Jornada sobre el dios de aristóteles © 2009 Publicaciones de la Facultad de Teología «San Dámaso» Jerte, 10 E - 28005 Madrid ISBN: 978-84-96318-75-5 D.L.: S. 749-2009 el dios de aristóteles nÒhsij no»sewj editor Alfonso Pérez de Laborda Madrid 2009 Publicaciones San Dámaso Índice Advertencia preliminar............................................................... 9 Sobre el Dios de Aristóteles: ¿un Dios politeísta? Alfonso Pérez de Laborda ................................................... 13 Fundamentos gnoseológicos y ontológicos de la concepción aristotélica de la substancia primera motor inmóvil como inteligencia que se intelige a sí misma, según el libro Λ de la metafísica. Víctor Manuel Tirado San Juan ............................................. 151 El camino aristotélico hacia lo espiritual. una fenomenología del noûs desde el hecho de la actividad. Santiago García Acuña ...................................................... 197 Más allá de Aristóteles: un análisis metafísico del entendimiento. ..................................................... 343 Pedro José Lamata Molina ............................................................................. 365 David torrijos castrillejo Una primera aproximación. Pensar el amor. Sobre la propuesta teológica de Scheler. Pilar Fernández Beites . ....................................................... 383 Advertencia preliminar El lunes 16 de abril de 2007 tuvo lugar en la Facultad de Teología San Dámaso una “Jornada de filosofía sobre el Dios de Aristóteles”. La organizaba el Departamento de Filosofía, del que soy Director. La presentación de la Jornada decía así: «Metafísica y “nÒhsij no»sewj”. La reflexión de grandes pensadores culmina con la consideración del Espíritu que es conocimiento de sí mismo absolutamente transparente, desde Aristóteles con su Dios como “nÒhsij no»sewj” (pensamiento de pensamiento; intelección de intelección) del libro L de la Metafísica (cf. 1071b20; 1072a5; 1074b15-35) hasta el “Denken des Denkens” recogido por Hegel en la última parte de su Enciclopedia de las ciencias filosóficas. ¿Qué motivo hay? ¿Basta la auto contemplación absoluta para definir a Dios? ¿Con qué necesidad aparece este paso en la reflexión filosófica? 10 Cada ponente expondrá sus reflexiones en torno a este núcleo a d v e rt e n c i a p r e l i m i n a r de la metafísica». Ahora, en el momento de la edición de los resultados de ese esfuerzo, cinco son los puntos dignos de mención. En primer lugar, dos o tres profesores del Departamento, ya en su aquel día, por distintas causas, no se habían comprometido a participar en la Jornada. En segundo lugar, en ella, como estaba convenido, cada uno hablaría un tiempo limitado. Podría leer un texto terminado, para entregarlo al finalizar su parlamento, o suspirar sobre algo que se comprometía a facilitar para la publicación. Su longitud quedaba al buen juicio del autor. Dos, como se puede ver en los resultados, alocadamente, ante esa libertad, nos hemos desaforado. El tercer punto fue que, para varios de los que tomamos esta segunda opción, terminar nuestro texto fue una aventura alargada en el tiempo —y en la prudencia del moderador en exigir lo debido—, lo que nos retrasó sobremanera. Un cuarto punto muy desgraciado ha sido que, finalmente, dos de los participantes en la Jornada no tuvieron ocasión de entregar ningún texto. La publicación de la Jornada, sin duda, se resiente. Luego, por último, la edición se ha ido demorando más y más y más. Pero, en fin, le llega su momento. Se podían entregar trabajos complementarios de personas que, participando en la Jornada, no tuvieron expresión pública en aquel momento. Dos son los que llegaron a mis manos, y dos son los que se publican acá con sumo gusto. Mención aparte merece la ponencia de Pilar Fernández Beites. Teníamos tanto interés en su presencia junto a nosotros que aceptamos una ponencia distinta a las otras. Pensamos que, yendo de modo explícito más allá del aristotelismo, no por eso dejaba de caber en lo expuesto en la presentación de nuestra Jornada. En esta publicación para favorecer la claridad, aparece en último lugar, justo después de los dos trabajos que he denominado complementarios. Ni que decir tiene que cada autor es responsable de lo que 11 modos de pensar de cada uno de los ponentes. Mas ¿acaso no son perspectivas convergentes? ¿No se lee en estas páginas una necesidad imperiosa de no cerrar indebidamente puertas aristotélicas? Aristóteles no las abrió, pero ¿nos las prohíbe?, ¿no están —o pueden estar— en la estela de su pensar? Al menos sí hay una convergencia: nuestro interés decidido en la metafísica y, además, por parte de algunos, en sus relaciones con la física. La última ponencia señala a la perfección dónde está el meollo de nuestra lectura aristotélica en comandita cuando dice, al comienzo de sus páginas, que debemos ir más allá del esquema de “pensamiento de pensamiento”, precisamente si queremos pensar a Dios; en todo caso al Dios cristiano, que es sobre todo amor. Amar no es sólo pensarse a sí mismo, sino, por ejemplo, decidir crear lo otro, crear al otro, y amar lo creado. Confieso que, corrigiendo para su edición estas páginas, se me revuelven los pensamientos en busca de nuevos y continuados rumies, y no siempre estoy de acuerdo con lo expresado en ellas —me dan ganas de añadir: ¡ni mucho menos!—, mas una simple “advertencia preliminar” no puede dar ocasión a, por ser dueño como editor del libro de la última palabra, como caballero de la triste figura, entrar lanza en ristre en las páginas de los demás para discutir sus pensares. Las traducciones de Aristóteles empleadas en este libro son las que nos ha ido ofreciendo la Editorial Gredos. Para la Metafísica, de manera normal se ha utilizado la edición trilingüe de Valentín García Yebra, además de la de Tomás Calvo. Esperemos que la publicación final no se demore todavía demasiado. Pero, sobre todo, esperamos que el esfuerzo haya merecido la pena. Alfonso Pérez de Laborda Madrid, 31 de agosto de 2008 a d v e rt e n c i a p r e l i m i n a r escribe. Una mirada aguda verá diferencias en la presentación y en los ¿un dios politeísta? Alfonso Pérez de Laborda Facultad de Teología San Dámaso - Madrid <www.apl.name> A la memoria de Vincent Baguette y de Adolphe Gesché, para Jacques Blanpain, Charles Dumont, Jean-Pierre Delville, Joël Spronck, Mehdi Lmoual, Florence Otten, Damien Desmarets, Jean-François Simonart, amigos belgas I Teresa Oñate, de quien me aprovecharé con toda pasión en mi caminar aristotélico, nos va a encandilar, ha entendido bien el procedimiento de pensar y se adentra en el de Aristóteles a tra- Teresa Oñate y Zubía, Para leer la Metafísica de Aristóteles en el siglo XXI. Análisis crítico hermenéutico de los 14 lógoi de Filosofía Primera, Dykinson, Madrid, 2001, 672 p. El libro es difícil, y a ello contribuye una manera rugosa de escribir, no siempre clarificadora, y su poca tersura tipográfica. Me enteré de la existencia de Oñate, por la conversación en mi despacho de la Facultad de Teología ‘San Dámaso’ con un muy brillante estudiante mío, Gabriel Benedicto, que antes lo había sido suyo en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense; ahora Oñate enseña en la UNED. Fue él quien ante una insistente pregunta mía, y durante más de tres cuartos de hora, me puso delante el pensamiento aristotélico de su antigua profesora. Corrí a comprar el libro que, me dijo el estudiante, estaba publicándose. Era por enero o febrero de 2002. Oñate ha seguido su labor aristotélica en El nacimiento de la filosofía en Grecia. Viaje al inicio de Occidente, Dykinson, Madrid, 2004, 384 p.; “De camino al ser”, estudio preliminar de Teresa Oñate y Zubía, en Javier Aguirre Santos, La aporía en Aristóteles. Libros B y K 1-2 de La Metafísica, Dykinson, Madrid, 2007, pp. 13-108 pero, aquí y 13 sobre el dios de aristóteles Sobre el dios de Aristóteles: 14 vés de un método de discusión dialéctica —como al que me refiero en alfonso pérez de laborda el párrafo siguiente, el de la éndoxa— con quienes, desde comienzos del siglo XX, han presentado sus opciones para entenderlo; una propuesta de lectura llama a lo suyo. Lo leerá desde su propio contexto problemático, histórico y hermenéutico, es decir, filosófico. De ahí, piensa, ha de salir un nuevo Aristóteles. Para Oñate, así llega a afirmarlo, Aristóteles es la otra Escritura de Occidente. Incluso, aunque en interrogación, se pregunta si no será también escritura sagrada. Más modesto, me limitaré a presentar en discusión cerrada el pensamiento aristotélico sobre la filosofía primera tal como lo entiende Oñate. Me esforzaré en ceñirme a su pensamiento con toda la nitidez y fuerza con la que sea capaz, incluso hasta la desmesura; hasta en la transliteración del griego pondré los acentos tal como ella los ponga cada vez, excepto cuando me equivoque. En su libro, sin duda uno de los mejores y más importantes que se hayan publicado sobre Aristóteles escrito por filósofos españoles, presenta y defiende con verdadera intrepidez y fuerza de tenacidad sus maneras de comprenderlo. Me parece que toca punto clave. No será todo, claro es, necesitaré todavía enfrentarme con su hermenéutica aristotélica, siempre que sea capaz de hacerlo, cosa bien difícil para quien no es especialista ni quiere ser, simplemente, un historiador de la filosofía. Y, de modo especial, no terminará todo ahí, porque creo que quedará así abierta una línea en mis propias maneras de filosofar que hasta ahora estaba implícita o era no más que un farfulle. Pues enfrentarse con Aristóteles es decisivo para una filosofía como la mía. El pensamiento de Aristóteles crecía en discusión dialéctica con su maestro Platón, con sus compañeros de la Academia, con sus alumnos y con los antiguos filósofos, a los que llamamos los presocráticos. La única vía de investigación para la búsqueda de lo primero ahora, cada día tiene su afán, me ceñiré a este primer grueso libro, pues encuentro en él una manera coherente de adentrarme en los problemas aristotélicos que apasionan mi propia filosofía. es la discusión de los éndoxa, las opiniones probables de los que él 15 pensamiento y el lenguaje; sólo merced a este diálogo crítico puede establecerse la investigación de los principios: reduciendo al absurdo o mostrando las incoherencias internas de esas posturas con respecto a sus presupuestos y objetivos. La filosofía primera, precisamente por serlo, no puede apoyarse en principios ni axiomas anteriores a ella misma, por eso debe buscar lo que ella sea utilizando la discusión racional con los anteriores, viendo por qué sus posturas no pueden ser aceptadas racionalmente, e intentando así encontrar soluciones a los problemas planteados. La meta que se debe alcanzar es el conocimiento efectivo de los primeros principios y causas. Un diálogo racional con el contexto histórico es, para Aristóteles, la fuente, el juez y la única prueba, suficiente y posible: la revisión, reapropiación y reelaboración crítica continuada de los elementos teóricos alcanzados por la tradición misma. Planteamientos unilaterales y dualistas serán integrados como partes de una tercera vía. Habrá en Aristóteles, por tanto, un primer momento historiográfico, un segundo momento diaporético, de discusión a brazo partido, y un tercer momento dedicado a abrir las aporías, a desanudarlas, a encontrar para el pensamiento el paso que se ha cerrado, replanteando las cuestiones nuevamente en la tradición cultural y en los usos lingüísticos comunes, en las estructuras conceptuales reveladas por el lenguaje y, en una palabra, en los datos (phainómena) de la empeiría. Queda claro que mi éndoxa —en estas páginas, pero únicamente en ellas— es Teresa Oñate en su grueso libro sobre Aristóteles del año 2001. Muchas veces utilizaré sus mismas palabras, pero sin enturbiar mi texto con enojosas comillas puntiagudas y con interminables citas mil. Aquí y ahora —entiéndase bien, sólo aquí y ahora— mi acercarme a Aristóteles se produce con las gafas y las palabras oñatianas. Reaccionaré ante el grueso libro, aunque no en las puras citas, sino atendiendo a los nudos de pensamiento. sobre el dios de aristóteles considera expertos o sabios, utilizando las leyes comunes que rigen el 16 ¿Merece la pena un trabajo como este en el que no me enfren- alfonso pérez de laborda taré en directo con los textos aristotélicos? Tras no pocas vacilaciones, me ha parecido que sí. Porque estas paginas no podrán ser entendidas en mi propio pensar más que como un arrimo introductorio a su pensamiento; una pura exploración del terreno. Su punto de interés, si lo tiene, estará en, utilizando a Oñate, lograr un acercamiento al pensamiento metafísico de Aristóteles tomado como un todo y en toda la red de su coherencia. ¿Acerté? Vamos a verlo. Todo lo que he pensado, poco o mucho, ha sido en diálogo. Un diálogo a veces muy último, otras viniendo de muy antiguo; de un modo que puede ser complejo por demás. Lo he dicho alguna vez, el problema que me abrió los oídos a la filosofía fue cuando, en lo que entonces se llamaba sexto de bachiller, con unos quince años, me encontré con que el profesor de filosofía, un joven jesuita, Jesús Mendibelzua, al que apreciaba mucho, hablándonos de un extraño señor que era obispo anglicano, se preguntaba cómo podemos saber, mejor, demostrar, que existe el mundo de fuera. Todavía vivo de esa sorpresa. Me pareció sobresaltante que alguien en sus cabales se planteara tamaña cuestión. Entonces abrí unos oídos que todavía no se me han cerrado. Planteado de esta manera, no es un problema que me preocupe ahora, pero sí es verdad que pone delante la diferencia entre lo que decimos del mundo, de nosotros mismos, de la realidad, y lo que sea el mundo, nosotros mismos y la realidad. El segundo problema que, varios años después, me abrió los ojos a la filosofía fue el de ver lo difícil que es llegar a pensar las individualidades personales que somos y lo sencillo que es plantarse en una concreción que no nos llega, sino que se queda por encima de nuestras cabezas, en el plano de una pura universalidad, haciendo que nosotros, en definitiva, seamos miembros de un colectivo, y por formar parte de él transmitamos nuestra especie a las siguientes generaciones; pero esto significa que no somos personas. Contando con estos dos problemas principiales, es verdad que mi filosofía, como la de Oñate, referida a Aristóteles, y 17 como nosotros antes de nosotros. La éndoxa es, quizá, lo más importante. Significa que, en los terrenos de la metafísica, de la filosofía primera —los demás vamos a dejarlos por ahora en la penumbra—, no tenemos certezas apodícticas. No tenemos una “razón pura” que nos haga descubrir las verdades del mundo, de nosotros mismos y de la realidad tal como ellas son, en su prístina pureza y verdad absoluta. La razón es clara. Aquí, en estos terrenos, se nos ofrecen los principios y evidencias racionales con las que iremos a entender y descubrir el mundo, nosotros mismos y la realidad, y se nos ofrecen, precisamente, desde la experiencia que tenemos, mejor, que vamos teniendo, del mundo, de nosotros mismos y de la realidad. Nada tiene esta labor con lo que nos viene mostrando la Geometría de Euclides en cada uno de sus trece libros, en los cuales todo —bueno, casi todo, está ahí el angustioso problema de las paralelas, y eso termina siendo un gravísimo quehacer que apunta hacia ámbitos muy distintos, hacia geometrías no-euclídeas— viene deducido de los capítula o axiomas que los inician. Incluso aunque así fuere, quedaría todavía por ver cómo elegir y de dónde vienen. En este terreno principial, pues, tenemos que dialogar con aquellos que antes se adentraron en él. Deberemos ver sus razones, sopesarlas y decidir si nos son válidas como instrumentos primeros y esenciales para buscar la verdad. Esta es la labor de la ‘razón práctica’, es decir, de la acción racional de la razón práctica. Este trabajo es de diálogo racional; de ver la profundidad de las razones aducidas y de estudiar la red de coherencias racionales que se establecen, y de seguir con cuidado sus líneas y nudos. Aquí es donde cabe lo que llamo el emperramiento racional: la certeza racional buscada con ahínco y sopesada con tino, en la que nos asentamos, y sobre la que construimos, mientras no tengamos razones de peso para abandonarlas en todo o en parte. Tal abandono, evidentemente, sólo puede ser sobre el dios de aristóteles la de este mismo, se construye en diálogo con quienes han pensado 18 producto de un juego racional en donde las razones que optaban en alfonso pérez de laborda contra de la nuestra, bien sopesadas, nos convencen. El proceso que lleva a lo que llamo emperramientos racionales, ¿no será el mismo que el de la éndoxa? Si las cosas son así, porque las cosas son de esta manera, no valdrá nunca que digamos: aquí me empotro, por ejemplo, en una correcta comprensión de Aristóteles, la mía, me planto y de ella no salgo. Esa lectura aristotélica —excepto si es la de un mero y desnudo historiante, historizador, si preferís, de la filosofía— vendrá a ser un capítulo muy importante de la éndoxa. Pero en ese diálogo lo definitivo no es lo que dijera Aristóteles, sino lo que yo, acompañado del diálogo racional y cuidadoso con el que lo he leído, dijere. La éndoxa no se termina con él. Una cosa es completar a Aristóteles, otra cosa corregirle, nos dice Teresa Oñate. Es obvio, pero ¿toda compleción no es ya una corrección, sea porque pensemos que después de él muchos problemas y sus respuestas filosóficas han hecho que la metafísica de Aristóteles se nos hubiera quedado demasiado corta?, ¿no acontece esto con una parte demasiado importante de su física y de su cosmología? Sin duda ninguna. Más aún, ¿por qué no hacer nosotros aquí o allá en nuestra búsqueda filosófica algunas correcciones por pensar que así su metafísica podrá seguir siendo una luminaria racional para nuestro propio pensar? Es obvio que lo vamos a hacer, por ejemplo, en el para nosotros vidrioso tema de las 53 esferas celestiales. No tendría ningún sentido que para aprovecharnos del maravilloso pensar metafísico de Aristóteles tuviéramos que sentarnos en mitad de todas esas esferas. Esto ya no sería pensar, sino arqueologizar sin pensamiento. Por eso, incluso si queremos ser aristotélicos, hemos de corregir a Aristóteles. Si no, significaría que él —o el filósofo que fuere— sería Es interesante la idea que Galileo se hacía al respecto, véase “Galileo y la retórica de la naturaleza: el mito cosmológico del ‘nuevo Aristóteles’ ”, capítulo 6 de Tiempo e historia: Una filosofía del cuerpo (Madrid 2002) 169-198. el final de todo pensar, de todo saber, la desembocadura del río que 19 siempre, pura evidencia. ¿No hicieron así, precisamente, demasiados aristotélicos de escuela con los que ni podemos ni queremos estar de acuerdo? Me cuesta aceptar el lenguaje con el que se habla de Aristóteles. Me parece que está como momificado y, debo reconocerlo con toda humildad, no lo entiendo, o lo entiendo mal. Para colmo, tras mis lecturas aristotélicas, tengo la impresión de que utiliza expresiones explicativas que él mismo fragua para poder pensar y expresar con bien lo que piensa, y no se encarrila, esto es evidente, en la utilización cerrada de palabras de escuela. Me pasa algo similar cuando se habla de otro gran filósofo, de Heidegger. Cuando oigo hablar a los heideggerianos, tengo la espantosa e irrefrenable impresión de que floritean con palabras, no con cosas del pensamiento. En fin, comprendo que hay aquí una manera radicalmente distinta de entender la labor del filósofo. Para mí, pensar no es sino producir pensamientos que se expresan en conjuntos enhebrados de palabras con los que hablamos de nosotros mismos, del mundo y de la realidad. Y buscamos hablar de ellos con verdad. No un garrapatear sobre las palabras con lenguajes florentinos. Es curioso, pero, tan enemigos como lo fueron desde el comienzo y que aparentan serlo todavía, comparten sus maneras de filosofar con los más inteligentes y valiosos de, sin entrar en disquisiciones y distingos, los filósofos analíticos: ejercicios de florete sobre las meras palabras y alguna frase escueta y peregrina. No se busca la verdad. Bueno, al menos, así me lo parece. No se atreven a buscar la verdad. No se aventuran a empeñarse en decirnos a nosotros mismos, al mundo y a la realidad. Parecen quedarse en exiguos corralitos en donde sólo aparecen sus palabrinas y los aguzados floretes con los que hilar sus pequeñas puñetillas. sobre el dios de aristóteles busca la verdad en las certezas de lo que ya es, en él y con él, para Aunque no seguiré por esos derroteros criticones, un tantico 20 alfonso pérez de laborda enfadados, sí quisiera aventurar una particularidad del lenguaje que utilizo. Ente es la palabra que quiere decir: lo que es. Estante y siente son una traducción al castellano que se aprovecha de la distinción entre estar y ser, pero introduce ya desde el mismo comienzo una diferenciación que en la utilización única de la palabra ente no se daba, pues el estante hace referencia a lo que está ahí a la mano, siempre una mundanalidad, mas el siente nunca está arrojado ahí a la mano. A la mano es, parece obvio, a nuestra mano, pues los estantes no son conscientes de estar ahí arrojados. Meramente son, pero con un ser que no tiene consciencia alguna de su sí mismo. Son mero producto, por complejo que sea, del entresijo que en ellos se da de las cuatro internalidades del mundo, ya lo sabemos, espacio, tiempo, ‘geometría’ y legalidad. Los sientes sí, son con un ser que tiene consciencia de sí mismo y se encuentra, además, que los estantes los tiene ahí a la mano. Habría que decir ‘lo que es’ para referirse a ambos modos de ser; si se quiere, podrá decirse ente, es verdad, pero sin que queden ocultas esas diferencias de modos de ser que aparecen desde el mismo comienzo. No valdría afirmar que es una diferencia sólo con respecto a nosotros; que somos nosotros quienes nos damos cuenta y decidimos que entre lo que es hay entes que están ahí a la mano, a nuestra mano, los estantes, y otros, los sientes, que tienen sensación, sentir de sí mismos. La palabra siente viene como conjugación del verbo ser, lo que es ser con un modo de ser que no es mero estar; pero, además, en nuestra lengua tiene la ventaja de que hace referencia inmediata al sentir de este modo de ser, que el otro no tiene. Véase, por tanto, la sutileza que de esta manera hemos advertido en los diferentes modos de ser. No entra todavía, en esos modos de ser, lo que tiene que ver con los gerundios, los estandos y los siendos, que nos dan el fluir de lo que es estando ahí y lo que es siendo. Estas diferencias son en verdad modos de ser de lo que es. Introducen en el hablar sobre Aristóteles algo que, ciertamente, no está en él de primeras, excepto si queremos 21 parece que en él sea cierto. Iremos viendo. Ahora ya, podemos ir más allá con nuestros pensamientos. II Me convence Oñate, junto a todos los modernos de hoy, al decirnos que el libro de la Metafísica tiene un orden, precisamente el que Aristóteles quería. Lo cual hace que quede pendiente algo que probablemente es importante: los dos libros M y N, después de esas páginas puntales y preciosas que en el libro L dedica a Dios, considerados por nosotros como el punto de mira final de toda la metafísica, el punto hacia el que todo tiende, esos dos últimos libros, digo, son consagrados a la matemática, pues debe quedar probado que ni siquiera ella es producida por esa “razón pura” a la que antes me he referido, pues si lo fuera, quedaría abierta la posibilidad de que todo lo fuese también, por lo que, en definitiva, Platón tendría razón. Que las cosas sean así significará algo decisivo en matemáticas: los objetos matemáticos no existen como estantes en sí mismos del mundo, sino como realidad abstracta; productos de una abstracción efectuada por nosotros en los objetos sensibles en los que encontramos alguna característica que separamos de ellos. Estantes, pues, separados por la fuerza de nuestra abstracción y no porque tengan algún ser en sí y por sí; nada tienen, por tanto, de sientes. Es verdad que, luego, de una complejidad rítmica y barroca que nos deja alelados. Como si, con ello, hubiéramos encontrado un juego de una complejidad rayana con lo infinito. Algún día habrá de verse con atención la filosofía de las matemáticas y de sus fundamentos. Porque, una vez puestos los presupuestos de los números naturales, por ejemplo, y esto es la primera sencillez de las sobre el dios de aristóteles creer que en él todo son estantes, incluso los sientes, pero eso no me 22 matemáticas, nos vamos encontrando con sorpresas sin cuento. Pero, alfonso pérez de laborda me pregunto, ¿no ocurre lo mismo cuando estudiamos de más en más las conexiones en red de las neuronas y el mundo extraordinario que termina siendo? Que las cosas sean de este modo significa, además, que nos encontramos inmersos en lo que en otros ámbitos se llama el problema del canon. Los textos, y el orden que los constituye, se explican desde su propio conjunto y el orden que los estructura. No valen aporías que vengan dadas por incisiones separadoras que nosotros, por el arte de nuestra propia magia, introducimos en los textos de la Metafísica. Hay un orden y una coherencia. Salirse de uno o de la otra, lleva a malinterpretaciones que bien poco tienen que ver con los pensamientos del propio Aristóteles. Pero, siendo las cosas así, y entrevisto el por qué de los libros M y N, queda cada vez más clara la importancia capital del libro L y de sus últimas páginas, allá, precisamente, donde se habla de Dios de manera tan hermosa. Punto de arranque decisivo, afirma Oñate, es la consideración de que el ser, del que hablamos de diversas maneras, no se confunde con el género ni con el uno. No hay en Aristóteles, por tanto, lo que luego vino en llamarse una ontología general: un estudio del ser en cuanto ser, anterior a cualquier otra consideración, que será posterior a ella, porque se refiere a todo lo que es, a manera de una forma general que se aplicaría a todo lo que es; sin olvidar nunca, añado yo, que por más que se diga el ser de varias maneras, se dice siempre ser de todo lo que es. En ningún caso debe aceptarse la univocidad del ser, forma general compartida por todo lo que es, y de lo que todo lo que es derivará. Aristóteles es realista de una manera rica por demás. Se dan las diferencias, la multiplicidad, como constitutivas de los sientes, que a nosotros nos interesan particularmente, y de ninguna manera cabe un género universal en el que no haya diferencias. Esto no tiene realidad alguna. En el problema de la unidad, o del uno, y de la multiplici- dad, hay dos escollos que nos dejan fuera de toda realidad. Primero, 23 cabe la individualidad de los objetos estantes ni de nosotros mismos como individualidad personal —que por ahora, si se quiere, podríamos decir personalidad almal—, lo que nos obligaría a un craso panteísmo, excepto si habláramos de que todos los sientes participan más o menos, según su distancia estructural, del ser del uno. Ni, segundo escollo, considerar que todo se desvanece en la multiplicidad, pues entonces no habría manera alguna de sostener nuestro conocimiento como tal; existiría sólo la inmensa vaguedad de todos los objetos estantes y nosotros mismos, una vez que se nos ha reducido el conocimiento a la pura nada de la imposibilidad de conocer. Los sientes no serían ya más que meros estantes. También nosotros no seríamos ya sino meros objetos estantes, habiendo perdido nuestra individualidad almal. Es importante en Aristóteles la consideración del recurso al infinito. Cuando se quiere hacer una explicación que recurre a él es claro que nunca termina, que nunca se obtiene como afirmación racional clara. Ello, obviamente, rompe toda racionalidad, pues es como un brindis al aire. Recuerdo el interés que tuvieron los sostenedores de las matemáticas intuicionistas de afirmar como absoluta construcción nuestra la afirmación fundadora de la aritmética: en la serie de los números naturales no decimos ‘dos, tres, cuatro, … , ∞’, como si poseyéramos desde el comienzo mismo la serie infinita de los números naturales, sino que nos inventamos un procedimiento que nos construya en esa serie números cada vez mayores, pero, siendo construcción nuestra, por tanto, no pudiendo llegar nunca a eso que se ha denominado ∞. Como ejemplo clarificador, valdría preguntarse si existe el número primo siguiente al mayor de los que conocemos en este momento. Todos sabemos que lo llegaremos a conocer algún día mediante un trabajo arduo por demás, pero todavía no sabemos cuál es; ¿podremos decir que existe, pero todavía lo desconocemos?, sobre el dios de aristóteles considerar que todo es finalmente reductible al uno, por lo que no 24 ¿no llevaría tal afirmación, por tanto, a que le demos una existencia alfonso pérez de laborda de realidad en el mundo platónico de las Ideas? Efectivamente, para muchos, legión, tendría existencia en ese mundo, pero entonces tendremos que enfrentarnos con los libros M y N. El infinito que tiene realidad es el infinito potencial, como en esa difícil labor de conseguir conocer más y más números primos después del último que se nos ha dado frecuentar como fruto de nuestra labor, pero no el infinito actual. Nos tenemos que hacer con los números. Podemos hacernos con ellos. La apelación al ∞ es dejar que la realidad nos sobrepase en el mero desconocimiento, lo que, con toda la razón, Aristóteles no puede aceptar. Que las cosas nos vayan siendo así, lo sabemos por la Física aristotélica, conlleva a que no haya vacío exterior al mundo —sería una infinitud desconocible que se postularía como esencial para nuestro conocimiento del mundo—, universo se suele decir, y que este no tenga límite, pues entonces ese límite sería el que deja de un lado el mundo y del otro lo que ya no sería mundo, es decir, la nada. Entre nosotros, tras la física que se sustenta en la teoría de la relatividad y en la mecánica cuántica, ya no se da recurso al infinito, pues sabemos que el mundo es finito en todas sus dimensiones; sólo quienes quieren apoyarse en una vejestoriedad de la comprensión físico-cosmológica del último cuarto del siglo XIX, como la de Engels, podrían todavía sostenerlo. Recuerdo que ya hoy ha quedado desechada la consideración de que el mundo será infinito en el tiempo debido a que a las grandes explosiones generadoras, Big bang les llaman, les seguirán las grandes retrocesiones sobre sí mismo, Big crunch les llaman, que originarían nuevas explosiones. Así pues, un recurso al infinito actual en el conocimiento nos impide conocer, como también una apelación al tiempo cíclico y recurrente. Esto nos lleva a plantearnos si en Aristóteles cabe de verdad este último recurso, el año cósmico en el que todo volvería a estar de nuevo en su posición original para reempezar de nuevo la rueda del tiempo, pues significaría que se acepta por la puerta trasera un infinito temporal con infinitud actual; además se daría por supuesto que, finalmente, no es la meta la que 25 están dados de antemano a nuestro ahora en un comienzo originante. Entiendo que para un griego el tiempo cíclico era casi una evidencia con cuya marca se nacía, pero me pregunto si, finalmente, no es un recurso al infinito que no debería aceptarse o, quizá, haber sido aceptado, y que cuando se acepta, se hace por la puerta estrecha. En todo caso, queda como un problema en el pensar de Aristóteles, aún en el supuesto de que él no lo hubiera considerado como problema. ¿Podrá extrañar si en la estela del pensar aristotélico este problema se plantea alguna vez con toda su fuerza? La concepción cíclica del tiempo está ligada de íntima manera a la cosmología, tal como la sabe Aristóteles. Veremos que también tiene importancia en la cuestión de los 53 motores inmóviles. Pero ¿qué hacer cuando se rompe esa concepción cíclica? Excepto si somos historiantes de la metafísica de Aristóteles, ¿podremos negarnos a romper esa concepción cíclica?, ¿la romperemos en la cosmología, cosa a la que estamos obligados si no queremos quedarnos en meros emperramientos irracionales, pero, por ejemplo, la guardaremos en lo que toca a la vida, lo que nos ayudará a negar nuestra individualidad almal?, ¿por qué no?, ¿no podríamos quedarnos, como hace Oñate, con la parte más puntera de la metafísica aristotélica? ¿Tendremos que abandonar todo el aristotelismo? Una concepción lineal del tiempo nos abre a la historia, terreno que, sin embargo, quedaba vedado a Aristóteles. Se podrá decir que esta concepción lineal del tiempo entraña la infinitud en acto, pero eso no es exacto, pues basta con que vayamos aceptando el tramo de tiempo en el que nos encontremos y veamos que hay una direccionalidad del tiempo, de la misma manera que hay una direccionalidad de la acción ética. Lo decisivo de este tiempo no es su infinitud, que nunca es actual, sino su direccionalidad. Además, las justificaciones aristotélicas para decirnos que ese tiempo cíclico que viene una y otra vez, hasta el infinito —un infinito sobre el dios de aristóteles estira de nosotros, sino que el mundo, nosotros mismos y la realidad 26 exacto a ese del que acabo de hablar—, no entra en el infinito actual alfonso pérez de laborda porque el movimiento de la esfera o de la circunferencia sobre su centro es un movimiento que se asemeja a la quietud: en aquella película genial, Hitler-Chaplin, después de hacer girar a su esfera del mundo para afirmar su poder omnímodo sobre él, olvidando que se mueve, vuelve a poner la mano sobre ella, desbaratándose por el suelo con los graciosos aspavientos que lo caracterizan; puede pensar o sentir lo que quiera, pero la esfera mapamundi se mueve y da con él en tierra. Esa justificación aristotélica es trampa, pues por mucho que en su circularidad continua y uniforme semeje al reposo, sabemos muy bien que es un movimiento que viene desde un antes, en el infinito pasado de su girar, hasta un después, en el infinito futuro de su seguir girando. En ello, pues, hay una conjugación del verbo; un movimiento que lo es de verdad, aunque, es cierto, percibirlo es asunto de una psiché, capaz de ver en él un antes y un después. La concepción lineal del tiempo en la historia es hoy un dato incluso de la física. Bien es verdad que comenzó por consideraciones de una concepción religiosa del mundo. ¿No la podremos ver a modo de premonición que luego ha de venir como necesidad absoluta? Llegados aquí, ¿no cabe ya restar en la estela del aristotelismo? De hacerlo, ¿tendrá consecuencias? Si fuera así, ¿sería completarlo o corregirlo? No lo sé muy bien, pero vendría a convertirse en una imperiosa necesidad filosófica. ¿Podemos leer a Aristóteles con la imperturbable manera en que nuestro personaje de hace unos párrafos está a punto de poner la mano en su mapamundi para dar con sus costillas en el suelo? Claro que podemos, si es que queremos hacer arqueología de pensamiento, pero ¿y si queremos hacer filosofía? En nuestro discurso, prosigue el Aristóteles de Oñate, utilizamos un conjunto grande de locuciones que tienen que ver, ciertamente, con nuestra expresión de los estantes, los que tienen que ver con el mundo, y de los sientes, los que tiene que ver con nosotros mismos y con la realidad, pero que no expresan ni los estantes ni los sientes en 27 das de tal manera que podamos emplearlas de la manera lo más lógica posible para utilizarlas convenientemente en el provecho de nuestro conocimiento y de nuestra manipulación técnica. Es todo aquello que tiene que ver, por tanto, con la abstracción, con las categorías lógicas y científicas que empleamos para hablar de ello, pero que no significan, sin más, los sientes del mundo, ni lo que somos de primeras ni lo que somos en realidad, ni tampoco lo que es la realidad. Es toda una herramienta del lenguaje y de nuestra acción sin la que nada podríamos decir y mucho menos llegar a expresar lo que fuere en su ser el mundo, nosotros mismos y la realidad. Nos sirven para poder hablar del mundo, de nosotros mismos y de la realidad; pero esas locuciones no son enunciados reales que expresen en todo su vigor ni los estantes del mundo ni los sientes como nosotros ni la realidad. Si se quiere, son un primer nivel del lenguaje que nos comienza a servir para referirnos en una incipiente aproximación que nos pone en camino de claridad en nuestro pensar, que busca conocer; pero confundir este nivel con haber percutido ya en el ser mismo de los estantes y de los sientes, hace que todo nuestro decir se embrolle y hagamos afirmaciones sobre el mundo, sobre nosotros mismos y sobre la realidad que nada tienen de verdaderas. ¿Para qué, entonces, utilizar ese instrumento de lenguaje? Con él construimos muchas cosas; nos sirve para comenzar, clasificar e intentar ordenar nuestros conocimientos primeros; nos sirve para una parte importante de nuestra acción técnica. Las matemáticas, las ciencias, se mueven en este ámbito. El punto clave está en no hacer de ese contorno, tan interesante, el único, el más profundo, el que nos hace adentrarnos en las honduras de lo que es, el que expresa el ser de todo lo que es. Los universales de los que hablaban los filósofos antiguos son parte importante de esa herramienta. Pero ellos, por ser comunes, no pueden expresar la ousía aristotélica, como tampoco puede hacerlo sobre el dios de aristóteles su propio ser, sino que son aproximaciones abstractas a ellos, construi- 28 todo aquello que sea común a muchas individualidades; el género alfonso pérez de laborda aristotélico, por ejemplo. La cuestión en nuestro autores dos autores, Oñate y su Aristóteles, va a centrarse en la especie, el eídos aristotélico. También él se expresa en referencia sobre muchos individuos, por lo que podría parecer que cae entre los universales, con lo que no nos valdría. Pero si no fuera de tal guisa, no habría posibilidad de ningún conocer que sea conocer-de-ciencia, pues este sólo se pueda dar en abstracción de estantes y sientes; parecería que dejando de lado su propia individualidad. Se plantea, pues, una aporía que deberemos resolver. ¿Dónde se da el principiar de los estantes y de los sientes, como también del conocimiento que adquirimos sobre ellos? No en el uno, que deberá ser Uno, del que todo pendería por participación. Tampoco valdría con que fueran reales sólo los individuos, que ellos mismos fueran su propio principiar. Universales tienen que ser ousía, no vale con que lo sean sólo los particulares, pues de este modo todo se desvanecería en la multiplicad, ya lo he dicho, y para colmo los individuales no generarían, pues les faltarían los mecanismos universales de la especie que permiten la generación, aunque se dé la corrupción. Parece, sin embargo, que ese principiar es distinto en los estantes y en los sientes. El principiar de los estantes vendría dado por el que les viene por la conjunción de lo que llamo las cuatro internalidades: espacio, tiempo, ‘geometría’ y legalidad. En nuestro caso, nos vendría dado así lo que somos de primeras, pero ¿también lo que somos en realidad? Claro que no. Nótese que hago un distingo entre estantes y sientes, el cual no me queda claro que también lo haga Aristóteles. Supongo que sí pues distingue palmariamente los seres vivos de los que no lo son. Sin embargo, como la suya es una aplicación de la causalidad, quizá haya ahí algo que difumina esa diferencia. Dadas las causas pertinentes, se da la generación. Sigamos, de la mano de Oñate, con la ousía aristotélica. En la definición se da la primacía del individuo sobre lo universal, lográndose en ella la articulación entre el género y la especie. No creo que con 29 importa, pueden añadirse toda una serie de especificaciones que lo alcanzan; por ejemplo, bastaría no más con que contara la historia de mi vida, de manera que con ello alcanzaría a señalar mi propia individualidad personal. Mejor aún, con que presentara mis huellas dactilares está todo logrado, esa sería la mejor definición de mi mismo, ya no habría manera alguna de confundirme con otro: son mías y sólo mías, señalan a un individuo único en todo el conjunto entero de la humanidad de ayer, de hoy y de mañana. Pero esa manera si es verdad que me señala a mí solo y a ningún otro, no hay posibilidad de confusión alguna, me lo hace desde un señalamiento fijado y exterior. Fijado, pues señalándome a mí y diciéndolo todo de mí de manera que con ellas se me pueda identificar sin posibilidad alguna de error, en un sentido extremadamente importante, decisivo para lo que es mi propio ser, todavía no dice nada de mí. Se debe afirmar lo obvio: no soy mis huellas dactilares. Y, sin embargo, mis huellas dactilares me señalan de manera conclusiva. ¿Por qué no soy mis huellas dactilares?, ¿porque soy más que ellas? Sí, claro, pero podría pensarse que en ese conocimiento exhaustivo que de mi identidad logran mis huellas dactilares, se da el señalamiento de cómo ir encontrando nuevas huellas de mí mismo que sólo sean mías y que me hagan distinto a cualquier otro ser humano. Pues lo dicho a través de su consideración se puede afirmar igualmente de mi ADN. Y ahora no sólo tengo una identificación externa de mí mismo, aunque segura, sin posibilidad de error, sino que conozco mis interioridades de tal manera que, por clonación, de mí se puede hacer otro individuo igual a mí. Pero ¿es adecuado emplear la palabra ‘interioridades’, como acabo de hacer? Desde el punto de lo que son exterioridades mías —no estará mal decir externalidades—, sí: sacada una foto, es idéntica a mí; haciendo toda clase de pruebas, soy yo mismo. Mas ¿es así? Hemos clonado todas las interioridades mías que no lo son, pues finalmente no son sino mis huellas dactilares, es sobre el dios de aristóteles la definición sola, animal racional, se llegue al individuo, pero no 30 decir, lo más exterior a mí que hay en mí. El clon no soy yo; sus exte- alfonso pérez de laborda rioridades son las mías, pero, con respecto a mí, sus interioridades son mis externalidades, pero nunca mis internalidades: ni mi historia ni mis afectos se ven concernidos. No está ahí mi conjunción de carnes: no es mi carne enmemoriada, ni mi carne maranatizada, ni mi carne hablante. Mi clonado, el pobre, siendo idéntico a mí, de manera que en la ficha diría que soy yo mismo, nada sabe de mí, nada puede saber de mí porque su mismo ser es ser otro diferente a mí. Tiene mis externalidades, pero ni por asomo mis internalidades. Esta reflexión es importante por lo que en ella he considerado, pero también puesto que en su estela se da una confusión. Si nos acercamos a lo que somos mediante definiciones, llegamos a una unidad de lo que somos que no es otra cosa que ciencia ficción. Eso uno que seríamos, en el cual todos quedaríamos definidos, es algo inexistente. Y si existiera, en cualquier nivel en que se diera, chocaría con lo que acabo de llamar nuestras internalidades que me hacen ser único, que me dan una individualidad personal: nuestra individualidad almal. Nótese que en mis reflexiones no he considerado sino lo que nos toca a nosotros hombres/mujeres, pero este discurso también se puede hacer, con los cuidados necesarios, con respecto a todo ser vivo. Habrá una diferencia esencial: nosotros podremos seguir haciendo este discurso referido a los demás seres vivos; ellos, si no son nosotros, no lo pueden hacer. Esto, obviamente, es decisivo. Por eso, debe afirmarse que falta todavía algo, lo más importante y decisivo. Lo cual, además, tiene que estar abierto a esa concreción individual a la que tenemos acceso en nuestro conocimiento. Aquí está la dificultad ya señalada: uno, sí, pero no todos uno en revoleo; múltiples, sí, claro, pero siendo específicamente cada uno en su sí mismo, cuando nos referimos a nosotros. Una ciencia de las huellas dactilares no me alcanza en lo que voy siendo; quizá descubra mi paso, deja huella de mí, se puedan reconstruir mis pasos, pero no toca mis internalidades, por más que, como en las películas, pueda llevarme a la cárcel. Por otro lado, no soy único, el proceso que en 31 otras individualidades almales distintas a mí, que tienen sus propias internalidades que no son las mías; que no pueden confundirse con las mías. Por más que insista en mis internalidades, sin embargo, soy clonable. Hay algo que soy yo que es también otros diferentes a mí. No sea más que me pueden decir: he visto a un hermano tuyo, ¿cómo lo sabes?, por su pinta y su manera de andar. La pluralidad se unifica en esa pinta y en esas maneras. Si se prefiere, otros diferentes a mí también son individualidades almales. Ambos somos configurados por la psiché, por el alma. ¿Una y la misma para ambos? ¿Distintas? Pero, entonces, ¿qué tienen en común? Véase, pues, que el problema de la unidad y de la multiplicidad se da tanto en las externalidades como en las internalidades. Tanto en consideración de las huellas dactilares, por seguir con aquella manera de hablar, como en la consideración de la psiché, del alma, siguiendo con esta otra manera de hablar. La ousía no puede ser ni genérica-universal ni particular, ni unidad numérica, excluyente de la multiplicidad, ni multiplicidad; ni ónticamente separada de lo sensible-material ni reductible a lo sensible. ¿Cómo, pues? ¿Hay alguna realidad que cumpla estas condiciones? Para Aristóteles, según Teresa Oñate, sí la hay, el eídos, la determinación específica de los entes naturales. Bueno, aquí dice entes, queda claro que en vez de ‘ente’ prefiero decir ‘lo que es’, que al punto me sale traducido en dos palabras: estante y siente. Pero, si las cosas quedan claras, no me importaría utilizar la palabra ‘ente’, como, desde una mejor comprensión y una adaptación de ellas a mi propio pensar, igualmente no me importa utilizar la palabra ‘naturaleza’ ni tampoco la palabra ‘materia’. sobre el dios de aristóteles mí se da, se da en otros de manera idéntica a la mía, para producir alfonso pérez de laborda 32 III El eídos, para el Aristóteles de Oñate, sería la realidad que cumple las condiciones que a primera vista parecían aporéticas. El eídos, la determinación específica de los entes naturales, es la que les hace ser-un‘tal’; no universal ni individual, sino causa de ambos, principio anterior a ambos. Más aún, ese eídos-forma causa el conocimiento, que para ser tal es universal, un saber con saber-de-ciencia, y, a la vez, el ser real que posee la cosa individual concreta. El eídos es uno y el mismo en todas esas instancias. A diferencia del universal, es ontológicamente una substancia, el principio unificador de la materia, una unidad en sí mismo, no algo común a muchos. A diferencia del individual, es definible, inmutable, necesario, mientras que este resulta ininteligible, indeterminado, contingente y perecedero. Por eso, la misma realidad en cuanto tal de los individuos sensibles, siendo inteligida universalmente, resulta susceptible de conocimiento científico riguroso. Entre lo universal y lo particular, así, hay, pues, una relación de conjunción, de coimplicación y enlace. Se ve de este modo la importancia decisiva del eídos-forma en el Aristóteles leído por Oñate. Se habrá notado que cumple dos funciones de manera que en él se deslía la aporía, y en él se engranan unidad y pluralidad. En la filosofía primera no buscamos cómo es aquello que es. Buscamos dónde se encuentran sus principiares y qué relación tienen estos unos con otros en la diversidad de seres que se da en el decisivo ser de muchas maneras que es el ser. Cuando hablamos de ser no nos estamos refiriendo a algo que forma una unidad sin multiplicidad. Tampoco a un componente que tiene y comparte todo aquello que es y que lo podemos estudiar y hablaremos de él fuera de todo aquello que es. Estamos refiriéndonos a una multiplicidad en unidad, ahí está el quicio de la cuestión, pues el ser se dice de muchas maneras. Pero que se diga de muchas maneras no puede significar que esas maneras sean como compartimentos estancos que vienen ligados sólo por la sonoridad de una sola palabra: ser, compartiendo todo lo que es 33 nuestra experiencia: hay cosas que son, muy diversas entre sí, pero todas ellas son. Más aún, también son todo lo que atañe al mundo, a nosotros mismos y a la realidad. Algo de todo ello son cosas, objetos mundanales, si se quiere, pero el ámbito de lo que es se extiende mucho más allá de la objetualidad de las cosas que son, si se me permite decirlo de manera tan zafia. Los estantes, son. Los sientes, son. Y siendo ambos, no se puede decir que se confundan unos con otros. Se da lo que es de los estantes. Se da lo que es de los sientes. De ambos se predica el ser. Pero no sólo es cuestión de discurso, pues hay que decir sin duda ninguna que en ambos se da la realidad de ser. Y, sin embargo, estantes y sientes no son confundibles. Vemos ahí, así, de primeras ya, esa diversidad de seres, de maneras de ser. Nunca se da primero el ser del que, luego, todos toman un trozo, una referencia, una participación, habiendo, pues, un ser más alto del que todos van a beber. Si las cosas tuvieran algo de esto, será de modo bien distinto. Cierto es que el ser de los sientes es más decisivo, con mayor capacidad de complejización, y por tanto con mayor capacidad de ser, que los estantes. Estos, por ejemplo, pueden clonarse, ya lo hemos visto: puede clonarse una silla y puede clonarse una oveja, cualquier día podrá clonarse un ser humano. Son alcanzados por la fuerza creativa de las cuatro internalidades. Pero los sientes son más. Que sean más significa no quedarse en un ser meramente estantes, sino alcanzar una mayor complejidad de ser, una mayor plenitud de ser. Se ve, pues, cómo hay diversidad de modos de ser; sin que ello signifique una escala de seres. Todos son seres por igual, pero su plenitud de ser no es siempre la misma. Es claro, entre lo que es mundanal, sólo la carne de hombre y la carne de mujer tiene la capacidad de ser reflexiva sobre su propio ser, de adentrarse en pura consciencia en esa complejificación de su ser, sin duda ninguna de mayor plenitud que el ser de las galaxias, puesto que un ser consciente de lo que es y de lo que son los sobre el dios de aristóteles no más que esa mera sonoridad. Tenemos una primera evidencia en 34 estantes del mundo y los sientes de nosotros mismos y de la realidad. alfonso pérez de laborda Sólo los sientes, aún teniendo tanto de estantes en la composición de lo que son, poseen esa capacidad. Y dentro de los sientes, nosotros disfrutamos de esa capacidad en plenitud. En lo dicho en el párrafo anterior, el Aristóteles de Oñate piensa que el eídos-forma es cuestión decisiva. Es él quien hace a todo lo que es ser-un-‘tal’ y también es causa de su conocimiento. Dice que él es la realidad que cumple las condiciones que parecían aporéticas: se expresa en referencia a muchos individuos, es lo identitario de estos, pero no abstracción universalizante, pues con ellos, con cada uno de ellos, está en íntima unión. La forma que a todo lo que es le hace ser-un-‘tal’; le da su identidad de tal; veremos cómo. Que es común a toda la especie, a cuyos individuos da forma, la que hace que sea de esa especie; veremos cómo. No es universal identitario, pues dirigido hacia el individuo, al que configura como tal. No es individuo como tal, pues aunque sea él quien lo haga ser individuo, es el mismo en todos los individuos de la especie. Por eso cabe sobre él un saber con saber-de-ciencia, y no quedarse en un contar la historieta particular de cada individuo, lo que impediría cualquier conocimiento, al deshojarse este en puras particularidades. Enseguida comprendemos que, si nos quedáramos acá, no habría sido resuelto, ni mucho menos, el problema unidad-multiplicidad. Veremos que nos quedan, siguiendo al Aristóteles de Oñate, consideraciones muy importantes de cómo ese eídos-forma tiene una atracción irresistible por la materia individualizante. En lo que atañe a nuestro caso, nos quedaríamos en algo así como una almalidad de todos los humanos en comandita, en una inteligencia agente aristotélico-averroísta que impediría la individualidad almal, sin llegar a la cual yo al menos no podré quedar tranquilo, pues, como he dicho, ese es, para mí, motor principial de pensamiento. Vamos a suponer, aunque sólo sea por un momento, que ese eídos-forma en nuestra especie sea lo que se ha llamado el alma. Sólo podría aceptarse por mi parte un pensamiento así en el caso de 35 sin embargo, al conllevar su necesario ayuntamiento con la materia, haciendo de ella ‘su’ materia, es forma de, en nuestro caso, individuo personal, pues de otra manera no tendría ningún ser-un-‘tal’, quedaría en una abstracción insulsa que en nada me toca, haciendo que ni la materia sea esa que sería sin estar ayuntada al alma, ni esta sería lo que es sin estar ayuntada a la materia que es la suya, mejor, que va siendo la suya en ese fluir que se da de continuo en ella. Eso significaría, es obvio, que el eídos-forma no tendría ninguna realidad si no fuera ayuntado a su materia. Pero también es verdad que, abstrayéndola de ella, lo que deja la individualidad personal, la individualidad almal fuera de la consideración, podemos saber sobre ella con saber-de-ciencia, pues encontramos elementos comunes que hacen la unidad de la especie; no elementos meramente psicológicos, que los hay y dan lugar a una ciencia, o biológicos, que nos hacen adentrarnos, por ejemplo, en ese mundo fascinante que se liga con la evolución. Mas en esos ámbitos que tratamos sin duda con saber-de-ciencia no nos estamos refiriendo todavía a nuestra individualidad almal. Me refiero a algo que es más, mucho más; algo que tiene que ver con la esencia misma de lo que venimos llamando con Aristóteles filosofía primera. Por ejemplo, que ese alma que junto a su materia nos da la personalidad conlleva para la especie lo que llamo la imposible-posibilidad. Sin embargo, que las cosas sean así no se debe a la mera almalidad del alma desencarnada, descoyuntada, sino a su coyunda encarnatoria. Nótese la importancia decisiva que en esta coyunda tiene la materia: no es cuestión sólo de eídos-forma, sino del eídos-forma de esta materia y de esta y de esta, que nos constituye en personalidades almales. Eídos es esencia propia de lo que se muestra inconfundiblemente como eso mismo, lo que es, distinto de cualquier otro. Entraña, por tanto, su propia mismidad, así como la pluralidad de los eíde. Estos, son ousía, sujetos y no predicados, principio inmanente de los sobre el dios de aristóteles que siendo el eídos-forma común en su forma para toda la especie, 36 individuos, pero inmateriales, causa real de su entidad. Y, además, alfonso pérez de laborda sientan la pluralidad originaria de lo ente; la dimensión causal o primera de la entidad. Para saber de lo visible con saber-de-ciencia y no con saber-deopinión, debemos mirar lo invisible, decían, es allí en donde está la verdadera realidad de las cosas visibles; es ahí donde están sus formas, sus ideas, lo que hace que esas cosas sean lo que son de verdad. Mas lo que no puede ser es que encontremos ahí un mundo distinto, el mundo verdadero, que ahora va a ser el mundo de las ideas. El mundo que, finalmente, está regido por la Idea del Bien. Para Aristóteles, pensando de tal modo no se llega a saber de verdad lo que el mundo es. Menos aún si nos quedáramos en la pura materialidad de las cosas del mundo, aunque les encontráramos porciones mínimas, los átomos o cosas parecidas, cuya enjambración da lugar a las cosas del mundo. Es la suya una postura media. Hay formas, pero son formas de cada una de las especies. Y esas formas tienen apetencia definitiva para la materia que es la suya, de manera que sin ella no tienen siquiera lugar en donde ser. Podría pensarse que lo tengan en el pensamiento, pero eso establecería entonces un hiato inadmisible entre el pensar y el ser. Las eídos-forma estructuran la materia de aquello que es. Por ello, luego, deberemos preguntarnos si no habrá también eídos-forma que no tengan tan íntima y necesaria connotación con la materia hasta el punto de que sin ella no son. Pero vamos ahora a aquellas que sí estructuran la materia, su materia, para dar lugar a las cosas que son. Al decir cosas me estoy refiriendo a objetos mundanales. Esa acomodación tiene una extremadamente amplia gradación; pero nada que sea material deja de tenerla. El enhebramiento de las cuatro internalidades procura esas estructuras que dan forma a la materia que constituye el mundo. Así acontece ya en la sopa cósmica del comienzo, poco después de la gran explosión. La materia cósmica en ese momento ya tiene urdimbre y comienza con diversas líneas de organización material que van a ir dando lugar a aglomeraciones de materia que luego vendrán a devenir galaxias, etc. La cuestión deci- 37 la materia mundanal está en estructuración fluyente. Digo fluyente pues no se trata de una estructuración de fijos, sino de elementos materiales en enorme fluxión. En fin, de esos nos habla la cosmología. Esa estructuración viene poseída por los enhebramientos de las cuatro internalidades, las cuales varían según la idiosincrasia propia de las tres primeras y de la mano de la cuarta. Nunca encontramos materia que no esté ya aderezada, que no tenga ya eídos-forma. Podría pensarse que la materia de cada una de esas estructuras, por ejemplo, de una galaxia, es intercambiable con la de cualquier otra, y eso, en una pura manera de entender las cosas fuera de toda realidad, es así; pero si las miramos con enorme cuidado, sus componentes son los suyos, los que vienen con las fuerzas formales estructurantes desde la misma explosión inicial. No se trata de experiencias como las que podemos hacer en el laboratorio, en donde substituiremos una pieza por otra sin que nada cambie. Aquí, en la fluxión mundanal, no cabe hacerlo. Si tuviéramos una mirada newtoniana, falsa, claro es, las piezas de materia del mecano serían intercambiables; si tenemos una mirada leibniciana, más verdadera, más conforme con lo que las cosas son, la especificidad de cada partícula llega a ser tal que no es intercambiable, aunque sólo fuera porque su historia desde la sopa cosmológica inicial es única, sin que ello, claro es, le dé individualidad personal, mucho menos individualidad almal, pero sí una cierta distintividad por haber sufrido una historia, la suya. Parecerá una locura lo que aventuro, pero vistas las maravillosas complicaciones en las que se está llegando cuando se estudia lo que acontece en la física de lo mínimo, en donde se llega a hablar de no-localidad y de holismo, mejor es no chiflar demasiado rápido hablando de que estas cosas que digo son medio chaladuras. No afirmo, claro es, que los electrones tengan consciencia, como algunos memos han dicho y, quizá, siguen diciendo, pero sí afirmo que hay también una historia de los estantes. sobre el dios de aristóteles siva es que desde cualquier momento en que se estudie la cuestión, 38 Ese eídos-forma se hace aún más interesante cuando llegamos alfonso pérez de laborda a la consideración no ya del mundo, sino de los seres vivos. Pero me voy a fijar ahora en el eídos-forma de nosotros mismos constituidos como cuerpo de hombre/cuerpo de mujer, en identidad-dual. Se hace más interesante, digo, porque a nosotros sí se nos puede individualizar. No sólo somos un enhebramiento de las cuatro internalidades fruto de la historia del cosmos, como podría acontecer con las galaxias. Somos más. Somos diferente. Somos producto de lo que aconteció en nuestro planeta Tierra. No creo que haya razones para pensar en serio que eso mismo se ha dado en otros planetas o en otros lugares. Que haya vida primitiva, parece obvio; que hay la complejidad de una vida como la nuestra, capaz de la imposible-posibilidad, no me parece razonable pensarlo. Prosigamos. En nosotros se ha dado una complejificación aunada a una flexión centrada sobre nosotros mismos que ha originado la consciencia. No sólo una pequeña consciencia de limaco o de chimpancé —sea lo que se ofrezca en la consideración de los eídos-forma de estas especies—, sino una centración que provoca la aparición en nosotros, y sólo en nosotros, de la reflexión. El grado de complejidad de nuestro cerebro supera al del universo entero. En nosotros hay un principio de estructuración asombroso que conforma lo que somos, y ese eídos-forma nuestro tiene una capacidad de sustentación y de creatividad que en ningún otro lugar encontramos, como no sea en lo que de ello tiene la fluencia misma de las cuatro internalidades. Esto nos lleva a una admiración: somos parte de esa fluencia de las cuatro internalidades, estamos en el universo; nosotros ni vivimos ni podríamos vivir fuera de él, somos objetos mundanales, si se quiere decir así, nuestros componentes físicos son los mismos de todas las otras mundanalidades. Pero en nosotros se ha dado un hiato, un más, una excelencia, una sorpresa, algo inesperado, una creatividad asombrosa, lo que llamo la imposible-posibilidad. Nuestro eídosforma no es una más, algo más cuidadosa en la estructuración de la materia que es la nuestra, una flexión con mayores capacidades. O, si se quiere, claro que esto que digo es verdad, pero en una explosión de 39 mismo. Todo esto se da en nosotros, que somos criaturas mundanales. Y esa explosión de creatividad, tan ligada a nuestro eídos-forma, nos principia. Así pues, el eídos-forma nuestro es originario de lo que somos. Con él se principia lo que somos. Somos sientes de una capacidad creativa sin fin. Originantes de la realidad. Pero ¿no cabe, llegados aquí, que nos preguntemos cómo es eso posible, qué ha acontecido en el universo para que se haya dado ese enorme derroche de creatividad, no sólo la que da cuerpo al increíble mundo, sino, sobre todo, la que da origen a esto que somos, carne, como suelo decir? Porque no nos hemos dado a nosotros mismos nuestro eídos-forma. ¿Quién nos lo ha ofrecido, por tanto? Aquí es esencial atender a la expresión espinosista: Deus sive Natura. Antes de terminar con este apartado, no quiero dejar de notar algo interesante por demás. Incluso la materia más humilde es obra de arte, sea cuando forma parte de esa increíble belleza del cosmos, sea cuando toma su lugar privilegiado en nuestra carne, sea cuando se convierte en obra de arte. Pues no estamos lejos de la consideración de la belleza. IV ¿Qué relaciones tienen entre sí los eídos-forma? No podrá acontecer que vivan en un mundo de las ideas y que, cuando bajan a este nuestro mundo material, lo fijan y le dan esplendor. ¿Dónde están? ¿Se dan fuera de su materia propia? ¿Hemos llegado con ellos y sus materialidades propias a la próte ousía? sobre el dios de aristóteles novedad creativa similar a la gran explosión que da origen al cosmos 40 Esos eídos-forma, pues, son como el motor de lo que es, de alfonso pérez de laborda los estantes y de los sientes, pues nada de lo que es deja de tener su eídos-forma. No cabe duda alguna de que esos eídos-forma de lo mundanal es ello mismo mundanal, no le viene dado de ninguna externalidad que esté fuera del mundo, además, con Aristóteles, ¿no diríamos que no hay una nada exterior al cosmos?, pero, y nuestro eídos-forma, ¿también él es producto mundanal? Habría que pensarlo así siempre que consideramos un mundo en el que el Deus sive Natura pende hacia lo segundo. Pero eso está por ver, aunque la idea de creación por Dios no es aristotélica —pero ¿no cabe en su estela?, para Oñate de ninguna manera, ya lo discutiremos con ella—, quien tiene emperramiento racional de que el mundo es creación: «En el comienzo, en un acto originario de su voluntad, Dios crea el mundo en su dinamicidad. En este acto, la voluntad de Dios crea ‘la materia en su dinamicidad’ [‘el mundo en su dinamicidad’]. Una materia que, desde su misma creación, y siguiendo la voluntad sostenedora de quien la creó, está siempre dinámicamente informada. No un mundo, pues, de mera mecanicidad al que luego haya que añadirle externamente fuerza alguna. En este acto originario de la creación del mundo en su dinamicidad están dadas las cuatro internalidades del mundo: espacio, tiempo, ‘geometría’, y legalidad». Quien tiene este emperramiento racional, por tanto, encuentra que caben muy bien eídos-forma advinientes en el mismo fluir discurriente de las cuatro internalidades, como momentos de la estructuración particular de la materia. Mas cabe también que haya eídos-forma, incluso una realidad, que viene dada no en ese mero fluir discurriente que La cita está tomada de El mundo como creación. Ensayo de filosofía teológica (Madrid 2002) 366. Léase la nota que ahí lleva la palabra ‘legalidad’, además de, evidentemente, las páginas que siguen a esta cita. conlleva cabe sí lo actado, sino de una manera muy particular cabe en 41 realidad. Pero esto no podría ser si no es como la finalidad misma que ese acto sostenido tiene en la misma voluntad del actante. Mas, ya lo sabemos, Oñate niega categóricamente que eso sea una idea aristotélica, en lo que tiene toda la razón; incluso niega que eso quepa en la estela aristotélica sin que lo malintencione, y ahí no estoy tan seguro de que la tenga. Supongamos por un momento que ya hemos llegado a eso que es motor de ser, los eídos-forma. Supongamos que ellos nos ponen en donde está la próte-ousía. Bien, sean motores, pero ¿de dónde sacan ellos la fuerza de actuar? El cómo de su actuar puede estar más o menos claro, al menos en su esbozo primero, pero ¿y el de dónde? Si las cosas fueran como aventuro, el problema queda en vías de resolución, pero en el caso en que eso no sea aceptado, ¿de dónde les viene esa fuerza? Es claro que sólo hay una posibilidad, fuera de la línea creacionista que no cabe siquiera en el propio pensamiento de Aristóteles: la motoricidad proviene de un Primer Motor Inmóvil. Y ese es Dios. Hay una línea de transmisión motora, si se me deja decirlo así. Veremos más adelante cómo es esto. Pero por ahora hay que dejar claro que en mi manera de pensar si se quiere se podría, igualmente, hablar de una línea de motoricidad; ahora bien, no dejará de ser notado algo curioso: esa motoricidad mía es ‘natural’, le viene dada en la dinamicidad misma del acto de creación, con una naturaleza que nada tiene que ver con un cosmos mecanicista, sino que se llega a una actuación de la voluntad del Dios creador. Me temo que en el caso de Aristóteles quepa la posibilidad de entender esa línea de motoricidad de manera mecanicista, no sé, ya lo veremos, por lo que la llegada final es a un Motor Inmóvil, si vale decirlo así, a un mero Motor Inmóvil de las mecanicidades a que, seguramente, puede llegar a quedar reducido el cosmos aristotélico entero. Lo hemos de ver. El mundo filosófico aristotélico tal como se da en nuestra tierra no es mecanicista. Lo que en él gana son los movimientos violentos, y sobre el dios de aristóteles la voluntad misma del acto de creación, que, así, buscaría la carne de 42 estos vienen producidos por una dinamicidad voluntaria, por un siente alfonso pérez de laborda vivo; bueno, es obvio, todo siente es vivo. La física infralunar sería de purezas identitarias, como lo es la supralunar, si no hubiera en él sientes, por lo que los movimientos serían de una pulcra exactitud mecánica, dominados siempre por esos dos principios estructurantes del mundo aristotélico y del movimiento que en él se da: el punto central fijo y la esfera moviente con movimiento circular y uniforme. Porque el movimiento debe ser producido por otro se llega a ese Primer Motor Inmóvil. Él provoca la perfección del movimiento conjunto. Pero, también, él es Vida en grado sumo. Por eso, quedarse en la mera mecanicidad de su ser motorante de todo el movimiento, ¿no es esencialmente poco en el mismo pensar aristotélico? ¿En él, en Dios, no es lo más importante su ser Vida, vida atrayente de todo lo que nosotros somos, y quedarse en la motoricidad actuante de su ser significa que nos hemos plantado en demasiada cortedad respecto a lo que él es? El movimiento debe ser producido por otro, mas ¿no podremos decir también lo mismo del sentir del sentiente? Parece que sea así cuando Aristóteles en esas páginas cortas y tan hermosas del libro L llega a la Vida. ¿Tendremos razón, pues, cuando reducimos a Dios a su papel de Motor Inmóvil de la mecanicidad impertérrita que sea el cosmos, aunque sepamos aristotélicamente que el cosmos no es un mecanismo de meras mecanicidades? Queden estas afirmaciones dichas, luego veremos qué pasa con ellas. Unidad y pluralidad no son excluyentes en el momento en que se distinguen las diversas relaciones de lo real y los distintos significados y niveles de los lenguajes en los que se da a nuestro saber lo real. Es plural el ser de lo que es. Vivimos en el mundo de la pluralidad y de la analogía. Hay en lo que es una pluralidad originaria. No hay un ser que sea compartido por todo lo que es. El ser no es unívoco. No hay una definición que nos diga de manera exacta y definitiva lo que es. Nuestro hablar sobre lo que es tampoco es unívoco. Por eso un saber con saber-de-ciencia no se articula en las definiciones de los objetos que trata. Eso siempre es muy chocante: la ciencia no actúa por defi- 43 en nociones que no tienen un sólo significado, sino en nociones de varios significados que se abrazan entre sí. Si articulamos ese discurso en nociones unívocas, no podemos abarcar la pluralidad de lo que es. Lo primero que caerá, seguramente, es la distinción que hemos establecido entre sientes y estantes. Todo lo que es será sólo estante, y además, lo reduciremos a algo que dándosenos a la mano arrojado ahí, ha perdido su riqueza plural, las relaciones que lo enriquecen y que también le dan a ese ser lo que es. Por ello, de ese modo, llegará a hablarse de que todo es reducible a materia, tratándose de una materia unívoca, por todas partes idéntica a sí misma. Incluso en el caso en que digamos que no hay una materia primera, pues siempre se da conformada, estructurada, ya que antes de llegar ahí habremos aceptado que es materia igual a sí misma e intercambiable, cuando únicamente hay en verdad materia conformada y nunca puede darse de otra manera que conformada. Podremos, cómo no, abstraer lo que es imaginando una materia virtual que nos sea conveniente para aventurar nuestro discurso de conocimiento, sobre todo si es conocimiento científico, pero nunca hasta el punto de substituir la materia conformada, la única que es de verdad, por esa matera virtual unificada. La matemática lo hace, y lo hace con enormes ganancias para nuestro conocimiento, pero de ahí a pensar, como aconteció ya desde el nacimiento galileano de la ciencia moderna, que la esencia del mundo es la matematicidad, hay un enorme trecho que no podemos aceptar y que hace del mundo un enorme mecanismo, por complejo que, lo sabemos bien, esté llegando a ser su mecanicidad. Para colmo, de ahí, en los postulados aristotélicos, se llega a Dios, pero un Dios que es sólo el Gran Matemático. También ahora lo que de viviente tiene en grado supremo, ha quedado excluido en su totalidad. Nosotros no somos sientes y Dios nada tiende de eso que nos atrae en la Metafísica hacia las últimas páginas del libro L. sobre el dios de aristóteles niciones; no define sus términos. Su discurso siempre está envuelto 44 alfonso pérez de laborda El eídos-forma, prosigue Oñate, es la esencia propia de aquello que se muestra inconfundiblemente como eso mismo que es, distinto de cualquier otro. Tal afirmación entraña, además de su propia mismidad, la pluralidad de los eíde. Por eso, estos, los eíde, son ousía. Ellos son los sujetos y no predicados. Principio inmanente de los individuos; pero inmateriales, causa real de su entidad. Y ellos sientan la pluralidad originaria de lo ente, la dimensión causal o primera de la entidad. Mas, para que sea así, para que los eíde puedan desempeñar la causalidad activa, han de ser inmanentes a la materia, interiores a lo sensible y no transcendentes a ella, sin que tal cosa los haga nunca materiales ni sensibles. Gracias a formalizarse, determinarse, unificarse, la materia es. Su no-separabilidad jamás puede desembocar en que se mezclen con lo sensible. De ahí que Dios no sea la única realidad suprasensible, los eíde-formas también lo son, pues diferencias eternas, principio interno de los singulares, irreductibles a ellos. También ellos son, por tanto, prótai ousíai. Así pues, concluye el Aristóteles de Oñate, las realidades primeras no son ni los individuos contingentes —los individuos son abstractos, parte del todo, particulares, insuficientes, precarios y ontológicamente dependientes del todo autosuficiente— ni tampoco lo son las esencias universales abstractas, sino los eíde-almas que causan tanto los compuestos físicos individuales como los compuestos inteligidos universales. ¿Qué pensar? Parece que el acento se desplaza de modo neto a los eíde. Ellos, suprasensibles, serían la pieza clave de todo el pensar aristotélico, por tanto. No deje de notarse que no son alma, sino almas. En ellos se da pluralidad. Cada especie tiene su alma. La materia acompaña, pero en y con ella no se individualiza. La individualización viene dada por la forma-alma. Principio interno de los singulares, pero irreductibles a ellos. Los singulares, por tanto, se dan en un nivel más alto que aquel en el que se da conformación de materia. Pero, de ser así, ¿por qué tienen los eíde apetencia a la materia que con- forman? Que sean ellos las realidades primeras significa que son las 45 de esa especie. En conjunto, en ellos se da el principiar de todo lo que es. La materia no sería si no se formalizara. Pero, una vez formalizada, la principiación originaria es del eídos. Por eso, ellos son ousía, mejor, próte ousía; no la única, claro, pero sí la principiación originaria de la entidad de aquello que, bajo ellos, es. Los individuos no son por sí aquella conjunción de eídos y su materia conformada por él. Los individuos son los eídos, cada uno de ellos, es decir, la especie. Principio, principiación originaria que mueve eso que, configurando materia, son; motor de su movimiento. Mas, que las cosas sean así, significa que nos hemos quedado no en las individualidades de las mundanalidades estantes, no en nuestras individualidades personales, sino en la especie, en nuestra especie. En nosotros ya no existe la persona como principiación originaria, sino nuestra especie. En lo que toca a nosotros, la vida personal es cosa bonita, claro, pero no está ahí el centro de aquello a lo que hemos llegado, sino que lo decisivo, en donde se da la principiación originaria es en el grupo. Faltará ver cómo se propaga el eídos-forma de un individuo padre, que antes ha sido hijo, a un individuo hijo, que a su vez será padre. Es esa continuidad de forma, de alma, lo que cuenta. La personalidad desaparece ante la grupalidad. Dicen que en el pensamiento japonés tradicional esto es una evidencia. Toda mi experiencia personal, aún en el caso de que se engañe, por el hecho mismo de poder engañarse en algo tan central como esto y discursear luego sobre ese supuesto engaño, niega que las cosas sean así, puedan ser así. Toda la filosofía del cuerpo de hombre/ cuerpo de mujer en su identidad-dual en la que me emperro racionalmente lo niega, deja ver que así se ha puesto un dique innecesario e infructuoso en mitad del pensamiento, pero que será anegado por la fuerza que desarrolla la misma filosofía de la carne. sobre el dios de aristóteles realidades principiales. En ellos se da el principiar de todo lo que es alfonso pérez de laborda 46 V Hemos llegado en el aristotelismo de Oñate a un punto en el que aparece cómo la cuestión de la ousía y la cuestión de la divinidad son los focos radicales de la filosofía primera y que en el vínculo que los enlaza, asevera Oñate, se encuentra el secreto de los libros de la Metafísica. La interpretación aporética, su enemiga más íntima, tiene al final su máximo representante en Pierre Aubenque; fue enunciada, curiosamente, a principios de los años sesenta del pasado siglo. Se daba entonces el predominio casi exclusivo de un pensar escindido en dicotomías y exigencias monistas, en donde no cabe Aristóteles, pues el suyo es un pensar de las diferencias enlazadas, como lo llama Oñate, que dará lugar a un sistema poliédrico; pero se hace que el pensar metafísico de Aristóteles se escinda, también él, en dicotomías y exigencias monistas. En la interpretación aporética se hace encajar una interpretación dominada por la utopía, la infinitud y la futuridad, Oñate caracteriza así su interpretación: 1) La cuestión del ser aparece como el horizonte de una reflexión sobre el lenguaje; por eso la ontología es una axiomática de la comunicación; instaura una nueva ontología abierta por el doble reconocimiento de la esencia y del accidente, y el subrayado de su diferencia. Una multiplicidad no reducible ni a unidad ni a heterogeneidad, porque los diversos sentidos del ser hacen referencia a un significado único, pero este sería obscuro e incierto, cuyo sentido siempre tendrá que ser buscado, lo que obliga a una permanente escisión entre el proyecto del discurso sobre el ser y la efectiva experiencia de su irresoluble dispersión. La ciencia del ser, la ontología, sería, así, no más que una dialéctica, una investigación interminable en pos de la unidad, a través de la multiplicidad y el movimiento. 2) A ella se opone, en un segundo momento, la ciencia inhallable, la teología; sólo en el objeto divino, el ser necesario, podría colmarse su exigencia, Pero aquí se da una nueva desgarradura: esa, la única ciencia posible, es, a la vez, inútil, pues nada nos enseña sobre nuestro mundo sublunar, absolutamente separado del Dios trascendente, e inalcanzable, si no es como teología negativa, pues su simplicidad perfecta y su univocidad absoluta excluyen un discurso humano sobre Dios. 3) Encuentra un modo de reconciliar el ideal inalcanzable de la teología y la realidad inacabada de la ontología en el papel mediador desempeñado por la teología astral, a través de los astros sensibles y eternos, seres intermedios entre el Dios inefable y el sublunar corruptible. Y aquí se da una ciencia reencontrada. La metafísica inacabada vería así sus fracasos convertidos en triunfos: es inconclusa porque metafísica de lo inacabado; fiel, por tanto, a la realidad sensible y a la finitud del propio hombre. todo ello dentro de un talante escindido, de huellas apofáticas de la 47 interesante por demás la profunda conexión y paralelismo que Oñate, basándose en Paul Vignaux, encuentra entre la interpretación aporética y la reflexión de Duns Scoto sobre la primera filosofía aristotélica. Ya para él la metafísica de Aristóteles no constituye un conjunto perfectamente sistemático, sino el pensamiento inacabado que es fruto de un espíritu ambiguo, dubitativo y hasta incoherente. Lo piensa así desde la univocidad del ser que postula y por su exigencia de lógica, por lo cual requería a la metafísica el rigor demostrativo-deductivo que el mismo Aristóteles propone en sus libros Analíticos. Aristóteles distinguió, pero no separó jamás. El Aristóteles de Oñate es profundamente enemigo del que viene dado por la interpretación aporética. Ya de primeras tiene esta algo por completo inaceptable: no es una lectura canónica, sino que el lector lo ve desde sus propios mejunjes ideológicos. Bueno, esto, quizá, lo haga todo lector, pero es que ellos lo realizan con demasiado desparpajo e incoherencia textual y de pensamiento. Me encandila mucho más una lectura que dé lugar a un sistema poliédrico. Me parece notablemente más interesante; más en consonancia con mis propias experiencias; más atenido, insisto, aunque ello con los ojos de Oñate, al texto mismo, a lo que es la experiencia de mi propia lectura. A lo que son mis intereses. Además, encuentro lleno de ganancia la mención de Duns Scoto y su univocidad del ser, a lo que se le añade una lectura lógica que evita las complejidades poliédricas de lo real. Nunca me ha parecido que la lógica sea la madre de ninguna comprensión filosófica —como no se trate del mucho interés que tiene la propia filosofía de la lógica—, pues es esencialmente reductiva de lo que es. Por eso, ya desde antiguo, había que salir a la palestra para, sin interrogación alguna, salvar lo real. En el Aristóteles de Oñate hay que distinguir entre la próte ousía y la ousía compuesta. Ya nos iniciamos más arriba en esta discusión. La sobre el dios de aristóteles ausencia y el silencio, tan lejanas al pensar aristotélico. Me parece 48 próte ousía es el eídos-psiché. Pero esta alma, lo he dicho, no es el alfonso pérez de laborda alma individual. Nos afirma que, tras siglos de substancialismo, puede parecer complejo el razonamiento aristotélico. Sócrates o Calias, el compuesto individual, se puede considerar como alma, enfocando hacia su causa, o como compuesto causado. Si por alma se entiende el compuesto individual, y no el alma específica, se seguirá en la perspectiva del compuesto, sin acceder a ninguna otra distinta y nueva, que fuera la perspectiva propia del alma. Debe distinguirse Sócrates, o el hombre, y el alma de Sócrates, o el alma del hombre. El alma humana es en cada uno de los hombres, y no existe separada de ellos, como si fuera un universal hipostasiado; pero tampoco puede confundirse con el individuo Sócrates, entendiendo por este el compuesto físico material. Sócrates, con palabras de Aristóteles, nos dice Oñate, es algo doble: permite ser visto como alma, como substancia primera, y entonces se identifica absolutamente con su eídos-causa inmaterial y determinante; pero también ser visto como el compuesto determinado. En consecuencia, ni el compuesto individual Sócrates ni el compuesto universal Hombre se identifican con su esencia, porque tienen materia. Las que sí se identifican absolutamente son el alma de Sócrates y el alma humana, sólo diferentes en cuanto a los modos en que potencial y actualmente se da esa única esencia. Los eíde-causa, las almas, como acto, como modos de ser del alma en acto, son enteramente inmateriales. ¿Me importaría demasiado que el alma, en lugar de ser un universal hipostasiado en un fuera de mí mismo, esa misma, alma de la especie, fuera un universal hipostasiado en un dentro de mí mismo? Nunca sería en definitiva mi alma y yo no sería realmente uno con ella, aunque fuera ella de donde obtuviera la actualidad. Me explico. Lo que no me gusta nada en este pensamiento de Aristóteles visto por Oñate es que el alma, mi alma, no es mía, sino de toda la especie. Compartimos el alma. Y eso se debe a algo que apunto como nefasto: el alma no tiene apetencia de materia para, en íntima conjunción de absoluta actualidad, conformar mi carne. Esta filosofía, así, no puede 49 belleza. En algo que estaba ya en el principiar de mi acceso a la filosofía debo quedar por completo decepcionado. No sólo no llego así a esa individualidad personal, la personalidad almal que es la mía, sino que tengo que cantar las albricias porque lo que yo soy no lo soy yo, sino el alma de la especie. Lo que creía que tenía Sócrates como cosa más suya hasta el punto de ser él mismo, resulta que, finalmente, no es, sino apariencia: en él habla el alma de la especie por la boca animal de esa conjunción de materia al que llamo Sócrates. Yo no soy yo porque ni Sócrates ni Calias son Sócrates o Calias. ¡Qué engaño, qué decepción! Supongamos que Oñate tiene razón con respecto a lo que piensa Aristóteles en este punto tan crucial, ¿por qué pensaré como él? ¿Qué me obliga a hacerlo cuando, llegado a uno de los puntos redondos del pensar, se retira de escuchar al Sócrates que hablaba en su absoluta encarnación, por más que fuera por la boca de un Platón esencialmente encarnado, para convertirse en una figura meramente material que dice palabras que ni son suyas ni le corresponden, pues se ha convertido, junto a todos nosotros, en la mera voz de su amo, un amo que, finalmente, es el único para todos nosotros y todos aquellos que se nos quieran agregar? Esta manera de ver parece tener un desprecio radical por la materia. El alma se compone con ella, pero no forma carne con ella. De verdad, aunque alguna vez se haya insinuado, no tiene real apetencia por la materia, hasta el punto de que sin ella vagaría por el pegajoso mundo de las sombras anhelando su contubernio con ella para tener verdadera realidad de ser. Ese alma me temo que es sólo una virtualidad que, arrancada de nosotros, se ha quedado sin nuestras ansias de carnalidad. Para ser ha debido darnos muerte a nosotros, para vivir a modo de un mero ectoplasma de la especie. sobre el dios de aristóteles ser una filosofía de la carne ni de la encarnación ni del arte de la 50 Entiendo que el Aristóteles de Oñate va a decirnos ahora que alfonso pérez de laborda todo ello sólo significa lo esencial, que el eídos no es universal, sino substancia, substancia primera, capaz activamente de ser causa del compuesto: causa de generación, causa de la cognoscibilidad del compuesto y causa de su ser substancial. Causa, pues, de un producto escindido, que ya nada de carnal tiene en su propia causalidad. Todo lo que acabo de decir sobre el alma se repite palabra a palabra con causa, pues siempre será, finalmente, algo que viniendo de fuera, del alma de la especie, de la causa originaria de la especie, se grapa en materia para darnos visibilidad; una visibilidad que no es sólo brillo de existencia ante los demás como otros yos, sino que es ocasión para que la causa disyuntada cause en ese amasijo compuesto. Pero la batuta la lleva el eídos-especie. El Aristóteles de Oñate dirá que esa disyunción no es dualismo, pero que tampoco es monismo, sino que se trata de una distinción en los modos de ser. Valga. Mas lo crucial en esta manera de pensar es que lo decisivo sea uno de los modos de ser que se nos han dado en la disyunción; el otro viene a ser, más bien, un mero figurante. Si es así, en cuanto sea así, ¡qué lejos estamos de una filosofía de la carne! La carne ha quedado reducida a mera materia. Siendo las cosas así en este pensar aristotélico, ¿nos extrañaría, pues, que la forma-Dios esté esencialmente desvinculada de la carne, que si hay ansia de finalidad hacia él de lo que es, no hay retroducción alguna? ¿Quién en su sano juicio querría retroducirse a esa carne desamparada en la mera materia? No hay camino de ida y vuelta, sino desgajamiento de un mero mirar hacia delante. La casualidad de la vida hizo que cuando se quemó ese enorme edificio en Madrid, el Windsor, en mi misma calle, despertándome, me asomara al balcón, sin abrirlo, para ver qué tiempo hacía. Por la acera de este lado y por la del otro iba bastante gente, separados por la salida del túnel que ocupa la mitad de la calle: todos con la vista al frente, como alucinados, juntos pero sin conexión entre sí, sueltos, todos en la misma dirección, calle abajo, sin decirse nada, rápidos, caminando con la mirada alta y fijada en un punto suficientemente lejano para que mira- 51 de al lado y, aunque extrañado, me decía: bajo mi balcón pasan los que han salido hacia su derecha; los de su izquierda, seguirán su ritmo propio. Como es tarde, pueden ocupar la acera y la calle pues ya no hay coches. Estarán cansados e irán raudos a sus nuevos menesteres e intereses. Extrañado, pero tranquilo con esos pensamientos virtuales, me fui a la cama. A las siete de la mañana, ya levantado, en el silencio del domingo a la mañana, leí un correo-e que me venía de Santo Domingo, de Pablo Mella, un viejo amigo preocupado por mí, y sólo entonces, abriéndolo, miré por el balcón el espectáculo fascinante y terrible del fuego, comprendiendo que mis imaginaciones ante lo que había visto hacia las dos de la mañana habían por completo errado su tiro. Asombrosa facilidad de engañarme ante la realidad y de meterme de nuevo en mis sueños virtuales. Curioso, el mito de la caverna puesto patas arriba. Ellos, los habitantes de la noche, son los que ven el fuego, mientras yo, el filósofo, insensato de mí, sólo contemplo mis propias virtualidades. El eídos, substancia primera, continúa Oñate interpretando a Aristóteles, es la esencia o alma específica, inmaterial, simple y suprasensible, pero no el todo concreto, compuesto, real y existente individual. En Dios, en cambio, es sólo forma (eídos haplós), mientras que los entes sensibles están compuestos de forma inseparablemente unida a su materia. A partir de ahora, siguiendo el Aristóteles de Oñate, se abre entre ambos tipos de entidad un contraste absoluto. La substancia de Dios y la de los entes sublunares es radicalmente heterogénea; bueno, esto deberá ser matizado con cuidado. Visto desde la substancia real, concreta y existente, no estamos ante el mismo objeto, ni se puede pasar sencillamente del uno al otro. Hay un hiato insalvable de una diferencia extrema. El eídos, substancia de Dios, es separado y trascendente. Los eíde restantes, por el contrario, son sobre el dios de aristóteles ran como hacia el infinito. Insensato de mí, pensé que salían del cine 52 no-separados, inmanentes y compuestos; al parecer, sólo separables alfonso pérez de laborda poéticamente en el pensamiento, pero no en la realidad. Aquí hay un punto grave. Podría considerarse que el eídos de Dios y el de los entes sensibles es idéntico, o al menos común, y que luego, por obra de la unión que se da con su materia en lo que son los sensibles, se diferenciaran. Así, por un lado estaría la pureza eidética de Dios en algo por demás suprasensible y por otro su conjunción con lo material en lo que es sensible. Esta solución sería, o se parecería demasiado, a la consideración de la univocidad del ser: un ser común en toda su pureza, el mismo en Dios y en todo lo que es, que después se divide en los suprasensibles y en los sensibles, pues estos entran en conjuntamiento con la materia. Si esa identidad se diera en el mismo ser, la naturaleza es común; las especificaciones se producirán luego por la relación a la materia. Queda por ver la significación de ese luego: temporal y/o principial. Puede que esa identidad se dé no más que en nuestro conocimiento, que sería un mero reflejo de lo que es, pero que ella no sea principial, excepto si es nuestro pensar la causa originante de lo que es. En este caso, el pensar es principio de ser. Puede que se trate, simplemente, de un modo de ser. El ser se da en un modo sensible, pero también se da en un modo suprasensible. Si fuera así, podría considerarse todavía que en lo que es se da una pura dualidad, por un lado lo que es eidético, lo suprasensible, de existencia real, y por otro lo que es material; mas ocurre que esto se entremezcla a aquello dando lugar a lo que es sensible. Dualidad que habría de llegar a la que se dará entre los estantes y los sientes. No sé si ninguno de estos caminos es viable. Lo que ocurre es que se ha puesto el acento de principialidad en el eídos. Pero se ha hecho así partiendo antes de una experiencia en la que desde su mismo iniciar se daba por un lado la experiencia de lo sensible y por otro la experiencia de lo suprasensible. Una experiencia principial de lo espiritual y de lo material, dados disyuntadamente, por lo que el problema va a ser cómo yuntar, conjuntar en coherencia, lo disyuntado. Mas ¿es esa nuestra experiencia? Ciertamente no la de una filosofía de la carne. 53 ser? No, claro, pues ese es un monismo del pensar, que parte de una experiencia de pensamiento, pero me parece que no de una experiencia de la carne. Esta ha de ser siempre una experiencia de la acción. Pero prosigamos. Se habla ahora de una no-separabilidad. En nosotros, dejaremos de lado ahora lo que acontezca en los meros estantes en cuanto tales, no es separable el eídos de su materia. Si se separara, dejaríamos de ser. Siendo, es decir, cuando no se da esa separación, nuestro eídos cumple una función esencial en nosotros, la de ser el motor mismo de lo que somos. Comparte semejanza con el eídos de Dios, pero nada más tiene de común con él, hasta hacernos a nosotros dioses. No por participación, sino por semejanza, por identidad de ser; nótese bien que no digo identidad del ser. En él se da nuestro principiar. Con menor fuerza motriz, pero en semejanza total. El que sea fuente de motricidad, principio de motricidad, causa de motricidad, por más que sólo de la nuestra, nos hace dioses. De menor categoría, pero en identidad de fuerza divina. Se habla, pues, de una no-separabilidad en lo que somos nosotros: pero sí de una separabilidad en el conjunto de las modalidades de ser. La no-separabilidad de la física de hoy nada tiene que ver con esta: se trata de una no-separabilidad en el conjunto entero de las mundanalidades. Los eíde, en el aristotelismo de Oñate, como substancias primeras, inmateriales, inengendrables e incorruptibles, sí son semejantes a Dios; pero las substancias individuales, materiales, que nacen y perecen, son exactamente lo contrario del Dios suprasensible. Sin embargo, ¿qué significa semejantes?, ¿semejantes en ambos sentidos? Una analogía podría darse, pero ¿semejanza? ¿Significará esto la ‘semejanza’ de ‘a imagen y semejanza’? Evidentemente no. ¿Entonces? Hemos de ver que la semejanza es total, pues unos y otros han de ser dioses. En lo que en nosotros es próte ousía, es decir, en sobre el dios de aristóteles ¿Significa esto que seremos partidarios del monismo de la unicidad del 54 nuestro eídos, la semejanza es completa. Sucede que en nosotros se alfonso pérez de laborda da también la composición con nuestra materia, lo que es la ousía del compuesto, y entonces la semejanza no se produce. Parémonos a considerar qué acontezca, pues, en los sientes, sobre todo en nosotros. Se ha disyuntado lo que somos. Hay dos principios separados; en nosotros hay una próte ousía y una mera ousía del compuesto que somos, si es que consideramos la conjunción entera de lo que de verdad somos. Una es corruptible, en tanto que sensible; otra, incorruptible, en cuanto que suprasensible. ¿No seguimos, por tanto, en un dualismo platónico en el que, finalmente, lo decisivamente importante es lo eidético? Mas ese tocamiento que distingue lo suprasensible de lo sensible, ¿quién lo produce? Es claro, la supremacía total y absoluta desde el comienzo mismo es de lo suprasensible. Si fuera así, siendo así, no sé cómo alcanzamos nuestra experiencia de la carne. Porque esta experiencia es esencialmente unificadora; nunca disyuntadora. Sí, es verdad, suficientemente compleja en su coherencia de red para que podamos encontrarnos delante de la necesidad de hacer muchas distinciones. Pero la nuestra no es primeramente una experiencia de pensamiento. Supongo que en Aristóteles esa experiencia de la división entre suprasensible y sensible viene ordenada por toda su filosofía de la vida, pero debe notarse, sin embargo, que dejando de lado los movimientos violentos, que son los que tienen relación con la vida moviente y real, todo lo demás es de una mecanicidad decisiva, mecanicidad moviente que va buscando los sucesivos motores, por más que pueda querer ser una moviente mecanicidad eidética. La crítica de Oñate a las interpretaciones ontoteológicas se basa en que estas omiten los eídos causales, los principios o causas primeras de todo ente, de cada ente. Por ello sus sostenedores deben buscar todavía la causa de ellos en Dios, por lo que la culminación de la ontología se prolonga en teología. Pero, para ello, asevera Oñate, deberían corregir a Aristóteles en sus propios textos. El punto clave de estos intérpretes está en afirmar que ignora la distinción real entre esencia y existencia, mientras que habría que suponerla para entender 55 tión del origen del mundo no tenga sentido dentro del aristotelismo, y eso es lo que sus intérpretes tan fácilmente quieren completar en él. Bien, sea, pero ¿de dónde sacan su fuerza de motricidad? Entiendo que la respuesta puede ser esta: ¿importa mucho que en lugar de un sólo motor haya muchos motores con semejante fuerza de motricidad, aunque de distintos modos, tonos y fortalezas?, ¿de verdad que en Aristóteles no hay una cascada de motricidades hasta llegar al Motor Inmóvil, que, finalmente, es causa de toda motricidad? ¿Qué sentido tiene que terminemos dando la misma categoría modal a todos los motores? ¿No es eso descoyuntar toda la red de coherencias de los pensares aristotélicos? Nótese que aquí es esencial lo que más arriba hablamos del tiempo. Un tiempo singularmente cíclico haría más viable que se dé tal multiplicad de motores estantes. Pero un tiempo que, por más que cíclico, pone delante la infinitud, como mínimo da una importancia especial y decisiva a la causa Motor Inmóvil, haciendo de él una singularidad esencial y definitiva sin la que la motricidad de todos los demás no se podría dar. Menos aún si es una motricidad no puramente mecánica sino de sientes, es decir, sentiente. ¿No se pone así el punto de clara singularidad en el Motor Inmóvil, dándole una fuerza de causalidad definitiva y principial que los demás ni tienen ni pueden tener? De nuevo llegamos a lo mismo, si hubiera que corregir, o si se prefiere, prolongar a Aristóteles, ¿por qué no lo habríamos de hacer, cuando, con él, estamos buscando la verdad? En los modos de ser de los eíde, ¿por qué el hiato insalvable? Es verdad que, al menos de primeras, se salva la especificidad de lo que es individual, pero ¿no se hace esto a costa de un rompimiento total de la red de coherencias? Más aún, ¿no se malogra el mismo ser de lo que es individual habiendo establecido en sus adentros más íntimos una dualidad esencial, peor aún, la participación en esos mismos meo- sobre el dios de aristóteles la ousía. Esta es la razón fundamental, continúa Oñate, de que la cues- 56 llos de algo, el eídos, que es cosa común a toda la especie? ¿No se nos alfonso pérez de laborda ha borrado así toda posibilidad de una individualidad personal, de una personalidad almal? Pero ¿no es esta nuestra experiencia carnal primera? Por eso ¿de verdad que el hiato se da en donde lo pone Oñate? ¿No se da el hiato en lo que llamo la imposible-posibilidad que nos da lo que somos no de primeras, sino en lo que somos de verdad? Así pues, de manera bien curiosa el hiato insalvable, en el aristotelismo de Oñate, viene dado por la materia, por la cercanía y el coyuntamiento con ella. Lo más importante, el principiar de toda una filosofía, finalmente, lo determina la materia misma. Si aún fuese una materia en la que se acentúa el ‘su’ —en numerosas ocasiones ha dicho ‘su materia’—, pero, para ellos, eso no puede ser, es el eídos quien da importancia al compuesto, hasta el punto de que es por él, y sin él no sería, pues la materia no existe sin la coyunda, pero, a la vez, sin su materia el eídos tampoco sería. Y, además, siendo, lo es en verdad sólo el eídos de la especie. Me parece que las cosas no pueden ser así. Si ese eídos fuera el del individuo que somos, si al siendo que somos nos refiriéramos, entonces cabría que él tuviera una apetencia, y siempre una añoranza insalvable a su materia, pues sin ella, simplemente, no es. Pero cuando es el eídos de la especie en realidad ya no cabe su materia, como no sea de manera demasiado en general, casi simplemente un mero decir. En el primer caso, en esa mezcolanza eídos-mi-materia, cabrían los sentimientos; nuestro siendo sería sentiente, ineludiblemente y a la vez. En el segundo, no. Por un lado estaría un vago eídos de la especie y por otro una materia esencialmente cambiante, de modo y manera que el conjuntamiento sería también esencialmente descoyuntado; siempre un estante, pues el siente sólo podría serlo el eídos. Un estante, por tanto, esencialmente, lo repito de nuevo, no sentiente. Hemos abierto las puertas del aristotelismo al puro mecanicismo. Si es así, de motor en motor, de mecanicismo en mecanicismo no veo que haya hiato, como no sea en el mero grandor: una pirámide de motores que, al final, por razones de mecanicidad, termina en su cúspide en un Motor Inmóvil. De esta manera, lo que 57 paso del estante que somos de primeras al siente, ese lo que es sentiente que somos de verdad. Y tal cosa presupone la experiencia de nuestra individualidad personal, de nuestra personalidad almal. En las interpretaciones de Aristóteles, prosigue Oñate, se ha olvidado algo fundamental: la entidad esencial es substancia, y substancia primera, gracias, precisamente, a no ser universal. El compuesto material es sólo substancia segunda o posterior, causada por el eídos-causa, y no entra, en cuanto compuesto contingente, ni en la consideración de ciencia alguna ni, mucho menos aún, en la consideración de filosofía primera; por eso no es objeto de metafísica. El eídos aristotélico es no sólo universal inteligible-inteligido, sino que es substancia y substancia primera, perfectamente capaz de engendrar el compuesto; alma activa, eterna e inmutable, a través de la generación incesante y sin comienzo. Los eíde son inmanentes y eternos, lo cual es perfectamente congruente con la eternidad del mundo y con los datos de la experiencia; bueno, habrá que decir: de la experiencia del Aristóteles de Oñate. Así pues, proponer los eíde inmanentes como causas últimas de la realidad, no sólo excluye el recurso a un dios creador, continúa Oñate, significa también que todos los entes sensibles vivos, y no únicamente el hombre, tienen alma. Para nuestra autora, Aristóteles puso en esos eíde inmanentes la sacralidad de las primitivas archaí con que la filosofía naciera y cantara Píndaro. La expresión ‘deviene lo que eres’ se hace extensiva a la entera realidad, regida desde el interior de su propio seno por los paradigmas vivos que conducen a la enérgica plenificación de las acciones expresivas eternas. La desembocadura doctrinal tomista, para Oñate, nada tiene que ver con las esencias aristotélicas que son, en cuanto almas, actos y principios activos, lo más real de la realidad sensible: las substancias primeras. Los ontoteólogos han proclamado a Aristóteles esencialmente insuficiente. sobre el dios de aristóteles hemos roto es el hiato, cuando en mi manera de ver este se da en el 58 De toda la tirada anterior habría que poner en duda como alfonso pérez de laborda mínimo esto: al decir que las almas son lo más real de la realidad sensible, ponemos en esta una extraña realidad, que sólo es una realidad almal. Su realidad sensible no es real si no le viene dada su realidad sólo por el alma. Insisto que así, seguramente, se reduce el aristotelismo a un mecanicismo con almas, en el cual, para colmo, las mismas almas no son sino motores de la mecanicidad. Queriendo poner todo el subrayado en los eíde, ¿no terminamos cayendo en la pura mecanicidad material, simplemente añadiendo que la motoricidad de esta viene dada por las meras almalidades, inmanentes a la materia, pero a todas luces, finalmente, puras externalidades del compuesto, cuyas internalidades parecen quedar reservadas al engendramiento dentro de la especie? En el eídos se da una doble actuación: es universal inteligibleinteligido y, a la vez, es substancia primera, perfectamente capaz de engendrar el compuesto. Muy bien, pero ¿por qué es factible en él aquello que no lo es, tratándose de nosotros, en el individuo almal? Entiendo que siendo universal inteligible-inteligido es objeto de ciencia, de saber-con-saber-de-ciencia. Pero este saber me pregunto si no es, finalmente, un saber de abstracciones, pues nos ha convertido —me refiero a nosotros, queda el ver lo que acontezca con los estantes mundanales y con la realidad— en algo identitario; nos ha quitado toda individualidad. Será así una ciencia fácil, demasiado fácil. En todo caso una ciencia que nada tiene que ver con nuestra ciencia. Esa ciencia capaz de construirse en el eídos es plana, de abstracciones, que no nos toma en eso que somos de verdad, sino que imagina algo ideal de nosotros, abandonándonos en nuestra carnalidad individual. No nos toma, pues, en lo que somos, carne palpitante en busca de su plenitud, sino que hace de nosotros un ser común almalizado, es decir, desplegado en una superficie de puras abstracciones. ¿Seremos eso nosotros? Lo dudo. El eídos, el nuestro, el de nuestra especie, es inmanente y 59 congruente con la eternidad del mundo. Bien, sea. Pero entonces, si las cosas en el aristotelismo no van a tener más opciones, deberíamos rechazar para nuestro pensamiento cualquier apoyatura en él: ni nuestro tiempo es circular y eterno ni nuestro eídos, único para todos nosotros, es inmanente a su materia y eterno con eternidad de tiempo circular. Para nada nos serviría el esfuerzo del pensar de Aristóteles. A lo más, para estudios de arqueología del pensamiento, cosa interesante que podría llenar una cátedra entera, pero con ellos no podríamos salir en busca de la verdad. Con él no podríamos seguir haciendo filosofía. Y esa es mi intención; al menos, la mía. Entiendo y comparto el interés filosófico esencial de no permanecer en un ámbito de ser que se quede en meros universales, pues entonces no estaremos nunca hablando de lo que es. Pero ¿por qué no llegar hasta el final, por qué quedarse en ese eídos? Hubiéramos llegado hasta lo que llamo la individualidad personal si el eídos fuera el de cada uno de nosotros —dejemos de lado ahora los otros seres sensibles vivos, cuando sea el caso se hablará de ellos—, nuestra alma personal, nuestra personalidad almal. Es verdad que entonces nos quedaría fundamentar cómo es posible, mejor, en qué consiste un saber-con-saber-de-ciencia de nuestra especie. En las circunstancias de lo que voy comprendiendo del Aristóteles de Oñate, no creo que tendría demasiados desacuerdos con su pensar. Pero ¿es necesario quedarse en un eídos-forma-única-de-toda-la-especie? Supongamos que sea verdad el hecho de que Aristóteles no hubiere llegado más allá. Pero ¿y nosotros? Por el hecho de que él no lo hubiera alcanzado, ¿no podemos conseguirlo nosotros? Se me dirá que busco encontrar lo que quiero desde los mismos principiares que son los míos. De acuerdo, es obvio. Pero en la interpretación de Oñate, ¿no hay también un parti pris? ¿Por qué el suyo será mejor que el mío? Hasta concedería que el suyo sea más congruente con los 14 lógoi de la Metafísica. Mas, lo he sobre el dios de aristóteles eterno, decía el Aristóteles de Oñate, lo que encuentra perfectamente 60 dicho desde el comienzo, no busco la exactitud, llamémosla arqueoló- alfonso pérez de laborda gica, sino que, como el mismo Aristóteles, busco la verdad. Él es, para mí, esencial en mi éndoxa; pero busco, con su ayuda, responder a mis preguntas. En parte son las que él se hizo. En parte fueron provocadas por su pensamiento, que abrió nuevas puertas de creatividad filosófica. En parte, es obvio, son otras muy distintas a las suyas. Lo universal es género y el compuesto lógico de género, o materia universal, y diferencia, prosigue Oñate en su interpretación aristotélica. La especie o diferencia no es universal; de la misma manera que la especie o forma substancial del compuesto sensible individual, ella misma, no es individual. El universal no es ousía; pero la esencia (eídos) es la próte ousía. El eídos es el núcleo de la identidad, necesidad, inmutabilidad, eternidad e inteligibilidad que se repite en los entes compuestos individuales que lo tienen y de los que es causa primera. Lo que hay de diverso entre ellos es su materia. Lo que es idéntico realmente en todos ellos es su esencia-causa, y esto primero, causa-principal, es universal, se da en todos ellos. Él es la primera substancia, el ente real, activo, vivo, que causa como condicionante las substancias segundas y que, por ser necesario, simple y activo, se manifiesta universalmente idéntico en cualquiera de sus instancias plurales, diversas, individuales, materiales y potenciales, las substancias segundas o compuestas, categoriales o empíricas. Hay universalidad en la repetición empírica del eídos simple, necesario e idéntico todas las veces posibles que se dé y en todos los casos numéricos o los compuestos físicos posibles de la misma especie; y hay, por eso, universalidad en el compuesto lógico y la hay también en la universalidad de la definición que declara la esencia idéntica que se da en todos los casos particulares de la misma. El eídos, es decir, la entidad esencial es substancia, y substancia primera, gracias, precisamente, a no ser universal, aunque lo suyo sea, finalmente, lo acabamos de ver, la universalidad. Pero, en todo caso, no es universal porque en los términos aristotélicos de Oñate se decide algo durísimo para mí: que lo verdaderamente existente es la universalidad 61 sino como un momento de la especie, pues el eídos-forma-de-la-especie, lo sabemos, pasa por mí, engendrado como he sido y para que, a mi vez, engendre. Tiene una condición transeúnte, pues se transmite idéntico de generación en generación. Es, en cuanto a mí y a nosotros, un universal; él es quien tiene verdadera entidad, verdadera realidad. Yo no, excepto en ese breve momento en que la especie pasa por mí, dándome ser. Soy ‘su’ materia. Entiendo que, en cuanto ese motor de la especie está engendrando en mí, lo soy todo: pero lo soy todo para él. En ese momento el eídos-forma-de-la-especie hace de mí su estante, un estante mundanal y material. Bien es verdad que él sólo tiene ser de realidad cuando se da en un individuo material de la especie, en este caso en mí, pero lo decisivo, evidentemente, no soy yo, sino él, que por un momento se posa en mí, para luego continuar su viaje por las configuraciones materiales que hacen el conjunto de la especie. El engendramiento es esencial en este proceso; ser engendrado y engendrar. Mas, en todo esto, ¿dónde quedo yo?, ¿dónde queda mi individualidad almal, mi almalidad personal? Disuelta por completo en el eídos-formade-la-especie. ¿Hemos resuelto, para colmo, algún problema? Lo dudo. Perdiendo todo lo que hemos perdido, es decir, la realidad entera de lo que somos, seguimos estando en lo universal, excepto que cambiamos nuestro mundo de individuos por un mundo ideal de especies, que a mí al menos me siguen pareciendo meros universales, puesto que, en lo que se refiere a nosotros, no recoge lo que soy en mi extremada individualidad personal. Para colmo, tendremos que construirnos toda una antropología filosófica en la que yo no sea yo, sino la especie. Ya no será una filosofía de la carne, sino una filosofía de la universalidad camuflada en la individualidad de las especies. La causa de que los entes sensibles sean, prosiguen nuestros autores, es su alma-esencia suprasensible, lo que les da una substancia con sobre el dios de aristóteles de la especie; que yo en cuanto yo no existo, lo diré así por una vez, 62 naturaleza viva, que no tiene su causa en otro, sino que hace que el alfonso pérez de laborda ente sea por sí, por su propia causa, esencia o alma. En cambio, si redujéramos la ousía tanto al individual como al universal se omitiría la esencia real. ¿Cuál sería la causa, entonces? Esos entes serían in-esenciales, no tendrían esencia de por sí, por lo que devendrían también insubstanciales y por ello tendrían necesidad angustiosa de una causa infinita que esté más allá de la esencia y del ser: un Dios in-finito, que estando más allá del ser y del pensar, pueda establecer el vínculo entre la verdad y la vida. Si las cosas en Aristóteles no son como Oñate nos enseña, nos dice esta, queda abierto un lugar yermo, un hueco, un vacío; el que se convierte en vía de entrada para la única causalidad absoluta del Dios Creador Todopoderoso. Pienso que si uno decide quedarse en el eídos-forma-de-laespecie, lo anterior sería posiblemente cierto. Pero ¿y si uno no se queda en esa universalidad de la repetición empírica del eídos, a lo que nos referíamos hace bien poco, en la universalidad de la especie, sino que quiere llegar hasta nuestra personalidad almal? Si fuera así, la cosa comienza a aparecer clara: el susto aristotélico de Oñate, el Dios Creador Todopoderoso, aparece en el horizonte; y, en nosotros, al menos en este papel, es Oñate quien nos lo ha insinuado como la única solución posible. Bien, podría acontecer que uno se quedara tranquilo ya al alcanzar la universalidad de la especie, pero ¿y si no?, ¿y si tiene razones de peso para llegar, o al menos para intentarlo, hasta la individualidad almal? Entonces, Oñate misma nos está señalando el camino. Lo conocido, el universal, continúan nuestros autores, no es la causa de la realidad, sino que es causado por ella: esta es la reflexión curva que el conocimiento debe operar sobre sí mismo. El pensamiento reflexivo o autoconsciente, el que se hace relativo a sí mismo, es el que se sabe relativo a la realidad y reconoce en ella su medida, el único criterio. La auto-identidad, permanencia e indivisibilidad de los eíde inmanentes asegura no sólo la entidad del mundo físico, su acciden- 63 verdad del ser-pensar. El cambio incesante, la apariencia de la multiplicidad caótica, la contingencia de los particulares y su aparente desvinculación, hacen que quede obscurecida la presencia activa (enérgeia) de la vida en la materia física. Pero, entonces, ¿dónde se da lo conocido?, ¿quién conoce? La universalidad era universal puesto que hay conocimiento, y sólo hay conocimiento de lo universal. Pero ¿cuál es el instrumento del conocimiento? Sólo puede ser el propio eídos-forma-de-la-especie. Así pues, ¿seremos pensados en nuestros pensamientos?, ¿seremos aprendidos en nuestros aprendizajes? Nuestro yo pensante, ¿será el yo de la especie? Mas, entonces, ¿cuáles serán sus instrumentos del pensar? Dirán —Aristóteles y Oñate, su intérprete— que los eíde inmanentes en nosotros, si de nosotros hablamos, aseguran el pensar, y la verdad inmarcesible, sin problemas, del ser-pensar. Pero ¿no resulta que mi pensar no es sino el pensar de la especie que habla, coyunturalmente, por mi boca? Mis habladurías ya no son más —¡oh, desgracia!