historia de la iglesia - Patrimoni Cultural

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HISTORIA DE LA IGLESIA
Entre la historia antigua
y la historia medieval
Josep M. Martí i Bonet
Octubre, 2012
Autoedición del Archivo Diocesano de Barcelona
© El autor
Barcelona, octubre de 2012
Eucaristía. Catacumbas de san Calixto. Roma, siglo III
ENTRE LA HISTORIA ANTIGUA Y LA HISTORIA MEDIEVAL
1 - 7 Fuentes de la historia antigua (de san Justino a san Cipriano).
Gnosticismo. San Ireneo
8 - 14 Réplicas y contraréplicas. La vida de las primitivas
comunidades cristianas
15 Constantino y su tolerancia
16 - 21 Las herejías trinitarias y cristológicas. Prisciliano. Pelagio.
Los primeros cuatro concilios ecuménicos. Sucesión apostólica
22 - 28 Fuentes de la transición: san Ambrosio, san Agustín, san
León I, Orosio, Salviano, Severino, san Benito, Boecio,
Casiodoro...)
29 - 32 Irrupción de los godos y su fusión con los romanos
(ostrogodos, visigodos, francos...)
33 San Avito de Viena, san Martín de Braga, san Leandro e
Isidoro
34 Evolución de las instituciones
35 - 36 Rupturas de la zona menditerránea Norte-Sur (motivada por
el islam) y Este-Oeste (motivada por el concilio Trulano II y la
herejía iconoclasta). Concilio de Nicea II
37 Las misiones (san Agustín de Canterbury y san Bonifacio)
38 Alianza del papado y del reino franco
1 SAN JUSTINO:
EL FERVIENTE FILÓSOFO CRISTIANO
Obras de Justino
Platonismo de Justino
• Fuentes y traducciones
• Fragmentos de su obra
• Acta de martirio de san Justino
• Conclusiones. Aportaciones de los apologistas a la Historia de la Iglesia
•
•
Muchos cristianos vieron con buenos ojos el intento de los apologistas,
especialmente porque nacía de la más íntima convicción, belleza y seguridad del
evangelio. Ellos anunciaban el diálogo constante con el mundo helénicoromano
y con los judíos. Entre los apologistas destaca san Justino. Este santo nació en
Naplusa, antigua Siquem (Samaria) a inicios del siglo II y murió en el año 163, en
la época de Marco Aurelio. Como filósofo pasó por las escuelas del pensamiento
contemporáneo: estoica, peripatética, pitagórica y platónica, pero en todas ellas
quedó decepcionado, hasta que, según afirma él mismo, tuvo una visión: se le
apareció un anciano y le indicó que el único lugar en el que podría encontrar
la verdad era en las escuelas y escrituras de los profetas cristianos. Además
de esta visión o descubrimiento, le sorprendió el testimonio que daban los
cristianos al aceptar la muerte para así ser fieles a la fe que profesaban. Estos
dos elementos le convirtieron en un ferviente filósofo cristiano.
Fue a Roma y allí creó una escuela filosóficoreligiosa, y murió mártir de Jesucristo
en el año 165.
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Obras de Justino
Se conocen algunas de sus obras; sin embargo sólo se conservan dos apologías
y una conversación o diálogo con un judío llamado Trifón.
Obviamente Justino es el más importante de los apologistas. Es el primero que
intentó establecer una relación entre el mensaje cristiano y el pensamiento helénico
guiando así a los pensadores cristianos posteriores. Sus obras obtuvieron un gran
éxito y posiblemente fueron la causa de conversión de muchos paganos filósofos.
Platonismo de Justino
Como hemos dicho, Justino intenta relacionar la teología óptica (o filosófica)
del platonismo con la teología histórica de tradición judaica. Así, el Dios que los
filósofos concebían como ser supremo absoluto y trascendente, se une al Dios
que en la tradición semítica aparece como autor y realizador de un designio de
salvación para toda la humanidad.
Quiere solucionar el problema de la relación entre el ser absoluto y trascendente
y los seres finitos que las escuelas derivadas del platonismo hacían nacer de
la necesidad del logos en función de intermediario ontológico: así la ‘idea’ se
remonta al ‘logos
logos universal’ de Heraclio y viene expresada en la inteligibilidad
limitada del mundo que es una expresión o participación infinita del ser absoluto.
Justino, siguiendo las ideas de san Juan, identifica el logos intermediario y
ontológico con el Hijo eterno de Dios que se ha manifestado en Cristo. Este
Logos, que ya había actuado desde el principio del mundo, se reveló en los
profetas y patriarcas de Israel, coincidiendo con la revelación natural de los
filósofos y sabios no cristianos.
Mucho se ha discutido sobre el papel que tuvo Justino en la aceptación del
‘canon’ o libros aprobados por la iglesia del Nuevo Testamento. Sin embargo lo
que a él le interesa es la pura enseñanza de Jesús. Para Justino el texto escrito
del Nuevo Testamento sólo tiene valor en cuanto es el reflejo de lo que el Logos
enseña. Evidentemente él utiliza la tradición oral e incluso algunos apócrifos
como puede verse en la descripción de la cueva donde nació Jesús.
La ética de Justino se sustenta en la doctrina de Jesús que venía expuesta en un
catecismo —hoy perdido— de finales del siglo I o principios del siglo II, o en una
sinopsis también perdida de los cuatro evangelios. Entonces, intenta resolver
uno de los problemas más graves de la teología de su época: la relación del
cristianismo con el Antiguo Testamento y con la cultura pagana. Pese a su buena
voluntad, inició un peligroso camino en la teología trinitaria: la subordinación del
Logos a la primera persona de la Trinidad, y también a un concepto que puede
llevar hacia el arrianismo. Los escritos de Justino también nos dan a conocer las
formas de culto y de la vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo que se
refiere a la celebración del bautismo y de la eucaristía.
SAN JUSTINO: EL FERVIENTE FILÓSOFO CRISTIANO
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Fuentes y traducciones
A. WARTELLE, Saint Justin, Apologies (París, 1987); RUIZ BUENO, Padres
apologistas griegos, BAC (Madrid, 1954); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia
(Barcelona, 1982) págs. 73-82. Apologetes del segle II (Barcelona, Clàssics del
cristianisme, 1984).
Fragmentos de su obra
Presentamos a continuación los fragmentos de los escritos de san Justino que
-según nuestra opinión- mejor expresan la teología de la Iglesia primitiva y su
historia. No podemos dejar de citar el relato de su pasión o martirio.
‘El cristianismo y la filosofía’
“Alguien podría decir que sólo hace 150 años que Cristo existe, pero nosotros
decimos que Cristo es el primogénito de Dios: es el Logos del que todo el género
humano ha participado. Y así todos los que han vivido conforme el Logos son
cristianos, aunque fuesen tenidos por ateos entre los griegos, como sucedió
con Sócrates, Heraclio y otros como ellos entre los griegos y entre los bárbaros,
como Abraham, Elías y muchos más
más”.
’El padre de todas las cosas’
“Al Padre de todas las cosas no se le puede imponer ningún nombre completo, ya
que no es engendrado. Porque al imponer un nombre, le presuponemos uno más
antiguo. Los nombres de ‘Padre’, ‘Dios’, ‘Creador’ o ‘Señor’, no son propiamente
nombres, sino apelaciones tomadas de sus beneficios y de sus obras. En cuanto
a su Hijo —el único a quien con propiedad se denomina Hijo, el Logos que está
con él siendo engendrado antes que todas las criaturas, cuando al principio creó
y ordenó mediante él todas las cosas— dícese ‘Cristo’ debido a su unción, ya
que todas las cosas serían ordenadas por Él. Este nombre incluye también un
sentido incognoscible, de modo parecido a como la apelación de ‘Dios’ no es un
nombre, sino que representa una concepción, innata en la naturaleza humana
de lo que es una realidad inexplicable. En cambio, ‘Jesús’ es un nombre humano
que tiene el sentido de ‘Salvador’, porque el Logos se hizo hombre según el
designio de Dios Padre y nació para bien de los creyentes y para la destrucción
de los demonios.
El Padre inefable y Señor de todas las cosas, ni viaja a ningún lugar, ni se pasea,
ni duerme, ni se levanta, sino que permanece siempre en su lugar, sea donde
sea, con mirada penetrante y con oído agudo, pero no con ojos ni orejas, sino
con su poder inexpresable. Todo lo ve, todo lo conoce, nadie se le escapa, sin
que por ello tenga que moverse lo que no cabe en ningún lugar ni en el mundo
entero, lo que existía antes de que se hiciese el mundo. Siendo esto así, ¿cómo
puede él hablar con alguien o ser visto por alguien, aparecerse en una mínima
parte de la tierra, cuando en realidad el pueblo no puede soportar la gloria de
su enviado al Sinaí, ni puede igualmente Moisés entrar a la tienda que él había
hecho, ya que estaba llena de la gloria de Dios, y ni el sacerdote pudo aguantar
de pie ante el Templo cuando Salomón llevó el arca al lugar que él mismo había
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
construido en Jerusalén? Ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni ningún hombre vio
al Padre y Señor inefable absolutamente de todas las cosas y del mismo Cristo,
sino que vieron éste, que es Dios por voluntad del Padre, su Hijo, ángel que le
sirve según sus designios. El Padre quiso que éste se hiciese hombre por medio
de una virgen como antes se había hecho fuego para hablar con Moisés desde
la zarza [...] Ahora bien, que Cristo es Señor y Dios, Hijo de Dios, que en otros
tiempos se apareció con su poder como hombre y como ángel, y en la gloria
del fuego de la zarza, y que se manifestó en el juicio contra Sodoma, lo he
demostrado sobradamente”.
’Juzgados, condenados y salvados’
“Escuchad cómo el Espíritu Santo dice sobre este pueblo que son todos hijos del
Altísimo, y que en medio de ellos estará Cristo, haciendo justicia a todo género
de hombres (cf. Sal 81). En efecto, el Espíritu Santo reanuda los hombres porque
habiendo sido creados impasibles e inmortales a semejanza de Dios, a condición
de guardar sus mandamientos, y habiéndoles concedido Dios el honor de
llamarse hijos de Él, ellos, por querer asemejarse a Adán y Eva, se procuran la
muerte a ellos mismos. Queda así demostrado que a los hombres se les concede
el poder de ser dioses, y que a todos se les da el poder de ser hijos del Altísimo,
y es su culpa si son juzgados y condenados como Adán y Eva”.
‘El hijo del hombre’
“A nosotros él se nos ha revelado cuando por su gracia hemos entendido las
Escrituras, reconociendo que él es el primogénito de Dios, anterior a todas las
criaturas, y a la vez hijo, ya que se dignó a nacer hombre, sin honor y pasible,
hecho carne de una virgen del linaje de los patriarcas. Por ello en sus propios
discursos, hablando de la futura pasión, dijo: ‘El Hijo del Hombre tiene que
sufrir mucho; los notables, los grandes sacerdotes y los maestros de la Ley lo
rechazarán, debe ser sacrificado y al cabo de tres días resucitará’ (Mc 8, 31; Lc
9, 22). Ahora bien, él mismo se llamaba ‘Hijo del hombre’, o bien a causa de su
nacimiento de una virgen que era del linaje de David, de Jacob, de Isaac y de
Abraham, o bien porque el mismo Adán era padre de todos éstos que acabo de
citar, de los que María lleva el linaje. Por haberlo reconocido como Hijo de Dios
por revelación del Padre, Cristo cambió el nombre a uno de sus discípulos, que
antes se llamaba Simón y después se llamó Pedro. Lo tenemos descrito en los
‘Recuerdos de los Apóstoles’ como Hijo de Dios, y como tal lo tenemos nosotros,
entendiendo que procedió del poder y de la voluntad del Padre antes que
todas las criaturas. En los discursos de los profetas es llamado, ‘Día’, ‘Oriente’,
‘Espada’, ‘Piedra’, ‘Vara’, ‘Jacob’, ‘Israel’…, unas veces de una manera y otras
de la otra; y sabemos que se hizo hombre por medio de una virgen, a fin de que
por el mismo camino por el que empezó la desobediencia de la serpiente, fuese
también destruida. Porque Eva, cuando era aún virgen e incorrupta, habiendo
concebido la palabra que recibió de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la
muerte; en cambio, la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel
le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder
del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo que el santo nacido de ella sería
SAN JUSTINO: EL FERVIENTE FILÓSOFO CRISTIANO
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Hijo de Dios; a lo cual ella respondió: ‘Que se cumplan en mí tus palabras’ (Lc
1, 38). Y de la Virgen nació aquél al cual hemos visto que se refieren tantas
Escrituras, por quien Dios destruye la serpiente y los ángeles y hombres que a
ella se asemejen, y libra de la muerte a aquellos que se arrepienten de las malas
obras y creen en Él
Él”.
’El bautismo del nuevo nacimiento’
“Ahora os explicaremos cómo nosotros, renovados por Cristo, nos hemos
consagrado a Dios.
A todos aquellos (lo catecúmenos) que están convencidos y creen que todo
cuanto nosotros enseñamos y decimos es verdad y que prometen que son
capaces de vivir así, se les enseña a pedir perdón a Dios por los pecados
que han cometido por medio de ayunos y de plegarias; nosotros recemos y
ayunemos con ellos.
Después los conducimos a un lugar donde haya agua, y allí son regenerados tal
y como lo seríamos nosotros. Porque entonces reciben el bautismo de agua en el
nombre del Señor Dios, Padre del universo, en el de nuestro salvador Jesucristo
y en el del Espíritu Santo.
Es que Cristo dijo: “Nadie podrá entrar al Reino de Dios sin haber nacido de
nuevo”. Y es muy clara la imposibilidad de que los que ya han nacido regresen al
vientre de sus madres.
Se tienen que deshacer de sus pecados aquellos que pecaron y quieren hacer
penitencia. Sus palabras son: “Lavaos hasta que quedéis limpios. Quitad de mi
vista todo el mal que hacéis. No perjudiquéis a los otros, aprended a hacerles el
bien. Sed justos, defended a los oprimidos, sostened la causa de los huérfanos y
las reclamaciones de las viudas. Después podréis discutir conmigo. Si vuestros
pecados eran rojos como la escarlata, quedarán blancos como la nieve, si eran
rojos como el púrpura, se volverán como lana. Si me queréis obedecer, comeréis
lo bueno y mejor de este país, pero si os negáis a ello y resistís, la espada os
devorará. La boca del Señor es la que os habla.
Todo eso lo hemos aprendido de los Apóstoles. En nuestra primera generación
habríamos sido engendrados sin nosotros tener conciencia de ello, de un modo
natural y necesario por la unión de nuestros padres, y quizás habríamos sido
educados en costumbres depravadas y en normas nefastas. Pero ahora, para
dejar de ser hijos de la ignorancia y de la fatalidad, y volvernos hijos elegidos y
conscientes, y conseguir del agua la remisión de los pecados que hubiéramos
podido cometer, sobre aquel que se quiera regenerar y haga penitencia de sus
pecados se pronuncia el nombre del Padre de todos, del Señor Dios, y es éste
el único nombre que invocamos cuando conducimos hacia las fuentes a aquel
(catecúmeno) que se quiere bautizar.
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Porque no hay nadie capaz de aplicar un nombre al Dios inexplicable, y si alguien
se atreviese aplicarle uno, sería un loco rematado.
A este lavatorio también se le denomina ‘iluminación’, porque la mente de los
que aprenden estas cosas se ilumina. Y aquel que es iluminado es lavado en el
nombre del Señor Jesucristo, crucificado en tiempos de Poncio Pilato, y también
en el nombre del Espíritu Santo, que había anunciado ya con anticipación,
mediante los profetas, todo lo referente a Jesús”
Jesús”.
‘La acción de gracias’ (eucaristía)
“Después
Después del baño (bautismo) conducimos al que ha venido a creer y adherirse a
nosotros, los llamados hermanos, al lugar de la reunión con la finalidad de hacer
plegaria común por nosotros mismos, en honor al que acaba de ser iluminado y
por todos los otros diseminados por todo el mundo, con todo fervor, suplicando,
ya que hemos conocido la verdad para que seamos hombres de recta conducta
en nuestras obras y guardadores de lo que tenemos encomendado, para
conseguir así la salvación eterna.
A la postre de las oraciones nos damos el beso de la paz. Después se presenta
pan y un vaso de agua y vino a aquel que preside los hermanos, y él, tomándolos,
rinde alabanzas y gloria al Padre de todas las cosas en el nombre del Hijo y del
Espíritu Santo, haciendo una larga acción de gracias, por habernos concedido
estos dones que de Él nos vienen dados. Cuando el presidente ha acabado las
oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente asiente diciendo ‘Amén’,
que en hebreo quiere decir ‘así sea’. Y cuando el presidente ha dado gracias y
todo el pueblo ha hecho la aclamación, los llamados por nosotros ministros o
diáconos dan a cada uno de los asistentes un trozo de pan y del vino y agua,
sobre lo que se ha pronunciado la acción de gracias, y lo llevan a los ausentes.
Este ágape se llama entre nosotros ‘eucaristía’, y a nadie le es lícito participar
en ella si no cree como auténticas las enseñanzas y se ha lavado en el baño
(bautismo) del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de acuerdo
con lo que Cristo nos enseñó. Porque eso no lo tomamos como pan común
ni como bebida ordinaria, sino que así como nuestro salvador Jesucristo,
encarnado por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre para nuestra
salvación, del mismo modo se nos ha enseñado que en virtud de la oración del
Verbo que procede de Dios, el alimento sobre el cual fue pronunciada la acción
de gracias —del que se nutren nuestra sangre y nuestra carne al asimilarlo— es
el cuerpo y la sangre de aquel Jesús encarnado. Y en efecto, los apóstoles
en los ‘Recuerdos’ que escribieron, que se llaman ‘Evangelios’, nos transmitieron
que así les fue encomendado vivamente (contagiado), cuando Jesús tomó el
pan, dio gracias y dijo: ‘Haced esto que es mi memorial’.
Y después, nosotros hacemos memoria de ello constantemente entre nosotros,
y los que tenemos alguna cosa damos socorro a aquellos que tienen necesidad
de ello, y nos ayudamos los unos a los otros en todo momento. En todo cuanto
SAN JUSTINO: EL FERVIENTE FILÓSOFO CRISTIANO
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ofrecemos, bendecimos siempre al Creador de todas las cosas mediante su
Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. En el día llamado del sol (el domingo)
tiene lugar una reunión de todos los que viven en las ciudades o los campos,
y en ella se leen, según el tiempo lo permita, los ‘Recuerdos de los Apóstoles’
o las Escrituras de los profetas. Después, cuando el lector ha acabado, el
presidente toma la palabra para exhortar e invitarnos a imitar aquellos bellos
ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a la vez y elevamos nuestras
plegarias; y una vez finalizadas, como ya he dicho, se ofrece pan y vino y agua
y el presidente dirige a Dios sus oraciones y acción de gracias del mejor modo
posible, haciendo todo el pueblo la aclamación ‘Amén’. Después se hace la
distribución y participación de los dones consagrados a cada uno, y se envían
también mediante los diáconos a los ausentes. Aquellos que tienen y quieren,
cada uno según su libre determinación, dan lo que les parece, y lo que así se
recoge se entrega al presidente, y es él quien da socorro a huérfanos y viudas,
a los que sufren necesidad por enfermedad o por otra causa, a los que están en
las prisiones, a los forasteros y transeúntes, siendo él así el simple provisor de
las necesidades. Y celebramos esta reunión todos en común en el día del sol, por
ser el día primero en el que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el
mundo, y también el día en el que nuestro Salvador Jesucristo resucitó de entre
los muertos
muertos”.
‘La restaurada ciudad de Jerusalén’
“¿Confesáis que debe reconstruirse la ciudad de Jerusalén y esperáis que allí
tenga que reunirse vuestro pueblo y alegrarse con el Cristo, con los patriarcas
y profetas y los santos de nuestro linaje, y hasta los prosélitos anteriores a la
venida del vuestro Cristo?
Si os habéis encontrado con algunos que se llaman cristianos y no lo confiesan,
sino que osan blasfemar del Dios de Abraham y de Isaac y de Jacob, y dicen
que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir sus
almas no son recibidas en el cielo, no los tengáis por cristianos. Sabemos que
habrá resurrección de los muertos (de la carne) y un periodo de mil años en la
Jerusalén reconstruida, tal y como prometen Ezequiel, Isaías y otros profetas
profetas”.
Acta del martirio de san Justino y sus compañeros
A continuación transcribimos el texto del acta genuina y auténtica de san Justino.
Es su martirio admirable.
“Una vez detenidos los santos, fueron conducidos ante la presencia del
prefecto de Roma, que se llamaba Rústico. Comparecidos ya ante el tribunal, el
prefecto Rústico se dirigió a Justino: ‘En primer lugar debes creer en los dioses
y obedecer a los emperadores’. Justino dijo a su vez: ‘Es ilegal que se nos
detenga y se nos acuse porque obedecemos los preceptos de nuestro Salvador
Jesucristo’. Rústico le preguntó: ‘¿Qué doctrinas profesas?’. Justino le respondió:
‘He buscado aprender todas las doctrinas y me he adherido a la doctrina de los
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
cristianos porque contiene la verdad, aunque no estén de acuerdo con ello todos
los que profesan errores’. El prefecto Rústico objetó: ‘¿Puedes demostrar que esta
doctrina es la verdadera, desgraciado?’. Justino contestó: ‘Sí, no me equivoco
en mi creencia cuando la sigo’. El prefecto Rústico inquirió: ‘¿Cómo es vuestro
dogma?’. Justino explicó: ‘Del Dios que veneramos, los cristianos creemos que
es el único que existe, que al inicio de los tiempos hizo la creación de todo, las
cosas visibles y las invisibles; creemos que el Señor Jesucristo es Hijo unigénito
de Dios, que ya lo habían anunciado previamente los profetas, que él vendría a
nosotros, quiero decir a todo el linaje humano, como pregonero de salvación y
preceptor de discípulos egregios. Y yo, hombre como soy, creo que me quedo
corto cuando hablo ante su majestad infinita, y reconozco que se precisa de una
cierta fuerza profética para hablar de aquel que acabo de confesar que es Hijo de
Dios y que fue objeto de profecía. Sé que los profetas anunciaron su venida entre
los hombres por inspiración sobrenatural’. Rústico interrogó: ‘¿O sea, que eres
cristiano?’ Justino respondió: ‘Sí, soy cristiano’. Y el prefecto le dijo: ‘Escucha,
tú que dices que eres sabio y estás seguro de profesar doctrinas verdaderas:
¿si te azotamos y te cortamos la cabeza, estás convencido de que subirás al
cielo?’. Justino respondió: ‘Espero entrar en la casa del Señor si sufro eso ahora,
porque, hasta la consumación del mundo, Dios mira con benevolencia a todos
aquellos que viven rectamente’. El prefecto Rústico observó: ‘Entonces, ¿crees
que subirás al cielo, y allí recibirás los premios que te correspondan?’. Justino
contestó: ‘No lo creo, sino que estoy seguro de ello y lo tengo por muy cierto’.
Entonces el prefecto Rústico exclamó: ‘Vamos al grano, que la cosa es necesaria
y urgente. Poneos todos de acuerdo y ofreced un sacrificio a los dioses’. Justino
habló así: ‘No hay nadie, que sea juicioso, que resbale de la piedad hacia
la impiedad’. El prefecto Rústico amenazó: ‘Si no hacéis lo que os mando,
seréis crucificados sin misericordia’. Justino dijo entonces: ‘Por nuestro Señor
Jesucristo, deseamos siempre salvarnos entre tormentos, porque eso nos dará
salvación y confianza ante el tribunal mucho más terrible del Señor y Salvador
nuestro’. Lo mismo afirmaban también los otros mártires: ‘Haz lo que te plazca;
nosotros somos cristianos y nos negamos a ofrendar un sacrificio a los dioses’.
Entonces el prefecto Rústico dictó sentencia y dijo: ‘Aquellos que se nieguen en
ofrendar sacrificios a los dioses y a obedecer las órdenes del emperador, que
sean primero azotados, y que después se los lleven y sufran pena de muerte
según las normas legales’. Los santos mártires salieron glorificando a Dios hacia
el lugar de las ejecuciones, donde fueron decapitados y consumaron el martirio
confesando al Salvador
Salvador”.
Conclusiones. Aportaciones de los apologistas a la Historia de la Iglesia
Los apologistas empiezan a escribir durante las primeras décadas del siglo II
(a. 125). Fueron las circunstancias externas las que motivaron su intervención,
ya que el cristianismo estaba suficientemente extendido por el Imperio romano
y la doctrina cristiana y la misma vida de los cristianos no era ignorada. Las
circunstancias adversas al cristianismo eran muy visibles: el emperador
les perseguía y el pueblo romano creía que los cristianos tenían muchas
supersticiones. De ahí la necesidad no sólo de defenderse, sino también de
SAN JUSTINO: EL FERVIENTE FILÓSOFO CRISTIANO
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obtener nuevos prosélitos. Por lo tanto, no es del todo exacta la afirmación
según la cual los apologistas simplemente quieren exponer la doctrina cristiana.
Esta finalidad será secundaria; el primer objetivo era, obviamente, defenderse
de las acusaciones. Sin embargo, es muy importante captar en sus escritos la
historia de la Iglesia en su tiempo y la teología incipiente ya que, a pesar de no
pretender exponer explícitamente la estructura del ‘depósito’ de la fe cristiana,
nos transmiten el vigor de sus creencias con una naturalidad sorprendente y
nos describen cómo vivían los cristianos primitivos. En la lectura de sus obras
el cristiano del siglo XXI puede comprender aquella afirmación tan repetida
que dice: “nuestra fe es idéntica a la que los cristianos primitivos profesaban
con normalidad y heroísmo
heroísmo”. Nos complace exponer algunos puntos de lo que
posiblemente hay que remarcar después de la atenta lectura de los hermosos
fragmentos que hemos escogido:
•
San Justino tiene una idea sublime de la trascendencia de Dios. Sin
embargo no explica la creación ex nihilo de la que se denominará
‘materia primera’, posiblemente porque depende de los discípulos de
Platón. Más explícito es Taciano, que expone la teoría de la creación.
•
Los apologistas hablan de un modo indirecto del Espíritu Santo, ya que
les preocupa especialmente la relación entre el Padre y Jesucristo. Por
lo tanto, no hay un conjunto doctrinal que abarque toda la Trinidad en
los padres apologistas. El primero en exponer una teoría concreta de
las relaciones Padre e Hijo es Atenágoras; según él el Verbo es el
pensamiento del Padre. Teófilo es el primero en mencionar la palabra
Trinidad.
•
A los apologistas, a excepción de san Justino, poco les preocupaban
las teorías del Cristo evangélico, ya que ellos buscan en qué consiste
el Logos. También hay que decir que Melitón de Sardes es quien más
utiliza la terminología ‘naturaleza divina’ y ‘naturaleza humana’. En este
sentido bien se le puede considerar un precursor del gran Tertuliano.
•
En la segunda mitad del siglo II ya se discute la canonicidad (el canon)
de los libros de la Sagrada Escritura o libros sagrados que deben ser
tenidos como palabra de Dios inspirada e inefable. Melitón de Sardes
fue expresamente a Jerusalén en el año 170 para preguntar cuáles eran
los libros que había que considerar inspirados y aceptados por la Iglesia
católica.
•
San Justino nos habla explícitamente de los cuatro evangelios
definiéndolos como la ‘memoria (recuerdos) de los apóstoles’. Teófilo da
a los evangelistas la misma categoría y autoridad que a los profetas del
Antiguo Testamento. Los libros del Antiguo Testamento y los del Nuevo
Testamento son por igual inspiración del mismo Espíritu Santo.
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
•
Ya en los apologistas se observan unas teorías antropológicas bastante
definidas: por ejemplo Atenágoras, que al hablar de la resurrección de
los muertos afirma que el hombre tiene cuerpo y alma.
A simple vista los apologistas no habrían sido eficaces, ya que las persecuciones
se alargaron hasta el siglo IV, pero sus escritos son tan interesantes que
dudamos que se pueda hacer una historia de la Iglesia primitiva sin contar con
ellos. ¡En eso sí han sido muy eficaces!
2 LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO
• La primera herejía
• Los gnósticos
• San Ireneo
Los sucesores de Pedro
Biografía de san Ireneo
El gnosticismo según san Ireneo y la doctrina cristiana
Fuentes y traducciones de Adversus haereses
Fragmentos de su obra Adversus haereses
La primera herejía
El mundo grecorromano estaba en plena ebullición. Los siglos II y III suponen un
giro decisivo en la historia de su pensamiento y de la misma vida precisamente
por la presencia del cristianismo que se propagaba en todas partes. La religión
cristiana se encontraba en un periodo de plena actividad, progreso y contraste
vital en estos primeros siglos, no sólo por lo que significaron las persecuciones,
sino por la implantación de un nuevo conocimiento, de una nueva sabiduría, de
una nueva revelación, e incluso de unas nuevas costumbres. ¿Cómo podían
convivir las influencias de la gran filosofía grecorromana y el nuevo pensamiento
y la religión que era el cristianismo? Precisamente de la conjunción de estos dos
intereses emerge la primera de las herejías, el gnosticismo, así como la reacción
cristiana en el movimiento denominado irenismo debido al protagonismo del
santo Padre de la Iglesia san Ireneo.
Los gnósticos
‘Gnosis’ es una palabra griega que significa ‘conocimiento en profundidad’.
El movimiento gnóstico ya tiene su origen a finales del siglo I y formó una
secta independiente de la Iglesia. Muchos conversos de los grandes sectores
intelectuales del paganismo creían que el cristianismo, tal y como los apóstoles
16
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
y los primeros obispos lo presentaban, era inconsistente e incluso vulgar.
Afirmaban que era necesaria una profundización más rigurosa y científica.
En este contexto, la gnosis pretendía ser una religión-filosofía nueva nacida
al margen del judaísmo ortodoxo y casi del mismo tiempo que el cristianismo.
Desde los descubrimientos de Qumran sabemos que en la misma época
existía lo que se puede denominar una secta de monjes judíos, los ‘esenios’.
Esenismo cristiano y gnosis son manifestaciones de la intensa efervescencia
que existía —como hemos dicho— en el mundo judío y romano ya en el siglo
I. No es correcto afirmar que los gnósticos sólo eran unos herejes. Sería más
correcto decir que era una corriente muy importante que se convertía en una
nueva religión que aparecía bajo el rostro del cristianismo. En eso consistía su
gran peligro. La gnosis arraigó, durante los primeros siglos, en las filas de los
cristianos posiblemente más sensibles, y si bien es cierto que gracias a ella se
descubrieron nuevos aspectos del depósito, que la fe entrañaba un racionalismo
que quería explicarlo todo con rarísimos mitos y lo que hacía era destruir la
esencia del cristianismo.
Los centros donde más se extendió este movimiento fueron Antioquía y Alejandría.
Además, los gnósticos querían estructurar el cristianismo como si fuera un
simple sistema filosófico, no admitiendo que en la religión católica hubiese unas
verdades inmutables. Lo que salió de este intento fue una maraña de teosofías
y teogonías en que se mezclaban en vertiginosa confusión conceptos abstractos
con otros concretos. Todo estaba mezclado: el tiempo, el silencio, el verbo, el
abismo, Cristo, la Iglesia y una exuberante y absurda mitología.
Sociológicamente, el movimiento de los gnósticos tiene una explicación fácil. En
las regiones externas del Imperio, existía un gran pesimismo, y especialmente
en Oriente. Muchos se sentían subyugados y esclavizados por el Imperio. Existe
una sensación de abatimiento radical: "el
el mundo en que vivimos —decían— es
horrible: hay mucho más mal que bien; debemos buscar vivir bien; debemos gozar
todo cuanto se pueda del sexo; y si llega la desgracia de la muerte, es preciso
haber experimentado antes todos los placeres". El pesimismo de los gnósticos
llevaba necesariamente a la aceptación de dos principios en el cosmos: el del
bien y el del mal. Para ellos, el mundo en el que vivían habría sido creado por un
dios inferior o tal vez perverso.
Una manifestación de esta corriente la encontramos en el maniqueísmo del siglo
III (religión fundada por Mani) en la cual se acepta claramente el dualismo. En
persa Mani o Mannes, y en latín Manicheus (a. 215-276). Era un líder religioso
iraní que fundó el denominado maniqueísmo. Su doctrina gnóstica se conserva
en unos manuscritos coptos de Egipto. Además del dualismo practicó el
vegetarismo, el ayuno y la castidad. Y volvemos a encontrar un resurgimiento
del mismo en el siglo XII con el catarismo. Los bogomilos o cátaros afirmaban
que sus teorías habían sido de algún modo congeladas durante más de mil años
en la Iglesia, y que ellos las volvían a revivir.
LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO
17
Conocemos algunos sistemas gnósticos gracias a las refutaciones católicas,
especialmente las de san Ireneo, que fue un paladín de la religión católica y que
supo combatir con valentía estas absurdas ideas. El obispo de Lyon escribió ‘ad
hoc’ un libro llamado Pistis Sophia.
Parece que a finales del siglo II pululaban por doquier los maestros gnósticos,
celebrando extravagantes fiestas eucarísticas con ritos muchos de ellos
reprobables.
En el mismo siglo II los encontramos en Roma, ciudad muy interesada por estas
teorías. Conocemos el nombre de algunos de ellos, como Marción, Cerdón,
Valentín... Todos ellos fueron excomulgados por los papas Higinio y Aniceto.
Algunas sectas gnósticas duraron hasta el siglo IV e incluso las encontramos
en Roma en algunos cementerios de siglos posteriores. Los que lucharon más
duramente contra estas sectas serían, además de san Ireneo, san Hipólito de
Roma, los dos alejandrinos Clemente y Orígenes, y el africano Tertuliano.
Nos preguntamos por qué el gnosticismo tuvo tanto de éxito en los inicios del
cristianismo. Obviamente en aquella época los cristianos no se sentían tentados
por la religión romana: ¿quién podía creer que el emperador era un dios?
Tampoco era una tentación para los cristianos abrazar el dogma de Mitra, que era
como una logia masónica para militares romanos. Pero la seducción de la gnosis
era mucho mayor, especialmente porque incitaba a un mejor conocimiento de
los misterios. Se presentaba como el ‘summum’ del cristianismo. Un misionero
gnóstico afirmaba: "El cristianismo que os he enseñado es para el común de
los fieles; yo os explicaré otro cristianismo secreto, sólo digno de los espíritus
selectos". Era una invitación a la penetración en las cosas ocultas, secretas,
prohibidas para la mayoría de los mortales... Así era una gran tentación. Y
estos conocimientos ‒decían ellos‒‒ se transmitían a través de unos evangelios
superiores a los ‘vulgares’, o sea los de san Juan, san Marcos, san Mateo y
san Lucas. El ‘non plus ultra’ de los evangelios —según ellos— es el de santo
Tomás y el de san Felipe. En estos últimos evangelios —que se han conservado
en el texto de los apócrifos— se nos presenta un Jesús que una vez resucitado
quiere explicar todos los secretos a un pequeño grupito de apóstoles excluyendo
a los otros. Éstos serán los privilegiados y los otros los condenados. Era una
auténtica pedantería: una exclusión de los no conocedores de la gnosis. Era una
insoportable tentación entre los cristianos.
San Ireneo. Los sucesores de Pedro
Como ya hemos dicho, quién mejor combatió los gnósticos fue el gran san Ireneo.
Éste asevera dirigiéndose a los gnósticos: "Vosotros pretendéis que Jesús ha
comunicado su doctrina a un pequeño grupo de los apóstoles. ¿Cómo os atrevéis
a decir que esta doctrina no la transmitió a Pedro, ni a los primeros responsables
de las grandes iglesias? He aquí la verdad —continúa san Ireneo— a los ojos
de todo el mundo, que nunca se debe ocultar
ocultar". Enumera después a los doce
18
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
sucesores de san Pedro como garantía de que lo que ellos (los papas) enseñan
es la única verdad. En el mundo, afirma san Ireneo, es cierto que hay maldad,
pero el Señor tiene paciencia, se adapta al hombre con una pedagogía exquisita.
Paulatinamente los sucesores de Pedro explican los misterios del dogma. Los
cristianos fieles saben digerir despacio esta formidable comida. En san Ireneo
encontramos un gran entusiasta no sólo del mundo en que vivimos, sino de la
misma Iglesia, que está presidida por el sucesor de Pedro. No debemos estar
angustiados, hay que vivir el cristianismo seguros y esperanzados... Ireneo
y su clara doctrina fueron el golpe de gracia de la destrucción de uno de los
movimientos más inquietantes que amenazaban la Iglesia primitiva: la entelequia
gnóstica.
Biografía de san Ireneo
San Ireneo nació en Asia Menor entre los años 140 al 150. Fue discípulo de san
Policarpo, obispo de Esmirna. De Asia Menor pasó, durante su juventud, a las
Galias, concretamente a Lyon. Aquí fue ordenado presbítero. En el año 177 fue
comisionado por esta comunidad para hablar con el obispo de Roma Eleuterio
(175-189). Trataron la controversia montanista, según el testimonio de Eusebio
de Cesarea descrito en su renombrada Historia eclesiástica (libro V, 1, 29-31).
También pacificó las opiniones sobre la celebración de la Pascua durante el
papado de Aniceto (156-166). Pese a todo, el Papa impuso su criterio e Ireneo
no por ello rompió la comunión con él: sabemos que concelebraron la Eucaristía
en el día de la despedida de Ireneo. Sabemos también que fue martirizado según
testimonio de Gregorio de Tours y del mismo san Jerónimo.
La gran obra literaria de Ireneo son los libros Adversus Haereses. En ellos
demuestra las fuentes de la autoridad: 1/la razón, 2/la Escritura y 3/la tradición
eclesial. En este discurso expone el carácter razonable de la doctrina salvífica
de la Iglesia. También encontramos en su obra una valorización de la unidad:
unidad en Dios, en Jesucristo y en el plano divino que tiende a la unidad de la
Iglesia y la unidad final del hombre con Dios.
En Ireneo observemos también una peculiar teología que va evolucionando
según el tiempo y siempre en progreso. La humanidad a través de su historia va
madurando hasta llegar a la encarnación del Verbo y a la recepción de un don
espiritual que es el mismo Espíritu Santo que impulsa el hombre a entrar en la
esfera de la divinización. Pero el hombre en todo este proceso tiene una libertad
que debe usar siguiendo el camino del bien. Y así es como el hombre que ha
salido de Dios vuelve a Él a través de una evolución bajo la guía de Cristo y del
Espíritu Santo.
Ireneo demuestra en esta visión de unidad que el Antiguo Testamento predice la
gran revolución de Jesucristo. Es precisamente el Verbo quien efectúa la famosa
‘recapitulación’, uniendo la creación con la redención.
La gran obra de Ireneo Adversus Haereses ha llegado a nosotros a través de
LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO
19
numerosos códices, que van desde el siglo V al VI. La obra está dividida en 5
libros. En el primero hay una serie de exposiciones dedicadas a los gnósticos,
especialmente dentro del círculo llamado ‘valentiniano’. El segundo trata de
la refutación propiamente dicha contra las tesis valentinianas de un ‘pleroma’
superior, de las emisiones de los Eones, de la pasión de la Sofía y la existencia
totalmente falsa de un Demiurgo, principio divino del mal. En todas estas
refutaciones Ireneo demuestra las contradicciones internas de la doctrina
gnóstica. En el tercer libro Ireneo demuestra la verdad de las Escrituras y la
unidad tanto de Dios como del mismo Jesucristo. En eso demuestra la solidez de
la doctrina predicada por la Iglesia con el obispo de Roma al frente. En el cuarto
libro expone la evolución y el progreso existente en la unidad de la economía
de la salvación. El libro quinto concreta la demostración de la resurrección de la
carne y la venida del anticristo.
El gnosticismo según san Ireneo y la doctrina cristiana
Se puede decir del gnosticismo esencialmente que era una doctrina de salvación
de tendencia dualista, que suponía una irreductibilidad esencial y originaria entre
el bien y el mal. La materia sería esencialmente mala y por lo tanto también sería
malo su autor o creador, que es identificado como el Dios creador del Antiguo
Testamento. Por encima de él está el Dios supremo, principio del bien. En el alma,
al menos la de algunos hombres, se esconde una chispa del espíritu del bien,
caída de las alturas por accidente, explicado en complejas formas mitológicas.
La salvación radica en el conocimiento —gnosis— por el cual el hombre toma
conciencia del elemento divino que lleva en él mismo y consigue liberarse de
la contaminación de la materia y del mal. Estas ideas gnósticas se mezclaban
confusamente con muchos elementos cristianos, dando como resultado una
forma de cristianismo que seducía a muchos, y en la cual Cristo aparecía como
el enviado del principio del bien para salvar al hombre no tanto del pecado o mal
moral, sino del mal cósmico y esencial del universo.
Para oponerse al gnosticismo, Ireneo intenta hacer por primera vez una síntesis
completa de lo que el auténtico cristianismo enseña sobre Dios, el mundo y
el hombre. Su idea fundamental ante el dualismo gnóstico, es la de la unidad
radical que une todas las cosas y que proviene de la relación del todo con un
Dios único dentro de un designio o plano de Dios sobre el mundo y el hombre.
La teología de Ireneo es, pues, la teología de la unidad de Dios y de la unidad
del designio de Dios sobre la creación a través de la redención de su Hijo y de
la acción perenne del Espíritu en la Iglesia; es también la teología de la libertad
del hombre y de la realización progresiva del designio de Dios en la historia,
en la que Dios no se impone violentamente a la criatura, sino que, respetando
las condiciones de su imperfección, sale triunfante de ella con una admirable
pedagogía. Además, ante la libre y desenfrenada especulación gnóstica, Ireneo
opone una doctrina de la Iglesia y de la tradición apostólica como garantía de
verdad y de fidelidad al mensaje de Cristo y a la verdad que él mismo vino
a predicar. Bajo todos estos aspectos, Ireneo es el primer gran teólogo del
20
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
cristianismo después de Pablo: su influencia en la teología posterior fue decisiva.
Presentamos las fuentes y traducciones de Adversus haereses: Migne,
Patrologia graeca, vol. 7; A. Rousseau – L. Doutrelau, Irénée de Lyon, Contre les
héresies (París, 1979-1982); E. Romero Pose, S. Ireneo de Lyón. Demostración
apostólica (Madrid, 1992); J. Vives, Los Padres de la Iglesia (Barcelona 1982),
pág. 111-202. Ireneo de Lyón, Exposició de la predicació apostòlica (Barcelona,
Clàssics del Cristianisme, 1984).
Fragmentos de su obra Adversus haereses
‘Predicación de la verdad’ (Tratado contra las herejías...1, 10...):
"La Iglesia, esparcida por todas partes hasta los límites de la tierra, recibió de
los Apóstoles y de sus discípulos la fe en un Dios, Padre todopoderoso, que ha
hecho el cielo, la tierra y el mar, y todo aquello que se mueve en estos lugares, en
Jesucristo, Hijo de Dios, encarnado por nuestra salvación, y en el Espíritu Santo,
que por medio de los profetas predicó lo que Dios tenía dispuesto, la venida del
Hijo de Dios, su encarnación en el seno de la Virgen, la pasión y la resurrección
entre los muertos, la ascensión corporal de nuestro amado Señor Jesucristo al
cielo, su segunda venida desde el cielo, donde ahora está en la gloria del Padre,
a fin de unir en Cristo todas las cosas y resucitar todo el linaje humano, porque
ante Cristo Jesús, Señor, rey y salvador nuestro, con el beneplácito del Padre
invisible, todo el mundo doble la rodilla, al cielo, a la tierra y bajo la tierra, y todos
los labios le reconozcan, y Cristo lo juzgue todo con justicia.
Desde que recibió esta predicación y esta fe tal y como la hemos explicado,
la Iglesia, esparcida ya por todo el mundo, la custodia con diligencia, como si
viviese en una sola casa; y de forma parecida, cree todo eso, como si tuviese
una sola alma y un solo corazón, y, consecuentemente, lo predica, lo enseña
y lo transmite como poseyendo una sola boca. Porque aunque en el mundo se
hablen muchas lenguas, la fuerza de la tradición es única e idéntica.
Porque las Iglesias fundadas en Germania no creen ni transmiten una fe
diferente, ni tampoco las de Hispania, ni las de los Celtas, ni las de Oriente, ni
las de Egipto, ni las de Libia, ni las que han sido fundadas en cualquier parte del
mundo, sino que, así como el sol, criatura de Dios, es único y es lo mismo en el
mundo entero, también la predicación de la verdad luce en todas partes e ilumina
a todos los hombres que quieren llegar a conocerla.
Y ni aquel que es muy elocuente entre quienes gobiernan las iglesias, no os dirá
nada diferente, porque nadie es más que el maestro, ni el que no es tan elocuente
disminuirá en nada la tradición. Porque siendo la fe una y la misma, ni aquel que
sabe decir muchas cosas la ensancha, ni el que dice pocas la disminuye".
‘La Trinidad’ (Trac...4, 6)
"Nadie puede conocer al Padre si el Verbo de Dios, que es el Hijo, no se lo
revela; nadie puede conocer al Hijo sin el beneplácito del Padre. El Hijo cumple el
LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO
21
beneplácito del Padre: el Padre envía, el Hijo es enviado y viene. Y el Padre, que
en relación a nosotros es invisible e indeterminable, es conocido por su Verbo, el
cual, además, a pesar de ser inenarrable, el Padre nos lo explica. Por otra parte,
sólo el Padre conoce su Verbo; que las dos cosas son así, nos lo manifiesta el
Señor. Es por ello que el Hijo al manifestar-se a nosotros revela el conocimiento
del Padre, porque el conocimiento del Padre es la manifestación del Hijo, ya que
todas las cosas son manifestadas mediante el Verbo.
Y el Padre reveló el Hijo para manifestarse a todos los hombres mediante él y
para acoger, con toda justicia, en la incorrupción y en el refrigerio eternos, a
quienes creen. Creer en Dios es hacer su voluntad.
Entonces, con la creación el Verbo revela que Dios es el creador, con el mundo
declara que el Señor es el creador del mundo, con los seres declara quién los
ha hecho, y por medio del Hijo declara el Padre que lo ha engendrado. De esto
habla todo el mundo, pero no todo el mundo lo cree así. Aunque el Verbo por
medio de la Ley y de los profetas se predicaba a sí mismo y predicaba también el
Padre, todo el pueblo lo oyó igualmente, pero no todo el mundo creyó en él. Y por
medio del mismo Verbo, hecho visible y palpable, se mostraba el Padre, aunque
no todos creían en él. Pero todos vieron en el Hijo al Padre, porque el Padre del
Hijo es invisible, pero el Hijo del Padre es visible.
El Hijo, que es administrador de todas las cosas del Padre, lo cumple todo desde
el principio hasta el fin, y sin Él nadie puede conocer a Dios. Porque el Hijo es
conocimiento del Padre: pero el conocimiento del Hijo está en el Padre, y ha sido
revelado por el Hijo; de aquí viene que el Señor dijese: ‘Fuera del Padre, nadie
conoce verdaderamente al Hijo; igualmente nadie conoce verdaderamente al
Padre, excepto el Hijo y aquellos a quienes el Hijo lo quiere revelar’. ‘Lo quiere
revelar’ no se refiere sólo al futuro como si el Verbo comenzase a desvelar en el
instante en que nació de María, sino en general a todos los tiempos. Porque ya al
principio el Hijo asistió a su Engendrador y revela el Padre a todos los que quiere,
cuando lo quiere y como lo quiere el Padre, y por eso en todo y por encima de
todo hay un solo Dios Padre, un solo Verbo, el Hijo y un solo Espíritu; y hay sólo
una salvación para los que creen en la Trinidad
Trinidad".
‘Redención y resurrección de Cristo’ (Tract... 3, 19-20)
El Verbo de Dios se hizo hombre y el que es Hijo de Dios se hizo hijo del hombre
para que el hombre, unido al Verbo de Dios y dándose cuenta de su adopción,
se convierta en hijo de Dios.
"Porque no habríamos podido percibir la incorrupción y la inmortalidad si no
hubiésemos estado unidos a la incorrupción y a la inmortalidad. Pero, ¿cómo
habríamos podido estar unidos a la incorrupción y a la inmortalidad, si antes
la incorrupción y la inmortalidad no se hubiesen convertido en lo que somos
nosotros, para que la incorrupción estuviese separada de la corruptibilidad y la
22
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
inmortalidad de la mortalidad, y pudiésemos percibir así la adopción de hijos?
Este Hijo de Dios y Señor nuestro, Verbo subsistente del Padre e Hijo del hombre
porque había nacido de María (la cual tenía el linaje de los hombres porque, ella
misma, era humana) humanamente tuvo una generación y fue ‘hijo del hombre’.
De aquí viene que el Señor nos diese una señal en las profundidades y luego
otra en las alturas, señal que el hombre no había pedido, porque no se esperaba
que una virgen quedase encinta sin perder la virginidad, que pudiese tener
en tales condiciones un hijo, que este hijo fuese Dios-con-nosotros y que
descendiera a la tierra para buscar en ella a la oveja perdida (la que era su
misma plasmación) y subiese a las alturas para ofrecer y recomendar al Padre
el hombre que había sido encontrado, haciendo de aquel hijo, en sí mismo, las
primicias de la resurrección del hombre: porque así como la cabeza resucitó
de entre los muertos, del mismo modo el cuerpo restante (el de todo hombre
que se encuentra en la vida, cumplido el tiempo de aquella condena debida a
la desobediencia) resucitase trabado por junturas y vínculos y confirmado por
el crecimiento en Dios que tiene cada uno de los miembros, que poseen en
este cuerpo una posición propia y adecuada. En la casa del Padre hay muchas
estancias porque son muchos los miembros de su cuerpo.
Dios fue magnánimo cuando el hombre falló: previó darle aquella victoria que
tenemos por el Verbo. Porque, cuando la fuerza actuaba en la debilidad, mostraba
la benignidad de Dios y su magnífico poder. Dios es la gloria del hombre, pero
el hombre es receptáculo de la operación de Dios, de toda su sabiduría y su
poder.
Tal y como un médico se acredita a quienes están enfermos, del mismo modo
Dios se manifiesta a los hombres. Por eso dice san Pablo: Dios ha dejado a unos
y a otros cautivos de la desobediencia, para compadecerse finalmente de todos.
Lo dijo del hombre que, después de desobedecer a Dios y de ser expulsado de
la inmortalidad, desde esta condición obtuvo misericordia y recibió, mediante el
Hijo de Dios, la adopción que Dios nos proporciona.
Porque el Hijo de Dios tiene, sin envanecerse, la gloria verdadera, tanto por parte
de las cosas creadas como por parte de quien las creó, que es Dios, más potente
que ninguna otra cosa; Él hizo que todas las cosas existiesen. El que está en
su amor, en acción de gracias y sujeto a Él, recibirá de Él la gloria más grande,
sacará de Él también el provecho de volverse parecido a aquel que murió por él.
Me refiero a Cristo; también él fue enviado en una carne como la de los hombres
pecadores para condenar el pecado y lanzarlo, ya condenado, fuera de la carne;
el hombre fue estimulado por Cristo a volverse semejante a él, fue asignado a
Dios como imitador de él; al hombre le fue impuesta la regla paterna de ver a
Dios y de acoger al Padre mediante la propia donación. El Verbo de Dios habitó
en el hombre y fue hecho Hijo del hombre para habituar el hombre en percibir a
LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO
23
Dios y Dios a vivir en el hombre, todo según el beneplácito del Padre.
Por eso el mismo Señor nos ha dado un signo de salvación que es Emmanuel
(Dios-es-con-nosotros), nacido de la Virgen, porque era el mismo Señor el que
salvaba a aquellos que no podían salvarse por ellos mismos.
De aquí viene que san Pablo dijese, al anunciar la debilidad del hombre:
‘Sé que no hay nada bueno que habite en mi carne; quería decir que el bien
de nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios’; y en otro lugar
dice: ‘Hombre desgraciado, ¿quién me liberará de este cuerpo de muerte?’;
de esto se deduce el liberador: la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
Es lo mismo que dice Isaías: Enrobusteced las manos que se dejan caer, afianzad
las rodillas que no se aguantan. Decid a los corazones alarmados: ¡Sed valientes,
no tengáis miedo! Aquí tenéis vuestro Dios que viene para hacer justicia; la
paga de Dios está aquí, es él mismo quien os viene a salvar; eso es porque,
la salvación, la tuvimos no por nosotros mismos, sino por la ayuda de Dios".
‘La misión del Espíritu Santo’ (Tract... 3, 17)
El Señor, dando a sus discípulos la potestad de hacer renacer los hombres en
Dios, les decía: "Vais a convertir todos los pueblos, bautizadlos en nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
"Prometió mediante los profetas que Él infundiría el Espíritu, en los últimos
tiempos, a sus sirvientes y a sus sirvientas, para que profetizasen; y por ello el
Santo Espíritu descendió hacia el Hijo de Dios, hecho también Hijo del hombre;
junto con él se acostumbró a morar entre el linaje humano, a reponer en los
hombres y a vivir en las criaturas de Dios, que somos nosotros; el Espíritu hizo
en nosotros efectiva la voluntad del Padre y nos renovó del hombre viejo a la
novedad de Cristo.
El evangelista Lucas afirma que el Espíritu Santo, después de la ascensión del
Señor, descendió sobre los discípulos el día de Pentecostés, con potestad sobre
todos los pueblos para hacerles entrar en la vida y en la revelación del Nuevo
Testamento (sic). Por ello los discípulos entonaron en todas las lenguas un himno
al Señor; el Espíritu Santo reunía en unidad las razas más separadas y ofrecía al
Padre las primicias de todos los pueblos.
De aquí viene que el Señor prometiese que nos enviaría el Defensor, que nos
haría aptos para Dios. Del mismo modo que de la harina seca no se puede hacer
una masa única ni un solo pan si no se le añade agua, tampoco nosotros, que
formamos una multiplicidad, podríamos convertirnos en una sola cosa en Cristo
sin el agua que viene del cielo. Y tal y como la tierra árida no puede traer fruto
si no se riega, tampoco nosotros, que antes éramos como un tronco reseco,
habríamos dado frutos de vida si no hubiésemos acogido voluntariamente la
lluvia que viene de arriba.
24
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Nuestros cuerpos recibieron mediante el baño del bautismo aquella unidad que
lleva la incorrupción: nuestras almas la han recibido por medio del Espíritu.
El Espíritu de Dios, que descendió sobre el Señor, es Espíritu de sabiduría y de
entendimiento, Espíritu de consejo y de valentía, Espíritu de conocimiento y de
piedad, Espíritu de reverencia hacia el Señor. Este Espíritu mismo es dado por
segunda vez a la Iglesia, cuando el Padre envió el Defensor desde el cielo a toda
la tierra, semilla que el diablo caía del cielo como un rayo. Por eso necesitamos
el rocío de Dios, para no quemarnos y no resultar infructuosos, y también para
que donde tenemos el acusador tengamos el intercesor. El Señor contagia el
Espíritu Santo al hombre, criatura suya, que había caído en manos de ladrones,
del cual se había compadecido él mismo, le había vendado las heridas, había
abonado dos denarios regios. Así, si por medio del Espíritu recibimos la imagen y
el cuño del Padre y del Hijo, haremos fructificar el denario que nos ha sido dejado
a crédito, y redituará para el Señor
Señor".
‘El Antiguo Testamento’ (Tract. 4, 14...)
"Dios, por su munificencia, plasmó ya al principio el hombre, y, por salvarlo,
escogió a los patriarcas; configuraba ya de avanzada el pueblo, enseñando
a los indóciles cómo seguir al Señor. Estableció profetas sobre la tierra para
habituar el hombre a llevar el Espíritu Santo y a tener comunión con Dios, el
cual, ciertamente, no necesitaba de nada, pero ofreció su compañerismo a los
que le necesitaban; como si fuera un arquitecto, delineaba la salvación a favor
de quienes le complacían: él mismo conducía a los que, en Egipto, no veían, y
promulgó una legislación oportuna para los rebeldes en el desierto; dotó de una
herencia adecuada a los que llegaron a la buena tierra, y preparó el banquete con
el ternero y el vestido nuevo a los que volvieron al Padre. Disponía de muchas
maneras el género humano para consonar con la sinfonía de la salvación.
Por ello en el Apocalipsis, san Juan dice: ‘Su voz era como el bramido de las
olas’. Porque muchas son las aguas del Espíritu de Dios, ya que el Padre es rico
y grande. Y la Palabra, al pasar por todos los hombres, fue generosamente útil
a los que se acogieron a ella, y les prescribió una ley congruente y apta para
cualquier situación.
Así estableció para su pueblo la construcción del tabernáculo, la edificación del
templo, la elección de los levitas, los sacrificios y las ofrendas, las purificaciones
y todos los otros actos del culto, según la Ley.
Dios no necesitaba nada de todo esto, porque posee todos los bienes, y tenía
ya en él mismo, antes de que Moisés existiese, el perfume de un buen olor, el
perfume de las sensaciones agradables. Pero enseñó al pueblo, que fácilmente
volvía a los ídolos, a perseverar con el Señor y a servirle; con cosas secundarias
alcanzaba las principales, o sea, por medio de figuras llegaba a las verdades, por
medio de cosas transitorias llegaba a las eternas, por medio de cosas corporales
alcanzaba las espirituales, por medio de las cosas de la tierra ascendía hasta las
del cielo, tal y como fue dicho a Moisés: ‘Intenta hacerlo todo igual al modelo que
LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO
25
has visto estando en la montaña’.
El pueblo, durante cuarenta días, aprendió a retener las palabras de Dios, los
signos del cielo, las imágenes espirituales y la prefiguración de las cosas futuras,
tal y como dijo san Pablo: "Bebían de una roca espiritual que les acompañaba,
y esta roca significaba el Cristo"; y añadió: ‘Todo eso que les sucedía era un
ejemplo (una figura), y fue escrito para advertirnos a nosotros, ya que los siglos
pasados se encaminaban hacia los tiempos en que vivimos’
vivimos’".
Mediante figuras fue cómo los israelitas aprendieron el temor de Dios y la
perseverancia en su servicio. Para ellos la Ley era un aprendizaje y una profecía
de las cosas que tenían que suceder (en el Nuevo Testamento).
‘Escatología’ (Tract... 4, 20)
"Hay un solo Dios, que con su palabra y con su sabiduría lo creó y lo aunó todo.
Y esta Palabra de él es nuestro Señor Jesucristo, que no hace demasiado tiempo
se hizo hombre entre los hombres para unir el principio y el final, o sea, a Dios
y el hombre.
Por ello los profetas asumieron de esta misma Palabra el carisma profético
y proclamaron, ya antes de que ocurriese, el advenimiento del Verbo en la
carne, por el que se realizó la unión, la comunión de Dios y el hombre según
el beneplácito del Padre. Ya al principio sus palabras indicaban que Dios sería
visto por los hombres, que conviviría con ellos y que habitaría en quienes son
plasmación suya, porque quería salvarlos y hacérselos perceptibles. Deseaba
‘sacarnos de las manos de quienes nos quieren mal, o sea, de todo espíritu de
desobediencia’; ansiaba posibilitarnos ‘adorarlo con santidad y con justicia toda
la vida’; así el hombre se enlazaría con el Espíritu de Dios y avanzaría hacia la
gloria del Padre. Los profetas anunciaron que los hombre verían a Dios, tal y como
dice el Señor: ‘Felices los limpios de corazón: son ellos quienes verán a Dios’.
Pero debido a su grandeza y a su gloria inenarrable nadie verá a Dios y vivirá, ya
que el Padre no ocupa espacio; ahora que su ternura, su amor por los hombres
y su omnipotencia hacen posible a quienes le aman incluso la visión de Dios,
cosa que ya predijeron los profetas: ‘Las cosas imposibles para los hombres son
posibles para Dios’.
El hombre por sí mismo no verá a Dios, pero Dios, cuando lo quiera, será visto
por los hombres; lo será por aquellos que él quiera, cuando lo quiera y como lo
quiera, porque Dios es omnipotente. Primero fue contemplado proféticamente
mediante el Espíritu, después fue visto en el Hijo por la adopción, y será
percibido en el cielo como Padre, cuando el Espíritu habrá reparado al hombre
de cara al Hijo de Dios, el Hijo lo habrá conducido al Padre, y el Padre le habrá
concedido la incorrupción y la vida eterna, que es consecuencia de la visión de
26
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Dios por aquellos que le contemplan.
Porque, así como quienes ven una luz están dentro de ella y participan de su
resplandor, quienes contemplan a Dios están ya dentro de Dios y participan de
su resplandor. El resplandor de Dios hace vivir, y quienes ven a Dios participan
de la vida de Dios".
‘Eva y María’ (Tract... 5, 19)
"El Señor acudió a aquello que era suyo; le sostenía su misma creación, que
era sostenida por Él. Por medio de la obediencia en el árbol de la cruz enmendó
la primera desobediencia, ocurrida también en un árbol, y aquel engaño que
sedujo malignamente a la virgen Eva, destinada a su hombre, fue anihilado por la
verdad, cuando un ángel dio el mensaje jubiloso a María, ya también prometida
a un hombre.
Porque, así como Eva fue engañada por la palabra diabólica, que la hizo huir de
Dios y transgredir su palabra, María, en cambio, recibió el mensaje jubiloso de la
palabra angélica, que la hacía madre de Dios, y ella la creyó. Eva, entonces, fue
seducida y desobedeció a Dios; María fue convencida de creerle; así la virgen
María se convirtió en consuelo de la virgen Eva.
Dios lo recapituló todo hacia Él; provocó la guerra contra nuestro enemigo y la
asumió; triunfó sobre aquel que en el principio nos había esclavizado y le aplastó
la cabeza; lo explica el libro del Génesis, cuando Dios dice a la serpiente: "Haré
que seáis enemigos tú y la mujer, y tu linaje y el de ella. Él te atacará a la cabeza,
y tú le atacarás al talón.
Del que debía nacer de la mujer Virgen, según la similitud de Adam, se
profetizaba que aplastaría la cabeza de la serpiente, y ésta es la descendencia
de la que nos habla el Apóstol en la carta a los cristianos gálatas: "La ley de
los hechos fue establecida hasta que llegase la descendencia a la que estaba
destinada la promesa.
Pero lo refleja aún más nítidamente la misma epístola cuando dice: ‘Más
cuando el tiempo llegó a su plenitud, Dios envió a su Hijo, nacido de una
mujer’. Porque el enemigo no habría sido vencido con justicia si el que le
venció no hubiese sido un hombre nacido de mujer. Fue mediante ella que el
enemigo, al principio, venció al hombre, del que se había constituido adversario.
De aquí viene que el Señor reconozca de sí mismo que es Hijo del hombre, y
que asuma de idéntica manera a aquel hombre principal del que se convirtió en
la plasmación hecha según la mujer, porque así como nuestro linaje se hunde
hasta la muerte por culpa del hombre vencido, del mismo modo subimos hasta la
vida por la fuerza de un hombre victorioso".
‘La Iglesia’ (Tract... 4, 18)
LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO
27
"La oblación de la Iglesia, que el Señor mandó que fuese ofrecida por todo
el mundo, es tenida por sacrificio ante Dios y le es aceptable no porque Dios
necesite nuestro sacrificio, sino porque el que lo ofrece es glorificado, él mismo,
en aquello que ofrece, si su don es aceptado. Si hacemos un don al rey, con
ello le demostramos honor y afecto. El Señor quiso que se lo ofreciésemos con
toda simplicidad e inocencia, y nos predicó, diciendo: ‘Ni que te encuentres ya
en el altar, apunto de presentar la ofrenda, si allí recuerdas que algún hermano
tuyo tiene algo cosa contra ti, deja allí mismo tu ofrenda, y ve primero a hacer
las paces con tu hermano. Ya volverás después a presentar tu ofrenda’. Hay
que ofrecer, entonces, a Dios las primicias de su criatura, tal y como prescribió
Moisés: ‘Que nadie venga con las manos vacías en presencia del Señor’. Porque,
en nuestra acción de gracias a Dios, nos hacemos agradables a Él y dignos de
ser honrados por Él.
Y no se rechaza ningún tipo de oblación, porque si ya antes las había, también
las hay ahora: sacrificios en el pueblo y sacrificios en la Iglesia. Pero se ha
cambiado la calidad de la ofrenda, ya que es ofrecida, no por sirvientes, sino
por hombres libres. Sólo existe un único Señor; la característica propia de la
oblación de los sirvientes, así como en el caso de los hombres libres, es que
las oblaciones son indicio de libertad. En Dios no hay nada inútil, nada que no
tenga sentido, nada con lo que no se pueda argumentar. Por ello los antiguos le
consagraban diezmos de sus bienes, pero quienes recibieron la libertad destinan
todo cuanto tienen al servicio del Señor; lo dan libremente y con alegría, y no
son cosas pequeñas. Es porque esperan cosas más grandes: la viuda y el pobre
ponen lo que tienen, lo que tendrían para vivir, en la bandeja de Dios.
También nosotros debemos hacer una oblación a Dios, para que Él, que nos ha
creado, nos encuentre agradables en todo, en palabras puras, en fe sin farsas,
en esperanza firme, en amor ferviente: debemos ofrecer a Dios las primicias
de aquellas criaturas que son suyas. Una oblación así, sólo la Iglesia puede
ofrecerla pura a su creador: se la ofrece con ‘acción de gracias’ de aquello mismo
que Él ha creado".
‘La Eucaristía’ (Tract... 5, 2)
"Le ofrecemos cosas que ya son suyas, y predicamos de acuerdo con ello
comunión y unidad: creemos en la resurrección de la carne, creemos en
nuestro espíritu. Así como el pan de esta tierra recibe la invocación de Dios y
entonces ya no es un pan cualquiera, sino una Eucaristía que tiene elementos
de la tierra y elementos del cielo, asimismo nuestros cuerpos cuando reciben la
Eucaristía ya no son corruptibles, porque tienen la esperanza de la resurrección.
Si el hombre no se salva, ni el Señor nos redimió con su sangre; si el cáliz de la
eucaristía no es comunión con su sangre, ni el pan que partimos es comunión
con su cuerpo […], la sangre no puede ser sino la de las venas y de la carne
y de todo el resto de la sustancia corporal, en la cual el Verbo se hizo hombre.
Así el Verbo de Dios nos redimió con su sangre, tal y como dice su Apóstol: "En
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
él hemos sido rescatados con el precio de su sangre. Nuestras culpas han sido
perdonadas".
Y puesto que nosotros somos sus miembros y nos alimentamos de cosas
creadas, Él mismo nos da las cosas creadas, haciendo que se levante el sol o
caiga la lluvia según su voluntad; y Él ha declarado que el cáliz, que es criatura,
es su propia sangre, por la que se fortalece la nuestra; y ha proclamado que el
pan, que es criatura, es su propio cuerpo, por el que se fortalece el nuestro.
El cáliz que ha sido mezclado y el pan que ha sido pastado reciben la palabra de
Dios y se convierten en la eucaristía, es decir, en el cuerpo y en la sangre
de Cristo, y si por ello se fortifica y se reafirma la sustancia de nuestra carne,
¿cómo podemos pretender algunos que la carne es incapaz de recibir el don de
Dios que es la vida eterna, cuando esta vida se nutre de la sangre y el cuerpo de
Cristo y es miembro de él?
Lo dice el bienaventurado Apóstol en su carta a los cristianos de Éfeso: ‘Somos
miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos’. Eso no lo ha dicho de un
hombre espiritual e invisible, porque los espíritus no tienen carne y hueso, sino
que habla del organismo auténticamente humano, compuesto de nervios y de
huesos, compuesto de carne; es este organismo mismo el que se alimenta del
cáliz que es la sangre de Cristo y se fortalece por el pan que es su cuerpo.
El sarmiento de la cepa que ha sido enterrado en el suelo da fruto cuando es el
tiempo, y el grano de trigo, después de haber caído al suelo, si se pudre, vuelve
a salir multiplicado por el Espíritu de Dios que sustenta todas las cosas. Estas
cosas, después, por el saber del hombre, le sirven, y cuando reciben la palabra
de Dios, se convierten en la eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo.
Igualmente nuestros cuerpos, que se nutren de esta eucaristía, después de
haber sido enterrados y de haberse podrido, resucitan en su tiempo, cuando el
Verbo de Dios los recompensará con la resurrección para gloria de Dios Padre,
porque el Verbo proporcionará la inmortalidad a lo que es mortal y pagará con
la incorruptibilidad lo que es corruptible, porque el poder de Dios destaca más
cuanto más débiles son nuestras fuerzas".
‘¡Amor sí! No ofrenda de víctimas’ (Tract... 4, 17)
"Dios no quería sacrificios ni holocaustos, lo que quería era fe, obediencia y
justicia para salvar a los hombres. Es lo que Dios decía por medio del profeta
Oseas, enseñando a los hombres su voluntad: ‘Lo que yo quiero es amor, y no
ofrenda de víctimas, conocimiento del Señor, y no holocaustos. Nuestro Señor
enseñaba lo mismo cuando decía: Si hubieseis entendido qué quieren decir
aquellas palabras: Lo que yo quiero es amor, y no ofrenda de víctimas, no
habríais condenado a unos hombres que no tienen culpa’; así declaraba que los
profetas habían dicho la verdad y reprochaba a aquellos hombres que habían
sido necios culpablemente.
Y, haciéndolo como consejo dado a sus discípulos que ofreciesen primicias a
LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO
29
Dios de las criaturas de este mundo, no porque a Dios le falte de nada, sino para
que ellos mismos no resulten infructuosos o ingratos, cogió el pan, que es cosa
creada, dio gracias y dijo: ‘‘Esto es mi cuerpo’. E igualmente hizo con el cáliz:
aquello que entre nosotros es vino declaró que era su sangre, y así nos enseñó
la oblación del Nuevo Testamento.
La Iglesia recibió esta oblación comunicada por los Apóstoles y la ofrece para todo
el mundo a Dios, que es quien nos da alimentos, como primicias de sus dones
en el Nuevo Testamento. De esta oblación, uno de los doce profetas, Malaquías,
había profetizado: "El Señor del universo no acepta nada de todo esto que le
presentáis. De Oriente a Occidente, los pueblos extranjeros conocen la grandeza
de mi nombre y en todas partes me ofrecen un sacrificio y una oblación pura,
porque los pueblos extranjeros conocen la grandeza de mi nombre, dice el Señor
del universo". Con estas palabras significó claramente que el pueblo del Antiguo
Testamento dejó de ofrecer a Dios, pero también que en todas partes le será
ofrecido un sacrificio puro, y que su nombre será glorificado entre los paganos.
¿Tal vez exista otro nombre que sea glorificado entre los pueblos que no sea el
del Señor nuestro, por quien también es glorificado el Padre, y será glorificado el
hombre? Y puesto que es el nombre de su mismo Hijo, y éste fue hecho hombre
por el Padre, entonces el nombre del Hijo es como el del Padre. Es como si un rey
en persona pinta la imagen de su hijo y puede decir que aquella imagen es suya
por dos razones, porque es la imagen de su hijo y porque la ha pintado él, así
mismo el nombre de Jesucristo, que es glorificado en todo el mundo en la Iglesia,
el Padre declara que es suyo, tanto porque es el de su Hijo como porque ha sido
él mismo quien lo ha escrito y lo ha dado a los hombres como salvación.
Entonces, ya que el nombre del Hijo es propio del Padre, y la Iglesia ofrece su
sacrificio a Dios omnipotente mediante Jesucristo, por estas dos razones dijo el
profeta: "Conocen la grandeza de mi nombre y en todas partes me ofrecen un
sacrificio y una oblación pura". Y san Juan dice, en el libro del Apocalipsis, que
"el incienso es la oración de los santos".
‘Amistad con Dios y alianza con el Señor’ (Tract... 4, 13-14)
"Nuestro Señor Jesucristo, Palabra de Dios, en primer lugar nos mueve a ser
servidores de Dios; después, de servidores nos hace amigos, tal y como él
mismo dice a sus discípulos: ‘Ya no os digo sirvientes, porque el sirviente no sabe
qué hace su amo. A vosotros os he dicho amigos, porque os he hecho saber
todo aquello que he oído de mi Padre’. La amistad con Dios da la inmortalidad a
aquellos que la aceptan.
Al principio, si Dios modeló al hombre,
poseer alguien a quien conceder sus
Adán, sino antes de toda la creación,
en él; también el Padre glorificaba la
no fue porque lo necesitara; lo hizo para
beneficios. Porque ya no sólo antes de
la Palabra glorificaba el Padre, estando
Palabra según dice ella misma: "Ahora
30
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
glorificadme también vos, Padre, a vuestro lado, con aquella gloria que ya tenía
antes de que el mundo existiese.
No fue tampoco por necesidad de nuestros servicios que el Señor nos mandó que
lo siguiésemos; fue porque quería salvarnos. Sí, seguir al Salvador es participar
de la salvación, del mismo modo que seguir la luz es participar de la luz.
Dios pide a los hombres que le sirvan porque es bueno y misericordioso y
favorece a quienes permanecen en su servicio. Dios no necesita nada; el
hombre, en cambio, necesita la unión con Dios.
La gloria del hombre consiste en permanecer y perseverar en el servicio de
Dios. Por ello el Señor dijo a sus discípulos: ‘No sois vosotros quienes me habéis
escogido; soy yo que os he escogido’. Indicaba así que los discípulos, por el
hecho de seguirlo, no le glorificaban, sino que era Dios Padre quen los glorificaba
porque seguían a su Hijo. Y decía aún: ‘Quiero que estén conmigo allí donde yo
estoy, y vean mi gloria’.
Moisés, en el libro del Deuteronomio, dice al pueblo: ‘El Señor, nuestro Dios,
concluyó (pactó) una Alianza con vosotros en el Horeb. No concluyó esta Alianza
con nuestros padres, sino con vosotros’.
Y, ¿por qué no concluyó la Alianza con los padres? Porque la Ley no ha sido
promulgada para el justo. Y vuestros padres eran justos, tenían grabado en
sus corazones y en sus espíritus la fuerza del Decálogo, amaban a Dios, que
les había creado, y se apartaban de ser injustos con el prójimo. Por ello no
necesitaban una Escritura que les advirtiera, porque ya tenían en ellos mismos
la Ley de la justicia.
Pero cuando, en el país de Egipto, los israelitas olvidaron la justicia y el amor a
Dios, que en ellos se extinguirían, Dios, por su gran bondad, no vio otra solución
que manifestarse a su pueblo de palabra.
Y, con su fuerza, hizo salir de Egipto a los israelitas para que volviesen a serle
fieles y lo siguiesen. Increpó a los desobedientes para que no menospreciasen
lo que Dios había hecho por ellos.
Dios nutrió a su pueblo con el maná, para que aceptase también el alimento
espiritual, tal y como dice Moisés en el Deuteronomio: ‘Te alimentó con el maná,
que ni tú ni tus padres conocíais, para que aprendieses que el hombre no vive
sólo de pan; vivo de toda palabra que sale de la boca de Dios’.
Mandó al pueblo el amor a Dios y la justicia hacia los hermanos, para que así el
hombre no obrara injustamente ni indignamente ante Dios; mediante el Decálogo,
lo dispuso para el amor de Dios y para la concordia con el prójimo. Todo eso
LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO
31
era sólo provechoso al hombre, porque Dios no necesita nada del hombre.
Todo esto convertía el hombre en glorioso, porque lo llenaba de lo que le faltaba,
o sea, de la amistad con Dios, pero a Dios no le prestaba nada, porque Dios no
necesita del amor del hombre.
Pero al hombre le faltaba la gloria de Dios, de la cual no podía participar si no era
sirviendo fielmente a Dios; por ello Moisés le dijo al pueblo: ‘Escoge la vida para
ti y para tu descendencia. Ama al Señor, tu Dios, obedécelo, debes serle fiel, y
en él encontrarás la vida; él alargará tus años’.
Y para disponer el hombre a esta vida, Dios dijo personalmente y a todos por
igual, las palabras del Decálogo, las cuales quedan todavía entre nosotros y,
por la encarnación del Señor, no son derogadas, sino llevadas por él mismo a la
perfección.
En cambio, dio al pueblo por medio de Moisés los preceptos de cómo debían
servir a Dios los israelitas; preceptos adecuados para enseñarlos o reanudarlos
tal y como afirma el mismo Moisés: ‘Dios me mandó entonces que os enseñara
la justicia y el juicio’.
Por ello, todo aquello que era signo de esclavitud y profecía fue abolido con
la nueva Alianza de la libertad. En cambio, Dios aumentó y ensanchó aquellos
preceptos que son conformes a la naturaleza humana, dignos de hombres libres
y aptos para todo el mundo. Se Nos dio generosamente el conocimiento del
Padre con la adopción de hijos, la posibilidad de quererlo con todo el corazón y
la gracia de seguir el Verbo con plena fidelidad
fidelidad".
‘Glòria de Déu’ (Tract... 4, 20)
"La gloria de Dios nos vivifica: en consecuencia, reciben la vida quienes ven a
Dios. Y por ello Dios, que es impalpable, incomprensible e invisible, se entrega
a los hombres visible, comprensible y palpable, para vivificar a quienes lo
perciben y le ven. Porque es imposible vivir sin vida, pero la vida nos viene de
la participación de Dios; participar de Dios equivale a verlo y a disfrutar de su
benignidad.
Por consiguiente, los hombres verán a Dios y vivirán, y la visión les hará
inmortales y llegarán a Dios; lo cual, como he dicho antes, se manifestaba por
medio de los profetas: ‘Dios será visto por los hombres que llevan su Espíritu y
esperan siempre su venida’. Tal y como dice Moisés en el Deuteronomio: "En este
día hemos visto cómo hablaba Dios al hombre y éste podía quedar en vida.
¿Quién es y cómo es aquel que lo hace todo en todas las cosas? Es invisible
e inenarrable por todas las cosas que él ha hecho, pero no es un desconocido,
porque por medio de la Palabra se conoce que hay un solo Dios Padre que lo
contiene a pesar de que da la existencia a las cosas, tal y como ha sido escrito
32
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
en el evangelio: ‘A Dios, nadie lo ha visto nunca. Dios Hijo Único, que está en el
seno del Padre, es quien lo ha revelado’.
O sea, que quien ya nos explicó inicialmente que el Padre está en el Hijo, porque
ya desde el principio está con el Padre es Jesucristo; el Hijo mostró en el tiempo
oportuno al linaje humano, y para utilidad de los hombres, las visiones proféticas,
la variedad de carismas y de ministerios y la glorificación del Padre: donde hay
armonía, donde se encuentra armonía hay oportunidad, donde se encuentra
oportunidad y hay utilidad. Y por ello el Verbo ha sido hecho dispensador de
la gracia del Padre a utilidad de los hombres, en favor de los cuales dispuso
tantas cosas: mostró Dios a los hombres y presentó el hombre a Dios; custodió
la invisibilidad del Padre para evitar que el hombre se volviese un despreciativo
de Dios y siempre tuviese una cosa hacia la cual progresar, pero a la vez mostró
visiblemente Dios a los hombres de muchas maneras para evitar que el hombre
se extinguiese si se alejaba de Dios; el hombre que vive es gloria de Dios, la vida
del hombre es la visión de Dios. Si ya la revelación de Dios por medio de figuras
da vida a los que viven en la tierra, mucho más la revelación del Padre hecha por
su Palabra da vida a todos los que ven a Dios".
3 EL ‘DIDASKALEION’ DE ALEJANDRÍA
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La escuela catequética de Alejandría
Biografía de Clemente de Alejandría
Obras de Clemente de Alejandría
Pensamiento de Clemente de Alejandría
Fuentes y traducciones
Fragmentos
La escuela catequética de Alejandría
Siempre que se da teología, hay tras ella unos conceptos religiosos. Se puede
afirmar que cualquier noción relativa a Dios conlleva un pensamiento teológico.
Así sucede en la teología cristiana derivada de la reflexión sobre Dios y del
depósito de la fe que nace de la Sagrada Escritura y de la Tradición, es decir de
la misma Revelación.
Es imposible fijar el inicio temporal de la teología cristiana, pero no cabe duda
de que la reacción a las teorías gnósticas y las posteriores polémicas trinitarias
y cristológicas provocaron un proceso que llevaría a formular los elementos
doctrinales en una singular simbiosis con la fe profesada por los cristianos de
los primeros siglos.
Hacia finales del siglo II y principios del siglo III se hace sentir, por encima de
las finalidades apologéticas y el revulsivo antiherético, la urgencia de ofrecer
un estudio más sistemático y más científico sobre la Revelación. Así nacen los
primeros ‘maestros’ y las primeras escuelas. La cuna inicial de estos centros fue
Oriente, donde el cristianismo había logrado posiblemente una mayor difusión: la
escuela más célebre y por nosotros más conocida, fue la alejandrina. La ciudad
fundada por Alejandro Magno, ya en tiempos del primer soberano Tolomeo I
(323-285 a.C.) había empezado a disfrutar de una gran fama. Tenía, a parte
del famoso museo, una gran biblioteca desde donde se impulsaban numerosas
actividades literarias y científicas. Allí se reunirían estudiosos de todo el mundo
34
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
griego, y durante el periodo imperial de Roma, la gran ciudad egipcia no perdió
su prestigio llegando a ser la segunda ciudad del Imperio y el centro comercial
más importante de todo el Mediterráneo. Además, al tener habitantes de las
más variadas procedencias de la cuenca mediterránea, se convertiría en una
síntesis riquísima de civilización y de actividad humana. Todas las corrientes del
pensamiento confluían en el interés de explicar las teorías religiosas. Hay que
hacer especial mención de la escuela platónica, que a la sazón estaba de moda
–podríamos decir— mientras el cristianismo ya se había difundido por todos los
estamentos de Egipto.
No hay noticias sobre el origen de la Iglesia de Alejandría. Eusebio, en su
Historia Eclesiástica, da por supuesto que la primera vez que se predicó en esta
ciudad fue de la mano del evangelista Marcos. Pese a todas las suposiciones,
cabe recordar que ya en tiempos anteriores al cristianismo, en Alejandría, había
una floreciente comunidad hebrea que realizó la versión bíblica de los ‘Setenta’,
y también debemos hacer mención del gran sabio Filón (nacido en el año 30 a.
C.) que intentó con gran éxito interpretar la Biblia del Antiguo Testamento con la
filosofía griega.
En este ambiente tan favorable el pensamiento cristiano encontró cabida ya en el
siglo II, ya que la predisposición era buena para iniciar la profundización doctrinal
en los enigmas o misterios de la fe. Alejandría tiene la gloria de poder presentar
a todo el mundo cristiano la primera escuela catequética y teológica. Algunos de
los grandes nombres más preeminentes de la Patrística oriental surgieron de este
centro: Clemente de Alejandría, Orígenes, Dionisio, Atanasio, Dídimo y Cirilo.
Sabemos que a principios del siglo III la Iglesia estaba ya notablemente
desarrollada; pero había una grave dificultad en el orden del pensamiento: ¿era
más conveniente seguir el pensamiento teológico judeocristiano o al contrario,
tenía el cristianismo que pactar con la cultura helénica? En el caso de aceptar
esta nueva vía se preguntaban si la tradición cultural helénica se podría adaptar
a los contenidos doctrinales del cristianismo. Obviamente el paso lo dieron los
grandes pensadores de la Iglesia alejandrina, y cabe decir que con gran éxito.
El primer doctor cristiano alejandrino que conocemos fue Panteno, posiblemente
un judío-cristiano. Fue un auténtico maestro al que poco interesaba dejarnos sus
escritos. Su objetivo no era otro que tener contacto intelectual con sus alumnos, y
por eso fundó la escuela denominada Didaskaleion. En seguida surge Clemente
de Alejandría, que se relacionó ya con Panteno hacia el año 180; primero se
convirtió en su más fiel discípulo y después en su gran colaborador y sucesor
(hacia el año 190).
Desde el principio podemos decir que los rasgos esenciales de la nueva escuela
de Alejandría serán: una clara preferencia por la doctrina o pensamiento platónico
y una constante tendencia a la interpretación alegórica del Antiguo Testamento.
Posiblemente Panteno y Clemente no hicieron otra cosa que aplicar el método ya
empleado por Filón, como ya hemos expuesto. Pero hay que reconocer que los
EL ‘DIDASKALEION’ DE ALEJANDRÍA
35
fundadores la Didaskaleion debieron emplear el nuevo método para adaptarse a
la grave problemática de oponerse a la herejía gnóstica.
Observamos que en un principio la Didaskaleion no era una escuela oficial
bajo la autoridad y control directo del obispo; aun así en época de Orígenes se
convirtió claramente en escuela episcopal.
También vemos en la nueva escuela una característica que la distinguirá de
las otras escuelas que surgirán posteriormente en Occidente, y es que sus
‘maestros griegos’ se inclinan muy a menudo a la especulación teológica;
son audaces, dúctiles y rapidísimos al encontrar una respuesta brillante. En
Occidente, en cambio, las escuelas son más dogmáticas, no tan exuberantes,
pero más seguras en ‘el Credo’.
Biografía de Clemente de Alejandría
Clemente de Alejandría nació probablemente en Atenas hacia el año 150. Hijo
de padres paganos, recibió buena formación en el aspecto literario y filosófico.
No sabemos cuándo se convirtió al cristianismo; aun así, ya habiendo abrazado
la fe de la Iglesia viajó por toda Italia, Palestina y Siria buscando a los personajes
que más destacaron en sus iglesias. Posteriormente, hacia el año 190 visitó
Alejandría y allí conoció al gran Panteno, con el que trabó una profunda
amistad. Se integró en la escuela alejandrina y cuando murió el director él fue
su sucesor.
La persecución de Septimio Severo (a. 202) le obligó a exiliarse y a refugiarse
en Cesarea de Capadocia. Allí estableció relaciones con quien fue primero su
discípulo y después obispo de Jerusalén: Alejandro. Con toda probabilidad
Clemente fue presbítero, según se deduce de la lectura de una carta de
Alejandro, obispo de Jerusalén, a Origenes, en el año 215.
Obras de Clemente de Alejandría
Se han conservado tres obras de Clemente de Alejandría. Posiblemente se
encuentra dispersa en la patrología griega alguna homilía suya.
Su obra más característica es el Pedagogus. La división de la obra se concreta
en tres libros: el primero trata de Cristo como divino pedagogo, enmarcándolo
en su divina personalidad. El segundo y tercero tratan de las enseñanzas de
Jesús y de las normas de la vida auténticamente cristiana. Clemente expone
magistralmente el método empleado por el mismo Jesucristo como divino
pedagogo. Hay que decir —según Clemente— que los neoconversos deben
procurar curarse de las anteriores pasiones para poder educarse en la vida sana
de los hijos de Dios. El divino Educador conduce a los nuevos cristianos hacia
la bondad y la comprensión de sus enseñanzas, llenos de amor y sensibilidad
hacia las virtudes teologales, sin olvidar la virtud de la justicia.
36
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Gran parte del Pedagogus está dedicada a la exposición de lo que hoy
llamaríamos ‘ética cristiana’; una ética ciertamente conveniente para saber cómo
había que comportarse frente a una sociedad —como era la de Alejandría— tan
llena de desenfreno y de injusticias. Tiene en cuenta todos los aspectos de la
vida humana, tanto lo que se refiere al orden doméstico, privado y social como
a la vida conyugal.
El libro Protrepticon es, como dice el subtítulo, una exhortación a los griegos
(paganos). Va dirigido a la intelectualidad (no cristiana) y es también una
invitación a la conversión. En ella se presenta el mismo Logos (Jesús) como
verdadera luz de las almas, el que distribuye entre los hombres la sabiduría.
Todo el discurso de este libro nace de las palabras de san Pablo en el areópago
de Atenas. Se reconoce que en el pensamiento filosófico pagano hay algo de
verdad, pero esto no es más que una sombra en comparación con el Logos, la
única y auténtica verdad. Cristo es el auténtico sol. Si este sol divino careciera de
su virtualidad, todo el mundo quedaría en la sombra. Sin Cristo no podemos vivir.
En este libro se observa también un deseo de defender la Iglesia y su doctrina.
Por lo tanto, se podría incluir en el grupo de los apologistas.
Los Stromata (tapices) son otro tratado, el objetivo del cual es muy amplio
según afirma el mismo Clemente: “Quiero reunir varios argumentos y temas
en este libro. Será como un campo lleno de hierbas que el mismo lector tendrá
que escoger
escoger”. Es, entonces, como una miscelánea. En todo el libro se observa
el intento de reconciliar el cristianismo con la filosofía griega, a lo que muchos
cristianos se oponían. Fue mérito de Clemente la posibilidad de entendimiento
entre estos dos mundos. En todo el libro también se intenta demostrar que la
auténtica gnosis no era la propuesta por los herejes (Marción, hereje del siglo II,
a. 95-161, y otros dualistas), sino la aceptada por la Iglesia en su doctrina.
Entre las homilías de Clemente hay que hacer mención a una que lleva por
título Sobre la salvación de los ricos. Es posible que este tema surgiera de las
muchas preguntas que los neoconversos se hacían sobre qué debían hacer con
las riquezas ante las palabras tan taxativas de Jesús. Clemente afirma que la
riqueza por sí misma no es un mal, pero sí lo es y muy grande “poner el corazón
en ella, puesto que nos aparta del camino hacia el divino maestro
maestro”.
Pensamiento de Clemente de Alejandría
Clemente, como hemos dicho, quiere reconciliar la verdadera filosofía con
el cristianismo. En primer lugar, hay que decir que la filosofía nos puede
preparar para la aceptación de las verdades de la fe y puede proporcionar una
comprensión más grande de la doctrina cristiana una vez aceptada la fe.
Clemente intenta con sus obras que el ‘gnóstico’ o sabio cristiano, ya con la fe
aceptada, se adentre en una comprensión intelectual más grande, empleando
la reflexión y todos los elementos que lo puedan ayudar. Esta tarea es muy
necesaria, puesto que las cosas de la fe son muy profundas y no se acaban
EL ‘DIDASKALEION’ DE ALEJANDRÍA
37
de lograr plenamente con la lectura superficial de las escrituras o con la simple
observación de los acontecimientos humanos. En este difícil camino nos ayuda el
mismo Logos que nos ilumina, así como la tradición viva de la fe de la Iglesia.
En la teología de Clemente se evidencia una gran influencia del platonismo;
afirma que el bien supremo que puede lograr el hombre es la contemplación
de la verdad y de Cristo, el logos de Dios, verdaderamente encarnado, que
viene a iluminar salvándonos. Dios es en sí absolutamente incomprensible para
nosotros, pero como don divino lo podemos conocer gracias a su palabra por la
cual primero creó el mundo y el universo, y posteriormente se manifestó en su
luz e inmenso amor. Contra el dualismo gnóstico Clemente afirma que el cuerpo
y la materia no son de por sí malos, sino criaturas del mismo Dios y por lo tanto
son buenos. Esto no quiere decir que Clemente acepte el panteísmo. Hay una
clara distinción entre Dios y la criatura.
Otra afirmación importante en Clemente es que la verdad es una y procede de
la iluminación o revelación del Logos de Dios, por eso hará falta rechazar toda
especulación intelectual que lleve al error y a la incoherencia doctrinales: sobre
este principio Clemente afirma que la teología de la Iglesia es única, la que
custodia la verdad única, con la llave única de la tradición de Cristo, fielmente
transmitida por los apóstoles y sus sucesores. De esta forma, se sustenta la gran
teoría del Logos —Cristo— iluminador, alrededor de la concepción platónica
sobre la verdad absoluta, seguida plenamente por todos los pensadores
cristianos de Oriente. Es, en definitiva, la aceptación del platonismo con grandes
ventajas, pero también con el inconveniente de aceptar un Logos subordinado a
Dios. O sea, una divinidad de segunda categoría.
San Clemente de Alejandría, como hemos dicho, se propone reconciliar la
filosofía con el cristianismo. Pero afirma en el Stromata: “Cuando hablo de
filosofía no me refiero a la estoica, o a la platónica, o a la de Epicuro, o la de
Aristóteles, sino que me refiero a todo cuanto cada una de estas escuelas ha
dicho rectamente enseñando la justicia con actitud científica y religiosa. Este
conjunto ecléctico es lo que yo denomino ‘filosofía’
‘filosofía’”.
La filosofía —en el sentido que san Clemente ha expuesto— nos prepara para
la aceptación del evangelio. Afirma también en el Stromata: «Antes de la venida
del Señor, la filosofía era necesaria en los griegos para la justicia, ahora en
cambio es útil para conducir las almas al culto de Dios, puesto que constituye
una propedéutica para aquellos que logran la fe. Si atribuyes a la Providencia
todas las cosas buenas, también la filosofía es cosa buena o al menos es una
preparación apta que nos pone en el camino de recibir la perfección gracias a la
intervención de Cristo. Por eso puedo decir que la filosofía es un don de la divina
Providencia como propedéutica para la perfección que se descubre en Cristo.
La filosofía dada a los griegos nos prepara para la predicación de Cristo. Entre
los cristianos hay quienes piensan que es inútil dedicarse ya a la filosofía, que
es absurdo tener un adecuado conocimiento de la naturaleza, puesto que es
38
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
suficiente adherirse a la única fe desnuda, como si pensáramos que se pueden
empezar a recoger las uvas sin tener que cuidar de la viña. Pero sabemos que
la viña representa el Señor (Juan 15, 1), y que no se pueden recoger los frutos
sin haber practicado antes la agricultura. Y a esto nos ayuda la filosofía. Además
la filosofía nos puede ayudar a transmitir la verdad en contra de los errores de la
herejía. A pesar de todo debemos admitir que la enseñanza del Salvador Jesús
es perfecta y no necesita de nada, puesto que es la fuerza y sabiduría de Dios
(1Cor 1, 24). Cuando se dice que la filosofía nos puede ayudar, no se dice en
el sentido de que hace más fuerte la verdad, sino en el de que a nosotros nos
ayuda a deshacer los sofismos de las posibles herejías».
Fuentes y traducciones
MIGNE, Patrologia Grega 8 y 9; Th. CAMELOT, Clement d’Alexandrie (París,
1954); F. SAGNARD, Extraits de Thèodote (París, 1948), O. STAEHLIN,
Griechische Christliche Schriftstellern (Berlín, 1936); J. VIVES, Los padres de la
Iglesia (Barcelona, 1982).
Fragmentos de las obras
En el mismo Stromata Clemente expone en qué consiste el conocimiento
profundizado cristiano, es decir la gnosis cristiana: “La gnosis es, por decirlo
así, un perfeccionamiento del hombre en cuanto a hombre, que se realiza
plenamente mediante el conocimiento de las cosas divinas, confiriendo en las
acciones, en la vida y en el pensar una armonía y coherencia con ella misma
y con el Logos divino. Por la gnosis se perfecciona la fe, ya que únicamente
mediante ella el fiel logra la perfección. Porque la fe es un bien interior que no
investiga sobre Dios, sino que confiesa su existencia y se adhiere a su realidad.
Por eso es necesario que uno mismo, a partir de esta fe y creciendo en ella por
la gracia de Dios, se procure todo el conocimiento que le sea posible sobre Él.
Sin embargo, afirmamos que la gnosis difiere de la sabiduría que se adquiere a
través de la enseñanza, porque cuando algo es gnosis será ciertamente también
sabiduría, pero cuando algo es sabiduría no por eso será necesariamente
gnosis. Porque el nombre de ‘sabiduría’ se aplica sólo a lo que se relaciona
con el Verbo explícito (Logos prophorikós). Con todo, el no dudar sobre Dios,
sino creer, es el fundamento de la gnosis. Pero Cristo es ambas realidades, el
fundamento (la fe) y lo que sobre él se construye (la gnosis): mediante él se da
el comienzo y el fin. Los extremos del comienzo y del fin –me refiero a la fe y a
la caridad— no son objeto de enseñanza; la gnosis es transmitida por tradición,
como se entrega un depósito a quienes se han hecho, según la gracia de Dios,
dignos de tal enseñanza. Por la gnosis resplandece la dignidad de la caridad ‘de
la luz en luz’. En efecto, está escrito: ‘A quien tiene se le dará más’ (Lc19, 26),
a quien tiene fe se le dará gnosis; a quien tiene gnosis, se le dará la caridad; a
quien tiene caridad, se le dará la herencia.
La fe es, por decirlo así, como un conocimiento en compendio de las cosas
más necesarias, mientras que la gnosis es una explicación sólida y firme de
las cosas que se han aceptado por la fe, construida sobre ella mediante las
EL ‘DIDASKALEION’ DE ALEJANDRÍA
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enseñanzas del Señor. Ella conduce a lo que es infalible y objeto de ciencia. A
mi modo de entender, se da una primera conversión salvadora, que es el tránsito
del paganismo a la fe, y una segunda conversión que es el paso de la fe a la
gnosis. Cuando ésta culmina en la caridad, llega a hacer a quien conoce amigo
del amigo que es conocido.
Dios se da a conocer a aquellos que aman. ‘Dios es amor’ y se da a conocer
a quienes aman. Aun así, ‘Dios es fiel’ y se entrega a los fieles mediante la
enseñanza. Es necesario que nos familiaricemos con él por el amor divino, de
forma que si hay parecido entre el objeto conocido y la facultad que conoce,
llegamos a contemplarlo; y así habremos de obedecer al Logos de la verdad
con simplicidad y pureza, como niños obedientes. “Si no os hacéis como niños
no entraréis en el reino de los cielos” (Mt18, 3): allí aparece el templo de Dios,
construido sobre tres cimientos, que son la fe, la esperanza y la caridad
caridad”.
‘Las relaciones entre la Sagrada Escritura, la gnosis y la tradición’
He aquí este otro fragmento del Stromata: “Sobre las Escrituras, se dice
claramente en los Salmos que están escritos en parábolas: ‘Te aleccionarán con
ejemplos mis labios, te aclararé el sentido de los hechos antiguos’ (Sal 77, 2).
Y lo mismo dice aproximadamente el ilustre Apóstol: ‘De hecho, a quienes son
adultos en la fe, sí que les enseñamos una sabiduría, pero una sabiduría que
no es de este mundo ni de quienes lo dominan, que deben ser destituidos, sino
la sabiduría escondida en el designio de Dios: desde antes de los tiempos él la
había destinado a ser nuestra gloria. Ninguno de los que dominan este mundo la
había conocido, porque, si la hubieran conocido, no habrían crucificado al Señor
de la gloria’. Y añade: ‘Pero tal y como dice la Escritura: ‘Ningún ojo ha visto
nunca, ni ninguna oreja ha oído, ni el corazón del hombre sueña, aquello que
Dios tiene preparado para quienes le quieren’. Pero a nosotros Dios nos lo ha
revelado por la vía del Espíritu, ya que el Espíritu todo lo penetra, hasta lo más
profundo de Dios
Dios” (ibid. 9-10). Sabía que lo que es espiritual y tiene conocimiento,
es discípulo del Espíritu Santo, que ha recibido de Dios el conocer la mente de
Cristo. “El hombre que se guía por él mismo no admite nada que venga del
Espíritu de Dios; le parece absurdo. No es capaz de comprenderlo porque
sólo se puede juzgar espiritualmente” (1Cor 2, 14). Ahora bien, el Apóstol para
contraponer a la fe común la perfección del conocimiento (gnostiké teleiotes), a
veces denomina a aquella ‘’cimiento’ y a veces ‘leche’: “Os di leche y no comida
sólida.” (1Cor 3, 2) “Yo, como buen arquitecto, con la gracia que Dios me ha dado,
he puesto el cimiento, y otros construyen encima. ¡Pero que cada cual mire bien
cómo construye!” (1Cor 3, 10); esto es lo que el conocimiento edifica en la fe en
Jesucristo.
En cambio, lo que levantan los herejes es “paja, leña y hierba: y el fuego mostrará
qué fue la obra de cada cual”. Igualmente, en la epístola a los Romanos, aludiendo
a la construcción del conocimiento, dice: ‘Tengo gran deseo de veros, con objeto
de comunicaros alguna gracia espiritual que os haga más fuertes’
fuertes’”.
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
‘Categoría excepcional de la Sagrada Escritura’
Y continúa exponiendo en Stromata y en el tratado sobre “Si los ricos se pueden
salvar”: “Quienes sabemos bien que el Salvador no dice nada de una manera
salvar
puramente humana, sino que enseña a sus discípulos todas las cosas con una
sabiduría divina y llena de misterios, no debemos escuchar sus palabras con un
oído carnal, sino que, con un religioso estudio e inteligencia, debemos intentar
encontrar y comprender el sentido escondido. En efecto, lo que el mismo Señor
parece haber expuesto con toda simplicidad a sus discípulos no requiere menos
atención que lo que les enseñaba en enigmas; e incluso ahora nos encontramos
con que requieren un estudio más profundizado, debido a que hay en sus
palabras una plenitud de sentido que ultrapasa nuestra inteligencia. Lo que tiene
más importancia para el fin mismo de nuestra salvación, está como protegido por
el envoltorio de su sentido más profundo, maravilloso y celestial, y no conviene
recibirlo en nuestros oídos de cualquier modo, sino que hay que penetrarlo con la
mente hasta el mismo espíritu del Salvador y hasta el secreto de su mente”.
‘El Logos, autor de la revelación y de la iluminación’
Clemente de Alejandría expone en qué consiste el Logos: “Nos dice san Juan
(Juan 1, 18) que a Dios nadie le ha visto nunca pero el unigénito de Dios está
en el seno del Padre, y éste lo explica o revela. Por eso hay quien lo denomina
abismo, porque aunque él abraza y contiene en si mismo todas las cosas, es
ininvestigable e inacabable. Que Dios es sumamente difícil de comprender se
muestra en el siguiente discurso: ‘Si la causa primera de cualquier cosa es difícil
de descubrir, la causa absoluta y suprema y más originaria, siendo la causa de la
generación y de la continuada existencia del resto de las cosas, será muy difícil
de describir’. Porque, ¿cómo podrá ser expresable aquello que no es ni género,
ni diferencia, ni especie, ni individuo, ni número, así como tampoco accidente
o sujeto de accidentes? No se le puede denominar adecuadamente ‘el Todo’
porque esta denominación únicamente se aplica en extenso, y él es más bien
el Padre del todo. Tampoco se puede decir que tenga partes, porque el Uno es
indivisible, y por eso es también infinito, no en el sentido que sea ininvestigable
al pensamiento, sino en el hecho de que no tiene ni extensión ni límites. Como
consecuencia no tiene forma ni nombre. Y pese a que a veces le dan nombres,
éstos no se aplican en sentido estricto: cuando lo denominamos ‘Uno’, ‘Bien’,
‘Inteligencia’, ‘Ser’ en él mismo, ‘Padre’, ‘Dios’, ‘Creador’, ‘Señor’, no le damos
propiamente un nombre, sino que debemos usar estas apelaciones honoríficas a
fin de que nuestra mente se pueda fijar en algo que no vaya errando en cualquier
cosa. Cada una de estas denominaciones no es capaz de designar a Dios,
aunque reunidas todas ellas en conjunto expresen la potencia del Omnipotente.
Las descripciones de una cosa se llaman con referencia a las cualidades de la
misma, o a las relaciones de ésta con otras, pero nada de esto puede aplicarse
a Dios. Dios no puede ser comprendido con ciencia demostrativa, porque ésta
se basa en verdades previas y ya conocidas, pero nada es previo a lo que no es
engendrado. Sólo nos queda que lo Desconocido llegue a conocerse por gracia
divina y por la Palabra que de él procede”.
EL ‘DIDASKALEION’ DE ALEJANDRÍA
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’El Hijo es unidad, principio y fin’
“Dios
Dios —afirma— al no ser objeto de demostración, tampoco es objeto de ciencia;
en cambio el Hijo es sabiduría, ciencia y todo lo que es afín a estas cosas, y así
es objeto de demostración y de explicación. Todas las potencias del Espíritu (la
divina naturaleza), reunidas en una unidad, completan la noción de ‘Hijo’, pero
éste no queda completamente expresado con nuestra concepción de cada una
de sus potencias. Porque él no es simplemente uno como unidad, ni muchos
como divisible en partes, sino que es uno en el que todo se hace uno, y por lo
tanto es también todo. Es la órbita de todas las potencias que se mueven hacia
el uno y que en él se unifican. Por eso se le denomina ‘alfa’ y ‘omega’ (Ap 1, 8),
el único lugar donde el fin se hace principio y de nuevo vuelve a hacerse fin para
acontecer principio de nuevo, sin ninguna solución de continuidad.
La naturaleza del Hijo es perfectísima, santísima, absolutamente soberana, llena
de autoridad, real y benefactora: es lo más afín al Único Todopoderoso. Él es la
suma preeminencia, que ordena todas las cosas según la voluntad del Padre,
que guía debidamente todas las cosas y actúa en todas ellas con poder eficaz e
infatigable, penetrando en los pensamientos más ocultos a través de su actividad.
Porque el Hijo no abandona nunca la atalaya observadora: no está dividido ni
partido, ni anda de aquí para allá, sino que está siempre por todas partes, y no
está circunscrito a ningún lugar determinado. Todo él es conocimiento, todo él luz
del Padre, todo ojo, que contempla todas las cosas, las siente todas, las conoce
todas, penetrando las facultades con su poder. Todo el ejército de ángeles está
subordinado a él, el Logos del Padre que ejecuta por él mismo el designio divino,
porque aquel lo ha sometido todo a él
él”.
‘Actividades del Logos’
Expone que el Logos es también médico del alma: “Tres cosas hay en el hombre:
los hábitos, las acciones y las pasiones. El Logos protréptico o convertidor es el
que debe cuidar los hábitos: como guía de la religión, es subyacente al edificio
de la fe, como la quilla en un barco. Por él nos hemos llenado de gozo, habiendo
olvidado las viejas opiniones y rejuvenecido con la salvación. Con el profeta
cantamos: ‘¡Qué bueno es Dios en Israel para los rectos de corazón!’ (Sal 72, 1).
En cuanto a las acciones, el Logos es consejero, el que las gobierna. En lo que
se refiere a las pasiones, el Logos apaciguador es el que las cura. Este Logos es
uno y el mismo en todos los casos, arrancando el hombre de sus hábitos naturales
y mundanos y conduciéndolo como un pedagogo a la salvación que está en la
fe de Dios. Así, este guía celestial que es el Logos, cuando llama a la salvación
recibe el nombre de Protréptico o convertidor. Cuando cura y aconseja incita
al que ya se ha convertido; cuando promete la curación de nuestras pasiones,
podemos denominarlo con el único nombre muy apropiado de Pedagogo.
Porque el pedagogo no se ocupa de la instrucción, sino de la educación, y su
fin no es enseñar, sino mejorar el alma, guiándola en la vida de la virtud, no
en la de la ciencia. Evidentemente el mismo Logos será también maestro, pero
en otro momento, porque el Logos que enseña es el que declara y revela las
verdades doctrinales, mientras que, previamente, el Pedagogo se ocupó de la
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
vida práctica, ordenando nuestras costumbres. Interesado en llevarnos por las
escaleras de nuestra salvación, el Logos, que en todo muestra su amor hacia
los hombres, pone por obra un programa excelente para educarnos eficazmente:
primero nos convierte, después nos educa como un pedagogo, y finalmente nos
enseña como maestro
maestro”.
’El Logos, nuestro pedagogo’
“Cura con sus consejos las pasiones del alma que van contra la naturaleza. En
sentido propio se denomina medicina a la cura de las enfermedades del cuerpo,
y se trata de un arte que se enseña por sabiduría humana. Pero el Logos del
Padre es el único médico de las enfermedades morales del hombre, facultativo
y sagrado encantador del alma enferma. Según Demócrito, ‘la medicina cura las
enfermedades del cuerpo, pero la sabiduría libera el alma de sus pasiones’. Pero
nuestro buen Pedagogo, sabiduría y Logos del Padre, y creador del hombre,
cuida de su criatura en plenitud, y cura igualmente el cuerpo y el alma, como
médico del género humano capaz de curarlo todo. ‘Levántate’, dice el Salvador,
‘toma la camilla y vete a casa; él se levanta y se va a su casa’ (Mt 9, 6). Y al
muerto le dice: ‘Lázaro, sal fuera; y el muerto salió, con los pies y manos atados
con vendas de amortajar’ (Ju 11, 43). Y es cierto que también cura el alma en
ella misma con sus preceptos y gracias: quizás es tardío al dar recetas, pero es
abundante en sus gracias. ‘Hombre, tus pecados te son perdonados.’ (Lc 5, 20)
Lo dice a los pecadores, que somos todos nosotros.
Nosotros, con su único pensamiento, fuimos hechos niños, y recibimos de su fuerza
ordenadora nuestro lugar, el mejor y el más seguro. En efecto, primero se ocupó
del mundo y del cielo y del curso circular del sol y del resto de astros: todo para el
hombre; y después se ocupó del hombre mismo, en el cual volcó todo su afán. Y
considerando que esta es su obra suprema, dispuso su alma dotada de inteligencia
y de sabiduría, y su cuerpo adornado con belleza y armonía; y en lo referente a
las actividades del hombre, le sopló la rectitud y el orden que le eran propios
propios”.
’El Logos es el gran pedagogo’
Es nuestro pedagogo y el que ilumina nuestras almas: “El Pedagogo es el Logos
que nos conduce hacia nosotros, niños, a la salvación. El propio Logos lo dijo
claramente sobre si mismo por boca de Oseas: ‘Yo soy vuestro educador’ (Os
5, 2 LXX). Ahora bien, la pedagogía consiste en la vida piadosa, que es un
aprendizaje de cómo servir a Dios, una instrucción para el conocimiento de la
verdad y una recta educación que conduce hasta el cielo. Existen muchas clases
de pedagogía, pero la pedagogía de Dios es la que indica el camino recto de la
verdad que trae a la visión de Dios, la que indica las obras santas que permanecen
eternamente. Como el general guía a sus soldados, preocupado por la salvación
de los mercenarios, y como el piloto gobierna la nave con voluntad de conservar
sanos y a salvo los pasajeros, del mismo modo el Pedagogo conduce los niños
a un modo de vida saludable, solícito de nuestras personas. En general, todo lo
que podemos pedir razonablemente a Dios lo lograremos obedeciendo a nuestro
Pedagogo. Y así como el piloto no siempre cede a los vientos, sino que a veces
EL ‘DIDASKALEION’ DE ALEJANDRÍA
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se enfrenta a ellos, nuestro Pedagogo no cede a los vientos que soplan en este
mundo, ni deja el niño al arbitrio, como se abandona una nave, para que se
destruya con una vida bestial y licenciosa; al contrario, sólo sigue bien equipado
al soplo (o aire) de la verdad, y se coge con fuerza al timón del niño –me refiero
a sus oídos— hasta el momento de llegar sano y a salvo al puerto de los cielos.
Porque la educación recibida de los padres, como la denominan, se va con
facilidad; pero la formación que viene de Dios es una posesión que permanece
por siempre jamás...
...Nuestro pedagogo es Jesús, Dios santo, Logos conductor de toda la humanidad.
El mismo Dios que ama a los hombres se hace Pedagogo.
¡Salve, luz! Desde el cielo brilló una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos
en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte; luz más pura que el
sol, más dulce que la vida aquí en la tierra. Esta luz es la vida eterna y todo
lo que de ella participa vive mientras la noche teme a la luz, y ocultándose de
miedo, deja lugar al día del Señor. El universo ha acontecido luz indefectible, y
Occidente se ha transformado en Oriente. Esto es lo que quiere decir ‘la nueva
creación’, porque el ‘sol de justicia’ que cruza el universo en su carroza, recorre la
humanidad imitando al Padre, ‘que hace salir el sol sobre todos los hombres’ (Mt
5, 45) y derrama el rocío de la verdad. Él fue quien cambió Occidente por Oriente;
quien crucificó la muerte en la vida; quien arrancó el hombre de la perdición y lo
elevó al cielo, trasplantando la corrupción en incorruptibilidad y transformando
la tierra en cielo, como agricultor divino que es, que “muestra los presagios
favorables, incita los pueblos al trabajo” del bien, recuerda las subsistencias de
verdad, nos da la herencia paterna verdaderamente grande, divina e inmortal;
diviniza el hombre con una enseñanza celeste, “da leyes a su inteligencia y las
graba en el corazón...
Este es el Logos celestial, el auténtico competidor que será coronado en el
concurso de todo el universo. Él canta el nombre eterno de la nueva melodía que
trae el nombre de Dios, el cántico nuevo, el de los levitas, que aleja la tristeza y la
ira, y hace olvidar todos los males, cántico en el que se ha mezclado una droga
persuasiva, hecha de dulzura y verdad
verdad”.
‘Jesús nos muestra el camino’
El gran pedagogo nos lo enseña (el camino) para conocer a Dios más
perfectamente, aunque de por sí el hombre fue creado para conocer a Dios. Así
afirma: “¿Qué es, entonces, lo que quiere el Pedagogo? ¿Qué nos promete? Con
sus obras y con sus palabras, nos prescribe lo que debemos hacer y nos aparta
de lo contrario. Eso está claro... Conviene que nosotros devolvamos amor a aquel
que con amor nos guía hacia la vida mejor; que vivamos según los preceptos de
su voluntad, no sólo cumpliendo aquello mandado o evitando aquello prohibido,
sino también cumpliendo por un principio de parecido las obras del Pedagogo,
alejándonos de algunos ejemplos, y al contrario imitando otros lo mejor posible.
Así se cumplirá aquello de ‘a su imagen y semejanza’ (Gen 1, 26). Porque, como
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
sumidos en una tiniebla profunda, necesitamos un guía infalible y exacto. Y el
mejor guía, como dice la Escritura, no es el ciego que trae los ciegos al abismo,
sino el Logos de mirada aguda, que penetra en los corazones. Y así como no
es luz la que no ilumina, ni es motor el que no mueve, ni es amante quien no
aprecia, tampoco es bueno quien no hace el bien y no conduce a la salvación.
Amemos los preceptos del Señor con las obras: el mismo Logos, haciéndose
carne, nos ha mostrado claramente que la misma virtud es a la vez práctica
y teoría. Tomemos en consecuencia el Logos como ley y reconozcamos que
sus preceptos y consejos son atajos rápidos hacia la eternidad. En efecto, sus
mandatos se deben cumplir por convencimiento, y no por temor.
¿Cómo podré subir hasta los cielos? El camino es el Señor (Ju 14, 6). Es un
camino estrecho, pero viene del cielo y lleva al cielo. Un camino estrecho que es
despreciado en la tierra, pero un camino ancho que es adorado en los cielos. Con
respecto al resto, a el que no ha oído el Logos no se le puede perdonar el error
que proviene de la ignorancia. Pero quien ha oído con las orejas y no lo ha hecho
con su alma incurre en culpable carencia de fe, y cuanto más grande sea su
inteligencia, más grande será la culpabilidad en el mal, puesto que su conciencia
le servirá para acusarle por no haber escogido mejor. Porque el hombre ha sido
hecho por naturaleza para tener familiaridad con Dios. Así como no forzamos el
caballo para que trabaje la tierra, ni al buey para ir de caza, sino que empleamos
cada uno de estos animales para lo que fue hecho, igualmente nosotros invitamos
al hombre, hecho para la contemplación celestial ‘planta celeste’, a conocer Dios.
Apelamos así lo que es más propio del hombre y más excelente, aquello que lo
distingue del resto de animales, y le aconsejamos que tenga un viático suficiente
para la eternidad, viviendo piadosamente. Nosotros decimos, si eres labrador
trabaja la tierra, pero reconoce a Dios al trabajarla. Si te gusta navegar, navega,
pero invoca al piloto celestial. ¿Que el conocimiento te encuentra en el ejército?
Pon atención al general que te manda justamente”.
‘El matrimonio cristiano’
“Sólo para los casados puede entrar en consideración ver el tiempo oportuno de
la mutua entrega. El fin más inmediato del matrimonio es el de procrear hijos,
pero el fin más pleno es el de procrear buenos hijos. Es algo semejante a lo
que sucede con la agricultura: la causa de la siembra es procurarse alimento, y
el fin de su trabajo es la recolección de los frutos. Pero en esta otra agricultura
la que se siembra es una tierra viviente, es algo más excelente, puesto que el
agricultor corriente busca un alimento para el momento, mientras que este otro
procura por la conservación del universo; aquél planta sólo para él, mientras que
este otro planta para Dios, de quien es aquella palabra que se debe obedecer:
‘Multiplicaos’. Y este es precisamente un aspecto bajo el cual el hombre resulta
ser a imagen de Dios, cuanto que él mismo coopera en la creación del hombre.
Así pues, no toda tierra está preparada para recibir la semilla, e incluso si lo está,
no lo está para cualquier labrador. Porque no se puede echar la semilla sobre
las piedras, ni se debe hacer ultraje del semen que es la sustancia principal
de la generación, en la que se contienen los principios de la naturaleza: hacer
EL ‘DIDASKALEION’ DE ALEJANDRÍA
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ultraje a estos principios, depositándolos irracionalmente en vasos contrarios a
la naturaleza, es cosa totalmente impía.
El matrimonio se debe tener como algo legítimo y bien establecido, puesto
que el Señor quiere que los hombres se multipliquen. Pero el Señor no dice
‘entregaos al desenfreno’ ni quiso que los hombres se entregaran al placer, como
si sólo hubieran nacido para el coito. Veamos la amonestación que nos hace el
Pedagogo en la boca de Ezequiel cuando dice: ‘Circuncidada vuestra fornicación’
(Ez 43, 9; 44, 7). Incluso los animales irracionales tienen su tiempo establecido
para la inseminación. Unirse con otro fin que el de engendrar hijos es hacer
ultraje a la naturaleza, a la cual hay que seguir como maestra que enseña con
sabiduría el tiempo oportuno en lo que hace referencia a este punto: ella todavía
no concede el matrimonio a los niños, ni siquiera quiere que se case la gente
mayor, ya que el hombre no puede casarse en cualquier tiempo. El matrimonio
es el deseo de procrear hijos, no una desordenada efusión de semen, contraria
a la ley de la razón. Nuestra vida estará de acuerdo con la razón si dominamos
nuestros apetitos desde el comienzo y no matamos con perversos artificios lo
que la Providencia divina ha establecido para el humano. Porque hay quien
oculta la fornicación utilizando drogas abortivas que traen la muerte definitiva,
siendo así causa de la destrucción no sólo del feto, sino también del amor del
género humano
humano”.
‘La virginidad’. Hombre y mujer iguales
No podía faltar esta referencia: “(El gnóstico cristiano) come, bebe y toma mujer,
no por él mismo sino por necesidad. Digo ‘tomar mujer’ cuando se hace según la
razón y como conviene. Aquel que quiere ser perfecto tiene como modelo a los
apóstoles y el auténtico varón no se muestra en la vida del que escoge vivir solo,
sino que se muestra superior a los hombres aquel que lucha en el matrimonio, en
la procreación de los hijos, en la preocupación por la familia, sin dejarse arrebatar
ni por los placeres ni por las penas, sino que en medio de las preocupaciones
familiares permanece incesantemente en el amor de Dios, superando todas las
pruebas que sobrevengan a causa de los hijos, de la mujer, de los servidores o
de las posesiones. Aquel que no tiene familia resulta no ser probado en muchas
cosas, y dado que sólo se preocupa por él mismo, resulta ser inferior al que se
encuentra ciertamente en peores condiciones en lo que hace referencia a la
salvación, pero está en mejor disposición en las cosas de la vida, la que procura
mantener como una imagen en pequeño de aquella providencia verdadera de
Dios.
En lo referente a la virtud, el hombre y la mujer son iguales. Ambos tienen un
mismo Dios, y uno es también el maestro de ambos (Cristo). Participan de una
misma Iglesia, una misma sabiduría, una misma modestia, un mismo alimento.
Comparten por igual el yugo del matrimonio. La respiración, la vista, el oído, el
conocimiento, la esperanza, la obediencia, el amor, todo es igual para uno y otra.
Por lo tanto, quienes tienen una misma vida reciben también las mismas gracias
y la misma salvación, y la misma debe ser la virtud y educación”.
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
‘La comunidad cristiana o la Iglesia’. Herejías y la Iglesia
“¡Oh maravilla de misterio! Uno es el Padre de todo, uno el Logos de todo, y
uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes, y una sola también es la Madre
virgen: me complace denominarla Iglesia. Única es esta madre, porque sólo ella
es a la vez virgen y madre, intacta como virgen, pero amante como madre. Ella
llama a sus hijos para alimentarlos con una leche santa, el Logos acomodado
a los niños. Por eso no tuvo leche, porque la leche era este hermoso y querido
niño, el cuerpo de Cristo. Con el Logos ella alimentaba a estos hijos que el mismo
Señor dio a luz con dolores de carne, que el Señor envolvió con pañales de su
sangre preciosa. ¡Oh santos infantamientos! ¡Oh santos pañales! El Logos lo es
todo para el niño; padre, madre, pedagogo y nodriza. Dice ‘Comed mi carne y
bebed mi sangre’ (Ju 6, 53). Estos son los alimentos apropiados que el Señor nos
proporciona generosamente: nos ofrece su carne, y derrama su sangre. Nada
falta a los hijos para que puedan crecer.
Quienes se sustentan en razones profanas y parten de estos principios, no
haciendo un buen uso de ellos, sino un uso equivocado de la palabra de Dios, ni
ellos mismos entran en el reino de los cielos, ni dejan alcanzar la verdad a aquellos
a los que engañan. Porque ellos mismos no tienen la llave de entrada, sino que
tienen una llave engañosa, o como se acostumbra a decir, una falsa llave, con la
cual no abren la puerta principal –que es por donde entramos nosotros mediante
la tradición del Señor— sino que abren una portezuela y minan subrepticiamente
el muro de la iglesia, saltando la valla de la verdad y constituyéndose así guías
espirituales del alma de los impíos. No se requieren muchos discursos para
mostrar que sus conventículos humanos fueron instituidos con posterioridad a
la Iglesia católica. Está claro que estas herejías nacieron posteriormente y son
innovaciones y desfiguraciones de la antigua y verdaderísima Iglesia, así como
las que surgieron en tiempos todavía posteriores a éstas. Y, después de lo que
he dicho, creo que resulta evidente que la verdadera Iglesia es una, la realmente
primitiva, en la cual se inscriben quienes son predestinados como justos. Porque
siendo Dios uno, y uno el Señor, todo lo que es sumamente estimable se
recomienda por su unidad, reproduciendo la unidad de su principio. Así pues,
‘la Iglesia una’ tiene como herencia ‘la naturaleza del uno’; pero las herejías le
infieren violencia al dividirla en muchos fragmentos. Por su naturaleza, por su
propio concepto, por su origen, por su modo esencial de ser, afirmamos que la
Iglesia primitiva y católica es única, en orden a la unidad de la única fe (Ef 4, 13),
la que está fundada sobre sus propias alianzas, o mejor dicho sobre la única
alianza hecha en tiempos diferentes, la que congrega por voluntad del único
Dios, mediante el único Señor, quienes ya están ordenados, quienes predestinó
Dios que debían ser justos, conociéndolos desde antes de la constitución del
mundo. La propiedad esencial de la Iglesia, así como el principio de la existencia,
permanece en la unidad, estando en esto por encima de todo y no teniendo nada
igual ni comparable a ella misma”.
4 LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
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Biografía y pensamiento problemáticos
Obras de Orígenes
Pensamiento teológico
La escatología y las Sagradas Escrituras
Iglesia y sacramentos
Fuentes y traducciones
Fragmentos
Biografía y pensamiento problemáticos
Obviamente Orígenes (a. 185-254) fue el más preeminente escritor de la escuela
alejandrina. A él debemos agradecer el haber presentado con éxito una síntesis
ideológica del cristianismo, amplia y coherente.
Las noticias referentes a la biografía de Orígenes las debemos a Eusebio, a
san Jerónimo y a Focio, éste último patriarca de Constantinopla, el del cisma,
con su famosa patrología. Pero, aún así, debemos señalar que Orígenes es
muy enigmático. Algunos le consideran santo (Gregorio Taumaturgo), y otros
le consideran hereje, y tanto es así que llegó a ser condenado por algunos
concilios. Su influencia fue muy grande, sobretodo en Alejandría y tras su
expulsión de Egipto: en Palestina, en Siria y en las provincias de Asia Menor.
Nació alrededor del año 185 en el seno una familia que probablemente ya era
cristiana en Egipto y casi con toda seguridad lo era en Alejandría. Su nombre
indica: Orígenes o “hijo de Horus”, divinidad egipcia. Entre las víctimas de la
persecución de Septimio Severo estaría su propio padre, Leónidas (a. 202).
Muchos de sus condiscípulos de la escuela alejandrina de Clemente serían
perseguidos, y Orígenes les animaría a continuar fieles en la confesión
cristiana hasta la muerte. Leonidas, víctima de esta persecución, no pudo
legar los bienes patrimoniales a su hijo, ya que fueron confiscados, y por eso
Orígenes tuvo que ponerse a enseñar humanidades en la ciudad de Alejandría,
para así ayudar a su madre y a sus hermanos menores. Tenía unos 18 años
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
cuando el obispo de Alejandría, Demetrio, le pidió que se hiciera cargo de la
dirección de la escuela de catequesis, la famosa Didaskaleion a la que tanto
nos hemos referido anteriormente. Era el año 203 y sabemos que unos diez
años después visitaría Roma durante el pontificado del papa Zeferino (199-217).
Aquí conoció al presbítero romano Hipólito, gran teólogo de Occidente. A su
retorno a Alejandría estableció contactos con Ammonio de Sacca, el fundador
de la escuela neoplatónica llamada también escuela de Plotino. Sin embargo, el
magisterio de Orígenes en su escuela propia (Didaskaleion) se convirtió en un
foco de gran importancia, siendo una especie de Universidad a la que no sólo
iban discípulos cristianos, sino también gnósticos, filósofos e incluso no pocos
herejes. Se acogió a ella todo el mundo, pero siempre se imponía el pensamiento
y las teorías del gran Orígenes, el líder de este centro tan notable. Esta frenética
actividad se puede enmarcar entre los años 218-230, periodo en que Orígenes
también visitó Arabia y Antioquía. En el año 230, mientras se encontraba en
Cesarea de Palestina, fue ordenado presbítero sin el permiso de su propio
obispo, Demetrio de Alejandría, el cual muy enfadado por esta indisciplina lo
depuso y expulsó de la comunidad alejandrina. Esta expulsión le permitió fundar
en Cesarea una escuela similar a la anterior Didaskaleion. Entre sus discípulos
tuvo a Gregorio Taumaturgo, el cual –como hemos dicho– consideraba Orígenes
como un auténtico santo de la Iglesia universal. En Cesarea no sólo se dedicó a
la enseñanza, sino también a la predicación.
Hacia el año 250 empezó la persecución de Decio. En ella Orígenes fue arrestado
y martirizado. Dio ejemplo de una gran fortaleza y, posiblemente debido a los
grandes tormentos que sufrió, murió poco después en Tiro (a. 252-254).
Obras de Orígenes
La producción literaria de Orígenes fue anchísima, pero muy difícil de reseguir
ya que ha sido muy manipulada e incluso censurada por numerosos opositores
a su pensamiento. Es uno de los escritores más problemáticos de la Iglesia
antigua, llegando incluso a ser objeto principal de discusión de como mínimo dos
concilios ecuménicos que no lo trataron demasiado bien.
La producción literaria de Orígenes versa especialmente sobre las Escrituras,
ya sea en forma de homilías o en forma exegética. En el grupo de las homilías,
destaca su vigor: ricas ideas y unción espiritual. Son tema de sus estudios la
mayoría de los libros sagrados, especialmente el Pentateuco, el Cántico de
los cánticos, Isaías, Lucas, Mateo... En el grupo de la exégesis cabe destacar
los espléndidos estudios o comentarios de san Juan y los –parcialmente
conservados— de san Pablo en la carta a los Romanos.
Pensamiento teológico
Su pensamiento teológico sistemático se encuentra en la gran obra llamada
De principiis. De este libro sólo nos ha llegado la traducción que de él hizo san
Jerónimo, pero también aquí intervino la censura, que veía en las teorías de
Orígenes la herejía subordinista (el Verbo estaba subordinado y era inferior al
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
49
Padre). En este tratado Orígenes quiso hacer ver que lo expuesto era patrimonio
de la Iglesia recibido por la tradición y también quiso demostrar que todo este
patrimonio no estaba en contradicción con el pensamiento filosófico de la época.
Quería que la doctrina cristiana fuese inteligible e incluso aceptada por los
hombres intelectuales de aquellos centros privilegiados de Alejandría, Cesarea y
Palestina. Con la misma intención –muy clara en algún fragmento apologético—,
siempre conciliadora, escribió el tratado contra Celsum. Celso era un filósofo
pagano que se dedicó, en un libro, a contradecir las teorías cristianas y las
‘malas costumbres’ —según decía— de los seguidores de Cristo. Orígenes,
sistemáticamente y utilizando citas textuales de Celso, hace una refutación
despiadada.
En el pensamiento de Orígenes tiene la preeminencia su afirmación de Dios y
de la Trinidad. En este último tema (la Trinidad) se expresa de forma que puede
parecer subordinista. Orígenes es contundente al hablar del carácter único y
supremo de Dios Padre como principio absolutamente no engendrado. A su lado
el Hijo engendrado, y con más razón el Espíritu Santo, parece concebido como
en un plano distinto. Pero Orígenes se preocupará de rehusar tanto la opinión de
los que no admiten la verdadera distinción entre Padre e Hijo (modalistas), como
la de aquellos que niegan la auténtica divinidad del Hijo, pese a que él concibe
esta divinidad como derivada o participada, con fórmulas en las que aparece
no sólo como originado en el Padre, sino como de alguna manera inferior a Él.
El Espíritu Santo es sustancial, personal, activo e increado. El resto ha sido
creación de Dios mediante el Hijo y a partir de la nada.
Dios creó al hombre libre y racional. Según Orígenes, en un principio el Creador
hizo a todos los hombres iguales. La diversidad connota imperfección. Al ser libre
la humanidad, un sector de ella optó por la imperfección y el pecado; de ahí la
diversidad entre las naturalezas humanas que de por sí debían reflejar la unidad
de su Creador. El mundo material fue creado para que estas naturalezas fuesen
purificadas y a través de las virtudes volviesen a aquella semejanza originaria,
tal y como Dios quería. En este pensamiento de Orígenes puede parecer que
hay una dualidad en la creación, tal y como profesa el platonismo. Es cierto que
Orígenes tiene escrúpulos al admitir que el Creador único pudiese ser Él mismo
la causa única del mundo material; por eso cree que el mal de todo el mundo
material deriva del mal uso de la libertad, pero siempre existe la esperanza de
que las naturalezas humanas escuchen a su Creador.
La escatología y las Sagradas Escrituras
Orígenes acentúa más la escatología individual que la general. Para él nuestro
caminar hacia la gloria es un camino místico individual y tiene la certeza de que
Dios no puede decepcionar en la salvación de la humanidad. Por lo tanto habrá
una restauración universal (apokatastasis) que tal vez —afirma Orígenes—
también afectará al mismo diablo. Esta teoría es confusa.
