían referirse también a los reservados episcopales
las Decretales antes mencionadas; puesto que los decretos posteriores del Santo Oficio no
eran más que una declaración del sentido de aquellas disposiciones conforme a los tiempos
modernos. Pero si, como muchos otros creían sólo por raciocinio fundado en la paridad de
fines y circunstancias, se podía presumir la voluntad del legislador de que también en los reservados episcopales se pudiese proceder de semejante manera, las declaraciones posteriores
restrictivas no importarían necesariamente cambio en la antigua norma formada por la doctrina más común de los autores respecto a los reservados episcopales. Y así Lehmkuhl sostiene:
«Impedimentum, propter quod dari possit ab eo, qui per se facultatem non habet, intelligitur
impedimentum personaliter superiorem adeundi nam... neque est ex antiqua norma, pro casibus non-papalibus nondum abolita, communiter obligatio, adire superiores per litteras, nisi
forte episcopus aliusve superior id etiam pro suis casibus nunc urgeat».
Como se llegara a dudar de si la absolución que en tales casos se permitía a los simples
confesores era directa o indirecta, el Santo Oficio, por decreto de 19 de Agosto de 1891, declaró expresamente que la absolución concedida en tales circunstancias era directa: «An absolutio data in casibus urgentioribus a cesuris etiam speciali modo Summo Pontifici reservatis,
in sensu decreti S. O. 23 Junii 1886, sit directa vel tantum indirecta? R. Affirmative ad primam, negative ad secundam partem».
En esta respuesta dada para los reservados papales no se distingue
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entre impedimento para breve o largo tiempo, permitiéndose en todos la absolución directa.
Siendo esta decisión mera declaración del decreto del Santo Oficio de 23 de Junio de 1886,
como este decreto lo era también de las Decretales ya mencionadas, si éstas, como sostenían
muchos autores, expresamente, comprendían la disciplina de reservados episcopales, parece
que también la respuesta que acabamos de copiar se había de extender a dichos reservados,
tanto más cuanto que los mismos autores defendían que en todos los documentos antes citados
incluían también los reservados sin censura. A pesar de todo, la opinión casi común era de no
permitir la absolución directa en los reservados episcopales cuando el impedimento de recurrir al Superior era para breve tiempo; o, lo que es lo mismo, el penitente quedaba reducido a
aquellas circunstancias en que los moralistas admiten que se puede faltar a la integridad material de la confesión.
Sin embargo, no fallaban autores que, aun para estos casos, defendían que se podía dar la
absolución directa, como en el caso de impedimento diuturno. Consecuentes con sus principios, aducen en su apoyo los mismos textos de la Decretales que sirven de base para aplicar a
los reservados episcopales la facultad de absolver cuando el impedimento es diuturno o perpetuo, puesto que a más de que en ninguno de ellos se excluye el caso de impedimento para breve tiempo, en el cap. 58, X. V. 39, parece incluirse expresamente, al decir de un modo general
«qui temporali impedimento laborant», sin más distinción. Luego si en los casos de impedimento diuturno o perpetuo todos entendían que la absolución permitida por el derecho era
directa, lo mismo se ha de entender de cualquier impedimento temporal, aun para breve tiempo.
Finalmente, como muy bien advierte Suárez, las Decretales (y lo mismo se habría de decir ahora de los decretos y respuestas subsiguientes, que, como dijimos, son meras declaraciones de aquéllas) no hicieron más que ordenar la disciplina relativa a la absolución en circunstancias extraordinarias de los casos reservados a la Santa Sede, sin tocar en lo más mínimo lo
relativo a la absolución de los reservados a los Obispos por estatuto sinodal; antes bien, dejaron a éstos completa libertad para que ordenasen lo que creyesen más conveniente a la salvación de las almas en semejantes casos de urgencia.
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Y, en efecto, no han faltado Obispos que para sus diócesis han regulado detalladamente esta
materia, y aun atestigua Suárez que solían hacerlo así los Obispos de su tiempo. Los demás
puede decirse que también lo han hecho tácitamente, conformándose con la probabilidad de
la doctrina expuesta por canonistas y moralistas, que era el fundamento más cierto para proceder lícita y válidamente en la práctica.
Sin embargo, como la doctrina de los moralistas no era unánime, y la imposición de acudir al Superior se hacía más dura que en los reservados papales, por el mayor peligro de infamia y aun de revelación del sigilo sacramental que llevaba consigo, atendida la casi convivencia del penitente con el Superior, quedaban los reservados episcopales en situación muy desventajosa respecto a los papales en orden al bien de las almas, cuando, por su mayor frecuencia, parece que debía ser lo contrario.
Para evitar, pues, toda confusión y asegurar las conciencias, tanto de los penitentes como
de los confesores, la Instrucción del Santo Oficio, tantas veces mencionada, declaró cesar la
reservación episcopal en determinados casos, que reproduce también el nuevo Código.
(Continuará)
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SECCIÓN LITÚRGICA
El presbítero asistente
¿Es lícito al nuevo sacerdote, al celebrar su primera misa solemnemente cantada, tener
presbítero asistente vestido de capa pluvial?
La S. C. de Ritos, con fecha 15 de Marzo de 1721 y 28 de Julio de 1876, prohibió a todo
simple sacerdote tener presbítero asistente en la misa cantada, etiam sub praetextu immemorabilis consuetudinis.
No obstante esta prohibición tan clara y terminante, en muchos lugares prevaleció abusivamente la costumbre contraria; y enterada de ello la S. C de Ritos, declaró benignamente con
fecha 1 de Diciembre de 1882: Servari potest huiusmodi consuetudo, si sit immemorabilis.
Pero hoy, después de la publicación del Código de Derecho Canónico, no puede sostenerse, sino que debe ser abolida dicha costumbre, por inmemorial que sea; porque el citado
Código dice expresamente en el canon 812: Nulli sacerdoti celebranti, praeter Episcopos
aliosque praelatos usu pontificalium fruentes, licet, sola honoris aut solemnitatis causa,
habere prsbyterum assistentem.
Palabras que no admiten diversa interpretación y que resuelven toda duda; según las cuales, al nuevo sacerdote que celebra solemnemente
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su primera misa se le prohíbe tener presbítero asistente.
Sin embargo, es de notar que el canon citado dice que a ningún sacerdote es lícito tener
presbítero asistente, sola honoris aut solemnitatis causa. Y es evidente que el presbítero
acompaña al nuevo sacerdote, no para honor de este ni para mayor solemnidad de la fiesta,
(aunque esto resulta secundariamente), sino principalmente para ayudarle, para advertirle,
para guiarle, para que siga el orden prescrito, y para que no omita cosa alguna principal o secundaria; lo cual podría suceder muy bien, atendido el estado de excitación en que se encuentra el nuevo sacerdote en tan solemnes momentos. Por esta razón y con este fin muchísimas
leyes diocesanas mandan que le asista un sacerdote en las tres primeras misas que celebre.
El diácono, aun siendo sacerdote, no pude llenar este oficio; porque su principal obligación es cumplir bien todas sus ceremonias como ministro; y cumpliéndolas, no puede acudir
oportunamente a advertir o insinuar al nuevo sacerdote en sus momentos de indecisión.
Según esto, pues, parece que, a pesar de la disposición clarísima del Código, puede el
nuevo sacerdote tener presbítero asistente; el cual, siendo la misa con ministros, puede estar
revestido de capa pluvial, como lo declara el citado decreto de 1882: y si la misa es rezada,
debe usar sobrepelliz con estola del color del día.
Pero como al nuevo sacerdote se le concede tener presbítero asistente, no por honor ni para mayor solemnidad, sino como una ayuda necesaria, dicho presbítero asistente no puede ni
debe hacer lo que hace el presbítero asistente en las misas solemnes celebradas por los obispos y los demás prelados que gozan del derecho de celebrar de pontifical.
Por tanto:
A.- No debe recibir ni dar el bonete al nuevo celebrante.
B.- No debe trasladar el misal ni tenerlo durante la incensación.
C.- Al sentarse todos, él lo hará a la derecha del diácono.
D.- No será incensado después del celebrante, sino después del diácono.
E.- No debe recibir la paz del celebrante, sino del subdiácono.
F.- Debe dejar a los ministros hacer todo lo que les prescriben
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las rúbricas en las misas solemnes ordinarias; y él debe ser un testigo fiel y un padrino que cuide de que el nuevo sacerdote no falte a ninguna rúbrica.
FR. C. DE E.
Sobre la exposición del SS. Sacramento
Desde muy remotos tiempos viene empleando nuestra santa Madre Iglesia dos modos de
exponer a la adoración pública el Santísimo Sacramento: uno público y otro privado, que se
llaman exposición mayor y exposición menor.
La exposición mayor se hace con la custodia en la cual aparece visible la sagrada hostia.
La exposición menor se hace con el copón cerrado permaneciendo invisible la sagrada
hostia.
En ambos modos demuestra la Iglesia su fe plena y su gran amor hacia el augustísimo
Sacramento de nuestros altares, su diligente solicitud para remover todo inconveniente que
pueda perturbar el fervor de los fieles para adorar el gran misterio del amor.
La exposición mayor se considera como una de las funciones ordinarias más solemnes de
la Iglesia. Y si la exposición menor se hace con menos pompa, es porque ésta no es verdadera
y propia exposición: porque solamente consiste en abrir el sagrario, recoger la cortinilla y
colocar en el dintel del sagrario el copón cerrado y cubierto con su túnica, sin sacarlo fuera.
Pero para la exposición mayor o solemne ha establecido la Iglesia varias normas, de las
cuales las principales son las siguientes:
I. El SS. Sacramento se debe exponer en el altar mayor de la iglesia.
II. En el altar de la exposición no se pueden colocar ni reliquias ni imágenes.
III. Durante la exposición deben arder, por lo menos, doce velas de cera.
IV. Durante ella no se puede hacer colecta alguna por la iglesia.
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V. En las misas rezadas que se celebren durante ella no se toque para nada la campanilla.
VI. No debe haber sermón, excepto donde hay privilegio o legítima costumbre: y en
este caso, el Sermón debe ser breve, fervoroso y sobre asunto del SS. Sacramento; durante el sermón se debe cubrir el SS. Sacramento con un velo o cortinilla de seda: a no ser que el sermón sea en otra capilla a la cual vayan los fieles; pero quedando siempre algunos adoradores ante el Santísimo.
VII. Todos los que entren, salgan o pasen delante del SS. Sacramento deben hacer genuflexión con las dos rodillas.
VIII. Todos permanezcan descubiertos sin usar el bonete.
IX. En el altar de la exposición no se debe celebrar ninguna misa, sino aquella en que
se expone y se reserva, y en caso de necesidad.
X. No se puede exponer simultáneamente en varios altares.
XI. La custodia debe colocarse sobre un corporal o palia y en tabernáculo bajo trono o
dosel.
XII. A ser posible, nunca deben faltar dos o, al menos, uno del clero que permanezca en
adoración al SS. Sacramento.
Éstas son las principales prescripciones que manda observar la Iglesia en la exposición
mayor o solemne del SS. Sacramento.
Ésta se puede hacer, además de las cuarenta horas y de la octava del Corpus, durante todo
el año, por uno o por varios días, mas no por la noche; y aun por todo el año, como se hace en
las iglesias de la adoración perpetua. Pero no se debe hacer en tiempo en que fuera ajena al
espíritu de la Iglesia y a sus costumbres, como v. gr. en la noche de Navidad.
Por decreto de la S. C. de Ritos de 31 de Mayo de 1648 estaba prohibido a los regulares
exponer la sagrada Eucaristía, aun en sus propias iglesias, a no ser por causa pública aprobada por el Ordinario: y sólo se les permitía hacerlo por causa privada en forma de exposición
menor; o sea, sin sacar del sagrario el copón y permaneciendo este cerrado de modo que no se
pudiese ver la sagrada hostia.
El nuevo Código declara esto mejor, diciendo en el canon 1274: «in ecclesiis aut oratoriis
quibus datum est asservare SS. Eucharistiam, fieri potest expositio privata seu cum Pyxide ex
qualibet iusta
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causa sine Ordinarii licentia. Expositio vero publica seu cum Ostensorio, die festo Corporis
Christi et intra Octavam fieri potest in omnibus ecclesiis inter missarum solemnia et ad Vesperas; aliis vero temporibus nonnisi ex iusta et gravi causa praesertim publica et de Ordinarli
loci licentia, licet ecclesia ad religionem exemptam pertineat».
La S. C. de Ritos exigía para la exposición mayor una causa pública. El nuevo Código
exige una causa justa y grave, principalmente pública. La S. C. de Ritos exigía licencia del
Ordinario. El Código exige licencia del Ordinario del lugar. La ley ahora es clarísima. El que
debe reconocer y declarar la justicia y gravedad de la causa para la exposición mayor del SS.
Sacramento no es el Ordinario propio, o sea, el Superior regular, sino el Ordinario del lugar.
FR. C. DE E.
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TROVAS A LA SANTA HOSTIA
«Deus absconditus»
Pan de los cielos venido,
de mis ojos dulce imán;
yo sé que tú no eres pan,
que eres un Dios escondido
que en blancos velos me dan.
¡Qué bien te ocultas, Señor,
bajo esos cándidos velos!
De tus trazas tengo celos
que te ocultan a mi amor
como eres bello en los cielos.
Te ocultas, mas no me engañas:
con el corazón te vi.
Por más que tu rostro empañas,
son tan claras tus hazañas,
que a ciegas te conocí.
¿No ves que tengo un deseo
que es un lince para verte?
y aunque a decirte no acierte
como te miro, te veo;
y antes tomara la muerte
que dudar de lo que creo.
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Que no es mi flaca razón
la que en esa Hostia te ve;
sino aquella lumbre que,
inflamando el corazón,
es la razón de mi fe.
Y es tan ardiente su luz
y tan luciente su ardor,
que por creerte, Señor,
me pusiera en una cruz
y muriera allí de amor.
Pan de los cielos venido,
de mis ojos dulce imán,
yo sé que tú no eres pan,
que eres mi «Dios escondido»
que en blancos velos me dan.
Dame vida, oh dulce Pan;
que contienes todo bien;
que si tú eres mi sostén,
en vano me turbarán
los males con su vaivén.
Dame vida y dame muerte;
viva y muera en Ti y por Ti;
que si vivo y muero así,
dichosa será mi suerte.
Ven, mi Jesús, ven a mí.
FR. J. MORENO DE S. NICOLÁS DE TOLENTINO
A. R.
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FRUTO SABROSO
Algunos de mis compañeros, con tanta verdad como entusiasmo, han publicado en nuestro BOLETÍN sendos artículos probando la necesidad de que, ya desde jóvenes, nos vayamos
adiestrando en el manejo de la pluma, para defender la verdad católica, de tantos modos combatida en todo el mundo.
«Tenemos, dicen, la misma aptitud y los mismos medios que otros que lo hacen con lisonjero éxito. ¿Por qué, pues, no empezar?»
Y a esos que tal dicen les hago yo la misma pregunta: ¿por qué no empezáis? De esa necesidad y de vuestra aptitud estamos todos muy persuadidos. ¡Manos, pues, a la obra! Así
cumpliréis la obligación estricta de cultivar los talentos que Dios os ha dado: y ese cultivo os
reportará los frutos centuplicados de que habla el divino Maestro.
Como vosotros empezó el M. R. P. Fr. Pedro Fabo del Corazón de María; y hoy, después
de muchos triunfos conquistados con la pluma, y que todos conocéis, nos ofrece dos nuevos,
que los quiero hacer constar para que os sirvan de estímulo.
Con fecha 19 de Octubre de 1918 fue nombrado dicho Padre Académico Protector Correspondiente de la Real Academia de Declamación y Buenas Letras, de Málaga. Y con fecha
28 de Febrero del año actual fue nombrado por unanimidad Académico de la Real Academia
de Bellas Artes de San Luis Gonzaga, de Zaragoza.
Dos nombramientos que son como dos nuevas hojas que el cultivo de su pluma ha hecho
brotar en la corona de laurel que ciñe las sienes gloriosas de nuestra Madre la Recolección
Agustiniana;
284
dos nuevos diamantes que ha engastado el hijo en la brillantísima diadema que orla la frente
augusta de la madre; y que al mismo tiempo llenan de la más pura satisfacción el corazón del
hijo.
¡Sabroso fruto el de la pluma que nutre y alegra al hijo y honra a la madre!
La más cordial enhorabuena al R. P. Fabo por tan merecido honor; y que esto os anime,
mis amados condiscípulos, para dar a nuestra Madre días de gloria.
FR. C. DE E.
LA CUSTODIA SANTA
El sol radiante de primavera
no es más hermoso que tu arrebol,
Sol de los soles, do reverbera
la luz que inflama la luz del sol.
No de tus oros la luz marchita
miran mis ojos, cuando te ven;
no son tus rayos, es la infinita
luz que derrama mi amado Bien.
Vivir quisiera bajo esa lumbre
bañada el alma de resplandores;
morir quisiera con mansedumbre,
rindiendo el alma, muerto de amores.
¡Oh Sol de vida, oh dulce encanto,
luz de mis ojos, astro de amor!
¡Quién fuera un ángel, quién fuera un santo
para adorarte y amarte tanto
como en el cielo te aman, Señor!
FR. J. MORENO DE S. NICOLÁS DE TOLENTINO
A. R.
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PÁGINAS TEOLÓGICO-HISTÓRICAS
(Continuación)
¿Es ciencia la Teología?
¿Puédese aplicar a la Teología el nombre de ciencia? - La ciencia objetiva y subjetivamente considerada. - La Teología objetivamente considerada es ciencia. - Diverso modo
de responder, si se considera la Teología subjetivamente, por la doble definición de la ciencia. - Conveniencia de conservar la definición de los modernos autores. - Objeciones de los
racionalistas. - Dificultad de A. Loisy.
Objetivamente consideradas, tanto la Teología Fundamental como la Dogmática, merecen el título de ciencias. Y la razón no puede ser más evidente, puesto que tanto la una como
la otra nos ofrecen un sistema completo de demostraciones. Porque la Teología Fundamental
tiene el oficio, que desempeña admirablemente, de probar que la revelación divina ha sido
comunicada a la humanidad principalmente por Cristo y sus apóstoles; que se conserva incorrupta e inmaculada a través del correr de los siglos en la Iglesia católica por medio del Romano Pontífice, Vicario augusto de Dios entre los mortales, del cuerpo de los Obispos, de los
Santos Padres, de los Teólogos y de los fieles, y que, finalmente, está contenida en libros inspirados que a Dios por autor supremo reconocen y en tradiciones divinas que en escrito no
fueron primitivamente consignadas. Y la Teología Dogmática también nos presenta en un
conjunto sistemático de conclusiones demostradas las verdades que se relacionan con Dios,
uno en su naturaleza, trino en sus personas, con la obra estupenda de la creación, con los
múltiples dones de gracia comunicados
286
al primer hombre, con su caída ruinosa para el género humano entero y con su restauración
mediante la redención verificada por el Verbo encarnado, que nos mereció la gracia divinamente vivificadora que por los sacramentos se nos comunica, y que tendrá su consumación
plena en la visión beatífica para aquellos que debidamente supieron apreciarla, porque los que
la menospreciaron gemirán eternamente su reprobación irrevocable. ¿Negará, pues, alguno
que ambas disciplinas, esencialmente ordenadas entre sí, son, si objetivamente se consideran,
verdaderas ciencias que nada tienen que envidiar a las demás que también nos ofrecen un
cuerpo de verdades demostradas?
Pero no es precisamente desde el punto de vista objetivo como consideramos en la cuestión presente la Teología; la cuestión principal que se ha ventilado, se ventila y ventilamos
nosotros es desde el pudo de vista subjetivo; y para mayor claridad en la respuesta puédese
muy bien redactar la pregunta que pretendemos resolver del modo siguiente: ¿El conocimiento que se tiene en la Teología es tan perfecto que pueda llamarse científico, y, por lo mismo,
puede darse a la Teología el honroso calificativo de ciencia? Reducida la cuestión a sus precisos términos, condición necesaria para su exacta resolución, no podernos llegar a la categórica
respuesta final sino por medio de distinciones y respuestas particulares que limiten la controversia.
Dos han sido las definiciones que de la ciencia, subjetivamente tomada, nos han propuesto los innumerables autores que han escrito acerca de ella; una es más frecuentemente adoptada por los modernos; otra es comúnmente admitida por los antiguos, que no hacían en este
punto sino adoptar la doctrina del Estagirita. Define, pues, la mayor parte de los autores modernos la ciencia en su aspecto subjetivo diciendo que «es un conocimiento cierto que de
principios ciertos, fundándose en la experiencia y en el raciocinio, procede a la deducción de
verdades desconocidas»1.
Admitida esta definición, nadie vacilará en afirmar que la Teología es y debe llamarse
ciencia. Porque la Teología Fundamental nos
1
Véase, por ej., a T. Pesch Lógica, pars. II, vol. I, núm. 1095, pág. 567 y número 1131, pág. 614.
287
demuestra el hecho de la revelación fundándose en la historia que afirma a Dios como causa
única de tal acontecimiento; siendo, por lo tanto, el conocimiento que de él tenemos un conocimiento cierto histórico-filosófico, ya que la filosofía es la ciencia que asigna las verdaderas
causas de las cosas; además nos prueba la Teología Fundamental la custodia infalible de la
revelación deduciéndola de la misma palabra de Dios según los principios y las reglas hermenéuticas. Así mismo la Teología dogmática afirma cada una de las verdades que deben ser
creídas deduciéndolas de la revelación mediante la legítima exposición e interpretación de las
fuentes que la contienen, y las conclusiones, que de estas verdades se originan, las deriva
apoyada en la lógica raciocinación.
¿Deduciremos la misma conclusión afirmativa en favor de la Teología si admitimos la
definición de la ciencia dada por Aristóteles y seguida por los antiguos que afirmaban que la
ciencia «es un conocimiento cierto y evidente adquirido por demostración?» Y adviértase que
al hablar de la evidencia del conocimiento entendían los antiguos que las conclusiones debían
proceder de principios dotados de evidencia intrínseca que hirieran con la perspicuidad de su
luz las facultades del conocimiento humano.
Aceptada esta definición y concretando nuestra cuestión a la Teología Dogmática, debemos considerar dos cosas. Primera: que no pocas verdades teológicas, que pudiéramos llamar
fundamentales, de las que como de principios se originan muchas conclusiones, no sólo no
son intrínsecamente evidentes, sino que ni pueden serlo, ya que son misterios estrictamente
dichos cuyo nexo interno y sociabilidad terminológica ninguna mente humana puede penetrar
ni comprender; y segunda: que cuantas verdades nos presenta la Teología fundada en la divinidad de la revelación, nos las ofrece para que las creamos por el motivo formal único de la
autoridad de Dios y no por la evidencia de las mismas de la cual prescinde por completo.
No por deprimir en lo más mínimo a la Teología, como pretende hacerlo el racionalismo
contemporáneo, sino solamente por seguir la precedente definición aristotélica y faltar la evidencia a muchos, por lo menos, de los principios teológicos, negaron comúnmente los Escolásticos que la Teología fuese ciencia, o, si con el nombre de ciencia la designaban, usaban
de alguna una distinción y explicación.
288
Entre los que niegan simplemente están Scoto, Durando, Gregorio de Rímini con los nominales. Cayetano, Toledo y Báñez afirman que es ciencia perfecta en los bienaventurados,
que tienen evidencia de lo que enseña la fe, e imperfecta en nosotros que por la fe nos regimos. Gregorio de Valencia y Vázquez llaman a la Teología ciencia por analogía. Y no faltan
Escolásticos como Melchor Cano que aseguran que, si Aristóteles hubiese pensado en una
disciplina cuyos principios no son evidentes, aunque sí ciertos con la certeza fortísima de la fe
divina, hubiérala llamado ciencia. El carácter profundamente filosófico del insigne maestro de
Alejandro Magno y su estima sincerísima de las causas de las cosas hacen que efectivamente
también nosotros creamos que, si él hubiera sido cristiano viviendo unos siglos más tarde,
nada hubiese dicho con el fin de rebajar la Teología: su genio potentísimo y singular hubiérala
apreciado algo más que algunos intelectuales del racionalismo.
Para que no se crea, pues, que pretendemos rebajar ni deprimir en nada la Teología,
creemos más conveniente, dado el ambiente en que vivimos, conservar la definición de los
modernos autores que exigen certeza y no necesariamente evidencia en los principios científicos de donde las conclusiones se derivan. Bien que examinada la cuestión con algún detenimiento no creemos que en nada se menoscabe realmente el prestigio de la Teología, si seguimos la antigua definición; ya que entonces queda reducida la cuestión al diverso modo con
que debe hablarse, quiero decir, a afirmar que en la Teología no se verifica unívocamente, por
no tener la evidencia de los principios, la razón formal que constituye la ciencia, sino sólo
analógicamente; porque, fuera de la evidencia, úsase en la Teología del discurso como en las
demás ciencias, obsérvase en ella las reglas del raciocinio como en las demás, superando por
otra parte a todas en la perfección de su certeza que es divina, ya que divino es el motivo del
asentimiento, mientras que en las demás es meramente natural y humana.
Suficientemente resuella la cuestión que ha motivado las líneas precedentes, poco nos va
a costar ahora evidenciar el desprecio que los actuales racionalistas albergan en su espíritu
contra la Teología y manifestar que el resorte y móvil que los impulsa a negarle el
289
título de ciencia no proceden sino de ese vergonzoso e innoble desprecio.
Usando, pues, de frases huecas y campanudas que ningún otro mérito tienen que el de ser
rebuscadas y hacer ruido con que marear a superficiales entendimientos, comienzan sus tiros
negando que la Teología sea digna del honor de ciencia porque es esclava de los dogmas.
¡Valiente dificultad! Sí, decimos nosotros, esclava es la Teología de los dogmas; pero estos
son verdades reveladas por Dios y propuestas por una autoridad infalible; y Dios es la misma
verdad también, y por lo mismo la Teología es esclava de la verdad porque tiene el honor altísimo de ser esclava de Dios. Y ¡coincidencia admirable! Allí, al comenzar la era cristiana
perfumó el ambiente nazareno una Virgen, doncella de encantos inefables, de beldad arrobadora, que embellecía con su celestial hermosura las mismas cosas que sus negros ojos contemplaban difundiendo destellos de primor y encanto. Y esa Virgen de majestad encantadora
un día en sublime rapto de humildad inaudita declara en momentos solemnísimos que es la
esclava del Señor. Y desde aquel instante el mundo es un trono de la Reina del Universo; los
corazones de millones de creyentes le forman altares más preciosos que los innumerables que
el amor le ha consagrado en los monumentales templos que en su honor ha levantado, y por la
tierra entera los cantos que su gloria celebran forman armónicos acordes con los que proclaman su excelsitud, la excelsitud de la Bendita entre todas las mujeres que, al sentirse esclava
de Dios, fue proclamada Reina del Universo. ¿Será también por eso, porque la Teología es
esclava de los dogmas, de la verdad, de Dios, por lo que habrá recibido el nombre augusto de
Reina de todas las ciencias que en humilde coro le tributan adoración? ¿Será por ser la Teología esclava de los dogmas, de la verdad, de Dios, por lo que empuña el cetro entre todos los
conocimientos que cumplen su misión, no de separarnos de Dios, sino de conducirnos a Él?
Pero ¡ah! —continúa el racionalismo con voz estridente— la Teología admite la autoridad y en todo por ella se rige, y lo que es tal no merece circundarse las sienes con una aureola
de gloria que lleva estampado el honorífico nombre de ciencia. ¡Y qué! —decimos nosotros—
¿acaso ese racionalista que en todos los momentos habla
290
de las ciencias de la naturaleza, de las ciencias de lo sensible, de las ciencias físicas, comienza
por negar los hechos establecidos por esas mismas ciencias, o hace él mismo experiencia directa de cada uno de ellos? ¿No se rigen en mil cosas por la vía de la autoridad tanto el físico
como cualquiera otro mortal que no lleve patente de haber renegado vergonzosamente de la
humana dignidad? Porque es natural a todos, no es innoble ni denigrante el proceder por el
camino de la autoridad, o sea, guiados por ella; lo importante y fundamental es que esa autoridad constituida por el conocimiento y la veracidad realmente exista. Y, una vez que se demuestre su existencia, no tenemos, no debemos tener ningún inconveniente en darle la mano
para que nos conduzca por donde le plazca, eso aunque no sea sino autoridad humana; ¿lo
tendremos, pues, cuando se trata de una autoridad divina demostrada, que se funda en la naturaleza del mismo Dios, sabio sin limitación, porque es la Sabiduría misma, veraz necesariamente porque cuando Él habla no abre su boca sino la misma Verdad?
Y queremos terminar estas líneas dedicando cuatro nada más a rebatir las erróneas afirmaciones de Loisy que da las siguientes razones para probar que la Teología no pertenece al
catálogo de las ciencias recientes1. Dice, pues, el corifeo del modernismo en la nación francesa que la Propedéutica no puede probarnos a Dios ni en cuanto revela ni en cuanto obra milagros, porque, como tal, ni con hechos solos ni con el raciocinio puede ser demostrado. Así
mismo —añade— cada uno de los dogmas que presenta la religión no son objeto de la historia
porque no pueden colegirse de la simple exposición y discusión de los testimonios evangélicos. Y por fin —concluye— que los mencionados hechos y las referidas verdades dogmáticas
no pueden ser demostrados de otra manera que aplicando las fuerzas de la conciencia ayudada
por la ciencia y el raciocinio, ya que se trata de una cosa religiosa y moral.
A las dos primeras afirmaciones y razones del autor modernista, le replicamos que la
Propedéutica, que prepara el camino a la Teología Dogmática, puede probar y prueba de
hecho a Dios ya en cuanto revela ya en cuanto confirma su revelación con milagros,
1
Loisy, Autour d'un petit livre, págs. 213-216.
291
pues eso constituye uno de sus oficios principales que desempeña perfectamente; mas las verdades dogmáticas, objeto de la revelación divina, como, por ejemplo, la Encarnación, etc.,
sólo pertenecen a la historia indirectamente, en cuanto que las afirmaciones que las encierran
están contenidas en testimonios confirmados con milagros, y toda testificación, como hecho,
entra en el ámbito de la historia. Y a su razón final contestamos que ese es el error que envenena casi todas las doctrinas modernistas, que eliminan de la Teología todo elemento sobrenatural, y envenena asimismo las doctrinas de Loisy. Porque en esa razón, que nada tiene de tal,
con lamentable confusión se constituye la disposición de la voluntad necesaria muchas veces
como condición para que la verdad obre con su propio motivo en el entendimiento, en facultad o acto que han de experimentar o intuir las cosas divinas. Y ¿hay cosa más deplorable que
esa confusión de Loisy? ¿No es evidente que son cosas distintas las disposiciones morales del
individuo ante la verdad religiosa y moral y las facultades o actos que las perciben?
No nos escuchará; pero si hubiera de escucharnos pediríamos al racionalismo que cesase
de pretender obscurecer el brillo fulgentísimo que irradia la diadema puesta sobre las sienes
de la Teología, ya que sus conatos han de resultar siempre impotentes y sus tiros serán vanos;
porque la dignidad de esa hermosa ciencia, que debía iluminar con sus destellos de bendición
al mundo entero, está fundada sobre Dios mismo que, al desplegar sus labios para hablar a los
mortales, con palabra de eterna vida la instituyó.
FR. JUAN MARTÍNEZ MONJE DEL CAMINO
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IDEÍCAS
R. P. Director de BOLETÍN DE LA PROVINCIA DE S. NICOLÁS
Muy estimado Padre: Debo primero que todo dar a V. R. acciones de gracias por la acogida que hizo a mis artículos titulados Ideícas, los cuales han sido motivo de haber recibido
yo no pocas cartas de felicitación y otras con observaciones de gran transcendencia, cartas a
las que ahora voy a contestar colectivamente valiéndome de ésta que a V. R. dirijo.
Un fenómeno curioso se ha verificado con la publicación de Ideícas: yo que estoy cansado de escribir libros, grandes y pequeños, de varias materias, y artículos sueltos en ésta y en la
otra forma y con estilos de escuelas diferentes, nunca he recibido tantas felicitaciones ni creo
hayan sido objeto de comentario como ahora esos mis humildes artículos. Más aún; por lo
general y salvo excepciones, a raíz de publicar un libro, incluso el volumen de nuestras
Crónicas, no me han dirigido cartas gratulatorias los Religiosos de nuestra Orden; y en esto
hacían bien, sea porque valen mis escritos algo menos que poquísimo, sea porque yo no hacía
sino cumplir un deber, y el cumplimiento del deber, y sobre todo entre Religiosos, no creo
que deba ser aplaudido de esa laya. Pero, aquí del fenómeno: publico en Diciembre el primer
artículo de Ideícas y comienzan a felicitarme, de forma que hoy tendría una colección muy
curiosa de cartas, si las hubiera conservado. ¿Cómo se explica esto? Confieso que todos los
puntos que allí se tocan, no son originalidades
293
mías, sino expresión de conversaciones que he oído a los Padres más graves de la Orden, y
aun a los jóvenes, a todos; y que escribí aquellos artículos con espontaneidad y sin esfuerzo
alguno. Acaso en esto estribe el mérito; y acaso la conmoción entusiasta que han producido
sea algo así como la manifestación plebiscitoria con que todos suspiran porque el ideario allí
expuesto se lleve al terreno de la práctica cuanto antes. Yo no he hecho sino revelar un estado
de la conciencia colectiva. La Orden quiere 1.º: entrar por el camino de las Residencias, Colegios de enseñanza e instituciones de vida común, disminuyendo el número de curatos solitarios. 2.º Reglamentar constitucionalmente y con amplitud esa vida. 3.º Abrir a la actividad
intelectual un teatro de operaciones, fundando una Revista científico-literaria.
Pensando algunas veces en el fenómeno de que he hablado, ha venido a mi memoria una
escena bellísima, llena de sicología, que leí en mis años mociles en una novela irlandesa, Mi
nuevo coadjutor, novela que, por lo buena y oportuna, he visto publicada en el Boletín oficial
de un Arzobispado, así como suena, y alabada y ponderadísima por Obispos y sacerdotes.
Plantéase en la novela un problema trascendental de actualidad y aplicación inmediata en este
siglo de evoluciones sociales. Su tesis es: si conviene que el clero entre por las vías de la sociología, periodismo, cultura general, etc., para llevar a los feligreses por ese camino, o si el
clero debe permanecer en sus parroquias sin contacto con estas cosas nuevas, entregado principalmente a fomentar las cofradías, la frecuencia de los sacramentos, la lectura de los ascéticos, evitando entrar en los moldes que los tiempos van imponiendo a las clases sociales; es
decir, el dilema de hoy: o rutina o progreso ordenado. Pues bien, en esta novela utilísima, llena de observaciones prácticas, se describe incidentalmente una fiesta religiosa a la que concurren el Obispo y muchos sacerdotes. Uno de ellos, joven, está encargado del sermón, al cual
asisten todos los compañeros. Acabada la función, nota el predicador que los sacerdotes más
notables no le felicitan. ¿Por qué? En cambio, el Sr. Obispo lo hace muy efusivamente, y por
eso cobra ánimo el joven sacerdote y le expone su cuita. El Obispo le dice entonces que no se
apene, pues es mejor el silencio que las alabanzas excesivas. Cuando aplauden los compañeros
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un sermón muy encomiásticamente en las mismas barbas del predicador, mala señal. ¿Verdad,
mi querido P. Director, que esta sentencia tiene meollo? ¿O será por ventura un fenómeno de
sicología inglesa, diferente de la latina?
Para decirlo todo, sepa que mis artículos le parecieron a alguno muy malos. Si Ideícas
fueran onzas de oro... o chuletas de tocino rancio…
Digo, pues, que pidiendo indulgencia a los autores por publicar algunos párrafos de las
misivas con que me honraron, voy a ordenar recortes. Un comunicante escribe con enfado:
«Habla V. R. aún poco contra los curatos. De seguir así, con ellos, no debemos llamarnos
Orden de ermitaños recoletos de San Agustín, sino Orden de curas solitarios. Yo prohibiría
de una plumada —dice— los curas solitarios. Vae soli! No juzgo que se hace eso por el dinero, aunque es mucha verdad que las Provincias lo necesitan, porque en este caso, esos dineros
serían como las lentejas de Esaú o los treinta de Judas». Algo fuertecillo está este celosísimo
religioso. Cambiar de repente las cosas es imposible: cada Provincia conoce sus necesidades y
cada Provincial tiene su Definitorio y su Capítulo a quienes incumbe ir modificando prudentemente las orientaciones de la entidad a que representan. Eso sí, confundir la prudencia con
la rutina y la necesidad con la vanidad personal en virtud de la cual se hace y se hace más y
más, con detrimento de los súbditos, es un crimen de lesa comunidad.
Otro religioso muy disputador y que suele meterse en honduras de crítica histórica contemporánea, me escribía: «Sus artículos me han sabido a poco: entrañan cuestiones de interés
muy intenso. No cierre V. R. aún la serie de Ideícas; para ello estudie y desentrañe este punto:
Los Lectores de nuestras aulas antiguos y modernos: En los siglos XVII y XVIII los lectores
en todas las partes de España y también en nuestros conventos carecían de libros de texto, y
tenían que presentar a los oyentes todos los días la lección con método, claridad y selección
de materias tomadas de infolios y tratadistas latos. No había textos. El texto vivo era el P.
Lector. Los discípulos oían y apuntaban en la clase o en la calle. Por eso necesitaban aquéllos
descollar por el talento, y tener mucho tiempo para el estudio hasta preparar escritas las lecciones e irlas mejorando
295
de año en año. Pero los Lectores del siglo XIX ya tenían textos excelentes, que, si llegaban a
aprender los discípulos, sabrían más y mejor que muchos de los Lectores de los siglos antecedentes. El Lector hoy día, con dirigir bien la clase, tiene bastante. Las explicaciones amplias y
difusas son nocivas. Los Lectores muy explicadores no es posible que hagan aprender todo el
texto; porque no hay tiempo para tomar la lección. Y si al libro, que suele ser excesivamente
lato, se añaden lilailas declamatorias... ¡a ver!
¿La especialización? Eso —añade— para los Ateneos, Universidades, Centros de enseñanza superior y técnica, ampliación de estudios, etc.; para nuestros Colegios, el texto bien
aprendido. ¿Que algunos de los jóvenes especialicen? Muy bien. Lectores dedicados a una
misma materia por muchos años, ¿para qué? ¡Ah! sí; que se dediquen a ella por toda la vida,
pero oblígueseles a manifestar el fruto de su trabajo, por ejemplo, en las Revistas, o publicando tratados con las muestras de sus intensas labores ultraespecializadísimas».
Otro Padre, muy constituido en dignidad, me hizo estas dos preguntas: «¿Qué hay del
Cuaderno de las enmiendas hechas a la edición de nuestras Constituciones que está mandado
publicar? ¿Cuándo se da a conocer? Ahí tiene V. R. una ideiíca». Son dos preguntas curiosas;
curiosas en las cuatro acepciones que da el Diccionario de la Lengua. No pienso yo lanzar
Ideícas sobre esto; escribiré después otra cosa. Ahora sepa mi amable comunicante que alabo
y he alabado siempre, porque no soy envidioso, la edición del año 1912 por sus grandes aciertos de método y fondo, y más todavía porque, publicadas las Constituciones y puestas en
práctica, han podido ser y han sido objeto de estudio, por parte de todos, en orden a su mejoramiento y enmienda. Sabido es que el Definitorio General de 1908-14, en calidad de Comisión permanente, hizo unas setenta y cinco modificaciones en ellas, después de trabajar todos
los miembros muy bien; modificaciones que fueron aprobadas por el Capítulo General pasado
y mandadas imprimir. Además, el Definitorio General actual, hizo otras tantas o más modificaciones distintas, que fueron aprobadas ya en el Capítulo Intermedio General. Conste que
este Definitorio o Comisión nombró varias subcomisiones para el efecto de estudiar y mejorar
las dichas
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Constituciones, y las subcomisiones trabajaron mucho y bien. Conste también que varios religiosos en particular han enviado al Definitorio importantes observaciones. Además, este
mismo Definitorio ha concordado nuestra legislación con el nuevo Derecho Canónico, y por
lo tanto ha habido necesidad de aumentar el número de modificaciones. Todavía está trabajando, por sí y por varias subcomisiones, pertenecientes a las tres Provincias, sobre la introducción de nuevas enmiendas. Más aún; con todo este trabajo hecho por el Definitorio pasado
y por el actual, se impone la necesidad de hacer nueva edición de las Constituciones, pero
cónstele a mi curioso comunicante que es obra colectiva, que no es proyecto particular de
nadie; que ninguno es autor principal de ellas; y aun la misma redacción en latín no es obra de
uno sino de una comisión plural. Así, el conjunto no resultará de Fr. Casimiro, ni de Fr.
Abundio, ni de Fr. Ticio, ni de Fr. Perico de los palotes, sino, con toda verdad, obra de muchos en la forma y en el fondo. Teniendo ya las enmiendas hechas, poco trabajo será meterlas
en el texto, pero aun este mismo trabajo no será trabajo de uno solo. Suplico, pues, a mi respetado comunicante que tome nota de esto para que conste en la Historia de la Orden.
A la segunda pregunta que me hace, o sea, por qué no se ha publicado ha tiempo el Cuaderno, tampoco quiero contestar: contestaré en su día. Ahora sólo digo que el Cuaderno se
publicará: 1.º, porque, aprobadas ya las enmiendas por el Capítulo General y por el Intermedio, está mandado que se publiquen sin más aprobaciones; y 2.º, porque conviene que sea
conocido y practicado lo contenido en el Cuaderno, a fin de que se conozcan los defectos que
haya, y sean corregidos antes de entregar a la Sagrada Congregación el proyecto de nuevas
Constituciones para que ésta decida si hay o no alguna cosa contraria al Código eclesiástico.
De otra carta desgloso lo siguiente: «Apruebo con toda mi alma —dice— la idea de fundar una revista científica, para que se vea que valemos para algo más que confesar a monjitas,
misionar a indios bozales, y ser curas de misa y olla. He observado que hubo una temporada
en que el BOLETÍN DE LA PROVINCIA estaba agonizando; iba a morir de... Y V. R. comenzó a
escribir, y llegó a escribir en cada número tres artículos para que no muriera la publicación.
297
Creo que adivino las intenciones que tuvo: sostener, sostener, mientras venían tiempos mejores. Y está a la vista que apenas que V. R. publicó Ideícas surgió el entusiasmo de suerte, que
desde hace algunos números el BOLETÍN parece y es revista científico-literaria. El número de
Mayo, v. gr., es hermoso. ¡Qué firmas! ¡Y qué tratados tan variados y tan bien escritos! Verdaderamente que lo que hace falta no es plumas, sino campo para volar. Lo Recoletos son
águilas encerradas en chozas de indios. Hasta veo que se publican en el BOLETÍN de mi Provincia cosas que debían publicarse en el Boletín general, cuya idea propone V. R. muy acertadamente. Veo en el número de Mayo cinco firmas nada menos que no pertenecen a la Provincia. Bien están ahí pero hasta cierto punto. Digo hasta cierto punto, porque ya no es Boletín oficial, ni siquiera Boletín, sino una gran revista con título de Boletín. Pero, si no se funda ni se fundará, como teme V. R., la revista, ¿por qué no seguir escribiendo en el BOLETÍN
hasta que vengan mejores tiempos?»
Por último voy a apuntar tres cuestiones que otro me propone para que las estudie en
Ideícas: «1.ª Causas por las que la Provincia de la Candelaria no se ha desarrollado como la
de Andalucía. 2.ª Errores de la Provincia de S. Nicolás durante la pérdida de Filipinas y después. 3.ª Razones que expliquen el hecho de no haber fundado antes en Madrid los nuestros
Residencia con casa propia e iglesia».
Resueltamente, no correspondo a esta amable invitación porque no tengo tiempo para
ocuparme en problemas de esa naturaleza.
Pero, al concluir Ideícas, ruego a V. R., Padre Director, que me considere amantísimo de
todo lo genuinamente Recoleto; y declaro que, antes que perjudique con mis escritos en lo
más leve a mi sagrada Orden, desearía se convirtiera mi pluma en una víbora rabiosa que me
matase.
B. S. M., encomendándose a sus oraciones y sacrificios
FR. P. FABO DEL CORAZÓN DE MARÍA
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LOS NIÑOS
¡Qué hermoso es un niño! ¡Qué bella y encantadora es la niñez! Cuando contemplo al niño balanceado suavemente en su cunita o dulcemente mecido por los brazos de su madre,
cuando reposa tranquilo en su cuna o duerme al sonido de los armoniosos cantos de su madre,
paréceme un angelito y páreceme ver que en derredor revolotean alegres gran número de estos
celestiales compañeros del niño. Cuando le veo cómo sonríe a las caricias de su madre y
cómo corresponde a sus fiestas con esa sonrisa que encanta, cautiva y enloquece, paréceme
entonces más hermoso que una mañana de Abril, cuando el sol, esparciendo sus rayos sobre
los sembrados, pone a la vista del hombre toda la belleza y magnificencia de la Naturaleza.
Cuando después le contemplo recostado en el regazo de su madre, cómo ríe, cómo se
mueve y quiere manifestar su alegría y para eso quiere pronunciar alguna palabra, paréceme
entonces ver en el niño el despertar de la Naturaleza cuando, al llegar la Primavera, los árboles se cubren de hermosas flores y después de verdes hojas, los campos sonríen al hombre con
sus frutos y flores que los adornan y engalanan de un modo admirable, y aquellos gritos que
da el niño cuando quiere hablar traen a mis oídos el recuerdo del murmullo de las fuentes y el
sonido de las cascadas del río que hermosea la llanura. ¡Qué bello! ¡qué hermoso y encantador
es el niño en sus primeros días!
¡Qué alegrías y contento experimenta la madre cuando enseña
299
al niño a pronunciar los nombres de Jesús y María con las primeras palabras; cuando oye por
vez primera el nombre de madre que le da el hijo de sus entrañas! Sólo una madre sería capaz
de manifestarnos aquellas alegrías y aquellos encantos que sintió al verse llamar por primera
vez con el nombre de madre por el hijo querido.
Cuando después ya mayorcito veo al niño jugar en la plaza con los demás compañeros;
cuando contemplo sus juegos, sus risas, todas sus aficiones, cómo se divierten y juegan y ríen,
cómo los entretiene la cosa más insignificante, mi corazón salta de alegría y de gozo al contemplar todo esto y desearía que esos niños nunca dejaran de serlo, y desearía también volverme niño como ellos para jugar y alegrarme con ellos. Tanto me atraen los niños y tal es el
afecto que les profesa mi corazón.
Cada niño es un ángel; cada niño inocente es un santo. ¡Qué dicha, pues, verse rodeado
de tantos santos como niños inocentes; verse acompañado de tantos ángeles! ¿quién no se
halla alegre, quién no goza en conversar con santos, en estar rodeado de ángeles?
Ángeles y santos los he llamado porque así los trató el divino Maestro Jesús tan amante y
tan amigo de los niños.
Cuando los Apóstoles querían apartar a los niños y no dejaban acercárseles a Jesús, Él,
con ternura sin igual y amor sin medida, les prohíbe apartarlos de su presencia. «Dejad que
los niños se acerquen a mí, les dice, porque de ellos es el reino de los Cielos». ¡Con qué cariño los recibe, con qué ternura los acaricia y pone por modelos a sus discípulos!
¿Queréis saber, pregunta, cuál será el mayor en el reino de los Cielos? y tomando a un
párvulo le puso en medio, diciendo: «En verdad os digo, que si no os convirtiereis e hiciereis
como este párvulo, no entraréis en el reino de los Cielos». ¡Qué bella, qué encantadora y fascinadora es la inocencia que movió al divino Jesús, Cordero sin mancilla, a mostrarse tan cariñoso con los niños y a ponerles por modelo de los que quieran entrar en el reino de la gloria.
En verdad que en cada niño hay un Cristo que acepta para sí cuantas caricias y servicios se
hagan a los pequeñitos. «El que recibiere a uno de estos pequeñuelos en mi nombre, a Mí me
recibe». ¿Quién no amará, pues, a los niños?
300
Ellos son la alegría de los padres que les dieron el ser. Cuando fatigado por los trabajos
del día vuelve el padre a casa a buscar algún alivio, qué gozo, qué alegría no siente cuando el
hijo idolatrado sale a su encuentro, rodea su cuello con sus tiernos brazos y le cubre de besos,
cuando después, al despedirse para ir a descansar, reza con él las plegarias del cristiano y le
ve luego dormir el sueño de los ángeles en su camita.
¡Cuántos disgustos, cuántas malquerencias arregla un niño con su sonrisa! ¡Cuántos padres tal vez hubieran sido desgraciados a no mediar entre ellos el hijo querido de sus entrañas!
Ellos son la alegría del Maestro, el cual considerando en los niños otros ángeles, viendo
en los mismos otros santos, pues así los llamó el divino Maestro Jesús, goza y encuentra todas
sus delicias en estar con los niños, en educarlos, instruirlos y verlos divertirse en sus juegos.
¡Qué satisfecho se muestra el Maestro cuando rodeado de todos sus pequeñuelos se dirige
a la iglesia, los lleva de paseo y les enseña algún cántico que ellos repiten con entusiasmo,
con loco frenesí! Dicha envidiable por cierto la del maestro cristiano, verse rodeado de ángeles, conversar y educar a tantos santos como niños tiene en su escuela...
Son también los niños la alegría del pueblo. Ellos con sus juegos, sus gritos y diversiones
alegran las calles y cambian la faz de los pueblos. ¡Qué triste me parece un pueblo cuando no
veo a los niños correr por las calles, jugar por las plazas, y más cuando en ellas no veo niños!
Por el contrario, un pueblecito de mi tierra, donde multitud de niños corren, juegan, cantan y
gritan, paréceme un paraíso donde, son ellos las más hermosas y preciadas flores. ¿Qué sería
de los pueblos si no hubiese niños? Los niños, pues, lo alegran todo. Por eso mi corazón siente muy honda pena, cuando los veo tristes, cuando los veo llorar.
Por esto también, me disgustan todos aquellos que los maltratan, aquellos que no les
aman; todos aquellos que ningún interés se toman porque los niños estén alegres. Por eso me
repugnan esos maestros que en vez de hacer de la escuela un centro de alegría, en lugar de
educarlos por medio del amor, porque la educación es obra del corazón, con su porte severo y
rostros huraños,
301
convierten la escuela en prisión dolorosa para el niño, donde no se oye más que lamentos y
lloros de los niños y la voz ronca del enfurecido maestro que sacude con furor la verga o la
vara como si tratara con esclavos; y donde el maestro no sabe otra cosa que imponer a los
discípulos castigos que deshonran y abaten al tímido niño; estos tales, en lugar de educar
ángeles, formarán ladrones, formarán criminales o asesinos.
Esos maestros tristes, malhumorados vinagreras, no son buenos maestros. Con sus maneras todas, hacen la escuela pesada, antipática, penosa y desagradable. Escuela sin fuego, sin
alegría, no es escuela sino un calabozo o cementerio, y esos tales maestros, más bien que custodios y educadores de ángeles, podrán desempeñar con acierto el oficio de cabos de vara o
de sepultureros.
Cuando oigo hablar de esos tales que así tratan a los niños, no tengo para ellos más que
palabras duras, palabras de indignación, pues que, de esa manera, esos niños que ahora son
ángeles humanos, al verse llamar y tratar así, abandonarán pronto la escuela y como sus padres no podrán atender a su educación ¿qué resultado darán de si?… Horror me causa el pensarlo.
Por eso también amo a todos aquellos que aman al niño; por eso amo al incomparable y
fervoroso amante de la niñez Siurot. ¡Con qué fruición leo su inimitables páginas sobre los
juegos de los niños! ¡Con qué envidia contemplo y veo en todas ellas el encendido amor que
él profesa a los niños!
Por eso también amo a las madres porque ellas son las que más aman, las que mejor saben amar al niño. ¡Oh el amor de madre! ¿Quién no recuerda con deleite el amor de nuestras
madres, los besos, las caricias que nos hicieron cuando éramos niños?... El niño además de ser
el encanto de sus padres, la felicidad y dicha del maestro y la alegría de nuestro pueblo, tiene
siempre el encanto de una esperanza. Todos tienen puestas en el niño sus más halagüeñas esperanzas.
Espera el príncipe y el noble que el hijo querido conservará en todo su esplendor los títulos de su casa y guardará inmaculada la gloria que rodea su nombre.
(Continuará)
FR. PEDRO ZUNZARREN DE LA CONCEPCIÓN
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ESTUDIOS APOLOGÉTICOS
SOBRE EL CRISTIANISMO
Aguijoneado, diré más bien que movido por un artículo de caldeada y vibrante prosa, por
cuyas líneas ráfagas de bélico fuego parecen circular y en cuyo fondo palpita todo el denuedo
de un animoso paladín de Cristo, a quien torturan como horribles torcedores los sangrientos
escarnios con que la impiedad quiere denigrar la imagen del Crucificado, desciendo a público
palenque a romper lanzas con los enemigos de la Cruz, aun a precio de sucumbir en la pelea
con la serena calma del mártir sobre la revuelta arena del Circo.
Sí; hoy más que nunca necesita la Religión denodados campeones que sacudan briosos el
profundo letargo en que yacen sumidos, empuñen las plumas por espadas y salgan al campo
del combate a defender los intereses de la Iglesia menoscabados, su dogma brutalmente combatido y su moral escarnecida con procacidad inaudita. Hoy los enemigos de la Religión son
más osados e implacables y sus ataques más brutales; hoy se han confabulado las costumbres
licenciosas, la corrupción y la inmoralidad, las altas orientaciones de los pueblos, los gritos
desalmados de las mal llamadas reivindicaciones obreras, la filosofía, la filología, la geología,
la biología, la antropología..., en fin, los desheredados de la fortuna, entibiada la fe y perdida
la resignación que necesitan para soportar los rigores de la miseria y aspirando con loco afán a
nivelarse con las clases superiores en los goces y refinamientos de la vida, corren fanatizados
en pos de la hueca verbosidad de politicuelos de baja estofa que los embaucan, y engañados
por falsas esperanzas, ocasionan tumultos,
303
promueven sediciones y asonadas, y todos, todos a una, quieren destronar a Dios y borrar, si
posible fuera, del corazón e inteligencia humanos el resplandor de su bondad y verdad indefectibles. «Peleemos bien las batallas del Señor, escribiendo cada cual según los talentos que
Dios le ha dado», dice el autor del citado artículo; eso mismo repito yo poniendo el grito en el
Cielo: combatamos sin tregua al error y a la herejía, a la corrupción y al torpe vicio; opongamos un dique infranqueable a la pasión desenfrenada, a sus estragadas concupiscencias que
están conduciendo a la humanidad a un horrendo suicidio.
Socavemos los cimientos del racionalismo con la piqueta demoledora de nuestras plumas;
¡qué tristísimo cuadro de profunda desolación está ofreciendo el mundo a nuestros ojos! Todo
se anubla, todo choca, todo vacila, todo se conmueve, todo se derrumba con el imponente
estrépito con que revienta la ola en las asperezas del rompiente, coronas y cetros, altares y
tronos; todo parece un inmenso osario donde vaga con la cuchilla ensangrentada la sombra de
la muerte.
Sí, debemos oponernos con todas nuestras fuerzas a ese torrente desolador y ruina de la
Religión, virus corrosivo de las buenas costumbres, asesino de la inocencia que se llama prensa; la prensa impía, obscena, grosera y carnal, esa poderosa palanca de que el demonio se vale
para descatolizar al mundo. Ella, funestísimo aborto del infierno, hedionda charca de pútridas
emanaciones que inficiona toda la tierra, despeña al hombre por la voluptuosa pendiente del
placer en las más cínicas desvergüenzas, ella engendra la más torpe obscenidad, enaltece el
suicidio, suprime la caridad en el corazón y despierta en él los instintos sanguinarios de la
hiena, patrocina la injusticia, ella arroja su viscosa baba de inmundo reptil sobre el pudor y la
vergüenza, y de tal modo hace al hombre esclavo de la sensualidad, que no hay maldad, por
nefanda y execrable que parezca, que no se ejecute públicamente y sin causar escándalo. Pero
no desmayemos ante este cuadro espantoso de horror y de miseria; al error se combate con la
verdad, a las tinieblas con la luz, a la maldad ahogándola en la abundancia del bien, a la espantosa corrupción de costumbres con una vida intachable regulada por los sanos principios
de la moral cristiana, subyugando
304
la materia, sometiendo los apetitos al imperio de la razón, brindando a la humanidad acibarada por un mortal hastío esos torrentes de voluptuosidad inefable que sólo de la Religión emanan. He aquí el remedio para tantas calamidades y desastres como aquejan a la sociedad, he
aquí el fin de tan pavoroso desconcierto; del seno de esa religión ha de brotar la luz que disipe
la cerrazón caótica que envuelve a la humana inteligencia. No puedo encarecer con palabras
la trascendencia suma que tiene su conocimiento, pudiéndose afirmar con toda verdad, que su
ignorancia es origen y raíz de todos los males que deploramos en tan aciagos tiempos.
Importa, pues, conocer a fondo esta obra sublime y estupenda que asombra al mundo,
confunde a la impiedad y hace estremecer de júbilo a la creación entera, obra gigantesca que
tan profundamente alteró la faz del orbe todo, que «adquirió un poder espiritual asombroso,
que no sólo desmenuzó los ídolos de bronce y de mármol, sino que humilló a los poderosos
de la tierra, les arrancó las armas de las manos y la corona de la cabeza, y les obligó a reconocer, humildes, una voluntad más alta que la suya». Weiss. Ella surge en Jerusalén como la
aurora entre las sombras de la noche, atraviesa las encantadoras llanuras de Judea, las de mirtos y granados, laureles y plátanos, cruza las ondas rumorosas del Jordán, bate sus alas como
ángel de luz sobre las cenagosas aguas del mar Muerto, recorre la Siria y Babilonia, Mesopotamia y Kurdistán, la Anatolia y la Armenia; desde las márgenes del Golfo Pérsico hasta las
costas bravías del Mar Rojo, todo lo domina; imagen del amor gentil y hermosa, derramando
celestial rocío, cruza los vastos arenales de la Arabia, llora sobre las tumbas de las caravanas
sepultadas por el Simoun abrasador de los desiertos, remonta jadeante las aéreas crestas del
Edjar, traspone las invencibles cumbres del Indu, y enarbolo la enseña victoriosa de la Cruz
en el inmenso triángulo comprendido entre el Ganges y el Indo, el Golfo de Omán y el de
Bengala. Ella penetra en hombros de un anciano débil y encorvado por los años en la soberbia
Roma, la gran charca de corrupción, envuelta en los crespones del paganismo, la impúdica
meretriz del Mediterráneo a quien el exceso de placer parecía haber embotado hasta el sensualismo, en esa ciudad penetró la religión cristiana, y cuando los Césares quisieron ahogarla en
su cuna entre el
305
sangriento oleaje de las más sañudas persecuciones, se encierra en las lóbregas Catacumbas y
desde allí, impávida, serena, resuelta y confiada, al grito rabioso de «Cristianos a los leones»
lanzado por un pueblo ahíto de sangre e hidrópico de placeres nuevos, que exciten su enervado sensualismo, responde con acento firme, estremecedor y vibrante que retumba en aquellas
revueltas galerías: Dominus illuminatio mea et salus mea, quem timebo? Dominus protector
vitae meae, a quo trepidabo?
Sí; sólo la religión cristiana es digna de Dios y del hombre, ella lo invade todo, todo lo
llena, «derrama, dice el profundo filósofo de Visch, su enseñanza elevada y pura sobre todos
los hombres sin excepción de edades, de sexos, de condiciones, como una lluvia benéfica que
se desata en suavísimos raudales sobre una campiña mustia y agostada», abraza a la humanidad entera, mece su cuna, llora sobre su tumba y, como ha dicho cierto autor, todo lo domina
los tiempos y los siglos. Sale de Dios para volver a Dios, parte de la eternidad y, después de
enseñar al hombre su origen y su fin y guiarlo por los rumbos que a la eternidad conducen,
penetra radiante de esplendores en la misma eternidad. El que la estudia profundamente encuentra tal sublimidad en sus misterios, tan maravillosa armonía en sus dogmas, tal pureza en
su moral, tal dignidad en su sacerdocio, tal augusta majestad en su culto, tan profunda veneración inspiran sus ritos y ceremonias que, de existir una religión verdadera sobre la tierra, no
puede ser otra que la religión cristiana.
¿Y qué diremos del Fundador de esta Religión? ¿Haremos caso omiso de su persona?
¡Ah! El no hablar de Jesucristo, dice Jost, es un crimen contra la historia nacido de cobardía o
de maliciosa intención. La figura de Jesús se destaca sobre el fondo oscuro del paganismo tan
luminosa, tan radiante, tan espléndida, tan descollante y llena de magnificencia que eclipsa la
de los fundadores de las demás religiones; palpita tan viva, tan pujante en el corazón y memoria de los que le conocen que, o es el centro de todos los amores, de todos los deseos, de las
más vehementes aspiraciones de los verdaderos cristianos, o es el blanco de todos los odios y
escarnios de sus más implacables enemigos. De modo que, adorado u odiado, Jesucristo vive
eternamente en el corazón de la humanidad;
306
Él es el eje de la historia, todo lo atrae, todo lo subyuga, todo lo anonada.
¡Qué abismo entre mi profunda miseria, decía Napoleón, y el eterno reinado de Jesucristo
predicado, amado, adorado en todo el mundo y que aún vive siempre! Sí; vive como si ayer
acabara de exhalar el postrer aliento por su amargada boca desde el infamante patíbulo de la
Cruz; vive con todos los encantos y atractivos de su dulce carácter y afable condición que
todo lo seduce y arrebata. Porque «Jesús, como dice el P. Mundó, no tiene ni puede tener
enemigos leales que le conozcan y vituperen». Sólo finge negar su existencia una patulea de
desalmados que, para sus medros personales, pretenden extirpar del corazón humano la fe y la
esperanza, la vida y la felicidad eterna. «Jesucristo después de su muerte, dice el P. Schouppe,
es cuando se ha mostrado más vivo; en el Cristianismo se ha desarrollado más su vida poderosa; aquí habla, enseña, manda, defiende, combate y triunfa». Todo pasa, todo muere en torno
de Él; Él sólo subsiste en su Iglesia de quien es alma y cabeza. Su historia no se limita a los
treinta y tres años que pasó sobre la tierra; ocupa toda la serie do siglos desde Adán hasta el
fin del mundo. Ocupa los tiempos pasados, vaticinado por los Profetas; su época contemporánea, viviendo como mortal sobre la tierra; la época futura, por su existencia inmortal.
Además, Jesucristo es el único hombre que logra conquistar los corazones y perpetuar esta conquista por espacio de diez y nueve siglos. Podrá, quizás, un jefe con su avasalladora
elocuencia encender el heroísmo en sus soldados, enardecer sus ánimos y precipitarlos en lo
más recio del combate a sacrificar la vida por la Patria, y aun para esto es necesaria su presencia, su mirada, su voz, sus fogosas arengas de fascinador influjo, y el efecto es una excitación
repentina, una viva exaltación que arde como el fulgor de un meteoro y al punto se desvanece;
mas por el amor de un hombre desconocido, predicado por doce oscuros pescadores, rudos e
ignorantes, seis millones de mártires próximamente de todo estado, clase, condición y sexo
inmolan sus vidas en medio de los más atroces tormentos con esa serena calma, con esa fría
impasibilidad que confundía a las muchedumbres, pasmaba a los tiranos, desconcertaba a los
Emperadores.
307
¡Con cuánta razón decía el coloso de Córcega en su destierro de Santa Elena: «Jesucristo
quiere el corazón, lo desea absolutamente y lo logra sin tardanza. César, Aníbal y Luis XIV
con todo su genio fracasaron en esto. Conquistaron todo el mundo y no se granjearon un amigo. Yo mismo poseo el secreto de fascinar a mis soldados y, sin embargo, no tengo el secreto
de perpetuar en ellos mi amor y mi nombre. Ahora que me hallo en Santa Elena, ahora que
estoy aquí solitario, ahora que estoy aquí aferrado a este peñasco. ¿Dónde están mis amigos?
Tal es la fortuna de los grandes hombres, tal es la de César y Alejandro. Se nos olvida! Jesucristo, al contrario, habla y al instante se adhieren a Él las generaciones de los hombres, y los
vínculos que las unen a Él son más íntimos y fuertes que el vínculo de la sangre, más santos y
poderosos que ningún otro. Los fundadores de otras religiones ni siquiera tuvieron idea de
semejante sublime amor que es la esencia del Cristianismo». Hasta sus mismos enemigos, al
querer denigrar la figura de Jesús con las más infamantes calumnias, la encumbren y enaltecen sobre toda ponderación. «Cristo, dice eI impío filósofo alemán Nietzsche, es el mayor
malhechor del género humano, por haber levantado a los débiles de su postración; pues el
destino del débil es ser aniquilado por el más fuerte, y sólo a este precio puede prosperar la
humanidad y engendrarse lo que llamamos el «super homo».En una palabra: a Cristo se le
ama porque se le conoce, o se le detesta porque no se le quiere conocer, pero no se le desdeña.
¡Tan descollante es su figura en la historia de la humanidad, que aún parece brillar, después
de diez y nueve siglos, entre los siniestros resplandores de la Cruz sobre la cima de Gólgota.
FR. CARLOS LIÑÁN
(Continuará)
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UT DEUM AUGUSTINUS DOCEAT QUAERENDUM
(Continuación)
Pergit porro penitius indagare in quo memoriae gradu Deus inveniatur. «Sed ubi», inquit,
«manes in memoria mea, Domine? Ubi illic manes? Quale cubile fabricasti illic tibi? Quale
sanctuarium aedificasti tibi? Tu dedisti hanc dignationem memoriae meae, ut maneas in ea,
sed in qua ejus parte maneas hoc considero. Transcendi enim partes ejus, quas habent et bestiae cum te recordarer, quia non ibi te inveniebam inter imagines rerum corporalium; et veni
ad partes ejus, ubi commendavi affectiones animae meae; nec illic inveni te. Et intravi ad ipsius animi mei sedem, quae illic est in memoria mea, quoniam sui quoque meminit animus;
nec ibi tu eras: quia sicut non est imago corporales, nec affectio viventis, qualis est cum laetamur, contristamur, cupimus, metuimus, meminimus, obliviscimur, et quidquid hujusmodi
est; ita nec ipse animus es, quia Dominus Deus animi tui es. Et commutantur haec omnia; tu
autem incommutabilis manes super omnia, et dignatus es habitare in memoria mea, ex quo te
didici. Et quid quaero, quo loco ejus habites? Quasi vero loca ibi sint? Habitas certe in ea,
quoniam tui memini, ex quo te didici, et in ea te invenio cum recordor tui» (Conf. l. 10, c. 25).
Et adhuc: «Ubi ergo te inveni, ut discerem te? neque enim jam eras in memoria mea, priusquam te discerem. Ubi ergo inveni te, ut discerem te, nisi in te supra me? Et nusquam locus, et
recedimus, et accedimus, et nusquam locus.
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Ubique veritas praesides omnibus consulentibus te, simulque respondes omnibus etiam diversa consulentibus» (Ibid. c. 26).
Frustra vero omnino Deum quaerit, qui aliis destinetur. Terrena igitur omnia deserenda,
ne desiderium sitimque sui excitent, et a quaerendo Deo, animum per amorem iis adhaerentem, revocent atque impediant. Unde indispensabilis illa nobis Sanci Patris et Magistri nostro
tradenda et tenenda est regula: «Jubet aeterna lex avertere amorem a temporalibus, et eum
mundatum convertere ad aeterna». (De lib. arb. c. 15). Unde et alibi ait: «Et nobis vocatis a
Christo visibilium delectatio (amor) minuitur, ut invisibilium amore homo interior recreatus
ad interiorem lucem, quae nunquam occidit, revertatur, secundum Apostolicam disciplinam,
non quaerens quae videntur (id est, visibilia) sed quae non videntur: quae enim videntur, temporalia sunt: quae autem non videntur, aeterna». (L 83, q. 64). Ubi Magister noster secundum
Apostolicam phrasim, per visibilia et temporalia intelligit res creatas: per invisibilia et aeterna
divinas; quibus in aeternitate perfruendum est.
Nati sumus, et in Christo renati ad Deum quaerendum, unde et idem ait: «Bene praecipitur, etiam in mysteriis, ut omnia corporea contemnat, universoque huic mundo renuntiet, qui,
ut videmus, corporeus est, quisquis se talem reddi desiderat, qualis a Deo factus est, id est,
similem Deo: non enim alia salus animae est, aut renovatio, aut reconciliatio Authori suo».
(De quant. animae, c. 3). Quin et alibi ait: «Amandus igitur solus Deus est, omnis vero iste
mundus, id est, omnia sensibilia contemnenda: utendum autem his ad hujus vitae necessitatem» (De morib. Eccl. c. 20). Maxima hic opus est alacritate, ne temporalium rerum usus, ex
necessitate, desiderium fiat, et compedes animae injiciat: ita ut non immerito Praesul noster
dixerit: «Amor rerum terrenarum viscus est spiritualium pennarum» (De verb. Dom. serm.
33). «Penitus igitur», ut idem alibi ait, «ista sensibilia fugienda, cavendumque magnopere
dum hoc corpus agimus, ne eorum visco pennae nostrae impediantur, quibus integris opus est,
ut ad illam lucem ab his tenebris evolemus» (Soliloq. l. 1. c. 14).
