Xxxxxx Einstein, el buen lector E El 9 de octubre Explora cierra la expo- sición dedicada a Albert Einstein. Una de sus facetas era la de lector. I NICOLÁS NARANJO BOZA 16 Domingo, 25 de septiembre de 2011 l ambiente familiar de Albert Einstein fue propicio para fomentarle el arte y la ciencia. Su padre le leyó en voz alta a Schiller y a Heine y su madre insistió tanto en su formación musical que se hizo buen violinista. Un tío le habló del teorema de Pitágoras y, como ingeniero que era, le mostraba esta práctica con problemas relacionados, por ejemplo, con la iluminación eléctrica de una ciudad. A los doce años entró en contacto con un librito de geometría euclidiana del plano (que no se ha identificado) en el que aprendió a probar lo que se afirma sin dejar lugar a vacíos en la demostración. Cuenta en sus notas sobre su vida que los seis tomos de Libros populares de ciencias naturales, de Aaron Bernstein le fascinaron en su época de colegial, porque hallaba en ellos explicaciones sencillas y que no hacían énfasis en fórmulas y ecuaciones sino en acercar al lector a los problemas mismos. A los dieciséis ya estaba leyendo Crítica de la razón pura, de Kant, a instancias de su amigo Talmud, con quien discutía el libro (su amigo narra que Einstein consideró la posibilidad de volverse filósofo antes que físico). Le gustó que Kant propusiera la posibilidad de la inexistencia de Dios. Con ésta, la obra más significativa del pensador alemán, discutiría durante décadas hasta entrar en desacuerdo con premisas básicas de la filosofía kantiana como el poder conocer “a priori”. Leyó Tratado sobre la naturaleza humana, de Hume para acercarse al problema de cómo “determinados conceptos (...) no pueden derivarse del material de la experiencia mediante métodos lógicos” (Ver Notas autobiográficas, Madrid, Ed. Alianza, 2003, pag. 22) Antes de ingresar a su trabajo como revisor de patentes en Berna (Suiza) formó la Academia Olimpia con dos estudiantes suyos, Maurice Solovine y Conrad Habicht, y ocasionalmente asistían el hermano de Habicht, el ingeniero mecánico Michel Besso, un compañero de estudios de Einstein llamado Marcel Grossman, el ingeniero eléctrico Lucien Chaval y la primera esposa del creador de la Teoría de la Relatividad. El primer libro que discutieron fue Geometría de la ciencias, de Pearson. Entre los autores de los que leyeron y comentaron obras, sin que se pueda precisar cuáles de ellas, están el trágico griego Sófocles, el dramaturgo francés Jean Racine, Platón (los Diálogos) y obras del filósofo, matemático, físico y político G. W. Leibniz. Se sabe que leyeron Don Quijote, Sistema de lógica, del filósofo utilitarista inglés John Stuart Mill; Ciencia e hipótesis, del francés Henri Poincaré y Ética demostrada según el orden geométrico, de Spinoza. Este último le llamó la atención por la claridad que permite su método expositivo geométrico y porque ofrecía una concepción de Dios desligada de finalidad alguna, menos sesgada que la del judaísmo o el catolicismo, además de proponer que lo que deben buscar los seres existentes es potencializarse tendiendo hacia su alegría. En ciencia, leyó al presocrático Demócrito (uno de los primeros exponentes en Occidente de la teoría atómica), a Ptolomeo y a Copérnico (que ofrecen exposiciones del sistema solar contundentes en la historia de la humanidad), las obras de Galileo (a quien consideraba el verdadero iniciador de la ciencia tal y como él la practicaba), los Principia matemática y Óptica, de Newton y Teoría de la luz, de Huygens. Leyó acerca de los experimentos de Charles Agustin de Coulomb sobre magnetismo, fricción y electricidad (él estableció las leyes cuantitativas de la electrostática), los del Conde Rumford (sobre termodinámica), los de Ørsted (sobre electromagetismo) y los trabajos sobre el Movimiento browniano, que descubrió el botánico Robert Brown. Estudió las ecuaciones de Maxwell, la teoría electromagnética de la luz de Hertz y lo que escribió Helmholtz sobre la conservación de la energía. Tuvo diálogos intelectuales con el filósofo, matemático y lógico inglés Bertrand Russell. Abierto al mundo PENSAR LO LEÍDO. Einstein siempre En el Parque explora, el homenaje a Albert Einstein se acompaña de eventos académicos y de una gran exposición que muestra vida y obra del científico y pensador. odió todo conocimiento que fuera dogmático, que implicara aprender de memoria. En un fragmento de carta a su contertulio Solovine, de 1953, se puede intuir la alegría con la que se acercaba a los libros: “A la inmortal academia Olimpia: En tu corta vida activa te has divertido a ti misma acerca de todo con un goce infantil, lo cual fue claro e inteligente. Tus miembros te han creado para reírse de tus hermanas mayores, viejas y arrogantes. Qué tanto han dado en el blanco con ello lo he aprendido a través de años de cuidadosa atención. Nosotros los tres miembros hemos probado ser, por lo menos, tan duraderos como tú. Inclusive si algunos de ellos ya son un tanto tambaleantes algo de tu feliz y vívida luz brilla sobre nuestro camino solitario en la vida; porque tú no has envejecido con ellos y has crecido como una verdura que surge de la semilla. ¡A ti está dirigida nuestra verdad y devoción hasta el último aliento erudito! El ahora único miembro correspondiente, Albert Einstein”. Fuera de la obra central de Kant, de la obra más importante de Newton, de las ecuaciones de Maxwell y del libro de Poincaré, con los que discutió constantemente, hubo cuatro autores decisivos para él: Ernst Mach (cuya Historia de la mecánica fue motivo de mucha reflexión y revaluación), Max Planck (premio Nobel de física en 1918), Neils Bohr (premio Nobel de física en 1922) y Erwin Schrödinger (premio Nobel de física en 1933). Se puede decir que fueron “pan de cada día” desde que los leyó y desde que conoció personalmente a dichos premios Nobel pues con ellos tuvo una correspondencia constante. Leyó a H. G. Wells, a Bernardo Shaw (a quien felicitó públicamente en 1934 diciéndole que al reírse de temas que parecían intocables aligeraba la vida de un poco de su pesantez). Los escritores que más le llamaron la atención fueron Goethe, con su Fausto y Dostoievski, con sus Hermanos Karamásov. El primero de ellos es de lo mejor que hay para vérselas con el problema del conocimiento y lo que implica entregarse “en cuerpo y alma” a dominar por medio del saber. Y el segundo presenta a unos personajes genuinamente descarnados, inteligentes y fríos que evidencian problemas intra-familiares de la familia Karamásov. Y aprendió a soportar la soledad del sabio gracias a la obra principal de Arturo Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación I GENERACIÓN, una publicación de 17