— sino las habladurías de la especie por la materialidad de mi boca. Sólo hay hablar, sólo hay historia de la especie. En algunos aspectos, ¿no estamos muy cerca del principio de objetividad de Monod, cuando para construir ciencia debemos castrarnos de nuestro discurso para darle la realidad intersubjetiva, es decir, la objetividad? Claro, en el discurso aristotélico que nos enseña Oñate, ser y pensar son lo mismo en el hombre. El entendimiento, al inteligir los eíde, se intelige a sí mismo. El entendimiento activo o en acto es, entonces, autoconsciente. ¿Buscábamos las primeras causas y principios?, pues bien, los hemos encontrado en los eíde, los cuales, vistos desde sí mismos, son acciones inmateriales, principios vitales de los vivientes —nada de abstracciones—, que el entendimiento capta en cuanto tales, en cuanto principios activos y simples, con una acción también simple e indivisible. Los eíde ofrecen, por tanto, dos pers- sobre el dios de aristóteles talidad, ni tampoco sólo la cognoscibilidad epistémica, sino también la 64 pectivas: vistos desde sí mismos, como actos, son intuición intelectual alfonso pérez de laborda en la que el entendimiento se identifica con lo inteligible; vistos en el compuesto, que remite o refiere a ellos como su causa, entonces es cuando son conocidos a través de sus manifestaciones materiales, y de estos compuestos es de los que hay conocimiento objetivo en relación a la causa o substancia primera. Queda así más claro aún: quien conoce es el eídos-forma-dela-especie. Mas el entendimiento no es el alma, prosiguen, no es causa de ningún ente animado. La autoreferencialidad de la autoconciencia no es absoluta. En esto se distingue el entendimiento del hombre del entendimiento supremo de Dios, que al no incluir potencialidad, diversificación, diferenciación alguna o referencialidad a nada más que a sí mismo, única y exclusivamente, está siempre y constantemente siendo pensar o inteligiéndose en acto. El entendimiento —lo que no acabo de ver bien qué sea—, tiene su ámbito de ser, por tanto, en los puros universales conocidos por quien conoce: el eídos-forma-de-la-especie. Intuición intelectual en la que el entendimiento, ese entendimiento y no otro, se identifica con lo inteligible. Aquí no hay hiato. No hay posibilidad alguna de mirar con cuidado. Las cosas del entendimiento, de ese entendimiento, vienen dadas en la pura autorreferencialidad de eso que es pensar y se intelige en acto. Ni de lejos que el pensar sea un razonar ni sobre experiencia ni sobre hipótesis ni sobre una legalidad imputada. El pensar es ser en el sentido de que el pensar es intuir lo que es. Pero, insisto, ¿quién intuye? El ser es pensar en el sentido de que el ser es vivir lo intuido en el pensar. La verdad, en este pensar aristotélico que nos propone Oñate, no es disyunción verdad/error, sino sólo verdad, y esta no está en el pensamiento como un objeto, sino que es la mismidad del ser-pensar: el pensamiento en acto es lo mismo que las entidades en acto, que capta por intuición intelectual, por contacto. Si esto es de verdad Aristóteles, en nada nos ayudaría en una filosofía de 65 Hablaba más arriba con nuestros autores de la condición transeúnte del eídos. Muere la morphé orgánica, el alma del cuerpo del individuo, inseparable de materia en el compuesto hilemórfico, pero el eídos-alma ni nace ni muere, sino que se transmite. Por eso, de todo eídos-causa, en tanto que causa o acto, y en tanto que objeto o materia del conocimiento, hay intuición intelectual, pero no al comienzo del proceso cognoscitivo, sino al final. Las cosas, pues, son bien claras, y bien claros quedan nuestros desacuerdos, tan radicales. Quede para más adelante, sin embargo, esa mención tan interesante del final. ¿Es el Motor Inmóvil la única substancia suprasensible e inmaterial? Giovanni Reale, con quien Oñate comparte aristotelismo hasta acá, se pregunta si las almas de los entes sensibles son también motores inmóviles. Y la omisión de los eíde como entidades inmateriales y primeras causas de las entidades sensibles ha desembocado en la reducción monista-monoteísta de todas las causas ontológicas a la de Dios, que derechamente llevaría al teorema de la creación. Aunque, prosigue Oñate, luego Reale tenga que recurrir a ángeles motrices para poner en movimiento las cosas del cosmos. Oñate se siente mucho más cercana de Enrico Berti, aunque sólo haga camino con él, como vamos a ver, hasta un cierto punto de la interpretación aristotélica. Con él sostiene que no hay el Ser, sino los seres. Todos los vivientes participan no de lo divino, ninguna deducción o reducción es pertinente en el modelo de la pluralidad ontológica irreductible que es el de Aristóteles, sino en lo divino, cada uno en la medida de sus fuerzas, de su potencia. Cada uno de los vivientes colabora, participa en la realización de lo divino, de la vida permanente, eterna, necesaria, inmutable, siendo cada uno que es esencialmente, insistiendo en su ser-lo-que-es, y plenificándolo al máximo dentro de sus posibles, hasta llegar, en el caso de los entes terrestres, a transmitirlo, a engendrarlo, sobre el dios de aristóteles la carne como la nuestra. Pero ¿lo es de este modo? 66 a reproducirlo en otro. Tal cosa acontece de modo inmediato en los alfonso pérez de laborda astros, cuya materia por incorruptible exime a estos individuos eternos de la regeneración. Y también de los individuos corruptibles que pertenecen a la especie ingenerable y eterna. Lo siento, pero cuanto más avanzo en el pensamiento de nuestros autores, menos me va interesando; más difícil me va apareciendo la manera en que pueda incitar mi propia creatividad filosófica. VI El Primer Dios es la causa definitiva del movimiento eterno cósmico, como causa final directa de las almas celestes. A lo que sigue en la interpretación de Oñate, ni siquiera llega Enrico Berti, nos dice nuestra autora. Es la causa de la unicidad del universo; ahora bien, ¿se debe a esa su unicidad absoluta o a su propia primacía sobre los restantes motores inmóviles? Los demás motores inmóviles, en cuanto causas finales, son también inteligibles en acto. Su diferencia con el Primer Motor Inmóvil, según la interpretación aristotélica de Oñate, sólo sería modal y referencial, pues incluiría potencialidad referencial —relación a otro o alteridad— con respecto a esos otros motores inmóviles, lo que en absoluto le ocurre a este Primero, pues sería sólo simple (haplós) acto (entelécheia), sin más articulación que la de pensarse a sí mismo como inteligible en acto; para su inteligencia en acto. Así pues, en contra de lo que interpreta Berti, para Oñate, la diferencia entre el Dios supremo y los restantes dioses no sería sólo de especie, es decir, de forma, sino única y exclusivamente una diferencia modal. El Primero tiene una simplicidad modal absoluta, siendo una entidad absolutamente necesaria; los segundos motores inmóviles, en cambio, sólo relativa, y su necesidad será hipotética, condicionada o por referencia a la necesidad simple incondicionada. Además, y por último, es causa del orden del cosmos. Pero Dios no es el fin-forma al que 67 entendida como lo hace Oñate, cada cosa tiende a la plenificación de su propia forma. Dios, así, es causa final-modal del universo, pero no causa final-formal. Berti, según Oñate, se queda en que la función causal de Dios se ciñe a la causalidad motriz: él es causa motriz del cielo. Pero esto, según Oñate, no es así. Si Dios mueve el cielo como causa final de los intelectos estelares, en realidad son los intelectos o motores inmóviles de las esferas los que las movían como inteligiblesamados, que inteligían, a su vez, al Primer Motor Inmóvil. La posibilidad de que sean causas motrices y, sin embargo, inmóviles, depende, precisamente, de que sean causas finales ellos mismos. La naturaleza y el cielo penden de Dios, que es su principio como causa final, como Bien supremo, y de este modo es principio; esta es la única causalidad que puede ejercer lo absolutamente inmutable y simple, lo necesario, sin hacer nada, siendo sólo pura y plena presencia. Lo que se mueve por su causa es lo que intelige y ama, no lo inteligible-amable, pero sin en absoluto entrar en relación con lo que se mueve. Lo que se mueve y es movido al mover es lo mixto de potencia y acto, y esto es intermedio. Para que el Noûs sea principio absoluto del cosmos ha de ser fin y no inicio del movimiento; entonces sí puede causar sin componerse, sin ser relativo; el mundo es relativo a él, de él penden la naturaleza y el cielo, pero no viceversa. Sólo hay un entendimiento que no refiera a ningún otro, sino a sí mismo como inteligible en acto. Tendremos así un Primer Principio absoluto, simple en acto, inmutable, necesario, al que remiten todos los restantes por la causalidad final, sin que él refiera a ninguno. Es el nÒhsij no»sewj, el Primer Principio absoluto, un límite del todo-cosmos, del único universo finito, perfecto. ¿Cómo pensar ante esta enorme tirada de nuestros autores? En definitiva vemos que el centro de toda consideración es el movimiento. Por supuesto que se trata de un movimiento entendido en sentido muy amplio, no sólo movimiento mecánico, movimiento en la sobre el dios de aristóteles todas las cosas tienden, porque en la ontología pluralista aristotélica, 68 consideración del lugar; pero no deja de pensarse en el paradigma del alfonso pérez de laborda movimiento. Es obvio, ante el movimiento, y puesto que no pueden darse ni razonamientos ni causalidades de largura infinita, el reposo es esencial: el reposo de los lugares naturales de las cosas, allá en la Física, y ahora el reposo del Motor Inmóvil, en la Metafísica. Y porque nos movemos siempre en ese ámbito del movimiento, resultará de manera palmaria que ese Motor Inmóvil, que es sólo motor de movimiento, él mismo debe tener la inmovilidad no sólo de todo movimiento local, sino de cualquier pasión. Y es causa del eterno movimiento cósmico, pues causa final directa de las almas celestes. Cada una es causa del movimiento de todo lo que le concierne. Hay, pues, como una cadena de causalidades que va remontando hasta llegar a la Causa Primera de todo el movimiento del cosmos, ahora unificado por él y desde él. Pero nótese bien —en la interpretación aristotélica de Oñate—, nunca, en esa cadena de causalidad se da, por así decir, un mirar de lo que es causa a lo que es causado por ella. Todo mirar es hacia arriba de la propia cadena de causalidad. Esto significa que, en nuestro caso, nuestro eídos-alma, la causa de que seamos lo que somos, no mira con ternura y simpatía hacia aquello que conforma y compone, sino que la mirada, de haberla, iría en su dirección, de lo menos a lo más. En nosotros, pues, no hay compasión del eídos-alma por ‘su’ materia. Es causa de todo lo que en nosotros se da y acontece, pero en ningún momento nos mira siquiera; es nuestro motor, pero motor, como todo motor mecánico, impertérrito a todo lo motorado. Es la nuestra una unidad de causación mientras el eídos-alma nos “pasa” por la materia que es la nuestra, desde nuestro engendramiento hasta nuestra muerte por descomposición, debido al abandono de la forma, una vez que hemos engendrado descendientes, continuando la especie. Pero esta relación nada tiene de afectuosidad. En nada es una relación de amor. Lo menor y de menor calidad eidética y causal mira a lo más y de mayor calidad. Pero nada más. Es una cadena, pues tiene la flecha de la finalidad en su punta, mirando, en definitiva, hacia el Motor 69 cha direccional se va descarnando, desmaterializando, perdiendo toda encarnación, conforme subimos por ella, hasta el momento final en el que ya nada queda. Es una cadena de meras causalidades en la que si hay algo que no cabe por su misma esencia es la enmemoración del amor. Bien, sí, pues se configura el cosmos en su orden imperturbable. Pero nótese que también ese Bien está desnudado de toda enmemoración en el amor. Entiendo que nuestros autores me dirán: estamos en los ámbitos más sublimes de la metafísica. Vale. Pero si en ella no hemos ido arrastrando desde lo más abajo en nuestra cadena ascendente, al menos en lo que a nosotros toca, la amorosidad, cada vez vamos abstrayéndonos de nosotros mismos, hasta ir alejándonos de tal manera de nuestros sientes que sentiremos cómo cada vez vamos siendo reconvertidos en meros estantes que deben ser encajados en el enhebramiento cósmico ascendente. Es tal la distancia que hemos establecido así entre lo que nosotros somos y el Motor Inmóvil, han sido tantas y tales las instancias intermedias que en la configuración de lo infralunar y, sobre todo, del etéreo mundo supralunar hemos establecido —quizá mejor, en esta interpretación, encontrado— que se ha roto cualquier relación entre él y nosotros, como no sea la relación en la cadena de causalidades, en la que nosotros estamos muy abajo, y él es la puerta sublime. Una filosofía de la carne no puede verse reflejada en estos pensares. Conforme vamos ascendiendo en la cadena de causalidades, que es ascensión en el alejamiento del centro del cosmos, es decir, de nuestra Tierra, nos vamos encontrando con un movimiento que es cada vez más regular, por etéreo, por desencarnado, y es ahí en donde nos encontramos con las esferas celestes y sus motores inmóviles. Pero todo esto es ya un puro movimiento mecánico. No movimiento en el sentido del cambio de lugar, movimiento de localidad, pero no lo es así porque, una vez más, jugamos con nuestros decires. No es sobre el dios de aristóteles Inmóvil, causa del conjunto enhebrado del todo cósmico. Pero esa fle- 70 movimiento local el suyo porque, siendo circular, uniforme y centrado alfonso pérez de laborda es como si no fuera un movimiento. No es local, si hemos definido la localidad, como se ha hecho, en relación al movimiento en una línea. Aquí eso no se da, pues, moviéndose circularmente, nada cambia y todo parece quieto, hasta el punto que diremos estar en reposo de movimiento local. Pero nos adentramos así en la misma dificultad que encontramos ya en la consideración del tiempo. Es eterno, pero no infinito, pues cíclico. ¿No son ambas consideraciones demasiado fáciles? Una psiché que estuviera observando ese movimiento cíclico de las esferas celestes y ese tiempo idénticamente cíclico podría ir numerando entre un antes y un después, ¡de otra manera no habría movimiento ninguno!, y anotando los resultados siguiendo los números naturales. Si así fuera, iríamos creciendo en la numeración, ¿hasta dónde? Claro, para no tener la necesidad de llegar hasta el ∞, deberemos cortar por lo sano y decir que es un movimiento que ya es como si no lo sería, pero ¿no hay ahí una falta de gramática? Los primeros motores, entre los que está, no lo olvidemos, nuestro eídos-forma-de-la-especie, son causas finales inteligibles en acto, que del Primer Motor sólo tienen una diferencia modal, referencial, pues todas las demás tienen relación a otro, mientras que él no la tiene. Es verdad en cuanto que la cadena de causalidades se cierra, para no ser infinita, en él, y él ya no tiene referencia hacia arriba con ninguna otra realidad más allá, por eso Motor Primero, además, Inmóvil, puesto que ni por encima de él ni en sus inmediaciones por debajo, hay movimiento alguno —bueno, en el movimiento entendido por nuestros autores—, mientras que, si descendemos por la flecha de las causalidades, cada vez nos acercamos más al movimiento, que tiene su borde como movimiento local en el momento en que los leves traspasan la esfera de la Luna. Es tal el alejamiento del Primer Motor de esa esfera, que a ella no le puede llegar ni siquiera el eco de lo que acá acontece. La actualidad se hace en él actualidad pura. Ya no cabe en él ninguna potencialidad, por tanto tampoco pasividad alguna. Si en el mundo nuestro hubiera amorosidad, esta no traspasaría la esfera 71 que no podrían traspasar las 53 esferas celestes. Por eso la incontaminación amorosa del Motor Inmóvil. Todos mirando siempre hacia arriba. Él ya mirándose sólo a sí mismo. Mirando desde esas alturas de la puerta suprema, si se diera en nosotros la amorosidad, no llegarían a ser sino puros movimientos emocionales los cuales se darían nada más en eso que nosotros somos. Pero, como no pueden ascender, significará sin duda que se trata de algo no del eídos-forma-de-la-especie —¿qué sentido podría tener?, la sociobiología tendría razón, serían meras particularidades de la especie como tal para asegurarse mejor la reproducción—, sino de la ‘su’ materia. ¡Y nada más! Si las cosas del aristotelismo fueran así, ¿qué de raro tiene la atracción suprema del platonismo que nos aleja de esa causalidad mecanicista sin sentimientos ni Belleza ni Bondad? ¿A quién ha de atraer un pensamiento tan poco cercano a lo que somos de verdad? Dios no es el fin-forma al que todas las cosas tienden, nos aseveran nuestro autores, porque en la ontología pluralista cada cosa tiende a la plenificación de su propia forma. Hablaba más arriba de cadena ininterrumpida de causalidades, pero eso no indica que el Primer Motor Inmóvil sea fin-forma al que todo tiende. Si se quiere, sería a lo más una tendencia puramente casual. Me explico. Todo movimiento tiene su causa. De movimiento en causa podemos remontar, en lo que llamo cadena ininterrumpida de causalidades, a ese Primero. Mas esto en nada significa que haya en todos los causados de la cadena una aspiración a ese Primero como su fin. Y no es así porque cada cosa tiene su propia plenificación, la que se le da en su plena forma. Y no hay salto de una plena forma baja en la cadena de causalidades a otra forma más alta en la misma cadena. Si esto fuera así, podría darse una ligazón finalista y afectiva entre el finalizado y quien es fin último. Pero no, se quiere guardar sólo una cadena de causalidades que se refiere solamente a la actualidad del movimiento. sobre el dios de aristóteles lunar, y si algunos ecos almales llegaran todavía más arriba, de cierto 72 Pero en ese movimiento, partiendo de la esfera lunar hacia las regio- alfonso pérez de laborda nes etéreas, no hay ningún movimiento afectivo provocado por la finalidad y su retroducción. Sólo hay mirada causal hacia arriba de las esferas supralunares en busca de quien sea definitivo Motor, Inmóvil y Primero, que nos termine la cadena de causalidades, no sea que se nos quiera ir al infinito. Mirada, sin embargo, de meras causalidades hacia un Motor que ya no ocupe ningún lugar. Pero no hay finalidad de amor hacia él ni que de él descienda. Es sólo una cadena de causalidades, pero en absoluto de amorosidades. Diré algo analógico que señala dos paradigmas de la amistad. En las páginas maravillosas de Aristóteles sobre ella, la amistad se da sólo entre iguales, entre quienes no se deben nada el uno al otro, simplemente entre quienes, por su estar en el mismo nivel de equilibrio, pueden compartir sin que nadie deba al otro, pueden hacer que todo lo del uno sea del otro, pues nada se debían, se deben o se deberán. En la amistad que nace en el ámbito de Bernardo y Elredo, los primitivos cistercienses, la amistad indica una finalidad de amor, un compartir lo que tienen y, sobre todo, lo que sólo pueden alcanzar por la gracia de lo que son juntos quienes son amigos. La amistad aquí es amorosidad menesterosa que busca la finalidad conjunta de la plenitud, y que se ofrece del uno al otro y del otro al uno como menesterosidad de amor. En el primer paradigma, la amistad no tiene movimiento que busca la finalidad y que se hace en esa búsqueda. En el segundo, sí. Mas se entiende que desde el primer paradigma el segundo no pueda ser aplicado a las causas, y mucho menos a Dios. Causa final directa, ¿significa causa atractiva? Parece que, en definitiva, no, al menos en lo que opinan nuestro autores. Supongamos un mecanismo con sus ruedas y palancas. Se mueve porque cada parte tiene un motor propio. Pero el conjunto necesita un Primer Motor que lo ponga en movimiento. Esa es Causa final del movimiento del todo. Pero en todo ese mecanismo no se da causalidad atractiva. Ese Motor Primero, que últimamente es causa del movimiento global, él mismo fuera de la globalidad del mecanismo, no establece con las partes del 73 de motoricidad y de motorado. Este modelo, lo entiendo, sólo en un pequeño respecto, tiene que ver con lo que nos traemos entre manos del Motor Primero. Si se quiere hay dos cuestiones que vamos a ver al punto. ¿Es cada motor del conjunto del universo dueño de su acción?, ¿sale esta de su propio ser? Se podrá decir que sí, que su ser es, precisamente, ser activo en el ámbito de su acción. Mas si las cosas fueran así en absoluto, el cosmos no sería algo ordenado y unitario, sino una conjunción de partes, ellas sí ordenadas, pero sin orden común. El cosmos, así, sería un conjunto de cosmos disyuntados entre sí. Para un griego las cosas no podían ser de tal modo. Todo le indicaba que no era así. Por eso necesitaba un Primer Motor Inmóvil; era él quien hacía posible el movimiento del todo, y de la misma lo unificaba en un ayuntamiento común. Pero eso parecería indicar que precisamente lo más íntimo del motor, la acción que en él anida, su ser acto que transmite y hace posible el movimiento a aquellos que están en su ámbito, le venga del Primero. Que, en definitiva, el ser del Primero es, exactamente, ser acto. Por eso su fuerza de transmisión al conjunto del cosmos haciéndolo posible y unitario. Si las cosas fueran así, no sólo habría una cadena de causalidades que van siempre mirando hacia arriba, y nada más que arriba, buscando la Primera Causa, sino que se daría a la vez, siendo incluso más importante, una cadena de actualidades que van mirando hacia abajo, haciendo que los seres sean también en acto. Si fuera así, ¿podría ser de otra manera?, lo más importante de lo que los seres son le vendría dado desde el Acto Primero. Suponiendo que las cosas son así, nos encontramos algo decisivo: hay un camino de ida y vuelta en la relación, yendo a nosotros, como estamos haciendo siempre en estas páginas, que tenemos con el Primer Motor Inmóvil. Una subida en la causalidad y una bajada en la actualidad. ¿No establece esta circularidad de ser una segunda sobre el dios de aristóteles mecanismo ninguna relación de afectividad, es claro, sólo una relación 74 relación de nuestro propio ser con el Ser en acto? La finalidad así alfonso pérez de laborda toma tintes mucho más plenos que en una finalidad que sólo marca la diana de la flecha de la línea causal, la cual no podría arrastrar ninguna connotación afectiva en ese estudio de una pura mecanicidad. Pero, lo hemos visto, eso no es todo. Si se quiere, ni siquiera es lo más importante. Falta todavía la cadena de las actualidades. ¿No se puede establecer así una relación mucho más compleja, rica e interesante? Más aún, si pudiéramos desterrar las 53 esferas celestes que intermedian entre el Primer Motor y nosotros, pues siempre a este nosotros me estoy refiriendo aquí, como he repetido de continuo, se establecería una cadena de causalidades y de actualidades notablemente distinta, lo que tendría consecuencias importantes por demás. La distinción entre estante y siente establece que ese mecanicismo, si se diera, que no se da, se constituiría sólo en el ser de los estantes, y en lo que nosotros compartimos con ellos al ser también, en una parte importante, estantes mundanales. Somos seres mundanales, sin duda, pero ¿se acaba nuestro ser ahí? Me pregunto si no habría que indagar en la palabra ‘semejante’ que nos apareció más arriba. Pero ¿no cabe un discurso totalmente distinto si hablamos de los sientes?, ¿no entramos ahí en la consideración plena de la línea descendente de las actualidades? Entonces acontecerá que nuestro eídos recibe su actualidad de quien es Acto primero, de quien su ser es Ser en acto. Recibiéndolo de él, nosotros también somos seres en acto. Habrá, es obvio, una diferencia radical entre él y nosotros, Él será Acto en completud. Nosotros aspiramos sólo a una plenitud de ser en acto, en la que no estamos, pues vivimos en un ir siendo. Supongamos que estos pensamientos nos vienen a la cabeza, es evidente que los obtenemos en un ámbito aristotélico, mas ¿tendremos que rechazarlos porque, quizá, no se atengan a las palabras del propio Aristóteles? ¿Sería completarlo o corregirlo? Bien poco me importaría que fuera una cosa u otra. Si me ha ayudado en mi búsqueda de la verdad, sea bendito Aristóteles. Los otros motores inmóviles, prosiguen nuestro autores, conlle- 75 que esto se pueda decir siquiera en la cadena ascendente de las causalidades. En ella, los otros motores tienen dos posibilidades de mirada: una la que se dirige a ‘su’ materia, sea materia sublunar, sea materia etérea, y otra la que se dirige hacia arriba, hacia la Causa primera. Por supuesto que ambas miradas no son idénticas. La que se dirige hacia abajo es mirada de superioridad causal, mientras que la dirigida hacia arriba es de inferioridad causal. Pero ¿se puede decir que los otros motores no miran a ‘su’ materia? En nuestro caso, ¿se puede decir que lo que consideran el eídos-forma-de-la-especie no mira a ‘su’ materia? Si fuera así, no llegaría a formar a quien es Sócrates. Entiendo que en quien es Acto supremo no se dé ya esa ‘mirada hacia arriba’, pues se habría convertido en una ‘mirada a sí mismo’, y de ahí vendría el que sea nÒhsij no»sewj, Pero ¿por qué él, y sólo él entre los motores, no tendría la ‘mirada hacia abajo’? Esto no es comprensible ni siquiera en la cadena de las causalidades. Ni que decir tiene que mucho menos en la cadena de las actualidades. Por eso, me parece que la afirmación que nuestros autores hacen se debe a un emperramiento irracional que proviene de una consideración hilemórfica llevada hasta extremos injuriosos para quien es Acto de ser. Se considerará que, con mente lógica —más bien logicista, ¿por qué?, ¿por qué ahora, sólo ahora, en un momento tan decisivo del pensamiento?—, hay que dividirlo todo en actualidad y pasividad, en donde se meterán a rebujo todos los afectos, y se dirá que estos últimos son indignos por demás del Primer Motor. ¡Pobre Primer Motor, pues se le ha arrancado la esencia misma de su Ser acto! Dicen nuestro autores que Dios no es el fin-forma al que todas las cosas tienden, porque en la ontología pluralista cada cosa tiende a la plenificación de su propia forma. Dios, así, es causa final-modal del universo, pero no causa final-formal. Se confunde en Dios la plenificación, que es cosa nuestra, de los sientes, ni siquiera de los seres mun- sobre el dios de aristóteles varían potencialidad referencial. El Primer Motor, no. Mas no entiendo 76 danales, los estantes, con la completud, que sólo él posee. Si fuera alfonso pérez de laborda como aventuro, Dios sería a la vez causa final-modal y causa final-formal. Las dos cadenas de la causalidad y de la actualidad nos habrían abierto las puertas a la retroducción analógica entre Dios y nosotros. Esto haría que se diera en nuestro conocimiento lo que hemos obtenido en el ser mismo de la realidad. Creo que en el aristotelismo es obvio que puede darse este camino retroductivo, no digo que se dé, sino que puede darse, y no se puede rechazar por introducir ahora, de pronto, una mentalidad logicista. Sólo hay un entendimiento que no refiera a ningún otro, sino a sí mismo como inteligible en acto, ese es Dios, pero ¿el que no se refiera a ningún otro significa que nada tiene con ellos? Es obvio que al menos una cosa tiene con ellos: es su Causa. No es poco. Si, además, por ser Ser en completud, es el Ser en acto que les hace ser, ya hemos avanzado mucho. La verdad es que poco antes nuestros autores han afirmado algo que no puedo saltar: Dios mueve el cielo como causa final de los intelectos estelares, y son los intelectos o motores inmóviles de las esferas las que las mueven como inteligibles-amados, que inteligían, a su vez, al Primer Motor Inmóvil; la posibilidad de que sean causas motrices y, sin embargo, inmóviles, depende, precisamente, de que sean causas finales ellos mismos. En estos pensamientos se habla de amor, puesto que nuestros autores suponen que los motores inmóviles —¿serán estos sólo los de las 53 esferas de los cielos o también lo será el eídos-forma-de-la-especie?— son intelectos y mueven a sus movidos como inteligibles amados; intelectos, pues, que aman a sus inteligibles. Como se da esa identidad entre ser y pensar esos intelectos y esos inteligibles con la causa y lo causado. Pero en ellos parece apuntarse una relación amorosa. ¿Cómo, si no, viniendo a nosotros, el eídos-forma-de-la-especie tomaría con tanta constancia, y supongo que gozo, contubernio con ‘su’ materia? Esa relación de causalidad, que es relación de inteligibilidad, ¿nada tendría, pues, de una relación de amor? Si así fuera, esa cadena de causalidades y esa cadena de actualidades que terminan y comienzan en el Ser en completud, 77 Dios no? No parece ni creíble ni lógico ni razonable. Se establece un hiato artificial. Se rompe el juego de la analogía. Se pierde la realidad. Siendo aristotélico habrá que decir: no es posible. La posibilidad de que los motores intermedios sean causas motrices y, sin embargo, inmóviles, depende, precisamente, de que sean causas finales ellos mismos, dicen nuestro autores Pero deberemos preguntarnos si causas finales que terminan en sí mismos o causas finales dentro de la cadena de las causalidades a las que me he referido antes. Si no se da lo segundo, sino lo primero, esto ha de ser decisivo, pues entonces ellos también han de ser dioses. La cadena de actuaciones comenzará también en ellos y sólo servirá, si vamos a lo que toca a nosotros, para que el eídos-forma-de-la-especie se relacione en cada uno de lo que somos nosotros con ‘su’ propia materia. La naturaleza y el cielo penden de Dios, que es su principio como Causa final, dicen; pero me pregunto si no han aceptado que las cadenas de las causalidades queden rotas, y que se trate más bien dentro de lo inteligible más que en lo real. Como Bien supremo, pero me temo que todo va a quedar reducido a un vago Bien supremo, sin demasiados contenidos actuales ni causales, ese Dios Motor Inmóvil es principio. Esta sería la única causalidad que puede ejercer lo absolutamente inmutable y simple, lo necesario, sin hacer nada, siendo sólo pura y plena presencia. Pero, lo estamos viendo, ¿no es eso esencialmente poco para la realidad de lo que es? Lo que se mueve por su causa, continúan nuestro autores, es lo que intelige y ama, no lo inteligible-amable, pero sin en absoluto entrar en relación con lo que se mueve. Intelige y ama sólo el que está más abajo en la cadena de las causalidades. Pero no el que ocupa el vértice supremo de esa cadena. ¿No se han olvidado de la cadena de las actualidades y de la circulación retroductiva? sobre el dios de aristóteles ¿nada tendría de una relación de amor? ¿Todos los demás sí, pero Todo va hacia arriba. ¿No hay, finalmente, una mirada ploti- 78 alfonso pérez de laborda niana en todo esto? Pero, incluso en Plotino, se da esa cascada de caída desde el Uno hasta lo sensible. Entendidas las cosas como hacen nuestro autores hay una reducción drástica de Dios. Sólo tiene una mirada causal, actual e inteligible: hacia sí mismo como nÒhsij no»sewj, el Primer Principio absoluto, un límite del todo-cosmos, del único universo finito, perfecto, terminan. Pero al llegar aquí, además de todo lo apuntado ya, queda algo por decir: no hay ese límite del todo-cosmos al que ellos se refieren. De haberlo, haría que el cosmos fuera un cuerpo finito con un límite, lo que le hace estar contenido en un lugar, y el lugar no puede ser infinito. Y ese límite es Dios. La Metafísica se habría convertido en un doblete de la Física: la del mundo, a este lado del límite que señala su lugar natural, y la de Dios, al otro lado del límite, que señala lo otrodel-todo. ¿No haríamos coincidir a Dios con la pura Nada? Ese Dios de nuestros autores, aunque Dios supremo, causa del orden cósmico, vinculador de todos los seres entre sí, lo es sólo como principio-modal del todo, y no como causa formal-final o esencial única para todos los entes. Vemos cómo, pues, se abre el espacio para los otros dioses inferiores a él. Ese Dios supremo, por ser absolutamente necesario, es causa y principio, condición última e imprescindible de todo lo que hay, del cielo y de la naturaleza, que podrían no ser y, sin embargo, son, y son eternos, como hemos visto que ellos sostienen. Principio, pero no principial. Ese Dios supremo no está en el principiar. Ellos nos lo han dicho: tiene importancia en el final del todo, pero no en su principio, pues siendo eterno todo el conjuntamiento, no hay principiar. Hay principio, pero no principiar. Lo sabemos ya: nuestros autores afirman que la causalidad modal-condicional del Dios supremo Cf. El capítulo 3, “El cuerpo infinito en la física de Aristóteles”, en Estudios filosóficos de historia de la ciencia (Madrid 2005) 164-184. no resta a las entidades primeras, las eíde substanciales, las de las 53 79 nomía ni autoconsistencia. Mírese cómo queda reducido el Bien en el pensamiento de nuestros autores: el Bien supremo sólo funda y explica cómo se coordinan las substancias primeras entre sí por relación a una de ellas: la mejor de todas, el Dios Primer Principio entre los principios primeros. En el libro de Oñate, de la mano de Aristóteles, queda por ver cómo se conjuga y articula, gracias a la existencia del Dios Primero —¿tendríamos que decir del estar ahí del Dios Primero?—, el sistema de los primeros principios del cosmos, sin que Dios haga nada relativo al mundo, lo cual contradiría su absoluta simplicidad-actualidad, ni estorbe o interfiera la auto-consistencia ontológica de las substancias naturales; lo cual contradiría ahora su propia condición de entidades kath’autá. En resumen del pensamiento de nuestros autores: ¿es Dios la única substancia primera? No. Ya lo han afirmado convenientemente. Dios, el Primer Dios, no es la única substancia suprasensible, inmaterial, eterna, necesaria y Motor Inmóvil; también son substancias primeras todas las eíde-almas específicas en las entidades naturales vivas. Pero, entonces, ¿habrá que decir que todas las almas específicas actuales son divinas? ¿Por eso la filosofía primera es, simplemente, teología? Terminada esta parte de mis papeles, será bueno fijarnos en una cosa. En un momento, sólo en uno, hemos hablado de la distinción real entre esencia y existencia. Oñate, evidentemente, la rechazaba con vigor para Aristóteles, pues no está en él y, nos dice, introducirla en su pensamiento es desvirtuarlo por completo. Para Aristóteles es decisivo comenzar con ‘lo que es’. Ello es, y ya está, lo dado, lo experiencial. No partir de ahí sería un puro irse por las ramas de lo que no es. Puede ser así, lo hemos visto hasta la saciedad, porque está el eídos-formacausa-alma, en nuestro caso, eídos-forma-de-la-especie, que es la próte ousía con todo la fuerza de ‘lo que es’. ¿Cómo y por qué introducir la sobre el dios de aristóteles esferas y, en nuestro caso, el eídos-forma-de-la-especie, ninguna auto- 80 distinción real de esencia y existencia? Cuando se ha olvidado la fuerza alfonso pérez de laborda central de lo que acabo de decir con el Aristóteles de Oñate —aunque no estoy seguro de que deban ser aceptadas las implicaciones de su interpretación—, todo ello ahora se va a conjugar como ‘esencia’; pero, es obvio en cuanto se piensa así, una esencia a la que le va a faltar algo decisivo, el hecho de existir, la ‘existencia’. De esta manera la esencia necesita que se le añada la existencia para ser, porque por sí no tendría la fuerza de ser. Así pues, ¿quién se la dará? Dios, en quien la existencia coincide con la esencia por ser el acto de ser, el Ser en acto. También yo intento partir de la experiencia de ‘lo que es’, y no tengo esa necesidad imperiosa, al menos por ahora, de introducir aquella distinción real, porque por otros caminos llego a la conclusión de que el mundo es creación y todas las consecuencias derivadas de ahí. El pensar de este modo me evita todos los peligros de convertir la ‘esencia’ en una manera logicista de considerar lo que es. Además, no me mete en los peligros de que la ‘esencia’ sea mundo de posibilidades y de virtualidades, y no de realidades. Que lo fuera así en nuestros puros pensamientos, no me importaría; pero me temo que con demasiada facilidad se introducen esos juegos en el mundo y en la realidad. Y me temo, para colmo, que eso conduce de manera segura al Dios Gran Matemático de la época clásica, lo que ha desembocado de modo inexorable en la muerte de Dios. Para colmo, seguramente nos arrastrará a concebir la mente de Dios como el ámbito platónico de las Ideas. Ninguna de esas cosas es interesante para una filosofía del cuerpo. VII Para comprender con exactitud entre otras cosas el debate sobre el infinito del que habla Aristóteles, me parece de interés hacer una excursión por el método de exhaución de Eudoxo, también discí- pulo de Platón, tal como nos ha llegado a través de los Elementos 81 traslada Teresa Oñate, de que la infinitud es imposible para nuestro maestro, y, sin embargo, alguna manera de infinitud tiene que haber, pues de otro modo no podríamos hablar del tiempo, al que tendríamos que reconocer un comienzo y un fin, ni de unas magnitudes inconmensurables con respecto a otras, e incluso en el contar de los números naturales o de los números primos debemos detenernos en algún momento numeral. La infinitud procesual es para Aristóteles de carácter potencial, pero no con una potencia ilimitada capaz de realizarse, finalmente, pues nunca puede lograrlo completamente; en este caso sería entonces un infinito ya actual. A lo ilimitado se llega por una potencialidad de aproximación, por reducción de intervalos, dicen nuestro autores. Esta misteriosa expresión nos lleva derechamente al método de Eudoxo. Vamos a comenzar considerando un triángulo rectángulo cuyos lados iguales tienen una magnitud unidad. La del tercer lado está en geometría perfectamente definida: con regla y compás construimos el triángulo y lo manejamos a la perfección en todos aquellos lugares en donde lo necesitemos. La dificultad se encuentra cuando queremos medir un lado del triángulo y la hipotenusa con una misma magnitud tomada como unidad; la dificultad está, pues, cuando queremos hacer la geometría congruente con los números, es decir, con el álgebra. Es obvio que si el lado pequeño tiene de magnitud la unidad, la hipotenusa es mayor que ella, pero menor que dos unidades. Midamos la magnitud del lado pequeño con una unidad la mitad de la anterior, ahora tendrá una longitud de dos unidades. ¿Y la hipotenusa? Más de dos y menos de tres unidades. Pongamos como unidad del lado menor aquella que la mide cuatro veces. La hipotenusa, entonces, estará entre cuatro y cinco unidades. En ese proceso repetido indefinidamente, nunca llegamos a poder medir uno y otro con una misma unidad, que vamos eligiendo tan sobre el dios de aristóteles de Euclides. Pues nos encontramos ante las afirmaciones, que nos 82 pequeña como queramos, de manera que si mide el lado pequeño alfonso pérez de laborda un número de veces, las que fueren —en el proceso, por tanto, el número que expresa esa magnitud va creciendo—, mida a la vez la hipotenusa con exactitud otro número de veces mayor. Así pues, ambas magnitudes geométricas son inconmensurables: no pueden ser medidas jamás por la misma unidad, por pequeña que la vayamos haciendo. Esto hace que, en el proceso, los números que dicen las magnitudes de un lado y de otro del triángulo vayan creciendo más y más, indefinidamente, pero nunca podremos decir que para la unidad elegida hay un número n que dice la magnitud del lado pequeño y un número m que dice la magnitud de la hipotenusa, de manera que sus magnitudes estén en la relación m/n. Hay dos cuestiones importantes. Nunca podremos repetir el proceso un número infinito de veces. Por eso, nunca llegaremos a lo que nos proponíamos lograr mediante él. El proceso se nos escapa de las manos y parecería que nada podríamos conseguir mediante él. Las dos magnitudes son y van a ser siempre inconmensurables. Se da la imposibilidad de una repetición infinita del proceso, junto a la certeza de la rotunda inconmensurabilidad aún en el caso absurdo de que pudiéramos hacer que ese proceso se repitiera ilimitadamente, lo que, es obvio, no pude hacerse. Nótese al pasar que en esta manera de ver hay algo que está implícito: el constructivismo. En un mientrastanto vamos a fijarnos en el axioma de las paralelas. Por más vueltas que se den, en la geometría euclídea dos rectas paralelas se tienen que definir como aquellas que se cruzan en el infinito, es decir, más allá de cualquier operación que nosotros podamos realizar. Y, sin embargo, sin poderlas haber definido, es decir, en un cierto respecto, sin saber qué son líneas paralelas en las maneras rigurosas del saber-con-saber-de-ciencia que es el de los griegos, no tenemos más remedio que hacer un uso continuado de ellas. Parecería que se dé aquí un mecanismo como cuando desarmamos un reloj: nunca más somos capaces de meter todos los muellecitos en su lugar. El método de exhaución busca embridar las 83 dad. Cuando medimos esas magnitudes, nunca acabamos de encontrar una unidad de medida suficientemente pequeña para dar cuenta exacta de nuestra magnitud: siempre nos falta un poco o nos sobra otro poco. Mas sí podemos llegar a acercarnos a nuestra magnitud inconmensurable en un doble proceso de acercamiento en la medida repetido tantas veces como haga falta, obteniendo siempre como fruto de esas medidas una magnitud conmensurable, hasta que sea poca la diferencia entre ambas, acercándonos a ella sea por defecto sea por exceso. De esta manera embridamos la magnitud inconmensurable mediante dos mensurables, una que le excede y otra que no le llega. Abriremos así un camino para manejar esas magnitudes inconmensurables desde las conmensurables. ¿Cómo podremos acercarnos a ellas tanto como queramos? Si convenimos en una cierta magnitud, por pequeña que sea, ¿podremos acercarnos a nuestra magnitud inconmensurable más de lo que ella nos señala? Si así fuera, tendríamos un procedimiento de dominio de la magnitud inconmensurable. «Dadas dos magnitudes, si de la mayor se resta una magnitud mayor que su mitad y de lo que queda otra magnitud mayor que su mitad y se repite continuamente este proceso, quedará una magnitud menor que la menor de las magnitudes dadas» (Euclides, Elementos, X, 1). Por un proceso de repetición continua de sustracción podemos aproximarnos a una magnitud tanto como queramos. Tomamos dos magnitudes cualesquiera, AB y G. Multiplico la menor, G, tantas veces comos sea necesario, por ejemplo, tres veces para superar a la mayor, AB. Ahora tomaremos un punto T de AB de manera que BT sea mayor que la mitad de AB. Luego tomamos un punto K de manera que KT sea mayor que la mitad de AT. sobre el dios de aristóteles magnitudes infinitas; infinitas con la infinitud de la inconmensurabili- 84 Repetimos la operación tantas veces como sea necesario hasta alfonso pérez de laborda encontrar un punto, K en nuestro ejemplo, de modo que AK sea menor que la menor G. Tenemos así DE, múltiplo de la magnitud menor G, dividida tantas veces como hemos dividido la mayor AB. En la comparación de DE con AB siempre ocurre que el trozo correspondiente de AB es menor que el correspondiente de DE. Con este proceso llegaremos siempre, por tanto, a algún AK<DZ, que a su vez es la magnitud menor G. Si la magnitud AB fuera inconmensurable respecto a no importa qué unidad de medida, siempre podríamos embridarla en cajas, si se me permite la expresión, construidas con esa misma unidad. Con el proceso, mediríamos nuestra magnitud inconmensurable quedando siempre un resto tan pequeño como nos empeñemos al repetir la operación tantas veces como queramos. Por más que, es verdad, nunca llegaremos a medir con exactitud la magnitud inconmensurable. Por otro lado, y sin necesidad de utilizar la proposición anterior, podemos saber que «los polígonos semejantes inscritos en círculos son entre sí como los cuadrados de los diámetros» (XII, 1). Ello nos hace sospechar que la misma proporción ha de cumplirse con los círculos, pero nos encontramos con una dificultad: los círculos son inconmensurables con respecto a toda posible unidad, por grande o pequeña que sea. ¿Qué hacer para dar cuenta de nuestra intuición? Con Eudoxo emplearemos la proposición que acabamos de ver (cf. XII, 2). Sean dos círculos, que llamaremos 1 y 2. Por lo que se cumple en los polígonos, sabemos que la relación entre las áreas de los círculos no ha de diferir mucho de la relación de los cuadrados de los diámetros, a lo sumo será un poco mayor o un poco menor La razón es evidente, un polígono inscrito de muchos lados es ‘casi’ un círculo, luego lo que se cumple para esos polígonos muy cerca debe de andar de que se cumpla para los círculos. 85 A B A sobre el dios de aristóteles G B G G G 3 veces G A K T Z B H D E DE > AB DK > AT DZ > AK Figura 1 E área S Z T Círculo 1 Círculo 2 H Figura 2 En primer lugar, vamos a suponer que esa relación no se cumple 86 alfonso pérez de laborda exactamente si en la proporción ponemos el círculo 2, sino que debe ponerse una superficie tal que la S, algo menor. En el círculo 2 inscribimos un cuadrado. EZHT, mayor que ½ del círculo 2, ya que el cuadrado circunscrito a ese círculo tiene por mitad al cuadrado inscrito. Luego el círculo, que es menor que el cuadrado circunscrito tiene una mitad que es menor que el cuadrado inscrito. Seguiremos haciendo las bisecciones en K, punto medio del segmento circular ZE, y así sucesivamente con L, M y N. Tenemos la certeza de que el triángulo KEZ es mayor que la mitad del segmento circular EZK, porque el triángulo KEZ es la mitad del rectángulo circunscrito, tal como se ve en la figura, y el segmento circular es menor que él. Si seguimos el proceso, por la definición cuatro del libro V, llegaremos a un conjunto de segmentos ‘sobrantes’ del polígono a que hayamos llegado que en su suma serán menores que el exceso del círculo 2 sobre el área S. Así pues, tendremos un polígono 2, tal como el EKZLHTN, cuya superficie es mayor que el área S, y podremos construir en el círculo 1 un polígono 1 inscrito en él que sea semejante al polígono 2. Pero teníamos demostrado de antemano que: polígono 1 / polígono 2 = (diámetro 1)2 / (diámetro 2)2. Además, hemos partido de la hipótesis de que: círculo 1 / área S = (diámetro 1)2 / (diámetro 2)2. Luego nos resulta: círculo 1 / área S = polígono 1 / polígono 2. Es decir: círculo 1 / polígono 1 = área S / polígono 2. Pero: círculo 1 > polígono 1; de donde se deduce que: área S > polígono 2. Ahora bien, hemos partido de que debía ser: polígono 2 > área S; de otra manera no hubiéramos terminado todavía nuestra partición en polígonos cada vez más cercanos al círculo, luego hemos caído en un absurdo. Dicho a nuestras maneras, simplemente para abreviar los procedimientos euclídeas: el cuadrado circunscrito tiene un lado cuya magnitud es ZT, el inscrito es ZE, pero ZT=2(1/√2) ZE, con lo que queda demostrado al ser las superficies como el cuadrado de los lados. 87 K sobre el dios de aristóteles E N E ZN T LT M H E K M H E K Z Figura 3 Z La razón está en nuestra suposición primera: no puede darse 88 alfonso pérez de laborda ningún área S menor que el círculo 2 que cumpla exactamente la relación: círculo 1 / área S = (diámetro 1)2 / (diámetro 2)2. Repitamos toda el proceso suponiendo que el área S que haga exacta esa relación sea algo mayor que la superficie del círculo 2. De la misma manera que antes, el resultado será también un absurdo, lo que nos demuestra que esta segunda suposición es también falsa. Pero si S no puede ser menor que el círculo 2 y tampoco puede ser mayor que el círculo 2, no queda otro remedio que suponer que: S = círculo 2, por lo que hemos probado que se da la relación: círculo 1/ círculo 2 = (diámetro 1)2 / (diámetro 2)2 para todo par de círculos. Estando extremadamente cerca de lo conmensurable, tanto como queramos, lo inconmensurable no nos es accesible en cuanto a la medida. Nunca dejará de ser inconmensurable desde lo conmensurable; pero, como ya he dicho, lo podemos ‘embridar’, o meter el resto sobrante en ‘cajas’ tan pequeñas como deseemos. Así, embridamos el infinito, mejor, el proceso infinito de acercamiento desde el conmensurable al inconmensurable. El conmensurable lo tenemos ahí a la mano, pero desde ese ahí, desde eso que tenemos a la mano de nuestra comprensión, el inconmensurable se nos escapa, no lo tenemos jamás a la mano, nunca lo podremos tener a la mano; sin embargo, hemos encontrado en el método de exhaución un procedimiento para acercarnos a él tanto como queramos. Si podemos decirlo así, embridado, lo podremos ‘manejar’. Ni el cuadrado de origen ni el círculo final son elementos infinitos en cuanto a su superficie. Ahí los tenemos en su pura finitud. De idéntica manera a la que acabamos de ver, por aplicación del método de exhaución se prueba que los prismas triangulares de igual altura son entre sí como sus bases, y que el cono es la tercera parte de un cilindro de la misma altura y de la misma base (cf. Elementos, XIII, 5 y 10). Lo que es tocado por operaciones infinitas, así pues, por el infinito, 89 llegar desde uno hasta el otro, los liga ordenadamente, de manera que en la operación dispuesta todos son polígonos, menos el último, el círculo, aquel al que no podemos llegar en nuestra operación, pero al que nos acercamos definitivamente mediante nuestro método del hacer de nuestro pensamiento. Nótese, además, que el proceso es estrictamente direccional, es el paso mediante un proceso estructurado del cuadrado al círculo, pero no viceversa. Un proceso que sólo puede ir de lo menos o de la fácil o de lo decible, a lo más, a lo difícil por indecible. Digo menos, porque la experiencia del cuadrado —tanto geométrica como algébrica— es total, no puede tener ninguna dificultad para nuestra comprensión y la expresión numérica de su ser. Digo más, porque la experiencia —algébrica— del círculo es inasible, si es que no queremos quedarnos en la burda construcción —geométrica— que hacemos mediante el compás o de las meras aproximaciones de los egipcios. Tiene máxima dificultad para su comprensión y la expresión numérica de su ser, hasta el punto de que sólo podemos llegar a esta a través del proceso de la exhaución. Ahora bien, a través de ese proceso de pensamiento que tiene que ver tan radicalmente con el de construir reales polígonos —y no imaginarios, meras construcciones del pensamiento sin ser real— de cada vez más lados, siguiendo un método en ese proceso, obtenemos con exactitud real el conocimiento del círculo. Todo en el proceso nos lleva al círculo —y a su circunferencia—, ambos algébricamente inasibles. Él es el final de ese proceso, mejor aún, él es el fin de todo lo que acontece en el proceso de comprensión y de ser. Es límite-fin. Todo en el proceso se dirige hacia él, mira hacia él, atrae hacia él la composición incesante de los polígonos de más y más lados cada vez; pero siguiendo las estrictas leyes del proceso, no unas cualesquiera, sino con precisión de idea-forma. El círculo es forma-límite-fin atractor de todos los polígonos en su estricta jerarquía; pero él para nada se siente atraído por sobre el dios de aristóteles es la relación que, a través de las operaciones que establecemos para 90 ellos. No podría. Nada tiene él de polígono. Y, sin embargo, desde el alfonso pérez de laborda cuadrado, él va dirigiendo todo el proceso del acercamiento incesante a sí; va dando forma a la construcción entera. Creo que esto —quizá no más que como metáfora— puede ayudarnos a comprender lo del infinito aristotélico, siempre infinito potencial. Infinito, pues inconmensurable; pero no ilimitado, sino limitado. También nos puede hacer comprender de qué manera quien es límite atractor, en nada se siente atraído por los elementos que van dándose en el proceso de acercamiento a él; ninguno de los polígonos es círculo, mas todos van tendiendo a él, se van configurando de más en ese hacia-él; pero no viceversa. El Dios aristotélico, ¿no podrá ser tratado de manera pareja? Pero ¿es esta la única manera de hacerlo? VIII Siempre de la mano de Oñate, que sigue en esto a Joseph Owens, desembocamos ahora en la filosofía aristotélica del pròs hén: el tender o concurrir «hacia uno» del comienzo de la Ética a Nicómaco (I, 6: 1096b 23-29), que, según ellos, rige la entera metafísica de Aristóteles. Buscaremos, nos dice el Aristóteles de Oñate, los vías de organización, las estructuras de enlace, unificación y relación que se establecen entre los diversos sentidos del ser y la entidad, intentando localizar al vínculo que corresponda a la entidad divina y a las restantes entidades; por tanto, indagando el modo de relación que dentro de la filosofía primera se establece entre la ontología y la filosofía. Por lo que con nuestros autores llevamos dicho, ponemos como motivo fundamental del aristotelismo que la naturaleza del ser no puede corresponder a la infinitud, sino a la determinación. Ser perfecto signi- fica limitación o finitud, con lo que Oñate se mostrará en discrepancia 91 ente o Dios es la infinitud, por lo que lejos de convertir a la divinidad en una noción generalísima, hace de ella la más plena de las realidades. Por el contrario, es esencial para Oñate darse cuenta de que en Aristóteles la finitud constituye un atributo necesario de la perfección; un atributo necesario de la divinidad. De ninguna manera puede pensarse lo infinito como aquello a lo que nada falta, por lo que de él han hecho algunos el principio de las cosas restantes, que a todas contiene y a todas gobierna. Pensar así es absurdo. Para Aristóteles, siempre según Oñate, es lo perfecto aquello a lo que nada falta y de ahí que no pueda cambiar ni ser cambiado. Y, sin embargo, aunque parezca imposible, la infinitud debe ser de algún modo; si no, deberíamos reconocer comienzo y fin al tiempo, magnitudes indivisibles y que el número o el contar deban detenerse. Esta aporía, lo sabemos, se resuelve comprendiendo que la infinitud es de carácter potencial, no como una potencia determinada, cuya actuación es posible, sino al modo inferior de una potencia ilimitada que nunca puede realizarse completamente, pues consiste, nos enseña Oñate, en un proceso continuo de generación-corrupción y alteración o diferición. La ilimitación es una potencialidad de aproximación sin fin por reducción de intervalos. Así, lo infinito, ilimitado o indeterminado, en lugar de ser aquello fuera de lo cual no hay nada, es aquello fuera de lo cual hay siempre algo. Por eso, nos dice, se nos da en él la expresión de la pobreza, la carencia y la muerte. El infinito, así, se contrapone al todo perfecto, rico, acabado, completo, pleno, estable, de lo finito y determinado. Y se opone simétricamente al Principio; es el lugar del extremo más precario, el del apenas siendo. El ámbito estremecido, sigue Oñate, por la sacudida de la muerte a cada instante, desgarrado por la contingencia; está vencido, ya desde su nacimiento, por un poder-no-ser. El aristotélico así es, según Oñate, un pensar de la pluralidad, de las diferencias enlazadas en juegos de sistemas flexibles que se engarzan sobre el dios de aristóteles con Philippe Merlan, para quien la naturaleza del ente en cuanto 92 unos en otros topológicamente y de acuerdo con un criterio jerárquico alfonso pérez de laborda que sitúa en su lugar adecuado a cada diferencia, dándose en todo la plenitud de su coincidencia consigo mismo. El criterio es, pues, lo absoluto (haplôs) de la intensificación cualitativa de cada forma de vida, y no el infinito. Estamos en una filosofía de la forma, el límite, la diferencia, la pluralidad y la vida, termina Oñate. No sé si entiendo bien este Aristóteles, pues lo que dice parece más bien referirse al proceso, yendo a nuestra metáfora de la exhaución, del pasar de lo mensurable a lo inconmensurable. Ese proceso sí que es infinito, pero, como todo proceso, sólo potencialmente infinito, imposible de recorrerlo por entero; sin embargo, con él vemos cómo sus propias entrañas tienden a la redonda perfección del fin, el cual, aunque alcanzable desde lo conmensurable a través de un proceso infinito, es decir, realmente inalcanzable como tal punto final de ese proceso, en su limitación, es perfecto. Ahora bien, es verdad que tanto el conmensurable —el cuadrado y cada uno de los polígonos sucesivos— como el inconmensurable —el círculo— son limitados, aunque perfectos en su ser lo que son, y en el proceso, el inconmensurable es perfecto en su finitud y direccionalmente atrae hacia él al proceso que da paso de los unos al otro. Hay atracción en el proceso de paso y este marca dirección hacia la perfección de quien —visto desde el conmensurable— es ilimitado, puesto que producto de un proceso interminable, que nunca llega a alcanzar la perfección de quien para él siempre será inalcanzable en un proceso ilimitado, puesto que infinito. Siendo las cosas así, es claro que la serie de los limitados, cada uno en la perfección que es la suya, lleva a ese que, mirado desde ellos, es ilimitado por inalcanzable en el proceso de llegada hacia él, pero, sin embargo, de una fantástica perfección bien limitada. Se da así un raro juego: siendo los dos, es decir, los unos y el otro, limitados y cada uno en su exacta perfección de lo que son, sin embargo, hay un paso de los unos al otro, al último, al que lleva consigo toda la perfección del proceso, este sí ilimitado. Un conjunto de conmensurables bien definidos, unificados en la exactitud del proceso que les da su forma, 93 en un proceso que direccionalmente nos señala lo ilimitado, siendo tal sólo por la inalcanzabilidad procesual, pero perfectamente limitado en su propio ser, aunque con un ser distinto en cuanto que atractor del proceso que a él acerca y lleva. Paso de un finito, digamos que el cuadrado, a otro finito, el círculo, mediante un proceso que tiene realidad de infinitud, por más que sea infinitud potencial en el proceso de paso por los polígonos, pero no en su resultado, el círculo. De ahí que lo ilimitado, en nuestro caso el proceso, sea aquello a lo que siempre le falta algo, que tenga que ver, pues, con la carencia, la pobreza y la muerte. Y esa es la cuestión. La ilimitación se da, pero sólo en el proceso que nosotros hemos establecido con nuestra inteligencia. Ahora bien, siempre jugando con nuestra metáfora de la exhaución, es un proceso que nos sirve para averiguar la superficie, el ser, del círculo. En la metáfora se produce un doble juego: el círculo es inconmensurable, fruto de un proceso infinito que nunca llega a realizarlo y mensurarlo, pero es perfecto en su limitación. Siendo ilimitado en su inconmensurabilidad, sin embargo, es figura perfecta en su limitación: no es mayor que ninguno de los polígonos que formamos con proceso similar partiendo del cuadrado circunscrito. ¿Vale la metáfora de la exhaución para entender el juego aristotélico de la perfección limitada que es forma-fin? No estoy seguro. En una filosofía de la carne, de cierto que no, pues se cierra el hiato, la imposible-posibilidad y el punto de fuga, el punto W. Este juego aristotélico explicado por Oñate me pregunto si no es demasiado canijo para contener la fuerza dinámica del mundo, del cuerpo de hombre/cuerpo de mujer y de la realidad, en una palabra, la fuerza dinámica de lo que es. Con lo que llevo dicho en el párrafo anterior, en el aristotelismo tendríamos, mejor, deberíamos tener, lo que en parágrafos anteriores llamaba la cadena de las causalidades y que entonces lo enroscaba en su juego con la cadena de las actualidades. El paso de un polígono al sobre el dios de aristóteles y por ello perfectos en su propio ser, que, sin embargo, se engarzan 94 siguiente, en nuestro juego de avance procesual, nos va acercando alfonso pérez de laborda al círculo. En este juego el círculo sería algo así como el analogado principal, porque en ese juego procesual cada polígono tiende hacia el círculo. No es que cada polígono no sea perfecto en su propio ser, pero sí se da que en el juego procesual se ve estirado por el siguiente, hasta llegar en el proceso infinito al círculo, también él perfecto en su propio ser, pero con un ser distinto, principial, puesto que atractivo. Así pues, se entrevé bastante bien la cadena de causalidades de la que hablaba en páginas más arriba, que vendría dada por el juego procesual, pero lo que no parece tener opción en esta manera de ver las cosas aristotélicas es la cadena descendente de las actualidades, puesto que, en el metáfora de la exhaución, cada polígono de la serie —piénsese analógicamente en las 53 esferas celestes— es perfecto en su propio ser. Sólo en el proceso hay como una tendencia hacia arriba que, mediante la noción del estiramiento, podría entenderse como cadena de causalidades; pero no veo de qué manera podría darse la otra cadena, tan esencial como esta, si no más, la cadena de las actualidades. Los polígonos, comenzando por el cuadrado, no tienen la actualidad de su ser del círculo. El proceso es, finalmente, algo que añadimos nosotros, pero no veo que esté en ellos. La dinamicidad creativa, así, sería sólo cosa nuestra y bien nuestra. Sigamos por ver en qué nos quedan las cosas. No obstante sí es verdad que en este proceso se da un tender o concurrir «hacia uno». La cuestión está en si ello se da porque lo introducimos nosotros con nuestro pensar como juego procesual o porque este se da en las cosas mismas por las que el proceso pasa; en si hay un pasar de nuestro puro pensamiento, provocado meramente por él, o hay una dinamicidad en el ser de aquello por lo que se pasa para llegar al uno, o provenir del uno al que todo concurriría y que, siendo la entelécheia dinámica de todo el proceso, sin ella no se habrían dado, no tendrían su propio ser limitado y perfecto. Mas, pensándolo bien, esta falta de dinamicidad interna que debería llevarnos a decir que es nuestro propio pensamiento el que la pone, puede deberse, sin más, a 95 cesos matemáticos sólo se da la frialdad de lo que nosotros vayamos poniendo. En el ámbito de los mecanismos matemáticos del proceso de la exhaución no hay dinamicidad interna; a lo más, pura causalidad diría que lógica, paso de un polígono al siguiente de la progresión mediante una serie de acciones que añaden los triángulos convenientes en un juego procesual de nuestro puro pensar; sin embargo, si consideramos un proceso que se dé en términos de vida, las cosas en su propia palpitación serían bien distintas, y ahí, seguramente, nos aparecerían perfectamente diseñadas las dos cadenas, la cadena de causalidades y la cadena de actualidades. Porque en el ámbito de la vida hay verdadera dinamicidad interna, el crecimiento y la dependencia son verdaderamente cosa de la misma internalidad de los distintos elementos de paso, puesto que de paso hablábamos más arriba. ¿Olvidaremos que el propio Aristóteles cuando plenamente atingimos a Dios en el libro Λ, el ámbito de pensamiento en el que se mueve no es el de la matemática, sino el de la vida? La respuesta a esta pregunta quizá plantee el punto decisivo de mi desacuerdo con Teresa Oñate en la comprensión de Aristóteles. Y me parece obligada esa respuesta. Es verdad que, al menos en el Aristóteles que, de la mano de Oñate, está siendo el nuestro, cuando atravesamos el obscuro piélago de los 53 orbes con sus motores también inmóviles, todo nos empuja a un proceso de mera mecanicidad, por más que nosotros lo llamemos así aunque para ellos, mediante arte de birlibirloque, no se dé cambio de lugar; ya lo hemos visto. Debe haber algo más para que al llegar al final de nuestro recorrido nos irrumpan con tamaña fuerza las ansias, las tracciones, los estiramientos y deseos de la vida en toda su extraordinaria dinamicidad. Es verdad que Oñate, con fór- Mi amigo José Antúnez me recuerda lo que ya había olvidado: Zubiri en la lección sobre Aristóteles de sus Cinco lecciones de filosofía, habla de una manera de comprenderle que pone su basamento sobre el dios de aristóteles la metáfora del proceso de exhaución que utilizamos, pues en los pro- 96 mula subyugante, nos ha hablado de diferencias enlazadas en juegos alfonso pérez de laborda de sistemas flexibles que se engarzan topológicamente con un criterio jerárquico que pone en su lugar cada diferencia, alcanzando ahí la plenitud de su coincidencia consigo mismo, siendo este, añadía, no el infinito, sino lo absoluto de la intensificación cualitativa de cada forma de vida; pero la vida apenas si ha aparecido hasta ahora, donde más bien parecemos habernos quedado es en la metáfora de la exhaución. Lo que apunto en este pequeño párrafo, como se ve, es de largo alcance y extrema necesidad; pero, en estas páginas, me he obligado con perfecta humildad a confrontarme con el Aristóteles que nos presenta Teresa Oñate en su libro sobre los 14 lógoi de su metafísica. Recurrí al método de la exhaución porque es una idea que me revuela desde hace años para comprender el infinito potencial aristotélico y cómo me allego al círculo en su puro ser limitado y perfecto mediante un proceso que se acerca a él tanto como queramos; un proceso en el que se me da lo perfecto del inconmensurable. Daba la impresión cierta de que Oñate, refiriéndose a la perfección de lo limitado, al juego del infinito potencial, hablaba de él sin nombrarlo, quizá sin tener consciencia de él. Mas lo que no me parece aceptable es que ese método sea metáfora de la política aristotélica de Dios, que así resulta no más que el Motor Inmóvil de un proceso matematizante que pasa a través de la mecanicidad de las 53 esferas. Eso no. El método de exhaución nos puede servir para comprender algo importante del pensamiento de Aristóteles, pero si encerramos todo su pensamiento en esa a modo de metáfora, me parece que lo desvirtuamos por completo, le quitamos toda la fuerza de su dinamicidad y encerramos a Dios en un mero Motor Inmóvil entre otros muchos motores inmóviles iguales a él, por más que sea él vértice de la pirámide en en la dinamicidad interna de la vida y no en la estaticidad mecánica de la matemática. James G. Lennox, miembro y antiguo Director del Center for Philosophy of Science de la University of Pittsburgh, del que tengo el honor de ser Fellow, desarrolla una comprensión aristotélica del estilo. la que todos están por igual. Ninguno de esos motores ni siquiera 97 infinito que aspira y asume a todos los seres en su atracción, pues incluso él es perfecto en su ser limitado. Sin embargo, no creo que eso sea aceptable en Aristóteles: el universo en su enteridad no sería un cuerpo infinito, eso es obvio en su pensamiento, pero tampoco ocupa lugar, pues eso significaría que tiene límite y que más allá del límite existiría el vacío. Siendo esto así para el último de los orbes, el de las estrellas fijas, alguna particularidad muy especial debe tener el Motor inmóvil, que no tienen los otros motores, también inmóviles de las 53 esferas restantes. ¿Se me argüirá que este razonamiento tiene que ver con la física, pero no con la metafísica? No me gustaría, pues entonces significaría que esta no es meta-física, sino algo que nada tiene que ver con la física, cosa que es por entero inaceptable. Se nos prometían vías de organización y estructuras de enlace, unificación y relación que se establecen entre los diversos sentidos del ser y la entidad, intentando localizar al vínculo que corresponda a la entidad divina y a las restantes entidades, así como enlaces de juegos de sistemas flexibles. Estuvo muy bien el hacerlo. Pero vamos a ver más la flexibilidad de cada uno de los sistemas, y bastante menos, me temo, el enlace de esos sistemas. La próte ousía recoge las categorías de cada ser genérico en el tender o concurrir «hacia uno», es decir, hacia ella, en cada caso, y ahí es donde encontraremos las entidades divinas, por tanto plurales y bien plurales; pero no tanto las posibilidades de juego de cada una de esas cadenas de ser con las otras. Lo veremos en lo que vaya siguiendo. Prosigamos con nuestro autores. Para algunos —cita aquí Oñate a Salvador Sánchez Nogales—, la ontología sería una prolongación de la teología; lo sensible con su perspectiva etiológica nos proporcionaría la vía ascensional hacia lo suprasensible; nos brindaría el conocimiento de su estructuración íntima simplicísima: la teología, y el complemento sobre el dios de aristóteles el Motor Inmóvil, por tanto, tendría nada que ver con lo infinito, un 98 de las nociones comunes de todos los seres, que al verlas ahora reali- alfonso pérez de laborda zadas en Dios, se nos abrirían en toda la plenitud de su sentido analógico y con toda la solidez de su origen divino: la ontología. A partir del conocimiento de la divinidad se conocería la entidad de todos los entes. Mas, para Oñate, las cosas aristotélicas nada tienen que ver con estas maneras; sin embargo, prosigue, ¿deberemos excluir la vía analógica de explicación a la relación entre el ser y sus significaciones, como hace Pierre Aubenque, quien asevera que esta tradición de comprensión se remonta a Tomás de Aquino? La recusación de la vía analógica está, para Oñate, perfectamente fundada en lo referente a la unidad de significaciones del ser, pero no en lo que concierne a la relación entre Dios y las ousíai sensibles. Los principios de las diversas cosas son idénticos por analogía, es decir, igualdad de relación entre cosas distintas; siendo distintos, cada uno de ellos está siempre en la misma relación con la cosa de la cual es principio. De este modo, el uso de la vía analógica podría utilizarse para explicar la relación entre Dios y las substancias físicas sólo a condición de considerar principios a los entes sensibles: de igual modo que las categorías se ordenan a la primera categoría que es la ousía, las ousíai se ordenan a la primera ousía, Dios. La proporción analógica se establecería entre la primacía principial que ejerce la substancia sobre las categorías y la principialidad de Dios sobre las restantes substancias. La relación pròs hén, continúa Aristóteles de la mano de Oñate, se opone en un sentido muy particular a la relación por analogía. El enlace pròs hén unifica diferentes relaciones; el enlace analógico, al revés, recoge la semejanza de esas relaciones. Siendo el ser originaria e inmediatamente plural, la pluralidad de sus sentidos no hace de él un término equívoco. Su polisemia no es infinita-ilimitada, ni internamente disyuntiva, sino que la pluralidad de sus acepciones es restringida-determinada y articulada, gracias al límite que cierra, ordena e instaura esta pluralidad en un conjunto conjugado y, por eso mismo, inteligible. Se trata, pues, de un modelo de unificación que respeta la pluralidad. De ahí que la unidad pròs hén exprese la 99 tura pròs hén se contiene y cifra realmente la ontología aristotélica, tal como lo entiende Oñate. Lo denegado, también ahora, es el infinito y su primacía o su carácter de primer principio rector. Los sentidos del ser se enlazan y unifican por referir, de distinta manera, a uno de ellos superior: el primero, que es fin-límite del conjunto. El hén del pròs hén es la automedida de todas las cosas, el «polo referencial» lo llama G. E. L. Owen, nos señala Oñate, el primer principio de todo-cada conjunto o serie. Las diferencias no encuentran su unidad por pertenencia a un origen común, sino que se unifican por remitir de diverso modo al polo que organiza una estructura compleja unitaria, intencional, nos dice nuestra autora. El paradigma de la unidad comunicativa y estructural substituye en Aristóteles, según Oñate, a la unidad originaria holística; es una propuesta alternativa a cualquier enfoque material de la cuestión del ser y su unidad, de cualquier monismo o pluralismo material. La imprescindible unidad de la pluralidad de las formas no se halla en el origen-generación, sino en el fin o término. Se concentra en el pròs direccional y legislador. Tanto las filosofías de los físicos como las de los relativistas y sofistas se encerraban en el mundo de lo sensible-material, de la potencia, de lo cinético e indeterminado, sin comprender su dependencia del otro principio: el de la forma-fin. Lo de la analogía y sus maneras de entenderla es un problema engorroso y difícil; para colmo, muchas veces por demás engañador. Puede ocurrir que los suarecianos llamen analogía a lo que para mí es pura univocidad. Me parece que aquí, precisamente, acontece este corrimiento equívoco de los significados. Me aventuro a pensar que Oñate, en nombre de Aristóteles, rechaza, llamándola analogía, lo que tampoco yo acepto, y por el contrario lo que ella acepta es lo que asumo. Aunque no estoy nada seguro de ello. A veces me entran vehementes sospechas de entender las maneras del Aristóteles de Oñate, precisamente, como univocistas y suarecianas. Sospechas es sobre el dios de aristóteles estructura sistémica del modelo metafísico aristotélico. En la estruc- 100 posible que difamatorias por infundadas. No lo sé. Prefiero no insistir alfonso pérez de laborda en este problema complejo, que tiene que ver mucho, quizá demasiado, con lo clasificatorio, por no ver de qué manera ayudaría, al menos por ahora, en lo que nos traemos acá entre manos. Aunque tampoco estoy nada seguro del juicio emitido. Simplemente, valga con decir esto: lo que entiendo por analogía se corresponde de manera singular con lo que, por ahora, parecería poder ser la relación del pròs hén, tal como nos la muestra el Aristóteles de Oñate en estas sus primeras apariciones. Y esto es lo importante. Aunque, hemos de ver lo que quiere decir ese por ahora. Mas vamos a la cosa misma. Así pues, parece que la unidad pròs hén que se nos propone no es dinámica, sino estática, puesto que estructura sistémica; aunque respetuosa, sí es verdad, de la pluralidad. Como si se tratara de una unificación encajativa y relacional de los diferentes elementos que constituyen un gran cable que se constituye en un perfecto mazo de diminutas maromillas que lo conforman en un orden sistematizado; una unificación estática, por tanto. Sistémica de estructura y distribuciones; pero no se ve dónde está la dinámica de esa unidad. Es unificación en el alzado, por utilizar términos del dibujo técnico, pero nunca una unidad en la que se ve y se nota la unificación de una verdadera dinamicidad. En esta unidad pròs hén nunca, por así decir, vemos una locomotora en su plena actividad de potencia reglada. Nada tiene de estructuración en un anhelo compartido, en un deseo que unifica, desde abajo hasta arriba en la cadena de los sensibles unificados en el pròs hén, a lo que sin él hubiera podido ser no más que un conjuntamiento inconexo, una montonera; en un buscar realidad más profunda, algo así como un proceso de, yendo más allá de la mera montonera, buscar la verdad del ser, del ser en su pluralidad, de llegar a ella y también de seguir luego con ella. Un mero asunto de pura organización, mero modo de referirse unos a otros esos elementos unificados; por tanto, unidad de sus meras externalidades. ¿Por qué? Siendo puros elementos de una mecánica, sólo tie- nen en común sus externalidades; seres sin vida que se unifican en un 101 cativa, sí, pero no se ve bien dónde encontrar la comunicación, como no sea en el estar bien conjuntados en el puro plano de alzada. Que la preconizada por ellos no sea unidad originaria holística, sin embargo, no parece hacerla unidad holística final, en donde lo que unifica sería el deseo de esa unidad de fines que marcan un hacia-uno que, en definitiva, es fin de todas las finalidades conjuntadas, desde él, en unificación hacia él. Si hay fin es en el dibujo, pero no en la realidad dinámica de lo unificado en el tender o concurrir «hacia uno». Parece, al menos por ahora, ser un hacia del dibujo del alzado del bello cable unitario; mera estaticidad del dibujo, mera representación nuestra en el dibujo de nuestro pensar. Pero no hacia un uno de vida llena de su dinámica, en la que se coagulan los elementos que se aúnan en el tender o concurrir «hacia uno». Es una unificación mecanicista; nunca, parece ser, verdaderamente vital. La unidad pròs hén, por tanto, parece reducida a que hay semejanza o igualdad de relaciones ordenatorias entre elementos de las series —de los géneros, de los entes celestes en sus meros orbes—, cada una de ellas independiente de todas las demás. No se ve que haya una unificación, un verdadero tender o concurrir «hacia uno» del conjunto de las series en su propia vida. Este tender o concurrir total dinámico sólo podría ser hacia esa cúspide que es Dios. Pero el Aristóteles de Oñate, sin que aparezcan claras las razones —como no sean puramente empeñativas—, se queda en una unificación parcial de cada cosa en lo suyo, mejor, de cada serie en lo suyo; pero luego no se da la unificación definitiva y final, la que hace que el conjunto se ordene de verdad tendiendo o concurriendo «hacia uno». Es difícil que aparezca más tarde lo que busco, pues ya desde ahora deberían darse vislumbres de ello, encontrarse trazas, huellas, y no meros cerramienos. Si no es así, rechazándose esta ordenación final del conjunto, del todo, hacia un fin —¿por qué?—, aparece claro que cada una de sobre el dios de aristóteles orden sistémico en el dibujo de su alzado. Hablan de unidad comuni- 102 las ordenaciones dentro de cada una de las series será cerrada; cerrada alfonso pérez de laborda en su propia perfección limitada. Así, habremos perdido de modo inexorable la unidad unificadora del conjunto, la cual se nos habrá convertido en una pura montonera. El cosmos aristotélico de Oñate sería, pues, como un archipiélago de islas independientes echadas al tresbolillo que hay plantado en el océano inordenado del ser. Para que haya unidad dinámica del conjunto que sobrepase el plano de alzada, se necesita que la perfección limitada se extralimite, rompa sus coyundas y se desmadre hacia fuera de sí, hacia una vida más amplia y generosa en un verdadero tender o concurrir hacia un uno verdaderamente unificador que asuma ese desmadramiento de la cerrada perfección limitativa, que ahora se nos abre. Si no es así, creo que la unidad sólo será extrínseca; unidad en el dibujo, en la función del pensar, quizá, pero nunca en la verdadera vida de las distintas series y en el unificarse verdaderamente «hacia uno». Si de una substancia abierta se tratara y no de la substancia cerrada que es, me parece, la del aristotelismo de Oñate, en donde no hay comunicación de substancias, qué interesantes algunas de las perspectivas que nos ha dejado nuestra autora de la mano de Salvador Sánchez Nogales, aunque esa vía ascensional no fuera desde los meros sensibles, sino desde esa unidad pròs hén de esa substancia primera en cada cadena de sensibles que es su próte ousía. Pero la condición está en que de verdad se establezcan aquellos juegos de los que se hablaba en substancias abiertas y que se comuniquen y vinculen entre sí, como nuestro autores nos habían prometido cuando hablaban de una vía analógica, proporción analógica decían ellos, que se establecería entre la primacía principial que ejerce la substancia sobre las categorías y la principialidad de Dios sobre las restantes substancias. ¿La llegaremos a ver de su mano? Comenzamos con enorme emoción el estudio del pròs hén, para, finalmente, al menos por ahora, y sin trazas de que sea de otra manera, quedarnos en algo esencialmente cerrado, pequeño, canijo; encerrados en las próte ousía particulares que no parece responder 103 la entidad divina y a las restantes entidades que se nos prometía al comienzo de este parágrafo. Si va siendo así, cada vez será mayor mi lejanía del aristotelismo oñatiano, por la fuerza de la pura evidencia de lo que hay. El error, prosigue la interpretación oñatiana de Aristóteles, ha estado hasta el presente en no haber comprendido que el principio formal no es principio al modo del origen o el comienzo. Sólo la forma como fin puede ser causa del ser y del devenir; siendo ella, en cuanto forma, totalmente ajena a la materia y a la generación. Sólo la forma-fin puede proporcionar de modo satisfactorio un principio incondicionado de lo sensible, porque sólo ella es suprasensible, sin necesidad alguna de estar en otro mundo o fuera de lo sensible. Sólo ella proporciona al movimiento del compuesto el polo referencial formal, se lo proporciona a la materia, y el polo referencial-terminal e inmóvil, de plenitud, de complexión, el acto perfecto, que se detiene y cesa en su propio fin-bien, y cuando lo alcanza es ya entelécheia. Principio Terminal en donde el movimiento se detiene porque lo que era en potencia, el fin, es ya el fin en acto, en un proceso de autorrealización que es progresivo-limitado. La alternativa aristotélica, pues, según Oñate, está en entender la forma-causa con causalidad final activa y no hacerla funcionar con causalidad material-eficiente, y sólo eficiente, es decir, con causalidad intragenética y asimilada al origen. Los eídos-forma causan como causa el fin. Están en lo sensible como su principio estructural, cohesivo, determinante y directriz, responsable de la actividad-movimiento e inteligibilidad del compuesto, pero sin confundirse ni mezclarse con lo sensible. Se puede decir, prosigue Oñate, utilizando lenguaje posterior pero que traduce con exactitud el pensamiento de Aristóteles, añade ella, que la forma es en rigor un principio transcendental, pero sobre el dios de aristóteles de verdad a esos intentos de localizar al vínculo que corresponda a 104 si esa transcendentalidad no es meramente lógica. La forma-fin es alfonso pérez de laborda siempre acción actual, entelécheia o enérgeia, que no puede confundirse con su intelección en la definición, porque es ousía y no universal, sino, por ser primera o principio, causa del universal. Comparto por entero que el principio formal no lo es al modo del origen o el comienzo, sino como fin. Todo estiramiento en el ser, en el ser de las cosas mundanales, en nuestro ser y en el ser de la realidad, se da desde el fin. Fin unificador del conjunto, pero no sólo —¿por qué?, ¿cómo?