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Referente a las Sagradas Escrituras, Orígenes afirma que una expresión humana
nunca podrá reflejar la totalidad de Dios, de ahí que la verdadera revelación de
Dios y de sus misterios se realice mediante el Espíritu Santo y que la Escritura
sea considerada, sobre todo, un vehículo de la comunicación espiritual de Dios.
No obstante, la auténtica y más eminente manifestación de Dios es el propio
Logos. La encarnación del Verbo divino, segunda persona de la Trinidad, es el
punto máximo de la revelación divina, ya profetizado en el Antiguo Testamento y
que se hace realidad en este gran misterio en el que el Verbo se encarnó para la
redención de todos los hombres.
Iglesia y sacramentos
Para Orígenes la Iglesia es la comunidad de todos los que han sido salvados por
el don misericordioso de Dios, ya desde los inicios de la humanidad. Es dentro
de la misma Iglesia donde se conserva la tradición apostólica que hay que seguir
para ser verdaderos cristianos.
En Orígenes existe una amplia doctrina sobre los sacramentos, especialmente
el bautismo y la eucaristía. Su tendencia espiritualista le lleva a manifestarse
más cercano al don interno y las disposiciones con que se recibe, que al ritual
externo en él mismo. El bautismo requiere la verdadera conversión del corazón y
la purificación interior que se simboliza en el lavatorio. La eucaristía, que ofrece
realmente a los fieles el cuerpo de Cristo, requiere al mismo tiempo el alimento
de la palabra viva de Dios, en la fe sincera y la meditación de la Escritura.
Fuentes y traducciones
MIGNE, Patrología griega 11-17; Die Griechische Christlichen Schriftsteller
(Leipzig-Berlín, 1899); D. RUIZ BUENO, Orígenes. Contra Celso, BAC núm. 271
(Madrid, 1967); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 250359. J. RIUS CAMPS, profesor de la Facultad de Teología de Cataluña, tiene
muchos estudios sobre Orígenes, por ejemplo su Orígenes. Tractat dels principis,
3 vol. (Barcelona, Fundació Bernat Metge, 1998).
Fragmentos de las obras de Orígenes
Antes de presentar fragmentos de obras propiamente teológicas, vamos a
explicar algunos textos de sus vibrantes homilías y exégesis. Veamos, por
ejemplo, la homilía 8:
’Sacrificio de Abraham’ (homilía 8)
“Abraham carga la leña del holocausto a los hombros de su hijo Isaac, mientras
él llevaba el fuego y el cuchillo, y empiezan ambos a caminar. Isaac, llevando
la leña del holocausto, es la figura de Cristo llevando la cruz. Llevar la leña del
holocausto es oficio sacerdotal. Isaac es sacerdote y víctima. Las palabras ‘Y
empezaron ambos a caminar’ se refieren a eso: Abraham caminaba llevando el
fuego y el cuchillo para el sacrificio, ya que era él quién debía sacrificar, e Isaac
en vez de seguirlo iba a su lado para demostrar su propio oficio sacerdotal.
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
51
¿Y después de eso, qué? Explica la Escritura: Isaac dijo a Abraham “Escucha,
padre”. Y en aquellas circunstancias esta palabra pronunciada por el hijo era
palabra de tentación. ¿No lo ves, que con esta palabra, el hijo que debía ser
inmolado tenía que conmover el corazón de su padre? Y aunque en aquel
momento la lealtad volvía exigente a Abraham, él sin embargo utilizó un
término afectuoso, y dijo: “¿Qué quieres, hijo mío?”. Le dice Isaac: ‘Tenemos
el fuego y la leña para el holocausto, pero el cordero ¿dónde está?’. Abraham
le responde: ‘Dios mismo nos proporcionará el cordero para el holocausto, hijo
mío’. La respuesta de Abraham, cauta pero a la vez suficientemente diligente,
me conmueve. No sé qué veía en su espíritu, porque no hablaba del presente,
sino del futuro: ‘Dios mismo nos abastecerá de cordero para el holocausto’.
Respondió a su hijo en futuro, cuando él le interrogaba en presente. Es que el
Señor buscaba su cordero, que es el Cristo.
Entonces Abraham cogió el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del
Señor le gritó desde el cielo: ‘¡Abraham, Abraham!’. Él le respondió: ‘Aquí me
tenéis’. El ángel le dijo: ‘Deja al chico, no le hagas nada. Ya veo que reverencias a
Dios, tú que no me has negado tu hijo único’. Comparemos eso con la afirmación
del Apóstol en el lugar donde asevera de Dios: ‘No se lamentó por su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros’. Contempla cómo Dios emula el hombre
con una generosidad magnífica. Abraham ofreció a Dios un hijo mortal, al que Dios
perdonó la vida, y Dios entregó a la muerte, por todos nosotros, su Hijo inmortal.
Entonces Abraham alzó los ojos y vio un carnero cogido por los cuernos en un
zarzal. Antes he dicho que Isaac era figura de Cristo, pero este carnero también
me parece figura de Cristo. Consideremos atentamente cómo Isaac, que no fue
degollado, y el carnero, que lo fue, cada uno de un modo distinto, fueron figura de
Cristo. Cristo es la Palabra de Dios pero la Palabra se hizo hombre.
Cristo sufrió, pero en la carne, y sufrió la muerte en la carne, de la cual aquí es
figura el carnero, tal y como Juan explica: ‘Mirad el Cordero de Dios, mirad al que
quita el pecado del mundo’. Pero la Palabra permaneció incorrupta: la Palabra es
Cristo, por obra del Espíritu, y figura de Cristo es Isaac. Cristo mismo es hostia
y a la vez pontífice, eso según el Espíritu. Porque aquel que ofrece al Padre la
víctima según la carne es el mismo ofrecido en el altar de la cruz
cruz”.
‘Cristianos, piedras vivas’ (homilía 9)
Célebre es esta homilía 9 sobre el libro de Josué, en la que afirma que los
cristianos, como si fuesen piedras vivas, forman el auténtico altar de Dios
y su casa o templo. Este fragmento es muy habitual en las ceremonias de
consagración de iglesias o altares.
“De todos aquellos que creemos en Jesucristo se dice que somos piedras
vivas según lo que pronuncia la Escritura cuando afirma: ‘Como piedras vivas,
dejad que Dios haga de vosotros un templo espiritual, un sacerdocio santo, que
ofrecerá víctimas espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo’.
52
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
La cosa es tal y como hemos aprendido a observar en las piedras terrenales: al
igual que se hace con estas piedras, se echan primero en los cimientos las más
fuertes y más resistentes, para que se pueda confiar en ellas y se pueda cargar
sobre ellas todo el peso del edificio. Igualmente puedes entender que, entre las
piedras vivas, existen algunas que forman los cimientos del edificio espiritual.
¿Cuáles son estas piedras colocadas como cimiento? Los Apóstoles y los profetas.
Lo mismo dice san Pablo: ‘Formáis un edificio construido sobre el cimiento de
los Apóstoles y profetas, que tiene al mismo Jesucristo por piedra angular’.
Pero, ¡oh tú!, que me escuchas, para que te prepares más rápidamente para
la construcción de este edificio, para que seas una piedra más próxima a los
cimientos, aprende que también Cristo es cimiento de este edificio que ahora
describimos. Lo dice san Pablo: ‘Nadie puede poner ningún otro cimiento que el
que está puesto: Jesucristo. Bienaventurados quienes hayan construido edificios
religiosos y santos sobre este cimiento tan noble’.
En este edificio de la iglesia es preciso que haya un altar. Yo creo que son
aptos para serlo aquellos de vosotros que sois piedras vivas que se dedican
tempranamente a la oración, que día y noche hacen oblaciones a Dios y que
inmolan víctimas de súplica. Sí, son éstas con las que Cristo edifica el altar.
Mira con qué alabanza se ha adscrito a las piedras mismas del altar. Tal y como
dice la Escritura: ‘Promulgó el legislador Moisés: el altar se debe edificar con
piedras enteras y no tocadas por hierro’. ¿Cuáles son estas piedras enteras?
Tal vez estas piedras enteras e incontaminadas sean los santos Apóstoles, que
serían todos a la vez un único altar, debido a su unanimidad y concordia. De ellos
se nos dice, en efecto, que rezaban todos juntos, que abrían los labios y decían:
‘Vos, Señor, que conocéis los corazones de todos’.
Son ellos, quienes eran capaces de orar con una sola voz y un único espíritu,
los dignos, tal vez, de construir al mismo tiempo un solo altar sobre el que Jesús
ofrece sacrificio al Padre. Nosotros también intentamos trabajar para decir todos
unánimemente lo mismo, para tener idénticos sentimientos, sin pelearnos ni
obrar por vanagloria, sino perseverando en este único sentimiento y en el mismo
propósito, a fin de poder convertirnos también nosotros en piedras aptas para
este altar
altar”.
‘Cristo, pontífice, es propiciación para nosotros’
“Una vez al año el pontífice deja fuera el pueblo y penetra en el lugar donde se
encuentra el propiciatorio, y encima del propiciatorio los querubines, donde se
encuentra el arca de la Alianza con incienso; éste es un lugar prohibido para todo
el mundo, excepto para el pontífice.
Pero mi verdadero pontífice, Jesucristo, el Señor, revestido de nuestra carne, iba
todo el año entre la gente, y me refiero a aquel año en el cual él mismo afirmaba:
‘Me ha ungido para llevar la buena nueva a los desvalidos, y para proclamar
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
53
el año de gracia del Señor. Tú date cuenta como durante este año entra una
sola vez, el día de la propiciación, en el ‘Sanctus Sanctorum’ —‘Santo de los
Santos’—; así, realizada la redención penetra en el cielo, entra hasta donde está
su padre para rezar por el linaje humano, y llega hasta Dios para rezar por todos
aquellos que creen en él, el Hijo’.
Juan, el apóstol, conoce bien esta propiciación que reconcilia a los hombres y el
Padre, y por eso escribe: ‘Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero
si alguien pecara, recordad que tenemos cerca del Padre un defensor, Jesucristo,
que es justo. Él mismo es la víctima propiciatoria por nuestros pecados’.
También san Pablo alude esta propiciación cuando dice de Cristo: ‘Dios lo
destinó a servir de propiciación por nuestros pecados, con su sangre, gracias
a la fe. O sea que para nosotros cualquier día es de propiciación, hasta que se
acabe el mundo’.
Dice la palabra divina: ‘Colocará el incienso sobre las brasas en presencia del
Señor, y así la nube aromática esconderá la cubierta de oro que valla las dos
tablillas de la alianza: de otra forma moriría. Después tomará sangre del ternero,
y con el dedo la esparcirá sobre la cubierta de oro, hacia Oriente’. Este ritual
entre los antiguos era de propiciación en pro de los hombres; se realizaba ante
Dios, que enseñó cómo había que ejecutarlo. Tú que has ido hasta Cristo, que
es el pontífice verdadero, que con su sangre te hizo Dios propicio y te reconcilió
con el Padre, no te fíes sólo de la sangre carnal; aprende de la sangre de Cristo;
escucha cómo te dice: ‘Ésta es mi sangre, que será derramada por vosotros en
remisión de los pecados’. Y el hecho de esparcir en dirección a Oriente no lo
tengas por una cosa sinsentido. De Oriente te viene la propiciación, porque de ahí
viene el hombre llamado Oriente (Jesús), que ha sido constituido intermediario
entre Dios y los hombres. Aquí tienes una invitación a mirar siempre hacia
Oriente, que es de donde nace el sol de justicia (Jesús), que es de donde te nace
siempre la luz para que nunca camines en la oscuridad, para que el día último no
te encuentre entre tinieblas, para que ni la noche de la ignorancia ni su niebla te
arrebaten, y vivas siempre rodeado de la luz de la sabiduría, tengas siempre el
día de la fe y la luz de la caridad y de la paz
paz”.
‘Bautizo de los cristianos’
“En el Jordán, el arca de la Alianza era lo que lideraba el pueblo de Dios. Se paró
la procesión de sacerdotes y levitas y las aguas, como si manifestasen una cierta
reverencia hacia los ministros de Dios, pararon su curso y se amontonaron para
posibilitar al pueblo de Dios un paso sin dificultades.
No te admires si estos hechos, que sucedieron en el pueblo de antes, se refieren
a ti, ¡oh cristiano!, que por el sacramento del bautismo has cruzado las corrientes
del Jordán. La palabra de Dios te promete cosas mucho más grandes y excelsas
aún: te promete abrirte camino y hacerte pasar por los aires. Porque escucha
lo que dice Pablo referente a los justos: “Seremos llevados por los aires, en las
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
nubes, para salir a recibir el Señor, y así estaremos con él para siempre”. Es
cierto que el justo no debe temer nada; toda criatura le sirve.
Escucha también la promesa que Dios hace mediante el profeta cuando dice:
‘Si pasas por fuego, la llama no te quemará, porque yo soy tu Dios’. O sea:
cualquier lugar acoge el hombre justo y toda criatura le presta el servicio debido.
Y no pienses que estas cosas fueron reales en los hombres de antes, pero
que en ti no ocurre nada de esto, porque también en ti se cumple todo, si bien
místicamente, porque no hace demasiado tiempo que tú has dejado las tinieblas
de la idolatría, y ahora deseas llegar a escuchar la Ley de Dios; por primera vez
ahora has dejado Egipto.
Cuando te has agregado al número de los catecúmenos y has empezado a
obedecer los preceptos de la Iglesia, has pasado el mar Rojo y estás en las
estaciones del desierto, te dedicas todos los días a escuchar la Ley de Dios y a
contemplar el rostro de Moisés, que revela la gloria del Señor. En la suposición de
que ya hayas llegado a la fuente mística del bautismo y, por el orden sacerdotal
y levítico, ya hayas sido iniciado en los venerables y magníficos sacramentos
conocidos por aquellos a los que les es lícito conocerlos, en ese caso, pasado el
Jordán por obra de los sacerdotes, entrarás en la tierra de promisión, en la cual te
acoge Jesús, que sucede Moisés y se convierte para ti en guía de tu nuevo camino.
Y tú, recordando tantos y tan grandes milagros de Dios, como son el mar dividido
y el agua del río retenida, te girarás y dirás: ‘¿Qué tenías, mar, que huiste, y tú,
Jordán, para volver río arriba? ¿Por qué saltabais montañas, como corderos,
juguetones como pequeños de la camada?’ Y la palabra de Dios te contestará y
te dirá: ‘Es ante el Señor que se estremeció la tierra, ante el Dios de Jacob, que
convierte las rocas en estanques, la piedra dura en raudales de agua viva’
viva’”.
‘Que venga vuestro reino’ (Oración 7ª)
En un fragmento del libro sobre la oración 7, Orígenes explica esta frase del
Padrenuestro: “Si, según la palabra del Señor y Salvador nuestro, el Reino de
Dios es imprevisible, nadie podrá decir: ‘Mirad, está en tal lugar o en tal otro’. El
Reino de Dios ya está entre nosotros, porque tienes la palabra muy cerca de ti; la
tienes en los labios y en el corazón, no hay duda de que aquel que pide la venida
del Reino de Dios lo hace rectamente de aquel Reino de Dios que tiene dentro de
él, para que nazca, fructifique y madure. Dios reina en todos los santos, y todos los
santos observan las leyes espirituales de Dios, que habita en ellos como en una
ciudad gobernada con justicia. El Padre está presente en aquella alma perfecta, y
Cristo reina junto al Padre según la sentencia que dice ‘Vendremos a vivir con él’.
El Reino de Dios que hay dentro de nosotros, si avanzamos continuamente,
llegará a su plenitud cuando se haya cumplido aquello que dice el Apóstol de
Cristo; una vez sometidos a él todos aquellos que le son enemigos, pondrá
el Reino en manos de Dios, el Padre, y así Dios será todo en todos. Por ello,
debemos rezar ininterrumpidamente con aquel sentimiento del alma divinizada
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
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por el Verbo, debemos decirle al Padre nuestro del cielo: ‘Sea santificado vuestro
nombre, venga a nosotros vuestro Reino’.
En cuanto al Reino de Dios, también debemos darnos cuenta de otra cosa:
al igual que justicia y maldad no se entienden (se oponen), ni tampoco se
entienden luz y tiniebla, ni Cristo y Lúcifer, el Reino de Dios no puede coexistir
con el reino del pecado. En consecuencia, si queremos que Dios reine en
nosotros, no dejemos reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal; hagamos morir
aquello que nos ata a la tierra y fructifiquemos en el Espíritu. De este modo Dios
se paseará en nosotros como en un paraíso espiritual y reinará en nosotros el sol
con su Cristo, sentado, Cristo, dentro de nosotros, a la derecha de aquella virtud
espiritual que deseamos recibir. Que se siente ahí hasta que todos sus enemigos
que hay dentro de nosotros, se hayan convertido en taburete de sus pies y sea
destruido en nosotros cualquier principado, cualquier potestad y cualquier fuerza
de aquellos enemigos.
Todo eso puede suceder en cada uno de nosotros; en nosotros puede quedar
destruida la muerte, definitiva enemiga nuestra, de manera que Cristo pueda
decir en nosotros: ‘Oh muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde está el aguijón
que te incitaba? Que ahora nuestro cuerpo corruptible se revista de santidad y de
incorrupción, y que nuestro cuerpo mortal, destruida la muerte, se revista de la
inmortalidad del Padre: así nosotros viviremos ya en el Reino de Dios, en medio
de los bienes que son la regeneración y la resurrección’
resurrección’”.
‘Dar testimonio de Cristo’
Orígenes sabía muy bien qué significaba dar testimonio de Cristo, ofreciendo
la propia vida por Él: “Jesús ha dado su vida por nosotros, en consecuencia,
démosla también nosotros; no diré que lo hagamos por él, sino por nosotros
mismos; y me refiero a aquello que nuestro martirio tiene que edificar.
Ha llegado, ¡oh cristiano!, el tiempo de glorificarnos. Dice la Escritura: ‘Aún más:
hasta en medio de las pruebas, encontramos motivo de satisfacción, porque
sabemos que las pruebas nos hacen constantes en los padecimientos, la
constancia obtiene la aprobación de Dios, la aprobación de Dios da esperanza y
la esperanza no puede defraudar a nadie. Sólo es preciso que Dios, donándonos
el Espíritu Santo, haya derramado en nuestros corazones su amor’.
Si compartimos a manos llenas los padecimientos de Cristo, también por él nos
llegará a manos llenas el consuelo. Debemos recibir con alegría los padecimientos
de Cristo, para que el consuelo abunde en nosotros, si es que buscamos aquel
gran consuelo que encontrarán todos aquellos que lloran: una compensación no
nivelada, porque si el consuelo se limitase a equilibrar el sufrimiento, no habría
dicho la Escritura: ‘Es cierto que compartimos a manos llenas los padecimientos
de Cristo, pero también por él nos viene a manos llenas el consuelo’.
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Quienes comparten la pasión de Cristo, en la misma proporción que la
comparten gozarán del consuelo de Cristo. Eso lo aprenden de aquel que
dijo lleno de confianza: ‘Sabemos que, así como compartís los padecimientos,
igualmente compartís el consuelo’. Dios nos viene a decir a través del profeta:
‘Te he escuchado en la hora favorable, te he ayudado en el día de salvación. ¿Y
qué tiempo es más aceptable que aquel en que, debido a nuestra fe en Dios,
por Cristo avanzamos por el mundo custodiados y a la vista de todo el mundo
hacia el martirio? Somos arrastrados como los vencidos, pero realmente somos
triunfadores’.
Porque los mártires de Cristo expolian con él los principados y las dominaciones,
triunfan con él, porque, tal y como habían estado asociados en sus
padecimientos, también tengan parte en aquellas cosas que Cristo realizó con
su fortaleza. ¿Qué día hay que pueda ser tenido por día de salvación, si no es
aquel en que salgamos así de este mundo? Pero os pido que no deis nunca
ningún motivo de escándalo a nadie, ni tengáis que hacer malver la misión que
Dios nos ha confiado. Más bien os tenéis que acreditar en todas las situaciones
como servidores de Dios, sufriendo con mucha constancia, diciendo: ‘Y ahora,
Señor, ¿qué esperanza me queda? Es en vos en quien confío’
confío’”.
‘El conocimiento de Dios’ (Contra Celsum)
A continuación presentamos algunos fragmentos, sobre todo de su libro Contra
Celsum, en los que Orígenes explica cómo podemos alcanzar el conocimiento
de Dios, pero no a través de nuestras propias fuerzas, ni inteligencia humana:
“Platón, el maestro acreditado en cuestiones teológicas afirma: ‘Es muy difícil
encontrar el padre de todo el universo, y es imposible que quién lo haya
encontrado lo pueda dar a conocer a otros’. Este texto ciertamente es admirable
e impresionante, pero hay que considerar si la palabra divina no muestra una
atención mayor a lo que requieren los hombres cuando nos presenta el Logos
divino, lo que al principio estaba en Dios, haciéndose carne, a fin de que este
Logos, del que decía Platón que quien lo encontrase no lo podría dar a conocer
a todo el mundo, pudiera hacerse asequible a todos. Platón puede decir que es
una tarea difícil hallar el padre del universo, dando a entender a la vez que no
es imposible en la naturaleza humana encontrar a Dios de una manera digna, o
al menos más de lo que alcanza la gente de la calle. Pero si eso fuese verdad,
Platón o algún otro de los griegos hubiesen encontrado a Dios y no hubiesen
dado culto, ni invocado, ni adorado a ningún otro fuera de éste, abandonándolo y
asociándolo a cosas que no pueden asociarse con la majestad de Dios.
Por nuestra parte, nosotros afirmamos que la naturaleza no es de ningún modo
capaz de buscar a Dios y encontrarlo en su ser puro, si no es ayudada de aquel
mismo que es objeto de la investigación. Llegan a encontrarlo aquellos que,
después de hacer lo que está en su mano, confiesan que necesitan de su ayuda,
y él se manifiesta a los que cree conveniente, en la medida en que un alma
humana, estando aún en el cuerpo, puede reconocer a Dios.
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
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Además, al decir Platón que si uno encontrase al padre del universo sería
imposible darlo a conocer a todos, no afirma que sea inexpresable, sino que
siendo expresable, sólo se puede dar a conocer a unos pocos. Pero nosotros
afirmamos que no sólo Dios es inexpresable, sino también otros seres que le
son inferiores. Pablo se esfuerza en indicarlo cuando escribe: ‘Lo cierto es que
fuí llevado al paraíso y allí escuché palabras inefables, que a los humanos no les
está permitido repetir’ (2Cor 12, 4).
También nosotros decimos que es difícil ver al Padre del universo. Sin embargo,
puede ser visto, y no sólo según el dicho ‘Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios’ (Mt 5, 8), sino también según el dicho que afirma que
es ‘imagen del Dios invisible’ (Col 1, 15): ‘Quién me ve a mí, ve al Padre que me
ha enviado’ (Ju 14, 9). Nadie que tenga inteligencia dirá que aquí se refiere a su
cuerpo sensible, lo que vemos los hombres, ya que en este caso habrían visto
al Padre aquellos que gritaron: ‘Crucifícalo, crucifícalo’ (Lc 13, 21), lo mismo que
Pilatos, que tenía autoridad sobre lo que en Jesús había de humano. Eso no es
posible. Las palabras ‘quien me ve a mí, ve también al Padre que me ha enviado’
no se deben entender en su sentido material. Quien ha comprendido cómo hay
que concebir al Dios unigénito, Hijo de Dios, primogénito de toda la creación, y
cómo el Logos se hizo carne, verá que contemplando la imagen del Dios invisible
es el modo de alcanzar el conocimiento del Padre creador del universo
universo”.
Celso opina que a Dios se le conoce bien por composición de diversas cosas —a
la manera que los geómetras llaman síntesis— o por separación —análisis— de
varias cosas, o también por analogía como la utilizada por los mismos geómetras:
así se alcanzarían al menos ‘las puertas del Bien’. Sin embargo, cuando el
Logos de Dios dice ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo
lo revela’ (Mt 11, 27), afirma que Dios es conocido por cierta gracia divina, que
no se engendra en el alma sin intervención de Dios, sino por una especie de
inspiración. Lo más probable es que el conocimiento de Dios esté por encima
de la naturaleza humana, y eso explica que haya entre los hombres tantos
errores sobre Dios. Sólo por la bondad y el amor de Dios hacia los hombres,
y por una gracia maravillosa y divina, llega este conocimiento a aquellos a los
que la presciencia divina les predijo que vivirían de manera digna del Dios al
que llegarían a conocer. Estos son los que por nada renegarán de sus deberes
religiosos hacia Él, pese a ser conducidos a la muerte por quienes ignoran qué
es la religión e imaginan que es lo que no es, o a pesar de ser objeto de befa.
Yo diría que Dios, al ver a los que presumen de haberlo conocido y de haber
aprendido de la filosofía lo que se refiere a Él, a los que se muestran arrogantes
y menosprecian a los demás, y sin embargo, casi como los incultos se entregan
a los ídolos, y los templos a Dios, “escogió la ignorancia del mundo”, o sea, a
los más simples de los cristianos pero que viven con más moderación y pureza
que los filósofos, ‘para confundir a los sabios’ (1Cor 1, 27), los cuales no se
avergüenzan de dirigir sus palabras a cosas inanimadas, como si fuesen dioses
o imágenes de los dioses. El que tenga entendederas, ¿cómo se reirá de aquel
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
que después de tantos discursos filosóficos sobre Dios o los dioses, se quede en
la contemplación de las estatuas y dirija a ellas su plegaria, o al menos la dirija
mediante la vista de ellas al dios que es conocido espiritualmente, imaginando
que tiene que elevarse hasta él a partir de lo que es visible y simple símbolo?
El cristiano, en cambio, por muy ignorante que sea, tiene la convicción de que
todo lugar es parte del universo, y que todo el mundo es templo de Dios. Y
así, rezando en todo lugar, cerrados los ojos de los sentidos y abiertos los del
alma, se eleva por encima de todo el mundo: no se para ni ante la bóveda del
cielo, sino que con sus entendederas llega hasta la región supraceleste guiado
por el espíritu de Dios. Y así, estando como fuera del mundo, dirige su oración
a Dios, no sobre cosas triviales, ya que ha aprendido de Jesús el no buscar
nada pequeño y sensible, sino sólo sobre las cosas grandes y verdaderamente
divinas, que son los dones que Dios nos da por el camino que lleva a la felicidad
que hay en Él por medio de su Hijo, que es el Logos de Dios
Dios”.
‘La revelación de Dios’
“Las cosas corporales e insensibles por ellas mismas no hacen nada por ser
vistas, sino que el ojo ajeno las ve tanto si ellas quieren ser vistas como si no,
cuando fija en ellas la mirada y las contempla. Porque, ¿qué puede hacer un
hombre o cualquier otra cosa atada a un cuerpo material para no dejarse ver
cuando está presente? Al contrario, las cosas superiores y divinas a pesar de
estar presentes no se divisan si ellas no quieren: que sean vistas o no, depende
de su voluntad. Fue gracia de Dios el dejarse ver por Abraham y los otros profetas.
No fue el ojo del alma de Abraham por si misma la causa de ver a Dios, sino que
Dios se dejó ver por un hombre justo que se había hecho digno de tal visión. Esto
no debe entenderse únicamente de Dios Padre, sino también de nuestro Señor y
Salvador, y del Espíritu Santo, e incluso, bajando a otro plano, de los querubines
y serafines. Puede suceder, en efecto, que mientras nosotros estamos ahora
hablando esté aquí presente un ángel, al que, sin embargo, no podemos ver
porque no merecemos tal visión. Porque aunque el ojo de nuestro cuerpo o de
nuestra alma pretenda ojearlo, si el ángel no se manifiesta por voluntad propia
ni se deja ver, no lo verá el que lo quiera ver. Así pues, sea donde sea que está
escrito ‘se apareció Dios’, o como el pasaje que comentamos ‘se apareció el
ángel del Señor de pie en la derecha del altar del incienso’ (Lc 1, 11), hay que
entenderlo de este modo. Tanto Dios como el ángel, según quieran o no quieran,
son vistos o no por Abraham o por Zacarías. Es preciso decir esto no sólo en lo
que se refiere a este mundo, sino también en lo que hace referencia al futuro:
cuando dejemos este mundo no se aparecerán Dios y sus ángeles a todo el
mundo, porque no todo el mundo cuando deja el cuerpo merece inmediatamente
ver a los ángeles y al Espíritu Santo, a nuestro Señor y al Salvador y el mismo
Dios Padre, sino que sólo los verá quien tenga el corazón limpio (Mt 5, 8) y
quien se haya mostrado digno de ver a Dios. Y pese a que el limpio de corazón
y el que aún tiene alguna mancha estén en un mismo nivel, esta igualdad de
lugar no será ni ayuda ni obstáculo para la salvación, porque quién tenga el
corazón limpio verá a Dios, y quién no lo tenga no verá lo que aquél pueda ver.
Y sucedía algo parecido también con respecto a Cristo cuando se le pedía verlo
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
59
corporalmente: pues no debes pensar que todos los que le miraban veían a
Cristo. Veían el cuerpo de Cristo, pero a Cristo cuando era Cristo no lo veían.
Sólo lo podían ver quienes eran dignos de su grandeza. Los discípulos, viéndole,
contemplaban la grandeza de su divinidad. Por eso, cuando Felipe habló y dijo:
‘Enséñanos el Padre y eso será suficiente’ (Ju 14, 8), le respondió el Salvador:
‘¿Tanto tiempo he estado entre vosotros y aún no me conocéis? Felipe, el que
me ve, ve al Padre’. Tampoco Pilatos, que ciertamente veía a Jesús, podía ver
el Padre; ni tampoco Judas, el traidor, porque ni Pilatos ni Judas veían a Cristo
como tal, ni tampoco la multitud que lo tenía delante. Sólo unos pocos podían ver
a Jesús: quienes él mismo juzgaba dignos para ello.
Trabajemos también nosotros, para que ahora se nos aparezca Dios, pues la
palabra sagrada de la Escritura nos lo promete: ‘Porque es encontrado por los
que no le tientan, y se manifiesta a aquellos que no desconfían de él’. Y que en
el mundo futuro no se nos esconda, sino que le veamos ‘cara a cara’ (1Cor 13,
12) y tengamos la esperanza de una vida buena y gocemos de la visión de Dios
omnipotente, en Cristo Jesús y en el Espíritu Santo, de quien es la gloria y el
poder por los siglos de los siglos.
En el salmo 17 se dice que ‘Dios hizo de la tiniebla su escondrijo’. Es una manera
hebrea de explicar que lo que los hombres pueden concebir de Dios por ellos
mismos es oscuro y no se puede conocer, porque él se oculta a aquellos que no
son capaces de soportar el resplandor de su conocimiento y los que no pueden
verlo, como en una tiniebla; esto se debe, en parte, a la impureza de la inteligencia
sujeta a un cuerpo humano ‘de humillación’, y en parte a su limitada capacidad
para la comprensión de Dios. Para explicar que el conocimiento experimental de
Dios se da en pocas ocasiones a los hombres y a pocos de ellos, se dice que
Moisés entró ‘en la oscuridad donde estaba Dios’ (Ex 20, 21), si no es que el
mismo Cristo Jesús lo concede libremente”.
‘La confesión de la Trinidad’
“Dios es el verdadero Dios: quienes han sido conformados según él, son como
reproducciones de un prototipo; pero por otro lado, la imagen arquetipo de estas
múltiples imágenes es el Logos que está en Dios, lo que estaba en el principio, el
cual por estar en Dios permanece siempre Dios. Nosotros aceptamos la palabra
del Salvador ‘El Padre que me ha enviado es mayor que yo’ (Ju 14, 28), por eso
no acepta la apelación de bueno que se le da en el sentido propio, verdadero
y pleno sino que la refiere al Padre reprobando al que quería glorificar al Hijo
más de lo que es justo. Afirmamos que tanto el Salvador como el Espíritu Santo
no pueden ponerse en igualdad con ninguna de las cosas creadas, sino que
las sobrepasa con una trascendencia sobreeminente; pero al mismo tiempo
(el Verbo y el Espíritu Santo) son sobrepasados por el Padre. No es necesario
decir cuál es la gloria del Hijo que ultrapasa los tronos, las dominaciones, los
principados, las potestades y todo ser que pueda ser nombrado no sólo en este
mundo, sino también en el futuro, trascendiendo además a ángeles y espíritus y
almas de los justos. Pese a todo, y siendo superior a tantos y tan grandes seres
60
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
por su sustancia, su dignidad, su poder, su divinidad –siendo el Logos viviente—,
su sabiduría no puede compararse en nada al Padre. En efecto, Él es la imagen
de su bondad y esplendor, ya no de Dios, sino de su gloria y de su luz eterna,
emanación ya no del Padre, sino de su poder, espejo sin mancha de su actividad,
por el que Pablo y Pedro y los que se asemejan a Él, contemplan a Dios, pues
dice ‘Quien me ve a mí, ve al Padre que me ha enviado’ (Ju 14, 9)”.
Posiblemente, este fragmento extraído del comentario a Juan 11, 16 es el más
difícil de interpretar. Obviamente tiene expresiones que parecen subordinistas,
pero bien se puede matizar diciendo que subordina el Hijo al Padre en el sentido
de que el Hijo es engendrado por el Padre, y por eso puede parecer inferior
al Padre en este aspecto aunque no lo sea. Es posible que la intervención
de Orígenes no sea herética, aunque fue interpretada así, desgraciadamente
para quienes le leían, sin ver que sus teorías venían expuestas en términos
platónicos, que suponían que el Logos estaba entre Dios y el mundo. Pese
a todo, es suficientemente evidente que Orígenes quiere demostrar que el
poder genuino (o profundo) del Hijo es idéntico al del Padre. Es comprensible
que muchos concilios incluso ecuménicos considerasen estas formulaciones
difícilmente compatibles con la recta ortodoxia.
‘Formulaciones exageradas sobre la Trinidad’
Podríamos encontrar muchas expresiones de este tipo en Orígenes. Este gran
autor posiblemente fue mal interpretado, pese a que sus formulaciones literales
nos parezcan un poco exageradas, como también podrá parecer exagerada la
expresión de san Juan “el
el Padre que me ha enviado es superior a mí (Jesús)” (Ju
14, 28), si no se comparan con otros textos del evangelio. Entonces aquí, sin tener
en cuenta todos los textos de Orígenes, se podría tergiversar su pensamiento
ortodoxo. Éste, seguidamente expone en qué consiste la generación eterna del
Verbo: “Sería una blasfemia pensar que al igual que Dios Padre engendra al
Hijo y le da el ser, también engendra a un hombre o cualquier otro ser viviente.
Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios,
con lo cual absolutamente nada se puede comparar. No hay pensamiento
ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo viene a ser
Padre del Hijo unigénito el Dios inengendrado. Porque se trata, en efecto, de
una generación desde siempre y eterna, de la misma forma que el resplandor
procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de modo extrínseco, por
adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza.
Debemos entender que la luz eterna no es otra que el mismo Dios Padre. Ahora
bien, nunca se da la luz sin que se dé con ella el resplandor, ya que no se
concibe una luz que no tenga su propio resplandor. Si esto es así, no se puede
decir que existiera un tiempo en el que no existiese el Hijo, y sin embargo no era
inengendrado, sino que era como el resplandor de una luz inengendrada, que
era su principio fundamental cuanto de ella procedía. Con todo, no hubo tiempo
en el que (el Hijo) no existiese.
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
61
Hasta ahora no he encontrado ningún pasaje de las Escrituras que sugiera que
el Espíritu Santo sea un ser creado, ni tan siquiera en el sentido que, como he
explicado, dice Salomón de que la Sabiduría es creada (Prov 8, 22), o en el
sentido de que, como he dicho, es preciso entender las apelaciones del Hijo
como ‘vida’ o ‘palabra’.
‘El Espíritu sopla donde quiere’ (Ju 3, 8). Esto significa que el Espíritu es un
ser sustancial, no como algunos pretenden una simple actividad de Dios sin
existencia individual. El Apóstol, después de enumerar los dones del Espíritu,
prosigue: ‘Y todas estas cosas proceden de la acción de un mismo Espíritu, que
distribuye a cada individuo según su voluntad’ (Cor 12, 11). Por lo tanto, si actúa,
quiere y distribuye, es un ser sustancial activo, y no una simple actividad.
El Espíritu mismo está en la ley y en el evangelio: él está eternamente con
el Padre y el Hijo, y como el Padre y el Hijo existe siempre, existió y existirá.
Después de la Ascensión, el Espíritu Santo está asociado al Padre y al Hijo
en honor y dignidad. Pero sobre él no podemos decir claramente si debe ser
considerado engendrado o inengendrado, o si es o no Hijo de Dios.
Si es verdad que mediante el Verbo ‘todas las cosas fueron hechas’ (Ju 1, 3),
¿hay que decir que el Espíritu Santo también vino a ser mediante el Verbo?
Supongo que si uno se apoya en el texto “mediante él fueron hechas todas las
cosas” y afirma que el Espíritu es una realidad derivada, se verá forzado a admitir
que el Espíritu Santo vino a ser a través del Verbo, siendo el Verbo anterior al
Espíritu. Por otro lado, si uno se niega a admitir que el Espíritu Santo haya
venido a ser a través de Cristo, se entenderá que el Espíritu es inengendrado. En
cuanto a nosotros, estamos persuadidos de que existen realmente tres personas
(hypostaseis): Padre, Hijo y Espíritu Santo, y creemos que sólo el Padre es
inengendrado, y proponemos como proposición más verdadera y piadosa, que
todas las cosas vinieron a existir a través del Verbo, y que la dignidad máxima
de todas ellas es el Espíritu Santo, siendo la primera de todas las cosas que han
recibido existencia de Dios a través de Jesucristo. Y quizás sea ésta la razón
por la cual el Espíritu Santo no recibe la apelación de ‘Hijo de Dios’: sólo el Hijo
unigénito es hijo por naturaleza y origen, mientras que el Espíritu seguramente
depende de Él, recibiendo de su persona no sólo el ser, sino la sabiduría, la
racionalidad, la justicia y todas las otras propiedades que debemos suponer que
posee al participar en las funciones del Hijo.
Además, supongo que el Espíritu Santo se puede decir que proporciona lo que
podríamos llamar la materia de los dones espirituales de Dios, los que recibieron
el nombre de santos a través de él y por participación de él. Esta materia actúa
a partir de Dios, siendo administrada por el Verbo y existiendo debido al Espíritu
Santo. Me mueven a hacer esta suposición las palabras de san Pablo sobre los
dones espirituales: ‘Los dones son muchos, pero el Espíritu es uno solo. Son
muchos los servicios, pero el Señor es uno solo. Los milagros son muchos, pero
Dios es uno solo, y es él quien lo obra todo en todos’ (1Cor 12, 4ss)”.
62
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
’La salvación nos viene de Dios en el bautismo’
“Se podría preguntar por qué cuando un hombre renace para la salvación que
viene de Dios (en el bautismo) se debe invocar al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo, ya que no estaría asegurada su salvación sin la Trinidad. Para responder
a esto sin duda será necesario definir las particulares operaciones del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. En mi opinión, las operaciones del Padre y del Hijo
se extienden no sólo a los santos, sino también a los pecadores, y no sólo a los
hombres racionales, sino también a los animales y a las cosas inanimadas: o
sea, a todo cuanto tiene existencia. En cambio, la operación del Espíritu Santo
no llega de ninguna manera a las cosas inanimadas, ni a los animales que no
tienen habla; ni tan siquiera podemos encontrarla en los que, a pesar de estar
dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas
mejores. En suma, la acción del Espíritu Santo está limitada a aquellos que se
van orientando hacia las cosas mejores y caminan por los caminos de Cristo
Jesús, a salvar a los que se ocupan de buenas obras y permanecen en Dios
Dios”.
*
*
*
Hasta aquí el pensamiento de Orígenes sobre la Trinidad. Obviamente el
concepto de Dios en Orígenes es de una trascendencia total y absoluta. Esto
le lleva a afirmar que la materia no es creada. Veamos este fragmento extraído
de su libro De principiis: “Muchos hombres de consideración pensaron que la
materia es increada, y afirmaron que ésta debía su existencia y naturaleza al
azar. Lo que a mí me sorprende es cómo estos mismos hombres pueden atacar
a todos los que simplemente niegan la existencia de un creador o de un orden
en el universo, pues al decir que la materia es increada y coeterna con el Dios
increado, adoptan un punto de vista igualmente impío. En efecto, si suponemos
que no hubiese existido la materia, entonces Dios, a su modo de ver, no hubiese
podido tener ninguna actividad, pues no hubiese tenido materia con la que
empezar a operar (sic). Porque, según ellos, Dios no puede hacer nada de la
nada, y al mismo tiempo dicen que la materia existe por azar, y no por designio
divino, imaginando que esta materia que no se encuentra allí porque sí es
suficiente explicación de la grandiosa obra de la creación.
Para que nuestro silencio no se convierta en argumento para los herejes,
responderemos según la medida de nuestras fuerzas a las objeciones que
acostumbran a ponernos. Hemos dicho ya muchas veces, apoyándonos en
las afirmaciones que hemos podido encontrar en las Escrituras, que el Dios
creador de todas las cosas es bueno, justo y omnipotente. Cuando él creó en un
principio todo cuanto quiso crear, incluso a las criaturas racionales, no tuvo otro
motivo para crear que su bondad. Ahora bien, siendo él mismo la única causa
de las cosas que debían ser creadas, y no habiendo en él diversidad alguna, ni
mutación, ni imposibilidad, creó a todas las criaturas iguales e idénticas, ya que
no había en él ninguna causa de variedad o diversidad. Sin embargo, habiendo
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
63
sido otorgada a las criaturas racionales, como hemos mostrado muchas veces,
la facultad del libre arbitrio, fue esta libertad de su voluntad la que arrastró a
cada una de las criaturas racionales a mejorar con la imitación de Dios, o a
deteriorarse por negligencia. Ésta fue la causa de la diversidad que hay entre las
criaturas racionales, la cual proviene no de la voluntad o intención del creador,
sino del uso de la propia libertad
libertad”.
‘El problema del mal y la providencia de Dios’
Éste es otro tema vinculado al anterior. Afirma: “Partiendo de las divinas
Escrituras, consideremos brevemente lo que se refiere al bien y al mal. De qué
forma hay que responder a la objeción de cómo es posible que Dios haga el mal
y por qué es incapaz de convencer y amonestar a los hombres. Según las divinas
Escrituras, los bienes propiamente dichos son las virtudes y las obras que de
ellas provienen, y los males propiamente dichos son lo contrario. Que nos sirvan
de momento las palabras del salmo 33, que dicen así: ‘Quienes buscan al Señor
no serán privados de ningún bien. Mirad, hijos, oídme, os enseñaré el temor de
Dios. ¿Qué hombre que ama la vida, desea ver días buenos? Guarda tu boca del
mal, y tus labios de hablar con engaño. Aléjate del mal y haz el bien’ (vv. 11-15).
Las palabras ‘aléjate del mal y haz el bien’ no se refieren a los males corporales,
como los llaman algunos, ni a los males externos, sino a los males y bienes del
alma. Aquel que se aleja del mal y hace el bien en este sentido, amando así la
vida verdadera, llegará a poseerla.
El que ‘desea ver días buenos’, iluminados por el ‘Sol de justicia’ (Mal 4, 2) que
es el Logos, llegará a alcanzarlos, ya que Dios nos librará ‘del malvado tiempo
presente’ (Gal 1, 4) y de los días malos de los que Pablo dijo: ‘Rescatando el
tiempo, porque los días son malos’ (Ef 5, 16).
En un sentido menos exacto se puede encontrar que las cosas corporales
y exteriores en tanto en cuanto contribuyen a la vida según la naturaleza se
consideran bienes, y sus contrarios males. Así Job le dice a su mujer: ‘Si hemos
recibido los bienes de la mano del Señor, ¿no nos someteremos a los males?’
(Job 2, 10). En este sentido se encuentra en las Escrituras divinas un pasaje
que hace decir a Dios: ‘Yo soy el que hace la paz, y quien crea los males’ (Is 45,
7). Y en otro se dice de él: ‘Bajó el mal de parte del Señor sobre las puertas de
Jerusalén, ruido de carros y jinetes’ (Mig 1, 12). Estos pasajes han confundido
a muchos lectores de la Escritura, pues no han sabido comprender en ella el
sentido cuando se habla de bienes y de males.
Nosotros afirmamos que Dios no hizo los males, ni la misma maldad, ni las
acciones que de ella proceden. Si Dios hubiese hecho lo que verdaderamente
es malo, ¿cómo se podría tener la audacia de anunciar el mensaje del juicio
que nos enseña que los malvados son castigados por sus malas acciones en
proporción a su pecado, y que quienes han vivido según la virtud y han obrado
virtuosamente serán felices y alcanzarán los premios de Dios? Sé muy bien que
aquellos que quieren audazmente decir que Dios hizo los males aducirán ciertos
64
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
pasajes de la Escritura, pero no lograrán con ella hacer un tejido argumental
completo, porque en ella condena a quienes pecan y aprueba a quienes obren
bien, aunque contienen afirmaciones, (no) pocas en número, que parecen poner
en apuros a los lectores no educados sobre las palabras divinas.
Entonces, Dios no ha hecho los males, si uno entiende con esta palabra lo que
propiamente se denomina así, pero a las obras que él tuvo en principio intención
de hacer, han seguido algunos males, pocos en comparación con el orden de todo
el conjunto. Del mismo modo que a las obras que el carpintero hace con intención
les sigue el aserrín; y los albañiles pueden dejar la suciedad esparcida alrededor
de las edificaciones, que son los desperdicios de las piedras y el cemento.
Si uno se refiere a dichos males en un sentido menos exacto, los males
corporales o externos, es preciso conceder que a veces Dios ha hecho alguno de
éstos como medio para la conversión de algunos. ¿Qué dificultad puede haber en
esta doctrina? Hablando vulgarmente llamamos males a los dolores que infligen
los padres, maestros y educadores a los que se educan, o los que infligen los
médicos cortando y quemando para la curación. Del mismo modo si se dice que
Dios inflige alguna de estas cosas, para conversión y curación de los que tienen
necesidad de ello, no habrá nada que objetar a este modo de hablar
hablar”.
‘Constitución del hombre’
Según Orígenes, hay que afirmar que fue esencial la voluntad del mismo Dios
que en la creación del hombre, éste fuera diseñado a imagen y semejanza de
Dios. Más aún, en el mismo hombre se puede palpar la imagen de Dios cuando
éste se acerca a la perfección del Padre celestial (Mt 5, 48). El hombre es un
ser libre. Así lo afirma Orígenes en su libro Contra Celsum: “Está definido en
la doctrina de la Iglesia que toda alma racional tiene libertad de determinación
y de voluntad, y que debe emprender la lucha contra el diablo y sus ángeles, y
contra los poderes adversos. Éstos se esfuerzan en acumular pecados sobre el
alma, pero nosotros tenemos que esforzarnos para librarnos de esta desgracia,
viviendo con rectitud y sabiduría. Esto implica que debemos admitir que no
estamos simplemente sujetos a necesidad, ya que de todas formas, pese a que
no queramos, nos vemos forzados a hacer el bien o el mal. Por otro lado, siendo
libres en nuestra elección, puede ser que algunos poderes nos induzcan al
pecado y otros nos ayuden a la salvación, pero no de tal forma que nos veamos
coaccionados a hacer necesariamente el bien o el mal. Eso es lo que piensan
aquellos que dicen que el curso y los movimientos de los astros son la causa
de lo que hacen los hombres, tanto en las cosas que suceden fuera de nuestra
libertad de opción como en las que están bajo nuestra potestad.
En cambio, no está claramente determinado en la doctrina de la Iglesia si el alma
se propaga mediante el semen, encontrándose su esencia y sustancia en el
mismo semen corporal, o bien tiene otro origen por generación o sin ella, o si es
infundida en el cuerpo desde fuera”.
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
65
Este último párrafo se basaba en las teorías biológicas de la época de Orígenes.
San Agustín repite esta singular teoría al hablar del pecado original.
‘Sagradas Escrituras’
Se ve muy claro que Orígenes tenía un alto concepto de ellas. Afirma que es la
misma voz de Dios. Habrá que beber del pozo de las Escrituras continuamente:
“El pueblo muere de sed, a pesar de tener a mano las Escrituras, mientras Isaac
no viene para abrirlas. Él es quien abre los pozos, quien nos enseña el lugar
en el que es preciso buscar a Dios, que es nuestro corazón. Considerad que
dentro del alma de cada cual hay sin duda un pozo de agua viva, que es como
un sentido celeste y una imagen latente de Dios. Éste es el pozo que los filisteos
—los poderes adversos— han llenado de tierra, pero nuestro Isaac ha vuelto a
cavar el pozo de nuestro corazón, y ha hecho brotar en él fuentes de agua viva.
Así, hoy mismo, si me escucháis con fe, Isaac realizará su obra en vosotros,
purificará vuestro corazón y os abrirá los misterios de la Escritura haciéndoos
creer en la inteligencia de la misma. El Logos de Dios está cerca de vosotros;
mejor, está dentro de vosotros, y saca la tierra del alma de cada uno para hacer
saltar en ella el agua viva. Porque tú llevas impresa en ti la imagen del Rey
celestial, ya que Dios, cuando hizo al hombre, lo hizo a su imagen y semejanza.
Esta imagen no la puso Dios en el exterior del hombre sino en su interior.
Era imposible descubrirla dentro de ti estando tu morada llena de suciedad e
inmundicia. Esta fuente de sabiduría estaba en el fondo de ti mismo, pero no
podía brotar, porque los filisteos la habían obstruido con tierra, haciendo de ti una
imagen terrestre. Pero la imagen de Dios impresa en ti por el mismo Hijo de Dios
no pudo quedar totalmente cubierta. Cada vicio la recubre con una nueva capa,
pero nuestro Isaac puede hacerlas desaparecer todas, y la imagen divina puede
volver a brillar de nuevo. Supliquémosle, ayudémosle a cavar, luchemos contra
los filisteos, estudiemos las Escrituras: cavemos tan profundamente que el agua
de nuestro pozo pueda ser suficiente para todos los rebaños.
Cuando la divina Providencia interviene en los asuntos humanos, adopta los
modos de pensar y de hablar humanos. Y así como cuando hablamos con un niño
de dos años utilizamos un lenguaje infantil, del mismo modo creemos que actúa
Dios cuando entra en relación con el linaje de los hombres, y particularmente
con aquellos que todavía son niños. Ya ves cómo nosotros, los adultos, cuando
hablamos con los niños cambiamos incluso las palabras: nombramos el pan
con una palabra que es propia de ellos, y el agua con otra, y no utilizamos las
que nos sirven cuando hablamos a hombres de nuestra edad. ¿Tal vez somos
imperfectos? Y si alguien nos oye hablar así con los niños, ¿crees que dirá ‘este
viejo está loco’? Así habla Dios a los hombres-niños
hombres-niños”.
Podríamos presentar otros fragmentos referentes a la escatología, las relaciones
entre el Nuevo y Antiguo Testamento, la encarnación del Verbo, la Iglesia esposa
de Jesucristo, sacramentos..., pero no lo haremos, pues nos alargaríamos
demasiado. Sin embargo no podemos dejar unos significativos párrafos que
hacen referencia a la autoridad eclesiástica, afirmando que “aquellos que tienen
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
la dignidad episcopal recurren a las palabras. Aseguran que, como Pedro, ellos
han recibido de las manos de el Salvador las llaves del reino del cielo. Quienes
tienen autoridad declaran que lo que está atado, o sea, condenado por ellos, lo
está también en el cielo, y que lo que ha sido objeto de perdón por parte de ellos,
es perdonado también en el cielo. Sobre esto, hay que decir que tal pretensión
es válida si se da en ellos aquella disposición por la cual le fue dicho a Pedro
‘Tú eres Pedro...’: esta palabra podrá ser utilizada si Cristo puede construir sobre
ellos su iglesia. Las puertas del infierno no deben prevalecer sobre aquel que
tiene que atar y desatar; pero si él mismo está ‘atado con las cuerdas de sus
propios pecados’ (Prov 5, 22), en vano puede pretender atar y desatar
desatar” (sic).
‘Bautismo cristiano’
“Que cada uno de los fieles recuerde las palabras que pronunció al renunciar al
demonio, cuando vino por primera vez a las aguas del bautismo, tomando sobre
sí el primer sello de la fe y yendo a la fuente salvadora: entonces proclamó que
no caminaría en las obras del demonio, y que no se sometería a su esclavitud ni
a sus placeres.
A pesar de que, de acuerdo con la forma prescrita en la tradición de la Iglesia,
hemos sido bautizados en aquellas aguas visibles y con el crisma visible, sin
embargo, sólo está verdaderamente bautizado ‘de arriba’ en el Espíritu Santo y
en el agua el quien ha ‘matado el pecado’ y ha sido verdaderamente ‘sumergido
en la muerte de Cristo’ y ha sido sepultado con él en un bautizo de muerte (Rom
6, 3 y 11).
Debemos observar en los cuatro evangelistas que Juan confesó haber venido a
bautizar con agua, pero sólo Mateo añade que esto era ‘en orden a la conversión’
((eis metanoiam). Así enseña que la utilidad del bautismo proviene de la elección
de quien es bautizado: el que se convierte lo obtiene, pero el que se acerca a
él sin esta disposición será objeto de un juicio más severo. Hay que saber, en
efecto, que las milagrosas manifestaciones de potencia que el Salvador obró en
sus curaciones son símbolos de las curaciones por las que continuamente el
Logos de Dios libra de toda enfermedad y debilidad: y sin dejar de realizarse en
aquello corporal, aprovechaban sus beneficiarios ya que los invitaban a la fe. Del
mismo modo, el lavatorio mediante el agua es símbolo de la purificación del alma,
que lava toda mancha de maldad sin que deje de ser por ello principio y fuente
de los dones divinos para aquel que se entrega él mismo al poder divino de las
invocaciones de la Trinidad adorable: en efecto, ‘existe una variedad de dones’
(1Cor 12, 4). Esto confirma lo que se narra en los Hechos de los Apóstoles sobre
el Espíritu que entonces se hacía presente de un modo tan manifiesto a los que
se bautizaban, una vez el agua había preparado el camino a los que se acercaban
(al bautizo) con sinceridad, hasta el punto de que Simón Mago, impresionado,
quiso alcanzar esta gracia de Pedro, pretendiendo el sumo don de la justicia con
el dinero de la injusticia. Pero el bautismo, que es un nuevo nacimiento, no es
lo que otorgaba Juan, sino lo que otorgaba Jesús mediante los discípulos y se
llama ‘lavatorio de regeneración’, que se hace con una ‘renovación del Espíritu’
LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES
67
(Tit 3, 5). Este Espíritu que entonces viene, ya que es el Espíritu de Dios, ‘aletea
sobre las aguas’ (Gen 1, 2)”.
‘Eucaristía’
“Los que tenéis por costumbre tomar parte en los divinos misterios sabéis
con cuánto cuidado y reverencia guardáis al cuerpo del Señor cuando os es
entregado, no sea que alguna pequeña miga pudiese caer al suelo, pudiendo
perder alguna pequeña parte de aquel don santificado. Con razón os sentiríais
culpables si por vuestra negligencia cayese al suelo cualquier fragmento. Pues
bien, si con razón dais muestras de tal cuidado al guardar el cuerpo del Señor,
¿podéis pensar que sería menos culpable cualquier olvido al guardar su palabra
que al guardar su cuerpo?
Lo que es ‘santificado por la palabra de Dios y la oración’ (1Tim 4, 5) no santifica
sin más a quien la recibe: si fuese así, santificaría también a aquel que come el
pan del Señor indignamente, y nadie se mostraría ‘enfermo, débil o adormecido’
con esta comida (1Cor 11, 30). Por lo tanto, incluso en lo que se refiere al pan del
Señor, el provecho del que lo recibe depende de quien se acerque al pan con una
mente pura y una conciencia limpia. Sólo con no comer aquel pan santificado
por la palabra de Dios y la oración no quedaremos privados de ningún bien; y,
al contrario, no abundaremos más en bien sólo con comerlo. Lo que será causa
en detrimento de nosotros será nuestra maldad y nuestro pecado, así como
lo que será causa de abundancia será la justicia y las buenas obras. Hasta
el alimento consagrado pasa al estómago y es evacuado en un lugar secreto
por su naturaleza material (Mt 9, 17): y en lo que se refiere a la oración que lo
consagra, su provecho está ‘en proporción a la fe’ (Rom 12,1 6), siendo causa
de discernimiento espiritual en aquél el alma del cual tiene puesto el ojo en
el provecho espiritual. No es el pan material lo que aprovecha al hombre que
no come indignamente el pan del Señor, sino que es más bien la palabra (el
“Logos”) que ha sido pronunciada sobre este pan.
La Iglesia es el cuerpo místico de Jesucristo. Jesús la construyó sobre Pedro, y
éste tiene el designio de la misma Iglesia. Así afirma en su comentario a Mateo 12,
10: ‘Simón Pedro contestó y dijo “Tú eres Cristo...’, no porque esto no sea revelado
por la carne y la sangre, sino porque la luz que viene del Padre de los cielos ha
iluminado nuestros corazones, y entonces nos convertiremos en ‘Pedro’ y entonces
podremos oír ‘tú eres Pedro’. Porque cada discípulo de Cristo es una piedra, ya
que ha bebido de aquella ‘piedra espiritual’ (1Cor 10, 4). Sobre esta piedra está
construido el designio de la Iglesia y la forma de vida que le corresponde. Porque
quien es perfecto posee todas las cosas que proporcionan la plena felicidad en
palabras, obras y pensamiento. Y en cada uno está la Iglesia construida por Dios
Dios”.
Hipólito Romano. Siglo XII. Museo Cristiano de Brescia.
5 HIPÓLITO: ANTIPAPA,
EXCELENTE ESCRITOR, SANTO Y MÁRTIR
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Los inicios de la literatura cristiana en Occidente
Minucio Félix
Hipólito de Roma
Catálogo de las obras de san Hipólito
Fuentes y traducciones
Fragmentos de las obras de san Hipólito
Los inicios de la literatura cristiana en Occidente
Al hablar de san Hipólito es preciso hacer una referencia a Occidente y a la Iglesia
latina. Mientras en Oriente florecían las grandes obras literarias de san Clemente
de Alejandría —abiertas a cualquiera influencia del helenismo— en Occidente
los hombres de la Iglesia se inclinaban por expulsar las posibles influencias de la
filosofía griega, intentando también formular los contenidos del Credo o símbolo
de los apóstoles. Ambas actitudes continuarán a través de los siglos a pesar de
que se mantenía la comunión de las dos iglesias: la de Occidente y la de Oriente.
En esta última penetró profundamente el deseo de tener una ‘gnosis’ perfecta de
los grandes misterios, y eso potenció el gran esplendor de los primeros concilios
ecuménicos, todos ellos celebrados en Oriente, pero siempre con la aprobación
del Papa.
Obviamente la influencia griega se hizo notar en muchos ámbitos de Occidente.
Buena prueba de ello es el uso del griego en la misma Iglesia romana. Fue el papa
Víctor I (189-199) el primero que utilizó el latín, y simultáneamente Tertuliano, en
el año 197, escribió en latín el Adversus nationes. Pero antes del mencionado
año ya se había escrito en latín la Passio martyrum scillitarum. La liturgia utiliza
el latín más tarde, gracias al papa san Dámaso (366-384), especialmente en la
misa. Cabe recordar que en la Iglesia primitiva la lengua más utilizada, incluso
en Roma, era la koiné, o sea el griego popular. Las primeras obras en latín tienen
70
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
como objeto la réplica de las diversas herejías: especialmente el adopcionismo
y el modalismo.
Minucio Félix
Es un apologista de los inicios del siglo III, autor de la obra Octavius. De su vida
no sabemos casi nada; sólo alguna cosa a través de los textos de Jerónimo y
Lactancio. Era de África, probablemente de Cirta (hoy Constantina, Argelia). Era
abogado y se estableció en Roma. Posiblemente antes de ir a Roma todavía era
pagano. Es muy interesante y original su obra Octavius. Se articula en forma de
diálogo, con un método muy parecido al utilizado por Cicerón. Los interlocutores
son Marcos (posiblemente es el mismo Minucio Félix), Cecilio Natalis (pagano y
originario de Cirta de Numidia) y Genuario Octavio (cristiano). El diálogo se da
durante un paseo de los tres amigos. Durante este itinerario, Cecilio, pasando por
delante de la estatua del dios Serapión le envía un beso como obsequio religioso,
y aquí comienza el diálogo. El pagano Cecilio hace un elogio de la tradición de la
religión pagana, y Octavio responde haciendo una gran alabanza del cristianismo.
Marcos (Minucio Félix) es elegido como árbitro de la discusión entre Octavio y
Cecilio. Éste quiere probar la existencia del politeísmo que hay que aceptar,
porque es la religión de los padres y de sus antecesores que merecen toda
consideración y confianza; pues los dioses han sido beneficiosos para el Imperio
romano. Cecilio vierte todo tipo de calumnias contra el cristianismo: costumbres
lascivas, cultos ridículos, sacrificios detestables, banquetes obscenos, etc.
Responde Octavio contestando a cada una de las acusaciones y afirmando que
todo son calumnias. Octavio afirma que si los romanos construyeron el Imperio y
le dieron vigor no fue gracias a los dioses sino como efecto de no pocas guerras
y de una gran violencia, y por lo tanto probablemente con muchas injusticias.
Continúa diciendo que el hombre ha sido creado para conocer la verdad y
debe hacer todo lo posible para alcanzarla. La conclusión del diálogo lleva a la
conversión al cristianismo de Cecilio. No fue necesario, por lo tanto, que Marcos
diese un dictamen de quien había resultado victorioso, ya que la aceptación de
la fe cristiana por parte de Cecilio hacía totalmente evidente que las tesis del
cristiano Octavio eran las verdaderas.
No sabemos si el diálogo realmente tuvo lugar, o si fue una ficción literaria. No
aparece en toda la obra ninguna formulación del dogma trinitario ni eclesiológico
ya que el autor se quiere mantener en el campo apologético, especialmente
argumentando que todo cuanto decían contra los cristianos eran calumnias. El
estilo de la obra está bastante logrado e incluso resulta elegante en algunas
ocasiones.
Hipólito de Roma
Pese a los estudios que recientemente se han hecho sobre Hipólito de Roma,
todavía hoy se mantienen muchas incógnitas que no permiten conocer su obra
y su personalidad tan bien como quisiéramos. Pero gracias a Focio (el patriarca
del Cisma, siglo VIII), sabemos que Hipólito fue oriundo de Grecia y discípulo
de san Ireneo, obispo de Lyón. Fue presbítero de la Iglesia de Roma durante
HIPÓLITO: ANTIPAPA, EXCELENTE ESCRITOR, SANTO Y MÁRTIR
71
el pontificado de Zeferino. Por aquel entonces ya tenía mucha fama por su
vastísima cultura. Era el periodo en el que se extendió la teoría modalista según
la cual se negaba la Trinidad: las tres personas divinas no eran distintas, sino
simples manifestaciones de una sola persona.
Al morir Zeferino, Calixto (217-222) accede al papado, e Hipólito se opuso al
nuevo obispo de Roma porque consideraba que era demasiado indulgente con
los pecados contra el matrimonio, perdonando fácilmente estos pecados y otros.
El enfrentamiento llegó al cisma, pues sus partidarios eligieron nuevo Papa y
condenaron a Calixto. De ese modo Hipólito se convertía en el primer antipapa de
la historia pontificia. Calixto murió en el año 222 y fue elegido Papa el presbítero
romano Ponciano. Tanto Hipólito como Ponciano fueron perseguidos y enviados
al exilio por el emperador Maximino. Hipólito murió mártir en el año 235. Allí
murieron, pero antes Hipólito renunció al pretendido papado y se reconcilió con
Ponciano. Los cuerpos de ambos personajes considerados santos-mártires
fueron trasladados a Roma por el sucesor de Ponciano, el papa Fabiano.
Catálogo de las obras de san Hipólito
En el año 1551, en la zona del antiguo cementerio de la Vía Tiburtina, se
encontró una estatua que poco después fue reconocida como la de san Hipólito;
actualmente se puede contemplar en el atrio de la Biblioteca Vaticana. La
estatua representa al santo sentado en una cátedra, en la cual se puede leer en
caracteres griegos el ciclo pascual que abarca un periodo de 110 años. También
encontramos esculpido en el mismo mármol el catálogo de las obras de san
Hipólito, todas publicadas antes del año 224, momento en el que fue erigida
esta colosal escultura. Hipólito escribió siempre en griego. Sus obras son las
siguientes:
1/ Syntagma u oposición a las 32 herejías.
2/ Philosophumena. Fue la obra más importante de Hipólito. Ésta fue encontrada
en el año 1842. Los primeros libros están dirigidos a la filosofía pagana. Al final
expone la doctrina cristiana.
3/ Anticristo (demostración de Cristo y del anticristo). Muchos cristianos veían al
anticristo encarnado en la figura del emperador en cada nueva persecución.
4/ Homilías, sobre la Pascua; la alabanza del Señor, nuestro Salvador;
demostraciones contra los judíos. La Sagrada Escritura es interpretada como
una exégesis hipológica, tal y como lo hace Orígenes.
5/ Tratados exegéticos: comentarios a Daniel, al Cántico de los cánticos,
bendición de Isaac, de Jacob y de Moisés, historia de David y Goliat, sobre los
salmos, etc.
72
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
6/ De los carismas y de la tradición apostólica. El original de esta obra se ha
perdido, pero se conservan algunas traducciones de fragmentos en copto,
árabe, latín... La tradición apostólica es en primer lugar un texto litúrgico
eucarístico. Se refiere a la ordenación del obispo después de la cual se celebra
la eucaristía. Encontramos la que con toda probabilidad es una de las anáforas
más antiguas que se conservan. También se expone en esta obra el texto del
ritual de bautizo.
Referente a la doctrina trinitaria, Hipólito admite que el Verbo es Dios indivisible
con Él en forma inmanente (es en teoría el ‘Logos endiathetos’ de los apologistas).
Pero le interesa especialmente la función del Logos en los momentos sucesivos:
el Verbo salió del corazón mismo del Padre. Esta expresión del Verbo continuó
hasta la encarnación que lo constituyó hijo suyo perfecto. Del contexto de todas
las obras de Hipólito no se puede deducir que considerase el Verbo como un
Dios de segunda categoría.
Fuentes y traducciones
MIGNE, Patrología griega, 10 y 16; M. MARCOVICH, Hippolytus. Refutatio
omnium haeresium (Berlín, 1986); P. NAUTIN, Hippolyte. Contre les hérésies
(París, 1949).
Fragmentos de las obras de san Hipólito
Presentamos a continuación un fragmento de Hipólito escrito contra un hereje
gnóstico, un tal Noecio de Smirna.
‘Dios uno’
“Dios sólo hay uno, hermanos, que conocemos por la fuente de las Santas
Escrituras. Veamos, pues, qué dicen las Escrituras divinas; conozcamos qué
enseñan. Creamos como el Padre quiere ser creído, glorifiquemos al Hijo
tal y como él quiere que sea glorificado, y recibamos al Espíritu Santo de la
manera que él quiere que sea recibido. No según nuestra preferencia ni según
nuestro modo de entenderlo; no violentemos tampoco lo que Dios nos ha dado,
veámoslo todo del modo que Él, por medio de las Santas Escrituras, ha querido
mostrarnos.
Cuando existía sólo Dios, y no había nada coexistente con Él, resolvió crear el
mundo. Lo creó con el pensamiento, con la voluntad y con la palabra. El mundo
existió en el acto, tal y como Dios lo deseó. A nosotros nos basta con saber que
no hay nada coeterno con Dios. A excepción de Él no existía nada, pero Él solo
valía por todo, puesto que no era irracional, ni ignorante, ni impotente, ni sin
voluntad. Todas las cosas estaban en Él; Él lo era todo. Y, cuando lo decidió, y
del modo en que lo decidió, nos mostró, en la época predeterminada por Él, su
Verbo, por el que todo había sido creado.
El Padre tenía en sí mismo su Verbo, que era invisible para el mundo creado;
pero el Padre lo hizo visible hablando con la voz primera; engendrando la luz de
HIPÓLITO: ANTIPAPA, EXCELENTE ESCRITOR, SANTO Y MÁRTIR
73
la luz dio un Señor a aquello que había generado, y este Señor era su misma
inteligencia, al principio visible sólo para Él, Dios, e invisible para el mundo
creado, pero la hizo visible para que el mundo la contemplara y así pudiera
salvarse.
Esta inteligencia avanzó por el mundo y se mostró: era el Hijo de Dios.
Ciertamente todo fue creado a través de Él; Él procedía sólo del Padre.
El Padre nos dio la Ley y los profetas; al dárnoslos, les hizo hablar por medio
del Espíritu Santo, para que, inspirados por la fuerza del Padre, anunciaran la
voluntad y los designios del Padre.
La Palabra se manifestó tal y como dice san Juan, al recapitular lo que habían
dicho los profetas, y enseña que Cristo es la Palabra por la que todo llegó a la
existencia. Porque dice: ‘Al principio ya existía lo que es la Palabra. La Palabra
estaba con Dios y la Palabra era Dios. Estaba con Dios en el principio. Por Él todo
ha venido a la existencia y nada de lo que ha venido en existir lo ha hecho sin Él’.
Y más adelante continúa: ‘El mundo le debe la existencia, pero el mundo no le ha
reconocido. Ha venido a su casa, y los suyos no le han acogido’
acogido’”.
‘La verdadera doctrina sobre el Verbo’
“No es con palabras vanas que tenemos fe, ni como arrastrados por emociones
súbitas del corazón; no nos halagan las blanduras de unos discursos elocuentes,
sino que no negamos la confianza en unas palabras proclamadas con fuerza divina.
Eso Dios lo mandaba a su Verbo y el Verbo hablaba y apartaba al hombre de
la desobediencia. Sin embargo no lo hacía mediante una fuerza coactiva, sino
que llamaba al hombre en la libertad y en la determinación humana que le son
propias.
El Padre envió el Verbo a la postre de los tiempos, porque ya no quería hablar
más por medio de los profetas ni quería que fuese sobreentendido en una
predicación oscura, ordenó que se hiciese visible para que el mundo lo viera y
se salvara.
Hemos sabido que este Verbo asumió un cuerpo en la Virgen y que llevó en sí
mismo el hombre antiguo a una nueva imagen. Sabemos que se hizo hombre
como nosotros, porque si no hubiese existido en nuestra materia habría sido en
vano mandar que les imitemos como maestro. Si el hombre Cristo me hiciera
de una sustancia diferente, ¿cómo podría mandarme a mí, débil como soy de
nacimiento, que le imitase? ¿Cómo sería él bueno y justo aquí?
Y para que nadie creyese que era diferente a nosotros, soportó el trabajo, quiso
necesitar comida y beber, y descansó durmiendo. La pasión no le repugnó, aceptó
la muerte y manifestó su resurrección, como ofreciendo así en calidad de primicia
su humanidad. Lo hizo para que tú, al sufrir, no desfallezcas, sino que reconozcas
74
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
que eres hombre y esperes también todo cuanto Dios mostró a su Verbo.
Cuando hayas aprendido quién es el Dios auténtico, tu cuerpo será inmortal,
junto con tu alma, y obtendrás el Reino de los cielos, tú que habías estado en la
tierra y allí conociste al Rey celestial. Serás compañero de Dios y coheredero de
Cristo: ni las concupiscencias ni las pasiones ni las enfermedades te sujetarán,
porque será como si fueses un dios.
Es que todos los males que soportaste por el hecho de ser hombre, te los daba
Dios porque eres hombre; todo cuanto es propio de Dios, prometió dártelo
cuando te hayas deificado, cuando te hayas vuelto inmortal: conocerte a ti
mismo, reconociendo al Dios que te creó, ya que conocerlo y serle conocido
solamente sucede a quien él ha llamado.
Por lo tanto, no intentéis nada contra vosotros mismos; no queráis retroceder.
Cristo es Dios por encima de todo: determinó borrar el pecado de los hombres;
perfeccionó al hombre viejo en el nuevo, cuando ya, desde el comienzo, lo había
llamado imagen suya y mostró visiblemente el amor que le profesa. Si obedeces
sus graves mandamientos, si te vuelves un buen imitador de quien es bueno,
serás parecido a Dios, y él te rendirá honor. Porque Dios no es ningún mendigo:
te ha deificado en su gloria”.
‘Sacramentos. Bautismo’
Referente a los sacramentos, podéis ver los fragmentos de la anáfora que
transcribimos y un texto que se refiere al bautismo: es un sermón que se atribuye
a él y que en época medieval se denominaba ‘sermón sobre la santa Teofanía’:
“Jesús fue hasta donde estaba Juan y fue bautizado por él. ¡Oh cosas paradójicas!
¿Cómo pudo ser que el río incircunscrito, que adorna la ciudad de Dios, se lavara
con una pizca de agua? La fuente inaccesible, que engendra la vida de todos
los hombres y que no se seca nunca, fue cubierta por unas aguas precarias y
temporales (el Jordán no es muy caudaloso).
Quien es omnipresente, quien está en acto en todas partes, el que ni los ángeles
pueden entender ni los hombres ver, se dirige hacia el bautismo porque quiere. ‘Y
se abrió el cielo y una voz dijo: Eres mi Hijo, mi amado, en ti me he complacido’.
El amado engendra amor; la luz inmaterial, luz inaccesible. Éste, de quien dicen
que es hijo de José, es, según su esencia divina, mi Hijo unigénito: ‘Eres mi Hijo,
mi amado’. Él debe comer, y es él quien nutre miríadas; se fatiga, y es reposo
para los fatigados; no tiene donde reclinar la cabeza, y lo sostiene todo con su
mano; sufre, cuando él es el sanador de los padecimientos; le bofetean, y es él
quien ofrenda la libertad al mundo; le perforaron el costado, cuando fue él quién
enderezó el de Adán.
Os ruego que pongáis en tensión vuestras inteligencias, agudizadlas, porque
quiero correr hacia el surtidor de la vida, contemplar la fuente de la que brotan
HIPÓLITO: ANTIPAPA, EXCELENTE ESCRITOR, SANTO Y MÁRTIR
75
nuestros remedios.
El Padre de la inmortalidad envió su palabra, que es su Hijo, al mundo; el Hijo
vino hasta el hombre para lavarlo con agua y con el Espíritu, para regenerarlo y
hacerlo incorruptible de alma y de cuerpo; nos infundió el Espíritu que da vida y
nos revistió con una armadura que no se descompondrá jamás.
Entonces, si el hombre se ha vuelto inmortal, será incluso un dios. Pero si se
vuelve un dios por el agua y el Espíritu Santo, la regeneración del lavatorio lo
transforma, para después de la resurrección entre los muertos, en coheredero
con Cristo.
Por eso proclamo y digo: Venid todos los pueblos gentiles a la inmortalidad del
bautismo. Ésta es el agua unida al Espíritu: riega el paraíso, abona la tierra, hace
crecer las plantas, da fecundidad a las bestias, y por decirlo todo de una vez,
vivifica al hombre regenerado. El bautismo de Cristo fue con agua de ésta, hacia
la cual descendió el Espíritu Santo en figura de paloma.
El que desciende con fe hasta este lavatorio de regeneración renuncia al
malvado y se alinea con Cristo; niega el enemigo y confiesa que Cristo es Dios.
Se desnuda de la esclavitud y se reviste de la filiación divina; sale del bautismo
resplandeciente como el sol, refulgente con los rayos de la justicia y, lo que vale
más que todo, vuelve hecho ya hijo de Dios y coheredero con Cristo.
A él la gloria y el poder, con su Espíritu Santísimo, bueno y vivificador, ahora,
siempre y por todos los siglos de los siglos. Amén”.
Inicio de la Apologética de Tertuliano. Biblioteca Apostólica Vaticana.
6 TERTULIANO
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Biografía de Tertuliano
Obras de Tertuliano
Fuentes y traducciones
Fragmentos
Biografía de Tertuliano
Las pocas noticias que tenemos de este gran escritor —que también fue
enigmático en su pensamiento teológico llegando a ser considerado hereje—
proceden de san Jerónimo. Hay que situar su nacimiento en Cartago, entre los
años 150-160, y su muerte hacia el año 240.
Durante su vida pagana, según afirma él mismo, fue muy pecador. Su conversión
posiblemente tuvo lugar en el año 190 y fue motivada por el testimonio de
muchos santos mártires contemporáneos.
Visitó Roma y posiblemente ejerció de abogado en la capital del Imperio romano.
También conocía a la perfección el griego. Era muy extremista y eso le hizo
caer en el montanismo (a. 213), doctrina que negaba que algunos pecados se
pudiesen perdonar.
Tertuliano, exceptuando san Agustín, es el autor latín más fecundo y más
original de la época preconstantiniana, y el primer teólogo, cronológicamente,
del mundo latín; su teología fue ardorosa y polémica, ya que “Tertuliano no podía
escribir si no era con un enemigo frente a él”. Sus obras son escritos de ocasión,
polémicos, que reflejan los aspectos positivos y negativos de la Iglesia africana,
y más concretamente de la de Cartago.
Obras de Tertuliano
Su corpus consta de treinta y una obras conservadas (tres de ellas originariamente
escritas en griego), y nos han llegado también títulos de obras perdidas. Habrían
78
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
sido escritas entre 197 y 217. Por otra parte, el orden de las obras es muy difícil
de establecer y los datos más aceptables son los que las sitúan en el periodo
anterior o posterior a la conversión al montanismo.
Las obras de Tertuliano han sido y son objeto de muchos estudios realizados
por especialistas patrólogos. Recordamos aquí las más importantes haciendo
una exposición detallada de algunas de ellas. Los patrólogos, ordinariamente,
dividen las obras de Tertuliano en:
a) Apologéticas
Ad nationes (A los gentiles). Es una refutación, en dos libros, de las calumnias
que los paganos profieren contra los cristianos.
Apologeticum (Apologético). Es su obra más conocida. Aquí la defensa se
hace con forma jurídica estricta y va dirigida a los prefectos de las provincias
romanas. Pese al carácter jurídico de la obra se encuentran en ella muchísimas
expresiones definitorias de la fe y de la lucha de los cristianos que se han hecho
clásicas. Tenemos una traducción catalana de F. Senties, con introducción de M.
Dulce, en la colección de la Fundación Bernat Metge (Barcelona, 1960).
De testimonio animae (El testimonio del alma). Quiere demostrar que los mismos
paganos, si son fieles a los impulsos interiores, tienen que encontrar a Dios.
b) Dogmáticas y polémicas
De praescriptione haereticorum (Sobre la prescripción de los herejes). Para
muchos ésta sería la obra cumbre de Tertuliano; una defensa del valor de la
tradición ininterrumpida para demostrar la verdad de la fe católica.
Adversus Marcionem (Contra Marción). Es la obra más extensa de Tertuliano,
con cinco libros, y en ella refuta la herejía dualista de Marción, utilizando todo
tipo de argumentos.
Adversus Praxean (Contra Praxeas).
De baptismo (Sobre el bautismo).
De anima (Sobre el alma). Es voluminoso, casi como el libro contra Marción, y se
puede considerar que es la primera obra de psicología cristiana.
c) Ascéticas y prácticas
De oratione (Sobre la oración).
De poenitentia (Sobre la penitencia).
Ad uxorem (A la esposa). Le pide a su esposa que si él muere ella permanezca
viuda, o si se casa, que sea con un cristiano.
Ad exhortationem castitatis (Exhortación a la castidad). Desaconseja las segundas
nupcias. Se encuentra en el momento crítico del paso al montanismo.
De idolatria (Sobre la idolatría). En su radical oposición, no sólo prohíbe cualquier
práctica idolátrica, sino incluso las profesiones que pueden tener alguna relación
con ellas (maestros, artistas, funcionarios, etc.).
De pudicitia (Sobre la castidad). Cristo ha concedido a Pedro personalmente el
poder de perdonar todos los pecados, pero no lo ha dado a sus sucesores; en el
momento presente los ‘psíquicos’, o sea los católicos, no tienen este poder como
TERTULIANO
79
Iglesia, en cambio lo tienen los ‘hombres espirituales’, o sea los montanistas
que, aun así, se abstendrán de usar este poder para evitar el peligro de nuevas
caídas provocadas por la facilidad del perdón.
De pallio (Sobre el palio). Es una defensa de su cambio de vida, cuando se
presenta como filósofo.
Fuentes y traducciones
MIGNE, Patrología latina, vol. 1 y 2; PARDO, El apologético de Tertuliano (Madrid,
1943); M. DULCE - F. SENTÍAS, Apologético (Barcelona, Fundación Bernat
Metge, 1960); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 361420. Sobre el baptisme i altres escrits (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 1984).
Fragmentos de las obras de Tertuliano
‘El Agua en la creación’
“Aclaremos si es tan absurdo o imposible que el agua nos transforme. Puesto
que, efectivamente, esta materia que es el agua ha merecido una misión tan
calificada, yo creo que necesitamos aclarar el poder del elemento líquido. En
realidad nos ha hecho grandes favores desde el principio sin duda, porque el
agua, antes de la ordenación del mundo, cuando todavía todo era confusión,
reposaba en Dios. Encontramos escrito: ‘Al principio Dios hizo el cielo y la tierra.
Pero la tierra era invisible y caótica, y las tinieblas se cernían sobre el abismo y el
Espíritu de Dios se movía sobre las aguas’ (Gn 1, 1-2). ¡Oh hombre, debes venerar
la antigüedad de las aguas, porque son la antigua sustancia! Debes venerar su
dignidad, porque son la sede del Espíritu de Dios, más agradable en aquellos
momentos que todos los otros elementos. Las tinieblas eran aún informes. Sin la
belleza de las estrellas el abismo era triste, la tierra inacabada y el cielo a medio
hacer. Sólo el agua que siempre es una materia perfecta, fecunda, simple y pura
por ella misma, se ofrecía como un vehículo digno de Dios. ¿Y qué diremos al ver
que la belleza del mundo depende en cierto modo de la distribución de las aguas
hecha por Dios? Para sostener la bóveda del cielo, partió las aguas por la mitad
y extendió la tierra seca, haciéndola surgir de las aguas que había separado.
Ordenado así el mundo según los diferentes elementos, para darle los primeros
habitantes mandó a las aguas producir los primeros seres vivos, y si el agua
fue la primera en engendrar aquello que vive, ¿por qué nos admira que en el
bautismo las aguas den la vida? ¿La creación del hombre, hecho de arcilla, no
se hizo con la ayuda del agua? Dios tomó la materia de la tierra, pero no habría
sido apta de no haber sido húmeda e impregnada, ya que las aguas en cuatro
días habían dejado el barro en su punto con la humedad suficiente”. Obsérvese
que con estas palabras Tertuliano intuye el evolucionismo.
“Ahora, si yo quisiera agotar el tema o alargarme aún más sobre la importancia
del agua –su fuerza, su influencia, utilidades, servicios, ayudas, puerta al
mundo— me temo que parecería que he buscado más las alabanzas del agua
que los argumentos a favor del bautismo. Aunque gustosamente lo haría para
demostrar sin lugar a dudas que aquella materia que Dios utilizó en todas las
obras de la creación, también ha sido fecunda cuando se ha tratado de los
80
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
sacramentos. Que si el agua es preeminente en la vida terrenal, también lo es la
que da la vida en el cielo
cielo”.
‘El Agua y el espíritu’
“Para explicar todo esto será suficiente con que nos fijemos en los orígenes,
en los cuales ya se encuentran las bases del bautismo, o sea, el Espíritu que
con su modo de hacer prefiguraba el bautismo, el Espíritu que al principio se
movía sobre las aguas, el Espíritu que debía permanecer sobre ellas para dar su
eficacia. El Espíritu Santo se movía sobre el agua santa y ésta extraía santidad
de aquel que se movía sobre ella y llevaba la santidad. Porque, una materia bajo
otra, forzosamente tomará las cualidades de la materia que plana sobre ella;
sobre todo será así cuando la sustancia material se ponga en contacto con lo
espiritual, ya que por razón de su sutilidad, le es muy fácil penetrar y quedarse en
la otra sustancia. Así la naturaleza de las aguas, santificada por el Espíritu Santo,
concibió ella misma también la virtud de santificar.
Que nadie diga ‘¿es que nos bautizamos con las mismas aguas que ya existían
desde el principio?’ Ciertamente no son las mismas, a pesar de que son del
mismo género, aunque sean varias las especies; igualmente aquello que es
propio del género también llega a las especies. Además, no existe ninguna
diferencia entre aquel que se lava en el mar o en un estanque, en el río o en un
manantial, en un lago o en una fuente. Tampoco existe diferencia entre los que
Juan bautizaba en el Jordán y los que Pedro bautizaba en el Tíber. De otro modo
deberíamos creer que el eunuco que Felipe bautizó por el camino en un agua
encontrada casualmente podría obtener más o menos gracia salvadora.
Así, todas las aguas, por la prerrogativa de su primer origen, dan el sacramento
que santifica después de que se haya hecho sobre ellas la invocación de
Dios. Después viene el Espíritu desde el cielo, se pone sobre las aguas y las
santifica con su presencia; a su vez las aguas santificadas reciben el poder de
santificar. Podríamos comparar el bautismo con un acto de la vida corriente: nos
ensuciamos con el pecado como con cualquier suciedad y nos lavamos con las
aguas. Pero el pecado no se ve en la carne —de hecho nadie lleva sobre la piel
las manchas de la idolatría, de una impureza o de un fraude—; las faltas tocan el
espíritu, que es el responsable del pecado. El espíritu tiene la iniciativa, la carne
le sirve; sin embargo, ambos participan de la falta: el espíritu porque da la orden,
y la carne porque la lleva a cabo. Entonces las aguas, hechas medicinales por
la intervención del ángel, pueden lavar corporalmente el espíritu y la carne es
purificada en ella”.
‘“Bautismos” paganos y bautismo cristiano’
“Los paganos, ajenos a las cosas espirituales, conceden a sus ídolos un poder
semejante al del agua bautismal. Pero no tienen razón; sus aguas no tienen
ningún poder. En algunos misterios los iniciados entran con un baño; por
ejemplo los de Isis y los de Mitra, y las mismas imágenes del dios son llevadas
al baño. Además purifican con una aspersión de agua sus villas, casas, templos
TERTULIANO
81
y las ciudades enteras. Cuando celebran los juegos de Apolo y de la ciudad de
Pelusium, hacen abluciones en masa y confían obtener una regeneración y la
impunidad de sus perjurios. Del mismo modo, entre los antiguos, aquel que se
había manchado con un homicidio, se purificaba con el agua.
En consecuencia, si las aguas, por su naturaleza capaces de llevar hasta la
purificación, son complacientes al ídolo, ¡cuánto más cumplirán esta misión, si
lo hacen por la autoridad de Dios, que les ha dado la naturaleza! Si pensamos
que las aguas pueden curar en su culto, ¿qué culto mejor que el reconocimiento
del Dios viviente? En esto aún vemos el deseo del diablo, que quiere imitar las
obras de Dios cuando él aplica el bautismo a sus seguidores. ¿Encontramos
alguna semejanza? ¡El inmundo purifica, el instigador el mal libera, el condenado
absuelve! ¡Él mismo deshará su obra, si borra el pecado que inspira! Todo eso
es un testimonio contra aquellos que rechazan la fe, si no creen las obras de
Dios y, en cambio, creen las ficciones del rival de Dios. ¿Y no podría ser que por
otra parte, y sin ningún ritual religioso, los espíritus inmundos se posaran sobre
las aguas, imitando la acción de Dios en el principio? Eso lo saben las fuentes
umbrías y los torrentes salvajes, las piscinas de las localidades, los acueductos
de las casas y las cisternas y los pozos que tienen fama de encantar y que lo
hacen por el poder del espíritu maligno. Se llaman esietos, linfáticos o hidrófobos
aquellos a los que el agua ha matado o ha herido de locura o de temor insano.
¿Por qué nos alargamos diciendo todo esto? Para que a nadie más le cueste
creer que el ángel santo de Dios viene a las aguas para la salvación de los
hombres, y que no se debe creer que el ángel impuro del mal tenga contactos
con el mismo elemento para la perdición de los hombres.
Porque si cualquier palabra de Dios tendrá fuerza si la prueban tres testimonios,
¿cuánto más no será esto en su don? En la bendición bautismal tendremos
los mismos testimonios de la fe por garantes de la salvación. Los tres nombres
divinos son suficientes para afianzar la confianza de nuestra fe. Y, puesto que
el testimonio de la fe y la promesa de la salvación tienen por fianza las tres
personas, la mención de la Iglesia es importante por si misma, porque donde
están los tres, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, está la Iglesia, que es el
cuerpo de los tres.
Después, se nos impone la mano, invocando e invitando al Espíritu Santo con una
bendición. En realidad el ingenio del hombre es capaz de hacer venir un soplo
sobre el agua y darle vida, para que con la asociación de los dos elementos y
unas manos de artista se haga un nuevo tono armonioso; ¿por qué no debería
poder Dios, con un órgano modelado por sus manos, dar la sublime melodía del
Espíritu? También con ello recordaremos el viejo sacramento con el cual Jacob
bendijo a sus nietos Efraín y Manases, hijos de José; pero les impuso las manos
entrecruzando los brazos, de modo que formando encima de ellos el Cristo, ya
anunciasen desde entonces la bendición que tenía que venir del Salvador.
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Entonces, aquel Espíritu santísimo viene del Padre sobre los cuerpos limpios
y bendecidos y sobre las aguas del bautismo, como quien vuelve a su primera
sede, reposa en forma de paloma sobre el Señor y así se nos manifiesta la
naturaleza del Espíritu Santo, como un animal que hasta corporalmente es todo
simplicidad e inocencia. Después de todo eso se nos dice: ‘Debéis ser sencillos
como las palomas’ (Mt 10, 6), y esto no se dice sin referencia a figuras más
antiguas: cuando todo el mundo fue purificado por las aguas del diluvio, que
borraron el pecado original, después de lo que podríamos llamar bautizo del
mundo, la paloma, como un pregonero, anunció a las tierras el final de la ira de
Dios; la paloma salió del arca y volvió con un ramo de olivo, cosa que también
entre los paganos es signo de paz. Con una disposición parecida, pero con un
efecto del todo espiritual, la paloma que es el Espíritu Santo, viene a la tierra,
a nuestra carne cuando sale del bautizo liberado de los antiguos pecados, y
enviado desde el cielo quiere traernos la paz de Dios a la Iglesia”.
‘Necesidad del bautismo’
“Aquí, otra vez, aquellos malvados provocan confusión. Llegan a decir que el
bautismo no es necesario a los que ya tienen la fe, pues Abraham complació
a Dios sin ningún sacramento de agua, o sea, con el sacramento de la fe. Aún
así, hay que tener siempre presente que lo que viene después es la conclusión
y que la totalidad supera aquello que la ha precedido. Antes de la pasión y
la resurrección del Señor, la salvación venía por la fe sola y desnuda, pero
cuando la fe aumentó en los creyentes que admiten el nacimiento, la pasión y la
resurrección de Cristo, también fue ampliado el sacramento. El sello del bautismo
fue como una especie de vestido de la fe que antes estaba desnuda y que ahora
no es capaz de nada sin cumplir la ley (del sacramento). Fue así establecida la
ley del bautismo con una fórmula prescrita que dice: “Id, enseñad a los pueblos
y bautizadlos en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).
A esta ley se añade la siguiente explicación: ‘Si alguien no nace del agua y del
Espíritu Santo no entrará al reino del cielo’ (Jn 3, 5), cosa que somete la fe a la
necesidad del bautismo
bautismo”.
‘Bautismo de los herejes’
“No sé si se tratan actualmente otras cosas relacionadas con el bautismo. En
todo caso estudiaremos lo que antes he omitido para que no parezca que corto
el hilo de la conversación.
Nosotros sólo tenemos un único bautismo, tanto según el evangelio del Señor
como según las cartas de los Apóstoles, porque sólo existe un único Dios y
una única iglesia en el cielo. Cómo se debe actuar frente a los herejes, que lo
explique quien pueda hacerlo mejor que yo. Este escrito es para nuestro uso,
los herejes no tienen ningún lugar en nuestros ritos, y la misma ruptura de la
comunión nos dice que para nosotros son unos extraños. Yo no debo reconocer
en ellos el precepto que he recibido, porque ellos y nosotros no tenemos el
mismo Dios, ni tenemos el mismo Cristo; consecuentemente no podemos tener
TERTULIANO
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un solo bautismo, porque no es el mismo. Puesto que no lo administran de la
manera correcta, en realidad no tienen bautismo.
Una sola vez recibimos el bautismo, una sola vez se nos perdonan todos los
pecados, porque no conviene recaer en ellos. Al contrario, Israel todos los días
se purifica, porque todos los días se mancha. Pero para que no nos pasase lo
mismo a nosotros, se nos ha dado un solo bautismo. Oh, agua feliz, que nos lava
de una vez para siempre y no sirve como excusa para los pecadores
pecadores”.
‘El bautismo de sangre’
“Tenemos también un segundo bautismo, igualmente único, que es el bautismo
de sangre, referente al cual el Señor dijo: ‘Debo ser bautizado’ (Lc 15, 20),
cuando ya había sido bautizado. Había venido por el agua y la sangre como
escribe Juan (1Jn 5, 6); por el agua porque tenía que ser bautizado, por la sangre
porque tenía que ser glorificado. Quería hacernos por el agua llamados, por la
sangre escogidos. Cristo nos dio estos dos bautismos desde su herida abierta
en el costado, porque quienes creen en su sangre tienen que ser lavados en el
agua, y los que ya se han lavado en el agua, aún tienen que llevar sobre ellos la
sangre. Éste es un bautismo que suple el bautismo no recibido, y nos lo devuelve
si lo hubiésemos perdido
perdido”.
‘El ministro del bautismo’. La mujer y el bautismo
“Para acabar este pequeño tratado, queda decir algo de la forma en que se da o
recibe el bautismo. El primero que tiene el derecho de administrarlo es el obispo
si está presente; después tienen este derecho los presbíteros y los diáconos,
pero no lo deben administrar sin el permiso del obispo por causa del honor a la
Iglesia, honor que, si se guarda, garantiza la paz. Además, también los laicos
tienen este derecho: aquello que se recibe en un grado, en el mismo grado lo
puede dar, si bien no queremos que todos los discípulos del Señor sean llamados
obispos, presbíteros o diáconos. Así como nadie debe ocultar la palabra de Dios,
tampoco puede negar el bautismo; es un don de Dios, todo el mundo lo puede
administrar. Los laicos deben ser más modestos y respetuosos que los clérigos,
que tienen más atribuciones, pero no por ello tienen que obstaculizar el oficio
episcopal. La ambición de llegar al episcopado es la madre de los cismas.
El Apóstol santísimo dice: ‘¡Todo es lícito, pero no todo es conveniente!’ (1Co 6,
12 y 10, 23).
Es suficiente con que en las necesidades utilices estos derechos, si lo reclama la
condición del lugar, tiempo o persona. En estos casos la decisión del que ayuda
se justifica por la situación del que peligra, porque será culpable de la perdición
de un hombre aquel que se excusa de hacer aquello que libremente podía hacer.
El atrevimiento de la mujer que usurpó el derecho de enseñar, ¿arrebatará
también el derecho de bautizar? No, si no es que vienen otras personas
parecidas a la primera, porque, así como ella suprimía el bautismo, otra quería
apropiarse de él. Y si algunas defienden los Hechos, mal llamados de Pablo, y
el ejemplo de Tecla, para justificar el derecho de la mujer a enseñar y bautizar,
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
es preciso que sepan que el presbítero que en Asia escribió esta obra, como si
fuera de Pablo, acabó convicto después de confesar haberlo hecho por amor al
Apóstol y perdió su dignidad. ¿Cómo puede parecer incluido en la fe que Pablo
diese a la mujer el poder de enseñar y de bautizar, él que nunca permitió a las
esposas preguntar en la comunidad eclesial? Dijo: ‘¡Que callen y pregunten a sus
maridos en sus casas!’ (1Co 14, 35)”. Obviamente aquí Tertuliano y el mismo san
Pablo ¡no acertaron! Son frases que deben ponerse en un contexto errónio, hoy,
gracias a Dios, superado: la mujer puede y debe en algunos casos bautizar, y
como cualquier cristiano debe evangelizar.
‘La oración del Padrenuestro’
“El Espíritu de Dios, la Palabra de Dios, la Razón de Dios, la palabra de la razón
y la razón de la palabra y el espíritu de ambas cosas, Jesucristo, señor nuestro,
dio a los nuevos discípulos del Nuevo Testamento una nueva forma de oración.
Era necesario que también en la oración el vino nuevo fuese recogido en botes
nuevos y que un pedazo nuevo fuese añadido a un vestido nuevo. Por otra parte,
todo cuanto había existido antes, o ha cambiado, como la circuncisión, o ha sido
completado, como el resto de la Ley, o se ha cumplido, como las profecías, o ha
sido perfeccionado, como la misma fe.
La nueva gracia de Dios ha renovado todas las cosas, transformándolas de
carnales a espirituales, pasando el evangelio como una esponja que hace
recular todo cuanto es viejo, y en este evangelio nuestro Señor Jesucristo ha
demostrado que él mismo es Espíritu de Dios, Palabra de Dios, Razón de Dios,
o sea el Espíritu que le hizo fuerte, la palabra con la que enseñó, la razón por la
que vino. Así la oración establecida por Cristo consta de tres cosas: el espíritu
que la hace poderosa, la palabra con la que se expresa, y la razón con la que
nos reconcilia con Dios.
Juan había enseñado a sus discípulos a rezar, pero todo cuanto él hacía se
encaminaba a Cristo, hasta que, enaltecido el mismo Cristo –profetizaba que
era necesario que el Mesías creciera y que él, Juan, menguar—, toda la obra
del precursor y el espíritu que la guiaba pasar al Señor. No constan las palabras
exactas con las que Juan enseñaba a rezar para que las cosas terrenales dieran
paso a las celestiales. “Aquel que es de la tierra dice cosas terrenales, y quién
viene del cielo dice aquello que ha visto” (Jn 3, 31). Y de aquello que es de Cristo,
¿qué hay que no sea celestial como, por ejemplo, este modelo de plegaria?
Consideremos, hermanos bendecidos, su sabiduría celestial, en primer lugar
sobre el precepto de adorar secretamente, con el cual exigía la fe del hombre,
que debía tener la certeza de la presencia de Dios omnipotente y del hecho que
escucha la plegaria incluso dentro de las casas y en lugares secretos; también
quería la sencillez de la fe, para que el hombre ofreciera su devoción sólo a
aquel del que no dudaba que le veía y lo escuchaba en todo lugar. La sabiduría,
en segundo lugar, pide la fe y la sencillez de la fe, si no es que pensamos que
debemos acudir a Dios con un alud de palabras, siendo así que sabemos que
TERTULIANO
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él ve más que nosotros. Y esta brevedad –que pertenece al tercer grado de
sabiduría— está llena de conocimiento y felicidad, y cuanto más breve es de
palabras más ancho es de sentido. No coge sólo los deberes de la oración
o la veneración de Dios o la petición del hombre, sino que casi coge toda la
palabra del Señor y toda su enseñanza, de modo que la oración de Cristo es el
compendio de todo el evangelio
evangelio”.
‘Dios, Padre de todos’
“La oración empieza por el testimonio que damos de Dios y por el valor de la fe,
cuando decimos: ‘Padre, que estáis en el cielo’ (Mt 6, 9). Ciertamente oramos a
Dios y manifestamos la fe que encuentra su mérito en este título. Se ha escrito:
‘A los que creen en él, les ha concedido el ser llamados hijos de Dios’ (Jo 1, 12).
Porque muy a menudo el Señor nos decía que Dios era padre y nos mandó que
no llamásemos a nadie ‘padre’ aquí en la tierra, salvo al que tenemos en el cielo,
por ello cuando adoramos cumplimos también un precepto.
¡Felices los que conocen al Padre! De eso es acusado Israel, de eso el Espíritu
pone por testigos al cielo y la tierra, y dice: ‘He engendrado hijos y no me han
conocido’ (Is 1, 2).
Cuando decimos Padre también decimos Dios. Este título supone amor y poder.
Igualmente el Hijo es invocado en el Padre, porque dice: ‘Yo y el Padre somos
una sola cosa’ (Jn 10, 30). Ni tan siquiera pasamos por alto la iglesia madre, ya
que en el hijo y el padre viene comprendida la madre, por la que se entiende el
nombre de padre y el de hijo. De una sola vez o con una sola palabra, honramos
a Dios en su grandeza, cumplimos un precepto y denunciamos a los que han
abandonado al Padre”.
‘Las mujeres en la Iglesia. La indumentaria de las mujeres’
Como veremos, algunos comentarios de Tertuliano son abusivos e impropios del
evangelio, que afirma que ante Dios todos somos iguales: hombres y mujeres.
“En cuanto a la indumentaria de las mujeres, la variedad de usos y costumbres
ha hecho que, después del santo Apóstol, nosotros, o los hombres de cualquier
lugar, tratásemos el tema con demasiado atrevimiento, y sólo será sin atrevimiento
si lo tratamos de acuerdo con las palabras del Apóstol.
Existe una norma explícita sobre la modestia del vestido y del ornamento, cosa
que también dice san Pedro con las mismas palabras, porque tiene el mismo
espíritu que Pablo. Prohíben el orgullo de los vestidos, la soberbia de las joyas
de oro y la impertinencia cortesana de los peinados.
Es preciso que hablemos otra vez de aquello que se observa a menudo en las
iglesias como algo incierto: si las vírgenes deben llevar o no llevar el velo. Los que
permiten a las vírgenes no cubrirse la cabeza parece que se apoyan en el hecho
de que el Apóstol no dijo expresamente que las vírgenes tuviesen que llevar el
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
velo, sino las mujeres, de manera que no indicaba el sexo diciendo ‘hembras’,
sino la categoría del sexo diciendo ‘mujeres’. Si hubiese hecho referencia al sexo
diciendo ‘hembras’, habría declarado absolutamente que hablaba de cualquier
mujer; pero, al poner una categoría de sexo excluye la otra. Según algunos,
habría podido mencionar especialmente a las vírgenes, o decir de una vez
‘hembras’ en general
general”. Creemos que esta es una argumentación totalmente
manipulada (la de Tertuliano).
Aquellos que lo ven así tienen que repensar el sentido de la palabra en si misma:
¿qué significa teniendo en cuenta las primeras letras de la Sagrada Escritura?
De hecho, encontrarán que el sexo es un nombre, no una categoría de sexo; Dios
dio a Eva el nombre de mujer y ‘hembra’ cuando aún no había conocido barón (la
llama ‘hembra’ indicando generalmente el sexo, y ‘mujer’ indicando especialmente
una categoría de sexo). El hecho de que Eva, aún no casada, tuviese el nombre
de ‘mujer’, hizo que este nombre fuese común también a las vírgenes. No es
que el Apóstol, movido por el mismo Espíritu con el que fue redactada toda la
Escritura divina y también el Génesis, usara la misma palabra diciendo ‘mujer’,
nombre que tanto se refiere a Eva no casada, como a una virgen”.
‘Las vírgenes y las casadas’
“El resto, por otra parte, no desdice lo que decimos. Porque en el hecho mismo
de no llamar a las vírgenes, como en otro lugar en el que se habla sobre el
matrimonio, dice bien claro que se trata de cualquier mujer y de todo el sexo, y
no hace distinción entre mujer y virgen, pues a esta última ni tan siquiera la cita.
El Apóstol, además, en otros lugares piensa en distinguir donde realmente la
diferencia lo requiere (distingue los dos grados y los designa por su nombre). En
cambio, cuando no quiere distinguir, no diferencia ambas cosas ni quiere que se
vea ninguna diferencia.
¿Qué quiere decir que en la lengua griega, en la cual el Apóstol escribió las
cartas, es más normal decir ‘mujeres’ que ‘hembras’? Está claro el sentido
cuando dice: ‘Cualquier mujer que adora o profetiza con la cabeza descubierta,
deshonora su cabeza’ (1Co 11, 5). ¿Qué quiere decir ‘cualquier mujer’ sino
una mujer de cualquier edad, grado o condición? No excluye a ninguna mujer
diciendo ‘cualquiera’, como no excluye a ningún hombre o ningún tipo de velo;
por eso dice ‘cualquier hombre’ (1Co 11, 4). Así como en el sexo masculino, con
el nombre de “hombre” prohíbe que éste lleve velo incluso el chico impúbero,
igualmente en el sexo femenino con el nombre de ‘mujer’ manda que lleve velo
también la virgen. Igualmente en los dos sexos, la de menor edad debe seguir
la disciplina de la mayor, así deben llevar velos finos. De ahí que si no lo llevan
las vírgenes ‘hembras’, es porque éstas nominalmente no están obligadas. No
es lo mismo ser hombre que impúbero, si tampoco es lo mismo ser mujer que
virgen”.
TERTULIANO
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Tertuliano vuelve a enredar la argumentación: uno no entiende por que presenta
tantas distinciones y precisiones, para después aplicarlas a un texto muy
discutible de san Pablo y del Génesis.
“Se dice que las mujeres deben llevar velo a causa de los ángeles, porque los
ángeles, por causa de las hijas de los hombres, se apartaron de Dios. ¿Quién
osará defender que sólo las mujeres, o sea, las casadas y que ya han perdido
la virginidad, despiertan la concupiscencia, salvo que no sea posible que las
vírgenes despunten por su belleza y encuentren quien se enamore de ellas?
Es más, miremos si los ángeles sólo desearon a las vírgenes, siendo así que la
Escritura dice ‘las hijas de los hombres’ porque pudo llamar de forma equivalente
a las esposas de los hombres o a las ‘hembras’. Aún añade: “Y las tomaron por
esposas”, que quiere decir que las aceptaron como mujeres, o sea, que eran
libres. Si no lo hubiesen sido, lo habría dicho de otro modo. Son libres, o por la
viudedad o por la virginidad. Así, llamándolas ‘hijas’, mezcló en general el sexo
y sus grados.”
También cuando Tertuliano dice que la misma naturaleza (que dio a las mujeres
la cabellera para cubrirse y como ornamento) “enseña que hay que poner el velo
a las mujeres, ¿no es cierto que lo mismo para cubrirse y el mismo honor de la
cabeza han sido dados también a las vírgenes? Si es feo que una mujer se corte
los cabellos, también lo es que lo haga una virgen.
En todas aquellas en las cuales se da la misma condición de la cabeza, también
se debe exigir la misma disciplina en cuanto a la cabeza, incluso en aquellas
vírgenes que son protegidas por su niñez. Así lo observa también Israel. Si no lo
observara, nuestra ley ampliada y supletoria pondría un añadido sobre el velo de
las vírgenes. Excusemos la edad que ignora su sexo (que la inocencia mantenga
su privilegio), porque Eva y Adán, cuando tuvieron conocimiento, cubrieron
enseguida aquello que habían descubierto. Ciertamente, en aquellas que ya han
pasado la niñez, la edad debe cumplir con su deber hacia la naturaleza y hacia la
disciplina; en efecto, tanto por el cuerpo como por los deberes son consideradas
mujeres. No hay virgen desde el día en que puede casarse, porque en ella la
edad ya se ha esposado con su hombre, o sea, con el tiempo
tiempo”.
En la argumentación de Tertuliano evocamos las posturas ultraconservadoras
de algunas creencias y costumbres actuales del siglo XXI.
‘Mujeres consagradas a Dios’
Pero, ¿y si alguna se ha consagrado a Dios? “Entonces vela su cabeza y
acomoda su vestido al de las mujeres casadas. Que manifieste que es mujer,
pero aún más que es virgen; aquello que esconde por y con respecto a Dios,
que lo cubra totalmente. Aquello que hacemos por la gracia de Dios, sólo lo debe
conocer Dios, no vaya a ser que el premio que esperamos de Dios, lo recibamos
de parte de los hombres.
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
‘¿Por qué descubres ante Dios lo que escondes ante los hombres? ¿Serás más
modesta en la calle que en la iglesia? Si es un don de Dios y lo has recibido,
¿por qué te glorificas, como si no lo hubieses recibido?’ (1Co 4, 7). ¿Por qué
juzgas a los otros con ostentación de ti misma? ¿Tal vez invitas a otras al bien,
glorificándote de ti misma? Debes saber que te expones a perder lo que tienes si
te glorificas y pones a las otras en el mismo peligro. Fácilmente se pierde aquello
que se toma por amor a la gloria. Cúbrete, virgen, si es que lo eres; tienes que
mantener el pudor. Si eres virgen no toleres muchos ojos sobre ti. Que nadie
se admire de tu rostro, que nadie vea que mientes. Finges que eres maridada
si cubres tu cabeza. Pero no parece que mientas; te has esposado con Cristo.
Le has consagrado tu carne: obra de acuerdo con las reglas de tu esposo. Si
él manda que las maridadas con otros se cubran, mucho más lo querrá para la
suya”. Repetimos que todo este texto incluye una argumentación muy discutible
hoy en día.
‘No se deben cambiar las costumbres’
“Unos atribuyen a la costumbre de otro su conducta y hábitos. Para que unas no se
vean obligadas al velo, no es justo prohibirlo a las que lo tomen voluntariamente;
si no pueden negar que son vírgenes, que se contenten en su fama y de la
tranquilidad de la conciencia en la presencia de Dios. Sobre las que llamamos
‘prometidas’, puedo decir y afirmar, siempre según mi punto de vista, que deben
recibir el velo desde el día en que han temblado al primer contacto corporal con
el beso y la caricia del hombre. En ellas todo es ya una vigilia de boda; la edad
por la madurez, el cuerpo por la edad, el espíritu por el conocimiento, el pudor
por la experiencia del beso, la esperanza por la expectación y las entendederas
por la determinación. Nos supone un buen ejemplo Rebeca, que al ver por
primera vez al marido, sólo de saber que se tenía que casar con él ya se cubrió»
(los extremos de esta argumentación son consecuencia de un contexto muy
discutible hoy día).”
‘Orar de rodillas’
“En lo referente a orar arrodillado en el suelo, existe variación por parte de
algunos, no demasiados, que no se ponen de rodillas en sábado, divergencia
que se nota sobre todo de una iglesia a otra. El Señor les dará su gracia a fin
de que dejen esta costumbre o la practiquen sin escándalo de los hermanos.
Por lo que nosotros hemos aprendido, no debemos arrodillarnos los domingos
e incluso debemos evitar cualquier preocupación o trabajo, aplazando los
negocios y asuntos para no dar campo al diablo. Sólo nos abstendremos de
arrodillarnos durante el tiempo de Pascua, que todos los días se celebra con la
misma solemnidad y alegría. Por otra parte, en un día cualquiera, ¿quién dejará
de arrodillarse ante Dios, al menos en la primera oración con la que da comienzo
la jornada? En los días de Statio y de ayuno no se debe dirigir a Dios ninguna
oración sin arrodillarse y hacer otros signos de humildad. Y es porque no sólo
rezamos, sino que suplicamos y pedimos perdón a Dios nuestro Señor
Señor”.
TERTULIANO
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‘El tiempo de la oración’
“En cuanto al tiempo de la oración, no hay nada prescrito, salvo que es preciso
rogar en todo lugar y en todo momento. Pero, ¿qué quiere decir en todo lugar,
si se nos prohíbe rezar en público? Dice ‘en todo lugar’, o sea, donde te lleve
la oportunidad o la conveniencia. No se considera que obraran contra ningún
precepto los apóstoles que rezaban en prisión y cantaban a Dios mientras
les oían los carceleros, o bien Pablo que en el barco celebró la eucaristía en
presencia de todos.
También sobre el momento de la oración, no estará fuera de lugar la observancia
de algunas horas, refiriéndome a las más conocidas que marcan los momentos
del día: tercia, sexta y nona, y que encontramos como más acostumbradas en
las Escrituras. El Espíritu Santo fue infundido a los discípulos congregados a la
hora de tercia”.
‘Qué es la penitencia’
“Los hombres ciegos, sin la luz del Señor (también nosotros éramos antes de
esta naturaleza) saben, por naturaleza, que la penitencia es una afección del
espíritu que se desdice de la ofensa contenida en el modo anterior de pensar.
Pero están tan lejos de la razón de esta penitencia como del mismo autor de la
razón. La razón es cosa divina, puesto que Dios, Creador de todo, de todo ha
tenido providencia, y nada ha dispuesto ni ordenado sin la razón. Por lo tanto,
no quiere que nada sea entendido o tratado fuera de la razón. Por eso los que
ignoran a Dios, forzosamente ignoran aquello que tiene que ver con él. No existe
ningún tesoro de alguien que sea manifiesto a los extraños. De ahí que no sepan
evitar la tormenta inminente de este siglo al atravesar sin el timón de la razón el
curso de la vida humana. Con un solo ejemplo será suficiente para que veamos
la irracionalidad en su acto mismo de la penitencia: se arrepienten incluso de sus
buenas acciones. Hay quien se arrepiente de la fe, del amor, de la simplicidad,
de la libertad, de la paciencia, de la misericordia. Cuando les molesta algo, ellos
mismos se maldicen por haber obrado bien y, con una penitencia semejante a
la que iría acompañada de las mejores obras, se remachan en el corazón el
propósito de cambiar y de no hacer, a partir de entonces, nada bueno. No se
preocupan lo más mínimo del mal de la penitencia, y con ella pecan fácilmente
en lugar de obrar bien”.
‘Necesidad de la penitencia’
“Si pensaran en Dios y usaran rectamente la razón, sopesarían los méritos de
la penitencia y no la usarían para incrementar una mala enmienda. Moderarían
el modo de arrepentirse, verían que es una forma de pecar y temerían al Señor.
Pero donde no existe ningún temor tampoco hay enmienda. Y donde no existe
ninguna enmienda, la penitencia es inútil, porque está faltada de aquel fruto por
el cual Dios la sembró, o sea, la salvación del hombre. Dios, después de tantos
y tan grandes delitos de los temerarios hombres (Adán los empezó), después
de condenar al hombre con el mundo que le fue dado, después de haberlo
expulsado el paraíso y unirlo a la muerte, viendo que se acogía de nuevo a su
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
misericordia, le entregó la penitencia, y deshizo la primera sentencia de furor,
decidido a perdonar su obra e imagen. Así es cómo se congregó un pueblo y lo
hizo prosperar con muchos dones de su bondad. Y tantas veces como lo encontró
ingrato, siempre lo exhortó a la penitencia. Por eso le envió innumerables profetas.
Después prometió la gracia que, en los últimos tiempos, mediante su Espíritu,
iluminaría el mundo; pero quiso que la precediese un bautismo de penitencia. Así
dispondría antes con la señal de la penitencia a todos los llamados por la gracia
a la promesa destinada a la descendencia de Abraham. Juan no acaba aquí, y
dice: ‘Haced penitencia’ (Mt 3, 2); de hecho la salvación se acercaba ya a las
naciones y era el Señor quien la llevaba, según la promesa de Dios. Determinó
que esta salvación fuera precedida de la penitencia como de una sirvienta para
purificar las mentes. Así, todo cuanto había sido maculado por el error antiguo,
todo cuanto la ignorancia había contaminado en el corazón del hombre, sería
desarraigado y expulsado por la penitencia, y ésta dispondría los corazones,
como una casa limpia para el Espíritu Santo que descendería, para que pudiese
entrar a gusto con los bienes celestiales.
Enumerar los bienes de la penitencia es un tema muy vasto y que, por lo mismo,
requeriría hablar muy extensamente de él. Pero nosotros, faltados de tiempo
libre, queremos inculcar una sola cosa: es bueno, es excelente aquello que Dios
manda. Considero un atrevimiento discutir sobre la benevolencia de un precepto
divino. Y no lo debemos obedecer sólo porque es bueno, sino porque Dios lo
manda. Cuando se trata de rendir homenaje, primero es la majestad del poder
divino, primero es la majestad de quien manda antes que la utilidad de quien
sirve. ¿Es bueno o no arrepentirse? ¡Dios lo ha mandado así! Y no sólo manda,
más aún, exhorta, invita ofreciendo el premio de la salvación; y lo hace incluso
con juramento: ‘Por mi vida’ (Ez 33, 11), dice y desea ser creído.
Felices nosotros, por los que Dios jura, pero ¡desdichados si no creemos al Señor
ni tan siquiera cuando jura! Debemos emprender y guardar muy seriamente algo
que Dios recomienda tantísimo y de lo cual da testimonio jurado como hacen los
hombres. Así nos afirmaremos en la gracia divina, mantendremos su fruto y la
ganancia, y podremos perseverar
perseverar”.
‘Quien ha recibido la penitencia no debe recaer’
“Afirmo, entonces, que una vez conocida y recibida la penitencia que la gracia
divina nos ha señalado y que nos devuelve en la amistad del Señor, nunca
jamás debemos repetir el pecado. Ningún pretexto de ignorancia excusa cuando,
ya conocido el Señor y admitidos sus preceptos, y después de haber hecho
penitencia por tus pecados, recaes de nuevo en la culpa. Así, tanto más te
entregas a la contumacia cuanto más te has alejado de la ignorancia. Pues si
te arrepientes de haber pecado porque empezabas a tener temor al Señor, ¿por
qué has querido rescindir lo que hiciste con la gracia del temor, si no es que has
dejado de temer? Es sólo la contumacia lo que destruye el temor. Ninguna excusa
hace ahorros de la pena en aquellos que desconocen al Señor, ya que Dios se
manifiesta e incluso puede ser captado por la inteligencia gracias a los mismos
TERTULIANO
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bienes celestiales, de modo que es imposible ignorarlo. ¿No será, entonces,
más peligroso ningunearlo una vez conocido? Y lo desprecia quien, habiendo
conseguido de él conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo, vuelve a
hacer aquello que sabe que debe evitar y de lo que ya había huido. Así es como
ofende a sus propias entendederas que es un don de Dios. ¡Rehúsa al donante
aquel que rehúsa el don; niega el beneficio aquel que no honra al benefactor!
¿Cómo podría complacer a aquél el don del cual encuentra decepcionante? Así
es cómo no sólo se muestra contumaz, sino incluso desagradecido con el Señor.
Por otra parte, peca gravemente contra el Señor aquel que, después de haber
renunciado con la penitencia al diablo, enemigo de Dios, y de haberlo vencido y
sujetado al Señor en su nombre, lo levanta de nuevo, y con la propia caída, se
convierte en motivo de alegría del Maligno, el cual, recobrada la presa, podrá otra
vez gloriarse contra Dios. ¿No será que –cosa peligrosa, pero necesaria para la
edificación- prefieres el diablo al Señor? Parece talmente que haya establecido
comparación el que, conociéndolos a ambos, haya juzgado que es mejor aquel
al cual se entrega de nuevo. Así, quien había determinado dar satisfacción al
Señor mediante la penitencia de las culpas, dará también satisfacción al diablo
arrepintiéndose de la penitencia, y será tanto más odioso al Señor cuanto más
agrade a su enemigo.
Pero algunos dicen que el Señor se da por satisfecho si uno hace el propósito,
aunque no llegue a ejecutarlo. Así, entonces, pecar salvados el temor y la fe,
sería lo mismo que violar el matrimonio salvada la castidad, o dar venenos a
los padres una vez salvada la piedad filial. Así también éstos irán a parar al
infierno sin menoscabo del perdón, si pecan sin menoscabo del temor de Dios.
¡Maravilloso ejemplo de perversidad! Pecan porque son temerosos. ¡Con toda
seguridad que no pecarían si temían! Así pues, que no reverencie a Dios el que
no quiera tenerle ofendido, ya que el temor de ofender sirve de excusa. Pero
estas artimañas acostumbran a ser fruto de la raza de los hipócritas, de aquellos
que han establecido amistad con el diablo. Su penitencia nunca es segura”.
‘La penitencia es para una sola vez después del bautismo’
“De nuevo queremos hablar u oír hablar de la penitencia sólo en tanto que es
preciso que tampoco los catecúmenos pequen; o no sepan nada de la penitencia
o que no esperen nada de ella. Molesta tener que hablar de la segunda –en
realidad de la última— esperanza, no sea que, insistiendo en tratar de la ayuda
que aún queda con la penitencia, parezca que abramos un camino a pecar de
nuevo. Que de ningún modo se interpreten las cosas así, ni se crea que así se
abre un camino para pecar por el solo hecho de que se abre para la penitencia.
¡Que la temeridad humana no abuse de la inconmensurable misericordia de
Dios! Que nadie sea peor porque el Señor es mejor, pecando tantas veces como
es perdonado. No siempre podrá escaparse el que peca constantemente. Nos
hemos escapado una vez: no nos lancemos a los peligros, aunque parezca que
podremos volver a escapar. Muchos, cuando se han salvado de un naufragio, le
dicen un ‘nunca jamás’ a la nave y al mar, y con el recuerdo del peligro, honramos
92
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
el beneficio de Dios, que es la salvación. Celebro este temor, me gusta esta
moderación. No desean volver a ser una carga para la misericordia de Dios,
temen que parezca que menosprecian lo que han conseguido. Con prudente
solicitud, intentan no volver a experimentar aquello que una vez aprendieron a
temer. Así es como la limitación de la temeridad es testimonio de temor, y el
temor del hombre es el honor de Dios.
Pero aquel enemigo obstinadísimo (diablo) nunca da tregua a su maldad, y
se enfurece más contra el hombre cuando lo encuentra plenamente liberado;
cuando lo apagan es cuando más prende. No puede menos que lamentarse
dolido y gemir, porque con el perdón concedido a los pecadores, ve destruidas
en el hombre tantas obras mortíferas, y rotos tantos títulos de su antiguo dominio.
Le sabe mal que aquel pecador, sirviente de Cristo, tenga que juzgarlo a él y a
sus ángeles. Por eso espía, combate y pone asedio para ver si puede herir los
ojos con la concupiscencia carnal, o sujetar el alma con los lazos del mundo, o
destruir la fe con el terror de los poderes temporales, o desviar del camino seguro
con las malas costumbres. No para de preparar escándalos y tentaciones. Dios,
en previsión de estos venenos, permitió que se obstruyese un poco la puerta del
perdón; si bien estaba cerrada con el cerrojo del bautismo. Puso en el vestíbulo la
segunda penitencia, que abriría a aquellos que llamasen; pero eso sólo una vez,
porque ya era la segunda y otra más sería en vano. ¿Y no es suficiente esta vez
única? Tienes lo que ya no merecías, por haber perdido lo que te habían dado.
Si la misericordia del Señor te concede una oportunidad para recuperar lo que
habías perdido, sé agradecido por el nuevo beneficio, aunque no te lo amplíen.
Restituirte una cosa es más excelente que dártela, porque es mucho más triste
haber perdido que haber recibido. A pesar de ello, el alma no debe desfallecer
ni debe desesperarse si uno se hace deudor de una segunda penitencia. Es
preciso que sepa mal pecar de nuevo, pero no debe saber mal arrepentirse de
nuevo. Uno no debe querer ponerse otra vez en peligro, pero nadie debe rehuir
que le liberen otra vez. Si la enfermedad se repite también debe repetirse el
remedio. Serás agradecido al Señor si al darte nuevamente un don no lo rehúsas.
Has pecado, pero aún puedes reconciliarte. ¡Tienes a alguien muy voluntarioso
a quien puedes satisfacer!
satisfacer!”. La Iglesia aceptará la penitencia cuantas veces sea
preciso en la vida de un pecador hasta el fin de sus días, cuando será juzgado
definitivamente. En esto discrepa radicalmente Tertuliano.
‘Trinidad y monarquía de Dios’
“Los sencillos, en efecto, que son siempre la mayor parte de quienes creen (no
me refiero a los inconscientes y obtusos), puesto que la misma regla de fe ha
pasado de los muchos dioses del mundo al único Dios verdadero, al no entender
cómo puede ser un Dios único, que debe ser creído con la economía de los tres,
se asustan de tal cosa. Se figuran que el número y la separación de la Trinidad
introduce la división de la unidad, siendo así que la unidad de la cual se deriva la
Trinidad, no es destruida por esta economía, sino organizada. Dicen: ‘Creemos
en la monarquía’ (un solo Dios) y pronuncian claramente la palabra, incluso
los latinos, con tanta fruición que creerías que entienden perfectamente la
TERTULIANO
93
monarquía que expresan con la voz. Pero los latinos desean oír ‘monarquía’, y en
cambio los griegos no quieren oír hablar de economía. Más yo, si es que sé algo
de ambas lenguas, sé que ‘monarquía’ no significa otra cosa que el poder único
y singular; pero no quiero limitar el sentido de monarquía, de modo que sea de
quien sea, no pueda tener un hijo, o bien adoptar otro como tal, o que no pueda
hacer funcionar su monarquía mediante aquellos que le plazcan. Al contrario,
diré que ningún reino es tan exclusivo de uno solo, tan singular, tan monárquico,
que no pueda ser administrado por medio de otras personas amigas, que lo
redimirán como sus intendentes. Si aquel que tiene la monarquía tiene un hijo,
no diremos que acto seguido la divida y deje de ser monarquía, si toma al hijo
como participante de su poder, sino que, siendo principalmente de aquel que
la comunica al hijo manteniéndola suya, tenga una monarquía gobernada por
dos personas estrechamente unidas. Por eso mismo, si la monarquía divina
es administrada por tantas legiones y ejércitos de ángeles como encontramos
escrito: ‘Sus servidores eran mil miles, sus asistentes diez mil miríadas’ (Dn 7,
10), no por ello deja de ser uno el monarca, ni pierde el carácter de monarquía
por el hecho de ser gobernada por tantas miles de fuerzas. ¿Cómo es posible
que Dios parezca sufrir una división y separación en el Hijo y el Espíritu Santo,
que tienen el segundo y tercer lugar y participan de la sustancia del padre, cosa
que no se repite en el gran número de los ángeles, que por otra parte son ajenos
a la sustancia del Padre? ¿Es que todavía crees que los miembros, los hijos, los
instrumentos, la misma fuerza y toda la organización de la monarquía significan
el derrumbamiento del reino? No piensas rectamente. Prefiero que indagues el
sentido de la realidad que el sonido de la palabra. Debes comprender que el
derrumbamiento de la monarquía vendría cuando se introdujese otro dominio de
la misma condición que el propio Estado y, por ello, competidor, como cuando
se presenta otro dios contra el Creador, cosa nefasta; o bien como cuando se
presentan muchos, según los valentinianos y los pródigos: eso es malo tanto
si pretenden el derrumbamiento de la monarquía, como si lo que quieren es la
destrucción de la idea de creador
creador”.
‘El Hijo no deshace la monarquía de Dios’
“Además, yo que no hago venir el Hijo de ninguna parte más que de la sustancia
del Padre –un Hijo que no hace nada que no sea voluntad del Padre, que ha
recibido del Padre todo su poder—, ¿cómo podría, a partir de la fe, borrar la
monarquía que el Padre ha entregado al Hijo, que es su sirviente? Lo mismo diré
en un tercer grado: pienso que el Espíritu no puede venir sino del Padre por medio
del Hijo. Ten cuidado, no vaya a ser que más bien destruyas la monarquía, tú que
deshaces la disposición divina y su donación expresada en tantos nombres como
Dios ha querido. Hasta tal punto permanece en su estado, aunque descubramos
la Trinidad en él, que toda la ordenación del mundo debe ser restituida al Padre
por el Hijo, como el Apóstol escribe sobre el final de todo: ‘Pondrá el reino en
manos de Dios, el Padre: porque él debe reinar hasta que Dios haya sometido a
todos los enemigos bajo sus pies –o sea, según el Salmo: Siéntate a mi derecha
y espera a que haga de los enemigos la banqueta de tus pies—, cuando todo
le haya sido sometido, excepto aquel que le ha sometido toda cosa, entonces el
94
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Hijo mismo se someterá a Dios, que lo habrá sometido todo, para que Dios esté
todo en todos’ (1Co n15, 24b-25; Sl 109, 1; 1Co 15, 27b-28)”.
‘La generación de la Palabra’
“Pero, como quieren que los dos sean una sola cosa, de manera que el Padre
y el Hijo sean considerados el mismo ser, conviene examinar todo cuanto
sabemos del Hijo: si existe, quién es, cómo es, y así la misma materia defenderá
su realidad con las Escrituras y las versiones que los diferentes autores hacen de
ellas. Algunos dicen que el Génesis en la lengua hebrea empieza así: ‘Al principio
Dios creó el Hijo’ (Gn 1, 1). Este argumento no es suficientemente fuerte, pero
otros argumentos me convencen a partir del plan de Dios, tal y como fue antes
de la creación del mundo y hasta la generación del Hijo. Ante todo, Dios estaba
solo, existía él y era por sí solo el mundo, el lugar y todas las cosas. Estaba solo,
porque fuera de él no existía nada que no fuera él. Ni entonces estaba él solo;
tenía con él aquello que hay en él mismo, o sea, su razón, Dios es racional... y la
razón está en primer lugar en él mismo y de él vienen todas las cosas. La razón
es su propia conciencia. A esta razón los griegos la llaman logos, palabra griega
que nosotros traducimos por ‘palabra’; en consecuencia, ya es habitual que
nuestros fieles, con una traducción muy literal, digan que al principio la palabra
estaba en Dios, resultando más acertado decir que antes es razón, porque en
el principio Dios no habla, sino que es razón y pensamiento antes de iniciar la
creación, y también porque la misma palabra, que tiene su fundamento en la
razón, la manifiesta primero la razón como propia sustancia. Entonces poco nos
interesa. Si bien Dios aún no había enviado su palabra, sí tenía la palabra en él
mismo y en la razón; pensaba en silencio y preparaba en su interior aquello que
pronto tenía que decir mediante la palabra. Él convertía en palabra aquella razón
que expresaba con la palabra.
Para que lo entiendas mejor, reconoce que tú mismo eres hecho a imagen y
semejanza de Dios, por lo que tú también tienes una razón como animal racional
que eres, no sólo hecho por un artífice racional, sino también hecho viviente de
la sustancia de él mismo. Mira: cuando tú razonas silenciosamente dentro de
ti pasa lo mismo que has visto en Dios, la razón te asiste, acompañada de la
palabra en cualquier movimiento de tu pensamiento, en cualquier impulso de
tu conciencia. Todo cuanto piensas es palabra, todo cuanto sientes es razón.
Es necesario que digas el pensamiento en tu interior y, mientras hablas, tienes
como interlocutor a aquella palabra que tiene aquella misma razón con la que,
pensando con esta palabra, hablas, y por medio de la cual, hablando, piensas.
Así, la palabra en ti es como una segunda persona, por medio de la cual hablas
pensando, y por medio de la cual piensas hablando, y la palabra en sí misma no
eres tú mismo. ¿Cuánto más perfectamente sucede esto en Dios, del que tú eres
tenido por imagen y semejanza, por el hecho de tener en si mismo, hasta cuándo
calla, la razón y en la razón la palabra? Tal vez he podido explicar así el hecho
sin peligro de error y afirmar que, antes de la creación del mundo, Dios no estaba
solo, tenía dentro de sí la razón y en la razón la palabra que había pronunciado,
distinta de él mismo, en su operación interior
interior”.