Nullum autem majus impedimentum quaerendi Deum invenitur, quam quod homo quaerat se. Quinimo eo ipso quo quaerit se, jam dicere ausim: non quaerit Deum. Quod vitium
quam late grassetur,
310
Apostolus indicavit dicens: «Omnes quae sua sunt quaerunt, non quae Jesu Christi» (Ad
Philp. 2). Et hinc est quod idem admoneat: «Nemo quod suum est, quaerat» (I. Cor. 10).
Sed videamus quid sit seipsum quaerere. Quid est autem quaerere se, nisi coverti ad se
ipsum, statuere se appetitionum et voluptatum suarum finem? Referre se non a Deum, sed ad
seipsum, quae omnium miseriarum et peccatorum est scaturigo. «Tunc quippe», ut Augustinus ait, «est optimus homo, cum tota vita sua pergit in incommutabilem vitam, et toto affectu
inhaeret illi. Si autem se propter se diligit, non se refert ad Deum, sed ad seipsum conversus
non ad incommutabile aliquid convertitur. Et propter jam cum defectu aliquo se fruitur, quia
melior est cum totus haeret, atque constringitur incommutabili bono, quam cum inde vel ad
seipsum relaxatur» (De Doctr. Christ. l. 1, c. 22).
Quantum hinc oriatur mali sic alibi explicat: «Voluntas autem aversa ab incommutabili et
communi bono, et conversa ad proprium bonum, aut ad exterius, aut ad inferius, peccat. Ad
proprium convertitur, cum suae potestatis vult esse. Ad exterius, cum aliorum propria, vel
quaecumque ad se non pertinent, cognosere studet. Ad inferius, cum voluntatem corporis diligit; atque ita homo superbus et curiosus et lascivus effectus, incipitur ab alia vita, quae in
comparatione superioris vitae, mors est» (De lib. arb. l. 2, c. 19). Quam doctrinam et alibi
inculcans: «Anima (delapsa a Deo) omnia officia sua», inquit, «ad eos fines refert, quibus
curiose corporalia ac temporalia per corporis sensus quaerit; aut tumido fastu aliis animis corporeis sensibus deditis, esse affectat excelsior, aut coenoso gurgite carnalis voluptatis immergitur. Quod statim addit fieri propter experiendi, vel excellendi, vel contrectandi cupidiatem»
(De Trin. l. 12, c. 9). Et alibi: «Haec tria genera vitiorum, id est, voluptas carnis, et superbia,
et curiositas omnia peccata concludunt, quae mihi videntur a Joanne Apostolo enumerata cum
dicit: Omnia quae in mundo sunt, etc. Per oculos enim, maxime curiositas praevalet. Ex his
tribus fontibus omnes tentationes, omnia pecata, et illicita desideria, quibus seipsum homo
quaerit, et ad se conversus, inordinate seipsum amat, scaturiunt. Quid enim in toto homine,
nisi corpus et anima, quid in anima nisi intelligentia et voluntas excogitari potest? Voluntati
311
superbia, intelligentiae curiositas, corpori concupiscentia carnis impressa est» (In Ps. 8).
Quo autem modo ab his se homo expediet, quomodo concupiscentias has deseret et superabit, opere fuerit pretium hic ex Augustino exponere. De sensuum illecebris, per quas concupiscentia carnis expletur, acturus, distinctionis lucisque causa praemittit: «Aliud esse sentiendum vivacitatem, vel utilitatem, vel necessitatem, aliud sentiendi libidinem. Vivacitas sentiendi est qua magis alius, alius minus, in ipsis corporalibus rebus pro earum modo atque natura, quod verum est, percipit, atque id a falso magis minusve discernit. Utilitas sentiendi est,
per quam corpori vitaeque quam gerimus, ad aliquid approbandum vel improbandum, sumendum, vel ejiciendum vitandumve consulimus. Necessitas sentiendi est, quando sensibus nostris etiam quae nolumus, ingeruntur. Libido autem sentiendi est, quae nos ad sentiendum, sive
consentientes mente, sive repugnantes, appetitu carnalis voluptatis impellit. Haec est contraria
dilecttonis sapientiae, haec virtutibus inimica» (Contra Julian. 14. l. 4. c. 14). Subnectitque
hanc regulam: «Cum multa fiant ve!uti transeundo per voluptalem, nihil tamen fieri oportere
propter illam». Demonstrat deinde singulorum sensuum exemplis.
Primo, de oculorum voluptate ait: «Salvatorum nostrum sensum videndi a libidine breviter aperteque discrebuisse, cum non simpliciter dixit: qui viderit mulierem, sed qui viderit ad
concupiscendum, jam moechatus est eam in corde suo». Expresius alibi: «Pulchras formas et
varias, nitidos et amoenos colores amant oculi. Non teneant haec animam meam; teneat eam
Deus, qui haec fecit». Subdit deinde: «Quam innumerabilia variis artibus et opificiis, in vestibus, calceamentis, vasis et hujusmodi fabricationibus; picturis etiam, diversisque figmentis;
atque his usum necessarium atque moderatum, et piam significationem longe transgredientibus, addiderunt homines ad illecebras oculorurn, foras sequentes, quod faciunt; intus relinquentes, a quo facti sunt: et exterminantes quod facti sint» (Conf. I. 10. c. 84). Quid porro in
his castus Dei amator faciebat? «Resisto», inquit, «seductionibus oculorum, ne implicentur
pedes mei, quibus ingredior viam tuam; et erigo ad te invisibiles oculos, ut tu evellas de laqueo pedes meos. Tu subinde
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evellis eos, nam illaqueantur. Tu non cessas evellere, ego autem crebro haereo in ubique sparsis insidiis» (Ibid.).
Secundo de auditu ait: «Movetur certe animus ad pietatis affectum, divino cantico audito:
tamen etiam illic si sonum, non sensum libido audiendi desideret, improbatur: quanto magis si
cantiunculis inanibus, vel etiam turpibus delectatur?» (Contra Jul. ut supr.). Ecce quid musicum concentum propter se solum audire. De quo alibi: «Cum mihi accidit, ut me amplius cantus quam res quae canitur moveat, poenaliter me peccare confiteor, et tunc mallem non audire
cantantem» (Conf. l. 10. c. 38).
Tertio de gustandi sensu gulaeque illecebris idem Doctor ait: «Cum ad usum ventum fuerit necessariae voluptatis, per quam reficimus corpus, quis verbis explicet quemadmodum nos
modum necessitatis sentire non sinat, et ipsum limitem procurandae salutis, si qua adsunt delectabilia, rapiendo, abscondat et transeat, putantibus nobis satis non esse, quod satis est, dum
libenter ejus provocationibus ducimur, existimantes nos adhuc egere negotium valetudinis,
cum agamus potius cruditatis? Quid enim male fecerimus, crapula poenitendo testatur, quod
metuentes, plerumque minus, quam eximendae fami sufficiat, vescimur. Ita nescit cupiditas,
ubi finiatur necessitas» (Contr. Jul. l. 4, c. 14).
Quarto, circa olfactum et tactum hanc tradit regulam. «Quando in molesta vitantur, ut putores, amaritudines, aestus, frigora et quaeque aspera, et dura et gravia, commoditatis provisio, non libido est voluptatis. Ea vero quae his contraria commode sumimus, si nihil eorum
interest ad salutem, veI ad declinandam doloris laborisve molestiam, etiam si cum aliqua sumuntur delectatione cum praesto sunt, tamen cum absunt nulla sunt desideranda libidine. Si
autem desiderantur, non est bonum. In quibuslibet enim rebus talis domandus et sanandus est
appetitus. Quis enim quantuscumque sit carnalis concupiscentiae castigator, si locum thymiamate intraverit odoratum, possit efficere ut ei non suaviter oleat, nisi nares claudat, aut
intentione vehementi alienetur a corporis sensibus? Sed numquid cum inde fuerit egressus, id
domi suae vel quacumque pergit, desiderabit? Aut si desideraverit satiare, debet istam libidinem non frenare, et contra concupiscentem carnem spiritu concupiscere, donec ad illam redeat
sanitatem,
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qua nihil tale desideret? Minimum hoc quidem, sed, qui minima spernit, paulatim decidet»
(Conf. l. 10, c. 31).
Ita sensuum hisce oblectationibus, quibus mens alioqui enervatur, Dei auxiliante gratia,
obluctandum, ne in his se quaerens carnalis anima, ad Deum quaerendum non assurgat. Sed
«quid si», ut alibi quaerit Augustinus, «sensibilia haec nimium delectent? Unde fit? Consuetudine his carendi, appentendique meliora» (Epist. 151). Difficile est his carere? Jam hinc
cognosce animum tuum amoris glutine iis adhaerere. Non enim dimittitur cum dolore quod
possidetur sine amore.
«Inest autem et animae», ut ipse ait, «per eosdem sensus corporis quaedam non se oblectandi in carne, sed experiendi per carnem vana et curiosa cupiditas, nomine cognitionis et
scientiae pallita. Quae quoniam et in appetitu noscendi est, oculi autem sunt ad cognoscendum in sensibus principes, concupiscentia oculorum eloquio divino appellata est. Ad oculos
enim proprie videre pertinet. Utimur autem hoc verbo etiam in caeteris sensibus, cum eos ad
cognoscendum intendimus. Et haec est inquietissima illa curiositas ab inani sciendi cura dicta,
et scientiae nomine palliata, quae suum in ipsa mente cubile collocavit; ubi multiplicium imaginum corrasa supellectile miris ludibriis perturbat animum, et per omnes rimas corporis promicat. Quo cupiditatis morbo eo plenius est genus humanum, quod sub umbra sese scientiae,
hoc est sanitatis, insinuet. Ex hac enim vena spectaculorum theatralium multifaria cupido profluit. Hinc circus, hinc amphiteatrum, hinc scena, omnisque tragediarum et comoediarum vanitas. Hinc secretorum naturae, et vanitatum mirabiliumque artium perscrutatio. Hinc audiendi dicendique nova insatiabilis pruritus. Quis vero enumeret in quam multis, etiam contemptibilibus rebus nostra quotidie tentetur curiositas, et quam saepe labamur, dum repente alicujus
novitatis impulsu, sive currentis leporis, sive stellionis muscas irretientis, sive aliis istiusmodi
innumeris aures nostrae, oculive pulsantur, quae intentum in se animum trahunt? Ut coecus
sit, qui non animadvertat, ita intentionem nostram a quaerendo Deo Optimo Maximo retrahi,
et sursum evolare conantem hac noscendi experiendique vanitate deorsum praecipitari» (Conf.
l. 10, c. 35).
Non alia re, a studio quaerendi Deum, anima magis praepeditur,
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quam quod superbia tumens sibimetipsi placeat, suoque decore vano oblectet. «Omnis superbus», inquit Agustinus, «se attendit, et magnus sibi videtur, qui sibi placet» (In Ps. 122). Ex
quo colligas hanc sui complacentiam propriae esse ipsum superbiae vitium, ut manifestius
alibi Magisler asserit. «Relicto», inquit, «Deo, esse in semetipso, hoc est, sive placere, non
jam nihil esse est, sed nihilo propinquare: unde superbi secundum Scripturas sanctas, alio
nomine appellantur sibi placentes» (De civ. Dei, l. 14, c. 13). Nimirum sic scribit Petrus:
«Audaces sibi placentes» (I Petr. c. 2). Et in libro Sapientiae dicitur: «Praebete aures vos, qui
continetis multitudines, et placetis vobis in turbis nationum» (Sap. 6). Et Paulus monet: «Debemus non nobis placere: etenim Christus non sibi placuit» (Rom. 15).
Quare superbiam Augustinus ita describit: «Quid est» inquit, «superbia, nisi perversae
celsitudinis appetitus? Perversa enim celsitudo est, deserto ei cui debet animus inhaerere principio, sibi quodammodo fiere atque esse principium. Hoc fit, cum sibi nimis placet. Sibi vero
ita placet, cum ab illo bono immutabili deficit, quod ei magis placere debuit, quam ipsa sibi»
(Ibid.). Et hoc fuit primi parentis primum peccatum, quem diabolus non coepisset, nisi jam
ille sibi ipsi placere coepisset. Cum enim in justitia originali creatus esset, et in summa degeret traquillitate, ut Deum animo, animum corpore sequeretur: «sibi ipsi quodammodo in mentem venit, sibique quasi obvias factus est, et in pulchritudine sua captus sibi placuit, sibique
placendo, et in se manendo defecit» (De lib. arb. l. 3, c. 25). Non enim ut oportuerat, rivulum
suum, quo delectabatur, in suum fontem refudit, sed sibi inhaerendo suus esse voluit: sed in
hoc parentem suum filii hominum, pro dolor!, frequentissime, et veluti continuo sequuntur.
Dum enim sibimetipsis placent, suamque apprehendunt excellentiam, magni semetipsos aestimant; et aliquid esse judicant. Atque hinc nascitur et augetur amor sui, quo se tanquam quid
magnum diligunt, honores et dignitates ambiunt, ab aliis aestimari volunt, illis se praeferunt,
subjicique Superioribus nolunt, quasi id sua dignitate fuerit indignum. Haec autem pestis perfectis tanto magis formidabilis est, quanto plura sibi adesse conspiciunt, per quae ad sibi placendum possunt abduci. «Cum enim», ut ait Augstinus, «nihil sit in omnibus creaturis
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rationali mente praestantius, inde fit consequens, ut mens bona magis sibi placeat, magisque
se ipsa delectet, quam quaelibet alia creatura» (Cont. Jul. l. 4, c. 3).
Quam vero periculose, imo perniciose sibi placeat, tum maxime sentit, cum fatigatus fame, ad se reversus surgere vult, et panem quaerere. Nihil enim sibi ita experitur resistere, et
excessibus suis gravissimas innectere cempedes, quam, cum sibi placendo turgescit superbia,
et anima sibi magna videtur, quae sana non est. Qui igitur Deum quaerit, qui Dei faciem suspirat, qui currere satagit, humiliet se, abjiciat se, se spernat, sibi vilescat, et ex animo sibi ipsi
displiceat. Neque enim Deum quaerere poterit, nisi ei placuerit Deus. Quis enim quaerat quae
sibi non placent? «Sed tibi», ait noster Doctor, «Deus placere non poterit, nisi tu tibi displicueris. Ut quid enim te attendis? Si enim verum te attendis, invenis in te quod tibi displiceat,
et dicis Deo: Peccatum meum ante me est semper» (In Ps. 122). Spiritualis viri id proprium
esse alibi testatur. «Qui vera pietate in Deum, quem diligit, credit et sperat, plus intendit in ea,
in quibus sibi displicet, quam in ea, si quae in illo sunt, quae non tam ipsi, quam veritati placent. Neque id tribuit, unde jam potest placere, nisi ejus misericordiae, cui metuit displicere»
(De civ. Dei l. 5, c. 20).
Usque adeo autem sui displicentia ad quaerendum Deum necessaria est, ut idem Sanctissimus Doctor scripserit: «Audeo dicere superbis esse utile cadere in aliquod apertum manifestumque peccatum unde sibi displicuit, quando flevit, quam sibi placuit quando praesumpsit.
Hoc dicit et sacer Psalmus: Imple facies eorum ignominia, et quaerent nomen tum, Domine:
id est, ut tu eis placeas quaerentibus nomen tuum, qui sibi placuerant quaerendo suum» (Ibid.
l. 14, c. 13). Verum, ut quis sibimet displiceat, miserentis Dei gratuitum donum est, instantissima prece ab eo postulandum; «qui», eodem teste, «quod ei placet dabit nobis, si quod ei
displicet in nobis, displiceat et nobis» (De nat. et grat. c. 33). Idem porro alio insinuat loco,
ex sui displicentia Deum lucem animae infundere, qua ipsum quaerat, eligat et diligat; rursumque ex hac dilectione nasci utilem sui displicentiam. De se enim ita loquitur: «Nunc autem quod gemitus meus testis est, displicere me mihi, tu refulges, et places, et amaris, et desideraris; et erubescam de me,
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et abjiciam me, atque eligam te, et nec tibi, nec mihi placeam nisi de te» (Conf. l. 10, c. 2).
Non dissimili sensu auctor de Imitatione Christi loquitur: «Me», inquit, «male amando, me
perdidi, et te solum quaerendo, et pure amando, me et te pariter inveni, atque ex amore, profundius ad nihilum me redegi» (L. 3, c. 8). Rursumque suspirans ad Deum: «Quando ad plenum me recolligam in te, ut prae amore tuo, non sentiam me, sed te solum supra omnem sensum et modum, in modo non omnibus noto? (Ibid. c. 21).
Cum enim sensibus nostris non eam, qua par esset, adhibemus custodiam, et ingestas undequaque cogitationes absque ulla formidine admittimus; hinc est, quod irruentibus in nos
«copiosae vanitatis catervis, quorum cor nostrum factum est conceptaculum, orationes nostrae
saepe interrumpantur atque turbentur» (Conf. l. 10, c. 35). Sic nimirum in solitudine juste
luimus, quod in turba peccavimus. Rectissime proinde Magnus Pater scriptum reliquit: «Invenire ac retinere veritatem, res est longe remota a vanorum hominum mentibus, qui minus in
haec corporalia progressi atque lapsi, nihil aliud putant esse quam quod istis quinque novissimis nuntiis corporis sentiunt, et quas ab his plagas atque imagines acceperunt, eas secum volunt etiam cum conantur recedere a sensibus» (De util. cred. c. 1).
Quia et alibi mentis nostrae ludibria, quae phantasmata pariunt, ita describit: «Phantasmata», inquit, «nihil sunt aliud, quam de specie corporis corporeo sensu tracta figmenta: quae
memoriae mandare ut accepta sunt, vel partiri, vel multiplicare, vel contrahere, vel distendere,
vel ordinare, vel perturbare, vel quolibet modo figurare cogitando facillimum est, sed cum
verum quaeritur, cavere et vitare difficile» (De vera relig. c. 10). Cum his umbris, quam saepis nobis luctandum! Quam saepe recedentes a Deo, phantasmata nostra amplexamur! «Quae
redentibus nobis», ut Augustinus observavit, «ad investigandam veritatem, ipsa in itinere occurrunt, et nos transire non sinunt: nullis viribus, sed magnis insidiis latrocinantia, non intelligentibus quam late pateat quod dictum est: Cavete a simulacris. Monet proinde, Deo si nondum possumus inhaerere, objurgemus saltem nostra phantasmata, et
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tam nugatorios et deceptorios ludos de spectaculo mentis ejiciamus» (Ibid. c. 59).
Certa et indubitata doctrina est, tam Ecclesiae Doctorum, quam gentilium philosophorum
comprobata sententiis, vitae rectae instituendae rationem ex cognitione summi boni desumendam esse. Quod et Augustinus confirmat. «De finibus bonorum et malorum», ita loquitur,
multa et multipIiciter inter se philosophi disputarunt. «Quam quaestionem maxima intentione
versantes, invenire conati sunt, quid efficiat hominem beatum. Illud est enim finis boni nostri,
proper quod appetenda sunt caetera, ipsum autem propter seipsum: et illud finis mali, propter
quod vitanda sunt caetera, ipsum autem propter seipsum» (De civ. Dei, l. 19, c. 1). «Finem
ergo boni nunc dicimus, non quo consumatur, ut non sit, sed quo perficiatur, ut plenum sit: et
finem mali non quo esse desinat, sed quousque nocendo perducat. In Deo summum hominis
bonum constitutum est, non quo alia bona sint, sed summum id dicitur, quo cuncta referuntur.
Eo enim fruendo, quisque beatus est propter quod caetera vult habere,, cum illud jam non
propter aliud, sed propter seipsum diligatur. Et ideo finis ibi dicitur, quia jam quo excurrat, et
a quo referatur, non invenitur. Ibi requies appetendi, ibi fruendi securitas, ibi tranquillissimum
gaudium optimae voluntatis» (Epist. 56). Hoc autem homini praestat unus et solus Deus, qui,
ut rursus noster Praesul ait, «est fons nostrae beatitudinis, et omnis apettitionis finis» (De civ.
Dei l. 10, c. 4). Rursumque alibi: «Bonorum summa nobis Deus est. Deus est nobis summum
bonum, neque infra remanendum nobis est; neque ultra quaerendum: alterum enim periculosum, alterum nullum est» (De morib. Eccl. c. 18).
Jam porro quid hinc consequitur? Quomodo erga hunc finem humana se mens gerere debet? Primum, cum in Deum ultimum nostrum finem, omnia nostra proposita, cogitata, dicta,
facta, tanquam in scopum dirigenda sint, eo est omnino tenendum, ad id omnia consilia nostra
referenda. Secundo, hinc sequitur, si propter finem ultimum omnia appetenda sint, quidquid
non propter illud appettitur, perverse appeti, et ordine finis ultimi perturbato, a scopo prorsus
aberrari. Ex quo deducitur, non posse hominem per dilectionis affectum inhaerere alicui rei
creatae tanquam fini, ita scilicet,
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ut propter se, et non propter aiud aliquod consequendum diligatur.
Haec est enim ab Augustino proposita regula: «Quidquid propter aliud quaeritur, non est
ibi finis: quidquid propter se et gratis quaeritur, ibi est finis» (Tract. 10 in epist. Joann.). Jam
vero quis hinc non videat maximam hominum partem in pluribus actionibus suis, a scopo aberrare, tela temere et in vanum emittere, tot suis operibus, quae quotidie faciunt plurima, nihil
lucrari? Quod sine reatu fieri nequit asserit Augustinus. «Fit enim homo iniquus cum propter
seipsas diligit res propter aliud assumendas, et propter aliud appetit res propter seipas diligendas» (Contr. Faust. l. 22, c. 78). Maximi sane momenti doctrina haec est, et totius vitae spiritualis fundamentum, cujus quidem qui ignoraverit scopum, deviare quam maxime convincitur.
F. H. P. A S. F.
(Continuará)
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DE APICULTURA
*
El instinto de la abeja
(Continuación)
* De la revista Cultura Recoleta.
Terminó la salida del enjambre y escogió como punto de parada la rama de un arbusto
próximo al colmenar; antes de terminar de pararse ya conocimos que le faltaba la madre; convinimos en que el uno sacudiera el enjambre para que fuera entrando a una colmena que teníamos preparada, mientras el otro buscaba la madre; repetidas veces sacudí la rama, mas nada
conseguí porque el enjambre volvía a posarse en el mismo lugar; entonces incliné la rama
hasta el suelo para evitar el vuelo de las abejas, pero todo fue inútil. El Padre estaba admirado
cómo las mismas abejas con más empeño que el mismo apicultor buscaban por todas partes a
su madre; no fueron inútiles nuestros esfuerzos y mucho menos los de las abejas; éstas antes
que nosotros encontraron a la suspirada madre caída entre unas ramas que se hallaban a unos
cinco metros de la que ocupaba el enjambre; la cogimos y tenéndola en la mano, sacudimos
de nuevo la rama, la pusimos entre el montón de abejas en el suelo, y desde ese momento
aquel enjambre, hasta entonces tan rebelde, comenzó a entrar en la colmena haciendo un ruido
fuerte con su aleteo, señal al parecer inequívoca de la presencia de la madre; a los pocos minutos ya estaba el enjambre en posesión de
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la habitación que le destinamos. Sucesos semejantes presencié en repetidas ocasiones.
Si muy claramente se ve por lo dicho el instinto que tiene la abeja hacia su conservación
en el acto de enjambrar, éste es todavía más marcado en las funciones internas de la colmena
relativas a su conservación; y si en la enjambración buscan la madre cuando se les pierde,
también en la colmena la buscan de una manera que asombra al más indiferente. Hablemos ya
de esas funciones interiores en las cuales, en cierto modo, la abeja parece ser movida a obrar
no por instinto, sino guiada por aquella facultad que eleva al hombre sobre la esfera de los
irracionales, cual es la razón. Bien podemos comparar la colmena a una monarquía; la madre,
de la cual dependen todas las obreras, que componen el resto de la población; jamás se hallará
en ningún reino del mundo tanto respeto y unión entre los miembros y la cabeza; ésta es obsequiada y atendida por todos y cada uno de aquellos, aun en las disposiciones que, al parecer,
contrarían a los miembros. Así como el aficionado a una ciencia o arte aprovecha todas las
ocasiones que se le presentan para perfeccionarse más y más en ella, y no contento con las
que se le ofrecen, procura a cada momento buscarlas él mismo, de ese modo andaba yo persiguiendo un detalle referente a la vida interior de las colmenas. Es cosa sabida entre los apicultores que antes de salir los enjambres primarios, las obreras comienzan a fabricar alvéolos
reales por los filos de los panales y que los hacen con el orificio por la parte inferior; de aquí
resulta que la madre de la colonia, para depositar el huevecillo en esas celdas, tiene que guardar una posición relativamente violenta. Observaba cierto día por la mañana, en una colmena
ocupada hacía tres meses por un enjambre secundario, que las obreras andaban muy entusiasmadas, comenzando a fabricar alvéolos maternos; cuando llegué tenían comenzados diez
en los bordes de cuatro panales colocados en línea recta desde la piquera hasta el lado opuesto
y prendidos por varios puntos al vidrio, que me permitía ver lo que iré diciendo; a la media
hora de estar abriendo y cerrando la puertecita de la colmena para sorprender a la madre al
depositar el huevo en los alvéolos maternos, por el movimiento de algunas obreras próximas a
tres de los dichos alvéolos, comprendí se iba a cumplir muy pronto mi ardiente
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deseo. Así sucedió; apareció la madre y a fin de que no le ofendiera la luz, traté de dejar entrar solamente la suficiente para seguir su movimiento; me pareció tenía el abdomen menos
pronunciado que otros días, pues la tenía vista muchas veces; ya se acerca a tres de los alvéolos nombrados, anda con paso ligero teniendo sus antenas dirigidas hacia adelante como para
fijarse mejor; mete su cabecita en una de las celdas y muy pronto se vuelve; introduce el abdomen lenta, pero majestuosamente y se dirige a otra de las celdas, haciendo la misma operación que en la anterior, y después se interna en el nido de la colmena. ¡Con qué satisfacción y
gusto introducían después sus cabecitas las obreras en las celdas visitadas por la madre! Todas
a porfía se disputaban esta dicha; al parecer, ya estaban cumplidos sus anhelos y desde aquel
momento no hacían sino procurarse nueva madre, porque la actual pronto se ausentaría de
aquella vivienda. Así sucedió: a los tres días de este acontecimiento la madre, que yo había
visto depositando aquellos huevecitos, dirigía un nuevo y lindo enjambre en otra colmena.
Así como en el caso anterior se alegraban, a mi modo de ver, en la colocación de huevos
para madres, así también parece se entristecen las obreras en ciertas operaciones de la madre,
mas no por eso se rebelan contra ella. Todavía creen muchos que no es posible couseguir ver
el trabajo de la abeja en el interior de la colmena; esto en absoluto no es cierto, mas determinadas operaciones como la que referimos aquí es sobremanera difícil.
Como ya sabemos, unos días antes de enjambrar una colmena, tiene celdas de madre,
unas con huevo, con larvas otras y las terceras cerradas con su casquilla. No ignoramos que si
el tiempo no es favorable, alguno de los miembros de la colonia, después de tener celdas maternas en los tres estados dichos, las destruye y por lo tanto no enjambra la colonia. Ahora
bien, ¿cuál de los miembros de una colonia se encarga de destruir las celdas de madre? Aquí,
quién más quién menos podría decir lo que dijo la zorra de las uvas al no poder cogerlas. Sin
embargo, dirá alguien, para dar una satisfactoria respuesta a tal pregunta sería suficiente tomar un buen libro de apicultura y ahí se encuentra; mas no siempre satisface todo lo que se
halla consignado en los libros; yo también hubiera
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podido leer a M. Lucien Iches, quien habla muy bien a este respecto, mas no quedaba satisfecho y así traté de verlo prácticamente.
Es cosa muy natural el sentir gran satisfacción después de conseguida una cosa tras la
cual se ha andado mucho; y más si se han presentado no pocos ni despreciables obstáculos.
Esto me aconteció al lograr con mi experiencia lo que en el libro no me llenaba del todo. Repetidísimas veces, de día y de noche, acudía al colmenar para sorprender a las destructoras y
en cierto modo matricidas abejas en aquellas colmenas que se encontraban en las condiciones
dichas, y no podía ver las causas o agentes de tales efectos; en ciertos días visitaba hasta diez
colmenas para el efecto, mas las celdas, que el día anterior había visto operculadas, aparecían
a mi vista ya destruidas unas, y otras a medio destruir, sin conseguir presenciar el acto de comenzar a destruirlas; ¿qué me restaba que hacer para tener cumplido mi deseo? Continuar con
ahínco en mi empresa.
FR. NICASIO BALISA DEL CARMEN
(Corista)
(Continuará)
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ESTABILIDAD DE LA IGLESIA
Cuando en horas de reposo y ocio, rendido y fatigado nuestro cuerpo, tomamos en las
manos el libro de la Historia para dar a nuestro espíritu un rato de solaz y gratas expansiones,
a medida que la vista se desliza por sus páginas gloriosas y nuestra alma arrebatada se embriaga de recuerdos gratos, observaremos que en todas las obras que realizaron nuestros antepasados, por muy sublimes y heroicas que ellas sean, preside siempre esa ley general y cierta
que rige los destinos de los hombres; vemos que todas llevan impreso en sí mismas el sello de
lo perecedero y el de a inestabilidad.
Aquellos héroes, mártires sacrificados en aras de su amor a la Patria y cuyos solos nombres hacen vibrar las fibras más delicadas del alma, quedaron para siempre envueltos en las
sombras del pasado; aquellos santos varones, cuyas virtudes asombraron al mundo y cuyo
solo recuerdo despierta en nuestro espíritu afectos tiernos y deseos santos, están separados de
nosotros por la fría losa de una tumba; a aquel Rey, a aquel Grande, a quien hemos visto hoy
avasallando el mundo y dictando leyes a los vencidos que mudos de espanto le contemplan, le
veremos mañana descender a la helada y silenciosa huesa y cubrir su cuerpo con un puñado
del polvo vil que antes pisoteó. Obras de los hombres son esos ingentes y espaciosísimos
templos, levantados por la piedad cristiana, cuyas altas y atrevidísimas cúpulas se destacaban
gallardas y hermosas como si fueran los brazos suplicantes de los que bajo sus bóvedas se
cobijaban;
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obras suyas son esos ciclópeos castilos, cuyos robustos muros regados por la sangre de tantos
valientes, vieron pasar ante sí una generación de héroes que allí nacieron para Dios y la Patria; de sus manos salieron esas casas solariegas, cuna ilustre de la vieja aristocracia que tan
gloriosas páginas escribió en la historia patria.
¿Dónde están ahora esos varones cuya fama, pregonera de sus hazañas gloriosas, ha llegado hasta nosotros? ¿Qué se hizo de los soberbios monumentos que nos legaron para perpetuar su nombre?
Abramos la Historia y allí encontraremos dibujada una corona, que los hombres todos
han entretejido con su admiración para ceñir sus sienes gloriosas. Echemos después una mirada por el campo donde posaron sus plantas, y de sus obras sólo veremos ruinas cubiertas por
jaramagos, las almenas de algún viejo torreón solitario y sombreado por penachos de hiedra.
Hoy también vemos grandes ciudades que el orgullo humano levanta para rendir culto a
su soberbia; se construyen hermosas catedrales donde, a la par que el Miserere de un corazón
contrito, sube hacia Dios el Alelluja que brota vibrante y espontáneo de un alma que pugna
por librarse de las ligaduras de la tierra; también se levantan suntuosos palacios, donde quizá
se halla el vicio entronizado; monumentos colosos que nos asombran; torres altísimas, cuyas
cúpulas se pierden en el espacio; vemos los efectos maravillosos de la Mecánica y la Química… y ¡creemos haber llegado a un grado máximo de civilización y progreso!… Pero rodarán
sobre el espacio con regularidad matemática e infalible algunos siglos; nuestras obras habrán
tenido que sufrir la acción destructora del tiempo; y al ver la generación que haya de sucedemos las magníficas ciudades, los soberbios monumentos que ahora nos llenan de un noble
orgullo, al verlas, digo, convertidas en un montón de ruinas de la muerte ha sentado sus reales, exclamarán como nosotros, mientras dedican un recuerdo triste a nuestra memoria: ¿qué
queda de todo eso? ¡Desolación, ruinas, muerte!…
En medio de este cuadro sombrío, destácase una figura que esbelta y majestuosa se yergue sobre todos los siglos; figura que tiene sus sienes coronadas por una guirnalda hermosísima, cuyas perlas más preciosas son notas especiales que la distinguen de las demás; es una
sociedad fundada por nuestro Señor Jesucristo que
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se conserva inconmovible en sus cimientos a través de los siglos, la Iglesia de Dios.
¿Conocéis una sociedad semejante a ésta desde que el mundo existe? ¿Sabéis de alguna
reunión de hombres coligados para conseguir con el esfuerzo común algún fin determinado,
cuya constitución se haya conservado fija e invariable por espacio de veinte siglos?
Pero no nos apresuremos. No vayamos a poner la consecuencia antes de las premisas.
Abramos la Historia; corramos por sus páginas a través del pasado y los hechos, harto más
elocuentes que las palabras, den una prueba irrefutable de nuestro aserto.
Hacía algunos años que el Divino Salvador había exhalado el último suspiro en la cima
del Calvario. La Iglesia habíase extendido por gran parte de Oriente y habíase dejado sentir su
influjo benéfico en Occidente. La misma Roma, cabeza del Paganismo y corroída en su interior por una inmoralidad degradante, había visto lucir entre las tinieblas de su Religión algunas
ráfagas de los divinos destellos.
Pero vino Nerón; y aquel sanguinario, que llegó en su delirio de sangre hasta decretar la
muerte de su madre, esposa y hermano, no tembló al escribir el edicto de primera persecución
contra los cristianos. Aquel tirano, que no retrocedió ante los horrores de un incendio, que
destruyó gran parte de la ciudad de Roma y que él mismo ordenó para darse el placer brutal
de presenciar un espectáculo semejante al de Troya, no sintió tampoco después de bañársele
el rostro en el carmín de la vergüenza al culpar a los cristianos inocentes para saciar en ellos
sus instintos sanguinarios.
Y estalló terrible la persecución; y un calvario largo y doloroso, que durará más de dos
siglos, espera a los cristianos, porque en el fondo del cuadro ennegrecido por el humo de la
pira, destácanse también las figuras repugnantes de Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximino Tracio, Decio, Valeriano, Diocleciano, Galieno y otros que decretaron otras tantas persecuciones.
Pero no temáis. Oíd sin turbaros el cuchillo escalofriante del hacha homicida que se afila;
mirad con rostro sereno el apresto de los instrumentos del tormento que han de ser enrojecidos con la
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sangre caliente del cristiano; dejad que el grito sordo de Christianos ad leones, lanzado por
una chusma frenética y ebria de sangre, resuene por los ámbitos de Roma como trueno largo y
seco, mensajero fatídico de la tempestad que se cierne sobre las cabezas de los discípulos de
Cristo; no vacile vuestra fe aunque veáis elevarse solemne y pausado el humo de la hoguera
hasta formar en el espacio densos y negros nubarrones que den un nuevo tinte de tristeza al
cuadro lúgubre que presenciamos. No temáis; porque allá en el Circo, entre los aplausos ensordecedores de una multitud delirante, veréis al mártir que sucumbe con la plegaria en los
labios y el perdón en el corazón; veréis a la tierna y tímida doncella vestida con su blanco
atavío oír sin temblar los rugidos de la fiera que ha de desgarrar sin piedad sus delicadas carnes; veréis, en fin, miles de cristianos esperar con tranquilidad la hora terrible de la prueba
para enseñar al mundo pagano cómo vencen o cómo mueren los soldados de Cristo. ¡La sangre correrá a torrentes! Y cuando las espadas no estén embotadas aún de tanto matar, ni el
brazo cansado de tanto herir, y sin embargo el cristiano, haciendo un esfuerzo heroico de abnegación necesite para sustraerse a la suerte cierta que le espera, buscar la guarida miserable,
la tierra, menos ingrata que muchos de esos hombres monstruos que sustenta, abrirá las profundidades de su seno para recibirlos; ¡se abrirán las catacumbas!, donde han de sepultarse los
cristianos para no salir sino al patíbulo y a la muerte. De aquellos antros misteriosos subirá,
hasta el trono del Altísimo, mayestática y sublime la plegaria de sus labios; allí esperarán con
santa emulación de los que les precedieron la hora crítica del sacrificio; allí, en fin, aguardarán anhelantes que alumbre el sol el día dichoso en que la Iglesia goce de paz para ofrecer a
Dios entre nubes de incienso el culto que se le debe.
Y ese día llegó; tenía que llegar, porque la Esposa Inmaculada del Cordero no puede morir. El edificio de la Iglesia, levantado con la sangre divina del Dios Hombre no perecerá
jamás.
El dia 28 de Octubre del año 311, encontráronse frente a frente el ejército de Majencio y
de Constantino. El primero había sido derrotado ya varias veces y se disponía a hacer un esfuerzo último, decisivo. Diose la batalla llamada del puente Milvio, cerca de Roma,
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y derrotado de nuevo e impotente ya para defedenderse, huyó, ahogándose en el Tíber. Constantino entró triunfalmente en Roma entre las aclamaciones de un pueblo que se revelaba contra la tiranía de sus Emperadores, y de acuerdo con Licinio publicó el importante y memorable Edicto de Milán, dando libertad religiosa a los cristianos.
Había sonado la hora. Aquella tierra ingrata, regada con la sangre de tantos mártires y
lágrimas de tantos fieles, habíase vuelto agradecida y fecunda; los ídolos caen hechos pedazos, rotos sus altares; el fuego sagrado, abandonado por las vestales, se apaga y muere, y no
hay una mano compasiva que venga a reanimar sus cenizas; los templos del paganismo se
encuentran desiertos y silenciosos y al fin se derrumban, porque Constantino, Graciano, Teodosio el Grande, Arcadio y Honorio consagran su vida entera a desarraigar del Imperio Romano aquel árbol corroído y seco. ¡La Iglesia había triunfado!; y cuando la filosofía se alce
retadora contra ella, para conseguir con el veneno de su doctrina lo que la espada y la hoguera
fueron impotentes, y vengan los donatistas haciendo depender la eficacia de los sacramentos
de la moralidad y ortodoxia del ministro y enseñando que la Iglesia no puede tener en su seno
más que justos, y después Arrio haciendo a la segunda Persona pura criatura e inferior al Padre; cuando los Macedonianos hagan al Espíritu Santo criatura del Hijo y a Éste le nieguen los
Apolinaristas el alma racional; y más tarde Pelagio enseñe que no es necesaria la gracia sobrenatural para la salvación y Nestorio arranque la perla más preciosa de la corona que circuye las sienes gloriosísimas de María, el título de Madre de Dios, como consecuencia de la
unión accidental, no substancial, de las dos naturalezas en Cristo, que él proclamaba; cuando
Eutiques le niegue las dos naturalezas y Sergio lleve a su último estadio la controversia cristológica, estableciendo la doctrina de que en la Segunda Persona no hay más que una sola
voluntad y una sola operación, entonces, digo, saldrán del seno de la Iglesia, purificada en el
crisol del sufrimiento, adalides intrépidos y valerosos, que harán morder el polvo a los enemigos de Cristo; y entonces veremos erguirse como gigantes invencibles al Doctor de la Gracia,
San Agustín; al campeón de la fe ortodoxa, San Atanasio; al incansable adalid de la verdad,
San Cirilo,
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a un Flaviano, Sofronio y otros mil y mil, que no permitirán que la bandera de la Iglesia sea
arriada por el vendaval sofocante y venenoso de la herejía.
Pero no es eso solo. No termina aquí la lucha contra la Iglesia, todavía oiremos crujir sus
cimientos empujados por la espada y el Cesarismo; aún se oirán los ayes lastimeros de sus
hijos, desgarrados por el cisma.
Ved desde el año 1107 las dos potestades, eclesiástica y civil, frente a frente, disputándose prerrogativas, que sólo a la primera pertenecen; ved ejércitos imponentes penetrar en la
bella Italia y talar sus floridos campos, como en otro tiempo las hordas salvajes de Atila y
Genserico; mirad cómo las puntas de los aceros, teñidos en sangre hermana, reflejan los rayos
del sol sobre los muros de la misma Roma. No importa. El orgulloso Enrique IV tendrá al fin
que doblar su rodilla en Canossa ante su víctima Gregorio VII para pedir perdón. Enrique V,
Barbarroja, Enrique VI, Federico II tendrán que confesar su impotencia y humillar su frente
para quitarse el peso de la excomunión que gravitaba sobre sus almas. ¡Y cosa admirable!
Precisamente cuando la Iglesia se ve perseguida por la espada de aquellos tiranos; cuando tal
vez alguien ha creído ver bambolearse los muros de su edilicio al impulso violento de ejércitos aguerridos.., entonces mismo, como para demostrar al mundo entero que ella tiene suficiente vigor y bizarría para rechazar sola las acometidas de sus enemigos, escribe una de las
páginas más gloriosas de la historia, el hecho más sublime de la Edad Media: sabe infundir
aliento y vigor en sus hijos, para que dos millones de guerreros cristianos vayan a ofrecer su
vida en aras de su amor a Dios y a su Iglesia. Se realizan las Cruzadas, hecho sublime, inspirado por el espíritu de una edad cristiana y caballerosa, y llevado a la práctica por un heroísmo, que sólo dan la piedad y la fe.
Por eso, cuando llega la hora tremenda del Cisma de Occidente, y la iglesia tiene que cubrirse de luto para llorar desgracias que le vendrán de parte de sus hijos; cuando la Cristiandad entera se conmueve al presenciar la unión religiosa rota, desmembrado el cuerpo de la
Iglesia; cuando la Esposa de Cristo tiene que pasar por uno de esos momentos tristes en que
las lágrimas no hallan una mano amorosa que las enjugue y los ayes lastimeros del corazón no
encuentran
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eco en otro corazón amante... entonces, ella, que tiene energías y vitalidad sobrenaturales,
ilumina las inteligencias y enciende el corazón de sus hijos; el Pastor Supremo de la Iglesia es
reconocido por el mundo católico; la unidad de la fe se robustece, los ejércitos cristianos, desgarrados por el Cisma, se dan el ósculo de paz y se aprestan a la lucha; y así, cuando el apóstata Lutero, secundado por Calvino, levante la voz de Reforma e implante esa herejía que tiene sus cimientos sobre centenares de Iglesias destruidas, cuyos efectos fueron miles de vidas
segadas sin compasión y cuya sangre humeante aún clama al Cielo venganza; cuando implante esa Religión que se llama Protestantismo, esa Reforma que no lo es porque ahoga y sofoca
en el hombre lo que tiene de más noble y digno, el Vicario de Cristo dejará oír su voz y a sus
ecos solemnes, como a conjuro santo, se levantará la Humanidad para celebrar el Concilio
más grandioso de los siglos, el Concilio de Trento que, como faro colocado a la orilla del mar
en la cima de una roca, disipará con sus rayos esplendorosos e inextinguibles los negros nubarrones levantados por la tempestad de la herejía; ofrecerá los fundamentos de verdadera reforma para todas las clases sociales y será como punto de intersección entre un periodo turbulento y lleno de luchas, y otro pacífico y más fecundo coronado por una pléyade inmensa de
santos y de sabios.
(Continuará)
FR. MARIANO ALEGRÍA DE S. JOSÉ
CAPÍTULO PROVINCIAL
Por cablegrama procedente de Manila, llegado últimamente, sabemos que han sido agraciados en nuestro Capítulo Provincial los siguientes religiosos:
Provincial: M. R. P. Marcelino Simonena de San Luis Gonzaga.
Definidores: R. P. Ruperto de Blas de S. Joaquín, Francisco Echanojáuregui de
Sta. Teresa, Francisco Solchaga de la Concepción y Nicasio Rodeles de la
Concepción.
Secretario Provincial: R. P. Aurelio Lacruz de la Concepción.
Nuestra más cordial enhorabuena.
330
NECROLOGÍA
†
En nuestro Colegio de Monteagudo falleció víctima de tuberculosis pulmonar, el día 27
de Abril del corriente año, el joven corista de votos simples Fr. Lucio Asiáin del Beato Querubín, después de recibir con fervor edificante los santos Sacramentos de Viático y Extremaunción.
De carácter sumamente bondadoso, y dedicado con todo empeño a su perfeccionamiento
espiritual y al aprovechamiento en los estudios, era la esperanza de sus Superiores y el modelo de sus compañeros.
Pero Dios en sus altos juicios ha querido llevárselo de entre nosotros para premiar los
muchos méritos que en poco tiempo había adquirido.
Descanse en paz.
TIP. DE SANTA RITA - MONACHIL
Año X
Jujlio de 1919
Núm. 109
BOLETÍN
DE LA
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
de la Orden de Agustinos Recoletos
SECCIÓN CANÓNICA
De la reservación de casos en general
(Continuación)
Decía la Instrucción del Santo Oficio en su n. 7: «Ad evitanda demum gravia inconvenientia quae ex resertionibus utilibus quoque ac necessariis in peculiaribus quibusdam rerum
adjunctis facile oriri possint, eadem S. Congregatio, nomine et auctoritate Sanctissimi, sequentia decernit».
Este preámbulo, como es natural, se omite en el nuevo Código, porque en él sólo se contiene el fin que pretende el legislador al dar tales disposiciones; pero no por eso deja de persistir implícito en
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las prescripciones que se reproducen, que son los siguientes:
Toda reservación deja de obligar en absoluto (omni vi caret), y, por lo tanto, sin que afecte al penitente efecto alguno de los que lleva consigo la reservación, como, por ejemplo, el de
acudir luego al Superior:
1.º Cuando se confiesan los enfermos que no pueden salir de casa y los esposos en la
confesión enderezada al acto de contraer matrimonio (can. 900, 1.º). Tanto para los primeros
como para los segundos cesará la reservación, aunque de propósito hubiesen diferido la confesión de tales culpas para las circunstancias mencionadas. Pues tal limitación no consta en
derecho, como constaba antes para otro caso semejante, y quedó ya abrogada.
2.º Cuantas veces el legítimo Superior niegue al confesor, que se la pide para un caso
particular, la licencia de absolver de reservados (can. 900, 2.º). Se entiende que para aquella
vez cesa la reservación, pero cesará de la misma manera tantas cuantas veces se repita para
casos particulares la misma petición, sea con respecto a la misma persona, sea con respecto a
diversas, ya para absolver del mismo pecado, ya de diversos. Como se ve, se ha extendido a
cualquier confesor seglar en orden a los seglares lo que antes estaba concedido a los confesores regulares respecto a los penitentes regulares de la Orden, según consta por declaración de
Clemente VIII: «Si hujusmodi regularium confessariis casus alicujus reservati facultatem petentibus superior dare noluerit, possint nihilominus confessarii illa vice poenitentes regulares,
etiam non obtenta a superiore facultate, absolvere».
3.º Cuantas veces, según el prudente juicio del confesor, no se pueda pedir al Superior
legítimo la facultad de absolver sin grave incómodo del penitente, o sin peligro de violación
del sigilo sacramental (can. 900, 2.º).
Amplísima facultad, que introdujo por primera vez la Instrucción del Santo Oficio, ya
mencionada, por la cual la absolución de reservados episcopales queda en situación más ventajosa que la de los papales, como lo exige la misma naturaleza de la cosa, por las razones
apuntadas más arriba. Cuál haya de ser ese grave incómodo del penitente para que se le pueda
absolver sin ulterior carga, puede determinarse por paridad con lo establecido para los reservados
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papales; a saber: peligro de infamia o escándalo; necesidad urgente de cumplir el precepto de
la confesión y comunión; temor de que el penitente permanezca en pecado mucho tiempo.
En los dos primeros casos no se puede dudar de la facultad del confesor para declarar que
cesa a jure la reservación. Respecto al tercero, dentro de ciertos límites se puede afirmar lo
mismo; pero ¿cuáles son esos límites? Para los reservados papales estaba antes declarado, y
repite ahora el Código, que se puede absolver «si durum sit poenitenti in statu gravis peccati
permanere per tempus necessarium ut Superior competens provideat», y entendían tos autores
que ese tiempo necesario bastaba que fuese un solo día. Lo mismo se podía aplicar antes a los
reservados episcopales, dada la teoría que se había formado sobre ellos, a semejanza de los
papales. ¿Pero en la presente disciplina que introdujo el Santo Oficio con la Instrucción mencionada y reproducida por el nuevo Código tiene lugar esta interpretación? Bien se puede por
lo menos dudar; mas pensamos que en virtud del canon 900 2.º, cesa la reservación, si, al juicio prudente del confesor, existe como grave incómodo la gran angustia que sienta el penitente de permanecer un día en estado de pecado mortal.
Por la exposición de los casos en que cesa a jure la reservación episcopal, se ve que la
Santa Sede ha querido hacer muy rara la obligación que antes se imponía de presentarse al
Superior, y aun quizá quitarla del todo, puesto que ciertamente no se ve cuándo pueda tener
lugar, ya que si tan fácil es obtener la licencia y repetir la confesión, ni la dilación breve importa peligro alguno, parece que no se puede dar la absolución, ni aun indirecta; ni en esas
circunstancias parece pueda haber nadie que prefiera se le dé la absolución para hacerle volver luego a recibir los avisos y penitencias que el Superior, enterado del pecado, tenga a bien
imponerle; y si no es tan fácil obtener la licencia y repetir la confesión o existe algún peligro
de infamia o daño espiritual o incómodo grave, del penitente, será el caso en que el confesor
pueda declarar que cesa la reservación.
4.º Fuera del territorio del reservante, aunque el penitente hubiera salido de allí solamente
para obtener la absolución (canon 900, 3.°).
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Otro caso hay en que también cesa a jure la reservación episcopal, del cual hace mención
en otro lugar el nuevo Código, y es el peligro de muerte, o sea, siempre que prudentemente se
teme peligro de la vida, ya provenga este peligro de enfermedad, ya de cualquier otra causa
extrínseca, como de navegación peligrosa, de una batalla en que se va a tomar parte, de persecución, etc.
Así constaba ya antes por el Tridentino, ses. 14, c. 7, y explícitamente lo renueva el
Código en su can. 882: «In periculo mortis omnes sacerdotes, licet ad confessiones non approbati, valide el licite absolvunt quoslibet poenitentes a quibusvis peccatis aut censuris,
quantumvis reservatis et notoriis, etiamsi praesens sit sacerdos aprobatus, salvo praescripto
can. 884 (de la absolución del cómplice), 2.252» (de la absolución de reservados con censura
ab homine o specialissimo modo a la Santa Sede, únicos que llevan aneja la obligación de
recurrir al Superior, caso de evadir el peligro).
Se equiparan a los constituidos en peligro de muerte en orden a la confesión, por declaración de la Sagrada Penitenciaría dada en 18 de Marzo de 1912, los soldados llamados a la
guerra desde el momento que empieza la movilización: « Utrum miles quicumque in statu
bellicae convocationis, seu, ut ajunt, movilizationis constitutus, ipso facto aequiparari possit
iis, qui versantur in periculo mortis, ita ut a quovis obvio sacerdote possit absolvi? –R. Affirmative juxta regulae a probatis auctoribus traditas». Esta respuesta, de carácter particular primero, por haber sido transmitida solamente al Obispo de Verdún, se repitió luego con carácter
universal y se publicó en Acta Ap. Sedis.
Además de los casos indicados, en que consta por derecho la cesación de la reservación,
ya de antiguo se proponían algunos otros, que vamos a exponer brevemente para completar la
materia. Persiste la sólida probabilidad, admitida ya antes por los autores, de que cesa la reservación si el penitente se confiesa con el Superior o con quien tenga facultades, si en la confesión se calló de buena fe el pecado reservado.
Admitíase también como probable que cesaba la reservación cuando el penitente se acusaba de un pecado dudosamente reservado, si después se hallaba ser cierta la reservación.
Ahora, constando
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en el canon 2.245, § 4, «in dubio sive juris sive facti reservatio non urget», queda más segura
esta solución.
Asimismo era controvertida la cuestión relativa a si la confesión nula o sacrílega hecha
ante quien gozaba de facultad de absolver de reservados, libraba de la reservación.
En cuanto a la confesión nula, era bastante común la sentencia que sostenía desaparecer
con ella la reservación. Respecto a la sacrílega, discrepaban más los autores, si bien era más
común la opinión favorable, a no ser que se hubiese callado de propósito el pecado reservado,
exceptuándose también el tiempo de jubileo, porque, según Benedicto XIV, las facultades que
en aquel tiempo se comunican a todos los confesores para absolver de reservados, se entienden con respecto a aquellos que se dispongan a ganar el jubileo. La probabilidad de esta opinión permanece lo mismo después del Código.
10. Penas contra los que absuelven indebidamente de los reservados.- Limitándonos a
los reservados episcopales, de que tratamos, sólo aduciremos el canon 2.366, donde se establece la pena que hace a nuestro propósito. Dícese en él: «Sacerdos qui sine necessaria jurisdictione praesumpserit... a peccatis reservatis absolvere, ipso facto suspensus est ab audiendis confessionibus».
Incurren, pues, en suspensión de oír confesiones los sacerdotes que absuelven de reservados episcopales sin la necesaria jurisdicción. Por lo tanto, no incurrirán: 1) en los casos en
que, aun sin tener facultades para absolver de reservados, el derecho permite expresamente la
absolución; 2) cuando haya duda de derecho o de hecho, según el canon 209 y 2.245, § 4,
como sucede acerca de la ignorancia de la reservación y la absolución de los peregrinos, y
puede suceder en el caso 2.° del canon 900 cuando cesa la reservación a jure por razón del
grave incómodo del penitente, cuya apreciación se deja a la prudencia del confesor, aunque
éste de hecho se equivoque; 3) y, en general, no se incurrirá siempre que, según la doctrina de
probados autores, haya probabilidad de poderse dar la absolución por aquellos que no tienen
facultades.
Se requiere además para incurrir que se proceda contra la ley con pleno conocimiento y
libertad, como lo exige la palabra praesumpserit,
336
de suerte que, excepto la ignorancia afectada, cualquier otra, aun crasa y supina, excusa de la
pena.
(Continuará)
DECRETUM DE CLERICIS E MILITIA REDEUNTIBUS
Redeuntibus e militari servitio clericis, oportet ut Ordinarii omnes maximo cum studio nitantur eos omnes a mundano pulvere detergere, quo inter armorum strepitus et quotidiana pericula pronum est etiam religiosa corda sordescere, eosque ab irregularitatibus et ab impedimentis quae dimicando contraxerint liberare. Hoc sane exigit ipsorum clericorum bonum,
fidelium animarum salus et Ecclesiae utilitas.
Itaque Beatisimus Pater Benedictus PP. XV, dum cum Episcopis universis impense dolet
grave vulnus ecclesiasticae disciplinae illatum clericos adigendo ad militare stipendium faciendum, quod, praeter reliqua, tot paroecias spiritualibus subsidiis et Seminaria suis alumnis
magno cum christianae plebis detrimento privavit; in praesenti cum pax diu desiderata in eo
jam sit ut lucescere videatur, ad sanctum finem assequendum renovandi in sacerdotibus a militia reversis ecelesiasticum spiritum et diluendi noxas quas forte contraxerint, auditis haud
paucis Archiepiscopis nationum omnium quae inter se praesenti bello dimicarunt, de consulto
peculiaris coetus Emorum. Cardinalium, haec quae sequuntur statuit ac decrevit:
CAPUT I
De irregularitatibus
1. Omnibus Ordinariis locorum et religiosorum facultas conceditur dispensandi ab irregularitate ex defectu corporis cum suis sacerdotibus e militari servitio revertentibus, quoties ex
testimonio scripto magistri ceremoniarum, qui sacerdotem examini subjecerit, plane constiterit ipsum posse sine alieno auxilio servare cum decore
337
omnes ritus necessarios in Missae celebratione praescriptos; onerata super hoc ipsorum Ordinariorum conscientia.
In casibus vero gravioribus vel dubiis, et quoties agatur de non promotis ad sacerdotium,
recurrendum erit ad S. Sedem.
2. Pariter omnibus Ordinariis facultas conceditur dispensandi, saltem ad cautelam, ex
irregularitate, quae a canonistis olim dicebatur ex defectu lenitatis, quoties sacerdotes, clerici
et seminariorum seu religionum alumni in eam incurrerint non ex facto proprio sed ex necessitate, coacti nempe ad arma capessenda et mortem vel mutilationem forte inferendam. Quoties vero agatur de clericis in sacris, qui, non legum necessitate coacti, sponte sua se obtulerunt ad arma suscipienda, aut ea susceperunt, pro dispensatione ad S. Sedem erit recurrendum,
firmo tamen praescripto can. 188, u. 6.º
Quapropter Ordinarii, praevio examine in singulis casibus, decernat cum revertentibus e
militia quos ab irregularitate absolvere possint, quos ad S. Sedem remittere debeant.
Ipsi autem sacerdotes qui e militia reventuntur et sciunt se irretitos esse irregularitate S.
Sedi reservata, ne audeant sacris ministrare ante obtentam dispensationem.
CAPUT II
De dandis et assumendis informationibus
3. Singuli locorum Ordinarii de clericis et Seminariorum alumnis alterius jurisdictionis,
qui in sua dioecesi militare servitium obeuntes per notabile tempus commorati sunt, vel adhuc
commorentur, notitias, quantum fieri potest plenas, propriis illorum Ordinariis quam cito
praebere accuratissime satagant idque gravissimum conscientiae officium esse reputent, quo
neglecto, haud modica christianae rei oriri poterunt detrimenta.
Notitias autem, quas Ordinarii de suis clericis et alumnis receperint, complere studeant,
per informationes ab aliis fontibus ac personis, ad rem quam diligentissime assumptis, ac demum per examen etiam personale de quo infra.
338
CAPUT III
De sacerdotibus saecularibus et regularibus
4. Sacerdotes, sive saeculares sive religiosi, redeuntes e militia, mira decem dies a reditu
tenentur se sistere coram Ordinario suo eique exhibere litteras Ordinarii Castrensis vel saltem
militaris cappellani sui, aliaque documenta quae testimonium reddant de eorum vita et moribus; quae omnia proinde secum afferre curabunt. Ordinario autem eos percontanti de iis quae
pertinent ad externam seu publicam vitae rationem quam in militia duxerunt, de operibus ibi
actis, de locis ubi commorati sint, respondere ex conscientia secundum veritatem jubentur.
Qui intra tempus superius praefixum Ordinarium suum non adibunt, suspensi manent ipso
facto a divinis: a qua censura non relevabuntur, nisi quum quae supra mandata sunt impleverint.
5. Omnes sacerdotes, sive saeculares sive religiosi, intra tempus ab Ordinario suo designandurn (quod sine justa et necesaria causa nimium protrahere non licebit), secedere debebunt
in aliquam piam domum ab Ordinario designatam ad spiritualia exercitia peragenda, juxta
ipsius Ordinarii praescriptiones.
Qui huic praecepto non satisfecerint, manebunt pariter ipso facto suspensi a divinis a qua
censura non liberabuntur, nisi quum exercitiorum domum ingredientur.
6. Quum spiritualia exercitia, ut fructuose fiant, peragi debeant in aliqua pia domo a
mundanis rumoribus remota, in silentio, sub ductu prudentis ac pii directoris et cum subsidio
praedicatorum et confessariorum, qui cum doctrina et prudentia vitae sanctitatem conjungant,
necesse est ut Ordinarii multo cum studio haec omnia comparent.
Sed quum vix possibile sit ut singulae dioceses et religionum provinciae domum pro spiritualibus exercitiis plene instructarn habeant; Episcopi curent cum aliis ejusdem provinciae
aut regionis Presulibus convenire ad communem aliquam domum designandad et instruendam. Idem ut Ordinarii religiosorum peragant praecipitur.
7. Quum sacerdotum reversorum a militia non eadem sit conditio,
339
neque par necessitas abluendi conscientiam et renovandi ecclesiasticum spiritum, Ordinariorum prudentiae relinquitur singulis statuere; ita tamen ut nemo minus quam octo integres dies
spiritualis recessus impleat.
8. Ob eamdem causam in singulis casibus Ordinarii definient, utrum, post spiritualia excercitia peracta, sacerdotes ad pristina officia sive curae animarum, sive magisterii aut regiminis in Seminariis aut similia sint statim restituendi, vel secus.
Ad hunc finem tribuitur facultas Episcopis removendi ad tempus ab animarum cura, ab
officio confessarii, a regimine et magisterio alumnorum in Seminario, qui durante militia non
bene se gesserint, sive iidem suspensi fuerint a divinis, sive non; eosque adigere poterunt ad
vivendum ad tempus vel in aliqua religiosa domo, vel sub ductu pii et prudentis sacerdotis
cum obligatione pia aliqua exercitia ex praescripto faciendi.
Idem in paribus casibus statuant Ordinarii religiosorum pro suis subditis, quos etiam voce
activa et passiva ad tempus privare poterunt et ad vivendum in aliquo strictioris observantiae
conventu adstringere. Superioribus autem generalibus facultas insuper tribuitur removendi
superiores provinciales et locales, quoties ex eorum agendi ratione in militia id necessarium
esse ducant.
Caveant tamen Ordinarii, quantum fieri potest, ne sacerdotes sive saeculares sive regulares sedem figant, in locis ubi militare servitium obeuntes diu commorati sint.
In casibus vero dubiis vel gravioribus, Ordinarii ad S. Sedem recurrant.
9. Denique, attentis peculiaribus nostri temporis conditionibus, conceditur Ordinariis
dioecesanis facultas ad quinquenium valitura, qua, exigente animarum necessitate, si desint
sacerdotes unicuique paroeciae proprii, commitere possint uni eidemque sacerdote curam duarum vel etiam trium paroeciarum, et transferre parochos a paroecia sua ad aliam magis centralem ex qua facilius succurrere possint fidelibus ipsorum curae commisis.
340
CAPUT IV
De alumnis Seminariorum
10. Omnes Seminariorum alumni, qui post militare servitium ad pium locum redire volent:
a) Ordinario suo se sistent, eodem prorsus modo ac de sacerdotibus superius est dictum.
b) Ordinarius circa examen et notitias assumendas eadem ratione se geret ac cum sacerdotibus.
c) Si ex hoc examine aIiisque argumentis et documentis constiterit aliquem haud bene
se gessisse in militia, Episcopus, habito cum deputatis super disciplina et cum
rectore Seminarii consilio, eum a regresu in Seminarium repellat.
d) Si aliter constiterit, Episcopus, habito cum iisdem deputatis et rectore Seminarii
consilio, petitionem admittat; sed sub modo et conditionibus quae in sequentibus indicantur.
e) In primis alumnum jubeat spiritualia exercitia peragere et quoad locum, tempos et
modum spiritualis recesus Episcopus statuat ac decernat quod magis in Domino expedire in singulis casibus censeat, servatis, quantum fieri poterit, iisdem
regulis ac cum sacerdotibus.
f) Post spiritualia exercitia, videat pariter, pro sua prudentia et cum consilio ut supra,
utrum expediat alumnum a mitilia reversum cum ceteris statim admittere, an
per aliquod tempus seorsum sub speciali vigilantia eum cum aliis a militia reversis detineri.
11. Alumni in Seminarium reversi studia prosequentur inde adamussim incipiendo ubi ea
abruperunt, et integrum cursum perficiant.
12. Quoad ordinationem Episcopi, memores plus quam alias apostolici illius praecepti
(ad Tim., I, cap. V): «Manus cito nemini imposueris, neque communicaveris peccatis alienis»,
caveant a promovendis suis alumnis, praesertim ad majores ordines, antequam per aliquot
menses eos rite comprobaverint, onerata super hoc graissime forum conscientia.
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CAPUT V
De novitiis clericisque religiosis
13. Quod novitios et clericos diversarum religionum, qui post militare servitium ad religionem suam revertuntur, eaedem cum proportione serventur regulae ac de Seminariorum
alumnis praescriptae sunt.
14. Transitus religiosorum, post militare servitium, ad clerum saecularem eorumque admissio in Seminarium prohibita manent juxta communis juris paescriptum.
CAPUT VI
De laicis aut conversis variarum religionum
15. Qui fratres conversi vel laici in variis religionibus nuncupantur et post militare servitium ad conventum redeunt, consueto ut supra examini Superiores subjiciant; et si bene in
militia eos se gessisse constet, praeviis spiritualibus exercitiis, cum cautelis et regulis in superioribus articulis nuntiatis, eos denuo in communitatem admittant.
Si vero constet eos se male gessisse et votis solemnibus ligati non fuerint, dimittant et hoc
ipso a votis omnibus, etiam castitatis perpetuae, absoluti erunt.
Quod si votis solemnibus obstricti fuerint Superiores casum deferant ad S. Cengregationem de Religiosis, et interim eos jubeant penes consanguineos suos vel in monasterio, sed
seorsim, vivere.
CAPUT VII
De clericis in sacris, saecularibus vel regularibus,
qui in graviora crimina prolapsi fuerint
16. Cum clericis in sacris, qui forte in aliquod ex majoribus delictis, durante militare servitio, misere lapsi forent, quum redeunt, Ordinarii paterne quidem se gerant, sed ad eorum
emendationem et salutem et in publicum Ecclesiae bonum, non omittent in singulis
342
casibus juxta criminum naturam procedere, prout in lib. V Codicis praescribitur, praesertim si
in infamiam juris vel facti incurrerint.
Cum iis vero qui per lugendum nefas a suis votis vel etiam a religione apostatae ad saecularem statum transiverint, iidem Ordinarii boni pastoris officium, quantum in ipsis est, agere
non omittant, errantes oves opportune quaerendo. Curent insuper pro viribus ut, saltem in
aliorum fidelium scandatum et perniciem, eorum prava exempla ne cedant.
Meminerint preterea officii sui esse in relatione de dioecesis vel religionis statu aperte innuere an et quot apostatae deplorari apud ipsos debuerint.
Haec omnia Sanctitas Sua districte ab omnibus Ordinarils servari mandat, nec plane dubitat, attenta singulari rei gravitate, quominus omnes et singuli peculiarissimum impensuri sint
studium, ut quae praescribuntur plene et ad unguem impleantur.
Datum Romae, ex Aedibus S. Congregationis Consistorialis, die 25 Octobris 1918. C. Card.
DE LAI, Ep. Sabinen., Secretarius. –✥ V. SARDI, Archiep. Caesarien., Adsessor.
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SECCIÓN LITÚRGICA
El nombre del Obispo en el Canon de la misa
El canon 294 del Código de Derecho Canónico dice: «Los Vicarios y Prefectos Apostólicos gozan en su territorio de los mismos derechos y facultades que competen a los Obispos
residenciales en sus propias diócesis, a no ser que la Sede Apostólica se haya reservado algo».
De este canon se originó la siguiente duda, que fue propuesta a la S. C. de Ritos para su
oportuna declaración, a saber:
An Vicariis et Praefectis Apostolicis de novo iure competat, in proprio territorio, ut nominentur in Canone Misae?
«El Sacra eadem Congregatio, audito specialis Commissionis voto, attento etiam
can. 2 et altero 308 Codicis Iuris Canonici, omnibusque perpensis, respondendum
censuit: Negative iuxta rubricas et decreta; quia de jure adhuc vigente, in Canone
Missae post verba Antistite Nostro exprimendum est tantum nomen Patriarchae, Archiepiscopi et Episcopi qui sunt Ordinarii loci, et in propria Dioecesi».
Atque ita rescripsit et declaravit, die 8 martii 1919. –A. Card. Vico, Ep. Port. et
S. Rufin., S. R. C. Praef. –L. ✥ S. –Alexander Verde, Secretarius».
La duda propuesta no carece, en verdad, de fundamento; porque el citado canon 294 del
nuevo Código concede expresamente a los
344
Vicarios y Prefectos Apostólicos los mismos derechos y facultades que a los Obispos residenciales. Pero en ese canon se advierte una excepción en aquellas palabras con que termina: «A
no ser que la Sede Apostólica se haya reservado algo».
Y esa reservación se encuentra en las reglas que ha dado hasta ahora la S. C. de Ritos para expresar u omitir el nombre del Prelado en el Canon de la misa; como se puede ver en los
decretos 924, VI; –182v, 1. –1.333, IX; –y 2274. Y en cuanto a las Misiones que son gobernadas por Prefectos o Vicarios Apostólicos, en el decreto 3.047, IV: en las cuales Msiones
solamente se debe decir en el oficio divino el versículo: Oremus pro beatissimo Papa nostro
N., como se hace en la ciudad de Roma.
La razón es porque, en estos casos, el territorio de las misiones está bajo la inmediata jurisdicción del Romano Pontífice; el cual ejerce la cura de almas en aquellas regiones por medio de sus Delegados; y éstos, ya tengan dignidad episcopal o no la tengan, no son Obispos de
dichas regiones, sino que lo es solamente el Papa.
Esto sucede también en Roma, donde en el Canon de la Misa no se expresa el nombre del
Cardenal Vicario, aunque es verdadero Ordinario, cuya jurisdicción no cesa con la muerte del
Sumo Pontífice.
FR. C. DE E.
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LOS NIÑOS
(Conclusión)
En él espera el rico días de ventura y prosperidad para sus posesiones y riquezas; y espera
también el pobre que el hijo querido, que el cielo le otorgó, conservará puro y sin mancilla el
buen nombre que le dejará al morir, y será custodio y fiel guardián de las virtudes que serán,
tal vez, su única herencia.
