“LA DIMENSIÓN HUMANA DE LA ECONOMÍA” (Mensaje de la profesora Econ. Dilia H. de Vásquez en ocasión de cumplirse 25 años de la Primera Promoción de Economistas de la Universidad de Carabobo) “Apartemos nuestros ojos de ese cuadro sombrío y alienante y busquemos la paz en nosotros mismos.” En una ocasión particular del proceso de evolución del pensamiento económico, J.M. Keynes escribe a su maestro Alfred Marshall: “El estudio de la economía pareciera no requerir de dotes especiales y con todo, los economistas competentes y buenos son las aves más raras. El Economista, maestro de su disciplina, debe poseer una extraña combinación de habilidades. Ha de ser en algún grado matemático, historiador, político y filósofo. Ha de entender los símbolos y hablar en palabras. Ha de contemplar lo particular en términos de lo general. Rozar lo abstracto y lo concreto en el mismo vuelo del pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y por razones del futuro. Ninguna parte de la naturaleza humana, ni de las instituciones debe quedar al margen de sus preocupaciones. Debe ser lejano e incorruptible como un artista, pero algunas veces cercano a la tierra como político”. De esta concepción sobre el proceso de formación del economista surge como necesidad reflexiva, establecer una visión comparativa del rol protagonice del economista, cuando corren vientos de crisis en el universo actual, y para ello voy a recurrir a caracterizar y diferenciar el paradigma dominante emergente. En el paradigma dominante la economía se convierte en la ciencia mágica, destinada a dar respuesta a la mayoría de los acuciantes problemas que afectan a la humanidad. No pocas veces se ha tildado al economista de maestro del fetichismo en la exaltación de los grandes agregados económicos cuantitativos y de haber incrementado su poder para ejercer influencia sobre gobiernos, empresas, sindicatos y otras instituciones. El resultado es, que la economía, en sus orígenes criatura de la filosofía moral, no debe perder parte de su dimensión humana. Así, por ejemplo, cuando hablamos de magnitudes tales como el PNB, sistemas de precios, tasas de crecimiento, relación capital-producto, acumulación de capital, movilidad de los factores, economía de mercado, etc., debemos ver más allá de lo que puede medirse, vale decir, si tales actividades son productivas o son destructivas. En otras palabras, sopesar si aun cuando se incrementa el PNB no estamos también incrementando los índices de marginalidad, hacinamiento y mortalidad a corto, mediano y largo plazo; al ir destruyendo la propia existencia humana por la vía de la contaminación ambiental o de la regresividad en la distribución del ingreso. Es un hecho, que nuestra sociedad industrial se está volviendo peligrosamente hacinada, compleja y descompuesta. Necesitamos con urgencia un cambio en los valores sociales, un cambio en el patrón de comportamiento actitudinal; un cambio significativo que permita pasar del aumento de la cantidad producida al mejoramiento en la calidad de la vida. Observamos con preocupación un paradigma materialista y consumista con una fe ciega y autodestructiva en el progreso material ilimitado, a partir de un incremento tecnológico desbordado; en un mundo, que irónicamente, requiere cada vez más de solidaridad y cooperación para enfrentar graves problemas comunes que amenazan la propia supervivencia. El paradigma emergente plantea volver a sabias concepciones pasadas del quehacer humano, desechadas en el devenir histórico y revalorizadas por el carácter cuasi-cíclico que caracterizan a tal devenir: “Reivindiquemos el valor de la sabiduría antigua teniendo presente que, tanto el estudiante como el maestro deben siempre recordar que lo nuevo no es necesariamente la verdad y la verdad no es necesariamente lo nuevo” . Así como en la medicina el nuevo modelo ve al individuo, no al doctor, como sujeto clave en el sistema de atención a la salud; en Economía “el fetichismo de las cifras (enfoque cuantitativo del desarrollo económico) debe complementarse con el desarrollo de las personas, vale decir con el desarrollo cualitativo”; al manejo vertical por parte del estado y a la explotación de unos grupos por otros hay que oponer la gestión de voluntades sociales que aspiran a la participación, a la autonomía y a una utilización más equitativa de los recursos disponibles. Necesitamos una auto-revolución para restablecer la constitución social, económica, psicológica y espiritual. Hoy que la economía dirige