TERTULIANO
95
‘La Palabra es el Hijo’
“La misma Palabra, que con el nombre de sabiduría y razón, y de todo el
conocimiento de Dios y del Espíritu, se convirtió en Hijo de Dios, del que procede
por generación. Me dirás: ‘¿Entonces tú admites que la palabra es alguna
sustancia que consiste en espíritu, sabiduría y razón?’ Efectivamente. ¿No
querrás considerarla como algo que subsiste realmente por la propiedad de su
sustancia, talmente que pueda parecer una cosa, y en cierto modo una persona,
y sea como un segundo después de Dios, y así resulte que son dos: el Padre y el
Hijo, Dios y la Palabra? Dirás: ‘¿Qué es la palabra, sino una voz y un sonido de
la boca y, como enseñan los gramáticos, un aire tocado e inteligible al oído, pero
por otra parte algo vacío, inconsistente e incorporal?’ Pero yo respondo que de
Dios no puede proceder nada vacío e inconsistente, porque no proviene de un
principio vacío e inconsistente y no puede estar faltado de sustancia aquello que
procede de una sustancia tan poderosa y que ha creado todas las sustancias.
Dios, en efecto, creó todas las cosas hechas por la Palabra. ¿Qué sería la Palabra
si ésta no fuera nada, sin la cual nada hubiera sido creado, de manera que la
palabra inconsistente hubiera hecho cosas consistentes, la palabra vacía hubiera
hecho cosas llenas y la que es incorpórea hubiera hecho cosas corpóreas? De
hecho, a veces salen cosas diferentes al agente por el cual son realizadas; nada
puede ser hecho a partir de algo vacío e inconsistente. La Palabra de Dios que
recibe el nombre de Hijo de Dios, ¿puede ser una cosa vacía e inconsistente?
La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1, 1). Encontramos escrito:
‘No tomarás el nombre de Dios en vano’ (Ex 20, 7). Éste ciertamente es aquel
que, ‘constituido a imagen de Dios, no tuvo por rapiña ser igual a Dios’ (Fl 2,
6). ¿A qué imagen de Dios? Realmente a alguna, pero no sin forma. ¿Quién
negará que Dios es cuerpo, aunque ‘Dios es espíritu’ (Jn 4, 24)? El espíritu es
un cuerpo bien individualizable en su imagen. Pero si las cosas invisibles, sean
cuales sean, tienen por Dios su cuerpo y su forma, por medio de los cuales son
visibles únicamente a Dios, con más razón aquello que procede de su sustancia,
nunca será algo sin sustancia. Sea cual sea la sustancia de la Palabra, lo llamo
‘persona’ y defiendo que debe llevar el nombre de ‘Hijo’, y cuando reconozco al
Hijo sostengo que es el segundo después del Padre”.
‘Distinción entre las tres personas de la Santísima Trinidad’
“Ten siempre presente que yo he profesado esta regla de fe por la cual afirmo
que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nunca se separan y así comprenderás lo
que digo y cómo lo digo. Fíjate que digo que el Padre es uno, el Hijo otro, y otro
el Espíritu; el ignorante o malvado lo entiende mal, como si significase diferencia
o de la diferencia dedujera separación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Todo esto lo digo por necesidad, porque los adversarios quieren defender que
el Padre, el Hijo y el Espíritu son una sola persona, con lo cual favorecen la
monarquía contra la economía, —el Hijo no es el Padre, no por diversidad, sino
por distribución, ni por división, sino por distinción, porque el Padre y el Hijo no
son lo mismo, incluso por la medida. El Padre es toda la sustancia, el Hijo es
una derivación del todo y una porción, como él mismo confiesa: ‘Porque el Padre
96
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
es mayor que yo’ (Jn 14, 28). También en el Salmo cantamos que le es inferior:
‘Una pizca menos que los ángeles’ (Sl 8, 6). Así el Padre no es el Hijo, porque es
mayor que el Hijo, porque uno es quien engendra y otro el engendrado, uno quien
envía y otro el enviado, uno quien hace y otro aquel por el que las cosas son
hechas. Lo confirma el hecho de que el Señor usó este verbo en la persona del
Paráclito sin significar división, sino disposición: ‘Rezaré al Padre –dice— y os
enviará otro defensor, el Espíritu de la verdad’ (Jn 14, 16). Así nos da a conocer
un Paráclito distinto de él mismo, igual que nosotros hablamos de un Hijo distinto
del Padre, para manifestar un tercer grado en el Paráclito, como descubrimos un
segundo grado en el Hijo por la meditación de la economía. El hecho de recibir
el nombre de Padre y de Hijo, ¿no es la demostración de que son distintos uno
del otro? Es cierto, todo aquello que recibe un nombre eso es, y todo aquello
que será recibirá su nombre, y la diferencia de los nombres de ningún modo
puede engendrar confusión, porque no pueden confundirse las cosas que llevan
nombres distintos. ‘Sí, cuando es sí, no, cuando es no. Todo aquello que está de
más viene del Maligno’ (Mt 5, 37)”.
‘Divinidad del Hijo’
“Los herejes han creído más fácil pensar que el Padre obró en nombre del Hijo,
y no que el Hijo lo hizo en nombre del Padre, sin atender que el Hijo dice: ‘Yo he
venido en nombre de mi Padre (Jn 4, 43), y al Padre le dice: He dado a conocer
vuestro nombre a los hombres’ (Jn 17, 6), cosa que la Escritura corrobora:
‘Bendito el que viene en nombre del Señor’ (Sl 117, 26). ‘Pero el nombre del
Padre es: Dios todopoderoso, Altísimo, Señor de los ángeles, Rey de Israel, el
Que es’. Y porque así nos lo enseñan las Escrituras, decimos que estos títulos
también corresponden al Hijo, y que ha venido llevándolos, y que a través de
ellos siempre ha obrado, y que así se ha manifestado a los hombres él mismo.
Dice: ‘Todo aquello que es del Padre es mío’ (Jn 16, 15). ¿Y por qué no también
los nombres de Dios? Cuando leen ‘Dios todopoderoso y Altísimo, Dios de los
ángeles, Rey de Israel, el Que es’, mira si con estos nombres ¿no se manifiesta
también el Hijo, que por derecho propio es Dios todopoderoso y ha recibido el
poder sobre todas las cosas?; Altísimo, en tanto que ha sido ensalzado por la
derecha de Dios, como Pedro predica en los Hechos de los Apóstoles; Señor
de los ángeles, porque el Padre le ha sujetado todas las cosas; Rey de Israel,
porque sobre él exclusivamente ha recaído la heredad de aquel pueblo; también
el Que es, porque muchos se hacen llamar ‘hijos’ y no lo son.
Si todavía quieren que el nombre de Cristo sea el nombre del Padre, que me
escuchen más adelante. De momento tengo muy cerca la respuesta contra el
texto que me presentan del Apocalipsis de Juan: ‘Yo soy el Señor, el que es, el
que fue, y el que viene, el Omnipotente’ (Ap 1, 8), y también en algún otro lugar
piensan que al Hijo no le pertenece el apelativo de ‘Dios Omnipotente’, como
si quien tiene que venir no fuera Omnipotente, cuando el Hijo del Omnipotente
debe ser Omnipotente, tanto como el Hijo de Dios debe ser Dios!
TERTULIANO
97
Los herejes no entienden fácilmente la aplicación de los nombres del Padre al
Hijo, porque la misma Escritura a menudo establece que hay un único Dios.
Dicen: ‘Puesto que encontramos dos y uno, por eso ambos, el Hijo y el Padre,
son la misma cosa y una única persona’. Ciertamente la Escritura no está en
peligro para que la quieras salvar con tus argumentos a fin de que no resulte
contradictoria. Tiene razón tanto cuando establece que hay un solo Dios, como
cuando demuestra que el Padre y el Hijo son dos personas. Consta que ella llama
al Hijo; salvado el Hijo, claramente puede definir que hay un solo Dios, del cual él
es Hijo. Porque el que tiene un hijo, no por ello deja de ser único, por razón de su
nombre, siempre y cuando es llamado sin el hijo; lo llamamos sin el Hijo, cuando
al principio es presentado como primera persona, que tenía que ser presentada
antes del nombre del Hijo, ya que primero conocemos al Padre y, después del
Padre, se da el nombre al Hijo. Entonces hay un solo Dios, Padre, y fuera de él
no existe ninguno más, y él mismo con esta afirmación no niega al Hijo, sino otro
Dios. Piensa: el Hijo no es otro Dios, además del Padre. Considera, finalmente,
el enlace de estas afirmaciones y verás que su expresión conviene más bien a
creadores y adoradores de ídolos, para eliminar la multitud de los falsos dioses
con la unicidad de la divinidad, divinidad que, sin embargo, tiene un Hijo, tan
indiviso e inseparado del Padre, como siempre presente en el Padre, aunque no
se diga su nombre. Ahora bien, si hubiese llamado al Hijo, lo habría separado,
diciendo: ‘No existe otro fuera de mí, excepto mi Hijo’. Habría hecho del Hijo otro,
si lo hubiese separado de las otras. Imagínate que el sol dice: ‘Yo soy el sol y
no existe otro, excepto mi rayo’; no sería una tontería, como si el rayo de sol no
fuese tenido también como sol. También por eso no existe ningún Dios fuera de él
mismo, y lo dice para evitar la idolatría tanto de los paganos como fieles de Israel.
Y también va por los herejes, los cuales, si los paganos se hacen ídolos con las
manos, ellos se hacen con las palabras; o sea, uno es Dios y otro es Cristo. En
consecuencia, cuando Dios decía que era el único, el Padre procuraba que nadie
creyese que Cristo había venido de otro Dios, sino de aquel que había dicho: ‘Yo
soy Dios y no hay otro Dios fuera de mí’ (Is 45, 5), el cual se manifiesta único,
pero con el Hijo, con el cual Dios ha extendido el cielo
cielo”.
San Cipriano. Baptisterio de Florencia. Siglo XII-XIV.
7 SAN CIPRIANO
• El gran obispo de Cartago
• Fuentes y traducciones
• Fragmentos de las obras de Cipriano
El gran obispo de Cartago
Cipriano nació entorno al año 205 y murió mártir en 258. Fue obispo metropolitano
de Cartago entre los años 249-258. Su nombre completo es Cecilius Cipriano,
llamado Tascio. Destaca por sus obras: de él conocemos exactamente 13
tratados y 65 cartas. Tuvo una influencia decisiva en los autores cristianos
posteriores, entre ellos el obispo Paciano de Barcelona. Obviamente fue un
gran teólogo, dotado a la vez de espíritu pastoral y de carácter afable. Resolvió
varias cuestiones planteadas por el problema de los apóstatas (lapsi)
lapsi) durante
lapsi
las persecuciones de Decio y Valeriano, tal y como hemos explicado en el tema
dedicado a las persecuciones.
Al final de su vida se enfrentó al obispo de Roma (Esteban), al que consideraba
demasiado laxo, pues, según Cipriano, el Papa concedía demasiado a menudo
el perdón a los pecadores. Primero fue exiliado de Cartago y después tuvo que
ocultarse para huir de la policía imperial. Murió mártir durante la persecución del
año 258, concretamente el día 14 de septiembre. También se han conservado las
actas tomadas por los notarios durante el juicio de Cipriano ante el procónsul, así
como una vida escrita por su diácono Poncio; ambos documentos, junto con las
cartas y muchas obras auténticas de Cipriano, tienen un gran valor histórico.
Gracias a la vida de Cipriano escrita por el diácono Poncio, sabemos que su
iniciación al cristianismo se debe al presbítero de Cartago Ceciliano. Éste
también fue su maestro en el estudio de la Biblia y los escritos de Tertuliano.
Una buena muestra de los argumentos basados en la Biblia la hallamos en su
primer escrito denominado Ad Donatum; en el relato de su conversión que es
este opúsculo, Cipriano aglutina tanto los elementos doctrinales procedentes
100
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
de la catequesis cristiana africana como las expresiones lingüísticas propias
de un literato romano, tal como correspondía a su condición social en Cartago
antes de convertirse. Es preciso decir que Cipriano no era un teólogo profundo,
como por ejemplo lo fue Orígenes o Tertuliano, pero tiene intuiciones muy ricas
y originales que alcanzan el grado máximo cuando expone el significado del
bautismo, la eucaristía y el sacerdocio. Lo que más le interesa —en lo que
se refiere al Nuevo Testamento
Testamento— son los preceptos o nuevos mandamientos
de Jesús, considerados exhortaciones parenéticas por los cristianos de aquel
tiempo. Su frecuente interpretación tipológica normalmente se sustenta en una
persona bíblica y no tanto en textos escriturísticos concretos.
En su tiempo los obispos de las grandes ciudades (Roma, Cartago, Alejandría,
Tarragona...) tenían, incluso en el campo civil, un prestigio capaz de hacer
sombra a los mismos emperadores. Por ello su huida (para no se capturado
por los soldados imperiales que cumplían la orden de perseguir a los cristianos)
fue interpretada en muchos casos como una cobarde abjuración de la fe. Es
evidente que esta reacción de Cipriano fue correcta, puesto que no consta
en ningún precepto de Jesús ni de la Iglesia primitiva que hubiera que acudir
directamente al martirio.
Ya hemos expuesto ampliamente toda la cuestión de los lapsi en la persecución
de Decio. Es comprensible que, en aquel contexto desesperado, las miradas
de todos los fieles contemporáneos se dirigiesen a lo que decían o hacían los
obispos, y entre éstos especialmente los obispos de Roma y Cartago. Esto
impulsó el concepto de unidad doctrinal entre los mismos obispos. De Cipriano
tenemos el tratado De ecclesiae Catholicae unitate, en el cual destaca la
importancia de la unidad de la Iglesia frente al cisma existente en Roma y en
Cartago motivado por el cismático y hereje Novaciano.
También hay que destacar el aspecto pastoral de Cipriano. Los títulos de algunas
de sus obras son suficientemente elocuentes: De zelo, De bono patientiae, De
habitu virginum, De opere et elemosynis, De dominica oratione, De moralitate.
Cipriano fue un gran obispo, santo y mártir que impresionó muy ejemplarmente
a sus contemporáneos cristianos, con una influencia que alcanza incluso a las
generaciones posteriores incluyendo la nuestra. Fue un auténtico don de Dios
para su Iglesia.
Fuentes y traducciones
MIGNE, Patrología latina 4; J. CAMPOS, Obras de San Cipriano (Madrid, BAC
241, 1964); J. MOLAGER, Cyprien de Carthage (París, 1982); J. VIVES, Los
Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 421-438. CIPRIANO, La unitat de
l’església catòlica (Barcelona, Clàssics del Cristianisme, 1984).
SAN CIPRIANO
101
Fragmentos de las obras de Cipriano
‘El hombre nuevo. De Dios le viene la fuerza para vivir santamente’
“Cuando yo me encontraba en medio de las tinieblas y en la noche cerrada
fluctuando en el agitado mar del mundo, lleno de dudas, ignorante de mi propia
vida, ajeno a la verdad y a la luz, en estas circunstancias me parecía que, por mi
forma de vida, me sería sumamente difícil y duro lo que la misericordia divina me
prometía para mi salvación, o sea, poder renacer de nuevo y con el lavatorio del
agua salvadora empezar una nueva vida, deshaciéndome de todo lo anterior y
cambiando la manera de sentir y de entender del hombre, pese a que el cuerpo
fuese el mismo. ¿Cómo puede ser posible, me preguntaba, una conversión tan
grande, por la que repentinamente y en un momento dado me libere de aquellas
cosas congénitas que han adquirido la solidez de la misma naturaleza, o de
aquellas cosas adquiridas a lo largo del tiempo y que han arraigado y envejecido
con los años? Estas cosas están profundamente arraigadas. ¿Cuándo aprenderá
la templanza aquel que ya está acostumbrado a las buenas cenas y a los grandes
banquetes? El que acostumbraba a brillar por su elegancia, vestido ricamente de
oro y púrpura, ¿cuándo podrá ponerse el sencillo vestido del pueblo? El que
tenía sus delicias en los honores y dignidades, no puede permanecer como
privado y sin gloria. Aquel que iba siempre rodeado de clientes y se sentía
honrado con un gran séquito de servidores, piensa que es un castigo tener que ir
solo. Se han hecho imprescindibles los tenaces estímulos a los que uno se había
acostumbrado: el animarse con el vino, crecerse con la soberbia, inflamarse
con la ira, preocuparse por la rapacidad, excitarse con la crueldad, deleitarse
en la ambición, entregarse al placer...”. ¡Todo había cambiado para el nuevo
cristiano!
‘El agua regeneradora’
“Percibía este cambio; eso pensaba yo muchas veces dentro de mí, pues yo
mismo me encontraba involucrado en muchos errores de mi vida anterior, y no
pensaba que pudiese llegar a desnudarme de ellos. Pero cuando la suciedad de
mi vida interior fue lavada mediante el agua regeneradora, una luz superior se
derramó sobre mi pecho ya limpio y puro. Después de haber bebido del Espíritu
celeste, me encontré rejuvenecido como en un segundo nacimiento, hecho un
hombre nuevo: de manera milagrosa desparecieron repentinamente las dudas,
las tinieblas se iluminaron, se hizo posible aquello que antes parecía imposible.
Reconocí que mi vida carnal anterior entregada al pecado era cosa de la tierra,
mientras que la que ya había empezado a vivir del Espíritu Santo era cosa de
Dios. El alabarse a uno mismo es odiosa soberbia, pero no es soberbia, sino
agradecimiento, el proclamar lo que se atribuye no al esfuerzo del hombre, sino
al don de Dios. El hecho de dejar de pecar es cosa de Dios, mientras que el
anterior pecado era cosa del error humano. Nuestro poder, repito, todo nuestro
poder es cosa de Dios. Suya es nuestra vida, suya nuestra fuerza, de él tomamos
todo y asimilamos nuestra vitalidad por la que, estando aún en este mundo,
reconocemos los signos del porvenir
porvenir”.
102
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
‘La persecución es una purificación de la vida cristiana’
“El Señor ha querido poner a prueba a sus hijos. Una larga paz había corrompido
en nosotros las enseñanzas que el propio Dios nos había dado, y tuvo que venir la
reprensión del cielo para levantar la fe que se encontraba decaída y casi dormida;
y pese a que nuestros pecados merecían una mayor severidad, el Dios piadoso
ha ordenado las cosas de tal modo que todo cuanto ha acontecido parece ser
más una prueba que una persecución. Cada uno únicamente se preocupaba de
aumentar la propia hacienda y, descuidando la fe y lo que se acostumbraba a
practicar en tiempos de los apóstoles y que siempre se tendría que haber seguido
practicando, se entregaban con codicia insaciable a aumentar sus posesiones.
En los sacerdotes ya no había religiosa piedad, no existía aquella fe íntegra al
desarrollar su ministerio, aquellas obras de misericordia, aquella disciplina en
las costumbres. Los hombres se corrompían cuidando de su barba, las mujeres
se preocupaban por la belleza y los maquillajes; se adulteraba la forma de los
ojos, obra de las manos de Dios; los cabellos se teñían con falsos colores. Con
fraudes se engañaba a los sencillos y con torcidas intenciones se abusaba de
los hermanos. Se concertaban matrimonios con los infieles, y se prostituían a
los gentiles los miembros de Cristo. No sólo se juraba temerariamente, sino
que se perjuraba; se menospreciaba a los superiores con gran soberbia, se
blasfemaba con lengua venenosa. Muchos obispos que debían ser ejemplo y
exhortación para los otros, olvidaban el divino ministerio y se hacían ministros
de los poderosos: abandonaban sus sedes, dejaban su pueblo, recorriendo las
provincias extranjeras siguiendo los mercados en la investigación de negocios
lucrativos, con ansia de poseer abundancia de dinero mientras los hermanos de
su iglesia sufrían hambre, se apoderaban de haciendas con fraudes y ardides,
y aumentaban los intereses con crecida usura. Nosotros, al olvidar la ley que
se nos había dado, hemos dado con nuestros pecados motivo a lo que ahora
sucede: hemos menospreciado los mandamientos de Dios, somos llamados
con remedios severos a dar prueba de nuestra fe. Al menos, pese a ser un poco
tarde, nos hemos convertido al temor de Dios, dispuestos a sufrir con paciencia
y fortaleza esta amonestación y prueba que él nos ha impuesto...”.
‘Sólo con verdadera penitencia se alcanza el perdón de Dios’
“Ha surgido, apreciados hermanos, un nuevo género de estrago. Como si
hubiese sido poco cruel el tormento de la persecución, se ha añadido además
una blandura engañosa que se presenta bajo el título de misericordia. Contra
el vigor del evangelio, contra la ley de Dios y del Señor, la audacia de algunos
concede laxamente la comunión a los incautos, como una paz nula y falsa, llena
de peligros para los que otorgan, y de ningún provecho para aquellos que la
reciben. No buscan la penitencia que restablece la salud, ni la auténtica medicina
que está en la satisfacción. La penitencia permanece excluida de los corazones,
borrándose la memoria de un delito gravísimo y supremo. Se encubren las
heridas de los moribundos y la llaga mortal, latente en lo más profundo de las
entrañas, se tapa con un falso dolor. Quienes volvieron a los altares del diablo,
se acercan al santuario del Señor con las manos sucias e infectos de los olores,
casi eructando aún las comidas mortíferas de los ídolos. Antes de haber expiado
SAN CIPRIANO
103
los delitos, antes de que hayan hecho confesión de sus pecados, antes de que
la conciencia haya sido purificada con el sacrificio y con la mano del sacerdote,
antes de aplacar la ofensa del Dios indignado y amenazando, se hace violencia
a su cuerpo y sangre, cometiendo entonces con sus manos y su boca un crimen
contra el Señor, mayor que el cometido cuando le negaron. No es aquello paz,
sino guerra: no se adhiere al evangelio aquel que se separa de la Iglesia. Que
nadie se engañe, que nadie se deje sorprender. Sólo el Señor puede perdonar.
Sólo él puede dar el perdón de los pecados que se han cometido contra él: él, que
cargó con nuestros pecados, que sufrió por nosotros, que fue entregado por Dios
por nuestros pecados. No puede el hombre estar por encima de Dios, ni puede el
esclavo perdonar o conceder indulgencia de los delitos graves cometidos contra
su Señor, no sea que al que ha caído se le sume el pecado de no entender
aquello que está escrito: ‘Maldito el hombre que pone su esperanza en otro
hombre’ (Jer 17, 5). Debemos rezar al Señor, el Señor debe ser aplacado con
nuestra satisfacción, puesto que Él dijo que negaría a quien le negara, y que sólo
Él recibió del Padre el poder de juzgar a todo el mundo. Ciertamente creemos
que los méritos de los mártires y de las obras de los justos tienen mucho poder
ante este juez; pero eso será cuando llegue el día del juicio, cuando después de
la puesta de sol de este mundo, su pueblo se presente ante su tribunal
tribunal”.
‘La Iglesia constituida sobre los obispos’
“Nuestro Señor, los mandamientos del cual debemos reverenciar y guardar, al
regular la posición del obispo y la estructura de la Iglesia, habla en el evangelio y
le dice a Pedro: ‘Tú eres Pedro...’ (Mt 16, 18-19). En virtud de esto, a lo largo del
tiempo se continúa la sucesión de los obispos y la administración de la Iglesia,
ya que ésta siempre está establecida sobre los obispos, y todo acto en ella está
dirigido por estos principios. Estando esto fundado en la ley divina, me maravilla
que algunos, con audacia temeraria, hayan intentado escribirme presentando su
carta en aras de la Iglesia, siendo así que está constituida por el obispo, el clero
y todos los fieles. No permitan la misericordia y el poder invencible de Dios, que
la Iglesia diga ser el conjunto de los herejes, ya que está escrito: ‘No es Dios de
muertos, sino de vivos’ (Lc 17, 10). Ciertamente queremos que todos vuelvan a la
vida, y con nuestras oraciones y gemidos rezamos para que vuelvan a su primer
estado. Pero si algunos quieren ser la Iglesia, y si ella permanece entre ellos
y la forman ellos, ¿qué remedio nos queda sino rogarles nosotros a ellos que
se dignen a admitirnos en la Iglesia? Conviene que sean sumisos, pacíficos y
modestos aquellos que, conscientes de su pecado, deben hacer penitencia ante
Dios. Y no deben escribir cartas en aras de la Iglesia, ya que más bien son ellos
quienes escriben a la Iglesia”.
‘El Espíritu Santo en la Iglesia. La paloma’
“En la casa de Dios, en la Iglesia de Cristo, se habita por la unanimidad, se
persevera por la concordia y la simplicidad. Y por esta razón vino el Espíritu
Santo en forma de paloma: éste es un animal sencillo y alegre, sin amargura de
hiel, que no muerde con malicia ni araña violentamente con las garras, sino que
ama la hospitalidad que le dan los hombres, y se siente vinculado a una única
104
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
morada; cuando engendra hijos, todos ven la luz al mismo tiempo; hacen su vida
en convivencia común y tienen el beso de la boca como señal de paz y concordia,
ya que en todos los detalles cumplen la ley de la unanimidad. Tal es la simplicidad
que debemos procurar en la Iglesia; tal es la caridad que debemos conseguir:
el amor fraterno debe imitar el de las palomas, y la mansedumbre y la suavidad
deben ser similares a la de los corderos y ovejas. ¿Qué sentido tiene en un
pecho cristiano la ferocidad del león, o la rabia del perro, el veneno mortífero de
la serpiente, o la sangrante crueldad de las fieras? Debemos alegrarnos cuando
éstos se separan de la Iglesia, ya que así las ovejas de Cristo no recibirán el
contagio de su maligno veneno. Es imposible que coexistan y se confundan la
amargura y la dulzura, la tiniebla y la luz, la tempestad y la serenidad, la guerra y
la paz, la fecundidad y la esterilidad, los manantiales y las sequías, la tormenta y
la calma. Que nadie piense que los buenos pueden salir de la Iglesia: el trigo no
se lo lleva el viento, y la tormenta no arranca el árbol sólidamente arraigado. A
éstos incrimina y ataca el apóstol Juan cuando dice: ‘Se fueron de nosotros, pero
es que no eran de los nuestros, porque de otro modo hubieran permanecido con
nosotros’ (1Jn 2, 19). De aquí nacieron y nacen muy a menudo las herejías: de
una mente retorcida, que no tiene paz; de una porfiada discordia que no guarda
la unidad
unidad”.
‘Sobre la legitimidad de la apelación a Roma’
“A ellos (aquellos que han dado el perdón incorrectamente a los grandes
pecadores) no les bastó con alejarse del evangelio, con arrancar a los herejes la
esperanza del perdón y la penitencia, con alejar de todo sentimiento de penitencia
a los involucrados en robos, o manchados con adulterios, o contaminados con el
funesto contagio de los sacrificios, ya que éstos ya no rezan a Dios ni confiesan
sus pecados en la Iglesia; no se contentaron con constituir fuera de la Iglesia
y contra ella un conventículo de facción corrompida, al que pudo acogerse
la caterva de quienes tienen mala conciencia y no quieren ni rezar a Dios ni
hacer penitencia. Después de todo eso, aún, habiendo dado un falso obispo,
creación de los herejes, han tenido la audacia de izar la vela y de llevar cartas
de parte de los cismáticos y profanos a la cátedra de Pedro, a la iglesia principal
de la que surgió la unidad del sacerdocio (ad ecclesiam principalem unde
unitas sacerdotalis exorta est); y ni tan siquiera pensaron que aquellos son los
mismos romanos la fe de los cuales alabó el Apóstol cuando les predicó, a los
que no debería tener acceso la perfidia. ¿Por qué fueron a anunciar que había
sido creado un pseudo-obispo contra los obispos? Porque, o bien se sienten
satisfechos de lo que hicieron y con ello perseveran en su delito, o se arrepienten
y se retractan y ya saben donde deben volver. Porque fue establecido por todos
nosotros que es cosa a la vez razonable y justa que la causa de cada uno se trate
en el lugar donde se cometió el crimen, y que cada uno de los pastores tenga
adscrita una porción de su rebaño, que cada uno debe regir y gobernar dando
cuenta de sus actos al Señor.
Por lo tanto, nuestros súbditos no deben ir de aquí a allá ni deben lacerar la
coherente concordia de los obispos con su audacia astuta y engañosa, sino
SAN CIPRIANO
105
que su obligación es defender su causa donde puedan haber acusadores
y testimonios de crímenes. A no ser que se crea que la autoridad de los
obispos establecidos en África es demasiado pequeña para este puñado de
desesperados y pervertidos
pervertidos”.
‘Contra quién celebra la Eucaristía sólo con agua’
“Algunos, por ignorancia o por inadvertencia, al consagrar el cáliz del Señor y
administrarlo al pueblo no hacen lo que hizo y enseñó a hacer Jesucristo Señor y
Dios nuestro, autor y maestro de este sacrificio. Ahora bien, cuando Dios inspira
y manda alguna cosa, es necesario que el fiel sirviente obedezca al Señor,
manteniéndose libre de culpa ante todos al no arrogarse nada por su cuenta,
pues debe temer no sea que ofenda al Señor si no hace lo que está mandado.
Al ofrecer el cáliz debe guardarse la tradición del Señor, y nosotros no podemos
hacer más que lo que el Señor hizo primeramente por nosotros; que en el cáliz
que se ofrece en su conmemoración se ofrezca una mezcla de agua y vino. No
puede creerse que en el cáliz esté la sangre de Cristo, con la que hemos sido
redimidos y vivificados, si no está en el cáliz el vino por el que se manifiesta la
sangre de Cristo.
Vemos el misterio (sacramentum) del sacrificio del Señor prefigurado en el
sacerdote Melquisedec, según el testimonio de la Escritura, cuando dice:
‘Y Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino siendo sacerdote del Dios
altísimo, y bendijo a Abraham’ (Gen 14, 18). Ahora bien, que Melquisedec fuese
figura de Cristo lo declara el Espíritu Santo en los salmos, cuando el Padre le
dice al Hijo: ‘‘Yo te engendré antes que a la primera estrella de la mañana: tú eres
sacerdote según la orden de Melquisedec’ (Sal 109, 3-4). Esta orden procede y
desciende evidentemente de aquel sacrificio, por el hecho de que Melquisedec
fue sacerdote del Dios altísimo, y que ofreció pan y vino, y bendijo a Abraham”.
Emperador romano. Jardines Vaticanos.
8.DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN.
ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS
•
•
•
•
•
Interrogatorio sobre la identidad de los cristianos
¿Los cristianos fuera de la ley?
¿Misterios y crímenes secretos de los cristianos?
¿Los cristianos son malos ciudadanos?
La supuesta superstición de los cristianos
Desde el año 64 hasta 313 era obvio que en el Imperio romano había dos
mundos que no se entendían: el de los cristianos y el de los que no lo eran. En
muchas ocasiones y durante largos periodos los cristianos eran el blanco de las
acusaciones de los no cristianos. Sus vidas peligraban y en varias ocasiones la
persecución sancionaría con la muerte la “culpabilidad” de estos seguidores de
Cristo. Debemos reconocer que también se trata de un enfrentamiento de ideas
y que sería injusto acusar a todos los paganos de ser hombres sedientos de
sangre: la inmensa mayoría eran hombres tranquilos, herederos de una larga
tradición moral, religiosa y cultural, que veían peligrar su estabilidad, la pax
romana, ante la ideología “invasora” cristiana. Se trata de un fenómeno que se
ha dado frecuentemente en las sociedades, por el que un grupo de personas
es rechazado, calumniado, difamado, marginado e incluso eliminado. Podemos
citar algunos ejemplos de ello que se han dado en la historia reciente, como es el
caso de la persecución de los judíos por el nazismo o las masivas deportaciones
de pueblos en tiempos de Stalin. Nadie entiende el porqué de tanta barbarie.
Lo mismo sucedía en las persecuciones de los cristianos, a pesar de que nos
preguntemos porqué éstas duraron tanto tiempo y porqué se dieron con algunos
emperadores que, como los Antoninos, eran la viva encarnación de la bondad y
magnanimidad. ¿Qué sucedió en el Imperio durante estos 249 años?
El debate que presentamos a continuación de acusaciones y de réplicas, no
es más que una reflexión partiendo de la multitud de literatura contemporánea
108
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
a las persecuciones que hemos presentado en el transcurso de los capítulos
anteriores. Se trata de una reanudación de la cuestión fundamental del
porqué de los malos entendidos y de las sanguinarias persecuciones de los
miembros de la primitiva Iglesia. Hay que reconocer que hubo muchos muertos
injustamente victimados, pero a la vez se dio un gran debate sobre este tema.
Así, iniciada la discusión ideológica ya en el siglo II, en tiempos de san Justino,
ahora el debate tomó un cariz notoriamente agresivo entre cristianos y paganos.
Tanto los unos como los otros eran, por su naturaleza mediterránea, auténticos
‘discutidores’. La misma forma de las intervenciones nos muestra que, en el
sentido más técnico, se trataba de un auténtico proceso. Un buen ejemplo de
ello es el carácter deliberadamente beligerante que caracteriza la Apologética de
Tertuliano, indicador de hasta qué punto había llegado la acritud del proceso.
Observamos un cambio en la reacción de los cristianos ante las persecuciones.
Evidentemente las primeras persecuciones les cogieron de sorpresa. Los
cristianos de este periodo sabían perfectamente que se debe perdonar a
los enemigos y que hay que vivir en paz con todo el mundo, incluso con los
adversarios; pero ahora vivían la persecución en la propia sangre. Ahora
muchas familias cristianas ya contaban sus propias víctimas. Recordemos que
durante este periodo fueron victimados más de 150.000 cristianos. Tertuliano
se diferencia del autor de la Carta a Diogneto o de san Policarpo. Éste último
decía “No devolvemos mal por mal, ni insultemos a quienes nos insultan, ni
damos golpe por golpe o maldición por maldición”. Y la carta a Diogneto: “Los
cristianos no somos diferentes a los otros hombres ni por la tierra, ni por el habla
ni por las costumbres..., vivimos en ciudades griegas o bárbaras, según la suerte
que ha correspondido a cada cual, y nos adaptamos a la forma de vestir, a la
comida, a los hábitos y a las costumbres de cada país, pero tenemos un modo
especial de comportarnos que es admirable y sorprendente, tal y como todo
el mundo reconoce. Vivimos en nuestras patrias como si fuéramos forasteros.
Participamos en todas las actividades de los buenos ciudadanos y aceptamos
todas las cargas, pero como si fuéramos peregrinos. Toda tierra extraña es patria
para nosotros y toda patria nos es tierra extraña. Como todo el mundo, nos
casamos; como todo el mundo, engendramos hijos, pero no exponemos a los
nacidos. La mesa nos es común, pero no la cama... Todo el mundo les persigue,
pero ellos —los cristianos— aman a todo el mundo. Los paganos no los conocen
y los condenan. Los matan, pero así les dan la “vida”. Son pobres y enriquecen
a muchos. Les falta todo, pero nadan en la abundancia... Los insultan y ellos
bendicen. Los injurian pero ellos honran. Hacen el bien y se les castiga como
si fuesen malhechores... Los judíos les atacan como si fueran extranjeros, los
griegos también les persiguen; sin embargo, los mismos que los aborrecen no
saben explicar el motivo de su odio
odio”.
Nos hemos extendido en la cita anterior —que podemos encontrar casi íntegra
en el tema 4— porque se trata de un testimonio muy significativo de lo que se
pensaba en el mundo cristiano hasta mediados de siglo II. Después se observará
un cambio: el discurso se vuelve violento por parte de ambas partes.
DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN. ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS
109
Nosotros exponemos el debate sobre si los cristianos eran culpables o no, o si había
algún atenuante. La estructura del debate corresponde a las cinco preguntas:
1/ Identidad de los cristianos o si se condena por el nombre de cristiano.
2/ ¿Los cristianos están fuera de la ley?
3/ ¿Los misterios de los cristianos ocultan horrores y crímenes secretos?
4/ ¿Los cristianos son malos ciudadanos? ¿Cuáles son sus acciones públicas?
5/ ¿Los cristianos son juzgados por sus supersticiones? ¿Son juzgados por sus
errores religiosos o por su ignorancia?
Interrogatorio sobre la identidad de los cristianos
Los paganos a los cristianos:
cristianos “Vuestro nombre os condena”
A lo largo del siglo I se extiende un rumor: “Una superstición nueva y maléfica
es profesada por un grupo de personas llamadas cristianas
cristianas” (Suetonio, Vida
de Nerón XVI, 2). Para los acusadores se trata una ‘superstición’, o sea una
caricatura de religión que supone un gran peligro para ellos. ‘Nueva’, peligrosa
para la estabilidad y el orden del Estado. ‘Maléfica’, o sea, nociva y relacionada
con la magia, y Roma desconfía enormemente de la magia.
Para el historiador Suetonio, la lucha contra esta superstición forma parte de
las medidas tomadas por Nerón contra los desórdenes, sean de la clase que
sean. Estas medidas van desde la regulación de la lujuria hasta a la exclusión
de las pantomimas, incluidos sus partidarios. Algunas que tienen como objetivo
a los cristianos se encuentran entre la reglamentación de lo que se sirve en
las tabernas y la represión de los abusos originados por los conductores de
cuadrigas. No se trata, entonces, de defender la religión pagana como tal. Por
otra parte, Tácito nos revela que el objetivo del emperador es esencialmente
descartar la sospecha popular que le atribuía el incendio de Roma del año 64,
pero acabará legitimando las medidas tomadas contra los cristianos al invocar
las exigencias generales del mantenimiento del orden: “Reprimida de momento
bajo el principado de Tiberio esta funesta superstición, penetraba de nuevo, y no
sólo en Judea, donde había nacido, sino también en Roma, donde confluye todo
cuanto de horrible y vergonzoso existe en el mundo y donde encuentra siempre
numerosa clientela” (Anales
Anales XV, 44). ¿No era lógico intentar defenderse del
peligro en la capital? Pero, ¿cuál es el peligro? Ni Tácito ni Suetonio precisan
por qué crímenes son castigados los cristianos. Para ellos basta con decir “estos
crímenes hacen despreciables a aquellos que la gente llama cristianos”. El
simple nombre de ‘cristianos’ es suficiente para hacerles sospechosos de ser
capaces de cualquier cosa.
Eso es lo que se desprende de la famosa carta enviada medio siglo después
al emperador Trajano por Plinio el Joven, entonces gobernador de la provincia
de Bitinia. “Me
Me pregunto –escribe— si se castiga al simple nombre de cristiano,
incluso sin crimen, o si se castigan los crímenes que el nombre implica”. La
respuesta del emperador Trajano es un poco ambigua, afirmando que no
se deben aceptar las denuncias anónimas hechas contra los cristianos; sin
110
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
embargo, dice que es preciso condenar a toda persona que haya caído en
esta superstición y que no acepte renegar de ella sacrificando a los dioses. La
conclusión práctica de acuerdo con la forma de actuar de Plinio será que basta
con llamarse cristiano para ser condenado.
Doce años después, el rescripto del emperador Adriano al procónsul de Asia,
Minucio Fundano, va en la misma dirección: “el nombre ‘cristiano’ hace de quien
lo lleva un criminal
criminal”. Ahora bien, la calumnia no probada no puede ser aceptada
contra los cristianos y debe ser severamente reprimida: “Si alguien acusa a los
cristianos y prueba que han actuado en contra de las leyes, que se decida en función
de la gravedad de la falta. Pero, ¡por Hércules!, Si alguien lo hace por calumnia,
pronuncia un veredicto sobre su conducta criminal y preocúpate de castigarla”.
Decididamente, el problema no es sencillo: por un lado se condena el nombre
criminal; mientras que por otro se obliga a los acusadores a probar los crímenes
de los llamados cristianos. De este modo la puerta está abierta a todas las
posturas, desde las más tolerantes hasta las más represivas. Esta variedad
de tratamiento hacia los cristianos la encontramos tanto entre los magistrados
como en el pueblo. Eso nos lleva en intentar revisar paralelamente los reproches
precisos impuestos a los cristianos y las réplicas no menos precisas de éstos.
De nuevo transcribimos el rescripto de Trajano dirigido a Plinio para analizarlo:
“Apreciado Plinio, has seguido la conducta debida en el examen de las causas
de aquellos que te habían sido denunciados como cristianos. El hecho es que
no se puede establecer una regla general que tenga, por así decirlo, una forma
fija. No hay que perseguirlos de oficio. Si son denunciados y convictos hay que
condenarlos, pero con la restricción siguiente: quien niegue ser cristiano y dé
prueba manifiesta de no serlo con hechos, me refiero a sacrificar a nuestros
dioses, a pesar de que haya sido sospechoso en cuanto al pasado, obtendrá el
perdón como premio de su arrepentimiento. En cuanto a las denuncias anónimas
no deben influir en la acusación, sean del tipo que sean; hacer caso de los
anónimos es un procedimiento de ejemplo detestable y que ya no es de nuestro
tiempo” (Correspondencia de Plinio X, carta 97). Por lo tanto, se condena el
tiempo
nombre de cristianos, y el solo hecho de ser cristiano es suficiente para merecer
la pena de muerte.
Los cristianos a los paganos:
paganos “No debemos ser condenados por nuestro
nombre”
La acusación global concerniente al nombre de ‘cristiano’ es, prácticamente,
el punto de partida de la Primera Apología (mediados del siglo II) de Justino,
dirigida al emperador Antoninus Pius y a sus hijos adoptivos, así como el de la
Apologética (197) de Tertuliano, dirigida a los magistrados del Imperio romano
que regían los destinos de África. Análogas refutaciones encontramos en su
Súplica de los cristianos (177), escrita por Atenágoras, filósofo cristiano de
Atenas, dirigida al emperador Marco Aurelio y a sus hijos. Estas tres obras se
completan de una forma positiva con la obra de Teófilo de Antioquía, que en su
DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN. ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS
111
primer libro a Autolico (180-183) explica por qué el nombre de ‘cristiano’ debía
tener una mejor consideración. Tertuliano confirma esta explicación.
Según Tertuliano, el rescripto de Trajano a Plinio es contradictorio en sus
términos: “Trajano responde a Plinio que las personas de esta clase no debían
ser buscadas, pero que si eran llevadas al tribunal, tenían que ser castigadas. ¡Oh
extraña sentencia, necesariamente ilógica! Dice que no hay que buscarlos, como
si fueran inocentes, y ordena castigarlos, como si de criminales se tratara. Perdona
y condena con rigor, cierra los ojos y castiga” (Tertuliano, Apologética II, 7-8).
“Un nombre no es ni bueno ni malo: hay que juzgar los actos que con él están
relacionados. Considerando únicamente este nombre que nos acusa, somos
los mejores hombres. Pensamos que no es justo pretender ser absueltos por el
simple nombre, si somos convictos de crimen; pero, por el contrario, si en nuestro
nombre y en nuestra conducta no se encuentra nada culpable, vuestro deber es
hacer un esfuerzo para que no se pueda imputar en justicia el haber condenado
a inocentes injustamente” (Justino, Primera Apología IV).
“...No os preocupéis por nosotros, a los que llamáis cristianos, y pese a que
no cometamos injusticias y nos comportemos del modo más piadoso y justo,
como se verá enseguida, tanto en cuanto a la divinidad como a vuestro Imperio,
permitís que se nos persiga, que se nos secuestre y que se nos expulse; permitís
que la mayoría nos ataque únicamente por nuestro nombre. Sin embargo,
osan manifestar lo que nos concierne: nuestro razonamiento os probará que
padecemos injustamente contra toda ley y contra toda razón, y os pedimos
que estudiéis el medio de que no volvamos a ser víctimas de los delatores
delatores”
(Atenágoras, Súplica a propósito de los cristianos I).
“Éste es el primer reproche que formulamos contra vosotros: la iniquidad del
odio que tenéis hacia el nombre cristiano. El motivo que parece disculpar esta
iniquidad es precisamente lo que agrava y confunde a vuestra ignorancia.
Porque, ¿existe algo más inicuo que odiar algo que se ignora, a pesar de que
merezca ser odiado? En efecto, nada merece vuestro odio, si no es que sepáis
si lo merece. Si falta el conocimiento de aquello que merece, ¿cómo se puede
probar que el odio es justo? Esta justicia, en efecto, no puede probarse por el
simple acontecimiento, sino por la certeza íntima. Cuando los hombres odian sin
conocer el objeto de su odio, ¿no es posible que ellos no lo tengan que odiar?
Consecuentemente, confundimos a la vez su odio e ignorancia; el uno por la
otra, permanecen en la ignorancia, porque odian, y odian injustamente, porque
ignoran” (Tertuliano, Apologética I, 4-5).
“...La mayoría ha confesado sentir hacia este nombre de cristiano un odio tan
ciego que no puede dar testimonio favorable de un cristiano sin mezclarlo con
el reproche de llevar este nombre. ‘Caio Severo es un hombre honesto’, dice
uno, ‘¡lástima que sea cristiano!’. Otro, igualmente, dice: ‘Me extraña que Lucio
Tito, un hombre tan preclaro, se haya hecho cristiano tan repentinamente’.
112
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Nadie se pregunta si Caio es honesto y si Lucio es preclaro, precisamente
porque son cristianos, ni si han llegado a ser cristianos precisamente porque
el uno es honesto y el otro preclaro. Alaban en ellos lo que conocen, condenan
lo que ignoran y censuran lo que conocen debido a lo que ignoran” (Tertuliano,
Apologética III, 1-2).
“En cuanto al modo de burlarse de mí llamándome cristiano, no sabes lo que
dices. En primer lugar, aquello (ser cristiano o ungido) es útil, y no tiene nada de
ridículo. ¿Puede un barco ser utilizado antes de ser bendecido? ¿Una torre, una
casa, poseen bella apariencia y ofrecen buen uso antes de ser bendecidas? ¿No
recibe el hombre que nace o que va a luchar la unción del aceite? ¿Qué obra
de arte, qué ornamento puede agradar a la vista antes de haberle dado brillo
con aceite? ¿Y tú no quieres recibir la unción del aceite divino? Ésta es nuestra
explicación de nuestro nombre cristiano: estamos ungidos por el aceite de Dios
Dios”
(Teófilo de Antioquía, A Autólico I, 12).
¿Los cristianos fuera de la ley?
Los paganos a los cristianos:
cristianos “Vosotros estáis fuera de la ley”
En su carta a Trajano, Plinio se pregunta si se puede castigar el simple nombre
de cristiano. Éste es el informe sobre las medidas que creyó oportunas.
“Mientras tanto, ésta es la regla que he seguido con aquellos que eran traídos a mi
tribunal como cristianos. Les hacía esta pregunta: ‘¿Sois cristianos?’ A aquellos
que confesaban les interrogaba por segunda y tercera vez, amenazándolos con
el suplicio. A quienes perseveraban les hacía ejecutar; cualquiera que fuese el
significado de su confesión, yo estaba convencido de que era necesario castigar
al menos la terquedad y obstinación inflexibles. A otros que estaban poseídos por
la misma locura, por ser ciudadanos romanos, los he inscrito para ser enviados a
Roma... A aquellos que negaban ser cristianos o haberlo sido, si invocaban a los
dioses según la fórmula que yo les dictaba, si ofrecían sacrificios con incienso y
vino ante tu imagen, y si además blasfemaban contra Cristo —lo cual es, según
se dice, imposible obtener de los auténticos cristianos— he pensado que era
necesario dejarlos en libertad
libertad” (Plinio, Carta X, 96, 2-5).
Es preciso hacer notar el prudente inciso de Plinio “cualquiera que fuese el
significado de su confesión”. Su forma de actuar no pretendía de ningún modo
prejuzgar la solución definitiva, pero tenía dos móviles; el primero de orden
racional: es absolutamente necesario evitar una ola de locura en el Imperio, es
una obstinación que el poder no podría tolerar. El segundo móvil procedía de una
preocupación de eficacia: detener el mal mientras se esté a tiempo.
“He suspendido la información para recurrir a tu parecer. Pienso que el asunto
merece que escuche tu consejo, sobre todo por el ingente número de acusados.
Hay una multitud de personas de todas las edades, de toda condición, de ambos
sexos que están o estarán en peligro. El contagio de esta superstición no sólo
DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN. ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS
113
se ha extendido a las ciudades, sino también por los pueblos y el campo. Sin
embargo, creo que todavía es posible detenerla y curarla” (Plinio, Carta X, 96).
Existe una cuestión de principio, todavía más poderosa que los móviles
invocados por el emperador, que no puede ser justificada más que por la razón
de Estado y que lleva todas las cuestiones previas al problema de la identidad.
Nadie tiene derecho a llamarse cristiano, porque nadie tiene derecho a ser
cristiano. Todo cristiano merece ser perseguido, ya que él mismo es quien se
identifica como tal.
Los cristianos a los paganos:
paganos “Únicamente deberían juzgar nuestros actos. Una
falta indignante de lógica”
“Si hacéis una investigación sobre algún criminal, por más que se confiese
homicida, sacrílego, incestuoso, enemigo público, por no hablar de más
crímenes que nos imputáis, esta confesión no sería suficiente para pronunciaros
inmediatamente. Con nosotros no sucede nada parecido. Y sin embargo,
tendrían que arrancarnos con la tortura la confesión de estos crímenes que
falsamente nos imputan: cuántos infanticidios ha saboreado cada uno, cuántos
incestos ha cometido al amparo de las tinieblas; qué gloria para un gobernador
si pudiera desenterrar un cristiano que hubiera saboreado centenares de niños
niños”
(Tertuliano, Apologética II, 4-5).
“Y, en primer lugar, cuando en virtud de la ley plantáis el siguiente principio:
‘No está permitido que existáis’, y nos lo imponéis sin ninguna consideración
humanitaria, hacéis profesión de violencia y de un dominio inocuo, como un tirano
que ordena desde lo más alto de su ciudadela. Al menos tendríais que decirnos
bien claro que no nos está permitido sólo en razón de vuestro capricho y no
porque, en efecto, eso no deba estar permitido
permitido” (Tertuliano, Apologética IV, 4).
“Si es cierto que somos grandes criminales, ¿por qué recibimos diferente trato
que vuestros similares, o sea, que los otros? En efecto, si el crimen es el mismo,
el trato también debería ser el mismo. Cuando otros son acusados de todos
estos crímenes de los que se nos acusa, pueden, bien por ellos mismos, bien por
testimonios pagados, probar su inocencia. Tienen plena libertad para responder,
replicar, porque nunca ha sido permitido condenar a un acusado sin que se haya
defendido, sin que haya sido escuchado. Sólo a los cristianos no se les permite
decir algo en su defensa, para mantener la verdad, para impedir que el juez sea
injusto; no se espera más que una cosa necesaria para provocar el odio público:
la confesión de su nombre, y no una investigación de su crimen” (Tertuliano,
Apologética II, 1-3).
“Éste es otro punto en el cual tampoco nos tratáis según las formas del
procedimiento criminal: cuando los otros acusados niegan, vosotros les aplicáis
la tortura para que confiesen; y sólo la aplicáis a los cristianos para que nieguen.
Y sin embargo, si hubiese crimen nosotros negaríamos y vosotros recurriríais
a la tortura para forzarnos a confesar. En efecto, no digáis que juzgaríais inútil
114
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
investigar los crímenes de los cristianos mediante la tortura, porque la confesión
del nombre de cristiano os daría la certeza de que estos crímenes se cometen.
Vosotros mismos, si un asesino confiesa, a pesar de saber que es un homicida,
le arrancaréis con la tortura las circunstancias del crimen. En nuestro caso, como
presuponéis nuestros crímenes por la simple confesión de nuestro nombre,
forzarnos mediante la tortura a retractar nuestra confesión es doblemente
contrario a las reglas de la justicia, ya que por nuestro nombre nos hacéis negar,
sin ningún género de duda, todos los crímenes que la confesión del nombre os
haya hecho presuponer
presuponer” (Tertuliano, Apologética II, 10-11).
“Pero alguien podría decir que unos cristianos han sido detenidos y son convictos
de crimen. Sin duda, cuando examináis la conducta de los acusados a menudo
condenáis a muchos, pero no porque otros hayan sido citados antes que ellos.
He aquí un hecho general que nosotros conocemos: al igual que entre los griegos
todo el mundo llama comúnmente filósofos a aquellos que exponen las doctrinas
que les parecen, por contradictorias que sean, así, entre los bárbaros, quienes
son o pasan por sabios han recibido una denominación común: todos son
llamados cristianos. Por lo tanto, si son acusados ante vosotros, solicitamos que
se examine su conducta y exigimos que aquel que sea convicto sea condenado
como culpable, pero no como cristiano. Si alguien es reconocido inocente, que
sea absuelto como cristiano, ya que de nada es culpable. No os pediremos que
castiguéis con rigor a nuestros acusadores; son castigados suficientemente por la
conciencia de su maldad y la ignorancia del bien” (Justino, Primera Apología VII).
“No hay juez que no pretenda absolver al criminal que confiesa. Pero no se
obliga a nadie a negar. A un cristiano tú lo crees capaz de todos los crímenes,
enemigo de los dioses, de los emperadores, de las leyes, de las costumbres,
de la naturaleza entera, y para absolverlo lo obligas a negar, ya que puedes
absolverlo si él lo niega. Tú traicionas las leyes. Pretendes que niegue su crimen
para declararlo inocente, y eso muy a su pesar: éste es el modo de que su pasado
permanezca limpio de todo crimen. ¿De dónde viene esta extraña ceguera que
os impide percataros de que es preciso creer más a un acusado que confiesa
espontáneamente que al que niega por la fuerza? ¿Qué os impide preguntaros
si, tal vez obligado a negar, no es sincero en su negación, y una vez absuelto,
después de abandonar el tribunal, no se reirá de vuestro odio, permaneciendo
cristiano como antes?
antes?” (Tertuliano, Apologética II, 16-17).
¿Misterios y crímenes secretos de los cristianos?
Los paganos a los cristianos:
cristianos “Vuestros ‘misterios’ ocultan horrores. Los crímenes
secretos”
La fecha del documento de Minucio Félix que citamos es incierta, pero
seguramente es posterior a la Apologética de Tertuliano, de la que en parte
deriva. Es el Octavius de Minucio Félix (ya mencionado en temas anteriores),
que precisamente nos proporciona el ejemplo de un debate estilizado entre un
pagano, Cecilio, que ataca a los cristianos, y el cristiano Octavio, que defiende a
sus correligionarios y justifica el cristianismo. Así afirma: “¿Por qué los cristianos
DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN. ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS
115
se preocupan tanto por disimular y ocultar el objeto de su veneración, dado que
las buenas acciones buscan siempre ser conocidas, mientras que los crímenes
intentan permanecer ocultos? ¿Por qué no tienen altares, ni templos, ni estatuas
divinas conocidas? ¿Por qué nunca quieren tomar la palabra en público ni
reunirse libremente, si lo que ellos honran y ocultan a la vista de los otros no es
digno de castigo ni de vergüenza? ¿De dónde viene, quién es y dónde reside
este dios único, solitario, abandonado, que no conocen ni pueblos libres, ni
reinos, ni tan siquiera la religión romana? Únicamente la miserable comunidad
judía venera también a un dios único, pero a la luz del día, con templos, altares,
víctimas y ceremonias. Por cierto, este dios está tan desprovisto de fuerza y
poder que es prisionero de los romanos con su propio pueblo
pueblo” (Cecilio, en
Minucio Félix, Octavius X, 2-4).
“Los cristianos se reconocen por señales y signos secretos, y se aman entre
ellos, por así decirlo, aun antes de conocerse. Además, practican por doquier,
mezclados los unos con los otros, un auténtico culto de lujuria, y llegan incluso a
llamarse entre ellos hermanos y hermanas para entregarse al simple acto carnal,
haciendo alusión a un nombre sagrado.Tanto es así, que su vana y loca superstición
se vanagloria del crimen. En lo referente al resto, si acusaciones tan graves y
variadas, que uno no se atrevería a reproducir sin permiso, no se sustentaran
en un fondo de verdad, el reconocido y sutil instinto popular no las propagaría.
He oído decir que no sé qué absurda convicción les ha llevado a consagrar y
a venerar la cabeza del más innoble de los animales, el asno: culto digno de
similares costumbres y apropiado a ellos. Otros informan de que honran las
partes genitales de su líder religioso, de su sacerdote en persona, y las adoran
como al sexo de su padre; sospecha tal vez errónea, pero apropiada en todo
caso a ceremonias clandestinas y nocturnas. Y quien les atribuye como objeto
de veneración a un hombre castigado por un crimen digno del más grave de los
suplicios y la madera funesta de una cruz, les atribuye igualmente un altar digno
de depravados y criminales, haciéndoles honrar lo que merecen.
En cuanto a la iniciación de nuevos miembros, lo que se dice no es menos
abominable. Un niño pequeño cubierto de harina, para engañar a aquellos
confiados, es colocado ante los que deben ser iniciados en el culto. El neófito,
incitado por la capa de harina, lo mata a golpes ciegos. Chupan con avidez la
sangre de este niño, ¡oh impiedad! Se disputan las partes de su cuerpo; tal es
la víctima que consagra su alianza; tal es la complicidad en el crimen que les
compromete a observar un silencio mutuo. Estos sacrificios son más horribles
que todos los sacrilegios.
También se informa sobre su festín. Todo el mundo habla de ello por doquier;
el discurso de nuestro conciudadano de Cirta también da testimonio. En el día
fijado se reúnen para celebrar con todos los hermanos, hermanas, madres,
personas de todo sexo y edad. Allí, después de un copioso banquete, cuando
el festín ha alcanzado un cierto clima y el ardor de la pasión incestuosa ha
116
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
inflamado a los comensales bebidos, se provoca a un perro, previamente atado
a un candelabro, que empieza a saltar y tintinear, lanzándole una pelota fuera del
círculo de la cuerda que lo sujeta. Una vez apagada así la luz, envuelven en la
impureza de las tinieblas los indiscriminados abrazos de su pasión repugnante,
todos igualmente incestuosos, si no en acto sí al menos por complicidad, dado
que sus deseos unánimes desean todo aquello que puede producirse en los
actos individuales
individuales” (Cecilio, en Minucio Félix, Octavius IX, 2-7).
Los cristianos a los paganos:
paganos “Vuestras acusaciones son una cadena de
calumnias”
“¿Creéis que si no tenemos santuario ni altares es porque ocultamos el objeto
de nuestro culto? De hecho, ¿qué imagen podría yo construir para representar
a Dios, cuando, si se juzga sanamente, el mismo hombre es la imagen de Dios?
¿Qué templo podría yo erigir, cuando todo el universo del cual Él es artesano, no
puede contenerlo?
contenerlo?” (Octavio, en Minucio Félix, Octavius XXXII, 1).
“¿Quién ignora el nacimiento de Jesús de una Virgen, su crucifixión, resurrección,
objeto de fe para muchos, y la amenaza del juicio de Dios que castigará y
recompensará según los méritos? Más aún, el misterio de la resurrección es la
incesante befa de los no creyentes, precisamente porque no es comprendido.
Decir que en estos puntos nuestra doctrina es secreta, es lo más absurdo
absurdo”
(Orígenes, Contra Celso I, 7).
“...De los falsos rumores mantenidos por los demonios proviene aquel del que te
haces eco, según el cual una cabeza de asno sería para nosotros objeto divino.
¿Quién puede ser tan bobo como para creer que este objeto recibe culto?
culto?”
(Octavio, en Minucio Félix, Octavius XXXVIII, 7).
“Y aquel que difunde contra nosotros cuentos sobre un culto al sexo de los
sacerdotes, se esfuerza también en atribuirnos algo que le es propio. En efecto,
estas formas de impudor pueden muy bien ser ritos sagrados para esos que
valoran los órganos sexuales por encima de las otras partes del cuerpo y que dan
al impudor, bajo todas sus formas, el nombre de refinamiento o que envidian los
desórdenes de las prostitutas...” (Octavio, en Minucio Félix, Octavius XXVIII, 10).
“Presentar como objeto de nuestra religión a un criminal y su cruz es alejarse de
la verdad, pensando que un criminal ha merecido, o un ser terrenal ha obtenido,
ser creído como Dios. ¡Ah, qué digno de lástima es aquel la esperanza del
cual se sustenta en un hombre mortal! Su apoyo cesa completamente con la
desaparición de este hombre.
Las cruces tampoco son, por nuestra parte, ni objeto de culto ni de votos; más
bien sois vosotros quienes, al consagrar dioses de madera, tal vez podríais
adorar cruces de madera como partes de vuestros dioses
dioses” (Octavio, en Minucio
Félix, Octavius XXIX, 2-3 y 6).
“Querría salir al paso de aquel que pretende o cree que nuestra iniciación se
DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN. ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS
117
hace con el asesinato y la sangre de un niño. Únicamente es capaz de creer
tal cosa aquel que es capaz de realizarla. De hecho, es a vosotros a quien veo
engendrar niños y después abandonarlos a las fieras salvajes y a los pájaros,
o más aún, eliminarlos con una muerte lamentable: estrangulándolos. Existen
mujeres que ‘tomando drogas’ ahogan en las propias entrañas el nacimiento del
ser que tiene que venir
venir” (Octavio, en Minucio Félix, Octavius XXX, 1-2).
“En cuanto a los banquetes incestuosos, es una gran leyenda que los demonios
aliados han inventado contra nosotros para manchar la gloria de nuestra castidad.
De hecho, estas prácticas vienen más bien de pueblos de vuestra especie. Entre
los persas está permitido unirse a la madre; entre los egipcios y en Atenas el
matrimonio con una hermana es legal; los incestos constituyen las glorias de
vuestras tragedias que tanto os gustan leer o escuchar. También honráis a dioses
incestuosos que han copulado con la madre, hija o hermana. Es normal entre
vosotros el incesto, incesantemente cometido...” (Octavio, en Minucio Félix,
Octavius XXXI, 1-4).
¿Los cristianos son malos ciudadanos?
Los paganos a los cristianos:
cristianos “Vosotros sois malos ciudadanos”
“Vosotros (cristianos) no ofrecéis sacrificios a los emperadores: sois culpables
del crimen de lesa majestad
majestad” (Tertuliano, Apologética X, 1 y XXVIII, 3) ¿Por qué
tal acusación? Porque los emperadores en esta época se consideran dioses
terrestres. La unidad política del mundo romano se sustenta en una unidad
religiosa: el buen ciudadano es el que rinde culto a los emperadores.
“Los paganos ven en los cristianos la causa de todos los desastres públicos, de
todas las desgracias nacionales. Que el Tíber ha inundado la ciudad, que el Nilo
ha abnegado los campos, que el cielo ha permanecido inmóvil, que la tierra ha
temblado, que se ha declarado el hambre o la peste, inmediatamente se oye:
‘¡Los cristianos a los leones!’
leones!’” (Tertuliano, Apologética XL, 1-2).
“Vosotros
Vosotros (cristianos) que no os amoldáis a las costumbres de la sociedad
romana: sois los enemigos del género humano
humano” (Tácito, Anales XV, 44).
“Si esta acusación persiste desde el principio con tal tesón, es que los cristianos,
por su actitud de abstención hacia ciertas manifestaciones características de la
sociedad romana, dan la impresión de constituir una especie de Estado dentro
del Estado.
Con el espíritu lleno de inquietud os abstenéis de los placeres honestos: no vais
a los espectáculos, no vais a las procesiones, no os presentáis en los banquetes
públicos; rehusáis con horror las reuniones sagradas, los alimentos ritualmente
empezados y el resto de las bebidas derramadas sobre los altares. ¡Tanto
miedo tenéis a los dioses que negáis! No adornáis con flores vuestra cabeza,
no perfumáis vuestros cuerpos, reserváis los ungüentos, rehusáis las coronas
118
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
incluso para las tumbas... Así no resucitáis, desgraciados, y mientras tanto
tampoco vivís
vivís” (Cecilio, en Minucio Félix, Octavius XII, 5-6).
Los cristianos a los paganos:
paganos “Nosotros somos ciudadanos más consecuentes
que vosotros”
“...Nosotros, por nuestra parte, invocamos al Dios verdadero para la salvación
de los emperadores. Ellos se sitúan en segundo lugar; los primeros después
de Él, antes y por encima del resto de los dioses... Consideremos hasta dónde
llegan las fuerzas de su Imperio, y así veremos que Dios existe. Comprendiendo
que no podemos nada contra Él, reconocemos que por Él somos poderosos...
El emperador es grande en la medida en que es inferior al cielo. Es, en efecto,
criatura de Aquel a quien el cielo y todos los seres pertenecen. Es emperador
por Aquel que le ha hecho hombre antes de hacerlo emperador; su poder tiene la
misma fuente que el aliento del alma” (Tertuliano, Apologética XXX, 1-3).
“Nosotros vivimos con vosotros, tenemos la misma comida, los mismos vestidos,
el mismo género de vida que vosotros y estamos sometidos a las mismas
necesidades de la existencia.
...Sin dejar de menudear vuestro foro, vuestro mercado, vuestros baños, tiendas,
almacenes, hospederías, ferias y otros lugares de comercio, habitamos este
mundo con vosotros. Navegamos con vosotros, con vosotros servimos como
soldados, trabajamos la tierra, nos dedicamos al comercio; intercambiamos
también con vosotros el producto de nuestras artes y nuestro trabajo. ¿Cómo
podemos parecer inútiles para vuestros intereses si vivimos con vosotros y de
vosotros? No lo comprendo
comprendo” (Tertuliano, Apologética XLII, 1-3).
“La pasión de la gloria y los honores no nos interesa; no tenemos necesidad de
coaliciones y nada nos resulta más extraño que la política. No conocemos más
que una única república común a todos: el mundo.
Cuanto a vuestros espectáculos, renunciamos a ellos porque renunciamos a las
supersticiones que les dan origen y porque somos extraños a los hechos que
allí suceden. Nuestra lengua, nuestros ojos, y nuestros oídos no tienen nada en
común con la locura del circo, con la inmoralidad del teatro, con las atrocidades
que se desarrollan en la arena, con la frivolidad del gimnasio
gimnasio” (Tertuliano,
Apologética XXXVIII, 3-4).
Tertuliano, dirigiéndose a los paganos, dice: “Y os pregunto: antes de Tiberio,
o sea, antes de la venida de Cristo, ¿cuántas calamidades desolaron la tierra
y las ciudades? Pero, ¿dónde estaban, no digo yo sino los cristianos, esos
que desprecian a vuestros dioses, y vuestros propios dioses cuando el diluvio
destruyó la tierra entera?
entera?” (Tertuliano, Apologética XL, 3 y 5).
La supuesta superstición de los cristianos
Los paganos a los cristianos:
cristianos “Vosotros sois ignorantes supersticiosos”. Errores
religiosos
DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN. ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS
119
Nos podemos preguntar: ¿Será el debate entre paganos y cristianos
exclusivamente de orden sociológico, o sea político? Cabe responder: ¡No! En el
mundo antiguo todo es religioso, empezando por el patriotismo que exige el culto
al emperador. De ahí la dificultad de los cristianos para que la gente crea que, al
margen de sus prácticas religiosas, son leales ciudadanos del Imperio.
Independientemente del comportamiento radical de algunos de ellos -por ejemplo
respecto al servicio militar-, las actitudes cristianas no pueden menos que
desconcertar a los paganos. Éstos sospechan alguna cosa que les desborda,
y, por consiguiente, les parece peligroso. Algo que tiene una extraña semejanza
con la magia. ¿Cómo podría un pagano, desde fuera, ver alguna diferencia entre
un exorcismo cristiano y un acto de magia?
En todo caso, la evocación que se hace aquí de los demonios sobre los que
Cristo y los cristianos podrían tener dominio, no iba en esclarecer el equívoco en
la mente de los paganos. Al contrario, los demonios son parte de su universo. Su
problema consiste en saber si los cristianos no están construyendo un dominio
arrancando en cierto modo el paganismo, ejerciendo un poder particularmente
destructor respecto a los dioses paganos, como así fue.
Celso exhorta a “no aceptar ninguna doctrina si no es bajo la luz de la razón y de
un guía razonable, porque el error es inevitable cuando, sin esta precaución, nos
adherimos a alguna de ellas. Y los compara con aquellos que creen sin razón en
los sacerdotes mendicantes de Cibeles y en los adivinos, en los devotos de Mitra
y de Sabactos, en todo cuanto se puede encontrar, apariciones de Hécato y de
otros demonios. Porque al igual que a menudo entre ellos hay hombres perversos
que abusan de la ignorancia de las personas crédulas y las conducen según su
deseo, lo mismo sucede entre los cristianos. Añade que algunos, sin querer dar
ni recibir razones sobre lo que creen, utilizan fórmulas como estas: ‘no examines,
sino cree; la fe te salvará’. Esto equivale a decir que la sabiduría de este mundo
es un mal, y la locura un bien” (Celso, en Orígenes, Contra Celso I, 9).
Ciertamente, las paradojas cristianas no son fácilmente inteligibles. Por lo tanto,
Orígenes se guardará de atacar a Celso en este terreno. Su argumentación
consistirá en mostrar que el cristianismo es la auténtica filosofía, que permite a
la gente, y no sólo a algunos iniciados, hacer uso de la razón.
Pero es poco probable que un griego como Celso se haya contentado con esta
respuesta, suponiendo que le haya sido dada directamente. Su comparación de
los cristianos con los devotos de Mitra y de Sabactos no es una simulación; al
contrario, es la segunda prueba que los paganos oponen al cristianismo.
“Nada
Nada bueno puede venir de ‘bárbaros’ como vosotros (cristianos)”. Éste es
el sentimiento más generalizado entre los grecolatinos. No es que el ataque
de Celso sea radical en este punto: “Los bárbaros son capaces de descubrir
doctrinas”. Pero rápidamente corrige: “Para juzgar, fundar, adaptar a la
doctrinas
práctica de la virtud los descubrimientos de los bárbaros, los griegos son más
120
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
hábiles (Orígenes, Contra Celso). De este modo las diferencias no podían ser
hábiles”
superadas. Ante los hombres cultos el cristianismo aparece como una filosofía
muy pobre, y más cuando pretende dirigirse a las masas y entre éstas a los más
desposeídos. A los ojos del pueblo aparece como una secta extranjera, que por
un reflejo instintivo de defensa será digna de desconfianza. A los ojos de la clase
política, y particularmente de los emperadores, aflora como una reaparición de
la magia contra la que Roma luchó desde el principio de su historia, quemando
sus libros y enviando a sus adeptos a la tortura y a la muerte. Dice Minucio Félix:
“Reclutando entre el estiércol del pueblo a un montón de ignorantes y de mujeres
crédulas, la debilidad del sexo de las cuales las hace volubles, los cristianos
forman una masa de conjurados impíos que, en sus reuniones nocturnas,
ayunos periódicos y alimentos indignos del hombre, sellan su alianza no con
una ceremonia sagrada, sino con un sacrilegio. Raza amiga de escondrijos y
enemiga de la luz, muda ante el mundo y locuaz en los rincones. Deprecian
tanto templos como tumbas, escupen a los dioses, se burlan de las ceremonias
sagradas. Estos seres, dignos de lástima –si ésta apelación no es sacrílega— se
compadecen de nuestros sacerdotes, menosprecian el púrpura y los honores,
ellos que están medio desnudos
desnudos” (Minucio Félix, Octavius VIII, 4).
La intervención del poder rompe el equilibrio entre dos lógicas tan irreductibles.
Más allá del debate con las palabras, está el combate con los hechos:
persecución y martirio.
Los cristianos a los paganos:
paganos “La auténtica filosofía es el cristianismo”
“Celso declara: “Ignoro bajo qué impulso los cristianos parecen ejercer un poder
invocando el nombre de ciertos demonios”. Aquí hace alusión a los exorcistas
que expulsan los demonios. Da la impresión de que intenta manifiestamente
calumniar el evangelio. No es mediante invocaciones que parecen ejercer un
poder, sino por el nombre de Jesús, unido a la lectura pública de los relatos
de su vida. En efecto, esta lectura desemboca a menudo en la expulsión de
los demonios, sobre todo cuando los lectores leen con una disposición sana
de auténtica fe. Pero tan grande es el poder del nombre de Jesús contra los
demonios que, a veces, a pesar de ser pronunciado por malvados, hace su
efecto” (Orígenes, Contra Celso I, 6).
efecto
“Todos estos hechos, la mayor parte de vosotros lo sabéis, los mismos demonios
los reconocen, tantas veces como nosotros (los cristianos) los expulsamos de
los cuerpos humanos por la tortura de nuestras palabras y el fuego de nuestra
oración. Sí: Saturno, Serapis, Júpiter y todos los demonios que vosotros adoráis,
vencidos por el dolor, explican lo que son y, para su vergüenza, no mienten lo
más mínimo, sobre todo en presencia de algunos de vosotros. Creéis en su propio
testimonio, según el cual son demonios, dado que confiesan la verdad, porque
cuando los conjuramos en nombre del Dios verdadero y único, los infelices
tiemblan en los cuerpos y huyen de un salto o se desmayan progresivamente
según la ayuda proporcionada por la fe del paciente o el efecto exhalado por la
gracia del cristiano que cura” (Minucio Félix, Octavius XXVII, 5-7).
DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN. ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS
121
“...Si fuese posible que todos los hombres abandonasen los quehaceres de la
vida para consagrar su tiempo libre a la filosofía, nadie tendría que intentar otro
camino que no fuera éste. En el cristianismo no se encontrará, podemos decirlo
sin orgullo, menos examen profundo de las creencias, menos explicación de los
enigmas proféticos, de las parábolas evangélicas y de otros mil acontecimientos
o preceptos de significado simbólico. Pero si eso no es posible, dado el número
reducido de personas que por las necesidades de la vida o de la debilidad
humana se entregan a la razón, ¿qué otro método más eficaz podríamos
encontrar para ayudar a la gente que lo transmitido por Jesús a los pueblos?
pueblos?”
(Orígenes, Contra Celso V, 9).
“’La doctrina tiene un origen bárbaro’, dice a continuación Celso. Evidentemente
se refiere al judaísmo, del que el cristianismo depende. Y, muy sensatamente, no
retrae al evangelio su origen bárbaro, porque añade este elogio: ‘Los bárbaros
son capaces de descubrir doctrinas’. Pero añade: ‘Los griegos son más hábiles
para imaginar, fundamentar, adaptar a la práctica de la virtud los descubrimientos
de los bárbaros’. Ahora bien, partiendo de su observación, esto es lo que pudo
decir para defender la verdad de las tesis del cristianismo: ‘Cualquiera que venga
de los dogmas y las disciplinas griegas al evangelio, no sólo podrá juzgar que son
auténticas, sino también ponerlas en práctica, ya que cumplen la condición que
parecía faltar con relación a una demostración griega, probando así la verdad del
cristianismo. Pero aún hay que añadir: la palabra divina tiene su demostración
propia, más divina que la de los griegos, por la dialéctica’” (Orígenes, Contra
Celso III, 2).
*
*
*
Así, durante dos siglos y medio duró el singular proceso y, por más que los
cristianos hayan tenido respuesta para todo, el cristianismo, en vísperas del
año 313, sigue siendo a ojos de los paganos esa ‘superstición maléfica’ de la
que había hablado Suetonio: conclusión lógica si se considera que a lo largo
de todo este diálogo de sordos hay un único punto sobre el que hubo acuerdo,
justamente el punto de ruptura: que cada uno de los adversarios podía ser
considerado ateo para el otro. Así afirma Justino: “Se nos llama ateos. Sí,
ciertamente, lo confesamos. Somos ateos frente a estos pretendidos dioses; pero
creemos en un Dios verdadero, padre de la justicia, de la sabiduría y de las otras
virtudes, en el que no se encuentra mezcla de mal. Con Él veneramos, adoramos
y honramos, en espíritu y verdad, al Hijo que de Él procede, que nos ha dado
estas enseñanzas, y también honramos al ejército de los ángeles buenos que le
escuchan y están presentes en la asamblea bajo el Espíritu profético. Ésta es la
doctrina que hemos aprendido y que transmitiremos libremente a quien se quiera
instruir” (Justino, Primera Apología VI).
instruir
Así finaliza el debate entre dos mundos que no se entendían. Y como ha
sentenciado la historia, al final se acabará imponiendo el de los cristianos.
Paloma. Mármol. Siglo III o IV. Catacumbas de la Vía Latina. Roma.
9 LA VIDA DE LAS PRIMITIVAS COMUNIDADES
CRISTIANAS. ¿QUIÉNES SON LOS CRISTIANOS?
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La esperanza y la audacia en la fe
¿Quiénes son los cristianos?
‘Hay que borrar a los cristianos del Imperio’
Aceptación de las persecuciones
Costumbres de los cristianos
La riqueza sofoca a los cristianos
¿Quién es excluido del cristianismo?
Soldados
Los cristianos son gente corriente
La esperanza y la audacia en la fe
Una de las ilusiones más grandes del historiador de la Iglesia es llegar al
convencimiento de que puede conocer la vida de las primitivas comunidades
cristianas: qué hacían, qué pensaban, qué preocupaciones tenían, cómo eran...
Nos gustaría poder espiar su intimidad para ver cómo daban testimonio de
Cristo. Averiguar hasta qué punto eran sinceros. Es cierto que la historia tiene
este aliciente: nos sumerge en la misma vida de quienes son objeto de nuestro
estudio. Después de la lectura de tantas actas de mártires, de tantos concilios,
de tantos escritores eclesiásticos y paganos... nos podemos preguntar qué es lo
que más nos ha sorprendido. Con toda sinceridad, yo debo responder y decir que
es la esperanza con la audacia de la profesión de la fe. Aquellos cristianos eran
unos valientes. Se necesitaba mucho valor para afirmar, en oposición a todas
las autoridades judías y romanas y de muchísima gente, que aquel crucificado,
condenado por todos, era el Mesías anunciado por los profetas y resucitado. No
nos podemos hacer una idea de lo que significaba en aquel ambiente el escándalo
de la cruz, que obviamente parecía contradecir todas las promesas y profecías.
La misma fe estaba sometida a una terrible prueba, ya que se esperaba el retorno
inmediato de Cristo. Y éste cada vez se alejaba más. El tiempo pasaba. Había
124
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
azoramiento en el ánimo de los cristianos. ¿Por qué Cristo espera tanto? Se
preguntaban: ¿por qué el fin de los tiempos no había coincidido con la ascensión
del Señor? ¿Cómo es posible que Cristo resucitado permitía la derrota y la
muerte de quienes creían en Él? Fue —no cabe duda— la tentación más fuerte
de los mártires discípulos del Salvador y de aquellos cristianos primitivos. Es
cierto que los apóstoles se esforzaron en dar una respuesta. Decían: “Dios es
fiel a sus promesas. Lo que quiere es que los pecadores se conviertan, por eso
les da tiempo
tiempo”. ¡Pero este tiempo a los cristianos se les hacía insoportable! Los
apóstoles insistían: “no os aflijáis; no seáis como los que no tienen esperanza;
cuando vuelva el Cristo resucitado, os llevará con Él a vosotros y a todos los que
en su amor están”. Pese a todo, es extraordinariamente admirable observar la
esperanza de aquellos buenos cristianos cuando parecía que todo les iba en
contra: creían en Cristo muerto y resucitado.
La pedagogía paciente de la Iglesia ayudará a los creyentes a comprobar
que aquella promesa hecha por el mismo Jesucristo podía dilatarse durante
muchos siglos. Hoy en día aún no se ha cumplido la profecía de la parusía.
Los hombres y mujeres cristianos continuamos esperando. Pese a todo, los
cristianos primitivos vivían también en la esperanza apasionada del Señor,
Jesús, tal y como lo testifica el final del Apocalipsis —libro de la última década
del siglo I— y que ha conservado una entrañable invocación tan antigua que
aparece con toda su fuerza sin traducción, formulada en arameo, la vieja lengua
de Palestina: “Marana tha!”, “¡Ven,
¡Ven, Señor Jesús!
Jesús!”. Éste es, entonces, —según
nuestro criterio— la característica fundamental del modo de ser de los cristianos
primitivos: una fuerte esperanza de que el Señor es fiel en sus promesas y
también una gran audacia al profesar la fe en Cristo Resucitado.
El estudio de tantos testimonios documentales de los tres primeros siglos del
cristianismo —incluso no teniendo en cuenta el Nuevo Testamento
Testamento— nos permite
conocer con mucha precisión la vida de la Iglesia que va del año 68 hasta el 313.
Podemos responder a los siguientes interrogantes:
1/ ¿Quiénes son los cristianos? ¿Por qué son perseguidos? ¿Cuáles son sus
características peculiares?
2/ ¿Qué creen los cristianos? ¿Cuál es el Dios de los cristianos?
3/ ¿Qué hacen los cristianos? ¿Cuál es su moral? ¿Cuáles son sus virtudes?
4/ ¿Cómo se puede definir la Iglesia y cuáles son sus características?
6/ ¿Cuáles son los sacramentos de los cristianos?
7/ ¿Qué esperan los cristianos que incluso dan sus vidas para alcanzar un deseo
tan constante como intenso?
Los casi cincuenta testimonios documentales que hemos aportado anteriormente
nos permiten contestar a los interrogantes aquí anunciados.
¿Quiénes son los cristianos?
Ya hemos presentado las opiniones y las acusaciones que los paganos dirigían
contra los cristianos. De todas ellas, nos sorprende aquel rumor blasfemo que
LA VIDA DE LAS PRIMITIVAS COMUNIDADES CRISTIANAS. ¿QUIÉNES SON LOS CRISTIANOS?
125
Minucio Félix pone en labios de Octavio: “De los falsos rumores mantenidos por
los demonios, proviene aquel del que te haces eco, y según el cual una cabeza
de asno sería para nosotros —los cristianos—, objeto divino. ¿Quién puede ser
tan bobo como para creer que este objeto (el asno) reciba culto
culto” (Minucio Félix,
Octavius, 38,7).
Como comentábamos anteriormente, el mismo Octavio, en Octavius, afirma que
los cristianos son acusados de ser seguidores de un criminal. También hemos
estudiado la opinión que tenían del cristianismo algunos paganos: que los
cristianos tienen una doctrina insignificante y secreta; que para Suetonio se trata
de una superstición nueva y maléfica; para Tácito de una superstición funesta...
Otros paganos no son tan duros, afirmando que la doctrina de los cristianos es
insignificante, pero no dejan de decir que los cristianos son gente de muy poca
cultura, como Celso y Octavio, en Orígenes y Minucio Félix respectivamente.
Pero por encima de todo, se les acusa de tener una influencia maléfica, de ser
enemigos del género humano, causantes de las calamidades y desastres que
suceden al Imperio y a sus súbditos. Los cristianos están fuera de las leyes del
Imperio y tienen inclinación al desacato al emperador; dicho en otras palabras,
incurren en el delito de ‘laesa’ majestad, tal como afirmaba Octavio. Son ateos
y no quieren adorar a otro dios que no sea Jesucristo. Otros rumores contra
los cristianos son múltiples, variados y denigrantes: practican el infanticidio,
participan en banquetes incestuosos, en sectas secretas...
Todas estas calumnias y otras muchas, así como el culto al sexo de los sacerdotes
cristianos, hacen prácticamente insostenible la presencia de los cristianos en
el Imperio romano. Así lo afirma Tertuliano en un texto del que hemos hecho
mención: “Y en primer lugar, cuando en virtud de la ley planteáis [los paganos]
el siguiente principio: ‘no está permitido que existáis (los cristianos)’, y nos lo
imponéis sin ninguna consideración humanitaria, hacéis profesión de violencia
y de un dominio injusto, como un tirano que da órdenes desde lo más alto de
su ciudadela. Al menos deberíais decirnos bien claro que no nos está permitido
sólo en razón de vuestro capricho, y no porque, en efecto, eso no deba estar
permitido” (Tertuliano, Apologética). ¡Era totalmente injusto y clamaba al cielo!:
permitido
‘¿Por qué eran asesinados?’
‘Hay que borrar a los cristianos del Imperio’
La cuestión, evidentemente, estaba en el ‘nombre’ de los cristianos, que es lo
equivalente a decir que los cristianos tenían que ser borrados del Imperio. Es
cierto que si un nombre de por sí es indiferente tal y como afirma Justino, por
contra, llamarse y ser cristiano era motivo de condena a muerte. ¿Por qué? En
la filosofía helenicoromana los nombres tienen mucha importancia, ya que en
las personas indican quién es y cómo es. Llamarse ‘cristiano’ es lo mismo que
adherirse totalmente a Jesucristo, verdadero Dios y hombre, y eso equivalía a
decir que el nombre, para los paganos, era causa de condena y que aquel que
lo llevaba, era un criminal. En cambio, para los cristianos su nombre era un gran
título de gloria, motivo para testificar Jesús como Salvador, era la denominación
126
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
más sagrada y querida; hoy en día el nombre de cristiano convive con otras
denominaciones (‘católicos’, ‘hijos de Dios’, ‘fieles’, ‘hermanos’...), no obstante
esta denominación antiquísima y tan entrañable de ‘cristiano’ debería imperar
de nuevo en todas las exhortaciones pastorales, en las plegarias oficiales y
en el lenguaje de todos nosotros, que nos vanagloriamos de profesar nuestra
fe en Jesucristo. El nombre y la valentía de esta profesión deberían ser como
en los cristianos primitivos, cristianos que fueron perseguidos precisamente
por este nombre. Así lo testifican innumerables fuentes que nos hablan de
las persecuciones, como los datos auténticos de los cuales ya hemos hecho
mención: Policarpo, Perpetua y Felicidad, Justino, Fructuoso de Tarragona y
diáconos, Trifón..., y muchísimos testimonios documentales de emperadores, el
Apocalipsis, cartas de los apóstoles, Cipriano, Clemente Romano, Eusebio de
Cesarea, Flavio Rústico, Historia Augusta, Ignacio, Melitón de Sardes, Orígenes,
el Pastor de Hermas, Plinio el Joven, Rufo, Suetonio, Sulpicio Severo, Tácito,
Tertuliano, Trajano... Todos son testimonios entrañables para nosotros, los
cristianos de hoy en día (siglo XXI), aunque pueden proceder del campo pagano.
Más de 150.000 fueron víctimas por el glorioso nombre de cristianos, y si es
admirable su sacrificio, lo es todavía más el deseo de los mártires de perdonar,
rezar y amar incluso a sus verdugos. Recordemos el espléndido fragmento
que hemos trascrito de Policarpo: “Aquel que resucitó a Jesucristo de entre
los muertos, también nos resucitará a nosotros con la única condición de que
hagamos su voluntad, que cumplamos sus mandamientos, que amemos lo
que Él amó y ama... No devolvamos mal por mal, ni insultemos a quienes nos
insultan, ni demos golpe por golpe o maldición por maldición. Recordemos lo que
el Señor dijo para enseñanza nuestra; ‘Felices los pobres y los perseguidos por
el hecho de ser justos: el reino del cielo es para ellos’. Recemos por todos los
santos. Recemos también por los reyes, por las autoridades y por los príncipes,
por aquellos que os persiguen y os aborrecen, y por los enemigos de la cruz,
para que vuestro fruto sea patente en todas las cosas, y seáis perfectos en
Cristo” (Policarpo, Carta a los de Filipos).
Cristo
Aceptación de las persecuciones
La famosa carta de Diogneto dice expresamente refiriéndose a los cristianos
perseguidos: “Todo el mundo les persigue, pero ellos (los cristianos) aman a
todo el mundo... Les insultan y ellos bendicen. Les injurian, pero ellos honran. Los
cristianos aman a aquellos que les odian”.
Ignacio de Antioquía tiene algunas frases muy celebradas por muchos autores
en la historia de la Iglesia primitiva. En un fragmento de su carta a los romanos
dice: “Dejadme ser alimento de las fieras por las que yo pueda alcanzar a Dios.
Trigo soy de Dios que debe ser molido por los dientes de las fieras, para así ser
presentado como pan puro y limpio de Cristo
Cristo”.
Las persecuciones eran consideradas por los cristianos como una bendición
divina y una purificación de la vida cristiana. La mayoría de los mártires
LA VIDA DE LAS PRIMITIVAS COMUNIDADES CRISTIANAS. ¿QUIÉNES SON LOS CRISTIANOS?
127
perdonaban a los verdugos, ya que, cumpliendo el mandamiento del Señor
Jesús que quiere que sus discípulos amen a los mismos perseguidores, ven en
el martirio un providencial instrumento de purificación. Así nos dice Cipriano: “El
Señor ha querido poner a prueba a sus hijos. Una larga paz había corrompido
en nosotros las enseñanzas que el propio Dios nos había dado, y tuvo que venir
la represión del cielo para levantar la fe que se encontraba decaída. Nosotros,
al olvidar la ley que se nos había dado, hemos dado con nuestros pecados,
motivo de lo que ahora sucede: como hemos menospreciado los mandamientos
de Dios, somos llamados con remedios severos a dar prueba de nuestra fe. Al
menos, aunque sea tarde, nos debemos convertir al temor de Dios, dispuestos
a sufrir con paciencia y fortaleza esta amonestación (persecución) y prueba que
nos viene de Dios
Dios”.
Costumbres de los cristianos
La espléndida Carta a Diogneto afirma: “Los cristianos no son distintos de los
otros hombres ni por la tierra, ni por el habla, ni por las costumbres. Viven en
sus patrias, pero como si fuesen forasteros. Participan en todas las actividades
de los buenos ciudadanos y aceptan todas las cargas, pero como si fuesen
peregrinos... Lo diré brevemente: lo que el alma es para el cuerpo, eso son los
cristianos en el mundo
mundo”.
También Tertuliano en su Apologética afirma que los cristianos son buenos
ciudadanos, que hacen todas las actividades comunes de sus tiempos menos
aquellas que no son propias de su condición, como por ejemplo la participación
en los espectáculos: “Renunciamos a los espectáculos porque renunciamos a
las supersticiones que les dan origen y porque somos ajenos a los hechos que
allí suceden. Nuestra lengua, nuestros ojos y nuestros oídos no tienen nada en
común con la locura del circo, con la inmoralidad del teatro, con las atrocidades
que se desarrollan en la arena, o con la frivolidad del gimnasio
gimnasio”.
Los cristianos son hombres y mujeres consagrados y consagradas a Dios,
dispuestos a dar la vida en testimonio de Cristo. Así lo afirma Arístides de Atenas:
“Están dispuestos a dar la propia vida por Cristo, ya que guardan firmemente sus
mandamientos, viviendo en santidad y justicia como el Señor Dios ordenó
ordenó”.
Una de las características esenciales de los cristianos es el amor al prójimo,
incluso a los mismos perseguidores. Entre ellos mismos debe haber amor y
unidad, aunque para alcanzar esta unidad existen muchas dificultades que
difícilmente pueden superarse en algunos casos tal y como afirma Clemente
Romano. En la Iglesia desgraciadamente siempre se ha dado el cisma y la
herejía. Ya en los inicios del cristianismo, existió una herejía muy persistente:
nos referimos a la de los gnósticos, que hizo tambalear el ánimo de muchos
cristianos. Ireneo de Lyón fue el gran defensor de la doctrina ortodoxa católica
y tradicional. Pero cuando los cristianos están unidos en la profesión personal
y comunitaria a Jesucristo y en la verdadera comunión fraterna entre todos los
miembros de la asamblea, forman las piedras vivas de la Iglesia y del altar
128
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
único tal y como lo cuenta espléndidamente Orígenes. Por eso, es preciso que
siempre y constantemente se esté edificando la comunidad cristiana, o como
insiste Clemente Romano: “los cristianos no deben ser gandules ni remisos a
hacer buenas obras
obras”.
La riqueza sofoca a los cristianos
Para ser realmente cristiano había que romper con las molicies del mundo
pagano. A los cristianos se les exigía mucho. En primer lugar los catequistas
enseñaban que los pobres eran los predilectos de la Iglesia, y a la vez incitaban
a los nuevos cristianos a poner en común sus bienes. De aquí el elogio a la
pobreza. Uno de los grandes entusiastas de esta virtud fue el escritor y poeta
Minucio Félix, oriundo de Numidia, de finales del siglo II. En su Octavius (Octavio),
en un diálogo bellísimo nos dice: “Tenemos
Tenemos fama (los cristianos) de ser pobres y
eso no es ninguna deshonra para nosotros, todo lo contrario, es nuestra gloria.
Pues si el lujo debilita las almas, la vida sencilla las fortalece. Es más pobre el
que posee mucho pero desea aún más. Por otra parte, te voy a decir claramente
mi pensamiento: nadie puede ser tan pobre en su vida como lo fue al nacer. Los
corderos viven sin patrimonio, y los rebaños pastan todos los días... A nosotros
nos pasa lo mismo que a aquel caminante que avanza cada vez más contento
cuanta menos carga lleva. Así es como para nosotros, los más felices son los
que aceptan la pobreza, ya que les hace más ligeros y el peso de la riqueza
no les sofoca. Además, si necesitáramos recursos, los pediríamos a Dios. A Él
todo le pertenece. Él podría siempre y del modo que quisiese, concedernos una
porción. Sin embargo nosotros (los cristianos) preferimos despreciar la riqueza,
aspiramos a ser inocentes; exaltamos la paciencia y preferimos la virtud de la
pobreza, a la prodigalidad
prodigalidad”.
¿Quién es excluido del cristianismo?
San Hipólito romano, el antipapa, nos expone con detalle en su famoso libro
Tradición apostólica quiénes estaban excluidos del catecumenado de la Iglesia
romana: prostitutas, escultores de ídolos, autores y actores teatrales de obras
indecentes, maestros de ciencias profanas, participantes de los juegos públicos,
gladiadores, sacerdotes de los ídolos, soldados que matan, magistrados que
condenan a los cristianos, sodomitas, y autores de otras aberraciones, magos,
concubinas... Todos ellos tenían que dejar el oficio o la condición anterior si
querían ser inscritos en la escuela de catequesis o catecumenado. El siguiente
texto debe entenderse en el marco de las persecuciones de principios del
siglo III, cuando fue escrita la famosa Tradición apostólica: “...que se haga una
investigación sobre los oficios y profesiones de los que deben ser instruidos
(catecúmenos). Si alguien (de éstos) tiene una casa en la cual se da la prostitución,
que no lo haga de nuevo; y en el caso de continuar que sea expulsado. Si hay
algún escultor o pintor entre ellos (los que querían ser cristianos) que se le
enseñe a no hacer ídolos. Si no quiere dejarlo, que sea expulsado. Si hay algún
autor que da representaciones teatrales, que lo deje o se le expulse. Si hay
alguien que enseña a los niños ciencias profanas (mitología...) es preferible que
lo deje; pero si no tiene otro oficio se le puede permitir que continúe enseñando
LA VIDA DE LAS PRIMITIVAS COMUNIDADES CRISTIANAS. ¿QUIÉNES SON LOS CRISTIANOS?
129
ciencias profanas. El ‘conductor’ o simplemente el que participa de los juegos
públicos asistiendo a ellos, debe dejar esta profesión, y si no quiere que se le
expulse. Un gladiador o aquel que es maestro de gladiadores, o el que participa
en los juegos de gladiadores, debe dejarlo, y si no quiere, que sea expulsado.
Si hay algún sacerdote de los ídolos o custodio de los ídolos, es preciso que lo
deje, o si no, que sea expulsado. Al soldado que sirve al gobernador que se le
diga que no mate; si recibe órdenes de matar, que no lo haga, y si no acepta
estas admoniciones, que se le expulse. Si hay algún catecúmeno, o incluso uno
que ya esté bautizado, que desee ser soldado, hay que expulsarlo porque ha
despreciado a Dios. Una prostituta, un sodomita, o alguien que hace aquello
que ni se puede nombrar, que se le expulse ya, que está maculado. El mago
tampoco es admitido al examen introductorio (para entrar al catecumenado). El
embrujador, el astrólogo, el intérprete de sueños y el prestidigitador deben cesar
en su oficio, y si no quieren, deben ser expulsados. La concubina de alguien, si
es esclava, si ha educado a sus hijos y no tiene relaciones más que con él, puede
ser admitida si deja de serlo, si no quiere, que se le expulse. Un hombre que tiene
una concubina que la deje y se case legalmente; y si se niega a hacerlo, que sea
expulsado. Si hemos omitido alguna cosa, vosotros mismos (los presbíteros de la
comunidad) tomad la decisión, ya que todos poseemos el Espíritu Santo
Santo”.
Soldados
Referente a los soldados además de lo apuntado por Hipólito, el mismo
Tertuliano afirma que entre los cristianos hay soldados sin determinar ningún
condicionamiento, y a finales del siglo III y principios del IV había muchos soldados
cristianos, tal y como consta en la persecución de Diocleciano. Tertuliano informa
que: “Los cristianos frecuentan el foro y otros lugares de comercio, habitamos
este mundo con vosotros. Navegamos con vosotros, servimos como soldados,
trabajamos la tierra, nos dedicamos al comercio; también intercambiamos con
vosotros los productos de nuestras artes y nuestro trabajo
trabajo”.
Los cristianos son gente corriente
Podemos concluir la primera respuesta —a la pregunta ‘¿Quiénes son los
cristianos?’— con este fragmento: “Entre nosotros podéis encontrar a gente
corriente, artesanos y viejecitos que si bien son incapaces de sostener de palabra la
utilidad de esta doctrina (de los cristianos), en cambio están manifestando la eficacia
de ésta con su comportamiento
comportamiento” (Atenágoras de Atenas, Súplica de los cristianos).
La Resurrección. Ilustración de un manuscrito latino del siglo XI. Biblioteca Municipal de París.
10 ¿QUÉ CREEN LOS CRISTIANOS?
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La verdad de las enseñanzas cristianas
La ‘gnosis’ que da la vida a los cristianos
Jesús, el gran pedagogo
Dios es visible para aquellos que pueden verlo
El Dios de los cristianos rodeado de luz y belleza es ‘uno’ y ‘trino’
La explícita confesión del misterio de la Trinidad
‘Hay quien se asusta ante la confesión de la Trinidad’
Afirmación contundente de la unidad de la Trinidad
Exageraciones de Orígenes
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre
Dios creó el mundo y el universo. El agua en la creación
Creación del hombre y de los ángeles
La Virgen, misterio oculto en el silencio de Dios
La verdad de las enseñanzas cristianas
Según el último fragmento de Atenágoras de Atenas, los cristianos en su gran
mayoría —durante estos tres primeros siglos— manifestaban “la eficacia de lo
que creían con su comportamiento
comportamiento”.
Justino, el gran mártir y apologista, pretende defender la fe cristiana de los
ataques de los filósofos paganos. En su interesante libro Apologías expone qué
era la fe de los primitivos cristianos. Sorprende su clara exposición, aunque se
insinúen sus escrúpulos al no revelar los misterios cristianos, el conocimiento
de algunos de los cuales estaba prohibido revelar a los no cristianos (ley del
arcano). Dice así: “¿Quién hay que sea sensato, que admita que nosotros (los
cristianos) somos ateos? Adoramos al creador del universo. Reconocemos,
como nuestra doctrina, que Dios no necesita sangre, ni libaciones, ni incienso.
Nosotros glorificamos a Dios como podemos, con himnos de piedad y acción de
gracias. El mejor modo de honorarlo —según lo que nos ha sido enseñado— no
es consumir inútilmente por el fuego las cosas que Él ha creado para nuestra
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
subsistencia, sino usarlas en beneficio nuestro y compartirlas con los pobres,
ofreciéndole nuestro homenaje solemne y nuestros himnos de acción de gracias
por la vida que nos ha dado y su preocupación por conservarnos sanos. Le
pedimos también la inmortalidad futura por la fe que tenemos en Él. Os mostramos
también que adoramos justamente a Aquel que nos ha enseñado estas cosas
y que ha sido engendrado, Jesucristo, que fue crucificado por Poncio Pilatos,
gobernador de Judea en tiempos de Tiberio César, en el cual nosotros vemos el
Hijo, verdadero Dios, y ponemos también el tercero, el Espíritu profético. Quienes
creen en la verdad de nuestras enseñanzas y de nuestra doctrina, prometen en
primer lugar vivir según la ley. Nosotros les enseñamos a rezar y a pedir a Dios,
ayunando, la remisión de sus pecados
pecados”.
La ‘gnosis’ que da vida a los cristianos
Es evidente que los cristianos, antes de los concilios de Nicea (325), de
Constantinopla (381) y de Éfeso (431), profesaban la fe en un solo Dios creador,
en la Trinidad, en Jesucristo redentor y en el Espíritu Santo. Sería inacabable
presentar los fragmentos que hacen referencia a esta creencia. Sólo haremos
unas breves pinceladas, escogiendo los fragmentos que, según nuestra opinión,
son los más significativos. Insistimos de nuevo en que es la doctrina anterior a
Nicea y eso es muy importante: existe una coincidencia entre nosotros (hombres
y mujeres creyentes del siglo XXI) y los asistentes a los grandes concilios
trinitarios y cristológicos (325-451) y los cristianos de la Iglesia primitiva. “Nuestra
fe es la de ellos: la de la Iglesia de los primeros tiempos
tiempos”.
En primer lugar, debemos recordar que esta Iglesia primitiva tuvo unos grandes
pedagogos: Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano, Hipólito...
Ellos exponen que, gracias a Jesucristo y a las Sagradas Escrituras, podemos
alcanzar el conocimiento de Dios, siempre imperfecto, pero que es suficiente, ya
que aquí en la tierra se nos ofrece la posibilidad de encontrar la vida que nos da
esta sublime gnosis o conocimiento doctrinal. Nos ayuda a ello una sana filosofía.
El gran maestro Clemente, líder de la Didaskaleion de Alejandría, nos dice:
“La gnosis (o conocimiento) es un perfeccionamiento del hombre en cuanto
a hombre, que se realiza plenamente mediante el conocimiento de las cosas
divinas, confiriendo a las acciones, a la vida y al pensar una armonía y coherencia
consigo misma y con el logos divino (Jesucristo). Por la gnosis se perfecciona
la fe, ya que únicamente así el fiel alcanza la perfección. Porque la fe es un bien
interior, que no investiga sobre Dios, sino que confiesa su existencia y se adhiere
a su realidad. Por ello es necesario que, a partir de esta fe y creciendo en ella por
la gracia de Dios, cada uno se procure el conocimiento que le sea posible sobre
él. Sin embargo, afirmamos que la gnosis difiere de la sabiduría que se adquiere
por la enseñanza, porque cuando alguna cosa es gnosis será también sabiduría,
pero cuando alguna cosa es sabiduría no por ello será necesariamente gnosis:
porque el nombre de sabiduría se aplica sólo a lo que se relaciona con el Verbo
explícito (Jesucristo)”.
¿QUÉ CREEN LOS CRISTIANOS?
133
Jesús, el gran pedagogo
Clemente de Alejandría continúa exponiendo las relaciones del logos (Jesucristo),
la gnosis y la tradición. Dice también que el logos es el revelador e iluminador,
“Hijo único y todo, principio y fin”, el gran pedagogo. Jesús nos enseña el camino
para conocer más perfectamente a Dios, a pesar de que, de por sí, el hombre
fue hecho para conocerlo.
Orígenes expone de un modo admirable cómo el hombre puede alcanzar el
conocimiento de Dios: “Por nuestra parte, nosotros afirmamos que la naturaleza
(humana) no es de ningún modo capaz de buscar a Dios y de encontrarlo en
su puro ser, si no es que sea ayudada de Aquel mismo que es objeto de la
investigación. Llegamos a encontrarlo quienes después de hacer todo cuanto
está en nuestra mano, confesamos que necesitamos su ayuda, y Él se manifiesta
a quienes cree conveniente, en la medida en que un alma humana, estando
todavía en el cuerpo, puede reconocer a Dios
Dios”.
Dios es visible para aquellos que pueden verlo
Teófilo, obispo de Antioquía (a. 160-180), afirma: “Dios es visto por aquellos que
pueden verlo; sólo deben tener abiertos los ojos del espíritu. No hay nadie que no
tenga ojos, pero algunos hombres los tienen empañados, y no pueden ver la luz
del sol; ahora, del hecho de que los ciegos no vean, no se debe a que la luz del
sol no brille. Igualmente los ciegos espirituales se deben acusar a ellos mismos
tienen que inculpar a sus propios ojos. ¡Tú, oh hombre, tienes los ojos del alma
empañados a causa de tus pecados y de tus malas obras...! Pero si quieres,
puedes curarte: entrégate al médico y te medicará los ojos del alma y del cuerpo.
¿Quién es este médico? Dios es aquel que cura y vivifica por la sabiduría de su
palabra, Jesucristo
Jesucristo”.
El Dios de los cristianos rodeado de luz y belleza, es ‘uno’ y ‘trino’
Es evidente que los cristianos primitivos creían en la Santísima Trinidad. Hipólito
romano afirma: “Dios sólo hay uno, hermanos, que conocemos sólo por la
fuente de las Santas Escrituras... Creamos como desea ser creído el Padre,
glorifiquemos al Hijo tal y como Él quiere que sea glorificado y recibamos el
Espíritu Santo del modo que Él quiere que sea recibo
recibo”.
No menos clara es la fe en la Trinidad —ciento cincuenta años antes de
la celebración del concilio de Nicea— tal y como proclama otro excelente
escritor clásico. Nos referimos a Atenágoras. Dice: “Nosotros no somos
ateos. Reconocemos a un solo Dios, increado, eterno, invisible, impasible,
incomprensible, imposible de circunscribir, conocido únicamente por el espíritu y
la razón, rodeado de luz, de belleza, de espíritu, de una fuerza inenarrable, por
el que el universo entero ha sido creado, ordenado y se conserva por mediación
de su Verbo, que está junto a él. Reconocemos también a un Hijo de Dios. El
Hijo de Dios es el Verbo del Padre en conocimiento y poder. Todo ha sido hecho
según Él y por su mediación, siendo uno el Padre con el Hijo. Estando el Hijo
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
en el Padre y el Padre en el Hijo, el Hijo de Dios es espíritu y verbo de Dios por
unidad y poder del Espíritu
Espíritu”.
La explícita confesión del misterio de la Trinidad
La Santísima Trinidad viene confesada por la totalidad de los Santos Padres
y escritores eclesiásticos de estos primeros siglos de la Iglesia, y resulta difícil
escoger un fragmento ante tanta abundancia de referencias trinitarias. Por
ejemplo, en la carta de Clemente Romano a la Iglesia de Corinto, vemos la
confesión de la Trinidad constantemente. Todo el texto contiene la aceptación del
gran misterio cristiano (un solo Dios y tres personas), así como dice y confiesa
que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. De todas estas doctrinas
se habla con gran amor y con una admirable sencillez. Encontramos también
fragmentos espléndidos de la confesión de la Santísima Trinidad en Ireneo: “...en
todo y por encima de todo existe un solo Dios Padre, un solo Verbo, el Hijo y un
solo Espíritu; y existe una salvación sólo para los que creen en la Trinidad
Trinidad”.
‘Hay quien se asusta ante la confesión de la Trinidad’
Tertuliano expone ampliamente el misterio de la Santísima Trinidad, y afirma: “La
gente sencilla, en efecto, que es siempre la mayor parte de la que nos cruzamos
(y no me refiero a aquellos que no tienen juicio), puesto que la misma regla de
fe ha pasado de los muchos dioses del mundo al único Dios verdadero, al no
entender cómo puede ser un Dios único que debe ser creído con la economía
de los tres, se asusta de tal cosa... Se figura que el número y la separación de
la Trinidad introducen la división de la unidad... Ten siempre presente que yo
profeso esta fe por la que afirmo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nunca
se separan. Fíjate que digo que el Padre es uno, el Hijo otro y otro el Espíritu. No
existe separación entre ellos, pero tampoco hay una sola persona, sino tres
tres”.
Afirmación contundente de la unidad de la Trinidad. Exageraciones de
Orígenes
La preeminencia en el pensamiento de Orígenes la tiene la afirmación de Dios
uno y de la Trinidad. Para Orígenes, y para todos los cristianos de su tiempo,
esta afirmación es contundente. No obstante hay algunas expresiones que
se pueden interpretar como una subordinación del Hijo en relación al Padre.
De todo esto ya hemos hecho mención en otros capítulos. La frase que más
se puede contraponer a la igualdad de las tres personas es la siguiente:
“Afirmamos que tanto el Salvador como el Espíritu Santo no pueden ponerse
en igualdad con ninguna de las cosas creadas, sino que las sobrepasa con una
trascendencia supereminente; pero al mismo tiempo el Verbo y el Espíritu Santo
son sobrepasados por el Padre. Así, por ejemplo, el logos (segunda persona)
por su sustancia, su dignidad, su poder y su sabiduría, no puede compararse en
nada al Padre”.
Obviamente, Orígenes tiene expresiones subordinistas, o que al menos lo
pueden parecer. Pero no lo son ni más ni menos que las que se podrían derivar
de una frase del evangelio mal interpretada: “El Padre que me ha enviado es
¿QUÉ CREEN LOS CRISTIANOS?
135
mayor que yo (Jesucristo)”. Y en el evangelio de san Marcos no se acepta la
apelación de ‘bueno’ que se le da al maestro Jesucristo. Son frases que deben
ser interpretadas en el conjunto del evangelio, y así lo intentaba Orígenes,
posiblemente con poca fortuna.
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre
Podríamos presentar muchos fragmentos referentes a la creencia de que
Jesucristo es verdadero Dios y hombre: Ignacio, Clemente Romano, Ireneo,
Policarpo, Tertuliano... También deberíamos subrayar el testimonio de Taciano
sobre la generación del Verbo, o de Hipólito romano.
Para Tertuliano, Jesucristo es el pontífice de la gran promesa. Clemente de
Alejandría afirma que Jesucristo es “Hijo uno y todo, principio y fin, y es nuestro
gran maestro
maestro”. Para Aristón de Pella, Jesucristo cumple las profecías del Antiguo
Testamento.
Dios creó el mundo y el universo. El Agua en la creación
La creación del mundo, obra de Dios, viene expuesta explícitamente por muchos
Santos Padres de estos siglos. Recordemos, por ejemplo, a Hipólito romano:
“Cuando existía sólo Dios y no había nada coexistente con Él, resolvió crear el
mundo. Lo creó con el pensamiento, con la voluntad y con la palabra. El mundo
existió en el acto, y tal y como Dios lo deseó
deseó”.
Según Hipólito los días de la creación del Génesis no son otra cosa que una
venerable alegoría que quiere afirmar que el hombre, el cielo, los mares, los
animales, la tierra, el agua... fueron creados por Dios en un único acto. También
existe una preferencia por hacer intervenir las aguas y el Espíritu en la creación, ya
que es el símbolo de la nueva creación. Así, afirma Tertuliano: “Debemos fijarnos
en aquellos orígenes (del mundo) en los cuales ya se encuentra el fundamento del
bautismo, o sea, el Espíritu que con su modo de hacer prefiguraba el bautismo,
el Espíritu que en el principio se movía sobre las aguas, el Espíritu que debía
permanecer sobre ellas para transmitir su eficacia. ¡Oh hombre! ¡Debes venerar
la antigüedad de las aguas, porque son la antigua sustancia! Debes venerar su
dignidad, porque son la sede del espíritu de Dios, más agradable en aquellos
momentos que todos los otros elementos. Las tinieblas eran aún informes, sin la
belleza de las estrellas, el abismo era triste, la tierra inacabada, y el cielo a medio
hacer. Sólo el agua que siempre es una materia perfecta, fecunda, simple y pura
por ella misma, se ofrecía como un digno vehículo para Dios. Y lo que diremos
al ver la belleza del mundo, ¿depende de algún modo de la distribución de las
aguas hecha por Dios?
Dios?”.
Creación del hombre y de los ángeles
La creación del hombre y de los ángeles no se excluye de ningún modo en los
Santos Padres de la Iglesia primitiva. El Pseudo-Bernabé afirma que el hombre
fue creado a imagen de Dios y Orígenes expone cómo fue creado. Clemente
Romano tiene unos bonitos fragmentos sobre la creación de los ángeles, y el
136
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Pastor de Hermas afirma que los ángeles acompañan al hombre en el peregrinar
por este mundo.
La Virgen, misterio oculto en el silencio de Dios
Hablando de lo que creían los cristianos primitivos, concluimos con dos
fragmentos referentes a la Virgen: uno de Ignacio de Antioquía y el otro de
Ireneo. Dice Ignacio en la Carta a los efesios: “Jesucristo, Nuestro Señor, fue
concebido en el seno de María según el designio de Dios; del linaje de David y
por obra del Espíritu Santo... La virginidad y el parto de María son dos hechos
que quedan ocultos a los príncipes de este mundo, así como también la muerte
del Señor. Son éstos los tres misterios sonoros que se cumplieron en el silencio
de Dios. Dios se manifestó con forma humana, de aquí la Epifanía y la estrella
fulgente. Hay un médico carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios
hecho hombre y carne, vida verdadera aunque mortal, hijo de María e hijo de
Dios, primero pasible y después impasible, Jesucristo nuestro Señor
Señor”.
Y Ireneo de Lyon afirma: “El Señor, por medio de la obediencia en el árbol de la
cruz, enmendó la primera desobediencia ocurrida también en un árbol, y aquel
engaño que sedujo malignamente a la virgen Eva, destinada a su hombre, fue
anihilado por la verdad cuando un ángel dio el mensaje jubiloso a María, también
prometida ya a un hombre (José). Porque, así como Eva fue engañada por la
palabra diabólica, que la hizo huir de Dios y transgredir su palabra, María en
cambio recibió el mensaje jubiloso de la palabra angélica que la hacía Madre de
Dios, y la creyó. Eva fue seducida y desobedeció a Dios; María fue convencida
de creerle; así la Virgen María se convirtió en consuelo de la virgen Eva”. De ahí
y de otros varios testimonios se deduce que los cristianos de los primeros siglos
creían también en el misterio de María Virgen y Madre de Dios que intervino en
nuestra redención y salvación.
11 ¿QUÉ HACEN LOS CRISTIANOS? ¿CUÁL ES SU
MORAL?¿CUÁLES SON SUS VIRTUDES?
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La doctrina y la moral de los cristianos
El problema del mal
Los cristianos también son pecadores
Fe, esperanza y caridad. ‘Me veo absolutamente forzado a amaros’
El cristiano no debe vivir aislado
‘Formamos un solo cuerpo’
Las reuniones de los cristianos. La caja de la caridad. Los ágapes
Los pobres son los predilectos en las comunidades cristianas,
así como los que guardan la castidad y la virginidad.
Contra el aborto
• El compasivo y gran corazón de las comunidades cristianas.
La alegría sin barreras
La doctrina y la moral de los cristianos
La enseñanza de los contenidos de la fe cristiana —como hemos visto
anteriormente—, de la moral peculiar y de sus virtudes, era un objetivo esencial
que las primitivas comunidades querían alcanzar. Por ello, la pedagogía tenía
un lugar privilegiado en la vida cristiana. Aquellos hombres y mujeres creyentes
tuvieron la gran suerte de estar formados por quienes se les llamaba doctores
y maestros. Entre ellos no faltaron grandes personajes, las lecciones de los
cuales todavía hoy nos impresionan. Por ejemplo, es el caso de Clemente de
Alejandría, el gran pedagogo de finales del siglo II y principios del III. Era el líder
de la Escuela de Alejandría y escribió —llegando a nosotros— una exhortación a
los griegos denominada Stromata (relaciones entre la ciencia profana y la religión
cristiana), y el famoso Pedagogus, donde expone cómo los iniciados deben
aprender la doctrina y la moral cristianas. Hemos escogido un fragmento en el
cual afirma que el gran maestro de la Iglesia es el mismo Jesucristo. “Hemos
dicho que en la Escritura se nos denomina ‘niños’ y que además, cuando nos
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
afanamos en seguir a Cristo, recibimos este mismo nombre alegórico de ‘niños
pequeños’, y que sólo el Padre del universo es perfecto, porque el Hijo está en
Él y el Padre está en el Hijo. Si seguimos nuestra presente exposición-lección es
preciso que ahora indiquemos quién es nuestro pedagogo: ¡se llama Jesús! El
pedagogo es, naturalmente, el Logos, porque Él nos conduce a nosotros, niños,
hacia la salvación. Así, el Logos ha dicho muy claramente por boca de Oseas: “Yo
soy vuestro maestro”. La pedagogía es la religión. Es también una enseñanza del
servicio de Dios, educación para el conocimiento de la verdad y buena formación
que nos conduce hacia el cielo. El nombre de pedagogía incluye múltiples
realidades: pedagogía de quien recibe directrices e instrucciones; pedagogía de
quien da la dirección y la enseñanza; pedagogía, en tercer lugar, es la misma
formación recibida; pedagogía, también son las materias enseñadas, como por
ejemplo los preceptos. La pedagogía de Dios es la indicación del recto camino de
la verdad hacia la contemplación de Dios, la advertencia de una conducta sana
que nos asegurará la perseverancia eterna”.
El problema del mal
Evidentemente, el camino que nos conduce hacia el cielo se encuentra dificultado
por el mal. Es uno de los grandes problemas que los cristianos primitivos se
encuentran. Orígenes nos lo expone con frases contundentes: “Partamos de las
divinas Escrituras, consideremos brevemente lo que se refiere al bien y al mal...
Según las divinas Escrituras, los bienes propiamente dichos son las virtudes y
las obras que de ellos provienen, y los males propiamente dichos son todo lo
contrario a eso. Nosotros (los cristianos) afirmamos que Dios no hizo los males,
ni la misma maldad, ni las acciones que de ella proceden”.
Los cristianos también son pecadores
Los cristianos no se distinguen de los otros ciudadanos tal y como afirma el
autor de la Carta a Diogneto o el mismo Tertuliano. Son también pecadores.
Desgraciadamente el mal moral invade algunos de sus miembros, tal y como
manifiesta el autor de la visión del Pastor de Hermas. Este autor nos dice que
el pecado entristece al Espíritu Santo, pero que éste también nos puede servir
para alcanzar el perdón y nuestra purificación. Sin embargo, entre los cristianos
primitivos existe autoconciencia de que las costumbres de los paganos son
inmensamente más perversas que las de los cristianos tal y como veíamos en
los textos de Clemente Romano, Justino, Tertuliano, Minucio Félix, Arístides de
Atenas... De este último podemos presentar este interesante fragmento: “Los
cristianos no cometen adulterio, no fornican, no levantan falsos testimonios, no
envidian las cosas de otro, honran al padre y a la madre, aman a los vecinos,
juzgan con justicia. Lo que no quieren que se haga a ellos, no lo hacen a los
otros; buscan reconciliarse con aquellos que les han ofendido haciéndose
amigos; se esfuerzan por hacer el bien a sus enemigos; son dóciles y modestos...
Se abstienen de toda unión ilegítima y de toda impureza. No menosprecian a
las viudas, ni hacen sufrir a los huérfanos. El que tiene bienes los suministra sin
avaricia al que no tiene. Si viene un forastero, lo acoge bajo su techo y se alegra
¿QUÉ HACEN LOS CRISTIANOS? ¿CUÁL ES SU MORAL? ¿CUÁLES SON SUS VIRTUDES?
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con él como un auténtico hermano. Se llaman entre ellos ‘hermanos’ no según la
carne, sino según el espíritu
espíritu”.
Después de la lectura de este fragmento de Arístides tal vez se podría deducir
falsamente que aquellos cristianos eran unos santos inmaculados. No era así,
el propio Cipriano, por ejemplo, nos dice: “La persecución (de Decio) es más
bien una prueba para nuestra purificación, ya que entre nosotros cada uno se
preocupa de aumentar el propio patrimonio, y olvidándose de la fe y de lo que se
acostumbraba a practicar en tiempos de los apóstoles y que siempre se debió
haber seguido practicando, se entregaban con codicia insaciable a aumentar sus
posesiones. Entre los sacerdotes ya no había religiosa piedad, no existía aquella
fe íntegra en desarrollar su ministerio, aquellas obras de misericordia, aquella
disciplina en las costumbres. Los hombres se corrompían cuidando de su barba,
las mujeres preocupadas por la belleza y los maquillajes; se adulteraba la forma
de los ojos, obra de las manos de Dios; los cabellos se teñían con falsos colores.
Con fraudes se engañaba a los sencillos y con torcidas intenciones se abusaba
de los hermanos... Muchos obispos que debían ser ejemplo y exhortación
para los otros, se olvidaban del divino ministerio y se hacían ministros de los
poderosos del siglo: abandonaban sus sedes, dejaban destituido su pueblo,
recorrían las provincias extranjeras siguiendo los mercados en la investigación
de negocios lucrativos... Nosotros (los cristianos), al olvidar la ley que se nos
había concedido, con nuestros pecados hemos dado motivos por los que ahora
sucede (las persecuciones); es una prueba que nos viene de Dios
Dios”.
Fe, esperanza y caridad. ‘Me veo absolutamente forzado a amaros’
Las virtudes teologales son muy elogiadas por los cristianos primitivos: la fe,
la esperanza y la caridad. Así, en la carta a la iglesia de Magnesia, Ignacio de
Antioquía dice textualmente: “La fe en Jesucristo es el principio y la caridad es
el término final. Las dos trabadas en la unidad son de Dios y todas las virtudes
morales provienen de ellas. El árbol se manifiesta gracias a sus frutos. Así, quien
profesa ser de Cristo se pondrá de manifiesto por sus obras
obras”.
La carta del Pseudo-Bernabé (que algunos cristianos de los siglos III y IV
consideraban inspirada formando parte de la Sagrada Escritura) valora mucho las
tres virtudes teologales. Pese a que la mencionada carta no puede considerarse
Sagrada Escritura (o libro canónico), hay que tenerla como uno de los testimonios
más respetables, fundamentales y destacables: “Me veo absolutamente forzado a
amaros más que a la propia vida, porque son grandes la fe y la caridad que tenéis
en la esperanza de la vida divina... Son tres las grandes realidades reveladas del
Señor: la esperanza de la vida, que es el principio y fin de nuestra fe; la justicia,
que es el principio y fin del juicio; y el amor con alegría y gozo, que son testimonio
de las obras de la justicia. Mirad los auxiliares de nuestra fe, que son el temor
y la paciencia. Nuestros aliados son la generosidad de alma y la continencia.
Si en lo que hace referencia al Señor mantengámonos firmemente y con estas
santas virtudes, tendremos con ellas la sabiduría, la inteligencia, la ciencia y
el conocimiento. Practicar estas virtudes es lo que importa para el cristiano:
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
efectivamente, por medio de todos sus profetas, el Señor nos ha manifestado
que no necesita ya sacrificios, ni holocaustos, ni ofrendas... Rechacemos toda
vanidad, odiemos mortalmente las obras del mal camino. No vivamos aislados y
encogidos dentro de nosotros mismos, como si ya estuviésemos justificados; no,
reuniros en un lugar común para todos y buscad juntos lo que conviene a todos.
Hagámonos espirituales, hagámonos templo perfecto para Dios... El camino de
la luz es éste: si alguien quiere hacer su camino hacia un lugar determinado, que
se apresure por medio de las obras... Será sencillo de corazón y rico de espíritu.
No te unirás a los que caminan por el camino de la muerte, aborrecerás todo
cuanto desagrade a Dios, odiarás todo tipo de hipocresía, no abandonarás los
mandamientos del Señor. No te ensalzarás a ti mismo. No decidirás cosas que
puedan perjudicar al prójimo. No pondrás tu alma temerariamente en peligro.
Amarás al prójimo más que a tu propia vida. No matarás al hijo en el seno de la
madre, tampoco lo matarás cuando ya haya nacido... No te precipitarás en tus
palabras, porque la boca es una red mortal. No seas de aquellos que extienden
la mano para recibir y la retiran cuando se trata de dar. Amarás como si de la niña
de tus ojos se tratara a aquel que te hable del Señor
Señor”.
El cristiano no debe vivir aislado
El autor de la carta del Pseudo-Bernabé insiste en que los cristianos no deben
vivir aislados y encogidos dentro de si mismos individualmente. Los cristianos
deben reunirse en un lugar común para todos, juntos, buscando lo que conviene
para todos. Estas reuniones son esenciales para los cristianos. Estas asambleas
tienen forma externa de celebraciones eucarísticas, o simplemente de almuerzos
o cenas fraternales (ágapes), en las cuales se trataban los temas espirituales.
Eran los famosos ágapes de los cristianos. A veces, especialmente en los
primeros tiempos, se unía la eucaristía a los ágapes.
‘Formamos un solo cuerpo’
A los cristianos les vincula entre sí la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Forman “un
un solo cuerpo —como diría Tertuliano—; unidad que proviene del
sentimiento común de una única creencia o fe”. Los detalles son muy expresivos,
referentes a cómo se reúnen para ayudarse, para rezar, para celebrar la
eucaristía. En todos ellos se refleja la gran categoría de —por ejemplo— aquella
iglesia africana de la que Tertuliano formaba parte. Su escrito Apologética va
dirigido a los paganos, de ahí que muchos misterios estén velados, tal y como
lo mandaba ‘la ley del arcano’. Tertuliano veía tan clara la grandeza de ser
cristiano que se volvió exigente y exageradamente inquieto; por eso se apartó
de la iglesia oficial al no admitir que todos los pecados podían ser perdonados.
El fragmento que ofrecemos traducido, es un magnífico relato de lo que era
—o él deseaba que fuese— la comunidad cristiana del norte de África. Decía:
“Formamos un cuerpo por el sentimiento común de una misma creencia, por la
unidad de la disciplina, por el vínculo de una misma experiencia. Formamos una
unión y una congregación para asediar a Dios con nuestras plegarias, como un
batallón compacto. Esta ‘violencia’ es del agrado de Dios. Rezamos también por
¿QUÉ HACEN LOS CRISTIANOS? ¿CUÁL ES SU MORAL? ¿CUÁLES SON SUS VIRTUDES?
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los emperadores, por sus ministros y por los pobres, por el estado presente del
mundo, por su paz, por el aplazamiento del día final
final”.
Las reuniones de los cristianos. La caja de la caridad. Los ágapes
Tertuliano afirma: “Nos reunimos para la lectura de las Sagradas Escrituras
si los acontecimientos del tiempo presente nos obligan a buscar en ellas, ya
sea una advertencia para el futuro o bien explicaciones del pasado. Por estas
santas palabras alimentamos nuestra fe, animamos nuestra esperanza, damos
vigor a nuestra confianza, y perfeccionamos nuestra disciplina inculcando sus
preceptos.
En estas reuniones también se hacen las admoniciones, las correcciones y
las censuras. En efecto, en ellas también se pronuncian juicios de una gran
trascendencia, con nuestro pleno convencimiento de la presencia de Dios. No
obstante, supone un terrible inconveniente para el juicio futuro si alguien entre
nosotros ha cometido una falta tal que le haga indigno y por lo tanto excluido de la
comunión, de la oración, de las asambleas y de todo trato con las cosas santas.
Nuestras reuniones son presididas por adultos experimentados, que no obtienen
este honor por dinero sino por el testimonio de su virtud, ya que con dinero nada
se consigue de Dios. Y pese a que existe entre nosotros una especie de caja
común, no se compone de una ‘suma honoraria’ pagada por los elegidos, como
si la religión estuviese sometida a subasta. Cada uno de nosotros paga una
módica contribución, un día establecido cada mes o cuando se quiere, siempre
si se quiere y si se desea. Nadie está obligado. La aportación es libre. Se trata de
una caja de caridad. En efecto, de esta caja no se saca nada para las fiestas, ni
para las holganzas, ni para las comilonas. El dinero de esta caja sólo es utilizado
para sepultar a los pobres y para alimentar, para auxiliar a los jóvenes que no
tienen parientes ni fortuna y para socorrer a los sirvientes que son viejos y a los
náufragos. Esta caja también sirve para auxiliar a los cristianos que, por causa
de la defensa de nuestro Dios, sufren en las minas, en las islas de castigo, en las
cárceles... Todos ellos son ayudados por la religión que profesan.
Es por causa de esta práctica de caridad que se nos motea con una marca
infame, diciéndonos: “Mirad cómo se aman los unos a los otros”.
Así, estrechamente unidos en espíritu y alma, no dudamos a la hora de compartir
nuestros bienes con otro. Lo compartimos todo, menos nuestras mujeres. Todo
está en uso común entre nosotros. No ejercemos la comunidad precisamente en
lo que los otros (no bautizados) la practican. ¿Qué hay de extraño en celebrar
esta gran caridad con ágapes en los cuales todos se sientan en la mesa?
Nuestros ágapes tienen una razón de ser como su nombre indica: se denominan
con una palabra que significa ‘amor’ entre los griegos (ágape). Cuesten lo que
cuesten, es provechoso hacer estos gastos por razón de la piedad. En efecto, es
una acción con la que ayudamos a los pobres...
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Nos sentamos en la mesa después de haber rezado a Dios. Comemos sólo
aquello que el apetito nos exige; bebemos tanto como la sobriedad nos permite.
Nos saciamos conscientes de que somos hombres que recuerdan que, incluso
durante la noche, debemos adorar a Dios.
Hablamos como personas que saben que el Señor les escucha. Después de
habernos lavado las manos y encendido las luces, cada uno de nosotros es
invitado a levantarse para cantar en honor a Dios un cántico que encontramos en
las Sagradas Escrituras, o que hemos compuesto nosotros mismos. Eso puede
demostrar lo que hemos bebido. Una vez finalizado, cada cual se va..., como
personas que han tomado una lección en la mesa, y no tanto una comida”.
Los pobres son los predilectos en las comunidades cristianas, así como
los que guardan la castidad y la virginidad. Contra el aborto
Tertuliano afirma que los cristianos “forman una unión y una congregación para
alcanzar a Dios con sus oraciones y obras, unidos entre sí como un batallón
compacto”. No obstante, hay predilectos: los pobres, los huérfanos, viudas y
compacto
pobres hambrientos. La pobreza es muy apreciada entre los cristianos, ya que
la riqueza les resulta muy peligrosa. También la virginidad y la castidad son muy
valoradas por los cristianos. El autor de la carta del Pseudo-Bernabé afirma:
“Guardarás tanto como te sea posible la castidad de tu alma”. De ningún modo
se admite el adulterio y aquellas profesiones contrarias a la ética y a la moral
cristianas (gladiadores, escultores...), tal como hemos dicho anteriormente.
Tampoco se acepta de ningún modo el aborto, y así lo dice Atenágoras de
Atenas: “¿Cómo podemos matar nosotros, que no queremos ni mirar vuestros
espectáculos por no contraer en nosotros mismos ninguna mancha ni impureza?
(se refiere a la asistencia a los juegos circenses). Nosotros afirmamos que las
mujeres que hacen uso de métodos abortivos cometen un homicidio, y que
deberán dar cuentas de ello a Dios. Tampoco queremos exponer a los recién
nacidos, porque quienes los exponen son infanticidas
infanticidas”.
Y el Pseudo-Bernabé dice: “No matarás al hijo en el seno de la madre, tampoco
lo matarás cuando ya haya nacido
nacido”.