— de cada una de las series de cosas mundanales. En el origen se da, se nos dan, si a nosotros nos referimos, posibilidades y, a la vez, constreñimientos; por más que habremos de decir, si nos referimos a nosotros, que nuestro destino es la libertad. En el origen se dan posibilidades sobre las que no se podría saltar, y constreñimientos amenazantes. Pero nada se queda en el marco del origen, marcado por él, pues todo vive en la realidad de un hacerse en un cuadro en el que se nos ofrecen grados de libertad. El proceso del irse haciendo, el de nuestro irse haciendo también, se ve alterado por la realidad de la creatividad que procede y se incrementa como grados de libertad. Habrá que preguntarse de dónde proceden esos grados que no cabían en las posibilidades primeras del origen; que no eran adivinables desde él. Si las cosas y nuestras miradas se refirieran sólo al origen, viviríamos contenidos en el mundo de los posibles, y estaríamos encerrados en lo que denomino la carcasa del ser unívoco. Pero esta afirmación, que también se refiere por igual a las cosas mundanales y sus grados de libertad, no es algo que viene dado desde el origen, no puede ser adivinado mirando al origen, de modo que ello sea un mero problema de conocimiento, mejor, de reconocimiento; sólo aparece en el estiramiento desde el fin. Ese «hacia uno» —con tal de que no sea el cada uno de cada serie, sino el hacia uno de las ousíai en su conjuntación— tiene mucho que ver con lo que suelo denominar punto W. Con respecto a él, suelo decir que es punto de nuestra unificación, todo el conjunto de nuestro ser nos lleva hacia él; habrá que añadir que también lo es —¿cómo?, habrá que verlo— de los 105 nuestra unificación que lo es por ser punto de unificación de realidades. Primero lo descubrimos en la labor del pensamiento; pero, luego, nos damos cuenta del estiramiento que sobre nosotros ejerce, no sólo en nuestro pensar, claro es, sino en nuestro ser verdadero, llevándonos hacia nuestro ser en plenitud, el cual, por tanto, no es un mero ser de imaginaciones y virtualidades. Siempre me he negado a aceptar que ese punto tan singular sea un punto ínsito en la propia dinamicidad de las puras cosas mundanales y que venga dada por las leyes físicas de su comportarse, las cuales llevan hacia ese punto como fruto de lo que se les da desde el mismo origen. Tenemos que introducirnos nosotros en esa dinámica para, contemplando sus grados de libertad, comprender que también ellas en la profundidad de su propio ser disfrutan de ese estiramiento que les lleva a los aledaños de dicho punto, en el que nosotros encontramos la plenitud de nuestro ser, y en donde también a ellas, a través de nosotros, se les da la plenitud de su propio ser. Si estuviéramos en una hipótesis creacionista, ese punto W sería plausible por entero. En una hipótesis de tiempo cíclico, en cambio, no termino de ver cómo ese fin hacia-uno no es siempre en realidad un origendesde-uno. Una vez más la concepción del tiempo es aquí esencial. Si el tiempo vive en la eternidad de lo cíclico, no hay ningún fin «hacia uno», como no sea el que se nos da en el origen mítico de los tiempos; estaremos en el Aristóteles tan cercano a Píndaro que nos pinta Oñate. Si el tiempo es direccional, por el contrario, el ser del mundo, nuestro ser y el de la realidad ha de ser esencialmente escatológico. En la frase anterior he dudado mucho si poner han o ha, finalmente, aunque con un desgarro gramatical he optado por esto último, lo cual, no cabe duda ninguna, tiene consecuencias. El que en el tender o concurrir «hacia uno» no esté ínsita la dinamicidad, quedándose sólo en la estaticidad del alzado, nos lleva inexorablemente a esa vuelta de la mirada hacia atrás, la mirada sobre el dios de aristóteles seres mundanales, como también de las realidades. Así pues, punto de 106 del ser y también la mirada del pensar, hacia el origen mítico de los alfonso pérez de laborda tiempos cíclicos, al principio formal al modo del origen o el comienzo; aunque quiera afirmar lo contrario de palabra. Si las cosas son como cree Oñate, puede que sigamos la letra de Aristóteles, pero no seguimos la verdad del ser de lo que hay; en una palabra, la verdad del ser. Aunque es cierto que Oñate nos dice que la forma-fin es siempre acción actual, entelécheia o enérgeia, lo cual significaría —lo hemos de ver en lo que sigue— que cuando ella utiliza esos conceptos o cuando utilizo el concepto de dinamicidad, no significamos lo mismo, aunque sí coincidamos en que, sea lo que fueren, no puede confundirse con su intelección en la definición, porque es ousía y no universal; es referencia a lo que hay en su propio ser y no a una abstracción universal matematizadora. Otra cosa es si, como ceo que acontece en el Aristóteles de Oñate, se trata de un sistema estructural en definitiva mecanicista y cerrado en cada uno de sus polos referenciales. La forma-fin es decisiva porque ella establece el movimiento de lo sensible, de la materia, hacia ella siendo su polo referencial formalterminal e inmóvil, polo de plenitud, de complexión, el acto perfecto, que se detiene y cesa en su propio fin-bien, y cuando lo alcanza es ya entelécheia. Así nos hablaba Oñate con Aristóteles. El movimiento de lo sensible hacia su ser primero en donde encuentra su ser, acto perfecto, ya entelécheia. Lo sensible, así, tienen su ser pleno de eso que es suprasensible, sin que esté fuera, provocando en él un movimiento de plenitud. Bien, sea. Pero no termino de ver cómo ahí se da un movimiento dinámico. Es cosa de nuestro ver, de nuestra mirada. No podríamos quedarnos en lo meramente sensible, ya lo hemos ido viendo en parágrafos anteriores, que es referido a su forma-fin, y refiriéndolo a él hay, nos dicen, un movimiento de lo sensible hacia su ser de plenitud, acto perfecto. Pero ¿no se dan estos fenómenos en nuestra percepción intelectual, de modo que si no vemos lo sensible desde su polo referencial-terminal no acertamos con lo que hay? No se ve un arrastramiento de lo sensible hacia esa plenitud en un verda- dero movimiento dinámico, atraído por esa forma-fin, de manera que 107 ser en plenitud. Dan ganas de pensar que es sólo cuestión de buena denominación, de ver su compleja estructuración y denotarla. Nada hay aquí de una filosofía del ir siendo; se plantean dos situaciones formales distintas, la forma-fin, ser en su perfección, y el ordenamiento hacia él de lo sensible, mejor, de lo que le es categorial. No se ve el proceso de conformación del ser de lo sensible cabe su ser pleno en la atracción irresistible del polo referencial; su dinámica de conformación. Entiendo que no está mal haber vislumbrado esa percepción y que, fuera de ella, toda otra percepción del ser de lo sensible no habla de lo que hay; y eso está bien. Pero no percibo el proceso dinámico de su conformación. Veo, de nuevo, el proceso estático, aunque progresivo, que hemos visto en la metáfora del la exhaución, que se da en nuestro pensamiento; pero no veo, por decirlo de una vez, la atracción irresistible del cuadrado y de los sucesivos polígonos, en hacerse círculo. Eso no parece darse, cuando ahí está el punto clave de la dinamicidad. ¿No hablamos de entelécheia cuando se da esa atracción dinámica que conlleva la formación del ser en su proceso de plenificación? Parece que aquí, en nuestro autores, esto no se da, por lo que no dudo en pensar que algo esencial falla. No podemos olvidarnos de la dinamicidad del ir siendo. Quedarse en el mero ser, por así decir, como algo estático que se nos da ahí, por más que veamos sus relaciones, como vemos en el alzado a las maromillas sistémicamente dispuestas en el grueso cable para que se conjunten hacia el polo formal, que es donde se encuentra la plenitud de su ser, es interesante, qué duda cabe, pero poco. Digo mero ser, porque el ser de lo que hay es más; hasta el punto de que no es aquello. Tiene siempre en su misma entraña el ser de su ir siendo. No me refiero a movimiento alguno, excepto que se cometa el error, creo, de considerar que ello, por ser estimado como un vulgar movimiento, quede relegado a la física, fuera, por tanto, de la meta-física. sobre el dios de aristóteles en ella se va dando la consistencia del ser de lo sensible en aras a su 108 Creo que no, que esa dinamicidad está en la entraña misma de todo alfonso pérez de laborda lo que hay, de todo ser, del ser. Entelécheia, precisamente, señala esa plenitud-fin de la dinamicidad del ser, de su acto de actualidad realizada en el esplendor de su fuerza. En la interpretación de Aristóteles que aquí seguimos como perros sabuesos, ¿no aparecerá esto que digo? Sería trágico. Todavía podemos ver, quizá, me gustaría poder pensar, una cierta dinámica de los sensibles que se sienten compelidos hacia su pròs hén, en el que el todo de la serie, de esa serie, obtiene su plenitud. Sólo su ousía-forma-fin que proporciona a todos los sensibles de esa serie, las categorías de la que esa ousía es principial, polo de referencia a la materia que conforma. Hablan nuestros autores de un movimiento-hacia en ese proceso. Hemos visto cómo puede ser esto en la metáfora de la exhaución. Un polo que es, prosiguen, referencial-terminal, por tanto inmóvil. Polo de plenitud, de complexión. Acto perfecto que se detiene y cesa en su propio-fin y cuando lo alcanza es ya entelécheia. La dinamicidad, si es que realmente la ha habido, se acaba. Ya sólo cabe la pura estanquicidad de lo quieto por demás, no sólo de lo en reposo, sino de lo que ya no tiene aspiraciones a nada; sin aspiraciones, sin deseos, sin sentirse estirado por nada ni siquiera compelido hacia algo otro. Por tanto, de lo cerrado en sí mismo. No sé ve, así, cómo puede haber comunicación entre las substancias, cabezas de serie, en las que ya no hay aspiración alguna a la dinamicidad, pues todo en ellas queda pleno y cerrado. ¿Puede aceptarse esto? Quizá sea la letra de Aristóteles, en la versión oñatiana, pero esta manera de ver nada parece que tenga que compartir con lo que es la propia realidad. Una filosofía de la carne, si se inspirara en esta manera de comprenderla, moriría de muerte violenta. Oñate nos hace notar la inmensa dificultad que experimenta todo lector de Aristóteles, pues para comprender la primacía del fin debe someterse, nos dice, a una violencia extrema para ver la realidad desde el otro lado del espejo; desde la realidad misma. El eídos causando 109 cipación inmezclada entre lo sensible-empírico y lo suprasensible. Hay separación física entre ellos dentro de la misma realidad, con diferencia modal-causal: causal, pues lo condicionado o sensible se distingue con nitidez de lo suprasensible condicionante; modal, pues los dos planos ontológicos son los de la potencia (dýnamis) y el acto (entelécheia o enérgeia). Dándose ahí una dependencia direccional. El principio formal no pone nada genéticamente al material-potencial, pues el fin no hace nada a lo material, es inmóvil y no-relativo; es causa. Por el contrario, el principio material remite al fin. La dependencia es de carácter onto-lógica, porque lo sensible necesita a la forma-fin para ser ente, para tener entidad autosuficiente y para ser inteligible. Pero al decir esto afirmamos que la realidad es originariamente plural, con una estructura de una multiplicidad ordenada. La opción por la formafin exige afirmar la pluralidad irreductible en cuanto tal del ser y propone que su unidad sea sólo una unidad de orden o funcionamiento, de colaboración y coordinación, por subordinación, de muy diversos modos, a los también múltiples principios del todo-universo. El matematizar platónico, por el contrario, diremos con el Aristóteles de Oñate, conlleva perder las diferencias, lo cualitativo, y el sentido, a favor de la cantidad homogeneizante y el punto de vista de la extensión indiferente o niveladora; incluso lo suprasensible y lo inteligible se cosifican, se fissicalizan o materializan; son tratados materialmente como si fueran físico-sensibles. Esto lleva a que no se hubiera podido entender antes la auténtica naturaleza de la participación, la cual sólo puede conservarse cuando se haya visto que la Idea es substancia, pues entonces la forma como ousía es primera (próte) sobre las restantes categorías, el compuesto y sus movimientos, que participan, refieren, remiten, colaboran, en-al todo entitativo-uno, cuyo principio es el eídos. Para Aristóteles las Ideas y los principios funcionan con causalidad formal-final-modal. Esto hace posible una participación no sobre el dios de aristóteles como télos, como lo primero en-sí o por naturaleza, consiente la parti- 110 material, sino teleológica-formal, de las cosas sensibles en los-sus prin- alfonso pérez de laborda cipios. A los filósofos les había faltado antes comprender la naturaleza de la quididad y de la identidad de la ousía, porque desconocían aún su ser-actividad. Desconocían el carácter genuinamente causal del fin, de la causa final, que es el ser principio o primero. Es una equivocación, por tanto, colocar el Bien o lo Bello en el principio primero —no es que a lo primero corresponda el bien, sino que por ser bueno su estado es primero—; pero también lo es entender el bien como Uno, y a este como elemento —esta es la postura de los teólogos, obnubilados por las apariencias sensible-individuales—, con lo que se le hace principio potencial-material, un comienzo elemental de la generación de todas las cosas. Para saber cómo es principio el bien no puede entenderse la generación a partir de principios imperfectos, potenciales, indeterminados, materiales, que hacen de él, alcanzado al final, un resultado, un efecto, ni la que entiende la generación a partir del Bien-Uno en sí. El bien es el fin, pero esto no le convierte en efecto. El bien, prosigue el Aristóteles de Oñate, no es ni inicio ni resultado temporal, sino principio causal primero: límite determinante y posibilitante activo de cada diferencia viva. El bien-acto no es ni resultado ni inicio o causa potencial como un elemento, sino causa final-actual, primera, principio primero, inmóvil y suprasensible. Todo ello resultaba de haber confundido-indistinguido lo óntico y lo noético; el lógos y el ón, como hacen los sofistas, sea en su versión naturalista, cuando el lenguaje es una cosa, por lo que el error es imposible, como en su versión convencionalista, cuando es imposible la verdad sobre la cosa, ya que el lenguaje-cosa no remite a ninguna realidad exterior a él, pues forma un solo cuerpo con la palabra que la expresa. En parágrafos anteriores vimos el punto nodal que viene constituido por el eídos en la metafísica aristotélica de Oñate. Pues bien, causando él como télos, es decir, como aquello que es lo primero en-sí o por naturaleza, hace que se logre una participación en la que no hay mezclamiento entre lo sensible-empírico y lo suprasensible. Si nos que- damos en lo sensible-empírico, nada avanzamos. Si nos abstraemos de 111 mos el punto decisivo. No es sensible-empírico, pero es causa de él, del compuesto que hay, actuando como télos. Nos hemos puesto, pues, en un lugar que ya no tiene que ver con la física, nos adentramos en la meta-física, pues encontramos aquello que es en-sí o por naturaleza; suprasensible. Cuando nos encontramos en la cadena de los sensibles, nada tenemos de seguro en nuestras manos. Tenemos que salir de ella, pero desde ella y para ella, buscando dónde se da el verdadero lugar en donde es; en donde se nos da participación entre ello y lo suprasensible, sin que haya mezclamiento. No parece haber ninguna aspiración de lo sensible a ese punto de fin, sino que es desde él desde donde encontramos el ser verdadero, completo, de lo sensible. En definitiva, dejándolo, no porque desde ese punto se vaya a abandonar lo sensible del compuesto, eso no, sino porque se va a dar paso a otros sensibles materiales, restando siempre ese eídos causando como télos. Sí es verdad que se habla de ser-actividad, pero, sin embargo, creo que no de dinamicidades, en todo caso nada de un ir siendo, sino únicamente de una actividad de puro ordenamiento. Entendería, por ejemplo, tratándose de nosotros, que estamos hablando de la unión entre cuerpo y alma. La materia del cuerpo es meramente lo sensibleempírico, que por sí ni es el compuesto que hay, que somos, ni aspira, dicen nuestros autores, a entrar en contubernio con su alma. No hay un su alma. Hay un darse la unificación en el fin que causa el encadenamiento del compuesto en esto que soy, de manera que mi cuerpo es confluido, conllevado desde el alma, mientras no se dé el momento de la muerte, en que esa confluencia se hará con distinta materia sensible. Ella es causante de que el causado sea yo. Pero no es mi alma, no hay contubernio real entre mi cuerpo y mi alma. Hay participación, por un tiempo, entre mi generación y mi muerte, entre lo sensibleempírico que me constituye, y lo suprasensible, entre mi cuerpo y el alma; pero sin mezclamiento, sin lo que llamo contubernio, sin sobre el dios de aristóteles ello, universalizando, nos perdemos. Es en el eídos en donde encontra- 112 verdadera encarnación, sin haberse llegado a hacer carne, pues esa alfonso pérez de laborda alma en ningún momento ni es ni puede ser mi alma, sino el alma de la especie a la que pertenezco. Hay, es verdad, lo llaman así, una dependencia direccional. Como, se me ocurre decir, las limaduras de hierro se ordenan direccionalmente ante el imán. Pero no contubernio dinámico. Y no puede haberlo mientras que esa dependencia sea provisional entre esa mi carne, lo sensible-empírico que se viene hacia mí, y el alma, que no es verdaderamente mía, sino que me hace actuando como forma-causa-fin en un mientras-tanto. Mientras no haya real contubernio entre cuerpo y alma, la mía, todo esto me parece poco, reductor; puro cerramiento de lo que soy. Se podría bucear también en cómo es parejo con respecto a las mismas cosas mundanales. Más aún, hablando de manera más general, puro cerramiento de lo que hay. Si fuera así como aventuro, puede que hayamos comenzando a hablar desde la realidad misma, y que afirmemos que la realidad es plural, lo cual, qué duda cabe, es de importancia suma, sin embargo, aventuro que nos quedaremos cortos, muy cortos diciendo lo que hay; al decir lo que hay de verdad en esa realidad. Tendremos una multiplicidad ordenada con unidad de orden o funcionamiento, como dicen, de colaboración y coordinación, por subordinación a la forma-causafin; sin embargo, nunca única para todo, sino siguiendo los múltiples principios del todo. Multiplicidad de eídos-alma. Ordenación, sin duda, pero no llegamos a una filosofía de la carne, o si se quiere a una filosofía de la materia —cuidado, entendiéndola a mi manera, y no en la del materialismo, es decir, de la materia generadora de belleza—, sino que la asumimos en una filosofía primera de las puras almas, por decirlo de forma provocativa. Es verdad que nuestros autores se parapetan en los dos planos ontológicos que son los de la potencia (dýnamis) y el acto (entelécheia o enérgeia). Pero entonces parece que la dinamicidad a la que me refiero se ha quedado del lado de lo que ya no es sino mera potencia: la dinamicidad que en el ir siendo confluye en el ser, quedaría reservada a la física, pues se entendería como un puro movimiento. El acto, en cambio, tendría la fuerza entera de su 113 en este ámbito no serían dinámicas, sino meramente ordenatorias. No cabría el estiramiento ni el deseo. Sólo la perfecta composición en el orden y concierto global. Hablan nuestros filósofos de participación de las cosas sensible en los principios, pero esta es sólo teleológico-formal y no material. Tal cosa ahora es posible porque el eídos es substancia, la forma-eídos es substancia primera, por tanto todas las restantes categorías, es decir, el compuesto y sus movimientos, como nos dicen, participan, refieren, remiten, colaboran, en-al todo entitativo-uno. Lo decisivo, pues, lo que tiene que ver con el bien y lo bello, no es algo que viene dado en el principio y que marca diligencias y caminos, tampoco es resultado temporal, sino que es principio causal primero. Límite determinante y posibilitante activo de cada diferencia viva, dicen, puesto que principio primero, inmóvil y suprasensible. No sé muy bien, pero es posible que hayan reducido toda la dinamicidad de lo corporal y de las corporalidades a meras categorías restantes, descontada la substancia primera, que es la interesante, la definitiva; todas las otras solamente participan, refieren, remiten, colaboran. Páginas arriba vimos la unificación pròs hén, en la que esto se debatió. Ahora aparece, mejor, se insinúa, que lo por ellos afirmado sobre la analogía era confuso y, seguramente, rechazable. Proseguiremos dejando esta espina clavada por ahora en nuestra carne. Pero no sin antes hacer notar que, voy a decirlo de manera tan gráfica como poco técnica, de este modo, cada cosa tiene sus categorías, la próte ousía y las otras categorías a ella referida. Mas que sea así significa que cada especie es cosa, cuya unidad con las otras cosas que componen el conjunto entero del cosmos sólo se da en el Motor Inmóvil, sin que haya relación alguna entre ellas comos substancias, exceptuado, claro es, el ordenamiento magnífico que en el todo se da. ¿Es esto posible? No, nos hemos dejado comer el libro de la física por el libro de las categorías, en contra de todo lo sobre el dios de aristóteles ser, de su multiplicidad y de sus relaciones. Las atracciones que se den 114 anunciado al comienzo con bombo y platillo. La dinamicidad creativa alfonso pérez de laborda nada tiene que ver con esta manera aristotélica de ver. Todo parece ser acá cuestión de orden, de mero ordenamiento, de tener un bello dibujo de alzada del todo. Dicen nuestros autores que la opción por la forma-fin exige afirmar la pluralidad irreductible en cuanto tal del ser; entiendo que así sea desde el momento en que hay ousíai, en plural. Pero también proponen que su unidad sea sólo una unidad de orden o funcionamiento, de colaboración y coordinación, por subordinación, de muy diversos modos, a los también múltiples principios del todo-universo. Estamos, cada vez queda más claro en el dibujo de alzada. Hemos perdido la dinamicidad creativa; perdidos en la búsqueda de las ordenaciones conseguidas para el conjunto del todo. Ordenaciones de pura estanquidad, repito. Han hablado de la identidad de la ousía, en donde han encontrado y subrayado con vehemencia su ser-actividad, pero, me aburro yo mismo de decirlo una y otra vez, no actividad de una dinamicidad creativa, sino de un maravilloso dibujo técnico del conjunto, no más que una bella disposición global de las limaduras de hierro ante su imán. Debemos aclarar ahora, prosigue Oñate con Aristóteles, la primacía del fin desde el punto de vista del tiempo, no sólo como hemos hecho hasta el presente desde la ousía y el lógos, pues sólo comprendiendo hasta el final que el principio primero de la generación es el fin, o el bien, se puede encontrar un principio eterno e inmutable del movimiento; un principio auténticamente suprasensible de lo sensible. El tiempo y el movimiento son eternos; el cosmos es eterno. Nunca han podido tener un comienzo, porque ello supondría la máxima imposibilidad-impensabilidad: que del no ser viene el ser. Como todo en Aristóteles, nos enseña Oñate, el tiempo tiene también dos perspectivas reales y dos modos de ser: en acto, la duración continua y eterna de lo primero, y en potencia, la duración finita de lo contingente, relativo a lo primero. La generación hacia atrás, hacia lo viejo, no puede encontrar el Principio, pues los prin- 115 forman parte de la generación, que, no pudiendo acabar en ellos, los atraviesan hacia otro supuesto principio. Sólo el límite (péras) de la generación, que establece la entelécheia o lo que ya es en acto, el fin, existe como tal, porque no es una parte del proceso, sino la realidad indivisible que marca el hecho de que el proceso ha concluido, dicen nuestros autores. Tal es el principio de plenitud que preside, según Oñate, toda la filosofía aristotélica. Porque el principio primero de la generación es el fin, o el bien, puede encontrar el Aristóteles de Oñate, nos dice esta, un principio eterno e inmutable del movimiento. Un principio auténticamente suprasensible de lo sensible, afirman. Movimiento es lo que tenía que ver con lo sensible, que ha quedado reducido a las categorías segundas en su relación a la primera substancia, la forma-fin. Comenzaremos preguntándonos por qué la forma fin de cada una de las series de sensibles que son participadas, regidas, por su forma-alma, es terminal y, además, eterna. Entiendo que el griego Aristóteles pensara que el tiempo es eterno, pero ¿por eso nosotros hemos de pensar de idéntica manera que el tiempo es eterno y también el mundo?, ¿por qué un principio eterno e inmutable del movimiento? Si hablamos de las series genéticas, que nacen y mueren, si son corruptibles, lo que se da en nosotros, pero que ni nacen ni mueren, cuando son incorruptibles, las 53 esferas celestes, series de sensibles, pues materiales, aunque sea de una materia muy sutil, cada una de ellas cerrada sobre sí, sin que en ellas pueda darse bajo concepto alguno una interacción de las substancias, en absoluta incomunicación substancial de esas series de sensibles, tenemos que aceptar un principio eterno e inmutable, si es que el tiempo es eterno también él. Pero ¿por qué? Insisto en lo mismo: supongamos que Aristóteles dice en su letra estas cosas, lo que cada vez comparto menos, ¿por eso haremos nuestra filosofía basamentada en esos pedruscones inaceptables so capa de que sobre el dios de aristóteles cipios iniciales no existen en realidad, no pueden existir por sí, pues 116 él pensaba así y él es para nosotros la otra Escritura? Pensar así es alfonso pérez de laborda por completo inaceptable. Nada en nuestro pensar físico subtiende este pensar meta-físico. Mas, aún suponiendo que él pensara de este modo, ¿no hay manera de acomodar su pensamiento con objeto de que sea un pensamiento interesante para nosotros? Pues me temo que, de ser verdad este Aristóteles y queramos encerrarnos en él, no daremos ni de lejos cuenta de lo que hay; y, en todo caso, estaremos muy lejos de una filosofía de la carne. ¿Un principio eterno e inmutable del movimiento?, ¿de cada una de las especies y orbes?, ¿cerrados ellos en su propia substancialidad y unificados cada uno de ellos por el tender o concurrir «hacia uno», hacia su uno, en el que este uno es excluyente, puesto que cerrado a cualquier otro, excepto en el orden final?, ¿sin comunicación de substancias? Porque este orden cósmico parece ser un mero orden final, pero no ordenamiento hacia un fin. Todavía lo hemos de ver en lo que nos queda. Pero, insisto, me temo que estas maneras de comportar nuestro pensamiento nada tienen que ver con nuestro pensar físico que debe subtender nuestro pensar meta-físico, como no sea que queramos adentrarnos en una mera esquizofrenia de nuestro pensar disyunto, sin orden ni concierto ni siquiera algún atisbo de coherencia en red y, para colmo, me temo, con consecuencias terribles en otros campos del pensar, que se me hacen absolutamente inaceptables; en todo caso, que nada tienen que ver con una filosofía de la carne. ¿Estaremos obligados a aceptar a este Aristóteles? Una vez más me pregunto: ¿por qué? Dicen que el principio primero de la generación es el fin, o el bien, añaden, pero si el tiempo es eterno, por cíclico, el fin es el principio, luego todo su argumento de forma-fin se desmorona, porque en esta perspectiva de su pensar hubiera sido igual decir forma-origen. Mientras no haya flecha del tiempo, sino repetición cíclica, haciendo eterno al tiempo y, por tanto, cuasi-inmóvil, o si se quiere, inmóvil de cualquier movimiento local, si eso es verdad, recuérdese a Hitler- Chaplin y su bola del mundo, no puede haber forma-fin que esté más 117 prendiendo hasta el final que el principio primero de la generación es el fin, se puede encontrar un principio eterno e inmutable del movimiento. ¿Es esto verdad? Vale, sea, pero lo que hemos encontrado es un principio inmutable del movimiento que de idéntica manera puede ser la forma-origen. Se acabó de un golpe, pues, el tender o concurrir «hacia uno», pues es un tender recurrente a un mero sí mismo que se repite en el discurrir eterno del tiempo cíclico. Puede que sea un principio auténticamente suprasensible de lo sensible, como aseveran, pero ya ha perdido toda su coloratura e interés, pues se diría que es un suprasensible, ser de meras estratosferas, que no sabemos si hace que todo mire hacia delante o hacia atrás, pues es esencialmente lo mismo una cosa u otra. Peor aún, como si viéramos una película que marcha hacia atrás, lo que parecía irse aunando hacia el pròs hén, se deshilacha en los meros sensibles inconexos. Si el tiempo y el movimiento son eternos, y el cosmos es también eterno, aprecio que todo lo que parecía ser ordenamiento-hacia se convierte a la vez en deshilachamiento-desde. La razón para denegar esta posibilidad no veo que sea real. Ellos dicen que nunca han podido tener un comienzo, porque ello supondría la máxima imposibilidad-impensabilidad: que del no ser viene el ser. Cierto, ese argumento tiene entidad; pero ante ello hay que afirmar dos cosas. La primera, en lo que sostengo nunca nos encontramos ante un umbral que nos señala algo así como la nada de un tiempo cero, eso sólo sería planteable en un tiempo direccional que comience; aquí el tiempo es un circular continuo en la ronda del porvenir que se hace pasado y del pasado que se hace porvenir; estamos en la ronda cíclica de lo meramente eterno. La segunda, que el concepto de creación nos da respuesta a ese argumento, y no veo por qué el concepto de creación no es pensable, incluso en la égida de Aristóteles; resolvería no pocos de los problemas de la metafísica aristotélica y no veo verdadero que vaya en contra de los meollos mis- sobre el dios de aristóteles allá, pues ese más allá ya es también más-acá. Dicen que sólo com- 118 mos de su pensamiento, que se encuentran enclaustrados sin permiso, alfonso pérez de laborda precisamente, en un inexistente tiempo cíclico eterno. Otro gallo cantaría si habláramos, cosa que no creo haga Aristóteles, de un tiempo eterno porque línea al estilo de la geometría cartesiana, que no tiene comienzo ni tiene fin; pero este pensamiento, me parece, es más de Engels que de Aristóteles. El dinamismo finalista aristotélico de Oñate se opone al dualismo, a la lógica de la escisión, al nihilismo, a la lógica de la generación vista desde la muerte, desde la pérdida, a la lógica de la búsqueda que nunca encuentra principios primeros ni puede reconocer la diferencia de lo suprasensible en lo sensible, etc.; estas son algunas de las maneras que, según Oñate, quedan desfondadas con su pluralismo finalista. Es en el pròs hén —en el «focal meaning»— en donde se cifra su pluralismo teleológico; en donde se da la unidad estructural-jerárquica y no universal-genética. Situando lo Primero en el fin y no en el comienzo de la realidad, nos abrimos a una unitariedad determinada, concreta, internamente articulada y ordenada de la realidad compleja y plural. La universalidad de la ciencia primera, pues, no viene dada por la universalidad esencial de su objeto, por la universalidad del Uno-Ente absoluto, razonan nuestros autores, sino que consiste en una universalidad estructural y activa que abarca a todas y cada una de las significaciones concretas, determinadas, reales, y, por ello, diversas entre sí, del ser, el cual se dice de varios sentidos porque estos se enlazan por referencia al primero, la ousía. La cual, como sabemos, se dice en potencia y en acto, por lo que hay dos perspectivas reales, dos tipos también de géneros originarios. Los potenciales, que remiten a la ousía potencial, el hypokeímenon o la substancia sensible, compuesta e individual. Los actuales, la corruptibilidad de la substancia contingente y la incorruptibilidad de la substancia necesaria; esta, la ousía eídos, es el hén primero, pues absolutamente indivisible y en acto en cuanto tal. De aquí que haya dos clases de filosofía; la que estudia la substancia sensible y explica las causas de su modo de ser, acto, que es 119 la substancia suprasensible o ente primero en cuanto ente, mostrando su acto característico, la eternidad y la causalidad que le convierten en ser primero. La substancia sensible se subordina a la suprasensible porque el acto es causa de la potencia, por lo que la física se subordina como filosofía segunda a la filosofía primera, y se ordena a ella moralmente. Esta debería llamarse, pues, meta-física, lo que no olvidaremos al llamar metafísica a la filosofía primera, es decir, que lo sensible no está separado de lo suprasensible, sino que es relativo a ella. Que la phýsis se ordena al télos es, nos dice Oñate, el mensaje básico de los libros Físicos y su regla directriz; y que el télos-límite de lo sensible es de carácter suprasensible es lo que ahora nos traemos entre manos, con tal, nos advierte, de que lo entendamos en plural. Lo que viene después de la phýsis no es sino su fin primero, su principio ontológico, su culminación o plenificación. Lo sensible se vincula, refiere a lo suprasensible, no se da en un mero ámbito de la naturaleza, el de lo generable y lo corruptible, por lo que hay que trasladarse a otro mundo suprasensible separado de la naturaleza para encontrar en él lo necesario y el fundamento de la ciencia, porque lo sensible se vincula, se refiere a lo suprasensible de su propia esencia-causa. Por eso el curso regular, determinado y eterno de las generaciones. La generación física, así, es un proceso causado, legislado, regido por sus principios propios, y es inteligible, se da de acuerdo con el lógos y es susceptible de ciencia. Cambiando y moviéndose lo hace, según las leyes físicas, con las causas primeras de la phýsis, lo que proporciona a esta la constancia y regularidad. Lo puramente contingente o accidental es la excepción, no se inserta en el entramado causal de la generación inteligible, es su momento, nos dice Oñate de parte de Aristóteles, de distensión estructural. Sin ello no habría sino el absoluto-siempre de lo Idéntico. Es irrepetible e ininteligible en su concreción, aunque indispensable a la phýsis. Al estar sobre el dios de aristóteles el movimiento, o acto en potencia, acto imperfecto; y la que estudia 120 al margen de cualquier constancia natural, sin ello no podría darse alfonso pérez de laborda sino identidad absoluta. La filosofía primera, la ciencia de los sentidos plurales del ser, nos recuerda Oñate, se nos presenta incluyendo a los seres físicos, mas en cuanto entes y no en cuanto móviles, es decir, buscando explicar o encontrar las causas de su inmutabilidad y eternidad, tal como los exhiben los acontecimientos naturales. El ámbito de la naturaleza, prosigue, no es el de la contingencia absoluta, sino el de la necesidad relativa pròs hén a las causas primeras, por referir la phýsis potencial a los eíde que son su misma esencia en acto. Dice el Aristóteles de Oñate que el dinamismo finalista vence a dualismos, escisiones, nihilismos, lógicas de la muerte, etc. Bien, sea; pero no acabo de ver que de verdad se esté tratando de un dinamismo. Acepto que es un finalismo; pero no veo el dinamismo por ningún lado. Sí es un mirar, recuérdese la metáfora de las limaduras de hierro, hacia esa forma-fin; y esto ya tienen su interés. Hasta aceptaría que haya un gradiente de todo, de todas las categorías de lo que he venido en llamar cosa, es decir, de las categorías de la substancialidad cerrada, hacia ella, que proporciona la relación de unidad dándole la forma-fin; pero no veo que ese gradiente se convierta ni se aproveche para la dinámica creativa de lo que es ni para la interrelación de las substancias, que quedan encerradas en sí mismas con las relaciones con lo sensible que les toca. Se cierran las substancias. No hay relación de substancias, y estas unifican y relacionan lo que les toca; pero no lo arrastran y cautivan por el deseo, provocando la dinámica de la creatividad. La forma-fin, la substancia, hace mirar a ella las demás categorías, lo sensible, corruptible o incorruptible; pero no provoca en ellas la creatividad, simplemente hace que en ella se encuentre la plenitud de ese ser en el que se da el tender o concurrir «hacia uno». Además, en esta meta-física ni de casualidad cabe nuestra física actual, que sí habla de gradientes y los convierte en dinamicidades físicas maravillosas; menos aún si queremos hablar de la antropología, es decir, de nosotros mismos. ¿Valdría decir que la metafísica se construye fuera y por encima de la física? Cosa mala pensar así, pues me parecería un 121 Bien, incluso si lo aceptáramos —aunque cada vez me parece una letra más fastidiosa, ¿o una interpretación menos aceptable?—; pero, lo repito una vez más: ¿encuentro en este su pensamiento acicate para el mío? Cada vez me parece más clara la respuesta afirmativa, que su pensamiento es acicate para el mío; pero con una condición, que no me ligue las manos del pensar en una pertinaz cerrazón insubstancial. La filosofía primera, o ciencia primera, no se da por la universalidad esencial de su objeto, por la universalidad del Uno-Ente absoluto, nos dicen, sino que consiste en una universalidad estructural y activa que abarca a todas y cada una de las significaciones concretas, determinadas, reales, en su enorme diversidad, procedente de la multiplicidad del ser, que, recuérdese, se dice de muchas maneras, se dice de varios sentidos porque estos se enlazan por referencia al primero, la ousía. En lo que niegan estoy de acuerdo. Es en lo que afirman en donde, una vez más, veo deficiencias graves, inaceptables, pues niegan, otra vez más, la creatividad dinámica, cuando nos hablan de una universalidad estructural que abarca todas las significaciones reales, muy diferentes entre sí, pero enlazadas por una referencia común a la substancia. Es, pues, una universalidad de estaticidades. Como si hubiéramos así encontrado el arreglo final de un gran puzzle que se nos resistía. Hemos visto su sistemática estructural pendiente de la primera de las categorías, la substancia, a la cual todas las demás se refieren como primera. En ella se encuentra la forma-fin que todo lo arrastra y unifica. Aquí está la cuestión, ¿qué significa ese que todo lo arrastra?, ¿qué significa, por lo mismo, la universalidad activa, pues antes me he comido esta palabra? Activa, ¿con qué actividad? Si, simplemente, se refiere a que en ella está el acto que es la forma-fin, cuando la potencia está en lo sensible, queda todavía por ver si esa actividad es la que nos haría hablar de una universalidad de dinamicidades. Y, cuando se trata de nosotros, una dinamicidad que arrastra sobre el dios de aristóteles mero emperramiento irracional. ¿Qué la letra de Aristóteles lo dice? 122 lo que son nuestras internalidades, no sólo nuestras externalidades alfonso pérez de laborda con lo que nos habrían tomado sólo en lo que tenemos de mera corporeidad. No veo que esa actividad, que ese ser acto tenga nada que ver con la creatividad de dinamicidades que arrastra y lleva, desde la forma-fin, hacia ella, en un verdadero arrastre dinámico. Al decretar que eso que llamo creatividad de dinamicidades es también ella algo de la pura potencia, que tiene que ver, pues, sólo con lo sensible, que es también movimiento, el acto, por mucha actualidad que se le quiera dar, queda sin la fuerza ínsita de esa creatividad-desde la forma-fin. Porque, entiéndase bien, nunca digo que ella proceda del origen y comienzo de lo material-sensible, sino que procede del estiramiento desde esa forma-fin, que le da la dinamicidad creativa. Mírese la diferencia entre cadáver y cuerpo vivo. Pero aquí falta, por ahora, y ya hemos avanzado mucho en el pensar aristotélico que nos muestra Oñate, la conexión con la vida. Hablo de ella no tanto porque la mía sea una filosofía de la vida, ya se sabe que es una filosofía de la carne, con lo que ella, entre otras cosas, conlleva de carne viva, sino porque es el pensamiento aristotélico el que habla de ella y, en ella, sin duda, se da la dinámica de las creatividades, siempre que los géneros vivos no sean series cerradas en las que todo está dado ya, por más que sea desde una forma-fin, que en un tiempo cíclico y eterno se haría idéntico a una forma-origen que se les dé al comienzo. Ya se ve, por tanto, que ese tiempo eternal es una trampa sofocante para nuestro pensar sobre lo que hay. La ousía, dicen nuestros autores, al decirse en potencia y en acto, marca dos perspectivas reales, dos tipos de géneros originarios: la substancia sensible, compuesta e individual; y una segunda, la corruptibilidad de la substancia contingente y la incorruptibilidad de la substancia necesaria. Esta es la la ousía eídos, el hén primero, absolutamente indivisible y en acto en cuanto tal. Por eso hay dos clases de filosofía, la física y la meta-física; la que estudia el movimiento de la substancia sensible, en potencia y en acto, y la que estudia la substan- cia suprasensible o ente primero en cuanto ente, mostrando su acto 123 primero. Aunque lo sensible no está separado de lo suprasensible, sino que se subordina a ello, se estudian bajo perspectivas distintas. Los libros físicos aristotélicos nos enseñan algo definitivo: el télos-límite de lo sensible es de carácter suprasensible; lo que viene después, la meta-física, es su fin primero, su principio ontológico, su culminación o plenificación. Lo sensible no se da solo, sino que se vincula, se refiere a lo suprasensible. No se da en un ámbito de la naturaleza y después en otro ámbito, el de lo suprasensible, separado de la naturaleza es donde se encuentra lo necesario y el fundamento de la ciencia. Tampoco aquí, por tanto, hay separación de lo que otros han llamado natural y sobrenatural, dándose en este último los fundamentos de aquel. Ambos se dan en un único ámbito, aunque de modos distintos. No hay que ir a buscar a otro lugar los fundamentos. La cuestión está en cómo se refiere o se vincula lo sensible a lo suprasensible. Se aúnan en el tender o concurrir «hacia uno», la substancia que es la forma-fin plena y perfecta de la serie sensible vinculada. Ya lo sabemos, cuando parecería que vamos a ir encontrando ese tender hacia aquel uno unificador del cosmos, nos encontramos con las substancias y las series que vinculan en pura incomunicabilidad. Esto último es lo que una filosofía de la carne no puede aceptar de ninguna de las maneras. Por esa vinculación de lo sensible a lo suprasensible, hay curso regular de las generaciones, que cambian y se mueven en constante regularidad. Esto, creo, sólo se puede referir a lo supralunar. También algo de ello se da en lo infralunar, por ejemplo, en nosotros, por eso hay posibilidad de ciencia; el cambio y el movimiento se hacen según las leyes físicas. Son las causas primeras de la phýsis quienes proporcionan esa constancia regular en lo siempre idéntico. Me parece que se refieren a dos cosas: el movimiento regular de los orbes celestes y el movimiento regular de la generación, de la nutrición, de la corrup- sobre el dios de aristóteles característico, la eternidad y la causalidad que le convierten en ser 124 ción. Pero eso, en el mundo sublunar, no es bastante; para nosotros alfonso pérez de laborda no lo es. Cabe lo puramente contingente o accidental, al margen de cualquier constancia natural, es decir, caben los movimientos violentos que, sobre todo, son el pan de cada día en el mundo sublunar. Estas afirmaciones me parece que dejan en muy mal lugar la posibilidad de nuestra propia libertad, por ejemplo, pues todo acto voluntario queda reducido a pura contingencia o accidentalidad. Ya sé que el acto voluntario nace del alma, un alma, recuérdese siempre que no es la mía, sino la de la especie, pero entonces sus resultados estarían vinculados por pura obligación a los movimientos accidentales. ¿Cómo puede aceptarse que las cosas se planteen así, o puedan plantearse así? La universalidad de la ciencia primera es estructural y activa, abarcando a todas las significaciones concretas, determinadas, reales, que se enlazan por referencia al primero, la ousía. Bien está. Lo de estructural se entiende, pero, insisto, ahí no es necesaria dinamicidad alguna. Estamos de nuevo en el dibujo de alzada que muestra las estructuras estáticas de lo que es. Se añade activa, pero aquí puede haber un malentendido. Activa, porque referida a acto. Pero acto es realidad de forma-fin. Yendo a nuestras limaduras de hierro, la estructura de líneas viene referida a la capacidad de disposición estructural de la forma-fin-magnetismo. Cuando esto se establece, todo queda cerrado. Sí es verdad que hay actividad en el sentido de que lo potencial que forma un ser de la serie, por ejemplo, yo mismo, se actualiza por el alma de la especie que, en el momento que va desde mi generación a mi deshilachamiento en la corrupción, cuando el alma está en el paso por la materia de lo que sea la mía, ella, que es acto pleno primero, configura los sensibles en esto que soy yo, en la provisionalidad del paso en esto que soy, pero luego por sucesivas generaciones pasará a otros que son los hijos, en una cadena de padres a hijos plenificados por el alma-forma-fin única para toda la serie. Hay actividad, sí; pero no hay actividad dinámica; no hay dinamismo de creatividad. Yo he dejado de ser persona. No hay persona. ¿Lo puedo resistir? Incluso en el caso de que este fuera el pensamiento de Aristóteles, 125 cia que me parece reductora. IX Nos confiesa Oñate que no distinguir la relación que unifica y subordina las categorías a la ousía, y esa misma relación cuando coordina entre sí las ousíai y las subordina a la substancia absolutamente primera o superior, la divinidad del acto puro, es lo que, dice, la separa de Owens. Ella distingue entre un pròs hén substancial referencial categorial que expresa una relación intrínseca y constitutiva entre lo condicionado y lo incondicional, entre lo referido y el principio referencial irreferible, y el pròs hén intersubjetivo que describe un vínculo extrínseco a la substancia, que no resulta constitutivo para las ousíai sensibles en cuanto entes, dice Oñate, sino para la unidad y eternidad del Todo o del Universo. El uno referencial que es la ousía para las categorías nos sirve para resolver el problema de la unidad significativa del ente y del discurso ontológico-científico, mientras que el uno de la divinidad soluciona otro problema distinto, el de la unidad de los entes, es decir, el del kósmos. La cuestión de la unidad es la guía y brújula, le llama, para orientarse en el laberinto de la Metafísica, que se produce en tres series: unidad de la ciencia, unidad interna de la entidad o de las causas y unidad externa de los principios de los entes en el universo. Para Oñate, Owens no nota la diferencia entre las dos últimas. La equivocidad significativa del ser plural es sometida por Aristóteles a una doble reducción: la que ordena las categorías a la ousía y la que ordena las distintas instancias de la ousía a la próte ousía, la entidad esencial, el eídos o el tò tí ên eînai, que es la primera causa del ser, con la que la materia, que es en potencia, y el sobre el dios de aristóteles estamos viendo que hay una comprensión de lo suyo en una coheren- 126 compuesto, que es en acto-potencia, se identifican, cuando aquel, el alfonso pérez de laborda eídos, es en acto, constituyendo una unidad, el individuo, que es una unidad numérica compleja, por tanto, contingente, a diferencia de la simplicidad necesaria que pertenece sólo a la eîdos-ousía, a la entidad esencia-causal o primera. En lo que se refiere a la unidad del ser, hace Aristóteles un recorrido, nos dice Oñate, en dos fases: de las categorías a la ousía y de los modos de ser de la ousía a la esencia. Entre las categorías sólo la ousía es separada y subsistente; se da un primer paso hacia la unidad del ente cuando todas las categorías se enlazan a una, la primera, la única que es separada y subsiste, la ousía. Un segundo paso se da cuando, en la estructura dispersa de las ousíai se encuentra el foco de unidad referencial. Aquello que fuera capaz de albergar a todas las determinaciones como su sujeto, sin predicarse a su vez, sería indeterminado, pero esto es precisamente la materia; por eso, la ousía no es el hypokeímenon in-finito de todas las determinaciones posibles, sino un-cada hypokeímenon determinado-concreto, que es la ousía individual, a la que pertenecen y se atribuyen las significaciones o esencias secuandarias. Y ¿qué es lo que determina y limita a la ousía? Su propio principio formal, la entidad esencial-causal o próte-ousía-eîdos. Mas esta no es la substancia determinada o individuo, sino la forma substancial o esencia determinante del mismo. El polo referencial que unifica-limita la plurivocidad de las significaciones del ser y de la ousía es, en último término, la entidad-esencia. De igual manera que la ousía es causa pròs hén de que las categorías inderivadas sean, el eîdos es causa pròs hén de que la materia y el compuesto sean ousía. La materia es la esencia en potencia; la esencia o forma lo es en acto; el compuesto es acto-potencia, acto imperfecto o movimiento hacia la plenificación o actualización de su esencia, hacia ser plenamente lo-que-es. Así pues, la próte-ousía, la entidad esencial primera del alma, o principio actual del alma, no se dice ya de muchas maneras; por ella se alcanza definitivamente, nos dice Oñate, la unidad del ente. De este modo, la forma substancial en acto es primera, ni remite ni se refiere a ningún otro principio, porque 127 pròs hén de determinación, realidad, unidad e inteligibilidad para la ousía, es decir, para el sujeto material que, prosigue Oñate, determinado por ella esencialmente, y por la materia accidentalmente, es la substancia individual. La forma substancial en acto es plenamente su propio fin, es, pues, entelécheia. Cuando nuestros autores hablan de relaciones semejantes o no, se están refiriendo a la cuestión de la analogía, pero no veo claro en ello. Hablan de una relación que aun siendo la misma se distingue en dos por el lugar que ocupa, por los relacionados en un caso y en el otro. Por un lado, las categorías con su ousía. Por otro, las ousíai con la, en definitiva, divinidad del acto puro. Así pues, hay una manera de tender o concurrir «hacia uno» referido a la relación entre las categorías y su ousía, y hay otro tender o concurrir «hacia uno» referido a la relación de las ousíai con la divinidad del acto puro. Me temo que de esta forma, precisamente, se niega toda capacidad de analogía entre ambas relaciones. Una sola palabra, pero, al parecer, dos maneras de referir en absoluto distintas. La diferencia está en que la primera expresa una relación intrínseca y constitutiva; la segunda, no. Esta última es un vínculo extrínseco a la substancia, no constitutivo para las substancias, sino únicamente para la unidad y eternidad del kósmos. Da que pensar que esa distinción de relaciones lo que establece es la certeza de que el tipo de unidad que se da en el primer caso nada tiene de semejanza, de metáfora o de analogía con el segundo. Debía ser así en nuestros autores, pues al quedar las ousía-eîdos-forma-fin cerradas a cal y canto cada una de ellas en sí misma, perfectas en sí mismas, en su perfecta limitación, alcanzado su fin, su felicidad, su belleza, su bien, lo que ha acontecido en ellas no es ni repetible ni exportable; nada comparte con ninguna otra; todo queda para su sí misma y las relaciones que con ella guardan sus categorías. Ellas ya no pueden tener ninguna unidad real con las otras substancias que son sobre el dios de aristóteles es la primera causa del ser: simple, eterna, necesaria, inmóvil, principio 128 como ella, pero distintas a ella y cerradas a ella, como ella está cerrada alfonso pérez de laborda a todo lo que no es ella misma. Por eso he hablado varias veces de incomunicabilidad de substancias. Después, vamos a ver todavía un corrimiento del pensamiento metafísico del aristotelismo de Oñate hacia el De anima, es decir, a que esas ousíai se van a quedar más o menos dibujadas en el alma de la especie que nosotros somos; en todo caso, en la parte sublunar del universo. De esta manera, las que correspondan a los elementos celestes, las 53 esferas, ya no tendrán la fuerza dinámica unitiva de las nuestras, por lo que la relación de unión puede ser menos estrecha, menos empeñativas. No olvidaremos la cantidad de veces que en estas páginas hemos visto un modelo mecanicista de lo supralunar en esta interpretación de Aristóteles, de manera que en la ordenación del kósmos pueden quedar como emergentes almas, motores inmóviles y Motor Inmóvil, en las que se da sólo la segunda relación, que no es intrínseca y constitutiva: la que se da entre puros entes de mera divinidad. Ya lo sabemos, y esta me parece la causa de lo que llamo la substancia cerrada, la entidad esencial primera del alma no se dice ya de muchas maneras —como el ser, que se dice de muchas maneras—; por ella se alcanza de modo definitivo la unidad del ente en la substancia individual. Ella es la primera causa del ser, simple, eterna, necesaria, inmóvil; hacia ella se ha dado el tender o concurrir «hacia uno». Dicen de ella que, por forma substancial en acto, por lo que es plenamente su propio fin, es entelécheia. Pero, por eso, nos encontramos con una entelécheia cerrada, sin conexión con las otras, como no sea un mero ordenamiento del dibujo común. Todo queda así cerrado sobre sí mismo, sobre el alma y, luego, sobre los otros motores inmóviles, los cuales nos habían aparecido comportándose en un juego de pura mecanicidad. Todos ellos fuera de cualquier movimiento, sin dinamicidad ninguna, sin creatividad dinámica, sobre todo de unas respecto a las otras. De entenderse las cosas así, ¿extrañará que, luego, mucho más tarde, el discurrir filosófico de los mundos supralunares acaben llenándose también no ya sólo de 129 Hay además otro punto que debe considerarse con cuidado. La diferencia en el tender o concurrir «hacia uno» de la substancia referencial y en el tender o concurrir «hacia uno» intersubjetivo es abismal. La primera expresa una relación intrínseca y constitutiva. La segunda, en cambio, describe un vínculo extrínseco. Quiero fijarme primeramente en lo que sigue: en el primer caso expresa; mientras que en el segundo, describe. Las palabras elegidas para hablar del pròs hén en cada caso, denotan una extremada diferencia. La primera indica algo intrínseco a la unidad, que constituye la conjugación misma de la serie substancial, es decir, la próte ousía y sus categorías; lo suprasensible en ella y sus sensibles. La segunda, no. La primera es unidad intrínseca y en lo substancial. La segunda no. La primera es unidad compleja en la que, en opinión de Oñate, encontramos, por fin, la unidad del ente En cambio, la segunda es, así, mera montonera; no hay entre esas substancias vinculo substancial alguno. Y ¿cómo puede acontecer tal cosa? Si es verdad lo que ya me había aparecido de la unión substancial en la serie, que se trataba de una unión de un mero dibujo de alzada de un sistema de pura mecanicidad, unidad, sin duda, pero no suficiente, cuánto más ahora en que nos encontramos con una mera montonera que sólo tiene unidad en nuestro mero decir: ese cosmos será, pues, como un mero archipiélago de islotes independientes echados al tresbolillo que hay plantado en el océano inordenado del ser. Avanzando con el Aristóteles de Oñate, las entidades esenciales de los entes sensibles son los primeros principios-fines, suprasensibles en cuanto tales, de ellos y en ellos. No hay generalidades, Bien, Uno o Ser No puedo dejar de pensar en el vínculo substancial leibniciano. Cf. el capítulo 3, “El Dios trinitario, culminación de la filosofía de Leibniz: el vínculo substancial”, de Tiempo e historia: Una filosofía del cuerpo (Madrid 2002) 61-96, sobre el dios de aristóteles motores inmóviles, sino igualmente de almas y espíritus angélicos? 130 de todos los entes, sino que hay los entes, los bienes o los unos: las alfonso pérez de laborda ousíai. Esto queda del todo claro. Otra cosa bien diferente es la de la unidad externa de las formas substanciales, de las entidades primeras entre sí dentro del todo-uno-ordenado del universo-cosmos. Lo que hay, pues, son los entes, aquello que-hay, sin que tengan en otro su esencia, sino que tienen en sí su propio bien, el fin inmanente y constitutivo de su propia naturaleza activa, que es y se hace, continúa Oñate, en tensión dinámica hacia su télos, hacia la plenitud de lo que ya es dynámei. Y ¿cómo se coordinan las entelequias substanciales entre sí? Como cada ousía remite modalmente a su principio-fin, en el contexto intersubstancial la relación pròs hén hace que cada substancia remita a su mismo motor inmóvil específico como a su principio de plenitud y en sentido principal no es causada por ninguna otra esencia distinta a la suya ni anterior a la suya. Mas, siendo así, si las substancias sensibles no refieren sino a su propio eîdos, y por su parte los eíde son principios absolutos, prosigue Oñate, ¿cómo podrá darse el enlace de su pluralidad en el sistema del kósmos? La apertura de la respuesta se encontrará en la distinción de los sentidos del acto. Dice el Aristóteles de Oñate, si Dios fuera la única entidad unívoca de entre todo lo que se dice ser, él sería el único ente en cuanto ente: tal es el reduccionismo que caracteriza, nos dice, la lectura teológica monista de la filosofía primera. El conector, como lo llama Oñate, pròs hén unifica tres cosas: las categorías hacia la ousía, las instancias de la ousía entre sí y las ousíai hacia Dios, sin que podamos ignorar las diferencias y lo que hay en común en cada uno de los casos en la estructura conectiva. En la primera, prosigue nuestra autora interpretando a Aristóteles, las categorías son sólo porque se vinculan o enlazan a la ousía, por lo que tienen carácter accidental y ellas son merced a su inherencia (hypárchein) en la ousía que es la única independiente y separada; ella es el principio incondicionado de lo condicionado a ella, la primera significación del ser. Por eso, la ousía tiene capacidad de recibir contrarios sin dejar de ser una y la misma cosa, y no teniendo ella 131 lo restante la actualidad substancial, que sin ella no tendrían. Las integra intactas, sin chocar con ellas, en un sistema jerárquico. La ousía no prescinde de la relación a las categorías, sino que, dentro de esa relación, continúa Oñate, desempeña el papel de sujeto permanente en acto. Ella es absoluta; son las categorías las que remiten a ella. Es el término de las referencias, y en este sentido causa-final de las categorías. La independencia distintiva de la ousía reside en su primacía ontológica sobre las categorías, por cuanto la ousía-esencia es el auténtico principio unitario para los diversos atributos de lo que es un conjunto orgánico, el ente natural. La unidad de la esencia ontológica no hay que buscarla, pues, en la esencia, en el contenido, sino en el enlace. No hay que proceder como Owens, nos dice Oñate, quien resuelve la polisemia óntica por exclusión de los atributos y reducción al ámbito de la ousía o entidad, sino al revés por acumulación estructurada o cualitativa, por inclusión, conexión y subordinación de la pluralidad categorial en la ousía. Él ve un paralelismo entre la dependencia que vincula las categorías a la ousía y la dependencia que establece entre las ousíai terrestres y celestes respecto del Ser Inmóvil de Dios, pero Oñate sostiene que se olvida de otro sistema, el que conecta y hace depender al compuesto sensible de la entidad suprasensible que es su esencia-acto; olvidar este sistema intermedio es incurrir en la sistemática omisión de las almas específicas actuales aristotélicas como entidades primeras. El conector pròs hén, como le llaman, conecta unificando, pero, lo estamos viendo, de maneras distintas cada vez; no dos como dice Oñate sostiene Owens, sino tres. En la primera unificación, de las categorías a su ousía, va muy bien esa función conectora de lo condicionado y accidental a aquello que es incondicionado y la primera significación del ser, proporcionando a lo restante la actualidad substancial; integra sin chocar en un sistema jerárquico que procede por acumulación estructurada, por inclusión, conexión y subordinación sobre el dios de aristóteles ningún contrario. Su función conectora está en que ella proporciona a 132 de la pluralidad categorial en la ousía; ella es absoluta y las catego- alfonso pérez de laborda rías remiten a ella. La unidad no está en la esencia, sino en el enlace. Esta unión matizada y orgánica parece cosa bien interesante también para una filosofía del cuerpo que explica y comprende, mirando hacia atrás, el ser de lo que somos en nuestro ir siendo. Pero, nótese bien, he dicho mirando hacia atrás. Ahí pareceríamos encontrar algo que nos señalan las estructuras de lo que llamo carne maranatizada. Qué digo, ni siquiera, pues esto es función de lo aquí llamado ousía. Encontramos una descripción ordenativa de cómo se establecen las contexturas de la carne. No lo que esta es, pues falta hablar de las tres carne y del juego de las carnes, sin lo que nada somos, pero sí, al menos, nos hace entrever cómo se llega a establecer una ordenación jerárquica de lo que somos en el momento en el que se da lo que llamo la imposible-posibilidad que nos constituye en seres vivos. Y cuando hablemos del inteligir que se da en esa unidad conectora, nos referiremos a nosotros mismos como seres vivos. Será esta, entonces, una explicación interesante de la unidad conectora que nos hace carne, y de cómo se establece la jerarquía sistémica de lo que somos en nuestro ir siendo. Me parece esencial añadir siempre la coletilla de nuestro ir siendo, pues de otro modo cercenaremos la creatividad dinámica de eso que se nos da a ser. En una palabra, estamos estableciendo una manera interesante y conectoramente unitiva de eso que han venido luego en llamar problema cuerpo-alma. No encuentro en esto, como tuve tentación de pensar en un primer momento, la carne enmemoriada, pues en esta es esencial la memoria, y ella sólo se da en el ir siendo, mientras que aquí parece que tenemos, una vez más, una foto fija; la foto de un amplio y ordenado mecano. Las fotos fijas están bien para conocer un momento estructural de lo que fotografiamos, qué duda cabe, pero, insisto en ello, cercena la creatividad dinámica. No se ve de qué manera en esta filosofía primera aristotélica podemos reencontrarnos con eso que somos en nuestro ir siendo. Sí, en cambio, encontramos, en primera instancia, unas maneras muy interesantes de estructuración ordenativa y jerárquica que bucea en lo que hay en 133 Por ahora tenemos clara la primera función unitiva del conector pròs hén, pero estamos viendo en estas maneras filosóficas las dificultades de lo que acontece en el contexto intersubstancial, pues ahí no se da ya esa tensión dinámica hacia su télos que hemos visto en los entes sensibles. Es muy ajustada la pregunta que se hacen de cómo podrá darse el enlace de la pluralidad en el sistema del kósmos. La interpretación teológica de Aristóteles dice que Dios es la única entidad unívoca de entre todo lo que se dice ser, el único ente en cuanto ente; pero, ya lo sabemos, eso no es así para el aristotelismo oñatiano, precisamente porque no tienen en cuenta esas interpretaciones la segunda función unitiva del conector pròs hén, pasando de la primera en directo a la tercera. Así pues, iremos viendo. Además, hubiera parecido que teníamos las cosas totalmente claras con respecto a la primera función unitiva del conector pròs hén, pero vamos a ver que habíamos cantado victoria demasiado pronto. Me pregunto si no hay aquí una marcha atrás de la Oñate aristotélica, pues el pròs hén parece verse reducido ahora, sin más, mejor, de más en más, a la relación entre las categorías y la ousía, lo que, como hemos ido viendo, no acontece en una filosofía de la carne. El suponer que algunos piensan que Dios es la única entidad unívoca, rechaza de raíz la analogía en quien hace esa acusación. Aristóteles, según Oñate, niega la posibilidad real y pensable, aunque imaginable, de una materia separada de la forma, que fuera pura indeterminación y se presentara como sujeto absoluto-único de todas las determinaciones, convertidas, entonces, en sus accidentes. No hay Una Substancia de los entes, y no la hay ni como Materia ni como Forma. Porque substrato no significa materia; sólo se ha rechazado un hypokeímenon absoluto, un Sujeto ilimitado de los entes, que sería La Materia, incluso si le llamara Forma. La ousía es un sujeto determi- sobre el dios de aristóteles busca de los incondicionados y su relación con los condicionados. 134 nado, lo que introduce a radice la pluralidad de los entes como con- alfonso pérez de laborda dición de posibilidad sine qua non, prosigue Oñate, desde el objeto, para la ciencia que estudia sus primeros principios y causas, la filosofía primera. El punto de partida de la metafísica aristotélica será, por tanto, no la cuestión del Ser, sino la de los entes-substancias. Al tratar del ente sensible, nunca abandona la perspectiva del sujeto-substancia, para el que la ousía es hypokeímenon, y el prôton hypokeímenon es la forma inmanente, la esencia del compuesto, sin que ello signifique que toda ousía sea hypokeímenon, porque no toda ousía es sensible-compuesta, pues hay ousíai que son eíde simples e inmutables, que no son substratos de nada, de ningún cambio, de ninguna determinación accidental, sigue Oñate, sino directamente próte ousía o, en rigor, ousía haplôs. No es, pues, que haya dos significados de ousía, hypokeímenon y eîdos, sino dos clases de ousía porque hay dos clases de eîdos: eîdos-hypokeímenon, la materia inmanente al compuesto o substancia sensible y corruptible, y el eîdos haplôs, la esencia inmaterial y suprasensible. Se hace una distinción porque el alma puede mirarse desde dos perspectivas distintas, ya lo vimos anteriormente con Calias y Sócrates, de la mano de Oñate. La esencia sensible o alma, que es la entidad del compuesto, y la esencia suprasensible, que es el principio actual de la entidad del alma: son la misma, aunque no del mismo modo; dos perspectivas distintas de la misma forma substancial. La forma substancial-causa, el principio determinante, no puede ser ni individual ni universal, sino causa del individuo físico y del universal inteligido. Los eíde aristotélicos, pues, según Oñate, sí pueden estar aparte de los singulares, aunque estos no puedan estarser separadamente de las almas o entidades primeras a las que deben referirse y vincularse para ser, por lo que son las causas primeras de los individuos, sus mismas esencias en acto. En este párrafo encontramos de nuevo, aunque quizá expuesto de manera más clara, lo que ya sabíamos. Es a manera de resumen de la doctrina aristotélica expuesta en los primeros parágrafos de estas páginas. Insiste, cosa que no puede sino congratularnos desde una 135 indeterminaciones abstractivas y matematizantes. La pregunta que le hago a esta interpretación de Aristóteles es si, siendo de primeras una filosofía que nunca abandona la perspectiva de los entes-substancias, por qué no llega, después, a la profundidad de la cuestión del ser. Eso por un lado, y por otro, queda muy confusa esa distinción de Sócrates, por un lado, y el alma genérica de Sócrates, por otro. Pero a ello nos hemos referido con suficiente amplitud en página más arriba. Sabemos la respuesta: porque el alma, en definitiva, es sólo el alma de la especie y no la de Sócrates. Ahora sería, pues, cuando debieran explicarnos por qué no llegan a la cuestión del ser. Precisamente cuando nos explicaran la segunda y tercera función unitiva del conector pròs hén. ¿Lo harán o se les olvidarán por el camino? Lo habremos de ver enseguida. Como en el caso de la unidad categorial, ¿la unidad de la substancia es una unidad pròs hén? El Aristóteles de Oñate responde que no: la unidad substancial y esencial de la ousía sensible no es pròs hén, sino inmediata y directamente unidad; unidad de identidad. Sin embargo, la unidad modal del ente sensible sí se puede considerar pròs hén, en sentido modal. Es la diversidad interna al ente sensible la que se unifica pròs hén, al serlo en orden al fin-acto. Lo reunido por el pròs hén no ha sido suprimido e incluido en el uno, tò hén, que es la ousía, sino realzado-ordenado, continúa el Aristóteles de Oñate, de manera que la diversidad modal interna se ordena y subordina a la simplicidad modal, y no a la simplicidad esencial, a la actualización plena de la entidad en todas sus diferencias, con lo que no caeríamos en la tergiversación corriente de creer que, para realizarse plenamente, las substancias naturales tienden a ser simples, a lo-simple, con exclusión de lo diverso, en vez de ser simplemente lo que son, incluyendo sus diferencias y sus potencias en orden, dicen nuestros autores, a que pueda darse, expresarse y comunicarse su bien, su vivir bien. sobre el dios de aristóteles filosofía de la carne, en la determinación de lo que hay, sin irse a puras 136 Si la unidad de la substancia fuera, ella misma, una unidad pròs alfonso pérez de laborda hén se referiría y vincularía a otra; entonces los de la interpretación teológica tendrían razón, pues las substancias quedarían tendiendo o concurriendo «hacia uno», y este sólo podría ser Dios; pero tal cosa es lo que Oñate rechaza con absoluta fuerza en su interpretación. Por eso nos dice el Aristóteles de Oñate que, siendo la ousía unidad de identidad, inmediata y directa, lo que nosotros hemos interpretado dándole el calificativo de cerrada, sin embargo, sostiene una unidad modal. No se pierde la diversidad interna de los entes sensibles en esa unidad, nada de ellos ha sido suprimido. Es una unidad en la que nada se pierde; nada se rebaja; nada se reduce. Lo que se consigue, más bien, es realce en la ordenación. Sin embargo, no acabo de entenderlo bien. Antes, en parágrafos anteriores, nos hubiera parecido que la unidad era tal unidad; no que todos los sensibles condicionados desaparecieran en lo incondicionado, pero sí que entre ellos se establecía unidad recia. Entiendo que con ello nada se destruye, nada se desmocha, sino que la diversidad modal interna se ordena y subordina, pero no veo, por ejemplo, cómo puede darse esa unión alma-cuerpo de la que luego se hablará; aunque bien es verdad que en definitiva, el alma de Sócrates sólo tiene verdadero interés cuando es el alma de la especie en su paso por esos sensibles que nos hacen hablar de Sócrates. Se ve claro que estas maneras son las que ahora quieren poner en la unidad de las substancias. Nada en ellas ha sido destruido en la unificación, nada se ha perdido, nada ha cambiado en su propio ser, simplemente, se realza su ordenación. Se diría que, ahora, para que aquí, en la unidad de las substancias, no se caiga en la interpretación teológica de Aristóteles, se enturbia la unidad que habíamos creído entender se daba entre las categorías y su substancia, como hemos ido diciendo en varias ocasiones. Para el individuo sensible, nos señala Oñate, prosiguen de la mano nuestro autores, las determinaciones categoriales incluidas por enlace pròs hén en la ousía suponen, sin embargo, un resto de potencialidad o indeterminación, desde el que resulta posible el movimiento. La 137 miento (kínesis) y el acto perfecto (entelécheia) permite comprender por entero, prosigue Oñate, que la forma-esencia no acaba de ejercer su causalidad sobre la materia-potencia del compuesto una vez cumplida la determinación esencial de la materia última, sino que, mientras el compuesto viva, continúa ejerciéndola como principio determinante con causalidad final-modal. Hay así un primer sentido del acto que es el movimiento, el cual es un acto imperfecto; es actual, pero está en potencia con respecto al fin; es actual-potencial y muere cuando se da el fin que él mismo logra, pero que no causa. Se da en él la marca de la corruptibilidad, en su diferición, en su desgarradura temporal, en su no coincidencia consigo mismo, nos señala Oñate. Y hay también el acto energético, que se da en otros modos de duración plenos, ricos, perfectos, los cuales ya no son movimiento, sino práxis, actividad o acción cuya potencia es completa o perfecta; potencias cuyo acto no ha de morir; simples, con potencia suficiente para actualizarse inmediatamente en la expresión de sí mismos. Una actualidad-potencial que nada tiene que ver con los negocios del dominio, dice bellamente Oñate, sino con la plenitud o complexión, y suficiencia para expresarse con el gozo de estar siendo, sin difracción entre deseo y realidad, sin obstáculo, sin desgarradura temporal, en la felicidad del instante eterno, y todo ello sin necesidad de trasladarse a otro mundo. Estos actos perfectos son enérgeia y no kínesis. No sólo Dios sino las actividades del hombre o de los demás seres que son fin de sí mismos exhiben, prosigue nuestra intérprete, ese carácter de unidad y realidad plena que se expresa en actividades autárquicas e independientes, libres, que no se subordinan al fin, sino que se cumplen y expresan sin más en su ver, vivir, pensar, ser feliz. No relativo a otro, sino absoluto. Pleno, sin faltarle nada, en su riqueza. Poniendo su ser en la presencia, placer y felicidad. La fuerza vinculante de su autoidentidad rechaza la des-composición y diferición; lo suyo es la eternidad. Y, sin embargo, a Oñate le parece de extremada sobre el dios de aristóteles distinción aristotélica entre el acto imperfecto (enérgeia atelés) o movi- 138 importancia darse cuenta de ello, el acto energético aquí es todavía alfonso pérez de laborda potencial, es precisamente la actualización que no excluye sino que conserva y expresa a la potencia perfecta; es acto de potencia plena. Mas tiene todavía la marca de la contingencia o disyuntividad modal. Actividades inmóviles que corresponden a lo acabado, completo y eterno, pero todavía potencial, cuya actualización es enérgeia, sin dejar de ser potencial. Hay, pues, actividades inmóviles que corresponden a lo acabado, completo y eterno, pero potencial, aunque potencias perfectas, cuya actualización es enérgeia, sin dejar de ser potencial. Tiene por entero razón Oñate cuando señala que para el individuo sensible las determinaciones categoriales que se dan en el enlace pròs hén en la ousía no son tales que en la unidad hacia ella impidan el movimiento: sería un sin sentido, pues de ninguna de las maneras estaríamos hablando de eso que hay. Mas queda juego todavía, es obvio. Ese juego lo interpreta diciéndonos que la distinción entre el acto imperfecto y el acto perfecto nos hace comprender cómo la causalidad de la forma-esencia sobre la materia-potencialidad sólo lo es en el mientrastanto; mientras el compuesto viva. De nuevo hay que decir: es obvio, de otro modo la unitividad impediría la muerte y la corruptibilidad cuando, y esto es propio de su interpretación, el alma de la especie haya dejado de pasar por eso que hemos llamado Sócrates, y en el mientrastanto se haya dado la influencia del principio determinante como causalidad modal sobre el individuo sensible. Parece, pues, que esa disyunción de ahora busca poder permitir el movimiento y la corrupción, pues si la unitividad fuera completa, ya no se podrían dar, sería romper una unión empeñativa y perfecta. Estamos moviendo nuestro pensar, por tanto, en el puro mundo sublunar; nada de esto se da en el mundo supralunar. Nos estamos refiriendo a nuestras almas, mejor, al alma de nuestra especie que pasa en nosotros. Parece decírsenos que si hubiera unidad esta sería intocable, eterna, con lo que nos alejaríamos de manera intolerable de lo que hay. Por eso se habla de unidad modal. Una unidad mientras se dé el modo del paso por el individuo sensible. Pero tal cosa se hace despojando de un plumazo el 139 que sería difícil conseguirla si hemos decidido —además de que, no lo he olvidado, habíamos postulado un tiempo cíclico y eterno, con las terribles consecuencias que ello tiene— que no habrá comunicación de substancias, pues esta pediría para ellas un tender o concurrir «hacia uno», y este sólo podría ser Dios, incluso un Dios creador. El acto energético muestra que hay eternidad plena en el acto mismo de lo contingente; que el tiempo de realidad no es sólo desgarro, muerte, miseria, dolor y carencia-búsqueda, sino principalmente eternidad, placer, felicidad, encuentro, riqueza y dicha de estar siendo activamente lo que se es, en la abundancia que se sobra y expresa, que se da, y en la felicidad de contemplar también todo lo que esté siendo ello mismo plenamente, y se dé en absoluto, y sin resto, y sin límite exterior, tales son las palabras de Oñate para Aristóteles. Lo absoluto y eterno está aquíahora cada vez que hay activa-plenitud; porque la plenitud se alimenta de su propia expresión. Así, diremos con Oñate, que las enérgeiai como actividades inmutables y eternas, a la vez son contingentes en cuanto a la presencia-ausencia de su manifestación gozosa. Una eternidad contingente, tal es el modo de ser de las potentes actividades perfectas que son fin de sí mismas, ¿no es exactamente esta la condición de los eíde? Podemos concluir con el Aristóteles de Oñate que el acto energético, eterno pero potencia, corruptible sin corromperse y que llega a ser sin generarse, es la prôte ousía o entidad causal de las substancias corruptibles compuestas, y que esta entidad es simple, inmaterial y está fuera de la materia y el sujeto: tal es el alma. Pensar las cosas así permite encontrarse con modos de actividad con potencias cuyo acto no ha de morir, modos de duración que son ricos, perfectos. El mundo supralunar; pero no sólo él, pues en las almas se da esa misma actividad con potencia cuyo acto tampoco ha de morir, sino que es eterno. Estos actos perfectos, dicen, ya no sobre el dios de aristóteles alma personal de Sócrates. ¿No cabe otra manera de unión? Me temo 140 son kínesis, sino enérgeia. Nada tiene que ver, lo sabemos bien, este alfonso pérez de laborda mundo con el sublunar. Es mundo de perfecciones, de estarse en tiempos que son eternidades. Sin embargo, también las actividades de los hombres y de los demás seres que son fin en sí mismos, seres sublunares, tienen una actividad semejante, pues lo suyo es también la eternidad. La condición es clara, que se trate de esas ousía-alma de las especies; pasan por lo sensible para hacer que nazca y muera Sócrates, pero su alma es el alma de todos, eterna también ella, alma de la especie. Su acto energético es acto de potencia plena; todavía potenciales, pero que son la actualización que no excluye sino que conserva y expresa a la potencia perfecta. Tienen todavía la marca de lo potencial, pero actividades inmóviles que corresponde ya a lo acabado, completo, eterno. La palabra expresa aquí no parece tener la significación llena que tiene en una filosofía de la carne, pues parece querer decir más bien: señala, hace referencia a, tiene alguna semejanza con; pero no es de verdad una expresión analógica. Quizá, vuelvo a entrever, la diferencia de todo esto con una filosofía de la carne esté en una comprensión inadecuada de la analogía. Hay cierto parentesco expresivo con Dios, sin demasiada cualidad ni importancia, también aquí existiría una expresión que es la ordenación perfecta en un dibujo de alzada, pero en donde no hay dinámica creativa alguna que sea compartida, por más que sea en una huella; pero no verdadera expresión de Dios que conlleve una analogía de semejanza. Aquí se asemejan las relaciones, pero no se asemejan los seres. El acto energético que nuestros autores acaban de desplegar ante nosotros, hace que haya eternidad plena en lo contingente, que el tiempo de realidad sea de eternidades y de plena felicidad; felicidad de contemplar lo que se está siendo con plenitud, la cual se alimenta de su propia expresión. Sí, quizá, pero una expresión mocha. Contemplación de una expresión de sí misma, pero en algo que no está abierto sino cerrado. Lleno, quizá; en completud, ciertamente no. A lo máximo, ser en plenitud, pero que no expresa el ser en completud, por lo que, en definitiva, queda esencialmente corto. Que ni siquiera ha olido esa expresión, pues se le ha quitado, ha sido redu- 141 reducida a pura nada, al alma de la mera especie. Así pues, me pregunto si por dejar más clara la función unitiva primera del conector pròs hén, no nos hemos tenido que meter en los terrenos tan interesantes del De anima, pero ello ha hecho que nos olvidemos de verdad de las otras dos funciones del conector, sobre todo de la tercera, por lo que, aunque creíamos, en nuestra lectura del libro L de la Metafísica, que nos encontraríamos de bruces con el Dios aristotélico del nÒhsij no»sewj, resulta que ello nos quedó perdido en el lejano parágrafo 6 de estas páginas. ¡Qué pena! Así pues, ¿marré mi objetivo? Desde un punto de vista sí, es claro; pero desde otro, no. Pues me enfrenté a una coherencia aristotélica que, si no llega a ser por la ayuda de la interpretación aristotélica del libro de Teresa Oñate, no hubiera sido capaz de tener. De esta manera creo haber encontrado los puntos decisivos en los que una interpretación aristotélica se hace apasionante para una filosofía de la carne. X Pero, comienza Oñate a terminar su interpretación, no acaba en el alma la compleja articulación del sistema modal aristotélico, pues el mismo télos-enérgeia, siendo acto en potencia, depende de una actualidad superior. Tal es el tercer sentido del acto: la entelécheia. Ambas, enérgeia y entelécheia, no son lo mismo, aunque las dos son enérgeia, pero la primera lo es en potencia-perfecta, mientras que la segunda sólo en acto, acto de acto (haplôs) y no ya de potencia alguna. Qué pasa, ¿la primera tiende a la segunda?, ¿hay para el alma-enérgeia algún acto anterior como lo hay para todo lo potencial?, ¿pueden tender las potencias del alma a algo diferente, a otra esencia, a otra enti- sobre el dios de aristóteles cido a poco, de la misma manera que nuestra alma individual ha sido 142 dad distinta de ellas mismas?, ¿puede ser transitiva? Se ha dicho que alfonso pérez de laborda todos los seres vivos del mundo aristotélico tendían a Dios, a imitarle, obteniendo de él el grado de perfección que les correspondiera dentro de la escala ontológica. Pero Oñate se rebela ferozmente contra esta comprensión de Aristóteles. Según su aristotelismo, ningún viviente aspira a otra cosa que a su propia perfección. Qué significa esto es lo que, con su ayuda, tenemos que comprender. El fin de los vivientes es su propia perfección, decía, y esta no es sino su alma, puesto que el alma es el fin de los seres naturales. La clave va a estar, prosigue Oñate, en los dos sentidos del fin. Todo cuerpo tiene vida, pero no es vida, dicen, sino de ella y para ella, para el alma. El alma-télos del movimiento y del compuesto es enérgeia, acto perfecto de potencias, no cinéticas sino perfectas, actividad plena, autoexpresiva, reflexiva, potente, gozosa, placentera, eterna, indivisible, inmóvil, inmutable, califica Oñate, pero moralmente contingente, en cuanto a la alternancia de su presencia-ausencia, debido a la imposibilidad de su constancia permanente en la presencia, a la intermitencia de su potencia-acto, o de su posibilidad-realidad. El alma puede estar dormida o despierta, y la disyuntividad de tal composición modal alternativa señala la marca de su dimensión potencial, de su contingencia. ¿Hay posibilidad de una entelequia que no lo sea de cuerpo alguno y sea separada? ¿Cuál es la causa primera del alma? El esfuerzo de Oñate ahora estará en romper una cierta escala ascendente que podría parecer que llevábamos y que terminaría en Dios. Eso no puede ser para su aristotelismo, pues ningún viviente aspira a otra cosa que a su propia perfección. Y, sin embargo, afirma que ese acto en potencia al que nos hemos referido en el apartado anterior, tiene que depender de una actualidad superior. Establece una diferencia entre la enérgeia del télos-enérgeia que es el alma en las consideraciones que hacíamos en el parágrafo anterior, y la entelécheia. La primera es potencia perfecta, la segunda acto, acto de acto y no de potencia alguna. Pero no acontece que la primera tiende a la segunda, pues entonces estaríamos en la interpretación teológica. Distingue, 143 en la interpretación de Aristóteles, dos sentidos del fin. El fin de los vivientes es su propia perfección, y esta es el alma; todo cuerpo tiene vida, la vida del alma y para el alma. En el pasar del alma se da la vida, se conforma la vida, se constituye la vida. Pero la vida es cosa para el alma, todo viviente la tiene para el alma y desde ella, pero el alma no es vida; excepto si entendemos la vida como una pura intelección. En la eternidad del alma se da su perfección plena, mas la vida se da en los vivientes que aspiran a participar de esa perfección en cuanto el alma pasa por ellos, entre su nacimiento y su corrupción temporales. En el caso del mundo supralunar, se daría idéntico proceso, pero entonces la materia suprasensible ya no es viviente, pues no sometida a nacimiento y corrupción, sino dándose en un tiempo eterno. La enérgeia tiende a la entelécheia, prosigue Oñate, tiende a ser constantemente, sin alternativa o discontinuidad alguna, la presencia activa, viva y plena de lo que ya es dynámei, tiende a persistir en su ser no sólo para siempre, eternidad, sino constantemente-siempre, necesidad; en un siempre indivisible, en el placer, en el gozo, en la felicidad suprema de ser simplemente su propia distinta forma de vida, cada entidad la suya, que es la de su alma específica, la que la define, la de su eídos propio, la entidad de su alma en acto necesario, sólo acto, por sí y haplôs. Modo de ser del alma este, termina Oñate, que no siendo ya entelécheia de cuerpo alguno, sino de enérgeia, de alma en potencia, sí puede ser separada e inmóvil. El fin, pues, al que tiende la enérgeia individual-potencia es la entelécheia del alma específica, la cual, vista desde sí misma, es eterna y divina, y por participar de la entidad-eîdos, no en un sentido genérico y lógico, son divinos y eternos todos los vivientes, en la medida de lo posible, apostilla Oñate. El alma, en su sí mismo en el que tiende a ser presencia activa y plena, persiste para siempre, aquí se da su eternidad, pero un siempre sobre el dios de aristóteles para no caer en lo que Oñate considera un error decisivamente grave 144 indivisible en su absoluta constancia, lo que le da la necesidad de ese alfonso pérez de laborda siempre. La encontramos, entonces, dentro de su sí mismo en entera desvinculación de todos aquellos sensible con los que está ligada moralmente. De esta manera, los vivientes son divinos y eternos también ellos, no este o el otro individuo, sino los vivientes que se engranan uno tras otro, de padres a hijos, en la continuidad necesaria de la especie; vivientes, así, para la eternidad, pues divina y eterna es el alma específica. Aprendizaje, continúa la interpretación aristotélica de Oñate, transmisión, conservación por la comunidad intelectual, de modo que esta acción espiritual que participa por su permanencia de lo divino, todo ello se debe a ese principio simple, condición de posibilidad y causa final activa de todo acto racional, necesario, inmutable e impasible, que no se identifica con los contenidos de conciencia. Entendimiento que es potencia del alma espiritual, que no es separado del cuerpo y con el cuerpo muere, por más que pueda tener momentos de plenitud y eternidad de la enérgeia. El pensamiento individual es causado por el entendimiento en acto como la enseñanza del que sabe y lo expresa, enérgeia, y como fin, porque tiende a saber, a ser racional, a ser lo que es. Y la entelécheia es causa de que ambas, la potencia activa y la pasiva, den lugar al conocimiento efectivo, pues de no haber en ambos, maestro y discípulo, la misma alma-eîdos racional, la misma autoconciencia y la misma acción de inteligir, con las mismas leyes y principios, no habría ni diálogo ni enseñanza posible, causa final a la que todos tienden, alma a la que todos pertenecen; alma que es su bien y su principio de plenitud, la vida que es actividad mental incesante, autorreflexiva y que todos los animales autoconscientes tienen, pero ninguno es. Tal es la esencia del alma, su propio y máximo bien, defiende Oñate. En el aprendizaje, en la transmisión y conservación de la comunidad intelectual se ve claro lo que viene arrastrando, además de quedar en su pura patencia cómo es posible que se dé. No son los contenidos de conciencia, sino el paso del alma genérica. Nada de pen- samiento individual, sino entendimiento en acto de ese alma genérica 145 misma acción de inteligir. En definitiva, esta es la vida, actividad mental incesante y autorreflexiva que tenemos en el paso, pero no somos, en absoluto somos, en nada somos. Vida por completo desvinculada de los afectos. Se diría que hay un pensamiento direccional para evitar por todos los medios que se diga de nosotros que somos personas. Ni que decir tiene, se apresura Oñate, que el alma en acto y sólo en acto, lo eterno y lo divino, no es El Dios. Por seguir hablando de la Tierra, plantas, animales y hombres no tienden a ninguna otra esencia. Tiende sólo a ser lo que cada uno es, su propia esencia plena; a conservar su vida y la de su alma, y no pudiendo los individuos escapar a la muerte, su tendencia efectiva (subrayado mío), consiguen la transmisión, la perpetuación de su primer principio vital, de su entelécheia, por generación o por aprendizaje o por diálogo o por favor de lo divino. Así pues, ¿plenitud autorreflexiva autista?, se pregunta con nosotros Oñate. Por potente y plena, difusiva, comunicativa, generosa patentización, en la donación de sí, que se entrega reproduciéndose, diferenciándose, continuándose, participando en la divinidad de su misma vida, se defiende Oñate, es la acción expresiva inmaterial la que reúne al emisor y al receptor. La entelequia, la entidad vida en acto, el alma necesaria, el alma-eîdos, no es, entonces, acaba Oñate, ni Un Dios transcendente ni una abstracción universal ni el alma del hombre, sino la causa radical y primera, irremovible, diferente para cada tipo de vida. De este modo, la filosofía modal aristotélica de Oñate, dice esta, nos ha conducido con buena mano a la teología, a los principios divinos de los entes vivos que participan de la divinidad. Lo divino es el fin, el objetivo de todos los entes naturales. Esta claro, no hace falta insistir: el alma en acto, eterna y divina, no es Dios ni ansía de Dios, sino que está perfectamente tupida en su sí mismo. Todo ha quedado meramente encerrado en ella. En sobre el dios de aristóteles que pone en el maestro y el discípulo la misma autoconciencia y la 146 toda la largura de esta presentación del pensamiento aristotélico de alfonso pérez de laborda Oñate, no hemos oído hablar de la vida, y ahora sí, todo nos resulta ser llamado vida, quizá para adecuarnos a su mención tan extrema e importante en el libro L de la Metafísica. No me parece razonable, casi lo tendría por un juego de prestidigitación. Hay una entrega, pero no es a la afectuosidad hacia Dios ni cosa parecida, sino al don que hacemos de nosotros mismos en la reproducción para que el paso no se interrumpa y continúe con la necesaria eternidad. En fin, queda uno en los puros pasmos al llegar acá. Casi de un plumazo el mundo supralunar ha quedado cortocircuitado. Para colmo, esta necesidad eternal del alma genérica, como antes el mecanicismo que todo lo impregnaba, ¿qué tienen que ver con nuestra física o con nuestra biología? Si ser aristotélico pasa necesariamente por acá, hay que evitarlo como no quiera uno quedar castrado para siempre en su propio pensar; más aún si la suya es una filosofía de la carne. Leyendo los libros Metafísicos en clave monista, continúa Oñate, asumiendo El Ser y no los entes plurales, se confundirá la unidad pròs hén de cada ente con la cuestión, tan distinta, que interroga por la unidad de los entes primeros entre sí. Y cuando Aristóteles en el libro L, recogiendo los resultados de todos los libros anteriores, concluya que todas las entidades primeras, y por ende todas las restantes relativas a ellas, dependen por vía modal del intelecto permanente en Acto que es el Dios Supremo como Principio-fin del universo-kósmos, no se sabrá qué hacer con ello, y olvidando las entidades primeras, las entelequias, se dirá que él es el único Ente en cuanto Ente, el único Principio, el único Ser en sentido propio, el único Fundamento esencial de todos los eíde, la única Entidad de tos los restantes entes. Ya parece que, por fin, cuando queda tan poco para terminar, vamos a contemplar en la interpretación aristotélica de Oñate la cuestión que interroga por la unidad de los entes primeros entre sí. Los lectores en clave monista, como hemos visto, todos los anteriores intérpretes de Aristóteles, al parecer, han creído que la unidad pròs 147 esa unidad como la pluralidad de los entes, porque el ser se da de muchas maneras en el aristotelismo. Así pues, desde esas maneras de entender, no se sabrá lo que es la dependencia modal del intelecto permanente en Acto que es el Dios Supremo como Principio-fin del universo-kósmos. ¿Ya está?, ¿eso es todo? Tras tantas larguras anteriores, ¡qué corta se nos ha quedado en esta cuestión tan interesante y que parecería también importante en el mismo Aristóteles!, ¡qué desilusión final! ¿No ocurre, por tanto, que la afirmación del politeísmo, finalmente, es porque sí? Se han cerrado las ousíai, lo que nada venía a exigir, y ahora, por ello, nada queda por decir. Porque se cerraron, ahora recogemos esta exigua brevedad. Pero me atrevo a decir que ninguna de las dos cosas son necesarias, creo que ni mucho menos, en el pensamiento global de Aristóteles. Miremos la substancia sensible sublunar de la mano de la comprensión aristotélica de Oñate. En cuanto compuesto o individuo absoluta o substancialmente corruptible, divisible y móvil accidentalmente, puesto que separada en acto, ha de haber potencialmente en ella algo inmóvil e inmaterial, que sea una unidad, por cuya causa es el compuesto una-entidad-determinada y separada, el acto de la substancia en cuanto ente, su causa-formal-final, su quididad esencial permanente, su diferencia específica, que es primera y de la que no hay demostración. Pero su esencia inmutable no podrá ser su alma individual, sino el fin-acto del alma misma, que el alma ya es, aunque no lo sea siempre, la entelequia. Los sensibles sublunares son separados o indivisibles sólo en cuanto a la esencia (katà eîdos) de su misma alma, pues esta, no siendo separable del cuerpo, sólo es separable por abstracción. Por eso, tales compuestos de alma-cuerpo, individuos, materiales, que se mueven, son objeto apropiado de la física, pero en cuanto se refieren a su principio o causa primera, el fin del alma, que sobre el dios de aristóteles hén de cada ente se daba en El Ser, en Dios, olvidando tanto qué es 148 es el fin del cuerpo, a la esencia que son imperfectamente, en cuanto alfonso pérez de laborda entidades y no en cuanto materia o individualidad son objeto de la ciencia primera, pues participan en la entidad de la esencia. Vamos ahora, siempre de la mano de la comprensión aristotélica de Oñate, a los entes celestes. No se trata como cuando la substancia sensible sublunar de esencias específicas eternas, sino de individuos eternos, que no obstante son no-separados en cuanto al lugar, localmente inmóviles. En cuanto cuerpos móviles son objeto de la física, pero en cuanto individuos esencial y substancialmente indivisibles, en cuanto entes, sí son objeto de la filosofía primera, pues su entidad es separada e inmóvil. El movimiento continuo y eterno del cielo, por tanto, tampoco es objeto de la consideración de esta filosofía primera; su objeto es lo akíneton. Tratado de manera tan insignificante y menguada lo de Dios, volvemos a lo que ha sido suyo una y otra vez. A la unión almacuerpo. Con los sensibles sublunares, el compuesto, el cuerpo, debe haber una quididad esencial permanente, el alma; separables sólo por abstracción, sí, pero un alma que no podrá ser alma individual, lo sabemos hasta el hartazgo. En cuanto compuestos que se mueven, son tratados por la física, pero en cuanto se refieren a su principio o causa, por la metafísica. Ya lo de siempre, no me voy a repetir. Los entes celestes, en cambio, son eternos. Objeto de la física, en cuanto móviles, por más que movimiento continuo y eterno. ¡Y se acabó! Con Oñate, pasemos de la substancia sensible y compuesta a la próteosuía, al alma, a la entidad inmaterial e inmóvil que es causa formal-final del compuesto. ¿Qué entidades no están en potencia substancialmente y por eso son incorruptibles? O bien las inmateriales o las que tienen materia incorruptible: las almas específicas de los terrestres y las entidades individuales astrales. Mas la filosofía primera sólo investiga las realidades desde la perspectiva de la entidad inmóvil y separada, incluyendo todo lo a ella vinculado o referido, por eso sólo las almas inmateriales con potencias cualitativas de los sensibles terrestres y celestes son su 149 perspectivas diversas: la primera investiga la causa de su movimiento; la otra las causas de la entidad en cuanto tal allí donde la halla, las causas de todo lo que tenga unidad-determinación, separación y acto inmóvil. Sólo una vez alcanzadas las almas de los cuerpos celestes y terrestres, continúa Oñate, hemos entrado en el ámbito de la filosofía primera, de las entidades en cuanto tales, abandonando el campo de los compuestos y los movimientos. Ahora estamos entre entidades directamente inmóviles, incorruptibles e inmateriales, hemos llegado a los polos referenciales en virtud de los cuales las restantes instancias participaban en la entidad, se vinculaban a ella. Los entes divinos y eternos que nos son manifiestos son las almas. A través de la generación-transmisión encontramos la perpetuidad de las almas específicas, lo que, para el Aristóteles de Oñate, es un fenómeno manifiesto: el hombre engendra hombre, la rosa engendra rosa, hay transmisión cultural y sin ella no hay comunidades intelectuales ni sociedades ni culturas ni hombres. Mas también lo es que hay leyes físicas y una precisa regularidad y continuidad en los fenómenos observables; que por eso hay ciencias; que la realidad es inteligible. ¡Ya nada más me queda por repetir a mí el autor de estas páginas tan desmadradas! En las potencias intelectivas de las almas, no en sus potencias vegetativas, termina Oñate, encontramos una potencia anímica que es separada. La potencia intelectiva del alma racional es, sólo bajo ciertas condiciones, no siempre, pero sí a veces, kath’hautó, por sí, y entonces indivisible modalmente. Lo separado en acto, lo necesario, lo simple, son los eíde como acciones, las entidades inmateriales, eternas, separadas o indivisibles, simples o necesarias, que el entendimiento capta en un acto indivisible del alma. Los agentes del entendimiento son, pues, prosigue Oñate, los eíde-acciones del alma, inmateriales como lo es él sobre el dios de aristóteles objeto propio. La física y ella tratan de los mismos objetos, pero desde 150 mismo. Cuando los conoce, pasa al acto, se vuelve él también inteli- alfonso pérez de laborda gible, puede ser causa de intelección, ser inteligible por lo que puede actuarse a sí mismo o inteligirse a sí mismo. El entendimiento no es sólo autoconciencia, sino también intelección activa de sí y por sí, a la vez que de algún eíde actual, pero no de todos a la vez, nunca la actualización de toda su potencialidad, pues mientras está en acto permanece siendo dynámei disponible para otros actos, otras intelecciones que han de ser activadas por los eíde acciones y no sólo por el entendimiento en acto mismo. Terminamos con el Aristóteles de Oñate refiriendo que lo divino, el objeto de la ciencia que llamó teología es plural y se dice de muchas maneras y admite grados de perfección que no se excluyen entre sí, sino que se suman a favor de la belleza y plenitud de lo que hay, de lo que es. ¿Cuál es el sistema que enlazará entre sí a los entes primeros divinos, necesarios e incausados del Todo-uno del universo? La que consiente para cada entidad la mayor autonomía posible, la mayor gratuidad, belleza y diferencia: un sistema topológico de sucesión extrínseca establecido en virtud del grado de perfección, de plenitud modal que las entidades presenten; un sistema, dice Oñate, como el de la serie numérica, originariamente plural, si los números son aún cualitativos. La intensidad de su plenitud máxima es el bien supremo del Universo, el Dios Supremos de entre los divinos, el principio ontológico primero del kósmos, al que siguen las demás entidades inmateriales, inmóviles y separadas, tal como descubre el entendimiento contemplativo de las acciones plenamente bienes —pues la actividad más cercana al Dios Supremo, la actividad más divina es la noética del alma del hombre, que en esta actividad parece hermanarse con las restantes inteligencias celestes—, el que conoce el sistema estético o arquitectónico de lo bello, de lo divino, comprendiendo que si bien los entes tienen distintos principios, son funcional o estructuralmente análogos. Insisto en que ya nada más tengo que añadir como autor de estas páginas. Aunque, finalmente, sí me queda un regusto ácido: se ha dividido de tal modo la física de la meta-física que una filosofía de 151 aristotélicas. Además, nadie con dos dedos de frente en la física y en la biología de hoy podría aceptar una filosofía así, y debería hacerlo, precisamente, porque no es una meta-física, sino un decir fuera de toda racionalidad física y biológica. Este Aristóteles, me parece, ha sido condenado a la inexistencia para quien quiera acercarse a él con interés filosófico y no con meras ganas historiadoras, que se convertirían en historiantes de la filosofía. Sin embargo, y tras un esfuerzo de comprensión del libro de Teresa Oñate, no puedo quedar sino contento y agradecido en extremo, pues me he adentrado con ella en una coherencia filosófica sistemática, en la que he podido apreciar la fuerza del aristotelismo, aunque, en mi opinión son varias las cosas decisivas del dibujo del conjunto con las que no puede estar de acuerdo, incluso desde una comprensión de la filosofía del mismo Aristóteles. Enrico Berti, Joseph Owens, y otros, claro, seguirán siendo personajes clave en la interpretación de Aristóteles. ¿En dónde cifro, en resumen, mis desacuerdos? Sistema mecanicista —dibujo de alzada— en el que no cabe la creatividad y creo que, finalmente, tampoco la libertad; ousíai bloqueadas en su mera cerrazón individualista, sin ninguna comunicación de substancias; especies eternas en un tiempo eterno y cíclico, en las que el final se iguala de necesidad con el principio, con el origen; perfección de ordenamiento sin creatividad dinámica; curiosas almas, finalmente, separadas y desconexas; sin saber qué decir de Dios. El Dios de la interpretación oñatiana de Aristóteles es politeísta a la vieja usanza griega; pero, lo hemos ido entreviendo en mis comentarios a los textos aristotélico-oñatianos, su interpretación no es convincente, por eso deberemos preguntarnos: ¿es politeísta el Dios de Aristóteles? sobre el dios de aristóteles la carne no puede aceptar estas maneras de pensar que Oñate dice ser gicos y ontológicos de la concepción aristotélica de la suBstancia primera motor inmóvil como inteligencia que se intelige a sí misma, según el libro L de la metafísica Víctor Manuel Tirado San Juan Facultad de Teología San Dámaso - Madrid 1. De la realidad cósmica al motor inmóvil supracósmico Aparentemente, Aristóteles va a plantear el tema del «entendimiento [que] se entiende a sí mismo por captación de lo inteligible» [au(ton de noei= o( nou=j kata meta¿lhyin touª nohtouª), no en el marco de una indagación noológico-fenomenológica, es decir, de una descripción de la índole de la intelección sobre la base de la intelección misma que nosotros los seres humanos vivimos en primera persona, sino que esta sorprendente tesis es defendida en el contexto de una investigación teórica sobre el tema de la substancia, es decir, en un contexto estrictamente ontológico: «Nuestra especulación —así comienza el libro L de la Metafísica— versa 1072b20. 153 funda mentos gnoseológicos y ontológicos fundamentos gnoseoló- 154 sobre la substancia, pues buscamos los principios y las causas de las víctor m anuel tirado san juan substancias». Por eso, después de señalar que la substancia sería lo único capaz de subsistir independientemente (pues todo lo demás que no es substancia sólo podría ser en la medida en que inhiere en una substancia), esboza una clasificación fundamental de los tipos de substancia. Habría tres tipos de substancias: por un lado, dos clases de substancias perceptibles sensorialmente y móviles, a saber, 1) las cosas sensibles del mundo, que son corruptibles; y 2) los seres celestes o planetas, que serían eternos; y por otro lado, un tercer tipo de substancia: 3) las substancias inmateriales, inmóviles y eternas. En un principio, estas últimas podrían ser las especies platónicas, ya sea entendidas como ideas en el sentido de Platón o bien como números en el sentido pitagórico. Sin embargo, en el curso del texto Aristóteles niega que las especies sean substancia, pues no son separables, y, por 1069a17. El Libro Λ de la Metafísica, dice Werner Jaeger (Aristóteles; FCE., p. 252-253), «es una lección aislada, compuesta para una ocasión especial, que nos da no simplemente la parte de la metafísica llamada teología, sino algo mucho más amplio —un sistema completo de metafísica in nuce (...) La conclusión es que se dirige a los dualistas platónicos con las palabras de Agamenón (“no es bueno el mando de muchos, mande por tanto uno solo”) (...) por su fecha pertenece al período teológico». El ‘período teológico’ es, según Jaeger, el más antiguo, es decir, todavía próximo al pensamiento de Platón, aunque en actitud crítica. En cambio, el capítulo 8 del libro sería un añadido maduro, mucho más perfecto y acabado, perteneciente a la última etapa estrictamente ontológica (p. 398ss.). Todavía el párrafo 1074a31-38 sería un añadido posterior. En su Aristóteles (México 1990), páginas 302ss., afirma Ingemar Düring: «El escrito Lambda de la Metafísica es una lección del todo independiente sobre la filosofía de las cosas primeras (...) fue redactado para el propio uso y no fue publicado en forma alguna (...) Los dos escritos Lambda y Peri a)rxw=n (= Phys. I), se complementan mutuamente y fueron tal vez planeados y escritos en forma paralela (...) El paralelismo y la concordancia en el asunto y el lenguaje son los argumentos más fuertes para la atribución de una fecha temprana a ambos escritos». Y en relación al capítulo 8 y el párrafo 1074a31-38 Düring cree, en contra de Jaeguer, que forman unidad con el resto del escrito y que, consiguientemente, pertenecen al mismo período (p. 306ss.): «hacemos constar con Ph. Merlan que entre el cap. 8 y el resto del escrito no existe ninguna contradicción desde el punto de vista de la teoría del movimiento. Aun la nota inserta en 1074a31-38 la ha explicado Merlan correctamente». 1069a24: «ninguna de las demás categorías es separable». definición, sólo las cosas que existen separadas lo son. El tercer tipo 155 cia inmaterial, eterna e inmóvil. Puesto que la movilidad (junto al carácter sensible) es el criterio fundamental de diferenciación entre los tipos de substancias, Aristóteles aborda inmediatamente el problema del cambio. Hay cuatro tipos de cambio: 1) el cambio substancial o generación (y corrupción) absoluta, que afecta únicamente a las substancias infralunares; 2) el cambio cuantitativo; 3) el cambio cualitativo o alteración (también ambos exclusivamente específicos de las substancias infralunares); y, por último, 4) el cambio de lugar o traslación, que afecta tanto a los seres naturales infralunares, como a los planetas celestes. Todo cambio, sea del tipo que fuere, requiere como condiciones de su posibilidad la materia, la especie y la privación; es decir, por un lado, algo que permanece a través del cambio y que extrañamente aúna en sí lo ente y lo no-ente: la materia; y por otro lado, el par de contrarios (dentro de una concreta línea específica) entre los que se produce el cambio —la correspondiente especie y su privación—. Así, por ejemplo, mi coche pasa en la línea de color de ser en acto blanco y no-rojo a ser en acto rojo y no-blanco. Mi coche ha de ser, pues, algo, una materia capaz de ser lo que aún no es, pero para lo que tiene que ser ya algo (materia que aúna, decíamos hace un momento, extrañamente en sí ser y no-ser). Si la materia es, pues, el a)rxh¿ a partir del 1071a1: «Y, puesto que unas cosas existen separadas y otras no separadas, serán substancias las primeras». Además en 1070a28: «no hay ninguna necesidad de que existan las Ideas. Un hombre, en efecto, engendra a un hombre, uno individual a uno determinado. Y de modo semejante sucede también en las artes». Y de nuevo en 1071a20 «los universales de que hablábamos no existen; pues lo individual es principio de las cosas individuales». 1071b5. 1069b19: «todas las cosas llegan a ser desde un ente: desde un ente en potencia, y desde un no-ente en acto. Y este es el ‘Uno’ de Anaxágoras (...) Tuvieron [los antiguos], por consiguiente, un cierto conocimiento de la materia». funda mentos gnoseológicos y ontológicos de substancia sólo puede ser, pues, la substancia divina: una substan- 156 cual todo surge, debe haber (al margen de la materia prima), puesto víctor m anuel tirado san juan que hay multiplicidad de entes distintos, múltiples tipos de materia. De hecho, hay al menos dos clases fundamentales de materia, pues hay dos tipos fundamentales de entes materiales: la materia generable (de la que surgen los entes que se generan y corrompen), y la «materia no generable, sino trasladable», propia de los planetas celestes, que se mueven pero que no se generan ni se corrompen. En toda esta primera parte del libro indaga el peripatético el tema del cambio en el universo distinguiendo tipos de principios y causas: naturales y artificiales; intrínsecos y extrínsecos, etc. En última instancia distingue de manera general (analógica) cuatro principios de las substancias y sus cambios: materia; especie; privación y causa motriz. Lo que a nosotros nos interesa comienza a partir de la primera alusión explícita a la primera causa motriz10, momento en el que retoma y plantea la cuestión de la(s) substancia(s) eterna(s) inmóvil(es). Interesa resaltarlo, porque es precisamente en este contexto y de esta forma, esto es, en medio de un entramado conceptual metafísico enormemente complejo y problemático, donde Aristóteles va a sustentar su reflexión sobre el Entendimiento que se entiende a sí mismo. Lo primero que debemos señalar es que el que haya una substancia de este tipo (eterna e inmóvil) no es algo de suyo evidente, sino que requiere, según reconoce el propio Aristóteles, una fundamentación. Es lógico que así sea, pues ya hemos visto que él mismo ha rechazado las teorías de Platón y los pitagóricos, que defendían la existencia de substancias de este tipo identificándolas con las especies (las 1069b30: «si también la materia fuese una, sólo se habría producido en acto aquello de lo que la materia fuese en potencia.» 1069b25. Naturalmente, este razonamiento sólo es válido si se parte de la tesis aristotélica de que los planetas son eternos. 1071a35. 10 1070b34: «Además, aparte de estas causas —se refiere a las causas: eficiente, formal, material y final—, la que, como primera de todas, lo mueve todo.» Ideas platónicas) o los números. No obstante, la fundamentación que 157 e inmóvil(es), es compleja. Lo primero que trata de probar es que hay al menos una substancia eterna, es decir, que no todo lo que existe, no toda substancia, está sujeta al particular cambio de la generación y la corrupción; es decir, que habría algo en sí mismo in­corruptible e ingenerable, i.e., eterno. El argumento es extraño y admite varias interpretaciones. La primera extraería el siguiente razonamiento del texto de Aristóteles: Las substancias son lo que verdaderamente existe; Si todas las substancias fuesen corruptibles, entonces todo lo que existe sería corruptible; Sin embargo, tanto el movimiento como el tiempo no son corruptibles (pues son continuos y existen siempre; esto es, todo instante tiene un antes y un después11); por ello el tiempo no puede tener un principio ni un final, pues todo principio supone un antes, y todo final también un después, con lo que el origen del tiempo supondría el tiempo, y el origen del movimiento, un movimiento); Por consiguiente, puesto que hay algo que es siempre, hay algo incorruptible. Como no hay movimiento sin ‘algo’ que se mueva, si verdaderamente el movimiento es siempre, también lo será el ‘algo’ que se mueve. Ese algo no serán las substancias corruptibles, pero sí eso —sea lo que fuere: ¿la materia prima y las especies?— que posibilita el cambio. En todo caso, que el movimiento suponga una substancia que se mueve evita el problema de tener que inferir a partir del movimiento y el 11 Literalmente dice Aristóteles 1071b7 «es imposible que el movimiento se genere o se corrompa (...) ni el tiempo. Pues no podría haber antes ni después si no hubiera tiempo». funda mentos gnoseológicos y ontológicos el pensador griego hace de la existencia de la(s) substancia(s) eterna(s) 158 tiempo (que no son precisamente substancias) la substancia eterna víctor m anuel tirado san juan e inmóvil. El nervio de la prueba reposaría, entonces, en la sempiternidad del movimiento, y esta, en su continuidad; y, en todo caso, la substancia eterna que se demuestra no sería trascendente al mundo, sino que de algún modo se identificaría con el mundo mismo. Sin embargo, el texto de Aristóteles parece contradecir esta primera presunta argumentación, pues inmediatamente después de afirmar que el «movimiento es continuo en el mismo sentido que el tiempo»12, afirma justo lo contrario, a saber que «el movimiento no es continuo, excepto el movimiento local, y de este, el circular»13. Si no es continuo, querrá decir que el movimiento no se sustenta a sí mismo, es decir, si fuera continuo, le ocurriría lo mismo que al tiempo: puesto que cada instante del tiempo requiere más tiempo, está en continuidad con otro instante; y, entonces, el tiempo ha de ser infinito como debería serlo el movimiento, en cuyo caso sería ingenerado e incorruptible, con lo que no tendría principio ni necesitaría de causa ninguna (pues carecería de origen14). Sin embargo, como decimos, la tesis es la contraria: el movimiento no es continuo (salvo el local, y en particular el circular), y además, lo que es más extraño aún, el tiempo «o es lo mismo que el movimiento o es una afección suya»15. Es difícil solucionar estas aporías. Parece que Aristóteles juega aquí con dos maneras esencialmente distintas de argumentar. Al comienzo hace un razonamiento estrictamente lógico sobre la natu- 12 1071b9. 13 1071b11. 14 Más adelante veremos que esto no es así. Algo puede no tener principio en el tiempo (ser ingenerado) y, sin embargo, necesitar de una causa por no dar cuenta de sí mismo. 15 1071b10. Esta subordinación del tiempo al movimiento (no sólo espacial, sino también cualitativo y cuantitativo) aparece en la Física; por ejemplo, L IV 219a20, o 219b3: «el tiempo es el movimiento en cuanto que tiene un número». La consecuencia para lo que no cambia, el intelecto supremo, será que no es temporal. Pero ¿cómo puede haber una vida sin duración? ¿Habrá que distinguir entre temporalidad y temporeidad? raleza continua del tiempo y del movimiento. Después, en cambio, 159 cia sensible y que me hace continuamente ver que los movimientos naturales concretos tienen un comienzo y un final. La pared de mi habitación era blanca y ha pasado a ser verde; fulanito pesaba tantos kilos y ahora pesa estos otros. Cada ente del mundo natural no era y ha venido al ser en un momento dado. Incluso los movimientos de las cosas que se mueven en la Tierra localmente tienen un comienzo y un fin, la piedra empieza a caer, el aire deja de soplar, etc. Únicamente los movimientos circulares de los astros parecen no tener principio ni fin16. Es probable, pues, que sea esta la base sobre la que reposa el argumento aristotélico. Consiguientemente, no vamos aquí de un movimiento continuo, a un movimiento eterno; y así de un movimiento eterno a la necesidad de que exista una substancia eterna; sino, justamente a la inversa, de un movimiento contingente a la necesidad de un motor eterno que, precisamente por su eternidad sería una substancia peculiarísima respecto a las demás substancias del mundo, y en este sentido sería una substancia transmundana. Mas los movimientos del mundo (del mundo sublunar), aunque no son continuos, en el sentido de que comienzan y acaban en un momento dado, sin embargo, la experiencia parece indicarnos igualmente que siempre los hay. Este es otro supuesto de Aristóteles en su argumentación (en apariencia, un supuesto evidente para él debido a que era una creencia estructural o paradigmática —una creencia tectónica, en el sentido orteguiano— en la cultura griega, ajena a cualquier hipótesis creacionista). El mundo para los griegos es desde siempre. Esto concuerda con la primera parte del argumento, que partiendo de la identificación del tiempo con el movimiento, esgrime la imposibilidad de un origen de este y, consiguientemente, de un origen del mundo. 