También el celoso párroco tiene puestas todas sus esperanzas en los niños. Conocedor
experimentado de los males y desastrosos efectos que trae una educación descuidada; él, que
ve los vicios que corroen a su pueblo y le tienen enervado y como adormecido en sus ideas
cristianas, y lo depravada que se encuentra la actual generación, no encuentra otro medio para
poner dique a todo esto sino los niños, y en ellos emplea sus fuerzas, su ingenio, todas sus
facultades.
Y el pueblo, y la nación y la Patria también esperan en los niños: ellos son los que, andando el tiempo, les han de dar días de gloria y esplendor; ellos los que les restituirán a su
antigua grandeza; ellos los que salvarán a la Patria de la ruina que por todas partes amenaza.
Pero ¡ay!..., que aquella inocencia, aquella alegría, aquellos encantos del niño en sus primeros días han desaparecido... Se han caído, como caen las hojas de una flor marchita que
sacude el viento; como caen las hojas de los árboles al llegar el otoño. Aquel niño que sonreía
en la cuna y en los brazos de su madre, aquellos niños que eran la alegría de sus padres, que
346
formaban las delicias del maestro, los que eran la esperanza de nuestra sociedad y el porvenir
de nuestro pueblo han perdido todos sus encantos; ya no son, no pueden ser, los regeneradores
de nuestra Patria.
Sus labios no aciertan a pronunciar más que blasfemias y horripilantes palabras; su mirada y sus ademanes nos hacen ver en él a un joven dominado por !a sensualidad y corrompido
por los vicios hasta en su cuerpo; ya no sabe frecuentar otras reuniones que bailes, tabernas y
esos centros donde ninguna virtud tiene su asiento y donde tantas facilidades encuentran las
pasiones para todos sus caprichos, antojos y liviandades.
En lugar de hijos obedientes son animales monstruos, que se revuelven contra los padres
que les dieron el ser y los maestros que los educaron e instruyeron. En vez de fieles y sumisos
hijos de la Iglesia son ahora indiferentes y malos cristianos, y enemigos arteros que aborrecen
y persiguen el nombre de Cristo, pretendiendo desterrarlo de los hogares, de la sociedad, de
los pueblos y de las naciones. Y en lugar de llevar a los pueblos a una felicidad así moral como material, en vez de procurar a la Patria días de gloria y de grandeza, la llevarán, no hay
que dudarlo, a la ruina, darán con ella en el abismo...
¿Cómo se ha verificado este cambio? ¿Quién ha despojado a esos niños de su inocencia?
¿Quién es la causa de que aquellos ángeles de antes sean ahora monstruos de a naturaleza,
oprobio de la humanidad y pervertidores de un pueblo?...
Al llegar aquí no puedo menos de prorrumpir en palabras de desprecio y aborrecimiento,
en palabras de odio sempiterno para con esos que han cometido tan horrendo crimen; para con
esos que han convertido esos angelitos en fieras, en demonios, y que han crucificado a Cristo
en sus almas. Mi pluma no acierta a escribir, y mi corazón se parle de dolor al considerar que
aquellos niños, que antes eran todo mi encanto, constituían toda mi alegría, son ahora los seres que tanto me repugnan, son los hombres que perderán a mi Patria. ¿Quiénes son los culpables? Dirémoslo en pocas palabras.
«¡Ay del mundo por los escándalos!» —exclama Jesucristo en un arranque de amor y
compasión para con los niños y de indignación
347
en contra de los escándalos del mundo—: «¡ay de aquel hombre por el cual viene el escándalo!», ¡ay! que encierra toda una maldición contra todo hambre por quien venga el escándalo; y
ese hombre es el padre, hermano, maestro, amigo, amo, pintor, escritor, actor, legislador, juez
o gobernante. Éstos son, pues, los que con sus escándalos han trocado por completo el alma
del niño, han cometido el horrible crimen de crucificar a Cristo en sus corazones.
Mas en virtud de la brevedad y naturaleza de estas líneas, diremos por ahora cuatro palabras no más, sobre la culpabilidad de los padres, del maestro y del Estado.
Hablemos primero del Estado Ese Estado laico, racionalista y ateo que pretende centralizarlo todo, absorberlo todo; ese Estado tirano y rebelde que quiere hacer suya la familia, la
escuela, el convento, la Iglesia y el cementerio; ese Estado apóstata que quiere prescindir de
Dios, y de la soberanía e independencia de la Iglesia, ése es el que asalariando a esa turba de
maestros impíos, mata y crucifica a Cristo en el alma de los niños; ese Estado que cada año
lanza al mundo una multitud de maestros que no saben enseñar ni educar y esteriliza de esa
manera las generaciones y gasta millones y millones para no tener ni educación ni enseñanza;
ese Estado impío que quiere arrojar a Dios de la escuela, que proscribe la enseñanza del catecismo, y obliga a los padres de familia a llevar sus hijos a esas escuelas donde no se enseña a
Dios ni su Religión, a esas escuelas que no son otra cosa que criaderos de ladrones, criminales
y asesinos. «Infame y cruel es degollar niños inocentes; bárbaro es, inhumano y fiero el matar
a cristianos por el delito de serlo; pero es más infame y cruel, más bárbaro, inhumano y fiero
el encomendar a un ejército de maestros asalariados con el dinero cristiano, que maten a Dios
y a Cristo en el alma de los niños, lo cual es peor que quitarles la vida, por valer más el alma
que el cuerpo»1.
¡Qué pecado tan horrendo y cuenta tan tremenda darán en el último día esos funestos e
infames gobernantes que así velan por
1
Manjón.
348
la destrucción de la Religión, de la Moral y de la Patria! Veamos, en segundo lugar, la culpabilidad del maestro.
Sabido es que el elemento más apropiado, el elemento natural para la educación del niño,
es la familia; pero no menos sabido es que ésta no se basta por sí sola en la inmensa mayoría
de los casos. Por falta de tiempo y de recursos y sobra de ocupaciones unas veces, por negligencia otras, y por ignorancia las más, lo cierto es que no pueden los padres atender a la educación de los hijos y han menester, por lo tanto, de una ayuda, que supla sus deficiencias. Se
hace preciso, pues, enviar los hijos a la escuela, confiar su educación al maestro. ¿Qué cualidades deberá poseer el maestro? A él confían los padres lo más caro, o que más aprecian en
este mundo, que son sus hijos, estos hijos que son el porvenir de sus padres, del pueblo y de la
Patria. Desempeña ahora las funciones de padre y preside la educación de las generaciones
formando en las nuevas las futuras y cooperando de ese modo al bienestar general. ¿Qué cualidades le serán, pues, necesarias?
«Un buen maestro, dice Guizol, debo dar a todos ejemplo, servir a todos de consejero,
sobre todo no tratando de salir de su estado, contento de la situación porque hace en ella el
bien, decidido a vivir y morir en el seno de la escuela». Y «el mejor maestro, dice Compayré,
es el más devoto de su misión, el más apegado a sus deberes, al mismo tiempo que el más
afectuoso para con sus alumnos». Las más precisas cualidades, pues, son el amor a su misión
y el afecto a los niños. ¿Qué diremos de esos maestros que sin ser llamados toman sobre sus
hombros esa tan delicada, como difícil y pesada misión; de esos hombres que sin vocación
quieren apellidarse pedagogos, que sin vocación se dedican al magisterio? Los que en tales
condiciones abrazan esa carrera no serán más que viles mercenarios, que tan sólo encontraran
en tan noble ministerio repugnancia, tedio y aburrimiento. Sin vocación, el claustro es un infierno, dice el tan conocido aforismo.
FR. PEDRO ZUNZARREN DE LA CONCEPCIÓN
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ESTABILIDAD DE LA IGLESIA
(Conclusión)
Y hoy sigue la lucha encarnizada y fiera contra !a Esposa de Cristo; vive todavía en ese
liberalismo incalificable, que proclama a los cuatro vientos la emancipación de la razón
humana, y, por lo tanto, la libertad de cultos, libertad de pensar, de hablar, de escribir, etc.,
pero que por una inconsecuencia inexplicable pone trabas a todo lo que sea pensar y obrar
conforme a la Iglesia católica; vive todavía en la Masonería, en cuyos antros misteriosos, limitados por sombras de muerte, se acecha la ocasión para clavar el puñal asesino en el pecho
inerme de la víctima; se recrudece, en fin, cuando muchos de sus hijos ingratos y desnaturalizados abandonan sus banderas y se revuelven furiosos contra ella.
…………………………………………………………………………………………………
Han pasado veinte siglos. Si la Iglesia católica fuera el fruto óptimo de una generación,
de un pueblo o de un solo hombre extraordinario, hoy no existiría. Hubiera perecido bajo el
filo de la espada, que en los primeros siglos quiso ahogarla en su cuna; hubiera muerto, cuando en tiempos aciagos el cisma sembró entre sus hijos desgarrados el germen de la separación
y discordia; hubiera desaparecido sofocada en un ambiente confinado por el veneno de la
herejía. Pero no; como roca firmísima, que, colocada en medio del Océano, resiste con indiferencia el empuje de sus olas alborotadas, así la Iglesia de Dios ha oído sin temblar los rugidos
fieros de sus enemigos; ha sentido conjurarse las potestades infernales contra ella; ha visto
fraguarse sobre su cabeza, terrible y fatídica, la tempestad. Pero regida por Cristo desde el
cielo y defendida en la tierra por su Vicario, ha resistido serena, majestuosa, los embates furibundos
350
del infierno y ha hecho que su bandera se ice, gallarda y hermosa, den todos los hemisferios
de la tierra.
¿Dónde hay una sociedad, volvemos a preguntar, semejante a ésta? Después de algunos
años de existencia y minadas por la limadura del tiempo, las más soberbias fábricas se derrumban; los tronos seculares que han visto pasar por debajo de sí algunas generaciones y
besar sus plantas en señal de vasallaje, se desmoronan; la estrella resplandeciente, que brilló
en el espacio con fulgores de gloria para alumbrar los horizontes de una nación poderosa, pasadas algunas centurias, se eclipsa y muere.
Solamente la Iglesia se yergue gallarda en medio de este cuadro tétrico para pagar tributo
al martillo demoledor del tiempo. Y a manera que un ejército vencedor, después de reñida y
sangrienta lucha, aunque vea sus huestes aguerridas diezmadas por el acero enemigo, repone
sus pérdidas y se enriquece con los despojos conquistados, así ella, después de cada combate,
al ver disipase las tinieblas que han oscurecido por un momento el cielo sereno de su existencia, ha vuelto a brillar con fulgores más divinos y a vivir una vida más pujante y vigorosa. Y
hoy es el día en que, vencidos todos los obstáculos que han impedido su marcha triunfal, tiene
en su seno miles de comunidades religiosas, ariete formidable con que se defiende el dogma
católico; millones de misioneros, que, volando en alas de la caridad, que ella les inspira, sacrifican todo en el altar de su amor, porque su nombre sea conocido en el mundo; tiene centros
de enseñanza, donde sus bisoños soldados se adiestran en el manejo de las armas para engrosar sus falanges vencedoras; ha fundado numerosísimos hospitales, donde recibe el alimento
del alma y del cuerpo el triste y desvalido anciano, encorvado bajo el peso de los años; casas
de beneficencia, donde reciben un pedazo de pan esos seres despreciados, cuyos labios no se
plegaron nunca para imprimir un beso tierno en la frente de una madre; tiene, en fin, casasasilos, donde hay siempre una mano compasiva que enjugue las lágrimas del pobre huerfanito.
¿Cuál es el secreto de esta firmeza y estabilidad? Aquellas palabras que, pronunciadas
por labios divinos, no necesitan explicación: Et portae inferi non praevalebunt adversus Eam.
FR. MARIANO ALEGRÍA DE S. JOSÉ
❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉
UT DEUM AUGUSTINUS DOCEAT QUAERENDUM
(Continuación)
«Intentio est qua facimus quidquid facimus; quae si munda fuerit, et recta, et illud aspiciens quod aspiciendum est, finem, nempe legis, qui est Christus» (Rom. 10) omnia opera
nostra, quae secundum eam operamur, necesse est bona sint» (De Serm. Dom. in mont. l. 2, c.
19). Intentio igitur columbinus ille oculus est, quo in finem ultimum respicimus, ut illum,
praemissis omnigenarum virtutum actibus, ceu tot mediis, aliquando assequamur. «Non discernuntur», ait noster Magister, «facta hominum, nisi de radice charitatis; nam multa fieri
possunt, quae speciem habeant bonam, et non procedunt de radice charitatis» (Tract. 7 in
Epist. Joann.). Haec robusta illa radix, unde rami et fructus bonorum operum succrescunt.
Minime de hac radice procedunt eorum opera qui, jam erectae in Deum intentioni aliam adjungunt, qua suum commodum, homorem aut delectationem simul quaerunt, existimantes id
Dei inquisitioni non admodum repugnare. Simul itaque et Deum et seipsos quaerere satagunt.
Perspexit hoc sagacissimus Augustinus, qui illis Christi verbis: «Nemo potest duobus dominis
servire» (Matth. 6) intellexit duplicem prohiberi intentionem. «Videte ne duos fines constituatis, ut et regnum Dei propter se appetatis, et ista necessaria, sed haec potius propter illud. Ita
vobis non deerunt, quia duobus dominis servire non potestis. Duobus autem
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dominis servire conatur, qui regnum Dei pro magno bono appetit, et haec omnia temporalia.
Non poterit autem simplicem habere oculum, et uni Domino servire, nisi quaecumque sunt
caetera, si sunt necessaria, propter hoc unum assumat, id est, propter regnum Dei. Ergo simplici corde tantummodo propter regnum Dei debemus operari bonum ad omnes, non autem in
hac operatione vel solam, vel cum regno Dei mercedem temporalem cogitare» (De serm.
Dom. in Monte, l. 2, c. 25). Ecce quantam puritatem et perfectionem intentionis noster requirat Legifer, et quomodo latentes detegat insidias. Fieri non potest, ut cum opus aliquod pium
volumus suscipere, idem etiam honorem, utilitatem, aut voluptatem nobis afferat; quo casu
cavendum ne pius nos ad operandum incitet commodum proprium, quam Dei gloria, et voluntatis ejus beneplacitum; segnius enim animum nostrum excitant quae fide, quam quae sensibus cognoscimus. Ad illa siquidem pluribus subinde considerationibus, animus incitandus: ad
haec ultro propensi sumus, et pro dolor! etiam praecipites ruimus.
Hinc illa piorum formido, ne dum quotidianas corporis ruinas edendo et bibendo reficiunt, instinctu libidinis propter voluptatem faciant, quod solo necessitatis vel divinae gratiae
intuitu se facere vel credunt vel desiderant. Insidiatur enim iis male blandiens delectatio, et
saepe etiam incautos fallit. Etenim «cum salus sit», ut Magistri utar verbis, «causa edendi ac
bibendi adjungit se tanquam pedisseque periculosa jucunditas; et plerumque praeire conatur,
ut ejus causa fiat, quod salutis causa tatummodo faciendum, atque ita obtentu salutis obumbratur negotium voluptatis» (Conf. l. 10, c. 31). Quantunvis ergo nonnulli dicant, se juxta
Apostoli praeceptum manducare, bibere, sive aliud quid facere, in Dei gloriam: si simul, in
istis actionibus suam quaerent voluptatem, in duplicem profecto tendunt scopum, Dei gloriam
cum propria quaerentes delectatione. Quod et in omnibus aliis fit, in quibus Dei gloria non est
potissima et totalis nostrae electionis atque operationis causa.
Hoc profecto nomine (quod pios merito reddat attonitos) sanctissimum virum Job Satan
accussandum putavit, quod non frustra Deum coleret, sed propter bona temporalia, quae larga
manu Deus ei contulisset: etsi quidem propter illa, jam duo quaereret, Deum et divitias, et has
per Deum, quinnimo et prae Deo quidem. Ergo qui
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Deum propter bona temporalia inquirit, magis illa quam Deum amat et quaerit. Hac causa ob
quam valerrimus ille hostis optimo viro bellum indixit. Et quid dixit? Numquid Job gratis
colit? «Ad hoc», ait Augustinus, «provocamur ab adversario, ut gratis Deum colamus, quando
ille quaerens quod objiciat, pro magno se putavit invenisse, quia dixit: Numquid gratis Job
colit Deum? Non quia viderat cor ipsius, sed quia videbat divitias ejus. Cavere debemus ne ad
paemium diligamus Deum. Quid enim? propter praemium dilecturus es Deum? Quale praemium est, quod tibi daturus est Deus? Quidquid tibi aliud dederit, minus est quam ipse. Colis
non gratis, ut aliquid ab eo accipias: gratis cole, et ipsum accipies» (Homil. 38).
Non exterioribus, sed interioribus oculis, Deum videndum et quaerendum, constans Doctorum sententia est. Luculenter Augstinus Davidicum illud exponens: «Tibi dixit cor meum:
exquisivi faciem tuam», ait «Si gaudium nostrum in isto sole esset, non cor nostrum diceret:
Quaesivi vultum tuum, Domine: sed oculi corporis nostri. Cor nostrum cui dicit: Quaesivi
vultum tuum, nisi ei, qui pertinet ad oculum cordis? Lucem istam quaerunt oculi carnis; lucem
illam quaerunt oculi cordis. Sed vis illam lucem, quae videtur oculis cordis videre? Quia ipse
Deus lux est. Deus enim lux est, dicit Joannes, et tenebrae in eo non sunt ullae. Vis ergo videre eam lucem?, munda oculum, unde videtur» (In Ps. 26). «Beati enim mundo corde, quia ipsi
Deum videbunt» (Matth. 5). Et rursus alibi ait: «Deus nec in loco videtur, nec corporalibus
oculis quaeritur, nec circumscribitur visu, nec tactu tenetur, nec auditur affatu, nec sentitur
incessu. Talem quippe esse intellexit vel credidit Deum, qui mundo corde conspicitur» (Epist.
112). Sed quis mundus hic aut mundandus cordis oculus? Intentio, de qua Salvator noster ait
«Lucerna corporis tui est oculus tuus; si oculus tuus fuerit simplex, totum corpus tuum lucidum erit: si autem oculus tuus fuerit nequam, totum corpus tuum tenebrosum erit» (Matth. 6).
«Qui locus», ait Augustinus, sic intelligendus est, ut noverimus omnia opera nostra tunc esse
munda, et placere in conspectu Dei, si fiant simplici corde: id est, intentione superna, fine illo
charitatis: quia et plenitudo legis charitas. Oculum ergo hic accipere debemus ipsam intentionem, qua facimus
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quidquid facimus, quae si munda fuerit et recta, et illud aspiciens, quod aspiciendum est, omnia opera nostra, quae secundum eam operamur, necesse est bona sint. Quae omnia opera totum corpus appellavit; quod et Apostolo membra nostra dicit quaedam opera, quae improbat,
et mortificanda praecipit, dicens: Mortifiate membra vestra, quae sunt super terram; fornicationem, immunditiam, avaritiam et caetera talia» (Coloss. 3). «Non ergo quid quisque faciat,
sed quo animo faciat, considerandum est» (De serm. Dom. in monte, 1, 2, c. 3).
Proposito nostro insequentes, geminos statuimus cordis seu mentis oculos: alterum quo
emporalia; alterum quo spectamus aeterna: sinistrum, quo in vanitatem; dextrum, quo intendimus in veritatem: illo creata; hoc aspicimus Creatorem, qui cum solus et unicus nostrae
mentis scopus sit, directe in illo sinistro occluso oculo, dexter est collineandus. Felix omnino
ille, et terque quaterque beatus, qui hanc probe calluerit industriam. Divinam ad hoc opem
Regius implorans Vates, dicebat: «Averte oculos meos, ne videant vanitatem» (Ps. 118). Quid
autem hoc sit, exponit Augustinus: «Magni, ait, interest, cum aliquid boni facimus, cujus rei
contemplatione faciamus. Officium quippe nostrum non officio, sed fine pensandum est,
propter quod facimus, cogitemus. Hos oculos quibus contemplamur, quare faciamus quod
facimus, averti poscit» (David) «ne videant vanitatem, id est, ne hanc attendant propter quam
faciat, cum boni aliquid facit» (In Ps. 118, conc. 12).
FR. H. P. A S. F.
(Continuará)
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EN LA CARTUJA DE AULA DEI DE ZARAGOZA
Profesión solemne de un Prelado
Era el día de la Ascensión del Señor, 29 de mayo de 1919.
A las nueve de la mañana, previo un toque de campana convocando a la Comunidad, se
reunió ésta en coro; y por una excepción hecha en nuestro favor, y que nunca agradeceremos
bastante, ocupamos también allí un lugar preferente.
Al momento dio principio la misa solemne, de rito especial, propio de los cartujos, que
fue celebrada por el R. P. Prior, varón de 79 años, robusto y ágil, ministrado por el R. P. Vicario, que cuenta 81 años de edad, tan robusto y ágil como el celebrante.
Cuarenta religiosos, divididos en dos coros, ejecutaban con soberana unción y majestad el
canto litúrgico.
El celebrante había llegado a la parte que corresponde al ofertorio de la misa, cuando de
pronto se destaca del coro el último de los religiosos, el único novicio de la Comunidad, que
se dirige, solo, al centro de la iglesia, y se coloca entre el coro y el altar.
Bajo aquel humilde habito cubierto por la capa negra del novicio, reconocemos al Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Fr. Juvencio Hospital, Religioso Agustino, Obispo de Cauna y Vicario Apostólico de Hunan, en China; el mismo que por abril del año próximo pasado vino
directamente desde China a Zaragoza, a postrarse humildemente, y de incógnito, ante el trono
de la Virgen del Pilar, que, como él dice entusiasmado, simboliza todas las grandezas de la
gloriosa España; y que, una vez satisfecho este anhelo de su corazón, vistió el santo hábito de
los hijos de San Bruno.
Entre el más completo silencio, el humilde novicio, con voz embargada por la emoción y
con acento de súplica ferviente, se dirige
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a Dios y canta, en sencilla pero sublime melodía gregoriana, todo el versículo 116 del salmo
118: Suscipe me… Recíbeme, Señor… Todos los religiosos de coro, también dominados por
la emoción, repiten en la misma forma la súplica del novicio: éste insiste hasta seis veces; y
otras tantas repite el coro la plenaria, como haciendo violencia a Dios para que admita a la
profesión solemne al que se ha hecho digno de ella por sus virtudes.
Como si esta oración no fuera bastante, el novicio se dirige luego al coro, y estando los
religiosos mirándose unos a otros, aquél se coloca delante del religioso más antiguo, le hace
una inclinación de cabeza y le dice en tono suplicante: Ora pro me, Pater: Ruega por mí, Padre. En este momento la emoción se hace visible en el rostro de todos los religiosos: el aludido se descubre, quitándose la blanca cogulla, y, como respuesta afirmativa, le hace una inclinación de cabeza; y el novicio entonces, agradeciendo su oración, se postra y besa el frontal
del escaño que los separa. Uno por uno va haciendo la misma súplica a todos los religiosos de
ambos lados con la misma ceremonia: y cuando cree que Dios ha escuchado la oración de
todos, se dirige al pie del altar, donde el celebrante le despoja del hábito de novicio y le viste
el de profeso.
Luego, postrados todos en tierra y el novicio en las gradas del altar, permanecen todos en
oración secreta, mientras el celebrante implora en voz alta las bendiciones de Dios sobre el
novicio.
Terminada la oración, éste sube al altar, se coloca cerca del celebrante, al lado de la epístola, y mirando al lado del evangelio, hace su profesión solemne, expresándola emocionado
en tierna melodía; acabada la cual, vuelve a postrarse en tierra, como también toda la Comunidad, mientras el P. Prior, con los brazos elevados hacia el cielo, dirige a Dios en nombre del
nuevo profeso una fervorosa acción de gracias.
El Ilustrísimo Sr. Obispo Fr. Juvencio ha cambiado en su profesión su nombre de bautismo, con que era conocido en el mundo, por el de Agustín María, en honor del gran patriarca y
fundador de la Orden Agustiniana a la cual ha pertenecido hasta ahora.
Junto con el nombre se ha despojado también de todas las insignias episcopales. Y, terminada su profesión, le vemos venir hacia el coro, con el simple hábito cartujano, solo, lleno
de humildad, entre
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la visible satisfacción de toda la Comunidad; satisfacción que se trueca momentáneamente en
un signo de extrañeza, al ver que el nuevo profeso no ocupa el último lugar, que es el que le
corresponde; y extrañeza que se cambia en expresiva manifestación de alegría, al ver que
ocupa el primer lugar después del P. Prior.
Es que la Comunidad ignoraba que el R. P. Superior General de la Orden había mandado
que el novicio-obispo, apenas profesase, ocupase ese lugar que le corresponde como verdadero obispo, como príncipe de la Iglesia que no deja de serlo, aunque no ostente ninguna de sus
insignias.
Honor que el R. P. Superior General de la Orden creyó conveniente concederle, sin duda
porque desde hace siglos no se ha dado en la Cartuja un caso semejante: pues aunque en ella
han ingresado varios obispos, ninguno de ellos ha perseverado.
Después de recibir ese honor perpetuo, le esperaba al nuevo profeso el último acto de
humillación pública en tan solemne ceremonia: después de sumir el celebrante, se dirige solo
al pie del altar, y recibe de manos de aquél la sagrada comunión, como si fuera el último de
los legos. Ese día no celebró misa: ni la ley ni el R. Padre General hicieron excepción con él.
El R. P. Prior terminó la misa y la Comunidad se retiró en silencio a sus celdas.
Media hora después teníamos la dicha de darnos un mutuo y efusivo abrazo fraternal; pero en su presencia sentimos por nuestra parte que nuestra confianza antigua se había trocado
en sentimiento de profunda veneración al venerable religioso.
Luego le preguntamos algunas cosas…
– No, —nos dijo— nada del mundo: el mundo ha muerto para mí.
– ¿Pero…? —replicamos—.
– Sí —dijo—, no pasa un día que no ruegue a Dios por mis pobres chinitos, ya cristianos, ya neófitos o idólatras para que se conviertan, por la Iglesia, por España, por la Orden Agustiniana y… por ti.
Después, allá se quedó en la soledad. Y nosotros volvimos a casa llenos de consuelo,
pensando que ruega por nosotros el amigo, que fue Obispo de Cauna y ahora es un oscuro
religioso cartujo.
FR. GREGORIO OCHOA
Agustino Recoleto
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DE APICULTURA *
El instinto de la abeja
(Conclusión)
* De la revista Cultura Recoleta.
Pronto, muy pronto alcancé lo que apetecía. Una colonia, que por la parte posterior estaba
provista de una muy hermosa vidriera, comenzó a fabricar las consabidas celdas; desde que
dio principio, seguí observando cómo iban agrandando tres de ellas hasta que las opercularon:
esto sucedía en unos ocho días de verano o buen tiempo. Con sumo gusto entendí iba a cambiar el tiempo, y así quizás se realizarían mis deseos; al siguiente día de haber operculado las
celdas, comenzó a llover y siguió así durante una semana; al tercer día de lluvia casi no me
aparté de la citada colmena, esperando de un momento a otro ver quién comenzaba la destrucción, pues estaba muy enseñado por la práctica que en iguales circunstancias destruían no una
sino muchas o más bien todas las que alcanzaba a divisar por el vidrio; por fin, como a las tres
de la tarde, apareció la madre entre esa inmensa multitud de abejas; andaba relativamente con
precipitación; ya sube por el borde de uno de los panales, llega a una de las celdas operculadas, da tres vueltas sobre ella y se marcha; repite por segunda vez su paseo y entonces sí, muy
oronda, como dueña
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de vidas y haciendas, comienza con sus débiles mandíbulas a destruir la celda; al instante por
muy cerca de la casquilla de la celda había efectuado un orificio suficiente para entrar ella
misma; así lo hizo, en cuanto pudo, introduciéndose hasta el coselete, y después de algunos
momentos salió en dirección de las otras celdas colocadas en el borde del panal contiguo;
pocos minutos empleó en hacer en estas la misma operación que en las primeras; nada puedo
decir sobre si la misma madre dio la muerte a las inocentes en su cuna, porque no se podía ver
lo que hizo al introducirse en las celdas, pero puedo asegurar que sí les dio la muerte por los
efectos; al siguiente día estaban todas las tres completamente destruidas. Las obreras a su derredor acataban como siempre las disposiciones de la cabeza de toda la colonia.
Conque ya sabemos quién era la destructora en tales circunstancias; mas por eso ¿tendremos que decir que obra cruelmente o que deja de asistirle el instinto salvador por el que
ejecuta acciones no tanto prodigiosas cuanto incomprensibles? Examínense detenidamente las
circunstancias y se verá una vez más que la abeja se hace más atractiva al que la trata y más
admirable al que la estudia, cuanto más se conocen los procedimientos de la vida interior de
las colmenas.
La naturaleza influye de un modo especial en las operaciones de las abejas como hemos
visto en el caso precedente; esa colmena, si el tiempo no hubiera cambiado, hubiera enjambrado felizmente y por lo tanto la madre no diera muerte a las inocentes. Mas dirá alguien,
¿qué tiene que ver el cambio de tiempo con la muerte de las inocentes? A tal pregunta cualquier apicultor, aun el más lerdo, puede contestar que supuesto el odio mortal que las madres
se tienen entre sí, y dado además el mal tiempo, que no permitía salir a la madre, no les quedaba más remedio que destruir las celdas de madre principalmente más adelantadas.
Obra prueba del instinto hacia su conservación encontramos en el amor que toda la colonia le profesa. Al considerar las inclinaciones de las abejas no podemos menos de ver en ellas
cierto egoísmo y avaricia por lo pegadas que están a su miel; pues bien, es tanto el amor a su
madre, que al enjambrar abandonan toda la miel por seguirla; esto fácilmente comprenderá
todo el que haya visto de cerca
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la salida de algún enjambre primario. Unos minutos y a veces media hora antes de la salida de
un enjambre o jabardo, andan algunas obreras por el interior de la colmena precipitadamente
y como buscando algo que se les perdió; tal vez la causa de esto no es otra que el andar la
madre por los panales de distinto modo que de ordinario; llevando su cabecita levantada y
estando más flaca que de costumbre; repite muy a menudo sus vueltas por todos los panales
principalmente por los bordes donde suelen estar las celdas de las nuevas madres en los tres
estados que ya conoce el lector; a medida que se pasan los minutos, si no hay algún cambio
brusco en la atmósfera, aumentan las corridas de las obreras hasta que llega un momento en
que el interior de la colmena parece un hormiguero movido por una fuerza extraña; corren
precipitadamente por todo el interior de la colmena y llega por fin la hora de la salida del renuevo; aquello parece el caño de una fuente; allí salen primero tres o cuatro zánganos limpiándose las antenas y al momento las obreras salen como balas de fusil, arrastrando con su
fuerza a muchas obreras recién nacidas, que no teniendo todavía consistencia en sus alas para
volar, caen al suelo juntamente con los zánganos. El enjambre de ordinario, si es primario, no
interrumpe su salida desde que comienza hasta que termina; pero en los secundarios sucede
todo lo contrario. Y si a todo esto añadimos esa corte que continuamente hacen a la madre
durante toda la vida, y no fingida ni superficial como la que se hace muchas veces a los poderosos, sino tan espontánea y sincera como a verdadera madre, a la cual acarician con harto
sentimiento después de algunas horas o mejor de algunos días después de muerta.
Mas ¿pasaremos por alto esa serie no interrumpida de actos a cual más sorprendentes ejecutados para procurarse madre, cuando ésta les ha faltado por algún accidente? Aun cuando
algunos no pueden convenir en que las obreras sin poner huevos de madre se procuran no una
sino muchas madres, estoy cansado de verlo y debe ser lo más ordinario para un apicultor. Si
en todo lo que llevamos dicho se vislumbra el instinto de conservación de la abeja, de una
manera especial lo vemos en la prontitud de procurarse nueva madre por medio de las celdas
de salvamento. Estas son celdas de madre, que las mismas obreras improvisan sobre larvas o
huevos de
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obrera; ahora bien, no ha transcurrido más de medio día o quizás solamente algunas horas
desde que ha faltado la madre a una colmena, y se ven estas celdas de salvamento. De aquí, la
facilidad que tiene un apicultor para conseguir multiplicar artificialmente los enjambres, si el
método que sigue en las colmenas no es de panal fijo, sino movible o de bastidores. Se puede
seguir el siguiente procedimiento: Tiene un apicultor una colmena robusta, pero con una madre un tanto vieja, y como quiera que desea aumentar el número de colonias y no quiere esa
colmena, ni aun en tiempo de la gran recolección, echar enjambre, lo puede hacer el apicultor
artificialmente. Se prepara primero una colmena vacía; se saca la vieja madre y se coloca con
uno o dos bastidores en la colmena vacía, la cual deberá ocupar el puesto de la llena, para que
recoja todas las obreras de la llena y ésta, si tiene larvas y huevos de obrera, se retira unos dos
o tres metros de las demás colmenas. A los trece días de haberle extraído la madre, inclusive
el día en que se extrajo, nace la primera o primeras madres de las celdas de salvamento, cuyo
número suele ser de cinco, diez y hasta de veinte. Si esto se ha efectuado en días en que la
miel no está muy abundante o son lluviosos y el apicultor necesita alguna madre, debe andar
muy listo en acudir a los trece días, para quitar la primera que nazca, porque si no las mismas
obreras en cuanto sale la primera madre, destruyen y matan en su cuna a todas las demás.
También si ve que, a pesar de perder toda la trabajadora que se quedó con la vieja madre,
queda la colmena robusta de poderla dividir para formar algún otro enjambre, a los doce días
de haberle quitado la madre, vea cuántos panales tiene con celdas de salvamento, y así puede
hacer dos o tres enjambres más, según la robustez de la colmena, cuidando de poner a cada
uno su panal con una o más celdas de salvamento, y poniéndoles también uno o dos bastidores de miel a cada uno, y téngase bien en cuenta esto de ponerles miel para que no se retarde
la fecundación de la madre. Para que se vea que andamos por el seguro camino de la práctica,
ponemos el caso siguiente con todas sus fechas.
El 1.º de febrero de este año 1918 quitamos la madre a una colmena y la pusimos con un
bastidor en una colmena nueva ocupando ésta el lugar que antes ocupaba la llena, y ésta la
retiramos del
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colmenar; la reina con las trabajadoras formaron un hermoso enjambre criando en ocho bastidores que fabricó en pocos días. Dejemos este enjambre y pongamos nuestra atención en el
que retiramos del colmenar sin reina; el 13 miramos cuántos bastidores tenían celdas de salvamento, y habiendo encontrado que tenía seis celdas en cada bastidor, hicimos tres enjambrecitos, poniendo a cada uno un panal de miel operculada; además ese mismo día nacieron
dos de las madres de salvamento y las quitamos para ponerlas en dos enjambres huérfanos,
uno de los cuales tenía un panal de miel, el otro no tenía nada; la madre del primero comenzó
a poner huevos el 26 de febrero y la del segundo el 1.º de marzo todavía no había comenzado;
las madres de salvamento de los tres enjambrecitos en que dividimos la colmena, nacieron el
15; el 28 miramos si habían comenzado a poner huevos y éstos no parecían; al día siguiente
1.º de marzo miramos otra vez y las tres madres de esos enjambrecitos ya estaban fecundadas,
pues tenía cada una un panal lleno de huevos.
Al saber todo esto que parece ser donde resalta principalmente el instinto de la abeja, al
comprender la facilidad que tiene un apicultor para procurarse nuevas madres en un colmenar
que son, a no dudarlo, las más fecundas, no puedo menos de pensar cómo los hombres son tan
descuidados que no se dediquen a beneficiar más la abeja, principalmente en lo climas templados donde la flora es tan abundante y sobre todo continua, sabiendo además las utilidades
que pueden reportar de las abejas sin ningún gasto especial. Más triste es todavía el ver tanta
ignorancia aun en aquellos que se las dan de muy entendidos en apicultura; estamos en el siglo en que todos los ramos del saber parece haber llegado a dos dedos de perfección, mas en
apicultura, exceptuando algunos países de Europa, se cometen, a no dudarlo, actos dignos de
los primitivos tiempos, principalmente en esas mortandades que se hacen en las catadas, pues
parece pretenden, más que sacar la miel y la cera, matar abejas. Y la causa de esto es, no hay
que dudarlo, esa ignorancia tan crasa de la vida interior de las colmenas y del instinto de las
abejas.
Dijimos que las madres nuevas son las más fecundas: convencido de esta verdad por una
constante práctica, no podemos menos de
363
rechazar la opinión del Dr. D. Juan Texidor y Cos1, quien hablando de las abejas en el «Tratado de Veterinaria» dice: «El primer año la puesta (de la nueva reina) es poco numerosa y
consta sólo de huevos de obreras». No estamos de acuerdo, porque desde Septiembre de 1917
hasta Febrero del corriente hemos retirado la madre vieja, o reina como él a llama, de más de
veinte colmenas, poniéndoles en reemplazo a todas madres recién fecundadas, y es cosa que
llama la atención el ver la cría y fecundidad de las nuevas. Ni es menos inexacto eso de que la
cría, en el primer año de la madre, sea solamente de obrera, pues estoy cansado de ver poner
huevos de zánganos a las madres, no de un año, sino de algunos meses no más desde su fecundación.
Comprendo que me estoy haciendo largo en mi articulejo y siento deseo de darle fin;
mas, antes de terminar, deseo que estas mis páginas despierten en mis lectores más cariño y
afición a la apicultura y así se dediquen a ella, por lo menos estudiándola por algún tiempo
prácticamente, y de ese modo podrán enseñar a otros que se dediquen a esa industria no menos honrosa que lucrativa; y terminaré con las palabras de D. José A. Sampil, ilustrado presbítero español, quien en el «Nuevo plan de Colmenas»2 dice que «todo eclesiástico debe dedicarse a promover entre sus feligreses la afición a las industrias análogas a su territorio, y que
la de las abejas no proporciona cuidados tan contiguos ni serios que se pueda temer distraigan
su principal obligación; antes por el contrario, juntando lo útil con lo deleitable hallará en esto
todo eclesiástico un delicioso divertimiento, que en vano buscará en el juego y otros pasatiempos inútiles».
FR. NICASIO BALISA DEL CARMEN
(Corista)
1
2
Texidor: «Tratado de Veterinaria», pág. 716.
Texidor: «Tratado de Veterinaria», pág. 716.
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LA ESPECIALIZACIÓN
(A un verdadero o supuesto comunicante del P. Fabo)
Todos habremos leído con verdadera fruición los artículos que en el BOLETÍN, ha publicado el R. P. Fr. Pedro Fabo con el título Ideícas. Hay en ellos, amén de otras muchas cosas
buenas, manifestación de nuevos horizontes donde puede desenvolverse la fecunda actividad
de los Hijos de nuestra querida Recolección, y así en ellos palpita, no la atonía de una vida
decadente y lánguida, sino el removerse y agitarse de un remozamiento profundamente emprendedor, y eso es claro que ha de captar todas las simpatías de los que anhelamos ver a
nuestra común a Madre coronada de la gloria que en todos los órdenes han de proporcionarle
los trabajos de sus Hijos.
No quiere esto decir que yo apruebe sin discusión y a ojos ciegas cuanto de grande y
hermoso se nos propone en esos artículos. Ni mi natural es dado a someterse sin razonar, ni el
P. Fabo es de los que pretenden obtener incondicional asentimiento, ya que he podido observar en él en muchas cuestiones independencia de juicio que no se somete con facilidad a recorrer ciegamente caminos trillados; y así puedo asegurar que no será de los que niegan a los
demás los derechos que justamente para sí mismo reclama.
Prescindiendo de todo lo demás que en Ideícas se dice y se propone (y conste que sobre
muchos puntos podría manifestar cosas muy sabrosas), me interesa recoger y contestar algunas afirmaciones de un religioso, cuyo nombre ignoro pero que tampoco es
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necesario saber para el fin que me propongo, que no es otro que, en buena paz y armonía,
porque hablamos entre hermanos, aclarar algunas ideas sobre el tema La especialización.
Saben todos los lectores del BOLETÍN que, movido do rectos fines y sanas intenciones,
que no es necesario volver a manifestar, escribí con fecha no lejana seis artículos sobre el
asunto referido, y, dicho sea de paso y sin jactancias vanidosamente ridículas, por ellos recibí
no pocas felicitaciones de palabra y por escrito, tanto de Religiosos que en España viven, como de otros que ejercen el Apostolado en Filipinas y América, advirtiendo que entre esas felicitaciones descollaron las de Religiosos que en tiempos pasados han estado dedicados a la
enseñanza o lo están en la actualidad.
Pues bien: en el último número del BOLETÍN aparece en el artículo Ideícas un comunicante del P. Fabo, el cual asegura del otro que es un «religioso muy disputador y que suele meterse en honduras de crítica histórica contemporánea». No sé si el mencionado comunicante
habrá tenido intención de aludirme; pero, si no la ha tenido (yo no puedo juzgar de internis,
porque de eso ni juzga la Iglesia Santa), suponga que yo soy quien me doy por aludido motu
proprio et propria scientia. Y como me doy por aludido, y conviene aclarar algunos puntos,
salgo a la palestra del BOLETÍN para recoger algunas de sus afirmaciones, aclarar algunos conceptos y dar a cada cosa el lugar que a mi juicio le corresponde. Espero que alguna luz hemos
de sacar de todo, y ese es el fin que debe impulsarnos, y a mí no otro me impulsa. Además el
R. P. Fabo no hace sino transcribir las afirmaciones de su muy disputador comunicante, sin
darles contestación; y así no estará de sobra que intente dársela yo. No he sido el único que ha
pretendido hacerlo; pero me creo con más derecho que los demás por juzgarme aludido por
ese querido hermano, cuyo nombre el P. Faho quísonos ocultar, o al menos no nos manifestó.
Para proceder en todo con más acierto trascribo a continuación lo que dice el comunicante del R. P. Fabo:
«Sus artículos me han sabido a poco: entrañan cuestiones de interés muy intenso. No cierre V. R. aún a serie de Ideícas; para ello estudie y desentrañe este punto:
Los Lectores de nuestras aulas antiguos y modernos. En los sigios XVII y XVIII los
Lectores en todas las partes de España y
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también en nuestros conventos carecían de libros de texto, y tenían que presentar a
los oyentes todos los días la lección con método, claridad y selección de materias
tomadas de infolios y tratadistas latos. No había textos. El texto vivo era el P. Lector.
Los discípulos oían y apuntaban en la clase o en la calle. Por eso necesitaban aquellos descollar por el talento, y tener mucho tiempo para el estudio hasta preparar escritas las lecciones e irlas mejorando de año en año. Pero los Lectores del siglo XIX
ya tenían textos excelentes, que, si llegaban a aprender los discípulos, sabrían más y
mejor que muchos de los Lectores de los siglos antecedentes. El Lector hoy día, con
dirigir bien la clase, tiene bastante. Las explicaciones amplias y difusas son nocivas.
Los Lectores muy explicadores no es posible que hagan aprender todo el texto; porque no hay tiempo para tomar toda la lección. Y si al libro, que suele ser excesivamente lato, se añaden lilailas declamatorias... ¡a ver!
¿La especialización? Eso para los Ateneos, Universidades, Centros de enseñanza
superior y técnica, ampliación de estudios, etc.; para nuestros Colegios el texto bien
aprendido. ¿Que algunos de los jóvenes especialicen? Muy bien. Lectores dedicados
a una misma materia por muchos años, ¿para qué? ¡Ah! sí; que se dediquen a ella por
toda la vida, pero oblígueseles a manifestar el fruto de su trabajo, por ejemplo, en las
Revistas, o publicando tratados con las muestras de sus intensas labores ultraespecializadísimas».
No pretendo meterme con el punto histórico de la formación, incumbencias y recursos
doctrinales de los Lectores de los siglos XVII, XVIII ni XIX. No es el objeto de estas líneas
estudiar ese asunto. Es verdad que todos hubiéramos agradecido al comunicante que nos
hubiese probado que lo Lectores de los dos primeros siglos mencionados tenían que presentar
a sus oyentes todos los días la lección con método, claridad y selección de materias y eso tomadas solamente de infolios y tratadistas latos; que los discípulos oían y apuntaban en la clase
o en la calle; que los discípulos de los Lectores del siglo XIX, por el mero hecho de aprender
un texto, sabían más y mejor que muchos de los Lectores de los siglos anteriores que necesitaban descollar por el talento y con su propio trabajo preparar las lecciones, y eso, como acabamos de oír, con método, claridad y selección de materias, todas esas afirmaciones,
367
que se estampan sin prueba de ningún género, hubiéramos agradecido que se nos probasen.
Agradeceríamos igualmente que se nos demostrase que los Lectores de hoy día, con dirigir
bien la clase tienen bastante. Porque si dirigir bien la clase significa para el comunicante señalar la lección que los discípulos han de estudiar y de la cual ha de exigir cuenta el Lector,
poniendo de su parte alguna breve explicación y nada más, creemos que el concepto que del
Lector tiénese formado es bastante pobre y no puede armonizarse con lo que exigen nuestras
Leyes. También hubiéramos deseado que se probase que las explicaciones amplias y difusas,
por ser tales, sean nocivas, como rotundamente se afirma. Con mayor motivo hubiésemos
sentido vivísima complacencia en que se nos demostrase que los Lectores muy explicadores
no es posible que hagan aprender todo el texto por la única razón de que no hay tiempo para
tomar toda la lección, como si el tomarla hiciera, como causa principal por lo menos, que los
discípulos aprendieran el texto que deben estudiar. Ya sé que en ese punto se supone que,
cuando los Lectores se pasan el tiempo en dar explicaciones, los discípulos, más claro, nuestros Coristas se cruzan de brazos y poco o nada hacen; suposición que, si con respecto a algunos no deja de tener su fundamento, demostrado parcialmente por la experiencia y que prueba
en último término hasta la existencia del pecado original, han de agradecerle al comunicante
todos nuestros Coristas inclinándose ante él sombrero en mano; suposición además que quiere conformarse con el orden de enseñanza establecido entre nosotros, como si fuese el más
perfecto y no pudiera modificarse con medios de índole diversa para mayor aprovechamiento,
a mi juicio, de los mismos estudiantes. Punto es este que me sería gratísimo tratar difusamente, bien que por ahora paso por alto sin más aclaraciones. Hubiésemos deseado, finalmente,
que se nos hubiese probado que los libros de texto suelen ser excesivamente latos, cuando
entre nosotros suelen ser meros compendios y nada más que meros compendios, que, si han
de ser comprendidos, exigen necesariamente multitud de anotaciones, porque aprender sin
comprender se nos antoja, quizá para desgracia nuestra, perder el tiempo y vapular al aire; y
siendo esto así ¡a ver! Pero dejamos todas esas cuestiones, que deben ser de poca monta, y
llegamos al
368
punto capital objeto de estas líneas; el punto de la especialización.
Para que resulte más patente el poco valor de algunas cosas que el anónimo comunicante
afirma en el último párrafo transcrito, quiero poner aquí un resumen superbrevísimo de las
principales afirmaciones de mis seis artículos sobre la especialización en los estudios, procediendo luego a analizar lo que en el comunicado se dice. Éstos eran los principales puntos de
los referidos artículos.
1.º El mejor medio de educar el entendimiento es la especialización y por ende el mejor modo de hacer sabios.
2.º Concepto de la especialización en su sentido obvio, natural y ordinario.
3.º Necesidad de la especialización por razón de la limitación de nuestras facultades
cognoscitivas, de la naturaleza de los objetos cognoscibles y de la atención en
el conocimiento.
4.º Necesidad de la especialización para el progreso de las ciencias.
5.º Testimonios extrínsecos acerca de la necesidad y conveniencia de la especialización.
6.º Necesidad de la especialización en nuestros Lectores deducida del concepto del
Lector según debe ser, de lo que es un Lector que no especializa y de lo que es
un Lector que especializa.
Basta leer dichos artículos para que fácilmente pueda observarse que ninguna de las afirmaciones en ellos estampadas queda sin la prueba correspondiente; ya que, si como he afirmado al principio, no me someto a otro sin razonar, tampoco suelo hacer afirmaciones sin
probarlas suficientemente, según el alcance de mis facultades y como Dios me da a entender.
Pues bien: nuestro desconocido hermano comienza afirmando: «La especialización para
los Ateneos, Universidades, Centros de enseñanza superior y técnica, ampliación de estudios,
etc.»; y en eso tiene razón y le sobra, y por lo tanto nosotros no hemos de negársela, porque a
nadie se le ocultará que a todas las razones en favor de la especialización hay que añadir, con
respecto a esas entidades, otras particulares que demuestran su necesidad. Si no conviniera en
eso conmigo, le hubiese invitado a que leyera y estudiara dos hermosos artículos publicados
el año pasado en El Correo Español por el ilustre profesor de Sociología en la Univeridad
369
Central D. Severino Aznar, con ocasión de cierta disposición de un Ministro de Instrucción
Pública.
Dice luego nuestro hermano: «Para nuestros Colegios el texto bien aprendido». Supongo
que aquí se referirá a nuestros estudiantes y no a los Lectores; pues, si estos pudieran contentarse con sólo aprender bien el texto, estarían de sobra muchas cosas legisladas acerca de los
mismos. Para nuestros estudiantes, pues, el texto bien aprendido. ¿Nada más? ¿Qué inconveniente hay en que sobre lo necesario añadan lo que también ha de serles muy provechoso?
¿Dónde se prohíbe ni puede prohibirse que los estudiantes, a ser posible, como lo es en no
pocos casos, completen el libro de texto con otros datos interesantes, con otras ideas que han
de serles utilísimas? ¡El texto bien aprendido! Más claro digo yo: el texto bien comprendido,
y no material sino formalmente aprendido; quiero decir, que no sea el de nuestros jóvenes un
estudio que se sujete excesivamente a la letra, sino que atienda principalmente al fondo de las
materias estudiadas, porque de semejante estudio siempre queda fruto que no se evapora con
el transcurrir del tiempo, cual acontece cuando el estudio es excesivamente material. Pues
bien: para que nuestros jóvenes comprendan y aprendan bien el texto es necesario, o por lo
menos convenientísimo, que los Lectores especialicen y dominen la materia que enseñan,
porque han de explicar todas y cada una de las cuestiones, han de completar el texto donde
sea conveniente y, por último, en más de un caso, han de verse en la precisión de corregirlo; y
todo esto, sobre lodo lo último, con dificultad puede realizarlo satisfactoriamente un Lector
que no especializa y desde luego que nunca ha de hacerlo tan perfectamente como otro que
especializa.
Si el amable comunicante desea pruebas de que el Lector se ve en más de un caso en la
necesidad de corregir el texto, se las daré muy cumplidas, ateniéndome al que explico yo de
Teología Fundamental. Por ahora no le digo sino que Tanquerey —éste es el autor que aquí
estudiamos— es un buen texto, y no obstante, todo lo que dice no puede sostenerse. ¡Conque
figúrese lo que sucederá cuando los textos no son tan buenos como el de Tanquerey, cosa
bastante frecuente!
Prosigue así el comunicante: «Que algunos de los jóvenes especialicen?
370
Muy bien». Pues ahí tiene nuestro buen hermano, que no anda en tan buena armonía con eso
de la especialización, una cosa en la que casi va más adelante que yo. Porque en el segundo de
mis artículos afirmaba que antes de escoger la materia de la especialización era necesario ensayar sus aptitudes para conocer ciertamente dónde habían de fructificar mejor; y eso puede
convenientemente verificarse por aquel que haya tanteado el terreno y se haya ejercitado en
las diversas asignaturas de la carrera eclesiástica. Sin embargo no considero este punto de la
terminación de la carrera, antes de elegir el objeto de la especialización, como cosa esencialísima a la misma, porque reconozco que puede darse el caso en que, aun antes de haberse ensayado en todas las asignaturas de nuestra carrera, se despierten y conozcan suficientemente
las inclinaciones peculiares del individuo, que deben ser norte y guía en la elección de la materia en que se ha de especializar. Vemos esto comprobado con lo que personas fidedignas nos
cuentan de algunos coristas de la muy simpática Provincia de la Candelaria, jóvenes que con
el tiempo, caminando por la ruta emprendida de la especialización, han de dar, yo lo aseguro,
días de inmortal gloria a nuestra Madre la Recolección. No es necesario, pues, insistir más en
este punto.
A continuación nos dice, o dice al R. P. Fabo su comunicante: «Lectores dedicados a una
misma materia por muchos años, ¿para qué?» ¡Cosa singularísima y digna de ser meditada!
Está muy bien que especialicen, según nuestro hermano, algunos jóvenes, y según él mismo
¿para qué han de especializar nuestros Lectores? ¡Para qué! Para que sus trabajos sean lo que
deban ser y nada más; para que desempeñen su oficio como deben desempeñarlo; para que
sean personas de reconocida autoridad en la materia que explican; para que sus trabajos den
los frutos que todos tenemos derecho a esperar de ellos, y no se pierdan inútilmente; para que
sus talentos produzcan no el uno por uno sino el ciento por uno; para que sus energías fructifiquen abundantemente y sean coronadas por el éxito más risueño y placentero; para que puedan codearse con los hombres más eminentes en las ciencias; para que nuestra Madre no tenga que depender de ningún extraño para nada, poseyendo entre sus hijos eminentes filósofos,
teólogos y canonistas; para eso y mucho
371
más. Ese ¿para qué? en el lugar estampado parecería a cualquiera un estigma de oprobio; a
cualquiera, digo, que anhele circundar de gloria las sienes de nuestra Descalcez. Con ese ¿para qué? tan pobre a cualquiera también se le ocurrirá fabricar el siguiente dilema: o es un
¿para qué? ignorante, o es un ¿para qué? despectivo. Si indica ignorancia de los resultados
positivos de la especialización, el autor de tal interrogante no tiene que hacer sino estudiarlos;
y, si indica desprecio de los mismos, merece solamente la callada por respuesta. El mismo
comunicante debió comprender cuán desacertadamente lo estampó, cuando inmediatamente,
como corrigiéndose a sí mismo, añade: «¡Ah sí!; que se dediquen a ella por toda la vida, pero
oblígueseles a manifestar el fruto de sus trabajos, por ejemplo, en las Revistas o publicando
tratados con las muestras de sus intensas labores ultraespecializadísimas». Prescindiendo de la
intención que encierra la palabra ultraespecializadísimas, nos es gratísimo contestarle al comunicante que, efectivamente, para eso queremos nosotros especializar, para que con derecho
pueda obligársenos a manifestar el fruto de nuestra especialización; porque sin especializar no
hay derecho a exigir frutos semejantes. No solamente a los Lectores sino a todos los Religiosos de nuestra bendita Recolección debe obligarse a fructificar, diversamente, es claro, según
la diversa órbita que recorran con sus afanes; pero para imponer tal obligación es enteramente
necesario que se les dote de los medios en virtud de les cuales han de conseguir el apetecido
fin, sin medios es pedir peras al olmo. No creo que a los Lectores les falten deseos de trabajar;
dotados, pues de los medios necesarios, trabajarán gustosamente: y de esa manera fructificarán sus trabajos con la merecida recompensa. Entonces, sí que podrán manifestar sus trabajos en Revistas y en tratados, como quiere el comunicante, y además, añadimos nosotros, en
la clase; porque si los frutos de la especialización deben exigirse a los Lectores para Revistas
y tratados ¿por qué no exigírselos también para la clase? Si esos frutos deben manifestarse a
los demás por escrito, ¿por qué no deben manifestarse también de palabra en la clase a los
discípulos? ¿A qué, pues, querer concretarse en ella al texto bien aprendido?
Y allá va, carísimo hermano, para terminar, aun a riesgo de pasar por petulante y atrevido, la siguiente proposición: Que se me
372
tenga siempre dedicado a la misma materia de estos años, y se me provea de los medios que
necesito, y yo prometo a todos que, con el auxilio de Dios, ya que no me faltan deseos de trabajar, he de manifestar el fruto de mis trabajos en Revistas y publicando tratados con las
muestras de mis intensas labores, no ultraespecializadísimas, sino sencillamente especializadoras. ¿Se acepta la proposición? Pues ahí tenemos una ideíca.
¡Ah! olvidábaseme otra cosa. Dicen nuestras Constituciones en el número 568: «Lectores
omnes imprimis pro viribus curare debent ut disciplinam sibi atributam penitus cognoscant, et
quam perfectissime calleant: idcirco optimos libros de ea tractantes assidue evolvant, et conferant; selectissima quaeque loca excerpant et notent, proprium doctrinae corpus sibi efformare conantes; ita ut non modo de ea competenter tractare, verum etiam accurate scribere possint». Pues bien; cuando el año pasado tratamos los cuatro Lectores de este Colegio de Marcilla de hacer algunas observaciones y correcciones para el texto definitivo de las Constituciones, dejando intacto el número transcrito, pusímosle de común acuerdo la siguiente conclusión: «Ad quod necesse est ut in eadem facultate docenda indesinenter permaneant».
Y nada más por hoy. Tanto el querido comunicante como el R. P. Fabo, que han motivado estas líneas, cuenten siempre con el sincero afecto de su último hermano.
FR. JUAN MARTÍNEZ MONJE DEL CAMINO
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CRÓNICA
Colegio Preparatorio de San José en San Millán de la Cogolla
Si todos los años celebra este Colegio Preparatorio con toda la pompa y esplendor posible
la fiesta del Patrocinio de San José, su Abogado y especial Protector, la celebrada en este año
en nada ha desmerecido de la de los anteriores ni en cuanto al fervor y piedad de los colegiales, ni en cuanto al entusiasmo en los preparativos, ni en cuanto a la exactitud en la ejecución
de todos los números de su programa.
Cosa muy sencilla sería el hacer una reseña de todos los festejos con que este Colegio ha
sabido honrar a su excelso Patrón, y que se contienen en el referido programa oportunamente
repartido por todas nuestras Casas de España. Mas como quiera que laus in ore proprio vilescit será mejor ceder la pluma al Sr. Corresponsal del «Diario de la Rioja», quien en el número
4.416 de dicho periódico, correspondiente al 14 de Mayo de este año, dice así:
«San Millán de la Cogolla.- Con la magnificencia que revisten todos sus actos,
celebraron ayer los PP. Agustinos la festividad del Patrocinio de San José, advocación del Colegio Preparatorio dirigido por el R. P. Fr. Juan Aráiz. = En la tarde del
día 10 las detonaciones de los cohetes anunciaron el principio de la fiesta, y el sonido
de las campanas sirvió de aviso para congregarse en el grandioso
374
templo de este monasterio, a oír a los alumnos del Colegio, dirigidos por su profesor
de música Fr. Domingo Carceller cantar la Salve del maestro Goicoechea y la antífona de San José, composición musical del referido profesor. = En la misa del día siguiente ofició el P. Director del Colegio y predicó el P. Fr. Pedro Ibáñez, también
profesor de aquellos niños, los cuales con la seriedad y el aplomo de verdaderos maestros, interpretaron la hermosa misa del maestro M. Haller, dejando luego el papel
de cantores, para tomar los instrumentos de la banda, que abultaban más que ellos
mismos y acompañar a la procesión tocando bonitas marchas, terminando con el
Himno a San José, obra original de Fr. Domingo Carceller. = En la tarde de este
mismo día tuvo efecto la velada literario-musical, a cargo también de esos niños incansables, que dirigidos por sus sabios profesores, y como consecuencia del perfecto
orden que reina en el Colegio, todavía les queda tiempo de cumplir con sus múltiples
obligaciones de rezo, estudio y ejercicios físicos, para preparar un programa de moral
y catequizante esparcimiento. = Hubo música vocal e instrumental, lectura de poesías
originales algunas de los mismos niños, discursos preparados por esos oradores en
embrión, que no se asustan ante el abigarrado público, que los contempla, y sobre todo hubo un número de verdadera fuerza, que fue la interpretación del espeluznante
drama de Fenoglio: Un veneno o profanación de los días festivos, que si constituye
acierto de parte del profesor que tuvo la inspiración de elegirlo entre los innumerables que para estos casos figuran en los catálogos de las galerías dramáticas, no estuvieron menos acertados los niños encargados de su interpretación. = Si no temiera
molestar más que a los niños a sus modestísimos profesores, diría que Vallarín estuvo emocionante; Quintanilla, admirable; Abárzuza, justo; y Smión, Peña, Crespo y
Gurucharri, perfectamente poseídos de su papel, que es todo lo que puede pedirse en
la acción a ellos encomendada. = Del efecto producido, dice más que mi descripción,
que pudiera parecer apasionada por la amistad con que me honra el claustro de profesores, el comentario único que los espectadores hacían cuando terminó el espectáculo, y el aspecto que presentaban aquellos rostros atezados por el sol y rudo trabajo
agrícola. = Mi
375
enhorabuena a todos, y de un modo especial al director de escena P. Serafín Hernando».
Después de una reseña tan completa, sólo añadiré que también hicieron un número fuera
del programa y muy del agrado de todos los concurrentes el Sr. Maestro de la escuela nacional de este pueblo D. Nicolás Igea y el excelente músico de la banda de Ezcaray D. Venancio
García, padre de un colegial: ambos nos obsequiaron tocando con el cornetín y acompañados
al armonium por Fr. Domingo Carceller unas piezas con tales primores y filigranas, quo sirvieron para poner de relieve el completo dominio que tienen del mencionado instrumento.
Que sea todo para gloria de Dios, honra de nuestro Patrón San José y buen nombre de este Colegio.
FR. JUAN ARÁIZ DE LA P. CONCEPCIÓN
San MilIán 13 de Mayo de 1919
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DOCUMENTOS INÉDITOS
RESEÑA HISTÓRICA
de nuestra Provincia de San Nicolás de Tolentino de Filipinas, desde
su origen hasta el año 1750, escrita por el Vble. P. Rector
Provincial Fr. José de la Concepción
(Continuación)1
AÑO 1733
181. Los dos años antecedentes de treinta y uno y treinta y dos acometió el enemigo a los
pueblos de Culion en la Isla de Calamian, al de Linacapan y a otros dos de la Paragua, y el
presente de treinta y tres asolaron el pueblo de Calatan, y el P. Predicador Fr. Antonio de Sta.
Ana, cuya muerte se dirá luego, no tuvo más tiempo que para huir al monte a pie y desnudo
como estaba en la cama; después arruinaron a los pueblos de Malampayan, Dumaran y Linapacan. El P. Fr. Domingo de S. Agustín, natural de un pueblo llamado Aldeguela, junto a Teruel, solamente pudo escapar desnudo al peñón donde estuvo cinco días metido en una cueva
con agua hasta la cintura, sin comer otra cosa que hierbas crudas, de que llegó a estar tan extenuado y debilitado, que después en Taytay, donde le llevaron
1
Véase páginas 140-143.
377
los indios, a cucharadas de caldo forzado pudo muy poco a poco volver en sí; y el P. Fr. Juan
de la Virgen de Moncayo, natural de Añón, en Aragón, huyendo por los montes solitario,
quedó tan enfermo que jamás volvió a recuperar la salud y rindió el alma peleando con los
trabajos en la Isla de Mindoro y pueblo de Magarin. De Calamianes pasaron los moros a dicha
Isla de Mindoro, acometieron a varios pueblos y estuvieron por mucho tiempo en el monte los
Religiosos de que el P. Fr. José de S. Agustín, natural del pueblo de Azerel, en Aragón, le
previno la última enfermedad y retirado a Manila dio fin a las miserias de esta vida para pasar
a la eterna. El P. Prior de Mangarin Fr. José de los Ángeles siguió los mismos pasos que su
compañero en los montes, hasta que de necesidad murió y entregó su alma al Criador. Por los
años siguientes de 34 y 35 se hicieron dueños los moros de los pueblos de la Paragua, cuya
cristiandad está hay día poco menos que perdida.
(Continuará)
378
NECROLOGÍA
†
El día 29 de Mayo, día de la Ascensión de Señor, falleció en nuestro Colegio de Marcilla,
a los 76 años de edad, víctima de un hemorragia cerebral, el R. P. Fr. Andrés Torres de la
Concepción, después de haber recibido todos los Santos Sacramentos.
Algún tiempo antes había sufrido un ataque por el cual había perdido el uso expedito de
la lengua; y entonces le fueron administrados los SS. Sacramentos. Y desde ese momento era
admirable no sólo la santa resignación sino la visible alegría con que esperaba la muerte.
Y no era de extrañar, porque dotado por Dios de un carácter sumamente pacífico y bondadoso, toda su vida había sido un continuo ejercicio de bondad y de paciencia, especialmente
durante su largo y difícil ministerio en las Misiones de Filipinas, donde siempre fue querido
por todos.
Una vida santa le ha proporcionado una muerte alegre y preciosa en la presencia del Señor.
Descanse en paz.
TIP. DE SANTA RITA – MONACHIL
Año X
Agosto de 1919
Núm. 110
BOLETÍN
DE LA
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
de la Orden de Agustinos Recoletos
CAPÍTULO PROVINCIAL
Sólo hoy podemos dar relación completa de los nombramientos hechos en nuestro Capítulo Provincial celebrado en Manila los días 8 y siguientes del mes de Mayo del año corriente.
Provincial: ....................... M. R. P. Fr. Marcelino Simonena de S. Luis Gonzaga.
Definidores: ..................... R. P. Fr. Ruperto de Blas de S. Joaquín.
R. P. Fr. Francisco Echanojáuregui de Sta. Teresa.
R. P. Fr. Francisco Solchaga de la Concepción.
R. P. Fr. Nicasio Rodeles de la Concepción.
Secretario Provincial: ..... R. P. Fr. Aurelio Lacruz de la Concepción.
1.er Adito: ........................ R. P. Fr. Juan Vicente de S. José.
2.er Adito: ........................ R. P. Fr. Celestino Joldi de S. José.
3.er Adito: ........................ R. P. Fr. Eusebio Valderrama de S. Luis Gonzaga.
380
Definidores para el Capítulo General
R. P. Fr. Segundo Cañas de S. Cristóbal.
R. Fr. Víctor Oscoz del Dulce Nombre de María.
Discretos para el Capítulo General
R. P. Fr. Vicente Jiménez del Rosario.
R. P. Fr. Juan Aráiz de la Concepción.
Vicario Provincial en España: R. P. Fr. Juan Labarga de San Martín.
Vicario Provincial en Venezuela: R. P. Fr. Benito Cañas del Rosario.
Prior de Manila: R. P. Fr. Francisco Vega de la V. de Vico.
Prior de Cebú: R. P. Fr. Pedro Pérez del Pilar.
Prior de San Sebastián: R. P. Fr. Bernabé Pena de la Concepción.
Rector de Monteagudo: R. P. Fr. Guillermo García del Carmen.
Rector de Marcilla: R. P. Fr. Juan Vicente de S. José.
Rector de S. Millán: R. P. Fr. Domingo de Pablo de la Sagrada Familia.
Director del Preparatorio: R. P. Fr. Juan Aráiz de la Concepción.
Presidente de Puente la Reina: R. P. Fr. Tomás Preciado del B. Querubín.
Presidente de Zaragoza: R. P. Fr. Demetrio Azqueta de S. José.
Maestro de Novicios: R. P. Fr. Hipólito Navascués de la V. de la Paz.
Procurador de Manila: R. P. Fr. Jacinto Marticorena de la V. de Ujué.
Procurador de Shanghai: R. P. Fr. Tomás Cueva de la V. de Araceli.
Regente de Estudios: R. P. Fr. Pedro de la Dedicación de Pilar.
Subprior de Manila: R. P. Fr. Alejandro Echazarra de la Concepción.
Vicerrector de Monteagudo: R. P. Fr. Félix Abaurrea de S. José.
Vicerrector de Marcilla: R. P. Fr. Juan Lorenzo de S. José.
Vicerrector de San Millán: R. P. Fr. Felipe Robres de la V. de Vico.
Cronista de la Provincia: R. P. Fr. Víctor Oscoz del Dulce Nombre de María.
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SECCIÓN CANÓNICA
SAGRADA CONGREGACIÓN CONSISTORIAL
Decreto sobre los clérigos que vuelven de la milicia
El Decreto recientemente emanado de la Sagrada Congregación Consistorial sobre los
clérigos que vuelven de la milicia, cuyo texto íntegro publicamos en el pasado número, según
ya insinuamos, se propone un doble fin, a saber: 1) librar, en lo posible, de las irregularidades
e impedimentos, que hubiesen contraído en la guerra, a los clérigos que tomaron parte en ella;
2) renovar su espíritu y limpiarlos del polvo mundano con que se hubiesen afeado por hallarse
expuestos tanto tiempo a los cotidianos peligros que lleva consigo la vida militar.
Al primer fin responde la materia del primer capítulo sobre las irregularidades, y al segundo se dedican los seis capítulos restantes, por este orden: 1) Cap. II, informes que se han
de tomar; 2) Cap. III, medios que se han de emplear para procurar la renovación en espíritu de
los sacerdotes, tanto seculares como regulares; 3) Cap. IV, acomodación de las prescripciones
anteriores a los alumnos de los Seminarios, aunque no sean clérigos; 4) Cap. V, acomodación
de las mismas a los novicios y clérigos religiosos; 5) Cap. VI, especiales prescripciones para
los Hermanos legos de las diversas religiones; 6) Cap. VII, medidas de corrección que se han
de tomar con los clérigos ordenados in sacris,
382
tanto seculares como regulares, que en la milicia hubiesen caído en alguno de los delitos mayores que señala el Código.
Cap. 1.- De las irregularidades.
A dos clases solamente de irregularidades se refiere lo prescrito en este capítulo: 1) a las
que provienen ex defectu corporis; 2) a las que antiguamente llamaban los canonistas ex defectu lenitatis.