El compasivo y gran corazón de las comunidades cristianas. La alegría sin
barreras
Las exigencias para ser un buen cristiano son muchas y muy complejas. Sin
embargo la Iglesia apostólica y las comunidades primitivas de los cristianos
tienen un gran corazón. Respetan e incluso aman al pecador. Recuerdan
aquellas palabras de su fundador: “Ama
Ama a tus enemigos
enemigos”. Como estudiaremos
en el próximo capítulo, el perdón, la penitencia y el deseo de enmienda serán
bien acogidos en la Iglesia. Lo encontramos, por ejemplo, en las cartas de
san Cipriano, en las cuales el santo obispo de Cartago afirma que no son los
confesores quienes pueden perdonar, sino los obispos y presbíteros. El mismo
autor del Pastor de Hermas —seudónimo de un gran personaje llamado Caius—
que era hermano del papa Pío I (a. 140-154), en su libro, que es una especie
¿QUÉ HACEN LOS CRISTIANOS? ¿CUÁL ES SU MORAL? ¿CUÁLES SON SUS VIRTUDES?
143
de Apocalipsis, insiste una y otra vez en la necesidad de conceder el perdón.
De este mismo autor es el Cántico a la alegría. Pese a las persecuciones, las
calumnias, los martirios, las injusticias...: el cristiano debe ser un hombre alegre.
El pecado lleva, tarde o temprano, a la tristeza. En este sentido el cristiano nunca
debe estar triste. La tristeza, rellena del pecado, debe alejarse del cristiano.
Dice: “Revístete de la alegría que siempre agrada a Dios y que Él acoge
favorablemente. Pon en ella tus delicias. Todo hombre alegre hace el bien, piensa
bien y desprecia la tristeza, fruto del pecado. El hombre triste está abocado al
mal; más aún, el triste hace el mal porque entristece al Espíritu, cometiendo así
iniquidad, ya que difícilmente reza y alaba las maravillas del Señor. La oración
del hombre triste (pecador) nunca tiene fuerza para elevarse al altar de Dios.
¿Por qué la plegaria de un hombre triste no sube al altar? Porque la tristeza le
asedia el corazón. Mezclada con la oración, la tristeza no le permite subir hacia
el altar. El vinagre y el vino mezclados, ya no tienen el mismo hechizo. Así el
Espíritu Santo, mezclado con la tristeza, no es capaz de hacer emerger una grata
plegaria a Dios
Dios”.
El autor de la carta del Pseudo-Bernabé dice: “Puesto que las gracias que el
Señor os da son muchas y muy grandes, yo me alegro en extremo de ello y, por
encima de cualquier otra cosa, me alegro de que vuestros espíritus sean felices
y gloriosos... El amor, con alegría y gozo, es testimonio y consecuencia de las
obras de la justicia (o santidad)”.
Ignacio de Antioquía también manifiesta la importancia de encontrar la alegría
que proviene de Jesucristo: “Entre vosotros debe haber una sola oración común,
una sola súplica, una sola mente, una esperanza en la caridad, en la alegría sin
barreras, que es Jesucristo
Jesucristo”.
Evidentemente, aquellos primitivos cristianos manifestaban una inmensa alegría
sin barreras o sin límites cuando sus obras, especialmente su caridad, les
transformaban en Jesucristo viviendo de nuevo en aquella sociedad. Un buen
ejemplo que debemos seguir los cristianos del siglo XXI, es lo que yo vi en los
rostros alegres y serenos de muchos, muchísimos, jóvenes que rezaban en un
día memorable (18 de agosto de 2000) en el via crucis en Roma, en el jubileo del
año 2000, que se podría definir como el jubileo de la reconciliación y de la alegría
cristiana. Yo lo viví personalmente. ¡La experiencia de la alegría que me dio y me
da Jesucristo es inmensa!
La Rotonda Ciclópida. Roma
12 ¿CÓMO SE PUEDE DEFINIR LA IGLESIA?
¿CUÁLES SON SUS CARACTERÍSTICAS?
¿Y LAS DE SU JERARQUÍA?
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La comunidad de los cristianos. Lugar de oración
El líder de la comunidad cristiana. Los ministerios
Cuerpo presidido por su cabeza que es Jesucristo
La ofrenda pura que la Iglesia ofrece
Los cristianos, piedras vivas del templo de Dios
Los habitantes de la casa de Dios y su alma. La paloma
La Iglesia católica. Obediencia a los obispos
‘Nada sin el obispo’
‘La Iglesia siempre ha estado establecida sobre los obispos’
Los presbíteros son los colaboradores de los obispos. Los diáconos
La presencia de Pedro y de sus sucesores en la Iglesia
La comunidad de los cristianos. Lugar de oración
En los Padres Apostólicos y en los otros Santos Padres, hasta el año 313, la
palabra Ecclesia se refería a la reunión o asamblea de creyentes, o también a la
comunidad cristiana con sus obispos, presbíteros, diáconos, doctores, profetas,
maestros, viudas, pobres y especialmente el pueblo de Dios que peregrinaba
en esta vida terrenal, redimidos por Jesucristo. Hoy en día el concepto ‘iglesia’
incluye, como es obvio, los siguientes términos: el cuerpo místico, esposa de
Jesucristo, y no excluye a los difuntos redimidos y salvados. Por lo tanto, es un
concepto muy amplio que también contiene el templo material, aunque, como
se sabe, no aparecen “templos” cristianos hasta el siglo III. Recordemos, por
ejemplo, las palabras de Tertuliano sobre el lugar de oración de los cristianos, a
los cuales les estaba prohibido reunirse durante algunas persecuciones de los
siglos III y IV: “En cuanto al tiempo de la oración no hay nada prescrito, salvo que
es preciso orar en todo lugar y en todo momento. Pero, ¿qué quiere decir en todo
146
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
lugar, si nos está prohibido orar en público? Digo ‘en todo lugar’, o sea, donde
te lleve la oportunidad o la conveniencia. De ningún modo se considera que los
apóstoles obrasen contra ningún precepto cuando rezaban en prisión y cantaban
a Dios mientras lo oían los carceleros, o bien Pablo cuando celebró la eucaristía
en el buque en presencia de todo el mundo. También sobre el momento de la
oración, no estará fuera de lugar la observancia de algunas horas, quiero decir
de éstas más conocidas que marcan los momentos del día; tertia, sexta y nona, y
que encontramos como más acostumbradas en las Escrituras. El Espíritu Santo
fue infundido en los discípulos congregados a la hora tertia”.
El líder de la comunidad cristiana. Los ministerios
En los primeros años, después de la fundación de la Iglesia por Jesucristo, tal
y como hemos estudiado anteriormente, las comunidades cristianas estaban
organizadas bajo la vigilancia y autoridad de un líder, al cual después llamarán
episcopus o el primero del colegio de presbíteros. En el primer siglo los
términos episcopus y ‘presbítero’ a veces son coincidentes, sin embargo en las
comunidades cristianas existía una mínima organización y autoridad. En cuanto
a los otros ministerios, se observan unos en los primeros años que después
desparecerían en parte, como es el caso de los profetas y diaconizas. De los
profetas nos habla, por ejemplo, el Pastor de Hermas, que nos explica cómo
diferenciar a un auténtico de un falso profeta. Los diáconos son muy primitivos,
tal y como estudiaremos seguidamente.
Clemente Romano —recordemos que escribe hacia los años 88-97— nos dice:
“Se establecieron las primeras comunidades, de las cuales el Espíritu Santo
hacía emerger obispos para los futuros creyentes. Los apóstoles han recibido
para nosotros la buena nueva por medio del Señor Jesucristo. Jesús, el Cristo ha
sido enviado por Dios. Entonces, Cristo viene de Dios y los apóstoles vienen de
Cristo. Ambas cosas proceden del buen orden de la voluntad de Dios. Recibieron
instrucciones, y convencidos de la resurrección de Nuestro Señor, Jesucristo,
reafirmados por la palabra de Dios, con plena certeza del Espíritu Santo, salieron
a anunciar la buena nueva de que el reino de Dios llegaría. Predicaban en los
lugares rurales y en las ciudades
ciudades”.
Cuerpo presidido por su cabeza que es Jesucristo
El mismo Clemente Romano afirma que los cristianos deben estar muy unidos
formando un cuerpo presidido por Jesucristo: “Militemos, pues, hermanos, con
todo fervor bajo sus órdenes perfectas (de Cristo). Aquellos que son grandes no
pueden subsistir sin los pequeños, como tampoco los pequeños sin los grandes;
en la conjunción de todos es donde radica su utilidad. Tomemos el ejemplo de
nuestro cuerpo: la cabeza sin los pies no es nada, pero tampoco son nada los
pies sin la cabeza. Y es que los miembros más pequeños de nuestro cuerpo son
necesarios y útiles para el conjunto, y todos colaboran y se ordenan en común
acuerdo para la conservación de todo el cuerpo
cuerpo”.
¿CÓMO SE PUEDE DEFINIR LA IGLESIA? ¿CUÁLES SON SUS CARACTERÍSTICAS?
¿Y LAS DE SU JERARQUÍA?
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La ofrenda pura que la Iglesia ofrece
La Iglesia, es la que ofrece una oblación pura a su Señor, según afirma Ireneo:
“También nosotros debemos hacer una oblación a Dios, para que Él, que nos ha
creado, nos encuentre agradables en todo; en palabras puras, en fe sin farsas,
en esperanza firme, en amor ferviente: debemos ofrecer a Dios las primicias
de aquellas criaturas que son suyas. Una oblación así, sólo la Iglesia puede
ofrecerla pura a su creador: se la ofrece en acción de gracias de aquello mismo
que Él ha creado
creado”.
Ireneo afirma lo mismo refiriéndose a la Eucaristía que se ofrece en la Iglesia:
“La oblación de la Iglesia que el Señor mandó ofrecer por todo el mundo, es
tenida por sacrificio ante Dios, y le es aceptable no porque Dios necesite nuestro
sacrificio, sino porque quien lo ofrece es glorificado, él mismo en aquello que
ofrece, si su don es aceptado
aceptado”.
Los cristianos, piedras vivas del templo de Dios
Orígenes hace una espléndida comparación entre el edificio de la Iglesia y
la comunidad cristiana: “Vosotros
Vosotros (cristianos), como piedras vivas dejáis que
Dios haga de vosotros un templo espiritual, un sacerdocio santo, que ofrecerá
víctimas espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo... ¿Cuáles son esas
piedras colocadas como cimientos? Los apóstoles y los profetas. Lo mismo dice
san Pablo: ‘Formad un edificio construido sobre el cimiento de los apóstoles y
profetas que tiene por piedra angular al mismo Jesucristo...’ Pero, oh tú que me
escuchas, para que pronto estés preparado para la construcción de este edificio,
la Iglesia, para que seas como la piedra más próxima al cimiento, aprende que
también Cristo es fundamento de este edificio que ahora describimos
describimos”.
Los habitantes de la casa de Dios y su alma. La paloma
Cipriano, obispo de Cartago, afirma: “En la casa de Dios, en la iglesia de Cristo,
se habita por la unanimidad y se persevera por la concordia y la sencillez. Y
por esta razón vino el Espíritu Santo en forma de paloma: se trata de un animal
sencillo y alegre, sin amargura de hiel, que no muerde con malicia ni araña
violentamente con las garras, sino que ama la hospitalidad que los hombres le
dan, y se siente vinculado a una única morada. Tal es la sencillez que se debe
procurar en la Iglesia; tal es la caridad que es preciso conseguir: el amor fraterno
debe imitar el de las palomas, y la mansedumbre y la suavidad ser similares a la
de los corderos y ovejas. ¿Qué sentido tiene en un pecho cristiano la ferocidad
del león, o la rabia del perro, el veneno mortífero de la serpiente, o la sangrante
crueldad de las fieras? Nos debemos alegrar cuando éstos se separan de la
Iglesia, ya que de ese modo las ovejas de Cristo no recibirán el contagio de su
maligno veneno... Que nadie piense que los buenos pueden irse de la Iglesia”.
La Iglesia católica. Obediencia a los obispos
Ignacio de Antioquía afirma que la verdadera Iglesia cristiana es la iglesia
universal o católica. Así lo dice en la Carta a los de Esmirna, y por lo tanto no
hay verdadera iglesia cuando una comunidad cristiana se cierra en sí misma y
148
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
excluye a las otras iglesias, y eso se manifiesta en la celebración de la eucaristía:
“Que el pueblo vaya donde aparezca el obispo. Así como donde está Cristo, allí
está la iglesia universal: Katholiké”.
El propio Ignacio, en la carta a la comunidad de Magnesia, expone muy
claramente la autoridad y obediencia que hay que obsequiar al propio obispo
como sucesor de los apóstoles, pese a que éste (el de Magnesia), sea muy
joven: “...os conviene no abusar del hecho de que vuestro obispo es joven;
mirad en él la virtud de Dios Padre y rendidle toda reverencia. Yo he sabido
que vuestros presbíteros no intentan eludir su juventud, bastante evidente, pero
como hombres prudentes en el Señor obedecen a su obispo, o mejor dicho,
no lo obedecen a él, sino al Pare de Jesucristo, que es el obispo que reza por
todos nosotros. Entonces, por el honor del Dios que nos ha amado, conviene
obedecer sin ningún fingimiento, porque no es a este obispo que vemos al que
engañaríamos, sino que pretenderíamos esquivar al obispo invisible. El asunto
por consiguiente, no es una cosa humana, sino que afecta a Dios, que ve incluso
todo cuanto está oculto. Es preciso que seamos cristianos no sólo de nombre,
sino también de hechos; porque entre vosotros existen algunos que reconocen a
su obispo de palabra, pero que después actúan sólo a hombros de él. Creo que
unos hombres así no pueden tener la conciencia limpia, ya que no se congregan
válidamente para el culto divino, tal y como nos ha sido mandado... Quien
obedece a su obispo, no lo obedece a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el
obispo que reza por todos nosotros
nosotros”.
‘Nada sin el obispo’
La presencia de los obispos en la iglesia de los cristianos es obvia y abundante
en los testimonios que estudiamos. Ya hemos visto el testimonio de Clemente
de Roma, que afirma que los obispos son los sucesores de los apóstoles y que
el Espíritu Santo hace emerger obispos y diáconos al servicio de los futuros
creyentes. Ignacio de Antioquía no sólo nos habla de los obispos en la carta a los
cristianos de Magnesia, tal y como hemos aportado en un pequeño fragmento
anteriormente, sino que también lo hace en otras cartas como la dirigida a los de
Esmirna: “Que
Que nadie —dice— sin el obispo haga nada en lo referente a la Iglesia.
Aquella eucaristía sólo puede tenerse por válida si la hace el obispo o aquel que
ha sido autorizado por él... No es lícito celebrar el bautismo o la eucaristía sin
el obispo. Lo que él apruebe también será del agrado de Dios... Lo que honra el
obispo es honrado por Dios. El que hace algo y lo oculta al obispo, rinde culto
al diablo. Debéis convenir con el pensamiento de vuestro obispo... que nadie os
engañe; quien no está dentro el ámbito del altar se priva del pan de Dios. Porque
si la oración de uno o dos tiene tanta fuerza, mayor será la del obispo con toda la
Iglesia... Hagamos todo lo posible por no enfrentarnos al obispo, de modo que si
estamos con él estamos unidos a Dios. Debemos mirar al obispo como al mismo
Señor. Que no haya nada entre vosotros que os pueda dividir, formad todos una
unidad con el obispo y con quien os preside. Así como el Señor no hizo nada sin
el Padre, siendo una misma cosa con Él, tampoco vosotros hagáis nada sin los
obispos y los presbíteros
presbíteros”.
¿CÓMO SE PUEDE DEFINIR LA IGLESIA? ¿CUÁLES SON SUS CARACTERÍSTICAS?
¿Y LAS DE SU JERARQUÍA?
149
‘La Iglesia siempre ha estado establecida sobre los obispos’
No menos clara es la doctrina de Cipriano referente a la doctrina sobre la gestión
de las comunidades cristianas en el siglo III. Dice: “...A lo largo de los tiempos
se van sucediendo los obispos y la administración de la Iglesia, gracias a que
ésta siempre está establecida sobre los obispos, y todo acto de la Iglesia es
dirigido por estos prepósitos. Estando esto fundado en la ley divina, me maravilla
que algunos, con audacia temeraria, hayan intentado escribirme presentando
su carta en aras de la Iglesia, siendo así que la Iglesia está constituida por el
obispo, clero y todos los fieles
fieles”.
Los presbíteros son los colaboradores de los obispos. Los diáconos
Los presbíteros, o su colegio, aparecen claramente en los documentos que
estamos estudiando. Es una figura (o institución) que a mediados del siglo II
ya se diferencia claramente de los obispos. También existe una constante: los
presbíteros son colaboradores de los obispos. No pueden actuar sin contar con
ellos. Recordemos los fragmentos de Ignacio de Antioquía: “El obispo tiene el
lugar de Dios, y los presbíteros tienen el lugar del colegio de los apóstoles, y de
los diáconos, por mí dulcísimos, que tienen confiados al servicio de Jesucristo.
Es preciso convenir con el pensamiento de vuestro obispo como ya lo hicieron
los de la iglesia de Esmirna, porque vuestro colegio de presbíteros, digno de este
nombre y digno de Dios, está con vuestro obispo en una armonía comparable a
la de las cuerdas de la cítara; vuestra concordia y vuestra unísona caridad elevan
así un himno a Cristo.
Formad todos una unidad con el obispo y con todos los que os presiden. Así
como el Señor no hizo nada sin el obispo, tampoco sin quienes os presiden
(presbíteros). Así como el Señor no hizo nada sin el Padre, siendo una misma
cosa con Él, vosotros tampoco hagáis nada sin el obispo y los presbíteros
presbíteros”.
También Clemente Romano habla de la unidad entre los presbíteros, obispos
y diáconos, a los cuales los fieles deben obedecer, y pide que no se haga una
Iglesia separada de ellos. Policarpo también nos habla del presbiterado como
una institución fuertemente vinculada al obispo. Su carta viene encabezada por
la frase “Policarpo y los presbíteros que están con él en la Iglesia de Dios, que
habita como forastera en Filipos
Filipos”.
Desde principios del siglo II los presbíteros ya tienen unas atribuciones muy
concretas. En otros muchos testimonios de autores que hemos estudiado,
es constante encontrar a los presbíteros siempre junto al obispo. Y lo mismo
hay que decir de los diáconos. San Ignacio nos dice: “Los diáconos, para mí
dulcísimos, tienen confiado el servicio de Jesucristo
Jesucristo”.
También Policarpo y la mayoría de autores estudiados nos hablan de los
diáconos. Éstos tienen como función el ‘servicio de Jesucristo’, y en concreto la
primera evangelización de zonas a las que aún no ha llegado el evangelio. Son
los que leen el evangelio y las escrituras, y hacen los comentarios pertinentes u
150
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
homilías. También se dedican a administrar la beneficencia o caridad a pobres,
huérfanos y viudas. No son, por lo tanto, como unos sacristanes mayores sino
mucho más, son los pioneros del evangelio y, según el parecer de Ignacio,
colaboradores ‘dulcísimos’.
La presencia de Pedro y de sus sucesores en la Iglesia
Más adelante expondremos la expansión del evangelio por las diferentes
regiones del mundo romano gracias a los apóstoles (tema 30). El tema de la
sucesión apostólica en diferentes diócesis, es apasionante y a la vez intrincado,
puesto que hay muchos testimonios, algunos de los cuales son legendarios y no
tienen eco hasta la época medieval. Pero la presencia de san Pedro en Roma
es comprobable también por Clemente Romano, Papías, Ireneo, el Canon
Muratoriano, Dionisio de Corinto, Cipriano, y posteriormente por los papas
Inocencio I (año 416) y León I (440-461), y otros muchos Santos Padres. De todos
estos testimonios escogemos el de Cipriano: “Unos herejes y cismáticos que han
dado un falso obispo —creación de los herejes— han tenido la audacia de izar
la vela —navegar— y de llevar cartas de parte de los cismáticos y profanos a la
cátedra de Pedro, a la iglesia principal de la cual surgió la unidad del sacerdocio;
y ni tan siquiera pensaron que aquellos son los mismos romanos, la fe de los
cuales el Apóstol alabó cuando les predicó. ¿Por qué fueron a anunciar que
había sido creado un pseudo-obispo contra los obispos?
obispos?”.
Es cierto que Cipriano considera inoportuna esta apelación a Roma, ya que dice:
“Fue establecido por todos nosotros que es cosa razonable y justa que la causa
de cada uno, se trate allí donde se comete el crimen, y que cada pastor tenga
adscrita una porción de su rebaño, que cada cual debe regir y gobernar dando
cuenta de sus actos al Señor
Señor”. Sin embargo consta que la cátedra de Pedro
es la iglesia principal de la cual surgió la unidad del sacerdocio. A una misma
conclusión llegaríamos si estudiásemos la intervención de Clemente Romano en
la iglesia de Corinto.
13 ¿CUÁLES SON LAS SAGRADAS
ESCRITURAS DE LOS CRISTIANOS?
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Los libros inspirados del Nuevo Testamento
Repetir las palabras y hechos de Jesús y de los Apóstoles
El Antiguo y el Nuevo Testamento
Las citas del Nuevo Testamento de los Santos Padres
Testimonios oculares contemporáneos a Jesús
Los libros inspirados del Nuevo Testamento
Los libros inspirados y reconocidos como tales por la Iglesia tuvieron en su origen
una interesante evolución: en primer lugar los “hechos o las palabras” fueron
transmitidos oralmente, después estos ‘hechos o palabras’ fueron recitados
o leídos oficialmente, y por último se fijaron definitivamente en los textos que
denominamos Sagradas Escrituras. En las comunidades cristianas de la época
de los apóstoles se predicaba oralmente lo que denominamos Nuevo Testamento.
La Iglesia representaba la tradición viviente y el órgano de transmisión de este
mensaje bajo la acción del Espíritu Santo, aunque paulatinamente se intenta
poner por escrito toda esta tradición oral, siempre con la guía y autoría principal
del Espíritu Santo.
Repetir las palabras y hechos de Jesús y de los Apóstoles
En los orígenes de la Iglesia parece ser que domina la preocupación por repetir
exactamente las mismas palabras de Jesús; y de ahí nacen los libros de los
evangelios del Nuevo Testamento, así como las cartas de san Pablo y de otros
apóstoles que fueron transmitidas entre las iglesias primitivas y copiadas. Se
puede demostrar que estos libros ya existían a principios del siglo II gracias
a las obras literarias de autores que paralelamente a las Escrituras Sagradas,
hacían comentarios o exégesis de ellas. Por ejemplo, hemos visto que Papías
(a. 65-130) escribió cinco libros sobre Explicaciones de los Dichos del Señor
que son considerados como la primera obra de exégesis de los evangelios. Dice
152
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIIIIV
textualmente: “Aprendí mucho de los ancianos y grabé bien en mi memoria...
los mandamientos que fueron dados por el Señor a nuestra fe... Yo preguntaba
siempre qué es lo que habían dicho Andrés, Pedro, Felipe, Tomás, Jaime, Juan,
Mateo o cualquier otro discípulo del Señor, o qué es lo que dicen Aristón y Juan
el presbítero, discípulos del Señor. Marcos fue intérprete de Pedro y escribió
con fidelidad, aunque desordenadamente, lo que acostumbraba a interpretar,
que eran los dichos y hechos del Señor. Él mismo no los había oído del Señor,
ni había sido su discípulo; aunque más adelante había sido discípulo de Pedro,
el cual daba sus instrucciones según las necesidades, pero sin pretensión de
componer un conjunto ordenado de sentencias (o frases) del Señor... En cuanto
a Mateo, ordenó en lengua hebrea las sentencias del Señor y interpretó cada
una según su capacidad
capacidad”.
Es un fragmento de gran interés no sólo para los exegetas de los evangelios,
sino también para los historiadores de la Iglesia primitiva. En el mismo fragmento
podemos llegar a la conclusión posible de que este Juan presbítero era Juan
Evangelista, el apóstol del Señor —que afirma que era anciano— y que aún vivía
en tiempos de Papías. También nos sorprenden los detalles que nos da sobre
Marcos, del cual dice que era un poco desordenado, y de Mateo. Este fragmento
es una pieza clave y un testimonio de notable interés histórico.
El Antiguo y el Nuevo Testamento
En la carta que durante los siglos III y IV algunos atribuían a Bernabé, compañero
de san Pablo, existe una comparación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Es evidente que el autor anónimo de esta carta del año 130 se muestra muy
negativo con las instituciones de los judíos y sólo da, en su interpretación, un
valor alegórico al Antiguo Testamento. Dice textualmente: “Nuestro Padre no
quiere que caminemos descarriados como los hebreos cuando buscamos el
modo de acercarnos a Él... El Señor invalidó todos los sacrificios antiguos, para
que la nueva ley de Nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de
ninguna necesidad, tenga una ofrenda no hecha por la mano de hombre”.
Pese a las anteriores expresiones, el Pseudo-Bernabé admite el Antiguo
Testamento como una profecía referida a Jesucristo. Afirma: “Los profetas
poseían la gracia de Jesucristo y en vista a Él profetizaron... Sí, la Escritura
(Antiguo Testamento) nos dice a nosotros lo mismo que Dios dijo a su Hijo:
‘hagamos el hombre a imagen nuestra...’
nuestra...’”.
Las citas del Nuevo Testamento de los Santos Padres
La citada postura, contraria a los hebreos, no era compartida por la mayoría de
los cristianos. Notamos también que, en todos los testimonios que estudiamos,
se observa una gran admiración hacia el Antiguo Testamento, así como hacia
el recién formado Nuevo Testamento. Ambos bloques se consideran libros
inspirados y palabra de Dios indiscutible, y que es preciso seguir siempre si
uno quiere ser cristiano. Clemente Romano cita constantemente el Antiguo
Testamento con gran reverencia y veneración, pero también hace insistentes
¿CUÁLES SON LAS SAGRADAS ESCRITURAS DE LOS CRISTIANOS?
153
referencias al Nuevo Testamento con el mismo respeto y honor. Gracias a estas
últimas se pueden vislumbrar algunos fragmentos de los evangelios, y eso ayuda
mucho a probar la autenticidad e incluso la exégesis de los libros canónicos.
Un siglo después, el homónimo Clemente de Alejandría, gran pedagogo, en su
tratado Stromata, tiene unas frases muy interesantes referentes a la relación
existente entre la Sagrada Escritura, la gnosis y la tradición, así como a la
profundidad de la misma Sagrada Escritura, en la cual incluye los evangelios
y las cartas de san Pablo. Dice: “De hecho, a quienes son adultos en la fe sí
que les enseñamos una sabiduría escondida en el designio de Dios... Como
dice la Escritura “ningún ojo ha visto nunca, ni ninguna oreja ha oído”, ni el
corazón del hombre sueña aquello que Dios tiene preparado para quienes le
aman. Pero a nosotros Dios nos lo ha revelado por medio del Espíritu (por las
Escrituras)... Ahora bien, el Apóstol, para contraponer a la fe común la perfección
del conocimiento, a veces llama a aquélla ‘fundamento’ y a veces ‘leche’. Que
cada cual mire bien cómo construye; eso es lo que el conocimiento edifica sobre
la base de la fe en Jesucristo... Sabemos bien que el Salvador no dice nada de
un modo puramente humano, sino que enseña a sus discípulos todas las cosas
con una sabiduría divina y llena de misterios, por lo que no debemos escuchar
sus palabras con un oído carnal, sino que, con un religioso estudio e inteligencia,
debemos intentar encontrar y comprender su sentido oculto... Lo que tiene más
importancia para el fin mismo de nuestra salvación está como protegido por
el envoltorio del sentido más profundo, maravilloso y celestial, y no conviene
recibirlo en nuestros oídos de cualquier modo, sino que es preciso penetrarlo
con la mente hasta el mismo espíritu de el Salvador y hasta el secreto de su
mente... Cristo es el logos, revelador, iluminador, y nuestro gran pedagogo que
nos explica las escrituras
escrituras”.
Las Escrituras son la voz de Dios
El presbítero Orígenes, discípulo de Clemente de Alejandría, tiene un elevado
concepto de la Sagrada Escritura. Afirma que esta es la misma voz de Dios.
Habrá que beber siempre de los pozos profundos de las Escrituras. Dice: “El
pueblo muere de sed, a pesar de tener a mano las Escrituras, mientras Isaac
—Jesucristo es el nuevo Isaac— no viene para abrirlas y sacarlas del pozo...
Él es quien abre los pozos, quien nos enseña el lugar en el que hay que buscar
a Dios, que es nuestro corazón... Nuestro Isaac —Jesús— ha vuelto a cavar el
pozo de nuestro corazón, y ha hecho brotar en él fuentes de agua viva... Así,
pues, hoy mismo, si me escucháis con fe, el nuevo Isaac realizará su obra en
vosotros, purificará vuestro corazón y os abrirá a los misterios de la Escritura
haciéndoos creer en la inteligencia de la misma... La Palabra de Dios está cerca
de vosotros; mejor, está dentro de vosotros, y saca la tierra del alma de cada uno
para hacer saltar en ella el agua viva... Supliquemos al nuevo Isaac, ayudémoslo
a cavar, estudiemos las Escrituras: cavemos tan profundamente que el agua de
nuestro pozo pueda ser suficiente para abrevar a todos los rebaños...”.
154
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Testimonios oculares contemporáneos a Jesús
Podríamos aportar, en este pequeño resumen (que sólo intenta conocer el
pensamiento cristiano anterior al año 313), otras noticias sobre las Escrituras
y sobre sus autores literarios. Ya nos hemos referido a Papías, que nos da
información sobre Pedro, Marcos, Mateo y Juan. De Papías tenemos un
fragmento en la obra de Ireneo, discípulo de Policarpo, que nos dice: “Siendo yo
(Ireneo) niño, conviví con Policarpo en Asia Menor... Éste explicaba cómo había
convivido con Juan y con quién había visto al Señor. Decía que recordaba muy
bien sus palabras y explicaba lo que les había oído decir referente al Señor, a
sus milagros y a sus enseñanzas. Había recibido todas estas cosas de los que
habían sido testigos oculares del Verbo de la vida, y Policarpo lo explicaba todo
en consonancia con las Escrituras... Él había recibido de los apóstoles la verdad
única, idéntica a la transmitida en la tradición de la Iglesia”.
La última frase sintetiza el gran valor e interés que los cristianos profesaban por
la Sagrada Escritura (Antiguo
Antiguo y Nuevo Testamento), y también por la Tradición,
idéntica a las Escrituras. Para nosotros, cristianos del siglo XXI, produce una
grandísima satisfacción observar que las Escrituras de aquellos hombres y
mujeres de los primeros siglos del cristianismo, son las mismas en las que
nosotros queremos profundizar para extraer el agua viva que es la Palabra de
Dios. Los mismos sentimientos y las mismas Escrituras. ¡Dios nos ha hablado!
¡Estamos de enhorabuena! ¡Leamos las Escrituras! ¡Sigamos y amemos a
Jesucristo, el Logos divino! ¡La fe de ellos es la nuestra!
14 LOS CRISTIANOS REZAN
Y RECIBEN LOS SACRAMENTOS
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Entonaban himnos a gloria de Jesús-Dios
El Padrenuestro
Rezar de rodillas
Rezar en todo lugar y en todo momento. Domingo. Statio
El sacrificio de Jesucristo
Las eucaristías y los ágapes de los cristianos
La anáfora
‘Haced esto que es mi memorial’
El pan y el vino eucarísticos
Pan ácimo y dos especias
Cánticos y vestuario litúrgico
Día del señor. Fiestas cristianas
La Pascua
Culto a los mártires
Oración oficial
Ayuno y limosna
Bautismo. Sus efectos
Sermones de Hipólito y de Orígenes sobre el bautismo
El bautismo de niños y ministro del sacramento
El catecumenado
La confirmación
Bautismo de los herejes
El perdón de los pecados
El matrimonio cristiano
‘Los cristianos se casan como todo el mundo, pero existen
normas establecidas por nosotros’
• Fin del matrimonio. No al aborto
• Unción de los enfermos
• Orden sagrado
• Los cristianos también eran débiles pero esperaban la vida eterna
• Los ascetas y las vírgenes
• Constitución de obispos y arzobispos (esquema)
156
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Entonaban himnos a gloria de Jesús-Dios
Los cristianos rezaban. La oración es para ellos cumplimiento de un
mandamiento del Señor. Existen muchísimos testimonios sobre esta práctica.
Recordemos la tan significativa carta de Plinio el Joven al emperador, en la cual
dice que habiendo cogido por la fuerza a dos ministros o diaconisas de la iglesia
de Bitinia, después de muchos tormentos, le explicaron qué hacían los cristianos
cuando se reunían durante la alborada de todos los domingos: conmemoraban
la resurrección del Señor Jesucristo. En estas reuniones se entonaban himnos,
alternando dos grupos entre los cristianos asistentes, dirigidos al mismo
Jesucristo como Dios y salvador.
El Padrenuestro
Evidentemente, en los primeros años de la Iglesia no se produjeron cambios en
el modo de rezar de los judíos desde los tiempos de Jesucristo. Pero, debido a
su resurrección, se introduce la plegaria directa a Jesucristo como verdadero
Dios y hombre, recordando y celebrando su muerte y su resurrección. También
es evidente que se añade como plegaria de los cristianos la oración del
Padrenuestro que Jesucristo enseñó. Lo demuestran las muchas referencias en
los testimonios documentales que hemos estudiado. Por ejemplo, Orígenes hizo
un libro entero explicando el Padrenuestro.
Rezar de rodillas
Tertuliano explica algunos detalles de la oración de los cristianos primitivos: “En
lo que respecta a rezar de rodillas en el suelo, existe variedad en la oración por
parte de algunos —pero no demasiados— que no doblan la rodilla en sábado
(durante la eucaristía), divergencia que se nota sobre todo de una Iglesia a otra.
El Señor les dará su gracia a fin de que dejen esta costumbre o la practiquen sin
escándalo de los hermanos. Por lo que nosotros hemos aprendido, no debemos
arrodillarnos los domingos, e incluso debemos evitar cualquier trabajo, aplazando
los negocios y asuntos... Sólo nos abstendremos de arrodillarnos durante el
tiempo Pascual... Pero, un día cualquiera, ¿quién dejará de arrodillarse ante Dios,
al menos en la primera oración con la que empieza la jornada? En los días de
Statio y de ayuno no se debe dirigir ninguna oración a Dios sin arrodillarse; hay
que manifestar humildad... En cuanto al tiempo de oración no hay nada prescrito,
salvo que es preciso rezar en todo lugar y todo momento... Sin embargo, hay que
marcar los momentos de oración durante el día: tertia, sexta y nona, además de
los que encontramos como acostumbrados en las Escrituras
Escrituras”.
Rezar en todo lugar y en todo momento. Domingo. Statio
Del texto antes trascrito podemos deducir que los días más adecuados para la
oración de los cristianos son el sábado por la noche, y el domingo, pese a que
hay que rezar en todo lugar y en todo momento. En tiempos de Tertuliano, que
vivió entre los años 160 y 240, podemos deducir que la oración de los cristianos
ya se independizó totalmente de la práctica de la oración de los seguidores
del judaísmo. Incluso ya se empieza a hablar de algunos recintos apropiados
para esta actividad que no eran exclusivamente la eucaristía, y se habla de las
LOS CRISTIANOS REZAN Y RECIBEN LOS SACRAMENTOS
157
oraciones durante tres momentos que representan hitos del día: tertia, sexta y
nona. También nos dice que hay días de ayuno y penitencia en los cuales se
hacía la Statio. Por último, está el tiempo Pascual, que hay que celebrar con toda
solemnidad y alegría, y en el cual la oración no se hará de rodillas.
El sacrificio de Jesucristo
También observamos que se da mucha importancia a la oración cristiana y no
se quieren continuar los sacrificios del Antiguo Testamento. Ireneo afirma: “Dios
no quiere sacrificios ni holocaustos; lo que quiere es fe, obediencia y justicia que
salven a los hombres. El Único sacrificio agradable a Dios es el de Jesucristo
Jesucristo”.
Orígenes hace la comparación entre el sacrificio de Abraham y el de Jesucristo.
Dice: “Entonces Abraham alzó los ojos y vio un cordero cogido por los cuernos
en un zarzal. Antes he dicho que Isaac era figura de Cristo, pero este cordero
también me parece figura de Cristo. Consideremos atentamente cómo Isaac,
que no fue degollado, y el cordero, que lo fue, son figuras —cada uno de modo
distinto— de Cristo.
Cristo es la Palabra de Dios pero la Palabra se hizo carne, sufrió, y sufrió la
muerte en la carne”.
Las eucaristías y los ágapes de los cristianos
Ya hemos mencionado anteriormente —en el apartado intitulado ‘¿Qué hacen
los cristianos?’ (n. 20)— un fragmento de Tertuliano en el cual explica en qué
consisten las reuniones —eucaristías y ágapes— de los cristianos primitivos.
Efectivamente son muy frecuentes los testimonios según los cuales los
cristianos se reunían para celebrar la Eucaristía. El gran mártir san Justino
también nos explica qué hacen los cristianos al reunirse para celebrarla. Nos
dice que primero recitan unas oraciones, y siguen las siguientes partes: lectura
de la Sagrada Escritura; homilía del obispo o presidente de la Asamblea; oración
en común por todos los hombres; presentación de las ofrendas: pan y vino
mezclado con agua; consagración mediante las palabras de Jesucristo, a lo que
los asistentes respondían ‘amén’ en señal de adhesión; comunión del presidente
de la asamblea y distribución de la comunión por parte de los diáconos a todos
los asistentes.
La anáfora
Si son admirables estos rasgos fundamentales de la celebración de la Eucaristía
en el siglo II, lo es todavía más el testimonio de san Hipólito romano (antipapa
217-235) que tuvo el acierto de hacernos llegar las mismas plegarias de la
llamada anáfora (o parte central de la Santa Misa). Dice así:
“Los diáconos le presentan la ofrenda y él (el obispo), imponiendo las manos
sobre ésta ante todo el colegio de sacerdotes, dice la siguiente oración: ‘El Señor
esté con vosotros’. Contestan todos: ‘Y con tu Espíritu’. ‘Arriba los corazones’.
‘Los tenemos puestos en el Señor’. ‘Damos gracias al Señor’. ‘Es digno y justo’.
158
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
El obispo continúa: ‘Jesucristo, a quien habéis enviado en estos últimos tiempos
como Salvador, Redentor y Mensajero de vuestra voluntad; Él que es vuestro
Verbo inseparable, a través del cual lo habéis creado todo, y en el que reponéis
vuestras complacencias; Él, a quien habéis enviado del cielo en el seno de una
virgen y que habiendo sido concebido, se ha encarnado y se ha manifestado
como vuestro Hijo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen; Él, que ha cumplido
vuestra voluntad y que para lograr un pueblo santo, ha extendido sus brazos
mientras sufría para librar de los padecimientos a todos aquellos que creen
en vos. Mientras voluntariamente se entregaba al sufrimiento, para destruir la
muerte y romper las cadenas del diablo, para dominar el infierno, iluminar a los
justos, establecer el Testamento, y manifestar su resurrección, habiendo tomado
pan y dando gracias, dijo: ‘Tomad y comed, éste es mi cuerpo, quebrantado
por vosotros’. Igualmente, tomó el cáliz diciendo: Ésta es mi sangre, derramada
por vosotros. Cuando hagáis esto, hacedlo en mi memoria’
‘Recordando su muerte y resurrección, os ofrecemos el pan y el vino, dándoos
gracias por habernos juzgado dignos de estar en vuestra presencia y de serviros.
Y os pedimos que enviéis vuestro Espíritu Santo sobre esta ofrenda de la Santa
Iglesia. Congregad a todos los santos que la reciben, y concededles llenarse
del Espíritu Santo para fortalecer su fe en la verdad, a fin de que os alaben y
glorifiquen por vuestro Hijo Jesucristo, por quien tenéis la gloria y el honor. Gloria
al Padre y al Hijo, con el Espíritu Santo, en vuestra Santa Iglesia, ahora y por los
siglos de los siglos. Amén’
Amén’”.
‘Haced esto que es mi memorial’
San Justino afirma: “Este ágape se llama entre nosotros eucaristía y a nadie le
es lícito participar en ella si no cree como verdaderas las enseñanzas y si no se
ha lavado en el baño del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo
de acuerdo con lo que Cristo nos enseña. Porque esto no lo tomamos como
pan común ni como bebida ordinaria, sino porque Nuestro Salvador Jesucristo
encarnado por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre para nuestra
salvación. Así se nos ha enseñado que en virtud de la oración del Verbo que
procede de Dios, el alimento sobre el cual fue pronunciada la acción de gracias
(eucaristía) es el cuerpo y la sangre de aquel Jesús encarnado. Y en efecto,
los apóstoles en los recuerdos que escribieron, que se llaman ‘Evangelios’, nos
transmiten que así les fue encomendado; cuando Jesús tomó el pan, dio gracias
y dijo ‘haced esto que es mi memorial’
memorial’”.
También podríamos presentar las referencias a la Eucaristía de Ignacio de
Antioquía. Este santo nos dice que se celebra en un altar y en un cáliz, o
que tanto el altar como el cáliz son uno, como así lo es Jesucristo. También
la Eucaristía es una como el mismo Jesucristo, y hay que celebrarla bajo la
obediencia y autoridad del obispo.
LOS CRISTIANOS REZAN Y RECIBEN LOS SACRAMENTOS
159
El pan y el vino eucarísticos
Respecto a este tema, Cipriano hace unas advertencias muy concretas, gracias
a las cuales nos expone la creencia de los cristianos en la Eucaristía. Dice:
“Algunos, por ignorancia o por inadvertencia, al consagrar el cáliz del Señor y
administrarlo al pueblo, no hacen lo que Jesucristo Señor y Dios nuestro, autor
y maestro de este sacrificio, hizo y nos enseñó a hacer... Al ofrecer el cáliz debe
guardarse la tradición del Señor... El cáliz se ofrece en su conmemoración con
una mezcla de vino y agua. No puede creerse que esté en el cáliz la sangre de
Cristo con la que hemos sido redimidos y vivificados, si no está en el cáliz el vino
por el que se manifiesta la sangre de Cristo. Hay que ofrecer pan y vino
vino”. No se
puede celebrar sólo con agua.
La Eucaristía, como ya hemos comprobado, es un hecho obvio en el relato
histórico, y evidentemente se celebraba ya en los primeros tiempos del
cristianismo. En época de los apóstoles se celebraba por la tarde con una
comida de hermandad (ágape) en recuerdo de la última cena del Señor. Pero ya
san Pablo tuvo que corregir algunos abusos en estos ágapes (1Cor
1Cor 9, 20).
Pan ácimo y dos especias
Al prohibir el emperador Trajano las heterías (reuniones clandestinas), los
cristianos celebraron la Eucaristía por el mañana, separándola de la comida de
fraternidad, que poco a poco se convirtió en una especie de ayuda de beneficencia
para los pobres. Los ágapes fueron desapareciendo durante el siglo IV.
La Eucaristía se podía celebrar con pan ácimo o fermentado. Los fieles recibían
la comunión con los dos tipos. A los niños pequeños —incluso de pocos días—
se les podía dar algunas gotas de vino consagrado. Cuando era llevada a los
enfermos y/o a sus casas, sólo se les entregaba el pan consagrado. El pan
eucarístico, como es obvio, lo recibían en la mano. Tertuliano ya mencionaba el
ayuno eucarístico (horas antes de recibir el comunión).
Referente a la Eucaristía, existía la denominada ‘ley del arcano’. Las noticias de
que los cristianos se comían la carne y se bebían la sangre eran mal interpretadas
por los paganos. Parece ser que en la Iglesia primitiva, las enseñanzas referentes
a la Eucaristía se impartían a los fieles después del bautismo. Los Padres dicen
que los no iniciados no pueden comprender este misterio.
Cánticos y vestuario litúrgico
El canto fue siempre parte integrante de la misa. El papa Silvestre (314-335)
instituyó en Roma la primera Schola Cantorum. Pero hasta Gregorio Magno
(590-604) no existió en la Iglesia romana uniformidad en el canto eclesiástico
(canto gregoriano).
En cuanto al vestuario litúrgico, al principio no existían los ornamentos. A partir
del siglo IV los vestidos utilizados durante la celebración de la Eucaristía ya se
excluían del uso ordinario. Posteriormente, estos vestidos comunes, cuando se
160
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
introdujeron nuevas modas en la forma de vestir de los romanos, se convirtieron
en ornamentos litúrgicos.
Día del Señor. Fiestas cristianas
Los cristianos solemnizaron el primer día de la semana en memoria de la
Resurrección del Señor: ‘Día del Señor’. Se abstenían de hacer trabajos serviles
y participaban en la misa.
La Iglesia aceptó desde un principio las dos fiestas principales del judaísmo,
pero interpretándolas en sentido cristiano. Éstas son el ‘Pentecostés’, venida del
Espíritu Santo, y la ‘Pascua’, conmemoración de la resurrección del Señor.
A partir del siglo II se introdujo en la Iglesia de Oriente la fiesta de la ‘Epifanía’, en la
que se conmemoraba el bautismo de Cristo y el milagro de Canaán; esta fiesta pasó
a la iglesia occidental en el siglo IV. La fiesta de la ‘Natividad’ es de origen occidental.
En Hispania se celebraba desde principios del siglo IV la fiesta de la ‘Ascensión’.
La Pascua
La fecha de la celebración de la Pascua no era la misma en toda la Iglesia.
Las iglesias de Oriente la celebraban en un día fijado: el 14 de Nisan
(Quatordecimanos). La Iglesia latina —y algunas regiones de Oriente— la
celebraban el domingo siguiente a la primera luna después del equinoccio de
primavera. San Policarpo de Esmirna ya había viajado a Roma para tratar esta
cuestión con el papa Aniceto (a. 150). No llegaron a ningún acuerdo, pero cada
uno pudo seguir en paz con su costumbre. El enfrentamiento surge cuando el
papa Víctor (a finales del siglo II) quiso que todas las iglesias se acomodaran a la
costumbre romana. Hacia el año 190 el Papa ordenó la celebración de concilios
en toda la Iglesia: Roma, Galias, Ponto, Asia Menor, Palestina, etc. Todos
coincidieron en que la Pascua debía celebrarse el domingo, a excepción de las
iglesias de Asia Menor, lideradas por Éfeso, que decidieron continuar con la
costumbre de celebrarla el día 14 de Nisan. El papa Víctor (a. 189-199) les exigía
uniformar la costumbre universal bajo pena de excomunión. La intervención de
san Ireneo disuadió al papa Víctor de tomar esta decisión por considerarla
demasiado drástica.
El concilio de Arles (a.314) y el concilio de Nicea I (a.325) consiguieron
definitivamente que toda la Iglesia llegara a un acuerdo con la costumbre
romana. Así, se encargó a la iglesia de Alejandría el establecimiento de la ‘Tabla
pascual’ para cada año.
Culto a los mártires
A mediados de siglo II se empezó a formar el ‘Calendario de los santos’.
Inicialmente cada iglesia sólo conmemoraba el aniversario de los mártires
propios. Posteriormente fueron introducidos en el calendario de cada iglesia los
principales mártires del resto de la cristiandad.
LOS CRISTIANOS REZAN Y RECIBEN LOS SACRAMENTOS
161
Oración oficial
En la oración oficial de la iglesia se distinguían tres tiempos reconocidos
oficialmente para la oración: tercia, sexta y nona. Hipólito romano menciona
también la oración de media noche: “Cuando reposa toda la creación y los justos
alaban al Creador
Creador”; y la oración de la hora del canto del gallo: “Cuando los judíos
renegaron de Jesús
Jesús”.
Ayuno y limosna
Referente al ayuno, la Didakhé habla de uno en el miércoles y en el viernes; en
Roma se ayunaba también el sábado. San Ireneo habla de un ayuno preparatorio
para la Pascua, pero el primer documento que menciona el ayuno de cuarenta
días (cuaresma) es el canon quinto del concilio de Nicea (a. 325). El ayuno
duraba sólo hasta las tres.
La limosna se considera superior a la oración y al ayuno. San Cipriano, que
escribió una obra sobre la limosna, la considera como el medio para liberarse
de las ‘cadenas de la codicia’, como ‘rescate de los pecados’ y como ‘derecho al
reino de los cielos’.
Bautismo. Sus efectos
La admisión en la Iglesia se hace por el bautismo. Los apóstoles, siguiendo
el precepto del Señor, lo administraban inmediatamente después de que los
conversos hiciesen una profesión de fe en Jesucristo. En los testimonios
documentales que hemos aportado desde Clemente Romano (a. 88-97) hasta el
concilio de Nicea I (325), son constantes las referencias al bautismo; como una
nueva iluminación, un perdón de los pecados y un nuevo nacimiento, necesario
para el resto de los sacramentos y para la integración en la Iglesia.
Uno de los testimonios más notables, más explícitos y más primitivos lo
encontramos en san Justino, mártir del año 165. Expone cómo se preparan los
catecúmenos para recibir el bautismo. Primero deben manifestar la creencia
en Cristo y la Trinidad. Se preparan con ayunos y plegarias, pidiendo perdón
por los pecados. Concretamente, Justino afirma: “Ahora os explicaré cómo
nosotros (los cristianos), renovados por Cristo, nos hemos consagrado a Dios...
Los conducimos a un lugar donde haya agua y allí son regenerados, tal y como
lo hicimos nosotros. Porque entonces reciben el bautismo de agua en nombre
del Señor Dios, Padre del universo, en el de Nuestro Salvador Jesucristo y en el
del Espíritu Santo. Cristo dijo: ‘Nadie podrá entrar en el Reino de Dios sin haber
nacido de nuevo’. Es evidente la imposibilidad de que una vez nacidos regresen
al vientre de sus madres. Se deben librar de sus pecados quienes pecaron y
quieren hacer penitencia... La razón de esta ceremonia la hemos aprendido de
los apóstoles... Así nos convertimos en hijos elegidos y conseguimos en el agua
la remisión de los pecados que hubiésemos cometido... Este lavatorio es llamado
‘iluminación’, porque la mente de quienes aprenden estas cosas se ilumina. Y
aquel que es iluminado, es lavado en el nombre del Espíritu Santo, que ya había
anunciado anticipadamente, por medio de los profetas, todo lo referente a Jesús
Jesús”.
162
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
A principios del siglo II Ignacio de Antioquía, el gran mártir, nos habla con toda
naturalidad del bautismo de los cristianos, utilizando frases indirectas que
suponen un conocimiento por parte de quienes reciben las cartas de Ignacio. En
ellas se expone el contenido de esta práctica, la del sacramento del bautismo.
Afirma: “Jesucristo, Nuestro Señor, fue concebido en el seno de María según el
designio de Dios... Nació y fue bautizado para que así el agua (del bautismo)
fuese purificada con la pasión... No es lícito celebrar el bautismo o la Eucaristía
sin el obispo
obispo”.
Sermones de Hipólito y de Orígenes sobre el bautismo
Hipólito romano, de principios del siglo III, tiene un sermón sobre el bautismo
que dice: “Jesús fue hasta donde estaba Juan y fue bautizado por él... El que
es omnipresente, el que está en el acto en todas partes, el que ni los ángeles
pueden entender ni los hombres ver, se dirige hacia el bautismo porque quiere...
Os ruego que pongáis en tensión vuestras inteligencias, agudizadlas, porque
quiero correr hacia el manantial de la vida, contemplar la fuente de la que
brotan nuestros remedios... Entonces, si el hombre se ha vuelto inmortal (por el
bautismo) será incluso un dios. Pero si se vuelve un dios por el agua y el Espíritu
Santo, la regeneración del lavatorio lo transforma para después de la resurrección
entre los muertos, con Cristo... El que desciende con fe hasta este lavatorio de
regeneración renuncia al malvado, y se une a Cristo; niega al enemigo y confiesa
que Cristo es Dios. Se desnuda de la esclavitud y se reviste de la filiación divina,
sale del bautismo resplandeciente como el sol, refulgente e irradiante de justicia,
y vuelve ya hecho hijo de Dios con Cristo
Cristo”.
En una homilía, Orígenes explica la comparación entre el paso del Jordán
y el bautizo de los cristianos. “...No te admires si estos hechos (el paso del
Jordán) sucedidos en el pueblo de antes, se refieren a ti, oh cristiano, que por
el sacramento del bautismo has traspasado las corrientes del Jordán... En ti
(cristiano) se cumple todo, si bien místicamente... Cuando te has agregado al
número de catecúmenos y has empezado a obedecer los preceptos de la Iglesia,
has pasado el Mar Rojo y te has situado en las estaciones del desierto... En la
suposición de que hayas llegado a la fuente mística del bautismo, entrarás en la
tierra prometida, en la cual te acoge Jesús, que sucede a Moisés y se convierte
para ti en guía de tu nuevo camino
camino”.
De todos los testimonios documentales que nosotros hemos presentado (tema
15), el que habla más extensamente del bautismo es Tertuliano. Los epígrafes en
los que hemos dividido el largo fragmento son ya de por sí mismos significativos:
El Agua en la creación primera y segunda; El Agua y el espíritu; El bautismo
cristiano; Necesidad del bautismo; El bautismo de los herejes; El bautismo de
sangre y el ministro del bautismo.
El bautismo de niños y el ministro del sacramento
Hasta el siglo II, parece ser que el bautismo —como pauta general— sólo era
administrado a los adultos, pese a que se encuentra ya la práctica de bautizar a
LOS CRISTIANOS REZAN Y RECIBEN LOS SACRAMENTOS
163
niños en muchas iglesias y las enseñanzas de Ireneo (a.180) y Orígenes (a.230)
nos dicen que bautizar a los niños era de tradición apostólica. El concilio de
Cartago (a.250) condena a los que afirman que hay que diferir el bautismo en
los niños.
El bautismo podía ser administrado por cualquier cristiano, pero generalmente
lo administraba el obispo. Normalmente se bautizaba por inmersión, aunque
ya encontramos casos por infusión o por aspersión. Práctica, esta última,
considerada abusiva, pero que sólo se practicaba cuando los que se querían
bautizar eran una multitud; recordemos por ejemplo el bautismo o conversión de
los pueblos godos (véase nuestro libro Sacralia (Barcelona, 2010)).
El catecumenado
El catecumenado era el tiempo destinado a la preparación de los neófitos para
el bautismo. Parece ser que ya san Pablo se inclinaba en algún momento
determinado para la administración del bautismo (1Cor
1Cor 1, 144); pero el
catecumenado no recibió una forma fija hasta el siglo III. Duraba de dos a tres
años, pero se podía acortar si el candidato estaba suficientemente preparado.
Los catecúmenos se dividían en dos clases: audientes (oyentes) y competentes.
Los oyentes eran instruidos durante dos años por un doctor o catequista, y su
conducta era observada por los diáconos o las diaconisas. A los catecúmenos
se les exigía un comportamiento moral como el que se mandaba a los cristianos.
Así lo hemos visto en el texto de Hipólito. Si no daban garantías de comportarse
cristianamente, se les prolongaba el catecumenado más años o incluso toda
la vida. Algunos permanecieron voluntariamente en este estado de prueba y
formación y no recibieron el bautismo hasta la hora de su muerte o hasta contraer
una enfermedad grave, ya que decían que no podrían soportar la penitencia si,
como preveían, cayesen en pecado.
La segunda clase de catecúmenos era la de los competentes. En este
estamento ingresaban los destinados a ser bautizados 30 ó 40 días antes de
recibir el sacramento. Era un periodo de preparación inmediata. El bautismo se
administraba con toda solemnidad sólo dos veces al año: las vigilias de Pascua
y Pentecostés.
Tertuliano nos habla de un padrino y una madrina, que respondían ante el obispo
de las intenciones del candidato al bautismo. Cuando un catecúmeno sufría el
martirio, su muerte se consideraba un bautismo: ‘bautismo de sangre’.
Confirmación
Este sacramento se administraba después del bautismo. En la Iglesia latina
únicamente el obispo lo podía administrar; pero en la oriental también
los sacerdotes lo hacían. El ritual lo integran las unciones del bautismo e
invocaciones.
164
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Bautismo de los herejes
Cuando las herejías empezaron a pulular, sucedió a menudo que una vez
reconvertidos los herejes bautizados en su secta pidieron la admisión en la Iglesia
católica. Entonces surgió la cuestión de la validez del bautismo administrado por
los herejes. Tertuliano, a principios del siglo III, negaba la validez del bautismo
administrado por los herejes. Algunos concilios —Cartago (a. 220), Sinada (a.
230) y Iconio (a. 230)— decidieron que había que rebautizar a los herejes que
quisieran ser admitidos en la Iglesia católica. El papa Esteban se vio obligado a
amenazar con la excomunión (a. 254) a dos obispos, Eleno de Tarso y Firmiliano
de Cesarea, por seguir la costumbre de rebautizar a los herejes. La intervención
de Dionisio Alejandrino evitó un cisma en la Iglesia por este motivo.
Una nueva disputa surgió entre Cipriano de Cartago y el papa Esteban. Dos
concilios de Cartago (años 255 y 256) confirmaron la práctica africana de
rebautizar a los herejes. El papa Esteban defendió la validez del bautismo
administrado por un hereje si éste se había administrado en nombre de la
Santísima Trinidad. La persecución de Valeriano, que se llevó a los dos
protagonistas —murieron mártires—, evitó un cisma de la Iglesia africana.
La práctica de no bautizar de nuevo a los herejes se fue imponiendo
paulatinamente en toda la Iglesia. El concilio de Arles (año 314) contra los
donatistas silenció definitivamente la cuestión a favor de la validez del bautismo
conferido por los herejes y a los herejes.
El perdón de los pecados
Las palabras de Jesús dirigidas a Pedro y a los apóstoles, según las cuales se les
da la potestad de perdonar todos los pecados, fueron aceptadas y creídas desde
el principio de la Iglesia por todos los cristianos. Recordemos estas contundentes
palabras: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonasteis los pecados,
perdonados les son, a quienes los retuvisteis, les son retenidos. Te daré (Pedro)
las llaves del reino del cielo: aquello que sujetes en la tierra será tenido por sujeto
en el cielo, y aquello que desligues en la tierra será tenido por desatado en el
cielo. Recorred todo el mundo y pregonad el Anuncio Jubiloso a toda criatura.
Quien creerá y será bautizado se salvará; pero quien no creerá, se condenará
condenará”.
Es obvio por los testimonios documentales que hemos aportado, que uno de
los efectos del bautismo (de agua o de sangre) es el perdón de los pecados.
Pero también aparece el perdón de los pecados de los que ya han recibido el
bautismo a través de la otra vía de misericordia divina y eclesial. En efecto la
Iglesia los podía —y así lo hacía siempre— perdonar. Junto con este hecho
indiscutible, aparece la penitencia que hace realidad la eficacia del mencionado
perdón. De aquí nace también un estamento dentro de la comunidad cristiana
llamado el grupo de los ‘penitentes’.
El propio Clemente Romano (a finales del siglo I) propone a los que han caído
en el pecado de la desunión (cisma) en la iglesia de Corinto que practiquen la
LOS CRISTIANOS REZAN Y RECIBEN LOS SACRAMENTOS
165
penitencia para ser perdonados. Policarpo, de mediados del siglo II, afirma: “Los
presbíteros deben tener entrañas de misericordia y ser compasivos con todo el
mundo; deben procurar llevar por el buen camino a los extraviados
extraviados”.
De esta época (140-155) tenemos el ejemplo del autor del libro Pastor de
Hermas, cuyo protagonista está muy preocupado y tiene grandes remordimientos
por no haber sabido mantener buenas relaciones familiares con su mujer y sus
hijos, y por no haber sabido hacer buen uso de los bienes que perdió. Tiene
conciencia de culpabilidad. Pedía el perdón una vez más después del bautismo
ya recibido, preocupándole que algunos —no todos— de los doctores de la
Iglesia no acepten un segundo perdón. Aún así, pide insistentemente el perdón
de la Iglesia. Hermas, en una visión, recibe este consuelo: “No tengas más
rencor contra tus hijos, no abandones a tu esposa. Así tendréis la posibilidad de
purificaros de vuestros pecados... ¿No te parece que el mismo arrepentimiento
es ya una especie de sabiduría?
El pecador afirma: ‘Señor, he escuchado a algunos doctores (maestros) decir que
no se da nueva penitencia o absolución de los pecados fuera de aquella por la
que bajan al agua —del bautismo o baptisterio—, cuando alcanzamos el perdón
de nuestros pecados anteriores’. Y le contestó: ‘Quien ha recibido el perdón de
sus pecados, ya no debería haber pecado de nuevo, sino que debería vivir puro’.
Pero el Señor tiene establecida una nueva penitencia... el Señor tiene entrañas
de misericordia y dispone de esta penitencia y de nuevo perdón”.
El autor de la carta (falsamente atribuida a Bernabé) nos habla también del
perdón de los pecados. No obstante se puede referir al bautismo, aunque al
no concretarlo también se puede aplicar a la que llama ‘penitencia’ o ‘nueva
reconciliación’. Dice: “El Señor entregó su carne a la destrucción, para que
nosotros fuésemos purificados con la remisión de los pecados, que es lo que
nos concede por la aspersión de su sangre”.
Las palabras de Justino (a mediados del siglo II), se refieren al perdón de los
pecados por el bautismo, a pesar de que no se excluye la práctica de la Iglesia
de perdonar todos los pecados. Dice: “De la Virgen María nació aquel al cual
hemos mostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye a la
serpiente y a los ángeles y hombres que a ella (serpiente) se asemejan, y libra
de la muerte (espiritual) a aquellos que se arrepienten de las malas obras y
creen en Él... A los pecadores se les enseña a pedir perdón a Dios, con ayunos
y plegarias, por los pecados que han cometido
cometido”.
A principios del siglo III observamos que la discusión sobre si había que
perdonar todos los pecados o si se debían excluir algunos, como el de apostasía,
se hizo muy viva en las comunidades cristianas. Entre los años 197 y 217,
Tertuliano escribe las treinta y una obras que constituyen su corpus literario.
Obviamente se manifiesta muy riguroso, y según él no se debe dar el segundo
perdón —después del bautismo—, especialmente cuando se hayan cometido
166
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
pecados muy graves. En el resumen de fragmentos que hemos presentado
(tema 15), Tertuliano concreta qué es la penitencia y habla de la necesidad de
la penitencia; quien ha recibido la penitencia no debe recaer; la penitencia es
para una sola vez. Evidentemente la Iglesia —tan misericordiosa— reaccionó
contra las teorías de Tertuliano, tal y como se ve en la situación de los lapsi y
apóstatas después de la persecución de Decio (a. 250) (tema 8). En sus escritos
y concilios, Cipriano fijó claramente la doctrina sobre el perdón de los pecados
(tema 16). San Paciano siguió esta misma doctrina siendo obispo de Barcelona
en el siglo IV (vean nuestro estudio Barcelona y Ègara-Terrassa...,TerrassaBarcelona 2004, pág. 56-68).
El matrimonio cristiano
Del matrimonio cristiano, con sus tres elementos (consentimiento, bendición e
imposición de un velo a la novia), hay algunos testimonios de que se celebraba
en presencia del obispo, como puede verse en la capilla velata u ‘orante’ de las
catacumbas romanas de Priscila de los siglos II y III. La evolución del matrimonio
cristiano es estudiado en nuestro diccionario Sacralia (Barcelona, 2010).
Las segundas nupcias no eran permitidas en algunas comunidades, y también
estaba mal visto el matrimonio en el cual alguna de las partes fuese pagana. El
divorcio estaba casi totalmente vetado en la Iglesia de Occidente. En Oriente, en
cambio, se podía dar sólo en algunos casos muy concretos y especiales.
‘Los cristianos se casan como todo el mundo, pero existen normas
establecidas por nosotros’
Simultáneamente se cumplían los requisitos civiles del matrimonio romano,
al menos en los primeros siglos. Así lo explica la Carta a Diogneto (siglo II):
“Los cristianos viven en ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que ha
correspondido a cada cual, y se adaptan a la forma de vestir, a la comida, a los
hábitos y a las costumbres de cada país... Se casan como todo el mundo, como
todo el mundo engendran hijos, pero no exponen a los nacidos. La mesa les es
común, pero no la cama”.
En el año 177 Atenágoras de Atenas escribe una Súplica a favor de los cristianos
dirigida al emperador Marco Aurelio. En ella dice: “Cada uno de nosotros tenemos
una esposa, la cual tomamos siguiendo las normas establecidas por nosotros y de
cara a la procreación como medida del designio; a pesar de que también podríais
encontrar a muchos entre nosotros (cristianos), hombres y mujeres, que llegan
a la vejez célibes, con la esperanza de una relación más profunda con Dios
Dios”.
Posteriormente, Atenágoras hace un elogio de los célibes y se opone al divorcio.
Fin del matrimonio. No al aborto
A finales del siglo II o principios del III, Clemente de Alejandría escribe sobre
el matrimonio cristiano, la virginidad y la igualdad entre hombre y mujer. Dice:
“Sólo para los casados puede entrar en consideración ver el tiempo oportuno
de la mutua entrega. El fin más inmediato del matrimonio es el de procrear
LOS CRISTIANOS REZAN Y RECIBEN LOS SACRAMENTOS
167
hijos, pero el fin más pleno es el de procrear buenos hijos... En el matrimonio
el hombre y la mujer resultan ser imágenes de Dios, ya que ellos mismos
contribuyen a la creación del hombre... El matrimonio es el deseo de procrear
hijos, no una desordenada efusión de semen, contraria a la ley de la razón.
Nuestra vida estará de acuerdo con la razón si no matamos con perversos
artificios lo que la Providencia divina ha establecido para el linaje humano.
Porque hay quien oculta la fornicación utilizando drogas abortivas que llevan
a la muerte definitiva, siendo así causa de la destrucción no sólo del feto,
sino también del amor del género humano
humano”. Clemente de Alejandría acaba
haciendo un gran elogio de la virginidad y de la igualdad entre hombre y mujer.
Se observa, al leer estos fragmentos, que aunque se nos dice que los cristianos
se casan “siguiendo unas normas internas de la Iglesia”, externamente cumplen
las normativas legales de los romanos. También se insiste en el fin primario
del matrimonio, pero se incide en la contribución a la creación divina, siendo el
matrimonio imagen de Dios. El matrimonio no es sólo una mera función biológica;
es preciso procrear “buenos hijos”, con “amor al género humano”. No se acepta
el aborto ni los anticonceptivos.
Unción de los enfermos
La unción de los enfermos, denominada también antes del Concilio Vaticano
II ‘extremaunción’, es el sacramento instituido por Jesucristo para aligerar
espiritualmente y corporalmente las dolencias de los fieles gravemente
enfermos o ancianos. La base en la escritura radica en un fragmento de la carta
de san Jaime: “Si alguien entre vosotros se pone enfermo, que convoque a los
presbíteros de la Iglesia para que recen por él y le practiquen la unción con
aceite en nombre del Señor...”. En la Didakhé encontramos indicaciones de esta
costumbre (sacramento) de ungir a los enfermos; así como en Ireneo, Hipólito
romano y Tertuliano.
Orden sagrado
De los testimonios históricos de escritores eclesiásticos y Santos Padres de la
Iglesia entre los años 88 y 255, se puede extraer la existencia del sacramento del
Orden sagrado que incluye el episcopado, presbiterado y diaconato. Todos ellos
han sido suficientemente estudiados en los capítulos anteriores al hablar de los
obispos, presbíteros y diáconos (tema 21).
Los cristianos también eran débiles pero esperaban la vida eterna
Los cristianos no se distinguían de los demás en la mayoría de sus costumbres, a
no ser por una gran espiritualidad y una intensa alegría. Pero no conviene dejarse
arrastrar por el romanticismo, que ve un santo en cada esquina de la Iglesia
primitiva. Los cristianos de entonces eran hombres débiles, tal vez como los de
hoy en día. La historia de la penitencia y las defecciones de algunos cristianos
durante las persecuciones lo demuestran así. Pero sí que hay una cosa clara: el
cristianismo daba serenidad y alegría, y ésta última —como hemos visto— era
una exigencia del ser cristiano, porque eran conscientes de la presencia de
168
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Jesús y de que les esperaba la vida eterna. Precisamente la doctrina sobre la
escatología en la Iglesia primitiva era muy clara en este punto: los cristianos
esperaban el premio de su perseverancia en la fe y en la misericordia infinita.
Así lo vemos en algunos fragmentos de Justino y de Ireneo. Clemente de Roma
expone en qué consiste la vida eterna; en ver a Dios. Y el autor de la carta del
Pseudo-Bernabé espera la vida eterna. Así como Teófilo de Antioquía afirma
que ya podemos ver a Dios aquí, en la tierra: “Dios es visto por aquellos que
pueden verlo; sólo necesitan tener muy abiertos los ojos del espíritu. No existe
nadie que no tenga ojos, pero algunos los tienen empañados y no pueden ver
la luz del sol; el hecho de que los ciegos no vean no quiere decir que la luz del
sol no brille. Así los ciegos espirituales se deben acusar a ellos mismos y deben
inculpar a sus propios ojos... El hombre manchado por el pecado no puede de
ningún modo contemplar a Dios... Y cuando ya seas inmortal verás al Inmortal
por antonomasia, porque antes ya habías creído en él
él”.
Los ascetas y las vírgenes
Entre la masa común de los cristianos destacaba, en cada comunidad cristiana,
un grupo de hombres y mujeres que aspiraban a la perfección de la vida cristiana.
Eran los ascetas y las vírgenes.
Los ascetas hacían voto de castidad perfecta; muchos distribuían sus bienes
entre los pobres. Generalmente permanecían con sus familias, pero a veces
se reunían en comunidades pero no vestían de un modo especial. Algunos se
retiraron al desierto para vivir en soledad. El más célebre de estos eremitas fue
san Pablo de Tebas (a. 228-342). La Tebaida es una región situada junto al río
Nilo. Su hagiografía se la dedicó San Jerónimo.
Las vírgenes llevaban una vida de renuncia, oración y austeridad. A veces
estaban bajo la vigilancia de un miembro del clero. Esto dio lugar a algunos
abusos. La institución de las virgines subintroductae fue prohibida por varios
concilios desde el siglo III. Los ascetas y las vírgenes son la base de la vida
monástica posterior. Las mencionadas vírgenes eran mujeres protegidas en
su voto de virginidad por un presbítero que las acogía en su propia casa.
Prácticamente, dentro de las normas vigentes romanas, este era el único modo
de que una mujer pudiera vivir en virginidad.
LOS CRISTIANOS REZAN Y RECIBEN LOS SACRAMENTOS
169
CONSTITUCIÓN DE OBISPOS
II-VIII
IX-1122
1/ Elección canónica i católica (investidua
canónica). Elección de un candidato
por: el pueblo de la diócesis i clero de la
diócesis.
1/ Investidura laica: el señor feudal
designa al candidato. No hay investidura
canónica. No interviene ni el pueblo ni el
clero.
2/ Confirmación canónica por los
obispos de: la província presididos por
el metropolitano (sínodo); examen de
la fe y costumbres del candidato por el
sínodo provincial; visto bueno del sínodo
provincial.
2/ No hay confirmación canónica.
3/ Sagramento del orden sagrado:
imposición de manos por el metropolitano
y dos obispos de la provincia.
3/ Sagramento del orden sagrado: imposición de manos por el metropolitano y dos
obispos de la província.
CONSTITUCIÓN DE ARZOBISPOS
Los arzobispos (no metropolitas) son
constituidos como cualquier otro obispo,
pero ya en el siglo V muchos de ellos
reciben del Papa el palio, insígnia
de honor supraepiscopal que podrán
usar en días concretos. Existen otros
honores vinculados al palio, como la cruz
procesional y el naccum (ornamentación
del caballo) durante las procesiones. En
las misiones inglesas y alemanas (siglos
VII y VIII) el palio implica el derecho a
ordenar a los sufragàneos de la provincia
eclesiástica, y de este modo el palio se
va convirtiendo en insígnia de poder
suprepiscopal.
Se sigue la constitución típica de obispos
durante este periodo. Sin embargo, desde
los inicios de la Reforma gregoriana
(siglo XI), el palio es insígnia de poder y
honor suprepiscopales. La mayoría de los
arzobispos de Occidente lo reciben del
Papa.
En plena Reforma gregoriana el palio
sólo se recibe tras un riguroso examen
del candidato por parte del Papa. El
candidato visitará personalmente Roma.
También debe hacer un donativo al
Papa, que después del pontificado de
Alejandro II lo ordena personalmente.
Estas disposiciones son motivadas por
el peligro de la simonía, imponiendo
la Reforma gregoriana. Los nuevos
arzobispos juran fidelidad al Papa.
170
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Después del Tratado de Worms (1122)
hasta el Concilio Tridentino (finales del
siglo XVI)
Después del concilio Tridentino
1/ Investidura canónica (o eclesiástica):
elección de un candidato por el pueblo y
por el clero.
1-2/ El Papa asume la investidura
canónica y la confirmación de todos los
obispos de Occidente a causa del peligro
protestante.
2/ Confirmación canónica por los
obispos de la provincia presididos por
el metropolitano; examen de la fe y
costumbres del candidato por el sínodo
provincial. Visto bueno del sínodo.
3/ Sagramento del orden sagrado:
imposición de manos por el metropolitano
y dos obispos de la provincia.
3/ Sagramento la ordenación (imposición
de manos) por el metropolitano o por el
obispo que designe el Papa.
4/ Otorgamiento de la insignias de la
investidura canónica: anillo y báculo.
4/ Otorgamiento de los distintivos de
investidura canónica o eclesial: anillo,
báculo y mitra.
5/ Investidura laica o otorgamiento de
los distintivos de las regalías a través del
sceptrum. La investidura laica se debía
realizar dos o tres meses después de la
eclesiástica.
5/ Investidura laica en casos especiales.
En lo que se refiere a la constitución
de arzobispos, ya desde el Tratado de
Worms se extiende por toda la Iglesia
occidental la práctica iniciada durante la
Reforma gregoriana.
El Papa se atribuye la elección, la
confirmación y la ordenación episcopal
de todos los obispos y arzobispos. Sin
embargo la ordenación la puede delegar
a otro obispo que esté en comunión con
la Santa Sede.
15 ¡POR FIN LA TOLERANCIA!
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El emperador Constantino
Constantino, el catecúmeno
La conversión de Constantino
El emperador Constancio
Juliano, el apóstata
Los emperadores y el arrianismo
La concordia entre arrianos y católicos
El paso de la religión pagana a la cristiana. Leyes a favor de
los cristianos
• El emperador y la Iglesia
• El cristianismo, ¿religión del Estado?
• La suerte de los setenta templos paganos de Roma
• Conversiones en masa. Roma ya es cristiana
• El emperador no tiene ningún poder en el ministerio de las cosas
sagradas
El emperador Constantino
La enorme desgracia que los cristianos sufrieron, la constante calumnia contra
ellos y el derramamiento de sangre —más de 150.000 víctimas— que sufrieron
los cristianos, finalizaron definitivamente con el acierto de un gran hombre: el
emperador Constantino.
Hablar del emperador Constantino es el equivalente —para muchos
historiadores— a exponer el inicio de la libertad de la Iglesia y el dominio del
poder civil y político sobre el eclesiástico. Pese a todo, es preciso matizar estos
dos conceptos que exponemos a continuación. No fue Constantino el que
inauguró lo que posteriormente se llamaría ‘constantinismo’, o sea la sujeción
del papado y de los obispos al Imperio. Lo cierto es que la tendencia denominada
constantiniana empezó con el sucesor de Constantino, o sea, con el Imperio de
Constancio. También es preciso matizar el significado del edicto de Milán del año
172
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
313, atribuido a Constantino. Éste es uno de los documentos más enigmáticos de
la historia de la Iglesia. Nosotros opinamos que no fue ni edicto, ni de Milán, ni del
año 313, ni fue Constantino el primer emperador que dio libertad a los cristianos;
con todo es un documento importante des del punto de vista histórico.
Flavio Valerio Constantino —éstos eran sus nombres—, hijo de Constancio Cloro
y de santa Helena, nació entre los años 280-285 en Nis (actual Serbia). Educado
en la corte de Diocleciano, en Nicodemia, después acompañó a su padre a
Britania, donde a la muerte de éste (306) fue proclamado augusto. Reconocido
sólo por Galerio (emperador) como césar, emprendió una serie de campañas
victoriosas —aliado a Maximiano— a través de Hispania y de las Galias. Aliado
después con el augusto Licinio (emperador), avanzó por Italia contra Majencio,
el cual fue vencido a las puertas de Roma en la batalla del Puente Milvio (312).
Constantino dominó el Occidente romano, y tenía que pactar con el emperador
de Oriente, Licinio, tal como aparece en el documento, se hizo en Milán en el año
313. Precisamente en este marco histórico debemos situar este famoso edicto
de Milán del mismo año.
Edicto de Milán
El texto del llamado edicto de Milán lo encontramos en la obra de Lactancio De
malis persecutorum, así como también en la historia eclesiástica de Eusebio.
Muchos autores han estudiado el mencionado edicto. Entre éstos cabe destacar
a Seek, Stein, Wittig, Shnyder, Batiffol, Moreau, Vogt... El texto está dividido
en dos partes: en la primera se anuncia que se acepta el principio de libertad y
tolerancia que hay que aplicar a los cristianos. En la segunda parte se dice que
los lugares de culto y bienes inmuebles confiscados en la última persecución
sean restituidos a la Iglesia. “Incluso aquellos que actualmente están en manos
de particulares
particulares”. Todos se devolverán al Corpus Christianorum.
La importancia de esta ley o edicto radica en el hecho de que en él se aplica el
principio de libertad a los cristianos. También se considera la Iglesia como un
corpus sujeto de derechos. Pero no se debe exagerar, ya que este documento
no supone que la religión cristiana sea la nueva del Estado. La problemática
del mencionado documento es muy amplia y plantea grandes interrogantes:
¿Fue Constantino su autor? ¿Intervino también Licinio? ¿Fue promulgado en
Milán en 313? ¿Qué fue? ¿Una simple carta o un edicto? He aquí unas cuantas
conclusiones a las que llegan los estudiosos: 1/ Seek afirma que lo que nos ha
llegado no es ni un edicto ni un pacto, ni es de Milán. Consecuentemente, no se
habría concedido nada en Milán. 2/ Stein y Palenque afirman que hubo un pacto
en Milán. El texto que nos ha llegado sería una circular imperial pero no un edicto.
3/ Wittig afirma que es un rescripto, no un edicto. Que no se habría hecho en
Milán, sino en sucesivas etapas y en varios lugares. 4/ Shnyder distingue entre
los dos textos: el de Eusebio sería una carta de Constantino y el de Lactancio
una carta de Licinio. Hubo —decía— un pacto entre ambos emperadores y nos
habría quedado constancia de él en las mencionadas cartas. 5/ Batiffol no da
ningún crédito al testimonio de Eusebio, pero sí al de Lactancio, según el cual
¡POR FIN LA TOLERANCIA!
173
se dio un pacto. 6/ Moreau afirma que existen dos redacciones textuales de una
sola constitución, o sea, la de Licinio. 7/ Vogt afirma que el texto de Lactancio
corresponde a una carta explicativa de la reunión de Milán, y el de Eusebio
se refería a la ley perfectísima de Constantino. Serían, por lo tanto, hechos
históricos diferentes. Según Vogt, en Milán ambos emperadores habrían tratado
el modo de actuar con los cristianos. Así pues, el texto de Lactancio sería una
simple comunicación de Licinio al procurador y el de Eusebio sería el auténtico
documento de libertad religiosa favorable a los cristianos.
Hoy en día, la mayoría de historiadores afirman que los textos de Eusebio
y de Lactancio aceptados como auténticos no son un edicto, sino sólo una
carta que Licinio escribió al presidente de Bitinia en el año 313. En el mes de
febrero de este año, Licinio fue a Milán para casarse con Constanza, hermana
de Constantino. Allí trataron varios asuntos de Estado y, como hemos dicho,
pactaron la distribución del Imperio. Además, entre los temas tratados, estaba la
libertad que se debía conceder a los cristianos. Probablemente no se promulgó
ningún edicto en Milán tal y como se entiende popularmente, ya que Constantino
había concedido anteriormente amplias libertades a los cristianos, como por
ejemplo la ‘ley perfectísima’ que nos relata Eusebio. Así, sabemos que, antes de
febrero del año 313, Constantino escribió a Amulio de África (Cartago) para que
a los cristianos les fueran restituidos los bienes confiscados, a los clérigos se
les eximiera de ser alistados en el ejército y a la Iglesia se le diese algún dinero.
Por lo tanto, bien se puede considerar Constantino como el gran protagonista y
benefactor de la concesión de libertad a la Iglesia.
Constantino, el catecúmeno
Pese a todo, la personalidad de Constantino es también muy controvertida. Él
no recibió el bautismo hasta el final de su vida, en su mismo lecho de muerte.
Era, podríamos decir, un catecúmeno per vitam. Pero no podemos dudar de
sus convicciones cristianas, especialmente después del año 313. A pesar de
manifestar una y otra vez su adhesión a la Iglesia, al Papa y a los obispos, el
auténtico cristianismo no conseguía arraigar en su alma. En algunos momentos de
su vida manifestó crueldad: hizo ajusticiar a muchos de sus adversarios políticos,
entre los cuales debemos mencionar a su cuñado Licinio, a su propio hijo Crispo,
y a su primera mujer Fausta, hija de Maximiano. Su personalidad, no obstante,
impresionó tanto a cristianos como a paganos. Todo el mundo se deshace en
elogios cuando se refiere a él. El gran historiador Eusebio le considera el máximo
entre los emperadores y notabilísimo benefactor de la Iglesia. La admiración,
entonces, era sincera, sin embargo es preciso observar que muchos de los éxitos
políticos de Constantino los debe a Diocleciano, el gran organizador del Imperio.
Pero Constantino convirtió la figura del emperador en una monarquía no tan
dependiente de los caprichos del ejército. Gracias a Constantino se pasó de un
régimen dictatorial al monárquico, parecido al de Carlomagno y al de los Otones
en la edad media. La fundación de la nueva capital del Imperio, Constantinopla,
fue, como hoy se podría decir, un acontecimiento geopolítico de primera magnitud.
Exponemos a continuación con más detalle la evolución de Constantino
174
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
en relación con los cristianos. Cuando en el año 313 se encuentra con su
homólogo emperador Licinio, coincide con éste en que debía darles libertad.
Su padre ya estaba bien dispuesto hacia estos cristianos súbditos del Imperio,
y lo sabemos porque menudean en este periodo muchos textos que testifican
la benevolencia y buenas disposiciones imperiales. Así, desde el año 313,
las iglesias se beneficiarán de sus privilegios y dinero. También gozarán de
diferentes privilegios fiscales, y en el año 315 aparecerán en las monedas
símbolos cristianos que acabarán por eclipsar totalmente los símbolos paganos.
Los obispos irán ganando prestigio; ya que su autoridad es reconocida por las
mismas autoridades civiles. Desde el año 318, los litigantes pueden apelar al
tribunal del obispo. La sentencia episcopal tiene la misma fuerza legal que la de
los magistrados municipales. A partir del año 320, el domingo es declarado día
festivo. No es nada raro que los escritores cristianos utilicen frases elogiosas,
como Eusebio de Cesarea hacía, alabando al emperador como “el bendecido de
Dios” y benefactor de la Iglesia.
La alianza pactada con Licinio en el año 313, en la cual se repartieron el Imperio,
no podía durar demasiado, ya que Constantino era muy consciente de que la
gente, y por supuesto los cristianos, le querían a él. La muerte de Licinio (323) en
la batalla con Constantino, es aclamada como victoria definitiva del cristianismo.
Licinio nunca había manifestado ningún afecto hacia los cristianos, todo lo
contrario; incluso estaba pensando iniciar de nuevo las persecuciones.
La conversión de Constantino
Es cierto que Constantino se convirtió al cristianismo —a pesar de que no se
bautizó—hacia el año 322. Las interpretaciones de cuándo dio el paso definitivo
son muy variadas, y darán pie a la aparición de leyendas. Para unos, Cristo en
persona le anunció la victoria en el Puente Milvio. Mientras que para otros, una
cruz apareció en el cielo con la inscripción ‘ganarás’ (en griego). Incluso su buen
recuerdo hizo que Constantino fuese canonizado por la Iglesia de Oriente, sin
tener en cuenta los grandes defectos que tuvo.
Parece ser que la conversión de Constantino fue progresiva, posiblemente
guiada por su consejero Osio, obispo de Córdoba. Es cierto que cuando
Constantino estaba enfrentado a Licinio ya era cristiano. Pero nos podemos
preguntar por qué no pidió el bautismo. Por aquel entonces, era habitual evitar
este sacramento hasta el último momento, especialmente en las personas que
debido a funciones oficiales debían llevar a cabo actos incompatibles con el
cristianismo, como por ejemplo derramar sangre en los altares (que suponía
idolatría). Además, si Constantino se hubiese bautizado, tendría que haber
renunciado a sus prerrogativas religiosas paganas y abandonar las funciones de
pontífice máximo de la religión romana, abandono impensable a nivel político.
Insistimos en que Constantino fue un gran político. Pero sus éxitos no provienen
exclusivamente del hecho de haber dado la libertad a los cristianos. Éstos, a
principios del siglo IV, eran todavía una minoría. Su éxito se basa en el principio
¡POR FIN LA TOLERANCIA!
175
del respeto a las personas que integran su Imperio: logró dar una nueva
esperanza a todos, alcanzando la ‘paz constantiniana’. Éste fue su gran acierto, y
su relación con los cristianos fue sólo un símbolo del éxito de su gestión imperial.
En la historia de la Iglesia, el nombre de Constantino está vinculado a la
convocatoria del concilio de Nicea —la primera asamblea ecuménica (universal)
de la Iglesia—. De él hablaremos al tratar las controversias trinitarias.
Constantino jugó allí un papel muy destacado, erigiéndose en el concilio como
hombre conciliador, y a la vez como el hombre que honradamente buscaba por
encima de todo la paz y la unidad, incluso política, del Imperio.
Favores a los cristianos. El isapostolos
Pero ya antes de la convocatoria del concilio de Nicea, especialmente desde
el año 323, Constantino multiplica las medidas y actitudes de gran corrección
y respeto hacia la Iglesia. De este modo ofrece al obispo de Roma (el Papa)
su palacio real del Laterano, que será residencia papal durante muchos siglos.
Como todos sus antecesores, Constantino quiso que la arquitectura fuese
el testimonio perenne de su poder. Junto al Laterano, edificó una espaciosa
basílica, la catedral de Roma. Por iniciativa propia y pagando él personalmente,
construyó una basílica en el Vaticano, precisamente donde estaba enterrado
san Pedro, dejando intacto todo el contorno arqueológico de su tumba: por
este motivo, hizo levantar unos arcos —nos atreveríamos a decir— faraónicos.
También hizo construir otra basílica donde está enterrado san Pablo, en el
camino hacia Ostia. Su madre, la emperatriz santa Helena, peregrinó a Palestina
y ordenó la construcción de la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén y la de
la Natividad en Belén a expensas del Estado. A la construcción de una inmensa
ciudad en Constantinopla, si bien es cierto que tenía por finalidad parar a los
bárbaros persas y del Danubio, quiso darle carácter cristiano, pese a que en las
fiestas de inauguración las ceremonias cristianas se mezclaban con las paganas.
Es preciso destacar también su iniciativa y magnificencia en la construcción de
las basílicas de Santa Sofía, Santa Irene y la romana de los doce apóstoles,
donde quiso ser enterrado. El sarcófago de pórfido, que ahora puede verse
en los museos vaticanos, debía custodiar al que los contemporáneos llamaron
isapostolos, ‘igual a los apóstoles’, o el ‘13º apóstol’, exponente del gran respeto
que todos los cristianos tenían a Constantino.
El emperador Constancio
Constantino murió en el año 337 después de recibir el bautismo de manos del
obispo de Nicodemia. Su sucesor, Constancio, no poseía las cualidades de líder
de su padre. Él buscará imponer sus ideas más que conciliar los bandos que van
apareciendo debido al arrianismo entre los cristianos. Apoyó descaradamente a
los arrianos, a pesar de que él personalmente no formaba parte de la Iglesia, ya
que —al igual que Constantino— recibió el bautismo en los últimos momentos
de su vida. Sus intervenciones e ingerencias en el ámbito de la Iglesia provenían
del mismo concepto de emperador, según el cual el imperator era el líder de
las religiones y el summus pontifex
pontifex. Por este motivo, Constancio afirmaba ser
176
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
el episcopus episcoporum a pesar de ser un simple catecúmeno. Pero lo que
en Constantino fue una simple expresión enfática (‘el primero de los obispos’),
en Constancio fue una insoportable intromisión. Bien se puede decir que el
‘constantinismo’ o ‘cesaropapismo’ (abusiva ingerencia del poder civil en la
Iglesia) sólo empezó en el Imperio de Constancio. Y aún es preciso matizar, ya
que no fue sino hasta la muerte de su hermano Constante, al sucederle como
único emperador, cuando Constancio hizo el juego a los arrianos actuando
despóticamente contra la auténtica Iglesia. Así, el emperador no ahorró
coacciones para obligar a los partidarios de la fórmula homoousios del concilio
de Nicea a aceptar otras expresiones contrarias a la consubstancialidad del Hijo,
atentando claramente contra la divinidad de Jesucristo.
El mismo papa Liberio (a. 352-366) fue obligado a dejar Roma solo, sin ninguno
de sus consejeros, y bajo las más horrorosas vejaciones fue coaccionado por el
emperador para firmar una fórmula, al menos equívoca, así como la deposición
de san Atanasio (obispo de Alejandría), paladín de la ortodoxia. Esta debilidad
papal fue reprobada por el mismo Atanasio, por san Hilario de Poitiers y por el
propio san Jerónimo. Pese a todo, no se puede decir que el Papa cayese en la
herejía; o al menos desconocemos el texto de la fórmula que firmó. Seguramente,
como hemos dicho, era equívoca, pero no negaría la divinidad de Jesucristo.
Juliano, el apóstata
En el año 361 murió el emperador Constancio, después de recibir el bautismo. El
trono pasó al hijo de un hermanastro, llamado Juliano. Éste había sido educado
en el cristianismo e incluso es posible que lo hubiese recibido. Mientras gobernó
Constancio, Juliano se hizo pasar por cristiano, pero una vez hubo muerto su
primo, cuarenta y ocho años después del edicto de Milán, Juliano se declaró
simplemente ‘filósofo’ y manifestó abiertamente su odio hacia el cristianismo.
Juliano era un general hábil, pero un mal gobernante, impulsivo, fantasioso,
presuntuoso y posiblemente un neurótico. Contra los cristianos promulgó edictos
no sanguinarios, pero que atentaban contra su libertad, como por ejemplo el que
mandaba que los obispos y presbíteros devolviesen al Imperio los subsidios de
los tiempos de Constantino. La beneficencia cristiana recibió un fuerte revés.
Pero lo más grave fue su intento de estructurar comunidades religiosas paganas
de forma similar a las de los cristianos. Todos los cristianos y arrianos —que en
esta época llegaron a ser casi la mitad del Imperio— creían que se repetirían las
anteriores persecuciones. Se hacía especial mención de las tribulaciones que
sufrieron los cristianos en tiempos de Diocleciano e incluso de Decio. Pero no
llegó a producirse ninguna represión general, ya que el Imperio de Juliano duró
poco: murió en el año 363 luchando contra los persas.
Los emperadores y el arrianismo
Debemos recordar que Juliano fue en parte providencial para la ortodoxia de la fe.
Quería destruir la Iglesia católica y con este fin utilizó un sistema que podríamos
calificar de diabólico. Muchos obispos católicos estaban exiliados, y exigió que
volvieran a sus respectivas sedes episcopales: Juliano pensaba que sería una
¡POR FIN LA TOLERANCIA!
177
medida política gracias a la cual los arrianos y los católicos se destruirían entre
ellos mismos. Así le ahorrarían toda acción sanguinaria de persecución. Sin
embargo este retorno del exilio llevó inevitablemente a la victoria de los católicos.
Además la doctrina arriana era poca cosa.
Los arrianos propiamente dichos nunca habían sido muy numerosos, y después
de la muerte de Constancio habían perdido el apoyo oficial. La gran mayoría de
los arrianos, ante el peligro de una nueva persecución, se unieron a los obispos
que les daban más seguridad, o sea, a los católicos. Dejaron de lado aquella
doctrina que atentaba contra las bases del cristianismo, o sea, la negación
de la divinidad de Jesucristo. San Paciano era obispo en Barcelona y en sus
escritos no nos dice que el arrianismo estuviese muy extendido. Pero sabemos
que en Barcelona hubo por lo menos un obispo arriano. La situación en la Galia
era diferente. Así, por ejemplo, Hilario de Poitiers (a. 315-367), al volver del
destierro, convocó un sínodo en París en el cual todos los obispos de la Galia se
pronunciarían a favor del homousios (consustancial al Padre). Se permitió —pro
bono pacis
pacis— el término ‘homoios’ (parecido al Padre en todo) indicando que el
Hijo es Dios verdadero como lo es el Padre.
La concordia entre arrianos y católicos
También, al mismo tiempo y por la misma causa —el retorno del exilio—,
en Oriente un grupo numeroso de obispos, entre los cuales cabe destacar a
Atanasio y a Eusebio de Vercelli, decidieron que sólo los obispos que aceptaran
una fórmula plenamente arriana serían excomulgados. Con otras palabras,
según Atanasio y Eusebio, se debía aceptar sin reservas el concilio de Nicea.
También se dieron instrucciones sobre el uso de determinados términos técnicos
teológicos, especialmente los términos de ‘persona’ y ‘naturaleza’, ya que la
distinta significación que se daba a estos términos (fuese en latín o en griego),
era motivo de inacabables malentendidos.
Para difundir esta concordia, los obispos Astero de Petra y Eusebio de Vercelli
recibieron el encargo de explicar a los obispos de Oriente y de Occidente
respectivamente los mencionados términos teológicos, para conseguir así la
definitiva concordia. Estos obispos fueron realmente eficaces, de modo que los
de Hispania, de Macedonia, de Grecia y de otros países se adhirieron al papa
Liberio. En la Galia no fue necesaria tal intervención ya que Hilario de Poitiers,
como ya hemos dicho, obtuvo antes la firma de todos los obispos a favor de una
fórmula totalmente ortodoxa.
Los últimos reductos de arrianismo se mantuvieron en las zonas fronterizas
del Imperio, y allí, precisamente gracias al obispo Úlfila (a. 311-383), hicieron
nuevos prosélitos entre los pueblos e invasores godos. Pero es preciso observar
que en Oriente la ortodoxia se tambaleó al aceptar el metropolita Macedonio una
fórmula trinitaria que era más arriana que ortodoxa. Esta postura fue apoyada
por el nuevo emperador Valente (a. 328-378), que moriría en la batalla de
Adrianópolis (9 agosto 378) contra los godos. Graciano (a. 379-383), su sobrino
178
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
y sucesor, que estaba bajo influjo del gran obispo de Milán san Ambrosio —como
explicaremos posteriormente—, nombró corregente suyo a Teodosio, un gran
político que estaba al lado de la verdadera ortodoxia.
En el año 381, Teodosio convocó un gran sínodo ecuménico en Constantinopla.
A él acudieron las mentes más privilegiadas de la época: Malecio de Antioquía,
Timoteo de Alejandría, Cirilo de Jerusalén, Gregorio de Nazianceno, Gregorio de
Nisa y su hermano Pedro de Sebaste, Anfiloquio de Iconio y Diodoro de Tarso.
Las sesiones serían tumultuosas, ya que, no en vano, aquellos obispos llevaban
en sus hombros demasiadas discusiones teológicas que en otros tiempos les
habían hecho excomulgarse mutuamente. El mismo Gregorio Nazianzeno dimitió
de su rango de metropolita de Constantinopla. Pese a todo, el concilio supuso
el fin del arrianismo. Estos herejes —como hemos dicho—permanecieron fuera
de los límites del Imperio, entre los pueblos godos o germánicos. Del arrianismo
hablaremos largo y tendido en próximos capítulos; aquí únicamente nos hemos
propuesto presentar la política desde Constantino hasta la última década del
siglo IV, cuando era emperador Teodosio.
El paso de la religión pagana a la cristiana. Leyes a favor de los cristianos
Entre los años 313 y 381 (año en que Teodosio convocó el mencionado concilio
ecuménico), pasaron muchas cosas que posiblemente explican el cambio de
religión de los romanos.
Recordemos que Constantino, ya en el año 324, se manifestó abiertamente a
favor de la Iglesia al expresar su devoción hacia ella, cediendo al Papa el palacio
del Laterano y construyendo media docena de grandes basílicas. Todo parecía
indicar que el Imperio quería hacerse suya la Iglesia. Tal actitud no sólo se hizo
patente en los monumentos, sino también en las leyes, que eran el eje vertebrador
de los romanos. Estas leyes y donaciones irían enriqueciendo la Iglesia. En
primer lugar, una multitud de leyes ya dictadas desde el año 324 autorizan las
iglesias a adquirir bienes. La benevolencia de los ricos particulares rivaliza con
la del emperador, y así se irá creando un vasto y rico patrimonio eclesiástico.
La misma legislación romana (del bajo Imperio) se impregna de influencia
cristiana. Una serie de textos apunta a la instauración de un orden moral mucho
más riguroso que antes, con leyes que reprimen el adulterio con los esclavos;
leyes que hacen que el divorcio sea cada vez más difícil en la sociedad romana;
leyes que hacen que el concubinato sea un delito… En otros textos se propone
proteger a los esclavos contra la brutalidad de sus amos, así como defender
a los encarcelados de los caprichos y las torturas de sus guardas. Una ley de
Constantino ordena que los prisioneros puedan ver la luz del sol todos los días.
También hay leyes que tienden a prohibir la práctica del abandono de los recién
nacidos, e incluso las hay que quieren evitar maltratos a los niños y proteger a
viudas y huérfanos. Las propias familias de los esclavos se benefician de algunas
disposiciones legales: Constantino prohíbe que sean separados los miembros
de una familia de esclavos debido a la venta de los bienes por herencia.
¡POR FIN LA TOLERANCIA!
179
En el año 325 una ley prohibió los espectáculos de gladiadores. A pesar de existir
esta ley, al ser tan populares estos terribles juegos, no se aplicó con mucho rigor,
pero paulatinamente fueron a menos, y a finales del siglo IV dejaron de celebrarse.
El emperador y la Iglesia
Como hemos visto, Constantino y sus sucesores intervenían en los asuntos
internos de la Iglesia. Es preciso señalar esta evolución; la de pasar de ser
un perseguidor a ser casi el motor de la Iglesia, que hace a su protagonista
comparable al Papa. En el año 313 vemos ya claras intervenciones de
Constantino en la iglesia de Cartago. En aquellos momentos este importante
obispado (que presidía la gran provincia de obispos con el recuerdo de san
Cipriano muy vivo), estaba dividido debido a la elección de nuevo obispo.
Había dos partidos, y se pedirá la intervención de Constantino: él se manifestó
a favor de Ceciliano, que se convirtió en obispo gracias a este arbitraje del
emperador. El líder del partido opositor, un tal Donato, no aceptó la intromisión
de Constantino, y erigió una Iglesia aparte, provocando así el cisma interno de
Cartago denominado ‘donatismo’ y que duró más de un siglo.
Después de Constantino, los emperadores intervinieron abusivamente en los
asuntos de la Iglesia, al menos en muchos casos. Es cierto que los obispos se
oponían a los emperadores —hablamos de los sucesores de Constantino— y a
menudo desencadenaron las iras imperiales. San Atanasio, ‘culpable’ de haber
defendido la ortodoxia contra los emperadores arrianos, pagó su ‘audacia’ con
muchos años de exilio. A principios del siglo V, san Juan Crisóstomo, obispo de
Constantinopla, se permitió alguna crítica al emperador y a la emperatriz, y esto
le costó injustos descréditos y el exilio, donde murió. En cambio, san Ambrosio,
el obispo de Milán (374-397) acertó en los modos de criticar y hacerse obedecer
por la gran figura del emperador Teodosio. Éste fue culpable de la matanza de
unas siete mil personas en Tesalónica, por lo que fue excomulgado en el año
390. Como explicaremos en el capítulo 32, Teodosio, como un cordero, volvió
a la comunión de la Iglesia habiendo pasado una larga temporada en lo que se
denominaba ‘grupo de los penitentes’; éstos se colocaban en la puerta de las
iglesias como si fuesen pedigueños, con vestidos de saco, pidiendo la limosna
de una oración a todos los que entraban en la iglesia. Este hecho representa
todo un símbolo de las relaciones entre el Imperio y la Iglesia. Pese a todo,
la fortaleza de san Ambrosio no fue la de otros obispos o papas: demasiado
a menudo adulaba al emperador llamándolo ‘piísimo’. De hecho, la Iglesia se
enriquece rápidamente, llegando a ser un gran terrateniente. Le resultará difícil
apoyar a los pobres y a los desheredados cuando ella misma llegaba a tener
grandes posesiones. Aún así, ya que en la Iglesia siempre están la inspiración
y la profecía divinas, muchos papas y obispos intervinieron con gran eficacia
a favor de los más pobres; el mismo san Juan Crisóstomo ataca el egoísmo
de los ricos duramente en sus homilías. Sin embargo, la satisfacción de ser
rica y poderosa, de ser amiga de los poderes políticos, será la gran tentación
de la Iglesia, presente en toda su historia. Algunos afirman que la protección
del Estado romano representará para la Iglesia una prueba más fuerte que las
180
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
mismas anteriores persecuciones. Obviamente es una expresión exagerada,
pero sí que pone de manifiesto la tentación constante que deberán soportar los
hombres de la Iglesia y que algunas veces sucumben en ella.
El cristianismo, ¿religión del Estado?
En este punto es preciso que nos hagamos una pregunta: ¿la Iglesia en tiempos
de Constantino y sucesores quería que el cristianismo fuese declarado religión
de Estado? He aquí unos cuantos hechos que nos pueden ayudar a contestar
este interrogante. Desde el año 331 Constantino hace inventariar y confiscar
los tesoros de los templos paganos; también algunas ceremonias de la religión
oficial de los dioses serán prohibidas. A pesar de todo, el paganismo, aún fuerte,
al menos es tolerante. Sus partidarios se agrupan en dos extremos de los
estamentos de aquella sociedad: en la aristocracia (senado romano, que será
el guardián de las tradiciones y durante largo tiempo contará con una mayoría
que se confesaba adepta a la religión antigua), y los aldeanos; la misma palabra
‘paganus’ (de ‘pagus’, heredad, campo, campesino) será la denominación que se
impondrá para aquellos que aún no han abrazado el cristianismo. La conversión
del campo a la nueva religión aún es muy lenta a finales del siglo IV. En este
sentido se distinguirá el gran obispo de Tours, san Martín, que fundó las primeras
parroquias en la región del Loira, las que se denominarán ‘iglesias rurales’.
La aristocracia también se va convirtiendo lentamente. Cuando el sobrino de
Constantino, Juliano, llegó a ser emperador (a. 361), los paganos —como ya
hemos expuesto— creyeron que el paganismo se podría reestructurar de nuevo
de forma eficaz. Pero poco duró esta efímera esperanza, ya que ‘el apóstata’
—tal como se conocerá a Juliano— murió al cabo de dos años luchando contra
los persas. Su fracaso indica que la decisión de Constantino era irreversible.
La suerte de los setenta templos paganos de Roma
Con Teodosio (379-395) se acabó la religión pagana. A finales del siglo IV (381)
este emperador deshace los últimos vínculos existentes entre el Estado romano
y el paganismo. Él mismo renunció al título de pontifex maximus, y suprimió
todos los privilegios de los templos paganos y de sus sacerdotes, confiscando
sus bienes y propiedades. Desde el año 391 las medidas legales hicieron casi
imposible la manifestación pública del antiguo culto; se cerraron los templos y
las estatuas de los dioses fueron destruidas, y los monumentos fueron en parte
anihilados, especialmente aquellos que no se convirtieron en iglesias cristianas.
Ésta fue la suerte de más de setenta templos paganos de Roma, conservando el
Pantheon, que se convirtió después del año 313 en lugar de culto a la Virgen María.
Conversiones en masa. Roma ya es cristiana
No se puede decir que los paganos fueran perseguidos como lo fueron antes los
cristianos, pero las presiones sobre muchos de ellos incitaron las conversiones en
masa; esta práctica fue muy frecuente a finales del siglo IV, y las consecuencias
no se hicieron esperar. Aumentó enormemente el número de cristianos, con
un crecimiento posiblemente desmesurado, ya que algunos se saltaban la
¡POR FIN LA TOLERANCIA!
181
etapa de formación o catecumenado, de modo que muchos de ellos eran sólo
cristianos de nombre. Éste es el motivo por el cual muchas comunidades de
finales del siglo IV constatan que su vida religiosa ha menguado a unos niveles
muy bajos y preocupantes, y precisamente esta debilidad en la fe y la caridad
fue interpretada como causa del castigo divino que pronto llegó: la catástrofe de
las invasiones bárbaras. Por otra parte algunos creyeron que aquella pavorosa
invasión era fruto del enojo de los dioses o simplemente que el cristianismo
causó la destrucción del Imperio. San Agustín intenta —como estudiaremos
próximamente— responder a aquellas acusaciones y demostrar que el Imperio
romano pertenece a la ciudad terrestre, y que como tal es una realidad humana
y transitoria. Sólo la ciudad de Dios es eterna.
San Agustín se considera patriota como el que más, pero no acepta que el
Estado romano y su líder sean sagrados o divinos. En eso discrepará de Eusebio
de Cesarea, que daba una dignidad casi divina al emperador. No en vano pasó
un siglo entre Eusebio y san Agustín, y en este lapso de tiempo la Iglesia había
sido probada tanto por las herejías como por las invasiones bárbaras, y por eso
se produjo un giro en la mentalidad. El Imperio no era el reino de Dios sobre
la tierra, pero era por todos conocido y aceptado, y así a finales del siglo IV el
Imperio romano se había reconciliado con la religión cristiana, o, si queréis, el
Imperio finalmente se había abrazado con la Iglesia. ¡Roma ya era cristiana!
Pero duraría poco, ya que las invasiones se sucedían por doquier.
El emperador no tiene ningún poder en el ministerio de las cosas santas
Osio, el gran consejero de Constantino, obispo de Córdoba, y el que presidió el
concilio de Nicea, demuestra su valentía al escribir (a. 356) a su emperador cuando
éste quería imponer el arrianismo a toda la Iglesia. Esta carta es un resumen de
lo que hemos expuesto en el presente capítulo. He aquí algunos fragmentos:
“A Constancio emperador... Yo Osio he confesado Cristo en la persecución que
Maximiano —vuestro abuelo— había infligido a la Iglesia. Si queréis renovarla
me encontraréis dispuesto a sufrirlo todo antes de traicionar la verdad, ávido
en derramar la sangre del inocente si ésta es la condena. Yo no me he alterado
ni por vuestras cartas ni por vuestras amenazas. Es inútil que continuéis con
ellas... No os comprometáis más, os lo suplico, os conjuro. Recordad que sois un
hombre mortal, y debéis temer el día del juicio. Preparaos para comparecer puro
e irreprochable. No os mezcléis en los asuntos eclesiásticos. No nos mandéis
nada que haga referencia a ellos. Más bien debéis aprender de nosotros todo
aquello que debéis creer.
Dios os ha dado el gobierno del Imperio y a nosotros (los obispos) el de la Iglesia.
Quien se atreva a atentar contra nuestra autoridad, se opone al orden de Dios.
Huid, pues, de haceros culpable de un gran crimen usurpando la autoridad de
la Iglesia. Se nos ha ordenado dar al César lo que es del César y a Dios lo que
es de Dios. A nosotros (obispos) no nos está permitido atribuirnos la autoridad
imperial. Pero tampoco vos tenéis ningún poder en el ministerio de las cosas
santas
santas”.
Símbolo de Nicea. Códex del siglo VIII. Biblioteca Vaticana.
16 LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS
•
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Sabelianismo y dinamismo
Arrianismo
Después del concilio de Nicea I
Controversias cristológicas. Concilio de Éfeso
Esquema de los concilios y herejías
Sabelianismo y dinamismo
Conviene recordar que la primera de las herejías, fue el gnosticismo; de la cual
ya hemos hablado (tema 11). Las herejías trinitarias y cristológicas empezaron
después de la de los gnósticos. Los creyentes de los primeros siglos aceptaban
que Jesucristo era Dios, así como el Padre y el Espíritu Santo, y creían que
Jesús era Dios y hombre, pero no se hacían más preguntas. También existía
un movimiento llamado ‘monarquianismo’, según el cual se acentuaban la
unidad y la unicidad de Dios. A finales del siglo III se dan dos corrientes de este
movimiento ideológico: ‘modalista’ y ‘dinamista’.
La primera corriente, ‘modalista’, se llamaba también ‘sabelianismo’ por su
principal representante, Sabelius. Este personaje era de Libia. Predicó en Roma
y fue condenado por el papa Calixto I (217-222). Según él, existía un solo Dios
en tres personas, pero en el sentido etimológico de la palabra. Es el mismo Dios
cuando actúa como creador y rector del mundo, y éste se llama Padre. Cuando
actúa como redentor encarnado es el Hijo, y cuando es dispensador de gracia
recibe el nombre de Espíritu Santo. Esta teoría tenía un grave inconveniente, y
es que las personas no se distinguían suficientemente, eran simples maneras o
modos (de aquí el nombre de ‘modalismo’) de manifestarse Dios. Esta teoría era
opuesta a las expresiones de la escritura, donde se distinguen claramente las
personas, especialmente Padre e Hijo.
La teoría dinamista subordina el Hijo al Padre. A pesar de existir, según ésta,
una distinción real entre ambas personas, considera que el hombre Cristo posee
184
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
una forma o fuerza (dínamis) divina. Esta teoría fue condenada por el papa
Ceferino (200-217), pero aun así rebrotaba constantemente. Así, por ejemplo,
en la segunda mitad del siglo III, el obispo de Antioquía, Pablo de Samosata,
fue depuesto por un sínodo a causa de admitir la teoría del dinamismo, y en el
año 312 el sabio Luciano, aunque murió mártir, defendía una teoría parecida.
La doctrina ortodoxa viene formalizada con la expresión ‘consustancial’ o
‘homoousios’ entre el Padre y el Hijo. Esta expresión ya la encontramos en el
año 260, usada por el papa Dionisio.
Arrianismo
Las teorías propiamente trinitarias aparecen después de la persecución de
Diocleciano. En el año 318 un presbítero de Alejandría, un tal Arrio, en un
concilio de Egipto, fue juzgado a causa de sus nuevas teorías por el obispo
Alejandro, sucesor en la sede alejandrina de un obispo mártir, san Pedro. Este
último fue asesinado en el año 313. La herejía consistía en la negación de la
divinidad de Jesucristo. Arrio, en su afán por salvar la omnipotencia del Padre,
“el
el único que no es engendrado
engendrado”, daña la divinidad del Hijo. Para él sólo el Padre
es verdaderamente Dios, eterno y sin principio. El Hijo, el Verbo encarnado
en Jesucristo, no es ni eterno ni increado. Pese a las anteriores expresiones,
afirma que su creación se remonta a antes de todos los siglos; pero no es más
que la primera de las criaturas y tiene el carácter divino como un don recibido
del Padre. El Hijo es inferior al Padre y subordinado a Él. Como hemos dicho,
fue condenado en uno de los concilios locales de Alejandría. Sus compañeros
presbíteros estaban escandalizados de aquellas teorías y aprovecharon aquella
ocasión para denunciarle, ya que decían que este ideario de Arrio atacaba a lo
esencial del cristianismo: el misterio de Dios hecho hombre.
Pese a la condena en el mencionado concilio de Alejandría, Arrio pudo moverse
con tranquilidad. Pero sería excomulgado en un concilio posterior celebrado en
el año 323, también en Alejandría. Éste se refugió en Palestina al amparo de
su amigo Eusebio de Cesarea, y recibió el implícito apoyo de algunos obispos
y teólogos orientales. La disputa empezó a tener aires preocupantes y dividió
la Iglesia. Fue cuando Constantino, vencedor de su rival Licinio, siendo el amo
de Oriente, quiso pacificar la Iglesia, precisamente convocando un concilio
mundial o ecuménico. Se celebró en Nicea (provincia de Bitinia) el 20 de mayo
del año 325 en el mismo palacio imperial. El primero en declarar fue Arrio. He
aquí su doctrina: “Si el Hijo fue engendrado por el Padre, necesariamente antes
no existía; por lo tanto, no es eterno y en consecuencia no es Dios
Dios”. Esto lo
enseñaba apelando a la autoridad de Luciano de Antioquía. Arrio tenía muchos
amigos entre los asistentes al concilio de Nicea, tanto en Alejandría como fuera
de Egipto, sobre todo Eusebio de Nicodemia. Después intervino Alejandro —al
que acompañaba su diácono y futuro sucesor Atanasio— y expuso que Arrio ya
había sido condenado en un concilio celebrado en Alejandría, en el cual fueron
convocados cien obispos de Egipto y Libia.
LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS
185
La presidencia del concilio la ocupaba Osio, obispo de Córdoba, residente en la
corte imperial y partidario de Alejandro. El papa Silvestre envió dos presbíteros
romanos, los cuales suscribieron las actas en primer lugar, seguidos por el
presidente (Osio). Pocos eran los obispos de Occidente, y había un total de 328
obispos, una cuarta parte de los obispos del mundo, número que fue suficiente
para la consideración de concilio ecuménico. El mismo emperador intervino
personalmente en las sesiones y actuó con la cordura necesaria para que las
discusiones tuviesen un final feliz.
Como hemos dicho, a él asistieron 328 obispos según las actas, pese a que
oscilan entre 250 y 300 según el historiador Eusebio de Cesarea y el propio san
Atanasio. La mayoría procedía de Oriente, y de la Iglesia latina sólo asistieron
los cinco representantes, entre los cuales destacaban Osio, obispo de Córdoba,
y dos legados del Papa. Las crónicas del concilio nos dicen que en los cuerpos
de algunos de los asistentes se veían aún los estigmas de los martirios de las
últimas persecuciones; tal era el caso del obispo Pablo de Neocesarea y el
egipcio Pafnucio.
Después de los preámbulos de acusaciones, el obispo e historiador Eusebio de
Cesarea de Palestina propuso a toda la asamblea la fórmula de la confesión
de su Iglesia o símbolo bautismal. La asamblea lo aceptó, pero en el artículo
referente a la procedencia del Hijo respecto al Padre, incluyó la fórmula usada
por Roma “consustancial al Padre”. Era una condena definitiva de Arrio. Eusebio
de Cesarea no estaba de acuerdo con esta fórmula. A pesar de ello, aceptó la
doctrina de la mayoría y firmaron tanto él como Eusebio de Nicodemia. Arrio y
dos obispos de Libia fueron excomulgados.
El concilio de Nicea aprobó también otros cánones de disciplina eclesiástica. Los
adeptos de Malecio, líder del cisma de Egipto, y los novacianos fueron aceptados
y se les abrieron de nuevo las puertas de la Iglesia. Todos los obispos y clérigos
reincorporados no perdieron su rango anterior.
En cuanto a la polémica de la fijación de la Pascua, se solicitó que el emperador
determinase con una ley imperial lo que considerase pertinente, con lo que
pasó la cuestión a la Iglesia de Alejandría, que tenía un grupo de astrónomos
considerados los más sabios.
Existe una amplia crónica de este concilio gracias a Eusebio de Cesarea.
Constantino se manifestó como un auténtico mecenas de la Iglesia. Sus
intervenciones y algunas de sus expresiones han sido y son actualmente
muy estudiadas por los historiadores. Le gustaba hacer discursos muy largos.
También facilitó enormemente los viajes de los obispos, que pudieron utilizar los
transportes del Imperio. Consideró que el concilio de Nicea, una vez terminado,
fue un gran acierto de su Imperio.
186
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Algunas cuestiones disciplinarias también fueron tratadas por el concilio y
resumidas en 20 cánones. En el canon 1 se prohíbe que los eunucos se
conviertan en clérigos; en el 2 que los recién bautizados sean ordenados
obispos; el 4 dice que en las ordenaciones episcopales tres obispos impongan
las manos; el canon 6 que los metropolitas de Egipto, Libia y Tebaida se sometan
al obispo de Alejandría. En los cánones 8 y 19 se determina la legislación sobre
la readmisión de los herejes y cismáticos en la Iglesia. Los cánones 11-14 tratan
la penitencia pública y el 18 y 20 la liturgia. El canon 17 condena la usura.
El concilio fue aprobado por los legados papales, y en su clausura cabe destacar
la celebración de un banquete que el mismo Constantino ofreció a los asistentes,
en el cual no perdió la ocasión de hacer un gran discurso de despedida. Los
obispos tenían que volver a sus diócesis de origen impulsados por el emperador.
Nicea empezó por mandamiento imperial y también acabó con un mandamiento
explícito de Constantino, según el cual los obispos tenían que aplicar con todo
rigor (como si fuesen el propio emperador) los cánones del primer concilio
ecuménico: el famoso Nicea I.
A continuación ofrecemos algunos fragmentos documentales del concilio de
Nicea I:
El Credo: “Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de todas las
cosas visibles y de las invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios,
nacido unigénito del Padre, de la sustancia del Padre. Dios de Dios, luz de luz,
Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no creado, de una sola sustancia con
el Padre, por quien todas las cosas fueron creadas, las que hay en el cielo y las
que hay en la tierra, el cual por nuestra salvación descendió, se encarnó y se hizo
hombre, sufrió, y resucitó al tercer día, subió a los cielos y tiene que venir para
juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo.
A los que, en cambio, dicen: ‘Hubo un tiempo en que no fue’ y ‘Antes de nacer,
no era’ y ‘Que fue creado de la nada’, o dicen que Dios es de otra sustancia o
esencia, o cambiable o mutable, la Iglesia católica los anatematiza”.
Canon contra Arrio: (c.1, n.2) “Antes de todo fue examinada, en presencia del
muy pío emperador Constantino, la impiedad y la perversidad de Arrio y de
sus seguidores. Por unanimidad decidimos condenar su doctrina impía y las
expresiones blasfemas con las que se expresaba refiriéndose al Hijo de Dios:
sostenía, en efecto, que venía de la nada y que antes del nacimiento no existía,
que era capaz del bien y del mal, en una palabra, que el Hijo de Dios era un
ser creado. El santo Concilio ha condenado todo eso, sin ni tan siquiera querer
escuchar la mencionada impía doctrina, ni las palabras blasfemas
blasfemas”.
Después del concilio de Nicea I
Algunos de los obispos salieron descontentos del concilio. Consideraban que la
expresión ‘homoousios’ (consustancial) era exagerada. Pero nadie se atrevió,
LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS
187
mientras Constantino vivió, a oponerse al concilio. El que se opuso a esta
expresión fue Eusebio de Nicodemia, el cual logró, gracias a los favores de
la hermana de Constantino, ser nombrado arzobispo de Constantinopla. Los
más grandes defensores del ‘homoousios’ fueron los obispos de Alejandría,
Atanasio (sucesor de Alejandro) y Eustaquio de Antioquía. Estos arzobispos
fueron depuestos de sus sedes gracias a las intrigas del arzobispo Eusebio en
el año 330, en un sínodo de Antioquía, y en el año 335 en otro sínodo en Tiro.
Ambos arzobispos (Atanasio y Eustaquio) fueron incluso excomulgados como
vulgares herejes y Arrio fue perdonado. De dicho hereje no sabemos nada más,
posiblemente murió después del año 335 en el momento en que triunfaba el
arrianismo en descrédito de la auténtica doctrina católica.
Constantino murió en el año 337 agonizando en su cama después de haber
recibido el bautismo de manos de Eusebio de Nicodemia. Su hijo Constancio
—como hemos expuesto— era totalmente diferente. Quería dominar e imperar,
incluso en la misma Iglesia. Como su padre, no recibió el bautismo hasta poco
antes de su muerte. Constancio estaba a favor de la doctrina arriana, pero hasta
que no murió su hermano Constante —que estaba a favor de Nicea— no se
manifestó abiertamente en contra de los católicos. La mayoría de los obispos no
eran arrianos, pero no se atrevían a posicionarse contra del nuevo emperador.
Se celebraron muchos sínodos para sustituir –decían– la fórmula ‘homoousios’
por otra más adecuada que la propuesta por el emperador Constancio, favorable
al arrianismo.
El mismo papa Liberio (a. 352-366) fue obligado a ir a Oriente y, bajo coacción,
firmó una fórmula ambigua. Atanasio, Hilario y Jerónimo alzaron sus voces
contra el Papa, porque había sido muy débil, pero no sabemos qué fórmula
firmó: tal vez sólo se admitía la deposición de Atanasio.
Atanasio, arzobispo de Alejandría, fue el gran personaje de la creencia o dogma
de Nicea. Fue enviado al exilio cinco veces. Lo mismo sucedió con Hilario de
Poitiers y Eusebio de Vercelli. En lo que respecta al arrianismo (o semiarrianismo)
había muchas dudas y miedos a no enfadar el emperador. Tanto era así que
algunos afirmaban que sería mejor decir que el Hijo era homoios (parecido) en
todo al Padre y no homoousios. “Parecido en todo al Padre” era casi como decir
‘homoousios’. Por eso hay quien ve difícil determinar si los semiarrianos eran
heterodoxos. En el año 361 murió el emperador Constancio, y el trono pasaría
—como ya hemos dicho— al hijo de un hermanastro de Constancio: Juliano el
Apóstata (a. 361-363).
Juliano era un hábil general pero un pésimo gobernante, impulsivo, fanático,
presuntuoso..., posiblemente un neurótico. Después de haber accedido al Imperio
promulgó una serie de disposiciones hostiles a los cristianos, poniéndoles trabas
jurídicas, de modo que, por ejemplo, los cristianos no podían acceder a cargos
superiores. Los subsidios que les había concedido Constantino ahora debían
ser devueltos. Juliano intentó organizar comunidades paganas religiosas, y todo
188
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
el mundo creía que las persecuciones volverían como en tiempos de Decio y
de Diocleciano. Puso obispos arrianos de nuevo en sus diócesis, aunque, en la
práctica, éstos eran poco numerosos. Pero el pánico a nuevas persecuciones
hizo que imperase la concordia. Hilario volvió del exilio y logró que todos los
obispos aceptaran el homoousios en un concilio celebrado en París.
Gracias a Teodosio —como hemos explicado— la Iglesia consiguió la paz en las
controversias trinitarias. Este gran emperador convocó un concilio ecuménico
en Constantinopla (381) que significó el fin del arrianismo, a pesar de que la
herejía se mantuvo fuera de los límites del Imperio: entre godos y germánicos. El
mencionado concilio decretó que el Espíritu Santo era Dios.
Podemos presentar estos dos hitos cronológicos de las controversias trinitarias:
en el año 325 se celebra el concilio de Nicea, y en el 381 el de Constantinopla.
Las grandes líneas del dogma trinitario quedaron así fijadas: el Verbo y el Espíritu
son iguales, consustanciales al Padre y de la misma e idéntica naturaleza que Él.
Pero estudiemos con detalle el concilio de Constantinopla I.
Constantinopla I (381)
El segundo concilio ecuménico de Constantinopla I presenta algunas dificultades.
Motivadas en primer lugar porque las actas no se conservan, y en segundo
porque no fue reconocido como ecuménico hasta que fue declarado como tal
por el concilio de Calcedonia (451).
Fue convocado por el emperador Teodosio (379-395) durante el mes de mayo
del mismo año 381. Existen numerosas referencias de su celebración y se
conocen los nombres de algunos obispos que asistieron a él y variados cánones
disciplinarios conservados en algunas colecciones canónicas.
El concilio de Constantinopla I se opuso a la herejía llamada ‘macedonianismo’ o de
los ‘pneumatómacos’, según la cual se negaba la consubstancialidad del Espíritu
Santo, o sea, se negaba que esta tercera persona de la Trinidad fuese homousios
al Padre y por lo tanto se negaba que fuese Dios. Es en definitiva la versión del
arrianismo puesta en el Espíritu Santo. El macedonianismo había sido fuertemente
apoyado por los emperadores Constancio (337-361) y Valente (364-378).
El concilio duró tres meses (mayo, junio y julio). En él se reunieron casi
150 obispos, todos ellos orientales. El papa Dámaso (366-384) no asistió ni
tampoco envió legados. Al mismo tiempo, los obispos de Occidente estaban
reunidos celebrando un concilio en Aquileia, en el que se condenó de nuevo el
arrianismo.
El célebre Gregorio Nacianceno, obispo de Constantinopla, fue designado
presidente del concilio de Constantinopla I, pero su presidencia duró pocos
días, ya que fue expulsado de la sede por unas intrigas. En su lugar fue elegido
Nectáreo, senador, que no estaba bautizado, de modo que lo bautizaron
LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS
189
urgentemente y, en contra de lo establecido en el canon 3 de Nicea, fue ordenado
obispo de Constantinopla. Por lo tanto, el concilio tuvo tres presidencias
sucesivas (Malecio de Antioquía, Gregorio y Nectáreo).
En este concilio se definió que el Espíritu Santo era Dios, y que era consustancial
al Padre. También, tal y como se hizo en el concilio de Nicea, se impuso un
famoso símbolo, llamado ‘símbolo nicenoconstantinopolitano’. En él, refiriéndose
al Espíritu Santo, se dice textualmente: “Señor y vivificador que procede del
Padre y que con el Padre y el Hijo es igualmente adorado y glorificado, que habló
por boca de los profetas
profetas”. Obsérvese que sólo se dice “que procede del Padre”
y no “que
que procede del Padre y del Hijo
Hijo”. Esta última fórmula, en lo referente a la
‘y’, se introdujo en la Iglesia latina en época medieval, y fue motivo, en parte, del
cisma de Oriente: es la cuestión del Filioque. Se sabe que este símbolo niceno
constantinopolitano fue utilizado en la celebración del bautismo y la ordenación
episcopal del mencionado Nectáreo.
El concilio de Constantinopla I quiso enaltecer la dignidad de la sede
metropolitana y patriarcal de Constantinopla; en concreto en el canon 3 se
afirma que “el obispo de Constantinopla será la nueva Roma, tendrá el primado
de honor después del obispo de Roma”. Las otras sedes apostólicas (Alejandría,
Antioquía y Jerusalén) vienen, en honor y potestad —según este concilio—,
después de Constantinopla.
Los otros cánones conocidos afirman que la fe de Constantinopla es la misma
que la de Nicea, y por lo tanto condena a arrianos y pneumatómacos (canon 1),
y también se determina que los obispos de una diócesis no deben ocuparse de
las cuestiones de las otras diócesis (cánon 2).
El concilio de Constantinopla, hasta que se celebró el de Calcedonia (451), no
fue demasiado bien visto por las iglesias latinas, especialmente por el canon
que exalta la sede de Constantinopla. Pese a todo, bien se puede considerar
muy beneficioso para las cuestiones trinitarias. Fue un gran concilio, y así lo
reconocieron posteriormente el Papa y el concilio de Calcedonia.
Fragmentos documentales del concilio de Constantinopla I
El Credo: “Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la
tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo
único de Dios, y nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, luz de
luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial
al Padre, por quien todo fue creado; por nosotros los hombres y por nuestra
salvación descendió del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la
Virgen María y se hizo hombre; crucificado por nosotros bajo Poncio Pilatos,
murió y fue sepultado, resucitó al tercer día según las Escrituras, subió al cielo,
está sentado a la derecha del Padre, y de nuevo vendrá glorioso para juzgar a
vivos y a muertos, y su reinado no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y
fuente de vida que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe
190
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
una misma adoración y gloria, que habló por boca de los profetas. Y en la Iglesia,
una, santa, católica y apostólica. Reconozco un solo bautismo para la remisión de
los pecados. Y espero la resurrección de los muertos y la vida perdurable. Amén”.
Controversias cristológicas. Concilio de Éfeso
Una nueva controversia —ahora cristológica— surgió después del siglo IV
y estuvo presente durante todo el siglo V. Se trata del misterio de Cristo: Él
es verdadero Dios y verdadero hombre. Posee dos naturalezas: la divina y la
humana, único hijo de Dios e hijo de María. Ésta es verdadera ‘Virgen’ y a la vez
Theotokos. A este doble aspecto (Dios y hombre) respondieron dos herejías:
la de Nestorio en primer lugar, nestorianismo, que compromete la unidad de
Cristo, y la herejía de Eutiques en segundo lugar, monofisismo, que absorbe
prácticamente la humanidad de Cristo en su divinidad: dos personas y una sola
naturaleza. El concilio de Éfeso (a. 431) condenó a Nestorio, afirmando que no
hay más que una persona en Cristo, y en el año 451 el concilio de Calcedonia
condenó a Eutiques afirmando que Cristo es perfecto Dios y perfecto hombre.
Representó un gravísimo problema ponerse de acuerdo en la terminología
de naturaleza y persona, ya que, según las diferentes escuelas, se entendían
cosas totalmente distintas y a la vez diversas. Además de estas dificultades,
estaban las ambiciones personales y de grupos. Esto hizo que se degenerase
en inacabables discusiones, debates, rifirrafes y encarcelaciones y exilios de
obispos.
Uno de los episodios más difíciles de interpretar por los estudiosos es el concilio
de Éfeso, pero antes de pasar a detallar los hitos históricos de tan importante
acontecimiento, es preciso recordar que la doctrina de Nestorio, arzobispo
de Constantinopla, había escandalizado a otros muchos obispos, e incluso
al pueblo. El mismo papa Celestino le condenó y dio su apoyo al adversario,
el arzobispo Cirilo de Alejandría. Entonces el emperador Teodosio II convocó
el concilio de Éfeso para el día 7 de junio del año 431. Celestino enviaría sus
delegados y después de la Pascua los obispos empezaron a ir hacia Éfeso. Los
delegados papales tenían que condenar a Nestorio y ponerse de acuerdo con
Cirilo. Éste se embarcó en Alejandría con más de cuarenta obispos sufragáneos
suyos, o sea de la provincia de Egipto. La escolta de Cirilo también acompañó
a un indefinido número de clérigos, monjes y otros, todos ellos bien dispuestos
para intervenir con la fuerza si era necesario; poseían palos contundentes.