16 1072a21-23. También 1073a31. funda mentos gnoseológicos y ontológicos parece guiarse por el puro sentido común que emana de la experien- 160 Desde esta base, de lo que se trata a continuación es de demos- víctor m anuel tirado san juan trar cuál debe ser la naturaleza de la causa primera de los movimientos del mundo, unos discontinuos y otros continuos. Es, sin duda, un problema el que estos últimos (los movimientos de traslación circulares) necesiten de una causa, siendo como son eternos, i.e., careciendo, por definición, de origen17. La única razón posible reposa en que, por ser de una índole peculiar, a saber, circulares, no pueden ser acto puro, ya que al estar en acto de la circularidad, estarán necesariamente en potencia de la rectitud, con lo que su activación en esta peculiar forma lineal debe proceder de una causa externa. Este argumento se completa con otro complementario. Si lo que no es acto puro puede ser de otro modo (ya que el acto que activa su movimiento modulará la peculiaridad de este), entonces, en sentido inverso, lo que es acto puro no estará en potencia de nada, y, consiguientemente, no podrá ser de otro modo, y permanecerá siempre idéntico a sí mismo18. Lo extraño aquí es, entonces, que algo contingente pueda a la vez ser desde y para siempre. Su eternidad sólo será posible en la medida en que están causalmente vinculados a algo necesario y eterno. Los movimientos circulares son contingentes, pues podrían no ser circulares, de ahí que necesiten de una causa externa que dé cuenta de su peculiar eternidad. Serán, pues, como un ‘momento’ o parte-no-independiente de aquello que los produce. Y, puesto que hay tantos movimientos circulares eternos como astros, cada uno de estos movimientos exige una 17 Cf. supra nota 14. 18 Esta parece ser la línea de argumentación de 1072b5-10: «si algo es movido, cabe también que sea de otro modo [así, en lo referente a la traslación primaria: la circular de los planetas] al menos en cuanto es movido en este sentido [i.e.,en sentido circular, que no recto], cabe que sea de otro modo, de suerte que, si el acto es la traslación primaria, al menos en cuanto que es movido en este sentido, cabe que sea de otro modo, en cuanto al lugar, si no en cuanto a la substancia [es decir, el movimiento circular de los planetas es acto puro en cuanto a su existencia (como ‘substancia’), ya que no tiene principio ni fin; en cambio está afectado de potencialidad en cuanto a su forma (circular y no de otro tipo)]. Y puesto que hay algo que mueve siendo inmóvil, y siendo en acto, no cabe en absoluto que esto sea de otro modo». causa específica o un motor inmóvil eterno19: «vemos que, además de 161 tancia primera e inmóvil, hay otras traslaciones eternas, que son las de los planetas (pues el cuerpo que se mueve circularmente es eterno e incesante en su movimiento...), es necesario también que cada una de estas traslaciones sea producida por una substancia inmóvil en sí y eterna». Sin embargo, aunque hay una pluralidad de motores inmóviles eternos, puesto que sólo hay un Universo, en última instancia, el movimiento eterno del Universo, por el mismo argumento válido para cada esfera celeste, exigirá una única causa primera o un único motor inmóvil, al que quedarán jerárquicamente subordinados los demás20. El primer motor inmóvil estará, pues, activando el movimiento circular de la última esfera desde la eternidad21. En cualquier caso, para nosotros lo decisivo es que cualquier movimiento mundano, aunque sea eterno, adolece de una inexorable fragilidad ontológica, que pone de manifiesto su condición óntica o finita. Esta finitud no se expresa en su corruptibilidad, sino en su imperfección, en su dependencia ontológica. En la terminología aristotélica se expresa en la condición ontológica que está necesariamente afectada de potencialidad; o dicho a la inversa, que no es acto puro, estricta e)ne¿rgeia. Esta condición inautárquica o dependiente del mundo exige, justamente, que haya el ser autárquico o independiente: el ser ab-soluto o absuelto, la substancia por excelencia. 19 1073a29. 20 Así (1073a37), aunque «tiene que haber otras tantas substancias eternas por naturaleza e inmóviles en sí, y sin magnitud (...) está claro (...) que una de ellas es primera, y otra segunda». 21 Düring, Aristoteles, p. 514, apunta una explicación de esta aparente inconsistencia en esta dirección: «En la demostración a favor del principio del movimiento no se trata, como lo formula Wiland, del nexo del movimiento que se extiende sobre el tiempo, sino de la momentánea articulación de concordancia entre las cosas que actúan unas sobre las otras. Lo que mueve tiene que estar continuamente en contacto con lo movido. De ahí se sigue que el proton kinoun tiene que ser algo que mueve a través de un tiempo infinito» funda mentos gnoseológicos y ontológicos la simple traslación del Universo, que decimos producida por la subs- 162 El argumento de Aristóteles exige, pues, en la causa motriz víctor m anuel tirado san juan primera:1) que sea siempre (pues el movimiento del mundo es siempre); esto es, debe ser una substancia eterna; 2) que esté siempre actuando, pues en caso contrario habría momentos en que el cosmos permanecería parado. Y de aquí se extrae, como acabamos de decir, la conclusión de que esta substancia 3) debe ser acto puro, es decir, que no puede ser en ningún caso potencia; y la razón es que lo que no es acto puro «es posible (...) que deje de existir»22, con lo que dejaría de mover. Además, puesto que la materia es potencia, y hemos dicho que la causa motriz es acto puro, 4) deberá ser inmaterial. Pero, efectivamente, lo que a mí me interesa destacar ahora, no es tanto la legitimidad de la argumentación aristotélica —problemática, como hemos visto, aunque plena de interés—, sino la índole misma del modo de razonar como contexto de la posterior determinación de la causa primera como inteligencia que se intelige a sí misma. Ciertamente, la legitimidad de la argumentación es importante, porque en ella reposaría la legitimidad de postular con fundamento la existencia de esa inteligencia suprema. No es de extrañar, habida cuenta del problematismo que encierran estas cuestiones primeras, la crisis que el hombre europeo habría de vivir en los albores de la modernidad; no sólo en relación a la ciencia (en el sentido más amplio de este término), sino también en relación a la teología. La crisis de la física aristotélica afectó a la teología y contribuyó al giro antropológico. En el pensamiento griego la física está esencialmente vinculada a la teología, como lo muestra el hecho de la enorme cercanía entre las argumentaciones del libro VIII de la Física y del libro L que nos ocupa. Por el contrario, la modernidad va escindiendo de manera radical al hombre de la naturaleza. Desde el inicio de la modernidad ciencia y filosofía se van separando. La filosofía se vuelve casi exclusivamente sobre el hombre, en quien ve el lugar clave donde rastrear los enig- 22 1071b19. mas fundamentales, entre ellos, el del conocimiento. Y es que este es 163 nosotros: seres naturales y espirituales a la vez. En todo caso, el hombre moderno —y el actual— deja fuera el cosmos en su intento por acceder a Dios, y transita únicamente la vía antropológica. El centro de la reflexión es la ‘esencia’ de aquel que accede al mundo y pretende acceder a Dios, que es, además, quien construye la metafísica. Por eso, no se trataría tanto de construir una especie de bosquejo metafísico sobre cómo sería la esencia de Dios partiendo de conceptos elaborados en una metafísica intramundana, cuanto de describir lo más certeramente posible nuestro propio ser consciente espiritual, condición de condiciones y único suelo verdaderamente originario a partir del cual tratar de remontarse al Fundamento. El cosmos queda mucho más lejos de Dios que el hombre, por eso es el hombre y no el cosmos la puerta natural de acceso a lo Absoluto23. La tarea es la de salvar la discontinuidad entre la naturaleza cósmica y Dios; en Aristóteles, entre el acto puro autárquico y aparentemente cerrado sobre sí, y el cosmos físico dependiente y abierto al Fundamento. Pero veremos que, a la postre, también para Aristóteles será el hombre la vía privilegiada para el conocimiento de Dios. Vemos, pues, que la esencia del primer motor se resume en ser acto puro. Este es el concepto metafísico fundamental sobre el que se desarrolla la concepción aristotélica de Dios. Aparece en el contexto de la polémica con Platón al interrogarse sobre la prioridad del acto o de la potencia; es decir —y me interesa mucho subrayar 23 El mismo Heidegger insiste en ello, al menos en Ser y tiempo (Tübinga 1986) 13-15: «El Dasein se ha revelado, pues, como aquello que, desde un punto de vista ontológico, debe ser interrogado con prioridad a todo otro ente (...) ahora se nos ha mostrado que la analítica ontológica del Dasein en general constituye la ontología fundamental, de tal manera que el Dasein viene a ser el ente que en principio ha de ser previamente interrogado respecto de su ser. (...) entonces la pregunta por el ser no es otra cosa que la radicalización de una esencial tendencia de ser que pertenece al Dasein mismo, vale decir, de la comprensión preontológica del ser». funda mentos gnoseológicos y ontológicos aún nuestro problema decisivo: conciliar esta dualidad que habita en 164 esto— aparece en el contexto de la dialéctica entre lo contingente y lo víctor m anuel tirado san juan absoluto, lo precario y ontológicamente dependiente frente a lo absoluto y autárquico. El intento de caracterización de lo absoluto se va a apoyar en un tránsito por vía de contraste conceptual que va desde las características propias de lo ontológicamente precario, a sus opuestas: las de lo ontológicamente autárquico. En esta línea —argumenta Aristóteles— aunque en un principio parece que la potencia es anterior al acto (pues el acto es, dentro del cambio mundano, la actualización de una potencia24), resulta de hecho que «el acto (e)ne¿rgeia) es anterior a la potencia (du¿namin»25. ¿Qué es ese acto originario anterior a la potencia? La respuesta más inmediata consistiría en identificar este acto, principio del movimiento, con el ser permanente que todo lo sustenta. Sin embargo, Aristóteles disocia el ser del acto puro del principio del movimiento; uno y otro no serían lo mismo. Suponiendo que el Ser fuera para él algo más que un concepto analógico —lo que encierra a su vez el problema de la confusión entre el ser ontológico y el ser predicativo, pues la analogía se establece a partir del ser predicativo: entra dentro del concepto ‘ser’ cuanto puede ser objeto de una predicación verdadera—, no cabe identificar a Dios con el Ser, sino con una parte del Ser, i.e., con un peculiar ente. El Ser en este sentido metafísico será el principio originario permanente de todo cuanto hay, pues incluso la generación de las substancias no podrá tener lugar a partir de una pura potencia, esto es, a partir de una auténtica nada, sino, más bien, a partir de ese puro acto permanente o causa primera, pero ahora en 24 1071b22-24: «Parece, en efecto, que todo lo que actúa puede actuar, mientras que no todo lo que puede actuar actúa; de suerte que parece anterior la potencia». De esto se seguiría que todo acto implica necesariamente la potencia correspondiente, Mientras que la potencia no implicaría necesariamente el acto. Si generalizáramos este principio implicaría que la potencia de ser no implicaría el ser. Mas, justamente, la ausencia absoluta de ser carecería de toda potencia, pues sólo es capaz de ser esto o lo otro, algo que ya es. 25 1072a8 el sentido de causa intrínseca de los entes o causa ontológica y no de 165 causa del movimiento de los entes. A pesar de que, individualmente consideradas, las substancias naturales conllevan intrínsecamente el principio de su movimiento, este principio intrínseco procede de una causa distinta al ser que las constituye. O, dicho de otro modo, la phýsis que mueve el mundo procede de un principio diferente al ser. El acto que causa el movimiento de los entes no coincide, pues, con el acto que ‘causa’ los entes mismos. Curiosamente, Aristóteles pretende fundar aquí la eternidad del universo. La tesis contraria de la eternidad del universo sería la tesis mítica de que en el origen era la Noche y el Caos, esto es, un símbolo de la Nada. Pero si alguna vez hubiera habido nada, siempre habría habido nada y nunca algo. Por ello la Noche y el Caos sólo pueden ser uno de los momentos del eterno devenir de las cosas fundado en lo que siempre es: «siempre —dice Aristóteles— han existido las mismas cosas, o cíclicamente o de otro modo»27. Si no fuera así, el nihilismo sería la verdad, y entonces todo procedería «de la Noche, de la mezcla de todas las cosas y del No-ente»28. Aunque, ciertamente, el nihilismo en su sentido más radical con sus graves consecuencias antropológicas es una posibilidad del pensamiento que sólo se abre en sentido plenario con la tesis creacionista del judeo-cristianismo: la creatio ex nihilo (el mundo en sí mismo, al margen de Dios, es nada, de donde lo que verdaderamente asombra es que permanezca en el ser y no sucumba en la nada)29, vemos, sin embargo, que en cierto modo es una posibilidad ya vislumbrada en el pensamiento griego, cuando se plantea el problema de la génesis originaria o, inversamente, de la eternidad del universo: decir que es antes la potencia al acto, equivale a decir que el ente ha surgido de la 26 1072a10ss. 27 1072a7 28 1072a20 29 Cfr. Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios (Madrid 1987) 198 y 443ss. y Los problemas fundamentales de la metafísica occidental (Madrid 2003) passim. funda mentos gnoseológicos y ontológicos 26 166 nada en sentido plenario (no de Dios que crea de la nada, sino absolu- víctor m anuel tirado san juan tamente de la nada). Si ha surgido de la nada, habría surgido también sin ninguna razón. Se quiebra, pues, el principio de razón suficiente y quedamos a merced del absurdo, del irracionalismo nihilista30. Si no hubiera, pues, un principio eterno como esencial antítesis de la nada, esto es, un puro ser al que por principio la nada ni amenaza ni puede amenazar, entonces sería justamente la ausencia del fundamento (das Abgrund des Grundes) o la precariedad ontológica del ser, lo que presidirá la realidad, a saber, la nada o el abismo (del griego a¿(bissoj, cavidad sin fondo). Hay, pues, según el filósofo griego, al menos dos principios originarios o dos actos primigenios: uno es ese fondo de ser que sustenta todo ente (el ser); el otro, el motor inmóvil o Dios. No obstante, queda por mostrar que, efectivamente, el principio del movimiento no coincide con el ser. Además, establecido lo anterior, quedará por mostrar igualmente que ese principio del movimiento, que al no identificarse con el ser tendrá que consistir en un ente particular, debe ser él mismo inmóvil: motor que mueve sin ser movido y sin moverse. ¿Por qué razón no cabría postular, como hace la física moderna de acuerdo al principio de inercia, que el movimiento o el reposo son propiedades intrínsecas a la materia? En el contexto de la ontología de Aristóteles esta pregunta se convertiría en la siguiente: ¿por qué la phýsis que mueve las substancias no puede ser intrínseca al ser mismo que las constituye? Si así fuera, no necesitaríamos postular más que un solo principio? De la misma manera que hay entes desde siempre, habría movimiento desde siempre, y este movimiento tendría que ser el mismo, pues idéntico es el principio. No sólo el ser sería eterno, sino su particular devenir. Estaríamos ante el eterno retorno de lo mismo; 30 Heidegger señala agudamente esta conexión entre el problema del fundamento y el principio de razón tal y como lo formula Leibniz. Cf. La esencia del fundamento; 1ª Parte; en: Wegmarken, pp. 123ss. las mismas substancias aparecen y desaparecen, porque los mismos 167 de Parménides. Las novedades en el cosmos serían meras apariencias para una conciencia limitada, que sólo aprehende la parte, i.e., un momento muy breve del eterno devenir circular en el que lo mismo acontece repetitivamente. Curiosamente creo que, en cierto modo, y a pesar de negar la identidad de los principios, a la postre, Aristóteles no dice nada muy distinto de esto31. Veamos. La tesis es que el acto es anterior a la potencia. Consiguientemente, cuando una substancia se pone en movimiento, o pasa de no ser a ser en un cambio substancial, i.e., se genera, quiere decir que o bien ella no estaba previamente en movimiento, o bien no existía, no era; lo que es lo mismo que afirmar que dicha substancia estaba, o bien en potencia de moverse, o bien en potencia de ser. Que estaba en potencia de ser, sólo puede querer decir, según hemos examinado más arriba, que un fondo de ser originario estaba en potencia de engendrarla (pues lo que se origina, no puede originarse de la nada), con lo que la generación de las substancias concretas (individuadas) se convierte, a radice, en un caso particular del movimiento de las substancias (en este caso de la generación substancial, del ‘movimiento’ de la ‘materia primera’ o ser primigenio32). Pero, entonces, examinemos el movimiento de las substancias. ¿Por qué cambian las substancias? ¿Qué es lo que activa el paso de no ser algo a serlo? Cambiar es pasar de la potencia al acto; y la tesis primera a este respecto, como hemos visto, es que el acto siempre es primero, es decir, que ninguna potencia se actualiza si no es desde un acto que la precede. De ello se sigue 31 Refiriéndose a teorías míticas ancestrales sobre la divinidad afirma Aristóteles (1074b10): «pensará que está dicho divinamente, y que, sin duda, habiendo sido desarrolladas muchas veces en la medida de lo posible las distintas artes y la Filosofía, y nuevamente perdidas, se han salvado hasta ahora, como reliquias suyas, estas opiniones.» Hasta las opiniones retornan eternamente. 32 En realidad no puede ser en ningún caso materia, porque la materia es potencia, privación, y de la privación en sí misma nada sale. funda mentos gnoseológicos y ontológicos movimientos se repiten desde la eternidad. Esta es, de hecho, la tesis 168 que lo que mueve tiene que estar ya en acto de mover, es decir, tiene víctor m anuel tirado san juan que estar ya en movimiento. Pero aquí, entonces, entramos en una cadena: A es movido por B; B es movido por C; C es movido por N, etc. y así sucesivamente ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? No hasta el infinito, pues in-finito es lo mismo que sin-forma, carente de forma, esto es, potencia. Pero, como sabemos, la potencia no puede estar en el origen del acto. Luego, sólo es racionalmente viable el supuesto de que la cadena de motores movidos sea finita, lo que quiere inexorablemente decir que dicha cadena tiene que tener un principio, y un principio quiere necesariamente decir un motor que mueve sin necesidad de que él mismo sea movido por otro. Pero ¿es verdaderamente esta la única posibilidad? Me parece que no del todo, o al menos no sin hacer algunas puntualizaciones. Queda, efectivamente, la posibilidad planteada por Parménides. Aristóteles argumenta desde la perspectiva parcial de la substancia individuada y finita. Desde esta perspectiva, efectivamente, se produce una cadena de motores movidos, que si no se detiene en un último motor inmóvil, queda suspendida en el vacío de la ausencia de fundamento. Lo que es capaz de arder, sólo comienza a arder si algo que ya está ardiendo le comunica este dinamismo, etc. Pero ¿qué ocurre si consideramos el cosmos como un todo de ser que, aunque estructurado en substancias (momentos parciales), se mueve desde la eternidad? ¿Qué ocurre si el ser no es nada al margen de los entes individuados, coincidiendo así con la totalidad de los entes intrínsecamente dinámicos? Naturalmente, que para que este movimiento no requiriera un fundamento extrínseco, el todo de ser en que se da tendría que ser acto puro: el puro acto de ser, la totalidad del ser. Pero ¿por qué este acto puro, de acuerdo con la argumentación aristotélica, no podría identificarse con la totalidad del mundo en una especie de panteísmo ontológico, en lugar de concentrarse en un particular ente, por muy peculiar que él fuera? Como hemos visto más arriba, la razón que da Aristóteles es la siguiente. No hay en el mundo sublunar ningún cambio eterno, sino que todo en él comienza y acaba. Tan sólo en el cielo se da un movimiento continuo, pero al ser 169 el cosmos no es el ser en el sentido supuesto en nuestra argumentación (el ser como acto puro que sustenta a los entes), pues el cosmos está constitutivamente tocado de privación, es material y por ello inautárquico en su dinamismo. El cosmos en tanto que cosmos tiene una especificidad que revela su contingencia. Aunque se lo considere como momento del ser, esta contingencialidad exige una causa extrínseca de su devenir. Este es, en realidad, el camino que sigue Aristóteles. Los movimientos cósmicos retrotraen a una causa extracósmica que, por el hecho mismo de ser extracósmica, implica que el ser no se identifica completamente con el cosmos, pues también el cosmos es y ella es (extracósmica). Esta extraña doble dimensión del ser, cósmica y extracósmica, divina y mundana, es, a mi juicio, un asombroso barrunto en la escuela socrática, de la trascendencia divina que siglos después la revelación cristiana atribuirá al creador del mundo. En todo caso, caben, a su vez, dos posibilidades para este primer motor: a) que él mismo se mueva, es decir, que sea automoviente a la vez que mueve; o bien que b) sea estático (un motor que mueve estando él parado, inmóvil). En principio, Aristóteles descarta la primera posibilidad: «Y, puesto que lo que se mueve y mueve es intermedio, tiene que haber algo que sin moverse mueva, que sea eterno, substancia y acto»33. Examinemos con más detenimiento el asunto. ¿Por qué «lo que se mueve y mueve» ha de ser una realidad «intermedia» y no principio último del movimiento? ¿No podría argumentarse desde los supuestos aristotélicos en sentido contrario? Veamos. Lo que no tiene en acto algo no puede producirlo. ¿Cómo va, entonces, a mover el primer motor si él mismo no tiene movimiento en acto? ¿Por qué el ente supremo, en la línea argumentativa de Aristóteles, no iba a gozar 33 1072a24-26. funda mentos gnoseológicos y ontológicos circular está consubstancialmente afectado por la potencia. Es decir, 170 por sí sólo de automovimiento en acto? Esta posibilidad la rechaza víctor m anuel tirado san juan el estagirita al rechazar la tesis platónica que, justamente, atribuye el automovimiento que mueve a las almas, porque «el Alma es una cosa posterior y simultánea con el cielo» —afirma Aristóteles—34, con lo que no puede ser el primer motor. Pero, al margen de lo que diga Platón, ¿no podría, verdaderamente, el primer motor ser una especie de alma del mundo, que precede y causa el movimiento del mundo? De hecho, al final, Dios va a ser para el mismo Aristóteles algo así como el Proto-alma o Intelecto puro. Así pues, que el primer motor tiene que ser él mismo inmóvil, no puede querer decir en modo alguno que consiste en una realidad estática, muerta y sin vida. Lo que es incompatible con la esencia divina no es el dinamismo en sí, sino el dinamismo que requiere de un no-ser, esto es, de una potencia, o dicho en terminología más actual, un dinamismo de la finitud. Nada puede haber de potencia en Dios, nada de la nada, nada de imperfección, y por ello, lo que es origen del movimiento de todo lo demás, no puede moverse, ciertamente, en este sentido; lo cual, insistimos, no quiere decir que su realidad perfecta sea estática, sino que, al contrario, deberá ser más que movimiento. En esta línea, ciertamente, y lo veremos enseguida, el primer motor no se mueve como los demás entes del mundo —no se mueve en sentido cósmico: ni se genera ni se corrompe, ni cambia cualitativa o cuantitativamente, ni se mueve localmente en el espacio—. Su intrínseco dinamismo tiene que ser de otro orden, infinitamente más plenario que cualquier otro dinamismo, y, además, en comunicación con el cosmos, pues él es la causa primera y última de todo cuanto en el cosmos deviene. En todo caso, este es exactamente el punto en el que se da el ‘salto’ a otro orden categorial y de argumentación, pues se pasa del orbe físico al orbe espiritual. Tiene importancia recalcar esto. La 34 1072a1. grandeza del pensamiento griego, y en este caso concreto del de 171 para pensar unitariamente la totalidad de la realidad, sin incurrir, empero, en naturalismo u otro tipo similar de reduccionismo: su metafísica entronca y está en continuidad con la física (lo que no implica que se confunda con ella). Hoy día, desgraciadamente, se ha abierto un abismo aparentemente infranqueable entre la ciencia y la filosofía, y, repito, sin que queramos decir con ello en modo alguno que no sean quehaceres teóricos esencialmente diferenciados y pertenecientes a niveles distintos. A pesar de esta diferencia de nivel entre ambos quehaceres teóricos, la filosofía debe fraguar en una comprensión cabal del mundo físico y del saber que lo estudia. Aristóteles va del cosmos a Dios a través de una rigurosa argumentación, que muestra la exigencia cósmica de una realidad de otro orden (sin un primer motor del tipo que él describe, el movimiento cósmico en su conjunto quedaría inexplicado). A su vez, esta teología va a dar razón de la peculiaridad ontológica del ser humano: un ente destacado entre los entes sublunares, y por tal, ente intermedio (daimónico) entre Dios y el cosmos. De hecho, esta conexión con la realidad del hombre es importante, pues indica la segunda vía a través de la cual Aristóteles esboza analógicamente la índole de la realidad divina. La primera es la cósmica que acabamos de ver. La segunda, la del intelecto humano. Y aquí sí que se entronca con la dirección antropológica que caracteriza a la modernidad. Las descripciones y teorías que Aristóteles esboza en otras obras (por ejemplo, en peri yuxh¿), son la base a partir de la cual Aristóteles puede concebir la esencia divina como no¿hsis noh¿sewj, pues, aunque no estemos en un contexto judeo-cristiano en el que el hombre es concebido según revelación como imagen de Dios, la conceptuación del hombre como dai¿mwn, i.e., como un ser intermedio entre Dios y el mundo, permite igualmente la analogía. funda mentos gnoseológicos y ontológicos Aristóteles, reside, entre otras cosas, justamente en esta capacidad víctor m anuel tirado san juan 172 2. Del motor inmóvil como «espíritu» La conclusión de toda la argumentación aristotélica es que «tiene que haber algo que sin moverse mueva, que sea eterno, substancia y acto»35. ¿Cómo no vamos a decir que eso que mueve es ‘algo’? ‘Algo’ tiene que ser, puesto que es una exigencia racional que lo haya, puesto que lo que de hecho hay para la inmediatez de nuestra mirada se mueve, y este movimiento indudable requiere necesariamente una razón suficiente extracósmica. Así pues, cuando se dice que el motor inmóvil es ‘algo’, es decir, que es substancia, no se prejuzga necesariamente que lo sea al modo de ser de los entes del mundo, es decir, como algo ahí delante —Vorhandenes— encerrado en sus límites espacio-temporales. No obstante, efectivamente, alguna analogía con el ser de los entes cósmicos deberá guardar. Veamos, entonces, si, justamente, las notas que Aristóteles atribuye al ser de Dios, son propiamente intramundanas y ónticas o de qué tipo son, así cómo cuales son las fuentes de su teoría. ¿Cómo se orienta Aristóteles y cómo procede racionalmente para rastrear el modo de ser de este primer principio del devenir cósmico que es Dios? La pregunta que rige su proceder intelectivo es: ¿cómo tiene que ser eso que mueve sin ello mismo moverse? Esta es, ciertamente, la pregunta rectora. Y la respuesta es: sólo «lo apetecible o deseable» (to o(rekto¿n), y lo inteligible (to¿ nohto¿n), es capaz de mover sin estar ello mismo en movimiento. Y aquí vemos que esta respuesta sólo cabe ser obtenida de la experiencia inmediata que el hombre tiene de su propia vida consciente. Sólo en el ámbito de la propia vida consciente, tiene el hombre, gracias a la diafanidad de la autoconciencia, experiencia inmediata de algo que mueve sin ello mismo moverse. Pero aquí ya hemos dado el salto categorial, porque este salto está ya dado en la diferencia ontológica que existe entre 35 Cf. infra. los entes estrictamente naturales y el peculiarísimo ser espiritual del 173 tanto que ser consciente, experimento en primera persona esa particular vivencia que es el apetecer o desear. Lo que mueve al hombre en tanto que hombre es aquello que se presenta en su conciencia revestido de algún valor positivo para él, ya sea moral, estético o intelectivo. Lo curioso es que lo intelectivo (en el sentido de ‘lo que aparece a la conciencia como siendo’) es una precondición necesaria para que cualquier otro valor se dé y nos atraiga. Para que un ente natural, por ejemplo, un paisaje campestre o una obra de arte, dentro de las creaciones humanas, se nos presente como algo estéticamente valioso, primero tiene que aparecer en mi conciencia como siendo de suyo lo que es (según la caracterización zubiriana de las cosas reales que se dan a la inteligencia), o, si queremos utilizar la conceptografía husserliana, la cosa tiene que aparecer como estando ahí delante, puesta (gesetzt) por un acto ponente (teórico) de la conciencia. En el pensamiento contemporáneo, justamente Husserl y el propio Zubiri representan eminentes exponentes de esta primacía de la inteligencia en la totalidad de la estructura humana de la conciencia. Si bien es cierto que la inteligencia, el sentimiento y la voluntad son estructuras todas ellas esenciales y primordiales de la persona humana y que, por ello mismo, dimensionan a una su ser y actúan consiguientemente también de manera indivisible; sin embargo, siendo ello cierto, como decimos, se da una cierta primacía de la inteligencia, que es la que nos permite acceder a la entidad de las cosas, y, gracias a ello, a un orden ontológico preciso que correlativamente denuncia una también precisa arquitectónica de la conciencia. Así, los valores, se aprehenden siempre realizados en determinados objetos intuidos. Lo curioso es que ya la intelección misma de las cosas es de por sí algo valioso para el hombre y, consiguientemente, una especie de proto-valor o valor originario sobre el que se sustentan o pueden sustentarse otros valores. Es el valor de la verdad, del aparecer mismo de aquello que aparece. funda mentos gnoseológicos y ontológicos hombre, que es en la destacada forma de ser de la conciencia. Yo, en 174 Sin duda, esta primacía de la inteligencia es también admitida víctor m anuel tirado san juan por el intelectualismo de la escuela socrática y, consiguientemente, por Aristóteles, quien afirma al respecto en el mismo texto que nos ocupa36: «Y más influye en el deseo la apariencia, que en la apariencia (to faino¿menon) el deseo, porque la intelección es un principio». Y un poco más adelante, subrayando el valor mismo de la intelección, afirma37: «y por eso el estado de vigilia, la percepción sensible y la intelección son lo más agradable». Nosotros también creemos que la intelección es un principio, en el sentido que acabamos de especificar; sin embargo, ello no significa que quepa definir al hombre exclusivamente como aquel ente del cosmos cuya esencia consiste y se agota en la inteligencia (en esto consistiría un deslizamiento teórico al que llamamos «intelectualismo» —del que, en nuestra opinión, no ha adolecido poco nuestra civilización—). No. Efectivamente la inteligencia es una nota primordial del hombre, pero ello no puede significar que el sentimiento y la voluntad sean características extraesenciales de la persona humana, sino que son tan esenciales del hombre como la inteligencia misma, y así determinan ab initio en indisoluble unión con ella la estructura, la naturaleza y el curso mismo de toda su vida. El objeto que aparece a la conciencia (a la inteligencia) mueve sin moverse. No se trata, desde luego, de que ejerza ningún contacto físico, el aparecer de lo que aparece no es una relación física, ni de contacto, ni siquiera de un tipo campal, como lo propone la moderna teoría física de campos. No es que el objeto representado ejerza ningún tipo de fuerza gravitatoria o eléctrica o magnética a distancia de manera invisible38. No, pues la capacidad de mover que ostenta lo 36 1072a29. 37 1072b18. 38 El principio de inercia, hipótesis fundamental que está a la base de la física moderna, ¿en qué contraría los principios del estagirita al respecto? Los campos, que actúan de manera invisible sobre los cuerpos que están en ellos, se fundan a su vez en energías de uno u otro tipo, que tienen, a su vez, inteligible se basa estrictamente en su aparecer a la conciencia, i.e., 175 mismo como un cierto ‘mover’ al intelecto por parte de lo que aparece (lo inteligible), se tratará necesariamente de un dinamismo completamente distinto, pues lo que aparece, el aparecer de lo que aparece, y la inteligencia como condición necesaria de la posibilidad de que este aparecer se dé, están en una relación de mutua dependencia e inseparabilidad. La vivencia es un todo indisoluble. Lo que aparece no mueve en virtud de su intrínseca energía física (como en cierto modo lo supone el empirismo39), sino en virtud de su contenido gnoto, de sus cualidades sensibles de forma, color, sonido, etc., y, sobre todo, en virtud del sentido que eso que aparece tiene para el ser inteligente al que aparece. Lo que mueve al hombre en tanto que hombre no es lo que mueve al animal en tanto que animal. Al animal le mueven estímulos que desencadenan en él respuestas más o menos automáticas, pero, en todo caso, nunca mediadas por una aprehensión de un yo que se determina libremente en relación a esos objetos que aprehende. Esta es la esencia de la inteligencia: escindirse frente a lo que intelige en la distancia intencional del aparecer; una distancia, empero, entre dos polos inseparables: aquello que aparece y el aparecerme de eso que aparece. Para que algo ejerza sobre mí su atracción axiológica tiene un origen. El problema se traduce, pues, en cual sea o cuales son el o los principios de las diversas trasformaciones energéticas que acontecen en el universo. Y entonces la cuestión del origen se plantea aquí en los mismos términos aristotélicos, pues todo cambio o transformación es efecto de otro, ninguno da razón plenaria de sí mismo, con lo cual vuelve a plantearse la exigencia de una primera causa originaria. A este respecto las cosmogonías físicas al uso, por ejemplo, la famosa cosmogonía del Big-Bang, me parece que sucumben a la crítica aristotélica, pues suponiendo que todo emerge de una pizca originaria de materia, el problema es que esta pizca originaria de materia, o bien es el Fundamento, y en tal caso, nada de pizca, o bien necesita del fundamento, para ser y para ponerse, justamente, en movimiento, porque, ¿por qué empezó a dar de sí cuando empezó y no antes? 39 Así Hume diferencia entre impresiones e ideas, no por características de sentido intrínsecas a la intelección, sino, al contrario, por su grado de vivacidad. funda mentos gnoseológicos y ontológicos en su estricta condición de inteligible; y si entendemos ya el aparecer 176 que aparecer primero como lo que es, aparecer en el que se sustenta víctor m anuel tirado san juan el aparecer añadido de su valor. Ciertamente, la reflexión aristotélica había comenzado como una reflexión ontológica en torno a la substancia, pero ahora vemos que, curiosamente, se va convirtiendo en una reflexión de tintes fenomenológicos en torno al peculiarísimo modo de ser de la conciencia. En realidad, para ser más exactos, el momento fenomenológico está supuesto. Como decimos, Aristóteles utiliza todos sus estudios sobre el alma sensible e intelectiva para trazar una analogía sobre el modo de ser de Dios. Si es preciso que haya un primer motor inmóvil, y yo sólo conozco los procesos psíquicos intelectivos como el único ámbito ontológico donde un tal fenómeno (de mover sin moverse) es posible, pues entonces yo debo suponer que el motor inmóvil, la causa final, debe ser una inteligencia, pero suprema: la inteligencia en sí misma, que cualquier inteligencia finita no hace sino imitar. A este respecto, además de ser lo inteligible (en el caso del hombre) lo único capaz de mover sin moverse, es también la intelección el fin último para él, lo más excelente que el hombre puede realizar en la vida40. Así las cosas, Aristóteles puede trasladar a Dios, mediante una analogía de proporcionalidad dirigida por la idea de lo máximamente excelente, la condición intelectual, que conoce inmediatamente en sí mismo. Si lo que mueve es lo inteligible, lo más inteligible será lo que más mueve. Al mismo tiempo, lo inteligible es lo ente (su contrario sería lo que no es), es la substancia (su complementario sería el accidente y su contrario, de nuevo, lo que no es), y es lo uno (cuyo contrario sería la pluralidad)41; de donde se sigue que el motor inmóvil, causa primera y última del movimiento del cosmos, será el ente por excelencia, la substancia por excelencia y la suprema unidad. Teniendo en cuenta toda la argumentación desplegada por el estagirita desde el 40 1072b17: «el estado de vigilia, la percepción sensible y la intelección son lo más agradable». 41 1072a30. comienzo del texto, podemos decir que Aristóteles ha abierto cuatro 177 es la línea inicial cosmológica en torno al movimiento, según la cual Dios es motor inmóvil, y por ello mismo, acto puro que no puede devenir nada otro; o dicho de otra manera, Dios es necesariamente una substancia completa; 2) la línea axiológica de lo sumamente atractivo (w(s e)rw¿menon) y valioso (lo más bello y lo más bueno), que la determina por ello mismo como te¿loj del universo; 3) la línea de la inteligencia suprema y de lo sumamente inteligible; y por fin, como consecuencia de esto mismo (pues lo inteligible es lo ente, la substancia y lo uno42), 4) la línea del ente por antonomasia, de la substancia por antonomasia y de lo verdaderamente uno. Las cuatro líneas no son independientes, sino que se implican mutuamente. En todo caso ellas cuatro constituyen los apoyos argumentativos definitivos para seguir completando el conocimiento de Dios a través de esa analogía de proporcionalidad impulsada por la idea de lo absoluto (vía de eminencia), pues, «lo primero es siempre lo mejor»43. La argumentación de Aristóteles, parte de la línea intelectiva, que, como decíamos más arriba, le sitúa en un nivel ontológico transcósmico. Puesto que inteligir es vida trascendental, esto es, no es vida biológica, natural o cósmica, sino vida consciente o vida espiritual; ello le permite a Aristóteles comenzar asombrosamente su caracterización de Dios, no como mera Idea, por muy excelente que la Idea de Bien sea, como ocurría en Platón, sino, como existente. Señala Aristóteles que la de Dios es «una existencia (h( diagwgh¿)) como la mejor para nosotros»44, sólo que sin límite de tiempo, pues nuestro existir plenario o feliz dura poco, en cambio, en Dios es permanente. Es, como digo, muy importante subrayar esta primera caracterización de Dios 42 1072a30. 43 1072a36. 44 102b15. funda mentos gnoseológicos y ontológicos líneas fundamentales a través de las cuales caracterizar a Dios: 1) una 178 como existente, pues pone ya en guardia contra la supuesta ingenui- víctor m anuel tirado san juan dad de la ontología griega y de aquella otra ontología que ha venido construyendo el pensamiento cristiano a partir de su asimilación de la filosofía griega. Como vemos, que Aristóteles afirme que Dios es ente y substancia, no le impide subrayar a la vez que es un existente, i.e., que Dios ex–iste, en la forma trascendental de la conciencia. De hecho, el término griego, diagwgh¿, alude al trans-curso, al paso de la vida, lo que, unido al contexto intelectivo en que se usa, pone de manifiesto que su campo semántico gira en torno al hecho de la temporalidad de la conciencia45. No me parece, pues, tan sencillo acusar a la metafísica clásica de comprender al hombre exclusivamente desde el mundo, quedando ciega para la peculiaridad ontológica del hombre y así, para el verdadero sentido del ser. La analogía deja sitio para una amplia perspectiva del ser y no cae, en cambio, tan fácilmente como el cientificismo moderno en la ceguera ontológica. Heidegger, con su llamativa tesis de que la tradición metafísica occidental había olvidado ya desde Platón la verdadera pregunta por el sentido del ser, activó una sospecha de ingenuidad que se ha cernido sobre toda la tradición filosófica, la cual, en relación a la conceptuación de la substancia primera habría incurrido en una inaceptable entificación de Dios46. ¿Bajo qué presupuestos? Entificar a Dios querría decir 45 Cf. supra nota 15. 46 En realidad este término tiene más bien origen zubiriano. La entificación de Dios sería una consecuencia particular de la ‘entificación de la realidad’, que, a su vez, sería una consecuencia de la ‘logificación de la inteligencia’. El sentido de la crítica de Heidegger no es exactamente el mismo, aunque en una cierta dirección que alertaría sobre conceptuaciones de Dios excesivamente ingenuas, sí. Heidegger habla más bien, de la confusión de lo óntico con lo ontológico; y, así, de la conversión del auténtico pensar el misterio del Fundamento en ontoteología. En este sentido, entificación de Dios no es más que un momento de la metafísica de la presencia, i.e., de una metafísica que busca erradamente el sentido del ser en la ou)si¿a el modo derivado teórico de hacerse presentes (Vorhandenes) en el presente los entes intramundanos; modo de presencia que oculta el auténtico sentido del ser que se desvela en la temporalidad constitutiva del éxtasis existencial del Dasein. Este éxtasis no es ente, sino ser, y es el modo más adecuado de comparecer el inobjetivable misterio del ser. Para convertirlo en un ente más del mundo, por muy peculiar y extraordi- 179 absoluto, pues el Ser mismo, en cuanto el fundamento misterioso de los entes, estaría más allá de cualquier ente e incluso de la totalidad de los entes47. Parece que, efectivamente, el principio creacionista de la revelación judeo-cristiana apuntaría en esta dirección. Ciertamente, para nuestra tradición religiosa Dios no es un ente más de la realidad, sino que es el Fundamento mismo de la realidad del mundo. Por ello, no es una parte del mundo, sino su Fundamento, su principio generador y constituyente. Que Dios crea el mundo de la nada quiere decir, por un lado, que el mundo, como el mismo Aristóteles señala, no proviene de la nada, sino del ‘ser’ plenario y eterno de Dios mismo; pero, a la vez, quiere también decir, en contra de Aristóteles, que no es posible postular dos principios diferenciados en la realidad: el Ser como principio intrínseco de los entes o substancias, y la Causa primera o motor inmóvil que mueve continuamente el mundo en base a su excelencia. En todo caso, esta pluralidad de principios (téngase siempre presente que ‘principio o fundamento del mundo’ no se identifica con el mundo) son concebidos en la revelación cristiana como una pluralidad dentro de la unidad trinitaria de Dios. Este aspecto es constatar esta acusación heideggeriana a la teología católica clásica de esa pretendida objetivación de Dios, véase, por ejemplo, Heidegger: Fenomenología y teología; en: Hitos (Wegmarken; gesammelte Werke Bd. 9, 1976). 47Zubiri expone magníficamente el problema ya en un escrito relativamente temprano (1935): En torno al problema de Dios: en Naturaleza, Historia Dios (Madrid 1967) 440-441: «Toda posibilidad de entender a Dios depende, pues, de la posibilidad de alojarlo (si se me permite la expresión) en el ‘es’. No se trata simplemente de ampliar el ‘es’ para alojar en él a Dios. La dificultad es más honda. No sabemos, por lo pronto, si este alojamiento es posible... porque el ‘es’ se lee siempre en lo que ‘hay’ [... pero] Dios no es, para una mente finita [/], ‘lo que hay’, sino lo que ‘hace que haya algo’ [...] desde el punto de vista humano, el estar fundamentando es la deidad. De ahí que sea un grave problema la posibilidad de encontrar algún sentido del ‘es’ para Dios... No se identifica, en manera alguna, el ser de la metafísica con Dios. En Dios rebasa infinitamente el haber respecto del ser. Dios está allende el ser». funda mentos gnoseológicos y ontológicos nario que fuere. Pero, en tal caso, Dios no podría ser el Fundamento 180 decisivo, y no parece que le presten mucha atención quienes hoy día víctor m anuel tirado san juan atacan al cristianismo como monoteísmo opresivo que no deja sitio a la pluralidad. Como quiera que sea, el primer motor de Aristóteles, en base a su excelencia óntica (lo bueno y lo inteligible por excelencia), activa tres potencialidades que podrían determinar o determinan la actividad teleológica de tres órdenes de entes del cosmos: activa el deseo (en substancias pre-vitales, y en plantas y animales), y activa la voluntad y el intelecto (en los seres humanos). Este primer principio, que mueve sin moverse, sería, entonces, el te¿loj del universo, la causa final (e(¿neka) de la Naturaleza y del Cielo, pero también la meta de ese peculiar ente intermedio que somos nosotros los seres humanos48. Hay en esta tesis de Aristóteles muchas cuestiones interesantes que no vamos a indagar ahora, aunque algo deberemos decir más tarde, estoy pensando en esta distinción fundamental entre estos dos trascendentales: el bien y lo verdadero o lo inteligible, así mismo, la dualidad de facultades que a ellos se ordenan: la voluntad y la inteligencia. Ya veremos que el modo en que estas facultades puedan darse unidas en una substancia (personal) es una de las cuestiones decisivas. 3. La substancia primera: no¿hsij noh¿sewj Conviene percatarse del modo en que Aristóteles introduce el tema de la inteligencia que se intelige a sí misma. Es, ¡justo aquí!, en ese momento en que ha llegado al primer motor, cuando esboza la naturaleza de la substancia primera, Bien supremo del Universo, que lo mueve de forma invisible como objeto primario de amor, y cuya esencia sería la de un Intelecto que se entiende a sí mismo, o mejor, la de 48 1072b15 un efectivo y perpetuo inteligir cuyo objeto es sí mismo. Sin embargo, 181 por vía de eminencia a partir de lo que sería, eso sí, un conocimiento descriptivo del modo como funcionan en nosotros los hombres tanto la voluntad como la inteligencia, pues habla de que ante la apropiación de lo bueno experimentamos placer (fruición), es decir, nosotros, no Dios; pero que esto sólo lo logramos los hombres por breves períodos de tiempo en nuestras vidas, mientras que la causa primera, por el contrario, debe más bien consistir esencialmente en fruición. ¡No puede sino ser fruición en tanto en cuanto él mismo es el Bien apetecido!49. Justamente porque es el puro acto de Bien, no sólo vive en la fruición perpetua, sino que ello determina el objeto de nuestra investigación, a saber, que la causa primera sólo puede tenerse a sí misma como objeto de intelección, pues la pura intelección sólo puede tener por objeto lo más puramente inteligible, y eso es, justamente, él mismo50. Aquí tenemos el para-sí de la inteligencia que tan eminente lugar va a ocupar desde entonces en las reflexiones de los filósofos. A 49 La construcción del esbozo se refleja en 1072b14: «Y es una existencia —postula Aristóteles para el ser de Dios— como la mejor para nosotros durante corto tiempo». El «como», justamente señala la comparación analógica con nuestra existencia, que es el ‘sistema de referencia’ a partir del cual se establece la analogía. A este respecto es imprescindible la teoría zubiriana de la ‘razón’ como dimensión intelectiva ulterior al logos y a la aprehensión primordial de realidad. La razón como dimensión intelectiva es por esencia analógica en este sentido. Sobre esta cuestión puede consultarse mi estudio: “Sobre el lugar de la analogía en la estructura de la subjetividad humana: reflexiones preliminares”, en Jornada sobre la analogía; Alfonso Pérez de Laborda (ed.), Publicaciones de la Facultad de Teología San Dámaso, Madrid, 2006, pp. 93-129. Ingemar Düring señala agudamente este proceder analógico de Aristóteles a la hora de esbozar la naturaleza de Dios, pp. 333-334: «Como de ordinario, Aristóteles parte de las relaciones en la vida cotidiana (...) así reúne siempre en su pensamiento un sensato common-sense con una abstracción llevada hasta sus últimos límites. Su recurso más brillante es la analogía. En el caso presente halla una analogía aplicable en la tendencia del hombre hacia el Bien (...) Aristóteles parte de hechos de experiencia». 50 1072b19: «Y la intelección que es por sí tiene por objeto lo que es más noble por sí, y la que es en más alto grado, lo que es en más alto grado». funda mentos gnoseológicos y ontológicos parece que se trata más bien de un esbozo construido analógicamente 182 partir de aquí empieza el núcleo del texto que va a ser objeto de nues- víctor m anuel tirado san juan tro estudio, texto que, como vamos a ver, se encuentra a la altura de los más grandes textos de nuestra civilización51. La piedra angular que permite a Aristóteles postular cómo debe ser Dios en tanto que inteligencia es el concepto de acto, de acto puro. Dios tiene que ser puro acto, esto es, puro ser originario; mientras que las demás cosas del mundo, incluidos nosotros los hombres a pesar de nuestra naturaleza racional, no somos actos puros, seres plenarios, sino una mezcla de acto y potencia. Ya hemos señalado que actos semipotenciales es para un griego lo más parecido a la finitud, tal y como lo planteamos hoy ya bajo el influjo del judeo-cristianismo. ¿Explica este modo aristotélico de plantear la cuestión el propio hecho histórico de que la filosofía occidental, oscilando en torno a la disputa realismo-idealismo, en realidad ha estado no tanto jugándosela en el plano del conocimiento, sino en el de la ontología? El idealismo es, a la postre, una opción ontológica a favor del espíritu; aunque dentro de ello podrá postular la esencial diferencia entre los espíritus finitos y el espíritu infinito. Por el contrario, el realismo parece ser una ontología de suyo plural que admite tanto el espíritu como la realidad material no espiritual (no incluyo la opción materialista, porque me parece de todo punto insostenible). Veamos, entonces, cómo urde Aristóteles esta madeja de las relaciones entre el análisis de la inteligencia y el del ser, y a partir de ahí haremos algunas consideraciones, aunque sean escuetas, sobre las posiciones de la filosofía contemporánea. 51 Werner Jaeger, Aristóteles, p. 395, dice al respecto: «Cómo hablaba en realidad Aristóteles lo muestra el capítulo 8, que en contraste con el resto del libro, está perfectamente redactado»; y en p. 252: «Con seguros golpes de martillo cincela magníficas frases, que aún hoy leemos involuntariamente en voz alta». Cf. infra nota 2. W. K. C. Guthrie, Historia de la filosofía griega, vol. VI (Madrid 1993) 264, afirma sobre el texto: «yo me aventuraría a llamar la exposición más magistral, en forma de nota de clase, que nos ha legado Aristóteles». El texto en el que Aristóteles comienza a plantear el ser-para-sí 183 del Entendimiento divino es el siguiente : «Y el entendimiento se entiende a sí mismo por captación de lo inteligible (au(ton de noei= o( nou=j kata meta¿lhyin touª nohtouª); pues se hace inteligible estableciendo contacto y entendiendo, de suerte que entendimiento e inteligible se identifican (tau)toÑn). Pues lo que es capaz de recibir lo inteligible y la substancia es entendimiento, y está en acto (e)nergei=) teniéndolos, de suerte que esto más que aquello [el acto más que la potencia] es lo divino que el entendimiento parece tener, y la contemplación (h( qewri¿a) es lo más agradable y lo más noble (a(¿riston). Si, por consiguiente, Dios (o( qeo¿j) se halla siempre tan bien como nosotros algunas veces, es cosa admirable; y si se halla mejor, todavía más admirable. Y así es como se halla. Y tiene vida (zwh¿ ) , pues el acto del entendimiento es vida, y Él es el acto. Y el acto por sí de Él es vida nobilísima y eterna. Afirmamos, por tanto, que Dios es un viviente eterno nobilísimo, de suerte que Dios tiene vida y duración continua y eterna; pues Dios es esto (...) queda demostrado que no cabe que esta substancia tenga ninguna magnitud, sino que carece de partes y es indivisible (...) Y también queda demostrado que es impasible e inalterable». Tiene razón Jaeger en situar este texto entre los más destacados de nuestra tradición literaria occidental. En él se aglutinan palabras que resuenan en lo más profundo de nuestras conciencias por pertenecer a la entraña de nuestra cultura. Por ejemplo, esa insistencia en la condición viviente de Dios, que evoca el Evangelio de San Juan cuando hablando del Verbo, que es cabe Dios desde toda la eternidad nos dice de él que, es vida que ilumina la vida de los hombres53. Pero pasemos a estudiarlo en profundidad. 52 1072b20-1073a10 53 San Juan I, 1-14: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba cabe Dios, y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio cabe Dios. Todas las cosa fueron hechas por él; y sin él nada se hizo de funda mentos gnoseológicos y ontológicos 52 184 Sabemos que el Universo requiere de un primer motor, que no víctor m anuel tirado san juan puede moverse al modo de los entes que lo componen, y que, para tener ese poder, debe reunir unas condiciones ontológicas extracosmicas excelentes (mueve sin él moverse; nada tiene de potencia; es eterno y autárquico, mueve sin contacto, pues es inmaterial). Gracias a nuestra vida humana intelectiva conocemos de primera mano un modo de ser, un dinamismo que podemos considerar estático desde el punto de vista de lo que significa la kinesis cósmica, y que, sin embargo, es capaz de mover. Mueve de forma invisible y a distancia. Mueve de dos maneras. En primer lugar, lo inteligible mueve por el mero hecho de hacerse accesible al intelecto, de aparecer a él. La intelección aquí tiene un sentido amplio54; no se restringe exclusivamente al aparecer de lo universal, sino que abarca el aparecer de cualquier ente, es el acontecer de la verdad en su matriz originaria, la a)lh¿Jeia, el desvelamiento de lo que es, la pura contemplación. Lo inteligible, decía Aristóteles, es ‘una de las dos series’. Es inteligible el ente, lo uno, la substancia, etc. En cambio, el no-ser, la multiplicidad en tanto que multiplicidad, el puro devenir sin substrato de permanencia, no es inteligible. Lo ente, la substancia, al aparecer mueve al intelecto, pero es un mover misterioso, porque el intelecto se adecua, acoge a o ‘entra en contacto’ con lo inteligido, lo recibe sin perder su identidad ni alterar la de aquellos que recibe. Mi aprehen- cuanto ha sido hecho. En él había vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz en las tinieblas brilla, y las tinieblas no la acogieron». 54 Desde Husserl se da una tendencia en el pensamiento de cuño fenomenológico a considerar la vida espiritual del hombre unitariamente, sin escindirla en dos niveles esencialmente heterogéneos, como hace la tradición y Aristóteles: el sentir y el inteligir. Para Aristóteles y la metafísica clásica el sentir humano es idéntico al animal, es el animal que llevamos dentro. Lo que ocurre es que la inteligencia, que es de hecho una facultad en sí misma, opera sobre las sensaciones que la sensibilidad le brinda. Quien más claramente señala la unidad de los actos del espíritu humano es el pensador español Xavier Zubiri, para quien la intelección humana es por esencia sentiente, y su sentir, sentir intelectivo. No hay posible separación entre ambas, porque inteligir no es aprehender un universal, sino aprehender lo real sentido qua real. sión de la taza verde no se hace ella misma verde, aunque accede a la 185 ción es, pues, un peculiar dinamismo, un acontecer lumínico en el que lo inteligido y su intelección forman una unidad dinámica indisoluble, sin que, empero, ambos polos se confundan (no se confunden lo que aparece y su aparecer)55. Pero, como dejábamos traslucir más arriba al afrontar por vez primera esta cuestión, lo inteligible mueve de una segunda manera, que se funda sobre la anterior. Lo inteligible mueve también, porque, al aparecer a la inteligencia engendra el valor del aparecer mismo, y, entonces, la intelección misma muestra su valor, su fuerza atractiva, pues el aparecer de lo inteligible, la luz de la contemplación, su acto, es en sí mismo deseable, engendra placer: el puro placer teórico. Mas lo inteligible puede también mover en un tercer nivel haciendo aparecer nuevos valores de eso que aparece, como cuando lo que es se muestra además como bueno o como bello. Pero nuestra intelección, en este sentido amplio de aprehensión sentiente humana, es siempre activada desde fuera, depende esencialmente de la sensación; y esta tiene lugar cuando algo otro nos afecta, nos activa, haciendo que nuestra capacidad de sentir e inteligir pase de la potencia al acto56. No es, pues, un acto puro y autárquico 55 Acerca del alma, 425b26: «El acto de lo sensible y el del sentido son uno y el mismo, si bien su esencia no es la misma. Me refiero, por ejemplo, al sonido en acto y al oído en acto: cabe, desde luego, que alguien, teniendo oído, no esté oyendo, así como no siempre está sonando lo que es sonoro; no obstante, cuando lo que puede oír está en acto y lo que puede sonar suena, se producen conjuntamente el oído en acto y el sonido en acto: cabría llamarlos respectivamente audición a aquel y ‘sonación’ a este. Y puesto que el movimiento, la acción y la pasión, se dan en aquello que es actualizado, tanto el oído como el sonido en acto han de darse necesariamente en el oído en potencia, ya que el acto del agente y motor tiene lugar en el paciente —de ahí que no sea necesario que lo que mueve sea, a su vez, movido—. El acto de lo que puede sonar es, por tanto, sonido o ‘sonación’ y el de lo que puede oír, oído o ‘audición’. Doble es, pues, el significado de oído y doble el de sonido. La misma explicación es válida también para el resto de los sentidos y sensibles». 56 Aristóteles, Acerca del alma, 417a5: «la facultad sensitiva no está en acto, sino solamente en potencia. De ahí que le ocurre lo mismo que al combustible, que no se quema por sí solo sin el concurso del carburante». Véase también la nota anterior. funda mentos gnoseológicos y ontológicos alteridad misma del verdor. El aparecer de lo inteligible en la intelec- 186 que se mueve a sí mismo, sino una potencia movida desde fuera. Por víctor m anuel tirado san juan esta razón queda vinculada a la materia, y en particular al cuerpo: forma parte del cosmos y de los movimientos del cosmos; por ello está sujeto nuestro cuerpo al devenir de la generación y la corrupción. Y, sin embargo, aunque pasiva (activada desde fuera), la aprehensión sensible ya es en sí un modo espiritual del ser, pues el todo de la vivencia consciente no es en sí mismo de la misma naturaleza que los entes del mundo que en él aparecen. Verde y espacial es la taza vista, pero no el ver mismo. El aparecer de lo que aparece, ni es extenso, ni tiene color, es un éx-tasis espiritual, una distensión intencional, una actualidad intelectiva: puro tiempo cualificado por la luz de la verdad. ¿Qué quiere decir esto? Que el aparecer consciente está ya habitado por el espíritu, por el alma, o como quiera decirse. Que es vida trascendental, vida de un yo extracósmico, que trasciende la materialidad. Por esta razón, el alma se aprehende a sí misma ya aquí, pues al percibir la taza, no sólo aprehendo la taza, sino el aprehender mismo. No sólo veo la taza, sino que veo que veo: me doy cuenta de que veo. Que es el alma el que ve se revela igualmente en la unidad del acto. Las múltiples sensaciones de los diversos sentires vienen a confluir en una única aprehensión, que los traspasa a todos en sus intrínsecas peculiaridades, siendo, sin embargo, que el ojo es ciego para el sonido, el oído sordo para el color, el tacto inútil para el olor, etc. Y, sin embargo, yo capto las diferencias entre cada una de estas sensaciones. Y es que, la inteligencia, al inteligir lo inteligible, se intelige a sí misma. Aristóteles no utiliza esta categoría del yo, estrictamente moderna, para describir la unidad espiritual del acto aprehensivo humano. Habla del alma o del intelecto; o también, fusionando los término, del alma intelectiva como la parte más excelente del alma, que habita un cuerpo como su forma, como su entelequia. El alma pertenece a otro orden del ser distinto del orden corporal cósmico. Es un destello divino, que misteriosamente se ha encarnado en un cuerpo material concreto. Este alma, de acuerdo a las descripciones aristotélicas, no parece ser en sí misma individual. Lo individual le 187 tanto que almas todas son idénticas, sus actos no difieren en nada: pura enérgeia contemplativa. Por esta razón, «el intelecto (...) parece ser en su origen una entidad independiente y que no está sometida a corrupción»; y, por ello, no sufre ninguna decadencia con el paso del tiempo, como sí le ocurre al cuerpo, que se deteriora y envejece hasta destruirse, de manera que «si un anciano pudiera disponer de un ojo apropiado vería, sin duda, igual que un joven (...) el intelecto mismo es impasible»57. En esta última afirmación del pensador griego se ve que el intelecto habita también la sensación, cuando del hombre se trata. De hecho, el propio Aristóteles reconoce que «ningún ser que no participe del alma posee sensaciones»58. Sin embargo, hay como un estrato más puro de actividad intelectiva en el hombre: la pura intelección que prescinde (abstrae) del concreto y deviniente contenido de sensación aprehendiendo estrictamente el universal inteligible. Desde este punto de vista, lo sensible (la sensación) ya no es en sentido estricto algo inteligible. Esto es extraño, pues ya hemos visto que lo inteligible es «una de las dos series»: lo ente, la substancia, lo uno, etc.; mas las sensaciones, tal y como las describe Aristóteles, reúnen al menos la condición de ente y de unidad, por lo que son inteligibles. Hay, empero, grados de inteligibilidad. Lo inteligible que mueve el intelecto más allá de la sensación es el universal, y «los universales se encuentran en cierto modo en el alma misma»59. De aquí que en el nivel del pensamiento el intelecto operaría más autónomamente y con menos dependencia del cuerpo. ¿Y por qué no con independencia absoluta? Este asunto es decisivo. Es decisivo para la antropología, a la vez que para la teología, pues lo distintivo del intelecto divino es justa- 57 Acerca del alma, 408b20-25. 58 Acerca del alma, 415b25. 59 Acerca del alma, 417b22. funda mentos gnoseológicos y ontológicos viene del cuerpo al que da forma y esencializa intelectivamente. En 188 mente su condición absolutamente independiente y autárquica, frente víctor m anuel tirado san juan a la peculiar contigencia del entendimiento humano. El texto completo que acabamos de citar antes reza como sigue : «la sensación en acto ha de considerarse análoga al acto de 60 ejecutar la ciencia, si bien entre uno y otro existe una diferencia: en el caso de aquel los agentes del acto —lo visible, lo audible...— son exteriores. La causa de ello estriba en que mientras la sensación en acto es de objetos individuales, la ciencia es de universales y estos se encuentran en cierto modo en el alma misma. De ahí que sea posible inteligir en sí mismo a voluntad, pero que no sea posible percibir sensitivamente en sí mismo, ya que es necesaria la presencia del objeto sensible». El texto es enormemente problemático y ambiguo. Si el intelecto puede inteligir a voluntad al margen de la percepción sensible vinculada al cuerpo, ¿en qué se diferencia la posición de Aristóteles de la de su maestro Platón? ¿Cuál es la relación del universal, de lo estrictamente inteligible, con lo individual sensible? ¿Es el individual sensible un mero desencadenante del dinamismo espiritual que construye ciencia a priori y exclusivamente en su interioridad? ¿Discurren paralelamente, pero ‘sin tocarse’, el dinamismo sensible cósmico y el dinamismo inteligible espiritual? La solución de estos problemas nos retrotraería al problema de la abstracción: el universal verde, ¿está realizado en la taza verde individual y concreta, o es proyectado sobre ella por el intelecto? Lo que en todo caso parece innegable es que, al menos en esta vida, los procesos intelectivos sólo acontecen sobre la base de la vida sensible. No tenemos experiencia de vivencias puramente intelectuales que discurran absolutamente sobre sí, independientemente de cualquier donación de mundo sensiblemente intuido (aunque, ciertamente, tampoco puede descartarse que en sí mismo sea ello posible). En realidad, la posición de Aristóteles es aquí, a la postre, muy parecida a la de Platón. El alma intelectiva es ajena al cuerpo y 60 Acerca del alma, 417b18-25. no depende de él: «solamente el intelecto adviene desde fuera y sólo 189 intelecto divino? En el capítulo cuarto del Libro III de Acerca del alma, Aristóteles mantiene una cierta analogía entre la pasividad de la sensación y la del entendimiento: «el intelecto —siendo impasible— ha de ser capaz de recibir la forma, es decir, ha de ser en potencia tal como la forma pero sin ser ella misma»62. Pero ¿cómo va a ser ‘impasible’ y a la vez ‘receptora’ de la acción de algo otro? Y el texto continúa así: «y puesto que intelige todas las cosas, necesariamente ha de ser sin mezcla (...) ya que lo que exhibe su propia forma obstaculiza e interfiere a la ajena. Luego no tiene naturaleza alguna propia aparte de su misma potencialidad». Es decir, que, como muchos siglos después defenderá el existencialismo emanado de Heidegger, el ser del hombre carece de esencia, es pura ex-sistencia: una pura capacidad de abrirse al ser de los otros entes que en su discurrir vivencial aparecen. El intelecto es sin rostro, es el lugar de la verdad: «dicen bien los que dicen que el alma es el lugar de las formas»63. Pero ¿se trata de un ‘lugar’ lleno o vacío? ¿De qué depende que, según el momento, ‘se llene’ de una forma o de otra? ¿Qué, quién y de qué manera activa el peculiar acontecer de la verdad en el noûs humano? Aristóteles recurre aquí a una oscura colaboración entre dos tipos de entendimiento: el paciente y el agente. El intelecto agente es, por la descripción que hace64, el intelecto divino mismo, con el que el hombre individual y concreto entra de algún modo en comunicación a través de su intelecto paciente. El hombre no es este intelecto, pues si lo fuera poseería la ciencia en acto siempre, como ocurre en el caso de Dios. 61 Aristóteles, Acerca de la generación de los animales, II, 3, 736b25-29. También, Acerca del alma 429 b 5: «Y es que la facultad sensible no se da sin el cuerpo; mientras que el intelecto es separable». 62 Acerca el alma, 429a16. 63 Acerca del alma, 429a26. 64 Acerca del alma, L III, cap. 5. funda mentos gnoseológicos y ontológicos él es divino»61. Pero, entonces, ¿en qué se diferencia realmente del 190 El análisis del intelecto humano, fronterizo, como vemos, con el víctor m anuel tirado san juan divino, nos deja en las puertas del núcleo de la teología aristotélica. Su caracterización de Dios, desarrollando la analogía que había comenzado, sigue del siguiente modo65: «Pero lo relativo al Entendimiento (to/n nouªn) plantea algunos problemas. Parece, en efecto, ser el más divino de los fenómenos; pero, explicar cómo puede ser tal presenta algunas dificultades. Pues, si nada entiende, ¿cuál será su dignidad? Mas bien será, entonces, como uno que durmiera. Y, si entiende, pero depende en esto de otra cosa, pues su substancia no es esto, es decir, intelección, sino potencia, entonces no será la substancia más noble; su nobleza, en efecto, la debe a la intelección. Además, tanto si su substancia es entendimiento (nouªj) como si es intelección (no¿hsij). ¿Qué entiende? O bien, en efecto, se entiende a sí mismo, o bien alguna otra cosa. Y, si entiende alguna otra cosa, o bien es siempre la misma, o no. Ahora bien, ¿hay alguna diferencia o ninguna entre entender lo hermoso o lo vulgar? ¿No es incluso absurdo pensar sobre algunas cosas? Es, pues, evidente que entiende lo más divino y lo más noble, y no cambia; pues el cambio sería a peor (...) Así, pues, (...) si no es intelección, sino potencia, es natural que sea fatigosa para él la continuidad de la intelección (...) y [así] lo entendido sería más honorable que el Entendimiento [por otra parte, puesto que] no ver algunas cosas es mejor que verlas [el Entendimiento divino] se entiende a sí mismo, puesto que es lo más excelso y su intelección es intelección de intelección (kai e)¿stin h( no¿esij noh¿sewj no¿hsij)». El texto plantea las incertidumbres entre las que se mueve el pensador griego y que ya habían hecho acto de presencia en el caso del enten- 65 Metafísica, 1074b15. dimiento humano: ¿Cómo será un intelecto esencialmente activo y 191 Literalmente la califica Aristóteles como: «el más divino de los fenómenos»; pero, ¿cómo será posible pensar esta peculiar manera de ser? Se abren dos posibilidades, cada una de las cuales plantea sus dificultades. La primera es la que se ha barajado desde el comienzo, es decir, que el Entendimiento divino se tenga por objeto a sí mismo. ¿Cuál sería aquí la dificultad? Si el entendimiento divino consistiera por esencia en estar continuamente en acto, inteligiéndose a sí mismo, entonces no estaría inteligiendo nada, en el sentido de que la intelección no saldría de sí misma. Literalmente, sería —dice Aristóteles— «como uno que estuviese dormido». No deja de ser curiosa la comparación, pues evoca ante nosotros el argumento cartesiano del sueño como origen del idealismo moderno. Hay que recordar que este argumento le sirve a Descartes para plantear la posibilidad del solipsismo. Aunque todo fuera un sueño, quedaría una parcela de ser inaccesible a la duda: la de mi propia realidad pensante; lo que ocurre es que, entonces, yo estaría solo en el mundo, jamás saldría de mi cerrada intimidad. Es a algo así a lo que la objeción de Aristóteles parece apuntar: si Dios consistiese en conocimiento que se conoce a sí mismo, ¿no resultaría empobrecida su naturaleza, pues jamás saldría de sí mismo? No podría, entonces, ser el más noble de los entes. La otra dificultad, que es justo la contraria, consistiría en lo siguiente. Si Dios no es entendimiento que se intelige a sí mimo, entonces dependerá en su vida intelectiva de aquello otro que intelige; pero, igualmente, esto parece ser incompatible, incluso en mayor medida, con la nobleza y dignidad de Dios, pues iguala la inteligencia divina con una inteligencia finita como la nuestra. Si la intelección divina depende de algo otro para ‘vivir’, i.e., para inteligir, Dios no será un ente autárquico y soberano, sino, precisamente, dependiente, no será ab-soluto, suelto, sino, como decimos, esencialmente ligado (re-ligado). Esta dependencia gnoseológica arrastra, pues, consigo, funda mentos gnoseológicos y ontológicos autárquico? La inteligencia divina representa la forma suprema del ser. 192 la dependencia ontológica. Dios no sería substancia, sino momento, víctor m anuel tirado san juan parte no-independiente de la realidad, estaría a expensas de aquello que afectara y se diera a su intelecto, lo cual, por otra parte, sería un acto anterior al acto mismo de inteligencia divina. De este modo, Dios sería sujeto pasivo de conocimiento y, consiguientemente, no sería acto puro, ya que, como acabamos de apuntar, la activación de su vida intelectiva se produciría ‘desde fuera’, desde una alteridad que la precedería. ¿Cómo iba, entonces, a ser esta inteligencia la inteligencia de Dios? Esta reflexión deja, empero, quizá, al descubierto, nuevas posibilidades para el pensamiento. Lo que acabamos de describir es lo propio de una inteligencia finita, cuyo acto, efectivamente, no es independiente y autárquico, sino que es activado desde una alteridad previa, que se le impone, la afecta e incluso la constituye en su propia esencia. Pero ¿y si fuera posible una intelección de una cierta alteridad, sin que, no obstante, esta alteridad fuera previa al acto mismo de inteligir? En este caso, tanto lo inteligido como la intelección constituirían una unidad ontológica sin prioridad ninguna de las partes (lo inteligido y la intelección). Podríamos hablar aquí de que la inteligencia se intelige a sí misma, aunque no se daría una absoluta simplicidad (simplicidad que, por otra parte, casa muy mal con la esencia de los actos de conciencia, que por su índole intencional requieren siempre de una cierta dualidad interior que posibilite la distancia del aparecer entre, justamente, lo inteligido y la intelección). Podríamos, digo, seguir hablando de intelección de sí misma en la medida en que lo inteligido y la intelección constituyesen una única unidad ontológica en la que cada ‘parte’ (aquí el término ‘parte’ exige ser pensado de manera radical), gozaría de un ser propio, ya que ninguna de ellas tendría prerrogativa o anterioridad ontológica de ningún tipo, o dicho aristotélicamente, en la medida en que tanto la intelección como lo inteligido serían de suyo actos puros. Quizá estas categorías no valen para describir esta extraordinaria forma de realidad ‘comunicativa’. En todo caso, me parece que a algo similar es a lo que apunta la 193 es individual y relacional a la vez, que es un absoluto interiormente dependiente. Pues ¿significa exactamente lo mismo ser absoluto y ser autárquico? ¿No es posible pensar un absoluto-vinculado, un absoluto-relacional y no cerrado sobre sí? ¿Añade algo la esencia amorosa de Dios a esta cuestión? La doble posibilidad esbozada por Aristóteles plantea a la vez la cuestión de si la realidad de Dios es entendimiento (nouªj) o más bien intelección en acto (no¿hsis). Es el mismo problema anterior, pero visto de otra forma. Si Dios fuera entendimiento más que intelección en acto, entonces habría que decir que Dios no siempre está inteligiendo, o, lo que es lo mismo, que aunque Dios está facultado para inteligir, no siempre ejercería in acto exerquitu esta facultad, esto es, que a veces no inteligiría. Esto, desde luego, supondría que a veces Dios estaría en potencia de inteligir, lo que, empero, no significa necesariamente que la intelección de Dios dependa de algo otro para actualizarse —que, sin embargo, es lo que interesa a Aristóteles—, pues, al menos en cierto sentido, la actualización de la intelección podría depender de un acto de libre arbitrio de Dios mismo. El caso es que Aristóteles va a concluir que Dios debe ser intelección en acto, y por ello, intelección de sí mismo, pues, en otro caso, Dios no podría dejar de conocer lo feo, indigno y malo que acontece en la realidad —lo cual sería, justamente, la intelección de lo otro que sí, ya que él es lo más bello, lo sumamente noble y el supremo bien—. Este evento produciría un cambio en su naturaleza, que, obviamente, no podría sino ser un cambio a peor. Planteadas así las cosas; se brindan tres posibilidades: 1) o bien Dios no conoce directamente nada del mundo salvo a sí mismo; 2) o bien Dios, conociéndose a sí mismo conoce por la sobreabundancia de su esencia el mundo mismo; o bien, 3) Dios puede libremente no inteligir lo que no quiere inteligir, porque hay cosas que es mejor no inteligir, es decir, de las que es mejor no funda mentos gnoseológicos y ontológicos procesionalidad trinitaria de Dios. Que Dios es uno y trino implica que 194 enterarse. Para evitar que Dios intelija el mal del mundo, Aristóteles víctor m anuel tirado san juan concibe su vida excelsa como un constante inteligirse a sí mismo. Pero ¿tiene sentido postular este esquivamiento del conocimiento del mal por parte de Dios? Si el mal no es mera privación, entonces es ente, con lo que desconocerlo sería tanto como vivir en la mentira, o al menos, en un conocimiento imperfecto, que no alcanzaría a todos los recovecos del ser66. Si volvemos al texto de Aristóteles, vemos que justo en el momento siguiente al de la cita anterior, se introduce un cambio de perspectiva. Aristóteles abandona el plano de la construcción metafísica y desciende al plano de la descripción de la inteligencia finita, tal y como hace en Acerca del alma67: «Pero la ciencia, la sensación, la opinión y el pensamiento parecen ser siempre de otra cosa, y sólo secundariamente de sí mismos. Además, si una cosa es entender y otra ser entendido, ¿en cuál de las dos reside su nobleza? Pues no es lo mismo el ser de la intelección que el ser de lo entendido [sigue un texto muy oscuro e inmediatamente supone de nuevo que en las cosas inmateriales] lo entendido y el Entendimiento no son algo distinto». El comienzo del texto plantea el carácter intencional de los actos de conciencia a los que pertenecen las intelecciones, tal y como muchos siglos después lo señalaría de manera eminente la filosofía fenomenológica. Todo acto de conciencia «lo es siempre de otra cosa, y sólo 66 La Biblia, sobre todo el Antiguo Textamento, está llena de textos en los que se describen los enfados y los sufrimientos de Dios ante las debilidades y dislates de los hombres. ¿Cómo iba Dios a ignorar lo que ocurre en el mundo, y lo que, en particular, ocurre con el hombre? ¿Cómo iba a conocer Dios el mal del mundo si sólo se conoce a sí mismo? ¿Y cómo iba a dolerse ante él? Y lo que es más importante aún, ¿cómo iba a compadecerse del mundo? Aquí el dios de Aristóteles se muestra esencialmente incompatible con el Dios del cristianismo. 67 1074b35 secundariamente de sí mismo» —dice Aristóteles— formulando la 195 de la conciencia: la intencionalidad en modo recto y en modo oblicuo. Esta problemática que también se plantea en De Anima: no sólo veo el color de la puerta, sino que veo que veo; es decir, la percepción no lo es sólo de la puerta, sino de sí misma. Hay, pues nóe@sis y nóe@ma, y no sólo aparece el nóe@ma, sino que también la noesis aparece, y ello en el mismo aparecer, pues en otro caso los apareceres tendrían que multiplicarse en un regreso ad infinitum. En el caso de las intelecciones humanas nóe@sis y nóe@ma no coinciden, no hay identidad entre el objeto percibido y la percepción, por mucho que sean inseparables entre sí y que formen un todo indisoluble. Lo que vale de mi percepción no vale, empero, de lo percibido: mi percepción es distensión temporal interna, mientras que la ciudad percibida, en cambio, distensión espacial externa, pues no es parte ingrediente de mi vivencia. Así, mi percepción no pesa, pero sí pesan en cambio los edificios de la ciudad, etc. Esta irreductibilidad en el caso de nuestra intelección entre la nóe@sis y el nóe@ma es un índice de la finitud de nuestra razón, pues, sin entrar ahora de nuevo a relatar su condición pasiva y dependiente del dato noemático (que desde sí mismo activa, como decíamos más arriba, la nóe@sis imponiéndose a ella y hasta constituyéndola), lo cierto es que dicha heterogeneidad o no-identidad entre ambos momentos intelectivos es la raíz de la opacidad y fragilidad de nuestro conocimiento. El conocimiento humano del mundo es frágil porque inteligencia y mundo no se identifican. Mientras que de mi vivencia tengo siempre una evidencia apodíctica, no ocurre así del mundo, que se da siempre bajo un halo de oscuridad y opacidad que deja siempre abierto el enigma del curso futuro de apareceres. Lo que me afecta y activa mi intelección, el mundo, no se deja atravesar plenamente por el acto intelectivo, y por eso este queda medularmente afectado con el índice de la provisionalidad. Sólo es posible aquí una evidencia asertó- funda mentos gnoseológicos y ontológicos doctrina, que después la Escolástica tildaría de la doble intencionalidad 196 rica, esto es, una evidencia que no agota nunca el sentido plenario de víctor m anuel tirado san juan aquello inteligido y que está por principio y consiguientemente abierta a la decepción, a la sorpresa y al fracaso. En cambio, la evidencia del aparecer de la nóe@sis, como digo, es de una índole completamente distinta. El acceso que tenemos a nuestra propia vida intelectiva ya no es frágil: la nóe@sis se sabe a sí misma de manera absoluta. El idealismo alemán anterior a Husserl buscó el conocimiento absoluto y para ello tuvo que postular la esencia espiritual de la realidad, la identidad entre conocer y ser, o entre el acto de inteligir y lo inteligido; mas como para ellos el ser brota de la realidad espiritual primigenia (el Yo pone al no-yo), y la conciencia, la vida subjetiva, requiere por esencia de la distancia intencional entre el yo y el no-yo, no dudan en postular como la esencia primigenia del espíritu el acto de poner (setzen), esto es, el fiat originario creador e incomprensible de la libertad que es siendo, ejerciéndose, poniendo o creando. Este poner originario y esencial (Tathandlung) del espíritu es creación a la vez de la intelección y lo inteligido, es apertura originaria del ámbito del espíritu, constitución primigenia de la estructura noetico-noemática. La diferencia con Aristóteles es que la condición de posibilidad de una intelección que se intelija a sí misma sería la libertad. Siglos después, Husserl parece renunciar a ese saber absoluto en acto, a esa adecuación perfecta entre la nóe@sis y el nóe@ma, postulando más bien este hecho como un mero ideal de la humanidad, motor, ciertamente, de la misma, pero utópico e inalcanzable. La humanidad debe esforzarse continuamente por vivir racionalmente, esto es, por trazarse fines prácticos adecuados a la razón, o lo que es lo mismo, por vivir en la permanente autorreflexión y diafanidad de nuestros condicionamientos y fines. La nÒhsij no»sewj parece haber quedado reducida a una mera Idea regulativa. Nosotros ahora volvemos a preguntarnos si el Dios trino y creador no es la forma adecuada para pensar la posibilidad de una inteligencia diáfana para sí, pero no cerrada sobre sí y capaz a la vez de abrir el hueco creador para el ser de las criaturas. Un Dios, a la vez 197 construcción de la historia, que en su apertura es capaz también de con-vivir con el hombre, lo que quiere decir, establecer una relación dialógica con él, algo imposible en el Dios de Aristóteles. Pensar filosóficamente, es decir, bajo criterios estrictamente racionales, este Dios viviente que aúna la inteligencia perfecta, su modo permanentemente plenario de ser, y a la vez, su capacidad para salir creadoramente de sí engendrando la alteridad del mundo. Una alteridad que respeta, hasta el punto de dejarse afectar por ella, esta tarea es el reto de nuestra inteligencia. Si esto —la no identidad entre la intelección y lo inteligido— fuera en todos los casos así, en tal caso, justamente, no sería posible una intelección que lo sea de sí misma, pues precisamente aquí habría identidad entre lo inteligido y la intelección. Por eso la argumentación de Aristóteles es quizá algo ociosa cuando se pregunta que si lo inteligido es distinto de la intelección, «¿en cual de los dos reside su nobleza?» (1074b37). Es decir, la nobleza de Dios, ¿reside en lo que él intelige de sí mismo? ¿O más bien reside en el hecho mismo de ser intelección? Claro, el problema es que el supuesto previo es de hecho negado, pues se parte de la tesis de que en Dios hay identidad entre lo inteligido y la intelección. Aquí se plantea la similitud con el idealismo alemán: una inteligencia que es para sí es una inteligencia diáfana para sí misma, sin misterio, es el saber absoluto. Esto tiene relación con la tesis husserliana de la apodicticidad de la percepción interna, que por ello no sucumbe a la epojé. Sin embargo, el idealismo alemán parece suponer que la autoconciencia requiere previamente un movimiento de enajenación o extrañamiento, para que así se abra la distancia intencional: el Yo pone el no-Yo y entonces la autoconciencia, el reconocimiento será siempre como el búho de Minerva que alza siempre el vuelo al atardecer. ¿Cómo se aplica esto a Dios? Si Dios es nÒhsij no»sewj, funda mentos gnoseológicos y ontológicos que deja amorosamente sitio al hombre haciéndole cómplice en la 198 ¿cómo entrará dentro de su vida la creación? La creación es, por víctor m anuel tirado san juan consiguiente, poner una alteridad: lo otro de sí, lo no-Dios, el mundo finito y contingente. Pero si es así, por mucho que el mundo sea una posición de Dios, el conocimiento que Dios tiene del mundo no es autoconocimiento; y si no es auto conocimiento tiene otro rango del conocimiento que de sí tiene. Esto es interesante porque está el problema de la omnisciencia de Dios respecto del mundo y la historia, así como el de la aperturalidad de la historia en base a la libertad del hombre. También nos interesa el problema del dolor de Dios frente al pecado del hombre y frente al mal y el sufrimiento del hombre. El dolor es una afección, un cambio que se produce en la vida del sujeto afectado producido por lo que le afecta. Mas Dios es para Aristóteles inmutable. ¿Cómo puede, pues, sufrir? El idealismo, además, es una filosofía de la libertad; pero esta libertad precede a la intelección como muestra la escisión entre razón teórica y razón práctica de origen kantiano. ¿Cómo se conjuga la acción en el hombre (entendimiento finito) y en Dios? El ideal de acción para Husserl es aquella acción que no excede la intelección. Justo eso sería Dios. hacia lo espiritual. una fenomenología del noûs desde el hecho de la actividad Santiago García Acuña Facultad de Teología San Dámaso - Madrid “Los griegos pasan por alto lo inicial del inicio” (M. Heidegger, Parménides) 1. La entrada aristotélica hacia el conocimiento de las cosas Respecto del conocimiento de las cosas, «la vía natural afirma Aristóteles consiste en ir desde lo que es más cognoscible y más claro para nosotros hacia lo que es más claro y más cognoscible por naturaleza; porque lo cognoscible con respecto a nosotros no es lo mismo que lo cognoscible en sentido absoluto. Por eso tenemos que proceder de esta manera: desde lo que es menos claro por naturaleza, pero más claro para nosotros, a lo que es más claro y cognoscible por naturaleza». En efecto, las cosas «son anteriores y más conocidas de dos maneras: pues no es lo mismo lo anterior por naturaleza y lo anterior para nosotros, ni lo más conocido y lo más Física, 184a17-2 Cf. Metafísica, 1029b3-12; Ética nicomáquea, 1095b2-4. 199 el ca mino aristotélico hacia lo espiritual el camino aristotélico 200 conocido para nosotros. Llamo anteriores y más conocidas para noso- santiago garcía acuña tros precisa el Estagirita a las cosas más cercanas a la sensación, y anteriores y más conocidas sin más a las más lejanas. Las más lejanas son las más universales, y las más cercanas, las singulares». Ahora bien, hay cosas que son más cognoscibles para nosotros según la razón y otras según la sensación; «pues lo universal es más conocido por la razón y lo particular por la sensación, ya que la razón es de lo universal y la sensación de lo particular». A nosotros nos resulta más fácil conocer lo que es más cognoscible por naturaleza lo anterior sin más partiendo de lo más cercano y cognoscible para nosotros, o sea, lo universal por lo singular; sin embargo, «es mejor sin más tratar de conocer lo posterior mediante lo anterior: pues tal proceder es más rico en conocimiento»; más aún, «cada cosa la sabemos, no por accidente, cuando la conocemos en virtud de aquello por lo que se da, a partir de sus principios en cuanto tal». Y respecto de los principios, puesto que son primeros con relación a todas las cosas, es imposible que sean demostrables, «por ello es necesario discurrir en torno a ellos a través de las cosas plausibles concernientes a cada uno de ellos». Con todo, para la aprehensión de los principios, «es necesario poseer una facultad de adquirirlos, pero no de tal naturaleza que sea superior en exactitud a los mencionados principios». Analíticos segundos, 71b33-72b5. Cf. Tópicos, 141b3-8. Cf. Física, 188b32s. Física, 189a6-8. Cf. Metafísica, 993b10-11; 1018b30-34; 1029b3-12; Analíticos segundos, 86a2930. Aristóteles llama «universal a lo que se da en cada uno en sí y en cuanto tal» (ibíd., 73b26), o sea, a lo que por esencia se ha de dar necesariamente en cada realidad singular. Tópicos, 141b15-16. Analíticos segundos, 76a4-6. Cf. Acerca del cielo, 302a11-12. Cf. Analíticos segundos, 72b20ss., 76a31-34, 90b24-30, 93b21-28, 99b20-21. Tópicos, 101b1-3. Analíticos segundos, 99b33-34. Según Aristóteles, el poder que permite al hombre acceder a los principios reside en el noûs (Cf. ibíd., 100b10ss.). Esto se mostrará a lo largo de la presente exposición. No obstante, según Aristóteles, en el acceso cognoscitivo a 201 pero sin tener un conocimiento conceptual de la singularidad, es decir, capta lo singular pero no en cuanto singular, y a la vez, en esa captación pre-conceptual de lo singular, se le da también lo universal de manera implícita, indiferenciada y confusa, de tal modo que para alcanzar el conocimiento de lo singular en cuanto singular y de lo universal en cuanto universal es necesario, dentro del proceso cognoscitivo, la realización de algo de lo que el hombre es capaz: la epagogé, que consiste en la comprobación o verificación de lo universal en lo singular a partir de la experiencia sensible, en la que ambos, aunque de distinta manera, ya están dados al sujeto cognoscente, para alcanzar un conocimiento de lo singular en cuanto singular y de lo universal en cuanto universal, o sea, un saber claro y distinto respecto de cada uno de ellos. La epagogé «es el camino desde las cosas singulares hasta lo universal»10. Por otro lado, «acerca de las cosas inaccesibles a los sentidos creemos afirma Aristóteles que es suficiente inferir mediante el razonamiento si con él nos remontamos a lo posible»11, y esto también a partir de lo que nos es manifiesto. Desde el acceso natural a lo real, llegamos a conocer que de entre las cosas que son, algunas no se dan separadas, es decir, sólo existen en tanto que “adhieren” y “apoyan” en otra. Aristóteles dice respecto de estas cosas que “propiamente no son”, porque no tienen densidad y consistencia ontológicas en sí mismas12. A lo que es separado, o sea, a aquello que existe con independencia, con autonomía, 10 Tópicos, 105a13-14. Cf. Analíticos segundos, 81b1-9, 100b4-5; Tópicos, 108b10ss., 156a4-6. 11 Meteorológicos, 344a5ss. 12 Desde la perspectiva de la predicación, las cosas que “propiamente no son”, afirma Aristóteles, «están en un sujeto, sin que se digan de sujeto alguno —digo que está en un sujeto lo que se da en alguna cosa sin ser parte suya, no pudiendo existir fuera de la cosa en la que está—» (Categorías, 1a23-25; Cf. Analíticos segundos, 73b6-9, 83b20ss.). “Lo que propiamente no es” se da siempre en un sujeto, mas puede darse y no darse en el mismo sujeto (Cf. Tópicos, 102b4-5, 120b35-36). el ca mino aristotélico hacia lo espiritual las cosas por medio de la sensibilidad, el hombre percibe lo singular 202 cuyo ser es en sí mismo, Aristóteles lo denominó ousía (substancia). santiago garcía acuña Para el filósofo de Estagira, substancia es “lo-que-propiamente-es”. Respecto de las cosas que no se dan separadas y que, en consecuencia, “propiamente no son”, su modo de existir es la inherencia en “algo”. A ese “algo” subyacente a las cosas que “propiamente no son”, y que constituye consecuentemente el substrato de estas (“lo que está debajo”), Aristóteles lo llamó hypokeímenon (sujeto)13. La substancia (ousía) lo que respecto de sí mismo es en sí mismo puede ser sujeto con relación a las cosas cuya existencia no se da separada de aquello en lo que inhieren14. En congruencia con esto, el fundador del Perípato afirma lo siguiente: «de no existir las entidades primarias las substancias, sería imposible que existiera nada de lo demás: pues todas las demás cosas, o bien se dicen de ellas como de sus sujetos, o bien están en ellas como en sus sujetos»15. A través de su propio caminar por la vía natural del acceso a las cosas, Aristóteles alcanzó el conocimiento de dos clases de substancias, distinguiéndolas con claridad16: la substancia física (phýsis), que se muestra a los sentidos17; y la substancia inmaterial18, de la cual 13 Para Aristóteles, en el ámbito de la predicación y de los enunciados, «sujeto es aquello de lo que se dicen las demás cosas, sin que él, por su parte, se diga de otra» (Metafísica, 1028b36-1029a1); y substancia, aquello que nunca se predica de otra cosa, ni está en otra cosa (cf. Categorías, 3a9-10) 14 Cf. Física, 186b5-35; Metafísica, 1007a31-35, 1017a7-22, 1017b10-14.23-24; 1018a1, 1025a14, 1028a20-27, 1029a15-16, 1070b36-1071a1. 15 Categorías, 2b5ss. 16 Cf. Metafísica, 1042a25ss., 1069a30-34, 1071b3-4. 17 Cf. Acerca del cielo, 306a17-18. 18 En esta distinción fundamenta el Estagirita la diferencia entre la ciencia física, que tiene por objeto propio la substancia sensible (cf. Metafísica, 1037a14-15) y que versa, consecuentemente, sobre el movimiento y las realidades que no son capaces de existir separadas (cf. Acerca del cielo, 308a1; Metafísica, 1026a10-14), y la ciencia metafísica, que tiene por objeto específico la substancia inmaterial. El metafísico se ocupa de las realidades que en cuanto tales existen separadas de la materia y son inmóviles (cf. Metafísica, 1026a16, 1064a34-b14; Acerca del alma, 403b10-17; Física, 198a27-32), es decir, de las substancias cuyo ser y modo de ser concretos no dependen de la materia, son autónomos respecto de esta. La metafísica es la ciencia del ser en cuanto ser y de lo que le no hay percepción sensible, pues es inaccesible a los sentidos por 203 la substancia inmaterial, Aristóteles sostiene que es suficiente inferir mediante el razonamiento si con él nos remontamos a lo posible; expresado de otro modo, que uno puede suponer racionalmente acerca de la substancia metafísica a partir de lo que se manifiesta en el ámbito de la substancia física19. Aristóteles denominó substancias físicas a aquellas cosas que siendo ontológicamente consistentes en sí mismas tienen la materia (hylé) como algo propio de ellas. Ahora bien, constreñido por la limitación a la que estaba sujeta su percepción de las realidades celestes, la cual le inclinó a pensar que la substancia física celeste y los cuerpos celestes los astros del cielo eran realidades que existían desde siempre y absolutamente permanentes20, el filósofo de Estagira distinguió dos tipos de substancias sensibles: la temporal-corruptible y la eterna-indestructible21. La substancia física del mundo sublunar, cuya materia está constituida, según Aristóteles, por cuatro elementos pri- corresponde de suyo a este (cf. Metafísica, 1003a21). La distinción alcanzada por Aristóteles entre substancia inmaterial y substancia física, y dentro de esta, entre entidades corruptibles y entidades imperecederas, no le llevó a un planteamiento dualista del mundo, con la consiguiente separación de dos mundos opuestos: el mundo sensible y el mundo celeste. Para el filósofo de Estagira, sólo se da un único Universo (tò pân), que es necesaria y completamente perfecto (cf. Acerca del cielo, 268b910, 276b21, 277b28-29), ingenerado e incorruptible (cf. ibíd., 279b4-283b23), siendo finito tanto en espacio como en tiempo. Según Aristóteles, el todo (el universo) es temporalmente finito, pero eterno, pues su tiempo es cíclico e incesante, sin término —en este sentido infinito—, conteniendo en sí todo tiempo. El universo es espacialmente finito, pero perfecto, porque su espacio, que lo abarca todo, es esférico (cf. ibíd., 271b1-276a16). Para Aristóteles, «fuera del universo no hay lugar ni vacío ni tiempo» (ibíd., 279a17-18) 19 Cf. Meteorológicos, 344a5ss. 20 Cf. Acerca del cielo, 278b11-21. Para esta cuestión, véase más abajo el apartado 9.1.: “El movimiento del cielo y los dioses corpóreos”. 21 Cf. Metafísica, 1069a30-31; Física, 198a29-31; Acerca de la generación y la corrupción, 338b15ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual carecer de materia. No obstante, para acceder al conocimiento de 204 marios (stoicheîa)22 o cuerpos simples agua, aire, tierra y fuego, se santiago garcía acuña encuentra sujeta a la generación y a la corrupción23, de tal modo las entidades físicas sublunares, consideradas desde la perspectiva de la individualidad propia de ellas, son contingentes y mortales; mas vista la substancia física sublunar como un todo, o sea, desde la perspectiva de las entidades físicas mortales en su conjunto, Aristóteles considera que esa es inmortal, pues, según su parecer, la generación y la corrupción constituye en ella un ciclo «incesante»24. Por otra parte, el Estagirita afirmó que la materia de la substancia física del cielo (ouranós)25 y de los cuerpos celestes, por su índole incorruptible e inmortal, transciende la substancia corporal sublunar y sus cuatro elementos. Según él, el constitutivo material de las substancias físicas indestructibles el éter26 es más divino que los cuatro elementos de la materia sublunar, y está ligado únicamente al cambio propio del movimiento de traslación circular, que es perfecto y, por tanto, continuo y prima- 22 «Es elemento, entre los cuerpos, aquel en que los demás cuerpos se dividen y que está intrínsecamente presente en ellos bien sea en potencia, bien sea en acto (...) mientras que él mismo es formalmente indivisible en otros cuerpos» (Acerca del cielo, 302a16-18; Cf. ibíd., 302b19-20). En general, «elemento (stocheîon) de cada cosa es lo primero que es inmanente en cada cosa» (Metafísica, 1014b14-15). 23 Acerca del cielo, 304b22ss. 24 Cf. ibíd., 270b9, 279b1. 25 Aquí cielo se refiere al primero de los tres sentidos con que Aristóteles usa el término ouranós, o sea, «a la entidad del orbe extremo del universo, o al cuerpo natural que se halla en el orbe extremo del universo: solemos, en efecto, llamar cielo a la extremidad del universo y a lo más alto, donde decimos también que reside toda divinidad» (Acerca del cielo, 278b12-16; cf. ibíd., 307a22-24). Los otros dos sentidos de “cielo” son los siguientes: llamamos cielo «al cuerpo contiguo al orbe extremo del universo, donde se hallan la luna, el sol y algunos de los astros: en efecto, también estos decimos que están en el cielo. En otro sentido aún, llamamos cielo al cuerpo englobado por el orbe extremo: en efecto, solemos llamar cielo a la totalidad y al universo (tò pân)» (ibíd., 278b16-21). 26 Cf. Acerca del cielo, 270b21-25. Según Aristóteles, el quinto elemento o primer cuerpo –éter–, propio de las substancias físicas celestes, es eterno y carece tanto de peso como de ligereza. Una exposición resumida acerca de la distribución e interacción de los cinco elementos cósmicos puede verse en Meteorológicos, 339a11ss. rio, no encontrándose en modo alguno sujeto a la generación ni a la 205 El Estagirita no sobrevoló el hecho de que cada cosa tiene una materia concreta y diferenciada, ni la existencia de substancias físicas que teniendo materias iguales en cuanto a sus elementos constitutivos son distintas las unas de las otras. Estos datos de experiencia le llevaron a pensar que las substancias físicas poseen un substrato material, pero ellas no se identifican con la materia, pues desde la pura materia común (proté hylé)28 resulta imposible explicar la individualidad de cada una de ellas y la distinción que existe entre las mismas. Para el fundador del Perípato tiene que haber en las cosas físicas “algo” inmaterial que sea principio de su ser concreto y de la particularidad de su materia. Aristóteles denominó morphé (forma) a ese algo inmaterial de las cosas físicas. Aristóteles considera morphé aquello que determina y diferencia la materia, a la vez que constituye la actualidad cumplida (enteléchia) de la cosa física en cuanto tal29, pues por la morphé cada substancia física es lo que es en sí misma. 27 Cf. Acerca del cielo, 269a31-270b10, 298b7; Meteorológicos, 339b16-30. 28 Para Aristóteles, la pura materia o materia primera es un no-ser por accidente, porque ella carece por sí misma de determinación y está “en potencia” respecto de las formas que puede recibir. Él concibe la materia como primer sujeto subyacente o substrato (hypokeímenon) de las cosas físicas (cf. Física, 191a5ss.; Metafísica, 984a15ss., 992b1, 1029a20-25, 1042a32-33, 1044a15-18; Acerca de la generación y la corrupción, 319b3-4), como «aquel constitutivo interno y no accidental de lo cual algo llega a ser» (Física, 192b31; cf. ibíd., 194b23-30; Metafísica, 1013a24-25, 1014b26-30, 1033a8-10; Acerca de la generación y la corrupción, 329a32-33). Así pues, en la concepción del Estagirita, la materia primera, o materia pura, es sujeto, pero sujeto indeterminado, amorfo y atélico, que no constituye en cuanto tal un algo subsistente singular y particular. La materia pura no puede ser substancia o ente substancial, porque a las substancias le corresponde la individualidad (cf. Metafísica, 1030a5-6, 1037b26-27, 1039a30-32, 1053b18-19; Acerca del cielo, 306b16-20); sin embargo, porque es substrato respecto de las cosas físicas, Aristóteles afirma que la proté hylé posee carácter substancial. 29 Cf. Metafísica, 1017b1-5; Física, 193a28-193b21. Todo lo sensible se da en combinación con la materia. Cada substancia material singular existe como forma que está mezclada con la materia (morphé). No obstante, Aristóteles distingue entre la forma de las cosas individuales (morphé) y la el ca mino aristotélico hacia lo espiritual corrupción, como tampoco a la alteración ni a la mutación27. 206 Para Aristóteles, las cosas físicas, aun teniendo materia, no son santiago garcía acuña exclusivamente materiales. Además de constar de substrato material, también la morphé, elemento inmaterial, hace parte de ellas30. Esto implica que las cosas físicas no se caracterizan por la simplicidad, sino que poseen una realidad compleja, pues están compuestas de materia y forma: son entidades hilemórficas. Constituidas por materia y forma, las cosas físicas no se identifican ni con la una ni con la otra. Los elementos de un compuesto (sýnolon) no son equiparables con el compuesto en cuanto tal. Solamente la entidad hilemórfica es en sí misma concreta y singular, con ser subsistente y modo de ser determinado. La materia de una substancia sensible, materia determinada no informe, no existe separada de la forma que la actualiza y determina; e igualmente, la forma de una cosa material no existe al margen de la materia que formaliza. Por tanto, la cosa física en cuanto tal es únicamente el compuesto, no los elementos que entran en la composición. Ciertamente para el Estagirita, la forma (morphé) de cada cosa física es inmaterial; sin embargo, porque no tiene existencia al margen de la materia de la cosa de la que es enteléchia, sino que se da únicamente en el compuesto que resulta de su unidad con la materia, la forma de los entes hilemórficos no es en cuanto tal una substancia inmaterial. Su realidad inmaterial no es propiamente substancial. Las formas de las substancias físicas no pueden darse y ser con independencia de la materia a la que determinan y al margen del compuesto que actualizan. Los elementos formales de las cosas físicas no tienen forma pura o definitoria (eîdos), que expresa la esencia propia de una cosa y es independiente de la materia (cf. Acerca del cielo, 277b30-278a25). 