Respecto a las primeras, concede facultad a los Ordinarios de los lugares y de religiosos
para que dispensen de ellas a sus respectivos súbditos sacerdotes, que vuelven de la milicia,
siempre que por testimonio escrito del maestro de ceremonias, después de examinado por éste
el sacerdote, conste plenamente que el tal sacerdote puede, sin ayuda de otro, observar con
decoro todos los ritos necesarios prescritos para la celebración de la Misa.
En los casos más graves, o dudosos, y siempre que se trate de los que aún no son sacerdotes, debe recurrirse a la Santa Sede.
De las segundas (ex defectu lenitatis), concede a los mismos Ordinarios que puedan, por
lo menos ad cautelam, dispensar a cualesquiera súbditos suyos, sean sacerdotes o simples
clérigos y aun a los alumnos de los Seminarios o de las religiones, que aún no sean clérigos,
con tal que dichos súbditos, no por propia voluntad, sino forzados, hubiesen tomado las armas
y quizá causado la muerte o mutilación. Pero si se trata de los ordenados in sacris, que espontáneamente se ofrecieron a tomar las armas, o de hecho las tomaron, se tendrá que recurrir
a la Santa Sede para obtener la dispensa conveniente, quedando en su vigor lo prescrito en el
canon 188, n. 6.º
Se previene a todos los sacerdotes que vuelven de la milicia que se guarden de ejercer los
órdenes sagrados antes de obtener la dispensa conveniente, si les consta estar ligados con alguna irregularidad reservada a la Santa Sede.
Llámanse irregularidades aquellos impedimentos perpetuos (can. 983) que el derecho
común señala expresamente, por razón de los cuales se prohíbe directa y principalmente la
recepción de los órdenes eclesiásticos, y consiguientemente también su ejercicio.
Existen además otros simples impedimentos (can. 987) que
383
producen los mismos efectos, pero sólo temporalmente, porque de su naturaleza están ligados
al tiempo, a diferencia de los anteriores, cuya naturaleza es tal que el tiempo de suyo no los
puede hacer cesar. Así la ilegitimidad del nacimiento es un impedimento tal que el tiempo no
puede cambiar, pues quien nació ilegítimo siempre será ilegítimo, si no es que para lo efectos
jurídicos se le levante la prohibición y se le considere como legítimo.
A dos clases se reducen las irregularidades que señala el Derecho: 1) ex defectu; 2) ex
delicto.
Las primeras no importan necesariamente culpa, aunque a las veces puede haber sido una
culpa la causa de alguna de ellas.
Las segundas, por el contrario, no se incurren si no ha habido culpa grave y externa (ya
sea pública, ya oculta) cometida después del bautismo, si no es la que proviene de haberse
dejado bautizar, fuera del caso de extrema necesidad, por ministros acatólicos (canon 986).
Entre las irregularidades ex defectu que hacen a nuestro caso, se enumeran las que provienen ex defectu corporis y las que antiguamente los canonistas llamaban ex defectu lenitatis,
así llamadas para distinguirlas de sus similares ex delicto homicidii vel mutilationis.
Las que provienen ex defectu corporis se expresan en el Código con la siguiente fórmula:
«Son irregulares los defectuosos del cuerpo cuando ni seguramente por debilidad, ni decentemente por alguna deformidad pueden ejercitar los ministerios del altar» (can. 984, 2.º).
Como defectuosos se tenían y siguen teniéndose:
1) Los mutilados a quienes les falte, p. ej., una pierna, un brazo, una mano o alguno de
los dedos necesarios, cuales son el pulgar y el índice, o, aunque éstos permanezcan, quede la mano de tal modo destrozada que, al menos por deformidad,
no puedan con decoro celebrar el santo sacrificio de la Misa, como sería v. gr.,
si le faltasen dos dedos con la mitad de la palma o los tres últimos dedos; lo
mismo hay que decir de todos los que no puedan servirse convenientemente de
los miembros indicados (manos, brazos, piernas) por tenerlos afectados de enfermedad que los inutilice. Asimismo los que por cualquier otro defecto corporal queden tan deformes
384
que exciten la admiración, risa o desprecio de los demás.
2) Los ciegos o que carezcan de tal modo de la vista que no puedan leer convenientemente el misal. Asimismo si carecen del ojo izquierdo, a no ser que sin deformidad puedan aún leer el canon de la Misa.
3) Los sordos que nada oyen, de suerte que no perciban la voz del ayudante al responder. No son irregulares si la sordera les sobreviene después del sacerdocio.
4) Los mudos o de tal modo balbucientes que no puedan pronunciar enteras las palabras o las pronuncien con tanta dificultad que exciten la risa de los asistentes.
Por defecto de lenidad incurren en irregularidad los que concurren justamente (si fuese
injustamente sería irregularidad ex delicto) a la muerte o mutilación de otro, impuesta por la
pública autoridad, si ese concurso es voluntario e inmediato. Y así se consideran irregulares
por este capitulo: 1) Los jueces que hayan dado sentencia de muerte, si de hecho se verifica la
pena. 2) Los que ejercen libremente el oficio de verdugo. 3) Los que voluntariamente ayudan
al verdugo en la ejecución de la sentencia capital, si su acción tiende inmediatamente a producir la muerte al reo.
Antiguamente incurrían también los clérigos que voluntariamente se inscribían en la milicia, si en guerra justa defensiva, fuera del caso de estricta necesidad (por faltar otros o en
defensa propia), con su propia mano hubiesen muerto o mutilado a alguno; y si fuese guerra
ofensiva, aun los no clérigos, si con su propia mano hubiesen causado muerte o mutilación a
alguno, y no en propia defensa, contraían irregularidad. Mas los que por fuerza eran alistados
en el ejército, no la contraían en guerra justa defensiva u ofensiva.
Por delito, concretándonos a nuestro fin, incurren en irregularidad: 1) Los que voluntariamente cometieron homicidio y todos los cooperadores, por lo tanto, en guerra injusta, los
que libremente toman parte en la lucha; si lo hacen forzados con amenaza de grave daño probablemente no incurren. 2) Los que mutilaron a otro. 3) Los clérigos que hayan causado la
muerte en el ejercicio de la medicina o cirugía, que les está prohibida.
385
Como se dijo antes, se necesita para contraer esta clase de irregularidades que intervenga
grave pecado.
Las irregularidades ex defectu corporis en la disciplina del Código se conservan como en
la antigua, porque aunque las palabras del canon 981, 2.º, sean generales, pero son tales que
implícitamente comprenden los casos que con más minuciosidad se enumeraban en muy distintos lugares de la antigua disciplina; y según el canon 6, ésta se conserva como antes, siempre que explícita o implícitamente se contenga en alguno de los cánones.
Respecto a las irregularidades ex delicto, por lo que a nuestro caso toca, alguna mudanza
se ha introducido, como es la de abrogarse la irregularidad del homicidio dudoso, en que antes
se incurría supuesto cierto el hecho del homicidio. En cambio, se deja claramente resuelta la
antigua controversia en sentido restringido, sobre el influjo de la ignorancia de la irregularidad ex delicto, al establecer en el canon 988: «Ignorantia irregularitatum sive ex delicto sive
ex defectu atque impedimentorum ab eisdem non excusat».
No aparecía tan claro, que permaneciese la irregularidad ex defectu lenitatis fuera de los
dos casos taxativamente expresados en el Código (can. 894, 6.º, 7.º), que comprenden la impuesta al juez si da sentencia de muerte, y al verdugo y sus auxiliares voluntarios e inmediatos
en la ejecución de la sentencia capital. Previniéndose en el canon 983 que ninguna irregularidad, ya sea ex defectu, ya ex delicto, se contrae si no está expresada en los cánones siguientes,
parecía que, siendo materia odiosa, habría desaparecido la irregularidad ex defectu lenitatis
que antiguamente se contraía con la cooperación en ciertos casos en la guerra justa a no ser
que se diga que implícitamente está comprendida en el espíritu que informa la prescripción de
las dos irregularidades que acabamos de mencionar.
Es verdad que el presente Decreto concede a los Ordinarios facultad de dispensar, saltem
ad cautelam, de la irregularidad que «a canonistis olim dicebatur ex defectu lenitatis»; pero
restringe esa potestad al caso de los que han sido obligados a tomar las armas; ahora bien, a
éstos, aunque fuesen clérigos, eximía la antigua disciplina de toda irregularidad, aun en el
supuesto
386
de que hubiesen con su propia mano inferido muerte o mutilación.
¿Qué irregularidad, pues, ex defectu lenitatis, pueden haber contraído los soldados principalmente en la nueva disciplina, que se necesiten especiales facultades para su dispensa?
En primer lugar, puede darse el caso (poco probable) de que algunos hayan voluntariamente intervenido en la ejecución de pena capital impuesta por la autoridad militar. En segundo lugar, como por justa que sea la guerra siempre queda ancho margen para extralimitaciones más o menos conscientes en el uso de las armas al ser arrastrados los soldados por el
ardor bélico u obcecados por los horrores de las batallas, si cometieren tales excesos, en parte
excusables, incurrirían en irregularidad, de suyo ex delicto homicidii; pero antiguamente esta
clase de homicidios causados por excederse culpablemente en el moderamen inculpatae tutelae, eran considerados con más benignidad, y si bien se suponía contraída irregularidad, a ésta
no la consideraban ex homicidio voluntario, objeto de excepción en las facultades otorgadas a
los Obispos, sino que su categoría se acercaba más a la contraída ex defectu lenitatis, y se
disputaba si podían o no dispensar de ella los Obispos y Ordinarios regulares. Véase lo que a
este propósito dice el Cardenal Gasparri: «Licet quis hoc moderamen non leviter excesserit,
tamen occisio vel mutilatio non ideo evadit voluntaria in sensu juris, sed adhuc dicitur necessaria, ita ut non comprehendatur sub restrictione C. Trid., sess. XXIV, cap. VI, de ref». Lo
mismo viene a decir D'Annibale. Concuerda también este parecer con el de S. Alfonso M. de
Ligorio: «Procul autem dubio irregularitatem incurrit qui cum culpa gravi moderamen excedix. Hoc tamen casu, homicidium reputatur casuale, et ideo Episcopus (si crimen est occultum) bene potest in irregularitate dispensare».
Quizá, pues, las facultades concedidas por el Decreto se refieran a estos casos, y así no
supondrían el restablecimiento de las antiguas irregularidades ex defectu lenitatis fuera de las
taxativamente indicadas en el Código. Por lo demás, estos casos son bastante frecuentes, tanto
que el Cardenal Gasparri llega a afirmar que siempre que intervenga muerte o mutilación causada por propia mano, conviene pedir dispensa ad cautelam. «Ex his apparet quam facile in
hac defensione moderamen inculpatae tutelae excedatur, ita
387
ut pro praxi dici possit in quocumque homicidio necesario dispensationem ab irregularitate
saltem ad cautelam petendam esse».
Esto supuesto, necesitaban los Ordinarios que se les comunicasen facultades, ya que el
nuevo derecho sólo les concede que por sí o por otros puedan dispensar a sus súbditos de todas las irregularidades ex delicto occulto, exceptuadas las que provienen del homicidio voluntario, de la procuración del aborto realizado, y las que hayan sido llevadas al foro contencioso
(can. 990, § 1).
La misma facultad compete ahora a los confesores en los casos ocultos urgentes cuando
no hay tiempo de acudir al Ordinario y exista peligro inminente de grave daño o infamia; pero
sólo para que el penitente pueda ejercer los órdenes recibidos, no para que sea promovido a
órdenes superiores (can. 990, § 2).
Acerca de las irregularidades ex defectu, ninguna otra facultad se concede; por consiguiente, para todas las demás irregularidades se ha de acudir a la Santa Sede, a no ser que se
trate de irregularidades dudosas dubio juris, que por lo mismo son nulas (canon 15), o dubio
facti, de las cuales pueden dispensar los Ordinarios (canon 15), como podían antes; mas ni
siquiera es necesaria la dispensa si, a juicio del Ordinario, son ciertamente dudosas; con todo,
si en esas circunstancias él otorga la dispensa, no será necesario pedirla de nuevo, si luego se
probase con certeza la existencia de la irregularidad. Añade el Cardenal Gasparri que los
Obispos, en virtud de la facultad que les concedía el Tridentino, sess. XXIV, capítulo 6, de
ref., podían también dispensar «quoties dubium est utrum irregularitas sit ex delicto an ex
defectu».
Así, pues, las facultades que el presente Decreto concede a los Ordinarios respecto a las
irregularidades ex defectu corporis, se han de entender de las ciertas. De suerte que si constando de la irregularidad, el maestro de ceremonias, hecho el experimento con el sacerdote
irregular, juzga que aún puede éste decorosamente y sin peligro alguno por sí mismo cumplir
todos los ritos necesarios de la Misa, como sería, sirviéndose del dedo medio en vez del índice
amputado, y así con semejantes acomodaciones en casos análogos, puede entonces el Ordinario conceder la dispensa conveniente.
Por consiguiente, al excluirse de estas facultades los casos dudosos, se ha de entender de
aquellos en que, constando ciertamente
388
de la irregularidad, no se ve claro que aun con acomodaciones pueda el sacerdote celebrar
debidamente la Misa. Si se dudase de la misma irregularidad, según lo dicho antes, independientemente de estas facultades que ahora se conceden, podría el Ordinario conceder la dispensa ad cautelam, o bien sin tal dispensa procederse como si no existiese la irregularidad.
Se excluyen los casos más graves, o sea, tales mutilaciones o tales deformidades que no
acostumbre la Santa Sede dispensar, o dispense en ellas con gran dificultad.
Respecto a las irregularidades ex defectu lenitatis, comoquiera que sólo se conceda dispensar con aquellos que fueron forzados a alistarse en el ejército, y éstos en guerra justa, sea
defensiva sea ofensiva, no incurren en irregularidad, parece que no queda otra de que se les
haya de dispensar, por lo menos ad cautelam, si no es la que hubiesen contraído por intervenir
voluntariamente en la sentencia o ejecución de pena capital impuesta por la autoridad militar,
o también si, por haber excedido la medida en la persecución del enemigo, incurrieron en
irregularidad ex homicidio, que, según los autores, puede llamarse necesario más que voluntario, como si en este caso la irregularidad participase más ex defectu lenitatis que ex delicto.
Cap. II.- De los informes que se han de tomar
Se prescribe en este capítulo que todos los Ordinarios de los lugares en cuyas diócesis
hayan habitado por notable tiempo clérigos o alumnos de Seminarios, lo antes posible procuren recoger plena información de ellos y mandarla a sus respectivos Ordinarios.
Los propios Ordinarios no se contenten con estas informaciones, sino procuren completarlas con otras que ellos mismos han de buscar, acudiendo a otras fuentes y a otras personas
diligentísimamente escogidas, y además por el examen personal, del que se habla en los capítulos siguientes.
389
Cap. III.- De los sacerdotes seculares y regulares.
Medidas que se han de tomar para la
renovación en espíritu.
En tres partes podemos considerar dividida la materia de este capítulo: en la primera se
trata de la obligación que se les impone de presentarse a sus respectivos Ordinarios; en la
segunda, de los ejercicios espirituales que todos sin excepción han de practicar; en la tercera,
del destino a que les han de dedicar.
Presentación.- Todos los sacerdotes seculares o religiosos en el espacio de diez días desde su vuelta se han de presentar a sus respectivos Ordinarios a quienes habrán de mostrar las
testimoniales de su Ordinario castrense, o al menos de su capellán militar, y cualquier otro
documento que acredite su comportamiento durante la permanencia en la milicia. Se les impone además la obligación en conciencia de decir la verdad al ser preguntados por el Ordinario acerca de sus actos externos y públicos.
Si no cumplieren con el mandato de presentarse al Ordinario en el tiempo aquí prefijado,
quedan ipso facto suspensos a divinis, de la cual censura no se verán libres hasta tanto que
hayan ejecutado lo prescrito.
Ejercicios espirituales.- Asimismo todos los sacerdotes, tanto seculares como religiosos,
deben hacer ejercicios espirituales en una casa acomodada a este fin que les señale el Ordinario, en el tiempo que éste determine (que no podrá sin justa y necesaria causa diferirse demasiado). El tiempo que han de durar estos ejercicios no puede bajar de ocho días enteros; pero
el Ordinario, según los sujetos, podrá imponer, si conviene, mayor espacio de tiempo.
Destino.- Hechos los ejercicios espirituales, verán los Ordinarios si conviene restituir en
seguida a esos sacerdotes a sus antiguos cargos de cura de almas, magisterio o gobierno en el
Seminario o a otros semejantes, o si, por el contrario, se les ha de diferir tal ocupación. A este
fin se da facultad, tanto a los Ordinarios de los lugares como de los religiosos, para que temporalmente remuevan de sus antiguos cargos de cura de almas, confesor y magisterio en el
Seminario a los que juzguen que durante la milicia no se han
390
portado debidamente. Entretanto podrán probarlos por más tiempo, haciéndoles vivir en alguna casa religiosa o bajo la dirección de algún sacerdote piadoso y prudente.
Lo Ordinarios de religiosos podrán privar temporalmente a sus súbditos sacerdotes, que
no se hayan portado dignamente en la guerra, de voz activa y pasiva; y los Superiores Generales podrán remover de sus cargos aun a los que antes de ir a la guerra ejercían el oficio de
Superior provincial o local, si por su conducta en la milicia se han hecho indignos de tal cargo.
Tanto a los Ordinarios diocesanos como a los religiosos se les prescribe que, en cuanto
pueda ser, no destinen a sus súbditos a aquellos lugares donde permanecieron mucho tiempo
durante la guerra.
En los casos dudosos o más graves deben acudir a la Santa Sede.
En atención a la escasez de sacerdotes que se notará en muchas partes después de la guerra, se permite a los Obispos que encomienden dos y aun tres parroquias a un mismo sacerdote, con facultad para trasladarle a la parroquia más central, desde la cual pueda más fácilmente
acudir a las necesidades de todas las que se le hayan confiado.
Cap. IV.- De los alumnos de los Seminarios
Los alumnos de los Seminarios que, al terminar la guerra, deseen continuar su carrera
eclesiástica han de cumplir, respecto a la obligación de presentarse a sus Ordinarios, lo prescrito para los sacerdotes.
El Ordinario se habrá con ellos, en cuanto a los informes y examen personal, del mismo
modo que con los sacerdotes.
Si del examen e informes apareciese que el alumno se había portado convenientemente
en la milicia, el Ordinario, oído el parecer del Rector y diputados de disciplina del Seminario,
admita su petición, imponiéndole la obligación de hacer los ejercicios espirituales por el tiempo que, según los distintos casos, juzgue conveniente, guardándose en lo posible las mismas
normas que respecto a este particular se dan para los sacerdotes.
391
Hechos los ejercicios, vea asimismo, después de oír el parecer de las personas antes indicadas, si conviene admitirle luego a vivir junto con los demás en el Seminario, o si más bien
se le ha de tener por algún tiempo separado bajo especial vigilancia, formando una sección
aparte con otros de los que han vuelto de la milicia.
En cuanto a los estudios, deben proseguirlos empezando donde los interrumpieron.
Los Obispos no sean fáciles en admitir a las órdenes a los que ya hubiesen cumplido los
estudios y el tiempo requerido para cada una de ellas, especialmente las mayores, sin antes
haberlos probado por algunos meses.
Si del examen e informes apareciese que no se habían portado debidamente durante la
milicia, el Ordinario, oído el parecer de las personas mencionadas, debe negarles la readmisión en el Seminario.
Cap. V.- De los novicios y clérigos religiosos
Con los novicios y clérigos de las diversas religiones se han de observar, guardada la debida proporción, las mismas prescripciones que se han dado para los alumnos de los Seminarios.
No se permite a los religiosos después de la guerra pasar al clero seglar ni ser admitidos
en los Seminarios si no es conforme a las disposiciones del derecho común (can. 1.363, § 3;
637-672).
A 23 de Diciembre del año pasado la Sagrada Congregación de Religiosos, contestando a
la humilde súplica elevada a Su Santidad, en la que se pedía que se tuviese a bien atender benignamente a aquellos religiosos que, habiendo sido obligados a alistarse en el ejército durante la guerra, ahora se sienten sin fuerzas para instaurar la vida religiosa, declaró que Su Santidad había remitido a dicha Congregación la súplica con el encargo de que ella proveyese con
paterna solicitud en cada caso particular, atendidas las circunstancias particulares de dichos
religiosos. Por lo tanto, no se conceden facultades especiales a los Superiores respecto a la
dimisión de estos religiosos, pero se anuncia de antemano que se procederá con éstos benignamente si el caso lo requiere, quizá también atenuando los efectos de la dimisión en lo que
respecta a las disposiciones del
392
canon 642, por el que se prohíbe a los salidos de religión ejercer cargo alguno en los Seminarios y Curias episcopales, en casas religiosas de ambos sexos y obtener beneficios en las basílicas mayores o menores y en las iglesias catedrales. Prohibiciones que se extienden aun a los
que salieron de la religión, en la cual sólo habían emitido la profesión de votos temporales, o
en sociedad religiosa juramento de perseverancia o ciertas promesas, según las constituciones,
si por seis años enteros estuvieron de esta manera obligados.
Cap. VI.- De los legos o coadjutores en lo
temporal de las religiones
Los Hermanos legos o coadjutores en lo temporal, antes de ser admitidos a la vida
común, deben ser examinados por sus Superiores, como se indicó en los capítulos anteriores,
y si consta que se portaron bien en la milicia, previos ejercicios espirituales, y con las cautelas
y reglas dadas anteriormente, se les admita a la vida común.
Pero si consta que se portaron mal, si no están ligados con votos solemnes, háganles salir
de la religión, y por el mismo hecho quedarán desligados de sus votos, aun del de perpetua
castidad. Si estuviesen ligados con votos solemnes, se ha de acudir en cada caso a la Sagrada
Congregación de Religiosos, y entretanto mándenles habitar con sus parientes o en el monasterio, pero aparte.
Como se ve, se facilita la expulsión de estos religiosos, desembarazando a los Superiores
del procedimiento que se había de seguir, según los cánones 655-668, si se trata de religión
clerical exenta, y si de religión clerical no exenta o laical, se simplifica la norma establecida
en los cánones 649, 650, 653.
Gran ventaja es también la que se concede respecto a estos Hermanos legos, al declarar
que con la dimisión quedan desligados de sus votos, contra la norma general establecida en el
canon 669, § 1: «Professus qui vota perpetua emisit, a religione dimissus, votis religiosis manet adstrictus, salvis constitutionibus aut Sedis Apostolicae indultis quae aliud ferant».
Desligados de los votos, no les urge la obligación que de otra suerte les impone el Código
en el canon 672: «Dimissus, votis in
393
religione emissis, non solutus, tenetur ad claustra redire». Por la misma razón, la religión
queda también libre de la obligación correlativa que en este lugar se le impone: «et si argumenta plenae emendationis per trienium dederit, religio tenetur eum accipere».
Cap. VII.- De los clérigos ordenados «in sacris», tanto seculares
como regulares, que hubieren cometido alguno
de los delitos mayores
Con los clérigos ordenados in sacris que hubieren cometido alguno de los delitos mayores, cuales son los que llevan impuesta alguna de las penas más graves (deposición, privación
perpetua de llevar el hábito eclesiástico, degradación), los Ordinarios háyanse paternalmente;
pero no omitan proceder contra ellos, según las normas del derecho dadas para cada uno de
esos delitos, buscando no sólo su enmienda, sino también el bien público de la Iglesia, especialmente si hubieren incurrido en infamia juris vel facti.
Con aquellos que, faltando a sus votos, o con apostasía de la religión, se hubieren pasado
al estado secular, los Ordinarios procedan como conviene a un diligente pastor, procurando
volverles al buen camino. De todos modos, eviten en lo posible que sus malos ejemplos cedan
en daño y escándalo de los fieles.
Se recuerda a los Ordinarios que en la relación del estado de su diócesis o religión deben
dar cuenta llanamente del número de apóstatas que hayan tenido que lamentar.
Nada dice el presente Decreto de lo que antes estaba prescrito sobre los religiosos que
volvían de la guerra, a saber, que aunque hubiesen terminado el trienio de votos simples
cuando fueron llamados a las armas, al volver tenían que permanecer, por lo menos, un año
más con votos temporales o simples y perpetuos ex parte voventis antes de ser admitidos a la
profesión perpetua simple o solemne.
No previniéndose nada en el Código, y callándose en absoluto en este Decreto sobre tal
prescripción, siendo así que la ocasión se prestaba a reproducirla, parece indicarse que queda
abrogada. Tanto más cuanto que el presente Decreto parece haberse inspirado en el Decreto
parecido de la Congregación de Religiosos Inter reliquas
394
de 1.º de Enero de 1911, cuyo artículo VI, que trata de los que vuelven de la milicia, contiene
casi las mismas prescripciones que las dadas ahora por la Sagrada Congregación Consistorial,
y añade, entre ellas, la relativa a la permanencia de un año más en los votos simples previos a
la profesión perpetua definitiva, tanto en las Congregaciones religiosas como en las órdenes
regulares. Pero, aunque no se imponga esta obligación, se deja a la discreción de los Ordinarios que determinen, según el canon 574, § 2, la dilación que se necesite para disponerlos a la
profesión definitiva de votos perpetuos simples o solemnes.
La agrada Congregación Consistorial en 21 de Diciembre de 1918 declaró que también
están comprendidos en las prescripciones, aun las penales, del Decreto presente los clérigos
que vuelven de la milicia con licencia ilimitada, pero no absoluta, y añade que por voluntad
explícita de Su Santidad se hace público que los tales que de buena fe, creyendo que dicho
Decreto no les obligaba, dejaron de presentarse a su Ordinario en el tiempo prescrito, por
razón de esa buena fe no les alcanza la pena impuesta de suspensión a divinis; pero que en
todo caso se guarden los Ordinarios de encomendar la cura de almas a aquellos que no hubiesen renovado su espíritu con los ejercicios espirituales.
❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉
EL GRAN POETA DE LA FILOSOFÍA
¡Salve, magno Agustín! ¡Salve, poeta!
Tu ardiente inspiración admiro tanto,
Que al quererte cantar, glorioso atleta,
En mi débil garganta no cese el canto.
(M. R. Seisdedos).
Todas las cosas, como hechas a imitación del Verbo Increado, en quien la belleza y la
verdad en suma unidad se funde, son como espejos, que reciben los resplandores de esa hermosura y verdad; y tal es la compenetración que existe entre estas dos propiedades ontológicas del ser, que están siempre abrazadas en él, sin que de algún modo puedan separarse. «Porque, ¿qué es la belleza sino resplandor de la verdad?1 ¿No están ambas unidas en su fuente?
¿Hay acaso bellezas mentirosas o altas verdades feas? La belleza verdadera, única bella y
noble, es un reflejo de la hermosura de Dios»2.
De aquí es que al retratarse el mundo objetivo en el entendimiento humano; como quiera
que este, si es fiel, no es sino representación de aquél, refleja aquellas dos grandes propiedades que también en el mundo subjetivo estrechamente se unen y abrazan.
Por eso cuando la inteligencia clava sus ojos en este mundo representado,
1
2
Platón.
R. León, «Amor de los Amores».
396
presentado, intuye y contempla entrambas cualidades; es decir, que generalmente hablando la
intuición de la verdad es inseparable de la intuición de la belleza. Por eso en general todos los
grandes genios han sido grandes poetas; y tal vez por eso llamó San Agustín a los filósofos,
vates de la naturaleza «quasi quosdam vates naturae»1. Si vates son; vates inmortales que pasan por el mundo cantando las grandezas de la creación y bardos misteriosos enviados por
Dios para interpretar las estrofas vivientes del universo. Y esto está muy conforme con las
modernas teorías de Estética, y sobre todo con la de nuestro gran Sabio Menéndez y Pelayo.
Según este gran Maestro español, el arte no es otra cosa que «la interpretación (ideal como toda interpretación) de la verdad oculta bajo las formas reales». El artista, pues, debe ser
intérprete de esa virtud, de la idea platónica escondida bajo alas formas, de ese rayo de la
hermosura divina envuelta en las cosas: y al poeta pertenece hacer brotar de esa cantera inmensa de formas y de hechos la centella Estética, como diría él mismo, y fascinar con sus
fulgores al hombre2. Otras autoridades ilustres vienen a la lengua comprobando lo que decimos, desde Cicerón quien dijo que la elocuencia había que buscarla en los libros de los filósofos, hasta nuestro elegantísimo Pidal y Món, quien asegura que la filosofía es la fuente más
pura de la elocuencia; y sobre todo se agolpan a la mente, hombres insignes en cuya frente
vemos oscilar la imagen de la verdad abrazada a la belleza, desde el sublime poeta de la filosofía, el incomparable Platón, hasta nuestro Fr. Luis de León, el inmortal lírico español y el
prodigioso filósofo y teólogo, asombro de las aulas de nuestra gloriosa Salamanca.
II
Entre estos, y uno de lo principales sin duda, puede contarse S. Agustín. ¡San Agustín
poeta de la filosofía! ¡Ah! Quién tuviera luz en la mente y fuego en el pecho para contarlo;
para alabar dignamente al astro brillante de la filosofía, como le llamó Brucker3, y
1
De ord.
Idéntica teoría profesa, si no es errata nuestra interpretación, el ilustre poeta J. M. G. Tassara, en su lindísimo
romance «Romanticismo y Clasicismo».
3
Historia de la filosofía.
2
397
al mayor metafísico del mundo, como ha escrito en este mismo BOLETÍN una pluma aventajada, citando la opinión de Schaaf1; para cantar a aquel vate inmortal, cuyos comentarios sobre
los salmos arrebataban el alma del insigne Petrarca, remontándole a las eternas moradas de la
belleza ideal; para cantar a aquel portentoso poeta, que siguió a Dante por las radiantes esferas
del Paraíso y por las sombrías regiones del Purgatorio y por los antros tenebrosos del Infierno;
para cantar al genio singular, que, como dice un ilustre Agustino2, aun en Geología, lanzó una
de las hipótesis más ingeniosas y poéticas que han brotado del humano entendimiento. Aquel
divino Doctor dotado de ardiente y fogosa imaginación, como los calores del estío africano;
de genio creador para volar a las espléndidas alturas de la Hermosura; de entendimiento poderoso, desposado con el Verbo Divino; fuente inagotable de belleza, de cuyas aguas copiosamente bebió y supo imprimir a su filosofía el sello de una hermosura sin igual. Ella es un
magnífico himno, cantado por el genio cristiano en el templo sereno de la sabiduría, un poema
grandioso lleno de encantos y arrebatadoras belleza.
No parece sino que S. Agustín, semejante al personaje de la leyenda clásica, arrebató al
Verbo el sacro fuego de su belleza que abrasa las almas en vehementes deseos de un ideal que
satisfaga el corazón; de aquí nace ese calor vital de hermosura de que están impregnados todos sus pensamientos y palabras; y
Como la palabra augusta del poeta
A la ley del morir no me sujeta,
de ahí esa multitud de célebres frases suyas que andan en boca de todos, sabios e ignorantes, a
las cuales comunicó una vida imperecedera e inmortal; es que emanaron de aquel genio singular, brillante foco de belleza que infundió a las ideas más áridas y secas, a las ideas muertas,
por decirlo así, una savia vigorosa una vida lozanísima.
En su Filosofía se hallan aquellas «concepciones sublimes, transcendentales, inmensas,
expresadas con una elocuencia hasta entonces desconocida, la elocuencia de las ideas, frente a
la cual palidece
1
2
P. J. Martínez, «Grandezas de S. Agustín» 1914-Agosto.
Ángel Rodríguez, «La creación del mundo, según S. Agustín».
398
y se eclipsa toda elocuencia de palabras. Diríase que estas concepciones del Doctor cristiano
son pequeños genios que salen de una inteligencia sobrehumana, vestidos con un ropaje de
luz celestial». En ella «vemos pensamientos que se desbordan de la plenitud misma de Dios,
que marchan en alas del amor, que esparcen en torno suyo un perfume de gracia y suavidad,
que se percibe sin que se pueda explicar y que arrebata el alma en un éxtasis de admiración y
felicidad, cuya impresión y recuerdo jamás se borran». Así se expresaba, hablando de la filosofía de S. Agustín, uno de los más elocuentes filósofos del siglo pasado, el ilustre P. Ráulica1.
Y esto queremos dar a conocer en este desaliñado y modesto trabajo, sobre el gran poeta
de la filosofía.
III
San Agustín fue desde su niñez objeto de las caricias de las musas; niño todavía dio
muestras evidentes del estro poético de que estaba dotado. Cuando frecuentaba las escuelas
elementales y el maestro obligaba a los discípulos a adivinar las palabras que el poeta latino
pone en boca de la diosa airada contra el héroe troyano que, desafiando la ira de los mares
alborotados, va a arribar a las playas italianas, el joven Agustín era el que daba con las palabras y el que más ruidosos aplausos obtenía; su genio penetraba en el alma del poeta, sentía
como él, hablaba como él. —Celebrábanse en África certámenes poéticos a donde acudían
renombrados poetas con la esperanza de ceñir sus sienes con el laurel del triunfo, y Agustín
vio repetidas veces coronada su frente con la corona de la victoria—. Y aquella fue también la
edad, cuando rasgando el velo que ocultaba sus misterios de la estética, y Sacerdote de la
ciencia y del arte, penetró en el santo templo de la belleza e iluminando con la brillante antorcha de su genio el sombrío altar, donde se escondía, la vio como era y la manifestó a los hombres, escribiendo la obra «De pulchro et apto», cuya pérdida con razón lamentan los sabios,
porque sería sin duda una grandiosa filosofía de la belleza.
Pero hallábase todavía su corazón sepultado en el fango de sórdidas
1
Filosofía cristiana, Tom. II, cap. 1.
399
pasiones; su inteligencia vagaba perdida en el caos del error, y su genio se arrastraba sobre la
tierra y no podía remontarse a las altas regiones del ideal, por la pesadumbre de sus alas manchadas con el lodo del pecado en su roce con el suelo. Muchos años anduvo errante buscando
la verdad, la esposa adorada de su alma soñadora.
Llegó por fin el momento supremo, el más grande de su vida. Allá, bajo la histórica
higuera de Milán, en medio de la lucha más encarnizada que ha sostenido el espíritu humano,
entre el fiero rugido de las pasiones bramadoras, y entre el rudo y formidable batallar con los
hábitos perversos y las feroces concupiscencias, los suaves resplandores de la gracia alumbraron de súbito su alma; el genio despertó de su profundo letargo; Agustín abrió los ojos de su
espíritu y los hundió en la inmensidad del ancho cielo de Italia; y el gran genio vio a la verdad, revestida de su esplendida hermosura y reconoció en ella a la esposa de su alma, incomparablemente más hermosa que la Helena de los Griegos, según dice el mismo santo, lanzóse
a ella y la abrazó, imprimiendo en su castísimo rostro el ósculo sublime del genio; y un poco
después, retirándose a las soledades del Casiciaco, comenzó a cantar su hermosura soberana,
entonando el sublime poema de su filosofía.
IV
En aquella tranquila soledad, comenzó a escribir sus primeros libros, que fueron una canción de fuego y una plegaria de amo; allí quedó completamente arrebatado del orden universal
y dirigió al Verbo la estupenda oración de sus Soliloquios; entonces comenzó a soñar en las
armonías de ese divino Verbo, a Quien había de cantar enamorado. Por eso el dogma capital
de su filosofía es su idealismo sublime, más puro, más brillante y más acrisolado que el de
Platón; el ejemplarismo agustiniano es tan admirable en su unidad y tan rico en su variedad,
son tan grandes y colosales sus dimensiones, que tengo para mí que es la prueba más palpable
de la fuerza sintética de su genio singular: ese idealismo es tan sublime y encantador, que
hermosea todo el universo, puebla de armonías el viento, de color, de luz y de vida el mundo
entero; no sólo alumbra los hondos misterios de la teología, no sólo difunde brillantísima
400
luz sobre los arduos problemas de la noología; no sólo es, por su objetividad luminosa muro
de bronce contra el Kantismo, como diría Lépidi, sino también fuente purísima de belleza, a la
cual van las artes, sobre todo la poesía, a beber las dulces aguas de la hermosura.
Y esto nada tiene de extraño, hermano mío; porque ese idealismo no es sino incomparable comentario del Evangelio de S. Juan, la teoría cristiana del Verbo hermosamente desarrollada por el gran poeta de la filosofía; de ese Verbo, digo, con el cual todo se explica, sin el
cual todo queda asentado en el caos y oscuridad; «sin la luz que viene de Él, todo es tinieblas,
sin la explicación que está allí, todo es inexplicable; sin esa luz y esa explicación todo es fenomenal, efímero, contingente, todas las cosas son humo, que se deshace, fantasmas que se
desvanecen, sombras que se deslizan, sueños que pasan»1.
Sin los resplandores que irradia ese Verbo de las alturas de su Gloria, el universo tórnase
frío y oscuro, sin colorido ni poesía; Él es el Sol de hermosura «per Quem pulchra sunt, quae
pulchra sunt omnia»: El sol de la verdad «per Quem vera sunt, quae vera sunt omnia»: Él,
fuente de toda bondad «per Quem bona sunt, quae bona sunt omnia»2.
Él fue también la Musa de S. Agustín después de su Conversión. A esa divina fuente acudió a tomar los raudales de su inspiración. En Él parece que contempló el universo retratado,
y luego bañando su pincel en los tintes delo idealismo, trazó el cuadro del mundo, el más embelesante que el genio ha presentado a los ojos atónitos de los hombres.
FR. VICTORINO CAPÁNAGA DE S. AGUSTÍN
(Continuará)
1
2
Donoso Cortés.
Aug. Solils.
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LOS NIÑOS
(Conclusión)
Así, el que se encuentra en este caso, aborrece la escuela, no sabe cuándo entrar en ella y
siempre tiene prisa por salir; de esta manera, mientras el que se siente con vocación encuentra
sus mayores delicias en estar en la escuela y apenas halla dificultades y molestias, el que ha
entrado sin vocación aborrece la escuela y todo es para él montañas, todo son dificultades,
tropiezos, sinsabores, tedio y enojos. Estos maestros sin vocación no saben hablar a los niños
sino en el lenguaje de la indiferencia y del tedio, como decía M. Mariotti, y cada uno de sus
actos denuncia la bajeza de sus acciones; y así como por el rostro se adivina el alma, por los
ejemplos, gestos, actitudes, etc., adivinará el niño lo que el maestro piensa y siente, cree y
ama, aborrece o desprecia. Y éstos, éstos son los funestos maestros, los que esterilizan y pierden de la manera más escandalosa las generaciones, son los que matan el alma del niño. Sabido es que no hay en el mundo quien mejor imite y remede las acciones de los demás niños;
nadie más lince que el ojo del niño; nadie más fiel para imitar lo que ve, y nadie le engañará a
la larga, por más exquisitas que sean las formas externas e ingeniosas las disculpas y salidas.
402
¿Qué aprenderá, pues, el niño del maestro que no hace en la escuela otra cosa que fumar,
leer novelas obscenas, periódicos impíos y folletos infames? El niño ve todo esto, y después,
cuando caiga en sus manos alguna de semejantes cosas, leerá con avidez, y si alguien pretende quitárselo responderá que el maestro lo hace y no es malo.
Esos niños saben muy bien fumar y leer esas inmundicias, no saben una palabra ni de
educación, ni de nada.
Estos maestros sin vocación ni amor a su carrera no ven en ella más que una manera de
tantas de ganarse la vida: se cuidan muy poco o nada de sus discípulos y, triste es decirlo y
más triste y lamentable es verlo, niños hay que al llegar a los doce años apenas saben leer ni
escribir, apenas saben los más precisos deberes del cristiano. Yo mismo he visto niños que no
sabían el Credo, niños que leían con dificultad a la edad de once y doce años. ¿No es triste el
ver que de esa manera la generación se pierde y se gastan inútilmente millones y millones en
pagar a esos maestros funestos y sin vergüenza?
Maestros hay también que más bien educan en pagano que en cristiano. Tratan como de
otra cualquiera asignatura, de la Religión, que ni como ciencia, ni como virtud, ni como institución tiene semejante en ninguna cosa.
Siendo la Religión lo más importante y trascendental y lo que mayor valor tiene en la vida, pues que ella es la expresión del fin total de ésta y el lazo que une el tiempo con la eternidad; a pesar de su valor incalculable, a pesar de que es la que mejor enseña a vivir y la única
que enseña a bien morir, a pesar de todo esto, esos maestros muéstranse tan indiferentes unas
veces y tan hostiles otras a la enseñanza de la misma.
Estos tales, en su manera de proceder y en sus prácticas, ponen en evidencia a los ojos del
mundo entero que no conocen su obligación, que son seres erráticos que nada bueno pueden
dar de sí, y demuestran también claramente que ignoran que la Religión es la base de toda
moral, es el fundamento de toda virtud individual y social y es farmacopea universal, moderadora de los placeres y dolores y la educadora más influyente.
Y estos maestros sin Religión, que no quieren hablar de Dios,
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que no educan al niño cristiano cual corresponde al nombre que llevan; estos maestros, amparando y secundando las leyes y decretos de Ministros de Instrucción Pública racionalistas,
laicistas o liberalistas, atacan a la vida de la humanidad en su germen que es la infancia y la
juventud.
Éstos, éstos son los que desempeñan el papel más infame y cruel que cabe en un ser
humano; el de ateificar por medio de la enseñanza, el de formar generaciones sin Dios, sin
moral ni Patria. ¿Y entregaremos a estos seres tan funestos y perniciosos nuestros hijos?
¿Confiaremos a esos maestros impíos lo más caro y estimable del mundo, que son los niños?
Dijimos arriba que una de las cualidades de que debe estar adornado el maestro es el
amor a los niños. Cualidad inseparable de la vocación, pues el que no tiene vocación para una
cosa es difícil que sienta amor hacia ella. Maestro sin amor no puede concebirse. «El fondo
del alma del maestro, dice Dupanloup, ha de ser la bondad, el afecto y la ternura». Y ya antes
había dicho Jesucristo que sin caridad, sin amor, no se puede educar a !os hijos de Dios. «Pedro, ¿me amas? Apacienta mis corderos». Para educar a cristianos es preciso que el maestro
tenga caridad, es preciso amar: amar es la primera condición para hacer simpática la enseñanza y al mismo maestro. El maestro que sabe amar, sabe enseñar; su amor le sugiere mil modos, le hace encontrar mil maneras para educar al niño. Y esto es tan cierto que, cuando el
Maestro divino quiso poner al frente de su escuela, la Iglesia, a Pedro, no le preguntó por su
ciencia, sino por su amor: «Pedro, ¿me amas más que todos estos?» ¿Qué será, pues, el maestro sin caridad, sin amor a los niños? Pero, basta. Concluyentes son las palabras del amante de
los niños, Jesús, y eso nos excusa de extendernos más sobre este particular.
Veamos, finalmente, lo que hay respecto de los padres; mas son tales sus obligaciones y
tantos los defectos y deficiencias, es tal el abandono de los mismos sobre la educación de sus
hijos, que bien se merece ser tratado muy en particular. Así que, Dios mediante, molestaremos
de nuevo a los lectores con algunas reflexiones sobre esta materia.
Sin embargo, antes de cerrar estas líneas, no puedo resistirme
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a dejar grabadas, a transcribir aquí las palabras de Jesucristo con que anatematiza y maldice a
aquellos que matan el alma del niño, a aquellos que le roban tantas almas en los niños.
Después de poner a los niños por modelo de sus escogidos; después de decir que sus
ángeles siempre están viendo el rostro de su Padre que está en los cielos; después que promete
remunerar «al que recibiere a uno de sus pequeñuelos en su nombre», profiere el mansísimo
Jesús estas terribles palabras, que deberían estar grabadas en el corazón de todos los hombres:
«Al que escandalizare a uno de estos parvulitos, mejor le sería que fuera arrojado a lo profundo del mar, atada al cuello una muela de molino».
¿Lo oís, gobernantes racionalistas y semipaganos, legisladores laicistas y liberalistas?
¿Lo oís, maestros impíos e inhumanos? El Maestro de la verdad, Jesús, el amante de los niños, os execra, aborrece y maldice vuestra obra y vuestros inicuos procederes. ¿No tembláis al
oír esas palabras, salidas de la boca de la Verdad Eterna? Más os valiera no haber sido nunca
maestros, más os valiera no haber nacido.
FR. PEDRO ZUNZARREN DE LA CONCEPCIÓN
A. R.
Marcilla y Abril de 1919
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EL HÁBITO RECOLETO
En el centenario del Padre Suárez
En el mes de Septiembre de 1917 celebró la ciudad de Granada con gran brillantez y solemnidad el tercer centenario de la muerte de su ilustre hijo el P. Francisco Suárez. Entre los
muchos actos organizados para honrar al por tantos conceptos inmortal granadino, ninguno
tan solemne y expresivo, como el Congreso científico Internacional, cuya sesión de apertura,
así como todas las demás, fueron presididas por el Sr. Nuncio de Su Santidad y realzadas con
la presencia de comisiones de sabios nacionales y extranjeros, que en el estudio de las obras
del gran polígrafo, hallaron motivos suficientísimos que le hacían acreedor al brillante homenaje que con tanta justicia se le tributaba.
Las materias y temas que se trataron y discutieron en cada una de las sesiones del Congreso, todos de palpitante actualidad, cautivaron las miradas y atención de la España científica
y de las demás naciones europeas; y los sabios, que muy contra su voluntad no pudieron asistir personalmente, a causa de las dificultades originadas por la crítica situación que la guerra
imponía, demostraron especial interés por informarse y haber noticia del curso y resultado de
todas las sesiones.
Ese interés y deseo de información por parte de los sabios, plenamente justificado, dada
la excepcional importancia de los temas elegidos, y hasta, si se quiere, por la amenidad y aliciente de la discusión; debió convenirse para nosotros los Recoletos en obligación extricta, ya
que en la sesión segunda del Congreso, al discutirse
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los temas apologéticos, intervino con su brillante actuación el Padre Eugenio Cantera, alcanzando ruidoso triunfo al pronunciar el magistral discurso que ya conocemos, y cuyas páginas,
jugosas y de gran fuerza probativa, podemos todos saborear.
¿Pero tuvimos, pregunto, nosotros la diligencia febril que tantos otros demostraron por
conocer los más nimios detalles de dicha sesión, cuyo resultado estaba tan íntimamente ligado
con la gloria y prez del santo Hábito que vestimos? ¿Surgió siquiera, en los Recoletos ese
movimiento de curiosidad, tan natural al hombre, cuando se trata de acontecimientos de alguna importancia? Salvo algunas excepciones, puede decirse que ni poco ni mucho nos preocupamos de la intervención en el Congreso de un hermano nuestro, que el día 28 de Septiembre
de 1917, arrancó de los sabios españoles y extranjeros una ovación delirante y nutrida, tributada a nuestra madre la Recolección en la persona del conferenciante. ¡Si hasta he oído a algunos, y sé de otros, que al recibir el discurso recientemente impreso han dicho: Ni siquiera
sabíamos que se había pronunciado. Y es de advertir que el nombre del P. Cantera sonó en los
mismos periódicos de provincia, al dar éstos noticia del autor del discurso en la sesión segunda pronunciado. Pero... somos tan españoles los Recoletos!
Sea como quiera no bastan ni deben bastar a nuestros Religiosos las noticias que oportunamente dio la prensa acerca de la sección de Apologética; pues los periódicos, esclavos de la
concisión, apenas si pudieron descender a referir detalles que necesariamente habían de ocupar en sus columnas un lugar requerido por otros asuntos de más interés para los fines del
periodismo. Pudiendo resarcir el laconismo de la prensa, y suplir sus omisiones ampliando
noticias y detallando circunstancias que redundan en honra del Hábito, seria imperdonable no
hacerlo; pues juzgo siempre punible el silencio de un hijo, cuando sabe que hablando puede
engastar una perla más en la diadema que ciñe la frente de su augusta madre. A eso aspiro al
escribir estas líneas; y quiero expiar de paso la falta cometida por no haberlo hecho a su tiempo, si bien es cierto que con ese fin emborroné en aquel entonces algunas cuartillas que no
envié a nuestro BOLETÍN, por razones que no es necesario aducir.
La fecha señalada para la sección de Apologética era el día 27;
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pero con ocasión del interesante y lucidísimo debate originado al redactar la conclusión cuarta
de la sección de Derecho Internacional, hubieron de discutirse los temas apologéticos el día
28. Es de saber que, como base y fundamento para la discusión de las materias respectivas a
cada sesión, precedía uno o más discursos, pronunciados por las figuras más salientes del
Congreso. Pues bien; para la sesión segunda fue elegido por unanimidad el trabajo científico
del P. Cantera sobre el Inmanentismo, y fue también el único discurso que se pronunció.
El nombre tan solo del ilustre Recoleto, que en las monumentales páginas de Jesucristo y
los filósofos se nos presenta como profundo pensador, abarcando con mirada de águila los
horizontes todos de la filosofía, y recorriendo con pie seguro el vasto campo de los principios
metafísicos; y que en su obra S. José en el plan divino, de admirable originalidad, se manifiesta eminente conocedor del dogma y consumado teólogo, midiendo con vista clara el dilatado
espacio de las ciencias teológicas; el solo nombre, repito, del Padre Cantera garantizaba el
éxito feliz de su actuación y un triunfo definitivo. Así sucedió en efecto. Mediaban, sin embargo, algunas circunstancias a manera de obstáculos, que agrandaban las ya grandes dificultades que entrañaba el actuar directamente en una sección de tan candente actualidad; y que a
muchos obligaron a plegar, después de haberlas extendido las alas del entusiasmo. Vencidas,
pues, y superadas esas dificultades, había naturalmente de añadir mérito al triunfo. Examinemos algunos, y sea la primera la naturaleza misma del asunto: El Inmanentismo.
Desgraciadamente se va infiltrando cada vez más en los espíritus la teoría de la inmanencia, y adquiere también de día en día nuevos prosélitos. La fiebre de subjetivismo que se padece, convertida en franca egolatría: los extravíos de la filosofía moderna, continuación y
consecuencia de las doctrinas de Kant, el filósofo que más se nombra, y quizá también el menos leído, como diría nuestro Balmes: la oposición a no reconocer valor objetivo en cualquiera clase de verdad que no sea de algún modo autónoma y autóctona, es decir, que no tenga
como único fundamento las leyes de nuestra razón, y no surja, como por generación espontánea, de las intimidades del Yo indigente, que encuentra en su misma indigencia el
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criterio para formar juicio sobre la credibilidad y credentidad de la revelación: la teoría de la
verdad relativa acerca del dogma: el vano intento del llamado dogmatismo moral, que confiere a nuestra voluntad la suprema dignidad y primacía para adquirir el conocimiento de la verdad religiosa, conculcando los legítimos derechos del entendimiento en negocio tan importante: la proclamación del valor puramente práctico de los dogmas religiosos, y la lógica negación de su real y externa objetividad...; toda esa balumba de aberraciones filosóficas, religiosas y morales, ramas enfermas de un tronco podrido, pero que flotan en el ambiente de la época; había que impugnar más o menos directamente, impugnando el Inmanentismo. Actual y
ameno era el tema, pero erizado de dificultades, pues el carácter del discurso exigía, por lo
que queda expuesto, ideas y conceptos claros, de nervio, concluyentes; y todo dentro del radio
de la concisión, conciliando así con la breve claridad una brevedad clarísima.
Por otra parte la diversidad de opiniones y juicios que se nota en los autores modernos de
Apologética acerca de la teoría de la Inmanencia: la importancia que algunos le conceden al
tratar de los criterios de la Revelación cristiana, queriéndole asignar un puesto que no debe ni
puede ocupar, por el peligro que se origina para la sobrenaturalidad de la misma Revelación;
el trono que otros más avanzados tratan de erigirle, elevando el método de Inmanencia a la
categoría de principal y aun exclusivo; relegando a segundo lugar y hasta eliminando el verdadero método principal que es el histórico, ya que la Revelación es un hecho histórico: la
sustitución de los criterios externos estrictamente primarios1 por los internos que proclama y
defiende la Inmanencia..., todo esto, como se ve, reclamaba, además de un dominio perfecto
sobre el asunto, exquisito tacto y vista intelectual no común para deslindar claramente los
terrenos y fijar los límites que no puede franquear la teoría inmanente.
Otra de las circunstancias que hacían difícil la directa actuación
1
Llamamos criterio estrictamente primario al que va acompañado de la acción milagrosa; ya pertenezca el milagro al orden físico, intelectual o moral. Son como dice el Concilio Vaticano, signa certissima revelationis;
y prueban directamente el origen divino de la Revelación.
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en las sesiones, la constituía el temor a las magnas discusiones que todos auguraban; sobre
todo habiendo en cuenta que al autor del discurso o conferenciante tocaba por lo regular redactar las conclusiones, y cuya redacción era precisamente la chispa que hacía estallar el debate.
Ignoro qué número de trabajos fueron presentados para la sesión segunda del Congreso, y
ya he dicho que el del P. Cantera fue elegido por unanimidad y el único que se pronunció. Lo
que sé de buen origen es que algunas plumas brillantes, beneméritas de la causa católica, avezadas a la lid y acostumbradas a correr con soltura por el papel impregnándole de profundos
conceptos teológicos, no se decidieron a descender a la arena, debido exclusivamente a las
discusiones reñidas que se esperaban. No; no era la más seria dificultad la concerniente al
trabajo que supone la composición de un discurso y pronunciarlo después ante un público
docto, que escucha ideas del orador, las rumia y calla; era mayor la que entrañaba ver seguidamente alzarse a lo más selecto del auditorio; y hacer, escalpelo en mano, anatomía científica de todos y cada uno de los conceptos emitidos; y examinar con todo el inflexible rigor de
una crítica recta e imparcial las ideas expuestas por el conferenciante; y ver surgir la argumentación rígida, sutil, animada y profunda; y, por ende, obligarse a satisfacer las exigencias
todas del férreo silogismo del contrario. Esta fue la verdadera causa que a muchos hizo, como
he dicho, colgar sus plumas; no queriendo arriesgarse a ser víctimas de un número sin número
de objeciones. Y ciertamente no les faltaba razón para ello.
En efecto; con ocasión de redactar la conclusión cuarta de derecho internacional, que se
refería a la necesidad de conferir al Papa el supremo arbitraje en los litigios suscitados entre
los pueblos, se promovió un debate tan vivo y prolongado, que hubo necesidad de suspenderlo
hasta el día siguiente y de que el señor Nuncio se viese obligado a nombrar una comisión que
se encargase de la redacción definitiva; debido a que no habían podido llegar a un acuerdo los
congresistas que intervinieron en la célebre materia debatida. Se aprobó al fin por unanimidad, momentos antes de pronunciar su discurso el P. Cantera; pues el debate fue tan amplio
que los primeros actos de la Sección de Apologética se dedicaron
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a la histórica conclusión cuarta de Derecho Internacional. Testigo presencial de la discusión,
prever podía el referido Padre la lucha que había de sostener después de hablar; tanto más
cuanto que el tema elegido y la calidad del auditorio prestábanse naturalmente a ello; y he ahí
otro obstáculo, que vencido haría más resonante el triunfo: la calidad del auditorio.
Además del Excmo. Sr. Nuncio y varios Prelados; sin contar los muchos sabios españoles
y varios profesores Jesuitas de las Universidades de Deusto, Comillas y Universidad Gregoriana, asistían y tomaron parte en la magna Asamblea la Comisión científica francesa, presidida por Monseñor Baudrillart, Rector del Instituto Católico de París; la Comisión alemana,
por el doctor Adolfo Poschmann; la inglesa, por el Ilmo. Sr. Bult, obispo de Cambysopolis; la
de Portugal, por el Sr. Dos Reis, profesor de la Universidad de Coimbra; y la de Colombia,
por el P. David. No será aventurado afirmar que algunos miembros de dichas Comisiones
estarían ligados por los vínculos de la amistad con escritores de Apologética de sus respectivas naciones; y dado que éstos, en sus obras al tratar de los criterios de la Revelación, hubiesen dado cabida, bajo distintas apreciaciones, más o menos avanzadas, al criterio interno de la
Inmanencia, como de hecho le dan autores franceses, italianos y alemanes; ¿cómo dudar del
influjo que, en los congresistas a que me refiero, habría de ejercer la amistad personal
animándoles a propugnar, en la defensa de sus amigos compatriotas, todas las ideas y proposiciones de libre controversia, y, por consiguiente, defendibles, acerca del Inmanentismo? No
quiere decir esto que los respetables sabios extranjeros, paladines de la causa católica y celosísimos de la pureza de la fe, admitiesen, al obrar así, concepto alguno reprobable en materia de inmanencia. Pero como todos sabemos que no es absolutamente incompatible la amistad personal con la enemistad de ideas o científica, y que es muy difícil sustraerse por completo a la influencia del sentimiento o sentimentalismo; pudiendo apenas impedir, cuando se
impugna o defiende, la acción del corazón en el frío raciocinio del entendimiento; claro está
que todo esto había de dar ocasión para que las discusiones de los temas apologéticos llegasen
al punto más álgido e interesante posible.
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Todas las circunstancias enumeradas, y algunas más que a otros ocurrirán, aumentaban la
dificultad de la intervención; pero también dieron mayor realce al aplauso unánime, a la ovación espontánea, al triunfo glorioso con que fue honrado el humilde hábito Recoleto, alternando como alternó con los más ilustres representantes de la ciencia cristiana, tanto española
como extranjera.
Y el P. Cantera ocupó la tribuna. Presidía la sesión el Sr. Nuncio de Su Santidad, Monseñor Ragonesi, sentándose a su derecha el Sr. Arzobispo de Granada y el Obispo de Porto Alegre, y a su izquierda el Ilmo. Sr. D. Manuel González, Administrador Apostólico de Málaga y
Monseñor Baudrillart, Vicario General de París. Quizá fue entonces cuando el conferenciante
Recoleto comprendió toda la magnitud del arduo trabajo que voluntariamente y para honra de
nuestra madre la Recolección se había impuesto y que debía llevar a cabo, no obstante los
obstáculos previstos. Se encontraba ante una Asamblea que contaba tantos jueces como
miembros, y que habían de escuchar atentos sin perder concepto ni frase, para después pasarlos todos por el crisol de la crítica. ¿Tembló, pregunto, en el solemne momento de ocupar la
tribuna, o, por el contrario, conservó entonces la serenidad y perfecto dominio de sí mismo,
que tan necesarios le eran para verter con claridad, precisión y propiedad, las profundas ideas
en que abundó su magistral discurso? Es el autor quien puede contestar a esa pregunta. Quiero
suponer, sin embargo, que al ver aquel selecto auditorio pendiente de sus labios, silencioso y
grave como lo requería el acto, fijas en él las miradas y más aún las inteligencias, sentiría por
un instante, si no temor, respeto y emoción. Pero también me atrevo a asegurar que el ilustre
orador diose perfecta cuenta de que era un hijo representando a su madre la Recolección; y
ante la idea y recuerdo de su madre, debió ver pasar ante sí, en desfile brillantísimo una
pléyade inmensa de escritores y sabios adornados con el mismo hábito que él vestía, y que al
desfilar, mirábanle sonrientes y le decían mostrándole la augusta librea: ¡Cela su honor! Y al
mágico conjuro de la visión, cual héroe que se crece ante el peligro, comenzó a hablar decidido y valiente.
Tengo a la vista el hermosísimo discurso pronunciado en aquella
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memorable sesión. Laméntase el orador del auge que a adquiriendo la teoría de la inmanencia,
afirmando que la actual civilización no puede prolongar su vida, por estar fundada sobre los
errores antirreligiosos, antifilosóficos y antisociales de Lutero, Descartes y Rousseau. Con
perfecto dominio de la materia y pasmosa erudición, entra de lleno en la cuestión exponiendo
la naturaleza y origen del Inmanentismo, al que sorprende en el Panteísmo que informa los
más antiguos sistemas filosóficos. Cita al tribunal de la recta razón las teogonías orientales y
escuelas filosóficas de Grecia; expone, precisa y juzga los principios y fundamentos, para
demostrar que en todas ellas pulula el germen de la Inmanencia. Pasa el orador a la escuela de
Alejandría, penetra hasta el fondo del gnosticismo y neoplatonismo; indaga y descubre sus
errores, probando que en ellos también palpitó el Inmanentismo.
Con la revelación de Jesucristo recibe el error un golpe de muerte. Los siglos medievales
lo vieron herido y postrado, y pasaron, siguiendo su curso, sin tenderle la mano para alzarlo
de su postración. Fueron las grandes aberraciones intelectuales de la edad moderna las que lo
sacaron del olvidado rincón para elevarlo a un trono. El conferenciante se revuelve contra
ellas, clamando contra la duda metódica de Descartes, a quien atribuye, con sobrada razón, el
haber renovado con la deificación del Yo, las falsas doctrinas del Panteísmo griego. Detiénese
en la exposición y crítica de los falsos conceptos kantianos; y breve, pero claramente demuestra que los grandes errores actuales filosóficos y religiosos son consecuencia de la concepción
inmanentista del autor de la Crítica de la Razón pura. Al tocar este punto el P. Cantera hace
un verdadero derroche de erudición, citando nombres y señalando errores con tal precisión y
conocimiento, que demuestra muy a las claras el estudio detenido y profundo que ha hecho de
las armas científicas modernas que se esgrimen contra el cristianismo sobrenatural y divino.
En la segunda parte del discurso, que divide en tres párrafos, hace la crítica del Inmanentismo, fundamentando la impugnación en la filosofía suarista. Refuta en el primer punto el
Agnosticismo, base del Inmanentismo: en el segundo combate la inminencia absoluta,
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origen del criticismo lógico: y en el tercero enumera e impugna las terribles consecuencias
que se derivan del Inmanentismo, como son el Naturalismo religioso, el panteísmo y el ateísmo.
Confieso ingenuamente quo todo me admira y encanta en esta parte del discurso: los
párrafos henchidos de sabiduría y erudición al exponer la crítica que del Inmanentismo hiciera
el inmortal filósofo granadino: la difícil facilidad que demuestra poseer, y que es patrimonio
de muy pocos, para compendiar en una frase la exposición y refutación de un error, sin que el
argumento, dentro de la concisión, se resienta por falta de limpidez y claridad: la naturalidad
con que se deslizan los conceptos y surgen las diversas conclusiones, sucediéndose éstas unas
a otras sin la menor violencia, sin sombra de digresión, como se suceden las olas en el mar: y,
sobre todo, los profundos conocimientos del metafísico que vuela firme y seguro por los oscuros horizontes de la ontología y se eleva a las más altas regiones del ideal…; todo, repito, me
admira en esta segunda parte, que, en mi humilde sentir, supera a la primera, si no en erudición, ya que de eso están impregnadas todas las páginas; pero sí en la profundidad de los conceptos, todos ellos de gran aplicación práctica para la impugnación de los errores modernos.
Termina su brillantísimo discurso entonando un himno a la ciencia del Doctor eximio, e invitando a todos a seguir sus huellas.
El selecto público que había seguido al orador sin perder concepto, escuchándole con particular interés y atención creciente, premió la magna labor del conferenciante con una ovación
entusiasta y nutrida. Prelados y profesores, españoles y extranjeros, señoras y caballeros, todos aplaudieron y felicitaron al sabio Recoleto con verdadero entusiasmo. «Fe ovacionadísimo y felicitado por el Señor Nuncio y demás Prelados, y por todos los oyentes que aplaudían
entusiasmados». Así se expresaba el Noticiero Granadino, según carta particular que recibí, y
que todavía conservo. El Señor Nuncio llamó al orador, y le felicitó muy efusivamente, diciéndole que su trabajo era profundísimo y le había gustado sobremanera. El Sr. Obispo de
Porto Alegre hizo lo mismo, calificando el discurso de monumental. El Dr. Poschmann y demás miembros de la Comisión alemana, le hicieron objeto de una cariñosísima ovación;
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como igualmente se lo tributó Monseñor Baudrillart y todos los congresistas franceses. Ni son
de extrañar tales demostraciones, que hallará muy justificado todo el quo lea y rumie los hermosos conceptos del Discurso.
Así lo entendieron varias revistas científicas de España y del extranjero, que colmaron de
elogios el Discurso pronunciado en la Sección de Apologética; sobresaliendo entre las extranjeras la Revista Études de París, que en estos días se ha ocupado nuevamente del asunto, con
motivo de la reciente publicación del Discurso, y, como entonces, inserta frases en extremo
laudatorias para el autor. Algunas Revistas españolas se diputaron el honor de querer ser las
primeras en honrar sus páginas con el Discurso del P. Cantera, y a él acudieron, en efecto,
pidiendo las cuartillas. Pero les contestó que no procedía su publicación hasta tanto no se publicasen los demás trabajos científicos y actas del Congreso, por estar todo en manos de la
Junta.
La labor realizada con el Discurso por el conferenciante, no fue la principal, a pesar de su
importancia y magnitud. Como quiera que su trabajo sirvió de base para todos los puntos tratados y discutidos en la Sección de Apologética, hubo de redactar también las conclusiones: y
al presentarlas redactadas a la magna Asamblea, surgió como era de esperar, la discusión,
viva, interesante, acalorada. Las conclusiones primera y segunda fueron fácilmente aprobadas
por unanimidad; y apenas si tuvo necesidad el P. Cantera de hablar para propugnarlas. Pero
no sucedió lo mismo con la conclusión tercera. El autor del discurso recibió, lanzada por los
sabios del Congreso, una verdadera lluvia de objeciones y argumentos, todos ellos dignos,
profundos, henchidos de sutileza y nervio; y que variaban, según la opinión rígida o algún
tanto moderada, que del Inmanentismo y de su impugnación por el conferenciante, habíase
formado el que argüía.
Sereno y tranquilo satisfacía rápida y plenamente a todos el Padre Cantera entre los
aplausos del Congreso; y la discusión crecía, y hacíase cada vez más amplia, amena e interesante. No bien salía de los labios del sabio Recoleto la última palabra de hierro y concluyente,
que daba muerte al argumento de un contrario, alzábase otro
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y otro, sucediéndose sin interrupción las objeciones; y la polémica adquiría de nuevo interés y
amenidad; y de nuevo también el Hábito recoleto recibía el homenaje de los aplausos, merecido por las hermosas y contundentes respuestas que daba el Religioso que lo vestía. Fue en
verdad la discusión un verdadero y ruidoso triunfo, para nuestra amadísima madre la Recolección.
Además de varios sabios extranjeros, argumentaron al Padre Cantera, el P. Ugarte de Ercilla, profundo filósofo, redactor de Razón y Fe; el P. Alfonso Torres, autor de las Lecciones
sacras a los caballeros de Madrid; el P. Sáinz, catedrático de la Universidad de Comillas, y
que en otra sección estudió a Suárez como escriturario y apologista; el P. Guenechea, catedrático de la de Deusto, filósofo y gran jurista; y el señor Meneses, que representaba a los Obispos de Evora y Braga. Todos los señores citados formaron con el P. Cantera, la comisión, a
propuesta de Monseñor Ragonesi, para formular la redacción definitiva de la famosa conclusión tercera.
Originóse entre los comisionados un amplio debate, menudeando nuevamente los argumentos; que el P. Cantera satisfizo con tanta lucidez como profundidad, sin omitir las más
insignificantes aclaraciones, y dejando contestadas hasta la saciedad las menores exigencias
del adversario. Llegóse por fin a la aprobación unánime de la redacción presentada; y entonces los sabios, que tan brillantemente habían argüido, fueron los primeros en felicitar efusiva
y cordialmente al orador; sobresaliendo el P. Ugarte de Ercilla, que le dio un apretado abrazo;
elogiando ante los Congresistas con frases caldeadas de entusiasmo la magna labor realizada
por el «sabio y humilde religioso de la Recolección Agustiniana».
Ha sido un milagro, exclamó el P. Cantera al terminar la sesión segunda del Congreso, y
refiriéndose a la discusión habida, ha sido un milagro el que no haya naufragado en el borrascoso mar de tantos y tan variados argumentos. Y muchos testigos de la polémica no dudaron
afirmar que ese fue uno de los actos más interesantes y amenos de todos los que tuvieron lugar en el Congreso científico Internacional. El Noticiero Granadino escribió también: el Padre Cantera se mostró tan versado en la materia, tan ejercitado en la difícil tarea de argumentar y contestar a la argumentación en forma,
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que hizo sumamente interesante y amena la disputa.
Tal fue el brillante triunfo conseguido por el santo Hábito Recoleto en la persona del R.
P. Fr. Eugenio Cantera, el día 28 de Septiembre de 1917 con la intervención de dicho Padre
en la Sección de Apologética del Congreso científico Internacional celebrado en Granada para
honrar al Doctor eximio P. Francisco Suárez, en el tercer centenario de su muerte. ¡Ojalá sirva
todo ello para despertar dormidos entusiasmos y extender muchas alas que quizá están plegadas y recogidas por la inacción, y que pueden volar sin fatiga por los horizontes de las ciencias y de las artes. Así conseguiremos que el honroso Hábito que vestimos se cotice a muy
alto precio, y aumentaremos nuestro amor a todo lo genuinamente Recoleto; todo a mayor
honra y gloria de Dios, y gloria y prez también de nuestra madre la Recolección!
A las muchas y merecidas felicitaciones que entonces recibió, y que también ahora está
recibiendo el P. Cantera con motivo de la publicación del Discurso, uno nuevamente la mía
muy entusiasta, sincera y cordial.