El 7 de junio todavía faltaban muchos obispos y no se pudo iniciar el concilio. El
día 12 llegaron los obispos de Palestina. Ya había unos 160 obispos, pero había
que esperar la llegada del patriarca Juan de Antioquía y la de los obispos de
Siria, que eran más o menos favorables a Nestorio. La espera era insoportable;
hacía tanto calor que llegaron a morir algunos obispos. Las discusiones previas
sólo servían para distanciar cada vez más los dos bandos: el de los favorables a
Nestorio y el de los seguidores de Cirilo. Éste, al ver que no se llegaba a ninguna
concordia, siempre con el apoyo la autoridad del Papa, convocó la apertura
LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS
191
del concilio para el día 22 de junio. Sesenta y ocho obispos protestaron, y el
delegado imperial, Candidiano, solicitó que se esperara la llegada de los obispos
de la provincia de Antioquía, pero san Cirilo mantuvo su decisión: el concilio
daría comienzo el día 22 de junio. Como era de suponer, Nestorio y los suyos
no se presentaron, y por eso Cirilo hizo levantar acta de su ausencia, y después
de la lectura de sus escritos le condenó. Posteriormente, Nestorio se quejaba
amargamente: “¿Quién era el juez? Cirilo; ¿quién era el acusador? Cirilo; ¿quién
era el obispo de Roma?: Cirilo; Cirilo lo era todo
todo”. Descontento, Candidiano envió
un informe al emperador. Igualmente lo hizo Nestorio.
El día 26 de junio (431) finalmente llegaron los obispos de Antioquía y los de
Siria. Éstos, muy enfadados, celebraron su propio concilio y depusieron a Cirilo
y Memnón, obispo de Éfeso.
Excomulgaron también a todos los obispos que antes, el día 22, se habían
reunido en Éfeso. Enviaron un informe al emperador, y en este momento
empezaron los alborotos y los concilios que no tenían otra finalidad que la de
excomulgarse mutuamente. Los templos de Éfeso se convirtieron en campos
de batalla hasta que, el 29 de junio, el emperador Teodosio II anuló todo cuanto
se había hecho y anunció que llegaría un alto funcionario encargado de arreglar
todo aquel caos.
A principios del mes de julio llegaron los delegados papales y el concilio se
reunió de nuevo el día 11 de julio.
¿Cuál es, entonces, el auténtico concilio de Éfeso? Esta misma pregunta se
hacían los contemporáneos, pero se fue imponiendo un criterio que sería válido
para todos los otros concilios ecuménicos: ‘sólo Roma puede determinar la
validez de un concilio’. En este caso el Papa delegó su potestad al obispo de
Alejandría. Por lo tanto, el concilio de Éfeso sólo fue considerado ecuménico en
su primera fase y a partir del momento en que los delegados papales aceptaron
las decisiones.
El mismo Juan de Antioquía aceptó los cánones de esta primera parte del
concilio en el año 433. El acuerdo entre él y Cirilo de Alejandría dice: “Ambos
obispos firman la siguiente fórmula: ‘María es madre de Dios’, ‘Existe la unión de
las dos naturalezas’; por eso confiesan un solo Dios, un solo Señor, un solo Hijo,
y a causa de esta unión es preciso confesar que la Santísima Virgen María es
Madre de Dios ((Theotokos), porque el Verbo de Dios se ha hecho carne y se ha
hecho hombre”. En la misma sesión de inicio se dictó una sentencia condenatoria
contra Nestorio, el cual era depuesto de la sede de Constantinopla y de la misma
dignidad episcopal.
Éfeso (431)
Resumiendo lo anteriormente dicho, cabe decir que el concilio fue celebrado en
la mencionada ciudad de Éfeso (Asia Menor) entre el 22 de junio y el 31 de julio
192
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
del año 431. Con él se iniciaron una serie de concilios que trataron la cuestión
cristológica, que va desde la afirmación de una sola persona en Jesucristo, hasta
la de dos naturalezas y dos voluntades (divina y humana). Nestorio, patriarca
de Constantinopla desde el año 428, empezó a predicar que María no se podía
ser llamada ‘Madre de Dios’ (theotokos) porque Cristo —afirmaba— era sólo el
hombre en el cual habitaba el Hijo de Dios, y en consecuencia María era sólo
la madre de este hombre. Antes del año 431 esta doctrina fue condenada por
el obispo Cirilo de Alejandría y por el papa Celestino (422-432). El emperador
Teodosio II (408-450), para conseguir la paz en la Iglesia, convocó un concilio
general en Éfeso. Como recordaremos, el concilio se inauguró con retraso a
la fecha prevista, y Cirilo lo inauguró a pesar de no haber llegado los legados
papales ni los obispos de Antioquía. Nestorio sí estaba en Éfeso, pero se negó a
asistir. En la sesión de apertura, Cirilo de Alejandría leyó un documento doctrinal
sobre la unión hipostática (de persona) de las dos naturalezas (humana y divina)
en Jesucristo. También se leyeron otros escritos: una antología de fragmentos
de los Santos Padres de la Iglesia referentes al tema, las cartas intercambiadas
entre Cirilo y Nestorio; la carta del papa Celestino a Nestorio y la carta de un
sínodo de Alejandría del año 430, seguida de doce anatemas.
En la segunda sesión del concilio ya se habían incorporado los legados papales
que aprobaron las decisiones de la primera. En esta segunda sesión se
incorporaron los obispos de la provincia de Antioquía con el patriarca Juan. Éstos
manifestaron su descontento, no tanto por la condena de Nestorio como por el
‘despótico’ modo de proceder de Cirilo. Tanto fue así que salieron del concilio
y se reunieron en otra iglesia de Éfeso, en la cual lo primero que hicieron fue
excomulgar a Cirilo por su prepotencia, y echaron al obispo Memnón de Éfeso
por su debilidad. El emperador complicó aún más la cuestión al deponer a Cirilo,
Nestorio y Memnón. Entonces intervinieron varios consejeros del emperador,
que resolvieron en su nombre el encierro de Nestorio en un monasterio de
Antioquía, y el retorno de Cirilo y Memnon a sus sedes de Alejandría y Éfeso
respectivamente. El concilio fue clausurado por Teodosio II.
Cuando se serenaron los ánimos, se impusieron las resoluciones de la primera
sesión en toda la Iglesia. El propio Papa firmó el concilio.
Fragmentos documentales del concilio de Éfeso
Cánones: “1. Si alguien no confiesa que (Jesucristo) es verdaderamente el
Emmanuel, y que por ello niega que la santa Virgen es madre de Dios (ya que
dio a luz carnalmente al Verbo de Dios), sea anatema.
2. Si alguien no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según
hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que él mismo es
Dios a la vez que hombre, sea anatema.
LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS
193
3. Si alguien divide en Cristo las hipóstasis después de la unión, uniéndolas sólo
por la conexión de la dignidad o de la autoridad y potestad, y no por la conjunción
que resulta de la unión natural, sea anatema.
4. Si alguien distribuye entre dos personas o hipóstasis las voces contenidas en
los escritos apostólicos o evangélicos o lo dicho sobre Cristo por los santos o por
Él mismo sobre sí mismo; y unas las acomoda al hombre propiamente entendido
aparte del Verbo de Dios, y otras, como dignas de Dios, al solo Verbo de Dios
Padre, sea anatema.
5. Si alguien se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo o portador de Dios y
no, más bien, Dios verdadero, como hijo único y natural, según el Verbo que se
hizo carne y tomó parte de modo similar a nosotros en la carne y en la sangre,
sea anatema.
6. Si alguien se atreve a decir que el Verbo del Padre es Dios o Señor de Cristo
y no confiesa que él mismo es conjuntamente Dios y hombre, ya que el Verbo se
hizo carne, según las Escrituras (Ju 1, 14), sea anatema.
7. Si alguien dice que Jesús fue ayudado como hombre por el Verbo de Dios,
y le fue atribuida la gloria del unigénito, como si fuera otro diferente a Él, sea
anatema.
8. Si alguien se atreve a decir que el hombre asumido debe ser coadorado con
Dios Verbo y conglorificado y, conjuntamente con Él, llamado Dios, como uno
en el otro (ya que la partícula ‘con’ hace entender eso) y no como una sola
adoración honra a el Emmanuel y una sola gloria le tributa según que el Verbo se
hizo carne (Ju 1, 14), sea anatema.
9. Si alguien dice que el Señor Jesucristo fue glorificado por el Espíritu como si
hubiese usado la virtud de éste como ajena y de Él hubiese recibido poder obrar
contra los espíritus inmundos y hacer milagros en medio de los hombres, y no
dice que es su propio Espíritu aquel por el cual obró los milagros, sea anatema.
10. La divina Escritura dice que Cristo se hizo «Sacerdote Supremo y Apóstol
(misionero) de la fe que profesamos» [cf. Heb 3, 1] y que por nosotros se ofreció
a sí mismo a Dios Padre [cf. Ef 5, 2]. Si alguien dice que no fue el mismo Verbo de
Dios quien se hizo nuestro Sacerdote Supremo y Apóstol, cuando se hizo carne
y hombre entre nosotros, sino otro fuera de Él, hombre propiamente nacido de
mujer; o si alguien dice que también por sí solo se ofreció como ofrenda y no
sólo por nosotros (quien no conoció el pecado no tenía ninguna necesidad de
ofrenda), sea anatema.
11. Si alguien confiesa que la carne del Señor no es vivificante y propia del
mismo Verbo de Dios, sino de otro fuera de Él, aunque unido a Él por dignidad,
o que sólo tiene la inhabitación divina; y no lo contrario: que es vivificante, como
194
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
hemos dicho, porque se hizo propia del Verbo, que tiene poder de vivificarlo todo,
sea anatema.
12. Si alguien no confiesa que el Verbo de Dios sufrió en la carne y fue crucificado
en la carne, y saboreó (sufrió) la muerte en la carne, y que fue hecho primogénito
entre los muertos según es vida y vivificador como Dios, sea anatema”.
Condena de Nestorio: “Ya que el ilustrísimo Nestorio no ha querido ni tan
siquiera escuchar nuestra invitación, ni acoger a los santísimos y píos obispos
enviados por nosotros, hemos tenido que proceder necesariamente al examen
de sus impías expresiones. De la lectura de sus escritos y de las afirmaciones
pronunciadas recientemente en esta sede metropolitana, conformadas por
testimonios, hemos constatado qué piensa y predica impíamente. Movidos
por los cánones y según la carta de nuestro santísimo padre y compañero de
ministerio Celestino, obispo de la iglesia de Roma, hemos llegado, a menudo con
las lágrimas en los ojos, a esta dolorosa condena contra él:
Nuestro Señor Jesucristo, por él blasfemado, establece por boca de este
santísimo sínodo que el mencionado Nestorio sea excluido de la dignidad
episcopal y de cualquier colegio sacerdotal
sacerdotal”.
Calcedonia (451)
Pasaron veinte años y había que luchar contra una nueva herejía; la que defendía
que en Cristo sólo existía una sola naturaleza, de ahí que esta herejía se
denomine ‘monofismo’. El concilio se celebró en Calcedonia (451), metropolitana
de Bitinia. Convocado por el emperador Marciano (450-457), duró 23 días: del
8 de octubre al 1 de noviembre del año 451. A él asistieron muchos obispos, y
en algunas sesiones llegaron a ser 500. Los legados papales eran tres obispos
y un presbítero. Los errores de Nestorio habían provocado una nueva herejía, el
monofisismo de Eutiques, ya que llegó a admitir una exagerada unión en Cristo.
Eutiques había combatido tanto el nestorianismo junto a Cirilo de Alejandría,
que queriendo afirmar la unidad de persona en Jesucristo, enseñó la unidad
de la naturaleza. Decía que la naturaleza humana había sido absorbida por la
naturaleza divina al igual que una gota de agua en el mar; de aquí el nombre de
monofisismo (del griego monos —una sola— y fisis —naturaleza—). Eutiques
—monje superior (archimandrita) de Constantinopla— al afirmar que Jesucristo
no tenía más que una naturaleza que era la divina, podía caer en la herejía de
los docetas gnósticos, según la cual el cuerpo de Jesucristo no era otra cosa que
una simple apariencia del nombre griego dokein, que quiere decir semejanza
o fantasma. No se entiende que un monje, por más que fuese archimandrita,
provocara tal alboroto siendo el monofisismo y el arrianismo las dos herejías de
más repercusión en la historia de la Iglesia antigua.
En la segunda sesión del concilio de Calcedonia, que se celebró en la iglesia de
Santa Eufemia de aquella ciudad, se leyó un documento papal llamado Tomus
ad Flavianum o Carta dogmática del papa León Magno (440-461) sobre las dos
LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS
195
naturalezas de Jesucristo. Las actas del concilio afirman que dicha carta fue
aplaudida por todos los miembros conciliares que a la vez aclamaban: “Ésta
es la fe de los apóstoles; Pedro ha hablado por boca de León”. En la quinta
sesión (22 de octubre) se aprueba una fórmula de fe redactada por 25 obispos
que está en perfecta armonía con el Tomus del papa León Magno. En ella se
dice textualmente: “Todos nosotros profesamos un único e idéntico Hijo, nuestro
Señor Jesucristo, completo en cuanto a la divinidad y completo en cuanto a la
humanidad en dos naturalezas, inconfundibles y sin mutación, sin división y sin
separación, unidas a una persona y a una hipóstasis
hipóstasis”. Esta fórmula fue aprobada
y firmada por todos los obispos. El día 25 del mismo mes se celebró la sexta
sesión presidida por el emperador Marciano y su esposa Pulqueria.
En el año 451 ya se había creado la diócesis de Égara, y su obispo era un
personaje llamado Ireneo que no asistió al Concilio ecuménico, como la práctica
totalidad de los obispos de Occidente tampoco participaron. El obispo de
Barcelona era Nundinario (véase nuestro estudio Barcelona y Égara-Terrassa...
(Terrassa-Barcelona 2004) págs. 82-91).
El concilio también rehabilitó a Teodoro de Ciro e Ibbas de Edesa. Algunos
cánones hacen referencia a algunos asuntos disciplinarios, como la vida de
los clérigos y de los monjes; prohibición de la simonía (canon 2); la de ejercer
funciones civiles o militares (canon 7); la que el clero no debe de vagar de una
ciudad a otra (canon 5). El canon 8 fue muy discutido por parte de los legados
papales. En este canon se dice que «los padres del concilio han designado el
primado de la sede a la antigua Roma justamente porque ésta era la capital del
Imperio» y de aquí deducían que la sede de la nueva Roma (Constantinopla)
debía gozar de las mismas prerrogativas que la antigua Roma y ocupar el
segundo lugar después de la sede romana. Los legados papales replicaron que
la base de la primacía radicaba en el hecho de que Roma era la sede apostólica
de Pedro, y no por la importancia de la ciudad de Roma. El Papa no aprobó este
canon y eso motivó una inagotable serie —incluso hoy en día— de rifirrafes entre
Oriente y Occidente. Pese a todo, es preciso considerar el concilio de Calcedonia
como uno de los más importantes de la historia de la Iglesia.
Fragmentos documentales del Concilio de Calcedonia
Las dos naturalezas en Cristo: “Este sapiente y saludable símbolo de la divina
gracia ya sería suficiente en el pleno conocimiento y confirmación de la fe.
Ofrece, en efecto, una perfecta enseñanza sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo y presenta, a quien lo acoge con fe, la encarnación del Señor. Pero los que
intentan rehusar el anuncio de la verdad, con sus herejías, han acuñado nuevas
expresiones: algunos intentan alterar el misterio de la economía de la encarnación
del Señor por nosotros, y rechazan la expresión Theotokos para la Virgen; otros
introducen confusión imaginando que es única la naturaleza de la carne y de
la divinidad y sosteniendo absurdamente que, a causa de esta confusión, la
naturaleza divina del unigénito puede sufrir. Ante todo esto, queriendo impedir
que éstos se vuelvan contra la verdad, el actual santo y gran concilio ecuménico
196
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
que enseña la inmutable doctrina predicada desde el principio, establece ante
todo que la fe de los 318 santos Padres debe ser intangible.
Y confirma la doctrina sobre la naturaleza del Espíritu Santo, transmitida en
tiempos posteriores por 150 Padres reunidos en la ciudad imperial a causa de
aquellos que combatían el Espíritu Santo; los padres conciliares declaran a todos
que no quieren añadir nada a las enseñanzas de sus predecesores, como si se
echase de menos alguna cosa, sino que sólo quieren exponer claramente, según
los testimonios de la Escritura, su pensamiento sobre el Espíritu Santo, contra
quienes intentaban negar su señoría. Ante quienes intentan alterar el misterio
de la economía de la salvación y tienen la poca vergüenza de sostener que el
que nació de la santa virgen María es sólo un hombre, [este concilio] hace suyas
las cartas sinodales del beato Cirilo, que fue pastor de la iglesia de Alejandría,
a Nestorio y a los orientales, como adecuadas tanto para refutar la necedad
nestoriana, como para explicar el verdadero sentido del símbolo salvífico a los
que desean conocerlo con celo piadoso. A éstas ha añadido con razón la carta al
beatísimo y santísimo arzobispo de la grandísima y antiquísima ciudad de Roma
León, escrita al arzobispo Flaviano, de santa memoria, para refutar la mala
concepción de Eutiques y ésta, en efecto, está en armonía con la confesión de fe
del gran Pedro y es para nosotros un pilar fundamental contra los heterodoxos y
a favor de los dogmas de la ortodoxia.
[Este Concilio] se opone a los que intentan separar en una dualidad de hijos
el misterio de la divina economía de salvación; excluye del orden clerical a los
que se atrevan a afirmar sujeto a sufrimiento la divinidad del unigénito; resiste
en los que piensan en una mezcla o confusión de las dos naturalezas de Cristo;
expulsa a quienes tienen la necedad de considerar celestial, o de cualquier
otra sustancia, aquella forma humana de siervo que asumió de nosotros; y,
finalmente, excomulga a los que explican fábulas de dos naturalezas del Señor
antes de la unión, y de una sola después de la unión.
[Definición] Siguiendo a los santos Padres, enseñamos unánimemente que es
preciso confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en
la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios, y verdaderamente
hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según
la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, en todo parecido
a nosotros, excepto en el pecado; engendrado del Padre antes de todos los
siglos según la divinidad, y en los últimos días, por nosotros y por nuestra
salvación, engendrado de María Virgen, la madre de Dios, según la humanidad;
que es preciso reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo unigénito en dos
naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia
de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan
salvadas las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en una sola
persona y en una sola hipóstasis, no partida o dividida en dos personas, sino un
solo y mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como antiguamente
LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS
197
nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos ha sido transmitido por
el Símbolo de los Padres.
[Sanción] Después de haber decidido todo esto con toda la diligencia posible,
el santo concilio ecuménico ha decidido que nadie puede presentar, escribir o
componer una fórmula de fe diferente, o creer y enseñar de otro modo...”.
Crismón gallego (de Quiroga). Siglo V.
17 CUANDO GALICIA ERA PRISCILIANA
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Biografía de Prisciliano
Errores priscilianistas
Los dos primeros periodos del priscilianismo
Prisciliano, obispo de Ávila
La magia de Prisciliano, ¿causa de la condena a muerte?
Reacciones de Galicia e Hispania ante la pena de muerte de Prisciliano
Biografía de Prisciliano
El priscilianismo fue un movimiento doctrinal, herético y a la vez ascético, que
actualmente despierta gran interés en historiadores y patrólogos. Prisciliano,
probablemente oriundo de Hispania —tal vez de Galicia—, nació hacia el año
340 y murió ajusticiado en Tréveris en el año 385. Era miembro de una familia
rica y noble, y fue iniciado en las doctrinas gnósticas por una tal Ágape y el
retórico Elpidio. Era un hombre muy erudito e inteligente, que pasó su juventud
entregado a las “artes” mágicas —así nos lo cuenta Sulpicio en su Chronicon II,
46—. Posteriormente se inició en el cristianismo y, sin haberse bautizado, entró
en contacto con un grupo de personas que crearon una enigmática doctrina,
que compaginaba las doctrinas orientales gnosticomaniqueas con las ideas
astrales del momento histórico en que vivió y el simbolismo de la mitología lunar
del neolítico gallego. Su vida, aparentemente asceta, era uno de los medios de
que se valía para hacerse atractivo y para conseguir el apoyo de su movimiento
heterodoxo. La historia de la secta se puede dividir en tres periodos:
1/ desde sus orígenes hasta el año 379.
2/ desde este último año hasta la muerte de Prisciliano (385).
3/ desde el proceso de Tréveris hasta el concilio Bracarense II (a. 572).
Errores priscilianistas
Debemos tener muy presente que el personaje fundador y su doctrina han sido
muy estudiados en el siglo pasado. Desde que el historiador Schepss publicó los
200
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
tratados atribuidos al mismo Prisciliano —a pesar de las dudas de algunos—,
ha aumentado el interés por el priscilianismo. Los autores protestantes
Schepss, Pared y Babut defendieron a Prisciliano como asceta y reformador, y
le consideraban precursor del protestantismo. En cambio los católicos Puech,
Monceaux y Menéndez Pelayo condenaron su doctrina tildándola de herética
y carente de la más mínima sinceridad. De los dieciocho cánones del concilio
de Toledo (400) y de los tratados atribuidos a Prisciliano, se puede deducir la
mayor parte de su doctrina. Los cánones 2, 3 y 4 atacan al priscilianismo como
contrario al dogma trinitario y a la distinción de personas. En los cánones 1 y 9
se condenan los errores priscilianistas referentes a la creación del mundo. El 8
niega la distinción entre el Dios del Antiguo y el del Nuevo Testamento. El canon
11 condena el panteísmo emanantista referente a las almas humanas. El 12 el
uso de escritos apócrifos. El 15 las enseñanzas astrológicas. El 16 la proscripción
del matrimonio. El 17 la abstención de la carne. El 18 atribuye a Prisciliano esta
amalgama de errores, a los cuales hay que añadir la interpretación exagerada
y alegórica de la Sagrada Escritura para justificar la mentira, la negación de la
resurrección de la carne y la igualdad entre clérigos y laicos. Los priscilianistas
parece que también adoptaron una cristología en la cual sólo se tenía presente
al Padre. Era curiosa su teoría según la cual había una unión accidental entre
el cuerpo y el alma, sujeta al fatalismo sideral, afirmándose que el hombre era
esclavo de los 12 signos del Zodíaco y de los 12 patriarcas. Posiblemente
nunca conoceremos con certeza y precisión el pensamiento de Prisciliano, ya
que no tenemos fuentes suficientemente seguras sobre la auténtica doctrina, y
las que tenemos probablemente son parciales. Por ello es conveniente estudiar
las diferentes fases en la evolución de su pensamiento y de su vida, tal y como
hemos señalado anteriormente.
Los dos primeros periodos del priscilianismo
Del primer periodo, hasta el año 379 siguiendo un texto del propio Prisciliano,
se puede deducir que anteriormente a este movimiento existió un grupo de
hombres que decidieron bautizarse y abandonarlo todo para entregarse a Cristo.
Vivían en comunidad, unidos por los mismos deseos y prácticas ascéticas,
desligados del mundo para dedicarse plenamente a una vida de santidad y
pobreza. A esta austera comunidad pertenecía Prisciliano. La vinculación con
Galicia parece segura si seguimos a Próspero de Aquitania, que le hace obispo
de Galicia. Todavía existe otro indicio de que fuese gallego: cuando Prisciliano
fue ajusticiado en Tréveris con algunos de sus compañeros, Galicia se proclamó
priscilianista, y él y sus compañeros serían venerados como mártires en Galicia
de Hispania.
El segundo periodo (379-385) se caracteriza por su espíritu evangelizador en
la búsqueda de nuevos adeptos. El mismo Prisciliano se trasladó a Lusitania,
donde predicó la nueva doctrina. Era un hombre de indiscutible talento, y se
hacía escuchar. Entre las nuevas conquistas, debemos señalar dos obispos;
Instancio y Salviano, así como numerosas mujeres. Pero Prisciliano era un
simple laico, y eso inquietaba al clero de aquella época; el primero en oponerse a
CUANDO GALICIA ERA PRISCILIANA
201
él fue Higinio, obispo de Córdoba, que denunció Prisciliano a Hidacio de Mérida,
metropolitano de Lusitania. Hidacio reaccionó violentamente, excomulgando a
los dos obispos, Instancio y Salviano, y al laico Prisciliano. La reacción de los dos
obispos excomulgados no se hizo esperar: juraron un manifiesto de su fe —dicen
totalmente ortodoxa— y se opusieron frontalmente a su superior, el metropolitano
de Lusitania Hidacio. Pero el obispo de Córdoba, Higinio, antes hostil, ahora se
hará partidario de Prisciliano. Se hizo un verdadero juicio eclesiástico, según el
cual se puede deducir que Prisciliano tuvo como maestros a Elpidio y su mujer
Ágape, formados a la vez por Marcos de Menfis, portador del agnosticismo
oriental en Hispania. También consta que Prisciliano quería introducir escritos
apócrifos (evangelios y tradiciones) equiparándolos a los auténticos, aquellos
que estaban en el denominado ‘canon’, que eran los únicos reconocidos por la
Iglesia. La situación era preocupante. Había que hacer un concilio para tratar
este confuso asunto.
Prisciliano, obispo de Ávila
Y así es como en el año 380 se reunió un concilio en Zaragoza, pero fue un
fracaso, ya que muy pocos obispos se desplazaron hasta allí y tampoco se
presentaron los acusados de herejía, o sea Prisciliano y los suyos. La reacción
de éste fue exultante, pues parece que en Zaragoza ni tan siquiera se mencionó
el nombre de priscilianos. Sin embargo, sabemos que Instancio y Salviano se
vieron seguros y ordenaron a Prisciliano obispo de la diócesis de Ávila en contra
de lo que estaba prescrito en el canon 4 de Nicea, según el cual se ordenaba
obispo a quien fuera aclamado por el pueblo y aceptado por tres obispos de
la provincia. Pero no acabó aquí el problema, pues continuaron consagrando
obispos y ordenando sacerdotes en las regiones de León y Galicia de Hispania.
La magia de Prisciliano, ¿causa de la condena a muerte?
Los alborotos eran continuos y no cesaron sin la intervención del poder civil, un
estamento que no podía intervenir únicamente con el pretexto de unas elecciones
episcopales y ordenaciones; había que buscar una causa que justificase su
intervención, y la encontraron en el delito de maleficio y de pertenecer al grupo
de maniqueos. La magia fue el delito que los emperadores cristianos más
detestaron y que por si solo justificaba la pena de muerte para el acusado. Pero
antes había que conocer la opinión del obispo más importante de aquel tiempo:
san Ambrosio de Milán. Así lo hicieron Hidacio y Tacio —este último, obispo de
Osanova—. Ambos recurrieron también al emperador Graciano, el cual decretó
—de momento— el exilio de todos los priscilianos. Instancio, Salviano y el mismo
Prisciliano decidieron ir a Roma para tratar con el mismo emperador. En su viaje
por Aquitania hizo nuevos adeptos. Al llegar a Burdeos son rechazados por su
obispo Delfín. Según parece, Prisciliano sabía despertar la admiración y a veces
la compasión de algunas mujeres, de modo que una viuda llamada Eucronia le
ofreció un lugar donde Prisciliano demostró sus grandes dotes de orador y de
ascetismo. Eucronia y su hija Prócula, maravilladas de él, le acompañaron en su
viaje a Roma, durante el cual Prócula quedó embarazada y hubo que provocarle
el aborto, según nos dice Sulpicio Severo. Probablemente tuvo la culpa de
202
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
esto Prisciliano. Una vez en Roma, se les negó la audiencia con el Papa, y
tampoco fueron recibidos por Ambrosio de Milán, de modo que Prisciliano y sus
compañeros obispos solicitaron a la autoridad civil el restablecimiento de nuevo
en sus sedes episcopales. Lo consiguieron con una gran cantidad de dinero.
Antes de salir de Roma murió Salviano. Prisciliano e Instancio fueron repuestos
en sus diócesis, y ahora Hidacio y sus amigos lo perseguirán.
Instancio huyó hacia las Galias y se presentó en Tréveris, capital del emperador
Máximo que por aquel entonces era usurpador y señor de todo el Imperio
occidental. Instancio informó al emperador Máximo, que ordenó que los
dirigentes priscilianos compareciesen en Burdeos para resolver definitivamente
la cuestión en un concilio.
Se lanzaron acusaciones muy singulares, como la costumbre de rezar desnudos.
Sulpicio Severo nos cuenta que el mismo emperador estaba convencido de que
los priscilianos practicaban el maleficio, seguían doctrinas sexuales obscenas,
nocturnas y cuando rezaban se desnudaban. El concilio de Burdeos depuso
a Instancio, pero Prisciliano, astutamente, al ver que el concilio también le
depondría, rehusó la competencia del concilio y se dirigió a Tréveris para apelar
al emperador Máximo. De este modo la causa (o proceso) pasó del poder
eclesiástico al civil. Se procedió al examen de los seguidores de Prisciliano, en el
cual el prefecto Evodio alega una doble acusación: maniqueísmo y prácticas de
magia. Prisciliano afirma que las mencionadas prácticas habrían sido aficiones de
juventud, abandonadas después del bautismo, pero igualmente fue condenado
a muerte junto con dos compañeros suyos: Asarbos y Aurelio. A Instancio y
Tiberiano se les destierra en la isla de Silina. La actitud indulgente de san Martín
de Tours hacia los priscilianos y adversa al proceso de Tréveris, posiblemente se
explica porque san Martín desconocía la acusación de maleficio, o tal vez porque
él encontraba del todo desproporcionada la pena de muerte por una cuestión de
herejía.
Reacciones de Galicia e Hispania ante la pena de muerte de Prisciliano
El tercer periodo va desde la trágica muerte de Prisciliano (385) hasta el concilio
de Braga (572). Sabemos que toda Galicia reaccionó a favor de Prisciliano,
especialmente porque consideraban injusta la pena de muerte de su gran
compatricio. Alguien dijo que todos se hicieron priscilianos, y tanto fue así que
en el siglo V ser gallego era sinónimo de priscilianista. Pero también ocurrieron
extremos muy singulares; por ejemplo, el obispo de Zaragoza, Simfosio, que
antes había condenado a Prisciliano, después de la muerte de éste se puso de
parte de sus discípulos. El hijo del obispo de Zaragoza, un tal Dictinio, escribió
un libro en el cual defendió su licitud, e incluía la obligatoriedad de la mentira
cuando se trata de ocultar las creencias religiosas a los no iniciados.
La situación de crispación en Galicia llegó a un grado máximo, pero
inesperadamente se produjo un cambio en los priscilianos que lideraban este
movimiento: Simfosio y Dictinio estaban dispuestos a reconciliarse con la Iglesia.
CUANDO GALICIA ERA PRISCILIANA
203
Se reunieron en el concilio de Toledo del año 400, condenaron la doctrina de
Prisciliano y sancionaron a los obispos implicados. El resultado del concilio fue
desastroso, causando un cisma que acabó gracias a una decretal del papa
Inocencio I dirigida a los obispos españoles a petición del obispo Hilario. A partir
de este momento, el priscilianismo retrocedió y sus seguidores se concentraron
en Galicia. Sólo más tarde, con las ansias expansivas de los suevos, emprendió
nuevas conquistas. En el año 440, Toribio de Astorga exponía al papa León
Magno, en su Conmonitorium, el estado lastimoso de la iglesia española
mencionando directamente las doctrinas priscilianistas. No obstante, la herejía
se había desvanecido, tal y como se puede deducir del concilio de Braga
celebrado en el año 561 y sobre todo del de Braga II (572), en el que se proclamó
definitivamente que “en Galicia, gracias al favor de Cristo, nadie se aparta de la
unidad y de la exactitud de la fe”. Así acabó una lamentable situación que muy
probablemente influyó en la iglesia de una parte de Hispania. Pero no tenemos
noticias de si el priscilianismo afectó a las diócesis del este de Hispania, por
ejemplo Égara (Terrassa) y Barcelona.
Adán y Eva en el Paríso. Siglo XII. Catedral de Santiago de Compostela.
18 PELAGIO O LA EXALTACIÓN
EXAGERADA DE LA LIBERTAD
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El inglés Pelagio. Una biografía torturada
Pelagio, vehemente orador y gran escritor
La farragosa doctrina de Pelagio. El menosprecio de las obras
La gracia, la libertad y el pecado original según Pelagio
La Iglesia reacciona ante la doctrina de Pelagio
Tras la muerte de Pelagio
El inglés Pelagio. Una biografía torturada
Pelagio era contemporáneo de Prisciliano. Nació en Inglaterra hacia el año 354 y
murió en Alejandría en el año 427. Estaba en Roma en el año 384, y permaneció
allí durante varios años visitando muchas iglesias de todo Occidente. Como
Prisciliano, tenía un gran prestigio: era un gran orador y escritor, y le gustaba
mucho la controversia. Era un laico independiente, adepto al neoplatonismo y
a la escuela de Antioquía que dirigía Rufino de Siria de la cual aprendió una
singular mística que influyó en la piedad popular. Su influjo se extendió también
por Sicilia, África romana, las Galias y su tierra nativa, Inglaterra. También visito
Éfeso en el año 413. Cuando Alarico invadió Italia (410), Pelagio se refugió en
África y después se estableció en Jerusalén, donde recibió las críticas de san
Jerónimo por sus ideas heréticas. En el año 417 se produjeron en Belén grandes
alborotos a causa del proselitismo de Pelagio, que tuvo que marcharse y dejar a
sus discípulos a cargo de la obra por él iniciada. Fue condenado en un concilio
en Cartago en el año 418. Pelagio estuvo vagabundeando por diferentes lugares
de Oriente, donde fue constantemente condenado, como en los concilios de
Antioquía (425) y de Alejandría (427). Murió en esta última ciudad alrededor del
año 427.
206
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Pelagio vehemente orador y gran escritor
Pelagio era un gran orador, atraía a la gente que le escuchaba, que con prontitud
seguía sus principios morales, que eran muy elementales. Hablaba claro y con
un gran convencimiento, y eso le hacía peligroso especialmente cuando aquellos
principios de comportamiento cristiano no nacían de la verdadera tradición.
Evidentemente, él no quería fundar una secta separada de la Iglesia, pero en la
práctica así sucedió, gracias a sus artes de gran seducción. Fue un movimiento
herético que tuvo enormes repercusiones en la Iglesia.
Pelagio fue un escritor muy prolífico. Escribió tres libros sobre la Trinidad; el
llamado Libro de los testimonios, donde recoge citas escripturísticas, el tratado
De naturaleza, el tratado De libero arbitrio, dos cartas dirigidas a los obispos
Constancio y Paulino de Nola sobre la gracia; un comentario al cántico de
los cánticos del Antiguo Testamento, las exposiciones a las cartas de san
Pablo, una carta a Demetríades, un tratado de vida cristiana, muchas cartas, y
exhortaciones, entre las cuales destaca la dirigida a Celantiano, el elogio de la
virginidad, un tratado sobre la castidad, dos tratados polémicos llamados el uno
De los ricos y malos doctores, y el otro Sobre las obras de la fe.
La farragosa doctrina de Pelagio. El menosprecio de las obras
Los inicios de la presentación de la doctrina de Pelagio no parecían
preocupantes: consistía en una multitud de recomendaciones al ascetismo
práctico que tenían un carácter muy entusiasta. Incluía la crítica al abuso de la
riqueza, confundiendo lo que eran los consejos evangélicos con los preceptos.
No distinguía lo que Jesús propone para más perfección (pobreza y castidad)
de lo que es un mandamiento; para él todo tenía la misma fuerza obligatoria. El
rigorismo de Pelagio intentaba imponer a todos los fieles la observancia integral
de los preceptos y de los consejos del divino Maestro. Era atractivo pero muy
peligroso, ya que en la práctica el común de los fieles no podía soportar un yugo
tan farragoso, y al no poder alcanzar aquellos rigurosos ideales que Pelagio
exigía, utilizó una estratagema ficticia: afirmaba que lo más importante es la
adhesión sincera a la fe y a la revelación, dejando las obras en segundo plano.
Pelagio empezó un camino peligroso menospreciando el valor de las obras.
“Quien
Quien hace esta adhesión —decía— a la revelación y a la persona de Jesucristo
deviene impecable: no puede hacer pecados
pecados”. Lo que cuenta es el esfuerzo
sincero del hombre. Con estas disposiciones internas, se puede alcanzar
personalmente la justicia sin necesidad de la gracia divina. Lo que interesa es
tener buenas disposiciones personales, exigir y esforzarse conscientemente y
constantemente a través de la propia voluntad, alcanzando así la justicia o estado
de amistad y comunión con Dios. La moral de Pelagio es fundamentalmente
voluntarista, a parte del don gratuito de la gracia. Sin embargo, no sería justo
afirmar que niega la gracia divina, ya que afirma la existencia de la gracia de
la creación, en la que Dios nos da la razón y la libertad. También afirma que
existen las siguientes gracias divinas: la gracia de la remisión del pecado por el
bautismo y por la penitencia; y la gracia de la enseñanza, la cual comporta los
diferentes preceptos de la ley, la doctrina de la Escritura y el ejemplo saludable
PELAGIO O LA EXALTACIÓN EXAGERADA DE LA LIBERTAD
207
de Jesucristo al cual todos debemos imitar. Pese a todo, Pelagio tiene una idea
tan alta de la autonomía y de la rectitud de la razón humana y del pleno ejercicio
de la libertad, que no puede admitir que el hombre pueda tener un influjo externo
fuera de aquel que proviene del pecado. Para él no existe ninguna forma atávica,
ni ninguna intervención sobrenatural externa; no existe el influjo del demonio,
ni la acción de la gracia en el interior de la conciencia. Niega toda intervención
externa. De aquí que —según Pelagio— nuestra responsabilidad sea ilimitada.
La gracia, la libertad y el pecado original según Pelagio
‘¿En qué consiste la gracia divina?’, se pregunta Pelagio, y la define: “Es la
aceptación y adhesión a los beneficios de la naturaleza divina —promesas de
salvación— concedidos igualmente a todos, al menos a los cristianos, consistente
sobretodo en una revelación de los misterios divinos y en la presentación de los
preceptos y de los ejemplos de las Sagradas Escrituras
Escrituras”. Pero en esta donación
de la gracia existe una reciprocidad —confusa— de las buenas obras, aunque
no se trata de un movimiento eficaz y real o impulso divino que premia a unos y
castiga a otros. “Dios
Dios —afirma Pelagio— no hace distinción entre personas
personas”. La
libertad y la razón humanas están por encima de la gracia y del mismo Dios.
En lo que se refiere al estado original del hombre y al valor del bautismo,
Pelagio niega en la práctica la existencia del pecado original. El alma —afirma
Pelagio— fue creada inmediatamente por Dios, y por lo tanto el alma, al venir
a este mundo, no puede llevar el peso de un pecado anterior a su creación y
completamente ajeno a la conciencia y a la voluntad del individuo. El alma tiene
una santidad natural, y así el bautismo queda muy disminuido. Pelagio afirma
que si bien es cierto que el pecado personal de Adán tuvo consecuencias físicas
para la humanidad (la muerte, las enfermedades...), no tiene ningún otro valor
que el de ser un ejemplo nefasto. Éste no supone ninguna disminución de las
disposiciones sobrenaturales del hombre. El bautismo es indispensable para
los paganos por su salvación y para los adultos por la remisión de los pecados
personales. Entonces no se tienen que bautizar los niños, que por definición son
‘inocentes’. Como mucho se puede administrar el bautismo por conveniencia y
por garantía de su ingreso en el ‘reino de los cielos’, pero —según Pelagio—es
un abuso decir que los niños bautizados reciben la remisión de los pecados.
El concepto de libertad o libre albedrío es el fundamento del sistema pelagiano.
El don de la libertad es un privilegio incomparable que Dios ha entregado al
hombre; es una facultad gracias a la cual el hombre se distingue de las otras
especies animales, elevando el hombre a la dignidad de ‘ejecutor voluntario’
de sus propios pensamientos. Este poder lleva como efecto la posibilidad de
rehusar la misma voluntad de Dios y por lo tanto el pecado. Dios no interviene en
las decisiones del hombre. Todo es mérito o demérito del hombre, no de Dios y
así es como el hombre, por su libre albedrío, se emancipa del mismo Dios. Habrá
que ser muy consciente de esta admirable facultad, o sea, ser libre. Sin embargo,
el hombre no tiene plena conciencia de la capacidad de adquirir, mediante sus
propios medios, el poder que tiene innato. No adivina que tiene la capacidad de
208
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
alcanzar por él mismo la virtud, la justicia y la santificación, y por ello es tan útil
el ejemplo de Jesucristo y de los santos. Sin embargo, el hombre puede ejercitar
esta capacidad o facultad de la libertad sin ninguna otra intervención. De aquí el
gran aprecio y honor de los pelagianos al libre arbitrio.
El pelagianismo es una religión individualista que rehúsa cualquier consideración
de carácter sentimental o místico, eclesial o de toda la comunidad (como cuerpo
místico). Niega la ayuda exterior de la Iglesia o de la comunión de los fieles.
Pelagio llega a afirmar que “el
el hombre, si quiere, puede no caer en pecado
pecado”.
Y ahí está el error que arruinó el pelagianismo. Eran doctrinas aparentemente
entusiasmadoras, con una gran autoestima por el propio hombre, pero se
encontraban en constante contradicción con la vida cotidiana de los fieles. Iba
también contra las constantes prácticas de plegaria que estructuraban la forma
externa de la misma comunidad cristiana. Y también quedaba mal parada la
bondad salvífica de Dios. La predestinación no existe —según los pelagianos—,
sólo hay una vocación a salvarnos. Dios nos invita, no nos da fuerzas a nuestra
salvación.
La Iglesia reacciona ante la doctrina de Pelagio
El pelagianismo se difundió en la sociedad romana y por todo Occidente. Era,
en apariencia, un movimiento de reforma moral y de observancia integral de las
leyes. Más aún, se quería que todo el mundo siguiese los consejos evangélicos,
pero no recordaba que el mismo Jesús afirmó que no todos sus discípulos son
capaces de seguirle. Pero la bandera de la pobreza siempre tiene muchos
adeptos y eso explica la enorme difusión de las doctrinas de Pelagio.
Alrededor de los años 411-413, Celestino —discípulo de Pelagio— empezó a
combatir la práctica del bautismo de los niños y negó la existencia del pecado
original. También afirmó la absoluta independencia del libre albedrío. Esto
motivó graves controversias en Cartago, en Éfeso y en Constantinopla. Pelagio,
intentando paliar las exageradas afirmaciones de su discípulo, insistía en los
derechos naturales de la condición humana y la posibilidad —sin la gracia— de
evitar el pecado. Sin embargo, se llegó a una fórmula de reconciliación en el
concilio celebrado en Dióspolis (415).
En Roma, los discípulos de Pelagio, en el año 417, negaron la doctrina católica
del pecado original. Juliano de Eclano —partidario de Pelagio— se negó a firmar
un documento del papa Zósimo en el cual se imponía una doctrina contraria
al pelagianismo. El mencionado Juliano se reveló contra el Papa y atrajo a su
causa diecisiete obispos de Italia.
Tras la muerte de Pelagio
Entre los años 427-429, cuando ya había muerto Pelagio, se discutieron las
consecuencias físicas del pecado original de Adán —concupiscencia y necesidad
de morir—. Estaban presentes muchos de los pelagianos exiliados de Occidente,
que intentaron unirse a Teodoro de Mopsuestia y después a Nestorio.
PELAGIO O LA EXALTACIÓN EXAGERADA DE LA LIBERTAD
209
En África, Aquitania e Inglaterra, la campaña pelagiana se difunde especialmente
en el ámbito del libre albedrío y haciendo crítica a san Agustín, que defendía los
conceptos cristianos de la gracia y de la predestinación. Contra las censuras
de Roma y de los obispos de África, los pelagianos invocaron abusivamente
la autoridad de los Padres de la Iglesia griega, especialmente la de Juan
Crisóstomo.
La condena sin equívocos del papa Zósimo, así como la condena de los concilios
de África, de Antioquía y de Éfeso (a. 431), y de las constituciones imperiales de
Honorio (418) y de Valentiniano (425), motivaron que los pelagianos actuasen en
la clandestinidad, pese a que se mantuvieron en varias regiones de Inglaterra,
Irlanda e Iliria (Aquileia) hasta el pontificado de León Magno (440), durante el
cual prácticamente se desvaneció esta herejía.
Los opositores al pelagianismo, además de los que ya hemos citado, fueron
el diácono Paulino de Milán, el clero de Cartago con el obispo Aurelio, el gran
san Jerónimo, y especialmente san Agustín. Este último concreta la doctrina de
la Iglesia frente al pelagianismo en tres importantes puntos: 1/ Adán, desde el
primer instante de su creación recibió gracias sobrenaturales de Dios, pero podía
pecar a pesar de no tener la concupiscencia, o sea la inclinación al mal; 2/ como
consecuencia del pecado de Adán, todos los hombres y sus descendientes
nacen privados de la gracia y sujetos a la concupiscencia. No pueden, por
tanto, tener la inclinación aunque Adán tenía un estado de inocencia y justicia
originales; 3/ la gracia borra las consecuencias del pecado original. Esta gracia
es preciso que sea interior y obra directamente sobre la voluntad. Una gracia
exterior no sería suficiente. Pero aunque aquella gracia sea interior, no destruye
nuestro libre albedrío. Nosotros podemos aceptarla o rechazarla en cualquier
momento aquí en la tierra.
Tanta actividad literaria y teológica de los autores católicos preparó la
intervención dogmática del magisterio de la Iglesia, así 1/ en el año 412 en
Cartago se condenaron los errores de Celestino sobre el bautismo y el pecado
original; 2/ condena solemne de Celestino y Pelagio en los concilios de Cartago
y excomunión de Pelagio en enero del año 417; 3/ las constituciones del gran
concilio de Cartago celebrado el 1 de mayo de 418, en el cual fue definida la
realidad del pecado original y fijada la teología clásica sobre la gracia (9 cánones,
en los cuales se precisaba lo que era sobrenatural, su necesidad y su eficacia);
4/ el documento papal llamado Tractoria del obispo de Roma Zósimo (418) en
el cual confirmó las actas del concilio de Cartago e insistió en el carácter de
herencia que tiene el pecado original; 5/ las declaraciones del concilio de Éfeso
del 22 de julio de 431; y 6/ las sentencias oficiales de la Iglesia romana reunidas
en las ‘capitulares celestinas’ que se encuentran en la Patrología latina.
Entre la herejía de Pelagio, que era una excesiva exultación de la libertad
humana, y la doctrina de san Agustín, que atribuía a la gracia una fuerza
irresistible, había un término medio que era el de un monje de Marsella, Juan
210
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Casiano († 432), abad de San Víctor. También era de este parecer san Vicente
de Lerins († 450). Estos últimos afirmaban que la gracia es totalmente necesaria
para la justificación, sin embargo no lo era para el conocimiento de la fe, ni
para la perseverancia en el bien. Esta doctrina fue conocida con el nombre de
‘semipelagianismo’. También fue combatida por san Agustín, y más tarde por
san Próspero y san Hilario. Al final, fue condenada en los concilios de Orange y
de Valence (a. 529), y también por el papa Bonifacio II (a. 530). Así se acabó la
enconada lucha que supuso esta herejía para retomarla de nuevo en la época
del protestantismo.
19 LOS TRES CAPÍTULOS,
LOS MONOTELETAS, LOS DONATISTAS...
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Tras la condena del monofisismo
Los Tres capítulos. El papa Vigilio
El emperador descalzo ante la Santa Cruz
Fórmulas ambiguas. Monotelismo. El papa Honorio I
Tras la condena del monofisismo
El famoso concilio de Calcedonia (451) condenó a Eutiques, quien dirigía
un monasterio de Constantinopla. Éste afirmaba que en Jesucristo había la
unidad de una sola naturaleza. Decía que en Él no sólo hay una persona
—tal y como define el concilio de Éfeso— sino una sola naturaleza, de aquí
el nombre de monofisismo. El mencionado concilio de Calcedonia, define
que hay dos naturalezas distintas en Jesucristo, la humana y la divina, que
subsisten estrechamente unidas y nunca confundidas entre sí, en una misma
y única persona. Sin embargo el concilio no pudo vencer totalmente la herejía
monofisita, ésta duró casi cien años más. Pero es cierto que los emperadores
Zenón y Justiniano trabajaron por la pacificación de la Iglesia, a pesar de que
por causa de fórmulas equívocas que ellos mismos quisieron imponer, no
alcanzaron la paz e indirectamente prolongaron la controversia. Cabe decir que
los primeros ensayos de reconciliación degeneraron en el cisma de Acacio. La
segunda tentativa no resultó mejor: con la pretensión por parte del emperador
Justiniano de hacer volver los monofisitas a la Iglesia católica, logrando que el
papa Vigilio diese algunas concesiones a los herejes, como la condena en el
concilio de Constantinopla II (553) de los famosos ‘Tres Capítulos’ favorables a
Nestorio. Pero todo fue en vano, y más aún los monofisitas se organizaron en
los tres patriarcados de Antioquía, Jerusalén y Alejandría, que se constituyeron
en tres iglesias independientes y paralelas que todavía existen hoy en día: son
la iglesia armenia, la iglesia jacobita introducida en Siria y Mesopotamia por el
212
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
monje Jacobus Zangalus (regida actualmente por el patriarca de Antioquía), y la
iglesia copta que tiene como líder al patriarca de Alejandría.
Los Tres capítulos. El papa Vigilio
Es preciso volver a la cuestión de los ‘Tres capítulos’, ya que en ella se vieron
implicados el gran emperador bizantino Justiniano y la ortodoxia del papa
Vigilio. Con el nombre del ‘Tres capítulos’ se presenta un documento que es
una recopilación compuesta en el siglo V por Teodoro de Mopsuestia, amigo
de Nestorio, y que comprendía: 1/ extractos de las obras del mismo Teodoro;
2/ la doctrina del propio Teodoro y 3/ una carta de Ibas, obispo de Edesa.
Todos estos escritos favorables a Nestorio son aceptados y los antiguos
partidarios monofisitas de Eutiques se proponían imponerlos a toda la Iglesia.
Justiniano estaba convencido de que si obtenía la aprobación del papa Vigilio,
los monofisitas volverían a la comunión de la Iglesia. Y como los Tres capítulos
eran condenables, parecía que el asunto no ofrecería ninguna dificultad. Pero los
occidentales no lo entendían así, especialmente porque los dos obispos, tanto
Teodoro de Mopsuestia como Ibas, fueron depuestos de sus sedes episcopales
por el concilio de Calcedonia. Por otro lado, como Vigilio había sido elegido
Papa con la ayuda del emperador Justiniano, los orientales creían que sería
fácil arrancarle la condena pedida. El Papa era de carácter débil e indeciso y
no supo tomar ninguna decisión firme. En un viaje a Constantinopla, Vigilio
recibió presiones del emperador y aprobó la condena de los tres capítulos, sin
embargo, poco después rectificó ante la contundente resistencia de los obispos
de África, que le amenazaron con la excomunión. Entonces Vigilio tuvo miedo
del emperador, y por ello se refugió en la iglesia de San Pedro de Constantinopla
y después en Santa Eufemia de Calcedonia. Así es como Justiniano convocó un
concilio en el año 553, en el cual —como ya hemos dicho— se condenaron los
famosos ‘Tres capítulos’. Y el papa Vigilio se adhirió a ellos. Parecía, pues, que
la Iglesia estaba de nuevo a favor del nestorianismo y en contra de Calcedonia;
el papa Vigilio era débil, fue presionado y se dejó llevar por el emperador.
Posiblemente no era del todo libre. Los historiadores católicos quieren salvar
la infalibilidad del Papa afirmando que no se equivocaba condenando unos
escritos que eran, por otro lado, condenables. Tampoco se hubiese equivocado
absteniéndose de condenarlos, porque la condena era inoportuna, ya que al
menos los obispos del norte de Italia, de las Galias y de Hispania no querían
—como así sucedió— aceptar el concilio de Constantinopla II, provocando
prácticamente un cisma.
Los esfuerzos que se hicieron para reencontrar de nuevo la comunión con
los monofisitas fue la causa de una nueva herejía a principios del siglo VII:
el monotelismo. En esta época el emperador Heraclio había obtenido una
contundente victoria contra los persas, los cuales entre los años 612 y 629
intentaron conquistar el Imperio de oriente. Heraclio les impuso (a los persas)
una condición humillante por la cual debían restituir los territorios de Asiria y
Egipto que anteriormente habían invadido, y también les obligó a devolver las
reliquias —especialmente la Santa Cruz— que habían tomado de Jerusalén.
LOS TRES CAPÍTULOS, LOS MONOTELETAS, LOS DONATISTAS...
213
El emperador descalzo ante la Santa Cruz
Existe una tradición muy singular sobre la devolución de la reliquia insigne de
la cruz de Jesucristo: parece ser que Heraclio la quiso llevar personalmente,
revestido con gran pompa y ostentación, pero súbitamente se vio impedido
para continuar la fastuosa procesión por una “fuerza inmensa, invisible y
sobrenatural”, hasta que el mismo patriarca de Jerusalén, Zacarías, le aconsejó
cambiar las pompas por unos vestidos más pobres, simples y sencillos, y así
incluso descalzo, pudo continuar la procesión para incorporar tan sacra reliquia
en la Iglesia. Se estableció la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz el 14 de
septiembre.
Fórmulas ambiguas. Monotelismo. El papa Honorio
Heraclio tenía un gran prestigio y quería sinceramente integrar en la Iglesia
católica a los monofisitas de Asiria y Egipto. Solicitó la intervención del patriarca
Sergio de Constantinopla para redactar una fórmula de fe que pudiese ser
aceptada por ambas partes: los ortodoxos católicos y los monofisitas. Pero éste
no fue suficientemente hábil, ya que si bien en la nueva fórmula se admitieron
dos naturalezas en Jesucristo, se imponía una sola voluntad. El primer punto
representaba una concesión a los católicos, y el segundo una cesión exagerada
a los monofisitas. Para conseguir el consentimiento del papa Honorio, se escribió
una carta en la cual no se consideraba conveniente ni oportuno hablar de si
Jesucristo tenía una o dos dynamis o energías, queriendo indicar dos voluntades.
El Papa creyó que era un tema de palabras, y aceptó la fórmula ambigua.
Contento el emperador Heraclio de la aceptación papal, publicó un edicto (638)
llamado Ecthesi en el que se vanagloriaba al afirmar que se había llegado a la
concordia gracias a la confesión del monotelismo, o sea, de que Jesucristo tenía
una sola voluntad. El edicto obligaba a las dos partes a aceptar la fe monoteleta.
La reacción fue muy violenta por parte de África e Italia, ya que las iglesias de
aquellas zonas consideraban que se volvía a la herejía monofisita por imposición
imperial; el mismo papa Juan IV (640-642), sucesor de Honorio, se opuso, y el
papa Martí, I condenó la herejía monoteleta en un concilio del Laterano (649).
Más tarde, el mismo emperador Constantino Pogonato y el papa Agatón, en
el concilio ecuménico de Constantinopla VI (680) definieron que existen dos
voluntades en Jesucristo: la divina y la humana, como también dos naturalezas.
El error monoteleta perduró entre los maronitas del Líbano hasta el siglo XII.
El mencionado concilio de Constantinopla (680) condenó al patriarca Sergio y al
papa Honorio, ya difuntos. Es, evidentemente, un punto muy delicado que puede
parecer que vaya contra el dogma de la infalibilidad del Papa. Sin embargo, hay
que decir que siguiendo el concilio del Vaticano I los papas sólo son infalibles
cuando definen ex cátedra, o sea conscientes explícitamente de que actúan como
pastores universales de la Iglesia e imponen una definición. No se ve demasiado
claro que Honorio hiciera esta definición ‘ex catedra’; probablemente entendía
otra cosa diferente a lo que se decía en aquellos términos tan enrevesados y
‘bizantinos’. Obviamente fue un malentendido, como también lo fue en los papas
sucesores de Honorio y en el mismo concilio ecuménico de Constantinopla VI (860).
214
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Donatismo y otras herejías
Sería necesario comentar las herejías provocadas por cismas, tan frecuentes
en la edad antigua. Sin embargo, sólo hablaremos del donatismo y muy
brevemente. En el tema de las persecuciones ya hemos expuesto el cisma de
los seguidores de Novato, que no admitían en la Iglesia a los fieles que después
del bautismo hubiesen pecado gravemente. Tampoco el llamado Donato el
Grande —obispo intruso de Numidia, siglo IV— aceptaba la reconciliación de
los pecadores públicos, porque afirmaba que “éstos y los herejes no podían ser
sujetos válidos ni activos ni pasivos de la administración de los sacramentos
sacramentos”.
Los donatistas, haciéndose fuertes en este principio, crearon nuevos obispos y
una Iglesia cismática. Igualmente, en el año 380 se celebró un concilio al cual
asistieron dos cientos setenta obispos donatistas. La nueva Iglesia fue reprimida
por los emperadores Constancio, Valentiano y Graciano, a pesar de que la
reacción los envalentonará todavía más. Se convirtieron en fanáticos, que a
menudo asaltaban violentamente las casas de los católicos durante la noche,
llegando a quemarlas. En el norte de África fue un movimiento revolucionario
contra los terratenientes de la zona. El donatismo fue combatido por san Agustín
y condenado por sendos concilios de Roma y Arles.
El arrianismo fue la causa de otros numerosos cismas, como el de Meleciano de
Antioquía (361), el de Lucifer, obispo intruso de Cállari, y el cisma romano de la
época de los papas Liberio y Dámaso, que ocasionaron dos antipapas: Félix II y
Ursino, respectivamente.
20 LOS CUATRO PRIMEROS
GRANDES CONCILIOS ECUMÉNICOS
• El eco de la historia en el Vaticano II
• Importancia de los concilios ecuménicos
El eco de la historia en el Vaticano II
La constitución dogmática Lumen Gentium del concilio Vaticano II aprobada el
21 de noviembre de 1964, es un documento de gran importancia para la Iglesia
actual. En él se toma conciencia histórica de lo que los padres del concilio
Vaticano II entienden sobre el ministerio de la Iglesia, pueblo de Dios, al cual
todos los fieles son incorporados por el bautismo. De aquí se deriva la radical
unidad de todos los fieles que integran la Iglesia y el carácter universal a la
vocación a la santidad. En la parte central de la constitución dogmática Lumen
Gentium se presentan los obispos como sucesores de los apóstoles que presiden
las iglesias particulares y forman parte de un colegio o cuerpo episcopal del cual
cada obispo es miembro. Este colegio está presidido por el obispo de Roma, y
a su vez éste no puede obrar al margen del colegio. Obviamente, esta doctrina
plasmada en el Lumen Gentium nace de la práctica de la historia de la Iglesia y
de la clara conciencia de que, según la Revelación, los obispos como sucesores
de los apóstoles, presididos siempre por el obispo de Roma, forman parte de este
singular colegio que es el órgano supremo de decisiones eclesiales que todos los
fieles deben seguir y deben creer. La infalibilidad de los concilios ecuménicos ha
sido siempre aceptada, como también se ha creído siempre que era necesaria
la aprobación papal de todas y cada una de las decisiones (o cánones) de los
concilios. Es, entonces, un equilibrio y armonía entre la colegialidad episcopal
y el primado romano practicado ya en el concilio de Jerusalén y en los primeros
grandes concilios eclesiásticos, concilios que se denominan ‘ecuménicos’ por el
adjetivo ‘oikumene’, es decir, del mundo grecolatino existente en la antigüedad.
Y así se distinguen de los concilios nacionales, de los provinciales y de los
particulares de cada diócesis, que también se denominan ‘sínodos’. Hay que
216
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
observar que la palabra ‘ecuménico’ en la actualidad también se aplica al
movimiento de acercamiento de las iglesias de confesión cristiana, por lo tanto
el significado sería, en parte, diferente al que tiene en el caso de los concilios
‘ecuménicos’ universales de todos los obispos con el Papa.
Importancia de los concilios ecuménicos
En los primeros concilios, los emperadores —como ya hemos expuesto en
los temas anteriores— tenían un cierto protagonismo en la convocatoria y en
la ejecución de los mismos, como sucederá en el de Nicea I (325) y aun en
concilios posteriores, como el de Trento (1545-1563). Aun así, este impulso y
protagonismo siempre estaría subordinado a la aceptación del Papa.
Entonces, los concilios son muy importantes en la historia de la Iglesia.
Evidentemente, son como unos hitos indiscutibles que orientan y hacen que los
miembros de la comunidad universal cristiana caminen con gran progreso, pero
también con una constante evolución.
Tanto para la Iglesia latina como para la griega, los cuatro primeros concilios
ecuménicos son puntos de referencia constantes en la vida y la fe de todos los
fieles. Estos hitos importantísimos son: el concilio de Nicea I (325), el concilio I
de Constantinopla (381), el concilio de Éfeso (431), y el concilio de Calcedonia
(451). Prácticamente en un siglo y medio se resolvieron los temas más
importantes sobre la trinidad y la cristología.
21 LA SUCESIÓN APOSTÓLICA
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Los apóstoles establecieron las primeras comunidades
Las iglesias de Occidente fueron fundadas por san Pedro y san Pablo
Estructura y apostolicidad de las iglesias
Las iglesias de Galia, Iliria e Italia
El apostolado de los doce
Pedro y Pablo en Roma
La tumba de san Pedro en el Vaticano
La sucesión del apóstol san Pedro
San Jaime el mayor en España
El sínodo compostelano
Santiago, obispo de todo el mundo
Argumentación de Cesáreo, abad de Santa Cecilia de Montserrat
O Roma o Compostela
Independencia de la Tarraconense. La obediencia a Roma es más
segura
Los apóstoles establecieron las primeras comunidades
El gran Papa, obispo de Roma, san Clemente (a. 88-97) afirmaba en su carta
a los de Corinto: “Los apóstoles han recibido la buena nueva a través del señor
Jesucristo. Jesús, el Cristo ha sido enviado por Dios. Por lo tanto, Cristo viene de
Dios y los apóstoles vienen de Cristo... Ellos predicaron a pueblos y ciudades.
Y así se establecieron las primeras comunidades, de las cuales el Espíritu
Santo hacía emerger obispos y diáconos para los futuros creyentes
creyentes” (42, 1-4).
Y san Ignacio de Antioquía repite una y otra vez “quien obedece a su obispo no
obedece a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo que vela por todos
nosotros” (Ignacio, Carta a la comunidad de Magnesia 5, 2). Entonces, debemos
nosotros
afirmar que los obispos son los sucesores de los apóstoles; pero aun así, eso no
quiere decir que cada una de las iglesias (o diócesis) hubiera sido fundada por
los apóstoles. Es obvio que los autores de las historias de los obispados tienen
una irresistible tendencia, que ya se manifiesta a finales de la edad antigua y
218
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
se alarga aun después, de hacer derivar el origen de muchas iglesias —tanto
en Oriente como Occidente— directamente de los apóstoles o de los discípulos
inmediatos de estos. Hay que puntualizar: es cierto que en la edad apostólica,
las iglesias fueron fundadas por intervención directa de los apóstoles, o por
iniciativa de sus discípulos bajo su supervisión; pero es también evidente que la
propagación del cristianismo no se agotó en la época apostólica, y fue integrada
—en profundidad y en expansión— gracias a las sucesivas generaciones
cristianas que la continuaron a través de los siglos y, todavía hoy, no se agota
como vemos en la constante creación de nuevas diócesis en las misiones.
Las iglesias de Occidente fueron fundadas por san Pedro y san Pablo
En el año 416 el papa Inocencio I mandaba una carta a Decencio, obispo de
Gubbio (Italia), y de una manera contundente afirmaba: “Ningún apóstol ha
propagado el cristianismo en Occidente a parte de Pedro y de Pablo (su indivisible
compañero), fundadores de la Iglesia romana”. Con esto Inocencio no quiere
decir que todas y cada una de las iglesias de Occidente hubieran sido fundadas
personalmente por Pedro y Pablo; sólo quiere decir que todas las iglesias
occidentales derivan de la de Roma. O sea, el principal impulso propagador
provenía de Roma en relación a las iglesias occidentales. Un año después, a
mediados de siglo V, el papa León Magno expondría la estructura de la Iglesia en
una carta enviada a su vicario papal Anastasio, obispo de Tesalónica. En todo el
contexto de la mencionada misiva, el Papa da por supuesto que la Iglesia sigue
la estructura administrativa del Imperio romano: en provincias y diócesis.
Estructura y apostolocidad de las iglesias
En la Iglesia, al frente de las provincias se necuentran los metropolitanos, y
en las diócesis los obispos. El Papa —según dice León I— puede estructurar
territorialmente las iglesias porque él es el sucesor de Pedro: “el único al que
le fue otorgada la presidencia sobre los otros obispos
obispos”. Por otro lado, estos se
deben someter al obispo (metropolitano) que preside la provincia. Por encima
de los metropolitanos, se encuentran aquellos (los patriarcas) que están ‘in
maioribus urbibus constituti
constituti’. Estos y todos estarán sometidos a la ‘unam Petri
sedem’ (al Papa). El obispo de Roma era también el metropolitano de las
siguientes regiones: Lacio, Umbría, Capania, Luca, Abruzos, Apulia, Calabria,
Piceno y las tres islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia. También era el patriarca
de Occidente, y como tal tenía vicarios (papales) designados especialmente
para unas determinadas regiones: el de las Galias en Arles, y el del Ilírico
en Tesalónica. Los respectivos poderes y derechos quedaban claramente
establecidos al proclamar León I que la ‘plenipotencia’ de los metropolitanos
provenía de los santos Padres (sanctorum Patrum canones), pero el primado del
Papa —según León I— es de institución divina (ex divina institutione). También
lo son los obispos como sucesores de los apóstoles. Aun así, la apostolicidad de
las iglesias occidentales proviene eminentemente de Pedro y Pablo. Y aquí es
donde empieza la problemática: ¿qué hay que decir del apostolado de Santiago
en Hispania y el de los siete obispos discípulos de Pedro en la península ibérica?
¿O el apostolado de san Apolinar (discípulo de san Pedro) en Rávena, o la
LA SUCESIÓN APOSTÓLICA
219
fundación de san Marcos de la Iglesia de Aquilea (Venecia)? ¿O de tantas otras
ciudades de Italia, Galia, Iliria, Panonia y Dalmacia, que atribuían su fundación a
varios apóstoles o a sus discípulos inmediatos?
Las iglesias de Galia, Iliria, Dalmacia e Italia
Concretamente de Arles en Galia, la tradición que empieza en el siglo V, afirma
que aquella diócesis fue fundada por san Trófimo, discípulo de san Pedro, y por
este motivo los feligreses de aquella ciudad reivindican la categoría de sede
metropolitana. San Dioniso sería, según la tradición del siglo VIII, el areopagita
convertido por san Pablo que fue enviado por este apóstol para fundar la Iglesia
de París. La diócesis de Limoges, según tradición que empieza en el siglo IX,
fue creada por san Marcial, enviado por san Pedro con dos sacerdotes que lo
acompañaban en la fundación. Más rocambolesca es la leyenda que se refiere
a san Lázaro, según la cual después de su resurrección y antes de su segunda
muerte —debido a la persecución de Nerón— fue obispo de Marsella.
En lo referente a la Iliria (región de la provincia balcánica) existen varias
interpretaciones del paso de san Pablo (Rom
Rom 15, 19); aun así, los comentarios
de san Justino, de Orígenes y Tertuliano en Romanos 15, 19 no parece que
aporten una interpretación positiva; más todavía cuando no hay rastros de la
organización de estas iglesias en la región de la Iliria. En la Panonia (antigua
región equivalente a la actualmente denominada Panónica, entre Mesia, el
Nórica, la Iliria y el río Danubio), Sírmium (actual Mitrovica) reivindica su origen
apostólico basándose en la tradición de los 72 discípulos del Señor, que proviene
de falsos documentos del siglo IX.
En la Dalmacia, su capital Split reivindica como fundador y primer obispo a un
tal Domius, discípulo de san Pedro y mártir en la persecución de Trajano. Aun
así, el mencionado Domius es un mártir del tiempo de Diocleciano. La leyenda
proviene del siglo VIII.
En Italia, más allá de las reivindicaciones de Rávena y Aquilea, debemos anotar
el supuesto origen apostólico de Verona, Padua, Pavia, y Brindisi: las tres
primeras, gracias a discípulos de san Marcos, y la última (Brindisi) directamente
(también según la leyenda) de san Pedro. Igualmente Regio de Calabria, por
obra de san Pablo (Ac 28, 13). Y por último, Milán pretende su origen en san
Bernabé. Esta tradición se remonta a no antes del siglo XI, cuando hubo una
rebelión de aquella diócesis contra Roma. Ninguno de los obispados italianos
que intentan buscar y fundamentar su origen apostólico —exceptuando, como es
obvio, Roma— puede aportar documentos anteriores al siglo VIII. Pero debemos
observar que estas pretensiones son anteriores en las iglesias de Oriente.
Durante el siglo V circulaban las actas apócrifas de los apóstoles y unos curiosos
catálogos de los discípulos apostólicos, falsamente atribuidos a Epifanio, Hipólito,
Doroteo... En ellas, a cada uno de los 72 discípulos del Señor (Lucas
Lucas 11, 1) se le
daba una ciudad. Y cuando los mencionados catálogos llegaron a Occidente no
faltó gente sin escrúpulos que añadió ciudades a cada uno de los 72 discípulos.
220
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Después, los compiladores de actas de los mártires se creyeron con el derecho
de suplir con hechos fabulosos lo que creían que faltaba en sus hagiografías
para así exaltar a los biografiados, dando por supuesto derechos indiscutibles
a las iglesias, de las cuales ellos eran los primeros obispos. Pero sucedía que
aquellos autores escribían las mencionadas biografías independientemente,
no teniendo en cuenta lo que escribía el otro, lo cual provocaba clarísimas
contradicciones entre ellos. Todo esto nos hace concluir que es muy
difícil atribuir la apostolicidad a las iglesias, al menos a las de Occidente.
El apostolado de los doce
Se entiende por apostolado la predicación del colegio de los ‘doce’ instituido por
el mismo Jesucristo. Aun así, como ya hemos expuesto, antes del año 43 los
‘doce’ permanecieron exclusivamente en Palestina. Después de la persecución
de Herodes, todos los apóstoles predicaron el evangelio según el mandamiento
de Jesucristo en todo el mundo (Imperio romano y aun en los límites y zonas
vecinas). De san Pedro y Santiago hablaremos más adelante. De los otros
apóstoles, he aquí las atribuciones que tienen un valor desigual en el aspecto
histórico. Por supuesto, a san Juan lo encontramos según los Hechos de los
apóstoles muy unido a san Pedro: predicó en Jerusalén, formó parte de la
misión a Samaria y del concilio de Jerusalén. Según la tradición permaneció
en esta ciudad hasta la muerte y asunción de la Virgen María. Tras la muerte
de san Pedro —siempre según la tradición— Juan gobernó las iglesias de Asia
con residencia en Éfeso. Durante el reinado de Domiciano —según Tertuliano,
De praescriptione
praescriptione— fue a Roma, donde sufrió la prueba del aceite hirviendo
y se salvó milagrosamente. Fue desterrado a Patmos, donde se le atribuye la
composición del libro del Apocalipsis. Después de la muerte de su perseguidor
Domiciano (96) pudo volver a Éfeso, donde también se le atribuye la autoría del
cuarto evangelio y de tres cartas. Murió hacia el año 100.
Las historias de los otros apóstoles, exceptuando Pedro, Jaime ‘el mayor’ y
por supuesto Pablo, tienen más de leyenda que de autenticidad histórica. A
pesar de todo, hay unos rasgos generales que son verídicos, y otros que habría
que estudiar con detenimiento. A continuación presentamos la lista de sus
actividades apostólicas tal y como se exponen en algunos manuales de historia
de la Iglesia:
Mateo. Predicó primero en Palestina, donde compuso su evangelio. Después
fue a Etiopía, donde sufrió el martirio clavado en el suelo y quemado vivo. Sus
supuestas reliquias son veneradas desde época medieval en Salerno (Italia).
Matías. Elegido para sustituir a Judas ‘el traidor’, predicó el evangelio en Judea
y Etiopía. Fue decapitado con un hacha. Sus reliquias fueron trasladadas de
Oriente a Tréveris por santa Helena.
Judas Tadeo. Hermano de Jaime ‘el menor’, predicó el evangelio en Mesopotamia.
Escribió una carta que es aceptada por la Iglesia como canónica. En el actual
LA SUCESIÓN APOSTÓLICA
221
Beirut fue asediado y rematado a palos de mazas. Su cuerpo es venerado en la
basílica de San Pedro del Vaticano.
Tomás. Predicó el evangelio entre los partos. Más tarde, pasó a la India (norte)
consiguiendo muchas conversiones. Estos cristianos denominados ‘cristianos de
santo Tomás’ se vieron obligados a emigrar al sur de la India. Sufrió el martirio
con lanzas en un lugar desconocido para nosotros, denominado Calamina. Su
sepulcro se encontraba en Malabar (India), pero posteriormente sus reliquias
fueron trasladadas sucesivamente a Edesa, a Quios, y finalmente a Ortona
(Italia).
Bartolomé. Evangelizó Armenia y posiblemente también el norte de la India. Fue
martirizado en Albanópolis de Armenia. Se dice que fue despellejado vivo. Sus
reliquias fueron trasladadas por Otón III en el año 983 a la isla Tiberina de Roma,
y en la actualidad son veneradas especialmente cada 24 de agosto, en que se
celebra su festividad.
Simón el zelotas. Predicó el evangelio en Persia. Existe una tradición que dice
que murió crucificado, y otra que afirma que fue serrado. Se desconoce el lugar
en el que se encuentran sus restos, aunque muchas poblaciones guardan
reliquias suyas: Roma, Colonia, Hersfeld...
Felipe. Evangelizó Asia Menor. Murió en Hieràpolis (Frígia) crucificado y lapidado.
Sus restos son venerados en la basílica de los Doce Apóstoles de Roma.
Andrés. Hermano de Pedro. Evangelizó los Balcanes y el sur de Rusia. Murió
crucificado en una cruz en forma de aspa —llamada ‘cruz de san Andrés’— en
Patrás (Grecia). Su sepulcro se venera en Amalfi (Italia), pero su cabeza —que
era venerada en la basílica de San Pedro del Vaticano—, fue entregada en un
gesto de ecumenisme por Pablo VI a la Iglesia ortodoxa de Patrás.
Jaime ‘el menor’
menor’. Según la tradición occidental, fue el primer obispo de
Jerusalén. Muy querido por los cristianos y por los judíos. Escribió una carta
canónica (aceptada por la Iglesia como escritura inspirada). En el año 62 murió
mártir al ser arrojado desde el pináculo del templo de Jerusalén. Sus restos son
venerados en Roma, en la basílica de los Doce Apóstoles.
Pedro y Pablo en Roma
La presencia romana de san Pedro tiene posiblemente una repercusión teológica.
Sin embargo, para los católicos, lo realmente importante es la persistencia
en la creencia de que el obispo de Roma es el sucesor de Pedro. De aquí la
insistencia en mostrar la línea sucesoria del obispo de Roma. Obviamente, se
puede comprobar históricamente que san Pedro estuvo en Roma presidiendo
la primitiva comunidad cristiana y que allí sufrió el martirio y fue enterrado. Los
testigos documentales son muy abundantes. Tenemos la inequívoca alusión al
martirio de san Pedro en el evangelio de san Juan (21, 19). Tenemos también
222
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
la carta de san Clemente —aproximadamente contemporánea al evangelio de
Juan— escrita desde Roma, en la cual se relata que el “glorioso testigo de
Pedro” se dio “entre nosotros
Pedro
nosotros” y “en nuestro tiempo
tiempo”.
A principios del siglo II tenemos la carta de san Ignacio dirigida a los romanos, en
la cual el mártir obispo de Antioquía afirma que él no puede darles órdenes como
lo hicieron san Pedro y san Pablo. Según Papías y Clemente de Alejandría,
Pedro tuvo un intérprete en Roma: Marcos. En el Canon muratoriano de la
segunda mitad del siglo II, se habla de la pasión de san Pedro. También del siglo
II tenemos el testigo explícito del obispo Dionisio de Corinto sobre el martirio de
Pedro y Pablo en Roma. Tertuliano afirma que Juan bautizó en el Jordán y Pedro
en el Tíber (de Roma). Y finalmente, en el mismo siglo II, el clérigo romano Caio
se ofrece a mostrar, a quien lo quiera, los ‘trofeos’ de los apóstoles en el Vaticano
(Pedro) y en la vía de Ostia (Pablo). Eusebio –el gran historiador– interpreta que
estos trofeos son las sepulturas de ambos apóstoles.
La tumba de san Pedro del Vaticano
A parte de todos estos testimonios, también está la arqueología. Se puede ver
claramente que en Roma existe culto al martirio de Pedro y Pablo desde el siglo
III, la cual cosa se concreta en sus sepulcros. Hoy en día, toda la comunidad
de arqueólogos acepta que en el Vaticano existía el sepulcro de san Pedro
mucho antes de la construcción de la basílica, a pesar de que se puede discutir
sobre las reliquias que se encontraron en él. En el año 1941 se iniciaron unas
interesantes excavaciones que confirmaron lo que ya afirmaban algunos testigos
durante los siglos II y III. Es más, bajo el altar mayor de la basílica vaticana
apareció el ‘tropheum’ que nos indicaba el presbítero Caio. Pero parece que hay
un inconveniente: según unas excavaciones anteriores al año 1915, sabemos
que también recibía culto un sepulcro que se creía de san Pedro, precisamente
en las catacumbas de san Sebastián, y este culto sería anterior a Constantino.
Los historiadores afirman que este último sepulcro no fue nada más que un lugar
interino durante las persecuciones de mediados del siglo III, puesto que los
perseguidores buscaban sobre todo el modo de destruir las reliquias. Cuando
hubieron acabado (a finales del siglo III), lo habrían devuelto a su lugar de origen
y, por lo tanto, también habrían devuelto las reliquias de san Pedro al Vaticano.
Las recientes excavaciones arqueológicas han demostrado la presencia de
una tumba que debemos identificar como la que tradicionalmente se creía de
san Pedro y que existía en la parte inferior del altar mayor de San Pedro del
Vaticano. Estas excavaciones han sido profusamente estudiadas por el eminente
arqueólogo, nuestro profesor de la Gregoriana, P. Krischbaum, S.J.
La sucesión del apóstol san Pedro
Otro testigo de la presencia de san Pedro en Roma y de su sucesión en los
papas u obispos de Roma, lo constituye el llamado Catálogo de papas. La lista
más antigua de los papas nos llega a través del escrito de san Ireneo, que dice
textualmente: “Después de que los santos apóstoles Pedro y Pablo hubieran
LA SUCESIÓN APOSTÓLICA
223
fundado y constituido la Iglesia (romana),, pasaron a Lino el oficio del episcopado
episcopado”.
Este tal Lino es el que encontramos citado en la carta de Pablo a Timoteo: “Le
sucedió Anacleto. A Clemente —tercer sucesor de Pedro— le siguió Evaristo, y a
éste Alejandro (martirizado en el año 115). El sexto Papa erigido después de los
apóstoles fue Sixto. Después de éste, Telésforo, que dio un magnífico testigo con
su martirio. Le siguió Higinio, después Pío y Aniceto. Después de Aniceto, Soter
y Eleuterio. Éste ocupa el 12º lugar después de los apóstoles
apóstoles” (199).
La lista que Ireneo nos da, abarca unos 100 años. Parece que antes de él otros
autores escribieron listas similares, pero no nos han llegado. Ireneo merece toda
la confianza. Unos setenta años después el papa Zeferino (a. 199-217) nos da
una nueva lista que completa la anterior y que coincide con la de Ireneo.
Estas listas son muy importantes. En ellas se puede demostrar la conciencia
de los primeros cristianos de arraigarse en los apóstoles. En el elenco, los
obispos de Roma se considera que son como las anillas que comunican con los
apóstoles y, por lo tanto, que dan validez a la sucesión de los obispos en la sede
de Roma y en su magisterio.
Esta importante constatación es la que hace que el mismo Ireneo afirme que la
autoridad y la validez de la Iglesia universal están basadas en la sucesión de los
obispos de Roma.
Así nos encontramos con un doble testigo: el papa (u obispo de Roma) es el
sucesor de Pedro, y es él quien posee toda garantía de la auténtica fe y autoridad
sustentada en los mismos apóstoles.
San Jaime el mayor en España
Capítulo aparte merece la apostolicidad de san Jaime en Hispania. Presentamos
a continuación el artículo, casi íntegro, de nuestro trabajo presentado en el
‘Congreso de historia de la Iglesia catalana’ del año 1992. Debemos recordar
que este tema va a caballo entre la edad antigua y la medieval.
No queremos hablar de la influencia del pseudo-Abdia y de los Catálogos
apostólicos bizantinos sobre la tradición de la llegada y evangelització apostólica
en España, ni nos atrevemos a empezar el tema del descubrimiento de la tumba
(romana) de Santiago en Compostela, una intención ya documentada a finales
del siglo IX. Aun así, queremos subrayar un testigo muy cercano a nosotros
(tanto sobre el sepulcro como de la apostolicidad o apostolado) del siglo X. Es un
documento de gran importancia para ver que la tradición ‘jacobea’ en esta época
ya había llegado a la parte oriental de Hispania. Nos referimos a la carta que
envió a Roma el abad Cesáreo de Santa Cecília de Montserrat custodiado en el
archivo episcopal de Vic, que hemos estudiado y transcrito en la revista romana
Anthologica Annua (año 1985).
224
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
En el mencionado archivo de Vic se encuentra una copia de la carta que, según
dice el texto, pretendidamente envió Cesáreo al papa Juan (XIII) a través de un
sacerdote suyo que denomina ‘Galindus’. En ella, Cesáreo le pide la confirmación
del título de arzobispo y afirma que, si es nacesario, irá a Roma y se arrodillará
a los pies de san Pedro. La carta nos dice que Cesáreo fue ordenado arzobispo
de Tarragona por los obispos de las provincias de Galicia y León.
Por toda la argumentación de Cesáreo, se puede deducir que el intento de proponer
el obispo de Compostela como sucesor de san Jaime supone una contraposición
entre Pedro y Jaime; o sea, oposición entre el primer Papa contra el protomàrtir
de los apóstoles (año 43). Los obispos occidentales de España tenían una
conciencia muy clara de su importancia, porque estaban bajo la obediencia del
sucesor del apóstol “episcopus
episcopus totius mundi
mundi”, y por eso se atrevieron —según el
texto de nuestra carta— a otorgarle el arzobispado de Tarragona. A parte de este
fundamento, aducen otras razones históricas y peculiares de Hispania. Son los
sucesores de aquella Iglesia visigòtica tan independiente de Roma. Y el obispo
de Compostela también puede considerarse el legítimo portador de los derechos
de Toledo, que todavía estaban bajo el dominio de los sarracenos. Más todavía,
el rey del reino galaico-leonés tenía las prerrogativas del rey visigodo. Todo esto
confirma —dice la carta— la actuación de los obispos de Compostela otorgando
a Cesáreo la ordenación y la dignidad de arzobispo.
El sínodo de Compostela
Podemos sintetizar los argumentos de los asistentes al sínodo de Compostela:
“...scimus etenim quia Sanctis Patribus constitutum est ut in unaqueque provincia
metropolitanum episcopum orietur...”, “...nostra praesumptio faciendi quia a
principibus nostris jussum est et a conciliis Toletanis conscriptum est ut quod
juste invenerimus habeamus potestatem”, “...regulari subjectione continemur et
ea diligenter instituimus et precepta cannonum observanda refferimus et unde ad
presuium, dignitatis oportet obtineri
obtineri”. En resumen, se dice que los cánones de la
Iglesia establecen que en cada provincia metropolitana sea ordenado un obispo
(o arzobispo).
Los reyes y los concilios de Toledo establecen también que los obispos
“poseemos
poseemos la potestad de hacer lo que encontráramos justo
justo” (es decir, ordenar
el metropolitano de una provincia). Sin embargo, existe otra razón que es la
principal en toda la argumentación de la carta: “el apostolado de san Jaime en
España”.
San Jaime, obispo de todo el mundo
Afirman: “Al sucesor de santo Jaime ‘nuestro patrón y soberano de todo
el mundo’, antistites totius mundi, reunido con sus obispos de la región, le
corresponde poder ordenar obispos incluso metropolitanos de una provincia
distinta de la región de aquéllos, como lo hacía el obispo de Toledo en época
visigòtica y lo hace el Papa, ordenando obispos misioneros
misioneros”.
LA SUCESIÓN APOSTÓLICA
225
Apoyando las razones canónicas, mediante las cuales según el autor de la carta
se puede justificar la ordenación de Cesáreo, son aducidos el concilio de Nicea,
el canon 9 del concilio de Antioquía (en el año 341) y el concilio de Toledo en el
año 633. Hemos comprobado que en los dos primeros primero se habla de los
metropolitanos, los cuales deben presidir y gobernar las provincias.
Más difícil es acertar cuál es la referencia del concilio IV de Toledo. La
confirmación explícita de aquello decretado en el concilio de Nicea no se
encuentra en el concilio IV de Toledo. Sólo en el concilio I de Toledo, en su
preámbulo, se encuentra una referencia al de Nicea. En el concilio IV de Toledo
se condena precisamente el caso expuesto en la carta: la ordenación fuera de
la provincia propia.
El autor de la carta, al citar el concilio IV de Toledo, se puede referir a la norma
general de toda la Iglesia, según la cual cada provincia tendrá su metropolitano,
o quizás —según afirman los comentaristas— evoca la particular disciplina de
elecciones episcopales en la Iglesia visigoda. Si así fuera, la consagración de
Cesáreo no sería anticanònica.
Argumentación de Cesáreo, abad de Santa Cecília de Montserrat
Por lo tanto, nosotros creemos que la argumentación de Cesáreo tiene estos dos
principios: en primer lugar que el rey Sancho de León, conocedor de los privilegios
de los reyes visigodos en lo referente a la elección de los obispos y consciente de
que él era el legítimo sucesor de la dinastía hispana, actuó, al elegir a Cesáreo
como metropolitano de Tarragona, conforme a las atribuciones de intervención
dictadas por los cánones visigodos. En segundo lugar, el obispo de Compostela,
legítimo sucesor de Jaime en la sede de Compostela, apoyándose en el
apostolado de san Jaime, se atribuye la prerrogativa concedida por el concilio
XII de Toledo, canon 2, de poder elegir y consagrar a los obispos españoles.
O Roma o Compostela
Muy lejos se había llegado en las regiones occidentales de Hispania. La
obediencia a la sede de san Jaime podía hacer tambalear la misma sede de san
Pedro. Tantas atribuciones desmenuzaban la férrea estructura metropolitana y
sinodal de la Iglesia latina que tanto había costado de lograr desde Roma. Era
muy diferente el concepto del papa León I Magno, tal y como hemos expuesto
al principio. Es una evolución interesante a través de la asignación de algunas
sedes episcopales y sus discípulos inmediatos iniciada por los famosos catálogos
bizantinos antes mencionados. Entonces encontramos en esta evolución
dos factores que ayudan a estimular la imaginación de los historiadores que
buscaban la fundamentación del rango metropolitano de las diócesis estudiadas,
o a buscar la importancia (en época romana) de la correspondiente ciudad o
atribuir la fundación a uno de los apóstoles o de sus discípulos. Aun así, en el
caso de Compostela se alcanzaron extremos exagerados. A través de constantes
falsificaciones se quería imponer una imposible evangelización de Hispania
226
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
por parte de san Jaime antes del año 43; se denomina san Jaime “soberano
y obispo de todo el mundo”; su sucesor se atreve a ordenar a un arzobispo
de demarcación eclesiástica forània a la suya propia; se insinúa que tiene los
derechos que correspondían al obispo de Toledo sobre toda la Hispania; a su
rey se le denomina “emperador”... Es lógico que la reacción fuera de auténtico
rechazo por parte de los obispos del que sería el Principado de Cataluña.
Estos no quieren saber nada de este intruso y niegan que el apóstol san Jaime
evangelizara Hispania. Aceptan, en cambio, que su sepulcro estuviera en
Compostela. En esta reacción, vemos también una rotura de los vínculos de la
antigua Hispania visigòtica y un deseo de auténtica independencia eclesiástica
que se confirmará en las famosas bulas del papa Joan XIII a favor de Atón de
Vic. Ya antes, concretamente en el año 887, encontramos el primer intento de
independencia eclesiástica en relación a los francos. Nos referimos a Esclua,
que según la Vita sancti Teodardi (obispo de Narbona) “se clam furtimque fecisse
archiepiscopum”. Pero tal pretensión duraría escasamente tres años, y se hizo
sin la intervención de Roma.
Independencia de la Tarraconense. La obediencia a Roma es más segura
Los testigos documentales de la independencia de la provincia tarraconense
son los tres privilegios papales originales en papiro y las dos copias del siglo
XI —conservados en el archivo episcopal de Vic—, gracias a los cuales Atón
se constituyó arzobispo de Tarragona en la sede de Vic. Los originales son
del año 971. Todos ellos representan el rechazo más claro de la pretendida
reinstauración visigòtica y una clara adhesión a la obediencia romana. Aquellos
obispos catalanes optaron por no seguir la referencia al hito compostelano, sino
la de san Pedro, puesto que era más segura. Así se integraron definitivamente
en las iglesias europeas. Recordemos que tan importante acción (sumisión al
papado e independencia eclesiástica de la narbonense) recibió el apoyo de la
máxima autoridad civil de la época: el emperador Otón I. Estas bulas también
representan el inicio de lo que podríamos denominar la independencia civil,
puesto que en esta época de teocracia “reconocer la independencia eclesiástica
de Cataluña era tanto como afirmarse la política”, según dice Vicenç Vives.
Las bulas papales del año 791 dirigidas a la Tarraconense tuvieron la
importancia de ser unos documentos sobre los cuales se podría construir el
edificio de Cataluña. A pesar de que en la práctica tuvieran que pasar algunos
años para hacer eficaz la mencionada independencia; puesto que, cuando Atón
apenas volvió de Roma, fue asesinado por el bando contrario a él (22 de agosto
de 971). Pero los privilegios papales permanecieron y fueron posterior fuente de
derecho. Así es cómo, entre la obediencia compostelana y la romana, la Iglesia
tarraconense escogió decisivamente la del sucesor de san Pedro. Esto era lo
correcto según la auténtica historia.
22 LA ROMANIDAD Y EL CRISTIANISMO
Los pila
pilares básicos de la civilización cristiana occidental
División de la historia
Causas del derrumbe del Imperio romano
Esclerosis del Estado romano
Catastrófica situación económica: los decuriones
La causa de los grandes alborotos
Pervivencia d
de la romanidad en época de la transición
Los pilares básicos de la civilización cristiana occidental
Pese a la poca consideración que la Iglesia de Oriente manifestó en algunos
momentos por los escritores y padres latinos —como se puede constatar, por
ejemplo, en algunos cánones del concilio celebrado en Constantinopla llamado
Trulano II, en el año 692— es preciso afirmar que Occidente puede con gran
satisfacción aportar a la Iglesia universal unos Santos Padres de primerísima
categoría, como por ejemplo san Ambrosio y san Agustín. A la vez, en esta
lista de grandes figuras debemos incorporar los nombres de otros escritores
eclesiásticos en la misma línea que los orientales, como por ejemplo Prudencio o
san Paulino de Nola o san Paciano de Barcelona. Los mencionados personajes,
junto con los papas León Magno y Gregorio Magno, son los pilares básicos de la
civilización europea occidental, ya que representan los valores de la romanidad
y de la Iglesia que sirvieron de base a una nueva realidad y sociedad: la Europa
occidental con sus peculiares culturas.
Aquellos entre los romanos que en los siglos V y VI veían cómo el Imperio se
tambaleaba no podían profetizar otra salida que el acabamiento de los valores
de la civilización y las culturas antiguas. Creían que se acercaba el fin del mundo
y no lo ocultaban y lo afirmaban abiertamente ante los terribles acontecimientos
motivados por las invasiones bárbaras. Pese a todo, tenían la esperanza puesta
en una nueva institución llamada a salvar la cultura: la Iglesia. “¿Se acabará el
mundo cuando desaparezca el Imperio romano?
romano?”, se preguntaban.
228
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
División de la historia
El Imperio romano, al convertirse al cristianismo, fue un instrumento para la
universalidad de la Iglesia. El Imperio suministraba algunos de los soportes
exteriores sobre los cuales se estructuraba y organizaba la Iglesia. Ésta había
crecido en las mismas entrañas de la civilización antigua (greco-romana y judía)
y cuanto más aumentaba la participación de los cristianos en la vida social y
cultural, mayor era la estima que aquella cultura merecía.
La posible desaparición de la civilización antigua no ofrecía para ellos otra
perspectiva que la del fin del mundo. Recordaban la interpretación del sueño
de Nabucodonosor: una imagen con cabeza de oro, pecho y brazos de plata,
cintura totalmente de bronce, piernas de hierro y pies de hierro y arcilla, que
queda triturada. Los autores patrísticos —incluso san Jerónimo— en sus
comentarios al profeta Daniel, habían visto proféticamente representados cuatro
reinos terrenales: el Imperio de Babilonia, el medo-persa, el macedonio (con
los sucesores de Alejandro Magno), y por último el Imperio romano. Éste era
el último ‘reino’ posible antes del fin del mundo. Eso significaba que el Imperio
romano debía continuar hasta los últimos días de la existencia del cosmos.
Una vez finalizado el Imperio, daría comienzo el denominado ‘reino de los
bienaventurados’. Se encontraban, pues, ante un hito histórico importantísimo,
que los optimistas creían todavía era inseguro y muy lejano —y por lo tanto les
parecía que el Imperio romano y el mundo terrenal perdurarían durante muchos
siglos—, mientras que los pesimistas —que eran los más numerosos—, al ver que
el Imperio se desintegraba, ya palpaban su fin y aseguraban que era inminente.
Este modo de pensar se confirma por la división de la historia en periodos
que encontramos con frecuencia entre los primeros escritores cristianos. La
mencionada división se basa en la interpretación alegórica de los seis días de la
creación del mundo, a los cuales debían corresponder seis periodos históricos. El
sexto o último de ellos había empezado con la venida de Cristo, y a continuación
seguiría un periodo terminal correspondiente al sábado paradisíaco: la época
del descanso de Dios entre sus fieles, precedida del juicio universal. Algunos
escritores relacionaban el capítulo vigésimo del Apocalipsis con este descanso
final. En él se afirma que el enemigo —Satanás— será encadenado durante
mil años. Fue así como se fueron desarrollando aquellas ideas milenaristas tan
difundidas durante los siglos IV y V; así mismo, muchos hombres de aquel tiempo
eran escépticos en cuanto a estas ideas, ya que no veían la victoria anunciada
en el Apocalipsis llevada a cabo por Cristo. Aquella época —siglos IV y V—
presentaba signos contradictorios y todo el mundo estaba perplejo ante la crisis
interna de la Iglesia, provocada por tantas herejías trinitarias y cristológicas.
No hay duda de que gran parte de los pensadores del siglo IV se preguntaban:
“¿Qué se propone Dios hacer con el Imperio romano?”. Ciertamente presentían,
por ejemplo, que la entrada de Alarico en Italia o el paso de los bárbaros por
el Rin en el año 406, u otros acontecimientos, podían suponer el principio de
algo nuevo e inaudito, pero nadie podía imaginar que los sucesores de los
LA ROMANIDAD Y EL CRISTIANISMO
229
romanos conseguirían levantar una nueva civilización con el esfuerzo de los
mismos pueblos que por aquel entonces estaban sumergidos en la barbarie.
Tampoco se advertía la separación entre Oriente y Occidente, todo lo contrario,
los occidentales se aferraban cada vez más al reducto intelectual e ideológico
de Oriente. Lactancio había profetizado que el mundo romano desaparecería
pero que el Imperio sería restituido por los orientales, los cuales someterían
Occidente (Institutiones
Institutiones divinae VII, 15). Y más aún, después de la extinción
del Imperio occidental, en el año 506, el papa Símaco escribió al emperador de
Oriente Anastasio unas palabras a menudo citadas y en las cuales —a propósito
del sacerdocio y el Imperio— se dice que el uno y el otro serían instituidos en
favor del género humano, “para siempre”.
Causas del derrumbe del Imperio romano
No fueron los cristianos los causantes de la desaparición del Imperio occidental,
pese a señalar que en aquel periodo turbulento su hito importante y definitivo
era el reino eterno. Éste ha sido siempre un pensamiento fundamental para el
cristiano, a pesar de que, en aquellos tiempos difíciles, se acentuó más. Pero
aquellos cristianos del siglo V no fueron los causantes de la caída del Imperio
romano occidental; muchos de ellos cumplieron a la perfección sus deberes de
la vida humana y fueron buenos ciudadanos. El Estado romano occidental no
se desintegró por los cristianos, al contrario, las esencias romanas que tenían
valores permanentes se salvaron gracias a ellos.
Pero profundicemos —aunque muy brevemente— en las causas de un derribo
tan palpable. Hacía ya mucho tiempo que los síntomas de decadencia habían
empezado a manifestarse y el Imperio estaba abocándose a la desaparición. Se
trataba de grandes errores en la vida política, en la constitución del Estado, en la
organización militar y en las relaciones económicas, errores que ya no se podían
corregir, recorriendo en una pendiente inexorable.
Esclerosis del Estado romano
El imperium era un Estado burocrático. En él todas las cuestiones se intentaban
resolver teniendo en cuenta los intereses de la administración pública. Era un
circuito cerrado, de tal modo que este aparato o gran máquina burocráticoestatal era insensible a las causas de los problemas. No se había previsto
ninguna solución para estos casos; así, los derechos de los ciudadanos y su
participación en la vida pública se consideraban piedras inamovibles, y cuando
el río de los acontecimientos las movió, se convirtieron en piedras asesinas del
propio Estado. La relación entre la administración y los administrados, entre
el Estado o el emperador y los ciudadanos, era mutable desde arriba pero no
desde la base por los ciudadanos romanos. Las facultades del soberano no
tenían límites, y esto era gravísimo, especialmente porque la fuente de poder,
o sea la elección del emperador, era totalmente caprichosa, dependiendo del
militar de turno y no del senado o del pueblo. Precisamente deberían haber sido
estos últimos sus legítimos representantes.
230
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
El poder imperial se movía en la misma dirección que la espada desenvainada
del militar, el cual, es preciso decirlo, normalmente no era romano, ni tenía
ningún deseo de romanizarse. Las crónicas imperiales del siglo V nos lo
demuestran sobradamente. Lo mismo sucedía en Oriente. Y cuando el Imperio
occidental se desvaneció —el último emperador fue Rómulo Augusto— no sólo
quedó al arbitrio del militar-emperador prepotente de Oriente, sino también de la
concepción estéril del llamado bizantinismo que acentuó el anquilosamiento de
la maquinaria administrativa del Estado. Los auténticos ciudadanos desde este
momento quedarán irredentos. Era un auténtico trauma para aquellos buenos
ciudadanos romanos: por un lado no podrían concebir otro poder que no fuera
el Imperio, y por el otro constataban la real degeneración del poder imperial,
despótico, anacrónico e incluso muchas veces malévolo.
Catastrófica situación económica: los decuriones
Las circunstancias económicas eran tan poco satisfactorias como las políticas.
La floreciente clase campesina, de la cual el Estado romano había extraído las
mejores energías en los días de la República, se había arruinado por la presión
de los ricos senadores. A los agricultores no les era permitido tener más fuentes
de ingresos que la propiedad de la tierra, cultivada por los esclavos de que se
valían. Pero como hacía mucho que habían acabado las guerras de conquista,
la adquisición de esclavos se hacía cada vez más dificultosa y su precio se
había disparado; así faltaba cada día más la mano de obra que los dueños
campesinos necesitaban. Amplias regiones fueron entonces destinadas al pasto
o simplemente quedaron improductivas y yermas.
Éste fue el efecto de la mencionada evolución, que se veía incrementada por una
aplicación irracional de la política tributaria que equivalía a una real confiscación.
Donde aún subsistían restos de una clase media económicamente fuerte, ésta
era aniquilada por un sistema fiscal verdaderamente exagerado, en función del
cual el Estado —en última instancia— la hacía responsable del pago profesional
al que pertenecía: así cada corporación o estamento, al mismo tiempo era el
responsable del pago de los tributos por parte de otro. Los decuriones —miembros
del consejo de un distrito fiscal y, de hecho, ricos terratenientes— respondían a la
vez ante el Estado del escrupuloso ingreso de los impuestos territoriales al cual
estaban sometidos los propietarios de su distrito. Pero, como los terratenientes
se encontraban económicamente debilitados debido a las desfavorables
condiciones históricas (despoblación, desórdenes políticos y ataques de los
bárbaros cada vez más frecuentes), la carga impuesta a los decuriones fue
creciendo hasta hacerse insostenible para ellos. Muchos, desesperados,
buscaban algún modo de quitarse este yugo, pero como el gravamen estaba
íntimamente ligado a su condición social, procuraban abandonar su propia
clase, intentando llegar a ocupar un escaño en el senado, o bien —totalmente
desahuciados— casándose con una esclava, o en otros casos haciéndose
clérigos. Así mismo, el Estado se dio cuenta de esta estratagema y simplemente
les prohibió cambiar de clase. Esto hizo también que la sociedad se estancase.
LA ROMANIDAD Y EL CRISTIANISMO
231
La causa de los grandes alborotos
No se acabaron aquí los desaciertos del Estado en la cuestión económica:
viendo que no se avanzaba con el sistema de los decuriones, se impuso una
nueva estratagema. Si los propietarios no podían pagar, tendrían que ser los
mismos colonos quienes pagasen, ya que eran los únicos que podían responder
de los frutos de la tierra. Esto hizo que, para asegurar el tributo fiscal al Estado,
los colonos y su descendencia fuesen vinculados a la gleba, a la tierra que
cultivaban. De este modo estaban condenados a no moverse —tanto ellos
como sus hijos— y eran estrictamente vigilados. Las clases, en consecuencia,
se fueron anquilosando. Los colonos, abrumados por los impuestos, a los
cuales había que sumar los del ejército, manifestaron su disconformidad con
alzamientos y alborotos, como los movimientos sociales de los donatistas en el
norte de África. Al darse cuenta de que no sacarían nada bueno de ello, incluso
ayudaron a los bárbaros en sus invasiones, saludándolos como liberadores de
una situación social tan precaria.
En una situación parecida a la de los colonos, se encontraban los obreros
manuales —especialmente los obligados a trabajar para los suministros del
ejército—, como también los armadores de barcos y los otros industriales
siempre obligados a satisfacer el impuesto de sus negocios. Las clases eran
inamovibles, y el nacimiento era la causa determinante —insalvable— de la
profesión: los hijos no podían abandonar la condición de sus padres a fin de no
disminuir la capacidad tributaria de cada una de las corporaciones. Esta férrea
cadena asfixió la independencia y la libertad de actuación. El individuo se veía
forzado a trabajar exclusivamente como si fuera una pieza más del Estado y
acabó perdiendo todo interés por los asuntos públicos. Era la esclerosis de una
sociedad, necesario preámbulo de su muerte.
Pervivencia de la romanidad en época de la transición
El estallido del Imperio bizantino fue sólo aparente. Ciertamente en este mundo
se observa un rejuvenecimiento debido al ingreso en él de pueblos eslavos, pero
la verdad es que el despotismo ‘cesaropapista’ de Constantinopla, la oposición
—típica de las civilizaciones antiguas— entre el partido militar y la burocracia civil,
las intrigas constantes..., son fenómenos que estorbaban en el Imperio oriental
a la hora de llevar a cabo un completo saneamiento de la sociedad, así como
a la actuación libre y eficaz de las energías morales del cristianismo. Tal fue la
causa de que el papel rector de la cultura mundial recayera no en el Oriente, sino
en el Occidente europeo, por más que los pueblos occidentales permanecieran
atrasados durante siglos en todos los aspectos externos de la civilización.
Pero es que las circunstancias reinantes en Oriente no eran, de ningún modo,
propicias para el libre desarrollo de nuevas naciones ni para la obtención de un
sano equilibrio entre el gobierno y el pueblo que, al mismo tiempo, permitiese al
individuo gozar del espacio que necesitaba para desarrollarse con la conveniente
independencia.
232
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
El mundo helénico había cumplido ya su misión en la historia universal,
coronándola al realizar la conjunción del cristianismo y la cultura de la
Antigüedad. Después del judaísmo y del helenismo, entraba ahora en escena la
romanidad, la misión de la cual consistiría en la fusión total de la Antigüedad y el
cristianismo, y también en contribuir con lo mejor de si misma en la empresa de
forjar la futura civilización universal con su espíritu organizador, con su valentía
y con su perseverancia, todas ellas virtudes gracias a las cuales se configuraría
sólidamente en el interior del cristianismo, la forma cultural destinada a imponerse
y posiblemente a dirigir la civilización mundial.
Pero, así como el elemento judaico se tuvo que disolver en muchos sectores de
la sociedad para no estrangular la naciente Iglesia, también debía desaparecer
el Imperio romano, no sólo para garantizar la libertad de actuación de la nueva
comunidad espiritual, el centro de la cual se encontraba en Roma junto a la
tumba del Príncipe de los apóstoles, sino también para arrancar del alma romana
el orgullo y la ‘sed de mandar’, y así apartarla de la expansión del Reino de
Cristo. La época en que la romanidad asume esta cometida histórica es una de
las más patéticas de la historia universal. Orgullosa ya de su señorío sobre todos
los países de la Mediterránea, la gloria de Roma pareció duplicarse cuando sus
emperadores, al abrazar el cristianismo, hicieron suyo el credo que implicaba
la misión de expandirse hasta los confines del mundo hasta llegar a abrazar
todos los pueblos de la tierra. Pero los romanos no dejaron de advertir, al mismo
tiempo, su propia inferioridad hacia los godos, que en aquellos días irrumpían
a las puertas del imperium y no tardarían en hacerlas estallar: allí el alud de
bárbaros e invasores sembró el dolor y el miedo, y sólo los más valerosos entre
ellos serían capaces de ver con claridad en qué consistía entonces su tarea
espiritualizadora, destinada a realizar algo grande, algo para perdurar muchos
siglos, pese a que no se diesen cuenta, arropados por la fe en Cristo y en su
Reino.
23 SAN AMBROSIO, EL CICERÓN BAUTIZADO
• Biografía y marco histórico de san Ambrosio. Salvar la romanidad
• El Imperio romano como instrumento de la irradiación del Reino de Dios
• De officis ministrorum síntesis de la moral romana y la cristiana.
El Cicerón bautizado
• Las nuevas virtudes cristianas
• “El menosprecio del dinero es la más elevada forma de justicia”
• La virginidad y la castidad cristianas. Emancipación espiritual de la mujer
• La dignidad de la mujer
• El concepto de la virtud de los romanos es asumido y elevado por los
cristianos
• Himnos ambrosianos
Biografía y marco histórico de san Ambrosio. Salvar la romanidad
San Ambrosio (329-397) fue el primero en saber conjugar la romanidad con la
Iglesia, con el fin de crear unos sólidos cimientos para la civilización occidental
europea posterior. Nació en Tréveris, y después de la muerte de su padre —que
fue prefecto del pretorio romano— se trasladó a Roma en compañía de su
madre, a la edad de catorce años; en la gran ciudad, se crió en los viejos círculos
patricios de la urbs, y en medio de las ideas que allí dominaban. Fue un auténtico
romano, pero al mismo tiempo había recibido arraigadas creencias cristianas de
su familia; a causa de éstas, una sirvienta suya, la santa virgen Loteria, sufrió el
martirio durante la persecución de Diocleciano.
Es preciso hacer especial mención de la influencia que ejerció sobre Ambrosio
su hermana Marcelina. Ésta había recibido de manos del papa Liberio (352-366)
el velo que simbolizaba su virginidad consagrada a Dios, y más tarde, al morir
su madre, viajó a Milán con su hermano y allí se hizo cargo de la dirección de un
convento fundado por el mismo Ambrosio.
234
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Vemos que se trata de un hombre profundamente cristiano y a la vez un gran
romano, de tal modo que cuando los godos pusieron en peligro el Imperio
romano, Ambrosio con corazón oprimido suplicó piedad a Dios y que el Altísimo
protegiese a su emperador Graciano.
Milán fue el centro de su vida, y se puede decir que en esta época era la ciudad
más romana de Italia. Ya en los últimos años del siglo III aquella población era la
segunda más importante de Occidente, sólo superada por la mismísima Roma,
y a principios del siglo IV ya era el escenario privilegiado de los acontecimientos
romanos occidentales: recordemos, por ejemplo, el edicto de Milán y la partición
del Imperio en el año 364 entre los hermanos Valiente y Valentiniano I, al
que (este último) tocó Occidente y fijó su residencia en Milán. En esta ciudad
encontramos a la mayoría de sus sucesores, por ejemplo Graciano, al que
cuando murió su padre Valentiniano I, los ejércitos obligaron a asociar al Imperio
a su hermano menor Valentiniano II.
En este periodo surge un gran emperador llamado Teodosio el Grande.
Era un general de Hispania que intentó unificar el Imperio romano después
de vencer a varios usurpadores: Máximo —que Graciano hizo asesinar—,
Arbogasto —general de las Galias que Valentiniano II hizo estrangular— y un
tal Eugenio. Estos dos últimos emperadores fueron vencidos por Teodosio en
una batalla cerca del río Frigidus, y él quedó como dueño y señor del Imperio
hasta su muerte (a. 395), residiendo normalmente en Milán. En este mismo año
se consumó la división del Imperio entre sus hijos, quedando Honorio como
emperador de Occidente y Arcadio de Oriente. Éste fue el marco histórico de
Ambrosio, siempre en la ciudad de Milán, de la que fue nombrado primer cónsul,
a la vez que gobernador de la Liguria y la Emilia. Más tarde sería obispo de la
segunda sede metropolitana de Italia, Milán. La primera era Roma.
Es muy conocida la escena de la elección de Ambrosio como obispo de Milán.
En el año 374 murió el obispo de esta ciudad, un tal Aujencio, que por cierto, era
arriano. La populosa ciudad estaba dividida: católicos y arrianos no se ponían
de acuerdo para la elección de un candidato común. Eso impulsó Ambrosio a
ir a la catedral para estar presente, por su cargo de cónsul y con sus soldados,
intervenir, si era necesario, en la asamblea, en la cual incluso había peligro de
derramamiento de sangre entre los dos bandos.
Según nos dice Paulino, su biógrafo, al entrar Ambrosio en la catedral un niño
exclamó: “¡Ambrosio obispo!”, y acto seguido los dos bandos y toda la multitud
repitieron las mismas palabras, una y otra vez, hasta que Ambrosio tuvo que
aceptar, pese a ser un simple catecúmeno. Si bien el relato se puede considerar
legendario cuando hace referencia a este niño, —muy probablemente los niños
no asistían obviamente a una reunión que se preveía tumultuosa— lo cierto es
que en aquella asamblea Ambrosio fue elegido como candidato de los católicos
y arrianos. Así nos lo cuenta otro biógrafo del santo: Rufino.
SAN AMBROSIO, EL CICERÓN BAUTIZADO
235
Ambrosio fue bautizado, ordenado sacerdote y consagrado obispo en poco
tiempo, pese a las disposiciones de los concilios que prohibían a un catecúmeno
llegar a obispo. Muy probablemente todos observaron que el bien de la unidad
estaba por encima las normativas puntuales de unos concilios. Pero ya hacía
tiempo que Ambrosio se había manifestado partidario del catolicismo y no quiso
saber nada de los ofrecimientos e incluso súplicas de los arrianos. Con Ambrosio
se decantó definitivamente el gran núcleo de población y la mayor parte de los
ciudadanos se declararon a favor del catolicismo. Su elección fue un hecho
providencial, no sólo por este aspecto señalado, sino por su aportación a favor
de la simbiosis auténtica y beneficiosa entre el romanidad y la Iglesia, tal y como
estudiaremos a continuación.
Salvar la romanidad
También Ambrosio creía que el fin del mundo estaba muy cerca, precisamente
porque el Imperio romano tambaleaba. Veamos aquí algunas de las expresiones
más significativas de esta convicción: “Nos acercamos al fin de los tiempos.
Obviamente se manifiestan ciertas enfermedades del mundo que son señales del
fin de los siglos
siglos” (véase su exposición sobre el evangelio según san Lucas X, 10).
Y compara su tiempo con el anterior al diluvio universal. La Iglesia y sus pastores
son los nuevos ‘Noés’ (en su tratado: De Noe et Arca 1, 2). Por tanto, había una
idea fija en él: la Iglesia es la única que puede salvar a la humanidad y ésta no
puede ser otra que el conjunto de los romanos, o sea la romanidad. La Iglesia
está por encima de la romanidad y, si es preciso, sus obispos —como pastores
o nuevos Noés— increparán y amonestarán a los emperadores. Ambrosio, por
ejemplo, prohibió a la emperatriz arriana Justina y a su hijo Valentiniano II la
entrega de una Iglesia católica en Milán para dedicarla al culto arriano.
La elevada autoridad moral conquistada por el obispo de Milán con una
actuación rectilínea y valiente, fiel en todo momento a los dictámenes de su
conciencia, le permitió exigir al mismo emperador Teodosio —a quien se debía la
victoria definitiva sobre el arrianismo en el Imperio romano— el sometimiento al
mandamiento eclesiástico y la aceptación de la penitencia pública por la matanza
en Tesalónica al aplicarse las durísimas medidas de represión por el emperador
decretadas contra los rebeldes de aquella ciudad. Tales medidas acabaron con
la masacre de más de siete mil ciudadanos arrasados en el circo por la tropa
militar imperial. La noticia llegó a Ambrosio mientras éste presidía un sínodo en
las Galias. El gran obispo se apresuró a volver a Milán, pero se enteró de que
al cabo de pocos días el emperador entraría en aquella ciudad. Ambrosio no lo
quiso recibir y se refugió en casa de un amigo, en las afueras de la población.
Era una señal de reprobación por tal acción, indigna de un emperador cristiano.
Y desde aquella casa de campo, Ambrosio escribió a Teodosio una carta
durísima, en la que le dice que debe hacer penitencia pública, ya que el pecado
fue gravísimo. Teodosio aceptó la imposición de pena y se agregó al grupo de
penitentes con sus peculiares hábitos. Cuando se celebraba la eucaristía, el
mismo emperador penitente reclamaba a los fieles en la puerta de la iglesia
que pidiesen perdón a Dios por sus pecados. La penitencia duró varios meses,
236
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
hasta que en la Navidad del año 390 Ambrosio le perdonó y pudo entrar de
nuevo en la iglesia para participar de la eucaristía. Estos hechos estremecieron
al mundo romano: ¡todo un emperador, considerado por los paganos el pontifex
maximus, sometido al dictamen de un obispo! Esto dejó una profunda huella en
la misma esencia de la romanidad, y fueron buena prueba de ello las palabras
de san Ambrosio: “En
En lo que se refiere a la fe —decía— los obispos juzgan a los
emperadores y no los emperadores a los obispos
obispos” (Carta 21, 4). De este modo
se inauguró el intento de separación de las dos esferas o, si se quiere, de las
competencias de las dos autoridades: la temporal y la eclesiástica. Pese a todo,
san Ambrosio se manifestó como un gran romano amante de los valores —según
él— “irrenunciables
irrenunciables de la romanidad
romanidad”. De aquí el gran respeto que profesaba al
emperador en los asuntos ajenos a la fe.
El Imperio romano como instrumento de la irradiación del Reino de Dios
Sorprenden hoy a nuestra sensibilidad las palabras de elogio que san Ambrosio
pronunció en la oración fúnebre de Teodosio el Grande (25 febrero 395) en
presencia de Honorio —hijo del emperador, encargado de trasladar los restos
mortales de su padre a Constantinopla— y del ejército imperial congregados en
la catedral de Milán. Las expresiones que transcribimos, manifiestan un gran
afecto hacia Teodosio y la romanidad vinculada a la persona del emperador.
Veamos aquí algunos fragmentos: “...He querido a este hombre lleno de
misericordia, humilde en el trono imperial, de espíritu puro y corazón sensible...,
he querido a este hombre que se inclinaba más ante sus censores que ante sus
aduladores. Desnudo de toda su pompa imperial, lloró públicamente en la iglesia
su pecado, en el cual había caído por engañosos consejos. Y entre suspiros y
lágrimas suplicó ser perdonado. De aquello que avergüenza a los particulares no
se avergonzó el emperador: de hacer penitencia pública. He querido al hombre
que en sus últimos instantes, en su último aliento, pidió mi presencia a su lado.
He querido al hombre que, ya próxima la descomposición de su cuerpo, se
preocupaba más de la situación de las iglesias que de sus propios peligros y
enfermedades. Le he querido y así lo proclamo; por ello el dolor ha llegado a lo
más profundo de mi corazón. Le he querido y tengo la plena confianza en que el
Señor acogerá la plegaria que dedico al alma piadosa del difunto
difunto”.
Nunca hasta ahora un obispo había hablado así de un emperador. El discurso
muestra, más allá de una gran estimación personal, la íntima vinculación que
llegó a existir entre la Iglesia y la romanidad. Dados estos sentimientos, resulta
comprensible que el orador se vea obligado a invocar la bendición del cielo
para los hijos del difunto e invitar a todos los oyentes a guardarles fidelidad:
“Que
Que hasta Vós, ¡oh Dios! —continúa Ambrosio— llegue mi súplica para que el
difunto sobreviva en sus hijos. Tú, Señor, que también a los niños (Arcadio de
dieciocho años y Honorio de once) has mantenido en esta humildad, concédeles
la salvación que de Ti esperan”. Y dirigiéndose a los oyentes dijo: “Satisfaced en
los hijos la deuda que habíais contraído con el padre (Teodosio). Pues si es un
grave crimen lesionar los derechos de los menores de edad cuando son hijos de
particulares, más lo es cuando se trata de un emperador
emperador”.
SAN AMBROSIO, EL CICERÓN BAUTIZADO
237
Es cierto que la preocupación de Ambrosio por la dinastía imperial y por el
bienestar del Imperio romano tenía mucho que ver con la preocupación por la
irradiación del Reino de Dios. El pasado del Imperio no le interesaba, a no ser
cuando estaba representado por los emperadores cristianos y respondía a los
deseos de Dios.
En la mencionada celebración necrológica se manifiesta que Constantino recibió
la fe y la dejó como herencia a sus sucesores. Sólo enaltece el Imperio en tanto
que éste se encuentra sujeto a la fe cristiana. Los clavos con los que el Salvador
fue clavado en el patíbulo, y que la emperatriz Helena había encontrado
en Jerusalén junto a la cruz, constituyen para Ambrosio todo un símbolo.
Helena había hecho incrustar uno de aquellos clavos en la diadema imperial
y Ambrosio comenta: “Helena actuó correctamente poniendo la cruz sobre la
cabeza de los reyes, para que así la cruz de Cristo sea venerada por ellos. No
hay inconveniencia, sino piedad en tributar veneración a la redención santa.
Y también es muy correcta la colocación del clavo en las riendas del Imperio
romano, gobernando así todo el orbe terrestre y adornando la frente de los
emperadores de modo que ahora son predicadores los mismos que a menudo
habían sido perseguidores
perseguidores”.
Con Teodosio desapareció el último emperador que había conseguido gobernar
enérgicamente la totalidad del orbis romani. Después de él Occidente vio
sucederse en el trono imperial sólo niños u hombres totalmente débiles. Los
romanos verdaderamente grandes y con influencia en la posterioridad los
encontramos únicamente en las filas de la clerecía, y Ambrosio, entre ellos,
destaca como uno de los más eminentes.
De officiis ministrorum, síntesis de la moral romana y la cristiana. El
Cicerón bautizado
Podemos apreciar con toda claridad cómo el gran obispo Ambrosio propagó
en los círculos que le eran próximos y transmitió a las generaciones futuras
aquel espíritu en el cual el sentimiento y la formación romanos se profundizan
y ennoblecen gracias a la doctrina cristiana. Así sucedió, sobre todo en el
terreno de la moral, el más familiar de todos por el sentido práctico de aquel
ser ordenador y legislador que era el romano. Por vez primera en la historia de
la antigüedad cristiana, Ambrosio intentó hacer una exposición sistemática de
la moral del cristianismo, y resulta sumamente notable la forma como lo hizo.
De todos sus escritos, cabe destacar el tratado De officiis ministrorum —el
más apreciado todavía hoy—, o “De
De los deberes de los ministros de la Iglesia”
Iglesia”,
compuesto en el año 389. En él, con un título muy parecido al De officiis de
Cicerón, su contenido es muy próximo a la obra ciceroniana, y no faltan textos
idénticos a los de la mencionada obra de Cicerón. Pero no nos vamos a detener
a ponderar la originalidad de san Ambrosio en esta obra, ya que su grandeza no
es ésta; lo que nos interesa es señalar los nuevos caminos que éste abre hacia
la religión y la política. Si los vemos, entenderemos que tomara como modelo a
Cicerón, la obra del cual conocían y admiraban con orgullo todos los romanos
238
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
cultos de su tiempo. No fue la falta de originalidad lo que le movió a tomarlo como
modelo de su obra, sino el hecho de que el antiguo funcionario cónsul de Milán
estaba convencido del todo de que aquel libro era, a los ojos de los romanos
y sobre todo a los de los varones más ilustres, el que mejor exponía un ideal
de la personalidad romana, al cual la opinión general adscribía la creación y la
grandeza del imperium: un ideal frente al cual el excónsul, ahora en su cualidad
de obispo, quería imponer otro ideal más elevado y de más calidad.
Cicerón, por otro lado, no sólo era el maestro insuperable de la lengua latina, sino
que además era el intermediario entre Roma y la filosofía y el saber helénicos, el
que había hablado con palabras más elevadas de religión y de principios morales
destinados a regir la vida del Estado y de la sociedad en general. Todo escritor
cristiano que deseara dirigirse como tal a los paganos romanos, debía hacerlo
con un lenguaje ciceroniano y con las mismas ideas —sublimadas— de Cicerón.
Minucio Félix —autor de Diálogo de Octavio, el texto cristiano en latín más antiguo
en prosa que se conserva (véase tema 14)— ya conocía bien al gran Cicerón. En
cuanto a Lactancio, consideraba a Cicerón su gran modelo, e incluso fue llamado
el ‘Cicerón cristiano’. En cuanto a Jerónimo, también fue tanta su admiración por
Cicerón, que a menudo le pesaba ser tan seguidor de un pagano. Entonces no
es nada raro que Ambrosio tuviera tanta estimación por Cicerón, presentando
a sus sacerdotes los deberes morales descritos por el mismo Cicerón, aunque
él siempre los completaba con los principios cristianos. Al mismo tiempo, sale
al paso del reproche de los paganos que se quedaban en la materialidad de
las obras de Cicerón. Ambrosio cree, y así lo expresa en su obra De officiis
ministrorum, que es preciso completar a Cicerón con otros ejemplos ilustradores
sacados de la Sagrada Escritura, preferentemente del Antiguo Testamento, y
demostrar que las ideas morales ya eran anteriores a Cicerón. De este modo
destruía —como hizo Eusebio en su Historia de la Iglesia
Iglesia— la acusación de que
la doctrina cristiana era de contenidos nuevos e insignificante en comparación
con la vieja sabiduría romana. Ambrosio quería mostrar, partiendo de la ética
cristiana, la fuente de la ética pagana: cuando habla de ‘nuestros antepasados’
no se refiere a los romanos paganos, sino a los profetas y a los hombres justos
del Antiguo Testamento. Los patriarcas están por encima de aquellos juristas y
filósofos en los cuales los paganos veían a los más sabios de todos los hombres.
Los primeros y no los segundos son sus directores y sus modelos espirituales.
De modo que toma a Cicerón sólo en el aspecto externo, acomodándolo a una
nueva concepción cristiana del universo. Sin renegar de los valores romanos,
como cristiano quiere tener ideas propias y liberarse de todas las tradiciones
—como la mitología— propiamente paganas. Por ejemplo, cuando Ambrosio
escribe el citado libro De officiis ministrorum, se refiere a la moral al servicio del
bien del Estado expuesta por Cicerón y no se dirige a los patricios de Roma,
sino a los sacerdotes cristianos, exponiendo el servicio del bien de la sociedad
humana, encuadrado en los deberes postulados por la moral del cristianismo.
Igualmente el obispo cree servir como tal a un Imperio mayor y más alto que
aquel otro —el romano— al cual el mismo san Ambrosio había servido antes en
calidad de cónsul; así mismo también el orden moral derivado de la doctrina de
SAN AMBROSIO, EL CICERÓN BAUTIZADO
239
Cristo es para él más elevado que el representado por Cicerón y por la antigua
aristocracia pagana romana que se movía en el círculo de la filosofía estoica.
Es cierto que el estoicismo, en su doctrina ética tomada de la razón humana,
había constituido el resorte moral al cual el Estado romano debía su grandeza,
pero carecía de fundamento profundo. Según el estoicismo, se cumplían las
obligaciones sin ninguna otra razón que por ellas mismas y porque así lo
determinaba el gobierno o el Estado. Ambrosio, en cambio, indica que el motivo
de obedecer radica en el temor a Dios. No deben cumplirse las obligaciones
para ser virtuosos por la misma bondad de la virtud, sino por la vida eterna.
Así afirma en el mencionado libro: “Nosotros, en cambio, medimos lo que es
conveniente y honesto no sólo por el presente, sino por lo que tiene que venir, y
sólo consideremos útil aquello que es provechoso para la bendición eterna, y no
para el placer del presente”. La vida eterna significa el conocimiento de Dios y el
fruto de las buenas obras. En este aspecto, no se puede negar que la doctrina
moral de Ambrosio es más profunda que la de Cicerón.
De las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, y templanza),
Ambrosio habla en términos generales, al igual que Cicerón y los estoicos. Como
buen romano, todo cuanto va unido a su enseñanza le resulta completamente
familiar. Pero Ambrosio nos dejará unas definiciones precisas que serán
utilizadas a través de los siglos como una herencia —la más preciada— de la
romanidad y que contribuirán decisivamente al desarrollo de las características
y la dirección de la posterior civilización universal basada en este aspecto: la
sabiduría latina.
Debemos destacar la virtud de la templanza, basada en el dominio de uno
mismo, a la que tanta importancia dieron —como los romanos— los educadores
y moralistas en época medieval, para los cuales la educación no consiste tanto
en el desarraigo de las pasiones y de los deseos, sino especialmente en su
ordenamiento. La consecuencia de esta valoración de la templanza fue la
aceptación —o, si se quiere, el descubrimiento— del orden racional en la vida
religiosa y eclesiástica tan diferente si comparamos Occidente con Oriente, ya
que en la civilización oriental se da más importancia al cultivo de los sentimientos
y de los éxtasis, como también sucede en el mundo islámico. Otra consecuencia
de esta valoración de la templanza es el intento de equilibrio entre los diferentes
antagonismos políticos y sociales —que se da más en Occidente que en
Oriente— ya que siempre se busca la superación interior más que su supresión,
favoreciendo así la colaboración orgánica de los factores dispares en vez de la
opresión paralizadora.
En estrecha relación con el tema de las virtudes cardinales, tenemos la
consideración del comportamiento externo, al cual tanta importancia los romanos
distinguidos daban: el concepto del decorum y del honestum que compara san
Ambrosio con la belleza y la salud del cuerpo respectivamente; subraya también
la verecundia (modestia). En estos puntos el que había sido funcionario se
240
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
encontraba totalmente de acuerdo con los viejos romanos y era el portavoz de
Cicerón. Y sus enseñanzas no podían menos que avalar las doctrinas que los
cristianos presentaban en un nuevo mundo que se acercaba. De aquí el gran
éxito de Ambrosio. Sus libros fueron copiados y recopilados durante muchos
siglos, pues su sabiduría no surgió esporádicamente de él, sino que estaba
arraigada en la misma romanizad y en el pensador más significativo: Cicerón.
El concepto cristiano de la existencia, con la mirada puesta en Dios y la
esperanza en la vida eterna, proporcionaba una configuración nueva a las
virtudes heredadas de los estoicos, que eran en sí mismas —podríamos decir—
secas y demasiado rígidas. Así pues, el cuadro que hasta ahora sólo había
tenido líneas, ahora se presenta con cálidos colores gracias a san Ambrosio. El
amor a Dios y al prójimo, en el cual se resumen todos los preceptos de la vida
cristiana, quedaban expuestos de un modo estoico. Para Ambrosio la prudencia
es la inteligencia del creyente que aspira a juzgar todas las cosas y a conocerlas
exclusivamente a la luz de la pura fe. Para él la justicia no es tanto la insistencia
en el derecho de alguien sino mucho más: la consideración hacia el prójimo tal
como está preceptuada por los sentimientos de solidaridad. La templanza es
sublimada por la benevolencia, y la fortaleza es considerada como sufrimiento
paciente de los daños, recordando el comportamiento de los mártires.
Las nuevas virtudes cristianas
Mucho más notables son las “nuevas” virtudes que Ambrosio predica. La primera
es la humildad, en radical contradicción con el afán de gloria profesado por los
sabios paganos que sentían también un refinado desprecio por los esclavos. El
cristiano no sólo es humilde ante Dios, sino que desea ser postergado respecto
al prójimo. Por eso aprecia Ambrosio muy singularmente el silencio como
emanación de la humildad: “Si
Si uno —afirma en el libro I de la mencionada obra,
cap. 4, párrafo 14— es circunspecto en el hablar, se hará modesto, manso y
paciente”. Así, la humildad entronca con el cuidado para conservar la pureza.
Junto con la humildad, Ambrosio enaltece la virtud del amor al prójimo,
practicada por los cristianos sobre todo en tiempos de persecución. Al hablar de
la beneficencia, pone un particular énfasis en el sentimiento de benevolencia y de
compasión. Así dice: “Es un sentimiento lo que da a tu obra el nombre adecuado,
porque ésta será querida según tu intención”. Con estas palabras Ambrosio se
eleva mucho más que Marco Aurelio, el cual sólo concebía este sentimiento. En
cambio, encontramos mucha más claridad en estas palabras de Ambrosio: “El
motivo que más poderosamente nos mueve a la caridad es la compasión ante
las calamidades de otro y el deseo de poder —por encima incluso de nuestras
fuerzas— poner remedio a la necesidad de los otros, del prójimo
prójimo”. Con estas
palabras, el santo obispo de Milán justifica su resolución —en contra de los
arrianos— de fundir todos los objetos de oro de culto para venderlos y así liberar
a los cautivos.
SAN AMBROSIO, EL CICERÓN BAUTIZADO
241
El amor a los pobres conduce a los cristianos a sobrevalorar la indigencia hasta
el extremo de formular voto de pobreza. Eso era inconcebible a los ojos de
los paganos. El amor a los pobres nos lleva por este camino al perdón de las
ofensas y, finalmente, al grado más alto de la perfección cristiana: el amor a los
enemigos. “Pero
Pero —afirma Ambrosio— si yo soy perfecto, bendeciré al que me
injuria como san Pablo lo bendecía, el cual decía ‘se nos maldice y nosotros
en cambio bendecimos’”
bendecimos’”. La propia renuncia llega al máximo cuando Ambrosio
rehúsa la excusa del estado de necesidad: “Un
Un cristiano justo —dice— y discreto
no debe conservar su propia vida al precio de la muerte de otro. Aunque uno
cayese en manos de un bandolero armado, no le es lícito replicar el ataque del
agresor, ya que existe peligro de vulnerar la caridad defendiendo su existencia”
(Libro
Libro 3, cap. 4, párrafo 27).