30 En el compuesto hilemórfico, «lo que contiene pertenece al ámbito de la forma, y lo contenido, al de la materia. Esta distinción se da en todos los géneros: en lo “cual” y en lo “cuanto”, en efecto, tal cosa es más bien como su forma, y tal otra, como su materia. Y en lo tocante al lugar, igualmente, el “arriba” pertenece al ámbito de lo determinado, y el “abajo”, al de la materia» (Acerca del cielo, 312a13-17). densidad ontológica propia, ni consistencia óntica en sí mismos. Los 207 entidad hilemórfica del que hacen parte. Las formas de los compuestos hilemórficos están y se dan unidas a la materia de estos, entran en composición con ella y se encuentran en complicación con esta, formando la entidad hilemórfica que es la cosa física. Así pues, las formas, tanto respecto de su ser como en relación con la posible actividad que desde ellas pueda ser ejercida, están vinculadas a la materia que ellas formalizan, y son dependientes de la totalidad compleja (entidad hilemórfica) de la que hacen parte. Como las realidades físicas son complejas, pues tienen materia y forma, el acceso cognoscitivo a ellas es doble: el sensitivo y el racional. Como la facultad sensitiva es adecuada para lo material, lo más claro y cercano para nosotros de las substancias físicas desde la perspectiva sensible es su dimensión material. Por eso Aristóteles denomina también a las cosas materiales como “substancias sensibles”. En cambio, como el pensamiento es adecuado para lo inmaterial, lo más claro y cognoscible para nosotros de las substancias físicas desde la perspectiva racional es su parte formal, la morphé. Ahora bien, como la materia y la forma, aun siendo realidades distintas, no se dan separadas en las cosas físicas, el hombre no puede acceder al conocimiento profundo de cada una de ellas si no considera a la vez la otra; además, puesto que la cosa física es sólo el compuesto, y no las partes por separado, el conocimiento de la misma se da únicamente cuando se accede cognoscitivamente a su entidad hilemórfica, lo que implica conocer la materia que le es propia, pues esta explica parcialmente el compuesto; conocer forma que actualiza su materia y hace que sea una substancia concreta y actual; y conocer también la unidad de materia y forma que la cosa misma es en cuanto tal. Si respecto de las cosas físicas nos preguntamos qué es en ellas más claro por naturaleza, si la materia o si la forma, entendiendo por “más claro” lo máximamente inteligible (noetón), lo que aporta un el ca mino aristotélico hacia lo espiritual elementos no constituyen algo separado o separable del compuesto 208 conocimiento más hondo, amplio y elevado de las cosas, llegando al santiago garcía acuña en sí de ellas, entonces lo más claro por naturaleza en las cosas físicas corresponde a la morphé; si por “más claro” se entiende aquello que proporciona la entrada cognoscitiva de la realidad, o sea, el fenómeno, entonces la claridad de la cosa física reside más en lo material; pero si se considera la substancia material en su ser compuesto, la claridad por naturaleza de la misma es, a la vez e inseparablemente, fenoménica y nouménica. La claridad consiste en expansión de la luz; porque, como dice Aristóteles, «la enteléchia de lo transparente (...) es la luz»31. La claridad fenoménica es la luz de la cosa que sale de ella hacia el exterior y se refleja en lo distinto de ella, de tal modo que abre la vía cognoscitiva respecto de sí misma. La claridad nouménica es la misma luz de la cosa, pero en la medida en que permanece en el misterio o intimidad de ella, de tal modo que el cognoscente, siguiendo la senda del reflejo extrínseco de la luz de la cosa, puede adentrarse en la hondura de la luminosidad de esta. De entre los dos tipos de substancias que Aristóteles distinguió en su acceso natural al conocimiento de las cosas, hemos apuntado hasta el momento las observaciones fundamentales del Estagirita sobre la substancia física o material. Fijando la atención en la otra clase de substancia, o sea, en aquella que no tiene materia, nos podemos preguntar ahora por las consideraciones básicas que Aristóteles realizó acerca de la substancia inmaterial. Si toda substancia física es de índole sensible y móvil, pues «es propio de la materia padecer y ser movida»32, en contraste con ella, la substancia inmaterial es, por un lado, en tanto que substancial, algo concreto, singular, independiente y en sí, y por otro lado, en tanto que inmaterial, algo separado de la materia y que no está incluido en nin- 31 Acerca del alma, 419a11. Cf. ibíd., 419b29ss. 32Cf. Acerca de la generación y la corrupción, 335b29-30. guna de las cosas sensibles33. Las substancias inmateriales no exteriori- 209 el hombre a través de la facultad sensitiva, pues carecen de materia. Los fenómenos de la substancia inmaterial son también inmateriales; por eso a las substancias incorpóreas sólo podemos tener acceso a través de la razón. Esta afirmación no supone negar la existencia de fenómenos sensibles que interpelan a la razón y la instan a buscar la explicación radical y profunda del propio darse de ellos, o sea, de su presencia, convirtiéndose ellos mismos en indicios que señalan a la razón caminos por los que acceder racionalmente a las substancias inmateriales. Es más, el mismo Aristóteles señala diversos fenómenos dentro del ámbito de las cosas físicas que le condujeron en sus razonamientos hasta la realidad de las substancias no materiales, a saber: el dato del movimiento, el hecho de la generación y de la corrupción de las cosas materiales sublunares, y también el orden existente en el universo34. Veamos brevemente algunos ejemplos de lo dicho anteriormente. La generación es algo que pertenece a las cosas materiales corruptibles. En la generación «es necesario que haya algo que es generado y algo de lo que se genera, y que la última de estas cosas sea ingénita, si es que la serie se detiene y es imposible que algo se genere del no-ente»35. Y de entre todos los seres substanciales, al menos la substancia ingénita tiene que ser incorruptible, pues si todas las substancias fuesen corruptibles, todas las cosas serían corruptibles36. Igualmente, sin la substancia inmaterial, como veremos con 33Cf. Metafísica, 1060a10-27. 34 Puesto que Aristóteles afirma la existencia de substancias materiales eternas, también la eternidad en el ámbito de lo sensible constituye para él un fenómeno que es vestigio de la substancia no material, más en concreto, de una substancia inmaterial eterna e inmóvil, cuyo ser es plenamente acto puro, sin ningún tipo de potencialidad. De esta cuestión se tratará en el apartado noveno, que lleva por título “El Noûs-Theós y el noûs activo presente en el hombre”. 35 Metafísica, 999b6-8. 36 Cf. ibíd., 1071b5-6. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual zan directamente su luz a través de fenómenos físicos, accesibles para 210 más detenimiento en los apartados siguientes, no sería posible el santiago garcía acuña movimiento (kínesis), pues no habría principio del mismo. Con todo, según Aristóteles, las substancias inmateriales no sólo se muestran por medio fenómenos sensibles en cuanto indicios o vestigios de ellas, sino que también se revelan a sí mismas de modo directo en sus propios fenómenos inmateriales, de entre los cuales el Estagirita destaca exclusivamente la actividad intelectual y el pensar reflexivo, que se piensa a sí mismo de manera introvertida37. 2. El fenómeno del movimiento en las substancias físicas Siguiendo la claridad de las cosas físicas, y en relación con ellas, Aristóteles da por supuesto que «o todas o algunas, están en movimiento»38. Más aún, prestando atención a aquellas substancias sensibles que se encuentran en reposo y atendiendo al hecho de la perdida de su estado de quietud, el Estagirita llega a una doble conclusión. Por un lado, Aristóteles concluye que «todo lo que está en movimiento es movido por algo»39. En efecto, cuando algo movible abandona su reposo y pasa a estar en movimiento lo hace por la actuación de lo que tiene capacidad de mover40, o sea, de un agente capaz de actuar y, con ello, de producir el movimiento; no obstante, lo movible es tal porque posee en sí la capacidad de recibir y padecer el movimiento desde el agente. Por otro lado, a Aristóteles se le hace patente que «todo movimiento transcurre en el tiempo y es por causa de un fin»41. En efecto, 37 Cf. ibíd., 1074b5-16. 38 Física, 185a14. 39 Ibíd., 241b34; Cf. ibíd., 254b25. 40 Cf. ibíd., 202a5-20. 41 Ética nicomáquea, 1174a20-21. el movimiento implica siempre un punto o estado de partida en el que 211 algo no está de facto ahora, pero puede estarlo en un futuro42; de tal modo que el movimiento para toda cosa móvil supone el encontrarse pasando de una situación inicial hacia otra final, para la cual tiene capacidad, y en la que estará de modo pleno al terminarse el proceso por el cual está deviniendo a ella. Por eso Aristóteles define el movimiento como «la actualidad de lo potencial en tanto que potencial»43. Según esto, el movimiento es un estar procesal de algo44 desde un estado en potencia hacia un estado de acto y, consecuentemente, una actualización incompleta (a-telés). Lo que está sujeto a movimiento es siempre algo en acabamiento, pero inacabado en cuanto tal, por lo que no es nunca un todo en sí mismo. Para Aristóteles, sólo en el movimiento perfecto, que según él es el movimiento de traslación cir- 42 Cf. Física, 219a10-14. La explicación aristotélica del tiempo en cuanto experimentado por el hombre se condensa en el siguiente pasaje de la Física: «En el tiempo hay un antes y un después, pues el tiempo sigue siempre al movimiento. El antes y el después en el movimiento, cuando el movimiento es lo que es, es movimiento, pero su ser es distinto del movimiento y no es movimiento. Sin embargo, conocemos también el tiempo cuando, al determinar el antes y el después, determinamos el movimiento; y, cuando tenemos la percepción del antes y después en el movimiento, decimos entonces que el tiempo ha transcurrido. Y lo distinguimos al captar que son diferentes entre sí y que hay algo intermedio diferente de ellos. Porque cuando inteligimos los extremos como diferentes del medio, y el alma dice que los ahoras son dos, uno antes y otro después, es entonces cuando decimos que hay tiempo, ya que se piensa que el tiempo es lo determinado por el ahora; y aceptamos esto» (Física, 219a19-30). Para el hombre, según Aristóteles, «el tiempo es una especie de realidad emergente que aparece cuando determinamos el movimiento según lo anterior y lo posterior», J-A. Roos Hernández, Dios, eternidad y movimiento en Aristóteles (Pamplona 2007) 46. 43 Física, 201b5. Cf. ibíd., 201a10; Metafísica, 1065b16.33, 1066a19-20, 1066a20-26. 44 «Si hay movimiento, también hay algo que se mueve, y se mueve todo desde algo hacia algo. Es preciso, por tanto, que el móvil esté en aquello desde lo cual va a moverse y que deje de estar en ello, y que se mueva hacia esto otro y llegue a estar en esto» (Metafísica, 1063a17-20. Cf. Física, 201b31-33; Acerca de la sensación y de lo sensible, 446a29-30). «Pero, como lo que está en movimiento se mueve desde algo hacia algo, y toda magnitud es continua, el movimiento sigue a la magnitud. Porque, por ser continua la magnitud, es también continuo el movimiento, y el tiempo es continuo por ser continuo el movimiento» (Física, 219a10-14). el ca mino aristotélico hacia lo espiritual algo está actualmente, y un punto o estado de llegada en el que ese 212 cular, el móvil físico alcanza su fin con un único movimiento, aunque santiago garcía acuña aquel permanezca eternamente en movimiento en razón de la índole eterna del movimiento con el que logra su fin. Ahora bien, como ambas conclusiones se refieren al hecho mismo del movimiento, tanto la una como la otra se hallan relacionadas entre sí internamente, de tal modo que siendo distinguibles, no son separables. A partir de su recíproca implicación, Aristóteles obtiene otras dos conclusiones: una respecto de lo movido, y otra en relación con lo moviente (kinetikón). Primera. En tanto que el movimiento es un estado procesal de actualización de lo potencial, y lo potencial tiene la capacidad pasiva de ser movido, pero no el poder activo de mover, para que pueda darse el movimiento se requiere algo que sea acto, pues sólo lo actual puede ser moviente45. Esta es la razón por la cual Aristóteles afirma que el acto tiene siempre prioridad respecto de la potencia46; ya que si no fuera así, no habría explicación última para la existencia del movimiento. La materia informe, substrato indeterminado de las substancias físicas, no puede ser moviente, porque en cuanto tal es potencia, y lo potencial no puede actualizarse por sí mismo47. Las entidades materiales, en tanto que efectividades asociadas a lo potencial (materia), son móviles48; pero también pueden ser movientes, pues tienen capacidad de mover por su actualidad vinculada a una potencia; no obstante, todo movimiento que ellas puedan originar implica necesariamente otro movimiento previo, pues de la capacidad de mover tienen que pasar al mover actualmente, o sea, al mover en acto, lo que supone un movimiento en ellas. Solamente las efectividades puras, es decir, las substancias en las que no hay ninguna potencialidad, pueden 45 Cf. Metafísica, 1049b10-1051a33; Ética nicomáquea, 1173a32-b4, 1174a14-b14. 46 Cf. Física, 201a10ss.; Metafísica, 1019a19-23; Sobre la interpretación, 23a21ss. 47 Cf. Metafísica, 984a16-27. 48 Cf. Acerca del cielo, 300a20ss. ser motores inmóviles, esto es, realizar la actividad motriz sin que el 213 ellas que sea principio de aquel. Segunda. Para que exista movimiento debe haber “algo” que sea a la vez potencial y actual, y que en algún aspecto esté pasando de la potencialidad a la actualidad, y que además, en y con ello, permanezca él mismo en su propia entidad49. El movimiento y el reposo, este último como «la privación de movimiento en aquello que puede recibir movimiento»50, no son realidades separadas, sino un estado en el que se encuentra “algo”. «No existe movimiento alguno fuera de las cosas»51, ya que el movimiento consiste en la realización de estas en algún aspecto bajo la acción de lo que es capaz de mover52. «El movimiento es la actualización de lo que está en potencia, cuando se actualiza al realizarse, pero no en tanto que es ello mismo, sino en tanto que es móvil»53. O sea, «el movimiento ocurre cuando se da la realización misma, y no antes ni después»54; pero la realización es siempre realización de un algo substancial, de una cosa. El movimiento no es separable del ente físico que se mueve. Afirma Aristóteles que «las especies del movimiento y del cambio son tantas como las del ser»55. Las entidades hilemórficas, compuestos de materia y forma, son susceptibles de estar en movimiento respecto de su cantidad56, cualidad57 y ubicación, ya que las substancias físicas poseen tanto acto como potencia respecto de 49 Cf. Metafísica 1063a29-1063b7, 1068a, 4. 50 Física, 226b15. Cf. Metafísica, 1068b24-25. 51 Metafísica, 1065b7-8. 52 Ibíd., 1066a27-28. 53 Ibíd., 1065b21-23. 54 Ibíd., 1065b34-35. 55 Física, 201a8-9. 56 Cf. Metafísica, 1020a7ss. 57 Cf. ibíd., 1020a33-1020b25. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual movimiento que causan implique ningún movimiento precedente en 214 estas propiedades de su ser, y además permanecen substancialmente santiago garcía acuña las mismas cuando la actualización corresponde a alguna de ellas. De ahí que el movimiento de las cosas materiales pueda ser de tres tipos: cualitativo, cuantitativo y local58. Así pues, cuando el cambio de un contrario al otro se produce según la cantidad, habrá aumento y disminución; cuando es según el lugar, habrá traslación; cuando es según la afección o la cualidad, habrá alteración59. Más cuando no permanece ningún sujeto, del cual uno de los contrarios es una afección o, en general, un accidente, entonces habrá generación, o bien corrupción60. La generación y la corrupción son cambios substanciales. Cuando se producen estos respecto de algo, ese algo no está propiamente en movimiento, pues o bien pierde su propia entidad y deja de ser él mismo, no permaneciendo en el punto de llegada, como sucede en el caso de la corrupción, o bien no se encuentra en el punto de partida61, como ocurre en la generación. 3. La cuestión del moviente último y del motor inmóvil Si nos fijamos en la acción de mover, tal como lo hizo Aristóteles, podemos distinguir en ella cuatro realidades, a saber: el mover mismo, o sea, la actividad motora; el moviente, aquello que ejerce la actividad de mover, y que es motor cuando realiza la actividad motora desde sí mismo y por sí mismo; lo movible, aquello que padece la acción de 58 Cf. Física, 225b10-226b18; Metafísica, 1086a8-16, 1086b15-20, 1069b7-14; Acerca del cielo, 310a22ss., 310b20ss. 59 Cf. Categorías, 15a20-30. «Todos los cuerpos y magnitudes naturales (...) son de por sí móviles con respecto al lugar» (Acerca del cielo, 268b15-16), y algunos también lo son respecto de su cantidad o de su cualidad. 60 Cf. Acerca de la generación y la corrupción, 319b31–320a2. 61 Cf. ibíd., 319a5-320a35. mover y pasa a estar en movimiento, siendo entonces lo movido por el 215 lo movible con la actividad del mover. Entre lo moviente y lo movible caben dos tipos principales de relación. Primero, que lo que mueve pertenezca y sea intrínseco a lo movible; esto implica que lo movible puede ponerse en movimiento a sí mismo: es automoviente. Segundo, que el moviente sea extrínseco y autónomo respecto de lo movible; en este caso el moviente es diferente de la realidad movida por él, la cual, en tanto que movible, «posee en sí misma un principio del movimiento, pero no del mover algo o causar movimiento, sino del padecer»62. De acuerdo con eso, lo que está en movimiento o es movido por otra cosa o no es movido por otra cosa. Si es esto último, entonces se trata de un automoviente. En el primer caso un móvil movido por otra cosa, el moviente puede ser algo inmóvil o algo movido. Si se trata de un moviente inmóvil, será lógicamente un motor moviente primero, pues mueve sin moverse a sí mismo y sin ser movido por otro. En cambio, si se trata de un moviente movido, cabe que él esté en movimiento por otro o por sí mismo. Si es automoviente, él mismo será el primer moviente de lo que está en movimiento, pues no tendrá necesidad de un moviente que a su vez le mueva, ya que se mueve a sí mismo desde sí mismo. Si el moviente de algo es movido por otro, que a su vez está en movimiento, «tendrá que haber un primer moviente que no sea movido por otra cosa, (...) pues es imposible que haya una serie infinita de movientes movidos por otro, ya que en una serie infinita no hay nada que sea primero»63. Y «si no hay ninguno primero, no habrá, en el total, cosa alguna en absoluto»64. Para que se pueda dar una serie de movimientos concatenados, en la que intervienen una 62 Física, 255b20. Cf. Acerca de la generación y la corrupción, 323a16-20. 63 Física, 256a14-19. 64 Metafísica, 994a18-19. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual moviente; y, por último, el medio mediante el cual el moviente mueve 216 sucesión de movientes movidos, tendrá que haber un primer moviente santiago garcía acuña (prôton kinoûn), ya que no se puede producir un regreso al infinito»65. Ahora bien, el principio66 moviente de una serie de movientes movidos puede ser o bien un moviente inmóvil, o bien un automoviente, pues en ambos casos se trata de un moviente que no es movido por otro, o sea, de un moviente primero. Cuando el primer moviente de la serie en movimiento es un automoviente, también él tiene que ser motor en sí mismo, pues no mueve movido por nada distinto de sí mismo; mas como se mueve a sí mismo desde sí mismo, una parte suya tiene que ser por naturaleza activa, es decir, motora, y otra pasiva: la una es motor y mueve, la otra, paciente y movida67. Por tanto, en lo que es sujeto agente del propio movimiento será necesario que exista algo moviente e inmóvil, y también algo movido, pero que no mueva necesariamente otra cosa, y estas dos partes han de estar en contacto entre sí o al menos una con la otra68. La conclusión a lo anterior nos la ofrece el mismo Aristóteles: «es evidente, entonces, después de lo que se ha dicho, que el primer moviente es inmóvil. Porque, tanto si la serie de lo movido que es movido por otro se detiene inmediatamente en algo que es primero e inmóvil, como si conduce a una cosa que se mueve y se detiene a sí misma, en ambos casos se sigue que en todas las cosas movidas el primer moviente es inmóvil»69. Respecto de “aquello mediante lo cual el moviente mueve”70, caben dos posibilidades. Una, que el moviente mueva lo movible por 65 Física, 242 a 53-54. 66 «Lo común a todo tipo de principios es ser lo primero a partir de lo cual algo es, o se produce, o se conoce. Y de ellos, unos son inmanentes y otros son extrínsecos» (Metafísica, 1013a17-19). 67 Cf. Física, 255a14-15, 257b5ss., 257b29-258a3; Acerca de la generación y la corrupción, 324a5ss. 68 Cf. Acerca de la generación y la corrupción, 323a23-32; Física, 258a17-20. 69 Física, 258b4-9. 70 Cf. Física, 256b,4ss.; Acerca del alma, 433b3-14. mediación de algo, es decir, de manera indirecta y foránea, de tal 217 motora; en tal caso el instrumento podría ser material o inmaterial. Otra, que el moviente ponga inmediata y directamente en movimiento lo movido por él; en esta segunda posibilidad, el motor y el medio con el cual este mueve al movible se identificarían. Aristóteles, basándose en la experiencia, afirma lo siguiente: «aquello mediante lo cual el moviente mueve necesariamente y es movido, pues cambia con lo movido al mismo tiempo y en la misma relación (como es manifiesto en las cosas que mueven a otras con respecto al lugar, pues tienen que estar en contacto hasta cierto punto)»71. Esto implica que si el moviente es él mismo aquello mediante lo cual mueve algo, padecerá de modo accidental72 y directo, desde lo movido por y mediante él, el movimiento con que el móvil está en movimiento. Solamente «si algo mueve permaneciendo inmóvil, podrá tocar lo movido sin que nada lo toque»73. En este caso, el motor que es inmóvil en sí mismo no padecerá accidentalmente el movimiento de lo movido por él ni tampoco desde ninguna cosa en movimiento, porque todo está separado de él, y su relación con lo distinto de él no implica en modo alguno el ser tocado o alcanzado por ello. 71 Física, 256b15-20. 72 El móvil no es causa per se del movimiento que puede sufrir el moviente, sino únicamente causa per accidens, pues la relación del móvil en cuanto tal respecto del moviente es contingente, al no ser establecida por aquel, sino por este, de tal modo que el móvil como móvil, por y desde él mismo, no es explicación del moviente en cuanto moviente, ni tampoco puede dar cuenta de la conexión existente entre los dos (cf. Física 195a32ss.) 73 Acerca de la generación y la corrupción, 323a32-33. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual modo que ese algo sería instrumento del moviente en su actividad santiago garcía acuña 218 4. El fenómeno del automovimiento en las cosas físicas Las substancias que son simples no pueden ser automovientes, ya que no tienen partes. Por el contrario, las entidades hilemórficas, en tanto que compuestas, pueden ser agentes de su propio movimiento. Y de hecho, considerando las cosas físicas en su pluralidad, al Estagirita se le hizo manifiesto que de entre ellas hay algunas que se mueven a sí mismas, y otras, en cambio, no son automovientes. Para que algo compuesto sea automoviente, uno de los elementos que lo compone tiene que ser motor en sí mismo, es decir, realizar la actividad de mover desde y por él mismo. Ahora bien, algo activo por sí mismo tiene que ser necesariamente acto. Por eso, hablando de las substancias físicas, compuestos de materia y forma, la única parte que podría ser motor primero interno sería la morphé, porque la forma es el acto inmanente de la entidad hilemórfica. Sin embargo, como la experiencia nos dice, no todas las entidades hilemórficas son automovientes, aunque todas tienen forma propia. Por tanto, la actualidad de las substancias físicas, aun siendo totalmente necesaria para que puedan poseer como propia la actividad de mover, no es suficiente. Esto significa que hay formas que son no motoras en sí mismas, y otras, que sí lo son. Siguiendo la luz de los fenómenos, Aristóteles percibió que todas las substancias físicas que se mueven a sí mismas tienen vida. Las entidades hilemórficas vivientes son automovientes. La morphé de cada una de ellas es por naturaleza motor, o sea, posee como propia la actividad de mover. Ello implica que las formas de las entidades hilemórficas automovientes deben caracterizarse por “algo” que las distingue de las formas de aquellas substancias físicas que, por el contrario, no son agentes de su propio movimiento. Aristóteles consideró que lo específico de las formas motoras radica en que en ellas «está directamente el vivir»74. Para que esta distinción quedara reflejada en 219 formas de los compuestos hilemórficos automovientes. De ahí que a las substancias físicas que en algún aspecto son agentes de su propio movimiento las califiquemos como cosas animadas75. Para Aristóteles, «el alma es la enteléchia primera de un cuerpo natural que en potencia tiene vida»76. «La función del alma es hacer vivir»77, de tal modo que lo que está en potencia de vivir es el cuerpo que posee alma, o sea, el compuesto unitario de cuerpo y alma78. Al caminar por la senda marcada por la luz de las cosas físicas vivientes, y con la atención puesta en los modos principales del automoverse de los seres animados, Aristóteles llegó a diferenciar tres potencias fundamentales del alma, o dicho con otras palabras, tres poderes de actividad motora, a saber: la potencia nutritiva, propia de las plantas, pero que se da igualmente en animales y hombres; la potencia sensitiva, propia de los animales, pero también poseída por el alma del hombre79; y la potencia racional, propia de los seres huma- 74 Metafísica, 1022a32. 75 Aristóteles afirma que «la naturaleza (phýsis) es un principio y causa del movimiento o del reposo en la cosa a la que pertenece primariamente y por sí misma, no por accidente» (Física, 192b21-23; cf. ibíd., 192b30-32). Según él, los animales y sus partes, las plantas y los cuerpos simples como la tierra, el fuego, el aire y el agua son por naturaleza, «porque cada una de ellas tiene en sí misma un principio de movimiento y de reposo, sea con respecto al lugar o al aumento o a la disminución o a la alteración» (ibíd., 192b13-15). Sin embargo, sólo la phýsis de los entes hilemórficos animados es principio intrínseco de automovimiento, o sea, capaz de mover. La naturaleza de las substancias físicas naturales no animadas es en ellas principio inmanente de movimiento local, pero no en sentido motor, sino exclusivamente porque tienden naturalmente a un lugar y son capaces de recibir y padecer movimiento conforme a su propia naturaleza (cf. Acerca del cielo, 268b15ss.). El ser moviente de sí mismo desde sí mismo «es propio de lo viviente y de las cosas animadas» (Física, 255a6-7) 76 Acerca del alma, 412a28-29. 77 Ética eudemia, 1219a23. 78 Cf. Acerca del alma, 412b25. 79 Aristóteles señala el hecho de que en los animales hay numerosos movimientos naturales que estos no producen por sí mismos, sino que la causa motriz está en el medio ambiente y en las muchas el ca mino aristotélico hacia lo espiritual lenguaje con un término, el Estagirita denominó psyché (alma) a las 220 nos. Esas tres potencias del alma, según Aristóteles, están subordina- santiago garcía acuña das de tal forma que cada una de ellas supone la inferior80. Afirma el Estagirita que la vida no es producción acción trascendente (poíesis), sino acción inmanente (prâxis)81, y que las realidades «que se suelen llamar instrumentos lo son de producción, mientras que las posesiones son instrumentos de acción»82. El ser vivo consta de alma y cuerpo. El alma es en el viviente el principio vital, mientras que el cuerpo es instrumento de la vida, es decir, de la acción inmanente de vivir. No es el cuerpo poseedor del alma, sino el alma la que posee al cuerpo. De ahí que «el alma sea por naturaleza el elemento rector y el cuerpo el regido», y también «que es conforme a la naturaleza y conveniente que el cuerpo sea regido por el alma, y la parte afectiva por la inteligencia (noûs) y por la parte dotada de razón (lógos)»83. Por eso Aristóteles afirma rotundamente que «la ley es (...) razón sin apetito»84, correspondiéndole a ella la soberanía. El hombre se manifiesta en su propio vivir como substancia física automoviente que tiene poder nutricio, y que se mueve a sí mismo al realizar la actividad de nutrirse; que posee sensibilidad, en virtud de la cual es capaz de actividad sensitiva y de deseo sensible, moviéndose a sí mismo hacia lo deseado; que goza de potencia racional, con la cual puede moverse a sí mismo desde la razón práctica por deseo del bien captado intelectualmente, y es capaz tanto de razonar como también de desplegar actividad teórica. Por eso Aristóteles afirma que en nosotros «el alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y razona- cosas que entran en él (cf. Física 259b8-12), de tal modo que el automovimiento de los animales está condicionado e influido en buena medida por el contexto vital en el que se encuentran. 80 Cf. Acerca del alma, 413a21-413b30, 432b15ss., 411b19ss., 414a29ss., 434a22-434b9. 81 Cf. Política, 1254a7. 82 Ibíd., 1254a1ss. 83 Ibíd., 1254a35ss., 1254b5-8. Cf. ibíd., 1260a5. 84 Política, 1287a32. mos primaria y radicalmente»85, calificando el alma humana de alma 221 tener un alma tripartita86. Sin embargo, «la función propia del hombre es una actividad del alma según la razón, o que implica la razón»87, pues la vida de nutrición y crecimiento parece común a las plantas y a los animales, y la vida sensitiva también lo es a todos los animales. A diferencia de los otros vivientes, el alma del hombre consta de razón y de apetito, de parte racional y de parte irracional88. Tanto la potencia nutritiva del alma humana, al igual que sucede en las plantas y en los animales, como su potencia sensitiva, del mismo modo que acontece en todos los animales, no ejercen su actividad motora separadas del cuerpo de la entidad hilemórfica, de la que el alma es enteléchia y motor interno89. De ahí que el alma en el ejercicio de su actividad nutricia y sensitiva, a la vez que mueve lo corpóreo con la actividad de sus poderes, sea afectada por el movimiento del cuerpo; dicho con otras palabras, como motor del cuerpo y como principio del movimiento del automoviente que es el hombre, el alma humana cuando mueve en virtud de su fuerza nutritiva y sensible, padece, a su vez, de modo accidental y desde lo corpóreo, el movimiento que ella misma produce90. El alma en su actividad nutricia y sensitiva es para el hombre, en cuanto automoviente, un motor inmóvil accidentalmente movido91. Atendiendo a la dimensión vegetativa y también a la animal del alma humana, sólo cabe afirmar que esta, como realidad inmaterial que es enteléchia de un cuerpo potencialmente viviente y parte consti- 85 Acerca del alma, 414a13. 86 Cf. Tópicos, 133a32. 87 Ética nicomáquea, 1098a5ss. Cf. Ética eudemia 1219b27-41. 88 Cf. Política, 1277a6-7, 1334b19-20; Ética eudemia, 1224b30ss. 89 Cf. Acerca del alma, 414a15-29. 90 Cf. ibíd., 430a5-406b10s. 91 Cf. Tópicos, 120b20ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual nutritiva, sensitiva y racional. Es propio del hombre en cuanto hombre 222 tutiva del compuesto que el hombre es, no puede existir separada del santiago garcía acuña cuerpo al que actualiza, ni puede permanecer cuando se corrompe el compuesto. Desde la perspectiva de las funciones nutritiva y sensitiva del alma humana, esta no se muestra separable de la materia que actualiza ni tampoco del compuesto hilemórfico. Si el ser propio del alma humana no fuera más allá de sus dimensiones nutritiva y sensitiva, la destrucción del hombre implicaría tanto la pérdida del cuerpo como la desaparición o disolución de su alma. La identidad del hombre no podría en modo alguno subsistir después de la muerte. Todo lo humano sería mortal. La inmortalidad no constituiría en modo alguno una propiedad del hombre. Sin embargo, Aristóteles se percató de que el alma humana, más allá de sus poderes nutritivo y sensitivo, consta de fuerza racional. El alma humana no se agota en la facultad nutritiva y en su capacidad sensitiva, en razón de las cuales el hombre guarda semejanza con plantas y animales, sino que en ella hay algo más, eso que Aristóteles determinó como fuerza intelectiva, como poder de pensar, como actividad racional, como capacidad de actuar conforme a la virtud. Por eso, el filósofo de Estagira mantuvo una posición abierta y de búsqueda en relación con la cuestión de la permanencia del alma del hombre que padece la muerte. Dice Aristóteles: «Acerca de si, además, permanece algo después, habrá que estudiarlo: en algunos casos nada lo impide, por ejemplo, si tal es el caso del alma, no de toda el alma, sino el noûs, pues que subsista toda es, seguramente, imposible»92. 92 Metafísica, 1070a24-26. 5. El fenómeno de la actividad racional como 223 Resulta imposible considerar el alma humana como realidad separable y, por tanto, substancial, desde su poder nutritivo y su potencialidad sensitiva. Pero es la presencia en el hombre del poder intelectual y, consecuentemente, de la capacidad de pensar y razonar, actividades que plantas y animales no realizan ni pueden realizar, el fenómeno que hace preguntarse a Aristóteles por la posibilidad de que el alma humana sea separable en algún aspecto respecto del cuerpo que vivifica y del compuesto del que hace parte, de que goce de cierta independencia y autonomía respecto de estos. Para Aristóteles, la diferencia que se muestra en el hombre entre el poder racional y los poderes nutritivo y sensitivo es tan abismal que parece que constituyen dos géneros diferentes de almas. Pero en este punto, el paso de los fenómenos en los que se manifiesta el alma humana al noúmeno de la misma, o sea, a su profundidad esencial (eîdos), no le resulta claro al Estagirita; la luz que el alma misma comunica de sí en su aparecer fenoménico le resulta débil, demasiado tenue para poder ver con claridad su esencia, por eso dice que “parece”. Aristóteles en su acercamiento a la realidad del alma humana, tuvo que considerar con mayor cuidado y atención los fenómenos que dan acceso a la hondura específica de aquella, para intentar introducirse con justeza en su luminoso misterio. Los dos géneros de alma que parecen poder distinguirse son los siguientes: por una parte, un género de alma que se caracteriza por el hecho de que para realizar su actividad vital precisa necesariamente de algún órgano material, pues sin él no puede actuar el mover. Se trata de almas que siendo motores, sin embargo, no son activas separadas de lo corpóreo. Su poder de actividad lo ejercen desde sí mismas, pero unidas al cuerpo. Esto es lo que sucede con claridad con las potencias nutritiva y sensitiva del alma, por lo que se podría decir que el ca mino aristotélico hacia lo espiritual indicio de separabilidad en el alma humana 224 ese género de “alma-no-separable” es propio de las almas que sólo santiago garcía acuña tienen poder nutritivo y poder sensitivo. Las almas de las plantas y las almas de los animales pertenecerían a este género de alma. Por otra parte, a diferencia de estas almas “no-separables”, habría otro género de alma, al que pertenecerían las almas que son activas y ejercen su actividad motora sin depender de elemento corpóreo alguno93, que es lo que parece que sucede con el poder racional del alma humana. Se trataría de almas “separables” del cuerpo. Aristóteles es llevado a la distinción entre un género de alma “separable” y un género de alma “no-separable” por la diferencia que existe entre la actividad nutriente, por la que el viviente se mueve a sí mismo, pero que el alma ejerce necesariamente vinculada a los órganos corpóreos y que tiene por objeto realidades materiales, la actividad sensitiva, que también es principio de automovimiento, pero que el alma puede realizar en conexión ineludible con los sentidos del cuerpo, y que tiene por objeto realidades materiales pero sin materia, y la actividad intelectual, que parece propia y exclusiva del alma, dando indicios de no estar forzosamente vinculada a lo corpóreo, y que tiene por objeto realidades totalmente inmateriales, tales como lo inteligible y los pensamientos. Ahora bien, frente a los “síntomas” de separabilidad que la actividad del poder racional del alma humana transparenta, hay otros indicios que parecen ir en sentido contrario, y que, por tanto, estarían más en consonancia con la estructura general de las entidades hilemórficas tal como ha sido determinada por el mismo Aristóteles, a saber: la cosa física es el compuesto de materia y forma; la materia de la substancia sensible no existe como tal sin la forma que la determina; su morphé tampoco se da sin la materia en la que inhiere, y en unión con la cual constituye el todo que es la cosa, de la cual la forma (morphé) es enteléchia. El ser substancial corresponde al compuesto; ni la 93 Cf. Acerca del alma, 413b26. materia del mismo es su ousía, ni tampoco la forma en cuanto forma 225 Para el Estagirita no hay duda de que existen ámbitos de la actividad racional del hombre que están ligados a lo corpóreo. Así, la imaginación, el conocimiento, el lenguaje, etc. Todos ellos son fenómenos del poder racional del alma humana que parecen señalar su índole no separable. No obstante, los indicios de separabilidad llevan a Aristóteles a preguntarse por la existencia de algún aspecto de la dimensión racional del alma humana que no esté complicado con lo corpóreo ni sea propio de la unidad compuesta del hombre como ente hilemórfico que es. Ciertamente, Aristóteles considera que la materia, aun no constituyendo una substancia, porque le falta la índole concreta y determinada de esta, es substancial; pero se trata de aquella materia que él supuso preexistente, pura, indeterminada, no-individualizada e informe, sujeto de inherencia de las formas94. Esta materia informe, substrato de toda formalidad de las substancias físicas, no se identifica con la materia determinada de la cosa, ni es portadora de la identidad concreta y particular de la misma. De ahí que nos podamos formular dos cuestiones. Primera: ¿qué sucede con la materia de las substancias físicas cuando se destruye el compuesto que ellas son? Todo parece indicar que deja de ser la materia que era, o sea, materia determinada y conformada, para convertirse en una materia no-entitativa, que sufre la ruptura de su estructura de partes extra partes, desfigurándose y degradándose por descomposición, de tal modo que la identidad formal de la cosa no se mantiene en dicha materia. La materia conformada, materia de la entidad hilemórfica, no es, en cuanto tal, substancial, no subsiste al margen del compuesto del que hace parte. Lo-que-propiamente-es (ousía) es la cosa física, de tal manera que al corromperse esta, su materia desaparece, perdiendo la forma que le 94 Véase la nota 27 de este trabajo. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual se identifica con la substancia que la cosa es. 226 era propia y, por tanto, su concreción o identidad, pudiendo ser deter- santiago garcía acuña minada posteriormente por una nueva morphé respecto de la cual está en potencia95. Segunda cuestión, ¿qué ocurre con la morphé de las entidades hilemórficas al corromperse el compuesto? La forma determinante y configurante de un trozo de mármol, por causa de la cual este es una hermosa estatua, se pierde cuando esta salta en pedazos. Todo conduce a pensar que la morphé de una substancia física corruptible desaparece al corromperse la cosa de la que era enteléchia. En el caso de la materia de un ente hilemórfico que padece la corrupción96, se da una permanencia de aquella, no como materia conformada por la forma de ese ente, sino o bien conformada con una nueva forma, o bien como materia informe, pues según Aristóteles la materia no determinada por morphé alguna posee carácter substancial y, por tanto, un ser separable e independiente, aunque totalmente inconcreto e indefinido, sin identidad individual97. De principio, no parece que suceda algo semejante respecto de la forma, sino que la destrucción de la cosa física supone la pérdida total de aquella, no quedando nada de ella. Aristóteles pudo pararse ahí, y no plantear la posibilidad, en razón de la actividad racional, de algo en el alma humana que sea motor “separable” y, por tanto, substancial, o sea, ser-en-sí, con densidad y consistencia propias, independiente de la materia y del compuesto. Sin embargo, como empujado por la luz de las cosas en su búsqueda de la verdad, Aristóteles distingue las dos posibles clases de almas: la separable y la no-separable. Amicus est Plato, sed magis amica veritas. Con esa diferenciación, el Estagirita se abre a la investi- 95 Cf. Acerca del cielo, 302a1-9; Meteorológicos, 378b29-379b9. 96 La corrupción, al igual que la generación, es un cambio que es inherente a la forma de la cosa y a su materia (cf. Acerca de la generación y la corrupción, 317a23-25). 97 Cf. ibíd., 318b10ss. gación de la existencia en cada hombre concreto y singular de “algo” 227 corrupción del compuesto hilemórfico que cada individuo humano es. Si existiera ese “algo”, ¿podría permanecer en ello la identidad de la substancia física? Y si así fuese, ¿de qué manera permanecería? Además, ¿qué vendría a ser ese “algo” en relación al alma del hombre? ¿Es el alma misma?, ¿es una parte de ella?, ¿es una potencia de la misma?, ¿es “algo” que está en ella, pero no es ella ni tampoco de ella?, etc. 6. Hacia la determinación de “lo separable” en el alma humana Aún no sabemos si Aristóteles se formula las preguntas arriba planteadas y tampoco si lo que dice responde a alguna de ellas. Retomemos su acercamiento a la realidad de las cosas físicas vivientes. Una vez consideradas las cosas animadas en cuanto automovientes, y también el alma como motor intrínseco a ellas, prestemos atención ahora al modo en que el alma ejerce su actividad motora en el automoviente, o sea, a aquello mediante lo cual ella, en cuanto moviente, mueve lo que mueve. En los seres vivos, cuyo motor interno es el alma, esta, dice Aristóteles, «parece estar extendida y adherida a todos los miembros sensibles del cuerpo»98. Si esto es así, entonces el alma como motor inmóvil mueve el cuerpo de forma inmediata e inmanente, o sea, mueve mediante sí misma en razón de su vínculo íntimo y directo con el cuerpo, de tal modo que ella, motor inmóvil, es movida accidentalmente por lo corpóreo, porque padece el movimiento que ella 98 Protréptico, 107. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual inmaterial que sea substancial y, por tanto, que no se pierda con la 228 misma principia como motor en el cuerpo, pues al estar en contacto santiago garcía acuña inmediato e intrínseco con el cuerpo que mueve, este le transmite de modo accidental su movimiento; por eso también, el automoviente vivo, aunque sólo tiene como motor primero su alma, no obstante, se mueve todo él como compuesto, siendo el cuerpo movido por el alma en cuanto principio motor, y siendo el alma movida accidentalmente por el cuerpo en cuanto afectada por el movimiento que ella misma causa en él. Esto es lo que a todas luces parece suceder en las plantas, en los animales y también en el hombre. Sin embargo, en este último, el fenómeno de la actividad racional en la cual Aristóteles centra su atención parece señalar algo motor que no sería afectado en todos los casos ni tampoco en el mismo sentido por el movimiento de lo que él mueve. Si en la psyché del hombre se diera “algo” separable, o sea, “algo inmaterial” que no esté complicado en el compuesto que el hombre es ni vinculado al cuerpo como actualidad de este, entonces el alma humana podría ser en algún aspecto un motor inmanente que mueve sin ser ella misma el medio mediante el cual mueve el móvil, es decir, podría constituir un moviente intrínseco al hombre que causa el movimiento de lo movido a través de un instrumento. En el caso de estar efectivamente separado, el “algo-separable” no tendría ningún vínculo directo e inmediato con lo que mueve, o sea, tanto respecto del instrumento con el que mueve como en relación con lo movido por él mediante ese, de tal modo que no se vería afectado de ninguna manera por el movimiento de lo que mueve; se trataría de un motor inmóvil no padeciente. Sin embargo, si ese “algo” estuviera de facto separado, habría que explicar cómo ejerce la actividad de mover desde ese estado, y habría que determinar si se convierte, en cuanto separado, en un moviente foráneo o, por el contrario, mantiene el carácter interno que, en cuanto separable, le es propio respecto del hombre. En un estado fáctico de no-separado, el “algo-separable”, justo en razón de su separabilidad, no cabe que mueva necesariamente mediante sí mismo lo movido por él, sino que tiene que poder hacerlo 229 de algo no separable de lo movido. Si el “algo-separable” del alma humana moviese lo movido por ella mediante un instrumento, que necesariamente tiene que ser inmaterial, pues en el hombre en cuanto automoviente no hay nada material intermedio entre su psyché y su cuerpo, entonces aquello que padecería inmediata y accidentalmente el movimiento del cuerpo sería el instrumento inmaterial con que el “algo-separable” del alma humana mueve lo corpóreo, mientras que “lo-separable” sería afectado por el movimiento del cuerpo únicamente de un modo indirecto a través del instrumento mediante el cual mueve y en la medida de cómo sea su relación o contacto con dicho instrumento. Con todo, a las cuestiones arriba formuladas habría que añadir ahora otras que también deberían ser clarificadas. Si realmente se diese ese “algo-separable” y moviese lo movido a través de un instrumento, ¿cuál podría ser ese instrumento y cómo transmitiría la actividad motora de “lo separable”? Para arrojar luz sobre las cuestiones planteadas volvamos a la consideración que Aristóteles hace sobre aquello que él percibe como indicador de la posibilidad de “algo separable” en el alma del hombre. La cuestión radica en si el poder racional del alma humana es separable, y consecuentemente, si existe en el alma humana “algo” independiente del cuerpo y que no esté subordinado a la composición o unidad de la entidad hilemórfica. La posición de Aristóteles en relación con esto es bastante ambigua; pues, por un lado, él afirma que el alma, también en su dimensión racional, «es inseparable toda vez que siempre se da en un cuerpo»99, y, como ya se señaló anteriormente, que «el alma parece estar extendida y adherida a todos los miembros 99 Acerca del alma, 414a20ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual a través de un instrumento, pues si no fuera así se trataría realmente 230 sensibles del cuerpo»100; sin embargo, por otro lado, él mismo se abre santiago garcía acuña a la separabilidad al considerar que es posible la existencia de “algo” en el alma que no fuese en modo alguno enteléchia del cuerpo, como sí lo es el alma en cuanto tal, y, por tanto, que no entrase en composición con la materia; ese “algo” en el alma racional sería separable101. ¿Cómo se expresa Aristóteles respecto de la cuestión formulada arriba? Dice el Estagirita: «Entre los animales dotados de sensibilidad unos tienen movimiento local y otros no lo tienen. Muy pocos poseen, en fin, razonamiento y pensamiento discursivo. Entre los seres sometidos a corrupción, los que poseen razonamiento poseen también las demás facultades, mientras que no todos los que poseen cualquiera de las otras potencias poseen además razonamiento, sino que algunos carecen incluso de imaginación, mientras otros viven gracias exclusivamente a esta. En cuanto al noûs teórico, es otro asunto»102. Y es que «el noûs (...) aparenta ser en su origen una entidad independiente y que no está sometida a corrupción»103. Con todo, no obstante, continúa diciendo el Estagirita: «Por lo que hace al noûs y a la potencia especulativa no está nada claro el asunto, si bien parece tratarse de un género distinto de alma y que solamente él puede darse separado como lo eterno de lo corruptible. En cuanto al resto de las partes del alma se deduce claramente de lo anterior que no se dan separadas como algunos pretenden»104. Así pues, el posicionamiento primero de Aristóteles sobre la actividad racional en el hombre como fenómeno que puede indicar una posible existencia de algo separable en el alma humana es de apertura a dicha posibilidad; pero también de precaución, no sea que con la afirmación de la “separabilidad” de ese “algo” no se haga 100 Protréptico, 107; Cf. Acerca del alma, 411b23-30. 101 Cf. Acerca del alma, 413a5-10. 102 Ibíd., 415a6ss. 103 Ibíd., 408b18-19. 104 Ibíd., 413b25ss. justicia a la realidad del hombre y de su alma. Por eso, aquello que es 231 examinado e investigado con mayor profundidad. ¿En dónde radica el poder racional del alma humana? ¿En qué consiste su actividad de pensar? ¿Cómo la lleva a cabo? 7. La clarificación del ser del noûs a partir del fenómeno de su actividad Aristóteles ha llamado noûs a ese “algo” del alma humana que por su actividad propia parece que sea separable del cuerpo e independiente del compuesto hilemórfico. Ahora bien, dice el mismo Estagirita que para poder clarificar el estatuto de «aquella parte del alma con que el alma conoce y piensa ya se trate de algo se­parable, ya se trate de algo no separable en cuanto a la magnitud, pero sí en cuanto a la definición ha de examinarse cuál es su característica diferencial y cómo se lleva a cabo la nóe@sis»105. Más aún, habrá que investigar «qué es respecto del alma: ¿se trata de una parte de la misma, separable ya según la magnitud, ya según la definición, o más bien se identifica con toda el alma? Y si se trata de una parte, ¿es acaso una parte espe­cial distinta de las que se suelen enumerar y ya he­mos numerado o se identifica con alguna de estas?»106. 105 Ibíd., 429a10ss. Nóe@sis (inteligir y pensar) es la actividad propia y específica del noûs, el cual constituye, según Aristóteles, el principio simple principio de todos los principios en la demostración y en la ciencia (cf. Analíticos Segundos 84b37-85a3, 88b35-89a2, 100b8-15), o sea, el principio primero en el ámbito del saber universal. Demostración y ciencia (conocer universal) no son posibles a través de la sensación, pues en el sentir, que sí tiene que ver con el ejercicio del conocimiento, se siente necesariamente una cosa determinada en algún lugar y en tal o cual momento (cf. Acerca de la sensación y de lo sensible, 44b24; Analíticos segundos 87b27-88a14). 106 Acerca del alma, 432a19ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual señal indicativa de “algo” separable en el alma del hombre debe ser 232 La actividad de la facultad racional, que es propia del alma santiago garcía acuña humana, se muestra plural en sus manifestaciones: el conocer intelectivo, el conceptuar, el razonar, el pensar, el teorizar, el especular, el hablar discursivo, etc., son todos fenómenos racionales. Todas estas actividades de la psyché del hombre parecen estar en relación con ese “algo” supuestamente separable que Aristóteles denominó como noûs. Para poder clarificar los indicios de separabilidad en el alma humana y a fin de determinar qué es el noûs, o sea, eso que en ella parece separable, habrá que examinar los diversos fenómenos de la facultad racional del hombre en los que se estima que el noûs interviene de un modo u otro. Se trata de distinguir la actividad propia de lo que parece separable en el alma humana de entre las actividades pertenecientes al ámbito racional, para acceder, desde la especificidad de dicha actividad, a la realidad del noûs y a su índole separable. 7.1. El conocer humano y el noûs El conocer (gnôsis) es una actividad del alma que busca su objeto fuera de sí, teniendo como fin la posesión del mismo mediante la cognición; por esta razón el conocimiento en cuanto tal es intencional y rectilíneo. El conocimiento no se tiene a sí mismo como objeto de su actividad, sino que se dirige hacia “algo” que le es extrínseco, de tal modo que su actividad cognoscitiva cesa cuando hace suyo el objeto de su búsqueda, pasando entonces a tener en sí el objeto buscado como lo conocido. «El conocimiento es la aprehensión de lo cognoscible»107. Por eso, el conocimiento reposa en el objeto de conocimiento adquirido hasta que vuelve a la actividad intencional. Si el conocer fuera la actividad propia del noûs, este no podría ser en modo alguno separable, pues estaría vinculado necesariamente a algo ajeno a sí mismo, al objeto del conocimiento. El noûs puede parecer separable en la medida en que no es cognitivo. Si la actividad propia del noûs 107 Tópicos, 146b6. no fuese el conocer, cabría la posibilidad de que fuera separable. No 233 fuera el poder cognoscitivo, esto no supondría necesariamente una exclusión a priori del noûs del ámbito del conocimiento humano. El noûs podría intervenir en él. En efecto, cabe la posibilidad de que el noûs concurra con su actividad propia en otras actividades del alma que implican facultades no separables; en este caso, con la actividad cognoscitiva del poder racional de la psyché humana. La colaboración del noûs en el conocimiento y su separabilidad en el conocer Aristóteles se fijó en el fenómeno de que el hombre en su conocer discierne las substancias sensibles (agua, carne, etc.) de la esencia de las mismas. «Como el conocimiento se produce en el alma, al ser una disposición del alma»108, el hecho del acceso cognoscitivo a lo sensible y a lo esencial de las cosas físicas, así como la distinción de ambos aspectos, le llevó a plantearse la siguiente pregunta: ¿esos dos objetos cognitivos son distinguidos por el alma con facultades distintas o bien con la misma, aunque dispuesta de manera diferente?109. Como las substancias sensibles no se dan sin materia, Aristóteles afirma que el conocimiento de una entidad hilemórfica respecto de su materia y de sus propiedades sensibles lo obtiene el alma a través de la facultad sensitiva110; y el conocimiento de su esencia, o por medio de una facultad separada (que sería lo que él ha denominado como noûs) o a través de la misma facultad sensitiva, pero dispuesta esta última de distinta manera. Aristóteles mantiene esta doble posibi- 108 Ibíd., 145a36-37. 109 Cf. Acerca del alma, 429b10-15. 110 «Toda facultad de sensación (aísthēsis) ejerce su actividad hacia un objeto sensible» (Ética nicomáquea, 1174b15-16). «Una sensación en acto es un movimiento a través de un cuerpo, en el curso del cual la capacidad de sentir es afectada de alguna manera» (Física, 244b11-13). el ca mino aristotélico hacia lo espiritual obstante, en el caso de que lo específico de la actividad del noûs no 234 lidad, porque se ajusta a la realidad compuesta de las entidades hile- santiago garcía acuña mórficas, en la cual la materia no es separable de la forma, y la forma, de la materia. Un objeto de conocimiento no separable no exige de suyo una facultad cognoscitiva separable. Sin embargo, advierte Aristóteles, cuando se trata del conocimiento de la esencia de entes abstractos, el alma la discierne con otra facultad que no es la sensitiva. Los entes abstractos no son substancias en sí mismos, pues no existen independientemente de aquello que los concibe. La substancialidad de ellos es la substancialidad propia del alma que los idea. Todo parece indicar que aquello que en el alma discerniría la esencia de los entes abstractos tendría que ser lo que el Estagirita ha llamado noûs. Con todo, respecto de los entes abstractos, el noûs no intervendría primariamente en su conocimiento, sino en su concepción, aun cuando tuviera que utilizar imágenes como instrumento para ello. Así pues, considerando el conocimiento que se produce en el alma humana, Aristóteles afirmó la existencia de dos fuentes distintas de conocimiento en el hombre: la percepción sensible, ligada a la facultad sensitiva del alma, y el pensamiento, vinculado a la facultad racional del alma. Ambas fuentes de conocimiento no son reemplazables entre sí ni tampoco reducibles la una a la otra. «Desde el comienzo, y Aristóteles por vez primera claramente, se distinguió entre aísthesis, es decir, dejarse dar algo y nóesis, determinar pensando»111. Para el Estagirita no puede haber conocimiento de los entes físicos por parte del hombre que no se fundamente en algo dado previamente por los sentidos abiertos al mundo sensible, es decir, en la experiencia empírica, aunque el conocimiento de las entidades hilemórficas no provenga totalmente de la percepción sensible. Los datos sensibles no son creados por el noûs, sino dados al conocimiento por la facultad sensitiva del alma desde las entidades hilemórficas. 111 Heidegger, Lógica. La pregunta por la verdad (Madrid 2004) 225. Cf. Aristóteles, Acerca de la sensación y de lo sensible, 445b15ss.; I. Kant, Crítica de la razón pura (Madrid 101994), B 29. En el caso de que el noûs interviniera en la actividad cognoscitiva del 235 la facultad sensitiva quien diera al hombre el conocimiento de dicha esencia, el noûs lo que haría sería realizar su actividad propia pero vuelto hacia la representación sensitiva de las cosas, es decir, en relación con aquello que le es dado al hombre por la facultad sensitiva. En el ámbito del conocimiento de las substancias físicas, el noûs actuaría lo que le es propio pero sólo teniendo como medio de su actividad los datos representativos de la percepción, por la cual el hombre recibe la cosa sensible en su fenómeno (entendido aquí como el aparecer de las cosas ante el sujeto cognoscente). En el caso de que concurriera la actividad del noûs en el conocimiento de las cosas físicas, la aportación de aquel a la cognición consistiría en la visión o la lectura de la esencia de las cosas, o sea, de lo inteligible que hay en ellas, pues en el ámbito del conocimiento de las substancias sensibles la actividad del noûs se modula como inteligir112. El noûs con su actividad intelectiva determina desde sí mismo lo inteligible de las cosas, pero siempre a partir de aquello que le es dado al hombre desde la facultad sensitiva o desde la imaginación, pues lo hace leyendo o viendo de modo intelectivo las representaciones sensitivas o imaginativas. Con la intelección, el noûs mide cognoscitivamente la medida esencial interna de las substancias físicas. Esa medición sería la contribución propia y específica del noûs al conocimiento humano del mundo sensible. El objeto de la actividad del noûs en el conocer humano es lo inteligible de las cosas, no las representaciones de las mismas obtenidas por la facultad sensitiva o por la imaginación. Ahora bien, lo inteligible de las cosas es su esencia, o sea, lo-que-son. La esencia de las cosas constituye lo inteligible de las mismas. Pero lo inteligible en cuanto tal tiene que ser algo inmaterial y separable de la materia; 112 Cf. Protréptico, 24. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual hombre en relación con la esencia de una cosa sensible, y no fuera 236 si no fuera así, sería imposible que el noûs el “algo” que parece santiago garcía acuña separable en el alma humana lo tuviera como objeto de su actividad propia en el ámbito del conocimiento de las substancias físicas. Esto implica que la esencia de los entes hilemórficos, donde radica lo inteligible de cada uno de ellos, no es lo inteligible en cuanto tal, pues lo-que-son las cosas físicas no puede ser separado de ellas, es decir, del compuesto de materia y forma que las constituye como tales. Por tanto, lo inteligible en cuanto tal no puede radicar en la esencia de las cosas. Lo inteligible únicamente está de modo potencial en los seres materiales. Lo que se halla en acto en las cosas físicas es su propia esencia, que es lo inteligible de ellas, pero que en cuanto inteligible se encuentra en ellas únicamente de modo potencial. La esencia, siendo inteligible, es lo inteligible en potencia dentro de las cosas físicas. En los seres que tienen materia, «cada uno de los objetos inteligibles está presente en ellos sólo potencialmente»113. Lo inteligible en cuanto inteligible sólo puede ser en acto en el noûs; de ahí que el conocimiento humano del mundo físico en el que interviene el noûs con su actividad intelectiva sea un conocer esencial, es decir, no un mero conocimiento de la esencia, sino un conocimiento intelectivo de esta, o sea, la captación de la esencia en cuanto lo potencialmente inteligible de la cosa en ella misma, que pasa a ser en acto en el noûs gracias a la actividad intelectual de este. El conocimiento profundo, amplio y alto de las cosas, esto es, la posesión cognoscitiva de estas en su inteligibilidad, sólo se logra cuando el noûs interviene en la actividad de conocer, inteligiendo la esencia de las mismas. Con el conocimiento esencial de las cosas físicas se tiene de modo actual en el noûs lo potencialmente inteligible en ellas, o sea, la captación intelectual de sus esencias. Y la intelección de la esencia 113 Acerca del alma, 430a7. de cada cosa es el término del conocimiento de la misma114, pues la 237 Lo potencialmente inteligible de cada cosa física es lo inteligible de modo actual en el noûs cuando este intelige la esencia de ella, viéndola y leyéndola intelectualmente a través de las representaciones sensitivas o imaginativas. Esto supone un proceso de separación de lo que ontológicamente no es separable ni está separado de hecho, a saber: la esencia de la cosa. Este proceso recibe el nombre de abstracción (aphaíresis). Abstraer es separar; dicho de manera más precisa, abstraer consiste en producir una separación que pertenece únicamente al ámbito del conocimiento y que sólo es real en él. La abstracción intelectual que el noûs realiza, dando así actualidad en él a lo inteligible en potencia de la substancia física, no implica que el noûs abandone o elimine la realidad concreta, como si el abstraer le liberara de ella, pues el conocimiento, también el conocimiento esencial, es siempre intencional, o sea, está permanentemente dirigido hacia la realidad concreta, que es objeto de la actividad cognoscitiva, como «lo otro» respecto de sí116. Por tanto, para el noûs, dentro de su aportación a la actividad cognoscitiva, la cosa física concreta y el conocimiento esencial que de esta posee no son nunca idénticos en él, pues tiene “separado” lo que de suyo no es separable de la cosa: su esencia, lo-que-es. No obstante, por la índole intencional del conocer, «la supresión de lo cognoscible suprime simultáneamente el conocimiento (...) en efecto, de no existir lo cognoscible, no existe el conocimiento, pues sería conocimiento de nada, en cambio, de no existir el conocimiento, nada impide que exista lo cognoscible»117. 114 Cf. Metafísica, 1022a, 9-10, 1031b, 20-21. 115 Cf. Ibíd., 1029b, 13-14. 116 Cf. Categorías, 6b1-7, 11a25-26, 11b25-30, 8a30ss. 117 Ibíd., 7b26-31; Cf. Tópicos, 125a10ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual esencia de cada cosa es lo que esta es en cuanto tal115. 238 El proceso de abstracción comienza en la facultad sensitiva del santiago garcía acuña alma. Apoyándose en los fenómenos propios de la actividad del conocer, que muestran que en el cognoscente está de algún modo la cosa conocida, pero sin hallarse ella misma en aquel, Aristóteles afirma que la facultad sensitiva es poder del alma para los “aspectos materiales” de las cosas, pero sin la materia de estas118. Por medio de su capacidad sensitiva, el alma abstrae las cualidades sensibles de la materia de las cosas físicas, de tal modo que posee la materia de estas de manera inmaterial, pues el alma, en cuanto forma que tiene vida de suyo, es en sí misma inmaterial. Ahora bien, la dimensión sensible del alma es adecuada para lo material de las cosas físicas aunque eso sea poseído por ella únicamente de modo cognoscitivo al separarlo de la materia en cuanto tal, pero no para lo inmaterial de aquellas, es decir, para la morphé de las cosas físicas en cuanto morphé, aunque sí lo es respecto de esta en cuanto unida a lo material del compuesto. De ahí que Aristóteles deje abierta la posibilidad del conocimiento de las esencias de las cosas físicas por parte de la facultad sensitiva, aunque dicho conocimiento no constituya en modo alguno una posesión intelectiva de la esencias de las cosas, o sea, un conocimiento esencial de las mismas. Si la esencia de una cosa fuera conocida con la facultad sensitiva del alma, se tendría ciertamente conocimiento de lo-que-es la cosa, pero ese conocimiento no supondría el tener en acto la esencia de la cosa en la medida en que es lo potencialmente inteligible en ella. Con otras palabras, la facultad sensitiva no aportaría un conocimiento intelectivo de la esencia al sujeto cognoscente, no daría acceso a lo esencial de la esencia. Para la esencialidad de las esencias de las entidades hilemórficas y para la inmaterialidad de las representaciones sensibles e 118 Cf. Analíticos segundos, 100a16-100b5. En este sentido, siempre refiriéndose al ámbito del conocimiento, Aristóteles considera que la materia puede ser de dos tipos: sensible e inteligible (cf. Metafísica, 1037a1-4). imaginativas119 de la materia de las cosas, producidas por la facultad 239 inteligible de las cosas. Si «alguien sostuviera que el conocimiento es precisamente aquello que es sensación, sería preciso también que lo cognoscible fuera precisamente aquello que es sensible. Pero no lo es: en efecto, no todo lo cognoscible es sensible, pues algunas cosas son inteligibles»120. Lo inteligible de las cosas en cuanto inteligible le es accesible al hombre porque tiene noûs. Respecto de las formas de las cosas físicas y de las representaciones de la facultad sensitiva, que no son separables de la materia y de los órganos corporales, respectivamente, el noûs se caracteriza por tener poder para separarlos en orden al conocimiento esencial, o lo que es lo mismo, en vistas del conocimiento intelectual de la esencia, pues la intelección implica la abstracción ya de las formas de las cosas, ya de la materia inmaterial de las representaciones sensibles. Por eso dice Aristóteles que «el noûs es forma de formas así como el sentido es forma de las cualidades sensibles»121. Para poder recibir en sí la formalidad de las formas de las cosas materiales y ser forma de formas, así como para tener las representaciones que pertenecen a la facultad sensitiva del alma como separadas de toda materia-inmaterial, «el noûs (...) ha de ser capaz de recibir la forma, es decir, ha de ser en potencia tal como la forma pero sin ser ella misma (...). Por consiguiente y puesto que intelige todas las cosas, necesariamente ha de ser sin mezcla (...). Luego no tiene naturaleza alguna propia aparte de su misma potencialidad»122. El noûs en el alma humana no puede poseer una forma propia, ni estar compuesta con 119 Para Aristóteles, la imaginación es en algún sentido movimiento (cf. Física 254 a 29-30), un movimiento que no se produce si no existe sensación (cf. Acerca del alma, 428b10-17); es más, la imaginación (phantasía) consiste en un movimiento producido por la sensación en acto (cf. ibíd., 429a 1-2). 120 Tópicos, 125a27-30. 121 Acerca del alma, 432a3-4. 122 Ibíd., 429a16-19. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual sensitiva del alma, es adecuado el noûs. Sólo él abre el acceso a lo 240 lo corpóreo123, o sea, “tener mezcla”, pues cada una de esas cosas, santiago garcía acuña aunque de diversa manera, obstaculizaría e interferiría su potencial de actividad propia en relación con el conocimiento, haciendo imposible lo que es un dato de experiencia: que la apertura y receptibilidad del noûs hacia lo inteligible es en potencia universal e ilimitada, y que el alma intelectiva es en cierto modo todas las cosas (quodammodo omnia), pues es el lugar de todo lo inteligible y tiene poder, al menos en potencia, respecto de todo lo inteligible124. Si el noûs contiene potencialmente todo lo inteligible y es en cierto modo todo lo inteligible, entonces las esencias de las cosas, porque son lo inteligible presente en las cosas de modo potencial, no constituyen un objeto ajeno y extrínseco al noûs. Ciertamente las esencias de las cosas no son el noûs ni están en el noûs, pero por ser inteligibles y lo inteligible potencialmente en la cosa, pertenecen propiamente al poder del noûs humano, pues este es capaz en relación con todo lo inteligible en cuanto inteligible, aunque se encuentre en estado de potencia respecto de ello, constituyendo ese poder la propia esencialidad del noûs del hombre. Con todo, la identificación de las esencias de las cosas con el noûs, en tanto que aquellas son lo potencialmente inteligible en ellas, y la consiguiente posesión de las esencias como lo inteligible en acto por parte del noûs del hombre, no supone en modo alguno el que las esencias de las cosas sean una creación de aquel. En efecto, la intelección de las esencias por parte del noûs presupone, como ya quedó señalado, el proceso de abstracción. El noûs en su actividad de inteligir, que él realiza desde sí, sin derivarla de nada que no sea él mismo, tiene que recibir previamente la forma de las cosas, que le es accesible, en el caso de las cosas físicas, a través de las representaciones de la facultad sensitiva, abstrayendo estas de 123 Aristóteles se separa radicalmente de todos aquellos que confunden de una u otra manera el pensamiento con la sensación, mezclando el noûs con lo corpóreo (cf. Metafísica, 1009b12-31) 124 Cf. Acerca del alma, 429a20-429b5; ibíd., 431b20. toda materialidad, también de la materialidad inmaterial, de tal modo 241 decir, de su esencia, ha recibido de la cosa misma lo que ella es, o sea, su propia medida, aunque separada de todo lo material y sólo como potencialmente inteligible. Lo inteligible en acto de la cosa no está en la cosa, es pura creación del noûs en su actividad de inteligir, pero es una creación para la cual el noûs acoge primero el darse de la cosa en su inteligibilidad potencial y que utiliza como instrumento la representación sensible de la cosa misma, separándola de su materia inmaterial, en un proceso de abstracción que parte siempre del vínculo sensitivo del alma con la cosa misma a través de los sentidos corporales. Los entes abstractos, o de razón, no son separables de la realidad que los concibe, o sea, del noûs, pues la substancialidad de aquellos no es propia, sino que se trata de una substancialidad que reside en el hombre que tiene noûs. Y como esta, según Aristóteles, corrigiendo la opinión de Anaxágoras, es sin mezcla alguna de materia, los entes abstractos son también totalmente inmateriales, aunque quepa representarlos imaginativamente. Por eso, cuando se trata de la participación del noûs en el conocimiento de los entes abstractos, en sí mismos insubstanciales e inmateriales, «lo que intelige (noûs) y lo inteligido [objeto] se identifican toda vez que el conocimiento teórico y su objeto son idénticos»125. En este caso, el noûs no tiene por objeto nada substancial que no sea él mismo; y lo inteligido es “algo” constituido por el noûs desde sí mismo y totalmente interno a él, de ahí que lo inteligido no constituya en modo alguno nada realmente distinto al noûs mismo que lo concibe. Por tanto, en su colaboración al conocimiento esencial respecto de los entes abstractos, o de razón, en sí mismos insubstanciales e inmateriales, el noûs parece absolutamente separable, sin que esto sea contrariado por la capacidad del noûs para representarse imaginativamente los entes de razón, pues, más allá de 125 Acerca del alma, 430a4-5. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual que antes de crear la intelección de lo inteligible de la cosa física, es 242 esta facultad, el noûs se muestra con poder para concebir de modo santiago garcía acuña intelectivo los entes abstractos. Respecto de las cosas físicas, en cambio, la separabilidad del noûs en la actividad cognoscitiva está en relación directa con el vínculo que guarda respecto del instrumento utilizado en su actividad de inteligir, es decir, con lo recibido de la cosa por abstracción. No obstante, como la actividad del noûs en su colaboración en el conocimiento humano, o sea, el inteligir, no está sujeta o atada al cuerpo, ni tiene por objeto propio nada material, el noûs del alma humana no padece del mismo modo que la facultad sensitiva. El padecer es propio de la sensación, que «se produce en el alma a través del cuerpo»126. En la sensación, el alma humana sensitiva, antes de cualquier acción propia, sufre pasivamente la influencia del exterior, siendo grabada en ella lo sensible de las cosas sin su materia, de tal modo que «lo sensible hace que la facultad sensitiva pase de la potencia al acto»127. La actividad del noûs humano, a diferencia de la sensibilidad del hombre, no requiere previamente de algo dado por lo corpóreo para activarse y ser ejercida; es más, no puede ser nada corpóreo lo que hace pasar al noûs de su estado potencial a su estado en acto, o sea, aquello que le saca de un estado de no-ejercitación de su actividad propia y le lleva a realizar dicha función. Es propio de la facultad sensitiva del alma el ser actualizada desde lo exterior. No sucede así con el noûs en el hombre. Si la naturaleza de facultad sensitiva es la afectividad, la naturaleza del noûs del alma humana consiste, por el contrario, en un poder, más concretamente, en el imperio de su esencia misma, que para Aristóteles no es otra cosa que su actividad propia: el pensar, que se modula como inteligir en relación con el conocimiento de las cosas. 126 Acerca de la sensación y de lo sensible, 436b6-7. Cf. Acerca del alma, 408b3ss., 415b24ss., 416b33ss; Acerca del sueño y de la vigilia, 454a7-11. 127 Acerca del alma, 43a4-5. Cf. Metafísica 1010b35-1011a2; Acerca de la sensación y de lo sensible, 438b22-23, 440a19-20. Basándose en todo ello, Aristóteles enuncia una regla general 243 conocimiento: «el noûs es separable en la misma medida en que los objetos [de conocimiento] son separables de la materia»128. Lo que quedaría por explicar respecto de la intervención del noûs en el conocimiento humano sería la cuestión de cómo pasa el noûs de ser en potencia todo lo inteligible a serlo en acto; pues, por un lado, el poder de su propia actividad no lo ejerce movido por nada que le sea extrínseco y ajeno: él es motor en sí mismo; y, por otro lado, no se puede negar el hecho de que el noûs en el hombre no es en acto todo lo inteligible, porque ningún hombre posee en sí el saber absoluto, y tampoco se identifica con él. La respuesta de Aristóteles a esta pregunta, con la conocida y polémica distinción de dos noûs en el hombre uno activo, otro pasivo, de la que trataremos más tarde, abre el comienzo de un debate que llega a nuestros días, y que tiene como centro la cuestión de la pasividad receptiva y de la actividad creadora del hombre en el ámbito del conocimiento. La toma de postura respecto de esta cuestión, con sus dos polos en contraste, constituye tanto el fondo de los grandes posicionamientos filosóficos como también la raíz de su oposición recíproca: del objetivismo y del subjetivismo, del empirismo y del racionalismo, del realismo y del idealismo, del escepticismo y del dogmatismo. Las distintas y divergentes comprensiones de la metafísica, el nudo gordiano de cada una de ellas y la afirmación o negación de las mismas tienen en esta cuestión uno de sus principales puntos de emergencia129. El alcance de la actividad del noûs en el ámbito del conocer Es un dato de experiencia que el noûs en el alma humana no es intelección plena y conclusa de lo inteligible. De hecho, tanto al 128 Acerca del alma, 439b22s. 129 Cf. W. Pannenberg, Una historia de la filosofía desde la idea de Dios (Salamanca 2001) 81-103. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual sobre la separabilidad del noûs cuando interviene en la actividad del 244 comienzo de la existencia de un hombre como a lo largo del proceso santiago garcía acuña de desarrollo de su vida en el mundo, el noûs de cada ser humano no se identifica de manera absoluta y actual con lo inteligible ni, consecuentemente, porque él es potencialmente todo lo inteligible, consigo mismo en acto. La propia actividad del noûs, que constituye la esencia del mismo según Aristóteles, en su intervención dentro del ámbito del conocimiento humano se modula como inteligir, teniendo por objeto específico lo inteligible de las cosas, pues es poder de inteligirlo todo. Sin embargo, el noûs del hombre posee en principio esa esencia en estado de potencia. La naturaleza que es propia del noûs, o sea, su actividad específica, se da en el noûs del hombre de modo potencial, de tal modo que el noûs en el ser humano comienza siendo capacidad de su propia actividad, que respecto del conocimiento es poder de inteligir y de inteligirlo todo. Como la esencia del noûs en el hombre aparece en la modalidad de la potencia, el noûs humano es, en el ámbito del conocimiento, su propia actividad intelectiva en cuanto posible en él, o sea, potencia general de intelección. En este sentido, para Aristóteles, el noûs del alma no existe en acto antes de inteligir, es decir, sin estar realizando o sin la realización de aquello que constituye su esencia propia, o sea, su actividad específica. El noûs del hombre es únicamente actual cuando la potencia de inteligir se haya activa, por tanto, cuando el alma intelige. Por eso dice el Estagirita: «el noûs es, en potencia, todo lo inteligible, mientras que, en enteléchia, no es nada antes de inteligir»130. Así pues, el noûs humano es, en potencia, todos los inteligibles, mientras que, en acto, no es ninguno de ellos antes de ejercer su actividad propia131. Ciertamente, la experiencia pone ante nosotros el dato de que el noûs en el hombre se modula respecto del conocimiento como poder de inteligir. El ser humano no nace teniendo en sí de modo 130 Acerca del alma, 429b30ss. Cf. Metafísica, 1006b9-10. 131 Cf. Acerca del alma, 429a22-24. actual todo lo inteligible ni siendo en acto, de algún modo, todo lo 245 tener y de ser lo inteligible. Se trata de un poder real y presente que puede actualizarse, estar actualizándose y, en cierta medida, ser en acto. Esto lo percibió claramente Aristóteles, de ahí que distinguiera tres niveles de poder en los que puede hallarse la actividad del noûs en el hombre. En efecto, fijándose en el conocimiento de los hombres y preguntándose a quién se le puede llamar sabio, el Estagirita discierne tres modos generales de ser sabio. Primero: se puede decir que alguien es sabio por tener la capacidad de adquirir conocimientos, aunque no posea ninguno o casi ninguno de manera actual; en este sentido se puede decir de un recién nacido que es sabio, y que todo hombre es sabio. Segundo: se puede denominar sabio a alguien por tener la capacidad de alcanzar conocimientos y por estar adquiriéndolos actualmente, o sea, por razón de que está actualizando su capacidad de ser sabio y ya posee por eso alguna sabiduría; en este sentido se puede decir que un hombre que está en proceso de aprendizaje es sabio. Tercero: se puede llamar sabio a alguien por haber adquirido amplios, altos y profundos conocimientos, por tenerlos presentes y por poder disponer de ellos en y para la vida; en este sentido se dice sabio del que goza de un vasto y hondo saber132. Aristóteles denominó respectivamente a estos tres tipos de poder, que a su vez son tres niveles de actualidad, como dýnamis, enérgeia y enteléchia133. Si primeramente la actividad del noûs en el hombre está en el estado de dýnamis (poder como capacidad), posteriormente puede pasar al de enérgeia (poder como capacidad en actualización, como acto activo e inconcluso o como actualidad en tensión hacia la entelequia134) y, según el Estagirita, podría llegar incluso, al menos en cuanto 132 Cf. ibíd., 417a21-b2. 133 Cf. Metafísica, 1045b25-1048b35, 1065b2-23. 134 Cf. ibíd., 1050a22-23. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual inteligible. Nace teniéndolo y siéndolo potencialmente. Potencia de 246 posibilidad abierta para él, al estado de enteléchia (poder como capa- santiago garcía acuña cidad realizada y disponible desde sí, o sea, en acto pleno). En este último modo de estar la actividad del noûs en el hombre respecto del ámbito cognoscitivo, Aristóteles distingue dos plenitudes diversas, una referida a los objetos inteligibles y otra relativa al noûs mismo, afirmando que la segunda sólo se hace posible cuando se da actualmente la otra. En efecto, dice el filósofo de Estagira: «Cuando este [el noûs] ha llegado a ser cada uno de sus objetos a la manera que se ha dicho que lo es el sabio en acto lo que sucede cuando es capaz de actualizarse por sí mismo, incluso entonces se encuentra en cierto modo en potencia (...): el noûs es capaz también entonces de inteligirse a sí mismo»135. Esto quiere decir que el momento especulativo del noûs, cuando este vuelve reflexivamente sobre sí, no se da desde el principio en el hombre como enérgeia, sino que al comienzo es sólo actual como pura capacidad (dýnamis). La actividad intelectiva en su modo reflexivo, o sea, de autopresencia del noûs a sí mismo conciencia reflexiva de sí, sólo es efectivamente posible para el noûs después de que este haya recibido en sí lo distinto de sí y haya ejercido su actividad propia respecto de ello, inteligiendo las esencias de las cosas. Cuando emerge a la reflexión y el noûs del alma humana puede curvarse especulativamente hacia sí mismo, o sea, ensimismarse de manera reflexiva, el hombre ya ha hecho experiencia de lo diverso del noûs, de la tarea del noûs respecto de lo distinto de él y de su propio carácter receptivo. Más aún, cuando está presente en el noûs la actividad reflexiva, lo esta como potencia en actualización (enérgeia), no en estado de acto-pleno (enteléchia), pues no posee una conciencia de sí total, o sea, que le haga ser absolutamente auto-transparente en todos los aspectos de sí mismo. El hombre siempre permanece como misterio para sí mismo desde la conciencia reflexiva de sí. Esta experiencia intelectiva de lo exterior al noûs y de la incompletud de su 135 Acerca del alma, 429b6-9. actualidad reflexiva contradice toda pretensión de idealismo, e impide 247 de la especulación, como Narciso en su propio reflejo. Aristóteles no va más allá en su exposición sobre el poder del noûs humano en relación al ámbito del conocimiento. La termina ahí, con la afirmación de que la actividad intelectiva del noûs del hombre alcanza también al noûs mismo, siendo capaz de autointeligirse y conocerse esencialmente a sí mismo, además de poder inteligir todo lo inteligible. El Estagirita no dice que el noûs en el hombre pueda llevar al estado de acto pleno la capacidad de conocerse intelectivamente a sí mismo, o sea, que el noûs humano realice y logre un saber de sí mismo absoluto, lo que supondría cerrar plenamente en círculo la curvatura hacia sí mismo. Aristóteles no afirma que en el proceso de actualización, en el despliegue de su actividad y, por tanto, de sí mismo, el noûs llegue en algún momento a ser intelección de sí total y conclusa, donde quede encerrado todo lo inteligible. El Estagirita no parece ser de la opinión de que el noûs humano, que es potencialmente todo lo inteligible, pueda llegar a estar de hecho en estado de enteléchia (en acto pleno) respecto de la universalidad de lo inteligible y, consecuentemente, a constituirse en autoconciencia absoluta y omniabarcante, lo que supondría inteligir en acto todo lo inteligible, con la consiguiente posesión en acto de lo potencialmente inteligible en todas y cada una de las cosas, así como de sí mismo. Ningún hombre, ni tampoco la totalidad de la humanidad, es el saber absoluto. Por el contrario, en relación con la inteligibilidad del propio noûs, Aristóteles señala únicamente un estado de poder-no-en-acto; y, por último, en referencia al estado en que puede estar el poder del noûs humano respecto de la inteligibilidad absoluta del Noûs-Theós, del cual habla en libro Lambda de la Metafísica y del que nos ocuparemos después, el filósofo de Estagira no dice nada. Sin querer superar el silencio de Aristóteles, los datos de experiencia parecen indicar la no-consumación de la actividad del noûs en el hombre dentro del ámbito del cono- el ca mino aristotélico hacia lo espiritual al hombre, en cuanto ser intelectivo, encerrarse en sí mismo por la vía 248 cimiento, en tanto que este no llega a inteligir la universalidad de lo santiago garcía acuña inteligible en potencia de las cosas, o sea, las esencias de las mismas, ni a inteligirse completamente a sí mismo y tampoco a la comprensión intelectual (conocimiento exhaustivo y total) del Noûs-Theós. Para Aristóteles, en el hombre «pensar (nóesis) es acto (enérgeia)»136. No hay ningún fenómeno que indique que el noûs del hombre llegue a alcanzar ser en-acto-pleno (enteléchia). Aristóteles se abstiene en esta cuestión de afirmaciones que vayan más allá de aquello que los datos de experiencia muestran y contienen. Y es aquí donde radica una de las grandes diferencias de la filosofía del espíritu absoluto de Hegel respecto de la fenomenología aristotélica del noûs, aunque aquella fuera edificada por el filósofo alemán sobre el campo de esta. Hegel sí afirma la posibilidad teórica de que el espíritu llegue, curvado sobre sí mismo e incluyendo en sí todo lo distinto de sí como negatividad positiva, al saber absoluto. El mismo Hegel trata de exponer cual sería el itinerario que el espíritu recorrería, mediante su propia actividad intelectiva, reflexiva y especulativa, en su devenir espíritu absoluto. No obstante, Hegel se mueve siempre respecto de esto en el plano teórico, o sea, en el ámbito filosófico, y no dice en ningún momento que en la práctica, o sea, de hecho, se pueda dar en el espíritu el saber absoluto. El itinerario hegeliano del espíritu hacia sí mismo como espíritu absoluto, que es para Hegel el despliegue de la filosofía misma, está condensado en los tres silogismos con los que él cierra, antes de citar el libro Lambda de la Metafísica de Aristóteles, la Enciclopedia de las ciencias filosóficas. En el silogismo tercero y último de la Enciclopedia, Hegel expresa, sin abandonar nunca el plano de la filosofía, el momento del noûs en el que este llega a la reflexión total y plena de sí mismo, siendo entonces consciente de su propio proceso hegeliano hasta lograrse como saber absoluto: «El tercer silogismo es la idea de la filo- 136 Metafísica, 1051a30-31. sofía, la cual tiene la razón que se sabe, lo universal absoluto, como 249 aquel a presuposición como proceso de la actividad subjetiva de la idea, y [lleva] esta [la naturaleza] a extremo universal como proceso de la idea que está-siendo en sí objetivamente. El juzgarse de la idea [desdoblándose] en los dos fenómenos (§ 575/6) determina a estos como manifestaciones suyas (de la razón que se sabe a sí misma) y en ella se junta que es la naturaleza de la cosa, el concepto, lo que se mueve adelante y se desarrolla, y [que] este movimiento es también la actividad del conocer; la idea eterna que está-siendo en y para sí, eternamente actuada como espíritu absoluto, [eternamente] engendrada y gustada»137. 7.2. El lenguaje humano y el noûs Hemos considerado arriba cual es, según Aristóteles, la contribución del noûs al conocer humano, así como su separabilidad y alcance en la esfera del conocimiento. De la mano del Estagirita, vamos a adentrarnos ahora en el papel que juega el noûs dentro del lenguaje. Aristóteles califica al hombre como viviente que tiene noûs y lógos . Por tanto, él considera que ambas cosas son dos realidades 138 diferentes. En el hombre, afirma el Estagirita, «una parte del alma está dotada de razón (lógos), y la otra, que es inferior, no lo está, entonces la parte irracional está en función de la racional. Y como es esta parte donde se halla el pensamiento (noûs), entonces (...) todo está en función del pensamiento (noûs)»139. Así pues, según Aristóteles, el hombre es un viviente que se caracteriza por tener lógos y noûs, de tal manera que su entidad está determinada por ambas realidades140. Más 137 G. W. F. Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas (Madrid 1997) 604. 138 Cf. Protréptico, 65. 139 Ibíd., 23. Cf. ibíd., 60. 140 Cf. Ética nicomáquea, 1168b35-69a2, 1178a5-8; Protréptico, 65. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual [término] medio suyo que se escinde en espíritu y naturaleza, [lleva] 250 aún, en el hombre «el lógos y el noûs son el fin de la naturaleza»141, santiago garcía acuña de modo que a ellos deben ordenarse todas las demás facultades del ser humano. El noûs está en el lógos del alma humana, pero no se identifica con él ni es reducible a él; más aún, para Aristóteles, el noûs es superior al lógos, pues él lo subordina todo a aquel y no a este, que también queda así referido al noûs. La superioridad del noûs sobre el lógos reside en el carácter separable de aquel, lo que implica su índole divina. De ahí que el Estagirita afirme que el ser humano «despojado de irracionalidad, pero manteniendo el noûs, se iguala a la divinidad»142; que «nada de divino (...) les pertenece a los hombres, excepto (...) lo que hay en nosotros de noûs y sabiduría, pues esto es lo único de nosotros que parece ser inmortal y divino»143. Para Aristóteles, «el noûs es el dios nuestro»144, es decir, lo divino en nosotros o nuestra dimensión divina. El noûs es en sí mismo divino o la parte más divina que hay en nosotros145. Y por la presencia de noûs en el hombre se puede afirmar que «la vida mortal contiene una parte de algún dios»146. Si el noûs respecto del compuesto humano, o sea, con relación al hombre como entidad hilemórfica, es algo divino en él, también la actividad de ese algo divino del alma y la vida según él serán divinas respecto de las otras actividades del hombre y de los demás aspectos de su vida147. E igualmente, por 141 Política, 1334b15. 142 Protréptico, 28. 143 Protréptico, 108. Aristóteles considera que lo divino se halla únicamente en la naturaleza que es inmóvil y separada (cf. Metafísica, 1026a20-21, 1064a36-37). 144 Protréptico, 110. 145 Cf. Ética nicomáquea, 1177a17-18. 146 Protréptico, 110. 147 Cf. Ética nicomáquea, 1177b26ss. tener noûs, «el hombre parece ser un dios en relación con los demás 251 seres» . Así pues, el hombre tiene lógos y noûs, pero «de los dos, sólo el noûs le permite [al hombre] participar en lo eterno y lo divino, mientras que el lógos, destinado a “decir lo que es”, legein ta eonta (Heródoto), es el atributo específico y exclusivamente humano que se aplica también al mero “pensamiento mortal”, a las opiniones o dogmata, a lo que ocurre en el ámbito de los asuntos humanos, a lo que simplemente “parece”, pero no es»149. En efecto, la actividad específica del lógos es el poder de decir, o sea, la capacidad de poner de manifiesto (aletheuein) y, por tanto, de hacer manifiestas las realidades conocidas, sean estas las que sean150. La actividad del lógos es enunciar, decir de las cosas151. Afirma Aristóteles que «la razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal gregario, un animal social es evidente: (...) el hombre es el único animal que tiene palabra (lógos). La voz (phoné) es signo del dolor y del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer y comunicársela unos a otros; pero la palabra (lógos) es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre, frente a los demás animales, el tener, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, etc., y la comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad»152. El hombre, porque tiene lógos, es capaz de enunciar y decir el conocimiento de lo que las cosas son, o sea, de predicar la verdad (alétheia) de estas. El poder cognoscitivo del noûs, que alcanza las cosas en 148 Protréptico, 109. 149 H. Arendt, La vida del espíritu (Barcelona 2002) 160. Cf. Metafísica, 1011a15ss., 1011b25-29, 1046b7-14; Categorías, 1a1-20. 150 Cf. M. Heidegger, Los problemas fundamentales de la fenomenología (Madrid 2000) 103-104. 151 Cf. Categorías 1a16ss. 152 Política, 1253a9-18. Cf. ibíd., 1332b4-5. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual 148 252 lo-que-son, o lo que es lo mismo, en su sentido esencial, y el lógos, santiago garcía acuña ambos presentes en el hombre, fundan, según Aristóteles, la comunidad y la sociedad humanas. Lógos en cuanto tal no es intelecto ni pensamiento, sino palabra y razón, y consecuentemente, enunciado153 o discurso para decir lo que es en cuanto conocido o sabido. Y en su decir, «el alma discursiva utiliza imágenes»154; esto implica que el lógos en su actividad propia el decir en orden a manifestar y comunicar lo conocido está vinculado a lo material, pues toda imagen, también las que no tienen materia, como por ejemplo las imágenes mentales, no se dan sin lo material inmaterial y sin conexión con lo corpóreo, pues la imaginación es un movimiento de la facultad sensitiva. Por eso, el lógos humano no es separable. No podemos pasar por alto que para Aristóteles el noûs, aunque no se identifica con el lógos, está en él. En el lógos humano hay noûs. Vinculado al noûs, el lógos presente en el hombre hace que este pueda manifestar y comunicar las esencias inteligidas por el noûs en lenguaje, creando así los conceptos de las cosas155. La conceptualización le es posible al lógos en la medida que el noûs presente en él aporta el conocimiento esencial de las cosas, siendo aquella la traducción lingüística del mismísimo conocimiento esencial156. Porque el hombre tiene lógos y noûs, su lenguaje es un lenguaje conceptual. Sin los conceptos, las palabras son vacías y planas, meros términos; pero sin las palabras, los conceptos no existen, pues estos no son otra cosa que el resultado de verter en lenguaje lo inteligible en acto de las cosas, o sea, la esencia inteligida de estas, de tal modo que sin los 153 «Enunciado es un sonido significativo, cualquiera de cuyas partes es significativa por separado como enunciación, pero no como afirmación», Sobre la interpretación, 16b26-27. 154 Sobre el alma, 431a14-15. Cf. Acerca de la memoria y de la reminiscencia, (449b)31ss. 155 Cf. Metafísica, 1039b20. 156 «El lógos de la esencia de cada cosa es aquel enunciado que expresa la cosa misma sin que ella misma esté incluida en él», Metafísica, 1029b20-21. conceptos la esencia conocida intelectualmente por el noûs permane- 253 conocimiento esencial. Más aún, el lógos, encarnando primeramente la esencia inteligida por el noûs en los conceptos (palabra mental), y después en lenguaje corporal (palabra proferida o nombre157), posibilita la ulterior definición de las cosas158, así como el discurso el decir racionalmente concatenado159 y también el diálogo racional. Se puede afirmar, por tanto, que a través del lógos la actividad propia del noûs, que en el ámbito del conocimiento se modula como intelección, no permanece encerrada en el noûs, sino que sale de este, encontrándose el hombre abierto al diálogo consigo mismo y también a la comunicación intersubjetiva. El lógos humano es lingüístico, predicativo y discursivo. En cambio, la actividad propia del noûs no es la palabra, la predicación ni el discurso. La razón de ello radica en que el noûs tiene como naturaleza su propia actividad, que en cuanto tal no está referida a nada más que a sí misma; si bien es cierto que esta identidad del noûs con 157 Los nombres, que se emplean en lugar de los objetos, son como símbolos de estos (cf. Sobre las refutaciones sofísticas, 165a5ss.; Sobre la interpretación, 16a19ss.; Acerca de la sensación y de lo sensible, 437a14-15). Por su parte, «lo que hay en el sonido [de la palabra pronunciada] son símbolos de las afecciones que hay en el alma, y la escritura es símbolo de lo que hay en el sonido» (Sobre la interpretación, 16a3-4). 158 Cf. Metafísica, 1031a11-14, 1034b20. La definición (hóros) constituye el predicado esencial de la cosa, o sea, el enunciado de lo-que-es, y, por tanto, el predicado coextensivo en relación con la cosa misma (cf. Tópicos 102a1ss., 103b11). Con otras palabras, definir consiste en expresar «el qué es ser de lo definido» (ibíd., 139a34; cf. ibíd., 141a35ss., 153a15ss.). «La definición lo es del qué es y de la entidad» (Analíticos segundos, 90b30; cf. ibíd., 90b4-5, 94a9-11). La definición no se alcanza por demostración ni por razonamiento (ibíd., 90a13-92b6), sino que por medio del noûs es como tenemos acceso a la esencia en cuanto lo inteligible en potencia en las cosas (el qué es de ese algo), de ahí la afirmación aristotélica: «el noûs es de definiciones, de las cuales no hay razonamientos» (Ética nicomáquea, 1142a26-27). «No obstante, aunque no hay razonamiento ni demostración del qué es, se pone en claro a través del razonamiento y la demostración» (Analíticos segundos, 93b16-18). 159 «Un razonamiento (syllogismós) es un discurso (lógos) en el que, sentadas ciertas cosas, necesariamente se da a la vez, a través de lo establecido, algo distinto de lo establecido» (Tópicos 100a25-27). el ca mino aristotélico hacia lo espiritual cería encerrada y oculta en él. Los conceptos son la representación del 254 su actividad se da en el noûs del hombre de modo potencial. Por eso, santiago garcía acuña también la actividad propia del noûs cuando interviene en la función cognoscitiva del alma humana carece en cuanto tal de cualquier tipo de proceso foráneo al propio noûs, y el criterio de su propia actividad radica en él mismo, a saber: en la identidad entre el intelecto (noûs), el inteligir (nóesis) y lo inteligido o contenido de la intelección (nóema). En cambio, el lógos no se tiene a sí mismo como objeto de su actividad propia, que no es otra que poner de manifiesto (aletheuein). El lógos en su decir, en su actividad de manifestar, no se comunica a él mismo, sino a algo que le es exterior, pues la esencia de su operación es verter en lenguaje el conocimiento, tanto el saber esencial, o sea, las intelecciones del noûs, dando lugar a los conceptos, como el saber perceptivo o imaginativo de las cosas, a fin de representarlo hacia fuera. De ahí que el criterio y la medida de la traducción del lógos no sea el lógos mismo, sino su adecuación a las cosas en cuanto conocidas, es decir, que la versión lingüística de lo conocido ponga de manifiesto con la mayor transparencia y fidelidad la realidad de los objetos de conocimiento que son dados como tales por el noûs o por las diversas facultades cognoscitivas del alma. Por eso, es en la actividad propia del lógos donde puede darse lo falso y el engaño160, no en la del noûs. Respecto de la actividad del noûs son únicamente posibles, y siempre en relación con el conocimiento, el error y la ignorancia161. El lenguaje y el discurso racionales, como sucede también con el conocer, no son la acción propia y separada del noûs en el hombre. Como veremos con mayor profundidad a continuación, la actividad propia y separada del noûs, al margen del conocer y del hablar huma- 160 Cf. Acerca del alma, 430b24ss; 432a12; Metafísica, 1012a4-5, 1024b26ss., 1027b25-28; 1051b635; Categorías, 2a9, 4a25-30, 4b9-11, 13b10ss., 14b20-22. 161 Cf. Acerca del alma, 430b4ss.; Metafísica, 1052a1-4; Analíticos segundos, 100b6ss. Como también señala Aristóteles, el error puede darse igualmente en el ámbito de la sensación, «puesto que sentir es discernir, y discernir es posible hacerlo correcta e incorrectamente» (Tópicos, 111a16-17; Cf. Acerca del alma, 428b17ss.). nos, es, según Aristóteles, el pensar que se refleja a sí mismo en sí 255 un pensamiento autocontemplador implica necesariamente la identificación de sí mismo tanto con su actividad de pensar como con el objeto de la misma, es decir, con lo pensado. El noûs como substancia separada no es para Aristóteles otra cosa que nÒhsij no»sewj nÒhsij: pensar en cuanto pensamiento de pensamiento. Ciertamente no se da conocimiento esencial y lenguaje conceptual sobre la realidad, que posibilita la predicación y el discurso racional, sin la intervención del noûs. Por eso puede hablarse de un “pensamiento cognitivo” (en el ámbito del conocimiento humano) y un “pensamiento discursivo” (en el ámbito del lenguaje humano). Sin embargo, según Aristóteles, dichos pensamientos son meramente humanos, y por tanto, mortales, porque el noûs actúa en los ámbitos cognitivo y lingüístico vinculado a la facultad sensitiva y al lógos del alma humana, respectivamente, y tanto este como aquella no son separables de lo corpóreo, de tal modo que en las acciones de conocer intelectualmente las cosas físicas, de hablar conceptualmente y de razonar discursivamente, el noûs, que de suyo es separable, realiza de hecho su actividad propia como no-separado, pues lo hace en conexión con lo que no es separable. Solamente en el pensamiento que es pensamiento de pensamiento, el noûs realiza su actividad propia como separado; por eso es ahí donde el noûs parece lo inmortal y lo divino en el hombre. Aunque el conocimiento esencial de las cosas físicas lo alcance el hombre gracias al noûs presente en su alma, y únicamente en virtud de la actividad específica de este, sin embargo, el noûs accede a las cosas físicas mediante las representaciones sensitivas o imaginativas, las cuales están vinculadas a lo corpóreo. De manera semejante, el hablar conceptual por parte del hombre, aun no dándose sin la actividad del noûs, necesita del lógos, porque es una representación lingüística, e incluso también de lo corpóreo cuando no es únicamente palabra interior, sino que es vertido en palabra proferida. En el cono- el ca mino aristotélico hacia lo espiritual mismo, siendo, en consecuencia, autocontemplación. Ahora bien, 256 cimiento de las cosas físicas y en el lenguaje, el noûs se deja dar las santiago garcía acuña representaciones de la facultad sensitiva y de la palabra del lógos, en el primer caso, para acceder a las cosas de las que ha de inteligir la esencia, y en el segundo caso, para exteriorizar y dar a luz el conocimiento esencial que ha concebido en sí. La actividad de conocer y la actividad de hablar tienen límite-término (péras) y, por tanto, no son fin (télos) en sí mismas. Se trata de actividades que son relativas y están subordinadas a un fin que les es extrínseco, constituyendo este el límite-término de ellas, a saber: del conocer, al objeto de conocimiento; del hablar, al objeto enunciado. El hombre mientras está realizando tanto la actividad de conocer como la de hablar se encuentra en movimiento, pues aún no se da aquello para lo cual está actuando, y cesa en dichas actividades cuando logra su término: cuando ya ha conocido lo que deseaba conocer, y cuando ya ha dicho lo que quería enunciar. En ambos casos, la actividad y el fin de la misma son cosas distintas. Por el contrario, la actividad de pensar no tiene término ni límite, porque ella misma es su propio fin; con otras palabras, como el fin del pensar es inmanente e idéntico al acto de pensar, cuando la actividad del pensamiento se logra en su fin propio, esta no cesa, al contrario, se da entonces de modo actual y en plenitud, pues se realiza a sí misma. Por no dirigirse a algo distinto y fuera de sí, en el pensamiento que se piensa, a diferencia del conocer y del hablar, coinciden fin y actualización162. Desde la perspectiva de Aristóteles, pensar consiste en una actividad que se realiza por sí misma, pues con ella no se intenta nada más allá de la misma actividad de pensar163. La pregunta que debe ser planteada al punto es la siguiente: ¿No necesitará también el noûs del lógos y de la experiencia para realizar su actividad propia, o sea, para pasar de poder pensar a pensar en acto? ¿Es el conocimiento o el lenguaje aquello que nos hace pensar? 162 Cf. Metafísica, 1048 b 18-36; Acerca del alma, 417 b 20-25. 163 Cf. Ética nicomáquea, 1176b5-7; 1177b2-3,19. ¿Pensamos porque somos seres lingüísticos (con lógos) y sensitivos 257 miento sin cuerpo? En definitiva, ¿cómo pasa el noûs en el hombre de la potencialidad de pensar a la actividad de pensar? 