Para terminar no estará demás insertar las tres conclusiones de la Sección de Apologética
del Congreso, que son las siguientes:
«1.ª El Congreso científico Internacional convocado para honrar la memoria del R. P.
Francisco Suárez, en el tercer centenario de su muerte, hace profesión solemne de fe católica
y de adhesión incondicional al Vicario de Cristo en la tierra, a quien reconoce por órgano
auténtico de a revelación y maestro infalible de la verdad cristiana».
Fue aprobada o por unanimidad.
«2.ª Fiel a las tradiciones de !a ciencia católica que enseñó el Doctor eximio, condena el
mismo Congreso las doctrinas del inmanentismo religioso de nuestros días, muy especialmente las conocidas con el nombre de «modernismo», aceptando con filial sumisión las condenaciones de la herejía, según se contienen en el Decreto «Lamentabili» y en la Encíclica «Pascendi».
También se aprobó por unanimidad.
3.ª Teniendo en cuenta los grandes peligros que encierra para la pureza de la fe católica el
admitir exclusiva o principalmente el
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método de la inmanación en la defensa de las verdades cristianas, el Congreso reprueba la
inmanencia; no sólo como doctrina, sino también como método apologético, según las doctrinas prescritas sobre el particular por las disposiciones pontificias».
Después de la magna discusión de que hemos hablado, se aprobó unánimemente.
FR. AURELIO LACRUZ DE LA CONCEPCIÓN
A. R.
Marcilla y Junio 1919
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DE APICULTURA SACRA
Cum non sine delectatione pulchrum lepidumque «De Apicultura» commentarium a quodam Juniore Candelaricae Provinciae Alumno in hoc folio, seu BOLETÍN perlegerim, in mentem mihi venit de hac ipsa re aliquid etiam disserere: non quidem ut circa Apum vitam moresque quid novi afferam; sed ut ex earum exemplo utilem doctrinam pro religiosa vita instituenda, in proprium aliorumque profectum eruere contendam. Ne autem suspicari aliquis possit me alienis ornari pennis velle, sincere protinus fateor «meam doctrinam non esse meam»;
sed illam ex piis et antiquis elicui auctoribus; quibus evolvendis, tum otiositatem, quam semper abhorrui, fugere contendo, tum tempus meae senectutis, pro modulo meo non inutiliter
impendere satago.
Apis Matinae
More bodoque
Grata carpentis tyma per laborem
Plurimum circa nemus uvidique
Tiburis ripas.
(Horat. Lib. IV. Od. 1)
Dispersos igitur flores studiosius legamus et colligamus, ipsas imitando Apes, quae de
plurium diversorumque florum succo dulcissimum mel conficiunt1.
1
Ludovicus Granatensís, qui et Christianus Cicero auditur, multa de Apibus scripsit, quas in exemplum adducit
christianae vitae instituendae. (Vide «Symbolum Fidei» Part. I. cap. 19 et 29).
Etian Venerabilis Dei Ancilla Angela a Conceptione Ordinis Sanctissimae Trinitatis opusculum scripsit, cui
titulus «Tractatus de Virtutibus»: solidae quidem ac utilis doctrinae, quam ingeniosissime explicat per
exempla ex Apum moribus desumpta (Tract. IV, cap. 3 et sqq.). Quod tamen opusculum minime praelo fuit
excussum.
Novissimas et accuratissimas circa Apes observationes a recentioribus auctoribus factas hic praetermittimus,
quamvis eas ad nostrum propositum facile trahere possemus: satis sit nobis antiquorum documenta attulisse, viamque aliis studiosioribus demonstrasse.
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Insignia nobilium familiarum.- Ne quid ad honestam animi remissionem in Monasterio
quis desideret, in Religiosorum politiam el virtutes symbolo aliquo vel hieroglyphico expressas inquirere consilium est. Nobiles el principes viri, qui student recte factorum claritate nomen celebre ad posteros mittere, nihil antiquius habent quam accepta a majoribus stemmatis
sui insignia, vel quae ipsi primum formarunt, collocare in foribus, fenestris, muris, atriis, porticibus, columnis et aliis locis, ubi omnium oculis pateant. Hinc videas leones, aquilas, lupos,
cervos, gallos, arces, turres, labara, vexilla, soles, lunas, stellas, et e summo coelo signa petita,
quasi terra non sufficeret.
Apes Religiosorum insignia.- Verum potiori jure nobilissimo Religiosorum Ordini sua
quoque tribuenda sunt insignia, quae virtutes omnes, quae in illum influunt, adumbrent.
Quaenam vero illa? Non varia, et pro cujusque lubitu assumpta; non vana, et ad solam jactantiam, vel ostentationem composita; sed unius generis, communia omnibus, decoram et monasticam vitam scite referentia. Sancto Bernardo quidem (De offic. Praelat. c. 9): «labor et latebrae, et voluntaria paupertas» (addunt aliqui «pallor et macies et vigiliae») sunt Monachorum
insignia». Verum nos Religiosis omnibus APIS pro insignibus depingemus, animal Aristoteli
mundissimum, cui etiam divinitatis aliquid tribuit (De generat. anim. lib. 3); uti etiam Virgilius:
His quidam signis, atque haec exempla secuti,
Esse Apibus partem divinae mentis, et haustus
Aeterios dixêre.
(Georg. 4)
Constantinus Caesar etiam ex Dydimo (lib. 15, c. 3). Apem omnium aliorum animalium
sapientissimum et artificiosissimum, inteIligentiaque ad hominem prope accedere tradit, necnon opificium ejus vere divinum esse, et hominibus utilissimum. Plinius inter
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omnia ea insecta, principatus Apibus, et jure praecipue admiratio solis ex eo genere hominum
caussis genitis. Et Sanctus Pater Augustinus in Benedictione Cerei Paschalis (siquidem ipsi a
nonnullis attribuitur) «Apis caeteris, quae subjecta sunt homini animantibus antecellit». Ubi
Proverbiorum (cap. 6, v. 9) secundum Septuaginta Interpretes, de Ape legimus: «Sapientia
honorans evecta est». Sanctus Ambrosius habet: «Valida est vigore sapientiae et amore virtutis». Ut mirum non sit claros in omni disciplinarum genere viros tot laudibus hoc animalculum cumulare, ex iis mores hominum formare, et diligenta et prudentia, atque politia praeditos, maxime vero principes cum iis comparare.
Christus Api comparatur.- Qui quod et Christus Dominus, Princeps Regum terrae, Api
similis dici queat, ut et hoc pacto sit ipse «Omnia in omnibus» et divinum Religiosorum symbolum non ignoretur? Nam sicut quietis et modestis Apes mellificant, et hostes suo aculeo
impetunt; ita Christus coeli duicissimas delicias, Paradisi ambrosiam, justis et electis praeparavit: in peccatores vero gladium suum vibravit; ut eos pungat et confodiat. Pulchre autem
Jacobus a Vitriaco Cardinalis, Christum etiamnum puerum Api comparavit. «Ipse», inquit,
«valde dulcis est, et amabilis, dum tamquam puer cogitatur. Unde in Ecclesiastico: (cap. 11).
Brevis in volatilibus Apis, et initium dulcoris habet fructus ejus. Initialis dulcedo cordis est
Nativitas hujus Pueri. Apis autem modica est, et Christus parvulus, secundum quod homo;
unde comparat se grano sinapi in Evangelio. Haec Apis in alvearibus novis mellificat, quia
corda per gratiam innovata dulcedine sua, replet et satiat. Apis laboriosa est, et otiosa animalia propellendo fugat; et Christus natus ad laborem, servum a bono opere torpentem damnat.
Apis floribus pascitur, et Christus qui pascitur inter lillia, virtutum fragrantia delectatur. Apis
secundum regulam, et ordinate cuncta peragit; et Christus Rcclesiam suam regulariter ordinavit» (Hactenus ille).
Apum disciplina monasticae vitae similis.- Jamvero quam similis sit Apum dsciplina monasticae vitae, nemo est qui ignoret. Illius mentis fuit Sanctus Hieronymus, dum Rustico ita
scriberet: «Apum fabricare alvearia, ad quas te mittunt Salomonis Proverbia; et monasteriorum ordinem, ac regiam disciplinam, in
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parvis disce corporibus» (Epist. 4). Sanctus Aldhelmus Occidentalum Saxonum Episcopus
(De Laudib. Epist. 4), ait: «Illud etiam commemorandum de Apum concordi societate, et
theatrali quodam spectaculo stupendum autumno; ultroneum videlicet voluntariae servitutis
affectum, quem erga suorum obsequia principum exercere noscuntur». Nonne sub hujusmodi
contemplationis intuitu omnis monasticae conversationis disciplina, et regularia coenobiorum
instituta simillima collatione declarantur? Ita quoque incertus Poëta Monachus Religiosos
Apibus assimilat:
Comparo divinis Apibus, quae corpore parvo
Ingentes animas egregiasque gerunt.
Exagonis cellis, quae mella liquentia condunt,
Utile, mirificum quae fabricantur opus.
Quae disciplinam, quae jura monastica servant,
Quasque simul reficit ingeniosa domus.
Thomas sane Cantimpratanus duobus integris libris Apum proprietates Religiosis accomodat, quos tantillae bestiolae exemplo ad perfectionem instruit atque exhortatur. Monachorum vita sancta, inquit Ulises Aldobrandus, vitam moresque Apum, perquam exacte exprimit,
ut dissertissime ostendit Ascanius Martinengus, Brixiauns Canonicus Regularis: sed quod
omnibus Religiosis convenit, ille privatim Regularibus adscribit. Nihil certe, inquit, expresius
Apum exemplum patefacit, quam Regularium claustratam vitam; quae enim Ambrosius de
Republicis prodidit, elegantique narratione prosecutus est, ea de Regulari Congregatione interpretari posse existimo (Lib. I. de Insect. c. 1). Sic ex Martinengo Aldobrandus, qui deinde
per singuta id probat: Sed age nos etiam quae de his observata habemus, in medium adferamus.
FR. HENRICUS PÉREZ A SACRA FAMILIA
(Continuará)
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ESTUDIOS APOLOGÉTICOS
SOBRE EL CRISTIANISMO
(Continuación)
Apologética es la rama de la ciencia religiosa que estudia y expone los fundamentos racionales en que se apoya la revelación; tiene pues, por objeto, exponer metódica y ordenadamente los motivos de credibilidad por los que prestamos nuestro asentimiento a la verdades
reveladas. El hecho de la revelación está garantizado por señales inequívocas e infalibles que
sólo Dios puede dar.
La Apologética abraza dos partes, a saber: Apologética propiamente dicha y Polémica
que se ocupa en estudiar las objecciones de los adversarios para rebatirlas y destruirlas.
Religión, del verbo religare, es un lazo que une al hombre con Dios. Aquella maravillosa
lazada que estrecha a la criatura racional con el Criador, dice Lactancio. La religión, dice Sto.
Tomás, importa propiamente orden y relación a Dios; y S. Agustín concreta la definición,
reduciéndola a estas dos palabras; «Culto de Dios».
Objetivamente considerada es una suma de verdades y preceptos concernientes a las relaciones que unen al hombre con Dios. Subjetivamente tomada es una virtud moral por la que
damos a Dios el debido homenaje de adoración y culto.
Religión natural es el culto que la razón por sí misma nos enseña que debemos tributar a
Dios. Religión revelada es el conjunto de dogmas preceptos que el hombre, elevado por Dios
a un orden sobrenatural, conoce también sobrenaturalmente, esto es, por la revelación, la cual
no es otra cosa que la locución autoritativa de
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Dios. La Religión revelada es moralmente necesaria al hombre para suplir la deficiencia de la
razón humana. El acto o ejercicio de la religión se llama culto, que, a su vez, puede ser interno
y externo.
La Religión, como virtud, es un hábito moral, operativo y natural que ayuda a las potencias del alma a rendir a Dios tributo de adoración y culto, es una fuerza instintiva íntima, vehemente y connatural que brota irresistible en el individuo, en la familia y en la sociedad y
tiende a poner en comunicación todo nuestro ser con el Ser Supremo de quien absolutamente
dependemos. Es, en fin, el conjunto de relaciones del hombre hacia Dios; como relaciones,
pues, tendrán dos términos, que son: Dios y la criatura racional y libre, y un fundamento que
son todos los títulos que Dios tiene para con nosotros y como estos títulos exigen de nosotros
imperiosamente actos diversos y éstos proceden de las potencias del alma a las que ayuda y
mueve a obrar esa virtud o hábito mora!, se clasificarán estos actos por las potencias pudiendo
reducirse a dos grupos: actos del entendimiento (verdades que creer) por las que reconocemos
en Dios a un ser necesario, libre, eterno, Criador, Legislador, Supremo, sapientisimo Provisor,
Principio y Fin de todo lo criado; actos de la voluntad (preceptos que cumplir) por los que le
adoramos como a nuestro Criador, obedecemos como a nuestro Legislador y a quien tendemos como a nuestro fin; y, como por un sentimiento natural el hombre tiende a manifestarse
al exterior revelando sensiblemele los afectos que brotan de su interior, le Iributa homenaje
con todo su ser, lo cual constituye el culto tanto interno como externo. De donde se deduce
que tres son los elementos esenciales de toda religión: verdades que creer, preceptos que
cumplir y culto interno y externo que practicar; pues, constando el hombre de alma y cuerpo,
los actos por medio de los cuales se pone en comunicacación con otro ser deben pertenecer al
compuesto. De lo dicho se desprende además que, siendo la religión una virtud moral, connatural al hombre, le impone una obligación cuyo desprecio constituye la impiedad; que siendo
una inclinación instintiva en él, una tendencia natural, quien resiste a ella obra contra su propia naturaleza racional y libre pero dependiente de otro Ser; es un monstruo del género humano que reniega de su origen; es una pieza dislocada que entorpece el maravilloso mecanismo
del orden moral, viola las
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leyes más sagradas, y, al inferir un desacato insufrible, comete un crimen de lesa humanidad,
haciendo frente a las exigencias perentorias de su alma a las que todo el mundo de consuno ha
satisfecho, por un impulso espontáneo, a travès de tantos siglos con inalterable constancia y
uniformidad. El ateísmo, pues, con todas sus formas y disfraces, con todos sus grados y matices constituye una aberración monstruosa, inconcebible, un espantoso descarrío que raya en la
degradación más profunda o en la más insana demencia. Luego el hombre debe obedecer a
esta especie de instinto religioso, debe satisfacer esas aspiraciones y tendencias hacia Dios; de
otro modo, será cometa errante sin centro de gravedad que, precipitado desde las cumbres
excelsas de lo infinito, va dejando girones palpitantes de su alma despedazada por la duda
torturante del destino, y, brillando con el siniestro relampagueo de un meteoro, se pierde en el
seno de la inmensa, pavorosa e implacable eternidad. Debe llenar a todo trance las exigencias
de su naturaleza libre y racional, tributando a Dios el homenaje de amor y culto que le es debido; pues, como ha dicho el sabio Cardenal Zigliara: «no estamos dotados de libertad para
obrar contra el orden natural, sino para que, sin obstáculos ni tropiezos, podamos conformar
nuestras acciones con dicho orden».
A la verdad, tan abominable descarrío no puede ser engendro del uso de un privilegio,
cual es la libertad, sino del más brutal y desenfrenado abuso de la misma.
«Para sentir la obligación de la Religión, dice el P. Schouppe, no hay sino consultar ora
las primeras nociones de Dios y del hombre, ora la persuasión universal, íntima y constante de
los pueblos, ora los intereses más queridos y más sagrados de la humanidad».
La Religión se impone también a la sociedad como una obligación y como una necesidad:
pues, no sólo el individuo depende de Dios en cuanto a su origen y conservación, sino también la sociedad debe reconocer esta dependencia, ya que Dios imprimió en el hombre esas
tendencias a formar sociedad y grabó en el fondo de su conciencia las leyes por las que subsiste dicha sociedad.
Además, tanto una sociedad se mantiene más fuerte y vigorosa, cuanto más sólida sea la
unión que reina en ella. Ahora bien; sin Religión la unión de una sociedad es imposible.
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Pues consistiendo esta unión en ese orden maravilloso, en esa armonía precisa y constante y uniforme con que la multitud coaligada conspira al fin universal, sometiéndose a la autoridad que la rige. ¿Cómo es posible exista esa sumisión, si los individuos que integran la sociedad no se despojan de esas pasiones y tendencias de rebeldía, de ese espíritu turbulento de
independencia que tiende a desquiciara con los choques más violentos? Y ¿quién sino la Religión puede enfrenar esas pasiones indómitas que todo todo lo ranstornan y desconciertan?
Además, la autoridad del Príncipe fácilmente degenera en el más arrollador y tiránico
despotismo, si la Religión, sobre todo la cristiana, la que «rompió las cadenas de la esclavitud
y la argolla de todos los tormentos, restituyendo al hombre su natural prístina libertad», no
refrena sus instintos ambiciosos, infundiéndole los más tiernos sentimientos de amor y caridad hacia los súbditos.
Suprimida la idea de Dios en la sociedad, negado el principio de que la autoridad del
Príncipe dimana de Dios, la sociedad propende a un anarquismo tanto más inevitable cuanto
funestísimo; porque ¿cómo un hombre va a reconocer la autoridad de un igual, mortal como
él, sujeto a miserias como él, que como él trae idéntico origen y propende a un mismo fin?
Negada la autoridad suprema, lógicamente viene la negación de la subalterna.
Hasta los mismos paganos reconocieron esta verdad a todas luces clara e inconcusa.
«Dudo, decía Cicerón, que pueda subsistir la buena fe, la sociedad humana y la primera
de todas las virtudes, la justicia, si quitamos el culto de los Dioses».
He aquí una profunda verdad, entre los mil descarríos del porta-estandarte de la incredulidad, el cínico Voltaire: «Donde quiera que subsista una sociedad, se necesita una religíón.
Las leyes velan sobre las castumbres públicas, la religión sobre la vida privada». Anomalía
harto frecuente en el impío enciclopedista.
Por eso decía el corifeo del ateísmo, Dactec: «una sociedad de ateos en la que hubiera
lógica, no podría subsistir; una sociedad tal acabaría por una epidemia de la manía suicida».
Y Tanquerey añade: Suprimida la religión en la sociedad, ya nada impulsa a los hombres
a obrar el bien, sino el temor a las penas.
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Pero este es muchas veces ineficaz porque están persuadidos de que muchas veces o no
han de ser castigados o pueden evadir las penas con facilidad. ¿Qué barrera, pues, contiene al
hombre, si suprimimos la religion?
Una sociedad, pues, sin religión, es inconcebible, es una sinrazón, lleva en su mismo seno
los gérmenes de la destrucción y a cada momento sentirá retemblar sus cimientos, vacilar sus
instituciones y desplomarse al cabo con imponente estruendo sobre un mar de sangre humeante, sobre un lago de lágrimas frías, amargas y negras. Como sus ruinas hacinadas sobre el
abismo.
La Religión impone al hombre un deber sagrado y una imperiosa necesidad moral: un deber que no puede violar, sin cometer una injusticia, una impiedad, un desacato, una monstruosa ingratitud; una necesidad moral a la que no puede resistir, sin hacer frente a las aspiraciones de su corazón, al dictamen de su conciencia, a la recta inclinación de su voluntad, al
común sentir de todas las gentes, de todos los siglos y edades, y al sentimiento religioso impreso por el mismo Dios en el fondo de nuestra alma que brota espontáneo con vehemencia
irresistible y nos levanta al conocimiento y amor de un Ser supremo, primera y única causa de
todo lo criado.
FR. CARLOS LIÑÁN
(Continuará)
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UT DEUM AUGUSTINUS DOCEAT QUAERENDUM
(Continuación)
Quorsum autem tanto studio vitanda vanitas? Quia irritamentum malorum est, spirituales
oculos inficit, laedit, sauciat, el tetra caligine obducit. Quinimo non raro prorsus excaecat. Ex
his vero, quae oculis corporeis solent, obesse, colligit Augustinus ab appetitu honoris sive
laudis, pecuniarum et voluptatum, laedi visum interiorem. Sed ipsum loquentem audiamus:
«Si», inquit, «videre peccator non posset, quia sordidos et saucios oculos haberet irruente pulvere, aut pituita vel fumo, diceret illi medicus: purga de oculo tuo quidquid mali est, ut possis
videre lucem oculorum tuorum. Pulvis, pituita, fumus, peccata et iniquitates sunt. Tolle inde
ista omnia, et videbis sapientiam quae praesens est, quia Deus est ipsa sapientia. Et dictum
est: Beati mundo corde, quoniam ipsi Deum videbunt» (Tract. 1 in Joann.).
Quid igitur est avertere vel claudere oculos, ne videant vanitatem, nisi illos ab irruente
pulvere, pituita vel fumo custodire illaesos, aut saucios sanare, aut sordidos mundare? «Tota
enim opera nostra, in hac vita», ut idem Augustinus ait, «est sanare oculum cordis, unde videtur Deus» (De verb. Dom. serm. 18, c. 3). Sed jam quid oculorum illa offendicula, pulvis, pituita, fumus designent, intueamur. Quid pulvis, nisi arena, terra minuta et arida, tenuior ac
subtilior pars terrae? Quid porro designat nisi terrigenas e visceribus terrae aurum et argentum, rubram scilicet atque albam terram magno labore eruentes? Quid per pituitam nisi carnalis denotatur voluptas, gravissima et gratissima mortalium cordibus illecebra? Sane pituita
mordax visum corrumpit; ita concupiscentia
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carnis cor excoecat menemque obtenebrat. «Deus», ait Doctor noster, «lege infatigabili spargit poenales coecitates super illicitas “cupiditates”» (Conf. l. 1, c. 18). Idem autem sua edoctus experientia, quantum tenebrarum oculis ejus obtexerint adolescentiae lusus aperte confitetur: «Relaxabantur etiam mihi», inquit, «ad ludendum habenae, ultra temperamentum severitatis in dissolutionem affectionum variarum, et in omnibus erat caligo intercludens mihi, Deus
meus, serenitatem veritatis tuae» (Conf. l. 2. c. 3).
Nomine autem fumi nonnisi inanis gloriae laudisque cupido designatur. Quod quidem ex
tanti Patris mente dixerim, illud Psalmi 36 expunentis: «Inimci vero Domini mox ut honorificati fuerint et exaltati, deficientes, quemadmodum fumus deficient». «Fumus», inquit, «a loco
ignis erumpens, in altum extollitur, et ipsa elatione in globum magnum intumescit. Sed quanto fuerit globus ille grandior, tanto fit vanior. Ab illa enim magnitudine non fundata et solidata, sed pendente et inflata, it in auras atque dilabitur, ut videas ipsam ei obfuisse magnitudinem. Quanto enim plus erectus est, quanto extentus, quanto diffusius undique in majorem
ambitum, tanto fit vanior, tanto fit exilior, deficiens, et non apparens» (In Ps. 36). Sic omnino
ex ipso bono opere, splendido praesertim et eximio, nisi humilitatis cineribus obtegatur, vanae
gloriae fumus exoritur, quo cum animus inflatur, tumidus turgidusque efficitur, et magnus sibi
videtur, qui sanus non est. Quo autem magis magisque piacendi hominum oculis, studio intumescit, hoc ipso inanior, et exilior redditus, in auras veluti abit, sensumque evanescit. In hoc
praeterea inanis gloriae fumique constat comparatio, quod ut hic parietes, albaque denigrat
corpora; sic illa dealbatam in sanguine Agni animam commaculet, atroque imbuat colore.
Hinc quoque, ut fumus lachrymas ex oculis elicit, ita sentit misella anima magnam sibi lachrymandi necessitatem, ex vana gloria provenisse, si, ut debet, reconcialiari, et ad Sponsi gratiam velit redire.
Quam merito igitur monemur avertere oculos nostros ne videant vanitatem! «In qua vanitate, ut magistni verba usurpem, praecipuum locum obtinet amor laudis humanae, propter
quam multa magna fecerunt qui magni in hoc saeculo nominati sunt, multumque laudati in
civitatibus Pentium, quarentes non apud Deum, sed apud
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homines gioriam, et propter hanc, velut prudenter, fortiter, temperanter justeque viventes, ad
quam pervenientes, perceperunt mercedem suam, vani vanam» (In Ps. 118, conc. 12). Ab
hominum itaque oculis tuos averte oculos; et in solum Deum, qui videt etiam quae fiunt in
abscondito, totam intentionis aciem dirige. Recte Augustinus: «Cum fumum transieris, attende post te: post te enim fumus, si es ante te Deus» (In Ps. 36, conc. 3).
Purgato jam intentionis oculo, quid superest nisi in propositum sibi scopum, Deum inquam, ipsum dirigatur? Hoc poenitens rex ac propheta a Divina Majestate postulavit, cum
supplex ei diceret: «Cor mundum crea in me, Deus, et spiritum rectum innova in visceribus
meis» (Ps. 50). Quod quidem observans Augustinus, «divino», ait, «afflatu, et prorsus ordinatissime hoc Prophetam dixisse. Spiritus enim rectus in anima non instauratur, nisi prius cor
mundum fuerit, hoc est, nisi prius ipsa cogotato ab ovni cupiditate ac fere rerum mortatium
sese cohibuerit, e! eliquaverit. Aliud est enim mundare oculum ipsum animae, ne frustra et
temere aspciat, et prave videat: aliud jam serenum atque rectum aspectum in id, quod videndum est, dirigere» (De quant. anim. c. 33).
Jamvero totum quaerendi Deum officium hac Patris nostri sententia sufficienter existimaverim comprehensum: «Jubet aeterna lex avertere amorem, et in intentionem a temporalibus,
et eum mundatum convertere ad aeterna» (De lib. arb. l. 1, c. 15). Prorsus enim sic se habet:
nam ut ille, qui arborem in sublimem vult crescere, adnascentes undique ramuscu!os diligenter excindit, ut tota radicis vis omnisque succus, non ad latera se diffundat, sed sursum tendat:
et ut illi, qui fontes componunt, omnia cautissima obturant foramina, ut aqua coelum versus
recta prosiliat: sic et ille, qui opera sua unicum scopum Deum contingere desiderat, humanum
omnem necesse est ampulet respectum, omnem sensualitati occludat aditum; ne sensim sine
sensu illabens delectatio, intentionis aciem ab unico scopo suo deflectat.
Porro autem rimis omnibus firmiter cauteque obstructis, ne qua vi irrumpat, aut fraude
irrepat insidiatrix vanitas, duo praeterea necessaria sunt: prius, ut scopum ante oculos suos
statuat; posterius ut in eum opus dirigatur. Quid est autem proponere Deum ante conspectum
suum, nisi ilIum in mente habere, et hoc satagere, ut
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et memoria nunquam excidat divinae Majestatis? Rectissime Salomón: «In omnibus viis tuis
cogita ilIum, et ipse diriget gressus tuos» (Prov. 3). Quid est autem cogitare; nisi animum
cogere reminisci, quod in eo repositum est? Cogo enim dicitur quasi coago. Augustinus vero
cogitare vult esse velut ex quadam dispersione colligere, «nam cogo et cogito, sic est, ut ago
et actito; facio et facito. Verumtamen sibi animus hoc verbum proprie vindicavit, ut non quod
alibi, sed quod in animo colligitur, id est, cogitur, cogitari proprie jam dicatur» (De lib. arb. l,
10, c. 11). Deum igitur cogitare, est animum cogere, vel colligere, ut quae de Deo species in
ipsa memoria sparsa prius et neglecta latitabat, jam familiari intentioni facili occurrat. Sic
cogitando autem, absentes nobis reddimus praesentes. Ita Hierosolymam nos mente transferimus, ut Christum patientern in Monte Calvariae quodammodo interioribus oculis cernamus.
Est quidem, ut fides docet, ubique et omnibus praesens, sed non omnes sunt illi praesentes;
quod Augustinus explicat: «Si», inquit, «homo Dei non meminit, neque eum intelligit, cum
illo Deus non est. Quomodo homo coecus positus in sole, praesens est illi sol, sed ipse soli
absens» (De Trin. l. 12, c. 14). Quando ligitur de Deo non cogitamus, absentes ei sumus, et
«peregrinamur a Domino». Hinc sancti adeo sunt et solliciti de illis horis, in quibus non cogitant de Deo. Audi Augustinum lamentalem Deoque dicentem: «In quam multis mimutissimis
et contemptibilibus rebus curiositas quotidie nostra tentatur, et quam saepe labamur quis
enumerat? Canem currentem post leporem in agro, si casu transeam, avertit me fortassis ab
aliqua magna cogitatione, atque ad se convertit illa venatio; et, nisi cito admoneas ex ipsa
visione per aliquam considerationem in te assurgere, aut totum contemnere atque transire,
vanus hebesco. Quid cum me domi sedentem stellio muscas captans, vel aranea retibus suis
irruentes implicans, saepe intentum facit? Num quia parva sunt animalia, ideo non res eadem
geritur? Pergo inde ad laudandum te creatorem mirificum, atque ordinatore rerum omnium,
sed non inde intentus esse incipio; aliud est cito surgere, aliud est non cadere» (Conf. l. 10. c.
35).
FR. H. P. A. S. F.
(Continuará)
❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉❉
EL P. JUAN MIR
1
(A MODO DE PRÓLOGO)
Señor Don Enrique Bayerri.
Tortosa.
Señor y amigo mío: Ha tenido usted por bien que prologue su obra biobibliográfica acerca del M. R. P. Juan Mir, y ha insistido con apretadas instancias a fin de que mis ocupaciones
premiosísimas cedan un vagar a la que requiere ésta de escribir unas cuartillas en obsequio de
su biografiado. Paréceme que esta carta, a modo de Prólogo, es punto menos que inútil y
además desafortunada; lo uno porque, teniendo usted aptitudes para presentar al P. Mir como
es razón, y presumo lo presentará, y habiéndolo estudiado a él personalmente de cerca, y con
espacio también sus obras literarias, por ventura el trabajo de usted llegará en erudición y
buen criterio a donde toca la perfección de lo humano; y lo otro, porque, como dice muy bien
su querido maestro el P. Mir en el prefacio de una de sus obras, «harto sabido es cuán poco
afortunados suelen ser los Prólogos de los libros, porque la curiosidad de ver luego lo contenido
1
En Barcelona está imprimiéndose una obra biobibliográfica acerca del R. P. Juan Mir y Noguera, S. J., prologada por el R. P. Fabo, en cuanto a la parte literaria, prólogo que ahora publicamos, y redactado en forma
de carta abierta a D. Enrique Bayerri, autor de la obra, y a la vez prologada por el Excmo. Sr. Cardenal Almaraz, Arzobispo de Sevilla, en cuanto a la parte apologética. Al final de la obra habrá algo así como una
corona fánebre con elogios de eminentes personalidades y con testimonios de varios periódicos y revistas.
432
en el discurso de la obra, niégase impaciente a parar los ojos en las prevenciones preliminares,
por dignas que sean de saberse». Y en último lugar, porque, prologando el Emmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Sevilla las obras de Mir, en lo que tienen de apologética, no soy digno de
aparecer a su lado como prologuista literario.
Por eso también no acometo el trabajo de escudriñar la entraña de sus obras, ni quiero pasar y repasar la sección crítica de revistas y periódicos, que de ellas trataron, para documentarme, como hoy se dice, o documentar mis afirmaciones, sino seré breve y somero, supuesto
que me contento con vaciar, salgan como salieren, las impresiones personales, personalísimas,
recibidas, y que conservo en los rincones de la memoria, según iban publicándose sus en el
discurso de los años.
Fue ante todo el ilustre jesuita uno de los amadores más fervorosos de la Iengua castellana, en cuanto que ésta representa la grandeza de una nación, tanto más gloriosa cuanto más
católica, madre de ingenios excelsísimos, que vistieron los arreos del doctor, del guerrero y
del Santo, y difundieron su lengua, armoniosa y rica, por veinte naciones, en las cuales más de
ochenta millones de personas pueden cantar un himno a la civilización que comience con la
palabra Dios y acabe con la palabra España. La religión y el patriotismo fueron los ejes de
toda la labor literaria de Mir.
O, mejor dicho, hasta como literato obra a lo religioso y patriota, pues amó y defendió la
lengua de Castilla precisamente porque los mejores ingenios del clasicismo o pertenecieron a
los conventos o vistieron la sotana de sacerdote, y, si fueron seglares, tuvieron a gala practicar
el Evangelio; y también porque su amor a la Patria llévalo a querer cerrar a cal y canto las
puertas a toda invasión extranjera, y a arrancar cualquier brote que no demuestre vivir con
jugo legítimo de españolismo.
Consideró que se torcían las corrientes de la tradición, que se dejaban en olvido las joyas
del buen decir empleadas en púlpitos y aulas de conventos, que se postergaban escritos de
religiosos con notoria injusticia; y al mismo tiempo vio que «la nación que enseñó su lengua a
casi todas las naciones del mundo, ha perdido hoy casi por entero el habla, que ya no hace
sino cotorrear ridículamente,
433
sin apenas proferir voz que no sea propiedad de extranjeros idiomas», y ocurrió el sabio jesuita a remediar tanta necesidad con escogidos depósitos de riquezas olvidadas, para que nuestra
lengua del siglo XX dejara de ser «algarabía de galicismos y barbarismos».
Nótase lo primero en toda su actuación literaria un esfuerzo de trabajo capaz de abrumar
a una comisión plural de sabios, mucho más a uno como el P. Mir que con la diestra buscaba
los materiales y con la otra mano construía páginas de diversas disciplinas, que no entran precisamente en la denominación de literarias; como son Manual de la madre de familia, Vida de
Juan Berchmans, El Milagro, La Religión, La Inmaculada Concepción, La Creación y La
Profecía.
Mir exploró y explotó los tesoros de la lengua no precisamente en la desdichada Biblioteca de Escritores de Ribadeneira, sino en las primeras ediciones de las obras clásicas muchas
veces, tomando acá y acullá voces, giros, construcciones y régimenes no traídos por ninguno
de los modernos escritores, sin que osemos negar que se aprovechó no poco de los que le antecedieron en esta labor depuratoria como BaraIt, Salvá, Cortejón, Cuervo y Capmany, que
tienen muchísimo de aprovechable. E introduciendo en el caudal de la lengua inflexiones no
usadas, figuras de dicción, de pensamiento, modos de construcción y régimen varios, y acepciones que no corren hoy en día, acredita a nuestra lengua de más fecunda que la de los griegos, más elegante que la latina, más original y libre que la árabe, no tan rica como la alemana,
pero mucho más dulce y armoniosa.
En Rebusco de voces castizas trae, verbigracia, unas 150 voces nuevas formadas con la
partícula des antepuesta, no autorizadas por el Diccionario vulgar de la Academia y sin movimiento en la pluma de los actuales escritores. Pues ¿qué decir de las palabras que cita como
formadas con subfijos y afijos, de uso común en nuestros clásicos del siglo XVI y XVII? En
la misma obra regístranse más de mil voces que no se contienen en la obra favorita de Cervantes.
Relativamente a modismos, lenguaje casero, locuciones y elipsis populares muy enérgicas, vivas y donairosas, lo que trae es verdaderamente asombroso por lo rico y original, y así,
si llamo a Mir
434
«bibliopirata, ganzúa de papeles, Argel de bibliotecas», me diría Estébanez que a él puede
referirse cuanto de otros afirmó en sus versos. ¡Qué cúmulo de autores alega en Prontuario de
hispanismo y barbarismo! ¡Qué de citas y lugares tan propios y llenos de hermosura! Pues en
sus Frases de autores clásicos y españoles, ¡cuántos ejemplos tan jugosos y llenos de matices,
como injustamente retirados del curso corriente de la Prensa de hogaño! Creo que es Capmany quien en la Filosofía de la elocuencia atestigua que la mitad de la lengua castellana está
enterrada, y vino este benemérito jesuita a manifestarlo con hechos y a afear a Gayangos,
Ticknor, Amador de los Ríos, Pedro de Alcántara García, Revilla y otros historiadores de la
literatura, demostrándoles que cercenaron a la realidad multitud de obras citables y provechosísimas.
Y no se contenta con descubrir a lo claro lugares cortos que den peso a sus afirmaciones,
sino que, al final de Frases, escoge, aunque no siempre con acierto, Dechados de estilo clásico, para aficionar más y más al estudio e imitación del clasicismo. Con todo lo cual, aunque
no lo dice de plano, nos revela el concepto que tenía de la literatura, no como sistema completo de ciencia, sino como vehículo de intercambio intelectual de los pueblos hispanoamericanos que se hermanan y conviven por el idioma. No quiso Mir ser filólogo, ni divagó
en disquisiciones etimológicas, ni ahondó en el desarrollo histórico de la lengua, sino que
espigó en el campo de la lexicografía, y metió en las trojes de Castilla los áureos granos de
nuestro patrimonio idiomatico, desperdigado a impulso de vientos extranjeros. Su idea madre
anda expresada así: «La lengua castellana debe ser independiente de otra cualquiera, en tanto
grado, que todo linaje de atropello o desmán contra su legítima independencia ha de estimarse verdadero barbarismo».
Tiene sobrada razón. Y los fundamentos que la abonan condénsalos en un periodo, que,
no porque contenga ideas repetidas en varias de sus obras, y cosas redichas por todo el que se
precie de español, y piense y escriba en español, deja de ser valiente y sustancioso... «La oratoria —dice él— halla en nuestro romance energía en persuadir, vehemencia en reprender,
artificio en deleitar, gracia en aconsejar; la historia, grandeza en el describir, facilidad en el
narrar,
435
facundia en las sentencias, soltura en los discursos; la poesía, sonoridad, tersura, cadencia,
número para todo linaje de versos; la filosofía, destreza en vestir conceptos abstractos con
elegantes formas, figuras con que alegorizar ideas muy delicadas de los sacrosantos misterios;
la ciencia natural, traza para acudir a los resortes de natura con matices de colores retóricos,
aunque ha menester el auxilio de voces técnicas; el derecho, términos corteses para explicar
abstrusas nociones; la sagrada teología, vocablos idóneos con que levantarse soberanamente,
sin tropiezo, a los más altos misterios de la fe, muy a propósito para cantar las divinas alabanzas, en prosa o en verso, con tanto espíritu, que parece venido del cielo a celebrar lo más
acendrado de la religión.
Pues campo tan fértil, vestido de lo más hermoso que encierran los floridos vergeles, tan
lleno de todo lo bueno que cualquiera otro puede ostentar, ¿por qué nos le han de revolver
hasta convertirle en erial de malezas? ¿Por qué han de trocarle en forma de bosque silvestre?
¿Por qué han de hacer prueba en él de diferentes flores, que no son de su natío, antes se nos
convierten en veneno? ¿Por qué han de apocar la gallardía de lo precioso por sembrarnos la
mengua de lo vil, trocándonos así la dicha?»
Pero no se crea que Mir se nos mostró solamente como una hormiga del idioma almacenando las resultas de su laboriosidad en montones que nadie aprovecha. Practicó lo que predicó. Con su opulencia de voces y giros antiguos, con sus expresiones de habla casera, con
sus rebuscos en los sermonarios del siglo XVII, tan realistas y libres en muchas ocasiones, y a
veces tan levantados y augustos, el erudito religioso escribió páginas muy valiosas en que se
mezclan galanamente los primores solariegos con la finura de los estilistas modernos, dejando
siempre que predomine el sabor de casta, que tan gustosos y sabrosos deja los términos y los
periodos.
Arcaísta es Mir siempre, muchas veces buen estilista, y no pocas revesado y seco, de
donde resulta un conjunto artificioso y desigual, porque al lado de cláusulas armoniosas y de
tornasoles muy delicados, coloca párrafos que parecen compuestos con pinzas. Aquí la célebre frase de Fray Luis de Granada: Hay páginas que parecen «ropa remendada de diversos
pedazos».
436
De aquí que, si evita la erudición indigesta que los antiguos derrochaban a rodo, y si decora imágenes con ornamentación artística, y si arrumba las comparaciones ridículas, los tropos despintados, las digresiones y paréntesis minuciosos; en suma, si sabe ser pulcro, elegante, sonoro y espontáneo, déjase influir con frecuencia de los ejemplares que maneja, y nos
presenta páginas arrugadas, desiguales, angulosas, dormilonas, con frases figuradas que, fuera
de ser de invención ajena, no merecen por sí los honores de la selección. Colmado y múltiple
en locuciones y sintaxis, pero defectuoso en el estilo.
Un examen a flor de página nos da por resultado que emplea las partículas y preposiciones muy bien regidas; moderado en el empleo de los verbos tener, ser, hacer, no los repite en
una misma cláusula por larga que sea; aliña y ordena con primor los incisos y las expresiones
adverbiales; encadena suavemente y con vario colorido los pensamientos; es sobrísimo en los
adjetivos y epítetos; no recarga el concepto con sinónimos; pero en medio de su opulencia y
fastuosidad, y quizás por dárselas de rico, fastidia.
Y ya que hablamos de estilo, vamos a recordar a su hermano Mir, aquel desgraciado que
vendió la primogenitura de jesuita por un plato de lentejas académicas; aquel que, con alas de
mariposa, libó en el cáliz de las flores teresianas, para convertirse después en el escarabajo de
la Compañía de Jesús; aquél que escribió con pulcritud de forma y pureza de fondo la Pasión
de Nuestro Señor Jesucristo, aunque de inferior manera que el P. La Palma, y después fue
verdugo de su propia judesca alevosía. ¡Dios le haya perdonado! Los dos hermanos fueron
literatos, los dos jesuitas, los dos colaboraron en la reformación de nuestro léxico; Miguel fue
castizo y arcaico, pero más elegante, artista y uniforme que Juan; Juan fue a la vez que más
religioso, más rico en la elocución que su hermano; claudicó Miguel como jesuita, pero Juan
le tendió un lazo literario, una cadena hecha con papeletas, para impedir se derrumbase por
los precipicios de la soberbia que le sugería al oído la afirmación de que su estilo aparecía
más primoroso y atildado que el de los clásicos antiguos, y que, si alguno, entre los contemporáneos, lo aventajaba en abundancia y pureza de voces y regímenes era su hermano Juan.
437
Pasa como idea muy generalizada que el autor de Rebusco, Prontuario y de Frases arcaíza demasiado. ¿Demasiado? Si tiene entre sus cánones la Real Academia dar por bueno lo que
se frecuentare desde los Reyes Católicos hasta hoy, a fe que Juan Mir no llega al extremo de
rebuscar palabras fosilizadas como «mgüer», «otrosí», «agora», aunque resucite verbos y voces que, teniendo algún matiz provechoso de significado, se apartaron por entero del uso
común y queden en los libros de los clásicos como recuerdo arqueológico de la lengua. No
quiero defender sus opiniones a este respecto, porque en varias cosas no son defendibles; empero desdeñar muchas, muchísimas, adquisiciones suyas, por anticuadas y vanas, tampoco me
parece cordura.
De todas suertes, preferible es ahogar por lo solariego antes que por lo advenedizo. Mir, a
fuer de español de legítimo jugo, dolíase al ver cómo muchos degeneraban de su alcurnia castellana descastándose, y se iban privados y como alelados detrás de todo lo gabacho y británico, por sin provecho y aun ridículo que fuese para el desarrollo de nuestra lengua. No puedo
explicarme que los que arquean «las cejas censoriales» contra sus antiguallas sonrían con sonrisa de ninfos ante los mercaderes de la galiparla que negocian con los de allende los Pirineos.
Para contrarrestar la influencia de tantos y tantos diccionarios de la lengua, copias de copias,
que buscan logro de librería solamente, escribió Mir; así como fue laborioso colaborador de la
Academia, la cual en la edición postrera de su Diccionario vulgar, aprovechó no pocas enmiendas por él advertidas.
El Diccionario de Autoridades de dicha Corporación, obra de seis volúmenes, que no ha
llegado a reeditarse, porque hay pocos Mires que racimen en los viñedos de nuestros mayores,
tiene en estas obras un depósito muy precioso de sentencias y lugares que puntualizan la derivación de muchos elementos idiomáticos de la antigüedad.
Cientos de libros cita Mir que el Diccionario de Autoridades no alega, y por eso muchas
de las dos mil palabras que se estudian en el Prontuario y otras contenidas en el Rebusco y en
Frases figurarán en la segunda edición del Diccionario. A esto se encamina tanto esfuerzo.
Que si en ocasiones dirige a la Academia algunas
438
frases que tiran a destempladas, el celo por la riqueza del idioma se las inspira, que no rastrera
pasión. Siempre será cierto lo que él dice, conviene a saber: «que la Real Academia Española,
merecedora de acatamiento por muchos títulos, no es la maestra del lenguaje sino en cuanto
interpreta y conserva las enseñanzas de los clásicos». Y todos debemos contribuir a ello, para
que así como en el Diccionario de Autoridades «grandioso monumento… gozan nuevos aires
de vida gran parte de las palabras y frases del siglo de oro», de la misma manera salgan a la
luz con superiorísima perfección los léxicos y gramáticas de la que es y debe ser primera autoridad en esta disciplina.
No tardará mucho en imprimirse un volumen de cierto académico, cuyo nombre sé y me
callo, que contendrá cerca de dos mil voces no recibidas aún en el Diccionario y no traídas
por Mir ni por otros que a este linaje de estudios se dedican. ¿Arcaísmos vituperables también? No lo creo.
FR. P. FABO DEL CORAZÓN DE MARÍA
(Continuará)
NECROLOGÍA
†
En nuestro Colegio de Monteagudo, falleció el día 13 de Julio, el Novicio de Coro Fr.
Jesús Monasterio de Santa Rita, después de recibir los Santos Sacramentos y la profesión in
articulo mortis.
Descanse en paz.
TIP. DE SANTA RITA. – MONACHIL
Año X
Septiembre de 1919
BOLETÍN
DE LA
Núm. 111
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
de la Orden de Agustinos Recoletos
SECCIÓN CANÓNICA
De la reservación de casos en general
(Continuación)
PARTE SEGUNDA
DE LOS RESERVADOS EN LAS DIÓCESIS DE ESPAÑA
440
11. Delegaciones.- En cuanto a las delegaciones generales que los Ordinarios reservantes
conceden para absolver de los nuevos reservados, hay que notar que tuvieron en cuenta la
Instrucción del Santo Oficio Cum experientia, que ha quedado algo modificada
441
al pasar su contenido a la legislacón del nuevo Código. No es, pues, extraño que entonces
concedieran facultad delegada al canónigo Penitenciario, puesto que expresamente lo prescribía el Santo Oficio, ya que sin ella, en la antigua disciplina, no podía absolver de los reservados episcopales, facultad que ahora resulta innecesaria por conceder el nuevo Código al
Penitenciario, tanto de las Catedrales como de las Colegiatas, potestad ordinaria para absolver de dichos reservados (can. 401, § 1; 899, § 2).
También algunos expresamente conceden facultad delegada al Vicario general, designado
en algunas diócesis con el nombre de Provisor, quien, aun en la disciplina anterior al Código,
parecía lo más probable que la obtenía a iure vi officii. El Código parece suponerlo al enumerar entre los Ordinariovs al Vicario general (can. 198, § 1), y decir que vi officii le compete la
jurisdicción en lo espiritual y temporal que corresponde al Obispo iure ordinario, exceptuado
lo que el Obispo expresamente se reserve y aquello para lo que el derecho requiere mandato
especial (can. 368, § 1). Parece confirmarse esta aserción si se tiene en cuenta que, al tratar de
los casos reservados, no menciona el Código al Vicario general entre los que han de obtener
facultad para absolver, siendo así que al canónigo Penitenciario expresamente le confiere potestad ordinaria, y a los vicarios foráneos delegada habitual por comisión del Obispo, y no es
creíble que, concediéndole el Código toda la potestad in spiritualibus que compete al Obispo
iure ordinario, si con estas palabras no pensaba comunicarle potestad para absolver de los
reservados sinodales, le hubiese omitido, posponiéndole en esta materia a los mismos vicarios
foráneos.
Delegaciones personales.- Revocación de las licencias antiguas.- Revocan de un modo
general todas las facultades concedidas antes de la promulgación de los nuevos reservados los
Ordinarios de las siguientes diócesis: Almería, Huesca, Pamplona, Solsona, Toledo y Vich.
Los de Plasencia y Valladolid parecen indicar lo mismo al decir, respectivamente: «Gustosos
además concederemos facultad de absolver de los reservados a los sacerdotes que, dedicándose al minislerio de la confesión, solicitaren aquélla le nuetra Autoridad». «Las delegaciones
personales que
442
habitualmente tuviésemos a bien otorgar a sacerdotes determinados que por su virtud, ciencia,
prudencia, celo por la salvación de las almas y méritos nos fueren singularmente aceptos,
habrán de ser concedidas por escrito e incluidas en las licencias ministeriales de que disfruten
en esta diócesis». Habiendo enumerado particularmente a todos aquellos a quienes concedían
facultades por razón del cargo o reales, al hablar de las personales se limitan a anunciar que
las concederán a los que, mereciéndolo, las pidan.
Otros, como los de Astorga, Badajoz, Calahorra, Segorbe, Tenerife, Teruel, Tortosa y
Tuy, nada dicen de las facultades personales concedidas anteriormente, y sí sólo expresan los
cargos a cuyos poseedores pro tempore comunican las facultades correspondientes. De ahí no
parece seguirse que cesen las licencias de aquellos que las tenían, no por razón del cargo, sino
de la persona, antes bien, parece desprenderse lo contrario, ya que se limitan a ordenar lo concerniente a las licencias reales, dejando sin modificación las personales. Por eso muy bien
dice el Obispo de Cuenca: «No hay para qué advertir que los señores que en esta diócesis
tienen concedida la facultad de absolver de reservados pueden continuar en el uso de la misma». Por lo demás, el hecho de cambiar los reservados no implica la cesación de las facultades concedidas para absolver de los anteriores, ya que al conceder las licencias no se mira
tanto a si son tales o cuáles reservados, cuanto a que son reservados; por lo tanto, al cambiarse
o todos o parte de ellos, si expresamente no se dice lo contrario, se entiende que prosiguen las
anteriores facultades, cuya tendencia parece ser la de «absolver de los reservados que existan
en la diócesis». De la misma manera que aquellos que tengan facultad de absolver de reservados papales, si se establece alguno o algunos nuevos o se modifican los antiguos, no necesitan
nuevo privilegio para absolver de los nuevos o modificados, mientras queden éstos en la caegoría de los comprendidos en las facultades anteriores.
Más explícitos son los Obispos de las diócesis de Barcelona, Cartagena, Cuenca, Jaca,
León, Madrid-Alcalá, Málaga, Salamanca, Segocia, Sevilla, Taraoria, Tarragona, Urgel, Valencia y Vitoria. Todos ellos expresamente renuevan las facultades
443
a los que las poseían anteriormente, con la sola advertencia, por parre de los Ordinarios de
Salamanca y Urgel, que esta renovación de facultades sólo se extiende a los que las tenían
concedidas por escrito.
DELEGACIONES REALES.- Para mayor claridad, trataremos de estas delegaciones por grupos, según los cargos u ocupaciones, aun transitorias, a los cuales adjudican facultades para
absolver de los reservados de la diócesis.
1.º Cabildo.- Facultan para absolver de reservados sinodales a todos los capitulares los
Ordinarios de AImería, Astorga, Badajoz, Barcelona, Cartagena, Cuenca,
Huesca, León, (en ésta también a todos los capitulares de la Real Colegiata de
San Isidro), Madrid-Alcalá (también a los capitulares de la Magistral Colegiata de Alcalá de Henares), Plasencia, Segorbe, Sevilla (también a los de la Insigne Colegiata de Jerez de la Frontera), Solsona, Tarragona, Tenerife (también a los beneficiados de la Catedral), Toledo, Tortosa, Tuy, Valencia, Vich y
Vitoria.
En la diócesis de Jaca no se especifican las delegaciones reales respecto a los nuevos reservados, sino que de un modo general se dice: «Como (estos casos) ya
hasta ahora lo fueron (reservados) en la diócesis, continúan las facultades concedidas para absolverlos». Otro tanto parece que debe entenderse de la diócesis
de Teruel, ya que no se hace ninguna referencia a las facultades para absolver
de reservados.
En la diócesis de Málaga se concede además al canónigo Penitenciario facultad
para subdelegar, de la cual podrá usar aun después del Código, puesto que,
aunque éste al darle potestad ordinaria para absolver de reservados episcopales
expresamente advierte que no la puede delegar, se ha de entender en virtud de
la concesión que le hace el derecho, no para el caso en que el Obispo expresamente le conceda tal facultad.
2.º Arciprestes.- En todas las diócesis, conforme a lo establecido en la Instrucción del
Santo Oficio y ahora en el Código, se conceden facultades a los arciprestes o
vicarios foráneos, y en la mayor parte juntamente se les confiere la potestad de
subdelegar
444
en casos particulares a los sacerdotes de su vicariato. De la potestad de subdelegar hacen caso omiso los Obispos de Sevilla, Solsona, Tarragona, Vich y Vitoria, con todo, no es creíble que en estas diócesis carezcan los arciprestes de
esta potestad, que expresamente tanto la Instrucción del Santo Oficio como el
Código encargan se les comunique para bien de las almas; quizá por inadvertencia o por suponerles ya facultados dejó de expresarse en los correspondientes Boletines.
A los tenientes-arciprestes conceden las mismas facultades que a los arciprestes,
incluso la subdelegación, cuando suplan al arcipreste en sus funciones, los Ordinarios de Cartagena, León, Málaga, Salamanca, Segovia y Valladolid.
3.º Párrocos.- Conceden facultades a los párrocos de la capital los Ordinarios de Barcelona, Madrid-Alcalá (también a los coadjutores), Vich y Valencia (en esta
diócesis se les concede además facultades de subdelegar). A los párrocos y
demás que estén al frente de parroquias de término en Vich y Vitoria. A todos
los párrocos, ecónomos y regentes de parroquias en Madrid Alcalá (a los de
fuera de la capital sólo dentro de sus parroquias y se extienden a los coadjutores), Tenerife y Segorbe (en ésta también a los coadjutores de anejo).
4.º Otros cargos.- Obtienen facultades por su cargo: el Abad de la Universidad de
párrocos de Sevilla; los Rectores de ambos Seminarios en León; y todos los
Profesores del Seminario en Calahorra y Tenerife y todos los que tengan grado
mayor en Sagrada Teología o Derecho canónico en Segorbe; los Examinadores
Prosinodales y los Examinadores para prórrogas de licencias y órdenes en Calahorra.
5.º Por razón del cumplimiento pascual.- Todos los sacerdotes aprobados pueden absolver de reservados episcopales durante el tiempo útil para el cumplimiento
pascual en Barcelona, Calahorra, Huesca, Madrid-AIcalá, Sevilla, Tortosa y
Toledo. En Urgel durante ese tiempo se faculta a los coadjutores de anejo.
Según la Instrucción del Santo Oficio y el Código, en ese tiempo sólo quedan
facultados por el mismo derecho los párrocos y los que el mismo derecho considera como tales (can. 899, § 2).
445
6.º En tiempo de misión.- Todos los sacerdotes (supuestas las licencias ordinarias) que
ayuden a los Misioneros a oír confesiones durante los días de misión podrán
absolver de los reservados diocesanos en León, Madrid-Alcalá, Segorbe y Tortosa. En Sevilla parece ampliarse la facultad con estas palabras: «En época de
Misiones a todos los confesores aprobados en la diócesis», por las cuales parecen comprenderse no solamente aquellos que en Misiones particulares ayudan
a los Misioneros a oír confesiones en los pueblos o en las iglesias donde se
dan, mas aun a todos los que en la ciudad, si en la ciudad se dan misiones en
varias iglesias, oyen confesiones, aunque no lo hagan en aquellas iglesias ni en
orden a prestar ayuda a los Misioneros.
7.º Superiores religiosos.- Se conceden facultades a los Superiores locales de Órdenes
y Congregaciones religiosas en Astorga, Plasencia y Segorbe (en esta última
sólo se mencionan las Órdenes religiosas). A los Superiores provinciales y locales de Órdenes y Congregaciones religiosas en Barcelona, Cartagena, Huesca, León, Madrid-Alcalá, Tenerife, Toledo, Tortosa, Urgel, Valencia, Vich y
Vitoria. En Almería sólo se mencionan los Superiores provinciales y locales de
Dominicos y Jesuitas. A los Superiores de cusas religiosas en general (por
conguiente, parecen comprenderse también los Provinciales, ya que en todas
las casas religiosas de su Provincia ejercen verdadera jurisdicción, aunque no
son Superiores locales), en Cuenca, Segovia, Sevilla, Solsona, Tarragona y
Tuy.
No expresan a los Superiores religiosos entre los facultados habitualmente por
razón de su cargo los Ordinarios de Badajoz, Jaca (?), Málaga, Pamplona, Salamanca, Tarazona, Teruel (?) y Valladolid.
Otorgan además a los Superiores mencionados facultad de subdelegar los Ordinarios de León, Segorbe, Tenerife, Tortosa, Urgel y Valencia.
Entienden también por Superiores, para los efectos de as facultades que otorgan a
los que hagan las veces de ellos en sus ausencias o cuando estén de otra manera impedidos, los Ordinarios de Astorga, Cartagena y León. En las demás diócesis donde se
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conceden facultades a los Superiores religiosos, parece que se puede también
interpretar la concesión en este sentido, ya que se mira más al cargo que a la
persona; y el que hace las veces del Superior ejerce también el cargo, aunque
temporalmente.
12. Condiciones requeridas en el delincuente para incurrir en la reservación.- Nada se
dice en la mayor parte de los Boletines sobre la edad requerida para considerar al delincuente
comprendido en la reservación; sin embargo, como en algunas diócesis estaba ya antes determinado este punto dudoso, creemos que en el mismo sentido sigue vigente hoy lo allí prescrito. Así, por ejemplo, en el Concilio provincial de Zaragoza, celebrado en 1908, en el tít. II,
cap. V se establece: «Iuxta vigentem disciplinam, ut peccatum aliquod reservelur, aliquae
requiruntur conditiones: 1.ª, nempe ut peccatum fuerit patratum generatim loquendo post
adeptam pubertatem, quae pro masculis ad decimum quarturn suae aetatis annum statuitur,
pro feminis ad duodecimum. Peccata ante hanc aetatem patrata non subiiciuntur reservationi,
et absolvi possunt a quocumque simplici confessario, etsi forte eorum confessio postea fiat».
También en la diócesis de Madrid-Alcalá, en el Sínodo diocesano celebrado en 1909, se
prescribe en el tít. III, const. XIV: «Mirando asimismo al provecho y edificación de las almas,
es nuestra voluntad que cualquier simple confesor pueda absolver de dichos pecados… 5.º, a
los niños que cometieron el pecado antes de cumplir catorce años». Esta condición se requiere también en la reciente circular de los nuevos casos reservados.
Sobre el conocimiento que se requiere de la reservación para incurrir en ella, se declara
expresamente en las diócesis de Huesca, Madrid-Alcalá, Segovia, Tarazona, Toledo y Urgel
que la ignorancia de la reservación excusa y exime de incurrir en ella; prescribiéndose al
mismo tiempo que los confesores cuiden de instruir al penitente de manera que no pueda alegarla en lo sucesivo.
En las demás diócesis donde el reservante no ha hecho esta declaración, por razón de la
probabilidad de la sentencia favorable, prácticamente se puede también considerar como exentos de la reservación
447
a los que la ignoran, según expusimos ya en este comentario.
Por declaración expresa del reservante en la diócesis de Madrid-Alcalá, cesa la reservación: 1.º para los que hagan confesión general o de más de cinco años; 2.º para los que estén
recluidos en cárceles, presidios, asilos, hospicios y hospitales, ampliándose de esta suerte la
concesión hecha en el can. 900, 1.º, donde se exime de la reservación a los enfermos, que no
pueden salir de casa.
(Continuará)
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DE APICULTURA SACRA
(Continuación)
I. Apes habent regem, seu Praelatum.- Primo suum habent Apes Praelatum, seu regem,
cui omnes obediunt.
Illum admirantur, et omnes
Circumstant fremitu denso, stipantque frequentes,
Et saepe attolunt humeris.
(Virg. Georg., 1, 4)
Quae sane pracipui et magni obequii partes sunt, et obsrvantiae cultusque non vulgaris
signa. Debent haec omnia subditi suis Praelatis non uno nomine. Narn honorandos Superiores
omni reverentiae genere, et plus quam alios, est auctoritas sanctae Scripturae, incitat eo legate
debitum, impellil spirituatis paternitas. Quae duo postrema Doctor Angelicus in Superiore
agnoscit, in quo multas considerat excellentias et dignitates, tum quod Deum, cujus vices gerit, referat; tum quod principium sit eorum qui gubernantur, in qua gubernatione continetur
educatio, disciplina, et alia multa paternae curae simillima: tum quod per virtutes, scientiam,
prudentiam, redditus sit idoneus ad illum dignitatis statum, tum etiam quod supra alios potestatem habeat. Ut de interiori honore et reverentia Praelatis debita nihil modo dicam, actas externi in Religiosis Ordinibus varii sunt, et sui proprii ritus. Quidam genuflectunt; quidam in
terram usque dimittunt; alii caput sive tectum sive nudatum (quod magis decet) inclinant, corporis truncum inflectunt alii: nonnulli brachia decussant ante pectus, cam capitis inclinatione:
alii denique honoris et reverentiae gratiâ pileo caput adaperiunt. Illud
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vero quod Apes regem suuum saepe attollant humeris, seu ut Plinius ait, «fessum humeris
sublevant, validius fatigatum ex toto portant» (Lib. 11, e. 17), quid aliud est, quam subjectos
ita in Praelatum affici debere, ut si quid ille humani patiatur, si quos defectus habeat, tolerandum esse, ferendum, portandum patientissime?
II. Regulae Apum.- Secundo, omnes Religiones suis Regulis et Constitutionibus gubernantur, quibus obedire necessarium est.
Apes quoque quasi Religiosae,
Magnis agitant sub legibus aevum.
(Virgil. Ibid.)
Quas Sanctus Basilius leges naturae, Institutaque litteris non mandata appellat (Homil. 8,
in Exae.).
III. Communis vita.- Tertio, ut Regulares fere omnes, omnes in communi vivunt, unde ex
«communione consortii», teste Cassiano (Coll. 18, c. 5) «cenobitae celleaque ac diversoria
eorum Cenobia vocantur»; (nam Graecis koino¿ß est «communis», et bi¿oß «vita») ita
etiam communem Apum vitam et societatem celebrant scriptores, Plinius (Lib. 11, c. 5).
«Nihil movere nisi commune», Sanctus Basilius (Ubi supra) de Apibus loquens: «Communis
est habitatio, commuis volatus, una omnium actio». Theodoretus (Orat. 5) «Nec quidquam
apud illas privatum est, aut proprium, sed communis Apum thesaurus, et indivisa earum possesio». Omnium vero uberrime Sanctus Ambrosius (Lib. 5, Hex. c. 21): «Apes solae in omni
genere animantium communem omnibus sobolem habent, unam omnes incolunt mansionem,
in commune omnibus labor, communis cibus, communis operatio, communis usus et fructus
est, communis volatus».
IV. Apum genera duo, seu majores et minores.- Quarto, pleraeque Religiones ita institutae sunt, ut duplex hominum genus complectantur. Horum unus sacris Ordinibus initiatum,
studiis sacrarum litterarum, orationi, contemplationi, praedicationi Verbi Dei, et Sacramentorum administrationi deditum, ea quae ad has functiones necessaria sunt, in coenobio inter privatos cellulae parietes residens praeparat. Alterum vero genus est fratrum laicorum communibus operibus et clericorum necessitatibus occupatum, quare frequenter exire, et cum saecularibus agere coguntur. Idem omnino in Apibus cernere est, quae in duplici quoque sunt differentia. Aliae enim
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sunt majores, quae favos construunt et mel conficiunt: aliae minores, quae cibum tantum et
aquam comportant, aliaque necessaria atque utilia opera praestant. Quod eleganter summus
Poëta expressit (Georg. 4):
Grandaevis oppida curae,
Et munire favos, et Daedala fingere tecta.
Ac fessse multa refetunt se nocte minores
Crura tymo plenae.
De hoc Apum more, quo seniores intus, juniores foris operantur, ita etiam Philosophus:
«Apum seniores intus operantur, hirsutaeque sunt, quia intus semper manent: adolescentes
foris negotium exercent, et necessaria comportant, suntque leviores» (Aris. l. 9. Hist. anim.).
V. Officia varia ut in Coenobiis.- Quinto, ut in coenobiis varia sunt officia ad communem
totius conventus utilitatem constituta; ita et Apes varias habent functiones, quibus quasi monastica munia obire videntur. Iterum mihi Maro in mente:
Namque aliae victu invigilant, et foedere pacto
Exercentur agris.
Haec videlicet Oeconomorum, et Procuratorum, aut dispensatorum loco sunt. En jam architectos et operum magistros:
Pars intra septam domorum
Narcissi lacrymam, et lentum de cortice gluten
Prima favis ponunt fundamina, deinde tenaces
Suspendunt ceras.
Habent et suas quasi magistras novitiarum, quae juniorum educationem curant:
Aliae spem gentis adultos
Educunt foetus: aliae purissima mella
Stipant, et liquido distendunt nectare cellas.
Sunt hae postremae communes operariae, quibus ne quid ad omnem monasticae politiae
desit, etiam portarias et atrienses adjungit, quarum munus et varium officium explicat poëta;
subjungens:
Sunt quibus ad portas cedidit custodia sorti,
Inque vicem speculantur aquas et nubila coeli,
Aut onera accipiunt venientium, aut agmine facto
Iguavum fucos pecus a praesepibus arcent.
Sed haec de similitudine aliqua reipublicae Religiosorum et Apum.
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VI. Apum virtutes Religiosis commendatas.- Nunc earundem virtutes, si vocare sic liceat,
videamus, atque ex iis aliquid fingendis ad sanctitatem animis eliciamus. Nam silentio vix
premi possunt, cum et gentilis philosophus aegre ferat homines rationis compotes eam imitationem in postremis habere. «Pudeat», inquit, «ab exiguis animalibus non trahere mores»
(Sen. De clem. l. 1. cap. 19). Sed Seneca major et vetustior Haebreorum Sapiens Apem discipuli adolescentis magistram esse jussit, cum diceret: «Vade ad Apem, et disce quomodo operaria est» (Prov. 6. juxt. LXX). Basilius habet: «Quomodo sapiens operatrix est».
Humilitas.- Prima igitur Apum virtus est humilitas, quae religiosarum virtutum fundamentum est, et auctore sancto Ambrosio (De Virgin. circ. fin.) ab Apibus disci potest: ejus
verba subjicio: «Si munera divina superfluere in te, et redundare cognoveris, tuam metiri virtutem, gratiam Deo redde, contentionemque corporis, velut navis saburram suscipe, ne te in
tantis mundi fluctibus jactantiae alicujus aura circumferat. Apis illa sapiens cum aëris moris
suspectos habet, lapillis saepe sublatis per inania se vibrat nubila, ne leve alarum remedium
praecipitent flabra ventorum. Paulus et Barnabas putaverunt se gravari, cum cernerent se adorari. Et tu cave virgo illius Apiculae modo, ne alarum tuarum volatum aura mundi extollat».
Obedientia.- Jam obedientia Apum ore multorum celebrata est. Aegyptii sacerdotes populum obsequentissimum Regi suo significare si vellent. Apem faciebant, quae sola ex animalibus Regem more hominum habet, quem universum Apum agmen consectatur. «Mira plebei
circa eum» (regem) «obedientia», inquit Plinius (Lib. II, c. 17). Explicat divus Ambrosius:
(Lib. 5. Hex. c. 21). «Nulli sic regem, ne Persae quidem, qui gravissimas in subditos habent
leges; non Indi, non populus Sarmatarum, tanta quanta Apes reverentia devotionis observant,
ut nullae e domibus exire audeant, non in aliquos prodire pastus, ni rex primo fuerit egressus,
et volatus sibi vindicaverit principatum». Cum pluscula de laude Apum retulisset Aldhelmus
Episcopus, haec subjicit: (De laud. Virg. c. 2) «Quid enim in rerum visibilium videri valet
natura, quod tam ingenti studio actoris sui praecepto pareat, et regis imperium implere contendat? Ut merito propter intactae virginitatis
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typum, et spontaneum subjectionis famulatum, quo exemplum obedientiae mortaIibus praebet, prae caeteris creaturis nectareum conficiat edulium, et mulsae dulcedinis alimoniam flavescenti cerarum gurgustrio recordat».
Paupertas.- Sed nec alia religiosae professionis vota in Apibus desiderantur. Paupertatem
eatenus profiteri videntur, dum communionem rerum omnium habere scribuntur:
Solae communes natos, consortia tecta
Urbis habent…
Et patriam solae, et certos novêre penates:
Venturaeque hiemis memores, aestate laborem
Experiuntur, et in medium quaesita reponunt.
(Virg. Georg. 4)
Neque enim separatim vescuntur, ne inaequalitas operis aut cibi fiat et temporis, inquit
Plinius (Lib. II. c. 10).
Castitas et virginitas Apum.- De castitate vero res est omnium decantata. Apes esse virgines, et fecundae virginitatis typum. Ambrosius hic cumprimis audiendus: (Lib. I, de virgin.)