En ese afán por alcanzar el máximo grado de perfección y abnegación, podemos
apreciar el poderoso ímpetu contagiado por la nueva creencia cristiana a sus
fieles, los cuales recibían de ella la conciencia de haber superado ampliamente
las doctrinas de la vieja sabiduría romana. No deja de ser emotivo el hecho de
que Ambrosio, al conservar el antiguo esquema ciceroniano, sobrepase y rompa
a cada paso los límites del modelo con su propio pensamiento, a pesar de sus
posibilidades como escritor.
Aquí vemos claramente cómo la vieja mentalidad romana, aunque sigue
imponiéndose en sus normas externas, no puede evitar ser superada y
desbordada interiormente por el cristianismo.
“El menosprecio del dinero es la forma más alta de justicia”
Glosando la frase del evangelio “no
no poseáis ni oro, ni plata, ni dinero
dinero”, Ambrosio
no sigue a Cicerón en el concepto de propiedad. El filósofo estoico no busca
las razones de la propiedad. Ambrosio afirma que “Dios hizo a las criaturas de
modo que el alimento fuese común para todas, y la tierra posesión común de
todas ellas. Así pues, la naturaleza creó un derecho de posesión común. Pero es
preciso afirmar —continúa Ambrosio— que la usurpación hizo de este derecho
un derecho privado
privado”. Siguiendo las enseñanzas del Redentor, Ambrosio dedica a
la riqueza y al dinero palabras de una dureza tal que no volveremos a encontrar
nada parecido hasta bastantes siglos después con san Francisco: “Los bienes
corporales y exteriores no sólo no son una ventaja sino que constituyen un
obstáculo para la vida futura”. Acumular tesoros es para Ambrosio una empresa
vana, es como trabajar en una telaraña que no tiene ni valor ni provecho. “Si te
vienen las riquezas, no te aprovechan, al contrario: arrancan de ti la viva imagen
de Dios y te imponen la del terrenal
terrenal”. Por este motivo, no quiere de ningún modo
que los sacerdotes intervengan en asuntos de dinero, y mucho menos en los
referentes a herencias. Considera que quien se deja llevar por el afán de lucro
envilece su espíritu. El menosprecio del dinero es a sus ojos la forma más alta
de justicia.
242
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Pese a todo no predica el odio a los ricos. Éstos “tienen que ver en la riqueza,
en vez de un derecho, un deber para socorrer a los pobres. Es preciso que no
se aseguren el goce de los bienes terrenales, sino que se deshagan de aquello
superfluo, y así alcanzar el goce de los bienes celestiales. El pobre debe ser para
el rico un deudor de la salvación en el día del juicio, ya que entonces encontrará
misericordia ante el Señor, quien, con su propia misericordia, se ha hecho
deudor en este mundo
mundo”.
La virginidad y castidad cristianas. Emancipación espiritual de la mujer
Pero el punto álgido de entusiasmo del tratado que comentamos de san Ambrosio
(el De officiis ministrorum) se alcanza cuando el santo habla de la virginidad y de
la castidad. Se produjo un cambio que se relaciona con la alteración que se había
producido en las circunstancias históricas. Las persecuciones habían fundido
a todos los cristianos en un bloque compacto. Al pasar el cristianismo a ser
protegido por el Estado, aquella fusión, caridad y hermandad entre los cristianos
en parte se disolvió. Muchos paganos también abrazaron el cristianismo sin haber
aceptado explícitamente la totalidad de las anteriores exigencias de ponerlo todo
a disposición de la comunidad. Era una nueva situación. El espíritu mundano
del que muchos cristianos no se habían desnudado totalmente amenazó a los
mejores y más idealistas cristianos. Y estos últimos buscaron entonces el modo
de protegerse contra una nueva práctica: la de convivir como paganos y no como
cristianos. De aquí, pues, que se acentúe el ascetismo y una disciplina estricta de
la vida espiritual concretada en el monacato y en el entusiasmo de consagrarse
a Dios mediante el voto de virginidad. De aquí proviene la afloración de nuevos
colectivos de vírgenes en el siglo IV. En este movimiento podemos distinguir
dos sectores. Mientras uno de ellos se agrupa en comunidades conventuales,
el otro permanece en el mundo constituyendo un estamento propio: el de las
mujeres consagradas a Dios, que han hecho sus votos ante el obispo y reciben
de él la correspondiente consagración o bendición. En otros tiempos posteriores,
los dos sectores se llegarían a confundir, pero en tiempos de san Ambrosio aún
se distinguían plenamente. En estos movimientos también vemos una clara
emancipación espiritual de la mujer. Así ellas intervienen mucho en la iglesia,
haciéndose cargo de una misión que les viene muy bien: ser como auténticas
madres de las comunidades cristianas.
Podemos observar este movimiento especialmente entre las mujeres de la
aristocracia romana en las cartas de san Jerónimo. Muchas de éstas tuvieron
un papel muy importante en la conservación de las tradiciones y de la cultura
cuando los bárbaros invadieron Roma.
San Ambrosio —tal y como lo hicieron san Cipriano y Tertuliano— dedicó largo
tiempo de su misión episcopal a la atención y dirección espiritual de las almas
femeninas. Pero san Ambrosio bien se puede considerar uno de los primeros
apóstoles de la virginidad cristiana. Su hermana Marcelina desempeñó un papel
destacadísimo; se reunió con su hermano en Milán procedente de Roma, donde
ya había hecho el voto de virginidad. En Milán era el alma de un grupo muy
SAN AMBROSIO, EL CICERÓN BAUTIZADO
243
numeroso de mujeres que querían iniciar una nueva vida guiada por los dos
hermanos. Procedían de la misma Milán o de Bolonia.
Era tal el atractivo de esta nueva familia de agrupaciones femeninas, que muchas
jóvenes querían entrar, pese a la incomprensión por parte de muchos padres de
familia del nuevo apostolado patrocinado e impulsado por el obispo milanés.
Éste escribe cuatro libros referentes a la virginidad. El primero está dedicado
a su hermana y fue compuesto en el tercer año de su pontificado. Siguió un
segundo tratado llamado De virginitate, en el cual justifica su propaganda a favor
del estado virginal. El tercero es la instrucción dirigida a la virgen Ambrosia, que
tenía el propósito de tomar el velo (oficial) de la virginidad. En la primera parte de
este libro hay una carta de Ambrosio al obispo de Vercelli, un tal Eusebio, abuelo
de Ambrosio, donde se oponía frontalmente a los ataques de este obispo hacia
la virginidad permanente de María, madre de Dios. El cuarto libro es un sermón
pronunciado en Bolonia a favor del nuevo estado de virginidad que muchas
jóvenes querían abrazar. A estas obras es preciso sumar un tratado sobre las
viudas, en el cual Ambrosio afirma que la viudedad es preferible a las segundas
nupcias.
Con brillantes colores inspirados en el Cántico de los cánticos, Ambrosio
describe la gloria y el honor de las que desean ser esposas de Cristo. Al propio
tiempo, compara las ventajas de la virginidad con las cargas del matrimonio y
de la procreación, en términos tales que su prosa nos resulta excesivamente
inspirada, ya que parece olvidar la poesía de la maternidad. Tanto es así, que en
un momento se siente en la obligación de declarar que de ningún modo quiere ni
estima lícito despreciar el matrimonio.
La dignidad de la mujer
Ambrosio indica que gracias al cristianismo la dignidad de la mujer se ha alcanzado
en gran parte. Y en este punto sus palabras, unidas a las circunstancias de la
época, resultan perfectamente adecuadas para resaltar esta realidad. Gracias
a la doctrina cristiana, la mujer que no ha contraído matrimonio no es una
fracasada, al contrario, puede conseguir un destino aún más alto si consagra su
virginidad a Dios y al servicio divino. Esto lo sentían instintivamente las jóvenes
de los círculos aristocráticos que seguían las exhortaciones del obispo milanés,
hasta el punto de que, para muchas de ellas, las palabras de Ambrosio resonaron
como una declaración de independencia de su personalidad. El santo obispo
vuelve a exponer estas mismas consideraciones cuando exhorta a las viudas a
que renuncien a contraer nuevas nupcias. La protección del varón (recordemos
a las virgines subintroductae de los primeros siglos del cristianismo) ya no es
imprescindible para la mujer; ésta se basta para guardarse a sí misma. Ambrosio
intenta que la mujer quede equiparada al hombre. Y es que en aquellos tiempos
parece como si las mujeres aventajaran a los varones en algunas ocasiones en
el contexto de los ideales cristianos, inclinadas por su naturaleza a comprender
mejor que ellos ciertas actitudes, tales como la humildad y la honestidad. Y así
como una Marcelina influyó sobre un san Ambrosio, también una viuda, santa
244
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Mónica, condujo a san Agustín al camino por el que éste llegaría a convertirse
en gran maestro de la Iglesia occidental. La vida cristiana era mucho más amplia
que los actos del culto en donde el varón predominaba; pero en la organización
cristiana, especialmente de la caridad, la mujer, en este periodo, tiene un papel
preeminente. Quizá será modelo en una Iglesia renovada actual.
Pero para la protección de su independencia, teniendo en cuenta el contexto de
la mentalidad de la época, la mujer necesitaba cultivar con especial cuidado el
pudor y la vida retirada. Ambrosio trata con mordaz ironía la coquetería femenina,
mezquina y degradante. Una vez robustecida espiritualmente, la mujer dejaba
de necesitar la absorbente protección del varón. Sin embargo todavía estaban
demasiado lejos de la igualdad entre hombre y mujer. Tal intento hace que la
mujer ocupe en el matrimonio un lugar distinto al que le estaba reservado en la
antigüedad pagana. Ésta consideraba la boda exclusivamente desde el punto
de vista del interés del Estado, como una institución destinada a aumentar el
número de los ciudadanos. Mucho menor era la importancia atribuida a la mutua
comprensión y al afecto en que es preciso fundamentar el lazo que une a los dos
seres para toda la vida según la visión de san Ambrosio. La intensa participación
femenina en la vida religiosa y espiritual del cristianismo no sólo hace aumentar
el valor de la mujer, sino que la eleva a la dignidad y a la espiritualidad de las
relaciones entre ambos sexos. El mismo amor a menudo concebido antes del
cristianismo como un acto simplemente sexual, ahora fue espiritualizado por los
cristianos. Además, posiblemente el pudor hizo que la mujer fuese no sólo más
deseada, sino también más respetada por el hombre. El varón festeja a la mujer
como compañera, y no tanto como objeto de placer. Se dio, pues, un paso que
creemos fue significativo.
La filosofía estoica, por su carácter peculiar, anteponía las virtudes masculinas
a todas las restantes: la energía y la intrepidez ocupaban los más altos lugares
de la escala de valores. Si una mujer, como la madre de los Gracos, destacaba
entre las personas de su sexo, era porque manifestaba virtudes masculinas
más que femeninas. Pero aquella virilidad que los viejos romanos llevaban en
el mismo tuétano de los huesos en tiempo de san Ambrosio tenía ya escasos
representantes entre los funcionarios y los oficiales al servicio de Roma. El
santo obispo hace de los oficiales del ejército romano un retrato que a nuestros
ojos resulta sarcástico. San Ambrosio nos explica el gran número de militares
borrachos que no luchan con las armas, sino en concursos de glotonería. “Una
vez acabado el banquete —afirma— los sirvientes de los grandes soldados (tan
borrachos éstos que ni pueden mantenerse en pie) los cogen y los montan en
sus caballos. Es entonces cuando empiezan a ir de un lugar a otro, como una
nave sin piloto, y caen al suelo con grandes risas de los que ven tal espectáculo.
La chiquillería se ríe. Aquellos muñecos de hombres heridos sin necesidad de
haber utilizado la espada, caídos sin que haya habido ningún enemigo, están
temblorosos en la flor de su juventud, sin haber llegado a ser viejos
viejos”.
SAN AMBROSIO, EL CICERÓN BAUTIZADO
245
El concepto de la virtud de los romanos es asumido y elevado por los
cristianos
Tal deformación de la virilidad era abominable para los cristianos, especialmente
porque éstos querían demostrar su masculinidad principalmente en el terreno
espiritual y en el dominio moral de ellos mismos. Pero el cristiano no se
contentaba con propugnar el cultivo de las virtudes masculinas, sino que
también exigía fe, esperanza, abnegación, humildad y castidad, dispensando
así no menos importancia a las virtudes denominadas femeninas. En la antigua
mentalidad estoica, las virtudes resultaban ser por sí mismas normas de conducta
para el hombre progresivo y justo, pero para superar el egoísmo era necesario
que Dios se encarnase. Las nuevas virtudes del Verbo hecho hombre y que
tan admirablemente había practicado Jesús, posibilitaban que la humanidad se
elevase a alturas insospechadas hasta aquellos momentos, lo cual daba a los
hombres una nueva nobleza y una nueva dimensión para el espíritu humano.
Es lógico, pues, que se preparase una nueva civilización no sólo basada en la
fuerza del derecho, el poder y la ley del Estado, sino una civilización instaurada
en un nuevo orden, y que aspiraba a un reino nuevo: el reino de Dios que
busca la gloria eterna mediante el perdón, la humildad, la renuncia y la oración
esperanzada.
Tales eran los pensamientos que servían de consuelo a los contemporáneos
de Ambrosio ante la miseria que iba cubriendo al Imperio romano, de tal modo
que en medio de la tristeza debido a la dureza de los tiempos, podían exultar en
alabanzas al Altísimo, el reino del cual les parecía más y más precioso a medida
que el Imperio iba en declive.
Himnos ambrosianos
No podemos entretenernos más en la comparación entre Ambrosio y Cicerón.
Así mismo otros escritores, especialmente poetas, ejercieron una gran influencia
en el tránsito de la civilización romana pagana a la cristiana. Virgilio será el
poeta predilecto y fue durante muchos siglos el lazo persistente entre ambas
civilizaciones. Se le consideraba un profeta.
En el campo de la lírica también es preciso reconocer en san Ambrosio un papel
importantísimo. Él inició en Occidente la costumbre —ya extendida en Oriente—
de utilizar himnos poéticos durante la plegaria oficial. Fue un gran acierto, ya
que el pueblo —y también la clerecía— debían tener a su alcance himnos fáciles
de memorizar, en los cuales la doctrina verdadera —en oposición a la arriana—
fuese bellamente cantada por todos. Ambrosio fue, como hemos dicho, decisivo
en su aportación con un método oracional y pedagógico. Así, pese a que él
sólo fuese autor de una docena de ellos, los himnos son llamados ambrosianos,
como un reconocimiento oficial y afectuoso del logro de san Ambrosio en este
campo. En ellos se conserva la estricta simetría romana (dímetro jámbico con
ocho estrofas). Uno de los más conocidos fue el Deus creator omnium, cántico
vesperal de acción de gracias al Todopoderoso. Debemos mencionar también:
Aeterne rerum conditor
conditor; jam surgit hora tertia, Veni Redemptor gentium...
246
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
El cultivo de la poesía siempre ha favorecido al cristianismo. El siglo IV, pese a
la decadencia romana, tenía motivos para estimular los sentimientos religiosos
de acción de gracias: el final de las persecuciones y el fin de la herejía arriana,
gracias al gran emperador Teodosio I... Por ello florecen grandes poetas: a parte
de san Ambrosio, cabe destacar a Paulino de Nola —muy vinculado a Barcelona,
donde fue sacerdote antes de convertirse en obispo de Nola—, Sulpicio Severo
—monje tras la muerte de su esposa, de Eauze (Aquitana)— que además de ser
autor de muchas poesías, realizó una famosa biografía de san Martín de Tours,
Aurelio Prudencio Clemente —el mayor de los poetas cristianos latinos— que
cantó las glorias de los mártires de Hispania, así como las de su paisano el
emperador Teodosio (ambos eran de Hispania).
24 SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE
ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
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Conversión de san Agustín. La gracia y los valores cristianos
San Agustín, obispo de Hipona
¿Cuál fue la causa de la caída del Imperio?
Estructuración de la obra De civitate Dei
El acierto y grandeza de la filosofía contenida en la obra De civitate Dei
San Agustín, el gran moralista
Los bienes de este mundo
El derecho y la ley naturales
La familia. Dignidad del matrimonio. Familia y Estado
El Estado
Relaciones entre los estados. Derecho internacional. La guerra
Situación de la Iglesia católica en el campo jurídico y estatal
¿Quién debe combatir la herejía? La pena de muerte
La propiedad privada
La esclavitud y el comercio
Agustín, síntesis de dos culturas: la romana y la cristiana
Agustín pertenece al círculo espiritual de Ambrosio, el gran obispo de Milán. Éste
fue el gran apóstol de la conversión del que sería obispo de Hipona: san Agustín.
Así como la vida y obra de san Ambrosio son más rectilíneas, homogéneas y
están arraigadas en el terreno de la acción, el destino y la evolución de Agustín
presentan violentos contrastes de luz y sombra; por otra parte, los años de san
Agustín comprenden, por un lado, los días de las victorias del poder imperial
romano de Teodosio, y por otro, el comienzo del derribo del Imperio universal de
Roma. En medio de las ruinas del viejo Imperio dominador del mundo, Agustín
entregó a Dios aquel espíritu que con tanta clarividencia había indagado en el
significado profundo de los acontecimientos históricos.
248
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
San Agustín tiene el derecho de ocupar un lugar preeminente al lado de las
figuras pioneras de la vida cultural de finales del siglo IV y principios del V, con
san Ambrosio, Paulino, Sulpicio Severo y Prudencio.
Mejor que ninguno de sus contemporáneos, Agustín nos ofrece una penetrante
visión de la vida espiritual de aquellos intelectuales de finales del siglo IV
que, influidos de manera puramente superficial por el cristianismo, estaban
interiormente impregnados de la educación pagana en deseos e impulsos
terrenales, y vacilaban de un lado a otro hasta que un profundo anhelo de la
verdad les llevó a pisar terreno firme: aquel mismo terreno en el que Agustín
se introdujo definitivamente con rara energía y con ánimo decidido que no
abandonaría jamás.
Conversión de san Agustín. La gracia y los valores romanos
Agustín nació el 13 de noviembre del año 354 en la pequeña ciudad de Tagaste
de Numidia. Era hijo de un decurión (cargo parecido al que hoy sería un regidor o
un consejero de la ciudad), el pagano Patricio, y de una noble cristiana: Mónica.
Podemos asegurar que de haber perseverado la dirección que Agustín siguió
durante su juventud, difícilmente la historia universal hubiera conservado su
memoria. Posiblemente hubiese sido un maestro de elocuencia que se hubiese
ganado la vida dando clases —y nada más— en Roma o en Cartago.
Providencialmente, la ida a Milán hizo que Agustín frecuentase los encuentros
religiosos dirigidos a los catecúmenos —él no pasaba de esto— los cuales el
mismo obispo Ambrosio siempre dinamizaba con grandes sermones llenos
de espiritualidad. En muchos de éstos, el obispo Ambrosio explicaba pasajes
del Antiguo Testamento. Eso hizo que Agustín —adepto a los maniqueos— se
deshiciese de los prejuicios que tenía. Estos sermones y una lectura atenta
de Cicerón (concretamente de su obra Hortensio) cambiaron el rumbo de su
vida: antes era pesimista ante el origen del mal, ahora busca una solución
positiva a los enigmas de la vida en la filosofía neoplatónica. El mal no podrá
ser, en consecuencia, una cosa sustantiva, ya que sólo Dios es el ser perfecto
y absolutamente bueno, según leyó en las traducciones del escritor romano
Victorino (300-362) que hizo de los neoplatónicos. El mal moral sólo podría
fundamentarse en la voluntad corrompida de la criatura. Pero aún avanzó más:
descubrió que existía una Verdad externa como fuente de conocimiento, y por
eso no experimentó la necesidad de una especial demostración de la existencia
de Dios. Cuanto a su personal evolución religiosa, esta diáfana concepción
de la verdad eterna tuvo como consecuencia prepararlo intelectualmente para
aceptar la doctrina cristiana y someterse a la autoridad que la divina revelación
le mostraba en la Sagrada Escritura.
Pero aún debía superar graves dificultades morales antes de hacer el paso
definitivo de su conversión; continuaba con el propósito de hacer carrera en la
vida pública, y eliminó el inconveniente que para ello suponía el concubinato
con una mujer africana, separándose de ella, con la que había tenido un hijo:
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
249
Adeodato. Después aún pasó una época muy oscura, ya que leyendo a los
epicúreos se convenció de que la meta más alta que se puede proponer el
hombre es el placer. Pero era simplemente un falso convencimiento, había ido
mucho más lejos ya gracias a los neoplatónicos y a san Ambrosio. Después
leyó a san Pablo y observó que la única esperanza para la moralización de su
vida no era otra que el cumplimiento de una recta abnegación de los placeres.
Cuando supo de la rigurosa ascesis practicada por los monjes de Egipto, y
que algunos funcionarios imperiales en Tréveris habían abandonado la vida
del ‘siglo’ (mundo), la impresión que recibió fue tan fuerte que rompió a llorar
un día que paseaba por el jardín de su casa. Las palabras de san Pablo con
las que sus ojos toparon fueron: “No andemos más en orgías, ni borracheras,
ni en concubinatos, ni impurezas, ni en riñas, ni en envidias, revistámonos de
Jesucristo” (Rom 13, 13-14). Lo consideró como una divina advertencia que
Jesucristo
quiso seguir. Después vendrá el receso en una casa de campo en Milán y el
propósito de recibir el bautismo que san Ambrosio le administrará a él con su
hijo ‘el aventajado Adeodato’ y su leal amigo Alipio. Dirá: “...Fuimos bautizados
y desapareció en nosotros la preocupación por nuestra vida pasada. No me
cansaba, aquellos días, de considerar —encontrando en eso una maravillosa
dulzura— lo sublime de tus designios referentes a la salvación del género
humano. Cuando lloré con tus himnos y tus cánticos, fuertemente conmovido
por las voces de la iglesia que cantaban gratamente, aquellas voces penetraban
en mis oídos y la verdad invadía mi corazón... Las lágrimas corrían, causando
mi bienestar
bienestar” (Confesiones 9, 6). “Antes erraba extraviado en mi soberbia, y me
veía arrastrado por todos los vientos, pero tu mano (de Dios) me condujo al más
apartado receso
receso”. Tal es el pensamiento y fundamento de la obra en que nos
narra su conversión: Las confesiones. En sus páginas observamos, más allá
del gran espíritu de san Agustín, cuánta nobleza intelectual y moral sobrevivía
todavía en el seno del decadente mundo romano, aquel mundo que demasiadas
veces se ha descrito como víctima de la degeneración. Confesiones es una obra
cumbre de la literatura universal.
San Agustín, obispo de Hipona
En el año 388 volvió a Tagaste, vendió lo poco que su padre le había dejado,
y proyectó vivir con sus amigos, convertidos también al cristianismo. Era un
estilo entre la vida común de los filósofos cristianos y la de un monasterio. No
había propiedad privada, todo era de todos y para todos, las ocupaciones se
dividían entre la oración, los ejercicios piadosos y la actividad literaria. Agustín
acostumbraba a realizar así, a su manera, el ideal ascético que se marcó desde
que supo de la vida que hacían los eremitas de Oriente.
Pero no fue posible permanecer por mucho tiempo apartado del todo de los
asuntos del mundo. Con ocasión de una visita a Hipona y ante la petición de los
fieles, fue ordenado sacerdote en el año 395 y consagrado obispo auxiliar del
anciano Valerio. Muerto éste, a los pocos años, recayó en él el cuidado total de la
diócesis. Y aunque continuó viviendo con sus clérigos en comunidad monástica,
sin poseer bienes individualmente, no por ello dejó de verse implicado en
250
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
negocios del mundo hacia los cuales le empujaban sobretodo los violentos
maniqueos y los donatistas, en una lucha que no tuvo carácter exclusivamente
confesional, sino también social y político. Pero Agustín no se dejó llevar al
terreno de estos temas meramente temporales e incluso violentos, sino todo lo
contrario, desde la atalaya de su espíritu defendió con singular fuerza literaria la
verdad de la doctrina católica.
Cuando en el año 427, tres antes de su muerte, Agustín pasa revista en las
Retractationes a toda su actividad literaria, enumera 93 obras divididas en 232
libros, sin contar las cartas y sermones recogidos en sendos escritos. Desde
África irradiaba su inverosímil actividad, convirtiéndose en una de las figuras
de la historia de la humanidad. No sólo expuso la doctrina cristiana, sino que
la estructuró. En él todo es coherente, y su influencia se percibe aún hoy en
los mejores pensadores cristianos. Concretamente sus ideas sobre Dios y las
relaciones entre Dios y el mundo, sobre la Trinidad, la providencia, la libertad y
la gracia…, constituyen verdaderas líneas directrices del pensamiento teológico
posterior a él y han merecido siempre, por parte de los teólogos católicos, la
consideración respetuosa necesaria en el pensamiento de un Padre de la
Iglesia. Las enseñanzas de san Agustín serán los fundamentos sobre los cuales
se levantarán la escolástica y la mística en la edad media. Su autoridad llegó a
ser tan grande que de una carta escrita por él ocasionalmente a unas religiosas
que habían tenido disensiones entre ellas, se extrajo toda una regla monástica
en época medieval que sirvió como estatuto fundamental de la vida común entre
los canónigos regulares denominados más tarde ‘de san Agustín’ y de otras
muchas órdenes religiosas.
La raíz de poseer una visión armónica del universo, que le movió a leer desde
su juventud a Cicerón —conduciéndolo posteriormente a formular una crítica
cada vez más aguda del maniqueísmo y llevándolo finalmente junto a la cátedra
de san Ambrosio—, se adentró intelectualmente en las enseñanzas de la fe
cristiana que acababa de abrazar con toda su alma. Y al componer en lengua
latina sus escritos inspirados en esta ambición intelectual, puso las bases de
la ciencia teológica de la Iglesia latina e inclinó los espíritus occidentales a
considerar las grandes cuestiones que ocuparán siempre el primer plano de la
problemática de toda la filosofía cristiana. Además, su experiencia íntima fue
para él trascendental en un determinado punto, ya que consideró siempre su
propia conversión y la consecuente aceptación sincera de la doctrina cristiana
—según puede deducirse de cada una de las páginas de las Confesiones—
Confesiones
como el resultado de la acción de la gracia divina en su alma. Eso le dio pie a
enfrentarse a las enseñanzas del bretón Pelagio, que puso en tela de juicio la
doctrina del pecado original y la necesidad de la gracia tal y como hemos visto
en el tema 27. San Agustín y san Ambrosio serán también los dos mejores nexos
de la mística de la edad media.
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
251
¿Cuál fue la causa de la caída del Imperio?
Pero la influencia agustiniana sobrepasa los círculos de los filósofos y de los
teólogos gracias a una obra, que siendo el más conocido de todos sus escritos
merece un estudio muy peculiar. Es el denominado De civitate Dei, escrita
en veintidós libros. Son catorce años de trabajo (413-426). El motivo que le
impulsó a escribir esta obra fue la acusación de que la debilidad del Imperio
romano era debida al abandono de las viejas tradiciones del paganismo, que
eran presentadas por sus defensores como el fundamento del imperium. Una
acusación parecida había sido formulada todavía más enérgicamente a raíz de
la primera caída de Roma en poder de los bárbaros, cuando la ciudad fue tomada
por Alarico el 24 de agosto del año 410. Tal acontecimiento era considerado por
todos inverosímil, ya que pocos años antes el emperador de Occidente Honorio,
—hijo de Teodosio el Grande— festejó en la propia Roma la brillante victoria
de su general Estilicón sobre las hordas de Alarico. No había un solo romano
que pensase que aquel séquito triunfal que recorría la urbe el día 1 de enero
del año 404 sería el último de la historia del Imperio romano de Occidente. El
emperador, celoso de la fama de Estilicón, lo hizo ejecutar (año 408). Dos años
antes, los bárbaros habían cruzado el Rin y se repartieron prácticamente las
Galias e Hispania. De Hispania pasaron a África. Pero aún quedaba lejos que
los africanos fuesen invadidos por los bárbaros; lo que se temía era que una vez
conquistada Roma llegasen hasta África por Sicilia. Providencialmente para los
africanos, Alarico murió y aquel peligro desapareció.
Estos acontecimientos serían un auténtico trauma para muchos romanos. La
fe en la providencia de Dios empezó a menguar en muchos cristianos para los
cuales el reino de Dios y el Imperio romano estaban estrechamente unidos entre
sí desde el momento en que los emperadores cristianos se presentaban como
los grandes defensores de la Iglesia. Entre tanto, los paganos —aún muchos en
las esferas aristocráticas e ilustradas— rumoreaban, señalando como causa de
aquellas desgracias la pretendida persecución del paganismo iniciada por los
emperadores cristianos. Fue en estas dolorosas circunstancias cuando Agustín
escribió el De civitate Dei, respondiendo a aquellas acusaciones y manifestando
la profundidad de su fe en Dios providente. No hubo persecución contra la Roma
pagana.
Marcelino, tribuno y notario de Cartago fue quien impulsó a Agustín para que
escribiera este cúmulo de libros, y le dedicara una tan importante y voluminosa
obra. También influyó otro gran historiador llamado Orosio de Hispania. Ésta
obra, pese al número de libros que contiene y de los años que requirió su
producción, está impregnada de una única concepción, la grandeza general
de la cual es todavía hoy de gran actualidad: es un sumario de problemas de
siempre que se van reflexionando y contestando.
El título ‘De
De civitate Dei
Dei’ no era original. Un donatista llamado Tyconio ya había
usado este epígrafe para encabezar una obra que pretendía exponer “la ciudad
252
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
de Dios y la del diablo
diablo”.
Estructuración de la obra De civitate Dei
La ciudad de Dios es, en el pensamiento agustiniano, la comunidad de los
cristianos píos y creyentes esparcidos por todos los países y regiones del
mundo, pero no sólo de los cristianos vivos, sino también de los difuntos.
Eso hace posible que esta singular ciudad supere los límites de la tierra para
comprender igualmente el más allá, abrazando en el otro mundo a todos aquellos
que, después de haber vivido rectamente, sirven a Dios en el cielo en compañía
de los ángeles, esperando la resurrección de sus cuerpos. Por consiguiente,
podríamos denominarla mejor ‘reino de Dios’, el mismo que rezamos para que
venga a nosotros cuando decimos el ‘Padrenuestro’.
La primera parte de la obra comprende los diez primeros libros, de carácter
especialmente polémico. En los cinco primeros, rechaza la tesis según la cual
el politeísmo fue necesario para la felicidad del mundo, y que las calamidades
de principios del siglo V fueron debidas a la prohibición del culto pagano. En
los libros 6-10 se afirma que desgraciadamente esas calamidades siempre han
existido y existirán en toda la historia de los hombres. Asimismo, Agustín se
opone a quien cree que los sacrificios paganos apaciguaban tales calamidades.
Aquellos sacrificios y el culto pagano eran totalmente inútiles.
La segunda parte de la obra tiene un carácter más positivo que la primera. Se
divide en doce libros. Los primeros tratan el origen de ambas ciudades, la de
Dios y la del Mundo. Esta última se enfrenta a la primera y constituye su propia
negación. En los cuatro libros siguientes el autor se ocupa del camino y desarrollo
de las dos ciudades; y los últimos libros explican el desenlace que espera a las
dos ciudades. En rigor, la obra debería titularse De las dos ciudades, pero lleva
el nombre de la más excelsa, la única que tendría que existir: la de Dios.
La ‘Ciudad del Mundo’, o ciudad terrenal, es la comunidad de los que viven
olvidados de Dios. Fundada como consecuencia de la orgullosa rebelión de los
ángeles caídos, y el pecado original la trasplantó a la tierra, donde sus rasgos
distintivos son la soberbia y el espíritu mundano. El hito final de esta ciudad
son los tormentos eternos e infernales; el de la Ciudad de Dios es la felicidad
bienaventurada de la contemplación divina. Así como el Reino de Dios no se
identifica sólo con la Iglesia —ya que en ella hay hombres mundanos—, tampoco
la Ciudad del Mundo se identifica con el Estado, ya que esta institución nace de
la natural ordenación humana, lo cual no es malo por si mismo. Pero es cierto
—afirma san Agustín— que el Estado tal y como, de hecho, existe se encuentra
pervertido por el pecado y transforma, muy a menudo, el poder del gobernador
—legítimo en tanto que constituye una recta asistencia— en señorío de la fuerza;
la justicia en injusticia; y la libertad en servidumbre. Fue así, pues, la manera
como el Estado romano, en la medida en que no era fiel a los elevados valores
que le eran originarios, se convirtió en imagen de la ciudad de los hombres
olvidados de Dios, al vincularse al culto de los dioses paganos, divinizando las
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
253
fuerzas de la naturaleza o los bienes de la cultura y dejándose invadir por la
corrupción de las costumbres. No por ello deja Agustín de reconocer las viejas
virtudes romanas, premiadas por Dios con incremento del poder de su Estado
y la dilatación del señorío de Roma sobre los otros pueblos, así como tampoco
deja en el olvido los defectos de los emperadores cristianos. El Estado romano,
afirma, estando tan corrompido, inevitablemente desaparecerá. En cuanto al
tiempo, Agustín cree que aún no se puede determinar, pues el fin del mundo
coincidirá con el fin del Imperio. Por ello es preciso no desesperarse, y afirma
textualmente: “El Imperio romano ha sufrido muchas calamidades, pero no ha
sido aún conquistado. En tiempos anteriores al cristianismo sufrió desgracias
semejantes, de las cuales salió victorioso. Por ello no hay que desesperar, puede
resurgir igualmente en nuestros días. ¿Quién conoce los designios de Dios?
Dios?”
(De
De civitate Dei IV, 7). Estas palabras indican que para san Agustín el principal
objetivo de su discurso era defender a los cristianos de las acusaciones de sus
contemporáneos paganos y evitar que la fe de los creyentes vacilara. La cuestión
relativa a la ruina de Roma quedaba en segundo término.
El acierto y grandeza de la filosofía contenida en la obra De civitate Dei
La intervención de san Agustín fue decisiva. A él se debe, en gran parte, que
cuando desaparece el mundo romano se salven los valores más altos de
la cultura antigua. Agustín no preveía que al Imperio romano le sucediese
un mundo nuevo, pero a él y a sus admoniciones se debe que los romanos
creyentes pusieran las bases sobre las cuales, más tarde, se levantaría el edificio
de la nueva cultura occidental europea y cristiana. Siguiendo sus consignas,
fueron muchos los “pastores” de la Iglesia que, como él, se mantuvieron
firmes en medio de las tormentas motivadas por las migraciones germánicas y
preservaron las preciosas tradiciones de los primeros siglos cristianos, hasta que
éstas empezaron a germinar de nuevo como simientes de una nueva civilización.
Era necesaria mucha grandeza de alma y profundísimas convicciones cristianas
para salvarse por aquel entonces de caer en un menosprecio paralizador del
mundo y en un inmovilismo inactivo. Si Agustín se libró de esta actitud fue porque
dirigió su mirada al Altísimo, manteniendo una actitud que sirvió de ejemplo a sus
contemporáneos y confortó a multitud de generaciones.
La invocación al más allá, la vinculación de este mundo con el otro, son
ciertamente viejas ideas cristianas, pero nadie las supo exponer tan bien como
san Agustín a los ojos de todo el mundo, con un lenguaje cautivador y de un modo
tan impresionante que difícilmente se podrá rehuir. Éste es el punto encantador
de la filosofía cristiana de la historia que se desprende de la mayoría de la
magna obra agustiniana De civitate Dei. Ya que, si la filosofía de la historia debe
estudiar los factores determinantes del curso de los acontecimientos a través
de las diferentes épocas, en el ámbito filosófico deberían ocupar el primer lugar
las cuestiones sobre la finalidad de la especie humana, cuestiones que nunca
se plantearon con tanta crudeza como en los tiempos en que se desvanecían
todos los objetivos terrenales, y todo aquello que amenazaba con desplomarse
conservaba algún valor a los ojos de los ambiciosos del mundo. Pero Agustín
254
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
supo encontrar y dar —en la rica experiencia de su vida interior y de sus grandes
conocimientos que alcanzaban a filósofos antiguos— respuestas profundamente
acertadas y luminosas. Éstas constituyen el núcleo del gran filósofo de la
historia. Otras cuestiones son en gran parte secundarias, como lo fue la división
agustiniana de la historia universal en seis edades. Es preciso decir que en esta
división san Agustín ni tiene originalidad ni tiene una base sólida. Los cinco
primeros periodos se encuadran en la época del Antiguo Testamento y el último
empieza con la Encarnación de Jesucristo. El último día será la instauración del
Reino de Dios. Estas consideraciones son irrelevantes si se tiene en cuenta el
magnífico contenido del núcleo de la obra. La coherencia y vigor de esta fuerza
iluminará durante muchos siglos la vida de la civilización occidental europea.
San Agustín, el gran moralista
La importancia, la grandeza y el acierto —hemos dicho— de la obra De civitate
Dei son evidentes después de haber anunciado su contenido. En esta obra san
Agustín propone las directrices ideales y válidas de conducta humana. Más
tarde éstas serán consideradas como un gran programa cultural vigente para la
humanidad de todos los tiempos.
Para nosotros, más allá de los temas puntuales tratados en la obra, san Agustín
destaca como un gran moralista. Existía un peligro especial para los cristianos
de aquel tiempo, una tentación que volvería a tener vigencia en la historia: la
de caer en un pesimismo inactivo que podría conducir al aislamiento y a la
apatía. Los maniqueos podían explotar fácilmente este pesimismo, hijo de los
acontecimientos, en favor de sus teorías, según las cuales el Reino de la Luz
—mundo eterno de sustancia espiritual— se enfrenta al Reino de las Tinieblas
—mundo igualmente eterno y de sustancia material—, siendo los hombres al
igual que la tierra una mezcla de ambas sustancias. Afortunadamente, Agustín
se había librado de esta doctrina. A la hora de adoptar una posición totalmente
adversa al dualismo maniqueo, le había ayudado el carácter latino, más realista
que el carácter griego, mucho más sentimental, y si queréis, místico. La gran
clave para san Agustín era la unidad palpable en los preceptos cristianos. Nada
de dualidad. Evidentemente la ley moral descansa en dos mandamientos: el
amor a Dios y el amor al prójimo. La virtud no es otra cosa que el supremo amor
a Dios, que es el máximo bien y coronación de todas las cosas. “Nuestro bien
—afirma—, el cual tanto discuten los filósofos, no es otro que unirnos a Aquél,
el abrazo del que —si se puede decir— incorpora el alma. Él es el único que
llena y fecunda a ésta con virtudes. Se nos ha ordenado amar este bien con todo
nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Es preciso
que seamos dirigidos hacia este bien por quien nos ama, y dirigirnos a aquellos
que amamos. Así se cumplen aquellos dos preceptos en que radica toda la
ley y los profetas: ‘Amarás a Dios, Señor tuyo, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas...’ (Mateo XXII, 37 y 39). Para que el hombre sepa quererse a sí mismo
se le ha puesto un fin al cual tiene que referirse todo cuanto haga para obtener
la bienaventuranza. Ya que quien se quiere a sí mismo no desea otra cosa que la
bienaventuranza. Y este fin es unirse a Dios. Por eso cuando al que sabe quererse
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
255
a sí mismo se le ordena que ame al prójimo como a sí mismo, ¿qué otra cosa se
le manda sino que le estimule con todas sus fuerzas para amar a Dios? Éste es
el culto de Dios, ésta es la verdadera religión, ésta es la recta piedad, ésta es la
servidumbre que únicamente a Dios le es debida” (De civitate Dei, libro X, cap. 3).
Quien así piensa es miembro de la ‘Ciudad divina’; pero no basta con pensar
así, sino que también es preciso obrar en este sentido, ya que el amor no puede
permanecer inactivo. Con ello, toda la moral queda contemplada desde un
punto de vista único y la vida entera se convierte en un acto de servicio divino.
Los hombres pueden confiar que, siguiendo estas máximas, se encontrarán en
condiciones de glorificar continuamente a Dios con su conducta: “No es sólo tu
voz la que debe cantar las alabanzas de Dios, sino que todas las obras deben
hacerle coro... Si quieres alabar a Dios, no lo hagas sólo con la voz: une a ésta el
arpa de tus buenas acciones
acciones” (Enarratio in psalmo 146, 2). En este sentido san
Agustín alecciona en cada paso a los ciudadanos de la ciudad de Dios sobre el
recto uso de las cosas del mundo.
La posición fundamental del hombre respecto a la cultura depende de la
contestación que, en cada caso, dé a la siguiente pregunta: ¿Cómo debemos
servirnos de los bienes de este mundo? Responde san Agustín: “Encontramos
la felicidad en el reconocimiento de la suprema Verdad, en el amor del supremo
Bien y en la humilde veneración al omnipotente Creador y Conservador de todas
las cosas
cosas”. Así contesta a esta pregunta muchísimas veces, presentando ante
nuestros ojos los bienes de este mundo como criaturas de un Dios bondadoso.
En consecuencia, no es posible que las cosas sean malas en sí mismas, sino
que consideradas en sí mismas son buenas. “Por ello la divina Providencia
nos amonesta a que no vituperemos las cosas insensatamente, sino a que
busquemos activamente cuál es su utilidad, y allí donde nuestro ingenio o
nuestra flaqueza no alcancen a encontrar la mencionada utilidad, habrá que
suponer que existe una oculta, como en otras ocasiones, en que sólo después
de muchos trabajos, al final hemos descubierto la correspondiente utilidad
utilidad” (De
civitate Dei 11,22). Las cosas del mundo se hacen malas a causa de la forma
en que los hombres se comportan hacia ellas. El hombre tiene que utilizarlas,
no gozarlas egoístamente, ya que en este caso hará que sean malas para él. Es
preciso usarlas bien, para que así ser cada vez mejoremos nosotros mismos, de
modo que a través de las cosas corpóreas y temporales nos apropiemos de las
espirituales y eternas.
Con estas ideas Agustín propone que la actividad cultural y civilizadora de todo
orden tiene un objetivo moral que, erigiéndose sobre lo que es terrenal, deja
tras de si todo cuanto es perecedero, pero sin desproveer los bienes temporales
de su valor relativo. Todo depende del uso ordenado que hagamos, el cual, así
como proporciona al individuo la armonía interior, también hace que el progreso
general de la civilización sea a la vez un progreso armónico y mayor. Pero, ¿qué
armonía es ésta?: La que nace de la orientación hacia el Bien supremo, hacia
el objetivo ultraterrenal. Armonía que queda rota por el encadenamiento a las
256
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
cosas pasajeras y por la divinización de los valores terrenales y de los objetos
meramente culturales. El hombre en una mirada hacia lo ultraterrenal encuentra,
además, una defensa contra el pesimismo desesperado.
La distribución de los bienes terrenales no puede proporcionar ningún criterio
en el momento de valorar a los hombres. El valor de cada hombre depende más
del uso que éste hace de ellos que del número de bienes que afortunadamente,
o quizá trabajando, ha obtenido. “Es voluntad del Señor que los bienes y males
temporales sean comunes a hombres buenos y malos a fin de que no deseemos
con demasiado afán los bienes, viendo que también los malos los poseen; ni
que tampoco esquivemos vergonzosamente los males, ya que con frecuencia
afectan también a los buenos
buenos”. El hombre bueno se comporta ante la felicidad
y la desgracia de manera distinta que el malo, pero no por esta causa queda
libre de las calamidades. Es posible que Agustín se viese forzado a decir estas
cosas por las circunstancias y por lo que los cristianos le pudiesen replicar al ver
que era inminente la destrucción del Imperio romano. “Entonces
Entonces —afirma— así
como bajo el mismo fuego el oro brilla y la paja ennegrece por el humo; y bajo el
mismo rastrillo se rompe la paja y el grano se limpia; y no se confunde el hueso
de la aceituna con el aceite, pese a que se exprime en la misma prensa; así un
único y mismo golpe, asestado a los buenos, los prueba, los purifica y los limpia,
mientras que a los malos, los condena, los arruina y los extermina. De ahí que,
puestos en la misma aflicción, los malos detestan a Dios y blasfeman de Él, en
tanto que los buenos rezan y lo enaltecen. Lo único que interesa no es lo que se
sufre, sino quién lo sufre, ya que agitados por el mismo impulso, el lodo hace un
hedor horrible, mientras que el ungüento exhala un gran perfume. Es la actitud
de cada hombre la que decide si la ventura y desventura deben ser de provecho
o no a la salvación y la que nos proporciona el rasero por el cual tenemos que
medir el valor de la civilización. El hombre debe apropiarse de todo cuanto le
pase — sea bueno o malo— y usarlo para su bien”.
Por lo tanto, lo que —a juicio de san Agustín— caracteriza la perfección en
este mundo no es el reposo, sino la actitud personal encaminada al bien. Los
hombres son peregrinos que caminan hacia lo alto, y no les corresponde holgar
aquí abajo, ya que sólo el ‘más allá’ es el lugar de reposo completo. Y el hombre
tiene que ganarse este descanso espiritual no dejándose encadenar el alma a la
tierra, sino encontrando la verdadera y única utilidad de todo cuanto le concede
la existencia.
Los bienes de este mundo
Entre los bienes del mundo, san Agustín concede el primer lugar a los bienes
del espíritu, o sea, la contemplación ascética y el conocimiento intelectual.
Aquí vemos sus antecedentes neoplatónicos. Pero la sabiduría y la belleza de
este mundo tienen que referirse siempre a Dios: quien no cumpla con esto no
pertenece en la ciudad de Dios, al reino en el que sólo tiene cabida quien ama a
Dios y confiesa humildemente su nombre.
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
257
El segundo grupo está constituido por los bienes sociales, en los cuales el
mandamiento de amor al prójimo se une al de amor a Dios. Los cristianos
sabían ya desde el principio que las relaciones sociales, en la práctica, se deben
estructurar a través del primero de estos mandamientos, o sea el amor a Dios.
Así lo enseñaba la Iglesia, la gran maestra del amor al prójimo, y san Agustín
hace el elogio de la amplia actividad social que la Iglesia despliega. “Tú ejercitas
y adoctrinas —dice san Agustín— a los niños y jóvenes con energía, y a los
ancianos con sosiego, según la edad de cada cual, no sólo mirando su cuerpo
sino también su espíritu. Tú impones a las mujeres casta y fiel obediencia hacia
sus maridos, no para apaciguar sus deseos carnales, sino para la propagación
del género humano en un servicio a la sociedad familiar. Tú das a los maridos
autoridad sobre sus mujeres, no para burlarte del sexo más débil, sino para
cumplir las leyes del amor sincero. Tú sometes los hijos a una especie de libre
servidumbre respecto a los padres y colocas a éstos por encima de aquéllos
en un piadoso señorío. Tú unes el hermano a la hermana mediante el vínculo
de la religión, más seguro y más íntimo que el de la sangre. Tú estrechas con
lazos de mutua caridad las relaciones de afinidad y de parentesco, respetando
así los vínculos establecidos por la naturaleza y su voluntad. Tú predicas entre
los sirvientes la adhesión a sus señores, no tanto por necesidad de su condición
como por amor a sus obligaciones. Tú haces que los señores se vuelvan
benevolentes hacia sus sirvientes en consideración al Dios supremo que es
Señor de todos ellos, iniciándolos más en la persuasión que en la dureza. Tú
unes a los ciudadanos con los ciudadanos, los pueblos con los pueblos y, en
una palabra, a los hombres, no sólo con el lazo de la sociedad, sino también
con el de una especie de fraternidad con el recuerdo de los primeros padres.
Tú enseñas a los reyes a cuidar de los pueblos, y a los pueblos a someterse a
los reyes. Enseñas diligentemente a quién se debe el honor, a quién el afecto,
a quién la reverencia, a quién el temor, a quién el consuelo, a quién el consejo,
a quién la exhortación, a quién la corrección, a quién la censura, a quién el
castigo,... demostrando que no todo es debido a todos, pero que a todos se debe
la caridad y a nadie la ofensa. Y una vez el amor a los hombres ha alimentado
y dado fortaleza al alma que la ha amamantado con sus pechos, haciéndose
así capaz de ir hacia Dios, cuando se empieza a descubrir la Majestad Divina,
en tanto que conviene al hombre mientras éste reside en la tierra, derrama tal
ardor de caridad y surge un incendio tan grande de amor divino que, abrasados
en él todos los vicios, y purificado y santificado el hombre, aparece claramente
la divinidad de aquellas palabras: ‘Yo soy fuego que consume y vengo a prender
fuego al mundo’
mundo’” (De moribus Ecclesiae, 63 y 64).
Este pasaje hace patente el gozo —todavía fresco— del autor por haberse
convertido en miembro de la Iglesia mediante el bautismo, pero también
reconocemos en él, una vez más, la gran síntesis que hará perdurable su
doctrina: el amor por el prójimo desemboca en el amor a Dios y finalmente
coincide con Él. También encontramos la mencionada síntesis en todas las
páginas agustinianas de contenido filosófico-jurídico, en las cuales se pueden
encontrar profundas ideas estoicas y platónicas mezcladas con visiones
258
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
claramente cristianas, superando ampliamente así la posición de san Ambrosio,
que se tenía que contentar con ampliar en sentido cristiano las concepciones
estoicas de la ley natural.
El derecho y la ley naturales
También Agustín toma de los estoicos —concretamente del muy admirado
Cicerón— el concepto del derecho natural: la lex aeterna que rige, según él, las
relaciones con el eterno Creador y gobernador de todas las cosas, identificando
el plano divino, eterno y universal, con el orden moral del mundo establecido por
Dios. De aquí la célebre definición agustiniana: “La ley eterna es la razón divina
o la voluntad de Dios que ordena respetar el orden natural y prohíbe que sea
trastornado
trastornado”.
El orden divino se refleja en las ideas que, comunicadas a la mente humana,
se encuentran necesariamente en armonía con el mencionado orden. Aquí,
en cambio, vemos cómo san Agustín utiliza conceptos platónicos y deduce las
normas de la justicia, de la relación entre Dios y la criatura. La ordenación moral
universal y objetiva, la lex aeterna, al penetrar en la conciencia del hombre se
convierte en ley natural en sentido subjetivo, o sea, en norma fundamental de
juicio y de actividad morales. Así como el amor a Dios desemboca en amor al
prójimo y los bienes caducos tienen todos la referencia al supremo y eterno Bien,
también el derecho natural se fusiona con el orden universal establecido por el
Creador, a quien —para san Agustín— tiene que referirse todo en el pensar y en
el sentir del hombre.
Hay otra cosa muy notable en san Agustín, en la que supera a Cicerón, Lactancio
y san Ambrosio. Éstos no llegaron a distinguir conceptualmente entre el derecho
y la moral. La ‘ley temporal’, el orden jurídico estatal, se refiere a las cuestiones
terrenales y constituye la ordenación de los asuntos de este mundo realizada
por el Estado mediante la coacción, mientras que el orden moral universal, la ‘ley
eterna’, tiene como finalidad la consecución de la vida perdurable, y el hombre se
somete a ella por libre voluntad, movido por el amor a Dios. La primera de ambas
leyes prevé un castigo de la infracción jurídica, del atentado contra el orden
jurídico estatal, mientras que la segunda prevé un castigo del pecado. Ahora
bien, la ley temporal no debe ser fundamentalmente contradictoria a la otra,
aunque tolere muchas cosas que son castigadas por la ley de Dios. Por lo tanto,
el Estado no puede ser en última instancia la regla de la virtud. De aquí se sigue
que el absolutismo del Estado nunca debe ser defendido por el cristianismo. En
el siglo XXI se cae frecuentemente en este despropósito por parte de los estados
actuales.
La familia. Dignidad del matrimonio. Familia y Estado
La célula germinal de toda comunidad social, la primera forma social natural,
más antigua que el Estado —y titular por lo tanto de derechos anteriores al
Estado—, es la familia. San Agustín dedica una especial atención a la familia,
dándose cuenta de que el paganismo había minado el orden estatal a través
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
259
de la disolución de la institución familiar. Ésta última descansa en la ley de la
naturaleza y en la de la razón, así como en la ley divina sobre la propagación de
la especie.
El matrimonio monogámico es la única forma (sic) mediante la cual, sin
menosprecio de su dignidad, el hombre puede multiplicarse. No es justo atribuir
a san Agustín, como algunos lo han hecho, la idea según la cual el matrimonio
es simplemente un mal tolerado. Así, en el libro De civitate Dei dice: “Nosotros
dudamos que el ‘crecer y multiplicaos y llenad la tierra’, según la bendición de
Dios, sea el don de las nupcias, las cuales en un principio constituyó Dios,
antes del pecado del hombre, creando al macho y a la hembra” (De civitate
Dei, 14, 22). En cambio, es un mal —así lo sostiene enérgicamente Agustín
contra el pelagiano Julián de Eclanum, que negaba el pecado original— la
sexualidad sexualidad desordenada que es la consecuencia del pecado original.
Y lo es porque tiende a trastornar el orden que debe reinar entre el espíritu y
los sentidos. Pero la sensualidad no constituye en si un pecado. Puede, con
todo, conducir al pecado en la medida en que el hombre consiente el posible
desorden. Igualmente el hombre puede utilizar-la rectamente, de manera libre,
legítima y virtuosa, pero siempre dentro del matrimonio. El objetivo principal del
matrimonio —pese a que no sea el único— es la generación de los hijos. Merece
ser subrayado que también aquí Agustín supera a Ambrosio, ya que aprecia y
dignifica el vínculo matrimonial.
Otros importantísimos fines del matrimonio —según san Agustín— son la
fidelidad y la comunión espiritual de los consortes, y rechaza como indigna la
concepción pelagiana según la cual es el deseo y no el amor lo que produce el
matrimonio. Agustín propone el amor de los prometidos y de los esposos como
ejemplo del amor que el hombre debe profesar a Dios: “Si el hombre y la mujer se
aman recíprocamente, ¿cuál no tendrá que ser nuestro amor a Dios, verdadero
y auténtico esposo del alma?
alma?” (Enarratio in psalmo LV, 17).
Como tercer y más elevado fin del matrimonio, san Agustín señala la santidad del
sacramento, y entiende como tal la indisolubilidad esencial del vínculo nupcial.
En estos tres fines que el santo obispo de Hipona adjudica al matrimonio
podemos ver cómo el cristianismo proporciona a la familia unos fundamentos
mucho más sólidos que los que tenía en tiempos de los paganos. Y eso mismo
vemos en lo que respecta a las relaciones entre el Estado y la comunidad
familiar. Agustín supera ampliamente las concepciones helénicas según las
cuales la familia se desvanece o desvirtúa totalmente ante la presencia del
Estado y queda completamente absorbida por este último. Siguiendo pero
superando a Cicerón, que exponía que la familia era el principio y sementera del
Estado, Agustín afirma que es el origen o la partícula de éste. Toda la ordenación
social en la comunidad humana corresponde a una ordenación natural prevista
por el Creador. Dios hizo a toda la humanidad descendiente de una sola pareja
a fin de promover la concordia: la paz doméstica es “la concordia ordenada de
260
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
obligación y obediencia entre quienes conviven juntos
juntos” (De civitate Dei, 19, 14).
Lo mismo sucede en el Estado, que está por encima de la familia como un orden
orgánico superior.
El orden social constituye un organismo natural, en el cual una parte procede de
la otra y donde lo inferior se encuentra subordinado a lo superior. El elemento
fundamental lo constituye el individuo humano. El primer grupo es la familia;
de la familia sale el Estado. Dice san Agustín, a propósito del gobierno de la
paz doméstica: “En esta forma lo prescribe el orden natural, de manera que el
nombre de pater familiae proviene de aquí
aquí” (De civitate Dei, 19, 16).
El Estado
San Agustín define el Estado en términos muy generales “como una multitud de
hombres unida por algún vínculo de sociedad, reunida por la comunidad de una
ley” (De civitate Dei, 5, 1). Este Estado al cual corresponde el poder de mandar,
ley
es un organismo natural y social, y habiendo sido deseado por Dios, no es malo,
sino bueno por naturaleza.
Es un error pensar que san Agustín creyese que al Estado había que considerarlo
como un mal. Es cierto que él opina que según la interpretación pagana, que
creía que el Estado provenía de los dioses, se podría considerar un mal.
No existe un paralelismo entre el Estado y la ciudad terrenal. Ésta es la
comunidad de los ‘sin dios’. Los ciudadanos de la Civitas Dei son los hombres
que posponiendo humildemente su propia persona, aman a Dios por encima
de todo. El Estado pagano pertenece a la comunidad de los apartados de Dios,
fundada en este mundo por el fratricidio de Caín, en la medida en que constituye
la forma política del paganismo; por ello san Agustín considera el histórico Estado
romano como representante de la Civitas terrena en tanto que su fundamento
había sido la idolatría, pero no niega su valor moral, ni priva de toda razón
justificadora al Estado, considerado en si mismo, ni tan siquiera el Estado romano.
El pecado -como en nuestro siglo XXI- a menudo corrompe el Estado y el orden
público. Esta corrupción es sobretodo obra del pecado de injusticia, al cual están
íntimamente ligados el despotismo y la ambición de mando. Es preciso que el
Estado se base en la justicia y que su misión primordial consista en velar con
justo celo por la seguridad exterior e interior, por el orden y por la tranquilidad...
o sea, por el bienestar temporal de los ciudadanos. Pero el Estado no tiene que
contentarse sólo con esto, ya que los bienes temporales no son bienes supremos
y en su posesión no radica la felicidad del más allá.
Esta felicidad consiste, tanto para el individuo como para el Estado, en el servicio
al verdadero Dios; por eso, es obligación del Estado no tolerar la idolatría,
promover la veneración del Dios único y la observancia del orden moral prescrito
por Él, no limitándose a hacer el papel de un mero vigilante de la aplicación
de las leyes, sino cuidando la moralidad pública. El Estado no tiene el derecho
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
261
de constituirse en finalidad de si mismo, ya que la sociedad política temporal
no es la más alta de las sociedades. En esto, precisamente, se manifiesta
la irracionalidad y la malicia de la Civitas terrena, que aferrándose a aquello
temporal desconfía de lo que es superior.
Los paganos no podían estar conformes con estos razonamientos, ya que creían
que el Estado era el máximo y más alto objetivo, como por desgracia suele
ocurrir en muchos estados del siglo presente (XXI). Para Agustín, es necesario
integrar la sociedad en un plan universal de Dios en el cual el bien supremo no
es otro que el mismo Dios. Por ello la doctrina cristiana viene a ennoblecer el
concepto de Estado. Asimismo, es preciso reconocer, como hemos dicho, que
incluso hoy en día esta idea está muy lejos de conseguirse. En época medieval
habría muchas teorías arraigadas en el pensamiento de san Agustín, pero
tampoco se llegó a presentar una sociedad o Estado ideal porque, ciertamente,
esta sociedad ideal no es de este mundo, pese a que es preciso esforzarnos por
lograrla con humildad, pero también con fortaleza.
El concepto de Estado agustiniano también ennoblece la dignidad de la persona
o del individuo. El Estado tiene unos límites tanto en el orden social como en
el particular de cada individuo. El hombre no debe perder su independencia en
el interior de la sociedad o bajo el Estado, porque él no es sólo ciudadano sino
algo más importante: es hijo de Dios y ciudadano del cielo. Las virtudes cívicas
y la civilización no son para él los bienes supremos: su bien más excelso es su
condición de ser hijo de Dios. Y la libertad humana alcanza la máxima dignidad
cuando le es conferido al ciudadano el derecho y, con éste, el deber de resistir a
la coacción que el Estado pretende imponer algunas veces a su conciencia.
Relaciones entre los estados. Derecho internacional. La guerra
Asimismo, san Agustín no se limitó a considerar la vida interna del Estado:
rebasando las fronteras de éste, pone su mirada en lo que deben ser las
relaciones entre diferentes estados coexistentes y pone así las bases de un
derecho internacional. Tal visión es digna de admiración, pues en su tiempo, sólo
existía el Imperio romano y nadie podía pensar que a su lado pudiesen existir
otros Imperios civilizados. Pero, de manera puramente teórica, Agustín toma en
consideración la posibilidad de que un orden político diferente se diese en vez
del Estado universal de Roma.
En esta hipótesis propone como solución ideal la misma que en nuestros
días ofrecen muchos pensadores políticos y que consideran la solución de
muchos conflictos internacionales. Imagina —y en eso ya Marco Aurelio, el
emperador estoico, se le había anticipado— una multitud de pequeños estados
que hubiesen podido coexistir en paz y concordia, al igual que una multitud
de familias coexisten dentro de la ciudad; y con gran discreción y coherencia
desarrolla su pensamiento en las siguientes frases: “Observad bien... porque
no ha sido la iniquidad de aquellos contra los que se hicieron guerras justas, la
que ha contribuido al crecimiento del reino, el cual sería pequeño si sus vecinos
262
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
—viviendo en tranquilidad y justicia— se hubiesen abstenido de provocar, por
medio de una injuria, que se les declarase e hiciese la guerra. Sería así más
feliz la humanidad, si todos los reinos fuesen pequeños y gozasen de un pacífico
vecindario. De este modo habría en el mundo muchos reinos nacionales, al
igual que ahora sucede cuando en una gran urbe hay muchas familias de
conciudadanos” (De civitate Dei, 4, 15).
conciudadanos
En otros pasajes, san Agustín censura abiertamente la política del poder
desplegado por Roma y que condujo a la conquista de otros pueblos,
condenando igualmente como latrocinio las políticas de conquista del legendario
Ninus (Nino, fundador del primer Imperio de Asiria) o de Alejandro Magno, a las
cuales atribuye como único fundamento el afán de gloria y la ambición de poder.
Es precisamente al tratar este tema cuando escribe la frase: “Cuando la justicia
se ausenta, ¿qué son los reinos, sino grandes latrocinios?
latrocinios?” (De civitate Dei, 4,
4). Pero es preciso señalar que en el contexto de esta frase Agustín polemiza
contra aquellos que le contradicen y que se refieren a la potente expansión y
a la prolongada duración del dominio de Roma, atribuyendo estos éxitos a la
ayuda de las divinidades paganas. Por ello estas palabras son en apariencia
despectivas contra el Estado.
Agustín, pese a que quiere la paz entre los pueblos, no niega que un Estado pueda
verse forzado a entrar en guerra por una injusta conducta por parte adversa. En
este caso la guerra sería justa. “La
La guerra —afirma— siempre es consecuencia
del pecado. Pese a todo, es preciso afirmar que aquí, en este mundo, no se
consigue la felicidad eterna, la cual consiste en la sumamente ordenada y acorde
comunidad de gozar con Dios y del aprovecharse mutuamente en Dios
Dios” (De
civitate Dei, 19, 17). Agustín, buen conocedor de la miseria humana, no espera
que semejante situación ideal se pueda realizar totalmente en este mundo, a
pesar de que los ciudadanos de la ciudad eterna buscarán ya en este mundo
todos los medios para obtener la paz terrenal, “así como los ciudadanos de
la ciudad de Dios amarán y respetarán las lenguas, las costumbres, las leyes
y las instituciones de cada pueblo..., todo eso ayudará mucho a lograr la paz
internacional” (De civitate Dei, 19, 17).
internacional
Situación de la Iglesia católica en el campo jurídico y estatal
El cristianismo no sólo profundizó en el Estado y ennobleció el programa
civilizador de la antigüedad, sino que lo hizo más amplio. Uno de los aspectos
primordiales de esta ampliación lo constituye el reconocimiento de la situación
jurídica de la Iglesia católica, necesario desde el momento en que ésta se
establece con carácter de organismo independiente.
La Iglesia católica aparece en el De civitate Dei como la encarnación visible del
Reino de Dios en la tierra, al frente del cual el Estado pagano constituye, a los
ojos del autor, la encarnación del Reino de este mundo en tanto que diviniza las
criaturas y niega su reverencia al Dios verdadero. Esto es preciso entenderlo
en el sentido de que ‘Ciudad de Dios’ y ‘Ciudad del Mundo’ son conceptos más
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
263
amplios: en la medida en que la Iglesia puede contener, y contiene de hecho,
muchos hombres que pertenecen al reino de los apartados de Dios, también
en el Estado encontramos a muchas personas que pertenecen a la Jerusalén
espiritual (De civitate Dei, 18, 47).
La Iglesia es la comunidad visible de los bautizados, fundada por Cristo y que
posee las características de catolicidad, unidad, santidad e infalibilidad. ¿Cómo
debe comportarse, por tanto, esta comunidad visible (Iglesia) en relación al
Estado? Se entra en un tema muy importante sobre el cual tanto los pensadores
medievales como los actuales quieren ver muchas cosas en los escritos de
san Agustín; pero hay que tener en cuenta que el pensamiento del santo se
tiene que enmarcar en su tiempo y no manipularlo con las exigencias de otras
épocas –como podría ser el siglo XXI– de intensas relaciones entre la Iglesia y
el Estado.
No hay duda de que la Iglesia se quería independizar del Estado o, al menos,
quería que éste reconociese la posibilidad de ejercer sus fines y medios. En la
antigüedad el ius sacrum era considerado una parte del ius publicum. La Iglesia
reclamaba una autoridad que prevaleciera sobre la del propio emperador en
materia religiosa. Ya hemos visto cómo afirma san Ambrosio que “en las cosas
que pertenecen a la esfera de la fe es la Iglesia la que debe juzgar al emperador
y no al revés
revés”. Agustín quiere consolidar los argumentos que fundamenten el
intento de la Iglesia de colocarse jurídicamente en la sociedad. San Agustín no
tuvo ninguna dificultad al tratar personalmente con el Estado; en sus días la
Iglesia necesitaba constantemente la protección del Estado, y los emperadores
cristianos —con buenas o malas maneras— respondieron a esta demanda.
La Iglesia y el Estado vivían en concordia, protegiéndose recíprocamente. Tal
situación le pareció a Agustín buena y así lo dice en De civitate Dei: “La ciudad
celestial, o mejor dicho, la porción de ella que peregrina en este mundo mortal y
vive de la fe, es preciso que use también esta paz −se refiere a la paz terrenal−
ya que le es necesaria. Y por ello, mientras hace su peregrinaje como cautiva,
habiendo recibido la promesa de la redención, no duda a la hora de acomodarse
a las leyes de la ciudad terrestre, a fin de que reine la concordia entre las dos
ciudades” (De civitate Dei, 19, 17). Y alaba a los emperadores cristianos: “Si
ciudades
utilizan su poder para difundir todo lo posible el culto hacia Dios al servicio de la
Majestad divina” (De civitate Dei, 5, 24).
¿Quién debe combatir la herejía? La pena de muerte
Es cierto que los emperadores cristianos consideraban como una de sus
misiones combatir la herejía y el cisma. San Agustín, teniendo en cuenta la
mencionada práctica, se vio obligado a plantearse la ardua cuestión de si la
Iglesia tenía que solicitar el auxilio del poder coactivo del Estado, ya que los
católicos de África estaban convulsionados por los gravísimos acontecimientos
provocados por los donatistas y por el movimiento anárquico de los aldeanos
llamados circumcelliones. En un principio, Agustín no quería que estos
sublevados y herejes fuesen obligados a incorporarse a la Iglesia, pero cuando
264
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
vio que todos sus intentos pacificadores fracasaban, renunció a la anterior
postura, especialmente cuando era obvio que los circumcelliones atacaron
violentamente muchas comunidades cristianas de su obispado. Y por este
motivo pidió la protección del Estado a favor de los católicos, perseguidos y
ultrajados. Después de haberlo conseguido, formula los principios que justifican
esta intervención coactiva.
Para explicar esta teoría justificativa de la coacción con la finalidad de que los
herejes volvieran a la comunidad eclesial, es preciso observar que Agustín
tenía una firme creencia según la cual estaba convencido de que la verdad que
predicaba era la única y que no podía admitirse que los herejes permanecieran
fuera de esta verdad con buena fe. Por lo tanto, le fue muy fácil prescindir de
todo el esquema que antes expuso sobre la libertad y tolerancia. Los hechos le
movían hacia la parte opuesta. Pese a todo, es preciso reconocer que Agustín
fue suficientemente benigno en estos terribles asuntos y nunca admitió como
castigo la pena de muerte, pues afirma que siempre existe la posibilidad de que
el culpable enmiende su delito por grande que sea. Es por ello lamentable que
en muchas exposiciones que se han hecho sobre la doctrina de san Agustín
referentes a la coacción y a la Iglesia, no se tenga presente la angustiosa
situación histórica en que se encontraba su iglesia de Hipona.
Estas circunstancias puntuales nos demuestran, por otra parte, que en una
cuestión más grave como fue la teoría —y práctica— de la supremacía del
poder eclesiástico sobre la autoridad civil, Agustín no patrocinó la postura
extremista, o sea, el sometimiento del reino (civil) al sacerdocio. Ni tampoco se
le puede atribuir la idea defendida por algunos historiadores de que en época
medieval la potestad imperial era conferida por la Iglesia. Ni en el caso en que
los emperadores combatiesen la herejía, estos no actuarían —según la teoría de
san Agustín— como subordinados, ni como sometidos al dictamen de la Iglesia.
En estos casos esporádicos los emperadores —siempre según el pensamiento
de san Agustín— actúan en virtud de la plenitud de su poder imperial.
Semejantes problemas teóricos no aparecen sino hasta después de la
desaparición del Imperio romano. Así lo estudiaremos al hablar de Carlomagno,
Inocencio III y Bonifacio VIII. La Iglesia, tal y como se presenta en los escritos
de san Agustín, hace uso de un poder exclusivamente espiritual. La ayuda de la
Iglesia militante aquí, en la tierra, no le viene de otro lugar que el que le puede
proporcionar la Iglesia triunfante. Ésta sí que se identifica plenamente con la
Ciudad de Dios.
San Agustín concede una gran importancia a la paz espiritual de cada hombre,
o sea, a los motivos de su modo de obrar, especialmente en la actitud que la
persona adopta frente a las cosas de este mundo. Por ello nos dejó un primoroso
programa encaminado a cómo tienen los cristianos que promover el progreso
y la mejora de las instituciones humanas. Tienen especial interés las teorías
sobre las cuestiones económicas y sociales que tan fuertemente zarandearon
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
265
la sociedad de aquel tiempo. Agustín fue testimonio en África de una revuelta
agraria de grandes repercusiones sociales. Los mencionados circumcelliones
eran aldeanos que iban y volvían por doquier robando y saqueando todo cuanto
encontraban a su paso. Asimismo es preciso reconocer que esta revuelta no era
otra cosa que una consecuencia de la atroz opresión que sufrían los colonos
en el Imperio romano y que no impedía el derrumbamiento de la economía.
Por otra parte, el movimiento de los circumcelliones había tomado también
carácter religioso. Los campesinos de Numidia y Mauritania formulaban sus
reivindicaciones económicas en aras de la igualdad religiosa y se unieron con
todos los elementos descontentos, especialmente con la secta rigorista de
los donatistas, surgida en Cartago en el año 311 con motivo de una elección
episcopal como hemos explicado anteriormente.
Cuando este movimiento tomó un cariz verdaderamente revolucionario, es
indudable que se introdujeron en él elementos de carácter anarquista; a
consecuencia de esto, los actos de violencia se hacían cada vez más frecuentes,
poniendo en continuo peligro el orden público y relegando a la impotencia la
acción de la justicia. Los terratenientes se veían obligados a cancelar sus
créditos; si no lo hacían así eran expulsados de sus tierras y maltratados por
sus detractores. Los esclavos rebeldes se imponían a sus señores, forzándolos
a realizar trabajos serviles, de modo que los amos huían del campo, donde no
se encontraban seguros, hacia la ciudad. Excepcionalmente y por influencia de
los donatistas, los actos de violencia se dirigieron contra las propiedades de
la Iglesia católica. En medio de estas circunstancias turbulentas, se propagó
un escrito compuesto en los círculos pelagianos de Sicilia, en el cual se
condenaban las riquezas, apoyándose en la doctrina moral del Salvador y de los
Apóstoles. Veamos aquí algunas observaciones que se hacían: «Suprime al rico
y no encontrarás ya a más pobres. Nadie debe poseer más de lo necesario; y si
esto se cumple, todos tendrán a su disposición lo suficiente para satisfacer sus
necesidades».
La propiedad privada
Si recordamos la dureza con la que san Ambrosio se pronunciaba contra la
riqueza, comprenderemos que muchos adeptos a la Iglesia diesen buena
acogida a ideas similares que estaban en consonancia con aquel menosprecio
que tenían los cristianos hacia la riqueza.
En los escritos de san Agustín también se han querido ver algún eco de este tipo.
Pero en muchos fragmentos de sus obras, Agustín no sólo reconoce el derecho
a la posesión de bienes terrenales, sino también a la riqueza: “De ningún modo
se rehúsa la riqueza de los ricos y la pobreza de los pobres, sino que en aquéllos
se condena únicamente el olvido de Dios, mientras se alaba en estos la piedad
piedad”.
Él cree que la riqueza es uno de los dones otorgados por Dios, el cual el hombre
está obligado a usar rectamente. No será lícito al cristiano vincular su corazón
a la posesión, el ser codicioso o avaro, y sobre todo ceder en el orgullo que
tan frecuentemente acompaña la riqueza. No condena a los ricos, sino que les
266
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
pide que hagan un recto uso de lo que poseen: “Predica
Predica que también ellos (los
ricos) son miembros de aquel Pobre, el crucificado, que el rico sea humilde y que
considere al pobre como hermano suyo
suyo” (Sermón 36, 5, 7).
Dar limosnas es un deber de caridad; es preciso potenciar las instituciones
benéficas. En lo que se refiere a este punto, Agustín será el gran promotor —a
pesar de la distancia temporal entre él y los siglos XII y XIII— de las obras de
beneficencia y asistencia en época medieval. Establece un paralelismo entre la
donación de bienes realizada con vistas a lograr la vida eterna y el préstamo o la
“gran aventura” tal y como la practicaban en su época en el ámbito de los negocios.
Esta operación mercantil (“gran aventura”) consistía en entregar al armador de un
barco que se izaba al mar una cantidad de dinero en concepto de préstamo, con
la condición de que si el viaje resultaba adverso, la cantidad prestada quedaba
perdida por el prestamista, pero si el viaje era positivo éste recibía el dinero con
un anexo de elevado interés. Así pues, Agustín decía: “Tú obra del mismo modo
que lo hacen los hombres codiciosos. Haz un préstamo a ‘lo grande’. Dale al
peregrino de esta tierra (para el bienestar terrenal) algo que cobrarás en la otra
parte celeste con elevado interés. Aquí das cosas perecederas, arriba recibirás
cosas no perecederas
perecederas” (Sermón 86, 11 y 42, 2).
Según san Agustín, las limosnas no sólo podían ser aplicadas para el provecho
de uno mismo antes de morir, sino incluso después de la muerte.
La esclavitud y el comercio
Análoga posición adopta en lo que se refiere a la esclavitud, institución que en
la antigüedad determinaba todo el problema social. También en éste, como
en el caso de la riqueza, el santo obispo se refiere al derecho positivo, pero
formula, en parte, una protesta contra las bases de esta institución. Pero es una
simple protesta sin más consecuencias. Al igual que los estoicos y en contra de
Aristóteles —que decía que la esclavitud se fundaba en el derecho natural—,
Agustín defiende que todos los hombres serían libres en un principio; nadie sería
más que el otro, a no ser en virtud de sus buenas obras y de su recta intención.
El cristianismo, con sus nuevas ideas, contribuyó a cambiar el trato a los esclavos.
Así se han consolado muchas generaciones de hombres de la Iglesia, de un modo
poco coherente con la igualdad proclamada por Jesucristo. Bajo la influencia de
la doctrina cristiana, el emperador Constantino había declarado que la muerte
intencionada de un esclavo constituía un homicidium, y había reconocido a las
iglesias el derecho de manumitir solemnemente a los esclavos. Este derecho
había sido trasladado en tiempos de san Agustín a las iglesias de África,
atendiendo así los ruegos formulados por sus obispos. Según Agustín: “Dios
creó al hombre no para ser señor de sus parecidos, sino para serlo de los seres
irracionales. Fue el pecado lo que trajo la esclavitud
esclavitud”. De esta manera, un Estado
originariamente anormal se convierte en legal. Los esclavos, durante la época
del Imperio romano, no tenían derecho a la emancipación; pero esta teoría no le
SAN AGUSTÍN, CLAVE DE BOVEDA ENTRE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
267
impedía exhortar a sus amigos para que hiciesen donación de sus propiedades a
la Iglesia y que no vendiesen a sus esclavos, sino que los emancipasen (Sermón
356, 3, 7). Los amos no se deben manifestar como tales, sino como pater familiae
de los esclavos, como si fuesen sus hijos. Siguiendo a san Pablo, Agustín
predica entre los esclavos fidelidad a sus señores, a los que tienen que servir
de corazón y con buena voluntad. A pesar de todo, el problema y el escándalo
de no luchar contra la esclavitud persiste en san Pablo y en san Agustín.
Como se puede apreciar, san Agustín no pretende cambiar la situación
jurídica social de los esclavos (en esto es débil y desde el siglo XXI nos
parece escandaloso); pero se esfuerza en endulzar la esclavitud mediante la
conciliación de las voluntades, en espera de que reine en la otra vida la igualdad
entre todos los hombres. Hoy nos lamentamos de que Agustín no luchara más
contundentemente por la abolición de la esclavitud.
Todos los trabajos de los hombres hechos con dignidad y ante una necesidad
son honrosos. Es preciso compaginar el trabajo espiritual y el corporal. También
el comercio puede ser honroso, aunque otros Santos Padres lo consideraban
peligroso para el cristiano. Asimismo, esta actividad a veces puede resultar
injusta por las ganancias descomunales y por los intereses desproporcionados.
La percepción de intereses —es opinión común durante muchos siglos en la
Iglesia— es condenada como arte del “maligno”, y Agustín propone la prohibición
de la percepción de intereses en detrimento de los pobres. Propone también que
los ricos presten dinero a los pobres pero sin intereses; eso también es una
fórmula adecuada de hacer limosna. Para comprender los numerosos pasajes
en que Agustín habla de la usura, es preciso tener presente la extensión de esta
práctica en su tiempo. La calamitosa situación financiera del bajo Imperio romano
había creado unas circunstancias desgraciadamente deplorables después de la
destrucción de la clase media debido a la descabellada política fiscal; no era
posible regenerar ya aquella economía y eso lo sabía san Agustín. Ante la
imposibilidad de mejorar las instituciones, no quedaba otro remedio que tratar
de mejorar, uno a uno, todos los individuos que quisiesen escucharlo. Tal es la
finalidad de todas estas exhortaciones que encontramos a lo largo de su obra
de moralista. Por otro lado, no era posible pedirle más a un obispo de aquellos
tiempos, aunque fuera de la talla de nuestro san Agustín.
En este tema, como en otros, Agustín no hace otra cosa que fijar teóricamente
el punto de vista que ya habían adoptado los cristianos en la práctica desde
hacía tiempo. Su grandeza no sólo consiste en pronunciarse sobre casi todas
las cuestiones que exigían la adopción de una postura doctrinal por parte de
los cristianos del Imperio, sino en considerarlas con mayor altura de miras,
refiriéndose siempre, al tratar de ellas, a los últimos y elevados principios,
de modo que en los siglos siguientes, cuando las condiciones ya hubiesen
cambiado radicalmente, los hombres podrían continuar buscando en sus escritos
la doctrina que les guiase en medio de las nuevas circunstancias.
268
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Agustín, síntesis de dos culturas: la romana y la cristiana
En el espíritu de san Agustín las ideas idealístico-platónicas de la verdad, el
bien y la belleza, se hermanaban con la sobria y sana ética de los estoicos
romanos y, lo que aún es más interesante, esta escogida herencia de la
antigüedad iba unida a una ardiente convicción cristiana. Así Agustín llegó
a ser el pensador cristiano ante el cual todo Occidente se inclinó con gran
respeto durante muchos siglos. Asimismo, es preciso reconocer que por las
circunstancias extremadamente difíciles en que vivió Agustín, no pudo gozar de
la calma que requería el tratamiento de estos temas tan difíciles. Por ello siempre
será discutido y creará escuelas, que apoyándose en un mismo texto suyo,
expondrán teorías a menudo opuestas. Los escolásticos serían los llamados a
profundizar y, concretamente —como hizo santo Tomás—, a completarlos. Pero
la lectura directa de las obras de san Agustín siempre gozará de los máximos
atractivos, ya que su doctrina arraiga en el más puro cristianismo y nos aporta
las nociones más sanas de la antigüedad. Hoy en día aún sigue vigente. Así se
expresa el historiador protestante Harnack: “Hasta en nuestros días, la piedad
profunda y viva, así como su expresión, tienen en el catolicismo un carácter
esencialmente agustiniano
agustiniano” (Harnack, Das Wesen des Christentums, (Leipzig),
1905, p. 190). Al invadir el norte de África los vándalos —sin que nadie fuese
capaz de detenerlos—, obispos y sacerdotes se dirigieron a Agustín pidiéndole
consejo sobre lo que había que hacer. Le preguntaron si tenían que quedarse
en el país o huir siguiendo el ejemplo de algunos obispos hispanos que habían
abandonado sus diócesis. Agustín contestó enérgicamente que era necesario
que cada cual permaneciera entre sus feligreses, pasara lo que pasara, y que
buscaran refugio en el Señor, que era el único capaz de alejar los peligros. Los
clérigos deben permanecer en sus lugares, dispuestos tanto a vivir como a morir:
“Si no es posible que se aparte este cáliz, que se haga la voluntad de Dios. El
Señor no puede desear ningún mal para nosotros. Es preciso que los pastores
se salven en unión con sus feligreses o acepten con ellos lo que tenga que venir
venir”
(Carta, 228).
Estas contundentes palabras de san Agustín provocaron el efecto deseado. En
todas partes estas indicaciones serían generalmente atendidas. No en vano,
venían del hombre considerado el más ilustre doctor de la Iglesia latina, a quien
todo Occidente atribuía una autoridad excepcional.
El 28 de agosto del año 430, a la edad de 75 años, en su ciudad episcopal de
Hipona —asediada en aquellos momentos por los vándalos y abocada a una
destrucción segura—, Agustín entregó su alma a Dios conservando hasta el final
la misma intrepidez que había predicado a todos los cristianos. Su misión había
ido más allá, se había centuplicado; gracias a él quedaba confirmada la misión
civilizadora de la romanidad como base intelectual de la futura civilización de
Occidente. Europa ya tenía uno de sus pilares más decisivos y seguros para
construirse: san Agustín.
25 LA GRANDEZA DEL PAPA LEÓN I
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Roma y el papado. Estado de postración de una parte del clero
Elección de los papas y de los obispos
““Donde se encuentra Pedro, allí está la Iglesia”
¿León I Magno, fundador del Primado?
¿Realmente había penetrado el cristianismo en la sociedad romana?
La semilla que plantaron los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos
latinos de los siglos IV y V, entre los cuales cabe destacar a san Ambrosio y
san Agustín, germinó en abundancia. Sus frutos se conservarían durante toda
la época medieval en el seno de la civilización europea occidental. Asimismo,
el mundo latino cristiano sufrió mucho en aquella época de transición. El
papado fue una de las pocas instituciones que, más allá de no estancarse,
progresó esplendorosamente en aquellos tiempos y, gracias a ella y a sus fieles
colaboradores (obispos, clérigos y monjes), se pudo transmitir la cultura de la
civilización greco-romana. También gracias al papado y a sus colaboradores el
cristianismo se incorporó definitivamente a la mencionada civilización occidental,
a pesar de reconocer abundantes errores atribuibles a la condición humana de
sus miembros.
Roma y el papado. Estado de postración de una parte del clero
El Papa fue decisivo ya en los primeros siglos de la Iglesia. La historia de
finales de la edad antigua y principios de la medieval, en el ámbito latino sería
inconcebible sin la presencia del papado. Aquellas palabras de Jesús dirigidas
al príncipe de los apóstoles —”Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré
mi iglesia..., te daré las llaves del Reino de los cielos. Pastorea mis ovejas…
”— volverían a ser pacífica y universalmente repetidas en una de las épocas
más trágicas de nuestra civilización, cuando todo parecía que se dispersaba,
se arruinaba y se desvanecía. Fue providencial la constante referencia a este
principio de unidad que el papado impulsaba en una época de completo caos de
corrientes diversas y opuestas en la perpleja y cansada sociedad latina. Pero,
270
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
paradójicamente, Roma —gracias a ser la sede de los sucesores de Pedro— se
convertiría de nuevo en la capital de la romanidad y, por supuesto, de la Iglesia
latina. Acerquémonos históricamente a esta Roma y observaremos la estructura
social de aquella sociedad que sobretodo giraba, en gran parte, entorno a la
figura del Papa.
Los datos contenidos en una carta del papa Cornelio (siglo III) hacen referencia
a una clerecía romana que estaba integrada por 154 personas, de las cuales
46 eran sacerdotes. 1.500 pobres eran alimentados por la iglesia de la ciudad
de Roma, y entre este colectivo se encontraba el grupo de viudas y niños
desamparados. El número de cristianos de Roma se calcula que alcanzaba ya
los 50.000 a mediados de siglo V.
En el año 419 comprobamos la existencia de 70 sacerdotes en la ciudad de
Roma. Y en un sínodo del año 494 se citan como presentes 74. En esta época
existían 29 iglesias titulares en Roma, o sea, iglesias que constituían centros
estables para el cuidado de almas, de las cuales 15 o 20 existían ya en época de
Diocleciano (inicios del siglo IV). Estas iglesias más antiguas (unas 15) habían
sido anteriormente residencias privadas cedidas por propietarios adinerados
para fines eclesiásticos.
Si la iglesia romana constituía ya una potencia en tiempos de las persecuciones,
su fuerza aumentó notablemente a partir de Constantino. Éste dio al papado
una gran excelencia al otorgarle las recientes edificaciones de las espléndidas
basílicas de San Pedro sobre la tumba del Príncipe de los Apóstoles y la de San
Juan de Laterano, con su palacio imperial y otros templos como el de los Doce
Apóstoles y el de San Pablo Extramuros.
El obispo de Roma adquirió —sobretodo desde que la religión cristiana fuera
proclamada religión del Estado (a. 381)— una influencia muy importante incluso
en los asuntos temporales. Todos los obispos gozaban de esta influencia, pero
todavía más los de Roma, que ejercían el poder jurisdiccional en los litigios sobre
el clero y los seglares, y también intervenían en las contiendas sobre asuntos
civiles; muy a menudo ambas partes se sometían a la decisión del obispo,
porque creían que era la más justa.
Otro factor de gran importancia a la hora de valorar el papado e incluso las otras
sedes episcopales era que la Iglesia se encargaba de proteger a los necesitados
y a los desamparados por la justicia civil. En todas partes se requería la
intervención del Papa para controlar a la burocracia y a la administración de
la justicia, a menudo bastante deficientes. Además, muchos de los pobres de
Roma —por no decir casi todos— eran atendidos por la Iglesia. Esto significaba
un gran peso moral y a la vez unos importantísimos ingresos provenientes de
las muchas tierras que se dieron al Papa para cubrir estas necesidades, no sólo
en las cercanías de Roma, sino especialmente en las regiones del sur de Italia,
en Sicilia e incluso en Grecia. El Papa, con sus diáconos, era el administrador
LA GRANDEZA DEL PAPA LEÓN I
271
de un cúmulo tan grande de cultivos y tierras que hacía sombra a los mismos
emperadores.
Pero en Roma había demasiada miseria. Así, ya san Pedro al hacer referencia
a ella decía que era como una nueva y corrupta Babilonia. También Tácito
había dicho, hablando de la Urbe, que era el lugar donde se cometían todas
las atrocidades y todas las vergüenzas del mundo (Anales
Anales 15, 44). La pública
corrupción de las costumbres y la superstición no podían menos que contagiarse
a muchos cristianos, débiles en la fe. El número de estos últimos ascendió mucho
entre finales del siglo IV y el V. Ya estaba bien considerado ser cristiano, mientras
que estaba mal considerado el que se quedaba en el paganismo. Entonces,
los cristianos y el estamento clerical decayeron y se perdieron muchos de los
valores evangélicos, los más genuinos. Nos causa un gran impacto, incluso hoy
en día, la descripción que hizo san Jerónimo de los clérigos romanos de aquel
tiempo: “Todos sus miramientos eran absorbidos por el vestido: perfumarse
con delicadas aromas, usar calzado flexible y brillante, rizarse los cabellos con
muelles y llevar los dedos resplandecientes de anillos. Cuando caminan apenas
pisan el suelo por no estropear la suela de su calzado con la humedad. Cuando
nos acercamos parecen más unos galantes que unos clérigos
clérigos”. A continuación
de este relato, san Jerónimo nos describe un prototipo del clero: “...se levanta
en la aurora e inmediatamente examina la lista de las visitas que debe hacer.
Estudia el modo de abreviar el trayecto, se pone en camino muy temprano por
la mañana y entra en las casas hasta los dormitorios de sus amistades. Cuando
ve una almohada, un bonito tejido o cualquier otro ornamento doméstico de su
gusto, lo enaltece y se admira hasta que consigue que se lo regalen, ya que
todos temen herir lo más mínimo al alcahuete de la ciudad. La castidad y el
ayuno no son su fuerte, ni mucho menos. Aspira con fruición los densos aromas
de la cocina y denomina sagrado el desayuno. Se le puede encontrar por doquier
con su mirada violenta y descarada, con la boca siempre dispuesta a maldecir.
Donde se diga alguna novedad, allí está él presente para agrandarla y exagerar
el rumor. Cambia de caballos cada hora y su cabalgadura es tan fogosa y va tan
ornamentada que cualquiera creería que pertenece al rey de Tracia” (Carta 22 a
Eustoquio, PL. 22, 41 4).
Ni el mismo papado pudo mantenerse siempre lejos de los peligros de esta
orientación mundana ni de esta sed de mandar y de honores, cosa explicable
si no olvidamos que la Iglesia también es humana. Pero el papado —es preciso
reconocerlo— estuvo mucho más a la altura de lo que correspondía a las
circunstancias adversas en los siglos V y VI que cuando entró en la edad media,
y eso se debe en gran parte a los grandes Padres de la Iglesia (san Agustín, san
Jerónimo, san Ambrosio…) y especialmente a León Magno. Igualmente habría
que mencionar a muchos obispos ejemplares. Por ejemplo a san Paciano de
Barcelona (finales del siglo IV) o el presbítero de la misma ciudad: san Paulino
de Nola.
272
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Elección de los papas y de los obispos
Los papas eran elegidos al igual que cualquier otro obispo: o sea, por el pueblo
y por el clero. Se venció la tentación de que los obispos —con la mayor buena
voluntad— tratasen de resolver el problema de su sucesión con la designación,
anterior a su muerte, de un candidato. Así lo hizo, por ejemplo, san Agustín.
Pero pronto se descubrió el gran peligro que esta modalidad de designación
comportaba, ya que con ella se podía llegar a eliminar totalmente la elección y
establecer una monarquía hereditaria, que hubiese sido más próxima al régimen
puramente civil. Por eso la designación del sucesor fue prohibida, tanto por la
sede romana como por el resto de obispados. Véanse las elecciones en Barcelona
y Égara en el siglo V en nuestro libro Bàrcino y Ègara… (Barcelona 2004).
El obispo —como hemos dicho— era elegido por el clero y el pueblo en presencia
de los obispos vecinos, que debían dar su conformidad para la ordenación. La
aristocracia de funcionarios públicos ejercía un papel preponderante entre
los electores seglares, al igual los altos dignatarios eclesiásticos tenían una
mayor influencia que el bajo clero. Era prácticamente inevitable que, en
tales circunstancias, algunos clérigos ambiciosos, buscando el patrocinio de
los bandos y grupos adeptos, consiguiesen inclinar la elección a su favor,
conquistando de este modo una posición que muchos codiciaban de poder e
influencia inherentes a la dignidad episcopal. La reacción que necesariamente
tenían que provocar estas acciones no se hizo esperar: se produjeron dobles
elecciones y cismas que despertaron las pasiones populares y disminuyeron el
prestigio y la dignidad de la Iglesia romana. Así, en el año 336, Ursino inició un
cisma contra el papa san Dámaso, canónicamente elegido. Esta doble elección
provocó sangrientas luchas en las calles de Roma. En el año 418, con motivo
de la elección del papa Bonifacio I, se produjeron actos de violencia al hacerse
elegir en su contra al archidiácono Eulalio con el apoyo de Símaco, prefecto de
la ciudad. En los dos casos fue necesaria la intervención del emperador para
eliminar a los intrusos.
“Donde se encuentra Pedro, allí está la Iglesia”
Afortunadamente estos incidentes sólo enturbiaron de forma pasajera la misión
histórica asumida por los papas como titulares del primado, misión que se
cumplió siglo tras siglo. La correspondencia de los papas en estos tiempos
—que tan sólo nos ha llegado fragmentariamente— certifica la abundancia de
requerimientos que el papado recibía y también los múltiples aspectos de su
actividad como custodio supremo de la fe y de las costumbres. Pese a que no
faltaron oposiciones ni desobediencias, la sucesión de los actos de expreso y
explícito reconocimiento del primado romano fue en constante aumento. San
Ambrosio escribía: “Donde se encuentra Pedro, está la Iglesia” (Enarratio in
psalmo 40, 30). Y de un sermón de san Agustín se puede extraer el célebre
aforismo: “Roma locuta, causa finita” (Sermón
Sermón 131, 10).
Oriente deseaba crear su propio centro eclesial, pero sólo en los siglos V-IV logró
la elevación del rango del obispo de la nueva corte imperial bizantina, a quien ya
LA GRANDEZA DEL PAPA LEÓN I
273
el concilio de Constantinopla del año 381 pretendió atribuir el segundo lugar entre
los patriarcas; después de Roma figuraba Constantinopla, antes de Antioquía,
Alejandría y Jerusalén. Pero no se pudo eclipsar al obispo (Papa) de Roma. En
Occidente, el Papa no era sólo el primado, sino el patriarca, el metropolitano
del centro y sur de Italia —el obispo de Milán lo era del norte— y el Papa era el
obispo indiscutible, centro de atención y referencia de todo Occidente. A pesar
de que pasaba por unos momentos de graves problemas de identidad. Más aún,
Roma (o mejor dicho, el Papa) hizo posible —y llevó a cabo— la reconstrucción
de lo que quedaba de la civilización romana. En el año 2006 el papa Benedicto
XVI renuncia a denominarse ‘patriarca’. Éste es un signo de condescendencia
hacia los ortodoxos, sin embargo los ortodoxos actuales (siglo XXI) reconocen
en el Papa una especial preeminencia y presidencia de todas las iglesias.
El año 410 tenía que ser para la Roma imperial el principio del fin, aunque el
terror que Alarico inspiraba pronto se desvaneciera. Ya desde este año, Roma
tampoco podía ofrecer condiciones favorables para el pacífico cultivo de las
artes y de las ciencias, ni era una ciudad segura.
El emperador Honorio (aquel hijo enfermizo del gran Teodosio al que
correspondía por herencia todo Occidente), movido por unos celos mezquinos,
hizo destituir de su cargo al gran general vándalo Estilicón, que sólo pudo
presenciar, sin hacer nada, la ofensiva de Alarico contra Roma, refugiándose
después en Rávena. Lo único que conservamos de Honorio es su tumba, junto
a la de san Pedro. Este mausoleo fue construido el mismo año de la muerte del
desgraciado emperador, el 425. Su hermana, Gala Placidia (392-450), viuda del
malogrado general Constancio y regente de la parte occidental en nombre de su
hijo Valentiniano III, no logró remontar con su viril energía el gobierno del Imperio
que Roma necesitaba en aquellos difíciles momentos, como posteriormente
explicaremos al hablar de los visigodos y Barcelona.
Bajo el mandato de Valentiniano III, África fue conquistada por los vándalos e
Inglaterra cayó en poder de los anglosajones. Sólo en las Galias se mantuvo el
general Aecio, pero cuando los hunos, dirigidos por Atila, se abocaron en este
país, únicamente la ayuda de los hermanos visigodos y francos —más o menos
romanizados— permitió a Aecio obtener la famosa ‘victoria en los campos
Cataláunicos’, cerca de Troyes.
Ante esta debilidad del poder político, los romanos se movieron y buscaron en el
papado la autoridad moral y religiosa que les proporcionara —cuando menos— el
lazo espiritual que fuese capaz de unirlos entre si después de aquella derrota. Y
lo encontraron. En Roma los ciudadanos se agruparon alrededor de su obispo, la
autoridad del cual nadie cuestionó nunca, y que, a la vez, era la única que no se
tambaleaba en aquellos momentos. Serían los papas hombres providenciales.
Muy queridos. La mayoría fueron romanos y, por lo tanto, se identificaron con un
pueblo dolido de tantas desventuras.
274
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
¿León I Magno, fundador del Primado?
León I (a. 440-461) fue el hombre providencial de su tiempo, el símbolo del poder
papal. El primero a quien, como prueba de admiración y gratitud, se le puso el
sobrenombre de ‘Magno’. Pese a todo, sería un error ver en León I al fundador
del primado. Esta institución, las bases de la cual se encuentran claramente
en las tantas veces mencionadas palabras de Jesucristo (“Tú eres Pedro, y
sobre esta puedra…”), se fue desarrollando despacio, apareciendo con toda su
plenitud en los días de León I Magno.
La claridad con la que el primado romano en el tiempo de León I se nos manifiesta,
obedece principalmente a la oposición entre Oriente y Occidente. En Oriente el
poder imperial se había enrobustecido de forma inesperada, gracias, sobre todo,
a la ilustre nieta de Teodosio Magno, santa Pulqueria (399-453). Ella rigió el
destino del Imperio bizantino primero en nombre de su hermano, el piadoso,
aunque débil, Teodosio II; y más tarde en unión con él, y, finalmente, desde el
año 450, en calidad de emperatriz, tomando como marido al anciano Marciano.
El fortalecimiento interno del Imperio romano de Oriente se puso de manifiesto
en la recopilación de las constituciones de carácter general promulgadas desde
los días de Constantino: codificación del derecho romano completada en el año
430 y que, bajo el nombre de Codex Theodosianus, tuvo vigencia también en
Occidente, incluso en las regiones dominadas por los germánicos. Pese a esta
obra maestra que unió jurídicamente los dos mundos (oriental y occidental),
simultáneamente aparecieron profundas divergencias, incluso en el interior
del Imperio oriental, en el ámbito religioso. Fue entonces cuando los orientales
buscaron auxilio en Roma y de un modo especial en el Papa.
El papa León I Magno nos dejó un célebre sermón en que manifiesta la gran
misión que Roma tiene para pacificar y unir a todos los pueblos. Lo predicó
el día de san Pedro y san Pablo: “Estos
Estos dos santos —decía dirigiéndose a la
ciudad de Roma—, mediante los cuales te fue comunicado el evangelio y gracias
a los cuales tú, Roma, habiendo sido maestra en los errores, te convertiste en
discípula de la verdad. Serían estos dos santos, padres y verdaderos pastores
tuyos, los que nuevamente te fundaron, dejando tras de ti una ciudad destinada
al cielo, mucho mejor y más feliz que aquella otra encerrada en el recinto de tus
primeras murallas y el autor las cuales, aquel que te dio el nombre, te maculó
ignominiosamente el nombre con el fratricidio. Gracias a tu nueva fundación has
obtenido altísimas glorias, llegando a ser la ciudad elegida, sacerdotal y real.
Como sede de san Pedro, eres la cabeza del mundo y has podido someter a tu
autoridad, mediante la divina religión, nuevos países, además de los que antes
dominabas. Adornada de múltiples victorias, en otro tiempo llevabas el cetro a
través de tierras y mares, a pesar de que no habías sometido con la guerra a
tantos pueblos como has sometido ahora gracias a la paz del cristianismo. La
divina providencia ha dirigido los destinos del Imperio romano. Una multitud de
estados serían unidos en un único Imperio y vinculados entre si, de manera que
quedase la vía libre para la predicación del evangelio y la luz de la verdad, que
empezó a brillar para la salvación de todos los pueblos, pudiéndose efectuar
LA GRANDEZA DEL PAPA LEÓN I
275
así con mayor eficacia la liberación de tanta gente, empezando por la cabeza y
beneficiando a todo el cuerpo del mundo. La descendencia de los dos apóstoles
—como una divina sementera— engendró en nuestra ciudad, gracias a su
muerte generosa y las de miles de mártires, las sepulturas de los cuales rodean
la urbe. Todo un pueblo de hombres y mujeres que dieron testimonio con su
sangre. El mundo entero quedó sorprendido por su resplandor. Estos mártires
son como una esplendorosa diadema de piedras preciosas que la (Roma)
rodean” (Sermón
Sermón 82).
No era el deseo y las ansias de poder lo que movía a León I Magno a pronunciar
las anteriores palabras. Sabía muy bien que la autoridad del Papa era un
servicio. Por este motivo no podía haber recelo entre él y el emperador, y por eso
sencillamente expone las anteriores ideas teniendo ante él al mismo emperador
sin ningún miedo a ser malinterpretado. La escena tuvo lugar en el año 450 y
nos revela el cambio que las circunstancias históricas provocaron. Cuando el
emperador Valentiniano III, en compañía de su esposa Eudoxia y de su madre
Gala Placidia, fue a Roma el día 22 de febrero del mencionado año 450, se
presentó al Papa y León I pronunció la siguiente homilía: “Admirad cómo la
primera y la mayor ciudad del mundo fue entregada por Cristo al gobierno de un
hombre como Pedro, pobre y con muy pocos recursos. Los cetros de los reyes
deben humillarse ante la madera de la Cruz, y el púrpura de la corte tiene que
someterse a la sangre de Cristo y de los mártires. El emperador, adornado con
su brillante diadema y acompañado de innumerables guerreros, acude a solicitar
la intervención del Pescador, a los merecimientos del cual atribuye más valor que
a las piedras preciosas que recubren los ornamentos reales. ¡Qué misterio de la
sabiduría divina y qué obra milagrosa de la derecha de Dios! Los ricos pueden
participar en los merecimientos de los pobres, mientras que los nobles y los
poderosos se postran ante el sepulcro de un santo (Pedro) de condición humilde”.
Tal era el espíritu adecuado para mantener la unidad y asegurar la dirección de
la Iglesia universal en medio de los avatares de la política, y sobre todo para
establecer un lazo de unión que abrazase íntegramente el ámbito del Imperio
romano de Occidente en el momento crítico en que sus diferentes partes
amenazaban con desarticularse. Era necesario que Roma se convirtiese en el
nuevo centro espiritual que la nueva comunidad occidental necesitaba: a ella
todos recurrían buscando normas y directrices para unir los pueblos.
El Papa lo era todo en Roma
Este dominio papal lo vemos en muchos sectores, por ejemplo en las basílicas
romanas, que después serán copiadas por doquier, e incluso en el estilo literario
del gran papa León. El lenguaje aún muy esmerado de las actas que salían de la
cancillería de León I, con sus cláusulas compuestas de acuerdo con determinadas
leyes rítmicas, era imitado por los países occidentales en la composición de
rezos litúrgicos y de otros escritos escogidos, haciendo posible su designación
con el nombre cursus leoninus. Y aunque el conocimiento de estas reglas se
perdió en gran parte, nunca se extinguió del todo y lo vemos revivir en Roma en
276
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
el siglo XI, dando al lenguaje eclesiástico un encanto peculiar que compensa lo
que el idioma había perdido en belleza respecto al estilo clásico. Este cuidado
en el uso del lenguaje, unido a la rima, nos impide ver en el latín del bajo Imperio
una lengua muerta; todo lo contrario, es preciso considerarlo un idioma aún vivo
que, con su acento musical, da a los diferentes estados de ánimo la posibilidad
de encontrar diferentes formas de expresión.
Debemos añadir también que Roma ejerció su influencia —mediante su
liturgia— sobre todos aquellos países donde la lengua latina era utilizada para
la celebración de los divinos misterios. La necesidad de tener una recopilación
de las oraciones recitadas por los sacerdotes de Roma en la celebración de la
Eucaristía y de los sacramentos, dio lugar a la aparición de los Sacramentarios
romanos. El más antiguo fue erróneamente atribuido a León I. Hoy puede
comprobarse que es del siglo VI. En él podemos estudiar la liturgia romana de la
época según estudiamos en nuestro estudio Sacralia (Barcelona, 2011).
León I demostró poseer la clarividencia del estadista romano, rector de todo
un mundo. Entre otras cosas, se propuso realizar abiertamente un plan de
constitución metropolitana de la Iglesia, de modo que todos los obispos de una
misma provincia eclesiástica dependiesen de un único obispo metropolitano.
Por encima de los metropolitanos estaban los patriarcas. Como patriarca
de Occidente —el único—, el Papa tenía sus obispos ‘vicarios’ designados
especialmente para determinadas regiones; el de las Galias era el obispo de
Arles —ciudad que había reemplazado Tréveris como centro administrativo del
gobierno temporal del país—, y el de Iliria —que abracaba la ex Yugoslavia y
Macedonia— era el de la región o gran provincia de Tesalónica. Los respectivos
poderes quedaban claramente definidos al proclamar León I que la “plenipotencia”
de los metropolitanos y patriarcas radica en los principios establecidos por los
Santos Padres (tradición) mientras que su primado (el papado) es de institución
divina. Tal y como explicamos en otra ocasión: Benedicto XVI renunció en el
año 2006 al título de ‘Patriarca de Occidente’, como prueba de ecumenismo,
exaltando los patriarcas de Oriente.
Por encima de la titánica obra de León I, es preciso señalar el hecho inolvidable
que mereció a este pontífice la gratitud de sus contemporáneos y que la
imaginación popular no tardó en revestir de leyenda: su intervención a favor de
Roma en el episodio de Atila, caudillo de los hunos.
Atila se había convertido en el terror de Europa. Nadie era capaz de plantarle
cara. Era ‘el azote de Dios’, se decía. De él y de su ejército sólo se podía esperar
destrucción y cautividad. Pero Aecio había conseguido que Atila no invadiese las
Galias (Campos Cataláunicos). Retirado a Hungría, planeó durante el invierno de
451-452 la invasión de Italia, de modo que durante la primavera de 452 entró en
Italia. Aquilea fue saqueada, al igual que Milán, Pavía y otras ciudades del norte.
El senado romano consultó al emperador Valentiniano III, el cual, lleno de miedo,
sólo se sentía seguro en Rávena, ciudad protegida por los bizantinos. Lo único
LA GRANDEZA DEL PAPA LEÓN I
277
que le podría parar los pies sería una despampanante embajada encabezada
por el mismo papa León I. Y así se hizo. Junto a el Papa, fueron el cónsul Albieno
y el antiguo prefecto del Pretorio, Trifecio.
La mencionada embajada encontró a Atila en un campamento cerca de Mantua.
Ignoramos cuáles serían exactamente las consideraciones que hizo León I
al caudillo de los hunos. El aquitano Próspero —que escribió su crónica en
tiempos del mencionado Papa— se limita a decir que “se logró aquello que León
esperaba del cielo con aquella confianza que nunca abandona a los hombres
piadosos”. No faltan indicios de que Atila no invadió Roma movido por el miedo,
porque pensaba que si así lo hacía le sucedería lo mismo que le pasó a Alarico,
que murió poco después de haberse apoderado de la ciudad. Es muy posible
que el Papa le sugiriese tal amenaza, haciendo referencia al gran poder de
Pedro, príncipe de los apóstoles que estaba enterrado en Roma, de quien él era
el sucesor. El hecho es que Atila abandonó Italia después de haber escuchado
las palabras de los plenipotenciarios de Roma, y León I fue recibido en la ciudad
como un gran libertador. Después —pero no antes del siglo XI— se quiso creer
en una fantasiosa visión que Atila tuvo: la aparición entre nubes de los apóstoles
Pedro y Pablo amenazando a Atila con una espada. Así será representado por
los artistas, como puede comprobarse en la famosa pintura de Rafael en las
estancias vaticanas. Junto a la basílica romana de San Pedro.
León I intervino de nuevo a favor de Roma en la invasión del vándalo Geiserico
—procedente del norte de África—, pese a que en este episodio (29 de junio de
455) sólo se pudieron salvar del horrible saqueo las basílicas de Laterano y de
San Pedro del Vaticano. Con su intervención acabó tan sangrienta crueldad.
Mientras la emperatriz Eudoxia, junto con numerosos cautivos y un incalculable
botín, era trasladada por los vándalos a África, el Papa conseguía permanecer
en Roma conservando intactos los tesoros de sus principales iglesias. Así se
dieron cuenta los romanos de lo que significaban para ellos el Papa y las tumbas
de los apóstoles: lo único capaz de sobrevivir a una catástrofe de tal magnitud.
La firmeza de ánimo con la que en dos ocasiones el Papa había intervenido a
favor de la ciudad desventurada, cuando ya ninguno de los emperadores era
capaz de protegerla, aumentó considerablemente el prestigio del papado en toda
la cristiandad. Si alguna cosa significaba Roma en aquellos tiempos representaba
que era la ciudad de los papas, o sea la de los sucesores de san Pedro.
¿Había realmente penetrado el cristianismo en la sociedad romana?
Pero la penetración del cristianismo entre gran parte de los romanos era —según
afirma León I— superficial. En uno de sus sermones, después del saqueo de los
vándalos, León I lamenta que muchos hayan olvidado el azote de los vándalos y
deplora que sean tan escasos los asistentes a las ceremonias de expiación y de
acción de gracias después de aquellos calamitosos días: “Me sabe mal decirlo
—afirmaba León I—, pero no tengo derecho a callarlo: el espíritu mundano y los
demonios son objeto de mayor fervor que los Santos Apóstoles; espectáculos
278
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
insensatos atraen al pueblo más que las tumbas de los mártires. ¿Fueron, tal
vez, los circenses los que os salvaron de morir bajo la espada? ¿Por ventura
no habíamos merecido la ira de Dios sobre nosotros? ¿No fue evitada la
muerte precisamente para que pudiésemos examinar nuestras conciencias y
pedir perdón?
perdón?” (Sermón 84). En este mismo sermón nos dice que había quien
afirmaba que la retirada de los vándalos fue efectiva gracias a la influencia de los
astros, tratando así de difundir supersticiones paganas.
León I condenó igualmente una costumbre que provenía de los maniqueos:
muchos romanos subían la escalinata de san Pedro del Vaticano de espaldas a
la fachada para poder adorar así al sol naciente. El Papa se opuso a este rito, y
advertía a los ignorantes que el radiante disco solar era un reflejo de la majestad
del creador, adorado dentro de la Iglesia.
El Papa les pide a los aparentemente conversos romanos que sólo estén
satisfechos de abandonar el servicio a las divinidades paganas: «No es de
ningún provecho el que nos sintamos seguros en la libertad de la fe, si no
sabemos oponer resistencia a los deseos depravados. El corazón del hombre se
manifiesta en la calidad de sus obras o en la maldad de sus actos» (Sermón
Sermón 36).
Es preciso reconocer que la regeneración de las costumbres era particularmente
difícil en aquel periodo de continuos trastornos que constituían las últimas
convulsiones del moribundo Imperio romano. Elegido un emperador, el mismo
día ya podía temer su inmediata muerte —para nada natural— o su inexorable
deposición. Cuando el general Orestes proclamó emperador a su hijo Rómulo
Augústulo (461-511), que no era más que un niño, los mercenarios germánicos
declararon no querer luchar nunca más, a no ser que estuvieran al servicio
de sus propios intereses, y exigieron una reforma de la ley que regulaba los
alojamientos militares con la garantía de que sería mantenida. Esto implicaba
que sería necesario que el propietario romano cediese un tercio de su casa, no
ya en usufructo — como era costumbre antes— sino en plena propiedad. Como
es obvio, los romanos se opusieron a tal pretensión; asimismo, se levantó un tal
Odoacro que, aprovechando el descontento de todo el mundo, se hizo proclamar
rey de Italia. Odoacro hizo abdicar de la dignidad imperial a Rómulo Augústulo
(fue emperador dos años, 475-476) enviando simbólicamente las insignias
imperiales a Oriente, y como consecuencia de ello todos los pueblos romanos de
Italia y de Occidente quedaron sometidos a reyes de raza germánica. El Imperio
romano occidental prácticamente había desaparecido.
Pero en Occidente ni los mismos ciudadanos romanos serían conscientes de
la desaparición del último emperador, a pesar de que este banal acto —que
anteriormente hemos descrito— cerraba un periodo histórico. Los nativos de
Italia y de las Galias creían que la realeza de los caudillos militares germánicos
era algo pasajero; especialmente los senadores romanos —que no eran sino
unas figuras esperpénticas— esperaban en vano que el emperador oriental
echara a los invasores germánicos de Italia. En las Galias e Hispania, los
LA GRANDEZA DEL PAPA LEÓN I
279
nativos empezaron a pactar con los nuevos pueblos invasores y se intentaba
una convivencia digna con ellos tras la conversión al catolicismo, ya que esos
pueblos antes eran arrianos.
26 OROSIO, EL HISTORIADOR DE LA
IGLESIA EN LA INVASIONES BÁRBARAS
• Biografía de Orosio
• Orosio consuela a sus contemporáneos
Biografía de Orosio
Muy probablemente nació en el año 390 en Braga (Hispania), aunque algunos
dicen que fue en la provincia Tarraconense. Era clérigo, y ha pasado a la historia
como uno de los más insignes conocedores de los acontecimientos de los siglos
IV y V. Fue un inquieto viajero. Son especialmente célebres los dos viajes a
Hipona, lugar en el que habló con san Agustín. En el primer encuentro con el
obispo de Hipona (410-415) Orosio se informó de los errores priscilianistas,
y discutió con el santo sobre el origen del alma. Agustín lo envió a Palestina
para tratar con san Jerónimo: en Jerusalén polemizó contra Pelagio. A su
vuelta, al no poder ir directamente a la península hispánica por miedo a las
perturbaciones producidas por los invasores bárbaros, pasó por Menorca y allí
dejó unas reliquias de san Esteban. En una última estancia en Hipona (416-417),
Agustín, que estaba redactando el De civitate Dei, le animó a escribir una historia
universal conocida en época medieval bajo el título De Ormestu mundi, en la cual
—como estudiaremos a continuación— se fijó más en las miserias de las guerras
y sus causas que en los hechos de la crónica. Tiene, por supuesto, un concepto
providencialista de la historia. El Commonitorium contra los priscilianos y el Liber
apologeticus contra Pelagio demuestran su capacidad de polémica teológica.
Murió joven.
Orosio consuela a sus contemporáneos
Como hemos dicho, en el segundo viaje a Hipona Orosio aceptó la iniciativa de
elaborar una historia universal que complementara el famoso libro De civitate
Dei de san Agustín. Se trataba de demostrar a aquellos cristianos a los que
las calamidades de la época podían hacer dudar falsamente de la solicitud de
282
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Dios hacia el género humano, que la humanidad pretérita también había sufrido
grandes males y desgracias posiblemente peores a las de su tiempo. Guiado por
esta intención, Orosio escribe su obra histórica titulada Siete libros de historia
contra los paganos, que en época medieval se conocerá como De Ormestu
mundi. Posiblemente lo escribió entre los años 417 y 418, mientras los visigodos
se extendían y consolidaban su poder en Hispania. Pero el libro de la historia
quedó inacabado.
Bajo el punto de vista formal, la obra de Orosio merece nuestra atención por
tratarse del primer intento de componer una historia universal cristiana. Si
la comparamos con la historiografía de la antigüedad, la obra de Orosio sin
duda constituye un gran progreso, ya que los historiadores antiguos realizaron
siempre sus obras bajo la influencia de los prejuicios nacionales. Y no es que
Orosio fuese ajeno a estos prejuicios, pero su parcialidad es de otro tipo, ya que
obedece a sus intenciones apologéticas. Valora excesivamente el consuelo que
el estudio de la historiografía podía ofrecer en unos tiempos tan difíciles como
eran los suyos. Resume los acontecimientos de una manera superficial, y tal vez
exagera el volumen de calamidades foráneas. Pero, pese a todo, en su obra no
faltan pensamientos sorprendentemente nuevos, que buscaríamos en vano en
los historiadores anteriores.
Orosio en su historia expone con un excesivo dramatismo toda una serie de
guerras y miserias. Eso le da motivo para considerar que aquéllas serían la
causa de la expansión del Imperio romano, pero a la vez señala la injusticia,
especialmente de su política. Así, que dice textualmente: “Mientras Roma es
feliz y victoriosa, todo cuanto está fuera de ella se encuentra sumergido en
la desgracia y la destrucción. ¿Se valorará mucho esta gota de felicidad, tan
laboriosamente conseguida, precio de las delicias de una sola ciudad, en medio
de tantas miserias que trastornan todo el orbe de la tierra?
tierra?” (Libro V
V, cap. 1).
Según afirma Orosio, ciertamente se obtuvo la unidad de la civilización gracias
al Imperio romano, y en los frecuentes viajes que hizo, él mismo experimenta
las ventajas de una sola lengua y de una cultura; con todo, en el Imperio no se
puede encontrar la amistad tan deseada y nunca conseguida entre los diferentes
pueblos. Si hay unidad y amistad no es gracias al Imperio, sino al cristianismo.
Estos valores quedan sintetizados en la expresión ‘comunidad de cultura’.
Afirma: “…a los romanos me dirijo como romano, a los cristianos como cristiano,
a los hombres como hombre. Me dirijo al Estado invocando la ley, a la conciencia
invocando la religión, a la naturaleza invocando la comunidad. Al pasar por cada
país me beneficio de él como de una patria, pero la verdadera patria que yo amo,
no se encuentra en este mundo
mundo” (Libro V
V, 2).
En los anteriores fragmentos de Orosio observamos que él considera un
gran acierto y un lazo feliz la por él denominada ‘comunidad de culturas’ (o
‘civilización’), hermanada en los elevados ideales del cristianismo. Esto no
nos autoriza, sin embargo, a deducir que nuestro autor no tuviera sentimientos
OROSIO, EL HISTORIADOR DE LA IGLESIA EN LA INVASIONES BÁRBARAS
283
patrióticos. Todo lo contrario, manifiesta una y otra vez el gran amor a su patria
chica que le vio nacer. Así advertimos en su obra la aparición de un nuevo
sentimiento nacional comparable con la ‘comunidad de culturas’ que abraza
los diferentes pueblos; pero ésta vive con gran dificultad con la soberanía del
Estado, tal y como el Imperio romano la concibió y realizó al dar la espalda
a las peculiaridades nacionales de cada pueblo. Con dolor, Orosio recuerda
a sus compatriotas que los romanos lucharon durante dos siglos contra sus
antepasados de Hispania para quitarles la independencia.
Dirigiéndose también a sus compatriotas de Hispania, Orosio deja vislumbrar
un pequeño resquicio de luz y de esperanza, pese a las espesas tinieblas de
las tribulaciones que sufrían. Es cierto que Orosio veía a los bárbaros con unos
ojos distintos a los de otros escritores. Se tomó la molestia de hacer el elenco
de todo cuanto tenían de bueno y de dulcificar los defectos que de ellos se
decían. Los bárbaros no eran tan feroces ni tan inhumanos como se decía:
“Permiten que se separen de ellos todos aquellos que no quieren vivir con
ellos; empiezan ya a cultivar la tierra; tratan a los romanos que han sobrevivido
a la invasión como aliados y amigos,…; …de tal modo que encontramos en
sus filas bastantes romanos que prefieren vivir con los bárbaros, en libertad
y pobreza, a permanecer entre sus compatriotas sometidos a la opresión del
pago de impuestos. Las iglesias de Cristo, tanto de Oriente como de Occidente,
ven incorporar-se a ellas muchos hombres procedentes de los hunos, de los
suevos, de los vándalos, de los burgundios y de innumerables pueblos que
quieren convertirse al cristianismo. Pese a la fatal invasión y a la desintegración
del Imperio, hay que dar gracias a Dios y enaltecer la misericordia divina, ya
que debido a nuestra ruina tantas naciones han recibido —o pueden recibir­
la Verdad, y porque nos ha dado la oportunidad de ponernos en contacto con
tantos nuevos pueblos que sin la fatal invasión hubiesen continuado siendo
totalmente desconocidos por nosotros
nosotros” (Libro VII, 41).
27 SALVIANO Y SEVERINO SE PREGUNTAN:
¿QUIÉN ES EL CULPABLE DE LA DESAPARICIÓN
DEL IMPERIO DE OCCIDENTE?
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Salviano. Su obra De gubernatione Dei
“La ira de Dios ha sido patente y todos hemos recibido las consecuencias”
Juegos circenses, corrupción de costumbres y esclavitud
Injusticia económica y sistema fiscal. Los militares
Comparación entre los bárbaros y los romanos
Monjes y anacoretas. ¿Los matrimonios deben entregar sus bienes a los
pobres?
• Severino, el hombre puente entre los bárbaros y los romanos
Salviano. Su obra De gubernatione Dei
Volvamos de nuevo a la cuestión que tanto preocupaba a los contemporáneos de
san Agustín y León I: el porqué de la desaparición del Imperio romano occidental
cuando los bárbaros se hicieron amos y señores de Occidente (a mediados
del siglo V). A nosotros –a unos mil quinientos años de distancia– tal vez esta
pregunta nos resulte un poco insulsa. Obviamente que su respuesta incide
—si consultamos a los contemporáneos— en el ambiente y en lo que se decía
durante aquellos días. Ciertamente ya León I, Orosio y también Agustín, apuntan
las causas —siempre espirituales— de la catástrofe de la invasión. Pese a todo,
el que mejor nos plasma en su crónica los motivos de su “culpabilidad” que
aquella gente veía es el sacerdote Salviano. Éste, parece ser que era oriundo
del norte de las Galias, ya que tenía parientes en Colonia y cantó las excelencias
de Tréveris, lugar en el que probablemente nació. Pese a ser cristiano, se casó
con la hija de un pagano, Paladiano, al que persuadió para que se convirtiese.
Habiendo transcurrido varios años de vida matrimonial, ambos consortes —del
mismo modo que otros muchos en su tiempo— decidieron abrazar el ascetismo
y vivir como hermanos. Salviano vivió muchos años: no había muerto cuando el
286
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Imperio ya no existía. Aparece citado como sacerdote de la ciudad de Marsella.
Fue a mediados del siglo V cuando escribió la obra que nos interesa: los 8 libros
del De gubernatione Dei, obra dedicada a su antiguo alumno y obispo Salonio. El
título primitivo de la obra era De judicio divino in diebus mortis, pero pareció que
era demasiado exagerada esta expresión, y por ese motivo lo cambió, aunque
el contenido de la obra es más adecuado a esta última denominación, ya que se
propone demostrar cómo cumplió Dios con su justicia en aquella época.
“La ira de Dios ha sido patente y todos hemos recibido las
consecuencias”
Orosio ya había insinuado en algunos pasajes de su crónica la idea de que
no había motivo para quejarse de las calamidades, “ya que éstas no eran
sino castigos merecidos que los hombres reciben por las injusticias que han
cometido”. Salviano se limita a desarrollar este pensamiento, pero más con la
cometido
finalidad de acusar que para reconfortar a los contemporáneos. No existe en él
polémica contra los paganos, la cual cosa se podría explicar porque en su tiempo
habían desaparecido casi todos, convirtiéndose superficialmente al cristianismo.
Contra éstos, Salviano afirma que la ira de Dios ha sido patente y todos hemos
recibido las consecuencias. Aquellos cristianos romanos murmuraban contra
Dios porque los dejó caer en poder de los bárbaros, “pero ¿no merecían los
romanos este destino?
destino?”. Salviano afirma que no quieren creer en Dios (como hay
que hacerlo) y menos aún quieren vivir de acuerdo con su fe.
Para refutar las objeciones (que nuestro autor afirma que son “falsas e
insensatas”), traza un espantoso cuadro de la inmoralidad y de las injusticias que,
“herederas
herederas del paganismo, continuaban reinando entre los romanos cristianos
cristianos”.
Dice que su depravación es cada día mayor: merecen —según él— el castigo
divino. Y este castigo estaba siendo mucho menos severo de lo que realmente
merecían.
Es posible que el polemista sea demasiado riguroso en el momento de condenar
las costumbres de sus contemporáneos; en todo caso, nos ofrece un cuadro de
la sociedad de su tiempo, indiscutiblemente lleno de vida y de realismo, aunque
alguien pueda creer que no es del todo objetivo.
Para Salviano es evidente que todo el poder y la civilización material del Imperio
pertenecían al pasado. El propósito del autor consiste en mostrar expresamente
este fenómeno a sus lectores: “Nos
Nos ha sido enseñada —afirma— la religión, de
manera que no podemos alegar ignorancia que nos excuse. La paz y la riqueza
de otros tiempos han desaparecido. Todo cuanto antes existía ahora nos ha sido
arrebatado o se ha transformado; sólo las tasas persisten y han aumentado.
Nada nos ha quedado de la paz y del bienestar de los tiempos pasados, excepto
los crímenes. ¿Dónde están los antiguos tesoros y la dignidad de los romanos?
En otro tiempo los romanos eran los más poderosos, mientras que ahora no
tienen fuerza alguna. Los antiguos eran temidos, y ahora somos nosotros los
que tememos. Los bárbaros pagaban tributo a los romanos en otro tiempo, y
SALVIANO Y SEVERINO SE PREGUNTAN: ¿QUIÉN ES EL CULPABLE DE LA
DESAPARICIÓN DEL IMPERIO DE OCCIDENTE?
287
ahora somos nosotros los que pagamos tributo a los bárbaros. Los enemigos nos
niegan el placer de poder contemplar la luz del día y nuestra salvación descansa
totalmente en las concesiones que ellos están dispuestos a ofrecernos. ¡Qué
desgracia tan grande! ¿Qué ha sido de nosotros? Y pese a todo debemos dar
gracias a los bárbaros, de quienes nos rescataremos nosotros mismos, pagando
con nuestro propio dinero. ¿Existe cosa más humillante y más miserable? ¿Es
que en estas condiciones aún vivimos? Y si no fuera suficientemente tanta
miseria, aún hacemos el ridículo: el oro que pagamos lo denominan ‘regalo’.
Decimos que constituye un donativo y no es otra cosa que el precio de nuestra
existencia, tan amarga y vergonzosa. Todos los cautivos, una vez rescatados,
gozan de la libertad, y nosotros tenemos que rescatarnos sin interrupción para
no ser nunca libres
libres” (Libro VI, cap. 18, 98 ss.).
No es nada raro que Salviano exclamara: “El Estado romano ya está muerto, o,
cuando menos, está apunto de expirar allí donde aún parece vivo
vivo” (Libro IV
IV, cap.
6. 30). Estas palabras se escribirían hacia el año 450, antes de la invasión de las
Galias por Atila.
Juegos circenses, corrupción de costumbres y esclavitud
Con horror justificado, Salviano nos explica también cómo los cristianos habían
conservado la pasión por los juegos circenses y nos habla de las inmorales
representaciones teatrales, legado de la Roma pagana. “Os
Os pido —escribía
Salviano— que me contestéis con el corazón en la mano, cuál de estos dos
lugares acumulan más multitudes de hombres cristianos: ¿el antro en el que
se celebran los juegos públicos o el atrio de la casa de Dios? En los días de
los juegos de febrero los llamados cristianos no acuden a la iglesia, aunque
sea fiesta religiosa. Incluso aquellos pocos que van a la iglesia, la abandonan
rápidamente cuando comienzan los juegos
juegos” (Libro VI, 7, 37).
El cúmulo de las desgracias no conseguía apaciguar la afección apasionada
de la gente: los pocos notables que habían sobrevivido a la tercera conquista
de Tréveris por los bárbaros, se dirigieron a los emperadores solicitando la
organización de los juegos circenses como el mejor modo de remediar la
destrucción de la ciudad (Libro VI, 15, 83). La corrupción de costumbres y la
frenética investigación de los placeres no cesaron ni tan siquiera en medio de las
peores circunstancias. Salviano había visto con sus propios ojos que mientras
la ciudad estaba amenazada por la destrucción, sus dignatarios —incluso los de
edad más avanzada— asistían a banquetes y, después de hartarse de comida y
de bebidas, hacían jaleo como locos en sus borracheras. El enemigo penetró en
la ciudad de Colonia mientras los magistrados municipales se emborrachaban
(Libro VI, 13, 73).
Con la mayor crudeza, Salviano denunció la esclavitud como el peor de los
males que azotaba la sociedad romana. Además era la gran escuela de la
inmoralidad. La injusticia se unía a la miseria. La lectura de sus páginas nos hace
ver claramente la miseria social que irremediablemente la esclavitud llevaba
288
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
sobre sus hombros: “Casi
Casi todos los esclavos —afirma— son ladrones. ¿Pero, por
qué lo son? Porque su retribución y su alimento son insuficientes. Son acusados
de estar siempre pensando en la fuga. Todo el mundo los golpea, incluso sus
compañeros de esclavitud. Dícese que son mentirosos, pero son obligados a
mentir, amenazándolos con la tortura” (Libro
Libro IV
IV, 3). “Demasiado a menudo los
amos dan a los esclavos un pésimo ejemplo, y si se dice que estos últimos son
malos y detestables, no se debería olvidar que los primeros utilizan su libertad
para ser peores que ellos. Los amos matan a los esclavos creyendo que tienen
todo el derecho a hacerlo. En cambio los esclavos se abstienen de hacer ningún
homicidio, porque están convencidos de que en tal caso les espera la pena de
muerte. Los ricos se permiten toda clase de indecencias hacia las esclavas y,
pese a todo, se creen muy superiores a los esclavos, que no tienen concubinas
ni pueden practicar la poligamia” (Libro
Libro IV
IV, 5 y 6).
Injusticia económica y sistema fiscal. Los militares
A continuación Salviano describe los abusos y las injusticias que derivan del
orden económico. Critica sobre todo el carácter arbitrario y poco equitativo
del sistema fiscal. Como consecuencia del mismo desequilibrio se produce un
empobrecimiento galopante del Imperio. Los argumentos que utiliza quedan muy
claros: se queja de que los contribuyentes no pueden exponer su opinión cuando
debe fijarse el impuesto de los gastos públicos, así como de la inexistencia de
ningún control sobre el cobro de los impuestos. En cuanto a los funcionarios,
afirma que todos son corruptos, compran sus cargos gracias al dinero y saquean
los bolsillos del pueblo, no sólo para reponerse del precio pagado por la compra
de sus cargos, sino también para acumular aún más beneficios.
En aras de las clases inferiores, agobiadas por el sistema económico en vigor,
Salviano levanta su voz contra la opresión que ejercen sobre ellas quienes tienen
el poder económico: los ricos emplean su dinero para reducir los pobres a la
esclavitud. Puede parecer excesiva la severidad de Salviano hacia los curiales,
vinculados a sus funciones sin posibilidad de sustraerse como responsables que
son de la recaudación de los impuestos: “Ciertamente
Ciertamente —afirma— también son
víctimas del desgraciado sistema fiscal que oprime a todo el mundo
mundo”.