7.3. El pensar humano y el noûs Guiándose por la estela de los fenómenos en los que se exterioriza el alma humana como motor de ese automoviente que es el hombre, o sea, por la pluralidad de su actividad psíquica, que manifiesta poderes bien diversos y diferenciados, Aristóteles alcanzó a determinar, como ya hemos señalado, el poder que tiene el alma humana de inteligir lo que las cosas son, de crear conceptos y juicios, de hablar racionalmente y con discurso lógico. Como explicación de estos hechos propios de la vida humana, que no se dan en otros vivientes, el Estagirita postuló la existencia en el alma humana de “algo” que no está presente en el alma nutritiva y en el alma sensitiva, y que interviene en el conocimiento y en el lenguaje humanos. A ese “algo” más en el alma humana, que hace de ella, junto con el lógos, un alma racional, y cuya actividad propia parece indicar que el alma humana es separable en algún aspecto, el Estagirita lo llamó noûs. Para Aristóteles, el noûs en la psyché humana constituye aquello que en el hombre es substancia inmaterial, o sea, lo inmaterial con consistencia en sí mismo, y, por tanto, independiente respecto de lo corpóreo. El lenguaje propio del hombre y su conocer específico llevaron a Aristóteles a discernir un pensamiento cognitivo y un pensamiento racional en tanto que el noûs colabora en el conocer y el lenguaje humanos; sin embargo, el Estagirita consideró la existencia de fenómenos en los que el noûs realiza su actividad propia sin estar vinculado a nada más que a sí mismo, de tal modo que en ellos el noûs, más allá del conocimiento y del lenguaje, se manifiesta en su realidad propia y peculiar. Se dio cuenta así de que la actividad propia del noûs no consiste en el conocer esencial ni en el hablar conceptual, sino en el ca mino aristotélico hacia lo espiritual (con sensibilidad)? ¿Puede pensar el noûs sin lenguaje? ¿Cabe pensa- 258 el pensar, que se modula como intelección en el campo del conoci- santiago garcía acuña miento esencial y como conceptualización en el ámbito del lógos. Más aún, llevado por los indicios de los hechos, Aristóteles, trascendiendo el pensamiento cognitivo y el pensamiento racional, alcanzó el pensamiento que es pensamiento de pensamiento (nÒhsij no»sewj) como esencia del noûs. Y a la luz de su esencia específica, Aristóteles afirmó que en el alma humana «el noûs es separable»164 y que «la virtud del noûs está separada»165, o sea, que no se encuentra complicada con el compuesto humano. Para el filósofo de Estagira, «la vida se define por la facultad de sensación en el caso de los animales, y por una facultad de sensación y de pensamiento en los hombres; pero la facultad se refiere a la correspondiente actividad, y la actividad es lo principal; así, el vivir [humano] parece consistir principalmente en sentir y pensar»166. Los pensamientos en cuanto tales no son conocidos ni expresados, sino simplemente pensados. Pensar no se identifica ni con el conocer ni con el hablar ni con el razonar. Además, para Aristóteles, la conciencia de los pensamientos no es exactamente conocimiento, pues el pensamiento en sí mismo no constituye bajo ningún aspecto algo ajeno y distinto al propio noûs, ni se dirige intencionalmente hacia algo exterior y diverso de sí mismo, sino sólo a sí mismo. Tampoco la conciencia de los pensamientos puede ser percibida por la facultad sensitiva, ya que no está vinculada a nada material, sino que se trata de pensamiento de pensamiento, pensamiento vuelto hacia sí mismo, o sea, pensamiento especulativo, que se refleja a sí mismo en sí mismo. Aristóteles, diferenciando la autoconciencia propia del pensamiento reflexivo del noûs respecto del conocimiento, llamó theoría a esa contemplación del pensamiento en su propia actividad de pen- 164 Acerca del alma, 429b6. 165 Ética nicomáquea 1178a21. 166 Ibíd., 1170a16-20. sar. La theoría, en contraste con el pensar cognoscitivo y el pensar 259 misma, poseyendo, consecuentemente, conciencia de sí167. El noûs es aquello que en el alma humana tiene poder de theoría. La actividad teórica no se identifica ni con el conocimiento ni con el lenguaje, aunque estos no puedan darse como conocimiento esencial y como lenguaje conceptual, respectivamente, sin el noûs. Es verdad que el noûs también puede intervenir en orden a la acción; pero cuando lo hace, el noûs no permanece en sí mismo y, por ende, en el ejercicio de su propia y específica actividad teórica. En efecto, toda acción intenta lograr un fin a través de medios ordenados a él168; por eso «la acción es movimiento»169. En el ámbito práctico, el noûs no se tiene a sí mismo por objeto de su actividad, sino que esta se dirige al fin de la acción o a aquello que es medio para ese fin. El Estagirita, considerando la existencia en el hombre de la actividad teórica, fue capaz de discernir la existencia en el alma humana de “algo”, el noûs, que no puede ser reducido a la facultad cognoscitiva, a facultad lingüística ni a la razón práctica de la psyché humana. La actividad teórica del noûs (theoría) es metà lógou, más allá del lógos170, y trasciende igualmente el conocimiento y la acción. El noûs en sí mismo no es ni cognitivo ni predicativo ni práctico, sino teórico. La actividad propia y específica del noûs consiste en pensar (nóesis) que se tiene a sí mismo como objeto inmediato de su actuar, de tal modo que implica la autointelección, o sea, el saber-se reflexivo (saber de sí mismo pensándose). La presencialidad consciente de sí mismo para sí mismo es algo propio del noûs en el ejercicio de su actividad teórica. Por tener como esencia la theoría, el noûs es, a la vez, con- 167 Política, 1325b20-21. 168 La acción consta esencialmente de dos elementos: del fin y de los medios en orden al fin (cf. Acerca del cielo, 292b5-6). 169 Ética eudemia, 1222b30-31. 170 Cf. Analíticos segundos, 100b5-17. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual discursivo, es actividad que tiene su fin en sí misma y se ejercita por sí santiago garcía acuña 260 templativo, reflexivo y especulativo, ya que posee el poder de volver sobre sí mismo y de estar presente a sí mismo con conciencia de sí171. El noûs en su actividad propia y específica theoría— se dirige intencionalmente hacia sí mismo172. Si el conocer, el discurso lógico y la acción son rectilíneos, pues se dirigen intencionalmente hacia un fin que les es extrínseco y, por tanto, no se identifica con ellos mismos, el noûs, por su parte, se muestra curvo y redondo, pues su actividad propia la inicia desde sí mismo, la despliega consigo y para sí, y la concluye también en él. De ahí que la actividad contemplativa «es la única que parece ser amada por sí misma, pues nada se saca de ella excepto la contemplación, mientras que de las actividades prácticas obtenemos, más o menos, otras cosas, además de la acción misma»173. «La actividad del noûs, que es contemplativa, (...) no aspira a otro fin que a sí misma y a tener su propio placer (que aumenta la actividad), entonces la autarquía, el ocio y la ausencia de fatiga, humanamente posibles, y todas las demás cosas que se atribuyen al hombre dichoso, parecen existir, evidentemente, en esta actividad»174. Por eso, para - es la actividad «más excelente (pues el intelecto Aristóteles, la theoría es lo mejor de lo que hay en nosotros y está en relación con lo mejor de los objetos cognoscibles); también es la más continua, pues somos más capaces de contemplar continuamente que de realizar cualquier otra actividad»175. Según Aristóteles, la theoría, esencia del noûs, cuyo fin propio es ella misma, tiene como función la aletheia (verdad)176, la develación de lo-que-es, o sea, la verdad ontológica, siendo la acti- 171 Cf. Acerca del alma, 429b9. 172 Cf. Tópicos, 145a15ss. 173 Ética nicomáquea, 1177b16ss. 174 Ibíd., 1177b18ss. 175 Ibíd., 1177a20-23. 176 Cf. Metafísica, 993b20-21; Protréptico, 65; Ética nicomáquea, 1139a28-29; Ética eudemia, 1221b30. vidad teórica la que suscita en el hombre tanto la sabiduría177, que 261 versa sobre los primeros principios y las causas , como la felicidad y la vida perfectas179. Esta funcionalidad teórica de la nÒhsij puede ser confundida ni equiparada con el decir-la-verdad, funcionalidad propia del lógos, ni con el actuar según el deseo racional. Aristóteles, siguiendo la experiencia de los fenómenos humanos, alcanzó la distinción en el noûs del hombre de dos fases diferenciadas. En primer lugar, la fase en que el noûs realiza su actividad propia en conexión con la facultad sensitiva y con el lógos del alma humana, teniendo como objeto inmediato de su inteligir la esencia de las cosas y no a sí mismo. En este estadio primero, el noûs como tal es únicamente objeto indirecto de su propia actividad intelectiva, porque él es en potencia todo lo inteligible de las cosas. Esta fase primera está caracterizada por la no presencia en acto del noûs a sí mismo. Se trata del estadio pre-reflexivo del noûs, propio del período infantil del hombre. En segundo lugar, la fase en la que el noûs, pudiendo continuar con su aportación propia al conocer y al discurso humanos, sin embargo, emerge a la reflexión, centrándose en sí mismo, ensimismándose en la especulación y contemplación de sí (theoría); en este segundo estadio, la actividad del noûs no recibe nada de fuera y no está vinculada a nada que no sea ella misma. Para Aristóteles la característica propia de esta segunda fase es la autopresencia reflexiva del noûs. En la primera fase señalada por Aristóteles, no es que el noûs en cuanto tal y respecto de su actividad propia necesite de la facultad sensitiva y del lógos, pues no son estos quienes hacen que el noûs rea- 177 Conviene tener presente aquí lo que ya se indicó anteriormente: el conocimiento es resultado de una acción del alma en la que intervienen la facultad sensitiva o el noûs, bien sólo la primera, o bien aquella y este; en cambio, para Aristóteles, la sabiduría humana es resultado de la acción propia del noûs. 178 Cf. Metafísica, 982a1ss., 992a25; Ética nicomáquea, 1141a5ss. 179 Cf. Protréptico, 85, 87, 91, 94, 96; Ética nicomáquea, 1177a12ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual 178 262 lice su actividad propia. Las intelecciones de las esencias de las cosas santiago garcía acuña las crea por sí, en sí y desde sí, aunque en relación con lo que recibe desde el alma sensitiva; y tampoco el lógos constituye las intelecciones, sino que el noûs recibe de él el lenguaje que exterioriza y comunica lo que aquel ha inteligido. Sin embargo, en tanto que las representaciones sensibles y el lenguaje racional sirven de instrumentos al noûs en el pensar cognitivo y en el pensar discursivo, respectivamente, este padece “algo” del movimiento de aquellos, y ese movimiento accidental, no motor, va como desplazando suave y imperceptiblemente al noûs hacia la siguiente fase, en la cual el noûs se intelige y se piensa, teniéndose a sí mismo como objeto inmediato y directo de su actividad propia. Así pues, todo parece indicar que el noûs presente en el alma humana requiere del trato con lo distinto de él, concretamente de lo sensitivo y del lógos, para convertirse en objeto primero y principal de su propia actividad, pero no para actualizar su actividad específica y separada. Suponiendo que fuera posible, cosa que difícilmente sucede, ¿llegaría a pensarse el noûs de un hombre que estuviera sometido a un constante y absoluto aislamiento tanto con relación a la comunicación lingüística con los demás como respecto de todo lo sensible? Esta cuestión en su contenido nuclear puede ser formulada en los siguientes términos: ¿qué nos hace pensar reflexivamente? Para Aristóteles, tanto en la fase pre-reflexiva como en la fase reflexiva del noûs, no es ni la facultad sensitiva ni el lógos lo que hace que aquel pase del poder pensar al pensar en acto. No obstante, en el primer estadio, como pensamiento cognitivo, como pensamiento práctico y como pensamiento discursivo (diánoia), el noûs está ligado a estos como instrumentos de su propia actividad; en cambio, en el segundo estadio, caracterizado por la actuación del noûs como pensamiento que se piensa e intelige a sí mismo, es decir, como pensamiento teórico, el noûs no se muestra vinculado a nada que no sea él mismo; por eso es en la capacidad de theo@ría donde el noûs se le muestra separable a Aristóteles. El funda- dor del Perípato considera que el influjo que el noûs puede padecer 263 su intervención propia en el ámbito del conocimiento, del lenguaje y de la prâxis es en todo caso accidental. No son ellas las que nos hacen pensar de modo reflexivo. El noûs teórico en el hombre parece absolutamente separable: autónomo respecto de todo lo material y consistente en sí mismo, o sea, substancial. Sin embargo, todavía no es posible afirmar categóricamente la separabilidad del mismo, porque, rechazado que sea la sensibilidad, la palabra o el deseo aquello que nos hace pensar, falta claridad suficiente respecto del paso del poder pensar al pensar en acto. Permanece velada la cuestión de cómo el noûs llega a estar actuando su propia actividad; o de otro modo, qué es lo que nos hace pensar. Aristóteles determinó la esencia del noûs teórico, lo que este es en sí mismo, como nÒhsij no»sewj, como pensar que se piensa a sí mismo. El noûs teórico en cuanto tal es reflexivo y especulativo: pensamiento que se refleja a sí mismo y se autocontempla, viviendo en sí mismo y bastándose a sí mismo. Por esa autarquía que es propia del noûs, el Estagirita consideró a este, presente en el alma humana, algo divino, inmortal, como el dios en el hombre. Sin embargo, Aristóteles, siendo fiel a los datos de experiencia, enseñó que en el hombre la esencia del noûs teórico se da en potencia, pues el noûs del hombre no comienza por pensarse directa e inmediatamente a sí mismo, ni está continuamente pensando, ni se tiene a sí mismo como objeto único de su propia actividad. Sólo en su segundo estadio, el noûs teórico, de suyo reflexivo y especulativo, se intelige y se piensa; pero tampoco en esta fase se identifica total y absolutamente consigo mismo. El noûs teórico en cuanto tal se encuentra en potencia en el hombre; se halla en acto cuando intelige y piensa vuelto hacia sí mismo, lo que ocurre de manera indirecta en su primera fase, y de modo directo, aunque no pleno, en la segunda. Ahora bien, estar inteligiendo o el ca mino aristotélico hacia lo espiritual desde aquellas realidades humanas que constituyen instrumentos para 264 pensando es actualización no conclusa, dirigida hacia su propia con- santiago garcía acuña sumación (enteléchia) pero sin llegar a ella. El humano noûs teórico es actual en su esencia cuando la potencia de pensar se haya activa, o sea, en ejercicio de su propia actividad. Pero el paso de la potencia al acto implica movimiento. Y como todo lo que se mueve es movido por algo, cabe preguntarse por el moviente del noûs teórico del hombre: ¿nos encontramos ante una realidad automoviente o se trata de algo movido por otra cosa? 8. El postulado aristotélico de un noûs pasivo y de un noûs activo Aristóteles se encuentra en este momento, y nosotros con él, pues le hemos seguido en su camino, dentro de lo que parece un laberinto sin salida. Es como si la experiencia de los fenómenos en vez de abrir la vía hacia el misterio del noûs, la fueran cerrando progresivamente hasta ahogar toda posibilidad de avance en la comprensión del mismo. En efecto, por un lado, Aristóteles, basado en la experiencia de que el hombre no posee de manera actual todo lo inteligible desde el principio, ni llega a alcanzar la universalidad de lo inteligible en acto, afirma que la esencia del noûs en el alma humana se da en potencia y que en el hombre la actividad del noûs es enérgeia no entelécheia (acto pleno), o sea, acto como estado de actualización. Ejercer su propia actividad supone para el noûs humano estar pasando de la potencia al acto, o sea, un proceso de actualización, que es en lo que consiste para Aristóteles el movimiento. El noûs que pasa del poder de inteligir al acto de inteligir está en movimiento. Por otro lado, como realidad que parece separable, el noûs sólo puede ser movido por algo distinto de sí de modo accidental e indirecto, no de manera motora e inmediata; el noûs tiene que ser motor de su propia actividad, o sea, automoviente, pero esto exige necesariamente, siguiendo a Aristó- 265 motor inmóvil, la otra, movida. Si eso fuera así, la parte activa del noûs del hombre sería en sí misma acto-pleno, y por ello, motor último del noûs automoviente. La parte motora del noûs tendría que ser actualmente todo lo inteligible y, por tanto, plena y acabada nÒhsij no»sewj. Sin embargo, es esto último lo que contradicen los fenómenos. El hombre no posee una sabiduría absoluta y universal respecto de la esencia de las cosas y de sí mismo. Nos encontraríamos en la misma situación sin salida que al principio. Para no caer aquí en una contradicción interna, tendríamos que afirmar que la parte activa del noûs no puede pertenecer de suyo al hombre; únicamente la parte pasiva del noûs sería propia del ser humano; con lo cual habríamos pasado realmente de un noûs compuesto de partes, una activa y otra pasiva, a postular un noûs pasivo y un noûs activo, distintos e irreducibles entre sí. El primero sería propiamente el noûs del hombre, y el segundo, no, pues se trataría de un pensamiento de pensamiento en acto pleno. Aunque el noûs activo pudiera estar en el alma del hombre, tendría que presencializarse en ella sin pasar a ser algo suyo, es decir, sin llegar a constituir algo intrínseco al alma misma. La afirmación de un noûs activo en el alma humana, pero que no pertenece a ella, dejaría abierta la siguiente cuestión: ¿cómo movería el noûs activo presente en el alma humana el noûs humano, que en cuanto tal sería pasivo? Aristóteles intenta no quedar atrapado en el callejón sin salida, y para ello postula la existencia del noûs pasivo y del noûs activo en el alma humana. En efecto, buscando explicar con lógica y congruencia cómo se produce en el hombre el paso de poder pensar al pensamiento pensante, o sea, la actualización de su potencia de pensar y de pensarlo todo, y, por tanto, de su propia esencia teorética, el Estagirita distingue en el hombre un noûs pasivo (noûs pathetikós) y un noûs agente (noûs poietikós). Sin embargo, ya se desprende de lo dicho arriba, este intento de escapatoria exige necesariamente que se el ca mino aristotélico hacia lo espiritual teles, que el noûs conste de partes, una activa y otra pasiva: la una, 266 considere el noûs agente como no perteneciente al alma del hombre, santiago garcía acuña pues de serle propio, la distinción aristotélica de dos noûs no podría conducir a la superación de la dificultad existente; no haría más que posponer el problema y acrecentarlo. Aristóteles concibe el noûs pasivo como poder de inteligir lo inteligible de las cosas; la diferencia de este con respecto de la facultad sensitiva consiste en que esta, como ya se señaló anteriormente, es poder del alma para los «aspectos materiales» de las cosas, pero sin la materia de estas180; mientras que aquel intelige las formas en las imágenes181. Según esto, el noûs pasivo tendría en acto las formas de las cosas, pero no en tanto que inteligibles (eîdos), sino como “materializadas” en imágenes, sirviéndose para ello de las representaciones de la facultad sensitiva182. Y es calificado de noûs pasivo, porque, por un lado, en ese noûs, de un modo similar a lo que sucede en las substancias físicas, lo inteligible en cuanto inteligible se da sólo potencialmente, con la diferencia de que él tiene capacidad para poseer de modo actual lo inteligible en sí mismo, aunque en imagen, mientras que en las substancias físicas carentes de noûs no cabe dicha posibilidad, pues lo inteligible en acto tiene exclusivamente como lugar propio lo que es noûs; y por otro lado, es pasivo en cuanto noûs porque no puede obtener por sí mismo los “aspectos inteligibles” de las cosas de modo intelectivo: sólo llega a tener lo inteligible en cuanto inteligible de manera actual y efectivamente, más allá de la posesión imaginativa de lo inteligible, por la fuerza motriz de un noûs agente, que realiza la actividad (a manera de la luz) de la abstracción, liberando las formas 180 Aristóteles considera en este sentido que la materia puede ser de dos tipos: sensible e inteligible (cf. Metafísica, 1037a1-4). 181 Acerca del alma, 431b2. 182 Las imágenes sensibles son, para Aristóteles, afecciones del sentido común (cf. Acerca de la memoria y de la reminiscencia, 450a13; Acerca del alma, 418a17, 425a14, 428b8ss.; Acerca de la sensación y de lo sensible, 437a8-9; Acerca del sueño y la vigilia 454a22-23, 455a21-455b2; Acerca de los ensueños, 459a15ss.). en imágenes de las imágenes183, y que posee la intelección intelectual 267 alma humana, que sería pasivo respecto de lo inteligible en cuanto tal, vendría actualizada por el noûs agente. La actualización sería algo padecido por el noûs pasivo desde el noûs activo. Con palabras de Aristóteles: «existe un intelecto que es capaz de llegar a ser todas las cosas, y otro capaz de hacer que el primero sea todas las cosas; este último es a manera de una disposición habitual como, por ejemplo, la luz, porque esta hace en cierta manera que los colores en potencia sean colores en acto. Y tal intelecto es separable, sin mezcla e impasible, siendo como es acto por su propia entidad. Y es que siempre es más excelso el agente que el paciente, el principio que la materia»184. Puesto que el noûs pasivo pasa de la potencia respecto de la theoría al estar pensando teóricamente por la acción del noûs agente, aquel no puede realizar la actividad propia del noûs, o sea, el pensar que se piensa, sin ser movido por el noûs que es acto pleno. Sólo por el poder motor del noûs agente (noûs poietikós), la posesión potencial de los aspectos inteligibles de las cosas por parte del noûs pasivo se actualiza y llega a ser efectiva185. Para Aristóteles, en cada individuo humano la sabiduría es primero en potencia; sin embargo, aunque desde la perspectiva individual el noûs pasivo preceda al noûs activo, desde el punto de vista del universo, este es primero en todos los aspectos respecto de aquel186. La sabiduría en acto tiene que ser anterior y primaria respecto de la sabiduría en potencia en cada hombre187; 183 Acerca del alma, 431b, 13-17. El hecho de que el noûs pasivo realice su actividad vinculado a imágenes implica que para él no es posible pensar sin una imagen (cf. Acerca de la sensación y de lo sensible, 449b31-450a9; Acerca del alma, 432a10-14). 184 Acerca del alma, 430a14-20. Sobre la luz que transforma lo que carece de color en un objeto con color, véase: Ibíd., 418b11ss; Acerca de la sensación y de lo sensible, 439a18-19. 185 Cf. Acerca del alma, 430a15, 429a22, 430a1, 429a28s., 429b30s. 186 Cf. Ibíd., 430a20-23, 43a1-4. 187 Cf. Metafísica, 1049b3ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual de lo inteligible de las cosas. La potencialidad intelectiva del noûs del 268 si no fuera así, no habría movimiento, es decir, actualización de lo santiago garcía acuña potencial. Afirma Aristóteles que «el noûs en acto se identifica con sus objetos»188; si no fuese así, no podría ser pensamiento absolutamente actual (enteléchia), pues en él habría potencialidad, y, por tanto, tampoco sería motor primero e inmóvil del noûs pasivo. En el noûs agente, el pensamiento (noûs), el pensar (nÒhsij) y lo pensado o contenido de pensamiento (nóêma) coinciden de manera total. La esencia del noûs activo es nÒhsij no»sewj nÒhsij, pensamiento que se piensa en tanto que actividad de pensar plena, conclusa y permanente en sí misma. Por eso, el noûs agente se basta a sí mismo, o sea, es autárquico, «puesto que la autarquía consiste en estar provisto de todo y no carecer de nada»189. En y para el noûs activo no hay oscuridad alguna, ya que él es en acto todo lo inteligible y pensable. El noûs poietikós se identifica plenamente con el saber absoluto. Ahora bien, ser luz plena es algo que no pertenece propiamente a los hombres. Nosotros no nos tenemos a nosotros mismos en claridad absoluta, ni tampoco poseemos una sabiduría plena y permanente de las cosas. Nuestra ciencia no es nunca un saber más allá de todo misterio. Por eso, el noûs poietikós no puede ser en modo alguno un noûs humano, aunque esté en el alma del hombre; es divino: el dios presente en el hombre. El noûs paciente, tanto en su dimensión práctica como en su dimensión teórica, no es el principio del pensar teórico. ¿Cuál es el principio de theo@ría en el alma del hombre? La respuesta es evidente: «como en el universo, también aquí Dios lo mueve todo, ya que, de alguna manera, lo divino en nosotros mueve todas las cosas»190. En la concepción aristotélica del alma humana, el noûs agente, lo divino 188 Acerca del alma, 431b17. 189 Política, 1326b29-30. La autarquía del noûs agente hace que el hombre que se dedica a la actividad contemplativa, o sea, el sabio, sea el que más se baste a sí mismo, pues «aun estando sólo, puede teorizar, y cuanto más sabio, más» (Ética nicomáquea, 1177a33-34). 190 Ética eudemia, 1248a25-27. en el hombre, constituye el moviente primero del noûs pasivo, siendo 269 El noûs paciente no está separado de lo material, ni del compuesto hilemórfico191. Esto implica que, ligado necesariamente al cuerpo y a la entidad física, sufrirá tanto la descomposición de la materia concreta y conformada como la corrupción de la unidad hilemórfica, no permaneciendo en su ser. En el hombre, sólo el noûs activo acto pleno de pensar reflexivo sería separable e independiente, no sometido por tanto a los avatares del cuerpo y de la entidad física. Como realidad substancial inmaterial, totalmente actual en lo-que-es, el noûs poietikós presente en el alma humana subsistirá y permanecerá él mismo en sí mismo una vez destruido el compuesto que el hombre es. Para Aristóteles, con la muerte, no todo lo que está presente en el alma humana se malogra y se pierde, pues continúa existiendo como tal lo que era noûs activo en ella, aunque ahora efectivamente separado, pues sólo ese noûs estaba presente sin mezcla y con consistencia propia192. No obstante, el alma humana en cuanto forma del cuerpo y parte constitutiva del compuesto desaparecería toda ella en el momento de la muerte. La inmortalidad del noûs activo presente en el alma humana afirmada por el Estagirita sería importante para el hombre si la permanencia autónoma y separada del noûs poietikós después de la muerte supusiera de algún modo la supervivencia en él de la identidad singular y propia de cada hombre. Dentro de la explicación aristotélica, todo parece ir en sentido contrario a esto, puesto que, según Aristóteles, el noûs agente presente en el alma humana no es humano, sino un dios que tiene por esencia el pensar que se piensa en acto pleno. Si fuese así la cosa, el hecho de que el noûs poietikós no perezca con la muerte del hombre sería totalmente indiferente para este. 191 Cf. Acerca del alma, 431b19. 192 Cf. Metafísica, 1070a24-26. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual motor y rector de este. 270 Las consideraciones de Aristóteles referentes al noûs agente y santiago garcía acuña al noûs pasivo terminan con una serie de afirmaciones llenas de oscuridad y sumamente ambiguas. Dice el Estagirita: «Una vez separado [por el contexto se refiere al noûs que intelige siempre, o sea, al noûs activo] es sólo aquello que en realidad es y únicamente esto es inmortal y eterno. Nosotros, sin embargo, no somos capaces de recordarlo, porque tal principio es impasible, mientras que el intelecto pasivo es corruptible y sin él nada intelige»193. ¿Cómo habría que entender eso de que «una vez separado es sólo aquello que en realidad es»? El noûs activo separado del noûs pasivo no será ciertamente agente (noûs poietikós) de este, o sea, el motor inmóvil del noûs pathetikós, pues para moverlo tiene que tener algún tipo de contacto con él. Pero esto nos dice solamente lo que no es el noûs separable en cuanto efectivamente separado; nada expresa de lo que es. ¿Qué es el noûs activo en sí mismo, independientemente de su presencia en el alma humana? Siguiendo al Estagirita, la esencia del noûs activo consiste en nÒhsij no»sewj. Pensamiento de pensamiento es la esencia del noûs activo, pero es eso siendo impasible, inmortal y eterno, por tanto, poseyendo desde el principio loque-es en acto pleno (enteléchia). En cuanto separable pero de hecho no separado, es decir, estando presente en el alma humana, ¿el noûs activo como motor primero del noûs pasivo padece accidentalmente el movimiento de este, de tal manera que se vea alterado en algún aspecto? Y si así fuese, ¿sería dicha modificación la que le impediría ser sólo aquello que en realidad es? ¿Lo que el noûs poietikós es en cuanto noûs-acto lo es únicamente como entidad separada (kexorisméne) y no en su condición de separable? Una respuesta positiva a estas cuestiones implicaría la afirmación de que la ruptura de la conexión existente en el alma humana entre el noûs agente y el noûs 193 Acerca del alma, 430a23-25. pasivo constituye una verdadera liberación para aquel, y no una pér- 271 Si cambiamos de cuestión, ¿qué puede significar que nosotros no somos capaces de recordar el ser propio del noûs activo? ¿Lo conocíamos y nos hemos olvidado de él, y por eso no podemos traerlo de nuevo a la memoria? Si no nos acordamos de él, ¿cómo es que lo estamos considerando? ¿El tener conocimiento de él tendría que ser necesariamente una revelación de sí mismo hacia nosotros? Y por último, en la frase «mientras que el intelecto pasivo es corruptible y sin él nada intelige», ¿a quién se refiere Aristóteles con el pronombre personal de tercera persona singular?, ¿al noûs poietikós o al noûs pathetikós? Es posible que quisiera decir que el hombre concreto y singular nada puede inteligir sin el noûs pasivo, pues ningún hombre es en cuanto tal noûs-acto; cabe interpretarla también en el sentido de que el noûs pathetikós no puede pasar en modo alguno del estado de potencia a la actualidad respecto de su esencia y actividad propia al margen del noûs agente. Ambas posibilidades se ajustan a la explicación aristotélica del conocimiento intelectivo de lo inteligible. No concordarían con el pensamiento de Aristóteles las otras dos posibles combinaciones, a saber: que el noûs poietikós no pueda en modo alguno realizar su actividad sin el concurso del noûs pathetikós; y que este no intelige nada sin el noûs agente. La primera es totalmente imposible, porque contradice la actualidad plena del noûs activo. La segunda también debe ser rechazada, pues el noûs paciente, aunque no puede desde sí mismo captar la forma en cuanto eîdos, es capaz de inteligir en imágenes la forma de las cosas, que es en potencia lo inteligible en ellas, es decir, de inteligirlas de modo imaginativo, no intelectivamente; esta segunda interpretación sería aceptable únicamente si se refiriera a que el noûs pathetikós no intelige nada inteligible en cuanto inteligible sin el noûs poietikós, ya que aquel intelige siempre las formas desde él mismo y por sí mismo imaginativamente, y no lo el ca mino aristotélico hacia lo espiritual dida, pues solamente entonces sería lo que en realidad es. 272 hace sin la “materialidad” de la imagen si no es movido por el noûs santiago garcía acuña agente. En lo referente a cómo concibe Aristóteles el noûs agente una cosa es clara: el noûs activo no forma parte del alma unida al cuerpo ni es propiamente de ella, aunque está en ella. Al alma racional no separable, enteléchia del compuesto hombre, pertenece únicamente el noûs pasivo. El estar del noûs activo en el alma humana no supone en modo alguno que aquel pase a ser algo intrínseco al cuerpo que aquella formaliza y parte del compuesto; de tal modo que si el alma unida al cuerpo no es separable de este, el noûs activo presente en el alma humana tiene como índole propia la separabilidad. El noûs activo, según Aristóteles, por tanto, no es ni forma del cuerpo humano ni enteléchia de la entidad hilemórfica. Suponiendo que esto fuera así, habría que preguntarse de dónde le viene al hombre el noûs activo, pues este, al ser algo eterno, impasible e inmortal, no cabe que sea educido del compuesto que el hombre es. Para Aristóteles la única hipótesis aceptable en relación a la aparición del noûs en el hombre es que a este el noûs le «adviene desde fuera»194. Pero también podríamos cuestionarnos sí este noûs separable, que no puede tener origen en el hombre, es uno o más en número195. Si fuese uno, entonces ese noûs activo universal se haría presente en el alma racional de cada hombre. Si fueran más de uno, cabrían al menos dos posibilidades: que cada hombre tuviera un noûs activo singular, en este caso el número total de ellos sería idéntico a la cantidad de hombres que hallan existido, existan y vayan a existir; o bien que siendo más que uno, cada uno de ellos se haga presente en una pluralidad de almas humanas, siendo entonces el noûs activo de un grupo de hombres, con lo que se daría explicación a la profunda semejanza entre ellos y a su comunión recíproca. En este segundo caso, cada noûs poietikós 194 Acerca de la generación de los animales, 736b25-29, 737a10, 744b22. 195 Cf. Metafísica, 995b33-34. existente sería el noûs agente de una comunidad humana, de un pue- 273 ¿Cómo mueve el noûs activo al noûs pasivo? El noûs teórico que especula contemplándose a sí mismo reflexivamente no es el principio del movimiento local del hombre. El pensamiento teórico no produce movimiento de translación alguno, y si lo produjera, él permanecería inmóvil en sí mismo196. El noûs reflexivo de por sí nada mueve, pues no tiene algo práctico por objeto, sino sólo lo inteligible, que se identifica plenamente consigo mismo. Según Aristóteles, sólo el noûs que no se tiene a sí mismo por objeto, sino que realiza su actividad por causa de algo y con vistas a algo, o sea, el noûs praktikós (pensamiento deseoso o deseo pensante) es principio motor197. El movimiento local, que para Aristóteles constituye el movimiento principal, puede tener como principio el deseo sensible o el noûs práctico, es decir, aquel que razona con vistas a un fin, y como único motor, o sea, en virtud de lo cual mueven los dos principios señalados, el objeto deseable198. «Por consiguiente, lo que causa el movimiento es siempre el objeto deseable que, a su vez, es lo bueno o lo que se presenta como bueno. Pero no cualquier objeto bueno, sino el bien realizable a través de la acción. Y el bien realizable a través de la acción es el que puede ser de otra manera que como es»199. Ahora bien, como los motores pueden ser de dos tipos: inmóvil, el que mueve sin moverse, y móvil, el que mueve moviéndose, «el que permanece inmóvil es el bien realizable a través de la acción, el que mueve moviéndose es la facultad desiderativa»200, la cual es doble en el hombre: la facultad apetitiva y el noûs práctico. 196 Cf. Acerca del alma, 434a17-21. 197 Cf. Ética nicomáquea, 1139b1-6. 198 Cf. Acerca del alma, 432a9ss.; Metafísica, 994b15; Ética nicomáquea, 1139a20ss. 199 Acerca del alma, 432a27-30. 200 Ibíd., 433a15-17. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual blo, y de los hombres singulares que lo integran. 274 El hombre es automoviente «en la medida en que es capaz de santiago garcía acuña desear. Por su parte, la facultad de desear no se da a no ser que haya imaginación. Y toda imaginación, a su vez, es racional o sensible. De esta última, en fin, participan también el resto de los animales»201. El noûs activo, de carácter separable y no imaginativo, no es en el alma humana motor del cuerpo ni, por tanto, principio del automovimiento local. El noûs en el hombre que puede ser principio de automovimiento para este respecto del lugar es únicamente aquel que es inseparable en cuanto a la magnitud y la extensión, o sea, que está vinculado a lo corpóreo: el noûs pasivo. En relación con este, hay que distinguir, por un lado, una dimensión cognoscitiva, en la que llega a tener desde su propia capacidad lo inteligible en imágenes, siempre en conexión con las representaciones sensibles de la facultad sensitiva, y en la que puede llegar a poseer actualmente lo inteligible en cuanto tal, pero siempre de modo paciente a través de la actividad motora del noûs activo; por otra parte, una dimensión práctica, donde el principio actualizante es el deseo (órexis). El noûs práctico es intencional hacia lo que no posee y capta como bien, y, por tanto, se dirige a un fin, estando subordinado al deseo de lo deseado; en cambio, el noûs teórico es su propio fin y se tiene totalmente a sí mismo202. Respecto del noûs práctico, «el fin es, pues, el principio del pensamiento, pero la conclusión del pensamiento es el principio de la acción»203. El movimiento local es originado por el deseo suscitado por la imaginación racional (noûs pasivo) o por la imaginación sensible (facultad sensitiva). El apetito y el intelecto práctico mueven gracias a un principio motor que en cuanto tal es común a ambos: el objeto deseable, de tal modo que este es para los dos como una forma 201 Ibíd., 433b27-30. 202 Cf. Metafísica, 982b27. 203 Ética eudemia, 1227b33-34. común (ekínoun eîdos)204. Ahora bien, como hay dos movientes en el 275 ordena que se huya de algo o se busque, no por eso se produce el movimiento correspondiente, sino que a veces se actúa siguiendo la pauta del apetito, como ocurre, por ejemplo, con los que carecen de autocontrol»205. En este caso el deseo a través de la facultad sensitiva se impone al noûs pasivo en su dimensión práctica, por el cual deseamos algo porque lo juzgamos bueno. Para Aristóteles, «cada hombre es su noûs, o su noûs principalmente, y que el hombre bueno ama esta parte sobre todo. Por eso, será un amante de sí mismo en el más alto grado, pero de otra índole que el que es censurado, y diferirá de este tanto cuanto el vivir de acuerdo con el noûs difiere del vivir de acuerdo con las pasiones, y el desear lo que es noble difiere del deseo de lo que parece útil»206. «En efecto, lo deseable para el apetito es lo que parece bueno, mientras que lo deseable para la voluntad racional es, primariamente, lo que es bueno. Pues, más bien, deseamos algo porque lo juzgamos bueno y no, al contrario, lo juzgamos bueno porque lo deseamos»207. Si el noûs pasivo es lo más excelente y mejor de nosotros por naturaleza, pues el noûs activo está en nosotros pero no nos es intrínseco, el objeto último del deseo para cada hombre es el noûs pasivo, por el cual deseamos lo que es más noble y deseable, o sea, aquello que nos conduce hacia la posesión del fin último de nuestro deseo208. El noûs activo, motor inmóvil y elemento rector del noûs pasivo del hombre respecto de lo inteligible en cuanto tal, al ser extrínseco, 204 Cf. Acerca del alma, 433a21-22. 205 Acerca del alma, 433a2-4. Cf. Tópicos, 129a12-17; Ética nicomáquea, 1119b15ss., 1145b10ss., 1169a1ss.; Ética eudemia, 1220a10ss., 1223a37ss., 1223b14-15, 1224a25ss., 1227b15ss., 1241a20ss., 1246b13ss., 1249b10ss. 206 Ética nicomáquea, 1168b35-1169a6. 207 Metafísica, 1072a27-28. 208 Cf. Ética nicomáquea, 1178a5-8. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual hombre para la acción, «cuando el intelecto manda y el pensamiento 276 según el Estagirita, al alma humana, aunque esté presente en ella, santiago garcía acuña no constituye el fin del deseo del hombre209. El hombre no ama desiderativamente el noûs activo. Y tampoco este mueve al noûs pasivo siendo objeto de su deseo. El instrumento con que pone el noûs activo en movimiento al noûs pasivo es el deseo que este tiene de sí mismo, deseo de ser actualmente lo que él ya es en potencia, o sea, nÒhsij no»sewj nÒhsij. El medio con el que el moviente transmite el movimiento a lo movido es, en este caso, la búsqueda por parte de este de la realización esencial de sí mismo, o sea, «el ir hacia su propia forma específica (eîdos)»210. Para Aristóteles, el hombre se ama a sí mismo cuando ama su noûs y vive una vida según el noûs. El noûs pathetikós se identifica en potencia con todo lo inteligible, por eso en cuanto móvil que no se mueve a sí mismo sólo «es movido por lo inteligible»211, siendo lo inteligible en acto, como ya fue señalado, el noûs poietikós. En consecuencia, el noûs activo sería moviente inmóvil y primero del noûs pathetikós suscitando en este el deseo de sí mismo en cuanto fin de sí mismo; con otras palabras, causando en él el anhelo de su propia perfección y felicidad, que radicaría en la vida teorética (bíos theoretikós), con la cual el noûs pathetikós se realizaría a sí mismo e imitaría la esencia específica del noûs poietikós, pensamiento de pensamiento, aunque sin que esta llegue a tener en aquel carácter substancial ni a ser en él en acto-pleno. Así pues, el noûs poietikós es motor primero e inmóvil del noûs pathetikós en tanto que origen en este del propio deseo de realizarse y de vivir en plenitud de acuerdo a su propia esencia, que es potencialmente todo lo inteligible. Ahora bien, en tanto que el deseo suscitado por el noûs poietikós radica en el propio noûs pathetikós, o sea, es inmanente a 209 Del bien, «la parte realizable es el bien con vistas al cual se actúa, mientras que el bien que se halla en los seres inmóviles no es realizable» (Ética eudemia, 1218b5-7). 210 Acerca del cielo, 310a34-310b1. 211 Metafísica, 1072a30. la naturaleza de este, se debe afirmar aristotélicamente que la natura- 277 leza es el principio de su movimiento , sin que por ello quede oscurecida la causalidad motora y eficiente del noûs agente como fuente e incitador de ese anhelo. Como la actividad contemplativa es propia del noûs activo, que está en el alma humana, pero que no pertenece a esta en cuanto tal, la vida contemplativa (bíos theoretikós) de la que puede gozar el ser humano es una vida superior a la vida racional posible para un hombre desde su alma propia, «pues el hombre viviría de esta manera no en cuanto hombre, sino en tanto que hay algo divino en él; y como ese elemento divino presente en el alma humana es tan superior al compuesto humano, la actividad de ese elemento divino es superior a cualquier actividad humana. Si, pues, el noûs es divino respecto del hombre, también la vida según el noûs será divina respecto de la vida humana»213. El hombre, aun siendo humano y mortal, debe en la medida de lo posible, ya que tiene noûs divino, inmortalizarse y hacer el esfuerzo por vivir imitando lo más noble de todo lo que hay en él, o sea, a semejanza del noûs poietikós; pues aunque este, si se considera el lugar que ocupa en el mundo, es poca cosa, no por eso deja de ser infinitamente superior a todo lo demás en poder y en dignidad. Para el Estagirita, lo más propio del hombre es la vida del noûs, porque, según él, un hombre es primariamente su noûs; y la vida del noûs será también la vida más feliz a la que el hombre puede aspirar214, pues es vivir imitando y asemejándose a la vida divina. 212 Cf. Acerca del cielo, 301b17. 213 Ética nicomáquea, 1177b26-31. 214 Cf. ibíd., 1178a1-10. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual 212 santiago garcía acuña 278 9. El Noûs-Theós y el noûs activo presente en el hombre Hemos considerado cómo Aristóteles, intentando descifrar los indicios señalados por los fenómenos y queriendo llegar a través de su luz al fundamento último de los mismos, distinguió dos tipos de noûs en el hombre: el noûs pasivo, que pertenece al ser humano, y el noûs activo, que está presente en el alma humana, pero que no constituye parte de la entidad hilemórfica que el hombre es. El primero es un noûs humano. El segundo es un noûs divino en el hombre, motor primero e inmóvil del noûs pathetikós propio del alma humana. El Estagirita, para explicar otro fenómeno, el dato de experiencia del movimiento de las esferas celestes, movimiento que él supuso como eterno y permanente, va a introducir racionalmente un tercer noûs, el Noûs-Theós. 9.1. El movimiento del cielo y los dioses corpóreos Aristóteles fue consciente de la dificultad que el hombre tiene para acceder a los fenómenos relativos a las realidades celestes por medio de la percepción, porque «la visión a gran distancia oscila a causa de su debilidad»215. No obstante, el filósofo de Estagira consideró las cuestiones referentes al cielo de suma importancia para el entendimiento de los fenómenos sublunares, de tal modo que mantuvo la opinión de que «sobre estas cuestiones (...) vale la pena buscar un grado de comprensión cada vez mayor, aun contando con escasos medios y hallándonos a tan considerable distancia de lo que allá ocurre»216. El deseo de la posesión del saber que habitaba el alma de Aristóteles le llevó a intentar explicar las manifestaciones o apariencias (phainómenon) del cielo, tal como fueron percibidas por él, diciendo cosas que concordaran con ellas217. 215 Acerca del cielo, 290a 7-18. 216 Ibíd., 292a15ss. 217 Cf. ibíd., 291b25ss., 306a6-7, 309a26. Aristóteles parte del dato más notorio y claro del que disponía 279 en círculo»218, y del testimonio legado por los antiguos de la percepción que ellos tuvieron del cielo, que él sintetiza y condensa en la siguiente afirmación: «en todo el tiempo transcurrido, de acuerdo con los recuerdos transmitidos de unos hombres a otros, nada parece haber cambiado, ni en el conjunto del último cielo, ni en ninguna de las partes que le son propias»219. En congruencia con esto, el Estagirita consideró, por un lado, la existencia de un movimiento eterno, continuo y perfecto en el universo: el movimiento circular de la esfera celeste sobre la cual se asientan, según él, las estrellas “fijas”; y, por otro lado, que la índole propia de las entidades hilemórficas pertenecientes al cielo220, que son transportadas por las distintas esferas celestes con un movimiento de translación circular continuo, es la eternidad. Ahora bien, ya que «nada es eterno en potencia»221 y lo eterno es de necesidad222, tanto el movimiento circular de las esferas celestes como las entidades hilemórficas del cielo son necesarias no pueden no ser y poseen plena actualidad, de ahí también que sean ingénitas e indestructibles223. Así pues, según el Estagirita, las substancias físicas que son trasladadas por y en las esferas celestes llevan, inalterables e impasibles, la más noble y autosuficiente de las vidas, y existen, junto con el cielo, toda la duración del mundo224. 218 Ibíd., 272a5. 219 Ibíd., 270b14-17. Cf. Metafísica, 1074b5-14. 220 Por ser eternos, los cuerpos celestes no están sujetos a la generación ni a la corrupción, pero en cuanto entidades hilemórficas en movimiento les conciernen tres principios: principio como materia, principio como forma y el principio como motor o causa eficiente (cf. Acerca de la generación y la corrupción, 335a25-32). 221 Metafísica 1050b, 8-9. 222 Cf. Acerca de la generación y la corrupción, 337b35-338a1. 223 Cf. Ética nicomáquea, 1139b24-25; Metafísica, 1072b13-14. 224 En lo eterno, el tiempo es continuo, y si este lo es, necesariamente es continuo el movimiento, ya que es imposible que el tiempo exista independientemente del movimiento. El tiempo es la nume- el ca mino aristotélico hacia lo espiritual acerca de la realidad celeste, a saber, «vemos que el cielo da vueltas 280 Aristóteles, desde su percepción de las cosas del cielo, haciendo santiago garcía acuña justicia al carácter ingénito, inmortal, eterno y actual de las substancias físicas celestes el cielo y los astros, y posiblemente influido por las religiones astrales del Cercano Oriente225, enalteció los cuerpos celestes como “entes divinos que nos son manifiestos”226. Por “existir siempre”, el cielo y los astros son calificados de inmortales y divinos227. Con su filosofía acerca del cielo y de las cosas que le pertenecen, que afirma la existencia de un movimiento eterno perfecto y la inmutabilidad de los cuerpos celestes, Aristóteles refrenda las «antiguas y más tradicionales concepciones, a saber, que hay algo inmortal y divino entre las cosas dotadas de movimiento, movimiento de tal naturaleza que no tiene límite»228. Si ciertamente lo móvil corresponde siempre al ámbito de las substancias físicas, esto significa que el Estagirita concibe los “cuerpos celestes” como dioses somáticos, que tienen como lugar propio el ser divino de las esferas del cielo, también materiales, pues lo inmortal va enlazado con lo inmortal. La afirmación de Aristóteles de que «la naturaleza es sobrehumana, pero no divina»229 debe ser interpretada teniendo presente su consideración sobre el cielo y los astros como dioses corpóreos. Según su parecer, desde la percepción de estos como eternos e inmortales, cielo y astros son divinidades físicas. Por tanto, la naturaleza que el Estagirita califica como sobrehumana, negando su condición de divina, no puede ser la phýsis de los entes celestes, pues para él ración de algo continuo; como el movimiento circular es continuo y perpetuo, el tiempo es también numeración del movimiento circular. De lo que se mueve, sólo es perfectamente continuo lo que se mueve en círculo, de suerte que ello siempre es continuo consigo mismo. Esto es, por tanto, lo que produce el movimiento continuo, a saber, el cuerpo que se traslada circularmente; y el movimiento de este hace que sea continuo el tiempo (cf. Acerca de la generación y la corrupción, 337a20-34). 225 Cf. Acerca del cielo, 292a5ss. 226 Cf. Metafísica, 1026a18. 227 Cf. Acerca del cielo, 279a20-28. 228 Acerca del cielo, 284a3-5. Cf. Metafísica, 1074b1-5; Acerca del cielo, 284b1-5. 229 Acerca de la adivinación por el sueño, 463b15. Cf. Ética nicomáquea, 1153b33. son dioses; sólo es posible que se refiera a la phýsis sublunar en su 281 ámbito de la substancia física, los cuales, con el movimiento que les es propio, gobiernan las substancias físicas no divinas y sus movimientos. No obstante, lo divino en la filosofía aristotélica no queda restringido al ámbito físico. En efecto, Aristóteles califica también de divinas realidades que son inmateriales. El noûs poietikós, del que ya se ha tratado, es una prueba de ello; como lo es igualmente el Noûs-Theós, que va a ser objeto de nuestra atención en el siguiente apartado. Si la substancia divina de los dioses corpóreos es, según el filósofo de Estagira, el éter, por ser este el elemento material de su corporeidad eterna e inmortal, la de los dioses inmateriales es nÒhsij no»sewj. La forma de la materia divina de los dioses corpóreos configura el cuerpo de estos de acuerdo con la condición inmortal de su elemento material. En efecto, si el acto de la divinidad material es la inmortalidad, o sea, la vida eterna, la divinidad corpórea tendrá necesariamente movimiento eterno; «y puesto que el cielo es tal (pues es un cuerpo divino), tiene por ello mismo un cuerpo circular que se mueve siempre en círculo conforme a su naturaleza»230. Ciertamente, todos los astros y todas las esferas celestes son divinidades corpóreas para Aristóteles. Sin embargo, sólo el cielo extremo, aquel que engloba el universo entero231, constituye para el Estagirita la realidad divina sobresaliente y soberana de entre las substancias físicas divinas. De la siguiente manera expresa Aristóteles esta convicción sobre la primacía del cielo extremo dentro del orden físico divino: «En efecto, tal como se hace en nuestros textos ordinarios de filosofía acerca de los seres divinos, frecuentemente se proclama en los argumentos sobre el tema que la divinidad, entidad primera y suprema, ha de ser totalmente inmutable (...). Pues ni existe otra reali- 230 Acerca del cielo, 286a11-12. 231 Cf. Física, 212b15ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual conjunto o totalidad. Para Aristóteles existen dioses corpóreos en el 282 dad superior que la mueva (pues esta otra sería entonces más divina), santiago garcía acuña ni posee defecto alguno, ni carece de ninguna de las perfecciones propias de ella. Y, lógicamente, se mueve con movimiento incesante: pues todas las cosas cesan de moverse cuando llegan a su lugar propio, mientras que el lugar de donde parte el cuerpo circular es el mismo a donde va a parar»232. En la comprensión aristotélica del universo, la cumbre de la jerarquía de las divinidades corpóreas la ostenta el último cielo por tres motivos principales: por ser el moviente celeste que más cuerpos celestes transporta; por englobar todas las cosas como extremo del universo; y por ser causa primera del ciclo permanente de generacióncorrupción en el ámbito de las realidades físicas sublunares. En efecto, primeramente «hay que tener presente respecto a cada vida y cada principio, que existe una gran superioridad del primero sobre los demás, y que esta superioridad se da con arreglo a una proporción: el primero, en efecto, siendo único mueve un gran número de cuerpos divinos, mientras que los otros, siendo muchos, mueven sólo uno cada uno»233. En segundo lugar, el movimiento del primer cielo es de tal naturaleza «que no tiene límite, sino que él es más bien el límite de las demás cosas; en efecto, el límite pertenece a las cosas que engloban a otras, y este movimiento, que es perfecto, engloba a las cosas que tienen un límite y un cese, sin que él tenga principio ni término alguno, sino que es incesante a lo largo del tiempo sin límite, a la vez que es la causa del comienzo de otros y el punto en que estos se detienen»234. Así pues, en tercer lugar, y como consecuencia de que el cielo en cuanto extremo de universo engloba la totalidad del 232 Acerca del cielo, 279 a30-279b3. 233 Ibíd., 292b28-293a1. 234 Ibíd., 284a5-11. mundo235, el todo es contenido por el movimiento cíclico, regular236, 283 donde dependen el existir y el vivir para las demás cosas»237 y que su movimiento de traslación sea la medida de todos los movimientos, por ser el único continuo, regular y eterno238, también del movimiento de generación y corrupción de los entes sublunares. La esfera celeste extrema y englobante constituye, con su movimiento circular eterno, continuo y regular, el principio motor de los movimientos sublunares, sin embargo, afirma Aristóteles, intentando seguir la luz de los fenómenos, el último cielo no es la causa directa e inmediata de la generación y la corrupción que se da tanto en los cuerpos simples sublunares como en los entes físicos compuestos de ese ámbito del universo, «sino la traslación a lo largo del círculo oblicuo (la eclíptica), pues en ella está tanto la continuidad como el doble movimiento»239. La eclíptica transporta el sol, de modo que su movimiento traslativo hará acercar y alejar el principio generador al ámbito sublunar240; por eso el movimiento que domina directa e inmediatamente el mundo físico sublunar «es el círculo en el que la traslación del sol es manifiestamente, disgregando o agregando al acercarse o alejarse, la causa de la generación y de la corrupción»241. Según la cosmología aristotélica, el ámbito sublunar del universo «está necesariamente en contacto inmediato con las traslaciones superiores, de modo que toda su potencia está gobernada desde allí: en efecto, aquello de donde procede el principio del movimiento para 235 Cf. ibíd., 278b23-25. 236 El movimiento del primer del primer cielo, donde se encuentran las estrellas “fijas”, es uniforme y perfectamente regular (cf. Acerca del cielo, 288a15). 237 Ibíd., 279a29-30. 238 Cf. ibíd., 287a23-24. 239 Acerca de la generación y la corrupción, 336a30-336b10. 240 Cf. ibíd., 336a14-17. 241 Meteorológicos, 346b21-24. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual incesante y continuo de aquel, de ahí que sea el último cielo «de 284 todas las cosas hay que considerarlo como la causa primera. Además, santiago garcía acuña aquel movimiento es eterno y no tiene término en el espacio, pero siempre se mantiene dentro de un límite (...) Hay que considerar, por tanto, que las causas de lo que sucede en torno al mundo sublunar son el fuego, la tierra y los elementos afines a ellos, en tanto que principios materiales de las cosas que se generan (designamos de este modo, en efecto, a lo que subyace y es pasivo), mientras que aquello que es causa como principio originario del movimiento hay que situarlo en la fuerza de los cuerpos que están siempre en movimiento»242. Ahora bien, ¿cómo gobierna el cielo extremo las cosas físicas del mundo sublunar? Ya que «es imposible que el ser esté presente en todas las cosas debido a lo muy lejos que se encuentran del principio, el dios consumó el universo en el único modo que le restaba, haciendo ininterrumpida la generación. Pues así el ser puede poseer el mayor grado de consistencia, gracias a que el perpetuo producirse de la generación es lo más cercano que hay a la substancia. La causa de esto es (...) la traslación circular, pues es la única continua. Por eso, también todas las otras cosas que se transforman recíprocamente según sus afecciones y potencias, como los cuerpos simples, imitan la traslación circular (...). En consecuencia, también la traslación rectilínea es continua en tanto imita a la circular»243. «En efecto, si lo que se mueve circularmente siempre mueve otra cosa, es necesario que también sea circular el movimiento de las cosas que él mueve»244. Así pues, según Aristóteles, el cielo extremo ejerce el gobierno sobre la parte sublunar del universo siendo el principio fontal del movimiento circular de vida y muerte, de generación y corrupción, que domina, desde dentro de los entes sublunares mismos, la existencia de estos. Gobernando el ámbito sublunar del cosmos por medio de ese movimiento perma- 242 Ibíd., 339a22-33; Cf. ibíd., 340b11-19, 341a1ss. 243 Acerca de la generación y la corrupción, 336b31-337a6; cf. ibíd., 336a14-17, 331b2. 244 Ibíd., 338b1-3. nente y circular, el cielo extremo asemeja lo sublunar, tomado en su 285 regido por dicha ley, le imite en su movimiento eterno. De entre los dioses corporales, los cuales se mueven todos con movimiento circular, hay que distinguir las divinidades que mueven a otras divinidades y las que son movidas por aquellas. Según Aristóteles, los dioses físicos movientes son las esferas celestes, mientras que las divinidades materiales movidas por ellos son los astros o “cuerpos del cielo”. «Cada uno de los cuerpos del cielo se desplaza con la rotación de su esfera»245. Para el Estagirita «sólo cabe que se muevan los círculos y que los astros permanezcan quietos y se desplacen por estar fijos en los círculos»246. El movimiento de rotación de las esferas celestes, plenamente actual y siempre perfecto, no contiene «la potencia de la contradicción, de suerte que sea fatigosa la continuidad del movimiento, pues la substancia que es materia y potencia, no acto, es causa de esto»247. Por no tener en él oposición interna248, el movimiento de rotación circular del cielo no supone para los cuerpos primeros los astros fatiga alguna. Situados en las esferas del cielo, que son de índole divina, los cuerpos celestes se encuentran en su región propia y nada extrínseco les es contrario. Y como en sí mismos son en acto-pleno, carecen de potencialidad (dýnamis) y su constitución material es simple y sin mezcla, siendo el éter la única materia que hace parte de ellos, tampoco existe nada interno que sea contrario a su naturaleza249. Por carecer absolutamente de lo contrario, tanto externa como internamente, la materia de los cuerpos celestes no es mutable, sino sólo trasladable de modo circular250. Es así como Aristó- 245 Acerca del cielo, 289a29. 246 Ibíd., 289b33. 247 Metafísica, 1050b26-28. 248 Cf. Física, 261a31-263a5, 264a7-265a12. 249 Cf. Acerca del cielo, 188b18-20. 250 Cf. Metafísica, 1069b25-27. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual conjunto, a su propia vida divina, haciendo, a su vez, que lo sublunar, 286 teles explica que los astros, de acuerdo con la percepción que tenía de santiago garcía acuña ellos, se conservan eternamente del mismo modo y no sufren ningún cambio, moviéndose sólo con movimiento circular de translación, sin que esto les suponga cansancio alguno251. Tratando de los cuerpos celestes, Aristóteles afirma también que «es preciso (...) suponerlos dotados de actividad y de vida»252. Esto significa que para el Estagirita los divinos astros son seres animados: están vivos y su vitalidad reside en su propia forma (psyché). Los astros son vivientes porque tienen alma. Ahora bien, como la psyché de los cuerpos celestes determina y conforma un único elemento material, a saber, el éter, que abunda de actualidad y carece de potencialidad, los cuerpos celestes son cualitativa y cuantitativamente inmóviles, y no padecen generación ni corrupción. Siendo animados, sin embargo, no son automovientes, porque no hay en ellos nada en potencia, a la vez que son simples y sin mezcla, de tal modo que no existe en ellos “algo” agente y “algo” paciente. Los astros «no se mueven por sí mismos»253. Por tanto, los astros en cuanto animados son inmóviles. La vida propia de ellos es inalterable e impasible, divina, de ahí que su vitalidad no guarde semejanza con la de los seres animados de la parte sublunar del universo. Los cuerpos primeros son movidos por las esferas celestes únicamente en relación con el lugar y según naturaleza. Aristóteles explica así el movimiento de los astros. Estos poseen en su naturaleza propia el principio del movimiento porque tienen capacidad de ser movidos de manera adecuada a lo que son y a su modo de ser. Para los astros, el movimiento circular de traslación de las esferas celestes, que los transportan en ellas mismas, haciendo partícipes a aquellos de su rotación, constituye el movimiento natural de los cuerpos primeros, 251 Cf. ibíd., 1050b16-15, 1063a14-15. 252 Acerca del cielo, 292a20-21. 253 Acerca del cielo, 290a29; cf. ibíd., 290b9ss., 291a29. o sea, el movimiento que es conforme a la naturaleza de estos. Para 287 que lo mueve no forzada, sino naturalmente. Determinado el principio del movimiento de los cuerpos primeros, queda por resolver la cuestión del moviente primero respecto de las esferas celestes, pues, según el principio aristotélico, todo lo que se mueve es movido por algo. Si las esferas celestes se mueven con eterno movimiento circular, transportando en sí los dioses astrales, ¿cuál es la causa de su movimiento?, ¿qué es para Aristóteles ese “algo” principio motor del movimiento de las esferas celestes? 9.2. El postulado del Noûs-Theós desde el supuesto del movimiento eterno del cielo Como para el fundador del Peripato todo lo que se mueve es movido por algo, y la cadena de movientes no puede ser infinita, teniendo que existir un primer motor inmóvil en cada una de las series de movimiento, las esferas celestes cuyo movimiento es eterno, circular y continuo o son automovientes, o el principio primero de su movimiento tiene que consistir en “algo” inmóvil distinto de todas y de cada una de ellas. El filósofo de Estagira afirma que «el cielo es animado y posee un principio de movimiento»254. Por ser eterno el movimiento de las esferas celestes, cualquiera podría forjarse la opinión de que la cuestión sobre el principio motor de un movimiento tal está de más, que es superfluo todo principio respecto de él, pues es desde siempre y para siempre; sin embargo, dice Aristóteles, «aunque nunca tuvo comienzo, es necesario (...) que tenga un principio, a partir del cual se habría originado si hubiera empezado a moverse, y por el que se habría puesto de nuevo en movimiento en caso de haberse detenido»255. 254 Acerca del cielo, 285a30-31. 255 Ibíd., 285b6-9. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual cada astro, la esfera celeste en la que está situado es el primer motor, 288 Los seres automovientes tienen en sí mismos el principio de su santiago garcía acuña movimiento, por ser animados. La psyché es el motor interno de las entidades hilemórficas vivientes. Ahora bien, por ser corporalmente simples y sin mezcla, y por gozar en su elemento material de actualidad plena, las esferas celestes, que son cuerpos eternos y divinos, sólo pueden padecer movimiento local circular. ¿Puede ser la propia psyché de las esferas celestes el motor inmóvil que cause en ellas su rotación? Si lo fuera, entonces el alma sería la parte agente de la entidad hilemórfica divina, y el cuerpo de esta, la parte paciente, lo que supondría la existencia de potencialidad en ella. Sin embargo, como ya quedó señalado, para Aristóteles los cuerpos divinos son en acto-pleno; por tanto, no es posible que el alma de las esferas celestes sea el principio moviente de las mismas. Las esferas celestes no pueden ser automovientes, igual que ocurre con los astros del cielo. Como «es preciso que el primer motor no mueva forzada, sino naturalmente: pues se iría hasta el infinito si no hubiera un primer motor conforme a la naturaleza»256, aquello que sea la causa motriz última del movimiento circular de las esferas celestes tiene que ser adecuado a la naturaleza de estas. Siguiendo este principio, se podrá determinar algunas propiedades esenciales del motor inmóvil de las esferas celestes. Así, el que exista un cuerpo eterno en constante movimiento requiere la existencia de algo también eterno, que permanezca siempre inmóvil y de algún modo sea origen del movimiento eterno257. Por otro lado, en tanto que lo que se mueve con movimiento eterno, o sea, el cielo, «es primordial, simple, ingenerable, incorruptible y, en definitiva, inmutable, es mucho más lógico que el motor primero de ello sea también así: pues lo primordial será impulsor de lo primordial, lo simple, de lo simple, y lo incorruptible e ingenerable, de lo incorrup- 256 Ibíd., 300b13-15. 257 Cf. Acerca de la generación y la corrupción, 318a4-6, 337a17-19. tible e ingenerable. Dado, pues, que lo movido, aun siendo cuerpo, no 289 Esta última afirmación del Estagirita, que la causa motriz del movimiento de las esferas celestes es incorpórea, viene exigida por la índole inmóvil de todo motor primero de una serie en movimiento. En efecto, la causa del movimiento eterno y continuo el desplazamiento circular de las esferas celestes tiene que ser «necesariamente algo eterno que mueva primero, y lo que primero mueva, sea uno o más, tendrá que ser inmóvil (...) y exento de todo cambio, tanto en sentido absoluto como accidental»259. En cuanto inmóvil en sí mismo, el moviente primero debe poseer actualidad plena. Así, el alma puede ser motor último del cuerpo en las entidades hilemórficas sublunares porque es enteléchia de un cuerpo en el que hay potencialidad. Como los vivientes con cuerpos divinos son móviles, por ser entidades físicas, pero no automovientes, por carecer de potencialidad en su componente material (únicamente tienen potencia respecto del lugar, siendo esta una potencialidad extrínseca a la propia materia), el primer motor de las esferas celestes tiene que ser una substancia inmaterial en acto pleno, debido a que así lo exige su necesaria índole inmóvil. La esencial inmovilidad del moviente primero de las esferas celestes descarta radicalmente que pueda ser una substancia material, pues a lo físico le es propio el carácter móvil. El ser incorpóreo y en acto pleno de la causa motriz del cielo implica que se tiene que tratar de una substancia inmaterial, impasible, inalterable, sin magnitud y sin partes260. Y como moviente inmóvil, «al permanecer simple, invariante y en lo mismo, moverá con un movimiento único y simple»261. 258 Acerca del cielo, 288a34-288b7. 259 Física, 258b11-15; 260a1ss. 260 Cf. Física, 266a10ss; Metafísica 1073a5-13. 261 Física, 260a18s. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual cambia, tampoco cambiará el motor, que es incorpóreo»258. 290 ¿Cuál es ese moviente inmóvil y eterno, origen del movimiento santiago garcía acuña circular del cielo? Aristóteles asume, modifica y profundiza a este respecto la doctrina de Anaxágoras sobre el Noûs. Según la interpretación que el Estagirita hace del pensamiento anaxagóreo, Anaxágoras concibió que en el principio era la Mezcla una masa material confusa, indiferenciada e ilimitada, constituida toda ella y en cada una de sus partes por la mezcla de todo tipo de materia, que el Noûs comenzó posteriormente a mover como principio ordenador mediante el pensamiento, separándose de todo lo movido y dando lugar a la separación de todas y cada una de las cosas262. En tanto que el Noûs antes de su actividad moviente hacia parte de la Mezcla no estaba separado ni diferenciado, el Noûs era compuesto en el principio, por lo que no podía ser inmóvil y, por tanto, moviente primero. Si el Noûs fuera simple y separado, sin mezcla y puro, cosa que en Anaxágoras ocurre cuando aquel realiza su operación, podría ser motor primordial. Por eso, afirma Aristóteles, «Anaxágoras tiene razón al decir que el Noûs es impasible y sin mezcla, puesto que hace de él un principio del movimiento; porque sólo podrá mover si es inmóvil, y sólo podrá dominar si es sin mezcla»263. Con todo, para que el Noûs pudiera ser el moviente primero de las cosas eternas que están eternamente en movimiento, el Noûs no podría darse en su diferencia respecto de todo lo demás en un tiempo posterior al principio, sino que tendría que ser eterno con su propia y particular entidad, sin nada en común con ninguna otra cosa ya desde el principio. ¿Qué es, según Aristóteles, el Noûs, moviente plenamente actual e inmóvil en sí mismo? Para el Estagirita, el motor primero y eterno, ese algo que constituye de por sí el principio último del movimiento eterno y perfecto del cielo, porque mueve desde siempre sin 262 Cf. Física, 203a22ss., 250b24-26, 256b25ss., 265b21-22; Metafísica, 984b15-19, 989a30-b21, 885a10-23, 988b6-11, 1069b15ss. 263 Física 256a25ss.; cf. Acerca del alma, 405a10-20, 405b20ss. moverse y sin ser movido, es pensamiento eterno en acto pleno (ente264 . Ese Noûs, por tanto, consiste en pensamiento que es pensamiento de pensamiento, en el cual el pensamiento, el pensar y lo pensado se identifican, son lo mismo. Se trata de un pensamiento que no es movido por ningún deseo intencional hacia un nóêma extrínseco a él, sino que, siendo él mismo el pensar y teniéndose a sí mismo como lo pensado, es siempre actualidad perfecta y conclusa. Se trata, a todas luces, del pensamiento absoluto, pues el pensamiento que consiste en eterno y perfecto pensar que se piensa es necesariamente principio de sí mismo, consistente en sí mismo y fin para sí mismo. Según Aristóteles, esto es la divinidad incorpórea, cuya vida continua y eterna consiste en pensamiento que se piensa a sí mismo (nÒhsij no»sewj). La esencia de “lo dios” inmaterial es pensamiento totalmente idéntico al acto mismo de pensar (nÒhsij) y, a la vez, a lo que se piensa (nooumenon). Así pues, el motor primero de las esferas celestes que transportan en sí mismas a los astros es, según Aristóteles, el Noûs-Theós265. Si el ser del Noûs-Theós es nÒhsij no»sewj nÒhsij en eterno acto pleno, entonces en él no hay ocultamiento alguno: es autoconciencia total de sí mismo y poseedora de todo lo inteligible de las cosas. El Noûs es pura transparencia para sí mismo autorrevelación, luz absoluta, y está enteramente presente y compareciente a sí mismo desde sí mismo, además de tener la claridad de todas las demás substancias. Él es su propio aparecer. Pensamiento puro y Ser se identifican en el Noûs-Theós aristotélico266. Esto hace que el Noûs absoluto posea una conformidad total consigo mismo, siendo plenamente simple, concluso y cerrado en sí; de tal modo que excluye de forma radical la posibilidad de cualquier conjunción o mezcla con otra cosa. Concibiendo 264 Metafísica, 1074b34. 265 Cf. Metafísica, 1072b17-29, 1074b15-1075a4. 266 Cf. M. Heidegger, Lógica. La pregunta por la verdad (Madrid 2004) 149. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual léchia): nÒhsij no»sewj nÒhsij 291 292 de esta manera el Noûs, Aristóteles se aleja radicalmente de la idea santiago garcía acuña que de aquel tenía Heráclito: «Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hartura y hambre [todos contrarios, él es el noûs]; pero adopta diversas formas, al igual que el fuego, cuando se mezcla con especias, que toman el nombre de acuerdo a la fragancia de cada una de ellas»267; a la vez que se aproxima a la postura de su maestro Platón en el Filebo, allí donde afirma el fundador de la Academia que el Noûs «es el rey del cielo y tierra»268, colocándolo por encima del universo en cuanto primigenio y soberano por naturaleza; y también se acerca a aquella enseñanza de Parménides que apunta a que el pensar, o sea, la actividad propia del Noûs, y el ser son una y la misma cosa269. En Aristóteles, la substancia divina inmaterial existe totalmente separada de lo físico y del movimiento. Ella es pensamiento puro, simple, absoluto y actual. La divinidad inmaterial del Estagirita es actividad pura y perfecta de pensar. La esencia de la substancia incorpórea divina no puede ser lógicamente el éter, el primer cuerpo, sino que es el pensar que se piensa en acto-pleno (enteléchia) y, por tanto, identidad pura, fundamento, fin y sentido en sí misma270. El NoûsTheós aristotélico es pensamiento vuelto absoluta y reflexivamente sobre sí mismo. Curvado sobre sí mismo, el Noûs-Theós constituye en cuanto tal un círculo inmaterial cerrado. Es incorpóreamente esférico, siendo así adecuado a la forma de los cielos, que son materialmente esféricos. La circularidad inmóvil e inmaterial del Noûs-Theós, motor primero de las esferas celestes, es imitada por estas en su movimiento local, ya que «en la traslación circular no hay un “de donde” ni un “a donde” ni un medio; en efecto, no hay en ella principio ni término ni 267 DK, 22 B 67, citado según H. Arendt, La vida del espíritu (Barcelona 2002) 130-131. 268 Platón, Filebo, 28c. 269 Cf. DK, 28 B 3, 28 B 34-36. 270 Cf. G. W. F. Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía, II (México 1955) 261-262. punto medio: pues es eterna en el tiempo, vuelta sobre sí misma en 293 Respecto de si aquello que es Noûs-Theós es uno en número o plural, Aristóteles deja abierta las dos posibilidades. Sin embargo, el Estagirita piensa que es más razonable que el moviente eterno e inmóvil sea uno; pero en el caso de que fuesen más de uno en número, entonces tendría que haber una pluralidad de movimientos eternos y continuos; porque si el movimiento es continuo, desde siempre y permanente, será preciso que el motor de dicho movimiento sea uno, idéntico, inmóvil y eterno272. Cada uno de los motores primeros e inmóviles sería principio de un movimiento eterno y continuo. Ciertamente, desde la perspectiva de la lógica, como afirma Aristóteles, «es suficiente que haya un único moviente, el primero de los inmóviles, que al ser eterno será para todas las demás cosas el principio del movimiento»273. No obstante, debe admitirse igual número de movientes de naturaleza eterna e inmóvil como series de movimientos eternos y continuos existan en el ámbito celeste. Para Aristóteles, el tema es importante y debe ser clarificado. Por eso dice que «conviene no pasar por alto la cuestión de si hay que poner solamente una entidad de este tipo, o más de una y cuántas»274. Él mismo, buscando la respuesta a este problema, investigó la realidad celeste; y a partir de los datos de los que dispuso sobre ella, llegó a la siguiente conclusión: «además de la simple traslación del Universo, que decimos producida por la substancia primera e inmóvil, hay otras traslaciones eternas, que son la de los planetas (pues el cuerpo que se mueve circularmente es eterno e incesante en su movimiento; esto ya quedó explicado en la Física), es necesario también que cada una 271 Acerca del cielo, 288a23-26. 272 Cf. Física, 259a7ss. 273 Ibíd., 259a12ss. 274 Metafísica, 1073a14-15. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual longitud y sin solución de continuidad»271. 294 de estas traslaciones sea producida por una substancia inmóvil en sí y santiago garcía acuña eterna. Siendo, en efecto, la naturaleza de los astros cierta substancia eterna, también el motor será eterno y anterior a lo movido, y lo anterior a una substancia será necesariamente una substancia. Está claro, por consiguiente, que tiene que haber otras tantas substancias eternas por naturaleza e inmóviles en sí, y sin magnitud, por la causa anteriormente dicha»275. Al igual que dentro de la pluralidad de los dioses corpóreos de Aristóteles existe una jerarquía, siendo uno de ellos, en concreto el cielo extremo, el principal, también en el ámbito de las divinidades inmateriales se da un orden jerárquico. Para el Estagirita, si los movimientos circulares son múltiples, han de existir múltiples motores, pero todos ellos deben estar necesariamente, de algún modo, subordinados a un principio único. Sobre la manera en que los demás dioses incorpóreos se encuentran supeditados al principal de entre ellos, Aristóteles no afirma nada. Es lógico que la jerarquía de las divinidades inmateriales esté en correlato con el orden que existe, según el filósofo de Estagira, entre las esferas celestes que transportan los astros y los planetas276. No obstante, el principal entre los dioses, tanto el que pertenece al ámbito de las substancias físicas como el que corresponde al ámbito de las substancias inmateriales, es un primo inter pares, pues todos los dioses de su orden o jerarquía son esencialmente iguales: en el caso de los dioses materiales, lo que son todos y cada uno de ellos es divino éter; y en el caso de los dioses incorpóreos, la esencia común, singular y propia es el noûs como nÒhsij no»sewj nÒhsij. La jerarquía de las divinidades al no estar fundamentada en una diferencia esencial, debe basarse en el criterio de la diversidad de grado. Por eso, la primacía de los dioses principales, tanto de entre los dioses corpóreos como de entre los dioses inmateriales, tiene que referirse, dentro del ámbito u 275 Ibíd., 1073a29-1073b1. 276 Cf. ibíd., 1073b1-3, 1074a35-39. orden propio de cada uno de ellos, al alcance y a la extensión de su 295 inmóviles y los dioses materiales móviles y movidos por aquellos, los dioses incorpóreos, esencialmente distintos a los dioses materiales, son primeros respecto de estos. Para Aristóteles, el Noûs-Theós primero entre todos los dioses inmateriales, que tienen por esencia divina el nÒhsij no»sewj nÒhsij, es aquel que mueve el Universo, entendido este como el todo-uno abarcado por la rotación terminal del último cielo277; un primo inter pares que lógicamente sólo puede ser uno en número en tanto que primero entre iguales278. 9.3. La actividad de mover del Noûs-Theós en tanto que motor inmóvil Una vez determinada la esencia de la substancia inmaterial que es Noûs-Theós como motor inmóvil de las esferas celestes, correspondiendo a cada una de estas un singular Noûs-Theós, hay que preguntarse cómo mueven los movientes inmóviles y eternos a las esferas celestes. Los motores primeros e inmóviles de los dioses corpóreos, por ser Noûs, cuya esencia es pensamiento de pensamiento, no están vinculados y en contacto directo con la materia, de tal modo que no cabe que muevan los móviles celestes siendo ellos mismos el medio con el que ponen en movimiento, en cuanto motores inmóviles, las esferas celestes que transportan los astros. Es imposible, en contra de lo que afirmaba Anaxágoras, que el Noûs mueva mediante el pensamiento, es decir, por medio de él mismo, porque en ese caso quedaría involucrado en el movimiento que él mismo origina en las esferas celestes. Los móviles eternos y divinos son movidos por el Noûs, pero no mediante el Noûs. 277 Cf. Acerca del cielo, 278b19-20. 278 Cf. Metafísica, 1074a32-39. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual gobierno. Por otro lado, como los dioses incorpóreos son movientes 296 Ahora bien, para Aristóteles no puede haber acción motriz a santiago garcía acuña distancia, sin algún tipo de contacto. Ciertamente, entre el moviente primero y lo movido no se da contacto físico, pues el Noûs carece de cuerpo; tampoco el Noûs es principio del movimiento de las cosas por medio de algo material extrínseco a él mismo, con el que guardaría algún tipo de vínculo, ya que entonces padecería accidentalmente el movimiento desde ese algo instrumental, y no sería substancia inmóvil e impasible tanto de modo absoluto como accidental. El instrumento con el que el Noûs-Theós mueve las esferas celestes no puede ser de ninguna manera material. Todo ente tiene un supremo bien que constituye su propio fin, y al que se orientan los demás bienes para ese ente. Según Aristóteles, lo moviente inmóvil mueve aquello que es movido por él, o sea, las esferas celestes, afectándolo con el deseo o amor, de tal modo que es principio del movimiento eterno sin moverse y sin ser movido de ninguna manera por nada. «El Theós (...) es moviente (...) como fin, en el sentido de que suscita el movimiento de cada cosa a la realización plenaria de su propia naturaleza: el Theós de Aristóteles no ha producido las cosas ni es su fin, en el sentido de que suscite en ellas un movimiento hacia el Theós como su fin último; lo que suscita es sólo la aspiración (hormé) de cada cosa a realizar plenariamente su propia esencia. Si esto es así, sólo en sentido metafórico se puede decir que el Theós es moviente, ya que no hay ningún “hacer” de su parte, sólo un suscitar»279. Los dioses inmateriales son causas motrices del movimiento circular eterno y continuo de las esferas celestes y, por ende, de los astros, porque constituyen la fuente originaria del anhelo de los dioses corpóreos hacia su plenitud natural, o sea, respecto de la consecución plena de su propia naturaleza. En este sentido, el que los dioses incorpóreos sean principios motores de las esferas celestes 279 G. R. de Echandía, Aristóteles. Física, introducción, traducción castellana y notas (Madrid 1995) 160161, nota 73. y, por ende, de los astros, es totalmente compatible con la afirmación 297 su movimiento; pues, por un lado, el Noûs-Theós, plural en número, mueve los móviles divinos no forzándolos, sino según la naturaleza de estos, y, por otro lado, la naturaleza de los dioses corpóreos es tal que tienen poder receptivo y paciente respecto de la actividad excitante de los dioses incorpóreos. El Noûs-Theós tiene que mover las esferas celestes sin quedar mezclado o atrapado en el movimiento del que es principio, pues de lo contrario dejaría de ser substancia totalmente inmóvil. Por eso, en cuanto motor primero, el Noûs-Theós no causa de modo directo el movimiento de los cuerpos celestes, sino que únicamente suscita el movimiento de estos poniendo en ellos el anhelo y deseo del propio fin280. Y el fin «mueve (...) en tanto que es amado»281. El fin, lo que directa, intrínseca y naturalmente mueve a los móviles vivientes en cuanto objeto último de su deseo, no existe para las entidades inmóviles en sí mismas282, pues si tuvieran fin, los movientes serían, a su vez, movidos, por lo que no podrían ser ni primeros ni inmóviles. Moviendo a las esferas celestes por anhelo de su propia perfección y realización, en cuanto que “suscita” en ellas dicho deseo, el Noûs-Theós es inmóvil tanto en sí mismo como accidentalmente, pues no le afecta de ninguna manera y en nada el movimiento con que se mueve lo que el móvil movido por él, a la vez que produce el movimiento primero: el movimiento circular y eterno de traslación283. El Noûs-Theós no sufre accidentalmente movimiento alguno284. El Motor inmóvil mueve los cuerpos celestes por atracción; más en concreto, atrayendo a estos hacia su propio fin mediante el deseo 280 Cf. Metafísica, 1072a26-b3, Acerca del alma, 433b15-30. 281 Metafísica, 1072b3. 282 Cf. Metafísica, 1059a35-38. 283 Cf. ibíd., 1073a23-25. 284 Cf. Física, 259b20ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual aristotélica de que la naturaleza es en cada ente móvil principio de 298 de perfección y felicidad, a semejanza de la manera como lo amado y santiago garcía acuña lo deseado mueven al que ama y al que desea285. Ahora bien, “a semejanza” no significa idénticamente. Existe una diferencia fundamental: el Noûs no es lo amado kinéticamente, pues no dirige el deseo de lo que él mueve hacia él mismo; esto implicaría ser el fin del amante y, consecuentemente, hacer parte de su naturaleza y serle inmanente de modo potencial. Si esto fuera así, cabría la posibilidad de que el Noûs-Theós fuera alcanzado en acto por el móvil en su movimiento concluso, el movimiento circular y eterno, por lo que sería afectado por este. Los dioses incorpóreos no podrían ser motores inmóviles de los dioses físicos, pues perderían su esencial inmovilidad. Así pues, como es imposible que el Noûs-Theós sea el fin al que tienden intencionalmente las esferas celestes, estas se tienen que tener a sí mismas como fin de su natural e intrínseco anhelo; de tal modo que se aman únicamente a sí mismas desde siempre, a partir de su propia realidad en acto (enérgeia) en orden a su propia completud o actualidad plena (enteléchia). El fin de cada cosa es aquello a lo que se dirige su movimiento natural; y en el caso de las esferas divinas, justamente por su esencial índole esférica, el fin llega a coincidir con el punto de partida desde el cual comienza el movimiento, de tal modo que se vuelven indiferenciables; por eso el movimiento de las esferas divinas es un movimiento constante y continuo desde sí mismas hacia sí mismas286. Ahora bien, si como ya se consideró anteriormente, el cuerpo de las divinidades físicas es, según Aristóteles, inmutable, inmortal, eterno y en actopleno, sin potencialidad alguna, no puede albergar en sí deseo natural de ningún tipo, pues ya se tiene a sí mismo en plenitud. El movimiento circular celeste no puede ser un movimiento del cuerpo etéreo hacia él mismo producido por su apetito, pues no tiene apetencia alguna, 285 Cf. Metafísica, 1072b2. 286 Cf. ibíd., 1022a4-8. ya que es perfecto en sí mismo. Solamente cabe que el deseo en los 299 sea, en cuanto que animados por el alma que les es propia. La psyché de los dioses corpóreos tendría que encontrarse en potencia en alguna dimensión esencial, de tal modo que aspirase, suscitado el anhelo de sí por el Noûs-Theós, a su propia perfección y plenitud. Haciendo una transposición de lo que sucedía en el alma humana con la relación entre el noûs pathetikós y el noûs poietikós, habría que afirmar que en el alma de los cuerpos celestes hay algo así como un noûs poietikós que es movido por el Noûs-Theós de la misma manera que el noûs poietikós presente en el alma del hombre mueve su noûs paciente. El único elemento que impide una transposición total y perfecta del ámbito humano al ámbito de los dioses corpóreos radica en que para Aristóteles el Noûs-Theós no está en la psyché de los dioses corpóreos, mientras que el noûs poietikós se halla en el alma humana. El Noûs-Theós aristotélico mueve las entidades divinas físicas siendo origen del deseo hacia su propio fin, al que tienden como realización de ellas mismas, es decir, al pensamiento de pensamiento como esencia cumplida de lo que potencialmente es la psyché de los dioses corpóreos. Ese es el instrumento que los dioses inmateriales utilizan para mover lo movido por ellos y, a la vez, el modo en que originan el movimiento circular de los dioses corpóreos. Con ese solo movimiento, afirma Aristóteles, el primer cielo, que transporta las estrellas “fijas”, alcanza directamente el principio más divino; en cambio, «los astros situados entre el primer cielo y los últimos llegan ciertamente al principio más divino, pero a través de múltiples movimientos»287. Por su parte, la tierra no se mueve en absoluto de manera circular, porque está máximamente alejada de lo eterno y divino, de tal manera que no 287 Acerca del cielo, 292b24-26. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual dioses corpóreos se produzca en ellos por su condición de vivientes, o 300 puede alcanzar en modo alguno el principio más divino, sino que vive santiago garcía acuña sometida permanentemente al ciclo de generación y de corrupción288. En todo esto hay algo que resulta paradójico, y que Aristóteles deja sin aclarar. Se trata de dos cuestiones fundamentales. Primero, ¿por qué el movimiento circular de las esferas celestes es permanente?, ¿el deseo del alma de las divinidades físicas hacia su propia completud es en ellas una pasión inútil?, ¿son dioses eternamente frustrados?, ¿cuál es la razón de que no alcancen quietud y nunca cesen en su movimiento, cuando eso supondría imitar la inmovilidad del Noûs-Theós, al igual que imitan físicamente la circularidad inmaterial de este con el movimiento rotatorio?289, ¿por qué les es negado el reposo en el gozo y la felicidad de ser totalmente ellos mismos en su dimensión psíquica? Segundo, ¿cómo es posible que un movimiento circular de traslación que afecta a lo corpóreo de los dioses celestes, a su divino elemento material (el éter), logre para el alma de las divinidades corpóreas la plena actualidad de su esencia?, ¿por qué el deseo de la psyché de los dioses corpóreos da lugar a un movimiento de lo corpóreo, cuando jamás de lo material, sea cual sea la situación en la que se encuentre, puede brotar pensamiento de pensamiento? ¿El movimiento de los dioses corpóreos no debería ser más bien un movimiento interno a su alma? Ciertamente, la posibilidad de lo inútil y de frustración en los seres divinos materiales no cabe en el pensamiento aristotélico. En primer lugar, porque la naturaleza no hace nada que no tenga un fin, de modo que esta nunca es principio de inutilidad. En segundo lugar, porque según Aristóteles los dioses corpóreos, unos de una manera y 288 Cf. ibíd., 292b9-24. 289 ¿Cómo es que las esferas celestes teniendo el deseo natural de su propia perfección, no persiguen la quietud, imitando así la inmovilidad del Noûs-Theós, que no se mueve por ser en sí mismo perfecto, sino el movimiento? Esta cuestión crítica respecto del planteamiento de Aristóteles, se la planteó por primera vez Teofrasto, autor del primer comentario crítico al pensamiento metafísico de Aristóteles, su maestro (cf. Teofrasto, Algunas cuestiones de metafísica (Barcelona 1991) V, nº. 16). otros de otra, alcanzan con el movimiento circular su bien supremo, 301 miento teniendo un fin, alcanzándolo y gozando de él no posee término? Una respuesta a esta cuestión que sea congruente con el planteamiento aristotélico pasa por afirmar que el movimiento circular eterno y continuo pertenece a la esencia de las entidades físicas del cielo que son divinas, eternas e inmutables. El hecho de que no sean automovientes, sino que sean movidas por un motor inmóvil que les es extrínseco, no quiere decir, como ya ha sido señalado anteriormente, que el movimiento circular no sea para los dioses corpóreos su movimiento natural; es más, que dicho movimiento no pertenezca de suyo a la naturaleza de estos. Las esferas celestes tendrían que estar en permanente movimiento circular porque sólo así serían perfectamente y de modo pleno ellas mismas, o sea, porque únicamente en estado de rotación eterna estarían viviendo y disfrutando del bien supremo que ellas son para sí mismas en sí mismas. Encontrándose en movimiento, se hallarían en otro sentido en reposo y quietud, ya que se tendrían a sí mismas de modo pleno. Con todo, la imposibilidad de dar respuesta a la segunda cuestión planteada, a saber, ¿por qué existe movimiento corpóreo en los dioses celestes cuando su deseo es totalmente psíquico?, vuelve inútil todas las suposiciones que se puedan hacer para dar una solución congruente a la primera cuestión. Siguiendo el planteamiento de Aristóteles, hay que afirmar que los dioses corpóreos, en cuanto que son móviles, necesitan del Noûs-Theós, ya que todo lo que se mueve es movido por “algo”. Por el contrario, el Noûs-Theós de Aristóteles no depende de nada distinto de sí mismo, en ningún aspecto ni en modo alguno. Si ya se ha considerado el porqué los dioses que son Noûs no constituyen el fin amado deseosamente por aquello que mueven, o sea, por las esferas celestes, ahora encontramos la razón por la cual las divinidades inmateriales que son principio del movimiento de los cielos, y que no son amados por estos ni por ningún viviente, tampoco aman lo distinto de sí mis- el ca mino aristotélico hacia lo espiritual gozando de una vida inmutable y plena. ¿Por qué entonces su movi- santiago garcía acuña 302 mos. Para el Estagirita, el Noûs-Theós no tiene más amor que el amor sui «puesto que Dios no necesita nada»290. Como ser autosuficiente, - la divinidad que es Noûs-Theós vive que se basta a sí mismo (autárkes), únicamente consigo misma291. En efecto, el nÒhsij no»sewj aristotélico expresa una divinidad trascendente y absoluta, suspendida por encima de todo lo físico292, que excluye totalmente cualquier necesidad e inmanencia de sí misma respecto de lo distinto de sí. La substancia de “lo dios” inmaterial es pensamiento como pensamiento que se piensa a sí mismo en pura actualidad; pensar lo otro de sí supondría para lo Noûs-Theós ser movido en su actividad propia por lo pensado y, por tanto, no ser ya motor inmóvil. Se trata, pues, de un pensamiento encerrado en sí mismo, que no puede salir de sí. El Noûs-Theós como nÒhsij no»sewj es pensamiento intencionalmente inmanente y autonoemático; con otras palabras, la esencia del Noûs-Theós consiste en puro pensamiento, cuyo pensar es él mismo pensándose a sí mismo. «La divinidad (...) es demasiado buena para pensar en otra cosa que en sí misma»293. De ahí que las divinidades incorpóreas aristotélicas sean realmente dioses deístas. La intervención inmediata y directa del Noûs-Theós en el ámbito de las substancias físicas, tanto divinas como corruptibles, contradiría lo-que-es, o sea, su propia esencia. El Noûs-Theós lleva siempre a cabo su gobierno divino desde su absoluta trascendencia y su ser totalmente otro respecto de las substancias físicas, ejerciéndolo indirectamente a través de la naturaleza de estos y por medio del influjo de los dioses corpóreos sobre el ámbito sublunar. De esta manera, pues, penden 290 Ética eudemia, 1249b16. 291 Ibíd., 1244b6ss. 292 Cf. H. U. Von Balthasar, Teodramática, 4: La acción (Madrid 1995) 52; ID., Gloria. Una estética teológica, 4: Metafísica. Edad Antigua (Madrid 1986) 360; ID., Gloria. Una estética teológica, 5: Metafísica. Edad Moderna (Madrid 1988) 564. 293 Ética eudemia, 1245b17-18. del Noûs-Theós el cielo (ouranós) y la naturaleza (phýsis)294. Teniendo 303 prensibles las siguientes proposiciones del Estagirita: «El que procede en sus actividades de acuerdo con su noûs y lo cultiva, parece ser el mejor dispuesto y el más querido de los dioses. En efecto, si los dioses tiene algún cuidado de las cosas humanas, como se cree, será también razonable que se complazcan en lo mejor y más afín a ellos (y esto sería el noûs) y que recompensen a los que más lo aman y honran»295. Los dioses que están en contacto, influyen y son providentes con las realidades sublunares y con las cuestiones humanas son las divinidades celestes, no el Noûs-Theós. Para los dioses corpóreos, su propio orden, marcado por el movimiento circular de rotación, que tiene su principio motor según Aristóteles en el Noûs-Theós, les es completamente favorable y son felices en él; así también resulta máximamente propicio para los entes sublunares aquello que les mueve según su naturaleza, sin contrariarla. Y puesto que el movimiento circular es el primero de los movimientos y, por ende, la medida de todos los demás296, todo el que se mueve de acuerdo con el movimiento que le es natural está en conformidad con la medida última de todo movimiento, o sea, con el movimiento de rotación de los dioses celestes, respecto del cual nada es contrario. Como el hombre tiene noûs poietikós en su alma y este es lo divino en él, imitando con su noûs humano al noûs divino presente en él, el ser humano es providente consigo mismo, a la vez que se adecua al gobierno de los dioses corpóreos sobre los entes sublunares y vive el orden de la naturaleza a semejanza de aquellos. El hombre que actúa según su noûs coadyuva sinérgicamente al orden que los dioses celestes establecen en el mundo sublunar; por eso es lógico para Aristóteles que quien así obra sea, a su vez, favorecido 294 Cf. Metafísica, 1072b13-14. 295 Ética nicomáquea, 1179a23-28. 296 Cf. Física, 265b9-11. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual todo esto presente, dentro del planteo aristotélico se tornan com- 304 y recompensado por los dioses corpóreos. No obstante, debido a la santiago garcía acuña superioridad excesiva de los dioses celestes respecto de los hombres, es absurdo que el hombre reclame de estos reciprocidad de favores y beneficios de acuerdo con los que él ocasiona con el ejercicio de su actividad según el noûs propio297. La total separación del Noûs-Theós respecto de las substancias materiales, tanto divinas como sublunares, con la consiguiente exclusión de todo tipo de inmanencia de la divinidad incorpórea en lo físico, no implica que las divinidades inmateriales sean para Aristóteles algo desubicado, aunque no ocupen espacio por carecer de materia y de magnitud. Ciertamente, según él, no cabe que la divinidad inmaterial sea del mundo físico, ni que esté mezclado con él, ni que este sea instrumento de su acción, ni que pueda ser intimidad de las realidades hilemórficas. No existe entre las divinidades incorpóreas y las substancias materiales ningún tipo de contacto directo e inmediato. Sin embargo, el Noûs-Theós aristotélico tiene, a pesar de estar totalmente alejado de lo físico, un lugar propio en relación con el universo en cuanto motor inmóvil de este y de las esferas celestes, sin que esta ubicación implique su presencia en lo mundano (inmanencia) ni su ayuntamiento con ello. Dice Aristóteles: «Es también necesario que lo moviente esté o en el medio o sobre la circunferencia, pues estos son los principios de la esfera; pero las cosas que se mueven con mayor rapidez son las que están más cerca del moviente, y este es el caso del movimiento de la circunferencia; luego el moviente está allí»298. Lo que ocupa el centro del universo, que según el Estagirita es la tierra, está en reposo respecto del movimiento circular, porque el centro de una esfera permanece en quietud en relación con la rotación de esta. Y como la sensación de rapidez es mayor en la parte extrema de la esfera, 297 Cf. Ética eudemia, 1239a17-19. 298 Física, 267b7-9. Aristóteles consideró que la circunferencia más veloz del universo es 305 principio motor, o sea, al Noûs-Theós, en este caso el dios incorpóreo principal. Siendo los dos lugares en quietud respecto de una esfera en rotación su centro y lo exterior a su circunferencia, no la circunferencia ni el espacio existente desde ella al centro de la esfera, y produciéndose el mayor desplazamiento en la circunferencia y no en el espacio intermedio entre ella y el centro, cada uno de los dioses inmateriales estará situado sobre la esfera celeste de la que es motor inmóvil. Con su “estar” sobre las esferas celestes, el Noûs-Theós permanece totalmente “exterior” trascendente respecto de todo lo físico, alejado y separado de ello. 9.4. El Noûs-Theós trascendente y el noûs poietikós en el alma humana El noûs pathetikós (pensamiento pasivo) forma parte de la entidad hilemórfica que el hombre es. Como el Noûs-Theós está completamente separado de toda substancia física, no guarda relación con el noûs pasivo del hombre. Más aún, el humano noûs pathetikós es un noûs cuya esencia no es puro pensamiento de pensamiento. El aristotélico noûs pathetikós es pensamiento imaginativo con poder para acceder a lo inteligible en imágenes y pensamiento práctico con poder para determinar el bien en sí que debe procurarse mediante la acción, ligados ambos a lo corpóreo, y también pensamiento discursivo con poder para exteriorizarse y comunicarse, vinculado al lógos del alma, que a su vez está unida al cuerpo. En el noûs pathetikós como tal, el pensar que se piensa (nÒhsij no»sewj) es sólo de modo potencial. Por todo ello, es claro que el noûs pasivo del hombre es esencialmente distinto al Noûs-Theós, pues este es únicamente pensamiento de pensamiento puro y absoluto, ya que lo es en actopleno y no está complicado con nada material. Tampoco para Aristóteles el Noûs-Theós es el noûs que actualiza el noûs pathetikós del el ca mino aristotélico hacia lo espiritual el cielo más exterior, por lo que este tiene que ser más cercano al 306 hombre, o sea, el motor inmóvil de este, pues no tiene como “lugar” santiago garcía acuña el alma humana, sino que “está”, en cuanto plural, sobre cada una de las circunferencias de las esferas celestes (no en ellas, que es como se encuentran los astros y los planetas). Así pues, según la concepción que de ellos tiene Aristóteles, el Noûs-Theós y el noûs pathetikós son totalmente desemejantes y viven absolutamente separados. La cosa cambia cuando consideramos el noûs poietikós y lo comparamos con el Noûs-Theós. En efecto, los dos tienen la misma esencia: lo-que-son es pensamiento de pensamiento (nÒhsij no»sewj nÒhsij), sin complicación alguna con lo corpóreo299. Por tanto, ambos son esencialmente idénticos. Más aún, tanto el Noûs-Theós como el noûs poietikós poseen la esencia propia en el mismo modo, a saber, en acto pleno (enteléchia). Y también los dos son de idéntica manera lo-que-son, pues el ser de los dos es, según el parecer de Aristóteles, “ser que realmente es”, o sea, ser substancial. Ello implica que el uno y el otro son en sí mismos igualmente eternos, impasibles, inmortales, sin magnitud, separados e inmóviles. En ambos, porque son pensamiento de pensamiento en acto pleno, hay identidad entre el pensamiento, el pensar y lo pensado, o sea, se trata de substancias inmateriales completas y cerradas en sí mismas; en ellas no inhiere nada de aquello “que-realmente-no-es” y no hay mezcla alguna con ninguna otra substancia. Tanto el Noûs-Theós como el noûs poietikós son redondos y están curvados sobre sí mismos. La vida propia del Noûs-Theós y la vida específica del noûs poietikós son esencialmente iguales. Las dos son vidas inmateriales absolutas, plenas, conclusas, o sea, divinas300. El carácter divino incorpóreo es propio de ambos. Por eso, para Aristóteles el bien en la categoría de substancia existe como noûs y como Dios301. 299 Cf. Metafísica, 1074b20-35. 300 Cf. Metafísica, 1072b18-30. 