las naciones, y los hombres se afincan en estas palancas para mover al mundo, el economista tiene una razón de ser en la tierra, y en nuestro país un poder de decisión y responsabilidad que asombra en cuanto a sus alcances y hace reflexionar en cuanto a su productividad. El tiempo y las circunstancias ponen a prueba la capacidad de dirección del ser humano que en las universidades se ha nutrido de la sabia informativa y de los postulados de la teoría económica, por la práctica y el ejercicio de las directrices que ejercen plenitud de acción y planificación de la vida económica nacional. Venezuela está en su momento clave para una afortunada existencia futura, si se dan las premisas necesarias para la fecundación de la semilla rotulada con el nombre: crecimiento auto-sostenido más bienestar social. Somos los profesionales de la economía, corresponsables en la lucha permanente por procurar alcanzar el bienestar de las masas y el progreso científico de nuestro país. “La complejidad de la economía contemporánea hace cada vez más exigente la formación del economista. Esta exigencia es cada vez mayor en América Latina y en el Tercer Mundo, por cuanto hay mucho por conocer, interpretar, investigar y diagnosticar y así poder satisfacer la necesidad de transformación sobre bases objetivas y auténticas”. “El dominio del conocimiento, para que tenga utilidad social debe contribuir a modificar lo existente, a superar lo establecido y abrir nuevos . caminos para el avance de los pueblos”. No basta con poseer el conocimiento y avanzar científicamente, sino que hay que luchar por su implementación y conversión en conciencia y acción. Históricamente, la obra de los economistas recogida en textos, informes técnicos, memorias de congresos y conferencias, revistas especializadas, modelos matemáticos y series estadísticas, ha influido y seguirá ejerciendo su influencia en la política de los gobiernos, en las decisiones de los empresarios y en la orientación de movimientos renovadores. Por lo general los economistas han sido hombres de reflexión más que de acción. Han sido asesores de los que actúan y deciden; de allí que los economistas estemos en una posición estratégica e importante para promover, estimular e impulsar reformas y cambios de diversa profundidad en la organización económica, favorable para el logro del óptimo social tal como lo contempla la esencia de nuestra doctrina económica. Recientemente en el IV Congreso de Economistas, celebrado en Ciudad Bolívar, entre los días 1 y 4 de Noviembre del año 1989, la Federación de Colegios de Economistas de Venezuela se ocupó de tratar en su agenda los problemas inherentes al desarrollo económico y social de Venezuela. En esta oportunidad se planteó, entre otras consideraciones importantes, lo que a continuación especifico: 1.- Que la solución de la actual crisis está más allá de las fórmulas ideológicas (incluyendo al neoliberalismo), y se ubica en un cambio del paradigma del desarrollo industrialista, mercantilista y autoritario, por un desarrollo participativo, cooperador y humano. 2.- Que es el momento de propiciar un nuevo modelo de desarrollo que supere la visión economicista. 3.- Que los economistas tenemos la responsabilidad de desempeñar liderazgos hacia un nuevo sistema de valoración del desarrollo, que trascienda la ciega cuantificación mercantilista y se centre en colocar la economía al servicio de la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre, en armonía con su medio ambiente. A mis compañeros de promoción y a todas las generaciones de economistas que han egresado de nuestra Alma Mater “Universidad de Carabo bo”dirijo la siguiente reflexión: El mundo actual se caracteriza por su espíritu impaciente. Corre el hombre como nunca tras los goces materiales y le perturba un desmedido afán de enriquecerse rápidamente, sin grandes esfuerzos, originándose entre otras situaciones, desintegración familiar, falta de escrúpulos en los negocios y en el trato social; por todas partes se nos ofrece el triste espectáculo de la guerra y de la lucha por la existencia. “Apartemos nuestros ojos de ese cuadro sombrío y alienante y busquemos la paz en nosotros mismos”. El arte de dominarse a si mismo es el principio y el fin de la más elevada sabiduría. Ya lo señaló San Pablo (Romano XII,2): “Nada más cierto que nuestra condición mental para transformamos positivamente”. “Que nuestra obra profesional y personal llene de gloria y majestad a nuestra universidad”. Econ. Dilia H. de Vásquez