Salviano, así como la Iglesia de su tiempo, intercede a favor de las clases
económicamente más desamparadas y defiende a los colonos en rebelión
constante, los cuales, reducidos a un estado verdaderamente desesperante,
formaban grupos turbulentos, como en África los circumcelliones, que recorrían el
país saqueando lo que encontraban a su paso: “Llamamos rebeldes y reprobamos
aquellos a quienes nosotros mismos hemos empujado al crimen. Pues, ¿no ha
sido nuestra iniquidad y la falta de rectitud de los jueces, las sentencias injustas
y la rapacidad de estos últimos, lo que los ha convertido en trotamundos?
trotamundos?” (Libro
V, 6). Y si acusa de iniquidad y de calumnia a los funcionarios, reprueba también
V
a los mercaderes por su mala fe y por sus perjurios. El sistema fiscal vigente
por aquel entonces era insensato y hacía imposible —si recordamos también la
SALVIANO Y SEVERINO SE PREGUNTAN: ¿QUIÉN ES EL CULPABLE DE LA
DESAPARICIÓN DEL IMPERIO DE OCCIDENTE?
289
corrupción de los funcionarios— la mejora de las instituciones políticas.
En este lamentable cuadro que nos pinta, Salviano olvida una de las causas que
más influyeron en la desaparición del Imperio romano occidental. En el pasado
los romanos raramente habían renunciado a coger ellos mismos las armas
para llevar a cabo las guerras defensivas (u ofensivas). Es cierto que hasta
la desaparición del Imperio hubo generales romanos como Orestes —padre
del último emperador, Rómulo Augústulo (461-511)—, pero debemos decir
que en los siglos IV y V predominan los generales no romanos, e incluso los
anteriormente mencionados dependían en todo de las tropas germánicas, a la
voluntad de las cuales estaban sujetos. Como un fenómeno social, se extendió
entre los romanos la repugnancia hacia la carrera militar. Pero a tal actitud no
le faltaba motivos podríamos decir psicológicos, ya que los romanos no querían
de ningún modo abstenerse de la placentera vida que la ciudad les brindaba
tan abundosamente, y por ello dejaban el servicio de las armas a los pueblos
bárbaros, a la vez que éstos estaban ansiosos de lucha. Eran guerreros por
naturaleza, y esta causa fue decisiva en el momento en que los germánicos, o
godos, quisieron pasar de ser unos simples mercenarios a amos del poder estatal.
Comparación entre los bárbaros y los romanos
Salviano percibe, sin duda, las causas de orden moral a consecuencia de las
cuales los romanos se veían sometidos a los caudillos germánicos, y no deja de
ofrecerlas a la consideración de sus hermanos en la fe. Hace una confrontación
de los degenerados cristianos de Roma comparándolos con los bárbaros
(arrianos y paganos). Este paralelismo le proporciona motivos para juzgar a
los romanos con mucha aspereza. En cambio, afirma que los bárbaros tenían
muchas cualidades naturales, ya que aún no estaban afectados por la corrupción:
“En lo que se refiere a la ley divina, no hay duda de que nosotros somos mejores
que ellos, pero en la vida práctica me resulta doloroso afirmar que somos peores.
También es cierto que no diré lo mismo de la totalidad del pueblo romano
romano” (Libro
IV, 13). Pese a estas afirmaciones, no puede evitar describir a los nuevos amos:
IV
“Los sajones son feroces; los francos desleales; los gépidas inhumanos; los
hunos depravados; los alamanos borrachos; los alanos hechos al pillaje... Pero
estas taras —continúa Salviano— las tienen también los cristianos e incluso
van más allá, ya que juran ‘por Cristo’ al cometer sus crímenes y muchos de
ellos tienen la costumbre de decir: ‘¡Por Cristo me apodero de esto!’, ‘¡Por Cristo
golpeo a ese hombre!’, ‘¡Por Cristo, le mato!’
mato!’”.
De los germánicos de religión arriana, los que Salviano conoce mejor son los
godos y los alanos. De ellos dice que tienen virtudes que los romanos no poseen.
Por ejemplo, entre ellos, los miembros de una misma tribu se profesan un amor
recíproco que los cristianos no tienen: los romanos se persiguen los unos a los
otros, se tienen envidia mutua, se niegan la ayuda entre sí, buscando cada cual
su propio interés en detrimento del prójimo, de manera que son muchos los
que huyen desesperados de sus ciudades para refugiarse en los pueblos de los
germánicos. “Así es que el título de ciudadano romano que en otros tiempo no
290
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
sólo era objeto de alta estima, sino que se adquiría gracias a gran cantidad de
dinero, es ahora voluntariamente menospreciado, es rehuido y considerado no
sólo vil, sino también execrable” (Libro
Libro V
V, 5).
Salviano, al hacer el paralelismo entre los godos y vándalos por un lado y los
romanos por el otro, se fija especialmente en la corrupción de costumbres y,
una vez más, se pronuncia a favor de los primeros: “Rodeados de bárbaros que
guardan castidad, nosotros somos lujuriosos. Diré más: los propios bárbaros se
escandalizan de nuestra impudicia. Entre los godos la fornicación constituye
un crimen. Y ahora me dirijo a quien se imagina que somos mejores que los
bárbaros y le pregunto: ¿Cómo debemos juzgar aquello que muy pocos entre los
godos se atreverían a hacer, siendo así que casi todos los romanos lo hacen?
Y después nos maravillamos de que nuestros países hayan sido entregados
por Dios a los bárbaros, que purifican ahora con su castidad las tierras que los
romanos han ensuciado con su incontinencia” (Libro VII, 6). “España y África
han sido cedidas por la Providencia a los vándalos porque éstas destruyen los
antros de disipación. Las ciudades romanas de África, particularmente Cartago,
estaban llenas de impureza y de inmoralidad; los vándalos las han purificado. Los
germánicos merecen igualmente la protección divina, porque antes de pelear
piden a Dios la victoria y ponen en Él su confianza, cosa que nosotros no hemos
hecho. Los acontecimientos anuncian así a los romanos que el juicio divino ha
recaído ya sobre ellos
ellos”. Y de los godos y los vándalos dice: “Éstos aumentan
de día en día mientras nosotros nos extinguimos; se elevan mientras nosotros
somos humillados; florecen mientras nosotros nos ensuciamos
ensuciamos” (Libro VII, 49).
Salviano se resignó, entonces, a que los germánicos asumieran el poder, viendo
en ello como una sentencia del tribunal de Dios. Es cierto que se expresaba
de forma parecida cuando cargaba contra la infidelidad de los romanos que se
negaban a creer en la Providencia divina; infidelidad tanto más merecedora del
castigo de Dios cuando se les había predicado la fe verdadera.
Si los romanos hubiesen sido capaces de convertirse ante tantas pruebas de la
voluntad divina —opina Salviano—, seguro que su causa hubiera pasado a ser
la causa de Dios. Pero Salviano es más pesimista. Su obra es una tremenda
acusación destinada a impresionar a sus conciudadanos romanos; por ello carga
las tintas al describir la situación de los romanos. Los bárbaros no sólo cogieron
lo bueno que quedaba en los romanos, sino que al cabo de pocos años también
se contaminaron de sus malas costumbres. Así, cuando los bizantinos invadieron
África, aquellos vándalos eran ya débiles y no opusieron ninguna resistencia.
Tenemos que poner especial atención en lo que más impresiona de la
descripción de Salviano en su cuadro de la sociedad de aquel tiempo. Nos
referimos a la Iglesia. Ella —según se puede deducir de sus palabras— habría
quedado condenada a la impotencia en la lucha contra la decadencia de la
sociedad romana, si no se hubiese abolido el régimen económico romano ni
hubiese entrado nueva savia de buenas costumbres gracias a los bárbaros. Ésta
SALVIANO Y SEVERINO SE PREGUNTAN: ¿QUIÉN ES EL CULPABLE DE LA
DESAPARICIÓN DEL IMPERIO DE OCCIDENTE?
291
parece ser su tesis, y no le falta razón. Pero en una visión más amplia, teniendo
en cuenta lo que sucedió después, o sea, el nacimiento —en parte— de una
nueva civilización romano-germánica, no se ve muy claro, en la exposición
de Salviano, qué papel jugó la Iglesia en el momento de la desaparición del
Imperio, ni en la futura aportación de todo el cúmulo cultural que ésta hizo en
los futuros siglos. Salviano se decanta más por criticar a la Iglesia, ya que no
desplegó todos sus resortes en aquellos dramáticos momentos. Así, dice: “La
propia Iglesia, que forzosamente debería ser en todo apaciguadora de la cólera
de Dios, ¿debe atraer la ira divina sobre nosotros? Dejando aparte los ruegos de
los cristianos que huyen del mal, ¿qué es casi toda la comunidad cristiana, sino
la sentina (podredumbre) de todos los vicios?, ¿cuántos encuentras en la iglesia
que no sean vividores, ni borrachos, ni adúlteros, ni mujeriegos, ni bandidos, ni
disipados, ni ladrones, ni homicidas?... Y lo que es más grave es que no se ve
el fin de esta situación. Pregunto a la conciencia de todos los cristianos, ¿quién
no es alguna de estas cosas en todo o en parte? Más fácil es encontrar entre
nosotros quien lo sea totalmente que a quien se encuentre completamente limpio
de semejantes taras. Casi todo el pueblo fiel ha caído en esta depravación moral,
de manera que, entre los cristianos, el ser menos vicioso ha llegado a constituir,
en cierta manera, una especie de santidad
santidad”. (Libro III, 9).
Si comparamos el cuadro trazado por Salviano y las descripciones de san
Agustín y san Ambrosio referentes a la Iglesia, llama la atención el violento
contraste de Salviano. Tal cambio no sólo está provocado por la visión partidista
o apasionada de Salviano, sino también porque a mediados del siglo V se
produjo un conjunto de hechos que explican el cambio o, en parte, el juicio que
hizo Salviano sobre la Iglesia.
La causa fundamental de tal cambio fue la masiva entrada de romanos paganos
en la Iglesia alrededor del año 450. Agustín escribió el De civitate Dei para
replicar las acusaciones de los paganos. Orosio también polemizó con éstos.
En las obras de Salviano una polémica parecida ya resultaba ociosa. Ya que no
existían paganos al margen de la Iglesia: habían penetrado en ella conservando
su mentalidad pagana, sus costumbres y su corrupción moral. Pertenecían a
la Iglesia, porque ésta prácticamente se confundía con el mundo romano. Las
grandes dificultades rebajan los colores distintivos de las clases e incluso todo
queda mezclado; en estos casos no destaca nada, a no ser el pesimismo por
tener que aguantar aquellas calamidades. Así, la sociedad romana del año 450
nos ofrece una panorámica gris sin ningún perfil. Tal vez sólo el estamento clerical
conservaba aún algo de su dignidad. Así nos lo manifiesta el mismo Salviano:
“Los
Los eclesiásticos —sacerdotes seculares o ascetas— llevan sobre sus hombros
la cruz de Cristo, de manera que participan más de la dignidad del mundo
cristiano que de los padecimientos de la pasión del Salvador
Salvador” (Libro III, 10).
292
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Monjes y anacoretas. ¿Los matrimonios deben entregar sus bienes a los
pobres?
El mencionado fenómeno de la entrada multitudinaria de los paganos en la Iglesia
lo causaron las mismas invasiones. Este fenómeno se había producido más en
las Galias que en cualquier otro país. Es curioso que, como consecuencia de
esta masiva entrada en la Iglesia, muchos de los fieles, celosos de la pureza
de la doctrina y del honor cristianos, se sintieron cada vez más inclinados a huir
del mundo y a vivir alejados de la corrupción general, ya fuese como monjes o
como anacoretas. El propio Salviano pertenecía a estos celosos enardecidos y
veía en la vida retirada el único aspecto luminoso y esperanzador en medio de
la oscuridad general de sus tiempos. El monacato había sido introducido en las
Galias sobre todo por san Martín de Tours. Con motivo de su muerte (año 401) se
agruparon alrededor de dos mil ascetas de diferente procedencia para asistir a su
funeral. Desde este momento el monaquismo se fue difundiendo por todo el país
de las Galias. Los religiosi —como llama Salviano a los monjes— venían a ser,
en opinión de este autor, los únicos cristianos auténticos, a los cuales había que
sumar algunos seglares que observaban una conducta parecida a la de aquéllos.
Los detalles sobre la vida de nuestro Salviano nos hacen pensar que exagera,
en parte, cuando habla de las perversas costumbres de aquéllos —incluidos
los clérigos— que no son como él, o sea monjes, religiosi. “Todos
Todos —afirmaba
Salviano— tienen que vender los bienes, darlos a los pobres y retirarse a una
vida religiosa”. Tal afirmación era inoperante en la práctica y contrastaba con
la opinión, por ejemplo, de san Agustín, que decía textualmente que nadie que
tuviese a su cargo una familia podía dejar sus bienes a la Iglesia (Sermón 355, 5).
Severino, el hombre puente entre los bárbaros y los romanos
Salviano, pese a su obvia parcialidad, tenía razón al afirmar que gran parte de
la solución a aquellos graves problemas de la misma Iglesia —e incluso de la
sociedad— provendría de los monjes. En eso quizá fue profeta. Curiosamente
los religiosi serían los primeros en ser llamados a trabajar para la renovación de
la sociedad. Entre ellos se encontraban los operarios más adecuados para llevar
a buen puerto esta labor; los que tenían la visión más clara de la finalidad hacia la
cual debía dirigirse y la abnegación necesaria para entregarse a semejante tarea.
Buena prueba de lo que estamos diciendo la tenemos en la biografía del monje
Severino. Este santo vivía en la provincia romana fronteriza con los germánicos,
o sea, la Nórica, provincia prácticamente abandonada por los romanos. Nadie
sabe de dónde era Severino oriundo, aunque, según dicen, su modo de hablar
le delataba como procedente del Lacio. Fuera de esto, todo cuanto sabemos
de él es que había estado en Oriente durante un tiempo, conociendo allí la
vida monástica, estudiándola y empapándose de su espiritualidad. La peculiar
vocación le llamó a trasladarse a las abandonadas comarcas del Danubio
superior, lugar en el que vivió como riguroso asceta, y no tardó en reunir un
numeroso colectivo de discípulos. A los romanos de religión cristiana que en
aquellas pequeñas ciudades de la Nórica llevaban una vida lamentable, casi
desesperada, san Severino les predicó la penitencia y, a la vez, les otorgó
SALVIANO Y SEVERINO SE PREGUNTAN: ¿QUIÉN ES EL CULPABLE DE LA
DESAPARICIÓN DEL IMPERIO DE OCCIDENTE?
293
grandes consuelos. Por amor a ellos estableció un régimen económico de ayuda
mutua. Todos pagaban un diezmo que servía íntegramente para socorrer a los
pobres y pagar el precio del rescate de los que habían sido capturados por los
bárbaros. Era ‘un buen hombre’, y como tal era reconocido por los habitantes de
aquella región, que le pedían que fuese su plenipotenciario para hablar con los
bárbaros y hacer armisticios y poder recuperar a los cautivos.
En cierta ocasión Odoacro —que entonces no era más que un simple guerrero—
entró en la habitación de Severino, vestido con rudas pieles. Severino al
despedirse profetizó: “Ve a Italia y pronto podrás dispensar u otorgar gran
generosidad a muchas personas
personas”. Odoacro no olvidó nunca esta escena, y
cuando fue proclamado rey hizo escribir a Severino diciéndole que podría
solicitarle una gracia. El santo pidió la liberación de un desterrado esclavo.
San Severino murió el 8 de enero de 482. Seis años después Odoacro trasladó
aquellos pobres romanos abandonados en la Nórica a lugares más seguros en
memoria del gran san Severino. Estos fieles al santo —su maestro y protector—,
trasladarían sus restos mortales a un nuevo monasterio que fundaron en
Castellum Lucullanum, cerca de Nápoles. El abad de este monasterio, Eugipio
—también discípulo de Severino—, escribió una ingenua biografía de su maestro
que es para nosotros un importante testimonio de lo que otros muchos hombres
de la Iglesia hicieron en favor de sus hermanos en aquellos difíciles tiempos de
tránsito entre ambas civilizaciones: la romana y la goda.
En aquellos mismos días de la muerte de san Severino, nacía Benito en el mismo
corazón del Imperio, en Nursia, en el país de los sabinos. Éste fue el hombre
llamado a reunir todas las energías dispersas tanto de la romanidad como del
gran saber de los Santos Padres. Con él, y especialmente con su Regla, una
nueva civilización —o mejor dicho, renovada— se abrirá camino hasta llegar a
brotar en la gran alianza entre Roma y los pueblos francogermanos (del siglo
VIII), constituyéndose lo que sería la Europa occidental, cuna de la edad media.
¡Qué lástima que hoy (año 2011) todavía no se hayan reconocido las raíces
cristianas de Europa en la constitución de la “Europa Unida” que se intenta
imponer en todo nuestro continente!
28 SAN BENITO Y SU REGLA, SÍNTESIS DE
ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
• En los desiertos de Egipto y de Siria
• Pacomio y Basilio, padres de la vida cenobítica
• Boecio y Casiodoro
• La figura de san Benito
• La Regla de san Benito
• Invitación para alcanzar un método de moral práctica
• El abad es el pater familiae del monasterio. Sensatez romana
• Dignidad y serenidad de san Benito
• La familia benedictina se sentía íntimamente vinculada a Roma
• El trabajo en la Regla de san Benito
• Los monasterios benedictinos, instrumentos de salvación de la
antigua cultura
• Flexibilidad de la Regla de san Benito, símbolo de la sabiduría
romana
• La universalidad y la romanidad de la Regla de san Benito
• Atracción de los pueblos germánicos hacia el estilo de vida de
los benedictinos
En los desiertos de Egipto y de Siria
Cuando se concluyeron las persecuciones y la Iglesia empezó a recibir
multitudes de feligreses cada vez más cuantiosas, los cristianos más idealistas
empezaron a poblar los desiertos de Egipto y de Siria, viviendo allí una vida
anacoreta. Se tomó como modelo la vida del eremita san Antonio Abad. En la
Tebaida —lugar en el que vivía el mencionado santo— empezaron a agruparse
muchos discípulos suyos, que a continuación se extendieron por Palestina y
otras regiones de Oriente.
296
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Pacomio y Basilio, padres de la vida cenobítica
Un viejo soldado llamado Pacomio (?-346) proporcionó una estructura sólida
a estas asociaciones de ascetas construyendo en Tabenisio, en las orillas del
río Nilo, un convento y una iglesia rodeados de una muralla. Dentro de este
recinto los monjes vivían en comunidad. Pacomio fue, pues, el padre de la vida
cenobítica (Koinobion: vida en común), y no tardaron mucho en erigirse nuevas
comunidades; al fundar un total de nueve monasterios de hombres y dos de
mujeres -con la colaboración de su hermana-, se constituyó como el centro de
atención religioso de Oriente. Dio a todos aquellos cenobios una regla común,
poniendo al frente de cada monasterio un abad o abadesa. El abad general
estaba investido de autoridad sobre todo el conjunto de los monasterios. Fue un
gran éxito: ya en vida de Pacomio la primera casa constaba de 3.000 monjes y,
en la primera mitad del siglo V, el colectivo de monjes ‘pacomianos’ ya superaba
los 50.000 individuos. La regla mandaba que antes de la admisión de un monje
se diese un tiempo de prueba severa, llamada noviciado. Los monjes vivían del
trabajo de sus manos, distribuyéndose según diferentes tipos.
Esta vida cenobítica se difundió en Egipto, Palestina, Siria, Mesopotamia,
Persia, Armenia... San Basilio también fue un gran propulsor de ella aportando
unas nuevas Reglas hacia el año 360, en las cuales se conjugaban la vida
eremita y la cenobita. Esta popular forma de vida cristiana fue trasladada a
Occidente por Rufino y por san Atanasio en uno de los destierros de este
último en Occidente (a. 340), y a finales del siglo IV encontramos ya numerosos
monasterios masculinos y femeninos en Roma, Milán y otros puntos de Italia
y Dalmacia. También es preciso señalar la contribución de san Ambrosio, san
Jerónimo y especialmente la de san Agustín. Otros impulsores serían Martín de
Tours, Sulpicio Severo, Honorato —obispo de Arles—, Juan Casiano —con sus
libros Instituciones monásticas y modos de curarse de los ocho vicios capitales y
veinticuatro conversaciones con los Padres
Padres—, Cesáreo de Arles con su Regla, etc.
De este modo la vida cenobítica se extendió mucho en Occidente, pero es preciso
decir que había una cierta confusión, ya que eran demasiados los fundadores
y excesivamente dispersas las normas o reglas. Había monjes que pasaban de
un cenobio a otro, permaneciendo sólo el tiempo necesario para comer, beber y
dormir; o sea, no hacían vida en común y eran ─podríamos
podríamos decir
decir─
─ trotamundos.
Entre ellos debemos constatar elementos dudosos de moralidad. Habían
otros, llamados sarabaítas —vocablo procedente de Egipto—, que vivían a la
manera de los antiguos ascetas, en las ciudades o pequeñas poblaciones, ya
fuese en total soledad o bien en grupos de dos o tres siguiendo libremente su
propio criterio, sin superior ni regla. Los que guardaban clausura y observaban
reglas estrictas designaban a aquellos otros ‘trotamundos’ o ‘irregulares’, como
miembros denigrantes del monacato. No sucedió así en Oriente, ya que la
Regla de san Basilio se había generalizado tanto que era extraño encontrar un
monasterio con otra regla. En Occidente había llegado la hora de la unificación
de la vida monástica y, lo que es más importante, era el momento del inicio de
SAN BENITO Y SU REGLA, SÍNTESIS DE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
297
una nueva civilización gracias a la Regla de san Benito, beneficiosa no sólo para
los monjes sino para todo Occidente.
Boecio y Casiodoro
Pero antes de exponer la gran figura de san Benito, hay que presentar muy
brevemente a los que representan las dos últimas anillas que completan
la cadena que va desde san Ambrosio hasta el ‘Patriarca del monaquismo
occidental’, san Benito. Estas dos anillas son Boecio y Casiodoro.
Boecio (Roma 480 - Pavía 525) provenía de la antigua familia de los Anicios.
Recibió una buena formación clásica estudiando los autores griegos en
Atenas, y se propuso darlos a conocer en Roma. En su tiempo los ostrogodos
gobernaban Italia. A Odoacro —que fue eliminado sanguinariamente en el año
493— le sustituyó su rival Teodorico el Grande. Boecio entró a su servicio y
llegó a ser cónsul y magister en el palacio del mencionado Teodorico hasta que,
acusado de traición, fue encarcelado y ejecutado en Pavía. Si bien en sus obras
mayores la fe cristiana no interviene como tema, con el reconocimiento actual
de la autenticidad de cuatro opúsculos teológicos parece ser que se cierra la
controversia entre muchos historiadores sobre si Boecio era realmente pagano.
Sabemos que era cristiano y muy religioso, y tanto fue así que en Italia se le
veneró como mártir en el siglo VIII; Teodorico era arriano y por lo tanto eso
hace creer que Boecio fue ajusticiado por la defensa del catolicismo del cual
Teodorico era perseguidor.
Boecio fue un gran pensador ecléctico y un buen helenista. Llevó a cabo
el grandioso proyecto de traducir y comentar todas las obras de Platón y
Aristóteles, y así demostrar la concordancia fundamental entre los dos grandes
filósofos de la antigüedad, pero su muerte prematura sólo le permitió hacer su
trabajo en una mínima parte. Sin embargo, se han conservado la traducción y los
comentarios de los escritos lógicos de Aristóteles y también de la Isagogue de
Porfirio y de los Tópicos de Cicerón. Elaboró la lógica aristotélica en numerosos
tratados y añadió otros elementos, sobre todo de procedencia estoica —como la
doctrina del silogismo hipotético—, por lo que Boecio, además de proporcionar
a los siglos venideros el conocimiento de la lógica de Aristóteles, contribuyó a
hacer de ella una de las piezas fundamentales de la cultura medieval. Escribió
también tratados de aritmética, geometría, astronomía y música, que alimentaron
durante mucho tiempo la enseñanza del ‘cuadrivio’ o cuatro artes liberales
(aritmética, música, geometría y astronomía). Boecio fue el inventor de este
nombre (quadrivium) que se extendió a lo largo de toda la época medieval junto
con el de trivium (gramática, lógica y retórica). Entre sus escritos teológicos los
más importantes son De civitate Trinitatis, que fue comentado por santo Tomás,
y el De persona et duabus naturis. Su obra más conocida es De consolatione
philosophiae, que escribió durante su cautiverio: cinco libros, en prosa y verso.
Es un diálogo literario, donde la filosofía, representada alegóricamente en forma
de noble matrona, da consuelo a Boecio en su mala suerte. Es una especie de
teodicea, síntesis de la sabiduría antigua con influencias cristianas. Fue muy
298
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
leída durante la edad media. Todo esto hace que Boecio sea considerado —por
el conjunto de sus obras, que recogen una gran cantidad de materiales de la
cultura griega y latina — un intermediario privilegiado entre el mundo clásico y el
mundo medieval, sin olvidar los otros grandes personajes que hemos estudiado.
En el reverso de Boecio —en cuanto a la política— tenemos a Casiodoro, carne y
uña con Teodorico. Casiodoro fue, además de un gran político, monje y escritor.
Se llamaba Flavius Magnus Aurelius Casiodorous, nació en Squillace (490?) y
murió en Vivárium (Calabria), en el año 580. Durante la primera mitad del siglo
VI mantuvo una actividad política frenética, de tal modo que en el año 533 llegó
a ser prefecto pretorial. Hacia el año 550, ya retirado de la política, fundó el
monasterio de Vivárium, lugar en el que se estableció una especie de academia
basada en el modelo de la escuela de Alejandría. Aquí no sólo se enseñaban
los contenidos de la fe cristiana, sino incluso materias profanas. Por ello hizo un
gran scriptorium donde se transcribían los tesoros literarios de la antigüedad.
Como político escribió las Variae, conjunto de literae (o cartas) con referencias
de decretos y edictos imperiales. De sus escritos filosófico-teológicos —muy
influidos por san Agustín— es preciso recordar el tratado De anima, la obra
clásica Institutiones divinarum et secularium sobre la enseñanza de la teología y
de las artes liberales, los comentarios alegóricos de Complexiones in psalmos, y
una Historia eclesiástica tripartita.
La figura de san Benito
La nota dominante de todos aquellos intentos de copiar la vida monástica
oriental que antes comentamos, era la dispersión. Si se quería ser eficaz, aquel
estilo de vida no podía ser simplemente una copia superficial de las costumbres
monacales de Oriente, sino que debía arraigarse en la mentalidad occidental.
Benito fue el hombre providencial, nacido en el mismo corazón de Italia, en
Nursia, alrededor de los años 480-490 (los mismos años en que nacieron Boecio
y Casiodoro). Benito procedía de la aristocracia rural de Umbría. Cicerón decía
que los sabinos de esta región se distinguían por su austeridad y que eran muy
enérgicos. La dureza de carácter de los habitantes de Nursia era proverbial en
Roma. De su familia nada sabemos, a excepción de su hermana Escolástica.
De esta santa, que había consagrado su virginidad desde muy joven al servicio
del Señor, sabemos que quiso muchísimo a su hermano y su influencia sobre
él sólo se puede comparar con la de santa Mónica —madre de san Agustín— y
con Marcelina —hermana de san Ambrosio. Siendo su hermano abad de
Montecasino, Escolástica lo visitaba cada año y testimonios conmovedores se
han conservado de la última de estas entrevistas, tres días después de la cual
murió la santa. El abad la hizo enterrar en el mismo sepulcro que él se había
hecho construir en Montecasino.
Benito estudió en Roma, muy probablemente letras, y tal vez derecho en los
primeros años de su juventud. No se sintió atraído por ninguna carrera de las
funciones públicas. Por aquel entonces gobernaba Roma el ostrogodo -rey de
SAN BENITO Y SU REGLA, SÍNTESIS DE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
299
los hérulos- Odoacro. En la ciudad de Roma, como hemos explicado, había una
gran confusión: por un lado los que estaban a favor de los dominadores, y por
el otro los que atentaban constantemente contra aquellos que consideraban que
eran la encarnación de toda la desdicha romana, especialmente los senadores
romanos. La Iglesia tampoco podía dar a san Benito motivos de entusiasmo; la
oposición entre los partidos senatoriales había producido una ruptura interna
conduciéndola en el año 498, después de la muerte del papa Anastasio (496498), al cisma llamado de los ‘Laurencianos’ (porque el opositor era un tal
Lorenzo). Benito permaneció durante poco tiempo al lado de un sacerdote de
Enfide, en las montañas Sabinas, pero pronto se retiró a hacer vida eremítica a
una cueva de Subiaco, a la sombra de las ruinas de lo que en otro tiempo había
sido el palacio de Nerón. Los monjes del monasterio vecino (Vicovaro) le pidieron
que reestructurara la vida monástica y, a la muerte de su abad, Benito fue elegido
superior de aquellos monjes. Asimismo, algunos de ellos intentaron envenenarlo
por el hecho de haber exigido una disciplina más estricta. Su retorno a Subiaco
se confirmó con una serie de prodigios —algunos de ellos legendarios—, y
pronto alrededor de él se agruparon numerosos discípulos, los cuales, guiados
por él, se organizaron en una docena de monasterios. Para todos ellos, Benito
era lo que hoy llamaríamos el superior general. Pero en aquellas comunidades
se aceptaba la vida eremítica, de tal modo que habían monjes que pasaban
largas temporadas en cuevas.
Esta vida de rigor y de autoridad fue un buen estímulo de nuevas vocaciones.
Jóvenes de la aristocracia romana se confiaban a la dirección del santo y padres
de familias nobles de Roma entregaban sus hijos para que Benito los educase
en la vida monacal. Entre éstos cabe destacar a dos: Mauro y Plácido.
Benito, para huir de las iras de un rector vecino llamado Florencio, dejó el
monasterio de Subiaco —al frente del cual puso a su discípulo Mauro— y
emigró con unos cuantos discípulos hacia Montecasino, y allí fundó en el año
529. Montecasino estaba situado junto a la Vía Latina, que iba de Roma a
Nápoles. En la actualidad se encuentra restaurada después de los desastres
causados por los bombardeos de los aliados durante la última guerra mundial. La
hermana de Benito, Escolástica, también dirigía, muy cerca del mismo lugar, un
monasterio femenino. Los discípulos aumentaron considerablemente, lo cual le
permitió fundar un monasterio en Terracina y tal vez otro en Roma (¿Laterano?).
Para organizar todos estos monasterios y sus monjes escribió la famosa Regla,
código fundamental de la vida monástica.
La Regla de san Benito
Al comparar la Regla de san Benito con las normativas y ordenanzas (o
reglas) monásticas anteriores de Occidente, sorprende que muchas de sus
prescripciones se encuentren en las reglas precedentes. De esta observación se
ha querido deducir que la importancia o trascendencia de la Regla no procede
de ella misma, sino de la conjunción de un cúmulo de circunstancias históricas
casuales. Pero tal afirmación es incorrecta, ya que si bien es cierto que aquellas
300
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
circunstancias fueron favorables, el elemento más decisivo fue el carácter que
le supo dar el legislador de la vida monástica de Occidente, o sea, su espíritu
práctico, al cual se unía un profundo sentido cristiano y, a la vez, una singular
prudencia administrativa característica de la antigua Roma. La concisión y la
brevedad le daban una notable ventaja con respecto a otras constituciones
monásticas más extensas, como por ejemplo la de Casiano. Pero el factor
decisivo fue, sobre todo, el espíritu que se revela en la Regla, tan fecundo que,
naciendo de la misma persona del fundador, alcanzó la perdurabilidad en una
tradición viva.
La Regla de san Benito es una regla práctica que no determina ni legisla todas
las posibilidades. Por ello será siempre actual. Ni tan siquiera hace la exaltación
de los diferentes grados de virtud que puede alcanzar el monje, ya que todo
cuanto se sobreentiende no consta en ella. Así, por ejemplo, no habla de la
castidad, ya que se supone que es preciso seguirla, ni tampoco se habla de la
obligación de renunciar a la propiedad privada, porque se considera obvio que
el monje debe seguir los consejos evangélicos. La Regla da por sabidos los
principios fundamentales de la vida monástica, por lo tanto no habla de ellos para
así poder concretar otros aspectos que san Benito consideró preciso subrayar.
Invitación a alcanzar un método de moral práctica
Las disposiciones y exhortaciones de la Regla, están totalmente dedicadas a
ordenar la vida cotidiana en el monasterio sobre la base de la ejercitación de
las virtudes monacales. En realidad se trata de un método y una invitación a la
perfección moral del monje. La precisión con la que se formulan los preceptos
de esta moral práctica, unida a la exaltación del ideal de la vida en común,
es la causa de su trascendencia histórica. La Regla, pues, pierde su carácter
esquemático, convirtiéndose en una norma de conducta aplicable a ambientes
muy diferentes y a la vez muy similares en cuanto a las finalidades particulares
de los monjes. Estas finalidades son mencionadas muy brevemente por la Regla:
existe una cima en la práctica de las virtudes a la cual es necesario que el monje
tienda. Es este el hito que proponen —coincidentes— la Sagrada Escritura, la
vida de los Padres, los libros de Casiano y la regla de san Benito. La finalidad
de la Regla, pues, no es distinguir los monjes de los otros cristianos, sino vivir
una vida ejemplar cristiana en comunidad dentro del monasterio. O, como dice
san Benito, los monjes tienen que formar una Schola Domini servitii. La palabra
‘schola’ no es, como podríamos traducir, ‘escuela’, sino mucho más: equivale a
la Schola del Palacio imperial, a un cuerpo de soldados, una tropa, una milicia
espiritual que voluntariamente se somete a una disciplina muy estricta; pero
que en vez de servir a un ser terrestre, presta su servicio, día tras día, con todo
respeto, fidelidad y puntualidad, a la Majestad del más alto Señor. Esta forma de
existencia sólo es adecuada para los monjes bien experimentados y en ella no
tiene cabida el que busca una vida anacoreta, ni quien se reúne en grupos de dos
o tres sin un superior entre ellos, ni menos aún los monjes trotamundos. Benito
tiene palabras muy duras para estos monjes sarabaítas. A fin de extirpar de raíz
estos cánceres del monaquismo, san Benito determina la estabilidad del lugar
SAN BENITO Y SU REGLA, SÍNTESIS DE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
301
o residencia constante en un monasterio. Además de este precepto, es preciso
que el monje sea obediente y sumiso al abad de forma casi, diríamos, militar, y
así se le repite por tres veces al novicio después del periodo de formación: “Ésta
es la ley bajo la cual deseas ser militar; si puedes observarla, entra; si no puedes,
márchate” (cap. 58). La desobediencia se castiga incluso corporalmente. Otras
reglas hacían lo mismo.
Es preciso observar que muchos monasterios podían aceptar a menores de
edad, consagrados por sus padres a Dios; en tales casos, estos últimos hacían
la profesión en nombre de sus hijos. Los padres que eran propietarios de bienes
se veían obligados a prometer por escrito, bajo juramento, que en el futuro sus
hijos no podrían disponer de ninguno de estos bienes; así más tarde el joven
oblato no sería reclutado por la perspectiva de una posible fortuna ni por el
rechazo de los ‘halagos del mundo’.
El abad es el pater familiae del monasterio. Sensatez romana
Pese a las anteriores disposiciones que hoy nos parecerían demasiado severas
e impropias, en el monaquismo de san Benito y especialmente en su Regla, se
subraya mucho la figura paternal del abad. Él es el verdadero pater familiae,
institución típica en las raíces de la tantas veces comentada romanidad. Esta
institución vivía con todo su vigor aún en la época de san Benito, al menos en
su región de la Umbría, basada en el mismo derecho romano. El pater familiae
lo era todo, de ahí que no falten autores clásicos romanos que dicen que el
padre estaba revestido de una ‘majestad paterna’. El abad o pater familiae
del monasterio es el verdadero señor absoluto de su propia comunidad, el
indiscutible amo de la casa (domus), la maiestas paterna, a quien todos tendrán
que tratar de ‘señor’ y de ‘padre’.
Ninguna otra regla monástica de las que más tarde irán apareciendo en
Occidente, exalta tanto la figura del superior o, si queréis, del principio de
autoridad monástica. Asimismo, este ‘padre’ no sólo es —según la Regla— el
dueño y señor, sino también el pius pater
pater. Es preciso que el abad esté lleno de
solicitud hacia todos sus hijos a fin de darles la felicidad y la paz que deben estar
siempre presentes en la familia monástica, embellecida por el mutuo afecto de
sus miembros. El abad hará posible que todos los miembros de los monasterios
se encuentren bien allí. Es preciso que siempre reine la paz, la armonía y la
felicidad en esta singular familia. Una experiencia actual demuestra lo que
decimos; nos referimos a la placidez y la sensación de cordial acogida que se
puede experimentar hoy en día, por ejemplo al hospedarse en el monasterio de
Montserrat, seguidor de la Regla y de san Benito.
El abad —según la Regla— designará libremente a los monjes encargados
de las diferentes funciones o servicios monacales: así la eficacia de la Regla
depende sobretodo de la personalidad y cordura del superior. Por ello se insiste
tantas veces en las cualidades que debe tener el abad. Éste no debe contentarse
con mandar, sino que tiene que aspirar a hacerlo bien. Más le conviene al abad
302
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
ser ‘provechoso’ que ser ‘el primero’ en el monasterio (prodesse magis quam
praesse, cap. 64). Todo depende de la sabiduría pedagógica del abad. El santo
autor de la Regla nunca deja pasar la oportunidad de insistir sobre aquella
sabiduría que debe ser propia del abad; le da constantes consejos. Todo eso
hará que la Regla sea una constitución monástica de inestimable riqueza en
ciencia educativa. Tenemos que destacar un pensamiento muy notable: “Hay
que tener siempre presente —afirma la Regla— la individualidad de cada cual
y sus peculiaridades. Es preciso que el abad se acomode al temperamento de
cada cual: palabras dulces, increpaciones (si son necesarias), persuasiones...,
éstas serán los instrumentos que el abad utilizará para adaptarse a la condición
e inteligencia de cada uno, buscando así el bien común de la comunidad
comunidad”.
Según la Regla, es preciso evitar el contacto con el mundo exterior. Los monjes,
por ejemplo, que llegan de un viaje, no deben explicar a sus hermanos qué
han visto o han oído. Esto sería perjudicial para el receso al cual el monje tiene
que aspirar y debe lograr. El monje vivirá siempre —de corazón y de hecho—
separado del mundo. Pese a todo cuanto se ha dicho, la Regla insiste sobre el
hecho de que los monasterios deben acoger con gran amabilidad a los visitantes
o huéspedes. Tal actitud proviene del mandamiento de la caridad y puede ser un
buen instrumento de nuevas vocaciones. La separación —o segregación— del
mundo facilitará que los monjes, siempre bajo el abad, se puedan ir realizando y
cultivando en sus peculiares virtudes: honestidad (o rectitud), equidad, etc.
Sorprende que la Regla tenga un trasfondo de derecho romano. Por ejemplo,
cuando se realiza el contrato de los oblatos, se intuye un conocimiento connatural
del derecho romano.
Otro rasgo importante de la Regla es el gran equilibrio existente entre todas
las virtudes, subrayando la moderatio, discretio y gravitas, que ya los estoicos
romanos profesaban con gran estima. Asimismo, según la regla, es preciso
que todas estas virtudes estén bajo la gracia de Dios. Así lo afirma san Benito:
“Soy
Soy lo que soy por la gracia de Dios
Dios”. La Regla completa todos los esfuerzos
en la práctica de las virtudes. En ella todo está armonizado y equilibrado. Tal
armonía espiritual fue el instrumento básico del éxito de la Regla y la que hizo
que ésta fuese como un gran pilar de toda una civilización y culturas: la Europea
occidental y cristiana en aquel entonces.
Dignidad y serenidad de san Benito
Benito supo armonizar la valentía con la humildad. Al contrario que sus
contemporáneos, Boecio y Casiodoro, trató a los reyes con dignidad, pero sin
insolencia (Boecio), ni servilismo (Casiodoro). Así lo vemos en el episodio que
tuvo lugar entre él y el rey Totila. Éste, proclamado rey en el año 541, había
conseguido algunas victorias —por cierto, poco duraderas— en su larga guerra
de veinte años contra el emperador Justiniano de Oriente. Había conseguido
recuperar Nápoles y, volviendo de esta ciudad a Roma, pasó por Montecasino.
Habiendo oído hablar de los milagros de san Benito, quiso poner a prueba el don
SAN BENITO Y SU REGLA, SÍNTESIS DE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
303
de la profecía que se le atribuía al santo, haciendo que su porta-espadas, Riggus,
se revistiera de púrpura real y se mezclara con un séquito. Pero, según explica
Gregorio Magno, tan pronto como Benito vio a Riggus, gritó: “Desnúdate, hijo mío,
desnúdate de lo que no es tuyo y que no te pertenece”. Atónito, Riggus anunció
quién era el verdadero señor, señalando a Totila. Éste se arrodilló y el abad le
dijo: “Has cometido muchas maldades y continúas cometiéndolas. ¡Acaba de una
vez! Volverás a Roma, cruzarás el mar y aún serás rey durante nueve años, pero
al décimo morirás
morirás” (S. Gregorio, Diálogos II, 14). Es difícil averiguar la veracidad
de este episodio, pero es verosímil que Benito aceptase con serenidad la visita
de aquel rey, que por cierto era arriano. Para él no existen diferencias de razas
ni de naciones, de manera que: “libres o esclavos, todos somos uno en Cristo y
llevamos, bajo un solo Señor, la milicia de un mismo servicio, ya que ante Dios
no hay excepción de personas. Sólo nos distinguimos ante Él si se nos encuentra
mejores que a otros por las buenas y humildes obras
obras” (cap. 2). Que para Benito
no había excepción de personas se insinúa, por ejemplo, en el hecho de que las
puertas de sus monasterios estaban siempre abiertas a los godos.
A través de san Gregorio el Magno nos ha llegado la narración de una escena
que demuestra la profunda impresión que produjeron a un noble godo la
dignidad y serenidad del piadoso abad. Este señor godo llamado Zala ejercía
la función de recaudador de impuestos. Había exigido a un aldeano romano
la entrega de sus bienes e incluso le hizo torturar para lograrlo. En mitad de
la tortura, aquel aldeano romano declaró falsamente que sus bienes los había
ofrecido a san Benito. Zala, queriendo estar convencido de lo que el romano
juraba, le puso sobre el caballo y, con las manos atadas, le condujo ante la
presencia de san Benito en Montecasino. Precisamente el santo estaba en la
puerta del monasterio leyendo un libro. Impasible, pese a la inusitada visita y las
altivas palabras del godo, dedicó una compasiva mirada al aldeano prisionero,
cayendo milagrosamente al suelo la cuerda y hierros que ataban sus manos.
Zala se postró a los pies de san Benito, atónito y conmovido, encomendándose
a sus oraciones. Acto seguido, Benito los invitó en vano a entrar al monasterio
para comer y beber, y continuó leyendo. Este episodio acaba con una firme
recomendación por parte del santo para que Zala fuese más benigno y no tan
cruel (Gregorio el Magno, Diálogos II, cap. 31).
La anterior escena está llena de encanto y demuestra el prestigio que tenían los
monasterios benedictinos. La raza conquistadora y la conquistada se abrazan
reconciliadas por el cristianismo: así, también el bárbaro, triunfante y altivo
desde su cabalgadura, y el romano encadenado, eran reconciliados por el monje
romano sumergido en la lectura espiritual. La escena nos muestra también
hasta qué punto impresionaba a los germánicos la serenidad y la dignidad,
cualidades, ambas, que el fundador Benito no se cansó nunca de recomendar a
sus discípulos, y que estos ─por lo menos los actuales─
─ les hemos visto ejercer
con toda naturalidad.
304
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
La familia benedictina se sentía íntimamente vinculada a Roma
Después de haber visto cuál era el ideal humano de Benito, arraigado en las más
típicas esencias romanas y realizado por el mismo santo en su propia persona,
es preciso que estudiemos un conjunto de ocupaciones que según la Regla son
obligatorias para el conjunto de los miembros de monasterio. La schola dominici
servitii, o la milicia desplegada ante el trono del Todopoderoso, debe realizar su
servicio cantando en común las alabanzas de Dios. A esta idea corresponde el
solemne oficio rezado en el coro, observando puntualmente las horas canónicas.
Esta oración litúrgica debía ser la principal ocupación de la comunidad y por ello
no es nada raro que Benito emplee mucho cuidado en reglamentarla, ya que la
familia monástica tiene que acompañar, según la tradición, con sus oraciones y
cantos la salida y la puesta del sol. Benito siguió en eso las costumbres romanas.
Así, por ejemplo, al canto de las laudes añadió las siguientes palabras: “... como
canta la Iglesia romana”. A pesar de que él se inspiró en las diferentes reglas
monásticas ya existentes, permaneció fiel a los detalles del rito romano. La
familia benedictina se sentirá íntimamente vinculada a Roma por sus orígenes.
El oficio divino —el servicio diario que la comunidad prestaba a Dios— respondía
muy singularmente, por su seriedad solemne, al carácter y al estado de ánimo
que unía entre si a los hijos de san Benito. Y el fundador acentuaba esta seriedad
al indicar expresamente que los monjes encargados por el abad del canto o de la
lectura durante la oración del coro, tenían que realizar su función con humildad,
dignidad y reverencia (Regla, cap. 47).
El trabajo en la Regla de san Benito
El tiempo libre, una vez cumplidas las plegarias del coro —que era lo más
importante—, tenía que consagrarse al trabajo para que no penetrase la
ociosidad en el monasterio. Siguiendo las prescripciones de san Agustín en su
tratado sobre el trabajo de los monjes, las tareas eran de dos tipos: intelectuales
y manuales. El trabajo intelectual —la lectio divina— consistía sobre todo en el
estudio de la Sagrada Escritura, necesario como preparación del canto de los
salmos: “Pero si hay alguien tan negligente y desidioso que le falle la capacidad
de meditar o de leer, que le sea impuesta alguna tarea a fin de no estar
vagaroso”. De este fragmento se ha querido deducir que existían diferencias
vagaroso
muy considerables entre el monasterio de Montecasino y el que Casiodoro
había fundado a Vivárium (Calabria), ya que, mientras éste debía de ser un
centro de trabajo intelectual, Montecasino habría dejado de destacarse en esta
noble tarea. Pero no es así: las prescripciones de Benito no son esencialmente
diferentes de las de Casiodoro. La propia Regla benedictina incluye muchas
citas que provienen de los libros —especialmente del De institutis cenobiorum
cenobiorum—
de Casiodoro, así como referencias a san Basilio, san Agustín, san Cipriano,
León Magno, san Cesáreo de Arles, Sulpicio Severo, e incluso reminiscencias
de Terencio y Salustio. Pero es indudable que para san Benito —al contrario que
para Casiodoro— no era el estudio la finalidad esencial de la vida cenobítica: la
comunidad monástica se congregaba, en primer lugar, para cantar las alabanzas
divinas. Benito proporcionaba así a sus monasterios una base religiosa más que
suficiente para sobrevivir a los obvios desastres de la época. Además, el trabajo
SAN BENITO Y SU REGLA, SÍNTESIS DE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
305
manual no era nada desdeñable a sus ojos. Es curioso y significativo que Benito
no dedique ningún capítulo a los sabios y escritores, pero sí, en cambio, a los
artesanos (Regla
Regla 57).
Los monasterios benedictinos, instrumentos de salvación de la antigua
cultura
Pese a todo cuanto hemos dicho antes sobre el trabajo, los acontecimientos no
tardarían en obligar a los benedictinos a posicionarse en la vanguardia de la
conservación del patrimonio de la antigüedad. Ciertamente se vieron obligados
a ello desde el momento en que la Iglesia —como institución— tuvo conciencia
de encontrarse sola ante el naufragio seguro de una cultura. Los tesoros de esta
cultura se apilaron, en lo posible, en el interior del único edificio que se mantuvo
firme. Y los monasterios benedictinos, que veneraban a un romano como
fundador, hicieron este servicio con mucho gusto. Asimismo, la Iglesia debía
adaptarse igualmente a las condiciones de la época: condiciones heredadas
de la decadencia de las ciudades, del retroceso de la civilización urbana, de la
desaparición de la economía del dinero, de la bajada de la alta cultura ciudadana
y de la organización política. Hasta ahora, prácticamente sólo había puesto su
atención en los centros urbanos, pero desde este momento se preocupó de las
zonas rurales, para que el cristianismo se difundiese definitivamente. Tenían que
fundarse parroquias para la gente que residía más allá de los muros de la ciudad;
éste es el origen de las parroquias, cuyos primeros intentos encontramos en san
Martín de Tours a finales del siglo IV. Con el objetivo de levantar el nivel religioso
e intelectual de esta población rural, los monasterios serían una auténtica
bendición, sobre todo en los países germánicos, siendo enorme su influencia.
Los cenobios benedictinos, fundados casi siempre en plena campiña, fuera de
las ciudades, constituyeron unidades económicas cerradas (autosuficientes).
También se convirtieron en escuelas ejemplares, donde el trabajo intelectual y el
corporal formaron un conjunto armonioso y ampliamente beneficioso para todas
aquellas personas que los reverenciaban. Por ejemplo, los monasterios fundados
en el norte de los Alpes —en regiones todavía salvajes en aquel tiempo— se
convirtieron no sólo en centros misionales, sino también en escuelas, modelos
para la agricultura y la artesanía. Y cuando los del Císter emprendieron, en el
siglo XII, la reforma del monacato benedictino, pudieron, con toda razón, invocar
las más antiguas tradiciones en favor del trabajo manual.
Después de la caída del Imperio romano occidental, los monasterios se
convirtieron en simiente de una nueva civilización que estuvo también arraigada
—como hemos visto— en las esencias de la civilización antigua greco-romana. En
los recintos monacales se daba generosa acogida a los cristianos que aspiraban
a la perfección. Por muchas razones, los benedictinos serían los más indicados
—los más aptos— para desarrollar este papel y cumplir su misión, contribuyendo
en la medida de sus fuerzas a reunir los otros pueblos occidentales en una
nueva comunidad cultural. No serían, como ya hemos visto, ni los primeros ni los
últimos monasterios que trabajaron con éxito en este sentido en Occidente, pero
la orden benedictina eclipsó al resto de órdenes monásticas. Su superioridad
306
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
no proviene del hecho de que los benedictinos consiguiesen llegar a cotas más
altas en los ideales cristianos, sino que probablemente tenemos que atribuirla al
hecho de que los hijos de san Benito representaban un valor de primera calidad
para aquellos tiempos, ya que respondían mejor que nadie a las necesidades,
debilidades y también fuerzas de la sociedad en aquella época. No debemos
olvidar que las circunstancias exteriores también lo favorecieron.
Una de las características fundamentales que ya hemos expuesto de la vida
monacal de san Benito, es la separación del mundo. De aquí que los monasterios
fuesen en gran parte económica y socialmente autónomos.
Cada monasterio era como una sociedad autosuficiente. De ahí su gran interés
por la organización y la importancia para la supervivencia del monasterio del
trabajo intelectual y el trabajo manual. Eso no quiere decir que la principal
finalidad del monje —la alabanza a Dios y la oración— quedase en segundo
término por el trabajo. En la Regla siempre hay equilibrio y armonía. Por lo tanto,
estas características las encontramos en las relaciones entre la alabanza a
Dios y el trabajo, ya sea intelectual o manual. En tiempos posteriores —Cluny y
Císter— se discutirá sobre cuál de estas características debía prevalecer.
Flexibilidad de la Regla de san Benito, símbolo de la sabiduría romana
Pese a las minuciosas prescripciones que regulan la oración y la exigencia
primordial de estabilidad del lugar de residencia del monje, se puede decir
que la Regla posee una amplitud y una elasticidad nada desdeñables. Uno de
sus principales méritos consiste en subordinar siempre lo accesorio a lo que
es esencial, al objetivo primordial. Queda el camino abierto a la posibilidad de
adaptar la Regla a los lugares y a los individuos. Hoy diríamos “inculturizar”.
Al formular, por ejemplo, las prescripciones relativas a la vida material, surge
muchas veces que algunas de ellas pueden ser modificadas: “El vestido de los
hermanos estará de acuerdo con la naturaleza de los lugares en los que habiten
y la templanza de los aires, ya que en las comarcas frías hace falta más y en las
cálidas menos. Esta apreciación corresponde al abad
abad” (cap. 53).
El secreto de la eficacia de la Regla benedictina reside —por consiguiente— en
la alianza de unos principios establecidos con la libertad que había que concretar
en casos particulares. La vieja sabiduría romana y la rigurosa ascesis de Benito
en una simbiosis perfecta permitieron que el gran abad acertase en la Regla.
Pero queda un interrogante —para nosotros fundamental— sobre por qué los
benedictinos se extendieron tanto por el mundo occidental, realizando la gran
tarea de ser los apóstoles del cristianismo y de la civilización europea durante
muchos siglos (al menos desde el VI hasta el XIII). ¿La Regla nos habla de esta
expansión? Por más que leyésemos el texto de la Regla no encontraríamos
pasajes que se refieren a un apostolado externo al monasterio. Según la
mentalidad de san Benito —y en eso lo difiere de las normativas de todos
los cenobios anteriores a Subiaco o Montecasino— la comunidad monacal
se compone tan solo de hermanos legos (no sacerdotes). La admisión de un
SAN BENITO Y SU REGLA, SÍNTESIS DE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
307
sacerdote en el monasterio, o la ordenación sacerdotal de un monje, eran
excepcionales en el contexto del monasterio. Si eso sucedía, el sacerdote
ocupaba, en el ejercicio de las funciones sagradas, un lugar inmediatamente
inferior al abad, pero no estaba autorizado a ejercer las peculiares funciones, sino
en la medida en que el abad lo encomendara. El lugar en la comunidad no venía
dado por el sacerdocio, sino por el tiempo de profesión, a no ser que el abad
ultrapasara puntualmente esta norma. El sacerdote-monje debía someterse a la
Regla y su condición no podía ser nunca motivo de orgullo (cap. 60). Pero pronto
cambiaron estas normativas originarias, ya que, desde el momento en que se le
encargó a la orden el despliegue de una acción misionera, la figura del monjesacerdote va a anteponerse a la del monje-lego. Pero esta nueva orientación vino
del exterior, del papa Gregorio I Magno, que envió —como explicaremos— a los
benedictinos romanos para evangelizar a los paganos anglosajones.
Entonces, ¿de dónde proviene la gran obra civilizadora de los benedictinos?
¿sólo de la misión que el Papa les encomendó? Sería incorrecto contestar
afirmativamente a esta última pregunta. Gregorio I Magno (siglo VI) fue el
impulsor externo, pero no les hubiese dado la misión (en Inglaterra) si él no
hubiese conocido anteriormente la raíz interna, en la misma Regla, y el gran
potencial evangelizador y civilizador que contenía la constitución monacal de san
Benito. Estudiemos, pues, estas raíces: los monjes hacían el voto de estabilidad
gracias al cual eran obligados a residir siempre en un mismo monasterio.
Encerrados así en su clausura, los monjes podían conservar intacto —incluso
en los países más distantes— el espíritu que les había inculcado la casa matriz.
La lejanía de los asuntos temporales —consecuencia obligada del encierro de
los religiosos— mantuvo en el seno de la orden el espíritu pacífico que la ha
caracterizado hasta hoy y que los cluniacenses, en la azarosa época de la guerra
de las investiduras (siglos XI y XII), tanto se esforzaron en conservar intacto.
La niversalidad y la romanidad de la Regla de san Benito
Durante los años que van del siglo V hasta el VII las circunstancias históricas
pusieron un nuevo obstáculo al desarrollo de la joven civilización occidental
europea: eran tiempos en los que reinaba una gran desigualdad nacional y
cultural entre los pueblos. Esta desigualdad tenía que ser eliminada. Los romanos
instruidos y civilizados se encontraban sometidos a los germánicos, inadecuados,
rudos y todavía bárbaros. Al lado de los santos varones llenos de sentimientos
elevados y puros, modelos de abnegación y de desprendimiento, encontramos
—especialmente en el reino franco de los merovingios— a repelentes monstruos,
que eran una mezcla de sensualidad, rudeza y superstición. No era fácil para los
monjes, ante el abismo que se abría entre las dos clases de hombre, observar
la debida moderación y conservar la paciencia necesaria para adaptarse a la
diversidad de condiciones humanas, siempre dentro de los límites de lo que es
lícito y prudente. Esta adaptación fue para los discípulos de san Benito menos
difícil que para los otros monjes. Los benedictinos no hicieron otra cosa que
aplicar a las nuevas circunstancias las exhortaciones pedagógicas, de las cuales
era tan rica su propia Regla. Así, cuando el papa Gregorio I (Magno) los envió
308
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
por primera vez a misionar a los anglosajones (finales del siglo VI), hizo uso de
su autoridad como jefe supremo de la Iglesia para recomendarles prudencia y
flexibilidad en cada caso concreto, atendiendo al peculiar carácter y costumbres
también arraigadas entre aquellos países bárbaros y paganos. Es un claro y
eminente caso que nos explica la ductilidad de la Regla y, por decirlo de otra
modo, de la universalidad —o, si queréis, de la romanidad— de la Regla que fue
la gran contribución de los benedictinos. Es por ello que en este episodio y en
otros muchos vemos que la evolución de la orden no sólo obedece a la acción
de las circunstancias externas sino también a la excelencia de su Regla y de las
ideas fundamentales que la formaron. El Papa supo encomendarles una actividad
muy fructífera y predicar a sus monjes unas normas de conducta bien sabias,
inspirándose básicamente en las instrucciones que surgían de la maestría de
san Benito. He aquí la grandeza de la obra del fundador de Montecasino y de su
normativa: la Regla.
Atracción de los pueblos germánicos hacia el estilo de vida de los
benedictinos
A fin de abolir la desigualdad y la hostilidad entre diferentes razas, la Iglesia
seguía las exhortaciones de la carta de san Pablo a los Gálatas, donde se
prescribe no hacer diferencias entre los judíos y los griegos. Los benedictinos
se encontraban especialmente preparados para esta misión cuando se empezó
a plantear el problema de reunir en el seno de los monasterios a hombres de
educación romana con otros de procedencia bárbara. Sabemos que ya en tiempo
de san Benito fueron muchos los godos que figuraron entre sus discípulos y que
conocían la forma en que el santo fundador trató a Totila y Zala en plena guerra
de los godos contra el Imperio de Oriente, según antes hemos expuesto.
Estos hechos prueban que los obstáculos que separaban a los pueblos entre
si eran puramente pasajeros y estaban llamados a desaparecer algún día.
Eso demuestra el atractivo que ejerció la comunidad de Montecasino sobre
los germánicos, pese a estar compuesta casi exclusivamente de romanos.
Esta atracción sería más patente cuando los benedictinos empiezan a fundar
monasterios en tierras germánicas. Este fenómeno se explica si se compara
la vida de un monasterio con la de una sociedad (nacional, tribal o familiar)
germánica. Al frente de cada reino germánico había un monarca electivo
—pese a que en los merovingios era hereditario—, al igual que cada comunidad
benedictina elegía a su abad. El monarca germánico se encontraba rodeado de
los grandes del reino que hacían las funciones de consejeros; igualmente el abad
necesitaba —sobre todo en cuestiones importantes— unos consejeros, que eran
los más ancianos. Asimismo el abad tenía que determinar personalmente cuál
de las opciones habría que elegir. El historiador Grisar quiere ver también otro
paralelismo en el hecho de que el monasterio estaba estructurado como una
familia bajo la autoridad paternal del abad, y la sociedad germánica apreciaba
mucho los sentimientos familiares de la tribu o del clan. Podríamos continuar
este paralelismo con otras comparaciones. Los guerreros germánicos eran muy
sensibles a la autoridad y a la dignidad. Eso nos explica el efecto ejercido por
SAN BENITO Y SU REGLA, SÍNTESIS DE ROMANIDAD Y CRISTIANISMO
309
san Benito sobre Totila y Zala. También el canto solemne del oficio divino, como
un servicio a la Majestad de Dios, la dignidad de las ceremonias litúrgicas...,
todo influyó. Obviamente, debemos observar que los grandes protagonistas
de ese estructurado edificio social y religioso, serían los monjes benedictinos
precisamente por ser benedictinos y seguidores de la gran Regla de san Benito
con todas sus peculiaridades: de moderación, adaptación, romanidad, ‘gravitas’,
dignidad, respeto a las personas, etc. Y por encima de todo, tal y como decía san
Benito, “por la gracia de Dios”.
29 LA IRRUPCIÓN DE LOS GODOS Y
LA FUSIÓN CON LOS ROMANOS
• Las últimas oleadas de las invasiones bárbaras
• Invasiones del siglo V
• Invasiones del siglo VI
Las últimas oleadas de las invasiones bárbaras
La fusión entre los pueblos invasores bárbaros y los nativos romanos fue un
fenómeno lento que llevó casi cinco siglos (del III hasta el VII). Asimismo,
no fue igual en cada una de las provincias en que estaba dividido el antiguo
Imperio romano. Tradicionalmente la expresión ‘invasiones bárbaras’ se refiere
a las sucesivas migraciones de pueblos extranjeros en el extenso territorio del
Imperio romano, sobre todo las de los siglos IV y V, tiempo en que penetraron
dentro del Imperio y motivaron la transformación de su parte occidental. Pero el
término también es aplicable a las migraciones posteriores —en cierta manera
complementarias—, sobre todo a la segunda oleada —cuando en el siglo VI se
estabilizaba el mundo franco en toda las Galias— y aún a una tercera oleada,
la de los lombardos, la última incursión germánica de los siglos VI y VII. Nos
referiremos a estas últimas migraciones en el presente estudio, así como a la
lenta pero eficaz fusión entre pueblos tan dispares como fueron los romanos y
los germánicos o godos.
Invasiones del siglo V
A principios del siglo V el empuje más fuerte de los invasores se debió a los
visigodos: Alarico, que después de las campañas de invasión en Italia y del
intento de invadir África, murió en Calabria. Le sucedió Ataúlfo, un visigodo que
se incorporaría a la historia local de Barcelona como veremos a continuación.
Ataúlfo condujo a los visigodos sin muchas dificultades —Estilicón había muerto
asesinado en el año 408— hacia las ricas planicies del Languedoc y Aquitania.
Tomaron Narbona, Tolosa y Burdeos (413), pero, bloqueados los puertos del
312
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Atlántico y del Mediterráneo gracias al magister militum Constancio, tuvieron que
pasar los Pirineos, llegando a Barcelona, ciudad que fue durante algunos meses
la sede de la corte visigótica. Pero también aquí llegó la persecución del magister
militum. A pesar de que Ataúlfo se presentaba como socio del Imperio, dado que
se había casado con Gala Placidia —hermana del emperador Honorio— en el
año 414 en Narbona, Constancio no cedió y Ataúlfo fue asesinato en Barcelona el
mes de agosto del año 415. Su sucesor, Walia, decidió negociar con los romanos
en el año 416. Según este pacto, los visigodos se comprometían a combatir los
“bárbaros” que ocupaban la parte occidental y el centro de Hispania a cambio de
vituallas del Imperio. Pero esta alianza se rompió en el año 418, cuando el mismo
emperador llamó a otro pueblo godo a establecerse en las planicies de Aquitania
y fue constituida la Septimania —seis ciudades, más Toulouse como capital—,
primer estado bárbaro incrustado dentro el Imperio y tradicionalmente llamado
‘Reino de Tolosa’, con residencia de la corte en Toulouse y en Burdeos.
A mediados de siglo V, Atila —al frente de los hunos—, después de atacar el
Imperio de Oriente (441), invadió la Galia, pero fue vencido por Aecio en el
lugar llamado Campus Mauriacus (451), cerca de Troyes, también denominado
‘Campos Cataláunicos’. Recuperado el ejército, penetró en la península italiana
y ocupó Aquileia y Pavía (452), pero renunció a la conquista de Italia —como ya
hemos explicado— gracias a las gestiones del papa León I. Una vez fallecido
Atila, en el año 453, el Imperio de los hunos se desintegró rápidamente. A
mediados de siglo V Hispania estaba a merced del rey visigodo Eurico (466-484),
que atacó simultáneamente y con gran éxito la Galia y a los suevos y vándalos
de Hispania, y más hubiese invadido si no hubiese encontrado la oposición
del representante del Imperio de Oriente, el exarca de Rávena, que intervino
cortando el paso hacia Italia en una batalla que tuvo lugar en Provenza en el año
475. Un tratado improvisado consumaba el sacrificio de las provincias hispánicas
conquistadas por Eurico, el cual, aprovechando el momento propicio, acabó su
obra: tenía sus enclaves en Arles, en Marsella, y otros lugares a lo largo de
toda la costa hasta los Alpes, mientras al sur de los Pirineos el ejército visigodo
ocupaba la provincia Tarraconense, la única que aún no había sido totalmente
conquistada. De esta manera se formaba un formidable reino. Britania (Bretaña)
—de la cual sólo fue romanizada totalmente la parte oriental— se abandonó en
el año 407 por las legiones que acudieron en defensa del Rin. Fue invadida el
449 por los anglos, los jutos y los sajones, que persiguieron y exterminaron a
los nativos bretones, una parte de los cuales pasó a la Armórica, en la actual
Bretaña francesa. En este periodo tenemos que situar el episodio simbólico del
final del Imperio romano occidental, al cual tantas veces nos hemos referido.
El último emperador, Rómulo Augústulo, sucumbía a los hérulos —tribu de los
ostrogodos—, conducidos por Odoacro (476).
Invasiones del siglo VI
Odoacro fundó en Italia un reino de transición (476-493) entre el gobierno
romano y las soberanías germánicas. Pero también este efímero reino sucumbió
y fue sucedido por el del ostrogodo Teodorico el Grande (493-526). Esta
LA IRRUPCIÓN DE LOS GODOS Y LA FUSIÓN CON LOS ROMANOS
313
monarquía, así como la de los vándalos de África, tenía que sucumbir más tarde
a la acometida del emperador bizantino Justiniano (527-565), que se proponía
rehacer la totalidad del Imperio romano. Pero el reinado de Teodorico el Grande
fue excepcionalmente largo y pacífico. Él pretendía y se inclinaba —como
explicaremos— por la fusión entre los romanos y los ostrogodos; aunque, siendo
arriano, no logró su intento.
El emperador oriental Justiniano intervino en Italia en el año 534 bajo pretexto de
motivos sucesorios, y empezó una lucha encarnizada con los ostrogodos. Éstos
resistieron heroicamente durante una generación (535-562), a despecho de la
capitulación de su cabecilla Vitiges, que prometió la entrada del general Belisario
en Rávena (540).
El alzamiento de Brescia y Verona (561) hizo que el emperador decidiese suprimir
los ostrogodos, ayudado, entre otros, por los lombardos del rey Audoino. La
destrucción del Estado ostrogodo ofreció a los bizantinos grandes expectativas.
Como fuerza histórica, los ostrogodos dejaban de existir, pero también los
bárbaros lombardos tomaron la iniciativa en Italia con una clara aversión a los
bizantinos e incluso a los papas.
La segunda ola migratoria dio comienzo después del año 476, cuando los
‘francos’, aprovechando el desorden de la Galia, decidieron reanudar la
expansión hacia el sur conducidos por el rey Clodoveo (481-511). Eso comportó
luchas constantes: Clodoveo atacó al ejército de Siagrio en el norte de Galia y
venció, consiguiendo así el dominio de toda la región hasta el Loira. La famosa
batalla de Tolbiaco o Zülpich (496) contra los alamanos, le dio todos los territorios
entre el Loira y el Rin. La decisiva victoria de Vouillé (507) sobre los visigodos le
otorgaba todo el reino de Alarico II, con las dos capitales de Toulouse y Burdeos
excepto el bajo Languedoc y la Provenza.
A la muerte de Clodoveo —el gran propulsor de la unidad franca después de
su conversión al catolicismo —, el amplio reino fue dividido entre sus cuatro
hijos (511). Estos aliados con Teodorico el Grande, obtuvieron una victoria
momentánea sobre los burgundios, que, en un contraataque, causaron la
muerte al rey franco (524) e impusieron la paz. En el año 532 los francos
atacaron victoriosamente e impusieron su autoridad en el conjunto de territorios
burgundios. En apenas medio siglo la mayor parte de la Galia romana había
caído en poder de los francos (476-532).
La tercera oleada migratoria corresponde a la invasión de los ya mencionados
lombardos. Éstos procedían de las orillas del Elba y desde principios del siglo
VI se habían establecido en la Panonia. En el año 568 los lombardos decidieron
invadir Italia, y el rey Alboi —hijo del mencionado Audoino— ocupó Aquileia. En
el año 569 ocupaba toda la zona del Po, tomaba Milán y después Pavía (569572). El establecimiento de los lombardos —un proceso lento que duró hasta el
siglo VII— se llevó a cabo sobre todo en forma de colonización militar.
314
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
También en el siglo VI los ávaros, procedentes de la estepa póntica, invadieron,
empujados por los turcos, el corazón de Europa y los Balcanes. Otros pueblos
invadieron la parte oriental de Europa, y entre ellos hay que mencionar a
los búlgaros, y a los eslavos. Sobretodo los pueblos germánicos, llegaron a
adaptarse o a fusionarse con los nativos romanos. En esta evolución, la fe
y la cultura católica tuvieron un papel de gran importancia, como veremos a
continuación.
30 EL ARRIANISMO DE LOS BÁRBAROS, CAUSA
DEL RETRASO DE LA FUSIÓN
•
•
•
•
Úlfila, el gran arriano
Gran veneración de los godos a la tumba de san Pedro
La quimérica política de Teodorico el Grande
Fracaso de la política de fusión de Teodorico el Grande
Hay quien dice –y posiblemente tenga razón– que para conseguir una fusión
estable entre los pueblos invasores y los invadidos, era necesario que todos
aceptasen una única fe. Pero eso fue un proceso de muchos años. Los pueblos
germánicos recibieron la fe cristiana de la Iglesia de Oriente, cuando precisamente
ésta era casi íntegramente semiarriana (siglo IV), fe que conservaron hasta el
siglo VI, aunque es preciso distinguir entre los diferentes pueblos. He aquí este
intrincado proceso que motivaría la total integración de los pueblos germánicos
a la cultura romana. El personaje más importante de la evangelización arriana de
los pueblos godos (visigodos y ostrogodos) fue el famoso apóstol arriano Úlfila.
Úlfila, el gran apóstol arriano
Úlfila pertenecía a una familia cristiana, siendo su padre godo y su madre natural
de Capadocia. Esta familia había emigrado desde la Asia Menor hasta el país de
los godos, y en el año 337 aparece como embajador de su pueblo un tal Úlfila
en Constantinopla. Pocos años después —concretamente en el año 341—, el
amigo de los arrianos, Eusebio de Nicodemia, consagró obispo al mencionado
Úlfila y lo envió a su pueblo godo en el norte del Danubio. Con ocasión de
una persecución de los cristianos desencadenada por un rey pagano de los
visigodos, un tal Atanarico, Úlfila y un grupo de cristianos pasaron a la otra orilla
del Danubio y se establecieron en la antigua provincia romana llamada Mesia
inferior, situada en el sur del gran río. Aquí Úlfila gozó de un gran prestigio,
siendo convocado a muchos de los concilios de Constantinopla. Asimismo, era
el portavoz de los arrianos, celebrando incluso reuniones con Teodosio, que fue
316
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
el emperador de la época de san Ambrosio y que prácticamente acabó con el
arrianismo, tal y como ya hemos expuesto. Fue célebre la discusión teológica
entre Úlfila y los católicos, celebrada en Constantinopla en el año 383. En esta
ciudad y en el mismo año murió Úlfila. También sabemos que nuestro gran
obispo arriano de los godos, Úlfila, inventó un alfabeto gótico y tradujo la Biblia al
idioma de los godos, basándose en el texto griego utilizado en Constantinopla.
Gran veneración de los godos a la tumba de san Pedro
Entretanto, los hunos, que avanzaban procedentes del este, chocaron con los
ostrogodos —a los cuales derrotaron—, obligando a los visigodos a cruzar el
Danubio y a buscar asilo, del mismo modo que lo hicieron Úlfila y sus cristianos a
territorio y provincias romanas. Exasperados por la opresión de los funcionarios
bizantinos, estos visigodos exiliados se sublevaron y derrotaron al emperador
Valiente cerca de la ciudad llamada Adrianópolis (378). Más tarde, bajo las
órdenes de Alarico —como ya hemos explicado anteriormente—, penetraron
en Italia y conquistaron Roma (410). El saqueo de Roma llevó tres días, pero
se les impidió que entrasen en las basílicas de los dos apóstoles, Pedro y
Pablo. Orosio nos explica una anécdota de este saqueo que demuestra la gran
veneración que los visigodos sentían —ya convertidos al cristianismo en el año
410, a pesar de ser arrianos— a las tumbas de los fundadores de la Iglesia de
Roma. Nos dice: “Mientras los guerreros visigodos, ávidos de botín, se esparcían
por la ciudad para saquearla durante los tres días que se les había concedido,
uno de ellos penetró en una casa próxima a la basílica de san Pedro, lugar en
el que precisamente custodiaba el tesoro una única virgen consagrada a Dios.
El godo quedó maravillado ante la riqueza de tantos objetos de oro y plata. La
mujer que custodiaba el tesoro le dijo: ‘Estos objetos son de la santa pertenencia
del apóstol san Pedro. ¡Atrévete con ellos si tienes valor de hacerlo! ¡Ya te
apañarás! ¡Yo no puedo defenderlos y no podría conservarlos!’. Inmediatamente
el godo hizo saber al rey (Alarico) lo que había sucedido, y éste ordenó que el
tesoro y su guardiana fuesen fuertemente escoltados y conducidos a la basílica
de san Pedro. Al ver aquella comitiva, muchos romanos se incorporaron a ella
buscando seguridad para sus vidas y entonando cánticos, y los godos también
se agregaron, uniendo sus cantos a los de los romanos
romanos”. Así se pudo oír el eco
la trompeta de la salvación, gracias a san Pedro, a la hora del crepúsculo de la
ciudad. Éste fue, posiblemente, el primer intento frustrado de fusión de los dos
pueblos.
La quimérica política de Teodorico el Grande
La idea de reemplazar el Imperio romano de Occidente por una nueva
comunidad de pueblos (aunque fuesen bárbaros) era inevitable, y no se hizo
esperar después del destronamiento del último emperador, Rómulo Augústulo,
por Odoacro. El sucesor de éste —o mejor dicho, el que fue su verdugo y
sucesor—, Teodorico, rey de los ostrogodos, tenía ya el plan de reemplazar
el Imperio romano occidental por una confederación —encabezada por él— de
los nuevos pueblos germánicos. Precisamente esta idea fue concebida por su
ministro, el mencionado Casiodoro, el que, como ya hemos visto, redactaba y
EL ARRIANISMO DE LOS BÁRBAROS, CAUSA DEL RETRASO DE LA FUSIÓN
317
recopilaba los edictos del rey Teodorico y, por ser romano, muy probablemente
deseaba restaurar el señorío o dominio de Italia sobre Occidente.
Este plan no estaba concebido únicamente como acción política, sino que la
religión tenía un papel muy importante en él. Teodorico, como dueño del país
más civilizado de Occidente, intentaba conseguir una especie de soberanía
suprema sobre la totalidad del territorio del antiguo Imperio latino, uniendo bajo
su autoridad, en una comunidad nueva, a los monarcas de todas las naciones
de Occidente. Y ya que todos estos monarcas eran germánicos, la comunidad
(o alianza) de naciones tendría que ser visible en la unión de los soberanos y de
sus respectivas tribus: los francos de la Galia septentrional, los burgundios de la
Sapaudia, los visigodos de la Galia meridional e Hispania, los vándalos de África,
los hérulos, los turingios, los alamanes, etc. En consecuencia, el rey Teodorico
intentó que estas alianzas se concretasen en sendas uniones matrimoniales
entre los miembros de las familias rivales entre ellas. Asimismo, para conservar
el dominio sobre los pueblos romanos, se consideraba muy importante que
aquellos dominadores se distinguiesen de los dominados por la religión. Así
los germánicos de las diferentes denominaciones conservaron el arrianismo,
no tanto por estar convencidos como por acentuar su distinción entre ellos y los
romanos, que eran católicos. Y en esto fracasó estrepitosamente.
Los objetivos que Teodorico perseguía con la política de uniones matrimoniales
entre las diversas familias reinantes, se manifiestan en una carta que escribe
al rey de Turingia, Erminafredo. Habiendo accedido este rey a casarse con
Amalaberga, sobrina de Teodorico, éste le dice: “Vos, que sois de sangre real,
tendréis que resplandecer en lo sucesivo con más brillo, gracias al prestigio de
la raza amalina —Teodorico era de la familia de los Amales—. Os enviamos un
ornamento para vuestra corte y casa, un motivo de orgullo para toda vuestra
tribu, una confidente leal en sus consejos, la más amable de las dulzuras del
matrimonio. Ella —Amalaberga— compartirá con vos la soberanía y hará
próspero a vuestro pueblo con las mejores enseñanzas. La feliz Turingia poseerá
en lo sucesivo lo que ha producido: una joven versada en las ciencias, bien
educada en sus costumbres, ataviada no sólo por su origen ilustre, sino también
por su dignidad femenina, de manera que vuestra patria no brille menos por sus
costumbres que por sus victorias
victorias” (Casiodoro, Variae, 4, 1). Como vemos, esta
misiva fue escrita por el hombre de confianza de Teodorico, Casiodoro. Éste
suponía que la princesa ostrogoda podría hacer el mismo papel que hizo en
otro tiempo Gala Placidia, hermana del emperador Honorio, como esposa de
Ataúlfo, rey visigodo y gran conocedora de Barcelona. Así como este matrimonio
pretendía estrechar los lazos entre Roma y los visigodos, lo mismo se quería
que sucediera entre los ostrogodos y los turingios gracias al matrimonio entre
Erminafredo y Amalaberga. Guiado por idénticos propósitos, el rey de los
ostrogodos dio en matrimonio a su propia hija, Ariagna, al príncipe heredero
de los burgundios, Segismundo, y aprovechó la ocasión para manifestar el alto
grado de cultura que había alcanzado el reino de Italia enviando un reloj de sol
y una clepsidra al padre de Segismundo, un tal Gundobado. A parte de este
318
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
obsequio le envió la persona de Boecio —que aún no se había enemistado con
Teodorico—, para que les explicase el funcionamiento de aquel utensilio. En la
carta entregada al rey de los burgundios le dice que Boecio es el hombre más
sabio de Italia y que, gracias a aquel matrimonio y a las instrucciones que le
pudiese dar Boecio, podría abandonar las costumbres bárbaras de su pueblo.
Así también lo indica en una carta enviada al mismo Boecio encomendándole
tal misión: “Que los pueblos extranjeros aprendan por ti, Boecio, que en nuestro
reino honramos a los hombres que saben escribir y los escritos de los cuales
son leídos. Y cuando estos pueblos salgan de su letargo, ya no se atreverán a
considerarse iguales a nosotros, que somos capaces de hacer estos magníficos
inventos”. EI propio Boecio fue el encargado por el monarca ostrogodo para
inventos
proporcionar al rey franco Clodoveo —con la hermana del cual Teodorico se
había casado en segundas nupcias— un citarista, destinado, como Orfeo, a
suavizar con sus dulces melodías los “salvajes
salvajes corazones de los bárbaros
bárbaros”. ¡Qué
sutilezas!
Pero continuemos con las alianzas matrimoniales. Teodorico casó a otra de
sus hijas con el rey visigodo Alarico II, y a una hermana suya con el vándalo
Trasamundo. Precisamente debido a la alianza con los visigodos —que habían
sido derrotados por Clodoveo—, Teodorico entró en confrontación con los
francos y, pese a la mala suerte de los visigodos, él logró para ellos una pequeña
franja —Septimania— e incorporó a su reino (de Italia) la Provenza. Más allá de
esta ayuda, vemos como Teodorico se convierte en tutor de su nieto Amalarico,
de los visigodos, y prácticamente gobierna la Galia meridional y la Hispania
hasta que su nieto alcanza la mayoría de edad y es proclamado rey efectivo
de los visigodos (522). Habiéndose producido un año de gran escasez en las
Galias, Teodorico obligó a los mercaderes italianos a enviarle cereales, y los
tuvo que indemnizar íntegramente a causa del naufragio de sus barcos. Al casar
su hermana Amalafreda con el rey de los vándalos Trasamundo, aportó una dote
que consistía en el puente de Lilibea, situado en Sicilia, además de una escolta
de honor de seis mil guerreros destinados a consolidar su poderío sobre África.
¡En todo eran exagerados!
Fracaso de la política de fusión de Teodorico el Grande
Pese a la apariencia de alianzas entre los pueblos germánicos protagonizadas
por el rey ostrogodo Teodorico, la fusión entre los romanos y los invasores
estaba condenada al fracaso por varias causas, a las cuales el rey ostrogodo
no puso ni la más mínima atención. La primera de ellas provenía del exterior: el
Imperio de Oriente, con su gran emperador Justiniano y sus generales Belisario
y Narsés, conquistaría prácticamente toda Italia y gran parte de las riberas del
mar Mediterráneo (sur y oeste de Hispania, África proconsular, etc.). La misma
organización ideada por Teodorico y Casiodoro —que preveía que los romanos
serían los portadores de cultura y los godos de la casta militar gobernante,
presidiéndola Teodorico, que residía en Rávena— llevaba la semilla del fracaso,
ya que nunca se podrían fusionar dos pueblos sin una base cultural y religiosa
común. Muy diferente hubiese sido si los godos se hubiesen convertido al
EL ARRIANISMO DE LOS BÁRBAROS, CAUSA DEL RETRASO DE LA FUSIÓN
319
catolicismo en tiempos de Teodorico, ya que en el momento de la invasión de
los bizantinos, éstos no habrían recibido el apoyo de los nativos romanos que
saludaron a los nuevos dirigentes, los bizantinos, como liberadores. El hecho de
que Teodorico no abrazase conscientemente el catolicismo motivó el traslado
del centro de la civilización europea a Francia en vez de a Italia. Clodoveo sí que
abjuró de la herejía arriana, y lo hizo en el momento oportuno como veremos.
Posiblemente Teodorico actuaba según su conciencia permaneciendo fiel a la
fe arriana.
31 HACIA LA UNIDAD RELIGIOSA Y POLÍTICA DE LA
HISPANIA ROMANO-VISIGÓTICA
• Gala Placidia, símbolo fallido de la fusión entre godos y romanos
• El arrianismo, religión oficial de los visigodos. Las vejaciones a las
princesas cristianas. Leovigildo
• San Hermenegildo, el mártir del cristianismo y de la fusión entre visigodos
e hispano-romanos. Juicio sobre Leovigildo
• La conversión de Recaredo
• Los campeones de la ortodoxia (san Avito, san Martín de Braga, san
Leandro y san Isidoro)
Gala Placidia, símbolo fallido de la fusión entre godos y romanos
Los visigodos se establecieron al sur de la Galia y al norte de Hispania. En este
contexto se dieron numerosos pactos y alianzas entre romanos y visigodos.
Éstos debían de ser los bárbaros a principios del siglo V que se sentían más
vinculados al mundo romano y a su cultura, pese a ser arrianos.
Debemos estudiar los detalles de la política de Ataúlfo, que fue todo un prototipo
del intento de fusión —no conseguido— entre ambos pueblos. Recordemos que
los visigodos se llevaron como botín de su paso por Italia a la joven viuda Gala
Placidia, hermana del emperador Honorio. El rey de los visigodos, Ataúlfo, esperó
durante muchos años para que la princesa cristiana diese su consentimiento libre
para casarse con él. Finalmente aceptó, pero con dos condiciones, una de ellas
era que la ceremonia se celebrase según las costumbres romanas. Y así se hizo,
en el mes de enero del año 414 en Narbona, vistiéndose Ataúlfo como si fuera un
romano. La otra condición era que los visigodos renunciasen a la conquista de la
totalidad del Imperio romano occidental; por eso los visigodos se establecieron
en Hispania y al sur de la Galia, considerándose Ataúlfo el brazo militar del
Imperio romano restaurado. Hay historiadores que afirman que el retraso del
consentimiento y las condiciones expresadas no provenían únicamente de la
322
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
voluntad personal de Gala, sino, y sobre todo, de la de su hermano Honorio que
no acababa de consentir esta unión matrimonial. Había pues, un trasfondo no
tanto personal, sino político.
Ataúlfo tenía la esperanza de casarse con Gala Placidia para convertirse en
emperador y asegurase la descendencia. Pero, precisamente en Barcelona,
Ataúlfo y Placidia perdieron a su hijo Teodosio al poco de nacer, al que le
habían puesto este nombre con el deseo de que fuera el futuro emperador que
reunificara los dos Imperios.
La muerte del niño Teodosio en Barcelona fue catastrófica para el proyecto de
fusión de los pueblos romano, godo, hispano y galo.
Poco después, en el año 415, el propio Ataúlfo fue asesinado por sus servidores,
provocando este hecho entre los visigodos un sentimiento de rechazo a todo
cuanto significase cultura romana y exaltación de los valores germánicos. El rey
visigodo Sigerico —que se había apoderado de la corona con violencia— obligó
a Gala Placidia a comparecer ante su presencia, teniendo que recorrer una
distancia de dos kilómetros a pie acompañada de otros prisioneros romanos,
sufriendo públicamente el desprecio e incluso el insulto a Roma de todos
los asistentes a tal agravio. La viuda de Ataúlfo volvió a Italia como objeto
de intercambio en cumplimiento de un tratado de paz y de no agresión entre
romanos y godos. Más tarde se casó con Constancio, al que después Honorio
asoció al trono como emperador. Gala tuvo un hijo de Constancio, que sería
el emperador Valentiniano III. Hacíamos mención de todos ellos cuando
exponíamos la biografía de san Ambrosio (capítulo 32).
El arrianismo, religión oficial de los visigodos. Las vejaciones a las
princesas cristianas. Leovigildo
Los visigodos prosiguieron con su política nacional y antirromana bajo el reinado de
Eurico (466-486). La iglesia arriana en los pueblos germánicos —especialmente
en el visigodo— recibió un apoyo decisivo para ser la representante de la religión
nacional. Con sus obispos y sacerdotes gozó, por parte de la administración
política, de una situación privilegiada como Iglesia oficial e instrumento de la
política del Estado. Esta situación se dio especialmente a mediados de siglo V
entre los visigodos, los cuales hicieron prosélitos para el arrianismo. Buscaban
diferenciarse claramente de los católicos romanos, no sólo en el dogma, sino
también en el culto: la Biblia fue traducida por el mencionado Úlfila para celebrar
el culto oficial en lengua goda, con exclusión de las otras lenguas (latín o griego).
El arrianismo se denominaba ‘la religión de los godos’, mientras el catolicismo
era conocido como ‘la religión de los romanos’. Los católicos eran indistintamente
llamados ‘romani’
romani’ o ‘christiani’.
romani
christiani
La divergencia de confesión se acentuó entre ambos pueblos y la oposición
fue particularmente violenta en las postrimerías del siglo V y en el siglo VI en
Hispania. Precisamente los merovingios o francos —que ya se habían convertido
HACIA LA UNIDAD RELIGIOSA Y POLÍTICA DE LA HISPANIA ROMANO-VISIGÓTICA
323
al catolicismo en tiempos del rey Clodoveo (466-511; bautizado en el año 501)—
intervinieron en repetidas ocasiones para defender a los católicos romanos
de la Hispania visigoda. La causa de las intervenciones serían las vejaciones
sufridas por algunas reinas católicas casadas con reyes visigodos arrianos. La
hija de Clodoveo y hermana del soberano francés Childerico había contraído
matrimonio con el rey visigodo Amalarico, al cual resultaba intolerable el hecho
de que su mujer frecuentase la Iglesia católica. En un arrebato de cólera, mandó
lanzar sobre la reina estiércol y otras inmundicias cuando ésta se dirigía a la
Iglesia católica, y llegó incluso a golpearla. Clotilde, así se llamaba la soberana,
pidió auxilio a su hermano, enviándole como testigo de su cruel trato un pañuelo
manchado de sangre. Childerico, inflamado por la ira, acudió con un ejército
franco (a. 531) y venció a los visigodos en Narbona, llevándose de regreso a su
hermana Clotilde. El rey Amalarico intentó salvar su propia vida refugiándose a
toda prisa en una Iglesia católica. Sin embargo, la lanza de un franco le mató.
Otras crónicas afirman que Amalarico pudo huir por mar hasta Barcelona y que
una vez allí fue asesinato por sus adversarios.
Los reyes visigodos se vieron más aislados después de que los vándalos
—también arrianos— de África proconsular, Numidia y actual Marruecos,
fueran invadidos por los bizantinos. Pero no sólo llegaron e invadieron África
septentrional, sino también algunas de las ciudades costeras del litoral
mediterráneo de Hispania. Cuando el rey visigodo Leovigildo se dio cuenta
de que muchas de estas conquistas eran deseadas por los mismos hispanoromanos, que veían en los bizantinos a sus correligionarios y, por lo tanto, les
ayudaban, inició una persistente persecución a los católicos. Los recelos del rey
se hicieron sentir incluso con su propio hijo y corregente Hermenegildo, que era
rechazado por su madrastra Godwinta —segunda esposa de Leovigildo—. Ésta
veía en él a un terrible adversario y competidor de la corona.
San Hermenegildo, el mártir del cristianismo y de la fusión entre visigodos
e hispano-romanos. Juicio sobre Leovigildo
Hermenegildo (a. 564-585) se casó con Ingunda, princesa católica hermana de
Hildeberto de los francos. Pero la madrastra Godwinta intentó que Ingunda se
convirtiese al arrianismo. Aún así, la joven esposa de Hermenegildo se opuso,
siendo esto motivo de vejaciones e incluso de violencia: Godwinta quería forzarla
a rebautizarse según el rito arriano. La vida familiar se hizo insoportable, y el
padre, Leovigildo, envió a su hijo y a la joven a la Bética (provincia andaluza). Fue
precisamente en Sevilla donde Ingunda, con la ayuda del monje católico Leandro,
logró que su esposo Hermenegildo abrazase el catolicismo en el año 579.
La conversión de Hermenegildo motivó una desmedida reacción de su padre,
que lo desheredó, aunque él ya era corregente de la parte sur de Hispania. Para
evitar que se cumpliese la amenaza de guerra civil y para encontrar fuera del
reino visigodo la ayuda que necesitaba, Hermenegildo intentó hacer las paces
con sus anteriores enemigos los bizantinos y envió el famoso san Leandro a
Constantinopla para pedir más refuerzos en la lucha, declarada ya, contra su padre.
324
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
La guerra civil fue un hecho. Leovigildo logró someter fácilmente a los rebeldes (a
su hijo) y, más aún, con un indigno pacto con los bizantinos, éstos le entregaron
a su hijo Hermenegildo prisionero. Fue condenado. Poco después sucedió el
episodio en el que Hermenegildo se negó recibir el viático de manos de un obispo
arriano; fue ajusticiado por traición y decapitado en Tarragona. Era la Pascua
del año 585. El papa Gregorio I lo consideró mártir del catolicismo y su fiesta
se celebra el 13 de abril en el calendario romano y en el visigótico. Su padre,
Leovigildo, moría poco después. En sus últimos años (584-585), Leovigildo
había emprendido con éxito una gran campaña contra el suevos, logrando la
liquidación total del Estado que los agrupaba en Galicia. También, como medida
de unificación interior (de Hispania), autorizó los matrimonios mixtos entre godos
y hispano-romanos, y promulgó un código único para todos sus sometidos, del
que cabe decir que no tuvo mucha aceptación, fue sólo una intentona de la
deseada fusión entre ambos pueblos. Ésta se logró —almenos oficialmente—
durante el reinado de su hijo Recaredo, hermano de Hermenegildo.
Hoy nos resulta muy difícil emitir un juicio sobre san Hermenegildo y su padre
Leovigildo. Recordemos de este último la campaña contra los suevos y su
código. Fueron intentos de unión entre los dos pueblos. También hay que
añadir que Leovigildo quería que la confesión cristiana (catolicismo) se uniese
a la arriana para así hacer una totalidad compacta con el Estado. Con este
objetivo convocó un sínodo en Toledo (a. 580); en él se llegó a una fórmula de
fe ambigua entre el catolicismo y el arrianismo, y los arrianos aceptaron que a
partir del concilio no habría necesidad de bautizar de nuevo a los católicos, sino
simplemente imponerles las manos como señal de reconciliación. Otros indicios
del gran deseo de Leovigildo de unificar Hispania los encontramos en la lucha
contra los vascos, los cuales dicen las crónicas que fueron sometidos (581) y
Leovigildo, como prueba de su dominio sobre aquella zona, fundó la ciudad
de Vitoria. A pesar de todo, cabe decir que el reinado de Leovigildo fue el más
importante de la dinastía de los visigodos, pero se equivocó al optar por una sola
religión que no era otra que el arrianismo, que según nuestra opinión difícilmente
tenía gérmenes que se traducían en armonía, o por lo menos convivencia con el
catolicismo. También en el mencionado código único para Hispania —llamado
Codex Revisus
Revisus—, Leovigildo erró de nuevo queriendo arrasar las costumbres
cristianas (católicas) a favor del arrianismo. La línea de actuación de Leovigildo,
por tanto, era llegar a la unidad hispánica, pero los medios no eran los oportunos
para lograrlo: el arrianismo difícilmente podía conducir hacia la unidad deseada;
el cristianismo (catolicismo) sí, y así lo demuestra la propia historia hispana y la
de los otros pueblos de Occidente, por ejemplo la de los francos.
La conversión de Recaredo
Diríamos que Recaredo acertó, o al menos eso parece si leemos a los
historiadores apologistas de la unidad de España. Después de los fallidos
intentos de su padre y ante la muerte de su hermano, era obvio que Recaredo
debía probar la única salida que le quedaba, o sea, la conversión al catolicismo
HACIA LA UNIDAD RELIGIOSA Y POLÍTICA DE LA HISPANIA ROMANO-VISIGÓTICA
325
con la consiguiente entrada masiva de godos arrianos a la Iglesia de mayor
prestigio, la católica. La conversión de Recaredo fue singular, como veremos.
Recaredo nació en Toledo y era hijo de Leovigildo y de su primera esposa. Junto
a su hermano —Hermenegildo—, fue asociado a su padre en el trono (a. 573)
con la misión de gobernar las regiones del norte frente a los francos, con una
colaboración que fue más estrecha a la muerte de Hermenegildo. Combatió
alos francos en la Septimania (a. 586) y recuperó Carcasona. A la muerte de
Leovigildo accedió al trono sin que conste si fue por elección o por aceptación
tácita de la sucesión hereditaria. Uno de los primeros actos de gobierno fue la
unificación del reino bajo una única fe. Muy probablemente su mismo padre,
Leovigildo, fue quien le encomendó este asunto como última voluntad.
Recaredo celebró una controversia pública entre arrianos y católicos en el año
586, declarándose a favor de la confesión católica. Su ejemplo fue seguido
por la mayoría de los obispos arrianos y gran parte del pueblo visigodo. Fue
proclamado solemnemente en el concilio III de Toledo (a. 589). Tuvo que reprimir
dos revueltas arrianas en la Septimania y en la Lusitania (a. 588) y acabar con
una conspiración de palacio instigada por su madrastra Godwinta (a. 589).
Recaredo promulgó algunas leyes que fueron recogidas en el Liber iudiciorum,
aunque su aportación a esta obra no fue demasiado relevante según afirman
algunos historiadores modernos. Aun así, podemos decir que Recaredo fomentó
la romanización o bizantización del Estado. Estaba casado con la princesa
visigoda Bada, y le sucedió su hijo natural Liuva (a. 601).
Hace algunos años, en 1989, se celebró el XIV centenario del concilio III de
Toledo, y con motivo de esta efeméride se convocó un congreso internacional,
del que se han editado las actas. Algunas de las ponencias insistieron en la
importancia de la conversión de Recaredo. Sin embargo, es preciso afirmar
—como hice en mi ponencia presentada en dicho congreso de 1989— que
yo creo que aquella unidad fue superficial en aquellos momentos. Serían
necesarias muchas generaciones —aunque esto no agrade a algunos— para
unir todos los pueblos de Hispania. Pero se debe observar que en esta unión
la Iglesia fue el factor fundamental, con una paciente tarea de comunión sin
buscar —espacialmente durante la edad media— la uniformidad de los pueblos
que surgieron durante la reconquista, sino el entendimiento de todos ellos, con
un gran respeto por sus peculiaridades. Nuestra historia no es rectilínea, sino
que hay muchos altibajos. Es rica en costumbres, países y lenguas. Forma un
mosaico muy variado. Todos estos factores hay que estudiarlos y darles el papel
que les corresponda dentro de nuestra historia plural.
32 LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR
ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS DOS CULTURAS: LA
ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA
• Origen de los francos
• Los francos antes de la conversión de Clodoveo
• Las características de la fusión franca: el céltico, el romano y el
germano-franco
• Una vez bautizado, Clodoveo ya no era el invasor, sino el soberano de
las Galias
• La adhesión a la fe católica. ¿Causa de la fusión de los francos con los
romanos y causa de las victorias?
• Exultación ante la conversión. El apoyo de los reyes francos a los obispos
• Los concilios. San Cesáreo de Arles
• Los concilios nacionales
• Las decisiones conciliares, instrumento de civilización
• Defectos de la nueva iglesia franca
• Reflexiones sobre las causas de la derrota de los arrianos
• Causa de la derrota arriana
• Inferioridad científica de los arrianos
Origen de los francos
La primera vez que aparecen los ‘francos’ en las fuentes históricas es en el
año 258. Se refiere a un pueblo germánico constituido por la unión de diversas
poblaciones del Rin inferior. El debilitamiento de las defensas romanas en el limes
germánico permitió que los francos atravesasen el Rin en diferentes ocasiones
(a. 254, 258, 276) y devastasen la Galia. El emperador Juliano el Apóstata
firmó la paz con ellos (a. 358) y les concedió tierras. El primer rey conocido de
los francos es Clodión, ascendente de la dinastía de los merovingios. El rey
Childerico, descendiente de Clodión, se federó con los romanos y luchó —como
328
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
subordinado del general Egidio— contra los ostrogodos y los sajones, ocupando
la cuenca parisina. Su hijo Clodoveo (a. 481-511) fue el primer rey que logró una
cierta unidad entre las diferentes tribus francas.
Los francos antes de la conversión de Clodoveo
Al recibir Clodoveo la dignidad real, el obispo san Remigio de Reims —
metropolitano de la provincia de Bélgica Secunda— le dirigió un saludo lleno de
simpatía, exhortándole a gobernar con justicia y a respetar la Iglesia católica.
Ciertamente Remigio sabía adaptarse a las circunstancias, y, viendo que a la
corta o a la larga el gobierno de su país caería en manos de los francos, fue
suficientemente discreto y a la vez clarividente para actuar de acuerdo con la
situación del momento. Se dice que Remigio no dio ninguna importancia al
otro hombre fuerte de su región. Nos referimos al general romano Siagrio, hijo
de Egidio, la autoridad del cual sólo tenía el apoyo de su fuerza militar y unos
derechos que no eran mejores que los de Clodoveo. Además, Siagrio ya no era
el titular de una efectiva dignidad (o poder) de los romanos, ya que desde el año
476 no existía emperador que nombrara los cargos públicos al Imperio romano
occidental. La potestad de Siagrio era sólo honorífica y la ejercía en aquellas
ciudades romanizadas que por su propia voluntad se confiaban a su protección
y a su dominio.
Clodoveo ambicionaba sustituir a Siagrio y lo había conseguido en parte, pero
quería crear un poder fuerte que permaneciera siempre en sus manos.
Después de la victoria de Soissons, Clodoveo no tuvo ninguna dificultad para
dominar todo el país situado en las orillas del norte del Loira. Pero es preciso
advertir que los obispos de la región tuvieron algo que ver: éstos, siguiendo,
el ejemplo de san Remigio, recibieron entusiásticamente al victorioso rey de
los francos, posiblemente también para evitar más derramamiento de sangre.
Pese a los inconvenientes producidos por la entrada de un pueblo vencedor
constituido por gente mucho más inculta que los nativos, estos —los ciudadanos
romanos— podían considerarse afortunados si comparaban su suerte —o
mala suerte— con la de sus compatriotas de otras provincias invadidas por los
caudillos germánicos vecinos no francos. Los mencionados ciudadanos romanos
podían conservar —como norma general— la plena propiedad de sus tierras sin
verse obligados a compartir sus fincas con los invasores, como era el caso en
los reinos de los visigodos, de los burgundios y de los vándalos. La población
romana no recibió un trato de inferioridad de los francos.
Bajo el punto de vista civil los nativos romanos serían considerados súbditos
del rey franco, en igualdad de derechos con los francos. La única diferencia que
permaneció entre unos y otros fue el carácter religioso. En estas circunstancias
tan favorables pronto se dieron matrimonios mixtos entre individuos de ambas
razas, de modo que, al cabo de dos generaciones, casi se podía decir que se había
conseguido la fusión y se desvanecieron en gran parte las diferencias de origen.
LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS
DOS CULTURAS: LA ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA
329
Las características de la fusión franca: el céltico, el romano y el germánicofranco
El latín en el siglo VI había absorbido la primitiva lengua céltica, hablada antes de
la romanización de la zona, o sea, antes de las campañas de César. Pese a todo,
se conservaban muchas palabras, giros lingüísticos y, lo que es más importante, no
poca cultura y costumbres célticas. El romance franco es el fruto de la fusión entre
el elemento latín, franco e incluso céltico y de la posterior degeneración del latín.
Es preciso observar que en algunos aspectos la cultura germánica —recordemos
que los francos son germánicos en su origen— se impuso a la cultura romana.
Así, por ejemplo, en cuanto a la constitución política y a la vida del Estado, las
características fundamentales son germánicas; pero en lo que respecta a la
educación, la vida eclesiástica y popular, continuó el carácter predominantemente
romano. Y es curioso observar también que en la mentalidad nacional —lo que
hoy sería la identidad de la nación— destacó la tercera fuerza, la más primitiva,
que son las características célticas. El mismo fenómeno sucedió en Hispania y
en la península italiana.
El celtismo aún hoy está presente en el temperamento francés: la rapidez de
reacción, las decisiones súbitas, el gusto por las novedades, el entusiasmo
enardecido, la intrepidez, la falta de paciencia y de perseverancia, la elocuencia,
la gracia en el movimiento y la facilidad de pensamiento y de expresión…; todos
ellos son rasgos que los celtas tenían y que han heredado los franceses. Los
antiguos escritores romanos —César, Dión Casio, Diodoro y Amiano Marcelino,
etc. — dan testimonio de ello. El mismo emperador Juliano el Apóstata, que
antes fue gobernador de las Galias, describe la vida de París en una de sus
cartas dirigidas a los de Atenas, y observamos curiosamente, como si de un
retrato de pequeño formato se tratara, la plasmación de la vida actual en París.
Igualmente Sulpicio Severo —biógrafo de san Martín de Tours— constituye ya
un ejemplo característico de la facilidad de palabra y de la habilidad narrativa tan
característica entre los modernos literatos franceses.
Una vez bautizado, Clodoveo ya no era el invasor, sino el soberano de las
Galias
A parte de todos los ingredientes anteriormente expuestos, gracias a los cuales
la fusión entre los francos y los romanos se produjo en el siglo VI, fue decisivo
el papel de la Iglesia, actuando como agente catalítico. Al igual que en los otros
países dominados por los pueblos germánicos, en Francia la actitud del monarca
fue decisiva. Clodoveo, el rey de los francos, se había casado con una princesa
católica de la casa real burgundesa, Clotilde (474-545), hija de Khilperico I (o
Childerico), uno de los cuatro reyes burgundios. Childerico tenía la residencia en
Lyón, donde su mujer, la piadosa Caratena, hizo construir un templo dedicado a
san Miguel. Tras la muerte de su padre, Clotilde fue educada en Ginebra.
Clodoveo sabía de la espiritualidad de la familia de su mujer y no se opuso a
que también entrase en su hogar el vivo talante religioso de la casa real de los
330
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
burgundios. Pero la conversión de su marido fue una de las ideas fijas de Clotilde
cuando ya estuvo casada con él. Es cierto que tuvo muchas dificultades, a pesar
de que el obispo san Remigio de Reims la ayudó y le animaba constantemente.
Dicen que Clodoveo no cambió de religión hasta que —según la tradición—
se produjo un hecho prodigioso parecido al que provocó la conversión de
Constantino al cristianismo: una intervención divina, supuestamente milagrosa,
ya que se apareció una cruz y una promesa de victoria.
Los éxitos bélicos de los francos en la Galia les habían convertido en vecinos
de los alamanos, pueblo también germánico. La zona que éstos dominaban era
la comprendida entre el curso superior del Rin y el curso superior del Danubio,
región colonizada, otrora, por los romanos. Avanzando desde esta región,
los alamanos conquistaron la Alsacia y prosiguieron invadiendo los Vosgos,
justamente en la región de Eiffel y del Mosela.
En estas conquistas se determinaría quién sería el señor definitivo de las
Galias. En un principio los alamanos sacaron ventaja al derrotar parcialmente
a los francos en el valle del Rin en el año 496. Pero Clodoveo imploró la ayuda
del Dios de su esposa: “Jesucristo
Jesucristo —Clodoveo se dirige a él—, de quien dice
Clotilde, mi esposa, que eres el hijo de Dios viviente, ven a ayudarme. Si me
das la victoria sobre el enemigo creeré en Ti y me bautizaré
bautizaré”. Según la crónica,
cuando dijo estas palabras la suerte se puso de parte de Clodoveo y el rey de los
alamanos cayó fulminado sin vida. El monarca franco cumplió con su promesa,
bautizándole en Reims el obispo san Remigio —también amigo suyo—, el día de
Navidad del año 499, o según algunos historiadores en el año 501.
El mérito —si no exclusivo, sí el principal— de la conversión de su esposo
corresponde a la reina Clotilde. Es preciso decir que antes de su bautizo
Clodoveo se había mostrado favorable —como su padre Childerico— a los
católicos, y el obispo Remigio le felicitó por elegir como esposa a una católica
—santa Clotilde—, y por tener una hermana arriana (Lantequilda) y otra
(Audofleda) casada con Teodorico, monarca arriano de los ostrogodos.
Es probable que, ante Clotilde, Clodoveo se viese obligado a bautizar en la
Iglesia católica a los hijos que ésta le diese. En todo caso, fue una gran concesión
por su parte el bautizar a su hijo primogénito según el catolicismo. Y pese a la
prematura muerte del susodicho —una muerte que la superstición bien podría
haberlo atribuido al hecho de haber recibido el bautismo— insistió en su conducta,
bautizando también a su segundo hijo en la Iglesia católica. Es probable que
Clodoveo se diese cuenta de la gran importancia que la religión católica tenía
desde el punto de vista político, ya que pudo ver y apreciar el prestigio social del
episcopado católico, al que se alió y buscó alianzas estables desde el principio.
Sabía muy bien que la religión cumpliría un papel preponderante en la ya inevitable
guerra contra los visigodos arrianos, a quienes los francos disputaban el dominio
de la Galia meridional, dado que los visigodos eran hostiles a los católicos que
constituían la totalidad de la población romanizada de aquellas provincias. Pese
LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS
DOS CULTURAS: LA ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA
331
a todo, sería inexacto atribuir la conversión de Clodoveo únicamente a motivos
interesados. El monarca posiblemente se llegó a convencer de la veracidad de
la religión cristiana y la fe católica, ya que su piadosa mujer no dejó de predicarle
nunca. Era una muy buena propagandista católica.
El bautismo de Clodoveo tuvo una trascendencia definitiva. En primer lugar,
resultó decisivo para la adopción del catolicismo por parte del pueblo franco.
El soberano se hizo bautizar solemnemente y con él ya recibieron el bautismo
tres mil francos: sus propios amigos, su séquito y sus hermanas. También los
contemporáneos supieron apreciar la trascendencia de tal acto. Los obispos
católicos saludaron a Clodoveo con términos muy expresivos, especialmente
Avito, obispo de Viena (de lo que después será denominado del Delfinado), donde
residía la corte burgundia. Este obispo no podía menos que felicitarse al ver que
la conversión de Clodoveo facilitaría mucho el cambio de sus soberanos.
Por supuesto la población gala católica fue la que mejor reaccionó. Desde
este momento ya consideraron a Clodoveo como “su monarca”, y no como “el
invasor”, y teniendo que elegir entre él y los otros monarcas arrianos, visigodos
o burgundios, optarían, sin lugar a dudas, por el rey católico. El mismo Clodoveo
afirma: “No puedo consentir por más tiempo que estos arrianos continúen
dominando una parte de las Galias. Marchemos, pues, contra ellos con la ayuda
de Dios y, una vez vencedores, nosotros estableceremos nuestra dominación
sobre el país
país” (véase Gregorio de Tours, Historia Francorum, libro II, 37).
La victoria de Vouillé (507) evitó que los visigodos dominasen el sur de la Galia.
Para complacer a sus súbditos católicos galos, Clodoveo pidió el título de ‘cónsul
honorario’, dignidad que Anastasio, el emperador de Oriente, le otorgó. Y de este
modo la más alta dignidad civil de la tierra le reconocía el derecho a gobernar
la Galia. Hay que destacar el interés de los nuevos monarcas por los títulos
romanos, un claro indicio de la romanidad que se quería asumir.
Gracias a la unidad de la fe y a la fusión lograda entre los elementos germánicos
y galo-romanos, el reino franco se convirtió en el más homogéneo de todos
los estados aparecidos sobre el territorio del antiguo Imperio de Occidente. Su
vigor se manifestó en las rápidas conquistas realizadas, especialmente en los
países que limitaban sus fronteras de la parte oriental. El reino de Turingia fue
conquistado en el año 531; y lo mismo sucedería con Burgundia (532) y Baviera
(555), que pasaron a depender de los francos.
La adhesión a la fe católica. ¿Causa de la fusión de los francos con los
romanos y causa de las victorias?
Según la opinión de muchos historiadores, el rápido progreso de los francos se
debía principalmente a su adhesión a la fe ortodoxa: atribuían al catolicismo la
soberanía que les fue dada. Consta, por las crónicas, que los francos estaban
orgullosos de su nueva condición de cristianos católicos y de poseer una
especial protección de Cristo. Dios les había concedido una situación privilegiada
332
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
parecida a la que Roma tenía en otros tiempos. Pero en contra de esta situación,
y exaltando la suya propia, los francos no tenían las manos maculadas por la
sangre de los mártires, ellos habían depositado en relicarios de oro y de piedras
preciosas los cuerpos de los santos martirizados por los antiguos romanos.
Nunca se había visto una exaltación tan religiosa y patriótica de un pueblo
entero dominador y joven. Así, vemos como en la ley sálica promulgada en el
mismo siglo VI, se celebra la fe católica de los francos, para los que Cristo es el
Rey de los ejércitos: “¡Viva Cristo que ama a los francos! ¡Que guarde su reino
y llene sus gobernados de la luz de su gracia! ¡Que Cristo proteja el ejército
de los francos! ¡Que conserve las bases de su fe! ¡Que les conceda alegría y
tiempos prósperos! Él que es el Rey de los reyes, Jesucristo
Jesucristo”. Estas líneas no se
asemejan demasiado a las palabras que pronunciaron los autores eclesiásticos
de finales del Imperio romano occidental. Hay una distancia abismal entre esta
concepción y la de san Agustín, por ejemplo. El obispo de Hipona, en medio de
las calamidades de la invasión de los bárbaros, daba una profunda concepción
de lo que es la fe cristiana y del valor de la vida para el hombre. Ahora los francos
dan un concepto del poder terrenal asociado a una idea religiosa. Pero es cierto
que la mentalidad de quien cantaba aquellas alabanzas y plegarias que hemos
trascrito, es muy primaria; diríamos que están en un primer estadio de la fe y de
la función que tiene la Iglesia en el mundo terrenal. Para los francos, la fuerza
está sujeta a la fe y ésta a la fuerza como don divino de agradecimiento. En
aquella civilización —muy primaria— la fuerza y la victoria terrenales provienen
de la simple aceptación del cristianismo. Los católicos han dejado de ser
menospreciados, humillados e injuriados, para pasar a ser los dominadores
y gobernantes. Su júbilo por haber conseguido el poder temporal gracias al
favor divino, dio pie a este gozo por la fe que dominará durante toda la época
medieval. No se trata de una mentalidad envejecida, llena de prudencia y atenta
a las vicisitudes de una época decadente, sino del ánimo de un pueblo joven y
orgulloso de su fuerza. No es un pueblo abrumado por la cultura que le pesa
y por la erudición que reprime su iniciativa. ¡Todo es nuevo! Sorprende este
cambio tan radical. Nos encontramos, pues, en los albores de una nueva época,
en el umbral de la civilización medieval. Vamos hacia el nacimiento de Europa!
Exultación ante la conversión. El apoyo de los reyes francos a los obispos
Sin embargo, el cristianismo dejaba mucho que desear entre los francos, incluso
en el aspecto meramente externo. Aún eran muchos los que no habían recibido
el bautismo. Durante un siglo después de la conversión de Clodoveo, las tribus
del norte del Rin formaban una etnia muy compacta en la cual difícilmente podía
penetrar el cristianismo. Muchas de ellas eran paganas, pero este sector era
poco activo durante el siglo VI. Fue un gran misionero, san Bonifacio, quien
evangelizará aquellas tierras en la época de Pipino el Breve, en el siglo VIII. Sin
embargo, ya a finales del siglo VI el cristianismo arraiga de tal manera en una
amplia zona de la Galia, que no encontramos en ella prácticamente ninguna
reacción pagana de masas, al contrario de lo que sucede en otros muchos
pueblos germánicos.
LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS
DOS CULTURAS: LA ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA
333
Los reyes francos eran, pues, cristianos, y cristianas eran también las clases
dominantes, especialmente las establecidas en la Galia romana que tanto
contribuyeron a formar la nueva nación francesa. Pero es indudable que su
conversión aún no tenía la profundidad deseable. Era necesario que transcurriese
algún tiempo hasta que el espíritu realmente cristiano emanase del alma de los
francos conversos. Por otra parte, la progresiva decadencia de la educación y
de la cultura, el triunfo de la violencia y de las consiguientes brutalidades, hacían
muy difícil el desarrollo de una formación espiritual eficaz que llegase al alma y
a los corazones de aquella gente.
Como en otro tiempo (cuando Constantino se convirtió), la alegría empezó
a invadir todos los estamentos católicos del reino franco. La Iglesia aceptó
jubilosa la protección de los reyes al comprobar su celo en la lucha contra
los herejes y el respeto que los mismos reyes profesaban a los santos. Se
acabaron las restricciones impuestas a la actividad de los obispos católicos, los
cuales aprovechan ahora su libertad para consolidar y ampliar la organización
eclesiástica y atender con mayor esfuerzo a las necesidades espirituales de sus
feligreses.
El Estado favorecía gustosamente el ministerio de los prelados —que casi todos
provenían de la aristocracia romana—, tanto en el ámbito religioso como en el
cultural, ya que se percibía que aquel estamento era capaz de crear una nueva
civilización superior de la helena-romana. Los obispos amparaban la justicia,
practicaban la beneficencia y eran los únicos —ellos y sus colaboradores— que
dispensaban alguna instrucción al pueblo.
La importancia del apoyo que los reyes francos dieron magnánimamente al poder
episcopal se manifiesta en el hecho, por ejemplo, de que al obispo, que estaba
sometido al derecho romano, se le asignase nueve veces el pretium sanguinis
de un hombre libre, mientras que al funcionario real sólo le correspondía el triple
de este precio.
Los concilios. San Cesáreo de Arles
Lo que más influyó en el poder espiritual —e incluso temporal— de los obispos
en el reino católico de los francos fue la actuación conjunta de sus prelados
en el interior de la antigua organización jerárquica metropolitana. Los ciento
veinticinco obispos —número que podemos constatar a finales del siglo VI—,
distribuidos en once provincias francas metropolitanas, constituyeron un poder
fáctico contra el que la Iglesia arriana se vio impotente.
El poder de los obispos cristianos (católicos) se reflejó en los numerosos sínodos
celebrados. Estos concilios (o sínodos) no eran exclusivamente provinciales.
Sabemos muy poco de los concilios provinciales de aquella época, a pesar de
que debían ser frecuentes, ya que volvió a entrar en vigor un canon del concilio
de Nicea que prescribía su celebración dos veces al año. Así lo confirma el primer
canon del sínodo de Tours (567). Esta obligación se repitió con frecuencia a lo largo
334
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
de todo el siglo VII, sin embargo esta clase de concilios pasaron a segundo plano
si los comparamos con los concilios nacionales. Sus cánones nos han llegado
gracias a las múltiples transcripciones que se han hecho de ellos. Podemos
contabilizar treinta concilios nacionales de los francos entre los años 506 y 614.
El primer ejemplo de estos concilios nacionales fue el de san Cesáreo de Arles.
Este obispo —vicario del Papa— convocó el sínodo (o concilio) de Agde (506)
cuando el rey visigodo Alarico II aún reinaba en el sur de la Galia. Después
de que los francos tomaran la ciudad de Arles, en el año 536 se celebró otro
concilio seguido más de cerca por los obispos del reino franco. Cesáreo, ahora
nombrado el primer obispo de la Galia por el papa Símaco, gracias a su prestigio
ejerció una vasta influencia como predicador. Durante sus cuarenta años de
episcopado predicó al menos una vez todos los días. Se ha descubierto su
autoría de muchos sermones que habían sido atribuidos a san Agustín. Cesáreo
tuvo buenas iniciativas en cuanto a las visitas a las iglesias, a la creación de
nuevas parroquias rurales y a la formación sacerdotal en recintos (hoy diríamos
seminarios) que estaban directamente sometidos a los obispos. A él corresponde
el mérito de haber concebido las primeras escuelas eclesiásticas, al tomarse en
el concilio de Vaisón (529) la decisión de que los sacerdotes, incluso en las
zonas rurales, tuvieran que acoger en su casa —siguiendo la ya generalizada
costumbre en Italia— a jóvenes lectores para instruirlos y, si éste era su deseo,
prepararlos para el sacerdocio.
También fue Cesáreo el autor de varias reglas para los monjes y monjas, así
como —muy probablemente— de la célebre recopilación de cánones de la
Iglesia antigua, llamada Statuta Ecclesiae Antiqua. Los obispos francos, en el
momento álgido de la post-conversión de Clodoveo, siguieron su ejemplo, y sus
iniciativas a favor de la Iglesia franca tuvieron un gran prestigio.
Los concilios nacionales
El primer concilio nacional del reino franco se reunió en el año 511. Clodoveo
era todavía rey —moriría en el año 512— y el sínodo se dirigió a él con estas
palabras: “Ya que habéis ordenado, movido por el celo que la fe católica os
inspira, que los obispos nos reunamos para examinar los asuntos urgentes
de acuerdo con vuestros deseos y acomodándonos a las disposiciones por
Vos establecidas, os enviamos las decisiones que hemos tomado
tomado” (ver la
colección alemana Monumenta Germaniae Historica, Concilia aevi Merovingici,
2). Generalmente estos concilios nacionales eran convocados por el rey y
así consta en casi todos sus protocolos. Era habitual que los laicos también
participaran en ellos; sin embargo nunca figuraban como miembros con plenitud
de derechos, y buscaríamos en vano sus nombres entre las firmas que ratifican
los acuerdos. El mismo rey no tomaba parte en las deliberaciones conciliares del
siglo VI. Habrá que esperar al siglo VII para que esto suceda. En las asambleas
del reino figuran los obispos como representantes del alto clero, junto a la
nobleza, pero en los concilios los nobles laicos no aparecían en paridad con
los miembros del episcopado, al menos en estos treinta primeros concilios
LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS
DOS CULTURAS: LA ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA
335
francos. Las reuniones conciliares siempre estaban presididas por un obispo
metropolitano. Una vez reunido el concilio, primero se deliberaba sobre las
cuestiones eclesiásticas, inspirándose siempre en las normas tradicionales de
la Iglesia, ya sea confirmando su vigencia o bien modificándolas para adaptarlas
a las circunstancias de la época. Observemos también que los concilios se
preocupaban hasta de los detalles más aparentemente insignificantes de la vida
religiosa y moral del pueblo o de aquellos de gran trascendencia. Se habla, por
ejemplo, de la paz que es preciso conservar o conseguir. Además, los obispos
se reunían con frecuencia para hacer de árbitros pacíficos de rifirrafes y resolver
otros casos disciplinarios más difíciles.
Un tema muy importante que trataban los concilios es el referente a la vida
y costumbres del pueblo. El concilio nacional también intervenía en los
contenciosos que no podían ser solucionados en el ámbito diocesano ni en la
provincia metropolitana: tal es el caso de la expulsión de algún obispo de la
diócesis o de graves injusticias entre diócesis u obispos.
A veces el rey sometía a las deliberaciones de los concilios nacionales importantes
asuntos del Estado. Los obispos pretendían que sus deliberaciones tuviesen
fuerza de ley sin ningún formalismo nuevo, pero aceptaban sin dificultades que
la autoridad del monarca interviniera para dar cumplimiento a sus acuerdos y,
en alguna ocasión, para legislar inspirándose en los acuerdos conciliares. En
cambio, los reyes francos no exigían, como lo hacían los emperadores romanos
después de Constantino, que los acuerdos de los concilios fuesen sometidos a
ratificación real antes de entrar en vigor, así como tampoco obligaban a que su
ejecución fuese encomendada a la administración civil. En eso la Iglesia franca
no sólo se distinguía de la Iglesia católica de los últimos tiempos del Imperio, sino
que también de la Iglesia visigótica. Las decisiones de los concilios nacionales
hispano-visigodos —incluso las estrictamente eclesiásticas— requerían la
conformidad del monarca para entrar en vigor, amenazando con castigos
temporales a quien infringiera o se opusiera a las decisiones de los concilios.
En la monumental obra de Heffele-Leclerq Histoire des concils sobre los
concilios, encontramos el elenco de los temas tratados en los concilios francos,
y en ellos observamos que la mayoría de los cánones se refieren al examen de la
moralidad de los clérigos y de la forma en que los sacerdotes y obispos cumplían
los deberes de su cargo; al estado de los monasterios; a las delimitaciones de
competencias eclesiásticas; a los abusos producidos en las iglesias; al derecho
de asilo; a la condición de los sirvientes; a la alimentación de los pobres; a las
relaciones con los herejes, judíos y excomulgados, etc. En lo que se refiere a
los seglares, es una tendencia constante de los concilios la de restablecer las
antiguas prescripciones canónicas concernientes al matrimonio, a la penitencia
y a la obligación de ir a la iglesia en los días ‘de precepto’.
336
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Las decisiones conciliares, instrumento de civilización
Es preciso señalar la importancia y la acción civilizadora eficaz de las decisiones
conciliares, sobre todo si se tienen en cuenta las circunstancias de la época
(lo mismo debemos decir de los concilios visigodos). En aquella época el
estamento episcopal era el más instruido del país; representaba la única
autoridad moral verdaderamente prestigiosa y eran los obispos, en gran medida,
los representantes de la cultura.
Después de la caída del Imperio romano occidental y la formación de varias
naciones nuevas, el destino de la civilización occidental se encontraba
bajo graves amenazas. Era indudable que un nuevo foco de cultura estaba
formándose en Occidente; pero no era menos cierto que el principal elemento
civilizador lo constituía la Iglesia católica, los pastores de la cual pertenecían a
la población romanizada, o sea, a la clase ilustrada. Era imposible edificar una
nueva civilización tomando como punto de partida única y exclusivamente a la
aristocracia de los francos. Por ello interesaba mucho que los representantes de
la cultura cristiana se reuniesen con frecuencia y se estimulasen mutuamente
en el orden a la observancia de las antiguas reglas religiosas y morales. Los
concilios, pues, diríamos que cumplieron en aquella época la función de unos
parlamentos que alcanzaban un alto nivel civilizador además del propiamente
religioso.
Defectos de la nueva Iglesia franca
Pese a todo, cuanto se ha dicho anteriormente, en aquellos concilios nacionales
podemos reconocer ya los defectos característicos de la Iglesia franca que se
manifestarán claramente durante todo el siglo VII. Los concilios eran de carácter
nacional y la Iglesia del reino franco era también una iglesia nacional, cada vez
lamentablemente más sometida al poder del soberano o monarca.
Así observamos, por ejemplo, que aunque la provisión de las sedes episcopales
debía hacerse mediante la elección canónica (clero y fieles), la participación
del rey iba tomando cada vez más importancia, de manera que con el tiempo
el soberano acabó siendo prácticamente el único que confería el cargo de
ser obispo. Y el monarca pasó de ser protector de la Iglesia a señor de ella,
y su influencia era a menudo nefasta y usada arbitrariamente. Los soberanos
despóticos cometían actos de violencia en las personas de los ministros de
la Iglesia. En aquella época era grave caer en la pretensión de que tanto los
obispos como el resto del clero tenían que someterse a la jurisdicción temporal
ejercida por los tribunales regios y condales, tanto en materia criminal como
civil. Y aunque los obispos se negaron a aceptar tal exigencia, lo único que
consiguieron fue que los concilios nacionales recibiesen la autorización para
emitir un informe previo sobre aquellos asuntos.
En una sociedad tan escasamente desarrollada como era la franca —y en
general la de la alta edad media— prácticamente se atentaba contra la libertad
de la Iglesia si los obispos y los clérigos eran juzgados, encarcelados o torturados
LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS
DOS CULTURAS: LA ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA
337
en un procedimiento idéntico al de los seglares. Era la Iglesia quien dictaba en
la práctica las normas morales, y por ello no era oportuno que ésta —en sus
jerarcas— se sometiese en todo a la jurisdicción seglar. Hoy en día nos resulta
difícil comprender este razonamiento, pero debemos ponernos en la mentalidad
y en la realidad de aquella época para entender los titánicos esfuerzos de la
Iglesia encaminados a lograr la exención de los tribunales laicos y la inmunidad
de sus iglesias y su clero.
Las donaciones y fundaciones de los reyes y de los nobles en favor de la
Iglesia, iban enriqueciéndola poco a poco, convirtiéndola en señora de muchas
propiedades territoriales con esclavos y sirvientes incluidos, que eso era muy
lamentable. ¿Cómo podía tener la Iglesia esclavos? Estos bienes gozaban de
inmunidad; estaban exentos del pago de impuestos y no estaban sometidos
a la jurisdicción de los condes. Alrededor de la Iglesia había un conjunto de
personas que directa o indirectamente dependían de ella: exesclavos que
habían obtenido la manumisión gracias a la Iglesia, campesinos que estaban en
régimen de arrendamiento en tierras de la misma Iglesia, etc. La implantación del
diezmo sobre las cosechas —institución inspirada en el Antiguo Testamento—
constituía también un mecanismo sumamente poderoso. Todo eso hacía que
los obispados —y a menos escala los monasterios— se convirtiesen en foco de
autoridad, poder y riqueza. A consecuencia de esto, los monarcas empezaron
a recelar de los jerarcas de la Iglesia. El rey Childerico, por ejemplo, decía: “El
tesoro de nuestro Estado se ha empobrecido y nuestra riqueza se ha transferido
a la Iglesia” (Gregorio de Tours, Historia Francorum, VI, 46).
A fin de poder disponer, al menos indirectamente, de los bienes de la Iglesia, los
monarcas francos cada vez intervenían más de bajo mano en la designación de
los obispos, colocando al frente de las sedes episcopales a partidarios suyos.
Otra consecuencia de todo cuanto llevamos expuesto es que la Iglesia franca iba
perdiendo cada vez más autonomía dependiendo de los reyes, y la unión con
Roma —el obispo de Arles era nombrado vicario del Papa— se fue debilitando.
Pese a todo, es preciso decir que a finales del siglo VI el balance de la Iglesia
franca es más positivo que negativo. Nadie puede negar que los obispos de
aquel siglo comprendieron la importancia de la misión que les correspondía, y
es que la primera semilla de Europa, que germinaría en el siglo VIII, la cultivaron
estos obispos a través de los concilios nacionales francos. Así mismo sucedió en
Hispania gracias a los célebres concilios visigóticos.
Reflexiones sobre las causas de la derrota de los arrianos
Como un anexo a este capítulo sobre la conversión de los francos, es
conveniente que aportemos unas reflexiones sobre la situación de los arrianos
en el momento de la victoria de los católicos. Es necesario preguntarse si es
cierto que los arrianos eran violentos y, por lo tanto, si era imposible una solución
pacífica a la herejía.
338
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Uno de los capítulos más plúmbeos de la historia de la Iglesia es el de las
inacabables luchas entre católicos y arrianos y semiarrianos. Se dieron,
ciertamente, auténticas guerras de religión, con mucha violencia. Así, por
ejemplo, en Egipto y en vida de Arrio, la discusión teológica había desembocado
en actos de vergonzosa violencia. Especialmente Alejandría, había sido
escenario de salvajes batallas entre los partidarios de Arrio y los cristianos
ortodoxos. No obstante, el rey vándalo Hunerico (477-484) ha pasado a la
historia como cruel perseguidor de los católicos. Su persecución fue descrita de
manera impresionante por su obispo contemporáneo, llamado Víctor. Mártires y
confesores brillaron por su indomable heroicidad. Entre los obispos que serían
deportados al desierto, a Córcega o Cerdeña, destacan Virgilio de Tapsos y
Fulgencio de Ruspe, dos de los teólogos más importantes de principios del
siglo VI. No es extraño que los católicos perseguidos acogiesen con los brazos
abiertos al general bizantino Belisario, el cual, con la ayuda de los nativos
romanos, destruyó el reino de los vándalos en Cartago. El mismo fenómeno
sucedió en Italia con los ostrogodos. Se pagaba muy cara la no conversión al
catolicismo. En cambio la situación era muy diferente cuando los invasores se
pasaban del arrianismo al catolicismo: los burgundios, los francos, los visigodos,
los suevos y los lombardos, acertaron —aunque quizá tarde— convirtiéndose, y
fusionándose con los nativos romanos.
No fue nada fácil la victoria católica sobre los arrianos. En casi todas las ciudades
importantes había una Iglesia goda —o sea, arriana— además de las iglesias
católicas, con sus respectivos obispos. Los centros del arrianismo eran, como
es de suponer, aquellas ciudades en que residían los soberanos arrianos, por
ejemplo Rávena, lugar en el que existían en tiempos de Teodorico seis grandes
templos arrianos, algunos de los cuales todavía hoy se pueden visitar; también
Cartago tenía un patriarca arriano que era el personaje más importante de la
Iglesia de los vándalos, ya que todos los otros obispos lo acataban. Barcelona
también tendría algún templo importante —tal vez la misma catedral o el templo
de Santos Just i Pastor—, ya que fue residencia de Ataúlfo; conocemos un obispo
arriano de Barcelona llamado Hugno; y Viena (del Delfinado) tenía una catedral
arriana en la primera época de los burgundios. También en Roma había dos
iglesias arrianas: Santa Ágata del Quirinal y otra en el Esquilino. Estas últimas se
destinaban al culto arriano de las guarniciones de soldados godos. Era frecuente
la lucha entre los católicos y arrianos para apropiarse de los edificios sagrados.