«Quam te velim, filia, imitatricem esse hujus Apiculae, cui cibus flos est, ore soboles legitur,
ore componitur». Alibi uberius: «Communis omnibus generalio, integritas quoque virginalis
communis omnibus, communis et partus. Quoniaru neque ullo concubitu miscentur, nec libidine resolvuntur, nec partus qualiuntur doloribus, et subito maximum filiorum examen emittunt, ex foliis, ex herbis, ore suo prolem suam legentes». Spirat utique Ambrosius Maronem,
qui hac de re ita venuste olim luserat:
Illum adeo piacuisse Apibus mirabere morem,
Quod nec concubitu indulgent, ne corpora segnes
In venerem solvunt, aut foetus nixibus edunt:
Verum ipsae foliis natos, et suavibus herbis
Ore legunt.
(Ut supra)
FR. HENRICUS PÉREZ A SACRA FAMILIA
(Continuará)
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ESTUDIOS APOLGÉTICOS
SOBRE EL
CRISTIANISMO
(Continuación)
Digo que la Religión impone deberes al hombre cuyo desprecio constituye la impiedad;
deberes fundados sobre las relaciones naturales y esencia!es que ligan al hombre con Dios: la
de ser causa primera, ncesaria y eterna; Supremo Legislador y Conservador; Padre amorosísimo y Bondad infinita. ¿Quién no comprende que de estos títulos se derivan los deberes religiosos, que por ellos debe rendir el hombre pleito homenaje de adoración, culto y amor? Adoración, como a su Supremo Creador; sumisión, como a su eterno Legislador; amor, como a
Suma Bondad, soberana inagotable fuente de todo bien. La Religión ha sido además considerada en todos tiempos y edades, países y lugares, como un deber necesario ligado a los supremos intereses del hombre, al bienestar de la familia, conservación de la sociedad, única y
primera base de todas las instituciones humanas. La historia atestigua también que la religión
ha sido considerada en todos los tiempos como una necesidad y una virtud; y la impiedad,
como un vicio nefando y execrable y hasta inconcebible. La Religión es el culto que la razón
enseña debemos tributar a Dios, de quien dependemos. Luego la Religión obliga en justicia.
En justicia debe el hombre rendir homenaje de culto a Dios, por ser su Creador. Ese culto es
lo que constituye la Religión. Luego por un deber de justicia debe el hombre ser religioso.
Dios tiene sobre nosotros derechos, luego el hombre tiene deberes. «Lo
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que es, pues, debido, dice Santo Tomás, no es un acto de generosidad, no es una obra de supererogación, sino un deber estricto de justicia; y entre los deberes del hombre, el primero, el
más principal y el más sagrado. Necesidad moral que el hombre tiene de cumplir los deberes
religiosos.
Nuestro entendimiento, por una tendencia natural y esencial en él, se lanza a la verdad
donde quiera que la encuentra, con la rapidez de una saeta disparada y el vehemente ímpetu
del peñasco que rueda hacia el abismo. La voluntad se precipita asimismo por una fuerza secreta, por un instinto natural a todo aquello que el entendimiento le propone como bueno y
allí, donde resplandece una huella de bondad criada, se postra reverente y extática y le rinde
homenaje de amor y pleitesía.
Ahora bien, ¿quién al contemplar esa esfera azul, inmensa, radiante y cristalina en cuyo
fondo brillan las estrellas como temblorosas perlas sembradas por el Supremo Hacedor, quien
con una mano cavó el abismo donde hierve y ruge el mar, revolviendo sus gigantes olas y con
otra levantó las elevadas montañas con sus cimas atrevidas, airosas e invencibles donde se
cierne la negra tempestad, donde flota como penacho de luz el súbito fulgor del meteoro,
donde retumba con horrísono estampido el pavoroso trueno? quién al mirar los azules horizontes bañados de luz, teñidos por los arreboles le la tarde? quién al contemplar esas enormes
masas de materia cósmica como una faja de luz que ciñe la corona del globo terráqueo que se
llama firmamento, y esas ráfagas luminosas sutilísimas y aéreas que describen con rapidez
vertiginosa inconmensurables elipses y ese globo incandescente que rasga los purpúreos celajes de la aurora y arrastra en pos de ese deslumbrador cortejo de planetas, satélites y cometas,
siguiendo su curso inalterable sujeto a reglas fijas y constantes, con orden asombroso y maravillosa armonía, con uniformidad imperturbable? quién, repito, al gozar del encantador y
hermoso panorama que ofrece la naturaleza con su exuberante vegetación, con su estruendo y
armonía, su luz, sus reflejos y colores, gorjeos y rumores de fuentes, bullir de arroyo y estrépito de cascadas? quién, estupefacto ante belleza tanta no siente estremecerse las fibras todas
de su alma y anonadado y de hinojos no proclama y rinde vasallaje al sapientísimo Artífice de
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máquina tan maravillosa y complicada? Este homenaje de admiración, este tributo de amor y
adoración que el alma arrobada en sublime éxtasis rinde al autor de toda belleza, es lo que
constituye la Religión. Luego la Religión es una exigencia natural de las facultades esenciales
del hombre.
Y este cuerpo, esta masa que ni quiere, ni entiende, ni razona, es capaz de dar culto a
Dios; y, así como el artista hace vibrar la cuerdas de su instrumento y expresar los sentimientos de amor y de alegría, de dolor y melancolía, así la voluntad humana, al querer vibrar y
elevarse a Dios, hace estremecer las cuerdas de esta hermosa lira que se llama cuerpo, y las
agita dulcemente y las conmueve y las hace llorar y cantar, gemir y suspirar, inflamarse y
desmayarse, postrarse y levantarse; alza su frente, abre sus ojos, dobla las rodillas, las hinca
en el polvo y mueve su lengua y exclama: «Padre nuestro que estás en los Cielos».
En todas partes contemplamos el sublime cuadro de la humanidad arrodillada ante un Ser
Supremo a quien proclama Dios. Este homenaje de amor y culto constituye la Religión. Luego la Religión es una necesidad, un sentimiento que brota del mismo fondo de nuestro ser,
que a todo se impone, todo lo domina al espíritu y la materia, al alma y al cuerpo, al individuo
y a la sociedad, a la nación civilizada y a la sumida en la barbarie.
Esparcid vuestra mirada, decía Plutarco, por sobre el haz de la tierra y podréis encontrar
ciudades sin muros o fortalezas, sin letras, sin magistraturas, sin gimnasios, sin leyes, sin escudos, sin monedas; pero un pueblo sin Dios, sin oraciones, sin ritos religiosos y sin sacrificios nadie le vio jamás.
Ascendamos por las márgenes del río de la historia, hasta nuestro origen, y flotar veremos
sobre las trémulas aguas del tiempo creencias, ritos, sacrificios, aras, templos, ídolos, sublimes literaturas y otras mil expresiones del fuego religioso nunca apagado en el humano espíritu. Pues como dice Balmes: «el origen de las religiones se pierde en la noche de los tiempos,
allí donde hay hombres, allí hay sacerdotes, altar y culto».
En verdad; si escudriñamos los senos recónditos de las capas geológicas, ya en las profundas excavaciones del período neolítico, entre los revueltos escombros de monumentos megalíticos y fragmentos
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de toscos dólmenes, brillar veremos imborrables vestigios del sentimiento religioso que siempre ha palpitado en el corazón de la humanidad. Y si, hollando las ruinas de palafitos y trilitos, avanzamos sobre la edad de los metales hasta los horizontes de la historia, donde comienza el alborear de los tiempos propiamente históricos, yacer veremos en informe amalgama
truncadas columnas, esculturas mutiladas, capiteles partidos, hornacinas deshechas, retablos
hundidos y destacándose entre la abigarrada variedad de estilos arquitectónicos los perfiles
del ídolo monstruoso como signo inequívoco y prueba incontrastable de que el sentimiento
religioso brilló en los umbrales de la historia para no apagarse hasta los umbrales de la eternidad. Ahora bien, dice Tanquerey: «esta tendencia tan espontánea, tan invencible, constante y
universal del hombre hacia Dios, no se concibe sin que Dios exista; de otro modo el hombre
sería un ser contradictorio, ininteligible, miserable y tanto más cuanto más dilatadas y nobles
aspiraciones siente; lo cual es absurdo. Luego existe un Dios a quien debemos homenaje de
amor y culto con todo nuestro ser».
«La idea del Ser Supremo, dice Balmes, se halla escrita en la tierra y en el cielo con caracteres tan claros y resplandecientes, que no puede menos de ser entendida en todos los pueblos y en todos los países». Con caracteres tan profundos la llevamos escrita en el fondo de
nuestra alma, que podrá ser ahogada por la pasión, pero jamás borrada por la convicción. De
modo que sólo fingen negarla aquellos, cuya conciencia horriblemente manchada, quisieran
borrar el nombre del eterno fiscal de sus acciones; aquellos a quienes, como dice San Agustín,
tiene cuenta que Dios no exista; aquellos, en fin, que, como dice Leibniz, hasta las mismas
verdades matemáticas con la fuerza incontrastable y arrolladora de la evidencia negarían, si
éstas fueran incompatibles con el desenfreno brutal de sus pasiones.
Yo quisiera, dice La Bruyere, encontrar un hombre sobrio, modesto, casto, justo, que negase la existencia de Dios y la inmortalidad del alma; éste al menos hablaría sin interés, pero
un hombre tal no se encuentra».
En fin, el ateo con sus monstruosas aberraciones arroja sobre el individuo, sobre la familia, sobre la humanidad entera el eterno
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baldón que le afrenta y envilece; infiere el insulto más grosero y con cinismo rayano en estupidez comete un desacato insufrible, tratando a la humanidad entera de miserable ilusa. Y no
es digno, podemos exclamar con el filósofo de Vich, de que esa humanidad, esos sabios, esos
legisladores, se levanten contra él y le digan a su vez: ¿quién eres tú que así nos insultas, que
así desprecias los sentimientos más íntimos del corazón y todas las tradiciones de la humanidad? que así declaras frívolo lo que en toda la redondez de la tierra se reputa grave e importante?
FR. CARLOS LIÑÁN
(Continuará)
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LAS BODAS DE PLATA DEL ILTMO. Y RVMO. SR. D.
FR. TORIBIO MINGUELLA DE LA MERCED
Era el día de Agosto de 1894. Todo parecía animarse en el convento de Marcilla al influjo de un mismo sentimiento; todo parecía palpitar bajo la acción de una fuerza secreta, que
anima y enciende, vivifica e hinche el corazón de gozos y alegrías. Por uno de esos fenómenos del temperamento humano, que se siente mejor que se explica, engolfábase el alma en un
océano inmenso de inefables dulzuras, donde no ve más que luces y arreboles, colores y visiones celestes; misteriosa poesía que con fuerza irresistible embriaga todas las potencias y
nos remonta a regiones purísimas, inundadas de claridad y melodías.
El estruendo de los cohetes que hendían los espacios como rapidísimos meteoros; el bullicioso repicar de las campanas que de sus metálicas bocas despedían una lluvia de notas,
semejando cantos de triunfo y de victoria; el continuo crujir de vehículos rodando sobre la
empolvada carretera; el ruidoso trajín de gentío inmenso, agitándose como enjambre alborotado, y que se dilataba ondulando en anchas ondas como hirviente mar; esos golpes bellísimos
de luces y reflejos del sol, que caían como torbellinos de luminosas chispas flotando sobre la
atmósfera tranquila…; todo, luces y rumores, estruendos, colores y sonidos, anunciaba que en
el convento de Marcilla tenía lugar un acontecimiento de recuerdo imperecedero, pletórico de
evocaciones nostálgicas, que iban a labrar profundas huellas en el corazón de los que lo presenciaban.
Así era en verdad: el magno acontecimiento lo constituía la consagración
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episcopal del Rvmo. e Ilmo. Sr. D. Fr. Toribio Minguella de la Merced, Agustino Recoleto. El
templo profusamente iluminado desplegaba toda la magnificencia y boato de sus galas más
vistosas. La plebe rebullía y hormigueaba bajo el dosel de arcos artísticos y airosos, engalanados con flores y farolillos, y luego invadía, casi en tropel, el recinto del templo.
Al sordo y apagado rumor del público, ávido de presenciar algo nuevo, sucedió de pronto
un silencio profundo, durante el cual podía percibirse hasta la febril agitación de los pechos y
el palpitar violento de los corazones.
Era el augusto momento en que, ceñida de nimbos luminosos y entre ondas de fragancia,
con modesto ademán y reposado continente, destacóse la figura del consagrando, acompañado
del Excelentísimo Sr. Nuncio de Su Santidad, que actuó de consagrante, de los Prelados asistentes, Padrinos, Sr. Gobernador civil de la provincia y de varias representaciones eclesiásticas y civiles. Entre el rumor de plegarias, cánticos y melodías continuó la solemne y augusta
ceremonia de la Consagración, que el numeroso público presenciaba, callado y devoto, sin
perder detalle.
Momentos después, el P. Minguella se levantaba adornado con la investidura episcopal,
convertido en Príncipe de la Iglesia y bendiciendo a la multitud arrodillada.
………………………………………………
Han transcurrido 25 años. Mudos testigos de aquella fecha memorable y grandioso acontecimiento, se elevan los mismos muros seculares del convento, la misma nave espaciosa del
imponente recinto, el mismo órgano que entonces despidiera cascadas de armonía, la solitaria
campana que volteó triunfal sonando a gloria. Es el día 5 de Agosto de 1919, día de hondas y
gratísimas emociones. Sin aparato de pompa y solemnidad exterior, en íntima e idílica familiaridad, hemos celebrado el vigésimo quinto Aniversario de la Consagración Episcopal del
Ilmo. y Rvmo. Sr. D. Fr. Toribio Minguella de la Merced. El desbordamiento del más febril
entusiasmo, de los más puros afectos, del filial y reverente cariño ha suplido con creces a todo
el aparato y pompa exterior.
El día apareció espléndido y hermoso. Entre el cristal de los cielos asomó el sol su encendido fanal derramando oleadas de luz.
461
Dentro del convento de Marcilla, morada predilecta del dignísimo Prelado, donde se ha retirado del bullicio del mundo para respirar las auras suavísimas de la piedad y gozar la callada
soledad, queriendo preferir al suntuoso palacio la humilde celda; dentro del convento, repito,
todo era movimiento que sin menoscabar la observancia religiosa, ponía de relieve la solicitud
y cariño verdaderamente filial con que nos afanábamos todos por dar realce a tan familiar y
simpática fiesta.
El Sr. Obispo que, debido a su ya provecta edad, no pudo celebrar la Misa Pontifical, como era su deseo, celebró la Misa Conventual, asistiendo toda la Comunidad. E! templo estaba
artísticamente decorado y envuelto en aureolas de claridad y nimbos luminosos que las arañas
despedían. Los altares hermosamente engalanados con vistosos floreros y multitud de luces;
todo con tanto arte y gusto combinado, que manifestaba muy claramente las dotes excepcionales de los Sacristanes y su instinto estético para tejer primorosas filigranas. El órgano dejó
oír, durante la Misa, acordes de una música suave, religiosa y devota; y cuando con grave
majestad elevó el celebrante la Hostia Sacrosanta y postrada le rendía homenaje de adoración
la Comunidad, sonó triunfal y valiente la marcha real como himno gigante de amor al DiosHostia. Después de sumir, el señor Obispo distribuyó la sagrada Comunión a la Comunidad y
demás fieles que acudieron a la función; cantando entretanto los coristas Fr. Abundio Frías,
Fr. Aurelio Galán y Fr. Daniel Muñoz el hermoso e inspirado motete Ave verum del malogrado maestro Goicoechea, que fue interpretado por los referidos coristas con arte, afinación y
exquisito gusto. El bajo Fr. Daniel Muñoz cantó seguidamente el O salutaris de Perossi, con
tan potente entonación y gusto artístico, que sorprendió aun a los mismos que tantas veces le
hemos oído. Terminada la misa, con voz llena y clara entonó Su Ilustrísima el Te Deum. La
capilla del colegio hizo gala de sus dotes artísticas en la interpretación del grandioso himno
Te Deum del maestro Foschini; hermosa página musical que se desenvuelve ya en dulcísimas
melopeyas como murmullos de selvas, ya en torrente impetuoso de gritos gigantes, o en apagadas cadencias que parecen expirar en la garganta de un ángel. Recitadas las oraciones,
avanzó
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la Comunidad a besar respetuosa y de hinojos el anillo Pastoral del venerable Prelado.
Así acabaron las funciones religiosas de aquella mañana llena de mágicos recuerdos, de
intensas emociones, de impresiones gratísimas que dejarán huella imborrable en cuantos tuvimos la dicha de asistir a ellas.
Una espaciosa celda modestamente aderezada fue el lugar donde acudió la Comunidad a
felicitar al ilustre Prelado, quien a su vez nos obsequió con pastas, licores y refrescos. Los
jóvenes coristas amenizaron el acto cantando magistralmente «Ausencias y anhelos», pieza
para orfeón, a cuatro voces, del maestro Sagastizábal y que dirigió, en sustitución del P. Aurelio Lacruz, el joven y notable organista Fr. José Gómez. Una ovación delirante premió la labor de los incansables coristas. Acto seguido el joven Fr. Victorino Capánaga leyó con voz
clara aunque trémula por la emoción, una poesía en latín de rotundas y musicales hexámetros
y sáficos; la que nos abstenemos de comentar por estar insertada en este número del BOLETÍN.
Fue ruidosamente aplaudido. Vino después a sorprendernos gratamente Fr. Rafael Villanueva
con un discursito lleno de ternura y delicados sentimientos, que recitó hondamente conmovido. Fue también celebrado el trabajo del referido corista con una salva de aplausos.
Llegada la hora de comer se reunieron en el amplio refectorio los religiosos, sentándose
también dos sacerdotes y otros dos caballeros que habían llegado momentos antes para felicitar personalmente al señor Obispo. Vaya un aplauso para el hermano Fr. Félix Coscolín y
demás hermanos por lo sorprendente aderezada y servida que fue la comida. Son ellos los que
silenciosamente suelen llevar la mayor carga en tales ocasiones. Durante el café, el célebre
barítono de la Capilla real don José Osés cantó, como él solo puede hacerlo, algunas piezas de
su abundante y escogido repertorio, siendo premiado con prolongadas ovaciones.
A las cinco de la tarde, siguiendo tradicional costumbre, y fiel a piadosa y antiquísima
práctica, reunióse de nuevo la Comunidad bajo las bóvedas del templo para entonar a los pies
de la Virgen de la Blanca la Salve. Cantóse con afinación y gusto la del maestro Goicoechea,
hermosa composición de dejos melancólicos, donde
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palpita la nota de nostalgia de cielo. Siguió un solemne Joseph, obra del joven compositor y
reputado organista que fue de este colegio Fr. Domingo Carceller.
La última ofrenda que en tan venturoso día se hizo a nuestro queridísimo señor Obispo,
fue la velada literario-musical. El Reverendo Padre Aurelio Lacruz, entusiasta e incansable
siempre, organizó y dirigió dicha velada, siendo el alma de ella, como lo ha sido en otras ocasiones, para esta clase de festejos. Tuvo lugar en el amplio refectorio de este colegio con arreglo al siguiente programa:
1.º Saludo, discurso por Fr. Fabián Otamendi de la Purísima Concepción.
2.º Romanza del maestro Chapí, a solo de tenor por Fray Abundio Frías de la V. del
Cortijo.
3.º Grandezas del Episcopado español, discurso por Fray Ángel Latorre de San José.
4.º La Caza del Corsario. Escena coral para orfeón; composición de don Cleto Zabala,
obra premiada en el certamen de Bilbao. (1.º Cauto a la Aurora. - 2.º En alta
mar. - 3.º Barcarola. - 4.º Tempestad y combate. - 5.º Oración. - 6.º Cántico de
victoria.)
5.º Amor y anhelo, poesía por Fr. Carlos Liñán del Carmen.
6.º Zortzico, a solo de barítono, por Fr. Daniel Muñoz de la V. del Camino.
7.º Discurso final, por el P. Gregorio Ochoa del Carmen.
Ocupaba la presidencia el Iltmo. Sr. Obispo, acompañado de nuestro reverendísimo Padre
General Fr. Eugenio Sola, P. Ex–general Fr. Fidel de Blas, P. Ex–provincial Fr.Tomás
Roldán, PP. Rector, Prefecto de Estudios, Vicerrector, etc., etc.
El programa fue primorosa y magistralmente ejecutado por los jóvenes coristas. Como
me consta que los trabajos serán publicados en nuestro BOLETÍN, podrán nuestros religiosos
justipreciarlos por sí mismos. En el primer número, el corista Fr. Fabián Otamendi, desenvuelve, con frases llenas de ternura, la idea del amor filial, sintiendo que plumas y lenguas no
puedan estar a la altura de la voluntad y del deseo, Fr. Ángel Latorre, cabalgando sobre el
corcel de los siglos, presenta el grandioso cuadro del Episcopado español, en sus más áureos
momentos históricos. El inspirado joven Fray Carlos Liñán parece ha compuesto con trozos
de corazón su hermosísima
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poesía, cuyas estrofas tan rotundas como ardientes pudieran muy bien suscribir Quintana,
Zorrilla o Federico Balart. Lástima grande que muchos jóvenes no sean encauzados por donde
tan naturalmente tienden a correr las aguas de sus reconocidas dotes. Las ovaciones que recibieron los tres coristas fueron tan prolongadas como justas. Igualmente las recibieron Fr.
Abundio Frías y Daniel Muñoz; el primero en la sentimental romanza de Chapí que cantó
derrochando facultades artísticas, arremetiendo con brío las notas agudas, y atacando valiente
el si bemol final, que sostuvo cuanto quiso con voz clara y limpia, en medio de una ovación.
El segundo de dichos coristas, con voz llena, potente y agradable regaló nuestros oídos con el
hermoso Zortzico «Aurrera», de Vallejos, cantándolo como inspirado artista, siendo ahogadas
las últimas notas por una espontánea ovación que el público le tributó.
La pieza de orfeón del número 4.º fue ejecutada por todos los coristas: y manifestaron
una vez más sus grandes dotes musicales. Las grandes dificultades de muchos compases de la
hermosa composición, fueron vencidas e interpretadas con tal gusto, colorido y matiz, que el
mismo compositor no hubiera exigido más. Los últimos compases, valientes, triunfales, con
gritos gigantes de victoria se mezclaron en la ovación estruendosa y justa que todos le tributaron. Bien por los simpáticos coristas de Marcilla.
El P. Gregorio Ochoa, que tuvo a su cargo el discurso final, cosechó también muchos
aplausos. Con palabra de fuego y después de presentar la ofrenda de la velada al Sr. Obispo,
evoca las glorias del homenajeado, haciendo resaltar sobre todo su humildad. Tiene ideas originalísimas relacionadas con la dimisión que hiciera el venerable Prelado de la Sede Seguntina. Es interrumpido varias veces por los aplausos y al final oye una de las mayores ovaciones.
Es una lástima que no aparezca en el BOLETÍN su discurso, por no haberlo escrito.
Finalmente se levantó a hablar el Sr. Obispo. Todos se ponen de pie y reina un profundo
silencio. La gratitud, la emoción, las lágrimas, ¿por qué no decirlo? le impiden hablar por un
momento. Al fin eleva sus ojos al cielo, extiende sus brazos y en un arranque de agradecimiento al Dador de todo bien, exclama: Magnificat anima mea... No puede continuar; las
lágrimas brotan de sus ojos suaves,
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dulces, tranquilas; también los religiosos estamos llorando; el momento es de emoción intensa. Continúa dando gracias a María, mi Madre y vuestra Madre, exclama con viril energía.
Habla de su exaltación al Episcopado, diciendo que a nada ni a nadie lo debe sino a haber sido
fraile, repitiendo con energía y énfasis la palabra fraile. La ovación estalla espontánea, delirante, atronadora, durando largo rato. Repite que todo lo debe a nuestra Madre la Recolección,
hablando más su corazón que su lengua. Da las gracias a N. Rvmo. P. General, a todos los
Padres, a los coristas, para tos que tiene frases de ternura y gratitud paternal, a los hermanos
Legos, a sus amigos y a todos los Religiosos ausentes. Los vivas, los aplausos y las ovaciones
son de las que no se olvidan; y en medio de los vivas de los jóvenes coristas que aplaudían
delirantes, salió del Refectorio el Sr. Obispo acompañado de los Padres.
Así terminó la simpática fiesta de ese memorable día, dejando, en todos los que tuvimos
la dicha incomparable de presenciarla, imborrables recuerdos que no podrá destruir el tiempo
ni la ausencia.
Que Dios conceda al virtuoso y sabio Prelado todo cuanto para él pedimos al Altísimo,
como dijo uno de los oradores durante la velada. Procuremos todos cuantos tenemos la honra
de vestir el Santo Hábito Recoleto adornar nuestras almas con la virtud y la ciencia, cada uno
según el número de talentos que de Dios ha recibido, negociando con ellos para que no sufran
los intereses de Jesús y dar así días de gloria a nuestra idolatrada Madre la Recolección, que
será dar gloria a Dios Nuestro Señor, sirviéndole y amándole, y trabajando porque le sirvan y
amen todos los redimidos por su preciosa sangre, pues son muchísimos los que ni le sirven ni
le aman… – Recoleto.
8 de Agosto de 1919.
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AYER Y HOY
La fecha del 5 de Agosto del año 1894 será imperecedera en los anales de la Orden Agustiniana, singularmente en los de nuestra Provincia de San Nicolás de Tolentino.
La Consagración Episcopal de V. Rma., fue un fausto acontecimiento que llenó de júbilo
a los que tuvieron la dicha de presenciarlo, y cuya conmemoración alegra sobremanera a los
que dichosos nos es concedido aspirar tales recuerdos; tanto más, cuanto Vos sois hijo de la
misma Orden que nosotros. De ahí, que aunque de Vos con toda verdad puédese asegurar lo
que de un religiosísimo escritor, que si se os dirigen alabanzas y encomios, dirigís la mirada al
azul de los cielos, reconociendo como digno de alabanzas y encomios al Señor, fuente de todo
bien, no os ofenderé yo diciendo que vuestra modestia sea tan grande como vuestras virtudes;
ni quien se atreva a discutir que éstas sean tan sobresalientes como vuestro preclaro talento, ni
que estas dotes sean de hoy, o sean de muy antiguo: más enteramente cierto que Vos jamás
creísteis llegar a la alta dignidad a que la Iglesia os elevó, puedo muy bien colegir que entonces cumplióse la letra sagrada, donde reza afirmando que exaltó al humilde, al paso que dejó a
los soñadores, fruto natural de todos los tiempos, que apetecían dignidades y encumbramientos, con más ansia que el martirio en las primeras épocas cristianas. No: teniendo presente lo
del poeta
Que es gran pecado
Cantar al justo la canción sonora
Que su virtud celebra
En lengua seductora
De meliflua serpiente tentadora…
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no, lo repito: no heriré vuestros oídos con epítetos laudatorios que sé os disgustan. Tan sólo
referiros quiero un recuerdo agradable por lo glorioso, una esperanza acariciada por lo risueña, un sueño irrealizado, a vuela pluma traducido a estas cuartillas, que a modo de felicitación
o saludo me decido a leeros. Cuento antes con vuestra benevolencia.
Indudablemente a todos es muy grato recordar días felices y acontecimientos que pasaron, aun cuando no se haya tenido la dicha de ser testigo presencial; y como Vos, para grato y
perenne recuerdo de las glorias de la diócesis de Sigüenza, exhumasteis la memoria de tantos
dignísimos Sacerdotes, Obispos y Santos, cuantos la Sede de aquella diócesis ocuparon, honraron y enaltecieron, cuyos nombres yacían sepultados bajo informe montón de legajos, pergaminos e infolios; así nosotros soñábamos que nuestro espíritu saborearía las mieles del más
puro regocijo, al recordar aquel día que llenó de felicidad a los que fueron testigos del acontecimiento que en él tuvo lugar. Deseábamos volviese a aparecer aquella visión de gloria, cuando un ser querido, como Vos, es elevado al Episcopado.
Y a la verdad, espectáculo aquel de magnificencia sin igual, el que se ofreció el día 5 de
Agosto del año 1894; y que a distancia de 25 años, forma los recuerdos, que hoy tanto nos
alegran.
Bajo las majestuosas bóvedas del templo y al pie del altar, donde Dios Sacramentado recibía vuestras oraciones, cabe las plantas de la Augusta Reina de los Ángeles Ntra. Sra. de la
Blanca; entre los armoniosos acordes del órgano y ante un público que reverente contempla
tan solemne ceremonia, los Pontífices de la Santa Iglesia de Dios, imponían sus manos sobre
el ungido del Señor, implorando sobre él el Espíritu divino, para que le sirva de fortaleza y
refugio. Momento grandioso aquél en que recibías las vestiduras pontificales; aquella mitra
sagrada que ceñiría vuestras sienes, como ciñera en el siglo V las sienes del grande Agustino,
y aquél en que os entregaban el báculo de N. G. Patriarca, que con tanto prestigio empuñara y
que al caer de sus manos, allá por los años de 430, la Iglesia, fiel depositaria del Altísimo,
recogió y entregó, como legado
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precioso a los hijo de aquel gran Santo, que uno tras otro se sucederían, llamándose Alipios,
Prósperos, Simplicianos, Posidios, Tomás de Villanueva, formando esa luminosa constelación
en el cielo de nuestra esclarecida Orden... hasta el año 1894, en que el entonces Vicario de
Jesucristo en la tierra Su Santidad León XIII, de inmortal memoria, depositaba en vuestros
brazos tan venerando símbolo.
Sí, señores; el escogido y agraciado se llamaba M. Rdo. P. Fray Toribio Minguella de la
Virgen de la Merced; sí, miradlo: es ese, el que preside esta fiesta familiar, en quien, trabajo
cuesta descubrir al Obispo dimisionario de Sigüenza y de cuya Consagración Episcopal celebramos las Bodas de Plata. Revolvíamos en nuestra mente aquel amén sonoro, que salió de
vuestros labios y de vuestro corazón, finalizando la oración de los Prelados consagrantes.
Aquel amén repetido por todos los Sacerdotes asistentes, y ahogado en el fondo del pecho del
público por respeto al lugar en que se encontraba; de la misma manera deseábamos repetir
aquel amén, con todas nuestras fuerzas, como exacta expresión del sentir de nuestras almas,
coronando vuestras oraciones: como expresión de gratitud por la paz, que, en nombre del Señor nos dabais, y de las bendiciones que, en nombre de Dios-Padre, Dios-Hijo y Dios-Espíritu
Santo, derramabais sobre nosotros; soñábamos seguiros, con interés, paso a paso, en tan augusta ceremonia, hasta contemplaros entronizado con toda la majestad y realeza que la Iglesia
ostenta en tan extraordinarios actos y caer rendido admirando vuestra dignidad, adorando postrado al Señor de toda majestad; y alzarme regocijado para paladear la más dulce alegría con
la Iglesia Católica, singularmente con la Recolección Agustiniana, que con las galas más ricas
procuraba sublimar la fiesta de vuestra Consagración Episcopal; nueva piedra preciosa que la
Iglesia engastaba en la corona tejida por esa progenie de hijos suyos, honra y gloria de las
sedes por ellos ocupadas y prez del hábito agustiniano.
Y aquí fue cuando hube de volver a la fría realidad y me fue preciso reparar que recuerdos gratos, deseos acariciados, esperanza sonada, se disipaban, y aun trocábanse en amargura,
al tener noticia de que las dolencias y achaques de vuestra avanzada edad motivaban la supresión de toda solemnidad exterior y de que reducían
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la celebración de las Bodas de Plata de vuestra Consagración Episcopal a una fiesta familiar.
Mas si no hemos tenido la dicha de veros sublimado con la magnificencia que deseábamos, si no habéis escuchado el amén, respondiendo a vuestras oraciones; si no habéis oído el
amén, potente expresión de nuestras almas, ha debido conmover vuestro corazón el saludo de
toda la Orden Agustiniana que se asocia a vuestra fiesta y que en la dignísima persona de su
Prior General, rodilla en tierra os ofrece sus respetos. Ha debido sonar en vuestra alma como
eco lejano, la voz de los sacerdotes de este convento, que reverentes ante el Dios, que sus manos temblorosas sostenían, han murmurado en vuestro favor.
Además conozco que os es muy agradable el correcto y sincero regocijo de mis hermanos
los coristas, en cuyos pechos la alegría pura y sin doblez se difunde, y que subirá a los labios
en brillante y sentida poesía, que animará las gargantas de sonoras y plateadas voces, y estallará en vivas delirantes y robustas salvas de aplausos, como el más merecido homenaje de
cariño que pueden tributar a Vuestra Reverendísima.
Pero más que estos vivas, sobre todos los aplausos, ha debido repercutir en vuestro corazón, tierno como abrazo de un hijo, dulce como oración de una madre, la súplica ferviente
de todo el coristado, de cuyo pecho, dulcemente acariciado, de cuyas almas amorosamente
besadas por el Dios todo Amor, que Vos les habéis entregado, ha brotado una demanda a ese
mismo Dios, implorando la plenitud de sus dones sobre Vos, para que prosigáis celando la
gloria y honor de su santo Nombre y continuéis siempre tan afecto al coristado. Para que sigáis siempre celando la gloria y honra del santo nombre de Dios, con ese celo que aparece en
vuestra vida toda, que se descubre en vuestras obras sobre el Glorioso S. Millán, sobre la diócesis de Sígüenza y sus Obispos, y escritos referentes a nuestro hermano el Iltmo. P. Fr. Ezequiel, con ese celo que aparece ratificado en todos vuestros trabajos sin excepción, donde señaláis vuestros deseos de que todo sirva a mayor honra y gloria de Dios, cuyo santo nombre,
directa y exclusivamente hemos oído tenéis premeditado ensalzar. Pero yo callo; pues bastante os dicen los aquí presentes; y contad entre nosotros a aquellos coristas que
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surcan el mar, con rumbo a América y a aquellos otros que arribaron a las Islas Filipinas,
los cuales ya previendo sus destinos, exclamaban al fijarse en el día de hoy: no estaremos para
entonces en Marcilla, no estaremos. En unión de ellos yo os saludo y lleno de enhorabuenas, y
ruego al Señor os conceda largos años de vida. Sí, Padre nuestro; que podáis ser por dilatado
tiempo el regocijo de esta Comunidad, principalmente de los Coristas, que agradecidos a la
sonrisa y al bondadoso corazón que Vuestra Ilustrísima les ha mostrado desde el día que elegisteis por morada este Convento, repiten, adorando al Señor, y agradeciéndole el haberos
hasta hoy sostenido, lo que Vos en fecha no lejana decíais: Benedicamus Domino. Deo gratias.
Él sea vuestra fortaleza y refugio durante vuestra peregrinación en la tierra y después os
lleve a su diestra en la Patria Celestial.
FR. RAFAEL VILLANUEVA DE SAN JOSÉ
Marcilla, 5 de Agosto de 1919.
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CARMEN
AD ILMUM. AC
RMUM. THURIBIUM MINGUELLA
Quam tibi multiplici sertam offero laude coronam,
Hanc, Pater oh clemens, per grato suscipe corde
Ipsa quidem haud vernanti pulchritudine floret;
Non oculos vario mulcet rutilante colore,
Nec sensus recreantem gratum spirat odorem:
Quippe meae mentis vix nec semel hortulus almos
Protulit atque venustos flores, fronde beantes
Sensum. Non specis nec splendet forma decora.
Jam vero; forsan, quia sum pauperrimus ipse,
Quae mihi sunt; ingratus vere, dona negabo?
Non ergo mea parva, Pater, munuscula valde,
Quae minime sunt Praesulis alto nomine digna,
Sed vehementes inspice nostri pectoris aestus,
Ac in vultu laetitiam lege, qua fluit omne
Tanto erga te nostrum pectus amore tumescens.
¿Nam quis erit vere ferus, aut quis ferreus adsit
Filiolus, qui non patris, obstringatur amore,
Cui non pergratum laudes resonare parentum,
Qui non partos perpetuo canat ore triumphos,
Quive favores non recolat, blando ictus amore?
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Te ergo Patrem nostrum celebrabo carmine laudis,
Clementisque tui recubans sub tegmine cordis,
Carmine pandam, quae sunt corde recondita nostro.
Nec tali clypes me tectum, Maxime Praesul,
Jam licet indignum almo Patre, pudebit amoris
Hymnum quamtumvis sat turpi promere lingua.
Non linguae parcam; sed amor, quae mente reposta,
Queque manent alte cunctorum fixa medullis,
Musa canet condens, quae meus pia carmina nescit.
Et quamtumvis non mihi sorte datum ore rotundo,
Atque loqui modulis, oh clementissime Praesul,
Fas mihi sit, quaeso tua balbutire tropaea.
Voce canam Te Signiferum, fortissime Christi
Miles, qui tot bella gerens pro nomine Jesu,
Tot Satanae turmas divino fulmine verbi
Vicisti, ementoque revinctus tempora lauro,
Mille redemisti, quos ferrea daemonis ira,
Quosque tenebat constrictos saevissimus ipse.
Non labor unquam, nec te infernus terruit hostis,
Et licet invidiae serpens te saepe momordit
Non animi, coelestes defecere viresque.
¿Quis poterit, quos es pasus memorare labores,
Quis referet, quos tu peperisti mille triumphos?
Id fateantur, quos genuisti lumine sacro,
Id quoque pendens haereticus, quem saepe fugaste
Teque Magistrum dicam, qui alma luce refulgens,
Dispergit nebulas mentis, reficitque colore,
Quos regit omnes, oh Pastor venerande per oevum,
Te quoque nostri sacrati decus Ordinis, atque
Virtutum specimen, qui nobis Lucifer exstas,
Lumine perfundens nostrae penetralia eremi,
Atque lucerna vias pandens pietatis, et hostis
Insidias monstrans, quas struxit callidus ipse.
Semper gaudentem occupat alma modestia vultum
Et consangnineus pudor hipase, foedere sacro,
Jungitur atque perennis risus in ore refulget
Nunquam coelestis requies a mente recedit
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Non tua dente voraci mortis gesta peribunt
Sed grati Ordinis usque manebunt corde sepulta,
Haudque tuum ejus dilabetur pectore nomen,
Sed referet sculptum, tamquam gratissima Mater,
Quae defixa animo laetatur imagine nati,
Quam secum gaudens aeterna mente revolvit
Sic memori celebratus semper laudes vigebis.
Ut matrem caram pueri volantes
Atque gaudentes adeunt, ut ejus
Osculis lautis teneris fruantur
Blanditiisque;
Sic tuos omnes, Pater oh canende,
Filios circa, laqueis amoris
Fervidi cunctos tibi, vinculisque,
Respice clemens.
Et velut flores volitans ad almos,
Ac apis semper satagens laboris,
Grata quae carpit tyma, fluminumque
Littora quaerit;
Sic, Pater nobis memorande cunctis
Sic apum semper similes volamus
Ad tuum pectus Cupidi, favosque
Quaerimus omnes.
Mellis ut flumen, refluens ab ore,
Cordis ingentes repleat latebras;
Ut tui verbi recrees beesque
Nectare mentes.
Lingua non fervens reserare pectus,
Nec potest nostros animi referre
Astus ingentes, neque tam sepultos
Pondere cordis.
Nonne cuntorum facies renidens,
Cantibus sacris hilaris juventus
Nonne demonstrat meliore lingua
Abdita cordis?
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Quippe jam fratrum patefacta corda
Sanguinem stillant tibi nunc amoris,
Dona coelestis regionis optans,
Ipse tacebo.
Det tibi Christus, precibus rogamus,
Ut senectutis subeas labores,
Ut queas tandem patriam supernam
Scandere victor.
Nosque pergrati, memores favorum
Gratias omnes agimus libenter.
Haec dies alta manet ac manebit
Mente reposta.
Et, Pater clemens, pius intuere
Pectoris flammas, minime impolitum
Carmen, et nostrum, venerande Pastor,
Suscipe salve.
FR. VICTORINUS CAPÁNAGA A S. AUGUSTINO
O. E. R. S. A.
Marcilla, 5 Augusti 1919.
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SALUDO
ILUSTRÍSIMO SEÑOR:
Nunca como ahora podría envidiar con más justa razón la brillante y arrebatadora elocuencia de los grandes oradores, si para ello no me detuviera una sencilla consideración. Porque, a la verdad, yo me he preguntado: ¿cuál es la causa que nos tiene aquí reunidos y que nos
ha arrastrado, como fuerza suave y misteriosa, a tributar este obsequio y homenaje?… El
amor. ¿Cuál es el objeto que nos mueve a rendir esta manifestación de cariño y entusiasmo?
Un padre. ¿Quiénes son los que intentan poner de manifiesto por medio de este homenaje, el
afecto, la admiración y respeto que rebosan sus corazones?… Sus hijos.
¡Ah! entonces, he pensado, cuando amor es el móvil que impulsa a los hijos a cantar un
himno gigante de ternura y sentimiento, en loor del padre que los contempla en derredor risueño y conmovido, están demás las galas más ricas y preciadas con que ha entretejido sus
joyas más preciadas la musa fecunda de la poesía, para nada sirven los secretos maravillosos
que al arte han sorprendido los genios que han escalado las cumbres de la oratoria.
No; tan sólo el corazón es el llamado a cantar ese himno; sólo él es el que debe manifestar abiertos sus delicados pliegues, entre los que se ocultan las finezas más puras y sensibles
de su apasionado cariño; sólo él es el que ha de poner en juego y pulsar con dulces y tiernas
armonías las fibras mágicas y misteriosas que, allá en lo
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más recóndito de su seno, vibran cual movidas por genial inspiración y que suenan como arrullos de palomas, como rumor de cascadas, como suspiros del aura. Ved, pues, Padre querido,
por qué el más pobre y humilde de tus hijos tiene hoy el atrevimiento de presentarse a saludaros en nombre de todos estos mis hermanos, que os aman como a tal y os admiran y respetan
como a virtuoso y sabio Prelado.
Ved por qué yo, el más desprovisto de dotes y cualidades que pudieran servirme para ceñiros, con un valioso discurso, una corona más de gloria en vuestra alabanza, vengo a ofreceros en nombre de esta Comunidad todos sus entusiasmos y respetos, todas estas ingenuas y
espontáneas manifestaciones de gratitud y cariño. Porque os amamos, Padre querido, porque
os amamos a fuer de hijos, de hijos de nuestra Recolección, que ha sabido inculcar en nuestros corazones, cuando nos abrió su materno regazo, el amor a los hijos que la colmaron de
lustre y esplendor, de gloria y orgullo, por eso nos veis aquí ofreciéndoos, en prueba y testimonio de ello, ese mismo amor que nos ha legado nuestra Madre. Así es que, si no podemos
ofreceros hoy una cosa digna de la elevada autoridad a la que estáis encumbrado y propia a la
vez del especial y grandioso acto de vuestras Bodas de plata en el Episcopado que habéis tenido la incomparable dicha de celebrar, os podemos sin embargo ofrecer y de hecho os ofrecemos, pletóricos de entusiasmo, esta sencilla al mismo tiempo que tierna y simpática velada,
expresión fiel y sincera del profundo y respetuoso cariño que para vos guardamos, sin engaños ni dobleces, en lo más íntimo de nuestro corazón. Siempre, Padre querido, bien lo sabéis,
se ha asociado nuestra amada Provincia a todas las fechas memorables que en vuestra larga
carrera habéis celebrado y se ha vestido con sus más vistosas galas para contribuir a su mayor
realce y esplendor.
¿Podría fallar en un día tan solemne como hoy su alegría y regocijo? No; muy lejos de
eso esperábamos todos con verdadero anhelo y afán este día, para en él una vez más exteriorizar todo nuestro cariño hacia vos y sólo tenemos que lamentar no poder hacerlo cual conviene
a nuestros vehementes deseos. Nosotros que siempre hemos sentido hacia vos un afecto especial y al que por vuestra parte habéis correspondido con otro semejante, siendo para nosotros
un
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verdadero Padre, no podíamos menos, cual hijos agradecidos, de alegrarnos y felicitarnos con
vos en este día que es como el broche de oro que cierra vuestra rica y variada corona de glorias.
Porque al contemplaros aquí ya encanecido por el rudo e incesante trabajo de una larga
existencia que tan meritoriamente habéis llenado, evocamos todos vuestro pasado y un cuadro
lleno de luz y de vida se presenta a nuestra vista. Y alentados por la fantasía, vemos allá en
lontananza, esfumándose cual sutil y vaporosa nubecilla, la silueta de un celoso misionero que
recorre alegre y ufano el vasto campo de sus operaciones en busca de los que son víctimas de
la ignorancia y del error, para disipar con la luz del Evangelio las tinieblas en que yacen; penetrando en alas de su ardiente caridad en todas partes donde se necesita el dulce bálsamo de
su paternal amor, para restañar la sangre del corazón quejumbroso y dolorido, apagar la sed
del sediento, recibir el último suspiro del moribundo.
Y es luego la obediencia la que le llama a trabajar otros campos más difíciles y delicados,
encomendándole con altos y honoríficos empleos el cuidado y solicitud de sus amados hijos;
y es aquel mismo misionero el que aparece de nuevo, guiado tan sólo por ese paternal amor,
prestando excelentes servicios a la corporación y, porque la ama con apasionado amor, es
entusiasta admirador y constante defensor de sus glorias y laureles.
Y vemos después cómo Dios escoge el amor de aquel humilde misionero para confiarle,
con la más alta dignidad, una porción del rebaño que rescató con su divina sangre y lo constituye Padre y Pastor de sus ovejas predilectas; y es Marcilla la que, festiva y alborozada, ve
consagrarse bajo sus muros seculares, con la misión más grande de la Iglesia, a un hijo de su
seno que ha guardado para ella el más acendrado cariño; para verlo después, ya en el ocaso de
su vida, acogerse a ella, como a blando y apartado nido de amores donde le sonríe y recrea
con sus caricias y encantos una Madre Virgen, y ver al fin coronada su obra, después de cinco
lustros de trabajos y fatigas, con la diadema inmortal de sus bodas de plata en el Episcopado.
Y siempre y en todos los momentos de su vida, ¿sabéis cuál ha sido el ideal constante de sus
acciones? El amor, amor de Padre, amor que es la clave que nos explica esa cualidad tan
simpática y característica que lo ha adornado lo mismo
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en los obscuros claustros del monasterio, que en el suntuoso palacio de la sede episcopal; el
considerarse siempre como un igual a nosotros. Todos somos testigos de sus repetidas demostraciones de cariño y afecto, todos hemos sentido y experimentado la llaneza y espontaneidad
de su afable y sencillo trato; no parece sino que sin perder de vista un instante aquella bella y
hermosa frase del Príncipe de los oradores orientales, del gran Crisóstomo: «Antes de ir al
Paraíso, Dios nos ha ordenado hacer de la tierra un cielo», ha procurado con todo su afán
hacer alegre la vida de los que le rodean y labrar su felicidad en este valle de lágrimas.
¿Podríamos, pues, dejar de demostrarle una vez más, en este solemne día, toda la veneración y respeto, amor y entusiasmo que le profesamos y que tan justamente le debemos? No.
Padre mío, no; por eso me complazco en repetir que el objeto único y exclusivo de este rato
de expansión que os queremos proporcionar es haceros ver lo que vos más queréis y agradecéis: todo entero nuestro amor filial. Así es que, si la grandeza del acto que hoy celebráis sobrepuja a la pequeñez y pobreza del obsequio que os hacemos, no sobrepuja, sin embargo, a la
buena voluntad y corazón con que os lo ofrecemos.
Recibidlo, pues, así, Ilmo. Sr., porque de este modo no dudamos que al mismo tempo que
nosotros consigamos el fin que nos proponemos, vos quedaréis cumplidamente satisfecho,
disimulando y no queriendo advertir las faltas y deficiencias que de seguro se notarán en
nuestro trabajo, ya que son más sentidas las pruebas de cariño de los hijos, cuanto son más
ingenuas y sencillas.
Recibid en este tan memorable día la adhesión incondicional y el más profundo amor y
respeto que os profesa esta Comunidad y en ella toda la Corporación, dignamente representada por Nuestro Reverendísimo Padre Prior General. Aceptad de buen grado los afanes y desvelos que todos los que os quieren se han tomado para haceros lo más feliz posible el día de
hoy, especialmente los de mis queridos compañeros, que por lo mismo que son fervientes
entusiastas de las glorias de nuestra bendita Orden, lo son también de las vuestras.
Y a mí, Padre mío, dispensadme si en este pobre discurso he proferido alguna frase que
haya podido herir vuestra modestia,
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teniendo en cuenta que a ello no me mueve sino el profundo cariño que hacia vos siento y
conmigo sienten todos los demás, ya que por otra parte sois muy digno de nuestro encomio y
alabanza, de las que vos, fijos los ojos en otra región más alta como el que contempla desde la
cima de elevada montaña el horizonte que a su vista se extiende sin que puedan ser obstáculo
los objetos que rastrean debajo de él, poco o ningún caso habéis de hacer de ellas.
¡Ojalá que el Señor os conceda todo lo que nosotros le pedimos y os deseamos, que por
nuestra parte quedaremos plenamente satisfechos con vuestro cariño y bendición paternal! –
He terminado.
FR. F. OTAMENDI DE LA P. C.
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GRANDEZAS DEL EPISCOPADO ESPAÑOL
Es la historia del Episcopado español la historia brillantísima de los santos, de los sabios
y de los héroes; es la historia gloriosa de la Iglesia, es la historia grandiosa de la patria. Por
eso, al intentar recorrer en estos momentos sus altas y memorables empresas, al recordar sus
insignes, heroicas acciones, quisiera, Ilmo. Sr., que este pobre discurso fuese un magnífico
monumento levantado a la grandeza del Episcopado español, que se precia de contaros entre
sus hermanos.
Fatigados y rendidos por lo largo del camino, descansaban siete venerables varones en las
afueras de la ciudad de Acci. Eran siete Obispos españoles, que, destinados por el Príncipe de
los Apóstoles a Evangelizar a España, sin otras armas que su fe, ni más escudo que la promesa de Cristo, iban a emprender la difícil obra de iluminar con la buena nueva a sus compatriotas, que estaban sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte. Entraron algunos de
ellos a la ciudad, a tiempo que sus moradores celebraban sus sacrílegas fiestas idolátricas; a su
vista y a sus palabras, el pueblo se enfurece, lánzase en su persecución, y sólo un milagro del
cielo libra a los servidores de Cristo de la muerte que les amenaza. Ante aquel prodigio, que
era al mismo tiempo el castigo de los culpables, la ciudad entera se hace cristiana. Sobre el
puente de Guadix tiene sus principios la grandeza episcopal de la Iglesia española, y comienza la larga serie de Prelados insignes, que con su ortodoxia y adhesión a la Cátedra de San
Pedro, con su sabiduría y santidad habían de escribir páginas gloriosísimas en la historia de la
Iglesia y de la
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Patria. Separáronse aquellos apostólicos predicadores, y empezaron cada uno por su parte la
obra de !a evangelización: y aun aquellos pueblos que se habían resistido al imperio de las
águilas romanas, se sometían humildes al suave yugo de Cristo.
Bien pronto la naciente Iglesia despertó los recelos de los omnipotentes Emperadores romanos, que la vieron con espanto mezclado de furor, crecer rápidamente en extensión, y multiplicarse extraordinariamente sus prosélitos. Alborotáronse contra ella sus indómitas y bestiales pasiones y la declararon guerra a muerte. Llovieron sobre ella tiránicos decretos, y se suscitaron persecuciones violentísimas, movidas por la tumultuantes pasiones de los pueblos y
proseguidas por el fanatismo: eran las convulsiones del paganismo agonizante; eran los estertores del infierno que veía desaparecer su imperio de sobre la tierra. España, en quien con más
o menos intensidad hallaban eco todos los acontecimientos de Roma, pronto se cubrió de luto,
llorando muertos a sus hijos más generosos, a sus hijos más leales. Ríos de sangre enrojecieron las provincias. Aquellos prefectos cruelísimos, que parecían estar hidrópicos de sangre
cristiana, no hacían distinción de edad, condición y sexo: y ni le valían al anciano sus canas,
ni al tierno niño sus infantiles caricias. Apenas hay villa o aldea que no viese sus calles regados con la sangre de los mártires; pero aquella sangre generosa fue rocío divino que fertilizó a
la Iglesia de España, y la convirtió en jardín amenísimo, lleno de las más hermosas flores,
que, produciendo frutos de santidad, había de hacer las delicias de Cristo. Triunfó la Iglesia
porque era divina, y del bautismo de las persecuciones salió llena de grandeza y majestad,
pletórica de vida y robustez. Prosiguieron los Obispos con entera libertad su obra de evangelización, levantando a los caídos, fortaleciendo a los débiles y predicando la buena nueva a los
que la ignoraban.
Apenas a Iglesia había colocado la Cruz en la corona imperial de Constantino, aparece un
hombre funesto, negando la Filiación natural del Verbo, la Divinidad de Jesucristo. Arrio, con
sofística habilidad y con celo digno de mejor causa, sembraba sus errores por todas partes,
atrayendo innumerable gente a sus doctrinas. El Pontífice Romano, para conjurar el peligro,
volvió sus ojos a España, buscando quien saliese por los fueros de la verdad y defendiese la
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causa de Dios. Y enfrente de aquel autor y propagador de la herejía, se levantó un formidable
campeón de Cristo, manteniendo enhiesta la bandera del Credo católico. Era el insigne Osio
de Córdoba, que en unión con su amigo el Gran Atanasio de Alejandría, iba a ser el martillo
del error y el defensor más acérrimo del Dogma. Por él padecieron persecuciones, destierros,
calumnias: pero ¿qué podía todo esto intimidar a aquellos enérgicos ancianos, que reputaban
la mejor ganancia el morir por la fe? Osio, después de celebrar el Concilio de Elvira y de sujetar con férreos cánones la austera disciplina de la Iglesia española, acudió, llamado por S.
Silvestre, al Concilio de Nicea para dar el golpe de gracia al delirante arrianismo, que si desde
entonces volvió a levantar cabeza, fue debido a! favor que le prestaron emperadores sectarios
y poco escrupulosos en perseguir a la Iglesia. Pero la Iglesia había dado su fallo y pronunciado las palabras infalibles que definían el dogma; y esas palabras de vida y glorificación para
el Verbo, las escuchó arrodillado el mundo de los labios del gran Osio: y aquel varón clarísimo, honra de la Iglesia hispana y que era la encarnación viva del genio teológico de la raza,
redactó el símbolo católico, que es la más hermosa y fiel expresión de los sentires de la Iglesia
y con el que nuestras madres cristianas nos enseñaron desde el amanecer de nuestra vida a
confesar la fe que profesamos.
No fue solamente en esta ocasión cuando el Episcopado español dio íntegras muestras de
su celo por la pureza de su fe; pues los Concilios de Zaragoza y Toledo celebrados para condenar la herejía de Prisciliano y los desvelos de Santo Toribio para extirpar hasta los últimos
rastros de dicho error, son prueba manifiesta de que los Obispos de España eran dignos sucesores de los Apóstoles.
Pero nuevos y trascendentales acontecimientos van a transformar por completo a nuestra
Patria. Fue entonces, cuando, con rostro amenazante, se presentaron en las fronteras del Imperio romano, unas hordas salvajes, cuya sola vista infundía temor y espanto; y codiciando cambiar sus estériles y frías estepas del Norte por los suaves y deliciosos climas del Mediodía,
derramáronse por las tierras del Imperio, sembrando por doquier la desolación y la muerte y
no dejando de su paso otra señal que los escombros humeantes de las villas y ciudades incendiadas, hicieron astillas el cetro de
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Roma, y desgarrando la vieja púrpura que podía apenas cubrir la podredumbre que devoraba a
aquel decadente Imperio, como presa valiosísima, repartiéronse sus jirones. Fortuna fue para
España verse invadida por los bárbaros más cultos que existían; pero esta felicidad, que ahorraba muchas lágrimas de sangre, pronto se trocó en amargo desconsuelo para los Prelados
españoles; pues los visigodos, que, al contacto de la civilización romana se habían despojado
de ciertos hábitos selváticos, venían infestados del arrianismo que les habían enseñado los
sectarios protegidos por los Emperadores de Bizancio, y los Obispos tuvieron que dar de nuevo principio a la obra de la evangelización, obra que, merced a su celo estaban para terminar
entre los indígenas.
En muy crítica y triste situación dejó a la Iglesia de España la invasión de los bárbaros.
Muchos de sus príncipes, no oyendo sino las voces del fanatismo arriano que les inspiraba, en
su loco empeño de borrar el nombre católico, causaron a la Iglesia millares de víctimas; y
Leovigildo llevó tan adelante su fanatismo, que pareció querer resucitar los tiempos de los
Emperadores romanos en sus persecuciones contra la Iglesia. Se desterró a los Obispos, saqueáronse los templos, no se perdonó medio alguno a fin de atraer los católicos al arrianismo.
Ni su mismo hijo se libró de la violenta persecución del obcecado monarca; y Hermenegildo,
convertido a la fe por S. Leandro, sufrió la muerte con la firmeza del mártir y la entereza del
héroe por negarse a comulgar de manos de un arriano. El valor de los mártires y la fortaleza
de los Obispos, que, como Massona de Mérida, S. Leandro, Liciniano y otros muchos, sufrieron el destierro, sostuvieron el ánimo de los cristianos españoles para arrostrar las persecuciones y esperar, confiados, el triunfo de la Iglesia.
Mas no quiso Dios que faltase a nuestra Patria un Constantino, y movido por la gracia divina y las exhortaciones de S. Leandro abrazó Recaredo la Religión católica; acto trascendentalísimo, que influyó tanto en el porvenir de España, como influyó en los destinos de Roma la
conversión de Constantino. ¡Acontecimiento memorable el verificado en el Concilio III de
Toledo! En aquel día, uno de los más solemnes de la historia de España y que señalaba a la
nación la línea divisoria en que una Edad comienza y otra termina, se
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vieron coronados los esfuerzos de los Prelados españoles, se fundieron las dos razas, la vencedora y la vencida, y quedó constituida la unidad católica, base de la unidad nacional, fundamento de nuestra grandeza y con la cual tienen explicación los acontecimientos más sublimes y gloriosos de la historia de la Patria.
Con la conversión de Recaredo llega a su apogeo la influencia del Episcopado, y adquieren todo su esplendor los Concilios de Toledo. En aquellas augustas Asambleas, las más célebres de la Cristiandad después de los Concilios ecuménicos, se legislaba acerca de la reforma
de las costumbres, de la liturgia, de cuanto era necesario para el buen orden y disciplina de la
Iglesia; se regularizaban las bases para la elección de rey, y se resolvían los negocios de la
gobernación de la Iglesia y del Estado, reinando entre ambas potestades tan admirable unión y
armonía cual jamás se vio en parte alguna.
Fue aquella la edad de oro de la Iglesia Visigoda. Ninguna nación puede presentar un
catálogo y sucesión de Obispos tan sabios y doctos, tan virtuosos y desinteresados, tan versados en las ciencias divinas y humanas, como los de la Iglesia española en este tiempo. Sólo el
nombre del genio portentoso de la Iglesia goda, San Isidoro, doctísimo varón que asombró
con su erudición al mundo, que fue el luminar que alumbró aquellos siglos y cuyos rayos han
penetrado al través de las sucesiones de los tiempos hasta el presente, basta para inmortalizar
una Iglesia y una nación. Como el sol en el firmamento, así brilla él en el cielo de la Iglesia
visigoda, irradiando vivísimas luces sobre toda la ciencia de la Edad Media con sus Etimologías, y constituyendo la Monarquía católica española en el Concilio IV de Toledo, por él presidido. Parecía que Dios se había complacido en derramar sobre aquella frente soberana sus
dones de naturaleza y gracia, para que levantase un monumento a la ciencia con sus admirables escritos y un monumento a la virtud con su santa vida.
Y ¡qué cuadro tan sorprendente, qué hermosísimo espectáculo nos ofrecen un Montano,
un Tajón, un San Ildefonso, un San Braulio, un San Julián, un San Eugenio!
Gocemos, gocemos, contemplando estas brillantes y grandiosas figuras, porque se
aproximan días de luto para la Iglesia española.
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Llamados por la traición y seducidos por la ilusión de encontrar en España un país delicioso como el Yemen, un paraíso semejante al forjado por los delirios de su Profeta, se arrojaron los hijos de Mahoma sobre las tierras españolas, como una tempestad horrorosa que lleva
a todas partes la desolación y la ruina. Los godos, que habían perdido su antiguo vigor con las
dulzuras de una larga paz, no pudieron resistir a las huestes muslímicas y sucumbieron al empuje arrollador de los hijos del Desierto. Obispos Y sacerdotes, labradores y guerreros, mujeres y niños, todos huían despavoridos a las fragosidades de las sierras en busca de un valladar
que los pusiera al amparo del devastador torrente. Los unos ganaron la Septimania, los otros
se cobijaron entre las breñas y sinuosidades de la gran cadena de los Pirineos, de la Cantabria,
de Galicia y Asturias. Esta última comarca, situada en una extremidad de la Península, se hizo
como el foco de los fugitivos. Y la gruta de Covadonga vino a ser la cuna del Cristianismo
perseguido, como la gruta de Belén fue la cuna del Cristianismo naciente. Allí comenzó la
gloriosa epopeya de la reconquista española que, prolongándose en una gigantesca y constante lucha de ocho siglos, y dejando en pos de sí un reguero de sangre que atraviesa la Península, había de terminar clavando los Reyes Católicos en los alminares de Granada el estandarte
de Castilla coronado por la Cruz de Cristo.
Y viose entonces un fenómeno sorprendente. Los Obispos y sacerdotes que por su ministerio de paz parecían estar los más alejados del estruendo de las armas, dejaban el cayado del
pastor para empuñar la espada del guerrero, yendo al frente de las huestes cristianas y causando sangrientos estragos en las filas enemigas. Esta idea, cuya explicación quizá habría que
buscar en el espíritu profundamente cristiano y caballeresco de la Edad Media, tuvo su gloriosa personificación en aquel varón extraordinario que a un mismo tiempo vestía el hábito del
monje y la armadura del soldado, S. Raimundo de Fitero, fundador de a Orden Militar de Calatrava.
Muchos cristianos, al ocurrir la irrupción agarena, quedaron bajo la dominación de los
árabes, conservando su religión y hacienda. Estos cristianos, que gozaron al principio de alguna libertad religiosa, pronto se vieron envueltos en una sangrienta persecución promovida
por el fanatismo mahometano que tiñó en sangre de
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mártires aquellas hermosas provincias. El ángel tutelar de los mozárabes era S. Eulogio. Con
sus vibrantes palabras, con sus cálidos escritos y sobre todo con la sublime entereza de su
heroico ánimo levantaba el espíritu de aquellos cristianos que, fervorosos y valientes, y subyugados por la mágica influencia de su predicación, se ofrecían espontáneamente al martirio.
Y aunque un Concilio presidido por Recaredo de Sevilla, con deseo de paz, prohibió que se
presentaran voluntariamente a la muerte, la fogosa y enérgica voz de S. Eulogio protestó contra esta debilidad y todavía Córdoba vio aumentarse el número de sus mártires, contándose
entre ellos el mismo S. Eulogio.
Han transcurrido cinco siglos desde que los hijos del Desierto pisaron por vez primera
tierra española. Lo obra de la Reconquista progresó extraordinariamente. No son los cristianos
aquellos soldados medrosos que huían al acercarse los ligeros corceles africanos; son soldados
aguerridos que han desafiado cien veces al inmenso poder de la morisma, han arrollado sus
huestes y han hollado sus banderas. Pero en las Navas de Tolosa como en el Guadalete se
lucha por la independencia de una de las razas, se pelea por el triunfo decisivo de una de las
dos religiones. Dios, sin embargo, vino en auxilio de los cristianos y al anochecer de aquel
día, 200.000 musulmanes yacían cadáveres. Las ardientes y confortantes palabras de D. Rodrigo de Toledo alientan al Rey de Castilla, siendo una de las causas decisivas de la victoria.
Así aparece ante nuestra vista, como el ángel del Evangelio, la figura inmortal del gran Rodrigo Jiménez de Rada, que, después de haber sido el promotor de la Cruzada de las Navas y
de haber admirado al mundo con sus escritos, asombró con su sabiduría a los Padres del Concilio I de Lyón.
Yo quisiera, yo quisiera en estos momentos seguir a los valientes españoles en la obra
prodigiosa de la Reconquista y asistir con S. Fernando a la rendición de Córdoba, Jaén y Sevilla, y acompañar a Gil de Albornoz a la batalla del Salado para ver cómo los heroicos Prelados con sus patrióticas y alentadoras palabras llevaban a la victoria a los ejércitos cristianos.
Yo quisiera presentaros la grandeza episcopal de España durante estos siglos y veríais levantarse esa majestuosas Catedrales que semejan bellísimas filigranas: y veríais aparecer las Universidades, emporio del saber y gloria del
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mundo; y pasarían delante de vosotros las figuras gigantescas de Diego Gelmirez, de S. Julián
de Cuenca, de Alfonso de Madrigal, de Diego de Amaya y de Alfonso de Cartagena; nombres
y empresas que encienden en el pecho las llamas del entusiasmo patrio y llenan el alma de
regocijo por haber nacido en una patria tan grande como España.
Pero una ola de corrupción había invadido todas las clases de la sociedad y hasta las personas más ilustres se veían contaminadas con el vicio que parecía común a todo el siglo; y
esta misma inmoralidad, junto con otros desórdenes, produjeron un estado de anarquía social
indescriptible.
Aires de bienestar y regeneración corrieron por nuestra patria al advenimiento de los Reyes Caóticos; ellos sacaron a España de su postración, la salvaron de su ruina y terminaron la
obra de la Reconquista con la rendición de Granada. Ellos crearon la unidad nacional, fundada
en la unidad religiosa, en la unidad de gobierno y en la unidad de territorio. En una palabra,
de la España de Enrique IV hicieron la nación más floreciente y poderosa de Europa. Los
Obispos españoles brillaron por su piedad, prudencia y sabiduría. Los nombres del Gran Cardenal, Pedro González de Mendoza, de Hernando de Talavera, de Diego de Deza y de Cisneros son la mayor prueba de mi aserto. La Reina Isabel no presentaba para Prelados a los hombres ilustres solamente por su ciencia, sino a los varones ilustres por su virtud, sacándolos, si
era necesario, del claustro.
Todo era grande en esta época. Y como si Dios aguardase que expulsaran de España a los
enemigos de su Fe, para premiarles los sacrificios que por Él habían hecho, apenas rendida
Granada, el último baluarte del mahometismo, les presenta ante sus ojos un nuevo mundo
para que extiendan su imperio temporal sobre la tierra y lleven a aquellas ignoradas playas el
nombre de Cristo. Y en aquellas tierras vírgenes, donde sólo se daba culto al demonio y cuyo
nombre aún no conocía el mundo, merced al ardiente celo de los misioneros y al valor de los
Conquistadores, se plantó el estandarte de Isabel y la Cruz de Cristo, denotando los descubridores que tomaban posesión en nombre de Dios y de Castilla.
A la muerte de los Reyes Católicos recogió el cetro de dos mundos
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el Cardenal Jiménez de Cisneros, figura gigantesca y colosal, que ni ha menguado con el
tiempo ni disminuirá en el transcurso de las edades.
Grande en el claustro, en el confesonario, en el campo de batalla, en el gabinete, en el palacio y en el templo, este hombre extraordinario que parecía nacido solamente para empresas
grandiosas, conquistó a Orán, abatió a la nobleza, organizó los ejércitos permanentes, creó la
Universidad de Alcalá, imprimió la Biblia Políglota y reformó las Órdenes religiosas, oponiendo con esta medida un dique insuperable a la entrada del Protestantismo y preparando el
terreno para producir los hombres eminentes en saber y santidad, que brillaron en la Iglesia
española durante e! siglo XVI.
Aquí empieza el siglo de oro de la nación española; Dios que le había dado el imperio del
mundo, le concedió el imperio de la teología, de las ciencias y de las artes. Y mientras nuestros tercios salían victoriosos en Pavía, S. Quintín y Flandes; mientras nuestra escuadra hundía la omnipotencia marítima de la Media Luna en las aguas de Lepanto, y nuestros conquistadores descubrían nuevos horizontes en el Nuevo Mundo, nuestros teólogos brillaban en el
Concilio de Trento. Y en aquella venerable Asamblea, la más augusta que vieron y verán los
siglos, resplandecieron los Padres y Teólogos españoles como lumbreras brillantísimas, sobresaliendo por la austeridad de su vida, por la adhesión a la Cátedra de S. Pedro y por la profundidad de su su sabiduría, porque eran la encarnación de España y España era la nación de
la Teología. ¡Con letras de oro deberían grabarse los nombres del Ángel de Valencia y Padre
de los pobres Santo Tomás de Villanueva, del Eucarístico Juan de Ribera, de aquellos dos
ilustres predecesores de V. I. en la Silla de Sigüenza, el Cardenal Diego de Espinosa, consejero de Reyes y rey de los Consejeros y el prudente y desinteresado Pedro de La Gasca, pacificador del Perú, del sapientísimo Antonio Agustín, del insigne Martin Pérez de Ayala, y de los
inmortales Diego de Covarrubias, Bartolomé de los Mártires, Bartolomé de Carranza y Melchor Cano!
Tanta gloria y grandeza parecerá fruto de la brillante imaginación y corazón de fuego de
un poeta, si no supiésemos que la historia y la poesía se habían unificado para cantar la grandiosa epopeya de la grandeza española del siglo XVI.
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Grande fue el Episcopado español que contó en su seno a un Juan de Palafox, venerado
por su santidad; a un Cardenal Aguirre, prodigio de la sabiduría; a un Cardenal Lorenzana,
que salvó a la Iglesia católica con la elección de Pío VII; a un Cardenal Inguanzo, defensor
acérrimo de los derechos de la Iglesia; al integérrimo Cortina, Obispo de Sigüenza, perseguido por defender la causa católica.