301 Cf. Ética eudemia, 1217b30-31. Siendo idénticos substancial y esencialmente el Noûs-Theós y 307 los identifica. Para el filósofo de Estagira, el Noûs-Theós es una substancia inmaterial plural en número, como ya se señaló, y el noûs pathetikós es otra substancia inmaterial que también parece plural en número, aunque tengan la misma esencia y en igual modo. Todo parece indicar que el Estagirita mantiene esta posición en razón de las funciones diversas que ejercen como motores inmóviles. Como hemos visto, Aristóteles habla del Noûs-Theós como motor primero de las esferas celestes, mientras que el noûs poietikós es, según él, motor primero en relación al noûs pasivo del hombre. En cuanto moviente de los dioses corpóreos, el Noûs-Theós tiene su lugar propio sobre las circunferencias de las esferas celestes; en cambio, el noûs poietikós como moviente del noûs humano se encuentra en el alma humana, ese es su “lugar” en el universo. La “ubicación” del uno y del otro marca además otra diferencia entre ambos. En efecto, para Aristóteles el Noûs-Theós, que está sobre las esferas celestes, es una substancia separada; por otra parte, el noûs poietikós, que está en el alma humana y es en sí mismo separado, sin embargo, porque se encuentra en el hombre, es separable, o sea, no se halla de hecho separado. Por eso Aristóteles considera claramente que los cuerpos celestes no ejercen ningún tipo de influencia sobre el Noûs-Theós; por el contrario, respecto del noûs poietikós, el Estagirita se mantiene en la duda sobre una posible afección accidental en este desde aquello que mueve, de tal modo que el noûs poietikós sería sólo lo que es cuando se encuentra efectivamente separado. Ahora bien, ¿cuál será el “lugar” del noûs poietikós cuando tenga que abandonar el alma del hombre concreto y singular en la que se halla al padecer este la muerte?, ¿dónde se “ubica” entonces?, ¿transmigra a un nuevo hombre? Esta problemática no la tiene el Noûs-Theós, pues su “lugar” es, según Aristóteles, eterno. En fin, para Aristóteles, el noûs poietikós es directa e inmediatamente el dios de los hombres en los hombres, y el Noûs- el ca mino aristotélico hacia lo espiritual el noûs poietikós para Aristóteles, sin embargo, en ningún momento 308 Theós constituye el dios del cielo y de los astros, o sea, el dios de los santiago garcía acuña dioses corpóreos, pero que está sobre ellos. El Noûs-Theós es también Dios para los hombres, pero oblicuamente, y nunca en ellos: desde la posición sobre el cielo extremo del Noûs-Theós, su gobierno llega hasta los hombres en cuanto motor inmóvil de los dioses corpóreos, y, por tanto, a través de ellos, cuya influencia divina en lo humano ya fue anteriormente considerada. Las diferencias señaladas arriba entre el noûs poietikós y el Noûs-Theós parecen indicar que el filósofo de Estagira los consideró como dos substancias particulares diferentes y plurales en número. Ciertamente, desde la perspectiva de la actividad, cabría la posibilidad de que se tratara de la misma substancia, mas realizando dos funciones diferentes: una, como motor de los cuerpos celestes; y otra, como motor del noûs pathetikós. Sin embargo, las otras dos diferencias mencionadas por Aristóteles, a saber, las diversas “ubicaciones” y los dos “estados” distintos el absolutamente separado y el separableno-separado, exigen que aquello que es noûs como puro y pleno pensamiento de pensamiento, y que actúa como moviente primero del divino cielo y también del noûs pathetikós humano, y que existe simultáneamente como tal, lo sea en dos substancias particulares distintas, aunque ambas inmateriales y divinas: el noûs poietikós y el Noûs-Theós. Es posible afirmar, por tanto, que para el Estagirita, al igual que hay dos tipos de divinidades corpóreas, las esferas celestes y los astros, existen también dos clases de dioses incorpóreos: la divinidad que gobierna el cielo “sobre” el cielo, el Noûs-Theós; y la divinidad que gobierna al hombre desde el hombre, el noûs poietikós. El politeísmo filosófico de Aristóteles es innegable. En la filosofía del Estagirita conviven los dioses físicos y religiosos, que anteriormente pertenecían al Mito, con los dioses puros, incorpóreos y deístas, que entraron por primera vez a escena en Grecia con el surgimiento de la ilustración filosófica. Desde la perspectiva de la pluralidad de dioses que se dan en la concepción filosofía de Aristóteles, tanto res- pecto al número como al tipo de substancia, la definición más amplia 309 a saber: «el ser vivo inmortal»302. Para Aristóteles, la problemática de la ciencia metafísica radica tanto en la cuestión de las substancias divinas inmateriales en cuanto tales como también en la relación de estas con las substancias físicas, sobre todo en lo concerniente al hecho del movimiento. Sin tener la pretensión en este momento de analizar la justeza de la concepción de Aristóteles sobre la divinidad, el universo y el hombre, así como de la comprensión que él tiene de las relaciones entre ellos, quiero sólo anotar que la afirmación del Noûs-Theós por parte del Estagirita tiene su cimiento en el hecho de que considera realmente existentes tanto una substancia física incorruptible, cuyo elemento material es el éter, como también un movimiento perfecto, continuo y eterno: el movimiento circular del cielo. Como estas dos existencias son sumamente problemáticas, el cimiento sobre el que se apoya el Noûs-Theós aristotélico es pura arena movediza. Aristóteles desconoce la realidad de la creación temporal de lo ente, a partir de la nada, por el poder omnipotente de Dios, con la consiguiente oscilación estructural de ser y esencia en ello. Este desconocimiento privó a Aristóteles, en primer lugar, del camino por el cual se puede descubrir filosóficamente el contenido de la relación de analogía que existe entre el ser de Dios y el ser de los entes: la semejanza en la mayor desemejanza; en segundo lugar, mas también en relación con la analogia entis, de poder comprender que la absoluta trascendencia de Dios respecto de los entes implica, a la vez, su total inmanencia en ellos; y, en tercer lugar, siempre en el ámbito de la analogía del ser, del entendimiento de que la universalidad de las cosas creadas, sin que estas dejen de ser ellas mismas, o sea, manteniendo su consistencia propia y no mezclándose con la divinidad, tiene como 302 Tópicos, 128b20. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual y englobante que el mismo Estagirita propone de dios es la siguiente, 310 “ubicación” la realidad de la divinidad: todo en Dios, nada fuera de santiago garcía acuña Dios303. No obstante, como barruntando alguna de estas cosas, Aristóteles afirmó la absoluta trascendencia del Noûs-Theós y sobre todo la inmanencia del noûs poietikós en el alma humana; y en cuanto que el hombre tiene noûs, el poietikós como impropio y el pathetikós como suyo, junto a la desemejanza entre lo divino y lo humano, también se vislumbra algo de su semejanza; por otra parte, si el hombre tiene en sí el divino noûs poietikós, eso significa que el hombre tiene capacidad para ello y está religado a la divinidad: el ser humano es capax Dei y religioso. Aristóteles captó principalmente el fenómeno humano del amor en su dimensión esencial de eros (deseo). Él se percató de que el amor, en cuanto eros, es intencional y tendente a un fin que no es el mismo amor, sino que es algo distinto al amor-eros que lo busca e intenta su consecución. Más aún, el Estagirita, distinguiendo una dimensión sensible y otra inteligible en el deseo humano, consideró que el amor-eros es noble cuanto el hombre se dirige deseosamente al fin determinado por el noûs práctico, trascendiendo el objeto de deseo del apetito sensible. Por el contrario, Aristóteles no llegó a desvelar la profundidad de la dimensión agápica del amor humano, que también es esencial al amor del hombre. El agápe es el amor que en cuanto amor no tiene como fin otra realidad que él mismo, o sea, que no ama en razón de otra cosa más que de sí mismo y, por tanto, que es totalmente libre y autónomo, sin depender de nada que no sea él mismo; y que, a la vez, es transitivo y relacional, o sea, no curvado sobre sí mismo ni encerrado en sí mismo, sino que sale de sí para hacerse presente, dándose libre y graciosamente, en lo otro-de-sí, 303 Cf. S. García Acuña, “La analogía entre el ser finito y el ser infinito. ‘Analogia entis’. La relación entre el Todo y el fragmento: De la oposición dialéctica y de la continuidad ontológica a una ‘analogia entis’ englobada dentro de la más amplia ‘analogia fidei’. El diálogo mediático de H. U. von Balthasar con Erich Przywara, Karl Barth y Gustav Siewerth”, en A. Pérez De Laborda (ed.), Jornada sobre la analogía (Madrid 2006) 131-182. mas sin que esto suponga en él ningún tipo de mengua, de aliena- 311 perderse o malograse. El amor agápico es amor capaz de entregarse a sí mismo sin por ello dejar de permanecer en sí mismo. El hecho de que Aristóteles, por un lado, se centrara exclusivamente en el pensar como luz que transparenta “algo” separable en el alma humana y, por otro lado, concibiera lo divino inmaterial como noûs en cuanto nÒhsij no»sewj en acto-pleno, posiblemente se debió a la falta de luz respecto de la esencial dimensión agápica del amor, lo que hubiera enriquecido y corregido en no pocos aspectos su concepción del alma humana, de la divinidad y también de la relación de esta con lo distinto de ella. En este sentido, el conocimiento de la creación del mundo como acto totalmente libre y gratuito de Dios hubiera, probablemente, motivado a Aristóteles en su búsqueda filosófica tanto respecto del amor, conduciéndolo hacia su esencial dimensión de ágape, como en relación con Dios, llevándolo, más allá de la comprensión de la divinidad incorpórea como pensamiento de pensamiento, al descubrimiento de Dios en cuanto amor. Este doble acceso le hubiera abierto la posibilidad de desarrollar filosóficamente el contenido de la semejanza en la mayor desemejanza del hombre respecto de Dios en relación con el amor, sin reducir toda esta cuestión al mero ámbito del pensamiento. Aristóteles se preguntó constantemente por lo separable. Con ello trató de determinar, siguiendo la estela de los fenómenos, aquello que siendo distinto de lo físico posee consistencia propia, o sea, aquello que es substancia inmaterial, llegando a distinguir dos clases de substancias metafísicas: el Noûs-Theós y el noûs poietikós. Sin embargo, la idea de separabilidad, aun pudiendo tener relación con los conceptos de distinción y diferencia, posee su núcleo concreto y específico en las nociones de desunión y distancia. Por eso, la importancia dada a la separabilidad por Aristóteles abre un abismo inmenso e insuperable entre lo divino incorpóreo y lo físico. El “estar” del Noûs-Theós, plural en número, sobre las circunferencias de las esferas el ca mino aristotélico hacia lo espiritual ción y de enajenación, con otras palabras, sin que implique para él el 312 celestes y la presencia del noûs poietikós en el alma del hombre, no santiago garcía acuña salvan la distancia absoluta que Aristóteles establece entre la substancia inmaterial y la substancia física; es decir, no entrañan realmente la existencia de un vínculo o puente entre ambas. El Noûs-Theós y el noûs poietikós, según la comprensión que el Estagirita alcanzó de ellos, no están ni pueden estar en modo alguno complicados con la substancia material bajo ningún tipo de unión. La distancia impide la unión entre la substancia inmaterial y la substancia física. El vivir divino inmaterial, propio tanto del Noûs-Theós como del noûs poietikós, es bíos theore@@tikós: vida del pensamiento pensante de sí. La theo@ría (contemplación reflexiva), según Aristóteles, es lo más placentero y perfecto. Siendo el Noûs-Theós eterno pensamiento que se piensa, o sea, theoría en acto pleno, el Estagirita hace una serie de afirmaciones que señalan la diferencia existente entre la vida teórica del Noûs-Theós y la vida teórica del hombre en cuanto movido en su alma por el noûs poietikós. Dice Aristóteles refiriéndose al NoûsTheós: «si Dios se encuentra siempre tan bien como nosotros a veces, es algo admirable. Y si más aún, entonces más admirable todavía. Y así es como se encuentra. Y en él hay vida, pues la actividad del noûs es vida y Dios se identifica con tal actividad. Y su actividad es, en sí misma, vida perfecta y eterna. Afirmamos, pues, que Dios es un viviente eterno y perfecto. Así pues, a Dios corresponde vivir una vida continua y eterna. Esto es, pues, Dios»304. El Noûs-Theós goza de una vida auto-contemplativa perfecta. En cambio la vida teórica del hombre, existente en él en cuanto movido en su noûs pathetikós por el divino noûs poietikós, es discontinua, contingente e incompleta. Más aún, para el hombre, la vida buena contemplativa depende en su principio de algo distinto de él mismo, del noûs poietikós, mientras que «la divinidad es en sí misma 304 Metafísica, 1072b23-29. su vivir bien»305. A diferencia del Noûs-Theós y del noûs poietikós, en 313 agradable, porque nuestra naturaleza no es simple; sino que en nosotros hay algo también diferente en virtud de lo cual somos perecederos; de suerte que si una parte de nuestra naturaleza hace algo, esto va contra la otra parte de nuestra naturaleza, y cuando hay un equilibrio entre ellas, su actuación no nos parece ni dolorosa ni agradable. Si la naturaleza de alguien fuera simple, la misma actividad sería siempre la más agradable. Por eso, Dios se goza eternamente en un solo placer simple y absoluto, pues no sólo existe una actividad del movimiento, sino también de la inmovilidad [la actividad propia del noûs como nÒhsij no»sewj en acto-pleno es en sí misma inmóvil], y el placer reside más en la quietud que en el movimiento»306. Así pues, «mientras toda la vida de los dioses es feliz, la de los hombres lo es en cuanto que existe una cierta semejanza con la actividad divina; pero ninguno de los demás seres vivos es feliz, porque no participan, en modo alguno, de la theoría. Por consiguiente, hasta donde se extiende la theoría, también la felicidad, y aquellos que pueden contemplar más son también más felices no por accidente, sino en virtud de la theoría»307. 10. Consideraciones finales sobre lo espiritual en Aristóteles En su itinerario fenomenológico, Aristóteles no redujo los fenómenos a los datos de la experiencia empírica, a lo dado a la observación por los sentidos. El Estagirita se mantuvo abierto y atento a los fenóme- 305 Ética eudemia, 1245b19. 306 Ética nicomáquea, 1154b22-28. Cf. ibíd., 1175b4ss. En sentido estricto, sólo Dios goza de una felicidad plena, pues «nada incompleto es feliz, al no ser un todo» (Ética eudemia, 1219b 8-9). 307 Ética nicomáquea, 1178b27-32. Cf. Ética eudemia, 1245a1ss. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual nosotros, sentencia Aristóteles, «no hay nada que nos sea siempre 314 nos que están presentes ante nosotros y que no son el aparecer de santiago garcía acuña algo físico. Más aun, él se percató del hecho de que toda experiencia humana, también la sensible, transciende lo empírico en cuanto tal, pues es inseparablemente experiencia de la experiencia y, a la vez, experiencia de uno mismo para sí mismo. «Hay algo en nosotros dice el filósofo de Estagira que percibe que estamos actuando, de tal manera que nos damos cuenta, cuando sentimos, de que sentimos, y cuando pensamos, de que estamos pensando; y (...) percibir que sentimos o pensamos, es percibir que existimos (puesto que ser era percibir o pensar)»308. Desde la perspectiva filosófica de Aristóteles, ¿qué podría ser la fuente de este fenómeno en el hombre? El camino aristotélico no es directo. Ciertamente, Aristóteles consideró los fenómenos inmateriales. Sin embargo, partiendo de lo que nos es más accesible a través de la experiencia sensible, el Estagirita, llevado por el deseo de alcanzar la verdad y gozar del saber, buscó ante todo el principio fundante y explicativo del fenómeno del movimiento, tan profuso y poliédrico ante nosotros. Para ello determinó en primer lugar la esencia del movimiento en cuanto tal. Según Aristóteles, el movimiento es siempre el paso de la potencia al acto, o sea, la actualización de lo potencial. Congruentemente con esa definición, toda substancia que no posea su esencia, sea la que sea, en pura actualidad es susceptible de estar internamente en movimiento. Más aún, siendo lo-que-es en acto-pleno y, por tanto, algo inmóvil en sí mismo, sin embargo, podría todavía padecer movimiento local si se tratase de una substancia física perfecta, pues todo lo corpóreo es potencialmente trasladable. Así pues, todo aquello que está en potencia respecto de algo, y los entes materiales son siempre potenciales en relación con el lugar, constituye una realidad movible. Sólo una substancia inmaterial que fuese lo-que-es en acto-pleno sería de suyo inmóvil. Es un dato de experiencia que existe el movimiento. 308 Ética nicomáquea, 1170a31-1170b1. Retomemos la cuestión acerca de su principio. Aquello que de un 315 no puede estar él mismo entremetido en el movimiento de la serie, pues entonces sería imposible considerarlo fundamento último y explicativo del mismo. La inmovilidad respecto de la serie en movimiento es condición necesaria para que algo pueda ser considerado principio de su movimiento; pero se trata de una condición insuficiente, pues además debe ser motor en sí mismo, o sea, debe tener de suyo poder motriz; más aún, tiene que poseer algún tipo de imperio en relación con lo movible que le permita transmitir hacia este y ejercer sobre él su fuerza motora. Para Aristóteles, tiene poder lo que goza de actualidad, es decir, lo que es en acto: el poder de una substancia depende de su realidad y es correlativo al modo de su actualidad. Considerando las substancias físicas automovientes, y más en concreto al hombre, Aristóteles afirmó el alma humana como principio motor del cuerpo, con poder para moverlo naturalmente respecto a la cantidad, la cualidad y el lugar, pues concibió el alma como actopuro (enteléchia) de la materia del compuesto hilemórfico viviente. No obstante, Aristóteles no se quedó ahí. Además de reflexionar sobre el alma humana en su relación a los movimientos del cuerpo, el Estagirita se adentró en la esencia propia de aquella y en sus actividades específicas, preguntándose por el principio de los movimientos internos que se dan en ella y que nos son manifiestos. El conocimiento esencial de las cosas, el lenguaje conceptual, enunciativo y discursivo, el razonamiento práctico y el pensamiento son fenómenos que se dan en los seres humanos y que no están presentes en los demás vivientes. Iluminado por este hecho, Aristóteles calificó el alma humana de racional, poseedora de lógos y de noûs. De entre las actividades racionales que el alma humana realiza por tener lógos y noûs, hay algunas que el alma las realiza vinculada a lo corpóreo, mientras que otras parecen no depender en cuanto tales de nada material. Investigando esta cuestión, el Estagirita llegó a discernir la capacidad que el ca mino aristotélico hacia lo espiritual modo u otro sea causa del movimiento de una serie en movimiento 316 tiene el alma humana para lo inteligible de las cosas, permanente- santiago garcía acuña mente abierta a la universalidad de lo inteligible. Tanta importancia le otorgó Aristóteles a esta capacidad, que fue de la opinión de que el alma humana se caracteriza esencialmente por ser en potencia todo lo inteligible. Ahora bien, ¿dónde radica la potencia intelectiva del alma? La respuesta de Aristóteles a esta cuestión no fue otra que el noûs. La facultad sensitiva del alma es adecuada para lo sensible; el lógos del alma, para la palabra y los enunciados; la razón práctica del alma, para la acción según el bien en sí; y el noûs del alma, para lo inteligible. Según Aristóteles, gracias a la potencia del noûs, cuando este interviene en la actividad de conocer las cosas, el hombre alcanza el conocimiento esencial de las mismas, o sea, la posesión actual de aquello que en ellas es lo potencialmente inteligible: su propia esencia. Por tener lógos, el alma humana puede exteriorizar los conocimientos esenciales del noûs; a la vez que la palabra del hombre, atravesada y revestida por el noûs, es palabra conceptual y definitoria respecto de lo-que-es cada cosa. La intervención del noûs en el lenguaje racional aporta el contenido de los conceptos y crea la unión de los mismos. El influjo del noûs en el ámbito de la acción supone el acceso teórico al bien en sí y, consecuentemente, la posibilidad de tenerlo como medio o fin en el propio obrar. El pensamiento cognoscitivo, pensamiento práctico y el pensamiento discursivo se dan en la medida en que el noûs contribuye y apoya con su poder respecto de lo inteligible las actividades de la sensibilidad, del juicio y del lógos del alma humana. Asumiendo el término aristotélico de “noûs” para aquello que en el alma humana tiene poder para lo inteligible, podemos afirmar, ciertamente, tal como evidenció Aristóteles, que el noûs, en relación con lo inteligible presente potencialmente en las cosas físicas, realiza desde sí y por sí la actividad de inteligir, sin que esta se derive en modo alguno de otra realidad que no sea el noûs, pero lo hace apoyándose, a modo de instrumento, en elementos sensibles o imaginativos, todos ellos vinculados a lo corpóreo. Esta dependencia instrumental del noûs para la tenencia del eîdos de la cosa esconde en cierta medida 317 les, la capacidad del noûs para lo inteligible se manifiesta con mayor claridad en su índole independiente cuando se trata del conocimiento esencial de los entes abstractos, porque estos no son substanciales y porque su inteligibilidad es totalmente inmanente al noûs. Con todo, para Aristóteles, no es en la intelección del eîdos de las cosas físicas ni en la ideación de lo inteligible de los entes abstractos donde el noûs revela lo-que-es. La profundidad del ser propio del noûs la encuentra Aristóteles en la experiencia humana del propio pensar reflexivo, que vuelto sobre sí mismo se intelige a sí mismo, poseyendo actualmente su propia inteligibilidad. En el pensar reflexivo, la actividad del noûs para lo inteligible no se dirige intencionalmente a nada distinto de ella misma, sino que el pensar se tiene a sí mismo como objeto de su actividad, o sea, es pensamiento de pensamiento. Aristóteles consideró que la esencia específica del noûs consiste en pensamiento que se piensa, nÒhsij no»sewj nÒhsij. Y como en esta actividad el pensamiento, al tenerse a sí mismo como objeto y fin del propio pensar, se vuelve sobre sí mismo y se relaciona únicamente consigo mismo, es aquí, en el nÒhsij no»sewj, según Aristóteles, donde el noûs manifiesta su independencia absoluta respecto de la materia y, por tanto, su índole separable. Es indudable que Aristóteles discreparía de todos aquellos posicionamientos, tan mayoritarios y extendidos en la consideración actual del pensamiento humano, que, de un modo u otro, hacen de él un epifenómeno de la actividad cerebral, afirmando que el sujeto del pensamiento es el cerebro humano y que el pensar no es más que actividad neuronal. El pensamiento sería, según esto, efecto y resultado tanto de la estructura como de la vida cerebral del hombre. Para los determinismos neurofisiológicos actuales, rostros contemporáneos del materialismo, el pensar es una pura función del sistema neuronal humano en un concreto estado fisiológico de este. Ciertamente, el ca mino aristotélico hacia lo espiritual el carácter separable del noûs respecto de lo material. Según Aristóte- 318 Aristóteles estaría de acuerdo con el papel insustituible del cerebro en santiago garcía acuña relación con el conocimiento, el lenguaje, la imaginación, la sensación, el deseo, etc., respecto de los cuales el pensamiento puede intervenir con su acción propia, pues aunque estos no se deriven del cerebro, sino de la psyché humana, dependen de aquel, de tal manera que están ligados a la actividad cerebral. Una anomalía o disfunción de esta les afecta directamente. Sin embargo, el Estagirita no asumiría en modo alguno la opinión de que la actividad propia del pensamiento es un producto del cerebro. El esencial carácter reflexivo del pensamiento humano falsifica radicalmente esa hipótesis, elevada por muchos a categoría de ley, pues en la reflexión, la actividad de pensar del alma humana se muestra desligada de todo lo corpóreo. El pensar es capaz de lo inteligible, más aún, de lo inteligible en su inteligibilidad, o sea, de lo inteligible en cuanto tal, y tiene como fin de su intencionalidad operativa lo inteligible. Si ya la realidad física del cerebro es totalmente superada por lo inteligible, pues lo inteligible trasciende de modo absoluto lo material, lo que implica que es imposible reducir el pensar a la actividad cerebral, esto resulta todavía más evidente cuando el pensar es reflexivo, o sea, cuando se piensa a sí mismo; porque ahí el hombre vive y experimenta en su propia inmanencia la actividad de lo que en él tiene capacidad para lo inteligible, o sea, del noûs, como actividad que parte de ese poder y, sin salir de él, es más, dirigiéndose únicamente a sí mismo, alcanza la posesión en acto de lo inteligible, la cual, según la propia experiencia humana, es parcial, o sea, una posesión real de lo inteligible, pero no de todo lo inteligible. Y como para Aristóteles la psyché humana es, porque tiene noûs, todo lo inteligible en potencia, al lograr lo inteligible, el hombre se realiza en su propia alma y, consecuentemente, como entidad hilemórfica. El noûs aristotélico, lo que en el hombre tiene poder respecto de lo inteligible, contradice la pretensión de las ideologías materialista y naturalista de hacer emanar el pensamiento de lo físico: el pensar y, más aún, la reflexión de la que es capaz el pensamiento humano, 319 La participación del noûs aristotélico en alguna de las actividades más importantes que la psyché humana realiza vinculada al cuerpo del que, según Aristóteles, es forma, interviniendo en ellas con la aportación de su propia actividad, o sea, el pensar, puede hacer que parezca que el pensamiento no es independiente del cerebro. Como el alma necesita de lo corpóreo respecto del conocimiento, de la acción y del lenguaje, estos no existen si falta el vínculo de la psyché con el cuerpo formalizado por ella; más en concreto, en ausencia de la actividad neuronal, faltando la vida cerebral, no podrá el noûs intervenir en el conocer, en el elegir y en el hablar humanos, ya que estos tampoco se dan, y, consecuentemente, no habrá pensamiento cognoscitivo, pensamiento práctico ni pensamiento discursivo. La ausencia de ellos cuando no existe actividad cerebral es lo que puede generar la opinión de que el pensamiento depende de lo corpóreo. Sin embargo, se trata de una opinión errónea, pues más allá del papel que el pensamiento pueda ejercer en el ámbito del lógos, en el conocimiento y en la praxis309, el fenómeno del poder para lo inteligible y el poder de reflexión del pensamiento, como bien señaló Aristóteles, indican la existencia en el hombre de “algo” que es autónomo, al menos en relación con el ámbito del pensar, respecto de lo corpóreo y de lo material. En efecto, la actividad de pensar reflexivamente, denominada theoVría por Aristóteles, es totalmente inmanente a sí misma. El noûs aristotélico en el ejercicio de su actividad reflexiva específica está vuelto sobre sí mismo de manera circular. Por no salir de sí, se mantiene en su propia intimidad y no se exterioriza: está oculto y escondido para lo distinto de sí. El que el noûs aristotélico se comunique y manifieste hacia fuera sólo cuando interviene en las facultades del alma vinculadas al cuerpo, acrecienta la errónea suposición de 309 Lo bueno en sí como fin de la acción. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual resultan totalmente irreducibles e inasimilables a lo corpóreo. 320 que el pensamiento está principiado en lo corpóreo. Pero hay que santiago garcía acuña distinguir: una cosa es que para manifestarse fuera de su intimidad requiera como a modo de instrumento de aspectos de la psyché que están íntimamente conectados con lo corpóreo, y otra bien distinta es que el pensamiento sea causado desde el cuerpo, desde lo material. Sin los medios que le son necesarios para exteriorizarse, el pensar en cuanto tal y el pensamiento de pensamiento permanecen cerrados y clausurados en sí mismos; pero el hecho de que no puedan ser experimentados en tercera persona, no significa que no estén presentes, que no existan. Porque tiene noûs, el alma humana es en potencia todo lo inteligible. Ahora bien, al afirmar Aristóteles que la esencia del noûs es nÒhsij no»sewj la actividad de pensarse del pensamiento, en el caso de que el noûs fuera lo-que-es en acto pleno, o sea, si estuviera totalmente realizado en su esencia, entonces el alma humana sería de modo actual todo lo inteligible, es decir, saber absoluto, y, por tanto, se tendría a sí misma siendo totalmente clara y transparente para sí. Aristóteles, atendiendo a cómo se dan las cosas en el hombre, sostuvo que el noûs del alma humana cuando se encuentra en acto lo está en cuanto que actualizándose, o sea, en estado de enérgeia, que es movimiento hacia el acto-pleno (enteléchia), pero nunca acto pleno. Esto significa que el alma humana parte siempre de un estadio prereflexivo, correspondiendo este al período en el que el noûs se halla en potencia respecto de lo-que-es. El estadio reflexivo se hace presente desde el momento en el que el noûs procede a la realización de su esencia (nÒhsij no»sewj); no obstante, aun en el estadio reflexivo, el noûs del hombre no siempre está realizando su actividad esencial: el pensar que se piensa. Aristóteles, que sólo consideró como actividad reflexiva el pensar que se piensa, fue consciente de la imperfección del pensamiento humano en relación con la reflexión. El pensamiento del hombre no es puro pensarse, y menos aún el hombre mismo puede ser identifi- cado como pensamiento de pensamiento. El Estagirita no sobrevoló 321 miento del hombre aunque pueda pensarse, siendo entonces el hombre consciente reflexivamente de sí mismo, no comienza su actividad de pensar teniendo como objeto inmediato y directo de esta el propio pensamiento, sino pensando lo distinto de sí. El pensamiento humano no vive originalmente su esencial índole reflexiva. El hombre no posee un pensamiento que se dirija intencionalmente de manera original y exclusiva a sí mismo310. El noûs del hombre únicamente llega a la reflexión desde sí y por sí mismo después de haberse prodigado en el conocimiento esencial de las cosas y en el decirse por medio del lógos. Más aún, el pensamiento de pensamiento cuando se da en el hombre no constituye nunca en él algo permanente y concluso, acto-pleno de pensarse311. Esta imperfección de la reflexión del pensamiento del hombre, como también sucede en su amor agápico, muestra claramente que el noûs del ser humano, o sea, aquello que en él tiene poder para lo inteligible, no es absoluto, pues no tiene poder total sobre sí mismo. Si poseyera ese poder respecto de sí mismo, el noûs del hombre sería plenamente íntimo a sí mismo, y el alma humana no podría ser caracterizada como lo que es en potencia todo lo inteligible, pues constituiría en acto pleno todo lo inteligible en cuanto inteligible. Ciertamente, Aristóteles reconoció que la reflexividad no es total en el pensamiento de pensamiento del que es capaz el hombre. Esto no le llevó, sin embargo, a una depreciación de la reflexión en cuanto tal. El Estagirita, fijándose en el carácter reflexivo del pensamiento humano, se dio cuenta de que la reflexión era algo imposible de equiparar a otras experiencias del hombre. En todas las actividades no reflexivas, o sea, que no se tienen a sí mismas como fin de sí 310 Cf. Metafísica, 1074b20-35. 311 Cf. ibíd., 1075a5-10. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual los fenómenos humanos; no pasó por alto el hecho de que el pensa- 322 mismas el sentir, el conocer, el actuar, el hablar, etc., el hombre santiago garcía acuña experimenta su vínculo con lo corpóreo y material. Sin embargo, cuando el pensamiento actúa reflexivamente, es decir, cuando desde y por sí mismo se vuelve intencionalmente hacia sí como objeto y fin de su propia actividad, el hombre experimenta una vivencia que no guarda dependencia alguna con lo corpóreo y lo material, pues no interviene nada ajeno a lo inteligible en cuanto tal, o sea, a lo eidético. Intentando hacer justicia a esta experiencia vital, irreducible a cualquier otra, Aristóteles supuso la existencia en el hombre de algo independiente y separable de lo corpóreo, pues la realidad de la reflexión no podía tener su origen ni ser explicada a partir de nada material y tampoco desde aquello que necesite de lo corpóreo. ¿Qué podía ser ese algo? Por un lado, para Aristóteles era imposible que fuese el alma, porque, demasiado encerrado en su teoría hilemórfica sobre las substancias físicas, había concebido la pysché del hombre como mera forma del cuerpo, carente en sí misma de substancialidad, totalmente dependiente del ser sustancial del compuesto hilemórfico y totalmente vinculada a lo físico. Y, por otro lado, tanto el hecho de que el alma del hombre sea en potencia todo lo inteligible, como la originaria potencialidad e imperfección de la reflexión del pensar humano, exigían para Aristóteles, en conformidad con sus propios planteamientos sobre el movimiento, un motor primero que fuese causa y, por ende, principio explicativo del paso de la potencia al estado de actualidad. La vinculación del alma humana a lo corpóreo, su ser en potencia respecto de lo inteligible y la potencialidad de la reflexión en el pensar del hombre llevaron a Aristóteles a afirmar que el noûs que pertenece al alma del hombre no es separable, y que por sí mismo y desde sí mismo sólo es capaz de inteligir en imágenes. ¿Qué es para el Estagirita lo que hace que el noûs del alma humana piense y se piense, aquello que mueve noûs humano respecto de lo inteligible en cuanto inteligible?, ¿qué es eso que en el hombre es totalmente independiente y autónomo respecto de lo corpóreo y del compuesto hilemórfico, o sea, substancia inmaterial, y motor inmóvil del noûs del alma humana? A 323 humana de una substancia incorpórea completamente distinta a la propia alma, que fuese nÒhsij no»sewj en acto-pleno, a saber, el noûs denominado por él como noûs poietikós. Lógicamente, el principio motor del noûs humano no puede ser nada corpóreo ni material. Algo que es en potencia nÒhsij no»sewj sólo puede ser movido por algo que es eso en acto-pleno. Aristóteles postuló como moviente primero del noûs humano un noûs substancial y perfecto en el alma del hombre, el noûs poietikós, respecto del cual el noûs humano es noûs pathetikós. Según Aristóteles, existen dos substancias que son nÒhsij no»sewj en acto-pleno: el Noûs-Theós, plural en número, que sería el motor inmóvil y primero del movimiento circular del cielo; y el noûs poietikós, que estaría presente en el alma de cada hombre como motor inmóvil y primero del noûs humano, el noûs pathetikós. Si el noûs-Theós vive su propia autarquía separado, en cambio el noûs poietikós la vive como separable, o sea, no de hecho separado, porque habita en el alma humana, al menos mientras no se corrompe la entidad hilemórfica, y el alma humana hace parte del compuesto substancial que el hombre es. Si se asumen las enseñanzas del Estagirita, es coherente afirmar que el hombre, en cuanto habitado en su alma por el noûs poietikós, es más que hombre, pues él, siendo una substancia física animada por un alma que posee un noûs no substancial ni separable, tiene en sí una substancia inmaterial y divina, que es “lo absolutamente otro” en relación con el compuesto hilemórfico “hombre” y al cuerpo humano. Para Aristóteles, el hombre en cuanto tal es un ser substancial físico compuesto de alma y cuerpo, pero que “tiene” en su alma una substancia incorpórea y perfecta, el noûs poietikós, que no hace parte de aquella ni está complicada con el compuesto hilemórfico. En cuanto compuesto, el hombre no es su alma ni tampoco su cuerpo, sino unidad de ambos, no siendo el cuerpo sin el alma, ni el alma sin el cuerpo. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual Aristóteles no le quedó otra salida que postular la existencia en el alma 324 En Aristóteles existe dualidad de alma y cuerpo, pues alma y cuerpo santiago garcía acuña son elementos distintos e irreducibles del compuesto que el hombre es. Sin embargo, esta dualidad no implica un dualismo antropológico, porque cada hombre es, para el Estagirita, una substancia unitaria constituida por la unidad del alma y del cuerpo que le son propios, existiendo el alma y el cuerpo en tanto que vinculados el uno al otro. La relación que guardan entre sí el cuerpo y el alma en cada hombre no es la que se da entre dos opuestos recíprocamente anulantes, sino la de dos polos en contraste de una única substancia. El dualismo en Aristóteles no se da en relación con el cuerpo y el alma, sino respecto del cuerpo y del noûs poietikós. En efecto, «el aristotélico De Anima está repleto de tentadoras sugerencias sobre los fenómenos psíquicos y su interconexión con el cuerpo en contraste con la relación, o mejor dicho, ausencia de relación, entre cuerpo y espíritu (noûs)»312. Ahora bien, en tanto que para Aristóteles el alma humana está unida al cuerpo como forma actualizadora y determinante de su materia, haciendo de ella un cuerpo individual y singular, sin que pueda existir el alma separada de este, pues sólo es substancial el compuesto hilemórfico, el dualismo aristotélico de cuerpo y de noûs poietikós es, a la vez y necesariamente, dualismo de hombre y de noûs poietikós313. Ciertamente, para el Estagirita el alma humana es sede del noûs poietikós, no obstante, este se encuentra en ella sin ser de ella, sin pertenecerle, sin constituir algo intrínseco a ella, de tal modo que 312 H. Arendt, La vida del espíritu (Barcelona 2002) 57. 313 La caracterización que Aristóteles hizo del alma como forma corporitatis fue utilizada por el Magisterio de la Iglesia Católica en el Concilio de Viena (cf. DS, 900, 902). La afirmación aristotélica “anima forma corporis”, alma entelequia del cuerpo, pasó a formar parte de la filosofía perenne contenida en la Tradición viva de la Iglesia. Sin embargo, no hay que olvidar que «el alma no se agota en la formatio corporis; y tampoco el cuerpo es sólo formatum ab anima» (cf. R. GUARDINI, El contraste. Ensayo de una filosofía de lo viviente-concreto (Madrid 1996) 172 nota 2). El hombre, aun siendo unidad de cuerpo y alma, no puede ser reducido en modo alguno a una mera síntesis o conjunción de cuerpo y alma, porque ni el cuerpo ni el alma, y tampoco la sinergia de ambos, constituyen desde sí mismos el principio (arché) de la unidad y de la realidad que el hombre es. el noûs poietikós no tiene vínculo alguno con el cuerpo correlativo al 325 al cuerpo y al alma, tampoco el noûs poietikós se halla complicado en modo alguno con el compuesto que el hombre es. El noûs poietikós habita la naturaleza psicosomática del hombre como lo totalmente otro, siendo, por tanto, separable y autónomo respecto de ella. Esto exige que el noûs poietikós presente en el alma humana constituya en sí mismo una realidad substancial, que sea algo que “realmente” es. Para Aristóteles, el hombre es unidad substancial compuesta de cuerpo y alma. «Siendo, por así decir, la substancia posterior a la composición, la mismidad del alma, incluso su “individuación”, está ligada al cuerpo de modo que se hace sumamente problemática su pervivencia incorporal tras la muerte»314. En Aristóteles, el alma humana en cuanto no substancial y entelequia del cuerpo, existe «como forma atada a su materia y con ella también pasajera. Lo verdaderamente espiritual radica (...) en el noûs, pero este no es entendido [por Aristóteles] como algo individual y personal, sino como participación del hombre en un principio divino que lo supera (...). Por tanto, aquí nos encontramos ante una estricta unidad no dualista de cuerpo y alma en el hombre, pero también ante un principio espiritual impersonal, que irradia hacia el interior del hombre pero que no le es propio como persona»315. Si en un principio podía parecer que el noûs constituía aquello gracias a lo cual el hombre tiene conciencia de sí, con el dualismo de noûs pathetikós y noûs poietikós en el hombre, y con el consiguiente dualismo de cuerpo y noûs poietikós, pero sobre todo con el de hombre y noûs poietikós, se desvanece toda posibilidad de encontrar desde la comprensión antropológica de Aristóteles aquello que en nosotros 314 J. Hernández-Pacheco, Hypokeímenon. Origen y desarrollo de la tradición filosófica (Madrid 2003) 217-218. 315 J. Ratzinger, Escatología. La muerte y la vida eterna (Barcelona 22007) 162. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual alma, vive con total independencia respecto de él. Y siendo extrínseco 326 es causa de que nos demos cuenta, cuando sentimos, de que senti- santiago garcía acuña mos, y cuando pensamos, de que estamos pensando, o sea, de que seamos conscientes de nosotros mismos, de las actividades humanas que realizamos y de nuestro ser sujeto agente de las mismas. El darse de este hecho implica el estar presente uno mismo ante sí mismo, el saber de sí. Según Aristóteles, el noûs del alma humana, noûs pathetikós, es en principio potencialmente reflexivo, o sea, nÒhsij no»sewj en potencia, pero no en acto. La actualización de su esencial reflexividad y, por tanto, su ser efectivamente reflexivo en estado de enérgeia, es un movimiento que sólo se puede dar en él en cuanto movido por el noûs poietikós. Ciertamente, el noûs poietikós es completa y permanentemente reflexivo; pero como no es humano ni constituye la medida inmanente del hombre ni su identidad personal, y tampoco está vinculado a lo corpóreo, no puede ser la fuente de la conciencia de sí del hombre en el ejercicio de sus actividades humanas, que en modo alguno son reducibles al pensar que se piensa. El noûs pathetikós, aunque sea propio del alma del hombre, no siempre está en movimiento, disponiendo actualmente de su índole reflexiva, y su presencia ante sí mismo no trasciende el pensamiento de pensamiento, por eso tampoco él puede constituir la conciencia de sí que es propia del hombre. El ser humano como viviente animado que tiene “se”, o sea, que está presente a sí mismo en cuanto tal, no encuentra explicación ni queda clarificado en la filosofía de Aristóteles, aun habiendo captado él la peculiaridad e importancia de dicho fenómeno, pues es algo que se da en el hombre aun cuando la actividad de su alma no es pensamiento de pensamiento. Desde la antropología del Estagirita resulta imposible dar cuenta de la amplitud y el alcance del fenómeno de la autoconciencia del hombre. Tampoco cabe afirmar la existencia de algo inmortal propio del hombre que pudiera permanecer incorpóreo y vivo tras la muerte, con la posibilidad que en ello subsistiera la identidad del hombre muerto, pues lo único substancial que perduraría perpetuamente sería el noûs poietikós. Según la antropología aristotélica, con la 327 fico de alma y cuerpo, se corrompería el cuerpo, se desvanecería el alma y todo lo que le es propio, es decir, también el noûs pathetikós. El noûs poietikós inmortal, que en vida del hombre se encontraba presente en su alma, en modo alguno puede constituir la pervivencia de la mismidad e identidad del hombre muerto, porque, para Aristóteles, el noûs no pertenece al ser del hombre ni a lo que este es. ¿Qué es lo que le impidió a Aristóteles explicar la condición autoconsciente del ser humano, que no es reducible a la reflexión, aun siendo esta una modalidad de conciencia de sí? ¿Por qué el Estagirita fue incapaz de alcanzar la luz de lo inmortal que esplende desde la intimidad del hombre? Sin pretender ser exhaustivo, pero intentando señalar los principales factores por los que Aristóteles no profundizó más en el tema de la autoconciencia humana y en la cuestión de la pervivencia de lo humano tras la muerte, creo que se pueden considerar los siguientes como los más importantes: la preeminencia que concede a la actividad, la consideración del pensamiento de pensamiento como única actividad perfecta y reflexiva, la consideración del noûs como mero nÒhsij no»sewj y la reducción del pneûma (espíritu) de Anaxímenes a un puro principio material. Estos factores se entrelazan los unos con los otros y se condicionan entre sí. El camino fenomenológico del Estagirita a través de la actividad queda marcado por la importancia extrema que le otorga a esta, y que se refleja por ejemplo en la siguiente afirmación: «la facultad se refiere a la correspondiente actividad, y la actividad es lo principal»316. En ella no se contiene la tendencia postmoderna a disolver, vaciar y subsumir el sujeto en su cambiante actividad, sino la contraria, a saber: la propensión a constituir la actividad en sujeto, dotándola de consistencia substancial. Así, en Aristóteles, el noûs poietikós y el Noûs-Theós no 316 Ética nicomaquea, 1170a18s. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual muerte del ser humano desaparecería el hombre, compuesto hilemór- 328 son sino substantivaciones del pensar reflexivo. Las dos tendencias, santiago garcía acuña aunque por caminos diferentes, conducen a la destrucción de lo subjetivo: la primera, porque sustrae la densidad substancial del sujeto, reduciendo la subjetividad a facticidad; la segunda, porque encadena el sujeto a la necesidad de actuar que tiene la actividad para ser, substrayéndole la libertad subjetiva con dicho determinismo esencial y existencial. En Aristóteles, el pensamiento reflexivo llega a ser substancial y sujeto de su propia actividad: así el noûs poietikós y el Noûs-Theós. Ambos se identifican totalmente con la actividad de pensar que es pensar que se piensa a sí mismo en acto pleno, de manera que en ellos el ser y el pensar reflexivo se convierten el uno en el otro: el ser es pensar y el pensar es ser. Desde esta posición, Aristóteles intentó aportar un principio explicativo para el movimiento en cuanto tal y para el fenómeno de la reflexión en el hombre, pero sin llegar a dar razón de por qué dos realidades independientes, autárquicas, autosuficientes, autónomas y curvadas totalmente sobre sí mismas, el noûs poietikós y el Noús-Theós, se constituyen en motores inmóviles respecto a realidades totalmente ajenas a ellos, cuando la actividad que ellos son se tiene a sí misma como fin y es absolutamente conclusa y perfecta en sí misma, a la vez que necesaria. Con otras palabras, ¿por qué aquello que es nÒhsij no»sewj en acto-puro mueve a lo distinto de sí? Aristóteles afirma simplemente que lo hace, además de concretar qué es lo que mueve y cómo lo mueve, pero la pregunta arriba formulada, que él ni siquiera se planteó, no puede ser contestada congruentemente desde su posicionamiento, que hace de la actividad de pensar reflexivamente (theoría) la esencia de la substancia inmaterial perfecta y absoluta. Sólo desde el reconocimiento del amor agápico como actividad reflexiva, o sea, de aquel amar que tiene el fin de sí mismo en sí mismo, siendo a la vez, en cuanto da de sí, transitiva, relacional y efusiva, se puede dar respuesta a por qué el motor primero e inmóvil aristotélico mueve lo que mueve. Más aún, únicamente si la actividad reflexiva en su realización perfecta ya se trate del pensar que se piensa, ya 329 sujeto de sí misma, es posible considerar la existencia de un sujeto plenamente libre, autosuficiente, y también perfecto en sí mismo respecto de la alteridad en tanto que contendría de modo intrínseco y propio lo diverso y diferente como algo totalmente positivo en sí y para él, que sea agente substantivo del perfecto amor agápico y del pensar reflexivo en acto-pleno. En este caso, ambas actividades, sin ser reductibles ni identificables, se darían la una en la otra sin anularse mutuamente, sin mezclarse y sin confundirse, sino enriqueciendo cada una de ellas a la otra con aquello que tiene de propio y peculiar. Se daría, pues, en ese sujeto absoluto y autosuficiente un perfecto pensamiento-amor y perfecto amor-pensamiento, de tal modo que su amor reflexivo sería totalmente luminoso e inteligente, no ciego, y su pensamiento reflexivo, absolutamente transitivo y receptivo, no cerrado para lo otro. El sujeto absoluto e inmaterial, actor tanto de un perfecto pensamiento de pensamiento como de un perfecto amor agápico, será pura intimidad y relación, puro recogimiento y efusión. El estar perfectamente vuelto hacia sí no implicará en él solipsismo ni monismo; y el ser plenamente efusión de sí no supondrá para él ni perderse ni enajenarse. Desde estas afirmaciones sobre el sujeto absoluto incorpóreo, resulta claro que la consideración aristotélica del pensar reflexivo como única actividad que puede tenerse a sí misma 317 Aristóteles substantivizó y absolutizó la actividad de pensar como pensamiento que se piensa. Ludwing Feuerbach (1804-1872) hizo lo mismo con el amar, substantivizándolo y absolutizándolo como amor que tiene en sí mismo su Dios: «el amor es Dios mismo y fuera de él no hay Dios». (L. Feuerbach, La esencia del cristianismo (Madrid 21998) 99). Según Feuerbach, el amor debe ser substantivizado y divinizado, haciendo de él el ser absoluto, porque si este no es elevado al rango de substancia primera y sujeto absoluto, existirá un sujeto detrás del amor y diferenciable de él, cuyo ser no se fundamenta en la actividad de amar. Con ello, Feuerbach niega el sujeto que es Dios y lo sustituye por el amor humano (cf. ibíd., 103-104). De manera semejante, F. Nietzsche substantivizó y absolutizó el querer como deseo de una voluntad no vinculada más que a sí misma, es decir, de la “voluntad de voluntad” o “voluntad de poder”. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual se trate del amor agápico317 no es substantivizada y convertida en 330 como fin, y la identificación que Aristóteles hace de la substancia per- santiago garcía acuña fecta y absoluta con un supuesto nÒhsij no»sewj nÒhsij substancial, supusieron una reducción de consecuencias muy negativas para la filosofía del Estagirita. Siguiendo el juicio de Fernández-Pacheco sobre Aristóteles, otra depreciación reductora realizada por el Estagirita, y que tuvo un resultado empobrecedor para su propia filosofía, es la relativa al contenido y significado del pneûma de Anaxímenes como arché. En su Metafísica, Aristóteles interpretó el pneûma de Anaxímenes, como hizo también con el ápeiron de Anaximandro, probablemente maestro de aquel, desde la perspectiva material. «Todo el libro I de la Metafísica afirma Hernández-Pacheco es una introducción histórica a su teoría de las cuatro causas; en la que él pone especial cuidado en señalar los ascendientes de su teoría, a la vez que quiere salvar la originalidad de su posición: lo que él dice, lo han dicho todos, pero nadie como él. Él se presenta como el gran totalizador original de la incipiente tradición filosófica, a costa de atribuir a los demás sólo una originalidad parcial sobre cada uno de los principios que él integra. Y a los Milesios les otorga protagonismo, pero sólo en lo que a la causa material se refiere»318. Aristóteles consideró a Anaximandro y a Anaxímenes como “físicos”, interpretando los principios explicativos de la realidad que ambos propusieron desde un punto de vista material. Así, el ápeiron de Anaximandro, que es límite que limita sin ser él mismo limitado, y que como tal mide, abarca y rige la naturaleza sin que esta esté complicada en él, es decir, trascendiendo todo lo físico y más allá de las determinaciones físicas, que es por lo que Anaximandro califica el ápeiron de indefinido, insondable, eterno e imperecedero, queda reducido por Aristóteles a lo que él concibe por materia primera, o sea, al principio material aristotélico: la materia substantiva, pero 318 J. Hernández-Pacheco, Hypokeímenon. Origen y desarrollo de la tradición filosófica (Madrid 2003) 44-45. indeterminada, no individualizada y absolutamente potencial. Una 331 pneûma de Anaxímenes, que constituye la determinación del ser del ápeiron de Anaximandro, su compatriota jonio. Para Anaxímenes, el fundamento infundamentado que todo lo fundamenta, el principio imprincipiado que todo lo principia es pneûma kai aér, “hálito” y “aire”. Aristóteles reduce el principio de Anaxímenes a cuerpo simple, más en concreto, a uno de los cuatro elementos materiales del mundo sublunar, entendiéndolo, como no lo pudo haber hecho Anaxímenes por congruencia con la idea de arché de su contemporáneo y conciudadano Anaximandro, desde una perspectiva meramente materialista, como aire físico, soplo corporal o viento natural319. Con ello Aristóteles perdió para su propio pensamiento filosófico el concepto filosófico de pneûma como espíritu, o sea, de pneûma en tanto que substancia inmaterial, absoluta, trascendente, que es límite que limita sin ser, a su vez, limitado por nada320. Superando la reducción aristotélica de pneûma a cuerpo simple, y considerándolo en continuidad con el ápeiron de Anaximandro, en tanto que concreción y determinación de este, nos podemos preguntar por las semejanzas y las desemejanzas que existen entre el noûs aristotélico como motor inmóvil, o sea, el noûs poietikós y el Noûs-Theós, y el pneûma de Anaxímenes como arché. Ambos principios coinciden en lo esencial: en su absoluta trascendencia respecto de la naturaleza y en la función rectora que, de un modo u otro, ejercen sobre lo físico. La diferencia más importante radica en que el pneûma 319 Afirma Aristóteles en el libro Alfa de la Metafísica: «Anaxímenes y Diógenes dicen que el aire es anterior al agua y el principio primordial entre los cuerpos simples» (Metafísica, 984a5-7). Aristóteles da siempre un contenido materialista al término “pneûma”. Así, por ejemplo, en Acerca de la generación y la corrupción (321b9) y en Meteorológicos (358a30-31, 341b5-24), el Estagirita usa la palabra “pneûma” para expresar viento, soplo, exhalación, aire en cuanto fluido, etc. 320 Cf. J. Hernández-Pacheco, Hypokeímenon. Origen y desarrollo de la tradición filosófica (Madrid 2003) 46-48. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual reducción semejante a esta es la que sufre también con Aristóteles el 332 de Anaxímenes es, a la vez, totalmente inmanente a la naturaleza, santiago garcía acuña abarcándola y penetrándola321, mientras que el noûs substancial aristotélico, en cuanto su esencia es pensamiento que se piensa, se encuentra plenamente clausurado en sí mismo. Esto implica que noûs y pneûma no son conceptos opuestos, sino que están en una relación de continuidad eidética, siendo el pneûma más amplio, hasta el punto de poder englobar en sí la idea aristotélica de noûs, pero sin poder ser en modo alguno reducido a esta. Introduciendo lo que Aristóteles consideró esencia del noûs en el pneûma de Anaxímenes cosa que es posible hacer porque no son conceptos contradictorios, este queda enriquecido en su contenido concreto. No obstante, el contenido esencial del noûs no puede agotar la esencia del pneûma, porque este es totalmente otro respecto de la naturaleza, pero, a la vez, totalmente íntimo a ella. Con otras palabras, el pneûma es noûs, mas no se agota en ser noûs, o sea, pensamiento de pensamiento. Por tanto, existe una «relación indivisible del noûs al pneûma, de la luz inteligible a la iluminación espiritual»322. Si tenemos presente el exceso del pneûma respecto del noûs, si superamos la reducción aristotélica de las actividades reflexivas a nÒhsij no»sewj, tomando igualmente en consideración el carácter reflexivo del amor agápico, y si también nos liberamos del laberinto que supone la substantivación de las actividades reflexivas perfectas y su identificación con el sujeto que actúa, entonces la idea de pneûma, a la vez que contiene lo esencial del noûs aristotélico, se nos abre en su desbordamiento respecto de este y podemos alcanzar el concepto de espíritu absoluto como substancia inmaterial perfecta que es sujeto y actor de actividades intrínsecas perfectas amor agápico y pensa- 321 Según Aecio, «el milesio Anaxímenes, hijo de Eurístrato, declaró que el principio de las cosas es el aire (aér), pues de él se generan todas las cosas y en él se disuelven. Así como nuestra alma (psyché), dice, al ser aire, nos mantiene cohesionados, el soplo (pneûma) y aire (aér) abarca a todo el cosmos (toma por sinónimos “soplo” y “aire”) (DK, 13 B 2). 322 CL. Bruaire, El ser y el espíritu (Madrid 1999) 50. miento de pensamiento en acto pleno, las cuales manifiestan, en su 333 amor, un atisbo de la esencia de la substancia espiritual en su unidad de contrastes, a saber: reflexión y relación, intimidad y exterioridad, unidad y multiplicidad, recogimiento y efusión, mismidad y alteridad, necesidad y libertad, autosuficiencia y abnegación, autarquía y comunión, completud y apertura, tenerse y dar-de-sí, autoconciencia y conciencia del otro. La substancia espiritual no tiene contrarios anulantes, sino contrastes, que se exigen entre ellos, que se contraponen mutuamente, mas afirmando los unos a los otros, y que armonizan entre sí. Cuando la substancia espiritual es absoluta en su esencia, los polos en contraste se dan en ella de manera perfecta y plena en su recíproca presuposición (el uno con y en el otro), en su contraposición afirmativa y en su armonía sinfónica, siendo totalmente actuales en ella, por ella y desde ella. El espíritu absoluto es concluso en sus contrastes. Esto no ocurre cuando se trata de un espíritu no-absoluto. En efecto, en un espíritu finito no existe intimidad plena, cosa que se manifiesta con claridad en el hecho de que no es capaz de presencializarse respecto de su origen y de su fin; pero tampoco se da en él perfecta alteridad, pues no tiene en sí otro singular, no pudiendo vivir en sí mismo la abnegación y la comunión. Su intimidad y su alteridad no son conclusas en él mismo, por él mismo y desde él mismo. Y lo mismo sucede con los demás contrastes cuando se trata de un espíritu no-absoluto. Desde el fenómeno del poder del hombre para lo inteligible y desde el fenómeno de la reflexión del pensar humano, Aristóteles alcanzó la realidad de la substancia inmaterial, de algo que realmente es lo que es sin apoyo alguno en nada material, tampoco en aquello que el filósofo de Estagira denominó como materia primera. Sin embargo, el haber juzgado el fenómeno del movimiento como eterno, el haber considerado al hombre desde la estrecha perspectiva de su teoría hilemórfica y también su concepción dialéctica de la potencia y el ca mino aristotélico hacia lo espiritual relación indivisible e irreducible de amor-pensamiento y pensamiento- 334 del acto, impidieron, como factores más destacados entre otros, el que santiago garcía acuña Aristóteles lograra llegar a la realidad de la substancia inmaterial finita. Para él, la substancia inmaterial es algo totalmente otro respecto del hombre; ya como noûs poietikós, ya como Noûs-Theós, la substancia inmaterial aristotélica es siempre absoluta, más en concreto, nÒhsij no»sewj en acto-pleno (enteléchia). Desde el posicionamiento de Aristóteles resulta imposible la existencia de una substancia inmaterial no absoluta: la potencialidad en lo incorpóreo es incompatible con la substancialidad, se relacionan como opuestos recíprocamente anulantes. Teniendo en cuenta el desbordamiento de la realidad del pneûma respecto del noûs aristotélico, con la continuidad y discontinuidad que existe entre ellos, podemos decir que el noûs poietikós y el NoûsTheós de Aristóteles serían Espíritu absoluto, mientras que el alma con noûs pathetikós, considerado por el Estagirita como no substancial por razón de su potencialidad, sería espíritu finito. En el camino aristotélico hacia lo espiritual hay que superar los escollos que distorsionan la luz de la vivencia interna al hombre de su propio ser espiritual, la cual muestra indefectiblemente la existencia de un espíritu finito, de una realidad inmaterial substancial en acto no-pleno (enérgeia). El alma humana es “realmente-lo-que-es”, o sea, substancia. La substancialidad del alma del hombre significa que esta tiene en sí misma densidad ontológica, que es real con consistencia propia. La realidad del alma humana no depende del cuerpo del que es forma y principio anímico, ni tampoco de la unidad con él, es decir, del compuesto hilemórfico. Esta autonomía de la realidad del alma espiritual implica que ella no se disuelve en la nada cuando con la muerte se destruye la unidad de cuerpo-alma y se corrompe el cuerpo. La inmortalidad del alma abre la posibilidad de que en ella subsista la identidad y mismidad del hombre que muere. Ciertamente el hombre no es idéntico a espíritu finito, pero es espíritu finito; con otras palabras, el hombre no consiste en espíritu finito puro, sino en espíritu finito que tiene cuerpo. La substancialidad del alma espiritual y su carácter inmortal no supone recaer en el dualismo aristotélico de noûs poietikós 335 dad no es dualismo. El dualismo dice separación, división, fractura, no-comunión, no-unidad, más aún, en sus posturas radicales, expresa contrariedad y oposición entre dos realidades distintas e irreducibles. La dualidad es el reconocimiento de la distinción, de la diversidad de dos realidades, de su irreductibilidad mutua, del no ser derivables la una de la otra, de que existen y se mantienen como tales cuando se dan, sin confundirse y mezclarse, sin que nada de esto suponga negar la unidad y las relaciones que puedan existir entre ellas. Si el hombre es espíritu que tiene un cuerpo concreto, su ser espíritu permanece tras la muerte, y en él, su identidad y mismidad de espíritu no puro. El “tener cuerpo” del espíritu expresa, por un lado, la substancialidad de este, y, por otro lado, la existencia de un vínculo entre ambos, que, por lo anterior, siempre será asimétrico. Para el espíritu finito humano, la conexión con el cuerpo no es substantiva, pero sí de gran importancia. La perdida de la propia corporeidad significa para el hombre la muerte. El cuerpo sin espíritu se convierte en cadáver. ¿Qué le sucede al espíritu humano cuando carece de cuerpo? El espíritu finito corpóreo, que “tiene cuerpo”, es subsistente en sí mismo, pero puede exteriorizarse, encarnarse en palabra, manifestarse, estar en contacto con el mundo, comunicarse con los otros, justamente porque tiene cuerpo. Sin su cuerpo, el espíritu finito no puede salir de sí mismo, el mundo se pierde para él y carece de puerta de acceso a las substancias físicas. Ciertamente, tras la muerte del hombre, el espíritu-finito-quetiene-cuerpo permanecería intacto en su realidad substancial aun habiendo perdido el cuerpo que le es propio, pero quedaría indudablemente modificado por la falta de cuerpo: no perdería la vivencia de sí mismo, más en ella no se daría la experiencia de estar fuera de sí mismo, la experiencia de la transitividad y expansión, ni, consecuentemente, la experiencia del mundo y de las substancias físicas. Todo esto el ca mino aristotélico hacia lo espiritual y de cuerpo, sino que implica la dualidad de espíritu y cuerpo. Duali- 336 supone para el espíritu finito del hombre un empobrecimiento en su santiago garcía acuña vida. La riqueza, la luz, la llamada, la medida de aquello que a través del cuerpo le interpelaba “excitaba” y se le daba, ya no están para él cuando existe incorpóreo. Y es que «el cuerpo es para el alma su espacio natal y la matriz de cualquier otro espacio existente» 323, aquello que «realiza el prodigio de abrir el alma a lo que no es alma, al bienaventurado dominio de las cosas»324. El espíritu del hombre es iniciado por su cuerpo, que le es dado y sobre el cual no posee un gobierno absoluto, «a todos los demás cuerpos y a la naturaleza»325. El hombre no puede vivir en el mundo sin su cuerpo. Dicho sucintamente: en cada hombre, su cuerpo es portador del propio espíritu para el despliegue de la vida espiritual humana dentro del mundo. «En el hombre el alma además de alma (psyché) es espíritu (noûs, pneûma), un principio de ser y de obrar superior e inmaterial, cualitativamente distinto de la materia, (...) capaz de entender y de libertad que sin embargo anima y vivifica también todas las funciones corporales del hombre» 326. El alma humana además de psyché, forma del cuerpo y principio de la vida anímica, es espíritu finito, pero espíritu (pneûma). El ser espiritual del alma del hombre espiritualiza su cuerpo, sin que este deje de ser una realidad física. El cuerpo humano participa de la espiritualidad del alma, por eso aquel es irreducible a pura materia, a una máquina, a mera biología. Además, la índole espiritual del alma convierte en totalmente superfluo el postulado aristotélico del noûs poietikós (noûs no perteneciente al alma, pero presente en ella) en tanto que agente de la actividad del noûs del alma humana en Aristóteles, el noûs pathetikós respecto de lo inteligible como inteligible y con relación a la propia reflexión del pensar. 323 M. Merleau-Ponty, El ojo y el espíritu (Barcelona 1986) 41. 324 Ibíd., 61. 325 Ibíd., 62. 326 C. Valverde, Antropología filosófica (Valencia 1995) 207. Por su condición de espíritu, el alma humana tiene poder para realizar 337 de un poder no-absoluto, pues el espíritu del hombre es espíritu finito. El alma humana es potente para lo inteligible en cuanto inteligible y para el amor agápico. El noûs poietikós de Aristóteles es innecesario en el sentido señalado anteriormente, no respecto de la inmanencia de lo divino en el hombre, que para el Estagirita consiste concretamente en la presencia del noûs poietikós en el alma humana, pues el espíritu del hombre en cuanto finito no puede ser su propio fundamento fundante, posibilitante e impelente327. Dios en el hombre es, a la vez, totalmente trascendente a él. El Espíritu absoluto, Dios que Aristóteles desdobla en dos: el noûs poietikós, divinidad inmanente al hombre, y el Noûs-Theós, divinidad que transciende los cielos—, está dentro de todo y fuera de todo. El Espíritu absoluto se encuentra en y sobre todos y cada uno de los espíritus finitos que tienen cuerpo. Descartes, en la cuarta Meditación metafísica, aporta una definición de espíritu humano que supone, por una parte, la superación del dualismo aristotélico entre hombre y el noûs agente, y por otra parte, la prolongación de la preeminencia del pensamiento en el ámbito de la vida espiritual y de la condición de separable del espíritu respecto del cuerpo, que Aristóteles predicaba del noûs poietikós. Según la idea que Descartes tiene del espíritu humano, «este es una cosa pensante, y no una extensa con longitud, anchura, ni profundidad, ni participa de nada de lo que pertenece al cuerpo»328. El espíritu finito del hombre consiste, para Descartes, en continuidad y discontinuidad con Aristóteles, en cogito, por el cual el hombre tiene conciencia reflexiva de sí y, consecuentemente, está presente a sí mismo de manera autoconsciente, siéndole evidente su propia existencia. Dejando ahora al margen el amor agápico y su carácter reflexivo, pues excede el marco 327 Cf. X. Zubiri, El hombre y Dios (Madrid 61998) 83ss., 130ss., 148ss. 328 R. Descartes, Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas (Madrid 1977) 45. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual actividades espirituales desde su propia realidad. Se trata, ciertamente, 338 filosófico aristotélico, la corrección cartesiana a la concepción aristo- santiago garcía acuña télica del alma humana pone de manifiesto que el espíritu finito del hombre es un ser substantivo que es transparente a sí mismo y que se tiene a sí mismo, o sea, autopresente y autoposeyente329. Por partir del cogito-ego y por tomar a este, o sea, al yo pensante reflexivo, como base para la reconstrucción del saber sobre todo lo demás, Heidegger consideró a Descartes como el fundador de la metafísica de la subjetividad, cuya esencia constitutiva es, según el filósofo alemán, la yoidad. Con Descartes, según Heidegger, «la certitudo se convierte en aquella fijación del ens qua ens que resulta de la indubitabilidad del cogito (ergo) sum para el ego del hombre. En virtud de este planteamiento, el ego se convierte en el sub-iectum por excelencia y, de este modo, la esencia del hombre entra por primera vez en el campo de la subjetividad entendida como egoidad»330. «Metafísicamente pensada dice Heidegger, la esencia de la yoidad consiste, más bien, en que el yo hace de todo otro ente algo que está enfrente de él, su objeto, su estar enfrente y su objeto proyectado. La esencia de la yoidad (egoidad) tiene su rasgo distintivo en la experiencia de todo ente como objetivo y como el estar puesto al frente de su re-presentar, de tal modo que la yoidad sucede justamente en la totalidad del ente y presenta esto en sí mismo como algo que tiene que ser dominado»331. El rechazo visceral a la subjetividad moderna bajo la acusación de egoidad332 tiene mucho que ver con el olvido del amor agápico dentro de la vida del espíritu y la comprensión 329 Tanto el espíritu absoluto como el espíritu finito están presentes a sí mismos y se autoposeen, el primero, de manera total y plena, el segundo de manera parcial y relativa. 330 M. Heidegger, ¿Qué es filosofía? (Barcelona 2004) 62. 331 ID., Parménides (Madrid 2005) 176. 332 Cf. M. Frank, La piedra de toque de la individualidad. Reflexiones sobre sujeto, persona e individuo con motivo de su certificado de defunción posmoderno (Barcelona 1995); R. Rodríguez, Del sujeto y la verdad (Madrid 2004) de este únicamente desde el momento reflexivo del pensamiento, que 339 Centrándonos en lo último señalado arriba, pues continúa la tradición aristotélica, debemos resaltar el hecho de que Descartes pasó por alto el valor filosófico del momento pre-reflexivo del espíritu humano respecto de la autoconciencia. Esto impidió a Descartes una correcta intelección de la esencia del espíritu finito del hombre. El espíritu finito corpóreo, aun cuando no se encuentra despierto a la reflexión, o sea, no teniendo conciencia reflexiva de sí (nÒhsij no»sewj), no está en la ignorancia de sí, no es ciego para sí: él es luz para sí que irradia de sí; se vivencia a sí mismo y se sabe vivencialmente a sí mismo333. Ciertamente, como bien señaló Aristóteles, y en esto aventaja a Descartes, en el hombre no se da en primer lugar la reflexión: hay momentos en que el pensamiento reflexivo está en el alma humana como dormido. Sin embargo, por la condición espiritual de su alma sustantiva, el hombre, aunque no posea siempre una conciencia reflexiva de sí, es autoconsciente, sabe de sí en cuanto tal, está presente ante sí mismo desde que el primer momento de su existencia. La reflexión del pensamiento es una modalidad del ser íntimo de la mismidad propia del espíritu, a saber: la presencia intelectiva y contemplativa de sí mismo ante sí mismo, la cual supone un desdoblamiento 333 De esto se dieron cuenta Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, este último siguiendo la estela de aquel (cf. S. García Acuña, «La moral: ¿cómo vivir? Racionalidad o irracionalidad en el vivir la vida», en J-J. Pérez Soba y otros (eds.), Una ley de libertad para la vida del mundo. Actas del Congreso Internacional sobre la Ley Natural. Madrid, 22-24 de noviembre de 2006 (Madrid 2007) 493-512. Por su parte, Hans Urs von Balthasar, recogiendo el pensamiento agustiniano y tomasiano, ha puesto de relieve la importancia del momento prerreflexivo de la autoconciencia en el nivel antropológico, cognoscitivo, ético y religioso (cf. S. García Acuña, La decisión cristiana. La fundamentación de la ética cristiana según el pensamiento de Hans Urs von Balthasar (Valencia 2002) 199-231). El carácter afectivo-vivencial del original saber de sí del hombre, como ser espiritual que es, ha sido destacado con inteligencia y pasión en nuestra época por Michel Henry (cf. M. Henry, Encarnación. Una filosofía de la carne (Salamanca 2001) 125ss.; ID., Yo soy la verdad. Para una filosofía del cristianismo (Salamanca 2001) 221ss.). el ca mino aristotélico hacia lo espiritual es justamente lo que caracteriza el ego-cogito cartesiano. 340 especulativo del propio espíritu desde sí mismo hacia sí mismo. La santiago garcía acuña persona, que sabe irreflejamente de sí, va despertando a la reflexión en su relación con el mundo y, muy especialmente, con el prójimo. «Interpelado por otro, el hombre despierta al “cogito-sum” como la identidad en el hecho de aparecerse a sí mismo, por una parte, y, por otra, la realidad total. Sin embargo, esta identidad, en cuanto despertada, es experimentada como no absoluta, porque es recibida. En la apertura trascendental se descubren tres cosas: a) El “ser entregado” de la identidad absoluta entre Espíritu y Ser, y así la posesión absoluta de sí en plenitud y libertad; esta posesión absoluta de sí da una participación a ella misma (...). b) En el despertar a esta realidad que se entrega, la diferencia entre libertad absoluta y libertad recibida, así como la atractiva exigencia de responder libremente al don absoluto. c) En la indiferenciación trascendental, que al comienzo asociaba la vocación de lo absoluto y la del prójimo, se introduce una diferencia por el hecho de la experiencia “a posteriori” de que el prójimo es, asimismo, un ser que ha sido despertado. Esta diferencia deja subsistir, sin embargo, como inquebrantable la unidad trascendental primordial de los dos atractivos»334. Si la luz de la conciencia humana fuera desde el principio pura y absolutamente reflexiva, o sea, pensamiento que se piensa (nÒhsij no»sewj) en acto-pleno, el hombre sería auto-revelación, viviría totalmente curvado sobre sí mismo desde la perspectiva cognoscitiva: el espíritu humano no estaría vinculado a nada diferente de sí y se bastaría a sí mismo. Con otras palabras, su aparecer dependería exclusivamente de la luz de la conciencia propia. La conciencia humana aparecería sólo desde sí y por sí misma. Ella misma se daría a luz a sí misma de manera total, o sea, sería causa-sui. Si esto fuese así, la luz de la conciencia humana constituiría la luz absoluta: sus ideas o conceptos 334 H. U. Von Balthasar, «Nueve tesis para una ética cristiana», en C. Pozo (ed.), Comisión Teológica Internacional, documentos 1969-1996. Veinticinco años de servicio a la teología de la Iglesia (Madrid 1998) 98. no serían medidas de la medida propia de las cosas, de los demás y 341 de su conciencia se construiría a sí mismo y constituiría el mundo y el prójimo siempre según su propio pensamiento pensante. Esto supondría el señorío pleno del idealismo, que sólo es verdadero en Dios. No obstante, como ya quedó señalado, antes de que el hombre llegue al estadio reflexivo de la dimensión racional de la conciencia, pasa antes por el estadio de dormido, y sólo despierta a la reflexión a partir de su contacto sentiente y racional pre-reflexivo consigo mismo, con el prójimo y con el mundo. Esto implica que el espíritu en su estadio de conciencia reflexiva, es decir, como pensamiento que se piensa, vive y actúa sin poder dejar al margen lo recibido desde la afección y en su estadio pre-reflexivo. Teniendo en cuenta esto, se disipa toda objeción contra la subjetividad humana que tenga como acusación contra ella la egoidad metafísica y el dominio que por ello ejerce respecto de lo otro, pues se manifiesta que el espíritu humano es metafísicamente receptivo: recibe lo otro de sí tal como eso se da desde sí mismo, lo acoge en su propia intimidad espiritual enriqueciéndolo con lo suyo propio, y se convierte en el hogar de lo que recibe, haciéndole justicia y abriéndole a su significado, en una actividad cognoscitiva que debe ser calificada como amor. Si el espíritu humano en la autoconciencia reflexiva de sí «está en situación de formular conceptualmente un ser propio y de sintetizarlo como predicado, en un juicio evidente, consigo mismo en cuanto sujeto»335, sin embargo, este juicio reflexivo extrae su evidencia originaria no de sí mismo, que es lo afirmado por Descartes, sino de la originaria e inmediata unidad del espíritu finito corpóreo consigo mismo en tanto que espíritu336. Siguiendo a Gershom Scholem, un último apunte en relación con el Espíritu absoluto, Dios, que en la filosofía de Aristóteles ten- 335 H. U. Von Balthasar, Teológica, 1: Verdad del mundo (Madrid 1997) 94. Cf. ibíd., 163. 336 Cf. ibíd., 94. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual de sí mismo, sino medida constitutiva de todo. El hombre desde la luz 342 dría que ser identificado mutatis mutandis con las divinidades santiago garcía acuña inmateriales, tanto con el Noûs-Theós como con el noûs poietikós, ambos nÒhsij no»sewj en acto-pleno. La sabiduría de Dios contiene «el plan del mundo, que abarca y equilibra las contradicciones que colman este mundo nuestro de la experiencia, en una armonía para nosotros impenetrable e incomprensible. En el libro de Job y en los Proverbios se elogia a esta sofía celestial con himnos hiperbólicos. Por supuesto, es claramente distinta de Dios y únicamente su primera obra, colocada al inicio de su camino creador; pero, al mismo tiempo, la rodea un aura de misterio. A los ojos de todo viviente está escondida; el abismo y la muerte dicen: de ella sólo hemos oído un rumor. (...) Muy distinto es el puesto del pensar de Dios en la concepción de Dios en Aristóteles, la que más intensamente ha provocado y confrontado la teología medieval. El Dios de Aristóteles no es en modo alguno creador; le falta este momento, crucial para las religiones monoteístas. Es el eterno motor inmóvil de un cosmos cuya suprema entelequia él constituye, pero no produce. No piensa la creación, no piensa el mundo; lo último que Aristóteles se atreve a decir de él es que se piensa a sí mismo. Ese “pensar del pensar”, esa potenciación del pensar en sí mismo es la que ha jugado tan gran papel en la historia de la religión en su confrontación con Aristóteles. A los teólogos se les entrega aquí, como herencia preciosa, una determinación intelectual de Dios. A un Dios que se piensa a sí mismo y cuyo pensar no tiene otro objeto distinto de su propio pensar ¿podrían concebirlo los teólogos como un Dios que al pensarse a sí mismo produce el mundo?»337. 337 G. Scholem, Conceptos básicos del judaísmo. Dios, Creación, Revelación, Tradición, Salvación (Madrid 1998) 27-28. El gran pensador judío Franz Rosenzweig dirigía, cincuenta años antes, en La Estrella (1921), una crítica de igual contenido al Dios incorpóreo de Aristóteles: «Su divino pensamiento del pensamiento es pensamiento tan sólo, justamente, del pensamiento. Se rechaza explícitamente y por principio que pudiera ser también pensar de lo impensable: el pensar divino sólo puede pensar lo óptimo, o sea, a sí mismo. Este acosmismo de su metafísica la hace, sin embargo, incapaz del rendimiento que ella tenía que aportar. Como doctrina de la causa final, tenía que exponer el principio En relación a esa pregunta formulada por G. Scholem, y yendo 343 de un Dios que es nÒhsij no»sewj aunque esto no agota la realidad de su esencia, justamente en su acto de pensarse a sí mismo y, por tanto, de autocausación, puede ser entendida al menos de dos maneras diversas. Primera, producción del mundo por parte de Dios como ideación de aquel y como libre plan o designio de Dios sobre el mundo ideado; así entendida, la actividad creativa de Dios sería totalmente inmanente a él mismo. Segundo, que Dios, en su acto de pensarse a sí mismo, produzca también el mundo como voluntaria donación fundante de la realidad de todo lo que es distinto de él, por la cual lo-distinto-de-Dios vendría a tener consistencia en sí mismo y a ser de suyo; así entendida, la actividad creativa de Dios sería también una actividad ad extra. Que la libre actividad creativa de Dios, tanto tomada en el primer sentido como en el segundo, coincida con el acto de pensarse a sí mismo es lógicamente posible, no repugna a la razón, pero no tendría por qué ser de hecho así. Pienso que la clarificación de todo ello y la posibilidad teológica de reformular el aspecto de Dios destacado por Aristóteles, su esencial pensarse plenamente a sí mismo, abriéndolo a la libre creación del mundo por el poder todopoderoso de Dios, se da en su despliegue máximo en la revelación de Dios en Jesucristo, pues en Jesucristo, afirma Saulo de Tarso, Dios «nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad, conforme a su beneplácito, que se propuso en él, para realizarlo al cumplirse los tiempos»338, y porque en Jesucristo Palabra eterna de Dios, imagen de Dios invisible y primogénito de toda criatura «fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles; los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por él y para Él»339. del mundo; pero, a consecuencia de su esencia puramente metafísica, es principio únicamente de sí misma» (F. Rosenzweig, La Estrella de la Redención (Salamanca 1997) 94-95). 338 San Pablo, Carta a los Efesios, 1,9-10a. 339 ID., Carta a los Colosenses, 1,16. el ca mino aristotélico hacia lo espiritual más allá de lo que él afirma, la libre producción del mundo por parte un análisis metafísico del entendimiento David Torrijos Castrillejo Facultad de Teología San Dámaso - Madrid Aunque santo Tomás de Aquino asume multitud de enseñanzas de Aristóteles, señala particularmente como uno de sus grandes aciertos la identificación de ser y entendimiento en Dios. Poniéndonos en las mientes del santo doctor, vamos a tratar de considerar los frutos de este pensamiento para la filosofía, buscando qué aporta este a la afirmación del Estagirita. No pretendemos demostrar de modo escolástico la afirmación de Aristóteles. Sólo la asumimos como principio de nuestra reflexión, admitiéndola sencillamente como verdadera. Ahora bien, si Dios es pensamiento que versa sobre sí mismo merece la pena prestar detenida atención a este atributo divino. ¿Qué características posee el entendimiento para que tenga relevancia su predicación respecto de Dios? La filosofía que en la modernidad más ha inflado la razón es sin duda el idealismo. Esta filosofía acaba subordinando los contenidos materiales del pensamiento al pensamiento mismo, de manera que lo formal prevalece sobre lo que denominan material y al final acaba 345 más allá de aristóteles más allá de aristóteles: 346 apareciendo un conflicto entre la naturaleza y el sujeto. No ya sólo la d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o naturaleza como conocida sino incluso como poseída. El sistema de pensamiento clásico, por el contrario, no comienza su reflexión por el problema del método ni por las condiciones de posibilidad del conocimiento, sino que comprende el tema del entendimiento más bien como contenido de sus estudios. Esto permite la concepción de este como parte de la naturaleza. La inteligencia de los seres racionales es algo que se sigue de su esencia. No posee existencia autónoma, sino que inhiere en tales entes como forma accidental que sobreviene al ser de estos entes. O sea, el entendimiento humano es cierta naturaleza finita con categoría de accidente. Esta perspectiva de investigación nos orienta hacia un análisis metafísico del entendimiento. El estatuto ontológico de este, según lo que venimos diciendo, sería pues el de un accidente que perfecciona una substancia cuya naturaleza es racional. Esto significa la distinción entre el ser inteligente y el entendimiento mismo. Lo cual es propio de los seres finitos cuyas perfecciones se siguen de su esencia pero son distintas de ella. Por tanto, entre los seres finitos existiría el entendimiento pero no de forma subsistente, sino como perfección. Hay también otras corrientes filosóficas que parecen minusvalorar el entendimiento, considerándolo como un instrumento cuasi mecánico para obtener datos en orden a la acción. Por consiguiente, únicamente aventajaría a los sentidos en que sus informaciones podrían ser utilizadas en mayor número de casos, a costa de alejarse de la realidad misma que palpan los órganos sensoriales. No obstante, tal distancia impide conocer las cosas tal cual son, excepto una vaga y remota abstracción de ellas. Por el contrario, según la reflexión aristotélico-tomista, el entendimiento es una potencia capaz de conocer la realidad que subyace en cada ente. Así pues, la actividad propia del intelecto atañe directamente a la ontología. El entendimiento es la capacidad de percibir el ser. Tal es el objeto de esta potencia. Todo acto de conocer es desmaterializador de una forma 347 cognoscente puede hacer suya una forma ajena de un modo peculiar. No recibe la forma como si esta subsistiera en él, sino como perfección cognoscitiva. Pero el entendimiento es la potencia que es capaz, a través de un proceso activo y reflexivo, de recibir cualquier forma, mediante una máxima desmaterialización, puesto que acoge esta como ente. Ahora bien, la condición de entidad de cualquier ser no es algo secundario en él, sino que es precisamente lo más íntimo que tiene. Por tanto, si el entendimiento es la capacidad de desmaterializar el ser de modo que el cognoscente pueda poseerlo como conocido, esto significa que esta potencia les permite a los seres racionales enriquecer su propio ser con perfecciones externas. Existe pues en la realidad un modo de gozar de la entidad ajena. En otras palabras, es posible la comunicación del ser, hay una vía por la cual se pueden alcanzar nuevas formas de unidad. Estas reflexiones nos han llevado a estudiar el entendimiento en su perspectiva adecuada, es decir, desde el punto de vista de la ontología. Hemos visto que la materia de nuestra investigación lo reclama por dos razones. Primero, porque el intelecto mismo goza de cierta entidad. Segundo, porque se trata de la capacidad de conocer al ente. Por tanto, el entendimiento debe ser estudiado mediante un análisis metafísico en que el objeto sea la capacidad intelectual. Además, si nos detenemos en la condición del entendimiento finito, podemos observar que este es una cualidad ontológica singular. Verdaderamente, el conocimiento ya merece especial atención como cualidad, puesto que permite la comunicación de formas ajenas, en cierto modo desmaterializadas. Pero el entendimiento es una capacidad por completo inmaterial, puesto que abstrae toda particularidad de orden corporal, de manera que significa una aprehensión de la más allá de aristóteles: un análisis... externa al cognoscente. Es decir, a través de cualquier noticia, un 348 forma de manera espiritual. Esto debe ser subrayado porque también d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o el acto de ser es en sí mismo inmaterial. Pensemos esto mismo más detenidamente. Es verdad que las cosas corporales son realmente materiales y que lo son debido a su esencia. No podría haber un cuerpo cuyo ser fuera espiritual y la materia cayera en él como un accidente. Sin embargo, lo que permite al cuerpo ser inteligible es su actualidad, puesto que sólo el acto es comunicable. Es decir, el entendimiento sólo aprehende el concepto en la medida en que capta elementos formales y actuales. Lo cual no quiere decir que el entendimiento conozca la existencia mas no la esencia, puesto que el ser es uno, si bien compuesto. Además, cuando se conoce la esencia de algo, se conoce también la materia y no sólo la forma. Es decir, el concepto de un cuerpo abarca también la posesión de materia por parte de este. Pero la materia en sí misma y por sí misma es inasible. Sólo puede caer en el conocimiento en virtud de algún elemento formal. Es un escolio clásico que la materia prima es de suyo incognoscible. Esta reflexión nos permite considerar que todos los seres poseen un rasgo inmaterial, que es su existencia en acto. Lo cual no quiere decir que esté entendiendo que el espíritu sea el acto y la materia sea la potencia. Podría uno confundirse al pensar que en el compuesto humano son correlativos el alma a la existencia y el cuerpo a la esencia. Esto sería un terrible error. Primero, porque la composición de alma y cuerpo se produce entre una forma substancial y la materia prima. De modo que el cuerpo no es una substancia de suyo, sino que sólo es una substancia mientras permanezca informado por un alma. O sea, que el hombre es el cuerpo humano animado. Segundo, porque la esencia y la existencia no pueden comprenderse como entes reales, sino más bien como las partes elementales de la composición de los entes finitos. Además, la condición de sujeto cognoscente que poseen los seres racionales es otorgada en virtud de su esencia, que tiene carácter de potencia, como el cuerpo. Estas reflexiones nos permiten sin embargo acercarnos a lo 349 está participando del ser. Y esa actualidad es lo que permite al entendimiento conocer a los entes. Porque el entendimiento posee como objeto el ser. Antes de continuar, debemos aclarar que la comprensión del ente compuesto de existencia y esencia no debe hacernos pensar en un acto de ser indeterminado que es configurado en cada caso por la esencia. El ser, entendido como existencia, tampoco es una realidad infinita y subsistente que ulteriormente viniera a ser perfeccionado por esencias finitas. Ambas posibilidades no comprenden el ser en su realidad, puesto que tan sólo lo entienden como existencia, al margen de su esencia. El ser real sólo existe con determinada esencia, sin que ello obste para que en Dios la esencia consista precisamente en la existencia. Si se considerase el ser según la segunda posibilidad que planteábamos, como una realidad infinitamente actual determinada por las esencias, entonces estaríamos cayendo en el error de alterar el orden de la composición. Es decir, es la existencia la que pone en acto a la esencia; de otra manera se comprendería la existencia como un ente completo determinado por una esencia que sólo podría caer en tal acto de ser de modo accidental, o sea, como acto segundo. Cosa que contradice la definición de esencia de la que se parte, pues la esencia se comporta como potencia. Además, tan sólo cabe pensar en un modo de existencia que subsista por sí misma, según el modo de describir el ser que hace la orientación metafísica que seguimos; este modo de existencia es el de Dios. El acto de ser de Dios no actualiza ninguna esencia finita, sino que, por el contrario, consiste de modo simple en una esencia infinita, de forma que su esencia es la misma existencia. Ahora bien, siendo una esencia de tal calidad, ¿cómo sería admisible la actualización de la misma mediante formas accidentales que la perfeccionasen? ¿Acaso una esencia infinita, que abarca toda virtualidad entitativa, podría recibir alguna perfección que no le sea ya más allá de aristóteles que queríamos llegar, a saber, que en cuanto todo ente está en acto, 350 propia? Por consiguiente, no cabe comprender el ser como una reali- d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o dad determinada por las esencias. Este error también se puede explicar por una confusión de planos de investigación. No se puede entender el ser real como si de un concepto general se tratara. En tal caso, estaríamos ante una realidad indeterminada que viene a tomar forma concreta al gozar de diferentes determinaciones, del mismo modo que las razones que el género expresa se ven comprendidas en él, pero no manifiestan su ser específico hasta que este no es perfeccionado por una diferencia. Decíamos que nuestro objeto de estudio era el entendimiento y, aunque tomamos una perspectiva metafísica, podría parecer que hemos abandonado nuestro tema para internarnos en una investigación exclusivamente ontológica. Sin embargo, esto no es del todo así. Estas digresiones se ven justificadas por el hecho de que nuestra reflexión quiere extender la noción de intelecto a la divinidad. Buscábamos señalar en este punto una correlación aparentemente inocua, pero que nos parece de gran relevancia. En primer lugar, hemos afirmado que el entendimiento humano era un accidente que perfeccionaba la substancia. Pero tal afirmación tan sólo posee validez entre los contingentes, puesto que el ser divino abarca todas las perfecciones, y si se predica el entendimiento de él ha de hacerse respecto a su acto de ser simplicísimo. De otra manera, habría que admitir la presencia de un accidente en Dios, cosa que, como hemos visto, repugna su naturaleza. El entendimiento en Dios tampoco puede ser una potencia, como ya afirmaba Aristóteles, puesto que entonces su intelección podría estar en acto o no y entonces sería contingente. Si eso fuera así, no podría producir un acto de entendimiento divino, omnicomprensivo, puesto que toda actualización de una potencia ha de ser finita. Por tanto, si se predica el entendimiento de Dios, ha de hacerse de modo simple, abarcándolo en su esencia. Esta afirmación puede parecer de poco peso, puesto que el entendimiento no es la única perfección que en los entes finitos tiene categoría de accidente y que sin embargo en Dios cae en su esencia. Pero la relevancia de esto 351 La otra afirmación a la que hemos llegado al considerar la ontología divina es la identificación de su esencia y su existencia. Los entes finitos son contingentes porque en su mismo ser está presente la potencia. Son, pero podrían no ser. Su esencia, se ve actualizada por la existencia. No hay ningún contenido en su esencia que los lleve a existir por necesidad. Sin embargo, la esencia divina consiste en la existencia de Dios. Dios no puede no existir. El hecho de su existencia no es contingente, sino necesario, determinado por su esencia misma. Esto no es una imposición lógica, sino un hecho ontológico incontestable. Dios existe en un acto puro, subsistiendo simplicísimamente en unidad de esencia y existencia. El acto de ser por el cual existe es de tal magnitud que contiene en sí mismo tanto la existencia como la esencia, sin composición alguna. Esto indica que este ente subsiste con una esencia realmente singular, puesto que es infinita, y por tanto agota todas las perfecciones. Sobre esta segunda conclusión, vamos a extraer un corolario, antes de seguir con nuestro discurso. Volvemos a reflexionar sobre el ser, tal como lo habíamos hecho antes al detenernos en la composición de esencia y existencia de los entes finitos. La distinción científica entre existencia y esencia nos podría llevar a la confusión sobre la naturaleza de estos elementos constitutivos del ente. Podría parecer que la existencia es sencillamente el hecho de que tal o cual esencia exista. Así, la existencia sería algo idéntico entre todos los entes reales mientras que las esencias serían variables. Nada más lejos de la teoría del acto y la potencia. Cada composición entre acto y potencia genera un ente nuevo y singular, donde no se puede suponer una precedencia cronológica de estos elementos. Para comprender la relación entre esencia y existencia hemos de acudir a la comparación entre la potencia y su acto. Por eso debemos entender que la existencia de cada ente es singular en función de la esencia que lo determina materialmente. más allá de aristóteles vamos a descubrirla a continuación. 352 No cabe pensar en algo así como una especie lógica de existencia, que d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o se predica de los singulares, porque, como hemos indicado, ni la existencia ni la esencia son entes completos, luego no cabe más que un acercamiento indirecto a ellos. Si nos fijamos en Dios, el contenido semántico de nuestro concepto de existencia y de esencia es rebasado por completo. Advertimos que nos hallamos ante la unidad de la existencia con el acto de ser, no adquirida por composición sino nativa a ambas. Podemos decir que la esencia de Dios es existir, pero también es admisible pensar que la actualidad del ser divino es tal que su acto de ser disfruta de la presencia de todas las perfecciones. Esto nos lleva a afirmar la peculiaridad de la esencia y la existencia en cada ente, pero también nos lleva a nuevas reflexiones sobre lo que conocemos como ‘existencia’. Es cierto que la metafísica puede caer en el error de pivotar continuamente en torno a la esencia, de modo que se acaba marginando la existencia al campo de lo que sucede de hecho. Sin embargo, las investigaciones metafísicas que tenían como propósito centrar su atención en la actualidad del ente han sucumbido en unas aporías difíciles de resolver. Tratemos pues de mirar de nuevo el ser, considerándolo ante todo en su dimensión actual. De hecho, se da el ser divino, ente que es todo acto, en el cual no cabe resquicio alguno de potencialidad. Esto nos advierte respecto a toda la ontología sobre algo de gran relevancia. Es verdad que los entes están determinados en gran medida por el elemento potencial, su esencia, que es la que configura su modo característico de ser. Sin embargo, lo que resulta radical es su existencia, puesto que es ella la que actualiza la esencia. Es la omnímoda perfección de la existencia de Dios la que le permite gozar de todas las actualizaciones posibles, otorgando así al ser divino una esencia infinita. De este modo, la esencia no puede ser vista como una dimensión del ente que viene a limitar la existencia sino más bien es la que hace posible que la existencia sea perfecta. La esencia de Dios es existir y 353 Pero no olvidemos cómo hemos llegado hasta aquí. Andábamos reflexionando sobre la ontología por razón de la identificación en Dios de esencia y existencia. No obstante, señalábamos que existe en Dios otra coincidencia de bastante relevancia, que es la que hay entre su ser y su entendimiento. ¿Será verdad que no hay que dar mayor importancia a este hecho y que quizá deberíamos ignorarlo porque también en Dios coincide su ser con su voluntad o su bondad, o su belleza? No obstante, el Filósofo sentencia que la esencia de Dios es pensamiento, pensamiento que se piensa a sí mismo. Tratemos pues de cosechar todo el fruto que podamos de esto. Recordemos en este punto un principio fundamental de la doctrina sobre el entendimiento, a saber, que el entendimiento conoce en cuanto algo está en acto. A veces la penetración ontológica del entendimiento que hemos reivindicado se suele entender como si aprehendiera idénticamente las esencias de los entes. Sin embargo, la filosofía clásica siempre insistió en la debilidad del entendimiento para formarse adecuada idea de las cosas conocidas, de modo que se hacen necesarias sucesivas aprehensiones para comprender una esencia de modo completo. Sin embargo, resulta muy enjundiosa la capacidad del entendimiento de captar el ser si se considera desde el punto de vista del acto. Efectivamente, el entendimiento puede conocer un ente sólo en cuanto está en acto. Nada más que la actualidad de un ente puede emprender el proceso cognoscitivo. Además, el acto no sólo está en el principio del conocimiento, sino también en su término, porque el concepto generado por la intelección también actualiza la potencia intelectiva. Por eso decíamos que la facultad intelectual de los seres racionales permitía el enriquecimiento ontológico de estos. Se ve claro, puesto que el ser de los entes racionales puede recibir virtualmente la entidad de otros seres. Es verdad que la aprehensión más allá de aristóteles ello provoca una existencia que consista en la máxima actualidad. 