Conocemos también casos de clérigos de una y otra creencia que trataban de
influir en las familias con fines proselitistas. También existían matrimonios mixtos
que eran objeto de disputas entre el clero de ambas iglesias.
El siguiente relato, extraído de la obra de Gregorio de Tours Gloria martyrum,
nos muestra de manera elocuente la repercusión que tuvo en el seno de las
familias el conflicto religioso. “Un
Un arriano —afirma san Gregorio de Tours— se
había casado con una mujer católica y cada uno de los contrayentes conservaba
sus creencias. La esposa deseaba invitar a comer a un sacerdote católico. El
marido le dio la conformidad, pero invitó, por su parte, a un sacerdote arriano que
LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS
DOS CULTURAS: LA ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA
339
hizo sentarse a su derecha, y colocó el sacerdote católico a su izquierda, al lado
de la mujer. A una indicación del marido, el sacerdote arriano fue bendiciendo
cada uno de los platos del ágape, haciendo la señal de la cruz. Al hacer esto
por cuarta vez —cosa que demuestra que era un gran banquete— y al ponerse
a comer (cuando acabó la bendición), murió allí mismo, ya que el plato estaba
demasiado caliente. Todos creyeron que el fatal accidente era una señal de
sentencia divina contra los arrianos. Todos continuaron —especialmente el
sacerdote católico— comiendo con gran satisfacción. Y el esposo arriano se
convirtió” (véase Gregorio de Tours, Gloria martyrum, c. 79).
convirtió
Este suceso parece que impresionó mucho a la gente de la época, ya que
Gregorio de Tours nos lo narra como un célebre acontecimiento. Pese a todo,
resulta difícil admitir que la narración —los detalles de la cual no es preciso creer
al pié de la letra— tuviese mucha difusión en su tiempo. En todo caso, nos da
una imagen valiosísima de las relaciones sociales en la Galia meridional durante
la segunda mitad del siglo V, así como del gusto poco refinado que prevaleció en
los diferentes aspectos de la vida, sin excluir el religioso.
Nos encontramos también frecuentemente con ‘Juicio de Dios’, por desgracia
tan extendidos durante la época medieval. Los juicios de Dios eran lo que más
impresionaba a los pueblos germánicos. Nada les movía a abandonar el propio
culto —fuese pagano o arriano— y abrazar la fe católica como el convencimiento
de la omnipotencia divina. Pero eso no nos debe sorprender, ya que aquellos
pueblos eran muy primitivos, ingenuos, especialmente sensibles a cualquier
manifestación de la horca y se inclinaban de buen grado ante el supremo
poder presente, según ellos, en las ordalías. Esta mentalidad la encontramos
en bastantes episodios: recordemos, por ejemplo, que Clodoveo prometió su
propia conversión si el Dios de los cristianos le proporcionaba la victoria en
la batalla contra los alamanos. Más tarde, el gran misionero san Bonifacio,
deseando suministrar a los paganos una prueba decisiva de la impotencia de
su Dios, arrancó de cuajo el roble sagrado de Geismar. Pero lo más curioso
del caso es que esta ansia de ‘juicios divinos’ —que los milagreros fomentaban
positivamente— se introdujo también entre las poblaciones romanizadas,
llegando a ser como una “barbarización” de la fe católica que se mantendría
lamentablemente durante mucho tiempo.
En una sociedad tan primitiva parecía que no era posible una conversión
totalmente pacifica. No se podía aceptar un irenismo (recordando a san Ireneo
de Lyon, capítulo 11). Era necesaria la fuerza de quien pudiese abatir al
contrario. Las fórmulas de convivencia fracasaron: recordemos, por ejemplo, el
caso de Leovigildo en el concilio de Toledo del año 580, en que se llegó a una
formulación ambigua de la fe que no fue aceptada ni por los católicos ni por los
arrianos; o recordemos el Codex Revisus del mismo Leovigildo (capítulo 40).
Todas eran fórmulas condenadas al fracaso, ya que en aquella época tan sólo
se buscaba el signo de Dios, y éste no era otro que la fuerza divina que premiaba
340
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
a los que “tenían” la razón. Había un gran principio admitido por todos: ‘el poder
viene de Dios’ y se hace patente inexorablemente.
Después de haber estudiado las vicisitudes de la lucha religiosa y a sus
principales protagonistas, habrá que averiguar las causas de la derrota arriana.
Por ello es importante que expongamos el principio fundamental de la herejía,
que es la negación del dogma de la Trinidad, ya que afirmaban que Jesucristo
no es Dios, en contra del dogma católico de la consubstancialidad de las tres
personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo). La visión de la cultura, con la relación
entre el Ser Trascendente y las criaturas y otros muchos conceptos religiosos,
variará totalmente si se acepta o no la creencia en el dogma católico de Jesucristo
(o sea, que la Segunda Persona es Dios), y especialmente que Dios se encarnó.
Fijémonos, por ejemplo, en la cultura cristiana basada en el razonamiento de
los autores católicos de los siglos V-IX que siguen a san Agustín. La misión de
la cultura —dicen— es el desarrollo cada vez más perfecto y armónico de las
diferentes facultades del espíritu humano, subordinando las potencialidades
inferiores a las superiores. Esta misión no se puede alcanzar prescindiendo de
la religión, entonces es preciso que la religión tome o domine al hombre de una
manera duradera. Una religión que no puede ofrecer como estímulo el ejemplo del
Hombre-Dios, tampoco podrá, a la larga, impresionar a los hombres de manera
profunda. La fe en un Dios hecho hombre, muerto y resucitado para salvarnos,
suscita una reacción por parte del creyente —decían— totalmente satisfactoria
y creadora de arte. Si se presenta a Jesucristo simplemente como hombre —no
Dios—, pese ser un héroe, puede fallar el motivo principal de nuestra admiración
total y sólo quedará la admiración humana hacia una persona. Así, Dios se
convertiría en un concepto alejado de nosotros y no se integrará a la larga a una
cultura que, a la vez, pierde gran parte de su creatividad y esperanza. La religión
así no podrá, por ejemplo, ser inspiradora de arte, ya que éste es (o debe ser)
la unión de lo sublime, excelso y divino con lo humano, visible y tangible. La
encarnación es un elemento esencial; por lo menos muy coherente al arte.
Pese a estas reflexiones típicamente agustinianas, sería atrevido afirmar que
no se puede dar cultura ni arte si no se admite el catolicismo. No obstante, el
concepto de la encarnación estimula —cuando menos— tanto a los artistas como
a los literatos. Difícilmente podían crear exuberante cultura aquellos enjutos
arrianos, y la prueba evidente la encontramos en las tribus arrianas durante las
invasiones. Cuando los pueblos germánicos penetraron en el Imperio romano, los
católicos no brillaban por la calidad de sus costumbres ni mucho menos. Según
los cronistas de la época, tan sólo un reducido número de romanos se salvaba de
la decadencia moral en aquellos tiempos. Y, pese a todo, la mayoría de aquellos
hombres corrompidos tenían un elemento o semilla de auténtica renovación
que no tenían los germánicos arrianos: la aceptación de la divinidad de Cristo
y la creencia en la encarnación de Jesús. Estos hombres romanos cristianos
estaban en condiciones de construir el elemento impulsor de la renovación
moral y cultural en el momento en que la sociedad romana estaba ya condenada
a muerte. El secreto de la cultura cristiana, gracias a la fe en Cristo Dios y
LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS
DOS CULTURAS: LA ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA
341
Hombre, consiste en poseer un remedio capaz de curar todas las heridas, una
fuente de juventud de la que la humanidad puede beber constantemente nuevas
energías creadoras en un volcán creador de grandes iniciativas. Ciertamente, la
fe en Cristo (Dios-Hombre) no garantiza a los hombres el mantenimiento de un
elevado nivel ético, ni es la seguridad total y la indefectibilidad para los pueblos
y estados cristianos, pero les concede la posibilidad de levantarse después de
cualquier caída moral, y cuando un pueblo se desvanece, los privilegiados que
mantienen los valores cristianos pueden inyectar energía a un nuevo pueblo.
Quizá esto es lo que ocurrirá en el siglo XXI.
Lo que hemos dicho no se contrapone a la situación de los pueblos de la edad
media, cuando la autoridad de la Iglesia se extendía por toda Europa y el
estado de postración de muchos de sus miembros —desgraciadamente los más
notables— era lamentable. Estos desfallecimientos no prueban nada contra la
capacidad civilizadora de la fe cristiana. Así como desaparecen los signos de
vida entre las plantas durante el invierno, pero no quiere decir que estén muertas,
tampoco la semilla cristiana —la auténtica fe en Cristo Dios y Hombre— carece
del alimento de la vida de la Iglesia en época de tantos derrumbes morales.
Sin embargo, los pueblos arrianos difícilmente podían conservar esta fecunda
semilla porque se dañaría al negar un modelo de Dios-hombre o sea Cristo.
Posiblemente estaban condenados al fracaso no sólo por las causas externas
que ya hemos estudiado, sino por su negación de la auténtica fuerza —espiritual
y cultural—, de la creencia en un Dios que se ha encarnado sin dejar de ser Dios,
verdadero Dios y Hombre. Por lo menos esas consideraciones o conclusiones
pueden basarse en argumentos probables.
La doctrina y los sacerdotes arrianos posiblemente eran incapaces de purificar la
moralidad de las poblaciones germánicas; más aún, ni tan solo podrían mantener
en ellas el nivel moral que habían tenido antes de penetrar en el Imperio,
cuando aún vivían en el paganismo y conservaban intactas sus estructuras
tribales. El literato romano Salviano elogia a los vándalos por haber puesto fin
a las vergonzosas costumbres reinantes entre los romanos de Cartago, pero
no tardó en ser funesto para los conquistadores su establecimiento en la gran
ciudad: medio siglo después, los mismos vándalos habían caído en la misma
inmoralidad que antes reprochaban a los romanos, con la única diferencia de
que el refinamiento de la hipercultura decadente romana iba a la par con la brutal
sensualidad propia de la barbarie. Así el pueblo vándalo se encontró faltado de
una energía sana que le habría permitido hacer frente con éxito a las tropas de
Belisario y se desvaneció de manera poco gloriosa y muy penosa ante el Imperio
bizantino.
Semejante espectáculo nos ofrecen los otros pueblos arrianos: cada generación
es peor que la precedente, sin observarse ningún progreso. Eso posiblemente
nos demuestra la esterilidad del arrianismo y la carencia de toda fuerza moral.
Y nos preguntamos: ¿Dónde se encuentran los hombres capaces de motivar en
las masas una regeneración de las costumbres, de guiarlos hacia la conquista
342
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
de un ideal, de agruparlos a su alrededor y de empujarlos a las cimas de la
perfección? Buscaremos en vano a santos arrianos porque no los hay. Entre el
clero arriano no encontramos a ninguna personalidad que nos llame la atención,
al contrario de lo que sucede en la Iglesia católica de aquel tiempo. En ésta hay
santos ascetas, píos monjes, heroicos confesores, moralistas, hombres llenos
de energía espiritual y de fervor religioso. Recordemos, por ejemplo y a modo de
síntesis lo que decimos, de Salviano, Severino, Benito, Martín de Braga, Eugenio
de Cartago, Leandro de Sevilla..., y a otros muchos: Epifanio de Pavía, Cesáreo
de Arles, Fulgencio de Ruspe con las santas mujeres Escolástica, Cesárea,
Ingunda, etc.
Fue precisamente por aquel entonces —de aparente fuerza del arrianismo—
cuando en el marco de la Iglesia católica los monasterios emprendieron, en una
sociedad romanizada, la lucha por la renovación moral de la cristiandad. La
primera santa alemana —la princesa Turingia Radegunda— es el claro ejemplo
de cómo las mujeres germánicas podían alcanzar las cotas más altas de los
ideales de la virtud cristiana. Santa Radegunda fundó en Poitiers un monasterio
sometido a la regla que Cesáreo de Arles había redactado para las monjas
gobernadas por su hermana. Este monasterio fue ejemplo de ascetismo y de
inquietud espiritual.
Desde el punto de vista de la organización eclesiástica, también se advertía
inferioridad del arrianismo en relación a la Iglesia católica. Esta última tenía unos
claros rasgos de universalidad. Su organización se extendía a todos los países
y tenía un centro eclesiástico permanente, constituido por los sucesores de san
Pedro. Es cierto que la Iglesia arriana tenía unos jerarcas y sus obispos, pero
les faltaba la cima de la jerarquía y un guía supremo. Las iglesias arrianas se
separaban unas de las otras, transformándose en iglesias nacionales, y esto se
traducía en que el rey disponía de plenos poderes eclesiásticos: convocaba los
concilios, les encargaba la administración de la justicia seglar, y nombraba o
deponía a los obispos como si fuesen simples funcionarios. La decisión suprema
pertenecía al soberano temporal. Todo esto explica el hecho de que cuando se
convertía el rey, todos sus súbditos —incluso los obispos arrianos— en general
se pasaban al catolicismo. Recuérdese a Hugno obispo de Barcelona, que se
pasó al catolicismo en el concilio de Toledo III. Según la mentalidad germánica,
los obispos arrianos venían a ser como los sacerdotes supremos de las tribus.
Inferiores a ellos serían los de las circunscripciones más reducidas. Todo el clero
arriano estaba, pues, incorporado a la organización estatal germánica, y por lo
tanto a la militar, sometida siempre a su líder que era el rey. El clérigo arriano
estaba estrechamente sujeto a la organización estatal y dependía directamente
de los militares que administraban las tierras, los cuales, fieles a la antigua
tradición religiosa de los germánicos, fundaban iglesias en sus tierras para su
uso personal, designando al capellán —que no era más que un subordinado
suyo normalmente— a su capricho. Sujeta la Iglesia arriana al Estado, a la
tribu y al militar, es comprensible que desapareciese cuando gran parte de la
organización germánica se desvaneció.
LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS
DOS CULTURAS: LA ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA
343
Inferioridad científica de los arrianos
Otra causa de la debilidad del arrianismo fue su inferioridad científica. Los
romanos —o sea, los católicos— monopolizaban la educación y las inquietudes
intelectuales. Excepto Úlfila, traductor de la Biblia, no conocemos a ningún
escritor notable surgido de sus filas arrianas; el único indicio de literatura de
los godos que nos ha llegado es la traducción de un comentario a san Juan,
originariamente compuesto en latín y que en su versión gótica (arriana) ocupa
ocho páginas. Aunque los libros visigodos arrianos de Hispania fueron quemados
después de la conversión de Recaredo, suponemos que éstos no eran otra cosa
(por lo menos en gran parte) que traducciones de la Biblia y libros litúrgicos.
La inferioridad literaria y cultural de los godos arrianos es posible que se
derivara principalmente de que su idioma litúrgico no era una lengua, podríamos
decir, civilizada —como lo era el latín o el griego—, sino un lenguaje no
desarrollado al que le faltaba literatura. Los clérigos arrianos no sabían latín.
Así, en la controversia religiosa celebrada en Cartago en el año 484, Cirilo le
dijo al patriarca arriano de los vándalos “No
No entiendes el latín?
latín?”. ¿Cómo podía
establecerse el puente tan necesario entre la antigua civilización y aquellos
pueblos germánicos?
Si comparamos el clero arriano con las personalidades más notables del
episcopado católico veremos que la diferencia es inmensa. Los hombres ávidos
de cultura no iban a las iglesias arrianas, sino a las católicas. Y no era sólo debido
a la lengua, sino muy probablemente porque en los recintos y círculos católicos
encontraban lo que anhelaban, los valores supremos de la cultura arraigados en
la civilización romana, aunque muchas veces ocultos.
No hay duda que los cristianos eran, culturalmente hablando, superiores a los
arrianos. Es muy significativo el fragmento de un poema del literato Sidonio
dedicado a su amigo Catulinus: “¿Cómo
¿Cómo puedo componer poemas —se interroga
Sidonio— encontrándome rodeado de tropas de largos cabellos? Yo condeno las
palabras germánicas y no puedo soportar el canto entonado por el burgundio
que unge sus cabellos con mantequilla rancia. ¿Es necesario decir que eso me
corta la inspiración? Desde que Talía contempla a nuestros defensores (estos
chavalotes de tanta altura), evita el olor de sus pies. ¡Venturosos tus ojos y tus
oídos, venturosa tu nariz que no se esfuerza en oler, desde que rompe el día,
diez guisos de ajo y cebolla apestosas! Feliz tú, a quien no visitan, ya desde la
aurora, como si fueses un abuelo viejo o el hombre de quien habla la nodriza, tan
numerosos y tan descomunales gigantes que nunca habrían podido contenerse
en la cocina de Alcinous!
Alcinous!” (Monumenta Germaniae Historiae, Autores Antiqui,
vol. VIII, p. 230).
El poema de Sidonio se refiere a los burgundios instalados en Lyón y es anterior a la
conversión al cristianismo de Sidonio, el cual después sería elegido y consagrado
obispo. Sidonio los ridiculiza en él como bárbaros, no como arrianos. Sin embargo,
indirectamente se ha visto en este texto también un rechazo de los arrianos.
Observa también que casi todos los escritores latinos de los siglos V y VI eran
monjes, obispos o sacerdotes católicos. La estima que los círculos eclesiásticos
dedicaban al cultivo de la literatura es patente ya en el catálogo que hay de ellos.
33 LOS CAMPEONES DE LA ORTODOXIA
FRENTE AL ARRIANISMO
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San Avito, obispo de Viena
San Martín de Braga
San Leandro
San Isidoro de Sevilla
A continuación presentaremos a las personas que más influyeron en la conversión
y la posterior fusión de pueblos durante el periodo de transición entre la edad
antigua y la medieval. Estas influencias vienen plasmadas en las actitudes y
escritos de un conjunto de autores que aportaron importantes elementos para
la fusión de los nativos romanos con los godos. Nos referimos a los personajes
latinos que fueron auténticos campeones de la ortodoxia. Dejamos aparte las
grandes figuras de la Iglesia de la Galia, de las cuales ya hemos hecho mención.
En resumen, es preciso tener presentes los nombres de Avito, obispo de Viena
(Vienne) —el país de los burgundios—, Martín de Braga en los pueblos suevos,
y Leandro de Sevilla en el país de los visigodos.
San Avito, obispo de Viena
Alcim Ecdici Avito (450-518) pertenecía a una familia senatorial de Auvergne,
región en la cual en el siglo V las tradiciones romanas todavía estaban muy
vivas. Cuando enviudó, entró en un monasterio y después fue escogido obispo
de Viena (de la Vienne actual, que se conoce también con la denominación
de ‘Viena del Delfinado’). En este tiempo, las cátedras episcopales de aquella
región las ocupaban generalmente los miembros de las familias senatoriales
defensoras de los intereses mancomunados de la religión católica y de la cultura
romana. Así fue cómo llegaron a ser también obispos de Viena su padre y su
abuelo. Tomó posesión de la sede episcopal en el año 490. El último año del siglo
V Clodoveo se convertía al cristianismo y Avito, en previsión de la trascendencia
346
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
que esto tendría, le envió un mensaje de felicitación, en el que podemos leer la
siguiente frase: “Nuestra fe es vuestra victoria…” (Carta
Carta 36
36).
Avito gozaba de gran prestigio en la corte real de Burgundia, y logró incluso la
conversión al catolicismo del príncipe heredero Segismundo, el cual primero tuvo
su residencia en Viena, y después se trasladó a Ginebra. También el rey anterior
Gundobade le distinguió con su confianza, pero el monarca burgundio no tenía
la visión de Clodoveo y no se decidió a renunciar al arrianismo. Si lo hubiese
hecho, es posible que los burgundios hubiesen tenido un papel decisivo en la
Galia e incluso en Hispania. En tal caso el protagonismo habría estado de parte
de los burgundios y del gran obispo Avito.
Avito consideró, muy acertadamente, que la vinculación con Roma era primordial
si se quería tener una Iglesia vigorosa y fecunda. Suya es la célebre frase: “Si un
obispo pone en tela de juicio la autoridad del Papa, empezará a vacilar no sólo
él, sino todo su episcopado
episcopado” (Carta 34, p. 65).
Para asegurar la unidad de la Iglesia católica en el reino de los burgundios, Avito
convocó y presidió el concilio de Epaón (517). Murió un año después.
Su prestigio —ante el que se inclinaban todos los reyes de su tiempo— no sólo
se debía a su celo religioso, sino también a su amplia erudición y a su notable
actividad literaria. Sus argumentos contra el arrianismo quedan consignados en
su opúsculo llamado Conversaciones con el rey Gundobade, escrito entre los
años 512 y 513.
Lo que más cautiva de las obras de Avito son sus composiciones poéticas: Libelli
de spirituali historia. Este título, ideado por él mismo, no se refiere ni mucho
menos a todo el contenido de la obra. Así, por ejemplo, los tres primeros libros
podrían intitularse ‘El paraíso perdido’. Es probable que Milton —que debe su
gloria al célebre libro del mismo título— se inspirase en el libro poético del obispo
de Vienne. En los Libelli, Avito sigue un plano claramente estructurado, tratando
con toda libertad los relatos de la presencia del primer hombre en el Paraíso, el
pecado original y la expulsión de nuestros primeros padres del Paraíso. En la
segunda parte trata el diluvio universal y el paso del mar Rojo.
El abundante epistolario del santo obispo también nos da testimonio de su
extraordinaria actividad y constituye una documentación excepcional para el
estudio de la cultura de su tiempo, tanto en el aspecto eclesiástico como en el
político. El poema sobre el Paraíso también incluye una interesante descripción
de las costumbres de la época cuando explica las calamidades sobrevenidas
en el mundo como consecuencia del pecado original: las grandes ciudades
convertidas en bancales, los señores transformados en esclavos, los esclavos
en señores, y el mundo despoblado debido a la guerra. Tal es la imagen que
tenía un romano del siglo VI de su propio tiempo. A la ruina política seguía
necesariamente la decadencia cultural, y la misma obra en prosa de Avito —al
LOS CAMPEONES DE LA ORTODOXIA FRENTE AL ARRIANISMO
347
contrario que sus poemas— nos prueba que la utilización del idioma culto iba
perdiendo terreno, siendo sustituido por el idioma vulgar, plagado de barbarismos
y que conduciría con el tiempo a la formación de las lenguas románicas.
San Martín de Braga (510-580)
El obispo Martín de Braga sería para los suevos lo que Avito había sido para el
reino de los burgundios. Tal vez la diferencia más importante entre los dos radica
en el hecho de que el segundo tenía un celo apostólico más ardiente, así como
un sentido que hoy calificaríamos de democrático.
Martín llegó a Portugal procedente de la Panonia (Hungría), su patria.
Previamente había estado peregrinando por Tierra Santa, lugar en el que abrazó
el estado monacal y aprendió el griego. Por vía marítima se trasladó al reino
de los suevos y fundó un monasterio en Dumio, cerca de la ciudad de Braga,
residencia de los reyes de aquel país.
Después de muchos esfuerzos, la fe católica se había extendido entre los
suevos y a Martín le tocó la suerte de completar la obra misionera entre ellos,
de tal modo que se le denomina ‘el apóstol de los suevos’. Pronto se puso en
contacto con el rey de los suevos Teodomiro (rey a. 559-570), el cual le nombró
arzobispo de Braga cuando ya llevaba algún tiempo siendo obispo de Dumio. El
sucesor de Teodomiro, Mirón (a. 570-583), también le distinguió con su amistad.
Martín no sólo dirigió sus esfuerzos hacia la clase que hoy denominaríamos ‘alta
alcurnia’, sino que se hizo padre de todos. Murió en el año 580.
Su actitud apostólica quedó reflejada en sus escritos, los cuales tienen
principalmente un carácter moral. A petición del rey Mirón, escribió un tratado
que exponía las razones que tienen para llevar una vida honorable. Esta obra,
titulada Formula vitae honestae, nos recuerda los esquemas de Séneca, de
modo que hasta hace muy poco este escrito era considerado una pieza literaria
del filósofo. En la Formula vitae honesta —pensada principalmente para los
laicos— se ve una clara influencia de Cicerón y de Ambrosio, así como de
Séneca y de su De officiis. Siguiendo la costumbre estoica, Martín divide los
deberes en dos categorías: unos superiores y otros medios. Estudia una por una
las virtudes teologales, explica las otras y afirma que la exageración de una de
ellas puede provocar el desequilibrio de toda la vida espiritual. Bien se puede
decir que su obra es un buen complemento del estoicismo o, si se quiere, una
cristianización de esta filosofía.
Bajo el punto de vista de la historia de la civilización, tiene mucho más valor
su sermón De correctione rusticorum, escrito a petición del obispo vecino suyo
de de Astorga, Polemio. El motivo de esta petición fue precisamente un canon
conciliar que imponía la obligación de predicar al pueblo en ocasión de las visitas
a las comunidades (o parroquias nuevas) rurales. Polemio deseaba que Martín
le instruyese. Después, el obispo de Braga escribió ni más ni menos que un
libro en el que describe las supersticiones e inserta un sermón modelo, lleno de
348
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
interés para los historiadores. Las sencillas y claras palabras con las que Martín
se dirige a los aldeanos dan testimonio de su celo misional y apostólico.
San Leandro
La personalidad que más decisivamente influyó en la conversión de los visigodos
a la religión católica en Hispania fue Leandro (Cartagena, a. 534 – Sevilla,
a. 596), primero monje y después obispo de Sevilla. Nació en Cartagena.
Hermano de Isidoro (a. 556-636) y de Fulgencio (a. 540-630) y amigo del
príncipe Ermenegildo, fue a Constantinopla a buscar ayuda contra los arrianos.
Precisamente en Bizancio conoció al que sería el papa Gregorio I, que tenía
allí la misión de representar el obispo de Roma en la corte bizantina y de velar
por las importantes posesiones de la Iglesia romana en Grecia (Gregorio era
‘apocrisiario’ o representante de la Santa Sede). Seguro que en Bizancio se
ayudaron mutuamente: Leandro y Gregorio. El hecho es que cuando Gregorio
(I) Magno es elegido Papa, le manifiesta una gran estima por sus cartas,
concediéndole (cuando Leandro se convierte en arzobispo de Sevilla) la insignia
del poder y honor supraepiscopales: el palio. Leandro participó activamente en el
famoso —y ya mencionado— concilio III de Toledo (589), en el cual pronunció un
sermón sobre el triunfo de la Iglesia para celebrar la conversión de los visigodos.
Este sermón, así como una regla monástica dedicada a su hermana Florencia,
son las dos únicas obras de Leandro que nos han llegado. La regla se titula
Ad Florentinam sororem de institutione virginum et de contentu mundi libellus.
No obstante, parece que Leandro es autor de muchos textos eucológicos del
oracional visigótico.
Al morir Leandro, en el año 596, fue sucedido por su hermano menor Isidoro (a.
556-636), que estaba llamado a ser posiblemente el hombre más erudito de la
transición entre la edad antigua y la medieval, y una de las glorias de la Iglesia
romano-visigótica.
San Isidoro de Sevilla
Cierra esta serie de autores eclesiásticos. Se diría que, conocedor de esto y
sabiendo el papel que estaba destinado a desempeñar en la historia de la cultura,
dedicó un gran esfuerzo a acumular todos los conocimientos científicos que
todavía podía reunir. Su propósito es muy parecido al de Casiodoro (capítulo 37).
Gracias a la severa educación que recibió de su hermano mayor Leandro, adquirió
una vastísima erudición. Destinado a ser su sucesor en la sede de Sevilla, la ocupó
durante casi cuarenta años, muriendo en el año 636. Además de cumplir con los
deberes que le imponía su dignidad episcopal (entre otras cosas, la presidencia
en los diferentes concilios), fue un escritor infatigable. Sus enciclopédicas obras
resultaron particularmente seductoras en los siglos posteriores, y representaron
de modo especial el lazo de unión entre la ciencia antigua y la medieval.
La obra más importante de san Isidoro la constituyeron las Etimologías, llamadas
también Origines: veinte libros que se encontraban en casi todas las bibliotecas
LOS CAMPEONES DE LA ORTODOXIA FRENTE AL ARRIANISMO
349
medievales. El éxito de la obra resulta comprensible, ya que se trata de una
especie de enciclopedia de los conocimientos humanos. Para alcanzar este
objetivo, san Isidoro compiló extractos de los autores accesibles de su época y
permitió así el contacto con obras que se perderían más tarde, proporcionando
la posibilidad de conocer las que aún se conservaban con la ventaja de presentar
un resumen traducido al latín.
Su obra revela en nuestro autor a uno de los más grandes —si no el mayor—
enciclopedistas de la edad antigua y medieval. El nombre de Etimologías
proviene del hecho que, al calificar las diferentes ciencias, san Isidoro tomó
como apunte inicial de su exposición definiciones, que la mayoría de las veces no
pasan de ser discutibles e incluso sorprendentes interpretaciones etimológicas.
El libro empieza con las siete artes liberales. A continuación vienen la medicina,
el derecho, la cronología —a propósito de la cual inserta una sumaria crónica
universal—, los libros y las bibliotecas, la jerarquía, la Iglesia, los idiomas y los
pueblos, el cuerpo humano, el reino animal, la tierra, la geografía, las piedras y
los metales, las plantas, la guerra, el teatro, la náutica, la edificación, el vestido,
los alimentos, los atuendos domésticos..., o sea, casi todas las cosas posibles.
Isidoro redactó también otras obras enciclopédicas. Una de ellas estaba
dedicada al rey de los visigodos Sisebuto (rey a. 612-621), intitulada De rerum
natura, o sea, tratado de las ciencias naturales. Éste fue muy apreciado durante
la edad media. Compuso una obra sobre el simbolismo de los nombres y el
catálogo de escritores. Pero no se trata de escritos originales, sino simplemente
de compilaciones de aquellos libros que eran más utilizados en su consulta. Así
estaban a mano los conocimientos esenciales, a fin de preservarlos y suplir la
misión que harían bibliotecas en tiempos posteriores, estudiando y traduciendo
directamente las obras, iniciándose así el humanismo y el renacimiento.
Se ha dicho en repetidas ocasiones que san Isidoro no era original y que
simplemente copiaba a los autores clásicos. Tal apreciación es injusta, pues
gracias a él los conocimientos esenciales de la cultura antigua se conservaron
durante la edad media. Precisamente en esta época la Iglesia fue prácticamente
la única que se esforzó en salvaguardar lo que quedaba de la ciencia antigua,
alcanzando una situación privilegiada en el inicio de la época medieval como una
de las más notables instituciones que generaba cultura y formación intelectual.
Este servicio a la cultura hizo, sin embargo, que en algunas ocasiones se tuviese
que recordar que la misión más importante de la Iglesia era la evangelización.
Las dos obras históricas de san Isidoro tienen especial interés para nosotros. La
primera de ellas es una crónica universal que primero apareció aislada, pero que
después pasó a formar parte de la gran obra Etimologías, bajo el título de La diferencia
de los tiempos. Esta crónica está dividida de acuerdo con la fórmula agustiniana,
en seis edades, la última de las cuales empieza con el nacimiento de Cristo.
San Isidoro escribió también una Historia de los visigodos con unos anexos
dedicados a los vándalos y a los suevos. Poseemos dos redacciones de esta
350
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
obra: la primera llega hasta el año 619 y la segunda hasta el 624. En líneas
generales, se puede decir de ella que —como todas las obras de san Isidoro—
es una compilación. No obstante, Isidoro no puede dejar de elogiar a su pueblo,
al que considera ya fusionado con los visigodos, de forma parecida a como lo
hace Casiodoro con los ostrogodos.
El sentimiento nacional o la identidad de la nación hispano-visigoda, se
manifiesta en Isidoro a través de toda su magna obra. En la introducción de sus
Historiae entona un poético elogio a Hispania, de la cual afirma que es «el país
más hermoso de todos los países que existen desde Occidente hasta la India,
la madre sagrada y siempre jubilosa de príncipes y pueblos, el ornamento y
joya de la obra divina, ricamente adornada de preciosos productos naturales».
Según afirma san Isidoro, Hispania se resistió con una valentía inimaginable
a los romanos. Al final de la mencionada obra vuelve a expresar este espíritu
nacional hispánico en un elogio al naciente pueblo godo por haber reconquistado
a los bizantinos las zonas costeras del este de la península ibérica, así como por
haber sabido no sólo apoderarse de Hispania, sino también quererla de manera
que bajo su señorío el país gozase de feliz seguridad (Monumenta Germaniae
Historiae, Auctores antiquissimi XI, 267). ¡Quién le iba a decir que un siglo
después toda aquella unidad y hermosura de la Hispania fusionada resultaría
dañada! Sin embargo es preciso reconocer que los elogios de san Isidoro a su
Hispania no debían de ser totalmente objetivos, pero sí resultan comprensibles
en un hombre que tanto amaba su tierra. Posiblemente era su apreciación
subjetiva, ya que la fusión hispano-romano-visigótica era muy débil. Buena
prueba de ello será que unos setenta años después de san Isidoro, los mismos
nativos —especialmente los de la parte este— solicitarían la intervención e
incluso dominación de los sarracenos. Y así se comprobó que aquella unidad
deseada por san Isidoro apenas fue un sueño ideal.
34 EVOLUCIÓN DE LAS INSTITUCIONES EN SU
ITINERARIO HACIA LA FUSIÓN DE PUEBLOS
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Nueva concepción de ‘parroquia’. Iglesias rurales y propias
Vinculación con el obispo. Sanciones eclesiales
Vida monástica y eremítica fuera de la regla de san Benito
Los emparedados
El cuidado de los necesitados
Esclavos y sirvientes
El proceso de fusión, como hemos visto anteriormente, se observa claramente
en el pensamiento de las obras de san Isidoro. Aun así, habría que estudiar,
especialmente en Francia, la evolución de las leyes, de los concilios, de
las nuevas lenguas —posteriormente denominadas románicas— y de las
instituciones, para ver en conjunto cuáles fueron los factores más decisivos de
la fusión y de su posterior desarrollo. En el presente capítulo estudiaremos la
evolución de algunas de las instituciones, y esto servirá para confirmar la tesis
según la cual nos encontramos a las puertas de una nueva etapa de la historia
de la civilización.
Nueva concepción de ‘parroquia’. Iglesias rurales y propias
Uno de los hechos más indiscutibles —consecuencia de las invasiones— es
que la civilización urbana menguó mucho. Roma, por ejemplo, pasó de tener
un millón y medio de habitantes a escasamente 50.000 durante el siglo VII. La
estructura de la Iglesia era antes eminentemente urbana, y ahora (siglo VII)
tuvo que adaptarse a la nueva situación; era un hecho que la gente emigraba al
campo y dejaba las ciudades casi vacías.
Los límites de los obispados en época romana coincidían con los términos
municipales, y no había otra circunscripción que la diócesis civil, a efectos de
la “cura” de las almas. Por eso esta se denominaba indistintamente ‘diócesis’ o
352
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
‘parroquia’, siendo el obispo la autoridad regularmente también encargada del
ministerio parroquial. Es decir, él era el rector de la ciudad y de la diócesis. Los
clérigos subordinados lo ayudaban, pero no tenían independencia. Es cierto que
había varias iglesias en cada ciudad, pero el bautismo sólo se podía administrar
en la sede episcopal, en un edificio normalmente construido junto a la iglesia
catedral, llamado baptisterio.
En cuanto a las zonas rurales, los obispos se contentaban enviando de vez
en cuando un ‘corepiscopus’, o simplemente un sacerdote para celebrar la
eucaristía. Pero la organización urbana demostró ser insuficiente, sobre todo en
la Galia y en Hispania, donde las ciudades decayeron más rápidamente. Había
que suministrar en las zonas rurales pastores de almas con residencia habitual y
que estas nuevas iglesias o parroquias fueran, en buena medida, autónomas.
Poco a poco se fueron instituyendo estas iglesias llamadas ‘rurales’. Las
primeras que encontramos fueron construidas ya en el siglo IV, alrededor de
Arles, de Marsella y de Vienne (del Delfinado), y poco después, a finales de
la misma centuria, encontramos un elogio a san Martín de Tours por haberse
fundado varias iglesias rurales. Estas fundaciones se retomaron con fuerza en
el siglo VI, después de que los francos se apoderaran del país. Parece ser que
fueron los obispos los primeros en construir estos oratorios o iglesias rurales en
los territorios propiedad de la misma Iglesia, pero poco a poco los terratenientes
fueron erigiendo capillas para su uso privado en las ‘villae’ de su propiedad. Lo
mismo podemos decir de los ‘castra’, donde el señor, en los reducidos límites
de sus murallas, construía también el templo. Posteriormente, los eremitas y los
monjes reunidos en los desiertos o monasterios dieron un nuevo impulso a la
fundación de iglesias rurales. Se escogieron preferentemente los lugares en los
que se encontraba enterrado algún mártir o simplemente vinculados al recuerdo
de un santo.
Pero debemos advertir que las iglesias propias (dependientes de un señor feudal)
tuvieron mucha más difusión en la Iglesia arriana debido a la más estrechada
dependencia del clero respecto a los estamentos dominantes.
La situación jurídica de las iglesias variaba según su origen. Había iglesias
episcopales, iglesias de monasterios e iglesias libres fundadas por una
comunidad de hombres libres. También había iglesias ‘propias’ que pertenecían
al señor, que las había fundado, o a su sucesor.
Las actividades parroquiales, al irse independizando de la iglesia catedral,
se concretaron y realizaron en las iglesias rurales. Es en los ‘castra’ donde
encontramos los centros parroquiales rurales más antiguos. Así se dieron
verdaderas parroquias con el nombre de ‘tituli maiores’, al frente de las cuales
había un sacerdote llamado ‘arcipreste’, asistido por varios sacerdotes y clérigos
subordinados y encargados del servicio de las iglesias menores cercanas.
Este personal clerical generalmente era reclutado en la misma parroquia.
EVOLUCIÓN DE LAS INSTITUCIONES EN SU ITINERARIO HACIA LA
FUSIÓN DE PUEBLOS
353
Precisamente el concilio de Vaison, celebrado en el año 529, exigía que se
observara una costumbre ya imperante en Italia, según la cual los rectores
rurales tenían a su lado lectores (jóvenes), a los que iban preparando en el
ejercicio de las funciones sacerdotales (canon 1). Por lo tanto, cada parroquia
tenía que preocuparse de su propio clero, siendo el clérigo formado en el núcleo
de su pueblo y vinculado a él.
Paulatinamente las parroquias llegaron a poseer sus propios bienes parroquiales.
Cada una debía estar bien ‘dotada’ (de ahí que hablemos de las ‘dotalía’). En un
principio los obispos habían exigido que los bienes e ingresos de las parroquias
fueran íntegramente depositados a disposición de la ‘mitra’ (del obispo), pero
después esta pretensión sólo afectaría a una parte de los bienes y, finalmente,
los obispos renunciaron a favor de las parroquias, conservando la autoridad
episcopal tan sólo una especie de derecho de supervisión, de modo que el rector
necesitaba la autorización escrita de su obispo si quería vender alguno de los
bienes parroquiales.
No es posible apreciar en todo su valor la importancia que tuvo la fundación
de parroquias rurales, tanto desde el punto de vista de la civilización, como
del de la administración eclesiástica. El número de parroquias durante toda la
época medieval nunca dejó de aumentar, y nada contribuyó más eficazmente a
la instrucción y a la educación de los campesinos que el tener entre ellos a un
hombre instruido que desde su nacimiento les asistía con sus exhortaciones,
recordándoles las exigencias de la moral cristiana. Para aquellos hombres
y mujeres, la iglesia también era el lugar donde se enseñaba a meditar los
misterios de la vida y donde se podía elevar el espíritu y la esperanza a pesar de
tantas dificultades y calamidades. Ésta fue una de las primeras obras sociales
que realizó la Iglesia en época medieval, junto con la beneficencia. Las iglesias
rurales serían una solución eficaz y válida ante el cambio social de aquella
sociedad, ahora eminentemente rural. Aun así, dieron paso a la aceptación de
una fórmula que tenía no pocos riesgos; nos referimos a las ya mencionadas
iglesias propias. Debido a la escasez de iglesias rurales dependientes del
obispo, los grandes terratenientes se acostumbraron a fundar oratorios y capillas
dentro de sus propiedades. La Iglesia en un principio agradeció este celo, pero
pronto —cuando se convirtieron en iglesias públicas, a pesar de que nunca
podían bautizar— manifestó su disgusto. Era grave que los señores de estas
capillas exigieran a los obispos el derecho de libre disposición del edificio y el
libre nombramiento de los clérigos que debían oficiar en ellas. Así se instituyó
un dominio fáctico y jurídico del señor laico (feudal) sobre estas iglesias y sus
sacerdotes, que llevaría necesariamente a la independencia del obispo. Los
cánones de esta época de transición ya intentaron regular estas anómalas
situaciones, pero poco consiguieron; sólo lograron que los clérigos de estas
iglesias fuesen de la diócesis (concilio de Arles, año 541, canon 7).
354
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
Vinculación con el obispo. Sanciones eclesiales
A menor escala, en las diócesis se produjo la misma situación que en los reinos
y países más grandes. La pureza de la doctrina y de la tradición cristianas exigía
que el proceso descentralizador de las diócesis no se diera con excesiva rapidez,
rompiéndose el contacto de los sacerdotes con la autoridad episcopal. Esto nos
explica la reincidencia al prescribir un canon en los concilios del siglo VI, el
cual se dictaminaba que los aristócratas de las ciudades no podían disponer
de las capillas rurales en la celebración de la eucaristía en ciertas festividades,
especialmente Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés. En
estas fechas tan señaladas, los sacerdotes eran obligados a ir a las ciudades en
compañía de sus clérigos y celebrar allí con el correspondiente obispo (concilio
de Orleans, año 511, canon 25; concilio de Epaon, año 517, canon 35; concilio
Arventino, año 535, canon 15; concilio de Arles IV, año 541, canon 3). Por otro
lado, todos los sacerdotes de la diócesis debían reunirse en sínodo (o concilio)
bajo la presencia del obispo al menos una vez al año (cuaresma).
En su diócesis, el obispo, además de reservarse las funciones que le eran
propias, como la confirmación y la ordenación sacerdotal, también se ocupaba
de la readmisión de los penitentes el día de jueves santo. Esto demuestra que
la penitencia pública todavía estaba en vigor, pero ésta sólo afectaba a los
culpables de faltas graves de carácter público, específicamente determinadas
por los obispos o por los concilios. Fueron adoptadas unas precauciones
muy singulares para garantizar los buenos resultados de las penas mayores,
destinadas a intimidar y a corregir los fieles. El obispo que había pronunciado
la excomunión era el único que tenía derecho a levantarla. En general estaba
prohibido mantener cualquier tipo de relaciones sociales con aquellos que la
Iglesia había excomulgado, ni se podían saludar.
Fueron necesarias otras sanciones para proteger los templos contra los actos de
violencia: se clausuraron las iglesias en las que se había cometido algún crimen,
así como aquellas en las que los sacerdotes rebeldes trataron de oponerse al
obispo. El cierre de la iglesia comportaba la supresión de la celebración de los
oficios divinos. Todas estas medidas disciplinarias se sustentaban en la profunda
religiosidad del pueblo. Estos castigos —llamados interdictos—, al imposibilitar
la participación en la vida religiosa del pueblo, provocaban reacciones populares
contra los delincuentes. Eran socialmente medicinales.
Vida monástica y eremítica fuera de la regla de san Benito
Los ascetas, monjes y monjas también tuvieron un papel muy importante en
el acercamiento de los fieles a los valores espirituales que representaban. El
ejemplo de estos religiosos suscitaba un profundo respeto entre los visigodos
y francos conversos, y ésta era una evangelización práctica y muy eficaz. En
este ambiente se observaba una vida edificante y de él salieron los principales
obispos de la época: Cesáreo de Arles, Germán de París..., todos ellos fueron
monjes antes de ser obispos.
EVOLUCIÓN DE LAS INSTITUCIONES EN SU ITINERARIO HACIA LA
FUSIÓN DE PUEBLOS
355
Los reyes, los obispos, los grandes del reino y los ricos terratenientes, rivalizaban
entre ellos en la edificación y fundación de los monasterios, para los cuales
buscaban el modelo en los más preeminentes de cada país. Concretamente en
la Galia meridional, el modelo era el de Lerins. La diócesis de Tours, auténtico
centro de la vida religiosa del reino franco, tenía diecisiete monasterios; y la
diócesis de Clermont-Ferrand doce. Un monasterio excepcionalmente grande
fue el fundado en Poitiers por santa Radegunda (a. 520-587), puesto que, al
morir la santa y real fundadora, en su recinto había no menos de doscientas
monjas. Las reglas de los monasterios francos eran muy variadas —de san
Basilio, san Agustín, san Macario, san Cesáreo y san Aureliano de Arles—,
puesto que la regla de san Benito todavía no se había difundido por Francia
en estos siglos. Todos los monasterios estaban sometidos al correspondiente
obispo, a pesar de que la situación jurídica variaba según la fundación. Los
monasterios fundados por los seglares tenían la categoría de monasterios reales
o monasterios propios, y cuando sus monjes no tenían el derecho de escoger
abad, este último era designado por el rey o por el señor feudal. Por lo tanto,
éstos se podían equiparar a las iglesias propias.
La vida eremítica quedó muy restringida al imponerse las reglas a todos estos
colectivos. Las mencionadas reglas monásticas y no pocos cánones conciliares,
prohibían a los monjes salir del monasterio y vivir como anacoretas. Sin
embargo, hubo ermitaños llamados también ‘Hermanos de los bosques’, pero
se veían obligados a cambiar continuamente de residencia porque, al ser muy
conocidos y queridos, a ellos acudían muchos admiradores, a pesar de que ellos
buscaban la soledad.
Los emparedados
Los ‘reclusos’ (o “emparedados”) fueron un caso que merece mención aparte.
Éstos, inspirándose en los ejemplos orientales, se conceptuaban ellos mismos
como prisioneros de Cristo, encerrándose de por vida en una cueva o una celda.
Se creía que las oraciones de estos privilegiados eran atendidas de forma
especial por Dios. En los monasterios a veces se emparedaba al más pío de
los monjes o monjas de modo que pasaran el resto de sus vidas encerrados,
en penitencia y contemplación por el bien de sus hermanos o hermanas del
monasterio “encerrados
encerrados entre paredes
paredes”. Por una pequeña apertura se les
daba el alimento, siempre muy escaso. Estos ‘emparedados’ también se
llamaban también ‘inclusos’. Gregorio de Tours nos describe la manera cómo
se emparedaba una monja en el monasterio fundado por la antes mencionada
santa Radegunda de Poitiers: “Una vez dispuesta la celda (pequeñísima) que
se había preparado a petición de ella, las otras monjas la acompañaban con
candelas encendidas, cantando himnos. Santa Radegunda le daba la mano, y
después la emparedada se despedía de todas las hermanas, dándoles un beso
a cada una. Finalmente, era tapiada”. Efectivamente, el comentario que hay que
hacer de esta costumbre forzosamente debe ser negativo. Era una aberración
inexplicable. ¡Suerte que duró poco! Pero fue frecuente en una amplia geografía
europea.
356
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
El cuidado de los necesitados
También conviene hablar de la acción de la Iglesia en el ámbito social; aquí no
tenía competidor. De acuerdo con la tradición cristiana más antigua, la Iglesia
consideraba una ocupación (o un deber muy honroso) el cuidado a los pobres.
Las comunidades eclesiales elaboraban listas de indigentes y las personas
inscritas en ellas eran llamadas ‘matricularii’.
matricularii’. Éstas recibían regularmente
matricularii
una cierta cantidad de dinero y estaban autorizadas a pedir limosna en las
puertas de las iglesias. Pero cada iglesia también tenía una cantidad de dinero
y posesiones que les eran destinadas y que podían incrementarse gracias a
testamentos y legados. El concilio de Orleans (a. 511) formuló un principio lleno
de magnanimidad: “Todos aquellos que estén incapacitados para trabajar deben
recibir lo necesario para alimentarse y vestirse, siempre que así lo permitan los
recursos”. Otro concilio, celebrado en Tours en el año 567, dictó disposiciones
recursos
todavía más concretas: “Cada localidad debe cuidar de sus propios pobres a fin
de que éstos no tengan que ir de un lugar a otro pidiendo limosna”.
También había hospicios para los forasteros (xenodochia) y hospitales para
los pobres enfermos. El modelo de estas fundaciones vino de Oriente. Los
fundadores de estas instituciones determinaban unas reglas que consistían en
una serie de minuciosas disposiciones. Sabemos, por ejemplo, que al fundar un
hospital en Colombier —junto a Clermont-Ferrand— en el siglo VII, el obispo
Projecto —creador de la institución benéfica— estableció que se recibieran sólo
veinte enfermos y que en el mencionado hospital hubieran dos médicos y tres
enfermeras (M. G. H. Scriptores rerum merovingicarum V,235).
No faltaban las leproserías, entre las cuales podemos citar las de Chalons-surSaone, Verdun, Metz, Maestricht y Quincy.
Esclavos y sirvientes
Una de las lacras del mundo antiguo era la esclavitud. Entre los hombres de aquel
tiempo nadie había pensado en abolirla. Por lo menos nunca se expresaron así.
En el mundo romano el esclavo era considerado un simple objeto, la propiedad
del cual nadie tenía derecho a discutir, y esta visión se mantuvo durante casi
toda la edad media.
En el siglo VI la Iglesia todavía tenía numerosos esclavos entre sus propiedades,
y llegaba a reconocer como legítimo castigo la imposición de la esclavitud en
caso de transgresión grave de alguna ley. Así, en el mencionado concilio de
Orleans celebrado en el año 511, se dispuso que de haber un raptor de mujeres
acogido en el asilo de una iglesia, no se le debía imponer la pena de muerte ni
otros castigos graves de tipo corporal, pero su rescate no se daría sin que el
delincuente pasara a ser esclavo o pagara el ‘wergeld’
wergeld’ o precio de la sangre.
wergeld
Mientras tanto, la Iglesia hacía lo posible para apaciguar la triste situación
de los esclavos, exigiendo a sus señores un trato más correcto y humano,
puesto que “todos somos iguales ante Dios”. También debemos observar que
EVOLUCIÓN DE LAS INSTITUCIONES EN SU ITINERARIO HACIA LA
FUSIÓN DE PUEBLOS
357
la mejoría lograda -tras la abolición del orden social del mundo romano- como
consecuencia del paso de la economía monetaria a la economía natural,
hizo menguar las desigualdades entre las diferentes clases. Este cambio lo
percibieron especialmente los esclavos.
Los godos empezaron a tratar a los esclavos de modo muy diferente a cómo lo
hacían los romanos. En primer lugar, disminuyó mucho el número de esclavos
domésticos, que eran los más indefensos ante la arbitrariedad de sus amos,
dado que en estos siglos (V-VII) prácticamente no quedaban grandes casas con
un tren de vida que exigiera la presencia de este tipo de servidores.
Los esclavos domésticos que pertenecían a los reyes y a los grandes señores
podían mejorar rápidamente su situación, puesto que el valor personal y la
fuerza militar eran a menudo la moneda de rescate de la esclavitud. Por ejemplo,
los altos dignatarios de la corte de los reyes merovingios salieron del círculo de
los sirvientes -aunque no todos eran esclavos- de la casa real. Así, el mariscal
antes era el encargado de los caballos; el senescal era el primer sirviente; el
camarlengo era el camarero; y los servidores de la mesa real lograron varios
cargos de la corte. El rey concedía a todos ellos tierras en usufructo y acababan
ocupando los cargos más altos de la nobleza del reino. Los domésticos �los de las
casas de los nobles� eran ocupados como escuderos en la guerra y estuvieron
muy valorados bajo el nombre de ‘ministeriales’, ‘vassi’
vassi’ o ‘vassalli’.
vassi
vassalli
Los artesanos que trabajaban en las tierras de los reyes constituían una
categoría especial muy apreciada por su habilidad manual, a pesar de que
eran más valorados los sirvientes, encargados -con el nombre de ‘maiores’, del
alemán ‘Maier’- de la administración de las propiedades reales.
La mayor parte de los sirvientes se ocupaban en tareas de agricultura, pero
esto cambiaría mucho en los siglos de transición. Los inmensos latifundios,
que constituían grandes explotaciones de tipo —podríamos decir— capitalista
y producían productos para exportar, durante los siglos V y VI prácticamente
desaparecieron. Ahora cada tierra era cultivada para cubrir las necesidades de
la población que la trabajaba. El sirviente recibía de la finca de su señor una
porción mayor o menor para su propia subsistencia, siendo llamado por eso
‘servus casatus’ o ‘mansuarius’. A cambio de este trozo de tierra, debía entregar
una renta en especie �cerdos, pan, gallinas, huevos, etc...�. Además estaba
obligado a una prestación de trabajo en las tierras de su señor, que oscilaba
alrededor de los tres días por semana.
Efectivamente el cambio de situación social estudiado anteriormente hizo mejorar
la situación de los esclavos, puesto que los terratenientes romanos y la Iglesia
adoptaron la nueva organización económica en sus fincas. En el ámbito cultural
francés se habla de una transición de ‘esclavage’ a ‘servage’. El esclavo pasó a
ser siervo de la gleba. Este último, al recibir una porción de tierra para atender
su propia subsistencia, quedó liberado de prestar su fuerza física y su tiempo al
358
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
señor para vincularse más a la tierra y no tanto al señor. Éste quedaba satisfecho
si el sirviente de la gleba le pagaba puntualmente las prestaciones en especie
y en trabajo. Profesionalmente -no jurídicamente- la situación de los siervos de
la gleba venía a ser la misma que la de los campesinos libres, que formaban un
estamento superior. En tiempos del Bajo Imperio romano, el nacimiento de una
persona determinaba irremediablemente su profesión: el hombre nato en estado
de servidumbre se encontraba en contacto, gracias a su profesión, con personas
de condición más elevada que la suya, pero que realizaban idénticas tareas.
La mejora fue posible porque la dignidad del trabajo empezó a ser reconocida
en el momento en que no sólo los esclavos o siervos se dedicaron a las tareas
manuales.
La Iglesia dispensó a sus esclavos un mejor trato que los otros propietarios. Por
este motivo, muchos señores hacían legado testamentario de sus esclavos a la
Iglesia, con objeto de asegurarles un trato más soportable. El concilio de Eauze,
celebrado en el año 551, ordenó que en estos casos las condiciones prescritas
por los señores en la donación de esclavos constaran por escrito para que
fueran estrictamente observadas, y se estableció, con bonitas palabras, que los
esclavos de la familia de Dios, por razones de compasión y de justicia, deben
cargar con trabajos más ligeros que los de los esclavos de señores particulares.
También deben ser liberados de una cuarta parte de sus prestaciones en especie
y de una parte de las prestaciones en trabajo (concilio de Eauze, canon 6). Hoy
esas resoluciones nos parecen insultantes, ya que lo que procedía era darles,
sin más, la libertad. Para nosotros, ¡esa falta de visión es un escándalo!
Los sirvientes de la Iglesia también disfrutaban de una situación jurídica más
favorable por ser considerados propiedad de la Iglesia. Quien mataba un siervo
de la Iglesia debía pagar una multa superior a la estipulada en el caso de matar
a un sirviente de propiedad particular. Una vez estuvo reconocida la inmunidad
en la Iglesia, los funcionarios judiciales eclesiásticos se convirtieron en los
encargados de juzgar todas las causas relativas a los sirvientes de la Iglesia, los
cuales fueron así sustraídos de la jurisdicción de los tribunales civiles.
Pero la Iglesia, no contenta de predicar el mandamiento de amor al prójimo,
a pesar de sus fallos y escandalosa inactividad en muchos casos, también
trató por otros medios inculcar este espíritu más benigno (pero no suficiente)
a los otros señores. Del mismo modo que se esforzó por eliminar los actos de
violencia típicos de la época, se preocupó de proteger a los esclavos contra la
crueldad de sus señores, pero repetimos que fueron acciones insuficientes. La
esclavitud hubiera tenido que ser eradicada en todos los ámbitos de aquella
sociedad, como también de la nuestra en el siglo XXI. El concilio de Epaon, del
año 517, decretó la excomunión durante dos años contra el señor que matara a
su esclavo por su propia autoridad (canon 34). En cuanto a la venta de esclavos,
si bien no se abolió -debido a los conceptos jurídicos que se imponían en aquella
época referentes a la propiedad y a la falta de valentía por parte de la misma
Iglesia- se buscó, cuando menos, el modo de limitarla mediante la prohibición
EVOLUCIÓN DE LAS INSTITUCIONES EN SU ITINERARIO HACIA LA
FUSIÓN DE PUEBLOS
359
de vender esclavos fuera del reino de Clodoveo, evitando así -según el concilio
de Cabillón- que cayeran en manos de los paganos o de los judíos (concilio de
Cabillón, 639-654, canon 9). Sin embargo la Iglesia no luchó directamente contra
la esclavitud como era su obligación, sólo la apaciguó. A pesar de que fueron
necesarios muchos siglos, la doctrina de Jesús trajo la igualdad entre todos, y
así se intuía la posibilidad de que algún día se podría combatir directamente la
esclavitud. Los mismos obispos, que muchas veces se encontraban limitados por
unas cláusulas testamentarias que les impedían dar la libertad a sus esclavos,
la concedían con no poca magnanimidad, pero —repetimos— no suficiente. La
Iglesia consideraba la manumisión una excelente obra de misericordia, gracias
a la cual los hombres cristianos podían lograr la eterna recompensa. Así, se
determinó que el acto de manumisión se celebrara dentro del templo. Tanto es
así que los libertos fueron llamados ‘eclesiastici’
eclesiastici’ o ‘tabularii
eclesiastici
tabularii’, y la misma Iglesia
les protegió englobándolos en el nuevo estamento denominado, como ya hemos
dicho, ‘sirvientes de la gleba’.
Otro tema que nos llevaría muy lejos sería el de los clérigos y monjes que
procedían de la esclavitud. Aquí la Iglesia estableció unas normas concretas
que procurarían tanto salvaguardar la dignidad sacerdotal o monacal como
hacer realidad el deseo según el cual la condición de cada persona, si realmente
lograba la formación oportuna, no fuera un obstáculo para ser integrado en el
estamento de los clérigos o monjes. Con todo, esta apreciación y deseo no fueron
demasiado exitosos, y hoy nos producen también un auténtico escándalo.
Hacia una nueva edad
La fusión de los pueblos romanos y godos y la consiguiente evolución de las
instituciones durante los siglos V-VII, así como la providencial presencia e influjo
de unos auténticos campeones del pensamiento humano y de la ortodoxia
católica, llevarán necesariamente a la existencia de un ámbito fecundo en
el cual germinará la sementera de una nueva época. La mencionada fusión
y esos personajes, serán las causas no inmediatas, pero sí eficaces, del
nacimiento de la época denominada medieval, en la cual a su vez se sitúa el
nacimiento de Europa. Las directamente causantes de esta nueva etapa de la
civilización llegarán tras la invasión islámica y de la separación entre Oriente y
Occidente, motivada por el concilio Trulano II (692) y por la herejía iconoclasta.
Posteriormente tendría lugar la alianza entre el papado y el reino franco, que
llevará —como causa decisiva y última a la época medieval— a la creación del
Imperio carolingio, y así surgirá Europa y nacerá una nueva sociedad o, si se
quiere, se inaugurará la etapa de la civilización romano-cristiana occidental y
europea heredera de la civilización greco-romana.
35 LA INTEMPESTIVA RUPTURA EN LA ZONA
MEDITERRÁNEA
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Ruptura norte-sur de la cuenca mediterránea: el Islam
El profeta Mahoma
Mahoma y el cristianismo
La expansión del Islam
La invasión islámica en la provincia Tarraconense
El escándal
escándalo de la ‘guerra santa’
Ruptura norte-sur de la cuenca mediterránea. El Islam
El Imperio romano se desarrolló en la área mediterránea. En ella los pueblos que
integraban el Orbis romanus constituían una unidad. Entre ellos —a través de
las constantes comunicaciones marítimas— intercambiaban comercio y cultura.
El Mare Nostrum fue el eje geográfico de la unidad romana, elemento esencial
sin el cual no se puede comprender la magna obra civilizadora de Roma. Sin
embargo, esta unidad acabó definitivamente en el siglo VII a causa de las
invasiones islámicas. La parte inferior de la cuenca mediterránea —abarcando
Hispania y la que hoy llamamos Próximo Oriente— fue arrancada del resto del
antiguo Imperio romano (Italia, la Galia, la Iliria, Grecia...). Fue una ruptura nortesur de la unidad geográfica romana. Otro esguince, casi contemporáneo y que
nosotros denominamos ruptura este-oeste, fue el provocado o debido al concilio
Trulano II (año 692) y a la herejía iconoclasta. La unidad romana, ya muy dañada
por las invasiones de los bárbaros, pero en parte recuperada gracias a la fusión
con los pueblos godos, ahora se ve inoportunamente desmenuzada debido a las
dos mencionadas rupturas.
En los reductos del ex-Imperio de Occidente —muy empequeñecidos— se inició
una nueva etapa de la historia de la civilización, y ésta no pasó por la influencia
de Bizancio (que permaneció nostálgicamente estéril y estancada en Oriente,
362
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
concentrándose en evitar una invasión del Islam), sino por la del papado y los
países franco-romanos. Fue este pueblo, el franco, el que concretando una
expeditiva alianza con el papado, hizo posible que surgiese Europa y con ella
emanase una nueva sociedad, a la que denominamos ‘medieval’.
Es preciso estudiar minuciosamente el fenómeno islámico con todas sus
repercusiones históricas. Es un elemento fundamental para comprender el
nacimiento de Europa y su posterior desarrollo. Dar la espalda a este fenómeno
no sólo imposibilitaría la comprensión de muchas instituciones eclesiales, sino
que —y lo que sería más grave— distorsionaría el verdadero sentido de la historia
de Europa y de la historia de la Iglesia medieval. Además, nos imposibilitaría la
comprensión de la cultura islámica que actualmente (2011) nos rodea y que
posiblemente desea integrarse en el mundo occidental o quizá no.
El Islam es un hecho histórico de primera magnitud, y debemos estudiarlo
desde el respeto y la objetividad. En la actualidad (2011) más de mil millones
de personas son adeptas a la religión fundada por Mahoma. Particularmente
en África se experimenta una amplia y muy dinámica propagación de esta
religión. Sería absurdo ignorar este fenómeno religioso, a su fundador y sus
repercusiones sobre el cristianismo en los mismos propios orígenes, al tratar las
causas que configuran Europa y la edad media.
En primer lugar debemos preguntarnos qué aporta el Islam al hombre que lo
acoge como religión propia. Señalaremos diferentes puntos que son básicos y
de gran repercusión, incluso en la historia eclesiástica de la edad media.
El Corán es el libro sagrado del Islam que para los musulmanes contiene la
palabra del Dios único (Alá) revelada a Mahoma (Muhammad o Muhammed);
personaje que se consideró que recibió estas revelaciones por medio del ángel
Gabriel (Yiboil). La palabra ‘Corán’ literariamente debería traducirse como ‘la
recitación’, pero el nombre completo es ‘Al Quran Alkarim’ o ‘El noble Corán’.
A la muerte del profeta en 632, sus seguidores comenzaron a reunir estas
revelaciones, y lo hicieron en 114 capítulos (azoras) con versículos (aleyas).
El Islam sitúa el hombre en el universo; le indica su lugar entre todas las cosas
creadas. Los musulmanes aceptan una doctrina de la creación parecida a la
cristiana en la medida en que admiten el Antiguo Testamento.
El Islam también relaciona el hombre con un Ser supremo. La característica
más relevante del Islam es su monoteísmo; destaca radicalmente la unicidad de
Dios. La confesión de fe en un único Dios es el pilar del islamismo; Dios es único,
creador, trascendente, omnipotente, omnisciente, misericordioso y compasivo
con los creyentes. Esta convicción está plenamente arraigada en la conciencia
de los musulmanes, y eso les hace prácticamente impermeables a los principales
misterios cristianos, sobre todo a la Encarnación y a la Trinidad. La fe en Dios
único —afirman— no es una deducción de la razón, sino que simplemente se
LAS INTEMPESTIVAS RUPTURAS
363
debe aceptar. El islamita (muslim) cree —o debe creer— ciegamente en una
revelación del Dios mismo: el Corán es la palabra de Dios al hombre, no una
palabra humana. La única postura del hombre ante Dios es la adoración y el
sometimiento mediante el cumplimiento de su voluntad, manifestada en los
preceptos del Corán. Cualquier intento de penetrar en los misterios de Dios es
juzgado —según el Islam— como una tentativa pecaminosa y orgullosa.
‘La oración’ para el creyente islamita es el principal deber religioso, y la
importancia más grande en ella es la ‘confesión de Dios único’. Hay que practicar
varias veces al día y tiene como consecuencia la religiosidad popular, que a la
vez hace que Dios se haga presente a la vida diaria. El de la oración comunitaria
los viernes en la mezquita es un momento muy importante, porque además de la
relación con Dios, da cohesión social.
Otro elemento relevante es la ‘conciencia de culpa o de pecado’. El pecado
consiste en transgredir los preceptos del Corán. De la situación de pecado
se sale de forma inmediata mediante el arrepentimiento y pidiendo perdón a
Dios. De este modo se salda el pecado de forma inmediata, soportando con
resignación un castigo temporal. Quien es constante en esta actitud, no caerá
en el infierno.
En cuanto al destino final del hombre, el Islam sostiene la ‘inmortalidad’. El fiel
se salva después de pasar por el castigo; el infiel (o sea que no es del Islam) se
condena. Los teólogos musulmanes modernos tienden a matizar esta postura
tradicional y empiezan a admitir que el infiel de buena fe se puede salvar. El premio
reservado es la vida en el paraíso (vida terrenal idealizada). Sin embargo, algunos
movimientos místicos de influencia neoplatónica han sostenido que se trata de
hacer un uso adecuado de la libertad individual para alcanzar la unión con Dios.
De este modo, se tiende a dar más importancia a la vida interior frente a la exterior.
Algunos de los representantes de esta corriente, que se desarrollará sobre todo
en el siglo IX, cayeron en el monismo panteísta: o sea pérdida de la personalidad
de Dios y anihilación del hombre, que será finalmente absorbido por Dios.
El fiel de religión musulmana tiene la obligación de extender los derechos de
Dios, por lo que se puede decir que el Islam es una religión misionera. Al muslim
se le exige un esfuerzo en favor de la comunidad y de la propagación de la
fe. Este carácter misionero nos hace pensar —como explicaremos al final del
presente tema— en la ‘guerra santa’: la extensión incluso por las armas. Con el
paso del tiempo, el esfuerzo que se exige de los creyentes en la ‘guerra santa’,
se orienta al desarrollo de las mismas comunidades islámicas (en aspectos
cívicos, económicos, culturales...), e incluso puede significar la lucha contra las
malas inclinaciones.
Bajo el punto de vista económico-social y ético, el Islam supuso una mejora
respecto a la situación de los pueblos de Arabia, lugar en el que surgió: sostenía
364
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
que la riqueza no debía circular únicamente entre los ricos, prohibía la usura
y otras formas de explotación así como las bebidas alcohólicas. También
consideraba una virtud la emancipación de los esclavos, aunque no se prohíbe
la esclavitud.
Respecto a las relaciones entre los sexos, se prohíbe el adulterio y se castiga
con penas muy fuertes. Las leyes limitan la poligamia a cuatro mujeres, pero
siempre y únicamente en el caso de que puedan ser mantenidas por el marido.
También promueven la modestia. El Islam y su legislación declaran la existencia
de derechos en la mujer, aunque siempre deben ser interpretados a la luz de su
realidad, desgraciadamente un grado inferior al hombre. Se sostiene la igualdad
entre todos los fieles, independientemente de la raza, color o Estado.
La concepción que el musulmán tiene de su relación con Dios y la misma vida de
Mahoma, han comportado que la sociedad islámica y sus naciones —o muchas
de ellas— sean teocráticas. La religión y el Estado, ya desde el origen, están
íntimamente unidos y a veces confusos.
Se dice que el Islam es una religión cerrada; eso podría explicar que no haya
habido demasiadas relaciones con otras creencias religiosas. Actualmente se da
una cierta apertura que se manifiesta en la colaboración en diversos campos:
social, de justicia, desarrollo..., e incluso en el ‘interacercamiento’ religioso, como
fue la participación del Islam en el año 1987 en unas jornadas de plegaria en
Asís, presididas por Juan Pablo II, Papa difunto en 2005. El papa Benedicto XVI
también ha demostrado estar abierto al diálogo con los islamistas en el reciente
encuentro en Asís durante el presente año 2011.
El Islam —como hemos dicho— sitúa el hombre en el universo, lo relaciona con
el Ser supremo único, y de esta forma da sentido a la vida y establece un sistema
de valores que guía en la existencia terrenal y conduce al hombre a un destino
trascendente. La unidad de creencias y de obligaciones religiosas constituye una
fuerza espiritual que da cohesión a unas sociedades en las cuales resulta difícil
la separación entre Estado y religión, y que, a través del tiempo, han creado
un estilo propio de vida, una civilización nueva y una cultura característica. Ha
aportado, por lo tanto, un factor esencial de humanización de las poblaciones
que la han acogido. Pero para alcanzar el intento que nos proponemos —la
exposición de las primeras relaciones entre el Islam y el cristianismo y de la
ruptura que la nueva religión provocó en la sociedad europea del siglo VII—, es
necesario que estudiemos brevemente la biografía de Mahoma, las características
fundamentales de la religión islámica en sus orígenes, y el enfrentamiento y las
concordias y pactos que se produjeron en el primer siglo de la era musulmana.
Toda esta problemática —como veremos— incide indiscutiblemente en el origen
de Europa y en la historia de la Iglesia en la edad media.
LAS INTEMPESTIVAS RUPTURAS
365
El profeta Mahoma
Muhammed —éste era el nombre originario de Mahoma (el escogido) — nació
en La Meca en un año que no podemos precisar, pero sería hacia el 570 ó 580
después de Cristo. Mahoma procedía de una importante familia de Hasim, de la
tribu de Quraysh. Su padre (Abd Allah) murió durante un viaje a Medina, antes
de que él naciera, y su madre Aminah murió cuando Mahoma tenía 10 años.
El chico fue confiado a su abuelo paterno y poco después a su tío Abu Talib.
Alí era hijo de éste, y fue compañero de juegos en la infancia de Muhammed.
Los primeros años serían muy tristes. Las más antiguas ‘azoras’ del Corán (93,
6-8) reflejan esta tristeza infantil. De antes del año 610 poco sabemos, pese a
la existencia de muchas leyendas que no merecen mucho crédito. La tradición
islámica afirma que en uno de sus viajes con su tío Bosrá, un monje cristiano
llamado Bahira profetizó su futura misión. Sólo podemos asegurar que antes de
su vocación (610-612) se casó con su prima —mayor que él— llamada Jadiya.
De este matrimonio nacieron cuatro hijos; Fátima entre ellos.
Antes de su vocación, Muhammed había practicado devotamente los cultos
tradicionales de su país. Pero su zozobra religiosa, junto con un valor moral
ejemplar y su conocimiento del judaísmo y del cristianismo, le llevaron a
meditaciones solitarias en una caverna de la montaña llamada Hira. Persistía en
él una idea, una constante religiosa: ‘Dios es único’. En contra del politeísmo e
incluso en contra de la Trinidad confesada por los cristianos, Mahoma se aferraba
a la unicidad divina, pero esta idea fija del incipiente Islam no fue totalmente
invención suya. Otros profetas anteriores a Mahoma, existentes en Arabia
según la misma tradición islámica (los hanif
hanif), ya se habían levantado contra el
politeísmo y el polidemonismo de su país. La misión de Mahoma se manifestó
mediante visiones y revelaciones, la mayoría de veces seguidas de convulsiones
de su propio espíritu y cuerpo. Se dice que con violencia “habló la palabra”.
Los primeros en aceptar su mensaje fueron los de su propia familia. Mahoma
predicaba con gran vehemencia que existía un único Dios, que Alá es
omnipotente, que existe un paraíso, un infierno, un juicio universal y que el alma
resucita. Los nuevos adeptos que se integraban en esta religión no necesitaban
recibir ningún rito ni bautismo, sólo tenían que “abandonarse a la voluntad
divina”. Con este simple acto se transformaban en ‘musulmanes’ o ‘muslims’.
Más allá de sus familiares, los esclavos y los que habían obtenido la libertad
aceptaron la misión del nuevo profeta. Por ello, el primer grupo de musulmanes
posiblemente participaba de un carácter típicamente socio-revolucionario.
Algunos de ellos tuvieron que refugiarse en Abisinia porque eran perseguidos.
Debemos señalar el legendario episodio del viaje a Jerusalén, la ascensión al
cielo (miray)
miray) y las muertes de su mujer Jadiya y de Abu Talib en los últimos años
miray
de su permanencia a la Meca.
366
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
En el año 622 (el famoso ‘año de La Hégira’ para los musulmanes) Mahoma
emigró con un grupo de fieles de su nueva religión a una ciudad llamada Hatrib,
que posteriormente cambiaría de nombre y pasaría a llamarse Medina. Esta
ciudad era muy tolerante y de gran importancia comercial, y muchos de sus
habitantes reclamaron la presencia de Mahoma para reorganizarla. Y él así lo
hizo y se convirtió en su líder. Puso en práctica el tipo (teocrático) idealizado
de ciudad que tantas veces había predicado. La religión y la política se unieron
en una fuerte simbiosis. Afirmaba que sólo quería “confirmar la fe de Abraham,
amigo de Dios y constructor de la Kaaba de la Meca”. Así se inició una nueva
organización social y cultural con una liturgia simple. Ésta tiene, en efecto,
poquísimos ritos.
Sus grandes enemigos serían los judíos. Éstos veían en Mahoma a un competidor
comercial, una actividad muy extendida en aquellas regiones. En el año 627
pudo vencer el asedio de Medina y expulsó de la ciudad a todos los judíos.
Aprovechando la tregua obtenida en el año 628, pudo, con los suyos, peregrinar
a la Kaaba de La Meca. Todos estos éxitos fueron causa de la gran admiración
por parte de los reyes de los países cercanos a Mahoma, el cual pactó con todos
los que abrazaron la nueva religión. Como vemos, se trataba de una conversión
un poco superficial, ya que interesaba relacionarse bien con el gran líder. Sin
embargo, en el año 630 La Meca se levantó en armas contra Mahoma, pero éste
acabó con la revuelta y destruyó todos los ídolos, imponiendo su autoridad y su
nueva religión. Tres años después toda Arabia estaba bajo el dominio de Mahoma.
En el año 632 el profeta realizó por varias zonas de Arabia la peregrinación
llamada ‘de la despedida’ y fijó el rito de la liturgia islámica. Al volver de esta
peregrinación, cayó enfermo y murió.
Después de casarse con Jadiya, Mahoma volvió a casarse con catorce mujeres.
Estos matrimonios no eran otra cosa que alianzas políticas con los reyes
vecinos. Una de las más célebres esposas fue Aisha (hija de Abu-Far). Otra fue
una cristiana copta.
La personalidad de Mahoma es muy compleja, muy sensible a manifestaciones
misteriosas, hombre de negocios e incluso ardiente guerrero, lleno de
generosidad y de bondad, pero con terribles arrebatos de cólera.
Mahoma y el cristianismo
Mahoma conocía el cristianismo, pero muy superficialmente. Lo conocía, además,
a través de los sectores heterodoxos como eran los nestorianos de Arabia.
A él llegaron algunos episodios del evangelio, pero muy probablemente sólo
conocía la tradición oral y algunos de los evangelios apócrifos, especialmente el
Protoevangelio de san Jaime y el de La infancia de Jesús.
El monoteísmo hizo que Mahoma negase absolutamente que Jesús fuese Dios.
Así, pues, afirmó: «Alá no engendra ni es engendrado». Para él, Jesús fue un
LAS INTEMPESTIVAS RUPTURAS
367
famoso taumaturgo, un gran profeta, el mayor y último de los profetas. Incluso
creía que fue concebido por María sin la intervención del hombre, por obra del
espíritu de Dios. Jesús, además, hizo prodigios, como por ejemplo dar vida a un
pájaro modelado en barro, curar enfermos e incluso resucitar a muertos, o por
deseo de los Apóstoles hacer bajar del cielo una mesa repleta de espléndidos
manjares.
Debido a los judíos, Jesús fue juzgado, pero no murió en la cruz. Quien murió allí
fue un hombre muy parecido a él. Jesús subió al cielo sin haber muerto.
La doctrina de Jesús, según podemos deducir del Corán, es bastante
indeterminada. Afirma que Jesús predicó sólo la piedad y el sometimiento al
creador. Posteriormente nos dice que matizó algunos de los preceptos del
Pentateuco.
En cuanto a María, se hace un verdadero lío: dice que era hija de Imran. O sea,
confunde María, hermana de Moisés, con María madre de Jesús. Afirma además
que fue milagrosamente alimentada por Dios, después de un rapto de Zacarías.
La elección de su esposo también habría sido milagrosa. Admite la Anunciación,
pero no que Jesús fuese hijo de Dios. Niega que María fuese también una
divinidad. Así, textualmente, el Corán 5, 116 se pregunta: “¿Fuiste tú, ¡oh Jesús!,
hijo de María, quien dijo a los hombres: Tomadme a mí y a mi madre María como
dos divinidades, en vez del Dios único? Jesús respondió: ¡Gloria a Vos! Yo no
podré nunca decir aquello que para mí no es verdad. Yo dije y prediqué lo que Vos
me ordenasteis, o sea, adorar a Dios, el mío y vuestro Señor
Señor”.
Mahoma fue benévolo con los cristianos. Estaba claro que ellos aceptaban que
sólo existía un Dios, pero también era obvio que eran muy sensibles a la oración
y a la piedad, y en eso coincidían totalmente con Mahoma. Él nunca declaró la
guerra a los cristianos, y en cambio sí a los judíos, sus enemigos. A pesar de
lo anterior, nos podemos preguntar cuál es la causa de la ‘guerra santa’. Es un
tema tan enigmático que bien se merece unas explícitas reflexiones al final del
presente estudio sobre el Islam.
La expansión del Islam
Al morir Mahoma en el año 633, su dominio se extendía casi por toda Arabia.
En el año 635 Damasco cayó en manos de los adeptos de Mahoma y en el año
637 éstos conquistaron la Mesopotamia inferior y gran parte de Palestina con
Jerusalén.
Ya en el año 638 se pactó con los cristianos un compromiso entre el califa y
el arzobispo de Jerusalén, Sofronio, según el cual se les daba la libertad a los
cristianos pero se les prohibía que construyesen nuevos templos. También se
les prohibía que hiciesen proselitismo. Por parte de Sofronio se admitió que no
habría ningún impedimento si los cristianos se convertían a la religión islámica.
368
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
En el año 641 los mahometanos conquistaron Edessa y, después, penetraron
en Persia. En 646 invadieron las regiones de Kars y el Khorassan. En el año
656 los árabes ya ocupaban la totalidad de Persia hasta el Oxus, y toda Armenia
hasta el Cáucaso. A la vez estaba en marcha la conquista del oeste. En 641
cayó Alejandría, y con ella todo Egipto. En 644 se había ocupado la cuenca
mediterránea hasta en Trípoli. Chipre cayó en el año 650. Pero durante 40
años los árabes no avanzaron en dirección al oeste. Cartago fue conquistada
en el año 690, año a partir del cual el avance islámico parecía imparable por
toda la costa africana. En el año 710 ya estaban en Ceuta, y en 711 cruzaron el
estrecho de Gibraltar, llegando en el año 712 a Zaragoza y a Barcelona. En 720
conquistaban Narbona.
En Oriente, en el año 709 Samarcanda (en Transoxiana) fue conquistada y en
el año 712 llegaron a las riberas del río Indo. Más tarde continuaron avanzando
por la India, mientras se detenían definitivamente en las puertas de Europa,
en Bizancio. Efectivamente, un asedio a Constantinopla (año 718) acabó en
fracaso por parte de los árabes. Y, si miramos Occidente, casi al mismo tiempo
se verían frenados por Carlos Martel en Poitiers (año 732). Pese a estas últimas
derrotas, cien años serían suficientes para que los árabes conquistasen un
verdadero Imperio, mayor en extensión que el Imperio romano. Eran los amos
de la Mediterránea. En el siglo IX conquistaron de nuevo Sicilia (año 827) y se
establecieron con fuerza en la costa europea en Fraxinetum, al suroeste de
Cannes (años 889-975), y en Garigliano, a tres jornadas de Roma (años 880-916).
Las pérdidas de la Iglesia católica debido a la invasión islámica, al principio no
serían demasiado grandes, ya que los mahometanos victoriosos no querían
coaccionar a los cristianos para que dejasen su religión. Muy distinto era el trato
hacia los otros pueblos paganos, obligados a dejar el politeísmo y a abrazar el Islam.
Los nuevos invasores impusieron a los cristianos unos tributos, y los consideraban
—pese a la aparente tolerancia— ciudadanos de segunda categoría. En las
regiones orientales (Mesopotamia, Siria y Egipto) quedaron muy pocos católicos,
a excepción de las regiones en las que los cristianos monofisitas eran mayoría.
Éstos saludaron a los nuevos amos como a auténticos liberadores de la sumisión
a la que decían estar sometidos anteriormente bajo los gobernantes católicos.
Sorprende constatar que las comunidades religiosas cristianas del norte de
África prácticamente desaparecieran, pese a no tener noticias que indiquen
que se obligara a los católicos a la islamización. Pero sabemos que las tribus
interiores de la costa africana, los bereberes, que no se habían ni romanizado ni
cristianizado, ahora se convertían al Islam. El hecho de que Cartago resistiese
algún tiempo se explica porque tenía una importante fortaleza defendida por
una guarnición bizantina. Los mencionados bereberes lo invadieron y casi no
dejaron rastro del catolicismo. Precisamente, sobre los tesoros domésticos
de los bereberes, se hizo una interesante exposición titulada Amazics entre
los meses de mayo y agosto de 2005 en el Museo Diocesano de Barcelona
LAS INTEMPESTIVAS RUPTURAS
369
(en la Pia Almoina), en la que se pudo apreciar su exquisita belleza y la
extensión que los bereberes alcanzaron desde el Cairo hasta Marruecos.
La invasión islámica en la provincia Tarraconense
Es preciso que estudiemos las peculiaridades de la invasión islámica en la zona
de la provincia eclesiástica Tarraconense, que después se denominará Marca
Hispánica.
La primera invasión sarracena de la Tarraconense (Cataluña) no fue tan feroz
como algunos autores afirman. En general, durante estos primeros años de
la invasión se respetaron las instituciones hispano-visigodas y se pactaron
las condiciones para la paz y la convivencia. A pesar de ello, la continuidad
de los obispos y de sus lugares de residencia durante los siglos VIII y IX es
un tema muy difícil de averiguar. Sabemos, por ejemplo, que algunos obispos
huyeron a Septimania o a Italia (como fue el caso de Próspero de Tarragona
y sus diáconos, que se refugiaron cerca de Rapallo o Porto Fino), pero otros
obispos permanecieron, más o menos perseguidos, en sus sedes episcopales.
En aquellas regiones de fuera de Cataluña quedan algunas reliquias y también
algunos códices. A pesar de ello, poseemos pocos documentos, y aún hay
que interpretarlos para poder indagar sobre la continuidad de las sedes y del
episcopologio en la Tarraconense y sobre la vida cristiana del reducto de la
Iglesia visigótica.
Cuando se hicieron presentes los invasores, los obispos y una parte de la
clerecía se tuvieron que refugiar en lugares seguros, pero no renunciaron a sus
derechos. La misma invasión de la Tarraconense fue en parte consentida por
los nativos. Más aún, los sarracenos entraron como aliados de los vitizanos,
que eran contrarios a Roderico, el último rey visigodo. Sabemos que los
invasores, en un número muy reducido (sólo unos 12.000 soldados para toda
Hispania), al dominar un nuevo territorio invitaban los habitantes a abrazar la
religión de Mahoma. Aquellos que no la aceptaban debían pagar un impuesto
personal, pero no eran perseguidos por razón de su actitud. Se hicieron muchas
estipulaciones entre los indígenas y los sarracenos. Se pactaba, por ejemplo,
el «no ser violentados por su propia religión, ni quemadas ni robadas sus
iglesias, no ser desposeídos sus posesiones ni de sus señoríos». Al comienzo
había mucha tolerancia. Por otra parte, sabemos que la primera época de la
invasión (711-756) fue muy caótica. Entre los teóricos dominadores había una
constante guerra civil. Todo ello indica que los obispos (exceptuando los de la
provincia eclesiástica de Tarragona) en estos primeros años muy probablemente
permanecieron en sus sedes episcopales, aunque desconocemos sus nombres.
Este desconocimiento no nos debe sorprender, pues hay muchos periodos en
los diferentes episcopologios de los que sólo sabemos que existían obispos, pero
ignoramos completamente sus nombres. Además, a los posteriores dominadores
(por ejemplo los francos) que escribían la historia de este periodo, le molestaba la
memoria histórica de los nativos visigóticos. En sus episcopologios, por ejemplo,
existe un sistemático e incluso forzado olvido u ocultación de la época del siglo
VIII de Hispania. Los carolingios (o sea, los francos) eran los únicos que, según
370
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
ellos mismos, merecían pasar a la historia. De este modo a veces se escribe la
historia, o mejor dicho no se escribe.
En el año 756 en la zona invadida de Hispania el panorama cambió. En Córdoba,
Abd-al-Rahman se erigió en emir independiente de Al-Andalus. Se esforzó en
aglutinar a todos sus sometidos, pero en las últimas décadas del siglo VIII no
logró dominar ni Zaragoza, ni Barcelona. Sabemos que el Kalbí Sulayman
Ibn Khaqtan, valí de Zaragoza, se entrevistó en Barcelona con el enviado del
califa de Bagdad, contrario a Abd-al-Rahman, y que ambos pidieron ayuda a
Carlomagno.
A la muerte de Hixam I, sucesor del emir Abd-al-Rahman, Abd Allah —hermano
de Hixam— parece ser que ofreció la ciudad de Barcelona a Carlomagno con la
condición de que le ayudase en sus pretensiones con el emirato de Córdoba. El
rey de los francos no accedió, pero éste fue el motivo por el que se preparó la
campaña de invasión de Barcelona, que llevó a cabo unos años después (801)
su hijo Ludovico Pío.
Fue casi un siglo de dominación sarracena del territorio que después se llamaría
‘Cataluña vieja’; dominación que hasta el año 756 fue muy benigna, siendo la
segunda etapa un poco más dura, pero no tan contundente como para creer
que se destruyeran todas las instituciones visigótico-cristianas, entre ellas
los obispados. La petición que los nativos dirigieron a Carlomagno para que
invadiese Barcelona tenía unos rasgos demasiado exagerados: “Opresión
(la de los moros) y cruelísimo yugo que impusieron los sarracenos...”, “gens
inimicissima christianitatis
christianitatis”. Los documentos, pocos desgraciadamente, que
podemos estudiar, demuestran que, si es cierto que en este siglo VIII la presencia
de los sarracenos era ingrata a los indígenas, especialmente por el hecho de ser
de otra religión, no por ello notaron demasiada diferencia de su situación con
los antiguos amos de la monarquía visigoda, como tampoco la notaron tras la
invasión de los francos en el siguiente siglo IX. Ultra todas estas consideraciones,
no podemos olvidar que al menos los habitantes de Girona, Barcelona y Terrassa
(Égara) tenían suficiente libertad como para poder ofrecer sus ciudades al rey
Carlomagno, signo inequívoco de que ‘el yugo y la opresión’ de los sarracenos
no eran tan duros. En estos textos vemos tal vez una expresión exagerada para
mover a los francos a la compasión y así intervenir a su favor. Además, es preciso
recordar que importantes zonas de lo que posteriormente sería el Principado de
Cataluña, no serían sometidas a los sarracenos de una manera definitiva. Nos
referimos al Alt Urgell, el Pallars y la Ribagorza. Del mismo modo, es preciso
decir que durante el siglo VIII los invasores encontraron muchas dificultades en
las montañas pirenaicas o simplemente en el Montseny o en Sant Llorenç del
Munt o en el Cadí. Muchos nativos del litoral barcelonés buscaron refugio en los
mencionados lugares de Égara, que tenían más posibilidades defensivas cerca
de Sant Llorenç e incluso en el mismo lugar de Égara (Terrassa), que ya tenía
una fortaleza defensiva en el castillo de Terrassa o Castrum Terrae.
LAS INTEMPESTIVAS RUPTURAS
371
El escándalo de la ‘guerra santa’
Habrá que volver al contexto religioso del Islam que hemos expuesto al inicio del
presente tema, para ver las posibles influencias ideológicas entre las dos grandes
religiones y, también, la causa del rechazo mutuo en algunos puntos. Es cierto
que estos rasgos fundamentales contribuyeron a dibujar lo que inmediatamente
después sería Europa y la edad media de la historia de la Iglesia.
Es habitual que los historiadores que tratan las relaciones entre el cristianismo y
el Islam se pregunten si la ‘guerra santa’ es la causa de las cruzadas o al revés.
También se preguntan si pudo haber algún punto de contacto (tal vez más bien
práctico y eficaz) entre ambas religiones que fuese provechoso a la humanidad.
En cuanto a esta última pregunta, no hay duda de que el alto concepto de la
trascendencia de Dios y el profundo sentido de la oración de ambas religiones
nos lleva a un acercamiento, al menos en lo que se refiere a una mejor
convivencia mutua, y nos atrevemos a decir —con mucha timidez— una posible
paz y sincero respeto.
Como ya hemos dicho, la oración es uno de los pilares más importantes de la
religión fundada por Mahoma. Por ella el fiel cumple un mandamiento divino,
eleva su espíritu, se purifica de los pecados y se preserva de las malas acciones
y de la infamia. Éste puede ser un punto de contacto, pues también el cristianismo
tiene una gran estimación por la plegaria y la oración.
En cuanto a la ‘guerra santa’, todavía presente en muchos países islámicos, es
causa de una lacerante y profunda separación entre las dos religiones, en tanto
que el concepto de ‘guerra santa’ radica en la misma concepción de Mahoma y del
Corán. He aquí sus características: ‘guerra santa’, en árabe ‘yihad’,
yihad’, quiere decir
yihad
‘esfuerzo’. En esta línea de lucha, casi de ‘pasión’, en algunas épocas se sitúa la
concepción de enfrentamiento de la doctrina de Mahoma con las otras religiones
para conseguir su expansión. Es un rasgo que ha caracterizado a los islámicos
a lo largo de su historia. Pero, nos preguntamos: ¿la ‘guerra santa’ es esencial
en el Islam? Debemos afirmar que esta idea choca con la profunda espiritualidad
que Mahoma refleja en el Corán. Es interesante constatar que los veintisiete
versos del libro fundamental del Islam que nos hablan de la ‘guerra santa’
contrastan con el resto, de una gran sensibilidad espiritual en sus contenidos.
Pero este contraste tal vez proviene del hecho de que los cristianos entendemos
la ‘yihad’
yihad’ de diferente modo a como lo entienden los musulmanes. ¿Será sólo
yihad
una cuestión de palabras? Sin embargo esta no sería la respuesta exacta.
Tenemos que decir que la ‘guerra santa’ es una idea básica que el Islam ha
sistematizado y organizado con mucha precisión en su ley o derecho musulmán.
La ‘guerra santa’ se ha concebido como un derecho divino fundamental.
En algún momento de la historia del Islam, a los cinco pilares de su fe (1 confesar
a Alá como único Dios y a Mahoma como su profeta, 2 oración, 3 limosna, 4
ayuno de Ramadán y 5 peregrinaje a La Meca una vez en la vida), se ha añadido
372
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
un sexto: la ‘guerra santa’. Ésta era tan importante que incluso tenía el poder de
dispensar de todos los otros deberes religiosos, por importantes e indispensables
que fuesen.
El musulmán, dentro de este marco, ha dividido el mundo en dos grandes partes
que se oponen y están en constante tensión, una frente a la otra. El ‘dar al-islam’
es la zona donde domina el Islam, la zona de los salvados y de los que poseen la
gracia de Alá. La otra zona radicalmente opuesta, ‘dar al-harb’ es la zona de los
infieles, que los musulmanes deben salvar dominándolos: es el área de la guerra.
La tradición oral del Islam llamada Hadiz también fundamenta la ‘guerra santa’.
La decimocuarta Hadiz nos dice textualmente: «No se permite derramar la
sangre de un musulmán a no ser en estos tres casos: 1/ el casado que comete
adulterio; 2/ la vida por la vida (la defensa); 3/ el que deja su religión y se aleja de
la comunidad». En eso radica el fundamento de la ‘guerra santa’. Así como hay
que arrebatar la vida al apóstata, también habrá que matar a aquel que se opone
a la religión, induciendo la comunidad islámica a la apostasía o a algunos de sus
miembros. Posiblemente algunos sectores del Islam llegan a esta conclusión, o
al menos eso parece.
Desde una visión cristiana (no sabemos si objetiva) parece que los preceptos de
la ‘guerra santa’ han definido a menudo la estrategia que el pueblo islámico debe
seguir, para que “la lucha por Alá le sea aceptada”. Se permiten emboscadas,
sorpresas nocturnas, simulación de retiradas, espionaje, siembra de rumores
para desconcertar y desmoralizar al enemigo, entre otras cosas. De estas “otras
cosas”, algunas resultan curiosas y es preciso hacer mención de ellas, como
cosas
por ejemplo: todo es lícito si se hace para aplastar al enemigo. De la misma
manera será lícito en tiempos de ‘guerra santa’: destruir pueblos o fortalezas con
ingenios bélicos, con fuego o incluso cortar el agua. Sin embargo, se debe hacer
con medida y prudencia, cuando con ello podrían sufrir los propios prisioneros,
las mujeres o los niños. Con estas expresiones, se puede observar que el Islam
prevé el ‘derecho de gentes’.
Esta guerra puede tener tres efectos diferentes sobre los pueblos dominados: 1/
que el pueblo atacado abrace de lleno la fe islámica y se rinda incondicionalmente.
En este caso no les pasa nada y se convierten en una provincia más del mundo
islámico, gozando de plenos derechos; 2/ cuando el pueblo dominado quiere
continuar con su religión, pero militarmente no se oponen a la dominación
islámica. En este caso se debe pagar una cantidad de dinero a modo de impuesto
como símbolo de sumisión a la autoridad (alvizia). A los judíos y cristianos
llamados ‘adeptos del libro’ (la Biblia) si pagan este impuesto se les confiará la
calidad de ‘dimni’
dimni’ o ‘protegidos’, y también tendrán la oportunidad de gozar de
ciertos derechos; 3/ la tercera posibilidad se da cuando el pueblo dominado se
opone de lleno, con toda su fuerza, y por lo tanto le toca sufrir la ‘guerra santa’.
En este caso, sería lícito devastar el lugar, apropiarse de todos los bienes y la
población es hacerla prisionera en su totalidad.
LAS INTEMPESTIVAS RUPTURAS
373
La repartición de los bienes procedentes de la ‘guerra santa’, también estaba
regulada jurídica y religiosamente: una quinta parte era destinada y ofrecida
a Alá, dándosela al califa que había organizado la guerra como representante
divino de aquél. Tres quintas partes eran repartidas entre los hombres que
habían luchado a caballo. Y la quinta parte que quedaba era para los soldados
que habían luchado a pie.
En la ‘guerra santa’ se determinaba que no se podía matar a mujeres, a niños,
a abuelos ni a religiosos, considerados como no beligerantes, mientras no se
demostrase lo contrario. Lo que se podía hacer con ellos era tomarlos como
criados o servidores. A los otros prisioneros se les podía o bien matar o bien
dejarlos escoger entre quitarles la vida, esclavizarlos o destinarlos a cambio
para liberar prisioneros musulmanes, o bien por último pactar con ellos fuertes
impuestos. Pero es preciso observar que estos criterios sólo se deben considerar
históricos, o sea que en algún periodo se realizaban, y eso no quiere decir que
en la actualidad sean todavía válidos.
En la ‘guerra santa’, mientras no se viese clara la posibilidad de la derrota, el
fiel tenía que luchar con todas sus fuerzas. Es ilícito ser sometido (mudaian)
en terreno de los enemigos. Había que marchar Imperiosamente hacia tierra
musulmana. Quien no hiciese lo posible para salir del pueblo infiel, “merecía la
muerte, el menosprecio de su pueblo y la maldición de Alá”. Aquí también hay
que hacer la distinción entre la historia y el momento presente, como lo hacemos
los cristianos en nuestros días. Aquel que muriese por causa de la ‘guerra santa’,
sería llevado por Alá directamente al paraíso —dice la doctrina—, y no se le
tendría en cuenta ninguna ofensa o carencia que hubiese cometido. Hoy en día
algunos (creemos que muy pocos) aplican este principio exageradamente y de
una manera abusiva al legitimar acciones terroristas y suicidas.
El califa —como hemos dicho— tenía que organizar la ‘guerra santa’ una vez al
año, y podía hacerlo de dos maneras: llamando a cada uno de los fieles ‘fard-al’ayn’ (obligación individual), o pidiendo un contingente determinado de guerreros
‘fard-al-kiäya’ (obligación de suficiencia).
Repetimos que con el paso del tiempo la concepción de la ‘guerra santa’ ha ido
cambiado; pese a todo, queda plantada en la historia como piedra de escándalo
para todos los que tienen un mínimo de sentido humanitario, como quedará
también la vergüenza de las cruzadas cristianas para otros muchos.
Después de esta breve exposición de lo que es la ‘guerra santa’ en sus orígenes,
difícilmente se podrá afirmar que aquellas cruzadas de los cristianos —tan
parecidas a la ‘guerra santa’— sean anteriores a ésta. Sin embargo, las cruzadas
proceden de diversas causas y circunstancias históricas, que se mezclan con la
‘guerra santa’ (como reacción en contra) y otros hechos, entre los cuales cabe
destacar la defensa, primero, de los Estados Pontificios (contra los normandos
durante el pontificado de León IX, años 1049-1054) y la reconquista de Palestina
374
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
y de las tierras de Hispania con la promulgación papal de una indulgencia
plenaria. La primera fue la concesión papal (Alejandro III) por la defensa de
Barbastro (Huesca, Hispania) contra los árabes hispanos. Posteriormente se
aplica a las guerras para liberar Tierra Santa (Palestina) o contra los cátaros.
Como se puede observar, posiblemente el Islam llevaba ya en sus orígenes
gérmenes de no entendimiento con el mundo cristiano. Habrá que estar atentos
a la posterior evolución histórica de una religión tan importante si se quiere tener
un concepto exacto de Europa y de la historia de la Iglesia en la edad media.
Podría ser un error (al menos metodológico) estudiar la historia medieval sin
observar los acontecimientos que ocupaban a nuestros vecinos los musulmanes,
especialmente en lo referente a aquellas guerras mutuas, guerras que han sido
consideradas por mucho como un auténtico escándalo, tanto para los cristianos
como para los mahometanos de buena fe que han existido y existen también
hoy en día (2011). La historia nos tiene que ayudar a no caer en los pecados
ni en los errores de otros tiempos. Es obvio que en la invasión sarracena —al
menos como reacción— encontramos una causa muy importante de la creación
de Europa y por lo tanto del inicio de la época medieval.
36 LA RUPTURA ESTE-OESTE CAUSADA POR
EL CONCILIO TRULANO II Y POR LA HEREJÍA
ICONOCLASTA
•
•
•
•
Panorámica histórica de Italia en el siglo VII
P
Trulano II
Controversia entorno a las imágenes
El conci
concilio de Nicea II
A finales del siglo VII, en el proceso de formación de Europa, se produjo una
ruptura este-oeste: Oriente (Bizancio) se separó de Occidente. Anteriormente, el
Islam había provocado la ruptura entre el norte y el sur de la cuenca mediterránea,
la ruptura del ‘mare nostrum’; o sea, la segregación del litoral africano, Hispania
y Asia Menor. De esta ruptura norte-sur ya hemos hablado en el capítulo anterior
(44). Una nueva línea dividirá ahora Occidente y Oriente. El Imperio romano
ya fue dividido en el siglo V (e incluso en la época de Diocleciano), pero fue
una simple división administrativa o tal vez sólo militar. A pesar de que en la
conciencia de los pensadores de aquellos siglos todavía existía un único Imperio.
El llamado Imperio occidental también formaba parte del único Imperio, que tenía
la sede en Constantinopla. Sin embargo, durante la última década del siglo VII
y las primeras del VIII, se produjo un gran cambio; una contundente escisión
entre Oriente y Occidente motivada por dos causas: el concilio Trulano II y la
herejía iconoclasta. Desgraciadamente esta división después sería definitiva por
el cisma de Oriente (siglo XI), durando hasta nuestros días.
Después de estos hechos, bien se puede decir que la antigua unidad del Imperio
pasó a formar parte del pasado, sin ninguna repercusión en la vida de las
instituciones, al menos de las que quedaban en Occidente. Todo esto motivó que
la iglesia papal ya no buscase el apoyo bizantino, sino que se orientase más bien
hacia el reino franco. Así se daba una nueva realidad, una nueva proyección y, si
376
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
queréis, una nueva etapa de la historia: nacía Europa, una nueva sociedad y con
ella se iniciaba la “edad media”. Fue un proceso lento, del cual los historiadores
también deben estudiar las dos causas de la ruptura este-oeste, o sea, el concilio
Trulano II (a. 692) y la herejía iconoclasta. Pero describamos antes el contexto
histórico de aquellas sociedades y entidades, especialmente en el interior de
Italia y en el papado.
Panorámica histórica de Italia en el siglo VII
Los años 677 y 680 pueden considerarse años de reconciliación interna dentro
del mismo Imperio, pero también externa con los árabes. Efectivamente, el 677
el emperador Constantino II firmó un tratado de paz con los árabes, y en el año
680 se celebró el concilio de Constantinopla, también denominado ‘Trulano I’
por haber tenido lugar en el salón del trono (Trullum) del emperador. En este
concilio (sexto ecuménico) se acabaron las controversias cristológicas que
durante tantos siglos habían perturbado a la Iglesia y al mismo Imperio. En
el mencionado concilio ecuménico fueron condenados los monoteletas, que
afirmaban que sólo había una única voluntad en Cristo. Sin embargo, estas
paces serían simplemente aparentes: los árabes iniciaron nuevas campañas de
invasión, el concilio ecuménico Trulano I se consideró insuficiente, y un nuevo
pueblo —los longobardos— hizo efectivo su dominio sobre amplios territorios
de Italia, convirtiéndose en enemigo de los bizantinos y del mismo Papa.
Italia, pese a las invasiones árabes y longobardas, todavía se consideraba parte
del Imperio romano que tenía como centro Constantinopla. Los mismos papas, si
bien eran portavoces de los sentimientos nacionalistas, no podían imaginar que
en este periodo se llegase a romper la unidad (al menos espiritual) del Imperio.
La influencia bizantina se percibía en todas las instituciones y estamentos.
Los territorios claramente sujetos a Bizancio eran Rávena (sede del exarca
o representante del emperador en Italia), Pentápolis, condado de Nápoles,
Calabria, ducado de Perugia, parte de la Toscana, y de Campania, Roma y
posteriormente Sicilia, recuperada a los árabes por el emperador León III, en el
año 718.
El Papa era considerado súbdito del emperador bizantino, pero tenía una cierta
autonomía. Durante los años 684-685 se estableció que el exarca de Rávena
pudiese —ya que al emperador bizantino le era prácticamente imposible—
confirmar la elección papal, pero esta atribución y otras causas hicieron que
el exarca fuese mal visto por los papas y por los mismos romanos, como se
comprobó durante la tumultuosa elección del papa Conón en el año 686 y en
los hechos que más adelante explicaremos. Resumiendo fueron elegidos dos
papas: Teodoro y Conón. Al final éste se impuso.
El Papa tenía una verdadera curia, parecida a la del emperador. Más allá de
todos los cargos que ostentaba el clero romano y el colegio de 7 diáconos
regionales, hay que anotar en primer lugar a los Judices, burocracia de los
laicos que pertenecían a la curia papal. Otros dignatarios eran el Primicerius
y el Secundicerius notariorum (encargados de la cancillería papal) y el
LA RUPTURA ESTE-OESTE CAUSADA POR EL CONCILIO TRULANO II
Y POR LA HEREJÍA ICONOCLASTA
377
Primus defensorum (presidente de los abogados eclesiásticos), el Arcarius
(administrador de los ingresos), el Sacellarius (administrador de los gastos), y
el Nomenclator (encargado de los pobres y romeros). La casa papal era dirigida
por el Vicedominus, y la tesorería y el vestuario por el Vestatarius. Estos últimos
cargos, así como el Bibliotecarius, no formaban parte del colegio de los Iudices.
También existían los scriniarii (notarios), los cuales eran presididos por el
Protoscriniarius (presidente de los notarios urbanos).
Los mencionados Iudices pertenecían a la nobleza romana y eran muy adictos
al Papa, especialmente frente a los bizantinos. Sin embargo, repetimos que los
papas de este periodo se consideraban súbditos bizantinos. Esta conciencia e
influencia se observaban, por ejemplo, en el hecho de que, de los trece papas
que se sucedieron entre los años 678 y 752, once de ellos, fueron griegos,
sicilianos o sirios, todos bajo la influencia de Bizancio.
Esta influencia griega también se manifiesta en la institución de fiestas orientales
en la liturgia romana, así como en el establecimiento de los monasteria y
diaconiae y en el aumento de las colonias griegas en Roma: Forum Boarium,
Santa María in Cosmedin, el Graecostadium de Santa María de Ara Coeli, San
Cesáreo del Palatino, San Sabas del Aventino, San Erasmo del Celio, Santa Lucía
del Esquilino... Los mismos papas residían en colonias griegas urbanas, hasta
que el papa Zacarías renovó el palacio del Laterano (a. 744). Concretamente,
nos consta que antes del mencionado papa Zacarías, los pontífices romanos
residían en el barrio griego de Santa María la Antigua.
Pese al sometimiento y la dura influencia bizantina, los papas gozaban de algunas
funciones típicamente estatales en los amplios territorios de su propiedad: así, el
primer funcionario bizantino de Roma (praefectus urbis) dependía directamente
de él. También el Papa tenía su milicia y proyectaba y realizaba algunas obras
públicas muy significativas estatals (vías, acueductos, puentes, etc.).
A pesar de las aparentes buenas relaciones entre Bizancio y el papado, una
cadena de hechos llevaron a la progresiva separación entre el Imperio y los
papas. Éstos, al verse menospreciados y desamparados, pusieron los ojos en
el nuevo pueblo de los francos, con los que pactaron alianzas que después
llevarían a la institución del Imperio carolingio. Estudiemos las causas de esta
progresiva separación tan importante en el momento de establecer el origen de
la edad media, y por lo tanto, del periodo que se caracterizó por el nacimiento de
la Europa occidental y de sus instituciones.
Trulano II
Once años después de haberse celebrado el concilio Trulano I (concilio ecuménico
VI), el emperador Justiniano II convocó un nuevo concilio (año 692). Pretendía
que éste también fuese ecuménico -universal para toda la Iglesia-, y a la vez se
quería que fuese el complemento de los dos concilios anteriores, o sea el quinto
378
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
y el sexto. De ahí el nombre de Quinisexto o Trulano II. A él asistieron doscientos
once padres, todos ellos orientales, excepto dos apocrisiarios romanos. Siendo
su finalidad completar los concilios anteriores, se dictaron unos cánones
disciplinares, y se quería exigir que los mencionados ciento veinticinco cánones
fuesen vigentes para toda la Iglesia, cuando era un error creer que Occidente
llegaría a aceptar todos los cánones o costumbres de Oriente. En algunos de
estos cánones, prácticamente se olvidaba la tradición romana, y no se hablaba
del primado del Papa sobre toda la Iglesia, ni de los Santos Padres latinos, ni de
los concilios occidentales. Así, Trulano II ponía como únicas fuentes del derecho
en la Iglesia universal, una lista de concilios (ecuménicos y no ecuménicos) y de
padres, todos ellos orientales, excluyendo prácticamente la tradición occidental
(véase Mansi Collectio conciliorum... vol. 11. 939-941).
El emperador Justiniano II exigió que el papa Sergio (687-701) firmase el concilio.
El obispo de Roma, a pesar de ser griego, le contesta: “Antes morir que firmar
este concilio
concilio”. Al ver que no sacaría nada de él, el emperador envió dos legados
(Pedro y Bonifacio), pero tampoco éstos consiguieron nada.
Después el emperador envió a Roma el protopatario Zacarías. Éste, una
vez estuvo en la ciudad papal, raptó a dos consejeros del Papa que serían
enviados a la presencia del emperador en Bizancio. Estos consejeros eran
obispos suburbicarios romanos muy queridos en la ciudad. Esto hizo que la
milicia italo-bizantina se levantase a favor del Papa. El mismo emisario imperial
Zacarías hubiera sido asesinado por el pueblo romano si el Papa no lo hubiese
escondido en las estancias papales, donde se quedó algunos días. Estos hechos
demostraron que en Roma el Papa tenía más autoridad que los bizantinos.
En el año 695 Justiniano II fue destronado, y las crónicas cuentan que le cortaron
la nariz para asegurarse de que no volvería a reinar, ya que desdecía de la
majestad imperial un hombre sin nariz. Exiliado, le sucedieron Leoncio y Tiberio
III. Este último volvió a intentar que el Papa (Juan VI) firmase el concilio enviando
al exarca de Rávena, Teófilo. Pero también se sublevaron la milicia y el pueblo
romano. Teófilo recibiría igualmente la protección del Papa. A pesar de ello, una
vez calmada la turba, Teófilo ajustició a una docena de ciudadanos acusados de
insubordinación. Tampoco Juan VII (el nuevo Papa) aceptó el concilio.
En el año 711 otro Papa (Constantino) fue a Bizancio, donde fue recibido con
todos los honores. Allí trató con el emperador varios asuntos: situación política
de la Iglesia y confirmación por parte del emperador de todos los privilegios
antes concedidos. Estas últimas concesiones del patrimonio son un buen inicio
de lo que después se llamará “patrimonium
patrimonium sancti Petri
Petri”. Pero faltaba la cuestión
fundamental: ¿qué haría el Papa con el asunto del Trulano II? Este Papa al final
aceptó los ciento veinticinco cánones de Trulano II, aunque impuso una fórmula
que desvirtuaba todo tipo de influencia suspecta, o sea, los aceptó “exceptione
facta illius quod in oppositione fidei ortodoxae, regulorum et decretorum Romae
sint”. Mientras se firmaba este pacto de paz entre Roma y Bizancio, en la
sint
LA RUPTURA ESTE-OESTE CAUSADA POR EL CONCILIO TRULANO II
Y POR LA HEREJÍA ICONOCLASTA
379
misma ciudad papal Teófilo, exarca de Rávena, se vengaba haciendo ajusticiar
a quienes anteriormente lo habían maltratado, aprovechando la ausencia del
papa Constantino I. Cuando éste volvió a Roma, ya había un nuevo emperador
en Constantinopla: Felipe, quien llegó a exigir que se abrazase de nuevo el
monotelismo. Por supuesto, el papa Constantino I se opuso y esto motivó una
guerra civil en Italia. La paz llegó pronto gracias a la intervención del Papa. El
incompetente emperador Felipe fue asesinado y le sucedió Anastasio II, que
acabó sus días encerrado en un monasterio.
Pero Justiniano II volvió —con una nariz postiza de oro— a gobernar
Constantinopla y volvió a intentar de nuevo, sin lograrlo, que el Papa firmase los
cánones. El segundo reinado de Justiniano II duró pocos meses. Entre tanto, los
árabes amenazaban Constantinopla.
Los militares se dieron cuenta de que no podían confiar en los emperadores
palatinos. Por ello se les ocurrió escoger un soldado, León III el Isáurico (717741), que obtuvo una gran victoria contra los árabes y, posteriormente, recuperó
Sicilia para el Imperio. Pero el nuevo emperador dio un mal paso: imponer un
tributo a los italianos y posiblemente a la Iglesia. Eso hizo que tuviese grandes
enemigos en la península italiana.
Al papa Constantino I le sucedió Gregorio II (715-731), que era romano. El nuevo
Papa contaba con la ayuda de los que podríamos llamar ‘nacionalistas italianos’.
Esta condición le hizo oponerse, como veremos, con gran fuerza a los deseos
del emperador. Uno de los primeros actos que hizo el nuevo Papa fue convencer
a los italianos de que no secundasen o apoyasen las campañas del emperador,
decisión que motivó que el emperador lo considerara traidor y lo acusara dels
delito de ‘lesa majestad’, exigiendo que su exarca lo depusiera. Pero nada más
desacertado que este mandamiento, ya que todo el mundo apoyaba al Papa y
lo ayudaba, no sólo las milicias italianas, sino también las longobardas. Pero la
trascendencia de estos acontecimientos fue insignificante si la comparamos con
la cuestión o herejía iconoclasta que inexorablemente derrumbó la débil unión
entre Oriente y Occidente.
Controversia sobre las imágenes
El concilio Quinisexto y la controversia iconoclasta son los factores más
importantes que motivaron la separación, a principios de la edad media, entre la
Iglesia de Occidente y Bizancio, a la vez que también fueron causa de la ruptura
definitiva de la unidad del Imperio de Occidente. Los antecedentes y la misma
controversia iconoclasta en muchos aspectos son para nosotros una incógnita.
En cuanto al culto de las imágenes, no existe ninguna dificultad en una sana
doctrina católica incluso antes del concilio de Nicea II (787). Este culto floreció
especialmente en Oriente con san Cirilo de Alejandría. También recibió un gran
impulso en Occidente durante el pontificado de Gregorio II (715-731).
Los propulsores de este culto serían los monjes. Pero, de muy antiguo, debemos
380
HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
reconocer que había exageraciones, sobre todo en Oriente. Así, por ejemplo,
mezclaban las pinturas con el sanguis de la Eucaristía; las hostias consagradas
de vez en cuando se ponían en manos de las imágenes; éstas eran a veces
padrinos o padrinas del bautismo..., exageraciones que dieron argumentos para
ir contra el culto de las imágenes y de las reliquias. Así hubo algunos obispos
orientales que, para obviar estas exageraciones, quisieron prohibir el culto a
las imágenes y su fabricación. Nos consta que entre estos obispos estaban los
siguientes nombres: Constantino de Frigia, Tomás de Claudiópolis y Teodoro de
Éfeso, todos ellos eclesiásticos de gran prestigio.
Es cierto que al principio del cristianismo las imágenes no estaban demasiado
bien vistas, ya que podían dar lugar a confusiones con el politeísmo pagano y
la idolatría. Sin embargo, poco a poco las imágenes entraron en el culto de los
cristianos. Igualmente aparecieron muchas imágenes milagrosas: imágenes de
Cristo que se decía que no estaban hechas por manos humanas (akheiropoieta),
imágenes de la Virgen que se aseguraba que las había hecho el evangelista y
pintor san Lucas, “iconos bajados del cielo que emanaban sangre y protegían
las ciudades, curaban a los enfermos y resucitaban a los muertos
muertos”. Había
zonas enteras —como Armenia— en las que la gente estaba en contra de las
imágenes, actitud que se daba especialmente en sectores en los que dominaba el
monofisismo. Por último, había incluso una secta llamada de los ‘paulicianos’ que
se proponía ir en contra de las imágenes destruyéndolas. Un mal entendimiento
o una exagerada pureza de la fe llevó a la lucha contra las figuraciones de Dios
y de los santos (así ocurrió también con Hus, Lutero...).
La crónica nos dice que el emperador León III Isaúrico de Siria (717-741)
fue el iniciador de la controversia. Los motivos son muy confusos. Algunos
historiadores quieren ver el origen de esta polémica en el hecho de que en Siria
había muchos musulmanes. Pero eso no está claro que sea la causa. Lo cierto es
que la iniciativa comenzó entre un grupo de significativos obispos de Asia Menor.
Así lo testifican algunas cartas del patriarca de Constantinopla Germán I (715730) en las cuales se tiene constancia de que los obispos antes mencionados,
Constantino de la Frigia, el metropolita Tomás de Claudiópolis y el metropolita
de Éfeso Teodoro, fueron a Constantinopla para obtener el permiso del patriarca
Germán para instruir la campaña contra el culto de las imágenes. Era alrededor
del año 720. Pero el patriarca no accedió a las peticiones de los obispos, a pesar
de que probablemente sí fueron recibidos por el emperador León III. El hecho es
que los tres obispos, al volver a sus sedes, comenzaron a retirar las imágenes
de culto de las respectivas diócesis.
En el año 726 el emperador exhortaba al pueblo a no venerar las imágenes y a
retirarlas de las iglesias. El emperador quiso dar ejemplo: retiró de la puerta de
bronce del palacio de Constantinopla una famosa imagen de Cristo. El pueblo
se sublevó y mató a algunos soldados cuando éstos intentaban sacarla. El
emperador infligió castigos corporales a algunos de los cabecillas del alboroto,
LA RUPTURA ESTE-OESTE CAUSADA POR EL CONCILIO TRULANO II
Y POR LA HEREJÍA ICONOCLASTA
381
a otros los condenó al exilio y a otros les impuso una fuerte multa. El patriarca
Germán, en cambio, no hizo pasos decisivos contra el emperador.
En aquellos días de grandes alborotos, hubo una sublevación contra el
emperador en Hélada, pero no tiene nada que ver con la controversia iconoclasta.
Propiamente, la lucha contra las imágenes comenzó por un edicto del 11 de
enero del año 730 claramente contrario a su culto. Germán se vio obligado a
abdicar de la sede patriarcal y fue sustituido por un tal Anastasio, que estaba a
favor del emperador en la lucha contra las imágenes. Se acusaba que el culto
y veneración de las imágenes no era otra cosa que una idolatría. Hubo algunos
martirizados que se consideran santos.
La controversia fue también literaria, y especialmente cabe destacar a Juan
Damasceno y Jorge de Chipre. Éstos negaban que la imagen de Cristo fuese
un ídolo. Pero la reacción más fuerte contra el emperador se dio en Roma: el
emperador León III envió una ‘iussio’ para que el papa Gregorio II obligase a no
aceptar el culto de las imágenes, a lo que Gregorio II contestó con dos cartas.
Han sido estudiadas por el gran historiador Caspar. No hay duda de que al
menos la segunda es auténtica. En ésta hay constancia de la doctrina gelasiana
de los dos poderes, o sea, distinción entre la potestad civil y la eclesiástica. El
tono es muy duro: “Ten cuidado, —dice el Papa dirigiéndose al emperador— el
pueblo te puede aplastar las mismas imágenes que tú destruyes sobre tu cabeza
[...] ¡Ven a Roma si te atreves! No obstante yo saldré de Roma e iré al campo. Tú,
León (III) tendrás que vértelas con los romanos e italianos. Verás cuan venerado
es el Papa en Italia: ‘Salus Italiae Pontifex est, Presidium Pontificis Italiae’
Italiae’”. Le
indicó la gran devoción que tenían los romanos, italianos y germánicos por san
Pedro, a su imagen y a su tumba: “Si destruyes la imagen de san Pedro yo seré
inocente de la sangre derramada. Los pueblos germánicos peregrinan a Roma:
hay una gran veneración al Papa, vicario de san Pedro
Pedro”. Ciertamente sabemos
que aquellos nuevos pueblos a los cuales se refiere Gregorio II, eran muy fieles
al vicario de Pedro y habían sido convertidos por el apóstol san Bonifacio con
auxilio papal (véase Caspar, Gregor und Schichte der Bilderverchung: ‘Zeitschrift
für Kirchengeschichte’, 52 (1933) p. 29-89).
La reacción italiana contra el emperador fue feroz: las milicias italo-bizantinas se
levantaron contra él. Esta sublevación fue motivada no tanto por las imágenes
como por los impuestos que el emperador exigía en toda la península italiana. El
mismo papa Gregorio II se preparó para defender Roma. Dos grandes ducados
(Pentápolis y Venecia) se sublevaron contra el bizantino León III. Aprovechando
estas circunstancias, Luitprando (rey de los longobardos) invadió Pentápolis
y Bolonia, obligando al exarca Pablo, que estaba asediando Roma, a acudir
rápidamente para defender Rávena. Una vez allí, el exarca fue asesinado. Toda
Italia se sublevó contra León III. El mismo pueblo romano quería nombrar un
emperador y enviarlo a Constantinopla. Aquí, el Papa, también, se manifestó
como gran conciliador: atemperó los ánimos, ya que no quería romper la unidad
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
italiana y flotaba en el ambiente romano la siguiente pregunta: Qué era más
prudente: ¿estar bajo dominio bizantino o bajo los longobardos?
Estos acontecimientos disminuyeron de tal manera el prestigio del emperador,
que incluso en Constantinopla hubo una sublevación: los oficiales nombraron
emperador a un soldado llamado Cosman, pero León III consiguió vencerlo en la
batalla naval de Propóntide.
Victorioso, León III, ahora quería atacar ‘la raíz de todos los males’, como decía,
y para él la raíz de la sublevación era el propio Papa. Envió a Eutiques (sucesor
del exarca Pablo) para acordar una alianza con Liutprando, y someter de nuevo
los ducados de Spoleto y Benevento a Bizancio. Con este propósito, ambos
(Liutprando y Eutiques) fueron a Roma para subyugar al Papa y, posiblemente,
con la intención de nombrar a uno nuevo. Pero el Papa, como en otro tiempo
León el Magno, salió al encuentro de Liutprando con toda la pompa pontifical
y se produjo un gran cambio, según cuenta el Liber Pontificalis (o Crónica de
los papas): “Recessit
Recessit mitis qui venerat ferox
ferox”; el exarca volvió a Rávena con
la cola entre las piernas. Una vez más, el Papa salía victorioso, pactando con
Liutprando, que consta que además quedó admirado al ver la tumba de san
Pedro y las maravillas de Roma.
Entretanto, hacia el año 730, León III, victorioso ante su rival Cosman, pero
vencido en la campaña contra Italia que antes hemos expuesto, intentó dar un
golpe mortal al papado. Es esta ocasión sería doctrinal: quería que se hiciese
un concilio que anatematizase la doctrina papal que estaba a favor del culto de
las imágenes. El 11 de enero de 730 se reunió un concilio en Constantinopla
y los propósitos del emperador se consiguieron. El mismo patriarca de
Constantinopla, Germán, tuvo que dimitir y en su lugar fue nombrado un tal
Anastasio. Como respuesta a dicho pseudo-concilio, el Papa convocó un sínodo
en Roma, en el cual conminó al emperador a retractarse de sus teorías. En
caso de no hacerlo lo amenazó con la excomulgación. Pero al cabo de poco
tiempo murió Gregorio II (731), y su sucesor, Gregorio III, pese a ser sirio,
estaba totalmente a favor de la línea de su antecesor. Intentaría pactar con el
emperador. Así, envió a Constantinopla un legado llamado Jorge que, al llegar a
Bizancio, en vez de pactar con el emperador, fue encarcelado y posteriormente
exiliado del Imperio. El Papa al ver que no había nada que hacer, convocó un
nuevo sínodo en Roma y condenó a los iconoclastas. El resultado de este sínodo
fue enviado a Constantinopla por dos emisarios papales. El emperador hizo
caso omiso. Los mencionados emisarios fueron encarcelados y posteriormente
exiliados en Sicilia. De este modo, las relaciones entre Roma y Bizancio estaban
prácticamente rotas.
León III Isáurico quería acabar definitivamente con la sublevación italiana,
y con este objetivo envió (a.732) a Italia una gran flota. Pero también ahora
el destino le sería adverso: una fuerte tormenta destruyó casi totalmente la
flota imperial en aguas del mar Adriático. Viendo que no podía hacer nada, el
LA RUPTURA ESTE-OESTE CAUSADA POR EL CONCILIO TRULANO II
Y POR LA HEREJÍA ICONOCLASTA
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emperador cambió de táctica: dejar Roma y Occidente abandonados. Por este
motivo cambió la forma de administración y comenzó dividiendo Italia en tres
zonas: 1/ Rávena y Pentápolis; 2/ Ducado de Roma, Toscana y Campania;
3/ Italia meridional y Sicilia. También determinó que el prefecto del ducado
romano viviría en Roma. Antes del año 732 Roma (el papado) era la sede del
patriarcado de todo Occidente, de toda Italia, Servia, Grecia, Tesalónica y Sicilia.
Pero a partir de este momento, Constantinopla pasaría a ser la sede patriarcal
de amplios territorios de la antigua influencia romana. El emperador puso una
clara división entre Oriente y Occidente, y de ahora en adelante ya no habría
dependencia patriarcal romana sobre Grecia, ni sobre Italia meridional, ni sobre
Sicilia... Esta línea de separación real marcó decisivamente el ámbito histórico
de los siglos posteriores. Por ejemplo, en el sur de Italia habrá muchas diócesis
que conservarán el rito griego. Incluso, por ejemplo en Bari, tienen una clara
dependencia eclesiástica griega. En algunas zonas del sur de Italia nos da la
sensación, cuando las visitamos aún hoy en día, de encontrarnos en Grecia.
Así, pues, el papado y todos los obispos de Occidente quedaron abocados a su
propia suerte sin la protección de Bizancio. Habían sido expulsados del Imperio.
Por ello, se vieron obligados a buscar —como veremos a continuación— la
ayuda de otros reinos, poniéndose bajo el cobijo de los francos. Los otros
patriarcados quedaron reducidos a su mínima expresión. Sólo parecía que
imperaba Constantinopla.
Esta decisión de León III marcó una gran ruptura, una nueva sociedad (la
europea), una nueva edad: la medieval. Los grandes autores de este cambio, el
emperador León III y el papa Gregorio III, murieron el mismo año 741, y con ellos
la ruta hacia Francia y hacia un posible Imperio cristiano y occidental (la gran
institución de la nueva Europa medieval) quedaba abierta.
El concilio de Nicea II
Constantino V (741-775), hijo de León III, estaba dispuesto a solucionar a su
modo el problema de la herejía iconoclasta. Por supuesto, quería prohibir el culto
a las imágenes. Más aún, se constituyó teólogo frente a san Juan Damasceno.
Era imposible —según él— hacer una imagen adecuada de Cristo, o sea, era
imposible representar adecuadamente a Jesucristo “y su naturaleza divina,
que es totalmente irrepresentable”. Constantino V quiso convocar de nuevo un
concilio ecuménico en el palacio imperial de Hieria (junto a la ribera asiática de
Constantinopla). No sabemos si los otros patriarcas y el Papa fueron invitados a
él. El hecho es que no asistieron. La presidencia la ocupó el metropolita Teodoro
de Éfeso, con trescientos treinta y ocho obispos, todos ellos orientales. Era 10
de febrero de 754, y las sesiones se prolongaron hasta el 8 de agosto del mismo
año. Se discutió sobre un conjunto de textos patrísticos que, parece ser, negaban
el culto a las imágenes. “No
No se puede —afirma el decreto sinodal— representar
a Jesucristo, ya que necesariamente se caería en el monofisismo si sólo se
representa la naturaleza humana”. “Queda
Queda condenada —declaraba el concilio
de Hieria— la fabricación y el culto de las imágenes
imágenes”. Y continuaba: “Pese a lo
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HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII
decretado anteriormente, no habrá que destruir ninguna de las obras de arte. La
única imagen adecuada de Cristo es la Eucaristía”. El concilio de Hieria pretendía
que todas estas afirmaciones con sus cánones se convirtiesen en dogma para
toda la Iglesia. Las fuentes no nos dicen si hubo oposición por parte de algunos
obispos. Los obispos del concilio se mostraron muy indiferentes, considerando
que no se trataba más que de una cuestión práctica, pastoral o litúrgica y no
dogmática.
Los monjes se opusieron encarnizadamente a los decretos conciliares. No tanto
porque fuesen contra su posible negocio de fabricación de las imágenes, sino
más bien porque ellos conectaban con la piedad popular mejor, que los obispos.
Observamos también que en esta ocasión el pueblo estaba con los deseos de
los emperadores, ya que estimaba mucho al emperador León III y a Constantino
V.
El emperador Constantino V quiso ir mucho más allá de los simples decretos
conciliares: negó que María fuese la Theotocos y prohibió que se denominasen
santos aquellos que antes fueron proclamados como tales por la misma Iglesia.
También prohibió el culto no sólo de las imágenes, sino también el de las
reliquias. Intentó subyugar los monasterios, enviando los monjes a hacer el
servicio militar. Incluso confiscó los bienes de los monasterios rebeldes, torturó a
sus miembros y envió al exilio a los más “exaltados”, según su propia expresión.
Algún gobernador del emperador obligó a que los monjes y las monjas se
casaran. A pesar de ello, la persecución —o sea, la pena de muerte para los
desobedientes— no se dio hasta el 764. El emperador juzgó al monje abad
Esteban ‘el Joven’ del monasterio de Montaujencio de Bitinia, y lo dejó matar
por el pueblo enloquecido. Las iglesias, especialmente las monacales de Bitinia,
fueron quemadas y posteriormente destruidas.
El pueblo estaba a favor de las imágenes, pero estaba perplejo a la hora de decidir
si apoyar o no la sublevación de los monjes contra el emperador. Por supuesto
el estamento militar estaba a favor del emperador. La consecuencia más patente
fue la enemistad y la separación radical entre Oriente y Occidente. Los latinos
no entendían el porqué de una persecución tan “bizantina” como extraña. No
sabemos el número de mártires que resultaron de este enfrentamiento. Algunos
historiadores afirman que no fueron muchos.
Constantino V murió el 775, y le sucedió León IV (775-780), de breve reinado.
A la muerte de este último, le sucedió como regente la viuda Irene. Ésta en un
principio poco pudo hacer para restaurar el culto de las imágenes, a pesar de
estar a favor de ellas. Pero había un grave inconveniente: habría que celebrar
un concilio que anulase el de Hieria, y Pablo, patriarca de Constantinopla, había
jurado seguir los cánones de Hieria. Pero no sabemos si fue por motivos de salud
que no tardó en dimitir. Fue elegido un laico, un tal Tarasio, de la curia imperial.
El 25 de diciembre de 784 Tarasio fue consagrado (per saltum) patriarca de
Constantinopla, habiendo puesto antes la condición de celebrar un concilio que
devolviese el culto de las imágenes. En la misma carta sinódica explica que se
LA RUPTURA ESTE-OESTE CAUSADA POR EL CONCILIO TRULANO II
Y POR LA HEREJÍA ICONOCLASTA
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convocaría un concilio pidiendo que el Papa enviase legados. La propia Irene
se dirigió al papa Adriano en los mismos términos. Los legados fueron el abad
Pedro, 
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