Grande fue el Episcopado español que, en épocas amargas para España, supo con su adhesión a la Santa Sede salvar la Religión católica contra los amagos del Cisma. Grande fue el
Episcopado español, cuando en días de infausto recuerdo, defendió los derechos eclesiásticos
contra las intrusiones civiles; protegió a las órdenes regulares de las calumnias que contra
ellas se vomitaban y se negó a prestar juramentos que le exigían gobiernos sectarios, sufriendo por eso la pobreza y el destierro. Grande fue el Episcopado español que supo en el Concilio Vaticano elevarse hasta las cumbres de la Teología con el Cardenal García Gil, dejando
por su sabiduría y apostólicas virtudes asombrado al mundo, que no podía creer, que en aquellos Obispos, los más pobres de la cristiandad después de les Vicarios Apostólicos y que tenían que andar a pie por las calles de Roma, cupiese otra cosa que ignorancia y flojedad. Grande fue el Episcopado español que ha producido varones como los Cardenales Monescillo,
González y Aguirre, como el P. Claret, Casas y Souto Santo, Torres y Bages y el P. Cámara.
Y en estos tiempos, en que el indiferentismo se ha infiltrado en todas las clases de la sociedad,
dejando en los corazones un frío de muerte: en que los Gobiernos se han dado la mano para
perseguir a la Iglesia y en que el socialismo con sus máximas disolventes y anárquicas ha invadido la clase obrera, siendo un peligro constante para la sociedad ¿Quién dejará de aplaudir
la hermosa labor del Episcopado español, fomentando la piedad por medio de la Eucaristía,
defendiendo los derechos de la Iglesia y cristianizando al obrero, para de ese modo labrar su
felicidad? Brillantísima es la historia del Episcopado español. Y al contemplar su grandeza, al
repasar sus páginas llenas de gloria, siento un gozo intenso en el fondo de mi corazón, porque
la grandeza del Episcopado español es la grandeza de la Iglesia católica, es la grandeza de mi
Patria.
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No quiero terminar sin consagrar un recuerdo fervoroso, sin pronunciar un nombre venerando, que vive en vuestros corazones y está brotando ya de vuestros labios y cuyo amor forma una de las más grandes glorias que coronan la frente del venerable anciano, que motiva
estos actos.
De corazón noble y alma generosa nació el P. Ezequiel para ser el decidido defensor de la
Verdad y el mártir del liberalismo; y en estos aciagos tiempos de transigencia con el error y
de atenciones con el vicio habló virilmente el enérgico lenguaje de la Verdad y levantó la
bandera de la santa intransigencia, eje robustísimo aIrededor del cual gira la Historia de la
Iglesia.
Cien veces oyó el tolle, tolle, que la impiedad rugiente lanzaba contra él; pero él, fijas sus
miradas en el Crucifijo, aguardaba sereno, impávido, con la majestad del mártir, el crucifige,
crucifige, que turbas sacrílegas vomitaron contra el Divino Maestro. En la escuela del Sagrario aprendió este hombre singular a ser austero religioso, apóstol infatigable y Obispo integérrimo. Y Dios le ha glorificado después de su muerte.
Y al ofrendaros, Ilmo. Sr., este sencillo homenaje en prueba de nuestro respeto, en testimonio de nuestro cariño; al presentaros el cuadro sorprendente que forma el Episcopado español a través de los siglos, cuya grandeza vos habéis aumentado con vuestras obras y con
vuestras virtudes, ya en el palacio señorial de Sigüenza, ya en el callado retiro de este Monasterio, una sincera felicitación brota de nuestros labios como la expresión más fiel de nuestros
corazones y que significa nuestra alegría en esta fiesta, que, siendo vuestra, es fiesta del Episcopado español.
FR. ÁNGEL LATORRE
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AMOR Y ANHELO
¿No ves, no ves las ondas—del piélago anchuroso
Buscar la extensa playa—bañada en oro y luz?
¿No ves al pajarillo—buscar el nido ansioso?
¿No ves la golondrina—llorar sobre la cruz?
¿Bajo el azul sereno—del cielo transparente
No ves batir sus alas—al rápido condor
Buscando la alta roca?—no ves cómo impaciente
La nave se estremece—del mar sobre el hervor?
¿No ves cómo se agita,—cuál tiembla zozobrosa,
Cómo hincha el blanco lino—cortando el mar azul,
Y trémula palpita,—y rápida y ansiosa
Arriba horizonte, —rasgando orlas de tul?
¿Qué tiene, qué, esa nave—inquieta que se agita?
¡¡Qué triste va y qué grave—bogando en alta mar!!
Mas... ¡oh! ¿por qué a un reflejo—de luz, salta y palpita?
Porque ha visto ya el puerto—do vuela a reposar.
Por eso nuestras almas—hoy tiemblan y palpitan,
Por eso tan henchidas—de amor y gozo están,
Por eso, cual la nave,—con ansias mil se agitan
Y, por besar tus plantas,—consúmense de afán.
No cruza con más ansia—la esfera cristalina,
Buscando la gaviota—su cóncavo peñón;
Ni el mar busca la playa,—la cruz la golondrina,
Cual buscan hoy tus hijos—tu dulce corazón.
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A ti van desolados—y trémulos de gozo,
Y en éxtasis profundo—se postran ante ti,
Y al ritmo inmenso que alzan—sus cantos de alborozo
Te dicen: «padre mío,—tu imagen vive aquí.
Y ruedan silenciosas—las lágrimas ardientes,
Y clavan sus pupilas—nubladas, en tu faz:
¿No ves cómo teñidas—de púrpura sus frentes
Reclinan en tu pecho—buscando en ti solaz?
Tú escuchas, sí, los ecos—del lúgubre lamento,
De sus gemidos hondos—la triste vibración,
Y rasgan tus entrañas,—cual van rasgando el viento
Los ayes lastimosos—que exhala el corazón.
¿Por qué, por qué sollozan—los pechos apenados?
¿No pueden de la vida—las luchas arrostrar?
¿No ven cuál desafías—sus mares alterados
Las olas bramadoras—impávido al cruzar?
Anciano venerable,—a quien el alma adora,
Asilo regalado—en ti encuentra el dolor;
Si alguno abandonado—sus hondas cuitas llora,
Tu pecho palpitante—le prestará calor.
Por eso, si te aqueja—fatídica dolencia,
De pie junto a tu lecho—inmóviles nos ves;
Tu vida es nuestra vida,—tu luz, nuestra existencia:
Que tiene por sendero—las huellas de tus pies.
Por eso pliega el alma—sus alas, como un ave
Que bebe en las radiantes—alturas vida y luz,
Y en medio del profundo—silencio austero y grave
La ves arrodillada—llorando ante la cruz.
Llorando con el ansia—de todos los amores,
Llorando, como llora—rasgado el corazón,
Con la amargura inmensa—de todos los dolores
De aquel que ve perdida—su más dulce ilusión.
Dulce, dulce ilusión que deshojada
El alma desolada
Vera un día caer ante las plantas;
Ilusión que, al perderse en el vacío
Dejara, padre mío,
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Sin luz los ojos, mudas las gargantas.
Tú eres el faro, donde siempre fijos,
No temen, no, tus hijos
El profundo rugido de los mares;
En ti han hallado el sosegado puerto
De un corazón abierto
Al dolor, a las cuitas y pesares,
Y al mirarse en tus ojos nuestros ojos
¿Quién siente los abrojos
De este mundo? ¿quién tiembla ante su embate?
¿A quién, al ver la inalterable calma
Que goza siempre tu alma,
El huracán del infortunio abate?
¿En las trágicas luchas de la vida
A recia sacudida
Sucumbirá cobarde nuestro pecho?
No; ¡tan sólo tu ausencia, padre mío,
Dejar puede tan frío!
¡Tan frío el corazón pedazos hecho!
¿Por qué, si no, se agolpan bulliciosos
Tus hijos amorosos,
Henchidos de alegría pura y franca;
¿Por qué tu corazón, virgen de enojos,
Lágrimas a los ojos
Y clamores de amor al pecho arranca?
Tú sólo ves, al palpitar sus senos,
En sus ojos serenos
La sincera expresión de su cariño,
Tú oyes gemir al alma dolorida,
Que a ti corre afligida
Como a una madre el inocente niño.
Por eso un día, al verte derribado
En tu lecho, extenuado,
Las lágrimas bañaron sus mejillas,
Y ante la cruz el alma solitaria
Murmuró una plegaria
Por ti, santo Prelado, de rodillas,
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Que ha cinco lustros, mudo y reposado
Ante el altar postrado
La veneranda mitra recibías;
Brillando desde entonces en tu historia
Aquel día de gloria,
De encantos, de recuerdos y alegrías.
Y, lejos hoy del vértigo y rüído
De un mundo corrompido,
A este asilo del alma te retiras;
Donde torna a surgir en la memoria
Aquel día de gloria,
Reflejo del Edén porque suspiras
Prelado cuya voz conmovedora
Sonó avasalladora
Del templo por las bóvedas obscuras,
Y amedrentaba al pecho empedernido,
Como el ronco estampido
Del trueno que revienta en las alturas.
Y ¡cuántas veces tu inspirado acento
Rasgó solemne el viento,
En cascadas rompiendo de elocuencia,
Llamando ante las cátedras sagradas
En gruesas oleadas
Las muchedumbres a aplaudir tu ciencia!
Todavía en tu mente centellea
El luego de a idea
Que vibró como el rayo luminoso,
Cuando viril tu acento retumbaba
Y al eco retemblaba
El imponente templo silencioso.
Y aquella voz enérgica y valiente
Que, en arrebato ardiente,
Hería como el filo de una espada
Escudriñando el misterioso arcano
Del corazón humano
¿Por qué no suena ya grave y airada?
¡Cuántas veces el pueblo que bullía
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A tus pies, te ofrecía
Como a orador y sabio, lauro y palma!
¡Mas!... ¿qué dejan tras sí? fríos despojos.
Lágrimas en los ojos,
Vacío el corazón, vacía el alma.
Por eso, al escuchar la delirante
Aclamación vibrante,
El llanto se agolpaba en tus mejillas:
Mas no; que la humildad nunca deprime,
¡Oh, Prelado sublime,
Que más grande pareces de rodillas!
¡Y tú mirando con amargo hastío
Al inmenso gentío
Al ceñirte el laurel de tu victoria!
¡Tú con acento de desdén profundo
Dices sin miedo al mundo:
«Es cual vana ilusión, varia tu gloria!»
Por eso de ti tomo—mi luz como un planeta
Y pongo ante tus plantas—mi lira de poeta
Y a ti consagrar quiero—su postrimer clamor,
Y el eco de su acento—y el alma que te adora,
Y todo lo que canta—y todo cuanto llora,
Diciendo está a mi oído:—«amor, amor, amor».
Fr. Carlos Liñán del Carmen
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¡RÁFAGAS!…
Declinaba ya a tarde. Era una de las primeras tardes de brumas otoñales, en las que, ya
escondidos los tibios y pálidos rayos del sol de Octubre, la tierra toda toma un aspecto de profunda y sugestiva melancolía. Esas
…tardes impregnadas de dolientes
vagas melancolías...
que cantó el poeta del hogar y de la naturaleza. Esas tardes en las que el alma entera se
contagia de ese tinte de tristeza y de dolor que invade e impregna la campiña y el paisaje, alegre y risueño antes, lúgubre y sombrío ahora; esas tardes de sugestionado silencio, en las que,
sin saber por qué, el hombre se reconcentra sobre sí mismo y escucha en sus adentros el eco
fascinador de nostálgicos recuerdos, o el grito desgarrador de tétricos pensamientos, cuando,
al decir de un artista sublime, de un eximio escritor, Adolfo de Sandoval, «dobla con un doliente cromatismo, pausada y lúgubre, y, a veces, con desesperados acentos, retumbante, clamorosa con insistencia y clamor de muerte, cual si fuera la voz universal dolor… la gran
campana de la Iglesia».
En esa tarde de imperecederos recuerdos para mí, no sé si por casualidad o por una feliz
coincidencia, me encontraba yo en el coro de una iglesia nuestra, muy nuestra, como que es la
iglesia de nuestra casa-matriz, donde una Madre, tan pura como hermosa, sonríe
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hechicera a las caricias de sus hijos que le rinden un culto de vida y corazón1.
Todavía penetraba por las ventanas de caprichosas vidrieras multicolores del sagrado recinto el último rayo de la luz crepuscular, de esa luz vaga, indecisa, moribunda, luz misteriosa
e indefinible que, cual sutil penumbra, envolvía el templo de una semi-oscuridad religiosa que
ilumina el alma, haciéndole columbrar un mundo de encantos que nunca ha sospechado. Allí,
en aquel coro, donde nuestros mayores conversaron en sublimes y amorosos coloquios con el
Prisionero del Sagrario y con su Madre santísima que sobre él se alza risueña y dulce cual una
visión de amor, estaba yo absorto, pensativo... De afuera llegaban a mis oídos frases de despedida, voces de dicha y satisfacción, ruido monótono de juguetones cascabeles de caballos
preparados a marchar... Dentro... ¡ah! dentro todavía me parecía oír, como rumores sordos y
apagados que poco a poco se alejan, los ecos tremebundos, preñados de angustia y de dolor,
del «Dies irae, Dies illa», ecos de gritos crueles y desgarradores que «in die illa tremenda» se
escaparán de las gargantas de los hombres entrecortados por el llanto y los sollozos, nuncios
fatídicos de aquella hora en la que el Ángel hará resonar su trompeta diciendo, «¡surgite mortui!», cuando abriranse con estrépito los sepulcros... Aun me parecía oír los ecos de otros gritos, más llenos de consuelo y esperanza, del «Pie Jesu, Domine!», que al repercutir dulces y
placenteros, como dulce y placentera es la alegría del corazón, por las naves de la iglesia,
inundaban el espíritu de fuerza y de valor... Aun me parecía percibir el perfume embriagador
del aromático incienso, perfume que hele a cielo, perfume que huele a santo y que refrigera el
sentido con dichas inefables... Aun creía divisar, entre la sutil neblina del incienso, un confuso
tropel de sombras que se desvanecen por momentos y entre las que aparecía, inundado de
nimbos de luz, el plácido perfil de un santo que escuchaba sonriente las plegarias de Obispos
y Prelados, de humildes religiosos, de fieles fervorosos...
1
Véase acerca de esto la «crónica de Monteagudo», correspondiente al número 65 de este BOLETÍN, que publiqué a raíz del suceso que motiva estas líneas.
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¿Qué era todo aquello que yo creía oír, percibir, divisar y palpar, invadiendo todo mi
cuerpo y que corría por mis venas como un fuego abrasador?... Era que, en alas de la ardiente
fantasía, había evocado, para gustar de nuevo tan hermosa realidad, el triunfo de un hijo de mi
Madre, el triunfo de un hermano mío, triunfo que se había desarrollado por la mañana, con
toda la grandeza de un poema, en aquella bendita capilla.
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La iglesia estaba solitaria, oscura, en un reposo embriagador. Llegaron a mis oídos,
sacándolos de su estupor, unos pasos quedos, muy quedos...
¿Quién será?... me pregunté, como si el corazón presintiese algo grande, algo sublime. A
la luz indecisa del crepúsculo, que aún quería iluminar tenuemente con sus postreros rayos
aquella memorable escena, pude distinguir perfectamente la venerable figura de un anciano.
Vestía el mismo hábito que tengo la honra y dicha de vestir. Su porte era humilde, sencillo…,
sus pasos trémulos, vacilantes... pero vi, destacándose brillante del fondo negro del hábito, un
precioso «Lignum Crucis» que pendía de áurea cadenita. ¡¡Es él!!... pensé conmovido. Y en
efecto era él, que ahogando sus pasos vacilantes para no turbar aquel augusto silencio, se
acercaba firme y sereno hacia el altar del Presbiterio. Allí desvió sus pasos al lado izquierdo
donde había pobre tribuna, que despedía suave aroma de santidad. De pie sobre ella, con el
rostro apegado a la afiligranada reja, como si sus ojos quisieran devorar lo que dentro veían,
lo miré por unos momentos solemne, majestuoso, cual una visión fantástica, balbuciendo sus
labios palabras que a mí no llegaban. Pues qué, me dije, ¿hay vida allí dentro?... Sí, exclamé,
volviendo sobre mí mismo; sí, allí dentro duerme un santo, es también hermano mío y también ostenta sobre su pecho, en el que se reclina como en amoroso y blando nido, otro «Lignum Crucis» igual al que adorna al anciano que lo contempla y que es su amigo del alma y
compañero en su honrosa dignidad.
¿Quena despertarlo de tan dulce sueño?... ¿Tendrá que decirle alguna cosa, tal vez la
última en su presencia?... Sí, parece que le
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mira con miradas de candor y de inocencia…, parece que le habla con acentos y quejas de
amante desdeñado... Creo escuchar clara y distintamente un diálogo delicado… Callemos,
alma mía, callemos... Me recuerda al gran mártir de la Iglesia San Lorenzo quejándose a su
Pastor amado...
«¿A dónde marchas, adorado hermano, sin tu hermano? ¿a dónde partes, santo
Prelado, sin tu compañero?... ¡No me abandones, llévame contigo, porque ya he
cumplido la misión que tengo sobre la tierra!...»
«No, carísimo hermano, no te dejo ni te abandono; sigue cumpliendo tu misión,
porque el Señor quiere coronar en este mundo tus trabajos con una diadema inmortal.
Yo mientras tanto velaré sobre ti y te amaré desde aquí como te amé en la tierra...»
Tal dijo el santo Prelado que dormía allá, dentro de la tribuna silenciosa y solitaria, al
otro humilde Prelado que se sentía arrastrado, como por una fuerza misteriosa, hacia aquel
venturoso rincón donde le parecía quedaba algún pedazo de su mismo corazón. Yo, ante tan
grande y sublime cuadro, nada más vi y oí; cuando volví a mirar a la tribuna, el anciano venerable había desaparecido. Aun me pareció escuchar a lo lejos el vertiginoso rodar de un carruaje que lo conducía al bullicio de la sociedad, arrancándole implacable de tan grata y dulce
compañía.
Lectores míos: ¿sabéis quién era aquel anciano venerable, hermano nuestro, sencillo y
humilde Prelado, que de pie, junto a la reja de aquella bendita tribuna, así hablaba con los
muertos?... Sí, lo adivináis. Era el Ilmo. y Rvmo. P. Fr. Toribio Minguella. ¿Conocéis a aquel
otro hermano nuestro, santo y grande Prelado que descansa de sus fatigas en este valle de
lágrimas, cabe las plantas de una purísima Virgen, a la que en vida cantó tiernísimas endechas
de amor en la soledad de la noche y del santuario, como canta el ruiseñor en la soledad de la
umbría selva, y que así contestaba a los vivos?... Sí, lo conocéis y lo amáis. Es el Ilmo. y
Rvmo. P. Fray Ezequiel Moreno, cuyos sagrados y preciosos despojos descansan en la iglesia
de nuestro Colegio de Monteagudo.
¿Tendrán algún significado aquellas palabras, que, turbado por los
500
vuelos de la imaginación, creí escuchar en aquella memorable tarde?
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Deslizáronse angustiosas las brumas otoñales; corrieron Silenciosos los fríos días del
adusto invierno, llegó la primavera exuberante en sus encantos,
Pasáronse las flores del verano
El otoño pasó con sus racimos,
Pasó el invierno con sus nieves cano...
y una y otra vez «volvieron las obscuras golondrinas», y... emigraron… Han pasado cuatro
años. ¿Quién pone trabas al indefectible resbalar del tiempo?
La decoración ha cambiado por completo. Es un hermoso amanecer tempranero del estío;
un cielo límpido, despejado y sereno, un ambiente saturado de voluptuosos aromas y perfumes, cálido, adormecedor; la naturaleza toda sonríe; pintados pajarillos trinan dulces y melodiosos… todo es luz, vida y color. Las campanas de mi iglesia susurran con sus graves y
metálicos acentos, hoy más expresivos que nunca, la palabra ¡amor! El templo luce sus galas
más vistosas, su más variada iluminación; en los rostros de mis hermanos se dibuja, tranquila
y plácida, la dicha y satisfacción que rebosan sus corazones.
En el altar mayor de la Iglesia ha comenzado una misa. Un anciano, abrumado por el peso de una vida octogenaria, sembrada de trabajos y fatigas, circundada la cabeza con plateada
corona de níveas y respetuosas canas, con expresión algo sobrehumana y angélica en el rostro,
se halla ataviado con las vestiduras del ministro del Señor. ¡Qué cuadro tan sencillamente
grande, sublime y patético! Diríase que estamos transportados a un cielo de delicias que sólo
el alma puede soñar.
Pero hay un momento solemne y augusto en el que el cuerpo se siente desfallecer a vista
de tanta grandeza. Sí, lo he visto. El celebrante tiembla de emoción al contemplar entre sus
manos la Hostia-sacrosanta, a la que ha descendido, rodeado de celestes Querubines, el Padre
de todas las luces, el Dios de toda consolación.
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Encima de él, cual graciosa aparición, se destaca, entre nimbos de luz y nubes de incienso, la
fascinadora y atractiva figura de un santo Prelado Recoleto. Es un mártir, un mártir del amor a
Jesús en el Sagrario, un mártir de las furias de perversos hombres, es... el P. Ezequiel Moreno.
En sus manos sostiene brillante corona... su rostro sonríe apacible... Ha descendido de allí y
coronado las sienes del sacerdote que ya termina la misa... El humilde anciano, ¿sabéis
quién?… el P. Toribio Minguella, llora… llora...
Ha celebrado las bodas de plata episcopales y el P. Ezequiel lo ha desposado.
FR. F. OTAMENDI DE LA P. C.
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¡LIBERTAD!
¡Libertad, libertad! Tenga mi labio
del trueno la grandiosa resonancia,
el eco de las olas tormentosas
y el sordo rebramar de la borrasca,
para entonar en su loor un himno
sublime, emocionante y entusiasta.
¡Libertad, libertad! Goza, alma mía,
del dulzor de esta mágica palabra;
recoge el néctar que sus letras vierten
cual dulces gotas el panal derrama.
¡Maldición sempiterna al que esclaviza!
¡Maldición sobre el déspota recaiga!
Pero, ¿qué es libertad? ¿Quién rinde culto
al ídolo que tal concepto entraña?
¿Dónde está su bandera? ¿Cómo, cuándo
se encontrará la huella de su planta?
¿Es vocablo vacío de sentido?
¿Es de ingenios ilusos una máscara?
¿Es una burla al corazón que anhela?
¿Es al pecho patriota astuta farsa?
¿Quién es libre? ¿Es Nerón que incendia a Roma
por saber cómo brota de su arpa
un canto funeral, mientras perecen
centenares de esclavos en las llamas?
¿Es libre porque puede impunemente
arrancar a su madre las entrañas
y echarlas a los perros, mientras rinden
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los tribunos al César alabanzas?
¿Es libre el poderoso que a la víctima
le dice con despótica jactancia:
—O a mi antojo te rindes, o te hundo
en el pecho el puñal de la venganza?—
Yo sé que una nación enloquecida
la guillotina enarboló en las plazas
para sembrar con sangre la semilla
de horrenda esclavitud: ¡oh cruel Francia!
Con sangre se fundó, con sangre libre
la esclavitud de la razón humana;
sobre acervos de hediondas calaveras,
se colocó su formidable estatua.
¡Sarcasmo del progreso! ¿Dónde hay fuego
para quemar tan repugnante pagina?
No es libre, ni es honrado, ni es valiente,
ni merece ser hombre quien se lanza
a buscar en la orgía de la vida
la fuerza que los crímenes ampara,
la hartura de pasiones y apetitos,
la apología de la acción bastarda.
Mirad a esa doncella pudorosa,
del hambre y la orfandad acorralada:
puñados de oro ante sus pies arrojan
monstruos que intentan con furor ganarla;
su corazón acariciado late
ante la idea de vivir sultana;
mas le grita una voz: —Joven, detente,
que eres hija de Dios; prosigue honrada.—
Y la joven acepta el sacrificio,
y triunfa, libre, del honor esclava.
¿Quién de los dos es libre? ¿Acaso el monstruo
que quiere hacer de un ángel bestia humana,
o el ángel, que prefiere morir antes
que manchar la blancura de sus alas?
¿Libertad para el mal? No, no comprendo
aquesa libertad ruin y menguada;
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no deis al hombre libertad de bestia,
no deis al ángel de vampiro alas.
¿Dónde está, dónde, el sentimiento libre
de aquel que en el garito el día pasa
aherrojado con servil cadena,
rindiendo culto a su pasión vesánica?
Sus ojos brillan con fulgor siniestro
al fijarlos del naipe en las jugadas:
apuesta su fortuna, pierde, y juega
de seguida la honra de su casa;
y la pierde, y apuesta atolondrado
de sus hijos y esposa hasta la cama,
y la pierde también, y entonces bebe
la cicuta, y así la vida acaba.
¿Es esto acaso libertad de libres?
Esto es libertinaje de canallas.
El ¡sursum corda! el ¡excelsior! que se oye
cuando vacila ante el deber el alma;
la mano que indicaba amorosísima
al mártir celestiales lontananzas;
esa fuerza que el yermo fue poblando
de eremitas nimbados de esperanza;
esa luz que destella entre los siglos
que de barbarie medioeval hoy llaman,
luz que brilla en las torres de los templos
como faro en las horas de borrasca;
esa ley, que combina las virtudes
de la vida en el amplio pentágrama,
eso sí es libertad, libertad pura,
libertad que a los hombres no degrada,
libertad que subyuga las pasiones,
libertad que el valor cívico agranda,
libertad que desciende de los cielos
y nos sube a los cielos en sus alas.
Cuando alguno os pregunte si sois libres,
decid que no, si vuestra vida es mala.
FR. P. FABO DEL C. DE MARÍA
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UT DEUM AUGUSTINUS DOCEAT QUAERENDUM
(Continuación)
Videte, quaeso, solIicitudinem viri sancti, et quam anxie Deo jugiter adhaerere studuerit!
Quis non diceret hoc esse scrupulositatem? Sed sentiunt spitituales viri, quantum ipsis noceat
cogitationis oculos a Deo vel parumper deflectere. Vulgo dicitur: «Ubi amor, ibi oculus».O
utinam Deum ex toto corde diligeremus! Oculi nostri ad eum semper attenderent. O si Deus
esset unicus et solus noster thesaurus, sine dubio cor nostrum semper eum inquireret, semper
ad eum avidissime inhiaret, illique inhaereret; nam, ut Christus ait: «Ubi est thesaurus tuus,
ibi est et cor tuum» (Matth. 6).
Cum vero multa nobis ex necessitate agenda incumbunt, quae carnis sensum demulcent,
summa industria, conatuque satagendum, ne animus noster voluptati, honori, aut commodo
proprio adhaereat, in iisque finem constituta. Sed affectum omnem ab iis divulsum in solum
referat Creatorem, qui solus propter se, et non propter aliud toto corde diligendus. Qua in re
haec ab Augustino proposita est regula. «Quidquid propter se, et gratis quaeritur, ibi est finis».
Declarat hoc exemplis rei utilis, delectabilis et honorifice. «Pecuniam aliquis quaerit, non sit
ibi finis: transit tamquam peregrinius. Quaere ubi transeas; non ibi remaneas. Si autem amas
per avaritiam, implicatus es. Erit tibi avaritia catena pedum: ultra progredi non potes». De
objecto mutabili mox subdit: «Salutem corporis quaeris, adhuc noIi ibi remanere. Quaere
illam, ne impediat forte
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morbida valetudo opera tua: ergo non est ibi finis, quia propter aliud quaeritur». De honore
deinceps ait: «Quaeris honores, forte ad aliquid agendum; quaeris ut peragas aliquid, ut placeas Deo. Noli ipsum honorem amare, ne ibi remaneas. Quaeris laudem? Si Dei quaeris, bene
facis: si tuam quaeris, male facis: remanes in via» (Tract. 10 in Epist. Joann).
Lentam atque somnolentam mentem nostram aeternorum intuitu praemiorum sancti Doctores excitant et urgent. Frequens hac in parte est Augustinus. «Quando», inquit, «facis opus
tuum, propter vitam aeternam fac: noli facere nisi propter vitam aeternam. Si ideo facis, securus facis: hoc enim mandavit Deus» (In Ps. 120). Idem autem saepissime inculcat Deum esse
mercedem, praemium et retributionem, propter quam operari non tantum liceat, verum etiam
oporteat. In Joannem scribens: «Ecce quod dictum est, si quis mihi ministrat, me sequatur.
Quo fructu? Qua mercede? Quo praemio? Et ubi sum, inquit, ego, illic minister meus erit.
Gratis ametur, ut operis, quo ministratur illi, praetium sit esse cum illo» (Tract. 51 in Joan.).
Et rursum: «Haec est merces summa, ut Deo perfruamur» (De Doctr. Christ. l. 1, c, 31). Audi
etiam ejus vocem: «Colatis, inquit, et diligatis Dominum gratis, quia totum praemium nostrum ipse erit, ut in illa aeterna vita, bonitate ejus et pulchritudine perfruamur» (Ibid.). Iterumque: «Breviter», inquit, «praemium nostrum definitum est per Prophetam: Ero illorum
Deus. Nolite aliquid a Deo quaerere, nisi Deum gratis amate, se solum ab illo desoderate
(Serm. 100 de divers. c. 5). Alibi conformiter: «Sic amare debes, ut ipsum pro mercede desiderare non desinas, qui solus te satiet; sicut Philippus desiderabat, cum diceret: Ostende nobis
Patrem, et sufficitt nobis» (In Ps.). Sed ne quis remaneat scrupulus, quod si mercedes intuitu
quispiam operetur, non filialem, sed servilem forsitam dici posset amorem ex quo talia opera
procedunt, promissam distinguamus mercedem. Haec enim aut Deus ipse est, sive opreratio
illa qua Deo conjungimur, visio scilicet Dei, fruitio, amor et gaudium de Deo; aut est aliquid a
Deo distinctum, quod sane si mercedis nomine intelligatur, prorsus non licet talis mercedis
intuitu Deum colere. «Qui aliud praemium petit a Deo», ait Augustinus, «et propterea servire
vult Deo, carius facit quod vult accipere, quam ipsum a quo
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vult accipere. Quid ergo? Nullum praemium Dei? Nullum praeter se ipsum. Praemium Dei,
ipse Dens est» (In Ps. 72). Item quanta summo illi bono bono fit injuria, quoties aliquid aliud,
tamquam praestantius ac delectabilius, ei anteponitur, ad quod assequendum ejus dilectio referatur. Quidquid enim nobis in nobis sistendo concupiscimus, hoc ultimo refertur ad nos,
quos prius diligimus, et quibus tamquam cardine diligendi fruimur. Unde Augustinus: «Si
diligis aurum, prius te diligis, et sic aurum» (Homil. 37). Quid nisi similiter loqui fas sit: si ita
diligis Deum, ut eum tibi concupiscas, prius te diligis, et sic Deum.
Non absque Deo Deus quaerendus. «Si ita quaeratur, ut dignum est, subtrahere se, atque
abscodere a suis dilectoribus non potest» (De morib. Eccles. c. 17). Sed ipse Deus, ad quaerendum se hortatur. Unde Augustinus: «Admonitio quaedam quae nobiscum agit, ut Deum
recordemur, ut eum quaeramus, ut eum pulso omni fastidio sitiamus, de ipso ad nos fontis
veritatis emanat. Hoc interioribus luminibus nostris jubar, sol ille secretus infundit» (De beata
vita). Deus ipse quaerenti se occasionem praestat, affectum sugerit, desiderium ingerit, voluntatem excitat, facultatem subministrat. «Quapropter, ut idem monet Magíster, «Domini praeceptis obtemperantes quaeramus instanter. Quod enim hortante ipso quaerimus, eodem ipso
demonstrante inveniemus, quantum haec in hac vita et a nobis talibus inveniri queunt» (De
lib. arb. 1, 2).
FR. H. P. A S. F.
(Continuará)
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EL P. JUAN MIR
(Continuación)
Durante mis estadas en la Rioja, y con ocasión de tratar y departir con muchos riojanos
en diversas partes, hube de encomendar a la memoria no pocas palabras que en Aragón y Navarra no se emplean; y lo curioso del caso consistía en que cuantas veces consultaba el Diccionario de la Academia, topábalas muy propiamente encasilladas, de forma que para mí era
principio inconcuso que estas voces usadas en la Rioja en el seno de las familias y por el pueblo, por olvidadas que estuviesen en otras provincias, eran académicas, y lo que es más, castizas, puesto que nunca me faltaron tres o cuatro lugares de los clásicos con que autorizarlas.
Pero, ¿por qué otras que corren aún, por ejemplo, en la provincia de Soria y de Guadalajara y
están vivas en los clásicos antiguos, no figuran en el léxico oficial de la lengua? De esta inconsecuencia hablaba con cierto colega, quien me aclaró la cuestión diciendo que don Juan
Fernández Navarrete fue un muy ilustre riojano, recogió en su patria chica muchos elementos
del idioma que merecían estar en el Diccionario, y fue académico muy afortunado ante la
Comisión encargada de la edición próxima del Diccionario vulgar. El adjetivo afortunado lo
matizó con dejo significativo.
Se necesita, pues, según infiero, buscar primeramente, a lo Mir, la gran copia de voces, y
no tan sólo de voces, sino de frases y giros que conserva el pueblo castellano en su habla familiar, herencia tradicional de otros siglos, no contaminada por la Prensa
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moderna, y llevarla al Diccionario para que la tengan a mano y la aprovechen todos, en sustitución de tantos y tantos neologismos innecesarios o menos expresivos. Da grima, en verdad,
oír primores de dicción a nuestros campesinos, palabras y expresiones propias y galanísimas,
que no tienen que envidiar nada al lenguaje de los periódicos más acicalados y peinados de la
Corte, y ver que éstos han roto su comunicación y contacto idiomático con el pueblo, y que, si
a las gentes de las montañas y rincones de las Castillas van, es para emporcar la castiza corriente de sus conversaciones. Y lo que digo de las provincias castellanas, entiéndase de varias
de las hoy repúblicas suramericanas donde se habla, ¡y qué lindamente!, el lenguaje del siglo
XVII, llevado allá por nuestros colonizadores. ¡Y a esto los galicistas llaman hoy arcaísmos y
ranciedades!
Cuanto a neologismos, que son peste del hispanismo, cierra Mir contra los viciosos con
tanta mayor vehemencia cuanto más censurable, peligroso y frecuente es el abuso. El galicismo sobre todo hácele mordacísimo perder la ecuanimidad: inexorable, mordaz, contra la gabachería, multiplica los denuestos y se gloría de su laboriosidad iconoclasta. La introducción
al Prontuario tiene pasajes de un humor agresivo que harían reír si no tuviesen por víctima
esa especie de invasión anarquista que destruye nuestra heredad literaria. Los galicismos nos
asedian, nos estrechan, nos ahogan, nos revientan. Si comparamos el castellano del siglo XVII
con el del XX, la mitad de nuestras palabras llevan el marbete galicano. Manuel Ugarte, en
Mercure de France, Noviembre de 1903, dijo con tristísima verdad: «Le mouvement qui a
pour objet moderniser le castillan vient de source francaise». Viejo es el mal; nuestro gran
estilista Forner en Exequias de la lengua castellana satirizaba graciosamente «la murria ranalmente eterna de casi todos los traductores de libritos franceses que han corrompido el
habla de nuestra Patria y puéstola en el extremo quee lloran los buenos por servir al hombre y
al interés sórdido».
Pues bien; Mir, apercibido con clásicos arreos, sale al paso y quiere enderezar tantísimos
entuertos. A mí me causa la misma impresión quo el Quijote, saliendo por los campos de
Montiel, pero noble, caballeroso, ingenuo, valiente, ofreciendo todos sus amores
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a su Dulcinea, la lengua, y llevando por lema la religión y el patriotismo; pero también como
el heroico caballero de la Mancha, tocando en aquella cúspide en que la sublimidad y la ridiculez se esfuman besándose.
Muy bien, su propugnación contra lo extranjero; no conviene, sin embargo de eso, extremar las cosas. Cuervo ha dicho que «es inevitable la evolución del lenguaje». Las lenguas
estancadas se corrompen. El lenguaje tiene mucho de organismo viviente, que ha menester
injertos de otras lenguas como desarrollo histórico de la propia. Es el francés hermano del
castellano, como hijos del latín entrambos, y por eso, en parte, aprovechan sus aportes así
como perjudican los que por su estructura prosódica tan disímil de la nuestra y por su régimen
contienen algo más que diferencias dialectales.
Para Mir todos lo escritores de los siglos XVIII y XIX son galicistas de tomo y lomo,
aunque «la solicitud de la Real Academia se hizo acreedora a los elogios que la perfección del
estilo ganó en la centuria dieciocho». Balmes, Arriaza, Jovellanos (Jovellanos el que menos).
Cadalso, el duque de Rivas, Clementín, Martínez de la Rosa, Hermosilla, Moratín, Lista, Varela, Pereda, todos, todos, para él son galiparlantes. ¡Lástima que su criterio sobre el uso en
materia de lenguaje fuese tan rígido y estrecho! ¡Lástima también que no viese cómo las
Américas, con sus costumbres y cosas tan distintas de las de la Península española, han menester palabras que se llaman americanismos y son vendaderos hispanismos, so pena de que
reputemos el Nuevo Mundo, con sus millones de habitantes, que en total son más numerosos
que los de España, como un satélite de poco más o menos!
Lamentábaseme cierto día el ilustre cuanto buen amigo Calcaño, secretario de la Academia Venezolana de la lengua, de lo mucho que instó en unas sesiones de la Española a que
acudió, porque se admitiesen en el Diccionario vulgar muchas voces que fueron rechazadas
como inútiles americanismos; mas se le trocó el pesar en alborozo al ver que en la edición de
1914, no sólo figuran muchos de los repudiados entonces, sino que ni llevan el aditamento de
americanismos. Lo propio acaeció con las papeletas del anciano y admirado amigo don Ricardo Palma, director de la Academia Peruana.
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Vetera novis augere et perficere. ¿No es verdad que así retardaremos cuanto se pueda el advenimiento de la corrupción lingüística en que influirán el alejamiento, la inmigración, la literatura extranjera y el desconocimiento de nuestra propia valía?
No hay remedio: lo que sucedió con el latín, sucederá con el castellano: se dialectizará
con múltiples derivaciones en España y en América. ¡Dios sabe el intercambio idiomático que
ha de establecerse con los nuevos métodos de locomoción y viaje de las gentes, y con la
asombrosa difusión de las lecturas en todo el universo! Lo que importa, por consiguiente, es
diferir esta evolución, o, más bien, abrir cauces para que el castellano siga su curso suavemente. Mir no quiere cauces, sino diques. Sírvale, con todo eso, de alabanza aquello de Propercio:
In magnis et voluisse sat est.
Y ahora ¿se podrá disculpar al autor de Prontuario por sus destemplanzas contra el autor
del Quijote? Nunca he visto en el bondadoso P. Mir otra cosa que propensión a defender los
fueros de la justicia que consideraba violados. Él estima inexactitud y aun falsedad manifiesta
inspirada por el espíritu anticlerical el que se anuncie a pregón clamoroso que Cervantes es
«el primer padre de la lengua», y que el Quijote se califique «por el único libro admirablemente escrito».
FR. P. FABO DEL CORAZÓN DE MARÍA
C. de la Academia Española
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NECROLOGÍA
El día 21 del próximo pasado Julio falleció en la casa de salud de Santa Águeda, a consecuencia de un cáncer en la garganta, el R. P. Fr. Miguel Acero del Pilar.
Durante varios años de permanencia en aquella santa casa, ha sobrellevado con resignación edificante las tributaciones que Dios le ha enviado, mereciendo por ello morir con la
muerte de los justos, después de recibir con pleno conocimiento y gran fervor los Santos Sacramentos de Penitencia y Extremaunción, no pudiendo recibir la sagrada Eucaristía por impedírselo el cáncer.
—También falleció el día 17 de Agosto, en nuestro Colegio de Marcilla, el H.º corista de
votos solemnes Fr. Timoteo Sabarte de la Asunción.
De complexión fuerte y robusta, una pulmonía le ha llevado al sepulcro, cuando los Superiores fundaban en él grandes esperanzas.
Con religioso fervor recibió todos los Santos Sacramentos, dejando a todos los que presenciaron su muerte indicios claros de su eterna salvación.
—Con la muerte de los justos pagó el tributo el día 18 de Junio, en nuestro Convento de
Manila, el R. P. Fr. Miguel Galán de la Soledad, a consecuencia de unas fiebres tifoideas,
habiendo recibido con gran fervor los Santos Sacramentos.
—Embargados por la emoción, tenemos que comunicar también a nuestros lectores otra
pérdida en nuestra Provincia, el fallecimiento del R. P. Fr. Gregorio Asin de S. Agustín, acaecido en la Carlota (Filipinas), a consecuencia de una disentería aguda, habiendo recibido con
gran fervor los Santos Sacramentos.
R. I. P.
TIP. DE SANTA RITA – MONACHIL
Año X
Octubre de 1919
Núm. 112
BOLETÍN
DE LA
PROVINCIA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
DE FILIPINAS
de la Orden de Agustinos Recoletos
SECCIÓN OFICIAL
Provincialato de Agustinos Recoletos de Filipinas.- A todos los Religiosos de nuestra
Provincia de San Nicolás de Tolentino de las Islas Filipinas.- Que el Sagrado Corazón reine
en todos los corazones de VV. RR. y CC.
Con gran contentamiento de nuestra alma y con gran satisfacción de las Comunidades de
este nuestro Convento principal de San Nicolás de Manila y de San Sebastián, el día 27 del
presente mes de Junio de 1919, hemos entronizado en el Claustro del Provincialato la imagen
del Sagrado Corazón, con la fórmula y ceremonial aprobado, y le hemos consagrado, no esta
Casa Matriz, sino todas las de la Provincia y todos sus individuos.
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¿Para qué? No ignoran VV. RR. CC. la alta significación que tiene el colocar, en la parte
principal de una Casa, un trono, un altar, un lugar distinguido desde donde alguien, para nosotros querido, nos presida, nos rija, nos gobierne e impere.
Indiscutible derecho tiene a reinar entre nosotros el que de todo el universo es Rey de
Reyes; sagrados por demás son los actos de vasallaje y pleitesía que nosotros hemos jurado
ante sus altares, y con todo cabe preguntar. ¿Es Jesús nuestro Rey? ¿Estamos contentos con su
amoroso reinado? ¿Le pagamos generosos aquellos pechos y tributos que un día prometimos
de lo íntimo de nuestras almas? No, nos encastillamos las más de las veces altaneros en esas
fortalezas que fabrica el amor propio para negar o a lo menos regatear el tributo que a tan gran
Señor adeudamos.
«Fiat voluntas tua»: hemos grabado con letras de oro esa inscripción sobre el escudo de
armas de la Provincia que adorna la parte superior de la artística hornacina que cobija la imagen entronizada, para compendiar nuestro anhelo de que la voluntad del Gran Rey sea el desiderátum de nuestras almas en todos nuestros pensamientos, palabras y obras; en todas nuestras situaciones, de estudiantes, Sacerdotes o de Párrocos; en todas nuestras condiciones, de
súbditos o Superiores; así en la vida oculta de nuestras Casas como en la activa y pública de
nuestros Ministerios y Superioridades. Hágase en todo la voluntad de Jesús y no la nuestra, y
entonces sí que podemos abrigar las más grandes esperanzas de que bendecirá todas nuestras
empresas, todos nuestros esfuerzos, todos nuestros acuerdos y todos nuestros pasos. «Omnia
vestra benedicam», hase escrito con caracteres dorados en la repisa que sostiene el trono del
sagrado Corazón, y esperamos que no ha de faltar su divina palabra, «quia misericors est»,
porque sabe compadecerse de los que procuran servirle.
Lo hemos entronizado de una manera solemne en el día de su Fiesta para reparar en algo
nuestros anteriores olvidos, para renovar con su presencia la memoria de nuestros compromisos, para que con este elocuente y solemne acto de entronización, sólo Él sea nuestro único
Dueño, nuestro único Señor, nuestro único Legislador, nuestro único y singular Rey, el cual,
conociendo como conoce nuestra humana condición, «con bendiciones de todo género,
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espirituales y aun temporales», «in funiculis Adam traham te», nos arrastre y lleve hacia Sí,
pues no deja de ser una gran verdad lo que en nombre de la Iglesia rezamos; «concédenos,
Señor, los bienes temporales, para que animados con ellos y confiados os pidamos con mayor
instancia los del alma».
Circúlese, léase a la Comunidad, cópiese en el libro respectivo y vuelva a este Provincialato can los obedecimientos de costumbre. – Convento de San Nicolás de Manila, 29 de Junio
de 1919. – FRAY MARCELINO SIMONENA DE SAN LUIS GONZAGA.
Consagración al Sagrado Corazón de Jesús de nuestra Provincia
de S. Nicolás y entronización del mismo
en nuestro Convento de Manila
Grande es el furioso vendaval de corrupción que el príncipe de las tinieblas ha desencadenado sobre la sociedad actual, conmoviéndola en sus cimientos para desmoronarla, si ser
pudiera, y asentar sus reales encima de las ruinas desoladas. Para esto se vale principalmente
del indiferentismo religioso que asesina las más nobles aspiraciones del alma, y es causa de la
degradación de los corazones.
Contra esa degradación, corrupción e indiferentismo, la Iglesia Católica, la parte más sana de la humanidad, no deja de presentarnos también pruebas elocuentes de su vitalidad divina, porque, conociendo la necesidad de que en los corazones reine un solo Señor que lo santifique y ennoblezca, nos presenta en nuestros tiempos la simpática devoción de la «Consagración al Sagrado Corazón de Jesús y entronización del mismo en las familias, en los pueblos,
en la sociedad, en las naciones.
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Es convenientísimo, por otra parte, que, para establecer ese reinado de Jesús en los corazones, se establezca lo primero en el de aquellos individuos que por su misión están llamados
a dirigir las almas al cielo. Penetrado, pues, N. P. Provincial Fr. Marcelino Simonena de S.
Luis Gonzaga de esta conveniencia e interpretando fielmente los deseos de sus hijos, ha consagrado al divino Corazón nuestra amada Provincia y ha entronizado su imagen veneranda en
nuestra casa matriz de Manila.
En efecto: el día 27 de Junio se cantó en nuestra iglesia una solemne Misa en la que ofició de Preste N. P. Provincial. En el altar mayor se había colocado una bellísima imagen del
Sagrado Corazón adquirida para el acto de la Entronización. Cantóse en el coro por nuestra
capilla la hermosa composición del maestro A. Dieriex, demostrando una vez más su gusto
delicado y artístico. Terminada la Misa, bajó la Comunidad a la Iglesia, desde donde se trasladó procesionalmente, cantando el himno «Corazón santo», al Provincialato, en el que había
preparado un lindo altarcito donde el R. P. Fray Alejandro Echazarra de la Concepción, que
en la procesión oficiaba de Preste, colocó la sagrada imagen. Arrodillados todos ante ella, N.
P. Provincial leyó el acto de la Consagración de toda la Provincia e inmediatamente colocó al
divino Corazón en una artística hornacina, en la base de la cual se lee este lema: «Omnia vestra benedicam». Más abajo, en una placa de plata, hay la siguiente inscripción:
SACRATÍSIMO CORDI JESU
DOMUM HANC PRINCIPEM
UNIVERSAMQUE S. NICOLAI PROVINCIAM
CONSECRAVIT
EUMQUE SUPER HAS
JUXTA APPROBATUM RITUM
REGEM SOLEMNITER PROCLAMAVIT
PRIO-PROVINCIALIS
VI KALENDAS JULIAS
ANNI M.CM.XIX
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A continuación N. P. Provincial pronunció un breve y fervoroso discurso que hallarán
sintetizado nuestros Religiosos en la Circular que ha dirigido a todos los de nuestra amada
Provincia.
Como conclusión cantó la Capilla el grandioso himno Eucarístico del maestro Busca y
una tierna letrilla adecuada al acto.
El Sagrado Corazón de Jesús aceptará amoroso la ofrenda de afecto y reconocimiento que
de nuestra querida Provincia le hemos hecho, compensando con creces nuestro rendido
homenaje para seguir trabajando, celosos como hasta ahora, por su gloria y honor.
Manila, día del Sagrado Corazón de 1919.
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SECCIÓN CANÓNICA
Decreto sobre los clérigos que emigran a determinadas regiones
Como se expone en el proemio del presente decreto, ya de antiguo se preocupó la Iglesia
de precaver lo fraudes que en detrimento del bien de las almas podían ocurrir, como de hecho
ya entonces ocurrían, al trasladarse los clérigos a lejanas tierras para ejercer en ellas el ministerio sagrado.
Ya hacia mediado del siglo IV encontramos disposiciones canónicas encaminadas a evitar ese peligro, como son las del Concilio Cartaginés I (a. 347) en su can. «Non licere clericum alienum ab aliquo suscipi sine litteris episcopi sui, neque apud se retinere… sine conscientia ejus episcopi, de cuius plebe est;» semejantemente el Concilio Antioqueno (a. 341),
can. 7: Nullum absque formata, quam Graeci epistolam dicunt, suscipi peregrinorum clericalium oportet» concuerda el Concilio Calcedonese (a. 451) can. 13: «Extraneo clerico et lectori
extra suam civitatem sine commendatitiis litteris proprii episcopi nusquam penitus liceat ministrare».
Tratándose no de cualquiera peregrino, sino de los que atravesaban los mares para trasladarse a lejanas regiones, dio disposiciones más estrechas Anastasio I, (a. 399-402): «Transmarinos homines in clericatus honore nemo suscipiat, nisi quinque aut eo amplius episcoporum cyrographis fuerint designati, quia per subreptionem multa solent evenire». Esta prescripcIón, que incluyó Graciano en su decreto (a. 1139-1150), fue renovada no mucho después
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(a. 1159-1181) por Alejandro III, respondiendo a una consulta del Obispo cenomanense, y al
hacerse la codificación del derecho en el siglo siguiente (a. 1231) mereció ser incluida en las
Decretales de Gregorio IX. Su tenor es el siguiente: «Tua nos duxit fraternitas consulendos,
quid sit agendum de clericis, qui in remotis regionibus ordinati literas eorum ostendunt, a
quipus sibi proponunt manus impositas, et utrum episcoporum sigilla sint, quae repraesentant,
incertum exsistit. Tuae igitur consultationi significatione praesentium respondemus, tutius
esse, ut in his statuta Patrum veterum observentur, quam novum aliquid statuatur. Statutum
autem est de transmarinis, ut ad minus, quinque episcoporum super ordinatione sua testimonio muniantur, quod in aliis, si similiter sunt incogniti, credimus observandum, ita tamen ut in
suspensione aliquanto tempore habeantur in quo videntes plenius de actibus instruantur ipsorum».
Más adelante el Concilio Tridentino (a. 1564), ateniéndose con preferencia a lo que establecieron los Concilios Antioqueno, Cartaginés y Calcedonense, cuyas palabras expusimos
más arriba, sin hacer mención especial de los peregrinos transmarinos, decretó generalmente
para todos los que se expresan en el cap. XVI de ref. de la sess. XXIII: «Nullus praeterea clericus peregrinus sine commendatitiis sui Ordinarii litteris a ullo Episcopo ad divina celebranda et sacramenta adminisranda admittatur». Esta prescripción, entendida de los clérigos que
no fuesen de otra suerte plenamente conocidos como dignos por los Ordinarios de los lugares
donde residiesen, ha estado en vigor hasta el presente.
El nuevo Código reproduce la legislación Tridentina con algún atenuante en el canon 804
§ 2: (Sacerdos extraneus ecclesiae in qua celebrare postulat) si his litteris (commendatitiis et
adhuc validis sui Ordinarii) careat, sed rectori ecclesiae de eius probitate apprime constet,
poterit admitti; si vero rectori sit ignotus, admitti adhuc potest semen vel bis, dummodo eclesiastica veste indutus, nisi ex celebratione ab ecclesia in qua litat, quovis titulo, percipiat, et
nomen, officium suamque dioecesim in peculiari libro signet». Véanse también, como complemento de lo que a este respecto prescribe el Código, los cánones 111-117, 143 y 144.
La suma facilidad de comunicaciones que desde hace años, y
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especialmente en nuestros días, existe, ha fomentado en gran manera la emigración de sacerdotes, principalmente a las regiones de América y Filipinas. De ahí que, renovándose en mayor escala que en la antigüedad los peligros y daños que motivaron las antiguas restricciones,
se ha excitado también el celo de los Obispos de aquellas regiones de suerte que se han visto
obligados a acudir frecuentemente a la Santa Sede en demanda de instrucciones sobre la manera de portarse con tales sacerdotes, y de nuevas disposiciones que les coartasen la libertad
de trasladarse a lejanas tierras, con peligro de sus propias almas y escándalo de los fieles de
aquellas regiones. La descripción exacta de estos peligros e inconvenientes graves que resultan de la emigración de sacerdotes hacia aquellas partes, puede verse en el proemio del decreto Ethnographica.
Por eso León XIII, preocupándose de asunto tan delicado, a instancias de no pocos Obispos, dirigió por medio de la Sagrada Congregación del Concilio a los Obispos de Italia y de
América, con fecha 20 de Julio de 1890, instrucciones precisas por las que se regulaba con
leyes más restrictivas lo concerniente a la emigración de los sacerdotes de Italia a las regiones
de América y Filipinas, por ser estas regiones las que más afluencia de emigrantes atraen en
nuestros tiempos. Semejantes prescripciones dio también a 12 de Abril de 1894 la Sagrada
Congregación de Propaganda Fide para los sacerdotes emigrantes de rito oriental.
Dieron su resultado las disposiciones de León XIII, pero no lograron impedir por completo el peligro que se pretendía evitar, ya por comprender sólo a los sacerdotes de Italia, ya
también por haber quedado algún portillo abierto que las hacía en parte ineficaces, por lo cual,
a instancias de los Obispos, tuvieron que modificarse algún tanto y extenderse a otros paíes
desde los cuales no pocos sacerdotes emigraban también a las mismas regiones. De ahí el decreto Clericos peregrinos de la Sagrada Congregación del Concilio dado en 14 de Noviembre
de 1903, por el cual, al mismo tiempo que se reproducen casi todas las prescripciones dadas
en las letras circulares de 1890, se añaden otras nuevas para los países de Italia, especialmente
de Europa. Pío X mandó promulgar
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de nuevo íntegro este decreto a 7 de Septiembre de 1909 para urgir su ejecución.
No pasaron muchos años sin que se dejase sentir más aún la necesidad de completar las
medidas anteriores y hacerlas más eficaces con sanción penal. Ocupóse del asunto la Sagrada
Congregación Consistorial, por haber adjudicado Pío X a esta Sagrada Congregación todo lo
referente a la emigración de los fieles por el Motu proprio Cum omnes, dado a 15 de Agosto
de 1912, y a 25 de Marzo de 1914 promulgó el decreto Ethnographica studia, por el cual se
satisfacían las deficiencias que aún se notaba en las anteriores disposiciones. Con estas nuevas
normas, más apremiantes y acomodadas a las necesidades actuales, se logró no poco conjurar
el peligro en las regiones donde fueron observadas con exactitud. Sin embargo, como consta
en el proemio del presente decreto, la experiencia ha enseñado que convenía añadir algunas
nuevas prescripciones y suavizar otras, a fin de que con más facilidad y más plenamente se
pueda obtener el fruto que se pretende. Por otra parte, promulgado el nuevo Código, era necesario coordinar con sus cánones en cuanto fuese posible la antigua ley.
De aquí que repetidas las súplicas de muchos Prelados de la América en demanda de una
nueva provisión acomodada a las circunstancias del presente, y ponderados los informes que
sobre este asunto han dado los Nuncios y Delegados apostólicos, la Sagrada Congregación
Consistorial, por mandato de Su Santidad, ha dado un nuevo decreto para ordenar según las
nuevas exigencias, lo antes prescrito acerca de los sacerdotes que emigran a las regiones de
América y Filipinas.
En lo substancial concuerda esta nueva ley con la anterior Ethnographica, y, por lo tanto,
con las que a esta última sirvieron de norma. Sin embargo, se introducen no pocas modificaciones, que notaremos brevemente en el próximo comentario, limitándonos ahora a reproducir
el texto del nuevo decreto.
SACRA CONGREGATIO CONSISTORIALIS
DECRETUM DE CLERICIS IN CERTAS QUASDAM REGIONES DEMIGRANTIBUS
Magni semper negotii fuit clericorum receptio ex dissitis vel transmarinis locis provenientium: talibus in adiunctis decepciones
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et fraudes facile occurrunt, easque detegere in tanta locorum distantia ac sermonum diversitate diutini laboris est ac difficile. Unde Alexander III in consultatione ad Episcopum Cenomanensem, statuta Patrum veterum renovans, de clericis in remotis regionibus ordinatis, itemque
de transmarinis statuit «ut ad minus quinqué Episcoporum super ordinatione sua testimonio
muniantur». Quae lex, relata in Decretalibus, tit. 22, lib. 1, ius commune per plura saecula
constituit.
Nostra autem aetate, itineribus trans Oceanum communioribus et frequentioribus factis,
novae leges pro clericorum ex Europa ad ea loca migrantium latae sunt, et ultima vice per
decretum Etnographica studia; quipus plura juxta temporis adiuncta fuerunt disposita; quae
ubi accurate observata fuere, valde in animarum bonum profuisse exploratum est.
Attamen, interea temporis, experientia docuit aliquid in hac re uIterius addi oportere aliaque temperari, ut salutarium priorum decretorum finis plenius ac facilius attingi queat.
Accessit publicatio Codicis canonici iuris, cui, quantum fas erat, coordinari oportebat peculiaris haec lex de clericis trans Oceanum migrantibus.
Habita idcirco ratione votorum plurium Americae Antistitum, perpensisque quae a Nuntiis et Apostolicis Delegatís relata fuerunt, Emi. S. huius Congregationis Patres, postquam de
mandato SSmi. D. N. Benedicti XV omnia diligenti examini subiecere, haec statuenda censuerunt.
CAPUT I
Integra lege Sacrarum Congregationum de Propaganda Fide et pro negotiis Orientalis Ritus circa sacerdotum huius ritus migrationem, quoad alios haec in posterum observanda erunt:
1. Pro sacerdotibus ob longum vel indefinitum tempus aut in perpetuum ex Europa vel ex
Mediterranei oris ad Americam vel ad insulas Philippinas migraturis, fas esto Episcopis, non
vero Vicarils Generalibus aut Capitularibus, litteras discessoriales concedere, hisce tamen
servatis conditionibus:
a) ut agatur de sacerdotibus cleri saecularis ex canonico titulo sibi propriis;
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b) ut hi post ordinationem suam saltem per aliquot annos dioecesi deservierint;
c) et intra hoc tempus, sicut antea in Seminario, intemeratae vitae certum argumentum
praestiterint, et sufficienti scientia sint instructi, adeo ut solidam spem praebeant aedificandi verbo et exemplo populos ad quos transire postulant, et sacerdotalem dignitatem nunquam a se maculatum iri, prout iterato paecedentibus
decretis Apostolica Sedes praescripsit;
d) dummodo ad migraudum iustam habeant causam e. g. desiderium se addicendi spirituali adsistentiae suorum concivium vel aliorum illic commorantium, necessitatem valetudinis curandae, vel aliud simile motivum, coherenter ad ea quae
canon 116 Codicis in casu excardinationis requirit;
e) sub lege, quae sub gravi ab utroque Ordinario servanda erit, ut Episcopus dimittens, antequam licentiam ac discessoriales litteras concedat, directe pertractet
cum Episcopo ad quem, illumque de sacerdotis aetate, vita, moribus, studiis et
migrandi motivis doceat, ab eoque requirat, an dispossitus sit ad illum acceptandum et ad aliquod ecclesiasticum ministerium eidem tribuendum (quod in
simplici misse celebratione consistere non debet, quoties migrans sacerdos aetate iuvenili el integris viribus polleat); neque licentiam et discessoriales litteras sacerdoti antea concedat quam responsionem ad utrumque affirmativam assecutus sit;
f) Episcopus autem ad quem exhibitum sacerdotem non acceptet, nisi necessitas aut
utilitas Ecclesiae id exigat vel suadeat, aut alia iusta et rationabilis causa intercedat.
2. Discessoriales litterae non communi sed specifica forma conficiendae erunt, hoc est,
exprimere debebunt consensum sive temporaneum, sive perpetuum vel ad beneplacitum Episcopi dimittentis, acceptationem Episcopi ad quem, et notas sacerdotis individuas, aetatis scilicet, originis, aliasque, quibus persona describatur, adeo ut nemo circa eius identitatem decipi
possit: aliter autem confectae litterae nihil valeant et nullae habeantur.
3. Firma manet praescriptio in decreto Ethnografica studia statuta, quae Italiae Ordinarii
relevantur ab onere dimissoriales litteras, de quibus in superiori articulo sermo est, conficiendi; sed peractis iis quae sub n. 1 statuta sunt, rem deferent ad Sacram hanc
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Congregationem, quae licentiam scripto dabit cum utroque Ordinario communicandam.
4. Idem statuitur pro Episcopis Hispaniae et Lusitaniae, hac una differentia, quod onus licentiam concedendi attribuitur et reservatur Apostolicae Sedis apud eas nationes Legato.
5. Qul hisce litteris vel licentia carent, ad sacri ministerii exercitium admiti nequibunt:
qui vero iis pollent, admittentur etiam in locis transitus, nisi peculiaris aliqua extraordinaria
ratio obsistat, si ibidem infirmitatis, aut alia iusta causa commorari parumper coacti fuerint.
6. Hisce servatis normis aliisque quae in tit. I, lib. II, Codicis statutae sunt, sacerdotes ex
Europae dioecesibus dimissi, in Americae et insularum Philippinarum dioecesibus, utroque
Ordinario consentiente, incardinari etiam poterunt.
7. Sacerdotes ex Europae dioecesibus dimissi ex unam in aliam Americae et insularum
Philippinarum diocesim transire poterunt. Episcopo a quo discedere desiderant et Episcopo ad
quem pergere optant consentientibus, servatis ni substantialibus normis sub un. I et II positis,
et docto quamprimum Ordinario sacerdotis proprio, vel, si agatur de sacerdotibus Italis, Hispanis et Lusitanis, S. Sedis officio a quo prima demigrandi licentia promanavit. Obligatio autem docendi Ordinarium sacerdotis proprium vel S. Sedis officium spectabit ad Episcopum
qui sacerdotem in sua nova demigratione recipit.
8. Curae et sollicitudini Ordinariorum Americae et insularum Philippinarum enixe commendatur ut provideant quo emigrati sacerdotes in domibus privatis vel in diversoriis, sive
publicis hospitiis, non commorentur, sed in aedibus ecclesiasticis ad rem instructis vel instruendis, aut penes aliquem parochum vel religiosos viros. Quod si absque legítima causa parere recusent, eos post factam monitionem peremptoriam a missae celebratione interdicant.
9. Religiosi, dum in sua religione perseverant, trans Oceanum ad alias suae religionis
domus mitti a suis superioribus valebunt, hac una lege servata, super cuius observantia superiorum conscientia graviter oneratur, ut agatur de religiosis qui sint intemeratae vitae, bonae
explorataeque vocationis et studiis ecclesiasticis bene instructi; adeo ut retineri tuto possit in
bonum animarum et aedificationem
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fidelium eorum missionem esse cessuram.
10. Religiosi exclaustrati, pro tempore quo extra conventum morantur, et religiosi saecularizati eadem tenentur lege ac clerici saeculares.
CAPUT II
11. Clerici saeculares qui ex Europa vel ex Mediterranei oris in Americam vel in insulas
Philippinas ad breve tempus, semestre non excedens, pergere cupiunt, acceptatione non indigent Ordinarii illius loci, vel illorurn locorum ad quae proficiscuntur, prout pro diuturna vel
stabili commoratione requiritur.
12. Sed debent:
a) Iustam honestamve causam itineris suscipiendi habere, eamque Ordinario suo patefacere, ut discessorias litteras ab eo impetrare valeant;
b) Muniri discessorialibus litteris Ordinarii sui, non in forma communi sed in forma
specifica, cohaerenter ad ea quae superiori num. 2 praescripta sunt, causa temporanei itineris et spatio temporis in indulto indicatis;
c) Reportare S. Sedis beneplacitum, quod dandum erit vel ab hac S. Congregatione vel
ab Apostolicae Sedis Legatis, in locis ubi hi adsint; nisi urgens aliqua causa
discessum absque mora exigat: quo in casu in litteris discessorialibus id erit
exprimendum;
d) In quolibet casu instrui sufficienti pecuniae summa nedum pro itinere decenter suscipiendo, sed etiam pro regressu: ad quem finem Ordinarius cavere debet, ut
summa ad revertendum necessaria deponatur penes aliquam nummulariam
mensam, aut alio modo tuta sit, ne ulla reversioni obstet pecuniae difficultas.
13. Religiosi exclaustrati durante exclaustrationis tempore, et religiosi saecularizati hac
ipsa lege tenentur.
14. Expirato spatio temporanei indulti, si quis ex infirmitate aut alia iusta vel necessaria
causa redire non valeat. Ordinarius loci licentiam prorrogare poterit, docto tamen statim Ordinario sacerdotis proprio et S. Sedis officio, a quo beneptacitum discessus datum fuit.
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CAPUT III
15. Leges de sacerdotibus migrantibus Iatae eos quoque attingant sacerdotes, qui, in itinere transmarino aut in exteris commorationis locis, Europa minime excepta, agricolis aliisque
operariis demigrantibus suum praestant ministerium, sive curam hanc sponte sua suscipiant,
sive ad hoc assumantur officium ab aliquo ex iis Operibus, quae in migrantium commodum
providenter hac nostra aetate instituta sunt.
16. Sacerdotes qui, his legibus non servatis, temere arroganterque demigraverint, suspensi
a divinis ipso facto maneant: qui nihilominus sacris (quod Deus avertat) operari audeant, in
irregularitatem incidant; a quibus poenis absolvi non possint nisi a Sacra hac Congregatione.
* * *
SSmus. autem D. N. Benedictus PP. XV resolutiones Emorum. Patrum ratas habuit et
confirmavit, easque publici iuris fieri jussit et ab omnibus ad quos spectat ad unguem ex
conscientia servari, ceteris prescriptionibus quae in decreto Ethnografica studia continentur
cessantibus, et contrariis quibuslibet minime obstantibus.
Datum Romae ex S. C. Consistoriali, die 30 decembris 1918. – † C. Card. De Lai, Ep.
Sabinen., Secretatius. – L. ✠ S. † V. Sardi, Archiep. Caesarien., Adsessor.
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SECCIÓN LITÚRGICA
De la misa y comunión estando expuesto el Smo. Sacramento
Rmus. Dnus. Paulus Bruchési, Archiep. Marianopolitanus, Sacrae Rituum Congregationi
ea quae sequuntur, reverenter exposuit; videlicet:
«In nonnullis ecclesiis et oratoriis publicis vel semipublicis, ubi Smum. Eucharistiae Sacramentum legitime asservatur, usus quidam introductus est, ut Missae cantatae vel lectae coram Smo. Sacramento solemniter exposito in Altari celebrentur; atque intra vel extra Missas in eodem Altari, durante expositione, Sancta Communio
Christifidelibus administretur.
Hinc idem Archiepiscopus postulavit: Utrum hic usus permitti, vel tolerari possit?»
Et Sacra eadem Congregatio, audito specialis Commissionis suffragio, omnibus perpensis, praepositae quaestioni respondeudum censuit:
«Ad primam partem, praefatum usum non licere, sine necessitate, vel gravi causa, vel de speciali indulto: et ad secundam partem negative, juxta Decretum n. 3448
Societatis Jesu, 11 Maii 1878, ad I».
Atque ita rescripsit, declaravit et confirmavit, die 17 Aprilis 1919.
A Card. Vico, Ep. Portuen. et S. Rufin., S. R. C. Praef.
L. ✠ S.
Alexander Verde, Secretarius
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DE APICULTURA SACRA
(Conclusión)
Rursus Ambrosius exemplo Apis suadet Virginibus pudicitiam et castos mores. «Digna»,
inquit, «virginitas, quae Apibus comparetur: sic laboriosa, sic pudica, sic continens rore pascitur Apis, nescit concubitus, mella componit. Ros quoque virgini est sermo divinus, quia sicut
ros, Dei verba descendunt. Pudor virginis est intemerata natura. Partus virginis foetus labiorum, expers amaritudinis, fertilis suavitatis. (Lib. II. De virgin). Neque solus id sensit et scripsit Ambrosius, in cujus infantis ore sedere Apes, tunc etiam suavitatem illam praedulcis eloquii portendentes; verum et alii. Loquatur igitur Sanctus Pater Augustinus (si vere ipsius est
benedictio Cerei Paschalis, a qua ne longior esset adempta sunt pauca verba, quae in antiquis
Liturgiis, et in Gothico praesertim missali sic habentur: «O vere beata et mirabilis Apis, cujus
nec sexum masculi violant, faetus non quassant, nec filii destruunt castitatem, sicut Sancta
concepit Virgo Maria, Virgo peperit, et Virgo permansit». Idem Doctor, «Quaedam», inquit,
«sunt animantia, in quibus nihil maris, nec foeminae, sicut Apes» (De civ. Dei. lib. 15, c. 17).