354 cognoscitiva no es una recepción del ser mismo de los otros entes, d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o pero no obstante significa una nueva actualización de la substancia. Ahora que tenemos esto sentado, podemos inspeccionar cómo sea el entendimiento en Dios. Una vez que hemos visto cuál es la naturaleza divina, que consiste en acto puro, y hemos sentenciado que goza de entendimiento, hemos de ver cómo casan una idea y la otra. En primer lugar, nos hemos tomado cuidado de mostrar que el entendimiento divino no puede entenderse como una potencia ni como un acto segundo, sino como el mismo ser subsistente de Dios. Dios es entendimiento. Además, hemos visto que el entendimiento consiste en la actualidad. Es verdad que entre los hombres es una potencia, pero en realidad ejerce su función en cuanto está en acto. Y es precisamente en cuanto está en acto que se produce el ejercicio de su virtualidad ontológica. Si afirmamos esto, nos vemos obligados a inquirir cuál puede ser el objeto del pensamiento divino. Podríamos creer que trataría de conocer realidades distintas de él, pero nos damos cuenta de que todo cuanto de actual y de formal pueda existir fuera de Dios, también ha de estar en acto en su ser perfectísimo. Por tanto, sólo cabe una conclusión: Dios es entendimiento, que se entiende a sí mismo. Esta sentencia, que es el núcleo de nuestra investigación, gana una gran riqueza si se entiende en el contexto en que se desarrollan nuestras reflexiones. Si el entendimiento recibe una participación del ser de lo que conoce, y si Dios lo que conoce es su propio ser, esto significa que el acto del entendimiento divino, que ha de ser simple, coincide con su propio ser. Tal cosa no nos extraña, puesto que ya lo habíamos concluido antes. Sin embargo, esta coincidencia no es tan sólo el resultado estrictamente lógico de la comparación de nuestros conceptos. En realidad, esta identificación entre el ser y el entendimiento en Dios resulta nuclear. Pensemos en la otra relevante identificación que se produce en Dios. Decíamos que en Dios es lo mismo su existencia que su esencia. Pero esto significa que ambos conceptos se ensanchan para admitir a un ser infinito, de forma que su conte- 355 comprenderlos, sí que podemos conocer algo de ellos, y nos es lícito afirmar que la existencia en Dios es de pura actualidad y la esencia es infinita, y que todo esto sucede de modo simple. Algo semejante ocurre con el concepto de entendimiento. Si pensamos que entender es tan sólo un acto segundo, apenas apuntamos hacia la radicalidad del acto de entendimiento divino. El entendimiento divino es acto puro, como no puede ser de otra manera. Por eso, ese acto de inteligencia es máximamente cognoscitivo. Pero pensemos esto más despacio. Precisamente por ser en grado máximo una intelección, en que todo cabe y todo está en acto, está plenamente lleno de actualidad entitativa. Todo acto de entendimiento finito es, ontológicamente, un acto segundo, la acogida del ser de otra cosa de modo participado en el cognoscente. Pero aquí tal acto es perfecto, es decir, el entendimiento de sí que tiene Dios es tan acabado que otorga actualidad a su propio ser. Si esto cupiese en ontología, Dios se daría a luz a sí mismo. Pero también puede verse al revés. El acto de ser divino es de tal riqueza que goza en sí mismo de la virtud intelectiva. Esta coincidencia nos está llevando a valorar de una manera nueva tanto el entendimiento como el ser. Por ello, vamos a volver a las consideraciones precedentes sobre el entendimiento para ver cómo esto aporta una novedad y después trataremos de fijarnos en el ser, a fin de considerar cómo nuestra idea acerca de él se ha visto enriquecida. Pues bien, si pensamos detenidamente la noción de acto como principio de intelección, nos damos cuenta de que el entendimiento constituye en sí mismo un medio inmaterial de comunicación. La comunicación que se lleva a cabo por el entendimiento da la impresión de ser un tipo de unidad real bastante ligero, sobre todo si aludimos a la comunicación de ideas entre seres racionales mediante el lenguaje, más allá de aristóteles nido se torna inefable para nuestro discurso. Aunque no podamos 356 que permite la transmisión de conceptos y juicios. Pero nosotros nos d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o referimos también a aquella especie de comunicación que se produce entre el cognoscente y lo conocido. Cuando el entendimiento se pone en acto en virtud de la entidad conocida, y cuando admite en sí una representación suya, en realidad, se está produciendo una comunicación del ser. Para entender esta comunicación inmaterial, quizá resulte más sencillo hablar de una transmisión del ser entre cuerpos. Si pensamos en dos masas de un fluido que se ponen en contacto, vemos con claridad que existe una comunicación entre ellas, puesto que, de hecho, han desaparecido ambos volúmenes para que subsista sólo uno. Podemos pensar también en una actividad de la vida vegetativa como la nutrición. Mediante los distintos modos de alimentación que poseen los vivientes, se produce la comunicación de un elemento formal que procede del alimento y que recibe el ser vivo. Nos referimos a la cantidad. En este caso, incluso la materia prima signada por esa cantidad se transmite. Igualmente sucede en los sentidos. Gracias a ellos, el sujeto es capaz de hacer suya una forma externa. Los sentidos, cuanto más ínfimos, proporcionan a la vez mayor inmediatez con la cosa conocida, de forma que la comunicación es más material, y, por tanto, parece más real, menos virtual. Pensemos por ejemplo en el tacto, para cuyo acto ha de darse una contigüidad entre los cuerpos. Mientras que los sentidos más remotos de la materia, como la imaginación o la cogitativa, se alejan de la realidad de la cosa conocida en cuanto subsistente, aunque se acerquen más a su esencia. Ciertamente, sería comunicación la recepción de las formas en el cognoscente, aunque no nos parezca tan claro como cuando vemos que dos cuerpos comunican un elemento tan íntimo a su esencia como es la materia prima. Sin embargo, esta limitación de nuestro entendimiento no significa que la realidad que percibimos en su naturaleza no tenga relevancia. Ciertamente, por el entendimiento se comunica el ser. Sin embargo, la fragilidad de nuestro intelecto para captar el ser en toda su riqueza quizá se deba a su situación prima- 357 potencia. Lo cual indica que no siempre está en acto. Por otra parte, la entidad se comunica en tanto está en acto. Así pues, la necesidad de sucesivas actualizaciones por parte del entendimiento finito lo hacen difícilmente susceptible de recibir el ser. Pero en estas páginas tratamos de comprender cómo goza Dios de entendimiento. Si Dios es inteligente de manera máxima, como hemos dicho, aquella comunicación de ser que se espera del entendimiento no consiste en una participación de formas, sino en mucho más. En realidad, el único acto de entendimiento divino coincide con su mismo ser. O sea, que el acto del entendimiento divino es perfecto como entendimiento y por tanto es realísimo. Recibe en sí todo el ser divino, pero ni tan siquiera lo posee potencialmente en ningún sentido, puesto que ese acto de inteligencia es acto puro. Es la concepción del ser tal cual es en verdad, originalmente subsistente. Siendo Dios acto puro, no podría no conocer, puesto que el entendimiento percibe tanto más cuanto más esté en acto. Es decir, no cabe ninguna realización mejor del intelecto que esta, aquella en que el acto de conocer es tan perfecto que es el mismo acto de ser. Por eso aludíamos antes a la idea de comunicación. La comunicación del ser que permite el entendimiento divino consiste en la misma actualización del ser divino. Como ese ser divino es acto puro y como algo es tanto más inteligible cuanto más está en acto, es un ser perfectamente inteligible. Por eso su entendimiento es perfecto, porque el acto simple de entendimiento es idéntico al mismo acto de subsistencia. Con estas reflexiones estamos acercándonos a un concepto de entendimiento más nutrido que aquel del cual partíamos. Ahora que hemos considerado cómo es el entendimiento divino, podemos afirmar que el entendimiento originario es antes actual que potencial, y por consiguiente consiste en una comunicación del ser de lo conocido más allá de aristóteles riamente potencial. Es sabido que el entendimiento humano es una 358 tan perfecta que coincide el ser real subsistente con el ser conocido. d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o El entendimiento arquetípico no es principalmente una manera de poseer el ser virtualmente, sino según su subsistencia real. Ahora detengámonos en la noción de ser a la que estamos llegando una vez que hemos considerado que en el único ente cuya esencia es existir se da identidad entre ser y entendimiento. Antes, la coincidencia entre existencia y esencia en Dios nos ha llevado a concebir el ser primariamente como acto, a la vez que se iluminaba una idea de esencia que no apela tanto a la limitación sino más bien a la riqueza entitativa. Ahora que tratamos de fijarnos a la vez en la identidad entre ser y entendimiento, podemos llegar a resultados más enjundiosos. Puesto que esto es así, el ser ya no deberá ser considerado primariamente como una realidad ciega, que significa la base sobre la que se funda la capacidad de conocer de los seres racionales. Así es como sucede entre los seres finitos que, axiológicamente hablando, primero son y después piensan. Sin embargo, en el ser divino, se identifica el acto de ser con la inteligencia. O sea, que en el mismo acto en que subsiste, también se entiende a sí mismo. De lo cual se deduce que en este ser la conciencia se da, no como algo en la naturaleza junto con otras muchas realidades, sino que es la misma naturaleza de este ser inteligente. Este entendimiento no puede conocer su ser como una realidad distinta de sí, precedente, ni tampoco conoce ninguna otra realidad fuera del concepto que tiene de sí mismo. Esto nos hace pensar que, al igual que el entendimiento originario conoce la cosa según su modo real de ser, así el acto de ser primario, absoluto, perfectísimo, el que abarca toda la virtualidad a la que se extiende la entidad, no puede dejar de ser intelectual. El ser perfecto es naturalmente entendimiento. O sea, la forma más originaria de ser es el entendimiento. Esto supone una revolución para nuestro concepto de intelecto. Nosotros formamos las ideas a partir de lo mejor conocido, a saber, los cuerpos. En ellos el ser no es ni puede ser inteligencia. A 359 participación del ser ajeno. Pero ya caen estos actos segundos fuera del ser en que subsisten. El acto de ser de los entes finitos nunca es en sí mismo inteligente. La inteligencia siempre está poseída como algo ulterior al ser. No cabe pensar en un entendimiento que no inhiera en una realidad previa a sí mismo. Tampoco es posible imaginar un acto de ser que sea capaz de entender en sí mismo, sin recurso a otros actos. Esto, que resulta imposible en el ser finito, es la característica propia del ser perfectísimo. De lo que hemos expuesto, sacamos dos conclusiones verdaderamente llamativas. Primero, que el entendimiento tal como existe en su origen no conoce una cosa distinta de sí, ni siquiera se conoce a sí mismo mediante una representación de sí, sino que su acto de conocimiento coincide con el ser de la cosa conocida (no queremos ser idealistas, sólo queremos decir que todo lo distinto de sí que Dios conoce lo conoce en su propio ser). O sea, lo conocido, en este entendimiento, subsiste en el cognoscente realmente, según todo su ser natural. La segunda conclusión es que la manera más perfecta de ser no es ciega. El ser, según su modo radicalmente más acabado, no es mera subsistencia, puro hecho, sino primordialmente es conocimiento. Ser cognoscente es la forma de subsistencia más perfecta, pero no como una perfección recibida sino como puro acto de existencia. Lo cual dice mucho de la idea de existencia y de actualidad: la existencia, el acto de ser, no es primordialmente fáctica, sino más bien autoconsciente. Esta es la reflexión fundamental que queríamos aportar, a saber, una nueva mirada a los conceptos de ser y de entendimiento gracias a las reflexiones del Estagirita. Sin embargo, no podemos menos de hacernos preguntas. Si el ser originario es así, ¿cómo podemos enten- más allá de aristóteles lo mas, cabe una forma ulterior de conocimiento que permite cierta 360 der la existencia de otros entes?, ¿cómo explicar una disimilitud tan d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o grande? ¿Cómo puede tener sentido la puesta en el ser de entes contingentes? Estos seres no pueden disfrutar del entendimiento en su propio ser, se ven abocados a una existencia limitada. Su ser es ignorante de sí, no es susceptible de entenderse a sí mismo. Y, aún si se les concede participar de entendimiento, este sólo les permite relacionarse lógicamente con otros seres, pero nunca les permitirá la comunicación de la entidad misma. Parece, desde este nuevo punto de vista, que la finitud de los seres contingentes es más lacerante aún, puesto que casi parecen desnaturalizados tanto el acto de ser como el entendimiento. Sin embargo, si se miran las cosas más cuidadosamente, podemos fijarnos en que las criaturas son participaciones de distintas dimensiones del ser eterno que son en sí mismas positivas. Las diferentes formas de comunicación entre entes materiales a las que aludíamos antes construyen formas más logradas de unidad y por tanto de perfección en el ser. Pero en este momento aludimos principalmente a los seres racionales, los cuales poseen conciencia de su propio ser y del de los demás y entran en relación con los otros entes de una forma especial. De algún modo pueden unirse a todo ente finito, en virtud de sus entendimientos. Ahora bien, esta peculiaridad de los seres racionales, habiendo visto lo que significa originalmente poseer entendimiento, nos incita a preguntarnos si no existirá algún medio de extender esta forma originaria de ser y de entender a tales seres. Resulta difícil dar respuestas a estas preguntas tratando de seguir un camino ascendente, que parta desde las criaturas. En realidad, nosotros hemos llegado a estas novedades respecto al ser y al conocer mediante un camino inverso, que se iniciaba pensando en cómo se dan aquellos en Dios. Tratemos de considerar más bien qué sentido puede tener para Dios la subsistencia de ciertas participacio- 361 Si consideramos el problema desde el punto de vista divino vemos que, al crear los entes finitos, Dios está abriendo en la ontología un campo nuevo, el de los seres que subsisten fuera de él. Si pensamos que Dios es entendimiento que versa sobre sí mismo, entonces juzgaremos con certeza que, de conocer estos seres, no podrá hacerlo sino en sí mismo. Pero esto es una alteración del modo originario de entendimiento, que consistía precisamente en que su objeto subsistía en el sujeto. Esto sí es realmente sorprendente. El entendimiento divino, que parecía caracterizarse por tener en sí aquello sobre lo que versaba su inteligencia, ahora conoce realidades extramentales. A partir de esta novedad, cabría hacerse otra pregunta. Puesto que el entendimiento es la capacidad de comunicar con el ser de entes distintos del cognoscente, y aquí se da un caso en que existen seres realmente diferentes del entendimiento divino, ¿no podrá este entendimiento hallar los cauces para que esta comunicación no sea sólo gnoseológica sino también ontológica? Hemos de decir que el modo de conocer los entes distintos de sí que tiene Dios es muy distinto del que tiene el entendimiento finito. Pues este recibe una forma que no es y que le viene de fuera como novedad. Sin embargo, el entendimiento de Dios conoce las cosas de modo arquetípico, como autor de ellas. Además, este conocimiento es también el fundamento de la actividad creadora. Respecto a la pregunta que nos hacemos, podíamos responder que no hay necesidad alguna de entrar en ninguna comunicación mayor puesto que la misma creación ya significa una conservación que habla de dependencia en el ser. O sea, que hay una verdadera transmisión del ser en la base de la existencia de los seres contingentes. Se observa una dependencia real tanto respecto a la existencia como a la esencia. La existencia creada depende de la puesta en acto de la creatura por el creador, mientras que la esencia depende de la imita- más allá de aristóteles nes de su ser fuera de sí. 362 ción de la esencia divina. Ambas son dimensiones que hacen relación d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o al entendimiento, la primera en cuanto este es acto y la segunda en cuanto este es forma y razón. Además, el ser, tanto en su actualidad como en su condición de perfección, reside en Dios de modo perfecto. No hay nada en el ser de la criatura que pueda añadirle algo al ser de Dios. No obstante, si sostenemos un madurado realismo respecto a la subsistencia de los entes fuera de Dios, entonces debemos decir que el ser de los entes creados subsiste realmente fuera de Dios como una realidad distinta, por más que dependa continuamente del ser divino. Pensemos en las consideraciones precedentes respecto a la esencia y la existencia. Decíamos que íbamos a tratar de apoyar la metafísica un poco más en la existencia. Si lo pensamos bien, aunque la esencia de los seres finitos se halle en Dios de modo perfectísimo, esto no obsta para que esa esencia se haga realmente actual en tal o cual ser. O sea, la actualidad efectiva de un ente es algo realmente distinto de Dios. Por tanto, afirmamos que a Dios, en su subsistencia omnímoda, no es posible añadirle nada. Sin embargo, hay algo que es realmente y que no es en Dios. Y si se mira el problema desde el punto de vista del entendimiento, podemos decir: hay algo que Dios entiende, pero que no existe en él. En este momento de la reflexión ya no podemos dar más pasos ante la limitación de nuestra experiencia. Sin embargo estas ideas indican un problema que no conviene quede sin algún intento de respuesta. Quisiéramos aventurar una hipótesis. En realidad, no hacemos sino proponer como posible solución lo que la Revelación ha manifestado como dato. Pero para el filósofo, todo cuanto sea posible es una lícita hipótesis. ¿No podría Dios poner los medios para que se estrechase más la comunicación entre esos seres, curiosamente distintos de él, y su propio ser? Y, de ser eso así, ¿no podríamos pensar que la creación del entendimiento finito no es ya, posiblemente, una realización de esto 363 de comunicar el ser, era realmente posible revalorizar la entidad de algunos seres finitos para que ellos fueran susceptibles del ser ajeno. Pero la comunicación que permite el entendimiento creado es muy pequeña. Entonces, ¿no hay ninguna posibilidad de que en el mismo entendimiento divino se dé el ser de lo conocido?, ¿no podría tampoco el ser divino comunicar con el ser creado? Aquí es donde atisbamos un camino de solución a esta curiosa situación. La naturaleza del entendimiento finito de alguna forma reclama el conocimiento del ser en toda su virtualidad. La apertura trascendental al ente que caracteriza al entendimiento creado llama la atención sobre una eventual recepción de este. Tal cosa sería posible dada la inmaterialidad del entendimiento, con tal que el ser infinito se volcara en el intelecto finito. Efectivamente, el entendimiento finito es una potencia susceptible de recibir incluso este acto perfectísimo. En otras palabras, el ser racional puede llegar a ser partícipe de Dios si este se entrega como acto a su entendimiento. Esta posibilidad, que sólo podemos contar como una hipótesis, puede constituir la solución al problema que hemos detectado antes. Dios se había sometido voluntariamente a una condición de indigencia, poniendo en el ser entes distintos de sí, los cuales, si bien subsistían en él como el artefacto en el artífice, no lo hacían según su propio ser numéricamente distinto del divino. Esta situación supone no sólo una indigencia ontológica, puesto que, debido al acto de creación, Dios pierde el monopolio del ser, sino que además nos alarma de una alteración del modo de conocer divino, que originariamente se caracterizaba por la identificación real entre el cognoscente y el conocido. El problema que existe para que Dios reciba el ser de otros entes tal cual son en sí mismos se encuentra en las condiciones de esta nueva forma de unidad. Para que tal comunicación se diera, sería necesario que Dios pudiera recibir perfecciones ulteriores a su más allá de aristóteles en vistas de cumplir tal objetivo? Si el entendimiento es la capacidad 364 propio acto de ser. Mas esto es imposible, puesto que la perfección d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o ontológica que constituye la esencia de cada ente ya se encuentra de modo virtual y originario en Dios. Sin embargo, si sucediese que Dios se entregara como acto del entendimiento finito, entonces se daría una unidad más lograda, puesto que aquella realidad finita se incorporaría a Dios de un modo más íntimo. Así, el ser perfectísimo divino disfrutaría de una posesión más acabada de la realidad creada, además de la que ya goza por su pujanza causal sobre ella. Por otra parte, esta presencia de la realidad creada en Dios vendría a acabar la perfección del entendimiento divino que de algún modo exige la presencia real y subsistente de lo conocido en el cognoscente. De este modo, tal unidad nueva que se da en virtud de la comunicabilidad del entendimiento divino viene a llevar a la cúspide de la perfección, si es que se puede hablar así, tanto al ser divino como a su entendimiento. Por una parte, el ser divino reuniría en sí el ser, del cual es el poseedor nato, y por otra, el entendimiento divino gozaría de lo que conoce no sólo de modo mental sino según su subsistencia real. En realidad, el entendimiento divino no depende del ser de los entes finitos para su conocimiento, sino que más bien es al contrario: el entendimiento divino se relaciona con aquellos seres finitos que conoce como la causa respecto al efecto. En este sentido, es connatural a este entendimiento que exista una implicación propia respecto al ser de las cosas. Pero las criaturas a las que se les conceda ver a Dios de algún modo son recibidas en el ser divino. Así, puesto que Dios está directamente poniéndose como acto de sus entendimientos finitos, también con ello ejerce un dominio más estrecho. Esto vendría a rubricar esta forma originaria de subsistencia que se da in divinis por la cual el ser es autoconsciente y el entendimiento posee en sí la realidad misma de lo que conoce. Esto posee consecuencias radicales también para los entes finitos, puesto que estos se hacen consortes en el divino modo de conocer. La transmisión del ser divino al entendimiento finito hace a las criaturas capaces de conocer como Dios mismo conoce. Tal cosa 365 no de manera virtual, sino según su subsistencia natural. Pero es precisamente de esta manera como recibe el entendimiento finito a Dios cuando este se da a conocer. Gracias a la entrega de todo el ser divino, la criatura se hace partícipe también de la manera divina de conocer. Sin embargo, esta última consideración no es del todo correcta. En realidad, cuando hemos reflexionado sobre el ser y el entendimiento divinos nos hemos detenido especialmente en la identificación entre estos. No obstante, el ser divino no subsiste en la criatura como lo hace en sí mismo. En este sentido, aunque se verifique la característica de la presencia del ser de lo conocido en el cognoscente, no se aprecia la autoconsciencia del ser, que es quizá el rasgo más singular de la naturaleza divina. Dios es, en efecto, entendimiento que se entiende a sí mismo. Podríamos aventurar otra hipótesis en un último intento de buscar uniones más acabadas que las que se dan en la naturaleza. Para que el entendimiento se identificase con el ser, la existencia de la cual hablamos habría de ser divina. Entonces, ¿no podemos hallar otro plano de composición entre el acto y la potencia respecto a los cuales se daría una unidad de mayor intimidad? Ciertamente, si descendemos a estratos más fundamentales de la constitución del ente. Si volvemos a la composición entre esencia y existencia, veremos que sería posible que Dios, que es acto puro, actualizase una esencia finita, de modo que esta, creada, pudiera gozar del ser mismo de Dios. De este modo, hallaríamos una verdadera criatura, puesto que su esencia no sería divina. Mientras que, por otra parte, esta criatura poseería el ser divino constituyendo la actualidad de tal substancia, es decir, como existencia. Tal criatura singular existiría con el acto de ser divino y a la vez podría gozar del entendimiento tal como es en Dios, es decir, subsistiría con un acto de ser autoconsciente. Además, Dios haría suyo más allá de aristóteles se aprecia al haber caracterizado este por la recepción de lo conocido, 366 este ser creado de una manera aún más intensa que en cuanto causa d av i d t o r r i j o s c a s t r i l l e j o suya. La reflexión cuidadosa de la afirmación de Aristóteles nos ha ayudado a pensar una vez más en la idea de ser, llevados de la mano del Aquinate. Creemos haber puesto los ojos en la ontología sin afán de aportar novedad alguna, pero refrescando las nociones de entendimiento y de ser. Hemos considerado algo que es bastante evidente, a primera vista, a saber, que el ser de Dios es primero en todos los sentidos. Tal cosa supone que lo más diverso es también lo más originario. Por eso, su manera peculiar de ser resulta tan curiosa frente a la existencia de las cosas finitas. Igualmente, en Dios, la idea de entendimiento también revuelve el océano de nuestras ideas y nos permite atender a ellas con otra perspectiva. Además, poner la vista en el punto de vista de Dios, en relación con la entidad y el entendimiento creados, nos ha llevado a preguntas que concuerdan con el testimonio cristiano de la Revelación. Igualmente aquí, la circularidad de las reflexiones enriquece tanto a la teología como a la filosofía, del mismo modo que hemos apreciado que la teología natural reclama una correspondencia con la ontología. aproximación Pedro José Lamata Molina Facultad de Teología San Dámaso - Madrid Cuando el hombre mira al horizonte intuye la grandeza de una armonía que pide ser descubierta y mostrada. Ante el espectáculo inmarcesible de un cielo plagado de estrellas sólo caben el sobrecogimiento frente a un Más Allá que parece contemplarnos apaciblemente, y el anhelo sincero del corazón que pide tocar las estrellas, alcanzarlas, sentirse parte de la magna sinfonía de un cosmos bellamente acompasado. La mirada del hombre que rastrea las huellas de un orden lleno de significado en cada ser vivo, en cada rincón del mundo, en cada latido de la tierra, se encuentra ineludiblemente urgida a elevarse por encima de lo meramente sensible, hacia lo más profundo del interior de lo íntimo, hacia lo más verdadero del ser de las cosas, hacia la respuesta a la pregunta más radical: ¿por qué? ¿Por qué uno y no dos? ¿Por qué dos y no tres? ¿Por qué agua? ¿Por qué hacia arriba y no hacia abajo? ¿Por qué ahora y no después? ¿Por qué más rápido? ¿Por qué nunca? ¿Por qué nadie? 367 una primera aproximación Una primera 368 ¿Por qué aquí de nuevo? ¿Por qué sin vida? ¿Por qué llorando? ¿Por p e d r o j o s é l a m ata m o l i n a qué todo no basta? La búsqueda que pone en marcha esta pregunta, la carrera que es suscitada y sostenida en todo momento por este interrogante voraz y definitivo, no es un antojo de mentes frágiles o disolutas, no es un capricho pasajero que se desarrolla en el seno de una vida acomodada y sin riesgos radicales, como si se tratara de una erupción —si no patológica, en todo caso accidental, anecdótica— fruto de una vida ociosa y de la falta de retos, entretenimiento o realismo. Esta búsqueda es la marcha más propia del ser del hombre. Este movimiento es el más propio y genuino del único ser que levantando los ojos al cielo siente que toda su existencia es una interpelación al infinito. Del único ser que intuye el significado de la palabra “Misterio”. Una pregunta así no puede apuntar a una respuesta sencilla, rápida, esquemática, breve y regalada. El don del desenlace de la carrera más esencial de la existencia toda, no puede no ser exigente, radical, eterno. No sin mucha prudencia, serena consciencia, y meditada detención, puede el ser humano pronunciar el Nombre que desde un principio anheló pronunciar, para inmediatamente guardar reverente silencio, como quien sabe que no puede justificar de modo último y distinto, haber invocado tal Nombre; haber dicho racional y libremente: Dios. Conviene, pues, antes de cualquier otra consideración, otorgar a la propia conciencia el permiso de detenerse y tomar aliento, para poder así pronunciar este Nombre sin desvirtuar el acto mismo en cuanto tal, por lo que de profunda relevancia tiene para la propia vida y su último sentido. Es claro que no de cualquier modo ni en cualquier circunstancia podemos atrevernos a dar el paso primordial de la razón, a sostener el corazón en el asentir fundante de todo asentimiento, a impetrar la revelación de un horizonte de tales dimensiones y de tal calado existencial que casi pudiéramos estar pretendiendo haber culminado un camino que siempre reclama para sí la conciencia de que está inconcluso. El prepotente errará en la búsqueda desde el instante 369 un bien para cuyo desvelamiento jamás puede uno considerarse suficientemente preparado. Con todo, no basta pronunciar el Nombre para haber alcanzado la meta que sólo comienza a intuirse en el hondón del alma con la experiencia estremecedora de la levedad del ser, de la mediocridad de lo meramente horizontal, del desasosiego radical de quien es contingente, pasajero, limitado, mortal. Nada tan exigente para el hombre como sostener la voz y mantener la mirada por encima del horizonte al pronunciar este Nombre. Parece que la entera Creación se reclinase humildemente ante la vital memoria de su propio Hacedor. Parece que los astros y los cielos todos, al resonar el eco del grito humano y desgarrador de quien invoca, se comban en admirable adoración y rinden su magnitud y grandeza a los pies del único Nombre que está por encima de toda otra realidad inferior o superior. Una vez más, en la búsqueda que es urgencia y emergencia del corazón humano, es uno mismo quien ha de justificar cómo y por qué, con qué sentido y de qué manera ha pronunciado y se ha pronunciado frente al entero cosmos que le rodea. Aristóteles, estagirita del siglo V-IV a.C., no sucumbe ante la fortísima responsabilidad que se deriva de su arrojo casi beligerante. Su medida progresión en el desentrañar el susurro callado que late en la propia subsistencia de cuanto es no deja de provocar estupor e inquietud, pues hace gala de modo casi ligero de tajante claridad y firmeza de paso. ¿Habla, entonces, de Dios? Sí. ¿Y de qué modo? De modo último y originante. El Dios de Aristóteles no es la última pieza de un rompecabezas casi terminado. No es una ficha de un juego perfecto, ni la última carta de un castillo de naipes, ni el último peldaño de una gran escalera. No es cierto, y en ocasiones casi escandaliza sostener aún hoy postura tan necia e infantil, que sea el último eslabón que hace que toda la cadena se sostenga, como el elemento —en una primera aproximación mismo de la salida, pues dispuesto no está para acoger la entrega de 370 último término semejante y parejo a los demás— que, ante la necesi- p e d r o j o s é l a m ata m o l i n a dad de poner fin a la interminable procesión de férreos eslabones que sostienen el mundo físico y material, se coloca en lo alto y tranquiliza así la conciencia de quien sólo pretendía concluir su explicación y descansar satisfecho de su proeza. El Dios de Aristóteles es el fundamento; mi fundamento. Los momentos del atrevimiento y la osadía, los momentos del salto a la contemplación del Más Allá de todo lo del mundo, los momentos en los que el filósofo griego habla de Dios, son justamente buscados y ternísimamente acotados. En la Física, Aristóteles ofrece toda una síntesis de los rasgos esenciales de todas las realidades naturales, sembrando como el germen de todo estudio y ciencia, en este magno tratado que aborda el porqué, el cómo, el dónde, el cuándo, etc., de todo el movimiento. Según va desarrollando la exposición sobre los Principios, la Naturaleza, las causas, el fin, la necesidad, el infinito, el vacío, el tiempo, el movimiento y el reposo, el continuo, la magnitud y las fuerzas, se va intuyendo que el último libro tiene que versar sobre el fundamento universal de cuanto sucede sensiblemente. La pregunta que va sugiriéndose no es una pregunta desde una carencia, sino desde una plenitud. El libro octavo no trata de llenar un hueco vacío, sino de dar cumplida justificación de la ausencia de tal vacío. En la Física, Dios no aparece para explicar el comienzo del movimiento. Se pronuncia el Nombre de Dios porque el movimiento existe eternamente. El Dios de Aristóteles no resuelve un problema sobre el origen de la vida, o de los seres naturales, o del tiempo: no es una causa más. Dios es el que hace posible el cambio y el orden. Dios es aquel que suscita el movimiento y su actualidad dinámica, aquel que posibilita un mundo en el que hay arriba, abajo, crecimiento y disminución, en el que son posibles la generación y la corrupción, el Cf. Metafísica 994a17. Cf. Metafísica 1064a32. movimiento y el reposo. Aristóteles intuye que ha de invocar a Dios 371 cauce de una dinámica inexplicable por sí sola, el resonar de una corriente que no puede ser fundada en ella misma. El hecho es que en la contemplación de un término “intermedio”, es decir de algo en movimiento, que es movido y a su vez mueve a otra cosa, se intuye la “presencia” del Origen del movimiento. Resulta tremendamente atractivo descubrir que en la visión del Estagirita el movimiento es un modo de ser de la cosa, un modo de estar siendo. Al mirar algo en movimiento lo que se ve es una entidad recibiendo el movimiento en este ahora concreto, para pasar de un modo de ser potencial a un modo de ser actual en algún aspecto, o en un sentido concreto. La pregunta por el porqué último del cambio no pide una respuesta cronológica sino axiológica. Es una pregunta por el principio del cambio, por su fuente última, ontológica. ¿De dónde el movimiento? ¿Movimiento, aquí, ahora? Todo en el ser en-movimiento habla de un Primer Moviente: el orden del movimiento, su “desde donde”, su “hacia donde”, su identidad propia, su temporalidad. Y es que, la Cf. Física 198b1. «Puesto que vemos el último término de la serie, esto es, aquello que puede ser movido por otro... y vemos también lo que es movido no por otro sino por sí, es razonable suponer, por no decir necesario, que haya un tercer término que mueva sin ser movido» (Física 256b21); «sólo podrá mover si es inmóvil, y sólo podrá dominar si es sin mezcla» (256b26). “Origen” porque es fundamento, y no tanto porque lo haya provocado inicialmente, pues este movimiento carece de inicio. Cf. Física 225a1.6. Moverse es recibir movimiento. El cambio en la esencia es generación o corrupción, el cambio entre contrarios puede ser de cualidad, cantidad o de lugar (y este es el movimiento “primero” y “original”). Lo que cambia (esencial, cualitativa, cuantitativa o localmente) está recibiendo el movimiento de otro, porque omnia quod movetur ab alio movetur. Incluso en el caso de los semovientes, descritos como los seres que pueden moverse por sí mismos, algo en ellos es moviente y algo movido. Lo que es movido, por algo es movido, de tal manera que una hipotética cadena infinita de movientes no explica de dónde el movimiento. «Tendrá que haber un primer moviente que no sea movido por otra cosa» (Física 256a15); «es imposible que haya una serie infinita de movientes movidos por otro, ya que en una serie infinita no hay nada que sea primero» (256a19). una primera aproximación al contemplar en cada realidad, últimamente, un término medio, un 372 contemplación del movimiento es, en cierto sentido, la contemplación p e d r o j o s é l a m ata m o l i n a de una traditio, desde la plenitud del moviente es posible la acogida por parte de lo movido de este estado nuevo de ser en-movimiento. Pero es clave reconocer que, si estamos ante un “intermediario” en la entrega (traditio) tiene que haber un “dueño” de lo entregado. No en sentido horizontal, como mero remitente, sino en sentido fontal, como origen, como principio de realidad. Pese a tener que utilizar imágenes para el razonamiento, no conviene que imaginemos el Primer Principio como la cabina de un largo tren de mercancías, porque la cabina es un elemento más del mundo sensible, es una causa de la misma naturaleza (nunca mejor dicho), mientras que Dios es causa desde fuera de la cadena, como fundamento de la existencia de toda causalidad, como atractivo originante. En una búsqueda que pone en juego toda nuestra persona, en un movimiento de supremo interés como es la persecución vital del porqué último, verdad completa, fuente de mi propia resurrección, sería un ridículo perverso señalar como respuesta o camino de respuesta, una vía meramente mundana. No puede racionalmente pedírsele a nadie esperar que de lo que es “lo mismo” provenga lo que jamás podría ser “lo mismo”. Llegado el momento de tensar el arco y disparar la flecha, la única flecha de que dispongo, lo única flecha de que dispondré en todos los días de mi vida, por nada del mundo habré de apuntar a nada “del mundo”. Un movimiento culpablemente sui- Cf. Física. 256b28; 257a3.7.9. Explicar el movimiento actual de un ser de la naturaleza mediante cadenas de movimientos resulta tremendamente absurdo. Con una argumentación muy plástica y demoledora Aristóteles muestra que, por lo limitado de las diversas especies de movimientos, el que mueve, no puede ser movido en el mismo sentido, ni tampoco en otro, siempre, pues habría que afirmar el absurdo de que lo que cura es curado, quien enseña es enseñado, o quien construye es construido. Y esto porque, o bien afirmando que la causa del movimiento es un movimiento de la misma índole, o bien afirmando que es de otra, por ser limitado en número de posibles movimientos, en determinado momento la causa del movimiento actual es, en este momento, un movimiento de la misma índole. Esta reducción al absurdo muestra cómo el origen último de todo movimiento está en el Moviente Inmóvil. cida no es excusable en quien haga gala de ser de naturaleza racional. 373 del cosmos, de atalaya del ser, vigía del sentido y la verdad, no puede traicionar la belleza de su misión en un delirio de grandeza lastimoso y denigrante. Dios no es un oculto elemento culpable de que todo el universo se haya puesto en movimiento como si de un motor mecánico se tratase. Aristóteles no levanta ninguna baldosa de este cosmos de orden y armonía patentes para descubrir a la Substancia auto-motriz. Dios está más allá de este cosmos. Dios no se mueve. Dios mueve. No es la respuesta al problema, es el Nombre del Misterio. Entre rama y rama de la ciencia, entre paso y paso de la reflexión cotidiana en torno a la vida y dinámica propias de cada uno de los seres naturales, se palpa, no una ausencia, sino una presencia. No se angustia el espíritu en el desgarrarse trágico de un absurdo tapiz de hipocresía ontológica. No camina el hambriento corazón humano de mentira en mentira, de muerte en muerte. Escala en subida casi siempre compleja un monte de implacable dureza, y destila poco a poco el maravilloso alimento de un sentido que no se presta a cualquier tipo de catador. La felicidad no es esquiva, es interpelante. En este palpar en la penumbra nunca podrá pretender la razón delinear la silueta de Dios, porque Dios no es en-el-tiempo. Contemplamos el movimiento, contemplamos en-movimiento; y, de hecho, esto es también contemplar la condición de los seres naturales de ser en-eltiempo. El mundo y sus decorados no son tiempo, son en-el-tiempo. Cada uno de los actores, mediocres o sublimes, fugaces o recurrentes, admirados, envidiados, despreciados o perdidos, son en-el-tiempo. Están sometidos, y lo están porque, de otro modo, no serían. No se «Es evidente, entonces, después de lo que se ha dicho, que el primer moviente es inmóvil. Porque, tanto si la serie de lo movido que es movido por otro se detiene inmediatamente en algo que es primero e inmóvil, como si conduce a una cosa que se mueve y se detiene a sí misma, en ambos casos se sigue que en todas las cosas movidas el primer moviente es inmóvil» (Física 258b4-9). una primera aproximación El hombre, que ha nacido para acoger la marcha solemne de oyente 374 puede esperar crecimiento o primavera alguna, sin el inagotable flo- p e d r o j o s é l a m ata m o l i n a recer de los seres en-movimiento. No se puede alcanzar meta alguna sin ser susceptible de acoger posiciones intermedias. El único modo de existir de cuanto ha nacido con el alba es durante el día, hasta el anochecer. Para Aristóteles todo ser sensible está sometido al tiempo por estar en movimiento, y sólo los seres inmateriales son eternos. Haber nacido es ser capaz de envejecer. Aparecer es posible sólo para aquello que va desapareciendo después. La maravillosa llegada de la primavera es signo patente de que la primavera tendrá que dar paso al verano, y este al otoño, y este al invierno10. Por este motivo Dios, causa de todo movimiento, es fundamento del tiempo sin estar sometido a él11. La continuidad del tiempo, su eternidad, son prueba de la existencia de su Principio. Son signos claros y elocuentes de la presencia eficaz de Aquel que es dador de subsistencia, posibilitador, fuente de toda posibilidad12. 10 Para afirmar la inmortalidad de un ser sensible, habría que afirmar algo eterno en él; y, por supuesto, sería sólo esto –de él– lo que “sobreviviría” a su final desaparición. El nacimiento de cada niño, en tanto que antes no existía, hace patente su condición de “avocado a desaparecer”, sin que por ello el conjunto del cosmos sufra un deterioro o una pérdida de relevancia ninguna. La percepción de la grandeza única de cada persona humana, así como la clara y necesaria afirmación de un Más Allá del mundo para mi propia persona, exigen de un vínculo nuevo entre el Moviente Inmóvil, de Nombre Eterno, y mi propio ser, personal, vivo, irreconciliable con la muerte. 11 Cf. Física 221a5.30-221b3. 12 «Supongamos que entre los principios que son inmóviles y que pueden mover hay algunos que en un tiempo son y en otro no son; aunque está claro que no todos pueden ser así, pues es claro que para las cosas que se mueven a sí mismas tiene que haber algo que sea la causa de que en un tiempo sean y en otro no sean» (Física 258b21); «ninguna de ellas ni todas ellas pueden ser causa de lo que es eterno y continuo, pues lo que se halla en tal relación tiene que ser eterno y necesario» (258b30); «hay también algo que las contiene y que, estando aparte de cada una, es la causa de que algunas cosas sean y otras no sean, y también del cambio continuo: tal sería la causa del movimiento de esas cosas y de que esas lo sean de otras» (259a4); «Hay que pensar que es más bien uno que muchos, o finitos más bien que infinitos» (259a8); «y es suficiente que haya un único moviente, el primero de los inmóviles, que al ser eterno será para todas las demás cosas el principio del movimiento» (259a12); «Es necesario que siempre haya movimiento» (259a15); «tendrá que ser siempre conti- Tiempo primero. Eternidad después. Eternidad primero. Tiempo 375 condición de la existencia del magno universo, hogar y lugar de la historia humana, del entero discurrir del nacer y morir los seres de este mundo sensible, del eterno mover de los seres supralunares de invisible condición e ineludible repercusión. Porque el tiempo pide lo eterno. De nuevo no desde la carencia o la grotesca fealdad de lo inacabado. Aristóteles invoca el Nombre de Dios desde la escalofriante dinámica temporal, constituida veraz y establemente sobre el cimiento imprescindible del movimiento eterno13. Más aún, alimento, calor, fortaleza, peso, densidad, realidad, verdad, le vienen a lo temporal desde más allá de la temporalidad, en la que no da fruto sino lo sembrado bajo lo temporal. La energía vital que da consistencia permanente al tiempo, al ser en-el-tiempo de cuanto ha existido, existe o existirá, es fecundo germinar de una tierra sedimentada sobre el sólido cimiento del Nombre Último. Es grandioso desplegarse desde el movimiento eterno de lo invisible de aquella vida originaria, que puja por florecer sin prisa y sin pausa, en la belleza inextinguible de lo temporal. Belleza fugaz. Belleza en eterno renacer. Belleza de una armonía sin fin, sin silencios, sin reposo. Belleza que es signo de un Más Allá vivo y esencialmente novedoso por ser pleno en su plenitud. Y es que el Dios de Aristóteles, además, es vida. Aquel que suscita todo movimiento, todo tránsito, generación y corrupción, tiempo y cambio, es el Ente Supremo, el Bien que atrae al cosmos entero nuo» (259a16); «si es continuo es uno. Y es uno por ser uno el moviente y uno lo movido» (259a18); «Por estas razones se puede tener la convicción de que hay algo primeramente inmóvil» (259a20). 13 El movimiento eterno es el de las esferas supralunares, no sensibles, eternas por lo tanto, pero siempre en movimiento, y, por tanto, incapaces de soportar por sí solas la responsabilidad última del movimiento temporal, del movimiento del mundo (ser, crecer, aprender, engendrar, desplazarse, envejecer o morir). El movimiento eterno exige aún con mayor urgencia, el cimiento último de lo inmóvil. una primera aproximación después. El filósofo griego contempla la grandeza del tiempo como 376 como lo amado y lo deseado 14. No puede serle negado nada a aquel p e d r o j o s é l a m ata m o l i n a que es “dueño” genuino, único, original, de todo el vigor, la grandeza o la gloria, que germina en la inabarcable multiplicidad de cuanto es. Sin embargo, el único modo de acceder a esta visión de aquel que nos atrevemos a invocar con el Nombre de Dios es una mirada nueva, anterior, más profunda, más humana15. Con ella se alcanza la resplandeciente Realidad de Dios, como quien asciende por un monte mediante diversos caminos. El camino de lo deseable y el camino de lo inteligible, llevan ambos a la cúspide de una pirámide del ser, porque es idéntico lo más deseable con lo más cognoscible16. Una vez más, al contemplar lo intermedio, somos urgidos a hallar lo Primero. En cada juicio sobre el ser de las cosas, en cada experiencia de sentido o añoranza desoladora de él, en cada vuelco del corazón del hombre hallamos la herida última, la llamada de mayor calado y resonancia, la permanente manifestación de la cimentadora presencia de Aquel que es Vida sin rastro de muerte, Belleza sin sombra, Inmaculado Bien. Como dos columnas que tienden a unirse en lo más alto, lo deseable y lo inteligible conforman un monte que culmina en el Dios Vivo, sublime, completo, primero de entre lo bueno y lo mejor, primero de entre lo uno y lo único, primero de entre lo hermoso y lo preferido, primero de entre lo verdadero y lo más real. A los pies de la magna montaña se agolpan las innumerables criaturas del Cosmos. Todos son atraídos por la música y los vítores de una fiesta sin igual: la fiesta de Dios17. Como un auténtico “banquete”, es perfecto, 14 Cf. Metafísica 994b12. 15 «Si, por el contrario, existe otro tipo de naturaleza y entidad, separada e inmóvil, la ciencia de esta será también necesariamente otra, y anterior a la física, y universal por ser primera» (Metafísica 1064b12). 16 Cf. Metafísica 1072a25-26. 17 Él es la fiesta. Este es el gozo inefable de la Vida que es existencia por esencia, y cuyo resplandor inagotable parece reflejarse en todo cuanto es de un modo u otro; especialmente en todo lo que es como substancia. completo, eterno y sin cambio alguno. Nada falta en el Ser Supremo. 377 Lo primero de lo más conocido, lo primero de lo más deseado, lo primero de lo más sencillo, lo primero de lo más inteligible, lo primero de lo que más se corresponde con mi propio deseo, lo primero de lo bueno, lo primero de lo valioso, la primera de las bellezas, la primera de las ganancias, el primero de los bienes, la primera verdad, la primera fuente de alegría y humanidad, es la Vida Perfecta, el Ser siendo pleno y completo, uno y único: es la Vida que Dios es. Monstruoso desatino el de aquel que teniéndose por buscador de vida y sentido no pueda llegar más que a describirlo como elemento primero de la cadena de “elementos-causa” de las cosas que suceden en el mundo; porque jamás ocurrirá que sea la cabina de un tren, Aquel que sin duda se revela como el Fin Último que posibilita la existencia de todo fin en la naturaleza. Pobre de quien meramente considere —incluso con agrado, estupor o reverencia— que una gran Inteligencia diseñó, organizó, programó y puso en marcha la gran máquina del mundo; porque el Ser Supremo posibilita la existencia de todo ser y todo fin en la naturaleza por la atracción que suscita su propia Plenitud18. Aristóteles indica, en su osadía, el “lugar de Dios” como origen y fundamento de todo, al final. Es el destino pleno anhelado por toda forma, y que hace despertar en cada instante toda dinámica y toda energía vital de cuanto está siendo. Dios es fin, pero no un fin cuya consecución podemos incluir en el itinerario vital de entidad alguna. Como es evidente, es fin más allá de toda capacidad mundana. Es fin como voz que llama a cada forma a desarrollarse en plenitud. Como la 18 «Pues bien, lo bello y lo inteligible por sí se encuentran en la misma columna, y lo primero es lo más perfecto o análogo (a lo más perfecto). Que en las cosas inmóviles existe aquello para lo cual, lo muestra la siguiente distinción: aquello para lo cual es “para bien de algo”, y “con vistas a algo”, y aquello lo hay, pero esto no. Mueve, pues, en tanto que amado, mientras que las otras cosas mueven al ser movidas» (Metafísica 1072a32-1072b3). una primera aproximación Dios es sumamente feliz. 378 dulce llamada de la primavera que hace florecer los campos, germinar p e d r o j o s é l a m ata m o l i n a las semillas, crecer y fructificar a cada uno de los árboles del inmenso jardín del mundo. Como la luz del sol levanta los girasoles o endereza los tallos de pequeñas plantas. Como el simple aparecer de la persona amada hace resplandecer el rostro del amante. Así, Dios es origen de la vida y de la muerte, de los cambios y los movimientos, del reposo y de la filosofía. Es quien hace posible el despertar de los tiempos y las eras en la existencia de cada ser individual, y de todo el cosmos. Y despierta a los seres, por así decirlo, sin tener intención de hacerlo, pues no cabe cambio alguno en su ser «puesto que hay algo que mueve siendo ello mismo inmóvil, estando en acto, eso no puede cambiar en ningún sentido»19. La máxima felicidad de Dios es la autocontemplación. Se goza en el puro acto de pensar su ser pensamiento. Se complace en el puro acto de ser pensamiento de pensamiento, kaì éstin he nÒhsij no»sewj nóesis20. Nada de mayor categoría que su propia perfección como para detenerse un instante fuera de su propio “pensarse a sí mismo”. Goza fuera de todo tiempo, más allá de toda medida, de la desbordante alegría de la Vida de quien es de modo perfecto. Se goza provocando el desconcertante peregrinar de las incontables realidades temporales. Se festeja en una continua irradiación que es razón última y posibilidad permanente de todo ser, de todo obrar21. Dios es ser Perfecto, la Belleza y el Bien supremo, pues «lo primero no es la semilla sino lo plenamente realizado»22, y su presencia resuena en lo más íntimo de todo ser de la naturaleza como invitación 19 Metafísica 1072b7. 20 Metafísica 1074b33. 21 Tal vez, sin ser consciente de ello. Al menos esto parece apuntar el Estagirita. No sin razones se ha podido afirmar que es “un Dios ensimismado” el invocado por Aristóteles como Ser Supremo, en tanto que vuelto de modo eterno, divino, sobre si mismo, ajeno a cuanto no es Dios, a cuanto no es su mismo “ser pensamiento de pensamiento”. Pero ni mucho menos ha de considerarse esta la única lectura del nÒhsij no»sewj divino. 22 Metafísica 1072b35. a la propia realización, a alcanzar la propia plenitud. De algún modo, 379 propia esencia en cada persona, en cada animal, en cada movimiento natural, hablan de la Suma Perfección, y gritan y claman ansiando alcanzarla con su propio ser en-movimiento23. Lo buscado en toda búsqueda y lo conocido en toda investigación, últimamente y como posibilitador de estos actos y de todo acto, ese es el Dios de Aristóteles24. Y, sin embargo, ¿no percibe tan tremendas consecuencias de su propia plenitud? Si no es autor consciente de cuanto sucede, tampoco es satisfecho espectador de tan magna armonía25. Siendo actor de esencial unicidad y continuo referente, omnipresente referido, responsable de toda posibilidad, de clamorosa presencia y cuya ausencia es un clamor aún mayor, ¿no conoce? Sin duda ha de conocer. Ha de ser consciente de cuanto toma ser de su propio desbordarse, de cuantos son movidos hasta la última consecuencia por la influencia de su perfecta existencia, de cuanto acontece de modo temporal pero eternamente, como sucederse de signos y señales de su propia presencia, más allá de su simplísima identidad. Sin duda ha de conocer, pero sin que esto suponga movimiento alguno ni cambio en su ser, de tal modo que ha de conocer en el propio pensarse a sí mismo. Podemos intuir nuestra propia presencia con la del cosmos entero en su propia 23 «No obstante, la dificultad no surge de atribuir al Principio la Perfección como algo inherente a él, sino hacer del uno un principio, y principio en tanto que elemento» (Metafísica 1091b1); «Sería, desde luego, sorprendente que aquello que es Primero, Eterno y máximamente Autárquico no tuviera esto primero, la autarquía y la autosubsistencia a título de Bien. Ahora bien, no es incorruptible y autárquico por otra cosa que por ser Perfecto. Luego es razonablemente verdadero afirmar que el Principio es tal» (1091b16-19). 24 «Así pues, si Dios se encuentra siempre tan bien como nosotros a veces, es algo admirable. Y si más aún, aún más admirable. Y se encuentra así. Y en él hay vida, pues la actividad del entendimiento es vida y él se identifica con tal actividad. Y su actividad es, en sí misma, vida perfecta y eterna. Afirmamos, pues, que Dios es un viviente eterno y perfecto. Así pues, a Dios corresponde vivir una vida continua y eterna. Esto es, pues, Dios» (Metafísica 1072b24-29). 25 Cf. Metafísica 1073a3.5.12-13.24-25. una primera aproximación todos y cada uno de los caminos de crecimiento y desarrollo de la 380 contemplación como Imperturbable Majestad de todo cuanto es. Es p e d r o j o s é l a m ata m o l i n a evidente sin duda que, en su propio pensarse a sí mismo como pensamiento, ha de conocer; y, sin embargo, aún con eso, no quedamos satisfechos. El ímpetu de nuestra esencia no sólo reclama de Dios que conozca mi existencia, no sólo busco de Dios que esté al corriente de la existencia del cosmos, no puedo descansar con la mera constatación de que a Dios no le puede ser desconocido el devenir de cuantos habitamos el mundo. El reclamo fundamental de mi propia condición humana no es que Dios conozca mi existencia, sino que la reconozca, que la aprecie, que me aprecie. Pero ¿cómo puede ser esto? Confunde pensar que para Aristóteles el hombre pueda crecer como un árbol, dar el fruto maduro de la virtud y la sabiduría, y conformarse con menguar y desaparecer como todo ser de la naturaleza, pero no es fácil descubrir en sus tratados un “algo más” en el ser del hombre frente al horizonte puramente sensible de lo natural. Sobre todo, ante la posible afirmación de la inmortalidad de alguna parte del alma humana, se echa en falta el eco del anhelo más profundo de un corazón humano vivo: compartir la vida de Dios. O, incluso, el ideal de la divinización, que ni puede ni podría dejar de estar en los labios de un hombre que hablase desde el corazón. ¿A quién no se le conmueven las entrañas ante el horizonte de subir al Monte de Dios para participar en el Banquete de la Plenitud que es Vida eterna? ¿Quién no espera de un modo u otro vivir la misma Vida Divina? ¿De qué corazón no brotó alguna vez un grito súbito señalando “con él o sin él, ya no sé si me importa, pero yo, para mí, no me conformo con menos”? Para alguien que entiende que el deseo mueve al hombre26, ¿cómo no estará presente el deseo de no morir nunca? El hombre aspira, sin lugar a dudas, a su propia plenitud, a su propia perfección según su naturaleza27, pero la perfección humana no parece alcanzar a Dios, alcanzar esa plenitud de vida que atrae 26 Cf. Metafísica 1071a2. 27 Cf. Física 246a13. 247a3. como atrae lo que es amado. Casi en un empeño ciego por amoldarse 381 humana siempre absurda, los hombres llegan a pactar con la desesperanza que sólo sabe decir “has de morir”. Casi sin darse cuenta los hombres abandonan la lucha por una respuesta completa, desdibujan todo interrogante, someten su conciencia al sosiego viscoso de la retirada y el abandono, y desvinculan de raíz el hablar del hombre y el hablar de Dios. Como traidores en la noche arrancan el Nombre de Dios de su vigorosa raíz, encarcelan la voz de cada poro de su alma, y sumergen su mirada en el fango, hasta entonces prometedor y dinámico, para no verse acusados por su propia tristeza. ¿Dónde termina la aspiración natural del ser humano para Aristóteles? Si puede constituir una prueba de la existencia de Dios el hecho de que existe una tendencia natural en los seres que no se mueven por sí mismos28, ¿no podrá la “querencia” del corazón humano constituir una prueba de la existencia de un camino que puede ser mostrado y que da acceso al hombre a la unión con Dios? ¿Qué podemos apreciar del modo en el que está presente el hombre en el conjunto del cosmos? ¿Por qué no preguntarse últimamente qué se sigue del “lugar” que ocupamos? Desde el modo en el que el orden natural, que ha hecho posible y hace posible el Moviente Inmóvil, sitúa al hombre, este no es un ser natural más. Y hablar de física es también hablar de lugar: el lugar del hombre en el cosmos es un lugar que tiene que ver con la Vida que vive Dios en plenitud como Ser Supremo y Amado por excelencia29. Y digo hablar de física para que no parezca que mi pretensión es simple y llanamente reseñar la envidia de un corazón astuto que, lejos de conformarse con “lo que le es propio”, de vez en cuando se permite mirar hacia un Más Allá del todo prohibido, para ambicionarlo y amargarse 28 Cf. Física 255b14. 29 «Si (...) en todas las cosas el Bien es principio por excelencia» (Metafísica 1075a38), en el hombre el “bien” que es su fin propio no es completo si no es el Bien por excelencia. No hay plenitud humana sin esta unidad con Dios. una primera aproximación a un realismo inventado por la desidia o fruto de una degeneración 382 inútilmente. Digo “física” porque lo que le es propio al ser humano p e d r o j o s é l a m ata m o l i n a no puede ser predeterminado sin tener en cuenta su “phýsis” (naturaleza) en sentido completo. Nadie puede decirme que me es propio un horizonte sesgado, castrado, deliberadamente empobrecido, sin tener antes en cuenta el “lugar” que ocupa el ser humano en este cosmos —y no en otro—. Lejos de dejarnos llevar por la imaginación y los antojos, a la hora de pensar convendría ceñirnos a la realidad de las cosas, y he aquí que el único ser capaz de interpretar trágicamente su destino es el ser humano. ¿Cuándo quedó cerrada la puerta a la esperanza de que una forma alcance su plenitud de un modo diverso al cíclico? ¿De dónde la aparente certeza de que la plenitud humana es comprensible desde el plano meramente mundano? ¿Quién ha decidido que el fruto que ha dado en lo temporal el vigor de la Vida eterna —en la “tierra” del movimiento eterno— y que conocemos como persona humana, alcanza su plenitud sin un vínculo efectivo y real con la Vida de la que Últimamente procede? Una mirada más completa, más humana, sobre el propio hombre y su destino, puede descubrirnos no sólo la posible inmortalidad de nuestro pensamiento, sino la plenitud de la propia naturaleza humana en un Más Allá de la dinámica circular y esclavizante de lo temporal. Cuando Aristóteles pronuncia el Nombre de Dios, lo hace para invocar, no la solución a lo problemático, sino al maravilloso garante de la armonía inagotable de la realidad natural30: Uno y único; distinto, supremo, Primero; máximamente apetecido; máximamente feliz; vida, plenitud, fundamento, Bien. El corazón del hombre que pronuncia no sin mucha prudencia, serena consciencia, y meditada detención, el 30 «Lo Primero no tiene contrario alguno» (Metafísica 1075b23).«Y, además, si no hubiera otras realidades aparte de las sensibles, no existirían ni principio, ni orden, ni generación, ni tampoco lo celeste» (1075b24-25); «no serían eternas las cosas que son». Y, sin embargo lo son (cf. 1075b32); «por qué los números forman una unidad, o por qué la forman el alma y el cuerpo o, en general, la forma y la cosa (...) lo hace aquello que mueve» (1075b34-35); «las cosas que son, no quieren ser mal gobernadas: “No es bueno que gobiernen muchos. Sea uno el que gobierne” [Homero, Ilíada II, 204]» (1076a2-3). Nombre que desde un principio anheló pronunciar, para inmediata- 383 amar para vivir. Reclama conocer la Vida que es Dios, que se le dé permiso para amar a quien esta vida es, y que se le permita compartir para siempre con él una relación que signifique finalmente su propia felicidad, su plenitud completa... y así poder justificar de modo último y distinto, haber dicho racional y libremente: Dios. una primera aproximación mente guardar reverente silencio, está pidiendo conocer para amar, propuesta teológica de scheler Pilar Fernández Beites Facultad de Teología San Dámaso - Madrid “En lugar del ser que se piensa a sí mismo (nÒhsij no»sewj) y se contempla a sí mismo, que no se preocupa de la marcha de las cosas y que tampoco es verdaderamente responsable del mundo; en lugar de aquel egoísta lógico, en quien, para la metafísica griega, el ideal del ‘sabio’ se eleva hasta lo absoluto, aparece ahora el Dios personal que crea el ‘mundo’ por amor, por una infinita superabundancia de amor —no para servir a algo preexistente pues ‘nada’ había antes de él, sino sólo como una manifestación de su superabundancia de amor—”. Se trata en esta jornada de hablar acerca del Dios que es “pensamiento del pensamiento”. El problema es que, por mi parte, sólo puedo hacerlo esbozando mi proyecto actual de trabajo filosófico, que busca justamente un acceso a Dios desde la filosofía primera, pero que discurre por una vía bastante diferente de la aristotélica. Por ello mi intervención se limitará a intentar poner de manifiesto ciertos problemas que creo que debemos pensar más a fondo; que debemos pensar juntos los filósofos y los teólogos, pues para cualquier teólogo es inevitable plantear también en términos filosóficos el problema de Dios. “Das Ressentiment im Aufbau der Moralen”, en Vom Umsturz der Werte, Francke Verlag, (Berna y Múnich 51972) 33-147, p. 81. Trad. cast. El resentimiento en la Moral (Madrid, 1998). 385 pensar el a mor pensar el amor. sobre la 386 Me parece ver con claridad que hay que ir más allá del esquema pilar fernández beites griego de “pensamiento de pensamiento” si queremos “pensar” en serio a un Dios como el cristiano, que es sobre todo amor. Amar no es meramente pensar y, sobre todo, no es pensarse sólo a sí mismo: es, por ejemplo, decidir crear lo otro y amar lo creado, y así amar o pensar lo otro y no sólo a sí mismo. Pero reconocer filosóficamente este lugar central del amor, supone elaborar una nueva metafísica, tanto acerca de Dios, como acerca del hombre. El esquema alternativo al clásico que a mí me parece más fructífero es el que propone el fenomenólogo Max Scheler, que no intenta otra cosa que apresar filosóficamente la tesis cristiana fundamental, que nos recordó Benedicto XVI en su primera encíclica, la tesis de que Dios es amor. Lo sorprendente es que Scheler escribió hace ahora casi cien años y, sin embargo, su teoría apenas es hoy conocida, mucho menos discutida a fondo. Yo estoy convencida de que merece la pena que las tesis de este autor sean estudiadas con profundidad, y por ello en este rato voy a intentar mostrar lo que creo que nos aporta Scheler a los que hoy en día querríamos que la filosofía primera se siga ocupando de Dios, es decir, a los querríamos que la metafísica no sea mero ateísmo o, mejor, mero nihilismo postmoderno. 1. Inversión del amor El Dios de Aristóteles lleva la vida más perfecta, es pensamiento; pensamiento que se piensa a sí mismo, pues lo más perfecto que Dios puede pensar es a sí mismo. ¿Cuál es entonces la relación de este Dios con el mundo? Es el motor último que todo lo mueve. Para ser el último tiene que ser inmóvil y entonces sólo puede mover como causa final; mueve justamente como objeto de amor. Aquí hace ya su aparición el amor: Dios como objeto de amor. Pero esto no significa que Dios sea amor, pues para Aristóteles resultaría un completo absurdo afirmar que Dios es 387 amar, sino sólo ser amado, porque el amor para el pensamiento griego supone deseo e imperfección. Tenemos aquí el clásico Dios de los filósofos: Dios es Logos, Razón. Y nuestro problema, no sólo como creyentes, sino también como filósofos, es que el Dios cristiano es sobre todo amor. Como dice bellamente Benedicto XVI en la encíclica, el cristianismo defiende nada menos que Dios es un amante con toda la pasión de un verdadero amor: “Dios es en absoluto la fuente originaria de cada ser; pero este principio creativo de todas las cosas —el Logos, la razón primordial— es, al mismo tiempo, un amante con toda la pasión de un verdadero amor”. Scheler se ha dado perfecta cuenta de que este es un problema que nos incumbe como filósofos. No basta con distinguir el Dios de la religión del Dios de los filósofos, de modo que el primero sería el Dios en el que creemos y el segundo sería el Dios como “pensamiento del pensamiento”, que describen los filósofos. Pues realmente parece que la filosofía primera se queda demasiado lejos del Dios que nos interesa, que es justamente el que reconoce la religión. Por ello los filósofos no deberíamos contentarnos con esta solución clásica, sino que deberíamos intentar ampliar el ámbito de la “razón” de modo que deje cabida al Dios de la religión. Y este es justamente el intento de Scheler. Scheler propone ampliar la Razón hasta obtener lo que él denomina Espíritu, que no es sólo razón teórica (discursiva), sino también, por ejemplo, amor que abre a valores. Por supuesto, esta ampliación de la razón no supone una ruptura con la tradición. Dice Scheler que el gran principio en el que el filósofo fija su vista sigue siendo eso mismo que los griegos denominaban Razón, pero lo que muestra el filósofo alemán es que la Razón no ha de ser mera razón discursiva; ha de ser muy funda- Carta encíclica Deus caritas est. Sobre el amor cristiano (Madrid 2006) 27. pensar el a mor amor, en el sentido de que Dios ame, de que sea amante. Dios no puede 388 mentalmente razón intuitiva, y ha de incluir también el ámbito volitivo y, pilar fernández beites sobre todo, el afectivo, en el que se dan experiencias como el amor, la veneración, la bienaventuranza, etc. Por ello Scheler habla del “espíritu” que es lo propio de la persona (frente a la cosa y al animal): «Ya los griegos sostuvieron la existencia de tal principio y lo llamaron ‘razón’. Nosotros preferimos emplear una palabra más amplia, la palabra ‘espíritu’, para designar esa X, una palabra que comprende el concepto de razón, pero que comprende también, junto al ‘pensar ideas’, un determinado tipo de ‘intuición’, la de los fenómenos originarios o contenidos esenciales, y además una determinada clase de actos volitivos y emocionales, como la bondad, el amor, el arrepentimiento, la veneración, el asombro espiritual, la bienaventuranza y la desesperación, y el libre albedrío. Definiremos como ‘persona’ al centro activo en el que el espíritu se manifiesta dentro de la esfera finita del ser». Desde esta nueva perspectiva podemos apresar la novedad del cristianismo, que Scheler muestra con una fuerza magistral. En El resentimiento en la moral, afirma que lo novedoso del cristianismo hay que buscarlo en la “inversión del movimiento amoroso”. Esta inversión estriba en que el amor ya no va de lo inferior a lo superior, sino que ahora el amor consiste en que lo superior acepta libremente descender hasta lo inferior: «Opóngase ahora a esta concepción la cristiana. Sucede en esta algo que yo llamaría la inversión del movimiento amoroso (Bewegungsumkehr). Aquí se vuelve descaradamente la espalda al axioma griego acerca del amor, según el cual el Die Stellung des Menschen im Kosmos, en Späte Schriften, Gesammelte Werke, Band 9, zweite, durchgesehene Auflage (Bonn 1995) 32. Trad.cast. El puesto del hombre en el cosmos (Buenos Aires 1990). amor es una aspiración de lo inferior a lo superior. A la inversa, 389 noble se rebaje y descienda hasta lo innoble, el sano hasta el enfermo, el rico hasta el pobre, el hermoso hasta el feo, el bueno y santo hasta el malo y vulgar, el Mesías hasta los publicanos y pecadores». La tesis de Scheler es que la transformación de la idea de Dios no sería la razón, sino la consecuencia de esta inversión del movimiento amoroso. Debido a esta inversión, ahora Dios no mueve el mundo como lo amado mueve al amante, sino que Dios es el amante; es el Dios creador que crea el mundo por amor: «En lugar del eterno ‘primer motor’ del mundo aparece el ‘creador’ que lo creo ‘por amor’. Lo monstruoso para el hombre antiguo, lo absolutamente paradójico según sus axiomas, ha sucedido en Galilea: ¡Dios descendiendo espontáneamente hasta el hombre y haciéndose un siervo y muriendo en la cruz la muerte del mal siervo!». En definitiva, Dios es no sólo pensamiento, sino Amor. Y lo que aquí más nos interesa es que decir que Dios es amor es decir que Dios es Persona. Así el Dios amor, el Dios persona es lo que corresponde ahora a la noción clásica de Dios como summum bonum. El sumo bien no es una “idea del bien”, que queda en el ámbito de la cosa; el sumo bien es directamente el amor, que queda en el ámbito de la persona: «Ya no hay una idea de un ‘bien supremo’ que tenga un contenido más allá y con independencia del acto de amor mismo y de su movimiento. El ‘summum bonum’ es ahora, no un “Das Ressentiment im Aufbau der Moralen”, p.73. Ibid. pensar el a mor el amor debe mostrarse justamente en el hecho de que lo 390 valor de cosa, sino de acto; es el valor del amor mismo como amor —no por lo que haga y produzca, sino por cuanto todos pilar fernández beites sus frutos valen como símbolos y fundamentos cognoscitivos para reconocer su existencia en la persona—. Y, de este modo, Dios se convierte por sí mismo en la “Persona”, que ya no tiene sobre sí ninguna ‘idea del Bien’, ningún ‘orden formal’, ningún logos, sino que los tiene debajo de sí —como consecuencia de su acto amoroso—. Y Dios se convierte incluso en un Dios amante —¡cosa que para el hombre antiguo sería contradictoria, como un hierro de madera o una ‘perfección imperfecta’—». Se trata de pasar de la cosa a la persona. El sumo bien de los griegos, lo amado, en realidad es Algo y no Alguien. El Dios pensamiento como motor inmóvil es para el hombre mero “objeto” de amor, de deseo; es tan poco personal como la idea del Bien. Para pasar del Algo al Alguien necesitamos justamente al que ama, al amante. Pero este cambio de perspectiva exige una nueva metafísica que no sea primariamente metafísica de las cosas, sino de las personas (del sujeto, de la conciencia). Y, en mi opinión, es este cambio radical de la cosa a la persona el que rompe los esquemas de la metafísica clásica y el que todavía hoy no ha sido suficientemente pensado ni en el ámbito teológico, ni tampoco en el de la antropología, en el que, por mi parte, he intentado hacer algunas propuestas. Scheler sostiene que ya no se trata tanto de amar a Dios como el sumo bien, como lo amado —pues esta sería la tesis clásica—, sino, sobre todo, de “amar en Dios”. Este es, en el fondo, el camino que intentó recorrer la Patrística, con san Agustín a la cabeza. Lo que Scheler logra mostrar es que en esta fórmula de “amar en Dios” está incluida la idea de la previa revelación de Dios al hombre. Dios no es cosa (idea del Ibid. bien, motor inmóvil), sino persona; pero al ser persona, para poder ser 391 ha de ser amante. Como dice Scheler, amare Deum ya está en Platón y Aristóteles. Ahora se trata de amare in Deo, y esto debe ser pensado como teniendo por condición un previo amor de Dios al hombre: «es el universal amor a la persona una condición esencial para el amor a Dios, en la medida en que este es algo más que un ‘amare Deum’, conocido ya por Platón y Aristóteles, a saber, un ‘amare in Deo’, y en el grado en que es vivido y pensado como teniendo por condición un previo amor de Dios al hombre». De este modo llegamos a la noción de revelación que es central en la teoría de Scheler. La experiencia religiosa va a ser justamente la experiencia de la revelación de Dios. Pero antes de entrar en esto, hemos de empezar exponiendo cosas más elementales. 2. Teoría sobre el ordo amoris La fenomenología de Scheler nos invita a caer en la cuenta de que el mundo está formado sobre todo por cosas valiosas, y no por supuestos objetos científicos, axiológicamente neutrales. Hay valores de tipos muy distintos: valores sensibles, como el buen sabor de un helado, valores estéticos, como el que captamos en un cuadro bello, valores religiosos, que nos abren al ámbito de lo divino. Y el amor es justamente la apertura a lo valioso de la realidad, de las cosas que nos rodean. El amor, dice Scheler, es un explorador o un Wesen und Formen der Sympathie, Gesammelte Werke, Band 7, 6., durchgesehene Auflage von “Phänomenologie und Theorie der Sympathiegefühle” (Berna y Múnich 1973) 111. Trad. cast.: Esencia y formas de la simpatía (Buenos Aires 1948). pensar el a mor amada, ella ha de manifestarse, ha de revelarse, ha de amar primero, 392 guía que busca los valores, que es capaz de ir ampliando cada vez más pilar fernández beites la esfera de valores accesible al hombre: «El amor y el odio son más bien actos en los cuales experimenta una ampliación o una restricción la esfera de valores accesible al percibir sentimental (Fühlen) de un ser (...) Por consiguiente, no sigue al percibir sentimental del valor y al preferir, sino que les precede en la marcha como un explorador (Pionier) y guía, por cuanto que le corresponde una misión “creadora (schöpferische)”, no respecto a los valores en sí existentes, claro está, pero sí respecto al círculo y conjunto de los valores que puede sentir y preferir, en cada caso, un ser». El que ama explora necesariamente, porque busca lo valioso en todos los órdenes: no sólo se complace en el valor sensible, sino que busca la belleza de la naturaleza, el resplandor de la verdad, el valor de la amistad. Frente a la distinción clásica sensibilidad-razón, en la que el amor pertenece a lo sensible, al deseo que sería el nivel tendencial no libre, lo que intenta defender Scheler es que el amor está en un ámbito afectivo, no tendencial, y que, además, este ámbito no es sensible, sino espiritual. Por tanto, no se trata en ningún caso de “sentimiento” en el sentido moderno psicológico, sino de una experiencia de tipo espiritual que abre a una esfera objetiva. El amor abre el ámbito de los valores y esta es una operación espiritual, no una mera pasividad sensible y ciega. Scheler defiende que la esencia del hombre viene dada por su ordo amoris, que es un término tomado de san Agustín, y que se refiere al orden o la jerarquía según la cual el hombre ama las distintas cosas valiosas. Lo más importante en el hombre no es la mera razón, tampoco la voluntad, sino el ámbito sentimental, afectivo; el ámbito del corazón, Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik, Gesammelte Werke, Band 2, sechste, durchgesehene Auflage (Berna y Múnich 1980) 266-7. Trad. cast.: Ética (Madrid 2001). del amor que se abre a los valores. El núcleo del hombre es el ordo 393 valores, de modo que cada hombre tiene su peculiar ordo amoris y esto le proporciona una vocación individual e intransferible. En efecto, Scheler insiste en que hay el reino universal de valores absolutos, pero también es decisivo caer en la cuenta de la finitud del hombre. Nosotros somos seres finitos y esto hace que accedamos al mundo de los valores desde una perspectiva limitada. Nuestro ordo amoris es como una ventana particular, que llevamos con nosotros a donde quiera que vayamos y que selecciona unos determinados valores entre todos los posibles. Debido a su ordo amoris, el artista verá sobre todo valores estéticos, el filósofo quedará sobrecogido por el valor de la verdad, otros captarán el valor de la entrega en familia, de la acción solidaria... El ordo amoris individual será el que marca a cada hombre una vocación, una llamada. Cada persona tiene su propio deber, que le “llama” sólo a él. La vocación nos dice a qué estamos llamados cada uno de nosotros, a qué merece la pena que dediquemos nuestra vida. El ordo amoris constituye para Scheler nada menos que la “salvación personal” que es una noción estrictamente religiosa: la vocación es apertura a ciertos valores en cuya realización el hombre encuentra la salvación. Según nos dice Scheler, la vocación proporciona al hombre su lugar dentro del “plan de salvación del mundo”. 2.1. propuesta de una teología fenomenológica Volvamos ya a nuestro tema, ¿cómo accedemos al Dios que es amor? Para responder a esta pregunta, me voy a atrever a proponer lo que podemos denominar una “teología fenomenológica”. Hay una teología positiva, basada en la Revelación positiva que es aceptada como dato incuestionado, y hay la teología filosófica (o teodicea), que es una filosofía primera acerca de Dios. Pues bien, mi idea es que esta teología filosófica no se agota en la teología racional clásica, que lleva al Dios de los filósofos, sino que es posible elaborar pensar el a mor amoris, que es una apertura estrictamente individual al ámbito de los 394 una “teología fenomenológica”, que permita acceder al Dios de la pilar fernández beites religión. En ella se trataría de que la “razón” dé cabida a una experiencia peculiar, la “experiencia religiosa”, en la que se accede justamente al Dios de la religión. Esto no convierte la teología fenomenológica en un mero “subjetivismo” o “sentimentalismo”. Muy al contrario, es filosofía primera en el sentido más estricto posible, filosofía como “ciencia estricta”, pues se pregunta, justamente, acerca de la autenticidad de la experiencia religiosa en la que se da Dios; y, por supuesto, como toda filosofía primera puede tener como resultado final la negación de su propio objeto, es decir, la negación de que haya una experiencia religiosa realmente auténtica. Lo importante en esta nueva perspectiva fenomenológica que quiero proponer es que en ningún sentido supone renunciar a la razón. Se trata, más bien, de que la razón teórica dé paso a experiencias originarias, tan originarias como las de la propia razón. Y esto no es nada extraño, pues sucede también en otros ámbitos distintos del religioso, como el sensible o el estético. Al igual que el acceso a los colores no se puede hacer desde la razón teórica, sino desde la percepción sensible, que nos permite distinguir el rojo del verde o del amarillo, el acceso a Dios ha de contar con el dato de la experiencia religiosa. En realidad, resulta incluso algo sorprendente que este dato tan decisivo sea excluido por principio en un tratamiento filosófico del tema de Dios. Como vemos, el ir más allá de la razón está exigido por la propia razón que admite que sus datos se obtienen de experiencias no estrictamente racionales: intuiciones sensibles, valorativas o religiosas que la razón teórica debe asumir. Además, se sigue manteniendo la primacía de la razón, porque es la razón la que señala el lugar que le corresponde a la experiencia religiosa y la que explora su autenticidad. Frente al propio Scheler, yo misma he defendido que reconocer la importancia del amor no implica renunciar a la tesis clásica (brentaniana y husserliana) de la primacía de la razón teórica sobre la afec- Por último, no debemos olvidar nunca que la Razón de los 395 posibilidad de que exista el Absoluto (Dios), pues la Verdad, el Bien como metas Infinitas, que van más allá de la finitud del mundo meramente empírico que nos rodea, hacen que sea pensable la existencia de un Dios que quede más allá de la finitud fáctica. Esto se comprueba al estudiar la opción fenomenológica que ha logrado imponerse con más fuerza en la actualidad y que es, sin duda, la de Martin Heidegger. Heidegger rechaza en bloque toda la historia de la filosofía occidental (la metafísica como ontoteología). Renuncia a la Verdad, al Bien, etc. como esos ideales absolutos de la Razón que descubrió Sócrates, y lo que propone es justamente un mundo cerrado en sí mismo, no abierto en ningún sentido mediante metas infinitas que queden más allá de la muerte biológica; un mundo fáctico que se convierte necesariamente en una finitud que es fundamento de sí misma y que cierra todo salto posible a la trascendencia de Dios (aunque, como es sabido, Heidegger nunca reconoce esto explícitamente). Pero sigamos con la teología fenomenológica que me permito proponer de la mano de Scheler10. Ella se caracteriza porque parte del estudio del acto religioso, en el que se da el Dios de la religión y lo que ha de mostrar es que el acto religioso constituye una experiencia auténtica, originaria. Tan auténtica como otras experiencias que nos abren a otros ámbitos de la realidad. Scheler habla de distintas “esferas” de realidad. Si la autenticidad de la percepción externa nos pone ante la esfera del mundo tividad valorativa (cf. “Cosas, valores y tendencias. Husserl frente a Scheler”, en Escritos de Filosofía, Nº 44 (Buenos Aires 2004) 163-180. 10 Voy a utilizar a partir de ahora las tesis que Scheler defiende en “Probleme der Religion. Zur religiösen Erneuerung”, en Vom Ewigen im Menschen, Gesammelte Werke, Band 5 (Bonn 62000) 101-354. En lo que sigue citaré esta obra como Vom Ewigen im Menschen. Hay una reciente y valiosa traducción castellana completa de Julián Marías y Javier Olmo (la antigua traducción de Julián Marías no era completa): De lo eterno en el hombre (Madrid 2007). pensar el a mor griegos, que marca el inicio de la filosofía, es ya la que nos abre a la 396 externo y la experiencia de la intersubjetividad nos abre al mundo de pilar fernández beites las otras personas, se trata ahora de mostrar que hay un tipo de experiencia que nos abre a la Persona Absoluta, a Dios. Decir que la experiencia religiosa es una experiencia auténtica significa que no es derivable de otras, es decir, que no es cierto lo que pretenden todas las explicaciones sociologistas, psicologistas, psicoanalíticas, antropológicas, etc., de la religión, a las que nos tiene tan acostumbrados el mundo actual. La fenomenología muestra la irreductibilidad de la religión analizando la experiencia religiosa en sí misma y descubriendo su absoluta peculiaridad frente a esas otras experiencias, de las que supuestamente se derivaría. Ante al argumento de que la experiencia religiosa no puede ser auténtica, pues no se da en todo hombre (y se derivaría entonces de otras experiencia más básicas que sí encontramos en todo hombre), lo que muestra Scheler de modo brillante es que cuando aparentemente no hay experiencia religiosa lo que hay es una deformación de dicha experiencia: lo que hay en lugar de Dios son los ídolos. Scheler hace aquí una aplicación típica del método fenomenológico, que consiste en utilizar la descripción para mostrar en qué sentido un fenómeno es derivado de otro más originario. La tesis sería que el hombre está ontológicamente abierto a lo Absoluto y cuando parece no estarlo es que ha sustituido al Absoluto por los ídolos. Lo que muestra la fenomenología es que donde no hay religión hay por necesidad idolatría: «Es válida esta ley esencial: todo espíritu finito o bien cree en Dios o bien en un ídolo»11. Y realmente esto es un hecho que todos comprobamos a diario: en nuestro nihilista mundo postmoderno, el dinero, el placer, el poder, la fama, el progreso, etc., son convertidos en dios, en dioses. Pero quizás quién ha expresado esto con la mayor radicalidad posible ha sido Heidegger, al sostener que en la cotidianidad el lugar 11 Vom Ewigen im Menschen, p. 261. de Dios lo ocupa el “se” impersonal. En la caída, que caracteriza la 397 dad”, del se impersonal, de lo que se dice, de lo que se hace, de lo que se escribe, de lo que se piensa, de lo que se lleva. El hombre caído coincide con el se impersonal, con el uno. El uno se deja llevar por las “habladurías”, se alimenta de lo dicho o leído en alguna parte, de lo que pasa de boca en boca y que a fuerza de ser repetido se convierte en la única verdad. Podemos decir, pues, que el se impersonal de la “publicidad”, del público estado de interpretado, se convierte en aquel que todo lo sabe, que todo lo dirige, que todo lo “destina”. Y el propio Heidegger no tiene reparo en afirmar que el “se” impersonal es el “ens realissimum”12; es Dios. Ahora bien, lo inaceptable en la teoría heideggeriana es justamente que esta situación de la pérdida en el se impersonal (a la que denomina la impropiedad, Uneigentlichkeit), es la única posibibilidad para el hombre, pues la supuesta alternativa, la existencia en propiedad no es finalmente posible en el planteamiento heideggeriano, ya que fuera del se sólo queda el nihilismo que constatamos al enfrentarnos a nuestra propia muerte como fin absoluto (la propiedad consiste en saber que la impropiedad es la única existencia posible)13. En realidad la fuerte tesis de Heidegger es que el único dios pensable es el “se”: Dios (no sólo el Dios de la ontoteología, sino también el Dios que es Amor) se sustituye por los dioses. En esta última gran propuesta filosófica del siglo XX, que es la que ha logrado triunfar frente a Scheler o Husserl, el teísmo se sustituye por la idolatría. Dios cede su lugar a la pluralidad de dioses fácticos, a lo que Heidegger llama “el último dios”, para disimular así la crudeza de su postura metafísica de fondo: 12 «tampoco el uno, como el nadie, es una nada. Al contrario, en esta forma de ser es el ser ahí un ens realissimum, caso de que se comprenda ‘realidad’ como ser en la forma del ser ahí», Sein und Zeit (Tubinga 1986) &27, p. 128. 13 Intentaré justificar esta tesis en un próximo trabajo. pensar el a mor vida cotidiana, el hombre vive sumido en el imperio de la “publici- 398 un brillante y elaborado nihilismo, que ha calado hasta lo más hondo pilar fernández beites de nuestra cultura actual. 2.2. La experiencia religiosa como “revelación natural” Scheler defiende que toda experiencia religiosa tiene por correlato una revelación de Dios. Esto encaja con lo que hemos visto acerca de la peculiaridad del Dios cristiano: Dios es amor, Dios es persona y entonces se ha de dar, se ha de revelar, para que podamos acceder a él. El acceso a Dios se sitúa así en el ámbito de la intersubjetividad —y no se puede negar que esta ubicación del problema de Dios resulta chocante para nuestros oídos que siguen siendo clásicos—. Pero se trata de una teoría de la intersubjetividad muy especial. A las otras personas accedemos a través de su cuerpo, pero Dios no tiene cuerpo. Por ello para poder acceder a él es imprescindible que él se revele. Si una persona corporal decide ocultarse, nosotros podemos ser suficientemente listos y descubrirla, pero si una persona no corporal decide ocultarse es absolutamente imposible que la descubramos. Scheler considera esta hipótesis de un Dios que se oculta; esta horrenda e imposible hipótesis, no formulada por nadie porque en realidad contradice la suprema bondad de Dios. Dios ha de revelarse porque es bueno y la revelación de Dios es la que captamos en la experiencia religiosa. Scheler habla de revelación en sentido amplio que incluye dos tipos: la revelación natural y la positiva. La revelación positiva es aquella de la que se ocupa la teología positiva. Es la revelada mediante personas en cierto momento histórico (el santo originario, que es seguido por los santos derivados). Por el contrario, la revelación natural es la revelación accesible en el acto religioso a cualquier hombre en todo tiempo y lugar, no sólo a aquel que puede acceder a la revelación positiva. La tesis de Scheler es que toda religión, también la natural, se apoya en la revelación. La revelación natural es, según Scheler, la que san Pablo describe cuando afirma que podemos conocer por sus obras al autor de las mismas, que podemos descubrir al Creador en 399 una religión natural accesible a todo hombre, que es a la que se refiere Pablo. Y la tesis de Scheler es que esta religión natural consiste en la experiencia religiosa basada en la revelación natural. Scheler considera que es este fenómeno de la experiencia religiosa el que más tarde se malinterpreta en la teología racional como la afirmación de un conocimiento científico racional de Dios y, todavía mucho más tarde, como la afirmación de que hay inferencias causales absolutamente evidentes para llegar a Dios14, identificando así la razón con una razón discursiva que elabora las pruebas acerca de la existencia de Dios. A decir verdad, lo que cree Scheler es que el poder de convicción de las pruebas clásicas de la existencia de Dios se apoyaba en una previa experiencia religiosa. En este punto, Scheler hace una interesante argumentación basada en la “sociología del conocimiento”. Lo cierto, dice Scheler, es que hoy las pruebas clásicas de la existencia de Dios no logran convencer a nadie —ni siquiera a los que ya tienen fe— y la razón es que, en realidad, estas pruebas se apoyaban en una experiencia religiosa que se daba por supuesta en un cierto momento histórico, pero que en nuestros días ya no puede darse por supuesta, porque la presente situación intelectual está marcada por un claro cientificismo, que es justamente el que Scheler trata de romper proponiendo una noción amplia de razón, no limitada a la razón puramente teórica, científico-técnica. Como vemos, de nuevo se trata de ampliar el ámbito de la razón, de mostrar que el ámbito de la “naturaleza”, el ámbito de la religión “natural”, no es la mera “razón” clásica, la religión apo- 14 Vom Ewigen im Menschen, 266. Anteriormente (p.144) había aceptado Scheler que la revelación positiva puede determinar los límites de su validez en relación con la actividad racional espontánea del hombre, como sucede en el texto de Pablo sobre el conocimiento natural del divino arquitecto a partir de su obra. Pero había también insistido en que el “método positivo” según el cual se ha de encontrar ese conocimiento no puede ser definido dogmáticamente. pensar el a mor su creación. Previa a la religión revelada, no accesible a todos, habría 400 yada en el mero conocimiento racional, sino una estructura espiritual pilar fernández beites humana que incluye la experiencia religiosa como experiencia originaria15. Pero intentemos describir algo más la experiencia religiosa. Se trata de ver a Dios en su creación y Scheler entiende esto como un descubrir la relación expresiva de Dios en la creación; algo así como descubrir la marca del artista en la obra de arte, que nos permite “ver un Rembrand”, es decir, que nos permite descubrir a Rembrand a partir de su obra. Y este descubrimiento del creador se produce sobre todo cuando consideramos como creación no tanto la naturaleza externa, sino nuestra propia alma (en tanto que creada por Dios). Descubrimos a Dios cuando nos descubrimos a nosotros mismos como “criaturas”16. En la experiencia religiosa vivo mi ser criatura, mi referencia a lo absolutamente otro que me funda y que me ama; que me marca un ordo amoris, un destino, en el que encuentro mi salvación. Así Dios 15 Para ser preciso Scheler no tendría que hablar de revelación “natural”, sino simplemente de revelación “no positiva”, porque justamente en tanto que revelación ya no puede ser natural en sentido estricto, sino que incluye el ámbito de lo “sobrenatural” (de la gracia en sentido amplio). En este punto me permito remitir a Karl Rahner que, en el Curso fundamental sobre la fe. Introducción al concepto de cristianismo (Barcelona 1979), afirma que «el conocimiento concreto de Dios (…) se halla siempre en la dimensión de la determinación sobrenatural del hombre» (p. 80) —aunque en este conocimiento «puedo en una reflexión teológica accesoria, mencionar factores que computo y puedo computar en la naturaleza» (pp. 79-80)—. Rahner sostiene que, previa a la revelación positiva, hay una «experiencia trascendental —elevada sobrenaturalmente (…)— del movimiento y de la referencia del hombre a la cercanía inmediata de Dios» (p.184-5) que merece ser llamada “revelación”. Rahner habla del «momento trascendental de la revelación» (previo a toda revelación positiva) que es «la modificación gratuita, operada duraderamente por Dios, de nuestra conciencia trascendental» (p.185). 16 El mundo como huella puede ser el mundo externo, pero lo decisivo es que la huella se da en el hombre, como creado “a imagen y semejanza” de Dios, pues esto último es lo que permite entender lo primero. En realidad sólo hay huellas en el sentido de símbolo (no en sentido causal) en tanto que hay alguien capaz de captar huellas. Dios deja la huella en tanto que nos hace a su imagen y semejanza, es decir, capaces de captar huellas. resulta ser mi motor más íntimo. Pero nunca un motor inmóvil, sino 401 posible que yo “ame en él”. Ahora ya podemos entender lo que Scheler considera que es el principio fundamental de todo conocimiento religioso. Se trata de que «todo saber sobre Dios es un saber por medio de Dios (Alles Wissen über Gott ist Wissen durch Gott)»17; o en los términos más conocidos de Pascal: “no me buscarías si no me hubieras encontrado”. O, en las fórmulas de la patrística que manejábamos desde un comienzo, conocer “a Dios” implica conocer “en Dios”. Se trata, en definitiva, de amar en Dios: de amar al mundo en Dios y a Dios en Dios18. No puedo poner punto final a esta exposición, sin añadir algo acerca del otro tipo de revelación, que es la revelación en sentido clásico, la revelación positiva. Me parece de importancia decisiva el hecho de que, en la teología fenomenológica que propone Scheler, ocupe también un lugar central la noción de Revelación positiva (cosa que no sucede en la teología racional). La tesis de Scheler es que Dios es persona y por ello se revela necesariamente en personas: en el “santo originario”, que luego es seguido por los “santos no originarios”. (Además, la teoría de los santos no originarios le sirve a Scheler para mostrar la necesidad esencial de una Iglesia en la que se transmita la 17 Vom Ewigen im Menschen, p.245. Esta tesis se repite en pp. 143, 278, 255. 18 Dios no es objeto de amor, sino que es amante, por ello, acceder a él implica acceder a una persona, al amor de una persona. Y, para Scheler, este acceso sólo puede consistir en la correalización del amor de Dios. Al igual que en la intersubjetividad no podemos objetivar los actos de la otra persona, sino que ella sólo me es dada cuando «co‑realizo (mitvollziehe)» sus actos (Wesen und Formen der Sympathie, p.168), también en Dios se trata de co-realizar su amor. Según Scheler, en el nivel cognoscitivo, la co‑realización consiste en el «comprender (Verstehen)» y el «vivir lo mismo que otro (Nachleben)». Nos encontramos aquí con la difícil teoría scheleriana del «sentir lo mismo que otro (Nachfühlen)», que habría que desarrollar mostrando sus límites, pues Scheler funda este sentir lo mismo que otro en un estado primitivo de “unificación afectiva”, que es el nivel más opuesto al del amor personal. Esta tesis sobre la intersubjetividad (con la que Scheler intenta evitar el peligro de solipsismo) es quizás una pieza clave para entender, en el plano teórico, el paso del último Scheler al panteísmo. pensar el a mor un auténtico amante que me hace capaz de amar y amarle. Que hace 402 revelación de Dios.) Pues bien, la revelación en el santo originario es pilar fernández beites justamente la revelación positiva. Es claro que la ley de esencias que considera necesaria la existencia del santo originario no afirma que la Revelación positiva coincida con la de ninguna religión empírica. Desde la filosofía primera, no podemos identificar al santo originario con las distintas personas empíricas que se han considerado como tales: Cristo, Mahoma, Buda... Pero en este punto, llega a sostener Scheler19 que lo que sí puede afirmarse, atendiendo a la noción de santo originario, es que “el cristianismo no es la religión más perfecta sino la religión absoluta”, porque entre Dios y el santo originario hay un enlace óntico impensable en cualquier otra religión revelada: hay una relación de filiación en sentido estricto, por engendramiento. En el caso de Cristo, la comunicación de Dios no es sólo revelación mediante un acto especial de su entendimiento o voluntad, sino una “comunicación de la persona y la sustancia” de Dios mediante “engendramiento”: comunicación mediante el hijo engendrado. Ya puedo concluir. Pensar en serio a Dios es pensar el Dios dado en la experiencia religiosa. El Dios amante, que se revela en cada uno de nosotros en tanto que criaturas. Criaturas que sólo son capaces de amar en tanto que aman en Dios, y que sólo son capaces de 19 «Cuando, como en el cristianismo, esta comunicación no es sólo revelación e iluminación mediante una actividad intencional (Aktrichtung) especial de Dios (inteligencia, voluntad), sino comunicación a los hombres de la persona y de la substancia de Dios (Person und Substanzmitteilung) mediante ‘engendramiento (Zeugung)’, es decir, por el modo de comunicación más perfecto imaginable y esencialmente distinto de la revelación por un acto determinado (Aktoffenbarung), entonces la peculiaridad (Einzigkeit) se torna absoluta, es decir, rige no solamente para el pasado y el presente, sino para todo el futuro. El cristianismo no es la religión más perfecta, es la religión absoluta. Lo que Troeltsch llama ‘carácter absoluto del cristianismo’, es decir, su insuperabilidad por un desarrollo histórico ulterior, forma parte de la esencia de la religión cristiana, por cuanto sólo él corresponde al enlace peculiarmente óntico, a la peculiar conciencia de enlace de Cristo con Dios», Vorbilder und Führer, Schriften aus dem Nachla, Band I, pp.255‑344, la cita en p. 279. Trad. cast. El santo, el genio, el héroe (Buenos Aires 1961). pensar a Dios en tanto que piensan en Dios. Podemos decir, con san 403 un corazón inquieto mientras no descanse en Dios. En esta inquietud del corazón se muestra justamente la revelación de Dios, del Dios a quien buscamos inquietos porque lo hemos encontrado, porque él nos ha encontrado desde la eternidad. Porque él nos ha amado, para que nosotros podamos amar en él. Es cierto que en nuestra existencia más inmediata marcada no sólo por la finitud y el pecado original, sino por el pecado efectivo, por la caída20, lo que hacemos es borrar por completo esta inquietud y sustituirla por lo que Heidegger denomina el “estar en casa”, la familiaridad, la tranquilidad, que es lo que caracteriza justamente la vida en el “se” impersonal, mencionado antes. En la caída estamos muy tranquilos, nada inquietos, porque tapamos la ausencia de Dios con los ídolos; tapamos la ausencia de verdad con lo que se dice; la ausencia del bien que debemos hacer, con lo que se hace. Y entonces ya ni siquiera estamos inquietos por la ausencia de verdad, por la ausencia de bien, por la ausencia de sentido, por la ausencia de Dios. Salir de la caída supone reconocer que esta situación inmediata es, como dice Heidegger, una “huida”; una huida de otra situación más fundamental. Pero lo decisivo es que la situación más fundamental de la que huimos, no es, como quiere Heidegger, la angustia ante la muerte, ante la nada. La situación fundamental, que no siempre somos capaces de encarar (pecado original), es la inquietud ante Dios, inquietud que exige una respuesta personal de amor —que es lo más opuesto pensable a la pérdida en el se impersonal—. En definitiva, la situación fundamental para el hombre no es la angustia ante la 20 Mi hipótesis interpretativa es que la caída corresponde a la situación de pecado efectivo. Es la situación inmediata y regular (tesis del pecado original), pero no coincide con la cotidianidad, porque puede haber cotidianidad no marcada por el pecado efectivo. El santo vive su cotidianidad en la “situación fundamental” de no caída, en la “propiedad (Eigentlichkeit)”, pues responde a su ordo amoris sin trastornarlo. pensar el a mor Agustín, que la situación fundamental de la criatura consiste en tener 404 nada como quiere el nihilismo heideggeriano, sino la inquietud ante pilar fernández beites Dios, ante la todavía lejanía de Dios; pero inquietud “en” Dios. Y esto supone que la “última” situación fundamental para el hombre (situación que ya no es intramundana) no es la que pretende Heidegger, no se trata del “no estar en casa” propio de la angustia, de la nada (de la ausencia de fundamento), sino que es un auténtico y definitivo “estar en casa”: es el reposo en el Fundamento Absoluto, el pleno amar en el Amor Absoluto. Publicaciones de la Facultad de Teología San Dámaso Pedidos a GESEDI T. 91 447 35 66 [email protected] www.gesedilibros.com - ANTONIO Mª ROUCO VARELA, Estado e Iglesia en la España del siglo XVI (Facultad de Teología “San Dámaso”-BAC, Madrid 2001) 354 pp. [21,60 €] - ALFONSO PÉREZ DE LABORDA (ed.), Existencia en libertad. El Escorial 2003 (2004) 318 - ALFONSO PÉREZ DE LABORDA (ed.), Jornada de Filosofía cristiana (2004) 132 pp. [12 €] - FERMINA ÁLVAREZ-Mª LOURDES AYUSO, Fuentes conciliares españolas. Inventarios de Quiroga, Morcillo y Conferencia Episcopal Española (2005) 290 pp. [25 €] pp. [agotado] S T U D I A T H E O L O G I C A M AT R I T E N S I A 1 JAVIER PRADES-JOSÉ Mª MAGAZ (eds.), La razón creyente. Actas del Congreso Internacional sobre la Encíclica ‘Fides et Ratio’. Madrid, 16-18 de febrero de 2000 (2002) XIII + 616 pp. [agotado] 2 A. CARRASCO-J. PRADES (eds.), In communione Ecclesiae. Miscelánea en honor del Cardenal Antonio Mª Rouco Varela, con ocasión del XXVº aniversario de su consagración episcopal (2003) 728 pp. [40 €] 3 JUAN JOSÉ PÉREZ-SOBA DIEZ DEL CORRAL, La pregunta por la persona. La respuesta de la interpersonalidad (2004) 290 pp. [25 €] 4 LUIS SÁNCHEZ NAVARRO, “Venid a mí” (Mt 11,28-30). El discipulado, fundamento de la ética en Mateo (2004) 366 pp. [30 €] 5 JAVIER PRADES, Communicatio Christi. Reflexiones de teología sistemática (2004) 234 pp. [20 €] 6 ROBERTO SERRES LÓPEZ DE GUEREÑU (ed.), Iglesia y Derecho. Actas de las Jornadas de Estudio en el XX aniversario de la promulgación del Código de Derecho Canónico. Facultad de Teología “San Dámaso”, Madrid 20-21 de octubre de 2003 (2005) 288 pp. [25 €] 7 ROBERTO SERRES LÓPEZ DE GUEREÑU, La nulidad del matrimonio canónico. Un análisis desde la jurisprudencia (2006) 512 pp. [32 €] 8 JOSÉ MIGUEL GRANADOS TEMES, La ética esponsal de Juan Pablo II (2006) 608 pp. [35 €] 405 9 pp. [35 €] 11 EUGENIO ROMERO POSE, Anotaciones sobre Dios uno y único (2007) 156 pp. [10 €] 12 (Vol.1) EUGENIO ROMERO POSE, Estudios sobre el Donatismo, Ticonio y Beato de Lié- bana. Scripta Collecta I. Edición preparada por Juan José Ayán Calvo (2008) 952 pp. [40 €] 12 (Vol.2) EUGENIO ROMERO POSE, La siembra de los Padres. Scripta Collecta II. Edición preparada por Juan José Ayán Calvo (2008) 848 pp. [40 €] 13 JAIME BALLESTEROS MOLERO, La justicia social en el Magisterio de la Iglesia (2008) 400 pp. [30 €] 14 MANUEL AROZTEGI ESNAOLA, Lanfranco. El cuerpo y la sangre del señor (2009) 183 pp. [25 €] P U B L I C A C I O N E S D E L A F A C U L T A D ANDRÉS MARTÍNEZ ESTEBAN, Aceptar el poder constituido. Los católicos españoles y la Santa Sede en la Restauración (1890-1914) (2006) 772 pp. [40 €] 10 EDUARDO TORAÑO LÓPEZ, La teología de la gracia en Ambrosio de Milán (2006) 541 D E T E O L O G Í A S A N D Á M A S O 406 PRESENCIA Y DIÁLOGO 1 JAVIER PRADES (ed.), El misterio a través de las formas (2002) 198 pp. [agotado] 2 ALFONSO PÉREZ DE LABORDA (ed.), Dios para pensar. El Escorial 2002 (2003) 242 pp. [9 €] 3 JUAN JOSÉ PÉREZ-SOBA DIEZ DEL CORRAL (ed.), “Para ser libres Cristo nos ha liberado” (Ga 5,1) (2003) 240 pp. [agotado] 4 JAVIER PRADES (ed.), La voz que yace bajo las voces (2003) 242 pp. [9 €] 5 MANUEL DEL CAMPO GUILARTE (ed.), El Catecismo de la Iglesia Católica. En el X aniversario de su promulgación (2004) 210 pp. [9 €] 6 JAVIER PRADES (ed.), La esperanza en un mundo globalizado (2004) 192 pp. [8 €] 7 ANDRÉS-GALLEGO, OTERO NOVAS, PÉREZ-SOBA, VIDE, La Nación y el Nacionalismo: contribuciones para un diálogo (2004) 160 pp. [8 €] 8 JOSÉ Mª MAGAZ FERNÁNDEZ, Autocrítica de la modernidad. La providencia en la historia según Donoso Cortés (2004) 186 pp. [8 €] 9 JOSÉ Mª MAGAZ FERNÁNDEZ (ed.), Isabel la Católica hija de la Iglesia. Jornada sobre Isabel la Católica en el V Centenario de su muerte (2006) 196 pp. [agotado] 10 JUAN JOSÉ PÉREZ-SOBA DIEZ DEL CORRAL, El corazón de la familia (2006) 398 pp. [20 €] 11 JAVIER PRADES (ed.), En busca del padre. Extensión Universitaria (2006) 183 pp. [8 €] 12 MANUEL DEL CAMPO GUILARTE (ed.), La comunicación de la fe (2006) 281 pp. [14 €] 13 ALFONSO PÉREZ DE LABORDA (ed.), Naturaleza (2006) 216 pp. [11 €] 14 ALFONSO PÉREZ DE LABORDA (ed.), Jornada sobre la analogía (2006) 263 pp. [14 €] 407 siglo XX (2008) 293 pp. [agotado] 20 IGNACIO CARBAJOSA-LUIS SÁNCHEZ NAVARRO (eds.), Palabra Encarnada. La Palabra de Dios en la Iglesia (2008) 137 pp. [8 €] 21 EDUARDO TORAÑO-JAVIER PRADES (eds.), Dios es amor. Extensión Universitaria (2009) 185 pp. [10 €] SUBSIDIA 1 JULIÁN CARRÓN PÉREZ, Acontecimiento y razón. Principio hermenéutico paulino y la interpretación moderna de la Escritura (2001) 35 pp. [2 €] 2 JAVIER PRADES LÓPEZ, ‘Eius dulcis praesentia’. Notas sobre el acceso del hombre al Misterio de Dios (2002) 52 pp. [3 €] 3 SERGE-THOMAS BONINO, O.P., El tomismo hoy. Perspectivas caballeras (2002) 41 pp. [agotado] 4 JUAN JOSÉ PÉREZ-SOBA DIEZ DEL CORRAL, La experiencia moral (2002) 34 pp. [agotado] 5 ANGELO SCOLA, Eclesiología en perspectiva ecuménica: algunas líneas metodológicas (2003) 65 pp. [3,50 €] 6 ROBERTO SERRES LÓPEZ DE GUEREÑU, Personalismo y matrimonio canónico (2003) 38 pp. [3,50 €] 7 KLEMENS STOCK, Las bienaventuranzas de Mt 5,3-10 a la luz del comportamiento de Jesús (2004) 28 pp. [2,50 €] 8 JUAN JOSÉ PÉREZ-SOBA DIEZ DEL CORRAL, El hecho nacional y el derecho de autodeterminación: una aclaración (2004) 76 pp. [6 €] 9 PIERO CODA, El futuro de las religiones (2004) 116 pp. [8 €] 10 ALFONSO CARRASCO, Ad perficiendum mysterium unitatis: el don de la Eucaristía (2004) 40 pp. [agotado] 11 JOSÉ Mª MAGAZ FERNÁNDEZ, La evangelización de Europa (2004) 88 pp. [agotado] 12 ALEJANDRO LLANO CIFUENTES, Después del final de la metafísica (2005) 46 pp. [4 €] S A N T E O L O G Í A 19 JOSÉ MARÍA MAGAZ (ed.), Los obispos españoles ante los conflictos políticos del D E nario (2008) 272 pp. [15 €] F A C U L T A D 18 ANDRÉS MARTÍNEZ ESTEBAN (ed.), El Seminario de Madrid. A propósito de un Cente- L A (2007) 102 pp. [6 €] D E [10 €] 17 JOSÉ MARÍA MAGAZ (ed.), El Cantar de los Cantares y el arte. Jornada de Arte Sacro P U B L I C A C I O N E S 16 IGNACIO CARBAJOSA-LUIS SÁNCHEZ NAVARRO (eds.), Entrar en lo antiguo (2007) 173 pp. D Á M A S O 15 JAVIER PRADES-EDUARDO TORAÑO (eds.), Educar en la verdad (2007) 188 pp. [8 €] 408 13 JUAN JOSÉ AYÁN CALVO, La promesa del cosmos (Hilvanando algunos textos de San 14 JUAN ANTONIO MARTÍNEZ CAMINO, El Dios visible. Deus caritas est y la teología de Joseph Ratzinger (2006) 42 pp. [4 €] 15 EUGENIO ROMERO POSE, La Iglesia y los medios de comunicación social (2006) 50 pp. [4 €] 16 EUGENIO ROMERO POSE, Imágenes de sacerdotes en la historia (2006) 42 pp. [4 €] 17 MANUEL DEL CAMPO GUILARTE, La iniciación cristiana (2006) 44 pp. [4 €] 18 ROBERT WIELOCKX, La oratio eucarística de Santo Tomás, testimonio de contempla- ción cristiana (2007) 45 pp. [4€] 19 ANTONIO Mª ROUCO VARELA, La concepción católica del matrimonio y de la familia. Su renovada actualidad (2007) 45 pp. [4 €] 20 ANTONIO Mª ROUCO VARELA, El derecho a la educación y sus titulares. ¿De nuevo en la incertidumbre histórica? (2007) 39 pp. [2,50 €] P U B L I C A C I O N E S D E L A F A C U L T A D D E T E O L O G Í A S A N D Á M A S O Ireneo) (2005) 93 pp. [agotado] 21 ANTONIO Mª ROUCO VARELA, El derecho a la libertad religiosa. Su nueva actualidad (2007) 20 pp. [2 €] 22 ANTONIO Mª ROUCO VARELA, La educación para la ciudadanía. Reflexiones para la valoración jurídica y ética de una nueva asignatura en el sistema escolar español (2007) 33 pp. [2,50 €] 23 MANUEL GONZÁLEZ LÓPEZ-CORPS, El adagio Lex orandi-Lex credendi en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis (2007) 47 pp. [3 €] 24 ROBERTO SERRES LÓPEZ DE GUEREÑU (ed.), Presentación del libro “Derecho matrimonial canónico. Evolución a la luz del Concilio Vaticano II” del Cardenal Urbano Navarrete (2008) 56 pp. [3 €] 25 RAFAEL NAVARRO-VALLS, Influencia del factor religioso en las bases de la cultura europea (2008) 23 pp. [1,50 €] 26 FERNANDO SEBASTIÁN AGUILAR, En memoria del Cardenal Tarancón (2008) 38 pp. [2,50 €] 27 CÉSAR FRANCO MARTÍNEZ, Claves para una lectura sacerdotal del libro Jesús de Nazaret de Benedicto XVI (2008) 40 pp. [3 €] 28 PATRICIO DE NAVASCUÉS BENLLOCH, El cuerpo de Cristo, el libro de la Vida. Apuntes hermenéuticos en torno a san Hipólito (2008) 72 pp. [6 €] 29 JOSEF SEIFERT, San Pablo y Santo Tomás sobre Fides et ratio (2009) 43 pp. [3 €] S T U D I A P H I L O S O P H I C A M AT R I T E N S I A 1 JAN WOLENSKI-PABLO DOMÍNGUEZ, Lógica y Filosofía (2005) 274 pp. [25 €] D I S S E RTAT I O N E S T H E O L O G I C A E 1 ANTONIO PRIETO LUCENA, De la experiencia de la amistad al misterio de la caridad. Estudio sobre la evolución histórica de la amistad como analogía teológica desde Elredo de Rieval hasta Santo Tomás de Aquino (2007) 772 pp. [37 €] 2 ROBERTO LÓPEZ MONTERO, Totius Hominis Salus. La antropología del “Adversus Marcionem” de Tertuliano (2007) 545 pp. [35 €] 3 THOMAS LABARRIÈRE, La catéchèse sous l’action de l’Esprit Saint, à l’école de Marie. Recherche théologique sur le renouveau de la catéchèse, à l’écoute des enseignements du Pape Jean-Paul II (2007) 1051 pp. [45 €] SUBSIDIA INSTRUMENTA 1 JOSÉ MARÍA MAGAZ, Historia de la Iglesia Antigua (2007) 430 pp. [20 €] 2 JOSÉ BULLÓN HERNÁNDEZ, Testigos en el mundo. Fundamentos de Moral social (2007) 393 pp. [20 €] 3 PABLO DOMÍNGUEZ PRIETO, Historia de la Filosofía Antigua. Del gemido de los alabastros al escorzo de la luz (2008) 265 pp. [18 €] 4 JOSÉ MARÍA MAGAZ, Historia de la Iglesia Medieval (2008) 326 pp. [20 €] SUBSIDIA CANONICA 1 ANTONIO MARÍA ROUCO VARELA, Las relaciones Iglesia y Estado (2008) 39 pp. [3 €] 2 AGOSTINO VALLINI, La función pastoral del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica en la vigilancia sobre los tribunales eclesiásticos (2008) 33 pp. [3 €] 3 WINFRIED AYMANS, Antonio María Rouco Varela, sacerdote y hombre de ciencia. Homenaje desde una perspectiva muniquesa (2009) 27 pp. [2 €] 4 LUIS FRANCISCO LADARIA FERRER, Ad Tuendem Fidem. Consideraciones Teológicas (2009) 33 pp. [2,50 €] D Á M A S O JUAN JOSÉ PÉREZ-SOBA–JUAN DE DIOS LARRÚ–JAIME BALLESTEROS (eds.), Una ley de libertad para la vida del mundo. Actas del Congreso Internacional sobre la Ley natural (2007) 572 pp. [38 €] S A N 4 T E O L O G Í A ALFONSO PÉREZ DE LABORDA (ed.), Una mirada a la gracia. El Escorial 2005 (2006) 322 pp. [22 €] D E 3 F A C U L T A D GERARDO DEL POZO ABEJÓN (ed.), Edith Stein y los místicos españoles (2006) 200 pp. [15 €] L A ALFONSO PÉREZ DE LABORDA (ed.), Sobre el alma. El Escorial 2004 (2005) 502 pp. [30 €] 2 D E 1 409 P U B L I C A C I O N E S C O L L E C TA N E A M AT R I T E N S I A