Accedit Aldhelmus: (Ubi supr. c. 2). «Apis», inquit, «propter pecutiaris castimoniae privilegium pudicissimae Virginis typum, et Ecclesiae protendere speciem indubitata Scripturarum
auctoritate adstipulatur: quae florentes saltuum cespites inneffabili praeda depopulans, dulcia
natorum pignora, nesciens conjugii, iIlecebrosa consortia foetosa quadam suavissimi succi, de
balsami concretione producit». Illud etiam ad Apum
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castimoniam spectat, quod tradit Columella: (Lib. 9, c. 5) «Maxime cavendum est curatori,
qui Apes nutrit, ut pridie castus sit a rebus venereis». Et Ælianus: (Lib. 5. c. 11) A compexu
venereo recentem agnoscunt, atque illum sicut hostem insequuntur». Item Plutarchus: (In conjug. praed.): «Apes eos male accipiunt, qui recenter a muliebri copula supervenerint: sed et
mulieres, quae veneri operam dederint, aerius invadunt». Itaque Apes non solum observant,
adamant, et colunt pudicitiam: sed etiam turpitudinem, et obscoenam luxuriem oderunt.
Stabilitas loci.- Stabilitatis etiam votum in Apibus deprehensum est. Observat Crysostomus (Orat. 44) nullam esse Apem, quae relinquat suum alveum, ad aliumque transeat, licet
alieni alvei multis commodis perfruatur; proprii omnium sint inopes. Observent hoc Religiosi,
qui ut melius corpori quidem, utinam et animo habeant, tum alienam Religionem capessunt,
tum in ejusdem instituti alias domos transmigrant: quibus quidem multo adhuc infeliciores
sunt et deteriores, qui religiosae paupertatis atque perfectionis pertaesi, pro nihilo habent terram desiderabilem, et saeculi commoda (quae magno pridem animo despexerant), et quae
inde consequuntur, vitae licentiam, atque libidines, insipienter repetunt, quibus et contigit
illud veri proverbii: «Canis reversus ad vomitum suum:» et «sus lota in volutabro luti» (II
Petr. 2).
Mansuetudo.- Mansuetudinem in Apibus etiam notarunt Sancti Chrysostomus et Basilius:
prioris verba sunt (Hom. 15, in cap. 4, Ephe.) «Quemadmodum in vas impurum, et inmundum
vestimentum nunquam seipsum mittit Apum genus, nam hac de causa varopationibus et virgulis odoriferis, bonaque fragrantia locum Apibus deputatum commodum reddunt qui Apum
studio tenentur, vinoque fragranti, et reliquis bene olentibus calathiscos praeparant, quibus
Apes alvearia egressae insessurae sunt, ne per injucundum odorem offensae deficiant iterum;
ita habet et ingenium Spiritus Sancti. Vasculum quoddam est anima nostra, et quidam quasillus ad recipiendum alvearia donis spirituatibus plena commodus. Verum si intus fuerit bilis,
et amarulentia, et tumor, effugient ista alvearia. Propterea beatus hic et sapiens agricola vascula nostra bene perpurgat, nec falcem, ne aliud aliquo ferrum instrumentum habens. Et vocat
nos spirituale apiarium, quod et
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conclusum primum purgat precibus, laboribus et reliquiis hoc pertinentibus omnibus». Haec
Chrysostomus. Magnus vero Basilius ita ratiocinatur (Hom. 8, in Hexaem.): «Audiant ista
Christiani, quibus lege sancitum est, nemini unquam homini pro malo reddere malum, sed
malum vincere superareque bono. Imitare mores Apis peculiares, quae nemini prorsus officiens, nec alienos ullos fructus demoliens, favos extruit et compigit suos».
Sobrietas.- Sobrietas quoque ab Apibus disci potest, nam, ut tradit Aristoteles, earum opificium est mel et ex eo ipsae vescuntur ita vero parce, ut multo plus mellis confidant, quam
quod illis ad escam satis est, ex quo fit ut earum reliquias vindemiare liceat... Et sane nullus
est animal, quod tam diligenti studio sibi victum pariat, atque jam partis utatur parcius, quo
nomine etiam a principe poetarum laudantur:
Atque Apibus quanta experientia parcis.
Minus sobrias quoque e loculis suis pellunt, et fures capite puniunt.
Silentium.-Praescriptum et Religiosis silentium nocturnis potissimum horis, quod Apes
ipsos doceant, de quibus Maro:
Post ubi jam thalami se composuere, siletur
In mortem, fessoque sopor suus occupat artus.
Aristoteles (Lib. 4. Hist. anim. c. 10), «Quiescunt nocte, et conticescunt, ut nullus omnino
bombus sentiatur». Plinius ita distinctius, ubi et signum, quo jubentur coenobitae somnum
carpere et surgere, expressum legere est: «Noctu quies in matutinum, donec una excitet gemino aut triplici bombo, ut buccino aliquo. Cum adveseperascit, in alveo strepunt minus et minus, donec una circumvolet, eodem quo excitavit bombo, seu quietem capere imperans: et hoc
castrorum more. Tunc repente omnes conticescunt». Committere non possum quin in gratiam
Religiosorum his adjiciam, quae habet Ælianus (Lib. 5. c. 11): «Signo dato somnurn capiunt.
Cum tempus est ad quietem proficisci, una quaepiam a rege jubetur somni significationem
dare, quae simul ut ad dormiendum signum sustulit, statim eae somnum accipere pergunt».
Cantus divini Officii in Apibus expressus.- Jam ut ad alia Religiosorurn exercitia veniamus, vocalem orationem et divini Officii, quod cantu peragitur, celebrationem, etiam Apes
suo cantu docere videntur. De quibus Ambrosius (Lib. 5. Hexaem. c. 22): «Nec Apes
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ipsae insuave quiddam canunt. Habent enim gratam in rauco illo vocis suae murmure suavitatem, quam nos fracto tubarum sonitu lentius primum videmur imitari, quo crepito ad excitandos animos in vigorem nihil aptius aestimatur. Et haec illis gratia manet, cum pulmonem respirandique munus atque usum nequaquam habere prodantun, sed aerio vesci spiramine».
Quid, quod et illud observare videntur, quod in Religiosorum coetu, et omnium ecclesiasticorum divinis Officiis mancipatorum choro laudabiliter usurpari decretum est, ut nimirum solemnioribus diebus, et in magnorum virorum exequiis gravius atque tractius canatur? Sic enim
de iis Poeta cecinilt:
Cum corpora luce carentium
Exportant tectis, et tristia funera ducunt,
Tunc sonus auditor gravior, tratimque susurrant,
Frigidus ut quondam silvis smmurmurat auster.
Lectio spiritualis.- Lectionis spiritualis, quae Religiosis debet esse frequentissima, Apes
quoque magistrae sunt. Quod Sanctus Basilius quoque observavit libro de legendis etnicorum
libris, dicens: «Verum enim florum hominibus quidem usque ad odorem et colorem est usus:
Apes autem mel ex ipsis excipere noverunt: sic etiam hi qui diligentes in lectione existunt,
non solum quod dulce jucundumque fuerit in eorum libris prosequuntur, sed quamdam ex illis
utilitatem in animum reponere student». Idipsum antea cecinerat Lucretius (Lib. 3):
Floriferis ut Apes in vallibus omnia libant:
Omnia nos itidem depascimur aurea dicta,
Aurea perpetua semper dignissima vita.
Spirituales ita Apes amoenissimum Sacrae Scripturae nortum et Sanctorum Patrum flores
delibent, unde animarum mel conficiant:
Dulcius illo
Melle quod in ceris Attica ponit Apis.
Gustavit et David dicens (Ps. 118): «Quam dulcia faucibus meis eloquia tua, super mel
ori meo». Et alibi (Ps. 18), «Judicia Dei dulciora super mel et favum». Pulchre in hanc rem
Sanctus Ephrem Syrus (In serm. ascet. de vita monast.): «Imitare autem Apem, carissime, er
adminabile ejus cerne mysterium, quo pacto illa ex variis sparsisque terrae floribus suum colligit opificium. In hoc ergo
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parvo ac vili animante solertiam magnam considera. Si enim omnes sapientes terrae, cunctique orbis philosophi congregati fuerint, sapientiam ipsius edisserere haudquaquam valebunt:
quomodo nimirum illa ex floribus quasi quaedam monumenta aedificet, in quibus et soboles
suas sepelit: cumque jam eas vivificaverit, tum demum velut dux quidam militiae, sua illas
voce excitat: qua audita, illae pariter ex suis sedibus ac tumulis evolare incipiunt: postquam
autem evolaverint operatur, ac replet eadem monumenta mirabili escarum dulcedine, distenditque nectare cellas, ita ut omnis, qui opus ac laborem illius prudenter considerat, glorificet
Creatorem suum, admirans secum, quod ex tan vile atque abjecto animante tanta procedat
sapientia. Et tu ergo: carissime, esto sicut et illa atque ex divinis Scripturis divitias tibi congrega, et thesauros, qui nunquam tibi eripi poterunt».
Labor manuum.- His labor manuum addatur ascetis usitatus, tam frequens vero Apibus,
ut nullus (cum per coelum licuit) otio pereat dies.
Labor omnibus unus,
Mane ruunt portis: nusquamque mora.
Aristoteles (Ælian. 1, 5, c. 12), «Assidue operantur, si serenum sit». Diligentissime et laboriosissime operantur, nec quisquam, extra hiemate tempus ac morbum, videat Apem otiari. Addit
Plinius (ut supra): «Ignavis non impune esse: Mira observatio operis: cessantium inertiam
notant, castigant mox et puniunt morte».
Atque haec de Apum vurtutibus, politia et exercitiis, e quibus sua Religiosi formant et
pingunt insignia: quqe quoties oculis usurpant, aut, ut fit, de iis sermones serunt, fieri nequit
quin ad imitationem ardentius exstimulentur.
FR. HENRICUS PÉREZ A SACRA FAMILIA
In Collegio Sancti Æmiliani die 15 Julii 1919
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EL GRAN POETA DE LA FILOSOFÍA
(Continuación)
La Musa de San Agustín
Cualquiera que haya pasado sus ojos por las obras del gran doctor, supongo que se habrá
maravillado de una cosa, a saber: de la suma importancia del Verbo en su filosofía. No hay
página en aquella inmensa biblioteca que no sea un himno grandioso en loor de la Verdad
Eterna. Yo figuro a San Agustín escribiendo de rodillas y cantando con voz firme y robustísima el poema del Verbo, respirando por su boca ardores divinísimos. Pero esa extrañeza
conviértese luego en profunda convicción cuando se penetran un poco en el templo de la Filosofía; entonces, cuando el genio de Agustín esclarece con esplendorosa lumbre su recinto misterioso, aparece el Verbo radiante de hermosura y claridad, como una estatua gigantesca cuyos pies parece que forman el fundamento, su tronco esbeltísimo forma el cuerpo del edificio,
irguiéndose su cabeza como cúpula de oro, como torre de marfil, como la atalaya luminosa
del genio, sobre todo del genio de Agustín.
Y no quiero extenderme manifestando las razones de este aserto, por no ser lugar oportuno para ello; me contento por ahora con suscribir con todas mis fuerzas una afirmación del
más eminente de sus biógrafos, de Poupoulat, profundo conocedor de las obras
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de San Agustín, afirmación, que, si en algún tiempo parecióme algo exageada, hoy me parece
exactísima: «El que no conozca su teoría de las ideas divinas, su teoría del Verbo, no alcanzará la filosofía y teología del Gran Doctor». El Verbo es, por decirlo así, la forma de su filosofía.
Y así como la forma es en los cuerpos principio de unidad, así también esta forma soberana da unidad a su concepción filosófica; del mismo modo que de ella emana lo que encanta
nuestros ojos, entreteniéndolos suavemente, el Verbo difunde los resplandores de su belleza,
por los florecientes y amenísimos campos de su poema filosófico. Quitad por un momento ése
sol o impedidle que alumbre las obras de San Agustín; aquellos campos, con los cuales los
elíseos no tienen que ver en cosa alguna, quedarán sumidos en las tinieblas y en el caos; se
marchitará como flor arrojada en el seno de la noche fría la hermosura de sus paisajes risueños y deleitosos.
Las dos grandes fuentes de la poesía, los dos grandes mundos, el físico y el histórico, reciben sus encantos y hermosura de ese astro brillantísimo, según veremos más adelante. Por
eso, por la suma importancia del Verbo en la filosofía de S. Agustín, no sería fiel intérprete de
su pensamiento, si no dedicase algunas líneas para cantar su grandeza infinita y su extraordinario influjo en el mundo físico y espiritual, líneas que a la vez que difunden luz abundante
para admirar su filosofía, dan al mismo tiempo a conocer la musa de S. Agustín. Es tanta la
grandeza de ese Verbo, que llena el universo entero, aunque de un modo espiritualísimo; en
Él viven, se mueven y son todas las cosas, según la divina filosofía del Apóstol. Toda explicación del mundo, que olvide a ese Verbo, relegándole a secundario lugar es sobremanera
deficiente, porque pasa por alto la profunda causalidad de las ideas divinas, foco lucentísimo
que esclarece el problema del universo. Por eso toda concepción naturalista acerca del mundo
no sólo es antifilosófica, sino contraria al arte; y es que en el mundo que ellos conciben no
alumbra ese misterioso astro de la belleza. Todos los arroyuelos de hermosura que embellecen
y fecundan el mundo material, y riegan los jardines deliciosos del mundo espiritual, se derivan de ese ancho piélago de la hermosura y tienen su origen en ese océano inagotable y purísimo de encantos y bellezas inmarcesibles. Él es el que pasó por el
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mundo sembrando las flores y regalándolas con su aliento perfumador y las bañó en hermosísimos colores, combinándolos de mil modos secretísimos. Él formó los anchos cielos centelleantes y llenos de pompa y de grandeza y que día y noche las glorias del Señor están cantando. Él arrojó al espacio esas gigantescas lumbreras, palidísimos reflejos de la luz inaccesible
que cual regio manto le rodean. Él se pasea por el mundo en las plácidas auroras de Mayo,
despertando con el suave toque de sus rozagantes vestiduras a los hombres y a los pájaros,
tocando sus lenguas para que canten al Señor y sacudiendo sobre los campos las perlas de su
manto. En una palabra, todo lo que suena a armonías, todo lo que sabe al alma a miel y dulzura, todo lo grande que le coima de maravilla, todo lo bello que le hinche de contento ha emanado de Él, fuente purísima cuyas aguas saltan hasta la vida eterna. Y si del mundo material
pasamos al espiritual, aquí sí que aparece larga y magnificentísima su mano bondadosa.
Pero aquí calle toda lengua humana torpe y balbuciente; con silencio y respeto grande,
escuchemos a S. Juan, al sublime cantor de los sublimes misterios. El águila de los Evangelistas, en uno de aquellos sublimes aletazos de su genio con que rasgando la atmósfera mudable
del tiempo y traspasando las esferas de la creación, supo tantas veces remontarse y azotar las
altísimas cumbres de la eternidad del Verbo y aletear con soberana majestad en derredor del
sol de su divinidad; con sencillas pero magníficas palabras nos lo presenta en su grandioso
Evangelio, como luz y vida. «En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, luz verdadera que iluminó a todo hombre que viene a este mundo». Estas sublimes palabras del divino vate de las grandezas inefables de Cristo encierran toda la filosofía del alma humana y
manifiestan su influjo en el mundo psicológico. Comentémosla con brevedad: «Él, dice hermosamente el P. Cantera, es manantial de gracias para el Santo, foco de inspiración para el
artista, océano de luz donde han bebido los sabios sus más hermosas y sublimes concepciones»1. A esa fuente han ido a apagar su sed todas las almas sedientas de belleza y
1
«San José en el Plan divino»
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todos los corazones heridos por las ardientes flechas del divino amor.
El Verbo ha sido la musa divina que consciente o inconscientemente han adorado todos
los grandes ingenios y cantado todos los grandes poetas. Él enseñó al sublime poeta de los
hebreos, al terrible cantor del terrible Jehová, al tonante Moisés; Él purificó con ascuas los
ardientes labios de los Profetas y caldeó sus corazones con incendios abrasados. ¿Y quién
sino el Verbo encendió el numen de los grandes poetas de nuestra España gloriosísima?
¿Quién puso en sus labios arpas misteriosas y en sus arpas misteriosas aquellas dulces armonías que nos colman de castísimo placer? ¿Quién puso ante los ojos de Fr. Luis de León el embelesante cuadro de la noche serena y empapó su pincel en tan brillantes colores para cantar la
vida del campo y retratar las situaciones tranquilas y serenas del espíritu? ¿Quién dirigió la
inspiración ardiente de nuestro gran Zorrilla y le paseó por nuestras ciudades como a bardo
divino cantando las grandezas de nuestra raza legendaria y le llevó a los campos y a los montes para descifrar las leyendas esculpidas en los árboles, en las rocas, en las fuentes, en los
castillos, en los palacios y en los conventos, y le introdujo en ese archivo de mármol del corazón del pueblo más heroico e idealista, en esa selva de vegetación exuberante, donde anidan
los amores más limpios y los sentimientos más nobles y las ideas más sublimes? ¿Quién le
hizo intérprete fidelísimo de los poemas grabados por Dios en el corazón del pueblo español?
Y en nuestros días Él mueve la lengua de fuego de Mella, el filósofo de las síntesis estupendas, el gran poeta de la divinidad de Cristo y de su Iglesia, el sublime cantor de nuestra
España, el gran teólogo y filósofo de nuestros tiempos, en que la filosofía y teología, desterradas de las Universidades, han ido a guarecerse en su alma gigante y allí se han desposado para
reinar en el trono de oro de su inteligencia; y de Él, palabra simplicísima que en amorosa relación expresa todas las cosas a su Eterno Padre, ha brotado esa unidad de su sistema filosófico,
unidad espléndida y luminosa, como luminoso y espléndido es el pensamiento español; esa
trabazón íntima de sus concepciones, que partiendo del mundo material va engarzando con
hilo de oro verdades con verdades hasta llegar a las radiantes cumbres
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del Verbo Encarnado, síntesis suprema de la Creación, foco que reúne todos los resplandores
del cielo y de la tierra y emanación purísima del corazón divino.
¿Quién extrañará ahora que San Agustín quedase completamente arrebatado de ese Verbo, y que tan frecuentemente se explayara su inteligencia por los jardines de su belleza incorruptible, esparciendo en los florentísimos campos de sus obras inmortales los poéticos pensamientos que recogió, cual abeja laboriosa, en el amenísimo vergel de la hermosura divina?
Y si tales tesoros de belleza infinita adornan a esa soberana musa de todos tiempos, ¿qué
hemos de juzgar de la filosofía de San Agustín, inspirada por ese Verbo?
Sí; esa musa le inspiró aquellos cantos, llenos de lirismo filosófico, que encantan. Él a invocó en los sublimes sueños de su genio, y el Verbo, como obedeciendo a su oración, descendió a él y le sopló en su frente haciendo resonar las cuerdas del arpa de su genio. Y el vate de
la filosofía, agradecido a sus caricias, cantó arrebatado su belleza, su gloria y sus ardentísimos
amores, componiendo el gran poema del Verbo. Por eso es su filosofía terrible anatema contra
la moderna incrédula y atea, que ha cometido el horrendo pecado de intentar desterrar del
mundo a ese Verbo que cuando desaparece lleva consigo todo lo grande y bello; por eso el
tremendo castigo que ha fulminado el Dios justo contra ella ha sido el abandono de ese mismo
Verbo. Sí; esa luz increada le ha abandonado a sus locuras insensatas y a sus insolencias
abominables; le ha entregado en manos de su consejo y abandonado a sus luces escasísimas;
y, una vez interrumpida la amorosa corriente de resplandores que irradia este astro, ha quedado asentada en las sombras de una noche pavorosa.
Recorred sus páginas, manchadas con el lodo de tantos errores, afeadas con el cieno de
tantas impurezas y contaminadas con el fango de tantas abominaciones. Veréis en ella los
escombros del palacio de la Verdad (aunque mal digo, que nunca hubo escombros de la Verdad); ha intentado destruir el templo de la Sabiduría levantado por los gloriosos artífices de la
filosofía cristiana, y ha desterrado de las inteligencias todo lo más hermoso de la Verdad, y de
los corazones todo lo que puede colmarlos de deleites castísimos. «No busquemos en ella,
dice el sabio P. Cantera, ideales donde beba
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su inspiración el artista, ni encienda su numen el poeta; renunciemos para siempre a las llamaradas del genio, a las concepciones luminosas del sabio1. Ella, como diría Turinaz, ha sustituido a los nobles sentimientos las groseras sensaciones, a las sublimes creencias, las negaciones
y blasfemias, a las visiones celestes de la pureza, degradaciones horribles y a los ardores generosos las concupiscencias animales»2 y en el espantoso vértigo de su locura, cortado el cauce del espiritualismo sublime, que no gota a gota sino a torrentes cae de las alturas del Verbo,
esa filosofía adúltera se ha abrazado con la materia y desposado con la carne, a las que ha
paseado por el mundo en carroza triunfal arrastrada por los corifeos del positivismo y materialismo, por Taine y Renan, por Du Bois Reymond y Heckel y por otros nefandos idólatras de
la materia y adoradores de la carne y por todos los amigos de ese pedante y atrevido secretario
del universo, bautizado con el pomposo nombre de Evolución.
S. Agustín, con aquella maravillosa intuición de su genio con que calaba los más recónditos senos de la realidad, vio en su tiempo amenazado por los insensatos maniqueos el trono de
oro del Verbo y previó la encarnizada lucha del hombre contra Él, y, con la mano vigorosa de
su inteligencia, levantó (al mismo tiempo que derribaba los alcázares de los errores antiguos)
las dos grandes columnas de bronce de la ciencia cristiana, los dos pedestales de oro, las dos
obras inmortales, su admirable De Genesi ad litteram y la estupenda Ciudad de Dios, poniendo la primera en el firmamento del mundo físico y la segunda sobre las cumbres de la Historia, y el Verbo, atraído, digámoslo así, por el genio mágico de San Agustín, fue a colocarse
sobre aquellos dos pedestales, y, como el coloso de Rodas, puso un pie sobre el Génesis y el
otro sobre la Ciudad de Dios, como Rey inmortal de los siglos, que preside todos los destinos
del mundo físico y del histórico. ¡Ah! quién pusiera en mis manos la pluma de S. Agustín y su
mágico pincel para retratar los paisajes deleitosos de los elíseos campos de su filosofía y trazar el cuadro de esos dos mundos y trasladar al lienzo la hermosura de su poema singular!
1
2
«Jes. y los filós.» c. 17.
«El alma». Citado por el mismo ilustre recoleto.
539
¡Quién me enseñara a tejer con gran primor esta corona, pobrísima como salida de mis
torpes manos, y que con mano temblorosa he osado colocar sobre la cabeza del Gran Genio; y
quién la convirtiera también en corona de punzantes espinas para clavarla sin compasión en la
enorme cabeza del monstruo de la herejía moderna!
Y este ha sido, querido lector, el doble objeto de estas líneas, honrar a N. G. Patrón y
fundador, a la vez que combatir los errores modernos, tan injuriosos al Verbo, con la sucinta
exposición de su filosofía. Hablaré, pues, primero del mundo físico; segundo, del mundo
histórico según la sublime concepción del fundador do la filosofía de la Historia, y en el tercero contemplaremos a San Agustín, cobijando a la dulce sombra de su filosofía a nuestro gran
fray Luis de León y la influencia de aquél en la poesía de éste, la más dulce tal vez que ha
brotado de labios humanos.
FR. VICTORINO CAPÁNAGA DE S. AGUSTÍN
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MOVIMIENTO DE PERSONAL
Mes de Mayo de 1919
Día 14, el P. Fr. Jesús García del Carmen, fue destinado a la parroquia de Siquijor (Isla
de Siquijor), en concepto de compañero.
Día 19, el R. P. Definidor Fr. Francisco Solchaga de la Concepción fue destinado a la parroquia de Bacolod (Negros Occidental), en concepto de Cura Misionero y Vicario Provincial.
Día 19, el P. Fr. Eusebio Valderrama de S. Luis Gonzaga, fue destinado a la parroquia de
Saravia (Negros Occidental), en concepto de Cura Misionero.
Día 19, el P. Fr. Pedro Moreno de la V. de la Nieva fue destinado a la parroquia de
Romblón (Isla de Romblón), en concepto de Cura Misionero y Vicario Provincial
Día 19, el P. Fr. Victoriano Tarazona de N. P. S. Agustín fue destinado a la parroquia de
San Carlos (Negros Occidental), en concepto de Cura Misionero ad tempus.
Día 19, el P. Fr. Isidoro Equiza de San Nicolás fue destinado a la parroquia de Murcia
(Negros Occidental), en concepto de Cura Misionero ad tempus.
Día 19, se le extendió patente de conventualidad para nuestro convento de Cebú al P. Fr.
Licinio Ruiz de Santa Eulalia.
Junio de 1919
Día 6, se le extendió patente de conventualidad para nuestro convento
541
de San Sebastián (Manila) al P. Fr. Eladio Aguirre de la Consolación.
Día 7, el P. L. Fr. Pedro López del Rosario fue destinado a nuestra Residencia de Shanghai (China), en concepto de Viceprocurador.
Día 9, el P. Fr. Hilario Vega de la Asunción fue destinado a la parroquia de Calapán
(Mindoro), en concepto de Cura Misionero y Vicario Provincial.
Día 9, se extendió patente de conventualidad a favor del Reverendo P. Fr. Víctor Oscoz
del Dulce nombre de María, asignándosele la residencia en nuestro convento de Manila.
Día 10, se extendió patente de conventualidad a favor del R. Padre Definidor Fr. Ruperto
de Blas de San Joaquín, y se le asignó su residencia en nuestro convento de San Sebastián.
Día 22, llegó a nuestro convento de Manila el R. P. Definidor fray Nicasio Rodeles de la
Concepción, donde tiene asignada su conventualidad.
Día 23, el R. P. Definidor Fr. Francisco Echanojáuregui de Santa Teresa de Jesús fue destinado a la parroquia de Nueva Valencia (Negros Oriental), en concepto de Cura Misionero.
Día 23, el P. Fr. Joaquín Usubiaga del Sagrado Corazón de Jesús fue destinado a la parroquia de la Carlota (Negros Occidental), en concepto de Cura Misionero.
Día 23, el P. Fr. Andrés Ferrero de la Sagrada Familia fue destinado a la parroquia de
Sumag (Negros Occidental), en concepto de Cura Misionero.
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UT DEUM AUGUSTINUS DOCEAT QUAERENDUM
(Continuación)
Hanc ille gratiam a Deo postulabat, cum sic oraret: «Exaudi me, Deus meus, jam te solum
amo, te solum sequor, te solum quaero, tibi soli servire paratus sum. Sana, et aperi aures meas, quibus voces tuas audiam. Sana, et aperi oculos meos, quibus nutus tuos videam. Dic mihi
qua attendam, ut aspiciam te. Quomodo ad te perveniatur doce me. Nihil aliud habeo, quam
voluntatem. Nihil aliud scio, nisi fluxa et caduca spernenda esse, certa et aeterna requirenda.
Hoc solum novi, sed unde ad te perveniatur ignoro. Tu mihi suggere, tu ostende, tu viaticum
praebe. Si fide te inveniant, qui ad te refugiunt, fidem da. Si virtute, virtutem; si scientia,
scientiam. Auge in me fidem, auge spem, auge charitatem. O admiranda et singularis bonitas
tua! Ad te ambio, et quibus rebus ad te ambiatur, a te rursum peto. Tu enim, si deseris, peritur
hic. Sed non deseris, quia tu es summum bonum, quod nemo recte quaesivit, et minime invenit. Omnis autem recte quaesivi, quem tu recte quaerere fecisti. Fac et me, Pater, quaerere te,
vindica me ab errone. Quaerenti te mihi, nihil aliud pro te occurrat. Si nihil aliud desidero
quam te, inveniam te, jam quaeso, Pater. Si autem est in me superflui alicujus appetitio, tu
ipse me munda, et fac idoneum ad videndum te. Oro excellentissimam clementiam tuam, ut
me penitus ad te convertas, nihilque mihi repugnare facias tendenti ad te». (Soliloq. l. 1, c. 1.)
Quem
543
profecto juverit imitari, et orationis hujus verba pensiculate ruminare et appendere.
Ut corpora suis nituntur ponderibus, vel sursum vel deorsum; non secus animus dum aliquid appetit aut quaerit, movetur amore. Hinc illa Augustini vox: «Amor meus, pondus
meum, illo feror, quocumque feror» (Conf. l. 13, c. 9). Primum ergo studium sit eligere, atque
etiam diligere quod quaeris. Recte proinde Angustinus monet: «Quid autem eligamus, quod
paecipue diligamus, nisi quod nihil melius invenimus? Hoc Deus est, cui si diligendo aliquid
vel praeponimus, vel aequamus, nos ipsos diligere nescimus. Tanto enim nobis melius est,
quanto magis in illum imus, quo nihil melius est. Imus autem non ambulando, sed amando.
Quem tanto habebimus praesentiorem, quanto eumdem amorem, quo in eum tendimus, potuerimus habere puriorem. Nec enim locis corporalibus vel extenditur, vel includitur. Ad eum
ergo, qui ubique praesens est, et ubique totus, non pedibus ire licet, sed moribus. Mores autem
nostri non ex eo quod quisque novit, sed ex eo quod quisque diligit, dijudicari solent. Nec
faciunt bonos vel malos mores, nisi boni vel mali amores. Pravitate ergo nostra a rectitudine
Dei longe sumus» (Ad Macedon. Epist. 52). O fidelem et omni acceptione digum sermonem!
O doctrinam salutarem, quam utinam Deus cordi nostro profundissime scribat!
Deum proinde bonis moribus et amoribus quaerere oportet. «Si enim Deus», ut cum Augustino rursum loquar, «non totis animi viribus concupiscatur, inveniri nullo pacto potest. At
si ita quaeratur ut dignum est, substrahere sese atque abscondere a suis dilectoribus non potest. Hinc est illud quod ait Dominus: «Petite et accipietis: pulsate et aperietur vobis» (Matth.
10). «Amore petitur, amore quaeriturm amore pulsatur, amore revelatur, amore denique in eo
quod revelatum fuerit permanetur» (De morib. Eccl. c. 17). Merito autem dicit amore quaerendum, quia, ut alibi docet: «Dilectio nihil est aliud, quam voluntas fruendum aliquid appetens vel tenens» (De Trin. l. 13, c. 6). Et iterum: «Charitas et invenit Deum per fidem, et eum
quaerit habere per speciem. Est sine fine quaerendus, quia sine fine amandus» (In Ps. 104).
Amem igitur te, o Deus amor meus, ut te diligenter quaeram. Quaeram
544
te, o suavissima animae meae praeda, ut amem te. Amem te, omne bonum meum, ut fruart te,
et maneam in te, et tu in me. Ipse Augustinus, cum de quaerendo aut congnoscendo Deo agit,
plerumque in affectus prorrumpit: unde etiam lecto Ciceronis Hortensio, qui exhortationem
continet ad philosophiam, varios in se expertus est affectus, quos vehementius sine dubio aeterne sapientiae, et Dei ipsius excitaret consideratio. «Ille, inquit, liber mutavit affectum
meum, et ad te ipsum, Domine, mutavit preces meas, et vota ac desideria mea facit alia. Viluit
mihi repente omnis vana spes, et immortalitatem sapientiae concupiscebam aestu cordis incredibili; et surgere jam coeperam, ut ad te redirem. Quomodo ardebam, Deus meus! Quomodo ardebam revolare a terrenis ad te! Et nesciebam quid ageres mecum. Apud te est enim sapientiam. Hoc solo delectabar, quod illa exhortatione ipsam quaecumque esse sapientiam ut
diligerem et quaererem, et assequaerer, et tenerem, atque amplexarer, fortiter excitabar sermone illo, et accendebar et ardebam» (Conf. l. 3, c. 5). Videt hic quicumque aliquid videt,
multiplicis affectus, quos cum de Deo quaerendo cogitat, elicere hoc exemplo liceat.
Haec est mentis nostrae imbecillitas, ut uno in argumento diutius et firmiter haerere vix
possit, sed ad alia dilabatur. Hinc tot mentis in oratione distractiones, a quibus animum revocare, quam non sit facile, pii passim experiuntur, et jam olim conquaestus est Angustinus.
«Vix», inquit, «stat cor ad Deum suum, et vult se tenere ut stet, et quodammodo fugit a se,
nec invenit cancellos, quibus se includat; aut obices quosdam, quibus retineat avolationes
suas, et vagos quosdam motus. Diceret unusquisque sibi hoc contingere, et alteri non contingere; nisi invenirem in Scripturis Dei, Davidem orantem quodam loco, et dicentem: «Quoniam inveni, Domine, cor meum, ut orarem ad te» (II Reg. 7. 27). «Invenisse se dixit cor
suum, quasi soleret ab eo fugere, el ille sequi velut fugitivum, et non posse comprehendere, et
clamare ad Dominum» (In Ps. 85).
Saepe etiam hoc in oratione accidit, ut considerationem non sequatur affectio. Eidem id
credamus Augustino. «Saepe quid agendum sit videmus, nec agimus; quia non delectat ut
agamus; et concupiscimus ut delectet. Praevolat intellectus, et tarde sequitur,
545
et aliquando non sequitur humanus et infirmus affectus» (Conc. 8. in Ps. 118). Sed agedum in
ipsum progrediamur. «Sic condita est, inquit ipse Magister, mens humana, ut nunquam sui
non meminerit, nunquam se non intelligat, nunquam se non diligat» (De Trin. l. 14, c. 14). Et
hinc amator sui seipsum ultimum finem sibi statuit, ad quem actiones et desideria sus referat,
seipso in omnibus frui concupiscit, in se quiescit. Audiamus adhuc Magistrum. «Unde, interrogat, homo commoneri non possit ad virtutes capessendas, quando de ipsis vitiis potest? (De
vera relig. c. 52). Quod in Confessionibus Deo loquens, ita deducit. «Superbia ceIsitudinem
imitatur, cum tu sis super omnia Deus excelsus. Et ambitio quid nisi honores quaerit et gloriam, cum tu sis prae cunctis honorandus, unus et gloriosus in aeternum? Et saevitia potestatum timeri vult. Quis autem timendus, nisi unus Deus? Cujus potestati eripi, aut subtrahi quid,
quando aut ubi, aut quo, vel a quo potest? Et blanditiae lascividentium amari volut; sed neque
blandius est aliquid tua charitate; nec amatur quidquam salubrius, quam illa prae cunctis formosa et luminosa veritas tua. Et curiositas affectare videtur studium scientiae, cum tu omnia
summe noveris. Et ignavia, quasi quietem appetit: quae vero quies certa praeter Dominum?
Luxuria satietatem atque abundantiam se cupit vocari; tu tamen es plenitudo et indeficiens
copia incorruptibilis suavitatis. Effusio liberalitatis obtendit umbram, sed bonorum omnium
largitor affluentissimus tu es. Avaritia multa possidere vult, et tu possides omnia. Invidia de
excellentia litigat; quid te excellentius? Ira vindictam quaerit: te justius quis vindicat? Tristitia
rebus amissis contabescit, quibus se obtectabat cupiditas; quia ista sibi nollet, sicut tibi auferri
nihil potest. Ita fornicatur anima cum avertitur abs te; et quaerit extra te ea, quae pura et liquida non invenit, nisi cum redit ad te. Perverse te imitantur omnes, qui longe se a te faciunt, et
extollunt se adversum te. Sed etiam sic te imitando, indicant Creatorem te esse omnis naturae;
et ideo non esse quo a te omni modo recedatur» (Conf. l. 2, c. 6).
FR. H. P. A S. F.
(Continuará)
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DE RE PEDAGÓGICA
EDUCACIÓN E INSTRUCCIÓN
¡La educación! ¿Qué es la educación? Palabra muy manoseada por cierto a la vez que
mal entendida por muchos que parece no llegan a comprender el significado de la misma y las
diferencias que la distancian y separan de otras semejantes a las que frecuentemente se la
iguala. Todos usamos a diario esta palabra y son pocos los que poseen un verdadero y adecuado concepto de ella: unos la hacen sinónima de instrucción; concretan otros su significación a lo que la enseñanza comprende y todos confundimos con frecuencia términos tan usados, a la vez que tan claros. Veamos qué es lo que educación significa y qué parecidos y diferencias tiene con esas otras palabras que más de una vez la suelen sustituir.
Para ello preciso es recordar que la naturaleza humana, el hombre, es un compuesto de
espíritu y organismo: que la Psicología admite y reconoce en este compuesto manifestaciones
varias, diversas facultades y que el ejercicio de estas facultades en relación al objeto de cada
una de ellas es lo que constituye y forma lo que nosotros llamamos la vida del hombre; recordemos también que esta alma con este cuerpo y las dichas facultades están muy distantes de
ser igualmente excelentes y que se hallan subordinadas unas a otras; el cuerpo es, por ejemplo, muy inferior al espíritu, a
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la inteligencia y a la voluntad: la inteligencia es más importante y superior que la voluntad,
porque ella es la que mueve a la voluntad a elegir el bien y practicarlo. Hállanse después, muy
por debajo de las facultades espirituales y subordinadas a ellas, los sentimientos y luego, después, los sentidos que forman parte de nuestro cuerpo.
Una vez sentados estos antecedentes, después que hemos visto la diversidad y diferencia
de las facultades y la subordinación y superioridad de unas sobre otras, diremos que la educación, educar a un hombre, es desenvolver y desarrollar toda su naturaleza para el cumplimiento de su fin. Consistirá, pues, la educación en perfeccionar la inteligencia por medio de la adquisición de la verdad; en llevar y guiar a la voluntad en la realización del bien en todos los
órdenes; en perfeccionar y dirigir a los sentimientos, según sus exigencias; y, finalmente, en
armonizar el cuidado de los sentidos y del cuerpo para que puedan servir más cumplidamente
a las manifestaciones del alma. Educar es —decía Platón— dar al cuerpo y al alma toda la
belleza y perfección de que son capaces.
Según Pestalozzi, la educación consiste en desenvolver natural, progresiva y sistemáticamente todas las facultades; y, en opinión de Schwarz, educar es desenvolver en el individuo
toda la perfección de que es susceptible; en su más amplia, a la vez que más genuina acepción, la educación es, según Alcántara, el trabajo que cada uno pone inconsciente o conscientemente, ayudado de un modo indirecto o intencional por otros y siempre bajo las influencias
del medio natural social en que vive para realizar su naturaleza en vista de darle la perfección
de que sea susceptible y de las exigencias de la vida y de nuestro destino1.
Éste es el significado de la palabra educación y ésas son las definiciones de los grandes
pedagogos arriba citados. Veamos ahora cómo se diferencia de las palabras instrucción, enseñanza y cultura que con frecuencia suelen algunos emplear en sustitución y lugar de educación.
Hojead un Diccionario, repasad cualquier libro de pedagogía y en ellos hallaréis bien
marcadas las diferencias que median entre esas palabras.
La instrucción consiste, según Alcántara, en la adquisición de
1
«Pedagogía», pág. 9.
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conocimientos por parte del que se instruye o es instruido y ved la diferencia que hay entre
educación e instrucción.
La educación es el conocimiento perfecto, sistemático, ordenado y completo de todo
hombre; abarca el cultivo de toda nuestra naturaleza, el desarrollo, dirección y disciplina de
todas nuestras energías; y la instrucción se dirige a la inteligencia y se concreta tan sólo a
acumular en la misma conocimientos nuevos, prescindiendo de las demás facultades, aunque
de un modo indirecto obra sobre ellas.
En la educación es preciso sacarlo todo de la misma naturaleza, cuando por el contrario la
instrucción viene a aumentar esa naturaleza con estos nuevos conocimientos; la educación es
el todo y la instrucción es la parte.
Enseñar quiere decir mostrar, indicar, señalar a la inteligencia los conceptos que adquiere.
Enseñamos a leer, escribir, a obrar y vivir y nos instruimos en ciencias, en Moral, en Pedagogía etc. etc... La enseñanza siempre supone una persona que dirige, que influye, que enseña; y otra que es dirigida, que aprende, al paso que la instrucción la podemos y de hecho la
adquirimos nosotros mismos.
Finalmente, llamamos culto, a aquel que, además de los conocimientos que posee, superiores a los de la gente vulgar, reúne o está adornado, de cierta finura en sus maneras, corrección en el decir y pulcritud en el obrar. Y bien: vistas estas sencillas nociones que hemos dado
de educación e instrucción se me ocurre preguntar: ¿en nuestras escuelas se educa o se instruye tan sólo? Hoy por hoy, triste es confesarlo y más triste el verlo y palparlo, hoy por hoy,
exceptuando las escuelas del Ave María, que fundó el gran Manjón, apóstol de la pedagogía
cristiana, y en la que trabajan maestros tan abnegados y desinteresados como Siurot, hoy, repito, son contadísimas las escuelas en que se educa, y en estas es muy deficiente. ¿Se instruye
acaso? Tampoco; en las escuelas de hoy día se enseña a los discípulos solamente a leer, a escribir y a cantar, todo de una manera lastimosa por cierto.
La educación de la juventud pertenece de derecho indiscutible e indestructible a la familia del niño; a ella le corresponde educarlo desde sus primeros días y ella es la que con más
facilidad y aprovechamiento lo puede hacer; y solamente cuando la familia no pueda
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satisfacer cumplidamente esta obligación o no la satisfaga en !a manera que debiera hacerlo,
entonces solamente podrá y deberá el Estado inmiscuirse y tomar a su cuidado la educación
de la juventud. Solamente entonces podrá suplir y corregir las deficiencias y errores que en
ella los padres pudieran cometer; y de aquí, de esta necesidad viene la creación de las escuelas, para poder satisfacer a esta primera obligación y deber santo para con la juventud y la
niñez.
Síguese de aquí que la escuela debe ser una continuación del hogar doméstico, donde el
niño encuentre todos los encantos y delicias de que gozaba en el seno de la familia, con más
los medios de la escuela que en la familia no encontraba.
Y de todo esto síguese también con la mayor lógica la sublimidad del oficio del maestro:
ocupa el lugar de los padres del niño, y como ellos debe ser para con él otro padre que haga
sus veces.
Grande, sublimemente bella y hermosa es la misión del maestro que es (o debiera ser)
educador de almas, formador de hombres que han de ser base de buenas familias y pueblos,
misionero pedagógico, que con el saber y la piedad conquista los pueblos, con la luz alumbra
inteligencias y con el fuego enardece corazones. El modelo del bien decir, del bien pensar y
del bien obrar. El mentor y guía de la juventud que se le confía y la fuente exuberante de la
cultura para los alumnos. El escultor de hombres, de ciudadanos y de cristianos, y en tales
respectos, el auxiliar y representante de la familia, la patria y la religión. El unificador de las
tres vidas que hay en el hombre: la interna, externa y sobrenatural, la doméstica, social y religiosa y en tal concepto el artífice de la sociedad que depende de esos hombres que él forma.
Un apóstol, en cuanto trabaja por instaurar el reinado de Cristo1. A la verdad que es grande,
noble, elevada y hermosa la misión del maestro cristiano.
Con maestros que estén adornados de las cualidades mencionadas, con maestros de esta
índole, con maestros de vocación tan decidida, fuerte y sobrenatural como la de Siurot, el
problema de la educación estaba resuelto perfectamente.
Pero, como dice el eximio escritor P. Graciano Martínez, «pensar en estos maestros por
vocación, por espíritu de Apostolado, me parece
1
Tomado del Maestro, de Manjón, págs. 23 y 24.
550
sencillamente echarse por los cerros de Úbeda» y prosigue «los Siurots siempre serán pintorescos y hermosos oasis de abnegación y desinterés en un inmenso Sahara de egoísmos y ambiciones» (La escuela y el maestro).
Sí; esas abnegaciones y esos heroísmos hanse desterrado de la escuela, que ya no es considerada por la inmensa mayoría más que como una de tantas maneras de ganarse el sustento,
como uno de tantos medros para poder vivir.
En tiempos mejores, en las escuelas españolas quizá no se enseñaba tanto, pero se educaba más que en la actualidad. Pero delicadezas de muchos padres, que no consentían reprendiese y castigase el maestro a sus hijos; excesos de no pocos maestros y deficiencias de los más,
que con su exagerado rigor, malos tratos1 y peores sistemas, dieron lugar a que en muchos
hogares se considerase a la escuela, en expresión de Silió, «como amenaza que se esgrime
contra el niño rebelde, lugar de encierro, castigo que se impone a la travesura, reclusión obligada que contenga la correría y bullanga, dejando silenciosa la casa y en paz la calle durante
algunas horas»; hicieron que la labor de la escuela decayese y se apreciase en poco y en vez
de ver los niños en ella, como dice el mismo Silió, «un lugar alegre en que conviva con los
alumnos el maestro consagrado,
1
No es nuestro ánimo condenar el castigo y que de él se prescinda en la escuela. Bien sabido es que uno de los
medios de que debe echar mano el maestro es el castigo. Pero ¡hay tantas clases de castigos! ¡Son tan diferentes los castigos que deben emplearse con los niños, de los que deben emplearse con los ya mayores! Lo
que sí condenamos es la manera bárbara de castigar de algunos maestros y los lamentables excesos a que
algunos han llegado. Es un principio en Pedagogía, que debe observar el maestro, que: solamente cuando
de otra manera no se pueda, solamente en último extremo, debe hacer uso de semejantes castigos. Lo ordinario, lo común, ha de ser el afecto, la alegría y el amor.
Así como el médico no cura todas las enfermedades con emplastos y malvas, sino que echa mano del bisturí o
de la lanceta, de la misma manera hay fallas y culpas en la escuela, que no podrán curarse sino con remedios enérgicos, con el castigo y hasta con el palo, como son, por ejemplo, las faltas contra la castidad y el
robo. ¡Estamos tan lejos de los antiguos usos pedagógicos!
551
dulce, amorosamente, sin rigor que cohíba la voluntad, sin exigir de la atención persistencia
que agote el interés y fatigue la inteligencia de los niños, a la labor de ir despertando curiosidades sanas para satisfacerlas poco a poco etc. etc. (La Educación Nacional, páginas 32 y 33)
considerasen la misma como un «calabozo cuyo alcaide es el maestro, que actúa al mismo
tiempo de polizonte ceñudo y repulsivo».
Causas estas porque muchos padres pretendiesen de nuevo separar sus hijos de la escuela,
y los maestros se concretasen solamente a instruir, según sus tan diversos pareceres. De esta
manera desterróse la educación de la escuela, creyéndose, con tanto error, que sería suficiente
la educación doméstica para contrarrestar los malos y frecuentísimos ejemplos y escándalos
que a los niños habíanseles de entrar por los ojos, sin darse cuenta que muchos, muchísimos
padres de familia, no podrían atender a esta educación, unos por sus ocupaciones que no les
permitirían dedicarse a ella y otros porque tal educación no podían dar, porque de nadie ellos
la habían recibido; de aquí que no recibiendo los niños en sus casas la educación que no se les
podía dar y concretándose la escuela a la mera instrucción, que aunque es factor importante
solamente es la parte, pues que la educación es el todo, vemos la juventud de hoy día tan depravada y corrompida, que sabe sí quizá leer, escribir, contar... y algún poquito más, pero
nada sabe de educación, es un joven mal educado, y un joven sin educación, pocos, muy pocos serán los servicios que podrá prestar a la patria, pocos serán los días de gloria que él con
sus méritos ha de acarrear.
Un joven instruido pero mal educado será el martirio de sus padres, el dilapidador de su
fortuna y hacienda; pervertiráse muy pronto y veráse envuelto en el lodazal inmundo de las
más viles y repugnantes pasiones. No pedimos esto; no queremos a esos jóvenes tan inútiles
como perjudiciales a la sociedad. «Lo que España debe pedir a la escuela, dice D. Joaquín
Costa, no es precisamente hombres que sepan leer y escribir: lo que necesita son hombres y el
formarlos requiere educar el cuerpo tanto como el espíritu, y tanto o más que el entendimiento, la voluntad» (Educación Nacional, pág. 27).
Lo cual quiere decir que la educación es tan esencial y mucho
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más que la instrucción, y en la escuela, que, como hemos dicho, es una continuación y ampliación de la familia, se debe educar a la vez que instruir armónicamente, pues que en la familia se educa e instruye con esa armonía. Y nunca nos cansaremos de repetir que la escuela
debe seguir en cuanto pueda los procedimientos de la familia y que, cuanto más se acerque a
ella, tanto será más perfecta.
Pero además de estas causas que han motivado la separación de la educación en la escuela; que aquellas en que se educan sean tan contadas, y tan deficiente la educación que en ellas
se da; además de todo eso, hay también otras no menos importantes y una de ellas y muy
principal es la mala retribución del Maestro, con el consiguiente abandono de los mismos,
además de la insuficiencia y poco número de escuelas. Mísera por demás era la subvención
que el Maestro tenía que con frecuencia no se le pagaba, y después, cuando el Estado tomó a
su cargo el pagársela, no se ha remediado como debiera y el pobre Maestro se encuentra con
esa tan pobre retribución, que apenas si llegará para las más apremiantes necesidades. Mirad a
ese Maestro que tiene una esposa e hijos a quienes alimentar. Mirad también las muchas necesidades que remediar y las obligaciones que satisfacer y veréis que con esa misérrima paga
que recibe del Estado se encuentra imposibilitado para atender a su familia como debiera y él
así lo deseara, se ve precisado o hacer con frecuencia tremendos sacrificios y con esa paga no
saldrá jamás de esta condición, y solamente podrá disfrutar de un modestísimo pasar. ¡Qué
triste y vergonzoso es considerar que un hombre que se dedica en cuerpo y alma a su ministerio, que emplea en él todas sus facultades y gasta todas sus energías, no sea retribuido cual le
corresponde en justicia, y en cambio no reciba más que desprecios e ingratitudes por todas
partes, hasta de las mismas familias cuyos hijos educa e instruye! Muy triste es, sí, y en estas
mismas miserias y desprecios que recibe veo yo lo noble, grande y sublime que es el Magisterio, pues que tales ocasiones tiene para merecer; y si ese maestro así correspondido pone sus
ojos en algo más alto que estas miserias y ruindades humanas; si ese maestro se sobrepone y
eleva sobre todas estas bajezas y exclama resignado: «Por Ti sólo, Jesús, Maestro divino»...,
este maestro es un héroe,
553
es un santo y los pueblos que así se lo pagan no merecen poseerlo. Cierto es que muchos no
cumplen satisfactoriamente con su deber, pero mucho más cierto es que la mayor parte de
esos mismos se tomarían más empeño y pondrían más diligencia, si se les proporcionase los
medios necesarios y se les pagase como es bueno y justo.
Es imposible; con la mísera paga que se les da y con la consiguiente vida tal vez un tanto
arrastrada por esa pobreza, los maestros no serán jamás lo que debieran ser, no podrán atender
a su elevado ministerio, no podrán de ninguna manera aumentar y perfeccionar el material
pedagógico de su escuela, en fin, de esa manera no podrán ni educar ni instruir, porque como
ya dijimos es oficio de abnegados y desinteresados, es vida de sacrificio y de apostolado y
estos hombres, que revistan esas condiciones, son muy raros, y esos Apóstoles hoy día escasean bastante; os será difícil encontrar. Con sobrada razón trataba Costa de «ennoblecer el
Magisterio, elevar la condición social del maestro al nivel de la del párroco, del magistrado y
del registrador» (Educación Nacional, pág. 27).
Parad luego vuestra consideración y mirad las míseras escuelas que da lástima, tristeza e
indignación el contemplarlas. Mirad cómo describe Siurot esas pobres escuelas y tened en
cuenta que son muchas las que desgraciadamente hay actualmente en nuestra patria. «Un
cuarto obscuro, dice, una pocilga con paredes sudorosas por causa de una humedad depositaria de muchas enfermedades; con techos bajos que ahogan; con aire lleno de miseria y una luz
cobarde a la que parece que han sobornado para que no alumbre la suciedad general» (Cada
maestrito, pág. 66). Y esas son las escuelas en que han de permanecer horas enteras los pobres niños aun en lo más riguroso del invierno. ¡Qué ánimo tendrá el maestro para entrar en
esas escuelas donde el que está sano, es pronto presa de aguda enfermedad que le vuelve raquítico y enclenque y donde los débiles terminan por perderse. Los niños que, como dice el P.
Graciano Martínez, necesitan más vida de campo, más caricias de sol, más oreos de brisas,
más subidas y bajadas de vericuetos», encerrados en esas viviendas, a donde apenas entra un
rayo de luz, y el aire está, como antes dijimos, impregnado de gérmenes de todas las enfermedades!
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¡Los niños que con tanta alegría y algazara corren por las plazas y juegan en el campo
gozando de las delicias de un aire puro y sano que oxigena sus pulmones y los conservaría
llenos de vida y entusiasmos, encerrados en esas escuelas cuya sola vista tal vez les espante y
contriste grandemente! El niño debe gozar del aire puro del campo y debería tener la escuela
al aire libre siempre que fuera posible... ¡Buena manera de formar naturalezas fuertes y de
robustecer la raza! En fin que es grande disparate encerrar en esas escuelas, donde no puede
reinar ni la alegría ni el contento, a esos niños, a quienes todo sonríe y que todo lo alegran con
su sonrisa franca, pura e inocente. Finalmente diremos que el maestro, con todas las buenas
cualidades de que queráis adornarle, con la buena paga que recibe del Estado, si no tiene amor
a su noble y elevado cargo y más amor todavía a los niños que educa e instruye, no podrá ser
buen maestro y pronto dará con todo al traste. Porque, ¿qué haréis sin amor con unos niños
que amamantados y educados en medio de las caricias del amor, os están pidiendo que los
améis?… Con el amor todo lo podréis. Él os hará discurrir e inventar nuevos modos de darles
a entender vuestras lecciones; el amor llevará a vuestra escuela la felicidad y alegría que es el
elemento principal de la misma; el amor que profesáis a vuestros niños les volverá amable en
alto grado vuestra persona y vuestra escuela; con ese amor que os hace descender a la bajura
en que se encuentran para subir a la altura en que vos os encontráis, todo lo podéis: sois completamente dueños de sus voluntades y les tenéis cautivado el corazón: y el niño que comprenderá fácilmente el amor que le profesáis, os corresponderá también con su amor, os amará
como él sabe amar, os amará como ama a sus padres, porque verá en vuestro amor la continuación del amor de su madre. ¡Y es tan dulce ser amado por los niños, por esos niñosángeles a quienes todo sonríe! ¡Es tan dulce recibir de un niño una caricia, una muestra de
amor! Y creedlo, el niño es muy agradecido y no escatimará esas muestras de cariño y amor.
Amad, pues, a los niños, amadlos. Ellos han de constituir bien pronto vuestra felicidad, y
cuando estéis abrumado por alguna desgracia, cuando alguna injuria hayáis recibido de vuestros enemigos o hayan manchado vuestro nombre con negra calumnia, cuando tal vez vuestros
mismos amigos os
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abandonen en vuestras penas y desdichas, y cuando os veáis correspondidos en vuestros servicios con ingratitudes y deslealtades, ¡qué dulce y suave consuelo se experimenta al pronunciar arrodillado ante el altar, rodeado de algún niño que también reza, aquellas sublimes palabras que nos enseñó el divino Maestro y que decimos en la Oración Dominical: «Perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». El corazón se llena de
alegría y descansa tranquilo al ver a esos niños elevar al Señor sus plegarias en nuestra compañía rogando por los que nos persiguen e intercediendo por nuestros enemigos. No lo dudéis,
esas oraciones de lo niños mueven profundamente al tierno y amante Corazón Divino que se
complace especialísimamente en oír sus plegarias y atenderles en sus peticiones.
Cuando algo os apene y os traiga contristado, haced rogar a los niños, rogad con ellos y
tened la seguridad de que el Señor os ha de escuchar en todas vuestras demandas. No sé si
habrás gustado esas delicias y saboreado felicidad semejante, pero de mí os aseguraré, que,
cuando ruego en compañía de algún niño, mi fe y confianza son más fuertes que nunca y
cuando algún niño, enseñado por mí, reza, bendigo al Señor y le pido que todos los niños sepan rezar y que aumente en mi corazón este amor que profeso a los niños. Amad, amad a los
niños; enseñadles a orar y rogad con ellos y así podréis cumplir con tan noble y delicado cargo como es el vuestro.
Amad a los niños, amadlos, son buenos,
La vida es sin ellos tortura y dolor,
Los niños son risa, candor y esperanzas,
Son hijos de un sueño de paz y de amor.
Si amáis a la vida, besad a los niños,
Dejad en sus almas ventura y querer,
Si amáis a la vida, calmad sus quebrantos,
Los niños no deben nunca padecer,
Son fieles, son bellos, su risa es la risa
De un pájaro lindo que empieza a cantar,
Dichoso es quien quiere besar a los niños
Maldito el deseo de verlos llorar,
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Los niños son ángeles envueltos en flores,
Promesas quo encuentran los hombres en pos.
Mirad a los niños, y ved que ellos llevan
Grabada en sus frentes la mano de Dios.
Son rosas del grande rosal de la vida,
Yo siempre en sus risas la dicha bebí,
Pensad que el Maestro decía amoroso:
–Dejad que los niños se acerquen a mí.
FR. PEDRO ZUNZARREN DE LA CONCEPCIÓN
A. R.
Marcilla y Septiembre de 1919.
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EL P. JUAN MIR
(Conclusión)
Propuesto así el asunto, ¿no está muy en lo cierto nuestro autor? «Tengo por cosa averiguada —añade— que el Quijote no contiene en su volumen la insumable cantidad de voces,
cuanto menos la inmensa multitud de frases de que la lengua castellana consta». Aprobado.
Cervantes como novelista «no tuvo par». Muy bien dicho también. Pues entonces ¿qué se le
inculpa a Mir? El que anteponga a Cervantes autores beneméritos de quienes apenas se tiene
noticia hoy en día. Él atribuye tanto silencio a «mazorralísima ignorancia», y a mala fe de los
enemigos del hábito y la sotana: al liberalismo. Me callo, no sé defenderlo. Esto no obstante,
ni Cervantes es el único estilista, ni el mejor. Buenos pellizcos le han dado, porque dormita,
pinto el caso, en el capítulo VII de la 1.ª parte del Quijote donde dice: «Yo sólo soy el opuesto
de sus valentías». Y después: «Dio luego don Quijote orden en buscar dineros». Y en el capítulo VIII: «Y hablando en la pasada aventura siguieron el camino»; y por el capítulo VI de la
segunda parte asoma un ojo como gran rueda de molino y «más ardiendo que un horno de
vidrio». Y en el XXVI léese que el ventero y Sancho «serán medianeros y apreciadores entre
vuesa merced y mí».
¿Descuidos de Cervantes? ¿Cosas de su tiempo? No extrememos nunca los vituperios ni
las alabanzas, porque, al modo que estaría
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tocado de quijotería quien tuviese a Cervantes por insuperable y por el único y máximo modelo, así tanto montaría el arrojar por los suelos su estatua para que la hollasen los críticos de
la gleba; lo cual tendrían todos por ultraquijotismo.
Otra de las víctimas literarias de Mir se llamó Rufino José Cuervo, por considerarlo agabachado, si bien confiesa que es el menos galicista de los galicistas, y que delinquió por condescendencia y no por ignorancia. Hubo un incidente muy curioso con motivo de Mir y Cuervo. Cuando yo preparaba el año 1912 mi obra Rufino José Cuervo y la lengua castellana, escribí una epistolita al Reverendo Padre Mir suplicándole me manifestara su opinión, su última
opinión acerca del gran filólogo colombiano.
Entonces se dignó de responderme con una misiva de la cual recorto estos párrafos: «Mucho me alegro de que trate V. R. de celebrar la memoria de don Rufino Cuervo (q. D. h.),
varón insigne, literato benemérito, escritor infatigable, hombre a todas luces digno de elogio
por su literaria laboriosidad. Su Diccionario pone a la vista el gran caudal de noticiosa erudición, que con la paciencia del estudio había atesorado, de suerte que pocos son hoy los literatos que pueden aspirar a la honra de emparejar con él en orden a lo trabajoso del estudio.
¡Lástima grande, que en la composición de su Diccionario hayan tomado por norma el
Diccionario de la Academia Española, fárrago imperfectísimo por poco español; cuyas imperfecciones dejó Cuervo más asentadas y remachadas con su autoridad, en vez de castigadas
con rigurosa mano. Es verdad que puso correctivo a ciertas frases y significaciones, ajenas de
la propiedad castellana; pero otras muchas dejólas correr sin enmienda, teniéndola muy merecida.
La causa principal de estos descuidos fue a mi pobre juicio, tener el autor muy poco estudiada la índole de la lengua castellana, como lo dicen a voces los innumerables galicismos y
barbarismos que gasta, las formas afrancesadas de su estilo y lenguaje, las pocas frases castizas que asoman a su pluma, tanto, que me atreveré a decir que V. R., sin blasonar de tan
humanista, emplea lenguaje más puro y castizo que Cuervo, sin embargo de tener la pluma
contaminada con la jerigonza moderna». Y sigue azotándolo a diestro y siniestro hasta colgarle el sambenito de apodarlo «incansable jornalero
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del matorral literario». Pero lo peor del caso fue que esos linces de periodistas que se percatan
de todo, dieron con la carta y la echaron a los cuatro vientos en la patria de Cuervo, a poco de
premiar en concurso mi obra sobre Cuervo la Academia Colombiana de la Lengua. El alboroto no era para tanto, porque ya en el Centenario Quijotesco el Padre Juan había publicado,
entre muy expresivas alabanzas a Cuervo, cosas parecidas a las de la carta. Pero ahora, y no
entonces, un ingenio de Bogotá, sesudo, pulcro y erudito, refutó a Mir poniendo las cosas en
su punto y sacando la cara por Cuervo y por la verdad literaria.
Dos cosas de la refutación me parecieron impropias del crítico suramericano. La primera,
el traer a la plaza algunas contradicciones comparando dos obras suyas de distintas épocas,
como son El Milagro, publicado en 1895 y El Centenario Quijotesco, en 1905, o sea, diez
años de diferencia, tiempo más que suficiente para que un autor tan activo como el padre Mir
enmendara sus propios yerros.
El crítico bogotano, que conoce al dedillo la introducción del Prontuario, pudo haber visto al final de ella que el autor no quiere imponer sus opiniones, que otorga libertad de criterio
a todos, que él erró muchas veces, mas se retractó, y declara que se desdice de todas las incorrecciones «que en otros anteriores cualesquiera (libros) contra la casticidad de la lengua
hubiere yo cometido, que no serán pocas, por ignorancia, error o descuido. Todas las doy por
mendosamente escritas, deseoso de borrarlas». Por ejemplo: siguiendo a Baralt, quien en su
Diccionario de galicismos rechaza la palabra hablista y recomienda hablistán para significar al
que habla o escribe bien, en una de sus obras recomendóla también Mir; pero su hermano
Miguel, secretario ya de la Academia, le advirtió el error. –¿Ha visto usted qué distracción la
del Padre Juan? —díjole a don Miguel cierto día un académico que aún vive—. –¿Ha visto
usted eso de hablistán? Descuide —observó el otro—, ya verá que retracta Juan su error en la
primera obra.
La muerte no le dejó manifestarnos que hablistán significa algo así como charlatán. En la
biblioteca del Escorial, en el códice que contiene el Diálogo de la lengua, que está resultando
no ser
560
obra de Valdés, hubiera topado el buen Padre con esta aceptación casticísima.
La otra cosa que me disgustó muy mucho en la réplica que se dio a la carta en referencia
consistió en cierta insinuación velada (si bien domina en la carta la caballerosidad y el respeto
al escritor y al religioso), sobre el carácter personal o temperamento del P. Juan. Yo quiero
con toda mi alma y primero que todo que no se mire a éste como un ogro espantable o como
una inquieta comadreja, envidiosa y entrometida, ni como un ídolo que pide sangre de reputaciones ajenas y sahumerios. Al P. Juan cúpole en suerte un alma bonísima, un corazón bondadoso, un espíritu incapaz de torcidos intentos. ¡Ojaiá hubiera sabido a tiempo el crítico colombiano cuán grande era la sencillez y humildad del P. Juan! Más aún, he llegado a imaginar
que los ataques y salidas humorísticas de su pluma no provenían de excitación de nervios sino
de pruritos de lucir galas antiguas, alardeando de que aun para la polémica y para mostrarse
uno irascible hay en el repertorio del casticismo riquezas infinitas. En suma, sus agravios no
me parecen sentidos y reales sino literarios, o, mejor dicho, antigalicistas.
Voy a concluir. Se dirá que tanto empeñarse en contraminar los designios galicistas quedará sin logro, ya que la fatalidad histórica informa el hecho de la descomposición de los
idiomas.
Es cierto y estoy al cabo de ello; como es cierto que una casa, por fuerte y bien construida
que la supongamos, vendrá, en el decurso de los siglos, por tierra, y con todo, no dejan los
dueños de ir reparándola e impidiendo que se arruine antes con antes. De esa misma manera
el Padre Mir, acaudillando un escuadrón de discípulos que estudian sus libros, es continuador
de los clásicos del siglo XVI contra los latinistas, y de los del XVII contra los culteranos y de
todos los que contribuyen a retardar o a encauzar la corriente arrolladora de los neologismos,
y aportaron muchos elementos que los antiguos puristas rechazaban.
El Padre Juan, corno otros varios que le antecedieron, acompañaron e imitaron después,
proceden, en términos generales, muy bien, cooperando a diferir la desaparición del castellano
literario y popular; así como no merece censura la Academia, porque no abre de golpe las
puertas del Diccionario a toda palabra que ponen de
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moda los periódicos y los malos traductores, sino que anda muy paso a paso en fijar el valor
de los elementos del lenguaje.
Yo no sé precisar si cierto movimiento de clasicismo que se observa en muchos de los escritores de hoy se debe a la escuela de mi criticado, o si constituye un ejemplo de coincidencia
fortuita, mas el Padre Mir que no quería imponer lo que enseñaba sino enseñar, riéndose de
los gacetilleros y periodistas que escupen en un tris un artículo sin trabajo por no perder la
delicia de su golosismo gabacho, llamó la atención a lo escritores de revistas y sobre todo de
las muchas y meritísimas que estampan las Comunidades religiosas y ya aun el más ciego
puede ver que lo clásico, lo armonioso y elegante, lo erudito y diserto, lo genuinamente literario, se exhibe en esas vitrinas y anaqueles que se llaman La Ciudad de Dios, Razón y Fe, España y América, La Ciencia Tomista, Revista Calasancia, Estudios Franciscanos, El Monte
Carmelo, Iris de Paz, El Adalid Seráfico, Revista Eclesiástica, y otras publicaciones religiosas
que sería prolijo enumerar, porque «logran más tiempo para componer, más sosiego para limar lo escrito y más facilidad para castificarlo».
Al mismo tiempo que estas revistas presiden la representación del movimiento patriótico
y clásico, las entidades encargadas de reeditar a nuestros maestros del buen decir en los pasados siglos, las cuales reciben no pequeño galardón viendo agotadas las ediciones, lo cual
prueba de camino que tornamos a lo solariego y que prolongaremos nuestra grandeza.
Toca, pues, a la Academia Española y a las Academias correspondientes de América y a
todos los amantes de lo nuestro, desmentir aquello de que «nadie se atreve a escribir a lo castizo», que es lo que intentó ahincadamente el virtuoso, señalado y patriota hijo de la Compañía de Jesús.
FR. P. FABO DEL CORAZÓN DE MARÍA
C. de la Academia Española
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IN MEMORIAM
(Al hermano queridísimo del alma Fr.
Timoteo Sabarte de la Asunción)1
Es una tarde deliciosa de verano. El sol, que quiere esconderse de la tierra, tiende sobre
ésta sus últimas miradas lánguidas y tristes, como las de un moribundo, que para siempre se
despide.
En mi solitario convento reina el silencio y reposo de las tumbas; y mi espíritu, triste y
desolado, como el Profeta de las lúgubres lamentaciones, ora yace sentado sobre los escombros de alegrías pasadas
1
Este ejemplar religioso vio la primera luz en Mañaria (Vizcaya) el día 23 de Enero do 1895; ingresó en nuestro
Colegio Preparatorio de S. Millán de la Cogolla el 27 de julio de 1909; allí cursó las humanidades. De allí
pasó a Monteagudo al Noviciado el día 30 de Agosto de 1912, haciendo al año siguiente (6 de Septiembre)
la profesión simple. Allí se dedicó con grande ardor a la perfección, y a los estudios de filosofía y Ciencias
naturales, sobresaliendo siempre por su aprovechamiento moral e intelectual. De allí se trasladó a Marcilla
el día 23 de Agosto de 1916 para emitir los votos solemnes, como efectivamente lo hizo el día 7 de Septiembre del mismo año. Recibió las órdenes menores de manos del Ilmo. Sr. Obispo de Pamplona, el día 9
de Diciembre de 1916, siendo promovido al Subdiaconado el 22 de Julio de 1917. Murió santamente en este Convento, dejándonos a todos muchos ejemplos de virtud.
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y sobre la ceniza fría de risueñas esperanzas muertas (flores ajadas por el soplo helado de la
muerte), ora vagando por la medrosa y sombría soledad del Campo Santo.
Aún resuena en mis oídos el profundo clamor de los salmos de difuntos, ayes desgarradores que se difunden en torrentes de armonía; aún me suspende 
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